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Sirena

Las sirenas (en griego antiguo Σειρήν Seirến, ‘encadenado’,


seguramente inspirado en el sánscrito Kimera, ‘quimera’) son
seres fabulosos, originarios de la mitología griega y
ampliamente extendidos en las narraciones fantásticas de la
literatura occidental, cuya función y representación han variado
con el tiempo.Aunque en su forma original eran seres híbridos
de mujer y ave, posteriormente la representación más común
las describe como mujeres jóvenes con cola de pez. Es por ello
que en muchas lenguas no latinas distinguen la sirena original
clásica (inglés siren, alemán Sirene) de la sirena con cola de
pez (inglés mermaid, alemán Meerjungfrau).

Mitología griega
En la mitología griega, las sirenas son una clase difusa
que comprende varios seres que se distinguen por una voz
musical y prodigiosamente atractiva; las representaciones
artísticas más antiguas, que las muestran como aves con
rostro o torso femenino, se deben probablemente a la
asociación de las aves con el canto, así como al frecuente
uso iconográfico de los seres alados para representar a los
espíritus de los muertos. Muchas de las huellas gráficas
más tempranas de las sirenas están en monumentos y
ofrendas funerarias.
En época preclásica comenzaron ya a identificarse con
náyades, y su canción a describirse como un atractivo
irresistible que llevaba a la perdición a los marinos.
Distintos relatos las hacen descender de los dioses
fluviales Aqueloo o Forcis, sea sin intervención femenina o de las musas Estérope,
Melpómene o Terpsícore, relacionadas con el canto y con el baile. Su número es
también impreciso, contándose entre dos y cinco; los nombres registrados incluyen
Agláope, Telxiepia o Telxínoe, Pisínoe, Parténope, Ligeia (empleado luego por Edgar
Allan Poe para el célebre cuento homónimo sobre una mujer de mortal belleza),
Leucosia, Molpe, Radne y Teles.Los antropólogos debaten sobre si esas figuras no son
genios de los pasos que guardan (o, en este caso, invitan) las Puertas de la Muerte,
emparentadas con Escila y Caribdis, a las que están próximas en los mitos homéricos.
Eurípides, en una estrofa del coro de Helena (verso 168) las llama παρθηνικοι κοραι
parthenikoi korai, ‘jóvenes doncellas’; en este fragmento se apoyan Laurence Kahn-
Lyotard y Nicole Loraux para incluirla dentro de las figuras del más allá,
identificándolas con las cantoras de la Islas de los Bienaventurados descritas por
Platón.Figuran con frecuencia en episodios míticos, muchas veces reminiscentes de su
antiguo papel como deidades ctónicas. Algunas versiones narran que acompañaban a
Perséfone cuando fue raptada por Hades, y que su apariencia bestial fue el castigo
impuesto por Deméter por no proteger a su hija del dios del inframundo. En otras, el
cuerpo alado es un don de Zeus para permitirles perseguir al raptor, y en aún otras es
una pena impuesta por Afrodita por resistirse a la voluptuosidad.
Episodios literarios
En la leyenda de Jasón y los Argonautas, los marineros
encantados por la voz de las sirenas se salvaron del
desastre gracias a la habilidad de Orfeo, que logró con su
canto tapar la música de aquellas y distraer a los
Argonautas que se hubieran encallado de otro modo en los
sirenum scopuli donde estas habitaban. Derrotadas por la
superior habilidad de Orfeo, las sirenas se transformaron
en piedra, o en otras versiones se arrojaron al mar para morir.

En la Odisea (XII, 39), Ulises preparó a su tripulación para evitar la música de las
sirenas tapándoles los oídos con cera; deseoso de escucharlas él mismo, se hizo atar a un
mástil para no poder arrojarse a las aguas al oír su música.

Las sirenas aparecen también en algunos de los cuentos de Las mil y una noches. Así,
en el titulado La ciudad de bronce1 leemos la siguiente descripción:

las dos hijas del mar [...] eran dos maravillosas criaturas de largos cabellos ondulados como las
olas, de cara de luna y de senos admirables y redondos y duros cual guijarros marinos; pero
desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que generalmente son patrimonio de las
hijas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a izquierda,
de la propia manera que las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención. Tenían
la voz muy dulce, y su sonrisa resultaba encantadora; pero no comprendían ni hablaban ninguno
de los idiomas conocidos, y contentábanse con responder únicamente con la sonrisa de sus ojos
a todas las preguntas que se les dirigían.

Muy distinta es la sirena del relato de Hans Christian Andersen La Sirenita, capaz de
entender y hablar la lengua de los hombres, pero condenada al silencio por su pacto con
la bruja del mar.

Atractivo de las sirenas


Aunque en la iconografía moderna las sirenas se
representan por lo general como de abrumadora belleza,
es probable que en la tradición clásica su único atractivo
radicase en su voz, y que su apariencia fuese poco menos
que monstruosa. Horacio, en la Epistola ad Pisones, hace
mención a un híbrido de mujer y pez como un sujeto
hilarante:

desinat in piscem mulier formosa superne; si en pez acabase lo que es una hermosa mujer por encima,
spectatum admissi, risum teneatis, amici ¿aguantaríais la risa al verlo, camaradas?

Se ha comentado que posiblemente las sirenas que tanto intrigaron a Sigmund Freud son
la intelectualización tardía de un hecho narrativo que aúna peligro y belleza. En todo
caso, ése sería un añadido elaborado a lo largo de los siglos a su origen como horrendas
y extraordinarias cantantes que ocultaban el asesinato y la antropofagia.

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