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Jesús de Nazareth
La especie Homo Sapiens Sapiens, que quiere decir: “hombre que piensa”, es hasta donde
nuestro limitado, paradigmático y estructurado conocimiento nos permite saber, el único
grupo de seres vivos oriundos de la Tierra, que ha sido capaz de modificar el entorno
natural en forma tan significativa, que podría alterar para siempre el destino evolutivo de la
vida sobre el planeta.
La gran paradoja y, tal vez raíz del problema, se originó con el paso que dio nuestra
especie al tomar conciencia de su separación con el entorno, que un día nació y un día
morirá; cuando comenzó a interpretar el mundo desde su pensamiento y en un determinado
momento, a modificar el mundo según ese pensamiento; cuando comenzó a construir
mental y socialmente su realidad.
Sin embargo, esta realidad “pensada” no necesariamente era –ni aún es-un certero reflejo de
las condiciones propias de ser “humano”, entidad biológica que depende en un cien por
ciento de su medio, al igual que el resto de las especies de la Tierra.
Para los budistas, la meta de la felicidad tan anhelada por Aristóteles, nace de la
“iluminación espiritual”. Ésta es un “estado” y va más a allá de cualquier conocimiento,
racionalización o concepto. Es algo que, según los propios seguidores de Gautama afirman,
no se puede describir con palabras porque se pierde al intentarlo.
Los budistas dicen que una mente llena de ideas preconcebidas, conceptos rígidos, juicios
valóricos, estructuraciones inamovibles y certezas absolutas, es una mente que padece “la
enfermedad del ego”.
¿Existe algún método, herramienta, escala o lo que se le parezca, que pueda medir el
amor de un ser viviente hacia otro? ¿Por qué un niño es capaz de darse por entero a sus
seres queridos, sin esperar nada a cambio, aunque eso vaya contra la “lógica” de la
sobrevivencia?
El autor del texto leído, motivo de estas líneas de análisis –mental claro está- apunta
a ello cuando habla de conceptos como: Conciencia, Antropo-Ética, Ética de la
Comprensión y Democracia, entre muchas otras acertadísimas ideas.
A los niños y, por qué no decirlo, a gran parte de los adultos, nos cuesta bastante
definir las fronteras de la tolerancia y la solidaridad. Creo que ésta es el respeto con uno
mismo, ya que la igual que las personas a quienes pretendemos ayudar, estamos sujetos a
recibir estos valores.
Me quedo con una frase final del autor: “La comprensión debe ser la labor del
educador del futuro”.
Aporto con la mía: “La imposición forzosa de normas éticas y morales, son
infantiles restricciones creadas por la mente humana, en un vulgar intento por imitar aquel
accionar que sólo puede nacer del AMOR UNIVERSAL; EL RESPETO UNO MISMO Y
POR TODA LA CREACIÓN.
Malcolm Gyllen