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Tema 7.

La investigación-acción participativa

Índice

1. ¿Qué es esa cosa llamada investigación-acción participativa?....................................4

1.1. Imaginando que estamos solos (o casi) ante nuestro primer encargo como técnicos de
investigación..............................................................................................................................4

1.1.1. Las «visiones situacionales» y las «opiniones publicadas» de un grupo


social........................................................................................................................5
1.1.2. La encuesta (estadística) y las otras prácticas de investigación social..........9
1.2. Algunos elementos para la definición de la investigación-acción participativa...........11

1.2.1. ¿La investigación social es per se una acción de intervención?..................14

2. La diversidad de realidades vinculadas a la noción de “investigación-acción


participativa”: entre el vacío académico y una multiformidad de prácticas sociales..17

2.1. La investigación-acción participativa y la dimensión del «¿para qué?» de la


investigación social..................................................................................................................19

3. Una breve aproximación a los orígenes de la investigación-acción participativa en el


campo pedagógico..............................................................................................................22

3.1. La configuración del campo de la educación popular como espacio de participación


...................................................................................................................................................23

3.2. Más allá del ejemplo de la educación popular de adultos. Algunos límites de la
investigación acción participativa...........................................................................................25

4. Algunos posibles modelos de investigación-acción participativa.................................28

4.1. La tensión entre pragmatismo y orientación crítica en la investigación social............30

4.2. El lugar táctico de la participación dentro de la perspectiva pragmática de


investigación............................................................................................................................34

5. Una aproximación concreta a la IAP en el caso español.............................................36

5.1. El lugar de la IAP en una sociedad todavía semidesarrollada.....................................36


5.2. Algunos ejemplos concretos de investigaciones realizadas en España........................38

5.3. El proyecto «+60» del barrio de Prosperidad en Madrid............................................39

5.3.1. El desarrollo de los trabajos de campo de la encuesta estadística dirigida a


los mayores del barrio............................................................................................42
5.3.2. Algunos resultados de la IAP.......................................................................45

6. A modo de conclusión.....................................................................................................46

6.1. Algunas recomendaciones a no olvidar: el problema de la temporalidad de la


investigación-acción participativa.........................................................................................46

6.2 Algunas recomendaciones a no olvidar: otras cuestiones de carácter general............48

6.3. Motivos para la modestia metodológica (e incluso también para una cierta
esperanza)................................................................................................................................50

Bibliografía básica...............................................................................................................54

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No es sólo información lo que los hombres necesitan. En esta Edad del Dato la información
domina con frecuencia su atención y rebasa su capacidad para asimilarla. No son sólo
destrezas intelectuales lo que necesitan, aunque muchas veces la lucha para conseguirlas agota
su limitada energía moral. Lo que necesitan, y lo que ellos sienten que necesitan, es una
cualidad mental que les ayude a usar la información ya desarrollar la razón para conseguir
recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre en el mundo y de lo que quizás está ocurriendo
dentro de ellos. (...) La imaginación sociológica permite a su poseedor comprender el
escenario histórico más amplio en cuanto a su significado para la vida interior y para la
trayectoria exterior de diversidad de individuos. Ella le permite tener en cuenta cómo los
individuos, en el tumulto de su experiencia cotidiana, son con frecuencia falsamente
conscientes de sus posiciones sociales. En aquel tumulto se busca la trama de la sociedad
moderna, y dentro de esa trama se formulan las psicologías de una diversidad de hombres y
mujeres. Por tales medios, el malestar personal de los individuos se enfoca sobre inquietudes
explícitas y la indiferencia de los públicos se convierte en interés por las cuestiones públicas.
El primer fruto de esa imaginación —y la primera lección de la ciencia social que la encarna—
es la idea de que el individuo sólo puede comprender su propia experiencia y evaluar su propio
destino localizándose a sí mismo en su época; de que puede conocer sus propias posibilidades
en la vida si conoce las de todos los individuos que se hallan en sus circunstancias. Es, en
muchos aspectos, una lección terrible, y en otros muchos una lección magnífica. No
conocemos los límites de la capacidad humana para el esfuerzo supremo o para la degradación
voluntaria, para la angustia o para la alegría, para la brutalidad placentera o para la dulzura de
la razón. Pero en nuestro tiempo hemos llegado a saber que los límites de la «naturaleza
humana» son espantosamente dilatados. Hemos llegado a saber que todo individuo vive de una
generación a otra, en una sociedad, que vive una biografía, y que la vive dentro de una
sucesión histórica. Por el hecho de vivir contribuye, aunque sea en pequeñísima medida, a dar
forma a esa sociedad y al curso de su historia, aun cuando él está formado por la sociedad y
por su impulso histórico. La imaginación sociológica nos permite captar la historia y la
biografía, y la relación entre ambas dentro de la sociedad. Ésa es su tarea y su promesa.
Ningún estudio social que no vuelva a los problemas de la biografía, de la historia y de sus
intersecciones dentro de la sociedad, ha terminado su jornada intelectual.

Charles Wright Mills, La imaginación sociológica, 19591.

1
Wright Mills, Ch.: La imaginación sociológica, México, Fondo de Cultura Económica, 1987 [e.o. 1959], p.24.
Capítulo del texto disponible (noviembre de 2005) en www.nodo50.org/dado/textosteoria/mills2.rtf

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1. ¿Qué es esa cosa llamada investigación-acción participativa?

1.1. Imaginando que estamos solos (o casi) ante nuestro primer encargo como técnicos de
investigación
Seguramente con más motivo que en otros apartados de esta obra, intentar aproximarnos a los
contenidos, prácticas o conceptos de la llamada investigación-acción participativa (I.A.P.)
exige volver a repasar algunos de los fundamentos que hemos propuesto en los primeros
capítulos. Sin embargo, quizá merezca la pena realizar antes un cierto esfuerzo de
imaginación previa. Supongamos que, a demanda de unos determinados servicios sociales
municipales, nos vemos en la tesitura de investigar la situación en que se encuentran las
personas mayores residentes en un determinado barrio de una gran ciudad. Con algunos
matices, es este el ejemplo sobre el que volveremos más tarde para ilustrar un caso real de
investigación-acción participativa realizado en nuestro país2. Naturalmente, en función de los
objetivos que nos propusiéramos en este estudio de un determinado barrio y la situación de
sus mayores, la forma más adecuada de proceder podría ser una u otra. Esta variedad de
formas de proceder partiendo de unos objetivos y unas circunstancias dadas, implica un
conjunto de estrategias, acciones y procesos de investigación mucho más amplio que la mera
decisión de aplicar en cada caso unas u otras técnicas o prácticas. Para comenzar cabría
pensar que —en cierta medida— la relevancia de adoptar unos u otros objetivos o, incluso, de
realizar o no la investigación se encuentra determinada por la posible situación del barrio y las
personas mayores que viven en él. El conocimiento previo disponible acerca de esta situación
del barrio podría apuntar, por ejemplo, al interés de investigar de forma específica las
condiciones materiales de existencia de la población mayor (estado de sus viviendas, renta de
la que disponen, salud de la que gozan, servicios sociales a los que tienen acceso, etc.) o,
asimismo, el de aproximarnos a sus propias percepciones y representaciones de todos estos u
otros aspectos, comprobando si experimentan o no sensaciones (y situaciones) de soledad o
inseguridad, si consideran que existe una adecuada dotación de equipamientos públicos, etc.,
etc. Igualmente, intentar contextualizar esta situación de los mayores del barrio podría
llevarnos ‘más allá’ de ellos y de este espacio, buscando elementos de comparación entre las
condiciones locales del entorno y las de otros barrios, ciudades o grupos sociales y de edad.
En todo caso, por más claro que pueda estar que una determinada situación social parezca
requerir de la ejecución de un estudio y posterior intervención por parte de la Administración
del Estado en alguno de sus niveles, resulta sumamente relevante conocer la posición concreta
que mantiene en relación a esta situación el promotor de la investigación, en este caso, los
servicios sociales municipales. Sus objetivos se encontrarán presumiblemente ligados a otros
de una escala superior dentro de un planteamiento más o menos estratégico de gestión de la
ciudad y de los servicios sociales.
Nos encontramos pues ante un ‘binomio’ de determinaciones formado, por un lado, por el
interés de una institución o grupo por conocer una determinada realidad y, por otro, por la
necesidad más o menos «intrínseca» de hacerlo que impongan las condiciones de esta
2
Vid. el apartado de este capítulo: 5.3. El proyecto «+60» del barrio de Prosperidad en Madrid.

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misma realidad, incluyendo también en ella las sensibilidades sociales existentes en relación
al problema. No siempre lo acuciante o lo tolerable de un problema y el interés institucional
por estudiar precisamente eso coincidirán. Estos dos planos generales se encuentran
relacionados sin terminar de coincidir nunca, ya que media entre ellos un largo camino. Por su
parte, el interés institucional concreto sólo puede ser entendido dentro de la historia y del
posicionamiento de esta ‘corporación pública’ que promueve el estudio. En otras palabras,
que influyen sobre la posibilidad y la orientación del estudio, no sólo las estrategias políticas
que la corporación tenga en marcha (v.g. construcción de centros de día para mayores o de
residencias públicas; subcontratación de asistencia domiciliaria privada para los ancianos de
bajos recursos o bien integración de unos servicios sociales municipales no externalizados con
otros recursos asistenciales del Estado, etc., etc.) o el propio presupuesto que disponga para
ello, sino también la capacidad y sensibilidad alcanzada por los funcionarios responsables de
promover investigaciones para considerar que una u otra situación constituye un problema y,
asimismo, un problema que merece la pena ser estudiado. De la misma forma, esa necesidad
más o menos «intrínseca» de estudiar una cuestión no depende inmediatamente de su propia
‘gravedad’ o de si los problemas presentes en ella puedan ser más o menos acuciantes. En el
barrio de nuestro ejemplo, un elemento que bien podría empujar en esta dirección sería la
difusión de un determinado estado de conciencia acerca de la existencia de situaciones más o
menos ‘graves’ de exclusión entre los mayores, la aparición de muestras públicas de
preocupación por ella, etc. Cuando nos enfrentemos a una investigación, las posiciones que
los diversos grupos puedan adoptar en relación a nuestro estudio deberán ser tenidas en cuenta
y, en lo posible, anticipadas por nosotros3.

1.1.1. Las «visiones situacionales» y las «opiniones publicadas» de un grupo social

Como puede comprobarse, esta cuestión de si una situación social es considerada un problema
y, si es así, por quién y en qué medida, reviste una cierta complejidad. Habitualmente, suele
aludirse a este estado de conciencia o sensibilidad colectiva hacia una determinada cuestión
‘socialmente conflictiva’ utilizando una expresión semejante a esta: “la ‘opinión pública’ se
encuentra preocupada por” tal o cual cosa. Incluso, cuando se trata de aludir además a una
forma más o menos dramatizada de publicitación de esta opinión, se llega a decir que nos
encontramos en presencia de auténtica “alarma social”. Los ‘detectores’ de este tipo de

3
Entre otros, Jesús Ibáñez (Ibáñez, J.: “Perspectivas de la investigación social: el diseño en las tres
perspectivas”, en García Ferrando, M; Ibáñez, J. y Alvira, F. comp.: El análisis de la realidad social, Alianza
Universidad, Madrid, 1986) ha invitado a distinguir entre la demanda explícita y el requerimiento implícito del
‘cliente’ o promotor del estudio, defendiendo la necesidad de traducir la primera en el segundo con el fin de
conocer sus intenciones (no siempre del todo conscientes) y poder abordar de una mejor forma su negociación.
La definición y el cierre del diseño concreto de toda investigación social conlleva potencialmente una
negociación —al menos— entre la instancia cliente y los técnicos encargados de realizarla. Esta negociación
suele de hecho plantearse aunque la relación entre investigador y ‘cliente’ no sea la relación entre un ‘profesional
liberal’ y alguien que contrata sus servicios. Afectaría también al trabajador social contratado/subcontratado —o
funcionario— en un Ayuntamiento que debe proponer un diseño, un presupuesto y un cierre final de los objetivos
de la investigación y que tiene casi siempre un margen mayor o menos para defender la conveniencia de que sea
planteada de una u otra forma. Entre el ‘deseo’ de una investigación y su materialización media un largo trecho y
el encuentro de lógicas y posiciones bien diferentes.

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“alarma social” suelen ser casi siempre la prensa, las encuestas estadísticas 4 y, sobre todo, las
encuestas estadísticas publicadas en la prensa y otros medios de comunicación. Ambas
confusiones casi siempre interesadas de lo público con lo publicado y lo que se encuentra de
moda periodística con lo que debe ser considerado realmente importante, son bien
significativas. Una cosa podrían ser los estados de conciencia colectiva o representaciones
sociales existentes en una sociedad o comunidad dada; otra diferente, el hecho de que éstas
representaciones puedan en mayor o menos grado llegar a hacerse presentes o ser expresadas
de forma pública. Por último, una tercera sería el grado en que los poderes públicos se
sientan finalmente empujados por las anteriores a actuar en una u otra dirección. A una cierta
escala, las representaciones sociales nunca se muestran del todo consensuales u homogéneas:
mientras que unos sectores del barrio seguramente percibirán como grave la situación de
algunos mayores, otros apenas la tendrán presente. Unos creerán posible solucionarla
tomando determinadas iniciativas y otros pensarán incluso que “cada cual debe procurarse su
propio sustento” o, simplemente, encontrarán prioridades diferentes. Muchas de las personas
del barrio no habrán tenido quizá ocasión de formarse una visión clara sobre el tema pero, en
la medida en que no les resulte por completo ajeno, serán capaces de construir esta visión
echando mano de la experiencia biográfica que poseen en este medio social y cultural.

Representación (muy simplificada) de la relación entre los grupos sociales, el universo de discursos o
visiones situacionales y el sistema de opiniones específicas.
Nótese que el nivel de las visiones situacionales y el del sistema de opiniones específicas no necesariamente
coincidirá, pues los discursos que constituyen el primero tienden a formarse en el medio plazo y estar más

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Parece haberse olvidado que el término encuesta (del francés enquête) es una forma general de aludir a la
realización de una investigación. La primera definición que sugiere el diccionario de la Real Academia Española
es la de “Averiguación o pesquisa”, siendo por tanto una encuesta tanto la que se realiza cuando se quieren
esclarecer las circunstancias de un crimen, como la que conduce a conocer la situación social de una población
determinada, independientemente de la perspectiva que adoptemos para ello. Que su uso haya terminado
asimilándola a una “encuesta estadística con cuestionario” (a la que apunta también, de forma bastante
insuficiente, la segunda acepción de su definición del diccionario de la R.A.E.) supone una simplificación que es
a la vez síntoma y elemento de refuerzo de la identificación que suele hacerse muy a menudo entre ésta y la
investigación social en general. Para buena parte de la población, investigar la realidad social equivaldrá a hacer
una encuesta.

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condicionados por los factores de estructura social. En ellos existe también por supuesto una jerarquía y una
influencia de cuál sea en un momento determinado el ‘discurso dominante’, pero las especificidades que otorga a
un discurso el hecho de ser enunciado por un determinado grupo social nunca terminan de borrarse. Por el
contrario, las opiniones responden a una ‘agenda’ de más corto plazo (temas de moda, corrientes de opinión, etc.)
y se encuentran más abiertas a la influencia de la ‘deseabilidad’ social y, por tanto, prefiguradas en mayor
medida por instancias como la prensa/ medios de comunicación. Por último, las relaciones entre las opiniones
específicas y las visiones situacionales pertenece más bien al medio plazo. Imaginemos por ejemplo que en un
determinado barrio resulta conocida, a lo largo de unos pocos meses, la aparición de varios ancianos que han
muerto solos en sus casas. Una encuesta estadística realizada en ese momento en el barrio recogería
posiblemente una variación notable en el conjunto de opiniones acerca de la situación de los mayores. En
cambio, las grandes visiones situacionales o «discursos» (qué sólo pueden ser captadas por procedimientos de
corte más cualitativo), seguramente no habrían variado sustancialmente por este hecho, permitiendo además su
reconstrucción e interpretación comprender el valor y sentido específico que cada uno de los grupos sociales le
otorga.

Esta diferencia entre las representaciones de la situación que puedan tener los diferentes
grupos sociales no implica tampoco que las diferentes posiciones no pudieran llegar a
aproximarse en parte a través de un cierto trabajo de mediación ni, tampoco, que cualquier
práctica de investigación que utilicemos para conocer esas representaciones sobre «la
situación del barrio» fuera a ofrecernos unos resultados idénticos. Un problema como la
«situación de inseguridad del barrio» podría por ejemplo resultar muy ‘votado’ si
preguntamos explícitamente por ello a los mayores en una encuesta estadística, pero aparecer
como menos importante o subordinado a otros (v.g.: el desempleo y la precariedad laboral en
unos casos, la inmigración en otros) si organizamos en cambio algunos grupos de discusión o
si intentamos implicar a los colectivos asociados del barrio en una dinámica de tipo
participativo. A su vez, las diferencias entre los temas que aparecerían en cada uno de los
posibles grupos de discusión, alcanzarán seguramente su grado máximo dentro de la variedad
existente si seleccionásemos los participantes de cada uno de ellos en función de las divisorias
más importantes existentes entre los colectivos cuyo punto de vista sea pertinente incluir. Así,
seleccionando grupos relativamente homogéneos desde el punto de vista de la clase social de
sus integrantes (algo aconsejable en una gran mayoría de los casos) quizá podremos ver, por
ejemplo, como para los sectores más acomodados aquellas cuestiones como la carencia o las
deficiencias de los servicios públicos municipales destinados a atender a los mayores, serán
menos preocupantes que otras cuestiones o bien tenderán a desaparecer de su discurso. Es
decir, que una misma propuesta inicial realizada a todos los grupos (v.g. «vamos a hablar de la
situación del barrio y qué problemas se cree que existen») llevaría a cada uno de ellos, si les
dejamos una cierta autonomía, a recorridos discursivos bien diferentes. Una apertura de éste
tipo sería seguramente el medio más adecuado para entender el lugar que ocupan éste y otros
problemas en la visión situacional de los diferentes colectivos que integran el barrio. Si
además encontramos que existe un cierto tejido asociativo previamente sensibilizado o incluso
trabajando ya sobre el problema que queremos investigar, podríamos pensar incluso en
plantear a todos los sectores implicados la realización de una investigación-acción
participativa.

En definitiva, en función de la perspectiva que adoptemos nos encontraríamos con un


producto distinto, más o menos pertinente en función de los objetivos concretos que
hubiéramos planteado. La encuesta estadística nos proporcionará un objeto más bien próximo

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a la «opinión». Es decir, la reducción de la forma en que preguntamos y de la amplitud del
objeto por el que se pregunta nos llevarán a perder muchos matices. A través de la perspectiva
cualitativa podremos acercarnos a las «representaciones sociales» «discursos» o «visiones
situacionales», más profundamente en la medida en que consigamos algún grado de
implicación participativa. Por eso, sólo si lo que queremos es recoger un «conjunto de
opiniones» específicas y sumamente particulares (y además no queremos hacer otra cosa que
eso: v.g. elegir «¿residencia de ancianos o centro de día»?) la encuesta será preferible a la
hora de ‘definir situaciones’. En cambio, el grupo de discusión podría permitir también
conocer por qué unas determinadas representación situacionales (como, por ejemplo, la
conciencia de que la privatización de los servicios sociales municipales conduce a su
desmantelamiento y degradación acelerada) son capaces de abrirse camino hacia la escena
pública, o bien quedar relegadas a un lugar subordinado. Los medios para lograr esta
‘hegemonía de una visión situacional’ se encontrarán muy asimétricamente repartidos entre
sectores sociales según la influencia, el poder, el prestigio o el grado de articulación
identitaria de cada uno de ellos. Esta es seguramente otro de los motivos para ensayar una
IAP: proporcionar una ocasión para expresarse a sectores más o menos estructurados pero
cuyos puntos vista suelen ser obviados de forma casi sistemática.

En todo caso, las vías para que un discurso alcance una cierta hegemonía social o bien
permanezca subordinados, no son sólo los llamados ‘medios de comunicación’. Si lo fueran,
nos bastaría con estudiar sus mensajes para saber ‘como piensa la gente’. Juegan también un
papel, entre otras muchas cosas, los lugares de encuentro y socialibidad, las charlas
informales y las relaciones personales. Como se ha dicho, situaciones «análogas» todas ellas a
la que intenta construirse al realizar un grupo de discusión.

1.1.2. La encuesta (estadística) y las otras prácticas de investigación social

Supongamos en todo caso que el contexto de la investigación que queremos realizar sobre los
mayores del barrio no está del todo claro y no sabemos muy bien qué perspectiva podría ser la
más adecuada. No sería rato que tuviéramos también una vaga impresión de que tratar de ir
‘más allá’ de la encuesta estadística, más todavía si lo que proponemos es una investigación
participativa, podría hacernos topar con la necesidad de proporcionar largas explicaciones
acerca de lo que algunos consideran ‘prácticas poco ortodoxas de investigación’ (seguramente
también por desconocimiento). Por tanto, sin tenerlo del todo claro, pero si no queremos
complicarnos demasiado la vida, podríamos seguir nuestras lecturas de algunos de los
manuales titulados «Técnicas de investigación social» y decidimos finalmente por la
realización de una pequeña encuesta estadística. Salvo qué investigar, qué conclusiones sacar
y qué hacer en muchas situaciones concretas (sin duda casi imposibles de anticipar y detallar
en el texto que hemos consultado) nos encontramos con indicaciones sobre cómo hacer casi
todo. Probablemente, no nos será demasiado difícil localizar los datos censales más
actualizados del municipio y componer una muestra estadística representativa de la
“población mayor” del barrio (por ejemplo 60 y más años) que se encuentra censada, preparar
un cuestionario y un plan de análisis inspirados en los de otros estudios similares, llevar a

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cabo los trabajos de campo y supervisarlos dejándonos aconsejar por los técnicos encargados
de la red de encuestadores contratada al efecto, subcontratar también la grabación y
depuración de los datos de cada uno de los cuestionarios y, finalmente, ocuparnos de plasmar
algunas conclusiones en un informe de investigación.
Como es lógico, buena parte de los resultados obtenidos se parecerán sobre todo a una
distribución de frecuencias o porcentajes de las diferentes cuestiones que hemos conseguido
operativizar en el cuestionario en forma de variables. Conocemos ahora si más o menos
proporción de personas mayores se encuentran en uno u otro de los grupos de edad superiores
a los 60 años, si declaran poseer una vivienda de X o Y metros cuadrados u opinan que se
encuentran mejor o peor atendidos cuando recurren a los servicios sociales. Sin embargo, el
sentido de estos datos provendrá en todo caso de la capacidad que tengamos para
interpretarlos a través de nuestro propio conocimiento ‘vivencial o empático’ del barrio o,
también, por la comparación que seamos capaces de realizar con otras zonas de la misma
ciudad, otros grupos de edad u otras encuestas previas dotadas para nosotros de este mismo
sentido concreto. En sí misma, la técnica nos ha dado como máximo una tabla llena de
porcentajes. Difícilmente podremos realizar una interpretación si no logramos una
representación general ‘en nuestra cabeza’ que modelice la situación del barrio y rearticule de
nuevo dentro de ella cada una de las ‘distribuciones de frecuencias’ que hemos obtenido.
Obviamente, en este y en cualquier otro caso de investigación, siempre existe un cierto riesgo
de que nuestra subjetividad nos juegue una mala pasada y que la interpretación que es
necesario aventurar se encuentre alejada de la situación empírica real a la que nos
proponíamos aproximarnos. Las únicas formas de atenuar ese riesgo pasan por la adquisición
de experiencia investigadora y, asimismo, por la contrastación intersubjetiva de las
interpretaciones que realicemos con otras personas. En cambio, renunciar a interpretar sería
casi tanto como privar a la investigación social de todo sentido concreto.
La práctica de investigación que hemos adoptado en este caso (un uso exclusivo de la
encuesta estadística, sin ninguna articulación con otras diferentes) pudiera haber sido o no la
más adecuada en función de todas las circunstancias ‘internas y externas al cliente’ que hemos
tratado de detallar. En todo caso, hay que insistir que es más que probable que adoptarla nos
halla ahorrado sobre todo un sinnúmero de explicaciones acerca de nuestra forma de
proceder. Es también probable que precisamente se recurra de forma innegociable a la
encuesta estadística en buena parte de las ocasiones en las que lo que se proponga una
determinada instancia-cliente sea diluir la realidad social y sus conflictos (más adelante
presentaremos algunos ejemplos de ello) en un planteamiento técnico que legitime decisiones
políticas adoptadas previamente. Sin embargo, en absoluto se podría decir tampoco que los
resultados de una encuesta de tipo estadístico siempre sean obvios o triviales, o que la
elección de esta práctica esté motivada en todos los casos por la conveniencia o la ignorancia.
Qué duda cabe que lo más razonable podría ser ensayar la articulación de diversas prácticas
de investigación. Por ejemplo, realizando al menos una fase cualitativa previa mediante
entrevistas abiertas (sin cuestionario) y grupos de discusión y elaborando a posteriori un

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cuestionario estadístico a partir de los resultados de éstos5. Esta articulación de diversas
prácticas de investigación (más todavía cuanto menor sea el sentido ‘técnico’ y mayor el
‘práctico’ o artesanal que caracterice a cada una de ellas) nos llevaría a plantearnos unos retos
interpretativos bastante más complejos. Utilizar en nuestra investigación una artesanía
interpretativa de este tipo, sin llegar a necesitar tampoco de ninguna ‘capacidad intelectual
extraordinaria’, hubiera exigido también un mayor grado de trabajo enfocado al conocimiento
previo de la situación del barrio y sus mayores y, asimismo, un contacto más estrecho y
profundo entre todas las partes implicadas.
Ahora bien, en términos reales, la mayoría de estas cuestiones se nos plantearán en casi
cualquier investigación que podamos abordar, pues intentar conocer la realidad social es
siempre mucho más que aplicar una determinada práctica o técnica. Enunciando estas
cuestiones hemos intentado situar un primer escalón a partir del cual sea posible entender que
ensayar una investigación-acción participativa será algo todavía un poco más complejo. Con
mucho más motivo, las preguntas que deberíamos hacernos antes de comenzar variarían su
orden: el ¿qué técnica utilizar? se verá precedido por ¿cuándo podremos realmente intentar
actuar de esta forma? y, sobre todo, ¿para qué podríamos hacerlo así? o incluso ¿podría
merecer la pena intentar meternos en un lío como éste? ¿Se dan las condiciones? ¿Existen
sectores activos a los que implicar? ¿Sus comentarios y puntos de vista podrán ser asumidos
por la instancia/ cliente que promueve el estudio? Aprendices como también somos todos en
esto de la IAP, hemos intentado, al menos, hacer algunas observaciones sobre todo ello en los
apartados que siguen. Volveremos también más adelante sobre nuestro ‘caso empírico’ para
narrar cómo en un barrio de una gran ciudad (en este caso, Madrid) consiguió realizarse con
relativo éxito un proceso de IAP. El lector puede tener la seguridad que las alternativas que
atravesó el proceso y lo que cada uno de los actores fue pensando que llegarían a ser sus
resultados finales, dieron lugar a una movida considerable. Esta experiencia real puede servir
asimismo como excepción relativa (pero que no confirma la regla) a una circunstancia
frecuente que, sin embargo, no puede ser tomada como invariante. Y es que no siempre han
sido las instituciones públicas o privadas (al menos las hegemónicas u ‘oficiales’) quienes han
llevado la iniciativa en la promoción de investigaciones sociales o, incluso, quienes han
estado en condiciones de tomar algún tipo de medidas de intervención a partir de sus
conclusiones. Si, por el contrario, el protagonismo siempre hubiera correspondido a estas
corporaciones y muchos otros grupos procedentes de las bases sociales no hubieran sido en
ocasiones capaces de generar este protagonismo de forma relativamente autónoma, o bien de
conquistarlo gradualmente, sería ocioso estar hablando aquí de la investigación-acción
participativa.

5
Los problemas de presupuesto llevan a menudo a la necesidad de recortar las dimensiones de la investigación.
Aunque la realización de prácticas cualitativas suele implicar una mayor cantidad de trabajo interpretativo por
parte de los técnicos, sus costes económicos suelen ser menores. Una encuesta estadística, encarecida por el
coste de los trabajos de campo, posee en cambio mayor cantidad de trabajo transferible/ subcontratable: desde la
realización de los trabajos de campo, a la entrega de las tablas con los datos.

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1.2. Algunos elementos para la definición de la investigación-acción participativa

En un sentido estricto, la investigación-acción participativa difícilmente puede ser concebida


como una técnica o práctica metodológica dirigida a la captación o producción de
información. A diferencia de otras prácticas o técnicas aquí mencionadas o revisadas —la
encuesta estadística, la entrevista abierta, el grupo de discusión, la observación...— esta
perspectiva de investigación debe ser entendida en un nivel más general. En cierto sentido, es
posible decir que la investigación-acción ha intentado construirse como una forma
diferente de abordar el proceso completo de la investigación social. Esto es, una forma que
se pretende distinta a la dominante de orientar la globalidad de este proceso, desde la propia
formulación del proyecto de investigación y sus correspondientes objetivos, hasta la potencial
aplicación de sus conclusiones y, muy especialmente, pasando por el tipo de relaciones
establecidas entre los técnicos encargados de la investigación y las personas que, en su caso,
participan en ella facilitando sus ‘opiniones’ o ‘discursos’. Quizá exagerando un poco,
algunos defensores de la IAP han llegado incluso a manejar la idea de un intento de
“reinvención” de la investigación social. Con ello, al menos han conseguido poner de
manifiesto que la sociología aplicada, lejos de desarrollarse hasta nuestros días mediante una
evolución continua semejante a la que supuestamente han experimentado las ciencias
naturales o positivas (es decir: mediante la ‘mejora permanente’ y la obtención constante de
‘hallazagos y descubrimientos’), ha venido atravesando diversas y profundas crisis. El intento
de desarrollar una investigación participativa ha tratado precisamente de salir al paso de su
burocratización y de la perdida de los referentes que —en buena medida— estuvieron en los
orígenes de su surgimiento: la orientación concreta y aplicada de la investigación social hacia
un cierto reformismo social. Desde una perspectiva crítica se recuperaba así una vieja idea de
inspiración marxiana, en algún sentido, válida incluso también para la historia de las ciencias
naturales: la de que el conocimiento avanza cuando se propone como parte de su tarea no sólo
el ‘desvelamiento de la verdad’, sino también la transformación del mundo6. Por eso mismo,
hablar de la investigación-acción participativa como una posible forma diferente de proceder
carecería seguramente de sentido si la realidad de la investigación social actual fuese otra de
la que hoy conocemos; es decir, si esta investigación no estuviese a menudo directamente
orientada a legitimar decisiones políticas ya tomadas, a subrayar los aspectos más obvios y
triviales de la realidad social o, simplemente, a refrendar la cientificidad de un determinado
procedimiento y de sus autores7.
6
La célebre “Tesis XI” de Marx sobre el filósofo L. Feuerbach afirmaba que “Los filósofos se han limitado a
interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”.
7
Una de las obras monográficas sobre la IAP que resultan más fácilmente accesibles es la editada por el Centro
de Investigaciones Sociológicas (CIS) dentro de su colección de Cuadernos Metodológicos (Rodríguez
Gabarrón, L. y Hernández Landa, L.,: Investigación participativa, Madrid, CIS, Cuadernos Metodológicos,
1994. En ella se comienza precisamente destacando la relación existente entre la crisis de la sociología empírica
institucional y el surgimiento de la IAP. El interés de esta obra de Rodríguez Gabarrón y Hernández Landa para
aproximarse a esta perspectiva, presenta sin embargo algunos problemas en su abordaje difícilmente soslayables:
los que se derivan de su propia estructura. Pues tras una primera aproximación teórica basada en la exposición de
algunos de los enfoques y ‘principios epistemológicos’ básicos sobre los que ha tratado de fundamentarse la IAP,
se ve seguida por la exposición de ‘dos casos prácticos’. Brilla en cambio por su ausencia cualquier mediación
entre ambos: es decir el que seguramente podemos considerar nivel metodológico estructurante, aquel que Jesús
Ibáñez ha denominado el ¿por qué así? y que trata de enseñar aquellas circunstancias en las que es o no posible

11
En todo caso hay que señalar que la IAP a menudo no utiliza sino las mismas prácticas y
técnicas metodológicas empleadas por muchas otras corrientes y enfoques que no
necesariamente comparten sus premisas de partida. Como veremos, el ejemplo real de IAP
que queremos plantear8 se basó, entre otras prácticas de investigación, sobre una amplia
encuesta estadística que fue realizada por un grupo de voluntarios a los mayores del barrio
madrileño de Prosperidad. Lo que resulta específico de la perspectiva, es más bien el intento
de constituirse en una investigación directamente orientada a la intervención, dotada de una
función pedagógica en su propio desarrollo y —con este fin—, que se fue protagonizada en
buena medida no ya por los técnicos encargados profesionalmente de la misma, sino por
grupos formales e informales de la comunidad cuyos problemas y necesidades estaban siendo
estudiados. De ahí esa idea tan repetida de que promover una IAP es borrar las barreras (o al
menos intentarlo) entre investigadores e investigados, haciendo de la población-objeto de
estudio un sujeto activo del proceso de análisis y —de forma recíproca— poniendo a los
técnicos investigadores participantes en la posición de aprendices e, incluso, en la de ‘objeto
que puede ser analizado por parte de esta misma población9.
Parece fácil comprender que la realización de una investigación que cumpla estos requisitos
interrelacionados no supone simplemente una cuestión de voluntad de los técnicos o las
instituciones promotoras o de una decisión metodológica que pueda ser tomada de forma
previa y siempre que se desee conseguir unos objetivos determinados; promover un proceso
de investigación-acción participativa depende de algunas circunstancias —empezando por la
posibilidad de implicar en algún grado a las comunidades o sectores afectados y también para
aprender de ellos— que pueden ser a veces propiciadas por los técnicos investigadores, pero
no construidas partiendo de la nada. Todas estas determinaciones han llevado incluso a
plantear “la imposibilidad de una metodología participativa válida y eficaz en sí misma, al
margen de las prácticas sociales y del problema del poder”10. Parece por tanto comprensible
que la dinamización de un proceso dotado de esta naturaleza participada e interventiva sea, en
términos relativos, casi lo contrario a una técnica: es decir, casi lo contrario a un protocolo
metodológico prefijado y estandarizado que es posible repetir una y otra vez para obtener
resultados análogos, independientemente de las circunstancias11. Obviamente, existen algunas
la utilización de una determinada práctica metodológica. Sobre todo, cuando es tan difícil de definir como ésta.
8
Nos referimos de nuevo al apartado de este capítulo: 5.3. El proyecto «+60» del barrio de Prosperidad en
Madrid.
9
Esta referencia a los investigadores como ‘aprendices’ y como objeto de análisis ha sido realizada en: Colectivo
IOE: “IAP. Introducción en España”, en Documentación Social nº 92, Madrid, 1993, p. 69.
10
Ibid. Por su parte, esta afirmación les lleva a concluir que “la clave es el protagonismo real de la población”.
11
En general, la «técnica» ha sido definida como el procedimiento o el conjunto de procedimientos que tienen
como objetivo obtener un resultado determinado, ya sea en el campo de la ciencia, de la tecnología, de las
artesanías o en otra actividad. En ese sentido, no resulta necesario que cualquier procedimiento destinado a
obtener un resultado determinado, para ser considerada como «técnica», funcione siempre como un protocolo
invariante y repetible de forma idéntica. Esta concepción es más bien la que suele tenerse de la técnica dentro el
ámbito científico-tecnológico y, en especial, de los procesos tecnológicos tal como son aplicados en la industria
y la producción. A través de los desarrollos de la estadística y la probabilidad (pero también del surgimiento en
Estados Unidos a partir de los años 1930 de una verdadera industria de la realización de encuestas estadísticas)
esta idea restrictiva y cerrada de «técnica tecnológica» se ha ido haciendo más frecuente dentro de los manuales
de técnicas y métodos de investigación social. Si a lo largo del libro hemos tratado de advertir sobre, al menos, la
relatividad de esta afirmación, en el caso de la investigación-acción participativa se trata de una observación
todavía más necesaria.

12
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

pistas y orientaciones que pueden ser proporcionadas para intentar acercarnos a lo que han
sido definidos como objetivos y dimensiones típicas de una IAP, especialmente, cuando nos
encontramos ante la necesidad de investigar para conocer e intervenir sobre una problemática
social inscrita en una determinada comunidad. Una situación que resulta frecuente para los
profesionales de la intervención social y en la que, ante todo, es preciso comenzar
planteándose si se dan las circunstancias propicias para intentar impulsar un proceso de esta
naturaleza.
Por eso mismo, intentar formular unas orientaciones generales sobre la realización de una
IAP, nos lleva antes a remitirnos a la variedad de prácticas y contextos que puedan
encontrarse bajo el rótulo de la investigación acción-participativa, que a intentar acotar de
forma precisa sus definiciones u orígenes teóricos. Repitamos una vez más la idea de que la
IAP es algo un tanto más complejo que una técnica o una práctica de investigación social.
Más bien, ha tratado de convertirse en una forma alternativa de llevar ésta a cabo siguiendo
tres líneas fundamentales:
a) La orientación relativamente inmediata de la investigación hacia la intervención
social, buscando en lo posible que la propia investigación cambie —al menos— el
punto de vista de los sujetos que interactúen a lo largo del proceso.
c) La naturaleza básicamente abierta, participada y democrática de la totalidad del
proceso, buscando la construcción de espacios de diálogos y mediación entre
posiciones separadas por distintas divisorias.
b) Una disposición pedagógica «concienciadora» o «concientizadora» (si utilizamos
los términos, hoy en desuso, que históricamente estuvieron vinculados a esta
perspectiva) con respecto los sujetos sociales cuyas necesidades o planteamientos
están siendo investigados o que, simplemente, forman parte de la realidad social que
se desea conocer. Intento de ‘toma de conciencia’ que —bajo cierta forma de entender
la IAP— se haría también extensivo a los técnicos e, incluso, a las instituciones
promotoras de la investigación.
Cabría esperar que estas tres dimensiones resulten fecundas en tanto elementos de
revitalización de casi cualquier praxis de investigación. Incluso, fuera del contexto de una IAP
y, especialmente, en el ámbito del trabajo social. El problema no es por eso tanto el intentar
llegar a construir una investigación-acción participativa más o menos completa, sino utilizar
siempre que podamos las enseñanzas que nos marca en una dirección participativa,
pedagógica, comprometida y, al mismo tiempo, relativamente modesta y hasta
‘metodológicamente prudente’. Otra cosa, es que unas buenas intenciones tan amplias y
genéricas como éstas hayan tenido y tengan concreciones muy diversas en cuanto a sus
resultados. Como en el caso de otras prácticas de investigación, cabe aprender tanto de las
posibilidades que se abren si intentamos adoptar una perspectiva semejante a ésta, como de
las limitaciones que pueden llegar a presentarse en los diversos contextos concretos de
investigación. Una vez más, se trata de un problema de adecuación del método al objeto y su
circunstancia.

13
1.2.1. ¿La investigación social es per se una acción de intervención?

Cabe por último completar esta reflexión conceptual en torno a la IAP deteniéndonos por otro
momento sobre la cuestión de en qué medida puede resultar oportuna la primera parte de la
definición («investigación-acción»). Es decir, planteándonos la pertinencia de esta aspiración
a convertirse en un tipo investigación que se encuentra esencialmente dirigida a la
intervención, a la obtención de algún tipo de efecto, por pequeño que éste sea, sobre la
realidad social. Por un lado, se trata como ya hemos dicho de una intervención que en parte
puede considerarse comprendida en la propia investigación dado que la sensibilización-
movilización de la población afectada es, casi ‘por definición’ uno de sus objetivos. Sin
embargo, la acción que la IAP se propone es también proyectiva, esto es, se orienta hacia el
futuro y podríamos decir que parte de ese deseo de otra sociología al que antes aludíamos. En
ese sentido tiende a sobreentenderse (lo cual sin duda puede ser un problema, dado que
existen muchas formas posibles de intervención) que nos estamos refiriendo a un tipo de
efectos críticos o de reforma de esta realidad social en una dirección que se pretende
igualmente crítica con el orden de cosas vigente en unas coordenadas históricas determinadas.
Implícitamente y a su vez, el lugar de la IAP queda así recortado frente a dos ámbitos: por un
lado, se contrapone a un cierto modelo de investigación burocratizado o tecnocrático dirigido
a la reproducción de la realidad social tal y como la conocemos. Una perspectiva
tecnocrática que, en su aplicación a las ciencias sociales, suele reivindicar para sí la
neutralidad ideológica que es propia de la objetividad científica y, en especial, de los métodos
experimentales y los procedimientos inductivos o deductivos de las llamadas ciencias
naturales. Por otra parte, la “IAP” realiza su autodefinición situándose frente a esas ‘vías de
transformación de lo social’ que convencionalmente conocemos como «acción política» y
que, independientemente de su signo u orientación, pueden ser entendidas como “simples”
prácticas. En otras palabras, la IAP se define como una forma de intervención sobre la
realidad social que pretende conocer como un requisito previa y conscientemente ligado a la
necesidad de actuar.
Desde un cierto punto de vista, quizá la mención de este propósito interventivo de la
investigación social pudiera acercarnos casi al terreno de la obviedad; pues los orígenes
durante los siglos XVIII-XIX de la investigación social contemporánea, estrechamente
vinculados al propio “trabajo social”, no son otros que un intento de promover una mejora en
la llamada cuestión social. Es decir, de realizar una “reforma progresiva” de las condiciones
de vida de las clases populares y, muy especialmente, de la nueva clase obrera industrial que
se concentra ahora en grandes urbes y que sufre una ola de pauperismo y enfermedades por
completo vinculada a su nueva condición de trabajadores asalariados que reside y trabaja en
condiciones absolutamente inhumanas. El trabajo social, en tanto herramienta aplicada de las
nuevas disciplinas intelectuales, es así una actividad inseparablemente teórica y empírica,
ligada por un lado al impulso ‘científico’ que provenía de la Ilustración, como también al
pensamiento político reformista o incluso ‘socialista’. En este sentido, el proceso en el que se
constituye durante la segunda mitad del siglo XX la perspectiva crítica de la IAP tiene un
cierto carácter regeneracionista, de vuelta a unos orígenes prácticos de la investigación social

14
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

aplicada que hoy día resultan prácticamente remotos y, en buena medida, se encuentran ya
olvidados.
Por ese mismo motivo, para otros que seguramente adoptan una posición más ‘cientifista’,
resultaría muy difícil definir una investigación por su propósito de intervenir sobre la realidad
social. Para ellos, esta aplicación práctica del conocimiento de lo social derivado de una
investigación resulta imposible o, en todo caso, sería responsabilidad y competencia de otras
personas diferentes a los técnicos que la diseñan y ejecutan. En todo caso, quienes creen en la
posibilidad de un uso crítico de la investigación-acción, quienes dan por hecho que todas las
investigaciones de lo social tienen su propio componente de intervención y, finalmente, los
que parecen pensar que una cosa resulta la producción de conocimiento y otra bien distinta su
utilización a través de la adopción de unas u otras medias políticas o ideológicas, deben
afrontar igualmente una cuestión básica: la totalidad de la investigación social que ve la luz en
nuestro tiempo se produce en un marco social, histórico e institucional previamente
atravesado por muy diferentes visiones del mundo, organizado por intereses contrapuestos y,
al mismo tiempo, en relación directa o indirecta con el conjunto de medidas políticas
adoptadas por las Instituciones Públicas. Los usos e implicaciones sociales y políticos de la
investigación social parecen pues diversos. El problema es que prácticamente nunca resultan
del todo inmediatos. La mayoría de los lectores serán capaces de recordar algún ejemplo de
investigaciones aplicada donde los objetivos prácticos del estudio brillan por su ausencia. Al
menos, si excluimos aquellos objetivos genéricos del tipo “el conocimiento de la realidad
social” o también, y aplicando una cierta dosis de sospecha, otros objetivos no-mediatos y
ligados por el contrario a la legitimación de una determinada posición o institución.

Sin embargo, la legitimidad alcanzada en nuestro tiempo por la investigación social proviene
también de su propio valor de uso a la hora de haber contribuido históricamente a limar, al
menos, las aristas de algunos de los aspectos más flagrantes de la desigualdad y la exclusión
en aquellas sociedades en las que ha tenido lugar el proceso de reforma social. Un valor de
uso conquistado pues a través de su aplicación en el seno de la reforma social que tuvo lugar a
partir de la segunda mitad del siglo XX y en el marco del cual surgen diversos mecanismos
redistributivos y de regulación ligados asimismo a redes de previsión, asistencia e
investigación social. A raíz de ello, y a pesar del amplio declive sufrido por estas políticas
‘socialdemócratas’ desde el final de los años 1970, los procesos de investigación-
intervención–evaluación promovidos desde el sector público continúan a menudo siendo
leídos como una parte potencial de las medidas reformistas o asistenciales en materia de
política social. Esta tendencia histórica que ha vinculado la investigación social y el proceso
de reforma social puede seguramente ser ejemplificada a través de una experiencia bien
conocida por todos aquellos que han trabajado en el terreno de la investigación social
empírica; especialmente, en aquella de naturaleza cualitativa en la que la interacción entre el
investigador y los investigados suele ser mucho más directa. Durante la realización de grupos
de discusión o, en menor medida, de entrevistas abiertas, no resulta raro que el investigador
sea objeto de peticiones expresas de intercesión en la solución de algún tipo de problema
personal o incluso de tipo colectivo. Esta petición puede resultar un tanto desconcertante,

15
sobre todo en aquellos casos en que el investigador se encuentra en una posición más bien
periférica o mediata con respecto a la institución/instancia que promueve la investigación
(por ejemplo a través de una subcontratación, de un vínculo contractual temporal, etc.) o,
simplemente, en la medida en que sea consciente de la amplísima distancia que, incluso en el
mejor de los casos, media entre la realización de una investigación y la adopción de algún tipo
de medida de política social vinculada a los problemas o necesidades detectados en ella.
Especialmente en aquellos grupos sociales y territorios menos desarrollados o ‘centrales’,
permanece todavía viva la idea de que si se pregunta por los problemas y necesidades de un
colectivo es porque existe, al menos, la voluntad política de tratar de solucionarlos. Muy
expresivas resultan por ejemplo aquellas demandas que, en el curso de un grupo de discusión,
se dirigen directamente a la grabadora que se encuentra situada en el centro de la mesa
jugando un papel de representación, no ya de la persona capaz de escuchar y atender sus
demandas (pues como tal bien podría ser tomado el propio investigador-moderador del
grupo), sino de la propia instancia-institución que, presumiblemente, ha de hallarse tras el
estudio y podría tomar algún tipo de acción en relación a lo manifestado12.

De alguna forma, el deseo de una investigación puesta al servicio de lo social y no de la


dominación política continúa siendo la promesa incumplida de sociología. Aquella recogida
por la noción al mismo tiempo tan básica y tan amplia de una investigación-acción
participativa, como también expresada en muchas otras fundamentaciones de una sociología
critica. Por tanto, entender las limitaciones de una concepción puramente técnica de la IAP no
supone solamente comprender en general lo artificial e impuesto de cualquier concepción no-
artesana de la investigación social, sino hacerse también cargo de la altura casi inabarcable de
esta promesa. Entre la necesidad de pedir lo imposible o aspirar a demasiado y no perder el
horizonte concreto de la realidad, la investigación-acción participativa bien puede ser una
mediación y una línea de reflexión o trabajo.

2. La diversidad de realidades vinculadas a la noción de “investigación-acción


participativa”: entre el vacío académico y una multiformidad de prácticas sociales

Resulta significativo que en nuestro país las obras académicas dedicadas a la metodología de
la IAP sean más bien escasas. Puede afirmarse que se trata de un tema relativamente “pasado
de moda” en términos académicos. Sólo ‘relativamente pasado de moda’, en la medida en que
tampoco llegó a alcanzar nunca un protagonismo académico significativo en épocas pasadas.
Sin duda, los autores más destacados por su contribución a esta perspectiva no se cuentan
precisamente entre los más populares de las actuales ciencias sociales. Incluso, a menudo sus
obras no llegaron a abordar la investigación-acción participativa sino de una forma mediata y
vinculada a otras muchas cuestiones de naturaleza fundamentalmente empírica, como la
pedagogía, la dinámica de grupos o los movimientos sociales. No será por tanto sorprendente
que, por ejemplo, una búsqueda en las extensas bibliotecas de la UNED no ofrezca sino tres

12
Otro caso todavía más ‘extremo’ es el de la realización de encuestas estadísticas en países semidesarrollados,
donde es posible —siempre que se den determinadas circunstancias de confianza social y orientación del estudio
— ver colas de personas que solicitan ser entrevistadas para facilitar su opinión.

16
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

resultados de monografías (libros completos) que contengan en su título la expresión


«investigación-acción participativa». La cifra se incrementará hasta algunas pocas decenas de
referencias al cambiar estos términos suprimiendo la palabra «participativa» y conservando
las de «investigación acción». En cambio, la mayoría de estas referencias sobre
«investigación-acción» con las que nos encontramos en este caso se encuentran circunscritas
al terreno de la educación. No es tampoco una casualidad, dado que la IAP nació como
práctica de transformación de los métodos educativos y las propias relaciones de la
comunidad escolar, buscando una mayor implicación de los alumnos en el proceso y, en
general, la transformación de las relaciones educativas en una dirección democrática. La IAP
comenzó por tanto planteándose como un verdadero “autoanálisis comunitario” en el seno de
la institución escolar13. En particular, resultaron importantes las experiencias iniciadas con la
educación popular de adultos en Latinoamérica durante los años 1960 y 70. Es por tanto
coherente que muchos de los resultados que arroja una búsqueda más amplia en Internet de la
noción de IAP correspondan a páginas web latinoamericanas; en este subcontinente es fácil
incluso encontrarnos la IAP como parte de los programas de estudio de las facultades de
Educación, Trabajo Social o Sociología, cosa que apenas sucede en España ni en otros países
«del centro», una vez traducidos estos conceptos por la correspondiente voz inglesa
«Participatory Action Research» o por la francesa «Recherche-action». Ambas expresiones
han alcanzado sin embargo una cierta circulación en el campo de la metodología de la
investigación social, especialmente, dado el tímido crecimiento que este tipo de enfoque
parece estar experimentando durante los últimos años. Si bien, siempre de forma subordinada
en relación a otro tipo de perspectivas, así como bajo una determinada forma de concebir su
práctica.
En todo caso, será ampliando —a través de internet o de otros medios— la búsqueda de
información en torno a la IAP más allá de las obras académicas publicadas o de los planes de
estudio de las enseñanzas regladas, como sin duda pueda emerger un multiforme lado oculto
del iceberg. El interés por ensayar prácticas de investigación-acción participativa pareció
originarse y todavía hoy día se mantiene como un planteamiento general notablemente
extendido entre los espacios asociativos (periféricos) de buena parte del mundo; condición
que sin duda pesa sobre la naturaleza multiforme y difusa de sus diferentes concreciones
prácticas. Por tanto, la IAP ha nacido y alcanzado su máximo desarrollo en espacios de la

13
El campo educativo fue uno de los orígenes —desde nuestro punto de vista, el más relevante— de lo que hoy
se conoce como investigación acción participativa. El paso de las fronteras de este campo de la enseñanza hacia
investigaciones realizadas en un tipo de contextos o comunidades diferentes no tardó mucho en producirse. Esta
traslación probablemente ocasionó una cierta multivocidad (o diversidad de sentidos) añadida en los términos.
En el primer terreno, el educativo, parece haberse mantenido una cierta tendencia a utilizar los términos
«investigación-acción» para referirse a este tipo de práctica; posiblemente, porque el carácter participativo podía
casi darse por supuesto desde una determinada orientación pedagógica. En el segundo, el de la investigación
social general, estos términos aluden en cambio a un requisito más difícil de cumplir cuando se trata de abordar
la cuestión de las necesidades y problemas sociales de diferentes colectivos. Por su parte, algunos autores
académicos han tratado de establecer algunas diferencias teórico-conceptuales de enfoque o de escuela entre IA e
IAP en vez de señalar las diferencias de uso y de objeto al que se aplican. Incluso, dado que en ocasiones parece
producirse una utilización relativamente indistinta de ambos. Por este motivo, puede concluirse que la tendencia
a llamar IA a procesos de transformación educativa e IAP a aquellos realizados fuera de éste campo es sólo eso,
una tendencia.

17
periferia o semiperiferia mundial. Sin embargo, al igual que tantos otros hallazgos o
construcciones culturales, resulta el producto mestizo de mimbres realmente muy diversos:
entre otros muchos trabajos e investigaciones, habrían contribuido al ‘movimiento IAP’ los
intentos de construir una pedagogía alternativa realizados en Brasil por el pedagogo Paolo
Freire, los de reflexionar sobre las formas de construcción y transmisión de la cultura popular
latinoamericana del sociólogo Orlando Fals Borda, pero pasando también por las propuestas
psicosociológicas sobre la dinámica de grupos realizadas desde EE.UU. por el médico y
psicólogo Kurt Lewin o, igualmente, las experiencias de «análisis en institución» realizadas
—entre otros— por los sociólogos René Lourau y René Lapassade en diversos espacios
comunitarios y asociativos de Francia. A excepción de los de Kurt Lewin, cuyos trabajos se
inscriben más bien en la primera mitad de la década de los años 1940, estos planteamientos
surgirían durante los años 1960 y 70. Todos ellos se encontraban directamente vinculados al
horizonte empírico de una práctica de intervención dirigida a modificar lo real en una u otra
dirección. Asimismo —si bien en relación a este punto los objetivos y estrategias fueron
divergentes— compartieron la idea de que la participación consciente de los sujetos resulta
vital en cualquier proceso de investigación de la realidad que estos sujetos viven y que, al
mismo tiempo, contribuyen a conformar mediante su interacción colectiva. Por último, detrás
de buena parte de estos trabajos se encontraba también, de una u otra forma, ese ‘telón de
fondo’ constituido por las ciencias sociales críticas. Inevitablemente, los paradigmas centrales
de la perspectiva crítica —el marxismo y el psicoanálisis— estuvieron muy presentes, sin
descartar también otros enfoques.

2.1. La investigación-acción participativa y la dimensión del «¿para qué?» de la investigación


social

En cierto sentido, será el carácter social y políticamente periférico que en general han
revestido las prácticas de IAP y la diversidad estratégica (y por tanto política) de sus fines,
las que puedan ayudarnos a entender tanto la falta de cristalización metodológica que las
caracteriza, como la más que escasa unidad formal de las referencias teóricas en las que
parecen haberse inspirado. Este carácter periférico —derivado directamente de su orientación
crítica, como de su filiación más bien ‘tercermundista’—, parece por tanto más importante a
la hora de explicar su multiformidad que lo que pueda serlo la indudable juventud histórica de
las prácticas de investigación-acción participativa. Nos encontramos por tanto ante una
notable discordancia entre las más bien escasas publicaciones metodológicas disponibles al
respecto y, muy especialmente, las numerosas prácticas de autoorganización grupal, asociativa
o ‘militante’, que intentan pensarse a partir del espejo reflexivo que ofrecen los procesos tipo
IAP. Prácticas e ideas ensayadas como estas, a contracorriente, que a menudo resultan tan
relevantes en sus objetivos como difíciles de formalizar de un modo preciso. Quizá
paradójicamente, una de las escasas menciones de la noción de IAP que —sobre todo hace
unos años— podían encontrarse en un diccionario de Ciencias Sociales, sirva aquí como
ilustración de la enorme amplitud potencial de éste enfoque, además de venir a recordarnos la
naturaleza de sus orígenes: “Las relaciones entre dirigentes y dirigidos en los movimientos de
emancipación popular se han representado de muy diferentes formas. Entre la "sequedad" del

18
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

Lenin de ¿Qué hacer?, declarando que la conciencia revolucionaria sólo podría ser
introducida desde el exterior a unos trabajadores instintivamente conciliadores, y la "calidez"
de unos movimientos alternativos que vieron en el establecimiento de una vanguardia
dirigente los fermentos de una nueva relación de dominación, la disputa, en diferentes
versiones, nunca se ha dirimido. (...) A mitad de camino entre las exigencias del saber teórico
y las enseñanzas de la movilización popular, la investigación-acción participativa propone una
nueva aportación al problema de cómo el saber puede proporcionar poder a los que carecen de
él sin injertar durante el proceso nuevas relaciones de sojuzgamiento. Lo hace desde ámbitos
específicos, relacionados todos con lo que podríamos abreviar como el problema de una
pedagogía que persiga la destrucción de los roles iniciales entre el enseñante y enseñado
(desde la educación al Trabajo Social, pasando por la acción política). La investigación-acción
participativa persigue el modo de eliminar los privilegios del maestro o el dirigente sin
desperdiciar por el camino el capital de autoridad racional sobre la que hacía descansar parte
de su preeminencia (...). La investigación-acción participativa no pretende ofrecer tecnologías
que produzcan resultados automáticos”14.

Podría decirse por tanto que la IAP emergió del problema de la relación pedagógica entendida
como una relación simultáneamente comunitaria y social, para trasladarse posteriormente al
campo de los “métodos y las técnicas de investigación social”. Seguramente, si logró
desbordar las fronteras del ámbito pedagógico fue también gracias a esa mediación que la
esfera de lo político representaba entre éste campo y el de la investigación social: pues tanto
las relaciones —locales y globales— que suelen desarrollarse en el seno de las instituciones
educativas, como las que se generan en el ámbito de la investigación social tienen en común
el suponer una forma de articulación de una determinada forma de saber con respecto a los
diversos poderes que estructuran la sociedad. Si se quiere, en otros términos, de una
determinada articulación del conocimiento o la conciencia y el poder. Pensemos por un
momento en esa comparación que ha sido realizada a menudo entre la situación de entrevista
con cuestionario que es propia de la encuesta estadística (especialmente cuando se trata de
aplicarla a cuestiones de opinión) y la situación escolar del examen. En un contexto
típicamente escolar, el profesor que examina lo que suele obtener, además de una objetivación
relativa del conocimiento de sus alumnos acerca de una determinada materia, es una respuesta
que trata de acomodarse al punto de vista que sus alumnos perciben que es el sostenido por su
parte. Cuanto más abstracto y arbitrario sea el conocimiento que el profesor imparte y más
restringida sea la forma en trata de verificar su aprehensión por parte de los alumnos
(exámenes tipo test o puramente memorísticos, etc.), mayor es el efecto reproductivo del
examen, el cual tiende entonces a no medir mucho más que la capacidad de —no sólo la de
los alumnos— para reproducir un determinado ‘discurso’. O lo que es lo mismo, medirá la
capacidad del poder presente en la relación escolar para convencer a los alumnos de la
necesidad de aprender y repetir una serie de enunciados, datos, etc. Algo parecido es lo que
sucede con aquellas encuestas de opinión cuyo objetivo último parece no ser otro que
14
Moreno Pestaña, J.L. y Espadas Alcázar, M.A.: “Investigación - acción participativa”, en Terminología
científico-social: aproximación crítica, Ed Anthropos, Barcelona, 1988. Disponible (noviembre de 2005) en:
http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/I/invest_accionparticipativa.htm

19
refrendar —y celebrar— la adhesión de los encuestados a determinados valores considerados
consensuales en una sociedad dada. Entre otros muchos ejemplos posibles, puede
mencionarse los que tienen que ver con el grado de respaldo suscitado por un determinado
régimen político. En el caso español, a menudo se busca cuantificar el grado de acuerdo con
enunciados de encuesta tales como «La democracia es preferible a cualquier otra forma de
gobierno», siendo las posibles ‘alternativas’ «En algunas circunstancias un régimen autoritario
puede ser preferible a uno democrático» o «A la gente como yo, lo mismo nos da un régimen
que otro», además del consabido «No sabe/ No contesta». Este tipo de preguntas, cuyas
frecuencias de respuesta resultan incluso previsibles de una forma aproximada sin necesidad
de llegar a realizarlas, permiten en todo caso constatar una situación colectiva: la estabilidad
superficial de un determinado sistema de opiniones enormemente básico, el que forman los
valores políticos consensuales y al cual se adherirá una mayoría de encuestados eligiendo
unos enunciados consensuales cuyo significado se encuentra ya casi por completo vaciado de
contenido concreto.

Obviamente, estos ejemplos que hemos apuntado aquí se refieren sólo a un determinado y
extremo caso de la naturaleza política de la investigación social o de la relación pedagógica:
aquel, seguramente dominante hoy día, de su degradación formalista. Nuestra intención no era
sino señalar el carácter mediador que esta dimensión de lo político ha venido jugando entre el
terreno pedagógico y el de la investigación social. Pero volvamos de nuevo al campo de la
investigación-acción participativa como una práctica o —en ocasiones— el deseo de
alcanzar una práctica capaz precisamente de superar este tipo de degradación de la
investigación social que acompaña y refuerza una auténtica degradación formalista de la
democracia en la que tiende progresivamente a reducir e identificar ésta con la estabilidad de
una serie de ‘instituciones’, incluida la propia existencia de un «consenso político básico»
expresado en un sistema de opiniones democráticas. Puede ser ahora más comprensible que la
IAP se haya planteado también —a mitad de camino entre la práctica de la pedagogía
comunitaria y la reflexión sobre el lugar que un grupo humano juega en el ‘macro-grupo
social’— como una forma de abordar y pensar las formas de organización de los movimientos
populares. Se buscaba así un espacio para retomar aquella idea de inspiración más o menos
‘marxiana’ de que la conciencia únicamente puede adquirir nuevas perspectivas y acercarse a
comprender su propia realidad si era capaz de embarcarse en una praxis diferente 15. La
‘objetividad pura’ no puede permitir a ningún investigador social captar la realidad colectiva
como, tampoco, la experiencia inmediata de una determinada vivencia social, separada de un
proceso sostenido y colectivo de reflexión, puede hacer comprender a los sujetos sociales las
estructuras de ese mundo del que forman parte y que, de algún modo, los constituye a ellos
mismos. En el terreno del ‘activismo político’ el papel de la IAP fue el de mediación entre las
formas jerárquicas y las formas espontaneístas de movilización: pretendía recoger la reflexión
estratégica de medio plazo que ha sido asociada a las primeras y el entusiasmo de la razón

15
Puesta en estos términos por Moreno Pestaña y Espadas Alcázar (Ibid.), esta problemática resulta por ejemplo
muy común en la obra del filósofo francés Jean Paul Sartre.

20
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

democrática que parece consustancial a las segundas. Se diría, que para encontrar un principio
de estructuración de la inteligencia práctica colectiva.

Por su parte, en el campo la investigación social, la IAP ha tratado de aproximar dos


experiencias en un principio más alejadas si cabe: aquella del investigador que trata de llevar
adelante un ‘estudio participativo’ (o lo más participativo posible) y la de los sujetos sociales
que viven una determinada realidad. Para el primero, convertido a su vez en aprendiz, se trata
tanto de comprender y sintetizar la situación, captando datos, discursos y posicionamientos y
buscando posteriormente posibles propuestas de intervención, como de ser capaz de entender
e incorporar críticamente la propia coordenada institucional y social en la que la
investigación se inscribe, así como su propio posicionamiento personal e ideológico. Para los
segundos, la “población afectada” y sus grupos más o menos organizados, se trataría de
abordar un determinado problema que les afecta, asumiendo de forma igualmente crítica las
diferencias de posición que puedan surgir de su lado, para intentar llegar a un planteamiento
de carácter colectivo en el que estas diferencias se ‘tercien’ y, al mismo tiempo, se produzca
un aprendizaje acerca de la influencia del contexto social sobre la propia situación. Si bien no
debe abandonarse nunca la conciencia de las limitaciones que impone cada escenario, este
tipo de prácticas han resultado relativamente posibles en distintas ocasiones y grados. Las
anteriores referencias que hemos hecho al terreno del ‘activismo político’ pueden llevarnos
quizá a pensar que sólo las ‘comunidades’ o las épocas históricas (por no decir los países)
‘relativamente politizadas’ son susceptibles de albergar una práctica de investigación-acción
participativa. Obviamente, existen ciertos mínimos relativos —a los también intentaremos
referirnos más adelante— en cuanto a la existencia de algún tejido social, un plazo temporal
razonable o, asimismo, una disposición adecuada por parte de las instituciones promotoras y
los técnicos encargados del estudio. Dado que la IAP implica ante todo un proceso por demás
abierto y no pre-figurado, casi todo lo demás supone una cuestión de grado16.

Quizá estas implicaciones o esta más o menos larga historia que la IAP tiene ya en el terreno
de la acción política puedan parecer algo fuera de lugar para el lector que pretenda
‘simplemente’ limitarse a conocer sus rudimentos como técnica o práctica de investigación
social susceptible de ser aplicada en un momento dado. Sin embargo, el volver sobre la
pregunta por el ¿para quién? o el ¿para qué? de la investigación se muestra particularmente
relevante a la hora de poner en marcha una investigación que se pretenda participativa. Más
todavía si de lo que se trata es además de comprender la naturaleza del surgimiento y las
múltiples transformaciones sufridas por la perspectiva de la IAP como el intento de ‘una
investigación diferente’.

3. Una breve aproximación a los orígenes de la investigación-acción participativa en el


campo pedagógico
Como muchas otras corrientes y movimientos intelectuales, el desarrollo de la investigación-
acción participativa puede ser remitido a un contexto histórico más o menos definido. Como
16
Como parece lógico, el tiempo medio necesario para ejecutar, por ejemplo, una encuesta estadística es mucho
más reducido que el de un proceso de investigación participativa.

21
hemos visto, sus antecedentes y sus derivaciones resultan en cambio múltiples y diversos; sin
embargo, se puede afirmar que fue en algunos países de América Latina durante el periodo
que va entre mediados de los años 1960 y el comienzo de la década de los 80 donde la IAP
vino a constituirse como un cierto referente que podía tratar de ser adaptado y trasladado a
otros escenarios distintos al pedagógico adquiriendo el carácter de una ‘cuasi-práctica de
investigación’. El Simposio Mundial sobre IAP, celebrado en Cartagena de Indias (Colombia)
en 1977 ha sido considerado por algunos como el momento culminante de esta tradición
crítica en América Latina17. El terreno del que procedían buena parte de las iniciativas y
participantes de estos encuentros era el de la educación popular de adultos, un hecho que sin
duda marcaría a medio plazo la orientación de esta perspectiva. Se propiciaba así el
surgimiento de una práctica metodológicamente creativa pero, seguramente también, se
introdujo una esperanza tan excesiva como alguna de las expectativas que marcaron la
llamada ‘década prodigiosa’: la de que la investigación social podría llegar a ser el lugar de
realización ampliada de aquellas potencialidades transformadores que la educación popular,
entendida como espacio de investigación-acción, conoció durante una época. Seguramente,
una esperanza excesiva también compartida por muchos de los ‘experimentos grupales’
eclosionados durante los años 1960 y 70 y cuya influencia se hizo notar sobre todo en las
versiones ‘occidentales’ de la IAP.

3.1. La configuración del campo de la educación popular como espacio de participación


Parece comprensible que la noción de participación resultase clave en el proceso de
movilización popular que tuvo lugar en buena parte de las periferias y semiperiferias del
mundo durante los años 1960. Los historiadores recuerdan que “a finales del siglo XX las
masas volvieron a escena asumiendo un papel protagonista” 18; se vivió así “la atrofia de la
tradición revolucionaria establecida, por un lado, y el despertar de las masas, por otro” 19. Por
supuesto, este proceso no acababa en absoluto con aquella tendencia por la que “pocas
revoluciones se han hecho desde abajo. La mayoría las llevaron a cabo minorías de activistas
organizados, o fueron impuestas desde arriba, mediante golpes militares o conquistas
armadas; los que no quiere decir que, en determinadas circunstancias, no hayan sido
genuinamente populares”20. En cualquier caso, este componente participativo y popular
resultó especialmente relevante en el espacio de articulación comunitaria en que consiguió
convertirse el campo de la educación de adultos. En este ámbito, la participación activa de los
sujetos implicados, los alumnos, resultaba tan necesaria como, en un escenario determinado,
también posible. Pensemos por un momento en la clase de situaciones en los que esta clase de
experiencia pedagógica pudo llegar a desarrollarse, ya sea en el caso latinoamericano o en
otros semejantes. Los lectores deberán disculpar que de nuevo sea utilizado aquí a modo de
ejemplo un cierto ‘modelo simplificado’.

17
Así lo señala el Colectivo IOE: “Investigación Acción Participativa: Propuesta para un ejercicio activo de la
ciudadanía”. Ponencia presentada en las Jornades de Recerca Activista, Barcelona, 2004. Texto disponible
(diciembre de 2005) en http://www.investigaccio.org/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=49
18
Hobsbawm, E.: Historia del siglo XX, Barcelona, Crítica, 1997, p. 456.
19
Ibid.
20
Ibid.

22
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

En primer lugar, podemos pensar en una educación realizada con disponibilidad de recursos
económicos más o menos baja, sin tratarse tampoco de comunidades en condiciones muy
graves de pobreza y exclusión, casos en los difícilmente los adultos pueden pensar en
educarse. En todo caso, se daría una débil presencia institucional, realidad por otra parte nada
difícil de encontrar incluso dentro de la educación de adultos de algunos de los países
‘desarrollados’. Por tanto, la presencia de las instituciones educativas formales suele ser baja
y, en las ocasiones en que esta presencia institucional se produce, acostumbra a estar
influenciada por el impulso de base ejercido por la comunidad. La frecuente ausencia de
títulos académicos formales o, sobre todo, de la obligatoriedad de la escolarización,
contribuye a hacer de la presencia de los estudiantes un hecho voluntario. Una circunstancia
cuya importancia —frente a otros modelos educativos y siempre salvando las distancias—
puede ser especialmente bien comprendida por los alumnos de la UNED. Asimismo, el
trabajo de los educadores y la presencia en las aulas de los alumnos está marcada por un cierto
compromiso colectivo y necesitar, incluso, del trabajo total o parcialmente voluntario de los
primeros o la retribución informal hacia ellos por parte de sus alumnos. Los contenidos
propios de la educación básica de adultos —alfabetización, nociones de historia y de cultura,
política, etc.— seguramente ayudan también a la ‘subversión’ del proceso educativo y a hacer
que la posición del educador y el educando puedan invertirse: se dirigen a sujetos con un
historial de educación formal normalmente baja o inexistente, pero cuentan en todo caso con
una experiencia vital y laboral por parte de los alumnos que puede ser de gran ayuda a la hora
de orientar la dinámica de enseñanza.
En definitiva, estas condiciones que se daban en la comunidad-tipo que nos sirve de ejemplo,
no harían sino traducir la existencia de una red básica de relaciones sociales relativamente
cohesionada. La existencia de este tejido social básico no sería tampoco posible sin unas
determinadas circunstancias históricas (políticas, ideológicas, culturales) que empujaban por
un tiempo en la dirección de un modelo pedagógico crítico. En ocasiones estas circunstancias
cobraron además la forma del ‘apoyo externo’ de grupos semi-formales tales como
organizaciones sociales, políticas o religiosas —no siempre integradas por personas
originarias de las comunidades— pero que se encontraban trabajando en ellas. De esta red de
apoyos formaron también parte trabajadores sociales, sociólogos o pedagogos de orientación
crítica que realizaban su trabajo de forma más o menos voluntaria o, en todo caso,
semivoluntaria. En ellas tuvo una fuerte influencia el personalismo humanista cristiano de la
teología de la liberación y fueron también el espacio de surgimiento de aquellas figuras que,
como Orlando Fals Borda o Paolo Freire, resultaron claves en la traslación de la experiencia
en términos de la metodología de la investigación social. Tanto las propias relaciones
comunitarias básicas como la presencia de estos grupos semiestructurados y más o menos
externos fueron necesarios para alcanzar articulación de la relación pedagógica en la que el
protagonismo de los alumnos —ejercido al tiempo desde dentro y desde fuera del aula a
través de las redes sociales de la comunidad— comenzase a afectar no sólo al proceso de
decisión y orientación de los contenidos que forman la enseñanza, sino a la propia auto-
organización de la actividad y la dinámica de los centros en los que se impartía. Se realizaba
así el paso entre lo que puede suponer la simple prestación de un servicio o la realización de

23
una asistencia, para convertirse en un proceso colectivo de organización de la dinámica
educativa en la que profesores y alumnos desdibujaban las barreras que les separaban para
compartir protagonismo en la gestión del centro. Especialmente, en la medida en que se
trataba de buscar la solución a los problemas inmediatos de organización educativa y/o
comunitaria a través de una reflexión sobre sus causas que abarcara al propio entorno social
de la escuela, las prácticas análogas a las desarrollas por la “investigación social profesional”
comenzaron a jugar un papel importante: de las diferentes versiones del debate colectivo o
discusión de grupo, pasando por supuesto por las experiencias asamblearias y llegando
incluso en algunos casos a versiones populares de la encuesta estadística realizadas con el fin
de conocer la situación de la comunidad y las opiniones de sus miembros.
Obviamente, las dificultades y conflictos a salvar fueron muchos y los resultados obtenidos
variopintos, pero todas estas mediaciones resultaron cruciales para el relanzamiento de un
modelo pedagógico alternativo y, a partir de él, de propuestas de investigación participativa
que articulasen la producción de información e interpretaciones sobre una determinada
realidad social con la ‘experiencia educativa’ que casi siempre supone la toma de
protagonismo de los colectivos que la viven. El proceso de construir conocimiento acerca de
la realidad social y el de transmitirlo tendieron a unificarse en torno a esta praxis.

3.2. Más allá del ejemplo de la educación popular de adultos. Algunos límites de la
investigación acción participativa
Una relación educativa del tipo de la descrita en las líneas anteriores (no sin una
simplificación un tanto estereotípica) puede quizá ser comparada con algunas experiencias
desarrolladas en España u otros lugares más o menos ‘centrales’ u occidentales; seguramente,
el lector pueda tener alguna de ellas en la cabeza. Entre bastantes otros ejemplos posibles,
cabe encontrar prácticas de una cierta co-gestión educativa en la red de Universidades
Populares existente en nuestro país (gratuitas, subvencionadas por diversas instancias
públicas y básicamente dirigidas a mayores) o, igualmente, en las diversas clases de castellano
y alfabetización para inmigrantes de origen extranjero que son prestadas voluntariamente por
parte de diferentes colectivos y asociaciones. Un mínimo conocimiento de cualquiera de
ambos ejemplos basta para comprender las limitaciones para el desarrollo de la cogestión que
pueden presentarse en ellos. Especialmente, si de lo que se trata es seguir la dirección
politizadora marcada por la IAP en busca de una influencia del proceso sobre el propio
entorno social inmediato en el que se inscribe esta comunidad escolar. De forma recíproca,
todas aquellas circunstancias de implicación, voluntariedad, baja institucionalización, etc.
que han podido llegar a darse el caso de la educación popular de adultos, ayudarían también a
hacer visibles los límites que afectarían a las posibilidades de realización de una
investigación-acción participativa. Sobre todo, una vez se hubo producido la crisis del
conjunto de circunstancias históricas en las que este modelo educativo pudo llegar a
relanzarse y redimensionarse, sobreviniendo un nuevo escenario político e institucional para
la investigación social. Ahora bien, hay que volver a insistir que se trata de un conjunto de
mediaciones y determinaciones para la práctica de la IAP que deben ser conocidas y
reflexionadas de la forma más amplia posible, pero que no permiten en ningún caso concluir

24
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

que nos encontremos ante la imposibilidad de que ésta sea llevada a cabo en alguna medida o
grado. Incluso, de que lo sea en el contexto de la práctica profesional de un técnico de
investigación cuya arma metodológica más efectiva puede ser la conciencia de las
posibilidades y límites de cada contexto. Si la de plantearse desde un relativo voluntarismo
idealizante ha sido probablemente una de las críticas más pertinentes entre las que han sido
planteadas hacia la IAP, sin duda una de sus mayores ventajas es la apertura del diseño que
necesariamente debe presidirla. Se trata de estudiar de la forma más realista las posibilidades
concretas existentes en cada caso para promover un proceso de este tipo, pero se trata también
de estar en disposición de probar qué sucede y cómo la dinámica de investigación-acción va
reconduciendo la situación. En definitiva, de aprender del proceso21.
En todo caso, parece comprensible que la ‘diálectica coeducativa’ que tuvo lugar con el
intercambio de protagonismo de profesores y alumnos —y que asimismo, más allá de éste
ámbito, aspira a hacerlo entre investigadores e investigados— resulte más difícil de realizar
cuanto más complejas sean las mediaciones técnicas, económicas o institucionales implicadas
en un proceso de investigación determinado. Dicho en otros términos, cuanto mayor y más
abstracta sea la naturaleza del poder promotor de la investigación y más grande sea la
distancia fáctica e ideológica que separa a los ‘directores’ de la investigación con respecto a
los ‘sujetos investigados’. Por lo general, esta distancia y el peso de las mediaciones asociadas
resultan mucho más significativas en el ámbito de la ‘moderna’ investigación social que en el
contexto educativo: especialmente si, como hemos hecho aquí tratando de remontarnos hacia
los orígenes de la IAP, tomamos como referencia aquella distancia interpersonal que separa un
alumno adulto que elige asistir voluntariamente a unas clases que en principio no le
proporcionan ningún título académico (por escasa que pueda ser su formación escolar previa)
con respecto a un profesor voluntario y/o ‘consciente’ de su tarea. En definitiva, la
investigación-acción participativa ha visto en la actualidad necesariamente ‘mediatizada’ su
baza más importante: su capacidad pedagógica para generar un conocimiento concreto sobre
la realidad social y abrir un proceso de ‘difusión’ de ese conocimiento que arranca del
momento mismo de su construcción, pero que —en tanto que ‘traducción’— es capaz de
llegar mucho más lejos en términos de comprensión y asimilación de lo que usualmente sus
resultados más abstractos y publicitados puedan conseguir. Al trabajar como técnicos una
investigación de este tipo podremos intentar aprender de los sujetos participantes y que tanto
ellos mismos como, incluso, los políticos encargados de promoverla, aprendan algo sobre una
parcela determinada de la realidad social y los puntos de vista de los sujetos que la viven. Sin
embargo, las conciliaciones a las que hay que llegar para que esto sea posible de una forma
amplia exceden en la inmensa mayoría de los casos aquellas propias de la mucho más flexible
e inmediata relación educativa. En realidad, este desplazamiento de la centralidad
pedagógica de la IAP no es a su vez sino una dimensión más de la mediación estructural que
debemos enfrentarnos al ensayar su realización: la dificultad para hacer que la iniciativa de

21
El escritor uruguayo Eduardo Galeano ha puesto en términos poéticos una idea semejante: “Decídase, señor
escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene
escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe. El que vive lo que escribe es el verdadero
académico, el verdadero científico, el filósofo”.

25
desarrollar una determinada investigación sea compartida entre las bases, los técnicos y los
poderes que la impulsan. Sólo compartiendo en alguna medida este impulso será posible que
lo sean también sus objetivos. En otras palabras, las del Colectivo IOE, algo únicamente
posible si partimos de aquellas “necesidades más sentidas por la población”.
Desde una concepción ‘positivista’ de la investigación, la realidad social aparece como un
hecho positivo y objetivo que resulta posible conocer y describir exhaustivamente a través de
una serie de datos. Por eso mismo, el carácter consensuado o no de sus objetivos no supone
apenas un problema. La cuestión de si, por ejemplo, los individuos que deben responder una
encuesta en tanto forman parte de su diseño muestral comparten o no los fines últimos de sus
promotores (aumentar las ventas de un determinado detergente, promover el voto al partido
“X” o “Y” o, incluso, conocer la preocupación de los ciudadanos sobre diferentes cuestiones),
no pasa ser una cuestión meramente técnica a la que parece posible responder de diversas
formas: en el ‘peor’ de los casos —el de la resistencia a contestar la encuesta por parte de las
personas seleccionadas— proporcionando instrucciones suplementarias a los encuestadores
(normalmente ignorantes de la identidad del cliente final) para que oculten incluso el nombre
de la empresa demoscópica para la que trabajan, introduciendo preguntas destinadas a
‘ablandar’ el cuestionario o, incluso, ofreciendo una retribución a las personas que respondan
la encuesta, táctica introducida profesionalmente en España para las prácticas de investigación
que precisan más tiempo de sus participantes (entrevistas abiertas con determinados perfiles,
grupos de discusión, prácticas de venta simulada, etc.), pero ya aplicada incluso a las
encuestas estadísticas o ‘con cuestionario’ de los EE.UU.
En cambio, desde la perspectiva de la IAP, el objetivo de una investigación no puede estar por
completo ‘cerrado’ en torno a la demanda de ningunos intereses particulares, incluido por
supuesto el de un determinado ‘sector popular’ o de afectados. El punto de vista aplicado debe
ser entonces más amplio que la positivista reducción de todo el proceso que media entre el
inicio de una investigación y sus resultados a la mera aplicación rutinaria de un protocolo te
tipo técnico. Abordar una parcela concreta de la realidad social es para la IAP compartir y
aproximar, al menos parcialmente, intereses a menudo muy diversos sobre la necesidad de
conocer esa realidad y, especialmente, sobre la necesidad de actuar sobre ella en una
determinada dirección. Naturalmente, esta tensión general existente entre dos posibles formas
de concebir la investigación social —una ‘positivista’ o ‘cientifista’ y otra ‘dialéctica’ y
‘participativa’— ha sido asimismo simplificada aquí con el fin de que nos sirviese de ejemplo
e ilustración de las tensiones que por lo general se encuentran presentes en su práctica
empírica. En todo caso, las implicaciones de una contraposición de este tipo resultan
prácticamente inagotables desde el punto de vista teórico. Resultan múltiples sus
implicaciones en el terreno de la metodología de las ciencias sociales, la teoría sociológica o,
incluso, la filosofía de la ciencia. No en vano, todos estos campos teóricos se han hallado
presentes de una u otra forma en la construcción de una propuesta de sociología crítica y, en
tanto parte de ésta, también en el caso de la investigación-acción participativa. Cualquier
intento de desplegar en esta dirección crítica formas posibles de investigación social
necesariamente se ve enfrentado a las condiciones estructurales actualmente dominantes en su

26
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

práctica. Veamos ahora hacia qué direcciones apuntan los grandes modelos de IAP puede
decirse que existen en la actualidad y cómo cada uno de ellos ha tratado de ‘resolver’ de una
forma determinada esta tensión. Inevitablemente, sólo podremos hacerlo a través de una
nueva simplificación.

4. Algunos posibles modelos de investigación-acción participativa

En su artículo de 1993 “Investigación-acción participativa. Introducción en España”22, el


colectivo IOE planteaba que esta perspectiva participativa podía llegar a suponer una cierta
‘línea de fuga’ con respecto al paradigma dominante de investigación. El carácter de potencial
alternativa de la IAP provendría sobre todo de su capacidad para promover unas relaciones
diferentes a aquellas ‘de corte tecnocrático’23 que normalmente suelen ser establecidas entre la
instancia-cliente, los técnicos o mediadores y la población destinataria. En buena medida, las
relaciones que son mantenidas en cada caso por estas tres posiciones vienen en la práctica a
definir el «¿para qué?» o el «¿para quien?» implícito en toda investigación.

EL «¿PARA QUÉ?» DE LA INVESTIGACIÓN SOCIAL COMO RELACIÓN ENTRE POSICIONES

Técnicos de
Institución cliente
(Corporaciones
investigación
públicas (posición mediadora)
o privadas)

‘Población destinataria’ o
‘afectada’
**de el de conectardea de Adorno de
que la dialsivas...uctura
Por lo general, el tipo de investigación de las necesidades sociales realizada en el ámbito del
espec
trabajo social tampoco suele dar cabida a unas relaciones diferentes a aquellas de naturaleza

22
Colectivo IOE: “IAP. Introducción en España”, en Documentación Social nº 92, Madrid, 1993.
23
La segunda acepción de “tecnócrata” recogida en el Diccionario de la Real Academia Española puede dar, si
fuera preciso, una idea del sentido con que la expresión ‘tecnocrático’ era utilizada por parte del Colectivo IOE
en su calificación del “paradigma dominante” de investigación “(elitista y tecnocrático)”. Según el diccionario de
la RAE es el tecnócrata aquel “Técnico o persona especializada en alguna materia de economía, administración,
etc., que ejerce su cargo público con tendencia a hallar soluciones eficaces por encima de otras consideraciones
ideológicas o políticas”. Cabría añadir, pues seguramente el DRAE no ha insistido en ello huyendo de una
definición que abunde en la etimología del significante definido, que esta tendencia a buscar ‘soluciones
eficaces’ (o a decir que eso es lo que se hace) sitúa sobre todo estas presuntas soluciones en un plano ‘técnico’ o
‘tecnológico’. Se define así un terreno ‘objetivo’ de la eficacia técnica donde debe tratarse cualquier problema.
Una posición que en absoluto es privativa de los ‘técnicos’, tampoco de aquellos ‘técnicos de investigación’ a los
que venimos haciendo referencia. Como veremos, ellos pueden ser más bien una simple herramienta —más o
menos consciente, más o menos convencida— que es manejada por otras instancias o, al menos, que se ve puesta
al servicio de ellas.

27
tecnocrática; las corporaciones públicas o privadas que normalmente ocupan el lugar de
clientes, tales como la administración pública, las grandes empresas, los partidos y sindicatos
“mayoritarios”, etc., se valen del trabajo de los técnicos reduciendo éste a su función más
instrumental. A menudo ésta función no consiste sino en realizar una prospección más o
menos rutinaria en relación a las ‘opiniones manifiestas’ —u otros aspectos igualmente
abstractos— de aquellos “segmentos de población que se corresponden a su ámbito de
influencia”24. Esta prospección de lo que puedan pensar las ‘poblaciones afectadas’ (su
‘opinión’, en el sentido más estrecho de este término) acaba a menudo adquiriendo un sentido
más retórico que informativo. Pongamos por caso que se tratase de conocer ‘las opiniones’ de
los vecinos de una determinada zona céntrica de una gran ciudad sobre los planes que el
ayuntamiento pueda albergar de cara a su peatonalización. En nuestro ejemplo, sucede que
cuando estas opiniones van a ser recabadas los planes se encuentran ya incluso ejecutados:
han sido prefigurados y negociados privadamente (de forma sumamente permeable a
determinados intereses) y cerrados finalmente tras algún pequeño simulacro participativo,
bien en el momento de las objeciones que haya podido presentar los miembros de la oposición
municipal en las reuniones de la Junta de Distrito, o bien en la participación popular
producida a través de los mecanismos de alegaciones recogidos por los correspondientes
reglamentos. Nos encontramos con una forma muy determinada de ‘peatonalización’ entre
todas las que son posibles y, sobre todo, con una manera específica de llevarla a cabo. El
momento en que se produjo la ‘toma de opinión vecinal’ fue ya una forma de delimitarla,
reduciendo y amoldando aquellas «necesidades» de las poblaciones que supuestamente están
siendo investigadas a posteriori (si realmente los vecinos pensaban o no que el barrio
necesitaba ese tipo de peatonalización y si la necesitaba más o menos que otras posibles
actuaciones) con respecto al simple grado de conformidad con las líneas de actuación que la
corporación municipal tenía en marcha en ese momento. No se buscó conocer a priori «¿qué
se piensa que se podría hacer?» de forma que, incluso, los afectados que pudieran no
habérselo planteado hasta el momento se sintieran animados a hacerlo. Por el contrario, se
solicitó a posteriori una respuesta más o menos trivial en relación a lo ya realizado o pautado.
Pero es más, en nuestro ejemplo —extraído, por desgracia, de un caso real que hemos tenido
la oportunidad de conocer relativamente de cerca— se cumplían también otras dimensiones
más o menos ‘canónicas’ del modelo tecnocrático de investigación. En un segundo nivel de
reducción de las opiniones de los ‘afectados’ con respecto a la posición sostenida por la
instancia-cliente, se tiende incluso a sustituir cualquier difusión pública de los datos de
“satisfacción de usuarios/clientes” finalmente obtenidos por la mera mención del hecho de
que la encuesta ha sido realizada. Incluso, el que los ‘resultados’ terminen siendo públicos no
depende sólo finalmente de si el cliente ‘sale bien en la foto’ y, en este caso, los vecinos del
barrio se declarasen mayoritariamente satisfechos con la situación del barrio tras la supresión
parcial del tráfico de automóviles privados o, por el contrario, encuentran que ésta, pudiendo
ser positiva en otros aspectos, ha conseguido que se incremente todavía más la concentración
de locales de copas y que sus alegres y ruidosos parroquianos ocupen las calles durante las
madrugadas de la mayor parte de los días de la semana. En nuestro ejemplo, la investigación
24
Colectivo IOE: “IAP. Introducción en España”, en Documentación Social nº 92, Madrid, 1993.

28
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

realizada llegó a cumplir fielmente los objetivos presentes en el ‘requerimiento implícito” del
cliente: se comprobó que la ‘población afectada’ se encontraba moderadamente satisfecha.
Para que esto fuera finalmente así, no sólo hubo que poner en un discreto segundo plano los
resultados de la parte relativamente participativa de la investigación (que incluía, al menos,
grupos de discusión con vecinos y entrevistas abiertas con representantes de sus asociaciones
en el barrio), sino que hubo que jugar un poco con la magia de los números. Se recurrió al
diseño de una muestra estadística que, discretamente, sobre-representaba a los comerciantes
del barrio —la mayoría de ellos, empresarios hosteleros proclives a este tipo de
«peatonalización»— con respecto a los residentes. La gran sintonía entre los técnicos
encargados de realizarla y el cliente fue clave para lograr el resultado. Sin embargo, el
ejemplo encaja en la práctica con esa tendencia según la cual el que las investigaciones se
terminen realizando para decir que han sido hechas, resulta todavía más importante que el
hecho de lograr subordinación de los resultados obtenidos con respecto a los objetivos
propuestos. En todo caso, esta última acaba siendo una dimensión que tiende a ‘autoajustarse’
una vez se entra en la lógica de ‘investigar por hacer como que se investiga’. Recabar de este
modo la opinión de los afectados tiende a parecerse, en el mejor de los casos, a un limitado
‘plan de impacto ambiental’ del tipo de los que es obligado realizar ante la construcción de
determinadas infraestructuras. A menudo, parece realizarse sobre todo para cumplir con una
determinada ‘norma de calidad’, toda vez que se asume que la existencia de la infraestructura
es inevitable y se trata en el mejor de los casos de paliar sus efectos. A otro nivel, también
algo semejante a lo que parece suceder con las encuestas de satisfacción realizadas tras recibir
algunos servicios comerciales frecuentemente franquiciados o directamente encargados a
subcontratas (talleres de automóviles, seguros de reparación doméstica, etc.). Su contumacia
telefónica y la vacuidad de sus preguntas apuntan a que el objetivo de la encuesta es más bien
hacer que el cliente se sienta escuchado y recuerde el nombre de la firma comercial que le ha
proporcionado el servicio, que a conocer efectivamente cómo fue prestado éste.

4.1. La tensión entre pragmatismo y orientación crítica en la investigación social


Los anteriores ejemplos —que no figuran en el artículo del Colectivo IOE y cuya mención es
por tanto responsabilidad exclusiva de los autores de estas páginas— vienen al caso de la
reducción tecnocrática que acostumbran a sufrir las necesidades sociales concretas vividas
por diferentes grupos sociales a manos de unos determinados intereses políticos o económicos
y bajo una cierta forma de investigar/construir esas mismas necesidades. Frente a esta
reducción denegadora de cualquier problemática social de naturaleza concreta, la
investigación-acción participativa podría llegar a suponer esa potencial ‘línea de fuga’ hacia
la que apuntaba la propuesta del Colectivo IOE: hacer de la dimensión participativa el punto
de partida de una forma menos asimétrica de definir y entender las relaciones establecidas
entre los clientes/instituciones, los técnicos y la población afectada presentes en cada
situación de investigación. Sin embargo, ejemplos como los anteriores pueden poner de
manifiesto que el problema del desarrollo metodológico de la IAP no reside apenas en la
carencia de una ‘herramienta técnica’ capaz de dar cabida a la creatividad social de los
afectados, abriendo así el proceso de determinación de las necesidades sociales. Sin la

29
existencia de una cierta correlación de fuerzas mínimamente favorable o los medios para al
menos pensar en producirla, tiene poco sentido esperar que la investigación participativa
pueda ser puesta en práctica. Otra cosa es que —de forma mucho más perentoria en un
escenario tan adverso para su desarrollo como supone el actual— no sea necesario también el
fortalecimiento de una determinada «conciencia metodológica crítica» difundida, ante todo,
entre los propios técnicos de investigación. Sin perder nunca el horizonte de un realismo
concreto, esta «conciencia metodológica crítica» debe incluir el recordatorio general de que la
participación popular es posible y que no necesariamente tiene por qué resultar caótica y
disfuncional para la consecución de unos determinados objetivos de investigación. Al mismo
tiempo, promover todo el aprendizaje necesario para facilitar este tipo de participación a
través de una equilibrada mezcla de sentido táctico y de apertura estratégica hacia la
espontaneidad que implica un proceso de esta naturaleza. Puede observarse finalmente que las
posibilidades para su realización tienden a depender “de la demanda: quiénes son los sujetos
reales de los procesos de investigación participante y qué fines o efectos sociales persiguen a
través de ellos. En este sentido, cabe distinguir los programas promovidos desde el vértice de
las instituciones (de enseñanza, política social, etc.), de aquellos otros promovidos por
colectivos y asociaciones de base que, en parte o en del todo, son también los destinatarios de
los programas. En el primer caso, los intereses institucionales generalmente se superponen y
prevalecen, aún cuando en ocasiones se pierda el control y se produzcan efectos no queridos
por el promotor; en el segundo caso es más probable que se salvaguarden las intenciones de
los afectados, si bien existen en el caso español algunos mecanismos (como la regulación
jurídica del derecho de asociación o las subvenciones) que tienden a cooptar o hacer encajar
los intereses de la población con la estrategia de las instituciones”25.
Esta aproximación a las diversas y contrapuestas formas posibles de introducir la
participación pueden llevarnos a su vez a plantear un cierto esquema de interpretación de las
tradiciones intelectuales que han contribuido a configurar la corriente de la investigación
participativa existente en nuestros días. Una consideración teórica todavía más necesaria si
tenemos en cuenta la muy débil estructuración metodológica que esta perspectiva de la
investigación participativa ha logrado alcanzar hasta el momento, dividida como se encuentra
entre una diversidad multiforme de prácticas empíricas y un ambiente institucional e
ideológico desfavorable o, incluso, abiertamente hostil. En líneas generales, y siguiendo
también en este aspecto el punto de vista del Colectivo IOE, estas corrientes intelectuales
originarias de la IAP podrían resumirse en dos: en primer lugar, aquella vertiente pragmática
o funcional de las metodologías de «investigación-acción» ligada a la psicosociología y la
dinámica de grupos y que, sobre todo, fue desarrollada en los USA a partir de los años 1930-
40. En segundo lugar, la propia dimensión de orientación crítica que ha venido atravesando
las ciencias sociales a lo largo de su desarrollo y que, como hemos visto, tuvo entre otras
lecturas participativas un campo destacado de aplicación en la pedagogía popular de adultos
a partir de los años 1960. El lector quizá haya advertido inmediatamente la gran asimetría
categorial que preside esta misma contraposición de los orígenes de la IAP; la primera de las
dimensiones representa una perspectiva intelectual acotada a un campo de estudio bastante
25
Ibid.

30
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

delimitado, más o menos bien definida en términos metodológicos y con unos autores
conocidos y una obra difundida y publicada bajo una cierta perspectiva ‘de escuela’: la
participación juega aquí el lugar de herramienta de diagnóstico y medio de realización de
dinámicas de grupo o interacción de un colectivo humano que está situado en un entorno
delimitado y orientado —normalmente a partir de una instancia institucional que le resulta
exterior— hacia la consecución de una determinada tarea. La segunda, la de la metodología
participativa de investigación social que ha sido desarrollada en conexión con la «corriente
crítica» de las ciencias sociales, se muestra mucho más multiforme, periférica y difícilmente
delimitable a un conjunto de autores o teorías claramente acotadas y ‘académicamente
visibles’. Llevando al extremo el generalismo, podríamos decir que sus referentes serían en
todo caso aquellas contribuciones que —como el marxismo, el psicoanálisis y, en alguna
medida también la propia lingüística— integran la gran riqueza teórica de las ciencias
sociales críticas y que han sido utilizadas de una u otra forma por aquellos grupos y
movimientos que han ensayado formas de ‘auto-organización’ o ‘autoconciencia’, dando con
ello vida práctica a la noción de una investigación-acción participativa26. Tomemos por tanto
la idea de que, no sin precauciones, podemos identificar como integrantes de esta tradición
crítica aquellas formas de IAP que han sido promovidas desde y para la base y que, al mismo,
tiempo tratan de desarrollar un cuestionamiento del lugar y las relaciones jugadas por propio
grupo dentro de la estructura social y de la dinámica histórica en marcha. Por ejemplo, podría
ser el caso de aquella comunidad escolar que comenzaba a transformar sus métodos
educativos y aumentar su interacción con otras redes sociales de su entorno. En cualquier
caso, la posibilidad de una definición ‘sistemática e inequívoca’ de todo ‘presunto proceso de
IAP crítica’ debe quedar restringida, al menos, hasta que puedan ser valorados los efectos
reales en el caso de cada una de sus experiencias prácticas.
Ahora bien, cabe añadir asimismo a propósito de esta clasificación generalista de los dos
posibles orígenes contrapuestos de la IAP (respectivamente «pragmático» y «crítico») que ni
el propósito del Colectivo IOE al enunciar la clasificación ni el nuestro al retomarla aquí, era
ni mucho menos el de presentar un claroscuro tan cargado como el mostrado con los ejemplos
de investigación tecnocrática ya abiertamente manipulatoria que hemos expuesto
anteriormente (y cuya mención, volvemos a insistir, es solamente responsabilidad nuestra).
Como veremos, el modelo de la perspectiva funcional pragmática debe —en principio— ser
26
Estos tres ‘grandes paradigmas’ (marxismo, psicoanálisis y, en alguna medida, la lingüística) suponen tres
hitos indiscutibles en la historia de las ciencias sociales, no solamente entre aquellas que pueden ser
consideradas «críticas». Su condición de clásicos hace que sus reinterpretaciones y aplicaciones concretas
resulten tan numerosas como divergentes; hasta tal punto, que su condición de ‘críticos entre los clásicos’ queda
lógicamente desdibujada en muchas de estas reinterpretaciones. En todo caso, hay que decir que la contribución
que supusieron en su momento —así como su pertinencia para la actual ‘iluminación’ de interpretaciones al
tiempo críticas y concretas de los procesos sociales— no puede entenderse sin reconocer y comprender la
sistemática orientación crítica que los presidió. Esta orientación crítica estuvo dirigida tanto contra la ‘ortodoxia
científica’ de su tiempo, como también en favor de la comprensión totalizadora de la estructura social en medio
de la que vivieron sus fundadores, con la correspondiente carga de conflictos que la atravesaba. Por otra parte, la
utilización de la apelación ‘teoría crítica’ para referirse dentro de las ciencias sociales a la corriente de la
“Escuela de Francfort” (integrada, entre otros, por Jurgen Habermas, Theodor Adorno, Herbert Marcuse...),
siendo pertinente en un cierto ámbito histórico y intelectual, implica quizá una cierta reducción conceptual con
respecto a la amplia variedad de enfoques críticos existentes. Existen muchos otros enfoques que bien pueden
merecer este apelativo.

31
tomado y entendido como una forma limitada de IAP que a menudo puede ser preferible a la
aplicación de un ‘grado cero’ de participación dentro de una investigación, al menos, siempre
que se mantenga una conciencia de los límites en los que se mantiene el proceso y se evite la
creación de expectativas poco realistas, especialmente entre los ‘grupos de población’ que se
hallen vinculados al mismo. De lo que se trata es más bien de señalar cómo los orígenes
teórico-metodológicos de la IAP fueron ‘pragmáticos’ en este sentido restringido, pero al
mismo tiempo bebieron en paralelo de una tradición crítica en la medida en que supusieron la
recuperación e incluso la potenciación de determinadas prácticas de auto-organización
popular que, de forma intermitente, fueron resultando posibles en función de las
circunstancias históricas atravesadas. Es indudable que las contribuciones a la dinámica de
grupos realizadas por los psicosociólogos norteamericanos que inauguraron la tradición
pragmática generaron interpretaciones de la interacción humana que han engrosado el acervo
de la IAP y que, entre otros aspectos, todavía tienen su reflejo en ‘constructos’ como los
conocidos «análisis DAFO», o reconstrucción por parte de los miembros de un grupo humano
de la situación que éste atraviesa a partir del esquema de las “Debilidades”, “Amenazas”,
“Fortalezas” y “Oportunidades” que se perciben en ella 27. A un nivel más general se sitúa sin
embargo el problema de una articulación relativamente profunda de la investigación de lo
social y la participación popular, o lo que es lo mismo, de vinculación entre la construcción
de conocimiento y la promoción de unas relaciones sociales de carácter auténticamente
democrático. Anteriormente hemos remarcado las fronteras existentes entre el ámbito de la
educación popular de adultos y la investigación social general para observar la dificultad de
que la IAP, habiendo nacido en el terreno de la primera, pueda ser adoptada en la segunda sin
correr el riesgo de idealizar sus posibilidades o de denegar los límites existentes para su
aplicación. En todo caso, cabe señalar de forma recíproca que el intento de construir una
educación protagónica centrada en la comprensión crítica del lugar ocupado por cada
comunidad escolar en el marco de la sociedad en que se inscribe, ha sido uno de los espacios
donde de forma más directa e inmediata ha resultado posible realizar este acercamiento de
conocimiento y participación popular. La historia de las democracias modernas no ha
permitido hasta el momento que esta experiencia sea generalizada y trasladada de forma
substantiva a muchos otros ámbitos diferentes28. En este proceso de configuración y
27
Como veremos, este tipo de ‘constructos’ dirigidos a sistematizar la dinámica de aquellos grupos que deben
abordar una tarea son manejados de forma más o menos frecuente en determinados contextos institucionales.
Una parte del actual protagonismo de las ‘metodologías participativas’ está ligado a la difusión que estas
prácticas vuelven a alcanzar en los ámbitos empresariales de la organización del trabajo, extendiéndose desde
ellas al propio funcionamiento de la administración pública o, incluso, a su relación con determinadas
poblaciones afectadas, contribuyendo así a generar una moderna forma de “IAP pragmática”.
28
No parece únicamente una casualidad que sea el espacio de la escuela uno de los primeros en el que han sido
pensadas e incluso ensayadas las relaciones participativas y no autoritarias de una co-educación que bordea la
co-investigación. En el caso español los planteamientos socialistas y anarquistas (tal como observaba asimismo
el Colectivo IOE) recogen ya esta experiencia a finales del siglo XIX, anticipando algunas de las características
de la “escuela moderna” basada en pedagogías comprensivas y en un protagonismo creciente de los alumnos. Sin
duda, la cuestión de la extensión de este tipo de relaciones más allá del ámbito educativo o, igualmente, de la
propia articulación social de conocimiento y participación o democracia, debe enfrentarse a la actual
configuración de la estructura de clases y la división del trabajo de las modernas sociedades capitalistas. En este
sentido, hay que señalar igualmente el idealismo de aquellos planteamientos que parecen pensar que esa
inmediatez ‘asamblearizable’ de las relaciones comunitarias pueda hacerse extensiva sin mayores problemas a
una sociedad de una cierta dimensión cuantitativa y cualitativa. Contémplese por ejemplo las propias

32
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

transformación de la perspectiva de la IAP, la orientación crítica aparece en todo caso como


una posibilidad y, desde luego, como un trabajo a realizar cuyas dificultades esperamos estar
siendo capaces de transmitir en alguna medida.

4.2. El lugar táctico de la participación dentro de la perspectiva pragmática de investigación


Buena parte de los textos académicos disponibles sobre los orígenes de la investigación-
acción participativa otorgan más bien un lugar preeminente a la “tradición pragmática no-
crítica” de investigación de la dinámica de grupos, denominación en la que los términos «no-
crítica» constituyen una pertinente aportación del Colectivo IOE. Conocida también como
«Investigación Acción»29, esta “tradición pragmática no-critica” resulta históricamente
anterior al momento de expansión de las prácticas de IAP de orientación crítica (los años
1960-70) un hecho que, unido a su consolidada posición académica, la ha llevado
seguramente a ser mencionada más a menudo como predecesora de la IAP. En todo caso, la
idea de una investigación que transforma la realidad de forma articulada con el proceso por el
que la conoce fue el elemento específico en el momento de su surgimiento. Esta realidad
simultáneamente conocida y transformada no era otra que el ‘contexto limitado’ de
determinadas instituciones o equipos de trabajo cuyo funcionamiento organizativo trataba de
ser optimizado. Sus representantes más conocidos fueron John Dewey y Kurt Lewin. A éste
último se debe precisamente la idea de la investigación-acción como una espiral
potencialmente sin fin en la que el grupo inmerso en el proceso analizaba los hechos y
conceptualizaba los problemas, planificaba y ejecutaba las acciones pertinentes, pasando a su
vez a un nuevo proceso de conceptualización. Sin embargo, y como se ha dicho, Lewin
concebía este proceso desde una óptica cargada de supuestos elitistas y de concepciones del
cambio social totalmente entusiastas con la eficacia de la acción instrumental 30. Desde sus
respectivas concepciones de la psicología social, tanto Dewey como Lewin trabajaron sobre
todo en la resolución de aquellos problemas de interacción grupal que podían surgir en un
típico marco institucional, considerando muy especialmente el ámbito laboral y los procesos
productivos. Sus planteamientos anticipaban también en cierto modo algunas formas actuales
de organización del trabajo —la “especialización flexible”, los “grupos semiautónomos”, etc.
— que podían y debían ser aplicadas en ambientes productivos en los que por diversas
razones parecía difícil que la rígida disciplina fabril del fordismo y la cadena de montaje
pudiese obtener unos resultados efectivos31. La participación no suponía así más que una
contradicciones que podrían darse entre los procesos de universalización de una enseñanza pública y gratuita y el
hipotético avance local de experiencias de investigación-acción educativa más o menos ‘radicales’, en el sentido
de alcanzar las raíces de los contextos en que se inscriben. Claro está que estas contracciones, como los propios
límites existentes para el desarrollo actual de una verdadera democracia participativa, no tienen apenas una
naturaleza abstracta u ‘objetiva’, sino que son límites y contradicciones netamente políticos y, por tanto, cuya
resolución es posible en términos históricos.
29
Recordemos que, según otras perspectivas, estos términos de «investigación-acción» estaban reservados a las
‘IAP’ que tenían lugar dentro del ámbito educativo.
30
Moreno Pestaña y Espadas Alcázar: “Investigación-acción participativa...”.
31
Como sucedió con otras innovaciones en la organización del trabajo, estas prácticas tuvieron ocasión de ser
ampliamente ensayadas en los USA durante la II Guerra Mundial. Muchos ‘experimentos’ acerca de la dinámica
de los grupos humanos se realizaron obligados por la necesidad de formar nuevos equipos de trabajo que
funcionasen en tareas militares, de ‘defensa civil’ o sustituyendo a los trabajadores de las fábricas movilizados al
frente. El enorme incremento de la demanda de tratamientos psicológicos y psiquiátricos también supuso por

33
herramienta técnica utilizada para promover el ajuste funcional de un grupo humano cuya
jerarquía y tareas específicas se encontraban delimitadas desde fuera. En todo caso, esta
división del trabajo no pretendía ni podía ser modificada más que de una forma táctica y
transitoria. El límite de lo que el grupo podía plantearse como transformable a través de su
reflexión/acción comenzaba precisamente en su propia frontera: aquel lugar que el grupo
ocupa en la institución que lo constituye como tal grupo y, a su vez, dentro del escenario
social.

La participación servía así para posibilitar la expresión de conflictos y posiciones personales


con el fin de disolver una parte de los roces provocados por la ‘convivencia’ y ajustar el grupo
a una tarea cuyo diseño estratégico le viene dado desde fuera. Por supuesto, el fin de estas
dinámicas en ningún momento pasa por rediseñar esta estrategia instrumental o, mucho
menos, por cuestionarse su finalidad externa. La participación tiende pues a confundirse aquí
con el apoyo más o menos reflexivo de los implicados hacia los objetivos de conocimiento e
intervención prefijados en instancias exteriores al grupo y que son las encargadas de interpelar
a éste con el fin de que se constituya como tal. La realización de investigaciones participativas
en este contexto vendría a cumplir un función tácticamente liberadora (como máximo:
facilitar la expresión de las diferencias existentes) y estratégicamente racionalizadora, al
reducir y limitar estas diferencias a un espacio de manifestación determinado. Es por tanto
tarea de una IAP crítica el eliminar, en la mayor medida posible, las limitaciones que el
carácter “externamente constituido” de los grupos puedan imponerles. La diferencia está en
todo caso en la capacidad del conjunto resultante para reflexionar y aprender sobre su realidad
inmediata y sobre la propia situación de investigación y de acción que se abre32.

Esta tendencia “pragmática-no crítica” hace tiempo que se ha convertido en dominante dentro
de la IAP, produciéndose así una alternativa más en el movimiento histórico que llevó primero
a su politización durante los años 1960 y 1970, pasando desde lo que fue una perspectiva
pragmática a otra crítica (de la dinámica de grupos a la pedagogía popular y la investigación
social participativa), para conocer después su despolitización a partir del principio de los años
80’. Declinada la tendencia hacia convertirse en una perspectiva específica (y
‘comprometida’) dentro de la investigación social, el resurgimiento de un interés por las
metodologías de participación en los años 1990 se hará nuevo a través de la hegemonía de su
carácter de prácticas de conciliación de las diferencias y conflictos existentes en el interior de
un grupo humano utilizando la mediación exterior de un dinamizador o moderador 33. Un

otro lado un paso casi obligado en la dirección de la terapia de grupos. Se ‘descubrió’ que proporcionar ciertas
dosis de autonomía en la organización de las tareas —en principio las de la terapia, pero también las productivas
— podía generar sensaciones positivas de compromiso e integración con los fines marcados y reducir el estrés
generado por el conflicto y por las dificultades de adaptación a un nuevo entorno.
32
Moreno Pestaña y Espadas Alcázar: “La investigación-acción...”.
33
A un nivel diferente, otros procesos recientes apuntan sin embargo hacia una cierta repolitización de fondo de
las metodologías participativas. Entre otros muchos fenómenos, pueden citarse los “presupuestos participativos”
(realización de asambleas donde los vecinos de una localidad debaten e intentan consensuar la forma de
utilización de una parte del presupuesto municipal), conocidos sobre todo a partir del caso de la ciudad brasileña
de Porto Alegre, han comenzado a realizarse de forma muy puntual en España. La localidad sevillana de Las
Cabezas de San Juan, a partir de 1995, es quizá el ejemplo más significativo de ello.

34
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

ejemplo típico de ello puede ser la aplicación de diversas formas de dinámica de grupo o ‘rol
playing’ en el interior de las organizaciones empresariales que tratan de fortalecer el espíritu
de equipo de sus empleados o, simplemente, propiciar un mínimo grado de participación a
través de mecanismos unidireccionales del tipo de los buzones de sugerencias, tablones de
expresión, etc. Incluso, en los últimos años instituciones financieras internacionales como el
Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo han empezado han incluir los
‘diagnósticos participativos’ entre sus programas de evaluación de los proyectos de desarrollo
social que realizan. Estos ‘métodos participativos’ han alcanzado incluso una cierta
centralidad en la difusión que estas organizaciones internacionales realizan de sus programas,
otorgando así un protagonismo retórico a los ‘sujetos que sufren las situaciones de pobreza’.
Seguramente, las instituciones tratan de mejorar por esta vía unas imágenes públicas que en
algunos casos se encuentran bastante deterioradas34.

5. Una aproximación concreta a la IAP en el caso español

5.1. El lugar de la IAP en una sociedad todavía semidesarrollada

Históricamente, el origen práctico de la investigación-acción participativa fue sobre todo el


intento de promover un diagnóstico de las necesidades sociales más profundo y una
intervención basada en ese diagnóstico que resulte más consciente y democrática y, en ese
sentido, capaz de ser acogida y asumida de una forma positiva por los sectores afectados. Ni
mucho menos todos los procesos de investigación de las necesidades sociales o todos los
contextos y todos los momentos se prestan a una actuación de éste tipo. A menudo, el proceso
de puesta en marcha de una IAP que, por ejemplo, movilice a una parte del colectivo de
vecinos de un barrio que se encuentra afectado por una problemática determinada resulta más
largo que la simple consulta a esos vecinos a través de la realización de unas cuantas
entrevistas abiertas, algunos grupos de discusión o una pequeña encuesta estadística. En otras
ocasiones pueden ser las propias condiciones del barrio o la población afectada las que hagan
difícil su implicación, incluso, en el supuesto de que los técnicos e instituciones concernidas
se encuentren en la práctica convencidos de la necesidad de hacerlo. Como veremos, en este
proceso de implicación resulta muy útiles el recurso a grupos semiestructurados tales como
asociaciones, agrupaciones, etc.; esto no debe sin embargo llevar a excluir por sistema a
aquellos colectivos no directamente adscritos a estos espacios. Por último, cabe incluso la
posibilidad de que, llegado el caso de la puesta en práctica de un proceso de IAP, las
diferencias de punto de vista que terminan poniéndose de manifiesto entre los propios sectores

34
En el caso del Banco Mundial, su informe del año 2002 se titulaba nada menos que ¿Hay alguien que nos
escuche? La voz de los pobres, editado en español por Mundi Prensa y disponible también (enero de 2006) en
http://www.flacso.org/biblioteca/bm_voz_de_los_pobres.pdf. Como puede verse, constituye un buen ejemplo de
un cierto tipo de ‘cualitativismo’ apoyado por el material biográfico y testimonial de diversos sujetos excluidos.
Es sin embargo significativo de este tipo caso el que, probablemente, la intencionalidad más bien retórica (o
incluso propagandística) que ha llevado a introducir algunos componentes ‘participativos’ (o simplemente
‘cualitativos’), puede tener un cierto efecto de mejorar la materialidad del resultado final, al menos, con respecto
a otras presentaciones posibles de un objeto semejante y si nos olvidamos de las objetivos que se persigue con
ello. Quizá se trata también de que mostrar en primera persona retratos de la exclusión sufrida por buena parte de
los habitantes del Tercer Mundo haya perdido ya una cierta carga de tabú.

35
afectados o bien entre éstos y/o los técnicos e instituciones promotoras resulten difícilmente
conciliables.
En todo caso, ya hemos dicho que es en aquellos espacios donde las redes de sociabilidad
comunitaria son fuertes y al mismo tiempo existe una cierta cultura crítica vinculada a grupos
semiorganizados, donde podría ser más fácil llevarla a cabo. Fue este el caso de algunos
países de América Latina durante los años 1960 y 70. Sin embargo, como en muchos otros
aspectos, nuestro país ha constituido históricamente un modelo a mitad de camino entre la
realidad típica de la periferia latinoamericana y los países europeos (especialmente los
meridionales) en los que, con otras características diferentes, los vientos de 1968 trajeron
también una carga importante de asamblearismo y dinámicas de auto-organización grupal. En
torno a la transición que puso fin al franquismo se produjeron en España numerosos procesos
asociativos que bien podrían encajar con la noción de Investigación-acción participativa y que
bastan para explicar buena parte de la influencia que esta perspectiva ha podido tener en los
treinta años que nos separan de aquellas fechas. Más bien, en muchos casos lo difícil hubiera
sido realizar algún tipo de investigación social más o menos ortodoxa y que dejase de lado el
componente participativo. En bastantes de ellas funcionó sobre todo un modelo semi-
voluntario de colaboración de los técnicos que apoyaron las iniciativas de las comunidades.
Sin embargo, de forma coherente con la situación bastante poco estructurada de los actores
políticos que en un momento dado podían dar respuesta a las demandas vecinales en relación
a diversas necesidades sociales, las investigaciones realizadas a menudo no buscaron tanto el
convertirse en estudios acabados de una determinada situación, como el transformar la
realización de la investigación en una forma de implicación activa de la comunidad
buscando promover la toma de conciencia sobre la situación en que éstas se encontraban.
Primó en ese sentido el impulso de una iniciativa surgida desde la base y la necesidad de dotar
al proceso de un fuerte sentido pedagógico e identitario, a pesar de que el ámbito en que se
desarrollaran fuera otro distinto que el educativo. Un ejemplo más o menos típico de estas
“investigaciones movilizadoras” fue la realización de encuestas sobre necesidades sociales en
algunos de los barrios de las grandes ciudades que —como llego a suceder de forma muy
significativa en Madrid o Barcelona— mantenían incluso durante los años 1970 cinturones de
marginalidad compuestos por infraviviendas autoconstruídas por sus propios habitantes. En
algunos de estos barrios se había desarrollado un potente movimiento asociativo y vecinal
promotor y ejecutor junto a múltiples grupos políticos más o menos clandestinos de
investigaciones que venían a cumplir así funciones muy diversas. En primer lugar, el
conocimiento general (orientado sobre todo a la denuncia pública) de las situaciones más
graves de carencia o serias deficiencias de los servicios colectivos tales como la vivienda
digna, el alcantarillado, la vialidad, el transporte público, los equipamientos educativos y
sanitarios, etc. En segundo lugar, también se incluía a veces la realización de un censo de los
habitantes del barrio que hacía referencia a algunas de sus condiciones de vida. En tercero, la
propia difusión de las actividades e iniciativas de las asociaciones de vecinos del barrio a la
hora de paliar estos problemas. Por último, se intentaba también conseguir que el proceso de
investigación tendiese con su propia dinámica a captar nuevos voluntarios que permitiesen la
ampliación de la escala a la que era realizado.

36
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

En este tipo de estudios, compartieron trabajo militante y voluntario diferentes técnicos y


profesionales (sociólogos y urbanistas, periodistas, abogados...), vecinos afectados, militantes
residentes en otros barrios y que a menudo no sufrían en sus propias carnes este tipo de
problemática35. Frente a la investigación social tal como suele entenderse y practicarse de
forma profesional, el protagonismo popular y la consiguiente ausencia de un ‘verdadero’
cliente público o privado que encargase los estudios suponía una clara seña de identidad del
proceso. Esta cooperación interclasista hecha posible dentro de un clima de amplias
expectativas de democratización, tampoco llegaba a eliminar por completo las múltiples
asimetrías de partida. Al menos se creaban así algunas de las condiciones necesarias para que
—como se ha repetido a menudo— la distancia entre el sujeto y el objeto de la
investigación se diluyese: las personas que ejercían el rol colectivo de investigadores
podían coincidir en muchos casos con las personas que aportaban experiencias e
informaciones a través de prácticas como la entrevista o el grupo de discusión e, incluso,
coincidían también finalmente con el grupo que tomaba la decisión de iniciar una
investigación y a quien, por tanto, las conclusiones emergentes de ésta les eran devueltas.

5.2. Algunos ejemplos concretos de investigaciones realizadas en España


En la larga experiencia de los miembros del equipo de investigación sociológica ‘Colectivo
IOE’ cuyas aportaciones venimos citando, se cuenta la participación en bastantes estudios
realizados desde una perspectiva participativa36. Pocos grupos en nuestro país cuentan con
una presencia semejante a la suya en el proceso que va del surgimiento de la IAP como
actividad militante durante los primeros años 1970, hasta la crisis alcanzada ya también por su
realización más bien profesional a principios de los 9037. Los años 80 supusieron precisamente
la época de la desaparición o el grave debilitamiento de muchos de los grupos asociativos
surgidos durante los últimos años del franquismo y la transición 38. Esto sin duda mermó de
35
Sin duda la mayoría de las huellas de estos procesos parecen difícilmente accesibles en la actualidad. No por
casualidad, las que han quedado recogidas en letra impresa reflejan sobre todo el punto de vista de aquellos
técnicos y profesionales que participaron en este tipo de experiencias. Grupos como el Centro de Investigación y
Documentación Rural y Urbana (CIDUR), vinculados a la iglesia de base acompañaron al movimiento vecinal
intentando apoyar su dimensión de autoorganización y reflexión sobre la realidad que vivía. Fruto de ello, y
también en el caso madrileño, surgieron obras como Madrid Barrios 1975 (Madrid, Ediciones de la Torre, 1976)
o Vallecas, las razones de una lucha popular (Madrid, Mañana Editorial, 1976).
36
El Colectivo cuenta con una amplia base de datos ubicada en Internet en la cual puede descargarse los textos
íntegros de muchos de los estudios que han realizado. http://www.nodo50.org/ioe/investigaciones.php. Como
ellos mismos han contado: “Desde mediados de los años setenta hemos colaborado en procesos de IAP
promovidos en diversos barrios de Madrid (Puerta del Angel, 1974-80; Nuevas Palomeras, 1986-90; Sandi 1988;
Prosperidad, 1993-94) y en el barrio del Gurugú (Badajoz, 1990-91). En el área del desarrollo comunitario con
un enfoque de IAP, hemos asesorado al equipo de educación de adultos de la Mancomunidad del Cerrato (Venta
de Baños, Dueñas, Villamuriel y Tariego, 1986-87), a la iglesia diocesana de Albacete (1986-87), al Colectivo
GRANC (Gerona, 1995) y al programa de inmigrantes de Cáritas Española”. Colectivo IOE Investigación-
acción participativa: propuesta para un ejercicio activo de la ciudadanía, Ponencia presentada en las Jornades de
Recerca Activista, Barcelona, 2004. A ellos habría que añadir también el Proyecto «+60» del barrio de
Prosperidad en Madrid que revisaremos a continuación.
37
En el caso madrileño, el único grupo de estudios sociológicos con una trayectoria similar, o incluso más larga,
es el Equipo de Estudios (EDE) dirigido por los sociólogos Ignacio Fernández de Castro y Carmen de Elijabeitia.
38
Esta crisis del tejido asociativo, acompañada de una despolitización general de la sociedad española, tuvo sin
embargo unos efectos bastante diferenciados desde el punto de vista territorial. Puede decirse que Comunidades
como Cataluña y el País Vasco la sufrieron en menor medida, manteniendose algunas condiciones para que en
ellas resultase más fácil ensayar ciertas prácticas participativas de investigación.

37
manera muy importante las posibilidades de la práctica de una IAP protagonizada desde las
bases, si bien el desarrollo a partir de los años 1980 de algunas nuevas políticas sociales
asistenciales inauguró un pequeño y casi efímero espacio para su práctica más o menos
profesionalizada mediante la llegada de algunas subvenciones. Ejemplos como la
dinamización sociocultural, las ya mencionadas Universidades Populares y otros casos de
educación popular o de calle fueron quedando aislados como experiencias cada vez más
atípicas. Si por investigación-acción participativa entendemos aquel estudio cuyo promotor y
destinatario es el mismo grupo de base que se encarga de realizarlo, además de tomarse
también a sí mismo como parte del objeto de estudio, este tipo de experiencias resultan hoy
sumamente infrecuentes en España. Lo que nos encontraríamos serían quizá dos formas
relativamente polarizadas y parciales de esta práctica; por un lado, algunos casos periféricos
de auto-organización de grupos políticos o asociativos en los cuales se utilizan mecanismos
artesanos de investigación de su propia realidad como colectivo y la de su contexto; por otro,
prácticas más o menos institucionalizadas de investigaciones promovidas por corporaciones
públicas en las que trata de darse un pequeño lugar a la participación, sobre todo, a través de
consultas específicas a grupos semi-formales con una amplia experiencia en un terreno
determinado (asociaciones de consumidores, ONG de acción social especializadas, etc.).
Del ejemplo que ofrecemos a continuación puede decirse en cambio que recoge y articula
algunas de las virtudes de ambos polos, ya que podría ser quizá considerado (no sólo por su
fecha de desarrollo: años 1990-94) como representativo de un cierto fin de época. Al menos,
entre los que han tenido lugar en la ciudad de Madrid y dada también la duración y amplitud
que llegó a alcanzar.

5.3. El proyecto «+60» del barrio de Prosperidad en Madrid39

En torno al año 1990, la Asociación de Vecinos Valle Inclán de Prosperidad en el Distrito


Madrileño de Chamartín40 se plantea la conveniencia de iniciar algún tipo de estudio sobre la
situación de las personas mayores del barrio. En un primer momento la iniciativa no prospera
dada la falta de apoyo municipal o de capacidad para realizar el estudio de forma autónoma.
En 1992 el proyecto vuelve a ser planteado, esta vez de forma más ambiciosa; los objetivos
son los de mejorar las condiciones de vida de los mayores y, al mismo tiempo, estrechar los
lazos comunitarios existentes en el barrio; se toma como referencia un estudio recientemente
impulsado por Cáritas (entidad dedicada a labores de beneficencia y dependiente de la Iglesia
39
Un detallado informe sobre el proceso puede verse en Colectivo IOE: Voluntariado y democracia
participativa, informe de investigación realizado para el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales- INSERSO,
1997. Versión algo más amplia en (enero de 2006)
http://www.nodo50.org/ioe/investigaciones_libros.php?op=libro&id=36
40
La asociación data de 1967 y tiene en ese momento unos 700 socios; se trata de una de las primeras
Asociaciones de Vecinos surgidas en nuestro país durante el franquismo. A partir de 1967 la muy tímida apertura
que permitió la nueva legislación franquista en materia asociativa hace que las A.V. den forma y cobertura legal
a un potente movimiento popular que trata de conseguir la mejora de las condiciones de vida de muchas
periferias urbanas enormemente precarias, apoyando también la denuncia política de la dictadura. La progresiva
ilegalización por el régimen del espacio sindical de las primitivas ‘comisiones obreras’ contribuirá igualmente a
un trasvase de militantes que se integran en el frente ‘legal’ de las A.V. De forma inversa, la institucionalización
de los partidos políticos a partir de 1977 ayudará, en medio del gran repliegue participativo que sufrió la
sociedad española, el efecto a vaciar bruscamente estos espacios.

38
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

Católica) en el barrio de Las Fuentes de Zaragoza. Sin embargo, además de la investigación se


piensa ahora en alcanzar también alguna medida de intervención, como poner en marcha una
residencia de ancianos o bien un centro de día. Nuevamente vuelve a no encontrarse un apoyo
adecuado para poder desarrollar el proyecto, ni por parte municipal, ni tampoco por parte de
Cáritas. A lo largo de 1993 se madura por fin un proyecto muy semejante al que finalmente
conseguiría ponerse en práctica: promover una investigación de carácter participativo acerca
de la situación de los mayores del barrio, que al mismo tiempo pueda servir para informar a
éstos de los recursos asistenciales existentes y crear lazos cooperativos entre los vecinos de
todas las edades. La orientación participativa que se apunta esta vez es la que permitirá
compatibilizar los fines de investigación y el carácter, en principio, amateur del proceso
gracias a una definición más realista los objetivos a alcanzar. Con anterioridad, este efecto de
intervención sobre el barrio se había intentado lograr promoviendo la construcción de un
centro para los mayores; el carácter participativo podrá, en cambio, facilitar un tipo de
información y contacto con éstos que no necesariamente se hubiera realizado simplemente
con la construcción de este centro.
De esta forma, uno de los primeros pasos del grupo promotor establecido en torno a la A.V.
fue el de intentar ampliar el grupo implicado en el proceso. Para ello, más que tomar de una
forma literal el precepto de la IAP sobre la necesidad de devolver a los ‘objetos’ de la
investigación su condición de sujetos y, en ese sentido, dirigirse solamente a los mayores del
barrio en tanto ‘población destinataria’, se hizo una amplia labor de promoción dirigida
muchos sectores semiestructurados de éste. Recibieron invitaciones a conocer el proyecto y
apoyarlo o bien sumarse a él en calidad de voluntarios la mayoría de centros educativos del
barrio (Colegios e Institutos) tanto públicos como privados; también fueran convocadas otras
Asociaciones de Vecinos, familiares y de comerciantes. Por último, esta petición de apoyo se
dirigió a los centros asistenciales del barrio que estaban dirigidos a la Tercera Edad y a las
Escuelas Universitarias de Trabajo Social que estaban radicadas en Madrid. Una vez el
proceso había cobrado cuerpo se consiguió también que la Junta Municipal del Distrito
respaldase el proyecto en una decisión adoptada con el consenso de todas las formaciones
políticas representadas en ella41. Desde un punto de vista económico se obtuvo finalmente del
Instituto Nacional de los Servicios Sociales (el INSERSO, dependiente del Ministerio de
Trabajo y Asuntos Sociales) una subvención de 6,7 millones de pesetas que se materializó a
principios de 1994 y que resultó clave para afrontar los costes materiales del proyecto y
también para pagar una parte del trabajo de algunos de los profesionales de la investigación
social que estuvieron implicados en mayor medida.
En un primer momento y adoptando un punto de vista más bien optimista se pretendió
alcanzar la cifra de 400 voluntarios, contando sobre todo con los provenientes del alumnado
de los Colegios e Institutos y de Cáritas parroquiales. Finalmente, unos 100 voluntarios
comenzaron a prepararse para la tarea de hacer de encuestadores, produciéndose después una
cierta rotación de los mismos que hizo que finalmente unas 150 personas llegasen a participar

41
La colaboración municipal se expresaba también en la cesión del salón de actos de un Centro Cultural para
celebrar las masivas asambleas que reunían al grupo de voluntarios.

39
en diversos grados a lo largo de este proceso. Muchas de ellas efectivamente fueron alumnos
de centros del barrio o miembros de las parroquias, aunque también hubo personas atraídas en
un alto porcentaje por el boca a boca a través de otros voluntarios. Por su parte, la A.V. del
barrio se convirtió en el origen principal del “Grupo Promotor”, formado por unas veinte
personas: aquellas que más quisieron y pudieron llegar a implicarse en el proyecto adoptando
en todo momento un funcionamiento de carácter asambleario. A pesar de que sus reuniones se
celebrasen en el local de la Asociación, el G.P. alcanzó una cierta autonomía en relación a
ella, como ejemplifica que algunos de sus integrantes resultasen ajenos a la A.V. e incluso al
barrio y que se hubiesen ido incorporando al Grupo después de haber accedido como
voluntarios al proyecto. En un proceso de este tipo no pudieron faltar tampoco las diferencias
de puntos de vista que se expresaron en forma de corrientes y tendencias dentro del Grupo
Promotor o del de voluntarios. Aparecieron también algunos liderazgos espontáneos que
solían coincidir con las personas que llevaban más tiempo ligadas al proyecto, algo quizá casi
inevitable cuando existen grados de compromiso e implicación muy diversos en función de
las circunstancias de cada cual. En todo caso, fueron diferencias entre tendencias o personas
que pudieron, no sin trabajo, ir siendo reconducidas colectivamente y que hay que enmarcar
también en la amplia variedad de organizaciones y perspectivas ideológicas que se habían
reunido dentro de este proyecto de investigación-acción. Tal como suele suceder a veces, la
mayor parte de los voluntarios y miembros del G.P. no formaban parte del colectivo
destinatario de la intervención: los mayores de 60 años del barrio de Prosperidad.
Entre el otoño de 1993 y el de 1994 el Grupo Promotor desarrolla una intensa actividad,
alcanzando una media de entre dos y tres reuniones mensuales para todo el periodo, con un
ritmo más intenso a principios de 1994 dada la proximidad del inicio de los trabajos de
campo. Las tareas que se abordaron fueron muchas y diversas, de ellas puede dar quizá cuenta
la relación de labores que se encontraban encomendadas a alguna persona específica:

- Perfilar el mapa del barrio y el censo de personas a encuestar (tarea encomendada a


un equipo de varias personas).
- Contactar con diversas instituciones para informarles del proyecto, pedirles su
opinión y solicitar su cooperación.
- Iniciar la elaboración de la Guía de Recursos.
- Diseñar el logotipo del proyecto (con la ayuda de profesionales).
- Contactar con las instituciones que podían financiar las actividades.
- Llevar la economía del proyecto.
- Encargarse de las tareas administrativas42.
El reparto de las tareas existente comprendía también la organización de los voluntarios en 17
equipos de encuestadores (que se vieron reducidos a sólo 5 en una segunda fase de la
aplicación de los cuestionarios) y en una “comisión de acción social”, encargada directamente
de la búsqueda de recursos públicos asistenciales para aquellas situaciones más graves que
fueran detectadas entre los mayores durante la aplicación de la encuesta. En cuanto a la Guía

42
La relación, como la mayoría de los hechos y datos referenciados en este capítulo, proviene del informe del
Colectivo IOE ya citado Voluntariado y democracia participativa, p. 66.

40
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

de Recursos mencionada, fue elaborada de forma específica para los mayores del barrio con
objeto de que les fuera distribuida en el momento de la aplicación de las encuestas. Para
elaborarla se contó también con la colaboración voluntaria de estudiantes y profesores de
Trabajo Social y su acogida resultó por los general muy positiva entre los encuestados,
consiguiendo cumplir así su papel de ‘tarjeta de presentación’ de los objetivos sociales de la
encuesta y contribuyendo a despejar las posibles dudas que pudieran darse entre los mayores
al recibir en sus domicilios a los voluntarios-encuestadores.

5.3.1. El desarrollo de los trabajos de campo de la encuesta estadística dirigida a los mayores
del barrio

A mediados de 1993 fue también contactado el equipo de investigación social Colectivo IOE.
Contando con la posibilidad de recibir la subvención del INSERSO se requirió su
colaboración para el acompañamiento técnico del proyecto, el diseño de la muestra estadística
de mayores del barrio y el análisis posterior de los resultados, incluyendo también una
interpretación del propio proceso de formación de un equipo de voluntarios. Finalmente, los
objetivos del proyecto redactado por la Asociación de Vecinos con la colaboración del
Colectivo IOE fueron los siguientes:

1º Conocer las características de toda la población mayor de 60 años, analizando


aquellos factores fundamentales que condicionan su situación personal. Saber cuántos
son, quienes son, dónde están y cómo están.
2º Tratar de determinar los problemas sociales que plantean y sus posibles causas
(económica, vivienda, salud, relación con su entorno, etc.) con el fin de dar prioridad a
las necesidades y buscar los recursos necesarios partiendo de ellos mismos.
3º Informar a cada uno/a de los recursos existentes en el barrio y en la comunidad para
poder canalizar hacia ellos las demandas que sean subsidiarias de dichos recursos.
4º Sensibilizar al barrio de los problemas de los mayores así como la posible
colaboración vecinal y la creación de lazos de solidaridad intergeneracional que
favorezcan el asumir la responsabilidad personal y ciudadana. Una acción solidaria
con los mayores de hoy que prepare un mejor futuro para todos.
5º Presentar a los organismos públicos las necesidades descubiertas con el fin de
articular las actuaciones de las distintas administraciones e instituciones para darles
respuesta.
6º Describir cómo ha surgido y se ha gestionado el proceso de voluntariado, las
características de los agentes voluntarios, funciones y tareas desarrolladas, relación
con otros agentes e instituciones, principales contingencias, etc.
7º Establecer en la fase final del proceso una interpretación valorativa del voluntariado
a partir de la experiencia de los agentes intervinientes43.

La idea original había sido la de que la encuesta tuviera carácter censal, alcanzando a los
7.400 vecinos del barrio mayores de 60 años, pero para ello los 100 encuestadores finalmente
reunidos resultaban claramente insuficientes. Se decidió entonces acotar una muestra de 1.000
casos seleccionada a través de procedimientos de aleatoriedad que facilitasen su
43
Ibíd., p. 67.

41
representatividad estadística, si bien se trataba de un forma de proceder que exigía a los
encuestadores un mayor trabajo a la hora de cumplir con la selección aleatoria de los
encuestados44. Se preveía también que, una vez alcanzados estos 1.000 casos, podría
continuarse encuestando con el fin de llegar al mayor número de personas mayores posibles,
pero ya sin la necesidad de que la selección de cada una de ellas respondiese a estos criterios
sistemáticos. Finalmente, se lograron 752 cuestionarios seleccionados de forma aleatoria y
otros 206 al margen de los criterios muestrales. Se trata en todo caso de un número sobrado
para cumplir con los requisitos de representatividad estadística y muy alto si tenemos en
cuenta que fue obtenido a través de trabajo voluntario.

Buscando adoptar una perspectiva en lo posible participativa, el equipo de investigadores que


había sido contratado consideró pertinente redactar el cuestionario final contando no sólo con
los puntos de vista expresados por voluntarios y miembros de G.P., sino también a través de
una pequeña exploración cualitativa previa realizada mediante cuatro Grupos Focalizados 45
formados por la población destinataria de personas mayores del barrio. Estas propuestas
contradecían hasta cierto punto el punto de vista de algunas de las personas implicadas en el
proceso, quienes consideraban que la redacción del cuestionario, como la propia ejecución de
la encuesta, correspondía solamente a los miembros del equipo de profesionales. Sin embargo,
el momento de mayor apertura en la realización de una encuesta estadística es precisamente la
redacción del cuestionario, siendo preciso contar para ello con la opinión de otros
profesionales que trabajan en la atención a la ‘Tercera Edad’, pero también escuchando a los
mayores y los puntos de vista de todos los voluntarios. Bajo estas premisas, la redacción del
cuestionario duró casi tres meses, construyéndose en primer lugar una tipología de personas
mayores del barrio que sirvieron como criterio de selección de cada uno de los cuatro Grupos
Focalizados que fueron finalmente aplicados.

FICHA TÉCNICA DE LOS GRUPOS FOCALIZADOS


GRUPO 1: Varones 60-65 años GRUPO 2: Varones 66-75 años
- Mayoría padres de familia. - Mayoría en situación de autonomía
- Situación ocupacional diversa. Algún personal-familiar.
prejubilado. - Jubilados de diversas ocupaciones.
- De diverso nivel cultural-académico. - Nivel cultural-académico: medio y
medio-bajo.
- Varios participantes en hogares y centros
de mayores.
44
El método acordado llevaba a realizar la visita al domicilio hasta tres ocasiones en el caso de que la persona
seleccionada no pudiera ser localizada.
45
En principio el Grupo Focalizado (del ingles Focused Group o Focus Group) no es sino la forma de denominar
desde una cierta perspectiva a esas dinámicas de grupo que otra corriente de la sociología española ha
popularizado como grupos de discusión. La diferencia de nombres no se corresponde a objetos por completo
distintos, pero tampoco remite solamente a los matices que puedan provenir de su traducción: existen entre
ambas prácticas algunas diferencias de concepción y, sobre todo, de interpretación de sus resultados. En este
caso, con Grupos Focalizados el Colectivo IOE quería aludir precisamente al nivel en que se movería esa
interpretación: no se trataba aquí de realizar una interpretación más o menos completa de las visiones
situacionales de la población de los mayores del barrio, tal como sería pertinente en el caso de un grupo de
discusión. Esto es: una contextualización de los discursos recogidos que se plantee sus orígenes y sistematice
además sus diferencias. Simplemente, se querían recoger las principales dimensiones de los problemas vividos y
sentidos por esta población mayor.

42
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

GRUPO 3: Mujeres 66-75 años GRUPO 4: Mujeres con más de 75


- Mayoría en situación de autonomía años
personal-familiar. - Mayoría con problemas de autonomía
- Algunas jubiladas de diversas personal: a cargo de familiares, en
ocupaciones; el resto sigue ocupada residencia, o con ayuda domiciliaria. El
como amas de casa. resto con autonomía personal relativa.
- Nivel cultural-académico: medio-bajo y - La mitad vive con el marido; la otra
bajo. mitad viudas, solteras, etc.
- Varias participantes en hogares y centros - Nivel cultural-académico: medio-bajo y
de mayores. bajo.

Tras la interpretación de estos grupos en busca de las necesidades más sentidas por la
población afectada, se llegó a diversas versiones del cuestionario que fueron objeto de
discusión colectiva y que, finalmente, dieron lugar a un cuestionario que fue probado en un
pretest o aplicación de un pequeño número de encuestas con el fin de probar el
funcionamiento de las preguntas formuladas. Este pretest (cuya realización parece por
completo recomendable en investigaciones ‘no participativas’) llevó también a introducir
numerosas modificaciones en el cuestionario. Una vez iniciados los trabajos de campo estos
se prolongaron más de lo previsto, abarcando finalmente el periodo comprendido entre los
meses de marzo y octubre de 1994. Uno de los obstáculos que se encontraron fue la negativa
de los mayores a recibir a los encuestadores; cada cuestionario correctamente cumplimentado
necesitó por término medio más de dos visitas domiciliarias, siendo la mayoría de visitas
baldías fruto de un rechazo expreso mientras que otro tercio de ellas se debió a la
imposibilidad de encontrar a la persona seleccionada. Estas dificultades provocaron el
abandono de una parte de los voluntarios que en algún momento estuvieron vinculados al
proyecto, viéndose reducido su número a unos 60.

"La dificultad ha sido primero entrar en la finca por los porteros y luego en el piso
por el miedo de la gente. (...) Las personas que se llega a entrevistar
amabilísimas, queriendo seguir la relación. Lo más positivo ha sido esta relación
humana que se ha establecido y el descubrir la calidad humana de las personas"
(Informe 1º de Evaluación del Equipo nº 1).

"El problema ha sido entrar en las casas y encontrar a las personas (de la
muestra).Luego la desconfianza del resto de la familia (hijos, marido o mujer) por
robos recientes en el barrio y pensar que la encuesta no sirve para nada. Pero
una vez establecido el contacto, ha sido muy positivo. Están deseando que se les
escuche, acogen muy bien la información, quieren seguir los contactos en un
50% y que se les ponga en contacto con la Asociación de Vecinos o con algún
grupo parroquial"
(Informe 1º de Evaluación del Equipo nº 3).

"La dificultad es el acceso a la vivienda. El método de dejar el sobre con el aviso


no ha dado casi nunca resultado y ahora los encuestadores lo intentan
directamente.(...) Una vez que logran ponerse en contacto con el entrevistado la
visita es muy positiva, tienen muchas ganas de comunicarse y contar su vida.
Para todos los encuestadores ha sido muy enriquecedor conocer las realidades

43
de las personas mayores que viven en nuestro barrio y la sensación de poder
solucionar problemas"
(Informe 1º de Evaluación del Equipo nº 7).

"Resulta muy frustrante la mala acogida de los mayores aunque cuando


consigues convencerlos y realizar la entrevista resulta que vemos que son unas
personas mayores encantadoras. Se dan cuenta del miedo y la desconfianza con
que viven. También de que muchos familiares no les dejan hablar ni decidir. Los
encuestadores se dan cuenta de que la mayoría de los mayores ignora sus
derechos y no conocen los centros que hay para ellos en el barrio y fuera de él"
(Informe 1º de Evaluación del Equipo nº 12) 46.

Sin embargo, tras realizar diversas reuniones de evaluación, la segunda


fase de los trabajos de campo resulta mucho más efectiva. La experiencia
acumulada se muestra crucial para crear el clima de confianza necesario y
lograr transmitir a los encuestados los objetivos del estudio. La gran
asimetría que presenta el número de encuestas conseguidas por cada uno
de los encuestadores refleja este hecho, además por supuesto de un
compromiso y disponibilidad de tiempo muy diferente en cada uno de los
casos.

5.3.2. Algunos resultados de la IAP

Desde el punto de vista del objetivo de la intensificación de las redes sociales del barrio, el
principal objetivo fue el propio proceso de voluntariado y encuestación. Además, 500 de las
800 personas encuestadas se mostraron interesadas en recibir también información relativa a
las actividades de la Asociación de Vecinos o bien ser puesta en contacto por mediación de
ésta con alguno de los servicios asistenciales dirigidos a mayores. Buena parte de ellos mostró
interés por recibir en sus casas los propios resultados de la encuesta, lo cual fue realizado, o
incluso ser invitada a participar en alguna de las discusiones públicas de los resultados que
fueron organizadas posteriormente.

En cuanto a estos resultados, han sido resumidos por el Colectivo IOE en el informe sobre el
proceso de voluntariado (“Voluntariado y democracia participativa”, p. 86-90) que venimos
citando. Podrían ser los siguientes:
86

DIAGNÓSTICO DE LOS MAYORES DE 60 AÑOS

1.La población mayor de 60 años. Características demográficas

Datos básicos del colectivo, como el sexo y la edad, el origen por regiones, nivel de estudios, estado
civil y tipo de familia o grupo de convivencia, etc.

46
Ibid., p.77-78.

44
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

Se destaca que de los 7.385 vecinos mayores de 60 años, según el Censo de 1991, casi dos tercios
(61,5%) son mujeres y sólo el 8% ha nacido en el propio barrio de Prosperidad. La mayoría
procede de otras provincias de España, sobre todo de las dos Castillas y de Andalucía, y un 2%
nació en otro país. Algo más de la mitad lleva viviendo en el barrio más de 30 años.
El nivel educativo de los mayores es superior a la media de Madrid: aunque casi uno de cada tres
mayores no ha superado los estudios primarios, el 42% cuenta con una titulación secundaria o
superior. A diferencia de lo que ocurre con los jóvenes actuales, las diferencias de estudios entre
hombres y mujeres son muy grandes: sólo el 2% de las mujeres tiene título universitario por el 16%
en el caso de los varones.
De cada 10 mayores 6 están casados, 3 han enviudado y 1 permanece soltero. Entre las mujeres
prevalecen las viudas (40%). En el barrio de Prosperidad viven más ancianos sólos (18%) que en el
conjunto de la comunidad de Madrid (15%).

Capítulo 2: La vivienda

Estado y calidad de las viviendas,


incluyendo el equipamiento de que disponen, reformas que necesitan, etc.
La mayoría de los vecinos vive en bloques de pisos, que son de su propiedad (72%). Un tercio de
las casas no dispone de ascensor y el 11% carece de calefacción. Los mayores problemas
relacionados con la vivienda tienen que ver con el hacinamiento (el 15% viven en pisos con menos
habitaciones que personas residentes) y con la amenaza de desalojo o expropiación, ya sea porque el
casero los quiere echar (pisos de renta antigua) o por la amenaza de ruina del edificio.
Algo más de la quinta parte de los mayores consideran que necesitan hacer reformas en su
vivienda pero más de la mitad de ellos creen que no las harán por escasez de medios económicos (la
cuarta parte reciben pensiones inferiores a 50.000 pts.).

Capítulo 3: Situación económica

Situación económica de las personas mayores, que se basa en las pensiones y, en menor medida, en
trabajos remunerados.
El 72% de los mayores cobra pensión y algo menos del 10% tiene trabajo remunerado. Por otra
parte, la mayoría de las mujeres desarrolla el trabajo doméstico dentro de su hogar sin percibir por
ello remuneración. Más del 80% de las pensiones procede de la Seguridad Social, el 9% de la
administración militar y un 2% son no contributivas (unas 110 personas). Con respecto al futuro del
sistema de pensiones, la mayoría de los ancianos cree que la situación empeorará con el paso de los
años (61%) y menos de la quinta parte cree que el sistema mejorará en el futuro.
Casi el 40% de las pensiones son inferiores a 50.000 pts., el 30% cobra entre 50 y 100.000 y el
resto más de 100.000. Las diferencias por sexos son muy importantes: mientras más de la mitad de
los varones cobra por encima de 100.000 pts., sólo cobran esa cantidad el 14% de las mujeres (el
53% cobra menos de 50.000). De quienes tienen trabajo remunerado, el 38% gana mensualmente
entre 50 y 100.000 pts., habiendo un 10% que cobra menos de 50.000. La situación más crítica la
padecen aquellos mayores, casi siempre mujeres, que ni trabajan ni cobran pensión; en la mayoría
de los casos están cubiertas por otras personas de su familia o por sus propios ahorros, pero
alrededor de un centenar de mayores del barrio no dispone de ninguna ayuda por lo que debe estar
en situación de extrema necesidad.

Capítulo 4: Estado de salud

Se ofrecen datos sobre el estado de salud y la atención sanitaria.


Dos de cada tres mayores del barrio necesitó ir al médico durante el mes anterior a realizarle la
encuesta, proporción muy superior a la media española (33% en los mayores de 65 años). Además,
las visitas al médico no respondían a algún factor coyuntural pues las tres cuartas partes de ellas se
debían a enfermedades crónicas (3.300 ancianos); el resto acudió por enfermedades ocasionales o
por un accidente. Las enfermedades crónicas más frecuentes afectan aproximadamente al siguiente
número de vecinos mayores: 1) cardiocirculatorias, 1.200; 2) aparato locomotor, 930; 3)

45
respiratorias, 260; diabetes, 240; sensoriales, 160; psíquicas, 150; sistema neuromuscular, 140;
otras, 270. En total, por tanto, se estiman 3.340 enfermos crónicos a partir de los resultados de la
encuesta.
Los problemas de salud no impiden a la mayoría de las personas mayores desenvolverse con
autonomía en su vida cotidiana pero hay un 3% (en torno a 235) que se consideran noválidos y un
19% (unos 1400) semiválidos. Estas situaciones de invalidez se incrementan en los grupos de edad
más avanzada, pero en casi todos los casos las más perjudicadas son las mujeres.
La cobertura sanitaria a través de la Seguridad Social, Mutualidades y seguros privados es casi
completa. Sin embargo, los vecinos mayores echan mucho de menos un centro de especialidades
ubicado en el barrio y una mayor cobertura de servicios como la ayuda a domicilio y residencias.

Capítulo 5: Actividades domésticas y extradomésticas

Principales actividades domésticasy extradomésticas


de los mayores, destacando las importantes diferencias entre hombres y mujeres.
La actividad doméstica de los mayores está muy marcada por el género: la limpieza, la compra
diaria y la cocina recaen mucho más frecuentemente del lado de las mujeres, mientras los varones se
especializan en los pequeños arreglos y en la compra de bienes duraderos. Las mujeres tienden más
a telefonear y escribir cartas, y los hombres a llevar la contabilidad doméstica y planear viajes.
El entretenimiento que prevalece para ambos sexos es ver televisión, seguido de la lectura de la
prensa y de escuchar la radio. En cuanto a actividades fuera del hogar, los bares son patrimonio
masculino (el 41% acuden con frecuencia al bar). En ambos sexos son frecuentes las salidas para ir
al médico y a la iglesia; en menor proporción se acude a centros culturales, espectáculos e
instalaciones deportivas. La mayoría de los vecinos mayores suele salir de vacaciones en verano
pero uno de cada cuatro no sale nunca, proporción que aumenta en las mujeres de edad avanzada.

Capítulo 6: Relaciones sociales. Asociacionismo

Tipo de relaciones, lugares de encuentro y redes asociativas


El 57% de los mayores se relaciona prioritariamente con familiares; el 18% con vecinos y
amigos; el 23% con similar intensidad con familiares y amigos o vecinos; por último, un pequeño
resto de unos 110 ancianos reconoce no relacionarse con nadie y llevar una vida muy aislada. Algo
más de la cuarta parte de los vecinos mayores apenas sale de casa, lo que se incrementa en los que
tienen edad más avanzada. Evidentemente esto limita sus relaciones al círculo familiar. En cuanto a
los hombres que salen de casa, sus lugares de relación más frecuentes son las calles, los parques y
los bares, mientras las mujeres se relacionan sobre todo en el mercado y en las parroquias. En
cuanto a los clubs de ancianos y asociaciones cívicas, sólo acude habitualmente en torno al 12% de
los mayores, siendo más asiduos en este caso los hombres que las mujeres.
La escasa participación de los mayores en asociaciones de cualquier tipo se corresponde con el
bajo nivel de participación social de los ciudadanos madrileños en general y, especialmente, los de
edad avanzada. Las asociaciones más frecuentadas son las de tipo religioso (el 68% de los
encuestados se declara católico practycante y el 12% dice pertenecer a alguna asociación religiosa);
a continuación las asociaciones más frecuentadas son las recretativas y culturales (ambas en torno al
10%) y a bastante distancia se sitúan las de tipo profesional (3,4%) y ciudadano (2,6%). Por último
son proporciones insignificantes los afiliados a sindicatos y partidos políticos.
Más de tres cuartas partes de los mayores no conocía la existencia de la Asociación de Vecinos
del barrio. Entre los que la conocían, prevalecía una opinión positiva (unas mil personas) sobre los
quienes tenían una opinión negativa (150 personas) o se mostraban indiferentes (440 personas).

Capítulo 7: Servicios para la tercera edad

Grado de conocimiento y participación en los centros de tercera edad, así como el uso que se hace
de los servicios públicos y privados existentes en el barrio de Prosperidad
El conjunto de ancianos del barrio utiliza en medida modesta los centros específicos para la
tercera edad. El más conocido y utilizado es el de Santa Hortensia, seguido del Nicolás Salmerón. A

46
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

ambos centros acude alguna vez el 40% de los hombres y el 20% de las mujeres; los centros
parroquiales, en cambio, son algo más frecuentados por el colectivo femenino. De los servicios
existentes en estos centros, los hombres se inclinan más por los juegos de mesa y las mujeres por las
charlas y recitales. A ambos sexos la actividad que más les gustaría ampliar sería viajar en grupo.
En todo tipo de actividades son las mujeres las que manifiestan mayor interés por participar. De las
O.N.G. donde se desarrolla trabajo voluntario, las más conocidas son las Cáritas parroquiales y, en
menor medida, la Cruz Roja. En ambos casos, las mujeres participan más que los hombres.
En relación a otros servicios, públicos o privados, dirigidos expresamente a los mayores del
barrio, son poco conocidos y menos utilizados. Alrededor de un tercio conoce la existencia de la
ayuda a domicilio, la podología, las residencias y la telealarma; en cambio, sólo entre el 10 y el 15%
conoce los servicios existentes de lavado a domicilio, piscina cubierta y pisos tutelados; en una
posición intermedia (conocidos por el 20% de los mayores) están los servicios de información,
comida a domicilio y prestaciones económicas para casos especiales. En cuanto a las residencias de
ancianos, casi el 40% de los mayores está en contra de ellas, el 35% las prefiere de titularidad
pública y el 18% privadas. En la mayoría de los casos se desean residencias de pequeño tamaño y
un pequeño colectivo de unos 400 ancianos desearía residencias organizadas por ellos mismos.

Capítulo 8: Opiniones sobre el barrio y sobre la situación de los ancianos

Opiniones de los ancianos sobre el barrio en general y sobre la situación de los ancianos en particular
Dos de cada tres personas mayores consideran que la limpieza del barrio está mal o muy mal; en
especial, molestan los excrementos de perros en las aceras (se queja de esto el 87%). También hay
frecuentes quejas sobre el nivel de ruidos y la contaminación ambiental. En cuanto a los servicios
públicos que más se necesitan, los más citados son: vigilancia y seguridad ciudadana (32%),
residencias para mayores (23%), un centro médico de especialidades (18%) y un nuevo parque
(16%).
Para los hombres mayores de 60 años, el principal problema de los ancianos del barrio en general
tiene que ver con la economía, el segundo con la soledad y el tercero con la salud; para las mujeres,
el mayor problema es la soledad, el segundo la economía y el tercero la salud. En cambio, cuando
se les pregunta por sus propios problemas, la queja más frecuente tiene que ver con la salud (una de
cada tres mujeres y uno de cada cuatro hombres padece problemas); en segundo lugar, una de cada
cinco mujeres dice tener problemas de soledad (lo que sólo afecta a uno de cada 20 varones),
mientras las estrecheces económicas afectan más a los hombres (la cuarta parte dice sufrir por ésto).
En cuanto a la evolución general de la calidad de vida en España durante los últimos cinco años,
el 54% de los mayores cree que ha empeorado, el 27% que igue igual y sólo el 19% que ha
mejorado.

6. A modo de conclusión

Quien deba afrontar la tarea de intentar realizar una IAP se encontrará frente a la ya clásica
cuestión del ¿qué hacer? Escaso consuelo le supondrá saber que muchas otras veces la
realización primeriza de investigaciones mucho más objetivadas han supuesto a otras
personas —incluyendo a los autores de este texto— dosis semejantes de incertidumbre. Se
trata en todo de utilizar todo el repertorio metodológico de la sociología para buscar una
articulación de prácticas y técnicas de investigación en la que, sobre todo, prime la mano
izquierda. Sin ella, difícilmente se realizará el requisito mínimo de la IAP de lograr una
aproximación, por pequeña que ésta sea, de las posiciones de sujetos que pertenecen a
ámbitos muy distintos: la instancia que investiga y la población que es parte de lo investigado.
Como recuerda el Colectivo IOE, René Lourau, uno de los principales impulsores del
socioanálisis (corriente francesa de la IAP) solía decir que el proceso de investigación-acción
había cumplido su función cuando el grupo-cliente echaba a los sociólogos. Esta era la señal

47
de que los “destinatarios” iniciales de la intervención eran capaces de autogestionar sus
problemas. No parece sin embargo nada fácil que algo parecido llegue a suceder ni
literalmente ni tampoco en términos simbólicos. En todo caso, recordar algunas claves podrá
quizá facilitar la tarea de búsqueda del camino metodológico más adecuado.

6.1. Algunas recomendaciones a no olvidar: el problema de la temporalidad de la


investigación-acción participativa

Tal como hemos venido insistiendo, la realización de una IAP no parece implicar tanto un
problema hamletiano de «hacer o no hacer», como una cuestión de grado. Esto es
seguramente lo que nos parece más importante haber conseguido transmitir: la idea de que el
conjunto de actuales dificultades para introducir la participación en la investigación social,
antes que a abandonar una perspectiva crítica, deberían llevarnos a profundizarla de la forma
más coherente y sistemática que seamos capaces. Incluso, esa misma ‘resistencia tecnocrática’
hacia lo participativo, bien podría suponer un elemento más de nuestra comprensión del
mundo en que vivimos. Así, los objetivos principales que se ha propuesto la IAP (de la
búsqueda de una transformación social progresiva a la labor de aprendizaje recíproco, de la
modestia metodológica a la construcción de un diseño de investigación abierto y adaptado a la
espontaneidad de los procesos concretos) bien podrían serlo también de otro tipo de
investigaciones que emprendamos. Ahora bien, quizá en alguna ocasión lleguemos a vernos
ante la posibilidad de participar en una IAP. Recordemos entonces la afirmación
complementaria a la anterior, la de que no necesariamente el hecho de la participación
garantiza el cumplimiento de un sentido crítico y que en este caso es preciso trabajarlo con
más motivo. Una de las cosas que precisamente más trabajo nos darán será tratar de hacer que
las partes implicadas acuerden una dinámica de trabajo y un calendario. Los cuadros
siguientes son uno más de los posibles ejemplos típicos de ellos47.
Etapas y fases de una Investigación Acción Participativa (IAP)
Etapa de pre-investigación: Síntomas, demanda y elaboración del proyecto.
0. Detección de unos síntomas y realización de una demanda (desde alguna institución,
generalmente administración local) de intervención.
1. Planteamiento de la investigación (negociación y delimitación de la demanda,
elaboración del proyecto).

Primera etapa. Diagnóstico.


Conocimiento contextual del territorio y acercamiento a la problemática a partir de la
documentación existente y de entrevistas a representantes institucionales y asociativos.
2. Recogida de información.
3. Constitución de la Comisión de Seguimiento.
4. Constitución del Grupo de IAP.
5. Introducción de elementos analizadores.
6. Inicio del trabajo de campo (entrevistas individuales a representantes institucionales y
asociativos).

47
Cuadros realizados por Joel Martí, del Grup d’Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball del
Departament de Sociologia Universitat Autònoma de Barcelona. El primero de ellos se encuentra además basado
enlaborado por T. Alberich “Ejemplos de fases y técnicas en la IAP” (no publicado).

48
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

7. Entrega y discusión del primer informe.

Segunda etapa. Programación.


Proceso de apertura a todos los conocimientos y puntos de vista existentes, utilizando métodos
cualitativos y participativos.
8. Trabajo de campo (entrevistas grupales a la base social).
9. Análisis de textos y discursos.
10. Entrega y discusión del segundo informe.
11. Realización de talleres.

Tercera etapa. Conclusiones y propuestas.


Negociación y elaboración de propuestas concretas.
12. Construcción del Programa de Acción Integral (PAI).
13. Elaboración y entrega del informe final.

Etapa post-investigación: Puesta en práctica del PAI y evaluación. Nuevos síntomas.

Cronograma orientativo
Meses
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11
I 1.Planteamiento investigación
Etapa 2. Recogida de información c c
3. Reunión Comisión c c c c
(1)
Seguimiento
4. Constitución del GIAP(2) c c
5. Elementos analizadores o
6. Inicio trabajo de campo c
7. Primer informe a
II 8. Trabajo de campo c c
Etapa 9. Análisis de textos y discursos a
10. Segundo informe a a
11. Talleres o o
III 12. Programa de Acción Integral o o
Etapa 13. Informe Final a a
o
Talleres, jornadas, ruedas de prensa, etc. dirigidas a toda la comunidad.
c
Trabajo de campo y recogida de información.
a
Análisis de la información.
(1)
Reuniones posibles (para discutir las distintas etapas).
(2)
El GIAP se reúne regularmente, según convenga, de acuerdo con la programación del trabajo.

6.2 Algunas recomendaciones a no olvidar: otras cuestiones de carácter general

Por su parte, Rodríguez Gabarrón y Hernández Landa resumían en su obra Investigación


participativa publicada en la colección de Cuadernos Metodológicos del Centro de
Investigaciones Sociológicas48 algunos de estos puntos de naturaleza general.

48
Rodríguez Gabarrón, L. y Hernández Landa, L.: Investigación participativa, Madrid, CIS, Cuadernos
Metodológicos, 1994. Estos puntos son también muy semejantes a los que aparecen en las págs. 39-41 del
informe del Colectivo IOE: Voluntariado y democracia participativa, informe de investigación realizado para el
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales- INSERSO.

49
En primer lugar, el enfoque una investigación participada exige tomar la realidad social
como una totalidad; en contraposición con la desagregación analítica en parcelas separadas
propia del positivismo, se trata de abordar no ya “la totalidad de los hechos”, pero sí “la
realidad como un todo estructurado y dialéctico en el cual debe ser comprendido
racionalmente cualquier hecho” (p. 25). El fin es conseguir una contextualización de cada
hecho o proceso social determinado que lo presente como un producto, como el resultado de
un amplio conjunto de determinaciones que han terminado por configurarlo. Este sentido de
totalidad incluye también un intento de articular las visiones particulares de los diferentes
sujetos sociales dentro de un principio de explicación objetiva de la realidad social, si bien
entendiendo esta objetividad en términos de una visión intersubjetiva y no de una separación
de sujeto y objeto como dos entidades por completo separadas.
En segundo lugar, se trataría de partir de la realidad y la experiencia concreta de los sujetos
participantes en el proceso; es la comunidad en torno a la que tiene lugar el proceso de
investigación–acción quien, en última instancia, debe definir, analizar y resolver el problema
planteado, buscando la transformación de su realidad y la mejora de sus condiciones de vida.
En tercer lugar, se trata de comprender la dimensión histórica de los elementos que
intervienen en la definición del problema: (entre otros) los procesos y las estructuras, las
organizaciones y los sujetos... Este aspecto resulta especialmente importante desde el punto de
vista del auto-conocimiento de los sujetos implicados; en otras palabras, se trata de ayudar a
conocer su propia realidad. Participar de la producción de este conocimiento y tomar postura
al respecto. Aprender a re-escribir la historia a través de su historia. Y todo esto con los
instrumentos científicos que siempre se le han negado al pueblo.
Asimismo, se propone invertir la relación tradicional de asimetría sostenida entre
investigadores (o educadores) e investigados (o educandos) por una relación de mayor
simetría, más próxima a una relación entre sujetos que a la relación sujeto-objeto postulada
desde los esquemas tradicionales del conocimiento. En alguna medida, el proceso de
aprendizaje debe resultar mutuo49.
En quinto lugar, se parte de una unidad de las dimensiones teórica y práctica de la
investigación, construyendo la primera a partir de la reflexión crítica sobre la experiencia
aportada por la segunda y sin que ninguna de las dos pueda existir sin la otra. Esta noción de
práctica supera además la meramente referida al proceso de investigación; desde la
perspectiva de la IAP se trata de interpretar y conectar directamente con prácticas sociales
realmente existentes, introduciendo en el proceso no sólo la determinación de posibles
soluciones sino la reflexión sobre las formas potenciales de su aplicación en un contexto vivo.
Conocimiento científico y popular deben entonces ser articulados para así criticarse y
reforzarse mutuamente. Un planteamiento que parte de la idea de la existencia de saberes
dominados y saberes dominantes para intentar desarrollar un poder popular ‘alternativo’ a
partir de conocimientos y enfoques tanto propios como externos. No se trata tanto de
49
Algunos elementos teóricos de interés en este punto pueden ser los aportados por la sociología humanista de
C. Rogers o los fundamentos de la dinámica de grupos aplicados por los llamados “institucionalistas” franceses
G. Lourau y G. Lapassade.

50
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

vulgarizar el conocimiento científico-académico como de redireccionarlo en un sentido


democrático.
En general, los procesos de participación popular deben ser preferentemente impulsados a
través del llamado principio de investigación-educación-acción; de esta forma, se garantiza
la presencia de las comunidades durante todas y cada una de las fases importantes del
proceso. Así, resulta más difícil que la participación popular pueda ser reducida a un
elemento retórico o ritual, obligando a convertirla en interlocutor permanente. Este principio
obliga por tanto a preguntarse por aquello que Jesús Ibáñez ha llamado dimensión
epistemológica de la investigación social: ¿para qué o para quién servirá la investigación?
(también: ¿a qué destinatario irán dirigidas sus conclusiones? ¿para qué tipo de
aplicaciones?).
En octavo lugar, se reclama un compromiso político e ideológico de los investigadores-
educadores con la causa de los sectores populares presentes. De esta forma se niega el
‘elegante’ postulado de la neutralidad científica, además de denunciar su habitual utilidad al
servicio de los usos hegemónicos de la ciencia. La práctica de un proceso de este tipo
(también llamada praxis a partir de los conceptos de la filosofía marxiana) requiere una
implicación que lleva a profundizar la búsqueda de la realidad intersubjetiva y no, como
pudiera pensarse, a la adopción prejuicial del punto de vista de un determinado sector.
Adoptar el punto de vista popular es así ante todo un antídoto contra las prenociones
hegemónicas de una época y una sociedad.
Conectando con el anterior principio, se trata de reconocer el carácter político e ideológico
de cualquier actividad científica y educativa; este reconocimiento impide no sólo entender el
sesgo hegemónico que habitualmente adquiere, sino también evitar la tentación de pensar que
la investigación o la educación popular pueda convertirse en una herramienta autosuficiente,
en una palanca capaz de transformar la realidad más allá de las limitaciones que todo proceso
político, por su propia naturaleza, posee. Se trata de contribuir a elevar el grado de conciencia
política de las clases populares distinguiendo siempre el “analfabetismo político” del
meramente cultural.
En décimo y último lugar, se trata de concebir investigación, educación y acción como
partes de un único proceso orientado hacia la intervención social y considerando que
cualquiera de las tres dimensiones no puede sino conocer un desarrollo incompleto al ser
separada de las restantes; sólo su articulación permite hacer visibles “las determinaciones
estructurales de una realidad vivida y enfrentada como objeto de estudio”.

6.3. Motivos para la modestia metodológica (e incluso también para una cierta esperanza)
Una constatación que muy a menudo no suele estar presente en los manuales de técnicas y
métodos de investigación social es la de que no cualquier fenómeno social puede ser
investigado y, sobre todo, que no puede serlo siempre, ni de cualquier forma y a cualquier
precio o, igualmente, tampoco por cualquier actor social. Lo primero es mucho más a
menudo obvio en sus propios ámbitos de investigación para gran mayoría de los ‘científicos

51
naturales’. Así por ejemplo, los físicos conocen suficientemente sobre qué objetos del
universo (como los planetas y sistemas orbitales sobre los que las llamadas «leyes de
Newton» tienen vigencia básica) puede o no aplicarse adecuadamente la lógica experimental
de la inducción-deducción. Sobre muchos otros fenómenos del mundo físico tiene también
validez, al menos, un cierto principio de razonamiento hipotético-deductivo que trata de
teorizar sobre aquellos fenómenos relativamente desconocidos experimentalmente (como los
agujeros negros) a partir de su interacción visible con aquellos otros que sí lo son. Sin
embargo, una lectura de alguna de las obras más divulgativas de la astrofísica teórica (como
aquellas, por ejemplo de Steven Hopkins, donde se proponen hipótesis generales acerca del
origen del universo) nos puede dar una idea de la medida relativa en que esta disciplina debe,
cuando se acerca a sus propios límites, aproximarse a la lógica interpretativa que es manejada
sistemáticamente en la investigación social. A pesar de ello, la ‘positividad experimental’ e
inductivo-deductiva constituye un núcleo de las ‘ciencias naturales’ que seguramente permite
mucho más fácilmente mantener la conciencia de los límites de cada perspectiva, quizá a
costa de la posibilidad de integrarlas. La investigación social parece en cambio que ha
terminado ocultando su carácter esencialmente interpretativo para convertirse en una
‘industria moderna’ cuyos métodos puedan mirarse en el espejo de aquella parte más técnica
de las ciencias positivas. Sin embargo, realmente nuestras disciplinas sociales carecen de un
principio experimental suficiente a partir de los que generalizar teorías, como tampoco
poseen, en puridad, un verdadero método hipotético-deductivo. Está por descubrirse todavía
alguna ley fundamental sobre el funcionamiento de la sociedad o algún ‘experimento social’
el cual, siendo repetido en ocasiones diferentes, genere unos resultados invariantes. En
cambio, estas limitaciones parecen por ejemplo ser ignoradas cada vez que un cierto revuelo
mediático tiene lugar si los resultados electorales publicados por las encuestas estadísticas y
los obtenidos de las respectivas votaciones difieren significativamente. Se produce entonces
una fugaz aparición de teorizaciones ad-hoc entre los periodistas y responsables de la venta y
realización de estos sondeos, tratando de explicar ‘como puede fallar un instrumento tan
preciso’; cualquier cosa antes que reconocer que el objeto que tratan de medir realmente
nunca proporcionará nada parecido a la certidumbre matemática. Que esta desviación de los
pronósticos se produjo en cierta ocasión porque los españoles tienen tendencia a ser
mentirosos, fue el motivo aducido por uno de nuestros más ilustres sociólogos y tertulianos
(cuya empresa de investigación se encontraba entre las que no ‘habían acertado’). La
investigación social posee un ámbito propio de pertinencia en el que el trabajo empírico
resulta tanto o más necesario que en las ‘ciencias-naturales’, pero en el que su relación con la
teoría resulta de un tipo bien distinto. Seguramente, esta relación es más concreta y
dependiente del contexto vivido por el investigador, incluso, de su propio contexto personal e
ideológico. Ninguna práctica de investigación puede predecir con total fiabilidad un hecho
futuro, menos todavía, a partir de un interrogatorio sobre la conducta que se piensa realizar
próximamente. Algo que resultaba completamente obviado por este sociólogo que trataba de

52
UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

explicar el fracaso de su encuesta electoral advirtiendo de la propensión típicamente ibérica


hacia la existencia de, al menos, un mentiroso entre cada diez compatriotas50.
Su razonamiento no tenía mucha mayor base que la amenaza que pendía sobre su cabeza de
un posterior declive comercial de los sondeos electorales. Fuese más o menos convencida o
bien oportunista su argumentación, sus propias circunstancias concretas, incluyendo las
numerosas presiones comerciales y mediáticas existentes, le situaban muy lejos de la
posibilidad de una conciencia metodológica del límite y, por tanto, de la adopción de una
estrategia para aproximarse a la realidad social de la forma más adecuada posible. Esa
conciencia del límite sólo procede de la práctica y se sitúa en un nivel artesanal muy próximo
—tal y como se ha señalado desde la perspectiva etnometodológica— a las habilidades
necesarias para interpretar los signos que la realidad y nuestros semejantes nos ofrecen en la
vida cotidiana. No es posible interpretar el sentido de un discurso ajeno o, mucho menos,
intentar animar la participación de un determinado grupo en un proceso de carácter colectivo,
sin entrar en la interpretación de la subjetividad de los otros, buscando el por qué colectivo de
sus puntos de vista. Llegamos así a la necesidad de entender la capacidad movilizadora e
identitaria de los fenómenos que, como el arte o la ideología, integran el orden simbólico.
Capacidad para provocar la aceptación de una situación o la rebeldía; para construir
identidades y para arrastrar a veces a sectores sociales y personas que se encuentran lejos de
épocas, territorios y situaciones sociales que son los suyos a identificarse profundamente o,
por el contrario, a abominar de otras ideas o colectivos distintos a los que les son conocidos.
Las mismas mediaciones ideológicas de las que arranca la vía más o menos radical de la
investigación-acción participativa. Es decir, aquella que va a la raíz para redescubrir el saber
popular en un reencuentro con las capacidades individuales y colectivas, emotivas y
cognitivas adquiridas históricamente. Ahí residiría quizá la posibilidad de partir de los deseos
y los conocimientos existentes en una sociedad dada —a menudo de forma no consciente—
para “conceptualizar los proyectos de transformación, evitando que el deseo popular quede
encapsulado por las formas opresivas y muertas en que se expone cotidianamente”: (...) la
necesidad de solidaridad transmutada en tribalismo futbolístico o la de dignidad en chulería,
(...) distinguiendo en cada manifestación cultural (del curanderismo al fútbol o el rap, pasando
por la exigencia de clases magistrales por parte de los alumnos) los elementos emancipatorios
de los opresivos”51. Un proceso en el que el no moverse en el vacío o idealizar una “cultura
popular” ligada a las estructuras comunitarias tradicionales exige mantener la tensión entre
una aproximación empírica lo más exhaustiva posible a cada caso y su conexión interpretativa
con los procesos que están en marcha en su contexto más amplio.
Quizá hayamos cargado las tintas un poco más de la cuenta insistiendo en estas dificultades
para impulsar una IAP que al tiempo dé un contenido real a los términos de «acción» y
«participativa», apoyándonos en una conciencia de los límites metodológicos, pero también

50
Por supuesto, esta proporción de un ‘10% de españoles mentirosos’ es una suposición que nos atrevemos a
realizar en función de lo manifestado por este sociólogo y la magnitud de la desviación existente entre la
mayoría de las encuestas realizadas en aquella ocasión y la votación real.
51
La frase entrecomillada así como las ideas precedentes sobre la recuperación del saber popular proceden de
Moreno Pestaña y Espadas Alcázar (“Investigación - acción participativa...”).

53
manteniendo un cierto principio de esperanza en las lecciones que cabe aprender de este
proceso y las potencialidades de transformación que pueda generar. Sin embargo, son ya unos
pocos años de vivir algunas experiencias, empezando por la nuestra propia, de acercamientos
primerizos a la investigación en los que una cierta idealización inicial precede a un
desencanto más o menos exagerado. Más todavía, en el caso de aquellas prácticas y
perspectivas que sólo resulta posible ensayar con unas dosis notables de ganas de preguntarse
¿por qué? y ¿para qué? se investiga. Y es que este deseo suele ir a menudo acompañado de
una necesidad inevitable de situarnos rápidamente en condición de defendernos del prestigio
de otros enfoques más tecnocráticos. Por supuesto, no existe ninguna ‘técnica de
investigación crítica’ que pueda obtener un resultado victorioso en la confrontación de
mercancías sociológicas. Hasta hoy la encuesta estadística es la que ‘lava más blanco’. No
queda por tanto sino reiterar la invitación a la mayor de las ‘modestias científicas’, siempre a
partir de un trabajo de investigación a la vez empírico, crítico y del mayor alcance histórico
posible. Asimismo, a ensayar en este campo una cierta esperanza social y política sin la que,
desde luego, nadie hubiera jamás intentado esa forma diferente a la dominante de abordar
la realidad social que algunos más tarde fue llamada IAP. Tampoco sin ella la vieja
sociología institucional hubiese alcanzado la era clásica de sus inicios que conoció partir de
la segunda mitad del siglo XIX, pues su objetivo inicial fue, al menos, el de la investigación-
acción.
Una dialéctica de la libertad entre la esperanza de conocer para transformar y el empezar por
conocer sus propios límites sabiendo que todo resultado será provisional que el pedagogo
Paulo Freire expresó de esta forma: “el hombre dialógico tiene fe en los hombre antes de
encontrarse frente a frente con ellos. Esta, sin embargo, no es una fe ingenua. El hombre
dialógico que es crítico sabe que el poder de hacer, de crear, de transformar, es un poder de los
hombres y sabe también que ellos pueden, enajenados en una situación concreta tener ese
poder disminuido. Esta posibilidad, sin embargo, en vez de matar en el hombre dialógico su fe
en los hombres se presenta ante él, por el contrario como un desafío al cual puede responder.
Está convencido de que este poder de hacer y transformar, si bien negado en ciertas
situaciones, puede renacer. No gratuitamente sino en la lucha por su liberación”52.

52
Freire, P.: Pedagogía del oprimido, Madrid, Siglo XXI, 1970, p. 108, citado en Moreno Pestaña y Espadas
Alcázar: “Investigación-acción participativa...”.

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UNED DIPLOMATURA EN TRABAJO SOCIAL

Bibliografía básica

Colectivo IOE (1993) “IAP. Introducción en España”, en Documentación Social nº 92,


Madrid.

———— (1996) “El proyecto +60 de Prosperidad (Madrid): una intervención de voluntarios
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Sociales, Voluntariado y personas mayores. Una experiencia de Investigación Acción
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realizado para el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales- INSERSO. Versión completa en
http://www.nodo50.org/ioe/investigaciones_libros.php?op=libro&id=36

———— (2003) Investigación-acción participativa: propuesta para un ejercicio activo de la


ciudadanía, disponible (noviembre 2005) en http://www.investigaccio.org/ponencies/IAP.pdf

Ibáñez, J. (1986) “Perspectivas de la investigación social: el diseño en las tres perspectivas”,


en García Ferrando, M; Ibáñez, J. y Alvira, F. (comp.) El análisis de la realidad social,
Alianza Universidad, Madrid.

Moreno Pestaña, J.L. y Espadas Alcázar, M.A., (1988) “Investigación - acción participativa”,
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Disponible (noviembre de 2005) en
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Rodríguez Gabarrón, L. y Hernández Landa, L., 1994, Investigación participativa, Madrid,


CIS, Cuadernos Metodológicos.

Wright Mills, Ch. (1976) La imaginación sociológica, México, Fondo de Cultura Económica.

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