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Ha sido difícil resumir esta vida. San José Pignatelli se relacionó con mucha
gente, grandes y pequeños, y de muchos países. Fue amigo de Pío VI y de Pío VII.
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San José Pignatelli
Fiesta: 14 de noviembre
Niñez y juventud
La familia de los Pignatelli se cuenta entre las "grandes" de España. Por sus
entronques familiares, está relacionada con la alta aristocracia de Nápoles, de Aragón
y, por el tío abuelo, el papa Inocencio XII, con la Santa Sede.
En ese contexto, de nobleza y corte, son educados los hijos. Doña Francisca,
con esmero, cuida de la formación religiosa. Pero, cuando José cumple los cuatro
años de edad, ella fallece poco después de nacer Nicolás, el hermano menor, quien
también será jesuita.
En la ciudad de Nápoles
Don Antonio, en 1744, pasa, con sus hijos, a vivir en la ciudad de Nápoles. Ha sido
"encargado de una honrosa misión" por el rey de España.
De regreso a Zaragoza
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En los años duros de la persecución, su hermano el conde de Fuentes, se
justifica ante el rey Carlos III: "Fue determinación suya el haber entrado en la
Compañía. Yo no tuve parte. Sólo lo detuve un tiempo para que reflexionara mejor".
En el Colegio de Manresa
En 1755, José es destinado al Colegio de Manresa. Allí parece haber hecho los
votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia.
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Los motines de Zaragoza y de Madrid
A Carlos III se le hizo creer que los motines de Zaragoza y Madrid encerraban
un plan para asesinarlo a ‚l y a toda la familia real. La acusación fue dirigida por el
conde de Aranda, Pedro Abarca de Bolea, gran maestre de la francmasonería
española y presidente del Consejo. El 27 de febrero de 1767 firmó el rey, en secreto,
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el decreto o Pragmática Sanción para el extrañamiento de los jesuitas de todos sus
dominios, España, Indias, Islas Filipinas y demás adyacentes, y que ser ejecutado en
la corte española el 31 de marzo. De este modo más de 5.000 jesuitas quedaron
privados de todo y exiliados de la patria.
En todas las demás españolas, donde había casa de la Compañía, el juez real
ordinario recibió una carta circular en la que se incluyó de un pliego adjunto que no
podía abrir sino el 2 de abril; y enterado de su cometido debía cumplir las órdenes
que contenía. A la cinco de la mañana del día 3, los soldados rodear n las propiedades
de la Compañía de Jesús y tomar n presos a los jesuitas. Los Padres y los Hermanos
serán reunidos en el comedor y allí oirán la lectura del decreto real.
El camino al destierro
Así, al cabo de varios días, llegan a Tarragona. En ese puerto José ha hecho el
noviciado y los gratos recuerdos le llegan al alma. Y aunque los jesuitas son llevados
a la que fue su casa, allí todo es dolor, soldados y centinelas en todas partes. Los de
Zaragoza encuentran a otros compañeros que han llegado antes y se aprestan a
recibir a los que seguirán llegando. José Pignatelli se desvive por hacer menos dura la
estancia. El P. Provincial de Aragón, el P. Salvador Salau, allí en Tarragona, le da
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plenas facultades y lo encarga de los desterrados. La casa es grande, pero incapaz
para albergar a 500 jesuitas: hacinados en cada aposento, en los corredores y hasta
en coro de la iglesia. Las autoridades hicieron traer colchones y frazadas desde los
cuarteles y hospitales. Los habitantes de la ciudad y pueblos vecinos aportaron con
gozo lo que pudieron para aliviar tan grande humillación.
Se les impidió desembarcar. La negación tenía por fin negociar con el rey de
España la revocación de la Pragmática Sanción. Y el 18 debieron nuevamente levantar
anclas sin rumbo fijo. Terminaron en Córcega, perteneciente a Génova, anclando en
Bastia el día 23. Más de veinte días demoró el jefe de plaza en permitirles bajar a
tierra. Los jesuitas del Colegio del puerto de Bastia socorrieron, llorando, a esos
hermanos tan sufrientes en esa largo destierro y navegación.
La respuesta del P. Pignatelli fue la siguiente: "Hace catorce años que entré‚ en
la Compañía de Jesús. Tuve deseos de pasar a las misiones de Indias; pero no melo
concedieron mis superiores por no disgustar a nuestra familia. Al presente no tengo
motivo alguno para abandonarla; y estoy resuelto a vivir y a morir en ella. Si otra vez
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me escribís, no me toquéis este punto de abandonar mi vocación. Os ruego, no hagáis
diligencia alguna en Roma para conseguirme la facultad de pasar a otra orden;
porque no lo haré jamás, aunque tuviese que perder mil veces la vida. Dios te
guarde.
Nápoles y Parma
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relevándose por el camino, emprendieron el 8 de octubre la marcha de 7 días hasta el
ducado de Parma. Cruzaron la ciudad de Regio y en Módena descansaron en el
Colegio de la Compañía. El 15 de octubre entraron en los Estados del Papa. Los
jesuitas aragoneses se dirigieron a Ferrara donde mandaba como legado, a nombre
del Papa, un primo del P. Pignatelli.
La ubicación de los dispersos
El 3 de febrero de 1769 murió el Papa Clemente XIII. Fue muy llorado por los
jesuitas porque lo sabían muy buen pontífice y defensor de la Compañía. Los reyes y
los gobiernos de España, Portugal y Francia se sintieron aliviados, porque con esa
muerte, según ellos, desaparecía el peor obstáculo para lograr la definitiva extinción
de la Compañía de Jesús. Clemente creía que su posición era al mismo tiempo una
defensa del pontificado y de la fe católica.
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vez, en cinco años cuatro meses y tres días de pontificado, que Clemente XIV
permitió que el General Lorenzo Ricci lo saludara; jamás le dio audiencia, ni a él ni a
cualquier otro jesuita; tampoco a los que habían sido sus amigos antes del
pontificado. Los jesuitas creían que el Papa actuaba así por razones políticas: para no
exacerbar a las cortes de los Borbones. Estas se inquietaban por las dilaciones del
Papa. El Papa pedía tiempo y paciencia y se contentaba con repetir algunas promesas
más o menos vagas o condicionadas, sin dejar nunca de mostrar su aversión a los
jesuitas.
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Fuentes y embajador del rey Carlos III en Francia, fue perseverante en esta lucha. El
embajador representaba a sus hermanos jesuitas, José y Nicolás, la conveniente y
necesaria sumisión hacia el monarca. Él, así lo decía, estaba de acuerdo en todo con
el rey y sus hermanos debían proceder de igual forma. Y, sin embargo, el Conde de
Fuentes siempre fue generoso con sus hermanos, enviándoles cuantiosas ayudas en
dinero. Otro tanto hizo María Francisca, la condesa de Acerra, quien había sido una
segunda madre de los dos jesuitas.
La vida jesuita de José Pignatelli no tuvo variantes en los dos años y medio
que restaron hasta la extinción de la Compañía.
El P. Agustín Monzón quien vivió todo el tiempo con él escribe: "En el intervalo
que paso desde este tiempo (el de la profesión solemne) hasta el mes de agosto de
1773 (o sea hasta la extensión de la Compañía), continuó el P. José Pignatelli con el
más ardiente celo en el ejercicio de sus acostumbradas ocupaciones sin aflojar un
punto, por más que fuesen cada día más válidos los públicos rumores de las
desgracias que amenazaban; continuó siendo el apoyo, el alivio, el consuelo de todos
y el promovedor de todo linaje de estudios, el consejero de los Superiores y de todos
los compañeros de infortunio, y en fin padre amantísimo y fortísimo sostén de toda la
Provincia de Aragón en todas sus tribulaciones".
En marzo de 1772, el rey Carlos III mandó a Roma al fiscal del Consejo de
Castilla, José Moñino, con secretas instrucciones y omnímodos poderes para lograr la
extinción de la Compañía de Jesús, o por halagos o por amenazas. En cada audiencia
con el Papa Clemente XIV, José Moñino abogó por la causa que le había sido
encomendada. Con habilidad supo valerse de los pareceres de los obispos españoles
que el rey, gracias al Patronato, había conseguido. Al fin, según confesión del mismo
Moñino, el Papa se decidió a la abolición, no por los crímenes de que los enemigos
acusaban a los jesuitas, sino en aras de la paz, para calmar la molestia de los
príncipes católicos. Creía sí que con esa medida quedarían tranquilos y la Iglesia
quedaría libre de otros males. Pero el embajador Moñino creía ver en el Papa
nuevas vacilaciones. Una y otra vez insistía, porque los días pasaban y la redacción de
los documentos parecía alejarse con ellos.
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500 ejemplares al Papa para excusarlo de hacer la edición pontificia. Sin embargo el
Papa decidió esperar hasta después de la fiesta de San Ignacio.
En la tarde del 16 de agosto los soldados cercaron todas las casas de los
jesuitas en Roma. Con soldados entraron los prelados ejecutores en el Gesù, en el
Colegio Romano, en el Noviciado de San Andrés, en el Colegio Germánico, en el
Maronita, en el Escocés, en el Griego y en el Colegio Inglés, en la Casa de los
Penitenciarios y en la Casa de los Padres portugueses. En el Gesù fueron llamados a
la portería el P. General, los Padres Asistentes y el Secretario de la Compañía; en la
oficina del portero se les leyó el Breve de extinción. Se preguntó enseguida al P.
General qué decía. "Respondió (dice un testigo) que adoraba las disposiciones de
Dios".
El rey de España, a su vez, les hizo saber que no se derogaba la pena del
destierro, y que no podrían vivir más de tres juntos so pena de perder las pensiones.
Estadía en Bolonia
Los ex-jesuitas, por orden del Papa, no podían ejercer en los Estados
Pontificios los ministerios eclesiásticos de predicar y confesar. Para los dos hermanos
ésta fue la parte más dura de sus nuevas vidas. José repartió las horas del día, casi
siempre en la misma forma, entre la oración y el estudio. Respecto a la oración no
dejó ninguna de las prácticas que había ejercitado como jesuita. Todas las mañanas
dedicaba una hora a la meditación formal; enseguida celebraba la misa; a mediodía y
antes de irse a dormir hacía los exámenes de conciencia; ocupaba largas horas en el
estudio y en lecturas de devoción; y cuando salía a la calle visitaba al Santísimo en
las iglesias. Y aunque tuvo que adaptarse al modo de vivir correspondiente a la
nobleza de su familia, no olvidó nunca la condición del estado religioso que había
profesado. Asistió a algunos cursos de la Universidad y atendió con extraordinaria
solicitud a los ex-jesuitas que no tenían medios para subsistir.
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La prisión del P. General
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La muerte del P. Lorenzo Ricci
El cónclave para la elección del nuevo papa fue semejante al anterior. Las
mismas maniobras, exclusiones y veladas promesas. El cardenal Juan Angel Braschi,
no enteramente del gusto de las cortes borbónicas, fue el elegido el 15 de febrero de
1775, al 26° escrutinio, con unanimidad de votos. El nuevo pontífice, Pío VI, tomó
una actitud de cierta independencia, pero de vaivén. Respecto a los jesuitas aseguró
a los Borbones que no le correspondería innovar lo determinado por su antecesor.
Quiso aliviar la prisión los ex jesuitas presos en Castel Sant ángelo, pero no se atrevió
a hacerlo sin consultar antes al embajador de España. Al P. Ricci, ya enfermo, se le
quitaron unas tablas que impedían la luz y el paso del aire; se le permitió, después de
comer, un paseo por uno de los corredores, con un soldado de vista y bayoneta
calada. Y en lugar de llevarle la comida fría, desde fuera del Castel Sant ángelo, se
pudo un brasero para darle algo de calor y poder calentar la comida. Se aceptó que el
ex-Hermano Luigi Orlandi pudiera asistirlo.
El Breve, para tener valor, según el mismo Clemente XIV, debía ser notificado
por los obispos en cada diócesis. Todos los gobiernos ordenaron la ejecución, cada
cual a su manera: en Suiza, Alemania y Austria quedaron como diocesanos
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enseñando en sus mismos Colegios; en las antiguas colonias inglesas de América,
igualmente.
Pero no fue fácil convencer a los jesuitas. Estos declararon que debían
obedecer al Romano pontífice y correspondía ejecutar el doloroso Breve. Federico se
mantuvo firme tres años, pero al fin cedió para que el Arzobispo de Breslau no tuviera
problemas con Roma.
Catalina de Rusia fue m s tenaz. A las primeras noticias del Breve Catalina II
envió órdenes al P. Estanislao Czerniewicz, Rector del Colegio Máximo de Polotsk, en
Lituania: no debían cambiar nada, que ella los protegía y les arreglaría la situación en
Roma. El 29 de septiembre de ese mismo año 1773, hizo emitir al obispo de Vilna, un
decreto en virtud de obediencia, intimando a los jesuitas que al no estar promulgado
el Breve de extinción en Polonia, la obligación de ellos era continuar como religiosos.
Al disolverse el resto de la Provincia, el 25 de octubre, el P. Sobolewski, Provincial,
debió constituir Viceprovincial al P. Czerniewicz por corresponderle conforme al cargo
de Rector del Colegio Máximo. "El Señor te conceda dones copiosos de gracia para
sostener en esa región los restos de la religión católica y de la Compañía". De
inmediato el P Czerniewicz se apresuró en escribir al nuncio José Garampi en Riga:
"Estamos en grande aflicción; de una parte, la emperatriz nos ha intimado que quiere
proteger a los jesuitas que estamos en sus estados; por otra, tememos ser acusados
de desobediencia a la suprema autoridad de la Iglesia, a la cual deseamos
someternos aunque muramos en la empresa". Al mismo tiempo presentó un
Memorial, dirigido a Catalina, exponiendo todas las razones que le inducían a pedir el
permiso de disolución, insistiendo en la obediencia que se debe a la Santa Sede.
Conocida la elección del papa Pío VI, el P. Czerniewicz presentó a través del
cardenal Carlo Rezzonico, sobrino de Clemente XIII, todas sus inquietudes. El 13 de
enero de 1776, el Papa contestó enigmáticamente: "Ojalá que el resultado de tus
oraciones sea feliz, como yo lo preveo y tú lo deseas". Una nota anexa del cardenal
explicaba que el Papa había acogido el memorial con clemencia, pero que no se debía
esperar una respuesta más expresiva.
El Viceprovincial creyó entonces que podría abrir un noviciado. En tres años los
jesuitas habían descendido de 201 a 150, a causa de las muertes y las salidas, por
obedecer al Breve. Pero en el discernimiento los consultores creyeron necesario el
permiso del Papa. El P. Czerniewicz pidió a Catalina que intercediera. Esta le dio
seguridades y también dineros para iniciar la construcción. Catalina cumplió su
palabra. Convenció al lituano Estanislao Siestrzencewicz, primer obispo católico en
Rusia Blanca, con sede en Mohilev, para que en su viaje a Roma pidiera autoridad
sobre todos los religiosos católicos de Rusia. El Vaticano dio amplios poderes por tres
años. Catalina otorgó inmediatamente el placet imperial al documento romano y
decidió aprovecharlo para que el obispo favoreciera a los jesuitas concediéndoles, el
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30 de junio de 1779, la deseada erección canónica del Noviciado. El 2 de febrero de
1780 se inició en Polotsk con ocho novicios.
El 16 de marzo de 1779 llegó a Turín Don Juan Pablo Aragón y Azlor, duque de
Villahermosa, designado embajador de Carlos III ante la corte de Víctor Amadeo III.
Lo acompañaba su esposa, doña María Manuela Pignatelli, hija del Conde de Fuentes.
Y como los Padres José y Nicolás Pignatelli no los conocían solicitaron permiso al
comisario español para visitarlos. Salieron en el mes de junio. Pasaron por Parma en
donde fueron recibidos afectuosamente por el Duque Fernando de Borbón. Allí
comenzó la amistad profunda entre el P. José Pignatelli y el Duque de Parma la que
va a ser de enorme provecho para la Compañía de Jesús.
Restauración parcial
El Vaticano observaba que los Borbones ya no eran los mismos: Carlos III se
iba quedando solo; Luis XVI no iba al unísono; el infante-duque Fernando en Parma
había cambiado; Fernando IV, el rey de Nápoles se mostraba también independiente.
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En Portugal después de la muerte del rey José Manuel I había subido su hija María y
el marqués de Pombal, en desgracia, moría en la mayor soledad.
Pío VI recibió tres veces a Benislawski y discutió con él las propuestas rusas. En la
última audiencia, el 12 de marzo de 1783, accedió a todo lo pedido por Catalina.
Sobre el punto de que la Compañía continuara existiendo en Rusia, el Papa repitió
tres veces: "doy mi aprobación". Se acercaba, para los jesuitas, la fecha de los diez
años del Breve de extinción y los diez años de la intransigencia de Catalina.
Siempre atento a las noticias que venían de Rusia Blanca supo que el 18 de
julio de 1785 había muerto el P. Estanislao Czerniewicz y que poco más de dos meses
después había sido elegido en Congregación General como Vicario General el P.
Gabriel Lenkiewicz, lituano de 63 años.
Por encargo del comisario español en Bolonia, Luis Gnecco, debió intervenir, en
los tristes asuntos de su hermano Nicolás Pignatelli. Las deudas y los no pagos de
éste lo hicieron caer en prisión. El P. Os‚ debió administrar los ingresos y empezar a
cancelar las deudas de su hermano. Su amor fraternal no siempre fue comprendido
por Nicolás. Pero José perseveró años en su ayuda, una década, hasta la muerte de
Nicolás en Venecia en sus brazos.
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El P. José Pignatelli no tomó parte directa de este primer grupo por estar
entregado a la atención de los numerosos eclesiásticos que buscaron refugio en
Bolonia huyendo de Niza y Saboya después de la gran Revolución en Francia. El
número de esos sacerdotes franceses llegó a 1.200 y, prácticamente, casi todos
fueron acogidos por los ex-jesuitas.
Hacia fines de 1795 el P. José Pignatelli viajó al reino de Nápoles. Había ido
otras dos veces: en 1794 y en marzo de ese mismo año 1795. El motivo oficial de los
viajes eran el visitar a su hermana la condesa de la Acerra, anciana y enferma, pero
el principal fin que lo movía era explorar el ánimo de los reyes Fernando IV, el mismo
que había expulsado a los jesuitas, y el de su esposa María Carolina, hermana de la
reina de Francia María Antonieta y de María Amalia duquesa de Parma.
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Ya jesuita, casi de inmediato viajó a Nápoles para visitar a su hermana, la
condesa de la Acerra, y tratar los asuntos de la Compañía con los reyes. No llegó a
acuerdo con los ministros, pues éstos aceptaban el restablecer la Compañía, pero la
querían independiente de la de Rusia Blanca; y este punto era vital para el P.
Pignatelli.
La fundación del Noviciado se hizo con una renta asignada por el duque y con
la generosidad de la condesa de la Acerra y de la duquesa de Villahermosa. Los
Padres Dominicos cedieron el antiguo Convento de San Esteban que ellos habían
cerrado en la villa de Colorno, residencia ordinaria del duque.
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Era, por cierto, un noviciado especial. La Compañía de Jesús no había sido
oficialmente reconocida, sino permitida. La conexión con ella no podía tener valor sino
en el fuero interno. Los novicios de Colorno, al término de su probación, sólo harían
votos estrictamente privados. La preparación la dará el Maestro, pero los votos
definitivos del bienio los emitirán en Rusia.
El Papa de la restauración
En Rusia había muerto Catalina, pero el zar Paulo I seguía los pasos de su
madre. Desde el 12 de febrero de 1799 era Vicario General el también lituano
Franciszek Kareu elegido a los 64 años. El zar le había entregado en San Petersburgo
la Iglesia de Santa Catalina y había iniciado allí un Colegio.
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proveniente de personas y grupos de Europa y hasta de los Estados Unidos de
América.
Provincial en Italia
Y éste fue uno de los méritos más valiosos del P. Pignatelli: la caridad para
recibir, el entusiasmo para animar, el cuidado para proveer a todos y la suavidad para
hacer revivir el espíritu jesuita. Los Ejercicios de San Ignacio que los recién llegados
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hacían con amor eran el arma principal. El P. Pignatelli hizo imprimir el Sumario de las
Constituciones, las Reglas Comunes de la Compañía y la Carta de la Obediencia de
San Ignacio para reiniciar la lectura mensual que a esos venerables ancianos les
había sido tan familiar.
Para los Colegios hizo imprimir el Ratio Studiorum para aplicarlo y para
estudiar una adaptación a la nueva pedagogía que hacía su aparición en Europa
después de la Revolución en Francia y las ideas napoleónicas.
El convocar una Congregación para elegir al nuevo Prepósito General fue una
empresa difícil. El zar Alejandro puso dificultades y demoró los plazos. La Provincia de
las Dos Sicilias estuvo representada en las personas de sus delegados. En esto último
tuvo un rol importante el P. Pignatelli: se opuso a los planes del P. Cayetano Angiolini,
Procurador general nombrado por el P. Gruber que deseaba una Congregaci¢n
celebrada en Roma. Al fin, en Polotsk, la Congregación eligió el 14 de septiembre de
1805 al P. Tadeo Brzozowski, un polaco de 56 años.
Expulsión de Nápoles
Las tropas francesas estaban en Italia desde 1796. Al ser coronado Napoleón
como Emperador sus ejércitos avanzaron. En enero de 1806 estuvieron en Nápoles. El
rey con su familia y el gobierno se refugiaron en Sicilia. José Bonaparte entró
triunfante en la ciudad.
Desterrado en Roma
Al llegar a Roma fue recibido por Pío VII quien le cedió habitaciones para los
desterrados en el Colegio Romano y en la Residencia del Gesù. Allí se instalaron
provisoriamente los casi 90 jesuitas extranjeros que venían de Nápoles.
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América del Norte a quienes no se les había intimado el Breve de supresión y habían
obtenido la agregación a la Compañía de Rusia.
Entre sus notas espirituales hemos encontrado lo siguiente: Tres deben ser las
preparaciones para la muerte: remota, próxima e intermedia. La remota es la vida
santa y fervorosa; la próxima son los actos que debo practicar cuando esté en peligro
y en artículo de muerte; la intermedia son esos mismos actos que deber‚
frecuentemente repetir cuando esté sano y me sean más fáciles de hacer.
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tenía del P. General, nombró Provincial al P. Panizzoni y él se dispuso a morir. Murió a
los 74 años de edad el 15 de noviembre de 1811.
La glorificación
Sus funerales los hicieron los jesuitas en la humilde iglesia de Nuestra Señora
del Buen Consejo y allí mismo fue sepultado. Se tuvo cuidado de que no hubiera
mucha gente por temor a poner en peligro la vida misma de la comunidad que había
pasado inadvertida a las autoridades francesas.
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SANTOS JESUITAS
Colección
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Distribuye:
JAIME CORREA C.
Alonso Ovalle 1480
Casilla 597 - Tel‚fono 6984868
Santiago de Chile.
Nihil Obstat
Imprimi Potest
Juan Díaz Martínez, S.J.
Provincial de la Compañía de Jesús en Chile
Imprimatur
Sergio Valech Aldunate
Vicario General de Santiago de Chile
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