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Potros Salvajes

Eugenio Redondo

EDICIONES PERRO AZUL


Producción Editorial: Ediciones Perro Azul
Portada: Carlos Aguilar Q.

Libro aprobado por el Consejo Editorial 2017

Ho861.4
R-173-a Eugenio Redondo
Potros salvajes /Redondo Eugenio
2017 90 p. : 21 X 13.3 cm.

ISBN 978-9930-9553

1. LITERATURA COSTARRICENSE
I. Autor II. Título

Hecho el depósito de ley.

Reservados todos los derechos.

Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de este libro.

© Ediciones Perro Azul de la presente edición


Impreso en Costa Rica Printed in Costa Rica
A quien pueda interesar

Que otros hagan aún


el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía.

A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo.

La poesía que busco


es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida.

José Emilio Pacheco


Si quieres que algo mengüe,
debes permitir antes que se expanda.
Si quieres librarte de algo,
debes permitir antes que florezca.
Si quieres tener algo,
debes antes permitir que sea dado.
A esto se le llama la sutil percepción
de cómo son y suceden las cosas.

Lo blando puede a lo duro.


Lo lento puede a lo rápido.
Que tus obras permanezcan en el misterio.
Muestra solo a la gente el resultado.

El libro del sendero (Tao te ching)


Lao Tse
Versión de Stephen Mitchell
Heterónimos sin sospecha
El día y los océanos

Ser bipolar en mi país


es peor que ser tratado de “hijo de puta”.

Ninguna mujer te consuela.


Ningún falso amigo te abraza.
Quizá, alguien te pregunte:
“¿por qué no te he visto hoy?”
y no sabrás qué responder.

Habrá alguna maldita


que te hará callar
para no oír tus alucinaciones.
Te hará sentir solo y perplejo;
después, dejará caer el fardo que sostienes,
como una brusca ceguera en tu mente,
como un destello último en tu mano.

Entonces, caminarás sobre la acera;


contemplarás una linda chiquilla
luciendo sus hermosas nalgas;
pasarás de largo;
ya todos habrán decretado tu derrota,
tu clara incomprensión para compartir
la mediocridad y las falsas poses,
el látigo de fuego
que otro maldito
escupirá sobre tu frente
a partir de lo que hablas.

11
Tendrás a tu alcance el insulto,
meditarás sobre las consecuencias de un gargajo
y el supuesto interés por tu salud de tus compañeros.

Te sentirás confundido y sin respuestas.


Llegará un instante
en el que cuestionarás
si es merecido vivir;
anhelarás delirar en un campo
donde las flores se agiten como estrellas,
ser vos mismo en medio de tanta patraña,
enloquecer para no escuchar
las reconvenciones de los saludables,
maldecir los fármacos
que te hacen discurrir entre tanto imbécil,
soñar otra vida donde alguna ingenua te ame,
sí, que te ame por lo que eres,
porque el sol baila en tus hombros,
porque celebras el día y los océanos,
la mirada de una joven desconocida
en el bus que te lleva a casa.

12
La belleza del tiempo

El chelo suena grave y profundo.


Me siento rodeado por la música
y cierro los ojos. Una luz plomiza,
desigual, se asienta en la oficina.

La oscuridad se eleva
como una tela que ondea
contra las cortezas amarillas;
el chelo sigue sonando:
dos ancianos se sientan cerca de mí,
revisan el menú y conversan.

No es la decadencia lo que veo.


Es una rara forma de plenitud
que me hace dar gracias
al litoral de los sueños.
Yo creía que la plenitud
se encerraba en los jóvenes,
en aquellos adolescentes
que trasvestían la juventud
con su irrupción
en las gradas de los edificios.

A los cincuenta años,


descubro la belleza inusitada
que acompaña el declive.
Se extiende sobre el viento,
como la lluvia, cuando se aproxima.

13
El chelo continúa sonando.
Un pájaro se acerca al viejo mandarino
que aún persiste en dar sus frutos.
Muchas de sus ramas fueron podadas,
pero sus raíces hacen emerger
el centro universal de las tardes,
la ruta que no conocemos de nosotros mismos.

Todos somos poetas


aunque no escribamos,
criaturas revestidas de sonidos
por el mar y la tierra,
que reclinan su cabeza
sobre el hombro de sus amadas,
la porción ínfima que nos legaron del paraíso.

Estos versos son el chelo que canta,


la cuerda que hacer vibrar la madera,
el chelo que resuena,
cuando buscamos tocar la belleza del tiempo.

14
Lamento por Phillip Seymour Hoffman

En sus actuaciones,
recoge la inmensidad de nuestras vidas,
el doble atajo al río de nuestro nacimiento,
lo que la brisa se empeña
en restituir en el rostro de cada hombre:
la fe, la duda,
el incomprensible acertijo
de quienes miramos las estrellas
desde la intrincada red de las contradicciones.

Él yace cerca
del remanso de los querubines,
en la hospitalidad de los exiliados de la tristeza.
Un roble en medio del pantano.

La luna se marchita
en la medalla de sus ojos abiertos,
un talismán para jugar
con una manada de potros salvajes,
el cielo nocturno
cuando gira la Estrella Polar sobre sí misma.

Phillip Seymour Hoffman


alza la mano por última vez
y mira a un hombre
cruzar
a oscuras
la autopista.

15
An Englishman in New York
(Título de una canción de Sting)

A Daniel Solano Gamboa

Escuchamos a Led Zepellin y a Diana Krall,


artistas tan disímiles,
que pronto nos dimos cuenta,
como en la vieja canción de Sting,
que estábamos extraviados
entre las calles sin regreso de las olas.

Nada nos hacía diferentes.


Compartíamos el esplendor
de una música que nos superaba,
que nos dejaba atrapados
como dos insectos en el ámbar del calor vespertino.

Cinco horas y media no bastaron


para concluir el espectáculo
de los cómplices de turno:
Emerson, Lake and Palmer;
Dream Theater,
Pat Metheny,
Rush,
Keith Jarrett,
Al Di Meola.

Comprendimos que hay atajos


que cruzamos sin saberlo,
arroyos que se mueven en recovecos ignorados,
que transportan el caudal de las ilusiones y los fracasos;

16
ríos que suenan distintos
entre las piedras y las corrientes;
la relativa profundidad de sus cauces
fluye como los sonidos de una canción de rock
o de un estándar reactualizado
por un jazzista atrevido y magnífico;
los ríos invisibles que iluminan nuestra existencia,
el mar de los bosques sin paralelo,
el lugar sagrado que todo hombre porta y descubre,
libre ya de las heridas y las decepciones.

17
Una temporada con Charlie Haden

Una vez más, ha oscurecido.


Según las noticias, Charlie Haden
ha desaparecido sin dejar rastro.

El invierno continúa sin menoscabo.


La lluvia es el ruido interior del que se aleja,
el toro rebuznante de las corcheas y las negras.

Yo vivo en el exilio;
habito una ciudad, pero poco hablo con mis
/vecinos.
Me he alejado para tratar de entender
la cripta de los bosques,
el saludo natural de los pájaros,
el lenguaje inesperado de una mañana de verano.

Voy al traspatio de las cosas;


el azar me hace escribir
como un testigo de los arroyos.

Charlie Haden recoge el arco.


Con su bajo se adentra en la isla cordial de los
/equinoccios.

18
Cerati

A Joan Bernal

Solo quiero hablar con vos


de la música que se aposenta
en las esquinas, de los sonidos
últimos de una larga agonía.

¿Qué querés que te diga?

Todos nos negábamos


a constatar la evidencia.
Nadie observó
la reciedumbre de los hombres
cuando se despiden, por última vez, en un hospital,
el adiós que quedará en la memoria
con el llanto del niño que siempre fuimos.

El agua se eleva en tu puente


y se desliza en nuestro cuerpo
como solo lo sabe hacer una guitarra eléctrica.

No eras poeta,
pero tus letras decían tanto
de nosotros mismos
que crecimos arrullados
en lo más próximo al paraíso.

Eras un músico que jugaba


con las combinaciones inesperadas

19
del abecedario, un moroso sintetizador
que no claudicaba en la oscuridad
previa de los conciertos.

Me gustaría alzar una trompeta,


ser el soplo,
lo que movió la greda entre los espinos.

Puedo seguir hablándote;


tal vez, percibas una letanía
en lo profundo del universo.
No será necesario que me escuches.
Mezcla los sonidos del océano
como un pescador
reconoce una corriente sobre otra.

Descansa ya.
No necesitas que te tienda mi mano.
Deposita todo tu dolor
en el paralelo 10 del planeta,

Es hora de zarpar con toda tu alegría.

20
Norah Jones cena

Ayer la ví.
Era un lirio
en medio del horror del mundo.

II

Mis preguntas y mis dudas de pronto cesaron.


Su cabello y sus ojos negros
me acompañaban a cuarenta y cinco
kilómetros de distancia,
mientras mis vecinos dormían
en un domingo silencioso,
como suelen ser los de Cartago.

Hoy escucho a Norah Jones;


su voz que canta “Come away with me”,
como si un cometa hablara
todos los idiomas antiguos,
como si la luz del verano
me regalara la sombra de un álamo.

Algunas olas se retrasan


en la música de la marea,
pero la luz sigue moviéndose
al compás de los recuerdos,
la bendición de una mirada

21
que se mueve hacia ti entre la inusual multitud
/de un recital.

Sus poemas reposan como un río en la palma


/de tu mano,
las palabras esgrimidas como una suave red
que prolonga el azar de una conexión inusitada.

Recuerdas su rostro:
un bosque de magnolias esparce su sombra.

22
Don´t know why
(Título de una canción de Norah Jones)

Ella no arrancó el auto de inmediato.


Como homenaje, al día siguiente,
ví de nuevo el espectáculo de Norah Jones
en Austin City Limits.

Sus canciones me procuraban


un alivio que no había podido conseguir,
mientras conducía a casa de noche.

Las grandes metáforas se habían vuelto un


/yermo inusitado.
Dejaba el sábado con la impenetrable sensación
/del absurdo.
Me sentía desprotegido ante el atropello de los
/muros,
el naufragio que suponía toda esperanza.

Comprendí la tristeza de los amantes,


la sombra cambiante de las magnolias.

Siempre, llego a destiempo;


además, no creo en el destino.
El azar es más poderoso para mí
que todas las olas del universo.
Un encuentro fortuito
puede iniciar un venturoso amor
o la confirmación de las desolaciones,

23
la niebla que afirma lo que somos,
la oscuridad que dicta las palabras últimas de
/un poema.

II

Pese a todo,
el vecino que padece cáncer
me saluda todos los días;
hay una alejada maravilla
en la rotación del sol
que te hace levantar y bañarte.
Te preguntarás por vos mismo.
Diré que, nuevamente, me he equivocado:
no puedo pedir perdón por ser quien soy.

24
Palés y la salsa

A Caneo, Álvaro, Margarita y Juana

Un destello inicia
cuando un hombre y una mujer bailan salsa.
En el fin del mundo,
Puerto Rico exhibe su mar eterno.
La cadencia de las olas
brilla sobre cientos de poetas
que entregaron su linaje
al puerto repentino de los muertos.

En este momento, Luis Palés Matos


me visita y se acurruca desconsolado
en uno de los vértices de mi cuarto.

El tantán de los tambores me circunda


y bailo como un negro chilango
para dar la bienvenida
a la exactitud de los meridianos,
al cimbreante cuerpo de las mulatas,
a la sonrisa disfrazada de sandía
en la medianoche inconcebible
de los bares del Viejo San Juan.

Me prodigo en el baile, en esa alegría unánime


que da un par de whiskies dobles.
Una incierta columna se apodera
de las catedrales de los precipicios:
un chileno, una argentina, una venezolana,
una salvadoreña y yo alumbramos

25
la noche de una manera distinta,
con risas y palabras dirigidas
a la planicie de las criaturas,
donde las notas de los timbales
se callan para dar paso a la avenida del viento.

Ven, Luis Palés Matos, no llores.


Permítenos celebrar la iluminación de la vida,
esa pareja exultante que baila salsa
en un cumpleaños que siempre recordaremos.

26
Chagall

La brújula del horizonte descansa en tu espalda.


Reconoces el paraje,
el murmullo del río contra las piedras.

En el parque, la niebla se retira.

Bastaría un lápiz para dar sentido al mundo,


pero prefieres escuchar la calma,
el silencio del río contra los sueños.

27
Lao Tse y la esperanza, un 4 de abril

Seré un ángel en tu sueño.


No temas.

Veo a Dalí crucificado


en el Monte de los Olivos.
Lao Tse camina ebrio
a conversar con su maestro
y repara en el sol del ocaso
que se tiende como un lago
en sus ojos que agradecen la lluvia.

Seré un ángel en tus sueños.


Juzgarás que no hay nada posible entre nosotros.

Temerás mis palabras silenciadas,


las que nunca escribiré en un poema:
una afrenta sobre otra afrenta
en medio de la más extrema desolación del mundo.

Miraré el cuarto creciente.


Cuando vibren las cuerdas de la orquesta,
tal vez, eleve una plegaria.

28
Adolescencia

A la memoria de Robin Williams

Entreveo el pasadizo,
la escalera múltiple
que me aleja del exilio.

Extraigo oro al silencio,


la arquitectura insomne
del viento y la distancia,
las fechas donde el mundo era
el arca por donde se destilaba
la noción de la rebeldía.

Cruzaba las aceras


contando la argamasa de las piedras tullidas.
Era un descreído, aunque sostenía
una ingenua fe en el surtidor
que me bañaba con el rocío de la noche,
la pintura fragmentada de los días.

Luego, supe de las fotografías silenciosas del tiempo,


de la sucesión de los instantes
que caían uno sobre otro,
el follaje intacto y sagrado.

29
Un soldado romano escribe

Transgredo las reglas del ejército.


Me dedico a componer suntuosos poemas.
No comulgo con los poderosos.
Ellos agitan el pañuelo de mi mordaza.

La luz cruel
aletea en los ojos de los ciegos.

30
TC-48

Todo parece formar parte de la niebla.

Escucho lejanos
los gritos de unos niños.
No sé dónde estoy.
No sé qué hago aquí.
Mis compañeros permanecen
exánimes, desmadejados.

Entreveo una luz irreal,


como si llegara
de las honduras de la tierra.
¿Qué hago aquí
en los fastos del derrumbe,
en la molicie eterna de los dioses?

Poco a poco, voy reconociendo.


Juárez estaba a mi derecha;
el pasillo, a la izquierda,
y al otro lado, el peruano
cuyo nombre no recuerdo.

Alguien boquea, se lamenta:


quizá, son sus últimos estertores.
El boquete en el fuselaje
parece un campo de tiro,
agujereado con saña.
Una ventisca se abre paso
con un otoño impronunciable en el trópico.

31
Son hojas que arriban
como diminutas cucarachas,
esporas provenientes de una edad remota.

Todavía no comprendo.
Sigo escuchando a los niños.
Muevo mis manos para quitar
las amarras del cinturón que me asfixia.
¿Este es el avión? ¿La aeronave
en la que volábamos con destino a El Salvador?
Me levanto con dificultad.
Las ramas abren y cierran el casco hundido del avión.

Logro salir: la selva clausura


los sueños de setenta jóvenes,
cadetes todos, hijos de la reciedumbre
que algunos confunden con la virilidad.

Los gritos de los niños continúan.

Soy testigo del desastre.


Logro distinguir las letras fatales:
TC-48, bandera argentina.

Suena el mar, los niños juegan.


Alguien grita “gol” y se forma un pequeño estrépito.

32
Marea alta

Recuerdo tu voz, el violonchelo,


la orquídea azul de la melancolía.
No estabas; un paréntesis se instaló en mis palabras,
dejó correr las olas en medio de un horizonte
/daltónico y prolongado.

Quizás, el cielo se abrió


para confrontarme con la nada.
La muerte trastornaba el volumen de las cosas.
Exiliado en una habitación sin término,
escribía poemas aferrado
al madero infalible de las tormentas.

Yo era el sospechoso que inundaba el hondo mástil


/de mis sueños.
las murmuraciones que pululaban
como una avenida cuesta arriba.
Los andamios de la realidad
cedían con frecuencia, hasta que nos miramos.

No sabíamos nada de las convocatorias subterráneas,


de los pantanos transmutados con el movimiento
/de los alisios,
del sopor que se alía a una ventana azotada por la
/lluvia.

La Estrella Polar se volvió, sucesivamente,


la Cruz del Sur, y ésta, a su vez, la explosión de Sirio.

33
Poco a poco, logré saber de vos.
El mundo parecía cerrarse en el fuego de una
/noche prematura.

Ansié escucharte
como un péndulo que detiene un reloj de arena.
Asumí el tiempo y sus constantes oscilaciones:
fluctuaba entre la espera y la esperanza,
el cambio rotundo de lo blanco
a la metáfora amarilla de la desolación.

Te he amado en silencio
como los cometas que se desangran en su trayectoria.
De alguna manera, supe de vos en las largas
/madrugadas de las fronteras,
cuando el búho distingue su presa con la inmediata
/presión de sus garras.

Me obsequiaste un círculo de agua,


un fragmento del Atlántico
al que recurro en los días de gracia.

De nuevo, has regresado.


Me inclino ante tu voz, el violonchelo.

34
Lo que arde

Soy el burdo domador de palabras que causan


/extrañeza,
el aplauso inseguro de quien habla de sus desgracias.

Doy la vuelta al sol


como quien recuerda su niñez.
Mi vista captura el idioma sin fin de las arañas.
Entre las cosas y yo,
existe esa suerte de irrealidad
que es propia de los espectros.
No doy fe de lo que oigo,
salvo de lo que escribo.
Todo parece cancelarse
con la incandescencia de los árboles,
los despojos del tiempo sobre mi cama.

Soy la última columna,


la moneda acuñada entre la locura y el insomnio,
el humo invisible de lo que arde por dentro.

35
Un bipolar en el trapecio

No sé si me llegaste a amar.
La existencia desvanecía su escarcha
entre los horarios y el tráfico,
los minutos consagrados a los cafés y a las comidas.
Yo te amaba como el viento que corre entre los fresnos.

Alguna vez retiramos nuestras miradas,


por temor a ser sorprendidos por nosotros mismos.
Tal vez, tu tiempo estaba destinado
al mes más hermoso del año,
cuando el sol atravesaba el planeta
con su baño de salitre.

Me hubiera gustado tocar tus hombros,


sentir el gozo que ocasiona a un hombre el tacto de
/una piel
que merece el atavío de las constelaciones,

Sólo seguí el consejo de mis amigos:


no ames a quien no te recuerda,
no te acerques a la que no comprenderá
los signos de tus pesares,
la que no entenderá el origen de tus alas.

Supe de la tristeza y del júbilo,


de la constancia de la geografía,
del astrolabio que encendí entre mis dedos.
Era el navegante de las olas y de los horizontes
/más disolutos,

36
el cangrejo que sostenía los gránulos de un
/promontorio
para reponer la tenaza perdida del anclaje.

Todas las noches dormía


como el galeón que se presta a la deriva,
el ave que decide no postergarse contra las piedras.
No conocía mi final.
No sabía si la muerte se acercaría
con los pasos de una enfermera.
Mi sombra caía agotada en Palestina,
en medio de las balas y los fogonazos.
Afganistán era una gangrena
en los remotos años de la senectud.

Yo sólo quería verte y acercarme:


sentir tus ojos, desde el otro lado del mundo.

37
Elevación de las hojas
Constatación

Miro el árbol.
Nadie reconoce
que en sus ramas
el sol forma un océano:
mar abierto, elevación de las hojas.

41
Lápidas

He procurado pasar la página.


No espero nada
salvo la ausencia en otro idioma,
la reiteración de la marea
con su calma y su rabia,
el mandarino que abre la noche
y el búho que se esconde.

¿Quién será la indulgente


que se atreverá a abrazar
la ira enfondada en mi silencio?
¿Mi búsqueda en un cine
bañado por la medianía y la estulticia?

No habrá nadie.

Mientras tanto, cumpliré


con mis obligaciones de contertulio.
Saludaré como otros
en medio del vecindario.
Me sentiré bendecido
por el alba de los cuervos.

Enrumbaré mi vehículo
por la autopista cercana al cementerio.
Poco antes de cruzar,
avistaré a mi derecha
dos motociclistas que se precipitan hacia la
/oscuridad,
raudos y temerarios.

42
A

Comprenderé un poco del mundo:


mis poemas de amor son la zona central del desastre.

Algo de soledad se multiplicará con la inclinación


/de la lluvia.
¿Qué sentido tiene ser un andamio del desamparo?

43
Síntomas

Amo a una mujer,


pero permanezco vacío,
escuchando las voces.

Busco el sol entre las nubes


para asirme de una ilusoria constancia.
El mundo gira con sus nubes eléctricas,
con su antiguo trípode
para sostener ilusiones más extremas.

Vivo gracias a un generoso médico,


cuya ciencia es un bálsamo para los síntomas.
A veces, no entiendo
el alfabeto cirílico de la desolación.
Dormir todas las horas del día.
Esperar en vano alguna señal,
alguna mudanza para emprender el camino.

Pienso en los míos,


en su lenguaje de comprensión y aprecio.
Tacho, reparo y vuelvo sobre mis poemas,
como el mar que huye cuando habla.

44
El amanuense

No sé quién es ella;
se desenvuelve
como una morosa mujer.

Amo a las mujeres que, de pronto,


recuerdan en sus ojos tormenta y niebla,
el escondite de las fortalezas subterráneas.

El sol ilumina mi grafía sin propósito,


como si escuchara
una música pronunciada por un oboe.

No soy; nunca he sido


más que un amanuense,
un escribidor que busca
fotografiar la más profunda de las mareas.

La mujer que alegra mis ojos


se ha adentrado en el mar.
Dudo en hablarle.
Tal vez sea mejor así:
contemplar sus pechos erectos
transigir en el comercio del océano y su cuerpo,
merodear la perfección en lugar de ser partícipe
/de lo que no existe.

Su silueta avanza hacia la playa.


Sus piernas iluminan dos hogueras.

En lontananza, le escribo esta epístola.


Las letras le dirán que existo.

45
Permanencia

En tus ojos veo la corteza


de un sol inconcebible.
Varias lunas giran en tu ombligo.
Dos cometas iluminan
la doble vía de tus piernas.

Toco tus pechos.


Amar es la permanencia de los astros.

46
Horizonte

Aquellos que me aprecian


saben que me refugio
en el silencio prodigado por los libros.

Me gusta el sol y, a la vez, guarecerme de él.


En algunos momentos de mi vida,
he rezado a un dios personal,
me abandono en sus brazos
y le pido que me guíe.

Los hombres somos ignorantes


de lo que es más que aparente.
Creemos tener respuestas
a la pleamar de las noches y las galaxias,
el momento único de nuestro nacimiento.
Pero somos la continuación arbitraria de la hierba,
la expansión de una memoria
que no recuerda el sagrado tacto de los cuerpos.

Si hay algo que debiéramos saber


es cómo amar la piel de las tormentas,
el despojo iridiscente de los abrazos y las caricias.

47
II

Hay tanta verdad en ti, mujer,


que mi vida no bastaría para comprender
el estuario de tu belleza.

Sueño que atraviesas la más intrincada


de las pagodas, que no te detienes
en la solemnidad absurda de los templos.
(Nuestro cuerpo es la verdadera iglesia).

Atraviesas el paisaje para hacerme


sentir el ritmo cambiante de tu viento.
Me llevas de la mano
a todas las habitaciones que han sido y serán.
Te dibujo como un paraje lluvioso,
donde un ave cruza
el más sesgado de los horizontes.

48
Persistencia de los sauces

A Nancy, por su matrimonio

Comienza la fragmentación del fuego,


la posibilidad del azar
en la doble fotografía del instante.

La lluvia pronuncia su nombre.

El viento arrastra
la disolución y el asombro,
lo que se levanta y se olvida.

El parque es una sucesión


de árboles minúsculos.
Tocamos el silencio de las torres,
la soledad abierta de los transeúntes,
los fotones sin par de los enamorados.

49
Instrumentos

El bajo, el chelo.
Lo que hubiera deseado poder tocarlos,
ser la música que fluye
como un río cambiante,
el tiempo líquido de las maravillas,
el acorde feliz de los que bailan.

50
Habitante

Yo no era parte del reino.


Me dediqué a sustraer la raíz de las palabras,
a reconocer a Dios entre los árboles,
junto a las semillas de nácar.

Estaban los triunfadores,


los que habían doblegado al fuego
en medio de sarcófagos de aire.
Estábamos los otros,
los que intuíamos en la poesía
el camino escondido hacia los vestigios de las islas
donde se derrumbaba el cuarto creciente.

Hablábamos de los grandes escritores,


del comienzo de las marejadas
entre el corazón de las cordilleras.
Éramos jóvenes y soñábamos
con nuestras amadas, sus ojos suspendidos
en las donantes del mediodía,
el carbón donde reposaba
la ternura y la nube amarilla de las hojas caídas.

Estrechábamos sus manos, su talle;


el viento corría con la dignidad de los potros salvajes.
No había gloria más inmarcesible
que pronunciar su nombre,
saberse en los rincones de su geografía.
Las amamos como si fueran eternas,
como si el tiempo fuera el instante de la despedida.

51
Yo no era parte del reino.
Lo descubrí mucho tiempo después.
Habitaba la poesía, la orilla mínima del silencio.

52
Estalactita

¿Cómo explicar este marasmo?


Los omoplatos discuten con furia.
De vez en cuando, una lágrima surca mi mejilla.

Acaricio la belleza de las mujeres.


Me gusta ver su perfil,
oír la forma en que discurren.
En esos instantes, no hay misterio, ni preguntas.
El tiempo encarna como una estalactita de sal.

Aún no logro comprender


su manera de ser y de estar en el mundo,
su caricia momentánea en un saludo.

Yo sólo pido unas palabras sencillas como la


/hogaza del pan,
la posibilidad de una oración
en el cuaderno fiel de mis desdichas.

Como cualquier criatura, dependo de los signos


/del sol bajo el agua.
Algunas veces sostengo varios cedros en mis manos;
escucho el viento, el latido de las ramas con los pájaros,
la cadencia unísona de mi corazón con las hojas
/que caen.

A veces no entiendo mi tristeza.


Sé que algo ha pasado, pero no estoy seguro.
Quedan los cadáveres, las alucinaciones,

53
la falible migración de los poemas.
La soledad es el bosque congregado,
esa apetencia de gloria nacida entre la greda;
los instantes se quiebran;
el sol se fractura en cientos de aves.

54
Escrito a una mujer

Porque veo el pequeño sol


de la concisión en tu rostro,
ya que tu nombre es el apócope de Alexandra,
el tránsito de la eternidad a los años
vividos con alegría,
a las meditaciones poco sesudas
de los historiadores del pensamiento.

Porque veo un camaleón


con todos sus colores en tus ojos,
he decidido amarte.
La soledad hermanada
no tiene asidero
en el corazón podrido de los muertos.

Quiero vivir
para ser una nebulosa de neón
en los charcos amarillos de la tristeza.

Tu nombre comienza con cualquier letra del alfabeto.


Termina con todos los trazos de los ideogramas
/conocidos.
Lao Tse y Descartes son mis contemporáneos,
pero pasan de largo con sus palabras cargadas de rocío.

Vos estás aquí


en una madrugada de domingo.
Los libros que no has leído
son la bibliografía melancólica de este poema.
Déjame ser el arcabuz de tus sueños.

55
Concertar el frío, el viento y la lluvia
para dibujar el contorno de la escultura de tus labios.
Déjame ser la arena donde
la espuma se acerca y vuela.
El malecón donde una luciérnaga
persiste en alumbrar el destino de todas las galaxias.

56
Multiplicación

Arribo a las costas donde la luz


se retrae hasta el más duro de los témpanos.

Sigo las huellas


de los que me preceden,
los sabios, los descubridores del follaje
que se cultiva cerca de las palabras olvidadas.

Un jardín multiplica la edad del tiempo,


los colores ambivalentes de los astros.

57
Universo

A Granada, Nicaragua, 2009

La luz del azar me hizo comprender el destino.

Leí a Lao Tse en busca de una verdad íntima y


/satisfactoria.
Los días caían entre la perplejidad de las
/constelaciones.
Un hombre y una mujer borraban los despojos
/del paraíso.

La luz del azar jugaba entre mis dedos;


me enseñaba el candelabro de un alfabeto
/desconocido.

Las voces no eran voces.


Los sonidos recorrían el oleaje de los mares
/imperfectos.

58
Instante

La noche revela su acantilado.


La lluvia desciende al centro de la tierra.

No existe el pasado,
con excepción de la isla íntima de la memoria.
Recuerdo el sol,
su bogar discontinuo entre las nubes,
el camino del jaguar
en la espesura platónica del lenguaje.

Ignoro el futuro.
Los falsos adivinos mascullan
la máscara de los conspiradores,
la rancia solemnidad de los feudos.

Salto sobre el enrejado del tiempo.

Me baño entre dos oleajes.

59
Retorno

Lluvia intermitente.
La tormenta vuelca el orden aparente de los libros,
la insignificante persuasión de los filósofos.

La mesa es más que una mesa:


contiene la cronología de sus maderos,
el reposo de la clorofila,
cuando el hacha corta
los anillos consecutivos de las estrellas.

Los caballos obedecen a la rigidez del cuero.


Los ríos quebrados por la luz
atraviesan el espacio hacia las tormentas.
Los cedros miran el transcurrir de los hombres:
guerra, carroña,
comerciantes translúcidos en el trueque.

Percibo la fuente nutricia de los idiomas,


la estación cerrada al vuelo del águila,
el plexo solar que se extiende sobre la fina capa de
/la garúa.

El mundo retorna transformado en cada ola,


en cada balanceo de los árboles.

Las gotas penden de las hojas en su ruta al origen,


el poema que escribe el sol por encima de los afluentes.

60
Solsticio

A Francisco de Goya
A Branford Marsalis

La Duquesa de Alba ronda la luna.


Calco un dibujo que no es mío.
El sol está al margen.
Plutón aún no ha descendido a los infiernos.
¿Cómo saber quién soy?
¿Cómo olvidar el pasado?

Se ocupa de un insecto para volar.


Una gerencia horrorosa,
que haga sentir el poder,
mujeres desbordando sexo por un poco de víveres.

¿A Goya le habrán llamado “el antiintelectual”?


Vivo en Cartago a pesar de mí mismo.
Mi enojo sólo se aplaca,
cuando contemplo el tenue azul de la lluvia,
el bostezo enorme que significa el ocaso.
Dirán: “es una burla”; “merece ser fusilado”.
“Debe morir, se fue contra nosotros”.
“Debe conocer la ira de Dios” (un carnaval
donde Jesús es bendecido como un rey imbécil).

Por favor, vendan este triste papel,


parecido a una hernia, donde
un solsticio magnificado por un saxofón
aguarda ser recogido por un empleado municipal

61
Core
Dorso

Cincuenta años.
Un día decidí trazar una línea divisoria.

Desde entonces, vivo con sosiego,


disfruto de las tardes, cuando la luz se sustrae
/de las plazoletas.

Una semilla germina en la espalda de las cosas.

65
Literatura

Aún retengo ciertas imágenes de mi infancia:


las calles enlodadas de mi ciudad,
la extraña fascinación por la lluvia,
el retablo de sonidos de las carretas.

Más tarde, rehuía los templos católicos;


me alejaba entre las edificaciones;
de repente, alguien me reconocía
y miraba en dirección contraria.

Suponía que el mundo estaba a mi alcance;


la literatura era un exquisito licor
que bebía todas las noches.
La bruma se enquistaba en los parajes del corazón.

Componía poemas para exorcizar los campos


/de silicio:
una joven en la cual se detenía el sol,
una mujer donde encallaban mis lecturas.
Arqueaba las cejas en busca de una señal,
pero siempre el universo ha sido inexplicable
/para los solitarios.
Nunca el sendero estuvo tan vacío
para quienes tratan de encauzar la corriente.

Sigo escribiendo.
Espero reconciliarme con las orillas,
la vieja arquitectura de los bosques y las aves.

66
Barro

Desearía que cada uno de mis poemas


fuera un libro de una página,
siempre nuevo, diferente.

Doloroso intento.
No hay libro definitivo.
Unas líneas que consideramos bendecidas
se revelan devastadas
por ese torpe calco a nosotros mismos.

Algunas veces salgo airoso.


Pero siempre hay versículos perdidos,
frases que nos traicionan,
oraciones tachadas sin reparo ante la duda,
aunque después, quizá, regresen
bajo otra piel y otro aliento.

Tal es mi oficio:
ser sorprendido por las palabras,
destinar una hoja en blanco
al barro de los sueños.

67
Habitación

Poco a poco, desentraña


el oropel de los falsos ídolos,
la ambigüedad del misterio.

Recuerda con gratitud


la caída de un chubasco,
la historia prolongada de los bosques,
los caballos salvajes del viento.

Como todo poeta, ama


el comercio de las palabras perdidas,
el cuarto abandonado de la música.

68
Anaqueles

Acaricio mis libros,


su disposición en la biblioteca.
Dos ángeles habitan por igual sus páginas.
el pagano de los cónclaves,
el disoluto de las muchedumbres.

De vez en cuando, me hacen un guiño.

Un chelo ensimismado se comunica con el mundo.

69
Enumeración de los ángeles

Coltrane,
Miles,
Monk,
Max Roach,
“Bird”,
Mc Laughlin,
Dizzy Gillespie,
Duke,
Bill Evans,
Charles Mingus,
son algunos de mis ángeles.

No les rezo;
siempre están improvisando.

70
El viejo poeta

En esos días, a pesar de los eclipses,


fui feliz,
merced a una buena cantidad de libros.

Tocan la puerta.

Una joven me pregunta si escribo poemas.


Y nos reímos.

71
Poetas en comunión

Me retienen los espectros.


Las murmuraciones no cesan.

Como a los clásicos,


sólo me sujeta a esta vida
la redondez de la luna,
unos cuantos amigos
que se empeñan
en retorcer el idioma.

No hubo una sociedad de los poetas muertos.


Me atrevo a ver en sus metáforas
la limpidez de las mujeres que los amaron,
la comunión que estalla, el mar que nunca regresa.

72
Los emisarios

A mi tío Hernán

La calzada se movía con el ajetreo de la noche.


Nadie reparaba en mí,
como si me hubiera aliado
al rectángulo de los adoquines.

Boston, París, Santiago


eran nombres de ciudades inalcanzables.
San José palidecía en una burbuja.
Cartago era el límite y la flecha.
Todo moría en mi casa:
las orquídeas, las amapolas,
los emisarios de lo invisible.

Recordé sus nombres:


Evelio, Belisario, Hernán, Carlos,
la familia de mi padre
con sus hermanas dispuestas al sacrificio:
Nelly, Irma, Maruja, Consuelo,
el vasto linaje del tiempo y los caminos
que aún recobro entre mis lecturas.

Alguien tenía razón:


la infancia es una capa de aire;
la edad adulta, el riachuelo que desaparece
en la circunferencia de los astros.

No conozco desenlace para esta historia.


El poema vuelve generoso al comienzo.

73
El viento entre los hombros

La luz solar convierte un muro


en uno más de sus océanos amarillos.
Es diciembre: un hombre ha muerto.
No tuvo descendencia, no se le conoció
pareja alguna. Saludaba descubriéndose
el sombrero que usó toda la vida.
Se llamaba José.

Dos carcinomas se extendían


sobre la piel de su rostro.
La tierra obedecía al movimiento
de sus rudas manos;
extraía el fruto, sin laceraciones.

Practicaba, también, el arte de la jardinería.


Hacía jardines con lentitud,
como una gota de lluvia
que desciende al más largo de los días.

Me acerqué a su ataúd;
sostenía un crucifijo dorado entre sus manos.
Tenía la rara cualidad
de caminar en silencio,
inaudible y postergado.

La luz solar continúa sobre el muro;


el océano amarillo permanece sin cambio.
José atraviesa el muro
como quien decide huir

74
del barullo de la época.
Siente el viento entre los hombros.
Respira hondo y se marcha.

Poco a poco, la luz solar cede,


pero sobre el muro no hay rastros
de las sombras inminentes,
ni de la noche voraz
que clausura todas las vidas.

75
Navidad

A Magaly Longhan

No nos regalaremos nada,


salvo la mutua sombra
de una conversación en una tarde de verano.

Sentiremos la calidez del viento solar,


el refugio que dos amigos establecen
contra la tarde que declina.

Hablaremos de nuestras preocupaciones,


del estruendo de la época,
cuando uno mira a cientos de viandantes
catapultados de bolsas y mercadería barata.

Pensaremos en nuestras familias,


en el azar que deja un atardecer fastuoso
con su alegría absoluta.

Llegaremos a la fiesta.
Hablaremos con los jóvenes que fuimos
y aún guardamos en nuestra memoria.
Veinticinco años después.
Cincuenta años después.
Hasta que la muerte se retire
al último de los agujeros negros.
Hasta que un ave marina atisbe
que las cenizas que flotan en el océano
no son los peces habituales.
El mundo cederá su luz.

76
Nos encontraremos donde el mar
se aproxima a tallar la síncopa de las hojas.

77
Caminata

Cierta introspección despierta con una película,


el sonido de un sax a lo lejos,
las cortezas amarillas de unos tambores.

No hay humedad más fría que la de este espacio.


Avanzo por encima de las historias,
los benévolos relatos de quienes me precedieron.
Miro hacia la luna que se desvanece como una
/montaña.
Aún no se alza el sol.
La vida es sorprendida por el canto de un pájaro
y esa pequeña celebración
me devuelve la cercanía de la ceguera y el asfalto.

Porto la arquitectura de un fantasma,


el fragmento de un cielo escarpado en mis manos.

Es invierno.

Todo inicia con la floración de la luz en nuestros ojos,


como los breves acordes de un piano.

78
Antípodas

El marco de la ventana,
el puente hacia las antípodas.
A doce horas de distancia,
un niño salta sobre los muros,
una joven se aleja en la ascendencia de un río.

Escucho la dispersión de las cosas,


las voces de los hombres
perdidas entre el hormigón y el desierto.
El tiempo colapsa, pasmado de esquizofrenia.

Dibujo la mano que me escribe.


Recreo la corriente subterránea
de las noches sin luna.
Los andamios de la soledad
fructifican en un calendario antiguo.

Reclino en mi ventana
la fantasmagoría de los juegos.

Salto hacia la nada, mar adentro.

79
Tres abordajes a la muerte que nos falta

La celda

Recurro a las viejas nociones:


la libertad con que un rosal
crece en la superficie de mis pupilas,
el movimiento con que la brisa invade mi cuarto,
la crueldad de los que no me conocen,
cada vez que salgo a la calle.

Todo esto es profundamente triste.


Tu habitación es tu propia celda,
una moneda que lanzas y nunca cae.

II

Uno

Tratas de romper la ambición de las neuronas.


Prefieres no responder a su electricidad
a los fallos genéticos que hacen posible
un pronóstico miserable y reservado.

Escuchas la canción.
Eliminas todo deseo.
Aspiras a la mejor de las locuras:
postergar el silencio y las constelaciones.

80
III

Bajel

Escribo como el mar


que talla en las rocas
su lenguaje agreste y noble.

En algún momento, formaré parte


de esas huellas
que borran las gaviotas.

81
He’ s lonely

Escucho el sonido de las cosas que caen,


la ambivalencia de los mares opacos,
la redundancia de una cita
en la medianoche gris de las iglesias.

Todo se enmarca en la mediocridad


almidonada de las aves que cantan,
en el circuito menor de una estrella
que gira en los ojos volátiles del insomnio,
en la furia desplegada por las bestias de paso.

Puerto Viejo recupera su lluvia vespertina,


el caos de la noche acompañado
por la iridiscencia artificial de la droga.

Existe un mundo que desconocemos,


el ritmo travestido por un suave oleaje,
el sol que patea como un mulo
entre las palmeras y las acacias.
¿Quién habla de mí?
¿Quién recuerda unos versos bendecidos
por la falsa imaginería
y la ausencia total de música?

Nadie te escucha, ni te atiende.


El soplo de la vida puede prescindir de vos
y continuar hasta el precipicio.
No cuentas en este mundo de transacciones
/miserables,
de volubles eclipses como los que te persiguen.

82
Prefieres recorrer las arenas de Puerto Viejo,
el otro país en los linderos de la cordura.

83
6 de abril del 2013

A mi sobrino David, a la edad de 11 años

No le temo a la soledad.
Conozco sus insinuaciones,
la forma en que aborda
los meses de aniversario.

El viento penetra mi habitación.


El día pronuncia una vieja clausura.
He aquí el gran reptil del solsticio,
como una fotografía
desvanecida en nitrato de plata.

Marcho a paso lento,


hasta donde la fatiga me permite,
hasta donde el sueño me domina.

Soy tu precedente,
otra manera de formular un poema.
Déjame florecer en tus manos,
como cuando dibujaste, por primera vez,
el destello del mundo.

84
Imperio

Dedicado a la Banda Imperio

Panas y ticos. Tiquillos y meños.


Clarines, trompetas, más tambores,
cajas. Hombres y mujeres viendo
la estrella azul de los desfiles,
la estrella roja del que sopla.
Me muevo con su banda y sus bombos.
Eh, eh, eh, eh, eh.
La voz de Dios se parece a la de todos ustedes.
Mi homenaje son estos versos
cuyo destino será un cementerio.
No puedo tocar el clarín.
Tampoco, puedo componer los colores de sus
/himnos.

Ustedes cierran la fiesta.


Yo recojo lo que queda.

85
Despertar

Me dirijo al sur.
Navegar en el sueño
es cruzar aguas profundas,
los simulacros del antiguo paraíso,
las redes de las nubes.

Miro a los ojos de una mujer


para restituir las ciudadelas perdidas.
Observo el musgo, las cenizas,
toda la denigración del mundo
donde un indigente acostumbra dormir.

Comienzo la hilación de los días,


la decisión de quien tira los dados
y nunca termina de identificar los números.

86
Lo sagrado

No huyo de la presencia.
La poesía es uno de los eslabones perdidos,
la red por donde se escapan
las certezas y las preguntas.

Aguardo la suspensión del lenguaje.


Entrar a la tormenta
sin ser tocado por la lluvia eléctrica.

87
Hereje

Tal vez, ya exista la gracia,


ese estado de concordia
con todo lo creado:
el mar, las olas, el horizonte.

Lo invisible debe estar en las estrellas


de una manera que no comprendo.

Me dejo llevar por el oscuro Tao.


Los niños juegan como las primeras lluvias.

88
El fresno

A David Cruz y Gustavo Díaz.


A Miroslava.

Déjate llevar por el abanico de las nubes.


Déjate conciliar por el silabario de los niños buenos.

Intuyes que algo existe,


más allá de todo dolor y de toda incomprensión.

No sabes cómo llamarlo.


No sabes si tiene nombre.
No sabes si un antiguo oriental
acertó a nombrarlo
y cerró sus ojos poco antes de morir.
No sabes si como poeta
eres capaz de prodigarte en el exilio
como la sonrisa de una madre ante sus hijos.

No sabes nada.
Sólo estás con tu largo discurso
como las mariposas azules
que vuelan en el ocaso.

Te dirán “loco” o “arrogante”.


Te enseñarán la hiel dogmática
de los que no abrigan dudas.
Te mirarán con suspicacia,
con extrema precaución;
sabes que sos frágil,
como una brújula oscurecida

89
por la ronda de los famélicos,
los que atesoran oro
en sus esclusas malolientes.

El mundo era hermoso y terrible


hace un millón de años.
Lo sigue siendo todavía.

Deseas aliviar tu tristeza y tu ira,


ese momento donde todo
se precipita en un muladar perenne.

De pronto, te llama un amigo,


alguien que quiere celebrar la vida
con su hermano y su amada.

Dices sí.
Te levantas, lees un poema,
y sales al descampado.

Un amigo decide plantar un fresno


en el horizonte cautivo de los ciegos.

90
Heredero

A mis padres, Maura y Evelio


A Luis y Yiria Bolaños

Soy heredero de hombres sabios y generosos,


que se han confesado
creyentes o no creyentes.
Yo escribo que Dios es el Universo
y que una espora también es Dios.
No puedo desconocer a los taoístas,
pese a que fui bautizado como católico.

Soy franciscano, cuando hablo


del hermano sol y de la hermana luna.
Soy musulmán, cuando pronuncio el nombre
/de Mahoma.
Quiero ser espiritual y humano.
Como ser humano aspiraré a la divinidad,
no para que me hagan santo,
sino para estar agradecido con el sol, el mar, la lluvia.

Trataré, cada día y cada minuto,


de ser como un niño,
pero envejeceré y moriré.
Me olvidarán,
pero otros poetas como Luis y Yiria
escribirán viendo la mano de Dios,
con su corazón y sus palabras
hermosamente dichas en castellano.

91
Core

Me pregunto por la sucesión del azar,


la embestida de mi imaginación
en la fotografía de un árbol
marchitado por el sepia,
la oposición de la oscuridad al movimiento del
/pincel,
el nombre que hace de la vida y de su cese
una misma ola en diferentes bahías.

Me pregunto por las sombras en las aceras,


su fluir meridiano con el tránsito del sol,
la maravilla que oscila
en el movimiento de nuestros dedos
cuando oscurece nuestra habitación.

Danzamos siempre con el fuego,


con su antifaz de molicie y polvo.
El tiempo nos muestra la columna vertebral de
/la luna.

Mi corazón es el estrépito de los potros salvajes


/sobre la planicie.

92
ÍNDICE

Heterónimos sin sospecha

El día y los océanos /11


La belleza del tiempo /13
Lamento por Phillip Seymour Hoffman /15
An Englishman in New York
(Título de una canción de Sting) /16
Una temporada con Charlie Haden /18
Cerati /19
Norah Jones cena /21
Don´t know why
(Título de una canción de Norah Jones) /23
Palés y la salsa /25
Chagall /27
Lao Tse y la esperanza, un 4 de abril /28
Adolescencia /29
Un soldado romano escribe /30
TC-48 /31
Marea alta /33
Lo que arde /35
Un bipolar en el trapecio /36

Elevación de las hojas

Constatación /41
Lápidas /42
Síntomas /44
El amanuense /45
Permanencia /46
Horizonte /47
Persistencia de los sauces /49
Instrumentos /50
Habitante /51
Estalactita /53
Escrito a una mujer /55
Multiplicación /57
Universo /58
Instante /59
Retorno /60
Solsticio /61

Core

Dorso /65
Literatura /66
Barro /67
Habitación /68
Anaqueles /69
Enumeración de los ángeles /70
El viejo poeta /71
Poetas en communion /72
Los emisarios /73
El viento entre los hombros /74
Navidad /76
Caminata /78
Antípodas /79
Tres abordajes a la muerte que nos falta /80
He’ s lonely /82
6 de abril del 2013 /84
Imperio /85
Despertar /86
Lo sagrado /87
Hereje /88
El Fresno /89
Heredero /91
Core /92
Este libro se terminó de imprimir
en el mes de mayo del año 2017
San José, Costa Rica

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