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Dar y recibir

El 12/01/16 , en Lecturas, Lecturas 2016

El tema del dar y el recibir en estos tiempos que corren, se nos vuelve pertinente y
necesario, dado que estamos insertos en una cultura en la que, en lugar de motivar el
“conectar” con los otros, nos ha enseñado a “controlar” a los otros, creando desequilibrios
disfrazados de cualquier cosa, entre ellas, de amor.

Es básico comenzar por puntualizar que toda relación humana, de cualquier tipo, requiere y
exige, tanto para su fluidez como para su evolución, de la igualdad. De hecho, Bert
Hellinger apunta unas palabras que nos servirán de camino a la exploración de este tema:
“El orden es establecido cuando todos los miembros del sistema se consideran como
iguales y con el mismo valor. Entonces las paz se instaura.” Y, agrego yo, el orden precede
siempre al amor.

Este hecho que suena aparentemente sencillo, implica observación constante y grandeza de
corazón para saber que el hecho mismo de dar no nos pone por encima de nadie, sino que,
al contrario, puede generar en el otro una sensación de déficit y así, la relación comienza a
lesionarse.

Ya sabemos que una buena intención es importante pero que también puede llevarse cosas
muy sagradas del vínculo. Cuando damos en demasía o sin control y dejamos al otro
descompensado para así poder también dar de su parte y compensar. La naturaleza en esto
es maestra, basta observarla.
El acto de dar y recibir lo experimentamos perfectamente en la respiración. Recibes al
inspirar y das al expirar, este ciclo nos permite vivir y cualquier alteración en él nos crea
una serie de peligros para la vida. Estos casos los podemos llevar a cientos de ejemplos en
el mundo relacional.

El detenernos constantemente en los y en lo otro, sin duda, es un buen aliado para este
importante equilibrio. “¿Podrá este ser con todo esto, por muy bueno que sea y aunque haya
sido dado con profundo amor?”. A veces sí, a veces no. Depende de muchos factores que
no están en nuestras manos cambiar, sólo respetar. Para mantener el equilibrio es
fundamental que quien reciba se sienta cómodo, agradecido y con posibilidad de
compensar. Para ello, huelga aclarar que siempre, siempre debemos recordar esto: los
favores se agradecen y las deudas se pagan. Si observamos con detenimiento, notaremos
cómo nos encanta deber y cobrar un favor, quedando atrapados en una dinámica poco
alentadora para el amor y el crecer de la relación. De ahí que tanta gente, a veces de forma
inconsciente, se inhiba, se abstenga o huya de lo que pareciera un tesoro lleno de regalos,
pues resulta intimidante, apabullante y de muy poca posibilidad de reciprocidad.

Cuando alguien, seguramente en su mejor voluntad, nos llena de favores o regalos varios,
es necesario detenernos y ver qué produce esto en nosotros, cuánto de eso nos apresa en un
mundo de deudas y lealtades que no podremos nunca compensar y luego de ser analizado,
conversar desde el más sincero agradecimiento, simplemente para bajar la intensidad y
hacerlo más viable. Nos toca también revisar qué es aquello que estamos dando nosotros
que motiva esa conducta. Hay cosas que damos de forma natural, sin ni siquiera valorarlas:
compañía, conversación, complicidad, confianza, disposición, cercanía, comprensión,
conocimiento, amistad, etc. Y cualquiera de éstas, si le damos su valor, bien puede pesar
mucho como valor en el dar y a veces, nos quedamos en nuestras carencias o desequilibrios
materiales.

En la otra orilla, es bueno valorar aquello que damos, así lo haremos de forma mesurada,
siempre teniendo en cuenta al otro y lo que éste o ésta pueden dar.

Tener presente el equilibrio es un factor clave, de allí que sea muy útil aprender cosas
culturalmente inadecuadas, pero muy humanas y válidas como: pedir, cobrar, reclamar,
preguntar, aceptar y agradecer sería de suma utilidad en cualquier relación equilibrada.

Hace muchos años, me llama un canal de televisión para hacer un programa de motivación,
el primero que se hizo en Venezuela. Apenas arrancó generó un boom, para mí que
trabajaba solo, muy difícil de manejar, comencé a crecer desmesuradamente y no tenía
estructura, así que llamé a amigos y allegados para que juntos nos beneficiáramos de tal
momento. Corrían los años noventa y el público pedía material de audio para comprar,
grabé cinco títulos para casettes, mi diseñadora les dio empaque y llamé a un allegado,
esposo de una gran amiga, quien era un excelente colaborador en cualquier menester
(pintando casas, mudando enseres, buscando repuestos, etc.). Un día lo llamé y de manera
muy grandilocuente le dije:

– “Amigo aquí te entrego este negocio para que salgas de abajo, estamos en la cresta de la
ola, y te entrego este material, para que te encargues de la producción y distribución por
todo el país y te daré las mejores condiciones para que arranques, pero ya.” El hombre
aceptó y yo me desentendí. Al cabo de seis meses, pregunto por el paradero de este tesoro
entregado, ya que la gente se quejaba de que no le llegaba el producto y me encontré que
estaba en número rojos, nunca se hizo nada, dejando un vacío en el mercado y un hueco en
mi corazón. Fui muy duro, le dije muchas cosas, entre ellas desagradecido. Entregué eso a
gente profesional y seguí adelante. Un día, pasados tres meses, se apareció por el estudio
del canal de televisión diciendo que quería hablar conmigo. Hice un alto y lo escuché, me
miró, me pidió disculpas y remató con esta frase que me dolió y me enseñó mucho de lo
que aquí muestro:

– “Carlos, yo nunca te pedí que me dieras ese negocio, tú ni siquiera me lo preguntaste a


ver si yo lo quería o siquiera me interesaba”.
Lo que pesa ser perfecto

El 16/08/15 , en Lecturas, Lecturas 2015

En una oportunidad, en un consultorio odontológico, oí la conversación entre dos damas,


hablando de sus hijos: “Yo, la verdad, estoy muy realizada como madre, mi hijo, ya con
diez años, es el mejor estudiante de su colegio, el más preocupado por sus deberes,
imagínate que nosotros nos acostamos en la noche, y él con su luz prendida terminando su
deber, y yo voy y le digo que es muy tarde y él me regaña, me dice que un deber es un
deber. Además, las maestras lo adoran, ni un sí, ni un no, su cuarto impecable, él anda
siempre de punta en blanco, y libre que tenga una manchita o un olor raro, porque le
cambia el humor. Le pido mucho a Dios que ahora, con la adolescencia no vaya a cambiar,
porque es una verdadera bendición”.

Esta descripción puede ser la más deseada por quienes tienen hijos bien tradicionales, con
partes lumínicas y partes sombrías, y no quiero, bajo ninguna circunstancia, emitir criterios
de normalidad. Sin embargo, me atrevo a sacar casos como éste que me ha tocado lidiar
muy de cerca, y que guarda connotaciones que hacen falta sacar a la luz.

En muchos artículos he reiterado el concepto apolíneo, perfecto, bueno, y sólo lumínico que
nos exige el colectivo de esta cultura en la que vivimos. De allí, la gran inadecuación que
podemos sentir de llegar descubrirnos no tan buenos en aspectos básicos, lejos de esa
perfección tan anhelada que, sin duda, nos pondrá en el aplauso y la admiración de los que
nos rodean; para quienes nuestra actitud reprimida y encerrada puede resultar una pócima
de comodidad sin pensar en lo que puede estar ocurriendo en nosotros y el alto precio que
pagamos por mantener esas máscaras y fachadas rígidas, por un estado de complacencia y
de garantía de amor.

Pero hoy me gustaría hablar de los cómodos, los que recibimos a esos “Perfectos” en el
seno de nuestra vida, bien sea como empleados, hijos, jefes, amantes, familiares, etc.

Cuando la referida madre habla así de su niño ¿No se dará cuénta del alto precio que ese
niño paga por su rigidez, lo mucho que se pierde en el otro lado del vivir, donde ensuciarse,
equivocarse, fallar y de vez en cuando incumplir le da un color a la vida, y nos permite
crecer en ello, por supuesto, recibiendo nuestros respectivos castigos, regaños, y hasta
sermones por lo hecho o no realizado? En el caso descrito, son diez años, ¿Imagina esa
madre a ese niño cuando tenga treinta, el peso de cargar con una vida impecable, perfecta y
sin fallas en un mundo tan complejo y tan rápido como el que vivimos? ¿Qué herramientas,
subterfugios, oscuridades tendrá que emplear esta criatura para oxigenarse de tanta
exigencia y poder descansar un rato en su propia sombra?

Porque lo que sí es cierto es que, de seguir en esta actitud, este niño, cuando tenga veinte,
nadie le perdonará una falla, un devaneo, sin el castigo implacable de la decepción.

¿Qué hacer? Aquí lo importante, es que quienes gozamos de la comodidad de la perfección


de otros, no perdamos la perspectiva y le brindemos a éstos, bien sea acompañándolos,
hablándoles, estimulándolos, a que se arriesguen, a que disfruten también del perder, del
equivocarse, del vivir, como verbo básico. Necesitamos seres vivos, no perfectos.

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