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En ese contexto surgió otra actividad económica de gran importancia, el tributo. En el ámbito
local, se supone que los señores recibían de los miembros del común tributo, principalmente
en especie, por medio del trabajo en la agricultura y en las obras de construcción masiva.
Puede ser que la participación en las guerras de conquista también haya sido una forma de
tributo.
No hay que perder de vista, sin embargo, que a partir de la evidencia iconográfica y
epigráfica en ocasiones es difícil establecer la diferencia, en alguna medida incierta y
especulativa, entre “tributo” y “regalo”. Los avances en la epigrafía maya han permitido
identificar glifos asociados con el tributo, pero los arqueólogos tienen ante sí un largo
camino por recorrer en la interpretación de sus hallazgos en lo que al tributo se refiere.
Si se acepta que una pobre recaudación fiscal incide en el desempeño del gobierno y
eventualmente en su control del poder pues la escasez de recursos financieros limita su
capacidad para hacer cumplir sus propias reglas, entonces se entiende que la bancarrota
del Reino de Guatemala jugara un papel clave en el momento en que las elites decidieron
la independencia de España.
Con Rafael Carrera empezó la saga de los caudillos/dictadores. Durante 30 años Carrera
estuvo a la cabeza de un régimen que consolidó el poder de las elites tradicionales. Cuando
la capacidad de respuesta a las necesidades de los sectores económicos emergentes se
agotó llegó el relevo político y se inició la llamada época liberal. Bajo un régimen dictatorial
y autoritario y en nombre del progreso, los liberales modificaron profundamente las
relaciones económicas, sociales y políticas al poner al Estado al servicio de la expansión
cafetalera.
Así, el país se incorporó totalmente al mercado mundial a través de una economía de
exportación basada en el café. La tradición del caudillo/dictador continuó en los primeros
44 años del siglo XX, con Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico. Ambos prosiguieron las
políticas estatales que permitieron la consolidación de la nueva elite cafetalera y, con una
política de total cooperación con los Estados Unidos, el nuevo poder continental,
favorecieron la creación de una economía de enclave basada en la producción de banano.
La dependencia monoexportadora fue, durante los años que cubre este capítulo, la
característica esencial de la economía y en el ámbito fiscal fue decisiva para hacer del
comercio exterior la principal fuente de ingresos ordinarios del erario. Esta fuerte
dependencia del sector externo, a la par de una política tributaria cortoplacista y errática,
dificultó la consolidación de las finanzas públicas a finales del siglo XIX. Esta tendencia
continuó en las primeras dos décadas del siglo XX, cuando los impuestos a importaciones
y exportaciones contribuían con las dos terceras partes de los ingresos tributarios. Los
escasos impuestos directos aportaban porcentajes mínimos al total de los ingresos del
erario.
De ahí la existencia de políticas impositivas de corto plazo, cuya intención ha sido paliar
crisis inmediatas que no han contribuido a organizar el Estado con perspectiva de largo
plazo. Una clase dominante sin visión de futuro difícilmente puede orientar al resto del país
en un proyecto común moderno y democrático. La elite, no obstante, se ha beneficiado de
exenciones y exoneraciones fiscales que sucesivos gobiernos pusieron en marcha como
parte de los incentivos a la industrialización y a la diversificación productiva. A su vez, los
gobiernos militares no tuvieron éxito en aumentar la carga tributaria.
En todo caso, como parte del ajuste fiscal que tuvo lugar en la década de los ochenta, hubo
una variación en la política tributaria. Los ingresos aplicados al comercio exterior (aranceles
de importación y exportación) que por décadas habían sido la base del sistema tributario,
cedieron paulatinamente su lugar a los impuestos que recaen sobre el consumo, y
especialmente del IVA.
Sin embargo, persisten dos debilidades que no han permitido que la carga tributaria
aumente significativamente. Primero, aumentaron las exenciones y exoneraciones
otorgadas como incentivos fiscales a los sectores más dinámicos de la economía como la
maquila y las exportaciones no tradicionales. Ello significa que el crecimiento económico,
especialmente de la producción y de las exportaciones (no del consumo) no se refleja en
mayor tributación. Segundo, si bien aparentemente se ha fortalecido la recaudación de la
tributación directa, esta todavía no es sostenible puesto que ha dependido de ingresos
temporales sobre los activos o ingresos. A su vez, la posibilidad de deducir una gran
cantidad de gastos de la renta ha reducido la base imponible tanto del impuesto sobre la
renta aplicable a empresas como a personas. A las debilidades anteriores se suma la
inevitable reducción en la recaudación de aranceles aplicados a importaciones, ahora por
la vía de tratados de libre comercio. Lo anterior significa que conformar un sistema de
finanzas públicas sostenible y con suficientes recursos para favorecer el desarrollo del país,
continúa siendo una asignatura pendiente, de inclusión obligatoria entre los temas de la
agenda del desarrollo guatemalteco.
Prueba de lo dicho lo constituye que la autonomía del cabildo se basó en el dominio de sus
subalternas: pueblos de indios y villas. Para el caso del cabildo de Santiago, casi
exclusivamente en pueblo de indios. Con las reformas borbónicas, la Corona trató de
terminar con el dominio de alcaldes mayores y corregidores. En Guatemala esta medida
necesariamente debía pasar por la reducción del poder político-administrativo que tenía el
cabildo de Santiago, cuestión que se hizo con algún grado de éxito.
Similar evolución presentan las finanzas municipales. Con respecto al cabildo es casi
idéntica a la evolución del sistema de administración estatal. Sin embargo, con los pueblos
de indios se trató de controlar sus finanzas gradualmente. Otro aspecto derivado de la
subordinación de los pueblos de indios era que tanto la Real Hacienda, como el cabildo de
las ciudades (al menos el caso de Santiago y Guatemala de la Asunción) podían extraer
fondos de las cajas de comunidad de dichos pueblos.
Los ingresos tributarios de los cabildos de las ciudades eran de dos fuentes: impuestos
arrendados a la Corona y arbitrios. Para estos últimos sólo de algunos pedía aprobación.
En las postrimerías del período colonial se trató de ejercer por parte de la hacienda real un
poco de control sobre los llamados fondos de propios.
Con la independencia y bajo el régimen federal se trató de poner a los municipios bajo un
rasero común. También en este período aparece un elemento común a todas las
constituciones vigentes hasta la actualidad, la potestad del gobierno central para fijar o
modificar arbitrios.
Con respecto a los arbitrios indirectos, eran relativamente pocos y se dividieron en cuatro
categorías: sobre establecimientos, permiso de uso de bienes, selectivos y al comercio
inter-provincial.
Una característica importante de las municipalidades a inicios del régimen liberal era que
constituían un apoyo del gobierno, ya que con sus fondos se procedía a financiar servicios
que ahora los proporciona el gobierno central. Sin embargo, no es de creer que todas las
municipalidades pudieran “colaborar”. Se mencionó hasta este régimen tal asunto, no
porque antes no existiera, sino porque tal apoyo adquirió aquí una nueva dinámica producto
de “políticas desarrollistas” de los primeros gobiernos liberales.
El gobierno de Ubico anuló la poca autonomía política existente a través de las intendencias
municipales. En cuanto a las finanzas municipales, progresivamente se trató de
controlarlas.
Otro aspecto lo constituye la presunta aparición de los impuestos compartidos, desde inicios
del período liberal. Además, se entregó el impuesto de contribución urbana a algunas
municipalidades hasta que fue derogado por el Código Fiscal en 1881.
En los inicios del período liberal se intentó eliminar los arbitrios que gravaban la entrada de
artículos al municipio, o sea los gravámenes al comercio inter-provincial. En consecuencia,
se procedió al desarrollo de arbitrios sobre establecimientos y sobre permiso de uso de
bienes.
En este período inició un proceso de diversificación de los arbitrios indirectos, sin parangón
con la historia anterior, puesto que los planes de arbitrios a inicios del período contaban con
un promedio estimado de diez arbitrios para el final contaban con 50 o más.
También se empezó a cobrar el boleto de ornato, que se podía intercambiar por servicio
personal, a su vez derivado posiblemente del arbitrio de renta de comunidad que se cobraba
en algunas municipalidades. En la década de 1920 se trató de generalizarlo para todos los
municipios.
Con respecto a los arbitrios, en esta época aparecieron varios impuestos compartidos,
consistiendo básicamente en sobretasas de impuestos a nivel nacional, y en algunos casos
impuestos generales, que vinieron a reemplazar los arbitrios existentes. Además, se acabó
con los arbitrios que gravaban la entrada de bienes al municipio. También en este período
se da la migración de arbitrios a tasas por servicios municipales y tasas administrativas.
Con respecto a los arbitrios, debemos recordar que su panorama actual viene establecido
de la época colonial, con tasas fijas y para el caso de productos con una base imponible
muy poco homogénea (redes, cajas, bultos, fardos, quintal, etcétera). Entonces, si se ha de
cumplir con el precepto constitucional de mejorar el fortalecimiento municipal, el nudo
gordiano está en la reforma de los arbitrios.
Un aspecto no analizado pero que es general, es que la relativa caída en los ingresos por
arbitrios ha sido sobrevalorada por dos efectos, a saber: el primero, la tendencia creciente
en el desarrollo de los servicios públicos municipales, que en teoría debiera haber
aumentado la tributación por concepto de tasas. El segundo, el traslado de algunos arbitrios
a constituir tasas.
Con respecto a las transferencias, si bien es cierto que inyectan importantes recursos a las
finanzas municipales, por el otro afianzan su dependencia. Esa conclusión no debe
interpretarse de manera negativa, más bien es un recordatorio que la falta de ingresos
propios impide un cierto balance y la correspondiente autonomía fiscal en los municipios.
Además las transferencias son populares debido a que permiten obtener recursos a las
municipalidades con bajo costo político y que algunos municipios por los incentivos del
cálculo del ingreso de transferencias, resultarían viendo mermadas sus transferencias si
aumentaran la recaudación de ingresos propios. Otra consecuencia de las transferencias
es que al condicionar que los gastos sean en inversión restringen la capacidad de las
municipalidades en capacitar y contratar personal capacitado.
La idea fue crear una institución autónoma y descentralizada que se hiciera cargo de la
administración tributaria y aduanera, y que fuera capaz de incrementar los ingresos
tributarios en forma sostenida, transparente y honesta.
La creación de la SAT entró en vigencia el 21 de febrero de 1998, según el Decreto Número
1 de 1998.
a.1) SAT
Máxima autoridad fiscal
No depende de ninguna otra y tiene representación en todo el país.
Principales funciones:
* Ejercer la administración del régimen tributario.
* Administrar el sistema aduanero.
* Establecer mecanismos de verificación de precios.
* Organizar y administrar el sistema de recaudación, cobro, fiscalización y control de
tributos.
* Mantener y controlar los registros
* Sancionar a quien infrinja las leyes tributarias.
* Presentar denuncias en los casos de presunción de delitos y faltas contra el régimen
tributario
a.2) RTU
Dependencia de la SAT que inscribe y actualiza los datos de los contribuyentes.
b) ISR e IVA
ISR
Deben pagarlo todas las personas jurídicas mercantiles.
Asciende al 5% de la renta bruta.
Están afectas las ganancias sobre ahorros e inversiones.
IVA
12% del precio de la mercancía o servicio recibido.
Quien paga el impuesto es el consumidor
IUSI
Impuesto anual que se efectúa sobre cada propiedad inmueble que se posea.