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Abreviaturas

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RAH Real Academia de la Historia
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SP. State Papers

europa y los tratados.indb 11 27/07/16 11:52


Capítulo décimo
Guerra y alianzas en la lucha por la hegemonía europea
durante la segunda mitad del siglo xvii. El papel de España
Antonio José Rodríguez Hernández1
UNED

No es fácil entender los tratados de partición y el propio concepto de de-


cadencia española sin profundizar en un elemento tan básico y esencial como
el ejército. Las fuerzas armadas en la Edad Moderna eran una de las piezas
claves para que un país pudiera mantener su soberanía y lograra defenderse
de cualquier enemigo externo o interno, constituyéndose como uno de los
vértices de la conservación de cualquier Estado, y el mayor gasto al que debía
enfrentarse cualquier nación. Ese factor militar fue también básico para la
España de la segunda mitad del siglo xvii, y sin duda, si los resultados bélicos
frente a Francia no hubieran sido tan negativos, seguramente nunca se hubiera
contemplado el reparto de la Monarquía, ante la clara conciencia de que Espa-
ña no parecía que tuviera los medios suficientes para defenderse por sí misma.

1.  La historiografía y la guerra

La guerra fue una constante especialmente omnipresente durante la segunda


mitad del siglo xvii, y los ejércitos, tácticas, métodos y armas fueron evolucio-
nando y modernizándose en toda Europa. La época que enmarca los tratados de
reparto es un período que ha suscitado un enorme interés historiográfico en lo

Este trabajo se integra en el proyecto de investigación HAR2012-37560-CO2-01, Conser-


1 

vación de la Monarquía y equilibrio europeo en los siglos XVII-XVIII.

[247]

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relativo a los grandes ejércitos, ante el continuo despliegue de los mismos y su
cada vez mayor importancia. Un momento en el que estos aumentaron vertigi-
nosamente sus efectivos, fraguándose continuas alianzas militares que hicieron
que los campos de batalla europeos adquirieran unas dimensiones nunca vistas,
acrecentándose el número de bajas en combate, sin que los asedios perdieran su
importancia. Son numerosos los estudios que han analizado los ejércitos euro-
peos de esta época, tanto desde un punto meramente militar, como desde otras
diversas perspectivas, muy significadamente su relación respecto a la economía
o el poder2. Para esas fechas todos los grandes ejércitos europeos —salvo el
español— gozan de importantes estudios históricos. El inglés recibió atención
temprana de diversos autores en los años 70 y 80 del siglo pasado3, al igual
que el francés4. Incluso los ejércitos de Francia y Holanda han sido estudiados
en profundidad, con mucha seriedad, multiplicándose las investigaciones sobre
ellos desde la década de 1990 hasta nuestros días5.
En cambio, la segunda mitad del siglo xvii es una época oscura y poco estu-
diada dentro del ejército español. Algo lógico si tenemos en cuenta que se trata
de una época marcada por la palabra decadencia y por las continuas derrotas
militares, lo que no suele conllevar estudios históricos importantes en ninguna

2 
P. Kennedy, The Rise and Fall of the Great Powers. Economic Change and Military Con-
flict from 1500 to 2000, Nueva York, Vintage Books, 1987. J. Brewer, The Sinews of Power.
War, Money and the English State, 1688-1783, Londres, Century Hutchinson, 1988. C.J. Ro-
gers (ed.), The Military Revolution Debate. Readings on the Military Transformation of Early
Modern Europe, Boulder, Westview, 1995. P. Contamine (ed.), War and Competition between
States, Oxford, Clarendon, 2000. J. Glete, War and the State in Early Modern Europe. Spain,
the Dutch Republic and Sweden as Fiscal-Military States, 1500-1660, Londres, Routledge,
2002. G. Rowlands, The Financial decline of a great power. War, Influence and Money in Louis
XIV’s France, Oxford University Press, 2012.
3 
Especialmente J. Childs, The Army of Charles II, Londres, Routledge, 1976; The British army
of William III, 1689-1702, Manchester University Press, 1987; y The Nine Years war and the British
Army 1688-1697. The operations in the Low Countries, Manchester University Press, 1991.
4 
A. Corvisier, L’armée française: de la fin du XVIIe siècle au ministère de Choiseul, París,
Presses Universitaires de France, 1964; Les Français et l’armée sous Louis XIV, d’après les
mémoires des intendants, 1697-1698, Vincennes, Service historique, 1975.
5 
H.L. Zwitzer, ‘De militie van den staat’. Het leger van de Republiek der Verenigde Ne-
derlanden, Amsterdam, Van Soeren, 1991; A. Corvisier (dir.), Histoire militaire de la France.
1, Des origines à 1715, París, Presses Universitaires de France, 1992; J.A. Lynn, Giant of the
Grand Siècle. The French Army 1610-1715, Cambridge, Cambridge University, 1997; D. Parrott,
Richelieu’s Army: War, Government and Society in France, 1624-1642, Cambridge University
Press, 2001. G. Rowlands, The Dynastic State and the Army under Louis XIV. Royal Service and
Private Interest, 1661-1701, Cambridge University Press, 2002; H. Drévillon, L’impôt du sang:
le métier des armes sous Louis XIV, París, Tallandier, 2005; R.B. Manning, An Apprenticeship in
Arms. The Origins of the British Army 1585-1702, Oxford University Press, 2006; J-P. Cénat, Le
roi stratège: Louis XIV et la direction de la guerre, 1661-1715, Rennes, PUR, 2010; O. van Ni-
mwegen, The Dutch Army and the Military Revolutions 1588-1688, Woodbridge, Boydell, 2010.

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historia nacional. Un período que ha suscitado interés en la historiografía euro-
pea interesada por el mundo militar, debido a que fue clave en la configuración
del Estado Moderno6. También el paradigma de la creación de los primeros
ejércitos permanentes en Europa ha generado debates que suelen olvidar a Es-
paña, ante el poco conocimiento que se tiene de la monarquía hispánica. Y eso
a pesar de que en muchos estados los ejércitos permanentes no arraigarán hasta
el final de la Guerra de los Treinta Años o la década de 16507, más de un siglo
después de que España lo consiguiera.
Al contrario que en otros países, el estudio de este período de la historia de
España no ha sido atractivo y no ha generado trabajos de relevancia, o recopi-
laciones documentales propias del positivismo. En general siempre el siglo xvi
ha generado más interés por la posibilidad de analizar las glorias y victorias que
conllevaron la forja de un imperio, en un tiempo en que la monarquía hispánica
era la potencia hegemónica. Algo que refleja muy bien el hecho de que buena
parte de los historiadores castrenses del siglo xix no dediquen demasiado es-
pacio en sus obras a la segunda mitad del siglo xvii, frente al siglo xvi8, siendo
un buen ejemplo la obra de José Almirante9. Lo mismo que se advierte en los
especialistas españoles que han analizado esta época durante el siglo xx, y que
en general usaron las mismas fuentes. Además del desinterés por el estudio de la
derrota, también se une el hecho de que la mayoría de estas grandes obras —es-
pecialmente las elaboradas en el siglo xix— beben de fuentes francesas y de la
incipiente historiografía dedicada a elogiar a Luis XIV, y fueron realizadas por
oficiales educados fundamentalmente con libros franceses y bajo un rey de la

6 
J.A. Lynn, «Clio in Arms: The Role of the Military Variable in Shaping History», The
Journal of Military History Vol. 55, Núm. 1 (1991), págs. 83-95; S. Gunn, D. Grummitt y H.
Cools, «War and the State in Early Modern Europe: Widening the Debate», War in History 15:4
(2008), págs. 371-388; B.M. Downing, The military revolution and political change. Origins
of democracy and autocracy in Early Modern Europe, Princeton University Press, 1992; T.
Ertman, Birth of the Leviatan. Building States and Regimes in Medieval and Early-Modern
Europe, Cambridge University Press, 1997.
7 
J.A. Mears, «The Emergence of the Standing Professional Army in Seventeenth-Century
Europe», Social Science Quarterly 50:1 (1969), págs. 106-115 y «The Thirty Years’ War, the
«General Crisis,» and the Origins of a Standing Professional Army in the Habsburg monarchy»,
Central European History, 21/2 (1988), págs. 122-141; P.H. Wilson, German Armies: War and
German Politics, 1648-1806, Londres, UCL, 1998, págs. 23 y sigs. F. Tallett, War and socie-
ty in Early-Modern Europe, 1495-1715, Londres, Routledge, 1995. Para el caso inglés: L.G.
Schwoerer, «No Standing Armies!» The Antiarmy Ideology in Seventeenth-Century England,
Londres, Johns Hopkins University, 1974.
8 
Conde de Clonard, Historia orgánica de las armas de infantería y caballería españolas desde la
creación del ejército permanente hasta el día, tomos III-V, Madrid, Imprenta D.B. González, 1851-62.
9 
En este tomo el autor dedica solo 83 páginas para hablar de los hechos entre 1659 a final
de siglo, frente a las 368 que utiliza para la primera mitad del siglo, parte a la que dedica 4 ve-
ces más espacio: J. Almirante, Bosquejo de la Historia Militar de España hasta el fin del siglo
XVIII, tomo III, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1923.

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dinastía Borbón. De hecho la única obra que utiliza documentación original —la
del conde de Clonard— no es una investigación exhaustiva, peca de desinterés
por el período, y comete frecuentes errores que desde entonces han sido repetidos
hasta la saciedad.
Tampoco ha ayudado que a esta historia realizada en los cuarteles en el
siglo  xix se le hayan sumado los historiadores civiles del período que tam-
bién han cargado las tintas en el mismo concepto10. Una noción de decaden-
cia —que aplicada al ejército— ha pesado mucho en la historiografía11, y
en la conciencia colectiva, al ser una explicación sencilla, simple y de fácil
alusión para justificar la pérdida de hegemonía de España en el mundo. Una
definición que se utiliza muy bien cuando se mira hacia atrás, sabiendo lo
que ocurrió, pero que es más difícil de manejar cuando se estudian los hechos
concretos, y se comparan con los problemas de otros estados. Incluso la ten-
denciosidad de la palabra ha pesado en el panorama editorial, hasta el punto
que la edición española —en 1981— del libro de I.A.A. Thompson modificó
el título original para incluir la palabra decadencia12, y eso que la palabra en
sí no se advierte demasiado entre sus páginas. Si bien su tesis señala como
uno de los primeros síntomas de la decadencia militar de España su progre-
sivo abandono —desde finales del siglo xvi— de la administración directa
dentro del ejército, esta teoría de «devolución» militar no ha sido vista como
un hecho de decadencia en otras naciones y ejércitos, sino como algo habitual
e incluso beneficioso13.
En palabras del historiador sueco Jan Glete, el declinar de España ha sido uno
de los más manidos clichés de la historia moderna europea14. Esto hace necesario
que los historiadores del siglo xxi volvamos a tratar el tema, ante la obligación de
que el período vuelva a ser investigado casi desde cero, algo que es perfectamen-
te posible gracias a las magníficas fuentes documentales de los archivos españo-
les y de los territorios que en otros tiempos estuvieron bajo su soberanía. Basán-
dose en esas fuentes primarias, recientemente nuevos estudios se han centrado en
múltiples aspectos del ejército de la monarquía hispánica, como los de Luis Ribot

10 
A. Cánovas del Castillo, Historia de la decadencia de España, desde el advenimiento de
Felipe III al Trono hasta la muerte de Carlos II, Madrid, Biblioteca Universal, 1854; y Bosque-
jo histórico de la Casa de Austria en España, Madrid, Biblioteca Universal, 1869; M. Pedregal
y Cañedo, Estudios sobre el engrandecimiento y decadencia de España, Madrid, F. Góngora,
1878; F. Picatoste Rodríguez, Estudios sobre la grandeza y decadencia de España, 3 vols.,
Madrid, Viuda de Hernando, 1883-87.
11 
E. García Hernán, Milicia general en la edad moderna. El batallón de Don Rafael de la
Barreda y Figueroa, Madrid, Ministerio de Defensa, 2003, págs. 43-54.
12 
I.A.A. Thompson, Guerra y decadencia. Gobierno y administración en la España de los
Austrias, 1560-1620, Barcelona, Crítica, 1981.
13 
D. Parrot, «¿Revolución militar o devolución militar? Cambio y continuidad en la Edad
Moderna militar», Studia historica. Historia Moderna, 35 (2013), págs. 33-59.
14 
Glete, War and the state…, ob. cit., pág. 95.

[250]

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sobre la Guerra de Mesina15, la visión de conjunto de Christopher Storrs sobre el
reinado de Carlos II16, o los trabajos de Davide Maffi sobre Milán y sobre todo el
período17, además de otras aportaciones sobre el reclutamiento18. Gracias a todos
ellos hoy podemos dar una nueva visión del ejército, que demuestra diferentes
matices que algo nos alejan de la temible palabra decadencia, ya que por encima
de todo la Monarquía sobrevivió a momentos muy difíciles, atestiguándose su
capacidad de resistencia ante una coyuntura muy adversa.
Está claro que en esa época el ejército de la monarquía hispánica sufrió
muchas derrotas ante su clara incapacidad de llevar a la lucha tantos hombres
como los franceses, y que no era tan imponente y avasallador como en otras
épocas, por lo que su nombre no imponía tanto respeto como antes. Pese a ello
no debemos considerarle simplemente como la sombra de lo que había sido.
El problema de partida es la vieja consideración de que el ejército había sim-
plemente desaparecido, sin tener en cuenta otros muchos factores internos y
externos por los que atravesaba España, o el exponencial crecimiento del resto
de los ejércitos europeos, y muy especialmente el ejército francés.

2.  Una cuestión de números

Siempre se ha visto como un signo de la decadencia militar española de la


segunda mitad del siglo xvii la notable reducción de efectivos de los últimos
años del reinado de Carlos II, cuestión muy mediatizada por algunas de las
descripciones realizadas poco después, como la del marqués de San Felipe, que
afirmaba que no había más de 20.000 soldados a la llegada de Felipe V19. Pero
esta clase de fuentes no dejan de ser interesadas ante su marcada inclinación por
presentar a Felipe V como un salvador, por lo que debemos tomar estas cifras
con cautela. De hecho en general se olvida que a la muerte de Carlos II el único
gran conflicto que los españoles mantenían era el sitio de Ceuta, donde en 1698
había más de 5.000 soldados defendiendo la plaza asediada por los musulma-
nes20, guarnición que curiosamente no se ve reflejada en el relato de San Felipe.

15 
L. Ribot, La Monarquía de España y la guerra de Mesina (1674-1678), Madrid, Actas, 2002.
16 
C. Storrs, La resistencia de la monarquía hispánica 1665-1700, Madrid, Actas, 2013.
17 
D. Maffi, La cittadella in armi. Eercito, società e finanza nella Lombardia di Carlo II
1660-1700, Milán, Franco Angeli, 2010, y «Las guerras de los Austrias (1500-1700)», en L.
Ribot (coord.), Historia Militar de España, vol. III, La edad moderna, tomo II, El escenario
europeo, Madrid, Ministerio de Defensa, 2013, págs. 99-103.
18 
A.J. Rodríguez Hernández, Los Tambores de Marte. El Reclutamiento en Castilla duran-
te la segunda mitad del siglo XVII (1648-1700), Valladolid, Universidad de Valladolid, 2011.
19 
V. Bacallar (marqués de San Felipe), Comentarios de la guerra de España, e historia de
su rey Phelipe V…, vol. I, Génova, Matheo Garvizza, 1726, pág. 43.
20 
A. J. Rodríguez Hernández, La ciudad y la guarnición de Ceuta (1640-1700). Ejército,
fidelidad e integración de una ciudad portuguesa en la monarquía hispánica, Ceuta, Instituto

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A pesar de todos los matices, sin duda el ejército de Carlos II fue mucho
más reducido que el de sus antecesores, pero nuevos datos nos inducen a pen-
sar que comparativamente no fue tan pequeño como se ha considerado. El
hispanista G. Parker estima que Felipe II en 1588 —uno de los momentos más
importantes del reinado— pudo movilizar 135.000 soldados profesionales en
todos los frentes, estando incluidos en esta cifra 8.000 que servían en la Arma-
da y otros 5.000 que defendían las guarniciones del imperio portugués21. Las
estimaciones que han salido a la luz en los últimos años ponen de manifiesto
que Carlos II disponía en 1676 de 112.000 hombres en sus ejércitos de tierra y
guarniciones22, la cifra más alta de todo el reinado, lo que pone de manifiesto
que si descontamos las dotaciones que Felipe II mantenía en la Armada y el
imperio portugués, apenas hay una diferencia de 10.000 efectivos, si bien ya
Carlos II no dominaba en esos momentos Portugal y su imperio (salvo Ceuta),
y tras la paz de los Pirineos (1659) había tenido que ceder a Francia algunos
territorios tanto en Flandes como en Cataluña. Además, debemos considerar
múltiples matices como la pérdida de población sufrida en Castilla entre am-
bos períodos o los problemas hacendísticos y de acumulación de deuda públi-
ca. Ante todos estos factores, no parece que ese descenso sea tan importante.
El gran problema es la sobredimensión que han tenido algunas cifras. La que
ha tenido un mayor impacto es la que determina que a comienzos de su reinado
Felipe IV disponía de un ejército, repartido por España y Europa, de 300.000
soldados pagados y otros 500.000 milicianos que podían llegar a movilizarse
en caso de necesidad. Esta afirmación, vertida por el propio rey al Consejo de
Castilla en 162723, parece sin duda exagerada. En numerosas ocasiones esta
cifra ha sido corregida a la baja por diversos autores, reduciéndola a 170.00024,
150.000 o incluso a menos25. Nuevos datos nos advierten que Felipe IV pudo
contar en 1640 con al menos 180.000 hombres en los diferentes frentes y guarni-
ciones26, siendo este seguramente el año de mayor movilización en la historia de
los Austrias, algo que queda avalado por los grandes esfuerzos reclutadores, ya
que solo en 1639 salieron 25.000 soldados de España para servir en los ejércitos
de Flandes e Italia27.

de Estudios Ceutíes, 2013, pág. 245.


21 
G. Parker, La Gran Estrategia de Felipe II, Madrid, Alianza, 1998, pág. 336.
22 
Rodríguez Hernández, Los Tambores de Marte…., ob. cit., pág. 41.
23 
J. H. Elliott y J. F. de la Peña (eds.), Memoriales y cartas del conde duque de Olivares,
vol. 1. Madrid, Alfaguara, 1978, pág. 244.
24 
J.H. Elliott, El Conde Duque de Olivares, Barcelona, Crítica, 1990, pág. 277.
25 
G. Parker, La Revolución Militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente
(1500-1800), Barcelona, Crítica, 1990, págs. 71-72 y 227.
26 
D. Maffi, En defensa del Imperio. Los ejércitos de Felipe IV y la guerra por la hegemonía
europea (1635-1659), Madrid, Actas, 2014, pags.. 192-196.
27 
A. J. Rodríguez Hernández, «Los hombres y la Guerra», en L. Ribot (Coordinador), His-
toria Militar de España.…, ob. cit., vol. III, págs. 187-222.

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Carlos II dispuso de unas fuerzas militares —según los documentos, y no
meras estimaciones—, más importantes y numerosas de lo que tradicionalmen-
te se ha creído, pero ciertamente más escasas que las que contó Felipe IV en el
momento de su mayor apogeo. Pero el problema era que los efectivos españoles
estaban diseminados por multitud de territorios y guarniciones, y que España
redujo sus efectivos en el momento en que el resto de las potencias los aumen-
taban. El mejor ejemplo es el ejército francés, ya que entre el fin de la Guerra
Franco-española (1659) y la Guerra de los Nueve Años aumentó sus efectivos
de una manera progresiva. Entre 1635 y 1642 los ejércitos de campaña franceses
nunca llegaron a tener más de 80.000 hombres28, y durante la Guerra de Devo-
lución (1667-68) Luis XIV consiguió movilizar 134.000. En los años siguientes
su ejército se expandió enormemente, en parte gracias a la inclusión de más
extranjeros29, por lo que durante la Guerra de Holanda (1672-78) los franceses
mantuvieron 253.000 soldados, llegaron a tener 340.000 durante la Guerra de
los Nueve Años (1688-97), para finalmente reunir 255.000 efectivos durante la
Guerra de Sucesión Española (1701-14)30.
Unas cifras sin duda abrumadoras y que estaban fuera del alcance del res-
to de potencias europeas. Los holandeses habían mantenido un importante
ejército en su lucha contra los españoles durante la Guerra de los Ochenta
Años, pero en 1643 no sobrepasaba los 60.000 efectivos ante su incapacidad
de hacer frente al gasto. En 1668 ascendió hasta los 69.000 hombres sobre el
papel. Al año siguiente del desastre de 1672 llegaron a disponer de 100.000,
si bien a lo largo de esa guerra sus fuerzas fueron disminuyendo progresiva-
mente. En 1675 no eran más de 68.000, al no ser necesarios tantos hombres,
ya que los principales combates se producían en los Países Bajos españoles,
en donde no había más de 30.000 efectivos holandeses. A lo largo de la Guerra
de los Nueve Años su ejército creció hasta llegar en algunos momentos hasta
los 100.000 hombres, pudiendo reunir 120.000 durante la Guerra de Sucesión
Española31. En la década final del siglo xvii el holandés se convirtió en el se-

28 
Parrott, Richelieu’s Army…, ob. cit., pág. 220.
29 
G. Rowlands, «Foreign Service in the Age of Absolute Monarchy: Louis XIV and his
Forces Étrangères», War in History, XVII (2010), págs. 141-165.
30 
J.A. Lynn, «Recalculating French Army Growth during the Grand Siècle, 1610-1715»,
French Historical Studies, 18/4 (1994), págs. 881-906, «Recalculating French Army growth
during the Grand Siècle 1610-1715», en C. Rogers (ed.), The Military Revolution Debate…,
ob. cit., págs. 117-147; Giant of the Grand Siècle…, ob. cit., págs. 55-56; y «Revisiting the
Great Fact of War and Bourbon Absolutism the Growth of the French Army during the Grand
Siècle», en E. García Hernán y D. Maffi (coord.), Guerra y sociedad en la monarquía hispá-
nica: política, estrategia y cultura en la Europa moderna (1500-1700), Vol. 1, Madrid, 2006,
págs. 49-74, aquí 51-56.
31 
Zwitzer, De militie van den staat…, ob. cit., págs. 175-176. J. I. Israel, The Dutch Repu-
blic. Its Rise, Greatness, and Fall 1477-1806, Oxford University Press, 1995, pág. 818. O. van

[253]

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gundo ejército más grande de Europa, gracias a su poderío económico y a las
reformas administrativas.
El ejército británico estaba muy por debajo de las cifras de los dos anteriores,
y de hecho hasta finales del siglo xvii realmente no se establece un ejército per-
manente. En 1663 los regimientos británicos solo comprendían 3.574 hombres,
y las guarniciones otros 4.878. En 1681 teóricamente el ejército inglés contaba
con solo 5.240 efectivos, de los cuales 1.200 estaban estacionados en diversas
fortificaciones y 3.990 eran las fuerzas móviles de caballería e infantería del
ejército del rey32. De hecho hubo momentos en los que había más británicos en
los ejércitos holandeses33, franceses34 o españoles35 que en las islas. Es lógico
que, ante la falta de tropas experimentadas, tras estallar la rebelión de Mon-
mouth en 1685 el gobierno inglés pidiera el envío urgente de todos sus súbditos
que combatían en el ejército de Flandes (tres tercios entre ingleses, irlandeses
y escoceses), junto con toda la brigada anglo-escocesa que combatía en el ejér-
cito holandés36. La llegada de Guillermo III cambiaría las cosas, y en 1688 se
estableció un ejército que sobre el papel comprendía 34.000 hombres en los tres
reinos37. Un ejército que no paró de crecer durante la Guerra de los Nueve Años,
ya que si incluimos las tropas auxiliares —bajo paga inglesa— el contingente
sobrepasó los 100.000 efectivos, aunque en este punto las cifras posiblemente
sean algo exageradas, ya que en muchos casos el ejército inglés que combatió
en los Países Bajos no sobrepasó los 40.000 hombres38, y según las fuentes es-
pañolas en 1691 solo eran 10.00039.

Nimwegen, «The Dutch army and the military revolutions (1588-1688)», Militär und Gesells-
chaft in der frühen Neuzeit, 10 (2006), págs. 55-73 y The Dutch Army…, ob. cit., págs. 530-534.
32 
C. Barnett, Britain and her Army 1509-1970. A military, political and social survey, Lon-
dres, Penguin, 1970, pág. 115. J. Childs, «The Army and the Oxford Parliament of 1681», The
English Historical Review, 94/372 (1979), págs. 580-587, aquí 583.
33 
Manning, An Apprenticeship in Arms…, ob. cit., pág. 54. Childs, The army of Charles
II…, ob. cit., págs. 171-175; y The Army, James II…, ob. cit., págs. 119-137. J. Ferguson (Ed.),
Papers illustrating the history of the Scots brigade in the service of the United Netherlands,
1572-1782, Vol. I, Edimburgo, Scottish History Society, 1899, págs. 465 y sigs.
34 
M. Glozier, Scottish Soldiers in France in the Reign of the Sun King. Nursery for Men
of Honour, Leiden, Brill, 2004, págs. 137 y sigs. Childs, The army of Charles II…, ob. cit.,
págs. 176-178. Belhomme, Histoire de l’infanterie en France, vol. 2, París, Henri Charles-
Lavauzelle-Éditeur militaire, 1893, pág. 173.
35 
E. de Mesa, The Irish in the Spanish Armies in the Seventeenth Century, Woodbridge,
Boydell, 2014.
36 
Consulta del Consejo de Estado, 9/8/1685. AGS, E, Leg. 3.877.
37 
Barnett, Britain and her Army…, ob. cit., pág. 120.
38 
J. M. Stapleton, Forging a coalition army: William III, the grand alliance, and the con-
federate army in the Spanish Netherlands, 1688-1697, Tesis doctoral Inédita, The Ohio State
University, 2003, págs. 121-136. Childs, The Nine Years war…, ob. cit., págs. 72-73. Brewer,
The Sinews of Power…, ob. cit. pág. 31.
39 
Proyecto de la distribución de tropas de los aliados, 1691. AGS, E, Leg. 3.874.

[254]

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Durante la Guerra de Holanda el emperador mantenía para combatir a los
franceses un ejército de entre 33.000 y 35.000 efectivos40, un contingente que no
se mostró demasiado decisivo en la contienda y que dependió enormemente de
los subsidios españoles41. Este cuerpo era solo una parte de los hombres de los
que podía disponer, ante las necesidades defensivas de Hungría. En la década de
1680 el embajador español en Viena reconocía que el ejército imperial ascendía
a 70.000 efectivos, pero que solo se podían mantener 50.00042, ya que el talón
de Aquiles del emperador era su incapacidad económica para incrementar su
ejército. Las victorias frente a los turcos en la década de 1680 mejoraron su si-
tuación, y durante las décadas finales del siglo Leopoldo I pudo contar con más
hombres, extendiendo su ejército y los contingentes pertenecientes a los otros
príncipes del Imperio, aumentándose las cuotas de los círculos imperiales, lle-
gando a reunir sobre el papel a más de 100.000 hombres43. De estos muy pocos
participarán en la Guerra de los Nueve Años. De hecho en 1691 los ejércitos
aliados mantenían teóricamente un contingente de 61.500 soldados alemanes
reunidos por los diversos príncipes frente a los escasos 18.000 hombres que
aportaba el emperador para defender el alto Rin de las agresiones francesas44.

3.  Recursos bélicos y hombres

A nivel de recursos, la bibliografía que estudia la Guerra de Sucesión Es-


pañola a menudo ha exagerado la incapacidad de la Monarquía para conseguir
el armamento y los medios necesarios para la guerra, aludiendo para ello a las
masivas compras de material militar —como armas y uniformes— que Orry
realizó a mercaderes franceses durante los primeros años del reinado de Feli-
pe V45. Algo que choca con el hecho de que en 1694 la Monarquía de Carlos II
fuera capaz de proveer más de 10.000 uniformes en unos meses, contando con
la ayuda de varios maestros sastres de Madrid y Valladolid46. En ese mismo
año incluso se ordenó la fabricación de 36.000 nuevas armas de distintos tipos

40 
Carta del conde de Monterrey, Bruselas, 11/1/1673. Consulta del Consejo de Estado,
6/6/1674. AGS, E, Legs. 2.121 y 2.393.
41 
A. J. Rodríguez Hernández, «El Precio de la Fidelidad Dinástica: Colaboración econó-
mica y militar entre la monarquía hispánica y el Imperio durante el reinado de Carlos II 1665-
1700», Studia Historica. Historia Moderna, 33 (2011), págs. 141-176, aquí págs. 149-164.
42 
Carta del marqués de Borgomanero, Viena, 1/7/1682. AGS, E, Leg. 3.923.
43 
Wilson, German Armies…, ob. cit., págs. 68-96. M. Hochedlinger, Austria’s Wars of
Emergence 1683-1797, Londres, Longman, 2003, pág. 163.
44 
Proyecto de la distribución de tropas de los aliados, 1691. AGS, E, Leg. 3.874.
45 
H. Kamen, La Guerra de Sucesión en España, Madrid, Grijalbo, 1674, págs. 77-90.
46 
Cartas de Juan de Alba, Proveedor General, 26 y 28/2, y 5/3/1694. Relación de los vesti-
dos de munición fabricados, 28/2/1694. AGS, GA, Leg. 2.967. Relación de los vestidos y demás
menajes que sobraron, 1694. AGS, GA, Leg. 2.948.

[255]

europa y los tratados.indb 255 27/07/16 11:52


—picas, arcabuces, mosquetes y fusiles con sus bayonetas—, 9.000 unidades de
cada una47. De hecho parece que en los primeros años del siglo xviii —gracias a
las reformas previas—, las fábricas de Plasencia de las Armas podían producir
anualmente una media de 16.000 cañones de fusiles para la infantería, y otros
4.700 de otras armas de fuego más pequeñas para la caballería, cantidad más
que suficiente para satisfacer por completo las demandas del ejército peninsu-
lar48. Esto nos hace pensar que pese a problemas puntuales de desabastecimien-
to, sobre todo de pólvora49, los ejércitos españoles pudieron proveer lo básico a
sus hombres: uniformes y armas.
Cuando tenemos que hablar de movilizar soldados, debemos darnos cuenta
de que diversos factores negativos influyeron en que España no pudiera reunir
tantos hombres como antes. Cuestiones que en ocasiones no han sido lo sufi-
cientemente valoradas. A nivel demográfico España —particularmente Casti-
lla— no pasaba por sus mejores momentos, y la pérdida poblacional era evi-
dente, lo que hacía que hubiera menos reclutas disponibles. A pesar de ello la
monarquía de Carlos II demostró capacidad para reclutar miles de soldados en
Castilla con métodos innovadores, no siendo este —militarmente hablando—
uno de los problemas más graves a los que se enfrentó50. Lo complicado no fue
reunir soldados, sino mantenerlos y disciplinarlos hasta que se convirtieran en
veteranos. La clase de hombres que marcaban la diferencia en un combate y que
en el pasado habían dado tantos éxitos a las tropas hispanas51.
Una cuestión que en la época parecía más difícil de conseguir, no porque
no hubiera tropas veteranas, sino porque pocos hombres de los que se reunían
todos los años se convertían en soldados de oficio. Es cierto que la base hu-
mana de los ejércitos de finales del siglo xvii fue de peor calidad, ya que mu-
chos entraban a filas en contra de su voluntad, no siendo la milicia su primera
opción, como también ocurría en el resto de los ejércitos europeos52. Pero si
el pago era regular —y los oficiales cuidaban de sus hombres—, las unidades
formadas por conscripción podían llegar a ser de buena calidad, como se decía
de las unidades reclutadas en Galicia para Flandes53. Allí los jóvenes gallegos

47 
Memoria del coste que han de tener a su majestad 27.000 bocas de fuego, y 9.000 picas,
13/11/1693. AGS, GA, Leg. 2.916.
48 
Cuentas de Juan Bautista de Zufiria, Tenedor de las fábricas de armas de Plasencia,
11/6/1701 a 31/12/1705. AGS, CMC 3ª época Leg. 2.835 f.2.
49 
Relación de las municiones que hay en los presidios de Navarra y Guipúzcoa y lo que
falta, Madrid, 17/1/1681. AGS, GA, Leg. 2.527.
50 
Rodríguez Hernández, Los Tambores de Marte…, ob. cit., págs. 339 y sigs.
51 
Sobre estas tropas en el siglo XVI: G. Parker, El ejército de Flandes y el Camino Español
1567-1659, Madrid, Alianza, 1991, pág. 50.
52 
Rodríguez Hernández, «Los hombres y la Guerra…», ob. cit., págs. 205-206.
53 
A. J. Rodríguez Hernández, «De Galicia a Flandes: Reclutamiento y servicio de soldados
gallegos en el Ejército de Flandes (1648-1700)», Obradoiro de Historia Moderna,16 (2007),
págs. 213-251, en especial págs. 246 y sigs.

[256]

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tomaban las armas sin problema, por lo que de ellos se decía «puestos una
vez en la profesión militar la abrazan con gusto y facilidad en pocos días»54.
Siempre era deseable que fuesen los más pobres y desacomodados de sus co-
munidades de origen, por ser los más propensos a aceptar su nueva condición,
ya que tenían poco apego a sus hogares, desertaban menos, y —fundamental-
mente— estaban acostumbrados a vivir con lo justo55.
Otro elemento que verifica el hecho de que la falta de pagas era el proble-
ma más importante del ejército español, fue el incremento exponencial —a lo
largo del siglo xvii— del número de españoles que servían en el ejército de
Luis XIV. Ya en 1680 las autoridades fronterizas reconocían que Luis XIV
mantenía un regimiento entero de españoles, la mayoría desertores a los que se
premiaba económicamente por abandonar sus unidades y engrosar el ejército
francés56. Parece que la necesidad era la que estaba detrás de todo. En junio de
1691 la plaza de Seo de Urgel caía en manos francesas, pasando su guarnición
a ser prisioneros de guerra. Tras ocho meses de cautiverio en Francia un ofi-
cial informaba que más de 40 hombres de su tercio, llevados por la necesidad,
habían tomado partido por el enemigo57. Problema que también afectaba a
muchos reclutas que terminaban entrando a servir en los ejércitos aliados de
España motivados por la falta de sustento58.
La deserción, incluso con destino al ejército enemigo o al aliado, se convir-
tió en una tónica demasiado habitual. La falta crónica de fondos del gobierno
español, y la penuria de muchos soldados —que por encima de todo deseaban
sobrevivir—, hizo que muchos terminaran en el ejército francés. Un proceso
que en Flandes comenzó con fuerza desde finales de la Guerra de Holanda, y
cobró mayores dimensiones durante la Guerra de los Nueve Años. En 1678 un
informe indicaba que las malas prácticas y el fraude de los oficiales —además
de la falta de fondos—, había reducido el ejército, pasándose los mejores sol-
dados al bando francés, siendo estas tropas las que más daño estaban haciendo
a la economía de la región59, ante la destrucción que generaban, y su guerra a
pequeña escala basada en saqueos y contribuciones60.
En cuanto a la movilización militar, también hubo factores sí que debemos
considerar positivos y que produjeron un notable cambio de tendencia con
respecto al pasado. Durante el reinado de Carlos II comenzó un proceso de

Consulta del Consejo de Guerra, 21/1/1680. AGS, GA, Leg. 2.476.


54 

Proposición del Conde de Monterrey, 1/7/1671. AGS, GA, Leg. 2.220.


55 
56 
Consulta del Consejo de Guerra, 13/11/1680. AGS, GA, Leg. 2.479.
57 
Orden Real, Madrid, 11/2/1692. AGS, GA, Leg. 2.906.
58 
Carta de Pedro de Oreitia, Bruselas, 14/10/1676. AGS, E, Leg. 2.132.
59 
Carta de Juan Gómez de Santacilla, Bruselas, 30/3/1678. AGS, E, 4.102.
60 
Sobre la importancia de este tipo de guerra: G. Satterfield, Princes, posts and partisans.
The Army of Louis XIV and Partisan Warfare in the Netherlands (1673-1678), Leiden, Brill,
2003.

[257]

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españolización —o nacionalización— del ejército, extrayéndose más recursos
peninsulares que nunca. Desde el siglo xvi la monarquía española dependió
enormemente de los recursos humanos de toda Europa y del mercado merce-
nario para poder hacer frente a sus compromisos bélicos. Sin los lansquenetes
alemanes nunca hubiera sido posible la conquista de Nápoles o de Milán y
en tiempos de Felipe II los contingentes alemanes presentes en Flandes eran
sensiblemente superiores a los españoles, a los que de media duplicaban o
triplicaban en número. Alemania había proporcionado miles de mercenarios
para los ejércitos hispanos61, pero primero con la Guerra de los Treinta Años62
y después con el crecimiento del poder de los príncipes y del emperador —y
la consolidación de los pequeños estados alemanes y sus ejércitos—, España
fue perdiendo candidatos para sus ejércitos ante la clara intención de todos
ellos de crear ejércitos permanentes63. Eso no significará que los soldados
alemanes dejen de participar en los conflictos bélicos de las últimas décadas
del siglo xvii, sino que a partir de entonces ya no lo harán fundamentalmente
engrosando las filas de los ejércitos extranjeros —como meros mercenarios,
como ocurría con los suizos—, sino que ahora lucharán a sueldo de otros es-
tados, pero bajo sus propias banderas, formando ejércitos auxiliares. Las limi-
taciones impuestas por el mercado mercenario conllevarán transformaciones
en el ejército español, e importantes reformas de cara a conseguir movilizar a
un mayor número de súbditos. Logro que sí que se conseguirá especialmente
en Castilla, en donde la tasa de reclutamiento aumentará a lo largo de todo el
siglo a pesar del descenso demográfico64.
Es cierto que durante la segunda mitad del siglo xvii el ejército retrocedía
en cifras generales, pero el número de españoles aumentaba en proporción al
conjunto, algo que podemos observar comparando los datos que disponemos
de los ejércitos de Felipe IV y Carlos II. El caso de Milán es evidente, ya que
el número de españoles allí movilizados se mantuvo bastante estable durante
todo el reinado de Carlos II, habiendo, dependiendo del conflicto, entre 3.000
y 7.000, por lo que dentro de la infantería —de media— un soldado de cada

61 
H. Kamen, Imperio. La forja de España como potencia mundial, Madrid, Aguilar, 2003,
pág. 196. L. Ribot, «Las naciones en el ejército de los Austrias», en A. Álvarez-Ossorio Alvari-
ño y B. J. García García (eds.), La monarquía de las naciones. Patria, nación y naturaleza en la
Monarquía de España, Madrid, Fundación Carlos de Amberes, 2004, págs. 653-677.
62 
Sobre el reclutamiento de soldados alemanes: F. Redlich, The German enterpriser and
His Work Force: A Study of European economic and Social History, 2 vols., Wiesbaden, Franz
Steiner, 1964-65; y la vision de conjunto de: P.H. Wilson, «The German ‘Soldier Trade’ of the
Seventeenth and Eighteenth Centuries: A Reassessment», The International History Review,
18/4 (1996), págs. 757-792. Para su servicio en los ejércitos de Felipe IV: D. Maffi, En defensa
del Imperio…, ob. cit., págs. 318-321.
63 
Wilson, German Armies…, ob. cit., pág. 26 y sigs.
64 
Rodríguez Hernández, Los Tambores de Marte…, ob. cit., págs. 340-350.

[258]

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tres era español65. Algo que atestigua la importancia del milanesado como
tapón para contener a los franceses en Italia, y el claro viraje político de la
Monarquía, que en las últimas décadas del siglo apostó por conservar Italia
frente a Flandes.
El mejor ejemplo de la españolización de los ejércitos lo tenemos en Flan-
des, en donde el número de españoles se mantuvo estable hasta mediados de
la década de 1670. En 1672 —a pesar de la paz con Francia— había 11.500
infantes españoles en Flandes, una cifra más elevada que la que Alba, Far-
nesio o Spínola pudieron contar en su momento. En tiempos de Alba uno de
cada seis infantes era español66, frente a lo que ocurría en los primeros años
de la década de 1670, que gracias a las constantes llegadas en barco desde la
península, uno de cada tres infantes había llegado de España, a pesar de que el
Camino Español hacía tiempo que había dejado de transitarse67.

4.  El problema de la escasez de fondos

Juan Baños de Velasco, en su Política Militar de Príncipes, dedicada a Car-


los II, insistía en que la mala paga de los soldados era el inicio de innumerables
problemas68. Con la falta de pagas comenzaba una espiral de múltiples complica-
ciones a las que difícilmente se las podía poner fin, como la indisciplina, las ve-
jaciones hacia la población civil, la deserción y finalmente la pérdida del ejército.
En materia económica el reinado de Carlos II se vio marcado desde el
principio por el lastre de una hacienda castellana endeudada y maltrecha. En
1667 se preveía que la hacienda podía recaudar unos 12.769.326 ducados, si
bien el 71% estaba ya empeñado en pagar los juros69. En 1663 las provisio-
nes generales de la Monarquía, estimaban la necesidad de gastar 22.162.917
escudos, si bien no se esperaba cumplir, rebajándose las obligaciones al
70%: 15.353.32670. En 1680 se estipulaba que acudir a las necesidades ur-
gentes costaría 19.849.148 escudos, pero lo disponible no llegaba a la mitad:
9.499.47171. Unas cifras que implican una economía en franco retroceso, al

65 
Maffi, La cittadella in armi..., ob. cit., págs. 101-102. L. Ribot, «Milán, Plaza de Armas
de la Monarquía», Investigaciones Históricas, 10 (1990), págs. 221-223.
66 
Parker, El ejército de Flandes…, ob. cit., págs. 321-322.
67 
A. J. Rodríguez Hernández, «El Reclutamiento de españoles para el Ejército de Flandes
durante la segunda mitad del siglo XVII», en E. García Hernán y D. Maffi (Eds.), Guerra y
sociedad en la monarquía hispánica: Política, Estrategia y Cultura en la Europa Moderna
(1500-1700), Volumen II, Madrid, Laberinto, 2006, págs. 395-434.
68 
J. Baños de Velasco, Política militar de Príncipes, Madrid, Francisco Sanz, 1680,
págs. 38 y sigs.
69 
H. Kamen, La España de Carlos II, Barcelona, Crítica, 1981, pág. 567.
70 
Provisiones Generales de la monarquía, 1663. AGS, GA, Leg. 2.026.
71 
Provisiones generales para el año 1680. AGS, CJH, Leg. 1.951.

[259]

europa y los tratados.indb 259 27/07/16 11:52


contrario de lo que ocurría en la mayoría de los países europeos, que cada vez
podían recaudar más.
Las reformas fiscales efectuadas durante la segunda mitad del siglo xvii
tuvieron su efecto, aliviando la carga sobre el contribuyente castellano, dema-
siado exhausto ante el aumento de la presión fiscal durante los últimos años
del reinado de Felipe IV72. Las reformas monetarias y fiscales —especialmen-
te importantes durante la década de 1680—, contribuyeron a la recuperación
económica, pero a largo plazo. Se consiguió recaudar menos, pero también se
redujeron los pagos e intereses por la deuda pública73.
Sin duda el momento más negro para la Monarquía se situará en la última
década del siglo, cuando la falta de fondos se hizo más que evidente. Las lar-
gas guerras mantenidas no daban tregua a la Hacienda, por lo que era difícil
la recuperación, algo especialmente evidente durante la Guerra de los Nueve
Años. Entre 1689 y 1699 la cuantía de asientos concertados fue escasa si lo
comparamos con los períodos precedentes74, en gran medida por la dificultad
de encontrar crédito ante los efectos de la devaluación monetaria de 1680.
Sin la capacidad de aumentar el crédito, y con unos ingresos más reducidos,
la Monarquía se enfrentó al reto de la guerra sin los recursos y medios sufi-
cientes. En 1698 las rentas de la hacienda castellana, libres de toda carga —
como juros, créditos a los arrendadores y hombres de negocios—, ascendía a
3.778.191 escudos de vellón. Los gastos que se debían realizar —tanto para
sostener las casas reales, la administración castellana, los ejércitos peninsula-
res y los subsidios enviados para sostener los de Flandes y Milán—, ascendían
a 13.855.049, por lo que había un desfase enorme, y solo se podría atender al
27% del gasto75.
Una falta de medios que afectaba a toda la Monarquía. Según los informes
sobre las rentas de los Países Bajos realizados en 1696, con los ingresos que
la Hacienda obtenía allí solo se podía acudir al 63% de todo el gasto, ante las
deudas, atrasos y la destrucción provocada por la guerra. Por aquel entonces el
ejército de Flandes mantenía pocas fuerzas militares en relación con el pasado,
pero también había que pagar los subsidios a las tropas aliadas, lo que hacía
que pese al reducido ejército el desfase entre gasto e ingresos fuera enorme76.

72 
J. I. Andrés Ucendo y R. Lanza García, «Estructura y Evolución de los ingresos de la
Real Hacienda de Castilla en el siglo XVII», Studia Historica. Historia Moderna, 30 (2008),
págs. 147-190.
73 
J. A. Sánchez Belén, «La Hacienda Real de Carlos II», en Actas de las Juntas del Reino
de Galicia, Vol. XI: 1690-1697, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 2002, págs. 49-85.
74 
Sanz Ayán, Los banqueros…, ob. cit., pág. 494.
75 
Carta del conde de Adanero, Madrid, 27/10/1698. Relación de las obligaciones y cargas
de la Monarquía. AGS, E, Leg. 3.892.
76 
Memorial que presentó a su majestad el conde de Bergueyk, Madrid, 13/5/1696. Tanteo
del presente año de 1696. AGS, E, Leg. 3.891.

[260]

europa y los tratados.indb 260 27/07/16 11:52


De hecho la tónica habitual durante las décadas finales del siglo XVII fue que
los principales ejércitos de la Monarquía —con la excepción del de Catalu-
ña— se debieran financiar con más fondos locales que nunca, haciendo frente
a su autodefensa ante la menor llegada de fondos desde Castilla. Cuestión que
se hizo muy evidente en el caso de Flandes, que durante la década de 1690
apenas recibió fondos desde España. Milán pudo mantenerse mejor, ante los
socorros enviados desde Nápoles, Sicilia y España, pero también debido al
mayor esfuerzo realizado por los lombardos, que asumieron la mayoría de los
costes de su defensa77.

5.  El ejército de Flandes

El principal campo de batalla contra Luis XIV estaba en Flandes, en donde


los españoles y aliados luchaban conjuntamente para contener el expansio-
nismo francés. El ejército de Flandes se convirtió en las últimas décadas del
siglo xvii en ventana en la que los otros estados europeos advertían el disposi-
tivo militar hispano, y el proceso de declive de España, por lo que sin duda su
estudio es importante para conocer mejor su desarrollo y evolución temporal.
En 1671 los corresponsales destacados en Bruselas de The London Gazette
se hacían eco de las vicisitudes que atravesaba el Ejército de Flandes para
transmitírselo a sus asiduos lectores de la city. En sus múltiples informaciones
es difícil advertir cualquier signo de decadencia, y a lo largo de ese año son
muchas las entradas que muestran un ejército en buen estado, y un gobierno
que intenta poner unas bases claras para el mantenimiento de las tropas: una
paga puntual que permita el mantenimiento estricto de la disciplina y evite los
abusos hacia la población civil. Además son muchos los datos arrojados sobre
la revista a las tropas, la notable inversión en fortificaciones y la moderniza-
ción del ejército, datando de este momento la introducción de los primeros
uniformes distintivos dentro de las unidades españolas78. En esos momentos,
a pesar de la paz, el ejército mantenía unas cifras inauditas, unos 43.000 efec-
tivos en 167279, frente a los 14.500 que había mantenido en 1611 durante la
tregua de los nueve años80. Durante el reinado de Carlos II las continuas paces
con Francia en ningún caso supusieron una desmovilización importante del
ejército. Se trataba de meros ajustes, suprimiéndose unidades que mantenían
pocos hombres, con una finalidad económica y que por encima de todo inten-

Sobre las cifras: Maffi, La cittadella in armi..., ob. cit., págs. 185-241 y A. Espino López,
77 

Catalunya durante el reinado de Carlos II. Política y guerra en la frontera catalana 1679-
1697, Barcelona, Universitat Autónoma de Barcelona, 1999, págs. 309-315.
78 
The London Gazette, especialmente: 25 y 29/5, y 1 y 5/6/1671. Londres, Newcomb.
79 
Relación general hecha el 23/8/1672. AGS, E, Leg. 2.119.
80 
Parker, El ejército de Flandes…, ob. cit., págs. 321-322.

[261]

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taban que la cifra real se asemejase lo más posible a la teórica. Muchos creían
que los franceses volverían a atacar en cualquier momento, por lo que había
que estar preparados81.
Desde el principio el verdadero problema en Flandes no fue militar, sino
económico. Los esfuerzos reclutadores y políticos de los administradores del
ejército solían chocar con un escollo insalvable: el dinero. Ya desde tiempos
de Felipe IV las provincias obedientes habían tenido que hacerse cargo de
buena parte de sus gastos militares82. Proceso que se acelerará a lo largo de
la segunda mitad del siglo xvii83, pudiéndose enviar cada vez menos fondos a
Bruselas desde Madrid y el resto de los territorios de la Monarquía, a causa de
la aparición de nuevos frentes militares84.
El problema era que las provincias flamencas no podían contribuir más a
su propia defensa de lo que ya lo hacían. En 1669 lo enviado desde España
no alcanzaba ni la quinta parte del dinero necesario para sustentar al ejército,
y no llegaba ni para pagar los forrajes y el pan de munición85. Tras la paz de
Aquisgrán (1668) la dotación militar se pensaba mantener gracias a la consig-
nación anual desde España de 1.200.000 escudos, además de las aportaciones
fiscales de los Países Bajos, que ascenderían anualmente a 2.500.000 florines.
Estimaciones que no eran realistas, ya que la hacienda del país estaba demasia-
do sobrecargada de deudas y atrasos, lo que hacía que solo quedaran en líquido
1.668.893 florines anuales, de los que había que restar otros 475.313 para el
pago de sueldos, pensiones y otros gastos menores a la administración civil.
La hacienda flamenca estaba demasiado empeñada por la guerra, lo que hacía
que no tuviera liquidez. Esta cantidad económica sacada de las provincias era
insuficiente para costear el ejército, que según las muestras de 1669 consumiría
en sueldos, pan de munición, forrajes y el pago de los oficiales 1.269.437 flo-
rines mensuales. Esto suponía que el país ni tan siquiera podría hacer frente al
pago del ejército durante un mes, por lo que las remesas llegadas desde España
—pese a su irregularidad—, eran cada vez más necesarias. Sin la ayuda econó-
mica constante de la península el ejército de Flandes no podría subsistir86, algo

81 
Copia de la carta del Condestable al duque de Arschot, Amberes, 11/7/1669. AGS, E.
Leg. 2.110.
82 
A. Esteban Estríngana, Madrid y Bruselas. Relaciones de gobierno en la etapa postarchi-
ducal (1621-1634), Lovaina, Leuven University, 2005.
83 
R. Vermeir, En estado de guerra. Felipe IV y Flandes 1629-1648, Universidad de Córdo-
ba, 2006, págs. 351-255.
84 
Parker, El ejército de Flandes…, ob. cit., págs. 310 y sigs. Consulta del Consejo de Esta-
do, 13/9/1666. AGS, E, Leg. 2.105.
85 
Carta del Condestable de Castilla, Bruselas, 27/2/1669. AGS, E. Leg. 2.109.
86 
Consulta del Consejo de Estado, 1/11/1668. AGS, E, Leg. 2.108. Noticia de la gente de
que se compone el ejército de Flandes y lo que importa un pagamento. Estado de la hacienda
del País y cargas de ella. AGS, E, Leg. 2.110.

[262]

europa y los tratados.indb 262 27/07/16 11:52


que se agravaba por el hecho de que había demasiados oficiales de alto rango,
con elevados sueldos87.
A pesar de todo entre 1669 y 1674 se consiguió pagar al ejército, y en
general su mantenimiento no corrió demasiado peligro. Pero el retroceso en
la consignación de fondos desde España era evidente, sobre todo si lo com-
paramos con el pasado. En cuatro años y medio (entre 1621-25), de media los
españoles habían sido capaces de enviar a Flandes 10 veces más fondos que
en el período entre 1665-167188. Con posterioridad la proporción fue superior,
rebajándose la diferencia a la mitad, pero nunca llegó a las cotas de tiempos de
Felipe II. La paga del ejército en 1672, con 32.949 infantes y 10.538 jinetes,
costaba mensualmente 640.124 florines, ya que la supresión de unidades había
disminuido el gasto89. Pero desde 1674 los envíos de fondos disminuyeron al
tener que acudir la Hacienda a otros frentes abiertos, como el de Mesina, o
sufragar los fuertes subsidios que se daban a los aliados.
A la altura de 1675 las provincias flamencas estaban arruinadas, y poco se
podía esperar de sus asistencias económicas, ante la destrucción y los exce-
sos cometidos por las tropas aliadas que el año anterior habían luchado en el
territorio. Si no se enviaban fondos desde España, sería la ruina total —como
algunos pronosticaban—, y de nada serviría la ayuda aliada o los fondos que
se gastaban en ellos si al ejército de Flandes no se le pagaba en condiciones,
siendo este el único y verdadero freno que protegía los Países Bajos de las
apetencias francesas90. La ruina de la provincia empezaba a ser seria, y en
1676 se afirmaba que buena parte de la campiña estaba destruida y quemada
tanto por los ejércitos franceses como por los aliados, no pudiendo los espa-
ñoles salir de las fortificaciones para conseguir las contribuciones económicas
de las comunidades rurales flamencas, que ahora entregaban sus tributos a los
franceses por miedo a la destrucción, lo que hacía que el ejército no se pudiera
mantener91. Es lógico que a partir de esas fechas la situación fuera casi insos-
tenible en Flandes, ante la falta de apoyo aliado, por lo que la mayor parte de
las pérdidas de plazas en Flandes se sucedieron entre 1676-78 (Condé, Bou-
chain, Cambray, Valenciennes, Saint-Omer, Saint-Ghislain, Ypres o Gante),
ante un ejército holandés más preocupado de sus propios intereses —como
recuperar Maastricht—, que en socorrer las plazas españolas92, sin que la en-
trada en la guerra de Gran Bretaña, en 1678, y la llegada a Flandes de más de
12.000 ingleses recondujera la situación93.

87 
Consulta del Consejo de Estado, 20/2/1669. AGS, E. Leg. 2.109.
88 
Cuentas de la pagaduría general de Flandes (1665-1671). AGS, CMC 3ªépoca Leg. 1.760.
89 
Relación general hecha el 23/8/1672. AGS, E, Leg. 2.119.
90 
Carta del conde de Monterrey, Madrid, 6/4/1675. AGS, E, Leg. 2.128.
91 
Carta del duque de Villahermosa, Bruselas, 25/11/1676. AGS, E, Leg. 2.132.
92 
Carta del duque de Villahermosa, Bruselas, 17/3/1677. AGS, E, Leg. 2.398.
93 
Consulta del Consejo de Estado, 14/12/1678. AGS, E, Leg. 2.136.

[263]

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Las pérdidas territoriales y las dificultades por las que pasaba la hacien-
da flamenca hacían que el ejército de Flandes no pudiera ser pagado, y que
sus soldados terminaran abandonándolo desesperados, un hecho que se vol-
vió crónico especialmente desde mediados de la década de 1670. Desde el
siglo xvi había sido raro que las tropas pudieran cobrar todos sus sueldos, por
lo que era normal que un soldado acumulase varios años de atrasos y sueldos
no satisfechos. A mediados del siglo xvii solían cobrar solo algunas mesadas,
de 3 a 5 pagas enteras al año, ya que muchas veces los pagos se fraccionaban,
recibiendo los militares entre la mitad y una cuarta parte de su sueldo. Un
informe de 1645 advertía que al menos un infante necesitaba recibir 6 medias
pagas anuales y el pan para poderse mantener con lo mínimo. El procedimien-
to a seguir era ir entregando el dinero escalonadamente, siendo necesario dar
al menos un pago al comienzo de la campaña militar y otro a la finalización,
además de alguno más durante la campaña y al comienzo del invierno94.
En la primera mitad del siglo xvii se habían intentado tomar medidas para
estirar los meses de paga, reduciéndose los mismos, si bien todas se deses-
timaron95. Pero a lo largo de la segunda mitad del siglo xvii los problemas
hacendísticos provocaron que las pagas se ajustaran en 8 mensualidades de
45 días, por lo que la hacienda se ahorraba 1/3 parte de los sueldos. Por si
esto no fuera suficiente, en las nuevas provisiones los oficiales superiores
cobraban más o menos lo mismo, pero los soldados rasos recibían 6 florines
al mes, menos de lo que les correspondía por 30 días —a pesar de que en esta
cantidad se les restaba lo correspondiente al pan, que al mes costaba poco más
de 1 florín—96.
Desde mediados de la década de 1670, a pesar de los esfuerzos por enviar
fondos complementarios a la tesorería de Bruselas, la falta de pagas en el ejér-
cito fue un hecho evidente. En 1675 las tropas del ejército de Flandes habían
podido recibir 3 pagas de las 8 en que habían quedado reducidas las mesadas.
Esto obligó al duque de Villahermosa a consignar una paga en marzo de 1676,
ya que los franceses llevaban 4 meses preparando las operaciones militares so-
bre los Países Bajos, y los soldados empezaban a estar muy necesitados97. Al
año siguiente las circunstancias fueron aún peores, por lo que el gobernador
de los Países Bajos avisaba de la multitud de fugas que se producían y de que
incluso muchos oficiales abandonaban sus puestos ante su extrema necesidad.
A esas alturas de la guerra se habían dejado de percibir las contribuciones ob-
tenidas sobre la población, por lo que a falta de ese caudal se hubo de empeñar

94 
Carta del marqués de Castel Rodrigo, Bruselas, 20/10/1645. AGS, E, Leg. 2.023.
95 
Parker, El ejército de Flandes…, ob. cit., págs. 201-203.
96 
Relación de lo que importa la paga, pan de munición y forrajes en 45 días…, 1691. AGS,
E, Leg. 3.885.
97 
Carta del duque de Villahermosa, Bruselas, 22/1/1676. Consulta del Consejo de Estado,
14/2/1676. AGS, E, Leg. 2.131.

[264]

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la cobranza de algunos impuestos por 6 meses para conseguir dar a las tropas
una paga a crédito, y a duras penas en los últimos 5 meses y medio se habían
podido abonar dos pagas98.
En 1681 un informe estimaba que lo más importante era dar a los hombres
pan de munición, tras lo cual estaba intentar socorrer al soldado a razón de 2
placas al día y a los oficiales a razón de las bocas que gozaban, pagándoseles
cada semana efectivamente porque no les faltare lo que comer, aunque fuera
una menestra, ya que al dilatarse el pagamento el ejército se deshacía99. Esto
no dejaba de ser un claro retroceso sobre las condiciones de vida de los sol-
dados, ya que curiosamente en tiempos del cardenal infante se consideraba
que cada soldado raso debía ser socorrido al día con 3 placas100. Las cosas
empeoraron con el tiempo, ya que el veedor del ejército, afirmaba en 1689 que
los soldados se morían de hambre, ya que de un pagamento a otro a las tropas
pasaban entre 9 y 10 meses. Los capitanes de infantería con suerte cobraban
al día 1 real (el 7,5% de lo que estipulaba su sueldo), y los soldados debían
conformarse con recibir algunos socorros cada 10 o 12 semanas que ascendían
a 5 reales (el 4,1% de su sueldo)101. Es lógico que meses después el mismo
informante hablara de como quedaba «este pequeño y miserable ex.to, y este
corto y aniquilado País»102, y que durante la Guerra de los Nueve Años el ejér-
cito de Flandes fuera la sombra de lo que había sido en el pasado.
Todos estos factores hicieron que durante el reinado de Carlos II el ejército
de Flandes mantuviera unas dimensiones más reducidas que el pasado, siendo
lógico que esto se haya interpretado como un signo de decadencia. De hecho,
a lo largo del reinado, el mayor volumen lo alcanzó a comienzos del mismo,
durante la Guerra de Devolución, ya que gracias a una fuerte política de re-
clutamiento en España y las cercanías de los Países Bajos llegó a duplicar sus
efectivos. Según el pan de munición entregado en junio de 1668, el Ejército
de Flandes disponía de 68.666 hombres, si bien la muestra de octubre de ese
año —más rigurosa y fundamentada— reducía esta cifra a 62.518 oficiales y
soldados103. Durante la Guerra de Holanda la capacidad militar del ejército de
Flandes disminuyó notablemente en base a diferentes circunstancias, siendo
1676 uno de los años clave dentro del cambio. A partir de ese momento fac-

98 
Carta del duque de Villahermosa, Bruselas, 17/3/1677. AGS, E, Leg. 2.398.
99 
Memoria y traducción de la forma en que se debe distribuir el caudal de su majestad en
Flandes, 1681. AGS, E, Leg. 3.867. Un florín equivalía a 20 placas (patard).
100 
Socorro de una compañía de infantería española por 30 días, 1636. BN, Mss. 3.244 f.
24v.
101 
Cartas de Francisco Enríquez Dávalos, Veedor General del Ejército de Flandes, Bruse-
las, 22/6 y 4/7/1689. AGS, E, Leg. 3.883.
102 
Carta de Francisco Enríquez Dávalos, Bruselas, 26/10/1689. AGS, E, Leg. 3.883.
103 
Relación de la gente que hay según el pan de munición, junio 1668. AHN, E, Libro 111.
Resumen de la muestra pasada…, Malinas, 10/10/1668. AGS, E, Leg. 2.108.

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tores como el devenir de la cruenta Guerra de Holanda, las contribuciones y
depredaciones francesas en el territorio o las pérdidas territoriales acaecidas
en los Países Bajos llegaron a minar las bases humanas y la subsistencia del
ejército de Flandes, además de que la prioridad de socorrer otros frentes —
como Sicilia, Cataluña y Orán— no permitieron la llegada de más hombres o
dinero desde la península.
Tras el final de la Guerra de Holanda el ejército de Flandes nunca recu-
peraría su esplendor del pasado, o sus cifras, y en los siguientes conflictos
bélicos con Francia se advierte su paulatino retroceso, leve entre 1680 y 1690
—entre 25.000 y 28.000 efectivos vía muestra—, pero mucho más marcado en
los siguientes años, hasta el punto que el ejército de Flandes quedó reducido
a la mínima expresión. En 1694 contabilizaba 15.000 hombres, cifra que se
reduciría en los años siguientes al terminar la guerra con Francia, pasando el
ejército de Flandes de ser el primer ejército de la Monarquía al tercero, tras los
de Milán y Cataluña104. Pero hay que advertir que en todas estas cifras no te-
nemos en cuenta los contingentes auxiliares alemanes pagados por España (de
Baviera, Brandemburgo o Hannover, entre otros), que combatieron en Flandes
durante la Guerra de los Nueve Años. Tropas que en el pasado eran contin-
gentes mercenarios que militaban bajo el pabellón español, y eran pagados
directamente por el ejército; pero que ahora —ante la imposibilidad de otras
vías— combatían bajo sus propios estandartes nacionales, al mando directo
de sus oficiales, y en base a sus intereses políticos, y no tanto a los de España,
aunque era esta quien los pagaba y debía alojar. Tropas que ante la falta de
dinero desobedecían las órdenes, no se mostraban tan combativas como debie-
ran o simplemente abandonaban la causa, priorizando los propios intereses de
sus mandos y su verdadero señor. Un problema que se volvió crónico.

6.  Auxiliares y aliados

En muchos casos no se han tenido en cuenta contingentes auxiliares pa-


gados por España, y la historiografía europea no suele reconocer que estos
estaban a su servicio —y a su sueldo—, cometiéndose ciertos errores105. Ante
la imposibilidad de encontrar soldados la diplomacia española realizó un nota-
ble esfuerzo, consiguiendo alianzas militares con otros estados, para que estos
enviaran sus ejércitos a combatir a Flandes a cambio de generosas contribu-
ciones económicas.
Por ello no deja de ser necesario volver a los documentos y acuerdos firma-
dos por España con estos príncipes, algo posible gracias a la documentación

Rodríguez Hernández, Los Tambores de Marte…, ob. cit., págs. 23-26.


104 

Wilson, German Armies..., ob. cit., págs. 90-95. J.M. Stapleton, Forging a coalition
105 

army…, ob. cit., págs. 136 y sigs.

[266]

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custodiada en los archivos españoles. Si bien previamente había habido con-
tactos con Hannover106, a partir de 1689 el duque puso al servicio de la monar-
quía española 5.000 infantes y 3.000 caballos y dragones, además de un tren
de artillería de 18 cañones, a cambio de fuertes subsidios y su paga durante la
campaña estival107. La colaboración de estas tropas no era barata, ya que en un
año consumían 960.660 escudos, debiendo suministrar los españoles el pan,
alojamiento e incluso el hospital militar108. La incapacidad de España para pa-
gar con puntualidad hará que en pocos años Hannover busque a un mejor pa-
gador, engrosando las filas del contingente inglés109. Algo parecido de lo que
ocurriría con las tropas del duque de Celle-Wolfenbüttel, que llegó a aportar
3.000 efectivos que también cambiarán de bando, esta vez a los holandeses110.
Otro estado que aportó importantes contingentes fue Brandemburgo, si
bien es algo no muy conocido, al mantener este grupo durante la Guerra de
los Nueve Años mandos separados. Hubo fuertes contactos previos entre Es-
paña y Brandemburgo a lo largo de las décadas de 1660-70111, ante el viraje
pro-Habsburgo tomado en la corte de Berlín, y la firme alianza rubricada con
el emperador frente a los suecos112. Pero el acercamiento se truncó en 1680
ante el impago de subsidios concertados durante la Guerra de Holanda113, y la
captura del navío Carlos II en Ostende por la armada brandemburguesa, que
incluso intentó sin éxito sorprender a la escuadra que traía la plata de Améri-
ca114. La llegada del nuevo monarca y una nueva guerra alivió la situación, y
ya en 1689 se ajustó un primer acuerdo por el cual un pequeño contingente de
800 hombres de Brandemburgo —desde sus posesiones en Clevés—, reforza-
ban la defensa de Güeldes, por aquel entonces una provincia a la retaguardia
de las posesiones españolas y algo aislada del resto, pagando los españoles

106 
Consulta del Consejo de Estado, 25/1/1678. AGS, E, Leg. 2.400.
107 
Carta del marqués de Gastañaga, Bruselas, 18/8/1689. AGS, E, Leg. 3.882.
108 
Relación general para todo el año 1690…, Bruselas, 18/12/1689. AGS, E, Leg. 3.883.
109 
Stapleton, Forging a coalition army…, ob. cit., pág. 140.
110 
Carta del marqués de Gastañaga, 21/11/1691. AGS, E, Leg. 3.884. Wilson, German Ar-
mies…, ob. cit., pág. 93.
111 
Carta de Sebastián de Ucedo, Berlín, 5/12/1664. AGS, E, Leg. 2.379. Cartas del conde
de Castellar, Viena, 7 y 13/12/1667. Traducción del tratado de liga entre su Majestad Cesárea y
el Sr. Elector de Brandemburgo, con despacho del 26/3/1667. AGS, E, Leg. 2.382.
112 
D. McKay, «Small-power diplomacy in the age of Louis XIV: The foreign policy of
the Great Elector during the 1660s and 1670s», en R. Oresko, G.C. Gibbs y H.M. Scott, Royal
and Republican Sovereignty in Early Modern Europe. Essays in Memory of Ragnhild Hatton,
Cambridge University Press, 1997, págs. 188-214, aquí 199.
113 
Consulta del Consejo de Estado, 29/2/1680. AGS, E, Leg. 3.921.
114 
Consulta del Consejo de Estado, 5/6/1682. AGS, E, Leg. 4.131. C. Storrs, «Germany’s
Indies? The Spanish Monarchy and Germany in the Reign of the Last Spanish Habsburg, Char-
les II, 1665—1700», en C. Kent, T. Wolber y C. Hewitt (Eds.), The Lion and the Eagle. Inter-
disciplinary Essays on German-Spanish Relations over the Centuries, Nueva York, Berghahn
Books, 2000, págs. 108-129

[267]

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solo el alojamiento y los utensilios a las tropas. Un año después España con-
tribuía en el acuerdo general —ajustado también con los holandeses— por el
cual 20.000 soldados de Brandemburgo colaborarían en el ejército conjun-
to contra los franceses, debiendo pagar a partes iguales 100.000 florines al
mes115. En un acuerdo posterior los españoles ajustaban un acuerdo bilate-
ral que comprendía el servicio de 7 batallones de infantería de 700 hombres
(4.900 infantes), tres regimientos de caballería y uno de dragones (2.050 jine-
tes), a cambio de 40.000 escudos al mes: 30.000 de subsidio y 10.000 por el
pan de munición116. Dicho tratado se mantuvo durante los años siguientes117,
hasta la campaña de 1693, cuando los problemas económicos hicieron que se
intentaran buscar otras soluciones, si bien estas tropas permanecieron en Flan-
des durante los años siguientes118.
La elección de Maximiliano Manuel de Baviera como gobernador de los
Países Bajos a finales de 1691, hizo que las fuerzas bávaras —ya presentes en
el ejército aliado que presionaba a los ejércitos franceses en el alto Rin119—
participaran más activamente en la defensa de los Países Bajos120. Ya antes
otros príncipes habían aspirado a ese puesto, como el elector de Brandembur-
go121, pero el candidato bávaro, tenía importantes factores a su favor, como la
religión católica o su matrimonio con la hija del emperador y de Margarita de
Austria, por lo que sus hijos tenían claras opciones al trono español. De hecho
su hijo, José Fernando de Baviera, sería nombrado heredero. Su elección se
producía ante sus claros derechos de sangre, pero también por ser el candidato
favorito de la Reina Madre y de los holandeses e ingleses, además de que su
padre había hecho sin duda méritos para ello, ante el apoyo militar que daba a
los territorios españoles122.
El príncipe elector de Baviera fue el encargado de la defensa de los Países
Bajos, y sus tropas tuvieron un importante peso incluso tras el fin de la Guerra
de los Nueve Años. En 1694 se intentó que las tropas bávaras sustituyeran al

115 
José Antonio de Abreu y Bertodano, Colección de los Tratados de paz, alianza, garan-
tía,… Reinado de Carlos II. Parte III, Madrid, Juan de Zúñiga, Antonio Marín y la viuda de
Peralta, 1752, págs. 190, 274 y 284.
116 
Copia de la traducción del tratado con el Elector de Brandemburgo, 18/7/1690. AGS, E,
Leg. 3.896.
117 
Carta del marqués de Gastañaga, Bruselas, 21/11/1691. AGS, E, Leg. 3.884.
118 
Planta para la campaña del año 1696. AGS, E, Leg. 3.891.
119 
Proyecto de la distribución de tropas de los aliados que han de componer los ejércitos
siguientes, 1691. AGS, E, Leg. 3.884.
120 
Cartas del marqués de Gastañaga, Bruselas, 18/8/1689 y 21/11/1691. AGS, E, Legs.
3.882 y 3.884.
121 
Consulta del Consejo de Estado, 21/11/1691. AGS, E, Leg. 3.885.
122 
F. Van Kalken, La fin du régime espagnol aux Pays-Bas, Bruselas, J. Lebègue, 1907.
H. Kamen, «España en la Europa de Luis XIV», en Historia de España de Ramón Menéndez
Pidal, Tomo XXVIII, Madrid, Espasa-Calpe, 1993, págs. 238-239.

[268]

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contingente brandemburgués a sueldo de España, si bien el propio duque veía
reparos en ello, debido a que los Países Bajos estaban exhaustos y no estaba
claro de donde se sacarían los medios fijos para mantener a sus tropas. Ade-
más, sus pretensiones no dejaban de ser elevadas, ya que exigía prerrogativas
que nunca se habían concedido a otras tropas auxiliares123. En conjunto se
trataba de 6.060 hombres, distribuidos en 5 batallones de infantería de 700
hombres cada uno, además de dos regimientos de caballería con 1.600 jinetes
y otros dos regimientos de dragones con 960 efectivos124. En la campaña de
ese mismo año las tropas bávaras pasaron muestra en el ejército, manteniendo
los efectivos acordados125. Pero por otro lado los informes realizados por los
contadores españoles indicaban que el coste de mantenimiento de estas tropas
era más elevado que si se reunieran tropas a cargo del rey de España. En con-
creto el coste anual de las tropas Bávaras ascendía a 1.660.992 florines, frente
a los 987.182 que costarían las mismas tropas bajo el mando del ejército de
Flandes, un 40% más debido a sus mayores sueldos y prebendas, como el he-
cho de que un soldado raso bávaro debía recibir un pan de munición diario de
2 libras de peso, y no de libra y media, como lo recibía un español126.
La implicación bávara en la defensa de Flandes fue importante, ante las
claras opciones que mantenía José Fernando de heredar la corona. Incluso en
1698 el príncipe se ofreció a aumentar los contingentes que permanecían en
los Países Bajos con otros 10.500 efectivos, además de los ya presentes y del
regimiento bávaro que servía en Cataluña, lo que sin duda reforzó su alianza
con la corte española127. Al mismo tiempo el príncipe elector rubricaba un
acuerdo con las Provincias Unidas para hacerse cargo de la defensa de Flandes
en caso de morir Carlos II sin sucesor, para que la provincia continuara siendo
una barrera que contuviera la marea militar francesa, lo que hasta el momento
había librado a Holanda de innumerables sufrimientos128.
En Flandes el príncipe no era tan bien visto como en la corte, y muchos
militares criticaban el hecho de que sus tropas estuvieran alojadas en la mejor
parte del país, siendo socorridas puntualmente, mientras las tropas del rey eran
desplazas a los peores lugares y se las exponía a peligros y privaciones129. Una
visión de los militares españoles que combatían en Flandes que en parte era

123 
Carta del elector de Baviera, 29/1/1694. AGS, E, Leg. 3.888.
124 
Traducción del tratado ajustado con el sr. Elector de Baviera por 6.060 hombres de sus
tropas que han de pasar a Flandes, Bruselas, 27/1/1694. AGS, E, Leg. 3.889.
125 
Relación del número de tropas de S.A. según la revista del 5/7/1694. AGS, E, Leg. 3.888.
126 
Relación en que se instancia las tres que se han formado particulares…, 1694. AGS, E,
Leg. 3.888.
127 
Consulta del Consejo de Estado, 8/11/1698. AGS, E, Leg. 3.893.
128 
José Antonio de Abreu y Bertodano, Colección de los Tratados de paz…, ob. cit., pág. 585.
129 
Carta del capitán Juan de Velasco al duque del Infantado, Bruselas, 19/11/1692. AHN,
SN, Osuna, CT 99, doc. 5.

[269]

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compartida por los escritores de la época, que solían ser muy críticos con los
gobernadores extranjeros que eran elegidos como gobernadores de los Países
Bajos, de los que decían «que no vienen sino para llenar su bolsa, y volverse;
y para conseguir eso, es menester robar al Rey, y al País, y no pagar, ni ciu-
dadanos, ni tropas»130. Así en 1692 un capitán español que servía en Flandes
afirmaba hablando de todas las tropas auxiliares y de los aliados, que «es me-
nester desengañarnos señor, que estas tropas no son de aliados nuestros, sino de
nuestros mayores enemigos»131.

7.  Guerra y diplomacia en la configuración del bando aliado

El equilibrio de Europa dependió en el último tercio del siglo xvii de que


casi todas las potencias del viejo continente se unieran para hacer frente a
Francia, que en muchos casos impuso la fuerza de las armas a cualquier otra
razón, derecho o entendimiento. En este período se conformó un sistema de
alianzas militares para intentar alcanzar un equilibrio en Europa. Alianzas que
en muchos casos eran remuneradas y poco fiables, ante el poder diplomático y
militar francés, y el temor a Francia y sus ambiciones. La falta de unión aliada
durante el último tercio del siglo, y los dispares intereses de cada estado, con-
tribuyeron a la victoria militar francesa.
España quedaba, tras la muerte de Felipe IV, inmersa en una regencia, por lo
que desde entonces muchos opinaban que España debía conseguir una alianza
estable con alguna potencia como Francia o Inglaterra, para conservar y defen-
der mejor su dilatado imperio, recogiendo la vieja idea de Salustio que reco-
nocía que «las ligas y confederaciones son la mayor defensa de los reynos»132.
Pero realmente esta nunca se produciría, y curiosamente el acuerdo más durade-
ro y estable se produciría con Holanda. El acuerdo hispano-holandés, firmado
en la Haya el 17 de diciembre de 1671 por el hábil Manuel Francisco de Lira,
ponía las bases de una importante colaboración militar mutua. Si los franceses
atacaban a los españoles, los holandeses debían socorrer los Países Bajos con
13 regimientos de infantería, con 10.400 hombres, que estarán bajo su mando
y paga, pero alojados a cargo de España. En los mismos términos los españoles
cederían a Holanda 3.000 jinetes, ante la inexperiencia de su caballería133. Los

130 
Luis Quirante del Toboso (traductor), Espíritu de Francia, y Máximas de Louis XIV
descubiertas a la Europa, Colonia, Wan-Sager, 1689, pág. 30.
131 
Carta del capitán Juan de Velasco al duque del Infantado, Bruselas, 19/11/1692. AHN,
SN, Osuna, CT 99, doc. 5.
132 
Si se debe España confederar con Francia o Inglaterra, Madrid, 11/7/1666. Archivio
Segreto Vaticano, Segreteria di Stato, Spagna 134 f. 173.
133 
Copia del papel que los diputados extraordinarios de los Estados General dieron a S.E.,
Bruselas, 18/3/1672. AGS, E, Leg. 2.117.

[270]

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acuerdos de colaboración fluyeron en los años siguientes134, y serían decisivos
entre 1672-73 —antes de la declaración formal de guerra entre España y Fran-
cia—, cuando los españoles intervinieron militarmente a favor de sus aliados
neerlandeses, a los que cedieron 8.000 hombres más experimentados y vete-
ranos que sus tropas135. Unas fuerzas que fueron esenciales para salvaguardar
la frontera holandesa con los Países Bajos, y que colaboraron activamente con
Guillermo III en su contraofensiva para intentar recuperar las posiciones perdi-
das, como Woerden o Naarden, a costa de un fuerte desgaste136, hechos total-
mente olvidados por la historiografía holandesa137.
La participación española fue también muy destacada durante 1673, ya que
desde el año anterior un contingente español ayudaba a la defensa de Maastricht,
y estaría presente durante el duro asedio de 1673 —la operación militar más
importante de ese año, conocida porque en ella moriría el personaje histórico de
d’Artagnan—. Unas fuerzas hispanas que se mostraron esenciales en la defensa,
tanto por su valor como por su experiencia y conocimientos técnicos, aportando
los españoles dos compañías de especialistas —granaderos y minadores—, al
carecer de ellos los holandeses. Incluso la defensa quedó a cargo de Jaques Fa-
riaux, un veterano soldado valón curtido en el ejército de Flandes138.
La Guerra de Holanda configuraría el bando aliado durante los siguientes
conflictos armados, convirtiéndose España y Holanda en las piezas clave de
los acuerdos militares. Tratados que tenían en común que ambas potencias
subvencionaban a otros estados europeos —a partes iguales— para que co-
laboraran en la guerra contra Francia y su fiel aliado Suecia. A la altura de
1676 dichos acuerdos capitulaban la participación de países como Dinamarca,
Brandemburgo, Celle-Wolfenbüttel, Neoburgo, Münster, Osnabrück o Tréve-
ris en la contienda, con un ejército de más de 60.000 hombres, y una armada
en el Báltico de 16 navíos. Lo cual tenían un coste mensual para España de
unos 105.000 reales de a ocho, a los que se debían sumar los 50.000 que se
suministraban al emperador para que su ejército presionara a los franceses en
Alsacia139. Unos elevados costes que a esas alturas España no podía permitir-

134 
M. Herrero, «La monarquía hispánica y el Tratado de La Haya de 1673», en J. Lechner
y H. Der Boer (Eds.), España y Holanda. Ponencias leídas durante el quinto coloquio hispa-
no-holandés de historiadores, Ámsterdam, Rodopi, 1995, págs. 103-118, y El acercamiento
hispano-neerlandés (1648-1678), Madrid, CSIC, 2000, págs. 187 y sigs.
135 
Carta del marqués de Fresno para el conde de Monterrey, Londres, 27/5/1672. Memoria
de las tropas que han pasado a Holanda. AGS, E, Leg. 2.118. Consulta del Consejo de Estado,
12/6/1672. AGS, E, Leg. 3.861.
136 
Relación del sitio puesto a Woerden por las tropas aliadas, 12/10/1672. Relación del
campo de S.A. cerca de Merdan, 13/10/1672. BN, Ms. 2.396 fs. 385 y 386.
137 
Van Nimwegen, The Dutch Army…, ob. cit., págs. 448-452.
138 
Le mercure Hollandois, Ámsterdam, Henry y Theodore Boom, 1675, págs. 333-335.
139 
Memoria de los subsidios a que está obligado S.M. por diferentes tratados concluidos
con aliados, 2/12/1676. Memoria de los subsidios, 9/12/1676. AGS, E, Legs. 2.131 y 3.861.

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se, y que provocaron importantes impagos y quejas ante su incapacidad por
abonar todas las cantidades acordadas140.
Los ingentes fondos gastados en los aliados significaban una merma enor-
me en la operatividad financiera de los ejércitos hispanos, a los que restaban
fondos. En un año y medio —entre 1673 y 1674—, desde España solo se
habían mandado a Flandes 1.598.000 escudos frente a los 766.000 enviados a
Viena141, caudales que no contribuyeron demasiado a que en el transcurso de
la contienda el emperador actuara de manera decisiva contra los franceses y
aliviara la presión que soportaban Cataluña, Sicilia o Flandes142.
Durante la Guerra de Holanda o la Guerra de los Nueve Años la mayor
parte de los ejércitos de campaña aliados que lucharon en los Países Bajos
tuvieron escasos contingentes hispanos, lo que ha dado pie a diversas inter-
pretaciones. La historiografía europea ha tendido a olvidar, o a ningunear,
las aportaciones españolas a los ejércitos aliados143, sin tener en cuenta que
España fue la que más sufrió en las guerras contra Francia, y la que más per-
dió. Hemos olvidado con facilidad —ante la falta de estudios— que España
luchó en ambos conflictos en apoyo a sus aliados, y que estos no combatieron
en Flandes frente a las agresiones de 1667 y 1684, si bien colaboraron en las
negociaciones. Además, que la lucha se desarrollase en territorio flamenco
supuso para Holanda y otros príncipes la posibilidad de enfrentarse a Francia
sin miedo a padecer alguna pérdida territorial, además de poder vivir a costa
de un territorio ajeno, sobrecargado de soldados, y que padecía una notable
destrucción debido a la guerra144. Un problema que los aliados no tenían. Sin
la necesidad de destinar demasiados soldados a tareas de guarnición, ante la
lejanía de los ejércitos franceses, podían poner en liza a casi todas sus fuerzas
en los ejércitos de operaciones. Unos ejércitos aliados, comandados por Gui-
llermo III, que para nada se mostrarían decisivos ante sus continuas derrotas
en los campos de batalla flamencos, como en los de Cassel (1677), Saint-De-
nis (1678), Fleurus (1690), Steenkerque (1692) o Landen (1693), no pudiendo
imponerse frente a los franceses en ninguna de las grandes batallas145. Solo
la Batalla de Seneffe (1674) quedó en tablas ante la brillante actuación de la
caballería española comandada por el marqués de Asentar, que en el momento

140 
Consulta del Consejo de Estado, 14/11/1680. AGS, E, Leg. 3.921.
141 
Relación de las cantidades que se han previsto para Flandes, Alemania, embajadores…
desde 1/1/1673 a 27/6/1674. AGS, E, Leg. 2.126.
142 
Rodríguez Hernández, «El Precio de la Fidelidad…», ob. cit., págs. 154-155.
143 
C.E. Levillain, Vaincre Louis XIV. Angleterre, Hollande, France: histoire d’une rela-
tion triangulaire 1665-1688, Seyssel, Champ Vallon, 2010. J.M. Stapleton, Forging a coalition
army…, ob. cit., págs. 136 y sigs.
144 
R. De Schryver, Jan van Brouchoven, Graaf van Bergeyck, 1644-1725: een halve eeuw
staatkunde in de Spaanse Nederlanden en in Europa, Bruselas, Academie voor Wetenschappen,
Letteren en Schone Kunsten van België, 1965, págs. 83-98.
145 
J.A. Lynn, The Wars of Louis XIV 1667-1714, Londres, Longman, 1999, págs. 109-159.

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más álgido de la batalla estrelló sus fuerzas contra los franceses para dar tiem-
po a que los imperiales pudieran reorganizarse, a costa de su vida y de la de la
mayor parte de los jinetes bajo su mando146.
Los ejércitos de campaña aliados que lucharon en Flandes durante la
Guerra de Holanda contaron con pocos contingentes hispanos, teóricamente
11.000 hombres en 1676147. Pero no se suele tener en cuenta que otras muchas
más estaban presentes en los Países Bajos, aunque debían atender a servicios
de guarnición. Antes de estallar la guerra, en agosto de 1672, el ejército de
Flandes estaba compuesto por 32.949 infantes y 10.538 montados, que debían
proteger 59 ciudades fortificadas, castillos y fuertes de diversa consideración,
que debían ser defendidos por 53.150 hombres al estar prácticamente la tota-
lidad de las plazas a muy poca distancia de la frontera. La mayor parte de los
soldados debían atender a tareas defensivas, ante la mayor importancia de la
guerra de asedio, e incluso en ocasiones se debió pedir ayuda a los holandeses
para que algunos de sus regimientos incrementasen la guarnición de alguna
plaza amenazada148.
Unos ejércitos aliados que para los españoles se mostraban muy onerosos,
ante los gastos que ocasionaban en Flandes, ya que incluso a los holandeses
se les debían dar todos los años los carros y caballos para su tren de bagaje
y artillería, con un gasto que en 1676 podía ascender a más de un millón de
florines al año, si bien se pudo negociar un pago menor149. De hecho las tropas
extranjeras, y en especial las holandesas, siempre fueron criticadas en Flandes
por su tendencia a pelear «con resguardo de su propia conservación», por lo
que con demasiada facilidad se rendían en caso de asedio150. En 1692 un capi-
tán español que defendía Namur relataba como los franceses, conocedores de
la actitud de las tropas neerlandesas, llamaban a voces a los españoles desde
las trincheras para hacer que cedieran diciendo: «a pobres españoles, que soys
bravos soldados, y estays vendidos entre esa canallada olandesa. Que son me-
jores para comer boturo y emborracharse que para pelear»151.

146 
Carta del conde de Monterrey, Gobernador de los Países Bajos, Bruselas, 12/7/1674.
Consulta del Consejo de Estado, 7/9/1674. AGS, E, Leg. 2.126.
147 
Carta del duque de Villahermosa, Gante, 18/2/1676. AGS, E, Leg. 2.131.
148 
Muestra del ejército de Flandes, 23/8/1672. Declaración de las villas grandes y peque-
ñas, fuertes reales y castillos en los cuales convendría tener guarnición, 1672. AGS, E, Leg.
2.119. Consulta del Consejo de Estado, 12/6/1672. AGS, E, Leg. 2.118. Consultas del Consejo
de Estado, 9/1, 8 y 28/5/1675. Carta del duque de Villahermosa, Bruselas, 20/3/1675. AGS, E,
Leg. 2.128.
149 
Carta del duque de Villahermosa, Bruselas, 22/1/1676. AGS, E, Leg. 2.131.
150 
Memoria de Juan de Layseca y Pedro Guerrero sobre la causa de la pérdida de Namur,
Madrid, 1/5/1693. AGS, E, Leg. 3.887.
151 
Carta del capitán Juan de Velasco al duque del Infantado, Lier, 16/7/1692. AHN, SN,
Osuna, CT 99, doc. 1.

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Es lógico que casi todos los espectadores del escenario militar flamenco
—el principal campo de batalla contra los ejércitos galos—, fueran unánimes
en emitir un veredicto sobre la situación militar de España, afirmando que lo
único que podía frenar las apetencias francesas no eran los aliados, sino un
ejército español numeroso y bien pagado152. Así un ministro de la Monarquía
afirmaba en 1678, reflexionando sobre el último conflicto bélico: «V.Magd te-
nía tres guerras, la de Sicilia, la de Flandes, la de Cataluña, y la peor de todas,
la de los aliados que le han vendido a V.Magd comprando la perdición con tanto
dinero»153.

Conclusiones

En la corte de Madrid muchos hombres de estado, afanados en urdir alian-


zas con otras naciones, no se dieron cuenta del delgado límite que separaba la
conservación del ejército de la conservación de toda la Monarquía. Hasta bien
entrada la Guerra de Holanda España seguía pareciendo fuerte, y hasta 1675
actuó como un escudo protector para que los holandeses, y el resto de aliados,
empezaran a recuperarse de la victoriosa agresión francesa. Pero en el tramo
final de la contienda la Monarquía tuvo muchos problemas financieros que
limitaron su esfuerzo bélico, y que hicieron que al final fuera la nación que
más perdió en los acuerdos de paz de Nimega.
La falta de recursos económicos de la Monarquía —y el empleo de los
mismos en una política inadecuada—, empeorarían la situación, especialmen-
te durante la década de 1690, cuando a nivel internacional se hicieron más
evidentes sus limitaciones. Dentro de la política de pactos y subsidios con
otras naciones los más damnificados fueron los simples soldados, que vieron
como muchos fondos que debían haber ido al ejército se distribuyeron entre
los aliados sin que aquella política sirviese para prevenir la desmembración de
la Monarquía. Algo que tampoco sirvió para que las otras potencias —y la po-
blación de las provincias más amenazadas— dejaran de advertir la debilidad y
el descrédito progresivo de las armas españolas en Europa154, lo que sin duda
pudo dar pie al reparto, ante la creencia de que España no se podía defender
por sí misma.
La situación política también importaba, ya que algunos opinaban que Es-
paña se había equivocado en su política matrimonial con Francia, lo que había
agravado la situación. Con ello Francia había creado nuevas reivindicaciones
sucesorias, al mismo tiempo que España se mostraba adormecida y no parecía

152 
Luis Quirante del Toboso, Espíritu de Francia…, ob. cit., pág. 31.
153 
Carta del marqués de Falces, Viena, 17/7/1678. AGS, E, Leg. 2.401.
154 
Carta del marqués de Castel Rodrigo, Bruselas, 7/6/1668. Consulta del Consejo de Esta-
do, 10/10/1679. AGS, E, Legs. 2.107 y 3.864.

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reaccionar ante su potencial y su antiguo esplendor, mostrándose temerosa de
Francia, a la que había cedido su primacía tras la muerte de Felipe IV. Una he-
gemonía que se mantenía por «el miedo del derecho de la artillería, y el terror
a las tropas, que el Rey de Francia mantiene, para hacerle obedecer», las cua-
les parecían preparadas a intervenir si Carlos II moría sin heredero.  nte ello la
solución parecía ser mantener los Países Bajos, en donde se debía conservar
un ejército propio numeroso, para no estar a expensas de unos aliados poco
resolutivos, pero con un enorme interés por mantener el equilibrio de poder
en Europa, y con claros intereses económicos y comerciales en los territorios
españoles155. La actitud del emperador y de los aliados —que en los enfrenta-
mientos con Francia fueron los que menos perdieron—, junto con la creencia
de que Francia era imparable, influirían sin duda en la decisión final de Carlos
II de que el candidato francés —gracias al potencial militar galo— parecía el
único capaz de evitar la desmembración de España156.
En Europa la percepción de la situación por la que atravesaba España en
los últimos años del siglo fue negativa, ante su continuo retroceso157. En otros
casos había espectadores —como el del embajador genovés Giovanni Andrea
Spínola— que reconocían que la defensa de las fronteras parecía un continua-
to miracolo tras ver a los soldados que las defendían, su deplorable estado y
sus padecimientos, ya que a falta de fondos parecía que solo la reputación era
la que las mantenía. A pesar del mal estado de España, la excesiva burocracia
y la mala administración de los recursos, este embajador tenía una visión más
positiva, ya que opinaba que el reino podría reponerse y recuperar su antiguo
esplendor si recomponía su economía y hacía buen uso de sus tesoros158. Esto
nos hace tener una visión más positiva del período, ya que a pesar de la derro-
ta militar, las pérdidas territoriales fueron mínimas, sobre todo si tenemos en
cuenta que Carlos II dejaría más intacta su herencia a Felipe V, que la que él
había recibido de su padre. A pesar de perder territorios en Flandes, la derrota
no fue completa, algo a lo que contribuyó el ejército que pese a la falta de
fondos mantuvo su determinación de luchar aunque las condiciones no eran
propicias. Sin la profesionalidad de los militares, su voluntad de luchar o las
reformas realizadas, la derrota podría haber sido completa ante la continua
falta de fondos.

155 
Luis Quirante del Toboso, Espíritu de Francia…, ob. cit., págs. 28-33.
156 
L. Ribot, Orígenes políticos del testamento de Carlos II. La gestación del cambio dinás-
tico en España, Madrid, Real Academia de la Historia, 2010.
157 
N. Barozzi y G. Berchet, Relazioni degli stati europei lette al Senato dagli ambasciatori
veneti, serie I, Spagna, vol. II, Venecia, Pietro Naratovich, 1860, págs. 491-492.
158 
V. Vitale, La Diplomazia Genovese, Milán, Ist. per gli studi di politica internazionale,
1941, págs. 142-159.

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