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Escritos Winnicott

Higiene mental del preescolar


(1936)
Me han hecho el honor de pedirme que hablara ante ustedes del niño preescolar. Confío en haber
hallado en mi experiencia y en mis estudios algo que pueda interesarles, quizás incluso serles de
utilidad práctica; pero confieso que no me siento seguro de mi capacidad para dar lo que se me
requiere. Me están pidiendo que trate algo que hasta el gran Shakespeare eludió. Los tontos,
decían, incursionan allí donde los ángeles tienen miedo de pisar. Por fortuna, Shakespeare no es
ningún ángel, así que tal vez pueda evitar que me consideren un tonto por tratar de introducir un
nuevo acto en las siete edades del hombre que representamos en el escenario del mundo.
Recordarán:

Todo el mundo es un escenario...


¡Primero el bebé,
Después el escolar...!

Es innegable que Shakespeare no tuvo que lidiar demasiado con el niño preescolar ni con todos
los problemas de la escuela nursery. Podría haber dicho:

Primero el bebé, gimiendo y vomitando en los brazos de la enfermera,


Y después el preescolar, cuya higiene mental pesará en los cerebros del siglo XX,

pero sin duda la dificultad de poner esto en verso blanco era exagerada para su musa. Traten de
acomodar al verso blanco "niño preescolar", y entenderán lo que quiero decir.

Por lo demás, en el siglo XVI el niño de dos a cinco años, el párvulo [toddler], era una especie de
sirviente doméstico, ignorado por poetas y filósofos como todos los sirvientes, perdido entre la
cocinera y el ama de llaves. Hoy el sirviente se ha transformado en cocinera más ama de llaves y
ha ganado reconocimiento; y el período del párvulo también ha cobrado prestigio.

Hay tres enfoques posibles para el estudio del párvulo, referidos al desarrollo físico, intelectual y
emocional, respectivamente. Cada uno de ellos tiene su importancia. Creo que hay una tendencia
a prestarle una mayor cuota de atención al primero, al desarrollo físico, con la idea de que si se
cuida del cuerpo del niño pequeño, todo lo demás que a él le incumbe se cuidará por sí solo. Esta
doctrina es peligrosa, y hace poco suscitó una carta dirigida a The Times por Susan Isaacs, quien
debería estar dando ahora esta charla en mi lugar. (En el momento en que se organizaron las
charlas estaba enferma y no quería asumir un compromiso fuera de Londres, por más que le
resultase placentero.)

Podría atenderse a las necesidades corporales del niño mayorcito y dejar de lado los problemas
del desarrollo emocional, y seguir adelante. El niño o la niña en edad escolar, aun cuando sólo
tengan seis u ocho años, son capaces de buscar y encontrar experiencias emocionales acordes a
sus necesidades individuales internas; pero el párvulo precisa urgentemente algo especial de la
gente que lo rodea si es que se pretende que su desarrollo emocional prosiga. Además, está
experimentando un veloz desarrollo psíquico, mucho mayor que el del escolar de más edad, y
por consiguiente los efectos de los traumas son comparativamente grandes en la edad del
preescolar.

Apenas necesito referirme a las necesidades del desarrollo físico y a las consecuencias que una
buena alimentación, vestimenta y rutinas tienen tanto sobre la mente como sobre el cuerpo del
niño pequeño. En la actualidad eso ya es obvio. Sin embargo, me referiré a lo que entiendo por
desarrollo intelectual y emocional, ya que a veces se interpreta mal la diferencia entre ambos,
con resultados dañinos. Por supuesto, ambos están interrelacionados.

Todos ustedes tendrán anécdotas como la que voy a contar, sólo que la mía es auténtica. Mary, de
dos años y ocho meses, invitó a tomar el té a su amiga Bridget. Cuando ésta se fue, dijo: "Mami,
quiero tener la mente de Bridget". "¿Qué quieres decir, querida?", le preguntó la madre. "Quiero
decir que quiero tener lo que ella usa para pensar; así, yo seré Bridget y Bridget será yo". ¡Esto a
los dos años y ocho meses!

Es posible que nos sorprendamos cada vez que oímos alguna anécdota o tenemos alguna otra
evidencia más directa de la capacidad intelectual de un niño pequeño. No hay tanta diferencia de
capacidad intelectual en las distintas edades, sólo que el lenguaje utilizado y los sujetos que nos
llaman la atención cambian con los años.

La inteligencia puede medirse, y hay quienes se deleitan en inventar medios nuevos y más
confiables de formular la inteligencia en términos matemáticos o con gráficos geométricos.
Tienen derecho a disfrutar con esa tarea. Mi temperamento no se amolda a esa clase de estudios
ni siquiera me permite apreciar plenamente su valor, ya que en lo personal disfruto más bien
identificando los sentimientos del niño y comprendiendo los conflictos emocionales conscientes
e inconscientes, con su vasta influencia en la vida del individuo. Lo que más me interesa respecto
de la capacidad intelectual y las destrezas no es tanto medirlas como las variaciones que se
presentan en ellas como consecuencia de dificultades en el desarrollo emocional. A menudo, una
capacidad intelectual que es alta al comienzo del período del párvulo se vuelve aparentemente
mucho menor al final de dicho período, en el comienzo de la edad escolar. En esos años el niño
"pasó por muchas cosas", y sus logros intelectuales así como su destreza física debieron en
alguna medida interrumpirse, como resultado de las diversas defensas levantadas contra la
angustia, la depresión y los sentimientos violentos, así como contra las fluctuaciones bruscas del
talante.

Como verán, ya he separado lo intelectual y lo emocional, dado que, como dije, el curso del
desarrollo emocional, incluso normal, entraña con frecuencia inhibiciones intelectuales: las
angustias pueden implicar que se le imponga al niño un rendimiento intelectual, generando así un
niño que debe aprender, que debe ser el mejor de la escuela, y para quien el desarrollo intelectual
es más una cuestión de defenderse frente a sentirse mal que una cuestión placentera.

Es este desarrollo emocional lo que más me interesa. Daré un ejemplo del juego de sentimientos
que quiero distinguir de las destrezas y los logros, pidiéndoles que me perdonen si hablo con
excesiva simplicidad.

En mi consultorio del hospital trato a una madre joven, insegura y que se siente terriblemente
inexperta cuando viene a consultar al médico. Trae a su hijo único, un niño de un año y medio.
Tuvo un dolor de vientre por el cual ella lo llevó al clínico, quien al principio sospechó una
apendicitis y luego le dijo que era un cólico; ahora el niño está débil y necesita un tónico.
¿Podría yo recetarle uno?

Me doy cuenta de que no puedo decir que no hay ninguna enfermedad física, y empiezo a dar
vueltas para encontrar la clave de la debilidad, que no puede explicarse adecuadamente como
secuela de un cólico.

Finalmente me cuentan esta historia sencilla:

Papito, que es marino, ha estado en casa durante una licencia de dos semanas. Él y su hijito se
hicieron grandes amigos, recuperando parte del tiempo que estuvieron separados. El cólico se
produjo en esas dos semanas, y probablemente fue parte de la excitación general y por cierto no
provocó mayores trastornos. Pero llegó el momento en que Papito tuvo que volver al barco, y
entonces el niño se puso frenético. Para abordar esta situación, la madre hizo que su esposo
volviera a casa una semana más. El niño se tranquilizó mucho y cuando después el padre volvió
a partir, lo soportó bastante bien, aunque quedó algo tristón y no quería comer. A esto la madre lo
llamó "estar débil luego de un cólico". Yo lo llamaría una depresión moderada, no
necesariamente normal. Así considerados, los síntomas no son los de una enfermedad física sino
que son la parte visible de una compleja reacción de un niño en desarrollo ante una frustración.
No podemos sino conjeturar todo lo que pasaba por debajo de la superficie. Podría decirse que el
niño se sintió culpable por disfrutar de las atenciones de su padre, pero manejó bastante bien
estos sentimientos de culpa hasta su partida; a ésta la sintió como un castigo, y sus sentimientos
de culpa se incrementaron. En realidad, la cosa es mucho más complicada. ¿Puedo decirlo de
este modo sin tratar de separar lo consciente de lo inconsciente? En el mundo interno del niño
sobrevienen cosas vinculadas tanto al amor del padre como a su partida. Su amor lleva a
establecer dentro del niño un padre bueno, pero junto con ello surge la amenaza de una madre
mala, enojada y celosa, que lo separará del padre. El niño siente la angustia como un dolor
interno (lo que la madre llama un cólico). Sin embargo, logra, especialmente como consecuencia
de la enfermedad, poner a prueba el amor de la madre externa o real, quien no sólo le muestra
comprensión sino que lo lleva a ver a otro hombre, el médico.

Todo anda bien; la tranquilidad que le brinda al niño la madre externamente real funciona; pero
pronto el padre se va de veras, y para el niño esto es una catástrofe. Dentro de él, el padre está
muerto, tal vez asesinado por la madre mala. La madre real admite que el niño debe hacer frente
a más cosas de las que puede manejar; que el confortamiento que le brinda su permanente amor
no basta para ayudarlo, y entonces lo llama de vuelta al padre de inmediato. Esta vez el
confortamiento funciona. El chico ve que su padre, a quien creía muerto, no lo estaba. Empieza a
reconocer entonces la diferencia entre el sentimiento de catástrofe y amenaza y lo externamente
real. Si el padre efectivamente se hubiera muerto en ese momento, el efecto habría sido terrible,
en alguna medida habría sido permanente. El niño habría tenido miedo de dejar que su mundo
interno cobrara vida, y por ende habría tenido que ejercer sobre él un control constante, o bien
adoptar algún medio para negar su realidad interna ya sea mediante una obligada
irresponsabilidad, o mediante delirios de persecución del mundo, o de lo contrario habría tenido
que sentirse casi permanentemente deprimido, lo que tal vez no sea compatible con la vida.

Tal como sucedieron las cosas, este niño pequeño sano pudo hacer frente al gran problema
gracias al amor y la comprensión de la madre. Su corta edad está a su favor, pues la capacidad
del párvulo para modificar la realidad interna o la fantasía profunda merced al contacto con la
realidad externa es característica de su edad; en este aspecto, el escolar y el adulto están mucho
más fijados. Pero esto opera en ambos sentidos, ya que si bien el niño pequeño está abierto al
cambio (o sea está en desarrollo), también está mucho más expuesto que el niño mayor o el
adulto a sufrir daños permanentes debido a los traumas procedentes de la realidad externa. De ahí
la doble necesidad del párvulo: que se le brinde un vínculo amoroso activo, y que se lo proteja de
innecesarias conmociones y frustraciones o de excitaciones excesivas.

Quiero hacerles reparar en lo que hizo la madre. Ella creyó en la inquietud del niño a punto tal de
pedirle a su esposo que volviera por una semana, con los grandes inconvenientes que esto traía
consigo, podemos añadir. Y fue recompensada por el éxito.

Una madre es, por un tiempo, especialista en los sentimientos de su hijo. La gente suele decir que
se convierte en una planta, pero lo cierto es que sus intereses mundanos se reducen y por lo tanto
es capaz de creer en la intensidad de los sentimientos del niño. Si no es capaz de reducir su
mundo cuando tiene hijos pequeños, se comprueba que encuentra ciertas dificultades para creer
en los sentimientos del niño pequeño y para percibir lo terrible que es sentirse inquieto a los dos
años, lo terrible que es amar y odiar, y lo espantoso que es tener miedo. Se me dirá que no estoy
enunciando nada nuevo, pero a toda edad están los que creen en los sentimientos del niño
pequeño, y por otro lado la mayoría, que los niega o se vuelve sentimental al respecto. Escuchen
esto, que es del año 1824:

"Observemos de qué modo antinatural son tratados en general los niños, y la variedad de
innecesarios tormentos que deben soportar. La escena suele comenzar cuando, de pronto, sobre
sus ojos abiertos sólo a medias, se hace caer el pleno fulgor del día; o bien, si hacen su aparición
de noche, la ignorancia y la curiosidad les propinan un tormento no menor con ayuda de la vela
que se les acerca al rostro. La extrema angustia de esta visión dolorosa produce un llanto de
dolor, que les otorga el deseado alivio de la oscuridad, hasta que un nuevo curioso renueve la
tortura. Esta escena tal vez se reitere diez veces en la primera hora de vida del niño, exactamente
con los mismos efectos.

Cuando comienza la penosa operación de vestirlo, sin pensarlo dos veces se los despoja de
inmediato de lo que cubre su rostro; un llanto violento es la consecuencia inmediata, a menudo
seguida por una sucesión de sensaciones desagradables durante dos horas, salvo por un breve
intervalo en que se lo acuna, momento en que probablemente la voz alta y discordante de la
enfermera, ignorantemente usada para aquietar al bebé que sufre, le causará tanto dolor a su
tierno nervio auditivo, no habituado a las vibraciones sonoras, como antes el fulgor inusual de la
luz se lo provocó a su nervio óptico. Agréguese a esto la diversidad de incómodas posturas en
que debe colocarse al niño para ponerle una multiplicidad de ropas, y la ridícula costumbre de
darle una cucharada de un menjunje nauseabundo como primera cosa que deberá tragar... y será
prueba suficiente de que nos empeñamos en emplear las tres cuatro horas primeras de vida de un
niño en aplicarle sucesivos tormentos a todos sus sentidos, ya sea mediante la luz, el ruido, los
medicamentos o las posturas incómodas.

Cuando, después de todos estos trastornos y dolores, la pobre criatura está lo que llaman
`vestida', la antinatural sujeción de sus miembros es para ella un castigo continuo, a la que nunca
se somete con facilidad, aunque con el tiempo la costumbre la vuelva más familiar. No se
necesita otra prueba de esto que el notorio y extremo placer que todos los niños descubren
cuando se los despoja de todo lo que los traba, el contento y la satisfacción con que se estiran,
disfrutando de la libertad del movimiento voluntario; y la molestia y el disgusto, cuando no
malhumor, que siempre se aprecian tan pronto se renuevan las restricciones al volver a ponerles
sus grilletes.

Estoy persuadido, más allá de toda duda, de que a estos y otros casos de mal manejo de los niños
se debe totalmente su llanto continuo, al que por ser habitual se lo considera erróneamente
natural. Si tan sólo el dolor del cuerpo, infligido por este mal manejo en ese entonces, fuese su
nociva consecuencia, todo corazón sensible querría aliviarlo; empero, éste es de poca monta en
comparación con los efectos más letales, a menudo irreparables, que generan las impresiones
nocivas provocadas en la mente desde tan temprano."

Ahora bien, suele suceder que aquellos cuya tarea consiste en cuidar a los niños son incapaces de
apreciar toda la intensidad de sentimientos de quienes están a su cargo. Para el niño pequeño, la
niñera común y corriente puede ser mejor -y la madre es por lo general mucho mejor- que el
profesional, incluidos los médicos y las enfermeras. Por fortuna existen maravillosas
excepciones, y entre ustedes habrá profesionales formados que creen en los sentimientos de los
niños y los respetan. Pero la formación profesional no puede producir un buen cuidador de niños.
En las tareas de la escuela nurserí no hay cabida para los sentimentales o los impacientes o los
indiferentes o los suspicaces o los que se creen "superiores". El aviso tendría que decir: "Sólo se
recibirán solicitudes de los que puedan amar". Si uno sólo se preocupa por el cuerpo del párvulo,
incluso por su panza, y descuida su corazón, sería mejor que lo dejase en su casa, en medio de la
suciedad, la mugre y las necesidades físicas. Por otro lado, me apresuro a decir que allí donde
existan personas capaces de brindar amor habrá cabida para una guardería en cada esquina, en la
cual la madre pueda dejar a su hijo cuando esté en su trabajo o jugando (si le gusta jugar). Pero
es preciso que la madre sienta que su niño es considerado de ella, es considerado un ser humano
y un individuo. Las madres, cultas o incultas, son muy sensibles en este aspecto. Con frecuencia
expresan lo que esta semana me dijo una madre: "Rosemary está inquieta y es propiamente un
fastidio, pero si tan sólo pudiéramos seguir el ritmo de sus manos, sería una niña maravillosa.
Muestra una gran capacidad para esforzarse durante mucho tiempo y un gran deseo de hacer
cosas interesantes, pero yo no tengo ni el tiempo ni la habilidad para mantenerla ocupada. La
guardería más próxima está bastante lejos y no puedo pagar el transporte".

Hay, desde luego, madres incurables, cuyos hijos estarían mejor en cualquier otro lado que en su
hogar; pero no son tan comunes, y de todos modos no es fácil prestarles ayuda. Lo más probable,
si uno trata de ayudarlas, es que le pongan trabas, fundamentalmente porque quieren hacerle el
bien a sus hijos ellas mismas y, tal vez sin saberlo, están celosas de que alguien posea para eso la
capacidad de la que ellas carecen. En rigor, no hay por qué insistir en ayudar a las madres y los
padres que aborrecen que se los ayude, sobre todo habiendo tanta necesidad de ayudar a quienes
se dejan ayudar, con tal de que uno les haga sentir que realmente comprende a sus pequeños.

Muchos le dirían a la madre de mi ejemplo: "¡No sea tan débil, no salga corriendo a pedirle a su
marido que deje el buque y vuelva a casa porque su hijo está malhumorado! Si lo trata así, lo
malcriará. ¡Tiene que aprender a soportar la frustración!".

¡Aprender a soportar la frustración! ¡Como si el niño necesitara más frustraciones todavía!


Bastan con las inevitables frustraciones que le presenta la experiencia al párvulo, apenas
tolerables aun por los más fuertes. Debe comprenderse claramente que el preescolar hace frente
casi a lo peor que deba tolerarse en el curso ordinario del desarrollo emocional, y nuestra tarea
consiste en ayudarlo a defenderse contra los espantosos sentimientos de culpa, angustia y
depresión, en lugar de adiestrarlo para que sea... para que se parezca... ¿para que se parezca a
quién? ¿A nosotros? No estoy convencido de que ni ustedes ni yo estemos en condiciones de
dictarle ni siquiera a un niño pequeño qué es lo ideal. Si los niños nos aman, tratarán de
equipararse con lo mejor que ven en nosotros. Quizá sea más seguro limitar nuestros empeños
conscientes a ayudarlos a luchar contra la desesperación (que se pone de manifiesto en sus
rabietas y bajo otras formas, amén de la tristeza y la depresión), y no procurar moldearlos según
el patrón que nosotros, con nuestro restringido saber, hemos concebido para ellos. Volveré a este
punto más adelante.

Por el momento quisiera recordarles que esta madre inculta trató a su hijo de forma excelente, o
sea con amor y con respeto por la capacidad del niño para hacer frente a los conflictos, con el
tiempo. A1 conseguir que el padre externamente real volviese, la madre permitió al niño poner a
prueba sus fantasías en los hechos. Al parecer Papito había muerto, matado por los propios
sentimientos malos del niño, pero gracias a Dios no era así: ¡tiene que haber una diferencia entre
lo que el niño siente y lo que es! Aunque el factor temporal está involucrado en la recuperación
de una depresión, poco a poco el niño se recobró de lo que podría haber sido un grave freno a su
desarrollo emocional, que afectase toda su vida. En un niño en edad escolar, el efecto producido
por la desaparición de un padre sería interesante de observar, pero en la edad del párvulo ese
efecto fue nocivo.

Por esta simple historia pueden apreciar cuán grande es la responsabilidad de ustedes al trabajar
en una guardería. Si no son capaces de enfrentar esta idea, por favor dejen la cosa ahí. Hasta una
madre regañona es mejor que una institución correcta pero sin corazón. Sin duda alguna, una
madre sucia es mejor que una institución limpia donde el adiestramiento de los hábitos y el
respeto por la limpieza son principios colgados como leyendas de una pared muy higiénica que
reemplazan al empapelado floreado y vulgar al que el niño se había habituado en su casa de un
barrio precario.

Si se empieza este tipo de trabajo en barrios pobres, se corre un claro peligro. ¿Por qué no
empezar por brindarles guarderías a nuestros hijos, y sólo cuando estemos seguros de pisar tierra
firme tratar de obtener el dinero necesario para hacer extensivos estos beneficios a los hijos de
quienes viven en medio de la pobreza y la suciedad? La mayoría de los niños de dos, tres y
cuatro años se sienten cómodos en un medio no demasiado limpio, y hasta puede asustarlos esa
austeridad que ustedes y yo llamamos "de buen gusto". En muchos aspectos, cuando situamos a
un niño en un medio donde hacer revoltijo es pecar, enchastrar la pared es un sacrilegio, lamer el
ventanal es antihigiénico y hacer pis en el suelo es convertirse obviamente en una persona
descontrolada, tal vez lo estemos sometiendo a una tensión excesiva.

Las guarderías son agudamente necesarias para quienes viven en los departamentos modernos y
tienen como lugar más valorado de la casa el baño azulejado; estas personas no les permiten a
sus hijos ser naturales y así desarrollar poco a poco su propia actitud personal hacia la moral. Los
niños no deben hacer tanto ruido que no dejen escuchar la radio, deben estar siempre quietos, no
tienen que hacer revoltijos o garabatear sobre las paredes, no les está permitido hacer un tajo en
el aparador con el cuchillo. No hay patio trasero, ni siquiera un patio al que no les esté permitido
el acceso, así que jamás pueden imaginarse lo lindo que es sentarse encima del tacho de la
basura. Para esos niños, las guarderías son lugares en los que durante unas horas al día pueden
conocer el alcance de sus impulsos y por ende ser más capaces de lidiar con ellos y tenerles
menos miedo. Para esta tarea no se precisa una comprensión psicológica especial, pero sí una
gran tolerancia, que no es fácil encontrar en la gente.

Aquellos de ustedes que hayan visitado la clínica del doctor M. Lowenfeld en Londres habrán
quedado impresionados tal vez por el hecho de que cuando a los niños simplemente se les
permite ser naturales, no se la pasan excediendo permanentemente los límites de lo tolerable en
una clínica, sino que poco a poco los más normales desarrollan sus propios mecanismos de
control, y al mismo tiempo se convierten, en muchos casos, en niños más felices, sin que se haya
agregado ningún tratamiento psicológico que implicase el análisis de lo inconsciente. Quiero
decir que hay gran cabida para trabajar con niños preescolares sin usar la técnica llamada
psicoanálisis, lo cual es un hecho afortunado, ya que adquirir esa técnica lleva mucho tiempo y
sólo unos pocos cuentan con él para aprender esta tarea especial.

Para empezar, entonces, reconoceremos los intensos sentimientos del niño. Luego repararemos
en que esos sentimientos cambian de especie y carácter a medida que el niño crece y se aproxima
a la edad escolar, a medida que sus defensas contra los sentimientos penosos y deprimentes se
desarrollan y se vuelven más organizadas. A continuación apreciaremos las grandes fluctuaciones
en materia de sentimientos y defensas que presenta el niño pequeño, y estaremos preparados
contra las crisis durante las cuales no es bueno tratar de educarlo. Posteriormente veremos que
hay traumas, algunos más o menos inevitables y otros que pueden evitarse y nos gustaría ayudar
al niño a que escape de ellos; y también veremos los efectos especiales que provocan los traumas
coincidentes en el tiempo con las crisis de los sentimientos o las defensas. Y mientras tanto, no
dejaremos de creer en la intensidad del amor del niño, de su esperanza, su odio, su
desesperación, sus sentimientos de culpa, sus impulsos de reparación y sus intentos de enmendar
en el mundo externo aquello que, en su fantasía o en su realidad interna, siente como si hubiera
sido dañado o arruinado.

El caso de Joan ilustra esa coincidencia del trauma y la crisis emocional.

A los cuatro años, tenía miedo de viajar en auto. Había tenido sueños sobre viajes en auto en los
que su padre terminaba muerto. Esto no era nada inusual y supongo que todo habría andado bien
si no se hubiese visto envuelta en un accidente. Intentó que su padre desistiera del paseo en auto,
pero sus temores fueron ignorados (lo cual es natural) y se fue de picnic con toda la familia. En
el camino hubo un choque. Encontró a su padre tirado en la carretera, corrió hacia él y lo pateó
diciéndole: "¡Despierta! ¡Despierta!". Pero desgraciadamente estaba muerto.
A partir de entonces, Joan no pudo moverse más. Se quedaba inmóvil allí donde la pusieran,
perdió todo interés por lo que la rodeaba y apenas se diría que estaba viva si no fuese que comía
pasivamente y seguía a los demás como atontada. Ya ven lo que ocurre cuando la vida interior
está casi totalmente controlada: cualquier vitalidad interna se torna peligrosa. La niña se sentía
responsable de la muerte del padre, dado que ésta había tenido lugar en su mundo de fantasía y
ya no volvió a tener la visión tranquilizadora de su padre vivo. El mundo interno y el externo se
habían vuelto uno solo, y ella debía controlar el mundo así como su mundo de fantasía para
mantener vivo lo que aún valía la pena conservar. Esta tarea le insumía toda su energía. El
tratamiento tuvo éxito, en la medida en que se logró que volviera a la escuela y disfrutara un
poco de la vida, pero nunca recobró sus anteriores facultades intelectuales.

Éste es un ejemplo algo crudo, pero en su crudeza ilustra con claridad lo que quiero decir. En
este mismo sentido un niño pequeño que tiene una serie de terrores nocturnos o de ataques de
rabia no está en el mejor momento para que le cambien la enfermera, lo muden de casa, le
enseñen buenos modales, los padres se divorcien, etcétera. Los cambios en la realidad externa
deben hacerse, en lo posible, cuando el niño no está bajo el imperio de una crisis interna.

Podría pensarse que, una vez que sabemos cómo actuar, todo andará bien. Suena fácil, pero... ¿lo
es?

La semana pasada interné en el hospital a una niña de cuatro años a raíz de una posible
tuberculosis pulmonar. Es una pequeña muy solemne, carente del goce de vivir. Quizás el hecho
de habérsela apartado del hogar haya constituido un gran trauma para su desarrollo emocional.
No lo puedo asegurar. Sin embargo, ahora, a los cuatro años, el efecto no puede ser tan negativo
como lo fue el de haber sido internada a los dos años en un hospital de enfermedades
contagiosas.

Uno podría decir: ¡qué maravillosa es la organización de nuestros hospitales de enfermedades


contagiosas! Porque esta pequeña estaba en el hospital a los dos años cuando descubrieron que
tenía difteria y le inyectaron el suero a tres horas de habérsele declarado la enfermedad. ¡Es
fantástico!, pero... ¿alcanza con eso?

Salió del hospital convertida en una niña diferente: entró contenta y confiada, y salió
malhumorada, suspicaz, inhibida, adusta. Es probable que las enfermeras la hayan tratado bien,
porque jugaba a la enfermera con su muñeca y siempre parecía ser una buena enfermera para
éstas. El cambio producido en ella fue consecuencia de la técnica ineficaz de la enfermera que la
acompañó en la ambulancia. Esta confiada niña de dos años fue sacada de su casa mientras
dormía, "para no asustarla", ¡y a la madre no se le permitió acompañarla al hospital ni verla en
los tres meses en que estuvo internada!

Para una niña de dos años, este tratamiento es lisa y llanamente brutal. No es infrecuente, porque
la delicada tarea de trasladar al párvulo de su hogar al hospital se deja en manos de la enfermera
de la ambulancia, que no tiene ninguna preparación para ello. Puede contar o no con
comprensión intuitiva; de todos modos, no recibió formación psicológica, y las consecuencias de
sus errores son terribles. He asistido a grandes cambios de personalidad a raíz del súbito traslado
de niños sanos de su hogar al hospital de enfermedades contagiosas... por un informe proveniente
de un tópico de garganta. El caso de los niños enfermos es diferente, desde luego; ellos piden el
tratamiento, creen en su médico y enfermeras, y permiten que se les practiquen operaciones
terribles sin que se les mueva un pelo... Pero si el niño no se siente enfermo, o es tratado
mediante técnicas inapropiadas, lo que podría ser una bendición física se convierte en una
tragedia psicológica.

He escogido este tema particular del traslado a los hospitales de enfermedades contagiosas
porque es de fácil descripción; como verán por toda clase de procedimientos, no les evitamos a
los niños pequeños la brutalidad de los tratamientos, y no tanto porque seamos brutales sino
porque no comprendemos con cuánta profundidad siente el niño y cómo son de pavorosos los
resultados si fallan sus defensas. Las defensas del niño pueden hacer frente a casi todo lo que les
plantea la vida, siempre y cuando haya en ésta un trasfondo de amor y se dé lugar al factor
temporal. Pero la falta de amor o la coincidencia de los traumas pueden provocar daños
permanentes.

Quisiera que vean con claridad las tremendas fuerzas que subyacen en los síntomas pasajeros de
un niño pequeño. Ustedes ven al niño parpadear con frecuencia. Es fácil decir: ese parpadeo es
una enfermedad, tratémosla. ¿Por qué no situar el síntoma dentro del cuadro total del niño? Se
averiguará que el parpadeo es esencial para su salud mental. Dadas sus dificultades, debe
parpadear, o de lo contrario no podría defenderse contra algo demasiado penoso para tolerarlo, o
se confundiría, o deprimiría, o entontecería.

Alan, de cinco años y medio, vino a verme por su nerviosismo. Todo anduvo bien hasta que a los
dos años y medio sintió terror en medio de una violenta tempestad. Desde ese momento
tartamudeó. Logró superarlo, pero de ahí en más cada nueva tensión en su vida generaba una
nueva serie de síntomas. De hecho, se volvió sensible ante cosas cada vez de menor daño real;
hace poco vio en la ventana de enfrente una de esas grandes pelotas colgantes para práctica del
boxeo y se aterró, porque pensó que era el rostro de alguien que lo estaba vigilando. Desde ese
momento parpadeó muchísimo y le tomó miedo a muchas cosas, además de hacer ruidos
compulsivos con la garganta. De día, no puede dejar el umbral de su casa. De noche, yace en la
cama sin dormirse y suda profusamente. Por la mañana se levanta a desgano, de mal humor.

Todos ustedes conocen estos historiales tan comunes. Este niño sufre intensamente -es un dolor
mental, no físico- de sentimientos de culpa, depresión, etcétera. Todas las cosas terribles que le
suceden o amenazan con sucederle pasan en sus fantasías. Lo ayuda sentir que están fuera de él,
ya que entonces puede evitarlas (fobias) o evitar ver lo que no debe ver (parpadeo). Además,
permaneciendo insomne evita la angustia intolerable asociada a sus sueños y la insinuación de
muerte que contiene el dormir.

Ahora tiene cinco años, y presumo que nunca será realmente feliz o podrá disfrutar de la escuela;
pero para el educador constituye una gran responsabilidad, y tendría que haber sido así
especialmente en la guardería, ya que a edad más temprana había más probabilidades de que él
viera una realidad externa buena a despecho de su distorsionado mundo interno, y corrigiese sus
fantasías de acuerdo con los hechos.

Si hay algo inútil es el tratamiento directo de sus síntomas ya sea mediante una terapéutica burda
(sugestión, persuasión, chantaje) o con medidas punitivas. La única esperanza radica en que el
desarrollo emocional del niño mejore gracias a la provisión de un trasfondo de amor y a la obra
del gran curador, el tiempo.

Hay muchas maneras de concebir la naturaleza humana, y según una de ellas vemos que las
personas están envueltas en una vida interior y una vida exterior. La exterior es bastante obvia,
aunque gran parte de sus motivaciones son oscuras e inconscientes, incluso profundamente
enterradas. La vida interior es principalmente un asunto del inconsciente. Existe una interacción
entre esta vida interior y la exterior en las personas sanas, de modo tal que el mundo externo nos
es enriquecido por nuestro propio mundo interno, al cual podemos fácilmente colocarlo en las
personas y las cosas con las que entramos en contacto; además, nuestro mundo interno es
modificado por el contacto con lo externamente real, así que a medida que transcurre el tiempo
llegamos a sentirnos más seguros de nosotros mismos, en el sentido de tener más clara la
distinción entre las dos realidades. Esto sucede fundamentalmente en la infancia y la edad
preescolar, aunque no cesa a lo largo de toda la vida; y el psicoanálisis es una técnica mediante la
cual podemos llevar este proceso más cerca de su completamiento que en el curso corriente del
desarrollo. Podría decirse que en el curso del desarrollo emocional nos volvemos menos
supersticiosos, pues la superstición hace que no depositemos confianza en la realidad externa,
dado que queda tan fuertemente investida de sentimientos que pertenecen a nuestra vida interior.

Una alternativa frente a la superstición franca es que desarrollemos, como todos hacemos, un
control de nuestros habitantes interiores, sus sentimientos y actividades, lo cual influye en
nuestro autocontrol en las relaciones externas. Hacemos en cierta medida lo que Joan, a la que
me referí antes, hacía en demasía.

Un control excesivo es peligroso, dado que menoscaba nuestras fuerzas vitales, tal como las
experimentamos, y nos hace sentir deprimidos, etcétera; por lo tanto, buscamos opciones, una de
las cuales es colocar fuera de nosotros, en los objetos o personas del mundo externo, lo que
consideramos malo en nosotros mismos, y ahí controlarlo y luchar contra eso. Un ejemplo
cercano de esto puede apreciarse en la Alemania actual [1936], donde la expulsión y el maltrato a
los judíos constituyen, en el mejor de los casos, una tentativa de los llamados arios por sacarse de
encima algo que no les gusta de sí mismos -intentan verlo en los judíos, imaginan que lo han
logrado, y luego se cree justificado perseguirlos y se sienten mejor después de haberlo hecho-.
En una época se pensaba que el psicoanálisis sintetizaba todo lo peor de la naturaleza humana.
La gente veía en él todas sus propias maldades, que odiaba poseer, y consideraba una virtud
denunciarlas. Una dama a quien conozco y respeto se levantó un día en medio de una reunión
social en la sala de una casa y dijo que el psicoanálisis de niños debía ser prohibido por la ley, lo
juzgaba peor que la seducción o el asesinato de niños. Su postura me molestó bastante, dado que
a la sazón yo me estaba formando como analista de niños. La realidad resultó ajena a las
fantasías que esta buena dama tenía sobre ella.

Hacemos esta clase de cosas; por ejemplo, cuando ávidamente atribuimos nuestro reumatismo a
gérmenes, nuestros dolores al ácido úrico y nuestro malhumor al clima de Inglaterra en general.

Ahora bien, es fácil ver que muchas personas se muestran ansiosas (me refiero a sus sentimientos
inconscientes) de encontrar en el niño los impulsos que odiarían ver en sí mismas; confían en que
controlando, adiestrando y educando al niño podrán sentirse mejor, incluso sentirse buenas. Estas
personas se desesperan por ocuparse no sólo de sus hijos sino de los de sus relaciones, y de todos
los niños de la ciudad o el país en que viven. Las distinguirán fácilmente de quienes son amantes
naturales de los niños porque aquéllas no pueden ver al niño íntegro, sólo ven sus burdos
impulsos, que a su entender deben ser controlados.

Sucede, empero, que el niño atiende al manejo de sus propios impulsos, de manera que quien
sólo vea estos impulsos no podrá ver más que la mitad de cada niño. No es que el niño pequeño
carezca de control innato, sino más bien que sus métodos primitivos de control de esos impulsos
burdos son en sí mismos burdos y fallidos, y a menudo el niño debe ser rescatado del
funcionamiento demasiado eficaz de los mecanismos de control. Por ejemplo, un bebé de nueve
meses puede aterrorizarse al comprobar que tiene impulsos de morder, más aún, de comerse a su
madre; y es corriente que se destete o hasta que se niegue a comer nada, en especial si en
coincidencia con esta crisis de temor hay una frustración externamente real, como el destete
concreto o un cambio de niñera, o se llevan a cabo nuevos y especiales esfuerzos por inculcarle
hábitos de limpieza. Incumbe a la madre o la enfermera proteger al niño de la inanición a que
daría lugar el funcionamiento burdo de la conciencia moral primitiva.

Durante el desarrollo emocional del bebé y el niño pequeño, una de las cosas principales que ha
de observarse es el crecimiento de la conciencia moral en dirección a un estado ideal (que nunca
se alcanza) en el cual no hay necesidad de ninguna conciencia moral, porque bastan el amor y la
identificación con las personas amadas, controladas, ya sean reales o fantaseadas. Se advertirá
que la conciencia religiosa es un gran avance respecto de la más primitiva, puesto que la persona
religiosa, a raíz de su creencia en el perdón, puede cometer errores en virtud de los cuales, por
supuesto, sentirá remordimientos. Cuanto más primitiva es la conciencia moral, menor es la
posibilidad de errar, pues cualquier error puede tener efectos fantásticamente graves. En términos
del adulto, la retención de una conciencia moral primitiva implica depresión ante la idea del mal
y suicidio ante la amenaza del mal, en tanto que la persona religiosa puede vislumbrar la
posibilidad del error debido a que existe para ella la posibilidad del arrepentimiento y el perdón.

Otro punto en el cual el niño se asemeja al adulto es su consideración de un mundo externo y un


mundo interno, junto con la valoración del externo en virtud de la riqueza del interno y a la
modificación del interno por la experiencia que tiene del externo. Además, el niño está ansioso
por aprovechar la oportunidad que le ofrece el mundo externo de reparación, de compensar
haciendo bien lo que se hizo mal en el mundo interno de su fantasía. Si contemplamos al niño
íntegro vemos todo esto y reconocemos que el ambiente bueno o malo que le brindamos al niño
pequeño sólo es indirectamente bueno o malo. Si nos controlamos, afectamos al niño por cuanto
éste nos ama, llega a conocernos, puede ver la bondad en nosotros como consecuencia de la
bondad de su propio mundo interno, y nos incorpora a sí mismo y es capaz de mantenernos vivos
ahí. Y si somos brutales, resultamos malos para el niño si éste, al abordar en sus fantasías a las
personas brutales, necesita reconfortarse diciéndose que no somos brutales, siendo nuestra falla
el hecho de que no podamos corregir la fantasía mala. Tal vez el niño siguiente ni siquiera se dé
cuenta de nuestra brutalidad, ocupado como está en otras cualidades en ese momento, o teniendo
en su mundo interno muchas menos personas brutales que el otro niño.

El tipo de personas que yo describía hace uno o dos minutos (y todos somos propensos a ser un
poco culpables de estas y otras fallas) busca inconscientemente su felicidad personal a través del
adiestramiento y el control de los niños. Recordarán los efectos aniquiladores de esas personas
descritos en el libro Oliver Untwisted, cuando hacen una visita de inspección a la institución
luego de la reunión del Consejo Directivo. Tan pronto aparece una persona comprensiva a cargo
de los niños, capaz de inculcar en una comisión que se tolere la individualidad de cada niño en
vez de preocuparse por frenarlo y controlarlo, surge una nueva comisión con renovadas
exigencias de que impere el orden. Sí, incluso ciertos adultos son educables, y en mi impulso de
educar a los adultos parece que yo mostrase algo de ese mismo impulso que critico. Sin embargo,
confío en que me perdonen, dado que fueron ustedes, adultos, los que me han pedido que les
dirigiera la palabra. Les aconsejo que elijan su Consejo Directivo con el mismo cuidado que
pondrían para elegir a sus padres, si es que pretenden ocuparse de los niños pequeños en edad
preescolar.

Una palabra más. Les he presentado la conciencia moral primitiva del niño, que no es débil,
como tal vez suponían, sino cruda, y de la cual el niño pequeño a menudo necesita protección. A
veces él les pedirá que ustedes le presenten su propia moral, más desarrollada y menos cruel; y si
no tienen ninguna a mano se verán obligados a inventar alguna en el momento, algo que está a
mitad de camino entre el ideal que ustedes tienen de bondad natural, o cualquiera otra cosa en la
que crean, y el insoportable sistema punitivo ya armado en el niño. Los padres instruidos suelen
alarmarse cuando su hijo les pide que lo castiguen o incluso que le aten las manos. No se
sorprendan ante estas cosas. Deben comprenderse en relación con el sistema de control que se
está desarrollando en el niño.

En cierta medida, lo que acabo de describir aparece con frecuencia y puede dar origen a
perturbaciones y a una falsa idea sobre los requerimientos del niño normal. Quiero hablar de
esto.

Los niños en condiciones de convertirse en delincuentes plantean continuas demandas de control


externo a quienes se ocupan de ellos. Su enfermedad reside en que son incapaces de tolerar su
propio sistema punitivo, con toda su crueldad y otras características insoportables, y pese a ello
no pueden hace crecer su conciencia moral. Su conciencia moral primitiva no maduró, y a lo
largo de toda la vida necesitarán fuerzas que los controlen, eventualmente las de la ley, para
permanecer cuerdos. Alternativamente, desarrollan delirios de persecución, pues no aguantan las
persecuciones y los maltratos que surgen dentro de ellos mismos, en su realidad interna.

Un niño como éste, si integra un grupo de niños, desbaratará los mejores propósitos de
cualquiera. La dulce sensatez en la que uno confiaba es convertida en futilidad por ese niño que
parece encantador y fácilmente se gana nuestro cariño, pero ciertamente nos obligará, tarde o
temprano, a controlarlo. La reacción inmediata de uno es sentirse culpable y preguntarse si
después de todo uno no se habría equivocado al acariciar la idea de que los niños desarrollan su
propio control a su manera, si se les da tiempo y amor.

Antes de dejarlos, mi pedido es que endurezcan su corazón y se libren de los delincuentes


potenciales que hay en sus grupos, o de lo contrario reúnan a todos los delincuentes potenciales
del vecindario y limiten su atención a ellos y a sus problemas especiales. Sólo así podrán hacer lo
mejor por los niños preescolares normales, quienes a veces son delincuentes, a veces están
deprimidos, a veces confundidos, a veces malhumorados, a veces son neuróticos, a veces
obstinados, a veces suspicaces, con frecuencia bestiales entre sí y con uno, y sin embargo
queribles porque cada uno es un individuo lleno de esperanzas, con sus propias dificultades y su
propia manera de abordarlas, y porque cada uno tiene su modo peculiar de hacer uso de la ayuda
que le brindamos.

El concepto de individuo sano


1967
Conferencia pronunciada en la División de Psicoterapia y Psiquiatría Social
de la Real Asociación Médico-Psicológica, 8 de marzo de 1967

Consideraciones preliminares


"Normal" y "sano" son palabras que usamos al hablar de la gente, y es probable que
sepamos lo que queremos decir. De vez en cuando puede ser útil que tratemos de explicar
lo que queremos decir, a riesgo de decir cosas obvias y de descubrir que no conocemos la
respuesta. De cualquier modo, nuestro punto de vista cambia con el paso de las décadas,
y una explicación que nos parecía correcta en los años cuarenta puede no convenirnos en
los años sesenta.


No me propongo comenzar citando lo que han dicho otros autores que se ocuparon del
tema. Permítaseme aclarar sin más preámbulo que la mayor parte de mis conceptos se
basan en los de Freud.


Espero no caer en el error de suponer que un individuo puede ser evaluado sin tomar en
consideración el lugar que ocupa en la sociedad. La madurez del individuo implica un
movimiento hacia la independencia, pero la independencia no existe. No sería saludable
que un individuo fuera tan retraído como para sentirse independiente e invulnerable. Si
hay alguien con esas características, sin duda es dependiente. Dependiente de una
enfermera psiquiátrica o de su familia.


Sin embargo, me ocuparé del concepto de la salud del individuo porque la salud social
depende de la salud individual, dado que la sociedad no es sino una multiplicación
masiva de personas. La sociedad no puede ir más allá del común denominador de la salud
individual, y en realidad ni siquiera puede alcanzarlo, ya que debe soportar la carga de
sus miembros enfermos.





Madurez correspondiente a la edad


Desde el punto de vista del desarrollo puede decirse que salud significa una madurez
acorde con la que corresponde a la edad del individuo. El desarrollo prematuro del yo o la
conciencia prematura de sí no es más saludable que la conciencia tardía. La tendencia a la
maduración forma parte de lo que se hereda. De una manera compleja (que ha sido objeto
de muchos estudios), el desarrollo, especialmente al comienzo, depende de una provisión
ambiental suficientemente buena. Un ambiente suficientemente bueno es, podría decirse,
el que favorece las diversas tendencias individuales heredadas de modo tal que el
desarrollo se produce conforme a esas tendencias. Tanto la herencia como el ambiente
son factores externos si se los considera desde el punto de vista del desarrollo emocional
del individuo, es decir, desde el punto de vista de la psicomorfología. (Más de una vez me
he preguntado si con este término podría evitarse el empleo desmañado de la palabra
"psicología" seguida de la palabra "dinámica".)


Resulta útil postular que el ambiente suficientemente bueno comienza con un alto grado
de adaptación a las necesidades individuales del bebé. Por lo general, la madre puede
proveer esa adaptación a causa de que se encuentra en un estado especial, que yo he
denominado de preocupación maternal primaria. A ese estado se lo conoce también por
otros nombres, pero aquí estoy utilizando mi propio término descriptivo. La adaptación
disminuye en consonancia con la creciente necesidad del bebé de experimentar
reacciones a la frustración. Una madre sana es capaz de diferir su función de fracasar en
adaptarse hasta que el bebé ha adquirido la capacidad de reaccionar con rabia a sus
fracasos en lugar de ser traumatizado por ellos. Un trauma representa la ruptura de la
continuidad de la línea de la existencia del individuo. Sólo en una continuidad de existir
puede el sentido del self, de la propia realidad, el sentido de ser, llegar a establecerse
como rasgo de la personalidad individual.





Relaciones entre el bebé y la madre


En el comienzo, cuando el bebé está viviendo en un mundo subjetivo, la salud no puede 

describirse en relación con el individuo solamente. Más tarde podremos pensar en un
niño sano que se encuentra en un ambiente malsano, pero estas palabras no tienen sentido
en el comienzo; lo tienen cuando el bebé se ha vuelto capaz de evaluar objetivamente la
realidad, de distinguir claramente el yo del no-yo y lo real compartido de los fenómenos
de la realidad psíquica personal, y posee en alguna medida un ambiente interno.


A lo que me refiero es al proceso que opera en ambas direcciones y se caracteriza porque
el bebé vive en un mundo subjetivo y la madre se adapta para proporcionar a cada bebé
una ración básica de la experiencia de omnipotencia. Lo cual implica, en esencia, una
relación vital. 





El ambiente facilitador


El ambiente facilitador y las progresivas modificaciones con las que se tiende a adaptarlo
a las necesidades individuales podrían ser objeto de un capítulo separado dentro del
estudio de la salud. En él se examinarían las funciones del padre complementarias de las
de la madre, así como la función de la familia y su manera cada vez más compleja (a
medida que el niño se va haciendo mayor) de introducir el principio de realidad, al mismo
tiempo que fomenta la autonomía del niño. Pero no es mi propósito estudiar aquí la
evolución del ambiente.





Zonas erógenas


En el primer medio siglo de Freud, cualquier consideración sobre la salud tenía que
hacerse en función de la etapa de instalación del ello conforme al predominio sucesivo de
las zonas erógenas. Esto aún sigue siendo válido. La jerarquía es bien conocida:
comienza con la primacía oral, siguen las primacías anal y uretral, luego la etapa fálica o
"de la jactancia" (que es tan difícil para las niñas), y por último la fase genital (de tres a
cinco años), en la que la fantasía abarca todo lo que corresponde al sexo adulto. Nos
sentimos muy satisfechos cuando un niño se ajusta a este esquema de desarrollo.


A continuación, el niño sano presenta las características del período de latencia, en el que
las posiciones del ello no avanzan y los impulsos del ello encuentran escaso respaldo en
el sistema endocrino. El concepto de salud se asocia aquí a la existencia de un período de
educabilidad, y en este período los sexos tienden con bastante naturalidad a segregarse.
Estas cuestiones deben mencionarse porque es saludable tener seis años a los seis, y diez
a los diez.


Después llega la pubertad, casi siempre anunciada por una fase prepuberal en la que a
veces se manifiesta una tendencia homosexual. A los 14 años el niño o la niña, incluso
sanos, que no han entrado apaciblemente en la pubertad, pueden verse sumidos en un
estado de confusión y duda. La palabra "abatimiento" suele emplearse en estos casos.
Pero debe destacarse que estos tropiezos del niño o la niña púber no son signo de
enfermedad.


La pubertad llega como un alivio y al mismo tiempo como un fenómeno inmensamente
perturbador que sólo ahora estamos comenzando a comprender. En la actualidad los
púberes de ambos sexos pueden experimentar la adolescencia como un período de
maduración, en compañía de quienes están pasando por el mismo trance; y la difícil tarea
de discriminar lo que corresponde a la salud de lo que corresponde a la enfermedad en la
adolescencia ha debido enfrentarse esencialmente en el período de posguerra. Los
problemas, por supuesto, no son nuevos.


Sólo pedimos que quienes llevan a cabo esa tarea pongan énfasis en la solución de los
problemas teóricos más bien que en la de los problemas reales de los adolescentes, los
cuales, pese a lo molesta que resulta su sintomatología, son quizá los más capacitados
para descubrir el modo de salvarse a sí mismos. El paso del tiempo es importante. El
adolescente no debe ser curado como si estuviera enfermo. Creo que ésta es una parte
fundamental de la caracterización de la salud. Lo cual no significa negar que pueda haber
enfermedad durante la adolescencia.


Algunos adolescentes sufren muchísimo, de modo que sería cruel no ofrecerles ayuda. A
los 14 años es común que piensen en el suicidio, y la tarea a su cargo es la de tolerar la
interacción de varios fenómenos dispares: su propia inmadurez, los cambios que trae la
pubertad, su idea del sentido de la vida, sus ideales y aspiraciones, a lo que se añade la
desilusión personal respecto del mundo de los adultos, que para ellos es esencialmente un
mundo de componendas, de valores falsos y de desatención de lo que realmente importa.
Cuando abandonan esta etapa, los adolescentes de ambos sexos comienzan a sentirse
reales, adquieren un sentido del self y un sentido de ser. Esto es salud. Del ser deriva el
hacer, pero no puede haber un hago antes de un soy, y éste es el mensaje que nos
transmiten.


No es necesario alentar a los adolescentes que experimentan problemas personales y
tienden a asumir una actitud de desafío aunque sigan siendo dependientes; ciertamente,
no lo necesitan. Recordemos que el período final de la adolescencia es la edad de los
estimulantes logros en la aventura, y por lo tanto el paso de un muchacho o una
muchacha de la adolescencia a los comienzos de una identificación con la paternidad y
con la sociedad responsable es algo que vale la pena observar. Nadie puede pretender que
"salud" es sinónimo de "comodidad". Esto es verdad sobre todo en la zona de conflicto
entre la sociedad y su sector de adolescentes.


Al avanzar, comenzamos a utilizar un lenguaje distinto. Esta sección se inició en relación
con los impulsos del ello y finaliza en relación con la psicología del yo. Es muy útil para
el individuo que la pubertad le aporte una posibilidad de potencia viril, o de su
equivalente en el caso de las muchachas, es decir, cuando la genitalidad plena es ya un
rasgo, habiendo sido alcanzada en la realidad del juego a la edad que precede al período
de latencia. Sin embargo, en la pubertad muchachos y muchachas no caen en el engaño
de pensar que los impulsos instintuales son lo único que importa; esencialmente lo que
les interesa es ser, ser en algún lugar, sentirse reales y alcanzar cierto grado de constancia
objetal. Necesitan ser capaces de dominar sus instintos en lugar de ser destruidos por
ellos.


La madurez o la salud en función del acceso a la genitalidad plena asume una forma
especial cuando el adolescente se convierte en un adulto que puede llegar a ser padre. Es
adecuado que un muchacho que desea ser como su padre sea capaz de tener ensueños
heterosexuales y de utilizar plenamente su potencia genital; también lo es que una
muchacha que desea ser como su madre sea capaz de tener ensueños heterosexuales y de
experimentar el orgasmo genital durante el coito. La piedra de toque es: ¿puede la
experiencia sexual ir unida al afecto y al más amplio significado de la palabra "amor"?


La mala salud en estos aspectos es un fastidio, y las inhibiciones pueden obrar de un
modo destructivo y cruel. La impotencia puede dañar más que la violación. Sin embargo,
una caracterización de la salud basada en las posiciones del ello no se considera hoy
satisfactoria. Aunque es más fácil describir el proceso evolutivo a partir de la función del
ello que a partir de la compleja evolución del yo, este último método no puede ser
omitido. Debemos intentar hacerlo de ese modo.


Cuando no hay madurez en la vida instintual, la consecuencia puede ser la mala salud en
el ámbito de la personalidad, el carácter o la conducta. Pero debemos ser cuidadosos y
comprender que el sexo puede obrar como una función parcial, de tal modo que, aunque
en apariencia esté funcionando bien, es posible constatar que la potencia y su equivalente
femenino agotan en vez de enriquecer al individuo. No nos dejemos engañar fácilmente
al respecto, puesto que no observamos al individuo ateniéndonos a su conducta ni a los
fenómenos superficiales: estamos dispuestos a examinar -la estructura de su personalidad
y su relación con la sociedad y los ideales.


Quizás en cierta época los psicoanalistas tendían a relacionar la salud con luz ausencia de
trastornos psiconeuróticos, pero en la actualidad no es así. Ahora necesitamos criterios
más sutiles. Sin embargo, no es preciso desechar lo anterior cuando la relacionamos -
como lo hacemos hoy- con la libertad dentro de la personalidad, la capacidad de
experimentar confianza y fe, la formalidad y la constancia objetal, la liberación del
autoengaño, y también con algo que no tiene que ver con la pobreza sino con la riqueza
como cualidad de la realidad psíquica personal.





El individuo y la sociedad


Si damos por supuesto un éxito razonable en materia de capacidad instintual, vemos que
la persona relativamente sana tiene que enfrentar nuevas tareas. Por ejemplo, su relación
con la sociedad, que es una extensión de la familia. Digamos que el hombre o la mujer
sanos son capaces de alcanzar una identificación con la sociedad sin perder demasiado de
su impulso individual o personal. Por supuesto que habrá pérdida, en el sentido de que
habrá control del impulso personal, pero el caso extremo de una identificación con la
sociedad que implique la pérdida total del sentido del self y de la propia importancia no
es normal en absoluto.


Si ha quedado en claro que no estamos de acuerdo con la idea de que la salud sea
simplemente la ausencia de trastornos psiconeuróticos -es decir, de perturbaciones
relacionadas tanto con el avance de las posiciones del ello hacia la genitalidad plena
como con la organización de la defensa respecto de la ansiedad en las relaciones
interpersonales- podemos afirmar, en este contexto, que salud no es comodidad. Los
temores, los sentimientos conflictivos, las dudas y las frustraciones son tan característicos
en la vida de una persona sana como los rasgos positivos. Lo importante es que esa
persona siente que está viviendo su propia vida y asumiendo la responsabilidad de sus
actos y omisiones y es capaz de atribuirse el mérito cuando triunfa y la culpa cuando
fracasa. Una manera de expresarlo es decir que el individuo ha pasado de la dependencia
a la independencia o a la autonomía.


Lo que tenía de insatisfactorio la caracterización de la salud basada en las posiciones del
ello era la ausencia de la psicología del yo. La consideración del yo nos hace retroceder a
las etapas pregenitales y preverbales del desarrollo individual, y a la provisión ambiental
(es decir, la adaptación específica a las necesidades primitivas propias de la más temprana
infancia).


En este punto tiendo a pensar en términos de sostén. El vocablo se refiere al sostén físico
de la vida intrauterina, y gradualmente va ampliando su campo de aplicación para
designar la totalidad del cuidado adaptativo del bebé, incluida su manipulación.
Finalmente, el concepto puede extenderse hasta abarcar la función de la familia, y lleva a
la idea de la asistencia individualizada que es la base de la asistencia social. El sostén lo
puede proporcionar satisfactoriamente una persona que no tenga el conocimiento
intelectual de lo que está sucediendo en el individuo; lo que se necesita es la capacidad de
identificarse, de saber qué es lo que siente el bebé.


En un ambiente que lo sostiene suficientemente bien, el bebé puede desarrollarse de
acuerdo con las tendencias heredadas. El resultado es una continuidad de existencia que
se convierte en un sentido de existir, en un sentido del self, y a su debido tiempo conduce
a la autonomía.





El desarrollo en las etapas tempranas


Desearía referirme ahora a lo que sucede en las etapas tempranas del desarrollo de la
personalidad. Aquí la palabra clave es integración, aplicable a casi todas las tareas
evolutivas. La integración conduce al bebé al estado de unidad, al pronombre personal
"yo", al número uno; esto hace posible el yo soy, que confiere sentido al yo hago.


Como podrá apreciarse en lo que sigue, tengo en mente tres cosas a la vez. Pienso en el
cuidado del bebé. También en la enfermedad esquizoide. Además, estoy buscando un
modo de expresar en qué puede consistir la vida para los niños y los adultos saludables.
Entre paréntesis, diría que una característica de la salud es que el adulto nunca deja de
desarrollarse emocionalmente.


Daré tres ejemplos. En el caso del bebé, la integración es un proceso de complejidad
creciente que se desarrolla con su propio ritmo. En el trastorno esquizoide, el fenómeno
de la desintegración es un rasgo distintivo, en especial el temor a la desintegración y la
organización patológica de defensas con una función de alarma contra la desintegración.
(La demencia por lo general no es una regresión, ya que carece del elemento de confianza
que es propio de ésta, sino un complejo plan de defensas destinado a impedir que se
repita la desintegración.) La integración como proceso similar al que se da en el bebé
reaparece en el análisis del paciente fronterizo.


En el adulto, la integración amplía su significado hasta incluir la integridad. Una persona
sana puede admitir la desintegración en los períodos de descanso, distensión y
ensoñación, así como aceptar el malestar que la acompaña, sobre todo porque la
distensión está vinculada con la creatividad, y por lo tanto el impulso creativo surge y
resurge a partir del estado de no integración. 

La defensa organizada contra la desintegración despoja al individuo de lo que constituye
una precondición del impulso creativo, y en consecuencia le impide llevar una vida
creativa. (1)




La asociación psicosomática


Una tarea subsidiaria en el desarrollo del bebé es la coexistencia psicosomática (dejando
de lado el intelecto por el momento). Gran parte del cuidado físico que se prodiga al bebé
-sostén, manipulación, baño, alimentación y demás- apunta a facilitarle la obtención de
un psiquesoma que viva y funcione en armonía consigo mismo.


Volviendo a la psiquiatría, una característica de la esquizofrenia es la tenue conexión que
existe entre la psique (o como quiera que se la llame) y el cuerpo y sus funciones. La
psique puede ausentarse del cuerpo durante largos períodos, y también proyectarse.


En el estado de salud, el empleo del cuerpo y todas las funciones corporales son fuente de
placer, especialmente en el caso de los niños y los adolescentes. También aquí hay una
relación entre el trastorno esquizoide y la salud. Es triste que personas sanas tengan que
vivir en cuerpos deformes, enfermos o gastados, o que pasen hambre o sufran fuertes
dolores.



NOTA: Se presenta aquí otra complicación: el intelecto, o sea la parte de lamente que
puede escindirse y ser utilizada a un alto costo en términos de una vida saludable. Un
buen intelecto es sin duda algo maravilloso, específicamente humano, pero no hay razón
para que lo asociemos estrechamente con la idea de salud. El estudio del lugar que ocupa
el intelecto en relación con el área que estoy analizando es un tema importante, pero no
corresponde tratarlo aquí.




Relaciones objetales


El establecimiento de relaciones con objetos es algo que puede considerarse bajo el
mismo ángulo que la coexistencia de la psique y el soma y el vasto tema de la
integración. El proceso de maduración impulsa al bebé a relacionarse con objetos, pero
sólo lo logrará si el mundo le es presentado de manera adecuada. La madre, poniendo en
juego su capacidad de adaptación, presenta el mundo al bebé de tal modo que éste recibe
al comienzo una ración de la experiencia de omnipotencia, lo cual constituye una base
apropiada para su posterior avenimiento con el principio de realidad. Se da aquí una
paradoja, por cuanto en esta fase inicial el bebé crea el objeto, que sin embargo ya estaba
allí, pues de lo contrario el bebé no lo hubiera creado. Es una paradoja que se debe
aceptar, no resolver.


Ahora apliquemos todo esto al campo de la enfermedad mental y a la salud en la edad
adulta. En la enfermedad esquizoide, la formación de relaciones objetales fracasa; el
paciente se relaciona con un mundo subjetivo o es incapaz de relacionarse con objetos
ajenos al self. Ideas delirantes confirman la omnipotencia. El paciente se muestra
retraído, desconectado, confundido, aislado, irreal, sordo, inaccesible, invulnerable y
demás.


En la salud, gran parte de la vida tiene que ver con diversas clases de relaciones objetales
y con una alternancia entre la formación de relaciones con objetos externos y con objetos
internos. Cuando ha alcanzado la plenitud, este proceso concierne a las relaciones
interpersonales, pero el residuo de la formación creativa de relaciones no se pierde, y en
consecuencia cada aspecto del relacionarse con objetos resulta estimulante.


En este ámbito la salud incluye la idea de una vida excitante y la magia de la intimidad.
Todas estas cosas se complementan y contribuyen a que el individuo se sienta real, sienta
que es y que las experiencias realimentan su realidad psíquica personal, enriqueciéndola
y confiriéndole posibilidades. Como consecuencia, el mundo interno de la persona sana,
aunque relacionado con el mundo externo o real, es personal y posee una vivacidad que le
es propia. Las identificaciones introyectivas y proyectivas son incesantes. De ello se
deduce que la pérdida y la mala suerte (y también la enfermedad, como ya lo he
mencionado) pueden ser más terribles para las personas sanas que para las
psicológicamente inmaduras o deformadas. La salud, debemos admitirlo, encierra sus
propios riesgos.





Recapitulación


Llegados a este punto en el desarrollo del tema, tenemos que asumir la carga de examinar
nuestros términos de referencia. Tenemos que decidir si hemos de limitar nuestro examen
del significado de la salud a las personas que son saludables desde el comienzo, o ir más
allá e incluir también a aquellas que, portadoras de un germen de mala salud, han sido
capaces de salir adelante, en el sentido de alcanzar finalmente un estado de salud al que
no les era posible acceder fácil y naturalmente., Creo que debemos incluir esta última
categoría. Explicaré brevemente lo que quiero decir.




Dos clases de personas


Considero útil dividir el universo de personas en dos clases. Están aquellas que nunca
fueron "abandonadas" cuando eran bebés y que, en este sentido, tienen buenas
probabilidades de disfrutar de la vida y del vivir. También están aquellas que tuvieron una
experiencia traumática del tipo que resulta del abandono ambiental y que deben cargar
durante toda su vida con el recuerdo (o el material para el recuerdo) del estado en que se
encontraban en los momentos del desastre. Probablemente se enfrentarán con tensiones y
ansiedad, y quizá también con la enfermedad.


Reconocemos que existen otras que no mantienen la tendencia hacia el desarrollo
saludable y cuyas defensas están rígidamente organizadas; esa rigidez garantiza por sí
sola que no progresarán. No podemos ampliar el significado de la palabra "salud" de
modo que abarque también esa situación.


Hay, sin embargo, un grupo intermedio. En una exposición más completa de la
psicomorfología de la salud incluiríamos a aquellos que han tenido experiencias de
angustia impensable o arcaica y cuyas defensas los protegen más o menos exitosamente
contra el recuerdo de esa angustia, pero que no obstante aprovechan cualquier
oportunidad que se presente para enfermar y sufrir un colapso a fin de aproximarse a
aquello que era impensablemente terrorífico. No es frecuente que el colapso produzca un
efecto terapéutico, pero debemos reconocer que hay en él un elemento positivo. A veces
lleva a una especie de cura, y entonces la palabra "salud" vuelve a ser pertinente.


Parece haber una tendencia al desarrollo saludable que subsiste aun en estos casos, y si
las personas que he incluido en la segunda categoría se las ingenian para dejarla obrar,
aunque lo hagan tardíamente, todavía pueden mejorar. Pueden, entonces, ser incluidas
entre las personas sanas.




La huida a la cordura


Debemos recordar que la huida a la cordura no equivale a la salud. La salud es tolerante
con la mala salud; de hecho, le resulta provechoso estar en contacto con la mala salud en
todos sus aspectos, especialmente con la enfermedad llamada esquizoide, y también con
la dependencia.


A mitad de camino entre los dos extremos constituidos por el primer grupo o grupo
afortunado y el segundo grupo o grupo desafortunado (en lo que se refiere a la provisión
ambiental temprana) se encuentra una elevada proporción de personas que ocultan
exitosamente una relativa necesidad de sufrir un colapso, pero que en realidad no lo
sufren a menos que intervenga como factor desencadenante alguna circunstancia del
ambiente. Puede tratarse de una nueva versión del trauma, o de que un ser humano digno
de confianza haya suscitado esperanzas.


De modo que debemos preguntarnos: ¿a quiénes de entre todas estas personas que se
desempeñan satisfactoriamente a pesar de lo que llevan consigo (genes, fallas
ambientales tempranas y experiencias desdichadas) incluiremos entre los sanos?
Debemos tener en cuenta que de este grupo forman parte muchas personas desagradables
que, impulsadas por la angustia, alcanzan logros excepcionales. Tal vez sea difícil
convivir con ellas, pero lo cierto es que hacen avanzar al mundo en diversas áreas de la
ciencia, el arte, la filosofía, la religión o la política. No me corresponde dar la respuesta,
pero debo estar preparado para esta legítima pregunta: ¿qué decir de los genios de este
mundo?




Verdadero y falso


En esta difícil categoría en la que el colapso potencial domina la escena hay un caso
especial que probablemente no nos causa tanta inquietud. (Pero en los asuntos humanos
nada es incuestionablemente definido y ¿quién puede decir dónde termina la salud y
dónde comienza la enfermedad?) Me refiero a las personas que, para enfrentar al mundo,
inconscientemente han sentido la necesidad de organizar una fachada, un falso self, cuya
finalidad es la de proteger al self verdadero. (El self verdadero ha sido traumatizado y
nunca debe ser hallado y herido nuevamente.) La sociedad se deja engañar fácilmente por
el falso self y debe pagar por ello un precio elevado. Desde nuestro punto de vista el falso
self, aunque eficaz como defensa, no es un aspecto de la salud. Responde al concepto
kleiniano de defensa maníaca: hay depresión pero ésta se niega a través de un proceso
inconsciente, de modo que los síntomas de la depresión son reemplazados por lo opuesto
(lo bajo por lo elevado, lo pesado por lo ligero, lo oscuro por lo blanco o lo luminoso, lo
muerto por lo vivo, la indiferencia por el entusiasmo y así sucesivamente).


Esto no es salud pero incluye un aspecto saludable en lo que se refiere a los días festivos,
y tiene también una vinculación afortunada con la salud, por cuanto para las personas que
están envejeciendo y para los ancianos la actividad y vivacidad juveniles son un medio
permanente, y sin duda legítimo, de contrarrestar la depresión. En la salud el talante
grave se relaciona con las pesadas responsabilidades que llegan con la edad,
responsabilidades que habitualmente los jóvenes no conocen.


Debo mencionar asimismo el tema de la depresión, un precio que pagamos por la
integración. No me es posible repetir aquí lo que he escrito sobre el valor de la depresión,
o más bien sobre la salud que es inherente a la capacidad de deprimirse, dado que el
humor depresivo está muy próximo a la capacidad de sentirse responsable, culpable,
afligido, y de alegrarse plenamente cuando las cosas marchan bien. La depresión, por
terrible que sea, debe respetarse como prueba de integración personal.


En la mala salud hay fuerzas destructoras que, cuando actúan dentro del individuo,
fomentan el suicidio, y cuando actúan fuera, provocan ideas delirantes de persecución.
No estoy sugiriendo que esos elementos sean parte de la salud. No obstante, en un estudio
de la salud es preciso incluir la seriedad o gravedad -afín con la depresión- propia de los
individuos que han madurado, en el sentido de que han logrado la integración. Esos son
los individuos en los que podemos encontrar una personalidad rica y llena de
posibilidades.




Omisiones


Debo omitir el tema puntual de la tendencia antisocial. Es algo que se relaciona con la
deprivación, es decir, con una época buena que llegó a su fin durante una fase de
crecimiento en la que el niño podía advertir los resultados de ese cambio pero no hacerles
frente.


No es éste el lugar adecuado para hablar de la agresión. Permítaseme decir, sin embargo,
que son los miembros enfermos de la comunidad los que se ven forzados por
motivaciones inconscientes a hacer la guerra y a lanzarse al ataque como defensa contra
ideas delirantes de persecución, o bien a destruir el mundo, un mundo que, uno por uno y
separadamente, los aniquiló en su infancia.





La finalidad de la vida


Por último me referiré a la vida que la persona sana está en condiciones de vivir. ¿Cuál es
la finalidad de la vida? No necesito conocer la respuesta, pero podemos convenir en que
se relaciona más con el hecho de ser que con el sexo. Como dijo Lorelei, "besarse está
muy bien, pero un brazalete de diamantes dura para siempre". (2)


Ser y sentirse real tienen que ver fundamentalmente con la salud, y sólo si podemos dar
por sentado el ser estaremos en condiciones de ir más allá, en pos de las cosas más
positivas. Sostengo que no se trata sólo de un juicio de valor, que hay un vínculo entre la
salud emocional del individuo y el sentirse real. La mayoría da por sentado el hecho de
sentirse real, pero, ¿cuál es el precio que deben pagar por ello? ¿En qué medida no están
negando una realidad, a saber, que quizá corren el riesgo de sentirse irreales, de sentirse
poseídos, de sentir que no son ellos mismos, de sufrir una caída interminable, de estar
privados de toda orientación, de estar desligados de su cuerpo, de ser aniquilados, de no
ser nada ni estar en ningún lugar? La salud y la negación son incompatibles.




Las tres vidas


Mis últimas palabras serán para referirme a las tres vidas que viven las personas sanas.


1. La vida en el mundo, en la que las relaciones interpersonales son la clave, incluso en lo
que se refiere a la utilización del ambiente no humano.

2. La vida de la realidad psíquica personal (o interior, según se la llama a veces). Es aquí
donde una persona es más rica que otra, más profunda y más interesante cuando es
creativa. Incluye los sueños (o aquello de lo que surge el material de los sueños).


Ambas son conocidas por ustedes, y es sabido que tanto una como la otra pueden
utilizarse como defensa: el extravertido necesita encontrar fantasía en la vida, y el
introvertido puede volverse independiente, invulnerable, aislado y socialmente inútil.
Pero hay otra área de que la salud humana puede disfrutar, que es difícil de clasificar para
la teoría psicoanalítica:


3. El área de la experiencia cultural.


La experiencia cultural comienza como un juego y conduce al campo total de la herencia
humana, incluyendo las artes, los mitos de la historia, la lenta marcha del pensamiento
filosófico y los misterios de la matemática, del manejo de grupos y de la religión.


¿Dónde se localiza esta tercera vida de la experiencia cultural? No en la realidad psíquica
personal o interna, ya que no es un sueño sino una parte de la realidad compartida.
Tampoco puede asimilársela a las relaciones externas, porque está dominada por sueños.
Además, es la más variable de las tres vidas; en algunas personas ansiosas e inquietas casi
no está representada, mientras que para otras es el aspecto importante de la existencia
humana, del que no hay siquiera vestigios en los animales. Porque a esta área
corresponden no sólo el juego y el sentido del humor, sino también toda la cultura
acumulada a lo largo de los últimos cinco o diez mil años. En ella puede actuar el buen
intelecto. Es, sin excepción, un subproducto de la salud.


En mi intento de establecer dónde está localizada la experiencia cultural, he llegado a esta
conclusión provisional: comienza en el espacio potencial entre un niño y su madre
cuando la experiencia le ha enseñado al niño a confiar profundamente en la madre, en que
ella no dejará de estar a su lado cuando de pronto la necesite.


En esto coincido con Fred Plaut (3), quien afirma que la confianza es la clave para que se
establezca esta área de experiencia saludable.




Cultura y separación


De este modo puede demostrarse que la salud tiene relación con el vivir, con la riqueza
interior y, aunque de manera diferente, con la capacidad de tener experiencia cultural.


En otras palabras, en la salud no hay separación, porque en el área de espacio-tiempo que
existe entre el niño y la madre, el niño (y también el adulto) vive creativamente,
recurriendo a los materiales a su alcance, se trate de un pedazo de madera o de un
cuarteto de Beethoven.


Esto es un desarrollo del concepto de fenómenos transicionales.


Aunque podrían decirse muchas otras cosas sobre la salud, espero haber transmitido la
idea de que, para mí, el ser humano es único. La etología no es suficiente. Los seres
humanos tienen instintos y funciones animales, y a veces se asemejan mucho a los
animales. Quizá los leones sean más nobles, más ágiles los monos, más airosas las
gacelas, más sinuosas las serpientes, más prolíficos los peces y más afortunados los
pájaros, ya que pueden volar, pero los seres humanos en sí mismos no son nada
desdeñables, y cuando son lo bastante sanos tienen experiencias culturales que superan
las de cualquier animal (excepto tal vez las de las ballenas y otras especies afines).


Son los seres humanos los que tienen la posibilidad de destruir el mundo. Si lo hacen, tal
vez muramos en la última explosión atómica sabiendo que todo fue a causa, no de la
salud, sino del miedo; que fue parte del fracaso de la gente sana y de la sociedad sana en
hacerse cargo de sus miembros enfermos.





Resumen



Lo que espero haber hecho es:


1. Utilizar el concepto de salud como maduración que culmina en ausencia de
enfermedad psiconeurótica.


2. Vincular la salud con la madurez.


3. Subrayar la importancia de los procesos de maduración que conciernen al yo frente a
los que tienen que ver con las posiciones del ello en la jerarquía de las zonas erógenas.


4. Vincular esos procesos del yo con el cuidado del bebé, la enfermedad esquizoide y la
salud del adulto, empleando al pasar los conceptos de a) integración, b) asociación
psicosomática, y c) relación objetal como ejemplos de lo que prevalece en la escena
global.


5. Destacar que debemos decidir en qué medida incluir, y si corresponde o no incluir, a
quienes alcanzan la salud a pesar de sus desventajas.


6. Nombrar las tres áreas en que viven los seres humanos y señalar que es por razones de
salud que algunas vidas son valiosas y eficaces, que algunas personalidades son ricas y
creativas, y que para algunos la experiencia en el ámbito cultural es el mayor beneficio
adicional que la salud les procura.


7. Por último, indicar que no sólo la salud de la sociedad depende de la salud de sus
miembros, sino también que sus normas reproducen las de sus miembros. De este modo
la democracia (en una de sus acepciones) es señal de salud porque deriva naturalmente de
la familia, que es en sí misma obra de individuos sanos.

(1) Algunos piensan, como lo expresa Balint en su trabajo sobre Khan (incluido en Problems of Human Pleasure and
Behaviour, 1952), que gran parte del placer que procura el arte en sus diversas formas obedece a que la creación del
artista permite al oyente o al espectador aproximarse a la no integración sin correr riesgos. Por lo tanto, cuando el
logro del artista es potencialmente grande, el fracaso en un punto cercano al logro puede causar gran sufrimiento al
público porque lo conduce muy cerca de la desintegración o del recuerdo de la desintegración y lo deja allí. De este
modo, la apreciación del arte mantiene a la gente en el filo de la navaja, ya que el logro está muy cerca del fracaso
penoso. Esta experiencia debe considerarse parte de la salud.
(2) Anita Loos, Gentlemen Prefer Blondes, Nueva York, Brentano.
(3) F. Plaut, "Reflections About Not Being Able to Imagine", Journal of Analytical Psychology, vol. II, 1966.

¿Por qué juegan los niños?


(1942)

¿POR QUÉ JUEGAN los niños? He aquí algunas de las razones, quizás evidentes, pero que vale
la pena revisar.

Placer
La mayoría de la gente diría que los niños juegan porque les gusta hacerlo, y ello es innegable.
Los niños gozan con todas las experiencias físicas y emocionales del juego. Podemos aumentar
el rango de ambas clases de experiencias proporcionando materiales e ideas, pero parece más
conveniente ofrecer de menos y no de más en este sentido, ya que los niños son capaces de
encontrar objetos e inventar juegos con mucha facilidad, y disfrutan al hacerlo.

Para expresar agresión


Suele decirse que los niños "liberan odio y agresión" en el juego, como si la agresión fuera algo
malo de que es necesario librarse. En parte es cierto, porque el resentimiento acumulado y los
resultados de la experiencia de la rabia pueden parecerle a un niño algo malo dentro de él. Pero
resulta más importante decir lo mismo expresando que el niño valora la comprobación de que los
impulsos de odio o de agresión pueden expresarse en un ambiente conocido, sin que ese
ambiente le devuelva odio y violencia. El niño siente que un buen ambiente debe ser capaz de
tolerar los sentimientos agresivos, siempre y cuando se los exprese en forma más o menos
aceptable. Debe aceptar que la agresión está allí, en la configuración del niño, y éste se siente
deshonesto si lo que existe se oculta y se niega.

La agresión puede ser placentera, pero inevitablemente lleva consigo un daño real o imaginario
contra alguien, de modo que el niño no puede dejar de enfrentar esta complicación. En cierta
medida la enfrenta desde el origen, cuando acepta la disciplina de expresar el sentimiento
agresivo bajo la forma del juego y no sencillamente cuando está enojado. La agresión también
puede utilizarse en la actividad que tiene una meta final constructiva. Pero estas cosas sólo se
logran gradualmente. A nosotros nos toca asegurarnos de que no pasamos -por alto la
contribución social que hace el niño al expresar sus sentimientos agresivos en el juego, en lugar
de hacerlo en el momento en que siente rabia. Quizás no nos guste sentirnos odiados o heridos,
pero no debemos pasar por alto lo que subyace a la autodisciplina con respecto a los impulsos de
rabia.

Para controlar ansiedad


Si bien resulta fácil comprender que los niños juegan por placer, es mucho más difícil que la
gente acepte que los niños juegan para controlar ansiedad, o para controlar ideas e impulsos que
llevan a la ansiedad si no se los controla.

La ansiedad siempre constituye un factor en el juego de un niño, y a menudo el principal. La


amenaza de un exceso de ansiedad conduce al juego compulsivo o al juego repetitivo o a una
búsqueda exagerada de placeres relacionados con el juego; y si la ansiedad es excesiva, el juego
se transforma en una búsqueda de gratificación sexual.

No es éste el momento adecuado para demostrar la tesis de que la ansiedad subyace al juego de
los niños. Con todo, el resultado práctico es importante, pues en tanto los niños jueguen sólo por
placer es posible pedirles que renuncian a él, mientras que, si el juego sirve para controlar la
ansiedad, no podemos impedirles que lo hagan sin provocar angustia, verdadera ansiedad o
nuevas defensas contra ella (como la masturbación o los ensueños diurnos).

Para adquirir experiencia


El juego es una porción muy grande de la vida para el niño. Las experiencias externas e internas
pueden ser ricas para el adulto, pero para el niño las riquezas se encuentran principalmente en la
fantasía y en el juego. Así como la personalidad de los adultos se desarrolla a través de su
experiencia en el vivir, del mismo modo la de los niños se desarrolla a través de su propio juego,
y de las invenciones relativas al juego de otros niños y de los adultos. Al enriquecerse, los niños
aumentan gradualmente su capacidad para percibir la riqueza del mundo externamente real. El
juego es la prueba continua de la capacidad creadora, que significa estar vivo.

(Hoy agregaría aquí una nota sobre la experiencia de vivir en un área de transición de la
experiencia, es decir, transición cosí respecto a la realidad interna y la externa. Véase
“Transitional Objets and Transitional Phenomena", Int. J. Psycho-Anal., vol. 34, parte 2, 1953, y
en Conozca a su niño.)

Los adultos contribuyen aquí al reconocer la enorme importancia del juego, y al enseñar juegos
tradicionales, pero sin ahogar o corromper la inventiva de los niños.

Para establecer contactos sociales


Al principio los niños juegan solos o con la madre. No hay una necesidad inmediata de contar
con compañeros de juego. Es en gran parte a través del juego, en el que los otros niños vienen a
desempeñar papeles preconcebidos, que una criatura comienza a permitir que sus pares tengan
existencia independiente. Así como algunos adultos tienen facilidad para hacerse de amigos y
enemigos en el trabajo, mientras que otros pueden vivir en una casa de pensión durante años y
preguntarse por qué nadie parece interesarse por ellos, del mismo modo los niños se hacen de
amigos y de enemigos durante el juego, mientras que eso no les ocurre fácilmente fuera del
juego. El juego proporciona una organización para iniciar relaciones emocionales y permite así
que se desarrollen contactos sociales.

Integración de la personalidad
El juego, el uso de las formas artísticas, y la práctica religiosa, tienden de maneras diversas, pero
relacionadas, a la unificación y la integración general de la personalidad. Por ejemplo, es fácil
ver .que el juego establece una vinculación entre la relación del individuo con la realidad
personal interna y su relación con la realidad externa o compartida.

Examinando este complejo problema desde otro punto de vista, diríamos que es en el juego
donde el niño relaciona las ideas con la función corporal. En este sentido, sería provechoso
examinar la masturbación u otras búsquedas de satisfacción sexual junto con la fantasía
consciente e inconsciente que la acompaña, y comparar esto con el juego verdadero, en el que
predominan las ideas conscientes e inconscientes, y donde las actividades corporales
relacionadas se mantienen latentes o bien están sometidas al contenido del juego.
Cuando nos encontramos con un niño cuya masturbación compulsiva está aparentemente libre de
fantasías, o cuando un niño cuyas fantasías diurnas compulsivas están aparentemente libres de
una excitación corporal general o localizada, reconocemos con máxima claridad la tendencia
saludable que existe en el juego que relaciona los dos aspectos de la vida, el funcionamiento
corporal y la viveza de las ideas. El juego es la alternativa a la sensualidad en el esfuerzo del
niño por no disociarse. Es bien sabido que cuando la ansiedad es relativamente grande, la
sensualidad se torna compulsiva y el juego resulta imposible.

De modo similar, cuando encontramos un niño en quien la relación con la realidad interna y la
relación con la realidad externa no están articuladas -en otras palabras, un niño cuya
personalidad está seriamente dividida en este sentido-, vemos con suma claridad que el juego
normal (como el recordar y el relato de sueños) es una de las cosas que tienden a la integración
de la personalidad. El niño con esa seria división de la personalidad no puede jugar, o no puede
jugar en formas reconocibles para otros como relacionadas con el mundo.

Comunicación con la gente


Un niño que juega puede estar tratando de exhibir, por lo menos, parte del mundo interior, así
como del exterior, a personas elegidas del ambiente. El juego puede ser "algo muy revelador
sobre uno mismo", tal como la manera de vestirse puede serlo para un adulto. Esto es susceptible
de transformarse a una edad temprana en lo opuesto, pues cabe decir que el juego, como el
lenguaje, nos sirve para ocultar nuestros pensamientos, si nos referimos a los pensamientos más
profundos. Es posible mantener oculto el inconsciente reprimido, pero el resto del inconsciente
es algo que cada individuo desea llegar a conocer, y el juego, como los sueños, cumple la
función de autorrevelación y comunicación en un nivel profundo.

En el psicoanálisis de niños pequeños, ese deseo de comunicarse a través del juego se utiliza en
lugar del lenguaje del adulto. El niño de tres años tiene a menudo una tan profunda confianza en
nuestra capacidad para comprender, que el psicoanalista se ve en grandes dificultades para estar a
la altura de lo que el niño espera. La desilusión en este sentido provoca a veces mucha amargura,
y no puede haber mayor estímulo para el analista que busca una comprensión más profunda que
la aflicción del niño ante nuestro fracaso para comprender lo que (casi en secreto al principio)
nos comunica a través del juego.

Los niños de más edad ya están comparativamente desilusionados en este sentido, y para ellos no
es un choque que no se los comprenda, o incluso descubrir que pueden engañar, y que la
educación consiste en gran medida en adquirir eficacia para engañar y transar. Sin embargo,
todos los niños (e incluso algunos adultos) siguen siendo en mayor o menor grado capaces de
recuperar la confianza en la capacidad ajena de comprensión, y en su juego siempre podemos
encontrar el camino hacia el inconsciente, y hacia la honestidad originaria que tan curiosamente
comienza en plena floración en el bebé para volver luego al capullo.

La pareja madre-lactante
(1960)
La relación inicial de una madre con su bebé

En un estudio de la relación que existe entre una madre y su bebe, es necesario examinar por
separado aquello que es privativo de la madre y lo que está comenzando a desarrollarse en el
niño. Se dan aquí dos clases distintas de identificación: la de la madre con su hijo y el estado de
identificación de éste con la madre. La madre aporta a la situación una aptitud desarrollada,
mientras que el niño se encuentra en ese estado porque es así como comienzan las cosas.

Observamos en la mujer embarazada una creciente identificación con el niño, a quien ella asocia
con la imagen de un "objeto interno", un objeto que la madre imagina se ha establecido dentro de
su cuerpo y que pertenece allí a pesar de todos los elementos adversos que existen también en
ese ámbito. El bebé significa también otras cosas para la fantasía inconsciente de la madre, pero
tal vez el rasgo predominante sea la disposición y la capacidad de la madre para despojarse de
todos sus intereses personales y concentrarlos en el bebé; aspecto de la actitud materna que he
denominado "preocupación materna primaria".

En mí opinión, esto es lo que otorga a la madre su capacidad especial para hacer lo adecuado:
ella sabe exactamente cómo se siente el niño. Nadie más lo sabe, ya que los médicos y las
enfermeras tal vez tengan muchos conocimientos de psicología y, desde luego, son duchos en lo
que se refiere a la salud y la enfermedad corporal, pero no saben cómo se siente un bebé a cada
minuto porque están fuera de esta área de experiencia.

Hay dos clases de trastornos maternos que pueden afectar esta situación. En un extremo, tenemos
a la madre cuyos intereses personales son demasiados compulsivos como para abandonarlos, lo
cual le impide sumergirse en ese extraordinario estado que casi parece una enfermedad, aunque
constituya un signo de salud. En el otro extremo, tenemos a la madre que tiende a estar
permanentemente preocupada por algo, y el niño se convierte entonces en su preocupación
patológica. Esta madre tal vez cuente con una especial capacidad para prestarle su propio self al
niño, pero ¿qué sucede en definitiva? Es parte del proceso normal que la madre recupere su
interés por sí misma, y que lo haga a medida que el niño vaya siendo capaz de tolerarlo. La
madre patológicamente preocupada no sólo sigue estando identificada con su hijo durante un
tiempo demasiado prolongado, sino que además, pasa muy bruscamente de la preocupación por
el bebé a su preocupación previa.

La forma en que la madre normal supera este estado de preocupación por el bebé equivale a una
suerte de destete. El primer tipo de madre enferma no puede destetar al niño porque éste nunca la
tuvo realmente, de modo que no corresponde aquí hablar de destete; el otro tipo de madre
enferma no puede destetarlo, o tiende a hacerlo en forma demasiado brusca y sin tener en cuenta
la necesidad que se va desarrollando gradualmente en el niño de ser destetado.

Si examinamos nuestra propia labor terapéutica con niños encontramos situaciones paralelas a
éstas. Los niños que atendemos, en la medida en que necesitan recurrir a la terapia, están
atravesando fases en las que retroceden y vuelven a experimentar (o experimentan por primera
vez con nosotros) las relaciones tempranas que no fueron satisfactorias en su historia pasada.
Podemos identificarnos con ellos tal como la madre lo hace con su hijo, en forma temporaria
pero completa.

Pisamos terreno firme cuando pensamos en términos de lo que les ocurre a los progenitores,
mientras que cuando reflexionamos acerca de un instinto maternal nos empantanamos en la
teoría, nos sumergimos en una mezcolanza de seres humanos y de animales. De hecho, la
mayoría de los animales manejan estos problemas iniciales de la maternidad con bastante
eficacia y, en las primeras etapas del proceso evolutivo, los reflejos y las respuestas instintivas
simples son suficientes. Pero, de alguna manera, las madres y los bebés humanos tienen
cualidades humanas y es preciso respetarlas; también tienen reflejos e instintos feroces, pero
sería absurdo describir a los seres humanos en términos de lo que tienen en común con los
animales.

Es importante destacar, aunque quizás resulte obvio, que cuando la madre se encuentra en el
estado que acabo de describir, es sumamente vulnerable. Esto no siempre se advierte, porque por
lo común se forma una especie de círculo de protección en torno de la madre, organizado quizás
por su compañero. Estos fenómenos secundarios pueden aparecer naturalmente en torno de un
embarazo, lo mismo que el estado especial de la madre parece rodear al niño. Sólo cuando estas
fuerzas protectoras naturales de protección dejan de funcionar, podemos percibir hasta qué punto
es vulnerable la madre. Aquí enfrentamos un tema muy importante que se relaciona con el de los
trastornos mentales llamados puerperales, que suelen afectar a las mujeres. A algunas mujeres no
sólo les resulta difícil desarrollar esa preocupación materna primaria, sino que también la vuelta
a una actitud normal frente a la vida y al self puede provocar una enfermedad clínica, atribuible
en cierta medida, a la ausencia o falta de la envoltura protectora, de eso que permite a la madre
volcarse hacia dentro y desentenderse de todo peligro externo, al tiempo que se encuentra
concentrada en esa preocupación maternal.
La identificación del niño con la madre
Al examinar el estado de identificación del niño me refiero al niño recién nacido, o que tiene
unas pocas semanas o meses de vida. Un bebé de seis meses está saliendo ya de la etapa que
examinaremos ahora.

El problema es tan delicado y complejo que nuestras reflexiones resultarán estériles si no


partimos de la base de que el niño en cuestión tiene una madre suficientemente buena. Sólo si es
así, el niño inicia un proceso de desarrollo que es personal y real. Si la actitud materna no es lo
bastante buena, el niño se convierte en un conjunto de reacciones frente a los choques, y el
verdadero self del niño no llega a formarse o queda oculto tras un falso self que se somete a los
golpes del mundo y en general trata de evitarlos.

Dejaremos de lado esta complicación y consideraremos al niño que tiene una madre bastante
buena y que realmente se inicia en este proceso. Yo diría que: el yo de este niño es a la vez débil
y fuerte, todo depende de la capacidad de la madre para proporcionar apoyo al yo del niño. El yo
de la madre está sintonizado con el del niño y ella puede darle apoyo si logra orientarse hacia su
hijo en la forma, que ya he reseñado parcialmente.

Cuando la pareja madre-bebé funciona bien, el yo del niño es muy fuerte, porque está apuntalado
en todos los aspectos. El yo reforzado y, por lo tanto, fuerte del niño puede, desde muy temprano,
organizar defensas y desarrollar patrones que son personales y que ostentan visiblemente las
huellas de las tendencias hereditarias. Esta descripción del yo como débil y fuerte se aplica
también a aquellos casos en que un paciente (niño o adulto) tiene una actitud regresiva y
dependiente en la situación terapéutica; con todo, aquí lo que me propongo es describir al niño.
Es precisamente este niño con un yo fuerte gracias al apoyo yoico de la madre el que se convierte
desde temprano en él mismo, real y verdaderamente. Cuando el apoyo yoico de la madre no
existe, es débil o tiene altibajos, el niño no puede desarrollarse en forma personal, y entonces el
desarrollo está condicionado, como ya hice notar, más por una serie de reacciones frente a las
fallas ambientales que por las exigencias internas y los factores genéticos. Los niños que reciben
una atención adecuada son los que con mayor rapidez se afirman como personas, cada una de las
cuales es distinta de todas las demás existentes en la actualidad o en el pasado, mientras que los
bebés que reciben un apoyo yoico inadecuado o patológico tienden a parecerse en cuanto a los
patrones de conducta (inquietos, suspicaces, apáticos, inhibidos, sometidos). En la situación
terapéutica de cuidado infantil a menudo se tiene la satisfacción de ver surgir a un niño como
individuo por primera vez en su vida.

Este aspecto teórico es necesario a fin de llegar al mundo de los bebés, un lugar extraño, donde
nada se ha separado aún como no-yo, de modo que todavía no existe un yo. Aquí la
identificación es el punto de partida del niño. No es que se identifique con la madre, sino más
bien que no conoce a una madre ni objetos externos; e incluso esta formulación es errónea
porque todavía no existe un self. Cabría decir que el self del niño en esta etapa temprana sólo
existe en potencia; cuando un individuo regresa a este estado, se fusiona con el self de la madre.
El self infantil aún no se ha formado de modo que no puede decirse que esté fusionado, pero los
recuerdos y las expectativas pueden comenzar a acumularse y a tomar forma. Debemos recordar
que estas cosas sólo ocurren cuando el yo del niño es fuerte porque se lo ha robustecido.

Al examinar este estado infantil debemos retroceder un paso más de lo que habitualmente
hacemos. Por ejemplo, poseemos conocimientos acerca de la desintegración, y esto nos permite
pasar fácilmente a la idea de integración. Pero en este contexto necesitamos un término como no-
integración a fin de expresar lo que queremos decir. Asimismo, conocemos también la
despersonalización, de la cual pasamos sin dificultad a la idea de que existe un proceso por el
cual uno se transforma en una persona, se establece una unidad entre el cuerpo o las funciones
corporales y la psiquis (sea cual fuere el significado exacto de esto). Pero al considerar el
crecimiento temprano, debemos pensar que el niño aún no tiene problemas en este sentido, pues
en esa etapa la psiquis apenas si está comenzando a elaborarse en torno del funcionamiento
corporal.

También conocemos las relaciones objetales, y de allí llegamos sin el menor problema a la idea
de un proceso que permite establecer la capacidad para relacionarse con objetos. Pero aquí es
necesario pensar en una situación previa, en la que el concepto de objeto aún no tiene significado
para el niño, aunque éste experimente ya satisfacción al relacionarse con algo que nosotros
vemos como un objeto, o que podríamos llamar objeto parcial.
Estas cuestiones muy arcaicas comienzan a funcionar cuando la madre, identificada con su bebé,
puede y quiere proporcionarle apoyo en el momento preciso en que aquél lo requiere.
La función materna
A partir de estas consideraciones es posible agrupar en tres categorías la función de una madre
suficientemente buena en las primeras etapas de vida de su hijo:

Sostenimiento (Holding).

Manipulación.

Mostración de objetos.

I) La forma en que la madre toma en sus brazos al bebé está muy relacionada con su capacidad
para identificarse con él. El hecho de sostenerlo de manera apropiada constituye un factor básico
del cuidado, cosa que sólo podemos precisar a través de las reacciones que suscita cualquier
deficiencia en este sentido. Aquí cualquier falla provoca una intensa angustia en el niño, puesto
que no hace sino cimentar: la sensación de desintegrarse, la sensación de caer
interminablemente, el sentimiento de que la realidad externa no puede usarse cono
reaseguración, y otras ansiedades que en general se describen como "psicóticas".

II) La manipulación contribuye a que se desarrolle en el niño una asociación psicosomática que
le permite percibir lo "real" como contrario a lo "irreal". La manipulación deficiente milita contra
el desarrollo del tono muscular y contra lo que llamamos "coordinación", y también contra la
capacidad del niño para disfrutar de la experiencia del funcionamiento corporal y de la
experiencia de SER.

III) La mostración de objetos o realización (esto es, hacer real el impulso creativo del niño)
promueve en el bebé la capacidad de relacionarse con objetos. Las fallas en este sentido
bloquean el desarrollo de la capacidad del niño para sentirse real al relacionarse con el mundo
concreto de los objetos y los fenómenos.

En síntesis, el desarrollo es producto de la herencia de un proceso de maduración, y de la


acumulación de experiencias de vida, pero no tiene lugar a menos que se cuente con un medio
favorable. Dicho medio tiene al comienzo una importancia absoluta, y más tarde sólo relativa, y
es posible describir el curso del desarrollo en términos de dependencia absoluta, dependencia
relativa y tendencia a la independencia.
Resumen
He intentado describir aquí la relación madre-bebé, pero sobre todo en lo que atañe a este último,
en quien lo que encontramos no es en realidad una identificación, sino algo no organizado que se
va organizando en condiciones sumamente especializadas y va separándose gradualmente de la
matriz favorable. Esto es lo que se forma en el vientre y lo que gradualmente evoluciona hasta
convertirse en un ser humano. Pero no es algo que pueda llevarse a cabo en un tubo de ensayo,
por grande que éste sea. Somos testigos, si bien no oculares, de la evolución de la experiencia
inmadura de la pareja formada por el lactante y su madre, una sociedad madre-bebé en la que la
primera, en virtud de una suerte de identificación, se pone en contacto con el estado original de
indiferenciación del niño. Sin ese estado especial de la madre al que me he referido aquí, el niño
no puede salir verdaderamente de su estado original, y lo que puede suceder entonces, en el
mejor de los casos, es el desarrollo de un falso self que oculta todo posible vestigio de un
verdadero self.

En nuestra labor terapéutica son incontables las veces en que nos encontramos ligados a un
paciente; pasamos por una fase en la que somos vulnerables (como lo es la madre) debido a esa
participación nuestra; nos identificamos con el niño que depende temporariamente de nosotros en
grado alarmante; observamos cómo el niño se va desprendiendo de su falso self; presenciamos el
comienzo de un verdadero self, un self verdadero con un yo que es fuerte porque, tal como lo
hace la madre con su bebé, hemos podido proporcionarle apoyo yoico. Si todo sale bien, tal vez
descubriremos que un niño ha surgido, un niño cuyo yo puede organizar sus propias defensas
contra las ansiedades inherentes a los impulsos y las experiencias del ello. Un "nuevo" ser está
naciendo, merced a nuestro trabajo, un verdadero ser humano capaz de tener una vida
independiente. La tesis que propongo aquí es que lo que hacernos en la terapia equivale a un
intento de imitar el proceso natural, que caracteriza la conducta de cualquier madre con respecto
a su propio bebé. Si estoy en lo cierto, la pareja madre-bebé es la que puede proporcionarnos los
principios básicos para fundamentar nuestra labor terapéutica, cuando tratamos niños cuyo
temprano contacto con la madre fue deficiente o se vio interrumpido

Necesidades ambientales; primeras etapas;


dependencia total e independencia esencial
-1948-
Ya me han escuchado en varias charlas. En lo que les dije hasta ahora traté de levantar un
edificio, por decir así. Creo que ese edificio (el exterior) es lo que se puede apreciar de las
charlas en este momento. (quiero considerar las distintas fases del desarrollo de los niños. Estaba
pensando que podríamos compararlas tomando la palabra "moral".

Para los niños que alcanzaron cierta etapa, la de ser humano íntegro, diría que la moral es una
transacción. Ellos tienen su propia idea acerca de lo que está bien y lo que está mal, pero, como
saben, pueden darse cuenta de que el otro tiene su punto de vista, y entonces muy a menudo se
produce una transacción o solución de compromiso. Hay una etapa un poco anterior en la que la
moral parece representada por la reparación de la culpa; en este sentido, la culpa es tolerable si
algo se hace al respecto. Cuando llegamos a estas cosas más primitivas, la moral se ha vuelto
algo tremendo y terrible. No hay transacción: es la vida o la muerte. Si alguien no logró
completar algo en estas primeras etapas, nada puede hacerse; esas personas no aceptarán ninguna
solución de compromiso, preferirán pasar su vida en un hospital neuropsiquiátrico que ceder.
Podemos entender qué significa eso cuando tomamos casos extremos ya sean nuestros o de niños
que se las arreglan para sacar la cara por algo en ciertos momentos, por su integridad, por su
individualidad, por sus derechos como seres humanos individuales. De todos modos, me parece
que hay algo muy feroz en la moral del bebé, y en todo lo nuestro que corresponde a la infancia y
al desarrollo infantil más temprano.

Ahora quiero referirme a la introducción de la realidad externa en el bebé humano, y no quiero


que me entiendan mal si digo que sé lo que pasa entre una madre y su recién nacido. Un bebé
viene al mundo y sin duda suceden muchas cosas de las que no estamos hablando, pero en cierto
momento comienza a interesarse en algo externo; hay un vuelco de la personalidad hacia algo del
exterior. Empieza a tener hambre. Está dispuesto a aceptar algo que viene de fuera de él y no
tiene idea de lo que va a ser, pero tiende una línea hacia algo, la madre. Entonces, está la madre
con su pecho, y tiene algo que ofrecerle y parece tan fácil, si uno no lo pensó. El bebé ve y siente
lo que hay ahí y lo estimula, y a su vez el bebé estimula al pecho y a todo lo fisiológico, y es
verdadero pero no suficiente. Tenemos que advertir que aquí hay una situación muy engañosa,
que me hace temblar cuando pienso cuán fácilmente interfieren los médicos y las enfermeras.
Está el bebé con su capacidad de alucinar algo, y está la madre, que tiene lo que ella sabe que es
bueno para el bebé pero éste aún no lo sabe, y la madre debe ingeniárselas para situarse de modo
que lo que el bebé desee encontrar sea efectivamente a ella misma. En tal caso, podríamos decir
que se las ingenia para darle al bebé la ilusión de que lo que él obtiene, encuentra y toma es lo
que creó a partir de sus propios sentimientos, de su propio poder de alucinar. Esto, desde luego,
es una cuestión de vivencia. La madre organiza de diversas maneras su trato y su contacto con el
bebé, pero el asunto sigue adelante, y en el caso corriente, la madre se ha situado muchas veces
en la dirección apropiada para el bebé y éste, poco a poco, ha llegado a tener, a partir de la
experiencia real, material para alucinar, y se las ingenia para ver el pezón efectivo, y experimenta
los detalles del pecho, su olor y todo eso, y gradualmente, a través de un largo y penoso proceso,
es capaz de imaginar en qué va a convertirse realmente. Esto es algo que se hace, y cuando se
hace con éxito, le da al bebé la base de su salud mental, y es muy difícil que la pierda. Pero
nunca el éxito es completo, y ahora veremos qué pasa en el caso de haber fallas.

Las palabras "ilusión" y "realidad" aparecen en los escritos de psicólogos y filósofos...


Podríamos afirmar que nos hablan de algo parecido a esto, pero es probable, les decimos, que
dejen fuera la base, que es esta experiencia entre la madre y el bebé en los comienzos. No se trata
de un concepto teórico. Si no hay dificultades, se le debe algo a alguien; éste es el factor externo.
Parecería que pudiera decirse que cierto grado de falla es muy común, y a veces una falla total.

En un nivel muy temprano se produce una escisión de la personalidad, que es uno de los sentidos
de la palabra "esquizofrenia". En ese caso el niño tiene dos relaciones con la realidad externa. En
una hay sometimiento, el tomar efectivo sobre la base de la sumisión; y luego hay una
experiencia puramente imaginaria con una realidad imaginada. En el caso extremo, tiene lugar
muy poco contacto, el niño no tiene nada para imaginar salvo lo que está en él mismo, lo que
equivale a chuparse el pulgar o hacer movimientos de vaivén, algo muy empobrecido. Por otro
lado, puede haber tenido lugar para un bebé un contacto real y una ilusión suficientes para
edificar un mundo con mucho dentro que, según podemos reconocer, proviene de nuestra
realidad compartida. Y en el caso de que esto haya pasado a constituir un rasgo importante a raíz
de un derrumbe posterior, y el niño vuelve a una escisión, con frecuencia tenemos un niño en un
mundo extremadamente rico, rico de cosas que conocemos, propias de nuestra realidad
compartida.

En los niños se aprecian dos relaciones con la realidad externa. Una parece a veces muy
satisfactoria, en el sentido de que el niño toma todo, si hablamos de comida, o, si hablamos de
aprendizaje, acepta todo y se comporta bien, pero uno tiene todo el tiempo la sensación de que
algo falta, y no le sorprende encontrar, más adelante, que esta relación -que no era con la realidad
externa sino con el mundo interno- se derrumba. Quiero referirme a una niña que permaneció
dormida tres años, que había vivido durante un largo período en este mundo y luego hizo una
regresión y se retiró al suyo. Cuando uno se encuentra con un niño que se retira ya sea por unos
minutos, unas semanas o años enteros, le interesa tratar de averiguar qué habrá del mundo
externo que todos conocemos en su experiencia interna del mundo.

Si hablamos de Shakespeare y de la capacidad de introducirse en el propio mundo interno, vemos


que el mundo interno de Shakespeare era tan rico como el mundo en que vivimos. Todo lo que
nos viene de él podría haberse basado en observaciones muy agudas sobre los seres humanos del
mundo real. Todo lo que él conoció y sintió se le metió adentro, y cuando pudo sacarlo, lo
reconocemos y verificamos. Podemos considerarlo a Shakespeare para mantener un sentido de
proporción en esto. Pero si tomamos a un músico como Beethoven también encontraremos que
ahí están representadas todas las emociones y los sentimientos y las relaciones humanas, no en
persona sino en términos del "vaivén" de las fuerzas de la espontaneidad, sin que aparezcan seres
humanos. Si ahora contemplan las actividades de "meterse adentro" de los niños que están al
cuidado de ustedes, notarán que algunos no se preocupan mucho porque tienen un rico mundo
interno, relacionado con el mundo externo, y su vida es rica; pero otros tienen un mundo interno
muy empobrecido, tan separado que uno reconoce en eso una enfermedad.

Tomemos dos niños, ambos preocupados. Uno de ellos no nos inquietará si sabemos que está
lleno de riqueza, pero el otro sí si lo sabemos enfermo, si su preocupación carece de riqueza; si
en los comienzos no hubo nadie que le diera a este niño lo suficiente como para formarse una
ilusión acerca de la realidad. La realidad permaneció para él como algo que nunca podrá ser
totalmente aceptado.

En otra ocasión tuve la osadía de hablar acerca de la infancia de Julieta. Ocurre que Shakespeare
se tomó el trabajo de decirnos mucho sobre la infancia de Julieta (1). Quizá no sea ajeno a nuestro
tema. La cuestión es si se puede hablar de Shakespeare de esa manera. En el Sunday Times,
Desmond McCarthy se enfadó mucho con un psicólogo por haber escrito un libro sobre
Hamlet."¿Cómo puede hablarse de la niñez de alguien que nunca vivió?" Afirmó que el motivo
por el cual Shakespeare hizo que Hamlet tuviese un dilema... ¡era que la obra tenía que durar dos
horas! Pero lo que yo creo es que cuando tomamos a alguien como Shakespeare, cualquier
pequeño detalle de la conversación tiene algo que ver con los temas fundamentales de su obra.
No creo que haya incluido el fragmento sobre la infancia de Julieta porque sabía que la primera
noche iban a aparecer algunas parteras. Nos cuenta que la madre de Julieta tenía unos 13 años, y
la nodriza 14, y el hijo de esta última había muerto y ella amamantó a Julieta. Así nos da a
entender que la nodriza tenía mucha dulzura y conocía la diferencia entre amamantar al hijo
propio y al de otro. Y Julieta tuvo dificultades semejantes a las de un hijo adoptivo. La nodriza
no pudo destetarla hasta que tuvo casi tres años, después de que Julieta mantuvo una
conversación espontánea con el marido de la nodriza el día anterior. La criatura había tropezado
y caído, y el marido hizo unos comentarios risueños. Y cuando la destetó, no lo hizo de la forma
habitual, sino de una manera indirecta, mediante el amargo áloe.

A mi parecer, Shakespeare intenta mostrarnos por qué Julieta debía tener esa división en su
temperamento. El sometimiento a su madre y a todos está bien a cambio de lo otro, el
romanticismo extremo, por el cual va a suceder lo imposible. Ella va a tener los máximos
sentimientos amorosos con alguien que sobrevendrá, lo cual está destinado a terminar en la
muerte, y de hecho por envenenamiento. Se ha hablado mucho de que el envenenamiento es una
experiencia del pecho, que es bueno porque es malo. Todo esto implica que Shakespeare
comprendía la necesidad de retrotraerse a la infancia para explicar la evolución posterior del tipo
de vida de una persona. Pero el rico mundo interno de un individuo como Shakespeare tiende
puentes entre los mundos interno y externo. Estaba describiendo a alguien que no tenía ningún
puente tendido entre el mundo interno y la realidad externa.

Volviendo al asunto de los sentimientos de culpa y la reparación, les comenté qué enorme es lo
que ustedes, maestros, brindan cuando se trata de reparar la culpa, al ser una persona o una
configuración en la que el niño puede encontrar, con el correr del tiempo, el amor y la agresión y
la culpa y la oportunidad de dar. Cuando mencionan cosas primitivas, están hablando de procesos
que suceden permanentemente. Hacen mucho por un niño porque no pueden amoldarse a todos
los niños. Permitirán que éste tenga algunas cosas pero no otras; pero estando ahí, confiables, les
dan la oportunidad de experimentar su propio amor y odio. Ningún niño completa estas
experiencias, ellas siguen en el trabajo escolar, donde los usan a ustedes para reforzar el buen
comienzo que tuvieron.

Al tratar pacientes, vemos esto ilustrado numerosas veces. Ya les conté antes acerca de la
paciente a quien voy a describir.

Durante un largo período no mantuvo ninguna relación conmigo a menos que yo estuviera
esperándola, del otro lado de la puerta, cuando ella venía y tocaba el timbre. Yo tenía que estar
ahí en ese momento, de un modo muy, muy real. Durante varios meses tuve que dejar de lado
todo veinte minutos antes de su llegada, porque si lo hacía teníamos una buena sesión, pero si
algo funcionaba mal, no había relación. Era una persona enferma, para ilustrar el caso extremo.
Le llevó dos años a esta paciente derrumbarse y enfermar tanto como debía. Cuando acudió por
primera vez, estaba aparentemente bien. Mantenía buenas relaciones con todos y todo el mundo
la llamaba "mi pequeña amiga" y le decía: "Si hay alguien sano, eres tú". Y al fin, un día se
derrumbó, por una enfermedad física que resultó ser producida en cierta forma por ella misma;
pero todo esto llevó mucho tiempo. En los comienzos se lo había perdido. Era melliza, y la
habían entregado a otra gente; así que yo debía proveerla de algo que nunca había tenido.

Un paciente o niño corriente es alguien que ha tenido una buena posición temprana, y ustedes
pueden deslizarse en esa posición y reforzarla convirtiéndola en una posición creada por otras
personas, guiando, ampliando y expandiendo su crecimiento; pero si ha habido una falla de
entrada tendrán que hacer un trabajo difícil, ser como médicos, y esto sería imposible.

Pregunta: ¿Es importante, entonces, quedarse en la misma escuela varios años?

D. W W.: Es una pregunta interesante. Uno llega a conocer a los niños, todo eso se pierde si uno
se va. Siempre hay víctimas cuando un maestro se va, y un suspiro de alivio de uno 0 dos. Hay
fases que los niños deben atravesar. Advertirán que algunos los usan en ciertos momentos con
determinados propósitos. Algunos ya no los necesitan más por el momento. Creo que cuando un
maestro se va, se crea un montón de trastornos; por otro lado, eso plantea todo el tema de si uno
se lleva o no su clase consigo. Los adolescentes son como niños pequeños, con instintos
tremendos, instintos que los arrastran, y luego esa particular necesidad de encontrar gente que
refuerce lo que hay en su experiencia.

Un caso típico es un muchacho de 17 años que recientemente estaba en dificultades. Dijo en el


colegio que debía ver a un psicólogo. Las autoridades del colegio se preocuparon, pero los
padres me encontraron a mí. Cuando vino, el muchacho se quedó mudo y no pasó nada, así que
le dije: "Nos veremos alguna otra vez". Un día, me llama por teléfono y me pregunta: "¿Puedo
verlo mañana?". Yo sabía que tenía que responderle que sí. En una situación como ésa, uno o le
falla al otro o hace lo correcto. Tuve que reorganizar todos mis planes, como una madre con su
minúsculo bebé. Entonces el muchacho vino y tuvimos un encuentro de una hora y media
sumamente rico, trabajamos muchísimo y con grandes efectos. Tomó su vida en sus manos, dejó
el colegio, consiguió un trabajo en Londres para poder tener un largo tratamiento. Todo dependía
de que yo hiciera todo por él en ese momento.

Hay momentos como ése, y otros en que a uno le parece estúpido renunciar a ciertas cosas para
satisfacer las necesidades inmediatas del niño.
Pero si miran alrededor, se darán cuenta cuándo los niños están deprimidos... no lo pueden
disimular. Si están enfermos, ustedes ya sabrán que si intentan establecer contacto con ellos, no
podrán. Tienen que dejarlos que ellos mismos sientan la urgencia, y en ese caso estar disponibles.

Aunque a ustedes se los emplea para que asuman responsabilidad por los niños, mantener una
relación con un niño es algo mucho más difícil. Tomemos el caso de un médico en una clínica.
Es como si la comunidad tratase de averiguar si se le dará cabida para que haga eso tan difícil de
ser un buen médico. Es extraño que los médicos respondan. ¿Por qué suponer que pedirán que se
les dé cabida para que los llamen en medio de la noche? Tal vez piensen que de eso extraerán
algo muy importante, pero si es cuestionado, renunciarán. Lo mismo pasa con las madres. No
van a escoger hacer lo difícil, la responsabilidad de alimentar y criar al bebé, para luego
entregárselo al Estado. Lo mismo con los maestros; no todos los maestros asisten a cursos como
éste, que tornan su tarea aún más difícil. Quizás alguno pensaba que se la haría más fácil, pero en
la práctica o no hay diferencia, o bien a medida que pasa el tiempo uno comprueba que está
asumiendo una responsabilidad personal: la de hacer cosas, vivir experiencias con los niños que
están a su cuidado; pensar cosas, arriesgar cosas que de otro modo habría soslayado o habría
hecho dejándose guiar por un método práctico. Si han venido a este curso, significa que han
reflexionado sobre estos temas. Si la psicología es dinámica y aporta algo, en cierto modo agrega
tensiones y vuelve las cosas más difíciles. Lo arduo de la psicología es que si uno se sale de los
carriles académicos y habla acerca de los sentimientos, esto no puede dejar de perturbarlo. De
ahí que no sería una buena idea obligar a todos los maestros a asistir a conferencias de
psicología, ya que así se reduciría la ira y el odio y la gente sería menos buena. Tampoco sería
conveniente que todas las madres acudiesen a conferencias sobre la psicología de la infancia. Y
si les dijesen a todos los artistas y poetas "Deben venir a esta charla sobre psicología", se
toparían con terribles sentimientos de su parte, porque los mejores artistas abominan de la
psicología.

Los niños y sus madres


1940
[Escrito para The New Era in Home and School, 1940]
 
En una carta de una funcionaria pública que ha hecho mucho por los niños pequeños
leo esto: "... después de quince años de experiencia, me he convencido de que para los
niños de 2 a 5 años, las guarderías atendidas por maestros bien capacitados (y por un
número suficiente de ellos) son mucho mejores para el niño que estar con su madre
(...) estos niños necesitan cuidado y compañía de los 2 a los 5 años, y la mayoría de
las madres tal vez les den demasiado de una de esas cosas o de ambas..." ¿Será
cierto esto?


El tema de la relación entre los niños y sus madres no puede ser estudiado bien de
cerca, y los problemas vinculados a la evacuación pueden volverse útiles si nos obligan
a realizar un estudio más a fondo.


Es un tema vasto, pero hay ciertas cosas que se destacan con claridad, y una de ellas
es que cuanto menor sea la edad del niño más peligroso es separarlo de su madre.


Hay dos maneras de enunciar esto, que en un principio parecen muy diferentes entre
sí. Una es que cuanto menor es el niño, menos capaz es de mantener viva dentro de él
la idea de que es una persona; vale decir, a menos que vea a esa persona o tenga una
evidencia tangible de su existencia en un lapso de x minutos, horas o días, dicha
persona estará muerta para él.


Un niño de 18 meses era capaz de tolerar la ausencia de su padre gracias a que podía
tener consigo una postal que aquél le había enviado y en la que le había escrito
algunos signos familiares, y llorar con la postal cuando se iba a dormir. Pocos meses
antes no habría sido capaz siquiera de esto, y si su padre hubiese vuelto, para él
habría sido como si hubiese resucitado de entre los muertos.


La otra manera de expresar esto no tiene nada que ver con la edad, sino con la
depresión. Las personas deprimidas de cualquier edad tienen dificultades para
mantener viva la idea de aquellos a quienes quieren, incluso aunque vivan en el mismo
cuarto. Es innecesario tratar de conectar aquí estas dos maneras diferentes de
expresar lo mismo.


Padres no instruidos saben reconocer intuitivamente la importancia de estas cualidades
humanas y otras semejantes, y sin embargo las autoridades responsables de cosas tan
importantes como la evacuación de niños no es raro que las pasen por alto.


Un padre común de clase obrera escribe:



"Le contesto, en nombre de mi esposa, a su carta del 4 de diciembre. Ella fue evacuada
a Carpenders Park con John (de 5 años) y su hermano menor, Philip. Dice que John
parece estar bastante contento y sano.


"Los veo todos los fines de semana, y John me pareció también estar perfectamente
contento hasta hace poco. Pero ahora insiste en ver a su abuela, o sea, a mi madre.
Ella fue evacuada a Dorset, aunque tal vez vuelva pronto. Le he prometido a John que,
siempre y cuando ella vuelva, la va a ver..."



Transcribo a continuación unas anotaciones correspondientes a una consulta
hospitalaria del 12 de diciembre, en cuyo transcurso aparece la opinión manifestada
por una madre común de clase obrera, que vive en Londres.




Tony Banks: 4 años y medio.


La señora Banks trajo a Tony y a su hermana Anne, de 3 años, y se mostró contenta de
que yo estuviese dispuesto a compartir con ella la responsabilidad de las decisiones
que debía tomar, pese a que el hospital estuviese cerrado. En la actualidad, la principal
decisión se refiere a la evacuación. Ella y sus dos niños se marcharon a Northampton
cuando estalló la guerra. Se sentían desdichados en el pequeño alojamiento, donde
debían dormir todos en la misma cama. Estaban allí tan cerca de la ciudad como en su
propia casa, y sentían que tenían que sufrir todas las desventajas de la evacuación sin
ninguna de sus ventajas. Después de un par de semanas se mudaron a otro
alojamiento que resultó muy satisfactorio, salvo que Tony comparte la cama con su
madre. Anne tiene una cuna. Cuando el padre los visita, duerme en la cama con su
esposa y con su hijo.


La familia Banks es muy feliz. El padre quiere mucho a los niños y ellos lo quieren a él.
El tuvo una niñez feliz también, siendo el hijo único de una madre muy cariñosa. La
señora Banks tenía cinco hermanos y su infancia fue feliz excepto por el hecho de que
su padre era muy estricto. Piensa que jamás conoció realmente la felicidad hasta
casarse, momento a partir del cual se dedicó por entero a su esposo e hijos.


Opina la señora Banks que este período de su vida es ese período importante en que
los niños son pequeños y responden tanto a cada uno de los detalles de un buen
manejo en su crianza. Su problema, pues, es tratar de evitar el tener que perder lo que
a su entender es lo mejor de la vida, por temor a algo que tal vez no suceda nunca.
Piensa que sería lógico ausentarse de Londres por unos meses, pero no por tres años.
Ella y su marido se necesitan doblemente, tanto en lo sexual como en lo amistoso, y el
señor Banks los visita todos los fines de semana, por más que de este modo sólo le
queda una pequeña proporción de su sueldo para sus propios gastos; no bebe ni fuma,
y piensa que no está en mala situación económica. La señora Banks sostiene que él
debe ir a verlos una vez por semana porque ellos son pequeños y si él se ausenta por
más tiempo ellos se inquietan, o lo que es peor, lo olvidan. Una vez que el padre debió
tomar el tren apurado Tony dijo: "Papá no me mimó bastante antes de irse", y se quedó
sollozando sin consuelo. También el señor Banks se siente molesto si no ve a su familia
regularmente.


Los chicos hacen tantas preguntas...: "¿Dónde está la abuelita?" (la madre de la
madre), "¿Dónde la tía?", de modo tal que ella decidió volver con ellos una semana y
llevarlos a ver a sus parientes. Esto funcionó bastante bien, pero ella piensa que si
hubiera dejado pasar más tiempo los chicos se habrían desconcertado, y les hubiera
resultado imposible volver a entablar contacto en forma satisfactoria. Por un pedido
especial regresarán todos al alojamiento para Navidad, aunque ella cree que poco
después de Navidad, tras sopesar bien las cosas, decidirá volver a la casa.
Obviamente, el alojamiento es casi ideal, pero la señora Banks dice que por más que
sea casi ideal no es lo mismo que la propia casa.


Cuando le pregunté por Tony y el hecho de que durmiera en la misma cama con ambos
cuando el padre los visita, en primer lugar ella me dijo que el niño está siempre dormido
y por lo tanto nunca es testigo de nada. Afirma que prueba primero, le habla y confirma
que está profundamente dormido. Más adelante me confesó que una vez él se
despertó -quizás su padre lo golpeó sin querer- y le preguntó: "¿Mami, por qué papá se
sacude para arriba y para abajo?", a lo cual ella le contestó "Oh, es que se está
frotando las piernas porque tiene mucho frío", y él volvió a dormirse. Pero durante el día
siguiente formuló gran cantidad de preguntas, principalmente sobre la guerra real. Le
dice a su hermanita: "¡Silencio!, debes quedarte quieta ahora, van a dar las noticias" e
insiste en escuchar las noticias y le inquiere a su madre sobre los puntos que no
comprende. Por ejemplo, si un barco se hunde, ¿cómo hacen los telegrafistas para
enterarse de que se está hundiendo? ¿No se hunde el telegrafista junto con el barco?
Por supuesto, este interés por las noticias tiene que ver con el hecho de que
diariamente se entera de la muerte de personas, y sin duda la madre estaba en lo
cierto al vincular su interés por las noticias con su interés por el acto sexual, que se ve
obligado a tomar en cuenta, por lo menos en su fantasía, y tal vez conscientemente.


Pese a su avanzado desarrollo intelectual se muestra incapaz de vestirse: no puede
abrocharse los botones traseros de su pantaloncito ni los de sus zapatos; tampoco
puede abrir la tapa del inodoro. Asimismo, come con mucha lentitud, tanto en lo que
respecta a llevarse la comida a la boca como al completamiento del acto de la
masticación. Es uno de esos chicos que retienen el alimento en la boca, masticándolo y
masticándolo sin cesar; a veces la madre debe sacarle de la boca un pedazo de carne
que ha estado masticando durante una hora o más.


Tony y su hermana lo pasan bien juntos y no quieren ni oír hablar de que los separen.
Si los dejan totalmente solos se pelean; sus juegos son imaginativos pero tienden a
vincularse con las cuestiones del momento, como las ambulancias y los refugios para
protegerse contra las incursiones aéreas. Juegan a la mamá y al médico, y
reconstruyen escenas de familias que toman el té; el juego preferido de Tony, que él
disfruta interminablemente, es el de los médicos y enfermeras.


El padre se ha impuesto la obligación de liberar a la madre de los chicos los domingos,
y es un convite que todos esperan con anhelo. Se muestra bondadoso con ellos, los
lleva a caminar -a todos les gusta más que pasear en ómnibus- y les pregunta dónde
quieren ir o qué quieren conocer; a todas luces se siente cómodo con los niños.


Este chico ha venido a mi consultorio en el hospital desde que tenía tres años. Estaba
bien hasta que nació su hermana, cuando él tenía 18 meses; a partir de entonces se
puso violentamente celoso, en especial cuando su madre le daba de mamar a la beba.
En esas circunstancias se abalanzaba contra su madre, le tiraba de la falda y trataba
que le diera el pecho a él, o bien se plantaba furioso cuando cambiaba los pañales a la
beba o le preparaba la cuna. Sus celos hacia la nueva niña poco a poco se fueron
convirtiendo en amor y en placer de jugar con ella. Cuando tuvo dos años, Tony sufrió
un ataque de diarrea. El segundo acontecimiento importante de su vida fue la difteria,
cuando tenía alrededor de 3 años. Poco después se notó que desarrollaba la ya
mencionada inhibición para comer, que persistió hasta la fecha, aunque de bebé fue
lindo y comilón. Apareció en él una propensión a una clara depresión. La asistente
social señaló que mientras era bebé se lo había atendido mucho, aunque no en forma
anormal, y que cuando nació la niña su padre se hizo cargo de él en tanto que su
madre se encariñó más con la nueva criatura. En la actualidad, Tony tiene buena salud
física.


El daño que provoca la separación de un niño de su madre es ilustrado por el siguiente
historial clínico:


Eddie, de 21 meses, es el primero y único hijo de unos padres comunes, inteligentes; el
padre es comerciante y la madre fue música profesional hasta casarse.


A los 18 meses Eddie durmió por primera vez en el mismo cuarto con sus padres,
mientras estaban de vacaciones. No quería dormirse si su madre no le hacía mimos. Lo
levantaban a las 10 y lloriqueaba, pero se dormía con bastante facilidad. En diversos
momentos de esas vacaciones tuvo que ser mimado por su excesiva excitación, que
hacía que no se durmiera por su cuenta. Esto se señaló como inusual en su caso, y se
lo atribuyó al hecho de que tenía a su padre, a quien quería mucho, todo el día para él.
En esta etapa no había nunca dificultad para tranquilizarlo, y lo único que se señala es
que necesitaba ser tranquilizado.


Después de estas vacaciones la familia volvió al hogar pero una semana más tarde
estalló la guerra, de modo que Eddie se fue junto con su madre a lo de la madre de
ésta, mientras el padre se quedaba solo. Allí Eddie durmió en la misma habitación que
su madre. En esta etapa comenzó a necesitar mayores cuidados; en apariencia, lo
perturbaba el disloque de la vida de sus progenitores, no obstante lo cual siempre
podía ser confortado. Diez días más tarde, se consideró que ya había conocido lo
bastante a su abuela como para quedarse con ella, mientras la mamá volvía a la casa
para ocuparse del marido; pero por uno u otro motivo, la madre permaneció con éste
un mes. Entonces le escribieron diciéndole que el chico se mostraba enfermizo,
vagamente indispuesto, que estaba cortando dientes. La madre volvió y lo encontró con
fiebre y dolor en las encías. Eddie está cortando sus últimos cuatro dientes de leche. A
la madre le intrigó que estuviera tan molesto por la aparición de los dientes, ya que en
el pasado nunca lo había estado cuando le salieron. Pero lo que más la conmovió fue
que al llegar ella, el niño no la reconoció. Fue afligente para la criatura y un verdadero
golpe para ella, pero esperó pacientemente y a la mañana siguiente se vio
recompensada: el niño pudo reconocerla. También había mejorado notablemente su
estado físico y pudo dormir bien; asimismo, disfrutó charlando mucho a su modo con la
madre. Aparentemente, su estado cambió desde el momento en que pudo reconocerla,
así que era difícil pensar que hubiese padecido en verdad una enfermedad puramente
física. Tres o cuatro días más tarde estaba lo más bien y contento, y viajó a la casa. Al
arribar allí, no pudo al principio ocupar su cuarto porque lo estaba usando un amigo de
la familia, de modo tal que debió dormir con los padres. Reconoció al padre de
inmediato y supo dónde se encontraba, se puso a buscar sus viejos escondites y a
pegar chillidos de júbilo y placer. Estaba muy contento de estar en casa, y la primera
noche durmió bien. La segunda noche no durmió tan bien, y esta dificultad para dormir
fue incrementándose hasta convertirse en un síntoma serio. Después de una semana
pudo volver a su cuarto, que tanto le gusta, y durante las tres noches siguientes durmió
mejor, pero luego la dificultad para dormir comenzó nuevamente. La gravedad del
síntoma hizo que a la postre la madre resolviera traérmelo.


El chico se levantaba y se ponía a gritar durante cuatro horas seguidas; en sus gritos
pasaba de la rabia al terror, y del terror a la desesperación. La madre, una mujer
cariñosa y sensata, se dio cuenta de que algo debía hacer, ya que evidentemente no se
trataba de una cuestión de mal genio. La única forma que encontró fue acunarlo hasta
que se durmiese, pero aun cuando se hubiera dormido profundamente, si ella se
levantaba para salir de la habitación, el niño siempre se despertaba antes de que
llegase a la puerta. De nada valía emplear con él el rigor ni darle explicaciones en
cuanto a que todo estaba bien. Resuelta a no dejarse ganar por él, la madre puso a
prueba su propia firmeza contra la de la criatura, con el resultado de que ambos
quedaron agotados, y cuando se recobraron la situación no había mejorado en nada. Si
ella se negaba a ceder a sus gritos y se iba, él empezaba a pedir por el padre, una vez
perdidas las esperanzas de que ella lo atendiese. Después de escucharlo gritar media
hora seguida ella entraba en el cuarto y lo hallaba en un estado lamentable, enrojecido
y cubierto de lágrimas y además sin haber podido contener las heces. Seguía
lloriqueando hasta que ella lo tomaba entre sus brazos, donde se dormía finalmente,
exhausto. Pero una o dos horas después la pugna se reiniciaba.


Llamaron a un médico clínico, dijo que le estaban saliendo los dientes y aconsejó
aspirina. 


Durante tres noches se calmó pero luego el drama empezó de vuelta, peor que antes.
Ahora bien, en todo este tiempo al niño se lo veía contento durante el día; no se
portaba mal, se mostraba cariñoso y obediente, y podía jugar solo o con su mamá y su
papá. La madre llegó a una solución de compromiso permitiéndole que durmiera en su
cochecito en el cuarto de los padres. Esto era como darle permiso para quedarse allí
pero sin que ello significase una estada permanente. A esta altura la madre se hallaba
en un estado de gran incertidumbre, necesitada de ayuda. Declaró: "No siempre puedo
ser firme con él, aunque debiera serlo, porque los vecinos del departamento de arriba
se han quejado mucho de su llanto". Era urgente aclarar este problema porque un mes
más tarde la familia debía mudarse a una casa de los suburbios, en cuyo caso el niño
no sólo iba a perder la guardería conocida sino además a la empleada doméstica, que
lo entendía muy bien pero que en esta etapa ya era incapaz de provocar en él un
estado anímico que le permitiese a su madre salir del cuarto cuando estaba dormido.
La madre confesó estar desesperada; sentía que todo lo que le había enseñado al niño
se había volado como llevado por el viento. Si le daba una palmada en la cabeza
repitiéndole: ";Qué chico malo!", él se daba una palmada a su vez, como si le quisiera
decir a su madre que todo eso ya lo conocía y que no necesitaba seguir insistiendo.
Además, se había habituado a hacer rechinar sus dientes.


El examen mostró que Eddie no pudo hacer frente fácilmente al reencuentro con su
madre a raíz de que durante el lapso en que estuvieron separados la había odiado, y ni
su presencia ni su sonrisa le daban la seguridad de que ella iba a permanecer viva y a
quererlo a pesar del odio que él le tenía.


Que este trastorno se resolviese con la ayuda profesional no modifica el hecho de que
el niño no pudo recobrarse con facilidad del trauma que le causara la separación de la
madre.


Sin olvidar en absoluto el daño físico que pueden causar las incursiones aéreas a los
niños, y sin subestimar el perjuicio que puede provocarles ver a los adultos con miedo o
asistir a la destrucción material, sería útil reiterar algo muy conocido: que no son sólo
motivos de comodidad y conveniencia los que hablan en favor de la unidad familiar.
Hay algo más: de hecho, la unidad de la familia le ofrece al niño una seguridad sin la
cual no puede realmente vivir, y en el caso de un niño pequeño la falta de ella no puede
dejar de interferir en su desarrollo emocional ni de empobrecer su personalidad y su
carácter.

Nota sobre la relación entre la madre y el feto,


1960
Sin fecha; escrito probablemente a mediados de la década de 1960.

Hay muchas formas de poner en palabras la relación de una madre con el bebé que porta y lleva
consigo. En primer lugar, por supuesto, está la simple formulación biológica.
En los escritos psicoanalíticos hay copiosas referencias a las fantasías conscientes e
inconscientes de la madre acerca de su hijo. A menudo encontramos que el término "bebé" es
equiparado al pene, a las heces, al dinero o al mobiliario, a las almohadas, etc., etc. También
escuchamos decir que la madre se identifica con su bebé, y que identifica al bebé con uno u otro
de sus progenitores; y es posible que se explique, según estos lineamientos, el amor, odio y temor
del bebé.

La relación entre la madre y el feto puede también enunciarse con provecho en los siguientes
términos: si la capacidad biológica de la madre para producir un bebé vivo real y total se
representa con un 100 %, se podrá describir con un porcentaje aproximado su capacidad
psicológica. Con esto quiero decir que ninguna madre es ciento por ciento capaz de producir en
su fantasía un niño vivo total. Algunas, incluso, apenas tienen un 50 % de esta capacidad; y es
dable imaginar su confusión cuando se ven ante un bebé que, según les dicen, ellas han traído al
mundo, y en lo cual, sin embargo, no creen totalmente. Para ellas sólo esa medias humano; a
medias vivo, a medias completo o a medias sano. Se podría caer en pedazos si no lo mantuvieran
sujeto con la ropa. Quizás el vientre está lleno de aire en vez de tripas, o quizá no tenga nada
adentro, salvo pis y caca. O bien puede ocurrir que tenga una de las malformaciones bien
conocidas: agua en el cerebro, fisura en el paladar, pie deforme, o los llamados estigmas de
degeneración. Podría ser un monstruo.

En cualquier caso, no es "él" ni "ella", sino ESO.

Y si el bebé efectivamente nace con un defecto o deformidad, el daño que ello causa ala madre y
el padre tal vez sea llamativo, ya que constituye lo opuesto a la tranquilidad frente al temor de
ser incapaz de producir un ser ciento por ciento humano. Sé de un caso en que la enfermedad de
un hombre databa del momento en que su esposa había dado a luz a un monstruo.

La lactancia brinda a la madre (y vicariamente al padre) una segunda oportunidad. El


amamantamiento y la crianza personal le hacen sentir a una madre que su hijo es real -quiero
decir en el caso de que previamente lo hubiese dudado a raíz de no contar con un ciento por
ciento de capacidad para producir un bebé en la fantasía-.

Los abortos suelen ser testimonio de esto. Supongamos que un aborto dé tres meses representa
un 33,3 % de esa capacidad. Si la embarazada está en análisis, y su analista no logra dar a tiempo
con la interpretación de las fantasías que ella tiene sobre su interior (y sobre el interior de los
otros), la paciente puede abortar casi como un acto de sinceridad. Es como si nos estuviera
diciendo que sería una falsedad que ella continuase con el embarazo y produjera un bebé
completo. La única esperanza reside en que el analista pueda traer al análisis las fantasías acerca
del interior, y enfrentar así al interior biológico desde la perspectiva de su función secundaria
como depósito de una fantasía conscientemente repudiada.
La clave para el análisis de este aspecto de la maternidad es la interpretación de la relación de la
fantasía con el funcionamiento orgástico (principalmente oral) en la situación transferencial. De
esta manera, el mundo interior de la fantasía llega a sentirse real, como algo que no es preciso
mantener secreto, algo de lo cual el individuo puede apropiarse; y al mismo tiempo, el analista
asiste a la desaparición de la compulsión previa de la paciente a ubicar dentro del vientre el
material de la fantasía postincorporativa.

La función biológica puede entonces proseguir sin perturbaciones, y la madre llevar su feto a
término sin necesidad de enfermarse, ni siquiera en el triste caso de dar a luz un bebé deforme.

Preocupación maternal primaria


-1956-
Esta aportación ha sido estimulada por el trabajo publicado en Psychoanalytic
Study of the Child, volumen IX, bajo el encabezamiento: «Problemas de la neurosis
infantil». Las diversas aportaciones de la señorita Freud a este trabajo contribuyen
a un importante planteamiento de la teoría psicoanalítica actual en su relación con
las etapas más precoces de la vida infantil y de la instauración de la personalidad.

Deseo desarrollar el tema de la primitiva relación madre-hijo, tema de máxima


importancia al principio y que sólo gradualmente queda desplazado a un segundo
plano por el tema del pequeño en tanto ser independiente.

En primer lugar, necesito acordar con lo que manifiesta la señorita Freud bajo el
título «Errores actuales del concepto». «Las desilusiones y las frustraciones son
inseparables de la relación madre-pequeño”. Echarles a las limitaciones maternas
durante la fase oral la culpa de la neurosis infantil no es más que una cómoda y
engañosa generalización. El análisis debe profundizar más en busca de la causa de la
neurosis.» Con estas palabras la señorita Freud expresa una opinión que los
psicoanalistas comparten en general.

Pese a ello, es mucho lo que podemos ganar si tenemos en cuenta la posición de la


madre. Hay algo que puede denominarse «medio no suficiente o insatisfactorio»,
algo que deforma el desarrollo del pequeño, del mismo modo que existe un medio
bueno o suficiente que permite que el niño, en cada fase, alcance las apropiadas
satisfacciones innatas así como las angustias y conflictos.

Anna Freud nos recuerda que nos es posible pensar en un patrón pregenital en
términos de dos personas que se unen para lograr lo que por amor a la brevedad
llamaremos «equilibrio homeostático» (Mahler, 1954). A veces recibe también la
denominación de «relación simbiótica». A menudo se afirma que la madre de un
pequeño está biológicamente condicionada para su misión de especial orientación
hacia las necesidades del pequeño. Utilizando un lenguaje más sencillo, diré que
existe una identificación -consciente pero también profundamente inconsciente-
entre la madre y el pequeño.

Creo que hay que juntar estos conceptos diversos y que debe rescatarse el estudio de
la madre de lo que es puramente biológico. El término «simbiosis» no nos conduce
más allá que a la comparación de la relación madre-hijo con otros ejemplos de
interdependencia en zoología y botánica. Las palabras «equilibrio homeostático»
tampoco incluyen algunos de los puntos que se presentan ante nuestros ojos si
examinamos esta relación con el cuidado que la misma se merece.

Lo que nos interesa son las grandes diferencias psicológicas que hay entre, por un
lado, la identificación materna con el niño, y por otro, la dependencia del niño con
respecto a la madre; esta última no implica identificación, ya que la identificación es
un complejo estado de cosas inaplicable a las primeras fases de la infancia.

Anna Freud nos demuestra que hemos superado aquella burda fase de la teoría
psicoanalítica en la que nos expresábamos como si para el pequeño la vida empezase
con la experiencia instintiva oral. Ahora nos hallamos ocupados en el estudio del
desarrollo precoz y del self precoz, al que si el desarrollo ha avanzado lo suficiente,
las experiencias del ello pueden más bien reforzar que interrumpir.

Desarrollando el tema del término «anaclítico» utilizado por Freud, la señorita


Freud dice: «La relación con la madre, si bien es la primera relación con un ser
humano, no es la primera relación que el pequeño establece con el medio. Lo que la
precede es una fase anterior en la que las necesidades no son del mundo objetal sino
del cuerpo, y cuya satisfacción o frustración juegan un papel decisivo».

Por cierto, creo que la introducción de la palabra «necesidad» en vez de «deseo» ha


tenido gran importancia en nuestras teorías, pero ojalá la señorita Freud no hubiese
empleado las palabras «satisfacción» y «frustración» en este contexto; una
necesidad o bien se satisface o no, y el efecto no es el mismo que el de la satisfacción
o frustración de un impulso del ello.

Quisiera referirme a lo que Greenacre (1954) denomina el tipo «arrullador» de


placeres rítmicos. Aquí nos hallamos ante un ejemplo de necesidad que es satisfecha
o no, pero sería una deformación decir que el pequeño que no es arrullado reacciona
igual que ante una frustración. Ciertamente, más que ira se produce cierta
deformación del medio en una fase precoz.

Sea como fuere, me parece que hace tiempo que debería haberse hecho un estudio
más amplio de la función materna en la fase más precoz, por lo que deseo unir las
diversas sugerencias y presentar una teoría para su debate.

La preocupación maternal

Mi tesis es que en la fase más precoz estamos tratando con un estado muy especial de la madre,
una condición psicológica que merece un nombre, como puede ser el de preocupación maternal
primaria. Sugiero que la literatura psicoanalítica no ha rendido tributo suficiente a una condición
psiquiátrica muy especial de la madre acerca de la cual deseo decir lo siguiente:

Gradualmente se desarrolla y se convierte en un estado de sensibilidad exaltada durante el


embarazo y especialmente hacia el final del mismo.

Dura unas cuantas semanas después del nacimiento del pequeño.


No es fácilmente recordado por la madre una vez que se ha recobrado del mismo.

Iría aún más lejos y diría que el recuerdo que de este estado conservan las madres tiende a ser
reprimido.

Este estado organizado (que sería una enfermedad si no fuese por el hecho del embarazo) podría
compararse con un estado de replegamiento o de disociación, o con una fuga o incluso con un
trastorno a un nivel más profundo, como por ejemplo un episodio esquizoide en el cual algún
aspecto de la personalidad se haga temporalmente dominante. Me gustaría encontrar una buena
forma de denominar este estado y proponerla para que se tuviese en cuenta en todas las
referencias a la fase más precoz de la vida del pequeño. No creo que sea posible comprender el
funcionamiento de la madre durante el mismo principio de la vida del pequeño sin ver que la
madre debe ser capaz de alcanzar este estado de sensibilidad exaltada, casi de enfermedad, y
recobrarse luego del mismo. (Utilizo la palabra «enfermedad» porque una mujer debe estar sana,
tanto para alcanzar este estado como para recobrarse de él cuando el pequeño la libera. Si el
pequeño muriese, el estado de la madre se manifestaría repentinamente en forma de enfermedad.
La madre corre este riesgo.)

He dado a entender esto en el término «dedicada» dentro de las palabras «madre corriente
dedicada» (Winnicott, 1949). Ciertamente, hay muchas mujeres que son buenas madres en todos
los demás aspectos y que son capaces de llevar una vida rica y fructífera pero que no pueden
alcanzar esta «enfermedad normal» que les permite adaptarse delicada y sensiblemente a las
necesidades del pequeño en el comienzo; o bien lo consiguen con uno de sus hijos pero no con
los demás. Tales mujeres no son capaces de preocuparse de su propio pequeño con exclusión de
otros intereses, de una forma normal y temporal. Puede suponerse que en algunas de estas
personas se produce una «huida hacia la cordura». Ciertamente, algunas de ellas tienen otras
preocupaciones muy importantes que no abandonan fácilmente o que tal vez no sean capaces de
abandonar hasta haber tenido sus primeros bebés. Cuando una mujer tiene una fuerte
identificación masculina se encuentra con que le es muy difícil cumplir con esta parte de su
función materna, y la envidia reprimida del pene deja poco espacio para la preocupación materna
primaria.

En la práctica, el resultado consiste en que tales mujeres, una vez que han tenido un niño, pero
habiéndoseles escapado la primera oportunidad, se encuentran ante la tarea de compensar lo
perdido. Pasan un largo período para adaptarse estrechamente a las crecientes necesidades del
pequeño y no es seguro que consigan reparar la deformación precoz. En lugar de dar por sentado
el buen efecto de la preocupación precoz y temporal, se encuentran atrapadas en la necesidad de
terapia del pequeño, es decir, la necesidad de un prolongado periodo de adaptación a la necesidad
o de mimos. En vez de madres, son terapeutas.

Al mismo fenómeno se refieren Kanner (1943), Loretta Bender (1947) y otros que han tratado de
describir el tipo de madre que es susceptible de producir un «niño autista» (Creak, 1951; Mahler,
1954).

Es posible establecer una comparación entre la tarea de la madre, en lo que hace a la


compensación de su pasada incapacidad, y la tarea de la sociedad que intenta (a veces con éxito)
conseguir la identificación social de un niño desposeído que se halla en estado antisocial. Esta
labor de la madre (o de la sociedad) encierra una fuerte tensión debido a que no se realiza de
manera natural. La tarea que se emprende tiene su lugar apropiado en una fase anterior, en este
caso aquella en la que el pequeño sólo empezaba a existir como individuo.

Si es aceptable esta tesis del estado especial en que se halla la madre y su recuperación del
mismo, entonces podremos examinar con mayor detenimiento el estado correspondiente en que
se halla el pequeño.

El pequeño tiene:
Una constitución.
Tendencias innatas al desarrollo («zona libre de conflictos en el yo»).
Movilidad y sensibilidad.
Instintos, involucrados en la tendencia al desarrollo con cambios en la dominancia zonal.

La madre que alcanza el estado que he llamado «preocupación maternal primaria» aporta un
marco en el que la constitución del pequeño empezará a hacerse evidente, en el que las
tendencias hacia el desarrollo empezarán a desplegarse y en el que el pequeño experimentará
movimientos espontáneos y se convertirá en poseedor de las sensaciones que son apropiadas a
esta fase precoz de la vida. En este contexto no es necesario hacer referencia a la vida instintiva,
ya que lo que estoy tratando empieza antes de la instauración de los patrones instintivos.

He procurado describir todo esto utilizando mi propio lenguaje, diciendo que si la madre aporta
una adaptación suficiente a la necesidad, la vida del pequeño se ve muy poco turbada por las
reacciones ante los ataques. (Naturalmente, lo que cuenta son las reacciones ante los ataques y no
los ataques mismos.) Los fracasos maternos producen fases de reacción ante los ataques y estas
reacciones interrumpen la continuidad existencial del pequeño. Cualquier exceso en tales
reacciones produce, no la frustración, sino la amenaza de aniquilamiento. Esto, a mi modo de
ver, es una angustia primitiva muy real, muy anterior a cualquier angustia en cuya descripción
intervenga la palabra «muerte».

Dicho de otro modo, la base para la instauración del yo la constituye la suficiencia de la


continuidad existencial, no interrumpida por las reacciones ante los ataques. La suficiencia de la
continuidad existencial sólo es posible al principio si la madre se halla en el estado que les he
sugerido y que es algo muy real cuando la madre sana se halla cerca del final del embarazo y en
las primeras semanas después del nacimiento del bebé.

Sólo si la madre se halla sensibilizada tal como acabamos de exponer, podrá ponerse en el lugar
del pequeño y, de este modo, satisfacer sus necesidades. Éstas, al principio son corporales, pero
paulatinamente pasan a ser necesidades del yo, a medida que la psicología va naciendo de la
elaboración imaginativa de la experiencia física.

Empieza a existir una relación yoica entre la madre y el pequeño, relación de la que la madre se
recupera, y a partir de la cual el niño puede a la larga edificar en la madre la idea de una persona.
Visto desde este ángulo, el reconocimiento de la madre en tanto que persona viene de manera
positiva, normalmente, y no surge de la experiencia de la madre como símbolo de la frustración.
El fracaso de adaptación materna en la fase más precoz no produce otra cosa que la aniquilación
del self del pequeño.

En esta fase, el niño no percibe de ningún modo lo que la madre hace bien. Esto, según mi tesis,
es un hecho. Sus fracasos no son percibidos en forma de fracasos maternos, sino que actúan
como amenazas a la autoexistencia personal.

Recurriendo al lenguaje de estas consideraciones, la construcción precoz del yo es, por


consiguiente, silenciosa. La primera organización del yo procede de la experiencia de amenazas
de aniquilación que no conducen a la aniquilación y con respecto a las cuales hay recuperación
repetidas veces. Partiendo de tales experiencias la confianza en la recuperación comienza a ser
algo que lleva a un yo y a una capacidad del yo para enfrentarse con la frustración.

Espero que les parezca que esta tesis contribuye al tema del reconocimiento de la madre como
madre frustrante por parte del pequeño. Esto es cierto más adelante, pero no lo es en esta fase
precoz. Al principio, la madre que falla no es percibida como tal. A decir verdad, el
reconocimiento de la dependencia absoluta de la madre y de la capacidad de ésta para la
preocupación primaria, o comoquiera que se llame, es algo que pertenece a la extrema
sofisticación y a una fase que los adultos no siempre alcanzan. El fallo general de
reconocimiento de dependencia absoluta al principio contribuye al temor a la MUJER que es
propio tanto de hombres como de mujeres (Winnicott, 1950, 1957a).

Ahora podemos decir por qué creemos que la madre del bebé es la persona más idónea para el
cuidado de éste; es ella quien puede alcanzar ese estado especial de preocupación maternal
primaria sin caer enferma. Pero una madre adoptiva, o cualquier mujer que pueda estar enferma
en el sentido de preocupación primaria, también puede estar en condiciones de producir una
adaptación suficiente, gracias a cierta capacidad para la identificación con el bebé.

De acuerdo con esta tesis, un medio suficiente en la primera fase permite que el pequeño
comience a existir, a tener experiencia, a construirse un yo personal, a dominar los instintos, y a
enfrentarse con todas las dificultades inherentes a la vida. Todo esto le parece real al pequeño,
que es capaz de poseer un self que, a la larga, incluso puede permitirse sacrificar la
espontaneidad, incluso morir.

Por el contrario, sin una inicial provisión ambiental satisfactoria este self capaz de morir jamás se
desarrolla. La sensación de realidad se halla ausente y si no hay demasiado caos la sensación
definitiva es de futilidad. Las dificultades inherentes a la vida son inalcanzables, y no digamos
las satisfacciones. Si no hay caos, aparece un falso self que oculta al verdadero self, que se
aviene a las exigencias, que reacciona ante los estímulos, que se libra de las experiencias
instintivas teniéndolas, pero que únicamente estará ganando tiempo.

Se verá que, según esta tesis, es más probable que los factores constitucionales se manifiesten en
la normalidad, allí donde el medio en la primera fase haya sido el adecuado. A la inversa, allí
donde haya habido un fracaso en esta primera fase, el pequeño se ve atrapado en unos primitivos
mecanismos de defensa (falso self, etc.), que corresponden al temor a la aniquilación, y los
elementos constitucionales tienden a verse sojuzgados (a menos que sean físicamente
manifiestos).

Es necesario, al llegar aquí, dejar sin desarrollar el tema de la introyección que el pequeño
realiza, de los patrones de enfermedad de la madre, si bien se trata de un tema de gran
importancia en consideración al factor ambiental de las fases siguientes, después de la primera
fase de dependencia absoluta.

Al reconstruir el desarrollo precoz de un pequeño, no sirve de nada hablar de instintos, excepto


sobre la base del desarrollo del yo.

Se registra una divisoria:


Madurez del yo: las experiencias instintivas refuerzan el Yo.
Inmadurez del yo: las experiencias instintivas interrumpen el yo.

Aquí, el yo implica una suma de experiencias. El self individual empieza como una suma de la
experiencia inactiva, de la movilidad espontánea, y de la sensación, regreso de la actividad al
descanso, y la gradual instauración de una capacidad para aguardar la recuperación de la
aniquilación; aniquilación resultante de las reacciones ante los ataques del medio ambiente. Por
esta razón, el individuo necesita empezar en el medio ambiente especializado al que me he
referido bajo el encabezamiento de «Preocupación maternal primaria».

El primer año de vida


(1958)
Criterios modernos sobre el desarrollo emocional
 
Introducción
Es mucho lo que sucede durante el primer año de vida de la criatura .humana, pues el desarrollo
emocional comienza desde el primer momento. En un estudió sobre la evolución de la
personalidad y el carácter no es posible ignorar los acontecimientos de primeras horas y días
(incluso la última parte de la vida prenatal, cuando el niño es viable, e incluso la experiencia del
parto puede ser significativa.

El mundo ha seguido girando a pesar de nuestra ignorancia sobre estas cuestiones, simplemente
porque en la madre de un bebé hay algo que la hace particularmente apta para protegerlo durante
esa etapa de vulnerabilidad, y que le permite contribuir positivamente a las necesidades del bebé.
La madre puede cumplir esta tarea si se siente segura, si se siente amada en su relación con el
padre del niño y con su familia en general, y también aceptada en los círculos más amplios que
constituyen la sociedad.

Podríamos seguir dejando la tarea del cuidado infantil en manos de la madre, cuya capacidad no
se funda en el conocimiento, sino en una actitud afectiva que adquiere a medida que el embarazo
avanza, y que pierde gradualmente cuando el niño crece fuera de su cuerpo. Con todo, hay
razones por las que podría resultar conveniente estudiar lo que sucede en las tempranas etapas
del desarrollo de la personalidad infantil. Por ejemplo, en calidad de médicos y enfermeras hay
ocasiones en que resulta inevitable interferir la relación madre-niño para tratar las anormalidades
físicas de este último, y es preciso saber qué es exactamente lo que se está interfiriendo. Además,
el estudio físico de la primera infancia ha dado ricos frutos en los últimos 50 años, y no sería raro
que un interés similar por el desarrollo emocional produjera resultados aún más provechosos. Un
tercer motivo sería que algunos padres no pueden proporcionar al niño condiciones
suficientemente buenas en el momento en que aquél nace, debido a alguna perturbación social,
familiar o personal, y entonces se espera que médicos y enfermeras estén en condiciones de
comprender y de curar, e incluso de prevenir, tal como muchas veces lo hacen en los casos de
enfermedad física. El pediatra tendrá cada vez más necesidad de conocer los aspectos
emocionales, tal como en la actualidad conoce todo lo relativo al aspecto físico del crecimiento
infantil.

Y existe un cuarto motivo para justificar el estudio del crecimiento emocional temprano: a
menudo resulta posible descubrir y diagnosticar trastornos emocionales en la primera infancia,
incluso durante el primer año de vida. Evidentemente, el momento adecuado para el tratamiento
de ese trastorno es su etapa inicial, pero no consideraré aquí este tema.

Tampoco haré referencia alguna a la anormalidad o la enfermedad física, o al crecimiento mental


como tendencia del desarrollo, afectada por factores hereditarios. Para nuestros fines actuales,
puede suponerse que el niño es físicamente sano y potencialmente sano en el aspecto mental, y lo
que quiero examinar es el significado de esta potencialidad. ¿Qué es potencial en el momento de
nacer y qué aspectos se han vuelto reales al cabo de un año? Supongo también la existencia de
una madre, una madre bastante sana como para actuar naturalmente como tal. Debido a la
extrema dependencia emocional del niño, el desarrollo o la vida de un bebé no puede
considerarse al margen del cuidado que se le prodiga.
A continuación mencionaré una serie de formulaciones, todas ellas breves, que quizás servirán
para indicar a quienes se interesan en el cuidado infantil, que el desarrollo emocional durante el
primer año de vida establece la base de la salud mental en el individuo humano.
Tendencia innata al desarrollo
En el nivel psicológico hay una tendencia innata al desarrollo que corresponde al crecimiento del
cuerpo y al desarrollo gradual de las funciones. Así como el bebé suele sentarse cuando tiene
unos 5 ó 6 meses, y camina cuando cumple aproximadamente un año, y quizás por esa época ya
dice dos o tres palabras, del mismo modo hay un proceso evolutivo en el desarrollo emocional.
Con todo, no nos es dado observar este crecimiento natural, a menos que las condiciones sean
bastante buenas, y parte de nuestra dificultad consiste, precisamente, en definir qué entendemos
por condiciones bastante buenas. En lo que sigue, será necesario dar por sentado el proceso
ontogenético y las bases neurofisiológicas de la conducta.
Dependencia
El profundo cambio que se observa en el primer año de vida apunta al logro de la independencia.
Ésta se logra a partir de la dependencia, pero es necesario agregar que esta última se alcanza a
partir de lo que podríamos llamar doble dependencia. Al comienzo hay una dependencia total
con respecto al medio físico y emocional dado que el niño no tiene ninguna conciencia de ella.
Gradualmente, comienza a percibirla y, en consecuencia, adquiere la capacidad para hacer saber
a su medio cuándo necesita recibir atención. Clínicamente hay un proceso muy gradual hacia la
independencia, aunque la dependencia, e incluso la doble dependencia, siempre reaparecen. La
madre puede adaptarse a las necesidades variables y crecientes de su hijo en éste y en otros
aspectos.

Cuando tiene un año de vida, el bebé ya se ha vuelto capaz de mantener viva la idea de la madre,
y también del cuidado infantil al que se ha acostumbrado, durante un cierto período de tiempo,
quizás diez minutos, una hora, o más aún.

Con todo, lo que encontramos al cabo de un año es sumamente variable, no sólo de un niño a
otro, sino también en una misma criatura. El logro de un cierto grado de independencia puede
perderse y recuperarse una y otra vez, y a menudo un niño vuelve a la dependencia después de
haberse mostrado claramente independiente.

Este progreso desde la doble dependencia a la dependencia, y de ésta a la independencia, no sólo


constituye una expresión de la tendencia innata a crecer, sino que no puede tener lugar a menos
que alguien haga una adaptación muy sensible a las necesidades del niño. Sucede que la madre
es la persona más apta para cumplir esta tarea delicada y constante, porque nadie como ella
puede dedicarse a esta causa con tanta naturalidad y tal ausencia de resentimiento.
Integración
El observador puede comprobar desde el comienzo que un bebé ya es un ser humano, una
unidad. Al cumplir un año, la mayoría de las criaturas han alcanzado el status de individuo; en
otras palabras, la personalidad ha llegado a integrarse. Desde luego, esto no ocurre
permanentemente pero, en ciertos momentos, durante ciertos períodos y en determinadas
relaciones, el bebé de un año ya es una persona total. Pero la integración no es algo que pueda
darse por sentado, sino que debe desarrollarse gradualmente en cada bebé. No se trata
simplemente de una cuestión neurofisiológica, pues para que este proceso tenga lugar deben
existir ciertas condiciones ambientales que son, de hecho, las que dependen de la madre.

La integración aparece gradualmente a partir de un estado primario no integrado. Al principio, el


niño es una serie de fases de motilidad y percepciones sensoriales. Resulta casi seguro que el
descanso significa para él un regreso al estado no integrado, lo cual no es necesariamente
atemorizante, debido a la sensación de seguridad que le proporciona la madre; a veces, seguridad
significa simplemente sentirse firmemente sostenido. Tanta en el aspecto físico como en formas
más sutiles, la madre o el medio mantiene integrado al niño, y la no integración puede ocurrir
junto con la reintegración sin que surja la ansiedad.

La integración parece estar vinculada con las experiencias afectivas o emocionales más
definidas, tales como la rabia o la excitación de una mamada. Gradualmente, a medida que la
integración se convierte en un hecho establecido y el niño, en una unidad cada vez más cohesiva,
la anulación de lo conseguido se convierte en desintegración más que en no integración. La
desintegración es penosa.

El grado en integración al cumplir un año es variable: algunos niños ya poseen a esa edad una
fuerte personalidad, un self con las características personales exageradas; otros, ubicados en el
extremo opuesto, no han adquirido aún una personalidad tan definida y siguen dependiendo en
alto grado del cuidado permanente.
Personalización
El niño de un año vive firmemente en el cuerpo. La psiquis y el soma han llegado a una suerte de
acuerdo recíproco. El neurólogo diría que el tono corporal es satisfactorio y que la coordinación
del niño es buena. Esta situación, en la que psiquis y soma están íntimamente relacionados entre
sí, se desarrolla a partir de las etapas iniciales en las que la psiquis inmadura, aunque basada en
el funcionamiento corporal, no está estrechamente ligada al cuerpo y a la vida del cuerpo.
Cuando se proporciona al niño un grado razonable de adaptación a sus necesidades, se ofrecen
las mejores oportunidades para el temprano establecimiento de una firme relación entre la
psiquis y el soma. En caso contrario, la psiquis tiende a desarrollar una existencia que sólo está
vagamente relacionada con la experiencia corporal, con el resultado de que las frustraciones
físicas no siempre se experimentan con plena intensidad.

Incluso si es sano, el niño de un año está firmemente arraigado en el cuerpo sólo en determinadas
ocasiones. La psiquis de un niño normal puede perder contacto con el cuerpo, y hay fases en las
que al niño no le resulta fácil regresar repentinamente al cuerpo como, por ejemplo, cuando
despierta de un sueño profundo. Las madres saben todo esto, y despiertan gradualmente al bebé
antes de levantarlo, a fin de no provocar los alaridos de pánico que podrían ser el resultado de un
cambio en la posición del cuerpo en un momento en que la psiquis está ausente de él. Esta
ausencia de la psiquis puede estar clínicamente asociada con palidez, momentos en que el niño
transpira y está muy frío, e incluso vómitos. En esa etapa, la madre puede pensar que su hijo se
está muriendo, pero ya antes de que llegue el médico se ha producido un retorno tan completo a
la salud normal que el médico no puede comprender qué alarmó a la madre. Naturalmente, el
médico clínico sabe más acerca de este síndrome que el especialista.
Mente y psique-soma
Cuando el bebé tiene aproximadamente un año, ya se han desarrollado claramente los rudimentos
de la mente, la cual significa algo completamente distinto de la psiquis, pues ésta se relaciona
con el soma y el funcionamiento corporal, y la mente depende de la existencia y el
funcionamiento de esas partes del cerebro que se desarrollan después (en la filogénesis) que las
partes vinculadas con la psiquis primitiva. (La mente es la que gradualmente hace posible que el
niño aguarde a que se lo alimente, debido a los ruidos que le indican que ello ha de ocurrir. Este
es un ejemplo burdo del uso de la mente.)

Cabría decir que, al comienzo, la madre debe adaptarse casi exactamente a las necesidades del
niño, a fin de que la personalidad infantil se desarrolle sin distorsiones. Con todo, la madre puede
permitirse fallas en su adaptación, porque la mente y los procesos intelectuales del niño le
permiten entender y tolerar fallas en la adaptación. Así, la mente es la aliada de la madre y asume
parte de la función de esta última. En el cuidado de un niño, la madre depende de los procesos
intelectuales de aquél, y gracias a ellos puede recuperar gradualmente vida propia.

Por supuesto, hay otras formas en que se desarrolla la mente. Una de sus funciones consiste en
catalogar los acontecimientos y en almacenar recuerdos y clasificarlos. Gracias a la mente, el
niño puede utilizar el tiempo como una medida y también medir el espacio, y relacionar las
causas con los efectos.

Resultaría instructivo comparar el condicionamiento en relación con la mente y con la psiquis,


pues ello podría arrojar luz sobre las diferencias entre ambos fenómenos, tan a menudo
confundidos.

Evidentemente, hay grandes variaciones de un niño a otro en cuanto a la capacidad de su mente


para ayudar a la madre en su manejo. La mayoría de las madres pueden adaptarse a la capacidad
mental buena o deficiente de cada niño, y seguir el ritmo, rápido o lento, de cada bebé. Pero
también es muy factible que una madre apresurada deje atrás a un hijo cuya capacidad intelectual
es limitada, y también que el niño muy rápido pierda contacto con una madre lenta.

A una determinada edad, el niño se hace capaz de tolerar las características de la madre y, así, de
alcanzar una independencia relativa con respecto a su incapacidad para adaptarse a sus
necesidades, pero ello no suele ocurrir antes de que hayan transcurrido los primeros doce meses.

Fantasía e imaginación
La característica del bebé humano es la fantasía, que puede entenderse como la elaboración
imaginativa de la función física. La fantasía no tarda en volverse infinitamente compleja, pero es
probable que al comienzo sea limitada desde el punto de vista cuantitativo. La observación
directa no permite evaluar la fantasía de un niño muy pequeño, pero cualquier tipo de juego
indica su existencia.

Conviene seguir el desarrollo de la fantasía mediante una clasificación artificial:

I) Simple elaboración de la función.

II) Separación en: anticipación, experiencia y recuerdo.

III) Experiencia en términos del recuerdo de la experiencia.

IV) Localización de la fantasía dentro o fuera del self, con intercambio y constante
enriquecimiento recíproco.
V) Construcción de un mundo personal o interno, con sentido de la responsabilidad con respecto
a lo que existe y sucede allí.

VI) Separación de la conciencia de lo que es inconsciente. El inconsciente incluye aspectos tan


primitivos de la psiquis que jamás se vuelven conscientes, y también aspectos de la psiquis o del
funcionamiento mental que se vuelven inaccesibles como defensa frente a la ansiedad (llamado
el inconsciente reprimido).

La fantasía evoluciona considerablemente en el curso del primer año de vida. Es importante


recordar que aunque éste, como todo otro desarrollo, tiene lugar como parte de la tendencia
natural a crecer, la evolución se ve detenida o distorsionada a menos que existan ciertas
condiciones, cuya naturaleza es posible estudiar e incluso formular.
Realidad personal (interna)
El mundo interno del individuo se convierte en una organización definida al finalizar el primer
año de vida. Los elementos positivos derivan de los patrones de la experiencia personal, en
particular de la naturaleza instintiva, interpretados en forma personal y, en última instancia,
basados en las características heredadas congénitas del individuo (en la medida en que han
aparecido ya tan temprano). Esta muestra del mundo que es personal para el niño se va
organizando de acuerdo con complejos mecanismos que tienen como propósito:

I) preservar lo que se siente como "bueno" es decir, aceptable y fortalecedor del self (el yo);

II) aislar lo que se experimenta como "malo", es decir, inaceptable, persecutorio o inyectado
desde la realidad externa sin aceptación (trauma);

III) preservar un área en la realidad psíquica personal, en la que los objetos tienen interrelaciones
vivas, excitantes e incluso agresivas, a la vez que afectuosas.

Hacia fines del primer año de vida, existen ya comienzos de defensas secundarias destinadas a
manejar el derrumbe de la organización primaria; por ejemplo, una sordina general en toda vida
interior, cuya manifestación clínica es el estado de ánimo depresivo, o una proyección masiva en
la realidad externa de elementos del mundo interno, cuya manifestación clínica es una actitud
paranoide frente al mundo, como lo revelan los caprichos con respecto a la comida, por ejemplo,
el rechazo de la nata en la leche.
La visión que el niño tiene del mundo exterior está basada, en gran parte, en el patrón de la
realidad interna personal, y cabe señalar que la conducta concreta del medio con respecto a un
niño se ve en cierta medida afectada por las expectativa positivas y negativas de aquél.
Vida instintiva
Al comienzo, la vida instintiva del niño está basada en las funciones relacionadas con la
alimentación. Predominan los intereses vinculados con las manos y la boca pero, gradualmente,
las funciones excretorias también comienzan a participar. A una determinada edad, quizás
alrededor de los cinco meses, el niño ya puede relacionar la excreción con la alimentación, y las
heces y la orina, con la ingesta oral, lo cual coincide con la adquisición inicial de un mundo
interno personal que, por lo tanto, tiende a localizarse en el vientre. A partir de este sencillo
patrón, la experiencia psicosomática se extiende y llega a incluir todo el funcionamiento
corporal.

La respiración queda atrapada por lo que predomina en ese momento, de modo que puede estar
asociada con la ingestión y también con la excreción. Una característica importante de la
respiración consiste en que, excepto cuando el niño llora, pone de manifiesto la continuidad de lo
interno y lo externo, es decir, una falla de las defensas.

Todas las funciones tienden a poseer una cualidad orgástica en tanto cada una de ellas, a su
modo, incluye una fase de excitación y preparación locales, una culminación en la que participa
todo el cuerpo y una serie de consecuencias.

La función anal adquiere una importancia cada vez mayor, y puede llegar a predominar sobre la
función oral. El orgasmo de la excreción es normalmente de tipo excretorio pero, en ciertas
circunstancias el ano puede convertirse en un órgano receptivo y asumir parte de la importancia
de la función y la ingesta orales. Desde luego, las manipulaciones anales aumentan la
probabilidad de que surjan estas complicaciones.

Tanto en los varones como en las niñas, la micción tiende a ser orgástica y, por lo tanto, excitante
y satisfactoria, a pesar de lo cual depende en grado considerable de un manejo adecuado. Los
esfuerzos por establecer en los niños el control de esfínteres terminan por privarlos, si tienen
éxito, de las satisfacciones físicas inherentes a ese período, y si se inician muy temprano, las
consecuencias son enormes y, a menudo, desastrosas.

La excitación genital no es de importancia básica durante el primer año de vida, no obstante lo


cual, en los varones puede haber erección y en las niñas, actividades vaginales, sobre todo en
relación con la excitación provocada por la ingesta, real o imaginada. Las manipulaciones anales
tienden a despertar actividades vaginales. En el primer año de vida, la erección fálica comienza a
tener importancia propia, y lo mismo ocurre con la excitación clitoridiana. Al cabo de ese
período, sin embargo, no es común que la niña haya comenzado a envidiar al varón por la
posesión de un pene, un órgano que, comparado con el clítoris o la vulva, es bien visible aun
cuando no está erecto y aún más obvio cuando lo está. Esta discrepancia dará origen a la
ostentación y la envidia en el segundo y tercer año de vida. (La función y la fantasía genitales no
alcanzan una posición de predominio sobre la funciones de ingestión y excreción hasta el período
que va de los dos a los cinco años, aproximadamente.)

Durante el primer año de vida, las experiencias instintivas contribuyen a desarrollar la capacidad
del niño para relacionarse con objetos, una capacidad que culmina en una relación amorosa entre
dos personas totales, el bebé y la madre. La relación triangular, con su enriquecimiento y sus
complicaciones específicas, surge como un nuevo factor en la vida del niño cuando éste tiene
aproximadamente, un año, pero no alcanza pleno status hasta que aquél comienza a caminar y
hasta que lo genital predomina sobre los diversos tipos de funcionamiento y fantasía instintivos
relacionados con la alimentación.

El lector reconocerá fácilmente en esta descripción la teoría freudiana de la sexualidad infantil,


que constituyó la primera contribución del psicoanálisis a la comprensión de la vida emocional
de los niños. La mera idea de una vida instintiva en la infancia provocó una tremenda reacción en
el sentimiento público, pero ahora se reconoce en general que dicha teoría constituyó el tema
central tanto en la psicología de la infancia normal como en el estudio de las causas de la
psiconeurosis.
Relaciones objetales
El bebé de un año es a veces una persona total que se relaciona con personas totales. Este logro
se alcanza en forma gradual y sólo se convierte en un hecho cuando las condiciones imperantes
son suficientemente buenas.

Al comienzo hay una relación con objetos parciales, por ejemplo, el bebé se relaciona con el
pecho, y la madre no cuenta para nada, aunque el niño pueda "conocerla" en los momentos de
contacto afectuoso. La integración gradual de la personalidad infantil en una unidad hace posible
que el objeto parcial (pecho, etc.) se experimente como una parte de una persona total, y este
aspecto del desarrollo provoca ansiedades específicas, a las que nos referiremos como capacidad
para la preocupación.
El reconocimiento del objeto total está acompañado por el comienzo de un sentimiento de
dependencia y, por lo tanto, de la necesidad de independencia. Asimismo, la percepción de la
confiabilidad de la madre hace que esa misma cualidad surja en el niño.

En una etapa previa, antes de que el niño actúe como una unidad, las relaciones objetales
representan la unión de una parte con otra. Hay un grado extremo de variabilidad en cualquier
etapa dada, en cuanto a la existencia de un self total con el que sea posible experimentar y
conservar el recuerdo de las experiencias.
Espontaneidad
El impulso instintivo crea una situación que culmina en la satisfacción, o bien en una
insatisfacción difusa o un malestar general psíquico y somático. Hay un momento para la
satisfacción de un impulso, un clímax que debe corresponder a la experiencia real. Durante el
primer año de vida, las satisfacciones son de suma importancia para el niño, quien, sólo
gradualmente puede llegar a soportar la espera. Desde luego, lo que se le pide es que renuncie a
la espontaneidad y se adapte a las necesidades de quienes lo cuidan. A veces exigimos al niño
más de lo que nosotros mismos podemos hacer.

Así, dos series de factores conspiran contra la espontaneidad:

I) El deseo de la madre de liberarse del yugo de la maternidad, a lo cual a veces se suma la


errónea idea de que debe educar al niño desde temprano, a fin de que sea un "buen" chico.

II) El desarrollo, a través de complejos mecanismos, de una restricción de la espontaneidad


impuesta por el niño mismo (el establecimiento de un superyó).

Es precisamente el desarrollo de un control interno lo que constituye la única base verdadera


para la moral. Ésta comienza ya en el primer año de vida, como resultado de profundos temores a
la venganza, y continúa como una limitación de la vida instintiva del niño (quien se convierte así
en una persona con sentimientos de preocupación); protege a los objetos amados del pleno
impacto del amor primitivo, que es cruel y sólo tiende a satisfacer el impulso instintivo.

Al comienzo, los mecanismos de autocontrol son toscos, como los impulsos mismos, y la actitud
estricta de la madre resulta beneficiosa en tanto es menos brutal y más humana, pues se puede
desafiar a una madre, pero la inhibición de un impulso desde adentro suele ser total. Así la
actitud estricta de las madres tiene una significación inesperada, en tanto lleva a la obediencia en
forma suave y gradual, y salva al niño de la ferocidad del autocontrol. Por una evolución natural,
si las condiciones externas siguen siendo favorables, el niño establece un autocontrol interno
"humano", sin sufrir una pérdida demasiado grande de esa espontaneidad sin la cual no vale la
pena vivir.
Capacidad creadora
El tema de la espontaneidad nos lleva naturalmente al de la creatividad, ese impulso que, más
que ninguna otra cosa, le demuestra al niño que está vivo.

El impulso creador innato se marchita a menos que se "realice" en el contacto con la realidad
externa. Cada niño debe recrear el mundo, pero ello sólo resulta posible si el mundo se hace
presente en los momentos de actividad creadora del niño. El niño se abre hacia el mundo y el
pecho está allí, y el pecho es creado. El éxito de esta operación depende de la adaptación sensible
que la madre hace a las necesidades del niño, sobre todo al principio.

A partir de esto hay una progresión natural hasta la creación por parte del niño de todo el mundo
de la realidad externa, y hasta la creación continua que al principio necesita de un público y que
termina eventualmente por crear incluso a ese público. Las penosas etapas tempranas de este
proceso vital corresponden a la temprana infancia, y a la capacidad de la madre para presentar el
fragmento de realidad en el momento más o menos adecuado, cosa que puede hacer porque,
temporariamente, está identificada con su hijo en un grado extremo.
Motilidad-agresión
La motilidad constituye un rasgo del feto vivo, y los movimientos de un bebé prematuro en una
incubadora probablemente ofrecen un cuadro de un niño dentro del vientre materno hacia el final
del embarazo. La motilidad es la precursora de la agresión, un término que va adquiriendo
significado a medida que el niño crece. Un ejemplo especial de agresión aparece en las
actividades prensiles y masticatorias que más tarde se convierten en la actividad de morder. Una
gran proporción del potencial agresivo se fusiona con las experiencias instintivas del niño y con
el patrón de sus relaciones. Es preciso que existan condiciones ambientales suficientemente
buenas para que este desarrollo tenga lugar.

Cuando no se da la situación normal, sólo una pequeña proporción del potencial agresivo se
fusiona con la vida erótica, y el niño se ve entonces abrumado por impulsos que carecen de
sentido. Eventualmente, ellos llevan a una actitud destructiva en la relación con los objetos o,
peor aún, constituyen la base de una actividad carente de sentido, como por ejemplo, una
convulsión. Esta agresión no fusionada tiende a aparecer como la expectativa de un ataque. Esta
es una de las formas en la que puede producirse una patología del desarrollo emocional, evidente
desde una etapa muy temprana y que, con el correr del tiempo, llega a constituir un trastorno
psiquiátrico que, evidentemente, puede presentar rasgos paranoides.

El potencial agresivo es sumamente variable porque depende no sólo de factores innatos, sino
también del azar de un accidente ambiental; por ejemplo, algunos tipos de partos difíciles pueden
afectar profundamente el estado del niño que nace, e incluso un parto normal puede presentar
características que son traumáticas para la psiquis inmadura del niño, que no conoce otra defensa
que la reacción y así temporariamente deja de existir por derecho propio.
Capacidad para la preocupación
Aproximadamente en la segunda mitad del primer año en la vida de un niño normal aparecen
signos de una capacidad para preocuparse o para experimentar sentimientos de culpa. Tenemos
aquí un estado de cosas sumamente complejo, que depende de la integración de la personalidad
infantil en una unidad y de que el niño acepte su responsabilidad con respecto a la fantasía total
de lo que corresponde al momento instintivo. Para este logro tan complejo, la presencia continua
de la madre (o de un sustituto) constituye una precondición necesaria, y la actitud de la madre
debe revelar que está dispuesta a ver y aceptar los esfuerzos inmaduros del niño por contribuir en
alguna medida, es decir, por reparar, por amar en forma constructiva. Esta importante etapa del
desarrollo emocional fue estudiada por Melanie Klein, en su ampliación de su teoría
psicoanalítica (freudiana) a fin de incluir también los orígenes del sentimiento de culpa personal
y de la necesidad de actuar en forma constructiva y de dar. En esta forma, la potencia (y la
aceptación de ella) tiene una de sus raíces en el desarrollo emocional durante el primer año de
vida, y también después.
Posesiones
Cuando tienen más o menos un año de vida, los niños por lo común ya han adquirido uno o
varios objetos blandos: ositos, muñecas de trapo, etc., que son importantes para ellos. (Algunos
varones prefieren objetos duros.) Evidentemente, estos objetos representan objetos parciales, en
particular el pecho, y sólo gradualmente llegan a simbolizar a los bebés, a la madre o al padre.

Resulta interesante estudiar la forma en que el niño utiliza el primer objeto adoptado, quizás un
trozo de frazada, una servilleta o un pañuelo de seda. Este objeto puede asumir una importancia
vital, y ser valioso como objeto intermedio entre el self y el mundo externo. Es muy común que
un niño se vaya a dormir aferrado a uno de esos objetos (que .he llamado "objeto transicional"),
al tiempo que se succiona el pulgar o quizás se acaricia el labio superior o la nariz. El patrón es
personal en cada caso y este patrón, que se manifiesta en el momento de ir a dormir, o en
momentos de soledad, tristeza, o ansiedad, puede perdurar hasta fines de la niñez e incluso en la
vida adulta. Todo esto forma parte del desarrollo emocional normal.
Tales fenómenos (que llamo transicionales) parecen constituir la base de toda la vida cultural del
ser humano adulto.

Una deprivación severa puede provocar la pérdida de la capacidad para utilizar una técnica de
eficacia ya demostrada, y el resultado es desasosiego e insomnio. Evidentemente, el pulgar
dentro de la boca y la muñeca de trapo en la mano simbolizan simultáneamente una parte del self
y una parte del medio.

Aquí el observador tiene oportunidad de estudiar los orígenes de la conducta afectuosa, que es
importante, aunque más no sea porque la pérdida de la capacidad para ser afectuoso caracteriza
al "niño privado" de más edad, que clínicamente exhibe una tendencia antisocial y es un
candidato a la delincuencia.
Amor
A medida que el niño crece, el significado de la palabra "amor" se modifica, o bien incorpora
nuevos elementos:

I) Amor significa existir, respirar y estar vivo, ser amado.

II) Amor significa apetito. Aquí no hay preocupación alguna, solo necesidad de satisfacción.

III) Amor significa contacto afectuoso con la madre.

IV) Amor significa integración (por parte del niño) del objeto de la experiencia instintiva con la
madre total o el contacto afectuoso; dar se relaciona con tomar, etc.

V) Amor significa tener reclamos con respecto a la madre, mostrarse compulsivamente ávido,
obligar a la madre a compensarlo por las deprivaciones (inevitables) de las que ella es
responsable.

VI) Amor significa cuidar de la madre (o de un objeto sustitutivo) tal como la madre cuidó del
niño, lo cual presagia ya una actitud responsable adulta.
Conclusión
Estos progresos, y muchos otros, pueden observarse durante el primer año de vida, aunque, desde
luego, nada está establecido en esa época y casi todo puede perderse debido a problemas en la
provisión ambiental después de esa fecha, o incluso a ansiedades inherentes a la maduración
emocional.

No es extraño que el pediatra se sienta desanimado cuando intenta dominar la psicología del
niño, brevemente bosquejada aquí. No obstante, no debe desesperar, pues por lo común puede
dejar todo el problema en manos del niño, la madre y el padre. Pero, si se viera obligado a
entrometerse en la relación madre-hijo, debe al menos tener conciencia de que es intruso y tratar
de evitar toda interferencia que no sea imprescindible.

La contribución del psicoanálisis a la obstetricia


(1957)
Debe recordarse que la habilidad de la partera, basada en un conocimiento científico de los
fenómenos físicos, es lo que hace que sus pacientes puedan confiar en ella de acuerdo con sus
necesidades. Si no posee esa idoneidad básica en el terreno físico, será inútil que estudie
psicología, ya que su comprensión psicológica nunca podrá indicarle qué debe hacer cuando una
placenta previa complica el proceso del parto. En cambio, si cuenta ya con los conocimientos y
la práctica necesarios, no cabe duda de que la partera puede aumentar enormemente su eficacia
si; además, logra comprender a su paciente como ser humano.
El papel del psicoanálisis
¿De qué manera interviene el psicoanálisis en el campo de la obstetricia? En primer lugar,
estudio de los seres humanos a través de su detallado y cuidadoso realizado en el curso de
prolongados y difíciles tratamientos. El psicoanálisis está comenzando a esclarecer
anormalidades de todo tipo como la menorragia, los abortos repetidos, los malestares matutinos,
la inercia uterina primaria, así como también muchos otros estados físicos que pueden a veces
deberse en parte, a algún conflicto en la vida emocional inconsciente de la paciente. Existe
abundante literatura acerca de estos trastornos psicosomáticos, pero es otro aspecto de la
contribución psicoanalítica el que me interesa tratar aquí: en términos generales, me propongo
señalar la acción que ejercen las teorías psicoanalíticas sobre las relaciones existentes entre el
médico, la enfermera, y la paciente, dentro de la situación del parto.

El psicoanálisis ya ha provocado un cambio trascendental de enfoque el cual se revela en la


actitud de las parteras de hoy en comparación con las de hace veinte años. Ahora se acepta que la
partera desee enriquecer su experiencia básica esencial con cierta evaluación de la paciente como
persona; una persona que en algún momento nació, fue una criatura, jugó al papá y a la mamá, se
asustó ante los cambios que aparecen con la pubertad, hizo experiencias con sus nuevos impulsos
adolescentes, dio el gran salto y se casó (aunque no siempre), y, sea intencional o
accidentalmente, quedó embarazada.

Si la paciente ha sido hospitalizada, experimenta cierta inquietud con respecto al hogar al que
deberá reintegrarse y, de cualquier manera, existe el cambio que la llegada del niño introducirá
en su vida personal, en su relación con el marido, con sus padres y con sus suegros. Asimismo, a
menudo es dable esperar que surjan complicaciones en su relación con lo:, otros hijos, y en los
sentimientos que éstos experimentan entre sí.

Si todos actuamos en calidad de personas en nuestro trabajo, éste se convierte entonces en algo
mucho más interesante y gratificador. En esta situación específica, debemos tomar en cuenta a
cuatro personas y cuatro puntos de vista distintos. Primero, la mujer, que se encuentra en un
estado muy particular bastante parecido al de una enfermedad, pero con la diferencia de que es
normal. El padre, en cierta medida, comparte este estado, y si se excluye, experimentará una
sensación de desamparo. El niño ya es una persona en el momento de nacer, y, desde su punto de
vista, existe una enorme diferencia entre un manejo adecuado y uno inadecuado en ese momento.
Y luego tenemos a la partera, quien no sólo es una técnica, sino también un ser humano, que
tiene distintos sentimientos y estados de ánimos, excitaciones y desengaños. Quizás le habría
gustado ser la madre, o el bebé, o el padre, o sucesivamente todos ellos; por lo común, se alegra
de ser la partera, y algunas veces esto mismo la hace sentirse algo frustrada.

Un proceso esencialmente natural

Todo esto se relaciona con una noción muy general, a saber, que hay procesos naturales
subyacentes a todo lo que tiene lugar en el momento del parto, y que nuestro desempeño como
médicos y enfermeras sólo es eficaz cuando respetamos estos procesos naturales y cooperamos
con ellos.

Las madres tuvieron hijos durante miles y miles de años antes de que aparecieran las parteras, y
no sería raro que, inicialmente, la función de éstas haya estado vinculada a la superstición. La
manera moderna de manejar la superstición consiste en adoptar una actitud científica, dado que
la ciencia está basada en la observación objetiva. El adiestramiento moderno, basado en la
ciencia, prepara a la partera a fin de que evite las prácticas supersticiosas. Y ¿qué decir de los
padres? Éstos tenían una función específica antes de que entraran a escena los médicos y las
organizaciones estatales que se ocupan del bienestar social: no sólo compartían los sentimientos
de sus mujeres, y padecían idéntica zozobra, sino que también se hacían cargo de toda la parte
activa, evitando todos los obstáculos externos e impredecibles, de modo que la madre pudiera
concentrarse en una sola tarea, cuidar del bebé que estaba dentro de su cuerpo o entre sus brazos.

El cambio en la actitud frente al bebé

Se ha producido un cambio en la actitud con respecto al bebé. Supongo que, a lo largo de los
siglos, los padres siempre partieron del supuesto de el bebé era una persona, y vieron en él
mucho más de lo que en realidad había: lo consideraron un hombrecito o una mujercita.
Inicialmente, la ciencia rechazó este criterio y señaló que el bebé no es un adulto en miniatura;
así, durante largo tiempo, los observadores objetivos consideraron que los niños prácticamente
no eran seres humanos hasta que comenzaban a hablar. Recientemente, sin embargo, se
comprobó que los bebés son efectivamente humanos, si bien lógicamente infantiles. El
psicoanálisis ha demostrado gradualmente que incluso el proceso del parto ejerce influencia
sobre el niño, y que, desde el punto de vista de este último, el parto puede ser normal o anormal.
Posiblemente cada uno de los detalles del nacimiento (tal como fueron vividos por el bebé) se
registran en su mente, y esto por lo común se manifiesta en el placer que obtiene la gente de
todos aquellos juegos que simbolizan los diversos fenómenos que experimenta el bebé: voltearse,
caer, las sensaciones correspondientes al cambio que significa el pasaje que va desde estar
sumergido en un elemento líquido a estar en un lugar seco, pasar de una temperatura a otra, de
que se lo provea de todo a través de un tubo a verse obligado a emplear su esfuerzo personal para
obtener aire y alimento.
La madre sana
Una de las dificultades que surgen con respecto a la actitud de la partera frente a la madre está
vinculada al problema del diagnóstico. (No me refiero aquí al diagnóstico del estado físico, el
cual debe dejarse en manos de la enfermera y el médico, ni al de la anormalidad corporal; me
refiero a lo sano y lo malsano en el sentido psiquiátrico.) Comencemos por examinar el aspecto
normal del problema.

En el extremo sano, la paciente no es una paciente, sino una persona completamente sana y
madura, capaz de tomar sus propias decisiones sobre problemas importantes, y tal vez más
madura que la partera que la atiende. Se encuentra en una situación de dependencia debido a su
embarazo. Se pone temporariamente en manos de la nurse y, el hecho de que pueda hacerlo
constituye, en sí mismo, un signo de salud y madurez. En este caso, la nurse respeta la
independencia de la madre durante el mayor tiempo posible, e incluso durante el trabajo de parto
si este es fácil y normal. Del mismo modo, acepta la dependencia total de muchas madres que
sólo pueden pasar por la experiencia del parto si se ponen en manos de la persona que se ocupa
de ella.

Relación entre la madre, el médico y la nurse

Sugiero que, precisamente porque la madre sana es madura o adulta, no puede ponerse en manos
de una nurse y un médico a quienes desconoce. Es necesario que en primer lugar los conozca, y
esto es lo más importante durante el período que precede al parto. O bien la madre confía en
ellos, en cuyo caso podrá perdonarlos aun cuando cometieran algún error, o bien no les tiene
confianza, y entonces toda la experiencia pierde valor para ella; tiene miedo de ponerse en sus
manos y trata de arreglarse por sí sola, o comienza a experimentar temores con respecto a su
estado. Por último, los hará responsables de cualquier cosa que salga mal, sean culpables de lo
sucedido o no. Y se justifica que reaccione en esta forma, si ellos no le dieron a la madre la
oportunidad de conocerlos.

Considero que lo más importante es que la madre, el médico y la nurse lleguen a conocerse entre
sí y mantengan un contacto permanente, de ser posible, durante todo el embarazo. Si esto no
fuera factible, por lo menos debe existir un contacto bien definido con la persona que se hará
cargo del parto mismo, y que debe comenzar bastante tiempo antes de la fecha en que se calcula
nacerá el bebé.

Una organización hospitalaria que no permite que una mujer sepa por anticipado quiénes serán
su médico y su nurse es absolutamente ineficaz, aun cuando se trate de la clínica más moderna,
mejor equipada, más aséptica y lujosa del país. Esta es la razón por la cual muchas madres
prefieren tener el bebé en su casa atendidas por el médico de la familia, y recurren a los
hospitales sólo en los casos de emergencia. Personalmente, opino que debemos patrocinar de
todo corazón a aquellas madres que prefieren permanecer en sus casas, y que sería nefasto que,
en el intento de proporcionar un cuidado físico ideal, llegara una época en que el parto en la
propia casa resultara impracticable.

Es necesario que la persona a quien la madre ha otorgado su confianza le ofrezca una explicación
detallada de todo el proceso del parto, lo cual contribuirá en gran medida a disipar los efectos de
cualquier información atemorizante e incorrecta que pueda haber recibido con anterioridad. La
mujer sana es quien más necesita esta explicación y quien podrá sacar más provecho del
conocimiento de la verdad.

Acaso no es cierto que cuando una mujer sana y madura, que tiene una buena relación con su
esposo y con su familia, llega al momento del parto, necesita contar con toda la destreza que la
nurse ha adquirido? Necesita la presencia de la nurse, su capacidad para ayudar en la forma
adecuada y en el momento preciso, en el caso de que algo anduviera mal. Pero, de cualquier
manera, está a merced de fuerzas naturales y de un proceso que es tan automático como la
ingestión, la digestión y la eliminación, y cuanto más pueda dejar obrar a la naturaleza en todo
este proceso, tanto mejor será para la mujer y el bebé.

Una de mis pacientes, que tuvo dos hijos y que en la actualidad aparentemente está logrando salir
con éxito de un difícil tratamiento en el que ella misma tuvo que comenzar desde el principio, a
fin de liberarse de las influencias que una madre muy difícil ejerció sobre su temprano
desarrollo, escribió lo siguiente: "... incluso suponiendo que la mujer sea emocionalmente
madura, todo el proceso del parto destruye tantos controles que una necesita todo el cuidado, la
consideración, el aliento y la confianza de la persona en cuyas manos está, tal como el niño
necesita una madre que lo ayude a pasar por cada una de las experiencias nuevas y decisivas que
encuentra en el curso de su desarrollo".

No obstante, en lo que respecta al proceso natural del parto, hay algo que rara vez puede
olvidarse, esto es, el hecho de que el bebé tiene una cabeza desmesuradamente grande.
La madre que no es sana
En contraste con la mujer sana que se pone en manos de la partera, existe también la mujer
enferma, esto es, emocionalmente inmadura, o que no ha podido asumir el papel que la mujer
desempeña en la ópera bufa de la naturaleza, o que tal vez se siente deprimida, ansiosa,
desconfiada o simplemente confusa. En tales casos, la nurse debe estar en condiciones de hacer
un diagnóstico, y éste es otro de los motivos por los cuales necesita conocer a su paciente antes
de entrar en ese período especial y molesto que pertenece a la fase final del embarazo. La partera
indudablemente necesita de un adiestramiento especial en el diagnóstico de adultos
psiquiátricamente enfermos, a fin de estar en condiciones de tratar como sanos a quienes lo son
realmente. Desde luego, la madre inmadura o con otro tipo de conflictos, necesita un tipo
especial de ayuda de la persona que se ha hecho cargo de su caso: allí donde la mujer normal
sólo necesita instrucción, la enferma necesita reaseguramiento. La madre enferma puede poner a
prueba la tolerancia de la nurse y convertirse así en un verdadero tormento, y, en ocasiones, tal
vez haga falta imponerle alguna restricción, si llegara a adoptar una actitud maníaca. Pero aquí lo
importante es el sentido común, la capacidad de enfrentar una determinada necesidad con la
acción adecuada o bien con una no intervención deliberada.

En el caso corriente, el caso de padres sanos, la partera es una empleada, y experimenta la


satisfacción de poder proporcionar la ayuda que se espera de ella. En el caso de la madre con
algún trastorno, que es incapaz de actuar como una persona totalmente adulta, la partera es la
nurse que colabora con el médico en el manejo de una paciente, y en tal caso su empleador es el
hospital. Sería realmente terrible que esta adaptación a la falta de salud malograra alguna vez un
procedimiento natural que no se adapta a la enfermedad sino a la vida.

Desde luego, muchas pacientes ocupan posiciones intermedias entre los dos extremos que he
presentado aquí con fines descriptivos. Lo que quiero señalar es que la observación de que
muchas madres son histéricas fastidiosas o autodestructivas no debe inducir a las parteras a negar
a la salud y a la madurez emocional el lugar que le corresponde, ni a clasificar a todas sus
pacientes como infantiles, cuando, en realidad, la mayoría de ellas es plenamente capaz, salvo en
algunas cuestiones concretas que deben dejar en manos de la nurse. La mayoría de las mujeres
son sanas y son precisamente estas mujeres sanas, que son esposas y madres (y parteras) quienes
enriquecen la mera eficiencia, aportan un beneficio positivo a la rutina, la cual resulta eficaz
simplemente porque no existen contratiempos.
El manejo de la madre con su bebé
Consideremos ahora el manejo de la madre después del parto, durante su primera relación con el
bebé recién nacido. ¿A qué se debe que, cuando damos a las madres una oportunidad para hablar
libremente y recordar lo sucedido, nos encontramos tan a menudo con un comentario del tipo
siguiente? (Cito este comentario del trabajo de un colega, pero yo mismo he escuchado estas
observaciones repetidamente.)

"Tuvo un parto normal y era deseado por sus padres. Aparentemente, succionaba bien
inmediatamente después de nacer, pero no lo pusieron al pecho sino treinta y seis horas más
tarde. Se mostró entonces difícil y somnoliento y, durante los siguientes quince días las mamadas
resultaron sumamente insatisfactorias. La madre sentía que las nurses no eran comprensivas, que
no le permitían quedarse suficiente tiempo con el bebé. Afirma que introducían por la fuerza el
pezón en la boca del bebé, le sostenían la barbilla para obligarlo a succionar y le apretaban la
nariz para separarlo del pecho. Cuando se lo llevó a su casa, pudo darle de mamar sin la menor
dificultad.”

Psicología de la separación
1958
Artículo escrito en marzo de 1958 para uso de los asistentes sociales

Recientemente se ha escrito mucho sobre el tema de la separación y sus efectos; éstos pueden
enunciarse basándose en los resultados de la observación clínica. Hoy en día se ha llegado a un
acuerdo considerable con respecto a qué se puede esperar cuando se separa de la figura parental
al bebé, o niño de corta edad, por un lapso demasiado prolongado. Se ha comprobado que existe
una relación entre la tendencia antisocial y la deprivación.


A continuación intentaré estudiar la psicología de la reacción ante la pérdida, aprovechando los
grandes aportes hechos a nuestra comprensión del tema desde que Freud publicó su trabajo
Duelo y melancolía, influido, a su vez, por las ideas de Karl Abraham.


Para comprender a fondo la psicología de la angustia de separación, es necesario e importante
que procuremos relacionar la reacción ante la pérdida con el destete, la aflicción, el duelo y la
depresión.


Quienes trabajan con niños deprivados deben adoptar ante todo, como base teórica de su labor, el
principio de que la enfermedad no deriva de la pérdida en sí, sino de que esa pérdida haya
ocurrido en una etapa del desarrollo emocional del niño o bebé en que éste no podía reaccionar
con madurez. El yo inmaduro es incapaz de experienciar el duelo. Por lo tanto, cuanto haya que
decir acerca de la deprivación y la angustia de-separación debe fundarse en una comprensión de
la psicología del duelo.


Psicología del duelo


El duelo en sí es un indicador de madurez en el individuo.


Su complejo mecanismo incluye el siguiente proceso: el individuo que ha sufrido la pérdida de
un objeto introyecta a éste y lo odia dentro del yo. Desde el punto de vista clínico, lo muerto del
objeto introyectado varía de un momento a otro, según predomine el odio o el amor hacia él.
Durante el duelo el individuo puede ser feliz por un tiempo, como si el objeto hubiese resucitado,
porque ha revivido en su interior, pero aún tiene por delante más odio y la depresión volverá
tarde o temprano. Algunas veces vuelve sin una causa obvia; otras, retorna traída por sucesos
fortuitos o aniversarios que recuerdan la relación mantenida con el objeto y subrayan, una vez
más, el modo en que le falló al individuo al desaparecer. Con el tiempo, en los individuos sanos,
el objeto interiorizado empieza a liberarse del odio (tan poderoso al principio) y el individuo
recobra la capacidad de ser feliz pese a la pérdida del objeto y a causa de su resurrección dentro
del yo.


Un bebé que no ha alcanzado determinada etapa de madurez no puede llevar a cabo un proceso
tan complejo. Hasta el individuo que ha llegado a esa etapa necesita que se cumplan
determinadas condiciones para poder elaborar el proceso de duelo. El ambiente que lo rodea
debe prestarle apoyo y sostén mientras efectúe esa elaboración; asimismo, el individuo debe estar
libre del tipo de actitud que impide experimentar tristeza. A veces los individuos que ya son
capaces de hacer el duelo se ven impedidos de elaborar los procesos por falta de comprensión
intelectual, como sucede cuando en la vida de un niño se teje una conspiración de silencio en
torno a una muerte. En algunos de estos casos, una información simple sobre el hecho basta para
posibilitarle al niño el cumplimiento del proceso de duelo; de lo contrario, caerá en la confusión.
Lo mismo puede decirse con respecto a la información que se da a un niño acerca de su
adopción.


Se ha señalado convenientemente que una parte del odio hacia el objeto perdido puede ser
consciente; sin embargo, cabe prever que habrá más odio del que se siente. Cuando este odio y la
ambivalencia hacia el objeto perdido son hasta cierto punto conscientes, no hay duda de que nos
hallamos una vez más ante una señal de buena salud.


Podemos examinar globalmente el tema de la deprivación basándonos en esta breve enunciación
de la psicología del duelo, y percibir que el asistente social trata el efecto de la pérdida (ya
ocurrida o en curso) que el yo inmaduro del individuo es incapaz de afrontar con madurez, o sea,
mediante el proceso de duelo. El asistente social necesita tener un diagnóstico. En otras palabras,
tiene que ser capaz de comprender en qué etapa de su desarrollo emocional se hallaba el bebé o
niño cuando ocurrió la pérdida, para poder evaluar el tipo de reacción que ella ha provocado. Por
supuesto, cuanto más cerca esté el niño de poder hacer el duelo, tanto mayor será la esperanza de
que pueda recibir ayuda aun cuando padezca alguna enfermedad clínica grave. Por otro lado,
cuando la pérdida activa unos mecanismos muy primitivos, el asistente social quizá deba admitir
que está sujeto a una limitación fundamental con respecto a la ayuda que puede prestarle a ese
bebé o niño.


Este no es el lugar adecuado para enumerar las reacciones primitivas ante una pérdida, que
indican un grado de madurez insuficiente para el duelo. No obstante, puedo dar algunos
ejemplos. A veces podernos demostrar que la pérdida simultánea de la madre y su pecho crea una
situación en la que el bebé pierde no sólo el objeto, sino también el aparato para utilizarlo (la
boca). La pérdida puede ahondarse hasta abarcar toda la capacidad creativa del individuo, en
cuyo caso, más que una desesperanza de redescubrir el objeto perdido, habrá una desesperanza
basada en la incapacidad de salir en busca de un objeto.


Entre estos dos extremos -reacciones muy primitivas ante la pérdida y duelo- hay toda una escala
de fallas de comunicación atormentadoras. Dentro de este campo se observa clínicamente toda la
sintomatología de la tendencia antisocial; el robo aparece aquí como una señal de esperanza,
quizá bastante temporaria pero positiva mientras dure, antes de que el individuo recaiga en la
desesperanza. A medio camino entre los dos extremos descritos hay un tipo de reacción ante la
pérdida que indica la anulación de lo que Melanie Klein dio en llamar el establecimiento de la
posición depresiva en el desarrollo emocional. Cuando todo marcha bien, el objeto (la madre o
figura maternal) permanece cerca del bebé hasta que éste llega a conocerlo plenamente, en el
momento de su experiencia instintiva, como una parte de la madre que está siempre presente. En
esta fase el individuo experimenta un aumento gradual de su sentido de preocupación; si en su
transcurso pierde a la madre, el proceso se revierte. El hecho de que la madre no esté allí cuando
el bebé se siente preocupado provoca la anulación del proceso integrador, de manera tal que la
vida instintiva queda inhibida o disociada de la relación general entre el niño y el cuidado que le
prestan. En tal caso, el sentido de preocupación se pierde; en cambio, cuando el objeto (la madre)
continúa existiendo y desempeñando su rol, el sentido de preocupación se robustece
paulatinamente. El florecimiento de este proceso da como resultado esa madurez que
denominamos "capacidad de hacer el duelo"

No sé si las nurses tienen noticia de que ésta es la queja habitual de las mujeres. Quizás nunca
tengan oportunidad de escuchar esos comentarios, y, desde luego, no es probable que las madres
expresen sus quejas a la nurse a quien indudablemente le deben mucho. Asimismo, no tengo por
qué creer que lo que las madres me dicen es rigurosamente cierto, sino que debo tener en cuenta
la influencia de la imaginación, cosa natural pues no somos simplemente un conjunto de hechos,
y la forma en que vivimos nuestras experiencias y la manera en que éstas se entretejen con
nuestros sueños, constituyen parte de esa totalidad que se llama vida y experiencia individual.

Estado de sensibilización posterior al parto

En nuestra labor psicoanalítica especializada comprobamos que la madre que acaba de tener un
bebé se encuentra en un estado muy sensible, y, que, durante una o dos semanas, tiende a creer
en la existencia de una mujer que es un perseguidor. Opino que existe una tendencia similar, que
es preciso tener en cuenta, en la partera, quien durante ese período puede convertirse con toda
facilidad en una figura dominante. Sin duda es frecuente que las dos situaciones coincidan: una
madre que se siente perseguida y una nurse que actúa como si la impulsara el miedo más que el
amor.

Esta situación compleja se resuelve a menudo en el hogar cuando la madre despide a la nurse,
hecho penoso para todos los interesados. Peor aún es la alternativa en la que la enfermera gana la
batalla, por así decirlo: la madre vuelve a caer en un sometimiento irreparable, y la relación entre
ella y su bebé no se establece.

No encuentro palabras para describir las colosales fuerzas que actúan en este momento crítico,
pero intentaré explicar algo de lo que sucede. Ocurre algo muy curioso: la madre, que quizás se
encuentra físicamente agotada y tal vez incontinente, y que depende en infinidad de aspectos de
la atención competente de la nurse y del médico, es, al mismo tiempo, la única persona capaz de
presentar adecuadamente el mundo al bebé en forma tal que tenga sentido para este último. Sabe
como hacerlo, no por vías del estudio ni de la inteligencia, sino simplemente porque es la
verdadera madre. Pero sus instintos naturales no pueden desarrollarse si está asustada, o si no ve
nacer al niño, o si se lo llevan a su lado únicamente en horarios que han sido fijados por las
autoridades como los días adecuados para fines alimentarios. Este sistema inevitablemente no
dará resultado. La leche de la madre no fluye como una excreción; es una respuesta frente a un
estímulo, y el estímulo es la pista, el dolor y el contacto con su bebé, y el llanto de éste que
indica necesidad. Todo es una misma cosa: el hecho de que la madre cuide del bebé y la
alimentación periódica que se desarrolla como si fuera un medio de comunicación entre ambos,
una canción sin palabras.
Dos propiedades opuestas

Así, tenemos por un lado a una persona sumamente dependiente, la madre, y, al mismo tiempo y
en esa misma persona, la experta en ese delicado proceso que es la iniciación de la lactancia, y en
todas las complicaciones inherentes al cuidado infantil. A algunas nurses les resulta difícil
aceptar estas dos características opuestas de la madre, y en consecuencia intentan iniciar la
lactancia con los mismos métodos que utilizarían para provocar una defecación en un caso de
intestino constipado. En realidad, intentan algo imposible. Muchas inhibiciones relacionadas con
la alimentación son producto de tales intentos, e incluso cuando se establece el sistema de
alimentar al bebé por medio de un biberón, esta experiencia permanece para él como algo
aislado, que no se integra con el proceso total que llamamos cuidado infantil. En mi trabajo, me
esfuerzo incesantemente por subsanar esta falla, que en algunos casos es provocada ya en los
primeros días y semanas por una nurse que no comprende que, a pesar de ser una experta en esa
tarea, esta última no incluye el proceso a través del cual se logra establecer una relación mutua
entre el bebé y el pecho de la madre.

Por otra parte, como ya señalé, la partera también tiene sentimientos y a veces le resulta difícil
permanecer inactiva al ver cómo un bebé malgasta su tiempo cuando lo ponen al pecho. Siente el
impulso de introducir el pecho por la fuerza en la boca del bebé, o viceversa, frente a lo cual la
respuesta del bebé es retraerse.

Cabe señalar algo más: prácticamente toda madre siente, en mayor o en menor medida, que le ha
robado el bebé a su propia madre. Todo esto proviene de la época en que jugaba al papá y a la
mamá, y de sueños que corresponden a la época en que era una niñita para quien el padre
constituía su galán ideal. Y también puede sentir, y en algunos casos debe sentir, que la nurse es
la madre vengativa que ha venido a quitarle el bebé. No hay nada que la nurse deba hacer al
respecto, pero conviene que evite ser ella la que separa a la madre del niño -la que priva a la
madre de ese contacto natural- y que se limite a llevarlo a su lado, envuelto en una mantilla, a la
hora de comer. Hoy en día esta práctica se ha abandonado bastante, pero era el sistema
corrientemente empleado hasta no hace mucho.

Los sueños, la fantasías y el juego que subyacen a estos problemas persisten incluso cuando la
nurse actúa de modo tal que le brinda a la madre la oportunidad de recuperar su sentido de la
realidad, cosa que logra naturalmente al cabo de pocos días o semanas. Por lo tanto, la nurse
debe dar por sentado que con bastante frecuencia, la verán como una figura persecutoria, aun
cuando no lo sea y a pesar de que se muestre excepcionalmente comprensiva y tolerante. Parte de
su tarea consiste en tolerar esta situación. En la mayoría de los casos, la madre termina por
modificar su actitud y puede entonces ver a la nurse tal como es, alguien que trata de comprender
pero que también es un ser humano y que, por consiguiente, no tiene una tolerancia ilimitada.

También debemos señalar que a la madre, sobre todo si es algo inmadura o si fue una criatura
deprivada en su infancia, le resulta muy difícil renunciar a los cuidados de la nurse y quedarse
sola para ocuparse de su hijo tal como ella misma necesita que se ocupen de ella. De esta
manera, la pérdida del apoyo que brinda una buena nurse puede provocar serias dificultades
durante la fase siguiente, cuando la madre se desprende de la nurse, o ésta abandona a la madre.

Así, a través de estos enfoques, el psicoanálisis aporta a la obstetricia, y a todas las tareas que
implican relaciones humanas, un aumento en el respeto que los individuos sienten con respecto a
los demás y a los derechos individuales. La sociedad necesita técnicos incluso en la labor de los
médicos y las nurses, pero cuando se trata de personas y no de máquinas, el técnico debe estudiar
la forma en que la gente vive, imagina y crece en cuanto a experiencia.

El recién nacido y su madre, 1964


Winnicott se dirige en este caso a un auditorio formado por pediatras.

Este tema es tan complejo que vacilo en agregar una nueva dimensión. No obstante, me parece
que si la psicología tiene validez en el estudio del recién nacido, las complicaciones que produce
son solamente de orden práctico. Dentro del marco teórico, cualquier contribución puede ser
errónea (en cuyo caso, el problema permanece sin resolver), o contener un elemento de verdad,
en cuyo caso simplifica las cosas en la forma en que la verdad siempre las simplifica.


El recién nacido y su madre constituyen un tema bastante amplio; sin embargo, no me agradaría
restringirlo ocupándome tan sólo del recién nacido. Es la psicología lo que está en discusión, y
presumo que, cuando observamos a un bebé, también observamos el medio que lo rodea y, detrás
de éste, a la madre.


Espero que los padres encontrarán comprensible que me refiera a "la madre" con mayor
frecuencia que "al padre".


Es necesario tener en cuenta la gran diferencia que necesariamente existe entre la psicología de
la madre y la del bebé. La madre es una persona compleja. El bebé, al principio, es todo lo
contrario. Para muchos no es fácil atribuir a un bebé cualquier cosa que pueda ser denominada
"psicológica" hasta después de algunas semanas o meses, y suelen ser los médicos más que las
madres los que tienen esta dificultad. ¿No podríamos decir, entonces, que lo que cabe esperar de
las madres es que vean más de lo que está a la vista, y lo que cabe esperar de los científicos es
que no vean nada que no haya sido previamente demostrado?

He oído decir que, en el recién nacido, fisiología y psicología son una misma cosa (John Davis). 


Es un buen punto de partida. La psicología es una extensión gradual de la fisiología. No es
necesario discutir acerca del momento en que se produce esta transición. (Quizá varíe de acuerdo
con las circunstancias. No obstante, la fecha de nacimiento podría ser considerada como el
momento en que se producen los grandes cambios en este terreno, de manera tal que un bebé
prematuro puede estar mucho mejor psicológicamente en una incubadora, mientras que un bebé
maduro no podría desarrollarse en ella, sino que necesita del abrazo humano y el contacto
corporal.


Es mi tesis que las madres, a menos que estén psiquiátricamente enfermas, se orientan hacia su
tarea especializada durante los últimos meses del embarazo, y se recuperan gradualmente en el
curso de las semanas y meses posteriores al parto. He escrito mucho sobre esto, denominándolo
"preocupación maternal primaria". En ese estado, las madres ,,adquieren la capacidad de ponerse
en el lugar del bebé, por así decirlo. Esto significa que desarrollan una impresionante capacidad
para identificarse con el bebé, lo cual les permite satisfacer las necesidades ,básicas de éste en
una forma que ninguna máquina puede imitar, y que ninguna enseñanza puede abarcar. ¿Puedo
dar esto por sentado y enunciar a continuación que el prototipo de todo el cuidado del bebé es el
sostén? Y me refiero al sostén humano. Soy consciente de que estoy llevando al límite el
significado de la palabra "sostén", pero entiendo que se trata de una enunciación sucinta y
suficientemente verdadera.


Un bebé que es sostenido adecuadamente difiere bastante de otro que no lo es. Ninguna
observación de un bebé tiene valor para mí si no va acompañada de una buena descripción de la
calidad del sostén. Por ejemplo, acabamos de ver una película a la que atribuyo un valor especial.
En ella un médico sostenía a un bebé que caminaba, a modo de ilustración de los primeros pasos;
observando la lengua del médico se podía apreciar que estaba actuando en forma cuidadosa y
sensible y que el bebé no se estaba comportando como lo hubiera hecho si la persona que lo
sostenía hubiese sido otra. Creo que en general los pediatras son personas capaces de
identificarse con el bebé y de sostenerlo, y quizás es esta capacidad de identificación lo que los
orienta hacia la pediatría.


Vale la pena mencionar algo tan obvio porque muchas veces se describen grandes variaciones en
la forma de comportarse de un bebé, y pienso que siempre deberíamos tener una filmación de la
persona que está realizando la investigación, para así poder juzgar si era alguien que sabía cómo
se sentía el bebé en ese momento. El motivo por el cual este aspecto especial del cuidado del
bebé debe ser mencionado, aunque sea en esta breve enunciación, es que en las etapas tempranas
del desarrollo emocional, antes de que los sentidos se hayan organizado, y antes de que exista
algo que pueda denominarse un yo autónomo, se experimentan ansiedades muy severas. En
realidad, la palabra "ansiedad" no nos sirve, ya que la angustia que experimenta el bebé en esta
etapa es similar a la que lleva al pánico, y el pánico es ya una defensa contra la agonía que
impulsa a la gente a suicidarse antes que a recordar. Aquí me he propuesto utilizar un lenguaje
fuerte. Supongamos el caso de dos bebés. Uno fue adecuadamente sostenido (en el sentido
amplio que atribuyo al término), y no hubo nada que pudiera impedir un crecimiento emocional
rápido, acorde con las tendencias innatas. El otro no pasó por la experiencia de haber sido
sostenido adecuadamente, y por fuerza su crecimiento se retrasó y distorsionó, y cierto grado de
agonía primitiva persistió en su vida. Digamos que en su caso, a través de la experiencia
corriente de un sostén suficientemente bueno, la madre fue capaz de suplir una función yoica
auxiliar, de modo tal que el bebé tuvo un yo desde el principio, un yo personal muy débil pero
asistido por la adaptación sensible de la madre y por la habilidad de ésta para identificarse con su
bebé en lo relativo a las necesidades básicas. El bebé que no pasó por esa experiencia debió
desarrollar un funcionamiento yoico prematuro, o bien desarrolló una confusión.


Creo que debo expresarme con sencillez, porque quienes poseen experiencia en lo relativo al
físico no necesariamente saben mucho de teoría psicológica. En la psicología del crecimiento
emocional, para que los procesos madurativos del individuo se vuelvan reales, necesitan del
aporte de un ambiente facilitador. Este ambiente facilitador adquiere muy pronto una adaptación
de complejidad extrema. Sólo un ser humano puede conocer a un bebé de un modo que haga
posible una adaptación de complejidad creciente adecuada a das necesidades cambiantes del
bebé. La maduración en las primeras etapas, y ciertamente durante todo el crecimiento, es en
gran medida una cuestión de integración. No puedo repetir aquí todo lo que se ha escrito acerca
de los detalles del desarrollo emocional primitivo, pero sí decir que éste incluye tres tareas
principales: integración del yo, establecimiento de la psique en el cuerpo, y formación de
relaciones objetales. Con ellas se corresponden, aproximadamente, las libres funciones de la
madre: sostén, manejo y presentación de objetos. El tema es muy amplio. He realizado un intento
de desarrollarlo en "El primer año de vida", pero en este momento mi propósito es mantenerme
más cerca de la fecha de nacimiento. Observarán que estoy intentando atraer la atención hacia el
hecho de que los bebés son humanos desde el principio, es decir, suponiendo que cuenten con un
aparato electrónico apropiado. Sé que en este lugar no es necesario atraer la atención hacia el
hecho de que los bebés son humanos. Este es el común denominador de la psicología que
pertenece a la pediatría.

Es difícil encontrar un modo de precisar cuándo se comienza a ser persona. Si hay alguien capaz
de acumular experiencias, compararlas, sentir y diferenciar las sensaciones, ser aprehensivo en el
momento apropiado y comenzar a organizar defensas contra el sufrimiento mental, entonces yo
diría que el bebé ES, y el estudio del bebé a partir de este punto necesita incluir a la psicología. 


Ustedes seguramente tendrán conocimiento de diversos intentos que se están realizando para
estudiar a los bebés por medio de la observación directa. Aquí, bastará con que mencione la
bibliografía citada al final del reciente libro Determinants of Infant Behaviour, Vol. 2. No me
referiré específicamente a este método, y podría preguntárseme: ¿Por qué no?, ya que la
observación directa es necesaria para que el trabajo tenga sentido para quienes (como muchos de
los aquí presentes) se dedican principalmente a la ciencia física. Pero yo preferiría en estos pocos
minutos intentar transmitirles una pequeña parte de mi experiencia como psicoanalista y como
psiquiatra de niños. He arribado a estas conclusiones hace mucho tiempo, a partir de la práctica
de la pediatría física.


¿De qué manera puede el psicoanálisis contribuir a la comprensión de la psicología del recién
nacido? Obviamente, habría mucho que decir acerca de los rasgos psiquiátricos que pueden
presentar la madre o el padre, pero para mantener el tema dentro de los límites que lo hagan
manejable me veo obligado a presuponer cierto grado de salud en los padres y a dedicar mi
atención al bebé, y además, a presuponer la salud física del bebé.


El psicoanálisis ha sido útil en primer lugar aportando una teoría (la única existente, en realidad)
del desarrollo emocional. Pero en los comienzos sólo consideraba las cuestiones infantiles en el
simbolismo de los sueños, en la sintomatología psicosomática, en el juego imaginativo.
Gradualmente fue retrocediendo en el tiempo hasta aplicarse aun a los niños pequeños, digamos,
de dos años y medio de edad. Esto no aportó lo necesario para nuestro propósito actual, sin
embargo, ya que los niños de dos años y medio están sorprendentemente lejos de su primera
infancia, a menos que sean enfermos e inmaduros.


Estoy sugiriendo que el desarrollo más importante del psicoanálisis, para lo que aquí nos
interesa, fue la extensión del trabajo del analista hasta abarcar el estudio de pacientes psicóticos.
Se está comprobando actualmente que, mientras que la psiconeurosis conduce al analista a la
niñez temprana del paciente, la esquizofrenia lo conduce a su primera infancia, a los comienzos,
a una etapa de dependencia casi absoluta. En resumen, en estos casos han existido fallas del
ambiente facilitador en una etapa anterior a aquella en que el yo inmaduro y dependiente
adquiere la capacidad de organizar defensas.


Para reducir aun más el campo, el mejor paciente para el investigador que estudia la psicología
de la primera infancia de esta manera es el esquizofrénico fronterizo, o sea, aquel que posee una
personalidad funcional suficiente como para psicoanalizarse y realizar el arduo trabajo necesario
para que la parte enferma de su personalidad pueda encontrar alivio. No puedo hacer mucho más
que presentarles el modo en que un paciente severamente regresivo que se encuentra en
tratamiento analítico regular puede enriquecer nuestra comprensión del bebé. Efectivamente, el
bebé se encuentra en el diván, o en el suelo, o en algún sitio, y la dependencia está presente en
toda su magnitud, la función auxiliar del yo del analista es activa, la observación del bebé puede
ser directa, excepto por el hecho de que el paciente es un adulto que sin duda tiene cierta
experiencia de la vida. Debemos tener presente esa experiencia que distorsiona la óptica.


Quiero que sepan que soy consciente de las distorsiones, y que lo que digo no apunta a demostrar
nada, aunque puede resultar ilustrativo. A continuación, expondré dos ejemplos de mi intento de
demostrar que sé algo acerca de las distorsiones. En primer lugar, un niño esquizofrénico de
cuatro años. Su madre y su padre se ocupan de su cuidado. El niño recibe una atención muy
especial, y, como no es un caso muy severo, se está recuperando en forma gradual. En mi
consultorio juega a que nace nuevamente de su madre. Le endereza las piernas mientras está en
su regazo y luego se desliza por las piernas hasta el suelo; repite la maniobra una y otra vez. Es
un juego particular que deriva de una relación especial con su madre, y que corresponde al hecho
de que ésta, más que una madre es la enfermera psiquiátrica de un niño enfermo. Ahora bien, este
juego involucra un simbolismo; se asocia con todas las cosas que a la gente normal y corriente le
gusta hacer; y también con la forma en que el nacimiento aparece en los sueños. ¿Pero se trata de
un recuerdo directo que este niño tiene de su nacimiento? En realidad no hay tal cosa, ya que
nació por cesárea. Lo que quiero dar a entender es que todo intento de considerar el pasado de un
paciente debe ser corregido constantemente, y soy consciente de esto, aunque el simbolismo sea
adecuado


En segundo lugar, veamos el caso de una mujer Histérica que "recuerda" su nacimiento. Lo
recuerda con lujo de detalles, tiene sueños angustiosos al respecto, y en uno de sus sueños
aparece el médico; luciendo levita y galera y llevando una valija, y ella recuerda lo que él le dijo
a su madre. Por supuesto, se trata de una típica distorsión histérica, aunque no debe descartarse la
posibilidad de que esta mujer también estuviera tomando en cuenta recuerdos reas de su
nacimiento. Un material onírico semejante no puede ser utilizado en esta discusión, y
ciertamente la mujer, como persona adulta, tenía conocimientos relativos al proceso del
nacimiento, y tuvo muchos hermanos que nacieron después que ella.


En cambio puedo referirles el caso de una niña de dos años que representaba a su hermanita en el
momento de nacer. La niña estaba tratando de establecer una nueva relación con su hermanita.
Había algo específico que nosotros debíamos hacer. Ella entró sabiendo lo que quería, y me hizo
sentar en el suelo entre los juguetes, y yo tenía que "ser ella". Luego salió, trajo a su padre desde
la sala de espera hasta el consultorio (hubiera traído a su madre, pero era el padre el que estaba
allí), se sentó sobre sus rodillas, y entonces ella era el bebé que nacía. Para representar el
nacimiento saltó sobre las rodillas de su padre y luego se deslizó hasta el suelo por entre sus
piernas y dijo: "¡Soy un bebé!" Luego me observó; yo tenía una función específica que cumplir:
representarla a ella. Me dijo más o menos lo que tenía que hacer: enojarme mucho y tirar los
juguetes y decir: "No quiero una hermanita" y cosas por el estilo, y esto debía repetirse una y otra
vez. Ustedes ven lo fácil que resultaba para esta niñita representar el proceso del nacimiento
deslizándose hasta el suelo, y lo repitió alrededor de diez veces hasta que su padre ya no pudo
soportarlo, y luego comenzó a nacer de la cabeza de su padre; ciertamente, esto no le importó
tanto a él debido a que es profesor y es muy inteligente.


A continuación me gustaría hablarles del reflejo de Moro. Todos ustedes lo conocen, y no
necesito explicar que, si se deja caer levemente la cabeza de un bebé, éste reacciona de modo
previsible. Es un aspecto de lo que denomino quehacer materno insuficientemente bueno, que
destaco a los efectos del estudio científico. Es exactamente lo que una madre no haría a su bebé.
El motivo por el cual los médicos no reciben una bofetada cuando lo hacen es que son médicos,
y las madres se sienten intimidadas por los médicos. Ciertamente, un reflejo de Moro no altera la
psicología de un bebé pero si se diera el caso de una madre, obsesionada con el reflejo de Moro,
que alzara a su hijo cada veinte minutos y dejara caer su cabeza para ver qué ocurriría, ese bebé
no tendría una madre suficiente mente buena. Es exactamente lo que una madre no haría a su
bebé. Aunque una madre puede no tener palabras para describir sus sentimientos por su bebé,
ando lo alza y lo cobija en sus brazos.


A continuación quisiera referirme al tratamiento analítico de una paciente. Esta mujer necesitaba
una profunda y prolongada regresión a la dependencia. Su tratamiento se prolongó por muchos
años. Me proporcionó una oportunidad única de observar la primera infancia: la aparición de la
primera infancia en un adulto. El bebé al que se le provoca el reflejo de Moro no puede hablar de
lo que le sucedió. Mi paciente, en cambio, cada vez que se recuperaba después de una etapa de
regresión profunda, se convertía en una persona adulta con conocimientos y experiencia. Podía
hablar. El problema de que no fuera sólo un bebé sino también una persona compleja debe ser
tenido en cuenta.


En la muy temprana etapa del desarrollo emocional a la que esta mujer retrocedió, se tiene una
idea muy simple del self. En realidad, mediando un quehacer materno suficientemente bueno,
sólo es necesario esbozo de una idea del self, o tal vez ni siquiera eso.


El sostén incorrecto (o la falla ambiental que provoca el reflejo de Moro) impone al bebé una
conciencia prematura para la cual no está bien equipado. Si el bebé diera hablar, diría: "Ahí
estaba yo, disfrutando de la continuidad de ser. No tenía idea alguna acerca de una
representación adecuada para mi self, pero podría haber sido un círculo." (Interrumpiendo al
bebé en este punto diré que, a mi juicio, la gente que fabrica los globos que se venden en las
plazas olvida que lo que les gusta a los niños es una simple esfera que no obedezca a las leyes de
gravedad; no desean orejas ni narices ni leyendas ni nada por el estilo.) "La representación de mi
self podría haber sido un círculo (diría el bebé). De pronto, sucedieron dos cosas terribles: la
continuidad de mi ser, que es todo lo que tengo de integridad personal en este momento, fue
interrumpida, y fue interrumpida por tener que dividirme en dos partes: un cuerpo y una cabeza.
La nueva representación que me vi forzado a hacer de mí mismo fue la de dos círculos
separados, en lugar del círculo único del cual ni siquiera tenía que ser consciente antes que
ocurriera esta cosa espantosa." El bebé está intentando describir una escisión de su personalidad
y además la prematura toma de conciencia producida por la caída de su cabeza.


En realidad, el niño fue sometido a un tormento mental, y es precisamente éste el tipo de
tormento mental que el esquizofrénico lleva consigo como recuerdo y como amenaza, y el que
hace que el suicidio se convierta en una alternativa razonable.


No he terminado aún con mi paciente. Quizás ustedes se pregunten por qué había en ella un
impulso de regresar a la dependencia, y ante todo debo responder a esta pregunta. En los casos
denominados "fronterizos" hay un impulso -refrenado- a avanzar en el desarrollo emocional. El
único modo de recordar las experiencias muy tempranas consiste en recibirlas, y como se trata de
experiencias que en su momento fueron excesivamente dolorosas porque tuvieron lugar cuando
el yo no estaba organizado y el yo auxiliar del quehacer materno era deficiente, es preciso que
sean revividas en una situación cuidadosamente preparada y probada como la que se da en un
encuadre psicoanalítico. Además, el analista está presente, así que, si todo marcha bien, el
paciente tiene alguien a quien odiar por la falla original del ambiente facilitador que distorsionó
los procesos madurativos.


En el caso particular de esta paciente, surgieron muchos pormenores sobre su infancia que
pudimos analizar juntos. Sucede que, con ella hice algo poco usual en mi práctica. En cierto
momento, en el curso del análisis, la paciente estaba en el diván, con su cabeza apoyada en mi
mano. Este tipo de contacto real es raro en la práctica psicoanalítica, e hice algo censurable, por
completo ajeno al psicoanálisis: dejé caer su cabeza para ver si se producía el reflejo de Moro.
Por supuesto, yo sabía lo que iba a ocurrir. La paciente experimentó un sufrimiento mental muy
intenso, provocado por el hecho de quedar dividida en dos, y a partir de allí pudimos continuar,
para al fin descubrir cuál era el significado psicológico de su agonía mental. Finalmente, ella fue
capaz de decirme lo que le había ocurrido a su self infantil; me explicó que en ese momento el
círculo se había convertido en dos círculos, y la experiencia fue un ejemplo de una escisión de la
personalidad causada por una falla específica en el ambiente facilitador, una falla en el
fortalecimiento del yo.


Es muy raro que se me presente la oportunidad de hacer una prueba de este tipo, porque mi
función como terapeuta no es la de cometer estos errores que producen un sufrimiento mental
intolerable. No puedo sacrificar a un paciente en el altar de la ciencia. Pero lo terrible es que, a
través del tiempo, uno comete todo tipo de errores simplemente por ser humano, de manera tal
que las pruebas se realizan y nos hacemos cargo de los resultados lo mejor que podemos. En este
caso, realicé la prueba deliberadamente.


A partir de este ejemplo, podemos ver que el reflejo de Moro puede o no depender de la
existencia de un arco reflejo. Me refiero simplemente a que no es necesario que éste exista. No
necesariamente debe existir un sustrato neurológico, o bien la respuesta puede ser tanto
neurofisiológica como psicológica, y cada una puede convertirse en la otra. Lo que estoy
sugiriendo es que no es prudente dejar de lado la psicología si lo que uno se propone es formular
una enunciación completa.


Existen sólo unas pocas de estas agonías primitivas. Se cuentan entre ellas, por ejemplo, la
sensación de caída interminable, las desintegraciones de todo tipo, y todo lo que divide la psique
y el cuerpo. Pronto se verá que estas cuestiones se relacionan con el progreso en el desarrollo
emocional del bebé que tiene lugar cuando el quehacer materno es suficientemente bueno. Al
mismo tiempo, en lo que respecta a la esquizofrenia, se produce un retroceso. El esquizofrénico
se ve impulsado a entrar en contacto con aquellos procesos que deterioran el progreso de la etapa
más temprana, que abarca el período neonatal. Y este enfoque de la esquizofrenia contribuye
tanto a la comprensión de esta enfermedad como a la comprensión de los bebés.


Todavía queda mucho por investigar sobre el tema de los recuerdos infantiles y lo que la
experiencia del nacimiento significa para el bebé. No tengo tiempo suficiente para desarrollar
este tema aquí. Pero quisiera comentar un sueño de una niña esquizofrénica que tuvo un
nacimiento difícil. Previamente, sin embargo, debo introducir el postulado de que hay un
nacimiento normal -psicológicamente hablando-, en el cual el trauma psicológico es mínimo. En
un nacimiento normal, desde el punto de vista del bebé, él nació porque estaba preparado para
nacer; y mediante grandes esfuerzos, por necesidad de respirar o por lo que fuere, hizo algo; en
consecuencia, desde su punto de vista el nacimiento es algo "llevado a cabo por el bebé". Creo
que esto no solamente es normal., sino que es lo corriente. Estos dichosos acontecimientos no
aparecen con tanta frecuencia en nuestros tratamientos analíticos como en el simbolismo, en la
ficción y en el juego. Es lo que ha salido mal lo que aparece en el tratamiento, y una de estas
cosas es el retraso, que es infinito porque el bebé no tiene motivo alguno para esperar el éxito.


Ahora retomemos el caso de la niña esquizofrénica a la cual dediqué 2500 horas de mi tiempo.
Tenía un coeficiente intelectual excepcionalmente alto: alrededor de 180, según creo. Y vino a
tratarse, preguntándome si le daría la posibilidad de suicidarse por un buen motivo en lugar de
por un mal motivo. En esto, fracasé. Cuando tuvo ese sueño, estaba en una etapa en la que volvía
a vivenciar su nacimiento, con todas las distorsiones propias de una mujer adulta sumamente
inteligente. Tenía una madre muy neurótica, y hay pruebas de que su conciencia había sido
despertada, si tal cosa es posible (y creo que lo es), unos días antes de la fecha de su nacimiento,
debido a que su madre sufrió un shock muy severo. Luego el nacimiento se complicó por una
placenta previa, de diagnóstico tardío. La vida de esta niña tuvo un mal comienzo, y nunca logró
adaptarse.


En medio de este nuevo intento suyo de comprender los efectos de todo aquello, me pidió
prestado mi ejemplar de EL trauma del nacimiento de Rank. Como pueden ver, otra
complicación. Todas estas complicaciones deben ser aceptadas y tomadas en cuenta en el tipo de
trabajo al que me estoy refiriendo. Leyó el libro y la noche siguiente tuvo un sueño que le
pareció altamente significativo, en lo que, creo, coincidirán ustedes. Para el analista, estos sueños
son el pan de cada día. Si ustedes están familiarizados con el tema, podrán ver que este sueño
involucra una afirmación de su confianza en mí -el analista- como la persona que la sostiene, es
decir, que maneja su caso y realiza su análisis. El sueño ilustra además su permanente estado de
paranoia, su vulnerabilidad, su inexperiencia esencial, contra la cual había organizado todas las
defensas posibles. Un psicoanalista haría notar que hay muchos determinantes de este sueño que
no pueden remontarse tan lejos como la fecha de nacimiento de la paciente. De todos modos, les
referiré el sueño como ejemplo ilustrativo. Esta es la idea de la paciente sobre su nacimiento:


Soñó que estaba debajo de un montón de grava. Toda la superficie de su cuerpo tenía una
sensibilidad extrema, difícil de imaginar. Su piel estaba quemada, lo cual representaba su modo
de decir que la sentía extremadamente sensible y vulnerable. Estaba toda quemada. Sabía que si
alguien venía y le hacía algo, el dolor, tanto físico como mental, sería imposible de soportar.
Sabía que existía el riesgo de que alguien viniera y le sacara la grava de encima, y le hiciera
cosas para curarla, y la situación era intolerable. Hizo hincapié en que experimentaba
sentimientos comparables a los que acompañaron su intento de suicidio. (Había hecho dos
intentos de suicidio, y finalmente se suicidó). "Es algo que uno no puede soportar más", dijo, "el
horror de tener un cuerpo, y la mente, que ya ha sufrido demasiado. Era la totalidad de ello, de
toda la tarea, lo que la hacía tan imposible. Si solamente me dejaran sola; si la gente dejara de
acercárseme." Pero lo que ocurrió en el sueño fue que alguien vino y echó aceite sobre la grava.
El aceite atravesó la grava, llegó hasta su piel y la cubrió. Entonces permaneció allí sola durante
tres semanas, al cabo de las cuales la grava pudo ser retirada sin causarle dolor. Sin embargo,
había una zona irritada entre sus pechos, "una superficie triangular que no había sido alcanzada
por el aceite, de la cual emergía algo semejante a un pene pequeño o a una cuerda. Esta zona
debía ser cuidada y, por supuesto, era ligeramente dolorosa, pero bastante soportable.
Simplemente, no importaba. Alguien la arrancó."


Este sueño, creo, nos brinda (entre muchas otras cosas) una idea acerca de lo que puede llegar a
sentirse al nacer. Este no fue uno de los nacimientos que denomino normales debido a la toma de
conciencia prematura producida por las demoras en el proceso de nacimiento.


Sé que hay quienes considerarán este enfoque como poco convincente. Lo que he intentado
hacer, de todos modos, es llamar la atención sobre cierta labor en curso de la que quizá no hayan
oído hablar, porque corresponde a una disciplina que les es ajena. La teoría de la esquizofrenia
como anulación de los procesos madurativos de la primera infancia tiene mucho para enseñar al
psiquiatra; también creo, tiene mucho para enseñar al pediatra, al neurólogo y al psicólogo sobre
los bebés y sus madres.
La teoría de la relación entre progenitores-
infante
Este trabajo, junto con uno de la doctora Phyllis Greenacre sobre el mismo tema,
fue sometido a discusión en el 22° Congreso Internacional Psicoanalítico, realizado en
Edimburgo en 1961.
Se publicó por primera vez en el Int. J. Psycho-Anal., 41, págs. 585-95.
Es posible que el tema principal de este escrito pueda exponerse del mejor modo
mediante una comparación del estudio de la infancia con el estudio de la transferencia
psicoanalítica (1). Nunca podrá subrayarse lo bastante que lo que digo se refiere a la
infancia, y no primordialmente al psicoanálisis. La razón por la cual es indispensable
comprenderlo toca las raíces de la cuestión. Si este escrito no realiza un aporte
constructivo, no hará más que sumarse a la confusión existente acerca de la importancia
relativa de las influencias personales y ambientales en el desarrollo del individuo.

En el psicoanálisis tal como lo conocemos no hay ningún trauma al margen de la


omnipotencia del individuo. Todo cae finalmente bajo el control del yo, y por lo tanto
queda relacionado con los procesos secundarios. Al paciente no lo ayuda que el analista
diga "su madre no fue lo bastante buena", "en realidad su padre la sedujo", o "su tía la
abandonó". En un análisis se producen cambios cuando los factores traumáticos entran en
el material psicoanalítico a la manera del paciente, y en el seno de la omnipotencia del
paciente. Las interpretaciones que producen cambios son las que pueden realizarse en
términos de proyección. Lo mismo se aplica a los factores benéficos, los factores que
conducen a la satisfacción. Todo es interpretado en los términos del amor y la
ambivalencia del individuo. El analista está preparado para aguardar hasta encontrarse en
condiciones de hacer exactamente este tipo de trabajo.

Pero al infante le ocurren cosas buenas y malas que están totalmente fuera de su alcance.
De hecho, la infancia es el período en el cual todavía está en proceso de formación la
capacidad para recoger los factores externos en el ámbito de la omnipotencia del infante.
El yo auxiliar del cuidado materno le permite vivir y desarrollarse a pesar de no ser aún
capaz de controlar o de sentirse responsable por lo bueno y malo del ambiente.
De los acontecimientos de esas primeras etapas no puede pensarse que se pierden en
virtud de lo que ahora conocemos como mecanismos de represión, y por lo tanto los
analistas no pueden esperar que aparezcan como resultado del trabajo que atenúa las
fuerzas de la represión. Es posible que Freud pensara en esos problemas cuando empleó
la expresión "represión primaria", pero esto está abierto a la discusión. Lo seguro es que
lo que estamos examinando aquí ha sido dado por sentado en gran parte de la literatura
psicoanalítica (2).

He dicho que el analista está preparado para aguardar hasta que el paciente sea capaz de
presentar los factores ambientales en términos que permitan su interpretación como
proyecciones. En un caso bien escogido, este resultado surge de la capacidad del paciente
para confiar, que es redescubierta en la confiabilidad del analista y en el encuadre
profesional. A veces el analista tiene que esperar mucho, y en el caso mal elegido para el
psicoanálisis clásico es probable que la confiabilidad del analista sea el factor más
importante (o más importante que las interpretaciones), porque el paciente no la
experimentó en el cuidado materno de la infancia, y para poder hacer uso de ella
necesitará encontrarla por vez primera en la conducta del analista. Esta parece ser la base
de la investigación sobre el problema de lo que puede hacer un psicoanalista en el
tratamiento de la esquizofrenia y las otras psicosis.

En los casos fronterizos no siempre esperamos en vano; con el transcurso del tiempo, el
paciente llega a ser capaz de usar como proyecciones la interpretación psicoanalítica de
los traumas originales. Puede incluso suceder que esté en condiciones de aceptar lo que
es bueno en el ambiente como una proyección de los elementos simples y estables del
"seguir siendo", derivados de su propio potencial hereditario.

La paradoja está en que lo bueno y lo malo del ambiente del infante no son en realidad
proyecciones pero, a pesar de esto, para que el infante se desarrolle sanamente es
necesario que todo le parezca una proyección. Aquí encontramos operando la
omnipotencia y el principio de placer, como sin duda lo hacen en la más temprana
infancia, y a esta observación podemos añadir que el reconocimiento de un "no-yo"
verdadero es una cuestión de intelecto; pertenece al refinamiento extremo y a la madurez
del individuo.
En los escritos de Freud, la mayor parte de las formulaciones concernientes a la infancia
derivan del estudio de los adultos en análisis. Hay algunas observaciones directas (el
material de 1920 sobre el carretel), y está el análisis de Juanito (1909). A primera vista,
parecería que gran parte de la teoría psicoanalítica trata sobre la niñez temprana y la
infancia, pero en cierto sentido puede decirse que Freud ha desatendido a la infancia
como estado. Lo pone de relieve una nota al pie de "Formulaciones sobre los dos
principios del acaecer psíquico" (1911, pág. 220 de la edición inglesa), en la cual se ve
que reconoce que está dando por sentadas las mismas ideas que sometemos a discusión
en este artículo. En el texto, Freud rastrea el desarrollo desde el principio de placer hasta
el principio de realidad, siguiendo su curso usual de reconstrucción de la infancia de sus
pacientes adultos. La nota dice lo siguiente:

Se me objetará con todo derecho que una organización que era esclava del principio de
placer y desatendía la realidad del mundo externo no podía mantenerse viva ni un tiempo
mínimo, de modo que no podría haber llegado a existir en absoluto. No obstante, el
empleo de una ficción como ésta se justifica cuando uno considera que el infante -
siempre y cuando se incluya con él el cuidado que recibe de su madre casi realiza un
sistema físico de este tipo.

Freud rinde tributo a la función del cuidado materno, y debe suponerse que abandona el
tema porque no está preparado para discutir todo lo que implica. La nota continúa:

Probablemente el niño alucina la satisfacción de sus necesidades internas; revela su


displacer cuando se produce un incremento del estímulo y una ausencia de satisfacción
mediante la descarga motriz del llanto y agitando brazos y piernas; entonces experimenta
la satisfacción que ha alucinado. Más tarde, como niño mayor, aprende a emplear
intencionalmente esas manifestaciones de descarga como métodos para expresar sus
sentimientos. Puesto que el cuidado ulterior de los niños sigue el modelo del cuidado de
los infantes, el dominio del principio de placer sólo puede llegar realmente a su fin
cuando el niño ha logrado un desligamiento psíquico completo respecto de sus
progenitores.
Las palabras "siempre y cuando se incluya con él el cuidado que recibe de su madre"
tienen una gran importancia en el contexto de este estudio. El infante y el cuidado
materno, juntos, forman una unidad (3). Sin duda, si se estudia la teoría de la relación
progenitores-infante, es necesario tomar una decisión sobre estas cuestiones, que
conciernen al significado real de la palabra dependencia. No basta con reconocer que el
ambiente es importante. En una discusión de la teoría de la relación progenitores-infante,
se forman dos grupos antagónicos si hay quienes no admiten que en las primeras etapas el
infante y el cuidado materno se pertenecen recíprocamente y son inextricables. Estas dos
cosas, el infante y el cuidado materno, se deslindan y disocian en la salud, y la salud, que
significa tantas cosas, en alguna medida significa desenredar el cuidado materno en algo
que entonces llamamos el infante o los principios de un niño en crecimiento. Esta idea
queda cubierta por las palabras de Freud en el final de la nota al pie: "el dominio del
principio de placer sólo puede llegar realmente a su fin cuando el niño ha logrado un
desligamiento físico completo respecto de sus progenitores". (Más adelante
examinaremos la parte central de la nota al pie, en una sección en la que propondremos
que estas palabras de Freud son inadecuadas y en cierto sentido desorientan, si se
considera que se refieren a la primera etapa.).

La palabra "infante"

En este escrito entendemos que la palabra infante designa al niño muy pequeño. Es
necesario decirlo, porque en las obras de Freud esta palabra parece incluir al niño hasta la
edad de la superación del complejo de Edipo. En realidad, "infante" implica "que no
habla" (infans), y no resulta inútil pensar en la infancia como la fase anterior a la
aparición de la palabra y al empleo de símbolos verbales. Se infiere que Freud está
refiriéndose a una fase en la cual el infante depende de un cuidado materno basado más
en el empatía de la madre que en lo que es o puede ser expresado verbalmente.
Este es en lo esencial un período de desarrollo del yo, y la integración es el rasgo
principal de ese desarrollo. Las fuerzas del ello reclaman atención. Al principio son
externas al infante. En la salud, el ello se recoge al servicio del yo, y el yo lo domina, de
modo que las identificaciones del ello pasan a fortalecer al yo. No obstante, éste es un
logro del desarrollo sano, y en la infancia hay muchas variantes que dependen del fracaso
relativo de este proceso. En la mala salud los logros infantiles de este tipo sólo han sido
alcanzados en un grado mínimo, o quizá se alcanzaron y perdieron. En la psicosis infantil
(o esquizofrenia) el ello sigue siendo relativa o totalmente "externo" al yo; sus
satisfacciones siguen siendo físicas, y tienen el efecto de amenazar la estructura del yo,
hasta que se organizan defensas de calidad psicótica (4).

Estoy sosteniendo que la razón principal por la cual en el desarrollo infantil el infante por
lo común llega a ser capaz de dominar al ello, y el yo capaz de incluirlo, es el hecho del
cuidado materno, mientras el yo materno instrumenta el yo del infante y de ese modo le
da poder y estabilidad. Habrá que examinar cómo se produce este proceso, y también
cómo el yo del infante llega finalmente a liberarse del yo auxiliar de la madre, de modo
tal que el niño se desliga mentalmente de ella, consiguiendo diferenciarse en un self
personal separado.

Para examinar la relación progenitores-infante es necesario en primer lugar intentar una


breve exposición de la teoría del desarrollo emocional del infante.

Historia

En el desarrollo de la teoría psicoanalítica, las primeras hipótesis tenían que ver con el
ello y con los mecanismos de defensa del yo. Se entendía que el ello entraba en escena
muy tempranamente; el descubrimiento y la descripción por Freud de la sexualidad
pregenital, sobre la base de sus observaciones de los elementos regresivos hallados en la
fantasía genital y en el juego y los sueños, constituyen rasgos principales de la psicología
clínica.
Los mecanismos de defensa del yo fueron formulándose gradualmente (5). Se supuso que
esos mecanismos se organizaban en relación con la angustia derivada de la tensión
instintiva o de la pérdida del objeto. Esta parte de la teoría psicoanalítica presupone una
separatividad del self y una estructuración del yo, quizás un esquema corporal personal.
En la primera parte de este escrito todavía no podemos dar por sentado este estado de
cosas. La discusión se centra precisamente en el establecimiento de este estado de cosas,
es decir, de la estructuración del yo que hace posible la angustia a partir de la tensión
instintiva o de la pérdida del objeto. En esta etapa temprana la angustia no es angustia de
castración, ni de separación; se relaciona con algo totalmente distinto, y de hecho
constituye angustia de aniquilación (cf. la afánisis de Jones).

En la teoría psicoanalítica, los mecanismos de defensa del yo en gran medida suponen la


idea de un niño que tiene independencia, una organización defensiva verdaderamente
personal. En esta transición del desarrollo, las investigaciones de Klein se suman a la
teoría freudiana, clarificando el interjuego de los mecanismos de defensa con las
angustias primitivas. El trabajo de Klein tiene que ver con la más temprana infancia, y
llana la atención sobre la importancia de los impulsos agresivos y destructivos, más
profundamente arraigados que los reactivos a la frustración y relacionados con el odio y
la rabia; esta autora también realiza una disección de las defensas tempranas contra las
angustias primitivas, propias de las primeras etapas de la organización mental (escisión,
proyección e introyección).

Lo que se describe en la obra de Melanie Klein pertenece claramente a la vida del infante
en las primeras fases y al período de dependencia que nos ocupa en este artículo. Melanie
Klein deja en claro que ella reconoce que el ambiente es importante en ese período, y de
diversos modos en todas las etapas (6). No obstante, yo sostengo que el trabajo de esta
estudiosa y de sus colaboradores deja abierto para una consideración ulterior el tema del
desarrollo de la dependencia completa, que aparece en la frase de Freud "... el infante,
siempre y cuando se incluya con él el cuidado que recibe de su madre...". No hay nada en
la obra de Klein que contradiga la idea de una dependencia absoluta, pero me parece que
tampoco hay referencia específica a la etapa en que el infante sólo existe gracias al
cuidado materno, con el cual forma una unidad.
Lo que aquí estoy formulando para su consideración es la diferencia entre la aceptación
por el analista de la realidad de la dependencia y su trabajo con ella en la transferencia
(7).

Parecería que el estudio de las defensas del yo retrotrae al investigador a las


manifestaciones pregenitales del ello, mientras que el estudio de la psicología del yo lo
lleva a la dependencia, a la unidad cuidado materno-infante.

Una mitad de la teoría de la relación progenitores-infante tiene que ver con el infante: es
la teoría del recorrido del infante desde el principio de placer hasta el principio de
realidad, y desde el autoerotismo hasta las relaciones objetales. La otra mitad de la teoría
de la relación progenitores-infante se refiere al cuidado materno, es decir, a las cualidades
y los cambios de la madre, que satisfacen las necesidades específicas y el desarrollo del
niño hacia el que ella se orienta.
A. El infante
En esta parte del estudio, la palabra clave es dependencia. Los infantes no pueden
empezar a ser sino en ciertas condiciones. Las estudiamos más adelante, pero forman
parte de la psicología del infante. Los infantes llegan a ser de modo diferente, según las
condiciones sean favorables o desfavorables. Al mismo tiempo, esas condiciones no
determinan el potencial de la criatura. Este es heredado y resulta legítimo estudiarlo como
un tema separado, siempre y cuando se acepte que el potencial heredado por un infante
no puede convertirse en un infante a menos que esté vinculado con el cuidado materno.

El potencial heredado incluye la tendencia al crecimiento y desarrollo. A todas las etapas


del crecimiento emocional. pueden asignárseles fechas aproximadas. Es presumible que
todas las etapas del desarrollo tienen su fecha especial en cada niño individual. No
obstante, no se trata sólo de que esas fechas varían de niño a niño, sino también de que,
aunque se las conociera de antemano en el caso de un niño dado, no podrían utilizarse
para predecir el desarrollo real de ese niño, a causa del otro factor, el cuidado materno. A
lo sumo, sólo pueden tener algún valor predictivo si se da por sentado un cuidado
materno adecuado en los aspectos importantes. (Obviamente, esto no significa
"adecuado" sólo en el sentido físico; más adelante examinamos el significado de la
adecuación y la inadecuación en este contexto.)
El potencial heredado y su destino

En este punto es necesario intentar describir brevemente lo que sucede con el potencial
heredado cuando éste se convierte en un infante, y más tarde en un niño, un niño que se
orienta hacia la existencia independiente. A causa de las complejidades del tema, es
preciso basar esta descripción en el supuesto de un cuidado materno satisfactorio, que en
realidad significa cuidado parental. El cuidado parental satisfactorio puede dividirse
aproximadamente en tres etapas que se superponen:

a) Sostén.
b) La madre y el niño viven juntos. El infante no conoce la función del padre (ocuparse
del ambiente para la madre).
c) Padre, madre e infante viven juntos.

Empleamos el término "sostén" para denotar no sólo el sostén físico del infante, sino
también toda la provisión ambiental anterior al concepto de vivir con. En otras palabras,
se refiere a una relación tridimensional o espacial, a la que gradualmente va añadiéndose
el tiempo. El sostén, aunque comienza antes, después se superpone con las experiencias
instintivas que con el transcurso del tiempo determinarán las relaciones objetales. Incluye
el manejo de experiencias intrínsecas de la existencia tales como el completamiento (y
por lo tanto el no-completamiento) de los procesos, procesos éstos que desde fuera
pueden parecer puramente fisiológicos, pero que son propios de la psicología del infante
y se producen en un campo psicológico complejo, determinado por la conciencia y la
empatía de la madre. (Más adelante examinamos detalladamente el concepto de sostén.)

La expresión "vivir con" implica relaciones objetales, y que el infante emerge de su


estado de fusión con la madre, o su percepción de los objetos como externos al ser.

En este estudio nos interesa especialmente la etapa de "sostén" del cuidado materno, y los
acontecimientos complejos del desarrollo psicológico del infante relacionados con esa
fase. Pero debe recordarse que la división entre fase y fase es artificial, y sólo se la adopta
por conveniencia, para llegar a una definición más clara.

El desarrollo del infante durante la fase de sostén

Ala luz de lo que hemos dicho pueden enumerarse algunas características del desarrollo
del infante durante esta fase. En ella son realidades vivas:
el proceso primario, la identificación primaria, el autoerotismo, el narcisismo primario.

El yo pasa de un estado no integrado a una integración estructurada, con lo cual el infante


adquiere la capacidad de experimentar la angustia asociada con la desintegración. La
palabra "desintegración" comienza a tener un sentido que no tenía antes de que la
integración del yo fuera un hecho. Si el desarrollo es sano, en esta etapa el infante
conserva la capacidad de reexperimentar estados no integrados, pero esto depende de la
continuación de un cuidado materno confiable, o de la constitución en el infante de
recuerdos del cuidado materno, que gradualmente empieza a ser percibido como tal. El
resultado de un progreso sano en el desarrollo del infante en esta etapa es que se logra lo
que podríamos llamar "estado de unidad". El infante se convierte en una persona, en un
individuo por derecho propio.

Con este logro está asociada la existencia psicosomática del infante, que comienza a
adoptar una pauta personal; me he referido a esto como a la psique que habita o reside en
el soma (8). La base de esta residencia es la vinculación de las experiencias motrices,
sensoriales y funcionales con el nuevo estado del infante como persona. Como
continuación del desarrollo aparece lo que podría denominarse "membrana limitadora",
que en alguna medida (y en la salud) equivale a la superficie de la piel, y que ocupa una
posición intermedia entre el "yo" y el "no-yo" del infante. De modo que éste empieza a
tener un interior y un exterior, y un esquema corporal. Adquieren sentido las funciones de
incorporación y expulsión; además va justificándose cada vez más postular una realidad
psíquica personal o interior del infante (9).
Durante la fase de sostén se inician otros procesos; el más importante es el alborear de la
inteligencia y el comienzo de la mente como algo distinto de la psique. Allí se inicia la
historia de los procesos secundarios y del funcionamiento simbólico así como de la
organización de un contenido psíquico personal, que da base al soñar y a las relaciones de
vida.

Al mismo tiempo empiezan a converger en el infante dos raíces de la conducta impulsiva.


El término "fusión" designa el proceso positivo en virtud del cual los elementos difusos
propios del movimiento y del erotismo muscular se fusionan (en la salud) con el
funcionamiento orgiástico de las zonas erógenas. Con este concepto estamos más
familiarizados en el proceso inverso de desfusión, que es una defensa complicada en la
cual la agresión queda separada de la experiencia erótica al cabo de un período en el cual
se había logrado un cierto grado de fusión. Todos estos desarrollos corresponden a la
condición ambiental del sostén, y sin un sostén suficientemente bueno estas etapas no se
alcanzan, o si se alcanzan no quedan establecidas.

El paso siguiente en el desarrollo es la capacidad para las relaciones objetales. El infante


pasa de una relación con un objeto concebido subjetivamente a una relación con un
objeto percibido objetivamente. Este cambio está estrechamente ligado con la evolución
del infante, que deja de estar fusionado con la madre y se separa de ella, o se relaciona
con ella como algo separado y "no-yo". Si bien este avance no está específicamente
relacionado con el sostén, sí se vincula con la fase de "vivir con"...

Dependencia

En la fase de sostén el infante se encuentra en una dependencia máxima. La dependencia


puede clasificarse como sigue:

(¡)Dependencia absoluta. En este estado el infante no tiene modo alguno de conocer el


cuidado materno, que en gran medida tiene que ver con la profilaxis. La criatura no tiene
el control de lo que está bien y lo que está mal hecho; sólo puede sacar partido o sufrir la
perturbación.

(¡¡)Dependencia relativa. El infante se da cuenta de la necesidad que tiene de los detalles


del cuidado materno y en medida creciente los relaciona con sus impulsos personales;
más tarde, en un tratamiento psicoanalítico, puede reproducirlos en la transferencia.

(iii) Hacia la independencia. El infante desarrolla medios para pasar sin cuidado real. Lo
logra gracias a la acumulación de recuerdos de cuidado, a la proyección de las
necesidades personales y a la introyección de detalles de cuidado con el desarrollo de
confianza en el ambiente. Debe añadirse el elemento de la comprensión intelectual, con
sus enormes consecuencias.

El aislamiento del individuo

Otro fenómeno de esta fase que es necesario considerar es la ocultación del núcleo de la
personalidad. Examinemos el concepto de un self central o verdadero. Puede decirse que
el self central es el potencial heredado que experimenta una continuidad del ser y
adquiere a su propio modo y a su propia velocidad una realidad psíquica y un esquema
corporal personales (10). Parece necesario introducir el concepto del aislamiento de ese
self central como una característica de la salud. Cualquier amenaza a ese aislamiento del
self verdadero en esta etapa temprana genera una angustia importante, y las defensas de
la temprana infancia aparecen en relación con el fracaso de la madre (o del cuidado
materno) en prevenir las intrusiones capaces de perturbar ese aislamiento.

La organización del yo puede salir al paso y abordar esas intrusiones, que quedarán
recogidas en la omnipotencia del infante y serán sentidas como proyecciones (11). Por
otra parte, a veces irrumpen a través de esta defensa, a pesar del yo auxiliar que
proporciona el cuidado materno. Entonces se ve afectado el núcleo central del yo, y en
esto consiste la naturaleza misma de la angustia psicótica. En la salud, el individuo pronto
se vuelve invulnerable en este sentido, y si hay intrusión de factores externos sólo resulta
un nuevo grado y una nueva calidad de la ocultación del self central. En este caso la
mejor defensa es la organización de un self falso. Las satisfacciones instintivas y las
relaciones objetales en sí constituyen una amenaza al "seguir siendo" personal del
individuo. Por ejemplo, un bebé toma el pecho y obtiene satisfacción. El hecho en sí no
indica si tiene una experiencia yo-sintónica del ello o, por el contrario, padece el trauma
de una seducción, una amenaza a la continuidad del yo personal, la amenaza de una
experiencia del ello que no es yo-sintónica y para tratar con la cual el yo no está dotado.

En la salud, las relaciones objetales pueden desarrollarse sobre la base de una transacción
que compromete al individuo en lo que más tarde se denominaría engaño y
deshonestidad, mientras que la relación directa sólo es posible sobre la base de la
regresión a un estado de fusión con la madre.

La aniquilación
(12)

En estas primeras etapas de la relación progenitores-infante, la angustia está relacionada


con la amenaza de aniquilación, y es necesario explicar qué entendemos por este término.

En un lugar caracterizado por la existencia esencial de un ambiente que sostiene, el


"potencial heredado" se convierte en una "continuidad de ser". La alternativa a ser es
reaccionar, y el reaccionar interrumpe el ser y aniquila. Ser y aniquilación son las dos
alternativas. Por lo tanto, la función principal del ambiente sostenedor es la reducción a
un mínimo de las intrusiones a las que el infante debe reaccionar, con la consiguiente
aniquilación del ser personal. En condiciones favorables, el infante establece una
continuidad de existencia, y a continuación empieza a desarrollar los recursos más sutiles
que hacen posible recoger las intrusiones en el ámbito de la omnipotencia. En esta etapa
la palabra muerte no tiene ninguna aplicación posible, por lo cual la expresión "instinto
de muerte" es inaceptable para describir la raíz de la destructividad. La muerte no tiene
ningún sentido hasta la aparición del odio y el concepto de la persona humana total.
Cuando se Puede odiar y cuando se alcanza el concepto de persona humana total, la
muerte tiene significado, y a esto le sigue de cerca lo que puede denominarse
"mutilación"; la persona total odiada y amada se mantiene viva gracias a que se la castra
o mutila de algún otro modo, en lugar de matarla. Estas ideas son propias de una fase
ulterior a la caracterizada por la dependencia respecto del ambiente sostenedor.

La nota al pie de Freud, reexaminada

En este punto debemos volver a considerar la afirmación de Freud citada anteriormente.


Freud escribe: "Probablemente (el bebé) alucina la satisfacción de sus necesidades
internas; revela su malestar por el incremento de la estimulación y la demora de la
satisfacción a través de la descarga motriz del llanto y la lucha, y entonces experimenta la
satisfacción alucinada". La teoría expuesta en esta parte del enunciado no se aplica a la
fase más temprana. Con estas palabras ya se hace referencia a las relaciones objetales, y
la validez de esta parte del enunciado de Freud depende de que da por sentados los
aspectos anteriores del cuidado materno, que aquí describimos como propios de la fase de
sostén. Por otra parte, esta oración de Freud se ajusta exactamente a la fase siguiente,
caracterizada por una relación entre el infante y la madre en la cual dominan las
relaciones objetales y las satisfacciones instintivas o de las zonas erógenas, es decir,
cuando el desarrollo continúa bien.
B. La función del cuidado materno
A continuación trataré de describir algunos aspectos del cuidado materno, especialmente
el sostén. En este estudio el concepto de sostén es importante, y necesitamos desarrollar
más esta idea. Utilizamos la palabra para introducir un desarrollo completo del tema
contenido en la frase de Freud "...cuando uno considera que el infante -siempre y cuando
incluya con él el cuidado que recibe de su madre- casi realiza un sistema psíquico de- este
tipo". Me refiero al estado real inicial de la relación infante-madre, cuando el primero aún
no ha separado un self del cuidado materno, respecto del cual está en una dependencia
absoluta en el sentido psicológico (13).

En esta etapa el infante necesita, y de hecho habitualmente obtiene, una provisión


ambiental con ciertas características:
Satisface sus necesidades fisiológicas; la fisiología y la psicología aún no son distintas o
están en proceso de diferenciación; y es confiable, pero no mecánicamente confiable; es
confiable de un modo que indica empatía de la madre.

El sostén:

protege de la agresión fisiológica; toma en cuenta la sensibilidad dérmica del infante -el
tacto, la temperatura, la sensibilidad auditiva, la sensibilidad visual, la sensibilidad a la
caída (a la acción de la gravedad)- y su desconocimiento de la existencia de nada que no
sea el self; incluye la totalidad de la rutina del cuidado a lo largo del día y la noche, que
no es la misma para dos infantes cualesquiera, porque forma parte del infante, y no hay
ningún par de infantes que sean iguales; también sigue los minúsculos cambios
cotidianos, tanto físicos como psicológicos, propios del crecimiento y desarrollo del
infante.

Debe observarse que las madres que espontáneamente proporcionan un cuidado


suficientemente bueno, pueden mejorarlo si ellas mismas son cuidadas de un modo que
reconozca la naturaleza esencial de su tarea. Las madres que no proporcionan un cuidado
suficientemente bueno de modo espontáneo, no estarán en condiciones de hacerlo como
consecuencia de la mera instrucción.

El sostén incluye especialmente sostener físicamente al infante, lo que es una forma de


amar, quizá la única con la que la madre puede demostrarle su amor al niño. Hay quienes
pueden sostener a un infante y quienes no pueden. Estas últimas generan rápidamente en
la criatura una sensación de inseguridad y llanto angustiado.

Todo esto conduce al establecimiento de las primeras relaciones objetales y las primeras
experiencias de gratificación instintiva y también lo incluye y coexiste con él (14).

Sería erróneo anteponer la gratificación instintiva (alimentación, etcétera) o las relaciones


objetales (relación con el pecho) a la cuestión de la organización del yo (es decir, al yo
del infante reforzado por el yo materno). La base de la satisfacción instintiva y de las
relaciones objetales es la manipulación, el manejo y el cuidado generales del infante que,
cuando todo marcha bien, se dan por sentados con mucha facilidad.

La salud mental del individuo (en el sentido de estar libre de psicosis), o el riesgo de
psicosis (esquizofrenia) tienen como base este cuidado materno, que cuando es el
correcto apenas se advierte y constituye una prolongación de la provisión fisiológica
característica del estado prenatal. Esta provisión ambiental es también una prolongación
de la vivacidad tisular y la salud funcional que proporcionan un silencioso pero
vitalmente importante respaldo al yo del infante. De este modo, la esquizofrenia, la
psicosis infantil o el riesgo de psicosis a más edad están relacionados con una falla de la
provisión ambiental. Pero esto no significa que los efectos negativos de esa falla no
puedan describirse en los términos de una distorsión del yo y de las defensas contra las
angustias primitivas -esto es, en los términos del individuo-. Se verá que el trabajo de
Klein sobre los mecanismos de defensa de la escisión, y sobre las proyecciones,
introyecciones, etcétera, intenta exponer los efectos de la falla de la provisión ambiental
en los términos del individuo. Ese trabajo acerca de los mecanismos primitivos
proporciona la clave de sólo una parte de la cuestión, y la reconstrucción del ambiente y
sus fallas es la clave de la otra parte. Esta otra parte no puede aparecer en la transferencia,
porque el paciente no conoce ni los aspectos buenos ni los aspectos insuficientes del
cuidado materno, tal como éste se dio en el escenario infantil original.

Examen de un detalle del cuidado materno

Daré un ejemplo para ilustrar un aspecto sutil del cuidado del infante. Mientras el infante
está fusionado con la madre, lo mejor es que ésta comprenda las necesidades de la
criatura con la mayor exactitud posible. No obstante, con el final de la fusión se produce
un cambio, y ese final no es necesariamente gradual. En cuanto la madre y el infante
quedan separados desde el punto de vista del infante, se observará que la mujer tiende a
cambiar de actitud. Todo ocurre como si ella supiera que el bebé ya no espera que
comprenda sus necesidades de un modo casi mágico. La madre parece saber que su niño
ha adquirido una nueva capacidad, la de emitir una señal para guiarla hacia la satisfacción
de sus necesidades. Podría decirse que si la madre conoce tan bien lo que necesita el
infante, sólo puede ser por magia y no constituye ninguna base para una relación objetal.
Ahora llegamos a las palabras de Freud: "El [el infante] probablemente alucina la
satisfacción de sus necesidades internas; revela su displacer, cuando hay un incremento
del estímulo y una ausencia de satisfacción, mediante la descarga motriz del llanto y la
agitación de brazos y piernas, y entonces experimenta la satisfacción que ha alucinado".
En otras palabras, al final de la fusión, cuando el niño se ha separado del ambiente, un
rasgo importante es que tiene que dar una señal (15).

Este hecho sutil aparece claramente en la transferencia, en el curso de nuestro trabajo


analítico. Es muy importante, salvo cuando el paciente ha sido llevado a una regresión a
la más temprana infancia y a un estado de fusión, que el analista no conozca las
respuestas, excepto en la medida en que el paciente dé las claves. El analista recoge las
claves y hace las interpretaciones; a menudo ocurre que los pacientes no dan claves, por
lo cual y sin duda el analista no puede hacer nada. Esta limitación del poder del analista
es importante para el paciente, así como lo es el poder del analista, representado por la
interpretación correcta realizada en el momento oportuno, y basada en las claves y la
cooperación inconsciente del paciente, quien proporciona el material que respalda y
justifica la interpretación. Por ello es posible que el analista en formación realice a veces
un análisis mejor que los que hará al cabo de unos años, cuando sepa más. Después de
haber tenido unos cuantos pacientes, empezará a resultarle tedioso avanzar con la lentitud
de cada paciente, y empezará a formular interpretaciones no basadas en el material
aportado por el paciente en esa sesión, sino en su propio conocimiento acumulado, o en
su adhesión momentánea a cierto grupo de ideas. Esto es inútil para el paciente. El
analista puede parecer muy inteligente y quizás el paciente exprese admiración, pero en
última instancia la interpretación correcta es un trauma que el paciente tiene que rechazar,
porque esa interpretación no es la suya. Se queja de que el analista intente hipnotizarlo,
de que aliente una regresión severa a la dependencia, empujándolo de nuevo a una fusión,
esa vez con el propio analista.

Lo mismo puede observarse en las madres de infantes; la madre de varios hijos empieza a
tener un dominio tal de la técnica del quehacer materno que tiende a hacer todo lo
correcto en los momentos oportunos, y entonces al infante que ha comenzado a separarse
de ella no le resulta posible lograr el control de las cosas buenas que están sucediendo.
Faltan por completo el gesto creativo, el llanto, la protesta, todos los pequeños signos que
se suponen suscitan lo que la madre hace, porque la madre se adelanta a satisfacer cada
necesidad como si el infante estuviera todavía fusionado con ella, y ella con el infante.
De este modo, la madre, por ser una madre aparentemente buena, hace algo peor que
castrar. Al infante sólo le quedan dos alternativas: un estado permanente de regresión o
fusión con la madre, o bien un rechazo total de la madre, incluso de la madre
aparentemente buena.

Vemos por lo tanto que en la infancia y en el manejo de los infantes hay una distinción
muy sutil entre la comprensión por la madre de las necesidades del infante basada en la
empatía y su ulterior comprensión basada en algo del infante o niño pequeño que indica
la necesidad. Este pasaje les resulta particularmente difícil a las madres debido a que los
niños vacilan entre un estado y otro; en un momento están fusionados con sus madres y
necesitan empatía, al siguiente están separados, y si la madre conoce sus necesidades de
antemano es peligrosa, una bruja. Sorprende que algunas madres que carecen por
completo de instrucción se adapten muy bien a esos cambios de sus infantes en
desarrollo, sin tener ningún conocimiento de la teoría. Este detalle se reproduce en el
trabajo psicoanalítico con pacientes fronterizos, y en todos los casos en ciertos momentos
de gran importancia, cuando la dependencia en la transferencia es máxima.

El cuidado materno satisfactorio, no advertido

En esta cuestión del cuidado materno del tipo del sostén, es axiomático que cuando todo
va bien el infante no puede darse cuenta de lo que se le está proveyendo ni de lo que se le
evita sufrir. Por otra parte, cuando las cosas no marchan bien el infante toma conciencia
no del fracaso del cuidado materno sino de los resultados, sean cuales fueren, de ese
fracaso, es decir que toma conciencia de que reacciona a alguna intrusión. Como
resultado del éxito del cuidado materno en el infante se establece una continuidad de ser
que constituye la base de la fuerza del yo, mientras que el resultado de cada fracaso del
cuidado materno consiste en que la continuidad de ser se ve interrumpida por reacciones
a las consecuencias de ese fracaso, con un consiguiente debilitamiento del yo (16).
Tales interrupciones constituyen el aniquilamiento y están evidentemente asociadas con
un sufrimiento de calidad e intensidad psicóticas. En el caso extremo, el infante sólo
existe sobre la base de una continuidad de reacciones a la instrucción y de recuperaciones
después de tales reacciones. Esto presenta un gran contraste con la continuidad de ser que
es mi concepción de la fuerza del yo.
C. Los cambios de la madre
En este contexto es importante examinar los cambios que se producen en las mujeres
cuando están por tener un bebé o acaban de tenerlo. Estos cambios son al principio casi
fisiológicos, y se inician con el sostén físico del bebé en la matriz. No obstante, algo
faltaría en la descripción si empleáramos la frase "instinto materno". El hecho es que, en
la salud, las mujeres cambian de orientación respecto de ellas mismas y el mundo; ahora
bien, por más profundamente arraigados en la fisiología que estén tales cambios, la mala
salud mental de la mujer a veces los distorsiona. Es necesario pensar esos cambios en
términos psicológicos, a pesar de que pueden existir factores endocrinológicos
susceptibles de modificarse por medio de medicación.

No hay duda de que los cambios fisiológicos sensibilizan a la mujer a los más sutiles
cambios psicológicos que se producen a continuación.

Poco después de la concepción, o cuando se conoce su posibilidad, la mujer comienza a


modificar su orientación, y a preocuparse por los cambios que tienen lugar dentro de ella.
De diversos modos su propio cuerpo la alienta a interesarse en ella misma (17). La madre
desvía hacia el bebé que crece dentro de ella una parte de su sentido del self. Lo
importante es que aquí se origina un estado de cosas que merece la descripción y cuya
teoría es necesario elaborar.

El analista que satisface las necesidades de un paciente que en la transferencia revive esas
etapas muy tempranas, padece cambios similares de orientación, pero el analista, a
diferencia de la madre, tiene que tomar conciencia de la sensibilidad que se desarrolla en
él como respuesta a la inmadurez y dependencia del paciente. Esto puede pensarse como
una ampliación de la descripción de Freud, que ve al analista en un estado voluntario de
atención.
Una descripción detallada de los cambios de orientación de una mujer que va a
convertirse en madre o acaba de serlo estaría aquí fuera de lugar; en otra parte he hablado
de esos cambios en un lenguaje popular o no técnico (Winnicott, 1949a).

Hay una psicopatología de esos cambios de orientación, y los extremos de anormalidad


son la preocupación de quienes estudian la psicología de la locura puerperal. Sin duda
existen muchas variaciones cualitativas que no constituyen anormalidades. La
anormalidad surge del grado de distorsión.

En general, las madres se identifican de un modo u otro con el bebé que crece dentro de
ellas, y así llegan a tener una sensación muy intensa de las necesidades de la criatura. Se
trata de una identificación proyectiva. Esta identificación dura un cierto tiempo después
del parto, y a continuación va perdiendo gradualmente importancia.

En los casos corrientes, esta especial orientación de la madre hacia el infante va más allá
del proceso del parto. La madre sin distorsiones en este aspecto está preparada para
abandonar su identificación con el infante cuando éste necesita separarse. Es posible
proporcionar un buen cuidado inicial, pero no completar el proceso por la incapacidad
para dejar que llegue a su fin, de modo que la madre tiende a seguir fusionada con su
infante y a demorar la separación de éste respecto de ella. En todo caso, es difícil para la
madre separarse de su infante a la velocidad con la que el infante necesita separarse de
ella (18).

A mi juicio, lo importante es que a través de su identificación con el infante la madre sepa


cómo se siente la criatura, y pueda proporcionarle casi exactamente lo que necesita en el
modo de sostén y, en general, en la provisión de un ambiente. Sin esa identificación,
entiendo que el infante no obtiene lo que necesita al principio, que es una adaptación viva
a sus necesidades. Lo principal es el sostén físico, que constituye la base de todos los
aspectos más complejos del sostén y de la provisión ambiental en general.

Es cierto que una madre puede tener un bebé muy diferente de ella, que la lleve a cometer
errores de cálculo. (quizás el bebé sea más rápido o más lento que la madre, etcétera.
Entonces pueden producirse momentos en los que lo que la mujer siente como
necesidades del bebé no sean las reales. Pero parece ser común que las madres no
distorsionadas por la mala salud o la tensión ambiental del día tiendan en general a
conocer con bastante exactitud lo que necesitan sus infantes, y además les gusta satisfacer
esas necesidades. Esta es la esencia del cuidado materno.

Con "el cuidado que recibe de su madre", cada infante está en condiciones de tener una
existencia personal, y así empezar a establecer lo que podría denominarse "una
continuidad de ser". Sobre la base de esta continuidad de ser se desarrolla gradualmente
el potencial heredado, hasta constituir al infante individual. Si el cuidado materno no es
lo suficientemente bueno, el infante en realidad no llega a entrar en la existencia, puesto
que no hay continuidad de ser; en lugar de ello, la personalidad se establece sobre la base
de reacciones a la intrusión ambiental.

Todo esto tiene significación para el analista. Sin duda, para lograr una visión clara de lo
que sucede en la infancia en sí, el mejor método no es la observación directa de infantes,
sino el estudio de la transferencia en el encuadre analítico. Este trabajo sobre la
dependencia infantil deriva del estudio de los fenómenos de la transferencia y la
contratransferencia propios del compromiso del psicoanalista con los casos fronterizos.
En mi opinión, este compromiso es una extensión legítima del psicoanálisis; en ella la
única modificación real es el diagnóstico de la enfermedad del paciente, cuya etiología es
anterior al complejo de Edipo, y envuelve una distorsión en la época de la dependencia
absoluta.

Freud pudo descubrir de un nuevo modo la sexualidad infantil porque la reconstruyó a


partir de su trabajo analítico con pacientes psiconeuróticos. Al ampliar su trabajo para
abarcar el tratamiento del paciente psicótico fronterizo nos resulta posible a nosotros
reconstruir la dinámica de la infancia y de la dependencia infantil, y el cuidado materno
que satisface esa dependencia.
Resumen
(i) Se realiza un examen de la infancia; esto no es lo mismo que un examen de los
mecanismos mentales primitivos.

(ii) El rasgo principal de la infancia es la dependencia; se la considera en los términos del


ambiente que proporciona sostén.
(iii) Todo estudio de la infancia debe dividirse en dos partes:
(a) el desarrollo del infante facilitado por un cuidado materno suficientemente bueno; y
(b) el desarrollo del infante distorsionado por un cuidado materno que no es lo
suficientemente bueno.

(iv) Se puede decir que el yo del infante es débil, pero en realidad es fuerte gracias al yo
auxiliar del cuidado materno. Cuando el cuidado materno falla, la debilidad del yo del
infante se pone de manifiesto.

(v) En la salud, los procesos que tienen lugar en la madre (y en el padre) generan un
estado especial en el cual el progenitor se orienta hacia el infante y de este modo está en
condición de satisfacer su dependencia. Hay una patología de estos procesos.
(vi) Se llama la atención acerca de los diversos modos como estas condiciones intrínsecas
de lo que aquí denominamos ambiente sostenedor pueden o no aparecer en la
transferencia si en una etapa ulterior el infante debe entrar en análisis.

Dos notas sobre el uso del silencio, 1963

I

En el caso que trataré aquí no estoy tornando notas, aunque me doy cuenta de que un día mi
paciente me manifestará su deseo de que lo hubiese hecho. Intenté tomarlas en las primeras
etapas, pero comprobé que interferían en mi análisis de esta mujer al hacer que se enfatizaran
demasiado los detalles en la mente consciente. La reacción inconsciente, o menos consciente,
quedaba así distorsionada.


Repasando las dos últimas semanas del tratamiento, pienso que una descripción podría ser
valiosa como referencia para una fecha posterior, y que la clase de cosas que sucedieron ilustran
la pauta de este análisis. Además, las reacciones de la paciente son menos violentas que en una
etapa anterior, de modo tal que yo puedo incluso cometer errores o "manchones", como se los
llama en este tratamiento, sin correr gran riesgo de que la paciente tenga una reacción
verdaderamente seria o se busque otro analista.


En la actualidad, la base del tratamiento es mi silencio. Toda la semana pasada permanecí en un
silencio absoluto, salvo por un comentario que hice muy al principio. A la paciente esto le parece
un logro suyo, mantenerme silencioso. Hay muchos lenguajes para describir esto, y uno de ellos
consiste en que una interpretación es un pene atravesando súbitamente el campo, y el campo es
el pecho con un bebé incapaz de habérselas con la idea de un pene. El pecho es aquí un campo
más que un objeto para chupar o comer, y en las asociaciones de la paciente estaría representado
por un almohadón en vez de estarlo por una fuente de alimento o de gratificación instintiva.


La semana pasarla fue quizás, en este, aspecto, la más "esa" de todas, y la paciente se mostró
encantada de que yo. desempeñara tesa rol, que contrarresta con su meticuloso estudio de Henry
James. En Henry James encuentra un analista verán que se ocupa de palabras y tiene una
comprensión muy particular y abarcadora, pero es soltero.


Esta semana casi perfecta cm concluyó de una manera extraña. Yo no tenía idea alguna de que
hubiese habido alguna perturbación, pero el lunes la paciente me informó que lo que yo había
hecho al final de la. sesión del viernes la molestó mucho, En consecuencia, durante el fin de
semana habían retornado, moderadamente, todas sus viejas defensas. Parece ser que en el
momento en que ella se levantaba se produjo un sonido como el de un papel que alguien arruga.
El lunes pudo hablarme de esto y-de su reacción, pero no antes de haber encontrado la manera,
menos delirante, de quejarse de mí. Desde mi punto de vista, resulta clarísimo que ella no puede
creer en mi conducta . perfecta durante la semana, y al final tuvo una idea delirante de algún tipo
que indicaba que yo me pongo sumamente impaciente en este rol de no hablar. Ella dice que al
conseguir que yo no hable me convierte en una mujer, me castra, me vuelve impotente, etc., etc.,
y entiende muy bien que yo, no pueda soportarlo; incluso llegó a pensar que yo estoy celoso
de :ella al darle lo que necesita, porque jamás lo tuve para mí. 


En otro nivel; ese ruido significó para ella que yo me estaba masturbando, lo cual era pira prueba
de mi incapacidad para, tolerar el permanecer sin hacer nada, La única base real de esa delusión
que yo puedo descubrir sería que al fanal de la hará a veces me meto en el bolsillo el pañuelo que
tengo entre las manos. No obstante, no estoy seguro de que en esta ocasión haya habido alguna
base real para esa idea delirante.


El lunes sí dije dos cosas, y las dije no porque me fuera difícil mantenerme en silencio, sino
porque creía que debían ser dichas. Ella me pidió que le hiciera saber lo que yo pensaba hacer
durante el verano y las próximas Navidades, por las modificaciones que debían introducirse en
los horarios, e insistió en que lealmente quería tener una respuesta. Mi intención fue contestarle:
"No estoy en condiciones de darle la respuesta que usted me pide", pero en cambio le dije:
"Usted quiere una respuesta a algo que no estoy en condiciones de dar". Como lo formulé así,
ella entendió que la estaba reprendiendo, que le estaba diciendo que no debía preguntar esa clase
de cosas. Volví a interpretarle cuando me dijo que se creía capaz de tolerar al menos un pedacito
de interpretación de mí. Hice referencia a un sueño de la semana anterior y le puntualicé que un
objeto sólido de gran tamaño en medio de un material vinculado a una delicada decoración
ornamental representaba los hechos o la realidad externa estallando en la fantasía: Esta era otra
versión del pene a través del pecho y de otros modos de hablar similares. El problema de esta
interpretación es que con ella yo no hacía sino repetir una interpretación que la paciente misma
había formulado. Ahora ella disponía de dos "manchones", y el lunes sintió que se encontraba en
la misma-situación en que había estado cerca de los comienzos del análisis, cuando no regresó.
Había vuelto .a estudiar mis artículos sobre la madre común y corriente subrayando los pasajes
relevantes,. y sabía que yo realmente comprendía lo que ella necesitaba: "La única explicación -
dijo- es que usted no es capaz de hacer lo que sabe necesario, .y todo el asunto es falso. El
motivo, -continuó diciendo- debe ser que usted no soporta que se lo convierta en mujer, -o
cualquier otra cosa que el silencio signifique, para usted". Y ya me había manifestado que en ese
momento Henry James había asumido todo el funcionamiento masculino y que en el análisis la
que ella necesitaba era pura y absolutamente un quehacer materno. Para atender a ello, se
muestra extremadamente regresiva y dependiente en la sesión analítica, aunque .en su trabajo
puede funcionar bien la mayor parte del tiempo. En esta etapa su vida privada se limita casi
exclusivamente a la gran actividad que despliega en su cuarto, y que incluye su lectura y estudio
de Henry James, cuya biografía está leyendo con voracidad.


En primer término, yo debía aceptar mi situación como alguien que no dice nada. Esto me fue
extremadamente difícil en la mañana del mares, no porque me importase estar callado sino
porque podía entender lo que estaba sucediendo, y no hay nada más difícil de soportar para un
analista que la transferencia delirante del paciente. Esto surtió en mí el efecto de producirme un
cosquilleo en la garganta que; empero, pude ocultar, y admito que si hubiese podido pronunciar
tras palabras el cosquilleo habría desaparecido. El no poder hablar produce en mí un efecto
curioso, al demandarme una escucha distinta de la habitual. Hasta cierto punto, yo siempre
escucho con la garganta, y mi laringe va siguiendo los sonidos que oigo en el mundo y, en
particular, la voz de alguien que me habla. Esta ha. sido siempre una característica mía, y en una
época fue un síntoma serio.


Después de media hora la paciente me dijo: "Me siento muy diferente ahora que pude decir todo
eso, y estoy en condiciones de soportar que usted diga algo; más aún, creo que lo necesito". El
alivio que esto me trajo fue grande, y yo tenía bien en claro que ello no se debía a mi silencio,
del cual más bien yo estaba disfrutando. La razón de mi alivio fue que pude empezar a hacer algo
con respecto a la idea delirante de la paciente, aunque desde luego no pude hacer mucho: En esta
clase de análisis es esencial aceptar ciertas ideas no verdaderas sobre uno mismo.


Este permiso para hablarme dio la oportunidad de interpretar que el problema estaba en lo
acontecido al final de la sesión del viernes, con muy poca base real; para la paciente había
resultado más sencillo hablar acerca de los dos "manchones" del lunes; que destruían el análisis;
por lo demás bueno, durante el cual yo permanecía en silencio. Corrí un riesgo y dije que la
forma en que yo había transmitido mi información acerca de las vacaciones le dio a entender que
la estaba censurando: Además, no hay muchos motivos válidos para formular una interpretación
que ya había formulado la propia paciente. Por consiguiente, estas das cosas tenían una base real,
en comparación con lo cual lo sucedido al final del viernes aparecía endeble y casi por completo
un producto de sus expectativas: Mediante la técnica del silencio yo podría haber establecido las
condiciones para que la paciente misma resolviese el problema del viernes; todo lo que ella
precisaba era tiempo y oportunidad, sin que "el pene se cruzase en el campo de su pecho". A la
sazón, la paciente ya casi había vuelto a poder considerar mi silencio como algo que yo podía
darle a raíz de su necesidad. Debe subrayarse, empero, que conservó la fuerte idea delirante de
que en realidad no soy capaz de permanecer en silencio. A la postre, con el fin de ayudarme,
formulé una interpretación sobre mi incapacidad para estar callado, consistente en que si yo
hacia algo por ella me ponía celoso, ya que nadie lo había hecho jamás por mí. En el curso de
estos quince días sucedieron muchísimas cosas; y confío mucho en la técnica del silencio: estoy
dispuesto a seguir empleándola, salvo en la medida en que la paciente no pueda creer en ella.


Ocurre que conozco, con un grado razonable de certeza, una interpretación aplicable a toda esta
fase No obstante, es necesario que espere hasta que la propia paciente la formule. Como ella ha
dicho: "Con mi historia, en la que un padre excitable interrumpía constantemente lo qué hubiese
entré la madre y el bebé en su experiencia mutua, necesito llegar por mí misma a la
interpretación". Desde luego, coincide con esto que en ciertos momentos una interpretación es
necesaria porque la paciente prisa algo más de lo que en ella misma tiene para ver. Sea como
fuere; en esta fase es perfectamente capaz de llegar a comprender lo que necesita, y de hecho casi
lo ha alcanzado la última semana. Intentaré enunciar esta interpretación:


La paciente se halla en un punto de transición muy delicado entre el comer y el ser comida, esto
último como reacción taliónica; y en tal comer y ser comida, dicha dualidad es simplemente una
expresión de la identificación mutua del bebe y la madre -o de la falta de diferenciación de ésta
respecto del bebé-. Figura en mis escritas (y la paciente los ha leído) la etapa en que el bebé de
doce semanas alimenta a la madre con el dedo mientras tomé el pecho; y la paciente me ha dicho
que siente como si me trajera algo para alimentarme. Sin embargo, pienso que ella está tratando
de alcanzar la idea de ser comida por la madre; y siente que su madre le falló 'en esta área de
experiencia. Tuvo, :por supuesto, la experiencia del temor-,a ser comida talión-feamente,. pero
faltó la base de esto, qué es, ser comida simplemente porque cualquier cosa que atenté un bebé,
también la madre lo siente. 





II

En general, hay varios problemas pendientes. Por debajo de todo lo demás está el problema que
surge del no hablar. Yo rara vez hago una interpretación, y el análisis prosigue mejor sobre la
base de que no diga nada en absoluto. Sin embargo, esto trae complicaciones, porque se vuelve
cada vez más evidente que uno de los propósitos de la interpretación es plantear los límites de la
comprensión del analista. El fundamento para no interpretar, y de hecho para no emitir ningún
sonido, es la premisa teórica de que el analista realmente sabe lo que está aconteciendo.
Probablemente, hasta la fecha puedo decir que sé lo que está aconteciendo en este análisis, y por
tal razón continúo con mi política de no hablar, que es por cierto lo que la paciente me pide.

Dentro de este marco, hay dos temáticas. Más en la superficie está toda la cuestión de las
relaciones triangulares, como entre personas totales; el complejo de Edipo, Electra, etc. Esta
temática se inició con "cabello rubio", etc., e incluyó la idea de que yo estaba celoso de las
relaciones sexuales de la paciente con hombres, y también que mi esposa está celosa de su
relación conmigo (los paraguas en el pórtico; mi esposa puede llevarse su paraguas por error,
etc.). Hay en torno de este tema gran cantidad de material y mucha actuación, que ha formado
parte cuantiosa de este análisis.

Todo esto se ve alterado por el hecho de la otra temática, que podría designarse como la de la
fatalidad o el destino. De este modo, todo lo de naturaleza edípica queda dentro o fuera del
ámbito de la fatalidad. La principal enunciación acerca de la fatalidad sobrevino antes de los
feriados de Pascuas, cuando el problema interpersonal en su conjunto fue formulado en términos
de la mitología griega, hasta tal punto que yo estudié La tragedia en Sófocles, de Bowra, para
estar preparado. La frase operativa fue "no un peón del destino sino un agente del destino".
Después de Pascuas la misma temática reapareció con otro lenguaje: "Siempre fui un objeto
parcial", "Por primera vez puedo decir que soy una persona muy neurótica; el acento recae en la
palabra persona": Aquí la interpretación, en caso de haberla formulado, tendría que haber sido
que un objeto parcial no puede experimentar la omnipotencia. No obstante, la paciente no está
preparada para ser una persona total que experimenta la omnipotencia, y no tiene suficiente
confianza en el ambiente facilitador como para extraer fuerza del yo materno. Aquí interviene el
analista de muy buenos modales de quien, sin embargo, no se puede esperar confiablemente que
se conduzca bien, salvo en un sentido negativo, o sea, que no se conduzca mal.

La principal interpretación, que no puede formularse a raíz de las circunstancias, es que la


omnipotencia infantil que evidentemente la paciente no experimenta en relación con la madre, ha
sido íntegramente proyectada en la mitología griega y ahora, desde el feriado, en la historia
antigua de Irlanda; los druidas, las raíces del cristianismo en Irlanda; la cruz irlandesa que es un
círculo. Reformulémoslo: para este paciente, que ha tenido una experiencia insuficiente de vivir
omnipotente, el complejo de Edipo y todas las -relaciones triangulares -y de hecho, todas las
relaciones- quedan fuera de la omnipotencia proyectada (objetos parciales interrelacionados) o
de lo contrario son víctimas de la fatalidad, están atrapadas por el destino, o sea, hay en ellas una
total proyección de la omnipotencia infantil de la paciente.

Variedades clínicas de la transferencia (1)

-1955/1956-
Mi aportación a este simposio sobre la transferencia trata de un aspecto especial del tema. Se
refiere a la influencia que sobre la práctica analítica ejerce la nueva comprensión de la crianza de
infantes, la cual, a su vez, proviene de la teoría analítica.

En la historia del psicoanálisis a menudo se ha producido un retraso en la aplicación directa de la


metapsicología analítica. Freud pudo formular una teoría de las etapas más precoces del
desarrollo emocional del individuo en un momento en que la teoría se aplicaba solamente en el
tratamiento de casos neuróticos bien escogidos. (Me estoy refiriendo al período de 1905 a 1914
en la obra freudiana.).

Por ejemplo, la teoría referente a los procesos primarios, identificación primaria y represión
primaria, apareció en la práctica analítica solamente bajo la forma de un mayor respeto, de parte
de los analistas en comparación con otros, por el sueño y la realidad psíquica.
Mirando hacia atrás desde nuestro punto de vista, podemos decir que los casos eran escogidos
como adecuados para el análisis si en la historia personal precoz del sujeto había habido un
cuidado infantil suficiente. Esta adaptación suficiente a la necesidad, al principio había permitido
al yo del individuo empezar a existir; con el resultado de que el analista podía dar por sentadas
las fases anteriores a la instauración del yo. De esta manera a los analistas les era posible hablar
y escribir como si la primera experiencia del pequeño humano hubiese sido la primera nutrición,
y como si la relación objetal entre la madre y el pequeño que ello entrañaba fuese la primera
relación significativa. Esto resultaba satisfactorio para el analista en ejercicio pero no podía
satisfacer al observador directo de niños que se hallan al cuidado de sus madres.

En aquel tiempo la teoría andaba a ciegas en busca de mayor insight en este tema de la relación
de la madre con su pequeño, y de hecho el término «identificación» primaria entraña un medio
que todavía no se ha diferenciado de lo que será el individuo. Cuando pensamos en una madre
que lleva consigo un pequeño recién nacido, o uno que no ha nacido aún, sabemos al mismo
tiempo que hay otro punto de vista: el del pequeño si éste estuviera ahí. Y desde este punto de
vista, el pequeño o bien no se ha diferenciado o el proceso de diferenciación ha comenzado y
existe una dependencia absoluta con respecto al medio inmediato y a su comportamiento. Para
nosotros es posible estudiar y utilizar esta parte vital de la vieja teoría de una manera nueva y
práctica en la labor analítica, ya sea con los casos límite o con los casos o momentos psicóticos
que se presentan en el transcurso del análisis de pacientes neuróticos o de personas normales.
Esta labor amplía el concepto de transferencia, ya que en el momento del análisis de estas fases,
el yo del paciente no puede suponerse como entidad instaurada, y no puede haber una neurosis
de transferencia, porque ésta requiere, sin duda, la presencia de un yo, un yo intacto, a decir
verdad, un yo capaz de mantener defensas contra la angustia que proviene del instinto, cuya
responsabilidad se acepta.

Me he referido al estado de cosas que existe cuando se intenta salir de la identificación primaria.
Aquí, al principio, se halla la dependencia absoluta. Hay dos posibles resultados: en uno la
adaptación ambiental a la necesidad es suficiente, de manera que empieza a existir un yo que,
con el tiempo, podrá experimentar impulsos del ello; en el otro, la adaptación ambiental no es
suficiente, por lo que no hay una verdadera instauración del yo, y en su lugar se desarrolla un
seudo self constituido por la agrupación de innumerables reacciones ante una sucesión de
fracasos de adaptación. Me gustaría referirme al escrito de Anna Freud titulado «El creciente
alcance de los indicios para el psicoanálisis» (1954). El medio ambiente, cuando en esta primera
etapa se adapta con éxito, no es reconocido, ni siquiera registrado, de manera que en la fase
originaria no hay un sentimiento de dependencia; cuandoquiera que el medio ambiente fracase en
su tarea de adaptación activa, sin embargo, este fracaso se registra automáticamente cómo un
ataque, algo que interrumpe la continuidad existencial, que es aquello que, de no haberse
interrumpido, habría formado el yo del ser humano en vías de diferenciación.

Puede haber casos extremos en los que no haya más que una colección de reacciones ante los
fracasos de adaptación del medio en la fase crítica de salida de la identificación primaria. Estoy
seguro de que esta condición es compatible con la vida y con la salud física. En los casos en que
se basa mi trabajo ha habido lo que yo denomino un «verdadero self oculto», protegido por un
falso self. Este falso self es, sin duda, un aspecto del self verdadero, al que esconde y protege, al
mismo tiempo que reacciona frente a los fracasos de adaptación y crea un patrón correspondiente
al patrón del fracaso ambiental. De esta manera el self verdadero no se ve envuelto en la reacción
y conserva su continuidad existencial. Sin embargo, este self verdadero y oculto sufre un
empobrecimiento derivado de la falta de experiencia.

El self falso puede lograr una falsa integridad que resulta engañosa, es decir, una falsa fuerza del
yo recogida del patrón ambiental y de un medio bueno y digno de confianza, pues en modo
alguno hay que deducir que el fracaso materno precoz conduzca necesariamente a un fracaso
general del cuidado infantil. Sin embargo, el self falso no puede experimentar vida o sentirse
real.

En caso favorable, el falso self desarrolla una actitud maternal fija con respecto al verdadero self
y se halla permanentemente en estado de sostener el self verdadero del mismo modo que una
madre sostiene a su bebé en el propio principio de la diferenciación y de la salida de la
identificación primaria.

En la labor sobre la que les estoy informando, el analista sigue el principio básico del
psicoanálisis: que el inconsciente del paciente dirija la marcha, y sólo debe seguírsele a él. Al
enfrentarse a una tendencia regresiva, el analista debe estar preparado para seguir el proceso
inconsciente del paciente si no quiere marcar una directriz saliendo así de su papel de analista.
He comprobado que, en este tipo de casos, al igual que en el análisis de la neurosis, no es
necesario salirse del papel del analista, que se limita a seguir la pista inconsciente dada por el
paciente. Sin embargo, hay diferencias en los dos tipos de labor.

Allí donde hay un yo intacto y el analista puede dar por sentados estos detalles precoces del
cuidado infantil, entonces el marco del análisis carece de importancia en relación con la labor
interpretativa. (Al decir «marco» me refiero a la suma de todos los detalles del control.) Aun así,
hay una dosis básica de control en el análisis ordinario que es más o menos aceptada por todos
los analistas.

En la labor que estoy describiendo, el marco cobra mayor importancia que la interpretación. El
énfasis se traslada de uno a otro.

El comportamiento del analista, representado por lo que he llamado «el marco» por ser suficiente
en lo que hace a la adaptación a la necesidad, es percibido gradualmente por el paciente como
algo que da pie a una esperanza de que el verdadero self pueda por fin correr los riesgos propios
e empezar a experimentar la vida.

A la larga, el self falso se entrega al analista. Éste es un momento de gran dependencia y de


verdadero riesgo y el paciente, como es natural, se halla en un profundo estado de regresión. (Al
decir «regresión» en este contexto me refiero a la regresión a los procesos precoces de
desarrollo.) Este estado es también sumamente penoso debido a que el paciente es consciente,
mientras que no lo es el pequeño en la situación originaria, de los riesgos que ello comporta. En
algunos casos es tanta la participación de la personalidad que el paciente debe recibir cuidados
en esta fase. No obstante, los procesos se estudian mejor en aquellos casos donde estas
cuestiones se hallan confinadas, más o menos, al momento de las sesiones analíticas.

Una de las características de la transferencia en esta fase es la forma en que debemos tener en
cuenta la presencia del pasado del paciente. Esta idea se halla incluida en el libro de Mme.
Sechehaye y en su título Realización simbólica. Mientras que en la neurosis de transferencia el
pasado penetra en el consultorio, en esta tarea es más acertado decir que el presente se remonta o
retrocede al pasado y es el pasado. Así, el analista se enfrenta con el proceso primario del
paciente en el marco en el que tuvo su validez originaria.

La adaptación suficiente por parte del analista produce un resultado que concuerda exactamente
con lo que se pretende: el cambio del centro principal de operaciones del paciente, que pasará del
self falso al verdadero. Por primera vez en la vida del paciente hay ahora una oportunidad para el
desarrollo del yo, para su integración partiendo de los núcleos del yo, para su instauración en
calidad de yo corporal y también para su repudio de un medio ambiente externo con la iniciación
de las relaciones Objetales. Por primera vez el yo es capaz de experimentar los impulsos del ello
y de sentirse real al hacerlo, así como al descansar de las experimentaciones. Y a partir de aquí
por fin puede hacerse un análisis ordinario de las defensas del yo contra la angustia.
En el paciente se desarrolla la capacidad de utilizar los limitados éxitos de adaptación del
analista, de tal modo que el yo del paciente queda capacitado para empezar a recordar los
fracasos originarios, todos los cuales se hallaban registrados, dispuestos. Estos fracasos tuvieron
un efecto disruptivo en su momento y el tratamiento del tipo que les estoy describiendo habrá
recorrido mucho camino cuando el paciente sea capaz de coger un ejemplo del fracaso originario
y sentir ira al respecto. Sólo cuando el paciente alcance este punto, no obstante, podrá darse el
principio de una puesta a prueba de la realidad. Parece ser que algo parecido a la represión
primaria atrapa a estos traumas una vez que los mismos han sido utilizados en el tratamiento.

La forma en que se produce este cambio de la experiencia de ser interrumpido a la


experimentación de ira, es una cuestión que me interesa especialmente, ya que es en este aspecto
de mi trabajo donde me siento sorprendido. El paciente hace uso de los fracasos del analista. Los
fracasos son necesarios y de hecho no hay ningún intento de dar una adaptación perfecta; me
atrevería a decir que es menos perjudicial equivocarse con estos pacientes que con los
neuróticos. Otros se sentirán sorprendidos, como me sentí yo, al comprobar que una falta grande
puede ocasionar un perjuicio muy pequeño mientras que un leve error de juicio puede producir
un gran efecto. La clave reside en que el fracaso del analista se utiliza y debe ser tratado como
fracaso pasado, un fracaso que el paciente es capaz de percibir y encuadrar y sentir ira sobre él.
El analista necesita poder utilizar sus fracasos en términos de lo que significan para el paciente y
si es posible, debe explicar cada uno de ellos aunque esto signifique el estudio de su
contratransferencia inconsciente.

En estas fases de la labor analítica, lo que llamaríamos «resistencia en la labor con pacientes
neuróticos» indica siempre que el analista ha cometido una equivocación o que se ha comportado
mal en algún detalle; de hecho, la resistencia persiste hasta que el analista haya descubierto el
fracaso y haya tratado de explicarlo y lo haya utilizado. Si el analista se defiende a sí mismo, el
paciente perderá la oportunidad de mostrarse airado acerca de un fracaso pasado justamente allí
donde por primera vez la ira se estaba haciendo posible. He aquí un gran contraste entre este
trabajo y el análisis de pacientes neuróticos con el yo intacto. Es aquí donde podemos ver el
sentido del dicho según el cual todo análisis fallido constituye un fracaso no del paciente sino del
analista.

Este trabajo resulta exigente debido en parte a que el analista debe poseer sensibilidad respecto
de las necesidades del paciente así como el deseo de proveerle de un marco que satisfaga tales
necesidades. El analista, al fin y al cabo, no es la madre natural del paciente.
Asimismo, resulta exigente debido a la necesidad de que el analista busque sus propios fracasos
cuandoquiera que aparezcan resistencias. Y con todo, es sólo mediante el empleo de sus propias
equivocaciones que el analista podrá llevar a cabo la parte más importante del tratamiento en
estas fases, la parte que permite al paciente enfadarse por primera vez por los detalles del fracaso
de adaptación que (en el momento en que ocurrió) produjo la disrupción. Es esta parte del trabajo
la que libera al paciente de su dependencia del analista.

De esta manera la transferencia negativa del análisis «neurótico» es reemplazada por la ira
objetiva acerca de los fracasos del analista, por lo que una vez más tenemos una importante
diferencia entre los fenómenos de la transferencia en los dos tipos de labor.

No debemos buscar la conciencia de nuestros éxitos de adaptación, ya que los mismos no son
percibidos a un nivel tan profundo. Si bien no podemos trabajar sin la teoría que estamos
edificando en estos momentos, esta labor inevitablemente nos coge en falta si nuestra
comprensión de la necesidad del paciente es cuestión de la mente más que del psiquesoma.

En mi labor clínica he demostrado, cuando menos a mí mismo, que una clase de análisis no
impide la otra. Constantemente me encuentro pasando de la una a la otra, según la tendencia que
muestre el proceso inconsciente del paciente. Cuando queda completa la labor del tipo especial
que les estoy describiendo, me veo conducido naturalmente a la labor analítica ordinaria, al
análisis de la posición depresiva y de las defensas neuróticas de un paciente con un yo, un yo
intacto, un yo capaz de experimentar impulsos del ello v de aceptar las consecuencias. Lo que
necesita hacerse ahora es estudiar detalladamente los criterios en virtud de los cuales el analista
puede saber cuándo debe trabajar con un cambio de énfasis, cómo ver que está naciendo una
necesidad del tipo que, según he dicho, debe ser satisfecha (al menos nominalmente) mediante
una adaptación activa. Permanentemente, el analista tendrá presente el concepto de la
identificación primaria.

Vivir creativamente
(Fusión de dos borradores de una conferencia preparada por la Liga Progresista, 1970)
 
Definición de la creatividad
Cualquiera que sea la definición a que lleguemos, deberá incluir la idea de que la vida
sólo es digna de vivirse cuando la creatividad forma parte de la experiencia vital del
individuo.

Para ser creativa, una persona tiene que existir y sentir que existe, no en forma de
percatamiento consciente, sino como base de su obrar.

La creatividad es, pues, el hacer que surge del ser. Indica que aquel que es, está vivo. El
impulso puede estar adormecido, pero cuando la palabra "hacer" se torna apropiada,
entonces ya hay creatividad.

Es posible demostrar que en algunos individuos, en ciertos momentos, las actividades que
indican que están vivos son simples reacciones a un estímulo. Toda una vida puede
ajustarse al modelo de reacciones ante estímulos. Retírense los estímulos y el individuo
no vivirá. Pero en un caso tan extremo, la palabra "vida" está fuera de lugar.

Para que uno sea y sienta que es, es preciso que la actividad motivada predomine sobre la
actividad reactiva.

Esto no depende de la voluntad ni del cambio reiterado del tipo de vida que se lleva. Las
pautas básicas se establecen durante el proceso de maduración emocional, y los factores
más influyentes son los que actúan al comienzo. Debemos presumir que la mayoría de las
personas se encuentran en un punto más o menos equidistante de los extremos, y que es
en esta zona intermedia donde tenemos la oportunidad de influir en nuestras pautas; y es
esa oportunidad que creemos tener lo que hace que esta especie de análisis tenga interés y
no sea sólo un ejercicio académico. (También pensamos en lo que podemos hacer como
padres y educadores.)

La creatividad es, pues, la conservación durante toda la vida de algo que en rigor
pertenece a la experiencia infantil: la capacidad de crear el mundo. Para el bebé no es
difícil, ya que si la madre es capaz de adaptarse a sus necesidades, el bebé no comprende
al principio que el mundo ya estaba allí antes de que él fuera concebido. El principio de
realidad es el hecho de la existencia del mundo independientemente de que el bebé lo
cree o no.

El principio de realidad es lamentable, pero hacia la época en que se le pide al niño


pequeño que diga "gracias" ya han tenido lugar grandes progresos y el niño ha adquirido
mecanismos mentales genéticamente determinados que le permiten hacer frente al
insulto. Porque el principio de realidad es un insulto.

Describiré algunos de esos mecanismos mentales. En condiciones ambientales


suficientemente buenas, el niño individual (que se convirtió en usted y en mí) encontró
modos de asimilar el insulto. La sumisión, en un extremo, simplifica la relación con otras
personas que, por supuesto, tienen necesidades propias que atender y una omnipotencia
propia que preservar. En el otro extremo, el niño conserva algo de omnipotencia a través
del recurso de ser creativo y de formarse su propia opinión sobre todas las cosas.

Veamos un ejemplo algo tosco: si una madre tuvo ocho hijos, hubo en realidad ocho
madres. Y no sólo porque su actitud hacia cada uno de sus hijos fue diferente. Si se
hubiera conducido de manera idéntica con todos ellos (y sé que esto es absurdo, porque
no estamos hablando de una máquina), cada hijo la hubiese visto a través de sus propios
ojos individuales.

Gracias a un proceso muy complejo de maduración genéticamente determinado y a la


interacción de la maduración individual con factores externos que tienden a ser o bien
facilitadores o bien desadaptativos e inductores de reacciones, el niño que se convirtió en
usted o en mí adquirió cierta capacidad de ver todas las cosas de un modo nuevo, de ser
creativo en cada detalle del vivir.

Podría buscar la palabra "creatividad" en el Oxford English Dictionary e investigar lo que


se ha escrito sobre el tema en filosofía y psicología, y a continuación servir todo eso en
una bandeja. Podría incluso aderezarlo de tal modo que ustedes exclamaran: "¡Qué
original!". Personalmente soy incapaz de seguir ese plan. Necesito hablar del tema como
si nadie antes se hubiera ocupado de él, con lo que, por supuesto, mis palabras pueden
parecer ridículas. Pero creo que ustedes verán en ello la necesidad que tengo de
asegurarme de que mi tema no terminará por eclipsarme. Establecer las concordancias
entre todo lo que se ha dicho sobre la creatividad me mataría. Es evidente que para
sentirme creativo debo luchar sin pausa, y esto tiene la desventaja de que para describir
una simple palabra como "amor" tengo que partir de cero. (Tal vez partir de cero sea lo
adecuado.) Volveré sobre el tema al hablar de la diferencia entre la vida creativa y el arte
creativo.

Busco la palabra "crear" en un diccionario y encuentro: "traer a la existencia". Una


creación puede ser "un producto de la mente humana". No es seguro que "creatividad"
sea un término aceptable para un erudito. Para mí, vivir creativamente significa no ser
muerto o aniquilado todo el tiempo por la sumisión o la reacción a lo que nos llega del
mundo; significa ver todas las cosas de un modo nuevo todo el tiempo. Me refiero a la
apercepción, que es lo contrario de la percepción.  
Orígenes de la creatividad
Tal vez he dejado traslucir lo que pienso acerca del origen de la creatividad. Se requiere
una doble caracterización. La creatividad se relaciona con el estar vivo, de modo que,
salvo en períodos de reposo, el individuo se proyecta, y si encuentra un objeto en su
camino, puede relacionarse con él. Pero esto es sólo el cincuenta por ciento. El otro
cincuenta por ciento tiene que ver con la idea de que proyectarse física o mentalmente
sólo tiene sentido para alguien que está allí para ser. Un bebé nacido casi sin cerebro
puede tender la mano, hallar un objeto y usarlo sin que eso constituya una experiencia de
vida creativa. Por otra parte, un bebé normal necesita aumentar su complejidad y
convertirse en un probado "existidor" para experimentar el acto de tender la mano y
encontrar un objeto como un acto creativo.

Vuelvo así a la máxima: el ser precede al hacer. Tiene que haber un desarrollo del ser
detrás del hacer. En tal caso el niño, a su debido tiempo, dominará incluso sus instintos
sin perder el sentido del self. El origen de la creatividad, por lo tanto, es la tendencia
genéticamente determinada del individuo a estar vivo, permanecer vivo y relacionarse
con los objetos que se interponen en su camino cuando llega para él el momento de
esforzarse por conseguir cosas, incluso por alcanzar la luna.  
Conservación de la creatividad
El individuo que no ha sido demasiado deformado por un deficiente contacto inicial con
el mundo tiene amplias posibilidades de desarrollar este deseable atributo. Es verdad,
como sin duda no dejarán ustedes de señalármelo, que pasamos gran parte de nuestra vida
realizando tareas rutinarias, carentes de interés. Alguien tiene que realizarlas. Es difícil
ver claro en esto, porque hay quienes incluso las encuentran útiles; quizás el hecho de que
no se necesita mucha inteligencia para fregar un piso es lo que hace posible la existencia
de una zona separada de experiencia imaginativa. Pero está también la cuestión de las
identificaciones cruzadas, a la que me referiré más adelante. Una mujer puede fregar un
piso sin aburrirse porque de algún modo comparte el placer de embarrarlo, al identificarse
con su insoportable niñito que, en un momento de creatividad, llevó dentro de la casa el
barro del jardín y se dedicó a pisotearlo. El niño supone que a las madres les encanta
limpiar los pisos y eso constituye su fuerza, apropiada para su insoportable edad. (Se
suele hablar en estos casos de conducta "adecuada a la fase". Siempre he pensado que de
esa forma suena muy bien.)

O bien un hombre puede encontrarse tan cerca del aburrimiento como es posible mientras
trabaja junto a una cinta transportadora, pero cuando piensa en el dinero está pensando
también en las mejoras que se propone introducir en la pileta de la cocina o está ya
presenciando, en la pantalla de su televisor en colores cuyas cuotas aún no ha terminado
de pagar, cómo su equipo favorito derrota inesperadamente a su eterno rival.

El hecho es que la gente no debería desempeñar empleos que les resulten sofocantes, y si
no pueden evitarlo, deberían organizar sus fines de semana de manera tal que
proporcionen alimento a su imaginación incluso en los peores momentos de aburridora
rutina. Se ha dicho que es más fácil mantener activa la imaginación cuando la tarea es
verdaderamente aburrida que cuando ofrece algún interés. Debe recordarse también que
el trabajo puede ser muy interesante para algún otro que lo utiliza para llevar una vida
creativa pero que no permite que nadie más actúe según su parecer.

El plan del universo ofrece a todos la posibilidad de vivir creativamente. Vivir


creativamente implica conservar algo personal, quizá secreto, que sea
incuestionablemente uno mismo. A falta de otra cosa, pruebe con la respiración, algo que
nadie puede hacer en su lugar. O tal vez usted es usted mismo cuando le escribe a su
amiga o cuando manda cartas a The Times o a New Society, presumiblemente para que
alguien las lea antes de tirarlas.  
Vida creativa y creación artística
Al mencionar la actividad epistolar he rozado otro tema que no debo omitir. Tengo que
aclarar la diferencia entre vivir creativamente y ser creativo en la ejecución de obras
artísticas.

Cuando vivimos creativamente, usted y yo descubrimos que todo lo que hacemos


refuerza el sentimiento de que estamos vivos, de que somos nosotros mismos. Podemos
mirar un árbol (no necesariamente una fotografía) y hacerlo creativamente. Si usted ha
pasado alguna vez por una fase depresiva de tipo esquizoide (les ha ocurrido a la mayoría
de las personas), entonces conoce la sensación que es exactamente inversa a la anterior.
Cuántas veces no me habrán dicho: "Hay un citiso frente a mi ventana, y ha salido el sol,
y sé intelectualmente que debe ser un bello espectáculo. Pero esta mañana (lunes) no
significa nada para mí. No puedo sentirlo. Me provoca una aguda sensación de que no
soy real".

Aunque relacionados con la vida creativa, los actos creativos de quienes escriben cartas,
de los literatos, poetas, artistas, escultores, arquitectos o músicos son diferentes.
Convendrán ustedes en que si alguien se dedica a la creación artística, esperamos de él
que ponga en juego algún talento especial. Para vivir creativamente, en cambio, no se
necesita ningún talento especial. Vivir creativamente es una necesidad universal y una
experiencia universal, e incluso un esquizofrénico encerrado en sí mismo y confinado al
lecho puede estar viviendo creativamente en una actividad mental secreta, y por lo tanto
en cierto sentido puede ser feliz. Desdichado es el que, durante una fase, advierte que le
falta algo que es-esencial para el ser humano, mucho más importante que la comida o la
supervivencia física. Si dispusiéramos de tiempo podríamos decir algo sobre la angustia
como energía subyacente a la creatividad propia del artista.  
Vida creativa en el matrimonio
Creo necesario analizar aquí el hecho de que en el matrimonio los cónyuges, o al menos
uno de ellos, experimentan a menudo la sensación de estar perdiendo su capacidad de
iniciativa. Se trata de una experiencia corriente, aunque la importancia de esa sensación,
si se la Compara con todas las otras cosas que podrían decirse sobre la vida, es sin duda
muy variable. Aquí y ahora debo suponer que no todas las parejas creen que pueden estar
casadas y ser creativas al mismo tiempo. Uno u otro de sus miembros descubre que está
participando en un proceso que puede conducir a que uno de ellos viva en un mundo
creado por el otro. En los casos extremos debe ser muy molesto, pero supongo que por lo
general no se llega a esa situación, que sin embargo permanece en estado latente y puede
manifestarse de vez en cuando en forma aguda. Por ejemplo, el problema puede quedar
oculto durante dos décadas consagradas al cuidado de los hijos y manifestarse luego
como una crisis de la mediana edad.

Hay quizás una manera bastante sencilla de referirse al problema si se comienza por
describir los hechos. Conozco a dos personas que han estado casadas durante largo
tiempo y han criado a una numerosa prole. Su primer veraneo conyugal lo compartieron
durante una semana, y después el marido dijo: "Ahora me iré a navegar por una semana".
Su mujer le contestó: "Bien, a mí me gusta viajar; por lo tanto prepararé mi valija". Sus
amigos se alarmaron y dijeron: "Este matrimonio no tiene mucho futuro". Sin embargo, el
pronóstico resultó demasiado pesimista: esas dos personas tuvieron un matrimonio muy
exitoso, y una de las cosas más importantes es que el marido dedica una semana a
navegar, con lo cual perfecciona sus habilidades y disfruta de su pasatiempo, y la mujer
ha paseado su valija por toda Europa. Tienen mucho que contarse en las restantes 50
semanas y pico, y el hecho de que no estén juntos durante la mitad de sus vacaciones de
verano es beneficioso para su relación.

A muchas personas un arreglo semejante no les agradaría. No hay regla sobre los seres
humanos que sea de aplicación universal. No obstante, este. ejemplo puede servir para
mostrar que cuando dos personas no temen separarse tienen mucho que ganar, y que
cuando temen separarse están expuestas a aburrirse la una de la otra. El aburrimiento
puede obedecer a la restricción de la vida creativa, que es inherente al individuo y no a la
sociedad, aunque un socio o pareja puede inspirar creatividad.

En casi cualquier familia en la que las cosas marchan bien es posible observar el
equivalente del arreglo que hemos descrito al referirnos a esas dos personas. No es
necesario abundar en detalles; explicar, por ejemplo, que la mujer toca el violín y el
marido pasa una tarde por semana en el bar, bebiendo cerveza con unos amigos. En los
seres humanos la normalidad o salud admite infinitas variaciones. Si decidimos ahora
hablar de dificultades, tendremos que mencionar ciertos patrones en que la gente
participa, que la gente reitera hasta el aburrimiento y que indican que algo anda mal en
alguna parte. Hay en todo esto un elemento compulsivo, y detrás de ese elemento está el
miedo. Muchas personas no pueden ser creativas porque están atrapadas en compulsiones
relacionadas con algo que deberían hacer con su propio pasado. Hablar de las trabas que
impone el matrimonio sólo me resulta fácil cuando me dirijo a quienes son relativamente
afortunados en lo que se refiere a las compulsiones, es decir, a quienes no están
dominados por ellas. A las personas que se sienten sofocadas por una relación, es muy
poco lo que puedo decirles. No hay ningún consejo útil que se les pueda dar y uno no
puede ser terapeuta de todo el mundo.

Entre ambos extremos -el de los que creen que su vida sigue siendo creativa en el
matrimonio y el de los que piensan que el matrimonio es un obstáculo en ese sentido- hay
sin duda una zona intermedia, y en esa zona nos encontramos muchos de nosotros. Somos
bastante felices y podemos ser creativos, pero nos damos cuenta de que inevitablemente
hay cierta clase de antagonismo entre el impulso personal y los compromisos propios de
cualquier relación confiable. En otras palabras, estamos hablando nuevamente del
principio de realidad, y al seguir desarrollando el tema terminaremos por analizar una vez
más algún aspecto del intento que realiza el individuo de aceptar la realidad externa sin
perder demasiado de su impulso personal. Este es uno de los varios trastornos básicos
característicos de la naturaleza humana, y es en las primeras etapas de nuestro desarrollo
emocional cuando se echan las bases de nuestra capacidad en ese sentido.

Al hablar del matrimonio exitoso, a menudo nos referimos a la cantidad de hijos o a la


amistad que se ha desarrollado entre los cónyuges. Es fácil hablar y hablar sobre estas
cuestiones, pero sé que ustedes no desean que me limite a lo fácil y superficial. Si
hablamos de sexo -al que, después de todo, debe concederse un lugar importante en toda
discusión sobre el matrimonio-, encontraremos desdicha por doquier. Podría tomarse
como un axioma que son pocas las personas casadas que piensan que en su vida sexual
viven creativamente. Se ha escrito mucho al respecto, y probablemente los psicoanalistas,
para su desgracia, saben más que la mayoría de las personas acerca de estos problemas y
de la aflicción que causan. Al psicoanalista no le es posible mantener la ilusión de que la
gente se casa y vive feliz por siempre jamás, al menos en lo que se refiere a su vida
sexual. Cuando dos personas se aman y son jóvenes, puede haber una época, incluso
prolongada, en la que su relación sexual es una experiencia creativa para ambas. Esto es
salud, y nos alegramos cuando los jóvenes lo experimentan directamente y sin
inhibiciones. Creo que es incorrecto difundir entre ellos la idea de que es común que tal
estado de cosas persista largo tiempo después de la boda. Alguien dijo (me temo que sólo
es una broma): "Hay dos clases de matrimonio: aquel en que la joven sabe que ha elegido
al hombre equivocado en su camino de ida al altar, y aquel en que lo sabe en su camino
de vuelta". Pero no hay razón para hacer bromas al respecto. El problema surge cuando
nos empeñamos en hacer creer a los jóvenes que el matrimonio es una prolongada
aventura sentimental. Sin embargo, me desagradaría hacer lo contrario y difundir la
desilusión entre los jóvenes, asumir la tarea de cuidar de que lo sepan todo y no tengan
ilusiones. Si uno ha sido feliz, entonces puede soportar la desdicha. Del mismo modo, un
bebé no puede ser destetado si no ha recibido el pecho o un equivalente. La desilusión
(aceptación del principio de realidad) sólo puede basarse en la ilusión. La gente tiene una
terrible sensación de fracaso cuando comprueba que algo tan importante como la
experiencia sexual se está convirtiendo cada vez más en una experiencia creativa para
uno solo de los miembros de la pareja. Las cosas pueden funcionar bien cuando la
relación sexual comienza mal y gradualmente las dos personas llegan a alguna clase de
transacción, de toma y daca, de tal modo que finalmente ambas tienen una experiencia
creativa.

La relación sexual es saludable y una gran ayuda pero sería un error suponer que
constituye la única solución a los problemas de la vida. Debemos prestar atención a lo
que hay bajo la superficie cuando el sexo, además de ser un fenómeno enriquecedor, es
también una reiterada forma de terapia.

En este punto deseo recordarles los mecanismos mentales de proyección e introyección:


me refiero a las funciones de identificarse con otros y de identificar a otros con uno.
Como cabría esperar, hay personas que no pueden utilizar estos mecanismos, otras que
pueden hacerlo cuando lo desean, y finalmente las que los utilizan de manera compulsiva,
lo deseen o no. Para decirlo en la forma más simple, a lo que me refiero es a la capacidad
de ponerse en el lugar del otro y a cuestiones de simpatía y empatía.
Es obvio que cuando dos personas viven juntas y están unidas por un vínculo íntimo
públicamente anunciado, como ocurre en el matrimonio, tienen amplias posibilidades de
vivir cada una a través de la otra. En la salud esto puede concretarse o no, según las
circunstancias. Pero mientras que a algunos cónyuges les resulta difícil cederse roles
recíprocamente, en otros casos se observan todos los grados posibles de fluidez y
flexibilidad. Sin duda es adecuado que una mujer sea capaz de ceder al hombre la parte
masculina del acto sexual, y a la inversa en el caso del hombre. Pero además de la
actuación está la imaginación, y es seguro que imaginativamente no hay parte alguna de
la vida que no pueda ser cedida o tomada.

Teniendo esto en cuenta, podemos considerar el caso especial de la creatividad. En


relación con la función sexual, ¿quién es más creativo?, ¿el padre o la madre? No
desearía opinar. Es una cuestión que podemos dejar de lado. Pero justamente en relación
con el funcionamiento real debemos recordar que los padres pueden concebir un bebé en
forma no creativa, es decir, sin haberse formado una idea de él. Por otro lado, un bebé
puede comenzar su existencia precisamente en el momento adecuado, cuando ambas
partes lo desean. En ¿Quién le teme a Virginia Woolf? Edward Albee estudia el destino de
un bebé que ha sido concebido en la imaginación pero que no llega a encarnarse. Es un
estudio notable, tanto en la obra teatral como en la película.

Pero no seguiré con el tema del sexo real y los bebés reales, porque todo lo que hacemos
puede hacerse de manera creativa o no creativa. Volveré a ocuparme de los orígenes de Ja
capacidad de vivir creativamente.  
Algo más sobre los orígenes de la vida creativa
Es la vieja y remanida historia. Nuestra manera de ser depende en gran medida del punto
que hayamos alcanzado en nuestro desarrollo emocional o del grado en que tuvo
oportunidad de cumplirse la parte de nuestro desarrollo que tiene que ver con las primeras
etapas del relacionarse con objetos. De eso me propongo hablarles.

Sé lo que diré: feliz es la persona que actúa creativamente todo el tiempo, tanto en su vida
personal como a través de su pareja, sus hijos, amigos, etcétera. Nada cae fuera de este
territorio filosófico.
Puedo mirar un reloj y ver sólo la hora; quizá ni siquiera eso, sólo las formas en el
cuadrante; incluso es posible que no vea nada. Por otra parte, puedo estar viendo relojes
en potencia; entonces me permito alucinar un reloj, y lo hago porque me resulta evidente
que hay un reloj real que puede verse, de modo que cuando percibo el reloj real ya he
pasado por un complejo proceso que se originó en mí.

Por lo tanto, cuando veo el reloj lo estoy creando, y cuando veo la hora también la estoy
creando. Cada vez tengo mi pequeña experiencia de omnipotencia, antes de transferir esa
incómoda función a Dios.

Hay aquí algo contrario a la lógica. La lógica se configura en un punto de lo ilógico. No


puedo impedir esto: es real. Desearía profundizar este tema.

Cuando el bebé está preparado para descubrir un mundo de objetos e ideas, la madre,
ajustándose al ritmo con que se desarrolla esta capacidad del bebé, le presenta el mundo.
De esta manera, gracias a su excelente adaptación inicial, la madre le permite
experimentar la omnipotencia, descubrir realmente lo que crea, crear y vincular lo creado
con lo real. El resultado neto es que todos los bebés vuelven a crear el mundo. Y en el
séptimo día, suponemos, se sienten complacidos y descansan. Así ocurre cuando las cosas
marchan razonablemente bien, como, de hecho, suele suceder; pero alguien tiene que
estar allí para que lo creado sea real. Si no hay nadie allí para cumplir esa misión, el niño,
en los casos extremos, será autista -creativo en el espacio- y tediosamente sumiso en las
relaciones (esquizofrenia infantil).

A continuación puede introducirse gradualmente el principio de realidad, y el niño, que


ha conocido la omnipotencia, experimenta las limitaciones que impone el mundo. Pero
para entonces es capaz de vivir a través de otra persona, de emplear los mecanismos de
proyección e introyección, de dejar que de vez en cuando sea la otra persona quien dirija,
y de ceder la omnipotencia.
Finalmente, el individuo renuncia a ser la rueda dentada o la caja de engranajes completa
y adopta la posición más cómoda de ser un diente de la rueda. Ayúdenme a componer un
himno humanista:

¡Oh! ser un diente


¡Oh! ser parte de un grupo
¡Oh! trabajar en armonía con otros
¡Oh! estar casado sin abandonar la idea de ser el creador del mundo.

El individuo que no comienza por experimentar la omnipotencia no tiene la oportunidad


de ser un diente del engranaje y debe continuar insistiendo en la omnipotencia, la
creatividad y el control, como si estuviera tratando de vender las poco atractivas acciones
de una compañía fraudulenta.

En mis escritos he concedido mucha importancia al concepto de objeto transicional: algo


que su hijo puede estar apretando en su mano en este mismo momento, quizás un pedazo
de tela que alguna vez fue parte de la colcha de su cuna, o de una manta, o una cinta con
la que su mamá se sujetaba el cabello. Es un primer símbolo y representa la confianza en
la unión del bebé con la madre, basada en la experiencia de la confiabilidad de la madre y
de su capacidad de saber lo que el bebé necesita, gracias a su identificación con él. He
dicho que el bebé crea ese objeto; es algo que nunca cuestionaremos, aunque también
sabemos que el objeto ya estaba allí antes de que el bebé lo creara. (Es posible incluso
que también alguno de sus hermanos lo haya creado del mismo modo.)

No se trata tanto de "Pedid y os será dado" como de "Tended la mano y estará allí para
que lo toméis, lo uséis y lo gastéis". Este es el comienzo y debe perderse en el proceso de
presentación del mundo real, del principio de realidad; pero en la salud hallamos el modo
de vivir creativamente y recobrar así el sentimiento de que las cosas tienen sentido. El
síntoma de una vida no creativa es el sentimiento de que nada tiene sentido, de futilidad,
de "A mí qué me importa".
Estamos ahora en condiciones de examinar la vida creativa y de utilizar, al hacerlo, una
teoría coherente. La teoría nos permite comprender algunas de las razones por las que el
tema de la vida creativa presenta dificultades que le son inherentes. Podemos adoptar un
enfoque global u ocuparnos de los detalles que componen la vida creativa.

Debe quedar en claro que estoy tratando de alcanzar un estrato profundo, si no


fundamental. Sé que una manera de cocinar salchichas consiste en seguir las
instrucciones precisas que figuran en el libro de cocina de la señora Beeton (o en los
artículos dominicales de Clement Freud), y otra manera es tomar algunas salchichas y
cocinarlas de uno u otro modo, por primera vez en la vida. El resultado puede ser el
mismo en ambos casos, pero es más agradable convivir con el cocinero o la cocinera
creativos, aunque a veces ocurra un desastre o las salchichas tengan un gusto raro y uno
sospeche lo peor. Lo que estoy tratando de decir es que para el cocinero esas dos
experiencias son distintas: el servil que se ajusta a las instrucciones no obtiene nada de la
experiencia, sólo aumenta su sensación de que depende de la autoridad; el original, en
cambio, se siente más real y se sorprende de los pensamientos que acuden a su mente
mientras cocina. Cuando nos sorprendemos a nosotros mismos estamos siendo creativos
y descubrimos que podemos confiar en nuestra inesperada originalidad. No nos importa si
los que comen las salchichas no advierten lo que su
cocción tuvo de sorprendente o si no aprecian su sabor.

Creo que cualquier cosa que tenga que hacerse puede hacerse creativamente si el que la
ejecuta es creativo o tiene capacidad para serlo. Pero si alguien está constantemente
amenazado por la extinción de su creatividad, tendrá que soportar la tediosa sumisión o
bien exagerar la creatividad hasta que las salchichas luzcan como algo de otro mundo o
resulten incomibles.

Para mí es exacto, como ya lo he mencionado, que por muy escasamente dotado que esté
un individuo, sus experiencias pueden ser creativas y estimulantes, en el sentido de que
siempre hay algo nuevo e inesperado en el aire. Por supuesto que si la persona es muy
original y talentosa sus dibujos valdrán 20.000 libras, pero dibujar como Picasso no
siendo Picasso implica imitación servil y falta de creatividad. Para dibujar como Picasso
uno tiene que ser Picasso; de lo contrario no hay creatividad. Los seguidores son por
definición sumisos y aburridos, salvo cuando están buscando algo y necesitan que el
coraje de Picasso los ayude a ser originales.

El hecho es que lo que creamos ya estaba allí, pero la creatividad consiste en el modo
como llegamos a la percepción a través de la concepción y la apercepción. Por lo tanto,
cuando miro el reloj, como tengo que hacerlo ahora, creo el reloj, pero tomo la
precaución de no ver un reloj sino en el lugar preciso en que sé que hay uno. Les ruego
que no rechacen esta muestra de absurda falta de lógica: reflexionen sobre ella y
utilícenla.

Si está oscureciendo y me siento muy cansado, o un tanto esquizoide, tal vez vea relojes
donde no los hay. Puedo ver algo en aquella pared e incluso ver la hora, y quizás ustedes
me dirán que es sólo la sombra de una cabeza proyectada en la pared.

A algunas personas, la posibilidad de que se las considere locas o alucinadas las lleva a
aferrarse a la cordura y a la clase de objetividad que podríamos denominar realidad
compartida. Otras fingen a la perfección que lo que imaginan es real y puede ser
compartido.

Podemos admitir que toda clase de personas vivan en el mundo con nosotros, pero
necesitamos que los demás sean objetivos para poder disfrutar de nuestra creatividad,
asumir riesgos y seguir nuestros impulsos con las ideas creativas que los acompañan.

Algunos niños crecen en una atmósfera de gloriosa vida creativa, pero no creativa para
ellos sino para un progenitor o una niñera. Eso los asfixia y dejan de ser. O bien
desarrollan una técnica de retraimiento.

Un tema muy amplio es el de la provisión de oportunidades a los niños para que vivan su
propia vida, tanto en el hogar como en la escuela, y es un axioma que los niños que
arriban con facilidad al sentimiento de que existen son los más fáciles de manejar. Son los
menos vulnerables frente al embate del principio de realidad.
Si tenemos un vínculo formal con nuestra pareja, podemos intentar, como ya he
mencionado, todos los modos y grados de proyección e introyección. Una esposa puede
disfrutar con el goce que su marido encuentra en su trabajo, y un marido puede disfrutar
con las experiencias de su mujer con la sartén. De esta forma el matrimonio -la unión
formal- aumenta nuestras posibilidades de llevar una vida creativa. Se puede ser creativo
por delegación, como cuando estamos realizando una tarea rutinaria y la concluimos más
rápidamente al seguir las instrucciones que figuran en la etiqueta del frasco.

Me pregunto qué opinan ustedes de estas ideas que he puesto sobre el papel y que les he
leído. Lo primero que debo señalar es que no puedo convertirlos en seres creativos
hablándoles. A esos fines más me valdría escucharlos que hablarles. Si ustedes nunca
tuvieron -o han perdido- la capacidad de sorprenderse a sí mismos en su experiencia del
vivir, mis palabras no los ayudarán y sólo con dificultad lo haría la psicoterapia. Pero es
importante saber, por cuanto atañe a otras personas (especialmente a niños de quienes
podríamos ser responsables), que vivir creativamente es más importante para el individuo
que tener éxito.

Lo que deseo poner en claro es que la experiencia de vivir creativamente implica, en cada
uno de sus detalles, un dilema filosófico, ya que, en realidad, a fuer de cuerdos sólo
creamos lo que encontramos. Incluso en el arte no podemos ser creativos en la depresión,
a menos que nos encontremos en un hospital psiquiátrico haciendo la experiencia solitaria
de nuestro propio autismo. Ser creativo en el arte o la filosofía depende en alto grado del
estudio de todo lo que ya existe, y el estudio del ambiente proporciona un indicio para la
comprensión y apreciación de cada artista. Pero el enfoque creativo hace que él artista se
sienta real e importante, incluso si su obra es un fracaso desde el punto de vista del
público. Con todo, el público sigue siendo para él tan necesario como su talento, su
aprendizaje y sus herramientas.

Sostengo, por lo tanto, que si somos lo bastante sanos, no es ineludible que vivamos en
un mundo creado por nuestro cónyuge, ni éste en un mundo creado por nosotros. Cada
uno tiene su propio mundo privado, y además aprendemos a compartir experiencias
recurriendo en diverso grado a las identificaciones cruzadas. Cuando criamos niños o
iniciamos a un bebé en la senda que lo llevará a convertirse en un individuo creativo en
un mundo de hechos reales, tenemos que ser no creativos, sumisos y capaces de
adaptarnos; pero en general superamos el trance y descubrimos que no acaba con
nosotros porque nos identificamos con esas nuevas personas que nos necesitan para poder
llegar a disfrutar, también ellas, de una vida creativa.

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