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Expansión de la soja en Argentina.

por Walter A. Pengue | 23 September 2001 | Seedling - September 2001


Globalización, Desarrollo Agropecuario e Ingeniería Genética: Un modelo para armar
por Walter A. Pengue

· Historia agroproductiva del modelo pampeano de fines de siglo


Argentina comprende 33º de latitud (desde 21º 46´ hasta 55º 03´latitud sur) y su variación altitudinal va
desde el nivel del mar hasta casi 7000 metros, asegurando con ello dos importantes gradientes de variabilidad física:
una altitudinal y la otra longitudinal (Di Pace, M, et al. 1992).
Con 2.791.810 Km2 (sin incluir la superficie extracontinental), ocupa el séptimo lugar en el mundo por su extensión,
y gran parte de su territorio está ubicado en la zona subtropical templada y húmeda, a su vez beneficiada por un
clima benigno, sin condiciones extremas ni catástrofes naturales frecuentes.
La singular posición de los suelos del país, su proceso de formación, combinado con este clima positivo, y la
presencia y ubicación de loess pleistocénico que dio origen a varios tipos de suelo de llanura extremadamente
fértiles, han convertido especialmente a la Región Pampeana argentina (Mapa Nº 1), en una de las seis regiones
potencialmente más agroproductivas de todo el mundo. Estos suelos brunizen de la Zona Pampeana cubren unos
9.000.000 de hectáreas, siendo especialmente ricos en nutrientes, profundos, muy desarrollados y con un alto
contenido de materia orgánica.
Esta base de riqueza natural y climática es la que ha convertido a esta importante porción de la Argentina en lo que
muchos han dado en llamar “el granero del mundo”.
El papel hegemónico que ejerció tradicionalmente la Pampa argentina en la distribución del poder y la riqueza se
basó en un proyecto nacional agroexportador fuertemente subsidiado por el Estado (Morello, J et al, 1997), cuya
perspectiva productiva atrajo fuertemente el interés del sector privado en la última década.
Hasta los años setenta el modelo de producción dominante para unidades productivas de 200 hectáreas o más era la
alternancia entre ganadería y agricultura. En predios de menor tamaño hubo actividades mixtas, pero la agricultura
continua fue el estilo de producción dominante. La ganadería fue considerada un sistema productivo conservador
de la fertilidad, que aseguraba crecimientos moderados de productividad y no requería mayores insumos (Calcagno
y Gatto, 1985). A pesar de esto, a fines de la década del cuarenta y sobre todo en los cincuenta, se generaliza la
preocupación por la disminución de la producción unitaria de granos de maíz (de 5 a 2,5 t/ha) y por el incremento
de los costos de producción. Comienzan a percibirse los primeros impactos de deterioro y degradación de suelos,
especialmente en aquellos sistemas que aplicaban agricultura continua. Comienzan a promoverse alternativas
tecnológicas, apropiables, formas de manejo que resuelven muchos de los problemas del productor agrícola-
ganadero pero no los del chacarero pequeño, que comienza a verse mellado fuertemente en su situación
socioeconómica, vinculada directamente al deterioro del suelo y su pérdida de productividad.

Evidentemente, muchos de los problemas devenidos entonces, no encontraron solución en el modelo agrario
vigente, sino en la necesidad de dar valor a la producción a través de su industrialización. Y así en muchos sentidos
el modelo industrial vigente en Argentina entre 1945-1975, superó ampliamente al agrario de principios de siglo y
al financiero actual, que basándose en la apropiación, expoliación y exportación de los recursos naturales ha sido el
de más baja perfomance. Si se analiza (Calcagno, A E y Calcagno, E, 2001) el saldo histórico de los tres modelos, el
agrario, el industrial y el financiero, se verifica que la denostada industrialización sustitutiva de importaciones tiene
un promedio anual de crecimiento del PBI por habitante, 8,75 veces mayor que el del modelo aplicado en Argentina
desde 1976 – con su actualización de 1991, y actualmente versión 2001. La esencia del modelo económico
imperante es el paso del capitalismo productivo basado en la dupla beneficio/salario, al capitalismo de renta con eje
en la especulación financiera, los ingresos extraordinarios por la sobreexplotación de los recursos naturales y la
monopolización de los servicios públicos. Esta involución de la economía argentina tiene sus pilares en el
incremento de la deuda externa, la desarticulación del Estado, la concentración y extranjerización de las empresas,
la privatización de la ciencia y la tecnología y el desmantelamiento de las agencias de investigación nacional, la
desindustrialización, la apropiación privada de los recursos naturales, la desocupación y la distribución regresiva
del ingreso. Estos aspectos que se han dado de manera global en todo el espectro productivo argentino, han
impactado fuertemente en el sector agropecuario y producido cambios socioeconómicos y ambientales notables en
el mismo, muchas veces ensombrecidos por otras situaciones de mayor impacto mediático (Pengue, W, 2000).

· La agricultura de exportación.
La senda actual, promovida por un modelo global agroexportador, ha permitido desarrollar un sistema de
producción de materias primas con escaso o nulo valor agregado, sin un complejo proceso industrial que favorezca
la producción y el trabajo nacional, beneficiando a un sector cada vez más pequeño de la cadena productiva, de la
cual el productor agropecuario es el eslabón más débil y dependiente.
Es así que en la década del setenta, y especialmente a partir de los ochenta, con la caída tendencial de los precios de
la hacienda y su bajo nivel tecnológico se produce un cambio hacia la agricultura continua cuyas principales
características han sido entonces: 1) una mayor extensión de la etapa agrícola de la rotación, 2) roturación de
pastizales para pasarlos a agricultura continua, 3) mayor intensificación en el uso de insumos, especialmente
herbicidas e insecticidas, 4) aumento de la capacidad de uso de la maquinaria agrícola, especialmente tractores y
sembradoras, 5) incremento sustancial del ciclo agrícola y extracción de cosechas (tres cosechas/2 años), 6)
aumento de la escala de producción, 7) incremento de la frontera agropecuaria, directamente con agricultura.
El doble cultivo aparece con rasgos tan destructivos por la falta de descanso o barbechos, como el monocultivo
cerealero de los cincuenta y sesenta. La agricultura continua, en su modalidad menos destructiva, va ocupando
espacios antes destinados a pasturas en rotaciones agroganaderas. La soja fue el cultivo sobre el que se apoyó, desde
la década de los ochenta pero especialmente a partir de los noventa, la agricultura continua y el proceso de
agriculturización en que nos encontramos.
En el último cuarto de siglo, la soja ha tenido una evolución sin precedentes. Desde los años 70, la superficie
sembrada ha crecido en forma sostenida. Mientras que en la campaña 70/71 se ocupaban con soja tan sólo 37.700
has, durante la década siguiente se habían alcanzado ya 2.226.000 has, en la campaña 96-97 se sembraron más de
6.000.000 de has, y en la campaña actual (2000/2001) se han alcanzado las 10.000.000 de has. En un principio, el
aumento del área sembrada, la producción y los rendimientos ha venido acompañado de técnicas culturales y de
variedades introducidas de los Estados Unidos. La expansión fue estimulada luego por las agencias nacionales de
desarrollo, especialmente el INTA (el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria de Argentina), por
multinacionales de la agroproducción y por extensionistas, pero el factor de control fue el dinamismo de la industria
aceitera y de los sectores comerciales que vieron en la soja y en las condiciones agropecuarias pampeanas, óptimas
posibilidades de obtención de renta crematística. Es decir, la expansión ha sido netamente territorial, dado que el
cultivo, a diferencia de los ya asentados en la región, como el maíz, provenía desde sus inicios con un alto
componente tecnológico importado.
Las oleaginosas, que incluyen el girasol, soja, lino, maní y recientemente la canola, han tenido un aumento
ininterrumpido en superficie. Este espectacular incremento del área sembrada con oleaginosas se debe a la soja y al
proceso de agriculturización. Tal como la infraestructura aceitera instalada en la última década permite preverlo, el
papel que se le ha asignado a la Argentina como productor de granos no es más de país cerealero sino de país
aceitero y productor de harinas para alimentos de animales, dando origen a un nuevo slogan: “Argentina
aceitera”.
Ningún otro cultivo experimentó una expansión semejante y una trascendencia económica tan importante como la
soja en este período. La soja ha entrado a nuestro sistema produciendo cambios sin precedentes en el plan de
rotación agroganadera desde el mismo momento de su aceptación y adaptación del paquete tecnológico por parte
de los productores agropecuarios. En este aspecto se complementó con el desarrollo de las variedades de trigo con
germoplasma mejicano de ciclo corto, con lo que la combinación trigo-soja tuvo una acelerada expansión en pocos
años. El doble cultivo significó un fuerte impacto sobre la rentabilidad de la empresa y sobre el flujo de fondos, al
aportar ingresos en dos épocas del año.
La revolución verde llegó a la Región especialmente en cuanto a nuevas variedades de semillas y el uso de
agroquímicos, permitiendo un avance en el aumento de la productividad de los principales cultivos como la soja
(72,8 %), maíz (64 %), mientras que el trigo se incrementó un 14,4 %.
La soja ingresa entonces al país con un paquete técnico, utilizado mundialmente y adaptado localmente,
convirtiéndose desde la última década en la locomotora que ha impulsado todo el proceso productivo pampeano.
La Zona Núcleo Pampeana concentra además de este importante sistema agroproductivo una infraestructura
construida que le da sustento. El eje urbano industrial, paralelo al río Paraná, con innumerables puertos cerealeros,
le dan salida a la producción de manera rápida y cada vez más eficiente. La soja, el principal cultivo de la región, es
en realidad un cultivo proteico dado que con el 79-80 % de su grano, luego de la molienda, se producen harinas o
pellets con destino a la alimentación animal. Sólo el 17-18 % de la semilla origina la primera transformación de la
materia prima, respecto del total de grano producido. En términos generales, el 70 % de la soja cosechada es
transformada en las plantas aceiteras ubicadas en nuestro territorio. El consumo interno tanto de aceite como de
subproducto es mínimo: 6 % en caso del aceite de soja y 1,2 % de los subproductos. Todo lo demás, el 93 % del
aceite de soja y el 98 -99 % de los subproductos, salen por estos puertos.
Así la industria molturadora (especialmente de subproductos de la soja y el girasol) y aceitera (de los mismos) ha
cobrado un desarrollo muy importante, generando exportaciones aproximadas a los 5.000 millones de pesos (en
Argentina la paridad cambiaria es de 1 peso = 1 dólar) y componiendo una importante porción de la industria
alimentaria, de alimentos que en su mayor proporción serán utilizados por el ganado de los países desarrollados
De esta forma, el complejo oleaginoso se ha convertido en el principal exportador de la Argentina, con ventas que
representan entonces el 20 % del total nacional. Las exportaciones de harina de soja alcanzaron las 13.088
toneladas (un 36 % de las exportaciones mundiales), 2.928 millones de aceite de soja (el 38,5 % mundial), 2.260
millones de harina de girasol (80,9 % mundial) y 1.689 millones de aceite de girasol (el 55,7 % mundial). Soja y
girasol indican asimismo los cultivos que más capital han recibido para el desarrollo de nuevas semillas,
especialmente en cuanto a caracteres vinculados con la productividad agronómica y de calidad.
Pero, en este sentido, tanto Argentina como otros tantos países en desarrollo se enfrentan consecuentemente con
restricciones al ingreso de sus productos en forma de barreras paraarancelarias, aranceles de importación y
subsidios directos, que por una parte aceleran un circuito vicioso que incrementa y obliga a la intensificación de la
producción para que sus productores puedan seguir siendo “competitivos” – al igual que lo mismo se propone a
otros agricultores en todo el mundo –, mientras que por el otro lado los precios de sus productos se deprimen
continuamente y el mundo se inunda de una sobreproducción que atenta contra los propios intereses de quienes
fueron la base de fomento de este proceso.
Aún con el repunte de los últimos tiempos, el derrumbe de los precios internacionales – el más bajo en los últimos
20 años – hizo que el país perdiese el equivalente al 10 % de sus exportaciones. A poco que se mire, la tendencia a
la baja en la producción de commodities (materias primas agropecuarias) alcanza el 60 % en 60 años precedentes,
lo que indicaría que la sobreproducción – especialmente de oleaginosas actualmente – no cambiaría.
Evidentemente, por otra parte estamos entrando en una fuerte etapa proteccionista a nivel mundial, abierta o
encubierta, que de no mediar un cambio profundo en el manejo de la estratégica política agropecuaria argentina, la
impactarán de lleno. Mientras EE.UU. garantiza a sus productores precios especiales por encima de los del mercado,
China incrementa su capacidad de producción y de molienda, lo que atenta directamente contra países que, como el
nuestro, han volcado una gran cantidad de sus fichas al procesamiento industrial en bruto de sus granos,
especialmente soja y girasol.
El efecto sobre el aumento de la producción de soja, resultado de los grandes avances tecnológicos, sumado a las
políticas distorsionantes de otros países productores e importadores, han sobreofertado el mercado mundial de
aceites y tortas – en más de diez millones de toneladas – con una consecuencia más que obvia: el excedente de
producción que genera cotizaciones internacionales tendencialmente hacia la baja.
De todas formas, algunos alientan la expectativa de que la Unión Europea, en su afán de reemplazar su sistema de
alimentación actual con harinas proteicas, podría comprar en Argentina parte de su producción de soja procesada,
lo que aún se encuentra en una seria discusión de nuevas barreras, especialmente en cuanto a que actualmente
Argentina es monoproductora de sojas transgénicas, sumado a la aparición de focos de aftosa que hicieron que el
país perdiese rápidamente su status sanitario, con el consiguiente daño económico y social.
Es decir, por una parte se ha fomentado un modelo de producción que apuntó directamente a la exportación de
materias primas, especialmente intensificado en la última década, que si bien ha demostrado incrementar la
producción, no ha servido para el desarrollo social en su conjunto ni ha volcado, como manifestaban algunos
economistas neoliberales, sus beneficios sobre toda la trama nacional.
· El modelo tecnológico predominante
El crecimiento exponencial de la soja vino acompañado de un modelo de rotaciones, especialmente con trigo, que se
ajustó perfectamente a un nuevo sistema de producción y manejo que encontraría en Argentina su mayor expansión
a nivel mundial: la siembra directa (especialmente aplicada a trigo seguido de soja de segunda inmediata).
El doble cultivo trigo-soja ha permitido incrementar la rentabilidad de la empresa agropecuaria, pero con una
fuerte presión sobre el sistema y con secuelas de erosión y degradación ambiental. La siembra directa ha sido desde
hace diez años la tecnología propuesta para disminuir el daño por erosión, basada en la no remoción del suelo y la
aplicación de herbicidas. Además de estos últimos, la soja utiliza una batería de agroquímicos para el control de sus
principales plagas y enfermedades. Por ese motivo la siembra directa puede ser llamada conservacionista, pero en
tanto y en cuanto se encuentre apoyada fuertemente en el control químico, poco vínculo real tendrá con la
sustentabilidad.
Las necesidades de maquinaria especializada, hicieron que junto con la siembra directa crecieran las importaciones
de sembradoras aplicadas para tal fin y el consumo de herbicidas aplicados al control de malezas en barbecho y
durante el ciclo del cultivo. El principal herbicida utilizado es el glifosato, que durante las primeras etapas de este
proceso era utilizado en los ciclos de descanso entre cultivos o al final del desarrollo del trigo para alcanzar su
secado.
La soja es el principal responsable del crecimiento de la utilización de agroquímicos en el país. El cultivo demandó
en 1997 el 42,7 % del total de productos fitosanitarios utilizados por los productores, seguido por el maíz con el
10,1 %, el girasol con 9,9 % y el algodón con el 6,9 %. Actualmente, las ventas más importantes del sector han sido
las de glifosato, con unos 120 millones de dólares al año y se descuenta que por el “efecto locomotora” de la
siembra directa y las nuevas sojas transgénicas esa demanda seguirá creciendo sostenidamente (Cuadro Nº 2).
Cuadro Nº 2. Evolución del mercado argentino de fitosanitarios. En millones de kg/litros.
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 %
Variación
1997/1996

Herbicidas 19,7 22,9 26,2 31,8 42,0 57,6 75,5 31,1

Acaricidas 3,0 3,2 3,2 3,4 3,5 8,1 6,5 -19,9

Insecticidas 6,2 6,9 7,0 8,9 10,5 14,2 18,1 27,3

Fungicidas 5,9 7,4 7,4 7,3 7,2 8,0 8,6 7,9

Curasemilla 0,4 0,4 0,4 0,5 0,7 1,1 1,6 37,9

Prod.Varios 4,1 5,2 6,1 7,3 8,7 10,9 13,7 25,5

Total 39,3 46,0 50,3 59,2 72,6 99,8 124

% 50,12 49,78 52,08 53,71 57,85 57,71 60,88


Herbic/total
Fuente: Elaboración propia sobre la base de datos de CASAFE.
Es evidente que el consumo de herbicidas ha tenido un ritmo creciente que se acelerará aún más en los próximos
años. De todos los rubros de la industria de agroquímicos, el de los herbicidas ha sido el más importante, llegando al
61 % del total de fitosanitarios. El glifosato, junto con el 2,4 D y la atrazina son generalmente los productos más
comercializados por su volumen. En el caso particular del glifosato, su consumo ha tenido un crecimiento
exponencial que permitiría asociarlos al crecimiento también importante de la siembra directa, de la que la soja es el
cultivo representativo.
Debido a la naturaleza altamente específica de su mecanismo de acción, son precisamente los herbicidas los que
se constituyen en los mejores indicadores actuales del sendero tecnológico del proceso de intensificación de los
sistemas de producción de granos y oleaginosas en Argentina.
Estos herbicidas, que son conocidos y manejados por los productores, son comercializados en Argentina a un precio
mucho más barato que en el propio EE.UU., y son más efectivos en el control de malezas, lo que hizo que, junto con
menores costos de combustibles y trabajo, fueran adoptados masivamente por muchos productores (Lehmann, V y
Pengue, W, 2000).
El nuevo camino tecnológico se cierra con la llegada de las sojas transgénicas resistentes a herbicidas, que tan sólo
han incrementado los tiempos y ciclos de aplicación de herbicidas, especialmente el glifosato, produciendo una
transferencia masiva hacia su consumo específico, en detrimento de las más de treinta moléculas distintas,
utilizadas hasta entonces para tales fines. Siembra Directa, maquinaria específica, Glifosato y Sojas RG son todas
herramientas de un mismo sistema, tendente a mantener e incrementar la intensificación de la agricultura de
exportación para competir en un mundo cada día más distorsionado e inundado con los mismos productos
desarrollados bajo el mismo sistema en todo el orbe. (Cuadro Nº 3).
En poco menos de cinco años, la tasa de adopción de las nuevas variedades de soja resistentes a herbicidas ha
superado las expectativas de los vendedores más optimistas de la industria, alcanzando niveles nunca logrados en la
historia de la agricultura moderna. Es así que en este período, la totalidad de la producción argentina de soja es
transgénica.
La soja es un cultivo con respuestas muy marcadas a dos variables ambientales: la longitud del día y la temperatura.
Por ello, también estas primeras variedades importadas debieron ser seleccionadas y adaptadas local y
regionalmente, lográndose importantes avances en los principales grupos de madurez – GM - que se pueden
sembrar en la Argentina: IV al VIII. Ya en la década de los noventa, especialmente los adaptados a la Región
Pampeana, indicaron incrementos anuales que oscilaron para el GM IV entre el 0,8 al 1,17, el V del 0,4 al 1,5 % y el
GM VI del 0,6 al 1,6 %.
La llegada de las primeras variedades transgénicas demostraron, en cambio, una escasa adaptación local. La
variedad A-5403 y su derivada transgénica 40-3-2 resistente al herbicida glifosato, no tenían buena perfomance en
las condiciones agroecológicas argentinas, por lo que las compañías que la importaron implementaron un acelerado
programa de cruzas y retrocruzas para la incorporación del gen, con el uso del sistema de estación-contraestación y
sobre las líneas de más alto rendimiento y calidad convencionales, que nos encuentra en el ciclo 2000/2001 con
más de cuarenta nuevas variedades inscriptas o con su inscripción en trámite, de las más de 200 lanzadas al
comercio semillero argentino entre 1993 y 1999 (Cuadro Nº 4). Nidera lidera el 67 % del mercado de semillas de
sojas transgénicas seguida por Dekalb, Monsanto, Pioneer Hi-Bred y algunas empresas nacionales como Don Mario,
La Tijereta o Relmo (Lehmann y Pengue, 2000).
Pero la BioRevolución es el talón de Aquiles de las compañías. Son las variedades autógamas, es decir, aquellas que
se autofecundan, como la soja o el trigo. En este caso los agricultores podrían adquirir una sola vez la nueva semilla,
sembrarla, cosechar y guardarla para la campaña siguiente, dejando de comprar a las semilleras. Una situación,
siempre recurrente en las economías de los países emergentes, pero que atentaría, según la óptica de las empresas,
con sus procesos de investigación y desarrollo.
En respuesta, las compañías diseñaron por Ingeniería Genética un sistema de protección de la tecnología – TPS,
Technology Protection System – por el cual al insertar o modificar ciertos genes provocaban reacciones en la nueva
semilla o la planta que pudiesen hacer desde que ésta no germine hasta llevarla a un inadecuado desarrollo que no
permitiese su autoproducción. De esta forma, el agricultor, especialmente el del Sur, estará obligado a comprarles
todos los años la semilla. Por el impacto que provocaría, la medida ha tenido el rechazo de la comunidad científica
internacional, ONGs y hasta de algunos de los propios impulsores de la Biotecnología.
Lamentablemente se sigue adelante con este tipo de patentes y la de nuevos eventos y mecanismos con el mismo fin,
lo que indica que la idea se encuentra aún muy lejos de ser descontinuada. Argentina tiene problemas en cuanto al
control y manejo de la semilla fiscalizada, por lo que no sería extraño que fuese un próximo campo de desarrollo de
estas prácticas de control y restricción biológica. En el caso de la soja, la “bolsa blanca” – semilla del propio
agricultor o distribuida por canales no fiscalizados – ha crecido en forma notable en los últimos años, alcanzando al
40 % del total de semillas. Durante el año 2000, la distribución de semillas utilizadas en la siembra se repartía en:
200.000 Ton. de semillas fiscalizadas, 300.000 Ton. guardadas por el productor para uso propio y 320.000 Ton. de
bolsa blanca.
Otra propuesta para mantener el control de la semilla tiene relación con una reducción de impuestos para quienes
adquieran semilla fiscalizada, sumado al fortalecimiento y control de la circulación de la bolsa blanca, lo que
implicaría un posible aumento de los ingresos fiscales y de los costos y mecanismos de control. La realidad es que
esta práctica -la posibilidad de guardar semilla para el año próximo- es la que ha permitido que muchos de estos
productores pudiesen sobrevivir un año más en las condiciones de extrema competitividad a las que los somete el
mercado (Cuadro Nº 5).
De los 10 millones de hectáreas sembradas con cultivos transgénicos en Argentina, la soja es el más representativo,
alcanzando los 9.500.000 hectáreas, seguida muy de lejos por los maíces Bt (resistentes a Lepidópteros) y los
algodones Bt, con el mismo carácter insertado. Acaban de ser liberados comercialmente, el maíz RR y el algodón RR,
por el Secretario de Agricultura Ing. Regúnaga, cuya gestión se ha focalizado en dar un fuerte impulso al desarrollo
biotecnológico de este tipo de eventos. Posiblemente se pueda cerrar el ciclo completo de producción utilizando un
único herbicida y promoviendo de esta forma la aparición de los primeras impactos ambientales, de resultado
directo, tales como la aparición de resistencias en malezas e insectos.

· Impactos ambientales de la agricultura intensiva


Los principales problemas vinculados con el proceso de agricultura intensiva han tenido relación con los serios
problemas de erosión y pérdida de fertilidad manifestados en las principales cuencas productivas de la Región
Pampeana. El avance de la frontera agropecuaria y el proceso de artificialización de ecosistemas frágiles ameritan
más que un proceso de intensificación, un sistema de complejización del espacio productivo, pobremente evaluado
hasta la actualidad.
Si bien es cierto indicar que la siembra directa ha permitido disminuir o por lo menos desacelerar los procesos de
erosión, la misma se ha llevado adelante generand, por otro lado, cambios sustanciales en el ecosistema, como la
aparición de nuevas enfermedades, insectos y plagas, junto con aumentos de problemas de estructura en el perfil e
incremento de la contaminación y aparición de resistencias en malezas e insectos.
La extracción continua de nutrientes del suelo provocará que en veinte años las deficiencias de nitrógeno limiten los
rendimientos en un 60 a 70 % de las áreas cultivadas del país, mientras que las deficiencias de fósforo serán severas
a moderadas en un 70 % de los suelos cultivados y en 60 % de los mejores suelos.
Evidentemente que la propuesta de solución a este singular problema es que habrá un vuelco en el consumo de
fertilizantes y correctores de suelos, que por ahora sigue siendo muy bajo. Mientras tanto, la vuelta a las rotaciones
agrícola-ganaderas son prácticas cada día más alejadas de la perspectiva productiva pampeana, si bien son sistemas
excelentes de recuperación y descanso de suelos, natural y eficiente desde el punto de vista económico y ecológico.
En el caso de las etapas previas a las sojas RG, en que ya se impulsaba el avance de la Siembra Directa reemplazando
con esto el control cultural y de manejo por el control estrictamente químico de malezas, el herbicida, al ser
utilizado solamente en un período del año (en el barbecho o descanso entre cultivos), presentó escasos impactos
ambientales; el cambio de patrón de uso puede generar efectos que van desde la aparición de resistencia en
malezas, impactos indeseables sobre la flora y fauna del agroecosistema y posibles problemas de contaminación al
alcanzar las napas y el perfil del suelo.
La aparición de malezas con biotipos tolerantes al herbicida o resistentes al mismo era generalmente desconocida
tanto en nuestra Región como en el mundo bajo el manejo y aplicación anterior. Pero tal resistencia hizo su
aparición ahora, en modelos de producción muy similares a los nuestros, como el australiano (Pratley, 2000), y que
comienzan a confirmarse con los primeros estudios sobre tolerancia y resistencia en malezas iniciados bajo el
impulso del INTA (Papa, 2000).
Ya son varias las malezas sospechosas de ser tolerantes en la Región Pampeana, a las dosis recomendadas de
glifosato (Parietaria debilis, Petunia axilaris, Verbena litoralis, Verbena bonariensis, Hybanthus parviflorus, Iresine
diffusa, Commelina erecta, Ipomoea sp). Algunas de ellas son pocos susceptibles a estas dosis, lo que obliga a duplicar
el volumen aplicado, con el consiguiente aumento en el consumo de herbicidas. Pero no sólo en condiciones
experimentales sino en la práctica diaria de campo los productores están incrementando el tamaño de la dosis, al
detectar que con las recomendadas en los marbetes, la perfomance de los controles es muy pobre.
Si bien es cierto que este tipo de herbicida – de la familia de los fosfitos y levemente tóxico, Clase D - en
comparación con los demás sería de más bajo riesgo, no lo son en muchos casos los productos que aún se siguen
aplicando junto con los mismos para mejorar su adsorción, como los coadyuvantes o surfactantes. En algunas
situaciones, estos productos agregados o incluidos en las formulaciones pueden resultar más tóxicos para el medio
silvestre que el herbicida mismo. Por ejemplo, algunas de las formulaciones más comunes de glifosato contienen
coadyuvantes tóxicos para el desarrollo de peces y otros organismos acuáticos.
Los ecosistemas más afectados por los herbicidas son aquellos sujetos a aplicaciones directas o que se encuentran
en las adyacencias de las áreas de aplicación y los ecosistemas acuáticos que reciben el escurrimiento de las zonas
que son tratadas. De una u otra forma, los agroquímicos y fertilizantes pueden alterar la estructura, función y
productividad de los ecosistemas.
En otro orden, no es un tema menor, especialmente para América Latina, el posible impacto sobre los centros de
diversidad y origen de nuestros cultivos agrícolas, sitios donde se concentra la mayor riqueza de poblaciones
emparentadas y donde estos cultivos fueron primeramente domesticados. Se debe tener en cuenta que estos centros
son la base de la reserva mundial de genes y caracteres agronómicos de utilidad, y han sido fuente principal de
recursos utilizados por los fitomejoradores en todos los planes de selección, de la conservación in situ de una
inmensa variabilidad de especies y de una riqueza sociocultural de pueblos enteros que se nutren de estos recursos.
Estos impactos residen en el hecho del flujo de genes con ciertas características de mejora de las especies
transgénicas a sus parientes silvestres y el efecto en cascada que el nuevo carácter puede provocar sobre el
ecosistema natural y social. Pequeñas alteraciones genéticas, especialmente dirigidas hacia un fin pero
impredecibles en su expresión e interacción, pueden generar grandes cambios ecológicos. Si un nuevo carácter, con
condiciones adaptativas superiores (resistencia a insectos, herbicidas, bajas temperaturas, etc.) logra implantarse
en ciertos biotipos de una población vegetal, ese grupo poblacional logrará condiciones adaptativas mejores en
detrimento del conjunto de individuos de las otras poblaciones de la especie, con el consiguiente impacto sobre el
banco genético de la misma, contribuyendo a la disminución o desaparición de las otras poblaciones.
Incluso para el propio desarrollo de la Ingeniería Genética, el resultado de un flujo inapropiado de genes a especies
emparentadas puede resultar en condiciones adversas, a todas luces que la biotecnología puede mover genes de un
lugar a otro, pero su posibilidad de crearlos es prácticamente inexistente.
Un nuevo problema que estamos enfrentando con la aparición de las nuevas variedades insecticidas, es la aparición
de biotipos tolerantes en las poblaciones de insectos, especialmente considerando el caso del Bt.
La tecnología del manejo de la resistencia no está adecuadamente desarrollada y las experiencias necesarias
requieren de cinco a diez años en una escala geográfica amplia. Los modelos de simulación que se usan están más
orientados hacia el análisis de las respuestas con respecto a la perfomance de los agroquímicos, alternativas de
control como las rotaciones, siembra directa, condiciones de suelo y del ambiente, mientras que es escaso aún el
conocimiento de la biología y el comportamiento de los insectos en el nuevo medio.
Esta situación plantea la pregunta de porqué si los planes de manejo de la resistencia son aún imperfectos (tanto en
EE.UU como aquí), y las compañías comentan su aparente interés en preservar la tecnología Bt, se presiona tanto
sobre el mercado para la comercialización y aceptación de los productos con Bt. Las respuestas pueden ser que las
empresas tienen la seguridad de poder solucionar el problema de la resistencia o saben que ésta puede presentarse
y por lo tanto es imprescindible acelerar la aprobación y comercialización de los nuevos productos para asegurar
rentabilidad antes de la aparición de resistencia y por ende la pérdida de efectividad del producto.
Algunos autores (Mellon, 1995), sospechan lo segundo, y citan lo comentado por Micogen, una de las creadoras del
maíz Bt, que en un artículo en Biotech Reporter indicaba que el desarrollo de los cultivos Bt estaba muy acelerado
porque “predecían que el Bt tenía aproximadamente una ventana de aprovechamiento de diez años hasta que la
primera fuente de resistencia apareciese en insectos”. Si el objetivo fuese preservar el Bt por este período nada
más, los planes a medio hacer que se están manejando serían suficientes. Mellon dice que la política de “plantar
ahora, planificar después” (“plant now, plan later”), puede poner al Bt en un alto riesgo.
Las compañías han investigado diferentes tipos de Bt y su manifestación sobre toda la planta o sobre diferentes
partes de la misma - panoja, hojas, tallos - buscando encontrar una mayor efectividad. Se consideraba además que
utilizando diferentes eventos de Bt y alternando la presencia en distintas partes del vegetal se podría también
solucionar eventuales problemas de resistencia.
Hasta hace pocos años, los grupos de investigación esperaban que agregando múltiples formas de Bt a un cultivo se
podría diversificar las formas de eliminación y contribuir a resolver los problemas de resistencia. La idea dio por
tierra cuando comprobaron que los insectos resistentes a un tipo de toxina Bt eran también resistentes a otras a las
que jamás antes - resistencia cruzada - habían sido expuestos. (Gould, 1997).

· La apertura del mercado argentino, incorporación de tecnología e intensificación del consumo


La evolución de las importaciones en los últimos años muestra un aumento importante a partir de la apertura
comercial de 1991. Mientras que en el período anterior a la profundización de la apertura comercial (1986.1990) las
importaciones acumuladas apenas superaban los 24 mil millones de pesos, la cifra correspondiente al período
siguiente (1991-1997) quintuplica este valor llegando a más de 135 millones de pesos. De hecho, las importaciones
correspondientes al año 1997 ($ 30.300 millones) superan por sí solas a las importaciones de todo el período
anterior. Al mismo tiempo, se verifican cambios de importancia en su estructura: disminuyen las importaciones de
productos primarios, especialmente los energéticos, y aumentan notablemente las adquisiciones de bienes de
capital y bienes intermedios.
Mientras tanto, las exportaciones acumuladas para el período 1991-97 casi triplican a las correspondientes al
período 1986-90, pero de todas formas la participación de las exportaciones en el PBI sigue siendo baja (aprox. 8
%).
Si comparamos por otro lado la composición de las exportaciones en la segunda mitad de los años 1980 y en los
años 1990, se puede observar que no se han verificado cambios de relevancia, aún teniendo en cuenta el importante
crecimiento de montos exportados en casi todos los rubros. Esto revela una estructura exportadora bastante
estable, en la que predominan los productos de origen agropecuario, tanto primarios como manufacturados, y las
commodities agroindustriales.
Evidentemente, dentro de las exportaciones agropecuarias se han verificado cambios de importancia en la
composición de las mismas desde mediados de los años 1970 y durante los ochenta. Estos cambios se refieren
específicamente a una pérdida de la preponderancia de las exportaciones de productos primarios agrícolas a favor
de las exportaciones de materias primas agroindustriales, en especial las provenientes del complejo oleaginoso,
como los aceites y harinas vegetales y los alimentos para animales (pellets y expellers) que son un coproducto de la
molturación (Chudnovsky, D et al, 1999).
La expansión de este complejo, impulsada por el marcado crecimiento de la intensificación en la producción y
procesamiento de la soja, fue favorecida desde el punto de vista externo por la duplicación de los precios
internacionales del grano de soja y sus productos industriales a principios de los setenta. Dentro de los factores
endógenos, la rápida adopción de tecnología, reflejada en un aumento de la productividad de la tierra, junto con el
desarrollo de plantas de procesamiento industrial, agregado a la mejora sustancial del complejo portuario, llevaron
y siguen impulsando hoy en día con otra vuelta de tuerca a la intensificación este subsector, que apunta a convertir
toda la hidrovía¨ en un mar de soja.
Durante la última década (1990-2000) la producción rural argentina ha duplicado su volumen en comparación con
los treinta años anteriores (1960-1990), pero por otra parte seguimos observando un marcado y desigual desarrollo
de cada una de las economías regionales y profundas transformaciones en todos los planos del quehacer nacional y
regional que reavivan nuevamente conceptos ya ampliamente discutidos por Prebisch y CEPAL en los setenta y
ochenta sobre el crecimiento excluyente (Pengue, 2001). Los países en vías de desarrollo crecen, pero no logran
desarrollarse, permitiendo una concentración de riqueza en los rubros exportadores que no se derrama sin
embargo sobre la actividad productiva e industrial.
Es así que algunos subsectores continúan creciendo y su enriquecimiento es notable, mientras que la base de
recursos y valor desaparece o se deteriora. La intensificación agrícola no ha sido acompañada por el crecimiento de
sus sectores vinculados como los de maquinaria, fertilizantes o agroquímicos. Mientras el consumo de estos
productos aumenta, se incrementa la importación, y la desaparición de cientos de fábricas PYMES especialmente en
las áreas productivas como ROSAFE (es decir, el polo agroproductivo más importante de Argentina, concentrado
alrededor de las importantes ciudades de Rosario y Santa Fe) y otras zonas del país.
En otro orden, el consumo de agroquímicos importados es notable, al igual que la dependencia del país en cuanto a
algunos insumos que se han convertido en estratégicos para el mismo, como la atrazina y especialmente el
glifosato.(Cuadro Nº 6). El caso del glifosato es paradigmático, puesto que su crecimiento en consumo es
exponencial, alcanzando en valores estimados cifras cercanas a los 120 millones de litros (Pengue, 2000). Junto con
estos dos herbicidas, comienza a notarse nuevamente un repunte de un herbicida que había estado perdiendo su
preeminencia, el 2,4 D.
Mientras tanto, la participación de la industria nacional de agroquímicos alcanzó tan sólo el 16,6 %, mientras que el
43,6 % de los agroquímicos tuvieron su origen en el extranjero y el 39,8 % restante fue formulado en Argentina con
drogas base importadas
Cuadro Nº 6. Ventas de herbicidas discriminados por producto formulado, para el período 1990-1998 (en
millones de litros)
Herbicida 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998

Glifosato 1,3 2,6 4,2 5,4 8,2 13,9 30,7 59,2

Atrazina 2,7 4,9 3,7 4,2 4,9 10,7 7,6 5,8


Fuente: CASAFE
La dependencia, entonces, de estos productos, es cada día más notable, enfrentándose el país a situaciones
oligopólicas que pretenden manejar la ecuación de precios, incluso donde el precio del glifosato ha bajado de los US$
28 /litro en la década pasada a los US$ 3 actuales, dado que los productores ahorran en su precio por litro pero han
incrementado exponencialmente el consumo del producto.
· Los impactos socioeconómicos de la monoproducción de commodities
Mientras por un lado Argentina ha incrementado su productividad física y expandido también sus áreas cultivadas,
incluso a zonas ambientalmente susceptibles, de la mano de sus cultivos de exportación -–soja, girasol, maíz y
trigo-– por el otro existen ya marcados indicadores socioeconómicos y ambientales que demuestran que Argentina
está ingresando velozmente a un modelo de subdesarrollo sustentable, como ya lo indicó Cavalcanti para el Brasil.
En los noventa, como hemos visto, el país ha sido el adalid de los países latinoamericanos con su apertura económica
al modelo global: un fuerte ajuste estructural, la privatización completa de sus empresas públicas y un acceso
pobremente limitado al uso y usufructo de sus recursos naturales en casi todos los rubros productivos. Si bien es
cierto que desde el punto de vista macroeconómico el país ha alcanzado las metas impuestas, desde la óptica del
desarrollo Argentina no ha crecido (0 % en el año 2000), mientras que los impactos socioambientales no se han
hecho esperar: la desaparición de la pequeña y mediana empresa (industriales y agropecuarias), un aumento
creciente del desempleo urbano y rural (7,1 % en 1989, 15,4 % en 2000), fuertes migraciones internas y externas,
pauperización de los ingresos y flexibilización laboral, que junto con una débil o inaplicable legislación ambiental
impactan y degradan por igual recursos naturales y humanos.
El éxodo rural, buscando especialmente nuevos empleos o mejores oportunidades, se encuentra en la actualidad con
una pared que es la falta de trabajo o la posibilidad de empleo mal remunerado. En este sentido, tanto en la ciudad
como en las franjas periurbanas y el campo, la pobreza y la indigencia han aumentado de manera escalofriante. En
1991, el número de pobres en las áreas urbanas y periurbanas de Buenos Aires pasó de 2.327.805 a 3.466.000, pero
lo más alarmante es que la indigencia , una categoría inferior aún a la pobreza, aumentó más aún de 324.810 a
921.000 (aumento del 184 %) compatriotas en el último año. Las cifras se repiten en todo el país, donde se estima
que el 40 % de los argentinos es pobre. Es decir que de una población total de 37.000.000 de personas, habría casi
15 millones de pobres, donde su crecimiento se explica especialmente por el desempleo, la disminución de los
ingresos para casi el 70 % de la población de la región y la reducción del número de beneficiarios de los planes de
empleo y ayuda económica, incluidos los subsidios cuyos montos se bajaron de 160 a 120 pesos.
En el ámbito de la producción agropecuaria, el país siempre ha aplicado las tecnologías disponibles - cuando la
relación beneficios/costos es positiva -, con el objeto de afiatar un modelo agroexportador asentado sobre una de las
regiones productivas más ricas del mundo: La Región Pampeana. Pese a esta alta adopción tecnológica, en los años
precedentes de Revolución Verde – con su intensificación en calidad de semillas y capital – Argentina ha utilizado
proporcionalmente mucho menos que a sus competidores – EE.UU., Europa – agroquímicos y fertilizantes
sintéticos, haciendo que hasta hace muy pocos años fuese reconocida mundialmente como un área de producción de
alimentos más naturales. Además, el adecuado sistema de rotaciones agrícola-ganaderos, permitía mantener la
estabilidad ambiental y económica en el mediano y largo plazo, alterada ahora por la agricultura continua, que
presiona con fuerza sobre los recursos y se sostiene en el uso consuntivo de herbicidas y fertilizantes, la mayoría
importados.
Pero toda esta situación está cambiando velozmente en los últimos años. Los sistemas agroproductivos mixtos han
dado su espacio a la producción agrícola, y la adopción de nuevos cultivares e híbridos (Sojas RR, nuevos híbridos de
alto potencial, trigos franceses) está directamente vinculada al aumento en el uso intensivo de agroquímicos
(especialmente herbicidas, insecticidas, y curasemillas) y de fertilizantes sintéticos, promovidos actualmente tanto
por las propias empresas vendedoras de semillas como por los organismos privados de productores o las
instituciones oficiales.

· Aumentos de escala, los nuevos actores y la desaparición de las PYMES agropecuarias


Si bien es cierto que la adopción de la tecnología del ADN recombinante ha sido masiva en la Argentina (Pengue b,
2000), también lo es el hecho que estos beneficios no han alcanzado de manera equitativa a todos los productores
que la adoptaron, mientras que los costos de producción de muchos establecimientos medianos y chicos crecen por
problemas de la presión impositiva, bancaria, acceso y dependencia de los insumos.
El conocido problema del manejo de malezas, especialmente en soja, fue la punta de lanza para este ingreso tan
exitoso desde el punto de vista comercial empresario, de la soja en Argentina. El control de malezas absorbía
aproximadamente un 40 % de los costos de control de producción, sumado a una necesidad y complejidad del
manejo y combinación de herbicidas, poco accesible para el conjunto medio de los productores.
La llegada de las sojas RR, con su simplicidad, y el bajo costo relativo del herbicida glifosato, crearon una demanda
de semillas y agroquímicos nunca vista antes en el país.
Este proceso ha ido acompañado de un aumento en la concentración de las explotaciones, un recambio generacional
proclive aún más a las innovaciones y el productivismo más que la calidad.
Es así que, en este sentido, son los grandes agricultores los que representan la parte más atractiva de la torta del
comercio vinculado a la venta de semillas, fertilizantes y agroquímicos. Estos productores exitosos necesitan escala
para producir materias primas cuyo precio es tendencialmente bajo, a medida que por su propia producción haya
un notable excedente de materias primas, lo que genera una necesidad de supervivencia en detrimento de los
pequeños y medianos, que endeudados desde mediados de la década del noventa, no pueden resistir su caída del
sistema (Cuadro Nº 7).
De allí la necesidad de las empresas proveedoras de insumos de conocer estos cambios y tendencias de su mercado,
donde aproximadamente estos 100.000 productores agrícolas de la pampa húmeda compran insumos por 1300
millones de dólares. De éstos, 31.000 productores correspondientes al segmento de explotaciones medianas y
grandes adquieren unos 880 millones (70 por ciento), mientras que los más chicos acceden solamente al 30 por
ciento restante.
Cuadro Nº 7. Cantidad de Establecimientos agropecuarios en la Región Pampeana y aumento en la escala de
producción en 1992 y 1999.
El modelo que prima, entonces, responde a la utilización de las mejores variedades comerciales y la aplicación
intensiva creciente de agroquímicos, que las convierte en variedades de alta respuesta –y no como se indica, de
alto rendimiento-. Para producir, “hay que darles de comer”. De esta forma, aumentan también las hectáreas
fertilizadas, donde el 70 % de la superficie del maíz y el trigo actualmente se abona. El consumo por ejemplo, de
urea y fosfato diamónico en trigo y maíz, es de más de un millón de toneladas, seis veces más que en la década
pasada. A esto debemos sumar que otros insumos, antes escasamente utilizados, son los fungicidas y los
curasemillas, que comienzan a ser utilizados cada vez más en trigo y soja (10 y 90 % respectivamente).
Inclusive dentro de la misma Región Pampeana, hay marcadas diferencias entre los productores del sudeste
bonaerense y aquellos del sur de Santa Fe, la “pampa gringa”, que polarizan la cuestión a nivel regional. Mientras
que los del sur bonaerense cuentan con una superficie promedio mayor de 429 hectáreas, el 37 por ciento tiene
estudios universitarios y terciarios, el 33 por ciento recibe asesoramiento externo y sólo el 10 % de ellos vive en el
campo, en el sur de Santa Fe la superficie media sigue siendo de 180 hectáreas, el 17 por ciento tiene estudios
terciarios, el 21 recibe asesoramiento y casi el 40 % de ellos sigue viviendo en su campo.
Esta importante diferencia marca pautas culturales diferenciales, y una cierta resistencia al cambio, que indicaría
que aún los productores del sur de Santa Fe no han sido absorbidos plenamente por el modelo agrícola intensivo.
Lamentablemente, esta pérdida de explotaciones se viene manifestando fuertemente en el propio EE.UU., ahora en
México (según Barkin, 2001, de 24.000.000 quedan solo 4.000.000 de productores/campesinos) y en Argentina, tres
países que han abierto su sistema productivo, y son paradigmáticos del modelo imperante.
Es así que en la actualidad, en los Estados Unidos, luego del fuerte proceso de concentración agrícola, el 75 por
ciento de la producción es realizado por el 17 % de las explotaciones, mientras que en Argentina, el 75 % de la
misma, es aportado por el 37 por ciento de los establecimientos, lo que indica que lamentablemente, Argentina - tan
similar al sistema productivo norteamericano en cuanto a cuestiones agronómicas, técnicas y hasta sociológicas –
tiene aún una gran cantidad de agricultores, que quedarán fuera del sistema productivo en poco tiempo, de
continuar la actual tendencia.
· Los insumos estratégicos y la creciente dependencia externa
Así como el gasoil venía siendo un insumo imprescindible para la producción, el actual sistema ha generado
también una creciente dependencia en relación con los herbicidas necesarios para sostener la producción.
De la participación mundial de transgénicos, Argentina representó el año pasado unos 10 millones de hectáreas, de
las cuales más del 90 % están ocupadas por sojas RR. Esta situación ha hecho que el consumo – por incremento de
la superficie y del número de aplicaciones – comience a crecer en forma exponencial en términos del herbicida
glifosato (por ej., de 28.000.000 litros a 58.000.000 entre 1998 a 1999). A partir del año 2000, la cifra superaría –
si bien no hay estadísticas oficiales – los 100 millones de litros y continúa creciendo.
Cuadro Nº 8. Producción Mundial de Cultivos transgénicos y participación argentina.
Cuadro Nº 9. Evolución de precios del glifosato y la atrazina. Concentración del mercado.
Si bien es cierto que en la Argentina el precio del glifosato se redujo en casi diez veces desde su incorporación al
modelo de la siembra directa en los noventa, también lo es que, pese a haber más de veinte empresas que lo
comercializan e importan -¡!- y a la caída de la patente del herbicida, son sólo cuatro las que establecen el precio en
el mercado – Monsanto, Atanor, Dow y Nidera – ocupando casi el 75 % del mismo.
El proceso ha producido, además, una caída en los precios de los otros herbicidas, lo que a su vez permite al
productor incrementar sus compras y el consumo de los mismos, apelando a una aplicación más intensiva e insumo-
dependiente, en detrimento de un necesario y real Control Integrado de Malezas, pobremente aplicado – por un
mayor esfuerzo de procesos y escasez de técnicos – en toda la Región Pampeana.

· Necesidades de una política nacional de I+D y de alternativas apropiables en la sociedad.El


aprovechamiento de las tecnologías de procesos
“La improvisación ha dejado imborrables marcas en nuestro desarrollo reciente. Los procesos de desarrollo más
relevantes de los últimos 30 años, como la expansión de la frontera agrícola, la agriculturización pampeana, el
pasaje de un sistema agroexportador dominantemente cerealero a otro de cereales y oleaginosos, la
desindustrialización, especialmente en la producción de maquinaria pesada, la entrada de paquetes tecnológicos en
el sector agrícola insumo-dependientes, el deterioro de las funciones de organismos del Estado de enorme influencia
en la investigación científico-tecnológica, y el control de sectores productivos claves, como el INTA, INTI (Instituto
Nacional de Tecnología Industrial), el desmantelamiento de 30 institutos del CONICET (Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas) de los que la cuarta parte estudiaba directa o indirectamente temas ligados a
la producción y el medio ambiente, fueron todos procesos no planificados adecuadamente, de resultados
decididamente negativos o inciertos. No se previeron, ni planearon, ni evaluaron los impactos sociales y ecológicos
de la apertura de fronteras agropecuarias en numerosos frentes simultáneamente, lo que le hizo perder eficacia
económica y capacidad de mitigar los problemas ambientales, sociales y económicos en los que se hallan hoy
inmersas las áreas en expansión.
La decisión privada ha estado omnipresente en el manejo de los hábitats y recursos naturales, haciendo ilusoria
toda conservación del patrimonio fuera de las áreas naturales protegidas. Pecaríamos de inocentes si creyéramos
que esto es consecuencia de falta de conocimiento técnico-científico, o un problema de educación ambiental. Sin
embargo, no puede culparse a las multinacionales ni a los sectores privados por la expoliación de los recursos. Hay
una enorme carencia de políticas ambientales que promuevan el manejo sustentable y generen las decisiones
activas de protección del patrimonio natural.
Existe un fuerte componente de falta de información, especialmente en lo que se refiere a modelos de predicción,
que permitan identificar las funciones o variables que desencadenarán el cambio ecológico o socioeconómico ante
un impacto ambiental. No hay una política de investigación y desarrollo que permita estudios de largo plazo acerca
de la evolución de los sistemas y, especialmente, de monitoreo y seguimiento de objetivos móviles, es decir de
factores y procesos de evolución rápida vinculados con el uso de la tierra.”(Morello, J y Matteucci, S, 2000)
Lamentablemente, la actual tendencia en investigación agropecuaria indica un fuerte sesgo a la producción
científica privada, es decir una apropiación de la ciencia y la tecnología sólo por una parte, cada vez más pequeña, de
la sociedad. Este hecho se hace muchísimo más marcado en los países en vías de desarrollo, donde a lo máximo lo
que se implementa son las tecnologías importadas del norte. En Argentina, el INTA cumplió un papel fundamental
en el desarrollo de importantes regiones del país. Si bien con un sesgo netamente productivista y regional – por la
importancia específica de la Región Pampeana – la multiplicidad de actores y su integración con los productores
locales permitieron desarrollar “tecnologías híbridas” fácilmente apropiables por el conjunto social. Asimismo,
fue esta institución, la base de la mejora genética de muchas especies, y su función, si bien aprovechada por el sector
privado, alcanzó a muchos productores con nuevas variedades y semillas que luego reprodujeron libremente. Pero
ahora, sin recursos y con un éxodo masivo de muchos técnicos, su función, al igual que la de muchos otros
organismos de ciencia y técnica, está fuertemente mellada.
El desarrollo de programas sociales, de los cuales el INTA fue artífice principal – Prohuerta, Cambio Rural – está
en riesgo de desaparecer, lo que sumará aún más indigentes a la creciente masa de productores empobrecidos.
En los temas de Ingeniería Genética, la investigación exitosa – es decir, la que ha alcanzado el canal comercial –
proviene en su totalidad del sector privado, mientras que algunos organismos del CONICET y el INTA luchan por
mantener sus laboratorios y líneas particulares a flote, en una continua amenaza de falta de recursos y transferencia
de los esfuerzos de años hacia el sector privado.
Si en las cuestiones vinculadas a la investigación biotecnológica queda claro que el país se encuentra muy lejos de
tomar sus decisiones y la forma de indicar el rumbo, más importante aún es conocer si se ha programado un sistema
de evaluación de los riesgos ambientales y socioeconómicos de la nueva tecnología recombinante. Y aquí, si bien se
sabe que son pocos los recursos destinados para tales fines en los países desarrollados (a modo de ejemplo, un 10 %
en Inglaterra, un 1 % en EE.UU.), podemos afirmar que estamos muy cerca de los valores de nulidad.
Los tipos de productos desarrollados por la Ingeniería Genética están preparados para ser aún más insumo
dependientes que lo que son hasta ahora – más herbicidas, más curasemillas, más fertilizantes – y no menos.
Inclusive las anunciadas segunda y tercera ola de estos productos están muy lejos de ser liberadas realmente al
mercado, por el rechazo actual de los consumidores. De todas formas, las líneas de investigación actuales siguen
marcando una fuerte tendencia hacia la producción de eventos con nuevos caracteres agronómicos de resistencia a
plagas o tolerancia a herbicidas en nuevos cultivos como el maíz, o el girasol, de interés para los productores
agrícolas, principales clientes de estas empresas. Los últimos registros de inscripción de eventos para ensayos en
CONABIA (corresponde a la Comisión Nacional Asesora en Biotecnología Agropecuaria), indican que el 97 % de ellos
responden a caracteres agronómicos, mientras que sólo el 3% podrían eventualmente llegar a ser del interés de los
consumidores.
Los países en desarrollo, por supuesto la Argentina, necesitan mantener una política de investigación en Ciencia y
Tecnología independiente, o por lo menos con un fuerte sesgo regional que le permita por una parte lograr
producción científica apropiable por el conjunto científico regional - investigación conjunta de enfermedades y
plagas – y producir y apoyar la gestión de tecnologías de procesos, fácilmente apropiables por el conjunto social,
especialmente los sectores pauperizados. Estas tecnologías, fácilmente apropiables y difundidas socialmente,
pueden ser una alternativa económica viable, frente a los promotores de las técnicas insumo-dependientes que han
empobrecido especialmente a nuestros pequeños y medianos productores.

· El fortalecimiento de los mercados. Alternativas y Diversificación


Ha quedado en claro que la tendencia actual del proceso propuesto en la agricultura argentina es hacia la
intensificación, concentración de riqueza y expulsión de los pequeños y medianos agricultores. Una situación muy
lejana de la sostenibilidad socioeconómica y ambiental, que implica un serio riesgo para el desarrollo con equidad e
incluso la propia supervivencia de la sociedad.
Pero por otra parte, se está construyendo en la misma, frente a un modelo que desde la esfera gubernamental oficial
se quiere proponer como único, al igual que los lobbistas privados, un modelo social y productivo alternativo,
creciente (Gabetta, C, 2001). Es aquél de las tecnologías intensivas en el uso de recursos humanos y factores, y bajas
en insumos, que crecen tanto para los mercados internos (PSA Programa Social Agropecuario, Prohuerta Programa
de ayuda para la Auproducción de Alimentos, Cambio Rural, ONGs, agrupaciones barriales, religiosas, etc.) como
para los externos.
En el mercado interno, el exitoso programa de autoproducción de alimentos orgánicos – Prohuerta – abastece,
mediante la entrega de su propia semilla, la dieta alimentaria básica – hortalizas y aves orgánicas – durante todo
el año a aproximadamente tres millones de argentinos, bajo condiciones extremas de pobreza, en las áreas urbanas,
periurbanas, y en menor medidas, rurales.
En el mercado externo, es notable la demanda de productos “verdes”, especialmente en los de más altos
ingresos, que son generalmente nuestros compradores, y a los que aún – ¡antes que sea tarde! – podemos
garantizar la inocuidad y naturalidad de muchos de nuestros ambientes regionales.La situación es particularmente
interesante para estas Pymes agropecuarias a las que habrá que ofrecerles nuevas alternativas productivas como las
“especialidades”, tales como los productos orgánicos, naturales, derivados de agriculturas de bajos insumos,
ganadería extensiva, que, como dijimos, cuenta con precios y demanda en los mercados mundiales. Esto no es una
panacea, es una realidad económica y una salida para las Pymes que aún representan sólo en la Región Pampeana
argentina el 51 % de su superficie, que se suman a muchas economías regionales que hasta ahora estuvieron en
franco retroceso y proceso de desaparición. Sólo en nuestros tradicionales compradores como la UE, la producción
orgánica involucra unos 7.300 millones de dólares en un mercado mundial creciente de 16.000 millones a los que
Argentina tiene mucho por aportar con su producción natural certificada tanto extensiva (ganadería, cereales y
oleaginosas) como intensiva (frutas, hortalizas, olivos, miel, yerba). Es mucho lo que el Estado puede hacer y
muy poco lo que ha hecho para definir una política agropecuaria de desarrollo sostenible. Hasta ahora se han
tomado sólo medidas puntuales y coyunturales – inclusive en un claro apoyo y apertura hacia la permisividad de
los productos derivados de la ingeniería genética - y no la decisión de apoyo y fomento a una estrategia
participativa y de expansión y reconocimiento de los nuevos productos. Incluso dentro de alimentos especiales, se
podría dar cabida – si tuviesen reconocimiento y demanda por parte del consumidor y se mejoraran las
condiciones de control ambiental y sus impactos sobre la cadena productiva – a ciertos productos propuestos por
la biotecnologia como algunos alimentos especiales o nutracéuticos, utilizados para el tratamiento de
enfermedades, muy promocionados pero con nula salida al mercado, y cuya discusión y verdaderos beneficios a la
sociedad deberían debatirse mucho más ampliamente, de cara a la verdadera incertidumbre y falta de seguridad
científica que los mismos aún provocan (Funtowicz y Ravetz, 1994).
Posiblemente la ingeniería genética ha llegado en una etapa inadecuada de la Humanidad (Pengue, c, 2000), donde
prima en todo el mundo, el individualismo, el afán por el lucro desmedido e inmediato, la mercantilización de la
naturaleza y la concentración de la ciencia y la tecnología en muy pocas manos, generalmente privadas. Habrá
entonces que discutir mucho más ampliamente la verdadera distribución de costos y beneficios y la agenda propia e
independiente en este sentido y en el más amplio, que es como alcanzar a favorecer verdaderamente a los más
desprotegidos y subalimentados en un país que desborda de alimentos como Argentina.

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