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Introducción
Este mundo cambiante trae prosperidad para algunos y cambio para muchos.
Empero, la distribución del ingreso comparando diferentes países y dentro de un mismo
país sigue siendo desigual y éste es un tema no sólo económico, sino que atañe a
cuestiones sociales de diversa índole. La capacidad para generar industrias, para
investigar, innovar y desarrollarse está desigualmente distribuida entre los países. Aun
hoy, la vasta mayoría de las patentes se originan en países altamente industrializados,
como Japón, los Estados Unidos y Alemania.
El sector privado crea riqueza, genera empleos, utiliza recursos naturales y atrae
inversiones a niveles sin precedentes. El consumo juega un papel central aquí, el motor
de todo este engranaje y hasta una fuerte influencia en la conformación de nuestra
identidad personal. Los tipos de mercancía que consumimos y las marcas juegan un
papel tan preponderante como en su momento lo hiciera la religión o cualquier otra
ideología totalizadora. En esta línea de análisis pareciera inimaginable el fin de la
empresa como reguladora de nuestra vida cotidiana. Pero, en tanto agente social, la
empresa también exige ser controlada por el resto de la sociedad. Así, se exige que las
empresas sean más transparentes, que mejoren su política de recursos humanos, que se
establezcan relaciones justas de comercio con los proveedores y consumidores, que no
dañen el medio ambiente y que no sean cómplices de regímenes políticos dictatoriales.
A grandes rasgos, esto es lo que viene a la mente cuando se habla de responsabilidad
social empresaria.
Que el salario de un CEO por tres horas de trabajo sea igual al de un trabajador por todo
un año de trabajo no parece ser una preocupación central en la agenda académica y
empresarial de la responsabilidad social corporativa. Pero debería. Este puede ser uno
de tantos ejemplos de los límites autoimpuestos de la responsabilidad social de las
empresas: no preocuparse sólo porque los salarios sean justos, sino discutir la
distribución de la riqueza. Otro ejemplo sería que la responsabilidad social empresaria
generalmente no reprocha que las compañías trasladen sus inversiones de países
subdesarrollados hacia países desarrollados, aun cuando los márgenes de ganancia sean
mayores que estos últimos. La flexibilización laboral tampoco parece ser un tema por el
que ocuparse, ni preocuparse.
Otra área en la cual las compañías pueden ser criticadas es en términos de sus
prácticas comerciales y del uso de su poder para ganar mercados. Dejar fuera de camino
a pequeñas empresas, o forzar a los productores a adoptar prácticas administrativas que
en definitiva explotan a los obreros, a las comunidades y al medio ambiente natural
pueden ser perfectamente entendidas en el marco de una concepción de darwinismo
social, pero parece difícil que se puedan justificar éticamente.
“The view has been gaining widespread acceptance that corporate officials
and labor leaders have a “social responsibility” that goes beyond serving the
interest of their stockholders or their members. This view shows a
fundamental misconception of the character and nature of a free economy.
In such an economy, there is one and only one social responsibility of
business – to use its resources and engage in activities designed to increase
its profits so long as it stays within the rules of the game, which is to say,
engaging in open and free competition, without deception or fraud.
Similarly, the ´social responsibility` of labor leaders is to serve the interests
of the members of the unions” (Friedman 1962: 133)
Leandro Indavera.
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