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Arturo Jauretche. Los Profetas del Odio y la Yapa.

Jauretche escribió esta obra en 1957, en contexto del golpe de Estado de 1955,
denominado “Revolución Libertadora”, que derrocó al gobierno de Perón, y que
entre sus promotores se encontraban muchos universitarios.

Jauretche intenta explicar cómo fue posible que las clases universitarias posteriores
a la reforma del ’18 hayan sido complacientes tanto con el golpe del 1930 (que
derrocó a Hipólito Yrigoyen) como con el de 1955. Atribuye que este fenómeno se
debe a la conformación de la “intelligentzia” (término que va definiendo poco a poco
en el texto).

Critica Jauretche a la enseñanza superior diciendo que tiene la función de resolver el


problema económico de los hijos de las minorías y parte de las clases medias y extraer
elementos calificados del pueblo para incorporarlos, pero que carece de finalidades a
nivel social y nacional.

Menciona a Juan Mantovani, un pedagogo respetado de la época, en quién ve reflejado


todo lo criticable de la educación superior. Decía Montani: “En una democracia se
requieren los dos niveles educativos, porque en ella conviven activamente las masas
ilustradas y capaces del trabajo consciente y productivo, y las minorías cultas,
especializadas, núcleos valiosos inyectivos que orientan y llevan en sus manos el timón
de las complejas actividades que constituyen la realidad material y el alma de la
Nación”. Jauretche critica duramente esta afirmación de Montani, diciendo que se
traduce simplemente en que hay dos clases de argentinos: las élites que deben pensar y
gobernar, y “los otros”. Critica además el argumento engañoso que presenta el problema
del gobierno como una cuestión cultural y no de intereses y ve en esto simplemente una
técnica de los intereses antinacionales para gobernar bajo una máscara de cultura,
dejando de lado los intereses sociales y nacionales. Ve una mentira en la suposición de
que los problemas del gobierno se deben a la falta de aptitudes técnicas más que a el
mantenimiento de ciertos intereses.

Plantea Jauretche: “¿Ignora el señor Montani que la capacidad de graduarse está dada
por el aguante del bolsillo paterno más que por la calidad del estudiante, pues no hay
burro que no se gradúe si el padre tiene lomo suficiente para aguantarlo?”.

Nuestras universidades están organizadas para producir doctores y pedagogos, y


casi nada de técnicos, puesto que en un país sin industria y sin producción
diversificada, los técnicos sobran. Producen solamente “educadores del coloniaje”.
Pero el país ahora es otra cosa, plantea Jauretche (refiriéndose a 1957, ya que durante el
peronismo, la industria y la capacidad productiva de nuestro país aumentó en gran
medida) y necesita promocionar valores técnicos que tienen ahora la oportunidad que
antes no tuvieron. Tenemos que dejar de producir profesores de lo mismo, que
perpetúen lo mismo en un círculo vicioso. Miremos solo al interés general de la
colectividad. La sociedad entera debe contribuir a capacitar sus mejores elementos en

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beneficio de sí misma. El estudiante debe saberse un producto de la colectividad a la
que debe servir y no creerse alguien por encima de la masa, sino parte de ella.

La Reforma Universitaria.

Afirma Jauretche que la reforma ha dado mejores resultados en el resto del


continente que en nuestro país, porque allá representó un acercamiento del
universitario a la realidad mediata, mientras que acá desconoció y contradijo al
hecho histórico que le daba nacimiento: la democracia yrigoyenista que venció al
pasado político fraudulento y elitista, que intentó conservar a la Universidad como
última fortaleza para la supervivencia de sus ideas. Es por eso que, en ese contexto,
la reforma es ese mismo espíritu llevado a la universidad, donde se reconocía que
persistía el pasado recientemente derrotado. Pero a pesar de eso, la reforma fue
totalmente antiyrigoyenista, volviéndose contra ese mismo movimiento nacional
que la generaba. Exactamente eso mismo ocurrió pocas décadas después con el
peronismo. El fracaso de la reforma, entonces, fue que no supo integrar a la
universidad al país. ¿Por qué? Porque los opositores a la reforma combatían la
politización del estudiante: si la universidad es solamente una escuela técnica, donde
se va a aprender un oficio para provecho personal del egresado, el estudiante tiene que
limitarse a aprender esa técnica, siendo cualquier inquietud política, económica o social
una distracción perjudicial. Cuanto más desvinculado esté de la realidad a la que
pertenece, más perfecto será como técnico. Ese fue el problema: una universidad sin
ninguna preocupación por el destino de la comunidad y la nación, de la que
egresan técnicos despreocupados de esas cuestiones.

Señala Jauretche la aparente contradicción que hay en el hecho de que la universidad


busque tener un egresado desentendido de los problemas de la comunidad pero que al
mismo tiempo se proclama a sí misma como fundamental para formar a la elite que
debe dirigir el país. Sin embargo, esa contradicción es en realidad solamente el reclamo
de tener a “sus agentes” en el gobierno. Y esos agentes son estos intelectuales y técnicos
elitistas despreocupados de cualquier cuestión política, social o económica. Esto se debe
simplemente a la gerencia extranjera que tiene el objetivo de mantenernos en
“condiciones coloniales”. Egresarán de esa universidad historiadores que mantienen una
versión de la historia acorde a esos intereses, economistas que promocionan las ideas
económicas que ellos nos dictan, médicos que curan enfermos sin buscar las raíces
económicas y sociales de esos males, etc. Una universidad así no es argentina.

Jauretche propone que la universidad que necesitamos tiene que ser


profundamente politizada: el estudiante debe ser parte activa de la sociedad e
incorporar a la técnica preocupación por las necesidades de la comunidad, deseos
de resolverlas, viendo en la técnica no un objetivo, sino una herramienta para la
realización nacional. La universidad tiene que dejar de ser una “fábrica de
expertos” despolitizados y aislados de la realidad.

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El Fubismo y la “Intelligentzia”.

No ha habido golpe contra los intereses del país y del pueblo que no haya contado
con apoyo de la clase universitaria. Jauretche atribuye esto a la falta de
experiencia política de esos jóvenes, que los lleva a mirar con cierto desprecio a los
movimientos de masas, a las que ven como groseras, y respecto a las que se sienten
en una posición superior. Esto es lo que Jauretche denomina fubismo: ese narcisismo
intelectual y social que lleva al estudiante universitario a creerse superior al
común, impresionando en su casa y en su pueblo con su condición de universitario, que
lo jerarquiza por sobre sus hermanos y lo vuelve un “candidato especial” para las chicas
del barrio. Es así, sintiéndose situado por encima del común de las personas de su
medio habitual que se incorpora al estatus de “Intelligentzia”: un erudito libresco
e ideológico, enciclopédico, pero ajeno a la realidad concreta del país. Mira a la
sociedad desde arriba, sintiéndose tutor de ella, sintiéndose parte de aquellos que
deben dirigirla. Eso es la “intelligentzia”: la visión de la élite intelectual como un
estrato social distinguido (pero que, según Jauretche, poco contacto tiene con los
problemas de la sociedad).

El estudiante se libera del fubismo cuando empieza a sentirse hombre antes que
estudiante, hijo del país y hermano de sus hermanos antes que miembro de un
sector magistral. Cuando el grupo social estudiantil comienza a disolverse en la
multitud y sentirse parte de ella, comprende que solo aprende una técnica que lleva a
la profesión, de la misma forma que otras técnicas llevan al oficio o al negocio, a la
empresa o a la chacra. Cuando se demuele su condición de “élite” entiende el
estudiante que él no es la civilización contra la barbarie sino parte de una sociedad
real que se le ha presentado como bárbara. Cuando empieza a pensar como argentino
que es estudiante (y no como estudiante que es, además, argentino) perderá esa actitud
hosca que tenía hacia los movimientos de masa.

“Los Maestros de la Juventud”.

Eso es lo que le ocurrió a la Reforma Universitaria de 1918 en argentina: se


desnaturalizó, perdió el rumbo, se deformó pasando del reformismo a fubismo. La
reforma se divorció de su base original, que era la presencia del pueblo en el Estado.
Se desvinculó del movimiento general que la había originado y se centró en sí misma,
aislándose de los movimientos reales del país. Se enfrentó solamente en forma teórica
a la oligarquía y al coloniaje, en términos generales, pero también se jactaba de no
estar contaminada con “la grosería de pueblo”. El secreto para ejercer ese narcisismo
estudiantil sin perder el prestigio revolucionario era enunciar un extremismo ideológico
que, en concreto, nunca se consolidaba en términos reales. Ese estudiante ejercía su
narcisismo ganándose el favor de las grandes empresas periodísticas, haciéndose
reportajes con fotografías en los diarios y haciendo que sus libracos tuvieran buenas
críticas bibliográficas. Narcisismo intelectual que, en concreto, no cambia nada. Así se
formaban universitarios en “intelligentzia”: una “élite cultural” con una
formación intelectual que despreciaba lo propio pero que, en lo discursivo,

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buscaba mantener una posición “revolucionaria”. Se proclaman opositores
regulares de la oligarquía y el imperialismo, pero en los momentos críticos,
coinciden y cooperan con ellos. Es por eso que, en el ’30 y en el ’55, siempre
apoyaron a “la civilización”, porque ponerse del lado de los movimientos de masas
y del pueblo era algo que veían como equivalente a ponerse del lado de “la
barbarie”.

(El segmento titulado “Un ejemplar relicto”, es repetitivo y más de lo mismo, por lo
cual consideré inútil resumirlo. Lo podés ver en la página 8 del texto. Es muy corto).

El Arielismo.

Ariel fue el genio del aire en la obra La Tempestad, de Shakespeare. Era un espíritu
invisible, con alas, capaz de todo en homenaje a su dueño, Próspero. La contracara de
Ariel era Caliban, un ser maligno y demoníaco. De esa figura de Shakespeare se
apoderó José Enrique Rodó, intelectual icónico del hispanoamericanismo, para su libro:
Ariel, que da origen al “Arielismo”, una teoría intelectual que proponía que los
intelectuales adoptaran una perspectiva latinoamericana para analizar su propia
sociedad, su propia vida y su propia historia y rechazaran las ideas
extranjerizantes e imperialistas que les dictaba Inglaterra. “Ariel fue la palabra que
se alzó cuando la juventud hispanoamericana se sentía desorientada y derrotada frente a
la supremacía arrolladora de los Estados Unidos”.

Afirma Jauretche que la pobre condición económica y social del intelectual


latinoamericano lo hizo depender para subsistir del financiamiento del periodismo o de
instituciones burocráticas. Debía escribir desde la “Intelligentzia”, desde esa posición
elitista y despreciativa de lo propio que nada tenía que ver con su realidad cotidiana y su
vida concreta, siendo un simple copista y reproductor de ideas y concepciones
extranjeras.

Critica duramente Jauretche a esos intelectuales, acusándolos de refugiarse en las


propuestas del Arielismo solamente para sentirse revolucionarios, para sentir que
formaban parte de ese movimiento como intelectuales latinoamericanos, cuando en
realidad, en concreto, continuaban haciéndole el juego a Inglaterra y otras
potencias desde su trabajo de letras cotidiano.

Dice Jauretche: “El Arielismo permitió a los “Arieles” del Río de la Plata evadirse del
hecho concreto de la dominación económica de Gran Bretaña, combatiendo al Caliban
norteamericano que recién operaba por el Caribe para esas fechas. Los Arieles
antiyanquis gozaban de amplia publicidad por su hostilidad al Caliban norteamericano
todavía ausente por acá”. Básicamente, los intelectuales de la izquierda de la
“Intelligentzia” utilizaron a las ideas del Arielismo como un instrumento escapista
del compromiso nacional. Ariel es, en síntesis, la continuación inevitable del fubista
una vez que ha logrado el título profesional. Ausente y despreciativo de la realidad, su
actitud revolucionaria no le impide seguir mirando con desprecio la imagen
grosera y tosca del obrero que participa en movimientos populares: ese obrerito

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“peludista” (yrigoyenista) o descamisado (peronista) que ve como representación de la
barbarie que corresponde a la imagen histórica que tiene del país.

La colaboración de este intelectual con la sociedad burguesa es puramente técnica


y tiene muchas de sus ideas propias. La sociedad burguesa le admite esas ideas
propias y hasta las publicita a condición de que mantenga su hosquedad frente a
los movimientos de masa como el peronismo, manteniendo el estatus de la
“intelligentzia”. Los cambios de gobierno o de situación no alteran su posición
económica ni comprometen al Ariel que lleva dentro, por lo que Caliban puede
seguir tranquilo dominando.

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