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I UCIN*

Agustín García Calvo

Í U ClI*N
Lógica
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copias, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéti­
cos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

Primera edición, febrero de 2002


© Agustín García Calvo
© Editorial Lucina, Rúa de los Notarios, 8. 49001 Zamora
Telf. y Fax: 980 53 09 10
Impreso y hecho en España
ISBN: 84-85708-61-X
Depósito legal: M.6.530-2002
Fotocomposición e impresión: EFCA, S. A.
Polígono Industrial «Las Monjas»
28850 Torrejón de Ardoz (Madrid)
C O N T R A LA REALIDAD
(ESTU D IOS DE LENGUAS Y DE COSAS)
ÍNDICE

Presentación........................................................................... 9

T PARTE

NÓTULAS

I. Del número y los fundamentos lógicos...................... 13


II. D e ‘tiempo’, el tiempo y lo sin fin............................. 21
III. De la lu z........................................................................ 29
IV. En la hora de nuestra muerte...................................... 43
V. De gravedad y más allá................................................. 51

2’ PARTE

DE LA DANZA A LA ESCRITURA,
LAS GRAMÁTICAS Y YO MISMO

Rememoración de la lección sobre ‘música y lenguaje’.... 65


Los números en el cuerpo.................................................... 71
Tomar, loco y usted............................................................... 83
8 Agustín Garda Calvo

Desde que nos escribimos..................................................... 103


Anuncio de un curso de puntuación................................... 117
Presentación de la edición española de 1999 de escritos
deB. L. W horf................................................................ 121
Presentación del libro Language de Leonard Bloomfield en
su traducción vasca......................................................... 143
Realidad: entre semióticos y científicos.............................. 163
Una carta............................................................................... 181
Sobre el sujeto...................................................................... 187
Que el yo no soy yo.............................................................. 191

3* PARTE

RESEÑAS DE LINGÜÍSTICAS,
LÓGICAS Y FÍSICAS

¿Cómo se ha empezado a hablar?........................................ 215


Decir que n o ......................................................................... 227
De cómo cambian las lenguas.............................................. 245
El mesmo Aristóteles en torno del lenguaje....................... 253
De realidades enterradas en las lenguas................................ 263
Cómo caen los átomos......................................................... 277
¿Una Física sin tiempo?........................................................ 287
Perdición de la materia......................................................... 299
PRESENTACIÓN

Recopilo aquí ocurrencias y razonamientos que saltan de las cuestiones


lógicas o de lengua a lasfísicas o de realidad, algunos ya publicados, aun­
que en sitios poco accesibles, otros no, y en general posteriores (o aposti­
llas) al libro Del lenguaje 111 (del aparato) 1999, por lo que toca a lo
uno, y al Contra el Tiempo 1993, 2a ed. 2001, por lo que a lo otro.
Van primero una serie de reflexiones o esperimentos de estos últimos
10 años más o menos, que he tratado de dividir por tandas según los te­
mas o problemas principales a los que tocan. Hilvano luego un par de
estudios sobre ritmo, y otros sobre cuestiones de las lenguas (y de la es­
critura) y “el Sujeto’’. Al fin republico unas cuantas reseñas o ensayos,
las unas de libros de Lingüística o Lógica, las otras de otros de Física,
pasando por algunas áreas intermedias de la Realidad o disputas en que
el uno y el otro tratamiento se involucran.
Tan diversas razones, que tan pronto están partiendo del descubri­
miento de la gramática común como incidiendo sobre las teorías físicas y
sus objetos mismos, llevan, sin embargo, un hilo, o más bien corriente
como eléctrica, que las enlaza o conecta todas, y consiste en lo que el tí­
tulo de la compilación dice: un intento de atacar y desmontar la Reali­
dad por los diversosflancos que se puede.
Si alguien se pregunta (pero eso serán lectores personales, no el co­
mún de la gente, que sin más está conmigo en esta guerra) por qué el in-
10 Agustín García Calvo

tentó de desrealizar la Realidad, o si tiene sentido tan siquiera, habrá


que responder, a lo primero, que la Realidad es a la vez un producto y
un sostén del Poder que pesa sobre lo vivo y pueblo de nosotros y trata
de cerrar las posibilidades de vida y de razón; y, a lo segundo, que, pese
a lo opresor y derrengante de ese empeño del Poder, es claro que nunca
la Realidad está tan hecha y segura como se quiere hacer creer, según lo
prueba el hecho mismo de que Padres, Curas de Alma, Estadistas, Me­
dios, Ciencia vulgarizada estén cada día empeñados en demostrar lofa­
tal y completo de la Realidad, vamos, que la Realidad es todo lo que
hay.
Pero eso es mentira, y no hacefalta andar buscando motivos ojusti­
ficaciones de la guerra: pues para el amor de ¡a verdad, es decir, del des­
cubrimiento de lafalsedad, no hacenfalta razones, ¿no?
I a PARTE

N Ó T U LA S
I. DEL NÚMERO Y LOS FUNDAMENTOS
LÓGICOS

El verdadero fundamento de la Aritmética consiste en querer


hacer creer que T ’ es un número entre los números, en contra
de lo que el sentido común sigue diciendo por lo bajo: que ‘T
es la negación de número.
Así, desde la raíz, el proceso general de falsificación: conver­
tir la negación de la Realidad en una realidad.
Recuérdense los intentos de Frege de buscarle al ‘1’ del len­
guaje matemático un fundamento en las lenguas naturales: a sa­
ber, el del Nombre Propio: si hay, en realidad, seres que son uno
y solo, como la Luna o Huelva o Julio César, eso dará una justi­
ficación real al T .
Pero no hay tales seres en la realidad: la condición de los se­
res reales es que costen de nombre y número, que tengan un se­
mantema (que se sepa qué son) y que admitan cuantificadores
(que se cuenten), dos condiciones que a su vez no pueden darse
la una sin la otra: para que una oveja, un átomo, una estrella, un
funcionario sean reales deben, lo uno, ser ‘oveja’, ‘átomo’, ‘es­
trella’, ‘funcionario’, y deben, lo otro, por tanto, y viceversa,
14 Agustín García Calm

contarse entre las ovejas, los átomos, las estrellas o los funciona­
rios.
El Nombre Propio, por el cual uno pretende ser el que él
solo es, único, singular, irrepetible, no pertenece propiamente a
la lengua ni a las lenguas, careciendo como carece de significado
y siendo ajeno al proceso, esencial a la lengua, de la astracción,
por el que cosas que no pueden nunca (por debajo de la Reali­
dad) ser la misma se hace como si fueran la misma: pertenecen
más bien los Nombres Propios a una istitución esterior y ante­
rior —diríamos— a la lengua, y nunca habrían podido de por sí
costituir una Realidad.
Cierto que conviven entre nosotros la lengua con esa otra
convención y sostienen una con otra las relaciones y mutuas
conversiones que se sabe. Y justamente la Realidad, cuando es la
de la propia población humana, se sostiene en la fe en que el te­
ner su Nombre Propio cada uno es el rasgo común que a todos
los agrupa en su conjunto. Pero eso no empece a la diferencia
decisiva que aquí nos toca: uno, para ser real, ha de pertenecer a
una colección o género de los distintos-que-son-el-mismo, del
que él se deduce como elemento: sólo así puede ser uno, esto
es, uno de ellos. Pero uno que sea único por virtud de su solo
Nombre Propio ni puede ser real ni tampoco ‘1’.
Sólo de seres reales puede tratar la Física y toda Ciencia de la
Realidad; que es, en cambio, perfectamente inepta para tratar de
Don Hipólito Santisteban, ni de mi muerte, que sólo se da una
vez, ni de cosa alguna que sólo se dé una vez, ni tampoco, por
más que la Cosmología cuántica siga pugnando en ello, del Uni­
verso mundo, si es que es uno solo.
Así lo sentían bien Epicuro y su Lucrecio, que dice en
II 1077-1086: “que cosa no hay en el todo ninguna / que única
nazca y que única crezca a ser sola y una / sin ser de alguna fa­
milia y sin que en el mismo haya muchas / género. Atiende pri­
mero a los seres vivos y busca: / la raza de fieras monteses así ha-
Nótulas 15

liarás que lo cumpla, / así de los hombres la prole dual, asimis­


mo las mudas / manadas de los escamosos y las volátiles turbas. /
Visto lo cual, a razón semejante el cielo sin duda / hay que ad­
mitir, tierra, sol, cuanto hay, y el mar y la luna / que uno no son
cada cual, sí más bien en innúmera suma”. Claro que ese reco­
nocimiento de los múltiples (innumerables) universos no los li­
bra, como tampoco a los modernos, de seguir, sin embargo, cre­
yendo en un Todo o Suma, que será también ‘I ’ y, por ende,
inasequible a toda Física.
Ya antes de la Ciencia, para intentar contradecir esa imposi­
bilidad, hubo de surgir en el mito el Ave Fénix, único animal
que es único en su especie. Pero, al fin, ni el Fénix se libraba de
obedecer a la misma Ley: pues, para sostener su fe y figura, tenía
que perecer periódicamente y en el mismo istante renacer de
las áscuas de su muerte; de manera que, aunque sea, como di­
cen, “en el Tiempo”, son múltiples las Fenices, y cada una no
más que una de ellas, con lo que trata de cobrar su realidad; y
razonablemente: pues en verdad la primera cosa que se cuenta
son las veces, origen de los números y fundamento de la Rea­
lidad.

La noción del ‘conjunto vacío’ sigue por fuerza mantenién­


dose y buscando modos de conjurar sus contradicciones. Así,
M. D. Potter, en Sets: an introduction Oxford-N.Y. 1990, usando
el término genérico collection, contraponiendo rigurosamente la
relación de ‘inclusión’ con la de ‘pertenencia’, trata de distinguir
dos tipos o sentidos de ‘colección’, la ‘colección como uno’ y la
‘colección como igual a sus elementos’.
Pero me temo que la ‘colección vacía’, definida puramente
por la inclusión (sin necesidad de la pertenencia de sus elemen­
16 Agustín Garda Calve

tos) no consista en otra cosa que en la idea misma de ‘colec­


ción’.
Y asimismo, ya hace más de un siglo que los fundamentado-
res lógicos de la Matemática veían bastante claro que el ‘conjun­
to vacío’ (y, para el caso, también la ‘colección vacía’) sólo pue­
de fundarse en la contradicción: a saber, ‘conjunto de todos
los x que, a la vez, son x y no son x \ todos los cuales son uno
mismo, es decir, ninguno. De modo que no es que la paradoja
de Russell descubra, como fallo, una contradicción en la idea de
‘conjunto’, sino que la contradicción es el fundamento de la
idea.
En suma, a lo que asistimos en este caso ilustre es a la confu­
sión entre planos semánticos o niveles de astracción, que hace
que lo que es un salto de nivel trate de seguirse atribuyendo,
como un costituyente suyo, al plano del que se ha saltado: la in­
clusión, que era una relación (y operación) de cosas con su co­
lección, al elevarse al plano lógico siguiente, se convierte a su
vez en una cosa (se hace astracción de los elementos que la cos-
tituyan), como sucede a cada paso en la lengua y razón corrien­
te, cuando, tratándose de personas que se reúnen, luego se pasa a
tratar de reuniones. Pero entonces, se pretende que ese acto de
elevación y astracción se tome, en la situación lógica anterior,
como un rasgo o cualidad, que pueda, por ejemplo, distinguir
unas colecciones de otras.
Y, asimismo y en definitiva, cuando el conjunto salta del ni­
vel en que se conjuntan elementos al nivel en que la cosa de que
se trata es el conjunto mismo, hecha astracción de la conjunta-
ción de sus elementos, se pretende que ese salto lógico de nive­
les de astracción funcione en el nivel anterior como una idea, la
de ‘vacío’, que sirva para definir un tipo de conjuntos. Algo así
como si, tratándose no ya de personas que se reúnen, sino tra­
tando de reuniones, se pretendiera que una reunión a la que no
asista nadie es, sin embargo, una reunión, por el hecho de que
Nótalas 17

está prevista como caso de la idea de ‘reunión’ que se ha estable­


cido una vez que de lo que se trata es de reuniones.

El signo <=>, ‘ifF, ‘ssi’, no debe leerse “si y sólo si”, porque
el ‘y’, en esa lectura, está uniendo el absoluto ‘sólo si’, que es la
restricción total, la “nada” de todo lo que no es eso, con el no-
absoluto ‘si’, que no puede ser absoluto, porque es, por su pro­
pia función originaria, eventual, esto es, pendiente de su com­
probación en una futura realidad.
Para que esa unión pudiera darse, sin intentar sumar cosas
tan heterogéneas, tendría el ‘si’ que hacerse igualmente absoluto,
referido al “todo” o “siempre”, de modo que el signo tuviera
que leerse “siempre que y sólo si”, ratificando el “todo” con la
“nada”, el “siempre” con el “nunca”, y viceversa.
Sólo que esto sigue, sin embargo, revelando la heterogeneidad
o asimetría entre los términos: entre la restricción, ‘sólo si’, esto
es, que “si no, no”, que es lógica y definitoria, y la eventualidad
(y, por tanto, indefinición) que sigue siendo inherente al ‘siem­
pre que’: se sabe lo que “no (puede ser)”, pero lo que “siempre
será” o “en cualquier caso ha de ser”... eso hay que verlo.

Parémonos un punto en la ocurrencia de Peano de dividir el


signo *=’. Dice él que lo de “es” ya está en su mero e , y que
luego, para que sea “es igual”, hay que añadir eso, ‘íson’, ‘igual’;
esto es, como si quisiera separar la acción u operación puramen­
te lógica del ‘es’ de la matemática o logico-cuantitativa del
‘igual’.
18 Agustín Garda Calvo

Pero no es así precisamente lo que pasa: el mero signo e ya


de por sí es ambiguo, en cuanto que no se sabe si lo d i c e
(como un “pertenece a” o como la Cópula “es” en Presente de
Indicativo de nuestras lenguas) o si enuncia una condición o
cualidad que d e f i n e e l t é r m i n o al que se aplica
(como sería, en lenguas naturales, un “siendo” o “dado que es”,
“perteneciendo como caso a tal idea”).
Esto es, que el ‘íson’ o ‘igual’, lo mismo que el propio e , es
meramente el término Predicado, mientras que aparte, en la
producción misma de la fórmula, se presenta (lo que un “es”
hace, lo que Peano sin duda quería separar) la predicación o ac­
ción de predicar.
Es, en fin, la diferencia entre ‘Predicado’ y ‘predicación’,
que se revela bien en el juego con la Negación, con las oposi­
ciones y confusiones entre ‘Negación de Predicado’ y ‘Nega­
ción de predicación’, sobre las que vuelvo en la reseña ‘Decir
que no’.
Y es la diferencia entre las dos regiones de la gramática (‘or­
ganización y producción de la frase / costitución de los térmi­
nos léxicos’) de la que tampoco puede la lengua matemática
eximirse: una ecuación o se cita (a modo de paréntesis o subpre­
dicación) como término en otra fórmula o recordatorio de la
costitución del término o está en activo (“= ’ = “es”) y diciendo
lo que dice.

En cuanto a la entrada de los números en la imaginación o


ideación de la Realidad, las dimensiones espaciales tienen que
ser 3 y no menos de 3 ni más que 3,
por la misma razón que a la Teología le imponía la Trinidad
de las Personas del solo Dios,
Nótalas 19

a saber, por un motivo lógico, en el trance en que la razón


se aplica a la ideación, puramente geométrica, es decir por un
motivo de fuera de la Realidad, y de la Física:
que la Realidad sólo puede con-cebirse o co-struírse por
oposición (como en la lengua sólo por oposición puede estable­
cerse la entidad, de un fonema por ejemplo) o sea ‘lo uno/lo
otro’, ‘alto/bajo’, ‘en un sentido/en el contrario’;
lo cual es “dos” o preludia a ‘2’, mucho antes de que ‘2’ sea
un número ni haya números como los de la serie.
Y a esa oposición se la tiene que considerar (“mirar desde fue­
ra”) como unidad, ya que, si no, la mera oposición ‘a/b ’, sin re­
conocer que ‘a’ y ‘b’ son ‘un par’ y colaboran por igual en la for­
mación de la pareja, no basta para la costrucción de la Realidad;
lo cual introduce “un 3o”, que quedará por siempre alter­
nando o vacilando en una disyuntiva: la de situarse, a su vez, en
el mismo plano lógico que los “2” opuestos, y entrar en la tes-
tura de la Realidad, o mantenerse aparte de ellos y de ella.
En cualquier caso, el proceso no puede, por paso a otros gra­
dos o niveles (no se olvide que no contamos con la serie de los
números), dar lugar a una razón nueva: pues cualquier oposición
que se produzca y el consiguiente reconocimiento de la unidad
de la dualidad no hace sino reproducir (y con ello ratificar) la ra­
zón originaria.
En particular, ‘5’ consiste en tomar la disyuntiva del “3o”
como alternancia sucesiva, esto es, que ‘dualidad’ y ‘trinidad’
son 2 interpretaciones de lo mismo (aut convertido en uel) com­
patibles y sumables entre sí: que la relación, observada, es, a la
vez, 3, contándose el observador, o 2, no contándose. O sea, en
Filosofía, que la objetividad de la relación (y, de ahí, de la Reali­
dad toda) y su subjetividad no son más que dos interpretaciones
o maneras de lo mismo.
Y, leyendo a G. Jaroszkiewícz ‘The running of the Universe
and the quantum structure of Time’, en la Red, mayo 2001, en­
20 Agustín Garda Calvo

cuentro, en los avatares de las teorías físicas, y la relación entre


las “clásicas” y las cuánticas, algunas apariciones complejas de
esta lógica elemental. La relación, tal como se propone enten­
derla, es ésta: se reconoce (a) una realidad (a la que se alude con
lo de “emergent”, y que no se acepta como “verdadera realidad”),
para la que valen las nociones de ‘espacio’ y ‘tiempo’ o ‘tiempo-
espacio’ “objetivos”, y (b) una sub-realidad, en que tal no vale,
porque lo que la observación determina son “q-ticks” (que acaso
pueden apuntar a un cómputo del verdadero tiempo que “runs”
el Universo), mientras que en la realidad ‘a’, superior o “clási­
ca”, es la intromisión, pero no reconocida, de la observación en
lo observado lo que ha introducido unidades (números) de me­
dida del tiempo-espacio.
Vuelvo en V sobre la posibilidad de que la quantum-gravity,
que esplícitamente se reconoce hoy como algo desconocido, sea
una aparición del tiempo verdadero, del no real y sin nombre. Y
algo toca también a este juego de realidades (con y sin inclusión
del observador) lo que en la doctrina atómica de Epicuro hemos
de entender como relación y oposición entre una ‘Realidad de
cosas’ y una sub-realidad esplicativa o ‘realidad de átomos y va­
cío’. Y para “2” y “3” como protonúmeros, en el Contra el
Tiempo ataque 10°, y aquí mismo, ‘Los números en el cuerpo’.
II. DE ‘TIEMPO’, EL TIEMPO Y LO SIN FIN

La “irreversibilidad del Tiempo”, “que el Tiempo no tiene


más que 1 sentido” (y no 2, ‘hacia adelante’ y ‘hacia atrás’, ‘ha­
cia derecha’ y ‘hacia izquierda’: en otras “trayectorias” normal­
mente ni se piensa), es una falsa negación; como corresponde a
una Negación ya implícita o asumida como costituyente de una
antítesis que juega entre 2 términos “existentes”, esto es, conce­
bibles o imaginables, para negar el uno a favor del otro: una su­
peración de la antítesis entre términos reales, que, por tanto,
queda ella misma incluida en la Realidad, pretendiendo mera­
mente restringir o corregir su imaginación.
En verdad, un solo sentido no es ninguno, como en general
(v.I 1) T no puede de por sí solo ser T ’ ni servir para funda­
mento de la Realidad.
La verdadera negación, al negar la presencia o presupuesto
mismo de la antítesis, lo que hace es anular la propia espacialidad
o concebibilidad del Tiempo, la ideación del Tiempo, con que
se encuentra; y, con ello, puesto que esa idea de ‘tiempo’ es el
fundamento último de la Realidad, descubre la falsedad de la
Realidad misma, la deja abierta a su perdición en lo sin fin, in­
contable, inconcebible.
22 Agustín Garda Calvo

Podemos tal vez pensar que el Tiempo se establece, y con él,


por tanto, la Realidad, a plazos; a saber:
Io) Debido a que hay (“tenemos” suele decirse, reducién­
dome a mí a un ‘nosotros’, que está ya presto a traducirse en ‘los
humanos’) un tipo de memoria que llamamos noética o ideativa,
el orden de sucesión del decir de los hechos ha podido conver­
tirse, a lo geométrico, en una ordenación entre los hechos mis­
mos, ya registrados, entre unos que son ‘delante’ (los que se de­
cían antes) y otros que son ‘detrás’ (los que se decían después),
lo cual es ya distancia, espacio; de modo que el Tiempo empie­
za a con-cebirse en cuanto que es espacio: la memoria noética
se toma como la sola real, mientras se olvida la memoria no-ide-
ativa, que era lo mismo que el tiempo sin fin, inconcebible, en
que los hechos se decían.
2o) El paso siguiente está en que se introduce una equipara­
ción de ese tiempo inconcebible en que se está hablando con los
hechos “pasados”, o sea registrados, concebidos; esto es, que el
campo ‘en que se habla’ se confunde con el mundo ‘de que se ha­
bla’; y así se establece también distancia entre lo que está pasando
ahora y algún hecho de los registrados; lo cual no puede, desde
luego, hacerse sin que lo que está pasando se conciba y se con­
vierta ya en un hecho (“momento”, ‘ Presente”, como se quiera),
lo que no era. Este es el trance decisivo de costitución de la Rea­
lidad, ya que la reducción de campo ‘en que’ a ‘mundo de que’
sólo se da en ese sentido, y no al revés, en el de dejar que pase lo
que pase y no se sabe y, liberando una memoria viva, reconocer
los hechos como meras ideaciones o fantasías; en fin, que la re­
ducción se hace en el sentido que el Poder manda, realización de
las sin fin posibilidades convirtiéndolas en hechos, o sea ideas.
3o) Pero la istitución del Tiempo real y el cierre de su do­
minio sólo se produce (por algo la Realidad es esencialmente
Nótulas 23

futura) con el trámite en que los miedos o esperanzas vienen,


con sus cálculos y pre-visiones, a con-cebirse igualmente, como
hechos o ‘entes en potencia’, y se ordenan en una sucesión tem­
poral real (por tanto, espacial, ideal); la cual inmediatamente se
interpreta como causal: “Si hace tal cosa, va a resultar tal otra”,
y se ofrece como lección o escarmiento la ordenación, que ya
empieza a concebirse simétricamente, de los hechos registrados.
Así que, hasta ahí, la ideación de hechos potenciales, imagina­
rios, montada enteramente en el vacío, se alimenta de la idea­
ción, ordenada ya en Tiempo real, de los hechos sucedidos.
4o) Y, en fin, de rebote, los hechos futuros o imaginados
en vacío, que no pueden ser sino ideales y, para ser numérica­
mente computables, sumamente escasos y simples, como astraí-
dos que están de toda sensación o sentimiento que los perturbe
o desdibuje, vienen a imponer esa escasez y simplicidad sobre
los hechos registrados, asegurando su condición astracta, ideal y
computable, por ejemplo, en horas de jornal cumplidas, que jus­
tifiquen el pago debido, o en fechas de la Historia, como si se
tratara de ex-futuros realizados. Así también, al revés de lo que
se pretende, la relación de causalidad, prevista y predicha para la
ideación de hechos por venir, reafirma la relación de causalidad
entre los hechos ya venidos, y, por ejemplo, las Leyes destinadas
a regir la conducta de las personas se traducen en Leyes físicas
que han regido la conducta de las cosas; y el acierto en la pre­
dicción se convierte en garantía de verdad de la teoría física.
Sólo así queda establecido, de una manera pretendidamente
definitiva, el Tiempo real y la Realidad: a saber, no ya sólo
como un T. que en verdad no es más que espacio (previamente
ideado, imaginado) y distancia entre hechos, incluida ya como
hecho, trecho o punto del T , la imposible ideación de lo que
está pasando, sino además como un T. que, espacial como en
verdad es, se contrapone sin embargo, como “otra cosa”, “de
otro signo”, con el Espacio, duplicando así la falsificación real.
24 Agustín Garda Calvo

Sólo que esa misma necesidad de reconocer la heterogeneidad


de T. con Espacio proviene de (y revela) una nunca del todo do­
mada sensación del tiempo verdadero y no sabido, sobre el que
la ideación del T. real trataba de imponerse y aniquilarlo: para
hacerlo ser (real), hacerlo nada.
Ya sé que esto, a su vez, parece (la parte más sumisa del idio­
ma no me deja decirlo hmpiamente) una historia de lo que ha
pasado; pero los piadosos lectores bien entienden que no lo es;
porque a cada momento está pasando.

Leyendo a R. Torretti ‘O n Relativity, Time Reckoning and


the Topology of Time Series’ The Arguments of Time Oxford
1999, 65-82, que recoge, p. 80, el razonamiento del mismo
Kant, debatiéndose con la cuestión de ‘tiempo infinito’, esto es,
las cuestiones de ‘tiempo’ y de ‘infinito’, que vienen a ser la
misma: el Universo no tiene un (punto de) comienzo, pero, has­
ta ahora, ha durado un tiempo finito.
Esto es, que sería infinito por un cabo, finito por el otro; lo
cual ya de por sí no puede satisfacer a nadie, ya que el sentido
común le dice que no puede así jugarse con la infinitud: que la
noción (negativa) ‘sin fin’ y la de ‘fin’ o ‘límite’ no pueden apli­
carse, al mismo tiempo al mismo objeto. La idea de 2 sentidos
opuestos, implícita en la oposición ‘de donde/hasta donde’ no
es compatible con una verdadera infinitud.
La trampa, harto evidente, está en que ‘ahora’, ‘nyn’, ‘now’,
un índice que apunta en el campo ‘en que’, se toma como ‘el
ahora’, esto es, como perteneciente al ‘mundo de que’, a la R e­
alidad; se le hace así ser un punto del T. real, y éste, en efecto,
nunca puede ser de veras infinito. El ‘tiempo que ha pasado has­
ta ahora’ no es ya el sin fin, que sigue pasando, sino un mero T.
Nátulas 25

pasado, que, si acaba “ahora”, es que tiene que tener asimismo,


aunque se le niegue, en vano, un punto de comienzo.

Leyendo a J. Butterfield & Chr. Isham ‘O n the Emergence


of Time in Quantum Gravity’ en The Arguments of Time (cele­
bración de ‘The British Academy 1902’) 1999, p. 147.
Plantean lo que se ha fijado como costumbre entre los físicos
llamar “El problema del tiempo”, refiriéndolo a esta contradic­
ción: en la teoría cuántica el tiempo se presenta “as a part of the
fixed, theoretical background structure” / en la relatividad ge­
neral “time is treated as an aspect of the system”. Esto es, que,
en tanto que la Relatividad considera todavía que el tiempo for­
ma parte, aunque sea como “un aspecto”, del sistema (no ya de
‘partículas y campo’, sino de ‘elementos observables y elementos
de observación’) que es objeto de la teoría, en el tratamiento
cuántico el tiempo es parte de la estructura teórica fundamental
que se ha fijado para el desarrollo de la teoría.
Lo cual parece que puede reducirse, en suma y simplicidad,
a esta contradicción: el tiempo está en aquello de que se trata /
el tiempo está en lo que trata de ello.
Y con esta interpretación parece también hallar sentido la
división, que los autores establecen, entre diversas “formas del
Problema”: una, la de hallar un ‘tiempo’, anterior a la quantiza-
tion, esto es, que forma parte del objeto o sistema al que se apli­
ca la teoría (o modo de cálculo) cuántica, con la que queda en­
tonces eliminado del sistema; otra, la de hallar un ‘tiempo’
subsistente y oculto (burietí) tras la quantization, como p.ej. en la
ecuación de Wheeler-DeWitt.
Pienso, en fin, que tal ‘división del tiempo’ no puede refe­
rirse ni al objeto de la teoría (como si se declarase “Hay 2 tiem­
26 Agustín Garda Calvo

pos”, e.e. “2 ‘tiempo’”) ni a la teoría (como si hubiera un ‘tiem­


po relativístico’ y un ‘tiempo cuántico’), sino que representa,
con el caso ejemplar y central del tiempo, el problema, a su vez,
de la relación entre ‘realidad’ y ‘ciencia de la realidad’; que es
también el de la relación, con la que en el Contra el Tiempo me
he debatido principalmente, entre ‘Física’ y ‘Lógica’, que se ha
venido haciendo tanto más claro, ineludible y acuciante, cuanto
más la Realidad, al penetrar en ella, se ha vuelto más compleja y
renovadamente misteriosa (no por nada, sino por la necesidad de
ocultar sus propias contradicciones) y más la lógica, en su forma,
naturalmente, de lenguaje matemático, ha desarrollado y afinado
incesantemente sus recursos.
La raíz del conflicto está en que la Ciencia de la Realidad
está obligada, por ley de su propio fundamento, a tomar la Rea­
lidad como ex-sistente, esto es, previa y ajena a la operación del
conocimiento (denominación y cómputo) que se ejerza sobre
ella, y obligada asimismo a no reconocerse ella, la Ciencia mis­
ma, como un caso de lenguaje, sea “natural” o sea matemático,
o más bien, como se muestra inevitable, una mistura del uno
con el otro, sin que pueda escapar del intento de traducción o
interpretación del uno al otro en los dos sentidos.
Así se olvida que razón está al mismo tiempo dentro, costi-
tuyendo la Realidad, y fuera, descubriendo la secreta falsía de su
costitución: “produciéndose todas las cosas según esta razón”
(Heraclito 1), “de cuantos he oído razones, ninguno llega a tan­
to como reconocer que lo inteligente está separado de las cosas
todas” (40). Así el tiempo sin fin y de verdad, que es también el
de la lengua y el cálculo matemático en marcha, debe, para tra­
tar de él, interpretarse como perteneciente a la Realidad, y, al
seguir operando entonces la razón sobre él, descubre el tiempo
físico siempre algo más de su conexión y su incongruencia con
el lógico.
Nótulas 27

La ocurrencia de los mismos autores, al final de su estudio


(v. II 4), de sacar a colación las discusiones y especulaciones teo­
lógicas bizantinas, me invita a reincidir sobre esa colación y lo
que haya de común entre los más afinados razonamientos de la
lógica teológica en las escuelas medievales (un sacar punta hasta
lo sumo) y los de la Física en las escuelas contemporáneas, en
especial los de la teoría de los quanta.
No por casualidad, la que se ha hecho, fuera de las escuelas,
más popular de aquellas especulaciones es la de la cuestión
“¿Cuántos ángeles pueden posarse en la punta de una aguja?”.
No es, por supuesto, ninguna cuestión frívola ni vana, para pasar
el rato, sino motivada por la tentación incesante de la lógica (no
hay, por lo demás, ninguna razón vana: la que no descubre la
falsedad de la Realidad, está contribuyendo al mantenimiento
de la Fe en la Realidad, aunque sólo sea por el entretenimiento),
y se deja fácilmente reinterpretar en términos más al uso.
Se trata de la condición real o no de ‘punto’ (la punta de la
aguja), esto es, de la posible o no interpretación física del punto
matemático; que es al fin lo mismo que el ‘istante’ (de tiempo),
como se ve bien en los desarrollos del cálculo actuales, donde
cualquier otra aparición, pretendida- o problemáticamente físi­
ca, de ‘punto’ debe al fin reducirse a la del punto time-like o
como-temporal; y consecuentemente, en el razonamiento bi­
zantino, se diga esplícitamente háma, simul, o se deje implícito,
se entiende que los ángeles han de posarse todos al mismo
tiempo.
Y luego, con esa disputa de la realidad o no de ‘punto’ se
liga en la cuestión bizantina naturalmente la de la cuantificación
(pues, en efecto, no hay ente real sin cuantificadores, y bien sabe
el progreso mismo del cálculo cómo la entidad del ente o cor­
púsculo tiende a disolverse en la notación de su cuantía), bus­
28 Agustín Carda Calvo

cándose ahí afanosamente una decisión, primero, entre la res­


puesta “Uno solo” (es decir que el solo ángel coincidiría con, y
se arriesgaría a confundirse con la punta misma de la aguja) y la
“ Múltiples” (en uno u otro número, entre ellos también ‘1’,
que, desde luego, no sería ya el ‘uno solo’), luego entre la de
“ Unos cuantos en número determinado” y la de “Un sinfín de
ellos” (esto es, debatir, en esa decisión, la gran cuestión de la
posible o no reducción de la infinitud, impropia, en la califica­
ción de Cantor, a un infinito numérico de algún modo, aunque
arrastre consigo la trasformación de la noción misma de ‘núme­
ro ’), y, al fin, saltando la disputa a un nivel lógico más alto, entre
la de “En número determinable” y la de “En cuantía indetermi­
nable”, que escluiría la cuestión al menos del tipo o grado de
convenio lógico en que se planteaba, un poco al modo que
ciertas cuestiones de ‘tiempo’ no se pueden siquiera plantear
dentro de la teoría de los quanta.
En cuanto a los ángeles, está claro que representan, por un
lado, costructos puramente ideales o geométricos, es decir, con
esclusión esencialmente de ‘materia’ (y bien perciben los que si­
gan el progreso de las teorías físicas en nuestros días cómo los
entes de la Física tienden de más en más a perder toda referencia
a la vieja idea de ‘materia’: v. la reseña del libro de M. Jammer
sobre la noción de ‘masa’), y que, por otro lado, se empeñan en
ser reales a su modo, ya que se les permite como propia la cues­
tión de ser o no cuantificables (por más que el sentido de la
cuestión misma dependa de la teoría o modo de tratamiento del
problema), y también como propia la cuestión de ser o no sitúa-
bles (en una punta de aguja o donde sea), siendo así que ‘cuanti-
ficación’ es condición primaria de lo real, y ‘situación’ introdu­
ce el intento (contradictorio) de establecer (‘realidad situada’) un
casamiento o convivencia entre el mundo de que se habla y el
campo en que se habla de él.
III. DE LA LUZ

£1 envío a la Red de S. Antoci & L. Mihich ‘One thing that


General Relativity says about Photons in Matter’, 19 de junio
de 2001, es el último intento que conozco de sostener la posibi­
lidad de que los fotones de la teoría cuántica (sus movimientos,
cuantías y en especial la relación entre la de los absorbidos y los
emitidos por el átomo o corpúsculo), siendo entes puramente te­
oréticos (y escluyendo en principio la teoría que se les planteen
cuestiones que quedan fuera del armazón teórico en que fun­
cionan), sin embargo, encuentren alguna correspondencia o ana­
logía con lo que hacían los fotones en la actitud teórica anterior
o esterior al marco de los principios cuánticos, y especialmente
en la Relatividad General (que tiene en sí “tanto un modelo
‘onda’ como un modelo ‘partícula’ del fotón”), un vislumbre de
analogía o correspondencia que a quien mete en nuestros días la
nariz entre los físicos se le aparece casi como un milagro.
Por supuesto, los autores son bien coscientes de lo contraco­
rriente del intento o más bien de que el que pueda aceptarse
como vía posible o no haya de depender de la actitud teórica
que un pensador u otro hayan adoptado, y es el hecho de que
30 Agustín García Calvo

así lo hagan a conciencia, y con un resultado seguramente no


vano (al menos si el fotón teorético trata de encontrar su seme­
jante “clásico” en un campo dieléctrico homogéneo), lo que
hace el intento tan agudo como conmovedor. Se guardan de la
ingenuidad de creer que el que un elemento haya recibido el
mismo nombre, p.ej. ‘fotón’, en dos teorías diferentes implique
para nada que hay algo de común entre esos elementos. Ni se
recatan de recordar al final de su envío la ya famosa queja de
Einstein, en carta a Michele Bosso, 12 de dic. de ’51: “Cin­
cuenta años de concienzuda cavilación no me han traído más
cerca a la respuesta de la pregunta ‘¿Qué son quanta de luz?’”.
No me es dado ni me toca aquí entrar en las implicaciones y
razonamiento matemático del intento mismo, pero me importa
tomarlo como revelador de lo que el estado actual de la Ciencia
pueda sugerir acerca de las relaciones entre —digamos— ‘luz’ y
‘pensamiento’. Pues es claro que, cuando el proceso llega a la si­
tuación de que tenga que separarse una ‘luz’ fenoménica de una
‘luz’ teórica, al mismo tiempo que se mantiene la misma palabra
‘luz’ en los dos casos, implicando un reconocimiento, más o
menos subcosciente, de una necesidad de alguna relación entre
una y otra, ello pone al descubierto y en tela de juicio la deci­
sión originaria de que de un lado esté la Realidad, de que se
trata, y de otro la razón, que trata de ella: pues el progreso mis­
mo de la Ciencia, al descubrir la incidencia de la razón en la
Realidad, no puede hacer otra cosa que incluirla dentro de la
Realidad y darle un nombre, por ejemplo, ‘luz’, y es mera con­
secuencia de ello que la Realidad haya de volverse cada vez más
teórica, y la teoría cada vez más real o presente en el objeto, ha­
cia el destino de que la teoría no trate de la Realidad, sino que
se confunda con ella y la antítesis ‘realidad/razón’ se anule.
Nótulas 31

Con todo, si me pregunto por el nacimiento de los fotones,


no puedo menos de afrontar el problema mismo de la disconti­
nuidad, y de la neta imposición en el progreso de la Ciencia (a
lo que suele aludirse por referencia a la costante de Planck) de la
discontinuidad, si no ya en Natura, al menos en algo esterior a,
independiente de, la Ciencia, que por tanto se piensa que la des­
cubre ahí y da cuenta y razón de ella.
Discontinua es, desde luego, la lengua, que sin elementos
discretos, como fonemas y palabras y los bloques de simultanei­
dad que ordena su sintaxis, no podría ni funcionar ni imaginarse
como lengua; y, como el lenguaje de la Física, que es el mate­
mático (así al modo de la aritmética y cálculo como al de la ge­
ometría), no se exime de esa condición de la lengua en general,
sino que la estrema y purifica, discontinuo es, desde luego, el
lenguaje matemático de la Física, ya sea que se dedique esplícita-
mente a reducir al cálculo (infinitesimal o diferencial) la amena­
zante continuidad, ya de otros modos trate de reducir al orden
(por si no lo está de por sí) el tiempo, y por tanto también la luz.
Cierto que, por debajo de la lengua y de la matemática, dis­
continuidad es la condición primaria del ritmo, y también de los
intervalos y grados de la melodía, que por ello mismo se nos
han presentado más de una vez como precursores de la gramáti­
ca y de la aritmética (y aun hemos encontrado en los protos rít­
micos, ‘II’ y ‘III’, la raíz o fundamento de los números), pero
ello es que sólo bajo el dominio de la lengua humana, y aun el
del arte humano, se nos ofrecen precisos y contantes los módu­
los y leyes de esa discontinuidad de ritmo y tonos; de modo que
esa condición pre-gramatical y pre-aritmética es ya una deduc­
ción desde nosotros.
Y ahora, que la discontinuidad se atribuya, más allá, a Natu­
ra misma o, dicho con más precisión, al objeto de la Ciencia an­
32 Agustín García Calvo

tes de su tratamiento por la Ciencia, y que, por lo tanto, la luz


esté de por sí formada de fotones (aparezcan como corpúsculo o
como onda o alternativamente) o que no tenga de por sí la luz
realidad sino desintegrándose en fotones, esa presunción, que
evidentemente no puede en el nivel mismo de la Física ni com­
probarse ni rebatirse eficazmente, a lo que nos lleva es a la cues­
tión o dialéctica de ‘descubrimiento’ y ‘creación’, es decir, si la
actitud de la Ciencia debe entenderse como pasiva o como acti­
va: si la Física, por ejemplo la teoría cuántica, no hace sino des­
cubrir la razón que está en su objeto, entonces la luz es disconti­
nua y los fotones existen en uno u otro estrato de la Realidad; si
la Física introduce la razón en su objeto (no puede separarse de
esto la cuestión de la intromisión del observador en lo observa­
do, que ya al menos a Einstein o a Planck o a Bohr se les pre­
sentaba como inevitable), entonces, en verdad, de los fotones y
de su existencia no sabemos nada, puesto que no sabemos más
que lo que aparece en las formulaciones matemáticas y en la in­
terpretación, ya por ellas condicionada, de los resultados de una
observación que no puede, en verdad, desprenderse del observa­
dor ni de ser por ende, activa y creadora.

Sea como sea, dispersa o no en fotones (que, de todos mo­


dos, no pueden menos de cumplir la misma ley de velocidad
que su madre), ello es que la luz me presenta un par de condi­
ciones o atributos, tradicionalmente inherentes a ella, que, al
primer encuentro, no parece que tengan nada que ver el uno
con el otro, sino más bien pertenecer a órdenes diferentes de la
Realidad, y que por ello mismo me incitan a confrontarlos: uno,
el de la velocidad suprema; el otro, el de ser condición para ver
las cosas.
Nótulas 33

Lo primero toca, de la manera más directa, a la gran cues­


tión de la relación de la Geometría con la Física, y precisamente
a la de ‘distancia’ (que no parece implicar movimiento alguno y
puede ser, por tanto, ideal o geométrica) y ‘velocidad’ (que lo
implica, y es por tanto nativamente física), si bien hay que ano­
tar enseguida que, cuando la relación no se refiere a nociones,
sino a cuantías, y ‘distancia’ no es simplemente ‘separación’, sino
cuantía de separación, ya por ello mismo implica, tácitamente,
movimiento y tiempo (pues la cuantía de distancia tan sólo por
la realización del trayecto se conoce y cobra sentido como física
o real), de modo que está ya así presta para establecer relaciones
con la aparición real del movimiento, como velocidad.
Recordemos, pues, uno de los intentos de definición, en
Geometría escolar, de ‘recta’ como ‘distancia mínima entre
2 puntos’ (definición, por cierto, descaradamente defectuosa,
puesto que presupone la de ‘punto’ y ‘puntos separados o distin­
tos’ como anterior a la de ‘línea’), y comparémosla con la idea
de ‘velocidad máxima’ o ‘límite de velocidad’ que a la luz trata
de atribuírsele como esencial y aun definitoria: es entonces tan
claro como trivial que ambas cuantías, al ponerse en un mismo
plano físico-geométrico, son tan parejas y contrarias, en el senti­
do de que, aun sin contar con puntos preestablecidos, la veloci­
dad anula la distancia, que bien puede decirse que ‘velocidad
máxima’ y ‘distancia mínima’ vienen a ser lo mismo, o sea que
lo que la recta geométrica pretendía lo realiza la velocidad-lími­
te de la luz; en fin, que, algo groseramente dicho, la velocidad
de la luz sería la recta de la realidad.
(Esto parece implicar, por equivocación de planos, que la
trayectoria de la luz es recta, como en efecto, a la visión vulgar
el rayo de luz podría ofrecerse como el ejemplo supremo de la
rectitud, cuando sabemos que, sobre todo desde la visión de
Einstein, la luz al fin tiene que curvarse; pero ello se debe a in­
flujo de factores estemos a la presente consideración y pretendí-
34 Agustín Garda Calvo

damente físicos, a los que volveremos a propósito de ‘gravedad’,


y no debe eso en este momento distraernos. Lo de la rectitud de
la luz tocaría, en todo caso, a una luz meramente fenoménica,
esto es, a la que ha sido objeto de la Optica y de las observacio­
nes de sus quiebros y rebotes, que, introduciendo la discontinui­
dad, y los ángulos, en la trayectoria de la luz, y a consecuencia
determinándole una velocidad finita, no afectaban tampoco a su
rectitud.)
Lo que aquí importa, prolongando la contraposición de
Geometría con Física, de ‘rectitud’ con ‘velocidad’, es esto: que,
así como la definición vulgar de ‘recta’ presuponía ‘punto’ y
‘2 puntos contrapuestos’, digamos ‘a izquierda y a derecha’ o ‘a
comienzo y fin’, así la idea de ‘velocidad máxima’ presupone
también una ‘velocidad mínima’, que habría de ser ‘v 0’ o ‘re­
poso’ (una condición que, tanto en la primera Física atómica
como en las modernas, está negada al átomo o a sus herederos ni
siquiera como posibilidad, y que en la Relatividad General se
reduce a la relación con otro movimiento), y con ello un ‘ámbi­
to de cuantías de velocidad’ que va desde ese punto al de la ve­
locidad suprema, la de la luz, o, renunciando ya a relacionarla
con la luz fenoménica, la ‘velocidad-límite’.
Ahora bien, una velocidad insuperable, anhypérbléton, como
era también para Epicuro a la vez la de los átomos y la de los
éidóla que, desprendiéndose de la cosa, nos hacen verla, tiene
siempre el serio inconveniente de ser un caso único, a saber, el
solo caso de velocidad sin aceleración posible, siendo así que, se­
gún en el Contra el Tiempo se razonaba, en buena lógica ‘acelera­
ción’ es lo primero (sin ella no habría diferencias de velocidad) y
de ella se deducen ‘velocidad’ y ‘movimiento’. Pero, aparte de
ello, si la velocidad máxima se atribuyera a la luz, la luz sería en­
tonces un caso único en su género, y por tanto, según lo dicho
en ‘I 1’, caería fuera de toda Ciencia de la Realidad.
Nólulas 35

Esto nos lleva al otro rasgo o atributo tradicional de la luz, el


de ser condición o medio para v e r las cosas. Pero no estará
de más recordar, al paso, que entre los antiguos la imaginación
del proceso de visión era claramente de doble sentido, como si
la luz fuese a la vez de la cosa al ojo que del ojo a la cosa, en
cuanto que, recibiendo los ojos la visión (esto es la vista), al mis­
mo tiempo los ojos (llamados también a veces lümina) emitían
ellos mismos luz sobre la cosa (esto es la mirada); y que, en cam­
bio, en la Física de Epicuro no puede para nada hablarse de ‘me­
dio’, ya que todos los sentidos son tacto, y lo único que distin­
gue a los éidóla de la visión es su velocidad de emisión (y de
recepción en el ojo) insuperable, de modo que su propagación
se parece a una vibración de partículas-ondas (admitida ya la
anulación de la antítesis ‘onda/partícula’ que a la teoría cuántica
se le impone) istantáneas, esto es, infinitesimales.
Ni nos distraigan aquí trivialidades como la observación,
evidente, de que los ciegos v e n igual que los demás, esto es,
que conciben lo mismo las cosas de la Realidad, determinadas
por las ideas de su vocabulario y por los cuantificadores perti­
nentes; la cual evidencia puede, eso sí, servir para confirmar, por
si hacía falta, que la noción de ‘ v e r ’ que aquí estoy emplean­
do se refiere a la ideación de cosas, de cualquier tipo que sea,
con ojos o sin ojos que le sirvan, de la cual seguimos suponien­
do que alguna forma de ‘luz’ ha de serle condición o medio.
Pues ello es que tampoco los corpúsculos subatómicos se
pueden v e r , ni aun con los máximos potenciadores de la vi­
sión, como microscopios electrónicos u otros, sino tan sólo, me­
diante un cálculo de probabilidades, calcularse en sus cuantías de
velocidad; lo cual, sin embargo, no lo retrae de pasar a la con­
cepción y tomar eso como un sustituto o progreso de modos
más antiguos de v e r las cosas.
36 Agustín García Calvo

Pues, de todos modos, se mantiene la oposición, fundamen­


tal para la idea de ‘ v e r ’ misma, entre ‘el observador’ y ‘lo
observado’: como si dijéramos, según la citada imaginación, an­
tigua y permanente como vulgar (en los vocabularios de las len­
guas, ‘ver’/ ‘mirar’), entre ‘luz que entra a los ojos’ (sujeto pasi­
vo, e.e. objeto) y ‘luz que sale de los ojos’ (sujeto activo,
observador).
En fin, se mantiene hasta que el propio avance de la investi­
gación la obliga, sin querer, a ponerla en duda; como era ya des­
cubrimiento inevitable desde los años de Einstein y de la funda­
ción de la teoría de los quanta.
Y, dejando otras maneras más inmediatas o a nivel de astrac-
ción más bajo en que esa confusión se impone o insinúa, fijémo­
nos ahora en el Principio de Indeterminación, enunciado por
Heisenberg y al que toda teoría cuántica — supongo— tiene que
prestar acatamiento. Pues ello es que, en tanto que la noción de
‘corpúsculo’ o ‘punto de materia’ se mantiene de algún modo,
para ella vale que no se pueden v e r (e.e. observar median­
te cálculo) a la vez o “al mismo tiempo” el ‘ímpetu’ y la ‘situa­
ción’ del elemento que trataba de ser objeto de la observación.
Bien. Pero es que, entonces, si hay que decidirse o por lo
uno o por lo otro y es, naturalmente, el observador el que elige
(¿quién, si no?), he aquí que, también a este nivel de astracción
más alto, la observación se mete dentro de lo observado, y resu­
cita a la vez la diferencia y la confusión entre ‘mirar’ y ‘ver’.
Así es como la relación de ‘luz’ con ‘pensamiento’ cobra un
sentido, si no visible para la Ciencia de la Realidad, casi que pal­
pable para la gente, y “ la l u z q u e v e , increada”, que
Machado ponía en boca de Abel Martín moribundo, interviene
en la creación de la Realidad.
Nóíulas 37

Volvamos, pues a analizar la fórmula de la creación tal como


la versión bíblica nos la ofrece enseguida “después del princi­
pio” del Génesis, del BPre’shít “En el principio...”; cuando habla
Dios por primera vez.

wayyó’mer ’elohím: y^hí ’oór. \vayehí-’oór.


y dijo Dios : Haya luz! Y hubo luz.

w^yavddél ’elohírn beyn ha’óor uveyn hahóshek


y separó Dios entre luz y entre tinieblas.

Lo primero, pues, que notamos, si no nos pasa desapercibido


por demasiado obvio, es que el hacerlo consiste en decirlo, que
la operación, práctica o creativa, es la de hablar.
Y después, ¿qué es lo que dice?, o más bien, ¿qué es lo que
hace con las palabras? Ahí está: que, por diferente que sea la gra­
mática de hebreo y español, de latín o griego, en cualquier caso,
la frase no es una frase de decir, sino más directamente práctica,
modal en el sentido 1° de ‘Modo’, una yusiva o votiva; que, si
entendemos la cosa “en 3a Persona” (esto es, sin intervención de
los actores del habla), en hebreo y en español se confundirían en
lo mismo, aunque en griego o latín podrían a veces distinguirse
(Votiva con gr. ele o lat. sit / Yusiva con gr. y lat. ésto), es decir,
algo como ‘THaya luz^j ”, con entonación de voto, o “ i Haya
luz[”, con entonación de orden.
El elemento activo o “verbo” es, desde luego, algo del tipo de
nuestro ‘hay’, es decir, no ninguna palabra con su significado, sino
un índice, exento, que señala la presencia de lo que se dice en el
campo en que se dice, aquí la cosa o significado de la palabra
‘ oor’, ‘luz’. Esta, de primeras, se presenta así, como la parte inerte
de la acción verbal. Ahora bien, con este “yHií” o “hay” lo que
38 Agustín García Calvo

pasa es que no está hecho para con-jugarse como los Verbos, y no


caben con él 1“ (remito al De Dios para lo de “Soy el que soy”)
ni 2a. Pero, si se acude a la traducción vulgata, “Fiat lux”, que
tiene ya un Verbo, con significado, por tenue que sea, y se quiere
entenderlo, no como un mero voto, “ (Fiat-! ”, “ 1HágaseJ ”, sino
como una orden que el Señor da, aunque sea “en 3a”, esto es,
sin dirigirla a nadie, “ ÍFIatl-” , entonces sí que es posible recon­
ducirlo a la situación normal de un Imperativo, que es dirigién­
dolo a 2a, “ 1Fi t sólo que, por el mismo golpe, el ‘luz’ del “ j
Hágase luz!'”, (“ bor” también sin Artículo en hebreo; como es
natural: pues, si se dijera “Hágase la luz”, o “y^ñ ha-’óor”, la
luz se presentaría descaradamente como algo que ya estaba ahí,
en la Realidad y el Vocabulario, en contradicción con lo que se
está diciendo), que no era en “Fiat lux” más que el Comple­
mento (“Sujeto” en escolar) del Verbo o del “Haya”, queda
ahora convertido en un Vocativo o llamada en acto, y lo que te­
nemos es algo como ‘“|FI [ f lu x j”, un complejo de dos frases,
con doble operación, la de orden y la de llamada o evocación,
“ ÍH áztet f lu z j”.
Esto, para hacer más claro y palpable cómo es que el hacerlo
es el decirlo y que es en la producción de la frase, con su
“Haya” o su Verbo y su Nombre en lo que consiste la creación
—entiéndase siempre que de la Realidad— . Es el resultado de la
operación lo que en la frase siguiente se costata: “Y hubo luz”,
o sencillamente, por no introducir Tiempos Verbales de nuestras
lenguas, que no corresponden bien a los hebreos, “Y hé aquí,
luz”, donde ‘luz’ es el verdadero Predicado, y el ‘^ h i ’, el Pre­
sentador, que la sitúa, no ya ‘aquí’, sino en la nueva Realidad
que con la luz misma se ha creado: operación que, sin embargo,
el versículo siguiente describe y desarrolla, “Y separó Dios la luz
de con las tinieblas” (que ya “en el principio” estaban), cuidando
de mostrarnos que la realización de ‘la luz’ (ya con su Artículo)
implica la definición de su idea o nombre, y que la definición
Nótuias .39

no puede menos de consistir en la diferencia, que es aquí con lo


que no era ello, y podía hasta ahora aludir a (no ‘nombrar’) la
indefinición.
Así es, pues, la creación, que lo es de la Realidad, al serlo de
su medio de ideación, ‘la luz’. Cierto que su separación de ‘ti­
nieblas’ o ‘indefinición’, al ser la separación primera, no puede
ser otra que la que es siempre primera separación o distinción, a
saber entre ‘bueno’ y ‘malo’, donde es claro en la versión bíblica
en qué sentido se entiende la correspondencia de términos y
que la Realidad creada se entiende como ‘buena’, según aquí
para la luz y en los versículos siguientes Dios declara ‘bueno’
(‘bueno’ lo que no es sombra o indefinición) cada producto de
Su creación, sin que pueda por ello impedir que alguna otra vez
el pensamiento entienda del revés la correspondencia.
Pues lo esencial es esto: que la acción primera es hablar: que
el hacerlo consiste en decirlo; que es lo contrario de la separa­
ción que, ya dentro de la Realidad, ha de establecerse entre ‘de­
cir’ y ‘hacer’, en el sentido de que lo que se diga está destinado
a realizarse luego, en el Futuro, espacio del Tiempo de la Reali­
dad.
Pero, en buena lógica, la razón o pensamiento es acción, y
en cualquiera de los dos sentidos, hacer y deshacer: es ella la que
llama a lo indefinido ‘tinieblas’ y con ello se hace presente a sí
misma como ‘luz’ y así crea o fabrica la Realidad, y es ella mis­
ma la que procede a volverse sobre su propia creación a descu­
brir lo arbitrario (y sin más fundamento que el abismo) de la or­
den o decisión que la ha creado.
Lo que ahora nos toca es recordar que ‘realidad’ consiste,
como fundamento primero, en ‘tiempo’, y por tanto preguntar­
nos más precisamente por la relación entre ‘pensamiento’ y ‘luz’.
40 Agustín Garda Calvo

Que toda idea de ‘tiempo’ debe desde el principio quedar


escluída de cualquier imaginación, especulación o cálculo acerca
del principio (o del fin) de la Realidad, debía estar más claro de
lo que (por demasiado claro) está. Sólo por esa vía negativa se
podrá entender debidamente que la Realidad está costituída jus­
tamente por el Tiempo.
Si, a la busca del principio, se retrocede todo lo posible y se
llega a ‘nada’, eso no tiene ningún sentido, porque de eso, en
efecto (nada en todo lugar o nada en ningún sitio, nada en
todo), no puede surgir nada, o, dicho más limpiamente, la ima­
ginación o cuantificación de ‘nada’, en la medida que sea verda­
dera, en la misma anula también la imaginación, y el cálculo
hace nada la especulación. Pero la conclusión “Siempre ha habi­
do algo”, eternidad, si no de la existencia (que ésa pertenece
propiamente y sólo a la Realidad), sí del haber algo, es igual­
mente vana: la eternidad no casa con el algo indefinido (irreal)
de donde la Realidad surgiera, porque ‘siempre’, lo mismo que
‘en un momento dado’ introduce ya Tiempo (real), que se pre­
tende anterior o esterior a la realidad, tan absurdamente como
toda idea de ‘comienzo’ o ‘fin’ está escluída de cualquier saber o
Ciencia, según en 1.1 razonábamos para el Universo y cualquier
cosa que pretenda ser T ’ sin haber otros de su nombre.
Volvamos, pues, a la luz y a su velocidad, con esta notoria
perogrullada: una luz que se ve, sea como sea, nunca puede ir
tan rápida como la luz que la ve (incluyéndose en ‘ver’ cualquier
modo de idear, observar, computar, así sea por medio de proba­
bilidades o recurriendo al ‘campo de punto cero’). Ya la gente
lo decía de vez en cuando, sin querer, que nada puede haber tan
veloz como el pensamiento: que, si digo “De aqui a la estrella
beta de Andrómeda, ida y vuelta”, lo más que tardo en ir y vol­
ver aquí es lo que he tardado en decirlo; y eso ninguna luz real
Nótulas 41

puede alcanzarlo. Claro que me dirán que yo personalmente no


me he trasladado; pero ¿es que era de eso de lo que se trataba?:
¿de que viajara uno, en vez de dejar viajar al pensamiento?
Y el pensamiento era lo que en la imaginería de la creación
(v. en 5) separaba y definía, y al decirlo lo hacía, lo que llamaba
a lo que había ‘tinieblas’, y por consiguiente y de rebote, tenía
que llamarse a sí mismo ‘luz’. Y ese juego del “N o”, que es el
del pensamiento, ese juego de ‘lo negador’ con ‘lo negado’, no
se ha dado ‘1 vez’ en ningún génesis o big-bang, sino que se está
dando ahora, en cualquier punto y cualquier momento.
Pero ese juego implica en sí también la creación o reafirma-
ción, una vez y otra, de la Realidad. Por eso es por lo que la
‘velocidad de la luz’ tiene que pasar, en ese trance, a concebirse
y computarse (p.ej. 300.000 kms. por segundo), esto es, qüe se
hace real, y por tanto falsa como toda la Realidad; que es falsa
—ya se entiende— en la medida justa en que se proclama verda­
dera. Y podría así decirse, sólo medio en broma, que la velocidad
de la luz real es un enlentecimiento (una realización) de la veloci­
dad del pensamiento, de “la luz que ve”, a la manera que la R e­
latividad atribuía al ‘movimiento’ “clásico” un lugar como caso
del movimiento relativístico; y que, cuando se persigue —diga­
mos— la ‘masa del protón’, fundándola en una ‘energía’ o ‘vi­
bración de campo’ o ‘energía en reposo o en potencia’, mediada
por la velocidad de la luz (al cuadrado), según la fórmula
m = E/c2, se está tanteando la creación, a partir de lo sin fin, de
lo real (y masivo), domesticando para ello la luz (el pensamien­
to) cuanto haga falta.
Por lo demás, la falsedad de la velocidad real de la luz se deja
mostrar ya en esto: que esa velocidad, ya sea que se tome como
velocidad-límite o anhypérbléton, ya sea que algunos cálculos la
introduzcan como superable (no por el uso mismo de su cuadra­
do en la fórmula, sino en otros desarrollos de la teoría que intro­
ducen velocidades superiores a c, que pretenden seguir refirién­
42 Agustín Garda Calvo

dose a una realidad, ser “físicas”), tiene que ser, en todo caso,
una velocidad dada o de cuantía fija, esto es, no sujeta a acelera­
ción, siendo así que todas las otras velocidades (es decir: la dife­
rencia de una velocidad con otra, que determina cada una como
‘una velocidad’) están precisamente fundadas en la aceleración;
de modo que la velocidad de la luz sería el caso único de una
velocidad sin aceleración p o s i b l e ; y ya sabemos (1.1) lo
que les pasa a los casos únicos.
Porque es que, si a la luz se la dejara acelerarse sin límite
ninguno, y ya desde los tiempos inmemoriales en que se habrá
venido acelerando... ah, eso ya no sería ‘luz’, sino verdadero y li­
bre pensamiento, y ahí se le abriría a u n o el horror de la in­
finitud, del que ninguna religión ni ciencia podrá jamás curarlo.
IV. EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE

Es así como la luz, con su velocidad real, fundaba el Tiempo


y con él la Realidad, mientras que el pensamiento, siempre más
rápido (como si una cuantía real pudiera compararse con el sin
fin de la cuantía) le sigue diciendo “N o” al Tiempo, negando la
Realidad.
Lástima que el ver, la observación, tenga que hacerse siem­
pre, al parecer, desde uno, a través de uno, que, como falso y
real que es, pertenece también a la Realidad y por ello mismo,
en verdad, no puede verla.
Así es como oía, en el velatorio, a una comadre comentando
con otra por lo bajo “Dicen que, al morirse, el alma no ve más
que una luz”, y respondía la otra “Sí, una, o ninguna luz”.
Sí, ésa es la gran dificultad, paralela en cierto modo a la de la
Creación, de morirse uno, esto es, de descubrir la doble falsifica­
ción sobre la que la realidad de uno estaba montada, la de creer,
por un lado, que uno era uno de tantos, y sólo así propiamente
‘T, y creer, por otro lado, que uno era un caso singular, irrepeti­
ble y, por tanto, incontable y, por tanto, tampoco T ’ propiamen­
te, para creer, en fin, que lo uno es compatible con lo otro.
44 Agustín Garda Calvo

Con el “Ahora y en la hora de nuestra muerte», que dice la


2a parte del Avemaria, atribuida a Sta. Isabel, se denuncia casi el
enredo, cuando se dice “nuestra”, como si mi muerte pudiera
ser común con nadie, como 1 de tantas, a la vez que se coordi­
na, imposiblemente, el ahora en que se está diciendo y YO soy
YO, con ‘la hora de mi o nuestra muerte’, que no puede ser
sino meramente real, en hora y Tiempo real, futura siempre.
Descubrir ese tinglado de falsedades ¿a quién puede dolerle ni
angustiarle? No, por cierto, a éste que os lo está diciendo; pero
sí a su Persona real que sobre ese tinglado se sostenía y estaba
costituída por su muerte siempre futura, que no se le anunciaba,
claro, como tal descubrimiento, sino con otras varias ideaciones.
Y así es que, por aquello de que el ver haya de meterse den­
tro de lo visto, que la observación misma entra en la teoría de lo
observado, resulta que uno, al dolerse de su muerte (si, por
ejemplo la ideación que se le ha dado es la de la desaparición, la
nada de sí mismo), teme al mismo tiempo y le duele que con él
toda la Realidad desaparezca: “Y ha de morir contigo el mundo
tuyo...”. Algo de eso es lo que se siente (pero no que se sienta de
verdad, sino sólo en realidad, en imaginación de lo siemprefutu­
ro) como horror del vacío sin fin, que contradice y derrumba la
Realidad.

Uno ni puede hundirse en un vacío ni en un sinfin ni puede


vivir su muerte, lo mismo que no ha podido vivir su génesis o
nacimiento. Su muerte es siempre futura, y por tanto, si llegara a
realizarse, no sería ya su muerte. La Realidad es toda futura, ide­
ación de Tiempo, con su fin y su principio, y por tanto, si toca­
ra a su fin y se perdiera en el sinfín, eso desde luego no sería ya
la Realidad.
Nótulas 45

‘Llegar a la verdad’ no puede ser más que eso a lo que se


alude a veces como “despertar de este sueño”; pero ni el que
sueña es el que se ha quedado dormido ni es tampoco la figura
de sí mismo que en el ensueño se le aparece, ni el observador de
la Realidad puede ser ni un ser real, siempre-futuramente-mor-
tal (por ejemplo, un Profesor de Física que se ha dormido en la
esperanza del Premio Nobel) ni tampoco un ser teórico (igual­
mente real) que el cálculo mismo haya insinuado como ‘obser­
vador’ o ‘factor de observación’ y que ha entrado como tal a
formar parte de la realidad de la teoría.
“Entre el dormir y el soñar / hay una tercera cosa: / adivína­
la”, como cantaba don Antonio Machado (el que cantaba en él,
que ciertamente no se llamaba así), para dar amablemente la so­
lución en otra copla: “despertar”. El descubrimiento de la ver­
dad, el despertar, vuelve costantemente a hacer presente lo in­
mediato inconcebible, ‘ahora’, donde el Tiempo se anula, ‘YO’,
donde no hay Persona real alguna, en suma, la presencia de lo
‘en que se habla’, que parece a seguido condenado a que se ha­
ble de ello, convirtiéndolo en ‘de que’, realidad; pero a su vez
no puede menos la Realidad de volver a perderse en lo no sabi­
do de donde nace y en donde muere. Eso es la verdad; pero la
verdad no puede ser más que acción, decirle “N o” a la Reali­
dad.
Tanto más triste es (dicho sea de paso) el ver cada día cómo
los divulgadores de la Ciencia se dedican a venderle al público
fantasías acerca de MÍ, convertido en ‘un humano’, un persona-
jillo, que viaja por los mundo de la teoría cuántica u otras reali-
ficaciones de la especulación científica, esplotando la maravilla
de que el observador, nativo del campo ‘en que’, se mezcle y
pasee tranquilamente por los mundos ‘de que’ de la realidad te­
órica. Menos mal que, como amenaza la razón o sentido común
por boca de Heraclito (13) “con todo y con eso, también Justi­
cia prenderá a los maquinadores y atestiguadores de falsedades”.
46 Agustín García Calvo

18 Enero '97
(De unos entresueños, después de comer, en Las Navas, ligados, no sé cómo,
con un verso que nunca escribió Lucrecio INDIVISIBILES IDEM ATQUE
INV1S1BILES SUNT.)

Sean como sean los mecanismos del sueño y de los sueños,


hay algo que siempre sigue claro en la situación de alguien que
está dormido y soñando: a saber, que uno es el que sueña y otra
cosa lo que sueña, por más que en ello aparezca como figura un
representante suyo: en todo caso, el que sueña está viendo, per­
cibiendo, padeciendo, lo que su sueño le presenta: es pasivo para
con su sueño, y no puede intervenir, ordenar, querer, modificar,
para nada en ello: no puede el que sueña meterse dentro de su
sueño: una intervención en él, aunque sólo sea como una crítica
que le diga al sueño “Eres mentira”, amenaza con romper el
sueño y hacerlo desaparecer.
El caso debe ser ejemplar para la situación de alguien que
está despierto; pero algo más que ejemplar, ya que el dormido,
que es el que duerme, no el que sueña, no deja de ser el mismo
que el que se despierta,
Nótalas 47

(“también los durmientes colaboran...” Heracl. n° 6). Pero en­


tonces, como el que está despierto no sueña, la separación se da
ahora entre el que siente, pasivamente, pasar las cosas y la vida, y
entre otras cosas se ve y considera a “sí mismo”, e.e. un repre­
sentante suyo en la Realidad, incluida la de “sí mismo”, y este
otro al que ve: ese alguien / que lo siente / está necesariamente
fuera de la Realidad, y no puede meterse en la Realidad, inter­
venir en ella: eso amenazaría con romper el sueño de la Reali­
dad y hacerla desaparecer.
Que esto coincide más o menos con el trance de morir (e.e.
despertar del sueño de la Realidad) debe decirse con cuidado: por­
que, de todos modos, en el despertar del durmiente lo que se da es
una reintegración a sí mismo como viviente (vamos, existente),
pero en ese otro despertar el que queda no es ni el que, despierto
o dormido, existía ni aquél con el que él soñaba o se creía; en fin,
que es no persona, sino común, y la única manera que le queda
de vivir es la de los comunes, los que son todos y cualquiera.

27 de Julio del ’95, en Zamora.

La distribución (de elementos de diferentes clases) en un es­


pacio (vacío de verdad) ha de ser homogénea sencillamente por­
que no puede haber preferencias (en Natura), esa ausencia a la
que se llama pomposamente azar.
Y, cuanto más se remueva el kukeón, más la distribución ha
de ser homogénea, porque ese remover no es más que la des­
trucción de los restos de orden (intención) que en la mezcla aún
quedasen.
Por eso, el mucho barajar (es un esfuerzo que) tiende a es-
cluír el orden; y cuando, en vez de ‘espacio’, se dice ‘sucesión’,
48 Agustín Carda Calvo

y se van sacando al azar los elementos, opera la misma ley (falta


de ley), la que registra el cálculo de probabilidades.
‘Homogéneo’ en esas fórmulas no es tampoco, a su vez, más
que un término negativo: es lo que anula el derecho que la
igualdad o diversidad de clase pudiera darle a un elemento para
estar en un sitio mejor que en otro: ¡todos del mismo color para
la Ciega!
Si, contando con la infinitud, es decir, sin contar con límites,
las letras arrojadas al aire tienen alguna vez que caer en el orden
del testo del Quijote (que es lo que ya ha pasado alguna vez),
eso es porque tampoco puede haber, entre las configuraciones
posibles, ninguna elección, ni por ende esclusión, determinada.
El gran engaño de las religiones, y de la Ciencia misma, consis­
te en que se hace creer a la gente que hay una p r o v i d e n c i a ,
es decir, que, en vez de una infinitud de órdenes posibles, hay
una ordenación determinada respecto a la cual todas las otras no
son más que desórdenes sencillamente, que aspiran a encontrar el
Orden reconocido como verdadero.
Pero (Heraclito 82), “tal como revoltijo producido por azar
(e.e. sin elección) es el más hermoso revoltijo...”.

EVIDENCIA SOBREVENIDA EN UN SUEÑO DE MAÑANA DEL


2 DE JULIO DE 1995:

que, mientras uno está hablando, está a la vez, por lo bajo,


m u s i t a n d o , haciendo observaciones y críticas acerca de la
lengua que está uno empleando, de los mecanismos, fonémicos,
sintácticos, etimológicos, del aparato que está entre tanto fun­
cionando para lo otro, para hablar uno. Hay por ahí alguien que
nunca acaba de estar conforme con el proceso.
Nótalas 49

Sólo que, como la atención, la de uno y la de sus oyentes,


está centrada en lo que dice, les pasa desapercibido ese flujo de
crítica que está musitando por lo bajo.
Ello es que la lengua es común, impersonal, razón común,
de nadie y de cualquiera; pero no puede manifestarse más que a
través de una de las lenguas reales, un idioma, con su vocabula­
rio propio; y luego todavía tiene que pasar por la boca, y los
ojos o ideación, de uno. Es sin duda contra eso contra lo que la
lengua rezonga por lo bajo.
Y es por ahí por donde se siente y palpa que uno tiene e n
s i algo de pueblo o gente. No debe separarse mucho de esto el
descubrimiento de que, en el caso de los sueños, el que sueña
no es ni lo que sueña, figurando también uno mismo en ello, ni
el que está dormido y espera, el mismo, despertar: que no per­
tenece ni a una realidad ni a la otra, y así parece a veces que se
burla de la otra y de la una.
Ello denuncia también, de paso, cómo es que los errores tra­
dicionales acerca de ‘persona/pueblo’ nacen todos de que se
quiere v e r la persona d e n t r o d e l “pueblo” (esto es,
su reducción a la población real y computable), y en tanto no se
o y e al pueblo d e n t r o d e u n o ; que es lo que entra
en conflicto con uno mismo y con su idioma, tribal y personal.
Es también de ahí, al fin, de donde viene que las lenguas de
Babel cambien, movidas desde abajo por esa escisión o discon­
formidad de la razón con uno, y ese rumor costante de razón a
través y pesar de uno.
Habrá que volver sobre el estudio de las palabras
musso , mussito , müthésasthai,
junto a ellas, mütus ,
y lo de “no decir ni mu”,

todo ello en relación con la cuestión de müthos (mito) frente a y


en combinación con logos.
50 Agustín García Calvo

Para algunos que preguntaban por utopías.

Si uno fuese capaz de mirar en sí mismo atentamente, se da­


ría cuenta de que uno por lo bajo, todos, estamos locos, que vi­
vimos, por ahí abajo, en una locura muy secreta, que nos permi­
te ahí los más insólitos atrevimientos, saltos y conexiones, con
los otros y con el mundo. Y, por tanto, sentimos ahí también,
por lo bajo, pero claramente, la condición de demencia de la
normalidad, la simplificación y miseria de la ordenación y de la
vida social en que uno, por encima, participa. De manera que lo
que pasa, por ahí encima, es que h a c e m o s c o m o q u e
n o s l o c r e e m o s , mientras que en ese sentido sabemos
(por lo bajo) que llevamos una vida (la real) de ficción y de mal
teatro, sostenido sólo por el “miedo de vivir” que se estableció
en el comienzo de los tiempos (con la Historia) de todos y de
uno mismo. Ahí es donde está la utopía verdadera, el sitio sin si­
tio del deseo, en tanto que las utopías ideales ordinarias, que
quieren contraer matrimonio con la Realidad, quedan por ello
mismo condenadas a ponerse en el Futuro, que es el espacio de
la ilusión dominante con nombre de Realidad. Pero la utopía
verdadera está aquí, ahora mismo, en mí donde no soy nadie
real. Y tal vez la sola diferencia entre unos y otros está en el gra­
do de fe, en la medida en que uno se identifica con su personaje
real (ficticio) y se vuelve, por ende, insensible a la divina locura
que le corre por lo bajo, por entre las carnes.
V. DE GRAVEDAD Y MÁS ALLÁ

En vez de una oposición entre ‘quietud’ y ‘movimiento’


dentro de la Realidad, que en la teoría esplicativa de la Realidad
ha de resultar vana, puesto que ni los átomos de Epicuro y Lu­
crecio pueden tener otra manera de estar que la de caer (en lo
sin fin) ni la noción de ‘reposo’ en la teoría de Einstein puede
ser más que una relación entre movimientos (de observado y
observatorio) o ‘reposo’ una velocidad cero o límite, inconcebi­
ble propiamente, de velocidad, más honesto y sensato será reco­
nocer que lo que el progreso de la Ciencia descubre, a su pesar,
es un “movimiento” de la Realidad o mundo de que se habla en
lo que hay fuera de ella, este campo ‘en que’, donde estamos
YO y AQUÍ y AHORA y las directrices que determinan ese
campo a la manera bosquejada en Del lenguaje 1.
El movimiento entre los cuerpos de la Realidad (incluidos,
por supuesto, astros, galaxias, corpúsculos sub-atómicos y sub­
protónicos hasta el grado de las cuerdecitas de la stringtheory, y
materia oscura y toda cosa de la que se hable y la Ciencia trate),
los movimientos de unos en relación a otros, son en verdad cos-
titutivos de la esencia de cada uno o cada clase: ¿cómo podría
52 Agustín García Calvo

definirse uno frente a otro (y una clase frente a otra) si no estu­


vieran moviéndose siempre y por principio?: un átomo, por
ejemplo, que estuviera quieto y que, por tanto, no pudiera ser el
mismo en el punto y momento A que en el punto y momen­
to B ¿cómo podría saberse que es el mismo?; y, si no se supiera,
¿cómo podría serlo?
Esta evidencia asoma en la historia de la noción de ‘masa’
(sobre la cual el lector hallará aquí la reseña del libro de Max
Jammer), en cuanto que se reduce esencialmente a ‘aceleración’,
mientras que, por otro lado, en cuanto la aparición cuantitativa
siga queriéndose referir a algo “sustancial”, ‘masa’ sigue aludien­
do al costituyente más íntimo del corpúsculo o la cosa. Y así se
repite, enriquecida, la evidencia que ya se imponía a los prime­
ros atomistas, cuando, al referir ‘movimiento’ o ‘caer’ al átomo,
percibían que eso era todo lo que él esencialmente podía hacer
(o pasarle), de modo que para los átomos de Epicuro, el ‘caer’,
aunque todavía él y su Lucrecio se equivoquen en el uso de los
términos, no es un parakólouthon o cualidad del átomo ni un
symptdma o evento que le acontezca, sino que es definitorio de
su masa, presencia y entidad.
Con lo cual, el movimiento de corpúsculos o cosas, al iden­
tificar al mismo como estando en uno y otro punto, no puede
menos de establecer el Tiempo real, esto es, el espacio en que
esa operación se realiza, es decir que se costata o se predice o lo
uno complementándose con lo otro. Y ese Tiempo, no pu-
diendo en verdad ser otra cosa que un espacio (si no, toda po­
sibilidad de ideación de trance conjunto se perdería), lo que
hace es condenarse a sí mismo a la quietud; un poco a la maf
ñera que si en la Física de Epicuro al único otro elemento de
la sub-realidad esplicativa, al espacio o vacío (que con sola su
absoluta falta de resistencia funciona como causa del movi­
miento de los átomos) se le atribuyera, a su vez, alguna manera
de movimiento.
Nótulas 53

Y, si alguien a ese Tiempo en que se mueven las cosas qui­


siera todavía obligarlo a que, o permitirle que se moviera, ese
movimiento ya no se daría en la Realidad, sino en la relación
entre la Realidad y lo que caiga fuera de ella.

Pero a la relación de ‘mundo de que’ y ‘campo en que’, en­


tre la Realidad y lo fuera o más allá de ella, hay que estarla cos­
tantemente salvando de la imaginación o ideación, que la haría
también real. Así que, para ello, digamos, por ejemplo:

para todos los efectos,


da lo mismo

que se piense que Todo, la Realidad con pretensiones de totali­


dad, está en verdad dada de una vez para siempre (en Todo el
Tiempo; en el sentido de la teoría de Mach, recogida por Bar-
bour, con el uso de la ecuación de Wheeler-DeWitt, en el libro
cuya reseña puede aquí leerse),

y que entonces lo que pasa es que el pensamiento (ya en el


habla vulgar, ya en el cálculo fisico-matemàtico) la va reco­
rriendo de aquí para allá, y así da lugar a la ilusión de movi­
miento de las cosas (y a la vez del paso del tiempo como real),

o que se piense que la Realidad se está moviendo verdadera­


mente (en sus componentes, claro, cosas, astros y átomos o sub­
átomos),

y que lo que hace entonces el pensamiento es, desde algún


lugar privilegiado, esterior, por supuesto, a la Realidad (si
54 Agustín García Calvo

no, ¿cómo podría verla, ni a ella toda ni la danza de sus cor­


púsculos?), y por tanto realmente inmóvil, exento de todo
movimiento de la Realidad; salvo que uno se resignara a
identificar al pensamiento con la sucesión de teorías a lo lar­
go de la Historia y a declarar que no hay más razón que ésa.

Por lo menos esta declaración de indiferencia entre una ac­


titud y otra puede ayudar a librarse de la tentación de hacerse
una idea de la cosa; y descubrir, al paso, que cualquiera de las
dos actitudes, tomada de por sí, no puede menos de ser falsa, y
que la indiferencia a una u otra puede abrirlo a uno (así sea a
costa de su propia y real persona) a las posibilidades sin fin de la
verdad.

Pero algo más descubre, a su pesar, el progreso mismo de la


Ciencia. Que es que, después de haber llegado (para astros y co­
sas en primer lugar) a la separación de ‘masa’ de su aparición
primera y tosca, que era la de ‘peso’ (vuelvo a remitir a la reseña
del libro Concepts of Mass) y de haberse debatido largamente con
la oposición entre ‘atracción’ (de un cuerpo sobre otro) y ‘gra­
vedad’ o tendencia a caer, a la Tierra o a alguno de sus posterio­
res sustitutos (por decirlo de manera meramente cuantitativa, y
dejando sin definir el término ‘gravedad’, que cuerpo ‘más pesa­
do’ implica ‘más virtud de atracción sobre otros’ y ‘más resisten­
cia a la gravedad’ / ‘más leve’, ‘menos resistencia a la gravedad’,
‘más facilidad a la atracción de otros’), lo que al fin ha venido
sucediendo es que cada vez más la diferencia entre ‘gravedad’ y
‘atracción’ se ha hecho difusa o insostenible, y, en cambio, la
noción misma de ‘gravedad’ ha ido quedando suelta, no por ello
menos presente a la teoría; ya en las de la Relatividad se le apa­
Nótulas 55

recía a Einstein corno un demento, necesario, omnipresente,


por así decir, pero en algún modo ajeno a los factores propios
del artilugio relativistico, y es en nuestros días ‘gravedad’ la gran
incógnita irresoluta que la teoría cuántica reconoce.

Leyendo a Butterfly & Isham (v. en II.4), hallo claramente


reconocido (pp. 138-40) cómo es que ‘materia’ y la materia
apenas aparece o juega como factor en las múltiples teorías físi­
cas recientes; que se ocupan de ‘campo’ (v.t. la reseña de Con-
cepts of Mass), de alguna forma de ‘espacio-tiempo’, y que haya o
no ‘materia’ es cosa secundaria; si bien ellos avisan que no debe
entenderse que los puntos del ‘espacio-tiempo’ sean “reales” y
que la materia de algún modo “salga” o emerja de ellos; pues si­
guen evidentemente ligando la noción de ‘realidad’ con la de
‘materia’, y se manifiestan contra que “a spacetime manifold [...]
can be ‘bare’ (matter-free)”, y todavía en p. 149, al rendirse a la
evidente utilidad (o éxito) de la teorificación geométrica de lo
físico, lo hacen “despite our sympichy [...] for the idea that mat-
ter is needed to m a k e s e n s e o f g e o m e t r y ”.
Pues es eso principalmente lo que juega en este pleito: si
una imaginería y cálculo matemático, que de por sí, en efecto
no tiene por qué (ni debe) contar con ‘materia’ ni realidad algu­
na esterior al propio aparato geométrico, puede seguir cum­
pliendo lo que es sin duda la vocación primaria de una Física,
dar cuenta de una realidad esterior al propio lenguaje de la Físi­
ca. Y a lo largo del estudio de B. & I. se perciben bien las oscila­
ciones en el uso de ‘realidad’: que unas veces es el o b j e t o
de la teoría, mientras otras la teoría está implicada (¿acaso enre­
dada, entangled?) en una “realidad” de orden superior, que en al­
gún modo comprende a la teoría.
56 Agustín García Cabo

Lo cual no puede separarse de la cuestión del observador o


Sujeto en el objeto de la observación, a la que antes nos hemos
referido. Y, tratando de las relaciones entre teorías (p. 161) y
cómo, según es de moda decir entre filósofos de la Ciencia, la
visión científica “clásica” (esto es, más tosca o primitiva) “resul­
ta” (emerges) de la más avanzada y puramente matemática, bien
advierten que no se trata de un proceso temporal: que no es que
un complejo o manifold, euclidiano por ejemplo, sea a n t e s
que el espacio-tiempo “clásico” que resulta o emerge de él. Y
claro está; pero ello es que, al mismo tiempo, se dice, por ejem­
plo, que el artilugio matemático que sea p r e d i c e el espa­
cio-tiempo, que se supone que representa la realidad. Con lo
cual, tampoco el movimiento mismo de las teorías escapa de una
sumisión al Tiempo, y por tanto de su inclusión en la Realidad.

Pero, sea lo que sea de las discrepancias y conflictos entre


teorías, ello es que, sin embargo, se ha venido formando y do­
minando de más en más en la Física una ortodoxia general (sin
que falten —dicho sea en su honor— algunas voces entre los fí­
sicos mismos que de vez en vez atinan a percibir sus fallos y for­
mular sus dudas), y esa ortodoxia se centra en la idea de ‘univer­
so’; que no sólo en la vulgarización entre los fieles, sino en los
más y más exitosos de los científicos funciona como válida y su­
puesta, y que de la manera más notoria ha presidido, desde hace
unos 80 años para acá, los intentos y tropiezos de una Cosmolo­
gía Cuántica.
La idea de ‘universo’ es tal que, en cuanto se presente como
la realización de “esto todo” o “todo esto” y sea el todo de la
Realidad, ya por el hecho de que sería uno solo, según la adver­
tencia casi perogrullesca de que esta serie de nótulas ha arranca­
Nótulas 57

do (1.1), como cualquiera que se declare único ejemplar de su


especie, como ‘Dios’ o ‘el Ave Fénix’ o ‘Fulanito Perengánez
DNI 23.457.018’, queda escluído de todo saber de realidad y de
toda Ciencia.
Adviértase cómo, según Butterfield & Isham recuerdan en el
estudio usado en II.2 y V.2, si se intenta, por ejemplo, una inter­
pretación de la ecuación de Wheeler-DeWitt que satisfaga a
una visión materialista (v.t. la reseña del libro de J. Barbour), o
bien el espacio-tiempo “que nos rodea” —dicen esplícitamente
B. & I.— es único (esto es, el único real o realizado), y entonces
hay que seleccionarlo de entre los múltiples espaciotiempos que
satisfarían la ecuación (pero que no son reales en tal sentido), o
bien (la actitud de Everett) se parte de que todos los espaciotiem­
pos están realizados o se realizan; en lo cual no deja de resonar la
actitud de Epicuro, bien esplícita en Lucrecio, de que todos los
mundos o cosas que son posibles están realizados en algún sitio
(del espaciotiempo —añadiríarñus, poniéndolo anacrónicamente
al día), siendo así que, aunque ellos hablen del “número infini­
to” de universos, y aun de los que son “como este nuestro”, si­
guen manteniendo también la idea del ‘Todo’ (omne, summa) y
no escapan tampoco al fin al mismo poblema irresoluble, sin re­
conocer que las posibilidades son de verdad sin fin, y nunca
pueden estar realizadas t o d a s .
Pero, aparte de esta imposibilidad fundamental, deseo aquí
pararme aún en esta otra observación: que el intento de una
Cosmología Física o de una Física Cosmológica va claramente
contra lo que parecía el sentido de la aventura de la Ciencia: que
era progresar en el descentramiento, de Ptolomeo o Aristarco de
Samos o Copérnico, Galileo, Kepler, quitando la Tierra de en
medio, quitando después al Sistema Solar, convertido en un caso
de sistemas estrellares, y después a la Vía Láctea, reducida a ser
una galaxia más, o mejor aún con Einstem desapareciendo toda
tentación de un centro que no fuera relativo, al desaparecer la
58 Agustín García Calvo

idea misma de un ‘espaciotiempo’ absoluto de quien fuese cen­


tro, de modo que, en suma, la marcha hacia la verdad (en fin,
hacia el desengaño o desilusión) iba en el sentido de quitarnos
del centro ‘nosotros’, quitarse de en medio uno. Ahora bien, la
ortodoxia imperante a que antes aludía se centra en la idea del
Universo en Espansión, contra la que pocos osan alzar la voz,
mientras los físicos serviciales se dedican a elaborarla con todas
sus consecuencias, y bíg-bang y big-crunch y lo que se tercie.
Pues bien, esa idea, al pretender la Ciencia tratar del Univer­
so ‘1’, nos restituye al centro inevitablemente: pues, por más que
la Cosmología Cuántica declare que el centro está anytvhere, en
cualquier parte, y de hecho las ecuaciones se mantengan fieles
(no faltaba más) a esa esclusión de centro absoluto o fijo, eso no
cura de la centricidad, la necesidad de centro inherente a la idea
de ‘Universo 1’ y la de ‘Todo’. Y, aunque el centro sea, no ya
relativo, sino indeterminable (aquí vuelve a entrar la cuestión
de la inclusión del observador en lo observado), como los cua­
lesquiera sitios es algo sin fin, imposible de concebir, ya se ve
que el centro acabará reincidiendo sobre ‘nosotros’, sobre
‘uno’.

Así que, en medio de tan graves conflictos y tendencias a la


absurditud, bien puede perdonarse que el profano, que intente,
no más que con el sentido común que le queda, hacerse cargo
de la cuestión de la ‘gravedad universal’, de la necesidad con que
a las teorías físicas se les impone, desde la Relatividad hasta la de
los quanta, y de la dificultad con que tropieza una interpretación
que quiera, de sus evidencias cuantificadas, deducir la noción o
hecho a que puedan corresponder, al punto de que la propia
teoría cuántica reconozca ésa como su gran incógnita, se atreva
Nótalas 59

a alumbrar alguna posible vía de entendimiento, o al menos a


descubrir en qué pueden consistir las dificultades de entendi­
miento. Para percepción de las cuales encuentro últimamente
ayuda en el preciso y desengañado estudio de Steven Weinstein
‘Naive quantum gravity’ Physics Meets Philosophy at the Planck
Scale, Cambridge 2001, 90-100.
Tal vez lo primero sea poner en tela de juicio la noción de
‘espaciotiempo”, en el sentido de notar que ella incluye, y no a
la inversa, una reducción de ‘tiempo’ a ‘espacio’, que no puede
a su vez entenderse más que como ‘espacio de ideación’, ‘espa­
cio geométrico al que ajustar la Realidad’, y que, como la apari­
ción misma de los signos en el cálculo no puede menos de suge­
rir, ‘tiempo’ no puede ser una ‘4a dimensión’ (sobre la necesidad
de ‘3’ v. 1.5), sino, al contrario, ha de dejarse contraponer al ‘es­
pacio de ideación’.
El movimiento de las cosas entre sí, y por tanto las diferen­
cias de sus velocidades en virtud de la cuantía de ‘aceleración’ de
cada una es simplemente una necesidad costitutiva de la Reali­
dad, en cuanto que sin ello tampoco la distinción de cosa y cosa
(dejando de lado, sin olvidarlo, que la definición misma de
‘cosa’, ‘cuerpo’, ‘corpúsculo’, etc., está siempre pendiente,
como que parece como si la Ciencia misma reconociese esa ta­
rea como estraña a ella) y tampoco, por tanto, la identificación
de cada una iba a ser posible.
Puede darse por pasada la oposición entre ‘atracción’ y ‘grave­
dad’ (entre cuerpos), de ‘masa inercial’ y ‘masa gravitatoria’, como
meramente dependiente de la ‘atención’ o ‘actitud’ de la observa­
ción; ahora bien, las diferencias cuantitativas, dentro de la propor­
cionalidad o igualdad costante, entre lo uno y lo otro, son quizá
las que principalmente dan lugar a la intervención de un factor
‘gravedad universal’ (G), cuya conexión con esas diferencias entre
cosa y cosa o entre situación y situación podría tal vez hacerse
más evidente, en el sentido de que estuvieran m e d i a d a s
60 Agustín Garda Calvo

de algún modo por la intervención de G, su presencia indepen­


diente de las relaciones y movimientos entre las cosas.
En medio de este debate, me parece especialmente revelador
que los más avanzados (y congruentes) intentos de sostener la
reducción de ‘tiempo’ a ‘espacio’ (idea), en el sentido de Mach
y el The end of Time de Barbour (puede verse aquí su reseña), se
ven por el intento mismo llevados a reconocer (las “cápsulas de
tiempo” de Barbour) que cada istante es una creación del Uni­
verso; lo cual va en cierto modo en el sentido de lo que aquí su­
giero, si se le despoja de interpretación positiva y se le deja en su
función de negación o descubrimiento.
El punto crucial en el debate parece ser éste: que, si se man­
tiene el empeño de entender G dentro de los procesos de la
Realidad, su interpretación resulta lógicamente imposible, como
ya se sugiere por la vigente incapacidad de la teoría cuántica
para habérselas con G. En cambio, si se renuncia a considerar G
como algo que se refiera al movimiento (universal o conjunto)
de las cosas y a la combinación de sus movimientos, y se deja a
G fuera del pretendido ‘Universo’ o, más honestamente dicho,
de la costitución de la Realidad, puede que eso vaya en el senti­
do de lo que aquí tanteo.
Eso lleva a reconocer, nada menos, que la Realidad “está”,
“se mueve”, “se hace o crea”, “se sostiene y deshace” en un
ámbito de \ 1 o q u e h a y , que desde luego, por lo mismo,
no es real nikconcebible o ideable (no ciertamente, un espacio-
tiempo a lo Minkowsky, pero tampoco un ‘campo’ ni al modo
del usado en la Relatividad ni al de las teorías cuánticas), que
vendría a coincidir con un tiempo no domesticado, sin fin (ni
principio, claro), y, lo que más importa al propósito presente,
ajeno a la oposición entre 2 sentidos (‘antes/después’, esto es ‘iz-
quierda/derecha’) a que el Tiempo ideado se somete, de modo
que su exención de toda imaginación espacial se sugiere dicien­
do que “yendo en un solo sentido, no va en ninguno”.
Nótulas 61

En cambio, el mero análisis del lenguaje o razón en acto,


presenta claramente la situación, en cuanto, definiéndose y ce­
rrándose ‘realidad’ como ‘aquello de que se habla’ (con cual­
quier tipo de lengua o cálculo), ello queda sin más fuera del
“campo” ‘en que se habla de ello’, donde están elementos,
como AQUÍ, AHORA, YO, TÚ, tan presentes como inconce­
bibles; con tal de que no se quiera a continuación meter ese
‘campo en que’ dentro de la Realidad.
Tendría la Ciencia que avenirse (lo cual parece bastante con­
trario a su propia costitución histórica) a considerar su tema, la
Realidad, como “flotante” o perdiéndose en un ámbito negado
a la ideación. Pero ello es que, con todo, la insistente aparición
de un factor ‘G’, de una ‘gravedad universal’, en los cálculos
mismos de la Ciencia puede sentirse como un asomo o sugeren­
cia de verdad, en contra de la operación esplanatoria y costructi-
va de Realidad que a la Ciencia por principio le compete; un
poco al modo que lo era, en la teoría atómica antigua, la admi­
sión del clinámen o desviación inmotivada y mínima del átomo
en su caída en lo sin fin.

En todo caso, no debes tú temer, alma mía, en el cumpli­


miento de tu muerte, caer en una infinitud ni nada: no olvides
que tu muerte nunca puede estar AQUÍ, que es una muerte
siemprefutura, como corresponde a la Realidad, costituída pri­
mariamente como futura con la ideación espacial del Tiempo.
En fin, mi alma o persona, “mi Yo”, ha de temer, como real
que es y por tanto costituída en el temor y la esperanza; ha de
temer que, en un momento dado, se descubra la doble falsedad
que la costituía: la de que era una de tantas y la de que era ‘l ’ y
sola, y que ambas cosas podían co-existir. Y su temor sólo pue­
62 Agustín Garda Calvo

de subsistir en cuanto no sea verdad, en cuanto que su muerte,


por inminente que sea, sea sólo real, esto es, futura.
Pero YO, como no soy real, como no existo, ni soy tantos ni
soy ‘1’, YO no muero nunca (ni TU tampoco, y lo que en ver­
dad ME pasa (y A TÍ también) es que puedo razonar (y sentir) a
cada istante la caída de la Realidad, y de la mía (o tuya), en lo
que no se sabe ni puede Ciencia ninguna convertirlo en Reali­
dad.
s

2a PARTE

DE LA DANZA A LA E SC R IT U R A ,
LAS G RA M ÁTICAS Y YO M ISM O
REM EM ORACIÓN DE LA LECCIÓ N SOBRE
M ÚSICA Y LENGUAJE'
dada en la Escuela Superior de Canto de Madrid,
publicada en las Actas del Seminario de Formación del
Profesorado, 23-25 de abril de 1997

Por un lado, se trató de precisar la noción de 'lenguaje',


que frecuentemente se aplica, por estensión, a la música, y
hasta a las artes plásticas: esa aplicación es impropia o des­
cuidada, ya que lo que define al lenguaje propiamente di­
cho, a la gramática de la lengua natural (que es, por su­
puesto, artificial, el prim ero de los artificios) no es la
comunicación (para eso hay muchas otras cosas que sirven,
la música una de ellas) o la información (señas sonoras de
pájaros o monos, regueros de meada de perros o de hienas
son informativos) ni siquiera la convencionalidad (si bien
todas las otras convenciones de la sociedad humana, las de
las Leyes, las de la música y las artes, se pueden decir fun­
dadas sobre la convención gramatical), sino más bien la as-
tracción, el hecho, contra natura, de que dos o varias cosas
de la producción real (pronunciaciones infinitamente varias
de un fonema, apariciones varias de una palabra) sean, sin
embargo, la misma cosa (el mismo fonema, la misma pala­
66 Agustín Garda Calvo

bra), cosa que ni aun a la música puede aplicarse del mis­


mo modo: si un intervalo 'FA-MI' se produce desafinado,
no esacto (pese a que la esactitud sólo es un límite, un ideal
al que se aspira), o bien no se reconoce como tal o bien se
recibe como intervalo de otra convención musical estraña.
Ahora bien, esto no im pide para nada que pueda de­
cirse razonablemente de la música (esto es, primariamen­
te, el canto: la m úsica istrumental se entiende sin más
como imitación de la voz, la de los istrumentos de viento
en el sentido obvio de que reproducen la espiración y sus
conductos, la de los de cuerda en el de que remedan la
articulación, regida por las cuerdas vocales y los otros ór­
ganos articulatorios, y sólo los de mera percusión puede
decirse que surgen "antes" del lenguaje y con la danza)
que procede del lenguaje, en el sentido preciso de que re­
gula y enriquece los mecanismos y recursos de la voz que
la gramática de las lenguas usa para sus fines (fines de los
que la música se independiza justamente en gracia de que
sirve a otros fines, los del arte o juego), y principalmente
por lo que toca a la melodía, los tonales. Pues, en cuanto
al ritmo (después regulado a veces por el arte como com ­
pás o metro), no puede venir del lenguaje, que no usa el
ritmo para su gramática, como usa el tono, sino de fuera
o "antes" del lenguaje, de la danza, que debe ser la pri­
mera intimación de los números en la comunidad huma­
na, o más bien de los protos o pre-números, '2 ' y '3',
prehistóricos, anteriores al establecimiento de la serie de
los números con el comienzo de la Historia en la escritura.
Por otro lado, se trató de mostrar brevemente cuáles son
los usos gramaticales de las diferencias de tono, que (aparte
de la articulación rítmica que el habla o producción de len­
guaje trae consigo como cualquier otra producción, y sin
contar con una regulación artística, en cierto modo aritméti-
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 67

ca, del ritmo, que lo hace metro, y de los tonos, que los hace
melodía) que pueden invitar a hablar, abusivamente, de
una "música en el lenguaje", de una "música gramatical".
De esos usos gramaticales del tono, los unos se refieren
al nivel de la palabra (son los 'acentos de palabra', más o
menos complicados, según las lenguas) y los otros al nivel
de la frase (son las 'entonaciones de frase', con la indica­
ción también de las diferentes 'modalidades' de acción o
sentido de la frase, preguntas, órdenes o ruegos, llamadas,
ben- o m aldiciones o simplemente decires), pero sirven
también a la articulación de la frase (larga) en 'comas de
frase' y a la agrupación de las palabras por un juego de
'acento dominádo/dominánte', como en "hijo de Fuláno",
"rey de bastos", "ha venido", "sutilménte" o "un barco".
Y por cierto que las diferencias o intervalos tonales usa­
dos en la gramática de la lengua son en número sumamen­
te reducido (en comparación con el desarrollo de la melo­
día en el arte musical), hasta el punto de que, usando, un
tanto desaprensivamente, las nociones y nombres de la
Música para la gramática, se pueden, en general o para lo
común de las lenguas, reducir al siguiente esquema:

i
SOL
MI
I
RE -I--
I
DO
O. m "O >
a» r» a. > Q .'O i >
B¡ 2.
rZ ° £
lo
O £O o3 3 3.5 £>3 3
oCD 3 a>
n 3O O. y i 3
Q_° o
O' aT> an> nQ
3 3 C O >.
CL
fí>
LO O-»
(D
O
68 Agustín García Calvo

Esto es, que el intervalo "de quinta" es el que se usa


para la entonación de frase, con algunas diversidades re­
guladas (así, en las preguntas o interrogativas 'de SÍ/NO',
la inversión, "D O -SO L" en vez de "SO L-D O ") y aun em­
pleo de recursos no tonales, como 'prolongación' o 'cor­
te brusco', según las modalidades; para las entonaciones
de coma se usan dos tipos, uno de descenso incompleto,
"SO L-M I", y otro, inverso y marcado, de ascenso "M I-
SO L" (es decir, una abreviatura de la entonación de frase
de pregunta); y el intervalo "de tercera" es el que se usa
prim ordialmente para el acento de palabra, si bien hay
lenguas en que el uso se com plica de una de dos mane­
ras, o porque a lo largo de la palabra (polisilábica) se pro­
duce más de un lugar de ascenso y descenso (com o en
las llam adas lenguas de tonos, bantúes por ejem plo, y
también en la realización de acento no distintivo, como
en francés), o porque se usa, junto al intervalo "M I-DO ",
el "RE-DO " y el "M I-RE" (com o en chino o vietnam ita), o
por las dos cosas juntamente; por lo demás, el intervalo
menor, "RE-DO ", es lo que se usa tam bién, en lenguas
com o la nuestra, para indicar la diferencia entre acento
dom inado y dominánte, com o en los ejemplos que antes
daba. En fin, se usa el recurso de la "trasposición" de
todo el registro, com o se señala en el esquema, sea por
descenso de un grado, para la inclusión de una frase den­
tro de otra (paréntesis), sea por ascenso de un grado, por
ejemplo, para las interrogativas parciales o de QUÉ, a par­
tir del acento del interrogativo. Y no entramos en la cues­
tión, com plicada, de cómo los esquemas tonales de ento­
nación de frase (también de comas de frase y de palabras
sintagm áticas) se reparten y realizan, de regla o por regu­
lación de alternativas, a lo largo del trascurso de la frase,
desde hacerse el "SO L-D O ", por ejemplo, en la sola últi­
De la danza a ¡a escritura, las gramáticas y yo mismo 69

ma sílaba (acentuada) o las dos o tres últimas, a desple­


garse a lo largo de las silabas y palabras de la frase.
Tal, en resumen, era la presentación esquemática de
los usos del tono en la gramática de las lenguas, sin olvi­
dar, por lo demás, que, aparte de la gram ática, se dan,
en la producción del habla, toda suerte de recursos es-
presivos, impresivos, pasionales, sentimentales, que usan
también, entre otras cosas, la variación tonal; pero que
ahí no se trata de un juego contrapositivo y preciso de in­
tervalos tonales en número reducido, sino de una varia­
ción infinita y sin más lím ites de número o dim ensión
que los "naturales"; la cual, sin em bargo y por ello mis­
mo, se arregla para producirse entremezclada con las di­
ferencias de tono gramaticales, y sin confundirse, en prin­
cip io , lo uno con lo otro, salvo ocasiones en que la
confusión se da (que, por ejemplo, la "m úsica" de la pa­
sión entorpece la inteligibilidad gram atical) y que, justa­
mente al reconocerse como anómalas, confirman la sepa­
ración entre los usos del tono gramaticales y los otros.
No sé si les ofrecí también a los asistentes (creo más
bien que sí) alguna muestra de lo que estos últimos tiem ­
pos ando con bastante empeño practicando, un intento
de descubrir lo que puede ser una M V SICA EX LIN C V A , es
decir, tanteos, a partir generalmente de poemas, dirigi­
dos a encontrar cuál debe ser la melodía que más "natu­
ralm ente" corresponda con o surja de la ejecución de los
juegos tonales de la gramática junto con los sentimenta­
les o pasionales.
LOS NÚMEROS EN EL CUERPO

Me parece que apunto al corazón de ese suceso y arte


del baile o danza cuando hablo de i n c o r p o r a c i ó n
d e n ú m e r o s , de una entrada de los números a
dar un orden preciso, una razón aritmética, a eso vago y
desconocido que llamamos cuerpo; y hacemos segura­
mente muy mal en llam arlo con nombre alguno, pues
que con ello lo matamos.
Pero el caso es que, mucho antes de haberse inventa­
do y denominado el cuerpo (que sólo se inventa y deno­
mina a continuación y consecuencia de haberse inventado
y denominado el alma, que, por cierto, a su vez empieza
siendo el alma del muerto, las ánimas de difuntos), antes
de comenzar la Historia, estaba ya la danza agitando la
masa humana en esa fiebre aritmética que arrebataba y
regía, que movía según la ley de los números, el cuerpo
antes de saber quién era.
Importa también reconocer que el baile es la forma
primera de la aritmética: pues en él las razones y propor­
ciones, los protonúmeros x2 y x3, y sus potencias, m ulti­
72 Agustín García Cabo

plicaciones y combinaciones del uno con el otro, surgen


y actúan mucho antes de que (con el arranque de la His­
toria) se usen para contar, por los dedos o por piedreci-
llas, reses de ganado u otros ítems de propiedad y para
registrarlos, y que empiece así a establecerse la serie de
los números: los de la danza no sirven para el cómputo y
registro ni tienen nombre, pero funcionan con la esacti-
tud que engendra ese como m ilagro cotidiano que, un
tanto presuntuosamente (com o si supiésemos qué quiere
decir 'tiem po'), llam am os m edir el tiem po (dom ar el
tiem po), marcando para ello razones y proporciones en­
tre los pasos, paradas, vueltas y figuras en que el ritmo de
los pies y de las manos lo corta y lo divide; una esactitud
de la que habrán de aprender, torpe- y tardíamente, los
relojes.

II

Entender un poco mejor esa maravilla, demasiado vul­


gar y consabida, de la danza, requiere darse cuenta de su
condición contradictoria, que aquí noto brevemente:
por un lado, la danza entre nosotros tiene m otivo
para presentarse como algo natural (com o si quedara en
nosotros algo de esa sospecha que llamamos naturaleza),
ya que evidentem ente i m i t a el ritm o de las olas
chocando co n tra la costa y el de la carrera de las estrellas
por el firmamento, y da la impresión de producirse de una
manera tan espontánea y natural como el silabeo del cuco
en la espesura o el galope de unas jirafas por la pradera,
hasta el punto de que se diría que los pies sobre la tie­
rra se m u e v e n s o l o s y solas también las ma­
nos contra el pellejo del tambor,
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 73

y que de ahí nace el aliento de la fiesta del pueblo,


cuando "goza el cavador en batir la odiosa tierra en el
baile", como recuerda Horacio;
y, sin embargo, por otro lado, la más breve reflexión
descubre que es la danza cosa netamente artificial y artifi­
ciosa, en fin, como suelen decir, humana,
ya que, por atender a la visión científica de la Reali­
dad, nuestros primos más cercanos entre los monos no
saben bailar (apenas si Kohler descubría un am ago de
ronda acompasada en algún rato especialmente sereno
de su cuadrilla de chim pancés) y sus manoteos son clara­
mente arrítmicos, prácticos a veces, y en todo caso de­
sordenados para la ley de los números y el ritmo,
y los anim ales dom ésticos a los que, con trabajo y
pena evidente, se les fuerza a imitar la danza al son del
pandero o de la orquesta
(esos caballos que, de por sí, galoparían, y aun trota­
rían, tal vez rítmicamente, pero que sólo por una tremen­
da fidelidad al látigo y al amo pueden, en circos o con­
cursos, llegar a hacer com o que siguen el ritm o de la
música,
y el oso de los zíngaros o del piam ontés de Iriarte,
que "la no muy bien aprendida / danza ensayaba en dos
pies" y que, al preguntarle a la mona, presunta entendi­
da en baile, como tantos que saben fingir que saben lo
que no saben, "¿Qué tal?" y responderle, la examinadora
de ella, "M uy m al", quedaba sumido en tan amarga desi­
lusión)
lo que prueban más bien con lo penoso y triste del in­
tento es cóm o están de lejos de sentir en sus tuétanos el
calambre de la danza;
y, en fin, nuestros bebés mismos, con sus pataleos y
manoteos en la cuna, tan arrítmicos com o los de los mo­
74 Agustín Garda Calvo

nos, nos enseñan también la condición de arte y artificio


de la danza,
y cómo sólo por aprendizaje, por obra cosciente y vo­
luntaria, del propio niño y de los adiestradores que le dan
ejemplo, puede llegar a realizarse esa incorporación de
los números en su cerebro y articulaciones;
si bien sólo podrá decirse que el niño sabe bailar de
veras cuando, a su vez, se haya olvidado enteramente de
aquella operación de la voluntad y la cosciencia,
del mismo modo que, cuando uno, ya adulto, apren­
de los pasos y figuras de un baile nuevo, mientras sabe y
procura, y hasta cuenta tal vez por los números de la se­
rie (por ejemplo, "ün-dós-trés, izquierda; ün-dós-trés, de­
recha" o bien "un-dós-tres-cuátro, úno-dós"), no puede
decirse que sabe el baile,
y sólo sabe bailarlo cuando deja de saberlo.
Es decir que estamos en el cam po de las producciones
automáticas, las que provienen de la región, creada por
subsunción u olvido-de-conciencia de lo que antes se
supo, a la que deberíamos llamar propiamente subcos-
ciencia
(por oposición a lo de veras no cosciente o desconoci­
do),
y de la que la subcosciencia del aparato gramatical del
lenguaje mismo es el origen o primer modelo;
por lo cual es tan difícil creer a los padres o educado­
res que dicen que su niño, antes de haber aprendido a
hablar (esto es, de haber llegado a un com prom iso entre
la gram ática común que él trae al m undo y la del idioma
de su entorno), sabe ya bailar en cambio.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 75

III

Pero este asombro y revelación del fenómeno de la


danza trae consigo un par de consideraciones más, que
puede que ayuden a entender lo mal que de ordinario
entendemos estas cosas.
Una toca a las relaciones de la danza con las artes mu­
sicales en general:
pues la música, como se sabe, se produce en dos d i­
mensiones netamente distintas y contrapuestas, que sólo
después, y por ello mismo, vienen a combinarse,
la del ritmo, que trata directamente con la sucesión,
con eso que llamamos tiempo, y que, cuando es un rit­
mo esacto o aritmético, im plica también el metro, la me­
dición de las duraciones,
y la otra, la de los tonos o melodía, que sólo indirecta­
mente tiene que ver con eso del tiempo (com o si consis­
tiera, dicho algo a lo bárbaro y científico, en la diferencia
de frecuencia de las vibraciones)
y que juega en ese también misterioso ámbito de la
e s c a l a , donde efectivamente hay escalones, no con­
tinuidad, y que se presta por ende a otro juego con los
números, mucho más com plejo, y aun discutible, que el
del ritmo y la medida.
Pues bien, de esas dos dimensiones, es claro que la
del ritmo y los números del tiempo sucesivo procede de
la danza,
que sube desde los pies que baten a compás la tierra
y se contagia a las manos sobre el tambor, a los crótalos,
castañuelas, sistros, maracas, timbales y demás ¡strumen-
tos de percusión,
y, en fin, que agita los miembros y las almas todas en
la fiebre aritmética del ritmo,
76 Agustín Garda Calvo

mientras que la otra dimensión, la de la melodía y el


juego con los grados del tono y las escalas, procede, por
el contrario, de la queja vocal, más o menos articulada o
prelingüística,
que llega a inventar también, a imitación de la laringe
y de la boca, las cañas sonoras, las flautas y zampoñas,
gaitas, tubas y cornamusas.
Y es por el apareamiento de hechizos tan dispares, de
dos modos de números venidos de origen tan distinto
(casi se diría que de la tierra el uno y del cielo el otro)
com o se viene a inventar, primero, el canto acom pa­
ñando a la danza, la danza acom pañando al canto, la
queja vocal acompasada a los pasos y movimientos,
y de ahí, la música toda, con la incorporación en uno del
ritmo y la melodía, de los números de los pies con los de la voz,
conjunción de la que los istrumentos de cuerda, cíta­
ras y guitarras, laúdes, clavicordios y pianos, ofrecen
como un símbolo.
Así entran los números por las dos vías a conm over el
cuerpo, es decir, el alma.

IV

Otra consideración que me salía al paso se refería a la


cuestión de la utilidad y la inutilidad.
Pues es evidente que la danza mueve los pies para
algo ajeno al uso de ellos que se pretende práctico y pri­
mario, la locomoción,
a cuyo fin la danza es inútil y contraria, al menos en
principio, ya que la locomoción es para ir a sitios que la
necesidad o la intención imponen,
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 77

y es claro que el que baila no va a ninguna parte, no


tiene ningún destino.
Y, del m ism o m odo, las manos sobre la piel de los
tamboriles o sacudiendo las castañuelas se apartan de su
uso para los manejos que se pretenden prácticos y prima­
rios,
y difícilm ente podrían conciliarse con el tamborileo la
prensión o la costrucción ni ninguna de las tareas que sir­
ven a la intención o la necesidad
(de un modo análogo, que he estudiado otras veces
más detenidam ente, y que aquí no viene al caso, tam ­
bién la voz en el canto se opone al uso de garganta, boca
y lengua para los fines prácticos de la com unicación,
se opone, en fin, al lenguaje, empezando por la arti­
culación de la queja vocal y el grito en la horma de esos
entes astractos que llamamos los fonemas,
y la del libre y rico juego de sus tonos en la de las pro­
sodias que la lengua necesita para fabricar las palabras y
las frases útiles a sus fines,
al punto que a veces, en sentido inverso, la riqueza y
volubilidad del canto trae consigo que las palabras de su
letra se vuelvan ininteligibles).
Cierto que ha de notarse, sin em bargo, que la inutili­
dad o libertad de la danza (y de la música en general)
vuelve también, en el trance contrario del proceso dialéc­
tico, a someterse a la finalidad y la economía,
cuando hallamos, en el Trabajo, cóm o desde el co­
mienzo de la Historia parece haberse usado el ritmo,
por piernas y brazos, y espaldas y cinturas, de tejedores,
fregatrices, costureras, y hasta segadores y respigadoras,
para hacer más llevadera la fatiga y aburrimiento del
esfuerzo, y así más eficaz para la ganancia del patrón o
de la empresa,
78 Agustín García Calvo

y todavía hasta hace poco los mecánicos o las servido­


ras domésticas acompañaban, si no bailando, al menos
tarareando, la pena de las labores ordenadas a destino,
hasta que llegó la necesidad superior de venderles ra­
dios portátiles y transistores, para privarlos de ese juego y
darles hecho el ritmo,
las más veces, por lo demás, según la música al uso, tan
monótono y aburrido y pobre como el Trabajo mismo.
Pero así es la Historia de dialéctica y am bigua:
la danza y el tambor, que liberaban los pies y manos
del servicio a la intención y finalidad,
acaban sometiéndose al Trabajo y hasta a la ¡strucción
y marcha m ilitar de los mozos disciplinados,
sin que por ello tam poco la contradicción se pierda:
ella sigue siempre viva y rebelándose contra el someti­
miento de la danza a los trabajos o milicias,
y dispuesto el ritmo, en cualquier momento, y no en
los señalados para diversión o fiesta, a arrojarnos danzan­
do, fuera de la realidad del tiempo dom esticado, a las on­
das sin fin del tiempo verdadero.

Lo cual nos trae también a la última consideración a que


la danza me llevaba, y que toca a la incorporación de los
números, no ya e n e l c u e r p o d e u n o s o l o ,
sino e n e l c u e r p o d e l o s m u c h o s , de la
gente más o menos sometida a formar conjunto.
Es a saber que también en esto de su entrada en el
cuerpo social, y no sólo en el individual, nos ofrece la
danza muestra exim ia de su contradicción y de la de los
números del ritmo.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 79

Pues, por un lado, es evidente que el ritmo de la dan­


za c o n j u n t a los pasos y los gestos de masas de in­
dividuos,
que apenas más que así podrían marchar y moverse
todos a compás, todos a una, como si todos fuesen real­
mente un mismo cuerpo.
Esto se da de la manera más perfecta en la marcha
militar, el marcar el paso y los demás usos de ritmo de la
danza en los ejércitos,
que en otro lugar he estudiado en uno de sus ejem­
plos más antiguos y cercano a la prehistoria, con la inter­
pretación del carm en aruale , que nos ha llegado de los
orígenes de Roma misma,
com o letra de una danza en que los Hermanos Arvales
remedaban ritualmente el asalto y la toma de la ciudad
enemiga, como preparación a la guerra real a que iban
los mozos de Roma a lanzarse con la primavera.
Y no hace falta insistir m ucho para recordar las mil
maneras con que el tam bor y la trompeta han venido
guiando la marcha de reclutas y veteranos a su tétrica
faena a lo largo de los siglos de esta cansada Historia,
sin dejar de recordar al paso cóm o también en la es­
cuela se usaba la ritm ificación vocal conjunta para apren­
der, a coro o de coro, la tabla de m ultiplicar o las oracio­
nes con que a los niños de antaño se les formaba.
Pero sí conviene hacer notar que, del mismo modo
que en el cuartel o los desfiles, cada vez que el ritmo de
la danza se aplica para fines, aparentemente pacíficos,
com o es caso notorio el de los deportes o el de la
gim nasia, sea individual o sea, mejor, en grupo de espre-
sión corporal o cosas por el estilo,
no se está haciendo otra cosa que repetir la sumisión
del ritmo a los ejercicios militares:
80 Agustín Carda Calvo

porque, al fin y al cabo, ¿no está claro que los que de­
dican su tiempo (ya contado por relojes y calendarios) al
deporte
y los que someten a la gimnasia ese cuerpo, que ya
conocen hasta científicamente y que llaman suyo y pro­
clam an "Yo puedo hacer con mi cuerpo lo que yo
quiera"
están continuando la operación de los m ilitares de
otros tiem pos, la guerra para realizar el Ideal (sólo por
ideas se mata) y guerra contra la vida, el cuerpo y la gen­
te que no se sabe?
Y, sin embargo, por el otro lado y a la vez, la danza
contradice esa sumisión, militar, laboral o deportiva, y de
algún modo n o s l i b e r a ,
por más que ese 'libera' y ese 'nos' sean tan necesaria­
mente ambiguos:
nos libera de nosotros mismos, del cada uno y del
conjunto, y aquello que, al librarlo de nosotros, deja li­
bre, por más que aludamos a ello con 'vida' o 'cuerpo' o
'pueblo', tiene su gracia y fuerza en que no se sabe.
Cóm o es que la danza, rítmica, aritmética y mecánica,
puede hacer algo de eso que digo 'liberar',
consiste en la contradicción misma que es inherente a
la Realidad, por más que el Ideal unitario y totalitario pre­
tenda descontradecirla,
y se revela tal vez de la manera más esplendorosa en
el viejo artilugio del teatro.

VI

El cual, como se sabe, aunque seguro que se habrá ol­


vidado, nace justamente de la danza, la de los coros en la
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 81

orquesta, que representa la plaza del pueblo, y frente a


ella la de los actores sobre la escena.
Y cierto que, a lo largo de estos siglos desde su inven­
ción, hace unos 25, ha venido el teatro pervirtiéndose y
olvidando su función originaria, viniendo a parar,
aparte de la revista musical, de ritmo cada vez más tris­
te y pobre, como sus chistes, y del ballet, demasiado culto
y semántico para resignarse a ritmos netos y mecánicos,
en la mera literatura sobre escena (o en pantalla), en­
teramente entregada a la espresión y al mensaje, y por
tanto desentendida del juego y ley del ritmo.
Y, sin em bargo, algo sigue siempre por debajo latien­
do en el teatro que recuerda su función y nacim iento
como danza;
y, cuando a veces el corazón o el público, que viene a
ser lo mismo, reconocen en el teatro algo que de veras
palpita y que lleva a compás su tiempo,
es que han vuelto a sentir aquella función liberadora
del teatro nacido de la danza y que arrastraba con ella el
canto de los coros y el silabeo de los parlamentos.
Era, como en otras partes he contado más largam en­
te, un j u e g o c o n e l t i e m p o , que quiere de­
cir un juego entre dos tiempos, el tiempo de lo que se re­
presenta y el tiem po de la representación, el de los
personajes y el del actor y público, el juego de un tiempo
contra el otro.
Y cómo es que el sometimiento de los pasos, gestos,
entradas y salidas, a la ley del ritmo riguroso, el someti­
miento también a la ley del ritmo, no sólo de los coros y
canciones, sino también de los diálogos y discursos, no
tanto como cantados, pero declamados,
cómo eso puede ser tan paradójicamente liberador y
abrir por ende el paso a un respiro de gozo y vida,
82 Agustín Garda Calvo

es algo ciertam ente misterioso; pero puede todavía


sugerirse un poco acerca de esa paradoja.
Será seguramente que la exageración de lo mecánico
del movimiento, de pies, manos, laringe y labios, hasta
llegar a la esactitud de los núm eros del ritm o, el
r e p r e s e n t a r la vida com o rítmica y esacta,
tiene alguna fuerza para que los corazones y razón co­
mún del público
(y del actor mismo, jugando y escindiéndose en dos,
la persona que hace vivir sobre las tablas y la propia per­
sona suya)
se vuelvan sobre la realidad de sus vidas cotidianas y
reconozcan la torpe maquinalidad con que se les hace ir
tirando y contando malamente (por reloj y calendario) el
tiempo,
y, en fin, el mal teatro que tienen que hacer para ser
reales.
Es com o si la esacta maquinalidad de pasos, gestos y
lenguaje, revelara, como por parodia y burla, lo que es la
traqueteante y confusa máquina de la Realidad.
Y ahí debe de estar el manantial de liberación y la ale­
gría:
pues no les es dada a los corazones y razón de noso­
tros público otra manera de verdad:
el descubrim iento, aunque sólo sea por vislumbre, de
la falsedad de la Realidad y de uno mismo.
TOM AR, LO CO Y USTED

A don juan Corominas


homenaje a la gran labor
y al buen sentido

Me vuelvo un breve rato sobre etim ologías de pala­


bras de esta lengua en que hablo y que trato de escribir
como la hablo (ésta que es la mía porque no es m ía), y
traigo aquí ahora unas ocurrencias que me habían asalta­
do ya hace tiem po sobre tres cuestiones que, de manera
m uy diversa, tocan justamente a la contradicción y rela­
ción entre escritura y lengua viva. Es convite con porra
también un poco, porque, a la vez que doy al común es­
tos descubrim ientos, son los tres tam bién dem anda de
ayuda a otros más entendidos que yo en algunos cam ­
pos, para corregir, prolongar o confirmar algunos estre-
mos* de las averiguaciones.

* La Redacción respeta algunas ortografías anómalas, que obede­


cen al juramento que el autor hizo público hace tiempo de nunca más
emplear ortografías que pudiesen engañar a locutores o hasta actores.
84 Agustín García Calvo

I. Tomar

La solución de uno de los rompecabezas más ilustres


del vocabulario corriente español y portugués, ajeno al
resto del romance, confío desde hace tiempo en haberla
hallado en un lat. intum are, que fué lo mismo que in ti­
m are.
En latín republicano y seguramente, al menos en va­
riedades dialectales, hasta comienzos de nuestra era, re­
gía para las vocales breves en sílaba interior abierta la re­
gla de neutralización de oposiciones en su m áxim o
dom inio, puesto que ahí no había fonémicamente más
que una vocal o, mejor dicho, la simple condición 'vocal',
que se realizaba según principalmente la consonante que
siguiera, aunque con fáciles intervenciones de analogías y
factores ocasionales, dado que no había ahí valor distinti­
vo alguno; y la escritura, en contra de su vocación origi­
naria (puesto que la escritura alfabética no está para es­
cribir sonidos, sino seres astractos de los que solemos
llam ar fonem as; pero, por otra parte, los alfabetos no
suelen desarrollar, para ocasiones com o ésta que una len­
gua pueda presentarles, letras especiales para escribir ar-
chifonemas, que en este caso tendrían que haber sido un
solo signo para 'vocal') se vió obligada a representar, con
más o menos decisión y regulación escolar, ese archifone-
ma por medio de alguna de las letras correspondientes a
los 5 fonemas vocálicos cuyas oposiciones en sílaba inicial
regían, según lo que la realización fonética pareciera ase­
mejarse a la de una u otra de las cinco, principalm ente i,
u y e con, en casos más raros, o. Así, delante de p, b, f, y
m, siendo la realización sumamente vacilante, se vino es­
cribiendo a lo largo de toda la epigrafía y literatura republi­
cana, o i o u, sin más criterios que los estemos a la lengua,
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 85

una regla de escuela, el gusto personal de un escritor o el


azar que decidiera cada vez a un escribiente. En tal situa­
ción, pues, es claro que íntim at, o íntum at, intum áre o in-
tim áre so n u n a y la misma palabra.
Ahora bien, es no menos claro que, ya desde el siglo i
post, esa s itu a c ió n d e l v o c a lis m o la tin o y sus reglas de
neutralización estaba desapareciendo de la lengua y se­
guramente, en algunas regiones o capas sociales, había
desaparecido, cosa que hubo de producirse en relación
con otros cambios revolucionarios de la lengua en este si­
glo, principalmente el paso de un acento de palabra me­
cánico a uno libre o distintivo y la división del fonema
/u/, con sus variantes vocálica y consonántica, en dos fo­
nemas (sólo más tarde, la correspondiente conversión de
/// en dos), en la cual relación no voy a entrar ahora: el
caso es que ya la oposición i/u en interior era distintiva,
que ya i y u eran ahí dos vocales distintas lo mismo que
en la sílaba inicial, y que, por tanto, la lengua en muchos
casos tenía que elegir para la forma de la palabra, o i o u.
De la diversidad con que la elección se produjo en un
sentido o en el otro, baste para muestra el caso de la raíz
CAP-, que en récipit redpere (y otros compuestos), donde
la escuela y literatura había generalizado la grafía / (sin
duda, por prurito de evitar la confusión, al menos visual,
con los compuestos de cupio), quedó fijada en la forma
en i, viniendo a dar, con la habitual reacentuación, esp.
recibe y rece/ibír, mientras que en el derivado recí/úperat
reci/uperáre, donde la grafía se había mantenido en la ge­
neral vacilación, fué la forma recúperat recuperáre, con u
fija, la que pervivió hasta esp. recobra recobrár.
Así que, para confirmar el origen de tom ar que aquí
propongo, no nos quedaría sino acudir de nuevo al testi­
monio escrito (es la labor para la que no tengo medios ni
86 Agustín Garda Calvo

vagar y a la que esta nota quiere incitar a otros más en­


tendidos y con más tiem po), averiguando, en testos visi­
góticos y en general de la época tenebrosa, pasando más
allá de lo que el thésaurus s.v. 'In tim o ' recoge, primero, si
la palabra se había mantenido o hecho usual en las regio­
nes occidentales, al menos en documentos y testos jurídi­
cos o religiosos, y, segundo, si aparece la grafía con u en
formas de íntum a t intum áre y también, difícilm ente sepa­
rable de ello, en las del adjetivo íntum us.
Por desgracia, ya preveo que esta segunda averigua­
ción va a resultar sum am ente dificultosa, debido a la
mala costumbre que en las escrituras minúsculas se desa­
rrolló (y que ahora mismo estoy padeciendo al tratar de
redescubrir el testo de Lucrecio a partir de los manuscri­
tos O b lon g u s y Q uadratus, únicos trasmisores del poema)
de escribir por palotes sucesivos y con gran indistinción
algunas letras, de manera que /, u, I, m, y n apenas se dis­
tinguen más que a veces, con suerte, por el número de
palotes, que es la situación que hubo de llevar (pero, ay,
mucho más tarde) a poner los puntos sobre las íes; así
que ha de ser peliagudo, en tales escrituras, averiguar si
intim ât, intim a (no hablemos de intim um ) o in tum a n d o es­
tán escritos, entre la -t- y la -o-, con cuatro palotes o con
cinco. Confío, sin em bargo, en que, contando con testos
de otras escrituras o especialmente cuidadosos, la averi­
guación pueda llevarse a cabo alguna vez.
Me detengo ahora en otro lado de la etim ología: ella
supone, como ya doy por entendido, una retroderivación
o deducción de un simple *túm at *tum áre a partir de in-
tú m a t (con la reacentuación podemos ya contar, com o
para recípit, sepárat, etc., desde I p o sf) intum áre. A favor
de la suposición habla, a mi entender, elocuentemente la
entera falta de compuestos castellanos o portugueses (re­
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 87

tomar debe de haberse formado casi anteayer) de un ver­


bo tan usual desde los primeros testimonios de las len­
guas (contrapóngase la fam ilia, con a-, re-, en-, entre-,
ante-, es-, sobre-, del mediosinónimo coger, y con a-, de-,
des-, em-, com-, sor-, del otro medio sinónim o prender),
ya que parece razonable que un retroderivado de com ­
puesto, con en-, se resista largamente a formar a su vez
compuestos; véase lo mismo en la falta de compuestos
de cobrar aparte del con re- originario. Lo que sí tenemos
que pensar, dada la falta de testimonios cast. o port. de
entornar (eI único entornar que Coram inas s.v. tomar reco­
ge, y rechaza de conexión con tomar, es nada menos que
del catalán, al que este verbo le es ajeno, y de área ade­
más muy restringida), es que la decom posición se había
producido en fecha muy temprana, esto es, no en cast. o
port., sino en latín, por así llamarlo, *túmat *tumáre, y
que habría acarreado la pérdida de intúmat intumáre ya a
partir de entonces.
Paso con esto a la cuestión semántica; que fué, por
cierto, la que primero me trajo a la ocurrencia de esta eti­
m ología, al pensar en ciertos usos del verbo que me ha­
bían desde pequeño sonado como especiales, aunque a
la par usuales entre nosotros, a saber, aquéllos en que de
una sartén, por ejem plo, se declara "Está tom ada del
orín" (y 'tom ado' sin más se aplica a los metales empaña­
dos, y de ahí a la voz tomada, esto es, enronquecida), o
se dice de unas paredes "Se toman de moho en cuanto
llueve" o de lo uno o lo otro "Se tomó enseguida del olor
de la pesca frita" (la verdad es que no recuerdo más que
estos usos "en Pasiva", y no estoy seguro de haber oído
cosas como "Lo tomó la herrumbre"), usos en los cuales,
desde luego, el intercambio con el mediosinónimo coger
queda enteramente fuera de lugar; una sartén, en cam ­
88 Agustín Carda Calvo

bio, "Coge el gusto del pescado frito", pero eso es otra


cuestión. Y me atrevo a adelantar, en general, como guía
metódica para la búsqueda de etim ologías, que, cuando
en el abanico semántico de una palabra se encuentra al­
guna acepción concreta que no se deja deducir de la más
genérica o astracta, en ella puede quizá quedar un rastro
del significado originario.
Sea de ello lo que sea, el caso es que p ro p o n g o q u e el
significado con que se usó en latín tardío occidental, en
la lengua hablada, el túm at y el in túm a t fué el de 'meter­
se dentro', 'invadir', 'apoderarse de'; el cual, por un lado,
se conlleva fácilmente con los usos con que en latín (tar­
dío) encontramos intim are (incluidos los del tipo 'hacer
saber': cfr. en te ra r y enterarse ), com o propios que son
para un derivado de íntim us, y, por el otro lado, esplica
bien el desarrollo de los usos posteriores, por ejemplo, de
'tomar un cam po los ratones' o 'tomar la peste un pobla­
do' a 'tomar una horda el cam po' o 'tom ar un ejército la
ciudad', con fácil estensión a otros objetos y sujetos, y da
cuenta también de usos castellanos de los más antiguos
como 'tom ar consejo' (e.e. 'hacerse cargo de él', 'hacerlo
suyo') o 'tom ar afán', 'tom ar miedo', donde quizá puede
pensarse en una inversión de sujeto y objeto, a partir de
'tomarlo a uno el m iedo'.
No quiero, sin em bargo, decir que esa acepción sea la
única (siempre en la lengua hablada) de la que los signifi­
cados de cast. y port. 'tom ar' se hayan derivado: por el
contrario, me tienta poderosamente pensar también en
un uso de tú m a t o in tú m a t en broma coloquial, como es
corriente en cualquier lengua, referente a la ingestión de
bebidas o alimentos, un poco con el valor de 'meter pa
dentro', de donde algunas acepciones notorias de cast. y
port. 'tom ar' derivarían, y de lo que el uso americano ge­
De la danza a ¡a escritura, las gramáticas y yo mismo 89

neralizado para 'ingerir bebidas alcohólicas' sería también


una reliquia.
En fin, hace sin duda bien Corom inas s.v. tomar en in­
sistir, con copiosa aportación de ejemplos (aunque tam ­
poco ha estado a mi alcance exam inar la aparición, al
parecer, más antigua, en un docum ento castellano pu­
blicado por Oelschláger) en el carácter jurídico y notarial
del verbo en muchos de sus primeros usos (poniéndolo
en relación con el destino de 'quitar' y de 'sacar'), insis­
tencia a la que le movía también seguramente el deseo
de apoyar la etim ología a partir de autum are, a la que, a
falta de mejor, él daba razonablem ente la preferencia.
Sólo que la h isto ria te n d rá que ser un poco más antigua
y com plicada: el verbo intim are/intum are, de origen sin
duda culto, clerical y hasta jurídico, se había en estas re­
giones occidentales del fenecido Imperio introducido, ya
en latín, por así llamarlo, en la lengua viva y con valores
sem ánticos como los que acabo de proponer, de los cua­
les vendrían los varios con que, desde el poema del Cid
en adelante, se encuentra en la literatura laica usado;
por otra parte, el verbo (aunque ya sólo en la forma cre­
ada por decom posición en la lengua viva) continuaría y
aun am pliaría sus usos entre clérigos y notarios, y mu­
chos de los valores con que aparece en los docum entos
m ediolatinos m ediorrom ances vendrían directam ente
por esa vía, aunque sin duda desde pronto en contam i­
nación con los otros que en la lengua hablada se habían
desarrollado.
Ya se com prende que son justam ente los m últiples
trances en que a lo largo de los siglos la etim ología de
'tom ar' nos lleva a sentir el vaivén entre esos dos campos
enemigos de la escritura y la lengua viva lo que también
me ha anim ado en esta averiguación, que al fin no es
90 Agustín Garda Calvo

más que una solicitud de ayuda a los que dispongan de


más medios para desvirtuarla o confirmarla debidamente.

II. Loco sandio

He aquí un par de palabras, famosas entre toda laya de


reflexionadores sobre la lengua, que tienen en común en­
tre sí estas dos peculiaridades: la una, que son también es-
clusivas del vocabulario romance más occidental, cast. (y
sin duda leonés) loco , port. (y gallego) louco, cast. sandio
(y en unos pocos casos, alguno ya en Berceo, sendio, a lo
que Corom inas no presta mucha fe), port. san d eu (siem­
pre al parecer, con e cerrada, según las rimas muestran);
la otra, que no han encontrado ni la una ni la otra una eti­
m ología satisfactoria: Corominas s.v. loco se inclina por el
origen (directamente para fem. loca) arábigo, lo tambale­
ante de cuyos apoyos, más que fonémicos, semánticos y
de presencia del vocablo en los dialectos árabes pertinen­
tes, él mismo debidamente reconoce, hasta el punto de
que al fin su fe queda prendida de una enmienda al testo
de un zéjel de Abencuzmán, mientras rechaza con la habi­
tual lucidez y consistencia las otras etimologías que se han
propuesto; y s.v. sandío presta favor dubitativo al sánete
D eu s de Diez (prefiriéndolo al sin e D e o de Carolina M¡-
chaélis), ya que razonablemente no encuentra fundamen­
to a las etimologías alternativas que se han elucubrado.
Esta com unidad de destino de las dos palabras me lle­
vó hace algún tiempo a la ocurrencia de que era éste un
caso ilustre en que había que matar dos pájaros de un
tiro, ya que tan difícil parecía matarlos por separado.
Claro está que la tentativa sólo podía cobrar sentido
bien palpable si a la semejanza se añadía la contigüidad;
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 91

pero eso es justamente lo que aquí tenemos: pues casi


desde el principio, tanto en castellano como en portu­
gués, se nos ofrecen, y menudean largo tiem po, ejem­
plos de la locución en que ambas palabras van seguidas
(siempre, a lo que creo, en el orden ' I a loco - 2a sa n d io '),
como "loco sendío" en Berceo, "loca sandía vana" toda­
vía en Juan Ruiz, a veces con intercalación de coordi­
nativa, como "louco e sandeu" en las Cantigas de Alfon­
so x (v. la sustitución de sinónimo en Don Denís "louq' e
tolheito", así com o en un cancionero "sandeu e tolheito
ando"), "loco e sendío" en Berceo mismo, una coordina­
ción que me parece claramente secundaria, introducida
por quienes no toleraban en sintaxis lisa y llana eso que
entendían ya como yustaposición de dos adjetivos equi­
valentes.
Pues bien, atendiendo como originarias a tales locu­
ciones, louco sandeu, loco sandio, o (escribiéndolo ya así,
por adelantar acontecim ientos) lóuco-sandéu, loco-sandio,
señalando la relación 'acento sometido/acento dom inan­
te', fácilm ente me vino a las mientes la posibilidad del
origen en una locución eufemística y piadosa como ésta:

illu d q u o d sanet Deus,

"lo que Dios cure" o, propiamente, "vuelva cuerdo";


una locución, que dado lo corriente en cualquier lengua
y país de la evitación apotropaica de la mención de la in­
sania, incluidas en ello juntamente la locura o furor y la
im becilidad o, com o ahora le dicen, subnorm alidad (las
dos acepciones que Corom inas cuidadosam ente distin­
gue en sus artículos), se gana sin más muchos puntos de
probabilidad, y se le hace enseguida fam iliar a uno el oír
decir a un clérigo allá de por el siglo v o vi (y la gente
92 Agustín Garda Calvo

adoptando con gusto el latiguillo) cosas como "Pelagius


est... illud quod sanet Deus", "Pelayo está... lo que Dios
torne a cordura".
Que, una vez adoptada la retahila por la gente y per­
dido al cabo todo sentido de su sintaxis, viniera a enten­
derse com o acum ulación de dos adjetivos, parece del
todo regular; y que, a la par con ello, fuese perdiendo la
función eufemística y disimuladora originaria, hasta que
acabase siendo lo co la palabra hoy día necesitada de
eufemismos, eso es el destino regular de los eufemismos
y formaciones apotropaicas en cualesquiera épocas y len­
guas.
La trasformación fonémica desde la supuesta retahila
que ahí he escrito hasta su aparición como louco sa ndeu o
loco sa n d io en las literaturas castellanas y galaicoportu-
guesas es, com o se ve, casi perfectamente regular. Sub­
siste la dificultad que al sánete D eus de Diez también se le
oponía, la e cerrada de port. sandeu, que parece que sólo
rima con los Pret. en -e u y no, com o D e u s(s), con eu,
m eu, teu, seu; pero, com o Corom inas mismo ya razona,
sea por lo siempre incom pleto del registro de poesía ga-
laicoportuguesa vieja, sea recordando que pronto la len­
gua había de confundir en palabras tales los dos timbres,
sea — añado— porque la reinterpretación de s a n d e u
como adjetivo había de acercarlo a otros adjetivos en -éu
derivados tal vez de -evu, la objeción no es en modo al­
guno decisiva. Y es cierto que, ocupando en la retahila
D eus función de nominativo, podía esperarse en el portu­
gués y el castellano más viejos la forma en -s, como en el
Nom bre port. D eus, cast. D io s ; pero ya se com prende
que, perdida de siglos atrás toda conexión con el nombre
'Dios', la -s no podía ser más que un estorbo para la nor­
malización de sandio y sa n d eu com o adjetivo. Habría tal
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 93

vez, en todo caso, que examinar hasta qué punto es tar­


dío o raro en ambas lenguas el uso del plural, sandeus,
sandios, por si eso puede apuntar en el sentido de un
mantenimiento de la "conciencia" de la -s originaria du­
rante algún tiem po. Sobre el -ou- de port. louco vuelvo
ahora.
Conviene añadir como un escrúpulo, por si las formas
con -e- como cast. sendío tienen, después de todo, algu­
nos visos de legítimas herederas, que cabe que esa retahi­
la alternase, en los siglos góticos y más tarde, con otra
fórmula eufemística para lo mismo, que sería

¡Hud q u o d sinit Deus,


"lo que Dios permite".

Y añado también, de paso, una llamada de atención a


que el antónimo cuerdo, cordo, es asimismo esclusivo de
portugués y castellano. La esplicación que Corom inas s.v.
cuerdo ofrece, com o retroderivado de un cordatus o ya
cordado, es bastante convincente; y no voy a desviarme
aquí a discutir con el maestro sus dificultades y la posibili­
dad de que, habida cuenta de que las derivaciones más
recientes de cord(e) parecen haberse hecho a partir más
bien de cuer/cor, como decorar 'tom ar de memoria' (no
quita que ahí haya habido una conflación con de coro) y
como el mismo corazón, coraqao, que coincide también
que es propio de español y portugués, tal vez la retrode-
rivación se haya hecho más bien, según la proporción
'tierno/ternura', 'puesto/postura', etc., a partir de cordura
(atestiguado en cast. y port. desde tan antiguo com o
cuerdo), que sería una síncopa tardía de un *coratura, pa­
ralelo justo del *coratione (o quizás algo com o
*corattione) que hay que suponer para corazón.
94 Agustín García Calvo

En fin, lo que a esta oferta mía para loco sandio le que­


da de solicitud a los más estudiosos y conocedores, se re­
fiere a los dos siguientes puntos.
El uno, para los que conozcan y hayan exam inado
mejor que yo los avatares de la fonèmica portuguesa más
vieja y el paso desde la del latín tardío, que haría falta
una averiguación de si, partiendo de la fórmula que pro­
pongo, el fragm ento (il)lu d quod, lucquo, locco, debe o
puede haber venido a dar en una forma con -ou-. La ave­
riguación debe de ser un tanto delicada, porque desde
luego ha de tener en cuenta la manera y momento en
que la locución se reinterpretó como siendo dos palabras,
(il)lu d q u o d sa n et D eus y luego (il)lu d q u o d sa n etD eu s, así
como, a la par con ello, la condición prosódica del tramo
(il)lu d quod, primero átono, luego desarrollando un acen­
to dom inado (H)lùdquod, sólo muy tarde un acento ple­
no. Desde luego, que la "conciencia" del reí. q u o d estaba
ya perdida desde el lat. tardío lo atestigua (tam bién en
castellano) el final de la nueva palabra en -co y no -que.
Y el otro, para los estudiosos de la latinidad occidental
en los siglos tenebrosos, que, naturalmente, lo más gran­
de y feliz para la etim ología sería que la locución o retahi­
la que he supuesto se encontrara de hecho en algunos
testos latinos de esos siglos y regiones o en los romances
o semirromances posteriores. No veo grandes probabili­
dades de semejante felicidad: pues, aun cuando sea cier­
to que esa locución corrió por acá entre la gente durante
algunos siglos y así vino a parar en la forma lòcco sa n 'd éo
o semejante de que las dos palabras loco louco y sa n d eu
sandio saldrían luego, de todos modos, la locución habría
sido o venido a ser tan coloquial y propia del lenguaje
oral, aunque cortés, que es el que trata de evitar, con
bromas lingüísticas y eufemismos, el malfario de la pro­
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 95

nunciación de palabras com o 'loco', 'm urió', 'm ierda' o


'dinero' (tan coloquial como, por ejemplo, el 'pasta' o el
'estiró la pata', que todavía, hablando, usamos, pero que
en literatura no creo que haya ascendido m ucho más
arriba de la canción del burro de la vinagre), que, en fin,
no parece que esa retahila, desde luego en los docum en­
tos y contratos legales o notariales, pero ni siquiera en las
vidas de santos u otras literaturas de los clérigos de los si­
glos iv-x, donde lo que menos cabe esperar es una im ita­
ción de los modismos coloquiales (eso queda para litera­
tos refinados com o Petronio o los novelistas actuales),
tuviese muchas ocasiones de asomar. Pero, con todo, no
es enteramente im posible ni falto de casos similares; y,
para lo que valga, quede dado este aviso a la atención de
los lectores de tales documentos y literaturas.

III. Vsted, Vsía y Vuecencia

Para otra particular manera de relación entre el len­


guaje y la escritura me brindan ocasión exim ia esas for­
mas de tratamiento de la 2 - Persona de Respeto (esto es,
de la 3 - aplicada a la 2a) generalizadas entre nosotros
desde hace ya más de tres siglos.
Bastante me ha estrañado, por cierto, que, siendo el
fenómeno tan notorio y trascendente para la trasforma­
ción del castellano en español oficial contemporáneo, y
tan reciente que ha sucedido literalmente bajo nuestros
ojos, esas formas de tratamiento no hayan merecido más
atención de parte de los estudiosos. Parece que todos, a
mi noticia (pero mi noticia no es mucha, y debe aquí dis­
culpárseme si algún estudio en otro sentido se me ha es­
capado), adm iten sin reparo que las m últiples form as
96 Agustín García Calvo

vu esarced, voarced, vuasted, vusted, usted, y las demás


que Corom inas s.v. VOS registra y fecha cuidadosamente
en su primera aparición, todas ellas en la 1- mitad del si­
glo xvn, así com o, para los tratam ientos de más ringo­
rrango, vusirfa, usiría, usía y vuecelencia, vuecencia, u cen ­
cia, procedan todas en la lengua hablada, más o menos
cortés o rústica, por diversas síncopas o contracciones, a
partir de las formas plenas, y más antiguas en el uso,
vuestra m erced (princ. del siglo xv da Corom inas como fe­
cha de aparición), vuestra señoría y vuestra excelencia.
Pero la lengua de por sí nunca procede de esos mo­
dos ni engendra móstruos como ésos: todas sus mutacio­
nes se producen según una lógica, de múltiples niveles y
compleja articulación, que la Ley Fonética de los compa-
ratistas ha tratado de descubrir y form ular en parte, y
cuando infringe alguna de sus leyes, principalm ente por
la fuerza llamada analogía, lo hace de una manera no
menos racional y razonable; así que, si en el habla suce­
de, com o sucede con frecuencia, que el descuido o capri­
cho de algún sujeto hace sonar una form a aberrante,
trastocada o tartamuda, inmediatamente se pierde en el
olvido y en la disculpa que la convivencia concede a los
sujetos, y nunca alcanza a jugar en los tejemanejes que la
subcosciencia de la com unidad se traiga en tanto. Pues
bien, de todas las formas citadas, y alguna otra variedad
que ya no reproduzco, apenas si una com o vuesarced o
más bien vuesarcé puede haberse producido en la lengua
hablada, con la form a vu esa de vuestra, notoriam ente
rústica y rechazada en la costitución del esp. of. cont., y
por medio de una síncopa regular a consecuencia de la
marca rítmica (m uy mal llamada acento secundario) en
1a sílaba, vuesa(m e)rcé: todas las otras son perfectamente
inesplicables (nada tienen que hacer aquí recursos tan
De la danza a la escritura, ¡as gramáticas y yo mismo 97

averiados como el del 'tempo rápido' en el habla), y las


más imposibles de todas, las que han acabado por tener
más éxito, las que empiezan con u-, usted, usía y, sin ese
éxito, ucencia.
En cam bio, la esplicación está a la mano si se piensa
en una imposición de la escritura sobre la lengua hablada
o, mejor dicho, una incorporación en la lengua, com o
formas suyas, de lo que en principio no eran más que lec­
turas tal-cual de algunas siglas o abreviaturas de los escri­
tos y docum entos, que es com o se entienden sin más
esas variadas formas tentativas de los tratamientos y es­
pecialmente la que ha llegado a penetrar tan hondo en la
gramática de la lengua, usted, ustedes.
Muy lejos está de mi habilidad y dedicaciones el po­
nerme a leer y estudiar, en esta averiguación, diplomas,
documentos, cédulas, solicitudes y escritos en general de
fines del xvi a comienzos del xvm; pero, si los más versa­
dos en esos campos tienen a bien registrar las abreviatu­
ras de tratam ientos en esas escrituras, seguro que nos
proporcionan los ejem plos pertinentes de cosas com o
Vuecencia, ycencia, yu siria, ysiría, ysia, yuarced, yuested,
yusted, ysted y demás variedades (pues aquí no estamos
en la lógica de la lengua, y los caprichos, ingeniosidades
y descuidos de los escribanos pueden cam par por sus res­
petos en la fabricación de siglas), que den cuenta de
cómo, leyendo tal-cual, o sea, sin despliegue, la abrevia­
tura, por un lado, los propios escribanos y funcionarios,
por otro, las víctimas, súbditos o clientes, pudieron intro­
ducir en la lengua hablada, al menos durante unos dece­
nios, esa desordenada variedad de tratamientos abrevia­
dos de respeto, y cóm o algunas siglas preferentes
vinieron a convertirse, como vuecencia, usía y sobre todo
usted, en elementos de la lengua viva.
98 Agustín García Calvo

La evidencia se presenta de la manera más descarada (y


fué seguramente lo primero que me movió a entender el
fenómeno de este modo) con las formas que pronuncia­
mos, ya desde hace tanto tiem po, con u- inicial, usía,
usted, ustedes, en contra de la escritura, que sigue impo­
niendo la suma abreviatura V. (no sé si todavía se usa Vd. y
Vdes.) para usted o sea vuestra merced, y, si algún escribano
se acuerda aún, V.S. para usía, esto es, vuestra señoría.
Esto es interesante para la cuestión 'u/v1, atañente
tam bién a las im plicaciones entre escritura y lengua, y
debo recordar, para los lectores que no hayan tenido
ocasión de pararse a pensar en el asunto, que el alfabeto
latino, correspondiendo con los elementos de la lengua,
no tenía más que un signo, V, m inúscula u, lo mismo
para la variante consonántica que para la vocálica del fo­
nema lu í, paralelamente a como sólo un signo I, minús­
cula i, para la variante consonántica y la vocálica del fo­
nema ///. Ya para el latín mismo desde el siglo i post en
adelante, habiéndose escindido el fonema l u í en dos, vo­
cal y consonante (y pudiendo ya, por tanto, hallarse con­
tiguos, como en seruus, serws), así como, desde cosa de
un siglo más tarde, el fonema /// en dos, vocal y conso­
nante (y pudiendo ya aparecer contiguos, com o en
deücit), la situación del alfabeto era pués inadecuada y
perturbadora, y no digam os si tenía ese alfabeto que
usarse para escribir lenguas bárbaras y vernáculas que,
por su costitución fonémica, necesitaban com o agua en
mayo dos letras diferentes para cada uno de ambos ca­
sos. Y, sin em bargo, la cosa ha tardado más de 15 siglos
en arreglarse, mal que bien, hasta bastante después de
haberse inventado ya la im prenta; aunque, por cierto,
éste es otro de los puntos en que me encuentro sin haber
podido hallar, al menos en obras accesibles a un profano,
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 99

un estudio riguroso y sistemático de la manera, sitios y


momentos en que el desdoblamiento gráfico de V y de /
para una aplicación congruente a dos usos fonémicos dis­
tintos se ha desarrollado en las varias partes de Europa
para el latín y para las otras lenguas, y, aunque he incita­
do más de una vez a algún estudiante en busca de Tesis a
tratar detenidam ente tan gran m inucia, no he logrado
hasta ahora más precisa inform ación. El caso es que se
disponía, desde la antigüedad y a lo largo de los siglos
oscuros y las edades medias, para el signo de lu í, de dos
variedades, una picuda, V, la de las iscripciones antiguas y
luego la de las letras capitales de los códices, y una re­
dondeada, u, desarrollada en varios tipos de escrituras,
cursivas, unciales o minúsculas, y tam poco era tan difícil,
para el signo de ///, distinguir (prescindam os ahora de los
puntos sobre las íes) una variante corta, i, y una larga o
escedente de línea, j; pero que las dos variedades, en
uno y otro caso, vinieran a juntarse en un mismo orden o
tipo de escritura y, sobre todo, a usarse regularmente y
con costancia una v (y también una w, que ya aparece
desde escritos de la antigüedad tardía) para la consonan­
te, del tipo que fuese según la lengua, y una u para la vo­
cal, y correspondientemente, una / para la vocal y una j
para la consonante que a la lengua le hiciese falta, hubo
de ser un trabajo tan largo y contrariado, que, si bien
pienso que ya desde tiem pos de los hum anistas y al
inventarse la imprenta debió de haber algunos que pug­
naran por establecer la distinción, desde luego, por lo
menos hasta fines del xvn, y en m uchos casos aún más
tarde, no debió acabarse de establecer, com o se ve leyen­
do tantas ediciones de libros del xvn, ni de introducirse
decididam ente en la escuela y las conciencias de los alfa­
betizados. Así que puede darse por seguro que, cuando
100 Agustín García Calvo

allá por 1620 (la fecha que Coram inas indica para la pri­
mera aparición de usted) a un súbdito o incluso a un es­
cribano se le ponían ante los ojos las siglas ysiría, vsia, ys-
ted, ycencia, lo normal era que, al quererlas leer tal-cual o
sin despliegue, como palabras de la lengua, las leyera con
u-, y que por ese camino hayan llegado, al menos usted y
ustedes, a incorporarse a la lengua viva.
Es digno de asombro, ciertamente, que por tales tor­
tuosas vías de la imposición de la escritura sobre la len­
gua y a través de tales accidentes de la ortografía puedan
llegar a entrar tan hondo alteraciones y creaciones en la
lengua, quiero decir, no ya hasta el vocabulario, sino has­
ta la gram ática: pues es claro que, una vez desarrollado
desde antes el tratamiento de cortesía por aplicación de
la 3a Persona a la 2 - (com o también en italiano), luego
usted ha llegado hasta cerca de convertirse en una especie
de desinencia de 2a Persona de Respeto para nuestros ver­
bos, ya que, dejando aparte algunos usos desviados de
andaluces, canarios o am ericanos, ello es que en
esp.of.cont. no está lejos de formarse un paradigma como
' tengo/ tienes/ tiene-usté(d), tenemos/tenéis/1iénen-ustédes'.
V, en todo caso, se diría que, especialmente en una
época en que la escritura, cultura y burocracia ejerce tan
tremenda imposición sobre las lenguas y tenemos el mun­
do lleno de plagas de la humanidad como la otan u otan,
el deneí, el n if y el sida (o la sida, como prefieren los cata­
lanes), es de importancia y curiosidad elemental asomarse
a considerar alguno de los más tempranos ejemplos de in­
tromisión de la escritura burocrática en la lengua y a con­
templar lo que, una vez introducidos tales elementos en
su seno, puede, a su vez, la lengua hacer con ellos.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 101

P ostdata sobre pe c ío s . Com o es más que dudoso cuán­


do voy a tener otro rato para volver sobre etim ologías de
vocablos de esta lengua, y como estos años pasados a al­
gunos, especialmente a mi am igo Rafael Sánchez Ferlo-
sio, les ha dado por hacer resucitar esa palabra, debo re­
cordar que no cabe duda de que, como corresponde al
lat. ínfimo p ecceium que el diccionario de Du Cange reco­
ge, su acento es pecio: lo prueban unos versos de don
Sem Tob (donde sólo el MS más fidedigno, C, da la bue­
na forma), w . 1133-36 de mi edición: "el caer del rogo /
faz' levantar las yervas; / ónrranse co'l pego / de la señor
las siervas", y poco hace al caso que aquí tengam os el
"sentido figurado " y los 'restos de naufragio' sean las
prendas que a las criadas les vienen de la ruina o derro­
che de la señora.

Publicado en el A nu ario del Se m ina rio de Filología va sca 'julio de Ur-


q u ijo 'X X IX ('9 5 ), 346 -5 5 4 ,
DESDE QUE NOS ESCRIBIM OS...

Sobre el libro de Harald Haarmann Universalgeschichte der Sch-


ríft 'Campus Verlag' Frankfurt-Nueva York, 1990, 576 páginas.

Esta nueva historia universal de la escritura es, sin


duda, la más informativa y rica en datos que se haya pu­
blicado (el propio Haarmann lo proclam a, con justicia,
en su introducción: "En conjunto, contiene este libro
más indicaciones sobre sistemas de escritura y una ma­
yor selección de reproducciones gráficas que se haya
nunca reunido en un tom o acerca de la escritura"), ha­
biendo el autor recopilado en ella con incansable estudio
y con inteligente juicio noticias o interpretaciones de la
literatura (lingüística, arqueológica, antropológica, socio­
lógica) especializada referentes a varios cientos de escri­
turas, acompañadas de ilustraciones y de muestras de los
escritos correspondientes, casi tantas com o el número
de páginas; de manera que a m í mismo, por ejem plo,
habiendo leído no poco de lo escrito en torno a la cues­
tión, me ha aportado su lectura gran cantidad de datos
desconocidos o corrección de malas interpretaciones, y
apenas se hallará un tipo de escritura de las más exóticas
104 Agustín Garda Calvo

de que el libro no ofrezca, con la esplicación pertinente,


alguna muestra.
Pero no es eso sólo: además, la ordenación (en sus
siete capítulos, cuyos títulos traduzco aquí: 1. Hom bres,
im á g e n e s y sím b o lo s. 2. Escritura, re lig ió n y c iv iliza ció n .
3. Tradición de escrituras e identidad. 4. Escritura, concepto
y palabra. 5. Escritura, p a la b ra y sílaba. 6. Letra y sonido.
7. Escritura, contacto lingüístico e intercam bio cultural ) no
es acumulativa ni regida por simples y estemos criterios
geográficos ni cronológicos: el autor ha tenido el arte y la
costancia de ordenar y presentar los casos particulares de
escrituras como si estuvieran dando ejemplo y testimonio
acerca de las cuestiones (a veces, tesis) fundam entales,
que se esponen sobre todo en los prim eros capítulos,
pero que rigen la ordenación del libro todo.
Y además, en fin, se distingue el libro por la aporta­
ción (y la incorporación) de unas cuantas novedades de
última hora que descubrimientos o investigaciones en los
varios cam pos nos han traído. Exagera un poco Haar-
mann, seguramente, la importancia de esas novedades, y
a veces (sobre todo en la introducción, donde hace una
lista de 12 creencias acerca de la escritura hasta ahora ge­
neralizadas y que ya no pueden sostenerse) toma el estilo
del creyente en el progreso acelerado de la investigación
científica; pero, con todo, es cierto que m uchas ideas
que, por los años sesenta y aun hace menos de 20 años,
tenían curso acerca de la historia y la noción misma de
'escritura' han quedado eficazm ente contradichas por
descubrimientos arqueológicos o por estudios, más abar­
cadores de datos, de estos decenios últimos.
Apunto algunas de esas novedades. Quizá la más tras­
cendente es que Haarm ann, siguiendo los estudios de
M. Cim butas de los años setenta y ochenta, la cual, enla­
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 105

zando los datos arqueológicos con los lingüísticos, descu­


bría en las tierras de pastos y arada de orillas del mar Ne­
gro y bajo curso del Danubio una civilización avanzada
(inevitablem ente m atriarcal, entiéndase ello com o se
pueda) ya desde el sesto milenio ante, hasta la llegada de
los pastores indoeuropeos (patriarcales) a mediados del
cuarto (veo ahora en las In d o g e rm a n isch e F o rsch u n g e n
XCVI, 1991, 1-8, que el mismo Haarmann ha salido aira­
damente en defensa de esa visión contra las críticas, poco
fundadas, de C. Renfrew) y aprovechando el hallazgo, en
los estratos correspondientes, en el sitio de VinCa de un
buen número de cacharros con signos iscritos, muchas
veces no aislados, sino en filas de hasta más de diez (lo
que escluye la interpretación como marcas de alfarero),
reconoce y describe ahí una verdadera escritura (de tipo
jeroglífico, pero con muchos de los signos ya muy aleja­
dos de la representación pictórica), que sería, por tanto,
la escritura más antigua del mundo.
Y luego, como Haarmann ve que más de 50 de esos
signos se pueden reconocer, bastante convincentemente,
en otros tantos de los del cretense linear A, no duda en
tomarlo como continuación de aquella escritura europea
arcaica; hay, para la relación, un hiato de unos dos mile­
nios, que se esplicaría porque los preindoeuropeos del
mar Negro habrían, ante los invasores, huido a las islas
del Egeo y hasta Creta, conservando su escritura (que
sólo después de nuevas oleadas de indoeuropeos y de
haber alcanzado éstos el suficiente grado de civilización
llegaría a emplearse también para escribir, en linear B, el
griego m icénico), la cual, a su vez, se habría trasmitido
hacia Oriente, sobre todo a Chipre (para escribir tanto la
lengua chipriota desconocida como luego el griego, de
modo que sería el llamado silabario chipriota la perviven-
106 Agustín Garda Calvo

da más tardía de aquella escritura) y hasta más allá; no


dejan de notarse, siguiendo a Celb, semejanzas entre los
signos de la escritura (protofenicia) de Biblos y los creten­
ses (sobre la hetita jeroglífica no encuentra Haarmann
bastante fundamento para pronunciarse).
Así que ni la sumeria es la escritura más antigua ni la
china la más vieja que haya tenido continuidad hasta no­
sotros. Y a tal propósito, gusta el autor de volver del revés
el dicho: "Ex O ccidente lux".
Una consecuencia de todo ello es que la cretense A
puede, si no descifrarse, sí al menos, en los ejemplos en
que un carácter ritual ha preservado las formas más arcai­
cas de la escritura, leerse en cierto modo, según el método
de la pictografía logográfica que el autor aplica también en
otros casos; y así procede a leer el disco de Festo, como in­
dicador de recitado de ceremonia ritual; y aun propone a
más investigación su relación con la placa de plomo de
Magliano (en área etrusca, unos mil años más tardía), con
sus signos en disposición espiral semejante a la del disco.
Pues ello es que el autor, junto a sus ingenuos entu­
siasmos por los adelantos de las técnicas y ciencia, tiende
en muchas de sus interpretaciones a reaccionar contra la
tendencia más estendida a ver las escrituras originarias
como destinadas a la contabilidad y la burocracia, prefi­
riendo entenderlas en muchos casos como rituales y reli­
giosas, en lo que insiste, por ejemplo, desde los huesos
oraculares chinos del siglo xiv a n te hasta las runas del
Cuerno de Oro, bajo cuya lectura simple y aparente de­
berán buscarse significados místicos y ocultos, así como
no se resigna a ver en los sellos iscritos de la civilización
del Indo una función sin más de sello (e.e., medio de fijar
sobre cosa o persona su idea o nombre), sino que han de
servir como medio de com unicación con los dioses.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 107

Ya antes de la escritura y de la Historia, en el trata­


miento de la información por grupos de dibujos incisos
en piedras del neolítico, y en especial la gran tapa de pie­
dra de Peri Nos, a orillas del Onega (com ienzos del se­
gundo milenio ante), con que el autor finés abre su libro,
trata de mediar entre las interpretaciones laboralísticas y
las religiosas a que sucesivos estudiosos rusos la sometie­
ran. Uno, con todo, en tales rasgueos de la prehistoria,
no encuentra satisfactorio que se busquen lo primero in­
formaciones, de uno u otro tipo, ni aun registros para la
memoria, sino antes notaciones de la falta, de lo que se
echa de menos y se conjura.
Por lo demás, se abandona del todo la idea de un úni­
co nacimiento (en Mesopotamia) de la escritura ni de la
idea de escribir, y se reconoce que por lo menos aquella
escritura alteuropáisch, la sumeria, la china y la centroa­
mericana son casos de surgim iento independiente, y aun
se dejan otros, como los rongorongo de la isla de Pascua,
como posibles casos de lo mismo.
En cuanto a las escrituras precolombinas (con las que,
de una manera en verdad impresionante, se trataba de fi­
jar el tiem po), mientras al sistema de los quip u o nudos
en cordeles de colores de los incas se le atribuye una con­
dición de preescritura, en cuanto escritura de números
(sobre esto volveré luego), a la olmeca, luego maya y al
fin azteca, se la considera plenamente una escritura, in­
terpretable según el procedimiento de la logografía (indi­
cación de las piezas esenciales de una sarta o tramo de
discurso, que, en un contesto adecuado y con convenios
establecidos, pueden reconvertirse en una producción
hablada), por más que le asombre a uno la complejidad
im aginística de esos signos, en la cual supongo que hay
que ver algo como una disim ulación de unos rasgos as-
108 Agustín Garnit Calvo

tractos esenciales que, por debajo de la im aginería, costi-


tuyen el dibujo en signo de palabra o pieza de discurso;
escritura que, sobre todo para los últimos tiempos de los
aztecas, entrevee o profetiza en ex-futuro Haarmann que
estaba ya en trance de dar el paso a la fase de la fonema-
tografía; lo cual es motivo para maldecir por varias veces
de los españoles, del genocidio cultural y la destrucción
de manuscritos com o obra del diablo (sin darse cuenta si­
quiera — dice Haarm ann— de que tam bién la religión,
por su parte, iba entre los aztecas ascendiendo al mono­
teísmo), una m aldición que en los fastos del pasado año
1992 puede que no les caiga mal a los españoles.
Cierto que hay también en esa admisión de la poligé-
nesis de la escritura algo que no deja de sumirle a uno en
cierta perplejidad; me refiero a eso de que, aceptando la
visión de las relaciones entre historia y prehistoria que la
ciencia nos ofrece, resultaría que, al cabo de una evolu­
ción de gente hablante de más de 500.000 años, la idea
de escribir (y con ella, la cultura y la Historia en sentido
estricto) habría surgido en varios lugares casi al mismo
tiempo, digam os en apenas 7.000 años, desde los testi­
monios de la escritura europea arcaica, la más antigua,
hasta unos siglos antes de nuestra era en América, con la
más moderna de esas escrituras independientes.
Pero me importa sobre todo, para los lectores de CLA ­
VES, detenerme en un par de cuestiones que la lectura
del libro de Haarmann me ha planteado con especial cla­
ridad y desasosiego.
Una, la determinación de lo que es escribir. Poco ati­
nada es la distinción que Haarmann emplea a cada paso
s p ra c h u n a b h á n g ig / s p ra c h g e b u n d e n (independiente del
lenguaje/ligada al lenguaje), donde parece como si sólo
le reconociera esta segunda condición a las escrituras que
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 109

tienen un sentido fonematográfico, como si los fonemas


(y hasta las sílabas, de que hablaremos luego) fueran del
lenguaje, pero no las palabras, a las que las escrituras vo-
cabulares (y hasta las logográficas anteriores) se refieren,
o como si hubiera, antes de la escritura lingüística, una
escritura que surgiera para representar directamente las
realidades. Cierto que a veces la distinción se deja enten­
der com o 'independiente/dependiente de una lengua
(determ inada)', lo cual es otra cuestión. Pero, en todo
caso, esa restricción de 'lenguaje' arrastra confusiones y
entorpecim ientos que reconozco harto vigentes, y con
los que bien estaría terminar. Vayan a ello aquí unas es­
cuetas anotaciones.
No es lo decisivo para definir 'escritura' el que lo escri­
to sea registro de un tramo de habla y dé lugar, al leerse,
a un tramo de habla. Lo decisivo es más bien que la escri­
tura surge para re-presentar (visualmente, palpablemen­
te) elementos astractos de la lengua, sean palabras (idea­
les) o, después, por estensión del procedimiento, índices
gramaticales, o, en fin, fonemas; y, por tanto, si quitamos
rasgueos caligráficos o estilísticos (com o quitamos los del
habla al hacer gram ática), es esencial de los signos de es­
critura que sean tan astractos como los correspondientes
elementos de la lengua.
Hace bien Haarmann en presentar, con buenos ejem­
plos, com o un inicio de escritura la logografía, esto es,
una ristra de marcas o teclas, más o menos convenciona­
les (es decir, irreconocibles, sin convenio, com o figura­
ción), referentes a nombres propios, a cosas, a sucesos,
hasta a ciertas formas del engarce sintáctico, de función
primordialmente mnemotécnica, destinada a que el reci­
tador, por ejemplo, pueda repetir el recitado con cierta fi­
delidad; pero el paso a la escritura plena se da (y también
no Agustín Carda Calvo

la ligazón a una lengua determinada) cuando se impone


la condición de que a tal tecla debe responder precisa­
mente tal palabra, y no ninguno de sus sinónimos.
Podía, en cambio, haberse Haarmann ahorrado la su­
puesta contienda (sobre todo en la introducción y en el
A usblick final) entre la escritura y los otros medios de co­
municación o información que la estarían en los tiempos
actuales remplazando en tal medida; pues es claro que
las marcas de codificación de ordenadores y los sellos del
código IAN de productos comerciales y las señales de trá­
fico y demás, que en las urbes por doquier rebosan, aco­
sando a costante lectura a sus habitantes, son meros ca­
sos de escritura, tan astractos y necesitados de convenio
como la escritura china o el alfabeto Morse, tan depen­
dientes de la lengua por tanto (¿quién diablos iba a en­
tender siquiera la raya roja cruzando un vaso o una bote­
lla, si no participara del convenio segundo que la remite
al primero, al del N O prohibitivo o informativo, de una
lengua cualquiera?); y que no ha lugar, pues, a hablar de
com petencia entre la escritura y los otros medios, sino
sencillamente de un desarrollo, un tanto enorme, de cier­
tos tipos de escritura (justamente de los más primitivos,
como vamos a ver ahora), que condenan así a una perpe­
tua lectura (y por ende, idealidad) las urbes y hasta los
campos.
Que lo primero que se escribe es esa parte del aparato
de la lengua que son los números (junto, si se quiere, con
las marcas de nombre propio, que son tan dudosamente
parte de la escritura com o lo son de la lengua los nom­
bres propios) aparece claro en muchos de los ejemplos
de comienzos de una escritura que el libro de Haarmann
nos ofrece. Es justo, pues, hacer caso a las observaciones
de D. Schmandt-Besserat (que, si no la descubridora, ha
De la danza a la escritura, tas gramáticas y yo mismo 111

sido la más eficaz espositora del descubrim iento y la teo­


ría a lo largo del último decenio) sobre las prendas de ar­
cilla de Mesopotamia (que, por cierto, nos hacen remon­
tar, salvo dudas, espresadas, sobre la esactitud de las
dataciones, hasta el octavo milenio ante), como técnica
al m enos inm ediatam ente antecesora de la escritura;
pues, si ya la desfiguración de las prendas, que, dejando
de figurar vacas y ovejas, toman formas geom étricas di­
versas, ininteligibles sin convenio, y el hecho mismo de
que, guardándose en una orza (haciendo conjunto), sir­
van para llevar la cuenta de las cabezas de ganado, nos
meten por las vías de la representación astracta, cuando
en la fase siguiente aparece (por ejemplo, en la tapa de la
orza) grabado uno de esos símbolos acompañado de los
palitos o signos numerales pertinentes, ello hace ya para
m í una verdadera forma de escritura.
En la cual, por cierto, se costata lo que en otros mu­
chos casos de escritura elemental: que la escritura del nú­
mero y la de la idea o significado astracto de la cosa (es­
critura jeroglífica o vocabular, “ Bildsym bole als Ä quivalente
fü r W ortbedeutungen", como Haarmann dice con esacti­
tud en la página 171) son procesos simultáneos y mutua­
mente condicionados.
De una escritura de palabras se pasa, en efecto, cuan­
do se pasa, a una escritura fonematográfica, y con ello se
pasa de una muy relativa independencia de lengua deter­
minada (jeroglíficos todavía figurativos) a una entera de­
pendencia, a la par que se pasa de la infinitud (la del vo­
cabulario semántico, nunca cerrado, de cualquier lengua)
a la estricta finitud, la de los fonemas (o incluso las com ­
binaciones posibles de fonemas) en una lengua.
Pero ese proceso llama todavía un par de observacio­
nes que no parecen tenerse m uy en cuenta de ordinario:
112 Agustín García Cabo

una, que en el momento que se da, com o se da una y


otra vez, el uso traslaticio o por REBVS de un símbolo, sea
en el sentido de COBRA (serpiente) -> 'cobra' (la factura),
sea en el de LOBO-ROSA-QUESERÍA—» "lo borrosa que
sería", en ese m om ento ya se ha dado el paso al otro
cam po de astracdón, a la escritura de fonemas; y lo mis­
mo cuando, como en la escritura hetita, a un símbolo vo-
cabular (tal vez adoptado de la escritura de otra lengua)
se le añade un indicador de desinencia gram atical, ya
también el jeroglífico mismo se ha hecho fonem ático y
dejado de ser vocabular.
Y la otra, que no es preciso que, com o se hace notorio
en la escritura china (a veces con descuido de diferencias
tonales), un signo de palabra pase a usarse com o signo
de morfema gramatical (palabra vacía) homofono: pues
todas las lenguas, junto a las palabras sem ánticas, que
son las únicas que, más o menos bien, se prestan a la es­
critura por imagen o Bildsym bol, conocen otras verdade­
ras palabras, pero no significativas, com o no, m í, esto, allí,
hoy, ninguno, en número finito, pero frecuentes, que no
admiten tal representación y que sólo por el principio de
REBVS o por la creación de flechas o indicadores especia­
les pueden aparecer en la escritura.
Se trata, en suma, con ese paso, de algo que puede
decirse en dos palabras: pasar del significado de las pala­
bras semánticas, esto es, de la realidad de las cosas, a la
consideración de la realidad (foném ica) de las palabras.
Ello nos lleva a reconsiderar un momento el error de las
"escrituras silábicas", que también en el libro de Haarmann
se encuentran a cada paso (no para casos como el de la
egipcia, que se separan com o "segm éntales"), aunque
hay que decir que en su rico repertorio se ofrecen muy
buenos ejemplos para desanimar a cualquiera del error.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 113

Es a saber que, estando destinada la escritura a la re­


presentación de elementos astractos de la lengua, y te­
niendo todas las lenguas palabras y fonemas, la sílaba, en
cam bio, no es para todas en general elemento de su gra­
mática, sino, como mera sílaba rítmica, una articulación
del habla, que le es impuesta desde fuera de la gram áti­
ca; y sólo unas lenguas sí y otras no conocen la sílaba
gramatical (esto es, el límite silábico como elemento gra­
matical o cuasi-fonema, distinto de los límites m orfológi­
cos). Y es, por tanto, de desaprobar firmemente que se
crea en escrituras de sílabas, como paso intermedio entre
las vocabulares y las fonematográficas, trance en el cual
juega de manera decisiva la diversa condición de las len­
guas a tal respecto, y también, por ende, el diverso esta­
tuto de lo que llamamos en general vocales en relación
con el de los fonemas que en cualquier lengua lo son, el
de las consonantes.
Hay casos, ciertamente, que facilitan la confusión; el
más notorio, el de la adopción de la escritura china para
el japonés; estando en chino ausente la sílaba (en cuanto
subsumida en palabra) y siendo el japonés no sólo una
lengua aglutinante, sino con sílabas de estructuras muy
fijas y limitadas, estaba ahí muy a la mano la reinterpreta­
ción del signo chino como m orfológico-silábico; y tam­
bién tal vez en las escrituras inventadas hace dos siglos
para algunas lenguas indias americanas, el caso del che-
roquí se prestaba especialmente (pero no así el del crí y
las otras) a que se tomaran como unidades de escritura
trechos que eran en general sílabas de la lengua; y el
caso del curioso (y al parecer original) h a n g u l coreano,
con sus signos, de fonem as, obligados a disponerse,
para escritura y lectura, en agrupación silábica, es un
caso de verdadera silabación, pero no en el principio de
114 Agustín Garda Calvo

la escritura, sino sólo en sus reglas de coordinación de


signos.
Nada a partir de ahí puede generalizarse. Lo normal
es que se pase de escribir palabras a escribir, con sus sig­
nos, morfemas más o menos homofonos y más o menos
destacados en cadena; en lo cual las diferencias de unos
tipos de lengua a otros son enormes.
Cuando, por ejemplo, en la escritura segmental egip­
cia se dice que las vocales no se escriben, se está im plíci­
tamente creyendo que las vocales eran en esa lengua fo­
nemas segm éntales, com o las consonantes; pero hay
lenguas (y justamente las semíticas y las indoeuropeas en
sus fases más antiguas son ejemplo de ello) en que no
hay vocales (más que en la producción, por fuerza de le­
yes rítmicas, no gramaticales) o las diferencias vocálicas
(de timbre) tienen un estatuto semejante al de las otras
prosodias de la lengua; y si una misma palabra varía de
vocalism o según sus apariciones como palabra sintagm á­
tica, malamente se le va a pedir a la escritura que la note
de la misma manera que los fonemas fijos, sino que o se
prescindirá (com o del acento y los tonos) o recibirá (tar­
díamente) otro modo de señal, com o en el alfabeto etío­
pe son las vocales rasgos diacríticos del signo de la con­
sonante, o como con los puntos vocálicos del hebreo. Y
justamente, en el com ienzo mismo de la historia, debió
de ser decisivo el paso de la escritura de una lengua de
tipo aglutinante com o el sumerio a una semítica como el
acadio; o también, la famosa invención griega de las le­
tras vocálicas no puede separarse del hecho de que ya en
griego las vocales habían venido a ser plenamente fone­
mas segméntales. Y en fin, en un alfabeto semisilábico,
como se admite que es el ibero, la parte en que es carac­
terísticamente silábico, esto es, dotado de signos para ka,
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 115

ke, ki, ko, ku de formas no em parentadas entre sí, hay


que pensar que o bien la lengua para la que se usó pri­
mero tenía sílabas gramaticales o divisiones m orfológicas
coincidentes con silábicas (del ibero o del tartesio) o
bien, más probablemente, que esos signos los arrastra del
uso para una lengua en que eran todavía signos de pala­
bras, con más o menos estensión a otros morfemas. Pero
es, en todo caso, un dañoso abuso hablar de silábicas
para escrituras como, por ejemplo, la hetita cuneiforme,
donde, aproxim adam ente, algo com o m a d u s se escribe
con los cuatro signos m a -a d -d u -u s; y ¿cómo se puede lla­
mar silábica a la linear B del griego m icènico, donde la sí­
laba ton- unas veces se escribe TO - (igual que la ío- o la
tor -) y otras veces TO -N O - con dos signos?
Evidentemente, el paso de la escritura vocabular a la
fonematográfica se ha dado en los varios sitios de muy
diferentes modos, en relación primariamente con las con­
diciones de las lenguas particulares. Y tal vez no habría
que esforzarse por buscar un nombre común y general
para esos trances intermedios, sino estudiar con precisión
cada uno, en relación, cuando se conozca, con el tipo de
lengua, y atendiendo a lo que en el trance pueda haber
influido la adopción de la escritura de una lengua para
otra de tipo diferente.
En fin, podría terminar haciendo notar, en un libro tan
completo y rico, un par de ausencias. Una es la tocante a
la puntuación o interpunción (sólo escasas noticias y dis­
persas aparecen en el comentario de algunas escrituras),
esto es, a la notación de las prosodias, entonaciones sin­
tácticas, lím ite de palabras sintagm áticas o de índices
exentos, acentos y diferencias prosódicas de vocales; que
podría haber sido un buen capítulo final, aunque tal vez
más bien el motivo de otro libro. Y en relación con ello,
116 Agustín Garda Calvo

alguna alusión a la escritura de la música, en las culturas


en que se ha desarrollado.
Otra cosa que echo de menos (tanto más cuanto que
el autor dedica mucha atención a las influencias cultura­
les en los avatares de las escrituras) es alguna referencia al
menos a la aberración de las ortografías separándose de
aquello a que la escritura sirve, la re-presentación de los
elementos astractos de la lengua (y en especial, en las al­
fabéticas, de la de los fonemas), por intervención de la
pedantería y reglas escolares o académicas de promoción
esterna, con el caso notorio de ortografías como la fran­
cesa o la inglesa, donde, perdida en tal medida la utilidad
del principio de la alfabética, parece en parte volverse a
una escritura vocabular, a la manera china.
Nada de lo dicho hace desmerecer el valor de la obra
de Harald Haarmann, que es, por su riqueza de datos, su
buena ordenación y sus ilustraciones, el libro más com ­
pleto y al día que para el estudio de las escrituras del
mundo se nos ofrece, y del que recomiendo vivamente a
los editores hispanos, si alguno no se ha adelantado ya a
mis recomendaciones, que procuren la traducción y pu­
blicación en esta lengua.

Pu blicado en la revista C LA V E S n2 33, pp. 5 0 -5 3 , co n la nota: Se


respetan las ortografías no oficiales del autor, que hace dos años en EL
PAIS ju ró nu n ca m ás em plear ortografías que pudieran e n gañ ar a los
locutores.
D espués de este com en tario, en efecto, se ha p u b lica d o una tra­
d u cció n del libro de H aarm ann al español, la de Jorge Bergua Cavero,
H istoria U n ive rsa l d e la Escritura, G redos, M adrid, 2 0 0 1 .
AN U N CIO DE UN CURSO DE PUNTUACIÓN

Es de observación común que en la práctica de la es­


critura, en español y en las otras lenguas europeas, y de
diversos modos en las costumbres de los escritores cultos,
en la Prensa y en el uso de los escribientes semiletrados,
domina en el empleo de los signos y normas de puntua­
ción una situación más bien caótica, donde la confusión
de reglas, el desacuerdo entre diversos practicantes y el
capricho o las vacilaciones de cada uno parecen lo corrien­
te y adm itido.

En los trances, hoy tan frecuentes, de trascripción de


palabra hablada, directamente o a partir de grabación
magnetofónica, por amanuenses más o menos diestros,
esa confusión resplandece de la manera más notoria.
A esa confusión ha contribuido no tanto la mera
ignorancia y el descuido cuanto la intervención de re­
glas escolares, desacertadas y pedantescas, pero arrai­
gadas en una larga tradición, así como los usos fanta­
siosos de signos de puntuación para fines no
gramaticales en literatura como la de las historietas
ilustradas; pues muchos escribientes tienden a obede­
cer antes a esos modelos escolares o literarios que a
118 Agustín Garda Cabo

su propio sentido común respecto a los hechos de la


lengua en la que escriben.

Reconociendo la utilidad de una puntuación razona­


ble y común a los varios escribientes, en cuanto fundada
en los hechos comunes de la lengua hablada, y la utili­
dad, secundaria, pero inmediata, de acabar con el dom i­
nio de normas impertinentes y superficiales que produ­
cen la caótica situación que rememoramos, ha surgido la
ocurrencia de proponer un CURSO DE PUNTUACION, di­
rigido tanto a cultos como a menos cultos, y con dos fi­
nes o sentidos, pero íntimamente ligados entre sí:
el uno, usar los problemas de la escritura, y en espe­
cial de la puntuación, como vía para penetrar en algunos
de los hechos de la lengua y cuestiones de su gramática;
el otro, ejercitarse, ya que los signos de puntuación
están ahí, no sólo en el conocimiento de los escribientes,
sino en imprentas, máquinas de escribir y ordenadores,
en un uso de ellos que pueda ser verdaderamente útil y
esclarecedor y que, en todo caso, no contribuya al au­
mento y mantenimiento del reino de las confusiones.
A tal fin, esta primera propuesta se precisa en los tér­
minos siguientes.
El curso comprenderá los siguientes tipos de estudios
y actividades, que sin em bargo no deben entenderse
com o destinados a desarrollarse en el orden que aquí se
citan, sino más bien a combinarse de diversos modos en
cada una de las sesiones sucesivas:

I. Ejercicios de reconocim iento auditivo (por


"oído gram atical") de las entonaciones y es­
quemas de entonación que cumplen una fun­
ción estrictamente gramatical en la lengua ha­
De la danza a la escritura, las gramáticas y ya mismo 119

blada, distinguiéndolas de las demás inflexiones


tonales (y de otros hechos, rítmicos o pausales)
que no tienen tal función, sino que obedecen,
en las producciones ocasionales, a motivos sen­
timentales y de estilo.
II. Estudio de las relaciones entre los hechos ento-
nativos gramaticales de la producción y la orga­
nización sintáctica de cada frase y ocasional­
mente los modos de enlace entre dos frases.
III. Reflexiones sobre el origen y la historia de los
signos de puntuación, y descripción crítica de
sus usos en la actualidad.
IV. Propuesta y ejercicio de una puntuación ex­
haustiva, donde se registraran todos y solos los
hechos entonativos de función gramatical en la
lengua hablada.
V. Para fines prácticos inm ediatos, propuesta y
ejercicio de una puntuación, incompleta y par­
ca, que sin em bargo evite toda infidelidad a los
hechos y usos correspondientes de la lengua
hablada.
VI. Consideraciones sobre los signos diacríticos y
puntuativos no correspondientes con inflexio­
nes tonales (estrictamente sintácticas) de la len­
gua hablada, así en la escritura de las lenguas
naturales como de las formalizadas.
Vil. Ejercicios de lectura, de escritura al dictado y
de trascripción de grabaciones magnetofónicas,
que pongan a prueba y hagan costum bre de
las propuestas enunciadas en IV y V.
VIII. Consideraciones sobre la puntuación en rela­
ción con las producciones artísticas de lengua­
je, poéticas y cantadas.
120 Agustín García Calvo

El curso podría desarrollarse:

— o bien en una sesión semanal de hora y media


— o bien en dos sesiones semanales de una hora en
dos días seguidos

a lo largo de los meses del curso escolar, de mediados de


octubre a fin de mayo, del de 1992-1993.
Es no sólo admisible, sino deseable, que los iscritos y
participantes procedan de dos diversos motivos y orien­
taciones: de un lado, estudiosos de gram ática y de las
cuestiones de relación entre lenguaje y escritura; del otro,
practicantes de la lengua escrita que, por motivos perso­
nales y aun profesionales, aspiren a librarse de sus confu­
siones y perturbaciones en el uso de la puntuación.

N O T A . Esta propuesta se llevó a ca b o en el C írcu lo de Bellas Artes


de M adrid en el curso que en ella se indica y m ás o m enos co n las
co n d iciones deseadas. De una m anera bastante distinta, en el p roce­
so, m étodos y centros de atención, ha vuelto a desarrollarse durante
el cu rso 1 9 9 9 -2 0 0 0 en el A teneo de M adrid. D e am b o s desarrollos
q uedan anotaciones, dem asiado largas para la presente co m p ilació n .
PRESENTACIÓN DE LA EDICIÓ N ESPAÑOLA DE 1999
DE ESCRITOS DE B. L. WHORF

Com o yo mismo he animado vivamente a los dirigen­


tes de 'CÍRCU LO DE LECTORES' a ofrecer al público espa­
ñol una nueva edición de la recopilación de escritos de
B. L. Whorf publicada por J. B. Carroll hace 43 años, y a
Javier Arias, recién venido de sus estudios de Lingüística
en Norteamérica, a traducirlos y, cuando necesario, do­
tarlos de notas aclaratorias, parece que me corresponde
dar cuenta a los lectores del por qué de este interés, mos­
trar cuánto de lo que esos escritos dicen sigue vivo en
nuestros días, así para estudiosos de Lingüística com o
para el público general, y, en fin, tratar de avisarles de los
puntos en que estimo que sus formulaciones eran desa­
fortunadas o, en todo caso, cómo pueden mejor enten­
derse después de los desarrollos o infortunios de los estu­
dios de Lingüística, en cuyo padecimiento y escarmiento
le llevamos a W horf 60 años de ventaja. A esos tres fines
trato de atender con esta PRESENTACIÓN.
122 Agustín García Calvo

II

En cuanto a la figura del propio Whorf, no voy a de­


morarme mucho en ella, primero, porque estoy contra
esa táctica dominante de que todo lo que SE haga (arte,
poesía, ciencia, hasta lógica y gram ática) se reduzca a la
persona del supuesto agente, y siento más bien que, de
aquello que por medio de uno se haga, es lo impersonal
y anónimo lo que vale; y luego, porque ya J. B. Carroll ha
dejado aquí una cuidadosa semblanza suya. Me limito a
destacar de ella algunas notas que puedan ser útiles para
el entendimiento y uso de su obra.
Una, lo importante de que la mitad de Whorf fuese un
hombre de negocios, esperto en Quím ica y en Seguros, y
así no tuviese él que hacer negocio con la Lingüística, ni
siquiera hacer Gramática por profesión. Ello, además, le
hubo de ayudar seguramente a entender mejor el Dine­
ro, el "comportam iento económ ico condicionado por la
Cultura", esto es, la necesidad de Fe que el Dinero tiene.
Y por cierto que para un gram ático en ciernes es de gran
utilidad ese entendimiento.
Tam bién sus tem pranos intereses por otras cosas,
como la taxonom ía botánica y el "cuaderno de sueños",
parecen indicativos del giro y sentido que habían de to­
mar sus intentos gramaticales, así como aquel debatirse
en la contradicción 'Religión/Ciencia', que vendría a dar
al fin, elocuentemente, en hacerle ponerse a estudiar he­
breo.
Su entrada en relación, tardía, com o de a m a te u r y
tambaleante, con la Universidad y la Lingüística reconoci­
da (por más que pronto E. Sapir y otros de los grandes
profesores lo acogieran con simpatía y alta estima en su
seno), ayuda a entender, desde atrás, el sentido de sus
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 123

primeras aficiones y descarríos, com o que iban dirigidos a


dar en verdaderos descubrimientos, tras la inmediata in­
teligencia y aceptación de los principios de la Lingüística
Com parativa (y el magisterio de Boas para el estudio de
las lenguas americanas) y de la Gramática astractiva que
ya la Escuela, en Europa y quizá más rápidam ente en
Norteamérica, había más o menos adoptado com o guía.
Así, aquel su ferviente aprecio por las teorías de Fabre
d'O livet y sus "locuras sem ánticas", de algún m odo le
adiestraban en un método de descubrim iento de los en­
tes astractos de la lengua; y las insensateces visionarias de
buscar una correspondencia entre la estructura fonémica
(por ejemplo, las 2 letras comunes a varias raíces trlífte­
ras) y una com unidad o sim ilitud de significado de las pa­
labras, eran sueños que, una vez debidamente abando­
nados, le guiaban hacia descubrim ientos verdaderos
como el del gran semantema común a diversas palabras
de una lengua.
También, de la vida de Whorf, habrá que destacar y
lamentar lo temprano de su muerte: no pudo él, com o
Sapir y Bloomfield, llegar a hacer "su libro", su Language.
¿Es sensato de nuestra parte echar de menos al tal libro?
En todo caso, con los artículos y demás esbozos que nos
ha dejado, los aquí recopilados y otros dispersos inéditos
todavía, hubo lo bastante para abrir unos cuantos ilustres
desgarrones en las ideas de las personas vulgares o cultas
y aun de los lingüistas mismos, y hay lo bastante para
que debamos nosotros seguir reconociendo ahí una apa­
rición, tan infrecuente entre lingüistas com o entre cientí­
ficos de toda laya, del mostruo del sentido común, por
así llamarlo, que, dado lo que el Progreso es, tanto tiene
que seguir haciendo hoy día para lim piarnos de ideas,
doctrinas o teorías, acerca del lenguaje.
124 Agustín Garda Calvo

III

Lo que dura, y sigue operando, de los descubrim ien­


tos y formulaciones de B. L. Whorf, no es precisamente
lo, bastante poco, que el desarrollo hasta hoy de la Lin­
güística y las Ciencias, Sociales o Psicológicas o Históricas
o Filosóficas, haya asim ilado, sino más bien al revés:
aquello mucho en que la honradez de sus descubrim ien­
tos de lo que es-y-no-es lenguaje y, por ende y por con­
tra, de lo que es realidad, sigue hoy como en sus tiempos
desmintiendo las ideas, dominantes y endurecidas, acer­
ca de lo uno y de lo otro.
Léase aquello que en PS dice acerca de la Psicología
de su tiem po (debió él vivir hasta el fin en una vacilante
creencia de que la Gramática fuese en algún modo parte
de las Ciencias Psicológicas, lo mismo que no se le dió lu­
gar a entender que la actividad originaria del p sicoanáli­
sis se apartaba de y se oponía a toda Psicología) y que
igual podría referirse a la Lingüística de sus y, más, de
nuestros tiempos: "Además, uno se impresiona (y depri­
me) por la espantosa esterilidad del vasto montón de mi­
nucias que acumula esta ciencia, y la escasez de princi­
pios integradores". Estoy de acuerdo con la razón y
queja, salvo la ligera corrección de escribir, más bien,
"desintegradores".
O sígase en O, otro de los estudios tempranos, el escru­
puloso afán de hallar un término que manifestara algo de
eso que ya entonces sentía como una conexión im-personal
(gramatical, por tanto), y contrástese con la proliferación de
términos en las Escuelas para denominar enseguida cuales­
quiera operaciones, y hasta ideas, de los gramáticos.
Demasiado trató a veces de buscar en las Psicologías
términos o nociones para eso. Por ejemplo, cuando en
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 125

C C h , tras lúcidas críticas de la creencia de que no depen­


den de la lengua, chavanesa u otra, los esquemas de ac­
ción real o movimiento, al aceptar todavía, como inevita­
ble o natural, en "chico corre" una separación como de
figura y fondo, está prestando harto crédito a la Ges-
taltpsychologie; y eso que, entre las posibilidades diversas
de "ver" o interpretar la cosa diversos observadores, ha­
bía él mismo apuntado la de "chico sucediéndose rápida­
mente a sí mismo".
Y, aunque a veces trata con el término 'incosciente' y
habla, por ejem plo al final de CG, del incosciente de
Freud (y, más fácil la trampa, del de Jung), no podía acer­
tar (demasiado difícil se lo ponían las ideas y teorificacio-
nes de los incoscientes, que desde entonces para acá no
han hecho más que progresar) a percibir en qué sentido
la gramática de las lenguas (con lo más profundo del vo­
cabulario), que él descubría como im-personal, ajeno a la
Persona de los Hablantes, es, a su modo, sub-cosciente.

IV

Pero, con todos esos desvíos y pesadumbres, tanto es


más de admirar y agradecer la claridad de sus descubri­
mientos principales y la pertinacia (él, con su modestia o
buen humor, lo llamaría acaso testarudez) con que los
hace aparecer y los utiliza para ocasiones de análisis las
más diversas, buscando siempre maneras más esactas de
formularlos.
Había descubierto enseguida, aprovechando sobre to­
dos sus estudios de algunas lenguas amerindias, lo idio­
màtico (él hablaría a veces de una 'relatividad lingüística',
en honrosa, pero peligrosa, comparación con la física de
126 Agustín García Calvo

Einstein) y en m odo alguno universal de las gram áticas


(en 'gram ática' incluye, y preeminentemente, la organi­
zación del vocabulario semántico por virtud de conexio­
nes gram aticales) y, por tanto, cómo depende una cultu­
ra o visión de la realidad de la lengua correspondiente.
Y, en consecuencia, habiendo visto "nuestra" Cultura
y Ciencia dependiente del tipo de las lenguas indoeuro­
peas (y de los siglos del latín europeo como vehículo de
cultura), arremete una y otra vez contra la pretensión de
universalidad o necesidad de tal Ciencia y visión de la Re­
alidad, m uy vivam ente al final de C y L, donde además
apunta la evaluación de los pocos m ilenios de Historia
frente a la inmensidad de lo otro (antes, fuera) de gentes
hablando por la Tierra.
Com o un resultado práctico de eso, se lanza en LP a
proponer una organización de los estudios lingüísticos,
que, si bien hecha para guiar la recolección de datos de
lenguas múltiples y de diverso tipo (la busca de universa­
les, que me temo que, en lo que de entonces para acá se
ha hecho, se ha hecho sin hacer gran caso de tal pro­
puesta), revela en sus líneas generales una clara visión del
orden que debía ser el de los estudios gram aticales, en
cuanto que, en lo posible, sea el que la gramática de la
lengua misma manda.
Hasta su empeño, en LCE, en mostrar que el tom ar
conciencia de lo idiom àtico y peculiar de la regla y es­
quema de la propia lengua de uno permite aprender más
fácilmente los de otras, y por tanto (sin temor a meterse,
honradamente, en el negocio de la enseñanza de las len­
guas) acortar notablem ente el proceso de aprendizaje,
tiene la esperiencia de uno en tales labores que recono­
cerlo como atinado.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 127

Preclaro entre sus descubrimientos es el de lo que él


bautizó como 'criptotipo', que así se ha venido citando
en los estudios gram aticales posteriores, no tanto utili­
zándolo en el sentido que él precisó y ejemplificó costan-
temente, al que aquí me permito a veces describir como
'gran semantema', y que se sitúa justamente en los lím i­
tes de 'gram ática' con 'sem ántica' (sobre lo vacilante de
esos lím ites para W horf m ism o volveré luego), puesto
que consiste esencialmente en reconocer una cierta co­
ordenación en las palabras semánticas de una lengua que
no se refiere, de primeras, a semejanzas entre las realida­
des que significan, sino a una com unidad de usos gram a­
ticales, sintácticos por ejemplo, y de las reglas a que obe­
decen, siendo más bien, al revés, consecuencia de esto
que una interpretación, más superficial o cosciente, ascri-
ba un vago significado común a ese grupo de palabras y
proceda con ello a organizar la Realidad.
Se trata de penetrar en uno u otro modo de pensar (o
idear) las cosas, no personal (ni universal u "objetivo"),
sino comunitario, esto es, fundado en el dispositivo gra­
matical de una u otra lengua. Ya en PCP, para la relación
de 'pensam iento' con 'lenguaje', al rechazar la noción de
'pensam iento' como 'lenguaje m udo', deducido del bis­
bisear o musitar, daba Whorf el paso para descubrir... lo
que NO es real en el lenguaje, pero está ahí.
El criptotipo se manifiesta primariamente por su ope­
ración con las palabras-que-hablan-de-cosas, antes de
que acaso, ya en jerga filosófica, venga a denominarse a
sí mismo, como cosa, con una palabra más astracta. La
astracción, definitoria de lo que es lenguaje, es operado-
nal antes que semántica. Léase también, en LsL, cóm o el
128 Agustín García Calvo

vocabulario del chavanés o el nutka está clasificado con


vistas a la sintaxis (y hasta a esquemas de collida iunctura
de palabras) más bien que a una Realidad ideal "objeti­
va", que sería la "nuestra", la fundada en las lenguas de
la Cultura dominante.

VI

Lo que, en tal descubrimiento, más estorbaba y enga­


ñaba a Whorf (y sigue haciéndolo con muchos de los lin­
güistas) es justamente un caso de imposición del vocabu­
lario sobre el pensam iento: que es que, decidido con
buena razón a tom ar la significación ( m e a n in g ) com o
centro de toda investigación lingüística, resulta que el vo­
cablo 'm e a n in g ' se presta al descarrío por confusión, al
servir lo mismo para el significado de una palabra (lo se­
mántico) que para el sentido de una frase, ya regido por
relación con el cam po em práctico y por sintaxis (lo gra­
matical), y la investigación principal de Whorf se centra
en esa oscura división.
Así, en CyL, al hablar de "el sistema lingüístico de fon­
do (en otras palabras, la gram ática) de cada lengua", se
revela bien la confusión de 'sentido (razón o gram ática)
com ún' con el vocabulario o Realidad, que es idiomàtico,
y, al fin, del 'tener ideas' con el 'razonar' o, más bien,
'dejarse razonar', que es quizá precisamente lo contrario.
Véase también, en LsL, cómo, a propósito de oponer
debidamente lo real, que son las lenguas, con lo otro que
haya por debajo de ellas, todavía se entrecruzan semánti­
ca con gram ática; com o es lógico, por otra parte, en
quien había descubierto los "grandes semantemas", que
se definen por medio de reglas gramaticales.
De Li danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 129

Y, en fin, es también útil ver cómo, en LER, se debate


otra vez con la cuestión del pensamiento, que no tiene
por qué ser c o n palabras, pero porque es c o n pa­
radigmas de relaciones asociativas, que vienen a corres­
ponder a los criptotipos o grandes semantemas.

Vil

Importa también considerar (puesto que 'significado'


es inseparable de 'cuantificación') las maneras en que se
debate Whorf con los problemas de los cuantificadores,
ya al comienzo de R PCL con el Número: es probablemen­
te verdad que lo que primariamente se cuenta son 've­
ces', y sigue luego valiendo que 'veces de la misma cosa'
son, antes que "cosas", 'veces'. Es ahí donde se entrevee
la relación íntima de los Números con el Tiempo.
Y, en cuanto a Plurales, apunta bien Whorf ib a la cla­
sificación (un criptotipo) de los Nombres — digamos— en
'de cuantía' y 'de cómputo'; sólo que el Plural de Nom­
bres, en principio, de cuantía ("vinos") es un caso claro
de ascenso metafrástico: 'vino' es cuantía, pero 'clase de
vino', en nivel de astracción más alto, computable.
Por lo demás, para la cuestión de los Q, enseña mu­
cho ver cómo, en LCE, al querer comparar el paso de la
formulación matemática a su uso en Física con el del es­
quema gramatical astracto de una lengua a su uso en la
producción hablada, se da cuenta de que allí se trata de
un proceso de cuantificación numérica (los Q esactos sos­
tienen los significados, las entidades físicas), mientras que
no es eso lo que juega en la aplicación de los elementos
gramaticales a la producción real (que no hay tal correla­
ción'lenguaje matemático : teoría física :: aparato gra-
130 Agustín Garda C a lw

matical : habla corriente'), y cómo se afana, por consi­


guiente, en diferenciar la condición dé 'esactitud' que
rige en el uno y el otro caso. Conviene, en fin, a tal pro­
pósito, parar mientes, en LER, a cómo espone la no-esac-
titud del significado de la palabra ( N A m a ) y atiende a
contraponer los Q indefinidos con los Q de grados, esca­
las y números del lenguaje.

VIII

Es todavía vaga en Whorf (pero peor lo ha seguido


siendo, en general, en la Lingüística siguiente) la identi­
dad misma de 'palabra', lo que son dos palabras distintas
y lo que formas de una misma. A ello es de atribuir que,
en CC, tratara de incluir bajo una misma noción de 'cate­
gorías' la de 'criptotipos/fenotipos' con la de 'selecti-
vas/modulares': un criterio más preciso hacía falta (y si­
gue haciéndola) para la separación de relaciones
(genealógicas — digamos— ) de palabras en el léxico y de
formas de una palabra por 'flexión' o por 'variación'.
Y para ello mismo, antes que nada, se requería (y se
requiere) una clara distinción entre dos tipos de elemen­
tos costituyentes, 'índice' y 'palabra'. Véase, por ejemplo,
cómo en FA H la noción de 'Caso' se mantiene, por un
lado, en hopi para los dos que llama 'Nominativo' y 'O b­
jetivo', pero luego se ve que los — digamos— Locaciona-
les son formaciones sobre el Nombre desnudo, y así pre­
sentan una situación morfo-sintáctica de orden diferente.
Sin embargo, muchas ocasiones ofrece su lucidez para
alumbrarnos en estas regiones de la gramática en que
entra en tela de juicio la división 'Sintaxis/Morfología':
así, cuando en DJM , á propósito de los jeroglíficos mayas,
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 131

insiste en que lo que la escritura escribe es el sentido


( m eaning ) de una frase o sintagma, y no una suma de los
significados de las palabras; lo cual, por cierto, no da en­
teramente razón a su rechazo de la noción de 'escrituras
ideográficas': hay, sin duda, dos vías por las que la escri­
tura toma conciencia del lenguaje y trata de representar­
lo, una por el nivel fonémico, otra por el de los significa­
dos de las palabras, aunque ciertamente nunca se halle
una que se mantenga ideográfica puramente.
Así también, cuando, al final de LsL, refuta la generali­
dad del esquema 'S-P' como necesario para cualquier
lengua (las lenguas americanas ispiraban en mucho cier­
tamente su refutación), lo cual arrastra consigo la negación
también de la necesidad de una clasificación 'Nombre/Ver-
bo'; y habría podido también, por esa vía, alargarse a ne­
gar la de 'Agente/Acción', como ya antes se nos ha suge­
rido a propósito del caso "chico corre" y otros.

IX

Pero el respeto de las Categorías escolares tradiciona­


les es, bien comprensiblemente, todavía mucho: así, la de
'Sujeto' misma, como se ve, entre otros sitios, cuando en
LER acude al caso de los "dos Sujetos" en japonés, que,
después de lo mucho que han dado que hacer a los lin­
güistas de su tiempo para acá, se ve claramente que res­
ponden a funciones sintácticas de distinto orden, el con
w a para un Thema de bimembre, el con g a para indicar
el Complemento 1e o, siguiendo un poco los términos de
Tesniére, el Primer Actante.
Y también, cuando ib, a propósito del Obviativo del
algonquino, se habla de dos 3as Personas en esa lengua,
132 Agustín García Calvo

parece claro que una está para recoger un Thema y la otra


para anáfora a otro término (un buen ahorro, ciertamen­
te, respecto a los trabajosos "éste-aquél" de nuestra len­
gua escrita), y es ahí justamente un punto en que la nece­
sidad de la distinción 'índice/palabra' se revela vivamente.
O asimismo, en LH , parece percibirse bien que en
hopi el supuesto "Sujeto" que señala -n i es o YO-que-ha-
blo o una 3a Persona que, como lingüísticamente activa
(autor de promesa, por ejemplo: se trasluce, pese a que
Whorf siga llamando a la forma verbal Futuro, que se tra­
ta de un Modal) me sustituye, mientras que lo que señala
-v a , el corriente en frases predicativas, es más bien el
Compl. 12 o 1er Act. de lo que se cuenta.
Y, en fin, si pasamos a Categorías de rango más eleva­
do, la de 'causa', si bien sus propios análisis de lenguas la
ponen en cuestión prácticamente, sigue molestando la
concepción general de Whorf: así, cuando en LC E trata
de aclarar que la Ciencia no está "causada", sino "teñi­
da" por el lenguaje, la debilidad del recurso se debe se­
guramente a no haber reconocido que la causación es
cosa de la Realidad y de su Ciencia, pero que lo que la
lengua h a c e (por ejemplo, costituír la Realidad y de­
sarrollar dialectos más formales como Ciencia de la Reali­
dad) es algo que se sale de la idea de 'causa' y del esque­
ma de la acción real.
Más aún, si en R P CL tenía que afanarse tan empeñosa­
mente en diferenciar modos de 'existencia' (dependien­
tes del tipo de lenguas que la rijan), es que se olvidaba
de descubrir que la noción de 'existencia' misma perte­
nece también al S A E, al tipo de lenguas de la Cultura
dominante, que tan lúcidamente, por lo demás, denun­
cia él en su pretensión de ser I a Cultura, independien­
te de la lengua.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 133

Mucho, con todo, há dejado Whorf en sus escritos


para incitarnos a entender más limpiamente, y también
para hacer surgir intentos críticos de corregir algunas de
sus formulaciones y profundizar en la intención de sus
descubrimientos, como los que me he atrevido en los pá­
rrafos anteriores y en otros a apuntar, en el deseo de ha­
cer más útil la relectura de sus escritos.

Hasta sus trabajos de muchos años en el desciframien­


to de la escritura maya (que no dudaba en declarar escri­
tura propiamente, y la única tal desarrollada en las cultu­
ras americanas precolombinas), con las correspondientes
observaciones de fonémica, nos aportan mucho de ispira-
dor y razonable.
Su propuesta de interpretación, que el 'símbolo' o d¡-
bujito acuñado representa "los sonidos de formaciones
de enunciados (por lo corriente, de una sílaba o menos
de estensión)", viene a sugerir que ello se entienda como
escritura que llamaré de siglas (algo semejante a otras
que se han malentendido como "silábicas"), en que, si el
'sím bolo' no representa una palabra (ideal) entera, la
fracción de palabra que se escoja para un 'símbolo' de­
penderá rigurosamente de que haya en la lengua una pa­
labra o parte de palabra (sintagmática) de significado d¡-
bujable que le corresponda; y razonablemente deducía
Whorf que el 'símbolo' toma la 1a consonante, a veces
con vocal siguiente, o tiene también valores más fluc-
tuantes, como el del 'símbolo 16', que vale por m n ,
con o sin vocales. Y es también de notar el método de
nunca escribir una palabra (o morfema neto) con un
l
I Agustín Garda Calvo

'símbolo' solo, sino o combinándolo con otro(s) o, en


todo caso, duplicándolo.
Cierto que puede entenderse que la escritura maya es
sólo, fonéticamente, "sugerente", para hacer dar al lec­
tor, según contesto, con la palabra que quiere sugerirse,
y que eso lleva a dudar de que se trate de una escritura
fonémica estrictamente y no sea más bien un sistema de
señas o repéres para guía de la memoria del intérprete.
Pero, desde luego, Whorf reconocía bien la condición as-
tracta de los 'símbolos', y es ello lo primero que ha de
determinar el paso de 'sistemas de recordación' a 'escri­
tura'. Y esa labor interpretativa de Whorf ofrece una oca­
sión preclara para considerar lo antes dicho de las dos
vías de ataque a la lengua para el intento de escribirla,
una al significado de las palabras (ideales), otra a la base
y elem enta fonémicos de la lengua: pues casos como el
de esa interpretación de la escritura maya nos muestran
la situación de tanteo, vacilación y búsqueda de compro­
miso entre una y otra vía.
En cuanto a las ocasiones en que Whorf vuelve sobre
el propio inglés su análisis fonémico, por más honesta
(esto es, sensible a lo astracto) que su actitud sea, con­
viene tal vez avisar al lector de que, no habiendo Whorf
podido seguir los principios que Trubetzkoy iba a publi­
car, postumos, el año '39, habrá de pasar por algunas
inesactitudes, así cuando, en LCE, interpreta lo que se
malescribe see, we o yo u como siy, w iy o yuw , lo que son
sin duda intentos de representar la vocal bímora (doble
tautosilábica), olvidando que dos variantes del mismo
fonema nunca pueden aparecer contiguas; o asimismo
cuando parece creer que las consonantes "geminadas"
son verdaderamente '2 veces seguidas (y en el creek has­
ta 3) la misma consonante'; lo cual, dicho así y sin jugar
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 135

al menos con el límite de sílaba gramatical, es un impo­


sible.

XI

Ya, a propósito de PS y de C C h , he apuntado cómo es


que, por un lado, prácticamente, en sus investigaciones,
estaba Whorf lanzado a una operación negativa, por ello
des-cubridora, y en ello nos ha dejado clara ispiración a
los que hemos venido luego, mientras que, por otro lado,
en su reflexión sobre lo que estaba haciendo y su volun­
tad de concebirlo, sigue con frecuencia, como han segui­
do tantos otros, preso del prestigio tremendo de la noción
de 'ciencia', sea la de las Ciencias Psicológicas u otras. Y
todavía, cuando, en LER, entabla la comparación de la di­
ferencia entre una visión primitiva del cielo y la formula­
ción científica de tal visión con la que haya entre el uso
"natural" del lenguaje y su descubrimiento y descripción
por la Gramática o Lingüística, está haciendo demasiado
favor con ello a las Ciencias de la Realidad.
Y así también, en CyL, lo de equiparar la separación
entre la Competencia del hablante vulgar (lo que, en mis
términos, quiere decir 'sub-cosciente') y el conocimiento
que de ello tenga un gramático (lo que no es más, si es
honesto, que elevación a conciencia de eso mismo) con
el hecho de que la habilidad en jugar al billar no implica
un conocimiento de las Leyes de la Mecánica, eso, desde
luego, no.
Como tampoco, ib, olvidando que el lenguaje mate­
mático es un caso de 'lenguaje', puede hablarse de "el
tiempo matemático T usado por muchos físicos" contra­
poniéndolo a otro Tiempo que sería el del lenguaje y rea­
136 Agustín Garda Calvo

lidad vulgar; y eso a pesar de que, ya en RPCL, su crítica


de "nuestro Tiempo", esto es, el de las lenguas y Cultura
S A E , era, aunque aún quizá tímida, tan acertada.

XII

La carga, esterna y meramente real, pero presionante,


que entorpece al buen gramático está en la necesidad de
creer que la Gramática (más o menos confundida con la
Lingüística en general) es una Ciencia; lo cual no puede
ser, porque el lenguaje (también el de las Ciencias) habla
de la Realidad, y no cabe que lo que habla de la Realidad
sea a su vez una realidad, de la que podría ocuparse una
Ciencia.
Lo cual tiene, a su vez, que ver con el todavía vago
atisbo de una istancia sub-coscíente, y comunitaria, difi­
cultado ciertamente por el dominio de la palabra 'm in d '
(nuestro 'mente' tiende a traducir ese mal dominio), que
lleva a atribuir al Hombre cosas que a ese ente, ni como
individuo ni como género, no le corresponden. "El Hom­
bre" es también, como ya suena en el PREFACIO puesto a
esta recopilación, una carga formidable para impedir el
descubrimiento, al comprenderlo.
Y así, cuando en R PCL está Whorf discutiendo acerca
de que "una lengua es un sistema, no simplemente un
conjunto de normas", deja pasar la ocasión de reconocer
la división entre unas que son sub-coscientes, gramatica­
les, y otras que son coscientes y someras, que ya pueden
pertenecer al Hombre y no a la comunidad.
También, en fin, a propósito de la cuestión de lo que
llama el 'cuerpo esterno' y el 'yoico', en G C h , se percibe, y
muy emotivamente, cómo Whorf ve bien que 'significado'
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 137

(la cuestión central de sus estudios) escapa a la antítesis


que esos dos términos quieren enunciar (es decir, que es
sencillamente algo común), pero deja aún latir la sospe­
cha de que lo concibe como algo científico y objetivo.
El empeño, por cierto, en creer que es (y querer que
sea) la Gramática una Ciencia, se manifiesta también su­
perficialmente, en su preocupación por el estatuto social
de la enseñanza y la investigación lingüística: en LC E llega
a manifestar envidia por el equipamiento y atenciones de
fondos otorgados a las Ciencias (las de la Realidad) en
comparación con los que recibía la Lingüística (seguro
que hoy en día la desproporción no es tan notoria), olvi­
dando que la Gramática es descubrimiento de la relativi­
dad (por tanto, falsedad) de una Realidad, mientras que
las Ciencias están para costruírla, y esas dos operaciones,
salvo equivocación, no pueden merecer el mismo trato
del Estado ni de la Empresa.
Menos mal que en esas observaciones de política lin­
güística, como en tantas otras, el buen humor de Whorf
le libra de caer en inútiles acrimonias.

XIII

La caza del 'significado' o 'm e a n in g ' es lo que centra


toda la aventura de Whorf en torno del lenguaje. Ya antes
he notado la trampa, que la propia vaguedad de térmi­
nos como m ea n in g implica, por confusión del sentido o
acción de las frases con la idea o significado de las pala­
bras; pero bien sentía él la separación, cuando, en LER,
con motivo de casos como el del coon-cat, se para a des­
mentir el afán (vulgar también, pero que en Literatura, al
menos desde el Crátilo, viene acompañando a las especu­
138 Agustín Garda Calvo

laciones sobre lenguaje) de que la palabra diga (o sea,


haga) algo.
Y también, cuando ib habla de una percepción "psíqui­
ca" de los sonidos en contraste con su contribución (esto
es, la de los fonemas) al significado, se muestra bastante
frío a la tentación de pararse mucho en la indiferente alter­
nancia entre una cierta concordia (o ¡conicidad, como sue­
len decir ahora) y la más resonante discrepancia de 'sonido'
y 'significado', como también en español puede apreciarse
en los casos de espum a o trino frente a los de viril o luz.
Atención merecen, tocante a eso, sus consideraciones
ib acerca de la música, en la que quiere reconocer tentati­
vamente algo como un cuasi-lenguaje "sin lexación"
(esto es, sin palabras de significado), donde sin duda
peca de asimilar demasiado los esquemas rítmicos y me­
lódicos con los sintácticos.
Pero ello es que eso que, desde de Saussure para acá,
se ha venido repitiendo (de ordinario, sin pensar mucho
en lo que implica) como 'arbitrariedad' o 'convencionali-
dad del signo', es lo que a Whorf, como a todos, lo traía
a maltraer, en cuanto que ahí se abre la cuestión de la re­
lación del lenguaje con lo otro, o sea la de su condición
de no-personal y de no-natural, o con qué otra condición
puede o no puede concebirse su presencia en la realidad;
y eso late a lo largo de todos sus escritos, ya desde que,
en C/, como hemos visto, buscaba un nombre para una
"conexión" entre — digamos— el signo y lo que significa.

XIV

Eso es seguramente lo que ya en LsL le hacía recono­


cer, por debajo de las lenguas reales, algo de un "m in d "
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 139

o "mente" general; y lo que al fin le llevaba (sin supersti­


cioso temor de entrar en contacto con las supersticiones
teosóficas), como se ve en el último de los escritos, L íR , a
entablar una ligazón con el pensamiento de la India; que
se me aparece ahora como una "más que filosofía" (no
sin relación también con la penetración gramatical de
Panini) que, si bien en puntos cruciales descubridora, pa­
rece que como positiviza y da nombres demasiado pron­
to a sus descubrimientos.
El caso es que ahí trataba Whorf de encontrar algo
que correspondiera a lo que él sentía o entendía como
'lenguaje'; y, tras tentativas con otros términos indios, se
fija sobre todo en m á n a s, com o que equivaliera a un
nombre del lenguaje, que en indio falta, dado que 'm á ­
n as" se le presente ahí como "un plano (otro plano) del
mundo"; pero ya ahí maldice debidamente del término
' m in d ' y de toda interpretación "nuestra" de eso como
"mental".
Y entonces, lo arU pa (lo sin 'forma') se le aparece, para­
dójicamente (la gran paradoja que está en el corazón del
des-cubrimiento) siendo, a la vez que lo sin fin, el lenguaje
sumo o común — no personal y no real. Y, cuando luego
tan claramente dice "la mente personal, que selecciona las
palabras, pero es en gran parte olvidadiza del esquema..."
(esacto: pues del lenguaje es sólo a una parte de las pala­
bras de significado a lo que alcanza la conciencia perso­
nal), había lógicamente de venir a reconocer que todo lo
personal (o real) en las operaciones del lenguaje "estaría
bajo el control de una mente superior", y lo que sigue.
Es decir que viene a dar con algo parecido a como
suena lógos en los fragmentos de Heraclito, una razón co­
mún, que es, desde luego, no idíé o personal, y que está
paradójicamente dentro y fuera de la Realidad. Y aun
140 Agustín Czarda Calvo

añadiría de buena gana que con lo que da, al dar con un


"yo superior", es sencillamente el YO gramatical (no per­
teneciente a ningún Yo real) de toda lengua.
Ya desde el arranque de ese escrito, analizando desig­
naciones indias como m antram , sugiriendo una cierta co­
rrespondencia entre el lenguaje y "la naturaleza", adivi­
naba algo como ese lógos que habla de las cosas (y las
costituye) y que, por tanto, está en ellas y fuera de ellas.
Pero le impresiona especialmente (como a cualquiera) la
formulación india en que (sin aclararse aquí si 'm á n a s'
tiene algo que ver o no con 'm in cf o con 'individual') se
declara que "m á n a s es el mayor asesino de lo real"; lo
cual bien puede tener un sentido sencillo y claro.
Y al final del mismo escrito, jugando con las nociones de
"impersonal' (esto es, no personal) y de incosciente (esto
es, no cosciente; hay un mal uso de los des-cubrimientos de
Freud en toda denominación de 'el incosciente', aunque
fuese el mismo Freud quien empezara a hacerlo), termina
apuntando a cómo hay en lo sensitivo ("natural" y no-cos-
ciente) algo que, en la región más astracta y pura, se co­
rresponde con el lenguaje general o razón común; un
lenguaje — hay que añadir— que será precisamente sin
vocabulario, es decir sin significados de realidades.

XV

Esto era, por mi parte, lo que con esta PRESENTACIÓN


me ha parecido que podía aportar, como testimonio de
agradecimiento a lo mucho que de las labores de Whorf,
pese a lo fragmentario y tortuoso (y acaso a veces por
ello mismo), haya podido yo aprender, y como ayuda
quizá útil para los posibles lectores de sus escritos.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 141

Era, en todo caso, una muestra de cómo puede en­


tenderse la operación de descubrimiento de lo que todo
el mundo sabe, de la gramática de las lenguas y de la co­
mún, en contra de la práctica dominante bajo la Cultura
del Régimen, más cada vez, desde los años de Whorf has­
ta los que corren, obligada a tomarse la labor como una
acumulación de noticias y análisis dispersos que se espera
que, el día de mañana, una Mente Superior pueda inte­
grar y reconocer.

N O TA

Las grafías inusuales se deben a fidelidad a las norm as del español


co n tem porán eo hablado y al ju ram ento que hice p ú b lico hace años
de nunca más em plear ortografías que pudieran llegar a e n ga ñ ar a lo­
cutores co n cien ciad o s. Las abreviaturas co rrespon den a los escritos de
W horf en esta recopilación del siguiente m odo:

Cl = 'Sob re la conexión de ideas'.


PS = 'Sobre la Psicología'
PCP = 'U na consid eración lingüística del pensam ien to en las co m u ­
nidades prim itivas'.
CC = 'Las categorías gram aticales'.
LH = 'D iscusión de lingüística hopi'.
LP = 'Lengu aje: plan y co n ce p to de disposición'.
RPCL = 'La relación del p e n sam ien to y co n d u cta habituales co n el
lenguaje'.
GCh = 'T é c n ica gestáltica d e co m p o sició n d e tem as en ch avan és'.
D JM = 'D e scifra m ie n to d e la p o rció n lin gü ística d e los je ro glífico s
m ayas'.
FA H = 'Factores lin g ü ístico s en la te rm in o lo g ía d e la a rq u itectu ra
hopi'.
CyL = 'C ie n cia y lingüística'.
LCE = 'La lingüística co m o una ciencia esacta'.
LsL = 'Le n g u a s y lógica'.
LER = 'Lengu aje, espíritu y realidad'.
PRESENTACIÓN D EL LIBRO LA N G U A G E DE
LEONARD BLOOM FIELD EN SU TRA D U CCIÓ N VASCA

De Leonard Bloomfield Hizkuntza Bilbao 1994. La traducción


abarca los 14 primeros capítulos. Mi Presentación (Hitzaurrea)
se refiere al libro entero.

Deseo aprovechar esta invitación, que KLASIKOAK me


hace a prologar la traducción vasca del libro de Leonard
Bloomfield, para echar una ojeada a la historia de la Gra­
mática y los estudios lingüísticos del siglo, de los que ese
libro, La n g u a g e Nueva York 1933 [trad, española, Bloom­
field (1964); francesa, Bloomfield (1970)] se considera,
con buenos motivos, como un hito.
No me había hasta ahora sentido inclinado a hacer se­
mejante cosa: por un lado, el andar todos estos años me­
tido directamente en hacer Gramática sin más (es decir,
esa labor que no tiene para mí otro sentido que el del
descubrimiento de la gramática de las lenguas y del len­
guaje en general) no me dejaba muchas ganas de dis­
traerme con la consideración histórica de mis estudios; y,
por otro lado, encontraba a la mano tantos libros y artí­
144 Agustín Garda Calvo

culos dedicados a hacer la Historia de la Lingüística Con­


temporánea, que contribuir a eso con mi escasa erudi­
ción sobre el asunto ni siquiera se me ocurría.
Pero había también en esa resistencia mía algo más,
que puede ser interesante para los lectores: que es que,
desde hace m uchos años, había justam ente sentido
como una "enfermedad del siglo" la presión o tenden­
cia a hacer enseguida historia de cualquier cosa que se
estuviera haciendo, encuadrar el estudio en la marcha
de los estudios contemporáneos, de manera que se es­
tuviera seguro de "ir con los tiempos", de "estar al día".
Y así, en los estudios gramaticales, la atención dom inan­
te a las corrientes o escuelas, estructuralista, generativis-
ta, funcionalista..., me parecía haber hecho m ucho
daño a la Gramática, cuando es claro que una formula­
ción de un gram ático, con entera indiferencia a que
aparezca a nombre de Panini o de Kiparsky, lo único
que puede ser es más o menos honrada, verdadera y fiel
(a la gramática de la lengua misma) y más o menos tur­
bia y pedantesca.
Y asimismo, la creencia en el Progreso de la Gramáti­
ca, que inevitablemente tenía que derivarse, desde el mo­
mento que a la Gramática se la tomara como una cien­
cia, de la creencia general en el Progreso de la Ciencia,
había, a mi entender, desvirtuado y llevado por perdede-
ros bastante estériles mucho de los preclaros hallazgos
que a los principios de este siglo se habían producido en­
tre nosotros, y que habían, por ejemplo, iluminado mi ju­
ventud, cuando cayó en mis manos el libro postumo de
Trubetzkoy, G ru n d zü g e... Praga 1939.
¡Como si se estuvieran acum ulando herramientas y
conocimientos para llegar, el día de mañana, a la definiti­
va comprensión o teoría del lenguaje!, en vez de intentar,
De la danza a ¡a escritura, las gramáticas y yo mismo 145

ahora mismo, decir claramente algo de lo que el lenguaje


está, siempre, diciendo por lo bajo.
Digo también esto para que el lector, en este libro o,
más especialmente, en Bloomfield (1939), pueda medir y
contrastar la adhesión a esas ideas de nuestro lingüista,
comprometido, desde luego, como era casi inevitable en
su tiempo y su lugar, a la visión de la Lingüística como
una ciencia, aunque sobre ello haremos luego algunas
precisiones.
Y, sin embargo, ni yo he podido despreciar en bloque
lo mucho que, desde el libro de Bloomfield y el de Tru­
betzkoy para acá, ha venido publicándose, sino alimen­
tándome de ello día a día y agradeciendo los nuevos vis­
lumbres que, en medio de las jergas y pretensiones, me
proporcionen acerca de algunas regiones o mecanismos
del lenguaje, ni me parece ahora tan inútil, al recibir esta
invitación, reflexionar sobre los avatares de los estudios
lingüísticos a lo largo de estos^años 1933-1994, como
medio justamente de apreciar la lucha entre el descubri­
miento gramatical y los estorbos que se le oponen, y pre­
guntarme, como centro de interés, qué es lo que hacía el
libro de Bloomfield cuando apareció y qué es lo que si­
gue haciendo entre nosotros.
Es difícil, a tal propósito, no conceder alguna impor­
tancia a los lugares y fechas de la vida del gramático,
como esplicando algo de las elecciones y las limitaciones
en el proceso de sus estudios.
Así, Bloomfield había nacido ya en EEUU (1887), pero
de familia judía alemana de reciente implantación y en la
que la lengua de uso familiar seguía siendo el alemán. Es
inevitable el paralelo con Edward Sapir, la otra figura ma­
yor en la Lingüística americana de sus tiempos (ambos
estudiando y doctorándose en cuestiones de germanísti-
146 Agustín Garda Cabo

ca, para pasar de ahí a la Lingüística general y a los estu­


dios de lenguas indias americanas, según el magisterio de
Franz Boas; ambos publicando un libro de síntesis titula­
do Language, el de Sapir en 1921; ambos celebrados con
sendos Congresos de Centenario, en 1984 y 1987), el
cual, con familia también judía y alemana, llegó a EEUU
de muchacho, y ello a pesar de lo que se quiso contrapo­
ner a ambos [v. p.ej. en Cowan y otros (1986)], Sapir
más "individualistas" y "artista", Bloomfield más seco y
negado a la psicología individual.
Pero, de esos sucesos y condiciones, lo único que pue­
de tal vez pensarse que tuvo alguna influencia en la for­
ma que los estudios gramaticales de Bloomfield (y los de
Sapir) tomarían, es el hecho de que, habiéndose produci­
do a los comienzos del siglo (y a partir, no de la Gramáti­
ca escolar tradicional, sino de la Lingüística Indoeuropea,
como superación de su condición histórica) un reconoci­
miento de los elementos astractos de la lengua como
ajenos a las realidades físicas, reconocimiento que sole­
mos centrar en el Curso de F. de Saussure, y que se desa­
rrolla con claridad hasta los años de Trubetzkoy, esto es,
los del comienzo de la 2 - Guerra Mundial, resulta que,
por las circunstancias citadas de edad y de implantación
en América, y dado que sólo tarde, a fines de los años
'20, alcanzaron en Europa mismo divulgación y uso la
obra de Saussure ni otras tan descubridoras como la
Sprachtheoríe de K. Bühler, jena 1924 (por no hablar de
los trabajos de L. Tesniére, cuya E sq u isse d 'u n e syn ta xe
structurale sólo apareció en 1953), difícilmente podemos
pensar que Bloomfield (ni Sapir) recibieran algo de todo
eso en los años de sus estudios y formación como lingüis­
tas en América. Si bien aquí hay que apuntar que Bloom­
field mismo, creo que bastante aisladamente, saludó la
De la danza a ¡a escritura, las gramáticas y }'<> misino 147

aparición del C o u rs de Sáussure con una breve reseña,


Bloomfield (1924).
Una muestra de esa separación o décalage es también
la manera en que el mote de 'estructuralismo' se vería
aplicado aquende y allende del Atlántico a cosas que no
tenían mucho que ver entre sí. Por un lado, 'estructura'
ha tendido a referirse al Sistema, al campo de relaciones
asociativas de Sáussure, y por otro lado, a estructuras sin­
tagmáticas, en la "línea" de la producción.
No puedo, por mi parte, librarme del todo de la sos­
pecha de que esa escisión y alejamiento, justamente en
los años en que asomaban los hallazgos probablemente
más decisivos sobre la peculiar entidad de los hechos de
lengua, tiene que ver, no ya con la forma en que Bloom­
field (y Sapir) dirigirían sus estudios de Lingüística y Gra­
mática, sino, más aún, con la forma en que iban a desa­
rrollarse las posteriores Escuelas de Lingüística en
Norteamérica.
No se pensará que digo con eso que los estudiosos de
lenguaje norteamericano hayan ignorado en bloque lo
que se estaba haciendo por Europa en esos campos ni
que lo hayan entendido mal casi todos ellos: ahí tene­
mos, entre nosotros, como buen ejemplo en contra, el de
Ch. F. Hockett, que en su, muchas veces reeditado, C o u r­
se, Hockett (1958) [v. también los cambios de su visión
de la Lingüística en Hockett (1968) y Hockett (1987)],
dió muestras de una visión abarcadora y comprensiva. Al
cual, por cierto, le debemos la probablemente mejor
apreciación y propuesta de uso de la obra de Bloomfield
mismo, en su Antología, Hockett (1970), y en la referen­
cia a sus estudios sobre el algonquiano, Hockett (1948).
Ni mucho menos digo con ello que Bloomfield mismo
no hubiera sido sensible a algunos de los hallazgos princi­
148 Agustín Garda Calvo

pales, como puede ver el lector por el cap. V de este li­


bro, donde, siendo tan anterior al de Trubetzkoy, están
debidamente recogidas la noción astracta de 'fonema' y
la separación de lo fonético.
Y más: puedo también decir que, en otro terreno de
la Gramática, se adelantó Bloomfield a sus colegas, ame­
ricanos o europeos, en cuanto a poner en tela de juicio el
uso, para cualquier lengua, de las Partes de la Oración de
la Gramática escolar (un punto en que las Escuelas ameri­
canas posteriores han quedado muy lejos de seguirle),
como puede verse en este libro, p.ej. en 1.8 -9 y 16.4, y
también aplicándolo, por ejemplo a su descripción del
ilocano, Bloomfield (1942), republicada en Householder
(1972), donde prescinde de 'Partes de la Oración' y, con
regular acierto, las sustituye por 'o p e n ' y ' object1 expres­
sions y, para las palabras, 'p ro n o u n s ', 'fu ll w ords' y 'p a rti­
cles’ .
Pero lo que sí decía con aquello es que un escaso en­
tendimiento (nada esclusivo de los americanos) de lo que
había de más importante en los descubrimientos de pri­
meros de siglo y entre guerras en Europa ('revoluciona­
rio' es un término que han abaratado demasiado ésos
que ven revoluciones en la Cienci^ y en las Artes cada
día), principalmente en cuanto a lo ajeno del 'signo lin­
güístico' y de los hechos de lengua con respecto a la rea­
lidad, tal como estudiada por la Ciencia, esplica en buena
parte la forma que tomarían los estudios gramaticales
después de Bloomfield en Norteamérica (y en el mundo,
por lo tanto), especialmente en las Escuelas Transforma-
cionales o Generativistas, y sus limitaciones o estravíos
peculiares: eso, desde luego, junto con una escesiva fide­
lidad a las tradiciones y nociones de la Gramática escolar
(me refiero a las de la Enseñanza Primaria y Secundaria
De. la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 149

de la Lengua), que en las escuelas americanas debieron


de mantenerse más tiempo y con mucho más vigor que
en las escuelas europeas (salvo quizá las de Francia hasta
la 2a Guerra) de las que esas tradiciones procedían.
En cuanto a las relaciones del propio Bloomfield con
esas corrientes, especialmente generativas o transforma-
cionales, posteriores, conviene también detenerse un
punto a considerarlas: pues, por un lado, es aparente (y
creo que es lo que más se dice de ordinario) que en esas
corrientes hay un momento de rotura con la actitud de
Bloomfield, en el sentido de que a un cierto "mecanicis­
mo" y hasta "conductismo" (que son en Bloomfield más
bien veleidades, accesorias respecto al centro y nervio de
sus estudios, como también acaso un "materialismo") se
contrapondría un cierto "mentalismo" o hasta sedicente
"cartesianismo" en N. Chomsky y sus seguidores; pero,
por otro lado, dejando aparte las superficialidades de la
Filosofía (como Bloomfield también trataba de dejarlas),
hay una indudable herencia de las técnicas y las ideas de
Bloomfield en esas corrientes posteriores, pasadas princi­
palmente a través de la obra de su discípulo Z. S. Harris
[v. Harris (1960) y Harris (1946)], que exageró conse­
cuentemente y llevó a la práctica algunas, a veces no de
las más afortunadas, propuestas técnicas del maestro
(puede el lector hallarlas aquí, en los caps. XII-XIV princi­
palmente), en cuanto a la manera en que en la produc­
ción "lineal" del habla puedan descubrirse las unidades y
las relaciones entre los elementos.
Que es de esa herencia, por cierto, de la que en últi­
mo término vendría el hecho de que todavía la "estructu­
ra profunda" siga concibiéndose más bien "en línea", y
dando así lugar a trabajosas reglas y tipos de reglas por
las que se pueda la "estructura superficial" relacionar con
150 Agustín García Calvo

ella; ello, por supuesto, entre muchos penetrantes análisis


que, sin embargo, con esos métodos se han hecho, cuan­
do las reglas del gramático (y la justificación de la teoría)
no han venido a interferir con el descubrimiento de las
reglas que en la gramática misma de las lenguas rijan.
Pero, habiendo con esto contribuido (y ya sin duda
con demasiado atrevimiento) a situar un poco la labor de
L. Bloomfield y este libro en medio de los principales ava-
tares de la Lingüística y la Gramática en este siglo, pienso
que más de agradecer será para los lectores de este libro
(que KLASIKOAK hace sin duda bien en publicar para los
estudiosos vascos: pues sigue siendo una rica fuente de
datos bien ordenados y de apreciaciones sensatas sobre
muchas de las cuestiones de lenguaje) que les ayude un
poco a leer el libro, a sacar de él el provecho que se pue­
de, y también a evitar algunas confusiones que de su lec­
tura pudieran derivarse.
Así que procedo aquí a repasarlo capítulo por capítu­
lo, con algunas advertencias de las que más me parecen
pertinentes.
En su primer capítulo, traza Bloomfield una historia de
la Lingüística, bastante rica en datos y en general atinada
en las apreciaciones, sin llevarla más acá de los fines de si­
glo ni entrar en los momentos de "revolución en la Gramá­
tica" a que ya antes he aludido. Es importante el deteni­
miento, en 7.8, sobre la obra de H. Paul, porque pone bien
de relieve el rechazo de una "interpretación psicológica"
de los hechos de lenguaje, rechazo que regiría (y también,
de rebote, descaminaría, por la ambigüedad del propio
término 'psicología') mucho de la actitud de Bloomfield.
Tal vez, en todo caso, se echa de menos que, por jus­
ta repulsa de todo lo que sea "filosofía" para los estudios
lingüísticos, no se preste más atención a lo que los lógi-
De ia danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 151

eos antiguos y medievales, y hasta G. Frege y B. Russell


poco antes o R. Carnap en sus tiem pos [v. Carnap
(1937), que en Bloomfield (1939) se usa] o W. V. Quine y
A. Tarsky poco después de los años de este libro, han
contribuido al descubrimiento de mucho de las relacio­
nes sintácticas y la organización del Sistema de la lengua.
Pues la separación de 'Lógica' y 'Gramática' es una false­
dad con la que cargam os, y una Lógica no puede ser
cosa distinta de una Gramática general.
En fin, cuando en 7.9 se señala debidamente la falta
de necesidad de un conocimiento histórico para la des­
cripción de una lengua, bien podría añadirse algo en el
sentido de que ello es precisamente porque una lengua
no puede tener m em oria de estados anteriores de sí
misma.
En 2.7 se ataca con razón la confusión de la escritura
con la lengua y se muestra lo no necesario de literacy al­
guna para la descripción de una lengua viva, uno de los
frutos que Bloomfield sacaba de su esperiencia con las
lenguas amerindias; y se relega el problema de
'correcto/incorrecto' a cuestión secundaria para la Lin­
güística [v. sobre esto también Bloomfield (1927)]. Puede
el lector continuar, desde ahí, a preguntarse por dónde
está el sitio del saber del pueblo acerca de su lengua y
por los métodos para indagarlo.
En 2.2 y siguientes, la presentación del lenguaje con
el famoso cuento de Jack & Jill y la manzana y su relacio-
namiento con la "división del trabajo", suena un poco
cómico y desorientado; tai vez porque se ignora (pero no
Bloomfield, sino en general) que el lenguaje, sí, sirve a las
acciones de los hombres, pero que, por otra parte, la ac­
ción del lenguaje es una acción, distinción que se ve clara
en los casos en que lo uno y lo otro se separan, como
152 Agustín Curan Calvo

cuando alguien dice "¿Me pasa usted el azúcar?", donde


lo que el hablante intente (y consiga) con ello, será lo
que sea, pero la frase de por sf está haciendo algo, que es
precisamente preguntar.
Algo de relación tiene con eso, en 2 .5 , el esfuerzo por
espllcar el aprendizaje de la lengua por trial a n d error, por
acumulación de éxitos y fracasos en la producción de fra­
ses (y de fonemas); y también, en 2 .8 , la confusa y cansa­
da oposición entre un "mentalismo idealista" y un "ma­
terialismo científico", que tiene a su vez que ver con el
hecho, ya comentado, de que Bloomfield, como sus se­
guidores, quedara preso en el empeño de considerar la
Gramática como una ciencia, y por ende aplicarle los mé­
todos de la investigación científica, tal vez por no haber
parado mientes en que la Ciencia, a su vez, es un caso de
lenguaje.
No me detengo en las cuestiones de Lingüística ester­
na o Sociología lingüística, a que el cap. Ill se dedica
(idiomas, jergas, dialectos, bilingüismo), donde, pese a lo
mucho que en los años siguientes se ha trabajado y pu­
blicado en esos cam pos, la sucinta esposición de Bloom­
field es una introducción adecuada.
Ni tampoco en el cap. IV, donde se muestra un fiel y
esperto representante de la robusta tradición de la Lin­
güística Com parativa, de la que principalmente se habían
alimentado sus estudios; y, aunque tanto se ha hecho y
escrito de 1933 p ara acá en la búsqueda de los Universa­
les y el desarrollo de la Tipología Lingüística, con incluso
algunas reformas y estensiones en el campo de la Lingüís­
tica Indoeuropea, pienso que ésa de Bloomfield es una
sustanciosa presentación y que en nada grave va a desca­
minar al lector en el entendimiento de esos bien estable­
cidos métodos y cam p o s del estudio.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 153

La Gramática empieza en el cap. V con el fonema. La


condición del ente 'fonema' está presentada con bastan­
te claridad y precisión. Así, en 5 .2 , aparece debidamente
reconocida la infinitud de la producción, "los sonidos infi­
nitamente complejos, infinitamente variados", a la que la
entidad del fonema tiene que contraponerse. Y en 5.3 y
5 .4 (no estorba mayormente el que Bloomfield tenga el
gusto de llamar a la Fonología algo como Fonética Prácti­
ca) el reconocimiento de cómo "discriminamos ciertos
rasgos fonéticos e ignoramos el resto" y la separación por
tanto de 'irrelevante' y 'distintivo', son lo bastante esac-
tos, por más que la ostinación en la Ciencia le haga decir
que, como las Ciencias no están aún perfectas (cfr. en 5 .6
sobre los dos tipos de registro científico, el acústico y el
fonológico), por eso estamos aquí reducidos, para la defi­
nición de lo que es fonema, a una condición de 'suposi­
ción' o 'hipótesis', la de que "en cada comunidad lingüís­
tica, algunas emisiones son i g u a l e s en forma y
significado".
Y desanimo al lector de que piense que, de 1933 para
acá, se han producido progresos en el tratamiento de esos
entes astractos o ideales, y menos con el proceso de "de­
sintegración del fonema" (por clara imitación del átomo:
ambos se llamaron entre los antiguos elem entum ) en ras­
gos, que más bien ha resultado en estorbos que otra cosa.
Sensatas son, por lo demás, sus observaciones sobre la
escritura en relación con los fonemas, así como sus dudas
y decisiones, en 5 .9 , sobre trascripción y un "alfabeto fo­
nético universal", por más que ni él ni en general se haya
apreciado que la idea de un a.f.u. contraría los principios
de la escritura alfabética en sí misma.
Es curiosa, en 5.7 7, su consideración de los acentos y
otras prosodias como "fonemas secundarios" (sobre esto,
154 Agustín Garda Calvo

más luego, a propósito del cap. Vil), pero su descripción


y lista de fonemas de (un tipo de) inglés ahí, es escelente.
El cap. VI es en gran parte una obligada desviación al
estudio de los avatares fonéticos de la producción. Y es
interesante ver cómo la conciencia de la Gramática como
Ciencia le hace volver a decir, en 6. /, algo como "mien­
tras el análisis del significado se mantenga fuera del al­
cance de la ciencia, el análisis y registro de lenguas segui­
rá siendo un arte o habilidad práctica".
El tratamiento en el cap. Vil, de lo que llamo, por su
nombre antiguo, prosodias y para Bloomfield son o "fo­
nemas secundarios" o "modificaciones", es, como ha se­
guido siéndolo en general hasta nuestros días, lioso y
confuso, por obra de prejuicios que no desaparecen. Así
la 'largura' o 'duración' se sigue considerando un hecho
gramatical y, aunque se emplea, en 7.2, el término y la
noción de 'mora', las moras son unidades de duración
(no aparecen, por supuesto, como hechos gramaticales el
'límite de sílaba gramatical' y, en su caso, el 'límite de
mora', que habrían eliminado mucho a los malentendi­
dos); y el acento de palabra, por ejemplo, inglés (donde
el propio término inglés stress ha contribuido incalcula­
blemente a la confusión) sigue consistiendo en 'intensi­
dad' o 'fuerza'. Y el tratamiento, en 7.6, de las entonacio­
nes de frase ( sentence ) y otras entonaciones de indicación
sintáctica, es rápido, y tan mal entendido como es habi­
tual.
Pero en cap. VIII se vuelve bien al tratamiento de la fo­
nología (o fonética práctica, en sus términos) y de la fun­
ción de los fonemas en relación con el significado.
Al significado se entra desde el cap. IX (también la pa­
labra m e a n in g ha hecho mucho daño, especialmente en
cuanto a entorpecer la separación entre 'significado de
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 155

palabra' y 'sentido de una frase'), y es graciosa la manera


en que, en 9 . 7, se le presenta a Bloomfield el problema,
por interferencia del conocimiento de la realidad: "para
dar una definición científicamente esacta del significado
de cada forma de una lengua, deberíamos tener un co­
nocimiento científicamente esacto de todo lo que encie­
rra el mundo del hablante"; y en relación con ello, una
vuelta, en 9 .4 , a la disputa 'mentalismo/materialismo'
(que está claro que son lo mismo: las 'realidades menta­
les' son una parte de las realidades, y la idea de 'realidad'
es una idea).
Pero, en 9.5, vuelve el sentido común a regir bien el
estudio, con el reconocimiento, en contra de la "eviden­
cia física" de la infinita diversidad, de la mismidad grama­
tical: "en ciertas comunidades lingüísticas algunas emisio­
nes del habla son i g u a l e s en forma y significado".
Y en 9 .7 -8 es bastante acertado y sugerente el estudio
de cosas como lo no fonémico en los ruidos, de lo que
podríamos decir el 'sentido no gramatical', y de las con­
notaciones y del significado traslaticio de palabras; donde
Bloomfield adopta la actitud de que siempre se mantie­
ne, sin embargo, un significado "como central".
De importancia central es, para el estudio y método
gramatical de Bloomfield, el cap. X, sobre 'las formas gra­
maticales'. Donde hemos de observar y estimar, con una
relativa estrañeza, el esfuerzo (que Z. Harris prolongaría
consecuentemente) por deducir lo que son 'formas de
una misma palabra' a partir de la producción, por seme­
janzas parciales entre las formas producidas. Falta, desde
luego, una distinción clara (que tampoco en los gramáti­
cos posteriores me he encontrado bien hecha) entre 'pa­
labra' como tramo de la producción y 'palabra' como
ente ideal depositado en el léxico. En consecuencia, apa­
156 Agustín Garda Calvo

recerá aquí varias veces, como más tarde en 11 .5 , la re­


pugnancia de Bloomfield a admitir la noción misma de
'formas de una misma palabra'.
En ese cap. XI se trata de los tipos de frase. Y advierto
aquí que, según la inveterada tradición española (y fran­
cesa) empleo el término 'frase' como más o menos co­
rrespondiente al inglés se n te n ce (aunque a veces sería
más bien una utterance), allí donde estos años pasados,
en la traducción de las Gramáticas de moda, se había he­
cho desastrosamente 'oración' (que viene, en la tradición
gramatical española, a corresponder aproximadamente a
clause), mientras es claro que el término inglés p h ra se vie­
ne a corresponder (en la medida que tiene un uso preci­
so) a algo como 'sintagma' o 'grupo' (de palabras, "me­
nor" que frase y oración).
Aquí, en el estudio (que debía ser fundamental) de las
entonaciones de frase, tantea Bloomfield bastante cuida­
dosamente, distinguiendo 3, que, por aplicación de una
"distorsión entonacional" que llama "esclamativa", vie­
nen a ser 6. Y también parece cuidadoso y no del todo
descaminado el estudio de las entonaciones de tramos
menores, de sintagma (y de oración). Mucho, sin embar­
go, echará el sentido común del lector de menos (aquí,
como en tantos posteriores tratamientos) en punto a al­
canzar una correspondencia con lo que su sentido sospe­
cha que en la lengua juega tocante a las relaciones de en­
tonaciones con sintaxis.
En el cap. XII se tratan, bajo 'Sintaxis', una serie de
cuestiones bastante heterogéneas, como son las de sa n ­
dhi, las de concordancias, las de costrucciones como la
tradicional de 'Sujeto-Predicado'. No habían llegado a
Bloomfield, naturalmente, los estudios del campo em­
práctico y de Pragm atics que han venido esplorando lar­
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 157

gamente las relaciones entre 'pragmático' y 'sintáctico'.


Y, desde luego, mientras no se llegue a distinguir con la
bastante claridad fases o momentos en la organización
sintáctica de una frase, desde la estracción de índices y
palabras (y a veces hasta "sintagmas prefabricados") del
aparato, pasando por el momento de costrucción (istan­
tànea) de la frase, hasta el lanzamiento de ese esquema a
la producción "linear" o "temporal", la confusión de me­
canismos muy diversos seguirá siendo un gran estorbo
para el descubrimiento de la "sintaxis" de una lengua y
del lenguaje.
Así es que también en el cap. XIII, 'Morfología', la no­
ción de la 'inseparabilidad' de los elementos costituyen-
tes, que es central para la Gramática de Bloomfield, no se
advierte que es relativa a las diferentes fases (situación en
el Sistema, istancia de organización de frase, producción)
en que el hablante (y oyente) costruye su discurso y en
que el gramático considera la inseparabilidad.
No ostante lo cual, la sugerencia, en 13.1, de precisar
la división tradicional de tipos de lengua según el esque­
ma de costrucción que emplean, el señalamiento, en
13.2, mediante ordinales, del orden de atribución de ele­
mentos a la palabra, la distinción de 'radical' y 'tema' en
1 3 .1 3 , y tantas otras indagaciones o intentos de esp ira­
ción, tienen también aquí mucho que enseñarnos.
También el cap. XIV, en el estudio de 'composición'
(con la cuestión implicada de los límites entre 'sintaxis' y
'morfología') y de las que Bloomfield llama 'derivación
secundaria' y 'primaria' (con la discusión de las nociones
'regular'/'irregular'), entre otras cosas, ha de ofrecerle al
lector más sustancia y sugerencia de lo que suelen los
manuales de Gramática. No descuide tampoco cómo, en
14.8, se roza al paso la relación de 'raíz' como 'unidad de
158 Agustín García Calvo

semejanza parcial entre palabras' frente a 'raíz' como


algo históricamente procedente de 'palabra'.
Menos acertado es seguramente el tratamiento, bajo
título de 'La sustitución', en cap. XV, de las cuestiones to­
cantes a los índices mostrativos y anafóricos, donde sigue
demasiado fiel (como ha seguido siéndolo, por ejemplo,
la Gramática Generativa) a la equivocación im plicada
desde los antiguos en la denominación 'pro-nombre', lo
que puede llevar a entender que '/', 'yo', es como un susti­
tuto de cualquier espresión sustantiva singular que denote
al hablante. Es curioso que este error queda contradicho
cuando se llega a la observación y descripción directa de
una lengua, como la citada que Bloomfield (1942) hizo
del ilocano, donde el lugar y espacio que a esos índices
ha de dedicarse dice bien de su condición primaria y fun­
damental con respecto a las palabras de significado.
No es tampoco muy esdarecedor (ni ha prendido en
los estudios gramaticales posteriores) el intento, en cap. XVI,
de clasificar los elementos de 'léxico' y de 'sintaxis' me­
diante ese complicado juego de denominaciones, 'taxe-
ma'/'tagmema', etc., un poco al estilo de los intentos de
Hjelmslev y otros por aquellos años. La falta de distinción
entre 'sentido' (de la frase) y 'significado' (de las palabras
que lo tengan) contribuye también poderosamente al lío,
No dejan, sin embargo, de percibirse, en medio de ello, las
decisiones "de sentido común", que en el libro abundan,
así, en 16.4, "un sistema de Partes de la Oración no puede
establecerse [para el inglés] de manera completamente sa­
tisfactoria: nuestra lista de Partes de la Oración dependerá
de las funciones que consideremos más importantes".
Con el cap. XVII se vuelve a la escritura, y ahí encon­
trará el lector mucho de informativo y doctamente en­
tendido, por más que se hayan publicado después tantos
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 159

documentados estudios y escelentes Historias de la Escri­


tura, como la de Haarmann (1990) que he reseñado re­
cientemente. Adviértase que, aunque en el paso de 'ideo­
gráficas' a 'alfabéticas' se admite, como de ordinario, la
¡dea de 'escrituras silábicas', la prudencia de Bloomfield le
hace presentar la cosa, en 77.4, con un "parece ser", que
dice bien de sus reflexiones sobre el caso.
En fin, para la última parte del libro, caps. XVIII-XXVII,
donde se tratan los estudios lingüísticos estemos, Lingüís­
tica Comparativa, Geografía Lingüística, cambios de las
lenguas, interinfluencias, préstamos..., por más que pue­
da echar de menos algunos principios como el de un mo­
tor interno del cambio por aspiración a la regularidad en
las varias partes del Sistema, o el de una gradación de re­
giones de la lengua desde las más asequibles hasta las
más inasequibles a la influencia esterna, no me queda
sino renovar la recomendación al lector de la obra de
Bloomfield (educado en la tradición de la más sólida en­
señanza, la de la Lingüística Comparativa Indoeuropea, y
esperto él en el análisis y descripción de lenguas de otras
familias, como las filipinas o las amerindias) como obra
de un gran maestro, tan sabio en conocimientos como
hábil y sensato en la manera de ofrecerlos.
Hasta en el cap. XXVIII ('Aplicaciones'), su considera­
ción de las perturbaciones y aun ansiedades que pueden
asaltar a las personas por mor de la cuestión "¿Cóm o
debo decirlo?" (esto es, por intervención inoportuna de
la conciencia personal y de las istituciones sociales y esco­
lares donde no las llaman) da testimonio de la delicadeza
de espíritu y del buen sentido que a lo largo de la obra
generalmente nos acompaña.
Así que las observaciones con que he pretendido ayu­
dar al lector y animarlo en la lectura de este libro, no se
160 Agustín Garda Calvo

deben entender como un intento de "puesta al día", por


parte de quien ni siquiera cree en el Progreso, a la mane­
ra que profesan creer los científicos (y los políticos), sino
como un ofrecimiento de compañía en la lectura con
esas huellas de mis propias reacciones, que deseo no na­
cidas sólo de mi dudosa pericia como gramático, sino
también de mi sentido común como hablante del len­
guaje; aunque ambas cosas, a bien ser, deberían ser la
misma.
Y no deben esas notas, desde luego, empecer, sino
alentar, a la lectura y aprovechamiento de este libro. Ya ve
el lector, por otra parte, que las más de las observaciones
críticas no lo son tanto a Bloomfield, sino a lo que me pa­
rece que él participaba de errores o de embrollos teóricos,
en el estudio lingüístico, de sus tiempos y de los nuestros.
Y ojalá que este libro contribuya también a que algu­
nos de sus lectores se animen a una descripción de la
gramática de la lengua o de las lenguas vascas, que sea
cada vez más fiel a aquello que los hablantes saben de
esa gramática sin darse cuenta de que lo saben.

LISTA DE LAS OBRAS CITADAS EN LA 'PRESENTACIÓN' Y


DE ALGUNAS OTRAS QUE PUEDEN SERVIR PARA MÁS LECTURA
EN TORNO A BLOOMFIELD

B. Bloch (1949) 'Leonard Bloomfield' La n g u a g e XXV, 87-


98 [necrológica y bibliografía general].
L. Bloomfield (1924), reseña del C ou rs de F. de Saussure,
M odern La n g u a g e ¡o u rn a l VIII, 317-319.
L. Bloomfield (1927) 'Literate and Illiterate Speech' A m eri­
ca n Sp e e ch 2, 432-439 [republicado en Dell Hymes
(1966) 391-396].
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 161

L. Bloomfield (1939) Lin g u istic A spects o f Science Chicago


[10â ed. 1969. Trad, española A spectos lingüísticos de
la C ien cia Madrid 1973].
L. Bloomfield (1942) 'Outline of llocano syntax' Lan g u a g e
XVIII, 193-200 [republicado en Householder (1972)].
L. Bloomfield (1964), trad, española de La n g u a g e ( Le n ­
g u a je ) por Alma F. A. de Zubizarreta, 'Universidad Na­
cional Mayor de San Marcos', Lima. Prólogo de A. Es­
cobar].
L. Bloomfield (1970), trad, francesa de La n g u a g e (L e la n ­
g a g e ) por Janick Gazio, 'Payot'. A vant-propos de Fré­
déric François].
R. Carnap (1937) Lo g ica l S y n ta x o f La n g u a g e Londres y
N.Y. 1937 [edición original, Viena 1934].
W. Cowan (1986), M. A. Forster, K. Koerner (compilado­
res) N e w perspectives in language, culture, a n d p erso n a ­
lity: Proceedings o f the Edw ard S a p ir cen ten a ry conferen­
ce (Ottawa 1-3 Oct. 1984).
[No han llegado a mis manos las Actas del congreso 'Bloom­
field', celebrado en 1987, donde el lector hallará sin duda
muchas noticias que completen (y corrijan) cosas de las
que en mi 'Presentación' les digo.]
Dell Hymes (1966) La n g u a g e in Culture a n d Society. A rea­
d e r in Linguistics a n d A n th ro p o lo g y 'Harper' N.Y.-Lon-
dres-Tokyo.
Julia S. Falk (1992) 'Otto Jespersen, Leonard Bloomfield,
and American structural linguistics' La n g u a g e LXVIII,
465-491.
Ch. C. Fries (1961) 'The Bloomfield School' Trends in Eu­
ropean a n d A m erican linguistics 1 9 3 0 -1 9 6 0 'Spectrum'
Utrecht.
L. A. Gray (1949) 'Mécanisme et mentalisme dans le lan­
gage' A cta lingüistica V, 265-73.
162 Agustín Garda Calvo

H. Haarmann (1990) U niversalgeschichte d e r Schrift 'Cam ­


pus Verlag' Frankfurt-N.Y. [mi reseña, 'Desde que nos
escribim os...' C la v e s X X XIII (1993) 50-53, recogida
aquí],
R. Hall Jr. (1951-1952) 'American linguistics 1925-1950'
A rchivum linguisticum III 101 -125 y IV 1-16.
Z. S. Harris (1946) 'From morphem to utterance' La n g u a ­
g e XX I1 161-183.
Z. S. Harris (1960) Stru ctu ra l Linguistics 'Phoenix Books'
Chicago.
A. A. Hill (1955) 'Linguistics since Bloomfield' Q u a rterly
Jo u rn a l o f Sp eech XLI 253-260, recogido en H. B. Allen
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ciety LXXXVI 63-87.
REALIDAD: ENTRE SEM IÓ TICO S Y CIEN TÍFICO S

Tomo pie del escándalo notorio que ha agitado estos


últimos años los medios intelectuales, y me ha llevado a
leer el libro de Alan Sokal y Jean Bricmont Im posturas in ­
telectuales (traducido de la ed. en inglés, 1998, y parte de
la francesa, 1997, por J. C. Guix, con revisión técnica de
M. Candel) 'Paldós' Barcelona 1999; del cual publicó re­
seña J. Echeverría en SABER/leer Nov. 1999 junto con la
de una colección de estudios reunida por B. jurdant Im -
postures scientifiques París/NIza 1998, surgidos también al
amor de dicho escándalo.
La cosa empezó con el artículo de A. Sokal 'Transgres-
slng the Boundarles: Towards a Transformative Herme-
neutlcs of Quantum Gravlty' (reproducido como 'Apéndi­
ce A' en el libro) publicado en la revista norteamericana
So cia l Text 46/47 1996, que era una parodia, compuesta
con tanto esmero como Inquina, de las ¡deas, retóricas y
desbarres en el uso de nociones y términos de la Ciencia
en obras de fllósofos-sociólogos-llteratos de las escuelas o
tendencias que han cundido estos últimos decenios y va­
gamente se llaman posmodernas o semióticas. El artículo
coló y se tomó brevemente en serio, hasta que el propio
164 Agustín Garda Calvo

autor, Prof. de Física de la Univ. de Nueva York, declaró


que era de burla; y al fin, en colaboración con J. Bric-
mont, Prof. de Física Teórica en la de Lovaina, compuso
este libro, que se dedica a criticar, y sobre todo poner en
ridículo, con harto largas citas de sus obras, las especula­
ciones de los más famosos autores de esas tendencias (de
Lacan a Baudrillard, pasando por Julia Kristeva, Luce Iriga-
ray y otros cuantos), mostrando los abusos, capricho y
con frecuencia mal entendimiento, de ideas o teorías
científicas vigentes, como 'quanta', 'relatividad', 'caos'...,
y aun del aparato matemático (cuantías diferenciales, nú­
meros imaginarios, conjuntos infinitos o vacíos...) o lógi­
co (indeterminación y subdeterminación, inconmensura­
bilidad, teoremas de incom pletitud de G ódel...) que
sirven a aquellas Ciencias de la Realidad.
Los abusos son harto evidentes y multicolores, como lo
es el muestrario que Sokal y Bricmont se han complacido
en acumular, y sus recomendaciones en el 'Epílogo' son
mayormente de sentido común, como que la oscuridad no
implica profundidad o que no puede usarse como método
la ambigüedad, que puede ser más bien un subterfugio. Y
uno como yo, que suelo sugerir, pero lo mismo a filosofan­
tes que a científicos y aun matemáticos y gramáticos, em­
pezando por mí mismo, que una investigación puede, na­
turalmente, usar de todos los formalismos y tinglados que
requiera, pero que, mientras no pueda venir a dar, en la
verdadera lengua (la corriente y común, la de la gente), en
una formulación clara, no meramente repetitiva y no enga­
ñosa al modo que suelen serlo los procesos de vulgariza­
ción, no debe considerarse a sí misma un verdadero descu­
brimiento, sino, lo más, un andamiaje provisional para
aspirar a él, claro está que no podría menos de agradecer,
por más prolijo que sea, un barrido o denuncia como ésa.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 165

¿Qué podría decirse en defensa de los semióticos,


posmodernos y similares? Yo he disfrutado a ratos (aparte
de apreciar en él un vislumbre certero de las relaciones
entre gramática y psicoanálisis) con los juegos de pala­
bras de Lacan (el primero de los aquí denunciados; y
confieso que por los escritos de los otros no he sentido
nunca el bastante interés o simpatía para leerlos, salvo al­
gún párrafo suelto y comentarios de amigos más aficio­
nados), y a través de esos juegos podría entreveer otra
manera de entender los testos y retórica posmoderna
que a Sokal-Bricmont no se les ha ocurrido (en p. 147 di­
cen "se trata en apariencia de una metodología que va
más allá de la razón, insistiendo en la intuición y la per­
cepción subjetivas"; pero no es eso), a saber, una técnica
de lenguaje que, saltando "libremente" o de un plano a
otro de su vocabulario, enristrando en el discurso térmi­
nos semánticos sugerentes o prestigiosos, entre ellos
también nociones científicas, sin que importe mucho si
erróneas o si no, y hasta símbolos o fórmulas matemáti­
cas más o menos a despropósito, intenta no que el lector
entienda propiamente lo que le dicen o se lo crea, sino
producir en él con ello una impresión, presumiblemente
catártica o liberadora. Al fin, sería una exageración un
tanto aparatosa de la técnica de "libre" asociación de
ideas, capital en el psicoanálisis desde su invención; y eso
podría quizá justificar la filosofía-literatura de posmoder­
nos o semióticos.
Pero, en todo caso, su éxito (también, al parecer, en
Norteamérica), su propio éxito los condena. Quiero decir
que es increíble que muchos (ni mucho menos la mayo­
ría) de los lectores de esa literatura la hayan recibido (leí­
do y comprado) de ese modo, sino más bien (es ley del
Mercado) por ese prurito, que a las masas de élite o de
166 Agustín García Calvo

individuos cultos aqueja siempre, de complacerse en no


entender lo que las letras que leen les dicen, cargadas
por ello mismo con algo del misterio hierático que viene
pegado a las letras desde su origen. ¿A esto habría veni­
do a parar a la vez el descubrimiento del psicoanálisis
(que los filosofantes se toman como un saber, aunque sea
acerca de cosas tan peregrinas como el Incosciente y el
Sujeto) y a la vez la gramática, que en sus testos queda
confundida con la Literatura, en olvido de que la escritura
está en guerra costante con la lengua viva y verdadera?
Tendría, entonces, de todos modos su justificación esta
labor de denuncia, purgación o limpieza de Sokal-Bric-
mont, labor tal vez no muy ilustre, pero tampoco despre­
ciable.
Lo que pasa es que con este libro sucede como con
todos los libros de ideas en general: que lo bueno es la
parte negativa, pero, cuando se viene a la positiva, la
bondad se acaba. ¿En nombre de qué se han dedicado
los autores (y ya Sokal en su artículo de parodia) a esa la­
bor de indignado barrido y demolición? Por desgracia,
está bastante claro: ha sido en defensa de la Ciencia: de
la Ciencia de la Realidad tal como se halla establecida, y
por tanto y sobre todo, defensa de la fe en su futuro:
pues, como no puede la Ciencia (ella misma o su Episte­
mología, cuando se pone modesta y habla de 'modelos',
lo reconoce) pretender que ha alcanzado la verdad de la
Realidad, no le cabe más que sostener la idea de que las
investigaciones y teorías acerca de parcelas de la Realidad
podrán aunarse un día en un conocimiento total o con­
junto, y que la Ciencia, en su progreso, se dirige hacia
ese fin.
Esa idea es una fe: pues nadie pretenderá (supongo)
que haya una lógica o razonamiento que la demuestre
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 167

verdadera. Y esa fe, necesaria para la Ciencia tal como la


conocemos (y no conocemos otra), consiste al fin en una
fe en la Realidad o, lo que es lo mismo, en la existencia,
esto es, en que la Realidad existe de por sí, independien­
te de otra cosa alguna. A veces aún, aunque la fórmula
suene algo dém odée al cabo de 2 siglos, eso se manifiesta
como Fe en la Naturaleza (y así en varias ocasiones en el
libro de Sokal-Bricmont), por ejemplo, cuando se discute
si es a la Naturaleza a quien ha de apelarse para que ella,
mediante observación y esperimento, decida de la ver­
dad o no de las afirmaciones de la Ciencia.
Y esa fe en la Realidad, naturalmente, trae consigo
que la Ciencia esté al servicio del Poder costituído y sea
impedimento o cierre de posibilidades de otra cosa: pues,
si las cosas son como son (incluido el Tiempo real entre
ellas), ¿cómo van a poder ser otras más que con el trivial
proceso histórico de cambiar para seguir lo mismo? No
quiero, sin embargo, en este estudio pararme en las im­
plicaciones de la Ciencia con la política (sea por medio
de las aplicaciones técnicas, sea directamente por contac­
to con el dinero, estatal o empresarial), que es justamen­
te lo que a estas horas debe de haber armado más ruido,
por Prensa y por Internet, y con esas disputas entre Sokal
y los posmodernos, gran movida, a la vez, de informa­
ción divertidora y, por tanto, de Capital en los ámbitos de
la Cultura. Pero todo ello es quedarse en la superficie del
fenómeno, parando mientes a lo que no es más que con­
tienda entre unos y otros creyentes en la Realidad (la físi­
ca, por ejemplo, la social, la psicológica, todas una) con
sólo ciertas diferencias de color o de enfoque en la visión
de la Sociedad, de la Naturaleza, de la Política o de los
Tiempos. Nos importa aquí, con motivo de ese revuelo,
seguir descubriendo, con la ingenuidad y sencillez posi­
168 Agustín García Calvo

ble, el sentido y el error de esa fe en la Ciencia (positiva


— no hace falta decirlo; de la realidad— tampoco) y fe,
por tanto, en la Realidad misma.
Por lo demás, los científicos mismos también, algunos
al menos de los serios y reconocidos, aunque no tan fre­
cuentemente como en los primeros decenios de este si­
glo, se plantean el problema de la Ciencia a que se dedi­
can, y más directamente que Sokal-Bricm ont en su
defensa de la Ciencia contra los malos usos de sus térmi­
nos y nociones por parte de filosofantes literatos; y es útil
com parar las especulaciones de hombres de Ciencia
cuando quieren sacar de sus estudios consecuencias ge­
nerales o sublimes, con los ataques, bastante triviales y
confusos, de humanos, demasiado humanos, semióticos
o posmodernos; y tanto mejor si esas especulaciones to­
can a algo como una cierta 'gravedad cuántica', en que
Sokal fundaba su artículo de parodia, pero en la que en el
libro, en sus ratos de declaraciones positivas, se pone en
serio fe para el sostenimiento de la Ciencia, si no de mo­
mento, para cuando esa ¡dea se vaya desarrollando, pre­
cisando y confirmando en un futuro.
Debo al matem ático Jóse-Luis Caramés, qué suele
avisarme y guiarme en estos avatares de la Ciencia con­
temporánea, el conocim iento del libro de Franklin E.
Schroeck Jr., del Departamento de Matemáticas de la
Atlantic University de Florida, Q u a n tu m M e ch a n ic s on
Phase Space Dordrecht-Boston-Londres 1996, cuyo desa­
rrollo central, en el intento de aplicar una teoría (o, tal
vez mejor dicho, actitud) cuántica a la observación y me­
dida (con la inevitable interpretación de esas operacio­
nes) de fenómenos que se producen en un 'espacio de
fase' (p.ej., la disociación de 2 rayos de fotón), no he po­
dido seguirlo, desgraciadamente, aunque sí quizá lo bas­
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 169

tante, a través de algunas páginas de sus caps. I y II, para


percibir cómo ese intento de mejor precisión en la inter­
pretación del hecho lleva a la necesidad de contar con
una 'medida imprecisa ( unsharp )' (p. 19) y una 'localiza­
ción imprecisa' (p. 26), si bien estadísticamente tratables,
y corrigiendo incluso (p. 22) lo que en la "ordinary quan­
tum theory" se admite de que los eventos (de observa­
ción y medida) pueden describirse adecuadamente me­
diante una colección de números reales, y para sentir
también cómo la mejora en la aplicación de la actitud
cuántica a la Física implica una mayor interferencia en las
condiciones del sistema (de observables) de las del pro­
pio aparato, esperimental, teórico y matemático. Pero
nos toca aquí sobre todo lo que el autor hace en el capí­
tulo "Philosophical and other Foundational Aspects" a
que dedica las últimas páginas (613-626) del libro.
Es importante la cuestión de 'espacio', el "espacio
subyacente en que el universo físico existe" (p. 626),
donde, a diferencia de un 'espacio fundam ental' a lo
Minkowski, para los casos de que aquí la teoría cuántica
trata, "del propio 'grupo de simetría' se deriva el espacio
simpléctico homogéneo" o p h a se space; lo cual parece ir
en el sentido de que la situación física aspira a la de una
Geometría, en que sin duda no puede haber otro espacio
que el que las propias figuras determinan. En cuanto a
'tiempo' (que aquí no se da, como en otras teorías, impli­
cado con el espacio), vale la pena estudiar cómo
(p. 614), en vista de que (o) no se puede preparar 'un
puro estado único' y (ó) cualquier conjunto conmutante
de observables no puede ser informacionalmente com­
pleto, es justamente en el hecho de que no se pueda de
la medición de observables conmutantes deducir estados
únicos preexistentes, mientras se puede a partir de la me­
170 Agustín García Cairo

dición de propiedades de un estado pasado (acaso des­


truido) preparar un estado venidero, donde se encuentra
el fundamento de una distinción entre 'pasado' y 'futuro'
(y ello permite hablar de "the sequence of quantum ex-
pectations [...] for any quantum state", p. 615), sin que
se le ocurra al autor, naturalmente, que hay ahí detrás
una oposición lógica (lingüística) entre 'preparación', que
es un acto modal (como una frase yusiva "iSea la luz!-"),
y 'costatación' de hechos, que es uno meramente predi­
cativo.
Tales implicaciones de 'método' y 'objeto' están en el
corazón mismo de los q u a n to y la teoría y cálculos cuánti­
cos desde su invención y en su desarrollo. Véase también
en Sokal-Bricmont (p.ej. pp. 144-145, a propósito de la
teoría del caos), cuando declaran que "el objetivo último
de la ciencia no sólo es predecir, sino también compren­
der": esto es, pre- para la espectativa de resultados, con­
para lo que, como conjunto, pretende concebirse. Y tam­
bién encuentro representativo de las actitudes actuales
de los científicos frente al problema de la relación entre la
Ciencia de la Realidad y su objeto el estudio de M. Ferre-
ro y E. Santos 'Realismo local y mecánica cuántica' en el
libro Fundam entos de Física cuá n tica 1996, estudio desti­
nado principalmente a esponer, siguiendo a L. Hardy y
D. Mermin, la manera en que la cuestión física se con­
vierte en una lógica, por medio de "preguntas" que se
les hacen a 2 partículas, a responder por SÍ o NO, para
venir a una demostración del teorema de Bell sin desi­
gualdades, sin ocultar (p. 35) que ello "plantea una con­
tradicción entre la teoría cuántica y el intento de asignar
valores a magnitudes aunque no se midan e incluso aun­
que no se puedan medir (existencia de propiedades pre­
existentes)", pero que, en sus consideraciones generales,
De la dama a la escritura, las gramáticas y yo mismo 171

muestran bien (p. 11) el conflicto del cálculo matemáti­


co, que puede producir entes que no tienen por qué o
que no pueden existir, y la referencia a una supuesta rea­
lidad física: "además de las reglas de cálculo propias del
formalismo matemático que utiliza la teoría de la que se
trate, hay otras reglas específicas de la física que nos per­
miten decidir si el resultado del cálculo tiene o no sentido
(físico)"; y, en fin, no tienen inconveniente en mostrar
(p. 17) el "principio realista" donde "la existencia misma
de las ciencias" de la Realidad prueba la existencia de la
Realidad, con un razonamiento que se muerde la cola
bastante descaradamente, pero que sin duda en las con­
ciencias (no más abajo) de muchos científicos coopera a
sostener la fe en la Ciencia. Y más aún: el hecho de que
la Ciencia altere la Realidad se convierte (naturalmente:
es el cambio lo que hace que el móvil o sér sea real) en
una demostración de su existencia; así para E. Bitsakis (ci­
tado en p. 17) con este soberbio axioma: "The transfor-
mation of nature is a d e tacto 'proof' of its objectivity".
Volviendo ahora al libro de Schroeck, sus considera­
ciones fisico-lógicas le llevan a debatirse (pp. 614-621)
con la noción de 'causa'. Critica, bastante lúcidamente
(en vista de su no validez para el campo de su estudio,
donde la propia actitud cuántica impone lo estocástico o
no-preciso, unsharp, de localizaciones y medidas) las con­
cepciones de 'causa' que han reinado en las Ciencias de
la Realidad (se asegura, entre otras, que "causalidad y lo­
calidad a lo Einstein son conceptos física- y lógicamente
independientes"), y desanima, para eventos del campo
que estudia, de toda "interpretación en términos de una
causalidad que no sea la resultante de causación previa",
esto es, según lo que antes he dicho, la (intencionada)
pre-paración del hecho. Y, a partir de ahí, lo más espíen-
172 Agustín Garda Calvo

doroso: dado que Schroeck (apoyándose en y citando a


Blumenthal, especialmente en su artículo 'Stochastic
quantum theory of consciousness' de 1995) ha de recha­
zar la causa (en su significado habitual), la previa deter­
minación y el determinismo, y rechazar, por otro lado, el
azar (las teorías cuánticas son n o n -ra n d o m ), el objeto vie­
ne a resultar causante de sí mismo, ya que (Blumenthal)
"una cosa o proceso que es a la vez no-determinístico y
causal [en el sentido de no-azaroso, n o n -ra n d o m ] debe
ser determinante-de-sí-mismo (self-determ ining )"; con lo
cual a los objetos de la teoría (a seres al menos del tipo
de los fotones) se les atribuye un libre albedrío o free-will
(viniendo a volver, creo que sin darse cuenta, al paso de
la indeterminación del d in a m e n del átomo a fundamento
de la libertad en Lucrecio II 216-293), lo cual, a su vez,
ha traído previamente aparejado que se les atribuya una
conciencia ( co n sd o u sn e ss ), puesto que, siendo ellos en al­
gún modo sensibles al proceso de observación, hay que
contar en ellos con una cierta (p. 624) "awareness of the
apparatus on the part of the object".
Y hay que reconocer que todo eso es, en un sentido
preciso, l ó g i c o , en cuanto que, por ejemplo, 'áto­
mo' o 'fotón' están costituídos por la idea de sí mismos, y
así es como la lógica o lengua se mete en la física o reali­
dad; sólo que de ahí se pasa, por parte de Schroeck y Blu­
menthal, a que ello se c o n c i b a , con el error muy
humano sobre el que he de volver luego, y que por ese
camino se llegue (cita de Blumenthal en p. 626) a que
"there is a fundamental, underlying, 'spiritual' reality
which exists beyond space, time, matter and energy but
gave rise to these during the Big Bang" etcétera.
Tal era una muestra de las especulaciones de científi­
cos, cuando alguno de ellos se lanza a tanto, bien distin­
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 173

tas ciertamente de las disquisiciones vanas, caprichosas o


sugerentes, y en todo caso abusivas de términos mate­
máticos o de ciencia, contra las que Sokal-Bricmont han
levantado su denuncia y el consiguiente escándalo; y, sin
embargo, no tan distintas en lo esencial unas de otras
(¿cómo iban a serlo, si la palabra 'filosofía', que todavía
en Kant valía para decir 'la Ciencia', que aún no se decía,
los sigue abarcando a unos y a otros, por más que los
unos procuren u sa r c o m o su lenguaje uno puramente
matemático y los otros se pierdan en pura literatura?: ¿es
que números y letras no son ambos escritura, configura­
ciones visuales de elementos de la lengua?), y las unas y
las otras formulaciones participan en común de la equi­
vocación, muy humana, de desconocer lo más (de sobra)
evidente, la presencia y función de la lengua que unos y
otros (sea matemática o sea literaria) emplean para sus
especulaciones, interpretaciones y formulaciones; y,
como dice en Heraclito (ne 9, 72 D-K) la razón, "con lo
que más de continuo tratan, razón que todo lo gobierna,
con eso están en diferencia, y las cosas con que cada día
topan, ésas se les aparecen como estrañas", y sigue en
nos 10 y 11; esto es, que creen y se fijan en la Realidad
(eso de lo que hablan, y lo mismo si la llaman n ature o re-
ru m n a tu ra algunos físicos que si se refieren otros a una
realidad social, en que también la Ciencia está implicada)
y creen que está dada de por sí, independientemente de
la lengua (vulgar, matemática o hasta poética) en que se
habla de las cosas de la Realidad. Se olvidan de lo más
elemental: que a una silla, para que sea real, es decir,
para que exista, lo primero que le hace falta es que sea
una silla (si vacila entre ser silla o banqueta o sillón o ta­
burete, ¿qué es lo que existe?, ¿de la realidad de qué es­
tamos hablando?), y asimismo, si las sillas se reducen a
174 Agustín Garda Calvo

átomos o fotones, para que un átomo o un fotón sea


real, y a consecuencia de ello le sucedan las más enreve­
sadas aventuras, lo primero que requiere es ser átomo o
fotón (o, si no, ¿qué?); y pienso que es de sentido común
de veras que esa condición tan sólo se la puede suminis­
trar la lengua, o, más precisamente (pues que la lengua o
razón común está ahí, pero existir no existe), el idioma
(vulgar, culto o matemático — da igual) en que se habla
de esas cosas, y, aún más precisamente (p.ej. para 'silla',
'átomo' o 'fotón'), el vocabulario semántico del idioma
correspondiente. Asimismo, la distinción (lógica) de cosa
y cosa es inseparable de la separación local (véase cómo
Ferrero-Santos en el ensayo citado, p. 19, se debaten con
el 'principio de localidad' a partir de la correspondencia
epistolar de Born con Einstein), y es que, en efecto, el es­
pacio real (el del mundo de que se habla) está al mismo
tiempo fundado en y en contradicción con el campo de
ejercicio de la lengua (el e n q u e se habla), donde
estamos TÚ y YO, que no es real, sino presente. Y todavía
más: que, por ejemplo, eso de que le suceda algo a algo,
la distinción entre res (cosa, thing ) y euentum (suceso o
proceso, e v e n t), con la consiguiente, elocuente, duda,
cuando la Física penetra a fondo en sus propias implica­
ciones, de si un ente es th ing o event (o, como solía dis­
cutirse, onda o corpúsculo, aunque esa discusión, como
veremos, tiene otro fundamento, aún más elemental),
eso mismo está también paladinamente condicionado
por la gramática de las lenguas de esta familia, las de la
Cultura dominante, que opone, entre las palabras semán­
ticas, las de tipo 'verbo' a las de tipo 'nombre', pese a
que, en la práctica de la lengua viva, se acuda a otros
mecanismos pertinentes para saltarse, cuando se requie­
ra, lo simple y neto de la oposición.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 175

Me paro todavía un rato a tantear, en algunos puntos


de la teoría cuántica, apariciones de ese ignorado conflic­
to o implicación de física con lógica o lenguaje. Me valgo
ahora, junto a los otros, del escelente estudio de Fernan­
do Bombai 'Los modelos matemáticos de la mecánica
cuántica', publicado en La C ien cia en el Siglo xx del 'Semi­
nario Orotava de Historia de la Ciencia' 1999, pp. 115-
145, donde da cuenta de la evolución y debate de las te­
orías en los primeros decenios de este siglo (a la verdad,
parece que, después de 1930, no ha habido más que re­
toques, reformulaciones en el aparato matemático, y más
bien vagas tentativas de componenda), con tan loable
claridad en su esposición que, aun no pudiendo, profano,
leer debidamente las ecuaciones y trasformaciones, pien­
so que he podido percibir en ellas los quiebros y vueltas
que a mi propósito de hoy atañen. Descubierta en los
procesos microfísicos (sólo indirectamente observables,
esto es, con intervención de una interpretación de fenó­
menos esperimentales o de una deducción procedente
del propio aparato matemático) una discontinuidad y
q u a n ta o saltos discretos en el movimiento, que contra­
riaban, no ciertamente las apariencias macrofísicas, don­
de lo ingènuo o primario es la discontinuidad o distinción
de cosas, sino las concepciones científicas previas, que
trataban la sub-realidad atómica o subyacente mediante
cálculos de la continuidad, diferenciales o infinitesimales,
desarrollados precisamente para eso, a partir de ahí el de­
bate esencial es el de cómo tratar el "salto del electrón"
de modo que no amenace la continuidad (y con ella la
noción tradicional de 'causa') de los procesos naturales.
Véase p.ej. a propósito de la introducción de la "ecuación
de ondas de Schrodinger", con algunas justificaciones de
éste, en pp. 1 31-1 35. El debate es doble: uno, la compe­
176 Agustín Garda Calvo

tencia entre formas de cálculo preferible (las cuales, a su


vez, se renuevan y espanden por la necesidad de servir a
ese fin) y la de interpretaciones o teorías de los procesos
supuestamente observados que den cuenta del conflicto
(y lo reduzcan a unidad en un plano más astracto) de la
manera más satisfactoria o productiva, pero es claro que
ambas competiciones implicadas la una con la otra. Es
ilustrativo seguir (p.ej. en p. 134) la de Mecánica de Ma­
trices con Mecánica Ondulatoria, en relación con una
que podríamos decir, simplificando, 'álgebra (para entes)'
frente a 'análisis (para flujos)'. Viniendo a lo de más bulto,
la oposición 'onda/corpúsculo' (v. en p. 130 a propósito
del estudio 'Ondes et quanta' de L de Broglie, 1923),
con toda su apariencia física, me parece algo que, como
todas las grandes cuestiones físicas, tiene que reducirse a
o corresponder con (aparte lo antes advertido de lo que
nuestra oposición idiomàtica de 'verbo/nombre' haya in­
fluido en ella) una cuestión lógica: a saber, que, estando
la Realidad costituída por una necesaria colaboración de
'palabras de significado' con 'cuantificadores', la forma
de aparición 'átomo' o 'corpúsculo' corresponde a lo pri­
mero, al ente denom inado, y la forma de aparición
'onda' o 'vibración' a lo segundo y su proceso de cuanti-
ficación, y al de cuantiflcación de su movimiento, en
cuanto éste, a su vez, se denomina o toma valor semán­
tico, ya se dé el proceso con Q numéricos o con Q de
continuidad (como 'mucho(s)') o Q contrastivos (como
'mayor' o 'más rápido'), y, al penetrar la Ciencia (por de­
ducción o por microscopio) en la realidad, ha de venir a
encontrarse con ese fundamento; y todavía, cuanto más
"pequeño" (intangible) el corpúsculo, más sutiles los pro­
cedimientos de cuantificación que aseguren su entidad.
Por lo demás, la cuantificación estocástica (v. en p. 1 33 a
De ¡a danza a ¡a escritura, las gramáticas y )'<> mismo 177

propósito de la interpretación probabilística de Born) in­


troduce, por la misma lógica, la indefinición o no-defini­
ción-puntual en los entes de la física. En fin, es también
reveladora la equivocación (p.ej. en el ensayo de M. Fe-
rrero-E. Santos citado antes, p. 12) de que se llegue a ha­
blar de "una medida numérica de la diferencia" entre dos
seres (ahí, dos sistemas solares, para la demostración de
que no puede concebirse un universo abierto, ya que "el
infinito cardinal no existe", y el universo ha de ser un
todo), es decir que se confunde la diferencia (semántica)
de 'SÍ o NO', 'el mismo/otro', con la diferencia cuantitati­
va de 'más' o 'menos'.
Así sucede que justamente cuando la lógica de los
hombres, tomando las formas más finas y complejas del
lenguaje matemático, se aplica a la Realidad (física o, si se
quiere, económica o social también), es cuando viene a
debatirse con la necesidad de la indefinición o infinitud.
No se trata de que, como Sokal-Bricm ont en su libro
p. 59 dicen, "el conjunto de todos los textos escritos a lo
largo de toda la historia de la humanidad es un conjunto
finito" (lo cual sólo sería verdad si se hubiera definido
m anu m ilitan qué es lo que abarcan y no 'escritura', 'hu­
manidad', 'historia') ni de que "cualquier lenguaje natu­
ral [...] posee un alfabeto finito" (lo cual es cierto, sólo
con confundir 'letras' con 'fonemas') "y una frase, o in­
cluso un libro, es una sucesión finita de letras", ni hay
que agradecerles que concedan al menos que "por lo
tanto, incluso el conjunto de todas las sucesiones finitas
de letras de todos los libros imaginables [...] constituye un
conjunto infinito enum erable" (no veo por qué no podría
ser uno finito, si no es porque, entre las otras palabras de
los libros estuvieran también los números de la serie
t o d o s , que es a los que propiamente toca la noción
178 Agustín Garda Calvo

de 'infinito enumerable'), sino de una infinitud más grave


(más que la propia potencia del continuo), que es que el
vocabulario de significados que en un idioma cualquiera
(incluido uno matemático aplicado a la realidad) se use
es algo verdaderamente no finito, en cuanto que (o) no
hay un número de vocablos semánticos, sino que están
costantemente entrando y saliendo del diccionario de la
gente que lo usa, ( b ) por ende, nunca el significado de
una palabra está cerradamente definido, y (c) cada acto
de habla con empleo de algunos de esos vocablos altera
imperceptiblemente su significado y por tanto las relacio­
nes entre palabras semánticas en el aparato del nunca ce­
rrado vocabulario. Es así como, en cualquier lenguaje que
emplee, la Ciencia se debate con la renovada indefinición
de su vocabulario, por donde se le cuela la verdadera infi­
nitud; y, al tratar de reducirla, como ejemplarmente en la
Física o Mecánica de los quanta, ello mismo la lleva, ho­
nestamente y a su pesar, a un redescubrimiento de la in-
definitud.
Lo malo es lo positivo. Reina por doquiera, en Ciencia,
en Letras, una pretensión de determinar o definir (un he­
cho, una cosa, un suceso) y de hallar su verdad o false­
dad por recurso a la realidad misma (social, física, psíqui­
ca, mística — da igual), olvidando que 'determinación',
'definición', 'verdad' y 'falsedad' también, son actos lógi­
cos, esto es, de razón, de lengua (entes y relaciones defi­
nidos sólo pueden serlo los puramente ideales, p.ej. los
de una geometría perfectamente costruída, los de un len­
guaje de vocabulario cerrado, p r e p a r a d o precisa­
mente para ello, pero nunca los de la Realidad), y ¿cómo
Realidad o Rerumnatura va a decidir la verdad o esactitud
de esas operaciones, como no sea que es ella misma lógi­
ca, que ella misma habla?
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 179

Lo mismo la Ciencia que las especulaciones semióticas


y hasta las psicodélicas, convierten enseguida el descubri­
miento de la indefinición o infinitud verdadera (que por
bajo de la Realidad descubre la razón en contra del voca­
bulario del idioma) en algo que tiene también su nom­
bre, es decir, que vuelven a someterlo a la semántica del
idioma y a la realidad de la tribu correspondiente, así sea
(peor si es) el idioma y realidad de la Cultura dominante,
no ya por el desarrollo de un lenguaje matemático que
dé cuenta de la contradicción descubierta y trate de unifi­
carla (seguir los avatares de la Mecánica Cuántica y sus
formas de cálculo a lo largo de un estudio como el citado
de F. Bombal es una ejemplar ilustración), sino, más des­
caradamente, por la invención de nuevos nombres del In­
cógnito. Pues a lo más que físicos o semióticos llegan es a
reconocer "otras realidades", espirituales o subjetivas o
místicas o trascendentales (así, la de "la intuición y per­
cepción subjetiva" de que Sokal-Bricmont hablan en el
pasaje citado arriba, así la "'spiritual' reality" en el testo
citado de Blumenthal, así por dos veces, pp. 1B y 15, en
el artículo de Ferrero-Santos, a un "mundo objetivo" o
"exterior" no se les ocurre oponer más que "el sujeto y
su conciencia"; y, por otra parte, encuentro hoy, en la
clara reseña de V. Verdú en SABER/leer ns 133 al libro de
J. Baudrillard L'éch a n g e im p o ssib le 1999, la añoranza de
una realidad verdadera, aniquilada bajo ésta (a la que por
ende se declara Realidad Virtual o Hiperrealidad), inútil­
mente, ya que todas ellas pertenecen a la misma Realidad
(aquello de que se habla, que ni es lo que habla ni está
donde SE habla), las subjetivas (¿no son acaso objetos los
sujetos de los que se habla?) o espirituales o pretéritas o
místicas lo mismo que las llamadas físicas o sociales o fi­
nancieras.
180 Agustín García Calvo

El reconocimiento de la implicación de la lógica (la


lengua) en cualquier Física o en una no sé qué Poesía o
Literatura (que exigiría que la Física misma o la Poesía se
reconocieran a sí mismas como un caso de lenguaje, por
más matemático o poético que fuese, cosa que nunca
van a hacer ni científicos ni poetas), paradójicamente, al
dar entrada a la razón y lengua (que es c o m ú n , y
para nada subjetiva, como tampoco objetiva), abriría a la
indefinitud y liberaría de la necesidad de la Realidad, que
para sostener su imperio proclama que ella es todo lo
que hay, y que no hay más. Pero la humana necesidad de
que ese descubrimiento se convierta, a su vez, en un sa­
ber, o Ciencia o Literatura, y se conciba, con ¡deas, con
palabras de significado (junto con los cuantificadores
consiguientes), vuelve a reducirlo al imperio de la Reali­
dad, y así a servir al Poder, que está siempre intentando
cerrar las posibilidades de lo otro, las desconocidas y sin
fin, dando con ello lugar a disputas de ideas, entre diver­
sas formas de concepción de las realidades, que no hacen
sino confirmar con su contienda misma la Realidad; y,
por no reconocer la evidencia elemental de que la lengua
o razón común está al mismo tiempo (contradictoria­
mente, como es debido) dentro y fuera de la Realidad, se
viene, por ejemplo, a controversias entre formas de fe,
como ésta de semióticos o posmodernos con científicos,
cuyo ruido escandaloso promueve, de paso, un conside­
rable movimiento de dinero, realidad de las realidades.

Publicado en la revista C LA V E S C ll, m ayo de 2 0 0 0 .


UNA CARTA

Zam o ra, D iciem bre de 1 9 9 6

A D o n Jóse-Luis Ló p ez A ran guren


D O N D E Q U IE R A Q U E SEA

Querido amigo:
lo primero que se me ocurre, al ponerme
a escribirte para darte noticias de la actualidad por estas
tierras, es repetirte algo que tú sabías muy bien, y que
ahora sabrás mejor seguramente: que esto de las actuali­
dades no es más que la aparición, la epifanía, de la eter­
nidad.
Por ejemplo, estos días atrás, una noche y una maña­
na, la primera nieve del año vino a caer sobre nosotros, y
agradecido encendía el corazoncito como un cirio dora­
do en las oscuras grutas en donde vive, saludándola
como algo nuevo, como en verdad lo era, y que dejara el
aire como limpio de todas las escrituras de la Historia,
como en verdad lo hacía, para que alguien trazase en él
al vuelo una palabra verdadera; y sin embargo, era lo de
siempre, como siempre: era la nieve que tantas veces has
182 Agustín Garda Calvo

visto tú caer por las encinas y peñascales de Ávila o sobre


Madrid al otro lado de la sierra de Guadarrama.
Lo mismo siempre, y cada vez tan nuevo; y no me de­
jarás decir que nuevo a pesar de ser lo mismo, ni lo mis­
mo pese a ser nuevo, no: más bien, que lo uno va con lo
otro y en verdad no cabe separarlos: lo de siempre es
nuevo, porque siempre, cada vez, ha sido nuevo, siempre
a cada nevada la nieve nueva; y lo nuevo es lo de siem­
pre, sencillamente, porque se ha olvidado de lo nuevo
que era cada una de las otras veces, y ha querido ence­
rrarlas todas en un siempre sin veces, en una eternidad
muerta.
No hará falta que te recuerde el estribillo aquel de
nuestro Machado de cuando joven, "Hoy es siempre to­
davía", contra las pretensiones de las actualidades, las de
sus años o las de éstos, de traer a la Historia algo de veras
nuevo (a lo mejor, hasta el fin mismo de la Historia), en
fin, de hacer época, como ellos dicen y, cuanto más se les
hace evidente que en verdad no pasa nada, más tienen
que proclamar por altavoces y pantallas que pasan cada
día cosas, nuevas, decisivas, y que a vueltas con ellas va­
mos hacia algún sitio, hacia el Futuro que les venden a
las poblaciones. ¡Qué claro estarás tú ahora viendo y qué
sereno lo que era ese Futuro y la vanidad de la Fe que
rige el mundo!
Pero, sin embargo, puede tal vez que me permitas
(puesto que una de las últimas veces que estuve hablan­
do contigo, entre gente, fué a propósito de sus escritos y
sus descubrimientos) que te relacione eso con aquel otro
estribillo de Freud, de sentido aparentemente tan contra­
rio, aquél que se formula a veces y late siempre por deba­
jo de sus razonamientos, el de que nada se pierde del
todo nunca.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo m

Hay, ciertamente, y a cada paso, olvidos de concien­


cia, cosas que dejan de saberse; pero eso olvidado de
conciencia sigue, tanto mejor acaso y más eficazmente,
manteniéndose en lo oscuro y desde ahí operando sobre
las almas y sobre el mundo. Sólo la presuntuosidad de los
que quieren reducirlo todo a la conciencia y el saber pue­
de embotarles los sentidos para sentir razón tan clara.
Estoy estos días ajetreándome en la edición crítica del
poema de Lucrecio (y es el tercero que aquí traigo a tus
oídos o tus ojos de esos pocos muertos vivos, que son los
menos de los muertos, como son también los menos de
los vivos, con los que tú y yo, indiferentemente, segui­
mos hablando cuando los ojos o los oídos se nos abren),
el cual es tal vez la mejor muestra de esa pretensión de la
Ciencia de saberlo todo, sólo que tan declarada en él, tan
exagerada y consecuente, que por lo que suena a deses­
perada nos conmueve: la Física de Epicuro ha acabado
con todas las religiones y con el miedo de la muerte de
que todas nacen.
No me entretengo aquí en asombrarme y recordar
contigo cómo es que la Física, la Ciencia de la Realidad,
ha venido a convertirse, a su vez, en la Religión de esta
última época, de la actualidad en que la eternidad se nos
revela cada día: eso es un caso trivial y tú lo tienes bien
sabido. Lo que me importaba era preguntarte si tú tam­
bién te has fijado en cómo era el método por el que esa
Física debía terminar con el miedo de la muerte: que era
justamente llegando a una conciencia, limpia y total, des­
piadada y sin resabios, de la propia mortalidad de uno,
de que uno entero, su cuerpo con su ánima y su ánimo
incluidos, no tiene otro destino que disolverse en los áto­
mos que lo componen; eso nos libra del miedo de la
muerte, que sólo nos envenena porque no acabamos de
184 Agustín Garda Calvo

desarraigar de nosotros alguna creencia, alguna idea, de


la pervivencia de uno mismo, de su eternidad; pero, lim­
pios ya de eso gracias a la Física, enteramente convenci­
dos de la total mortalidad de uno, entonces ya no hay
miedo. ¿Qué te parece a tí de eso?
En todo caso, ello es que la Física ha trasladado la in­
mortalidad a otro sitio, a saber, al átomo, al indivisible y
elemental. Y ¿no tendría razón el que decía que, donde­
quiera que haya un átomo, allí estoy yo? Pero es, de to­
dos modos, apasionante asomarse, de la mano de Lucre­
cio, a ver caer los átomos por el espacio sin fin
eternamente; sobre todo, cuando llega ese momento en
que la ciega obediencia a la Ley, que es para el átomo su
caída, tiene que hacerse compatible con su capricho o li­
bertad, o como se le llame: porque es que, en ese mo­
mento, la desviación mínima de la caída perfectamente
vertical, la desobediencia mínima a la Ley, da cuenta, cla­
ro, de la libertad, de la necesidad de que haya libertad,
pero, mucho antes que eso, da cuenta de la Realidad
misma: porque, sin eso, los átomos no se entrechocarían
nunca y, por lo tanto, no habría cosas ni habría mundos
ni tampoco almas.
Así que mi desobediencia a la Ley, por mínima que
sea, mi desviación o imperfección de mi propio ser, viene
a esplicar, por un lado, la Realidad y la presencia en ella
de mí mismo como ser real, pero, por otro lado, como li­
bertad o liberación de mí mismo que ella era, deshace la
pretensión de regla o ley que la Realidad tuviera, y desha­
ce con ello mi propia costitución real. Y eso sí que es un
entrechoque creador, el de lo uno con lo otro.
No sé cómo, a estas horas, te sonará a tí todo esto;
pero era por motivos o vislumbres como éstos que te
cuento por lo que deseaba tanto seguramente volver
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 185

también a estudiar contigo cómo era eso de Dios y de la


Fe, la religiosa y la científica, que son la misma para el
caso.
No debo dejar de confesarte que me he atrevido a sa­
car por estos días (mira tú por dónde) un libro D E D IO S,
que bien habría estado tal vez que lo hubieras, antes de
irte, visto o tenido al menos entre las manos; y te lo en­
viaré seguramente, si me das tus señas actuales. Pero lo
que de veras deseaba era hablar otra vez contigo (como
habíamos empezado a hacer el día, no hace tanto, que se
presentaba al público el primer tomo de tus Obras) de
Dios, discutir de Dios contigo largamente, como otras ve­
ces, más lejos, solía discutir de Dios con mi madre en los
años de mi adolescencia, cuando me estaba debatiendo,
un tanto desaforadamente, contra la formación de mi
propia alma, con la que se quería que cargase para siem­
pre.
Y por eso era seguramente por lo que, a falta de voz,
al menos te escribía.
Ya sé que probablemente no vas a responderme: hay
tantas dificultades para el correo, y esto de las cuentas
del Tiempo está tan lioso y enrevesado...
Pero, de todos modos, te aseguro que también tu si­
lencio es elocuente, que me está diciendo tantas cosas.
Y quiero con estas cuatro letras agradecértelo.
Hasta pronto, y salud.

Pu blicad o en la revista IS E G O R ÍA del C .S .I.C . XV , abril de 1997,


pp. 5 1 -5 3
SOBRE EL SUJETO

PR EV ISIO N ES PARA LA SE S IÓ N
D E LA U N IV ER SITA T D 'ESTIU
EN G A N D ÍA EL 6 D E SETIEM BRE '96

El no ofrecerse un testo escrito previo a la sesión, pre­


viendo lo que se va a decir, es algo que ya de por sí tiene
relación con la forma en que en esa sesión se desea plan­
tear la cuestión misma del SUJETO, en cuanto que toca a
la contraposición entre 'aquello de que se trata' y 'los
que tratan de ello': así se intenta que, en esas horas de
estudio común, el tema s e d i s c u t a verdadera­
mente entre los participantes, esto es, que se descubra lo
poco y mal que sabíamos qué era 'SUJETO' gracias preci­
samente a que era cosa consabida; si la discusión se escri­
biera previamente, se habría tomado partido en la con­
tradicción, de manera que 'SUJETO' sería no más aquello
de lo que se habla, y por ende los que hablaran de ello
no serían más que SUJETOS de los que se habla, perdién­
dose la posibilidad de que fueran sujetos del hablar, en
un sentido no sabido previamente, posibilidad que, pese
a la tendencia general y mayoritaria a reducirlo todo, y
188 Agustín Garda Calvo

reducirnos todos, a mera realidad, esto es, SUJETOS de


los que se habla, se desea mantener en esta ocasión
abierta.
Únicamente, se pueden preveer, siempre a salvo de lo
que ocurra, algunas líneas de método y algunos istru-
mentos que parecen útiles para el caso.
Se considerará, pues, el desarrollo del término entre
los antiguos, especialmente los usos aristotélicos de hypo-
kéim enon y sus traslaciones al latín subiectum , separando
de sus aplicaciones a la terminología gramatical y a la fi­
losófica aquéllas otras que vienen del empleo jurídico y
político, si bien no dejen de notarse las implicaciones
posteriores de unos y otros usos en los lenguajes de Cul­
tura medievales y modernos.
Se razonarán con cierto detenimiento los usos grama­
ticales, aún vigentes, de 'sujeto', se aludirá a los debates
actuales sobre la noción de ' subjecthood' en las lenguas, y
se procederá, siguiendo la discusión de D e la costrucción
(d e l lenguaje II) pp. 446-447, a la eliminación del Sujeto
de la Gramática. Las cuestiones de 'thema' de frase bi­
membre, de 'actante' lingüístico y de 'agente' de la ac­
ción de que se habla, quedarán debidamente implicadas
en ese proceso de eliminación.
De la confusión reinante en la jerga de los gramáticos se
pasará a la reinante en la de los filósofos (se contrapondrán
a ello, de paso, los usos vulgares que el término culto ha al­
canzado, y su relación con la política), no sin hacer notar
los vínculos entre la confusión gramatical y la filosófica.
La cuestión central, en esa parte de la discusión, habrá
de ser la del embrollo entre 'el de que se habla' y 'el que
habla' (la sustantivación de 'el Yo' será punto notorio de
ese estudio), con las motivaciones reales que han promo­
vido dicho embrollo y lo han hecho mantenerse.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 189

Esto exigirá sin duda aclaraciones en torno a la noción


de 'realidad' (y 'existencia') frente al lenguaje en acción y
con la idea de 'lenguaje', para lo que seguramente se vol­
verán a usar algunos de los fragmentos pertinentes de
Heraclito, según publicados en R a zó n com ún... Heraclito
'Lucina' 1985, así como a abordar la cuestión del Tiem­
po, según los ataques del C o n tra el Tiem po 'Lucina' 1993.
Com o una salida de la Filosofía (y de la Ciencia) y en
una precisa contradicción con ella, se vendrá a parar en
la cuestión del psico-análisis y su sentido como 'disolu­
ción del Yo' o 'del Sujeto'. Para llegar a ese trance, se par­
tirá, como istrumento adecuado, del silogismo cartesiano
'Cogito, ergo sum'.
Ese sentido del psico-análisis tratará de descubrirse en
algunas de las formulaciones de S. Freud, en 'Análisis ter­
minable e interminable' y, para las implicaciones políti­
cas, 'El malestar de la Cultura', entre otras obras, pero
también en otras formulaciones, antiguas y diversas,
como, especialmente, el testo del Evangelio de S a n Lucas
17, 34-37, el soneto de A. Machado 'Oh soledad, mi sola
compañía' y los de M. de Unamuno en el primer ensayo
de 'Andanzas y visiones españolas'.
Pero, en todo caso, se intentará mantener en el psico­
análisis el sentido de una a c c i ó n , no una teoría, de
tal manera que esa acción, del lenguaje contra la reali­
dad, ayude a r e s o l v e r el problema del Sujeto en el
acto mismo de d i s o l v e r l o .
Las Implicaciones, tanto personales y anti-personales
como públicas o comunes, se confía en que surjan a lo
largo de la discusión con los asistentes.
QUE EL YO NO SOY YO

De una charla en la Facultad de Psicología de Somosaguas.

... Y esto me sirve como ejemplo de la principal difi­


cultad con que nos vamos a encontrar para intentar ha­
cer algo esta mañana. Hacer. Hacer. Hablar entendido
como hacer, cosa sobre la cual volveremos al final.
La principal dificultad para nosotros es que esto es de­
masiado claro. Comprobadlo con el título: "Que el yo no
soy yo". ¿Lo habéis entendido? ¿Habéis entendido lo que
dice? Evidentemente, desde el punto de vista gramatical,
es inevitable, porque está dicho en lenguaje corriente: no
hay más que un terminacho de jerga, que es precisamen­
te el término 'el yo', pero, por lo demás, en cuanto a la
sintaxis y todo lo demás, está en lenguaje corriente, así
que el sentido gramatical — digamos— tiene que haber
sido para vosotros evidente desde el principio y, en ese
sentido, habéis entendido qué es lo que dice la frase
"que el yo no soy yo".
¿Habéis entendido más? ¿Habéis entendido qué es lo
que implica esa formulación, a qué sitio nos puede llevar,
contra qué cosas nos tiene inevitablemente que lanzar?
192 Agustín Garda Cabo

Eso es más dudoso, y ésa es la dificultad metódica que os


quería poner por delante. Esto, como todo lo que voy a
dejarme decir por esta boca, tiene la dificultad de que es
demasiado claro. Y ésta es una dificultad evidente, sobre
todo estando en academia, donde el curso normal es,
para fingir que se entiende, recurrir a las jergas, reducirlo
todo a jergas más o menos científicas, garantizando de
esa manera que nada se entienda de verdad. Por mi par­
te, empleo en todo lo posible el lenguaje corriente, y si
empleo algún término de la jerga, como es el mismo de
'el yo', será solamente como objeto de ataque.
Porque — aquí está la dificultad— también la Psicolo­
gía es una ciencia. ¿O no? Supongo que sí. La Psicología
es una ciencia, y ser una ciencia, aunque no pretenda ser
una ciencia tan ciencia como la Física, como la reina de
las ciencias o ciencia por escelencia, pero, en la medida
en que ha de ser una ciencia y que imite más o menos a
la Física en cuanto al empleo, sobre todo, de los cuantifi-
cadores, de números, de cálculos, tanto en el registro de
esperimentos como en la estadística, en la medida en
que es una ciencia, trata acerca de realidades, acerca de
una realidad.
Las Ciencias tratan acerca de la Realidad. Ésta es otra
cosa demasiado clara.
Que la Ciencia trate acerca de la Realidad implica que
la Ciencia está fuera de la Realidad, puesto que trata
acerca de ella. De forma que la Psicología, al tratar de
realidad, se escindiría ella misma de ser una realidad. Sal­
vo que, claro, como sucede a cada paso, en lugar de ha­
blar de la realidad de que habla la Psicología, digamos
con un término arcaico, el alma, en lugar de hablar de
una realidad, ésta, el alma, o la personalidad, o la perso­
na, o hasta el yo, en lugar de hablar de eso, hable de psi-
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 193

cologfa. Por ejemplo, hemos entrado en una Epistemolo­


gía de la Psicología, com o a cada paso las ciencias pasan
a ser una epistem ología de sí mismas. Entonces sí, enton­
ces ya la Psicología es el objeto de que se trata: no se ha­
bla del alma; se habla de la Psicología, y en ese momen­
to, por supuesto, la Psicología ha entrado a formar parte
de la Realidad, y, en la medida en que se habla de ella, ya
no es ella la que habla; ya hay otra manera de hablar que
queda fuera de esa realidad.
¿Véis lo que os prometía o amenazaba? Es demasiado
claro. Es demasiado claro, y tanto temo a esta escesiva
claridad que os pediría incluso que, sin aguardar a colo­
quios finales para los cuales no vam os a tener segura­
mente tiem po ninguno, me interrum páis exigiéndom e
que os ponga las cosas un poco más oscuras, para ver si
las entendéis mejor. Porque ése es el procedimiento habi­
tual.
Si la Psicología es una ciencia, como debe serlo, trata
acerca de la Realidad, digam os ésta, el alma, o la perso­
nalidad o la conducta personal o, como acabo de oírle
decir al profesor Monedero, el propósito, los propósitos
hum anos, una definición que trataré de usar tam bién
más adelante. Trata acerca de esas realidades, llamémos­
las como las llamemos; para eso es una ciencia.
Pues im aginad que abrís un tratado cualquiera de Psi­
cología y que os encontráis con una frase com o ésta:
"Síndrom e de ansiedad de desprotección es esto que me
está pasando ahora mismo según lo estoy escribiendo".
Os encontráis esta frase y decís "Esto no puede ser; evi­
dentemente esto no puede estarlo diciendo el autor del
tratado". Inmediatamente miráis a ver si está en letra pe-
queñita y si es que está citando la carta o el testimonio
de algún enfermo que sirva como caso de eso; pero que
194 •Agustín García Calva

el autor para esplicar el citado síndrome se esprese de esa


manera y diga "Síndrom e de ansiedad de desprotección
es esto que me está pasando a m í ahora mismo según lo
estoy escribiendo", eso no pasa.
En ningún tratado de ciencia, de ninguna, ni de Psico­
logía, podéis encontrar formulaciones como ésas. Formu­
laciones como ésas que, si recordáis bien la fórmula que
me acabo de inventar, im plican "es esto". Vamos, la frase
empieza muy bien, empieza con un terminacho, empieza
con una cosa perfectam ente m anejable: "síndrom e..."
(también me lo acabo de inventar ahora, no sé si corres­
ponde a algo ), "síndrom e de ansiedad de desprotec­
ción". Vamos, estamos en plena jerga, es decir, estamos
tratando de la realidad. Pero luego sigue "es esto".
"Esto" no puede aparecer en ningún tratado de ciencia.
"Es esto que me está pasando". "M e" mucho menos to­
davía. ¿Cóm o "m e" va a entrar como término de un tra­
tado de ciencia? "Está pasando ahora m ism o", con el
presente y con el "ahora mismo" ratificándolo. No, hom­
bre. "Ahora mismo" en un tratado de ciencia no se pue­
de decir. "Según lo estoy escribiendo", para acabar de re­
m atar la faena: eso es una cosa que no cabe, este
presente, "según lo estoy escribiendo", que aludiría al
hecho mismo de estar form ulando el tratado el propio
autor. Esas cosas están escluidas de cualquier formulación
científica. Cosas com o 'esto', 'aquí', 'ahora', 'm e', 'yo'...
Esos térm inos, que pertenecen a la lengua corriente y
que los em pleam os con más frecuencia que ningunos
otros, a cada paso y para cualquier función del lenguaje,
todos esos térm inos están escluidos de la ciencia. Una
ciencia no puede tratar de 'aq u í'; no puede tratar de
'esto'; no puede tratar de 'm í'; no puede tratar de 'aho­
ra'. Todo eso está fuera.
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 195

Si una ciencia, o una filosofía, que yo no distingo para


nada (la verdadera filosofía que hoy padecem os es la
Ciencia, y lo demás que se llama filosofía no son más que
complementos, restos, accesorios), si una ciencia o una
filosofía se empeña en tratar de cosas de ésas, pues ¿qué
hace? Trata, no de 'aquí', porque eso es imposible, pero tra­
ta de 'el aquí'. ¡Ah! Eso ya es un término filosófico: 'el aquí'.
Eso ya puede ser un término científico. Trata de 'el aho­
ra'. De 'ahora' es im posible que trate. Para eso está la
lengua corriente, pero el lenguaje de la ciencia no puede
tratar de 'ahora'. Tratará de 'el ahora'. Pero 'el aquí' y 'el
ahora', notadlo, se han convertido en realidades; por eso
se puede tratar de ellas: 'el aquí', 'el ahora'. Por tanto,
pueden ser objeto de una ciencia o una filosofía, pero ya
son lo que no eran. Ya no hacen lo que hacían 'aquí',
'ahora', ya no están diciendo precisamente eso.
Hace poco tuve que habérmelas en pleno reino de la
reina de las ciencias, de la Física, con el libro de un físico,
medio académ ico medio m arginal, Barbour, que se titula
"The End of Tim e", donde proponía una Física sin tiem ­
po. Y, efectivamente, esa Física, cuyo desarrollo no es al
caso traeros aquí, acababa por reducir todo a configura­
ciones y variedades que sustituyeran al cam bio temporal,
de forma que el tiempo quedaba elim inado, y los entes
últimos que quedaban eran los que llama "cápsulas de
tiem po": los ahoras. Esto de "los ahoras" ya lo decía Aris­
tóteles mismo: tó nyn, tá nyn, los ahora. Pero evidente­
mente los ahora no son ahora. Los ahora no son ahora:
los ahora están ya fijos en la realidad y el intento de Bar­
bour de hacer una Física sin tiempo es un intento que no
tiene sentido. Es sugerente y honrado, hasta cierto pun­
to, el intento; después de los progresos de la mecánica
cuántica es, incluso, hasta lógico. Pero es, por supuesto,
196 Agustín Garda Calvo

un imposible. La realidad está justamente fundada en la


conversión de 'ahora' en 'un ahora', 'el ahora', 'los aho­
ra'. Está fundada justamente en esta reducción del tiem ­
po que de verdad está pasando, que es inasible, incapaz
de ser objeto de ninguna ciencia, a 'un ahora', 'el ahora',
que ya son formas de la realidad y que, por tanto, pue­
den ser objeto de ciencias de la realidad, de filosofías.
Supongo que aparece bastante claro el cam biazo (si
no, ahora en seguida me lo diréis) y, naturalmente, esto
que os he mostrado con 'aquí' o 'ahora' podéis aplicarlo
a todos esos términos que tienen esta condición de que
no significan en sentido estricto, sino que hacen algo
más: apuntan; apuntan en relación con el acto mismo de
hablar.
Sí, en un tratado relativamente científico puede apare­
cer 'ahí', pero eso si 'ahí' es un anafórico que remite a un
esquemita que el autor ha puesto. Es a lo más que se
puede llegar. En una geom etría ilustrada, por ejemplo,
uno puede decir "esto", pero si 'esto' quiere decir 'el teo­
rema que acabo de formular antes': un anafórico que no
nos saca para nada del testo. Pero de esto de verdad,
esto que está aquí ahora mismo, de eso no hay ciencia
que trate. Por lo tanto, de m í o de tí, mucho menos.
'M í' o 'ti' no somos nadie real. 'Yo' es cualquiera. Es
cualquiera con la sola condición de que esté hablando.
'Yo' es cualquiera que está hablando. Y 'tú' es cualquiera
al que se está hablando. Y eso, señores, eso no puede ser
objeto de ninguna ciencia. De eso no se puede hablar. Si
se habla de ello, ya ni es el que habla ni es al que se ha­
bla: es de lo que se habla. Y eso es lo que se hace. Eso es
lo que, inevitablemente, tiene que hacer cualquier Psico­
logía, que em pieza, de unas maneras más torpes, desa­
rrollando nom bres con significados, sustantivos, por
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 197

ejemplo, p sych é, entre los antiguos, a n im a o a n im u s en la


teoría de Epicuro y Lucrecio, y, resum iendo las dos,
'alm a'. Teniendo en cuenta que el invento empieza (de
una manera que me parece sumamente lógica) por apli­
carse a las almas de los muertos. No hay ningún alma
que se haya inventado antes de inventarse las ánimas de
difuntos: ésas son las primeras formas de alma. El trasla­
dar eso a los vivos es secundario, es un proceso que re­
mata la obra, pero las almas primeras son las de los di­
funtos. El sitio donde en la prehistoria ya se desarrolla un
culto y lamentación del difunto que im plica la invención
de Nombre Propio (en la prehistoria, en lo desconocido,
es decir, antes de hace diez mil años) es ahí, con el inven­
to y la lamentación del Nombre Propio del difunto, don­
de aparece el invento del alma por primera vez, que des­
pués se desarrolla tan esplendorosamente no ya con los
trucos epicúreos de a n im u s y a n im a , sino con todo el de­
sarrollo moderno, en el que no voy a entrar.
Com o os advertí antes, el término en sí, este objeto
de la psicología dicho como 'alm a', es una cosa anticua­
da, suena muy mal (para algo las ciencias progresan),
pero, a cambio de ello, se han desarrollado otros, como
es 'la persona', 'la personalidad' y todos los demás nom­
bres de los mecanismos anímicos a los que estáis de so­
bra acostumbrados. Y, en último término, con ayuda, a
Iniciativa de filósofos y, después, del propio psicoanálisis,
se Inventó el yo, que es la manera más hábil y directa de
dar el cambiazo: en lugar de 'm í' está 'el yo'.
No sólo está 'el yo', sino que, si me descuido, está 'mi
yo', y 'tu yo', es decir, meros disimulos para evitar decir
'alm a', para evitar decir 'mi alma' y 'tu alma'; es decir, di­
simulos porque, en definitiva, con sólo el truco ese de
sustantivarlo y poner un artículo ("el yo" o "mi yo" o "tu
198 Agustín Garda Calw

yo ") ya se le está convirtiendo en una realidad: en una


realidad que yo no era cuando estaba vivo. Una realidad
que yo no era cuando estaba vivo. Vuelvo con esto al tí­
tulo: que el yo no soy yo.
Esto es lo que el año pasado nos surgía im aginando o
recordando a un niño en el trance de dos años, dos años
y medio, de estar terminando en él la lucha entre la gra­
mática com ún, la lengua común, con la que cualquiera
viene a este mundo, y el idioma de los padres que le ha
tocado. Por esa edad, más o menos, con ese trance deci­
sivo que la Psicología sólo torpemente reconoce y anali­
za, pero que, en cam bio, para Freud, ya aparecía muy
claro como límite: todo lo importante había sucedido an­
tes, antes de ese trance de terminar la lucha entre la len­
gua común y el idioma que a uno le ha tocado. Tome­
mos a un niño, recordado, im aginado, en ese trance, al
que los padres ponen ante el espejo y le dicen: "Mira,
Celita, qué guapa estás con ese lacito rosa", o "Mira qué
bien te sienta la chaquetita, Raim undito". El niño se que­
da mirando al espejo y todavía declara: "Pero ése... no
soy yo". "Pero ése no soy yo". Hay algo en él que todavía
está vivo y que, por tanto, tiene que hacer esta declara­
ción: "Pero ése...", es decir, ante la imagen del espejo,
que es lo mismo que el significado de las palabras que lo
tienen, incluidos también el nombre propio de la perso­
na, Raimundito o Celita, que son como formas del espe­
jo, declara: "ése, evidentemente, es real, es real, me ha­
blan de él, tiene su nombre, pero ése no soy yo; ése, a
pesar de todo, no soy yo".
Bueno, así es en el trance que trato de presentaros
com o recordado, im aginado y, en todo caso, ejemplar.
Después viene la asim ilación, la historia de la Historia, la
historia del Poder, el desarrollo de la Ciencia, de la Psico-
De la danza a la escritura, las gramáticas y y<> mismo 199

logia entre las ciencias, que nos istruye acerca del yo, de
la personalidad, de los síndromes de ansiedad, de la con­
ducta, de los propósitos y todo lo demás; pero bueno,
eso ya es la aburrida historia a la que estáis acostumbra­
dos y en la que estáis metidos.
La realidad, ésa de que las ciencias tratan y de la que
tratan también los hombres de negocios y de la que trata
vuestra familia en las casas correspondientes, la realidad,
aquello de lo que se habla, es, en un sentido preciso, fal­
sa. Es decir, tiene razón el niño que dice: "Ése no soy yo".
Es en un cierto sentido falsa precisamente porque trata
de presentarse com o verdadera. Sólo así se puede decir
que la realidad es esencialmente falsa. Una realidad cual­
quiera, entre ellas la del invento del alma, que arrastró
consigo el invento del cuerpo, que sólo se inventa des­
pués de haberse inventado el alma. Una falsificación de­
trás de otra. Una falsificación complem entando la otra.
Todos recordáis las consecuencias. A lo mejor os ocu­
páis mucho de la medicina del alma y de la relación entre
psicología y medicina, pero no olvidéis que, por otra par­
te, está el pobre cuerpo, que ha resultado del invento del
alma, como una especie de corolario, y al cual desde en­
tonces se le puede manejar, se le puede hacer objeto de
toda clase de gim nasias, medicinas y profilaxis, que no
son sólo las del alma, pero que son del mismo orden que
ellas. Ésa es la triste historia. En ese sentido la realidad es
falsa: porque pretende ser verdadera.
Fljáos (es un paréntesis político) que si la Realidad fue­
ra verdadera, no tendrían que estaros haciendo creer en
ella todos los días. ¿Para qué diablos os han traído a esta
Facultad? ¿O a qué diablos os ponen delante de un tele­
visor? A predicaros todos los días que la realidad es la rea­
lidad. A haceros que creáis, a reforzar, por si acaso alguna
200 Agustín Garda Calvo

duda viene a perturbarla, vuestra fe, en la realidad, en


que sabéis de lo que estáis hablando y, por tanto, que sa­
béis lo que estáis haciendo. Esto es un paréntesis consola­
dor: es, evidentemente, una inseguridad de la Realidad
en sf misma lo que hace que tenga que estarse predican­
do cada dfa, en universidades o por televisores. Si fuera
verdad, no tendría que predicarse. Es una cosa también
muy elemental y demasiado clara.
La Realidad está hecha esencialmente por conversión
de eso, lo que llamamos tiem po, que de verdad no se
sabe lo que es (el tiempo que está pasando, ahora, mien­
tras os estoy hablando, y que es inasible, y que no tiene
dos sentidos a derecha y a izquierda, que no tiene más que
uno y, por tanto, ninguno), la conversión de eso en un
Tiempo que se sabe, una idea de 'tiem po'. Es el funda­
mento mismo de la Realidad. Todas las demás realidades
están fundadas sobre esta conversión del tiem po inasible
en un Tiempo que se sabe, en un Tiempo que está ideado.
Todas vienen de ahí. Era en ese sentido como en el libro
del físico, en El fin del tiempo dé Barbour, me encontraba
con este trance, que hoy también, de otras maneras, he
querido presentaros, en que la gramática elemental, la ra­
zón común, se enfrenta con la Ciencia de la Realidad y
trata de decirle las cosas que le está diciendo.
El psicoanálisis era un invento que, desde el propio
fundador, digam os, desde Freud, se encontraba en una
situación indecisa, porque, por un lado, la tentación de
que aquello se convirtiera en una teoría, doctrina y, por
tanto, en definitiva, ciencia, era muy poderosa, y con al­
gunos resquemores Freud mismo, de vez en cuando, es
evidente que cedía a la tentación. Por otra parte, en mu­
chos momentos, como viene a lo largo de sus escritos, se
revela hasta qué punto él era como el niño ante el espe­
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 201

jo: era honrado. Es decir, reconocía que eso que él estaba


haciendo no podía ser una ciencia; no podía ser una cien­
cia de la realidad. Com o es natural, porque psicoanálisis,
como sabéis, etim ológicam ente quiere decir 'disolución
del alma'. Disolución del alma, es decir, con el término
más moderno, disolución del yo, descubrim iento de la
falsedad de la persona, de la falsedad del yo. O sea, más
o menos lo mismo que estaba yo haciendo con vosotros
este rato, que se puede decir que era un poco hacer psi­
coanálisis. Y eso, evidentemente, no podía convertirse en
una teoría so pena de condenarse a muerte, claro. Por­
que, evidentemente, si aquello se convertía en una teoría,
tendría que ser, de una manera o de otra, psicología, es
decir, una ciencia acerca de la realidad del alma.
La disputa, que supongo que sigue a estas horas en la
academia, entre dar entrada o no al psicoanálisis en las fa­
cultades, pues es todavía, hasta cierto punto, aunque muy
de lejos, representativa. Efectivamente, hay una tendencia
asimiladora, que parece ser la progresista y que es la con­
servadora, como suele suceder bajo el Régimen, que diría:
"¡Sí, sí, abarquémoslo todo! ¡También el psicoanálisis tiene
derecho a entrar en las disciplinas académicas!". No sólo
el psicoanálisis: hasta la parapsicología en muchas univer­
sidades está metiendo la nariz; de manera que im aginá-
os, ¿no? Ésta es la actitud progresiva, que es la conserva­
dora, la reaccionaria: meterlo dentro, no vaya a quedarle
todavía algún veneno al psicoanálisis, no vaya a implicar to­
davía alguna forma de peligro; si lo hacemos disciplina
académica, se acabó; ahora ya lo tenemos seguro, dentro.
Y luego, está la actitud que, siendo la reaccionaria, es,
por cierto, la más honrada, que es la de los académicos
de pro, que de ninguna manera pueden consentir que
bajo el nombre de 'Psicología' éntre en las facultades eso
202 Agustín García Cabo

del psicoanálisis. En ese sentido la disputa es reveladora.


Con ella voy a ir terminando.
El psicoanálisis, a pesar de estas vacilaciones del pro­
pio Freud, y no digam os de los supuestos seguidores, es
una disolución del alma, es una disolución del yo, un des­
cubrim iento de la falsedad del yo. Y esto no puede ser
una ciencia. ¿Por qué? Porque es una acción. Es con esto
con lo que quiero terminar: con la oposición entre acción
y saber, entre acción y ciencia.
La Ciencia está para confirm ar la fe en la Realidad y,
por tanto, para que estemos seguros de que no hay nada
que hacer más que lo que ya está hecho. Lo que todos
los días os predica la Televisión, sobre todo, mostrándoos
que no puede suceder nada más que lo que ha sucedido.
Todos los días, por si os entra alguna duda, que no hay
nada que hacer.
En ese sentido, al empezar, recordaba a mi antecesor
en esta mesa, el profesor Monedero, que se inclinaba a
decir "ciencia de los propósitos", porque, en efecto, si la
Realidad está costituida por una ideación del tiempo, la Re­
alidad es esencialmente futura. Futuro no es, para la ver­
dad, para este corazón de niño que nos queda, no es
nada que esté ahí, que esté hecho, pero es, justamente,
la realidad de las realidades; es de lo que se habla.
Fijáos en el Dinero, que es la realidad de las realidades:
el Dinero es todo futuro. No hay más dinero que el futuro.
Y del Dinero dependen todas las demás istituciones socia­
les, judiciales, académ icas... todas dependen del Dinero
como realidad de las realidades; y, por tanto, de lo que
tratan es del futuro. Tratan justamente de conseguir que
no suceda más que lo que ya se sabe. Imagináos adonde
se iría el Dinero si no tuviera un futuro sabido de antema­
no, adonde irían la Banca y las Com pañías de Seguros y
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 203

programas o presupuestos de todos los Estados del Bie­


nestar. Su condición es que el futuro se sepa, es decir, que
se asegure que no va a pasar nada que no sea lo que ya se
sabe. Así se pueden hacer pronósticos, presupuestos esta­
tales y operaciones financieras de todo tipo. Y el resto (jus­
ticia, organizaciones familiares o estatales, academia, edu­
cación...) va sencillamente a la rastra. ¿No os hacen aquí
todos los años un plan de estudios, haciéndoos costar que
el Ministro allá en lo alto sabe de antemano todo lo que
va a haber que saberse durante ese curso? Se sabe ya de
antemano. Si no, ¿qué sentido tendría un plan de estu­
dios? Un plan de estudios tiene ese sentido: cuidar, asegu­
rarse de que lo que se va a aprender es lo que ya está sa­
bido, no vaya a correrse algún peligro de algo.
De manera que, en ese sentido, efectivamente, la rea­
lidad es esencialmente futura, y la Ciencia, aunque parez­
ca otra cosa, es una ciencia que, en definitiva, trata del
Futuro, y que, por tanto, está dedicada a esta labor fúne­
bre de asegurarse de que no va a pasar nada más que lo
que ya ha pasado, de que no va a haber ninguna sorpre­
sa... En vano: en vano, porque, no ya un psicoanalista,
sino un gram ático cualquiera os puede decir: "Pero eso
nunca es así". Nunca es verdad que ese Futuro esté he­
cho, y es en ese sentido como os contraponía para termi­
nar la acción con la Ciencia.
La Ciencia está para asegurar la Realidad y, por tanto,
la Fe y, por tanto, asegurarse de que no pase nada impre­
visto. Frente a ello está la acción: psicoanálisis en cual­
quiera de los sentidos, disolución del alm a... empezando,
com o en el título de esta charla, por mostraros esta evi­
dencia demasiado clara de que el yo no soy yo.

Fin
204 Agustín Gama Calvo

Respuestas a preguntas

Tu pregunta no tiene una respuesta unitaria. Unas sí y


otras no. Unas veces sí y otras veces no. Me estoy ocupan­
do de ello sobre todo con una serie de artículos o sustitu­
tos de artículos que vengo sacando (ya voy por el 15 o el
16) en el diario La R azón todos los miércoles. (No os es­
candalicéis demasiado; porque a lo mejor muchos de vo­
sotros sois de los que distinguen todavía entre un diario y
otro diario, y, si os descuidáis, vais a llegar a distinguir en­
tre una cadena televisiva y otra cadena televisiva... no os
digo adonde vais a parar), bueno, el caso es que por azares
me encontré metido hace años en ese periódico, y esta
serie la estoy dedicando a eso: a tratar de sacar de m í un
tipo de recuerdos que no sean históricos, que no sean una
narración histórica, que no pretendan, por tanto, ninguna
forma de realidad y que, por ello mismo, sean como una
especie de grano que se desgrana y que sugiere cosas vi­
vas para cualquiera. Que yo a lo largo de esta serie lo con­
siga o no lo consiga o más o menos, eso es otra cuestión.
Pero el intento, la pasión que me mueve a ello, es ésta.
Porque, naturalmente, lo contrario, el impulso contra­
rio, es el dominante: convertir todo recuerdo en algo sa­
bido, en algo histórico, en una realidad, someterlo a la
realidad. Yo y cualquiera de vosotros distingue entre re­
cordaciones indefinidas, que le asaltan, que ocasional­
mente lo invaden o lo arrastran, y luego el álbum de
fotos; frente a eso, al álbum de fotos, es decir, las im áge­
nes, historias, de vuestra niñez o de más tarde, lo que te­
néis ahí ya sabido, encuadrado, esactamente com o las
fotos en su álbum.
Luego, lo uno está contra lo otro; y, aunque no me
puedo estender mucho más, yo creo que tu cuestión, por
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 205

lo menos en su planteamiento, a todo el m undo alcanza:


Hay en el funcionam iento de la memoria dos m ecanis­
mos que no sólo son distintos, sino que se contraponen:
Hay una historia del yo real, que está hecha para sos­
tener el yo real, empezando por la fecha de nacimiento,
empezando por lo que dice tu docum ento de identidad;
y hay otra memoria.
O lo uno o lo otro: O es una historia, más o menos
cronológicam ente ordenada, es una historia que se sabe
(se parece — por volver a la im agen— al álbum de fotos),
o no es eso. O no es eso, sino que es una muestra de que
uno nunca está bien hecho del todo, y que por los res­
quicios le pueden surgir, de vez en cuando, olores indefi­
nidos que le invadan, que le hagan perder el tino perso­
nal y, por tanto, dudar, como el niño ante el espejo, de
su personalidad.
No olvidéis que yo, el yo real, por ejemplo, en este
caso, don Agustín García Calvo, es un ente de la realidad
como, en general, el yo. Pero yo no. Vo no soy ése. Yo no
soy ése. De manera que hay, en cuanto a la memoria, un
mecanismo confirmador de la realidad (por todas partes
uno cree que sabe su historia), y luego un mecanismo
que la contradice.
La contradicción muchas veces (esto los psiquiatras lo
saben muy bien) se manifiesta en forma de trastornos y
de locura. Esto para m í es secundario. Puede manifestarse
así o de otra manera. Mejor si no se manifiesta en formas
de locura definida, porque entonces ya eso mismo hace
que la Medicina y, por tanto, la Sociedad entera pueda
captarlo. Pero, en todo caso, la contradicción está ahí.
206 Agustín García Calvo

Sí. No podemos detenernos en ello, pero Freud anali­


zaba eso bastante bien. Hay una especie de motor. El
motor, desde luego, está fuera de la persona, está fuera
del yo, el motor que mueve el sueño. Pero la fabricación
del sueño se hace, no sólo con entidades reales, sino que
él distinguía muy bien entre el material próximo, que era
normalmente del día anterior, es decir, impresiones del
día anterior que uno había recibido, y los materiales leja­
nos, que normalmente procedían de ese trance que antes
os he espuesto en que está terminando la lucha entre la
lengua común y el idioma que a uno le toca. De manera
que el sueño se fabrica como una realidad. Y, por supues­
to, en la medida que después se le recuerda y hasta se le
escribe, no se está haciendo más que confirmar la reali­
dad del sueño. Es una realidad com o otra cualquiera.
Ahora, luego el sueño, como otras cosas, psicoanálisis o
actividad de disolución, puedo usarlo en los dos sentidos
contrapuestos: puedo usarlo para curar amenazas de lo­
cura, lograr la reintegración al orden, o puedo usarlo
para descubrir esa contradicción que he tratado de pone­
ros por delante, entre aquello que no era el yo, y que soy
yo porque precisam ente soy cualquiera, y aquello otro
que es mi personalidad.
* * *

El m iedo en relación con la creación de la nada. El


miedo, es decir, aquello que analizábam os estos días en
la tertulia política del Ateneo Madrileño, el miedo que,
según alguno de los contertulios, era el culpable de que
no rompamos, no nos atrevamos a romper con la false­
dad de la realidad y, por tanto, de la propia realidad de
uno, ese miedo es un miedo de quedarse sin todo aque-
De la danza a la escritura, las gramáticas y yo mismo 2 07

lio que el Estado y el Capital nos proporciona: esa seguri­


dad del futuro. De forma que nunca es el miedo de una
nada verdadera, sino que es el miedo de la falta de algo
que nos han acostumbrado a tomar como sustituto. Eso
es lo que esencialmente esplica la creación de la nada.
* * *

Sí: no; como todo lo que digo, es de sentido común.


No hace falta haberlo estudiado de una manera especial.
Hay un intento costante de hacer creer en la realidad y,
prim ariam ente, en la realidad propia de cada uno. Por
eso, por ejem plo, los padres son los primeros encarga­
dos. Convencen en seguida a los niños de que "A este
niño le gusta el chocolate" — o "A este niño no le gusta
el chocolate"— . Le crean gustos específicos, personales,
que, evidentemente, el comercio, después de los padres,
no va a hacer más que ratificar. La fabricación de gustos
personales y de opiniones personales es el gran truco. Por
eso vivim os bajo el Régimen del Bienestar, en la Demo­
cracia Desarrollada, que consiste en la fe en que cada
uno sabe qué es lo que le gusta y qué es lo que opina.
Una fe estúpida, como, de vez en cuando, voces, la de
Sócrates o la de Cristo mismo desde la cruz, lo han dicho:
"No saben lo que hacen", que es una manera de decir la
verdad. Pero todo el Orden, toda la Realidad está empe­
ñada en que cada uno tenga su gusto personal, propio,
como has dicho, su opinión personal: "Esto es mío. Esto
soy yo". De forma que ésta es la costrucción de la menti­
ra (empezando por la mentira de uno mismo), dentro de
la que estamos, de la que partimos, para después, apro­
vechando eso de que nunca uno está bien hecho del
todo, nunca la mentira está cerrada, ver si se puede desa­
208 Agustín Garda Ca/w

rrollar esa acción de la disolución del alma, del descubri­


miento de la mentira de la realidad.

Es desde el comienzo de la Historia. Estoy empleando


la palabra 'Historia' de una manera precisa, es decir, es-
cluyendo de la Historia todo lo que no sea la Historia, in­
tentando que Prehistoria o Extrahistoria no se reduzcan a
Historia; es decir, de una manera precisa: desde que hay
escritura. Desde que hay escritura, es decir, fijación del
tiem po del habla en un espacio, por escrito. O sea, unos
diez mil años, más o menos, según lo que suele calcular­
se. Fuera quedan cientos de miles de años que no hay
Historia, y que no hay por qué reducir a Historia. Desde el
com ienzo de la Historia, eso se estaba haciendo. Es decir,
con el proceso ese que empieza con los muertos, de un
individuo llorado al que se lamenta con su Nombre Pro­
pio, con las lamentaciones. Desde ese momento está ya
en marcha el proceso. Es la creación del alma en el senti­
do justamente del individuo personal; que parece que es
la creación de lo más individual, pero que, por ello mis­
mo, es la creación de lo más social y sometido. Porque,
naturalmente, todos y cada uno tienen su Nombre Pro­
pio, y los nombres propios, como las huellas dactilares,
pueden ser distintas para cada uno, pero lo que todos
tienen de común es que todos tienen su personalidad, su
Nombre Propio. Así hasta el progreso último de la Histo­
ria, el que hoy, aquí mismo, en esta sala, estamos pade­
ciendo bajo el Régimen del Bienestar, donde toda la fe se
centra en eso, en la costitución del individuo personal, y
todo el poder se funda en ello, la repartición del docu­
mento de identidad, cada vez más detallado.
De la danza a la escritura, las j¡ramáticas y yo mismo 209

Algunos apocalípticos, por cierto, de vez en cuando,


se han dejado llevar por el miedo y se han equivocado, y
han pensado en un Gran Poder que pudiera controlar­
nos, una Policía perfecta que nos tiene a todos en el fi­
chero controlados, que sabe todos nuestros m ovim ien­
tos. No hay por qué dejarse llevar tam poco por ese
miedo. Es verdad, el progreso último de la Historia con­
siste en este infierno, en esta condena cada vez más tre­
menda a la Individualidad Personal, que quiere decir su­
misión al Orden Social (aunque parezca lo contrario, es lo
mismo: la Democracia Desarrollada lo demuestra), pero
al mismo tiempo, no hay que dejarse llevar por el miedo,
porque no es verdad: no hay allí arriba ningún policía
perfecto que nos tenga y que nos pueda tener controla­
dos a todos y en su ficha. Quedan siempre rebabas de la
obra. Cada uno, por consiguiente, suele estar siempre
mal hecho. Nunca acaba de estar bien hecho. Y es gra­
cias a eso com o tiene sentido un psicoanálisis, una ac­
ción, como la que aquí he propuesto.
* * *

Sí, el Automóvil Personal es un buen símbolo. No es


ningún accidente que el auto-m óvil, el se-moviente, se
haya convertido en el representante por escelencia del
ideal democrático. Cada uno sabe adonde va. Todos van
al mismo sitio, pero cada uno sabe adonde va, por su
propia voluntad y decisión. Esa estupidez es fundamental
para el Régimen que hoy padecemos.
210 Agustín Garda Calvo

Tal vez has sim plificado un poco, has puesto un poco


dem asiado sencilla la labor. Es que esto de (evidente­
mente, quienes tenéis práctica lo sabéis m ucho mejor
que yo), esto de descostruir, destruir la costrucción de la
falsedad del alm a, es algo que, inevitablem ente, tiene
que hacerse por sus pasos; es decir, que no puede un
psicoanálisis aspirar a una disolución repentina. Toda
esta utilización que Freud hacía de síntomas, por ejem­
plo de síntom as típicam ente subcoscientes, m anifesta­
ciones, no incoscientes, que yo no sé lo que es, sino sub­
coscientes, que sé bastante bien lo que es, o de los
sueños, que tam bién están fabricados desde lo subcos-
dente, todo eso tiene el sentido de una marcha, de un
proceso: se van descubriendo roturas, incongruencias, y
eso puede llevar, efectivamente, hasta donde debe, que
es ese trance al que me he referido (que podemos, des­
de fuera, situar entre año y medio, dos años, dos años y
medio, pero que, en fin, no hace falta situarlo así), ese
trance en que se está costituyendo el alma, con la victo­
ria de un idioma determ inado en contra de la gram ática
común en la cual yo no era más que yo, es decir, nadie,
nadie realmente terminado; todo eso marcha así. Tu co­
rolario de que lo que el psicoanalista tiene que hacer en­
tonces es utilizar esos materiales diversos y hasta contra­
dictorios que se le ofrecen para una interpretación, eso...
tú com o yo comprendem os que es una conclusión mu­
cho más sujeta a tela de juicio; porque, evidentemente,
si el propio Freud vacilaba entre lanzarse desenfrenada­
mente a la labor de descubrim iento de la falsedad, a la
disolución del alma, o utilizarlo com o un proceso reinte-
grador, cualquier psicoanalista está por fuerza condena­
do a la misma vacilación, y entonces unas veces tirará
para un lado y otras veces tirará para otro; y cuantos
De la danza a la escritura, ¡as gramáticas y yo mismo 211

menos proyectos y recetas se dirija a sí mismo, tal vez


mejor.

Bueno, ésa es justamente la am bigüedad o la vacila­


ción de la que volvíam os a hablar. Evidentemente, si el
psicoanálisis se decide por ser psiquiátrico, cosa que tal
vez es lo que mayoritariamente sucede, si el psicoanálisis
se vuelve psiquiátrico, entonces, efectivam ente, lo que
hace es conseguir, no ninguna disolución del yo, sino un
yo más sano, más tranquilo, más conforme consigo mis­
mo, que padezca lo menos posible de formas de locura
estrepitosas, molestas para los propios pacientes y para
los progresos en psiquiatría, que para eso está. Ahora,
eso que has dicho de "inexorablemente", no. No, por lo
mismo que antes he dicho en general: si la Realidad estu­
viera definitivam ente hecha, si fuera en algún sentido
verdadera, no tendría que estarse predicando todos los
días. La Realidad no está hecha. La del alma de uno, tam­
poco está hecha. Nunca. Todas las religiones han preten­
dido que sí: por eso, en la im aginería católica misma,
pues el alma era un alma que seguiría siendo individual,
que se trasladaba al cielo y a la eternidad y que seguía
siendo la misma, ¿no? Y la Ciencia, que ha sustituido a las
religiones, pues hace lo mismo. Pero eso no es fatal, y la
labor de disolución del alma, en psicoanálisis, en política,
en cualquier cosa, no está condenada de antemano. Pre­
cisamente porque no estamos bien hechos, y un psicoa­
nalista tam poco él mismo está bien hecho.
212 Agustín Garda Calvo

Sí, sí, ¿qué se le va a hacer? Si quiere curar, tiene que


hacer eso. La situación es típicam ente la que dice el evan­
gelio, y es la que te vuelvo a recomendar aquí. Com o el
psicoanalista está partido, que por un lado es honrado y,
por tanto, si se deja llevar, iría a un psicoanálisis desenfre­
nado, y por otro lado, es a lo mejor hasta un profesional
o, en todo caso, tiene esta piedad hipocrática que le
pone por delante antes que nada lo de evitar sufrimien­
tos, evitar esas faltas que dices, curar, entonces, que tu
mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda,
que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano de­
recha. Cuanto menos se interfieran las dos actividades
contradictorias, mejor. En cuanto a lo de curar, evidente­
mente, depende de a quién se cura: a mi yo o a mí.
3a PARTE

R E SE Ñ A S DE LIN G Ü ÍSTICA S,
LÓ G ICA S Y FÍSICAS
¿CÓMO SE HA EMPEZADO A HABLAR?

Cuando iba yo entrando de muchacho en los estudios de


Lingüística, se nos informaba desde muy pronto de que la pre­
gunta por el 0(rigen del)L(enguaje) estaba excluida de los es­
tudios (como también de Saussure diría en su Curso, “Esa
cuestión ni siquiera debería plantearse”), y aún hace pocos años
mi maestro A. Tovar traía reciente de su estancia en Tubinga el
término glottogonisch para ridiculizar y dejar fuera de la Lin­
güística seria tales especulaciones (glotogónicas). Eran “cosas
del siglo xtx” las disputas por la mono- o poligénesis, y las de
evolución natural frente a irrupción (de Dios o de su forma se­
cularizada, el Hombre) eran por lo menos del xvm. Todo ello
había ido quedando al margen del establecimiento de la gran
Lingüística Histórica o Comparatista, y con razón: pues si ella
se ocupaba de la transformación de las lenguas, de la situa­
ción X a la situación Y, que consistía en la comparación de Y con
X, ¿cómo iba a ocuparse de una situación A, que, al presentarse
como primera, excluye la comparación con otra ninguna ante­
rior a ella?
Y sin embargo, desde fuera más bien de la Lingüística, la
necesidad creciente de psicólogos, sociólogos, neurólogos, pa­
leontólogos, antropólogos y científicos de toda laya de encon­
2 16 Agustín Gañín Calvo

trar algo firme en cuanto a la adquisición del lenguaje en el


niño (ontogénesis que suele decirse), a la diferencia (o no dife­
rencia) entre los sistemas de signos animales y los humanos, a
la relación (o identificación) de ciertas actividades psíquicas
(por ejemplo, algo llamado pensamiento) con el lenguaje, a su
relación con otros convenios o instituciones sociales o cultura­
les, no podía menos de traer consigo alguna renovación del
planteamiento de la cuestión de los orígenes, que parece inse­
parable de todas ellas.
Y como al fin los gramáticos mismos, entre ellos notoria­
mente N. Chomsky, tuvieron a bien, aunque aparentemente al
margen de sus tareas (pero quizá su única aportación popular
haya sido ésa), plantearse la necesidad de un dispositivo innato
(y genérico) para explicar la adquisición de una primera lengua
cualquiera, lo cual, venía a incidir en los terrenos de la Ciencia,
psicológica en primer lugar, de rebote sociológica y paleontoló­
gica, ello ha venido a dar en una cierta ebullición de los proble­
mas atañentes al O.L., que se manifestó en un par de reuniones
celebradas el año ’75, una convocada por la Academy o f Scien­
ces de Nueva York bajo el título Origins and Evolution o f Lan-
guage and Speech, otra en Francia, en la Abadía de Royaumont,
que, si bien destinada a tratar de ‘lenguaje y aprendizaje’, se
centró de hecho en un debate, personificado en las figuras de
Chomsky y de Piaget, entre la actitud nativista y la evolucio­
nista para el surgimiento de una lengua y de la lengua.
Es al calor de este ambiente de renovación (y cambio radi­
cal de sentido) de la cuestión como ahora, unos treinta años
después de la aparición de la obra monumental (6 tomos) del
historiador Amo Borst Der Turmbau von Babel, 1957-63, que
con su rica colección de testimonios sobre lenguaje y lenguas
trataba de ser, como en el subtítulo se indica, una “historia de
las opiniones sobre origen y pluralidad de las lenguas y los
pueblos”, dos profesores alemanes, “uno de ellos”, según se
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 217

dice en el Prólogo, “más lingüista, el otro más filósofo”, han


recopilado y editado cuidadosamente esta impresionante colec­
ción de 40 estudios sobre las teorías del O.L., a la que han do­
tado de una sustanciosa y larga introducción (I 1-41), amén de
un Personenregister y un Sachregister al final del II tomo.
La gran mayoría de los estudios están en alemán, unos
cuantos en inglés y pocos en francés, y sus autores, según en el
Prólogo se nos advierte, con sensata anotación de las ventajas y
desventajas de ello para la empresa, son en su gran mayoría jó­
venes, siendo las contadas excepciones, como la del nonagena­
rio R. Stopa de Cracovia, casi las únicas en que el autor trata
todavía de sostener una (¿tal vez “decimonónica”?) teoría pro­
pia sobre el.O.L. y no de estudiar, con más o menos lucidez y
originalidad (que es muy apreciable en muchos de los estu­
dios), teorías acerca del asunto.
Indican, ciertamente, los dos bravos compiladores que los
estudios del tomo I están más orientados en el sentido de la his­
toria de la Ciencia, mientras los del II tienen una ordenación
más bien sistemática; pero ello se revela no muy exacto: pues
también los del tomo II (descontando ya los dos primeros, de­
dicados a la Biblia y a la tradición arábiga) se centran en su
mayoría en interpretación de opiniones o actitudes ante el len­
guaje de filósofos, científicos y aun poetas, más o menos con­
temporáneos, pero ya como tales convertidos en objeto de visión
histórica. Y es, no peculiar de esta colección, sino muy caracte­
rístico de los tiempos, que apenas se atreva nadie a abordar di­
rectamente las cuestiones, sino glosando lo que sobre ellas
haya dicho algún ilustre: interposición de la figura como medio
de evitar la cosa; es, al fin, lo que sucede también en el arte o la
política.
Y sin embargo, los compiladores han sabido muy bien decir
en su introducción (página 2) lo común y popular de este pro­
blema:
218 Agustín Garda Caltv

“... independientemente de los intereses investígatenos de


la Filosofía y de las Ciencias, afirmaba la cuestión del ori­
gen del lenguaje su popularidad: como el lenguaje estaba y
está en todas las bocas, a cada cual le concernía, y la pre­
gunta por su procedencia no sólo les tocaba a filósofos y
científicos en su parcela. ¿De dónde, pues, tenía el indivi­
duo su lenguaje? Y ¿de dónde la especie tenía el suyo?”.

He aquí una breve referencia de cada uno de los estudios:

1. R. Schrastetter, sobre la cuestión en el Crátilo: el Só­


crates de Platón trata de superar la contradicción entre la teoría,
falsa, de lo convencional, y la mal entendida de lo natural. (El
autor sugiere el progreso de la Filosofía como paso de F. del
sein a F del bewusstsein y al fin a F. del lenguaje).
2. L. Kaczmaker acierta a mostrar, sobre bien escogidos
textos, cuán compleja fue en la Edad Media y la Escolástica la
controversia sobre los orígenes.
3. H. Haferland estudia las teorías místicas de J. Bóhme,
que, sobre la tradición alquimística en que conocimiento de la
Realidad se trasmuta en conocimiento de sí mismo, hace surgir
Natura y Lenguaje de la misma retorta, de modo que los signos
no son arbitrarios sino en virtud de un olvido.
4. Th. Willard da cuenta del desarrollo (sobre precedentes
neoplatónicos, Paracelso, lenguaje adámico) de una doctrina
rosacrucista del O.L. y los debates que suscitara.
5. Chr. Hubig, en ‘Die Sprache ais Menschenwerk', frente
a la vía científica, que se atiene a la facticidad del lenguaje,
propone una especulación, en el sentido etimológico, que llama
(neo)humanística (y no sin relación con Hegel), sobre la posibi­
lidad del lenguaje; lo que exigiría, más que un tercer sitio entre
‘lenguaje’ y ‘mundo’, aparentemente imposible, una recons­
trucción de la acción en que el Hombre se constituye; la noción
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 2V)

de ‘sujeto’ (con y antes del lenguaje) es lo que provoca la críti­


ca dialéctica.
6. J. Polk, ‘From Locke to Hume’[pero es de notar que ni
en éstos ni en general en ningún filósofo se encuentra una for­
mulación del O.L., y ello se me aparece como una implicación
de la necesidad de desconocer que su filosofía es un caso de
lenguaje; dígase lo mismo de la Ciencia], se ocupa de cuestio­
nes atañentes: ‘identidad’ como concepto fingido o proyectado,
origen psicológico del concepto de ‘causalidad’, y otras.
7. Kl. D. Dutz, a partir de las manifestaciones de Leibniz
contra las especulaciones de su tiempo y de su propia actitud
filosófica (sin descuidar el intento de un lenguaje lógico uni­
versal). le deduce una actitud congruente sobre el O.L.
8. P. Bergheaud estudia la obra de Lord Monboddo, antro­
pológica al modo del xvm, con cuestiones tan pertinentes como
el surgimiento de la abstracción [y en efecto, no es tanto la con­
dición de ‘regularidad’ o la de ‘arbitrariedad’ las que apuntan
al corazón del lenguaje, sino la de ‘abstracción’, e.e. aquello
por lo que hechos diferentes se toman como casos del mismo
hecho].
9. U. Ricken, en torno a Condillac, estudia la transforma­
ción de la sensación “con ayuda de” los signos, y la seculariza­
ción de la cuestión del Hombre [he de anotar que todo ese pro­
ceso, necesario para el progreso de la Ciencia, al retirar a Dios,
tira con El otra cosa, que es el lenguaje mismo: vamos, aquel
de los dos sentidos en que lógos quiere que se le llame Zeus].
10. D. Droixhe y G. Hassler recorren el pensamiento en
Francia a fines del xvm (Maupertuis, Turgot, Perrin, Rousseau,
la Enciclopedia) sobre el establecimiento y uso de signos lin­
güísticos, sobre todo en relación a la función del lenguaje en el
conocimiento.
11. L. Formigari, partiendo de Vico (doble origen, del he­
breo y de la lengua de las gentes, que la autora pone en relación
220 Agustín García Calvo

con su metafísica dualista y su solución materialista), estudia


las ideas sobre lenguaje de otros ilustrados italianos, en cone­
xión con su servicio a la política.
12. M. Maengel trata, en Herder y con atención a Rousseau,
de cuestiones como la fundamental de la ligazón entre esencia y
origen del lenguaje, la de la diferencia entre lenguaje de señas y
lenguaje de palabra, la del común origen de hombre y lenguaje.
13. D. Otto estudia, también en conexión con las ideas de
Herder, el análisis que Hamann hizo de las implicaciones que
se dan en la pregunta misma (propuesta, por ejemplo, por la
Academia) por el O.L.
14. W. v. Rahden esboza, “a la sombra de Kant y de Her­
der”, una contraposición entre derivación “desde abajo” (evolu­
ción del animal) y “desde arriba” (hombre, imagen de Dios).
15. S. Hausdörfer, en Novalis, Schlegel y Hölderlin, trata
cuestiones del orden de “la Ursprache como paso al paraíso
perdido y al venidero”.
16. J. Trabant muestra cómo, después de Leibniz, Herder
y J. Grimm, dio W. v. Humboldt una vuelta a la cuestión en el
sentido de identificar origen y esencia, el de dónde y el qué.
17. T. Craig Christie estudia la actitud de Steinthal de no
separar el O.L. del surgimiento de la conciencia, si bien el co­
nocimiento del “germen y desarrollo” del lenguaje sea la sola
vía para saber qué es.
18. J. Leopold presenta la controversia entre Kaulen (mo-
nogénesis según la Biblia; “forma interna” del lenguaje) y Pott
(poligénesis; el método lingüístico, peculiar y aparte) como “la
última batalla sobre la torre de Babel”.
19. L. Weissberg se ocupa de las ideas de Emerson en un
capítulo del libro 1 de su Nature: que una busca por el O.L. co­
rresponde a una busca por el ser de la Naturaleza. [Por cierto
que los versos que cita de Milton a la entrada me han hecho ex­
trañar en esta compilación la ausencia de los de Próspero a Ca-
Reseñas de lingüísticas, lógicas y Jísicas 221

libán en La tempestad I 2, 355, tan lúcida intimación de las re­


laciones entre ‘propósito’, ‘palabras’ y ‘conocimiento’.]
20. H.-M. Gauger, sobre la actitud de Nietzsche de que
“todo lo esencial de la evolución humana ha pasado antes en
los Urzeiteri”, donde también el O.L., estudia su proyecto de
“genealogización”. [Es curioso que aquella queja de N. de la
falta de sentido histórico de los filósofos en poco tiempo la
Historia la haya vuelto del revés.]
21. E. J. Bredeck recuerda cómo Mauthner, a principios de
siglo, re-orientaba la investigación del O.L., en el sentido de usar
la extensión de significados en la historia de las lenguas para su­
gerir la asociación metafórica en que todo lenguaje está fundado.
22. E. Hentschel rememora las doctrinas de N. J. Man­
que un tiempo dominaran la Lingüística soviética, con cosas
como la Ursprache jafética y las siete Urworte.
23. N. Kapferer estudia lo que Heidegger dice de indagar
la esencia del lenguaje (más que su comienzo, el origen de la
significación) junto con la cuestión del ser; quien habla del ori­
gen piensa siempre un Dios, que, aunque negado, deja la pre­
sencia de un ‘sujeto’.

Tomo II:
24. R. Albertz nota cómo el Antiguo Testamento no se in­
teresa por el O.L.; el hebreo como Ursprache, sólo en la tradi­
ción judaica posterior [y es que antes no hay propiamente ‘he­
breo’]; una Ursprache común es una proyección trascendente
de la multiplicidad contemporánea de las lenguas.
25. J. Reggenhofer recorre las teorías arábigas y debates
sobre el O.L. en la Edad Media, empezando por analizar un
cierto temor de los arabistas a ocuparse de tal cuestión, impor­
tante sin embargo para muchos sabios árabes.
26. Fr. Apel estudia, desde Hamann y Herder hasta Benja­
mín y la crítica de Bar-Hillel a la busca de la traducción auto­
222 Agustín Garda Calvo

mática, las relaciones entre la teoría del O.L. y el concepto de


‘traducción’, con actitudes que derivan de la Sprachlichkeit
todo Bewusstsein.
27. M. Lang considera, en la Lingüística alemana del xix,
los motivos, también políticos, de buscar una respuesta a la
cuestión del O.L., exigida “popularmente” y desde los especia­
listas.
28. Kl. Grotsch estudia el papel del sánscrito (al princi­
pio, “la hija más vieja de la Ursprache desaparecida”) desde
Schlegel, Bopp y siguientes en el establecimiento de la Lin­
güística comparativa.
29. S. Auroux analiza los motivos (más bien sociales,
aunque también por la intención de autonomía de la Lingüísti­
ca) para el rechazo, notorio en los primeros Estatutos de la So-
rìété de Linguistique de Paris, de la investigación sobre el O.L.
30. J. Leopold, el debate entre las actitudes de E. B. Tylor
(“ningún pensamiento sin lenguaje”; teoría de la evolución se­
mántica de la ‘raíz’) y de Darwin (O.L. en la expresión de emo­
ciones; gritos de apareamiento, canto y selección sexual).
31. R. Stopa repite y defiende (relacionando con el actual
debate sobre lo icònico del lenguaje) su teoría de que, habiendo
lenguas “más primitivas”, articulaciones como las coquetean­
tes de los bosquimanes (en conexión primitiva con la ira) nos
acercan al O.L.
32. V. Heeschen aporta el método de la Humanethología
(parte de la Biología) para entender, en la práctica del lenguaje,
el desarrollo de modelos de la Realidad y el de regulaciones si­
mulati vas de las conductas interpersonales.
33. M. Hildebrand-Nilshon saca de su obra (también de
ethología psico-biológica) un tratamiento de cuestiones como
intersubjetividad, “gramática de la acción y gramática del len­
guaje”, Selbstreflexivitat y reproducción social, dando en apén­
dice noticia del estado de la experimentación con monos.
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 223

34. W. Wanning, en un estudio neuro-biològico (pero la


dinámica genética obedece a la misma ley que se inicia prebio­
lógicamente en las instrucciones de la molécula para producir
copias de sí misma), ve la emergencia del lenguaje a partir “de
procesos sinergéticos a niveles interconexos de auto-organiza­
ción”.
35. M. Hellinger trae la aportación de los estudios lingüís­
ticos de idiomas criollos a la unificación de las cuestiones de
adquisición del lenguaje y de su evolución.
36. J. Gessinger estudia, sobre debate de médicos y psicó­
logos en el xvm [pero no parece que se haya prestado la aten­
ción debida al trabajo de Itard con un niño salvajej, la contribu­
ción al O.L. de los lenguajes de (sordo)mudos y de señas.
37. N. Kapferer, sobre la palabra como encantamiento, se­
gún Freud (sin olvidar que “la cura psicoanalítica se funda so­
bre un suceso de lenguaje”), estudia la coincidencia del O.L.
con el de la psique, y su desarrollo onto- y filogenètico como
liberación del cerco mítico.
38. D. Hirschfeld discute las propuestas de Apel y Haber-
mas para la superación del pensamiento del origen, en el senti­
do de privilegiar la teoría del uso sobre la de la derivación.
39. S. Kanngiesser, sobre el supuesto de que la cuestión
del O.L. es idéntica con la de las condiciones de posibilidad de
adquisición, critica, con ejemplos sintácticos, semánticos y de
Wortbildung, la idea (constructivista) de que la génesis del len­
guaje sea un proceso inductivo, mientras señala las limitacio­
nes de la hipótesis nativista.
40. L. A. Rickels, sobre sugerencias de Artaud (el arte de lo
críptico y juegos con palabras, como germe-germain-Germain-
Germaine, que Lacan y otros contemporáneos también han
usado), estudia cómo el lenguaje oculta al tiempo que revela.
Nada de extraño tiene que, con tantas y tan ricas aporta­
ciones a la disputa, por parte de estudiosos de varias ramas de
224 Agustín Garda Calvo

la Ciencia o de la historia de la Lingüística y el pensamiento,


la pregunta popular que pongo como título quede poco satis­
fecha.
No se trata de que haya en esta vasta y docta recopilación
lagunas, como inevitablemente las hay; algunas he hecho notar
al paso, y otras podrían sin fin citarse: por ejemplo, estudio de
otros mitos menos parroquiales (e.e. platónicos y bíblicos) so­
bre el origen, o también de los términos más o menos equiva­
lentes de ‘lenguaje’, ‘hablar’ ‘hombre’ y ‘alma’ (y localizacio­
nes del alma) en diversas lenguas extrañas, o, más dentro del
plan de los compiladores, lo que la salida de la Lingüística His­
tórica a la Gramática (proceso encamado en la figura de Saus-
sure) aporta a la cuestión; o, tal vez la más considerable, el ol­
vido de la aparición de nuestra primera Lógica con el libro de
Heraclito, donde el lenguaje dice de sí mismo, entre otras co­
sas, cómo es que él está aparte de todas, constituyéndolas como
tales cosas, y puede, por otra parte, hacerse cosa (semantizarse)
él mismo, de manera que a la vez es parte de la Realidad y a la
vez está fuera de ella: pues en esa contradicción está segura­
mente la clave para una mejor formulación de la pregunta.
Tal vez lo que más ayude al lector a percibir en esa cuestión
los vislumbres de acierto y los extravíos más ilustres que los
hombres han tenido en su Historia y tienen contemporánea­
mente sea la cuidadosa introducción de Gessinger y von Rah-
den, donde tratan de enlazar congruentemente las diversas acti­
tudes ante el O.L. y de presentarlas de modo que contribuyan a
un sentido de indagación común que sea el de la pregunta fun­
damental, y sobre todo, de entender como una Verschiebung
más en la historia de la cuestión la actual disputa de constructi­
vismo y nativismo.
Se ve, a propósito de sus citas de Paul en página 6 o de
Süssmilch en página 14, que resulta aún difícil dar sentido a la
observación de que ‘naturaleza del Hombre’ no es otra cosa
Reseñas de lingüísticas, lógicas y Jisicas 225

que la pregunta por Su naturaleza, pregunta que por sí misma


lo coloca fuera de la Naturaleza (y de la Historia, en cuanto la
ciencia histórica quiera ponerse en línea con la Ciencia natu­
ral), de manera que, ciertamente, para aprender una lengua
hace falta saber hablar, siendo esto lo mismo que saber lo que
es ‘hablar’, y en esta especie de perogrullada puede hallarse
una negación fructuosa al planteamiento de la cuestión del O.L.
no sólo como histórica, sino también en general como científi­
ca, en cuanto que cualquier ciencia (o, lo que es lo mismo, filo­
sofía) se refiere a una Realidad externa al lenguaje, siendo la
Ciencia a su vez no más que un caso de lenguaje.
No son pués posibles imperfecciones de esta obra benemé­
rita lo que deja insatisfecha la pregunta, sino algún vicio co­
mún a las muy diversas reflexiones o especulaciones que sobre
el O.L. hayan hecho científicos (o filósofos) y (prehistoriado­
res.
Es otra vía, propia suya, la que requiere la cuestión, una
vía no histórica ni científica (y es el empeño de lingüistas,
chomskyanos y otros, de tomar la Gramática como una ciencia,
psicológica por ejemplo, lo que más ha desviado y entorpecido
su teoría), sino una vía gramatical, esto es, de lenguaje descu­
briendo lo que todo el mundo sabe de sí mismo.
Va el proceso de esa vía de las gramáticas idiomáticas a la
gramática común, y es sólo esa “superación de Babel” lo que
puede servir para una verdadera revolución de la pregunta por
el origen. La Ursprache es la Gemeinsprache; y a esa lengua
común no es imposible aspirar por varios caminos, como el es­
tudio (gramatical) de la entrada de un niño en el lenguaje, o el
de los elementos universales de las lenguas de varios tipos.
Bastante se va haciendo, a pesar de todo, en tal sentido; al­
gunos elementos de la lengua común se nos descubren. Y doy
aquí, para los lectores de ‘SABER/Le e r\ una primicia de des­
cubrimiento: la lengua común, que está dotada de elementos
226 Agustín Garda Calvo

como Negación, Interrogativos, Mostrativos de persona o de


lugar, entre otros, carece, en cambio, de palabras con significa­
do: tiene, sí, por fuerza, un lugar para el vocabulario semántico,
pero vacío.

Joachim Gessinger y Wolfert von Rahden (eds.), Theorien vom


Ursprung der Sprache, Walter de Gruyter, Berlin, 1989.
XII+675 páginas (tomo I) y VII1+588 páginas (tomo II).

Publicado en S A B E R /L e e r n° 32, febrero 1990.


DECIR QUE NO

Este gran libro sobre la negación no es grande sólo por su


volumen: escrito por alguien que se ha dedicado durante mu­
chos años a estudiar el surtido de problemas que en tomo del
NO estallan (y a publicar sobre ellos una larga serie de artícu­
los, que han encontrado en el libro frecuentemente resumen y
ordenación), acierta a tocar las más de las cuestiones que con el
NO se plantean y se han planteado así en las varias formas y
escuelas de Lógica como en las de Gramática y Lingüística en
general, y hasta, más ocasionalmente, en Psicolingüística y Fi­
losofías del Conocimiento, con una exposición clara y cuidado­
sa discusión, no sin ciertas repeticiones o más bien vueltas des­
de otro motivo sobre el mismo asunto, que, dado lo complejo
de los problemas y de sus ¡nterrelaciones (y lo complicado por
los afanes de sus estudiosos), a mí al menos no me parecen inú­
tiles ni censurables.
Tiene también el libro una tesis, o más bien el autor se es­
fuerza del principio al fin en referir la enorme riqueza de datos
y teorías que presenta a una línea o actitud, que llega a descri­
birse como una forma de Extended Term Logic y muestra gran
empeño por declararse como una herencia y reforma de la de
Aristóteles tocante al NO y a las cuestiones fundamentales de
228 Agustín García Calvo

Lógica con él ligadas inevitablemente, que en muchos puntos


centrales es claramente contraria a la adoptada, desde Frege y
Russell, por la Lógica matemática más en uso y aun por Gra­
máticas, como la Generativista, adheridas a ese tipo de Lógica
dominante. Pero eso tal vez es lo de menos: lo importante es
que, con su idea y a pesar de su idea sobre la cosa, Laurence
R. Horn se ha dejado llevar por su escrupulosa honestidad, su
mucho estudio y su interés apasionado por el tema, para ofre­
cerle al lector (no necesariamente “especializado”) los proble­
mas mismos con lucidez suficiente, sin trampas intencionadas
y con el bastante detenimiento para que puedan florecer a lo
largo de la lectura las dificultades que trae consigo esto de de­
cir que no.
Un jardín es, a primera vista, no sin sus médanos, sus trom­
pe-l’œil y sus laberintos. Puede extrañarle tanta complicación y
escabrosidad a la gente que, sin haber entrado en estudios de
Lógica o Gramática, encuentra que decir que no es lo más fácil
y natural del mundo. A esa gente le recomiendo que, mientras
repaso aquí algunos de los problemas presentados por el libro y
discuto a ratos la manera de plantearlos, no olvide del todo
como guía esa impresión primera.
Pero eso mismo es ya un problema: si es verdad o no que
eso de decir que no es lo más fácil y primero en este mundo,
esto es, el de los hombres o del lenguaje. Pues la condición se­
cundaria o más compleja de la negación respecto a lo otro (afir­
mación, simple aserción, predicación positiva) ha sido la opi­
nión más corriente a lo largo de una disputa constantemente
renovada (v. pp. XV-XVI, 19 ss., 31 ss., y volviendo sobre ello
al final, 419 ss.), con actitudes extremas como la de Frege (la
negación, aserción de una proposición negativa) y con aporta­
ción de experimentos psicolingüísticos sobre el más largo tiem­
po de procesamiento de las formulaciones negativas (180 ss. y
App. 2, 521-24), sin que falten revesamientos de la postura
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 229

como el de Royce (33 s.: afirmar es negar lo contrario de cual­


quier cosa que uno afirme), en relación con proclamaciones de
“filósofos” (Marcuse, Negations, o Adorno, Negative Dialec­
tics: p. 91 y n. 72), que le hacen a Hom comentar de si la fuer­
za de la negación vendría a reemplazar al ‘eterno femenino’,
sin pensar que acaso en algún sitio son lo mismo (cfr. Abel
Martín “La mujer / es el anverso del ser”), y en fin, producien­
do entre lógicos una oposición entre posturas sim- y asimetri-
calistas, de reducción o separación, de ‘aserción’ y ‘negación’
(y de ‘NO’ y ‘No NO’), entre las que Hom se propone (p. 46)
mediar, un tanto vanamente.
Como en su estudio y reseña de estudios falta, elocuente­
mente, la forma más elemental de aparición de NO (y la prime­
ra con que aparece en un niño), que es la frase completa “No”,
se pierde por ahí seguramente una vía preciosa para el mejor
ataque de la cuestión: pues una frase así es de toda lengua (sal­
vo algunas de las formales), mientras que la contraria, “Sí”, es
idiomàtica: en latín mismo, la disputa conservada en la Appen­
dix Vergiliana es entre EST et NON, donde el lugar del Sí lo
ocupa el ambiguo (“existencial” y Cópula) EST. Pero aun en
formas intemas o combinadas de la negación, su relación con
‘determinación’ (determinatio est negado: v. sobre Spinoza
p. 41) y con la creación de oposiciones en que toda gramática
se funda (el término no-marcado, que es el normal y simple,
está marcado por la ausencia de la marca; v. en el repaso del
pensamiento oriental, p. 85, un vislumbre en ese sentido en el
Hyáya-Sütra) merecería también más atención. Así, hasta las
especulaciones chinas del Yin-Yang (p. 160 s.), con el hecho de
que, al revés de la práctica corriente (“bueno y malo”), etc.), la
enunciación sea siempre así, con el término negativo por delan­
te (“el mundo fue creado de la nada”, especula Hom), aporta­
rían indicios para el replanteamiento (o más bien Aufhebung a
la hegeliana) de la cuestión; y hasta la ausencia notada por
230 Agustín García Calvo

Freud (93 ss.) de la negación en el ensueño (mientras que la ne­


gativa en su narración, “No era mi madre”, es la manera de de­
cir “sí”) tendría algo que revelar, en cuanto se tuviera cuenta de
que la acción del NO está ahí antes, en el acto mismo de la re­
presión, creadora del ensueño.
Pero el tratamiento principal del NO en el libro es el de la
Lógica (aunque el intento constante del autor es conectar los
problemas de la negación lógica con las apariciones lingüísti­
cas del NO), y así el NO, referido a cosas como Proposiciones
y Términos de Proposiciones, se ve enredado en las cuestiones
de V(erdad)/F(alsedad), y por ende en el juego con la Ley de
(no) Contradicción y la Ley del Medio Excluso.
Los intentos de reducir ‘negación’ a una noción más gene­
ral, como la de ‘diferencia’ y ‘otro’, están debidamente reseña­
dos (pp. 1-4, 50 ss.), sin que, sin embargo, aparezca claro lo
evidente: que NO (mientras no queda incorporado en palabra o
término) es un mecanismo lógico (lingüístico), mientras que
‘diferencia’ se refiere a cosas, y sólo a Términos o Proposicio­
nes cuando a éstos se les trata (en Lógica de lógicos o Gramáti­
ca de gramáticos) como cosas. Y también, a propósito de la
Ley de Doble Negación (63 ss.), no se presta bastante atención
al hecho de que, cuando a una cosa que está del revés se la
pone del revés, queda del derechas, en tanto que, si a una cosa
que está del derechas se la pusiera del derechas... (“No es ver­
dad que no haga sol” —>? “Hace sol”, pero “Es verdad que hace
sol” -» “Hace sol”), sugerencia de que la acción del NO es un
caso de acción singular y distinto del de la predicación y que
NO-ES no es un caso o modo de ES, como a Aristóteles y a
Horn más bien les place.
Por lo demás, las interacciones entre NO y los Q, ‘todo’ y
‘nada’, ‘algo’ (y también los números y los términos singula­
res, o sea Nombres Propios) son centro constante de atención
del libro, ya desde el cap. I, con una cuidadosa exposición del
Reseñas Je lingüísticas, lógicas y físicas 231

cuadro aristotélico de las cuatro esquinas, y más a fondo en


pp. 230-254 sobre la falta en las lenguas de una palabra que co­
rresponda a la esquina O ‘no-todo’. Percibirá el lector a lo lar­
go del libro (y de sus propias reflexiones) algo que no llega ex­
plícitamente a formularse, como una antipatía entre NO y esos
Q (que algunos han llamado inoportunamente existenciales) del
tipo ‘algo’ (como la hay entre NO y los atenuadores del tipo
fairly, rather, kind of: 401 s.), la cual debe indicar algo sobre el
diferente juego de NO con predicaciones (unimembres)
“Hay x" y (bimembres) “X, ES a”: NO (“Hay algunos”) —> “No
hay ningunos”, pero NO (“Algunos, son negros”) no —> “Nin­
gunos son negros”, con N-Q, sino “Algunos, no son negros”,
con Q-N; opóngase “No están todos” y “No todos son negros”,
ambos con N-Q, y difícilmente “Todos, no-son negros”, con Q-
N, —> “Ninguno es negro”.
Esto nos hace entrar también en las relaciones de NO con
los Modales, que Horn debidamente equipara (p.ej., 98 ss.)
con los Q: digamos □ ‘necesario’ con ‘todo’, ~ □ con ‘NO
todo’, \Z\ ‘imposible’ con ‘nada’ y ~ \Z\ con ‘algo’, o unas rela­
ciones no menos apasionantes, sobre las que pienso volver lue­
go a propósito de los usos del NO no lógico.
Y nos hace entrar asimismo en su relación con las conexio­
nes, A ‘conjunción’, v ‘disyunción’, que a veces se separa, pero
no con rigor, en simple v “a o b (o c...)”, y disyunción rigurosa
o excluyente, w, “o a o b”, y —» y <->, conexión condicional y
bicondicional. Pone Horn mucho empeño en varias ocasiones
(y no es en ese empeño donde más caso debe el lector hacer a
la parte lógica de su estudio) en relacionar las relaciones de NO
con Q ‘todo/nada’ con las de NO con a y, en cambio, las de
NO con Q ‘algo’ con las de NO con v (p.ej. en pp. 224 ss.,
256 ss.); pero, aunque muchos hechos de la sintaxis parecen
ilustrativos para ello, se diría que pasa desapercibida la eviden­
cia de que sólo la disyunción w (también y —>) enlaza dos
232 Agustín Garda Calvo

miembros que sean 2 por esencia, con lo cual, perteneciendo


‘2’ (y los números), como ‘todo’, a los Q definidos, es ahí donde
puede establecer una relación similar con NO, en tanto que a ,
al igual que el mero v , que antes he escrito “a o b (o c...)”,
mientras no esté apoyado por un recurso como el del inglés
“both a and b”, sólo por caso enlaza 2, y la cadena de los ‘y’ (o
los ‘o’ no excluyentes) no queda cerrada por ley lógica alguna,
con lo cual su situación se acerca a la de los Q indefinidos o de
tipo ‘algo’.
Saliendo ahora de la Lógica a la Gramática, o más bien tra­
tando de dar razón de los hechos lingüísticos por referencia a
alguna Lógica (pues es la postura, brava y justa, de Horn la de
no expulsar la Lógica de los lenguajes naturales, y así alaba,
p. 470, a Aristóteles y a Montague como intentos de tratar, y
mostrar, como lenguajes formales el inglés y el griego antiguo),
el autor hace largamente uso de lo implicado en lo dicho, las
implicaturas a lo Grice o las presuposiciones a lo Ducrot, para
tratar una serie de problemas, suponiendo, a veces, que lo im­
plicado puede tomar sin inconveniente una forma cuasiproposi-
cional, siéndole aplicables, como a la Proposición, los atributos
de V/F, si bien otras veces la implicación se trata de maneras
más sutiles (y saliendo de la “semántica” a lo que considera él
pragmática) para dar cuenta de operaciones sorprendentes de
NO en lenguajes naturales. Y está Horn especialmente orgullo­
so de su tratamiento de las escalas (v. p.ej. 235-249) para expli­
car interacciones de NO con las diferencias cuantitativas. Hace
también gala y uso de un cuadro de principios contrapuestos
(p. 194, modificando los de Grice) que rigen la comunicación,
unos llamados Q (de quantity), de ‘atención al Oyente’, y otros
R (de relation), de ‘atención al Hablante’.
Pero lo grave de las implicaciones es cuando son nada me­
nos que ‘implicaciones de existencia’; y así, el Rey (actual) de
Francia, calvo o no calvo, que desde que Russell lo introdujo
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 233

ha venido a hacérsenos casi de la familia, reaparece en diversas


ocasiones a lo largo de todo el libro (así, en el cap. I, 40 ss.,
104-117, y en el último, 484-90, 509 s.), tratándose, al lado de
esos casos de ‘falta de referencia’ (real), los de ‘equivocación
de categoría’, e.e. impropiedad del término para recibir tal pre­
dicado (pp. 110-12), como en “El número 3 no es azul” (aunque
v. en p. 486 dificultades para la equiparación entre unos y otros
casos); la cuestión de si tal predicación puede o no ser V (o F)
cuando su “sujeto” no existe se plantea bien desde pp. 40 y ss.
En todo caso, Horn aprecia bien la diferencia que en la
cuestión introduce la ordenación sintáctica (o más bien, para él,
pragmática), según que el “sujeto” sea Thema o no: no es lo
mismo para “El actual Rey de Francia, no ha visitado la Expo­
sición” que para “La Exposición, no ha sido visitada por el act.
R. de Fr.” o, ahorrándonos la horrísona Pasiva, en español, “No
ha visitado el act. R. de Fr. la Exposición”. Y no le gusta a
Hom (p. 485) que, para ajustarse al tratamiento de los lógicos,
tengan los Nombres Propios que reducirse a descripciones (‘ri­
gid designators' para Kripke, aceptado por Montague). Su acti­
tud ante los conflictos, de ‘V/F’ con ‘(falta de) referencia’ vie­
ne a ser la de Aristóteles (489 s.): que en casos de falta de
referencia o equivocación de categoría, el ‘predicate denial',
‘denegación de predicado’, es V, y en los mismos contextos, las
‘predicate term negations', ‘negaciones de término predicado’,
son F; sólo que, en tanto que éstas participan en los compromi­
sos de existencia o tipo de término de las positivas, aquéllas no
necesariamente carecen tampoco de tales compromisos; pero
cómo surgen las propiedades presuposicionales de los ‘predica­
te denials' que tal cosa condicionan, es algo que para Hom no
puede responderse ni en ‘semantics' ni en ‘syntax': será más
bien “pragmático”.
Por supuesto, en todo el tratamiento de los lógicos (y gra­
máticos), lo que no acaba de reconocerse es que el reino de la
234 Agustín Garda Calvo

verdad (de ‘V/F’) no es el de la realidad. La comprobación de


la verdad de “Hay gambas”’ consiste en que siga habiendo gam­
bas mientras está el cartel puesto; pero, en tanto que estar pues­
to (o no) el cartel es una operación lógica (lingüística), el ha­
berlas o no haberlas no es de tal reino, y por tanto, el ‘mientras’
no puede enunciar una relación lógica, a la que V (o F) se refie­
ra. Nótese que ahí (como en los casos de “negative existential”,
p. 69 ss.: “No hay unicornios”, etc.) no hay “sujeto” (en el sen­
tido de Thema’), y si se pone como tal un ‘AQUI’ extralin­
güístico, ese ‘AQUI’ no existe (no es cosa de la realidad), sino
que hace algo más elemental y simple que existir. Y siempre
que V (o F) quiera referirse a una relación entre el enunciado y
la realidad a que él se refiere, cualquier frase “No P” tropezará
con el hecho de que no hay cosas negativas (v. p. 49 s., y
198 ss. para la no bogotalidad de la capital del Perú o la no pe-
rucapitalidad de Bogotá).
La relación entre NO y F es, naturalmente, una de las cons­
tantes del libro, ya desde pp. 41, 56 (a propósito de Leibniz) y
58 s., donde se insinúa que el confundir/separar ‘NO’ y ‘falso’
conlleva de algún modo el distingüir/no distinguir ‘metalin-
güístico’ y ‘directo’ (v. t. 203 s., donde, contra Wittgestein y
Givón, “use is not meaning”), y en otra vuelta sobre el asunto
(399), “tal vez necesitamos sencillamente mejores criterios
para distinguir denegaciones de verdad de aserciones de false­
dad”; y en pp. 488 ss.: el NO de una frase (metalingüístico) im­
plica la verdad de la negación de Predicado cuando la Proposi­
ción que niega es condición necesaria para la V de la frase
positiva, pero no cuando el NO rechaza la frase por otros mo­
tivos (incluida la impertinencia o la mala pronunciación de
una palabra); y la V de una Predicación no garantiza su aserta-
bilidad.
En relación con la cuestión de ‘NO/F’ está también la de la
necesidad o aceptabilidad de Lógicas multivaluadas (con al
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 235

menos un valor aparte de V y F), ya sea a consecuencia de la


falta de referencia de “sujetos” (p. 110), ya por Nombres Pro­
pios vacíos o por el problema de las formulaciones en Futuro
(130). A tal propósito, se trataría quizá de formular con preci­
sión (algo ya en ese sentido en 414 ss.) una actitud posible
ante las relaciones de NO con V/F; que la negación de la falsedad
no funciona como recíproco de la afalsiguación de la negación:
a w F(q) (“No es mentira que X sea negro”) —> V (q) (“Es verdad

que X es negro”), lo cual nos indica que estamos en una Lógica


normal o bivaluada, en que /w \ V = F y a a a F = V; y enton­
ces, F (~ q) (“Es mentira que X no es negro”) —> a / v\ V (~ q)
(“No es verdad que X no sea negro”), pero de ahí no -> V(?)
(“Es verdad que X es negro”), sino que cabe que, sin ser V que
X no es negro, tampoco sea V que X es negro; o sea que el No
que juega con V y F en el metalenguaje de la Lógica (que ahí
provisionalmente he distinguido con a a a ) no penetra (convir­
tiéndose en ~) en el lenguaje de la proposición; una actitud que
da cuenta, de paso, de que no haga falta que 3 sea azul para que
no sea verdad que 3 no es azul tampoco.
Por cierto que una cosa en la que el libro no para muchas
mientes (v. algo en p. 294 sobre “ajfixal negation”) es que en
lenguajes formales, como los matemáticos, que no son meta-
lenguajes (tan directamente) como lo son las Lógicas, el NO
(como en los sueños freudianos) o no aparece o sólo en la de­
claración matemática del non sequitur de una demostración o,
lo más, aparece (en etc.) como anulador de la relación, como
contraoperador, no como operador. Las cuantías negativas del
Algebra, que tanto empeño tuvo Kant en que se introdujeran en
la Ciencia, no tienen que ver directamente con el NO (-5 no es
ninguna negación de 5), pero se parecen ciertamente a los tér­
minos del lenguaje vulgar como ‘no desdeñable’, ‘nada bueno’
y hasta ‘no deseo (ir)’ (= ‘deseo no ir’); a los cuales sí que
presta larga atención el libro: así, desde 274 ss., sobre ‘E-neg’
236 Agustín Carda Calvo

y ‘E-pos’, lo evaluativamente negativo y lo ev. positivo, que se


usa debidamente para dar cuenta de varios fenómenos en pre­
suposiciones y escalas o reversión de escalas que con el NO se
dan en los lenguajes naturales. Por ejemplo, por lo que toca al
inglés, los comportamientos diferentes de not frente a los incor­
porados un- o iN- (a su vez distintos entre sí en ciertas forma­
ciones), debidamente examinados (ley de Zimmer en p. 276 y
v.t. 279 y n. 14 p. 554), revelan que, cuanto más el grado de in­
corporación a palabra (semantización) del NO, más fuerte su
función para “E-neg” (unhappy frente a not happy, cfr. inde-
cente/no decente, y hasta imposible/no posible).
Pero esto toca a la cuestión que, si hubiera de elegir, me pa­
rece la hebra principal que enlaza la mayor parte de las cuestio­
nes (lógicas o gramaticales) del tratado: la de los grados de in­
tromisión de NO en el discurso, la frase o proposición y hasta
la palabra o término. La actitud de Hom, que se apunta a lo
largo del libro en múltiples ocasiones y se hace explícita al final,
es ésta: no se acepta un NO de la Proposición entera, el “one-
place operator” de Frege y seguidores (v. 42 ss.), sino que un
NO que afecta a una frase entera es para Horn un NO (de diver­
sos modos) metalingüístico; por lo demás, hay un predícate de­
nial, un denegador de Predicado, “negación como un modo de
predicación, regla para combinar sujeto y predicado, que viene
a dar usualmente (pero no siempre) en oposición contradicto­
ria” (p. 515), el cual “tiende en la práctica a asimilarse funcio­
nalmente a la negación IV (del núcleo verbal), al operador de
dominio (scope) (relativamente) estrecho permitido por Aristó­
teles”; cuando el NO no es metalingüístico, “a menudo remeda
(mimics) la negación constituyente”; pero eso no quiere decir
que rechace de plano la negación constituyente de término
(p. 156), que al menos con núcleos de Verbo, de Adjetivo, de Q
le parece clara (la alternativa es caer en la proliferación de ora­
ciones [clauses] de las derivaciones generativistas, por ejem-
Resmas de lingüisticas, lógicas y físicas 237

pío, para conseguir la equiparación “one negation - one clau-


se”)\ lo que pasa es que los casos de aparente NO constituyente
de término (como en “Max( 1) no mató(2) al juez(3) con el cu­
chillo^) de plata(5)”, donde el NO podría ir con 1, con 2,
con 3, con 4 y hasta con 5) deben tomarse como realizando una
denegación de Predicado de dominio amplio (“wide-scope pre­
dícate deniar), aunque se centre (focus) en un elemento, deter­
minado por el discurso y señalado por “stress-pattem” (donde
Hom confunde un poco cosas muy diversas como acento, so­
breacento y entonación de coma), de manera que una frase
como la citada, que, con n elementos, sería n +1 veces ambigua,
no lo es en sí, sino caso, “general, inambiguo, de denegación de
predicado”, y sus varios “specific understandings” no son para
Horn cosa de “semantics” ni de sintaxis, sino que están prag­
máticamente condicionados.
Todo esto es dejar bastante temblando los límites de ‘prag­
mática’ y ‘sintaxis’ (por no hablar de la semántica) y al mismo
tiempo dejar a la Lógica demasiado exenta de los mecanismos
más complicados de los lenguajes naturales. Al fin, hasta la no­
ción o fórmula de ‘función’, f (a), a la que el operador negativo
de Proposición vendría a reducirse, -i (p), se parece bastante a
las frases unimembres de las lenguas, como “Hay (gambas)” o
“No-hay (gambas)”: sólo que habría que distinguir un momen­
to en que “f (a)” se está diciendo, es una operación en acto (con
el valor de a que sea), y otro en que ‘f (a)’ es una cosa de que
la Lógica está diciendo algo, por ejemplo, si es de un lugar o
dos o si es o no del mismo orden que las conectivas. Ello es
que, sin embargo, no deja Hom de dar cuenta detenidamente, y
a menudo con sentido común, de los casos y problemas atañen-
tes a los grados de intromisión de NO que en las lenguas for­
males y no formales se presentan; aunque no deja de extrañarle
(367) que, hallándose en muchas diversos útiles negativos (gr.
ou/mé, etc.), en ninguna se halle que sean diferentes para el NO
238 Agustín Careta Calvo

metalingüístico y los otros. Ello mismo podía sugerir que la


fuente del NO está precisamente en su uso metafrástico (y en la
frase “No”) y que de él se siguen alimentando los otros usos
más incorporados; el autor (362 ss.) tiende a pensar, más bien
al revés, que la negación “marcada” es “un uso metalingüístico
ampliado del operador descriptivo (de lengua-objeto) ordina­
rio”. En ello, como en otros puntos, confía tal vez demasiado
en la oposición ‘metalingüístico/lingüístico’, perdiendo acaso
un atisbo de que todo NO, en cuanto está en activo, es de algún
modo metafrástico y sólo deja de serlo cuando llega al último
grado de dominio, en que forma parte de palabra.
Lo poco conveniente de distinguir mucho entre referencia
al lenguaje y ref. a la realidad salta sin más si, por ejemplo, te
encuentro con los pies metidos en una palangana y te adelantas
a aclararme “Aunque parezca que me estoy lavando los pies,
no me estoy lavando los pies: me los estoy refrescando”;
¿adonde va tu NO?: ¿has supuesto por mi parte una formula­
ción tácita de la situación, y es un NO metafrástico que corrige
la impertinencia de la frase (o incluso niega la V de la Proposi­
ción) no pronunciada?; ¿es metalingüístico en el sentido de que
precisa el empleo de los términos apropiados al caso, y niega la
propiedad de ‘lavando’, que podría llevar entonces el sobreacen­
to (de focus) característico, para proponer sustituirlo por el más
propio de ‘refrescando’?; o bien ¿es una verdadera información
acerca de los hechos de la realidad (pues ¿quién duda de que
lavarse y refrescarse son dos cosas diferentes?) y la V o F de
“no me estoy lavando los pies” sólo por recurso a la realidad
puede establecerse (F si percibo que estás usando algún jabón)?
Ello es que, comprendiendo ahora bajo ‘gramática’ hechos
sintácticos, pragmáticos (sin aclarar aún qué parte de la prag­
mática es gramatical, sobre lo que vuelvo luego) y de semánti­
ca de palabra, se pueden bastante claramente distinguir estos
grados de intromisión: 1) Frase “No” en sus varias modalida­
Reseñas de lingüísticas, lógicas y .físicas 239

des. 2) NO metafrástico, “No ‘están abiertas las tiendas’”


(= “No es verdad que estén ab. 1.1.”. 3) NO con dominio sobre
la frase entera (‘proposition denial' = ‘predícate deniaV para
Horn), “No [están ab. 1.1.]’\ sugiriendo “No se ligue ‘estar
abierto’ con ‘las tiendas’”, pero más bien, como en “No llue­
ve”, “No se ligue ‘estar ab. 1. tiendas’ con la situación en que se
dice”. 4) NO con el miembro 2o (érgon, rhema) de una frase bi­
membre, pero no con el Io (thema), “No están abiertas las tien­
das”, invertida (E-T) de la normal (T-E) “Las tiendas, no están
abiertas”. 5) NO enredado con otros índices de la acción lin­
güística (en el ejemplo, aspectuales) y dominándolos, “No-es­
tán [ab. 1.1.]”, sugiriendo “No vale ya ‘abierto’ para las tien­
das”. 6) NO incorporado al Predicado o núcleo de la acción
lingüística y afectándolo (pero dominado a su vez por otros ín­
dices), “N. e. a. 1. t.” = “Están no-abiertas 1.1.”, esto es, “Si­
guen sin abrir 1.1. todavía”. 7) NO incorporado a otro término
lingüísticamente activo y afectándolo, “Están ab. las no tien­
das”, o bien “No están cerradas con trapa las tiendas”, sugirien­
do “Están cerradas sin trapa”. 8) NO semantizado, o sea incor­
porado a término no de acción, sino de mención, lingüística y
formando parte de su significado, “Están ab. 1.1. no judías” o
“Están ab. 1.1. de los no creyentes” (= “de los infieles”).
Puede que la línea de Horn no haga mucho caso de tales
criterios (desdeñándolos como “sintácticos” o entendiéndolos a
veces como “pragmáticos” y como tales separados de la “se­
mántica” de la Proposición), pero la riqueza de datos recogidos
de las diversas lenguas en el libro y su cuidadosa discusión sir­
ven bien para ilustrarlos, incluso su fiel seguimiento (499 ss.)
de los principios de Jespersen para la colocación del NO (y el
ciclo de cambios de orden en la evolución de las lenguas), regi­
da por una tendencia al acercamiento a aquello a lo que afecta,
en pugna con una ley general de anticipación a la cabeza de la
frase (aunque mis observaciones de la formación de la sintaxis
240 Agustín Carda Calvo

en dos niños, que publiqué en De la construcción, Lucina


1983, con su tendencia contra-idiomática a la posposición del
NO, tienen algo que corregir en ello), anticipación que, como
Jespersen anotaba, es con Imperativos cuestión de vida o muer­
te: “Don Ykill him!”, “No lo mates!”, y no el desastre que sería
“Kill him n o t “Mátalo no!”.
Pero ahí está uno de los trances decisivos en esta Historia
Natural (al que Horn, lógico a ratos y aristotélico y todo, no
deja de ser sensible), el de la relación del NO lógico o de predi­
caciones (gr. ouk) con el No de otras modalidades (gr. me), el
prohibitivo, el de contra-voto (“¡Que no llueva!”), también el
de Verbos ejecutivos (performative), a veces incompatibles con
todo NO (imagínese qué negación sería la de “Declaro abierta
la sesión”), hasta el de preguntas y las interrogativas retóricas
que han dado en llamar queclarativas (“¿Quién no la cono­
ce?”), quedando excluida, elocuentemente, de todo NO la mo­
dalidad vocativa, “Camarero!”. Pues, si NO se pensara como
un instrumento de “rechazo” o algo así, se estaría acaso en ca­
mino de entender el NO lógico como un caso de ese NO gene­
ral que funciona de otros modos según las otras modalidades,
aparte ya la cuestión genética (en niño o en Humanidad) del
NO lógico a partir del otro o viceversa. No llega Horn, con
todo, a vislumbrar que también su dilecto NO metalingüístico,
que rechaza impropiedades de términos del interlocutor y hasta
malas pronunciaciones, encontraría en ese NO extralógico un
apoyo.
Y lo que es más grave, que ello podría servir para aclarar la
confusa intervención de NO con Futuros y con los Modales de
los lógicos, ocasión de muchas perpelejidades, que son parte a
veces a imponer la necesidad de Lógicas multivaluadas, y que
para los antiguos expone bastante bien Cicerón en el de Fato,
que Horn, por cierto, apenas usa, pero que es útil para mejor
entender la Lógica de los estoicos, y la de los epicúreos, que
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 241

Horn ni una menciona, pero que parece que se atrevía a que en


una disyunción “o pfut. o qfut.” pudiera serV la disyunción
sin que ni p ni q fuesen V o F. Así también en p. 380 hay un
tratamiento correcto de las Condicionales de Austin o metalin-
güísticas (“Si tienes sed, hay una cerveza en la nevera”), aun­
que sin advertir que la apódosis sustituye defacto a una “lógi­
ca”, pero que carga entonces con el Futuro (“Te diré que-”), y
que no admite NO, sugiriéndonos que las Condicionales de
verdad son sólo las Eventuales, condenadas al Futuro y a su
problema con V/F (cfr. 473 ss.).
Habría que considerar esa partición entre lo que es gramati­
cal y lo que es pragmático. A propósito de diversos temas (am­
bigüedades de NO, doble negación y litotes, tipos de presuposi­
ción) distingue Horn bastante claramente los campos de
convención en que las elocuciones y sus interpretaciones se si­
túan: uno es el de lo propiamente gramatical; otro, el de conve­
nios sociales o culturales (algo que ver con su short-circuit im-
plicature: p. 347) que rigen ciertas presuposiciones, o también
de reglas no-gramaticales del habla que me atrevería a equipa­
rar a las de buena educación; otro, el de los convenios conver­
sacionales que rijan entre interlocutores; y queda fuera lo que
pueda haber de no-convencional en las manifestaciones (expre­
sivas) del Hablante. Pero oponer, como en p. 345, “pragmatic
(natural)" a “arbitrary (conventional)”, eso no. En todo caso,
importa la distinción entre ‘lo que la frase hace’ y ‘lo que el
Hablante (y el Oyente) hace con la frase’: todo lo primero es
gramatical, lo mismo si toca a la pragmática que si a la sintaxis
o al léxico común.
En fin, toda la problemática del libro, que no en vano salta
constantemente del tratamiento lógico al lingüístico, está ateni­
da a una decisión, aún más grave, sobre la relación misma entre
Lógica y Gramática. El autor, que se afana por hallar una razón
del NO, lógica, pero válida para las lenguas, y que para ello ha
242 Agustín Garda Calvo

contrapuesto netamente (465-67 y cfr. 471 s.) dos tipos de Ló­


gica, no deja por ello de tomar nota de las desesperaciones del
intento, como (p. 131) la de Strawson de que el lenguaje ordi­
nario no tiene una lógica exacta (entre otras cosas, porque tiene
Nombres Propios y Futuros) o como (422 s.) la de Atlas de que
“no set-theoretical semantic theory can do justice to negation -
or, henee, lo natural language in generaF. Ello es que hay un
dilema del que no puede escurrirse uno: o la Lógica es más que
el lenguaje, y entonces todos los usos de NO en una lengua han
de encontrar su interpretación como operador de función (de
V/F), o el lenguaje es más que la Lógica (la Lógica algo como
una purificación del lenguaje), y entonces el NO lógico (o los
varios NO) será un caso de un NO más grande, del que habría
que dar razón... no ciertamente en términos de una Lógica.
Apenas he hecho más que entresacar algunas cuestiones de
las muchas que en el libro de Flom pululan y encuentran más
reposado trato, a fin no más de aguzar el ansia de los lectores
por entrar en su lectura y en el problema mismo de decir que
no, en el que tanto nos jugamos todos. El libro está ordenada­
mente dividido en capítulos. (1, Negación y Oposición en Ló­
gica Clásica. 2, Negación, presuposición y el medio excluso.
3, Condición de término marcado (markedness) y Psicología de
la negación. 4, Negación y cuantificación, 5, La Pragmática de
la negación contra(dicto)ria. 6, Negación metalingüística.
7, Forma negativa y función negativa), una división de la que
ya se ve por mi reseña que no recomiendo al lector que haga
mucho caso, dado lo entrecruzado y mutuamente implicado de
ls cuestiones, lógicas o lingüísticas, diversas. Está dotado de
dos útiles índices, de nombres y de temas, y de una bibliografía
de cerca de 1.200 ítems, todos utilizados por el autor, y en la
que poco puede uno echar en falta, como no sea un par de co­
sas posteriores a su publicación, como M, Schneider - E. Sch-
neider - A. Kandel, ‘Application of the negation operator in
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 243

fuzzy production rules’, Fuzzy Sets and Systems XXXIX


(1990), 293-99, sobre modos de superar dificultades del opera­
dor NO por medio de complementación en conjuntos borrosos, a
los que Hom no parece, por cierto, haber otorgado atención algu­
na, y M. Ohkado ‘INFL and negating particles’ Lingua XXV11
(1989), 1-12, donde al menos, para la relación de NO con otros
términos, se reemplaza la averiada noción de ‘Verbo’ por la de.
un nodo abstracto que se acerca a ‘predicado’ o más bien ‘nú­
cleo lingüísticamente activo de la predicación’. Y no sé, en
suma, si será el libro una Historia Natural del NO, pero es, desde
luego, la enciclopedia más completa y más juiciosamente elabo­
rada que puedo recomendar a los lectores de SABER/Leer de las
cuestiones, de Lógica o de lenguaje, tocantes al decir que no.

Laurence R. Horn, A Natural History o f Négation, The Univer-


sity of Chicago Press, Chicago-Londres, 1989. XXII + 637
paginas.

Publicado en S A B E R /L e e r n°42, febrero 1991, págs. 1-3.


DE CÓMO CAMBIAN LAS LENGUAS

Es claro que, durante el rato que uno está hablando con


otro en una lengua, el aparato gramatical de esa lengua tiene
que estar fijo, y es no menos claro, considerándolo desde fue­
ra, que una lengua cualquiera está cambiando, más o menos de
prisa, costantemente; lo cual nos lleva a declarar que el tiempo
del cambio de las lenguas, el de la Historia, no es el mismo
tiempo, el actual, en que uno está con otro hablando. Esta situa­
ción paradójica da lugar a muchas indecisiones y con­
tradicciones entre los dos estudios del lenguaje, el de la Gramá­
tica, que trata, desde dentro, de descubrir la gramática de una
lengua, y el de la Lingüística Histórica y Sociolingüística, que
consideran, desde fuera, la evolución o cambios de estado de
las lenguas.
El problema es, además, un caso singular, y no puede redu­
cirse al de otros casos de ‘cambio’ de que la Ciencia trate: pues
ni las lenguas cambian a la manera, supuestamente natural y
continua, que las Ciencias de la Realidad atribuyen a los proce­
sos físicos (el aumento de la temperatura de un cuerpo o la evo­
lución de una especie animal a lo largo de las eras) ni tampoco
cambian en virtud de decisiones humanas, en algún modo cos-
cientes y voluntarias, como la Historia o Sociología han de
246 Agustín García Calvo

considerar un cambio en la moda vestimentaria o en la recauda­


ción de los tributos de un Estado.
Esa situación singular le da un especial valor, también para
entender mejor los cambios históricos y naturales, al estudio de
este suceso, tan palpable como paradójico, del cambio de las
lenguas; estudio que no en vano, desde el establecimiento, hace
más de un siglo, de la Lingüística Comparativa, hasta estos úl­
timos decenios, con los medios de esperimentación y computa­
ción más avanzados, ha cundido copiosamente, y del que traigo
hoy a los lectores de SABER/Leer una muestra eximia y repre­
sentativa.
He aquí el primer volumen de la obra monumental que pro­
sigue en Norteamérica W. Labov, bien conocido desde hace 30
años por su labor en este campo. El proyecto cuenta con otros
dos volúmenes, uno sobre Social factors y otro, más bien mis­
celáneo, tocante a comprensión entre dialectos y trasmisión de
“reglas variables”, que el autor anuncia con el título de Cogni-
tive factors, si bien él mismo advierte que la separación no pue­
de ser rigurosa; y en efecto, ya en este primer volumen apare­
cen, implicados en el estudio mismo de los hechos de cambio
gramatical, muchos ‘factores sociales’ que en esos cambios in­
tervienen.
En cuanto a los ‘factores internos’, también entre ellos el
autor debería tal vez distinguir más claramente entre los que se
refieren a la combinatoria, de fonemas por ejemplo, en la ristra
de la frase o de la palabra y aquéllos que tocan a la organiza­
ción de los elementos en el aparato. Por lo demás, él mismo
confiesa, a propósito del sentido de ‘esplicación’ (explanation),
que para él la presencia de “ciertas debilidades” en el sistema
no puede ser más que una apertura u ocasión (an opening) para
la actuación de factores esteriores a la lengua.
El intento general de la obra de Labov es que el estudio de­
tallado del change in progress, de cambios en marcha, que él
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 247

ha seguido afanosamente entre grupos de hablantes del inglés


de Nueva York, Filadelfia y otros, sirva para iluminar, confir­
mar o precisar, las nociones de ‘cambio’ que habían regido los
estudios de Gramática Histórica de las lenguas, principalmente
de las indoeuropeas y cercanas, a lo largo de este siglo, que es­
taban condicionados, dado lo reciente del registro fonético au­
ditivo, por el empleo de testimonios escritos de las lenguas.
Así, el estudio preferentemente de algunas alteraciones fo­
néticas recientes, ante todo las de vowel shift o deslizamientos
en la realización de las vocales (no por azar tomado como
tema: las lenguas de 10 o más vocales, como el inglés, son una
rareza y, por ende, un motivo de inestabilidad) entre los hablan­
tes de esas variedades del inglés americano en estas últimas ge­
neraciones, deberá, “por un proceso inductivo de generalización
creciente”, servir para dar sentido preciso y, en cierto modo, rea­
lidad palpable a la venerable Ley Fonética, que ha regido los es­
tudios de Lingüística desde los primeros comparatistas.
Ahora bien, sucede que las variaciones de realización foné­
tica, que pueden ser perceptibles y registrables por implemen­
tos fonográficos, y aun llegar a la conciencia de la gente (el
“acento”, como vulgarmente se dice, que distingue a menudo la
condición social de los que hablan), no tienen por qué incidir
en alteraciones gramaticales, significativas (el que en Málaga
ceceen y en Sevilla seseen no importa respecto al hecho, gra­
matical, de que ni en un sitio ni en otro se distingue la casa de
la caza), mientras que, al revés, “los hablantes a veces no son
capaces de etiquetar (label) distinciones que hacen persisten­
temente en la producción”, es decir que diferencias fonéticas
que los hablantes tienen que marcar hablando, porque obede­
cen a una diferencia fonèmica, fácilmente les escapan como
observadores reflexivos, más o menos profanos, de su habla.
Hay una relación profunda entre (a) el hecho de que las
oposiciones gramaticales, astractas, sean de ‘SÍ o NO’(según el
248 Agustín García Calvo

autor mismo recoge de Bloomfield, “tal cosa como ‘una peque­


ña diferencia de sonido’ no existe en el lenguaje”), en tanto que
las diferencias de sonido, y por ende sus mutaciones, sean “de
más o menos” y continuas, y (b) el hecho de que aquéllas per­
tenezcan a la subcosciencia gramatical común y sean normal­
mente inasequibles a la conciencia de las personas, en tanto
que éstas otras son de la realización, e.e. de la realidad, y pue­
den por tanto percibirse “desde fuera”, y aun etiquetarse, como
los otros sonidos o sucesos de la realidad. Y me temo que tam­
poco todavía en la gran obra de Labov esa correspondencia en­
tre (a) y (h) funcione de una manera lo bastante clara y decisiva.
Por otro lado, con eso está ligada la cuestión del juego entre
las dos regiones de la lengua, la de los elementos fonémicos y
la de las palabras (ideales, mal distinguidas generalmente de las
sintagmáticas o tramos de la producción), que Labov toca debi­
damente, y le lleva a decir “Nos enfrentamos con una paradoja
de principio: el lenguaje se comporta como si la unidad signifi­
cativa afectada por el cambio de sonido (sound change) fuese
el fonema, y también como si la unidad de cambio fuese la pa­
labra”. En efecto, si la conciencia se vuelve sobre la realización
del fonema, un hablante dirá acaso “No puedo pronunciar la
elle”, pero lo que en verdad ha sucedido en la lengua no lo ave­
riguará hasta que cosíate que no puede distinguir una pulla de
una puya.
Ya en el cap. 1, pero con repercusiones a lo largo de sus es­
tudios del vocalismo inglés americano, se enfrenta el autor con
noticias de la Lingüística Histórica (y observaciones semejan­
tes en la práctica actual) que parecen contravenir principios
muy profundos del estudio de la lengua: un caso ilustre es que
en el s. xvm, en el inglés de Essex y el generalizado y hasta li­
terario, layl y !<>yl se habían confundido, de manera que eran
homofonos Une y loin, vice y volee, pint y point; como resulta
que en el inglés posterior está vigente y generalizada la distin­
Resenas de lingüísticas, lógicas y físicas 249

ción, se dina que a una confusión o merger le habría sucedido


una desconfusión o un-merger, lo cual es ciertamente absurdo;
ello le lleva a Labov a establecer una noción de near-merger o
‘casi-confusiórí, en el sentido de que una oposición fonémica
mínima, que “normalmente” no basta para distinguir dos pala­
bras, puede mantenerse en cuanto que se mantiene la “inte­
gridad” de las “clases de palabras” que dependían de esa oposi­
ción mínima; recurso, como se ve, trabajoso y poco claro. Uno
habría esperado más bien del autor que acudiera, en tan apura­
dos trances, a las condiciones esternas o sociales: pues sucede
que en una lengua una oposición, anulada en los dialectos in­
cluso dominantes en una época, permanezca viva en otras va­
riantes dialectales, de donde, a favor de factores estemos o in­
ternos, puede volverse a imponer en la forma dominante de la
lengua; así, si en español actual la oposición en fin de sílaba de
/D=Z=T/ con /B=F=P/ se da por anulada en la mayoría de los
hablantes, que no pueden por tanto distinguir entre /ad(=z=t)ti-
tud(=z=t)/ (actitud) y /ab(=f=p)titud(=z=t)/ (aptitud), el mante­
nimiento de la distinción en una minoría de dialectos puede
bastar para que llegue la oposición a restablecerse como norma
generalizada.
En todo caso, desde luego, el razonamiento del gramático
debe siempre atenerse al principio fundamental que puedo for­
mular así: una lengua no guarda memoria de estados anteriores
de sí misma. Y ello marca, por cierto, una diferencia neta entre
lo que es lenguaje y lo que es escritura. Y aprovecho para dis­
culparme aquí con los lectores de ciertas grafías no académicas
que en esta reseña les salten a los ojos (no a los oídos), que se
deben al juramento que hace unos años hice público de nunca
más emplear ortografías que pudieran engañar a locutores y
hasta a actores.
Por lo demás, Labov se atiene debidamente al que llama
uniformitarian principie, a saber, que en nada, en lo que está a
250 Agustín Garda Calvo

nuestro alcance, puede haber sido diferente el mecanismo del


cambio de las lenguas en otros tiempos de lo que podemos ob­
servar en nuestros días; pues ello es lo que sostiene su empeño
esencial, aplicar el rico y cuidadoso examen de cambios en el
inglés americano en unos pocos decenios a las leyes del cambio
de la Lingüística Histórica sobre estados de lengua largamente
distantes, de conocimiento necesariamente mediado por el re­
gistro escrito.
No es, en cambio, tan claro que haga bien en empeñarse,
como se suele, en tratar los estudios gramaticales como una
Ciencia (de la Realidad), lo cual le lleva, por ejemplo, a propó­
sito de la cuestión ‘continuidad / catástrofe’, a equiparar el pro­
blema de las discontinuidades en la evolución de la Realidad,
que a la Ciencia se le presenta, con la cuestión de los cambios
en la lengua; donde todo cambio, en cuanto llega a tocar al apa­
rato gramatical, es catastrófico (de ‘SÍ o NO’) naturalmente.
El procedimiento de Labov consiste en considerar las dife­
rencias en apparent time, esto es, entre los grados de edad de
los sujetos (que no dan, por cierto, una variación continua, sino
que proporcionan “escalones” cuantitativos bastante bien mar­
cados) y las diferencias en real time, las de las calas o registros
hechos sobre “la misma” población a distancia de años o dece­
nios (donde “la misma”, como el autor esplica, no podría ser,
salvo por trámites demasiado complicados y costosos, de las
mismas personas, sino de muestras de población útilmente
comparables), y después procurar estimar una correspondencia
entre lo uno y lo otro, los datos de real time con los de appa­
rent time, amén de separar las diferencias que propiamente se
deben a cambio en la lengua de otras debidas a factores ester-
nos (sexo, clase social, etc.) o internos (e.e. gramaticales, como
la entonación y organización sintáctica de la frase en que las
oposiciones fónemicas se realizan o dejan de realizarse), tal vez
demasiado heterogéneos entre sí; y todo ello integrado, por un
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 251

preciso y complejo “análisis multivaluado”, en resultados elo­


cuentes respecto a las condiciones y mecanismos del cambio
que se pretenden alcanzar.
Hay también, para el registro y cómputo de las diferencias,
un problema, del que Labov es bien cosciente, el de la aparente
disimetría entre ‘producción’ y ‘reconocimiento’ de los hechos
por un sujeto (como hablante y como oyente), que merece el
posible esclarecimiento: que se haga la distinción (fonèmica),
pero no se la perciba, o viceversa, es, así dicho, imposible: más
bien habría que contar con dos situaciones: una, que unos ha­
blantes “permiten” que otros confundan (en verdad, ellos
“oyen” la diferencia sin oírla), y otra, que hablantes (aun mayo­
ría de la población) permanezcan en un trance de admitir, en la
realización, la anulación de la diferencia, como variante o do­
blete, pero manteniéndose la diferencia en las formas ideales de
las palabras en el aparato.
De la falta de precisión en el examen del problema tiene se­
guramente parte de culpa la confusión habitual (que en el caso
de Labov también se manifiesta varias veces) entre meaning
como ‘sentido de la frase’ (que puede mantenerse aun a pesar
de que ciertas diferencias fonémicas se anulen) y meaning
como ‘significado’ o ‘valor’ de la palabra en sí, en el aparato,
que está en dependencia inmediata de su figura fonèmica (y
prosódica).
De lo que, en suma, se trata con este tipo de estudios entre
gramaticales y sociolingüísticos, de los que ofrezco el de La­
bov como muestra ejemplar (y más cosciente de lo que se suele
de los problemas que la empresa implica), es de perseguir las
astracciones o entes ideales de la lengua por la vía del análisis
cuantitativo, esperimentación y computación: los hechos de va­
riación de pronunciaciones, realizaciones, en el habla de una
población se toman en verdad como indicios que revelan una
mutación en el campo ideal, astracto. Y las propias dificultades
252 Agustín Garda Calvo

de establecer ese puente o dar ese salto, tanto más cuando se


presentan con la riqueza en medios de registro, ingenio en los
procesos de cómputo por “análisis multivaluado” y tan larga y
cuidadosa acumulación de datos como en la obra de Labov,
pueden justamente servir para esclarecer y formular más esac-
tamente los grandes problemas que están en ese paso entre am­
bos campos implicados.
Una clara aparición de lo que se juega en ese enlace o salto
de Gramática a Sociolingüística es la que hallamos en las
págs. 77-78, donde se establece una distinción fundamental en­
tre change from above y change frorn below: ‘desde arriba’ se
refiere, a la vez, al grado de cosciencia que el cambio pueda al­
canzar en los hablantes afectados y a la posición de los sujetos
en la jerarquía socioeconómica: son cambios, en definitiva, in­
ducidos por la presión de la escritura y cultura sobre la lengua,
y que así resultan fácilmente asequibles, como marcas sociales,
al nivel cosciente; a ello se oponen los cambios ‘desde abajo’,
que se dan en la sub-cosciencia técnica o gramática común, y
que sólo por comparación con registro conservado, o al menos
memoria personal de estados anteriores de la lengua, pueden
tardíamente llegar a hacerse coscientes para algunos, no en
cuanto hablantes ingénuos, sino en cuanto observadores refle­
xivos de su habla como realidad; pues la lengua no guarda me­
moria de estados anteriores de sí misma.

William Labov, Principies o f Linguistic Change. Vol. I: Inter-


nal Factors, Blackwell, Oxford (GB) & Cambridge
(EE.UU.), 1994 (1995, reimp.), XIX + 641 páginas.

Publicado en S A B E R /L e e r n° 97, agosto-setiembre 1996, págs. 1-2.


EL MESMO ARISTÓTELES EN TORNO
DEL LENGUAJE

Tomo el librito de A. Cauquelin, junto con la contribución


de H. Weidemann al tomo Teorías del lenguaje de la Antigüe­
dad Occidental, de la Historia de la teoría del lenguaje, que se
está publicando en Tubinga bajo la dirección de P. Schmitter, y
con el artículo (“ONOMA, PHMA y OTTISIS en Aristóte­
les”) que Ramón Serrano acaba de sacar en la revista de la Uni­
versidad de Sevilla Habis (1991, 51-68), como muestras esco­
gidas del notable interés que está estos años suscitando el
intento de entender bien qué es lo que Aristóteles decía o en­
tendía acerca de las cuestiones gramaticales, de los elementos y
los hechos del lenguaje.
La Gramática o tratamiento propio del lenguaje es ante
todo, y así ha venido a notarse cada vez más entre nosotros,
una ausencia, llamativa o por lo menos elocuente, en el vasto
corpus aristotélico; pues siendo ese cuerpo de obras, más o me­
nos de Aristóteles (no es aquí la cuestión de la autoría de obras
o pasajes lo que va a importarnos), el fundamento mismo, y
casi como el anuncio resumido, de todo lo que llamamos en
nuestro mundo Ciencia y del desarrollo de las Ciencias, Física,
Astronomía, Metafísica, Biología, Zoología, y también Cien-
254 Agustín Garda Calvo

cías Sociales o Jurídicas, y también Retórica o Ciencias de la


Literatura, esa ausencia (junto a la de las Matemáticas, que
tampoco figuran como tratados específicos en el corpus) debe­
ría ser para los avisados un indicio de lo que por otras vías po­
dría habérsenos hecho ya evidente, que la Gramática o descu­
brimiento del lenguaje no entra dentro del cuerpo o las
definiciones de la Ciencia, quizá porque es el lenguaje el ins­
trumento (órganon) de todas las Ciencias de la Realidad (y de
las definiciones de ‘realidad’ y ‘ciencia’), y por tanto incapaz
de tratarse a sí mismo como realidad, salvo convirtiéndolo en
un hecho social o literario, lo cual ya no es hacer Gramática.
Cierto que en ese corpus figuran bien, y en repetido trata­
miento, las cuestiones que se suelen considerar “de Lógica”, y
bien podría alguien decir que ahí está el tratamiento aristotélico
del lenguaje. Pero, como sigue imperando entre nosotros la
idea de que una cosa es Gramática y otra Lógica, y eso aun
cuando ‘gramática’ no se restrinja al tratamiento de un idioma
o lengua particular, sino que llegue al de las lenguas en común o
del lenguaje en general (pero además, para Aristóteles y para
cualquier griego de su tiempo, el griego, y mejor aún el ático
en trance de extensión al mundo civilizado, es ‘el lenguaje’ en
general), ha venido a resultar que los estudiosos se ven lleva­
dos a rastrear las nociones de gramática y de teoría del lenguaje
de Aristóteles, principalmente, claro, en los tratados lógicos
pero también en la Poética o la Retórica y, en fin, en alguno de
los tratadillos científicos, ya sobre animales o ya sobre almas y
sobre leyes.
El libro de A. Cauquelin es meritorio más que nada porque,
en efecto, recoge bastante exhaustivamente los pasajes de las
diversas obras aristotélicas en que se alude, más o menos de
cerca, y ya “de dentro” (en los pasajes de las lógicas) o ya “de
fuera” (en los tratados bio-, psico-, socio- o poeticológicos), a
las cuestiones de lenguaje, y a la verdad, tratando de enhebrar­
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 255

los todos entre sí en una congruencia o doctrina constante que


seguramente ni “el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo
ello” reconocería.
Pero se vuelve el libro sobre todo trivial y poco útil por es­
tar concebido en ese estilo o plano semiotico (con ítems de la
jerga tan irritantes como el langagier -iére, etc.) que tanto ha
venido desvirtuando el estudio del lenguaje durante estos últi­
mos decenios y especialmente en la lengua en que F. de Saus­
sure formulara sus preclaros descubrimientos.
El principal motivo del embrollo es la falta de una distin­
ción clara entre ‘lenguaje’ y ‘literatura’, e.e. el hecho social del
arte del lenguaje culto, y más en general, entre ‘social’ y ‘gra­
matical’, e.e. entre las dos regiones en que la synthéké o con­
vención social y la lingüística se establecen; una distinción que
para Aristóteles mismo no era, ciertamente, clara (ni se le había
planteado como problema) y que al mesmo de Saussure no
puede pedírsele que hubiera dejado tan clara en las formulacio­
nes de su Curso, aunque sí indicaciones en él bastantes para
que a nosotros se nos apareciera claramente.
Así que en el libro de A. Cauquelin (que, sin embargo, de­
sarrolla muchos de sus capítulos bajo lema de citas de la Gram-
maire philosophique, de L. Wittgenstein; el cual, dicho sea de
paso, dio con fórmulas penetrantes, como la de la oposición y
relación entre el sentido, sens, de una proposición y el signifi­
cado de una palabra, nom, mot, tal como se cita en página 53,
pero que, por otro lado, se ha prestado evidentemente a mucha
especulación filosofico-lingüística no descubridora) encontrará
el lector aficionado a la literatura semiótica muchas y a menu­
do sensitivas disquisiciones sobre lieux du langage, doxa, lo-
goumena (la autora usa para los términos griegos transcripcio­
nes, pero sin acentos, cosa muy desgraciada para una lengua de
acento distintivo, aunque se comprenda bien que pueda pare-
cerle venial a un lector francés), la cité, le sujet, etc., y más que
256 Agustín (Sarda Calvo

nada sobre los usos políticos y literarios de la lengua, con a ve­


ces fórmulas misteriosas del tipo de “le langage est á la cité ce
que le sujet qui parle est au langage”, amén de unos cuantos es­
quemas (por procedimiento de círculos concéntricos) que tratan
de aclarar, y en alguna medida lo consiguen, cosas como las re­
laciones entre partes o funciones del lenguaje en Aristóteles o
entre las instituciones políticas, poéticas y lingüísticas; pero ha­
llará poco en cuanto a ayuda para entender los errores recibidos
en tomo de ‘lenguaje’ y de ‘gramática’, y seguramente dema­
siado en cuanto a una doctrina de Aristóteles sobre las cuestio­
nes correspondientes.
La contribución de Weidemann es, en cambio, un modelo
de precisión y de escrúpulo filológico en el análisis y la inter­
pretación de los textos de Aristóteles.
Aunque usa debidamente otros de las varias obras, se centra
en el capítulo 1 del Peri hermeneíás, cuya primera parte consi­
dera, con Lieb, “el más importante pasaje de teoría de signos
en Aristóteles”, y con Kretzmann, “el texto más rico de in­
fluencias en la historia de la semántica”, y que aquí retraduzco
una vez más, muy literalmente:
“Son pués los hechos (lingüísticos) que en la voz se dan,
símbolos (symbola) de los afectos (pathémátdn) que se dan en el
alma, y lo que se escribe, (símbolos) de lo que se da en la voz.
Y así como no para todos son las letras las mismas, así tampoco
las voces son las mismas. Y, sin embargo, aquello de lo que esas
(manifestaciones lingüísticas) son, en primer término, signos,
los afectos del alma, los mismos son para todos, y aquello de lo
que esos (afectos del alma) son reflejos (homoiómata), las cosas
(prágmata), las mismas son (para todos)”.
Sobre el cual Weidemann organiza un minucioso recorrido
de las maneras en que se han entendido o pueden entenderse
los términos y las locuciones de Aristóteles, prefiriendo casi in­
faliblemente la manera preferible, dejando en duda lo que se
Reseñas de lingüisticas, lógicas y físicas 257

debe, y aportando al paso comparaciones con otros textos de


Aristóteles y de sus comentadores.
Elijo aquí algunos de los puntos que me parecen más intere­
santes y reveladores.
Uno toca al manejo de la escritura y de las letras en el tra­
tamiento del lenguaje, donde es evidentemente razonable Aris­
tóteles, en múltiples pasajes, al poner en relación la ‘gramati-
calidad’, e.e. ‘escribibilidad’ (entiéndase: como prueba de la
abstracción fonémica; pues no podía esperarse que Aristóteles,
que usa indistintamente grámma y stoicheion, fuera a separar el
fonema del signo alfabético que lo representa) con la ‘semanti-
cidad’, es decir, la articulación fonémica con la virtud signifi­
cativa, como las dos características esenciales del lenguaje (hu­
mano), aunque él no explique mucho más la relación entre lo
uno y lo otro.
Mientras que se engaña paladinamente (así en el texto cita­
do) al establecer un paralelo entre la relación de la escritura
con el lenguaje y la del lenguaje con... “los afectos del alma”
en primer término y “las cosas” en segundo, como ignorando
que la escritura representa hechos (fonemas, palabras...) ya abs­
tractos y formales, lo cual las cosas o nuestras impresiones de
ellas no pueden serlo, so pena de que las hiciéramos ya previa­
mente lingüísticas o lógicas; y no pudiendo adivinar lo que hoy
se nos aparece cada vez más claro: que, habiendo mucho de co­
mún entre las gramáticas de las varias lenguas, lo que no es co­
mún entre ellas es el vocabulario de palabras propiamente se­
mánticas, que son justamente las que nombran las cosas (y
nuestros afectos).
En cuanto a lo de los “afectos” o “impresiones” como ho-
moiómata de las cosas, trata Weidemann en el curso de su aná­
lisis de salvar a Aristóteles de una imaginación del asunto que
tomara los homoiómata como huellas de las cosas en nosotros,
al estilo fotográfico; pero ello es que su exégesis, sutil y razo­
258 Agustín García Calvo

nable, nos lleva a algo que dudo mucho que fuera parte del
pensamiento de Aristóteles: a saber, que lo que quiere decir con
eso es que, al hablar (propiamente sería al terminar una frase),
hacemos llegar nuestro pensamiento a un alto o reposo (la fór­
mula de Aristóteles Perl herm, 3 es “detiene [...] el que está ha­
blando el pensamiento, diánoian, y el que ha oído se paró ahí,
éréméserí') en las cosas que con nuestras palabras significa­
mos; lo cual implica, sí, una especie de acuerdo entre hablante
y oyente (cuando entre sí llegan a estar seguros de que se refie­
ren ambos a la misma cosa), pero eso es desde luego algo muy
distinto del acuerdo o convenio común (de todos los usuarios,
aun cuando no estén hablando), por ejemplo sobre el significa­
do de la palabra, el convenio en que la lengua misma se fun­
daba.
Examina Weidemann también las distinciones entre nóéma
y diánoia, que bien podría venir a dar en algo como la clara
oposición entre ‘concepto’, ‘idea’ o ‘palabra ideal’ (“almacena­
da” o permanente, no realizada en el hablar) y ‘pensamiento’
en marcha, que implica la conexión y puesta en sintaxis de ide­
as o palabras, aunque también implicaría, en el tinglado psico-
lingüístico tocado más arriba, el final o cese del pensamiento
en la cosa, y que aquellos pathémata o impresiones de nuestras
almas consistieran en un ‘quedarse quietos’ (no más pensar) en
la idea o en la cosa.
Considera también, entre otras cosas, los múltiples intentos
de atribuir a los dos términos aristotélicos symbolon y sémeion
dos significados bien diferenciados, para reconocer razonable­
mente que no hay fundamento para tal diferenciación.
A vueltas con la concepción (ya platónica) de ‘pensamien­
to’ como ‘habla silenciosa’, propone Weidemann dubitativa­
mente que haya de Platón a Aristóteles (especialmente en Perl
herm. I 16 a, 9a 16) una inversión, en el sentido de que no sea
ya el estudio del lenguaje lo que informa acerca del pensamien­
Reseñas de lingüísticas, lógicas yjísicas 259

to, sino que la investigación del pensamiento permita conclu­


siones sobre el lenguaje que lo expresa.
Y en esa línea, viene al final a la confrontación con Frege
Über Sinn und Bedeutung (1892), tenido por fundamento de la
Semántica vigente: también ahí aparece substantivado un inter­
medio (en Aristóteles, ‘afectos del alma’ que vienen a ser diá-
noia y terminar en nóénuv, en Frege, Sinn) entre los signos lin­
güísticos y la cosa; pues, según Frege, “el nombre propiamente
dicho (Eigenname) se refiere (bezieht sich) al objeto (Gegen-
stand) por mediación del sentido (Sinn) y sólo por medio de
ella”; a lo que añade Weidemann: “y, puede añadirse, el signo
lingüístico en general por la mediación del sentido en él expresa­
do (se refiere) a lo con él significado (Bezeichnete), a lo que Fre­
ge, para diferencia del sentido (Sinn) que expresa, llama su signi­
ficación (Bedeutung)”. No pasa por las mientes de Aristóteles o
Frege, ni en este punto por las de Weidemann, que la pretendida
separación de ‘sentido’ o ‘pensamiento’ respecto a los signos del
lenguaje tendría, en todo caso, que ponerse en relación con la de
‘lenguaje depositado’ o ‘aparato del lenguaje’ y ‘lenguaje en
marcha’ o ‘producción’, como que es a ésta a la que toca lo del
sentido y sólo al aparato lo del significado. Lo cual, a su vez,
hace volver sobre la diferencia entre la convención común de
todos los que están en una misma lengua, o en la lengua gene­
ral, y el acuerdo en la producción y recepción de una frase o
texto por Hablante y Oyente, donde, junto a los elementos gra­
maticales, juegan todos aquellos otros a que los estudiosos del
campo empráctico y de la Pragmática se dedican estos años.
Pero es en ese error (común, en efecto, hasta cierto punto, a
Frege y a Aristóteles) donde se asienta el surgimiento y desa­
rrollo de una Lógica (y de las Lógicas) como algo diferente de
una Gramática común o general.
En cuanto al artículo de R. Serrano, se trata de un ensayo
que no por su carácter escolar deja de ser útil para replantear
260 Agustín Garda Calvo

los problemas que presenta el uso de los términos, más neta­


mente gramaticales, ónoma, rhéma y ptósis, a lo largo del cor-
pus aristotélico.
Manejando los textos pertinentes de la Poética y alguno de
la Retórica junto con los de las obras lógicas, Perl herm., Ca-
teg., Analytica, Tópica y algún opúsculo menor, distingue Se­
rrano con encomiable cuidado y precisión las varias “acepcio­
nes” con que los términos se usan, y trata luego, con harta
benevolencia, de ordenarlas en un sistema de pensamiento aris­
totélico coherente acerca de lenguaje.
Encuentra, por ejemplo, que ónoma es a veces una ‘palabra
que significa’, caso en el cual no sólo adjetivos y adverbios,
sino los verbos, de su griego o de nuestro español, serían tam­
bién nombres (queda de lado, como en Aristóteles mismo, la
cuestión de si ‘significado’ debe incluir cosas como las que les
pasan a ‘esto’, ‘yo’, ‘ahí’, ‘todo’, ‘5’ y ‘Sócrates’), pero se en­
cuentra, otras veces, con que ónoma se opone a rhéma como
careciendo de la ‘indicación temporal’ que de rhéma es defini-
toria; y más grave aún, que rhéma es, en efecto, a veces una
‘parte de la oración’, pero otras es algo capaz de hacer predica­
ción, cosas que evidentemente no coinciden ni por una punta ni
por la otra. O, por ejemplo, se encuentra con que el nominativo
es unas veces ptósis (caso), pero otras es lo que se opone a los
casos de veras, genitivo, dativo, acusativo; y aún más grave,
que ptósis lo mismo se refiere a cosas de ‘flexión’, como ahí,
que a cosas de ‘derivación’: la oposición entre ‘relación entre
palabras distintas emparentadas’ y ‘relación entre formas de
una misma palabra’ es demasiado sencilla para que fuera a ocu-
rrírsele a Aristóteles, y así no tiene por qué asomar en el estu­
dio.
Y de esas y otras imprecisiones u oscilaciones aristotélicas
(naturales, cuando los términos del gramático siguen siendo de
una lengua natural que apenas empieza a formalizarse para el
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 261

caso) trata R. Serrano de dar cuenta con un sistema de diferen­


tes planos y niveles que salve a Aristóteles del capricho o la va­
guedad. Cierto que ello le obliga a mantenerse fiel a una distin­
ción (de cuño aristotélico, por cierto) entre ‘lingüístico’,
‘lógico’ y (?) ‘semántico’. Pero ese intento de sistematización
no le quita a su trabajo el valor de una guía sensata y cuidadosa
para el examen de las primeras tentativas de fijación de térmi­
nos gramaticales y de los problemas, de Gramática o Lógica,
que en esas tentativas se revelan.
Las cosas, en fin, que Aristóteles dice acerca del lenguaje,
de sus elementos y sus mecanismos, son en general formulacio­
nes sensatas y decentes, en cuanto que nacen del sentido co­
mún, esto es, que representan, con cierta fidelidad, lo que a
cualquier hablante de una lengua se le ocurriría pensar si le die­
ra por reflexionar sobre ella, esto es, traer a conciencia lo que
estaba en su subconsciencia técnica de hablante.
Así, el reconocimiento, aunque con enumeración imperfec­
ta, de las modalidades de frase; el de la relación (aunque no ra­
zonada) entre la escribibilidad, e.e. la condición abstracta y
discontinua, de los fonemas y otros elementos de la lengua con
el poder de significación; el vislumbre de una oposición (y re­
lación) entre la palabra en el sistema (‘ser en potencia’ podía
haberse dicho en su jerga más desarrollada) y la acción de las
palabras enlazadas en la frase, es decir, entre ‘semántica-de-pa­
labra’ y ‘sintaxis’, y por tanto entre ‘significado (de la palabra
que lo tenga)’ y ‘sentido (de la frase)’, aunque esto para él se
reduzca generalmente a la cuestión de ‘Verdad o Falsedad’; el
atisbo del juego entre Significados y Cuantificadores, y el de la
Negación con ambos, en su cuadro lógico de las cuatro esqui­
nas, acaso el esquema de más largo éxito en la Historia; y otros
ocasionales descubrimientos de las relaciones entre los elemen­
tos del aparato de la lengua y los mecanismos de producción de
habla (o pensamiento).
262 Agustín Ciarda Calvo

En cuanto a los errores y teorificaciones inoportunas, con­


fusión de nociones por un lado y falsos distingos por el otro, ta­
les como los expuestos a lo largo de esta reseña y otros mu­
chos, ¿cómo podemos culpar de ellos a Aristóteles? Pues sea
que se hayan heredado de Aristóteles o que nazcan espontáneos
de la incurable pedantería de las mentes cultas (configurada
más o menos en los escritos aristotélicos y hallando en ellos
autoridad), ello es que esos errores y teorificaciones son más o
menos los mismos con que seguimos nosotros cargando y deba­
tiéndonos penosamente contra ellos, en el intento de descubrir y
decir limpiamente lo que cualquiera que hable sabe, mientras
no se dé cuenta de que lo sabe.

Anne Cauquelin, Aristote Le langage, Presses Universitaires de


France, Paris, 1990. 128 páginas.
Hermann Weidemann, “Grundzüge der Aristotelischen Sprach-
theorie”, en Sprachtheorien der abendländischen Antike,
2° tomo de la Geschichte der Sprachtheorie, Gunter Narr
Verlag, Tübingen, 1991.
R. Serrano, ‘ONOMA, PHMA, IITÍ12IX en Aristóteles’,
HABIS n° 21 (1990), 51-69.

Publicado en S A B E R /L e e r n° 52, febrero 1992, págs. 6-7.


DE REALIDADES ENTERRADAS EN LAS LENGUAS

Desde el establecimiento de la lingüística comparativa y de


la idea de ‘el indoeuropeo’, las tentativas de hallar alguna co­
rrespondencia entre, por un lado, las deducciones de lengua o
lenguas anteriores a las más de antiguo escritas (védico, hetita,
griego homérico o micènico), origen supuesto de todas las in­
doeuropeas, y, por otro lado, los hallazgos de la arqueología y
paleoantropologia, con la busca de un ‘pueblo indoeuropeo’ o
al menos unos ‘pueblos indoeuropeos’, no han cesado durante
este siglo y medio y se han hecho cada vez más numerosas,
apremiantes y controvertidas, en estos últimos decenios. Se in­
tenta, al fin, concordar estudios de tipo científico (que tratan
con realidades) con estudios gramaticales, que tratan con pala­
bras y otros elementos del lenguaje, que no son ciertamente co­
sas, ni personas; y hay ahí seguramente una incongruencia más
profunda de lo que suelen creer arqueólogos y aun lingüistas,
que esplica el fracaso, bastante generalmente reconocido, de
esas tentativas y de la busca de los indoeuropeos prehistóricos
(e.e. anteriores a su escritura) en las capas escavadas de las tie­
rras de Europa y Asia. Ni dejaré de recordar al paso cómo
nuestro sabio Corominas, recientemente llorado, había dado
también, en sentido inverso, en usar un nombre arqueológico,
264 Agustín Garda Calvo

por él acuñado, ‘sorotáptico’, referente a gentes definidas por


ese tipo de enterramiento, como nombre de un tipo de lengua,
al que atribuía múltiples residuos léxicos conservados en las
nuestras.
Ahora el profesor Mario Alinei, Presidente del Atlas lin-
guarum Europae, en curso de publicación, viendo su empresa
como una triple colaboración (p. 491) de indoeuropeística, dia­
lectología “moderna” y arqueología prehistórica, ha interveni­
do en esa maraña de problemas, con una tesis, bastante bien de­
finida y muy removedora, al mismo tiempo que ha reunido,
referido o criticado cuidadosamente, en su libro una cantidad
inigualada de estudios y teorías de paleoantropólogos, arqueó­
logos y lingüistas tocantes a la cuestión; de manera que, sea lo
que sea de su propuesta principal, y dejando de lado algunos
errores (más bien de orden gramatical) o atrevidas especulacio­
nes poco razonables, no puedo recomendar al lector una obra
que mejor acierte a situarlo en esta problemática y a proporcio­
narle más riqueza de datos y referencias pertinentes.
La propuesta central tiene mucho de razonable, partiendo
de la sensata costatación de que los descubrimientos arqueoló­
gicos no ofrecen prácticamente nada para dar fundamento a la
imaginería tradicional y dominante de la espansión y diversifi­
cación de los grupos de lenguas indoeuropeas como portadas
por pueblos que, en una prehistoria reciente, en general no muy
anterior a la Edad del Bronce (digamos de 7.000 a 3.000 ante),
se habrían dedicado a grandes oleadas de emigración y, como
gentes del tipo pastoral-guerrero que serían muchos de ellos, a
invadir y ocupar territorios, antes poblados en muchos casos por
pueblos, más bien ya agrícolas, de lenguas no indoeuropeas: en
efecto, tales y tantos trasiegos de migración, invasión, choques
y sometimientos, tendrían que haber dejado, en los yacimientos
correspondientes a esos pocos milenios, muchas y notorias
huellas arqueológicas; y no las han dejado.
Reseñas de lingüísticas, lógicas y Jisicas 2 65

Alinei borra, en consecuencia, ese cuadro de movimientos


de pueblos y de lenguas, y, no contentándose siquiera con las
recientes teorías revolvedoras de C. Renfrew, que van en su
sentido, pero que guardan todavía mucho de la idea de ‘inva­
sión’, aun pacífica que sea, y se atienen aún demasiado a la
corta cronología tradicional, propone su teoria della continuità:
las lenguas de Europa, indoeuropeas, fino-hungras, uralo-altai-
cas y aun el vasco, han estado más o menos en su sitio, en el
que aparecen cuando empiezan, con la Historia, a registrarse
algunas de ellas o algunos de los dialectos predominantes, des­
de una antigüedad que, en la “versión larga” de la teoría, se
hace a veces remontar hasta hace de 500.000 años (Paleolítico
primero, el de las “hachas” bifaciales) a 200.000 (Musteriano),
y, en la “versión corta”, al menos hasta hace unos 30.000 (fina­
les del Paleolítico) o unos 15.000 (Mesolitico), manteniéndose
el autor, aunque prefiriendo la “larga”, en una prudente duda
entre ambas (que, por lo demás, según el estudio se va refirien­
do a hechos más recientes, vienen a confluir), a la espera de
que los actuales vigorosos estudios de geolingüística (la oposi­
ción entre “árbol” y “onda”, evolución orgánica de una lengua
y dispersión de innovaciones, trata de superarse con el “mapa”
de distribución de los hechos lingüistico-culturales, y así “redu­
cir el tiempo a espacio”) vengan a proporcionar datos más cier­
tos que avalen una u otra forma de la teoría; la cual, en todo
caso, funciona como actitud metódica que le sirve para la críti­
ca y rechazo de las teorías o especulaciones de este y el pasado
siglo.
Y son, en general, atinadas y firmes esas críticas de las ma­
neras en que, tras la invención de la Lingüística Histórica, han
venido, lingüistas primero, luego arqueólogos, tratando de
compaginar lo que hay de dispar en el encuentro de ambos tér­
minos, ‘lenguaje’ con ‘Historia’ (y ‘Prehistoria’); y, como reco­
rrido de las varias concepciones, decimonónicas o contemporá­
266 Agustín Carda Calw

neas, valoración y esposición de sus errores, es sin duda útil la


obra de Alinei. Las dudas, como suelen, entran con lo positivo.
Para justificar su propia concepción y su utilización de ras­
gos vivos en los, más bien que lenguas, dialectos actuales como
revelación de las etapas de la Prehistoria, por un lado, recoge,
interpreta y evalúa los datos que le proporcionan Arqueología o
Paleoantropología, hasta la Prehistoria más remota, y, por otro
lado, examina y ajusta a su teoría los mecanismos gramaticales
de las lenguas (si bien los más y más ciertos de sus datos son
del plano léxico-cultural) y, sobre todo, los de su evolución o
cambio.
Así, en cuanto a lo primero, pueblos pastores, ocasional­
mente trashumantes, y, tras el tardío establecimiento de alguna
forma de caudillaje o patriarcado, invasores y guerreros, son
todo cosas de la Prehistoria reciente, apenas si anteriores a la
Edad de los Metales (5.000-1.000 ante), tras la “revolución del
Neolítico” (7.000-5.000 ante), que trae la primera división del
Trabajo entre otras istituciones; pero, por delante o más abajo
(por relacionar la imaginación temporal con la profundidad de
la escavación) de todo eso, hay que contar con muchos cientos
de miles de años (las primeras trazas de homo erectus se datan
en alrededor de hace 1.700.000 años, y las primeras de su es-
pansión fuera del África en hace unos 1.200.000), durante los
cuales no ha de imaginarse nada de tales istituciones o modos
de vida, sino contentarse (fundados en el solo apoyo de las he­
rramientas de piedra y, mucho más tarde, en otros restos como
los del uso del fuego) con la caza y la recolección, que se supo­
ne anterior a la caza misma, y que daría lugar a la división de
faenas (no Trabajo propiamente) entre hombres y mujeres; y,
junto con ello, costumbres y creencias religiosas, de las que A.
hallará residuos en el vocabulario de nuestras lenguas: una lar­
ga paz (si tal puede decirse de antes del invento de la guerra),
en la cual no habla A., claro está, de matriarcado, pero sí de es­
Reseñas de lingüísticas, lógicas y Jlsicas 267

tructura matrilineal, sin advertir que eso implica habitación, se­


parada y común, de la madre con sus hijos; en cuanto a las Ve­
neres paleolíticas, tal vez se ha abusado de ellas al deducir un
culto de la Madre (anterior al descubrimiento de la función en-
gendradora del macho, y ya entonces padre, y a la aparición de
los falos en el Neolítico), el cual parece que va ligado con la
“mala conciencia” por el sometimiento de las mujeres y, por
tanto, tan tardío que sea ya histórico, mientras que las vulvas y
muñecas paleolíticas puede más sencillamente entenderse, como
los ciervos y búfalos de sus pinturas, que r e p r e s e n t a n
lo que uno quiere alcanzar, tocar, y, por tanto, lo e v o c a n ;
claro que eso implica que el “uno”, el artista o fabricante del
conjuro, es masculino, y lo que importa es que las mujeres sean
un o b j e t o , lo cual no tiene que ver nada con la sumisión
y posesión de mujeres con que la Historia empieza, aunque
puede que lo anuncie muy de lejos; y en cuanto a la sepultura,
es cierto lo que A. advierte (51 ss.) de que el cuidado del cadá­
ver implica t r a t o con los muertos, pero hay que añadir que
ha de tratarse de u n m u e r t o determinado, y que, por tan­
to, habría que hacer remontar a esa etapa del Paleolítico la isti-
tución de los Nombres Propios personales.
Sea de todo ello lo que sea, a lo largo de esa inmensidad in­
troduce A. la noción de ‘homo loquens’, que queda naturalmen­
te vacilando entre referirse a alguna fase del homo erectus o re­
trasarse hasta la aparición del homo sapiens (hace de 400.000 a
250.000 años), sin esperar hasta el h. sapiens sapiens (hace me­
nos de 100.000). En cuanto al ‘homo scribens’, se equivoca,
desde luego, A. al retrasarlo hasta la Edad del Bronce, en que
aparecen, con las grandes civilizaciones, los usos monumenta­
les y administrativos de la escritura, en vez de, haciendo caso
de otros restos de escritura muy anteriores, adelantarlo hasta
hace unos 10.000 años, o sea ir “convirtiendo el Neolítico en
Historia”.
268 Agustín Garda Calvo

Luego, por la otra parte, las relaciones entre lenguas (donde


sensatamente se distinguen ‘lenguas’ de ‘dialectos’, pero habría
que ir más allá, hasta negar que, en esa larga y pacífica prehis­
toria, pueda haber propiamente lenguas, que sólo como ‘len­
guas nacionales’ se distinguirían, lo cual supone ya las istitu-
ciones recientes de guerra y patriarcalidad, que, a su vez, sólo
pueden entenderse con la istitución de la escritura, e.e. con el
comienzo de la Historia), A. rehuye hasta el estremo la imagi­
nación de espansión o imposición de una lengua por movi­
miento y a las veces invasión de un pueblo sobre otro (y, cierta­
mente, por acá tenemos que la entrada de godos ni de árabes no
trajo consigo la sustitución de lenguas; pero está el caso de
Roma con el latín y el de españoles o ingleses en América o
Australia: la proporción numérica de invasores/invadidos debe
también de ser determinante, pero sobre todo la solidez de la Fe
en la empresa), de manera que tiene que venir a acogerse a una
imaginación de cruce de préstamos y de “hibridación” de len­
guas, que vendrían a producir una cierta uniformidad de lengua
en amplio territorio, queriendo acudir para ello a la noción de
‘Sprachbünde’ que Trubetzkoy introdujo antaño en una sola in­
tervención, sin que él, a mi noticia, volviera a insistir en la idea
nunca. El mismo A. se da a veces cuenta (así en p. 279) de que
esa idea geográfica de la ‘ibridazione' no puede llevar muy le­
jos: habría que contar con tanto tiempo, hasta el Paleolítico le­
jano, para la formación de una Sprachbünde que pareciera una
misma lengua que luego se diversificara, que ello en verdad no
cambiaría en nada el cuadro y el problema. Pidgin, créole, lin­
gua franca son fenómenos (no tampoco de verdad “mezcla de
gramáticas”) atenidos a situaciones muy especiales y, desde
luego, plenamente históricas; y pensar en una especie de
‘tom é’ prehistórica no tiene gran sentido: el caso epónimo, el
de la koiné helenística, era un ático normalizado; y véase en las
Siracusanas de Teócrito la subsistencia bajo ello de los dialec­
Reseñas de lingüísticas, lógicas yjisicas 269

tos, relegados. En lo que sí habría tal vez lugar a pensar es en un


como revés de la 'Sprachbünde': que la diversificación de len­
guas (diversificación de maneras de mutación de la gramática,
por diversidad de modos de atender a móviles i n t e r n o s
de mutación), si no exige taxativamente que la población se
haya escindido, que haya parte de la gente que “han dejado de
hablarse” unos con otros, al menos se ve por ello muy favore­
cida.
Esos y otros estravíos radican en que el autor, lingüista-geó­
grafo, científico por tanto (v. p.ej. en p. 167 cómo no puede
pensar en causas que no sean reales, cómo en 181 s., para hacer
real la relación genética se desliza de lenguas a hablantes, y en
p. 353 para él ‘conoscenza’ es el conocimiento científico, y ni
se acuerda de un d e s c u b r i m i e n t o gramatical), no ha­
bla, por así decir, desde dentro de la lengua, sino que habla sólo
de la lengua como realidad (histórica o prehistórica). Así es que
no entiendo cómo es que la condición de ‘arbitrario’ y ‘conven­
cional’, en que insiste (p.ej. en p. 372), puede tener que ver,
cuando se viene a la especulación sobre los orígenes, con que
se rechace la mono- y se acepte la poligénesis. Ni cree de veras
A. en los elementos astractos del lenguaje: los fonemas, cierta­
mente, los trata como “segmenti fonetici' y la palabra misma
consiste (p. 219) en su “sustanza fonica”. De modo que, vi­
niendo al problema de la mutación de lenguas (donde, por otra
parte, reconoce bien, p. 153, que el tiempo en que las lenguas
cambian no es el tiempo en que se habla, y relaciona debida­
mente, p. 400, la discontinuidad de la sucesión con la condi­
ción astracta y la oposición privativa, así como advierte,
pp. 173 s., lo istantàneo del cambio frente a lo durativo de su
propagación), la división entre elementos gramaticales y pala­
bras semánticas (en las que él mismo reconoce que tenemos la
“interface” entre lengua y realidad) no se aclara o respeta lo
bastante; y se echa de menos una distinción de “capas” de ele­
270 Agustín Garda Calvo

mentos de una lengua, desde las más superficiales (el léxico


semántico, con algo de modos de r e a l i z a c i ó n de las
prosodias), que son por ende los más asequibles al contagio en­
tre lenguas y a los flujos socio-culturales, a los más profundos
(reglas de organización sintáctica, mecanismos morfológicos,
fonèmica, elementos deícticos, interrogativos y demás), que
son los que menos se prestan a tales cosas y exigen una cierta
costancia en el desenvolvimiento de una lengua y pensar más
bien en móviles internos de las mutaciones. En la confusión, se
llega (p. 406) a referir la condición de “genético” al léxico (y
hasta a los Nombres Propios), apoyándose en Bickerton, que
(menos mal) deja fuera de la escala genética negación, interro­
gativos y quantification.
Tales estravíos vienen promovidos, ciertamente, por el de­
seo que rige principalmente la tesis de A., el de encontrar en el
vocabulario de las lenguas actualmente habladas en Europa, y
especialmente de los dialectos subsistentes bajo las lenguas na­
cionales, pervivencia de indicios que testimonien (por “autoda-
tación”) inventos, usanzas o industrias que han de remontar a
una antigüedad paleolítica (cientos de miles de años) o neolíti­
ca o más reciente. Y el caso es que no pienso que aquellas con­
fusiones sobre los mecanismos generales de las lenguas hicie­
ran falta para darle un sentido a la teoria della continuità y
hacemos apreciar algunas sugerencias que el procedimiento de
la autodatazione en muchos casos nos ofrece: por ejemplo, en
pp. 560-87, los vocablos semánticos que muestran una diferen­
ciación entre las lenguas indoeuropeas ya en marcha o realiza­
da hacia los finales del Paleolítico, a cuyos inventos o innova­
ciones se refiere ese vocabulario, ya no compartido entre las
varias lenguas. Y, en general, ningún impedimento grave se
opone a imaginar una larguísima prehistoria europea en la que,
por lo común, las lenguas no se han movido mucho de sitio
(salvo algunas antiquísimas espansiones, como la de las len­
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 271

guas germánicas hacia el Norte tras la última desglaciación),


sino que durante ella habrían convivido, más o menos vecinas,
lenguas de phyla diferentes (como A. prefiere llamar a las
grandes familias, como ‘el urálico’, ‘el altaico’, ‘el indoeuro­
peo’), intercambiándose elementos de vocabulario, especial­
mente referentes a las nuevas industrias, istituciones o creen­
cias que fueran surgiendo a lo largo de las centenas, o al menos
decenas, de milenios.
Es, por cierto, siempre sano volver a considerar de qué ma­
nera, en apenas un par de siglos, nuestra visión y medida de la
duración de la Tierra y “el Hombre” se ha desmesurado, desde
unos 6.000 años, cuando todavía la adhesión al cómputo bíbli­
co se mantenía, hasta unos 4.500.000.000 para la Tierra y unos
3 ó 2.000.000 para “el Hombre”, y con ello tambiéen el hiato
entre ‘Hombre’ y ‘Tierra’ se nos ha abierto enormemente. De
las muchas cuestiones tocantes a esa prehistoria que A. trata,
especialmente en los primeros capítulos de su libro (y toca casi
todas las que bullen en el gentry-lore de nuestros años y produ­
cen nueva literatura cada día), aparte de algunas otras que antes
ya he rozado, atañentes a cosas como la matrilinearidad o la se­
pultura, nos importan sobre todo las que se refieren a istrumen-
tos o herramientas, ya que la relación entre ‘istrumento’ y ‘len­
guaje’, entre ‘mano’ y ‘lengua’, por así decir, es tan cierta y
profunda, que no se puede dejar de intentar penetrarla y preci­
sarla. Por supuesto que, cuando se intenta, es siempre en el sen­
tido de entender ‘la mano’ como previa (con su prolongación
istrpmental) y precedente de lo otro; pero pienso que la inven­
ción del ‘istrumento’ presupone la ideación o fijación de idea
de ‘la presa’ (genérica), de ‘istrumento’ y de ‘la mano’ misma,
y eso son cosas que exigen ya alguna forma de astracción y de
lenguaje. Ha de estarse, en general, atentos a que la esplicación
científica, como una forma de religión, genealogía o ideación
del Tiempo que al fin es, suele ofrecernos la simple inversión,
272 Agustín Garda Calvo

en un solo sentido, frente a una verdad que sería la contradic­


ción de ambos; y así, lo de que (p. 405) la “sustancia genética”
del chimpancé y “el Hombre” sea en un 99% la misma, es una
proporción que no se relaciona, saltando de disciplina científi­
ca, como acaso se debía, con la proporción entre los 3 ó
2.000.000 de años de ‘hombre’ u ‘homínido’ con los menos de
20.000 del Neolítico para acá; o, más en general, la esplicación
parte siempre de lo inanimado a lo animal, de lo animal a lo
humano, olvidando, como superado para siempre, que entre
muchos pueblos “primitivos” la ciencia o mito correspondiente
suele ofrecer el sentido inverso: que primero eran hombres, o
gente, algunos de los cuales, por degeneración, metamorfosis o
condena, quedaron convertidos en bestias, en árboles, en pie­
dras.
El caso es que de “el Hombre”, durante muchos cientos de
miles o acaso un par de millones de años, la escavación de la
tierra no nos ofrece apenas más datos que los que han durado
por su dureza misma, las alteraciones intencionadas de cantos o
de rocas para su uso como herramientas; y, si queremos cazar
en algún sitio al “homo loquens”, a esos restos hemos de ate­
nernos ante todo, dada la relación íntima de ‘istrumento’ con
‘lenguaje’. Una cosa, por cierto, de las que en esto me desaso­
siegan es la de la asimetría ‘derecha/izquierda’, manifestada,
como es sabido, hasta en las regiones cerebrales: pues no veo
por qué, pese a las razones de Liebermann que A. recoge
(p. 402) hubo de ser eso, lo primero y previo, una necesidad
para el uso de las manos, cuando tantas ventajas parece que de
ser ambidestro saca uno; ¿acaso una necesidad de “orienta­
ción”?, ¿o es la propia oposición binaria ‘SÍ/NO’, que está en
la raíz del lenguaje, lo que late bajo esa asimetría?
En fin, ello es que “el Hombre”, erectus ya, desde luego, y
hasta acaso con algunos rudimentos de sapiens, sale de los bos­
ques y praderas de su África nativa armado ya, desde milenios
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 273

antes, con su herramienta de piedra elaborada, y con ella se es­


parce por el Asia, de poniente a naciente, hasta la China y las
islas del Sudeste, y luego, por sus etapas, hasta las últimas tie­
rras de la Europa, mal que bien, habitable, mientras, por otras
partes, hacia la Siberia, a Australia y, seguro que no hace ni
20.000 años, al Nuevo Mundo; pero héte aquí que, entre los is-
trumentos paleolíticos que nos ha dejado, los arqueólogos han
podido claramente diferenciar dos tipos, y, por tanto, tres: el del
majador, un utensilio sensato, sacado de un canto rodado largo,
al que se rompe por una punta, dejándolo así por ella escabro­
so, aristado, hiriente para sus fines, en tanto que por la otra se
mantiene redondeado y apto para la mano, en neta oposición
(pues el tercer tipo no consiste más que en la utilización, sin
duda a modo de cuchilla, a veces de punzón, de las lajas so­
brantes del desbastamiento del segundo, las cuales pasan a ser,
en casos, el objetivo principal del desbastamiento) con el otro
tipo, el de las llamadas, sin fundamento alguno, hachas, ese
tipo de istrumento que es para mí, como ha de serlo para un ar­
queólogo reflexivo, un misterio y un tormento refinado: pues
no se entiende cómo esos objetos, desenterrados seguramente
por cientos de millares (“piedra-rayo” o cosas así los solía lla­
mar la gente cuando los encontraban al descubierto), general­
mente del tamaño de una mano estendida o poco más, siempre
con la misma forma como “de gota”, siempre aristados y cor­
tantes por todo el borde, y por tanto del todo impropios para
usarse con las manos, pero de una traza no menos impropia
para mangarse en un palo o con algún otro implemento de ma­
teria perecedera, cómo y para qué podían utilizarse y, con de­
moledora costancia, producirse.
Pues bien, como resulta que esos dos (y, por tanto, tres) ti­
pos de herramienta paleolítica aparecen distribuidos por los te­
rritorios poblados por “el Hombre” de manera bastante neta­
mente diferenciada (las “hachas”, invento más tardío, no llegan
274 Agustín Garda Cabo

al Oriente asiático, mientras que aparecen, sobrepuestas a veces


más o menos a los otros tipos, por el Norte de África, Asia más
cercana y lo más de Europa, con algunos refinamientos regio­
nales), y como, por otra parte, A. tiene a bien atenerse a la vieja
clasificación (de Humboldt para acá al menos) de las lenguas
en tres tipos principales, aislantes, aglutinantes y flexivas, ello
le da pie a lo que es seguramente su más fantástica osadía: que,
advirtiendo que la distribución de lenguas de los tres tipos
coincide sorprendentemente con las zonas de, al menos predo­
minante, aparición de los tres tipos de piedras elaboradas, esta­
blece la correlación entre ‘aislantes’ con los simples ‘majado-
res’, ‘aglutinantes’ con el uso preferente de ‘lajas’, y ‘flexivas’
con las inesplicables “hachas”, y razona ingeniosamente la re­
lación de lo que él toma como rasgos definitorios de la morfo­
logía de los tres tipos de lenguas con las características que
atribuye a la forma (y manejo o producción) de los tres tipos de
istrumentos paleolíticos. Lástima que, entre otras cosas, no sea
A. sensible a la relativa facilidad con que, a lo largo de no tanto
tiempo, las lenguas suelen cambiar de tipo: malamente se diría
del francés hoy que es una lengua flexiva, sino mucho mejor
aglutinante, y bien se ha notado hasta qué punto el inglés se va
pareciendo al chino; a lo que, para cerrar la broma, podríamos
anotar cómo, gracias a la pedantería cultural de unos pocos si­
glos, su escritura se arriesga a convetirse de alfabética en ideo­
gráfica.
Pero no debe esta fantasía y algunas otras hacer desmerecer
al libro de A. de las utilidades que al principio le he reconocido
y, sobre todas, la de la recopilación, especialmente en sus dos
últimos capítulos, de una gran cantidad de ejemplos de raíces
indoeuropeas y de vocabulario de lenguas y dialectos actua­
les (mayormente latina o italianos), en los cuales trata de en­
contrar, por “autodatación”, datos reveladores de los sucesivos
trances prehistóricos de los pueblos y sus industrias o creen-
R eseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 275

cías. Todo lo cual hace de su libro una obra rica de informa­


ción, y, a la vez, como se ve, incluso por sus escesos, estimu­
lante.

Mario Alinei, Origini delle lingue d ’Europa. I: la teoria della


continuità, Società editrice TI mulino’, Bolonia, 1997.
780 páginas, 80.000 liras. ISBN 88-15-05513-4.

Publicado en S A B E R /L e e r n° 120, diciembre 1998, págs. 6-7.


CÓMO CAEN LOS ÁTOMOS

Como viniendo de un hombre tan empeñosamente enzarza­


do en la acción política como afanosamente dedicado al estudio
del pensamiento antiguo, este libro que ahora el profesor Gar­
cía Rúa nos ha ofrecido es a la vez sustancioso y penetrante, y
digno de que se le reciba agradecidamente como fruto maduro
de tantos tormentos serenamente acometidos y tan larga y apa­
sionada pesquisa de la verdad.
Por su directo y escrupuloso estudio de los testos, harto
fragmentarios y dificultosos, del pensamiento de Epicuro, y
también por haber considerado atentamente y sometido a críti­
ca o discusión una gran parte de la literatura moderna, de filó­
logos, filósofos u otros, desarrollada en torno a sus cuestiones,
el libro se recomienda ya altamente para aquéllos que deseen
estar informados, con precisión y fidelidad, del estado actual de
nuestro entendimiento de las fuentes y de los debates interpre­
tativos de las doctrinas epicúreas.
Pero también a la vez se recomienda para aquéllos que no
busquen meramente información, sino que, sintiendo que las
cuestiones que la Física (y la Moral en ella implícita) de Epi­
curo debatía están vivas entre nosotros y nos siguen atormen­
tando, aspiren, llevados de tan sabia mano como la de García
27 8 Agustín García Calvo

Rúa, a entrar en discusión con Epicuro mismo y su Lucrecio, y


a sacar de esa contienda algo más de claridad y desengaño en la
formulación de los problemas que a ellos mismos, y a cual­
quiera que, al menos a ratos, esté despierto, se les plantean
acerca de cómo es, y cómo no puede ser, eso de la Realidad, o
sea eso de la physis o rerumnatura, a lo que, por la perversidad
de nuestra Cultura, el propio autor (como ya el abate Marche-
na, cuya traducción de Lucrecio él cita muchas veces) tiene que
aludir con el fino y sospechoso término ‘Naturaleza’, para de­
dicarse a indagar, que es lo que importa, su s e n t i d o .
Pues ello es que la doctrina de Epicuro puede (y debe segu­
ramente) tomarse como ejemplo ilustre, y eximiamente repre­
sentativo, de lo que es la operación de la Física o Ciencia de la
Realidad con respecto a aquello de que trata y, por ende, con
respecto a ése que trata de ello.
Ya desde la Introducción se nos advierte de cómo es que lo
que ha movido la curiosidad y trabajo del autor hacia este tema
es el afán de entender bien la relación entre una doctrina o sis­
tema físico y la necesidad que un hombre siente de ganar, jun­
to con una serenidad por liberación de falsas ideas y temores,
un fundamento para la fe en su libertad.
La parte I, ‘Sensibilidad y conocimiento’, acierta a presen­
tar los problemas de la relación entre la lógica o raciocinio es-
plicativo y el testimonio de los sentidos que al sistema de Epi­
curo se le presentan; “Y si las cosas hablan directamente por sí
mismas [...]” se apunta también en p. 41. Que las nociones de
‘existencia’ y de ‘cosa’ (por oposición a la verdad sub-real de
los átomos y el vacío) se den por consabidas y no necesitadas
de indagación, no es más que la actitud general de los estudio­
sos de la Física antigua y de la moderna. El autor mismo aclara
ya desde aquí que no es que intente él justificar el sistema de
Epicuro, pero no quiere tampoco centrar en él críticas que aca­
so tocan a la Ciencia en general, recordando (p. 44), a nombre
Reseñas de lingüísticas, lógicas y Jbicas 279

de Aristóteles, que siempre “lo fundante requiere la fundamen-


tación de lo fundado”.
La parte II, ‘El todo y los átomos’, a través de los varios
problemas que los títulos de sus apartados enuncian bastante
elocuentemente (1 -Physis: ¿Legalidad o caos? 2.-¿Anomía, o
legalidad sincopada? 3.-E l Todo, ¿orígenes pitagóricos?
4.-Átomos: cualidades. 5.-Vacío: arriba/abajo. 6.-Movimiento:
sus clases y el tiempo epicúreo), plantea lúcidamente las princi­
pales cuestiones que asaltan a la Física de Epicuro y a las que
ella trata de dar respuesta; y es, entre otros muchos, un ejemplo
de esposición clara y sensata el que el autor ofrece en pp. 94-95
acerca del movimiento esencial del átomo, discutiendo también
la interpretación de Marx, y no dejando de anotar lo que la críti­
ca de Aristóteles a la visión atómica, tal como dada en Demócri-
to, hubo de contribuir al refinamiento del sistema en Epicuro.
Por lo demás, aunque el autor sigue su intento principal de
mostrar lo razonable y congruente de la Física epicúrea hasta
donde sea honradamente posible, no se le escapan las grandes
contradicciones, entre ellas la que, quizá por demasiado simple,
no suelo encontrar declarada en los estudiosos de la Ciencia an­
tigua (ni de la moderna), la de ‘infinito7 ‘todo’, que, por más
que tenga él que usar muchas veces la noción de ‘todo infinito’
(y en p. 80, “Epicuro requiere un escenario infinito y total”), no
deja de hacerle reconocer que (p. 75) “hasta puede decirse que
sólo es potencialmente conjunto, en razón de su infinitud”; y en
p. 110, “más aún, creemos que hay que poner de relieve la con­
tradicción fundamental en la aplicación de la condición de infi­
nito a un Todo que, por necesidad, debe ser algo completo.
Pero entendemos que la aceptación de esta aporía le venía im­
puesta al propio Epicuro por la necesidad de cerrar su sistema,
ya que, sin este cierre [...], difícilmente podía Epicuro aspirar a
ofrecer una doctrina tranquilizante”. Lo cual puede decirse de
todos los sistemas científicos igualmente.
280 Agustín Oarcta Calvo

En cuanto al movimiento y sus aportas (pp. 113 ss.), impor­


ta notar que lo que las formulaciones de Zenón impiden es la
i d e a de movimiento; por lo demás, a una Realidad que no tu­
viese ideas de sí misma no podría negarla nadie. Y en lo más
menudo, es también de notar que el que la vibración interna o
palmos se diferencie o no del movimiento de rebote depende
solamente de que contemos con ‘un cuerpo’ o ‘una cosa’ como
algo determinado. Pero son también agudas las interpretaciones
del autor para las cuestiones de ‘arriba/abajo’ en relación con el
movimiento esencial del átomo como ‘peso’ o ‘caída’; donde
merece tal vez la pena recordar cómo la Física moderna se de­
bate con ello, desde la ‘gravedad’ como ‘atracción’, al modo de
Newton, hasta el necesario mantenimiento de una ‘gravitación
universal’.
Y, en cuanto al tiempo, hace bien seguramente el autor en
pasarlo casi por alto (p. 126: “La irrelevancia ontològica del
tiempo en Epicuro es así explicable”), dado lo poco claro que
sobre ello dicen la Carta a Heródoto y Lucrecio, y lo muy poco
y apenas seguro que puede sacarse de los carbonizados restos
del Perì physeós hallados en Herculano y que en gran parte pa­
rece, para más desesperación, que estaban hablando del tiempo
justamente.
Por lo demás, ya en esta parte del libro, al tratar de la rela­
ción entre ‘naturaleza’ y ‘naturaleza humana’, esto es, como di­
cen los filósofos, entre lo objetivo y lo subjetivo, en fin, entre
la Física y la vida de la gente, podrá el lector percibir (p. ej. en
pp. 70-71 ) lo muy bondadoso que es el profesor García Rúa
para con eso que llama, como se suele, “el Hombre”, que quizá
no lo merezca tanto. En todo caso, queda, como siempre, flo­
tando en una cierta vaguedad la manera en que ese Hombre se
identifica con el Individuo (a tal respecto, lo que más suelen
decir Epicuro y su Lucrecio es “nosotros”, “para nosotros”),
que es justamente lo que tiene en el átomo su fundamento fisi-
Reseñas de lingüisticas, lógicas y físicas 281

co (para traducir átomos fue para lo que los romanos inventa­


ron el término individuos) o asimismo viceversa, si bien clara­
mente se dice en p. 107 esto: “Si el átomo ha de ser el trasunto
último del hombre individuo, el átomo no puede ser ni el siervo
de la ley ni siquiera ciudadano de la ley”.
Pero es que esto entra en la cuestión que más derechamnte
toca el corazón del autor y es como el leitmotiv de todo el libro:
la de la libertad, y su contraposición o avenibilidad con alguna
forma de ley; lo cual, puesto que es en la sub-realidad de los
átomos donde se está de veras jugando la partida, le lleva a
proponer una noción de ‘legalidad sincopada’ en la interpreta­
ción del movimiento de los átomos epicúreos, y algo como un
fundamento último en un pacto, que no empece la libertad, por­
que siempre podía haber sido otro pacto diferente.
De esto es de lo que se trata mayormente en la parte III, ‘El
clinamen’ (algunos títulos de sus ocho apartados: 1. ¿Raciona­
lidad o irracionalidad del clinamen? 4. La discusión necesidad-
azar. 5. Determinismo-indeterminismo. 6. La legalidad sinco­
pada: los foedera naturae), que versa sobre ese punto de la
doctrina, la parénklisis o clinamen, o sea, dicho algo grosera­
mente, la desviación imprevisible y mínima del átomo en la
caída que es su esencia; doctrina que, intrigantemente, no apa­
rece (o, lo más, una dudosa alusión) en la Carta a Heródoto y
los otros testos conservados de Epicuro, aunque sí ya en Lucre­
cio y en la crítica de Cicerón.
Con este problema de la ausencia, en primer lugar filológi­
co, el autor se debate también doctamente y en discusión con
los múltiples estudiosos que lo han tratado, y su actitud es más
bin la de una cierta duda respecto a lo accidental de la ausencia
en los escritos de Epicuro, o si es, más bien, que ese punto esta­
ba para él de tal modo implícito en la doctrina física general
que no se le hiciera preciso desarrollarlo; pero, en todo caso, se
niega tajantemente a admitir que el clinamen sea un añadido
282 Agustín Garda Calvo

sobrepuesto con retraso a la doctrina como remedio para acudir


a inconvenientes (por ejemplo, una nueva caída en la fatalidad,
pero antes aún para esplicar los primeros choques generativos)
que se le hubieran, después de formulada, reconocido, en vida
de Epicuro o más tarde: por el contrario, García Rúa le atribuye
al clinamen una condición primaria y esencial en la doctrina.
Es aguda la manera en que se intenta la compatibilidad en­
tre la ley o caída y la desviación: pues una Física está para es­
plicar la Realidad, y sin desviación no hay realidad ni mundos;
y así, puede bien decirse en p. 130: “lo que hay es ley y regla, y
si el clinamen representa el primer movimiento hacia la posibi-
litación de esa legalidad, no puede entenderse esa conculcación
de la legalidad como un principio de desorden, sino como el acto
temporal que va a poner en juego otras legalidades”, de manera
que en verdad no puede decirse que la caída sea antes que la
desviación, sino que la desviación está “desde siempre”, desde
siempre prevista la imprevisibilidad de la desviación. Tal vez
nos permita el autor añadir, a modo de glosa, que juegan ahí
dos necesidades, una, la de la sub-realidad, los átomos, que es
caer, otra, la de la Realidad, que es existir, incompatibles cierta­
mente la una con la otra, pero obligadas a un punto de contacto
(si no, no hay esplicación ni Física), y ese punto de contacto es
la imperfección de la caída.
Sea como sea, y pese a sus posteriors debates con varias in­
terpretaciones de la psicología epicúrea y el libre movimiento
(pp. 181-203), hace bien el autor seguramente en no entender la
relación entre “nuestra” libertad y la del átomo de una manera
groseramente física, como algo especial que les pasara a los
átomos del alma (p. 151: “Epicuro no tiene ningún interés en
presentar al hombre como la rara avis de la physis [...], sino
como un ser naturaV'), sino de otra más sutil: lo que liberaría al
alma de la Necesidad sería la visión del Todo liberado de la
Necesidad. Cfr. p. 198: “el hombre conjunto se comporta, a
Reseñas de lingüisticas, lógicas y físicas 283

efectos de actos, movimientos y decisiones, como un átomo, y,


por tanto, como portador de sus cualidades, y entre ellas, la del
clinamen”.
Lo de que se afilie a la noción de ‘ley’, como también el ro­
mano Lucrecio gusta de mencionar los foedera o ‘pactos’ inhe­
rentes a los seres de Natura, es más bien una admirable ostina-
ción, que le llva a declarar (p. 171) que la sincopación de la ley
primaria, la de la caída, puede “abocar a otras legalidades infi-
nitament posibles” (he ahí lo que se diría imposible: porque la
ley es por esencia e s c r i t a , y ‘ley’ implica ‘previsión de lo
futuro’, lo cual no parece que pueda casar bien con la infinita
posibilidad), y que acaso podría ponernos en peligro (v. en
p. 173 sobre “el choque con otras autonomías”) de volver a la
justificación de la Democracia, aquello de “mi libertad termina
etcétera”, que tantos sufrimientos nos ha costado comprobar lo
tramposo que era.
Pero la decisión respecto a la Ley Física está sin duda estre­
chamente ligada con el problema de la relación entre ‘espira­
ción científica’ y ‘causa de los hechos’, con la tentación, en
que algunos caemos fácilmente, de descubrir que lo uno era lo
otro y viceversa; y, aunque el autor, sospechando razonable­
mente algo de eso en Marx, declara tajantemente en p. 167 “En
ninguna parte del sistema epicúreo, se dice que la explicación
de un hecho produzca el hecho mismo”, en esa misma declara­
ción y en otros puntos del tratamiento se muestra lúcidamente
advertido del problema. Al fin, se trata de la relación entre el
campo de la verdad, el de los átomos y el vacío, que la Ciencia
busca como esplicación o fundamento, y el de la realidad de las
cosas sensibles y los hechos.
Con motivo, pues, del clinamen, se debate el autor docta­
mente con las actitudes determinista/indeterminista, no ya de
los antiguos, sino de los grandes físicos de comienzos de este
siglo (hace tiempo que a los físicos no parece atormentarles
284 Agustín Careta Calvo

mucho el tomar una actitud u otra), los quanta de Planck o el


principio de incertidumbre de Heisenberg, con la consiguiente
reducción de la partícula a punto de probabilidad (según lo glo­
sa él en p. 169, que “ningún electrón existe en ningún punto
dado, sino que sólo existe cierta posibilidad de hallarlo allí”,
con ese gracioso juego de la existencia de las posibilidades), lo
cual nos hace volver a la cuestión de la relación entre el lenguaje
de la Ciencia y los hechos de los que habla. Y cuando, a la bus­
ca de su propia actitud, advierte inteligentemente (pp. 157 ss.)
que las novedades, destrucciones o trasformaciones, se dan a
partir de situaciones que no por desaparecidas dejan de ser
“operativas, como la circunstancia negada sigue manifestando
su presencia, precisamente en la entidad de la negación”, tal
vez está tocando el punto clave del problema: también, por
ejemplo, en la actitud indeterminista la incorporación de la ne­
gación, en forma de in-, hace que la indeterminación sea una
determinación, negada.
En fin, a propósito de la desviación física del átomo, y de
su relación también con la libertad del individuo personal que
en las pp. 181-203 se trata detenidamente (con aportación in­
cluso, sobre todo para la systasis o costitución del alma, de lo
que del Perl physeós puede sacarse de los papiros herculaneos),
quizá el autor me consienta que haga aquí intervenir una consi­
deración que, sin duda por lo demasiado simple, no encuentro
debidamente utilizada en los estudios en torno al clinamen,
pero que acaso podría contribuir a un cierto trastocamiento útil
de la cuestión: a saber, que, si bien de ordinario (y ya Lucrecio
en sus versos) referimos la imprevista desviación, naturalmen­
te, a los átomos en su pluralidad, es de advertir que, en rigor,
para esplicar la realidad o creación de mundos, basta con que
eso le haya pasado a un solo átomo una sola vez, contando con
el sinfín de vacío y tiempo para el desarrollo de los choques ge­
nerativos; y aun cabe añadir que, en cierto sentido, “uno no es
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 285

ninguno”, una sola vez no es ninguna vez, en el sentido de que


la Ciencia, como es sabido, no puede tratar de individuos ni
comportamientos individuales.
El libro se cierra con su parte IV, ‘Los cuerpos, génesis y
cualidades’, donde se discute (y trata de resolverse, salvando
siempre la congruencia del sistema de Epicuro) la oposición
entre empirismo y racionalidad, y el sentido del testimonio de
los sentidos a favor, o al menos no en contra, de las teorías; y,
al mismo tiempo que se recuerda que Rerumnatura no puede
ser buena ni mala ni practicar una discriminación de buenos y
malos entre los resultados de sus combinaciones, se examina en
qué sentido puede hablarse de “formas antinaturales” (p. 214),
aunque sólo sea “en el campo de la invención humana”. Tal vez
podría decirse que una de ésas son las ideas o teorías falsas; y
entonces, la esperiencia o esperimentación confirma o refuta
ideas o teorías no nacidas de los sentidos o esperiencia, sino
¿de dónde? Véase también cuando, en p. 221, se plantea (a par­
tir de la Carta a Heródoto 75-76) la cuestión de “aceptar un
añadido nómico, o convencional, a una raíz física, por ejemplo,
en el caso del lenguaje”.
También ahí se combate, con la habitual lucidez, “La tenta­
ción finalística”, que toma a veces la forma de justificar el
mundo como conveniente para el Hombre, preguntando razona­
blemente (p. 220) “¿cómo introducir dentro de un discurso de
ese tipo, por ejemplo, la afirmación epicúrea de la infinitud de
los mundos posibles con leyes difemtes de las de nuestro mun­
do?”, y se discute, intrigantemente, una estrapolación (p. 223)
de la condición de Natura como hypokéimenon ‘lo que yace por
debajo (de la realidad)’ a la de Natura como hypokéimenon en
el sentido de ‘sujeto’ (agente: sus hechos se vuelven actos), que
apunte a los tremendos avatares que esa noción, tan epicúrea
como aristotélica, de hypokéimenon o subiectum ha sufrido de
hecho entre nosotros. Y se tocan en los dos últimos apartados,
2 86 Agustín Garda Calvo

con la debida brevedad, la cuestión de la formación de los cuer­


pos (cosas), con la del estatuto de sus cualidades y accidentes,
y la de los mundos innumerables, el nuestro entre ellos. Por lo
demás, acaso no sobrará advertir que, pese a la idea de Rist,
que el autor recoge en p. 231, de que los mundos deben de ser
infinitos en número, pero no infinitas las clases de mundos,
como no lo son las de los átomos, ‘un mundo’ no corresponde
a ‘un átomo’, sino a ‘una cosa’: lo uno y lo otro pertenece a la
Realidad, y no hay ninguna diferencia esencial entre ‘cosa’ y
‘mundo’, sino que los mundos son un caso de las cosas; sobre
el problema de la noción de ‘cosa’ y ‘una cosa’, para Epicuro y
para la Ciencia en general, ya al principio he hecho una lla­
mada.
Espero haber sacado aquí lo bastante de retazos y vislum­
bres para despertar en los lectores el deseo de acudir a este li­
bro de García Rúa: no puedo recomendarles otro más rico en
sugerencias y valioso en la seria presentación y discusión de las
cuestiones, importante, por un lado, en punto a esclarecer, de
manera sabia y fidedigna, la interpretación del sistema de Epi­
curo, pero más todavía para ayudarnos a entender desde las raí­
ces (sean las aristotélicas o las de la heterodoxia epicúrea)
cómo es esto de que la Física, nacida para derrocar a la pavoro­
sa Religión, según Lucrecio en el arranque de su obra procla­
maba, haya podido venir a convertirse en la verdadera religión
para nosotros.

José Luis García Rúa, El sentido de la naturaleza de Epicuro,


editorial Comares, Granada 1996, 245 páginas, ISBN 84-
8151-296-6.

Publicado en S A B E R /L e e r n° 104, abril 1997, págs. 8-9.


¿UNA FÍSICA SIN TIEMPO?

Se trata de un libro útil (vamos, que hace algo que no sea lo


previsto) y, por lo tanto, inusual. Está, sí, dirigido de cabo a
rabo a demostrar una tesis (hacerla entender por múltiples mé­
todos de ataque y hasta ilustraciones, y salir al paso de objecio­
nes o incongruencias con que pueda tropezar en los modelos
vigentes de la Ciencia): la de que “el tiempo no existe”, esto es,
que cabe razonablemente, y aun sin grave contradicción con las
que a lo largo del siglo (más bien a principios) se han desarro­
llado, una teoría física en que el elemento ‘tiempo’ sea redun­
dante y, por ende, se elimine de la formulación (no leamos el
subtítulo, que, como comercial, traiciona el espíritu del libro).
Pero, piénsese lo que se piense o sienta de esa tesis, con motivo
de ella, recorre a fondo, con detenimiento y vueltas sobre lo
mismo, todas las principales teorías físicas o visiones de la rea­
lidad que ha venido ofreciéndonos la Ciencia, y se arregla para
dar al profano, traduciendo a lengua corriente las formulacio­
nes matemáticas, o al menos sus interpretaciones más proba­
bles, un entendimiento bastante preciso, y no mayormente en­
gañoso, de esas varias teorías y las ecuaciones que las formulan
o que más bien, mediante la interpretación pertinente, hacen
‘función de teoría’. Y lo hace B. de una manera que por fortuna
288 Agustín Garda Calvo

se parece muy poco a los procesos de vulgarización que los


profanos curiosos suelen recibir como esposiciones de la Física
para gran público o mayorías cultas; puede que su versión de
teorías o ecuaciones esté a veces un tanto sesgada por el empe­
ño de hacerlas servir al intento de su tesis, pero más vale eso
que la venta de imaginaciones novelescas del mundo a que la
vulgarización científica sirve de ordinario. Cierto que en breves
ocasiones (p.ej. hacia el final, pp. 312, 319, 324, 328) se siente
B. obligado a recaer en referencias a las imaginerías de Big
Bang, Big Crunch, viajes por el tiempo, agujeros negros o ma­
teria oscura y demás banalidades con que suelen hasta ilustres
científicos entretenerse y entretener al “vulgo necio”; y es que
el autor, para tesis tan atrevida, peca, más que de atrevido, de
modesto y respetuoso para con la Ciencia establecida (es B. un
físico que ha estado largos años maquinando en situación más
bien marginal o marginada de la academia científica, si bien
una y otra vez teniendo encuentros y temporadas de discusión
con varios estudiosos por Europa y en Norteamérica, que él
mismo a lo largo del libro refiere, dando cuenta generosa y
agradecida de esas cooperaciones, sin que sean tampoco esas
referencias mero divertimiento, sino traídas a cuento del desa­
rrollo de puntos de la teoría), pero en general y a lo largo de la
obra se centra en las cuestiones y formas de las grandes teorías
pertinentes a su debate con la noción de ‘tiempo’.
La formulación que B. elige como preferible para dar cuen­
ta de la distribución de probabilidades en un ámbito, pero con
ello a la vez de la apariencia de movimiento así de ‘partículas’
elementales como de cuerpos ‘macrofísicos’, es la de la ecua­
ción de Wheeler-DeWitt, que él considera no sólo compatible
con la ecuación estática (sin inclusión de un factor ‘tiempo’) de
Schródinger, sino como una modificación o desarrollo de la
misma, sin que la ecuación “con tiempo” de Schr. le parezca
una adición necesaria, sino acaso redundante. Y, desde luego, a
Reseñas de lingüísticas, lógicas y jisicas 2 89

las condiciones establecidas en la teoría de la relatividad, espe­


cialmente en la Rel.Gen., trata de atenerse escrupulosamente,
salvo en cuanto a la admisión de un tiempo (y un espacio) ab­
soluto, no sin hacer notar los resquemores que el propio Eins-
tein manifestara, particularmente en puntos como la noción de
‘simultaneidad’; y empeñosamente dedica su ingenio y esfuer­
zo a hacer compatible la “visión” relativista con la entrada de
la costante de Planck en sus varias apariciones y el desarrollo
de los quanta (llega a echar una mirada, aunque al paso, a los
últimos avatares cuánticos hasta en el ámbito de la ‘gravedad’,
con el nacimiento, a imitación del ‘fotón’ de Einstein, de un
‘gravitón’), y, en ese sentido, no rehuye la cuestión de la inter­
vención del ‘observador’ en la realidad, con la que va implica­
da la de un trato (y cálculo) diferente para los hechos invisibles
(en la ‘cámara de las probabilidades’) o microfísicos y los “di­
rectamente” perceptibles, diferencia que B. trata de superar con
algunas tal vez de las más claras y sensatas de sus aportaciones,
así como también en lo tocante a la consiguiente idea o imagi­
nación de la conciencia-de-sí-mismo o consciousness, ya en el
mundo atómico o ya en la realidad en general. Pero, ante todo,
el modelo en que B. más directa- y costantemente se apoya
para la fundación de su ámbito y teoría no-temporal es el ‘cam­
po de configuraciones’ de Mach, donde los movimientos espa­
cio-temporales de la imaginación habitual quedan remplazados
por ‘cambios’ de las situaciones relativas de los elementos (sin
que ‘cambio’ haya de implicar temporalidad ninguna), y ese
cuadro insiste B. en que ha de ser ‘el universo’, ya que sólo con
referencia a una ‘configuración total’ (con una ‘cosmología
cuántica’) pueden eliminarse las apariciones de ‘tiempo’ en las
regiones micro- y macrofísicas. He leído, por intercesión del
Prof. Caramés (que es también quien puso el libro de B. entre
mis manos) un par de artículos del matemático H. Kitada en
+gr-qc/9910081 y 9911060 (ya en II Nuovo Cimento 109 B,
290 Agustín Carda Calvo

N. 3, Marzo del ’94, había él propuesto un modelo de universo


estacionario), en los cuales, contestando a la tesis de B., trata a
su modo de resolver la contradicción de la mecánica cuántica
con el ‘principio de incertidumbre’ (que no puedan observarse
a 1 a v e z la posición y el ‘ímpetu’ o m x v del elemento,
sino o lo uno o lo otro, y así la elección se vuelva causal o de­
terminante), y sostiene, acudiendo nada menos que al teorema
de incompletitud de Godei, que la eliminación de t vale para lo
universal, pero no para lo que él tiene por “r local’, sin que, en
la medida que puedo seguir sus demostraciones, parezcan afec­
tar seriamente a la eliminación por B. de todo t (y movimien­
to), siempre con referencia al ‘ámbito universal’.
En suma, la idea de B. (diría, sin ofensa por el juego de pa­
labras, su ‘idea fija’) consiste en un campo de configuración,
istantàneo y eterno juntamente y por lo mismo, al que llama
Platonia, con una alusión querida y evidente, en el que las solas
cosas que de veras hay son ‘ahoras’ o istantes “numberless”
(que sean de verdad sin fin es otra cuestión, a la que B. propia­
mente no se asoma), cada uno de ellos teniendo en sí una “vi­
sión” o costancia de la configuración total, a los cuales luego
llega a describir como ‘cápsulas de tiempo’ (en cada uno cos­
ían los records o registros que darán lugar a la ilusión de un
‘pasado’), de manera que no es que (p. 53) “los istantes estén
en el tiempo”, sino “el tiempo en los istantes”, en tanto que por
sobre el ámbito todo de Platonia vagan las que él, con una me­
táfora sostenida, presenta como neblinas de 3 colores, que co­
rresponden a los Q de probabilidades, 2 de ellas cruzándose en
dimensión “horizontal” y la otra (la “azul”) contrapuesta a
ellas, que va a ser la que, por medio del aumento en grado es­
tremo de su “luminosidad”, esto es, Q de probabilidades, deter­
mine (sustituyendo, como mera dimensión “vertical”, al tiempo
absoluto de la teoría “clásica”) la aparición real de cada istante
o ‘cápsula de tiempo’, sin olvidar recordarnos que los otros
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 291

‘mundos posibles’ son los que serían aburridamente probables


y que el que de hecho se presenta (en sus “innúmeros” istantes)
era de una suma improbabilidad. Y es claro que el espacio ab­
soluto cae juntamente con el tiempo: pues, dado que no se
quiere que las relaciones entre los istantes del universo sean
‘distancias’ que deban recorrerse y ‘cambio’ no implica movi­
miento alguno, de lo que se trata (y ya seguramente en la “vi­
sión” de Mach) es de reducir ‘dimensión’ o ‘distancia’, de por
sí cuantitativas, a ‘diferencia’ (y ‘variación’ a ‘variedad’), de
modo que la entidad de los elementos mismos (‘partículas’ o
más bien ‘ahoras’, cápsulas de tiempo) y con ella su dinámica
queden reducidas a sus diferencias de configuración (dentro de
la total) y la imperante noción o “sensación” de tiempo esplica-
da por las innumerables (y por ello tal vez inconcebibles) dife­
rencias. Claro que tal empresa tiene el inconveniente (de que el
propio B. muestra conciencia hacia el final del libro, p. 307) de
que las diferencias puramente “cualitativas” o definitorias de la
esencia son intratables para una Física (podrían ser tratables
para una pura Geometría, en que no hubieran entrado para nada
los cuantificadores, numéricos o funcionales, y no hubiera más
‘espacio’ que el determinado por las figuras mismas, que es en
verdad a lo que se parece la Platonia de B. y hasta el mundo de
las Ideas de Platón en su momento, o tal vez también para una
‘Topología pura’, si ese título mismo no fuera subversivo), ya
que la Ciencia de la Realidad no puede tratar más que de cosas
(o ‘eventos’ u otras renovaciones de ‘cosa’, incluso las ‘cápsu­
las de tiempo’) ligadas o separadas y distinguidas por interven­
ción de Q, sean cuánticos o cuantificadores en general; y así no
es de estrañar que la formulación de la idea de B. en ecuacio­
nes atenidas a los vigentes convenios de lenguaje (la Física no
pueda hablar más que en lenguaje matemático, más precisa­
mente, algebraico en un sentido general) resulte muy dificulto­
sa y a ratos evidentemente contradictoria.
292 Agustín Garda Calvo

¿Hago mal favor al libro de B. al someter su tesis a tan bár­


baro resumen? En todo caso, mi deseo es que lo insatisfactorio
del resumen incite a los lectores de SABER/Leer a leer directa­
mente un libro que pienso que lo merece. Y me limito aquí a
añadir (con el n° de página) algunas de las formulaciones espi­
gadas a lo largo de mi lectura que puedan más animar a enten­
derlas en su libro. “Puede que sea más fácil esplicar la flecha
del tiempo si no hay tiempo alguno” (25); “nuestra sensación del
flujo del t. hacia adelante (forward), su flecha, está fundada tan
sólo en el acrecentamiento de desorden que virtualmente todas
las trayectorias clásicas tienen que mostrar” (318); “pero es una
flecha que no se mueve: [...] apunta de lo simple a lo complejo,
de menos a más y, lo más fundamental, de nada a algo” (320-21).
“No conozco estudio alguno que se plantee la cuestión de lo
que es un reloj” (135); que Einstein “mostró que la marcha de
los relojes debe depender de su posición en un campo gravita-
torio” (154); “El universo es su propio reloj” (108). Como en­
tre dos ‘partículas’ separadas la información y efecto de una en
otra debe trasmitirse a velocidad mayor que la de la luz, y eso
no puede ser, cita B. la respuesta de Bohr, “el sistema total, que
comprende el sistema cuántico y el sistema de medición, es di­
ferente en uno y otro caso” (el propio B. en otro sitio, 49, re­
suelve la aporía de Zenón por que “la flecha en el arco no es la
flecha en el blanco”) y “la mecánica cuántica no es más que un
conjunto de reglas que aporta orden a nuestras observaciones”,
con la insatisfacción de Einstein: “De ninguna definición razo­
nable de ‘realidad’ puede esperarse que permita eso” (217-20).
“Hay muchos misterios en la mee. cuánt., y el primero es las
probabilidades” (198); “Hay una dualidad en el corazón de la
matemática ((la de la mee. cuánt.))”, que “refleja perfectamente
una dualidad semejante que se halla en la naturaleza” (202).
“‘tiempo’ es en realidad una abreviatura por ‘la posición de
cada cosa en el universo”’ (228); “en cada istante esperimenta-
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 293

mos directamente creación” (229); “no hay dos istantes que


sean idénticos” (251); “el hecho de que muchas cosas diferentes
se conozcan de una vez” es “la más notable —y definitoria—
propiedad de los istantes de tiempo” (255); “cada istante esperi-
mentado es así de la naturaleza de una observación, un descubri­
miento incluso - establecemos d ó n d e e s t a m o s ” (265);
“toda observación, que es simultáneamente la esperiencia de un
istante de tiempo, es en último término una (parcial) localiza­
ción de nosotros mismos en Platonia” (298). “La verdad es que
los más de los científicos tienden a trabajar en problemas con­
cretos con programas bien establecidos: pocos pueden permitir­
se el lujo de intentar crear una nueva manera de mirar al uni­
verso” (257); “La primera tarea de la Ciencia es salvar las
apariencias”, y para ello “no tenemos que crear una historia
única (de los procesos físicos): sólo necesitamos esplicar por
qué parece haber una historia única” (298); “El universo se
describe por una ecuación del tipo Wheeler-DeWitt, [...] y cada
una de sus soluciones bieneducadas (well-behaved) concentra
su densidad de probabilidad en las cápsulas de tiempo” (302);
“El más desnudo escenario (barest arena) en que podemos es­
perar representar las apariencias es el conjunto de las cosas po­
sibles” (308). “El aquí y ahora surge no de un pasado, sino de
la totalidad de las cosas” (313); “Somos la respuesta a la cues­
tión de qué puede ser máximamente sensitivo a la totalidad de
lo que es posible”, y antes “existimos (we are) a causa de lo
que somos (we are)” (325). Sin embargo, no llega B. (no podía,
dada la configuración, al fin espacial, aunque sea more geomé­
trico, de su Platonia) a una decidida eliminación de lo futuro, a
pesar de que Platonia “se abre en un solo sentido (direction) a
partir de nada” (55) (pero un solo sentido quiere decir ningu­
no); así, en su fig. 53 (p. 313) se implica que, en el recorrido de
Platonia, hemos llegado al punto que el trazo indica y que que­
da más “espacio” por recorrer; y así, a partir del enigmático
294 Agustín García Calvo

signo menos de la “distancia” espacio-temporal en los esque­


mas de Minkowsky, se admite que “es posible, en un sentido
real, viajar al futuro, o al menos al futuro de algún otro” (150-
51), si bien al final (329) encuentra aburridos (boring) los via­
jes por el tiempo, y “¿para qué necesitamos máquinas de tiem­
po, si nuestra existencia misma es un a modo de estar presente
dondequiera en lo que puede ser?”. Pero tales admisiones o
deslices son por cierto mera consecuencia de algo más funda­
mental en el planteamiento de la tesis.
La teoría de B. es, naturalmente, imposible; aquí es donde
el gramático (honrado, si los hay) ha de venir a encontrarse con
el físico. Por cierto que, cuando fabricaba yo el libro Contra el
Tiempo, estaba tan cierto de que lo que importaba, contra las
ideaciones de la Ciencia, era atacar al lenguaje mismo de la Fí­
sica (el matemático a su servicio, números, funciones, vectores,
cálculos de la infinitud o continuidad) que apenas presté aten­
ción (quitando algún estudio de las visiones antiguas, de Aris­
tóteles o Epicuro) a lo más vistoso, las teorías mismas de los fí­
sicos, y agradezco al libro de B. que me haya hecho volver un
poco sobre ellas. Su tesis de la no existencia del Tiempo es im­
posible por la sencilla razón de que se establece dentro de la
Realidad (y, por ende, como visión, al fin, de un espacio, con
sus puntos y trazados, por más que se pretenda puramente ideal
o platónico, y que sea de algún modo total, un universo), sien­
do así que la Realidad está fundada justamente en el Tiempo,
esto es, una ideación del tiempo (el desconocido) en alguna
manera de estensión o espacio; de modo que lógicamente de­
nunciar la ilusión del Tiempo implica descubrir la ilusión de la
Realidad. Más aún: una Ciencia, cuya misión es, como B. dice,
salvar las apariencias, esto es, dar razón del movimiento, sin el
cual no hay ser (“ir a buscar sustancia es como ir a buscar tiem­
po” dice B. en 49), no puede contar más que con ‘elementos’
(sean átomos, fotones o cosas, si bien el estudio de B. desnuda
Reseñas de lingüísiicas, lógicas y Jisicas 295

bien la necesidad de definición de ‘cosa’) y relaciones cuantita­


tivas entre ellos; pero ya en los Q (sean cuánticos o cuantías
evanescentes o cuantificadores cualesquiera) está el Tiempo
mismo introducido: ‘cuantificación’ es ‘tiempo’, o viceversa;
en suma, realidad. En cambio, el lenguaje de la Física (que, lo
primero, como la poesía, tiene que desconocerse a sí misma
como un caso de lenguaje) no puede manejar ningún elemento
o índice de los de la lengua corriente que llamamos deícticos
o mostrativos, como ‘aquí’, ‘me’, ‘eso’, ‘ahora’ (vamos, sí que
aparecen a menudo en un libro como el de B. que presenta al
público sus descubrimientos, pero no en las ecuaciones ni los
ratos que habla en lenguaje científico propiamente; y es curioso
que Kitada, en uno de los artículos citados, incitado por la tesis
de B. y la proposición de Godel, introduzca a modo de ecua­
ción la de “Estoy diciendo una mentira”: la propia estravagan-
cia del caso prueba la ajenidad de los deícticos, ‘ahora’, ‘yo’, al
álgebra normal), pero son esos índices los que hacen intervenir
en la operación de la lengua el “mundo” en que se habla frente
al mundo de que se habla o Realidad. La oposición del ‘en que’
con el ‘de que’ no puede salvarse, y es ciertamente con ella con
la que, queriéndolo o sin querer, se debate B. en su tesis. Así
cuando se asoma a las orillas de su Platonia: “el fin de Platonia
no es un verdadero punto, sino de hecho un enorme espacio de
posibilidades diferentes, todas de volúmenes evanescentemente
pequeños” (318): la Realidad se pierde en las posibilidades sin
fin; y, como ha de venir a imaginarse, al estilo ya de Epicuro,
que las ‘posibilidades realizadas’ están t o d a s en algún si­
tio, y por tanto a la hipótesis de los múltiples mundos (many
worlds, en pp. 53 y 221), conviene recordar que, cuando Mon-
tague trataba de dar razón de la gramática corriente en una ló­
gica matemática, era a esa misma hipótesis a la que había de
acudir para intentar meter a los deícticos en el aparato. Pero
ello es que en una Física, ni por tanto en la Realidad, no puede
296 Agustín Garda Calvo

haber ahora ni yo ni aquí ni eso, sino tan sólo ‘un ahora’, ‘aho-
ras\ ‘el yo’, ‘los yoes’ y demás, que ya no son aquello (son su
idea) y ya no hacen lo que hacían. A reconocerlo se acerca B.
en varios puntos: “nada en la relatividad corresponde al ahora
esperimentado (Now experienced): hay tan sólo eventos cual-
puntos (point-like) en espacio-tiempo y ningún ahora estenso
(iextended Now)”, trayendo a cuento la discusión de Carnap con
Einstein, donde E. declara bastante que ‘ahora’ “no puede dar­
se (occur) dentro de una Física”, que “está precisamente fuera
del reino de la ciencia” (143), y que lo innumerable de los ca­
minos diferentes que pueden (sin cortar el ‘cono de la luz’) tra­
zarse en el campo de la teoría, tal “completa ausencia de singu­
laridad (uniqueness)”, es lo que llevaba a E. a decir que “el
concepto de ‘ahora’ no existe en la Física moderna” (174).
La lengua (incluido el lenguaje matemático) o razón razonan­
do está fuera de y frente a la Realidad, y es en ese juego como
la Realidad flota o naufraga en un sin fin verdadero (que en
vano se quiere meter dentro llamándose ‘infinito’), en un tiempo
de un solo sentido y, por tanto, de ninguno y, por tanto, inconce­
bible; y el pensamiento, de cuya velocidad la de la luz no es más
que una mera realización, niega la Realidad, al mismo tiempo
que la fabrica: pues los ardides de la Física están aprendidos
del mecanismo elemental de la ‘astracción’ de la gramática co­
rriente: así B., físico, recuerda la cuestión lógica y dice que, de
los dos grandes principios de Leibniz, “el primero es la identi­
dad de indiscernibles: si dos cosas son idénticas en todos sus
atributos, entonces son de hecho una. Son la misma cosa” (85-
86), y en ese paso de ‘2 iguales’ a ‘la misma’, que recorre todo
a lo largo el libro de B., al intentar reducir a ‘diferencia’ (cuali­
tativa) las distancias, dimensiones y cuantificadores (tempora­
les), está latiendo el mecanismo de la razón, astractivo en su
raíz misma. Y es también gracioso, al roce con la gramática, lo
que dice, siguiendo lo que toma por tradición desde Hamilton
Reseñas de lingüísticas, lógicas y jtsicas 297

(cuyos descubrimientos en ‘óptica geométrica’ aprovecha en el


desarrollo de las razones de quanta discontinuos, pero que no
se debe olvidar que era “el mismo” que trató de entender el ál­
gebra como una ‘ciencia del tiempo’ justamente), “que intenta
hacer de los p r o c e s o s la cosa más básica en el mundo”,
de modo que “la Física debía costruírse usando verbos, no
nombres” (329), si bien B., que ha vivido un tiempo de traducir
mucho ruso, añade “Yo podría haber escrito este libro usando el
solo verbo ‘ser’, que a duras penas cuenta como verbo” (330).
En todo caso, olvida que este implemento idiomàtico del verbo
(personal) de nuestras lenguas está justamente cargado de deíc­
ticos que apuntan hacia ahora, antes de ahora, ahora de antes, a
la vez que a mí y a ti, es decir al ‘“mundo” en que’, afuera de la
Realidad. YO no estoy en la Realidad ni tampoco ahora, ni puede
haber una Ciencia de mí ni de aquí ni de esto: tan sólo de ‘el Yo’,
de ‘un ahora’ y ‘los ahora’, o, en todo caso, en formulación me­
nos científica, como a lo largo del libro de B. aparece costante-
mente, un ‘nosotros (we)\ que ME sustituye, como que está de­
jando de ser un deíctico verdadero y ya casi s i g n i f i c a n d o
‘el Hombre’, ‘nosotros los humanos’, que ésos sí que son rea­
les. Tanto más conmovedor es que le haya dado por rematar el
libro (335) diciendo así: “Yo soy el universo visto desde el
punto, imprevisible porque es único, que es yo ahora”. “La in­
mortalidad está aquf’.
Así es como la tesis de B. es un imposible; pero no por ello
es el intento menos inusualmente valiente y empeñoso, y, tra­
yendo consigo para los lectores tan honesto recorrido de teorías
del Tiempo y de lo más importante de la Física o Ciencia de la
Realidad hasta nuestros días, bien merece que lo agradezcamos
de todo corazón.
298 Agustín García Calw

Julian Barbour, The End o f Time.—The next revolution in Phy­


sics, ‘Oxford University Press 2000’, Nueva York (“origi­
nally published in the U.K. by ‘Weidenfeld & Nicholson,
The Orion Publishing Group Ltd.’, London’’, 1999). 371 pá­
ginas, ISBN 0-19-511729-8, 30 $.

Publicado en S A B E R /L e e r . noviembre 2000, págs. 4-5.


PERDICIÓN DE LA MATERIA

La noción de ‘masa de un cuerpo’ se nos aparece como el


centro o corazón de toda la teoría (con observación y cálculo
incluidos) de la Física, especialmente desde que, alrededor de
Galileo y más formalmente en Newton, se separó en principio
‘masa’ de ‘peso’ (también, desde luego, de ‘tamaño’ y de ‘den­
sidad’ o ‘peso específico’), y que sigue siéndolo, a través de
maravillosos avatares sucediéndose a velocidad acelerada, has­
ta en la Física de nuestros días. De manera que atacar la cues­
tión de ‘masa’ le parece al profano la vía más derecha para en­
tender qué es lo que pasa con la Realidad y con la Ciencia que
de ella trata.
A ese fin sirve escelentemente, con su riqueza de noticias
de primera mano y su costante honestidad y tino para dar cuen­
ta de ellas, el libro de M. Jammer, Profesor y Rector que ha
sido de la Univesidad de Bar-Ilan y discípulo que fué de Eins-
tein en su tiempo. Su esposición se dedica primordialmente a la
sucesión de teorías desde 1960 (para referencia a las anteriores
y desarrollo de algunos puntos complicados remite a su Con-
cepts o f Mass in Classical and Moderns Physics, Harvard
1961, republ. 1997), pero a cada paso, en las nociones o pro­
blemas que lo estima pertinente, introduce noticia y discusión
300 Agustín Garda Calvo

de relaciones con los antecedentes, las teorías de Einstein, des­


de luego, y los Principia de Newton, pero también cualesquiera
otras que, en los campos diversos de la Ciencia, le parece que
han contribuido a esos avatares de la noción de ‘masa’. Lo de
‘Philosophy’ en el título se refiere, por supuesto, a la teoría de
teorías físicas que ahora suele llamarse así.
El libro, aparte de breve ‘Preface’, una página de ‘Introduc-
tion’ y un nutrido ‘Index’ de nombres y cuestiones, está dividi­
do en 5 capítulos, 1 ‘Inertial Mass’, II ‘Relativistic Mass’,
III ‘The Mass-Energy Relation’, IV ‘Gravitational Mass and
the Principie of Equivalence’, V ‘The Nature of Mass’. Y, si
bien, muy lejos de la habitual vulgarización, no se exime de la
esposición precisa de las teorías ni de aportar al menos las for­
mas menos engorrosas de las ecuaciones correspondientes, no
deja nunca de interpretarlas y situarlas en referencia a los cam­
bios y progreso de la cuestión de ‘masa’, mérito especialmente
de agradecer para el profano, aunque también para los estudio­
sos de Física oportuno: pues no deja uno de asombrarse de que,
en medio del progresivo adiestramiento en cálculo matemático
y de la información de últimas novedades con que se educa a
los estudiantes, pueda convivir con ello una vasta irreflexión o
desentendimiento de qué es lo que con ello se está haciendo;
como se revela, por ejemplo, en lo que J. p. 87 refiere de cómo
J. W. Warren, en 1976, habiendo presentado a 147 estudiantes
de ciencia y de ingeniería la cuestión de si es o no correcta la
formulación “Una central nuclear se distingue de las otras en
que convierte masa en energía”, encontró que sólo 32 de ellos
le ponían objeción; esto es, que esa mayoría (por no mirar a la
de fuera de las aulas) creen que en una central nuclear (o, para
el caso, en la bomba atómica) lo que se hace es una aplicación
práctica de la fórmula de Einstein ‘E = me2’.
No hago en lo que sigue sino hilvanar algunos vislumbres
de los problemas de en torno a ‘masa’ que el libro de J. me pro­
Reseñas de lingüísticas, lógicas y Jtsicas 301

porciona (cito por n° de página los pasajes atañentes), para lue­


go usarlos a mi intento, que no será desde luego el de una Filo­
sofía (de la Ciencia), sino el de descubrir un poco cómo, por
debajo de las intenciones coscientes, los ajetreos incesantemen­
te renovados y complicados con la noción de ‘masa’ pueden re­
velar algo de lo que el sentido común está, desde siempre y
ahora, echando de menos en la Ciencia de la Realidad.
Tal vez lo primario para surgir la noción de ‘masa’ sea su
independencia de ‘tamaño’ (v. sin embargo en 30 sobre la defi­
nición de Newton de ‘m’ como producto de volumen por densi­
dad, 31-32 el intento de los protofísicos, como Janich, 1979, de
remitir la noción de masa a la de volumen, y 99-100 la referen­
cia, inesacta, al tamaño de los átomos o “bulk” para los de De-
mócrito según Aristóteles), lo cual, referido a ‘cuerpos’ o ‘un
cuerpo’, es ciertamente elemental. Pero si la cuestión se eleva a
las (grandes) clases de cuerpos, y se ve, a lo largo de todo el li­
bro de J., cómo los medios de observación y las teorías han de
ser distintos para los de tamaño medio (cosas corrientes) que
para los cuerpos celestes y más aún para los átomos y corpúscu­
los subatómicos, que amenazan, por su cuenta, con perder el es­
tatuto de ‘cuerpo’ mismo, y cómo una y otra vez se intenta uni­
ficar de algún modo el tratamiento, es evidente que, a ese nivel,
no puede la masa tranquilamente desprenderse del tamaño.
Lo esencial es la separación de ‘peso’. Y de aquí que (7 y 11)
‘peso’ es la primera aparición de ‘masa’, mientras que la masa
gravitatoria, m , tiene que definirse a partir de la inercial, m..
La separación se inicia claramente con el esperimento (realiza­
do o no) de Galileo en la torre de Pisa (y su propuesta, 98-99,
de juntar en un cuerpo uno pesado con uno ligero y considerar
la caída del conjunto), y Poincaré en 1908 la formulaba neta­
mente, como siendo m el cociente de fuerza y aceleración,
“que es la medida de la inercia del cuerpo”, frente a m como
atracción de un cuerpo sobre otro (91), que a su vez se dividiría
302 Agustín García Calvo

en activa, ma, y pasiva, m , de valor igual, pero de sentido o de


signo contrario. A la gran cuestión de la gravedad volvemos
luego; pero ya desde este trance de separación asoma el proble­
ma, que a otros muchos propósitos encontramos, de la distin­
ción o confusión entre im' como cantidad y im’ como noción.
Así Einstein en 1917 al igualar m. con m , declaraba (102) que
ambas cantidades denotan la misma cualidad de un cuerpo, que
“se manifiesta según circunstancias como ‘inercia’o como
‘peso’”; y a R. A. Mould en 1991 un “gas de fotones” se le
ofrecía (56) como de ‘m’ 0, pero con peso.
Me refiero como siguiente trámite de cerco a la noción de
‘masa’ a su separación de ‘carga’: pues la relación del cuerpo o
corpúsculo con el medio (aire, fluido, hasta éter o vacío) se
complica mucho cuando el medio es un campo electromagnéti­
co, donde las interacciones de, por ejemplo, un electrón con su
campo no pueden menos de alterar su im \ sea lo que sea, ya
que incluso está él continuamente emitiendo (y absorbiendo)
fotones, que, aunque se declaren sin masa, contribuyen a alterar
a su vez el medio y por ende las relaciones (32-38), lo que lle­
vó a tentativas de división entre una ‘m. aparente’ y una
‘m. efectiva’ (con los términos a veces intercambiándose), y le
hacía a Lorentz declarar en 1906 “... con nuestra negación de la
existencia de masa material, el negativo electrón ha perdido
mucho de su sustancialidad” (36; piénsese que, si el radio del
electrón se hace igual a 0, su ‘m’ se vuelve, según las ecuacio­
nes usuales, infinita); la teoría de Haish-Rueda-Puthoff, a la
que J. dedica, 163-166, especial atención entre las últimas, y
cuyos autores (H., R. y Dobyns) publican ahora un ‘Inertial
Mass and the quantum vacuum fields’, de momento en la Red,
2001, cuenta con el “electromagnetic zero-point field” para ha­
bérselas nuevamente con el problema. Pero claro está que todo
esto toca a la sustitución de ‘partícula’ por ‘campo’, a la que
vuelvo luego.
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 303

Independencia de ‘m’ respecto a ‘movimiento’ es lo que


primariamente distingue (41-42) la masa cinemática tradicional
de la masa relativística, mr. Cierto que la m. (redúzcase o no a
una supuesta mo como caso límite de m) , desde el momento
que se define por la medida de su aceleración, sólo es indepen­
diente de ‘movimiento’ en cuanto que lo incluye como costante
o inherente a su propia definición. En todo caso, ya en la Rela­
tividad Especial la noción de ‘reposo’ absoluto queda espulsa-
da de la noción de ‘masa’, ya que la rest-mass de un cuerpo
sólo lo es en relación al movimiento uniforme de otro cuerpo; y
en la Relatividad General el verdadero movimiento, no ya en el
objeto, sino en el aparato, es el de la traslación paralela de vec­
tores de modo que las velocidades relativas de 2 partículas
coincidan en un mismo punto de espacio-tiempo (leo el esce-
lente estudio en Red, marzo de 2001, de J. C. Baez ‘The Mea-
ning of Einstein’s Equation’, que me trasmite, como los otros,
el Profesor Caramés, quien puso también el libro de J. en mis
manos), cuestión que no puede menos de remitirse a la geomé­
trica general de la independencia de la noción de ‘punto’ res­
pecto a la de ‘línea’. Advierto la costumbre de Einstein de usar
el término ‘point of matter’ para aludir al objeto de que aquí
tratamos, ya corpúsculo elemental o ya su masa. Es de notar
también (55-56) que Einstein mismo abandonó progresivamen­
te la noción misma de ‘mr ’.
La que más juego y guerra ha dado es la relación de ‘m’
con ‘energía’, sobre todo a través de la ecuación de Einstein,
que tal vez podría escribirse (51-52) “Eo = me2”, siendo ‘EJ
una “rest-energy”, es decir, algo que se me aparece más bien
como una ‘energía potencial’ (en el sentido de los seres en po­
tencia de Aristóteles), y, en todo caso, separada de ‘ímpetu’
(éste, según recuerda J. en 44 se entiende como producto de
‘m’ por velocidad, siendo ‘fuerza’ la mutación de ímpetu), se­
gún A. Kamlach en 1988 trataba de distinguir (22-23) una ‘m’
304 Agustín Garda Calvo

en relación con ‘E’ de una V en relación con ‘ímpetu’. Sobre


las dudas de Einstein acerca de lE0’ v. 83-85; y detenidamente
recorre J. (63-68) sus renovadas tentativas de formular una
prueba que se eximiera de circularidad, y distingue cuidadosa­
mente (68-85) 3 tipos de derivaciones de la ecuación. Sobre las
discusiones de interpretación del Principio de Equivalencia, y
entre ellas la que admite una intercambiabilidad real entre ‘m’
y ÍE \ 85-88.
Algo debe haber bajo el término ‘masa’, como algo bajo el
más antiguo de ‘materia’ (para la separación de ambos, a pro­
pósito de la conversión en energía o viceversa, 86-87; y sobre
‘antipartícula’, ‘antigravedad’ y, en fin, ‘antimateria’, o ‘masa
negativa’, esto es, en definitiva, la interpretación física del sig­
no ‘menos’, 123-129 y 129-136), pero su definición (depen­
diente de la de ‘fuerza’ y ‘aceleración’, 43-44, de cómo se
tome ‘tiempo’, y partiendo de y contra ‘peso’, 100-101, que pa­
rece, en cambio, asequible inmediatamente) se muestra, a lo
largo del libro de J., tan dificultosa y controvertida que sin
duda trae a cuento ejemplarmente la cuestión misma de ‘defini­
ción’: recorre J. en su primer capítulo (y vuelve sobre ello en el
último) las tentativas de renunciar, más o menos esplícitamen-
te, a la definición de ‘m’ en el sentido tradicional de ‘notas del
concepto’, a favor de una ‘definición operacional’, es decir, que
sea el juego de ‘m’ en los cálculos lo que valga por su defini­
ción; y es ejemplar sobre todo (13-15) la declaración de Mach
en tal sentido, con las tachas de circularidad en tales procederes
y sus defensas. Al fin, que lo que una palabra significa dependa
de sus usos es algo común con la lengua corriente y “natural”
(y por cierto que la Ramsey sentence, 22 y 30, que parece una
“navaja de Ramsey” para eliminar términos inútiles de la teo­
ría, consiste al fin en remitirlos a predicación, al uso), y que al­
gunos de esos usos resulten ser contradictorios es algo que a la
lengua común no le preocupa mayormente, pero quizá no valga
Reseñas de lingüísticas, lógicas y físicas 305

lo mismo para la científica matemática. En todo caso, la cues­


tión se remite a la relación entre el ‘qué’ y el ‘cuánto’; desde la
aparición en Newton de ‘m’ como quantitas materiae, no ha
dejado ‘m’ de ser ambiguo, en cuanto que en los cálculos se re­
fiere a una cantidad, sin que se pierda por ello la conciencia de
que ha de ser cantidad de algo (por ejemplo, en las ideas viejas,
de una cualidad o propiedad del cuerpo), y ahí está el problema.
Es revelador el modo en que Mach, volviendo sobre Newton,
declara (95) cómo, en la ‘m’ gravitatoria, ma y mp son numéri­
camente iguales, conceptualmente diferentes; y el descubri­
miento de Einstein (101-102) de la igualdad de mi con mp pre­
tende la igualación cuantitativa, pero no la identificación.
La relación, dentro de ‘m’ entre ‘gravedad’ y ‘atracción’ o
Trägheit (el término alemán, y el primero de Einstein, para
‘m.’) es lo que lleva al desarrollo de muchas de las teorías y al
fin a la gran cuestión, que se lleva gran parte del cap. TV de J.,
de si las teorías y cálculos desarrollados para ‘partículas’ y su
campo (electromagnético) pueden hallar una correspondencia
en el estudio de los astros y del cielo, con un debate por la uni­
ficación o en contra que dura interminablemente; del cual, por
cierto, no puede separarse la cuestión de si el ‘tiempo-espacio’
con que Einstein u otros trabajaran tiene que ver o no con el
ámbito celeste (contando, en este caso, con un influjo en ‘m’ de
los cuerpos lejanos del Universo y descontando como negligi-
ble el de los cercanos) ni, por ende, de la cuestión ‘luz’, que
lleva a veces a separar una luz teórica (término c de las ecua­
ciones) y una luz fenoménica (46-48) o, en fin, a prescindir
de c y contar con un a ‘velocidad límite’ o ‘límite de veloci­
dad’ (77). Sea como sea, de Mach a Barbour (y leo el estudio
en Red de H. Zinkemagel, tan sensato como negativo, ‘Cosmo-
logy, Particles and the Unity of Science’, mayo de 2001) la re­
lación de los quanta con la Cosmología ha sido aprisionante y
herida de desencanto. No será mal recordar, otra vez, que el
306 Agustín García Cabo

Universo es algo que se da una sola vez, y por ello mismo se nie­
ga a ser objeto de la Ciencia. Ya Einstein reconocía en 1907 la
falta de un Weltbild, y a ello achacaba lo siempre insatisfactorio
de su demostración: "... porque no tenemos aún una imagen-del-
mundo completa que corresponda al principio de relatividad”.
Lo esencial, desde luego, para el progreso y tratamiento de
la noción de ‘masa’ ha sido la sustitución de ‘partícula’ por
‘campo’: v. en 53-54 la definición de ‘m ’ por M. Born, y cómo
(166) Einstein mismo declaraba en su prólogo al libro Con-
cepts o f Space del propio Jammer, 1954: “la victoria sobre el
concepto de espacio absoluto o sobre el del sistema inercial
vino a ser posible tan sólo porque el concepto de ‘objeto mate­
rial’ se vio gradualmente remplazado, como concepto funda­
mental de la Física, por el de ‘campo’”. Y, sin embargo, la ne­
cesidad de ‘punto material’ o de referencia de las cuantías a un
objeto mantiene en la teoría la noción de ‘masa’ (de un cuer­
po); y es así que J., habiendo citado el phúsis krúpíesthaiphilei
(141; Herodotus por Heraclitus, también en el índice), que, por
cierto, podemos leer como “la Realidad consiste en la oculta­
ción de su verdad”, cierra su libro con lo que ya en el Preface
advierte: “la noción de ‘masa’, aunque fundamental en Física,
está todavía envuelta en el misterio”. Shrouded ‘amortajada’
dice el inglés ominosamente.
Añado sólo un par de observaciones. La una, que, como
veo que J. y seguramente los más de los físicos que él estudia
se acuerdan poco y mal de la primera teoría atómica o materia­
lista de nuestro mundo, será bien anotar que no deja la Física
de Epicuro, cantada por Lucrecio, de tener ciertas ventajas:
pues su átomo se exime de la cuestión de ‘masa/peso’, ya que
ello, aunque se diga que hay unos más pesados que otros, no es
en verdad una cualidad del átomo, ni es el caer algo que le
pase, sino que es de su esencia ó definición, así como la sola
causa de ello es el vacío, la absoluta falta de resistencia. La
Reseñas de lingüísticas, lógicas yfisicas 307

otra, que tanto a esa primera Física como a la última el error


primero y raíz de sus poblemas les viene seguramente de haber
dado por consabida o definida la noción de ‘cuerpo’, corpus,
body, al que ‘masa’ deba referirse (ya en Lucrecio corpus, res,
se usan ambiguamente, para las cosas reales o compuestas y
para los átomos, invisibles, sub-reales, como el vacío), siendo
así que a menudo es incierto si la cuestión de ‘masa’ y su cuan-
tificación se refiere a ‘cuerpos’ y ‘ún cuerpo’ (con el caso
ejemplar del electrón, que ha de ser múltiples y el mismo to­
dos) o si a ‘clase de cuerpo’, como la ‘m’ del oro o del helio, o
si a ‘el cuerpo’, justamente definido por su masa; y también,
que tanto la teoría epicúrea como las actuales están obligadas a
recurrir a una ‘velocidad-límite’ (sea o no “de la luz”), lo que
sería el caso único de una velocidad sin aceleración posible; y
que la infinitud se trata, por fuerza, doméstica- y engañosamen­
te, en cuanto que consiente compatibilidad con ‘identidad’ y
con ‘cuantificación numérica’.
No se da, en suma, una distinción lo bastante neta entre la
Realidad y la sub-realidad teórica (átomos y vacío, por ejem­
plo) esplicativa de la Realidad; y así, a lo largo de estos apasio­
nantes avatares de la noción de ‘masa’, vuelve a aparecer ejem­
plarmente lo que es el destino de toda Física, que, descubriendo
una y otra vez la relación o límite de la Realidad con lo que hay
y que no lo es, debe en el momento siguiente proceder a com­
prender eso mismo dentro de la Realidad, para volver a descu­
brir lo de más allá de la Realidad en el momento sucesivo.

Max Jammer, Concepts of Mass in Contemporary Physics and


Philosophy, ‘Princeton University Press’, Princeton, New
Jersey, 2000. ISBN 0-691-01017-X, XII + 180 páginas.

En publicación en S A B E R /L e e r , marzo de 2002.


García Calvo, A.
E s o y ella . 6 c u e n to s y u n a ch a rla
Con las dudas que dice su Preámbulo, estrena aquí el autor el género
literario por excelencia, la narrativa (sobre el cual la charla final es una
reflexión), por si esos 6 cuentos pueden servir también para desvelar algo de
la locura de la normalidad, y en especial de la herida más notoria de su
mundo, las mujeres. 168 págs.

L o c u r a . 1 7 casos.
La psicoanalista, más bien heterodoxa, Mónica Florentín presenta 16 casos, más
bien veniales o parciales, por medio de sendos diálogos entre loco interrogado
y loco interrogante, de sexos más o menos opuestos el uno al otro, de entre los
49 reunidos, para ese fin, durante dos veranos en una dehesa abandonada, y
añade uno más sacado de su propia lejana adolescencia. El resultado sugiere
algo de la locura de la normalidad. 192 págs.

¿Q u é conos? 5 c u e n to s y u n a ch a rla
En contra de la literatura dominante, en que se habla de las mujeres y del
sexo como si se supiera lo que son o bien se hace que las mujeres hablen
como si fueran hombres, estos cinco cuentos intentan, por diferentes
procedimientos (desde la penetración en lo animal hasta el encantamiento
de Alma y Amado) dejar que lo mujer se manifieste más de veras, a costa
de delicadezas y de groserías,* y así también en la charla que los acompaña
se trata de que diga algo el coño mismo, esa boca que nunca habla. 192
págs.

E n tr e sus fa ld a s . 3 c u e n to s y 2 6 m e n s a je s electró n ic o s
Vienen estos nuevos cuentos, ‘En torno a Veva’, ‘Sin misterio’ y ‘Dos con
dos’, a proseguir la obra de los 11 publicados en E so y ella y en ¿ Q u é conos?,
siempre tanteando en diversos casos lo que pasa en este mundo con las
mujeres o con eso que nos queda de mujer.Y se añaden al intento las
comunicaciones cruzadas entre dos de ellas, enfermera y empleada de
Seguros, en forzada separación amorosa durante el pasado verano y parte
del otoño.160 págs.

B e b e la
Un poema «en verso liso y llano» que va hablando de muchas cosas en
torno a una figura de mujer. 96 págs

C a n c io n e s y s o lilo q u io s
Nueva edición de la colección principal de producciones líricas a lo largo de
muchos años, 138 piezas, destinadas las una a letra de canción, las otras a
recitaciones dramáticas de un personaje solo. 276 págs.
D e l tr e n (8 3 n o ta s o c a n cio n es)
Edición aumentada de los poemas líricos ferroviarios, ordenada en una 1.a
parte, que reproduce, con correcciones, la primera publicación, y una 2.a
parte con 43 nuevos. 200 págs.

L ib r o d e c o n ju ro s
Veinticinco poemas inéditos del tipo de la canción. 84 págs.

M á s ca n cio n es y s o lilo q u io s
Prolongación (n.,>s 139-213, con un apéndice) de la colección primera de
canciones y de soliloquios, donde algunos rescatados de antes de 1976 se
enhebran con otros de estos últimos tiempos. 160 págs.

P o esía a n tig u a ( D e H o m e r o a H o r a c io )
Una serie de versiones de poemas griegos y latinos de los varios géneros
(épica, elegía, teatro, idilio, epigrama y lírica) en sus ritmos y medidas. 180
págs.
Se acompaña de una cinta R e c ita c io n e s d e p o e sía a n tig u a , con la
declaración de la versión rítmica y del original.

R a m o d e r o m a n c e s y b a la d a s
Ni mera recopilación de versiones tradicionales ni poesía de autor tampoco,
recoge el libro 37 ejemplos del género «contar cantando», desde la
perdición de Judas hasta la matanza de Puertohurraco, procedentes del
castellano, del inglés y de otras lenguas; les precede una larga «Entrada a la
poesía popular». 256 págs.

R e la to d e a m o r
Poema largo, en cuarenta y dos endechas, con prólogo de Joaquín García
Gallego. 216 págs.

S e r m ó n d e s er y n o ser
Nueva edición, corregida, de un poema que trata de hacer vivir la relación
entre los problemas ontológicos y los conflictos políticos o personales. 80
págs.

V a lo rio 4 2 v ec e s
Esta compilación de 42 canciones y un soliloquio ha tratado de hallar, en la
materia de la pasión, un hilo que engarce las de muchos años atrás con otras
de su mismo año. 120 págs.
* * *

C o n tr a e l T ie m p o
Es una guerra en que, a lo largo de 15 ataques, se trata de descubrir, y así
combatir, el proceso de conversión de un tiempo indefinido (de un solo
sentido, es decir, ninguno, y de «infinita velocidad») en el Tiempo real, que es
en verdad, en cuanto ideado y medido, un espacio, en el que se funda la
Realidad, imposible, y se practica también la reducción a Tiempo de nuestras
vidas. En ese combate, se acude a las tácticas y vías más diversas, desde el
ataque a la concepción científica (y vulgar) del Tiempo, más que a la teoría
física, a los instrumentos matemáticos usados a su servicio, hasta el análisis de
la memoria, las artes temporales y los ensueños, pasando por la penetración
en los mecanismos de lenguaje y lógica, en el ritmo, en las ideaciones
históricas del Tiempo, y por un recorrido a los pensamientos y formulaciones
sobre tiempo entre los antiguos. 304 págs.

D e l a p a r a to ( D e l le n g u a je I I I )
Un recorrido del dispositivo o sistema, el común y el de los varios tipos de
lengua, ilustrado con ejemplos del csp.of.cont. y otras: tras un repaso de los
límites morfológicos y la costitución de la palabra sintagmática con
palabra ideal’ y varios tipos de ‘índice*, se estudian la base fonémica y
prosódica, la cara de los índices sintácticos, la de N O y Q U É, la de los
Cuantificadores, la de los Mostrativos y la de las Palabras de Significado,
aparte de una vuelta sobre los Nombres Propios. Muchos de los términos
y nociones usados desde el D e l le n g u a je aparecen precisados en este tomo,
que está además dotado de un porm enorizado R E P E R T O R I O de
cuestiones. 344 págs.

D e la c o n str u c c ió n (D e l le n g u a je I I )
La instancia de organización de la frase y las relaciones de dependencia.
Conexión de las relaciones sintácticas con las asociativas y morfémicas,
con las semánticas y con las emprácticas. Cuestiones implicadas en ello
de la génesis de la gramática, de relación entre estudio genético y
descriptivo, de la unidad ‘palabra’ como léxica y como sintáctica, de la
clasificación de las palabras en relación con sus funciones, entre otras.
Numerosos esquemas ilustrativos y dibujos de organización de frases.
480 págs.

D e l le n g u a je
Dedicado, entre otros temas, al estudio de la relación entre relaciones en el
sistema y sucesión en el discurso, la frase y sus modalidades, entonaciones
y sentido, la sílaba rítmica y la sílaba convencional, el campo mostrativo,
mundo donde se habla por oposición al mundo de los significados o de que
se habla. Con 34 esquemas ilustrativos. 440 págs.

H a b la n d o d e lo q u e h a b la . E s tu d io s d e le n g u a je
(Premio Nacional de Ensayo 1990)
Colección de estudios inéditos o publicados poco accesiblemente,
ordenados en los siguientes campos: I. Lenguaje; método y términos; II.
Cuestiones pragmáticas. Sentido, entonación y modalidad; III. Relaciones
entre hechos emprácticos, sintácticos y semánticos; IV. Organización
sintáctica y puntuación; V. Tres casos de afasia; VI, Escritura y fonemas;
VII. Rítmica (reedición del libro D e l r itm o d e l le n g u a je ); VIII. Del lenguaje
a la política. 416 págs.
L e c tu r a s p reso c rá tic a s
Redacción de una parte de las lecturas y discusiones orales sobre textos de
Zenón, Heraclito, Parmenides y otros. 240 págs. 3.a ed. con el Parménides
renovado.

R a z ó n c o m ú n (L e c tu r a s p reso c rá tic a s I I )
Edición, ordenación, traducción y comentario de los restos del libro de
Heraclito. 416 págs.

D e D io s
Se trata de dejar que lo que quede en nosotros de razón y de sentimiento hable
(y así, obre) contra la Fe, que es el fundamento del Poder y la Realidad.
Saliendo al paso a las equivocaciones, con que Dios induce en muchos la
ilusión de que han dejado de creer en Dios, por cambios de su nombre,
llegándose a llamar ‘el Hombre’ o, en fin, ‘Dinero’, se ataca ia cuestión de Su
existencia o realidad; después, la de Su unicidad (y trinidad), que implica
también Su masculinidad; y luego se recorren Sus atributos según el catecismo,
‘Todopoderoso’, ‘Justo’, ‘Omnisciente’ o ‘Sabelotodo’, ‘Infinitamente bueno’,
perdiéndose ahí el razonamiento en una llamada a lo desconocido, a lo que hay
y no se sabe. 304 págs.

A c tu a lid a d e s
Recopilación de las «Cartas a mi sombra» y otros artículos periodísticos o
intervenciones sobre cuestiones del momento. 392 págs.

A n á lis is d e la S o c ie d a d d e l B ie n e s ta r
Una serie de veinticinco ataques al Régimen vigente en los Estados del
Desarrollo, que tratan de poner al descubierto las principales falsificaciones
en que se sustenta, centrándose ante todo en el Dinero y en la Persona
Individual. 160 págs.

C a rta s d e neg o cio s d e J o s é R e q u e jo


Nueva edición de las cartas de un muchacho sensible y reflexivo a los
acontecimientos de los años 65-73 y las presentaciones de su viejo amigo
Agustín García, con añadimiento de una carta que aporta las últimas
noticias sobre la vida dejóse Requejo. 248 págs.

C o n tr a la P a reja
Como el Régimen que padecemos se asienta en la fe y cultivo de una Vida
Privada y una Moral Personal, parece que una política de la gente contra el
Poder debe ante todo atacar y disolver la institución del Individuo (el
Hombre), y para eso la YÍa más cierta y eficaz es seguramente la de analizar
el ‘2 en T, la institución de la Pareja, que no en vano alcanza más
preponderancia qzue nunca bajo este Régimen, como que, centrándose la
Administración del Amor en ella, sobre ella afirma su dominio el Capital-
Estado. A ese intento se dedica el presente libro. 136 págs.
N o tic ia s d e a b a jo
Se recopilan aquí las 19 andanadas con que a lo largo de casi dos años en el
diario EL PAIS se iban dando asaltos a las ideas y mentiras dominantes
sobre «gente» y «persona», a propósito de asuntos varios, de las Artes
Plásticas a la falsa Guerra de Ellos, del Preservativo a las Marcas Deportivas,
de la Música para Masas a la Política Económica, empezando y terminando
por las relaciones entre Muerte y Mayoría, y tratando así de hacer algo de
política, no la que hacen los políticos, sino Ja otra. 192 págs.

Q u e no, q u e no
Se recopilan aquí los artículos aparecidos en Grandes Rotativos de los años
’81 -’90, junto con otras intervenciones de los mismos tiempos, de modo que
el libro presenta, por un lado, un recorrido de aquellas actualidades, acaso
vistas o sufridas desde un ángulo poco habitual, y ofrece muestra, a la vez, de
algunas de las tácticas o maneras que puedan usarse para decir N O , desde
abajo, a las sucesivas realidades que se nos venden. 360 págs.

3 7 a d io ses a l m u n d o
Se recopilan aquí, con corrección de testo y una presentación, las sucesivas
despedidas publicadas en LA RA ZÓ N durante el pasado y presente año,
que el autor, todavía vivo sin embargo, aprovecha para hacer una denuncia
y recorrido, tan crítico como pasional, de las cosas (y personas) más odiosas
a su corazón, del mundo en general y del Estado del Bienestar
especialmente. 128 págs.

>:• * sf-

B a ra ja d e l r e y d o n P e d r o
Aparece al fin este rico drama, no estrenado todavía, donde, en torno a la
figura de Pedro el Cruel, se van cantando, por los palos de la baraja, rey de
copas, rey de espadas, rey de oros, rey de bastos, rey de nada, algunos de los
misterios tocantes a las relaciones del Poder con la Persona. 128 págs.

B o b o m u n d o , c o m e d ia m u sic a l
Con su rico juego de coreografía, que pasa por el nacimiento y danza del
protagonista mudo, lluvia de billetes, reclamaciones del coro, arengas del
Capitoste, plan de salvación del Prohombre, esposición científica del Mago,
eclipse de luna, estallido de la bola, juicio y condena del mudo y procesión
final, ésta es la comedia del Dinero, que está deseando saltar de este librillo
a vivir sobre las tablas y hacer lo que la risa verdadera puede. Gracias a la
inteligente y cuidadosa trascripción de Javier Sánchez, se publican también
aquí las partituras de cantables y melopeyas, así como unos prolegómenos
con disquisiciones sobre el arte teatral. 96 págs.
L ó g ic a

Se reúnen aquí estudios de m uy diversa tra za,


unos inéditos, otros aparecidos estos últimos años
en publicaciones bastante inasequibles, pero que
se dirigen todos al descubrimiento y razonamiento
de las falsas ideas o creencias que sostienen la
Realidad, ya sea la física, o !a social y personal, ya
se trate del uso de la razón misma, de los números
y de las lenguas.

ISBN 84-85708-61-X
0000 1

9 788485 708611

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