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ASIGNATURA: PSICOLOGÍA SOCIAL

CÁTEDRA: II

TITULO: PUNTOS DE PARTIDA PARA


UNA PSICOLOGÍA SOCIAL

AUTORES: MARGARITA ROBERTAZZI


(COORD.), CLAUDIA I. BAZÁN, PABLO
ESPOILLE, LIDIA ISABEL PERTIERRA Y
ALFREDO SIEDL.
Introducción
Este libro es producto de la experiencia adquirida por un grupo de trabajo que hace ya
varios años comparte no solo tareas docentes, sino también de investigación y/o
extensión, en las que se propone estudiar, enseñar, comprender e inclusive transformar,
problemas psicosociales, que son al mismo tiempo psicopolíticos y psicoculturales. El
mayor interés está puesto en atender los desafíos que presenta la sociedad
contemporánea, de modo especial los que afectan a los sectores más despojados en el
marco de un sistema marcadamente desigual.
La elección del título del libro, “Puntos de partida para una Psicología Social”, responde
a que en este texto se explicitan las principales posturas que se adoptan para construir
una versión sobre el campo en el que se trabaja, la que –por cierto- no es ni la única ni
la última.
En el primer capítulo, justamente, se proponen algunos lineamientos respecto de un
modo de entender a la Psicología Social como un ámbito amplio y controversial,
puntualizando aspectos vinculados con su génesis, desarrollo y transformaciones. El
foco está puesto en desplegar la dimensión histórica en Psicología Social, desde
perspectivas meta-teóricas, teóricas y metodológicas. La concepción de una Psicología
Social Histórica expone la intrincada relación entre estructuras subjetivas e historia, la
que se entrama en los diferentes procesos y productos psicosociales que se estudian.
Más puntualmente, se revisan algunos fundamentos para una Psicología Social Histórica
y se articula la historia de la psicología con la psicología de la historia desde una
posición que refiere a la filosofía, a la sociología del conocimiento y al resto de las
ciencias sociales con las que se dialoga.
Así como no existe una única Psicología Social, tampoco hay una única Historia. En el
capítulo dos se describen múltiples memorias, por eso es posible plantear una historia
de la memoria y todo un abanico posible de memoria(s), sin por ello dar por agotado el
tema. Es notable la porosidad que presentan las fronteras entre memoria social,
individual, historia oral e historiografía, hasta el punto de encontrar solapamientos.
En el capítulo tres se desarrolla el concepto de paradigma de Kuhn por haber puesto en
cuestión la relación entre producción de conocimientos científicos y verdad; así como el
debate entre perspectivas realistas y construccionistas. Al mismo tiempo se introduce la
articulación entre conocimiento y poder, y se propone una reflexión sobre los
dispositivos autoritarios en el campo científico y sus efectos en la vida cotidiana de las
personas.
Psicología Social Histórica
Margarita Robertazzi y Lidia Isabel Pertierra
“En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente ‘el
otro’, como modelo, objeto, auxiliar, o adversario, y de este modo, la
psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología
social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado”. Sigmund Freud,
1921.

En la denominación Psicología Social ya se pone de manifiesto la unión entre dos


disciplinas, Psicología y Sociología, por lo que podría parecer casi una obviedad insistir
en afirmar que ambas son indispensables para comprender de qué trata la cuestión en
este campo del saber. Sin embargo, hay discrepancias respecto de esta afirmación
inicial, pues abundan múltiples modos de concebir su campo, llegando al extremo de
que algunas de las versiones excluyen una u otra vertiente: ya sea la psicológica o la
sociológica, aunque de modo especial a la segunda.
Álvaro y Garrido (2003), con la finalidad de ejemplificar la arbitrariedad que conllevan
las reconstrucciones de los orígenes de las disciplinas científicas, refieren que Gordon
Allport definía la Psicología Social como un fenómeno característicamente
norteamericano, una rama de la Psicología General y un producto del positivismo de
Auguste Comte. Más actualmente, Turner (1996, p. 4) plantea que la disciplina “[…] es
una de las ramas fundamentales de la moderna ciencia de la Psicología”, puntualizando
además que la Psicología es la ciencia de la mente, mientras que la Psicología Social es
la ciencia de los aspectos sociales de la vida mental.
Por tal razón, se hace necesario explicitar el modo de concebir la disciplina que aquí se
adopta y que se define, en coincidencia con Torregrosa (2006), como un campo que
comparten Psicología y Sociología, en relación con su origen, su desarrollo y su
situación actual. El autor citado atribuye a las luchas corporativas, y –podría agregarse-
a la disputa por mercados epistémicos, el intento por excluir a uno u otro polo. Es


Gordon Allport (1897-1967), nacido en Estados Unidos, escribió en la década de 1950 uno de los
iniciales manuales de Psicología Social: Handbook of Social Psychology. Sin embargo, su nombre está
asociado al desarrollo de la Psicología de la Personalidad. Se suele decir que tomó como modelo el
camino de su hermano mayor, Floyd, quien fue un relevante psicólogo social. Un dato digno de mención
es que, por su rol en la American Psychological Association, se ocupó activamente en obtener ayuda para
recibir a los psicólogos europeos que, durante el nazismo, estaban obligados a dejar sus países y buscar
refugio en América. Interesado en los problemas psicosociales escribió, entre otras obras, un libro ya
clásico denominado La naturaleza del prejuicio, donde estudió la discriminación hacia judíos y negros, la
que atribuyó a “temores imaginarios”. Es llamativo advertir que un autor preocupado por estudiar tales
temas finalmente excluya de la Psicología Social a una de sus perspectivas.
posible señalar, entonces, que la práctica de la exclusión, ya sea en un campo científico,
o en cualquier otro ámbito, está siempre asociada a las relaciones de poder.
Psicología, Sociología y Psicología Social surgieron como disciplinas científicas para la
misma época; fueron un producto de la Modernidad. Galtieri (1992), procurando
despejar la creencia generalizada acerca de una supuesta novedad de la Psicología
Social, sostiene que el espacio epistemológico en el que se ubica tiene ya más de un
siglo, como las demás ciencias sociales. Es, entonces, un producto del siglo XIX, más
específicamente de la segunda mitad, un momento sociohistórico en el que individuo y
sociedad se convirtieron en objeto de reflexión científica y en el que se formularon
problemas intersubjetivos y sociales de mucha riqueza. Si bien fue en tal época cuando
dichos problemas tomaron la forma de un discurso científico similar al actual, el interés
por formularse preguntas y reflexionar al respecto puede extenderse a la historia de la
humanidad, aunque de modo diferente, según las culturas y según las épocas.
Múltiples referentes de este campo del saber acuerdan en que no existe una única
Psicología Social, pero, en tanta diversidad, es posible considerar que algunas de sus
versiones son preferibles a otras, lo que dependerá de quien(es) haga(n) la apreciación.
En tal marco, se explicita aquí la preferencia por posturas no excluyentes, al
compararlas con otras que intentan legitimarse y adquirieren hegemonía a través de
dispositivos autoritarios (Ibáñez, 2001).
En la historia de la Psicología Social, es posible advertir que algunos autores señalaron
su complejidad, aventurándose en el terreno de la multirreferencialidad y la
interdisciplinariedad. Entre ellos, tempranamente, Newcomb (1964) la concibió como
un campo de confluencia. Posteriormente, otros autores la describieron como espacio
instersticial o transdisciplinario; ámbito de entrecruzamiento de disciplinas, o de
discursos y/o prácticas.
La particular combinatoria metadiscursiva, teórica y metodológica que los
representantes destacados atribuyen al campo es heterogénea, según los
posicionamientos en el marco de las disciplinas, las instituciones educativas y
científicas a las que pertenecen y las épocas en las que produjeron sus obras. Newcomb,
hacia 1950, sostenía que la vida de las personas tiene que ser estudiada tanto en sus
aspectos individuales como en los colectivos, lo que hacía necesario complementar los
estudios psicológicos con los sociológicos, sin dejar de lado los de la Antropología
Cultural y los aportes del Psicoanálisis, especialmente los posfreudianos. Su campo de
confluencia era una articulación en la que proponía integrar las perspectivas de diversos
autores: George Mead, Kurt Lewin, Muzafer Sherif, Margaret Mead, Karen Horney,
Erich Fromm y Harry Sullivan. Una tarea ardua y compleja, dado que algunos de ellos
presentaban posturas que poco armonizaban entre sí.
Más actualmente, algunos representantes del Interaccionismo Simbólico Crítico, tales
como Lindesmith, Strauss y Denzin (2006, p. 3), al ubicar a la Psicología Social entre
las disciplinas humanísticas, la caracterizan como “[…] un campo interdisciplinar
situado a medio camino entre la psicología y la sociología, [ocupando] un lugar central
en los límites que separan la antropología, la historia y la literatura”. La perspectiva que
sostienen estos autores citados se vincula a los estudios culturales y pragmatistas, así
como a la filosofía social feminista.
Para no abundar en otras descripciones que seguirían mostrando diferencias de
contenidos y matices, interesa ya, desde ahora, explicitar las razones por las cuales en
esta cátedra se adopta la perspectiva de una psicología social histórica.
1. La Psicología Social Histórica
Con el fin de organizar la variedad de modelos coexistentes en Psicología Social puede
recurrirse a distintas categorías clasificatorias. Uno de los modos de hacerlo es apelar al
concepto kuhniano de paradigma y proponer la concepción de un campo
multiparadigmático (Galtieri, 1992; Malfé, 1987).
Como en cualquier programa de estudios, esta cátedra propone solo un recorte particular
y un ordenamiento posible en un campo amplio, sin la pretensión de abarcar el
conjunto. Diferencia en primer lugar tres paradigmas clásicos: el Interaccionismo
Simbólico, la Cognición Social y la Fenomenología, que se inician con el siglo pasado,
o durante sus primeras décadas. Presenta luego producciones más actuales, posteriores a
la crisis de las ciencias de las décadas del ‘60/’70, un momento de cambio social y
profundos debates acerca del modo de producir conocimientos, en el que se enfatizaba
la relevancia social de los estudios, lo que dio por resultado una Psicología Social más
amplia y plural. Para dar cuenta de la etapa actual, el programa propone estudiar el
paradigma de la construcción y la transformación críticas (Montero, 2004, 2006),
meta-discurso que admite como expresiones a la Psicología Social Latinoamericana y a
la Psicología Social Histórico-Psicoanalítica (Robertazzi, 2011). Esta elección
privilegia los conocimientos que se producen en la geografía y la cultura de América
Latina en general y de nuestro país en particular, en la medida en que pueden
convertirse en herramientas al servicio de investigar, comprender, interpretar, e incluso
transformar, los graves problemas que padecen nuestras sociedades.
Existen otras categorías que resultarían también fructíferas para ordenar la diversidad,
por ejemplo clasificar, delimitar y distinguir las psicologías sociales interpretativas y las
del cognitivismo social. Es posible, además, diferenciar aquellas psicologías sociales
que adoptan una lectura diacrónica de los problemas psicosociales que se estudian, en
lugar de otras cuya perspectiva es, contrariamente, sincrónica. Entre tales alternativas,
esta cátedra prefiere y propone las psicologías sociales histórico-interpretativas.
La Psicología Social Histórica tiene un referente actual prácticamente indiscutido:
Kenneth Gergen (1973), quien enunció que la Psicología Social puede considerarse
equivalente a una historia contemporánea. Desde su perspectiva, opuesta al principio de
unicidad de las ciencias, las ciencias naturales no eran un ideal a alcanzar por las
ciencias sociales. Como los fenómenos psicosociales son irrepetibles y se transforman
según las épocas, consideraba que no podía recurrirse a métodos supuestamente
objetivos, pues el conocimiento nunca puede trascender los límites de su tiempo. Para
este psicólogo social norteamericano contemporáneo, el conocimiento está construido
socialmente y anclado históricamente.
Pasar de una psicología social a una psicología social histórica supone y/o propone un
interés por registrar los cambios, las mutaciones, las sucesiones, las sustituciones. Según
Vernant (1965), la investigación histórica es la única capaz de explicar las
transformaciones, las innovaciones y las modificaciones estructurales en el seno de un
sistema. Para el filósofo e historiador de la filosofía, Mondolfo (1969), esos cambios
pueden ser sólo desplazamientos del centro de gravedad de las tendencias y aspectos
preponderantes en cada momento de la vida histórica, o llegar a ser cambios radicales
del sistema. La profundidad de los cambios dependerá del grado de tensión entre dichas
tendencias preponderantes y sus contrarias, en cada época.
De lo antedicho se desprende que se constituirá en una necesidad para la psicología
social histórica realizar un estudio profundo respecto de los cambios que registra, para
poder conocer de qué tipo de cambio se trata: si del desplazamiento de algunos
elementos, o bien de un cambio radical.
Para ilustrar este aspecto, se considerarán los aportes de Theodore Newcomb -uno de
los psicólogos sociales relevantes de la primera mitad de siglo pasado, miembro de la
comunidad científica de su tiempo- para analizar sus innovaciones, así como también
para conjeturar sobre las tensiones a las que eventualmente podría haber estado
sometido. Ya se ha señalado la complejidad y la riqueza del entramado teórico que
propuso como campo de convergencia de la Psicología Social; características de su
pensamiento que le permitieron elaborar el concepto de actitudes comunes, en el que
logra una muy interesante articulación entre aspectos individuales y grupales/
colectivos. No es un tema menor si se considera que lo más difundido acerca del
concepto de actitud fue su limitación por tomar en cuenta solamente los aspectos
individuales, por lo que las críticas fueron frecuentes y extendidas.
A pesar de ello, para elaborar conocimientos psicosociológicos, Newcomb recurría a la
perspectiva vigente del momento histórico en el que le tocaba vivir, por ejemplo utilizó
preferentemente escalas de actitud procesadas estadísticamente y mostró su adhesión al
paradigma de la Influencia Social, en el que eran dominantes las posiciones gestálticas
ahistóricas de Lewin y Sherif, en coincidencia con los intereses en juego de los grupos
científicos de su época. Sin embargo, sus estudios centrados en el concepto de actitudes
y sus eventuales transformaciones; en el Bennington College, una pequeña universidad
femenina; por extenderse a lo largo de cuatro años, lo incentivaron a realizar un
seguimiento y a apelar a otras técnicas para la elaboración de resultados. Consideraba
que, en el ingreso, las alumnas presentaron características bastantes conservadoras,
luego, en su mayoría, se fueron haciendo más liberales y cambiaron de modo notable.
Fue así que puso el acento en la atmósfera local liberal de esa institución educativa y
advirtió que aquellas jóvenes que alcanzaban posiciones de liderazgo encarnaban el
liberalismo como un valor que se tenía en alta estima. No obstante, las influencias no se
distribuían por igual y siempre existía un porcentaje de alumnas que no mostraban
cambios o que se resistían decididamente a ser influenciadas.
En su estudio, entonces, recurrió, además, a las entrevistas abiertas, las que
administraba al acercarse el momento de la graduación, comenzando con preguntas
generales: “¿En qué forma ha cambiado y cuánto diría usted que ha cambiado?” Así,
desde esta perspectiva complementaria y diacrónica, el autor comparaba dos narraciones
diferentes. Una de ellas era la de una destacada líder estudiantil cuyas actitudes eran
mucho menos conservadoras que al inicio de sus estudios: “[…] pienso que cualquiera,
líder o no, que entre realmente en contacto con los demás se hará liberal aquí. Con los
que no ocurre eso es porque no se pueden liberar de la dependencia familiar”. Luego
contrastaba la primera narración con el discurso de otra joven que no ocupaba
posiciones de liderazgo, en el que no encontraba cambios: “[…] sé que aquí lo que se
considera adecuado es que nos hagamos más liberales, pero siempre me han molestado
las expectaciones de la comunidad, de cualquier tipo que ellas sean” (Newcomb, 1964,
pp. 237-238).
Para este psicólogo social era tan necesario comprender las razones por las que las
actitudes no cambiaban como aquellas que abonaban el cambio. No se conformaba,
entonces, con el concepto de inercia, ni siquiera con el de hábito (su equivalente
psicológico), sino que se preguntaba por qué algunas viejas influencias todavía
persistían. Comprendía que no todas las influencias eran igualmente efectivas, dado que
las personas podemos seleccionarlas. Desde su perspectiva, consideró activas tanto las
influencias externas como las internas, en el sentido de determinar la persistencia así
como el cambio de actitudes; sin embargo lo que más le interesaba estudiar era el modo
en que los marcos de referencia (especialmente, grupos de referencia y de pertenencia)
de una persona determinaban la forma en que sería afectada por las influencias.
El modelo de investigación psicosocial de Newcomb parece señalar las limitaciones que
supone la matematización en un encuadre del aquí y ahora, a la vez que advierte la
relevancia de recurrir a la perspectiva histórica, aunque la denomine variables
intervinientes. De este modo se convierte en un claro ejemplo de los procesos de
compromiso y distanciamiento, o sujetamiento y de-sujetamiento de los representantes
de las ciencias sociales en torno al ideal conformado por las ciencias naturales (Elías,
2002; Robertazzi, 2011).
Tanto es así que algunos de los investigadores más actuales, representantes del campo
de las representaciones sociales (Farr, 1986), sostienen que su nueva teoría -al no
escotomizar los aspectos socialmente compartidos- debiera considerarse superadora,
desplazando entonces al estudio de las actitudes. Pero como los puntos de vista no son
unánimes -aunque algunos sean más difundidos y prestigiosos que otros-, para Billig
(1993), la diferencia principal entre los estudios sobre actitudes y sobre representaciones
sociales se ubicaría en la dimensión metodológica, dado que, en lugar de interesarse por
procesar estadísticamente las diferencias individuales, las investigaciones sobre
representaciones sociales se concentran en los aspectos comunes. Propone, como
novedad, estudiar las actitudes en su contexto retórico, dado que son primordialmente
posturas en términos de controversia pública, las que no pueden ser pensadas como
propiedades individuales del poseedor de una actitud. Según este autor, para que se
sostenga una actitud, el tema debe ser objeto de debate (la pena de muerte, la enseñanza
de religión en las escuelas, el aborto; difícilmente en esta época se sostendría una


Michael Billig es un psicólogo social británico contemporáneo. Pertenece al Discourse and Rhetoric
Group, del que también son miembros Derek Edwards y Jonathan Potter, entre otros científicos sociales
no menos influyentes.
actitud respecto de la redondez de la tierra). La actitud sería, entonces, tanto una postura
a favor como una en contra, porque quien la encarna no es un átomo social, sino alguien
que expresa un punto de vista socialmente compartido y a la vez socialmente dividido.
Su psicología social retórica sostiene que es muy viable investigar las actitudes
colectivas en su contexto argumentativo, es decir, tomando los temas y procesos de la
conversación argumentativa en donde dos o más personas exponen sus puntos de vista,
unos contra otros, lo que resultaría –a su juicio- más adecuado en el proceso de la
investigación que escuchar las respuestas a una entrevista, ya sea formal o informal.
La investigación de Newcomb, así como la reactualización que sobre el concepto de
actitudes colectivas hace Billig, son un estímulo para reflexionar sobre continuidades y
discontinuidades en el proceso de producción de conocimientos en Psicología Social.
2. Psicología Social Histórica en perspectiva psicoanalítica
Ricardo Malfé fue el promotor de la psicología social histórica en Argentina. Por su
formación rigurosamente filosófica, sus conceptualizaciones psicológicas enmarcaron,
siempre, cada teoría psicológica en el sistema filosófico del cual son herederas. Y como
todo sistema filosófico es una interpretación simbólica del espacio y del tiempo en el
que es concebido, ya puede vislumbrarse su vocación por lo histórico en las referencias
filosóficas a las que sistemáticamente remitió.
De profesión psicólogo, su vocación por lo social lo condujo a tomar como objeto de
sus investigaciones áreas tales como: las instituciones, el trabajo, el hábitat, a las que
enriqueció con articulaciones conceptuales originales y novedosas, y a las que consideró
de incumbencia para la práctica profesional de la psicología. Es así como sus
teorizaciones y sus interpretaciones, además de cimentar conocimientos sobre lo social,
también enseñan modos para el ejercicio de la práctica.
En relación con la subjetividad, tomó e hizo suya la definición de la misma como
modos de pensar, sentir y actuar de las personas, poniendo énfasis en los discursos, las
prácticas y los intercambios que se asumen y se despliegan en contextos mentales,
políticos y culturales, propios del tiempo en el que transcurren sus vidas.
La erudición de Malfé es una confirmación de que en la construcción de su pensamiento
sobre temas de subjetividad indagó en todos los campos del saber posibles,
interdisciplinariedad que da a sus conceptualizaciones tanto una gran riqueza como una
gran dificultad para apreciarlas en toda su extensión y profundidad. En este capítulo se
tomará sólo el hilo de su concepción histórica en la construcción de la subjetividad y la
promoción de una psicología social histórica.
Para este autor, desarrollar un punto de vista histórico fue abordar tanto lo subjetivo
como lo colectivo, desde la perspectiva de una “secuencia articulada de
transformaciones”. Rechazó siempre las cosmovisiones y visiones del sujeto sincrónicas
o cristalizadas, interesándose por los modos en que las mismas se trasmiten y se
transforman.
Por ello se preocupó por buscar qué movimientos de la historia concluyeron
constituyendo el sujeto de la modernidad, el yo de la Modernidad, lugar interno del
sujeto, donde se debate el gobierno de la autonomía con la instauración, también en ese
fuero interno, de las instituciones de control social.
Si bien coincide con Gergen (1973) en su interés por privilegiar la dimensión histórica
en Psicología Social, extiende esta concepción hasta abarcar otras épocas históricas, no
limitándose a la historia contemporánea.
En cuanto a lo colectivo, fundamentó sólidamente las bases para una psicología social
histórica, al incluir el concepto de Giambattista Vico (1725/1978) de “universales
fantásticos”, por encontrar en él una visión de la historia “[…] que reconoce un lugar
capital a los requerimientos del pensar fantasmático” (Malfé, 1994, p. 134). A la vez, en
los procesos históricos colectivos que tienen como eje la fantasía que Freud
(1921/1973) denominó “estructura libidinosa” conceptualizó una secuencia de
transformaciones que obedecen a una rigurosa lógica interna. Esta secuencia de
transformaciones de la estructura está constituida por enlaces fantasmáticos recíprocos.
En toda historia colectiva de distinta amplitud (grupo, institución, comunidad), una vez
instaurada la estructura libidinosa, momento de con-versión, su primer movimiento es
de sub-versión, equivalente a alianza fraterna-parricidio originario (Freud, 1913/1973).
El siguiente movimiento, ad-versión, combina lo anterior con la formación de bandos
antagónicos, equivalente a las guerras fratricidas. La continuidad de esta historia
colectiva podría encaminarse hacia dos desenlaces posibles: a) el colapso de la
estructura, retornando a la situación a-versiva, equivalente a la “guerra de todos contra
todos” (Hobbes, 1651/1978); b) un progreso hacia la diversidad conjunta, donde la
cohesión se sostenga en que cada diferencia presente en el colectivo represente valor
libidinal.
La verificación de que las primitivas formas de convergencia libidinal hacen presión
para reinstaurarse, lo mismo que sus inevitables consecuencias, llevan al autor a utilizar
la expresión viquiana “corsi e ricorsi” de la historia.
Asimismo también incursionó en las concepciones de la historia de las mentalidades,
pues dicha noción le brindó apoyo teórico y metodológico, para definir y poder abordar
con estrategias adecuadas, la producción histórica de subjetividades.
Recurrió a la metáfora de “capas geológicas” para ejemplificar que, ya sea en una forma
de subjetividad, o en una formación colectiva, se puede observar la superposición de
configuraciones anteriores correspondientes a otras etapas históricas. Sería, entonces,
un claro objeto de estudio de su psicología social histórica revelar lo que persiste en lo
que se ha transformado. Como prueba de la importancia que este autor otorgaba a las
transformaciones históricas, alcanzaría con revisar atentamente su prosa, en la que
aparecen con insistente recurrencia frases que aluden a la secuencia transformacional
mencionada y que bien podrían, a la manera de una brújula, guiar en la observación,
estudio e investigación de cualquier conflicto subjetivo e intersubjetivo, históricamente
situado, que se quiera conocer: “trabajo secreto de la historia”; “serie de fases que
periodizan una nueva historia”; “vicisitudes”; “la colectividad irá produciendo un
trayecto para sí”; “tiene una prehistoria”; “después de haber sufrido avances y
retrocesos”; “engendra un movimiento de transformación”; “a ese horizonte se
encaminan”, entre muchas otras de similar estilo.
Es por eso que -frente la idea freudiana1 que sostenía que finalmente habría solo dos
ciencias (Psicología, pura y aplicada, e Historia natural)- Malfé (1994) se preguntó si no
sería más correcto concebirlas como Historia Humana e Historia Natural.
Para profundizar en alguno de los pilares que sostienen a esta psicología social histórica
en perspectiva psicoanalítica, se seleccionan algunos autores -ya consultados por Malfé-
que proporcionan herramientas para entender los cambios sociales y subjetivos, al
mismo tiempo que ofrecen metodologías pertinentes para investigar esas
transformaciones.
2.1. Aportes desde la historia: La Escuela de los Annales
Para introducir el concepto de mentalidades, que -como ya se sugirió- guarda
semejanzas con el de subjetividades, se propone un texto en el que Duby (1992) relató
su propio recorrido, a lo largo de cincuenta años, entrelazado con la trayectoria de la
Escuela de los Annales y con el estudio de las mentalidades, lo que constituyó una
apertura a un nuevo campo de problemas dentro de la disciplina de la Historia.

1
Cf. Sigmund Freud (1923): Nuevas Lecciones Introductorias al Psicoanálisis, Lección XXXV, Obras
Completas, T. 3, Madrid, Biblioteca Nueva, p. 3204.
En su narración sobre la historia vivida y sobre los avatares de la disciplina en Francia,
este autor daba cuenta de las transformaciones que fueron ocurriendo en el oficio del
historiador, y en el conjunto de las ciencias sociales en general.
Su texto transmite un explícito reconocimiento hacia Marc Bloch y Lucien Febvre, los
fundadores de la revista Annales d'histoire économique et sociale2, pues fueron para
él un estímulo para realizar su propia investigación 3, al proporcionarle pistas claras para
realizar estudios culturales de las sociedades. Una de las principales características de la
revista fue presentar a la Historia como una disciplina en permanente diálogo con el
resto de las ciencias sociales: la Geografía, la Antropología, la Psicología Social, la
Sociología, la Economía.
Las enseñanzas de esos maestros permitieron a Georges Duby tomar distancia del
modelo de historia hegemónico de la época, por el cual la disciplina debía sostener la
apariencia de una ciencia exacta, subordinando la historia social a la económica y
relegando el estudio de la vida rural para concentrarse en la urbana. Por el contrario, los
primeros directores de la revista Annales lo incentivaron para aventurarse por caminos
novedosos en el diseño y la ejecución de su tesis, proponiendo enfoques y técnicas
metodológicas poco usuales, pero sumamente útiles para captar las actitudes mentales,
el espíritu de una época. Decía Duby que cuando Bloch quería comprender el
comportamiento de los soldados en el siglo XII, en su estudio sobre la sociedad feudal 4,
se enfocaba en la literatura de entretenimiento, en las canciones de gesta, en los libros
de caballería a los que recurrían esos hombres, dado que todos esos productos culturales
eran los que les proporcionaban modelos de conducta5.


Esa revista, que dio lugar a una escuela histórica, se fundó en 1929. Sus cambios de dirección y de
denominación fueron consolidando distintos enfoques (denominados generaciones) a lo largo del tiempo.
Georges Duby es un representante de la tercera generación. En el momento actual, ya se habla de una
cuarta generación, en la que Roger Chartier ocuparía uno de los lugares más destacados.
2
El relato de Duby comienza en 1942, momento en el que decide hacer su tesis doctoral y debe elegir el
tema -la historia de la Edad Media, en los siglos XI y XII- comenzando una investigación que el autor no
considera concluida hasta el momento en el que se publicó el libro al que se está haciendo referencia en
este capítulo.
3
El relato de Duby comienza en 1942, momento en el que decide hacer su tesis doctoral y debe elegir el
tema -la historia de la Edad Media, en los siglos XI y XII- comenzando una investigación que el autor no
considera concluida hasta el momento en el que se publicó el libro al que se está haciendo referencia en
este capítulo.
4
El libro de Bloch, La sociedad feudal, produjo un gran impacto en Georges Duby.
5
Son notables las coincidencias entre la modalidad de trabajo que se describe con la que instrumenta
Enrique Marí en sus estudios sobre el Imaginario Social. Cf. Marí, E. (1993). Papeles de Filosofía,
Buenos Aires, Biblios; especialmente los capítulos “Racionalidad e imaginario social en el discurso del
orden” y El imaginario social en el Medioevo”.
Tanto Bloch como Febvre tomaban más datos de las obras literarias que de los mapas o
las estadísticas, con la finalidad de conocer la atmósfera mental, la historia de las
sensibilidades, de los olores, de los temores, en fin, el sistema de valores propios de una
época y que se hace observable a través del estudio de la vida cotidiana. En otras
palabras, aquello que resulta imperceptible para el contemporáneo de la época, pero que
sorprende al historiador que ya no pertenece a esa estructura mental o ambiente humano
que estudia (Ariès, 1988). Dado que cada momento histórico elabora su propia visión
del mundo, el interés de estos pioneros de la historia de las mentalidades fue conocer el
modo en que las maneras de sentir, pensar, obrar e imaginar de las personas comunes
varían6, por lo tanto la historia, desde esta perspectiva, siempre es comparativa.
A fines de los años ’50, el término mentalidades, utilizado inicialmente por Febvre,
resultaba adecuado para describir ese objeto de estudio, aunque posteriormente dejó de
usarse y fue cuestionado por su ambigüedad. Ese concepto ponía de manifiesto que no
era suficiente estudiar los factores materiales, sino que se trataba de ir más allá de las
cosas, captando la configuración de ideas que son propias de los distintos momentos
históricos “[…] y que gobiernan imperiosamente la organización y el destino de los
grupos humanos” (Duby, 1992, p. 100).
Las mentalidades son el conjunto borroso de imágenes y certezas no razonadas al cual
se refieren todos los miembros de un mismo grupo. Los investigadores que comenzaron
a trabajar desde ese enfoque buscaban el fondo común o núcleo a partir del cual cada
sujeto podría entonces imaginar y/o decidir. Consideraban que, en los distintos estratos
que componen una formación social, ese fondo común no era estable ni homogéneo.
Sin negar las determinaciones de las condiciones materiales, entendían que los juicios,
conceptos, creencias de las personas comunes son huellas, representaciones mentales,
que se trasmiten de generación en generación, justificando todo lo concreto de la
existencia, como las conductas y los temores. Lo que dichas representaciones pueden
expresar no era menos real para estos historiadores de las mentalidades que, por
ejemplo, una expedición militar.
Duby (1992, p. 102) insistió en “[…] la necesidad de preservar la unidad de la carne y el
espíritu, si queremos comprender el menor de los actos de un ser humano […] dado que

6
Para estos iniciadores de la Escuela de los Annales, así como para Duby, el foco de los estudios debería
apuntar a la visión del mundo de las personas corrientes, de las personas en sociedad, en lugar de
ocuparse de algunos seres excepcionales, tales como prelados, príncipes, generales o financistas.
no aceptábamos separarla de su cuerpo, tampoco consentíamos que se aísle a ese
individuo del cuerpo social al que pertenecía”.
2.2. Psicología histórica
Un importante antecedente para la construcción de una psicología social histórica está
constituido por los aportes de la psicología histórica, cuyo promotor en Francia fue el
psicólogo e historiador Ignace Meyerson (1888-1983), el que influyó de manera
directa en la obra de Jean Pierre Vernant. La mayor contribución de esta corriente son
los estudios sobre la subjetividad a partir de las creaciones humanas. Estos estudios
ponen el énfasis en la función mitopoiética del psiquismo humano7, función que, en
consonancia con un contexto, produce la obra creada. Para la psicología histórica, ese
contexto es siempre un contexto mental. Por eso las obras creadas por los seres
humanos deben ser consideradas como la expresión de una actividad mental organizada.
Vernant (1972) entiende por contexto mental un universo humano de significados:
categorías de pensamiento, utillaje verbal e intelectual, tipos de razonamiento, sistemas
de creencias, valores, formas de sensibilidad, modos de organización de la voluntad y de
la acción del sujeto. En esa solidaridad de las funciones psicológicas con el contexto
mental, afirmaba que la historia del hombre interior es solidaria con la historia de las
civilizaciones y es así que el historiador del hombre interior coincide, para él, con el
psicólogo.
La monumental transformación del espíritu humano que se produjo en Grecia en el siglo
V antes de Cristo, tanto en la constitución de un nuevo sujeto, como de una nueva
sociedad, se convirtió en foco de interés para este autor y para otros helenistas.
Estas mutaciones se produjeron, cuando, con el derrumbe de la cultura micénica, no
sólo se destruyó un tipo de monarquía, sino toda una forma de vida social que había
tenido su centro en el Rey y en el palacio. El hombre griego, frente al hundimiento del
sistema micénico, modificó su universo espiritual y sus actitudes psicológicas.
La desaparición del Rey (Edad Media griega) generó una doble innovación: 1) la
institución de la ciudad, polis, centrada en el ágora, donde se promovía la palabra como
arma política y el debate público entre ciudadanos definidos como iguales; 2) el
nacimiento del pensamiento racional; la razón griega, desprendida de la mentalidad


Aunque nació en Polonia, Ignace Meyerson desarrolló su trayectoria académica en París. No
solamente influyó en Vernant, sino que también en los historiadores de las mentalidades.
7
Capacidad para fantasear.
religiosa, establecía los fundamentos de una laicización del pensamiento político, el
advenimiento del Derecho y la Filosofía (Vernant, 1962).
En esa ciudad también se instauró en el sistema de fiestas públicas un nuevo tipo de
espectáculo: el Teatro, la Tragedia. El momento de la Tragedia en Grecia fue aquel en
el que se abrió, en el corazón de la experiencia social, una fisura lo bastante grande para
que tuvieran cabida las tradiciones míticas y heroicas, por un lado, y el pensamiento
político y jurídico, por el otro. El objeto de la Tragedia era el hombre desgarrado que
vivía por sí mismo este debate y que tenía que orientar su acción en un universo todavía
ambiguo. En ese género teatral se confrontaban los valores heroicos, las antiguas
representaciones religiosas, con los modos de pensamiento nuevo, que señalaban la
creación del Derecho en el marco de la ciudad (Vernant, 1972).
Esa gran transformación es la que va desde las características del hombre homérico: sin
unidad real, sin profundidad psicológica, atravesado de impulsos súbitos de
inspiraciones experimentadas como divinas, en cierta manera extraño a sí mismo y a sus
propios actos; hasta las características del hombre griego de la época clásica y las
sorprendentes transformaciones de la persona, como el descubrimiento de la dimensión
interior del sujeto, el distanciamiento respecto del cuerpo, la unificación de las fuerzas
psicológicas, la aparición del individuo y de valores ligados al individuo, el sentido de
responsabilidad y de compromiso del agente con sus actos (Vernant, 1965).
Por eso, para la psicología histórica, no hay universo espiritual que exista al margen de
las diversas prácticas que el hombre despliega y renueva, en el campo de la vida social y
cultural. Entonces, las investigaciones del hombre interior, o de las dimensiones del yo,
se enriquecen de las distintas corrientes de la historia: historia social, historia del
pensamiento, historia de las ideas, historia del arte, entre otras. Estas corrientes
históricas están integradas a la historia de las mentalidades, con la cual la psicología
histórica es por su esencia convergente.
En síntesis, pensar en el hombre interior no fue siempre posible, dado que este
pensamiento no era propio del hombre homérico o de la mentalidad religiosa.
En la obra de este helenista, entonces, se encuentra ya la descripción de dos
mentalidades, la religiosa y la racional, que constituyen un importante antecedente
respecto del cambio de mentalidad producido en Europa por las dos grandes
revoluciones: la Francesa y la Industrial. Coincidentemente con ello, José Ortega y
Gasset se interesó por el pasaje de la mentalidad religiosa de la Edad Media a los inicios
del pensamiento científico-racional y técnico de la Modernidad.
2.3. Bases filosóficas para una psicología social histórica
José Ortega y Gasset (1883-1955) calificó su filosofía como perspectivista8 y racio-
vitalista, entendiendo por vitalista que el conocimiento, aunque siendo racional, está
arraigado en la vida.
Para este filósofo español, la vida de cada cual es la existencia particular y concreta que
reside en circunstancias, haciéndose a sí misma y orientándose hacia su propia
mismidad y destino. Es la realidad más radical. Por eso, la vida es drama, es realidad
biográfica y, por lo tanto, el método para acercarse a ella es la narración. La vida no es
sólo el sujeto, sino que es el drama de ese sujeto; el drama acontece, pasa, es lo que le
acontece al protagonista.
El hombre -pensaba Ortega- es una realidad que tiene que usar la razón para vivir; vivir
es tratar con el mundo y dar cuenta de él de un modo concreto y pleno. El hombre es
una pantalla que selecciona las impresiones y lo dado. En su perspectiva, el hombre,
más que tener una naturaleza, tiene una historia.
La sociedad, o mundo social, es el elemento en el que el hombre vive, que ejerce
presión sobre él por medio de usos, costumbres, normas. Esta presión tiene una doble
característica: nos ayuda a vivir y, a la vez, nos oprime.
Para él, la vida presenta dos dimensiones: 1) su dimensión primaria, vivir es estar yo, el
yo de cada cual y 2) averiguar la circunstancia.
En 1914, formuló su tesis filosófica según la cual yo soy yo y mis circunstancias, si no
la salvo a ella, no me salvo yo.
Pensar la circunstancia, decía, es interpretar el contorno, mundo o universo, que da la
solución intelectual con que el hombre reacciona ante los problemas dados, es decir el
pensamiento de su época. El mundo histórico es la vida de un hombre trabada con la
vida de otros hombres, o sea que cada vida está sumergida en determinadas
circunstancias de una vida colectiva, la cual tiene un repertorio de convicciones, con las
que, quiera o no, el individuo tiene que contar: ese mundo de las creencias colectivas,
se suele llamar las ideas de la época, o el espíritu del tiempo, y están ahí.
Se interesó por Galileo por ser iniciador de la Edad Moderna, porque dio a la
civilización la característica de regirse por la ciencia exacta de la naturaleza y la técnica,

8
El término perspectivismo fue acuñado por Gustave Teichmüller (1882) para significar la posibilidad de
considerar una cosa y el mundo desde diversos puntos de vista, de tal manera que cada punto de vista sea
único e indispensable.
propias de la Modernidad. Galileo encarnó la vida de un hombre, construyéndose entre
el fin de una era y el comienzo de otra.
Para la filosofía de Ortega, la historia no es una simple averiguación de lo que ha
pasado, sino la investigación de cómo han sido las vidas humanas en cuanto tales. La
historia es hermenéutica, interpretación, lo que quiere decir inclusión de todo hecho
suelto en la estructura orgánica de una vida.
El método histórico que fija este filósofo contempla tanto el estudio de una época, como
la idea de generación. En tanto el estudio de una época delimita: 1) hacernos cargo, en
rigurosa forma, de cómo era ese sistema de vida que abandonamos, 2) qué es eso de
vivir en crisis históricas, 3) cómo termina una crisis histórica y se entra en un tiempo
nuevo.
Así lo hizo el autor, analizando las características de la Edad Media en la que vivió
Galileo y los rasgos de la era nueva, a la que el mismo Galileo ayudó a advenir.
La idea de generación, recurre a algo tan visible como es que, en toda etapa, conviven
seres humanos de distintas edades, lo cual es el hecho elemental de que una vida
humana, por su esencia, está encajada entre otras vidas anteriores y otras posteriores.
Revisó otros autores que reflexionaron sobre el tema de las edades y encontró que la
mayoría coincidían en afirmar tres o cuatro edades, como Aristóteles (juventud, plenitud
y vejez), o Petrarca (los viejos, los jóvenes, los muchachos) y entonces afirmó:
“[…] esto significa que toda actualidad histórica, todo ‘hoy’, envuelve en rigor tres
tiempos distintos, tres hoy diferentes, o, dicho de otra manera: que el presente es rico de
tres grandes dimensiones vitales, las cuales conviven alojadas en él, quieran o no,
trabadas unas con otras, y por fuerza, al ser diferentes, en esencial hostilidad […]
determina el dinámico dramatismo, el conflicto y colisión que constituye el trasfondo de
la materia histórica de toda convivencia actual” (Ortega y Gasset, 1947/1985, p. 20).
La idea de las generaciones convertida en método de investigación histórica exige fijar,
entonces, las edades y el tiempo de cada una de las mismas, dentro del drama histórico
que se estudie, pero –advertía- que era la realidad histórica -no nosotros- la que tenía
que decidir.
Así como Vernant se ocupó del cambio de mentalidad en Grecia, Ortega abordó, en el
texto En torno a Galileo, el modo en que, en el Renacimiento, se inició el cambio de la
Edad Media a la Modernidad, veinte siglos después.
2.4. Filosofía de la historia
Giambattista Vico (1668-1744), nacido en Nápoles, de habla toscana, profesor de
retórica, platónico, de fe católica y jurisconsulto, puede considerase el fundador de la
Filosofía de la Historia y un fuerte antecedente para los autores que se han presentado
en este capítulo9.
Vico (1948) delineó las bases de su pensamiento en su Autobiografía. Para estudiar los
orígenes de las costumbres humanas de los pueblos se valió de la Filosofía, con el fin de
explicar una concatenada serie de razones, y de la Historia, para explicar una serie
ininterrumpida de hechos de la humanidad.
Por considerar que la sabiduría vulgar es el sentir común de cada pueblo, que regula la
vida sociable de todas las acciones humanas, sostuvo que los historiadores deben narrar
las tradiciones vulgares, atentos a lo que el vulgo tenga por verdadero. Postuló la
necesidad de una Filología que, con carácter científico, articulara dos historias: la de las
cosas y la de las lenguas, para que desde la primera se pasase naturalmente a la segunda.
Para este autor, los principios del mundo de las naciones estaban en la naturaleza de
nuestra mente humana y en la fuerza de nuestro entendimiento. Cultivó la Metafísica
por encontrar en ella principios generales y porque le daba universalidad a su mente,
cuestionando, entonces, la filosofía de Descartes, pues entendía que su metafísica sólo
era físico-matemática y porque el método cartesiano desaprobaba los estudios
lingüísticos, de oratoria, de historia y de poesía. Al mismo tiempo, criticó la física
experimental por su alejamiento del ser humano.
Se lo considera un maestro de sí mismo, dado que desertó tempranamente de los
estudios académicos por concebirlos alejados del sentir común vulgar y porque
obstaculizaban en los jóvenes el arte de descubrir, por eso propuso estimular en ellos la
fantasía, la memoria, la inteligencia y el entendimiento. La fantasía con el estudio de las
artes; la memoria con el de la filología y la historia; la inteligencia con el de las
invenciones y el entendimiento con el de la prudencia.
Los estudios de los dogmas del derecho canónico, conforme a la Santa doctrina católica
de la Gracia (San Agustín), lo indujeron a reflexionar sobre un principio del derecho
natural de gentes que sirviese para explicar los orígenes del derecho romano y de todo
otro derecho profano.

9
Para presentar esta síntesis de un único aspecto de las obras de Vico que se indican en las referencias
bibliográficas se decidió mantener cierta fidelidad con el lenguaje que, tanto tiempo atrás, él mismo
utilizó.
Decidido a actuar en los tribunales, aprendió la práctica del foro, estudió a los
jurisconsultos romanos y por ello la lengua latina, por ser la que mejor definía el
nombre de las leyes.
Posteriormente, Vico dio un salto desde el Derecho a la Moral, pues, sostenía que,
mientras el Derecho es un arte de equidad natural, la Moral, enseñada por los filósofos
morales, es la ciencia de lo justo. Esa Moral procedía de verdades eternas dictadas por
una metafísica ideal para una justicia ideal. A partir de allí se despertó su propósito de
reflexionar sobre un “[…] Derecho ideal eterno que realizase en una ciudad universal el
designio de la Providencia, idea sobre la cual se fundaron todas las repúblicas, de todos
los tiempos” (Vico, 1948, p. 15).
Como profesor de retórica cultivó las letras. Estudió latín leyendo a los poetas latinos:
Cicerón, Virgilio, Horacio. Profundizando el estudio de los poetas, las fábulas y el
origen de las palabras del latín, encontró otros principios de la poesía y de la mitología:
las fábulas suministran significados históricos de las antiquísimas repúblicas, pues
contienen únicamente narraciones históricas, las que explican la historia de las
repúblicas heroicas griegas.
Sobre todos los pensadores, Vico admiró a Platón, Tácito, Francis Bacon y Hugo
Grocio. A Platón porque su metafísica contempla al ser humano tal y como debe
ser, porque afirma su sabiduría mezclándola con la sabiduría vulgar de Homero y
porque construye una ética sobre el hombre de ideas. A Tácito porque su metafísica
contempla al ser humano tal como es, y sus consejos conducen al hombre de conciencia
práctica. A partir de ellos gesta su proyecto de una historia universal de todos los
tiempos. A Francis Bacon lo admiró por ser un hombre de ciencia ideal y práctica, que
abarcó todo el saber humano y divino de su época. A Hugo Grocio porque ubicó en el
sistema de un derecho universal toda la filosofía y la teología.
De ahí, imaginó Vico un modo de estudiar, en el que todo el saber humano estuviera
regido por un solo espíritu en todas sus partes, en el que se diesen la mano todas las
ciencias, sin que ninguna fuera un impedimento para la otra. Es sumamente interesante
advertir que el pensamiento viquiano ya se oponía a las principales concepciones de la
Modernidad antes de que estuvieran sólidamente consolidadas.
En la elaboración de principios en los que fundamentar su perspectiva, Vico
(1725/1978) propuso una ciencia que sería la del derecho natural de gentes, tal como los


Jurista, escritor y poeta holandés que vivió entre los años 1583 y 1645.
juriconsultos romanos la definían, ordenada por la Providencia divina, con dictámenes
sobre todas las necesidades o utilidades humanas, igualmente observado en todas las
naciones.
Para sentar los principios de esa ciencia nueva, redujo a un estado de suma ignorancia a
toda la erudición humana y recurrió a la Historia Sagrada. Recorrió la historia de los
hebreos, griegos, egipcios, fenicios, asirios y confirmó constantes que todos los pueblos
gentiles tenían: 1) parecidos comienzos fabulosos; 2) convergencia por sentir la
existencia de una divinidad y 3) tendencias a conservar la memoria de sus costumbres y
4) máximas estipuladas en torno a gobernar y ser gobernados.
Encontró así distintas fases del sentir común ligadas a formas de gobierno: Repúblicas
Aristocráticas (de nobles por virtud heroica), Repúblicas Libres (ser iguales unos y
otros), Monarquías (señorear a los iguales) y Tiranías (ponerse debajo de los
superiores).
Descubrió que, sobre estas fases, se desplegó nuevamente, más tarde, toda la historia
romana antigua.
De los egipcios tomó la síntesis de que todos los tiempos transcurridos se dividían en
tres épocas, a través de las cuales pasaron todas las naciones (griegas, latinas, asiáticas),
que eran la edad de los dioses, la de los héroes y la de los hombres, a las que les
correspondían tres lenguas: 1) una divina (muda, de jeroglíficos o caracteres sagrados.
Sería la edad de los dioses que coincidía con el gobierno de las familias, de padres
regidos por los dioses, a la que correspondía el derecho divino expresado en la religión);
2) una simbólica (el habla heroica, metafórica, se correspondía con los gobiernos
civiles, reinos heroicos, gobernados por héroes, que coincidía con el derecho heroico,
situándose los héroes entre los dioses y los hombres) y 3) una epistólica (para hablar de
las ocasiones de la vida. Sería la edad de los hombres, de lenguas vulgares, que coincide
con los gobiernos monárquicos y populares. Le correspondía el derecho humano basado
en la concepción de la naturaleza humana igual para todos los hombres. Esta última fase
del derecho fue la que dio ocasión para que surgieran los filósofos).
Según Sorrentino (1946), para el filósofo de la Ciencia Nueva, la historia es lo cierto, a
través de la cual se realiza la psique, que contiene la explicación de la razón humana y
que se manifiesta en tres formas: sentido, habla y mente. Al sentido –cuerpo- le
corresponde la edad de los tiempos mudos; al habla, la edad poética, con el universal
fantástico o poético; a la mente, la edad de los pueblos civilmente maduros, con el puro
inteligible.
Para Vico, la historia en el segundo estadio, el de los héroes, es equivalente al mundo
poético. Es decir que los caracteres poéticos o fantásticos, lejos de ser creaciones
imaginativas vacías de realidad, son las formas necesarias, a través de las cuales se
manifiesta la historia misma, la historia viva y verdadera.
Estudiando la psicología de los pueblos, Vico encontró, en primer lugar, el trabajo de
las robustísimas fantasías, todas sepultadas en el sentir y, en consecuencia, la historia de
las funciones abstractivas más conforme a las sutilezas civiles.
3. Conclusiones
“Apréciase con ello, otra vez, la gran sagacidad de Vico, pues a
la vislumbre de esta última disciplina [Historia Humana], donde
Historia, Psicología y Ciencias de la sociedad y la cultura
podrían eventualmente confluir, no lo cabría –aún hoy- mejor
nombre que ciencia nueva”. Ricardo Malfé, 1994.

La denominación psicología social condensa el enlace entre el individuo y la sociedad,


mientras que la denominación psicología social histórica integra la articulación del
sujeto con la historia.
Para Hobsbawm (1994), los acontecimientos públicos dan forma al entramado de
nuestra experiencia vital tanto pública como privada. Este historiador británico, por
haber vivido en el siglo XX, asume que sus estudios tienen una dimensión
autobiográfica. Afirma, entonces, que los historiadores, como hombres y mujeres
partícipes de un tiempo y lugar concretos, no solo deben narrar los acontecimientos,
sino explicar por qué ocurrieron de ese modo, pues su tarea es recordar lo que otros
olvidan.
La Psicología Histórica se interesa por aquello que da origen a las mutaciones
intelectuales, estudiando para ello las formas de razonamiento, los tipos de discurso, los
valores, las sensibilidades y así se distingue de la Historia, por eso afirmaba Vernant
(2002) que su quehacer no era la Historia sino la Psicología. Por su parte, la psicología
social histórica estudia las formas de subjetividad, sus moldeamientos y sus
padecimientos, atendiendo tanto a su constitución como a su desarrollo: subjetividad en
movimiento. Al estudiar la subjetividad como trayecto se consideran siempre las
secuencias temporales que le dieron forma.
La fragmentación en disciplinas y la entronización de la razón, como principales
características del pensamiento de la Modernidad, empobrecieron los estudios sobre
formas de subjetividad e intersubjetividad. Por el contrario, la mirada histórica
integradora de todos los autores que se presentaron en este capítulo -aun con diferentes
puntos de partida- permitió arribar a conclusiones compartidas.
Ortega y Gasset extrajo sus conclusiones sobre la transformación de la subjetividad del
Renacimiento, centrando su atención en uno de sus grandes genios: Galileo.
Vico lo hizo estudiando al hombre en estado de selvatiquez, o en estado de naturaleza,
tal como está narrado en las fuentes religiosas de los pueblos, muy anteriores a la Grecia
Clásica y a Roma como cabeza de su imperio.
Vernant, coincidentemente, en sus estudios sobre Grecia, al investigar el nacimiento de
la ciudad y el advenimiento del pensamiento racional, reconstruyó el pasaje del hombre
religioso al hombre político y razonador, por lo que se apoyó también en el estudio de
los mitos10.
Duby consideró las historias privadas e íntimas para comprender la historia de grandes
sucesos de la historia social.
Una de las conclusiones compartidas consiste en el hallazgo de que todas estas historias
recorren secuencias constantes, que lo que se encuentra en el presente como forma
establecida es el resultado de un recorrido histórico individual y social. Estos recorridos
emergen tanto por sus retornos manifiestos, como por todos los vestigios o huellas del
pasado que se concentran en los discursos, las prácticas y los intercambios colectivos
del presente.
Al mismo tiempo, la vertiente psicoanalítica de la Psicología Social ubica a la
sexualidad, en un sentido lato, como motor de la(s) historia(s), complejizando las
interpretaciones de estas transformaciones y/o repeticiones de toda forma de
subjetividad (Malfé, 1994).
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10
Un mito es un relato que parece provenir del fondo de los tiempos, pues su existencia puede suponerse
anterior a que hubiera una persona para contarlo. Las condiciones de existencia y supervivencia del mito
son la memoria, la trasmisión oral y la tradición. Si bien hay una sólida relación entre poesía y mito, no
son idénticos, porque la narración mítica, a diferencia de la poética, siempre está en movimiento, pues
existen múltiples versiones. Cf. “Érase una vez… El universo, los dioses, los hombres”, de J. P. Vernant,
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La(s) memoria(s)
Alfredo Siedl
Justificación
La comprensión de los procesos de transformación y de la articulación de lo psíquico y
lo social es una herramienta indispensable en la formación de los futuros licenciados y
docentes en psicología, destinada al análisis del entorno del que forman parte y a la
búsqueda de una reflexión sobre la sociedad en la que están insertos. Un enfoque
multiparadigmático en psicología social supone una apertura hacia la mirada de otras
ciencias sociales, priorizando el conocimiento histórico, interpretativo y multicausal,
apoyado en la idea de conflicto, a través del accionar de diversos actores sociales, en el
tiempo y el espacio, considerando los cambios y las permanencias. En un entorno social
complejo determinado por valores, relaciones de producción y relaciones de poder, este
enfoque permite la comprensión de la naturaleza social del hombre y de la dinámica de
las sociedades que éste crea. Los procesos psicosociales son examinados desde la
perspectiva de los sujetos sociales que coexisten en relaciones conflictivas y que, más
allá de su intencionalidad, se convierten en agentes de cambio.
La bibliografía seleccionada por la cátedra de Psicología Social II, UBA, aborda
problemáticas regionales específicas (por ejemplo de América Latina) y confronta estos
conocimientos con los paradigmas clásicos hegemónicos en la psicología social,
estableciendo sus posibilidades de aplicación. Esta mirada espacial se completa con otra
temporal o histórica que hace eje en la crisis de los paradigmas dominantes en ciencias
durante la década del setenta (s. XX) y el surgimiento de los llamados emergentes. Todo
ello, regido por la búsqueda de eficacia diagnóstica y transformadora.
La búsqueda de la información, su análisis y procesamiento (el registro de distintas
fuentes) y su interpretación (la hermenéutica), es una necesidad del trabajo
universitario, y particularmente del trabajo de campo solicitado a los alumnos que
cursan la materia. Es necesario un distanciamiento crítico de los datos, especialmente en
el caso de fuentes de tipo informativo (por ejemplo los mass media) para comprender el
contexto de surgimiento de realidades complejas. La perspectiva histórica permite tal
mirada. Las nociones de secuencia, simultaneidad, larga duración (mentalidades),
duración media y acontecimiento, ayudan a conocer distintos fenómenos sociales, y a
quitarles muchas veces su carácter naturalizado; a desreificarlos (Berger y Luckmann,
1966).
1. Mentalidades
Si se observan los títulos de los ejes para los trabajos de campo que sugiere la
asignatura: “Transformaciones de la sexualidad y de la vida privada”; “Contextos
novedosos de resistencia a la exclusión: nuevos movimientos sociales”; Derechos
sociales y dignidad de la persona”; “Memoria Colectiva”, la temporalidad, la
continuidad y el cambio se hallan presentes. Los hechos sociales, las mentalidades,
cambian, tienen diferentes duraciones, temporalidades, y éstas son subjetivas, en tanto
los hechos sociales son psicológicos o mentales, según los entiende Marc Bloch y la
Escuela de los Annales. Hay duraciones cortas, medias y largas. Por citar un caso
probablemente conocido: el tiempo que va en Argentina de marzo de 1973 a marzo de
1976 es mucho más largo en términos históricos, en acontecimientos (no en términos
cronológicos objetivos), que el que va de marzo de 1976 a abril de 1982. Las biografías
individuales se inscriben asimismo en esas grandes líneas o hitos, por ejemplo la
guerra, para quien haya sido víctima de ella.
Las mentalidades, pensamientos de grupos amplios, implican cronologías
intersubjetivas. No debe extrañar que haya más de una en pugna en cierto momento. En
realidad, se trata de versiones del pasado, no verídicas, sino construcciones y
reconstrucciones. Los acontecimientos del pasado y las construcciones que, aunque no
sucedidas, se dan por ciertas, se someten a constantes reescrituras, olvidos y adiciones.
Un ejemplo muy ilustrativo lo proporciona Barry Schwartz (1990), quien relata cómo
fue variando el recuerdo colectivo de Abraham Lincoln entre 1865, año de su asesinato,
y 1909, el centenario de su natalicio. En el año de su muerte se escribieron artículos
donde se lo describía como a un “[…] niño guiado de la mano por su pueblo hacia las
tinieblas” […] demasiado blando y compasivo […] le faltaba voluntad para comandar la
guerra (de secesión)”. Muchos, confederados y abolicionistas, se alegraron de verlo
muerto, “[…] muriendo como murió, preservó su reputación” (p. 100), al tiempo que
ambos bandos hicieron propia la figura de Washington, los primeros en nombre de la
libertad, los segundos de la unidad, concluye Schwartz. El centenario de Lincoln parece
dar crédito a la teoría de las reuniones periódicas de Durkheim (1895), quien decía que
para retener a alguna persona en la memoria colectiva, la sociedad debe disponer de un
espacio físico, y especialmente de un calendario, para la contemplación común. Algunos
psicólogos han trabajado este campo de objetos de recuerdo, colectivos pero también
individuales, bajo el nombre de artefactos, haciendo referencia al impacto del mundo
material y de la iconicidad en la memoria personal y social. El Lincoln Memorial,
célebre monumento encargado en 1911, y construido en esa década, representa
materialmente el cambio de imagen ¿Cuál es la razón de este cambio? Según Schwartz
(1990, p 110):
“[…] las naciones poderosas no pueden estar representadas por hombres débiles; las
naciones democráticas no pueden estar representadas por hombres elitistas. Por este
motivo, la imagen de Lincoln fue forzada en dos direcciones opuestas: la majestuosidad,
autoridad y dignidad por un lado, y la franqueza, familiaridad y sencillez por otro”.
Vale decir, Lincoln introducía una imagen igualitaria de la que carecía Washington. De
ello habla Schwartz. No deja de ser significativo que Gore Vidal continúe en versión
novelística con una corriente para la cual el igualitarismo adjudicado a Lincoln llega a
su sexualidad. Como se ve, cada época aporta su propia cuota a la reconstrucción, y
ella se da en dos direcciones: hacia el pasado y hacia el presente.
2. De quién es la memoria. Por qué el recuerdo no es individual simplemente
Halbwachs (1950/2004) atribuye la formación de los contenidos de la memoria al grupo
o a la sociedad; la memoria tiene marcos sociales. Sigue en ello a Durkheim, aunque
este último le asignaba estructuras accesibles a la observación objetiva, mientras que
Halbwachs, cuando presenta el trabajo de recuerdo de la memoria personal, escribe en
primera persona, en estilo autobiográfico. Para acordarse, necesitamos de los otros, dice
ciertamente Halbwachs. Uno recibe de otro información sobre su pasado. Los primeros
recuerdos son esencialmente de los otros; la clase escolar es un lugar de desplazamiento
del punto de vista propio. Todo grupo asigna lugares y los otros se definen por su lugar
en ellos: el jardín, la casa, el patio o la vereda. Recordar es situarse en un punto de vista
de uno o varios grupos, o corrientes de pensamiento.
Si se sigue a Halbwachs (1950/2004), hay que renunciar a la cohesión del recuerdo, tan
del gusto de Dilthey (1900/2000), y a la idea de que lo que fundamenta su coherencia es
la unidad interna de la conciencia. Se trata de la denuncia de la posesión ilusoria del
recuerdo atribuida exclusivamente a cada sujeto singular. De todos modos, la
experiencia vivida y rememorada es parte cotidiana de nuestro pensamiento y de nuestra
identidad. ¿Cómo distinguir en ella lo que hace al individuo (o aun a una memoria
inconsciente, independiente de él para el psicoanálisis) y lo que se determina y comparte
socialmente?
2.1. Memoria individual
La identidad personal, la definición de uno mismo, es una construcción en la que
intervienen en partes variables la memoria y el olvido. Nietzsche (1887) definió al ser
humano como a un animal capaz de hacer promesas y mantenerlas en el tiempo. Claro
que para ello hace falta una capacidad inhibitoria que impida el retorno persistente del
tiempo pasado y su dominio presente. El hombre es también un animal que olvida
activamente ofensas y quejas11, pues “[…] sin capacidad de olvido no puede haber
ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún
presente […] Sólo el hombre que sabe olvidar puede realmente hacer promesas, porque
es señor soberano de su voluntad, y es capaz de inspirar confianza” (Nietzsche,
1887/1972, p. 66), pues no está dominado por el resentimiento y la culpa, las figuras
más horrorosas de la moral para el filósofo alemán. La fijación del sujeto en algún
momento traumático lo encadena a ese pasado, le niega su proyecto. Este tiempo
congelado es la definición sartreana de la muerte. A diferencia de este encadenamiento
mortal, la definición de Nietzsche hace al hombre responsable de sus recuerdos y de sus
omisiones; de su memoria.
Por su parte, el psicoanálisis trabaja el concepto de reelaboración, que da cuenta de esta
capacidad reflexiva y activa. Debe señalarse aquí que la concepción del tiempo para el
psicoanálisis es compleja, en tanto en el trauma el tiempo se repite, no pasa, y el pasado
se expresa bajo la forma de recuerdos encubridores. Ello no obsta la tarea psicoanalítica
de recordar, reelaborar y (re)construir la biografía individual. Además del olvido activo,
que puede contribuir tanto a la manipulación como a la responsabilidad y a la ética,
existe el olvido pasivo, padecido, la enfermedad destituyente, el Alzheimer (la pérdida
de la memoria por demencia senil). Luria (1987) presenta al soldado Zazetzky, herido
en la Segunda Guerra Mundial, que perdió toda su memoria de largo y mediano plazo.
Como en la película “Memento”, se veía obligado a escribir todos los días lo que le
sucedía para mantener en pie algo de su Yo, de su identidad perdida. En el mismo texto,
este autor menciona a S., un hombre que conservaba el recuerdo de todo lo que veía,
aunque no lo entendía12. Jorge Luis Borges, en su cuento “Funes el memorioso”,
sospechaba que el tal Funes no era muy capaz de pensar. El arte imita a la naturaleza.
La existencia de ambos polos presenta en la neuropatología lo que ya se había definido,
con Nietzsche, en la filosofía: el sujeto humano es un constructor de memoria. El
recuerdo, el pasado, no es un lugar mental que se conserva, o se pretende conservar,
11
Cf. también Mead, George. (1934). Espíritu, persona y sociedad desde el punto de vista del
conductismo social. Buenos Aires: Paidós, 1972.
12
Cf. también Sacks, Oliver (1985). El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Barcelona,
Anagrama.
inalterado (salvo en la melancolía, justamente una patología del pasado). La memoria no
reproduce, sino que produce el pasado. ¿Individualmente o socialmente? Cada uno lo
hace mediante referencias sociales, saberes, “[…] con la ayuda de datos tomados del
presente y compuesto por diferentes reconstrucciones realizadas en épocas anteriores en
las que la imagen de otro tiempo llega ya bien alterada” (Halbwachs, 1950/2004, p.
119).
2.2. Memoria colectiva
La memoria compartida a la que hace referencia Halbwachs (1950) supone una práctica
social de compartir significados, es una función simbólica. Al producirse la conquista
de México, uno de los signos de la decadencia azteca más dramáticos ocurrió cuando
los sacerdotes anunciaron que los dioses ya no hablaban. Un dios mudo sintetiza un
sentido comunitario perdido.
La memoria colectiva se sostiene en diferentes colectividades y depende de su vitalidad.
Es básicamente popular, compartida. Por ello siempre depende de la vida de sus
portadores, es decir, está sujeta al olvido, a la pérdida, al desmembramiento del grupo.
En un espacio urbano pueden coexistir varias. Por ejemplo, Bastide (1958) analiza la
supervivencia de la cultura africana en su trasplante forzoso hacia América Latina
mediante el candomblé, y también se puede pensar en los ritos religiosos umbandas. Es
decir, un grupo determinado mantiene su identidad colectiva en forma
contrahegemónica apelando a su memoria bajo la forma de la tradición. Similares
situaciones son descritas por Thompson (1984) cuando menciona cómo algunas
tradiciones populares inglesas populares reprimidas (la venta de esposas, el
skimmington o cencerrada) se mantuvieron durante siglos, e incluso se trasladaron a
EEUU. Contra lo que podría pensarse a simple vista, la venta de esposas en subasta
pública al mejor postor tiene un carácter paradójico: en algunos casos llegó a ser una
solución original para sectores populares que carecían de la institución del divorcio,
claro está, en matrimonios que ya estaban rotos de hecho, y donde muchas veces el
amante era el comprador. La investigación histórica nos muestra que la construcción
social de la realidad puede ser muy creativa.
2.3. Memoria nacional
Contrariamente a la anterior, la memoria nacional es hegemónica, estatal. Tuvo su auge
en el siglo XIX, el de máximo desarrollo del Estado-nación, de los imperialismos y,
evidentemente, de los nacionalismos. Mientras que para Halbwachs la memoria
colectiva es vivencial, particular, válida para aquellos que comparten los mismos
recuerdos, la memoria nacional trasciende las divisiones sociales, se supone que
pertenece a todos. “Veinticinco millones de argentinos jugaremos el mundial”, decía
una frase del proceso militar en 1978. La memoria nacional es ideológica, se impone, se
ritualiza en las fiestas patrias, es una tradición inventada (Hobsbawn, 1987), construida,
sí, pero por una instancia de poder. Tiene su panteón, su calendario patrio, su fuerte
imaginario social.
También pueden pensarse otras variantes de la memoria nacional. En tanto pueda
observarse que distintos gobiernos construyen panteones divergentes de héroes
contradictorios, no se puede hablar de un canon nacional (y popular). Efectivamente, en
el caso argentino, hay figuras (caso Julio A. Roca, por ejemplo) que son heroicas para
una memoria nacional liberal, e impugnadas por un revisionismo histórico (también
oficial, a su turno). Como distintos gobiernos se distinguen por sus preferencias
históricas, que pueden ser divergentes de las del Estado Nacional como tal, se podría
pensar en la coexistencia de más de una memoria nacional. Esta circunstancia no es
problemática, mientras se mantenga su rasgo esencial: ser una imposición desde arriba.
Ello no quita, desde luego, que esa imposición pueda generar identificación. La escuela
laica generada por la ley 1420 es un claro ejemplo de éxito en el proceso de
nacionalización en serie.
3. Historia de la memoria
La pedagogía masiva es un invento eficiente de los Estados nacionales. Es interesante
para una historia de la memoria que buena parte de su éxito se base en una
instrumentalización de técnicas memorísticas de la memorística artificial. Los
programas de educación memorística, adecuados a la memoria-hábito, la representación
constante de iconografías patrias, las canciones13, la distribución de premios y castigos,
las manipulaciones institucionales, generalmente producen y fijan los sentimientos de
obediencia pretendidos. Pero para una historia de la memoria lo primero que hay que
señalar es la novedad que presenta la situación actual, es decir que la mayoría de las
personas tenga memoria y que distintos colectivos sociales pretendan conservar sus
recuerdos, su identidad (Vernant, 2008).
3.1. Mnemosyné

13
Véase Marí, E. (1993): Papeles de Filosofía, Buenos Aires, Biblos y Baczko, B (1991): Los
imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visión.
.
Ello no sucedía en la Grecia Arcaica (siglos VIII al VI A.C.) donde los llamados
maestros de verdad (Detienne, 1967), funcionarios que tenían la única palabra
autorizada, eran escuchados por el pueblo: el rey (basileus, o tyranos), el adivino y el
poeta (aedo). La autoridad enunciativa era un asunto político, vinculado a un uso social.
La educación legitimaba la autoridad de los antiguos; transmitía las reglas de la
gramática y el cálculo, y también fábulas y poemas, canciones infantiles. Los poetas
memorizaban destrezas basadas en repertorios, listas de ítems, formularios, y los artistas
se entrenaban en la repetición. Esta técnica es el ars memoriae clásico.
Pero lo más interesante no es el uso político, que es muy claro, sino el de la memoria.
Lo primero que hay que considerar es que se trataba de sociedades orales-primarias, es
decir, ágrafas. Por lo tanto, el único portador de texto, por así llamarla, era la memoria
del sujeto. La memoria del poeta antiguo era infinitamente más eficaz que la actual. Las
culturas orales primarias, aquellas que no conocen la escritura, aprenden por medio del
entrenamiento, por una especie de discipulado, escuchando, por repetición. Por ejemplo,
el aprendiz de cazador acompaña al experto que le enseña, frecuentemente aplicando
proverbios o lemas. Esto hace que se privilegie el valor de la memoria y la relación
estrecha entre maestro y discípulo. En este sentido, la escritura independiza al lector
(antes oyente) del narrador.
En un discurso prealfabético la palabra tiene mayor valor de acción, y suele designar
tanto objetos como acciones sobre ellos. En este sentido, las palabras pueden indicar
sucesos, cambios, posiciones. Por eso la palabra primitiva era mágica, tenía un poder.
Poner un nombre (cosa que hizo Adán), designar una cosa, era apoderarse de ella.
Designar un "búfalo" no es ponerle una etiqueta (escrita), pues los nombres no se
pueden ver, sino apelar a una imagen: la pintura (rupestre) antecede en mucho a la
escritura.
¿Cómo se hace para recordar si no hay apoyo escrito?: mediante el ritmo, la melodía,
usando repeticiones y antítesis; usando fórmulas y marcos temáticos comunes (en La
Ilíada, la asamblea, el banquete, el héroe, su ayudante, la batalla); proverbios que todo
el mundo escuche de manera que vengan a la mente con facilidad ("fuerte como un....",
"el que se va sin que lo echen..."). Los refranes forman la sustancia del pensamiento en
las culturas orales. El intelecto se basa aquí en la memoria. Parry (1928) descubrió que
la Ilíada se memoraba mediante hexámeros, grupos de palabra. En los poemas
homéricos el poeta contaba con epítetos precisos para designar a Odiseo, Héctor,
Atenea, Apolo, que se ajustan exactamente en el metro, por ejemplo:
-metephé polymetis Odysseus (Así dijo el astuto Odiseo),
-prosephé polymetis Odysseus (Así se expresó el astuto Odiseo), expresión que aparece
72 veces en el texto.
En la línea de un proyecto de Historia de la memoria, Vernant (1962), Detienne (1967)
y Ong (1982), y anteriormente Parry, presentan las técnicas de memorización de obras
poéticas extensas, como es el caso de la Ilíada. Entre las técnicas señaladas por estos
autores se encuentran las psicodinámicas (Ong), por ejemplo el apoyo de las estructuras
sintagmáticas en tópicos o lugares comunes (podrían llamarse situaciones
paradigmáticas), por ejemplo la Asamblea, el Banquete, el Consejo, el Saqueo de los
vencidos. Vale decir, el poema homérico contiene tópicos que ayudan al recitador a
encontrar en esos lugares a los mismos personajes y situaciones. La métrica de los
poemas, la música, los topoi, ayudan a la memorización extensa.
Por su parte, Ricoeur (2000) vincula la memoria a la retórica “[…] que consiste
esencialmente en asociar imágenes a lugares (topoi, loci) organizados en sistemas
rigurosos, como en una casa, en una plaza pública, en un marco arquitectónico […] La
memoria artificial (artificiosa) consiste en lugares y en imágenes” (Ricoeur, 2000, p.
88). Los tópicos son los “lugares comunes” del lenguaje y de los sistemas de cosas
regularmente asociadas.
Aristóteles (348-322 A.C./1993) decía que es imposible pensar sin imágenes; la
mnemotécnica ofrece imágenes-tipo, y si son moralizantes, su valor paradigmático es
central. Podría pensarse en una determinación histórica de la tipología imaginativa, en
una línea similar a la señalada por Malfé (1994) cuando menciona los cripto-
argumentos o relatos míticos que tienen funciones de unificación fantasmática que
producen subjetividades estabilizadas y homogéneas.
4.2.1 Memoria medieval
Le Goff (1991) menciona un cambio en la memoria medieval: la cristianización de la
memoria, es decir su carácter litúrgico, circular, conmemorativo, a diferencia de la
memoria laica, débil y apenas constituida. Se celebraba más la memoria de los muertos;
se pedía por ellos. Este autor define al judaísmo y al cristianismo como a religiones del
recuerdo. Olvida hacer mención del Islam. Lo interesante del Antiguo Testamento al
respecto, es el deber de memoria: “Recuerda al Señor, tu Dios […] porque si olvidaras
al Señor, pereceréis” (Deuteronomio 18-19); memoria de las injurias de los enemigos,
dice Le Goff, y cita: “Recuerda qué cosa te hizo Amalec cuando saliste de Egipto […]
Cancela la memoria de Analec bajo el cielo, no te olvides de esto. Ve, pues y destruye
lo que tuviere, hombres y mujeres, niños y lactantes, vacas y ovejas” 14. Olvidar es
perecer; recordar, un deber.
Se entiende aquí la referencia a la memoria de un pueblo. La memoria individual tiene
un alcance más limitado. Desde la antigüedad las clases subalternas no poseían
memoria. En la Edad Media no puede hablarse con rigor de una memoria campesina, en
tanto no está documentada. Sí hay referencias textuales de memorias familiares de la
nobleza, llamadas genealogías, por fuera de la esfera religiosa. Duby (1997) reconstruye
cómo pensaban distintos grupos sociales la memoria de sus antepasados. Así descubre
que los antepasados hombres son más memorables que las mujeres, salvo cuando ellas
son de mayor estirpe que ellos. También aprecia que cuanto mayor es el poderío del
hombre que escribe su genealogía, más lejos llega. La memoria de un conde del siglo
XII abarca 200 años, la de un castellano, no más de 150, y la de un caballero apenas
sobrepasa el siglo. Pero el descubrimiento de Duby, el que le otorga sentido a esta
reflexión sobre la memoria genealógica, es que ella aparece escrita cuando cambia el
sistema político y de posesión de tierras: mientras que antes del siglo X el poder se
definía a partir de la cercanía con un líder, mediante relaciones directas de influencia y
preferencia, no se produjo una memoria de los antepasados. Ella surgió cuando el
feudalismo se hizo patrimonial, con reglas de herencia patrilineal. La herencia refresca
la memoria de los antepasados.
4.2.2 El hombre interior
Las Confesiones de San Agustín constituyen otro capítulo propio de la historia de una
memoria. La memoria, la mirada interior de San Agustín se orienta en el tiempo, en un
doble sentido, hacia la infancia, y desde ella. De todos modos, él desconoce la relación
entre memoria e identidad, que propuso Locke (1690) en el siglo XVII. No se trata de la
conciencia y del sí, sino del hombre interior que se acuerda de sí mismo, de la unión de
la memoria y el tiempo. “Yo, por mi parte, Señor, sufro acá abajo y sufro en mí mismo.
He llegado a ser para mí mismo una tierra de dificultad y de sudor. Pues no escrutamos
ahora las regiones celestes ni medimos las distancias siderales, sino el espíritu. Soy yo
el que recuerdo, yo el espíritu (Ego sum, qui memini, ego animus)” (San Agustín,
400/2002, X, 16, 25). Este párrafo se comprende mejor si se lo compara con los relatos
homéricos, carentes por completo de interioridad, y destinados a la narración entusiasta
de acciones, que se ponderan según su mayor o menor eficacia para transformar el

14
Cf. también Vidal-Naquet.
escenario bélico. El hombre interior, para Le Goff, prefigura al paciente psicoanalítico,
lo que también ha sido dicho por Foucault (1976; 1982).
Ni Platón ni Aristóteles se plantearon previamente quién recuerda antes de preguntarse
qué significa recordar. No pensaron la cuestión del yo, o de otra persona gramatical,
porque se ocuparon de la relación entre el individuo y la ciudad. No hubo en Grecia
sujeto interior, sino ciudadanos, relacionados por su amistad, su phillia. La escuela de la
mirada interior hizo aparecer el problema de la subjetividad y, posteriormente, en la
modernidad, el nacimiento de las ciencias humanas (lingüística, sociología, historia,
psicología) produjo su antítesis, en tanto postularon un sujeto colectivo, y la realidad
indudable de los fenómenos sociales. Para Durkheim (1895) la conciencia colectiva
tiene estatuto ontológico, y es la memoria individual la que deviene problemática.
4.3. Memorias modernas
La Modernidad fue una época de dilatación de la memoria (Le Goff, 1991). La imprenta
permitió una exteriorización, una objetivación extraordinaria de la memoria y de la
experiencia individual. Al mismo tiempo, perdió su importancia en la educación formal
universitaria. Se pueden mencionar, al respecto, la sátira contra la memorística, presente
en Moliere (El médico a palos) y la queja de Rousseau (Emilio): “Emilio no aprenderá
nunca nada de memoria, ni siquiera fábulas […] por ingenuas o encantadoras que
fueran”, indican una saturación contra el abuso de la educación memorística. Pero lo
que queda en claro es que en la posesión de la memoria se jugaba una pretensión de
figuración o ascenso social, al menos hasta la Ilustración.
La memoria moderna se alejó de los muertos, se hizo literatura. El siglo XIX produjo la
novela interior, burguesa, y el lectorado masivo, por primera vez, femenino. En el
mismo siglo aparecieron también los mass media y la fotografía, que contribuyeron a
una democratización de la memoria. Asimismo, en términos institucionales, se crearon
distintos almacenes de memorias: museos, archivos, monumentos, lugares
arquitectónicos y simbólicos.
Se ha asistido en este recorrido sucinto a un despliegue de la memoria desde la psiquis
del aedo aqueo hasta la proliferación de artefactos, soportes externos que multiplican
sus versiones y posibilidades.
5. La negación del recuerdo. La reescritura
La memoria social suele tener olvidos que luego también son olvidados como tales.
Sorprendería saber hoy día que, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, textos
canónicos sobre el genocidio nazi, como por ejemplo el Diario de Ana Frank, o Si esto
es un hombre de Primo Levi, no encontraron inicialmente ningún editor. El Diario de
Ana Frank fue rechazado por varias editoriales hasta encontrar una, que lo publicó con
otro título (La casa de atrás), y una designación como novela. Einaudi, editorial
italiana, recibió el manuscrito de Levi en 1946, y lo publicó en 1956, cuando encontró
que el tema del exterminio judío comenzaba a ser interesante para el mercado.
Por supuesto, el olvido es un mecanismo de defensa frente al suceso traumático. Pero
también existe 76el olvido social y su instrumentalización política. No se trata, por
ende, de un mecanismo inconsciente. Lo que se señala como ejemplo es que, hasta lo
que parece más obvio, la muerte de millones de seres humanos, puede ser minimizada.
Es lo que se conoce como negacionismo.
Por empezar, nada es tan obvio que se imponga por sí mismo, ninguna masacre. El
historiador alemán Meding (1992/1999, p. 203) afirma que, al final de la Segunda
Guerra Mundial, los alemanes que vivían en Polonia y Yugoslavia fueron expulsados
hacia Occidente, y que “[…] millones de ellos murieron en las caravanas”. Una solución
étnica más para un problema político. No hubo, hasta el momento, representación social
que coloque a los volkdeustche, alemanes sin territorio, en el lugar de víctimas,
probablemente debido al crimen nazi previo. Éste es un ejemplo de que la envergadura
de un hecho no supone su publicidad. La muerte de millones de ucranianos durante el
stalinismo es un tema que creció luego de la desaparición de la URSS en 1991 y la
proclamación de las repúblicas de Ucrania y Armenia, entre otras. Ocurrió en 1932-33 y
no se difundió sino hasta mucho después. El reconocimiento de las muertes armenias
sigue siendo, un siglo después, un capítulo sin solución a la vista. La tentación de la
desaparición masiva, con su correlato de olvido, es una amenaza insidiosa.
Un análisis interesante acerca del uso del olvido y de la re-elaboración histórica, es
decir de los usos sociales de la memoria, puede hacerse en la comunidad alemana desde
1945. El período inmediato posterior al III Reich se forjó bajo el término de la culpa
colectiva alemana (la schuldfrage), que, para Jaspers (1948), es de índole criminal,
política, moral y metafísica (ontológica, cuando se deja de reconocer la humanidad del
otro). Bajo este estigma moral y metafísico, se ha concebido la excepcionalidad de
Auschwitz. En la década de 1980 ocurrió un giro interpretativo original, y una querella
única (la Historikerstreit) que involucró a la élite intelectual alemana, política,
académica, y a la gran prensa. Por un lado, Ernst Nolte afirmó en 1987 que el genocidio
nazi, fue el acto final de la guerra civil europea de 1917 a 1945, entre los bolcheviques
y los nazis. No negó los crímenes nazis: afirmó que no fueron únicos, sino la respuesta
alemana al Gulag soviético y a la muerte de los kulacs ucranianos. Dos años antes, en
1985, el presidente norteamericano Ronald Reagan había hecho un homenaje en el
cementerio militar de Bitburg a los militares norteamericanos allí enterrados… ¡y a un
grupo de hombres de las SS! En esa época neoconservadora, de guerra fría antisoviética,
algunas posiciones se acercaron. Nolte escribió por entonces quejándose del pasado que
no quiere ser olvidado. El filósofo alemán Jürgen Habermas se enfrentó a esta tesis
revisionista fundando el patriotismo federal alemán en la constitución (de 1949) y en la
democracia.
La querella fue amplia y se diseminó en Europa. No se trata aquí de seguirla
minuciosamente, sino de dar un ejemplo acerca del modo en que la historia colectiva se
reinterpreta y se discute según las necesidades y contextos de época. Incluso en las
últimas dos décadas hubo intentos por encontrar algunas matizaciones que podrían
resumirse en la hiperbólica frase los alemanes (y, como pronto se verá, las alemanas),
fueron víctimas del nazismo (sic), es decir, de una camarilla. Algunos productos
culturales de esta óptica son las conocidas películas de Oliver Hirschbiegel “La caída” y
“El experimento”; la película sobre Sophie Scholl, y también la tesis de la feminista
Gisela Bock, para quien las mujeres alemanas fueron víctimas del nazismo.
También se han escuchado voces que condenan cierto uso instrumental de la Shoa
“como para ejercer presión sobre la diáspora y hacer que siga las inflexiones de la
política israelí”, con lo cual, afirma Vidal-Naquet, (1994), nazis y árabes quedan
imaginariamente relacionados. Considerando este planteo, es interesante el fenómeno de
que, en un conflicto dual, una de las dos partes, una nación, pueda no ser vista. Es lo
que sucede con el pueblo palestino para la opinión pública norteamericana, según el
lingüista Noam Chomsky (2004), quien sugiere que en el conflicto palestino-israelí la
opinión pública norteamericana y los mass media se identifican con un solo alter ego,
vale decir, que nadie de los poderosos de Occidente se pone en el lugar del ego
palestino. Y éste es un ejemplo interesante si se toma en cuenta el tema de la memoria
hacia el futuro, y la posibilidad de una interpretación diferente: sin perjuicio de luchar
contra el antisemitismo, la de empezar a nombrar también al antiarabismo, porque ésta
puede también ser su época.
5.1. La memoria pasteurizada
EEUU, el país que no quiere saber nada con la historia15, es el que produce mediante
distintos artefactos: películas especialmente, también todo tipo de íconos, parques
temáticos, disneyworld, memoriales; una memoria social divertida, triunfal, no
conflictiva, edificante. Se trata, en suma, de una memoria de tipo industrial, si por ella
se entiende a la industria del espectáculo. Cada vez más consumidores de historia, y por
ende de memoria, aprenden del pasado por medio de la imagen mediatizada. Y éste es
otro tópico de interés y otro uso de la memoria.
Lo llamativo del modelo americano es que constituye una vía original de construcción
de una memoria histórica. Algunos imaginarios sociales sustentan la idea de que el
futuro, el cambio, y las vías pragmáticas para obtenerlo, se consiguen a expensas del
pasado, de la tradición. Desde fines del siglo XVIII, el característico aislamiento de
EEUU respecto de Europa se complementó con un mito neo-bíblico: el de América
como tierra prometida por Dios para el homo faber, el hombre que desplaza la frontera y
lleva consigo la libertad como su destino manifiesto. Los mitos fundantes se proyectan y
legitiman el presente de las naciones.
Con el inicio del siglo XX, y de la sociedad de masas, el cine se convirtió en un medio
de difusión de la memoria nacional. La película “El nacimiento de una nación” de
David Griffith la describe en lenguaje cinematográfico. Peter Burke (2001) indica que
ya en 1916 se publicó en Inglaterra un libro llamado The camera as Historian, y define
al realizador cinematográfico como historiador; los hechos sociales llegan al espectador
mediados por el doble filtro literario y cinematográfico. Las películas contienen
iconotextos, por ejemplo su título, o la frase del comienzo de la película de Griffith: “El
dolor que el sur tuvo que soportar para que naciera una nación”, que orientan y
aleccionan al espectador. Esta película y “Lo que el viento se llevó” narran historias de
la Guerra de Secesión desde el sur blanco, dándole al espectador blanco la sensación de
ser testigo de los acontecimientos narrados. Hayden White (1988) inventó el término
Historiopothy para describir la representación de la historia en imágenes visuales y en el
discurso fílmico.
La reescritura de la historia es una constante fílmica norteamericana, por ejemplo, la
guerra de Vietnam, perdida en la vida real, puede adquirir un tinte heroico, y así
probélico, como en “Rambo”, o mantener una línea crítica ocasional (“Regreso sin

15
Henry Ford planteaba que: “[…] la historia es más o menos una tontería. Nosotros no queremos
tradición, queremos vivir el presente” (entrevista con Charles Wheeler en Chicago Tribune, 25/5/1916; su
frase “History is bunk” fue repetida en distintas ocasiones, junto con su conocido antisemitismo. Cf. El
judío internacional, forma parte de su “legado”).
gloria”). Asimismo, la memoria y la historia se hacen objeto de consumo “naif” en los
museos populares y en los parques temáticos. Los museos de cera son, en todo caso, un
producto barroco y extravagante, un extremo en la serie de las representaciones
iconográficas.
5.2. La memoria activa
Se puede encontrar en Aristóteles dos acepciones útiles de memoria: (1) la memoria
“dada”, la mnemé, es decir el recuerdo que se tiene del objeto que se nos presenta como
pathos impuesto, como evocación simple, o (2) como memoria activa, ejercida o
buscada: la anamnesis. En la anamnesis no hay evocación sino búsqueda, esfuerzo de
datación (Ricoeur, 2008), tiene una dimensión pragmática.
Por otro lado, Bergson distingue entre memoria-hábito y memoria-recuerdo. En el
hábito el tiempo está incorporado al presente, no marcado como pasado, mientras que
en el recuerdo sí está declarado. A la memoria que repite se opone la memoria que
imagina: “Para evocar el pasado en forma de imágenes hay que poder abstraerse de la
acción presente, hay que otorgar valor a lo inútil, hay que querer soñar” (Bergson, c. p.
Ricoeur, 2008, p. 45). Se plantea aquí la relación entre acción y representación. Cuando
la memoria es acción, ejercicio de memorización, nos hallamos plenamente en el ámbito
de las destrezas, en el campo de las costumbres sociales, de los habitus de la vida en
común ritualizados.
6. El enfoque pragmático: la memoria ejercida. Uso y abuso de la memoria
artificial
La anamnesis o memoria activa equivale al esfuerzo de memoria de Bergson y al
trabajo de rememoración de Freud. En la rememoración se dan cabida el enfoque
pragmático y el cognitivo, es decir, el esfuerzo y el reconocimiento.
Ciertamente, la memoria ejercida afecta la veridicción del recuerdo; el uso puede
implicar abuso. Ricoeur (2000) propone tres planos de abuso de la memoria natural: (1)
el patológico-terapéutico (memoria impedida); (2) el práctico (memoria manipulada) y
(3) el ético-político (memoria convocada abusivamente, cuando conmemoración rima
con rememoración).
6.1 Los abusos de la memoria natural. Nivel patológico: La memoria impedida
La patología de la memoria puede inscribirse en una investigación sobre el ejercicio
(tekné) memorial. Para ello, Ricoeur toma de Freud Recuerdo, repetición, reelaboración
y Duelo y melancolía. Freud encontró que en el trabajo psicoanalítico la interpretación
queda obstaculizada por la compulsión de repetición, resultado de la resistencia de la
represión; en ese caso, el pasaje al acto sustituye al recuerdo. También encontró que, en
algunos pacientes, en lugar del duelo adviene la melancolía, así como, en el texto
anterior, en lugar del recuerdo, adviene el pasaje al acto. En el duelo los recuerdos se
sobreactivan durante las esperas de la libido sobre el objeto perdido. Lo que lo
diferencia de la melancolía es que una vez terminado, deja al yo libre. El trabajo de
duelo es liberador como trabajo de recuerdo; el trabajo de duelo es el costo del recuerdo,
y recíprocamente, el trabajo de recuerdo es el beneficio del duelo.
¿Es legítimo trasladar a la memoria colectiva y a la historia la nosografía freudiana
antedicha? Freud postula un otro que participa de la novela familiar, y es el otro
psicosocial, y el de la situación histórica. Incluso Habermas (1981) consideró al
psicoanálisis en el campo de la comunicación en las ciencias sociales. Se puede hablar
asimismo de traumatismos colectivos, de heridas de memoria colectiva, de pérdidas de
poder, de territorio; de celebraciones funerarias colectivas. El duelo está a medio
camino entre la expresión privada y la pública.
Lo que celebramos habitualmente como actos sociales fundantes (la revolución, por
ejemplo, francesa/de mayo/norteamericana, etc.), aclara Ricoeur (2000), tienen su
origen en la relación de la historia con la violencia, en la guerra. A la celebración de un
lado corresponde la execración del otro. La paradoja demasiada memoria aquí, no
suficiente allí se deja interpretar bajo las categorías de la resistencia, socialmente
considerada, de la compulsión de repetición, y finalmente, se puede resolver en el
trabajo de rememoración.
El exceso de memoria se analoga a la compulsión de repetición, en tanto es una
memoria-repetición de celebraciones fúnebres. La poca memoria toma la forma de la
melancolía para unos, y de la mala conciencia para otros, según sean víctimas o
victimarios. Tratándose de las heridas del amor propio nacional se puede hablar, con
razón, de objeto de amor perdido (Ricoeur, 2000, p. 109).
En cambio, la memoria-recuerdo es crítica, trabajo de rememoración. Freud apela al
trabajo activo, al ejercicio de la memoria; el término trabajo indica que no sólo
sufrimos, sino que somos responsables de la reelaboración. Esa responsabilidad tiene un
componente social, si se sigue la línea trazada por Ricoeur.
6.2. Nivel práctico: La memoria manipulada
Ricoeur analiza la manipulación concertada de la memoria y del olvido de quienes
tienen el poder. Es una memoria instrumentalizada, una racionalidad según un fin y no
según un valor; una razón estratégica opuesta a la comunicacional propugnada por
Habermas (1981). Lo específico de esta manipulación es su cruce con el problema de la
identidad, colectiva y personal. ¿Qué hace que la identidad sea frágil?: su carácter
presunto, alegado, pretendido. El ¿quién (soy)? Se responde con una cosa: “Esto que
nosotros somos”. Se desplaza la fragilidad de la memoria a la de la identidad. Ella es
frágil porque está sometida a la permanencia del sí mismo en el tiempo. El desatino
identitario (Le Goff, 1991) consiste en el repliegue de la identidad ipse (el “self) sobre
la identidad idem (el semejante). Otra causa de fragilidad es la percepción del otro como
amenaza identitaria. Una tercera causa es la herencia de la violencia fundadora de la
comunidad, la que separa, además, a triunfadores y humillados.
6.3 La ideología
Entre la reivindicación de identidad y las expresiones públicas de la memoria se
intercala la ideología (Ricoeur, 1989). Tres son sus efectos: (1) distorsión de la realidad,
(2) legitimación del poder; (3) integración del mundo común por sistemas simbólicos.
La ideología es una empresa del poder, en tanto legitima la dominación (la Herrschaft
weberiana). La paradoja de la autoridad weberiana se encuentra en la vinculación entre
el requerimiento de legitimidad de una autoridad y la respuesta que encuentra en
términos de creencia. La ideología le añadiría una suerte de plusvalía a la creencia
espontánea. La ideología llenaría ese resquicio de credibilidad. Ricoeur toma el análisis
de Geertz (1973) sobre el valor de la retórica de los tropos: la metáfora, la ironía, la
paradoja, la ambigüedad, son estilos públicos que sirven a las aserciones de la ideología.
El análisis de la ideología se inscribe en la semiótica de la cultura. Estas retóricas
proporcionan la argumentación que eleva la ideología a plusvalía añadida a la creencia
en la legitimidad del poder.
Este análisis de la retórica está en consonancia con la noción de argumentación de
Malfé (1994). Por otra parte, también puede pensarse funcionando como un enchapado,
si se permite el término kleiniano, para rearticular, como un exoesqueleto, a las
identidades frágiles.
En el plano más profundo, el de las mediaciones simbólicas de la acción, la memoria se
incorpora a la constitución de la identidad por medio de la función narrativa, que
modela al mismo tiempo a los personajes o protagonistas de la acción, y a los contornos
de la propia acción. El relato, recuerda Arendt (1958), dice el quién actúa, selecciona y
posibilita la manipulación, y constituye una estrategia astuta de entrada al olvido y a la
rememoración.
Todo tirano necesita un sofista o un retórico. Relatos de fundación, de gloria y
humillación “[…] alimentan el discurso de la adulación y del miedo [historia autorizada,
institucional, celebrada; relato al servicio de un cierre de sentido identitario de
comunidad] Un pacto temible se entabla así entre rememoración, memorización y
conmemoración” (Ricoeur, 2000, p. 116). Estos abusos fueron denunciados por
Todorov (2000), precisamente en Los abusos de la memoria; el control de la memoria
para él no sólo es propio de los regímenes totalitarios, sino de todos los celosos de
gloria, pretensión de la que también participan los que se instalan en la postura de
víctimas, lo que genera una posición que deja al resto de la gente en posición de
deudores. Para Ricoeur, se trata de que la víctima sea señalada por aquel que no lo es,
en el sentido de Levinas (1983).
6.4 Nivel ético-político: La memoria obligada
La memoria en la terapéutica freudiana se vincula con un deber de decirlo todo, que
Ricoeur llama deber de memoria. ¿Qué les falta al trabajo de memoria y al de duelo
para igualarse con el deber de memoria?: el imperativo, exterior al deseo y sostenido en
un ideal de justicia. Se trata de la conjunción de la dimensión veritativa y de la
pragmática de la memoria. La justicia se dirige hacia el otro, el deber de memoria es el
de hacer justicia a alguien distinto de sí. Asimismo, se sostiene en la deuda con los
predecesores, esos otros que afirmaremos que ya no están pero que estuvieron. Un
tercer motivo del deber de memoria es la presencia actual de los otros que son distintos
de nosotros, como se ha mencionado con Levinas (1983).
El abuso posible de este deber ocurre con la reivindicación de las memorias pasionales,
heridas, que conminan a conmemorar a tiempo y destiempo. Ricoeur cita a Pierre Norá,
quien habla de la bulimia conmemorativa de nuestra época, haciendo referencia a un
modelo basado en los lugares de memoria, en la tiranía de la memoria.
Norá postula que “Sólo se habla tanto de memoria porque ya no hay memoria”
(c. p. Ricoeur, 2008, p. 519). En una época de final de ideologías-memoria que unían el
futuro proyectado con el pasado rememorado, de ruptura entre historia y memoria, la
historia se hace historiografía (crítica de la historia). El sentimiento de pérdida de la
memoria tiene su contrapartida en la creación del Archivo, esa institucionalización de la
memoria. “Archivad, archivad, que algo quedará”, dice Norá con sarcasmo. “Si
viviésemos todavía en nuestra memoria, no necesitaríamos consagrarle lugares”. Para
Norá la historia nacional dio paso a la memoria nacional; nación memorial en lugar de
nación histórica.
7. La atribución conjunta de los recuerdos.
Para Alfred Schütz (1962), la experiencia del otro es tan primitiva como la propia; no es
cognitiva sino práctica: creemos en el otro porque somos afectados por él. La
fenomenología de Schütz se dirige a la zona transgeneracional del recuerdo compartido,
del envejecer juntos. Esta memoria compartida escalona los grados de personalización y
de anonimia, entre los polos de un nosotros y el del se; los otros.
Entre la memoria individual y la colectiva existe el lugar de los allegados, que tiene su
propia memoria. Los allegados tienen una distancia particular entre el sí y los otros. Es
una variación de distancia, pero también de juegos de enunciación, de pasividad y
actividad, que hacen de la proximidad una relación dinámica, la de sentirse más o
menos próximo. Son los que añaden una nota a los límites de la vida humana, los que
celebran los nacimientos y lamentan las muertes cercanas. Mientras tanto, aprueban
básicamente nuestras existencias, como nosotros las suyas. San Agustín decía: “Esta
conducta espero del alma fraterna […] que cuando me aprueba se congratula por mí, y
cuando me desaprueba, se entristece por mí; y es que, me apruebe o me desapruebe, me
ama. Me manifestaré a gentes como éstas” (San Agustín, X, IV, 5-6). Este campo de
allegados es la trama de relaciones intersubjetivas cara a cara que Schütz indica como
las más significativas para la construcción del mundo significado intersubjetivamente.
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1199.
De la verdad científica al construccionismo social
Claudia I. Bazán y Pablo Espoille
1. Introducción
Este capítulo se propone contribuir a la comprensión del contexto que enmarcó el
cuestionamiento al positivismo hegemónico o dominante, a mediados del 1900; es decir,
lo que se llamó la crisis de las ciencias sociales.
Para entender el surgimiento de la crisis de las ciencias sociales y en particular de la
Psicología Social, un factor insoslayable es la concepción de Kuhn (1962/1995)
respecto de la ciencia. Con la introducción del término paradigma, revolucionó el
campo de la historia y la filosofía de la ciencia. Puso de manifiesto la relevancia que
tienen los factores sociales en el desarrollo científico. Para este autor, un paradigma
implica relaciones científicas universalmente reconocidas, es decir una serie de
creencias o acuerdos compartidos por los científicos que durante cierto tiempo
proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica.
Desde su perspectiva la actividad científica se sostiene sobre un cuerpo de
conocimientos teórico-metodológicos que permiten seleccionar, evaluar y criticar su
campo de acción. Contrariamente a lo que piensa el común de la gente, él afirma que, en
general, los científicos no son pensadores objetivos e independientes; más bien son
individuos conservadores que aceptan lo que se les enseñó y aplican su conocimiento
para resolver los problemas que dicta la teoría. Los científicos saben lo que quieren
descubrir y por lo tanto diseñan sus instrumentos y orientan su pensamiento para
lograrlo.
Kuhn escribió numerosos artículos y cinco libros, de los cuales el más conocido es The
Structure of Scientific Revolutions16, mientras estudiaba física teórica en la Universidad
de Harvard, Estados Unidos. El libro convocó muchos adeptos, pero asimismo generó
grandes controversias. En él, sostiene que la ciencia no es una acumulación lineal de
conocimientos sino más bien una serie de pacíficos interludios seguidos de violentas
revoluciones intelectuales, después de las cuales un mundo conceptual es reemplazado
por otro.
El desarrollo típico de una ciencia madura implica sucesivas transiciones de un
paradigma a otro, a partir de revoluciones. Cuando ocurre un cambio de paradigma, el
mundo científico cambia cualitativamente y se enriquece cuantitativamente,

16
La Estructura de las Revoluciones Científicas, publicado en 1962.
descubriendo hechos novedosos o elaborando nuevas teorías. Durante el período de
ciencia normal los científicos acumulan información detallada sobre un tema
determinado. Es un período rígido, en tanto no permite alejarse de los parámetros
fijados por la ciencia en ese momento. Los científicos ignoran los descubrimientos que
amenazan al paradigma vigente, que posibilitarían el surgimiento de uno nuevo. Por
ejemplo, Ptolomeo sostenía que el sol giraba alrededor de la tierra, y esta postura fue
sostenida durante siglos, a pesar de que había evidencia contraria.
Los períodos de ciencia normal no solo son rígidos, también son ciclos ricos que
permiten profundizar acerca de un tema, hacia el cual la comunidad científica
mayoritariamente dirige su atención. Es justamente, gracias a la acumulación de
información que se produce durante el período de ciencia normal, que en determinado
momento los científicos empiezan a percibir anomalías entre las teorías vigentes y la
naturaleza. Esto solo es posible en aquellos especialistas que conocen profundamente
los problemas y soluciones que propone la comunidad científica. Precisamente quienes
conocen la teoría a fondo pueden percibir anomalías en la misma y entonces el
paradigma entra en crisis. A partir de allí es posible rediseñar herramientas y teorías que
pueden llevar a la consolidación de un nuevo paradigma.
La crisis puede resolverse de tres maneras:
- El paradigma vigente demuestra ser capaz de resolver el problema que provocó el
conflicto y por lo tanto sale fortalecido. Se vuelve a la ciencia normal.
- El problema permanece y es catalogado como inabordable con las herramientas
existentes. Si bien se lo identifica, se posterga su resolución para el futuro, cuando haya
mayor desarrollo científico-tecnológico.
- En unos pocos casos, un nuevo paradigma ofrece respuestas convincentes y
comienza la lucha para que sea aceptado, de modo que finalmente se instale
estableciendo un nuevo período de ciencia normal.
Kuhn (1962/1995) argumenta que la ciencia no es acumulativa sino que el viejo
paradigma es reemplazado total o parcialmente por uno nuevo. Además, cuestiona la
postura popperiana de la falsación de las teorías científicas -según la cual una teoría no
puede ser verificada, sino tentativamente refutada- ya que para el autor la ciencia
normal se caracteriza por ser imperfecta e incompleta. Si lo que planteó Popper
(1935/1980) fuera verdadero, todas las teorías podrían ser refutadas todo el tiempo.
Otro elemento central del planteo kuhniano es que el progreso tecnológico y las
condiciones externas -como los acontecimiento sociales, económicos, políticos e
intelectuales, así como los incidentes personales e históricos- juegan un papel
significativo en el desarrollo de la ciencia. A pesar de que su análisis histórico no
reniega directamente de la verdad epistemológica, la primacía de una u otra teoría no
estaría determinada por cuestiones racionales, sino por condiciones sociales. La
experiencia que tenemos del mundo está condicionada, entonces, de forma radical por
nuestras teorías, que a su vez dependen del paradigma.
Quienes hacen ciencia comparten creencias metodológicas y teorías entrelazadas, a
partir de las cuales evalúan, seleccionan y critican los hechos. Es decir, el paradigma
define el objeto de estudio, la metodología para abordarlo y el basamento teórico desde
el cual se leerán los datos que estudie una comunidad científica particular. Cualquier
otra alternativa no será aceptada por dicha comunidad.
Con su concepción de paradigma, este autor quiebra la linealidad de la ciencia,
entendida como progreso o acercamiento paulatino a la verdad. La actividad exitosa y
creativa de la comunidad científica es lo que denominamos progreso. Sostiene que
debemos olvidar la idea explícita o implícita de que los cambios paradigmáticos sean
aproximaciones sucesivas a la verdad. Cuestiona la existencia de una verdad única,
objetiva y completa acerca de la naturaleza. Pone en tela de juicio que el avance de la
ciencia dependa exclusivamente de argumentos empíricos sólidos, introduce la variable
social.
2. El Posmodernismo
El contexto de la crisis de las ciencias sociales no puede pensarse por fuera del
movimiento intelectual Posmoderno; aunque para algunos autores no sea más que una
nueva etapa del Modernismo (Giddens, 1984/1998). Dicha corriente remite a estilos o
movimientos en el arte, la arquitectura, la literatura y la pintura, que luego se
desplazaron a otras áreas. Sin embargo, como señala Jameson (1991), se lo puede
entender no como un estilo, sino como una dominancia cultural, ya que implica la
coexistencia de un gran número de rasgos muy diversos, pero subordinados. Esto no
significa que toda la producción cultural actual sea posmoderna, sino que “[…] el
posmodernismo es el campo de fuerza en que tipos muy diferentes de impulsos
culturales […] tienen que abrirse camino” (Jameson, 1991, p. 21).
Para la mayoría de los autores (Burr, 1995; Giddens 1984/1998; Jameson, 1995,
Lyotard, 1979/1991), representa un cuestionamiento y un rechazo de los supuestos
fundamentales del Modernismo; movimiento intelectual que lo precedió y que en
muchos sentidos dio cuerpo a la vida intelectual y artística que se desarrolló desde el
Iluminismo. Su meta era buscar la verdad, y entender la verdadera naturaleza de la
realidad aplicando la razón y la racionalidad.
En las teorías sociales y humanísticas, la búsqueda de reglas y estructuras escondidas
fue vista como la realidad más profunda que subyace a la superficie de las
características propias del mundo, por lo que la verdad acerca del mundo podría ser
revelada analizando las estructuras subyacentes. Las teorías que postulan tales
estructuras son denominadas Estructuralistas. El rasgo común a todas estas teorías es
que constituyen lo que suele llamarse metanarrativas o grandes teorías. Ofrecen un
modo de comprender la totalidad del mundo social a partir de un único término
abarcativo y por lo tanto, las recomendaciones para el cambio social se hacen a partir de
ese único principio (Burr, 1995).
El posterior rechazo de la noción de reglas, o estructuras subyacentes al mundo real, fue
entonces llamado Posestructuralismo. Los términos Posestructuralismo y
Posmodernismo son a veces usados de modo intercambiable. Sus representantes
argumentan que en occidente se vive en un mundo que ya no puede ser comprendido a
partir de un único sistema de conocimiento, como la religión o la ciencia positivista de
Comte. Enfatizan la coexistencia de una multiplicidad y variedad de modos de vida
dependientes de la situación (a veces llamado pluralismo) (Burr, 1995).
Como señala la autora citada, el Posmodernismo rechaza ambas ideas: la existencia de
una verdad absoluta y la idea estructuralista de que el mundo tal como lo vemos es el
resultado de una estructura escondida. En arquitectura se ejemplifica por el diseño de
edificios que parecen despreocuparse por la sabiduría del buen diseño. En arte y en
literatura, puede verse en el rechazo de que haya formas artísticas y literarias mejores
que otras; entonces el arte pop y los objetos que lo representan, reclaman el mismo
estatus que las obras de Miguel Ángel o Leonardo, por ejemplo. En el criticismo
literario, el posmodernismo llevó a considerar que no hay una lectura verdadera de una
poesía o novela, cada interpretación es tan buena como cualquier otra y la significación
que haya querido transmitir el autor es irrelevante.
Los avances de la tecnología y de los medios de comunicación llevaron a que vivamos
en condiciones tales que distintos tipos de conocimiento están a nuestro alcance (como
una variedad de disciplinas científicas, naturales y sociales, muchas religiones,
medicinas alternativas, etc.), cada uno operando como un sistema auto contenido de
conocimientos que podemos aceptar o rechazar cuando queramos. Asimismo, el
posmodernismo rechaza la noción de que el cambio social depende de descubrir y
alterar las estructuras subyacentes de la vida social. En realidad, la misma palabra
descubrir presupone una existencia, idea en total oposición con la perspectiva
posmoderna.
Según Lyotard (1979/1991), el posmodernismo es más bien una superposición arbitraria
de juegos del lenguaje. No hay un metalenguaje capaz de establecer criterios comunes,
por lo tanto, todo consenso es contingente. El Posmodernismo asume el fracaso de los
grandes modelos comprensivos, dando lugar a una forma fragmentaria, alegórica y
discursiva, eminentemente personal e individual. Produce una sensación de inseguridad,
producto de su gran escepticismo (Bernardele, 1994).
3. Construccionismo
En los últimos cincuenta años, entonces, se fue consolidando una nueva perspectiva
dentro de las ciencias sociales que puede caracterizarse como una posición crítica frente
al conocimiento y englobarse dentro del construccionismo social. Algunos autores usan
también el concepto constructivismo para referirse a esta orientación teórica. Sin
embargo, siguiendo a Gergen (1985), se opta por usar el término construccionismo, para
evitar confundirlo con la teoría piagetiana.
El construccionismo es multidisciplinario, ya que engloba disciplinas como la
psicología, sociología, lingüística, análisis del discurso, filosofía, entre otras. Esta es
una de las razones por las que no se puede hacer una única descripción. De hecho, no es
posible enumerar todos principios a los que debería suscribir un autor para poder ser
denominado construccionista; muchos autores nombrados como tales, no se etiquetarían
de es modo. Según Burr (1995), se podría decir que los construccionistas comparten un
aire de familia, como los miembros de una familia que, pese a no ser iguales, pueden
reconocerse como pertenecientes a un mismo tronco familiar. O dicho de otro modo,
hay una serie de proposiciones a las que no podría renunciar ningún construccionista:
1- Asumir una posición crítica, que no permite dar por sentado el conocimiento.
Enfrenta al principio positivista de que el conocimiento se basa en la objetividad, en la
observación imparcial del mundo. Propone en cambio, que las categorías con que
percibimos el mundo no necesariamente remiten a divisiones del mundo real. Por
ejemplo, puede decirse que las distancias en Argentina son largas (la categoría sería
corto/largo o cerca/lejos). Sin embargo esta percepción varía si la realiza un inmigrante
italiano de comienzos del 1900 que viaja en carreta, o un empresario del año 2000 que
viaja en avión.
2- La comprensión del mundo debe estar histórica y culturalmente
contextualizada. Como se deduce del ejemplo anterior, las categorías que usamos
dependen del momento histórico y el contexto socio cultural en que vivimos. Pero no
solo dependen, más bien son productos históricos y culturales, que obedecen a acuerdos
económicos y sociales de esa cultura en ese momento particular.
3- El conocimiento se sostiene en procesos sociales. El conocimiento no deriva de
la naturaleza del mundo, no implica descubrir sus leyes de funcionamiento; sino que es
producto de la interacción social. Los intercambios cotidianos de las personas, en
especial a través del lenguaje, son las prácticas durante las cuales nuestras versiones
compartidas de la realidad se negocian y construyen. La verdad es producto de un
proceso social.
4- El conocimiento y la acción social van juntos. La descripción –o más
exactamente la construcción- que hacemos del mundo sostiene determinadas pautas de
acción y excluye otras.
En este contexto, se puede entender la necesidad de recurrir a una perspectiva histórica
y crítica de la Psicología social. En 1973, Gergen enfatizaba que hay eventos (como la
caída libre de un cuerpo, por ejemplo una manzana) que pueden recrearse en el
laboratorio hoy y dentro de cien años; son tan estables que permiten generalizaciones
con un alto nivel de confiabilidad, explicaciones que pueden se probadas empíricamente
y que pueden ser traducidas a fórmulas matemáticas de modo fructífero. Los sucesos
sociales, en cambio, son inestables. Por eso la psicología social requiere de
investigación histórica. A diferencia de las ciencias naturales, los hechos sociales no se
repiten ya que cambian a lo largo del tiempo. La interacción humana, habitualmente no
se mantiene estable. El conocimiento no puede acumularse a la manera tradicional del
positivismo, porque en términos generales ese conocimiento no trasciende los límites
históricos. Por su parte Malfé (1994), promotor de la psicología social histórica
argentina, destaca que los procesos psicosociales implican una secuencia articulada de
transformaciones, donde lo nuevo y lo viejo conviven.
Para terminar, y siguiendo a Montero (2003), hablar de una psicología social crítica
remite a una necesidad de ensanchar los límites de la disciplina.

[Implica] “la voluntad de salirse de las corrientes principales de la psicología social, ya


sea en la teoría, en la academia o en las prácticas profesionales o políticas. […] La
psicología social crítica pretende hacer crítica de la psicología social estandarizada e
institucionalizada […]; asimismo y por lo mismo, pretende hacer crítica de la psicología
social en sí misma, y últimamente, pretende, y lo consigue muy bien, ser crítica de sí
misma […] Es bueno que haya una psicología social que no de tanto por sentado: hacer
crítica significa asumir que todavía se pueden pensar otros futuros” (Montero 2003, p.
211).
4. ¿Con quién discute el construccionismo?
La crisis de las ciencias sociales, en la medida que fue reconocida por el positivismo,
generó el enfrentamiento de dos grupos de intelectuales, abriéndose así un debate entre
epistemólogos positivistas o cientificistas y construccionistas o relativistas. Los
positivistas reivindican la legitimidad del conocimiento científico, en tanto explica
coherentemente nuestra experiencia y tiene capacidad de predicción; basándose en la
solidez de su método. Los construccionistas, por su parte, plantean que el conocimiento
científico es producto de la actividad humana y como tal no tiene por qué tener un lugar
privilegiado o, más aún, dogmático frente a otros conocimientos.
Pero en este contrapunto de ideas, cuáles son los argumentos que sostienen los
positivistas. Ante todo destacan que el conocimiento científico no es radicalmente
distinto de la actitud racional en la vida cotidiana o en otros ámbitos del conocimiento
humano. Las personas usan los mismos métodos de inducción, deducción y evaluación
que los científicos. Es por eso que el filósofo John Searle (1993) argumenta que la
victoria del multiculturalismo llevaría a la destrucción de la herencia cultural occidental.
La diferencia entre el conocimiento del científico y del hombre en su cotidianeidad está
dada por el cuidado y la sistematicidad con que esos método son aplicados, en la
medida que los primeros usan controles y pruebas estadísticas, replican sus
experiencias, tratan los fármacos con pruebas de doble ciego; una lista específica para
cada tipo de ciencia sería interminable. Desde tal punto de vista, las mediciones
científicas son a menudo mucho más precisas y permiten descubrir fenómenos hasta
ese momento desconocidos, que muchas veces entran en conflicto con el sentido común
(Sokal y Bricmont, 1999). Además, los autores distinguen entre el contexto de
descubrimiento y el de justificación. Mientras en el primero todo vale (inducción,
analogía, intuición), el segundo exige mayor rigurosidad. Esto no invalida que “[…]
sería ingenuo suponer que hay reglas generales e independientes de todo contexto que
permiten verificar o falsar una teoría” (Sokal y Bricmont, 1999; p. 91).
La razón para creer en las teorías es su capacidad para explicar la realidad. Las teorías
bien desarrolladas se fundan en general en buenos argumentos, así como en sólidos
métodos, aunque no haya recetas exhaustivas. No existe ninguna codificación completa
de la racionalidad científica y probablemente nunca la haya. El futuro es impredecible
porque la racionalidad implica adaptación permanente a situaciones nuevas. Es por eso
que actualmente, aún los planteos más cientificistas, no pretenden descubrir la verdad,
sino que entienden a la ciencia como sucesivas aproximaciones a la misma.
Como señalan Sokal y Bricmont (1999), otro elemento fundamental que refuerza la
credibilidad de una teoría es su capacidad de predicción. Sin duda en las llamadas
ciencias exactas esto es más sencillo. El ejemplo que proponen los autores es arrollador:
Edmund Halley, astrónomo inglés que vivió entre los años 1656 y 1742, predijo que
había cierto cometa –que luego llevó su nombre- que regresaba cada 76 años. Era el
mismo que ya se había visto desde el año 240 antes de Cristo, y luego en 1531, 1607 y
1682. Fue este último año cuando Halley anunció que el cometa volvería en 1758. La
predicción se cumplió casi exactamente, diecisiete años después de la muerte del
astrónomo, en marzo de 1759. Resulta inverosímil, afirman, que una teoría que puede
predecir fenómenos inéditos, no sea al menos aproximadamente verdadera. En ciencias
sociales, estas predicciones son más difíciles de aceptar, ya que entran en juego factores
como las profecías autocumplidas y el manejo de la opinión pública, entre otros; que
pueden manipular el devenir de los acontecimientos.
Siguiendo a Searle (1993), los fundamentos de la tradición racionalista occidental se
pueden sintetizar en cinco proposiciones:
1- La realidad existe independientemente de sus representaciones humanas. Para el
llamado realismo es el principio fundante de la tradición racionalista occidental.
Poseemos representaciones mentales y lingüísticas del mundo en forma de creencias,
experiencias, proposiciones y teorías, pero este mundo existe por fuera de ellas, ya que
es totalmente independiente de dichas representaciones. Esto no invalida que haya
bastos sectores de la realidad que son construcciones sociales. Entidades tales como la
moneda, la propiedad, el matrimonio y los gobiernos, son creados y mantenidos por la
acción cooperativa de los hombres. Si desaparecieran todas las representaciones
humanas, también lo harían la moneda, la propiedad, el matrimonio. Sin embargo, otros
sectores de la realidad, descritos por representaciones humanas, existen de forma
completamente independiente de esas representaciones, como por ejemplo la órbita
elíptica de los planetas alrededor del sol o la estructura atómica del hidrógeno. El citado
autor sostiene que esta afirmación debe ser analizada con precaución. El vocabulario o
el sistema de representaciones a través del cual se puede describir una verdad es una
creación humana, las motivaciones que nos conducen a llevar a cabo una determinada
investigación implican caminos contingentes que deben ser incluidos en el terrenos de
la psicología humana. Sin categorías verbales o motivacionales no se puede formular
ninguna proposición. Pero las situaciones concretas del mundo que se corresponden con
esas proposiciones no son creaciones humanas y no dependen de motivaciones
humanas. Esta concepción del realismo es la base de las ciencias de la naturaleza.
2- Al menos una de las funciones del lenguaje es comunicar significados del
hablante al auditorio. Esos significados hacen posible que la comunicación remita a
objetos y a estados de las cosas del mundo que existen independientemente del
lenguaje. Para la tradición racionalista, el lenguaje tiene un carácter comunicacional, a
la vez que referencial. Quien habla puede comunicar satisfactoriamente la mayoría de
sus pensamientos, ideas y creencias al auditorio. Asimismo, puede usar el lenguaje para
hablar de objetos y de estados de las cosas que tienen existencia independientemente del
lenguaje, de quien habla y del auditorio. La comprensión es posible porque locutor y
auditorio comparten los mismos pensamientos y, al menos a veces, lo que hablan remite
a una realidad que es independiente de cada uno de ellos.
3- La verdad remite a la precisión de la representación. Las proposiciones
generalmente buscan describir cómo son las cosas en un mundo que es independiente de
ellas. Una proposición es verdadera o falsa según el mundo sea o no tal como la
proposición afirma que es. Las proposiciones “el hidrógeno tiene un solo átomo”, “la
tierra está a 150 millones de kms del sol”, o incluso “en este momento el perro está en la
cocina” son verdaderas en la medida que ciertas cuestiones que tienen que ver con los
átomos de hidrógeno, el sistema solar o las costumbres domésticas caninas, sean
realmente tal como sostienen las respectivas proposiciones. La verdad así construida
admite diferentes grados de certidumbre; la proposición de la distancia entre la tierra y
el sol, por ejemplo, es solo aproximadamente verdadera. La teoría aquí en juego es una
teoría de la verdad como correspondencia. Esta definición de la verdad puede verse
representada de la siguiente manera: “una proposición es verdadera si y solo si se
corresponde con los hechos”. Las proposiciones son verdaderas en virtud de ciertas
características del mundo que son independientes de las proposiciones en cuestión.
4- El conocimiento es objetivo. Como el contenido de lo que se conoce es siempre una
proposición verdadera, y como la verdad en general implica que hay una representación
pertinente de una realidad que existe de modo independiente, el conocimiento no
depende ni deriva de las actitudes subjetivas y de los sentimientos de investigadores
particulares. Esto es así a pesar de que las representaciones son elaboradas por
investigadores con nombre y apellido, que pueden tener, por ejemplo, deshonestidad o
prejuicios. A veces sus intereses son compartidos por la sociedad a la que pertenecen.
Otras, en cambio, sus intereses son tan criticables como el deseo de enriquecerse, servir
a los poderosos o instalarse ellos mismos en el poder. Pero si las teorías que proponen
describen la realidad con precisión, todo esto no tiene ninguna importancia. La verdad o
falsedad de las afirmaciones son independientes de los motivos, la moral e incluso el
género, la raza o el origen étnico de quien las produce. Sería una falacia genética criticar
una afirmación científica cuando en realidad deberíamos estar criticando a su autor. Si
cualquier científico reivindica la verdad de una proposición y la puede sostener, quiere
decir que efectivamente sabe de qué está hablado. Si ese científico es sexista o racista
nada tiene que ver con la validez de la proposición.
5- La lógica y la razón son formales. Searle (1993) considera que la racionalidad, la
razón, la lógica, la evidencia y la prueba no nos dicen nada por sí mismas respecto de lo
que hay que creer o hacer; y este es un elemento esencial en la concepción occidental de
todas esas nociones. Para dicha concepción, la racionalidad nos ofrece una serie de
procedimientos, métodos, modelos y cánones que nos permiten sostener distintas
proposiciones respecto de afirmaciones concurrentes. Lo mismo ocurre con la lógica,
que establece lo que es en función de que las hipótesis planteadas sean verdaderas. La
lógica y la racionalidad conforman modelos de prueba, de validez y de lo que es
razonable. Pero estos modelos funcionan solo sobre un ensamble de axiomas, hipótesis,
metas y objetivos fijados de antemano.
Desde el punto de vista del cientificismo, estos cinco principios conducen a sostener
que los estándares intelectuales no han sido instituidos por nada. Son criterios de
creación y de calidad intelectual válidos tanto objetiva como subjetivamente.
Tanto Searle (1993) como Sokal y Bricmont (1997/1999) sostienen que existe un
conjunto complejo, aunque no arbitrario, de criterios que permiten juzgar los méritos de
una proposición, teoría, explicación o interpretación. Algunos de estos criterios son
objetivos, en tanto son independientes de quienes los aplican. Otros son intersubjetivos,
en la medida que son largamente compartidos por los seres humanos. Los primeros son
los que permiten, por ejemplo, afirmar la validez del cálculo proposicional. En cambio,
los segundos son usados para discutir, por ejemplo, las razones históricas del golpe
militar. No existe una clara línea divisoria entre ambos tipos de criterios, pero en
disciplinas como la historia o la psicología, donde la interpretación es crucial, los
criterios de intersubjetividad son la esencia de la actividad intelectual.
Los cuatro primeros principios que enumera Searle (1993), responden a un interlocutor
imaginario, enrolado en las filas del construccionismo. Sintéticamente, con la primera
proposición -La realidad existe independientemente de sus representaciones humanas-
se defiende de la crítica construccionista que sostiene que aunque la realidad exista
autónomamente, el observador nunca puede acceder a ella, sino es a través de sus
propios sentidos –inclusive de sus características anatómicas- y el contexto socio-
cultural al que pertenece. Por lo tanto es irrelevante que la realidad exista
independientemente de las representaciones.
La segunda proposición -Al menos una de las funciones del lenguaje es comunicar
significados del hablante al auditorio- enfrenta el carácter constructivo del lenguaje.
Como plantean Berger y Luckmann (1969) y antes que ellos Mead (1934/1982) -
antecedentes del construcionismo- la realidad tiene sentido en la medida que la nombro.
Para los construccionistas el lenguaje tiene un carácter performativo, es decir, tiene la
capacidad de instalar realidades en el mundo; de crear y recrear la realidad (Iñiguez y
Antaki, 1994).
La tercera proposición -La verdad remite a la precisión de la representación- enfrenta
al carácter interpretativo de la ciencia. Para los construccionistas, la ciencia es
hermenéutica. Como el científico no tiene acceso directo a la realidad, sus afirmaciones
no son más que una entre muchas interpretaciones posibles. Por eso la ciencia debe estar
contextualizada en tiempo y espacio. No hay premisas o leyes que sean universales, de
ahí la necesidad permanente de deconstrucción (Ibáñez, 1992, 2001), es decir de
revisión constante de los supuestos teóricos. Además, como se señaló previamente, el
hombre no puede aproximarse al mundo sin el tamiz de su subjetividad, por lo tanto no
hay modo de contrastar si la realidad coincide o no con las premisas del científico, ya
que no es posible acceder a ella (Ibáñez, 2001).
La cuarta proposición -El conocimiento es objetivo- rebate la afirmación
construccionista de que el conocimiento es una producción subjetiva. Mientras que para
el positivismo el método garantiza la objetividad, para los construccionistas el
investigador siempre está implicado en el conocimiento que produce. Si como señala
Ibáñez (1992, 2001), el conocimiento es una interpretación posible de la realidad, es
histórico y reflexivo (modifica la misma realidad que estudia), no puede sostenerse que
sea objetivo. Por otra parte, que una interpretación se imponga sobre otras es producto
de una lucha competitiva entre especialistas que esperan adquirir el monopolio de la
autoridad científica. Siguiendo a Bourdieu (1976), el análisis completo de la comunidad
científica, y por lo tanto del saber científico, no pueden separarse de la dimensión
política de dominación del campo científico, e incluso de relaciones de poder que lo
exceden ampliamente. Los especialistas siempre plantean en términos epistemológicos
los conflictos políticos en ciencia. Las prácticas científicas están sobredeterminadas
tanto por cuestiones científicas como por cuestiones sociales.
Finalmente, la quinta proposición es meramente formal.
5. El concepto de Verdad, tan natural en el positivismo, tan intersubjetivo en el
construccionismo. Sus efectos en la vida cotidiana.
Si se radicaliza el cuestionamiento hacia las premisas del positivismo, la crítica no
apunta solamente a cuestiones técnicas, metodológicas o teóricas. Es más bien una
inevitable crítica política hacia la noción de sujeto, de sociedad y hasta de cambio social
que encierran esas naturalizadas posturas del racionalismo de la Modernidad.
Siguiendo algunos indicadores que Ibáñez (2001) va marcando en su crítica a la
prescripción metodológica, a la pretensión fiscalizadora de tales prescriptores, no solo
aparece el peligro de la ingenuidad moderna de la objetividad. Más bien emerge,
sostenido desde el marco construccionista ya expuesto, un campo teórico, una
hermenéutica alternativa. Resulta revelador mencionar los títulos de algunos de los
textos escritos por el psicólogo social de la Universidad Autónoma de Barcelona que se
cita: Municiones para disidentes (2001) y Contra la dominación (2005). En ellos se
refiere al autoritarismo científico que hace posible, desde un supuesto tribunal
académico, juzgar al resto de las posiciones teóricas en base a las normas correctas para
el correcto y exacto acceso a esa realidad que está allí para ser descubierta. Ingenuidad
de pensamiento, rayano con la reificación (Berger y Luckmann, 1969), donde es la
realidad la que informa al mundo científico sobre sus fenómenos, sobre sus
propiedades, sin que intervenga la subjetividad del científico.
Es clara la advertencia de Ibáñez (2001) cuando señala que esta peligrosa ingenuidad da
lugar al secuestro de la verdad por parte de posiciones teóricas con pretensión de
órgano contralor de la producción de conocimientos. Secuestro de la verdad, o
monopolio de la misma, que tiene consecuencias. En primer lugar; y sobre todo en lo
que respecta a las ciencias sociales; dado que esas definiciones científicas de la realidad,
además de realizar un aporte científico, generan un efecto en la vida cotidiana de las
personas. Modifican o reproducen un determinado orden social, ya que en la
Modernidad el científico, el portador de los saberes, está imbuido de poder. Desde
Foucault (1975) para aquí, ese saber da poder; no solo de generar efectos, de objetivar la
realidad, sino que también propicia la sumisión al discurso científico, que es el reducto
último de los saberes desde fines del siglo XVIII a la fecha. De ahí la importancia de
reposicionar al saber científico como una producción social. Un producto más, con
todas las contingencias que le permiten ser tal.
Resulta ineludible el rol político de quienes se dedican a la psicología social, tanto en
sus intervenciones profesionales como científico-académicas en general, por lo que no
es posible desentenderse de los efectos generados por las mismas. No hay espacio en el
cual quienes practican ciencia puedan escudarse tras respuestas de neutralidad científica
o mostrarse como tecnócratas de una realidad que está ahí afuera y a la cual solo unos
pocos acceden para iluminar al resto sobre esas verdades. La perspectiva positivista, en
cambio, sostiene que sí hay una realidad que puede ser conocida si se usa la técnica
adecuada.
En determinado momento histórico fueron válidos y eficaces los modelos explicativos
del conocimiento propios de las ciencias naturales, cuando se los aplicaba como matriz
de la verdad científica a fenómenos de la esfera humana, cristalizando formas de pensar
en el sentido tanto de Durkheim (1895/2007) –el hecho social- como de Asch
(1952/1964) –el concepto de conformidad. Los neopositivismos de fin de siglo XX -
fortalecidos y con mayor sofisticación a disposición para instalar y difundir definiciones
de la realidad en tanto verdades- han ganado terreno posibilitando y hasta legitimando
dichas definiciones; no solo adoptando criterios propios para prescribir la orientación de
las investigaciones (y por lo tanto, el financiamiento de las mismas), sino que también
instalando los modos de pensar políticamente correctos de una época.
Hay innumerables ejemplos para ofrecer, especialmente en la década de los ’90. Sirve
como muestra el modo en que se hablaba del desempleo en ese momento, tomándolo
como un flagelo, una peste que afectaba incluso a los países más poderosos, casi desde
un punto de vista inmunológico -una epidemia por lo extendido del fenómeno o por la
inevitabilidad de verse contagiado- dentro del contexto de la globalización,
construyendo así una representación social con pretensiones de verdad hegemónica.
Podría pensarse que más que buscar una correspondencia con la verdadera realidad, se
recurre a utilizar una metodología que avale posiciones previas. Esta fetichización del
método (Ibáñez, 1992) legitima enfoques teórico-políticos.
Hoy, Europa es un claro ejemplo del poder del discurso técnico economicista de gran
hegemonía, tras discursos eficientistas, con recetas y prescripciones varias, emanadas
del centro del saber-poder. Desde esta ortodoxia supuestamente liberal, se insiste en la
aplicación de planes y medidas económicas que empírica, cuantitativa y hasta
estadísticamente muestran resultados negativos en relación a los objetivos que
pretenden alcanzar. Nuestro país, por su parte, a partir de la política económica de la
última dictadura militar, y en función de los efectos del terrorismo de Estado en 1976,
es una muestra clara de una situación que se agravó durante los ’90, y que impacta
fuertemente en la vida cotidiana de las personas. Estas verdades únicas acerca de la
definición de un Estado y sus funciones, supeditadas a intereses particulares, tienden a
establecer, por ejemplo, que el acceso gratuito a la educación, el mantenimiento de un
centro de salud en zonas marginadas o la cobertura socio económica a la tercera edad
son solo gastos, en un sentido netamente económico contable, negando la existencia de
derechos de ciudadanía.
Parte del éxito del neoliberalismo reside en instalarse y legitimarse desde el discurso
único, naturalizando las prácticas sociales, los modos de pensar y las mentalidades de
una época. Para profundizar respecto de estos procesos, la psicología social recurre a
conceptos capaces de articular aspectos individuales y colectivos, tales como Actitudes
Colectivas, Representaciones Sociales, Imaginario Social, entre otros no menos
fecundos. Esa historicidad presente en cada producción social, es la que con sus
contingencias determinará qué teoría será reconocida como de mayor alcance
explicativo. A riesgo de ser reiterativos, hegemonía discursiva con efectos en la vida
cotidiana.
Al reconsiderar el ejemplo anterior, se puede observar la legitimación de un discurso,
vehiculizado por medidas económicas concretas, que afectaba y afecta seriamente la
vida de las personas. Quienes alcanzaron cierta edad pueden recordar (y/o haber
escuchado) cuando casi dos décadas atrás se implementaba un plan económico conocido
mediáticamente como la teoría del derrame. Este es un concepto adoptado por las
teorías del crecimiento optimista, según las cuales el mercado garantiza el crecimiento,
que a largo plazo penetrará en las capas más carenciadas de la sociedad, en virtud de
una mayor demanda de mano de obra, y aumentos en la productividad y los salarios
(Hemmer, 1995).
La teoría del derrame contemplaba realizar una serie de ajustes que impactaban
negativamente en el corto plazo, en los sectores sociales despojados o más vulnerables
socio económicamente hablando. Esta serie de medidas llamadas austeras, apuntaban a
que los mercados tomaran confianza; a que la economía se hiciera previsible y
predecible, y que los capitales extranjeros vinieran a invertir. En la medida que los
mercados fueran llenándose de ganancias, estas utilidades serían tantas que, por efecto
de derrame, llegarían también a los que estaban afuera y por debajo de los mercados: la
clase trabajadora y los marginados del sistema. Desde el monopolio de la verdad
(economistas en tanto científicos neutrales) se describía una realidad que está allí, y
mediante modelos explicativos de la ciencia, se realizaba un diagnóstico, una
terapéutica y hasta un pronóstico, con énfasis de certidumbre, acerca de cómo conducir
la economía de un país.
Aquellos que pregonaban tales teorías no tuvieron en cuenta -en el mejor de los casos
por la ingenuidad que refiere Ibáñez (2001)- que un sistema económico se constituye
por personas con intereses propios, con modos de pensar, con conductas a reglamentar
por instituciones, y todas las contingencias humanas que se puedan citar. Es muy difícil
sostener que los mercados se autorregulan; más bien, como todo producto humano, son
creados y regulados por las prácticas, discursos e intercambios que ocurren entre las
personas. Desde luego que algunos grupos sociales tienen más poder de incidencia,
situación que dependerá del momento histórico político y sus marcos de posibilidades.
Es de destacar la propuesta que desde la física cuántica acerca Illia Prigogine
(1984/1993), al ofrecer un punto de vista alternativo al conservadurismo de la física
clásica, desarrollando el concepto de estructuras disipativas, el cual puede considerarse
un aporte para pensar modelos explicativos de otras disciplinas, como el modelo
lagrangiano en economía o la disputa misma entre Tarde y Durkheim en sociología, o
de modo más abarcativo, en las ciencias sociales en general.
Como los problemas a resolver van más allá de las teorías, y mucho más lejos de los
modelos interpretativos de las ciencias duras aplicados a las relaciones sociales, la teoría
del derrame naufragó. En cambio, se consolidó un marco socio político y cultural
caracterizado por la maximización de las ganancias empresariales, con legitimación
incluso en la letra escrita, mediante modificaciones referentes a cercenar derechos
laborales, con un Estado sin potestad de regulación sobre el margen de ganancia de las
empresas. Los datos macro económicos de la época hablan acerca del alto nivel de
concentración de la riqueza en el polo más rico de la población17. Como psicólogos
sociales, en distintos trabajos de abordaje comunitario podemos encontrar otros efectos
de tales políticas: la fragmentación de grupos familiares con necesidades básicas
insatisfechas. En este marco, Fiasché (2003) realizó aportes importantes sobre la
constitución psicosocial del adolescente en contextos bajo la línea de la pobreza.
Hasta el momento, no se ha hecho referencia a la clase política, solo se tomó en cuenta
el discurso de economistas y abogados, representantes de campos del saber científico,
según circulaban en los medios de comunicación de masas de la época. Entonces, ¿la
realidad estaba ahí afuera, y fue descubierta por especialistas18 que prescribieron modos
de intervención desde un punto de vista objetivo y desinteresado? Dadas las
consecuencias de dichas políticas, parecería que respondían a intereses particulares, sin
demasiada responsabilidad por los efectos indeseados o efectos colaterales de la técnica
que se aplicó. No se puede dejar de lado que, como advierte Ibáñez (1992), quienes
investigan o intervienen en tales problemas son siempre agentes políticos, responsables
de las elaboraciones teóricas que construyen, de la metodología que implementan, de los
medios que eligen para publicar sus resultados, y de los efectos de sus intervenciones (al
menos parcialmente).
Pero, frente a discursos científicos reificados, son los pueblos los que encuentran
respuestas novedosas. Europa, por ejemplo, cuestiona las leyes del mercado en busca de
una democracia más participativa a través del movimiento de los indignados -15M. En
palabras de la profesora Margarita Bravo Sanz19, novísimos movimientos sociales, así
denominados por el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación
(NTIC), como por ejemplo la utilización de redes sociales para convocar, coordinar y
organizarse. El 15M implementa un conjunto de estrategias espaciales, por ejemplo
tomando el espacio físico en ciudades y pueblos de la geografía española (ya se ha
extendido a otros países europeos), en una compleja relación entre el espacio geográfico
y el ciberespacio.
En el ámbito local encontramos las nuevas luchas de la clase obrera, como respuesta al
aniquilamiento y la marginación a la que pretendía conducirlos el marco económico,
político y cultural agravado en la década del ’90 -pero que adquieren visibilidad con la

17
INDEC: Instituto Nacional de Estadísticas y Censo de la República Argentina, Condiciones de vida:
“Brecha de la pobreza en el Gran Buenos Aires, desde 1991 en adelante”, extraído el 15 de abril de
2012: http://www.indec.gov.ar/
18
También se hablaba en la época de los gurúes económicos.
19
Profesora Titular de Psicología Laboral y Recursos Humanos en Universidad de Málaga. Conferencia
dictada en el Seminario de la cátedra Psicología Social II, Facultad de Psicología, UBA, en abril de 2012.
crisis del 2001- representadas fundamentalmente por el movimiento de fábricas y
empresas recuperadas. Al transformar las fábricas en cooperativas autogestionadas,
promueven una respuesta novedosa de resistencia. La consigna del Movimiento
Nacional de Empresas Recuperadas en general y de la empresa metalúrgica IMPA en
particular, una de las primeras fábricas recuperadas, resume el espíritu de este colectivo:
“Ocupar, Resistir, Producir” (Robertazzi et al.).
Volviendo a los cuestionamientos al discurso dominante, los marcos explicativos
procedentes de las ciencias duras han contribuido a la crisis de las ciencias sociales a
fines de los ’60 (Sarabia, 1983) mediante el abuso del método de laboratorio como
metodología rectora para explicar la complejidad de las relaciones sociales. Esto no
significa que hayan pasado a otro plano, producto de la crisis del paradigma. Podría
ahora decirse que, a pesar de ser cuestionados por la filosofía y la sociología de la
ciencia, permanecen muy instalados en la cultura.
El construccionismo, a pesar de los ataques que pueda recibir desde diferentes frentes,
incentiva la adopción de una perspectiva que permita construir y reconstruir
herramientas teóricas y metodológicas desde una posición crítica, de cuestionamiento,
no tanto del discurso científico en la Modernidad en su conjunto, sino de posiciones
dogmáticas, de pretendido saber absoluto. A la vez, vale la aclaración de que así como
algunos autores de la Modernidad –e inclusive anteriores a ella- daban cuenta de críticas
similares, tales autoritarismos científicos, no son exclusivos de quienes sostienen
posiciones positivistas. Ni tampoco puede tildarse a todo positivista de autoritario.
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