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La distinción entre masculino y femenino establece un eje principal en el mapa mental con el cual
las personas entienden su mundo y se orientan cotidianamente en él.
Una parte de las representaciones se hace visible a través del lenguaje cotidiano. Por eso, las
palabras con las que se describe qué es un hombre y qué es una mujer son una buena puerta de
entrada para su análisis se hizo una encuesta preguntando ¿Cuándo usted piensa en la palabra
mujer, que se le viene a la cabeza? Y lo mismo para el concepto de hombre. Esto dio como resultado
que: las representaciones de los géneros siguen un conjunto delimitado de patrones que no son
arbitrarios, sino que responden a la estructura de la sociedad y a los cambios culturales.
Estas representaciones no se organizan al azar; están asociadas con mayor o menor fuerza a ciertos
rasgos de la estructura de la sociedad como los sexos, las edades o los estratos.
Obviamente, una de las diferencias más fuertes está dada por el sexo de las personas encuestadas.
La imagen que tienen las mujeres de sí mismas no es igual a la que los hombres tienen de ellas.
Ambos grupos tienen una imagen positiva de la mujer, pero ellas la tienen en mayor grado (80%)
que los hombres (70%). A su vez, ambos le dan una importancia central al rol de madre, las mujeres
se definen más como luchadoras mientras que los hombres consideran esta característica como
inferior.
Para los hombres es más central la caracterización de las mujeres en torno al amor, ternura y
delicadeza -vínculos afectivos-, mientras que para las mujeres esta definición no es muy importante.
Síntesis:
La familia sigue siendo el gran referente que define la identidad de la mujer (tanto para ellas
mismas como para los hombres)
Las mujeres se tienden a pensar que sus roles familiares definen una identidad vinculada a
la responsabilidad, esfuerzo y sacrificio -luchadora-.
La identidad de “pareja” no es significativa en este espacio los hombres reconocen a las
mujeres por su rol en la relación de pareja (amor, delicadeza, ternura) y no las reconocen
por el esfuerzo que realizan al interior de la familia o su esfuerzo personal.
Ahora bien, no existen grandes variaciones en los términos utilizados entre los estratos
socioeconómicos solo en el segmento más pobre se tiene una valoración más negativa de la
mujer.
Con respecto a la edad: en segmentos con edad más jóvenes empieza a desaparecer la
caracterización de la mujer en torno a la familia y la maternidad Mientras que en las generaciones
mayores de 65 un 30% de sus imágenes responde a familia, en las generaciones entre 18 y 24 años
ésta es de 20%. En las generaciones más jóvenes también tienden a aumentar otras imágenes
positivas de las mujeres, tales como inteligencia, capacidad e independencia.
Las representaciones del hombre
La representación del hombre se define a partir de los rasgos negativos de su carácter o de las
relaciones que establece. machista, irresponsable, mentiroso y flojo. En segundo lugar, se define
la concepción de hombre a través de los vínculos familiares que tiene padre, hijo, hermano, familia.
En tercer lugar, se le identifica con la figura de proveedor trabajo, trabajador, proveedor.
Los hombres se describen más frecuentemente con palabras tales como trabajo, responsabilidad y
amigo, entre las mujeres esas palabras tienen significativamente menor peso y, en cambio,
sobresalen los términos machista e irresponsable valoración más negativa de las mujeres con
respecto a los hombres.
Las mujeres ven más en los hombres protección y los hombres en ellos mismos responsabilidad.
Con respecto al estrato socioeconómico: A medida que desciende el estrato, tienden también a
descender sus atributos positivos. las mujeres pobres son portadoras de la imagen más negativa
del hombre.
Los rasgos negativos tienden a estar más presentes en el grupo de edad de 18-24 años mientras
que las valoraciones positivas aparecen con más fuerzas entre los mayores de 65 años.
Las diferencias en la valoración de ambos sexos se da en: su definición en base a la familia (en el
caso de la mujer, aquella se define por la familia en un 25% mientras que en el caso del hombre en
un 16% de las menciones en la encuesta); en la valoración que se le atribuye a ambos sexos: la
imagen negativa de los hombres llega a un 18% de las menciones, en el caso de las mujeres, solo
un 2% de las menciones reconocen aspectos negativos de esta.
Las imágenes de los sexos remiten a una diferencia y, por lo mismo, la definición de uno supone y
produce la definición del otro. La representación de la mujer se organiza lógicamente incorporando
una imagen de su diferencia y de sus relaciones con el hombre, y viceversa.
El PNUD propone que las definiciones de hombre y mujer son relacionales quienes asocian a las
mujer por sus vínculos familiares, también asociación al hombre con sus vínculos familiares, a su
vez que las personas que asociación a las mujeres por sus rasgos de carácter positivos, tienen una
imagen negativa del carácter del hombre.
Sin embargo, hay casos en que cada definición tiene puntos de incoherencia producto de los cambios
culturales, sobre todo el proceso acelerado que vive Chile en este aspecto y tbm por los conflictos
de las relaciones de género actuales.
En este tipo de representación las relaciones de género se organizan sobre la idea de los bienes y
satisfacciones que acarrea la distribución complementaria de los roles tradicionales del hombre y de
la mujer: aquél provee económicamente y establece las relaciones del hogar con el espacio público;
ella cuida el espacio doméstico, sus recursos y sus relaciones aquí el hombre y la mujer se definen
por su afectividad y por necesitar del cuidado del otro, constituyendo así una unidad dual y
complementaria. Por eso es que la vida en pareja es un ideal; sólo en ella parece posible realizarse
como persona. (el cuerpo y la sexualidad no tienen un papel importante en definir las identidades).
En esta representación hay una valoración muy favorable de los roles y capacidades
tradicionalmente asignados a las mujeres: cuidadoras y administradoras de recursos, mientras que
los hombres: proveedores.
No hay tolerancia con la identidad homosexual, sea masculina o femenina la diferencia de las
identidades debe cuidarse de muy pequeños. poca tolerancia a situaciones que se interpretan
como contrarias a la imagen tradicional de la familia (José Antonio Kast kjajjj).
Se mira las transformaciones recientes -nuevas leyes de equidad- con cierto recelo, pues podrían
afectar el equilibrio que se estima natural entre los sexos.
Aquí las relaciones de género son desiguales porque por naturaleza las mujeres y los niños son
dependientes del cuidado de los hombres, quienes se perciben con mayores capacidades de
mando, autonomía, capacidad de poner orden y de proveer el sustento.
Se le asigna poco valor a los esfuerzos de la sociedad por superar las desigualdades de género.
Esta capacidad para poner orden se ve constantemente amenazada cuando la mujer sale a
trabajar, los cambios sociales que debilitan la autoridad masculina, la homosexualidad y desempleo.
el orden debe imponerse, aunque sea agresivamente miedo como componente importante de
las relaciones familiares.
Hay más ventajas para los hombres que para las mujeres. Existe una imagen del mundo como un
lugar duro y lleno de amenazas. (sobre todo con respecto al cumplimiento de los mandatos de género
que le asignan (no sé quien, pero son asignados)).
En esta representación se dan las intolerancias más fuertes: que la mujer trabaje fuera del hogar y
especialmente la identidad homosexual masculina y femenina, intolerancia que se expresa de
manera burlona y despectiva.
Mayor flexibilización producto de las tendencias actuales, tanto las económicas, que imponen la
salida de la mujer al trabajo, como las culturales, que impulsan una mayor igualdad entre los sexos,
exigen una mayor flexibilidad en la distinción de los roles de hombre y de mujer. Pero lo anterior no
significa que se pueda subvertir el orden tradicional la distinción nítida entre identidades femeninas
y masculinas.
Esta representación elabora una fuerte separación entre los roles prácticos y las identidades
sexuales; los primeros son perfectamente modificables, los segundos no. En este sentido, las
identidades de las personas se definen por una opción en el orden de los valores: hombres y mujeres
son diferentes por su identidad sexual, no por los roles sociales que tradicionalmente se les
adjudican.
Con respecto a la distribución de tareas, esta representación es liberal e igualitaria, ya que los roles
son convenciones que pueden modificarse según la conveniencia práctica. ambos sexos pueden
tener los roles que quieran y se afirma una autonomía entre los géneros, pues ninguno requiere ser
cuidado por el otro.
Ser hombre o mujer no trae ventajas o desventajas (ya que los roles y las tareas son distribuidos
independiente del sexo).
La familia sigue siendo el lugar más propicio para establecer los vínculos entre hombres y mujeres,
y es el más eficiente para organizar las cooperaciones prácticas que requiere la vida cotidiana, pero
su definición no es rígida ni se basa sólo en la dependencia o en el sacrificio de unos en favor de
otros.
No se ve al hombre como proveedor porque quien en realidad la que se lleva el peso de la economía
familiar es la mujer.
Las ventajas se la llevan los hombres y esto no es natural, sino producto de la forma en que la
sociedad distribuye las oportunidades.
En esta representación las relaciones de género son horizontales y hay una amplia tolerancia a las
diferentes identidades. Aquí todas las personas son iguales, y lo que han llegado a ser es el resultado
de sus elecciones personales. Por lo mismo, las identidades, incluidas las de género, no son
naturales ni tienen valor por sí mismas. En general, la vida no se ve afectada por el hecho de ser
hombre o mujer. La realidad de la desigualdad de género no suele ser objeto de crítica porque se
cree que en el fondo esa desigualdad es un anacronismo irrelevante. (Sebastián Piñera).
El foco de esta representación es que los hombres y mujeres son autónomos, tienen las mismas
capacidades. Los roles domésticos y laborales se deberían repartir sin discriminaciones.
NINGUNO TIENE VENTAJA SOBRE OTRO JEJEOK.
Las identidades de género no los define, sino que sus valores, su personalidad y sus elecciones.
Es la representación más tolerante, por lejos, a las redefiniciones de los roles de género y a la
diversidad de orientaciones sexuales y formas de convivencia de pareja.
La representación “tradicional” tiene casi la misma proporción de hombres y mujeres, pero es más
propia de los grupos de mayor edad y del estrato de clase media baja (las mujeres están todo
el día en la casa). Es el grupo menos interesado en la política y tiene un bajo consumo de bienes
culturales. No tiene proyecciones a futuro. Tienen carencia de recursos para realizar proyectos o
emprender actividades autónomas la familia, la vida doméstica y la pareja son centrales.
El grupo social más afín a la representación “machista” se caracteriza por la fuerte presencia de
hombres, un 70% del grupo, de clases medias y bajas (D-E) y de personas entre 45 y 55 años. Una
alta proporción son casados con hijos y por eso tienen una alta carga de responsabilidades
económicas. Hay mayor presencia de habitantes de zonas rurales, especialmente de la zona sur. Su
educación tiende a limitarse a los grados básicos. Es el grupo más comprometido con la religión,
especialmente de orientación evangélica. Las mujeres que pertenecen a este grupo presentan las
mismas características estructurales que los hombres, aunque tienden a ser de mayor edad y tener
menor nivel educacional. Lo más importante en esta representación es que el hombre sea un buen
proveedor. Este grupo -que se representa con esta concepción “machista” de las relaciones de
género- tienen alta precariedad social e inseguridad, porque solo los hombres trabajan. En ausencia
de otros recursos como educación o capital social, los portadores de la representación machista
apelan al tradicionalismo cultural y religioso para enfrentar sus realidades.
La diferencia entre “tradicionales” y “machistas” consiste en que los primeros encuentran un refugio
en sus relaciones de pareja y en sus vidas domésticas, mientras que los segundos enfrentan solos
las amenazas del mundo social y familiar por eso deben subordinar a la mujer.
Sostienen que las mayores posibilidades que se adquieren con la flexibilización de los roles prácticos
deben compensarse con una férrea reafirmación de las identidades, lo que realizan a través de una
fuerte discriminación de la identidad homosexual femenina y masculina.
En el grupo social que sostiene la representación “luchadora” un 75% son mujeres. Además, tiende
a estar compuesto por personas del tramo entre 30 y 40 años, pertenecientes a la clase media-baja
urbana. Tienen enseñanza media completa y estudios técnicos. Su consumo de bienes culturales es
bajo. Su situación familiar es variada, con una proporción de casados menor que los otros grupos,
con excepción de los “liberales”. Aquí se ubica la más alta proporción de separaciones y jefes de
hogares monoparentales de la muestra. Disponen de poca confianza en sus recursos personales
para llevar adelante sus proyectos.
Lo que se observa es la contradicción entre una conciencia y un deseo de mayor igualdad y una
experiencia de dependencia y de discriminación en las relaciones económicas, de pareja y familiares.
quedando atrás sus sueños de autonomía, provocando frustración canalizada a través de una
fuerte crítica a los hombres, quienes son los responsables de su situación (de frustración).
Las representaciones tienen un fuerte anclaje en la estructura social y en las experiencias subjetivas
de las personas.