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insuficiencia de su poder de compra para adquirir todos los bienes durante un período determinado; el
desequilibrio se origina entre el nivel de la demanda de artículos de consumo y la capacidad de
producción de esos bienes.
En cuanto al ciclo largo, se asocia históricamente su fase expansiva a una hegemonía consolidada a
nivel mundial, como la británica primero y la estadounidense después; en esta última etapa el sistema
capitalista se vio confrontado en su mismo seno por movimientos sociales y sindicales, e impulsado a
otorgar los beneficios del Estado de Bienestar frente a la competencia de un modelo económico, social
y político rival. Entonces la tasa de ganancia decreció llevando a un período extenso de estancamiento
productivo o de estanflación.
Los economistas de la teoría de la regulación parten de un análisis estructural que define a “las
grandes crisis como todo episodio en el cual la dinámica económica y social entra en contradicción
con el modo de desarrollo que la impulsa”, poniendo en juego, a largo plazo, la reproducción del
sistema y de una manera muy simplificada, su explicación de la crisis de las décadas de 1970 y 1980
se basa en dos razones principales vinculadas al fordismo. Por un lado, no pudo adaptarse a las
exigencias de una competencia agudizada y diversificada; por otro, no logró sustentar ritmos
crecientes de productividad ni evitar el aumento del costo relativo del trabajo, y, en consecuencia, la
caída de la tasa de ganancia; la relación salarial es un elemento esencial. Pero los regulacionistas
incluyen como un elemento diferencial para la situación actual la esfera financiera.
La crisis financiera puede anticipar a una crisis de la economía real, acompañarla o ser el resultado de
ella, pero no constituye una manifestación aislada. La separación que se produce entre las finanzas y la
economía real y el desarrollo creciente de las primeras han puesto el foco teórico en el
comportamiento de los mercados financieros.
La más completa explicación de las crisis en los mercados financieros se debe a Hyman Minsky, cuya
reputación es la de ser especialmente pesimista, incluso lúgubre, por su énfasis en la fragilidad del
sistema financiero y su propensión al desastre. Minsky otorga especial importancia a las estructuras de
las deudas como causantes de las crisis de este tipo y, en particular, a las deudas contraídas para
adquirir activos financieros a fin de revenderlos.
Su hipótesis central es que la inestabilidad de los mercados financieros es endógena; en otros términos,
una “inestabilidad inherente” al comportamiento de los actores financieros y de las empresas. La
inestabilidad es determinada por mecanismos dentro del sistema y no fuera de él; nuestra economía no
es inestable porque está impactada por petróleo, guerras o sorpresas monetarias, sino por su
naturaleza. A los dos grandes problemas del capitalismo, el desempleo y la desigualdad en la
distribución de los ingresos, Minsky les agrega un tercero: la persistente inestabilidad del capitalismo
moderno dominado por las finanzas.
Una variante explicativa que complementa la de Minsky es la de Harry Magdoff y Paul Sweezy, que
señalan que el estancamiento de la inversión está estrechamente interrelacionado con la
financiarización de la economía; ésta constituye una fuerza que contrabalancea el estancamiento hasta
que se convierte en un boomerang desencadenado de la crisis
André Orleán, amplía el análisis de la conducta de los mercados financieros señalando que la
competencia en ellos no produce su propia autorregulación. Esos mercados son estructuralmente
inestables “por su ineptitud para mantener los precios financieros dentro de los límites aceptables”.
Las ideas de Oleán van al encuentro de la llamada hipótesis de los mercados eficientes, que afirma que
los precios de mercado llegan a ser, sobre la base de la información disponible, las mejores
estimaciones de sus valores reales.
En conclusión, para poder comprender mejor las distintas crisis que atravesó el capitalismo
contemporáneo, incluyendo la que padece actualmente, es necesario tener en cuenta las características
complejas de los procesos cíclicos. Estos incluyen, además de los aspectos puramente económicos, de
corto y largo plazo, el rol cada vez más crucial de los mercados financieros, los cambios tecnológicos
y las variables estratégicas e ideológicas.
La crisis de 1929, que provocó la depresión más profunda y prolongada del capitalismo, tuvo
diferentes orígenes. Por un lado, Europa se hallaba seriamente convulsionada; a su vez, en Estados
Unidos – la potencia emergente, y después de la Primera Guerra Mundial el principal acreedor
internacional – se asistía a transformaciones que revolucionaron los procesos productivos y la
organización del trabajo.
Sin embargo, en la potencia del Norte jugaban varios factores que impidieron una demanda sostenida
en el tiempo. Las políticas proteccionistas, en el orden externo y en lo interno la desigual distribución
de los ingresos y el bajo nivel de los salarios en relación con su productividad. El consumo en masa
encontró pronto sus límites. En el ámbito bursátil y de los negocios pocos previeron la crisis que se
venía.
Con la crisis y la posterior depresión de los años 30, los argumentos empíricos y teóricos
contrapuestos al concepto de un orden establecido basado en el libre funcionamiento de los mercados
tomaron fuerza. Los empíricos penetraron naturalmente en el conjunto de la sociedad a través del
desempleo, el derrumbe de muchas fortunas y la caída en la miseria de vastos sectores de la población.
Desde el punto de vista teórico se comenzó a reconocer el hecho de que la oferta no crea por sí misma
su demanda y que la producción se puede acumular como inventarios no vendidos ante la falta de
compradores. Las crisis son una consecuencia del funcionamiento del sistema de mercado, algo no
tenido en cuenta por los economistas neoclásicos; en las interpretaciones marxistas y keynesianas la
desigualdad de ingresos y la insuficiencia de la demanda constituían elementos centrales en la
explicación de esos fenómenos. En este sentido, para Keynes el causante mayor de la crisis – la
insuficiencia de la demanda efectiva – sólo podía remediarse con una decisiva intervención del Estado
en la economía.
La crisis reciente no escapa mucho de estas consideraciones, y una forma de entenderla mejor es
hacerlo a través de una análisis histórico-comparativo, comparando las tendencias cíclicas del
capitalismo en el pasado y la forma en que históricamente se produjeron las distintas crisis.
Puede aducirse que las tecnologías han avanzado muchísimo desde aquella experiencia crítica y
estructuras básicas del capitalismo permanecen y funcionan de manera parecida. De modo que resulta
útil comparar la crisis de 2007-2010 con la de 1929; en un primer análisis surgen ya varias
semejanzas.
2. Tanto en la economía mundial de los años 20 como en las últimas décadas del siglo XX hay
un predominio del pensamiento económico ortodoxo.
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