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el imperio oblómov

Carlos A. Aguilera

el imperio
oblómov

E S P U E L A D E P L ATA
S EVILL A MM X IV
«Un dios del cual uno puede
apropiarse es un dios que destruye».
René Girard

a M, de Milosh.

Diseño de cubierta: Equipo Renacimiento

© Carlos A. Aguilera
© 2014. Ediciones Espuela de Plata

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Prólogo

A
hora hablemos de mi odio hacia el Este, de mi odio a todo
lo que simboliza el Este, de mi odio a cualquier recuerdo
de esa época. Les advierto que será una historia larga. Tan
larga como la historia de mi único ojo. Mi ojo que todo lo ve y
mi ojo que todo lo quiere ver. Mi ojo que se mueve arriba y abajo
como la cabeza de un pájaro. Uno de esos que uno observa primero
encima de una ventana, después encima de un árbol, después suce-
sivamente encima de un cuadrito con la representación ventana y
la representación árbol, hasta que se aburre, saca una escopeta y lo
mata. Un pájaro-grúa. Les advierto que la historia a veces no será
fácil. Un hombre que piensa en la raza es por lo general un hombre
desgraciado. Un hombre que regresa a casa por las noches, se quita
la ropa, observa en silencio su rostro y se tira a dormir, con frío. Un
hombre muerto. Pero un hombre que piensa en la alianza entre raza
y locus es, sin dudas, una psicología especial. Un hombre que ha
sido dotado para mostrarle al otro el lugar donde se puede construir

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algo. Y de esa construcción y ese lugar darán fe mi ojo único y todas 1.
las personas que me rodean, todas ellas también con un solo y único
ojo. Un ojo-hueco. Que ¿cómo es posible esto? Empiezo a contar
desde el principio y ya se enterarán.

N
ací en el Este. Mi padre había sido el resultado de un
cruce entre un general alsaciano y una hemofílica hún-
gara, esos desmayitos que lo hacían lucir siempre más
débil de lo que era. Y mi madre venía de más allá de la frontera.
Precisamente donde Polonia demarca un territorio que a veces ha
sido alemán, a veces ucraniano, a veces ruso.
Si dijera, el Este es el lugar adecuado para mí, el espacio donde
alguna vez sentí que lo futuro tomaría forma, mentiría. Desde los
primeros años odié este territorio: su historia, la manera en que la
gente se vigila entre ellas, las calles pavimentadas con piedras, la
nariz ganchuda del vendedor de leche, el sauerkraut, el granizo.
Recuerdo que en el Internado no podía aguantar las clases de
patriotismo, lengua y civilidad y me escapaba. La profesora, una
gorda de cachetes rojizos y grandes manchones de caspa sobre su
sempiterno mantón de piel de conejo, con tal de evitar disturbios
en el grupo, dejaba que algunos de nosotros nos fugásemos por la

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esclusa que en verano servía de respiradero (estrecha como un brazo, de manubrio terminados en grandes puntas engominadas, en lo que
y redonda, hosca) o la puerta de madera del fondo: una despintada éste, al que en los alrededores apodaban El Maquinista, se perdía en
y con remaches antiguos que durante mucho tiempo tuvo una cru- una de sus innumerables jarras de cerveza, escuchaba algún discursi-
cecita con un Cristo lleno de pústulas encima hasta que después de llo político en la radio y fantaseaba con la idea de descuartizarla antes
unos cuantos tirones (el Cristo, no la puerta) se cayó y se partió. de la próxima repetición (en mi cabeza, las repeticiones y los discursi-
Esta mujer, con una de las caras más redondas que he visto en mi tos en la radio formaban parte de la misma lógica) o el amanecer.
vida, era en sí misma un demonio de obra de teatro. Fue precisamente en una de aquellas innumerables fugas que
Llegaba con su capote roído muy apretado al cuello y un broche empecé a pensar de nuevo en la idea de la torre.
inmenso de nácar con el relieve del águila bicéfala bajo su doble Una torre alta y de hierro.
papada y, antes de subir al estrado donde debía enseñarnos a pro- Una torre donde después de un riguroso examen físicomental
nunciar adecuadamente algunas palabras o cantar el himno de la pudieran convivir entre libros y animales disecados un grupo de
región, se lo desabrochaba lentamente, nos miraba, estiraba los pu- personas: cojos, enanos, sonámbulos, epilépticos, imbéciles, sifilí-
ños de su camisa acartonadamente blanca, nos miraba, extendía su ticos… Personas que un grupo de ayudantes o yo, con mi guante
mano para que algunos de los alumnos de primera fila le sirvieran blanco y mi ojo único de cirujano –un cirujano con horror al es-
de apoyo, nos miraba, alzaba la nariz y contenía la respiración, nos calpelo–, escogeríamos literalmente con una lupa y con las que no
miraba, y emitiendo un gritico histérico saltaba al estrado, inten- fuese problema convivir…
tado remar al unísono con sus dos grandes aletas y sus dos piernas Santones sin distinción de ningún tipo o lengua.
gigantes de marmota sobre el aire. La selección, la haríamos de la siguiente manera:
Después de todo aquello, sonreía. Tendría ya escrita para el momento una ley que separase de mane-
El sólo hecho de pensar que un día tendríamos que aplaudir ho- ra clara lo que deseábamos de lo que no: la ahora muy conocida Ley
ras y horas sus progresos como prima ballerina assolutta me llenaba Oblómov. Y la idea en esencia sería la de atraer a personas que hu-
de tal pavor que a la tercera vez de haber presenciado esta locura bieran vivido o vivieran aún en franca lucha contra el mal. El mal de
empecé a fugarme hasta el primer cuarto de hora de la tarde o, en poseer alguna enfermedad o haber heredado alguna malformación
invierno, hasta después que clausurase su función, cuando el sol ya congénita: una tuberculosis sin remedio, una hernia inguinal tama-
se había inclinado hacia la derecha y nosotros, proporcionalmente ño huevo de avestruz, una nariz podrida o gangrenosa, una pata de
horrorizados ante el cuerpo machacoso y estúpido de nuestra profe- elefante, una tontera… El mal de querer reventarse la cabeza con una
sora, hacia abajo de la mesa con los últimos focos de luz. de esas escopetas que vende cualquier gitano en cualquier mercado.
Imaginaba que entrenaba este castigo cada noche frente a su ma- En su defecto, atraer a personas que hubieran traicionado eso
rido, un hombre bajito y rechoncho igual a ella, con grandes bigotes que a veces llamamos aura propia. Bicho indescriptible que siempre

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mostramos haciendo un movimiento giratorio alrededor de nuestras la tropa del desastre (¡diese heilige Truppe!), y tendría para siempre
orejas y señalando pedagógicamente hacia algún lugar encima de la puerta abierta, en señal de bienvenida y a la vez de alerta, contra
nuestras cabezas. extraños y curiosos.
¿No era precisamente esto lo que mi gorda profesora de patriotis- Es decir, trabajar hasta que noche y cansancio nos devorasen por
mo traicionaba día a día con sus arengas sobre «el idioma de nuestra completo.
patria» y sus salticos de diva frustrada, el aura que algo o alguien en Ahora, ¿cómo íbamos en verdad a lograr esto?
algún lugar había confeccionado para ella: una especie de cerdito ¿Existe en algún lugar del inmenso muñeco humano la más ín-
con alas color oro y flecos blancos que estaría dando vueltas sobre fima posibilidad de convencer a otros y ponerlos a marchar en la di-
su cabeza toda su vida, así imaginaba yo su aura, y que ella con sus rección que nuestra visión desea; una ínfima posibilidad para sacar
bufidos e incluso podríamos decir todo su cuerpo había hecho trizas de adentro de cada uno de nosotros a ese asesino que por desgracia
una y otra vez contra el suelo desde que al amanecer abría el ojo yace escondido y el cual una vez se ha desbloqueado no nos deja
izquierdo y después el derecho y antes mucho antes de colgarse su pensar, observar, mirar, moverse, sin construir una guerra contra los
mantón y partir hacia el Internado? otros y así, a su vez, poder avanzar en el propio camino: esa intensi-
Pues un lugar para ella y otros, aunque lo más seguro es que a ella dad «mala» que, queramos o no, define, estructura, hace diferente y
ni siquiera la invitáramos. Bastante había sido ya sufrirla durante los potencia al animal tramposo que cada uno en esencia es?
dos últimos años de estudios y escuchar sus chillidos de rata que Sí. Y de esa fuerza y esa dirección es que empezaremos a contar
salta agónicamente desde un acantilado como si de fiesta u home- ahora.
naje se tratase. Un lugar de donde no habría que huir ya que estaría Fuerza que aprendí ante nuestra colección de escopetas, refina-
compuesto de la experiencia de fuga de cada uno de nosotros. das y pulidas como todo lo que merece elogio en este mundo, y la
Para esto, sólo tendríamos que esperar un poco, encontrar el lu- cual ostentaba por lo menos un ejemplar de los mejores artefactos
gar-hueco adecuado y trabajar. Una torre así no había sido edificada de caza que se habían producido en los últimos doscientos años en
nunca. Y convencer personas o hacer que marchen en la dirección cualquier región civilizada. Regiones siempre atentas ante la cons-
propia no es ni con mucho tarea fácil. Voluntad y poder pueden ser, trucción de lo hermoso y, adquiridas, en esos remates tan de mal
como ya veremos, paños muy delicados. gusto que organiza siempre el Este.
Entonces: trabajar, trabajar, trabajar, trabajar… hasta que la torre Las mejores, compradas simplemente en algún antikvariát, a
que a su vez sería biblioteca, cantón, museo, castillo, santuario, su- veces a precios ridículos, a veces, y esto sólo ocurrió en contadas
perficie, kanum, estuviera terminada, con sus inmensos ventanones ocasiones, pagando muy por encima de su valor-origen. Detalle este
jugendstil y su osario con sarcófagos y ojos y huesos por todos lados. que en verdad le daba mayor prestigio a nuestra colección (ese pres-
Osario que como veremos más adelante salvaría simbólicamente a tigio que se confunde tanto con la neurosis y resulta sin dudas el abc

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de todo coleccionista) y a nuestra familia incluso, para que nadie se Para esto, Gran Oblómov, no sólo cada vez que hizo falta estuvo
queje. allí, alzando el brazo y apuntándolo hacia el cielo, liando su cigarri-
La dirección no. llo, escuchando. Sino que cuando ya estuvo más viejo y producto de
La dirección la aprendí de mis abuelos: ese general paterno que una «humanidad extrema», así dijo una vez la madre de mi madre
durante mucho tiempo estuvo colgado en el salón con sus condeco- ante aquel volumen de kilos de grasa que se removía de vez en cuan-
raciones y su barba de dos puntas, y del que se dice nunca dudó en do sobre el sofá, le fue imposible dar dos pasos, lo vi con su pijama
ahorcar con su propia mano a algún elemento traidor. de cuadritos ponerle la mano encima a alguien y decirle con vocecita
General al que no conocí (en verdad mi padre a la muerte de su ronca, no te preocupes, ése ya es hombre muerto. Y como sabemos,
padre rompió con toda la rama celta de su árbol genealógico, otra nada alivia más que alguien te diga, poniendo los ojos en blanco y al-
muestra de su debilidad de sangre supongo) pero del que se con- zando el huesudo, ése ya es hombre muerto, así, bajito. No sólo hace
taban innumerables sucesos. Todos medio extravagantes y medio que todos tus sentidos se conecten, que mires con aire triunfante a tu
bélicos, pero todos, también, sobre cómo sólo bajo una idea y un alrededor, que sientas tu propia sangre inundar tu cuerpo, que vivas
destino de hierro era posible encaminar la vida y hacerla triunfar. (de la misma manera que se viven esas tardes con un astracán sobre
Empujarla, como aquel que dice, hacia algún lado. las piernas y un vaso de coñac sobre el regazo, en el jardín, cogiendo
Y de Gran Oblómov, el materno, de donde venía precisamente sol y masticando sardinitas del Báltico). Hace, incluso, que sientas
el sobrenombre por el que todos nos conocen y el cual sólo con su existe una armazón de acero por debajo de todas las cosas. Una ar-
inteligencia llegó a ser el fundador del banco más grande del Este. mazón tan grande que aunque quisieras no podrías hundirte.
Hombre que distribuyó crédito bajo para colocar bien en alto Y Gran Oblómov en esto fue siempre el mejor, como es bien
a nuestra familia. Y hombre que hizo caer bajo su sombra, y juro sabido.
entraban y salían como si de una procesión de fantasmas se trata- Si decía a alguien: no te preocupes, ése ya es hombre muerto, es
se, a innumerables paters de nuestra ciudad o zonas aledañas. Ya porque a lo máximo dos horas después el escogido iba a estar teoló-
que Gran Oblómov no sólo financió, distribuyó y engordó con sus gica, biológica, geográfica y mamiferamente sin respiración.
préstamos la vida de muchos de los que quisieron abrirse un espacio Y un hombre sin respiración es uno que no ha entendido las re-
en esta vida. Sino, que, de vez en cuando, depuró un destino, quitó glas, que ha apostado en falso, que ha movido su brazo en dirección
adversarios de en medio y reglamentó desde su sofá las discusiones contraria, que se ha sentado a esperar. Y nadie que se siente a esperar
interminables y vacías que la gente del Este suelen entablar por cual- merece continuar con vida, sabemos todos. Ya que la vida es desarro-
quier desavenencia y más de una vez han desembocado en lincha- llar ese colmillo asesino que cada uno de nosotros posee y lanzarlo
mientos nacionales… hacia delante, como un lobito, decía entre tos y tos Gran Oblómov.
O en ahorcamientos, estilo preferido de la zona. Nadie que se siente a esperar merece tener un secreto.

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Y sin secreto no hay ser humano. 2.
Ni ser humano ni tradición ni santones ni nada. Tal y como se
ha hecho evidente para mí levantando esta torre y construyendo el
único mundo ideal, decía entre licor y licor el Inquisitore Oblómov,
adelantándose varios capítulos a sus santones.
Sin secreto, ni siquiera existe la destrucción, decía.
Así que reacomodemos lentamente la posición, la luz, la espalda,
el silencio, el reuma. El imperio, en verdad, comienza aquí.

L o primero que habría que dejar en claro es el papel que en toda


esta historia jugó mi enfermedad. O mejor, el accidente que la
desembocó.
Mi padre, a pesar de no ser descendiente directo de Gran Obló-
mov, era uno de esos que aman la caza. La caza del zorro en otoño
y la caza del pato blanco en primavera. Estos dos, sin excepción,
eran sus predilectos. Siempre decía que la piel de zorro antes de ser
curtida había que dejarla «morir». Desangrarla. De lo contrario, el
zorro puede reencarnarse y regresar. Y si un zorro regresa entonces
sí ya nadie podrá respirar tranquilo, decía. La maldición del zorro es
como el hilo de una araña, decía, se te enreda alrededor de la cabeza
hasta que ya no ves nada y asfixia. La maldición del zorro oscurece
todo, decía, poniendo los ojos como platos.
No sé si ustedes lo saben, pero la caza es una ciencia.
El culatazo en el hombro y el olor a pólvora en la lengua des-
pués que la escopeta de dos cañones se acciona, forma parte de

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ese saber, ese instante a solas con uno mismo. ¿No es acaso una la pasión materna por la industria de la piel y los cristos chorreantes
reflexión sobre el estar-aquí ese permanecer horas y horas siguien- de sangre y crucificados?
do las huellas de un animal que al final no sabemos si nos está Aunque la caza sea una filosofía, como ya he expuesto, todo su
embromando y lo mismo se escabulle en una dirección u otra, sin saber para mí se concentra en la escopeta, en los tipos de plomo, en el
dirección fija? hecho de si el cañón ha sido recortado o no, en los escudos que los bue-
¿Acaso no hay más belleza en una escopeta de cañones recorta- nos balines siempre muestran a modo de certificado de autenticidad
dos con enchapado de nácar y emblemas de guerra que en todos los y a veces responden al de los clubes de Transilvania, a los de la Liga
libros que bajo «amenaza de castigo» sacábamos de la biblioteca del de cazadores de Baja Sajonia, al águila con tres barras del rio Oder o,
Internado y en verdad devolvíamos sin leer? ¿Una de esas calibre 16, los más antiguos, al imperio austrohúngaro. Balines ensamblados en
por ejemplo, que bien engrasada sólo es posible escucharle el muelle la misma Pest o en Viena –se cuenta que incluso debían brillar tanto
cuando bien pegada al tympanum se acciona a escasos metros del como la calva del emperador–, y por su peso, olor, filigrana y redon-
zorro y, los árboles, el cielo, la piel rojiza y áspera, el hocico se fun- dez casi pueden distinguirse de la rudeza innecesaria de los otros.
den en figurita de museo junto al animalejo muerto cuando ya éste, De más está decir que éstos hace mucho ya no se fabrican y sin
por así decir, ha sido alcanzado por un bolín de plomo y ostenta el duda ninguna merecerían un lugar destacado entre la porcelana de
honor de un hilillo de sangre que le parte en dos la lengua en el mis- Meissen y las estatuas de Francisco José. Estatuas que junto al aceite
mo momento en que cuán gusano gordo la baba (esa baba rojiza y parduzco de calabaza y el antisemitismo representa el gran orgullo
poco benéfica que singulariza tanto a los zorros) cuelga aún húmeda de la Estiria. Un honor que, por supuesto, aún los plomos no han
sobre el pasto y el verde no tan verde de un otoño que muchas veces alcanzado.
es más frío de lo que esperamos? Pero la historia de las escopetas, de las que teníamos una gran
Entonces, una ciencia, una filosofía, un ethos. colección colgada por toda la casa, de la misma manera que otros
Un ethos que hay que cultivar bien pegado al pasto y sin moverse poseen retratos de antepasados o cabezas de animales con cuernos
en lo que los perros hacen lo suyo. No será la primera vez que por (aunque para ser sinceros, nosotros también teníamos de estos dos
una pista falsa: pista falsa, nerviosismo, urgencia fisiológica, distrac- últimos, y en abundancia), y la de los cartuchos, con sus escudos
ción…, en vez de la cola del zorro sólo entrevemos un nido de ratas minúsculos y su orgullo de museo fuera aquí totalmente anodina si
que por estar en cría casi devoran a los perros con collar y todo. no fuese precisamente por mi enfermedad.
No hubiera contado todo esto si en verdad no estuviese íntima- La enfermedad única del ojo único.
mente ligado a mi enfermedad. Y ¿qué tipo de enfermedad será esta La enfermedad-hueco.
para que yo, el peor de los Oblómov, como me llamaba mi padre Ya que la pérdida de un ojo: el ojo que apunta, el ojo que adivina
cada vez que se enojaba, la mezcle a la pasión paterna por la caza y a y se cierra y abre, el ojo que observa escurrirse a los zorros en otra

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dirección e incluso sirve para escudriñar a través de un aparato de y en vez de llenar con su plomo la parábola de sesenta metros que se
laboratorio insectos pequeños y aún semivivos, el ojo que veía el abría entre el pelaje rojizo de un zorro con colmillos y baba amena-
movimiento de los dos grandes pedazos de carne que antes de mon- zante y la posición del a partir de ese momento llamado con sorna
tar su número de ballet nuestra papuda, nuestra excelsa profesora Oblómov el Tuerto, al que siempre la suerte había ayudado, aunque
de Patriotismo y Lengua se ajustaba con un movimiento patético ahora se encontrase desfallecido sobre un banco de madera con un
como si una ligera inclinación de su, imagino, sin par y monstruoso paño en forma de émbolo encajado en el flanco derecho, reculó y
sujetador fuera a darle más ligereza o gallardía…, es la constatación explotó en sus manos, quemándole parte de la cara (de la que no
en vida de un hueco. Un hueco que se llenará de pus cada mañana y han quedado demasiadas huellas) pero haciéndole perder el ojo que
ninguna prótesis de cristal, y la mía por razones que sólo yo conozco intempestivamente ya usaba para medir, construir, delimitar, tras-
era color azufre con un iris blanco, podrá detener nunca. tocar y exaltar su posición en el mundo.
Un hueco lleno de pus en el rostro que a muchos llenará de asco Es decir, unas cuantas gotas de aceite de menos, unos cuantos
y a otros de curiosidad. Un hueco en el rostro hecho a causa de mi zorros de más, y la vida de «el peor de los Oblómov» cambió.
pasión visceral por las escopetas. No voy a abrumarlos ahora con la cantidad de cábalas que en
¿Qué cómo fue esto? Lo mismo preguntó mi padre, en lo que el Este se levantan cada vez que una desgracia, un asesinato o un
corría junto a otros dos cazadores hacia donde yacía Oblómov el arranque de locura golpea aquí o allá. Muchos llegaron a recomen-
Pequeño –así me llamaban a veces– y lo conducía en una carreta de darle incluso a mi padre que enterrase todas sus escopetas lo más le-
transportar estiércol hasta el gran portón de nuestra casa. jos posible. ¡Y teníamos más de ochenta! Las más bellas heredadas ya
Pero, pero, pero, ¿cómo fue esto? Fue en cambio la variante que de mi bisabuelo, el Gran Oblómov, como mi madre lo reverenciaba
con cierto tartamudeo escogió mi madre, en lo que se llevaba las pronunciando con voz engolada su nombre cada vez que quitaba el
manos a la cabeza y dejaba de escaldar, como sólo ella sabía hacerlo: polvo y estiraba delante de nosotros su genealogía: «filósofo» que,
siempre en la misma dirección y hacia abajo, una piel aún no curtida como ya dijimos, sólo se movió del sofá, en años, para ir de caza
de un zorrito cazado días antes. Piel que le serviría para armarse con los domingos (un domingo sí un domingo no) y para dos veces por
la ayuda de tenazas y martillos de carpintero un par de nuevos za- semana arrastrarse hasta la cama más bien estrecha de su mujer, mi
patos y que ella, con su ojito de experta en novelones sentimentales, bisabuela, y sembrarle entre riñón y riñón un nuevo hijo.
había definido ya como una piel exacta y no gruesa. Una piel ideal Otros hablaron de la maldición del zorro.
para cubrir en verano sus «minúsculos» pies. El zorro–medusa gritaban. Hay que matarlos pero no mirarle a
En fin, sencillo… los ojos, ya que el veneno entra por los ojos y carcome. Y no sólo
Un pequeño error. Un milimétrico error. Y la Heeren mal acei- roe tus órganos, sentenciaban, sino los de tu mujer, los del pequeño
tada (pero esto en ese momento yo no podía saberlo) se encasquilló, Oblómov, los de las vacas que sordamente muelen su pasto en el

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corral, el de los antepasados. Como si los antepasados no estuvieran Un dolorcito.
ya desde hace mucho a dos metros bajo tierra y de ellos salvo alguna La verdadera enfermedad para un Oblómov tiene que ver con la
anécdota o souvenir (las Borovnik grabadas de mi bisabuelo, por burla, con el no reconocimiento de la diferencia, la ignorancia y la
ejemplo), se conservase otra cosa. ausencia de paladar ante lo que sólo puede ser tratado de otra ma-
Y para las gentuzas del Este esto era exactamente lo que había nera, con los prejuicios. Un ojo es sólo un ojo. Y hasta donde parece
sucedido. nadie ha encontrado nunca en la pérdida de un ojo un problema, y
La maldición del zorro se había encaracolado en una de las esco- «el peor de los Oblómov» no será el primero.
petas y había esperado el momento oportuno para morder. Que la La verdadera enfermedad es lo que empieza a partir de este mo-
maldición del zorro necesita carne, gritaron. Ojos, gritaron, para a mento. Y contra esto es que la familia, los cazadores, la profesora
su vez poder escudriñarlo todo y proseguir su camino. ¿No es pre- de Patria y Civismo y hasta su marido, el Maquinista, siempre tan
cisamente la ausencia-del-ojo-que-mira lo primero que nos llama la encajado en su propio mundo como si de un traje hecho a la medida
atención en un velatorio, la ausencia del ojo vivo? de otro se tratase, tuvieron que precaverse.
Así es como empezaron a distinguir a Oblómov con el sobrenom- La verdadera enfermedad comenzaba con la pérdida de mi ojo.
bre de Oblómov el Tuerto, Oblómov Satanás, Oblómov Polifemo, Pero nadie sabía dónde terminaba. Ni dónde ni cuándo ni cómo. Ni
Oblómov Ojito de Serpiente, Oblómov el Hueco, y así fue como siquiera Gran Oblómov, que de buen grado habría resucitado para
«el peor de todos los Oblómov», me llamó un día mi padre delante sólo responder a esta pregunta y de paso arracimarle otro hijo a la
de nuestro médico de cabecera, un judío de zapatos puntiagudos y bisabuela si ésta aún estuviese en condiciones…
levita gris con un termómetro gigante que cambiaba de mano en Ni siquiera él.
mano pensativo, empezó a sopesar la idea de la torre. Entonces, y aquí se concentraban todas las dudas de nuestro
Una torre donde Oblómov aprendería a convertirse en un ver- querido Oblómov, ¿podemos llamar enfermedad a eso que sucede
dadero Oblómov y otros aprenderían a separar lo Oblómov de lo después de un accidente? ¿No viene a resultar a priori contradictorio
no-Oblómov, lo que más vale de lo que menos brilla. Una torre que hablar de enfermedad cuando quizá todo lo sucedido no ha sido
primero sería torre y después imperio. más que un golpe casual, uno de esos golpes que desvían tu vida,
Que ¿si la pérdida del ojo me llenó de angustia? la despiezan, la retuercen, la hacen sufrir de manera ratonil todo
Oblómov es alguien que sabe hacer cuentas y seguir adelante, el tiempo pero, pensándolo bien, no poseen ningún extra, no nos
como ustedes ya habrán notado. La ausencia de un ojo nunca ame- permite levantar siquiera un odio hacia el mundo?
drentará a un Oblómov de escopeta al hombro y sangre en las ma- No. Como de seguro todos hemos vivido, las casualidades no
nos. La verdadera enfermedad para la familia Oblómov nunca será existen. Y la enfermedad es siempre lo nuevo, el punto visible donde
en sí la pérdida de un ojo o el fallo de cualquier órgano corporal. una obsesión empieza a tornarse dura y se descompone; lo no-visto.

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Y la pérdida de mi ojo más el accidente más las escopetas más los Y eso fue lo que sin querer trazó una línea de vida delante de
zorros fueron en conjunto lo no-visto, lo que había sucedido nunca nosotros. Una línea chiquitica, gorda, pespunteada e intensa.
en el Este y lo que estoy seguro nadie querrá más se repita. Y por Lo demás sería seguir entrenando, pensar en los movimientos del
esa razón fue que todos empezaron de manera casi obsesiva a lanzar zorro, evitar la sorpresa, apuntar.
conjuros, a prevenir. Pero para evitar la sorpresa aún hay tiempo.
Prevención que en sí no significa nada, pero que a corta distan- Mucho.
cia puede ayudar a que ese algo (inexacto, inactual, inabordable y Así que concentrémonos en cómo confeccionar una escopeta
raquítico) suceda. Tal como comprendió de inmediato el Este, al sólo apta para «ojos izquierdos», ya que mi ojo derecho se había ido,
empezar a moverse bajo mi propio designio. Y tal como comprendió y continuemos. Ya verán ustedes que cuando todos los zorros estén
de inmediato uno de aquellos cazadores al transportarme de vuelta muertos, nadie preguntará más si matar es un arte lícito o no.
a casa junto a mi padre, con un pañuelo embarrado de sangre en el
ojo y una tira negra ajustada alrededor de la cabeza y decir: la mor-
dida de lo enfermo.
Y tenía razón, la mordida de lo enfermo. Como quedó demostra-
do a partir de este momento y en lo sucesivo, cuando ya nadie apos-
taba nada por su propia vida ni por ninguna de sus posesiones.
La mordida del zorro que sabe que escondiéndose te mata, como
dijo mamushka al desmontar una de aquellas doscañones de nuestra
colección y empezar a disparar al aire, enloquecida, con las venas de
los ojos a punto de explotarle.
La mordida del zorro que sabe que donde quiera se esconda va a
encontrar su fin, como apostilló mi padre quitándole aquella esco-
peta de las manos y colgándola de nuevo.
¿No era ya en sí mismo un triunfo saber que nuestra colección
de escopetas podría andar por toda la casa y con ella, un día, le da-
ríamos caza al zorro, a todos los zorros que incluso huyeran del Este
para engañarnos y así intentar arrancarnos los ojos de nuevo?
Pues eso. Eso fue lo que con mi accidente todos en casa supi-
mos.

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3. visto. Sino que, unió a su deseo por el Dios único, como a partir de
ese momento empezó a perorar antes de tomarnos la sopa, riguro-
samente siempre a las seis de la tarde en lo que salpicaba con agua
bendita a todos los que estuviesen a su lado, su pasión por la relación
entre la piel del zorro y los zapatos.
O como se empezó a comentar en todo el Este, entre la maldi-
ción del zorro y la maldición del lujo.
La iglesia era una de esas que cerraba puntualmente a las doce del
día y abría de nuevo a las cuatro, entre el tintineo de las monedas a
algunos de los iconos siempre amarillosos y con letras en cirílico que
adornaban los diferentes nichos de los dos pasillos centrales (y que
para Oblómov el Pequeño más bien semejaban dos tentáculos de car-
ne), y el desagradable chirrido de la campana bajo la cúpula derecha.

E n alemán existe una palabra que puede ser traducida por sen-
timiento, estado de ánimo, deseo y a la vez comparte raíz con
otra que literalmente significa voz, metal sonoro, apoyo moral a
El cura, gordo y bizco, como un escarabajo, poseía una voz de
trueno que era imposible saber en qué dirección te iba a golpear, ya
que cuando se colocaba de frente y le sermoneaba a la Sra. Obló-
alguien, tal y como la palabra voz también se sobreentiende en otros mov directamente a la cara, Oblómov el Tuerto, como ya casi había
idiomas… asumido desde que la maldición del zorro le disparase en pleno ojo,
Estas dos palabras son stimmung y stimme. y los feligreses, que en ese momento se encontraban por detrás y
De alguna manera pudiéramos decir que a partir del comienzo rezaban e, incluso, el afinador de pianos –en el rito ortodoxo está
de mi enfermedad, mi madre, llamémosla tal y como los conocidos prohibido el órgano–, que día a día asumía su oficio con una lenti-
lo hacían: señora Oblómov, enfermó a su vez de algo que espeluz- tud digamos pasmosa, veían cómo su voz (la del cura, quiero decir)
nantemente podrá ser catalogado como la stimmung de la stimme. salía en forma de puñal retorcido desde lo más profundo de su gar-
Es decir, el deseo expreso de brindarme apoyo aunque muchas veces ganta y entraba socarronamente por las orejas de la señora Oblómov
esto se redujese al espacio que ella llenaba con su voz y donde salvo y le salía de nuevo en forma de alambre por su boca y se extendía
determinados sentimientos no existía otra cosa. perversamente por toda la iglesia enrollando cada banco y cada can-
Para esto, mamushka Oblómov, no sólo empezó a frecuentar más delabro y cada pileta además de cada mano cada boca cada orificio
la iglesia, una con cúpula de cebolla encima de sus dos torres y el hasta que regresaba nuevamente a sus labios y hacía uno de esos
camino de la pasión más detallado que Oblómov el Tuerto haya amarres que uno puede observar comúnmente en el campo. Uno de

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esos que los campesinos usan para acordonar su territorio y al cabo r­ eparación de los dos grandes cebollones del campanario y la nueva
del tiempo hay que volver a cambiar porque producto del clima o la Kapelle de la Iglesia) y confeccionando con la piel de los animalitos
baja calidad terminan oxidados. cazados bolsones y zapatos de lujo. Zapatos de punta fina y zapatos
Y todo esto era sólo posible gracias a los ojos dislocados del cura. de tacón alto, como gustaba decir delante de todo aquel que quisiese
A esa mirada barroca, teológica, estrábica y zorruna de la que éste escucharla. Zapatos que cuando se parasen debajo de la gran cruz,
hacía gala lo mismo bajo la cruz que cuando tomaba entre sus ma- y estar cerca de la iglesia era ya para ella estar atravesada por la gran
nos los deditos largos, largos y largos de la señora Oblómov y repe- cruz, fueran desinfectados de toda maldición y restituyeran de nue-
tía: ¡pecattum, señora, pecaaaattum! vo a la familia grande de los Oblómov la paz y la prosperidad que
Y sí, no había dudas, pecattum. durante siglos habían negociado, la ius.
Pecattum y pecattum, tal como vociferaba la señora Oblómov dos ¿No era acaso esto justo?, preguntaba la Sra. Oblómov al cura,
horas después junto a la ensaladera con pedazos de carne, los cucha- en lo que abría su pequeña cartera y pescaba un rollito engordado
rones con fermentos de sopa y el pepino con cebollitas encurtidas de de billetes que depositaba en la mano izquierda de éste, allí donde el
la Bohemia, en lo que se persignaba intentando desconjurar el ma- anillo de piedra negra hacía lucir desgastados los vitrales del «Santo
leficio que el «maldito Este, que debería desaparecer para siempre», Patrón que aunque te ausentes todo lo puedes…» colocados en lo
había echado encima de la «estructura familia y en especial de mi alto del refectorio, mientras con la otra, la pecaminosa, pensaba a
más querido Oblómov». veces el cura limpiándose la puntica de los dedos con un pañuelito
La maldición que acabaría con el progreso, sentenciaba. de encaje blanco en los bordes, alababa al Altísimo, espantaba una
Entonces, repitamos, pecattum…, en lo que Oblómov el Mayor, mosca, o tapaba con un gesto su carapacho lascivo bajo un mantón
que respondía a todos los conjuros de su esposa con una sonrisita negro con una cruz ancha en la espalda.
entre cínica y lastimosa atusándose la punta minúscula de la barba ¿No era acaso esto justo?, volvía a preguntar la señora Oblómov
y, Oblómov el Tuerto (objeto sublime de la maldición, digamos), en la casa y en la quesería y junto a los policías administrativos
cogían con su mano derecha la cuchara de plata con el nombre de y junto al retrato del Gran Oblómov con medallita prusiana que
la familia en el frontón y quedaban como congelados, esperando normalmente colgaba ladeado junto a la chimenea y, hasta a los
la orden para empezar a bajar aquel budín espeso donde la col, las borrachos que ya a las doce del día trastabillaban por toda la calle y
legumbres, las rueditas de leberwurst y el ajo subían y bajaban sin no les importaba «esa mierda de la maldición del zorro» y gritaban
conciencia alguna de asistir a un ritual que por lo menos tenía dos U Fleků como único santo y seña. ¡U Fleků!
mil años de inefectividad. ¿No era esto entonces lo justo más justo más justo…?
Ritual que la señora Oblómov intentaba deshacer matando La señora Oblómov se preguntaba y se respondía a sí misma: sí,
el doble de zorros (bueno, también aportando prebendas para la era lo más justo. Y hasta que la maldición no desaparezca no dejaré

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de pisotear la piel de los malditos zorros. Ante el Cristo dormido y marido y a sus cinco hijos bajo un aguacero. Mencionaba a cada
ante el Cristo redentor. Ante el Cristo de palo y el Cristo de yeso. La uno de estos infelices por su nombre. Infelices que estuvieron años
pisaré aunque un día el último de los zorros desaparezca. Y volvía a sufriendo junto a su padre (Oblómov el Piadoso apodado también
salpicar agua bendita en la cabeza de todo el mundo haciendo gestos Oblómov el Mudo) antes que éste volviera a casarse con una filipona
descompuestos e indescifrables con los labios. Lo más justo, sí señor. que tiempo después también lo abandonaría por un croata vendedor
Lo más justo. de Biblias de apellido Mendelsohn.
A decir verdad, todo esto no resultaría asombroso si no fuese por- Contó que por esta razón yo debía proteger a la raza, que para
que la conversión de mamushka Oblómov y su consecuente embiste ella significaba ante todo conservar a cal y canto la sangre y la fa-
de piedad, resentimiento, histeria, fetichismo y obras pías trajeron a la milia, y que ella ante la «santa imagen del Cristo lleno de clavos que
casa y, en especial, a Oblómov Satanás, como maliciosamente le grita- cuelga en uno de los costados del refectorio, ya sabes dónde, a la
ban algunos en el Internado, una reflexión sobre la raza (la raza única, izquierda…» había tenido la revelación de que Oblómov el Pequeño
gritaba la señora Oblómov: ¡la biología blanca!) que no estaba exenta –es decir, yo– devendría Oblómov el más grande y construiría una
de matices dominados por la historia, el espiritismo y el miedo. torre que sería el último refugio de una civilización machacada, fue
La señora Oblómov, quien a partir del accidente reforzaría la literalmente la palabra que usó, por la rabia que el zorro había de-
educación de su hijo, hasta ese momento sólo confiada al Internado, positado debajo de cada estufa y de cada mesa de esta ciudad y, por
empezó a hablarle mucho más de la familia. Tanto en la sala de decirlo así, del mundo entero. No habrá más entendimiento, dijo,
estar como en alguno de los espaciosos cuartos. En el descansillo de colocándole el índice en la frente a Oblómov Satanás. Ni enten-
la cocina, a la mañana, cuando era obligatorio tragarse la leche, y dimiento ni entendedera, ¿comprendes? Y acto seguido sin esperar
antes de marcharse a la iglesia, en el patio, junto al banco de madera que yo pudiera proferir algo, y lo más seguro es que nuestro querido
con aquellos dos venados descoloridos de laca en el respaldar y aquel Oblómov el Tuerto no pudiese responder nada ya que en ese mismo
calado en forma de racimo de uvas encima. Antes que Oblómov el momento sintió cómo su voz, su propia voz, se convertía en un erizo
Tuerto puliese algunas de sus escopetas (¡para lo que has quedado y bajaba por su esófago hasta la uretra intentando echarse aquí y allá
pequeño Satán!), y antes que todos se tirasen de cabeza sobre la co- hasta que en forma de algo caliente decidió salir por su entrepierna
mida, siempre con varios entrantes y al final con muchas frutas. y empapar el lugar donde se meneaba con cierta impaciencia su za-
Hablaba sin parar del ur-Gran Oblómov y de la ur-Gran Obló- pato izquierdo, dijo: «No malgastes balas por gusto, Oblómov. Re-
movina, mi tatarabuela, como refirió soltando una de esas risitas cuerda, de esto depende la verdad del éxito y la verdad del fracaso».
que sólo ella sabía qué significaban. De Oblómov el Piadoso, mi Y comenzó a dar gritos para que vinieran a limpiar aquella cosa que
bisabuelo, y de Oblómovina la Contenta, su esposa, que se había sabedioscómo una de estas malditas, se refería a las dos enanas de
enamorado de un gitano de circo y había abandonado un día a su limpieza, aún no había visto.

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Reflexión y revelación que dejó a Oblómov el Tuerto literalmen- Así que por ahora mejor concentrarse en ciertas palabras y no
te mudo, ya que la señora Oblómov había hablado, digamos, más enredarse con oraciones o frases completas, siempre tan cargadas de
inspirada que nunca (él pudo captar incluso con su único ojo cómo varios sentidos.
el pathos de la Sra. Oblómov saltaba de su cachete derecho a su Mientras más directas y sencillas sean las palabras que uno use
cachete izquierdo e, incluso, cómo se mostraba en forma de car- para transmitir una idea, mejor. Y eso fue lo que en este mismo
nero sacrificial en la punta de la lengua de ésta –uno de esos con momento hizo Oblómov, viendo a un zorro y a otro y a otro y a otro
cuernos en forma de rosca que aparecen encima de las puertas de saltar delante de él…, mientras de fondo se escuchaba el blablablá
los monasterios medievales y están siempre prestos a embestir por la de su familia.
causa– cada vez que ella la dejaba semiabierta), y que lejos de des- La palabra muerte y la palabra ojo.
entumecerle las entendederas, como ella había diagnosticado, se las ¿No era esto exactamente lo que había hecho Gran Oblómov
había retorcido aún más. cuando abrazando a cada uno de los paters les había dicho «no te
¿Qué era todo aquello de raza, sangre, éxito, estufas, balas…? preocupes, ése ya es hombre muerto»?
¿Qué tenía todo aquello que ver con una torre y con los zorros? Pues eso: la palabra muerte y la palabra ojo.
¿No estaría enloqueciendo la señora Oblómov entre tanto Cristo, Y un par de escopetas en una esquinita de la casa, por si acaso.
escopetas, curas de anillo grande y zapatos?
¿No estaría midiendo mal su territorio, ella que presumía de te-
ner ante todo un «ojo milimétrico», y estar confundiendo eso que
con sorna en el Este llaman el pasado, es decir: lo que ya nadie
quería ver, lo que ya se había perdido, lo que ya nunca regresaría…,
con el ahora, ese espacio que ante todo para Oblómov el Tuerto re-
presentaba la desilusión, la pérdida de las escopetas, el aburrimiento
ante la prohibición de cacería, pero sobre todo el retorno hacía sí
mismo, el futuro?
Oblómov el Tuerto no salía de su asombro.
¿Había alguna manera de entender qué había querido decir ma-
mushka Oblómov con todo aquello de la biología blanca?
Oblómov el Tuerto se secó el sudor, agarró una butaca y tapándo-
se levemente el no-ojo, aún sin prótesis y aún adolorido, se sentó.
Todo esto había sido demasiado para él.

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4. Cosa que por supuesto no tiene que ver con esta historia.
A Gran Oblómov más bien le gustaba hablar de la tierra, de las
diferentes ciudades que había conocido, de la gente, de los palacetes
orientales, del «monstruo» femenino. De cómo negociando aquí o
allá era posible a la vuelta del tiempo llenar bolsas y bolsas de dine-
ro –por supuesto, si al final suerte y creador ayudan–; del diávolo.
Llegado a este punto todos los que estaban a su alrededor se hacían
automáticamente tres veces el signo de la cruz en la frente, tal y
como es menester en los países que aún viven bajo la influencia de
la paranoia otomana. Para esto tenía una frase que usaba como una
ganzúa para cualquier cosa: el hombre no puede correr más rápido
que su destino.

L a historia del Gran Oblómov es una de esas que ennoblece y se


torna mito en cualquier familia.
Su padre, como ya brevemente la señora Oblómov narró, había
La ilustraba contando cómo una vez en una de las pequeñas islas
del mar de Japón había conocido a una viuda muy rica, una de esas
damas que viven lo suficientemente lejos del centro económico y
sido traicionado por sucesivas mujeres y Gran Oblómov había creci- político de un país para devenir centro ellas mismas, la cual solía
do solo junto al ir y venir de Oblómov el Piadoso hasta que a los die- pasearse junto a su médico de cabecera y dos grandes perros de ore-
ciséis años (recordemos que esto sucede en mil ochocientos y pico) jitas amputadas por las cercanías del embarcadero.
se presentó en la Oficina para Navegantes de la Liga Hanseática, la Los dos, con dos largos kimonos.
cual gracias a la prosperidad con el trapicheo del café había abierto Los dos, con dos sombrillitas idiotas para protegerse del sol.
nueva oficina en Bremen y, había partido. Los dos, con un refinamiento que él no encontraría jamás en
Lo que hizo o no hizo esto nadie lo sabe con exactitud. ninguna otra parte.
Gran Oblómov, al que sólo se le empezó a llamar así después de La dama y su médico después de haberle comprado café varias
su regreso, se negaba a repetir sus cuentos sobre la vida en altamar; veces (verdadero café nigeriano, precisaba), y después de haber com-
caso contrario a todo buen marinero, los cuales, como sabemos, partido juntos uno o dos tés en unas tacitas de madera negra con
poseen una suerte de fascinación con ese lugar plano y a veces vo- incrustaciones de pajarracos de nácar que la dama siempre trans-
mitivo que responde al nombre de océano y donde, los más frágiles, portaba en un cofrecillo de tamaño mediano, le había propuesto
siempre enferman o contraen eso que en la jerga de cabotaje llaman adoptarlo para que asumiendo las leyes imperiales pudiera quedarse
latigazo marino. Es decir, la locura. para siempre en la isla. O si le parecía mejor, en el Oriente.

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La dama le susurraba: No estamos lejos del imperio chino, no trapicheando café aquí y allá, muchas veces incluso no sólo africa-
estamos lejos del imperio coreano, no estamos lejos de la intrigante no, como ya él mismo se había encargado de aclarar, sino, de más
Camboya. ¿No le parece a usted el Oriente fabuloso? (Y la inflexión abajo, donde la flota portuguesa se adentraba en los trópicos: «esos
sobre elOriente que en verdad la japonesa pronunciaba elOliente lugares enfermos de mosquitos», y por supuesto, de la región oeste
Gran Oblómov la imitaba tan bien que muchas veces nuestras con- de la India, casi en la frontera con Hyderabad. Una de las más her-
versaciones se reducían a imitar el acento asiático a partir de este mosas, según el más grande de los Oblómov, que pudiera observar
detalle filológico de Gran Oblómov sobre su gran sofá). cualquiera en vida.
Llegado a este punto Gran Oblómov hacía una pausa y respiraba. Una de las más delikatessen, decía.
Sus hijos, su mujer, los vecinos, ya acostumbrados a estos tics tea- Ahora, ¿qué había pasado en verdad con Gran Oblómov? ¿Todo
trales observaban cómo hasta el último botón de su chaleco, el cual lo que contaba el cabezón de Gran Oblómov era cierto?
lo mismo en verano o invierno se mantenía fatigosamente cerrado, No. Nuestro personaje había planeado durante varios días la po-
subía y bajaba accionado por el fuelle nervioso de Gran Oblómov y sibilidad de quedarse definitivamente en Japón y para esto había
hacía contraste con sus cejas espesas (aún la depilación facial no se sopesado la idea de «cazar» e incluso utilizar a su posible protectora
había puesto de moda) y su cabezota cuadrada, obtusa. para poder sacarle un poco más de dinero.
Pero, ¿había sido acogido por la dama y su médico y hasta por los Para esto había fingido durante varios días estar enfermo (nada
dos perros sin orejas de la nipona? más dulce que ver a una japonesa, a la puerta de tu camarote, ro-
¿Había trabajado Gran Oblómov al servicio del imperio de Japón gándote que no te vayas y enroscando sus deditos delante de ti como
o del de Pekín o del de Camboya, que para un relato de sobremesa una peluda campesina) y al no recibir visita ni mensajes de ella,
daba lo mismo y, al final, lo que todos querían escuchar era cómo había ido hasta la misma casa donde ya una vez habían tomado té
continuaba la cosa? Y si sí, ¿cómo había regresado entonces al Este? juntos.
¿Había escapado? Por supuesto, lo que encontró fue vacío.
Gran Oblómov estiraba casi hasta partir por varios lados su rela- La dama en cuestión había muerto fulminantemente días antes
to (aunque nunca lo tornaba aburrido), y después de darle vueltas y de gripe española (la cual por la cantidad de muertos que allí dejó
vueltas a un cigarrillo negro que generalmente combinaba con una hizo que hasta hace poco cualquier palabra relacionada con la pe-
de esas cervezas dulzonas que ya su padre apreciaba tanto, decía: por nínsula fuese considerada de inmediato un signo de mala suerte)
mucho que un animal corra, nunca podrá ir más allá de su destino. y el médico, ese hombre de voz singular y sin dudas, pensó Gran
Lo que para todos significaba que se había negado rotundamente, Oblómov, con un poco de capital en alguna parte, se había dado en
que se había metido en su camarote tapando su imponente cabeza franco desespero un pistoletazo en el dedo gordo del pie. Histeria
bajo una manta para no ser descubierto y, que había continuado que lo tenía convaleciente en un hospital de Okinawa. Libre de la

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gripe, claro, pero desfallecido por la muerte de su amiga, con una ¿No viene a ser acaso la locura el estado más visible de todas las
compresa fría incluso sobre los ojos. personas que tienen que estar años y años en los barcos? ¿No viene
En fin, el destino, como repetía Gran Oblómov, chupando su a significar acaso la locura dejar entrar en ti el placer de darle un
cigarrillo hasta el mismo borde, allí donde el papel se introduce en tiro en la cabeza a alguien y después marcharte dejándolo ahí, en
la boquilla y forma un redondel tamaño culo de pájaro. el suelo, con los sesos podridos, revolcándose, tal y como narra el
El destino, y enarcaba sus cejas tremendamente peludas… ininteligible Conrad en una de sus ininteligibles novelas?
Ahora, si es verdad que el destino toma siempre decisiones que ¿No llegó a ser esto en verdad lo que hizo él (el gordo Oblómov,
al final van a ser mucho más convenientes para nosotros, aunque no el autor de Nostromo), cuando contraviniendo las leyes del duelo,
en ese momento uno no las considere así o apenas logremos darnos es decir, un tiro tú y un tiro yo, y después de haber fallado la prime-
cuenta, ¿cómo es que ese mismo destino no lo protegió, según él, en ra vez y haber sido herido en la mano semanas después amputada,
el momento en que mayor peligro corrió su vida? ¿Por qué fue que volvió a cargar la pistola y acercándose a «ese polaco que se hacía
no lo salvó del principio de gangrena por el que hubieron de serru- pasar por conde» le metió un tiro entre ceja y ceja, «para que supiera
charle ya en Borneo la mano derecha y un par de meses después, que las reglas al final no existen»?
en uno de esos sanatorios de Europa, donde casi todo se cura con La vida siempre es así, sentenciaba Gran Oblómov desde su sofá,
el mismo tratamiento, el hueso que va de la muñeca hasta el codo? o gano yo o ganas tú. Y a ese polaco le tocó perder. Ahora sabrá dios
¿Es que existe al final un destino «pro» y un destino «contra»; uno por donde anda. Va y quizá desde algún lugar nos está mirando, y se
insignificante, gris, tortuosamente metafísico que entra y sale de la arrellanaba señalando con su prótesis un punto indefinido que para
vida de uno como si de un dolor se tratase? ¿Existe en verdad algo los más pequeños lo mismo podía ser el techo de la casa de la esqui-
que podamos llamar destino, el cual nos arrastra hacia algún lugar na, uno a dos aguas con tejas rojas y claraboya de cristal, o el cielo.
estemos de acuerdo o no? Pobre polaco, repetía Gran Oblómov con un puntico de cinismo
Preguntas así solía hacerse en voz alta Gran Oblómov, quien según en la lengua, dándole de nuevo a la cerveza.
los días y las historias, siempre de un tufillo moral, disfrutaba con ¡Pobre polaco!
contradecir su propia teoría higiénico-filosófica para sorpresa y alar- Para ser sincero, más que las historias siempre bien narradas y lle-
ma de su público y lo mismo afirmaba una cosa que su contraria. nas de detalles extravagantes del pariente marino devenido hombre-
Para él tenía tanto reconocimiento la bondad como el lado más sofá, lo que enorgullecía a la familia Oblómov de «ese gran santo de
oscuro del hombre. Y decía, nada como el opio. Nada como sentarse Gran Oblómov», al punto de no sólo convertirlo en mito sino de
en un sofá y desde ahí ver como poco a poco tropiezan todos. Nada intentar canonizarlo y destinarle una capilla bajo una de las nuevas
como incitar al suicidio… torres ortodoxas que se construirían en el pueblo, era (fue) el dinero
Y reía. que éste trajo al cabo de veinte años: el capital.

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Dinero que llegó en dos maletas de cartón gigantes y, a posteriori, bido quizá a la mala gestión, a la competencia siempre desleal de la
fue sacando poco a poco. Ya que aunque muy pronto nuestro hom- provincia y, por supuesto, a la maldición del zorro, la cual según la
bre-sofá decidiera no salir más de casa y optar por lo que las malas Sra. Oblómov había comenzado mucho antes que se hiciera patente
lenguas empezaron a denominar «una filosofía del culo», su esposa, en la casa en forma de escopeta, sangre y pérdida de ojo, y en el
la Oblómovina, mujer voluntariosa, de espalda recta y huesuda, con pueblo, en forma de diferentes enfermedades. Enfermedades para
los labios encogidos hacia dentro, al punto que si hablaba muy rápi- las que aún no se había inventado antídoto.
do uno siempre tenía la impresión de que se los podía tronchar, se ¿No es precisamente la ruina lo que nos desea la gente aquí en el
hizo cargo de los cuatro aserraderos y de la fábrica de ladrillos que Este?, comentaba fuera de sí la Sra. Oblómov a su marido en el mo-
éste a precio de ganga había en su momento comprado. Momento mento en que éste se halaba la barba, cada día más blanca a razón de
en que el dinero se había devaluado tanto que incluso varios grupos las pérdidas constantes a que estaban sometidos los negocios, y algo
políticos propusieron en sus respectivos países que fueran utilizados se conectaba y desconectaba en el interior de su cabeza.
como sellitos de correo, o como postales. ¿No es precisamente el desastre lo que nos desean? Respóndeme,
La Oblómovina, con paso ágil y ojo mucho más rápido todavía, halándose los pelitos y gritando, ¿no es el desastre?
había durante años vigilado de cerca la prosperidad de la familia Oblómov el Mayor se paraba, estiraba su cuerpo largo, con bol-
haciendo que las arcas, después depositadas en veinte cajitas de ace- sones de grasa aquí y allá, y daba un par de pasos alrededor de la
ro en el banco Oblómov Trust & Co., el cual a pesar de llevar el mesa. Sí, respondía, con esa flema tan imprecisa que había heredado
nombre patriarcal y haber sido salvado de la quiebra nunca contó de la hemofilia magyar. Es el desastre. Y volvía a concentrarse en los
con la presencia aunque sí con la perspicacia más bien asesina de su números, los mamotretos de cuentas y los tachones rojos.
gran patrocinador, crecieran y crecieran como si de una inundación De más está decir que mamushka Oblómov se marchaba corrien-
se tratase y, no sólo revitalizaran la de por sí ya holgada economía do hacia la iglesia. Un milagro sólo podía salvarnos le gritaba al
familiar, sino, el entorno ahora menos pobre del pueblo donde los escarabajo bizco. Un milagro. En lo que éste volvía a alargar sus
Oblómovs había ido expandiéndose como una seta gorda y blanca. deditos-anguilas y a esconder el respectivo donativo bajo la capucha
Una seta que alguna vez el crack americano y la administración ané- negra. ¡Un milagro! Y tenía razón, aunque a esto ya llegaremos lue-
mica de la región había amenazado con triturar y reducir a polvo, go. Un milagro. Y comenzaba la misa y terminaba la misa hablando
no está de más decirlo. del asunto.
Economía que mamushka y su marido, Oblómov el Mayor, ha- Un milagro, cuchicheaban todos…
bían diversificado, tal y como es usual en estos casos: ganadería,
salas de juego, diferentes Kaffee, pero que no había podido crecer,
por lo menos no con la prosperidad del período Oblómovina, de-

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5. después ­escupiendo sus huesos y enterrándolos debajo de una mon-
taña, después convirtiéndolos en estiércol. El hecho de que yo haya
querido en algún momento llamar a la torre, El dedo de Dios, no
tiene que ver con ningún tipo de milagro, ningún tipo de ritual
místico-religioso; nada, continuó. Al revés. Tiene que ver sólo con
la ironía. ¿No le parece a usted lo más irónico construir un lugar
donde el defecto sea lo único aceptado y se llame precisamente así,
El dedo de Dios? ¿No le parece gracioso que alguien se mate deján-
dose caer de cabeza precisamente desde la punta de ese dedo; desde
su uña de cerdo podrido y se reviente contra el piso? ¿No le estaría-
mos ayudando a ese dios sucio y demente, lleno de llagas, que ni
siquiera ha tenido valor para ahorcarse, como aparece en cualquier
tratado de teología, a reconocer su delirio? Mire, yo le voy a decir la

A pesar de que la verdadera idea de la torre procede de m


­ amushka
Oblómov, la cual siempre tuvo la mejor de sus intuiciones cu-
rando la piel de algún zorro o persuadiendo a la masa de la intole-
verdad. Yo sé dónde mucho tiempo se escondió dios. Conozco exac-
tamente el lugar. Antes de buscar y encontrar el punto exacto donde
se encuentra el Este, busqué y encontré ese lugar. Un lugar que no
rancia del Este: «esa región donde sólo nacen asesinos», respondió es el Este pero se encuentra en el Este, ¿comprende? Sonnenstein.
con un ligero tartamudeo Oblómov el Tuerto a una rubita de pes- Así se llama. Sonnenstein. Y bajo ese nombre puede rastrear en
tañas falsas de una de las gazety más populares de provincia, siem- cualquier mapa si lo desea: Schloss Sonnenstein, cerca de Dresde,
pre fue difícil para mí congeniar eso que todos llamaban milagro en Pirna. Allí fue donde por última vez lo encerraron y allí murió,
con lo que después pude descubrir en este lugar que por decirlo así amarrado a una cama, con diferentes mordazas sobre sus pies y sus
nos ha dado a todos nueva vida, continuó categórico Oblómov. manos, en lo que injuriaba y gritaba que ahogaría a todos en una
Dios es un cerdo, continuó. Lo digo ahora y volveré a repetir cada bañera de agua caliente, que no tendría clemencia, para eso era dios
vez que usted o alguien me haga la misma pregunta. Lo dije incluso y los rayos solares le salían directamente del culo. Sí, como usted
ante el Kreml de Pskov, el más hermoso de todos los Kreml que los oye: en forma de ángeles y demonios…; del culo. ¿Sabe usted lo que
eslavos han construido. Un cerdo. Un cerdo que se revuelve en su descubrí en ese estúpido castillo de Sonnenstein donde observé du-
propio corral y cada día envejece más y se pone más gordo. Un cer- rante unas cuantas horas a dios vestido con una estúpida levita y
do al que habrá alguna vez que clavarle un cuchillo en el cogote. Un una estúpida barba en lo que escupía en la cara a sus estúpidos en-
cerdo que devora a sus propios cerditos. Primero masticándolos, fermeros? Descubrí que los seres humanos no éramos más que la

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imagen y ­semejanza de los pliegues de su culo. ¿Entiende usted? La todo al revés, por ni siquiera haber sabido leer los periódicos correc-
imagen y semejanza del hueco por donde este falso dios con sus tamente. ¿No ha visto usted acaso que todo es guerra y desgracia,
falsas preguntas y su falsa ley hace caca. Tendría usted que haberlo que hasta las vacas se mueren porque la hierba no crece? ¿No ha
visto como yo lo vi, con este ojo único que ha sido al final el que ha mirado usted por la ventana? Mire, mire, le dije, ahora mismo hay
cambiado mi vida y me ha hecho tomar conciencia de mi gran des- tres vacas con las patas hacia arriba, como si las patas ya no fueran
tino. Mi ojo único frente a dios como yo sólo pude ver esto, y dios patas sino palitos secos. ¿No le da a usted eso pena?, le dije. Un dios
delante de mi ojo único con su lepra verde y su barriguita cómica, la debe saber hacer las cosas y usted lo ha hecho todo al revés. ¿No le
cual ni siquiera el chaleco negro lograba disimularle, intentando el da pena? En vez de tanto tun tun tun debería concentrarse y ayu-
foxtrot. ¿Se imagina? Un dos tres, foxtrot. Un dos tres, foxtrot. Y darme a levantar mi Idea, si es que aún desea salvación. ¿No le pa-
dios ahí, desdentado, con sólo un colmillo viejo que no lo dejaba rece que ya es hora de encontrar el punto verdadero y hacer algo? Así
cerrar bien la boca, en lo que gritaba: los ahogaré a todos, y ensaya- le dije, en lo que éste me miraba y enseñaba el colmillo. Demonio,
ba una vez más el tun tun tun del foxtrot. Todo eso daba pena, se lo me gritó. Quién te envió aquí, me gritó. ¿Tu cabrón abuelo? Dile que
digo a usted. Daba pena. Un dios, pienso yo, debe saber comportar- aún estoy en guerra con él. Ve y díselo, gritó. Nadie mata a un po-
se, debe saber hablar pensar escuchar, debe incluso saber bailar bien laco sin mi consentimiento. Y el infame de tu abuelo lo hizo, ¿en-
cualquier ritmo, y no hacer esa danza ridícula para que los enferme- tiendes? Ese polaco era uno de mis preferidos. Ese polaco era un
ros se diviertan un rato en lo que esterilizan su jeringuilla y colocan violinista brillante. Tocaba como nadie el Lamentate. No necesitaba
los medicamentos en orden. Un dios incluso no debe estar amena- siquiera del arco, con sólo pasar uno de sus dedos por encima del
zando tanto, debe hacer las cosas y punto. Por eso es que todo le violín ya producía música. Y el Lamentate se alzaba frente a mis
salió mal. Hasta su propia vida, ¿entiende? No sé si esa la planificó orejas y entraba y salía. Tocaba el Lamentate como un verdadero
o no, pero morir amarrado en un castillo-sanatorio en lo que una maestro. Y no era un sin movimiento, como tu abuelo, que se quedó
gota cae constantemente del techo a un tibor, como lo vi yo con este postrado en un sofá toda su vida en lo que la mujer corría de un
ojo único, no es el mejor ejemplo de una verdadera vida. Ese dios negocio a otro. El polaco sí era un grande. Y tu abuelo lo mató a
estaba anémico, ¿entiende? Amarillento. Yo le dije, sólo vengo a in- traición, desafiando las reglas que yo inventé para la sobrevivencia.
formarle, señor dios, que buscaré el punto único donde se encuentra Por eso es que me cansé de seguir creando cosas. No se puede cons-
el Este, el punto único donde confluyen todas las grandes energías truir una jerarquía que después nadie respeta. No tiene sentido. ¿Lo
pero también todo el gran odio de eso que malamente llamamos el entiendes? No tiene sentido. Eso se lo explico todos los días a estos
Este, y en ese punto levantaré una torre. Una torre museo. Una torre enfermeros pero son tan idiotas que ni siquiera eso captan. Ríen con
leprosorio. Una torre clínica. Una torre archivo. Donde todos vivi- su boca llena de dientes y después me amarran acá para que no me
remos y lo maldeciremos a usted de por vida, por haberlo hecho escape. Todos los días. Sólo me sueltan a la mañana y a la tarde,

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como si yo quisiera huir a nosédonde. Y antes de irse asoman su ojo palabras en la boca para saber si era tan valiente. Pero cuando lo vi
por la cerradura a ver si todavía me muevo. Esos ojos negros con una echarle la jarra de cerveza al polaco en la cara y convocarlo a duelo,
bolita blanca en el centro. Ojos enfermos de enfermero. Y cuchi- me di cuenta de que era peor incluso de lo que había imaginado.
chean entre sí. Estoy seguro que me quieren envenenar. Traen de Una rata vulgar. Eso, una rata vulgar que siempre se aprovechó de
pronto una sopa o un pedazo de pan o una salchicha y me la mues- todos. Sobre todo de los más débiles. Y por eso su discusión con el
tran y me dicen cómela. En forma de orden, ¿entiendes? Cómela. polaco, para alzarse con su dinero. Con el dinero del polaco y el
Para que yo caiga en su propia necesidad, en la fatiga. A veces inclu- dinero del flöte. El dinero que el polaco y todos los polacos han ga-
so la asan delante de mí. Improvisan un pequeño horno y me suel- nado tocando alguna vez el Lamentate. El dinero que la maestría ha
tan para que yo vea cómo la piel de la salchicha se va tostando y pida creado. Eso sí era música. Primero un compás largo, después uno
perdón y me arrodille e incluso implore un pedacito. De esta forma corto, otro corto, uno medio… Eso sí, y no el ruido de la cabrona
todo les sería más fácil, ¿entiendes? Pero me he propuesto no dejar- pistola de tu abuelo, que se llevó al polaco descerrajándole un balín
me vencer. Cuando asoman sus cuerpos de enfermeros y sus manos en medio de la cabeza. Uno de esos balines de Prusia que tanto me
de enfermeros y su bolita blanca de enfermeros por esa puerta y di- gustaban. Un balín hecho de acero, con el rostro del polaco y la
cen, una salchichita hoy señor dios, me quedo mudo y pienso sola- palabra śmierć incrustada en la superficie. Tal y como yo lo sorpren-
mente en el Lamentate. Ah, eso sí era música. El polaco acariciando dí aquella tarde en aquella taberna raspando la bala y soltando vene-
su violín frente a mis orejas en lo que yo ideaba una nueva manera no por el colmillo, de la misma manera que sueltan veneno y sudan
de construir cosas. En lo que reposaba. Y tu cabrón abuelo mató al veneno los perros rabiosos. Los Oblómovs son perros rabiosos. ¿No
más querido de mis polacos, ¿entiendes? Le dio un tiro en la frente lo sabías? Rabiosos y con colmillos. Por eso los iré ablandando poco
a traición, y como si esto fuera poco volvió a cargar su maldita pis- a poco, para que después no digan que no recibieron una oportuni-
tola y le volvió a disparar otro tiro en la mano derecha, para que el dad doble, un extra. Los iré metiendo a todos en un tibor hasta que
polaco ni siquiera en el cielo pudiese volver a tocar su violín. Lo hizo suelten la piel lentamente, hasta que se despellejen. Nada como un
a propósito. Por maldad. Envidia. Idiotez. Por necesidad de hacer tibor lleno de agua para castigar a un perro rabioso. El veneno se le
daño lo hizo. Yo lo veía entrar y salir de esa taberna donde el polaco convierte en savia; la rabia, en lechita cerebral. Así que ve y díselo
celebraba con el flöte la premier de su concierto y casi le puse las ahora mismo a tu abuelo. Y pregúntale qué hizo con todo el otro
palabras en la boca para saber si era tan valiente o no. Todos los dinero que robó, qué hizo con todas las monedas que le estafó a la
cuentos que él hace sobre sus viajes son mentira. Tu abuelo no fue japonesa de Okinawa antes que muriera, con las trampas y menti-
más que un sucio ratero que robó y violó en todas las ciudades don- ras. Pregúntale de dónde fue que sacó aquellas dos maletas de car-
de estuvo y así fue como hizo su capital. Robando, estafando, pro- tón. Anda, ve. Ustedes son perros rabiosos y de esa manera es que
metiendo lo que él sabía nunca iba a poder cumplir. Le puse las van a morir todos, como perros rabiosos. Yo les voy a seguir ­poniendo

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escopetas en su camino hasta que se aniquilen, hasta que se les re- te obligaban a tener la boca abierta más de una hora porque sino te
viente una ampolla de cianuro en la frente, hasta que exploten. Mu- exponías a un castigo, cuando te decían salta. Y para ustedes nunca
chas escopetas. Muchas. Vivirán en un hueco donde el único senti- hubo mejor castigo que ese: tener la boca abierta hasta que la man-
do no será la enfermedad o el accidente o los lamentos de tu asque- díbula se les trababa y no podían moverla más; hasta que la lengua
rosa mamushka. No. Vivirán en un hueco lleno de escopetas y nun- se les podría. Para ustedes nunca hubo mejor castigo que los «ejerci-
ca se enterarán. Disparándose unos a otros, apuntándose al pescue- cios espirituales» que inventó para ti el gordo Kempowski: el terror
zo, aniquilándose. Quien tenga el pescuezo más largo caerá más del Internado, el mongol del Internado le decían, por esa melena
rápido. Lo juro. Quien tenga el pescuezo más largo pagará incluso con pinchos de erizo que tú mismo tenías que peinarle cada vez que
sin haber cometido algún crimen. Es una ley contra tu abuelo y él a medianoche se tiraba de su cama y te decía dale, abre la boca,
contra toda tu familia; contra tu idea del Este. Esa idea gorda e in- en lo que tú implorabas, rogabas, pedías perdón, con lagrimitas en
servible, inválida. Una ley contra ésos que son víctimas y a la vez no los ojos. Con calambre, hipo, fatiga, miedo, ya que si juntabas los
pueden hacer nada para dejar de ser víctimas. Como tu madre, tu dientes venía automáticamente un primer golpe y después otro, otro,
padre, tú mismo. Pensarán que con las escopetas dominarán el otro, sin advertencias ni nada. Golpes y más golpes hasta que el
mundo, que una bala, que dos, que un muerto… Pero no. Será al gordo Kempowski se cansaba. Y el cansancio no era precisamente
revés. Y todo el mundo sabrá que la solución siempre será lo que una de sus debilidades. No. Cuando Kempowski levantaba su mano
marche al revés, menos ustedes. Perros y víctimas de su propia pa- ni siquiera el chino Hu podía bajársela. Kempowski era un prodi-
sión, de sus colmillos, de su instinto asesino, de su melancolía. Nada gio. ¿No lo sabías? Por eso fue que lo puse ahí, en el Internado, muy
me dará más placer que ver cómo entre ustedes se destrozan a mor- cerca de ti, para que te fuera haciendo ver que nunca ibas a poder
didas. ¿No es esa la ley que inventó el tramposo de tu abuelo frente escapar de mi telaraña de escopetas, de ese mundo de odio donde
a la felicidad y la armonía que representaban mi músico polaco y el dejé atrapado a tu abuelo y a tu bisabuelo y a tu tatarabuelo, a quie-
flöte? Pues eso recibirán. Y no lo sabrán. Nunca. No lo sabrán. Ir nes por diversión cuando aún no estaba aquí en Pirna le disparaba
por el mundo sin saber algo es el mejor castigo; el único castigo in- con una Mauser chiquitica como si fueran palomos de feria. Una
cluso. Y los Oblómovs son estupidez más ignorancia; crueldad más Mauser que una vez mi médico checo me regaló. Enganchaba el
ignorancia, tal y como te susurraban bajito en el Internado los otros retrato de ellos a cualquier muro y les disparaba: una, dos, tres, has-
alumnos en lo que se reían de tu cara. Por eso es que al final nada ta que el retrato con una gran mancha de sangre caía. Yo y el gordo
les va a funcionar. Nada. Ser víctima de uno mismo no es ni siquie- Kempowski. ¿Entiendes ahora? Kempowski y yo. Esa es la única ley
ra un precio. Ni ser víctima ni matar ni coleccionar escopetas ni que hay en este mundo. Por eso aunque intentes escapar e intentes
mostrar benevolencia ni levantar osarios. Nada. Por eso me gustaba construir un destino por ti mismo y para ti mismo estás condenado
tanto cuando te acorralaban en el Internado y te golpeaban, cuando al fracaso. Como tu abuelo y tu tatarabuelo y tu recontrabuelo.

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Como todos en general. ¡Al fracaso! Siempre pondré un Kempowski no dos, como en principio había diseñado. Ahora ni siquiera tuvie-
cerca de ti para que te vigile. Un Kempowski gordo, con papelitos ras esa mascarilla tan horrible que te cubre la cara. Ahora estarías
llenos de mocos en los bolsillos, con pelo grasiento, con peste, con muerto. Junto a tu abuelo y tu bisabuelo y tu tatarabuelo. A dos
una cicatriz en la boca, para que te de asco incluso mirarlo. Para que metros bajo tierra y con dos perdigones enterrados en la cabeza.
cuando él te castigue, y te castigará –lo juro– todos los días, veas Muerto y con la imagen del gordo Kempowski en tu pecho, a modo
que la única tradición verdadera es la del horror, la de la herida que de sudario. Muerto y mucho más muerto que todos los Oblómov de
duele aunque en teoría para todos se haya cerrado, la de la culpa. tu familia. Más muerto que la Oblómovina, a quien maté de un
Eso es lo único que existe, ¿entiendes? La culpa. Así que si has veni- cáncer en la lengua por dejarse hacer un hijo todos los años del ase-
do a reclamar algo o a buscar perdón puedes irte de nuevo. No hay sino ese, perpetuando una familia que no ha servido para nada, que
perdón. No hay descanso. No hay silencio. No hay nada. ¿Captaste sólo me ha traído taquicardia. Hasta cuando tu madre va al confe-
eso? Nada. Construye la torre o lo que quieras; a mí, igual. No es la sionario lo único que siento es taquicardia: que si los zorros, que si
primera vez que alguien me viene con el cuento del verdadero Este, la maldición, que si la envidia, que si el capital-dinero. Al final tu
de la energía verdadera, del Kitái-Górod, de la Eslavia. Bastante madre en lo único que piensa es en el capital-dinero. Por eso termi-
tengo ya con tener que cuidarme yo mismo de estos inservibles en- nó enloqueciendo a tu padre y por eso su vida no es más que un
fermeros, de la jeringuilla que me meten todos los días entre ceja y hueco. Un hueco más hueco que el hueco lleno de pus que tú llevas
ceja, de las pastillitas. Sueñan con envenenarme, ¿te das cuenta? en la cara. Un hueco que ella intenta llenar comprándome, como si
Después jurarán que fue culpa mía, que me negué a comer, que a mí me importara el dinero que ella da para volver a edificar la gran
siempre fueron amables conmigo, que ya yo tenía demasiados años, cebollona que corona a la iglesia del espantoso escarabajo ese. ¿Pien-
que no me funcionaba bien el pulso, que la cirrosis, que la uretra. sas que no me doy cuenta cuando la veo hincarse frente a la cruz
Dirán eso y más. ¡Lo sé! En verdad, sólo quiero descansar y escuchar cómo al final sólo está pensando en el capital-dinero? El dinero y no
nuevamente el Lamentate, en vivo. Sentarme en una gran sala y ver el perdón es lo único que le importa. El dinero y no el alma. Dinero,
cómo el Lamentate se levanta, da dos o tres vueltas delante de mí y dinero, dinero… Por eso le saldrá también un tumor en cada dedo.
se pega al techo, y baja, y sube, y se convierte de pronto en telaraña Una protuberancia gorda y cianótica le saldrá en cada uno de sus
y en polvo y en mueble y en cada instrumento y hasta en alfombra. dedos, para que sepa lo que significa la palabra maldición. ¿Ella no
El Lamentate-odio. El Lamentate-miedo. El Lamentate-resurrección. habla todo el tiempo de higiene moral? Pues a partir de ahora nece-
Yo muero ahora y renazco de nuevo, ¿no lo sabías? Ni siquiera tu sitará mucha higiene, te lo aseguro. ¡Mucha mucha! Me pondré a
torre Oblómov podrá impedir eso. Ni tu torre Oblómov ni tus le- ensayar mi foxtrot y por cada paso que aprenda le abriré un hueco
prosos Oblómovs ni tu escopeta inútil, con la misma que te saqué el en los pulmones, por sólo gritar y no atreverse al final a nada, por
ojo y que por bueno dejé que explotara una sola vez en tus manos y haber destripado durante años al inservible de su marido. Por lo

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menos tu abuelo mataba. Iba y agarraba lo que quería; sentía que el 6.
mundo era de él. Por eso dejé que arreglara su vida él solo, sin nin-
gún tipo de intervención, hasta que me cansé y creé para él su ataúd-
sofá. Pero tu madre es puro peligro. Sólo habla y reza, todo el tiem-
po. Habla y reza y come, sin descansar, enloqueciendo a todo el
mundo y sin atreverse a otra cosa. El día que se atreva a asesinar a
alguien entonces la dejaré un ratico tranquila. A ella y a toda su fa-
milia. El día que agarre una pistola como Gran Oblómov y le meta
un plomo a alguien en el centro de la lengua y después baile un
foxtrot encima del charquito de sangre, la dejaré en paz. Pero por
ahora conmigo no puede contar. Para ella está la puerta cerrada.
Que aprenda que estoy contra ella y contra todos. Incluso, contra
mí. Esa es la verdadera solución, ¿lo entiendes? El verdadero camino.
No buscar el Este ni el punto donde confluyen las doce campanadas
de la tercera Roma, que ni en Rusia ni en Polonia ni en los Cárpatos
está. Eso es sólo mito. La verdadera salvación es enterrar a todos
Q uizá uno de los días más importantes en la vida de Oblómov
el Tuerto haya sido el nueve de noviembre. Día en que el In-
ternado completo asistió al desfile militar.
bajo la hierba y dejarlos ahí quietecitos hasta que se pudran, como Qué marcha esa, convinieron todos. ¡Qué elegancia! ¡Qué disci-
esas vacas que acabas de ver por la ventana. ¿No viven mejor ahora plina! ¡Qué resolución! ¡Qué Kunst!
esas vacas en su verdadero mundo no-mundo? Eh, ¿dime? ¿No pas- La profesora de patriotismo, lengua y civilidad, era la que más
tan mejor ahora? Busca tu punto o tu torre o tu escopeta y déjame reía entre todos.
en paz. Ya regresan los enfermeros de nuevo, ¿los sientes? Y esta vez Se había retrasado un poco, a propósito, para de esta manera vigi-
vienen con una jeringuilla todavía más grande, como si la solución lar a los alumnos –algunos tan descarriados que no se les podía per-
fuera el tamaño de las cosas. Yo regreso, es lo único que te puedo der pie ni pisada. A la vez, para no perder detalle de la configuración
decir. Yo regreso. Y si levantas una torre y no me gusta vendré en de los escuadrones ni de la música que cada una escogería para pasar
forma de viento y la tumbaré. No será la primera vez que le parto la por delante de la tribuna. Posición desde donde ella, incluso, podría
cabeza a alguien, la primera vez que arrastro a un idiota hasta que le ver al Juez de Instrucción explicándole a uno de los tantos tarugos de
arranco una pierna, la primera vez que mato. Así que ahora vete vete su familia el significado que una a una todas las banderas triangu-
vete… ya vienen los jodidos enfermeros. A ver, cómo es este paso de lares poseían y lo que ese hombre solitario delante de cada batallón:
foxtrot. Ajá, sí, así es. Eeeeso… Pickelhaube erecto, rostro marcial, espada al cinto, quería decir.

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Desde su posición la gorda profesora de patriotismo, la Marmo- competencia de otro carnicero que había abierto su Metzgerei en la
ta, como la llamaban en secreto los alumnos, también podría ver a punta izquierda del pueblo y vendía carne kosher. Es decir: purifica-
Oblómov el Grande, que se había encajado en la cabeza un sombre- da según el rito judío. Carne que vendía mucho más barata y mejor
ro oscuro, de paño, no vaya a ser que el aire soplara esta vez con más cortada que el carnicero de la calle central y hacía que la mayoría de
fuerza o frío y lo resfriara, como comentó antes de salir de casa a la las personas lo prefirieran.
Sra. Oblómov, quien para hacerle juego a su marido se había encas- ¿No se había comentado ya más de una vez que el Carnicero
quetado encima del vestido de flores violetas y blancas, de un corte Uno le había intentado envenenar varias veces los pedazos de vaca
para principios de noviembre demasiado seriote, un abrigo que re- al Carnicero Dos y, gracias a que éste, trabajaba con un enano que
mataba el cuello y los puños con una piel erizada de conejo. Aunque sólo hablaba yiddish pero se mantenía siempre vigilante, la cosa
como el tiempo estuvo tan favorable: esta noche será un portento, no había pasado de uno o dos intentos ni siquiera corroborados
convino la profesora y Oblómov el Mayor y hasta la Oblómovina, del todo?
quien producto del cáncer ya no podía hablar y sólo movía la cabeza No obstante, la Profesora de patriotismo se había mantenido fiel
arriba y abajo desde su especie de artefacto con ruedas, la señora al Carnicero Uno. Su madre ya le compraba carne al padre de éste
Oblómov nunca se lo abrochó del todo. incluso cuando la res a causa de la guerra no alcanzaba para todos
Cosa que satisfizo mucho a Oblómov el Grande, quien entendió (nadie sabía bien si por pocas vacas o mucha gente), y ella había
el desfile no sólo como una ocasión patriótica (y bien que el Este crecido, por decirlo así, alimentada por la mano y los jarretes gordí-
necesita de estas cosas, sentenció), sino, como una ocasión donde se simos del primero de todos los carniceros. Toda una leyenda en el
podría combinar el ruido de las armas, los sables y las botas con el pueblo, la verdad; y no tan soso como el hijo…, tal y como siempre
deseo que así, de repente, le había despertado el busto de su mujer, se soltaba cada vez que alguien hacía una referencia al presunto en-
siempre amordazado –el pobre– bajo un camisón negro y una cruz venenador de vacas-kosher.
rústica, chiquitica. La cual, hoy, por suerte, se había quedado clava- Desde su posición también se veía al Cura, que como una araña
da debajo de toda la ropa y no se veía. Mierda de iglesia, pensó éste, miraba a todos lados sin reírse. Una araña calculadora y negra, es-
en lo que por delante marchaban tres soldados flacos y rubios. treñida, de muelas tensas. Al Director de la escuela, costilloso y de
Desde su posición la Marmota divisaba también al Carnicero de ojos azules, con el que ya más de una vez había tenido algún encon-
la calle central, al que ésta por primera vez veía sin un trapo blanco tronazo. Al Mudo, que era el que le traía semanalmente los víveres
delante y salpicaduras de sangre en la ropa. hasta su casa, ya que con el Maquinista no se podía contar pues o
Carnicero que había heredado el negocio de su padre y detrás del estaba postrado frente a la radio escuchando uno de esos discursi-
mostrador había envejecido: soltero, redondo, afable y mezquino. llos políticos que hablaban de alguna explosión en no sé dónde o se
Hombre que se había ido empobreciendo poco a poco debido a la encontraba en la taberna «dándole al asunto en la misma costura»,

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como su madre, tartamuda pero aún lúcida, le recordaba cada vez hablaba de esto, era el Maquinista. Permanecía más tiempo de lo
que ambas a la salida de la escuela se encontraban. normal en la taberna, esto es, hasta después del último comensal y
¿Quién más se veía desde su posición? nadie sabía cuándo en realidad se marchaba, aunque parece lo hacía
A través de ella podríamos ver al hacedor de quesos y su mujer, casi al amanecer.
a los dos gitanos que siempre tocaban esa especie de tango ruteno Por lo que ella (la Marmota) había visto, hasta se había compra-
en el centro de la plaza, a uno de los futuros integrantes de la tropa do una gomina almibarada para tener siempre la punta de los bigo-
Oblómov, que siempre se paseaba soltando baba con sus dos dientes tes «afilados» y, en los últimos tiempos, permanecía menos horas
de conejo y una pistola de ficus colgada al cinto, a los policías, con frente a la radio. Cosa en verdad bien extraña para alguien que había
cara de envidia ante el glamour de las botas, los sables, las chama- pasado los últimos treinta años de su vida con la oreja literalmente
rretas y la banda militar, al señor Holzschwanz, el bávaro, como conectada al aparato. Un día incluso soltó: la política es el arte de
todos le decían, el cual hablaba de manera tan «espesa», al dentista, convertir las palabras en mierda. Y se fue, sin esperar siquiera la
al zurcidor de zapatos, al presidente de La Estrella de Salomón, a la ­salchicha, la col agria y el knödel que la Marmota terminaba de co-
secretaria del museo…, pero todas estas gentes son insignificantes locar en un platico. Fingiendo, relata entre tres lagrimones la Mar-
ahora mismo para esta historia. mota, mal humor.
¿Qué es lo que hacía que tras la sonrisa de la Marmota, jovial y Como todos saben, la Tabernera, esa rubia de caderas anchas
casi fingida, como desde hace mucho años le repetía también cada había enviudado un año antes y aunque hasta el momento había
tarde su madre («esa risita tuya que casi no soporto»), se abriese una vestido siempre con ropas oscuras y había continuado dándole un
suerte de hueco, barreno en la pared, vacío; una alcantarilla angosta trato distante a sus clientes, a partir de cierto momento más de uno
que ya Oblómov el Tuerto con su único ojo de cazador de zorros había visto, con ese ojo intenso que sólo proporciona el alcohol, que
había notado en los últimos días y la cual se hacía imposible de las jarras de cerveza para el Maquinista se elevaban gloriosamente
atravesar sobre todo cada vez que ella, como siempre, con sus dien- por encima de la marquita que señala 0,5 litros y a veces hasta le co-
tes perfectos escupía la palabra patriotismo delante de los alumnos? locaban al lado rebanadas de pan negro y una manteca aceitunada
Palabra que, no está de más recordarlo, desde inicios de semana no que la misma Tabernera hacía para, sin dudas, ayudar a algunos
sonaba ya como antes: insoportable, herniosa, mandril y deplorable, comensales a metabolizar mejor el alcohol.
como un muletazo por sorpresa en la nuca. Sino a coso frágil y sin ¿Podemos pensar que en esta sobredimensión de la cerveza y en
vida, anémico. esta atención inusual de la Tabernera hacia el Maquinista había algo
¿Qué pasaba, había algún secreto? oculto, taimado, donde el ser y la moral del Maquinista se pondrían
Aunque ustedes quizá ya se han dado cuenta, parece que la razón a prueba, como le comentó la Marmota entre arrumacos a su ma-
no tan oculta, pues desde hace algún tiempo sólo en el pueblo se dre, y donde todo ese mundo que con lentitud ella había construido,

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«porque había sido ella y sólo ella» dijo golpeándose el pecho, «la donde por suerte los muñecos no tenían genitales. Otros, ni siquiera
que había hecho que él se sintiera estos últimos treinta años a sus eso. Habían errado por completo.
anchas», se desplomaría por culpa de una rubia de nalgas gordas que Oblómov el Grande, padre de Oblómov el Pequeño, a la noche,
ni siquiera tenía idea de todas las cosas que él había aprendido desde después de las jerigonzas y los racimazos de agua bendita de la se-
que ella un día lo recogiese hasta hoy? ñora Oblómov, había a su manera y con sólo una frase resumido la
¿Es posible, preguntó ella y preguntó la Sra. Oblómov y preguntó jornada: De haber estado yo, hubiera ganado por una cabeza.
el Carnicero Uno, que pudiese ocurrir en el más bien minúsculo Cosa que enorgulleció a Oblómov el Tuerto y lo hizo acordarse
trayecto de vida de un ser humano algo así? de sus días ante el zorro cobrizo, cuando cazar tres o cuatro en
La Profesora de patriotismo, lengua y civilidad empezó a poner una mañana lo hacía sentirse mayor de lo que en verdad era: un
en orden en ese mismo momento todos los detalles de su vida, sobre francotirador.
todo los que estaban relacionados con la convivencia en común, Pero, ¿qué era lo que Oblómov el Tuerto había aprendido en ese
y tal como Oblómov Satanás, Oblómov el Pequeño, Oblómov el desfile donde la rectitud militar daba paso a un nuevo batallón con
Hueco (así le llamaban entre burlitas los internados) observó, ésta casi idéntica pose y casi idéntico traje y para alguien no vinculado a
quedó en medio del desfile y durante un buen espacio de tiempo la jerarquía política podía ser sólo motivo de reunión, fiesta y musi-
con una sonrisa petrificada. Mirada que sólo vino a desentumecerse quita? ¿Hay algo que aprender en los desfiles militares?
cuando el ruido de los fuegos de artificio irrumpieron y la gente Oblómov el Tuerto no lo supo hasta que no se hizo esta pregunta
empezó, sin señal u orden previa, a gritar y a patear. semanas después a sí mismo. Pero sí, había algo importante. Algo
Aplausos, cohetes y gritos que daban paso a la segunda parte del que a partir de este momento reorganizaría toda su vida. Algo que
evento y que para Oblómov el Tuerto, con su amor frustrado por las ni siquiera los militares con sus cascos terminados en puntas sobre-
escopetas, era la parte a reseñar de toda la marcha. Aunque hoy tam- salientes como pararrayos y su mostacho político (fantasmas toscos
bién, y por eso a partir de este desfile esta fecha para él será tan impor- del ejército prusiano) conocían de manera consciente.
tante, había aprendido algo de lo que después hablaremos. Algo que Y ese algo Oblómov el Tuerto lo había descubierto.
por decirlo de alguna manera le daría estructura a su espacio futuro. Lo había descubierto de la misma manera que uno descubre en
La competencia de tiro de los diferentes batallones había empe- una mañana o en el transcurso del día una mancha. Una mancha
zado más bien con resultados pobres. Los concursantes, uno por prieta y babosa que procede del baño de los vecinos y cada día crece
cada comando, no eran tan buenos como Oblómov el Pequeño ha- y crece en el techo hasta que lo devora todo.
bía ansiado, y se podía ver que aunque habían apuntado a la cabeza De esa manera lo había descubierto.
y al pecho de los hombrecillos de cartón (¿adónde si no?), algunos Así que ahora regresemos al Internado. Después continuaremos
de ellos sólo habían hecho diana en la parte inferior. Es decir, allí hablando de este asunto. Es de noche.

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7. Cosa que obligó incluso dos días después a la Jefatura de Policía
a emitir un panfleto donde intentaba explicar algunos de los porme-
nores bajo los que se había realizado la operación y a mostrar fotos,
datos y opiniones del anarquista atrapado. El panfleto terminaba
diciendo: Nuestro Estado es Fuerte. Frase que según la policía devol-
vería calma y confianza a la masa, siempre tan necesitada de enun-
ciados no-polémicos ante los vaivenes de la política contemporánea.
Pero, ¿cómo es en verdad un anarquista?
Es decir, ¿cómo luce un anarquista que horas antes bajo la «en-
fermedad que produce el no-orden» se había echado a la calle con
una bomba en la mano y horas después había sido comprimido en
una camisa de fuerza, se le habían dado dos bofetadas (dos bofeta-
das cada dos segundos), se le había hecho dormir con un bombillo

A pesar que el anarquismo ha sido históricamente una de las


corrientes políticas más estudiadas del sur, centro y este de
Europa, Oblómov el Tuerto no escucharía hablar de ella hasta preci-
encendido toda la noche, se le había retorcido con unas tenazas de
bronce la lengua para que explicara sus razones, sus contactos, su
verdadero nombre, el por qué de su sospechosa calva, etc…, y más
samente el día posterior al desfile, cuando la grandeza de la marcha tarde, quiero decir: tres días después, sería condenado a un tiro de
militar se vio opacada, por lo menos en cuanto a noticia se refiere, gracia en un juicio público?
por un incidente que fue atajado a tiempo, que bajo el ruido de los ¿Resultaría verdad, tal y como rezaba el panfleto, que todos los
fuegos nadie notó, que ni siquiera le hizo torcer las rodillitas a la anarquistas lucían iguales, que todos manejaban sin excepción las
Marmota, pero, a partir de ese momento, se convertiría en el non mismas razones e incluso todos deseaban tener el mismo alias?
plus ultra del mes. ¿Qué era, en resumen, el anarquismo? Se preguntaron todos y
Los periódicos no pararían de argumentar sobre el tema (tam- Oblómov el Tuerto entre ellos.
bién hablarían de quemazón y cadáveres y cristales rotos en un país ¿Qué deseaban en verdad esos señores?
vecino, pero esto no le interesaba a ningún buen ciudadano del Este Terror, gritaron los periódicos.
hoy), y la masa, siempre tan adicta a los titulares que esconden una Terror, gritaba la Sra. Oblómov detrás del cura, el cual con su na-
suerte de morbo asesino, empezaron a veces entre risitas a veces con riz eclesiástica y ligeramente inflamada por el alcohol sintió peligrar
una verdadera arruga de preocupación en la frente a nombrarlo El de inmediato la estabilidad de sus dos cúpulas en forma de cebolla e
regreso del mal… incluso vio al Jesús de palo que colgaba sobre el altar caer de bruces

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sobre la mesa y ser penetrado brutalmente por dos o tres lengüetazos El recordaba cómo hacía un par de meses atrás en lo que pulía
de fuego que lo hicieron pasar en un santiamén de figura reverencial los cañones de su escopeta preferida, una Rivolier recién importada
e incombustible a vulgar trozo de carbón, como si la institución o el de Saint-Etienne con báscula de plata y una hermosa filigrana de
Todopoderoso no pudieran nada ante el particular trote militar del influencia árabe tallada que se extendía hasta la misma culata, su
fuego, ese Belcebú. padre, así como de pasada, en lo que entraba con prisa al salón le dijo
Terror, gritó la Profesora de patriotismo, lengua y civilidad, cuan- ¿cómo va la cosa, anarquista?, y había continuado, sin prestarle aten-
do en plena clase se comentó y discutió –es un decir– el tema. ción, buscando uno de sus mamotretos de cuentas por toda la casa.
Terror, le gritó el Carnicero Uno a todos sus clientes. ¡Terror!, Anarquista…
dando a entender que el Carnicero Dos, ese judío, se alegraba del ¿Podía separarse el significado de la palabra del dolor y la muerte
asunto y hacía «cosas raras» para que esto sucediese. que hasta el momento, según la Marmota, esa corriente de pen-
Terror, gritó incluso el propio anarquista, cuyo nombre de guerra samiento (tumefacto delirio, fue en verdad como lo llamó) había
era Kropotkin, cuando le preguntaron setenta y dos horas después producido?
en pleno juicio si tenía algo que agregar a lo escuchado… Oblómov el Tuerto recortó y pegó en un álbum de tapas negras
Palabra esta, terror, que dejó sin consuelo a Oblómov el Tuerto la foto que el panfleto de la Jefatura de Policía había emitido.
al intentar buscarle una explicación al hecho de que alguien se ¿Quién era este Kropotkin de barba espesa y ojillos de ratón de-
encerrara durante días en una buhardilla sin luz a unir diferentes trás de unos espejuelos con aro de plata?
elementos que más tarde, accionados con un fósforo, convirtieran Por lo que decía el documento el tal Kropotkin era de baja es-
a la personas y a los uniformes e incluso a las botas relucientes de tatura, con saco y pantalones negros. Su barba, la cual en la foto
los soldados del batallón veintidos, con esos cordones tan bien lucía oscura, era en verdad rojiza, con hilillos blancos –como todos
ajustados y ese brillito grande en sus medallas, en bolsones de los anarquistas remataba el pamphlet–, y al parecer no tenía en el
carne sanguinolentos donde ya no se pudiese reconocer a nadie semblante ninguna huella especial, nada que delatara esa especie de
y donde un pie aquí una cabeza allá ofrecerían por lo menos una calentura que según Oblómov el Pequeño se levantaba cada cierto
confusión tan grande que nadie después tendría la certeza de estar tiempo en un cerebro que estuviese refugiado tras un rostro tan
enterrando en verdad a su marido. ¿Era eso lo que significaba la gordo y dispuesto al mayor crimen.
palabra terror: confusión, picotillo, lagrimones, deseos de confun- ¿No era de alguna manera esa especie de calentura, ese Föhn, el
dir, violencia? que convertía también a la Marmota en alguien insoportable y a la
Oblómov el Tuerto, alias Oblómov el Diablo, alias Oblómov el vez en un monstruo inusual, curioso?
Pequeño no podía creerlo. ¿Se podía reducir e incluso construir toda Oblómov el Tuerto observó nuevamente aquel rostro con una
una filosofía encima de eso? lupa.

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Lo observó un día y otro y otro. Siempre antes de dormir y siem- como un canguro, había tenido un hijo al que «en honor del gran
pre antes que apagasen la luz, un bombillo amarillo medio sucio con italiano» había llamado Vanzetti: Vanzetti Kropotkin, como inme-
los mismos voltios que usaba la Secreta para hacer interrogatorios. diatamente reafirmó.
Lo observó volteando la lupa hacia ambos lados, de manera que Su propósito, continuaba el documento, no sólo era sembrar el
el grano de la foto no le jugase una mala pasada. Primero sobre los dolor en un área de por sí pacífica y «entregada a la estructura tra-
ojos, la boca, la barba, la nariz. Después, sobre la botonadura del dicional». Sino, desestabilizar al estado, acosarlo, no dejarlo desa-
cuello: un botón grande con un cráneo y dos huesos en huecogra- rrollar su tarea tal y como sólo las principales cabezas criminales
bado; sobre la única oreja (la única que la foto permitía investigar a intentan; liquidarlo.
detalle); sobre las arrugas de la frente. Y para darle veracidad a esta afirmación, citaba la opinión de tres
Lo observó de la misma manera que un explorador repasa y re- renombrados científicos europeos del momento: el Dr. Schweinkopf,
pasa nuevamente una línea de puntos sucesivos en un mapa, pre- el Dr. Maurier y el Dr. Gonzonzoles, del Instituto de Investigaciones
guntándose hacia qué lado se encuentra el mierdoso pozo de agua. Políticas y Biológicas de Madrid, especialista precisamente en «Teo-
Sin embargo no encontró nada. Nada de nada, sentenciaría años rías y prácticas de desestabilización en el mundo contemporáneo».
después recordando el suceso. Si los anarquistas eran unos asesinos,
Marmota dixit, por lo menos en algo sí eran especialistas: sabían Dr. Maurier: «El cerebro deformado de un anarquista, según
esconder muy bien la marca que delataba su enfermedad, ese «tu- hemos comprobado, ha sufrido un retroceso respecto al hombre
mefacto delirio». Y éste no era menos. común o general. Parece ser que todas las personas adscritas a esta
El tal Kropotkin, escribía el panfleto, desde su juventud había tendencia seudopolítica y seudofilosófica sufrieron alguna vez, en
sido mal encaminado, lo que debe leerse como que había escuchado su infancia, una especie de encefalitis que ha provocado una infla-
mación crónica en los conductos que alimentan el cerebro y por
con la oreja falsa falsos argumentos, y después de un período de
esta razón, algunos presentan un cráneo no plenamente desarro-
vida en San Petersburgo, donde había formado parte de un par de
llado, más parecido al de un niño que al de un adulto, y otros, una
cédulas bastante bien conocidas en Occidente por los periodicuchos
abolladura en el hueso craneal superior que evidentemente com-
y los ¡Alerta! que emitían mensualmente, donde hacían recuento de prime una zona del cerebro e impele a actuar fuera de los marcos
la situación internacional desde, por supuesto, un punto de vista comunes y racionalmente establecidos».
muy propio, se había radicado en Berlín, fundando varios grupos
clandestinos que nunca llegaron a cuajar gracias al «amor a la Ley Dr. Gonzonzoles: «Desestabilizar la política tradicional es el
del alma prusiana», como el falso Kropotkin indicó en los interro- principal acometido de las que científicamente llamamos razas in-
gatorios, hasta que casado con una mujer de la Baja Silesia, una feriores, es decir, que no han poseído las condiciones climáticas,
narizona de veinticinco años que reía continuamente y caminaba hereditarias, psicológicas y culturales ideales para desarrollar un

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genotipo inmune al caos y la desestabilización general. Por lo que ¿Y si se produce tan adentro, en la cabeza, descubrirán en algún
sabemos, estas personas ni pueden construir una familia sólida ni momento algo contra ella, alguna medicina, alguna bacteria, algún
pueden adecuarse al orden que la sociedad construye para que la germen, alguna inyección?
raza, tal y como desde hace millones de años sucede, se someta a ¿Se podía de verdad creer en los médicos y cirujanos como si de
una selección natural estable y productiva. En verdad ante estas una fortificación antigua se tratase…? Hay que estar atento, se dijo;
personas deberíamos tener más lástima que miedo».
una fiebre alta, una inflamación, una pastilla falsa, y ya uno está sin
saber del otro lado.
Dr. Schweinkopf: «Inestabilidad emocional, agresividad y tras-
No estaría de más subrayar que algo como la anarquía está muy
tornos de matiz esquizoide son los rasgos comunes que hemos des-
lejos de ser lo que precisamente Oblómov el Pequeño empezaba a
cubierto en las personas que bajo un temperamento influido por la
anarquía nos han pedido de una u otra forma ayuda. No estaría de
desear para su vida. Sobre todo ahora, después del nueve de no-
más decir que todos (en nuestra clínica sólo hemos tratado hom- viembre, día en que había descubierto algo importante. Algo que
bres) tenían un pene retraído y pequeño que los hacía sublimar su iría a inmunizarlo contra pseudofilosofías como la de «barba roja»
ego de manera peligrosa; además, todos, sin excepción, poseían Kropotkin y sus narodniki de nombres tan cómicos como Malatesta
rasgos eslavos: rostro huesudo, nariz mediana y recta, forma de o Bakunin, como remataba el panfleto. Descubrimiento que lo ayu-
ojos en picada. Curiosamente, a todos les crecía a partir de la adul- daría a encontrar no sólo su propio camino, sino, y esto pertenecía a
tez una barba rojiza que debido a su ‘filosofía’ no se rasuraban y la grandeza de su Idea, el de todo un imperio.
cubría gran parte del cuello. Aunque se niegan a hablar in extenso Así que repitió por enésima vez la palabra anarquía, antes de ha-
de su pasado, parece ser que todos tuvieron una niñez infeliz». cerse un ovillo debajo del edredón y poner especial cuidado, intro-
duciendo las puntas casi rotas de éste bajo la almohada, en taparse la
Ajá, entonces esto es la anarquía, le dijo Oblómov el Tuerto a ese gran cabeza. Cabeza cuadrada y sin mucho pelo que había heredado
otro Oblómov el Tuerto que dentro de él se caía de cansancio y ya directamente de su abuelo (cejas y cuerpo le crecerían después) y ya
incluso había colocado su gran testa sobre la almohada y comenzaba empezaba a darle el mismo aire de muñecón de feria de todos los
a roncar. Desorden, sangre, trastornos mentales, cabezas comprimi- Oblómov…
das, locura, enanismo… Esto es todo lo que la anarquía produce, No sé si ustedes lo saben, pero Oblómov el Tuerto, al igual que
y se quedó mirando con un rictus de incomprensión el rostro de Gran Oblómov y mamushka Oblómov y Oblómov el Mayor y la
Kropotkin hasta que sin ningún tipo de aviso apagaron el bombillo Oblómovina le tenía asco a las arañas.
y el Director del Internado pasó en persona chequeando una a una Y soñaba.
cada cama. Soñaba por ejemplo que una araña gigante con un solo ojo, un
¿Toda esa enfermedad es entonces la anarquía? pensó de nuevo. ojo rojo que no parpadeaba, inmóvil, bajaba haciendo zigzag desde

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el techo, lo entizaba a una silla y después de haberlo mordisqueado pantokrator es la verdad, la luz, la encarnación, el cuerpo y la síntesis
en el pie o en el orificio donde antes tenía un ojo, se lo zampaba, de todos los pantokrator.
con ropa y todo, en lo que él, por alguna razón (razón que me juró Después de esto volvían a sobrevolar Cracovia, ciudad que Obló-
no conocer), sin grandes heridas en el cuerpo aunque con una costra mov el Tuerto conocía relativamente bien por haber hecho los úl-
pegajosa por todas partes que a duras penas le permitía moverse, te- timos dos años dos excursiones a ella, hasta que amanecía y el sol
nía que remontar nuevamente desde los intestinos de la araña hasta les penetraba directamente por el único ojo rojo hasta el estómago,
su boca. Trampa que sólo lograba abrir cuando el animal dormía y donde en ese momento el christus arropado por la bilis grumosa de
él, en una orgía de sangre y escopetazos, le plantaba dos perdigones la digestión de la araña se debatía entre la contradicción de perma-
a la araña-polifemo-único-ojo en medio de la cara. necer impasible como un dios real y autosuficiente o plantar pelea
O soñaba que lograba amaestrar a la araña y se iba con ella a re- como una simple copia de él.
correr Cracovia. Con sus edificios polacos y sus patios polacos y sus Por supuesto que más de una vez Oblómov el Tuerto se despertó
mujeres polacas y sus estatuas polacas y sus estrechas calles polacas. entre temblores y sudando. (Eso de sobrevolar Cracovia con una
Ciudad que sobrevolaban cada uno con su único ojo rojo –en el sue- araña es un poco complicado). Pero hoy había sido distinto. Obló-
ño el único ojo de Oblómov Satanás era también por alguna razón mov el Tuerto durmió toda la noche y si lo hubiesen dejado hubiera
el único ojo rojo de la araña– hasta que descendían en la Galería de dormido todo el día de mañana y toda la noche de mañana y el día
los Viejos Maestros, la que está situada al margen izquierdo del río y la noche más arriba también.
y ostenta una puerta tallada con dos leones etíopes que se muerden Sin despertarse.
la cola, y se quedaban durante horas extasiados ante los iconos y Oblómov el Tuerto un día como hoy no había soñado.
el color oro con que los antiguos maestros bizantinos cubrieron la O por lo menos, se había levantado con algo claro: un verdadero
superficie de sus cuadros. Incluso, más de una vez la araña devoró hombre no tenía porque dejarse impresionar tanto por sus sueños.
algunos de los iconos delante de él. Uno donde se veía al San Petr de Así que cogió el álbum de tapas negras, la foto de Kropotkin, la
Novgorod crucificado de cabeza, con muchas espinas en el cuerpo, maleta, la ropa sucia, sus apuntes sobre la anarquía y se fue.
en lo que dos mujeres (¿María Magdalena 1 y María Magdalena 2?) Afuera, todos corrían a coger el tren.
a ambos lados de la cruz, pedían de rodillas y con las manos hue-
sudas sobre la cabeza, por la salvación, el alma, la resurrección y la
sabiduría del santo.
U otro donde un christus pantokrator totalmente negro, mira de
frente y hace el saludo de los dos dedos mientras una aureola sobre
la silueta de su cuerpo, hecha de palabras en cirílico, explica que el

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8. parloteo de Oblómov el Tuerto, según fuera el día, con un sí, sí, sí,
sí, sí, o un no, no, no, no, no?
¿Significaba quizá cada vez que se sentaban a la mesa terminar en
orden la sopa, esto es, sin manchas desagradables alrededor, e inclu-
so, la ración de sauerbraten con cebollitas encurtidas de la Bohemia
y los trozos de pepino, sin hacer preguntas incómodas o abandonar
la ración de carne medio mordisqueada a la mitad?
¿Significaba aprender a jugar al Go, moviendo las piezas de esa
manera extraña, como se había puesto de moda en el Internado des-
de que habían contratado a un ayudante de cocina chino de nombre
Hu que por las tardes se paseaba fumando una pipa larga de ma-
yólica por todo el patio central y cada vez que tenía tiempo retaba
a los alumnos a esa suerte de mememto mori estratégico y a la vez

¿Q
ué significaba el concepto orden para la familia Oblómov? incomprensible?
¿Significaba quizá que todos debían tener desde muy tem- ¿Significaba no dejarse golpear por otros pero a su vez no dar con
prano en claro que existe un punto de realización último en alguna un palo en la cabeza a otros?
parte y uno debe intentar arribar a ese punto lo antes posible para ¿Significaba puntualidad, síntesis de juicio, voz baja pero decidi-
así cerrar ese círculo privado-filosófico al que toda persona, intente da, higiene (muerte a los microbios era la frase que ilustraba el salón-
huir de él o no, está predestinado? comedor donde las mesas apretadas unas contra otras esperaban a
¿O significaba algo menos complejo, ideal, tal y como la señora los alumnos al mediodía y a la noche en el Internado); significaba
Oblómov encarnaba en su ir y venir por toda la casa, mientras iba religión?
dirigiendo con el índice siempre en alto la verdadera posición que ¿O ese lema que según el panfleto gustaba tanto a los Kropotkin
debían tener los pozuelos, los platos, la porcelana, los tenedores con y compañía: Viva la Muerte, era también una especie de orden, de
el blasón de la familia y los tazones de sopa en el estante rectangular mundo preestablecido y que sólo podía reaccionar y gobernarse bajo
y oscuro que tapiaba gran parte de la pared frontal de la cocina? sus propias leyes?
¿Significaba tal vez una conversación en toda regla con Oblómov ¿Significaba en última instancia colocar en posición el cuadro de
Padre, en lo que éste, que poseía manías parecidas a la de todos los Gran Oblómov que muchas veces permanecía días y días de lado
hombres con barba de su generación, se estiraba el chivo terminado entre la chimenea y la puerta que daba al salón y salvo la señora
en punta de anzuelo con un gesto muy particular y entrecortaba el Oblómov nadie tomaba en cuenta?

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¿O significaba simplemente no intentar caer en el vicio; es decir, ¿Significaba irse a retratar los domingos con toda la familia y
el alcohol y esos enrolladitos que ya todos los varones de su año quedarse tieso hasta que la bombilla explotara y nuestras facciones
cuando se juntaba a oscuras detrás del patio o en algún lugar aparte quedaran en línea dentro de un cartón que gracias a los neuen Zeiten
confeccionaban de manera compulsiva y fumaban? nos había hecho disminuir de tamaño hasta hacernos entrar en el
¿Significaba quizá volver a lo más puro del estilo prusiano, como espacio minúsculo de una foto, aunque a veces a alguien le faltase
Oblómov el Mayor repetía una y otra vez cada vez que en los pe- un pedazo de cabeza?
riódicos aparecía la noticia de un asesinato o una violación; cosa ¿Significaba empezar a entender las razones despóticas de los
que lo encolerizaba y lo hacía repetir en voz alta frases y frases en partidos, escuchar los discursos de sus principales líderes en la radio,
­Niederpreußisch, idioma que arrastraba desde la infancia (más de apostar a uno o dos de ellos, levantar el brazo?
una vez castigada por la enloquecida hemoglobina húngara) tal y ¿Significaba pensar en la raza única, tal y como mamushka Obló-
como otros arrastran un perro o un latón? mov repetía en todas partes poniendo como ejemplo a su propia
¿Significaba que todos marcharan al compás de la misma mú- familia: «ahora en un mal momento pero que, pronto, ya ustedes
sica y portaran incluso los mismos trajes, como un día vio en un verán, se recuperaría»?
teatro de títeres que una compañía de Sarajevo montó durante va- ¿Significaba cortarse un dedo con un hacha y soportar el dolor;
rias semanas en el mismo centro del pueblo; aunque evidentemen- un dedo completo, digo, y no un pedacito, una heridita?
te aquí la ropa y la música tenían un carácter paródico, es decir, ¿Significaba no tomar medicamentos para dormir, no dejar que
moderno? el cuerpo se pudriese a manos de la alquimia y la irresponsabilidad
¿Significaba no enfermarse del estómago, no tener diarreas, ha- de la sociedad en general, tal y como mamushka había aprendido de
cer ejercicios hasta tener los músculos contraídos, cepillarse como la Oblómovina: protege tus intereses y no te entregarás a la huma-
mínimo dos veces al día los dientes, tener cuidado de no andar con nidad no-blanca?
los zapatos sucios? ¿Significaba no contradecir, no gritar, no pensar; abstenerse de
¿Significaba mostrar a los demás que todo en esta vida se rige cualquier impulso que no hubiese sido sopesado por años y años de
bajo la mística y los golpecitos de la Ley, eso que ya los naturalis- tradición filosófica?
tas más obsesos habían clasificado como maridaje entre autoridad ¿Significaba no apuntarle a la cabeza al zorro?
y biología? ¿Significaba levantar un imperio que reestructurara para siem-
¿Significaba Darwin, del que la Marmota no quería ni escuchar pre la relación entre hombre y no-hombre, no-hombre y animal,
hablar y acusaba de «mono grotesco con demasiados pelos que nos como habían predicho los antiguos coptos al inventar la idea del
quiere convertir a todos en una suerte de doble de él mismo»? Mí- humano que sube al cielo y baja, el liliputiensis seraphicus, creo se
renle la cara, decía, agitando su foto, ¡esto lo explica todo! llamaba?

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¿Significaba tragedia, enfermedad, teatro, pero a su vez cons- Algo más, quiero decir, que toda esta confusión de preguntas que
trucción real de la propia fuerza, conciencia de sí mismo? pasaron por la cabeza de Oblómov el Tuerto en el trayecto del Inter-
¿Significaba risa negra, expresión que después para toda la fa- nado hasta la casa y que muchas veces aunque con un punto mayor
milia tendría un significado extraño al ver cómo el destino de los de moral habían pasado también por la cabeza de la Sra. Oblómov
Oblómov se hundía en la trampa que tanto vida como medicina e, incluso, por la cabeza de la Oblómovina, quien desde su sillón de
había reservado para ellos? manivelas giratorias veía cómo la familia iba disminuyendo (dismi-
¿Significaba aceptar la idea de la torre y de todo lo que ella con- nuyendo en representación jerárquica y en espermatozoides, dirían
tendría: pájaros disecados, bobos con una pistola al cinto, epilépti- los malintencionados) y pensaba en aquel tiempo en que Oblómov
cos, santones con llagas y santones sin llagas, libros, envases con fe- el Grande con un gesto desde su sofá y su pijama de cuadritos grises
tos mal formados, piedras, sifilíticos con una pústula en el ombligo, y negros ponía a temblar a todo el pueblo? Un gesto y pum, pensó la
cojos, huesos…? Oblómovina cuando vio aparecer la cabeza cuadrada de Oblómov
¿Significaba matar: matar a alguien que no se atreviese a pensar Satanás por la puerta. Un gesto, y el abuelo de este inútil ponía a
igual que tú, de la misma manera que un médico opera un tumor todo el mundo a temblar. Las cosas han cambiado, sí, sí, sí…, han
o mamushka Oblómov, tijerita de bronce arriba y zapatos de tacón cambiado (terminó de pensar).
abajo, le corta la punta de las orejas a dos o tres malditos zorros que ¿No era la pregunta por el odio, ese odio que a partir de la enfer-
aunque ya no respiren, nunca estarán, para ella, «muertos muertos medad Oblómov el Tuerto empezó a sentir por el lugar donde había
muertos, y en sepulcro»? crecido y desarrollado toda su vida, una pregunta digamos legítima y
¿Significaba acostarse bajo el sol con la cruz trimegista hasta que en relación íntima con el orden, ese concepto tan «visible» en el desfi-
ésta se calentara tanto que te dejase una herida con sangre en la le militar y del cual hasta ahora mismo nunca se había dado cuenta?
frente, una herida con sangre, moretones y pus? Oblómov el Tuerto se sentó en el mismo sofá donde su abuelo
¿Significaba despertarse y dormir y levantarse de nuevo, en una vivió casi toda su vida.
verdadera vida de circo, o significaba perseguir a una rata hasta trans- ¿No era la pregunta por el odio el que lo hacía conocer al detalle
formarse en ella y simbólicamente digestionarla, tal y como había es- el cuerpo más bien maltrecho del Este y el que lo hacía recorrer
cuchado en las clases de teatro del señor Klamovka en el Internado? con una lupa el rostro de Kropotkin, de alguna manera el rostro
¿Significaba promiscuidad, ideas en común, conspiraciones? ¿O de ese cuerpo que había que hacer explotar para construir de una
no significaba nada de esto y de lo que se trataba era de empezar de vez por todas el verdadero Este? ¿Un Este con un centro y que no
cero? se sintiese ridículo ante sí mismo? ¿Un Este con un agujero sobre
¿Significaba algo en verdad el concepto orden para la familia la tierra desde el que uno pudiese escuchar el bronce-campana y
Oblómov? el bronce-catedral, allí donde junto al ábside fueron enterradas las

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doce cabezas sin ojos y sin dientes de los primeros doce hombres ¿Podía saberse algo más sobre esa gente que en verdad parece que
puros? ¿Hombres guardianes (así reza el mito) que no dejarían a sólo habían sido hechos para contradecir y contradecirse a sí mis-
cualquier pelagatos encontrar ese punto donde todo confluye y sin mos, incordiar la ius ciudadana, romper un orden avalado por siglos
dudas representa el punto central desde donde todo ha crecido: el y siglos de construcción ética?
punto-raíz? Difícil responder de manera breve.
Oblómov el Tuerto volvió a clavar su único ojo sobre el dague- Sólo deberíamos tener en cuenta que Oblómov el Tuerto era una
rrotipo blanquinegro del anarquista. Quizá había que leer más sobre persona obsesionada con los detalles, con la relación entre clima y
él, se dijo. Quizá, de él también se podía aprender algo. carácter (cosa además de moda entre los científicos de la época),
Y se puso a raspar con las mangas de su camisa tres goticas de con el antagonismo entre tecnología y naturaleza, con el tiempo, los
aceite que sin saber cómo se habían solidificado en el mismo centro ­objetos, las fotos, la caza, el teatro, la velocidad. Obsesiones todas
de la lupa (esa que su padre consideraba una herencia húngara y él que al nuestro tuerto provenir del Este y, como aquel que dice, nun-
había hurtado de su mesa de trabajo) y afeaban aún más el rostro del ca haber salido de allí, solía vivirlas aún con más pathos que alguien
anarquista reproducido en los periódicos. que hubiera crecido por ejemplo en una zona más civilizada, donde
Kropotkin Barba roja, volvió a decir, ¿será verdad, como dice el el trato de seguro sería más agresivo pero a la vez menos policial, me-
panfleto, que los anarquistas sólo creen en el falso Inquisidor? nos expuesto a la promiscuidad y al comentario, tal y como se hace
Hmmm… Oblómov el Tuerto se golpeó con los nudillos la ca- espantosamente usual en ciudades como Praga, Lvov, Zakopane.
beza, repitiendo sin saber un gesto que decenios atrás también su Oblómov el Tuerto, quien, como ya ha quedado dicho, necesita-
abuelo había hecho sobre ese mismo sofá a esa misma hora, un día ba convencerse sobre la existencia de algo de manera muy lenta, en
en que el rostro muerto del polaco (del polaco y del flöte) mariposea- esta ocasión lo tenía muy claro. El orden era fundamental para la
ron más de lo aconsejable delante de sus ojos. Hay que investigar, se vida, su vida, y el rostro de Kropotkin, el rostro triunfal del verda-
dijo. Y continuó con la lupa, la foto, el cuaderno de tapas negras y su dero anarquismo, como aseguraba la prensa y en especial toda esa
cabeza enorme, cuadrada, militar y bovina encima del sofá. masa histérica que clasificaba al Este como un lugar vulnerable don-
Hay que investigar, volvió a proferir. de dentro de muy poco sería imposible vivir gracias a los bombazos
(Las veces en que a falta de otro razonamiento el «más pequeño y al terror, su mejor prueba.
de los Oblómov» repetía la misma frase son de antología). Prueba que pasaba por ir cazando –en la foto, claro– cada una de
Ahora, ¿qué es lo que en verdad había que investigar? las arrugas del falso Kropotkin, como la misma policía había noti-
¿No estaba al final todo escrito y de alguna manera todo lo que so- ficado, e ir colectando todas las posibles imágenes o huecograbados
bre los anarquistas era dable saber, había pasado ya, hace algún tiem- que del anarquista existiesen. Todas bajo la misma pose y todas bajo
po, a ser vox populi, esto es, conocimiento general puro y duro? el mismo ángulo, tal y como era costumbre en la época.

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Todas, bajo el mismo signo de la sangre, como incluso hasta una 9.
persona tan cerrada como la Marmota había entendido.
¿No era ese rostro, volvía a preguntarse Oblómov con toda la
parsimonia que lo caracterizaba, el ejemplo vivo de alguien que sen-
tía placer ante el dolor, de alguien que podía reírse ante la cabeza
aplastada de una vieja?
Oblómov el Tuerto no tenía respuesta.
Y para ser sincero, nunca iba a encontrar respuesta a ese tipo de
preguntas rocambolescas que sólo para él tenían sentido.
Sin embargo, este tipo de razonamiento, casi melancólico y casi
ridículo, era el que hacía posible que alguien como Oblómov el Pe-
queño viese su imperio, lo palpase, lo puliese de la misma manera
que otros le quitan el polvo a un armatoste antiguo o una silla.
Así que chapeau. Oblómov el Tuerto, como empezaba a run-
runearse en su entorno más íntimo, era un elegido. Y contra los
elegidos no hay nada que hacer. Son esclavos de sí mismos, como le
S i sometiéramos a la familia Oblómov a un ligero interrogatorio
sobre el significado del concepto milagro, palabra enarbolada con
tanta fruición un par de capítulos atrás por mamushka Oblómov, por
gritaban los borrachos a la señora Oblómov cuando ésta les metía el escarabajo bizco desde el altar ortodoxo, por el solterón afinador
sus arengas sobre el zorro negro y el dedo de dios frente a la iglesia y de pianos que, no está de más decirlo, ostentaba una verruga negra
quedaba como en éxtasis frente a sus propias palabras. en la nariz del tamaño de una mosca, y por todos los que ese día se
Esclavos que sin que nadie se los haya pedido sólo sueñan con arrodillaron frente a la iglesia o pasaron en punticas de pie por sus
salvarnos. alrededores, escucharemos ante todo silencio. Un silencio espeso, ha-
rinoso, irracional, contraído; más cercano a la respiración enferma de
un mono que a esos bufidos y griticos que la adrenalina dispara de vez
en cuando en algunas personas antes de mostrarles lo que en verdad
son: animales. Silencio que haría que todos se persignaran tres veces
mirando al cielo (quiero decir, en dirección a las torres-cebollonas
que poco a poco iban tomando forma de ajo en lo alto) y dejaran sin
respuesta ese interrogatorio al que brevemente los expusimos y, claro
está, salvo mamushka, nadie en la familia Oblómov pudo responder.

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Y esto sucedería ante todo por una cosa. g­ eneralmente por personas que a esa hora salían a picar algo en los
Más allá de que en el Este todos llevaran siglos presenciando y alrededores, por dos o tres borrachos que siempre eran los que más
colectando milagros (Helmond en el Chronicom Slavorum ya habla aplaudían e interrumpían sus discursos, y por el cura, el cual mu-
de las tablillas que en el siglo xi Sofía la Piadosa rompió en la cabeza chas veces no sabía si agradecer o cancelar aquella locura.
de Sofía la de las Catacumbas por haber dado testimonio de un falso Un zorro blanco, continuaba mamushka Oblómov, que será tan
milagro en su congregación), en este único y preciso caso, la única que gordo y tan grande como el dedo amputado de Dios. (Gran aplauso
tenía una verdadera noción sobre el «magnífico significado de la pala- aquí de los borrachos que levantaron riendo el dedo índice en direc-
bra milagro» era la señora Oblómov. La cual, a partir de este momen- ción a la iglesia).
to, empezaría a perorar urbi et orbi sobre una torre que «sería construi- Ahora todo esto aquí parecerá mentira, prosiguió mamushka,
da no lejos de la zona donde vivimos» y, por encima de todo, sería «un pero…, yo estoy aquí para recordarles algo (pausa): el zorro negro
lugar donde los aceptados se comportarían como excelsos corderos. los ha ido devorando. El zorro negro se ha ido comiendo todo lo
Es decir: mesías chiquiticos» dijo, «para que me entiendan». que poseemos. El zorro negro se ha instalado en nuestras casas
Vendrá un zorro…, comenzó a vociferar mamushka Oblómov y en nuestras cabezas y en nuestras orejas y se ha convertido allí
encima de una caja de madera delante de la puerta con pajarracos en verdadero señor. ¿Y quieren saber por qué? Volvió a preguntar
mitológicos, gárgolas de dientes venenosos y una enredadera tallada mamushka Oblómov tomándose un aire para clavar su mirada en
en piedra que entraba y salía por los ojos de los animales represen- algunos que con la boca abierta y los dientes muy separados la
tados y hacía aún más incomprensible la mezcla entre barroco italo- escuchaban.
católico y barroco ruso-ortodoxo que traspasaba a la iglesia de las ¿Quieren de verdad saber por qué?, tronó mamushka…
dos cebollonas. Porque nosotros mismos somos el zorro negro, y se golpeaba el
Vendrá un zorro blanco y nos lamerá la cara, continuó. pecho con fuerza, hincándose con los golpes la cruz que le colgaba
¡Un zorro de tres patas! de una cadena sobre el pezón izquierdo.
(Aquí generalmente mamushka la Santísima estiraba su mano dere- ¡El zorro-demonio!, continuó…
cha hacia arriba marcando con sus muñones largos el número tres). Por eso ahora necesitamos que venga el zorro blanco y constru-
Un zorro de tres patas que vendrá a devorar al zorrito negro que ya una torre para nosotros, dijo. Una torre donde todos podamos
todos tenemos dentro. Sííííí. ¿No me creen? Generalmente mamus- volver a encontrarnos con nosotros mismos, donde todos podamos
hka en sus discursos se preguntaba y se respondía a sí misma. sentir de nuevo nuestra pertenencia a algo.
El zorro blanco será nuestro salvador. El salvador más salvador Algo que está en nuestra cabeza pero no es nuestra cabeza. No,
de nuestra ley. El salvador de todo lo que somos y todo lo que se- no, no…, y se señalaba la ceja derecha trasquilada hasta ser sólo un
remos. Y observaba desafiante su pequeño auditorio, compuesto rayón ocre.

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Algo que está en nuestros intestinos pero no son nuestros intes- El zorro negro es demonio, y se quedó mirando al grupo de bo-
tinos… rrachos fijamente.
Una torre que nos una y no nos separe, tal y como hizo en su ¿No habían escuchado acaso que lo único que tenemos todos en
momento el zorro blanco pater y tal como hará dentro de poco el la cabeza es demonio, un forúnculo inmenso lleno de demonios?
gran zorro blanco filius: el verdadero zorro que vendrá a mostrarnos ¿No sabían acaso que nuestra boca y nuestros dientes y nuestra len-
el verdadero Este. Una torre-Dios. gua y hasta nuestros empastes son producto del demonio? Incluso
¿No es acaso la verdadera vida sentir que ya pertenecemos a Dios, ¿qué nuestras ideas han sido carcomidas por el demonio? Eh, gritan-
que ya tenemos su dedo amputado adentro muy adentro (los borra- do, ¿no sabían acaso nada de esto?
chos de nuevo empezaron a silbar y a danzar entre ellos agarrándose El demonio vendrá disfrazado de zorro blanco y lo devorará todo.
precisamente por el dedo más pequeño de la mano derecha hasta No dejará ni un huequito minúsculo donde podamos escondernos.
tropezar y caer boca arriba riéndose), corriendo por nuestras venas Los que se escondan incluso bajo una mesa serán aplastados por
y entrando y saliendo de nuestras cabezas e incluso dando vueltas ésta. ¿No habían pensado siquiera en esto?
alrededor de nuestras orejas? ¿El dedo amputado de Dios como la Jaaa…, reía brechtianamente mamushka Oblómov, dejando ver
verdadera señal de santidad? un racimo de dientecitos amarillos en su boca: iluuuuuusos, y barría
Aplauso general. con su dedo de derecha a izquierda a todos los que se encontraban
¿Acaso no ha sido escrito que el verdadero salvador será ese que frente a ella.
se cortará el mejor dedo de su mejor mano para ofrecérsela como Iluuuuuuuusos, volvía a decir.
regalo a sus hijos? ¿Ese que se arrancará un ojo e incluso pedacitos Todavía creen que podrán ser salvados, gritaba.
de su lengua por nosotros? ¿Ese que ya no podrá proferir su nom- Todavía creen que el zorro negro vendrá y pasará frente a ustedes
bre porque se habrá comido su propia lengua en honor a nosotros? sin mirarlos, como si el gran zorro negro no tuviese ojos y dientes
¿Acaso no sabían eso? Díganme, ¿no sabían acaso que el verdadero para morder y mirar. Pausa. El zorro negro es la muerte, gritó aún
zorro blanco es tartamudo y se ha comido la mitad de su lengua más fuerte la Oblómov. La muerte más muerte de todas las muertes.
por nosotros y se tragará la otra mitad cuando la unión entre él y Y digo más, en este punto los borrachos y las personas y hasta el
nosotros se haya definitivamente consumado?, volvió a tronar ma- cura que regresaba de algún lugar y se habían quedado a dos metros
mushka Oblómov, alzando sus muñones agarrotados como si fuese de la puerta para escuchar a mamushka tragaron en seco, ustedes
una actriz de cine mudo. Eh, ¿no sabían acaso esto? mismos son el gran zorro negro. No esperen a que éste venga porque
El zorro negro es enfermedad, empezó a enumerar. éste nunca vendrá. El zorro negro está dentro de ustedes y lo más
El zorro negro es enfermedad, lepra, forúnculos, cáncer, demo- probable es que ya haya devorado su estómago, sus intestinos, su
nio. corazón, sus riñones…

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El zorro negro lo masticará todo. Con una sola palabra de Inquisidor se quemará todo, volvió a
¿No han escuchado acaso por las noches cómo el zorro negro se agitar las manos.
remueve en sus barrigas y después salta hasta una de sus orejas y les Hay de aquel que todavía no haya matado al zorro negro que
dice a los hombres mata a tu mujer, clávale un cuchillo en medio de lleva dentro, fingió lamentarse mamushka.
la cabeza, cómete sus ojos? ¿No han escuchado eso? Hay de aquel que todavía no le haya retorcido el pescuezo, que
Pausa para poner los ojos en blanco. no lo haya dejado sin intestinos, sin lengua, sin cabeza, sin venas,
¿El zorro negro susurrándoles en lo que ninguno de ustedes sin dientes. Inquisidor no tendrá piedad ante ese que todavía tenga
puede dormir: mátala mátala mátala…? ¿Acaso no lo han escu- la baba del zorro negro en el estómago. Ese que aún mastique con
chado? la baba del zorro negro y las muelas del zorro negro y la boca del
Pausa. zorro negro su pedazo de pan. Inquisidor lo quemará de la misma
El zorro negro está aquí, y se señaló la parte izquierda del pecho manera que se quema un papelito o un carbón. Sí, como oyen, res-
encajándole de paso un dedo en la cara al cristo enjuto que pendía pondiendo a una pregunta que nadie le había hecho: un papelito o
de su crucifijo chiquitico. un carbón, y respiró profundamente.
Ya está aquí, vociferó… Inquisidor es fuego, y como tal los convertirá a todos en carbón.
Por eso tendrá que venir el zorro blanco y liberarlos. Sííí, enseñando de nuevos los dientes amarillos.
Por eso tendrá que venir y cortarle el cuello y hasta comerse dife- Pedacitos de carbón que el aire se llevará hacia ninguna parte.
rentes pedazos de ese zorrito negro que ahora mismo está devorando Porque hacia ninguna parte irán los que aún sean cómplices del ma-
los intestinos de cada uno de ustedes para que todo vuelva a tener lévolo zorro negro, alzando los varios huesos ganchudos que tenía
equilibrio… por manos, los que aún no le hayan cortado el cuello y las patas y
Díganme, ¿acaso no sabían que sin equilibrio sólo se avanza ha- los ojos al malévolo zorro negro.
cia ninguna parte? Hacia ninguna parte irán los que se hayan bañado en la mala
El verdadero nombre del zorro blanco es Inquisidor. (Aquí el sangre del zorro negro, y señaló involuntariamente en dirección al
rostro se le iluminó como si de pronto hubiera visto un campo lleno cielo.
de animales muertos). E Inquisidor vendrá tal y como una vez ya Y cuando estén en ninguna parte entonces sí ya no habrá salva-
hizo y le dará fuego a todo. ción (poniendo los ojos en blanco).
Fuego, gritó mamuschka Oblómov agitando las manos. De ninguna parte no se sale nunca, dijo, severa.
Fuego a todo lo que el zorro negro en siglos y siglos ha triturado De ninguna parte sólo se va hacia ninguna parte. ¿No sabían
en ustedes. siquiera eso?
Fuego a todo lo que sencillamente haya que darle fuego. Inquisidor es bondad, vociferó de nuevo.

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Inquisidor intentará salvar hasta el último minuto de sus vidas, Y sólo se detendrá cuando ya no exista salvación.
hasta el último segundo de eso que ustedes piensan es su vida. In- Cuando montañas de orejas y montañas de cabezas estén delante
quisidor estará ahí, echando lentamente al fuego todas las capas de de nuestra casa y ya no podamos huir. Ahí sabremos entonces que
excrementos que pueda ir arrancando de la cabeza de cada uno. Y lo llegó el zorro blanco. Ahí sabremos entonces que el color blanco es
hará con mucha paciencia, de la misma manera que construirá esa el orden y la tradición y la ausencia de caos. Y ahí sabremos entonces
torre blanca delante de nosotros con mucha paciencia, con toda la pa- que las orejas son la representación de la ausencia de ley, la repre-
ciencia del que sabe encarna la ley. ¿Es qué acaso hay algo más blanco, sentación de la ley no-ley. Ahí lo sabremos todo, y se quedó con los
higiénico y pulcro que el blanco higiénico y pulcro de la ley? Tono brazos abiertos contra el cielo como esperando una señal.
de desespero. Díganme (gritando), ¿existe cosa más verdadera que ese Y aunque el suelo sea sólo sangre: sangre y cabezas y orejas e in-
color blanco que adquiere todo lo que ha sido tocado por la ley? testinos muertos, continuó, nosotros podremos avanzar vestidos de
(Pausa para echarse un mechón de pelos hacia atrás). blanco porque seremos la encarnación de esa ley. Por eso aunque la
Nooo, meneó el índice a derecha e izquierda. ley cambie de color siempre será la ley. Y siempre será blanca y lisa y
Repito: noooo…, observando con desprecio a su auditorio. perfecta e higiénica, como una gallina a la que hubiéramos arranca-
La ley es perfecta. La ley aunque imperfecta siempre es perfecta. La do la cabeza y aún caminase.
ley es blanca. Y todo lo blanco es siempre perfecto. ¿No lo sabían? La ley es orden (a estas alturas a mamushka sólo le quedaba un
La ley es un hacha (soltando saliva) que le corta las orejas a los poquitico de voz). Y sólo con orden, siguió tronando, Gran Inqui-
que no pueden ver el color blanco. A los que ya caminan y respiran sidor podrá construir definitivamente esa torre donde todos estare-
y comen y hablan como ese zorro negro que nunca pudo soportar mos salvados.
el color blanco. Una torre-hacha donde los que no respeten la ley morirán con
La ley caerá sobre sus orejas y sobre sus manos y sobre su cabeza una heridita en la nuca.
y zas, acabará de una vez por todas con todo aquel que no pueda ver Una torre-cuchillo.
y entender el color blanco. Una torre-refugio.
(Gesto de media sonrisa). Una torre-imperio.
¿No fue eso lo que dijo en su primera aparición Gran Inquisidor ¿Acaso no saben que sólo encontrando el verdadero Este será que
y no será eso lo que volverá a decir muy pronto, cuando ya esté aquí no moriremos?
entre nosotros con el dedo de Dios colgándole del cuello? ¿Acaso no les parece que todos hemos sido elegidos para cons-
Mamushka señaló a uno de los borrachos como si de pronto estu- truir ese Este y por eso hemos sido llamados por Gran Inquisidor
viera hablándole directamente a él. para que levantemos y construyamos nuestra salvación entre todos?
La ley es un hacha, gritó. Síííí, un hacha… Pausa para reírse sola.

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El Este está ahí, estiró recto hacia delante sus muñones mamus- Inquisidor es fuego, gritó agitando los dos brazos al cielo.
hka Oblómov. Está ahí, y todos se voltearon hacia atrás pero sólo Fuego y agua y viento y destrucción. Inquisidor es destrucción.
vieron a dos chivos y al bobo de la pistola de palo persiguiéndolos. Por eso podrá desterrar ese todo que ustedes creen que poseen y
Y cuando hayamos levantado el imperio blanco, continuó, todos ofrecerles el todo verdadero, el todo único de la ley única. El todo
caeremos de rodillas delante de él. El Este, el imperio, la torre, el que la ley única con su único ojo y su única torre edificará delante
orden, la higiene: ¡Todo está ahí!, y volvió a señalar recto hacia de nosotros. La torre donde encontraremos de nuevo la ley. La torre
delante… donde de nuevo podrá ser posible el orden.
¡Ahí! (gritando). ¿No es acaso más que evidente que en nuestras vidas y en nues-
Y por eso Inquisitore Salvatore vendrá para vaciarnos con su cu- tras cabezas sólo hay caos y crimen? Que incluso cuando llenamos
chillo estos ojos que no nos dejan ver y estas manos que no nos de- por la mañana un vaso de leche para ofrecérselo a nuestros hijos, ¿en
jan construir y esta cabeza que no nos deja pensar y este cuerpo que verdad lo que estamos ofreciéndole es un vasito lleno de crimen?
en verdad no sirve para nada; señalándose siempre a sí misma. Levantó el índice…
¡Este cuerpo que sólo es demonio y enfermedad! Para eso vendrá Por eso vendrá Inquisidor, gritó.
Inquisidor, vociferó, halándose el pelo. Por eso ahora Inquisidor es más necesario que nunca, dijo. El
Nuestro cuerpo, prosiguió mamushka, tiene la forma que el zo- vendrá a mostrarnos de nuevo el camino de la destrucción y la ley.
rro negro ha adoptado en nosotros, por eso somos todos diferen- El camino que ningún asqueroso zorrito negro podrá clausurar en
tes y por eso nuestras palabras aunque se parezcan y las hayamos nosotros. El camino al que ustedes sólo podrán acceder cuando ha-
aprendido en la misma escuela e incluso con los mismos libros sue- yan quemado sus cuerpos y sus orejas y sus riñones y su cabeza. Esa
nan diferentes. cabeza en forma de intestinos que todos poseen en ese lugar donde
El zorro negro durante siglos se ha comido nuestra cabeza, y todos deberían tener sólo la imagen del zorro blanco. Esa cabeza
por eso Inquisidor vendrá y le dará fuego a todo, dijo, empezando negra más negra que ese demonio que los ha gangrenado por dentro.
por nuestras cabezas y terminando por nuestro cuerpo. Pausa. Un Esa cabeza llena de ideas maléficas y contradictorias donde ya no
cuerpo que no sirve para nada salvo para alojar al asqueroso zorro hay orden. Ni orden ni cuerpo ni sentido, y se quedó tras la última
negro, continuó. palabra mirando al cielo.
Un cuerpo que ha sido hecho para envejecer y llenarnos de es- En nuestras cabezas solo hay sinsentido…
carnio a cada minuto. Un cuerpo-odio. Un cuerpo-muerte. Un Sííí, dijo mirando a todos desafiante.
cuerpo-frustración. Y dentro del sinsentido estaremos hasta que Inquisidor y la ley y
¿Es que nadie había escuchado jamás hablar de ese zorro que el orden y la autoridad nos arranquen nuestros ojos y nuestro cuerpo
todos llevamos dentro? y nuestra cabeza y nos purifique.

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El que quiera salvarse tendrá que tener un cuerpo blanco, tronó la destrucción y la ley. El orden que levantará el pater zorro blanco
mamushka Oblómov escupiendo involuntariamente a los presentes. con un solo ojo y una sola de sus manos. La misma mano con la que
Un cuerpo más blanco que el blanco-blanco de la ley blanca. alguna vez creó a cada uno de ustedes y la misma mano con la que
Un cuerpo que no se arrugue aunque llueva, que no se canse alguna vez también los aplastará…
aunque se mueva, que no se encoja aunque pasen los años. Un cuer- ¿No me creen?
po tan blanco como la torre blanca y el cuerpo sin estrías de Inqui- Y miró de nuevo al cielo.
sidor. Un cuerpo que no haya que reparar de vez en cuando, que Pues muy pronto escucharán hablar de Inquisidor, dijo, levantan-
no se rompa, que no se ensucie, que no se tupa, que no se parta. do de nuevo el muñón y la cruz y los ojos y la cabeza hacia arriba.
Un cuerpo al que sólo accederemos cuando Inquisidor aparezca y De que escucharán hablar escucharán hablar; e hizo una pausa
el zorro negro huya cojeando con sus veinticuatro patas y sus dos abrupta, como si de pronto le hubieran lanzado una piedra.
orejitas… Inquisidor el Grande, intentó continuar, sin voz, sin gestos, sin
Un zorro negro al que humillaremos con fuego: fuego, sangre, aire.
saliva y sangre. Inquisitore Salvatore…
Un zorro negro al que ahogaremos todos quemando también Y se apretó la cabeza con las manos.
delante de él cada una de sus patas. Esas patas que nunca han ser- Mamushka quedó en silencio. Uno, dos, tres, veinte segundos.
vido para nada –dijo casi desmayándose– salvo para golpearnos y Mamushka se desmayó.
dejarnos ciegos.
Esas patas que lo único que esconden es el crimen de hacer correr
a los hombres y convertirlos en cobardes.
Para eso vendrá Inquisidor. (Pausa teatral). Exactamente para
eso, volvió a gritar. Para ayudarnos a quemar al zorrito negro que
todos tenemos dentro. Ese zorrito que nos ha desterrado de nuestro
verdadero cuerpo y del orden que alguna vez estuvo dirigido hacia
nosotros. Un orden más blanco que el color blanco de la ley y un
cuerpo más blanco que la torre blanca que entre todos levantare-
mos. La torre de la autoridad y el orden. La torre donde Inquisidor
con su único ojo y su cuerpo único nos mostrará el dedo amputado
de Dios. Ese dedo que siempre señala hacia ninguna parte. Ese dedo
que entre todos devoraremos y nos dará orden eterno. El orden de

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10. cuando­le diera un golpetazo a alguno en la cara y se fuese. Un gol-
petazo y ya, tal como pensó la señora Oblómov cuando vio pasar por
delante de su dormitorio una camilla con un bulto encima mal colo-
cado y a dos hombretones grandes y de mostacho ridículo empuján-
dolo. Una patada y al cielo, para que después nadie se queje de que
ha sufrido más de la cuenta, rezongó bajito mamushka Oblómov.
Penicilina: El hospital olía a penicilina. Pero la penicilina era un
invento reciente y explosivo y aún levantaba grandes sospechas. No
era la primera vez que los ingleses engañaban al mundo entero con
una panacea no suficientemente estudiada y sólo certificada por el
deseo de acumular dinero. Además, el penicillium había sido ya por
dos veces consecutivas mal administrado y tanto Pinkas, subgerente
de la Oficina de correos, como Herr Klang, profesor de latín y grie-

U n vistazo rápido al Hospital donde la señora Oblómov con-


valecía con un termómetro de fabricación polaca incrustado
en la boca, una almohadilla de alcohol frío en la frente y un ropón
go del Internado Superior, habían estirado la pata todavía no hacía
un mes en el mismo pabellón.
Ladrillo: El hospital olía a ladrillo. A un ladrillo húmedo que
blanco de florecitas blancas y conejitos blancos que a veces se po- con el tiempo había perdido su color y había tomado, deficiencias
dían adivinar bajo el edredón blanco con el cual mamushka –nues- de fabricación o triunfo del Este, un color mierda de pájaro tan feo
tra mamushka, le explicó antes de entrar a los pabellones Oblómov que mejor ni siquiera mencionarlo. Para colmo, cada vez que abrían
Padre a Oblómov el Tuerto– se tapaba con horror hasta la puntica las ventanas de los pabellones, la humedad del ladrillo se confundía
de la nariz, nos conduciría al siguiente resultado: con el de la penicilina convirtiendo al hospital en una suerte de in-
Formol: El hospital olía a formol. A formol, lavativas, alcohol, he- fierno. Más de una nariz sensible (y el Este es precisamente un lugar
rramientas y cadáver. Por supuesto que no a cadáver descompuesto. de narices sensibles) sufrió un ataque de histeria ante aquel olor que
Como a esta altura es de todos sabido, ningún hospital de respeto, y sólo bajo la dureza del invierno remitía sepultado por la nieve y el
la señora Oblómov nunca hubiera aceptado aposentar su cabeza en friíto en los huesos de los pacientes.
ningún lugar que no fuese en sí mismo el respeto, huele a cadáver Carbón: El hospital olía a carbón. A ese carbón que se utilizaba
en descomposición. Sino, a algo más sutil, como si la muerte con su para asar las carnes y achicharrar los vegetales e incluso, los domin-
ojo de caballo y sus dientes de caballo y su ojo, su cuerpo, su patada gos, para revolver la pulpa y azucarar hasta lo indecible la ­mermelada
y su mandíbula de caballo, estuviese cerca –muy cerca– y de vez en y, el cual, junto al espanto del formol y los fetos mal ­formados (fetos

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y tumores y cerebros y monstruos hidrocefálicos que metidos en sobre todo a la noche, dolores que sólo remitían con una dosis cada
recipientes inmensos de cristal convertían al pabellón en una especie vez más alta de morfina y provocaba una pestilencia tal en el pabe-
de circo ateológico) constituía uno de los miasmas característicos de llón donde frente por frente a su cama yacía mamushka Oblómov
todo el hospital y no sólo de una de sus zonas. Olor que en «santa que, todos, incluyendo a la misma paní Zolová, hubieran salido co-
alianza» al de la penicilina, los ungüentos y la bosta de los caballos rriendo si piernas u olfato les hubiesen funcionado mejor.
en los establos anejos, daría pie para que media humanidad, incluso Y es que paní Zolová no sólo no paraba de gritar y contar a voz
con un casco de buzo y una compresa de alcohol en la frente, se en cuello sobre su «cantidad» de voz y sus viajes a cualquier lugar
desmayase. del mundo: ese mundo que casi existía para que yo le colgase un do,
Pero en verdad, ¿cual era el olor que más molestaba a la Sra. suspiraba –y cuando lo hacía había que taparse la nariz–. Sino, que de
Oblómov y la tiraba a mirar horas y horas por la ventana y a mover tanto hablar se atragantaba con sus propias palabras y casi moría cada
las aletas de su nariz como si de un felino detrás de una corneja o día tosiendo y vomitando lamparones de azufre en la cara de todos.
una dohle-wrona-kavka se tratase? ¿Janáček?, carraspeaba paní Zolová entre ahogo y ahogo. ¿Pero
Paní Zolová le decían. Paní Zolová la cantante. Con un reperto- usted no se da cuenta que Janáček adaptó esa mala novelita de
rio de miedo: Madame Butterfly, Rigoletto, El Caso Makropoulos, Čapek sólo para darme un gustico a mí? (Tos). Todos los días me
La Bohéme… y una voz como en mucho tiempo no se había oído. enviaba una postal a Praga. Decía: ven a Brno. Revolquémonos…
Paní Zolová había cantado más de doscientas veces en L`Scala. Así de indecente era ese Janáček, se lo digo yo. Un cochinín. (Tos).
Había cantado en París, Berlín, San Petersburgo, Oslo. Había de- ¿Y cuando canté para él la Jenúfa…? Ahí tendría usted que haberlo
jado chiquitica incluso a otras cantantes. No sólo por su tamaño visto. Me encerró en el camerino y me dijo: Tú no tienes voz, tú lo
(los periódicos la llamaban la gigantona), también, por su voz, su que tienes es deseo. (Tos). Y se reía con sus dientes de burro. Dientes
capacidad de entrar en los personajes y desarrollarlos, sus negocios que sólo demostraban su idiotez y su morbo. Sí, como usted acaba
caritativos. Negocios que se habían extendido por todo los Balcanes de escuchar: su idiotez y su morbo. Para él, la ópera era morbo. Por
y la costa sur de Europa y consistían en escuelas religiosas donde los eso todas sus postales y telegramas indecentes. Toda su musiquita.
más pobres pudieran aprender gramática o, en el mejor de los casos, (Tos). Para él componer y revolcarse era lo mismo, ¿me entiende us-
conformar un oficio. ted? Y por supuesto que el gordo Janáček no fue el único en mi vida.
Paní Zolová había invertido tanto tiempo en su trabajo, una (Tos). Usted tendría que haberme visto en esos tiempos. Una cintura
pasión es una cosa sin límites acostumbraba a decir, que un día que ponía a temblar a los hombres. Un pecho del cual lo mismo
enfermó de tuberculosis y para colmo de males en los últimos tiem- podía sacarme un do que un fa, un pecho de actriz, como me decía
pos le había crecido un tumor en la mandíbula inferior que no le Torquattonni, el mejor decorador que ha tenido alguna vez L´Scala.
interrumpía para nada el habla pero le provocaba inmensos dolores Un pecho (tos) que hipnotizaba. ¿No ha leído usted Zona, el textico

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de Apollinaire? (Tos). Qué piensa son esas dos ágatas de San Vito que (tos) mantequilla… Noooo, usted tiene que recuperarse e ir al Asto-
Apollinaire describe con tanto gusto en su poema, ¿dígame? No sé si ria, se lo digo yo, que he visto más hoteles en mi vida que obritas de
usted lo sabe pero él vino a Praga sólo por mí. Ahora todos dicen que teatro. El Astoria (tos) es incomparable. Uno no puede irse de este
la vanguardia, que la ciudad, que los (tos) cafés… Yo pudiera reírme mundo sin no haber probado un pescadito allí. Y eso para no con-
en la cara de todos esos cagatintas. A Apollinaire no le importaban ni tarle del Opern Café. (Tos). Qué dulces los del Opern Café, señora
los cafés ni los poetas ni las esculturas ni las sinagogas. Sólo se inte- Oblómov. (Tos). ¡Qué tart…!
resaba por mí. Cuando le dije que lo nuestro había terminado quiso Pero ¿captaba en verdad algo de todo este parloteo mamushka
incluso suicidarse. ¿No lo ha leído? Me escribió diciéndome o vienes Oblómov?
o me voy. Así de trágico. O vienes o me voy. Y ¿usted sabe lo que yo No exageramos si decimos que las palabras de paní Zolová flota-
hice? (Tos). Agarré el primer tren y me fui. ¿No me sobraban acaso ban en el éter e intentaban entrar por una de las orejas de mamushka
pretendientes, ofertas, empresarios, posibilidades? (Tos). Pues me fui. Oblómov y llegar incluso hasta el centro de su cabeza pero al en-
Berlín. La Filarmónica. La noche. Eso sí fue divertirse. Cambiaría contrarse con las orejas (las de mamushka, por supuesto) totalmente
todo lo que he vivido por esos años en Berlín. (Tos). Los periódicos tapiadas y con unos algodones blancos y ásperos encajados a modo
se levantaban llamándome princesa y se acostaban llamándome (tos) de dispositivo de seguridad en cada uno de los huequitos colocados
prodigio. Sí, así fueron esos tiempos, señora Oblómov, así fueron. a ambos extremos de su cabeza seguían nadando y rebotando entre
Cambiaría incluso la casita que von Kleinarsch me compró a orillas techo y paredes hasta encontrar una oreja que aún permaneciese
del Wann… (tos), Wannsee, porque regresaran aquellos años de Ber- despierta y bajo esa mezcla de azufre y carbón y vómito y ladrillo
lín. Y mire que aquella casita era una casita. Hasta balcón tenía. Un que era el pabellón de tuberculosos del gran Hospital del Este res-
balcón que daba incluso al mismo (tos) lago. Una preciosidad, tal y pondiese sí, sí, sí, sí, a la verborrea que paní Zolová había durante
como le estoy diciendo. Un sueño. (Tos). Pero Berlín… horas lanzado. Sí, sí, sí, que nuestra cantante, la tísica pero invenci-
Y así hasta nunca acabar: Berlín, Berlín, Berlín, Berlín. Paní Zo- ble paní Zolová, entendía como única respuesta válida a esa mezcla
lová se dormía e incluso vomitaba sangre hablando de Berlín. El de ficción y sucesos de vida que era su discurso y la hacía, horas y
hotel Astoria, gritaba. Ah, pero ¿usted nunca se ha comido un pes- horas después de improvisar cualquier monólogo, calmarse un poco
cadito allí? (Tos). ¡Querida! Qué carpas las que uno se podía comer y permanecer cuatro o cinco minutos en silencio.
en el hotel Astoria. (Tos). Grandes como langostas. Recién sacadas Tiempo bajo el cual el hospital parecía de nuevo reanimarse,
del estanque como aquel que dice. ¿Y los manteles, y los farolitos…? como un ahogado al que de pronto hubieran insuflado un poquitico
Para qué le cuento señora Oblómov. (Tos). Si uno no ha comido en el de oxígeno, y en el que incluso ese agujero lleno de dientes de paní
hotel Astoria uno no ha estado en Berlín. Sí, así como le digo. Qué Zolová, ese agujero ovalado y teatral y apestoso con treinta y dos
fineza la de ese hotel señora Oblómov. Los camareros, la plata, la incisivos postizos que casi simulaban ser centrales, parecía adquirir

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proporciones humanas y convertirse en el boceto de algunas de esas La verdad es que del Doctor Bertholdo no se sabía mucho.
esculturas incomprensibles que tanto en Zürich como en París, en el En su juventud había hecho varias investigaciones premiadas
mismo momento en que transcurre esto, causaban furor. tanto en Varsovia como en Viena, investigaciones sobre las enfer-
¿Sería exagerado entonces afirmar que la boca cerrada de paní medades del aparato respiratorio y los bacilos, y había tenido un
Zolová funcionaba como un cronómetro perverso por el que el hijo que se había marchado con su madre a algún lugar de Nortea-
tiempo-hospital y el tiempo-biológico se dividían e indicaba a mé- mérica al éste empezar a recorrer su particular camino hacia abajo,
dicos, enfermeras, investigadores, anestesistas, que ya era hora de su Seidenstrasse ohne Seide, como se rumoreaba pedantemente en el
salir y sentarse a comer algo (que la vida es dura y el cuerpo necesita hospital.
su recompensa), o sentarse bajo el solecito a parlotear alrededor del Su espalda, producto de una mala jugada de los huesos se le
humito de algún hermoso cigarro? había deformado tanto con los años que el doctor Bertholdo no
Un buen ejemplo de esto que acabamos de decir sería el doctor podía ya girar la testa hacia el techo sin miedo a provocarse una
Bertholdo, el cual esperaba cada día los cuatro o cinco minutos «mi- severa luxación y muchos ya comentaban que quizá fuese mejor
lagrosos» para preocuparse por sus pacientes –el Profesor Bertholdo prescindir de él y darle paso «a uno de esas eminencias que vienen
no gustaba de comer ni fumar delante de los demás– y observarlos de cualquier lugar del mundo y son más jóvenes». Un médico jo-
con paciencia. robado, casposo y con un sempiterno caparazón gris en la espalda,
Entrado en carnes, canoso, con una joroba cada día más agresiva comentaban las enfermeras a sottovoce, no es ninguna buena pro-
y un capote de paño gris-rata que posiblemente había heredado de moción para un hospital de lujo, decían con menos compasión que
su padre, Bertholdo, al que nadie llamaba por su apellido, se per- sorna…
sonaba con su exagerado estetoscopio en la puerta de sus pacientes Un perro viejo.
y después de las pregunticas de rigor: ¿cómo durmió usted hoy?, Lo cierto es que Bertholdo más allá de su aspecto de hombre in-
¿cuántas veces vomitó sangre?, ¿cuál fue su máxima temperatura?, feliz era uno de los pocos que se reía en la cara de todos y mantenía
¿cómo le funciona el apetito?, pasaba a escuchar los pulmones y a imperturbable su sentido del humor. Más de una vez le espetó a una
veces a reír de manera tan brusca ante «la caquita del cuerpo» –así de las enfermeras: Usted no se apure, pronto estará también tísica,
la llamaba– que si no hubiera sido por su fama de médico moderno, tísica y jorobada, y para entonces bromuro y manguera fría con
esto es, que creía más en las condiciones de vida e higiene ambien- usted, mi querida señorita; bromuro y manguera. Y se marchaba
tal que en la dependencia química, muchos lo hubieran clasificado ahogándose de risa como un escarabajo a punto de romperse.
como loco y encerrado, así de preventivo es el Este, en la sala de bai- Bertholdo había hecho del olor un sistema.
le del mismo hospital, tal y como los pacientes más viejos llamaban Obligaba a sus pacientes a escupir todo el día en unas bacini-
a la sección de enfermos mentales. cas forradas de fieltro, según él para que el bacilo mantuviese su

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temperatura, y cuando al día siguiente pasaba de nuevo visita lo OBLÓMOV PADRE .— (Exaltado. Limpiándose con un pañuelito
primero que hacía era meter el dedo en la mezcla de sangre y esputo blanco dos gotas gordas de sudor. Sin sentarse). Inaudito, señor
y olerlo. Cosa que despertó más de un comentario en el hospital y Director. Inaudito. ¿Dónde está la higiene en este hospital?
por supuesto el asco. Por una parte, el de algunas enfermeras, me- DIRECTOR .— (Irónico. Sorprendido). ¿Ehh? Buenas tardes, bue-
diocronas que denunciaron en una de las reuniones semanales del nas tardes, estimado…
OBLÓMOV PADRE: Oblómov…
hospital las «prácticas anticientíficas del Dr. Bertholdo» y exigieron
DIRECTOR : Sr. Oblómov.
su cese o traslado de pabellón. (Bertholdo casi se dormía de abu-
OBLÓMOV PADRE .—Mi esposa acaba de decirme que el Doctor
rrimiento con el argumento de cada una). Por otra, el de algunos
Bertholdo la obliga a escupir todos los días en una bacinica y
pacientes: mamushka Oblómov por ejemplo, quien se negó a escupir después mete los dedos ahí y se los huele delante de todo el
en la bacinica y menos que menos a ser tocada por esa «maléfica mundo y quién sabe si hasta los saborea ¿Le parece a usted eso
encarnación del zorro negro», como le dijo al Director del pabellón higiénico? (Guardándose el pañuelito en uno de los bolsillos de su
en persona, otro médico de capote oscuro aunque sin joroba. Un chaqueta, halándose el saco hacia abajo).
nuevo médico, gritó mamushka con las pocas fuerzas que aún con- DIRECTOR .—Ah, el Doctor Bertholdo, jijiji… (Cerrando el últi-
servaba, o me voy… mo botón de su bata larga de médico).
Cosa a la que nuestro apreciado Doctor replicaba con su habitual OBLÓMOV PADRE .—Sí, uno jorobado con capote gris.
sonrisita de coleóptero y decía: Ustedes no tienen ni idea. Esto yo se DIRECTOR .—Sí, sí, el Doctor Bertholdo. Jijiji… Le entiendo.
lo vi hacer ya a ese malamadre de Koch, y se marchaba no sin antes Pues mi querido señor Ooo…
decir, mañana quiero mucha caquita en los cubos, ajustándose los OBLÓMOV PADRE .—Oblómov.
espejuelos y agitando nerviosamente una de sus manazas: mucha DIRECTOR .—Oblómov… No sé qué decirle. El Dr. Bertholdo es

caquita… una eminencia, un lujo que nuestra pequeña institución se da,


una reliquia. No sé qué decirle… Imagínese que por él recibi-
Palabras, práctica y cinismo que no gustaron a nadie de la fami-
mos pacientes hasta de los Urales.
lia Oblómov, quienes conocían de las ocurrencias de Bertholdo por
OBLÓMOV PADRE .—Como si los recibe de Indochina. (Airado).
el discurso sin aire e histérico de mamushka, e hizo que Oblómov
¿Le parece a usted permisible que alguien que se haga llamar
Padre pidiese una entrevista con el mismo director del Hospital en médico haga esas cosas delante de sus pacientes e incluso las
lo que Oblómov el Tuerto se sentaba junto a la cama de su madre desvista para auscultarlas?
con un ramo de flores en la mano y un ojo supuroso que se le abría DIRECTOR .— (Sorprendido). ¿Las desviste?
y cerraba compulsivamente ante el diluvio de anécdotas y comenta- OBLÓMOV PADRE.—Sí, las sienta en la cama, les levanta el ropón
rios que paní Zolová de pronto había comenzado a soltar sin previo hasta la cabeza y las deja así todo el tiempo que dura la consulta.
aviso o respeto a los extraños. Dígame, ¿le parece a usted eso higiénico o por lo menos lógico?

102 103
DIRECTOR .— (Sentándose de nuevo en su gran butacón). Jijiji… Afuera el aire había girado y se había vuelto más frío.
Bueno, señor Oblómov, hay que dejar que la ciencia haga su Oblómov Padre sintió cómo el sudor se le congelaba rápidamente
trabajo, ¿no? Lo más importante para los pacientes es el contac- sobre la ropa y formaba crostones de hielo en el camino donde antes
to directo con el aire puro, la respiración. ¿No sería mejor que
sólo había charcos. Apuró el paso. Mamushka Oblómov, con su ya
usted mismo se entrevistara con el Doctor Bertholdo?
acostumbrado termómetro polaco en la boca y sus conejitos polacos
OBLÓMOV PADRE .— (Sacando de nuevo el pañuelo y agitándolo
delante de la cara del Director). No. Ni deseo hablar con él ni sobre el camisón y su ridícula cama de hierro polaca en medio del
deseo verlo. (Gritando). Mi esposa no sólo está enferma de los cuarto y su nuevo recipiente con fieltro polaco debajo de la cama,
pulmones sino que llegó aquí con un colapso. (Vuelve a guardar junto a la apestosa paní Zolová, «esa alemana que se hacía pasar
el pañuelo). Con el Doctor Bertholdo se ha puesto peor. No ha- por checa», lo esperaba para conocer el resultado de la gestión y
bla. No come. Y vomita más sangre que nunca. quizá discutir. Así que aún quedaban varios minutos de blablablá,
DIRECTOR .— (Abriéndose de nuevo el botón de la camisa). Mi es- se dijo.
timado Señor Oblómov, eso puede ser también un síntoma de Observó la fachada del pabellón.
mejoría. No le de usted demasiada importancia. Jijiji… La san- Encima de la puerta ésta tenía un san Jorge con un dragón que
gre es una reacción al bromuro.
más que un dragón parecía un pato. Las dos figuras lo miraban y se
OBLÓMOV PADRE .—¡Qué bromuro ni qué niño muerto! (Dando
un manotazo encima del butacón vacío). De tanto que ese Ber-
miraban y lo miraban y sonreían. Así que Oblómov Padre, llamado
tholdo la ha obligado a toser se le van a romper hasta los pul- también con frecuencia Oblómov el Grande u Oblómov a secas se
mones. Antes sólo tenía pequeñas crisis. Búsquele otro médico detuvo frente por frente a la puerta del pabellón y se quedó varios
a mi esposa, señor Director, o ese Doctor Bertholdo me va a minutos pensando qué estaba intentando «mostrarle» el mundo con
encontrar (sacando de nuevo el pañuelo y convirtiéndolo en una aquello. Hay demasiado frío, se dijo, mejor otro día con la metafí-
bolita con las manos). sica, y encajó sus puños de cazador de zorros en los dos bolsillitos
DIRECTOR .—Jijiji… Bueno, pero usted debe saber que está per- minúsculos que se abrían a ambos lados de su cazadora y entró.
diendo con el cambio. Desde una ventana, una joroba con un capote gris lo seguía.
OBLÓMOV PADRE .—Estamos perdiendo todos con el cambio,
estimado señor Director. ¡Todos! (Y salió sin despedirse de la Ofi-
cina, secándose las dos gotas gordas de sudor que habían regresado
y además de la frente, la camisa, el chaleco, las orejas…, le empa-
paban los pantalones. Todos, continuó gritándose a sí mismo en
lo que manoteaba y le metía dos dedos en los ojos, con furia, a una
suerte de fantasma retorcido y con cuernos que daba brinquitos
delante de él, burlándose. Todos, volvió a gritar).

104 105
11. disfrutaba con dejar el mismo dedito en el aire, erecto, bien erecto,
durante un buen rato, y no bajarlo.
Si ahora mismo le dijéramos: estimado doctor, qué piensa us-
ted del alma o el espíritu, no es acaso la muerte misma la suprema
existencia de un Constructor Universal, alguien que ha diseñado la
máquina humana con tal perfección que incluso nos ha ofrecido la
muerte, el dolor, la repugnancia, el vómito, como gestos que debe-
mos asumir para encontrarnos minuto a minuto con nuestro propio
yo…, se echaría a reír de tal manera que lo más seguro es que ahora sí
se le rompería por completo su giba espantosa de dromedario eslavo y
tendríamos que correr con él hacia algún hospital de las inmediacio-
nes para ver si dos o tres martillazos pudieran enderezarlo de nuevo.
Y es que como dijimos, Bertholdo se burlaba de todo y todos.

V
¿
igilaba realmente Bertholdo a Oblómov el Mayor desde su
pedazo de ventana en el hospital? ¿Lo seguía con unos pris-
máticos, de esos finos, con guardalentes de nácar tan común en
No sólo de esos doctorzuelos que creyéndose eminencias por haber-
se graduado en alguna academia alemana acostumbraban a pasear
por el pabellón con la nariz pegada al techo y unos pantaloncitos
estos tiempos y en cualquier mercadillo se adquieren por dos pese- de líneas marronas con zapatos de dos tonos, tal y como dicta esta
tas? ¿Esos que son la imitatio no-vulgar de la imitatio sí-vulgar de moda espantosa de los jazzband. Sino, de cada uno de los pacientes.
aquellos famosos que en el siglo xviii se usaban para observar pun- Tanto los que llegaban temblando ante la idea misma de la muerte:
to por punto las representaciones teatrales francesas que de vez en histéricos de mierda, pensaba enseñando uno de sus colmillos de
cuando desentumecían la zona? ¿Observaba Bertholdo el hospital injerto hechos por un dentista turco de Montenegro (los dientes no
con el mismo interés que se observa un Moliere o una farsa cual- eran precisamente una de las virtudes del Dr. Bertholdo), o los que
quiera, una de esas obritas sibilinas que muchas veces terminaban a arribaban con arrogancia, repitiendo hasta lo indecible la misma
golpes y, al final, gracias al idioma, la puntica tetuda de las actrices pregunta y siempre asumiendo cualquier diagnóstico con sospecha,
o la política le gustaban tanto? como si detrás de cada receta se escondiera un puñal.
Bertholdo, el doctor Bertholdo, el jorobado y degustador de fle- Puñal que, no olvidemos, nuestro doctor, graduado en Viena y
mas Bertholdo, el cínico y no siempre bien valorado Bertholdo, el Varsovia, con diplomas incluso de la clínica Am Steinhof y Kárpá-
paneslavista Bertholdo, era un cientificista. No lo olvidemos. Uno tia, dos de las más famosas de la Austrohungría, y con una medallita
de esos que gustaba de levantar el dedito y reírse. Uno de esos que de plata con una serpiente y un bastón en el centro por los servicios

106 107
médicos prestados bajo la última guerra, sabía manejar muy bien. Los que lo sacaban de paso y por momentos alimentaban su pul-
Tanto para ir sorteando entre risitas sus cada vez más frecuentes sión de asesino, sus deseos de provocar un incendio sólo para ver
problemas burocráticos con el hospital: problemas que muchas veces cómo los «cabrones saltaban como chivos por los aires hasta quedar
tenían que ver con una especie de honorario histórico que el Dr. totalmente chamuscados en el suelo, con patas y culo calcinados». De
Bertholdo a puro grito exigía, como para doblegar a los tísicos que se hecho, nada le hubiera complacido más que ver el culo de mamushka
negaban a cumplir su destino de convulsiones y esputo, su hueco. Oblómov calcinado. Retorciéndose de dolor y lleno de sangre y con
No obstante, había un tipo de pacientes que el Dr. Bertholdo una mosca prieta en el centro. Ese culo que lo más seguro es que
odiaba por encima de todo. incluso cagase crucecitas pías, daguerrotipos barrocos de cardenales
Un tipo de enfermo que lo dejaba sin palabras, sin aire, sin iro- y matronas, escapularios. Ese culo con peste a quesito agrio.
nía, sin argumentos. Sí, quemarle el culo a mamushka Oblómov hubiera sido en sí
Un tipo de pacientes que lo hacía lamentarse de su suerte y de la mismo una recompensa, pensaba mostrando sus dos colmillos de
suerte de su madre y su abuela y su bisabuela y su tatarabuela y lo injerto el doctor Bertholdo, como un lobo que hubiese descubierto
hacía tirar bolitas de papel al piso en medio de las grandes rabietas de pronto un gallinero. Quemarle su estúpida cabeza de gallinita
que éste escenificaba cada vez que se encontraba en su oficina escar- religiosa, conjeturaba.
bándose las uñas o pintarrajeando dibujitos. Pero no pensemos mal. El Dr. Bertholdo más de una vez había
Enfermos contra los que Bertholdo: el cientificista, el cínico, el tenido delirios similares y nunca los había llevado a cabo. Alguna
estrella de hierro, el jorobado, el agnóstico, el histérico, el sarcástico, vez, incluso, había llegado a comprar pólvora para hacer volar el pa-
arremetía con todo su calibre cada vez que se presentaba la ocasión bellón de tísicos del hospital. Una pólvora bien olorosa, macerada,
(y juro se presentaba todos los días). Estos eran los que no dejaban antiideológica. Una pólvora que ya en el Cáucaso había dado exce-
de parlotear sobre la Biblia, la hostia sagrada, los mecanismos del lentes resultados para mandar al cielo a una plaga de topos y a otra
Bien y el Mal, el alma… de gitanos. Una pólvora que sólo con un chispazo se inflamase y se-
Los que no paraban de persignarse y ver un signo de vía crucis pultara cinco metros bajo tierra a todos los monjes y santurrones de
hasta en los escupitajos con manchas rojas que soltaban a toda hora este mundo, todas las capillitas que desde la orilla derecha del Oder
contra las bacinicas forradas en fieltro que a Bertholdo le gustaba se abren camino en fila india hacia el Este, hasta San Petersburgo, e
oler y perforar con su dedito. incluso más allá, hasta el Dniéper.
Los que entraban en convulsión con los ojos clavados al techo Una pólvora que ofreciera de pronto un gran silencio, un silen-
mientras repetían redención, redención, redención, como si ellos cio ursilencio, como le gustaba decir a Bertholdo guiñando un ojo.
mismos fuesen en sí la encarnadura más reciente del Cristo. Un silencio cerrado. Un silencio que ni siquiera él, acostumbrado a
Estos eran los que Bertholdo despreciaba por encima de todos. trabajar bajo la «campana higiénica» del laboratorio hubiese alguna

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vez sentido. El silencio que sucede a toda muerte fisiológica o a todo g­ ritaba a ­veces borracho) e irse a trabajar a otros lugares, lugares
movimiento. Sí, el silencio de la biología, lo llamaba entre burlas también llenos de complots y envidias, aunque sin tanto apoyo para
nuestro querido pirómano, en lo que saltaba con su joroba encima la investigación experimental, según nuestro médico. Rama en la
de las tres sillas de su oficina como si fuera un sapo. que Bertholdo se consideraba una suerte de talento no-valorado.
Pero no nos preocupemos, repito. Más de una vez el para muchos ¿No es cierto acaso, rugía dando tumbos en una taberna aledaña
genial doctor había tenido pulsiones similares y después de un par de al hospital, que todos han querido robar lo que hay dentro de esta
días éstas se habían diluido. Incluso, aquella vez con la pólvora, su de- cabeza, todo lo que llevo años guardando adentro de esta cabeza,
lirio sólo llegó hasta la elaboración de un boceto. Un boceto donde se todo lo que en sí mismo acumula esta cabeza, para después, como
veía la fachada del pabellón de tuberculosos atenazada por las llamas siempre, decir que lo han pensado ellos, que no me conocen?
en lo que enfermos, enfermeras, médicos, caballos, bacinicas forma- ¿Que todos han querido apropiarse de esta cabeza, y se señalaba
ban una especie de espiral ascendente que no terminaba nunca, una la mollera, porque saben que con ella es posible volver a reconstruir
cadeneta donde hombrecitos con cuerpos de animales y rostro a lo Europa: lo que fue y lo que es y lo que nunca más nunca más nunca
Bacon se agarraban las manos y le suplicaban a una especie de Gran será Europa; el palacete del príncipe Ostrovski incluso? –y golpeaba
Bertholdo con alitas de ángel y aro luminoso no irse al infierno. el tablón de la mesa con su jarra ya medio vacía.
Sin embargo, seamos sinceros, ¿qué hacía el Doctor Pólvora en ¿No sabe aquí nadie que si yo quiero puedo devolverle la vida a
esta ocasión vigilando desde su oficina a Oblómov Padre y garrapa- la humanidad? Y se quedaba de pronto roncando debajo del banco
teando unos signos ininteligibles en su moleskine minúsculo? hasta que alguien se apiadaba, le echaba un cubo de agua fría en
¿Planes de guerra de nuevo, tal y como ya los había elaborado en plena cara y le gritaba Herr Professor, seguro lo están esperando en
aquellos días del boceto antes descrito; sangre, venganza, fuego? casa… Cosa que reanimaba a Bertholdo, lo hacía ensayar un par de
Bertholdo, ustedes ya lo saben, era un paranoico. Un jorobado pasitos hacia la puerta y sentarse de nuevo en cualquier lugar hasta
y un paranoico. Sus estudios con Koch, de hecho, habían termi- que el consabido equilibrio regresase.
nado cuando un Bertholdo joven y aún con una espalda de hierro Equilibrio que, como ustedes imaginarán, para alguien que acha-
había difundido el rumor que Heinrich Hermann Robert Koch, caba su propia joroba a este tipo de cuestiones era lo más importan-
fundador de la bacteriología y verdadera intelligentsia al servicio de te. No sólo porque según propia versión su vida había sido contami-
la relojería humana, para el cual Bertholdo trabajó dos años en su nada por el sinequilibrio, ese sinequilibrio, aseguraba, que ha hecho
laboratorio, había pretendido junto con otros envenenarlo para así que todos tramen algo contra mí: enfermeras, anestesistas, perso-
apropiarse de sus investigaciones sobre el cólera. Estudios que se- nal de limpieza, todos…, y cuando entraba en el ­delirio-sospecha
gún el Dr. ­Bertholdo tuvo que abandonar cuando fue expulsado le ­saltaba inmediatamente la manía de sobarse las manos. Sino,
de la clínica de Heinrich Hermann (¡el traidor Heinrich Hermann! porque achacaba su enfermedad al intercambio de músculos que se

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había producido alguna vez en su espalda y, por ende, a la ninguna hasta que volvía a su eterna posición. En esto, míster Ulianov, y se
sincronización que había entre su fisiología y su cabeza. Cosa que hincaba con una uña puntiaguda la joroba.
hizo que su cuerpo se fuese con los años encorvando y Bertholdo Sin embargo, ¿qué es lo que hacía que Bertholdo, delirio y medi-
mismo: siempre quejoso, siempre irónico, siempre deprimido, que- cina a la vez, vigilase a Oblómov Padre con aquellos prismáticos de
dara sin tensión en sus músculos, seco. nácar tan feos que ya nadie en ningún lugar, y el Este es lo que fuera
Un día me levanté con un gran dolor aquí, relataba en la misma de toda ironía podríamos llamar Ningún Lugar, usaba?
taberna el Dr. Bertholdo a un calvito pelirrojo de acento ruso que ¿Había regresado de nuevo la fibra al cuerpo de Bertholdo?
en los últimos tiempos había empezado a dejarse ver por la ciudad. ¿Lo habían invadido de nuevo los deseos de hacer volar por los ai-
Usted sabe, uno de esos dolores que le cambian la vida a uno, que se res a todo el mundo, de cazar santurrones como en un tiempo no muy
clavan y no te dejan respirar, que matan. La cabeza me daba vueltas, lejano Oblómov el Tuerto cazaba zorros y siglos atrás, por decirlo de
la cama entraba y salía por la ventana, la mesa con el vasito de agua alguna manera, Gran Oblómov, su abuelo, fundador del Oblómov
se acercaba y alejaba. Horrible, míster Ulianov. Horrible. Lo peor Trust & Co. y de la dinastía Oblómov-Oblómov, había concienzu-
que hay es estar solo y no poder siquiera abrir los ojos. Y ahí en ese damente practicado, generando una de las pasiones más persistentes
instante, incluso con los ojos cerrados, me di cuenta que alguien ha- de toda la centro, lejana y moralmente engurruñada Europa?
bía entrado en mi cuarto. Alguien que sabía muy bien lo que hacía, ¿Qué deseaba el a veces correcto aunque cada vez más sarcástico
míster Ulianov. Alguien que colocó cada uno de mis músculos en doctor Bertholdo?
otra parte de mi cuerpo, que tomó uno a uno los músculos de mi La cabeza de Oblómov Padre. Sí, como oyen. La cabeza del más
espalda y los cambió de posición, como si yo fuera un muñeco de alto de los Oblómov. Del casi gordo y casi húngaro Oblómov el
cuerda, míster Ulianov, un puppe. Desde ese momento ya no pude Mayor. Ahora con un chivito casi húngaro y casi gordo debajo de
enderezarme, míster Ulianov. La tensión a veces es tan fuerte que su casi boca. Un chivito que ni siquiera a un apasionado de la cri-
podría decirle con exactitud dónde los músculos de la parte supe- minalística serviría.
rior se encuentran ahora, míster Ulianov. ¿Quiere usted saberlo?, y Cabeza que ahora mismo, digámoslo también, andaba demasia-
apuntaba con su garra larga la zona lumbar. Aquí. Unos músculos do embutida en sus propias preocupaciones para sumarse a Causa
chiquiticos que no estiran lo suficiente y me convierten en algo pa- alguna, explicaba Bertholdo al calvito pelirrojo –y él lo sabía bastan-
recido a una de esas maletas de cartón grande con dos correas de te bien ya que llevaba días observándolo–, pero que pronto quizá po-
cuero de vaca, míster Ulianov. Dos correas tensas que siempre están dría ser reclutada, utilizada por y para el Este, «puesta en remojo».
luchando por partirse. En eso me convirtieron la espalda los secua- ¿La cosa no era seducir y ganar a todo el mundo pero sobre todo
ces de ese Heinrich Hermann, míster Ulianov. En esto que usted a aquellos que pudieran entregar a la Causa su dinero, le había ex-
ve ahora, e intentaba estirarse frente a la mirada del calvo pelirrojo plicado el ruso a Bertholdo?

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Pues entonces la cabeza de Oblómov el Mayor. Los negocios de 12.
Oblómov el Mayor. Las joyas de una de las familias más acauda-
ladas de toda la zona. Si esto se lograba, pues haríamos nacer un
nuevo Oblómov, sopló bajito el doctor Bertholdo sobándose las ma-
nos. Un Oblómov que incluso se encargaría él mismo de matar a la
urraca de su mujer, volvió a soplar el jorobado-médico, esa idiota
con peste a monasterio.
Un Oblómov que se entregara con pasión a la causa, de la misma
manera que éste –él sabía, lo había escuchado aquí y allá– se había
entregado a las finanzas familiares, al equilibrio entre economía y
tradición, a la raza…
Así que Oblómov, Oblómov y Oblómov, brindaron el rusito pe-
lirrojo y el delirante Bertholdo con dos copitas largas de slivovice.
Oblómov podría salvar con su dinero la Causa, y se abrazaron en
medio de su alegría por el futuro. Abajo el dinero, gritaron.
L a Causa, muy valorada al principio y luego por esa misma ra-
zón no tomada más en cuenta, era la del paneslavismo. El pa-
neslavismo y la monarquía.
Ahora, ¿existía alguna Causa que mereciese en verdad tanta ayu- La cabeza del Zar, a razón de la escarlatina política que había
da? ¿Una Causa con una garganta tan grande que necesitase todo el apolillado el tejido político y mental de algunos «hijos del consen-
capital de las familias del Este e incluso del Oeste para posicionarse tido y mal ubicado Este», se había fraccionado como una taza de té
nuevamente en el centro de la vida europea? ¿Una Causa-bacteria que cae desde encima de una mesa al suelo y se había dividido en
(no de Koch, ya saben, Bertholdo no podía ni oír mencionar este cuatro o cinco pedazos.
nombre), que insertada en la corriente sanguínea del Este generase a Pedazos que después habían sido nuevamente pegados con una
cierta velocidad un movimiento que restituyese lo antiguo y situara pulcritud pocas veces vista en la vieja Rusia y, utilizada –reutiliza-
nuevamente las cosas en su lugar? ¿Una Causa que pudiera conver- da debiéramos escribir, ya que la cabeza de un monarca es lo más
tirse de nuevo en tradición? parecido a esas figuritas de porcelana que todo el tiempo se rajan
No, lo más seguro es que no. y casi con dedicación infantil se vuelven a juntar–, para uno de
Pero dejemos ahora por un rato a nuestro doctor y al calvito peli- los encuentros más emocionantes de hockey sobre hielo que guarde
rrojo con su nueva ronda de slivovice sobre la mesa. Ya veremos como memoria Tsárskoye Seló.
en menos de una hora los sacan a ambos a patadas de la taberna. A modo de portería habían colocado con las piernas abiertas a
dos flacos hipertiroideos de la antigua y ahora descabezada guardia

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personal de Nicolás II. Flacos que cada vez que veían avanzar a los La cabeza de Nicolás II no rodaba bien (ni siquiera esto hacía
jugadores bastón en ristre se tapaban sucesivamente los ojos y los bien, la pobre). Y este hecho, que los barbilampiños rojos después de
genitales con la esperanza de que lo segundo saliese menos dañado tres o cuatro bastonazos no tardaron en comprobar, le dio al juego
que lo primero y, como rondelle o disco, la cabeza voluminosa y una inusual alegría. ¿Por qué?, se preguntarán ustedes. Pues fácil. El
ex-imperial del más lento de los Romanov. Lentitud que se hacía hockey sobre hielo, y nunca hubo tanto hielo en Tsárskoye Seló y
evidente en la manera que éste abría y cerraba los ojos cada vez que nunca el canto afilado de los patines cortó tan bien como ese día, se
el bastón lo golpeaba por la frente o incrustaba en la boca, y en la fue convirtiendo gradualmente en otra cosa.
manera en que la cabeza rodaba: nunca hasta el final del campo, El asunto ya no trataba de dos colectivos que intentaran intro-
como un verdadero disco pulido de esos que da envidia ver en algún ducir la cabeza del más paralítico de los Romanov entre las dos
estadio, sino, trastabillando sobre sí misma, soltando chorritos de piernas-palos de los dos flacos caballunos que la guardia roja había
sangre entre golpe y golpe, y quedándose estancada en medio de dos resimbolizado como portería…
o tres jugadores (todos pertenecientes a la recién estrenada Guardia No.
Roja, por supuesto), como si la desgana del poder, ese hastío que El asunto consistía en ver quién golpeaba con más técnica la ca-
había perseguido a Nicolás II durante toda su vida y de alguna ma- beza del Zar y por esta misma razón, no exenta de refinamiento
nera también atrapó a sus descendientes cuando reaparecieron en el ideológico, quién podía lograr que los ojos de Nicolás II después del
exilio, se hubiese concentrado ahora, toda, en esos ojos que se abrían primer bastonazo se mantuviesen abiertos y sin coágulos de sangre
y cerraban como impulsados por algún falso contacto y en la forma hasta tocar nuevamente el suelo y después de dos o tres giros perma-
que iba adquiriendo su cabeza, más hinchada que nunca (y juro que necer, incluso, mediosonriente y expectante sobre el hielo.
ya una vez producto de un acceso bucal llegó a estar muy inflama- Competitividad que le dio mucho movimiento a esta varian-
da) y con jirones de carne saliéndosele por todas partes. te poco zarista del hockey, ya que no había que hacer puntos o
¿No hubiera sido mejor, se preguntaron algunos con cierto tonito pasarle el disco a alguien (detalles que siempre son el fracaso de
de piedad, que los guardias rojos después de arrancarle la cabeza a todas las competencias colectivas), sino, sólo, concentrarse, lograr
Nicolás II le hubieran cosido también las heridas del cuello y los ojos un buen arco con el bastón y golpear. Imprimiéndole a los brazos
para evitar tanta sangre y parpadeo en el terreno de juego? todo el empuje que uno en un momento así es capaz. E impri-
¿No hubiera llegado a ser este enfrentamiento histórico, y nada miéndole, a la columna, toda la flexibilidad que un swing exacto,
más cercano a la Historia que un jueguito de hockey con la cabeza y esto se ve en la manera en que el pie posterior rota junto con los
más emblemática de las korolevskije Korony del mundo, mucho más brazos, necesita.
entretenido y mejor diseñado, si todo hubiera sido pensado con cier- Juego que durante todo ese invierno se hizo muy popular entre
ta calma y no dejado como se dice vulgarmente a la buena de Dios? los soldados de la Estrella Roja e incluso, pudiéramos decir, entre

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toda esa minoría antimonárquica y aparentemente antiautoritaria un grano mal extirpado. ¿Entiende, señor Bertholdo? Y se volvía a
que inunda todos los rincones del Este y sin querer, aunque que- señalar encima de la pajarita. Aquí.
riendo, activó lo que los seguidores de la antigua nobleza en sus Cuello, señal y movimiento… que ya el cínico, pirómano, pan-
panfletos y dándose palmaditas en la espalda llamaban El puntico eslavista y ahora totalmente ciego Bertholdo no llegó a ver gracias
del honor. Es decir, ese recodo donde la cháchara nacionalista y la a la paliza que un grupo de estudiantes empezó en ese mismo mo-
cháchara patriótica se encuentran y ambas: derrotadas, farsescas, mento a propinarle agobiados por los hurra que éste desde hacía tres
incoloras y sin nada que mostrarle al presente, aunque aún con una horas enarbolaba a voz en cuello como si la taberna más que taberna
naricita de pájaro cien porciento empinada por encima del chaleco, fuera plaza, pero, sobre todo, por la agresividad que a partir de la
forman uno de esos pudines con nata ácida y frambuesas que no ronda número dieciocho nuestro jorobado experto en pulmones y
hay quien se los trague, tal y como le explicó el calvito ruso a nues- flemas empezó a demostrar contra todos los parroquianos que en
tro admirado pero ahora mismo fuera de circulación Bertholdo, al ese momento se empinaban su cerveza.
señalarle por qué «nosotros, los buenos rusos –los malos, la historia Golpiza que al día siguiente el doctor Bertholdo ya de nuevo en
demostraría después, se habían quedado arrancándole los testículos el Hospital explicó como la última confabulación de los seguidores
a todo el mundo dentro del país–, debíamos extirpar de nuestro de Koch contra él. Ese Heinrich Hermann, gritó en la cara de todos
vocabulario la palabra hockey y la palabra hielo». lo que quisieron oírle. ¡Ni muerto me deja tranquilo! ¡Ni muerto!
¿Acaso nos hace falta a nosotros, tartamudeaba el pelirrojo vien- Ahora, ¿qué impulsaba en verdad al inminente doctor a aceptar
do por el extremo izquierdo de uno de sus ojos cómo el otro se soba- las ideas y correcciones sobre la Causa que el ruso introducía día a
ba nerviosamente las manos, aquí, lejos de nuestra patria y nuestras día en su cabeza?
estepas, la palabra hielo? ¿No contradecía este comportamiento su talante por lo general
Nooo, estimadísimo Bertholdo, proseguía con su monserga el sarcástico y reiteradamente huraño?
calvito Ulianov. Fuera de Rusia la palabra hielo no enfría… ¿No contradecía esto incluso el voto de secreto que deben guardar
Y bajaba un nuevo slivovice pasándose la lengua amarillenta por todos los médicos que trabajan con un personal sensible y la mayoría
los labios. de las veces importante: ese personal que más que tensión necesita
Fuera de Rusia la palabra hielo no sirve ni para tomarse una gra- de las palabras tranquilas de alguien que por decirlo de manera rápi-
nizada, y se quedaba mirando fijamente a Bertholdo. da les indique el camino para encontrarse consigo mismo; la cura?
Fuera de Rusia la palabra hockey, proseguía entre aguardiente y ¿No iba contra la ley la formación de sociedades ilícitas destina-
aguardiente el pelirrojo, da dolor aquí, y se señalaba el lado izquier- das a derribar el orden legal en otro o en el propio país?
do del cuello donde casualmente éste al igual que el finado Nicolás Bertholdo ya está viejo, podríamos pensar. Y no dejaría de ser
tenía una larga y arrugada cicatriz en forma de equis producto de cierto. Pero lo que deslumbró al eterno segundón de Koch e incluso

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se extendió como electricidad por todos los músculos que según él y los dos se echaron el último slivovice gaznate abajo. ¡El centro del
habían sido descolocados en su espalda fueron las promesas de Mr. centro!, gritó.
Ulianov. Las promesas sobre el verdadero eslavismo y la reinstaura- Y empezó a cantar:
ción de la monarquía.
Míster Ulianov se identificó a sí mismo como un príncipe caído A la hija de la tabernera
en desgracia (piensen en la cabeza de Nicolás II y en la suerte poste- Le gusta la leche fresca.
rior de todos los que ese día estuvieron presentes en Tsárskoye Seló y Y a la tabernera misma
ya sabrán lo exagerada que sonaba la palabra desgracia en la boca de Le gusta con nata y con sal.
Mr. Ulianov), y le aseguró a Bertholdo que había muchas personas Ay, tabernera. Ay…
importantes y dinero en juego.
Cuando todo esto termine, dijo aflautando la voz y con gran Canción que hizo decir algo ininteligible a Bertholdo y lo tiró a
firmeza el calvito pelirrojo, usted va a tener todo lo que no ha tenido dormir encima de la mesa como un camello que de pronto se siente
hasta ahora, volvió a tartamudear ahora con un hilito de voz. Hasta a gusto con su joroba. De más está decir que la cabeza le resonó
palacios, señor Bertholdo, y cada vez más bajito: sirvientes, oro… dos o tres veces contra la madera antes de quedarse totalmente «sin
Cosa que en ese momento animó una ronda más y por supuesto vida».
impulsó la avaricia de monsieur Bertholdo hasta donde ni siquiera Pero ¿y Oblómov Padre y Oblómov el Tuerto? ¿Se habían mar-
él mismo la conocía. Oro, sólo atinaba a balbucear Bertholdo entre chado ya, continuaban aún con mamushka Oblómov, escuchaban
trago y trago de slivovice sobándose las manos y las piernas y la bar- infinitamente las cantatas de paní Zolová, les había dado algún ma-
billa y todo lo que encontraba a su alrededor. Oro… reíto, se habían desmayado?
Riqueza que todos los buenos rusos soñaban con salvar de to- No. Habían llegado a casa y después de un intercambio de pa-
das las formas posibles de ese avispero en que se había convertido labras sobre el aburrimiento que causaba estudiar en el Internado
de repente la «madrecita Rusia», raptada ahora por el materialismo –en el Internado y en la casa le gritó Oblómov el Tuerto a su padre,
y el bigotudo que sólo piensa en el trabajo, pero que pronto muy medio histérico– y sobre los posibles castigos a los que se enfrentaría
pronto, volvió a repetir el príncipe marcándose la cruz ortodoxa en si contradecía las órdenes de su superior –le respondió Oblómov el
la frente y dándose un beso en la punta de los dedos, volvería a su Mayor a su hijo en el mismo tono– y antes, mucho antes de que
cauce normal. Oblómov el Tuerto abriese la puerta de su cuarto y se pusiese a revi-
Ya usted verá, alzó la mano y la voz míster Ulianov mirando los sar con un ojo sulfuroso y en este mismo instante casi adormecido
ojos hinchados de su contertulio, cómo volveremos a ser el centro Der Deutsche Jäger, revista a la que estaba suscrito y lo mantenía en
del mundo y el centro de la economía, mi querido doctor Bertholdo, forma sobre los asuntos de cacería en el centro de Europa, había

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desmontado una de las escopetas de encima de la chimenea, una de hierro en lo que poco a poco baja su clarete y estira sus pies
de cañones recortados que a corta distancia resultaba fulminante, y cuadrados, gigantes, olorosos y sin arco hacia sus dos pantuflas
había apuntado a la cabeza de su progenitor, como si éste se hubiese chiquiticas.
transfigurado de pronto en un zorro o, por su peso, tamaño, colmi- El que nos importa ahora mismo es el Tuerto.
llos y genio, un lobo, al que hubiese que meterle un plomazo.
Mentiría si afirmo que esta escena duró algo más que un segun-
do, pero fue en verdad lo suficientemente larga para que el rostro
de Oblómov el Tuerto se iluminase y algo empezara a echar humo
dentro de su cabeza, una idea que junto a las fotografías de Kropo-
tkin barbarroja y sus reflexiones sobre el verdadero imperio, serían
definitivas para su futuro.
Obsesión que poco a poco iremos comentando al detalle pero,
que, ahora que Oblómov Padre se había sentado en eso que en el
Este las familias de cierta aristocracia llamaban la Sala Portugue-
sa: un saloncito en uno de los laterales de la casa con chimenea,
fanteuil, poltrona, dagas venecianas, mantas, gatos, pisapapeles,
colecciones de piedras preciosas, cuadros, vasijas de Corea –feas y
precarias como todo lo asiático–, mascarillas con rasgos africanos,
periódicos, cajetillas de cigarros usados, escarabajos y un clarete que
servido en una buena copa, de esas pulidas y cinceladas por algún
maestro italiano con pie de bronce e iniciales a relieve, alcanza un
color granate que le haría la noche feliz no sólo a un mediohúngaro
como Oblómov (medio húngaro y medio alsaciano, aunque la otra
mitad para él no contaba), sino a todos los húngaros «puros» que a
esta hora en una sala similar y con muebles similares descorchasen
su vinito y se pusiesen a conversar en la ininteligible lengua magyar,
no tiene sentido hacerle caso.
Así que dejemos removiendo a Oblómov Padre, también llama-
do el Mayor o simplemente Oblómov, la leña con una trenza larga

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13. segmenta en cada uno de sus fieles, como si sólo fuera posible mul-
tiplicarse a partir de la devoración, Oblómov mal lector, aburrido,
con problemas para entender una frase que contenga más de cinco
palabras, como si el hecho de ser un tarado fuese en sí mismo el
signo doble del poder, Oblómov con la boca abierta, como si de una
mala copia del Papa Inocencio X se tratase (esa mala copia de aquel
afeminado irlandés), Oblómov con una dentadura de oro, una den-
tadura que más que dientes mostrase iconos, hornacinas herrum-
brientas, rosetones, Oblómov apestoso, sacándole el ojo a cada uno
de sus fieles en señal de bendición («un imperio tuerto será la salva-
ción del mundo», desgañitaba), Oblómov coleccionista, hematoso,
con largos monólogos sobre sí mismo y una mirada desconsolada,
a punto de infarto, Oblómov con peluca, con una cuchillita en una

O blómov ojo único, Oblómov Satanás, Oblómov cara de buey,


Oblómov oyente de la Zolová y por lo mismo defenestrador
de la Zolová, Oblómov parricida, Oblómov asesino de zorros, Obló-
mano y su retrato –su propio retrato– en la otra, aleccionando sobre
la verdadera mística, la de la taxidermia y extinción de los pájaros:
«esos que han nacido para cagarlo todo», Oblómov contra el virus,
mov sin expresión en el rostro, con un escapulario de madera en la lo inmóvil, lo muerto, en una caja blanca con una estaca clavada
mano y un paisaje con arbolitos detrás, Oblómov tirano, con cuatro encima del ombligo y la imagen casi distraída de un Voivoda detrás,
puntas dando vueltas hacia todas partes pero en sentido contrario, Oblómov con dos huesitos, tres huesitos, cuatro huesitos, enterran-
como cuatro barrenos que perforan una pared desde distintas posi- do a uno de sus «demonios» bajo una montaña de fango en la fosa
ciones, Oblómov amante de las escopetas: las escopetas y las balas de un cementerio, Oblómov artesano, decorador de techos, ubicuo,
y el hilito de sangre que parte el ojo, Oblómov con una capa blanca como uno de esos pájaros que enseñaba a disecar para ir adornando
sobre los hombros y una torre de hierro al fondo, una torre con cada milímetro de su imperio, un imperio que tendría como ley
dos leones de yeso a la entrada, dos leoncitos venecianos, de esos suprema las palabras de mamushka Oblómov: Tú serás el defensor
que protegen cualquier recinto pero en verdad no sirven para nada, de la biología blanca, y el cual convertiría el defecto en una cualidad
Oblómov arengando a la masa y mostrando su sangre a sus seguido- divina, cualidad que a partir del regreso del hospital y la discusión
res, una sangre que cada cierto tiempo éstos tendrían que tomar en con su padre (el desencuentro sería mejor decir) había empezado a
una copa de metal con piedras rojas y verdes en los bordes, Oblómov cristalizarse en el ojo único y ahora no pestañeante de Oblómov
amante del corpus, su propio corpus, y de la manera en que éste se Salvatora Mundi, incapacitado e incapacitante, renacuajo tuerto.

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¿Acaso no podemos imaginar que después de haber visto su futuro tanto como hacer una familia o lograr un puesto en una de las ma-
(la violencia siempre genera futuro), Oblómov el tuerto se había que- lolientes oficinas del estado.
dado totalmente inmóvil, frío, encima de su cama, en lo que la ima- Ahora, ¿adónde había apuntado exactamente Oblómov el Tuerto
gen del padre se desprendía como una estatua de plomo desde lo alto cuando había desmontado la Heeren de «bloque caído» de encima
de un muro hasta el piso fraccionándose en veinticinco pedacitos? de la chimenea (sí, esa misma carabina que un día le lanzó como
Sí. Oblómov el Tuerto incluso tuvo que echarse rápido hacia un marrano maloliente su ojo derecho hacia el otro mundo) y como si
costado ante la imagen del padre derrumbándosele encima con su aún su ojo único estuviese en un estadio anterior a su ojo no-único
chivito de plomo. la dirigiera hacia ese «cabrón mediohúngaro que no me entiende y
Un chivito que de haberlo golpeado hubiera podido sacarle no está todo el tiempo en mi contra»?
digamos ya su único ojo, ese que a partir de este momento empezará La apuntó hacia el lugar donde suponía en ese momento su padre
a ser tan importante y con el que desde hacía mucho tiempo había tenía la cabeza.
aprendido a poner distancia entre él y los demás. Sino, los sesos, la Cabeza que en verdad por ser el respaldar del butacón de la salita
mandíbula, la oreja derecha, la nariz y las dos o tres ideas que la ca- portuguesa tan alto no se veía, a excepción del pelito largo que a esta
beza de su padre con un plomazo en la frente y los huesos del cráneo alturas reptaba hacia arriba lleno de clarete, y que de haberse consu-
a flor de piel le habían radicalmente confirmado. mado hubiera dejado un gran reguero de sangre por todas partes.
¿No es para todos una verdad común que las mejores ideas o inclu- A esa distancia, sabemos todos los que hemos practicado alguna
so la mejor idea, esa capaz de acelerar al máximo nuestra vida, apare- vez la caza, una Heeren no sólo es fulminante, sino capaz de abrir
ce casi siempre de manera casual y sin que muchas veces sepamos de un boquete del tamaño de un establo a cualquier cosa que le ponga-
dónde viene o siquiera tener una explicación clara de su periplo? mos delante. Cosa que Oblómov el Tuerto recordaba –quién mejor
La cabeza de Oblómov Padre era una cabeza ovoide, con un que él– y lo hizo entender cómo a partir de ahora debía enfrentarse
pico hacia arriba. Un pico coronado por un pelito largo y dos o al mundo: si alguien no me sirve, plomo. Si alguien me sirve, tam-
tres orquetillas. Una de esas cabezas-tornillo que para disimular su bién plomo.
construcción necesitan dejarse crecer la barba, sobre todo la llama- ¿No era en verdad esto lo que había querido decirle mamushka
da prusiana o de punta gótica, para de esta manera contrarrestar cuando entre ramalazos y ramalazos de agua bendita le hablaba de
cualquier tipo de asombro y a la vez, como contrapeso, no crear un su misión, su idea, su ungeheure große Macht, y del verdadero senti-
desequilibrio entre el pico con un pelito que crece hacia arriba y el do que tenía fundar una humanidad que pudiera salvarse a partir de
pico o mandíbula que sin un pelito se alarga hacia abajo. sus defectos: el cáncer, la idiotez, el no-ojo, el tumor, la hepatitis?
De ahí que para esta generación la barba gótica, la cual por cierto Oblómov el Tuerto, a partir de este momento también Oblómov
sólo se admitía rojiza o negra, haya tenido casi un interés político, «illuminatus» u Oblómov «granimperio», movió la cabeza arriba y

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abajo como un pajarito. Eso era lo que desde siempre había querido Nada de esto va a importar ya, remató hablándole muy de cerca a su
hacerle evidente la aún hospitalizada mamushka Oblómov. Palabras imagen en el espejo, como si a ésta por algún defecto se le hubiesen
que él no había comprendido hasta ver (en su imaginación y sólo en caído las orejas y fuese sorda.
su imaginación, que quede claro) la cabeza de su padre saltando del Todos en mi imperio estarán atravesados por el defecto, la ruina
butacón al suelo y del suelo a un charquito de sangre bajo sus pies, total, la redención, la obediencia, volvió a decir. Y empezó a hacer
y después de agacharse y tocar el orificio por donde había salido gestos de orador, imitando las postalitas que de los actores del Cen-
aquella bala ficticia y de plata… Bala que él había comprado una tro Nacional Dramático se venden en los estanquillos.
vez en un remate de cosas antiguas. Un imperio sin ilustración, sin esa perorata incomprensible que
Un imperio donde el defecto e incluso lo muerto fuesen en sí en verdad había hundido al mundo, razonó cambiando de postura
una construcción de vida. Un imperio donde el dolor no fuese más ante su propia imagen. Un imperio donde sólo puedan vivir gente
una experiencia desagradable, reumática, sanguinolenta, con garras que saben qué quieren y a dónde deben llegar. Gente práctica. Que
y pezuñas encarnadas, que hubiese que esconder por debilidad o vivan para cultivar su enfermedad, como el chino Hu vive para ven-
conflictos estéticos en alguna parte. Donde lo que hubieras hecho cernos a todos en el Go. Y vio el patio del internado delante de su
antes: lo que habías hecho, lo que te habían hecho, lo que nunca no-ojo único con su gran llamado a la higiene en letras rojas y las
harías, ya no tuviese ninguna importancia. diferentes puertas de las aulas cerradas, bajo un orden perfecto, tal y
Oblómov estaba tan eufórico que hablaba dando saltos por todo como funcionaba cuando cada uno estaba entre las ocho y las doce
su dormitorio. inmovilizado en su propia silla.
Un imperio donde la entrada estaría regulada ante todo por la Un orden que también tendría que ostentar su imperio.
experiencia de la pérdida, tal y como él ya lo había experimentado Sólo cuando las cosas no se salen un milímetro de su lugar, ra-
hace años ante su choque con el zorro negro. Ese zorro que había zonó sentándose en el borde de la cama y observando con regocijo
que erradicar para que la enfermedad llegase de una vez por todas su ojo color azufre, alcanzan la perfección. Y la perfección es que a
a todos los que quisiesen entrar en ella: lo real de lo real, se repitió todos les crezca un nódulo supuroso con una bolita gris en medio de
a sí mismo frente al espejo de marco neoclásico incrustado frente a la cara. Un ojo que pueda arrancarse con una cuchara y después ser
su cama. almacenado en un frasco con formol. Un ojo que flote de la misma
Un imperio donde muchos estarían contentos de poder presen- manera que un pez muerto, boca abajo, con la panza todavía un
tarse sin miedo ante el otro, aunque fuesen gordos o tuviesen una centímetro por encima del agua –razonó–, dos centímetros incluso,
llaga supurante en el rostro. Aunque les faltase un pedazo de cráneo, dejándose arrastrar por la inmovilidad…
nariz, hígado o cuello. Aunque tuviesen que cazar sus globitos de Un imperio cuyo único signo sea ese hueco en el lado derecho de
aire por un tubo lleno de sangre encajado en medio de sus cabezas. la cara; esa marquita de orden, digamos. Un ojo que se quede rígido

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y sin pestañear cuando se encuentre en los más alto de la torre- Muñecos todos sorprendentes más que por los movimientos que
imperio. Que sea odio y se muestre, boca y muerda. realizaban, por la atmósfera donde estaban encajados: un foco pe-
¿No es acaso literalmente cierto que todos necesitan ser guiados queño, de una iluminación sucia, que cerraba el círculo de acción
hacia algún lugar para que puedan encontrarse consigo mismos? del autómata y apretaba en negro todo lo demás, como si las sucesi-
Oblómov el Tuerto ya hablaba hasta imitando los gestos de su ma- vas marionetas (cuyo único atractivo era que se movían tan suaves
dre. ¿Que todos necesitan cultivar y abastecer sus bajos instintos? que más que muñecos parecían viejos dopados) sólo pudieran acti-
El imperio Oblómov será un imperio de la no compasión, re- varse a partir del efecto-luz.
flexionó desplazando el puño hasta debajo de la mandíbula y que- Efecto perverso en sí mismo, ya que en medio de tanto enciende
dándose embelesado frente a su rostro. y apaga, mamushka Oblómov no pudo continuar con nuestro re-
Un imperio donde a todos les faltará un ojo y donde los que corrido –la combinación de sombra y luz es devastadora para una
quieran podrán incluso devorar parte de sus cuerpos. Mutilarse. Un cabeza con migraña– y tuve que continuar a mi suerte dentro del
imperio del dolor, mostrándose a sí mismo el puño en señal de pe- carromato segundo, uno rectangular y suelo de aserrín que tenía
lea. De las pequeñas heridas, de lo sucio, lo horrible, lo malsano, ordenado a sus autómatas en una especie de S larga que se extendía
donde el desprecio no exista. ¡Eso! Gritó como saltando después de hasta una pared con ventanita.
una bofetada. Un imperio donde el desprecio no exista. Precisamente a través de esta vi una de las cosas más espantosas
Y recordó. que he visto alguna vez en mi vida. El asco, si por esta palabra tam-
Un día, durante un viaje con mamushka, visité un museo iti- bién entendemos desprecio, impotencia, angustia, desazón, dolor de
nerante de autómatas. Uno de esos carromatos gigantes que dan estómago, odio.
vueltas por todo el Este y se detienen aquí y allá. Un hombre enculaba a una cabra embarazada sujetándola bien
Uno de esos carromatos llenos de muñecos que levantan la mano fuerte por las ancas en lo que otros dos, con ojos de burro y pec-
o ríen o saludan. torales cuadrados, le pasaban el pene por el hocico halándole las
Allí estaba la cartomántica, el jugador de ajedrez otomano, con orejas en dirección a sus entrepiernas y diciéndole ¡pásale la lengua,
su bonete color vino y la guinda como un moco sobre el ojo, el paya- cabrona! ¡Chúpala!
so bizco, que orinaba soltando un chorrito de algo amarillento hacia Violencia a la cual el mamífero respondía con un berrido desga-
arriba, el leñador ruteno, todo hierro y todo músculo, derribando rrado e intenso, intentando fugarse aunque sin conseguirlo.
de un manotazo cualquier tipo de árbol, la bailarina de cancán, con Cuando estos tres monstruos hubieron terminado, y después de
su satín rojo hasta mitad del culo y un lunarcito despintado por la dejar a la cabra chorreando sangre por sus patas traseras, la ataron
humedad, el guardabosque, la lectora que te miraba y después con- a un poste de madera al que uno de los hombres –tatuado por todo
tinuaba rumiando sus poemas, el chino de la pipa… el cuerpo con una serpiente que se abría en espiral a mitad de su

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e­ spalda– llamó con sorna «el atrabancadero», empezaron a golpearla Cómo todo en esta vida era tan complejo como una sardinita
por turnos hasta que ésta cayó, primero con las dos patas de alante entrando en la boca de un gato.
sobre la carpa, sin fuerzas, como si algo en su equilibrio se hubiese ¿Sería desacertado decir que este hecho, salvaje y raquítico a la
definitivamente rajado, y después de unos minutos, con su barriga vez, raquítico por lo poco que aportaba a los rituales humanos, había
hinchada sobre el suelo, babeando. sido decisivo para mucho de lo que he querido levantar a posteriori?
Lo descrito hasta ahora no sería en verdad tan espantoso si no Marija había quedado en el suelo, muerta. Yo, mudo, en estado
fuese porque cuando estos tres forzudos amarraron a Marija, así crítico, con vómitos y totalmente nervioso. Temblando. Sin embar-
la llamaron en lo que le colocaban un velo con mosquitas blancas go, esa unión entre la ausencia de su ojo y el mío fue decisiva para
bordadas sobre su cabeza (ejemplo más del mal gusto que domina al comprender algo que hasta ese momento yo no sabía: la belleza del
Este), advertí que a Marija también le faltaba un ojo. El ojo derecho animal violado, la belleza de la sangre cuando brota y empieza a
para ser exacto. El ojo por el que uno se reafirma ante los otros. El reconfigurarlo todo, la entrega.
ojo que recompensa y niega. Que sirve para calibrar, medir distancia Por eso en mi Imperio los santones llevarán tatuado en su brazo
ante los demás, infundir respeto. Y Marija, la de patas sangrantes la imagen de una cabra tuerta que da vueltas sobre su lomo y muer-
y tres penes hasta su garganta, era tuerta del ojo derecho como yo. de su rabo, como una uróboros que necesitase triturarse a sí misma
Cosa que hizo que incluso en aquella semipenumbra nuestros dos para hacer que el mecanismo de vida circule. El mecanismo mier-
ojos, o mejor, la ausencia de nuestros dos ojos se conectaran y empe- doso de la vida, como gritaba Gran Oblómov desde su sofá cuando
zaran a olisquearse mutuamente, como si el dolor, el goce, la sangre, encendía un cigarrillo negro y se ponía a contarnos por enésima vez
los golpes, más que acciones en contra fuesen grosso modo aliados su tiroteo con aquel tocaflautas polaco. Ese mierdoso musicastro,
puntuales: una zona de aprendizaje donde los elegidos con su hueco refunfuñaba el más famoso de los Oblómov, riéndose.
supuroso y cóncavo tendrían que hacer una pausa y reconocerse. Y ese mecanismo de vida no sería otro que el de la violación, el de
Aprendizaje que me tuvo durante los siguientes tres días vo- una llaga y su hemorragia en el estómago, el de asesinar-revivir a la
mitando (para más angustia de mamushka Oblómov, que acusó a cabra. Tal y como hicieron aquellos forzudos con Marija, en lo que
Oblómov Padre de haber traído a casa carne descompuesta: ¡matas- la poseían tres y cuatro veces mezclando su semen con la sangre que
te la vaca falsa!, le gritó nerviosa) y me hizo entender cómo todo en bajaba por sus piernas traseras antes de que se hiciese un charquito
mi vida se había conectado siempre de manera perversa: el accidente pequeño en el piso, y tal como hacemos ahora mismo en nuestro
con la escopeta, la foto de Kropotkin con los zapatos de piel de Imperio.
zorro, la enfermedad de mamushka con la violación de Marija, los ¿No era esto lo que siempre proclamó mamushka a voz en cuello
sueños de terror con la araña… y la verdad que nos obligó a entender entre gritos y castigos antes de
Todo. cada comida o discusión en casa?

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Marija tenía un solo ojo. Y ese único ojo era su punto místico, 14.
la señal que ella me lanzaba para que yo comprendiera, lo demás lo
iremos pensando en los próximos capítulos. Pero sin duda todo em-
pezó aquí, con la violación y la mancha de sangre en el piso, con su
pequeño quejido antes de morir claveteada por el martillo de aque-
llos chupacabras, con el vacío que sentí al ver cómo su culo flotaba
lentamente hacia el cielo y su ojo no-cerrado y no-incinerado me
observaba e interrogaba a la vez.
Un ojo que condensaba en sí mismo todo el crimen.
El crimen de haber visto cómo lo destrozaban y sin embargo
haber sentido placer ante su propia destrucción.
¿Es que hay algo, se preguntó Oblómov el Tuerto por centésima
vez ante el espejo, más hermoso que la violación?
No, pensó, ya sin responderle a esa imagen de orejas chiquiticas
que lo miraba desde el marco rectangular y neoclásico frente al que
había estado gesticulando toda la noche. Nada más intenso. Y con
A rañas, arañitas, arañas gordas, medio arañas… Cada vez que
Oblómov el Tuerto se dormía, de su cabeza empezaban a salir
arañas. Arañas que copulaban entre ellas haciendo un gran ruido o
su respuesta vio cómo los santones de su imperio iban escalando arañas de patas cortas, prietas, con un poquitico de pelos en los
por una torre de hierro con un velo blanco de mosquitas bordadas bordes y una cruz en el lomo. Arañas que subían por su cara como
sobre el rostro, como si todos hubieran reencarnado en la extraña si ésta ya perteneciese a un muerto y sólo quedara por sentir la sen-
Marija. sación que producían sus patas, ese escalofrío mitad asco mitad pi-
Por supuesto que Oblómov el Tuerto siguió viendo otras cosas en cor. Arañas que se difuminaban por el día, que tomaban el rostro de
el sueño, pero esta última frase marca el límite entre lo que Obló- los conocidos y dejaban una extraña impresión por horas, que se
mov el Tuerto pensó y lo que Oblómov el Tuerto empezó a soñar, descolgaban de un tubo de desagüe y sobrevivían a la humedad; que
así que stop. Cuando Oblómov Salvatora Mundi ve arañas, está a saltaban, que brincaban, que mordían. Arañas bobas, dispuestas
punto de suceder algo. siempre a morir bajo un pisotón… Cada vez que Oblómov el Tuerto
se dormía, con quien soñaba en verdad era con dios. Un dios con un
chaleco apretado y un diente chiquitico. Un dios casi calvo, cojo,
charlatán. El mismo dios que un día él había encontrado en Dresde
y al cual los enfermeros tiraban de vez en cuando una salchicha.

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Nada como tirarle a dios una salchicha, le había dicho jeringuilla en ridículo de su cuerpo. Ahora va a demostrárnoslo, señalando de
mano uno de los enfermeros de Schloss Sonnenstein. Nada como nuevo con su ganzúa sucia mi ojo sulfuroso. Se la envié a Biswanger.
verlo hincándole el diente a una salchicha, había repetido. Primero Y empezó a reírse. Le dije: Biswanger, cógela. ¿Ella no se pasó toda
se hace el desentendido, da dos vueltas alrededor del Wurst y des- la vida hablando del Gran Inquisidor y del zorro de tres patas? Pues
pués se sienta. Le pasa la lengua, como un gato, dejando que la ahora sí va a saber lo que es el zorro de tres patas. Biswanger, le grité
grasa le corra hasta el chaleco y el ombligo. Ese es el dios de Son- a mi perro suizo, cógela. Ponla a hablar de los indios sudamericanos.
nenstein, me había repetido el enfermero, una, dos, ochenta veces. Ahora sí va a saber tu mamushka lo que es usurpar mi nombre. Va a
Eufórico. Nuestro dios, me había dicho, en lo que yo entraba a su aprender de nuevo incluso lo que ya sabía. Biswanger es un éxito, ya
jaula y lo miraba tragarse los últimos restos de su tripita de carne y verás. Te hace ver hasta lo que no has soñado. Convierte en materia
comenzaba con aquel extraño foxtrot. Un-dos-tres, foxtrot. Undos- todas tus palabras. Si lo que te va es el zorro negro, pues Biswanger
tres, foxtrot, gritaba dios enérgico para que todos en el sanatorio lo te hace ver zorritos negros. Zorritos negros que bajan y suben, que
escuchasen. Esa era su venganza, me dijo. Mi venganza, repitió. ¿No deliran, que saltan, que corren. Zorritos negros hasta en la sopa. Si
prefieren tener aquí a dios amarrado echándole salchichas como si lo tuyo son las arañas, Biswanger entonces te hace ver arañas negras.
fuese un ratón en una caja? Entonces, foxtrot para todos, gritaba Todavía no se ha dado un caso que Biswanger no haya solucionado
hasta que se le reventaban las venas. Foxtrox y venganza. Eso es lo con su experiencia autocurativa. Te sienta en una silla durante horas
que se merece el mundo, vociferaba. El enfermero me decía, tenga y sales de ahí viendo todo tipo de zorritos o arañas. ¡Mira a tu ma-
cuidado, lo puede morder. Pero no, dios sólo vociferaba, se movía dre! Ya no sólo ve zorros, ya sabe hasta cuántos colmillos tienen los
ridículamente de un lado a otro y gritaba. Esa era su venganza. La zorros. Biswanger es un genio, te lo digo yo. Es mi creación. Y su
venganza de Sonnenstein, decía. La venganza prusiana. Dónde se ha sanatorio, allá en Suiza, mi sitio preferido. Con árboles y una tem-
visto que amarren a dios a una cama con unas tiritas de cuero, ¿eh, peratura siempre fresca. Con banquitos para que se vea la naturale-
dime? ¿Dónde se ha visto? Hasta el chaleco ya no me entra, me de- za. Con esas mangueras de agua fría que serenan a cualquiera que se
cía. Compruébalo tú mismo, y se acercaba a mí. Compruébalo, y crea más fuerte que un enfermero. Con sus dosis de pastillitas.
movía su dedo de mi ojo a su botón y de su botón a mi ojo. Todo Biswanger te sienta en una silla y te hace mirar con una lupa todos
obra de los enfermeros me decía, dejando afuera la puntica negra de tus sueños. Uno a uno. Lo que querías ser y lo que no querías ser. Lo
su diente verdoso, como si de pronto éste se le hubiera ladeado y ya que deseabas y lo que blasfemabas. Biswanger te sienta delante de
no le encajara bien en la boca. ¿Sabes lo único que hace falta para una pared blanca durante días y no te da ni salchichas ni nada. Sue-
estar aquí?, me dijo. Lo único que hace falta, me dijo, es saber comer ños. Biswanger sólo te hace ver sueños. Hace que los entiendas plano
salchichas. ¡Lo único! Y siguió con su foxtrot. ¡Lo único! Ahora tu a plano, como si la vida no fuese más que un álbum donde la misma
madre va a demostrármelo, me dijo, deteniendo de pronto el vaivén foto se repite hasta que se te empieza a ­podrir en la memoria. ¿No

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decía mamushka que tenía un huequito podrido en los pulmones que me quise apiadar en el último minuto y le envié a la Zolová para
que la hacía escupir sangre? Pues ahora va a tener también un hue- que no se aburriese. Pero ustedes los Oblómov tienen mala sangre.
quito en la cabeza. El huequito-Biswanger. Cuando Biswanger te Le puse a la cantante al lado para que le hiciese anécdotas, la conso-
muerde, mejor cierra los ojos y despídete. A Biswanger lo entrené yo lase, la acompañara en su calvario. Y nada. Por eso ahora, Biswan-
personalmente, en Kreuzlingen. Le dije, levanta aquí tu sanatorio, ger. Mírala, ya ni se queja. La reina de la quejita ya no se queja. Ya
yo te mandaré los enfermos. Y no me ha fallado. Nunca. Yo le tiraba no habla de zorros ni de Gran Inquisidor ni de velas contra los ma-
un huesito y Biswanger mordía. ¡Que hay demasiados filósofos! leficios ni nada. Ahora dice que la pared blanca es el único camino.
Biswanger se encarga. ¡Demasiados políticos! Biswanger lo solucio- Biswanger le trae de vez en cuando un técito y ni se lo toma. La
na. Les abre un huequito en la cabeza y ya: a hablar de indios pared blanca se le ha empotrado en el cuerpo y no la deja respirar.
­sudamericanos. En eso Biswanger es un genio. Te tiene durante años Eso es lo que pasa cuando Biswanger te coge. Entra en ti, despacito,
hablando de indios sudamericanos y hasta hablando con un gran como arrastrándose a través de un tubo y te muerde en el pescuezo,
cacique sudamericano y ni te das cuenta. Yo sólo digo: Biswanger, para que no te muevas. A Biswanger lo entrené con huesitos de hie-
muerde, y ahí ya está él sentándote frente a la pared blanca y dicién- rro, por si no lo sabías. Se los tiraba bien lejos para que no pudiera
dote: Señor, cierre los ojos… En eso no hay quien le gane, te lo digo alcanzarlos y siempre regresó con ellos, como si rompiéndose la boca
yo. Lo entrené con huesitos de hierro. Le tiraba uno al aire y le gri- los dientes se le afilaran aún más. Ese es Biswanger: todo presión,
taba, corre. Y Biswanger nunca dejó caer ninguno al suelo. Cuando todo rabia, todo sutileza. Cuando agarra ya no suelta, aunque grites,
Biswanger muerde sale el sol, dijo incluso uno de sus pacientes: un aunque incluso lo golpees. Lo entrené para eso, para que fuera in-
enano obsedido por el arte. Cuando Biswanger muerde, me repetía mune a cualquier tipo de sentimiento, de llora-llora. Biswanger es el
aquel enano, uno camina hasta más derecho. Biswanger es un fenó- mejor. Tu madre ni siquiera pudo llegar a convertirse en buena pe-
meno. Créeme. No viene a verte con esa cabrona jeringuilla de ca- rra. Se creía independiente, excepcional, como si después de ella ya
ballos que los enfermeros usan aquí contra mí y con la que preten- no hubiera otra cosa. Sólo vacío. Y el único que puede delirar aquí
den asustarme. No. Biswanger no. Biswanger no usa jeringuilla ni con mi nombre soy yo, dijo, no una maldita tísica enferma. Por eso
nada que se le parezca. Biswanger ni habla. Te sienta solo frente a le abrí ese huequito en los pulmones, para que viese lo que yo hago
una pared blanca durante días y deja que tú te vayas encontrando con los usurpadores. No los mato. Les abro un huequito en alguna
contigo mismo. Tú solito. Nadie abandona a Biswanger sin haberse parte y los pongo a observar cómo poco a poco se van descompo-
arrepentido de lo intolerante que ha sido con otros, de su poca pa- niendo; cómo por el huequito empiezan a oler mal. A eso se reduce
ciencia, sus dolores fingidos, su soberbia. El método Biswanger lo toda sabiduría: mostrarle a los otros dónde huelen mal. Lo demás
resuelve todo. Y cuando no puedes más con la pared, agua fría, para son excesos. Y de mí todo el mundo cree saber muchas cosas. Inclu-
que te refresques. ¿No se quejaba tu madre de paní Zolová? Y mira so estos enfermeros cuando entraste te ­hicieron creer sobre mí

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­ uchas cosas. En eso han convertido su oficio. Vigilarme, darme de
m huesito Biswanger. Ya verás cómo tu madre competirá incluso con
comer, amarrarme a la cama, prohibirme el foxtrot… en eso han la más fina cantante de Italia. Cantará el mejor avemaría que se ha
degenerado. Por eso de vez en cuando lo invierto todo y entonces escuchado en el Este. Le saldrá primero un chorrito de voz, tímido,
uno de los enfermeros empieza a matar policías o se le abre un hue- y después cogerá fuerza. Ya verás. Siempre es lo mismo con tu ma-
quito de pronto en la uretra y empieza a oler mal, como si la distan- dre: primero tímida y después arrogante. Hasta cuando le hice cre-
cia entre enfermero y paciente tuviese el mismo tamaño de un cero. cer várices por todo el cuerpo se mostró primero tímida y después
¿No se reduce a eso la vida? El que aprieta la jeringuilla gana. Por eso arrogante. Se balanceaba día y noche en aquel sillón de palo mos-
a Biswanger le prohibí usar con tu madre cualquier tipo de profi- trándole las varices a toda la familia y hablando de la gracia de Dios.
laxis. Que muera reventándose frente a esa pared blanca en Kreuzlin- Increíble. ¿Si yo era el que la había castigado cómo iba a estar ha-
gen. La hermosa pared blanca de Kreuzlingen, famosa ya por sus ciéndole un favor? Con los estúpidos no hay arreglo. Ven grandeza
resultados. Al que sientan delante de ella, canta. Nadie ha permane- en todo. Hasta en el infarto ven grandeza. A tu madre tenía que
cido mucho tiempo delante de ella sin que cuando lo saquen a cami- haberle provocado cáncer en la lengua, como a tu abuela y a tu bis-
nar no cante. Incluso ese Kropotkin que tanto te fascinó cuando abuela. Cáncer, para que cada vez que moviera los labios la gente a
joven cantó como nadie después de estar unos días frente a la «tum- su alrededor saliera huyendo. Para que le crecieran unas bolitas ver-
ba». Ni siquiera podía oír mencionar la palabrita anarquía. Mientras diblancas en la lengua que le explotasen como si fuesen globos y
más se le mencionaba la palabrita anarquía más agudo cantaba. tuviera que tragarse su propia mierda, el pus apestoso del cual tiene
Hasta pasitos de ballet tiró el Kropotkin ese caminando por lleno el cerebro. Imagina qué cantaría ahora con cáncer en la lengua.
Kreuzlingen. Canciones rusas, canciones japonesas, canciones mon- Nada. Se quedaría quieta y no cantaría nada. Se quedaría en blanco
golas. Tremendo repertorio el de los anarquistas. Uno pensaría que frente a la pared blanca y no cantaría nada, lo que pondría a Biswan-
alguien tan gordo y con tanta barba nunca llegaría a emocionarse ger nervioso. Por eso no, mejor no. Cáncer en los pulmones. Várices
así, pero tendrías que haber visto a Kropotkin llorando y dando en los pulmones. Diarrea en los pulmones. La voy a ir destripando
palmadas: trash trash trash, trash trash… Tendrías que haberlo vis- poco a poco. Le voy a convertir los pulmones en una salchicha. ¿Ella
to cantando el Allein Gott in der Höh’ sei Ehr para que comprendie- no hablaba de salvación? Pues que demuestre ahora que se puede
ras. La pared blanca es el futuro, te lo digo yo. Convierte a un anar- salvar. Que demuestre ahora que existe la salvación. Haré que la
quista en tenor, a un perro de pelea en hámster, a un comecol en entierren en un cajón vulgar, pintado de negro, donde no exista
poeta. Le echa un manto de cal a todo lo malo y cura. Es como el nombre ni año ni cruz ni nada. Que no se sepa de ella más nunca.
hielo, todo lo funde hasta que se descongela. La solución está en no Biswanger ya está en eso. Hoy salió con un hacha al bosque y cortó
descongelar, como grita Biswanger poniéndose los espejuelos. Tener madera. Le dije, constrúyele un cajón chiquitico. Uno donde no
cuidado de que nada se descongele, como me dice entre huesito y quepa completa, le dije, para que así sepa incluso en el otro mundo

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lo que es el dolor. Un cajón chiquitico donde no quepa completa, tu voz se hace tan delgada que se torna inimitable. Y después la ven-
donde haya que picotearla como se trocea una vaca. Déjala frente a de. Las grabaciones de voz las vende como música, melos fisiológico,
la pared, le dije a Biswanger, y cuando se muera, hacha en la cabeza, objeto. No como voz del alma. El alma no existe. El alma es fisiolo-
hacha en los pulmones, hacha en los intestinos, hacha en las patas. gía y las voces que vende Biswanger son tan reales como una obs-
Que se vaya hecha un rompecabezas al otro mundo. Y ve diciéndo- trucción en el intestino. El alma es pura engañifa, estafa. Algo que
selo ya, le dije, para que sufra. Nada me da más placer que ver cómo se inventaron los idiotas como tu madre para confundir más a todos
le entran a hachazos a los que sufren: imitadores todos de esa unidad los caradeculos que le creen. ¿Tú me has escuchado a mí hablar algu-
que soy yo. ¿No se creen en verdad santos? Pues hacha. Biswanger se na vez del alma o algo así? El alma es una vela. Esas velas que pone
encarga. Biswanger se encarga de todo. Hasta de las velas en tu en- Biswanger en tu tumba y se queman. Ese sonidito. Y nada más fisio-
tierro se encarga. Pone tu ataúd en el medio de una sala y le pone lógico que ese sonidito. Nada más material. Biswanger por suerte es
cuatro velas grandes en cada esquina para que todos puedan verlo. un vivo. No sólo le saca partido a una pared en blanco, le saca par-
Cuatro velas grandes, de cera pura, de esas que se demoran en que- tido hasta a tu voz última, al sonido sin huesos, sin rostro, sin ten-
mar e imitan el sonidito del papel. Biswanger en eso es el mejor. A dones, sin venas. Una voz-tubo donde ya no interfiere nada, ni si-
veces incluso les pega a las velas una crucecita roja para que el sonido quiera los sentimientos, como cuando un carnicero descuartiza un
se haga más fuerte y los loquitos de Kreuzlingen piensen que es el puerco y lo cuelga en un gancho. Esa es la voz que ha aprendido a
alma del difunto el que está purificándose, soltando su energía mala, oír Biswanger. Te promete una buena dosis de morfina y ahí hay que
flotando. Y hay que ver lo que hace Biswanger mientras tanto. Sale ver cómo los loquitos renquean con la cabeza y se largan a cantar.
con un capote todo negro, con un collar de cuentas de madera y Hasta la Misa Glagolítica cantarían si los dejan. Por un poco de
baila. Baila hasta que casi se cae de cansancio dentro de la caja. Bai- morfina son capaces de violar a sus madres si los dejan. Y eso es lo
la como si fuese un enviado de otro mundo, el que va a llevar cada que sabe Biswanger; lo que usa. El ser humano es pura imitación,
pedazo del muerto hacia el cielo. Biswanger es un genio, te digo. Eso manada pura, y por un gramo de cualquier «mareíto» es capaz de
de la danza ni siquiera se lo recomendé yo. Nació de él, de su creati- darle tres hachazos a su madre. Eso es lo que sabe Biswanger. Por
vidad. Igual que las grabaciones de las canciones de los locos. Las eso cuando se para en el estanco y exige cinco gröschen más, yo sólo
colecciona y después las vende en un estanco cercano. Las vende puedo reírme. La voz humana es morfina. La gente compra las gra-
como única-voz-pura o algo así. No es acaso bastante conocido que baciones para sentarse en su butacón, tomarse un alcohol y escu-
frente a la muerte tu voz se concentra de una manera que pierde charlas. Escuchar la voz de alguien justo antes de morir, la voz sin
todo peso, todo rencor, toda súplica y se queda como vulgarmente músculo los hace caer en éxtasis, cerrar los ojos y hacer las paces
se dice, en el hueso: ¿la voz en sí? Biswanger sabe de esto y más. Por consigo mismos, con toda la maldad que alguna vez han cometido.
eso te agarra cuando estás muriendo y te graba. Te graba hasta que Cierran los ojos y olvidan. Ahí es donde está la morfina, el secreto.

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Por eso hay voces que cuestan más de cinco gröschen. Voces que son afilado en el cogote. Es un maestro de los buenos modales y el secre-
difíciles de pesar por el grado de refinamiento, de sutileza, de «pin- to. En él se puede confiar. Quiere dinero y lo reconoce, no lo encu-
cho» que poseen, como si la castración en vez de ser genital estuvie- bre bajo sermones y nosecuántascosas caritativas; en el asco. A ese lo
se ubicada en el mismo centro del cuerpo. Una castración de toda enseñé yo a reconocerse a sí mismo. Por eso abrió con sus propias
preocupación y toda angustia. Voces que Biswanger tiene que reser- manos el hueco donde había que echar la caja donde están los peda-
varse para ofrecérsela sólo a coleccionistas. Personas que sepan de- zos de tu madre y lo taponeó, así como le ordené. No quiero que
gustar y diferenciar la voz x de la voz y. Por esas voces Biswanger ustedes la encuentren más. Olvídense de ella, dijo. Olvídate de ella,
pide casi oro. Y me parece bien. Todo tiene un precio, aunque los me dijo. Ya está muerta y a tres metros bajo tierra. Ya ni canta. Así
imbéciles no lo sepan y los estafadores se aprovechen de esto para que olvídate. Los muertos no cantan, por suerte. Y la voz de tu ma-
burlarse de los demás. Todo debe ser vendido a su verdadero precio. dre fue bastante espantosa hasta el último minuto. Así que olvídate.
Si tu madre hubiese vendido a su verdadero precio sus arengas, tal y Nunca vas a saber dónde está su caja. Ni su caja ni sus huesos ni ese
como hacen todos los demás, entonces yo la hubiera dejado tranqui- mal olor que tanto la caracterizaba y volvió loco a todo el mundo en
la. Hasta de la tuberculosis la habría librado. Yo mismo hubiera ve- Kreuzlingen. He dado órdenes de que no puedas encontrar nada. Es
nido a pulirle sus dos pulmones como si de dos ventanitas en un lo mínimo que puedo cobrar por ni siquiera haber podido vender las
ático se tratase. Le hubiera taponeado y curado el mal olor. Pero no. grabaciones que Biswanger le hizo. Lo mínimo. Así que desaparéce-
Ella creía ser la enviada. Se creía más dios que dios. Y por eso miré te. ¡Raus! El foxtrot es una cosa difícil. Un baile de fuerza y hay que
a Biswanger y le dije, cógela. Ahí es donde Biswanger no falla. dedicarle energía, cerebro, imaginación. Y tiempo es lo que no ten-
Cuando te agarra por el pescuezo no falla. Ni cuando te da tres go. Así que dale, menea, o llamo a Biswanger…
hachazos para separar tu cuerpo. Está entrenado con huesitos de
hierro, no lo olvides. Todo el que quiera salir adelante en este mun-
do tiene que entrenarse con huesitos de hierro. Y mi perro suizo es
un experto en eso. Primero pared blanca. Después canto. Después
grabaciones y dinero. Y después a la caja. Ahí Biswanger no falla.
Lleva años haciéndolo. Lo que para otros es espanto, para él es ruti-
na. Rutina y deseo, ya que ése sí disfruta de su trabajo. No como
otros que constantemente reniegan. Ese no. Ese muerde si hay que
morder. Te entierra si hay que enterrarte. Corta árboles si eso es lo
que yo le ordeno. Y siempre con el mismo rostro, con la barbita
siempre bien recortada, el ­semblante fresco, el surco de pelos bien

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15. ­ omentos ni siquiera estar cerca de ellos. Más de un moravo o búl-
m
garo tuvo que ser trasladado alguna vez de urgencia a algún hospital
para así ser protegido contra la rabia rusa.
Por si fuera poco, sobre los Ulianovs en especial, existía apenas
información. Los historiadores se han dedicado más al exilio blanco
en París o Bruselas que al de ciudades como Lvov, Răşinari u Os-
trava por ejemplo; y estos pequeños grupos, acampados siempre en
ciudades con poco capital y amor escaso a Moscú, los fue haciendo
mentalmente más vulnerables, como si el águila sin alas, enano, y
de dos cabezas que un día el doctor Bertholdo les diseñara en una
cantina, hubiera cobrado cuerpo y más que un símbolo de guerra se
hubiese convertido en el destino de todo un grupo, meta.

H acer una crónica aquí más o menos exacta sobre la vida de


todos los Ulianovs que emigraron alguna vez hacia el oeste,
casi sin ropa (para qué, si en un par de meses estaremos regresan-
Alguien sabe, por ejemplo, a estas alturas, ¿cómo vivían los exi-
liados rusos, qué comían en la semipenumbra, a qué olían sus tintes
para afeites y barbas, qué decían antes de irse a la cama y rezar
do…) y casi sin apoyo político (para qué, si siempre hemos sido un infinitamente ante una velita de calidad dudosa, qué criticaban o
imperio…), sería contraproducente. maldecían o murmuraban, qué ropón se ponían?
Primero, porque cada Ulianov vivía su exilio de manera particu- No, por desgracia, nadie lo sabe.
lar, añorando el «solecito de oro de la madrecita Rusia» o contando ¿Alguien, por ejemplo, ha pensado alguna vez en cómo eran sus
en voz alta sobre los lujos de su familia, la cantidad de castillos que a casas, qué libro o devocionario usaban, cómo se llamaban entre
lo largo de toda la geografía rusa poseía, los nuevos siervos que cada ellos y cómo a sus perros, cuál era la clave para entrar o salir de sus
año sumaba o sobre sus donaciones al Hermitage, siempre gigantes- reuniones, qué conversaban a diario con sus mujeres?
cas y siempre patrióticas, como todos los que amamos al Zar… Nadie.
Segundo, porque al final, y aunque ahora estuvieran unidos El exilio en el Este fue, en sus inicios, el más numeroso y el más
como aquel que dice por un frente común, todos habían sido pene- pobre. Tanto, que muchos cuando vieron que no había solución posi-
trados por el síndrome de la sospecha, ese secken de varias patas que ble ante el bigotudo del Kreml, ya que incluso a sus mismos secuaces
muerde de manera puntual en algún orificio del cuerpo y además les trituraba los molares con una tenaza antes de hacerlos desapare-
de dolor de estómago, frustración, delirio o fiebre produce y pro- cer, optaron por cambiarse el nombre o seguir hacia ­Estados Unidos
dujo un desasosiego tan grande en el exilio que es mejor en ciertos para así ganar prestigio y dinero, mientras los más deprimidos (la

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mayoría en verdad) optaron por el suicidio individual, jurándole Los Ulianovs eran avaros. A pesar de que el tiempo pasado en el
fidelidad a la corona y hablando aún (¿aún?) de todos los sirvientes exilio los había empobrecido más de lo que cualquiera en su sano
que alguna vez colectaron, esas almitas nobles, decían. juicio pudiese aceptar, las ayudas que recibían de otros lugares junto
Almitas que, ellos no querían reconocer, se habían pasado en a lo que en su momento pudieron extraer de las arcas propias o de
banda a la nueva pandilla que gobernaba Rusia en estos momentos, la Liga antibolchevique de París, les hubiera dado para algo más que
y si bien antes bajaban la cabeza y rezongaban en un susurro cómo para asentarse en una komunalka. Agujero en verdad tan feo que ni
usted diga mi señor cómo usted mande mi señor qué día tan bonito siquiera en la cada vez más desangelada Rusia, donde el hambre y
mi señor, con hociquito y maneras de ángel, ahora, si les fuese posi- la ausencia de techo estaban a la orden del día, la construcción de
ble, le darían un leñazo tan fuerte en el lomo a ése que antes llama- algunos de estos edificios con miles de familias adentro eran bien
ban «mi señor» que mejor ni siquiera tocar el tema. En los nuevos recibidas. Para muchos, era mejor perder un brazo que ser obligado
tiempos ya no había diferencia entre una almita noble y un lobo. en algún momento a vivir allí.
Los Ulianovs, digámoslo fuerte, eran paranoicos. Los Ulianovs eran monolingües. Por mucho que se esforzaron
Se vigilaban sibilinamente entre ellos y aunque en apariencia no pudieron nunca llegar a hablar correctamente otra lengua y los
eran de trato amable y maneras femeninas no descuidaban ningún idiomas eslavos, con los que evidentemente tenían afinidad lingüís-
detalle de su arte. Vigilar a otro ruso significaba no sólo saber cómo tica, sólo pudieron ser «compartidos» desde el neo-ruso. Es decir,
vestía, qué hablaba, qué edad o cuántos lunares le habían salido, si desde algo que ni checos ni casubios ni silesios ni polacos estaban
su hija ya estaba lista para la Causa y si le había llegado la menstrua- preparados para entender.
ción, si era manco. Situación que según los investigadores del exilio prozarista en
Significaba saber si estaba robando, si le era fiel al paneslavismo Occidente fue una de las causas principales de su ruina.
o a las diferentes ramas que este había establecido en la zona, si se Al no existir comunicación posible entre el exilio blanco y las
había fabricado muelas nuevas y dónde, si se había echado alguna comunidades de acogida, estos grupitos fueron desinflándose hasta
amante (la relación entre cantidad de amantes y cantidad de dinero convertirse en nada, una pajita al viento, como aquel que dice; el
es siempre un buen dato), si a la noche mencionaba al Zar, si ha- grito de una oca a la que acaban de rebanar el cuello.
bía estafado a otros… Y siempre cuidaban de todos estos detalles ¿Eran los Ulianovs consistentes?
frunciendo el seño y oliendo rapé, tal y como siempre aparecen en Ahora sabemos que este fue uno de sus mayores problemas.
algunas imágenes. Garrapateando todo en una libretica. No podían decir no a las joyas, al brillito y al zlato, al rubí. Se
(Libreticas que, à propos, fueron mostradas en gran parte de Eu- acostaban y levantaban deslumbrados por cualquier tipo de reloj o
ropa en una exposición itinerante que montó el Centro de Ciencias cadena que pesara sus buenos veintidós quilates e incluso, más de
Políticas de San Petersburgo en 1999). una vez, fueron arrestados por haber salido directamente de una

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reunión política a una joyería. Sin dinero y sin palabras, tal como r­ ecibidos sí tolerados, sí, integrados, a la masa confusa pero bajo
sentenció uno de ellos en presidio un día en que por culpa de un control que es en esencia toda ciudad.
soplón los estaban esperando, pero con muchos deseos de alcanzar ¿Pudiéramos decir entonces que los rusitos eran en sí, in nuce in
una meta. Una meta que los conectara espiritualmente con la pérdi- uovo in extremis, traidores?
da ideológica y, si se quiere, intestinal, que habían sufrido. No. El oro y la posibilidad de coleccionar joyas los perdía, pero
Una meta que los hiciese sentirse de nuevo personas. no tomaban esto como una traición a algo, a alguien. Si el ente
Uno de los problemas graves de esta primera generación de ru- humano le daba forma a los diamantes, si se metía horas y horas
sitos en el exilio, tal y como sabemos, fue la de su autoestima. Al con los pantalones a mitad de pierna cerniendo oro, si era capaz
ver que el tiempo pasaba y el regreso a todo lo que era antes suyo se de perderse en el recodo de un río a ver si la crecida había sacado a
hacía cada vez más difícil, la vida y en resumen todo el Este empezó ojos-vista topacios o cualquier otra piedra, es porque esto era una
a pesarles en la espalda como un ladrillo. No sólo no podían pararse especialidad que trascendía en sí mismo el hecho de cultura.
a veces (las acciones físicas están más conectadas con el cerebro de El amor por el brillito era algo biológico, algo que hacía un bulto
lo que pensamos), sino que hasta reunirse a parlar sobre La Divina, en el centro mismo del estómago y dolía. Y esa hernia, reflexiona-
la divina Rusia, claro, se les convirtió en un peso, un trago amargo, ban los rusitos, debía ser asimilada, mostrada, segmentada y colec-
como si escuchar el acento ruso y ver el verdadero perfil ruso y reír cionada por los demás, sobre todo si esos otros eran ellos mismos y
y hablar y cachetearse como sólo puede hacerlo un extrovertido pa- sus mujeres: ballenotas que habían abandonado la minúscula Rusia
lurdo ruso tuviese aquí, lejos de todo, cero sentido, el mismo sentido para apoyar junto a sus nobles y calvibrillantes maridos la reinstau-
que un animal muerto en alguna carretera. ración de la Nevski, como hubiera dicho con sorna el ilustre Gogol.
Y precisamente de esto es de lo que huían los exiliados pelirrojos La restauración de la musiquita y la buena vida.
con su locura por las joyas. Alejar de sí todo vestigio de angustia, ¿No es acaso biológicamente cierto que mientras más lejos nos
anemia, ausencia de voluntad y morriña, intentando volver a ser los encontramos del espacio propio más se nos acentúan los vicios, tan-
de antes. Con siervos y rublos incluidos. Alejar de sí la tristeza. tos los que ya traíamos y por supuesto entendemos como propios,
Para esto se dedicaron entre otras cosas a asaltar, a apretar por como aquellos que responden obscenamente al nuevo lugar y a las
el cuello al joyero, generalmente gordo y con un pañuelito blan- nuevas circunstancias, y nos convierten, queramos o no, en una
co alrededor de la papada, a observar cómo moría de un infarto, mezcla extraña, una mezcla que al cabo del tiempo ya no va a per-
a correr. Hecho que hizo que fuesen rápidamente detectados (una tenecer a ninguna parte, ni aquí ni a allá?
banda muda de calvos pelirrojos despatarrándose por una calle no Los Ulianovs eran tímidos…
es que sea tampoco muy frecuente en ninguna parte) y expulsados Tímidos como sólo los georgianos, aplastados eternamente por
de la ciudad donde un poco antes habían sido sino efusivamente los rusos, y los osetios, aplastados eternamente por los georgianos,

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pueden llegar a serlo. Se paseaban con las manitos atrás entrecho- la ilustración y el romanticismo, sino una pezuña moral y larga,
cando dedo contra dedo y cada vez que se les ocurría una idea fre- confusa, que desinflaría dentro de poco a toda Europa pero que
naban en seco y se llevaban la punta del índice a la boca emitiendo ahora (ahora que los rusitos del exilio buscaban un referente y por
una señal muy clara de que acababan de concebir algo. A la vez, qué no, sentarse a aprender de nuevo cómo rehacer un imperio,
creando un estilo, una manera de hacer política que no sólo se ba- cosa que desde la última escaramuza contra los mongoles habían
saba en reuniones, vigilancia, disciplina y silencio, sino, y esto es lo olvidado) más que pezuña o garra parecía un simple pisapapeles
más importante, en la meditación, en un ritual en el que todos los lanzado con fuerza contra una pared, tal como la violencia o la
rusos alguna vez traspasados por el exilio –esa profesión donde es intolerancia a su manera lo son, y el cual se ha presentado así,
obligatorio tener varios rostros– habían caído, aunque desconocían desde siempre, para ser pedagógicamente decisivo y no un simple
este detalle, y los hacía formar parte de una masa única, de un de- escalón en el aprendizaje defectuoso del miriñaque humano, ese
seo «físico» de encontrar una solución a eso que con pesar ya en los ser sin plumas, sin pico, sin alas y, sin embargo, tan parecido a una
periódicos llamaban el conflicto. gallinita inútil, boba.
Definición que como sabemos no variaría durante mucho tiem- Para esto, empezaron a ir a todas las conferencias de Schultze-
po y haría a los rusitos, calvos y vigilantes como eran, empezar a Naumburg, Wolfgang Willrich, Josef Strzygowski, entre otros…;
meter la nariz en eso que la nueva ideología del anti-zar olisqueaba santísima trinidad de la idiotez racial en Baviera y otras regiones, los
como el enemigo… cuales incomprensiblemente asistían con una bata de médico a cada
Decían, la ayuda es sagrada, la ayuda nunca se desprecia. Y se- una de sus presentaciones: una bata de médico y una capa de talco
guían tamborileándose los dedos, como si ese movimiento nervioso, alrededor del cuello, y exhalaban un oh exagerado cada vez que los
zorruno, irritante y de sátira, fuera en sí mismo una especie de bál- aplaudía su público.
samo, pomadita contra la picazón. ¿No eran acaso la mayoría de los grandes frescos italianos, pre-
Pero ¿dónde se encontraba este nuevo horizonte que los Ulianovs guntaba siempre a unos oyentes de orejas grandes el curator Str-
empezaron a entrever cuando se dieron cuenta que la situación rusa zygowski, quien se hizo famoso por utilizar en sus conferencias unas
se demoraba (desmoronaba) más de lo que era grato soportar y, la tijeritas afiladas como puntero, y todo el arte románico francés, y
única ayuda posible, tendría que venir entonces a través del pacto, todo-todo lo que hoy llamamos arte teutón, y todo-todo-todo lo
de una alianza que los sacara de ese ninguna parte donde se habían mejor pintado en el mundo una verdadera muestra de la iconografía
enclaustrado? del norte, lo ario, lo expiatorio y lo más elevado?
En Alemania, en la divina Prusia, como gritaban las bailari- ¿No había sido todo a posteriori distorsionado por la cuchillita
nas broncas pintadas por George Gross. En Weimar. Es decir, en judío-romana para así debilitar nuestra cabeza y nuestra política
algo que ya no era ni volvería a ser Alemania, por lo menos la de y nuestro futuro, el cual es la reencarnación del Aži indoiraní?,

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gritaba Strzygowski, poniéndose rojo y abotonándose la absurda No vamos ahora a llenar páginas y páginas hablando de todas las
bata. Sí, ha sido una conspiración de siglos, aseguraba, y él mismo posibilidades de atentado que los rusitos pelirrojos bocetaron du-
se aplaudía. rante años en unas resmas grandes de papel para sacar del trono al
Strzygowski, cuyo método reconocido en su momento, por el impresentable del Kreml. Ninguna de estas posibilidades dio resul-
impulso que sus ideas suponían para la restauración de las bellas ar- tado, por desgracia. Y para mayor desastre, del Este, y con el tiem-
tes, entusiasmó hasta tal punto a los exiliados pelirrojos que después po, del Oeste, no sólo estos planes concretaron en nada, sino que a
de varias cenas con ellos accedió a darles un par de recomendaciones partir de cierto momento ni siquiera fueron considerados válidos.
de por dónde debían empezar. Dijo: cogen un dibujo con un Inri, El exilio estaba derrotado, sí. Y los Ulianovs, muertos. Muertos
por ejemplo, le pegan encima los atributos ortodoxos, por ejemplo, antes de que empezara la verdadera batalla, la del paneslavismo y la
y después lo presentan en público hablando de cómo la mala ma- restauración de la monarquía, como siempre acentuaban ante algún
nipulación ideológica ha venido a enterrar la esencia de los Urales. simpatizante pro-bolchevique que intentara aleccionarlos y, muer-
Pausa para ver si los rusitos le seguían. ¿No es cada nuevo gobierno tos, antes de que se estableciese cualquier alianza con el gobierno
manipulación y estafa en sí mismo?, gritó Strzygowski. Pues nema alemán, ya que esto desataría la furia no sólo de Moscú, sino, tam-
problema, volvió a graznar, todos les creerán. Explicación que hin- bién, de Berlín. Esa otra hidra con miedo a no dominar el mundo,
chó de orgullo a los rusitos, quienes levantaron la mano ordenando como ellos mismos habían experimentado ya por lo menos desde la
una nueva bandeja de carne y pepinos con cebollitas marinadas en mismísima mitad del siglo xix.
ajo, hasta que se dieron cuenta que incluso para ellos esta «técnica ¿En qué posición quedó entonces el exilio ruso asentado en el
de guerra»: taimada, cultural e irrefutable, como había enumerado Este a partir de que no fuese reconocido por las potencias europeas
el curator alemán, estaba prohibida. y su mano –esa manita siempre fría, melancólica, con un pendiente
Todo el gran arte ruso, el de los iconos, el de los marfiles con de oro colgándole del meñique y a la que le gustaba tanto ser llevada
escenas del génesis y el de los enchapados de plata, el de los huevos a pasear por las avenidas con plátanos de la mitteleuropa, esos árbo-
de oro, el de las cucharas folclóricas con resina de abedul y pastores les que ni siquiera ya se veían allá, en La Divina Rus– fuese también
de pipas, el del imprescindible siglo xix se había quedado adentro. ignorada por la mayoría de las sociedades que de una u otra forma
En el Hermitage y en las diferentes ciudades. Y contra esto no había la habían sostenido hasta ese momento?
nada que hacer. Al bigotudo del Kreml no había manera de hacerle En ninguna.
la guerra, convinieron los rusitos echándose abajo un vodka doble El exilio fue diluyéndose poco a poco, como un flequillo que
y poniendo cara de desesperación. Contra el bigotudo del Kreml empieza a molestar y uno empieza a podarse hasta que pasado un
sólo era posible un atentado, y le dieron de nuevo al vodka, hasta el tiempo lo elimina, y el primer escuadrón de rusitos en el exilio, esos
fondo. que abandonaron sus posesiones con la ilusión del regreso un par

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de meses después, además de sartén en mano como vulgarmente se ­ edallitas, impotencia, telegramas y mucho vodka, fueran celebra-
m
dice, con una perspectiva espiritual y política más amplia, morirían das como el «último de nuestros paraísos», a los exiliados pelirrojos
sin ver otra vez el «solecito de oro de la madrecita Rusia». no les quedaba siquiera para hacer teatro.
Generación que llenaría entonces con su peculiar lamento todas Para ellos la nostalgia era todo.
las conversaciones, todas las reuniones, todas las penurias, todos los Era sacar al perro a pasear y era acoplarse con la mashenka de
avemarías que algún otro Ulianov lanzase alrededor de ellos, ojos turno. Atravesar arriba y abajo las calles y cantar más alto que nadie
en blanco y manos contra la barbilla, pero que con el tiempo y el somos los guardianes del Zar, regurgitando un do de pecho. Caer
estrés cotidiano se iría minimizando hasta convertirse en una suerte enfermos de todo lo que no existía en los Urales (recordemos que
de trasero flotante, algo que ya no puede ser apresado y cuando es para ellos todo lo que quedase al Oeste era casi el trópico y por lo
visto, a muchos, da asco, como un ratón, añadían los paneslavos tanto con enfermedades desconocidas en La Nunca Agripada Rus)
más sarcásticos. y sentir hasta el fondo su dolor por la pérdida del pasado: ese bicho
Exilio que como ya es sabido se dedicaría a partir de ahora a ocre, de patas duras, que entraba volando por la ventana y carcomía
jugar a la petanca (los campeonatos de petanca de los calvitos peli- ojos y cerebro hasta que explotasen.
rrojos son históricos y han creado escuela en todas las ciudades del Así que cuando caían en trance podían largarse a cantar horas
Este (sobre este tema ver Los exiliados románticos de E. H. Carr)), y horas, destruyéndoles los oídos a todo el mundo pero felices de
tanto contra asociaciones locales como contra diferentes equipos poder sentir más fuerte que nunca y con más potencia que nadie ese
compuestos por ellos mismos, y a asistir a los diferentes entierros dolorcito eslavo que al final además de lágrimas encima de la camisa
a los que eran invitados. Evento donde el vodka y la angustia, esa y mechones de pelos en las manos los dejaba, por suerte, totalmente
especie de dor aunque aún más intenso, mostraba al final todos sus roncos, sin voz.
pelos y señales, su pegada. Y lo de la ronquera lo digo sin ningún atisbo de ironía.
¿No había algo de pose en todo este tralalá de los exiliados rusos Una troupé de cabrones cantando toda una noche, es en verdad
al hablar de su tremendísimo dor, esa nostalgia-pathos-desenfreno- difícil, aunque aceptable. Ahora, una troupé de cabrones gritando en
ausencia que sólo ellos podían sufrir; algo de teatro? una jerga incomprensible durante dos noches, sí es, en esencia, una
Después de todas las negociaciones establecidas por los panes- auténtica locura.
lavos con los idiotas alemanes para finalmente no llegar a nada, Y el Este es un lugar de pogromos: pogromos y hachazos en la
y después de todas las penurias que poco a poco fueron hostigán- nuca. No nos olvidemos de esto.
dolos hasta encerrar su espacio vital en un dos por dos paupérri-
mo con una colchoneta y una bombilla amarilla en medio, el cual
hizo que incluso las komunalkas, esas feas conejeras llenas de iconos,

156 157
16. como aquella de montar la imprenta que debía publicar los folletos
y libros de la troupé antileninista en París, esa finquita de recreo de
la familia Romanov, y no en el Este, más barato, pero donde todo
se llenaba de moho fácilmente. O aún aquella más importante, de
colgarse todos la misma insignia: el águila bicéfala del zar con las
alas cortadas que él mismo había diseñado, cuando se reunieran
cada domingo en una knajpa o restaurant.
Ahora, de ahí a saber algo sobre el pasado o comportamiento
privado del jorobado Dr. Bertholdo distaba mucho.
¿Y si resultaba que al final todo era de otra manera? No menti-
ra, claro. Ni Ulianov ni los otros rusitos calvos que discutían cada
domingo en el mismo restaurant bajo el lema «Por un retorno a la

U na de las preguntas que más le repetían en las comiditas se-


manales al infatigable Ulianov, falso príncipe según los perió-
dicos de Moscú y hábil estratega según los rotativos europeos que
Santa Rusia» creían a priori que las cosas que le había confiado el
jorobado Dr. Bertholdo fuesen mentira, pero… ¿y si lo eran? ¿Y si
existía otra verdad más verdad detrás de la verdad menos verdad del
despalillaban en contra, colocando una señal de luto incluso en su especialista en pulmones Bertholdo? Una verdad, digamos, rugosa,
primera página: un crespón negro con la frase A La Patria Nadie extraña, poco lisa, apestosa, desde la que fuese difícil contemplar el
La Amenaza en uno de sus lazos, era: quién es, quién había sido horizonte y permanecer tranquilo fumándose uno de esos Zigarren
o quién pudiera llegar a ser el Doctor Bertholdo, ese jorobado que tan buenos que se habían empezado a importar de Holanda… (El
desde hacía un par de meses aparecía por todas partes y no le perdía idiota de Ulianov continuaba sin proferir palabra). Después de todo
pie ni pisada. lo que sabemos de Bertholdo, de sus proyectos sobre quemar el hos-
¿Tenía sin dudas una vida moral y política tan «blanca» ese mon- pital, de su riña con el personal administrativo y mamushka Obló-
sieur Bertholdo, preguntaban, para poder entender de manera tan mov, de su joroba y pasión por la investigación, ¿podríamos llegar a
rápida los secretos y lágrimas de nuestra minúscula Rusia? ¿Era ese pensar que Bertholdo, nuestro querido y también a veces vitriólico
jorobado, volvían a preguntar, un paneslavo confiable? doctor Bertholdo, fuese un espía?
Ulianov se llevaba las manos a la cabeza y se alzaba de hombros. No lo creo.
Mudo. Bertholdo era un hombre con manías pero estaba bastante lejos
Bertholdo hasta ahora le había hablado a él y a todo el que se dig- de llegar a ser alguien que pudiese perseguir a otro por más de diez
nara escucharlo de su vida y le había dado un par de buenas ideas, minutos.

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Su nivel de simulación, el cual para algunos sólo era comparable ­ ejor, agarrándose a él como si fuese la mujer que nuestro queridí-
m
a su nivel de sinceridad, subía y descendía por un termómetro ima- simo dottore siempre buscó desde que su esposa, el próximo febrero
ginario hasta trabarse en cero, y cuando aparecía la ocasión, le daba harán ya treinta años, huyera a Estados Unidos con el hijo de ambos
al slivovice de tal manera que lo olvidaba todo, incluso lo que le ha- y dejase de enviarle telegramas. Unos que siempre comenzaban con
bía prometido a Ulianov y a todos los otros calvitos rusos del exilio la frase New Jersey Telegraph Company en el borde superior izquierdo
(calvitos y pelirrojos como todos los eslavófilos), lo que había jurado y él esperaba con los ojos inyectados en sangre.
por la insignia del águila y por su multipremiada carrera de médico. ¿Qué harán allá tan lejos?, preguntaba el doctor Bertholdo a la
Cosa que como ya sabemos, más de una vez lo había metido en apu- Bertholda después de terminar cada comida y sentarse junto a ella
ros y colocado al borde de la ruina, sobretodo en aquella ocasión en en la mecedora a saborear su coñac.
que confundió a varios pacientes y le dio dos manguerazos de agua ¿Qué estará haciendo él ahora? (Se refería a su hijo). ¿Pensarán él
fría a una vieja preinfartada que a falta de cama en su verdadero pa- y su mamá alguna vez en mí? La Bertholda lo miraba como si casi
bellón las autoridades del hospital habían ubicado provisionalmente pudiera responderle. Por supuesto que alguna vez pensarían en él,
junto a los tuberculosos. en ese plan que el lameculo de Koch había urdido contra su sabidu-
Entonces, ¿era B., el eslavófilo B., el pirómano y cada vez más ría y brindarían a su salud, susurraba sin voz nuestro paranoico Ber-
descreído doctor B., el maniático B., un espía? tholdo, mirándole a los ojos a la Bertholda. Seguro que pensarían
Oblómov el Tuerto juraría años después que no. Tanto, que que al final él nunca había sido un mal padre, que no le había roto la
cuando se supieron en el Este las verdaderas aficiones del doctor cara con un cinto, que la vida… y le pasaba el índice por la boca a la
Bertholdo, esas aficiones privadas que marcan con un tachón rojo muñeca, con deseo. Seguro que a lo mejor un día también tendrían
la diferencia entre una persona y otra, se lamentó de haber llegado ganas de encontrarse con él.
demasiado tarde y no haberlo captado para su Imperio: ese espacio Sin embargo, todo era en verdad bien diferente.
donde sólo podría sobrevivir lo que otros clasifican como el mal. El hijo, ahora preso por robo a mano armada en una gasolinera,
El jorobado Bertholdo, a partir de ese momento, un ejemplo a se había cambiado desde hacía ya mucho tiempo el apellido, y en
destacar en la biología-Oblómov, hubiera sido una pieza única. un ataque de rabia, uno más entre los múltiples ataques de rabia
Sus aficiones, como ya es vox populi, eran los uniformes y las que sufrió desde niño, le había partido un cenicero de bronce en la
muñecas. Sobre todo una grande, de pelo de caballo, que Bertholdo cabeza a su madre. Golpe que hizo que ésta, a su regreso, y después
había confeccionado lentamente buscando material de aquí y de allá de tres meses como un vegetal en cama, no supiera ni quisiera saber
y tenía un hueco con un círculo negro entre sus muslos. más de ese infame tan parecido a ese otro histérico que ella había
Una muñeca a la que el doctor Bertholdo llamaba la Bertholda abandonado en el Este (se refería a Bertholdo, por supuesto) y deci-
y dormía con él todas las noches. Abrazándolo y abrasándose. O diera cambiar de ciudad y personas cercanas. La mejor decisión de

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mi vida, solía decirse a sí misma en voz alta. La mejor, ajustándose u olfateado de lejos a otro perro que como un vejestorio –esto es lo
un pañuelo con bolitas negras en la cabeza y fumando. que era– incombustiblemente solo que necesitase rellenar su vida,
Razón que hizo (la ausencia de noticias, la lejanía, la desconfi- su pedacito de vida, con una serie de objetos que le ofrecieran de
guración de los rostros de su mujer e hijo, el alzheimer…) que el manera rápida la mayor cantidad de satisfacción posible.
sentido de familia a Bertholdo se le fuese encogiendo hasta reducirse De ahí que jugase a darle celos a la Bertholdina (Bertholdina la
solamente a esa muñeca de pelo rizado y cuerpo algodonoso a la que lobita, la llamaba cuando estaban en la cama) o a convertirse en su
en los momentos de mayor intimidad llamaba con voz socarrona la esclavo y arrastrarse por delante de ella olisqueándole el interior de
Bertholdina, aunque delante de otros ésta volviese a ser fríamente uno de sus zapatos o directamente y durante horas el hueco exagera-
la Bertholda, y a un gato atigrado que aprovechaba las largas ausen- do que ésta tenía entre sus dos piernas y el cual, Bertholdo, como ya
cias de su dueño en el hospital para marcarla entre las piernas y las decíamos, para su placer había rematado con una línea oscura.
tetas (no la marcaba en la cara porque el chorrito nunca le llegaba Sin embargo, hablemos francamente, ¿qué hacía nuestro lascivo
tan alto), y llenarla de un olor que con el tiempo nuestro cada vez y sin disimulo ateológico doctor cuando después de hablar y reír
más envejecido médico empezó a explicarse como el lado humano con la Bertholda (sobre el tiempo, su hijo, las otras muñecas –ya
de todo lo que algunos seres privilegiados como él eran capaz de volveremos sobre esto–, los casos nuevos del hospital, el estado de la
construir, la trasudoración. política en el mundo, los rusos…) la llevaba a su cama o la dejaba
¿Si pernoctamos con un muñeco horas y horas, solía razonar caer en el Biedermeir color gris y oro que se encontraba en medio del
Bertholdo, no llega éste, al cabo del tiempo, a adquirir las costum- salón y se tumbaba pegado a ella?
bres, el olor, las manías de aquel que lo creó, su ritmo? La olía.
¿No contienen acaso las cosas el deseo y las características de Le pasaba la lengua de arriba a abajo.
aquello que se encuentra más cerca de ellas, de aquello que lo hace La apretaba muy duro contra sí y la hundía contra su cuerpo.
salir del ser-muñeco para entrar en el ser-fetiche? Le encajaba el colmillo.
Seguro que sí, se respondía a sí mismo nuestro romántico doctor Pero sobre todo, la olía largamente. Introduciéndole la nariz en
tumbándose en un sofá estilo Biedermeier con la nariz muy pegada el «aserradero» a la Bertholda y dejándola allí mucho tiempo. Tanto,
a su Bertholda. que a veces se quedaba dormido en esa posición, y sólo al amanecer
Todo lo que el hombre hace en esta vida lo representa. Y comen- se daba cuenta de que ni siquiera se había despojado de su ropa, ese
zaba a buscarle los manchones de sudor a la muñeca por todo el capote gris que llevaba indefectiblemente en verano o invierno du-
cuerpo. rante los últimos cuatro años y era una reliquia de familia.
No sería exagerado decir que Bertholdo frente a la Bertholdina Bertholdo, al que los límites de su moral nunca hubiesen permi-
se comportaba más como un perro que de pronto se ha vuelto loco tido hacer otra cosa con la muñeca que olerla (bueno, en momentos

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de extrema locura, introducirle el índice entre los muslos se había Sentimientos que nuestro ilustre contrincante de Koch conocía
convertido también en una opción), era lo que él mismo llamaba un bastante bien (nada como una vida larga para ver cómo caen una a
degustador. Alguien para quien la línea de placer no pasaba por el una todas las máscaras del adefesio femenino) y lo habían lanzado
acto puro y duro: eso es para las bestias, solía comentarle a la Ber- después de aquel día estúpido, en que un simple golpe en el rostro
tholda entre arrumacos. Sino, por la nariz, la lengua, la punta de los de su mujer hizo que ésta desapareciese, a crear rivalidad entre las
dedos, el tacto. diferentes muñecas que poco a poco y durante muchos años había
De ahí que además de oler profundamente el hueco de la Ber- creado y, con las cuales, ansiaba vivir en un pueblo perdido. Un
tholda, ese hueco lleno de manchitas secas y una rugosidad peculiar, pueblo donde él pudiese degustar su creación al cien porciento: ese
lo que más disfrutase nuestro doctor fuere tumbarse delante de ésta huequito con arrugas y orine de gato que todas tenían injertado en
y rasparle con la punta de la lengua los bordes de su «vagina», sentir la entrepierna y de manera tan circunspecta se les abría.
cómo la costra dura que formaba el algodón (allí donde la cavidad Sin embargo, había dos cosas que aparte de este ritual de celos
se había transformado en raja) aportaba a su boca una salivación volvía loco a Bertholdo. Dos cosas que dichas así parecen no tener
especial, algo que hasta ese momento no le había producido nunca la más mínima conexión y sin embargo proceden casi del mismo
ninguna comida y, menos, su trabajo de especialista en pulmones. impulso, de la misma manera de entender y compactar y narrarse a
Trabajo que sin dudas estaba abocado a innumerables estímulos sí mismo, esa perversión que todos más o menos escondemos y de
aunque por desgracia a ninguno tan fuerte que se le quedase incrus- pronto en algún momento nos supera.
tado durante días en el cielo de la boca y lo anestesiase. Estas eran el castigo y los trajes militares: todos verdes y algunos
Estímulos que Bertholdo el jorobado jugaba a aumentar dándole incluso con una medallita prusiana en el lado izquierdo del pecho.
celos a la Bertholdina y caminando por al lado de ella sin dirigirle El masoquismo y la estética de guerra.
palabra, acostándose desnudo detrás de la muñeca y no oliéndola, Para Bertholdo, y lo sabemos por su manera incluso de relacio-
tirándole la puerta en la cara y abofeteándola, no pasándole la len- narse en el hospital, todo se explicaba a partir de la estética de gue-
gua una semana. rra, ese juego entre dos atavismos que se cruzan. Razón por la cual
Cosas todas que encenderían a la Bertholda, fantaseaba él, y la estuvo construyendo toda su vida muñecas y creando conflictos
llevarían a gritar –a su jorobado, claro– que la violase, la quemase entre ellas, aunque a partir de cierto momento la rayita prieta de la
con un cigarro, le metiera un par de alfileres en la lengua, la amarra- Bertholdina se convirtiese en su preferida, y esta es la razón tam-
ra…, proporcionándole por supuesto un olor muy particular. El olor bién que deja en claro su locura por los golpes, por ser maltratado-
del cuerpo cuando a la vez que odio produce desenfreno, despecho, vejado-escupido en la intimidad y poder convertirse en el perro de
dolores estomacales, lascivia, gases… la Bertholda, el animal que sólo aprende a partir del desprecio de
El olor del cuerpo cuando es asco a la vez que pasión. su ama.

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¿Existía acaso un placer mayor para nuestro histérico especialista e­ mperador cuyo único sentido fuese vivir para observar ese mo-
en pulmones que acercarse en cuatro patas a la Bertholdina y antes mento, para ver la reacción de su amante ante los paseos que éste
de encajarle su nariz en el chocho empezar con un látigo largo de se gastaba con el traje y la banda roja a modo de ritual por toda
esos que llevan un cascabel de espinas en la punta a romperse la es- la casa. Y a posteriori, la manera en que éste se convertía en pe-
palda gritándole (a la Bertholda, of course, quien en esos momentos rro, en bicho que se vuelve loco y empieza a castigarse el traje, la
se convertía más que nunca en la impertérrita «mujer tirana») no lo piel, la boca, el culo, hasta quedar hecho una mierda de sangre y
voy a hacer más, discúlpame por última vez, sé que soy un cochino, desgarrones por todo el suelo y consumar lo que monsieur, el falso
patéame, etc.? Federico-monsieur, el complicadito y atrabiliario doctor-monsieur
No, no existía placer mayor. llamaba aún, transpirando, la parafernalia del goce: la dificultad
Bueno, quizá el de pasarle la punta de la lengua por el huequito a extrema que te hace alcanzar el placer más alto justo en el momento
la Bertholda, pero este placer respondía a otros días, otra stimmung en que desfalleces.
digamos, y no tenía nada que ver con los momentos más agitados de Locura que siempre dejaba a monsieur Bertholdo muy confun-
monsieur Bertholdo. Esos días en que no podía pensar en otra cosa dido (en su fantasía la única que quedaba flotando invicta y con el
que en llevarse algo a la nariz. E incluso, si no había posibilidades papo hinchado encima de su sofá era la Bertholdina) y preguntán-
inmediatas de abandonar el hospital, meter el pulgar lo más rápido dose hasta dónde podría llegar con su «vicio», qué pasaría cuando
posible en una de esas bacinicas apestosas donde, por orden de él la Bertholda o sus otras muñecas, las cuales habían sido hechas a
mismo, los enfermos almacenaban sus esputos para así darse un imagen y semejanza de la Bertholda, se destruyesen por cansancio
gusto olisqueándolos hasta poder llegar a casa y tumbarse con su o éxtasis y él necesitase una dosis más alta, un gramo más de dolor,
siempre dadivosa muñeca. humillación, peste, delirio, castigo para alcanzar su propio viaje,
Muñeca que esos días, le parecía a Bertholdo, lo esperaba más su límite.
caliente que nunca, más dispuesta a «bajarle el termómetro», como ¿Podría llegar ese momento?
le gustaba apuntalar con una metáfora de médico. Bertholdo sabía mejor que nadie que sí.
Razón que alcanzaba su punto máximo de lucidez cuando nues- Lo sabía por los mismos enfermos del hospital, siempre tan
tro queridísimo doctor Bertholdo se acercaba a la Bertholda con dependientes de una palabrita de afecto o una dosis mayor de
su traje preferido, uno que había sido hecho a imagen y semejanza cualquier derivado del opio, tal y como intentaba siempre aquella
de ese que Federico Guillermo I exhibió sólo en dos galas, la de apestosa de Zolová ofreciéndole día tras día en su consultorio un
1713 y en la de la Proclamación de la Pomerania, y de manera muy dinero extra, un rollito de billetes que le asegurase a ella y a sus
lenta empezaba a pasarle la lengua desde los zapatos hasta el hueco venas un placer último. Placer que ella ya en sus tiempos de gran
a la muñeca, como si él mismo fuese un emperador en ruinas, un cantante conoció en La Fenice o en Berlín, cuando siempre tuvo

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que salir entre acto y acto a meterse un chuchazo que la dejase en ¿Podía Bertholdo, gracias a su vicio, llegar a convertirse con el
el limbo y, que el doctor Bertholdo, todo ciencia y todo sarcasmo tiempo en el muñeco de la Bertholda e, incluso, podría llegar a
decía tras su risita paní Zolová, aceptaba según su buen carácter matarse si ésta algún día se rompiese y ya no funcionase como la
del día, según le hubiera ido la noche anterior con el huequito «medida anestésica del placer»?
de la Bertholda y los latigazos y la lengua y el saco de Federico, Bertholdo intentaba no deprimirse pensando en esto, aunque no
su favorito entre otros por el color de los botones y esas medallas podía.
con un águila en el centro que tan buena armonía hacían con el De ahí que a partir de cierto momento intensificara su pasión
chasquido del látigo y los desgarrones en el culo. Nada como la por los trajes, por su colección de medallas militares, por los cascos
Prusia para el éxtasis, pensaba aún medio desfallecido el doctor de guerra, por los pantalones con manchitas de sangre de los solda-
Bertholdo, con un arañazo de placer cruzándole de lado a lado la dos, los cuales compraba en los rastros siempre a primera hora de la
cara. Nada como el dolor, y se untaba una cremita blanca encima mañana y, además, trabara amistad, como todos ya sabemos, con
de las heridas. esos varios Ulianovs de frente grande y melena pelirroja que soña-
Pero no nos desviemos… ban con el retorno a la Santa Rusia y se reunían en una knajpa llena
Bertholdo era consciente de su debilidad y esto lo ponía en ex- de humo cerca del hospital.
tremo nervioso. Una knajpa con cabezas de venados en las paredes y un dibujito
La Bertholda había ido envejeciendo con él, y las muñecas que hecho a plumilla en el salón. Un dibujito del último Zar, a quien
había construido después de «esa a la que un día empecé a llamar la le salían espantosamente varios rayos de sol de la cabeza y apoyaba
Bertholdina», no habían alcanzado nunca ese nivel de refinamiento sus brazos en una mesa larga con restos de pan delante y, al parecer,
y soltura que su muñeca preferida gracias a la sangre de nuestro había sido hecho como una copia del Jesús de la última cena, la de
doctor –a su sangre, a su sudor, y a los fluídos del gato– había ido Buoninsegna, claro, no la de Da Vinci.
logrando. Una de esas copias malas que hacen en todas partes los exilia-
Muñeca sin la que nuestro benemérito doctor y falso espía no dos y que alguien en algún lugar cuelga, mucho más para intentar
se imaginaba los próximos años y la cual a la vez que aumentaba complacer a sus clientes que por amor al dibujo o en este caso al
su dependencia por el vicio (ella es droga, acostumbraba a repetir- renombrado político, bastante odiado ya en muchos lugares donde
se haciendo unos movimientos muy extraños con la nariz frente al ni se entendía ni se quería entender el ruso, ese esperpento aún más
espejo) había reactivado su deseo de empezar a vivir más en socie- ininteligible que el polaco, y donde todo lo ruso provocaba cuando
dad, para así, poco a poco, ir contrarrestando su locura secreta, ese menos miedo o asco. Si no es que los dos a la vez.
olorcito a riñón podrido que la Bertholda tenía entre las piernas y lo Ahora, volvamos al inicio. ¿Sabía Ulianov algo de todo esto que
dejaba literalmente sin voluntad, noqueado. aquí hemos bocetado?

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No. No sabía absolutamente nada. 17.
Nuestro Ulianov se había quedado desde hacía mucho tiempo
con los brazos en forma de jarra y así seguía, mudo. De hecho, hoy
se había dejado caer por la knajpa sólo para tomarse la sopa y trincar
los sabañones de cerdo que semanalmente el exilio ponía sobre la
mesa. Así que se quedó ausente y con el mentón colgando hasta que
llegó la comida, e incluso, en el transcurso de ésta continuó en la
misma posición, sin decir nada y sin querer hacer ningún comen-
tario, como una marioneta. Nada deja tan vacío como la política,
se dijo, con mucho cansancio, cerrando los ojos. Y por un segundo
ancho vio cómo todo el exilio al unísono se metía el puerco en la
boca y sonreía, señalando y comentando el dibujo del Zar. Nada da
tanto sueño, volvió a repetirse. Y trincó.

B ertholdo muerto, gritaban los rusos a coro.


Bertholdo muerto. Muerto y mucho más muerto que un ani-
malito muerto, como decían las enfermeras y los cazadores y los
pacientes y todos los que alguna vez habían cruzado un par de pa-
labras con nuestro dottore e incluso, con subterfugio (¿cómo hacerlo
de otra manera?), acariciado aquella joroba que se escondía siempre
tras un capote grueso de color casi indefinido aunque en verano,
esos veranos-plomo a que nos tiene acostumbrado el Este, se notaba
que se fatigaba y recalentaba más de la cuenta. Como un fogón, le
había dicho una vez un Ulianov a otro, arqueando hasta lo invero-
símil los cinco dedos de su mano derecha.
Bertholdo muerto. Sí. Muerto. Muerto y mucho más muerto que
mamushka Oblómov muerta, esa «zíngara» de nuevo tipo, la cual
durante tanto tiempo incordió y castigó y descerrajó las orejitas bien
puestas y minúsculas de todos los habitantes del Este y, mientras
estuvo en este mundo, no paró de maldecir y levantar una plegaria

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contra la «casta oscura de los zorros», esa raza intonsa y de hocico una vez el cabrón de Koch quiso descuartizar». En resumen, algo
perruno, a la que mamushka, nuestra mamushka, nuestra enfática y más que una afición, un vuele, un estímulo, un secreto. Algo más;
nerviosa madre superiora mamushka, con tisis, con tos, con cortinas aunque ahora mismo resulte imposible decir qué.
cerradas y un frío que pela, se encargó de perseguir con todo lo que Bertholdo muerto. Muerto y otra vez muerto. Muerto como al-
siempre tuvo a mano, hasta con un palo, ya que el mal, según ella, guien que no escapa a esos tentáculos chiquiticos del humo puede
era la fuente de que algunos animales existiesen e incluso garrapa- quedar sin miembros y literalmente muerto y, muerto, como sólo
tearan cerca del hombre. Y en su extraño catálogo incluía zorros, un jorobado que apenas puede ya moverse queda, más allá de lo
arácnidos y moscas. estético, encima de su sofá catatónicamente muerto. Con el detalle
Bertholdo muerto. Muerto y mucho más muerto que cualquier de que Bertholdo, monsieur e investigador en vías respiratorias a la
otro ser humano muerto, tal como pudieron comprobar en el tana- vez, había sido encontrado en la misma posición en que había caído
torio los cicerones bien planchados del hospital, al situarse delante la noche anterior (es decir, en la que dormía todos los días) y la cual
de aquel cuerpo chamuscado que nunca había pasado en vida por ahora es noticia sólo porque aquella velita se había doblado fuera
un salón de belleza aunque no obstante, remando contra viento y del cenicero donde hasta este momento se había mantenido siempre
marea, había logrado llegar a una edad donde ni siquiera otros, ads- erecta (¡esas velitas largas y baratas que pasado un tiempo se parten!)
critos a los tratados de higiene y gimnasia tan de moda en el norte y se llevó por delante todo. Incluyendo a Bertholdo, quien una vez
de Europa (no hay más que leer los prospectos), llegaban. Y para esto más había quedado anestesiado en cuatro patas oliéndole el txotxo
no sólo había tenido que luchar contra esa conspiración del malvado a su Bertholdina.
de Koch, conspiración que le había desarreglado los músculos de la (Información que para ser completa debiera subrayar que, Ber-
espalda y lo había sacado de juego durante buena parte de su vida. tholdo, puro encanto y agresividad repartida a partes iguales, tenía
Sino, haber tenido el coraje de observar de frente su propia pasión, que tomar como otro gran porciento de seres humanos hasta tres
esa que tenía como epicentro a muñecas, trajes militares y olores, y comprimidos de Sonneril cada noche, regados con su poquitín de
cualquiera ahora con cierta maledicencia podría comparar con la alcohol, para poder conciliar el sueño. E incluso, en los últimos me-
morfina o el opio, aunque en verdad era otra cosa. Algo más que ses, periodo de mayor agitación gracias a las reuniones constantes
una droga y algo más que cualquier tipo de estímulo, como se decía de los Ulianovs y a sus fracasos constantes con el exilio, había dicho
en los salones burgueses. Su pasión era algo que sobretodo lo sacaba más de una vez a uno de sus Kollegen en el hospital que estaba pen-
de su soledad, su histeria, su mal genio, su añoranza, su dolorcito. sando en cambiar de medicamento ya que los comprimidos cada
Algo que lo acercaba al paneslavismo, como le aseguró borracho a vez se le atragantaban más y cada vez lo ayudaban menos. Cuatro
algunos exiliados en la knajpa, y a cualquier tipo de discusión po- horas y ya, aseguraba enfáticamente el Dr. Bertholdo ante la mirada
lítica donde él pudiera implementar su cabeza: «esta cabeza que ya irónica de su contertulio, quien siempre reía ante los aspavientos del

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loquito Bertholdo. ¡Cuatro horas y se acabó!, volvía a espetar nues- también y sin remedio metafísicamente muertas. Y muertas como
tro dottore, como si su insomnio fuese en sí culpa del otro). las cortinas de encaje blanco (marca Kapitolioum) se meneaban in-
Bertholdo muerto. Sí, muerto y tremendamente muerto. Tal y defectiblemente muertas, por lo menos este día, y tal como tiempo
como sólo carne, pulmones, hígado y estómago pueden quedar des- después todos los que ahora están esparcidos por el salón contando
pués de un incendio… ¡Imagínense el olor! Y muerto como sólo anécdotas de ese «desquiciado de Bertholdo» y de lo chistoso que
alguien a quien resulta imposible realizarle autopsia ha quedado mi- resultaba al final morir abrazado a la propia perversión estarán tam-
serablemente sin vida, ya que nuestro hombre-grill había sido «res- bién y sin compasión horizontalmente muertos. Perversión que de
catado» en tales condiciones que, incluso, la costumbre preventiva alguna manera todos conocían pero que nunca hizo daño a nadie,
de velar a caja descubierta durante varios días a un difunto había como convino uno de los médicos ante uno de los calvitos rusos y
tenido que ser cancelada no sólo por el poco arreglo que tenía el ca- antes de decirle: Hay cosas peores, queridín. Hay cosas que ni si-
dáver (a éste no lo pone lindo ni su madre, había dicho el maquillis- quiera una persona como Bertholdo hubiese aprobado. Comentario
ta de la funeraria abriendo las ventanas…), sino, porque su cuerpo que le puso roja la nariz al ruso.
destilaba constantemente un líquido ocre que obligó a las dos Yvetas Bertholdo muerto. Muerto y bien muerto. Tanto, que resultaría
de la sala C, donde durante un par de horas estuvieron depositados obsceno continuar hablando de esos pedacitos casi negros de Ber-
sus restos, a limpiar cada media hora el suelo para que de esta ma- tholdo (un dedo, retazos de pelo, la dentadura postiza, el peroné) que
nera el pelotón de rusos pudiera acercarse, tocar con los nudillos la tuvieron que ser «levantados» con una pala en el lugar del incendio
caja y balbucear en cirílico: San Eustaquio, sálvalo… y los cuales, después de ser depositados en varias cajitas forradas de
Bertholdo muerto. Sí, sí, sí… Mucho-mucho muerto, como can- satín, fueron echados a la basura sin más. Para qué, fue lo que dijo
taban modulando la voz algunas de las paneslavas-hembras en esa el médico haciéndole un guiño a una enfermera de peluca roja que
suerte de idiolecto arrítmico que no había quien entendiese, mien- enseñaba la muela del juicio cada vez que abría la boca. Para qué, si
tras el komboskíni pasaba de dedo en dedo y se alzaba y bajaba y esto ya no lo recompone nadie, y la enfermera se alzó de hombros.
ponía de cabeza. Y por supuesto, muerto, ¿qué duda cabe?, de la Bertholdo muerto. Muerto, muerto y muerto. Tanto, que los ru-
misma manera que en la funeraria las sillas y los ventanucos y los ar- sos no han dejado ni por un momento de exaltarlo (ah, nuestro me-
matostes de caja ancha donde se coloca el café y el aguardiente y las jor espía, decían bajito) y las rusas, esas mujeres que siempre fueron
jarritas de leche con su poquitico de nata y los bols de frutas siempre dadivosas con él aunque a nivel de cuerpo siempre se mantuvieron
tan ignorados hasta que hambre aprieta y hasta después, un poquito alejadas y con el corpiño alto (no confundamos), no cesaron de en-
después, que las fuentes con strudel y medovnik han sido deglutidas tonar su oración al altísimo y pensar que más nunca deberían dejar
con uno de esos hruškovice de pera que tanto gustan y en muchas a sus maridos, quienes no tan en silencio libraban una doble batalla:
ciudades del adriático recomiendan con alguna otra hierbita están contra el obtuso georgiano y contra la indiferencia del exilio, tomar

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por las noches ese invento nefasto del Sonneril. No vaya a ser que aunque ahora resulte contradictorio, sin un secreto-fetiche que le
empiecen a quedarse dormidos también ante el piano de cola, y se agregue misterio a su vida y haga de él una suerte de icono de otro
reían con picardía las picaronas. tiempo, esos ejemplos de carácter que sólo cada cien años se repiten.
Bertholdo muerto. Cómo negarlo, si el olor a quemado se sentía Muerto tal y como él mismo se contempló más de una vez en
a veinte kilómetros a la redonda, e incluso Oblómov Padre, quien vida: roto por las circunstancias, flaco, jorobado, con capote. ¿No
después de la muerte de su mujer (la pobre, no paraba de gritar fren- había fallecido precisamente su padre de un balazo en la mandíbula
te a una pared blanca en Kreuzlingen que ella era la reencarnación con ese mismo sobretodo por única vestimenta? Entonces, sí, muer-
de la verdadera Carlota) abandonó todo y se unió a la caravana de to. Pero con una voz de tenor que no temblaba ante la hipocresía y
un bogomilo milagroso que recorría pueblo a pueblo todo el Este no negaba tampoco, ¿para qué?, su relación más que comentada con
buscando fieles para fundar en algún lugar una comunidad que la Bertholdina, esa muñeca-papo-crica que le había creado una adic-
salvase a la nuestra del mal (el mal y la traición, como le gustaba ción tan grande que ya hasta le costaba trabajo alejarse a algún even-
enfatizar, ya que el bog había tomado el nombre de Judas el Piadoso to fuera de la ciudad sin sentirse culpable. Qué podían enseñarle a él
para precisamente recordar y exaltar y expiar la traición del Tadeo esos eventos científicos repletos de fórmulas y matasanos barrigones,
hacía veinte siglos atrás: ese esclavo, como no paraba de maldecir se preguntaba. Nada. Esos eventos no podían enseñarle a él absolu-
delante de sus convencidos el monstruoso Judas), moriría también tamente nada. Sin embargo ¡qué orificio el de la Berthodina! ¡Qué
aplastado por un rayo que le quemaría la mitad de la cabeza. maravilla de huequito!, comentaba Bertholdo cada vez que le ponían
Entonces, muerto, muerto, muerto. Tanto, que a su sueño más un vermouth en la mano: ¡Frikadelle puro!, gritaba. ¡Locura!
repetitivo de juventud: Bertholdo camina por un bosque, se sienta Muerto. Aceptémoslo de una vez por todas: muerto. En lo que
a descansar encima de un raíl, viene un tren y le corta una pierna. las paneslavas-hembras levantan al cielo su vocecita ortodoxa, con
Bertholdo en este sueño siempre se veía regresando a casa con una huellas, claro, de mucho vodka y un humo rancio que sólo podía
muleta de palo. Se le sumó con obsesión este otro: Bertholdo anda provenir del carbón de mala calidad (el carbón de las cocinas y el
desnudo por los pabellones del hospital, salta y se esconde con un carbón de los reverberos que a veces con un poquito de alcohol eran
cráneo de carnero incrustado en la cabeza intentando asustar a todo más efectivos contra el invierno que mil abrigos y que uno de esos
el mundo. Al final se monta encima de la espalda del director del calefactores modernos que siempre se rompían tan fácil y mante-
Gran Hospital del Este y le dice, arrea, pa´que te pongas musculito, nían todo el día la casa por encima del nivel recomendado) y se
y se quita el cráneo de carnero despertando. sientan con las piernas abiertas, muy abiertas, alrededor del féretro,
Así que muerto, como lo oyen. Muerto. De esa manera que sólo a bendecir a ese delirante de Bertholdo que, aunque todos coincidan
los perros viejos se atreven a aceptar –sin subterfugio sin aspaviento ahora en que fue en su momento una eminencia, en los últimos años
sin maldad– cuando la pelona viene y se les planta delante y, ­muerto, no había pasado de ser otra cosa que un lobo taimado, cínico, hi-

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riente, rencoroso, con un interés fijo en las ganancias y, olisqueando que había sabido salvaguardar en Europa esa tradición que para
sólo eso que los Ulianovs, paranoicos y siempre dispuestos a hundir muchos se reducía a armas, horarios de salida, tipos de perros,
a todos –B. mediante–, llamaban el complot. ropas de cacería, montura, peinados, pero en verdad era ante todo
Guerra que no era en verdad más que la vida misma, con sus un ejercicio ético, uno de esos donde no caben aburrimiento ni
arritmias y turbulencias, recovecos, contradicciones, despistes; tal crimen, y el cual Bertholdo, más chau-chau que felino, más col-
como habían reconocido a sottovoce algunos de los cazadores de la millito manso que hiena, no supo calibrar ni entender del todo
liga del Oder, también de cuerpo presente y por supuesto, dándole aunque el jefe de la Liga de cazadores, en esos días en que venía al
al medovník y al slivovice en la misma costura (¿acaso no han sido hospital a traerle flores a la coja de su mujer, se lo explicara hasta
hechos el uno para el otro?, razonaba uno con cachetes cuadrados y tres veces?
boca de culito) en lo que parlaban de aquella ocasión en que mon- Bertholdo muerto. Sí, señor. Muerto. Tal y como bien sabían
sieur Bertholdo fue invitado a una jauría en los alrededores de Szcze- todos los que se habían acercado en la última media hora sólo
cin y cómo éste terminó dándole un disparo en un pie, el derecho, a para saber hacia quién o hacia dónde iba ese dinero que, se supo-
la mujer de uno de ellos, justo en el momento en que un jabalí negro nía, Bertholdo, nuestro más que carbonizado Bertholdo, poseía
de la región oeste del Oder se abalanzó sobre el cuerpo de ambos en grandes cantidades y ayudaría, ¿alguien lo duda?, a hacer feliz
y nuestro jorobado, con ninguna cultura de la ecuanimidad y cero a algunos grupos o personas. ¿No era, por ejemplo, una de las ob-
cultura de la caza, empezó a disparar hacia todas partes corriendo sesiones de los Ulianovs, buscar fondos para poder echar a andar
como si él mismo fuese un jabalí polaco y agresivo. Mujer que des- un nuevo periódico y de paso enfundarse cada uno una dentadura
pués, claro, Bertholdo, monsieur Bertholdo, nuestro antiestético y de oro con la cual poder deglutir esa estúpida comida de la cual
requemado Dr. Bertholdo, ingresó en el hospital y curó, no faltaba Occidente se sentía incomprensiblemente tan orgullosa; y no era
más, aunque una leve cojera le quede hasta hasta el día de hoy; y esto último también una de las obsesiones secretas de los cazadores
su marido, jefe de la Liga de cazadores de la zona oeste del Oder, se de la Liga?
distanciara incomprensiblemente de nuestro doctor, el cual ya más Entonces, muerto. Sí, bien-bien muerto, como lanzaban al aire
nunca sería invitado, para desgracia de él y regocijo de sus muñecas, esas paneslavas como si con ellas no fuera la cosa, aunque con el ra-
a una de esas jaurías mensuales donde los jabalíes, los venados, los billo del ojo seguían las caminatas que se pegaba salón arriba salón
patos, las liebres y los zorros alcanzaban su punto más alto de coc- abajo Herr Çupovský, un judío muy alto y de ojos saltones, que du-
ción y resulta reverenciada en toda la antigua Prusia. En la antigua rante muchos años había oficiado de abogado de Bertholdo, aunque
Prusia y sus alrededores, para ser exactos. ahora se encontraba sin trabajo: la inflación, el descrédito, la usura
¿No es acaso una verdad como una casa que la Liga de caza- del Este acostumbraba a justificar Herr Çupovský dándole vueltas
dores del Odra, como también se pronuncia, había sido la única a su anillote de oro y suspirando, y muerto como sólo a un zorro

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cuando se le arrincona en un bosquecillo se le puede dar caza: a fue lo que al final lo decidió por la carrera de leyes, ya que en ver-
través del fuego, comentaban los comejabalíes de la liga de Szczecin dad, mis queridas, dijo, no existen apenas diferencias entre la belleza
con sabiduría de facto. de una y la belleza de otra (la «otra» era la carrera de Derecho…).
¿No había muerto el mejor cazador de ellos totalmente que- ¿No eran las mujeres las verdaderas guardianas de la rectitud y el
mado hacía ya veinte años, recordaban, cuando su mujer, una de orden?, preguntó Herr Çupovský entre risas y deslizándole a todas
esas que la vida va endureciendo poco a poco y terminan por no suavemente en su mano una tarjetica blanca con su nueva dirección
hablarle a nadie, le roció alcohol a la hora de la siesta a su cada vez y su nuevo teléfono. ¿Entonces?, volvió a decir. Viva la Eslavia y viva
más afectuoso marido y lo envió sin trámite previo hacia el otro el slivovice, graznó, antes de continuar averiguando a qué se dedi-
mundo: sin trámite previo y sin ropa, ya que como era verano, caban por las tardes tan hermosas rusas. Viva el Kitái-Górod, dijo,
el infeliz se encontraba desnudo en esos momentos encima de su imitando el croar de una rana.
cama? Así que de nuevo: muerto. Muerto tanto y tanto muerto, que
Bertholdo muerto. ¡Cómo lo escuchan! Muerto, muerto, muer- topografía y melancolía se unieron en este preciso instante para
to. Con sus orejitas de zorro y su hociquito de zorro y su semen de conformar un mapa que a nosotros si lo revisásemos ahora no nos
zorro, sobre todo en ese lugar donde el choque de un muslo contra diría nada (sobre todo porque hay siempre mucha distancia entre
otro oculta esos pelitos que habían pasado con la edad del negro- el tempo del que narra y el tempo del que lee) pero, sin dudas, para
gris al ocre-cenizo, pero que durante tanto tiempo nuestro especia- los habitantes del Este significaría ante todo guardar respeto ante
lista en vías respiratorias disfrutó tanto que no existió día, siempre el más alto, no blasfemar, no jurar en vano, no marcharse nunca
a la noche y siempre encima del biedermeier, que antes de dormir por la puerta trasera, y no cejar hasta descubrir la propia pasión.
y asaltar, por así decir, a la Bertholda, no se los halara o arrancase Pasión que Bertholdo cifró en sus muñecas, sobre todo en el cho-
con fuerza para ponerse agresivo y adquirir ese tono que en el fondo chín de la Bertholdina, ese rayón negro y casi chino, por delicado
disfrutaba tanto. Tono que de manera constante lo hacía sentirse y bien hecho, y el cual se ponía bien redondo y bien gordo noche
como una persona con cuarenta años menos: aquel que hace mucho tras noche para que él, lobo solitario aunque ya un poco enloque-
tiempo empezó su noviazgo con aquella cabrona que un día lo había cido, raspase alegremente su nariz y lo oliera, untándole de paso
abandonado huyendo hacia Estados Unidos y no le dio tiempo a una de esas suculentas capas de saliva sin las cuales la Bertholda
mostrarle lo que él podía de verdad. Esa insensata. no fuera en sí y dentro sí la Bertholdina y, nuestro dottore, nuestro
Y muerto: mucho-mucho-muerto, como no cesaban de cantu- terribile hociquitis dottore, uno de esos hombrecillos con miedo que
rrear las rusas, ahora junto a Herr Çupovský, el abogado, que había se encierran más tiempo del normal junto a sus propias obsesio-
terminado por integrarse al coro a recordar aquellos días de juven- nes intentando construir una alternativa que no los exponga tan-
tud junto a las rubitas de su pueblo, y cómo corretear detrás de ellas to a la opinión pública, esa red de chismorreos, odios, traiciones,

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­ unzonazos, que funcionan como una tela de araña y al final se
p ¿No mueren así de retorcidos todos los que un día traicionan?
fueron carcomiendo por dentro a nuestro querido paneslavo Ber- Digámoslo a todo pulmón entonces: muerto. Muerto muerto
tholdo: persona amable pero huraña, inteligente pero arrogante, tal muerto, y sin herencia. Como Herr Çupovský le fue haciendo saber
y como siempre se define a todos los que han sido tocados por una a todos aquellos que habían aguantado hasta el final cantando junto
fuerza extra, un plus. a las rusas-hembras y tomando slivovice junto a los rusos-machos
¿No fue exactamente esto también lo que se dijo en su momento (slivovice, café y vodka), y como anunció finalmente de manera
de Oblómov el Mayor cuando fundó aquel banco gigante y desafió pensativa: ¿Bertholdo tenía un poco de dinero? Sí. ¿Suficiente para
incluso la crisis del veintinueve? que alguien pudiese vivir tranquilo el resto de su vida? Sí. Pero todo
¿Y no es palabra por palabra lo que también se comenta de ma- ha desaparecido con él, queriditos, proclamó solemnemente. Todo
mushka Oblómov y de Oblómov el Tuerto sólo por tener en claro se esfumó… Verdad que resultaría definitiva, ya que Bertholdo
cuál es su camino, su filosofía de vida, su radio de acción, su sino? nunca confió a ningún banco sus ahorros y enterró en una suer-
Entonces, muerto. Sí, lacrimógenamente muerto. De la misma te de respaldar falso que poseía el biedermeier drapeado donde la
manera en que mamushka Oblómov murió también encerrada en Bertholda –ah, esa Bertholda con una verija profunda como una
un manicomio creyéndose la hija de Leopoldo II, rey de Bélgica campana– vigilaba y empollaba, por así decir, todos esos fajos que
(de hecho, cuando se hizo público que mamushka hablaba tardes un día el ahora más que desencajado doctor Bertholdo pensó donar
enteras en Kreuzlingen con su padre y que incluso muchas veces a algún museo donde un grupo de historiadores pudieran atender y
ni siquiera encarnaba a Carlota sino al mismísimo Leopoldo y le entender sus muñecas o, a diferentes personas, aunque esta opción
preguntaba a sus guardianes sobre su barba (¿está bien recortada no la tenía aún muy clara, que según su grado de amistad le hubie-
hoy?), sus posesiones, el destino de su hija, las reuniones políticas sen prestado algún servicio útil en los últimos años o se hubiesen
que tendríamos esta semana o sobre un tal Maximiliano, causó tan- mantenido fieles a sus «secretos». Así que no hay nada para nadie,
ta risa entre aquellos que de una forma u otra estaban al tanto de sentenció de nuevo con tristeza Herr Çupovský, pensando de paso
su vida, que Oblómov Padre, como ya dijimos, abandonó todo sin en cómo había desaparecido ese sueño de reactivar su negocio con
más y se marchó. Su hijo ya sabría arreglárselas sin él, fue una de todo el capital que nuestro señor joroba, fidelidad mediante, alguna
las dos frases que dijo antes de empezar su peregrinaje por el Este vez le había prometido. Ahora todo es ceniza. Ceniza y papelito
a una de las criadas de la casa. La vida es un pelito atravesado en la negro, pensó Herr Çupovský, quien se quedó dándole vueltas con
garganta…: la segunda). desgano a su anillote y suspiró pensando en aquel día que firmaron
Y muerto, como sólo alguien que ha traicionado muchas veces en juntos el testamento y Bertholdo lo invitó a una copita mostrándole
su cabeza a otros puede quedar horizontalmente muerto: sin ami- de paso el lugar donde se encontraba el «vil metal». La vida, pensó,
gos, sin flores, sin una corona de agradecimiento, sin alma. repitiendo sin saber la última frase del más gordo de los Oblómov:

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«un pelito atravesado en la garganta», y se dirigió hacia la puerta 18.
arrastrando sus zapatos.
Así que cantemos: Muertomuertomuertomuerto… tal y como
mueren los perros viejos, las garrapatas viejas, los cocodrilos viejos
y los murciélagos, por lo menos después de pegarse la rabia unos a
otros. ¡Oh, Bertholdo, Bertholdo!, se persignaron las rusas. Muerto
y sin arreglo.
Caput.

T odo lo hasta aquí narrado resultaría sin excusas irrelevante


si no nos ayudase a comprender de manera rápida la natu-
raleza contradictoria del Este. No porque en el Este, aquí o allá,
hayan explotado de vez en cuando algunas guerras. ¿Qué puede
representar una guerra sino la expresión que mejor resume para el
ser humano su posición agónica ante el placer, su pico de euforia y
deseo? O porque en el Este, ese Este que siempre se le resbalaba de
las manos al más pequeño de los Oblómov como si de un cuchillo
con una capita de mantequilla se tratase, hayan explotado de vez
en cuando hambrunas, epidemias, asesinatos o pogromos. ¿No es,
hablando sinceramente, un pogromo, un asesinato, una paliza, un
sufrimiento, algo insustancial y poco interesante si lo comparamos
con la cantidad de prohibiciones y tabúes que tiene que saltar minu-
to a minuto el escarabajo humano para poder desarrollar su línea de
vida y perfeccionarla; su espacio de goce?
Ahora muchos pensarán que no (que la moral, que el hombre-
masa, que el frío), pero la verdad, sabemos todos, es diferente. Ante

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las prohibiciones o los tabúes que le colocan día a día a cada persona como parte de la única herencia que en verdad cualquier adoles-
delante de sí, todo lo mencionado representa nada. Una filfa. Una cente común se lleva por la vida como si de un bultico de ropa
anécdota incluso. Por eso es que este monólogo (el del tuerto Obló- sucia se tratase.
mov frente al espejo), esta inmersión, estrangulamiento, trote, si así Un bultico al que en algún momento habrá que pasarle el jabón.
pudiéramos llamarlo, de nuestro héroe por los pasillitos estrechos de Y en este caso, sin dudas, el bultico de Oblómov el Tuerto había
su vida, empezó a devorarlo poco a poco, a «cogerlo por cuello», y no desembocado en cierto complejo de grandeza. En un deseo de do-
lo soltó hasta que después de muchos golpes, excentricidades y deli- minar a los demás. De imponerles su delirio, razón, deseo, añoran-
rios, éste se decidió a clasificar todo lo que vio y escuchó esa noche za. También, y no hay nada malo en reconocerlo, en un par de ideas
en que por poco le mete un plomazo a su padre como su futuro… que si las observáramos de cerca veríamos no van –no iban– a ser
Su alarmante y bien engominado futuro. sólo privativas de la familia Oblómov (los rituales de la xenofóbica
Visión que Oblómov el Tuerto sabía no dejaría indiferente a na- Europa habían sido siempre bastante generosos), sino, de todo el
die y provocaría a su alrededor cuando menos mucha burla: burla y Este, de todas esas gentes que viven generalmente arracimadas en
arrogancia; aunque esto no le importaba. sus traspatios y compran cada mañana su pedazo de pan y su peda-
¿No ha girado siempre alrededor de cualquier genialidad y, desde zo de vaca echándose el rebufo encima.
hace mucho tiempo, la burla y la arrogancia, sobre todo la de los Así que cero preocupación, como le decía usualmente Oblómov
mediocres? el Tuerto a su padre, cada vez que éste le recriminaba el mal uso
Oblómov el Tuerto lo sabía y estas cosas a partir de este mo- que hacía de la moral y las palabras en su blablablá cotidiano. Cero
mento ya empezarían a darle igual. El no era como los demás. No. estrés… Expresiones como «maldita mierda polaca», «culo de goma
No era ni un pícaro ni un loco ni un advenedizo, calificativos que polaco», «agujero polaco lleno de caca», en boca de nuestro tuerto,
siempre se usan para desprestigiar a los más notables. Ni siquiera un más que desprecio vienen a significar un ritmo, una manera de usar
vulgar y achispado tripita polaco. el lenguaje, de estar cerca de sus amigos, hablar. Y para él era sólo
No. esto. No odio u otra cosa.
Su odio hacia los polacos, si es que de odio en este caso se Tal y como sí sucedía con otras familias.
puede hablar, era algo inconsciente, banal. Donde el respeto a los Ahora, pregunto, ¿creía en verdad nuestro excelentísimo y cada
mayores, o lo que es lo mismo, a ese sedentario matarife materno día más tuerto Oblómov en esa comedia del chrám eslavo, en ese
que tuvo suficiente coraje para levantar el mayor banco de Prusia, punto mítico desde el cual ha irradiado durante milenios toda la
Moravia y Alsacia en las narices de todo el mundo y en quien la energía cultural y política que ha movilizado al Este y no lo ha de-
maldición hacia los hijos de la musicalísima Polonia sí formaba jado hundirse aunque más de una vez se lo mereciese, ese destino
parte de un capital de vida, más que estigma puede ser considerado frío, insulso, victimista, ancestral, donde las primeras tres goticas

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de sangre de los doce primeros hombres regeneraron el destino de y todo lo que por ceguera o accidente quedase fuera de su campo
toda la zona e incluso de millones y millones que agobiados ante tuerto de visión, la mentira.
tanta grandeza histórica nunca han sabido explicar qué significa ese Conceptos, sabemos todos, siempre en constante intercambio
punto, ese «locus de energía infinita» que gobierna cada una de las (mamushka incluso en aquel discurso último los llamó «los infames
provincias de lo que hoy llamamos Este de Europa? hermanitos») y muy pocas veces fieles a esa otra cosa que de manera
Oblómov el Tuerto asentía… constante se manifiesta en el hombre y por lo general es provinciana,
Su familia, o mejor dicho, mamushka Oblómov, la cual en estos estreñida, pacata, histérica e incluso autoimpuesta, la cual, por des-
momentos aún ronca a pata suelta en el Hospital ante paní Zolová y gracia, no existen maneras de nombrarla, aunque le continuemos lla-
ese paneslavo loco de Bertholdo, y ni siquiera sospecha que dentro mando por costumbre lo verdadero o real. Tal como también podría
de dos meses va a ser enviada al manicomio de Kreuzlingen, Suiza, ser llamado ahora ese tiempo largo que Oblómov el Tuerto, nuestro
en uno de esos coches incómodos con dos caballos de manchitas theios anér Oblómov, estaba gastando frente al espejo dándole vuel-
negras y cojos, lo había iniciado de manera precisa ante la única idea tas a su idea sobre un lugar donde pudieran convivir todos esos que
que para la familia Oblómov tenía sentido: la biología blanca. en este mismo momento se sentían diferentes (pensó rechazados,
Y lo había iniciado hacía mucho tiempo. pero la palabra le parecía poco literaria) y lo eligieran a él como a
Mucho antes que Oblómov el Tuerto regresase junto a su padre alguien que había llegado a este mundo para acogerlos de nuevo
(ese día que el casi húngaro y casi gordo había tenido una discusión sobre la tierra, salvarlos, tal y como mamushka Oblómov, socrática
con el casi Director del hospital a petición de la siempre insoporta- y carnívora –el filete Stroganoff había sido siempre su perdición–, le
ble mamushka) y, por supuesto, antes, mucho antes de que el más había alguna vez descrito e incluso garrapateado en un papelito:
pequeño de los Oblómov sintiese de nuevo esa pulsión involuntaria «Una torre donde todos los que crean en ti asciendan por una
de retomar las escopetas y mojarse los dedos en el hilito de sangre, escalera de espinas hasta que se rompan las rodillas».
ese hilito que tantas veces había visto en sueños cuando después de Es decir, una torre imperio. Una torre tradición. Una torre tan
una discusión le metía un plomazo sobre el pelito lleno de clarete a larga como un látigo. Palabra y práctica que de alguna manera ado-
su padre y le decía: muérdete la lengua, cabrón, sufre…. disfrutando raban los santones antes de zambullirse en su cena: un plato de sopa,
del tamaño de los diferentes charcos de sangre que el cuerpo imagi- col amarga, mendrugos de pan, natilla, zanahoria…, hechos por el
nario del muerto formaba en el piso. manco Kiril, personaje que también era el encargado de recordarles
Es decir, mucho antes de que nuestro idiota Oblómov se sentase (a los santones, claro) que antes de las comidas no había nada más
por siete horas, hasta el amanecer, frente al espejo que tenía empo- importante que el castigo: más lealtad, más proteínas, más cuerpo,
trado en el cuarto y comenzase a parlotear y a observarse a sí mismo, gritaba el manco haciendo un gesto de confianza hacia Oblómov,
como si todo lo que él pudiera «ver» en ese momento fuese la verdad un gesto que revelaría la conexión que entre ambos existía.

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¿No ha sido acaso la mayor prueba de lo atinada que resulta nues- (Kiril se persigna).
tra tradición, razonaba Oblómov el Tuerto manoteándole a un Kiril Cómo se tiran al piso, cómo gritan, cómo se retuercen, cómo
de orejitas redondas y un gancho herrumbriento por toda mano convulsionan.
izquierda, la tozudez con la cual siempre los pueblos eslavos se han (Kiril se persigna).
aplastado entre sí y han recomenzado una y otra vez desde cero su Cómo alguien dice: el zorro negro vendrá disfrazado de mujer.
propio destino para poder mostrarles al mundo que son los únicos Se acercará a cada uno de nosotros y nos pasará la lengua. Cuando
que merecen seguir expandiendo su ley, su costumbre de vida, su despertemos, todos nos habremos convertido también en el zorro
fuerza? negro, en su imagen, su cabeza, sus testículos, su baba…
¿Y no es también una prueba el hecho de que la Gran Eslavia De más está decirles que a estas alturas el traumatizado y de
fuera, sea, en sí, un lugar pródigo en mitos, zorros, sectas, escopetas, cierta manera neoplatónico Oblómov estaba sudando frío. Des-
delirios y creencias, tal y como ya desde muy temprano constaté, de aquella arenga de su madre frente a la iglesia y desde aquellas
cuando aquel día tuve que regresar a casa con el ojo atamponado y conversaciones a cualquier hora sobre la resurrección del zorro, re-
«la maldición del zorro en la cabeza», como dijo ésa que al fin y al surrección que nuestro tuerto entendía como una amenaza a lo
cabo fue tan grande que pudo imaginarse antes que yo mi imperio? más íntimo de su propio yo, a Oblómov Salvatora Mundi no se le
Oblómov el Tuerto asentía inspirado de nuevo frente a Kiril. iban de la cabeza diferentes escenas donde una lucha espantosa con
Veo, decía, cómo matan a un zorro y lo operan. Cómo le sacan un monstruo negro, uno de proporciones exageradas y uñas muy
uno a uno todos los órganos. Cómo se recoge su sangre en dos va- largas parecidas a las del cura, tenía como resultado su deglución,
sijas de plata. Cómo le cortan en pedacitos minúsculos el intestino. su muerte.
Cómo lo comen. Lucha que más que con lo animal él identificaba con lo vacío,
(Kiril se persigna). con lo que más allá de la digestión no alcanzaba ninguna compren-
Cómo se cura durante semanas la piel de ese zorro. Cómo la sión, forma. Y en ese vacío, en esa derrota podríamos decir, radicaba
cuelgan. Cómo le dan con un palo. Cómo le clavan un cuchillo. el noventa y cinco porciento de su miedo.
Cómo la rajan. Para Oblómov el Tuerto pelear no era lo más preocupante, lo
(Kiril se persigna). había hecho algunas veces en el Internado cada vez que alguno de
Cómo le cortan las orejas. Cómo le cortan el rabo. Cómo le sa- los otros alumnos pronunciaba con intenciones caricaturescas su
can los dientes. Cómo le abren la vejiga. nombre y, estaba dispuesto a continuar haciéndolo, si por desgracia
(Kiril se persigna). la guerra se volvía un requisito de sobrevivencia. Ahora, ser tritu-
Cómo los santones se trazan una señal de sangre sobre la nuca y rado por una imagen que sólo se le aparecía en sueños y le hablaba
después escupen. y babeaba y pasaba la lengua arriba y abajo por toda la cara estaba

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más allá de su sentido del placer, más allá de su destino, grandeza, La biología blanca es un escalpelo, Kirilov. No te olvides de eso.
escorbuto, fuerza. Y esto, por supuesto, había que pararlo aunque en ¡Un escalpelo!
el intento todo finalizase con volarse los sesos. Con ella sabremos quién puede entrar a nuestro imperio y quién
¿No encarna una violencia única ese que para lograr su objetivo no, quién no tendrá siquiera que tocar la puerta y quién incluso cla-
tiene que incluso estar dispuesto a romperse la cabeza? vándose de rodillas frente a nosotros quedará afuera. Quién vendrá
(Kiril se persigna). sin reconocer su maldad, prosiguió, y quién estará dispuesto a todo
Instauremos la biología blanca, ordenó Oblómov el Tuerto a ese para quedarse a vivir en nuestra torre, sometido a la ley, con deseos
manco ficticio que respondía al nombre de Kiril, y además de una de entrar en la servidumbre, obedeciendo.
trencita con un lacito rojo bajo la mandíbula tenía también un sólo Kiril se pasaba el gancho por la barba y continuaba flexionando
ojo como él. el cuello arriba y abajo, con tortícolis.
Instaurémosla ahora mismo ya, volvió a graznar. Esos serán los que marchando al mismo ritmo de la biología
¿No son para nosotros más importantes esos que agobiados por blanca ya no podrán mentir –aquí una pausa muy exagerada como
una enfermedad, una malformación, un microbio, una desgracia, de quien mide muy bien sus palabras–, los que tendrán que saber
no saben qué hacer y se hincan de rodillas en la esquina de su cómo domarse a sí mismos: ese cuchillo que muchas veces se coloca
cuarto y lloran hasta que de puntillas se van al baño e intentan encima del estómago y se entierra. Los que incluso teniéndolo todo
abrirse las venas golpeando patéticamente la cabeza contra un es- delante, dijo, no podrán acceder a nada porque serán tan ineptos
pejo? que incluso en una calle con muchas señales no entenderán hacia
¿Esos que desde la primera hora de la mañana reciben el insulto dónde tienen que ir.
de su mujer, sus hermanos, sus conocidos, y no saben hacia dónde La biología blanca, Kirilov, será como un aparato inmenso (tono
correr cuando viene la inundación? de confesión). Un aparato inmenso con cuatro rueditas blancas.
¿Esos que incluso hasta con una prótesis de palo en la pierna Cuatro rueditas que nos permitirá desplazarlo hacia cualquier parte
huyen a toda velocidad de su mesa de trabajo y siempre se refugian y tendrá diferentes botones: uno para medir las ideas de todos los
en un parque o estanque a ver cómo los patos nadan y picotean un que se sometan a ella. Otro para saber el tamaño de sus cráneos,
pedazo de pan junto a su único zapato? sus extremidades, sus genitales, sus dientes. Otro que nos sacará
Kiril se persigna… un gráfico con su pasado, con lo que éste oculta o exagera, su en-
A esos, Kirilov, grita el Tuerto. A esos, les sacaremos los ojos. fermedad. Otro que le pondrá a prueba su capacidad de disciplina,
Y empezó a reírse con sus dientes muy separados. de aprendizaje y obediencia, de orden. Otro que informará sobre
¡A esos les aplicaremos la biología blanca! –y se aplaudió a sí cuánta impureza hay en su sangre.
mismo. (Pausa para estirarse la ropa).

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Somos puros, Kirilov –continuó el Tuerto. ¿Entiendes? Los esla- Te lo digo yo, Kirilov. Nadie…
vos somos puros, puros, puros… y aquí casi se arrancó los pelos de Nadie quiere estar cerca de alguien que ni siquiera puede tragar-
emoción. Y sólo conservando bajo una campanita de cristal nuestra se el veneno de otro, su instinto malo, su deseo de dar y recibir, su
idea podremos levantar nuestra torre, dijo. rabia. Alguien que no pueda entregar su cuerpo con bondad para
Por eso es que la biología blanca tendrá también un botoncito que otro al final termine matándolo, bajó la voz el Magnánimo
de alarma contra todos aquellos que intenten engañarnos, contra Oblómov. Alguien que no sea capaz de agredirse a sí mismo no lo
esos que pasan y no te miran, que te clavan el colmillo y se van, que queremos, Kirilov; y lo dijo en un susurro.
te escupen con asco en el rostro. Esos cuyo único destino es hacer ¿No es acaso una de las cosas más espantosas de este mundo
daño. Un botoncito del tamaño de una bala de plata, Kirilov. Quien –alzó los ojos y vio una nube en forma de perro frente a él– ese falso
intente ir contra nosotros, dijo, recibirá esa bala de plata en la frente, pudor que nos ha hecho desde siempre esconder nuestros mejores
las manos, el escroto, para que sepa que contra la biología blanca no instintos para que los demás no se den cuenta del placer que nos
hay engaño, que nadie puede burlar o negar la biología blanca. Que da picar pedazos de nuestro cuerpo en fragmentos bien chiquiticos
nada podrá ser inventado contra ella. antes de tragárnoslo?
Kirilov continuaba mirando cómo el otro se gritaba a sí mismo Kiril asentía por enésima vez y se mecía la barba amarilla con
frente al espejo. olor a zanahoria y a sopa.
La biología blanca será incluso como esta conversación, Kirilov, Yo perdí un ojo para poder fundar mi propio imperio, Kirilov;
gritó el Tuerto. continuó el tuerto. ¡Un ojo! A nadie se le ha pedido tanto como a
La biología blanca será exacta, continuó. mí en este mundo. ¡Un ojo! ¿Entiendes eso? ¡Un ojo!, gritando. Una
Nos dará un perfil de cada persona y nos hará saber dónde radi- pérdida que ha sido al final la mayor dicha de mi vida. El día del
can las marquitas íntimas de cada uno de nosotros, ese Unikat que accidente en vez de ver dolor, sangre, llanto, zorros, bosques…, lo
todos poseemos. De hecho, sólo podrán entrar en nuestro imperio que vi delante de mí fue un ojo. Un ojo muerto y un mapa. Un
esos que puedan negociar y autocastigarse y agredirse y perdonarse mapa donde yo con un inmenso cuerpo de rata me movía haciendo
a través de lo exacto, de la culpa de no haber podido llegar nunca a crucecitas por un camino hasta llegar a un lugar donde no existía
lo exacto. nada. Donde todo estaba blanco. Blanco como mi ojo muerto, Ki-
A los no-exactos no los queremos Kirilov, dijo. rilov, dijo. Blanco como tú y yo, y se levantó la manga de su camisa
¿Quién quiere estar al lado de una persona que no pueda de vez enseñando la piel.
en cuando autocastigarse, romperse la cara para mostrarle de tarde Un lugar-hueco pero que no era un hueco, que parecía un búnker
en tarde al mundo lo mucho que se equivoca, su odio hacia sí mis- pero no era un búnker, que semejaba un desierto pero no era un de-
mo? –y se quedó pensando. sierto…

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En ese lugar, Kirilov, me esperaba el zorro que me disparó en el ¿No es acaso el ojo derecho, se puso filósofico nuestro Tuerto, el
ojo y me dijo: Este es el Este, el único Este, el Este exacto. El único que siempre concentra la mayor cantidad de experiencias de cada
lugar donde el Este existe. Todo lo que te han dicho hasta ahora es persona; el que contiene la mayor cantidad de energía, de derroche,
mentira. Olvídalo. El Este está aquí, señalando un puntico color de alimento?, preguntó sin esperar respuesta.
azufre sobre la tierra. Pues ese será el ojo-Oblómov, Kirilov.
Y en ese lugar es donde vamos a levantar nuestra torre, Kirilov, El ojo que va hacer posible que el Este sobreviva, que reencuentre
volvió a graznar. La torre imperio, la torre cuchillo, tal como decía su centro, que paralice y mutile a los demás, que cante…
mamushka cortando una rebanada de tocino en la cocina para los (Kirilov empezaba a quedarse dormido pero Oblómov en su locura
gatos. ya no lo miraba).
¡La torre tumba! –y abrió los brazos como si quisiese abrazar al Y para que sea fuerte un imperio tiene que ser fundado encima
Manco. de la sangre, Kirilov –agregó.
Y para reclutar y buscar y seleccionar a nuestros santones estás Sangre y rituales exactos, como siempre decía aquel grande de
tú, Kirilov. Gran Oblómov a nuestra familia.
(Rostro de sorpresa de Kirilov). ¡Sangre y veneración!
Sí, no me mires con ese ojo bizco, continuó el Tuerto. ¡Tú! Con Y de eso tratará la primera prueba de nuestro imperio, Kirilov,
un escalpelo en cada mano y un tazón de leche tibia y un lacito rojo levantando su puño al cielo. Sangre, veneración y escalpelo sobre el
en la barba, como aquel pope que fue padre de tu padre y se unió a ojo. Un corte chiquitico, Kirilov, hasta que el ojo haga plof y salte
aquellos farsantes sodomitas a los pies de un barranco. como un corcho.
¡Tú! Y lo señalaba con su uña picuda. (Aquí enseñó una vez más sus dientes separados el Inquisitore
¡Tú! Oblómov).
Y por cada ojo que me traigas en cada tazón de leche, continuó, En mi imperio todos tendrán que ser como yo, continuó.
serás dos veces recompensado Kirilov. Dos veces. Cada imperio ne- Todos tendrán que haber entrado en mi propio yo para sentir lo
cesita un ejecutor, tú lo sabes. Un verdugo. Alguien que encarne el que es una verdadera experiencia. Un goce. Quien no quiera pasar
misterio de la ley. por esta prueba, Kirilov, puede irse, dijo. Esos son los falsos que
Y ese serás tú, Kirilov –volvió a señalarlo. Con una bala de plata mencionaba antes. Los hombres-nada. Y a esos no los queremos,
y un escalpelo y tu barba amarilla de pope enredada al cuello. Tú. Kirilov. No los queremos ni un tantico así, juntando dos dedos de
Quitándole a cada santón su ojo derecho, su ojo estúpido y estrábi- su mano derecha delante de su enorme rostro.
co, y viendo cómo cada uno se hunde con venas con iris con sangre Quien no comprenda que su felicidad está basada en la venera-
en un tazón de porcelana. ción mejor que ni venga, Kirilov, dijo. Que no se presente ante ti,

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que no se ponga de rodillas, que no grite: vi al cordero en la torre y 19.
quise beber su sangre. Porque entonces tú le sacarás los dos ojos con
una cuchara para que aprenda que con nosotros no se juega.
Te lo digo yo, Kirilov. Si alguien no puede ser exacto mejor que
no venga. Que no escupa a su madre ni abandone su casa.
Y mientras todos esos falsos estén lejos, mejor, Kirilov…
Te lo digo con mucha calma…
Mejor.
No resulta acaso e…
De más está decir que con tanto patetismo Kiril Kirilov se había
quedado dormido y roncaba. El sabía todo esto ya, por algo era la
mano derecha del loquito Oblómov, su ayudante. Las arengas para-
noicas y sinsentido del Tuerto las escuchaba siempre hasta el final,
por si de pronto se presentaba algún giro lúcido, una novedad, y de
esta manera nadie le viniese después con el cuento. Pero un día tan
largo como hoy ya no pudo más y cayó. Según Oblómov Inquisi-
K irilov soñaba…
Kirilov soñaba que se le aparecía un dios desdentado y chi-
quitico delante de él y le decía: soy yo. El dios de Pirna. Mírame.
tore mañana empezaría la captación de santones para el imperio, Soy yo. Y tú a partir de ahora serás mi siervo. Un dios raquítico,
las pruebas en el ojo, el tatuaje en la parte superior del brazo, el con un chaleco, unos pantalones negros, una carterita repleta de
levantamiento de la torre, el Este. Habría entonces mucho trabajo, papeles y una cruz de oro colgada en el pecho, como un cobrador
se dijo. Así que detengámonos por un momento en esta instantánea: de impuestos.
Oblómov frente al espejo con el índice en posición de discurso, Ki- Soñaba que se le aparecía y decía: tu primera misión será matar a
rilov durmiendo con los pelitos de la barba adentro de la boca y el Oblómov el Tuerto. Sí, al infame Oblómov. Romperle los huesos.
brazo y el no-brazo flácidos a ambos lados del cuerpo, el padre en ¿No es eso lo que al final él quiere hacer con todos? Pues eso. Tú le
el piso de abajo, en el butacón, con las patas estiradas y totalmente torcerás los huesos como se le rompe el pescuezo a una gallinita. Sí.
borracho, las tinieblas acercándose a la casa. Así será como lo llamaremos a partir de ahora: Oblómov gallinita.
¿No es esto lo que los sociólogos de antes llamaban un entorno Su destino y su torre y sus ideas no serán más que eso, el instante en
sin riesgo y feliz? que se caza a una gallinita. El instante del cacareo. Lo cogerás por
el pescuezo lentamente y harás que gire en el aire hasta que ya no
despierte, hasta que los huesitos del cuello le hagan tra. Ya verás

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cómo se va a poner a bailar el sanvito en el piso. Cómo va a menear Tuerto no se marchará en paz. Lo juro. Se va a ir como una gallina
el culo. ¿No andaba buscando él construir un imperio, una torre, un tuerta. De la misma manera que se han ido sus abuelos, su madre,
mito, un destino? Pues eso es lo que se va a encontrar a partir de sus amigos. Como un animal apestoso, una rata. Pero en paz no. Se
ahora: el destino de la gallinita muerta. Eso es lo que se va a llevar. va a ir como una gallina que nunca ha servido para nada. Una galli-
Hasta en lo alto de su torre verá cómo una gallina se le acerca, da na que ni siquiera se ablanda en una sopa. Te lo digo yo. Son mu-
vueltas sobre sí misma y se rompe el pescuezo. Ya verás. Incluso en chos años mirándolo, soportándolo, corrigiéndole el tiro. Muchos
los Balcanes van a escuchar el sonidito de ese tra, la belleza de un años. Mira cómo está la carpeta. Mira. Y esto es sólo el expediente
hueso cuando choca con otro y produce música. Lo tengo anotado del cabrón ese. Mira. Hasta tuve el detalle de anotarlo todo en tinta
acá. Mira. Hice un dibujito y todo con la cara de asombro de la verde para no poder leerlo a la noche y así olvidarme de él. Pero
gente en los Balcanes: la boca en forma de O. Va a morir como una nada. Cada día me llegaban de nuevo sus blasfemias, su delirio, sus
gallinita prieta y quien se niegue a continuar mis ideas morirá tam- obsesiones, sus órdenes. Cada día. Y no tuve más remedio entonces
bién como una gallinita prieta. Lo advierto. He estado pensando en que anotarlas todas, una a una, y ponerle mi cuño encima para que
eso todo el fin de semana. El fin de semana entero. ¿Puedes creerlo? todo se tramitara lo más rápido posible; para que llegado su día no
Pues sí, el fin de semana entero; viendo cómo arruinar de una vez y pudiera decir no, no fui yo, ¿yo…? Cuando legalizo algo ya no hay
para siempre los delirios de grandeza del cabrón ese, su locura. Tal y vuelta atrás, te digo. Carpeta y a otra cosa. Pero nada. Con el cabrón
como en su momento arruiné los delirios de cada uno de los inte- este no hubo siquiera segundas partes. Nada. Ni una frasecita de
grantes de su cabrona familia. Hasta el apetito se me quitó pensan- arrepentimiento hubo. ¿No soy acaso conocido por mi sentido del
do en mi plan. Lo juro. Venían los enfermeros, me tomaban la pre- perdón, mi indulgencia, mi voluntad para que las cosas marchen
sión, me examinaban el ojo, y nada. Dios no habla decían. Dios bien, mi bondad? Tú lo sabes. Pero no. Con el cabrón este todo ha
decidió quedarse mudo decían. Pero no. Yo no me he quedado ido a peor. Te lo digo yo, que me arrepiento una y mil veces de no
mudo. Tú lo sabes. Nunca. Sólo estaba pensando en cómo arruinar haberle arrancado también su ojo izquierdo para que así se metiera
de una vez por todas los planes del tuerto ese; cómo enterrarlo en buena parte de su vida en lo oscuro, ciego. Así por lo menos se aca-
vida. Por eso cuando lo vi hablándote de la torre, los santones, Ma- baba la mentira y el miedo que quiere traer a este mundo, tal y como
rija, los rusos, no pude aguantar y me puse a pensar. Lo mejor sería le hice a su cabrón abuelo, quien después de matar a aquel polaco ni
que le arrancaras el pescuezo como a una gallina. Sí. Que lo hicieras siquiera lo enterró. Lo dejó allí, en medio de la nieve, con la mierda
volar por los aires hasta que el pescuezo después de tantas vueltas no al aire, pudriéndose, tal y como sólo hacen los asesinos. ¿Y qué le
le aguantara más y le hiciera tra. Hasta te vi metiéndole tu trenza en hice? Pues lo senté en un sofá el resto de su vida hasta que se puso
la boca y diciéndole márchate en paz Oblómov. Pero no. A los que gordo. Muy gordo. Daba pena verlo al final. Una pelota. Cuando
el pescuezo les hace tra no se marchan en paz. No. Y Oblómov el murió, sus pulmones tenían el tamaño de dos pajaritos ­embalsamados

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en grasa. No podía casi respirar. Y ni siquiera así me pidió perdón. cercana al hueco incluso, para que les duela. ¿Te imaginas? El estú-
¿Te das cuenta? Ni siquiera así. Todos estos Oblómovs son malos. pido de Oblómov correrá por el patio para que no le arranquen su
Mira, aquí está, con el cuño encima. Malos, impíos. Sólo han naci- plumita prieta y tú correrás detrás de él hasta poder meterle tu guan-
do para humillar. Pero lo que él no sabe es que ya pronto el cuello le te blanco en el culo. Tu guante blanco contra su plumita prieta. ¿Te
va a hacer tra. El no sabe eso. Como una gallinita, tra, y a otra cosa: imaginas? No habrá nada más divertido, Kirilov. Nada. Plumitas
Oblómov revolcándose en el piso. Qué alegría me va a dar eso. Has- prietas. Paticas prietas. Pescuezos prietos. Un ejército de gallinitas
ta volveré a hablar con los enfermeros. Te lo juro. Dejaré que se prietas corriendo por un patio locas para poner su huevo y nosotros
acerquen y me tomen la presión y me revisen la vista y me digan detrás de ellas hasta arrancarle sus plumas. En eso convertiré a todos
dime dios, cómo va la cosa hoy, con su bata estúpida y sus aparatos los que me molestan: gallinitas prietas. Y te juro son ya demasiados.
estúpidos y sus pastillitas estúpidas de ese estúpido color azul. Deja- Siempre un nuevo reclamo, una nueva exigencia, un nuevo pleito.
ré que todo regrese a la normalidad. Te lo juro. Mira, aquí está el Siempre un nuevo loquito. Ya estoy cansado. Mírame. Son muchos
cuño. De hecho, ahora que lo pienso bien, ¿no nos divertiría más si años en esto: atajando a alguien por aquí, advirtiendo a alguien por
antes de torcerle el cuello a todos los impíos estos los convertimos acá, no dejando que algún imbécil se desconchifle por allá. Dema-
primero en gallinitas, una legión de gallinitas, y los ponemos a co- siados años. Y tener a todos los idiotas bajo control será lo más salu-
rrer por un patio hasta que todos pongan un huevo? Nada será me- dable, ¿no te parece? Para mí y los enfermeros. Así te digo: Kirilov,
jor que eso, Kirilov. Una legión de gallinitas corriendo para poner al tráeme a Oblómov, casilla veinticinco, a la derecha. O a mamushka.
unísono un huevo. ¿Te imaginas qué famoso me voy a hacer acá en Tráeme a mamushka, casilla treinta y tres, izquierda. O tráeme a
Pirna? Ahora sí creerán de verdad en mi grandeza. Todos estos en- Grubner, el ingeniero; y tú vas, les pones una soga al cuello a los tres
fermeros vendrán de rodillas a contemplar mi ejército de gallinitas y me los traes. ¿Imaginas eso? Oblómov corriendo y cloqueando, su
prietas y a pedirme un huevo. Un huevito hoy señor dios. Un hue- cabrona madre corriendo y cloqueando, el ingeniero Grubner clo-
vito para el almuerzo… Ya me lo puedo imaginar. Un huevito antes queando y empollando. Y ahí nosotros con un guante de goma esti-
que termine mi turno señor dios. Y yo ahí, contando los huevos que rando la mano y arrancándoles una plumita. Eso va a ser más diver-
los impíos producen a diario, los huevos que dios le ha ordenado que tido que bailar el foxtrot, te digo. Más divertido que torcerles el
pongan. Y si alguno se niega le arrancamos entonces una plumita pescuezo a todos los imbéciles convertidos en gallinitas prietas. Más
del culo, para que aprendan. Una plumita negra del mismo culo, útil, incluso, ya que nada inspira más que ver a otro poniendo un
para que sepan que con dios no se juega. Nada deberá arruinar la huevo. Clo-clo-clo, un huevo. Clo-clo-clo, otro huevo. Será tremen-
producción de huevos del señor dios, Kirilov. Nada. Y para eso esta- do, Kirilov. Te lo digo yo. Tremendo. La idea de que Oblómov jun-
rás tú ahí, con un guante blanco y unos anteojos blancos revisándo- to a su madre cacaree y mueva las alas cada vez que le viene el deseo
les el culo y arrancándoles una pluma. Una plumita prieta, lo más de poner un huevo me parece lo más hermoso que podrá observar

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alguien en vida nunca. ¿Te imaginas una fila de gallinitas prietas a colgar de una farola. ¿No se jactaba ante sus amigos que su Aurelia
cacareando y poniendo un huevo a la misma vez, una detrás de otra, estaba basada en hechos reales, que había descubierto el mecanismo
como un verdadero ejército? Oblómov se va a convertir en nuestro banal de la esquizofrenia, que había hecho un pacto, que yo le había
experimento. Ya verás. Cuando su ser gallinita lo haya atrapado por dicho? Pues tra. De dios no se burla nadie, Kirilov. Abre bien las
completo, ni siquiera se va a acordar de su antigua obsesión con la orejas: ¡Nadie! Y yo se lo había advertido: si alguien se entera de esto,
torre. Sólo va a querer poner huevos: huevos huevos huevos… Su ser vas a terminar lastimándote el cuello. Y míralo: tra, en la farola, sin
gallina lo va a dominar todo. Su entidad gallina, su metafísica galli- conmiseración ni nada. Con aquel traje lleno de chinches incluso,
na, su lógica gallina. Ya verás. Todo está anotado aquí. Mira. Obló- para que todos supieran ad infinitum que no era más que un galli-
mov nació gallina y va a morir gallina; con cuño encima y todo. nita ruin, un impío. No se juega conmigo, Kirilov. Ni Oblómov ni
¿Viste? Lo había apuntado ya hacía mucho tiempo. Desde la prime- nadie. No se juega conmigo. Y que quede claro, la traición se paga.
ra vez que supe de su existencia. Desde la primera vez que lo vi ca- Quien traiciona sólo se merece que le inyecten alcohol en el cerebro.
yéndole atrás a los zorros y le puse aquel traspiés y descuarticé un Un pinchacito y ya, a flotar. Tú verás cómo camina el Oblómov este
ojo, para que dejara de una buena vez de estar hostigando a los po- después de doce cc de alcohol por día. Tú verás cómo va a ser todo
bres animalitos. Desde ese momento, pensé, éste está bueno para sonrisa, todo gestualidad, todo comedimiento, todo expresión.
convertirlo en gallina. Y no me equivoqué. Parecía un enano con Nunca otro insulto u otro deseo nefasto de declararle a todo el mun-
una escopeta. Un enano a quien le han regalado una escopeta, pero do la guerra. Doce cc de alcohol después de una semana lo arreglan
no me equivoqué. Yo lo vi y pensé: gallina. Enano no, gallina. Este todo. Te lo digo yo, que ya le he sembrado un tumor con alcohol a
a lo más alto que llegará es a ser gallina. Una con cara de culo y varios en la cabeza. Doce cc y ducha fría. Nada como eso para vol-
prieta. Y míralo, no me equivoqué. Por eso le vacié un ojo, para que ver feliz incluso al más triste. Y el cara de zorro este no va ser la ex-
tuviera en la misma cara el recuerdo de su realidad plumífera, su cepción. Te lo aseguro yo, Kirilov, que he visto cómo incluso idiotas
Dasein ave de corral. Aunque ahora diga que quiere levantar un más rebeldes se tranquilizan y meten bajo su colcha a reírse hasta
imperio, que la redención, que los eslavos… No me equivoqué. Es que todo termina. A reírse bajito, como si alguien no parase nunca
un impío, Kirilov. Un impío. Un renegado. Y como a todos los re- de contarle un chiste tonto, con jueguitos de palabras. Un chiste
negados los voy a freír en su propia locura. Mira, aquí está con el donde él pueda ver su vida y la de su madre y la de toda su familia
cuño encima: en su propia locura. Nadie le falta el respeto a dios, como si de una obra de teatro se tratase. Una obrita mala. Donde a
Kirilov. Nadie. Nadie lo desafía de esa manera. Tú verás. Y si no los personajes se les olvida desplazarse y cuando tienen que decir
funciona su transfiguración gallina, pues plan A: le arrancamos el «¿ya estás aquí, Kirilov?» dicen «bonito día hoy, Iván», o al revés.
pescuezo. Tra, como le sonó el cuello a aquel francés que un día se Una obrita donde todos revelen de golpe lo que son, lo que no pue-
quiso pasar de listo y habló más de lo que debía en su relato. Tra, y den esconder, lo que ni siquiera ellos saben. Y cuando a todos se les

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inyecte en su cerebro sus doce cc de alcohol será entonces la apoteo- ­ emostraré yo que su idea de arrancar un ojo como prueba máxima
d
sis. Ya verás, hasta convulsiones van a tener. La idea de que una de lealtad y comprensión, tal y como él asegura, no sirve para nada;
mano gigante con una jeringa gigante viene y le clava a un actor que detrás de un ojo no hay nada, ni siquiera los zorros que ese ojo
doce cc en el centro de su cerebrito gigante vuelve locos a los loqui- toda su vida vigiló junto a otros ojos. Nada. Detrás de un ojo no hay
tos. ¡Se atoran y todo debajo de su colcha como si de pronto los nada. Sólo histeria, absurdo, derroche, pero nada de rituales de gue-
hubiera atravesado la tos! Una tos incurable, animalesca, cómica. rra, devoción, como él asegura. Nada de bosques. Detrás de un ojo
Una tos plumífera. Y esa tos es la que va a agarrar el cabrón tuerto sólo hay vacío. Y esto se lo meteré en su cabeza sacándome yo tam-
este cuando experimente sus doce primeros cc de alcohol. Ya verás. bién un ojo delante de él, en el mismo lugar donde él se contempla
Lo vigilaré como nunca he vigilado a nadie. Como ni siquiera vigilé noche a noche para ver si su hueco prieto de gallinita prieta ya no
a Kropotkin, que murió creyéndose un famoso barítono lituano, supura más y cicatriza. Me lo sacaré ahí mismo, delante de él, echan-
alguien que había progresado en el negocio de la música y me hizo do también un discurso frente a su espejo, riéndome de su cara de
dudar de mis métodos autocurativos algunas veces. Lo vigilaré bien, asco. Y cuando tenga mi ojo en mi mano y él lo haya contemplado
con una lupa, para darme cuenta incluso cuándo empieza a cacarear despacito, para cerciorarse de que es un ojo-verdad y no un ojo-
en falso, cuándo sus huevos empiezan a disminuir de tamaño y ni prótesis (dejaré incluso que le hunda su pezuña ingrata), me lo me-
siquiera para un panqueque alcanzan. Y ahí es cuando le vamos a teré en la boca y lo masticaré, para que vea lo que es el poder in
meter los doce cc en el cerebro, Kirilov. Ni uno más ni uno menos, extremis. Para que vea cómo mi ojo va perdiendo pedazos hasta que
doce, hasta que ría bajito y empiece a soltar palabritas en otro idio- se reduce a nada, a una cascarita blanca, babosa. Eso es el poder,
ma. Hasta que se haya metido tanto de nuevo en su espantosa reali- Kirilov. Reducir todo lo que contenga pasado a nada. Eso es el po-
dad que ya ni siquiera haga falta decirle que corra y vuelva a poner der. Lo otro es pirotecnia, mentira, y de eso ya hasta los enfermeros
huevos, ya que estos saldrán solos, solitos, cocinados al vapor inclu- están hartos. Se puede leer en sus rostros. Cada vez que entra al-
so, como si más que un recto, Oblómov tuviese en el esfínter una guien nuevo aquí en Pirna miran al cielo y bostezan, Kirilov. Se
caldera con agua. De eso se tratará, Kirilov; de convertir a Oblómov dejarían incluso teñir la barba con tal de no verlos. Otro idiota más,
en una caldera con agua, para que sienta y vea cómo su realidad piensan. Otro encantabobos. Y ahí se van a preparar la jeringuilla y
avícola y su metafísica avícola empiezan a hervir cuando se acerca a a ordenar las pastillitas para retrasar hasta lo imposible el espectácu-
un fogón, a echar burbujitas hasta que sólo queda en el fondo un lo del nuevo imbécil. Por eso aunque no lo digan están fascinados
raspón negro. Ese será nuestro triunfo, Kirilov: el momento en que con mi nuevo plan. Fíjate que apenas molestan como antes. El fin
el estúpido Oblómov se quede delante de sus santones sin poder de semana pasado, por ejemplo, me dejaron ahí, inmóvil, mirando
disimular su personalidad de gallinita tuerta, una gallinita que aca- cómo caía una gota del techo al tibor y contando en voz alta. Ellos
ba de descubrir delante de todos su identidad y espacio. Ahí le me conocen. Saben que para lograr una concentración máxima

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­ ecesito llegar en voz alta hasta doscientos y después volver a empe-
n rajará, no se partirá, no se caerá con un simple empujoncito. Uno
zar, durante horas, para que una repetición y otra en su choque que ni siquiera tendrán que utilizar. Ya verás, Kirilov. Dios ha pen-
configuren lo exacto. Así que entraban, me veían, y se iban en silen- sado todo al milímetro. Después que hayamos convertido a la ma-
cio, sin preguntar. Dios trabaja hoy decían, y se marchaban tal como yoría de los idiotas en gallinitas nuestra vida se concentrará en guiar
venían, en punticas de pie. Pensar un cuerpo de gallina y una cabe- la manada, mover los idiotas hacia un lado y otro, arrancarles las
za de gallina y un ojo de gallina no es tan fácil, Kirilov. La gallina plumitas del culo. Cero rebelión o competencia a partir de ahora.
es un ser demasiado complejo, perfecto… ¡Idiota pero perfecto! Y el Cero odio. Oblómov y sus secuaces se reducirán a poner huevos y a
movimiento de sus patas junto al movimiento de su cabeza no me correr cada vez que tú aparezcas con tu guante higiénico y tu barba
podía fallar. Imagínate que hubiera ideado gallinas que cuando gi- amarilla buscando una nueva plumita. Una de esas plumitas prietas
rasen su pescuezo hacia la izquierda movieran sus patas hacia la que las gallinas disfrutan tanto les crezca al lado del culo. Y tú baja-
derecha. Qué hubiera pasado, ¿eh? El acabose, Kirilov. El descrédi- rás tu mano lentamente, así, lentamente, y se la arrancarás. Ya lo
to. La gallina no-perfecta, no-exacta. Y todo hecho por dios. ¿Te veo, Kirilov. Una plumita negra para nuestra colección de plumitas
imaginas los comentarios de nuestros enemigos? Por eso ha tenido negras. Una plumita negra que nunca más les crecerá a los nefastos
que ser una labor de paciencia, relojería. Y del cerebro, especialmen- estos en su nefasto culo. Tal como nunca más le crecerá a Oblómov
te del que ideé para el imbécil este, no quiero ni hablar. Nada más ese deseo incomprensible de dispararle en la cabeza a su padre, de
difícil que pensar un cerebro sin neuronas sin surcos sin esferas sin coger aquellas balas hechas en la Carintia y apuntarle allí donde le
ganglios sin nada, y a la vez que aún cumpla las funciones básicas, crece el pelo. Oblómov va a pagar, Kirilov. Va a pagar. Y no sólo por
que dé la orden correr, poner huevos, mover alas, cacarear. Nada él, sino por toda su familia. Por su abuelo y la apestosa Oblomóvina.
más agotador que eso, Kirilov. Hay que hacerlo todo con una preci- Por su padre y madre. Por sus vecinos. ¡Va a pagar! Cuando vi aquel
sión perversa. Hay que estar horas concentrado, sin tiempo para polaco revolcándose en su propia sangre lo pensé: el último de ellos
otra cosa, sin que los músculos te traicionen. Sudando incluso. Y eso va a pagar. Y aquí está: el último de ellos. Hasta lo acusaré de la
es de una complejidad extrema, Kirilov. Un pequeño fallo y el cere- pérdida de mi ojo, de mi operación a sangre fría, de mis espasmos y
bro se atrofia, se raja por alguna parte, se parte a la mitad, se pasma, todos mis años de encierro en esta clínica-manicomio, de mi discur-
como el cerebro de la mayoría de los estúpidos estos. Sus cabecitas so frente a su espejo. Lo acusaré contándole en voz alta hasta dos-
se han reducido tanto que incluso hasta las funciones básicas han cientos, a ver si aguanta. Ya verás cómo se va a quedar. Cómo va a
empezado a derretírseles encima, como una máscara de yeso. ¿Te quedar su cara de gallinita fea. Y cuando quiera regresar al principio
imaginas? Por eso es que nuestra idea de convertir en gallinitas prie- y me hable de aquel día y los zorros y las escopetas y los griticos de
tas a todos los impíos será un éxito. El cerebro será lo primero que mamushka Oblómov le diré que no. Todo había empezado antes,
adquirirán. Uno que no se tupirá por no ser utilizado, que no se mucho antes. La mierda había empezado mucho antes, le diré. Y

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todo lo que en su vida le había salido bien no era más que un espe- 20.
jismo. Dios también deja cosas al azar, Kirilov. Dios no puede con-
trolarlo todo. Y me sentaré en el piso a ver cómo una gallinita prieta
se acerca y empieza a escarbar cerca de mi ojo, el ojo que para mos-
trarle a Oblómov la banalidad de todo me arranqué delante de su
cara fea de lampiño feo. Y veré cómo juega con él, cómo picotea,
cómo guillotina pedacitos, cómo traga. El ojo de dios paseando por
el intestino de una gallina, y yo ahí, junto a los enfermeros, fascina-
do por la perfección de mi invento, por ese huevo que antes había
sido un ojo y antes mucho antes que Oblómov lo engullera había
sido nada, objeto frío, vacío. Yo ahí, con una lupa, observando el
momento-huevo, viendo cómo los intestinos de Oblómov habían
rearmado mi ojo y ahora me lo volvían a ofrecer, con pestañas, lá-
grimas, bolita en el centro, visiones, en lo que uno de los estúpidos
enfermeros se para y me grita en el mismo oído oh. ¿Comprendes,
Kirilov? Con toda la potencia de la cual en estos casos hace gala la
L a manera en que se le desarrollaron los músculos a Kirilov me-
recería en sí misma un comentario aparte…
No porque le saliera exactamente una bolita allí donde hace un
ciencia: ¡ohhh!, en lo que yo doblo mis brazos y me tapo las orejas. par de meses había nada (masaboba hubiera sido un buen apodo
¡Oh!, halándose los pelos y abriendo los ojos. ¡Oh…! hasta que ya no para ése que sólo sabía inclinarse a los pies del Tuerto y decirle mi-
escucho nada y me da mareo y me desmayo. Sólo una cosa es peor lord, en mal inglés), ni porque sus músculos, en su nueva versión
que los enfermeros, Kirilov. Te lo digo yo. Sólo una cosa, pero ya la una mole de acero y testosterona, con venas broncas y tubulares
tenemos bajo control. ¿Tienes idea de dónde puse mi guante? que le bajaban desde el cuello hasta el gancho (el manco era manco,
recordemos), brillasen tanto que incluso la relación entre sudor y
cuerpo había dejado de ser para Kirilov un inconveniente estético
–estético, moral, topográfico y olfativo– para convertirse en una
reflexión sobre el futuro, los diferentes modos de acercarse a los
demás, y la traición.
Tampoco, porque Kiril Kirilov, nieto del pope Othon Kirilov
y Sofrosine Kirilová, pensara utilizar su nueva figura para desafiar
al Tuerto, ese loco que nunca paraba de hablar. No. Los músculos

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de Kirilov merecerían un comentario aparte por algo que aunque Tal y como Kiril Kirilov, nieto de popes y amas de casa a partes
nuestro manco se esforzase nadie sabría bien cómo explicar y, si lo iguales, se encargaba de reafirmar cada mañana, santón a santón,
lograra, con esa desfachatez propia de los que intentan todo el tiem- al repartirles su jarrito de leche y mendrugos de pan haciéndoles
po hacernos creer algo, sólo estaría haciendo referencia a su miedo, saber cuánto los odiaba (¡cuánto los odiaba, cuánto los despreciaba,
esos temblores que muchas veces nos asaltan y de manera risible nos cuánto le hubiera gustado verlos bien clavados en un gancho!), y
hacen quedar en ridículo. tal como les decía: «hijos de puta», «inválidos de mente cochina»,
Y en este caso la desfachatez de Kirilov e incluso los tembleques «asesinos», obligándolos a saludarse de manera militar delante de él
de Kirilov tenían más que ver con la humillación, el miedo, el cas- o poniéndolos en fila india bajo el sol hasta que todos empezaran a
tigo…, que con el poder. La humillación que proviene de causarle ponerse nerviosos, como si más que personas fueran caballos.
pánico a los demás: horrorizarlos, vejarlos, encularlos, destriparlos, ¿No es una verdad aceptada por todos que sólo una mano dura,
hasta que ya no les queda un gramo de energía; y el miedo que surge no confundir con autoritaria, es la única que puede sacar el máxi-
ante toda empresa nueva, el «miedo matón», tal y como Kiril Kirilov mo de aquellos que desencaminados por una vida sosa, adiposa,
acentúaba cada vez que alguien le pasaba por el lado y cuestionaba relajada, se entregan al mayor de los vicios en que según nuestro
su papel de mandamás en la torre. «ser supremo» puede caer el conejillo humano: el no-reconoci-
Papel que el segundo de Oblómov disfrutaba in extremis (vivir miento de los elegidos, la ausencia de respeto a todos aquellos que
la refundación de la raza eslava era todo lo que desde pequeño había están dispuestos a hundir sin pena su dedo encima de una llaga y
soñado) e hizo que después de los abusos a los que sometía a los san- decirle a sus semejantes mírala, abriéndoles ojos y entendederas a
tones, éstos se tomaran la justicia por su mano y le pasaran, siempre partes iguales?
a la noche y siempre en silencio, un cuchillo por la lengua en señal Oblómov levantaba su copita de licor decorada con pajaritos al-
de castigo o intentaran encajarle una capucha en la cabeza hasta que rededor de todo el borde y sonreía. «Un tiempo más y todo será
éste cambiase de color o comenzase a echar espuma por su boca. perfecto», susurraba.
Y ver a Kirilov soltando espuma por su boca era todo un espec- «Un tiempo más, y todos meterán el dedito ahí donde yo lo
táculo… ¡Lo juro! meto».
No sólo porque torturarlo significaba alcanzar un equilibrio di- Palabras que empezaron a funcionar como un aliciente para el
fícil (el equilibrio difícil de los que cuelgan con la lengua afuera). manco, quien entendía no sólo que debía continuar insultando a sus
Sino, porque los santones, lisiados y tísicos que Oblómov el Tuerto obreros: «estos lisiados que no merecen ni el agua que se toman»;
había reunido en la construcción de su imperio, habían aceptado sino, también, golpearlos, dejarlos sin probar alimento en los mo-
laLey precisamente para esto, para encontrar esa calma que fuera de mentos de mayor fatiga, amarrarles una piedra grande en el tobillo
la torre no existía, ese equilibrio con un toque especial, agónico. o calumniarlos delante de todo el mundo.

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Sólo así aprenderán, repetía Oblómov y detrás de él el manco, Y dejar nocaut al Tuerto era algo muy difícil, como ustedes ima-
viendo cómo el otro levantaba su copita de licor al cielo. ginarán.
«Sólo así llegaremos a construir el imperio», pregonaba el Ex- Un milagro.
celsus. Un milagro porque llevarlo a ese estado significaba a su vez de-
Delirio que inmediatamente era rematado con este otro: ¡Más jarlo mudo, hueco, indescifrable, obtuso, como alguien que después
hombres, más fuertes, más leales!, gritado por el manco, en lo que de un golpe deja de comprender el intríngulis humano y empieza a
alzaba su puño delante de Oblómov y se le quedaba mirando fijo. soltar espuma por su boca.
Seamos sinceros, ¿no había algo de caricatura en esta relación Un milagro, porque dejarlo sin palabras, era colgar una interro-
perversa entre Kiril Kirilov y ese Tuerto que se creía administrador gante encima del contenido vacío de sus discursos, de aquellas pero-
de un imperio y había reclutado a unos cuantos pasahambre para ratas insulsas que siempre terminaban en lo mismo: yo soy uno de
levantar esa torre donde todos se salvarían y ya andaba por los veinte ustedes pero ustedes no son la salvación.
metros? Frase que a su vez siempre me recordó aquella otra amenaza que
Sí, pero había también algo más. repetía nuestra profesora de patriotismo, lengua y civilidad en el
Algo que regocijaba en silencio «al peor de todos los Oblómov» y Internado, tirando sus pasitos de prima ballerina hacia delante y
tenía como destino al manco mismo. O mejor, a él, Oblómov, alias alisándose la papada: «O aplauden o les rompo el futuro».
Emperador, alias Inquisitore, alias el Tuerto, a través del manco, ¿No resulta acaso una de las mayores violaciones que podemos
como si todo lo que le sucediese a ese Kiril Kirilov a partir de ahora, sufrir todos, que siempre el que más poder tiene (más poder, más
pudiera convertirse por el simple hecho de haber ocurrido delante fuerza, más maldad, más intelecto) sea también el que más deteste
de su pupila sulfurosa en una experiencia propia, una experiencia nuestro futuro, poniendo a menudo entre comillas su desarrollo o
que el Tuerto podría asimilar y disfrutar como si la hubiese experi- amenazándonos directamente con truncarlo si algo se ha salido un
mentado él mismo, sin intermediarios. centímetro de lo establecido, de lo que él o ella ya tenía en planes
Visión que siempre lo dejaba temblando, de la misma manera que contra nosotros?
lo había dejado temblando aquella «ascensión» de Marija en el ca- Los santones violaban a Kirilov…
rromato, cuando violada por los tres chupacabras le mostró su ojo Lo violaban con todos los objetos que encontraban a su paso y a
derecho lleno de sangre y le dijo ven, haciéndole con todo el excre- veces hasta con una ramita llena de espinas lo violaban: apretándole
mento que salía de su cuerpo la señal del cordero que nunca se rinde mucho el cuello, ya que esta había sido una de las instrucciones de
encima de su frente. La cual, junto a las garrafas de licor de ciruela Oblómov, «apretar lo más posible la nuez del manco hasta que éste
que Kirilov compraba directamente en Katowice, constituía, uno de sintiese cómo el oxigeno empezaba a escapársele…».
los pocos gustos que lo dejaban sin defensas frente al placer, nocaut. Y lo violaban introduciéndole una velita en el ano.

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Objeto que era traído especialmente de Graz, en una cajita oscu- imperio ni es nada, hijo mío. Sin locura no hay siquiera la mitad de
ra con la inscripción Österreichisch-Ungarischen Manufaktur en su un imperio, hijo mío. Así que no le temas a tu locura, hijo mío. Ni a
frontis, y el cual era reverenciado en todo el imperio austrohúngaro tu locura ni a tu delirio, hijo mío (besándole las manos y llorando).
por el olor de su cera, por su belleza a la hora de derretirse. Eso es lo único que tenemos los Oblómov, hijo mío. Lo único…
Tal como el Excelsus le soltaba cada día a uno de sus santones Y este designio, ofrecido desde la cama del hospital a su, desde
(«la belleza de las velas de Graz sólo puede compararse a la belleza ese entonces, cada vez más reverenciado tuerto, nuestro Inquisitore
del cristal de Murano») en lo que peroraba sobre cualquier cosa: la lo llevaría hasta el final aunque el Manco gritase ahora mismo que
rutina, la calidad del agua en el Este, el Internado, la educación…, no le rompiesen el culo, que no lo pellizcasen, que no le echasen
y mostraba (demorándose en los detalles, claro) el lugar donde él se agua, que no le pusiesen una bolsa en la cabeza, que no lo mataran,
sentaba a degustar las palizas que sus aliados le metían a Kirilov. Ese como sólo hacen los cerdos cuando ven un cuchillo cerca…
rincón adornado con dos cojines muelles y un mantón rojo con el Aunque gritase Vida Eterna a Nuestro Eterno Magnánimo.
rostro a tamaño natural de mamushka Oblómov. ¿Es que por temor a los griticos de un tuerto, nos preguntamos
Fetiches que como todos sabemos acompañan siempre al fun- todos, deberíamos cancelar el acto más hermoso que en esencia nos
dador de un imperio (de hecho empiezan a ser fetiches desde el ha sido entregado alguna vez: observar cómo nuestra influencia
momento en que la idea de poder sobrevuela algunas de las cabezas crece proporcionalmente a nuestro imperio y cómo este hecho se
implicadas) y además de seguridad en uno mismo, distribuyen –esto apodera de nuestro cuerpo y nos hace incluso más hermosos ante
está más que estudiado– licencia para hacer el mal, cinismo. la baba perversa de nuestros enemigos, esa baba siempre dispuesta a
¿No es precisamente esta conciencia de que todo es teatro, de mordernos en cualquier lugar?
que todo desemboca en el teatro, de que todo no-teatro es también Oblómov estaba tan embutido en sus propias ideas que ya ni
teatro (y de ahí ese butacón rojo con el trapo rojo encima), lo que siquiera se escuchaba a sí mismo.
me ha dado a mí, vociferaba Oblómov, una fuerza extra, una fuerza La torre, esa que hoy es el único símbolo visible del imperio, con
cerebral, delicada, excéptica, tal y como una vez me dijo cara a cara su armazón de hierro y sus ventanales de hierro y sus jaulas de hie-
ese dios ridículo de Pirna bailando y parloteando sobre el foxtrot? rro colgadas en dirección a la madrecita Eslavia –Kirilov aseguraba
Oblómov asentía casi con patetismo delante de cada santón. Sí, que una vez terminada se iban a poder ver desde allí los Estanques
esa era su diferencia, decía. Su diferencia y su triunfo. del Patriarca–, empezaba a alzarse y a coger fuerza. Y Oblómov,
Tal y como le había asegurado una vez mamushka en una de aque- secundado por su corte de desclasados y cojos, había empezado a
llas tardes frías en el hospital, cuando para taparle la boca a esa «apes- tomarse el mando más en serio que nunca. O la torre se termina en
tosa de Zolová» le tomó las manos y gritó: Construye tu imperio, los próximos días o nos congelamos, sentenciaba, haciendo alusión
hijo mío. Un imperio sin locura no es un imperio, hijo mío. No es un al invierno.

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Para esto, los santones fueron obligados a trabajar día y noche De la misma manera que ahora frente al espejo se comportaba
bajo la mirada ratonera del Manco (el trabajo de Oblómov consistía al ver a los santones tensando su cuerpo y escalando por la torre
en conectarse con esas fuerzas perdidas y ahora de nuevo potentes para coronarla con el osario, y a Kiril Kirilov, el capataz, como lo
del Kitai-Górod, y para esto nada mejor que el licor de Katowice). apodaba el tuerto, con sus músculos de hierro y su látigo de hierro,
Y a la tarea de abrir huecos en la tierra le siguieron: juntar hierro, gritándoles a los santones cualquier idiotez para que no perdiesen
fundirlos, pintarlos, encofrarlos, etc… Todo para que la torre se tiempo y terminasen de una vez la torre:
pareciese cada vez más a esa torre que Oblómov tenía en mente y «O esta semana tampoco veremos el Krom», chillaba el manco.
que ya una vez mamushka, nuestra mamushka, nuestra visionaria Ahora, ¿era tan importante el Krom de Pskov para que Kirilov
y siempre bien sintonizada mamushka, tal y como repetía con fre- cada vez que pudiese lo sacara a relucir y se lo restregara en la cara
cuencia su padre antes de fugarse con aquellos bogomilos de mollera a todos esos que no sabían qué era un Krom, ni les importaba,
rapada y trencita detrás de la oreja, le había dibujado en un croquis y de lo único que querían hablar era de comidita, relax, póker y
chiquitico delante de la casa: descanso?
«Esa torre donde Inquisidor va a reinar mil años junto a la bio- Pues sí, lo era.
logía blanca». En Pskov, Kirilov había perdido su mano, su magnífica mano,
Torre que en lo más alto tendría ese osario por la que hoy es fa- con uñas fuertes como espátulas y una piel color quesito de cabra
mosa, hecho todo de cartílagos y huesesillos humanos, y en el foso, que daba gusto.
ese foso que de sólo mirarlo levantaba náuseas, aquel otro espacio Y la había perdido precisamente limpiando su escopeta. Una de
donde en la baja edad media los monjes instalaban la Sala de Silen- esas carabinas rusas que le dan a todos los que pasan el servicio mi-
cio. Es decir, un territorio grande, semicircular, sordo, generalmente litar cerca de Estonia y la cual, Kirilov, el capataz, no debió haber
ubicado en un lugar húmedo, y donde desde el techo hasta el piso tocado nunca, ya que a alguien como él, con un pasado de popes y
«colgase» un mural en teselitas de nuestro tuerto, con una mesa de amas de casa a partes iguales e, incluso, con una distinción de san-
oro al frente franqueada por el águila bicéfala y un sillón imperial. gre en el escudo honorífico de su ciudad, todo lo que tenía que ver
Una butaca medio rota donde a nuestro Excelsus, desde niño, le con armas de fuego lo deshonraba. Cosa que para nuestro forzudo
gustaba sentarse a contemplar a las criadas en la cocina. había sido devastador (la conciencia de la mancha digo) y lo sometió
Una sala donde todos, absolutamente todos, tendrían que en- a una melancolía que sólo encontró final cuando Oblómov, elegante
trar de rodillas pidiendo perdón aunque en la práctica no hubiesen y verborreico como sólo él podía serlo, apareció por la puerta de la
infringido nada, y donde Oblómov, con sólo mover su ojo, ya lo poliklinika donde éste se encontraba ingresado, hablando de lo ne-
estuviera diciendo todo, ese poder que da estar un par de metros por gativo en la estructura emocional del ser humano, de las ventajas de
encima del resto, medio metro incluso, como una apisonadora. la lucha contra uno mismo…

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Filosofía que convenció a Kirilov (lo kitsch era musiquita celes- Cosa que hizo que a partir de este momento el Tuerto empezara
tial para sus oídos), quien le prometió lealtad absoluta al tuerto, a su a tomar sus precauciones y a vigilar más de cerca al Manco (encargó
pensamiento de vida, y a dedicar sus próximos años a cuidarle las en secreto hasta una lupa para poder observar alguna irregularidad
espaldas dondequiera estuviesen. Hay enemigos por todas partes, en sus huellas), e incluso, ordenó que los castigos arreciasen, que le
dijo el Manco, moviendo la cabeza arriba y abajo como un rodillo. incrustaran el verdugón en la piel…
Hay enemigos incluso dentro de uno mismo, alargando la ese de la «Si quiere destruir Pskov», pensó Oblómov sirviéndose otra copi-
palabra final y mirando de reojo a su alrededor a ver si alguien lo ta del licor de Katowice, «entonces quizá un día querrá destruirme
había escuchado. a mí», y se quedó pensativo por dos minutos.
Vigilancia que Kirilov asumió al cien por cien, hasta perder lite- «Si quiere destruir Pskov», continuó cavilando, «entonces tam-
ralmente la honra –de hecho, en este capítulo debía lavarle con un bién un día querrá destruir la torre…» (Pausa). «Y eso no podrá
jaboncillo de flores las ropas interiores al Tuerto antes de colgar- pasar nunca», se dijo en voz alta. «Nunca, nunca, nunca…».
las en una de las ventanitas del osario–, pero que por esta misma Así que entre palabra y palabra se fue a buscar una nueva copita
razón, para Oblómov, el Excelso, el Contradictorio, el Benévolo, de licor de ciruela, ¡la última!, y se sentó con ella a unos cuantos
el Arrogante, revelaba algo que no encajaba bien en su idea-poder, pasos de la torre a tomar aire puro y serenarse.
en esa torre que él estaba levantando y siempre se hacía demasiado «Mañana será el gran día…», pensó, y desde su posición vio cómo
sospechosa cada vez que el Manco, por una razón u otra, explotaba, los santones terminaban de pintar las ventanas y subían y bajaban
y Pskov o la frontera rusoestona, adquiría carta de presentación en con huesos de diferentes tamaños por aquella mole de hierro con un
algunos de sus gritos, en aquellos chillidos histéricos que lo parali- osario encima.
zaban todo. «El día Oblómov», volvió a pensar, y arrancó un pedacito de
¿No era acaso esto un trauma?, pensaba Oblómov imaginándose hierba y se lo metió en la boca, con hastío.
cómo podía ser el Krom de Pskov.
¿No era acaso esto un trauma, una obsesión, un delirio y una
manía?
A pesar de que Kirilov soñaba con la refundación de la Eslavia,
tenía, para decirlo con palabras de Oblómov, un trauma una ob-
sesión un delirio y una manía. Y sin dudas, alguien con semejante
expediente, poco podría hacer por una empresa que necesitaba lo
mejor de sus progenitores para sobrevivir; la pureza de sangre, como
se decía en tiempos de mamushka.

220 221
21. Y también, porque no era una historia única, tal y como sí era
ese ojo color azufre del Tuerto o aquel delirio de Bertholdo por las
muñecas (¿recuerdan?).
La historia del imperio Oblómov es «fácil», porque aunque con
nombres diferentes y matices diferentes, se ha venido repitiendo en
el Este desde que los grandes patriarcas iniciaron todo y siempre ha
logrado el mismo efecto: enamorar a algunos, despretigiar a otros.
Tal y como todavía aún ocurre con la historia del Fausto y Mar-
garethe.
Ahora, ¿cómo era un día en el imperio Oblómov?
¿Funcionaba el territorio Oblómov como una colonia de trabajo
o era en verdad una colonia de castigo, placer, aislamiento; una co-

L a historia del imperio Oblómov no fuese al final una de las


grandes historias del Este si no fuese a la vez extraña y fácil de
resumir.
lonia filosófica?
¿Había charlas, golpes, desencuentros en el imperio Oblómov?
¿Había locura?
No sólo porque aquel día Oblómov quedase tendido sobre la hier- Lo primero que habría que saber es que del imperio Oblómov
ba y entrara a la torre tarde, muy tarde, cuando ya el frío convertía en aún se conserva la torre. Con tramos grandes de su escalera circu-
escarcha todo, hasta las ropas de nuestro Inquisitore. Ni porque Ki- lar desecha, una escalera que tenía tallada en su tronco gárgolas y
rilov, al ver desde una de las ventanitas del osario a Oblómov «como mujeres de tres patas, y que el osario, más allá del polvo y cierto
si estuviera muerto», empezase a gritar el Krom, el Krom, intentando caos lógico, se mantiene aún intacto, con sus lámparas de huesos
convertir su histeria en una señal de guerra, uno de esos amuletos de y sus balancines de huesos alrededor de los ocho rombos pequeños
cuatro puntas que los Voivodas elevan al Altísimo para que los pro- que funcionaban como ventanas (por donde era tan agradable ver
teja. O porque los santones, horas antes de que todo se ­inaugurase, el solecito del verano), y con un piso repleto de sarcófagos que
y al ver que Oblómov no respondía a los gritos del impresentable fueron llenándose poco a poco de fémures y aserrín hasta cobrar
Kirilov, sintiesen por primera vez miedo, mucho miedo. ese aspecto tan extraño que hoy tienen, como si Oblómov o Kiri-
No… lov hubiesen convertido ese hueco en una carpintería asesina, una
La historia del imperio Oblómov es a la vez extraña y fácil de re- morgue donde los intestinos de sus seguidores se amontonaban
sumir porque más que en la obsesión de alguien se concentraba en la para que en el futuro pudieran ser adorados, para que resurreccio-
obsesión de muchos. O mejor, en la neurosis-obsesión de muchos. naran incluso.

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Lo segundo, que el nombre Oblómov, más allá de lo que de él de levita y estiércol hasta las rodillas, que haciéndole caso a todo
sabemos, se asocia principalmente a este territorio, a ese osario hoy lo que machacaba la santísima y saloncísima ilustración –esa que
abandonado y al mito de los santones que levantaron un imperio de Serbia hasta los Urales se entendía como una mala palabra– se
junto a un iluminado, uno que creía en lo negativo y la redención. paseaban por el Este con un librito bajo el brazo, como si sobre ellos
Y menos, a todo lo que han perpetuado la literatura y los cabrones no pesaran por lo menos dos siglos de incultura: incultura y malos
rusos sobre él, esos malvados. modales.
Si escribiéramos, a partir del imperio Oblómov los eslavos em- Ahora, ¿eran los días en el imperio Oblómov apacibles, cálidos,
pezaron a entender quiénes eran: quiénes eran y hacia dónde iban, crueles, culposos, tal y como soplaban bajito las malas lenguas en los
estaríamos exagerando, ya que ningún imperio sustentado por un alrededores del imperio? ¿Eran, soporíferos?
par de borderlines ha sido tomado nunca en cuenta. No.
Si afirmáramos lo contrario, lo mismo. El territorio Oblómov tenía sus días de más electricidad o nervio,
Con el imperio Oblómov muchos eslavos supieron que existía un como quedaba ya patente cuando el manco se levantaba con los
centro, una catedral congelada bajo el punto-cero, un chrám, y su- cables cruzados y se ponía a golpear sin orden ni concierto a todo el
pieron que descubrir esta grandeza tenía algo que ver con la Eslavia, mundo, haciendo que su gancho brillase aún de manera más venga-
con el origen de todas las ideas, con esa persistente reflexión sobre tiva bajo el sol.
quiénes se salvan y quiénes deben estirar la pata in saecula saeculo- Y sus días más planos, gordos, atragantados, donde el buen tono
rum, sin el más mínimo chance de regresar a su vida. era norma y, los caprichos y las elucubraciones del Inquisitore, se
Y con la fundación del imperio también quedó claro que a mu- seguían al pie de la letra, como si más que obligación fuesen ética.
chos esta información les daría exactamente lo mismo, que ni siquie- Razón por la cual, por ejemplo, las terapias de asfixia a Kirilov
ra la tomarían en cuenta o, en el peor de los casos, hasta se burlarían se alargaron durante mucho tiempo, hasta que esto dejó de ser un
de ella, tal y como reflejaron las innumerables peregrinaciones que placer no-aburrido para Oblómov, y fueron sustituidas por terapias
se hicieron cada fin de semana al lugar donde se encontraba la torre de castigo, empalamientos, noches intensas de biblioteca o el coro,
sólo para apedrearla, gritarle a los santones cualquier barbaridad y manifestación que según los que alguna vez lo escucharon había
para orinar al pie de ella, como si con esto quisieran hacerle enten- devenido uno de los cuños distintivos del imperio, una de las cosas
der al mundo que los Oblómovs no eran más que unos hociquitos por las que valía la pena entrar ahí e hincarse de rodillas, haciendo
de perros, unos bufones de patas cortas. la señal del aléjate satanás tres veces, tal y como es tradición entre
Bufones muy parecidos a aquellos otros que se dedicaban a hacer los eslavos.
danzas y retortijos contra los espíritus, logrando asustar siempre a la Pero, repetimos, ¿cómo era un día completo en el imperio
gentuza más ignorante; o maléficamente parecidos a aquellos otros, Oblómov?

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¿A qué hora por ejemplo se levantaban, cómo eran sus ablucio- imperio y una secreta admiración por «ése que allá adentro llaman
nes, sus rezos, sus miraditas al cielo; qué hacían? ¿Seguían los san- el Tuerto…».
tones un ritual bondadoso y diario, con un esquema pautado de lo A partir de aquí, la parte que menos le gustaba a todo el mundo:
que se esperaba de ellos, o al revés, tenían que ganarse el derecho a el trabajo.
participar en la colectividad minuto a minuto, segundo a segundo Tal y como a esta altura sabemos, los grupos eran formados por el
incluso? manco Kirilov, quien según el ánimoodio del día intercambiaba san-
La mañana comenzaba invariablemente con una suerte de misa, tones de un lugar a otro y lo mismo los incorporaba hoy a la cocina
de cántico de vida a ése que era señorentreseñores y magnánimoen- –a los mismos que ayer habían estado picando piedras–, que, al día
tremagnánimos (¡Oblómov, por supuesto!), y seguía con las ablucio- siguiente, los envíaba al aserradero a cargar madera o convertirla en
nes secas, con esa terapia de purificación que según nuestro Excelso carbón. Locura esta, la de Kirilov, que provocó por momentos ver-
él había aprendido directamente de mamushka Oblómov y se negaba daderos disgustos, ya que por ejemplo había quien tenía experiencia
a la penetración del agua en el cuerpo, a la disolución por «elemen- con todo tipo de trabajo rural pero ni idea de cómo lavar un plato. O
tos malignos», como apuntaba ésta cada vez que nuestro pequeño al revés, había quién podía considerarse cocinero experto, por haber
Inquisitore la visitaba en el hospital y ella lo obligaba a rasparse la sido aprendiz alguna vez en alguna knajpa, pero ni la más mínima
piel con una de sus sábanas de enferma hasta que los dos quedaran noción de cómo se agarraba un hacha, ni de cómo se le sacaba filo.
de nuevo limpios, sin mácula. Caos que trajo problemas hasta el final (de hecho fue una de
(En el imperio, esto se sustituyó por aquel mantón rojo que las razones de la desaparición del imperio), y de lo cual Oblómov
Oblómov colocaba sobre los cojines para degustar las palizas y aho- el Tuerto no pareció enterarse, encerrado en su torre como estaba,
gos que los santones le proporcionaban al Manco). dejando que las horas corriesen entre los buchitos que se daba de ese
Lo siguiente era el desayuno. licor especial comprado en Katowice, adornado con las consabidas
Kirilov estaba obligado a ser el primero en levantarse para vigilar ciruelas alrededor de un pavorreal verde, y su sentido del orden.
que todo estuviese en orden («sin una miguita» le había advertido Sentido que tenía como destino las abluciones diarias en ese osario
Oblómov ya una vez), y después de pasearse con una bandeja alre- que visualmente resultaba tan interesante, y el cual, junto a los tú-
dedor de la mesa, ponerle a cada santón su pedacito de pan, tirarles mulos y sarcófagos –túmulos y sarcófagos que crecían uno detrás de
en la cara su jarrito de zinc, enseñarles el colmillo…, volvía a pasar otro hasta el techo–, hacían soñar a Oblómov con otro mundo, uno
llenándoselo a cada uno con un líquido extraño que todos con ojos donde en vez de cráneos había árboles: muchos…; y en vez de tuer-
desorbitados y cara de gula llamaban «la leche», líquido que siempre tos y trabajo y cojos, los hombres disfrutaban como si ya estuviesen
era comprado a la misma persona en el mismo lugar y a la misma de regreso de todo, como si ya nada los asombrara, repitiendo sólo
hora: un gordo sin dientes que tenía unas cuantas vacas cerca del los buenos momentos que alguna vez habían vivido.

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Tal y como le repetía día a día nuestro pequeño Magnánimo a zorro, a su muerte hambrienta, estúpida, hiperbólica y perruna, tal
uno de sus seguidores, hijo de orfebres valacos, para que terminara y como adjetivaba Oblómov ante el ojo legañoso de sus acólitos,
de una buena vez lo que él denominaba «el destino izquierdo de mi quienes al igual que él pudieron observar cómo el zorrito falso se
ojo izquierdo». Es decir, esa escopeta que cuando él saliese de nuevo movía de izquierda a derecha y de derecha a izquierda encima de un
a cazar no lo hiciese sufrir y, ayudara a percibir de un plumazo la alambre a lo largo de una caseta, y cómo el patizambo feminoide
dimensión y distancia de su presa, su alma. que lo manejaba, pegaba un gritico histérico cada vez que alguien le
¿No se basaba todo en la vida, filosofaba Oblómov, en la belleza rompía el culo a uno de esos muñequitos de madera con forma de
de ese ojo izquierdo, en su perfección, su diámetro, su estructura, su zorro y orejas de zorro y cola de zorro que, revolcados por el piso,
hinchazón, su redondez? terminaban haciéndose pipí encima de los zapatos de todos aquellos
¿No era ese ojo un camino que tendrían que recorrer todos juntos que lo contemplaban con un ojo azorado, como si los pedacitos de
(por supuesto que se refería a los integrantes del imperio) hasta alcan- madera más que la apariencia de algo fuesen la encarnación del ani-
zar eso que mamushka llamaba la desaparición de la enfermedad, la mal mismo, su imagen con piel y huesos.
lepra y la falsa existencia? ¿Falsa existencia que, no está de más decirlo, ¿No es acaso más que conocido, graznó de pronto nuestro Inqui-
la madre de Oblómov se la representaba bajo la forma de «todas aque- sitore, el caso del ucraniano que había vendido a su mujer durante
llas malditas escopetas que tantas desgracias nos habían traído»? tres días por dos kilogramos de vaca y después no la había aceptado
Nuestro Magnánimo se quedaba lelo, dando varios pasitos al- de regreso, ofendiendo así de paso a la nación ucraniana completa y
rededor de su butacón y tocándose el hueco que tenía en la parte al otro que había pactado con él este negocio?
superior de su cara. Oblómov sonreía…
Diez escopetas más y todo será perfecto, gritaba. Sabía que con sus preguntas sin sentido y sus frases aparentemen-
Diez escopetas más y se nos pondrá el ojo tan fuerte que podre- te cultas dejaba boquiabiertos a los diez santones; y sonreía.
mos ver hasta los movimientos que aún no ha hecho el zorro, ese Y por eso también sus comentarios sobre el horizonte, el suelo,
veneno que siempre lanza a la facha de todos. los topos, las nubes…, en lo que veía cómo los santones intentaban
Cosa que hizo que en la torre se pusiesen de moda las compe- apuntar con su único ojo zurdo al zorrito y dispararle.
ticiones de tiro «a toda hora», y junto a ellas, la limpieza diaria de Disparo que cuando daba en el centro dejaba a Kirilov sin pala-
cada una de las carabinas, con una franela dura que no había quien bras, ya que el capataz había entrenado muy bien sus músculos, ese
doblase y un barniz fino que siempre venía camuflado en una latica cuerpo que tanto le gustaba contraer delante de nuestro Inquisitore,
de aceite de girasol polaco. pero que no le servía para manipular la escopeta ni pulirla, ya que
Competiciones que comenzaban invariablemente con un sermón o volteaba el barniz polaco en el suelo (y todos sabemos lo caro que
à la mamushka y, a posteriori, daban paso a la caza simbólica del suelen vender los «hijos de… Boleslao» estos productos) o apuntaba

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de manera tan distorsionada al zorrito que lo mejor era enviarlo a la hacía presente congelándole las manos y los pies y el escroto a todo
cocina a que preparara la cena y esperase. Un manco forzudo puede el mundo?
servir para muchas cosas menos para apuntarle a los zorros o para Ejercicios, pensaba Oblómov, flexionando las rodillas y los bra-
desarrollar una armonía entre su ojo y el animal que debe morir. zos y el cuello en varias direcciones. Ejercicios. Contra las ratas,
¿No habían sido la falta de armonía y las plagas, cavilaba el Tuer- decía. Contra los zorros y el frío y el Este: ejercicios. Hay que poner
to, las únicas que habían provocado esta locura en la que ahora los músculos tensos, decía, señalando a Kirilov. Sólo la gimnasia nos
todos vivimos y de la que no saldremos hasta que no tengamos cons- pondrá igual de fuertes que él, y se agachaba de nuevo, viendo cómo
ciencia de que zorros y ratas son en esencia una y la misma cosa, un los pelitos de los muslos de los santones se doblaban y desaparecían
único y terrible animal? con cada flexión encajándoseles de nuevo en la piel.
Sí, se respondía delante de todos Oblómov, zorros y ratas; y mi- ¡Ejercicios! volvía a gritar, cogiendo la carabina y disparando al
raba con ironía los labios de los santones, esa línea a veces gruesa y aire como un demente.
llena de punticos de cebo alrededor. ¡Ejercicios!
Razón que hizo (las ratas, no los labios impresentables de los san- Rutina que Oblómov intentó alargar durante mucho tiempo,
tones) que las prácticas de tiro en el imperio se apuraran, ejecutadas hasta que vino por lo menos un invierno y otro y otro, y la situación
indefectiblemente cada tarde después de las labores que el Manco le en el imperio se empezó a tornar imposible. No sólo porque el Mag-
otorgaba a cada uno y, para disgusto de los seguidores del Magná- nánimo empezó a decir que lo habían estafado, que el punto-centro
nimo, fueran mezcladas con una especie de gimnasia arrítmica, de se encontraba más allá, que no prosperaban (hay que tener en cuen-
movimientos mitad terapéuticos mitad ridículos. ta que Oblómov soñaba con tener a esta altura tantos adeptos como
Tal y como demostró primero que nadie Oblómov, al saltar al una taberna o academia). Sino, porque a partir del tercer año de la
campo junto a los otros con un pantalón cortico que dejaba unos década de los treinta, sabemos todos, empezó una época cruel, con
pelos muy largos al aire y empezar a hacer torsiones y cuclillas como la mayor invasión de zorros y ratas que recuerda Europa, y éstas para
uno más, reafirmando así su idea de que todo podría ser alcanzado desgracia del imperio fueron multiplicándose y devorando todo lo
si ante el zorro se mostraban unidos, con músculos intensos e ideas que encontraban, provocando no sólo las consabidas enfermedades
intensas; con delirio. sino la paranoia general.
¿No habían meado las ratas el único pozo que suministraba agua Paranoia de la que el Magnánimo, el Inquisitore, el Absoluto no
al imperio enfermando a muchos santones durante semanas y no era se salvó, y empezaron a acosarlo hasta en sueños.
esto algo que se repetía en todo el Este, sobre todo cada vez que se Ratas gordas y con monóculos que le mordisqueban debajo de
acercaba el invierno, y el frío, ese frío-bestia tan propio de Eurasia, los brazos y le escupían en su vaso de agua. Ratas gordas que ca-
con volutas grandes y pedazos de hielo como pelotas de golf, se garrutaban sangre y le decían, traga. Ratas gordas que orinaban su

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ropa, el mantón rojo, el gancho de Kirilov, su colección de ojos, las Lo demás, ya lo sabemos todos. Es la historia de un imperio. La
escopetas. historia de un tuerto, una familia, una zona, una medicina, una
Ratas gordas que daban pasitos sobre su cabeza, provocándole obsesión.
una angustia como él nunca había vivido, como incluso nunca más Y de obsesiones hasta el más pequeño de los Oblómov estaba
viviría. Sobre todo ahora que había tomado una decisión. Una deci- harto.
sión que podría despertar definitivamente al Este y lo colocaría, por Sí, como suena: harto.
fin, en su justo lugar. Lo cual, pensaba él, no había ocurrido gracias Sino, preguntémosle ahora mismo, ahora que se quita de delante
a la envidia que todos desde siempre le tenían. del espejo y se echa de nuevo en la cama a ver si definitivamente
Así que un día de mucha nieve, salió escopeta al hombro y mu- puede dormir.
chos cartuchos, a matar cuantas ratas le cruzaran por delante. Y si Preguntémosle.
en el camino aparecía algún zorro, ¡mejor! Ya verán cómo mamushka aparece y nos mete dos plomazos en la
Salió con ella y caminó rumbo a Pskov, rumbo a Petersburgo, frente, por entrometidos.
rumbo a la pagana Belarús. Prometiendo que enviaría una postal Así que arriba, preguntémosle, ¿o es que no hay valientes por
desde la bahía de Kara Bogaz. Una postal y un crucifijo que tu- aquí hoy?
viese al zorro blanco en su centro, con una manchita de sangre,
claro.
Caminó y caminó disparando aquí y allá. Estornudando de ma-
nera cómica. Diciendo «aquí estoy yo, Oblómov, por mucho que te
escondas te zamparé…», y después que gritaba esto alzaba los brazos
y los bajaba, como si estuviese haciendo la calistenia.
Caminó hasta que se quedó dormido y amaneció congelado
al lado de un abedul, encima de su escopeta, con varios animales
mordisqueándolo y destrozándole la ropa, con la mandíbula suel-
ta, como si sus piernas fueran en sí mismos un par de tronquitos
más.
Caminó hasta que todo se puso negro y rojo y finalmente negro.
O sin color.
Caminó hasta que ya no sintió más su nariz y dejó de ser el de-
lirante Oblómov.

232 233
Genealogía del Imperio Oblómov Índice

Gran Oblómov Oblómovina General Alsaciano Hemofílica Húngara


Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
1. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Mamushka Oblómov Oblómov el Grande 2. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
3. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
4. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
Oblómov el Tuerto
5. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
6. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Kiril Kirilov 7. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
8. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
9. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Santón 1 Santón 3 Santón 5 Santón 9
10. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94
11. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106

Santón 7 Santón 2 Santón 4 Santón 6 Santón 8 Santón 10 12. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115


13. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124

234
14. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
15. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
16. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
17. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
18. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
El Imperio Oblómov, de Carlos A. Aguilera,
19. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199 salió de la imprenta el ** de ******* de 2014
20. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
21. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222
Genealogía del Imperio Oblómov . . . . . . . . . 234

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