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Conclusión

Hay una temporalidad que no siempre se completa como recorrido, incluso aunque
pueda pensarse que, dado el primer momento, el tercero está ya garantizado.
Desde el instante en que se dan las primeras inquietudes, allí donde surgen atisbos
de preguntas que luego irán siendo reformuladas, negativizadas, descartadas de acuerdo con
la orientación que nos dan las lecturas, algo cree verse, quizás de manera difusa, al modo en
que la escena se presta a organizarse detrás del telón.
Aunque se desconozcan los detalles íntimos de la obra, por las ondulaciones que de
manera irregular mueven la tela se sospecha allí ocurre algo y que estamos próximos al
inicio, si es que elegimos quedarnos.
Resulta interesante observar que el otro que se elige para dialogar o los textos que
participan de las preguntas, como las preguntas en sí mismas, tienen mucho más que ver
con lo que es un estilo o un rasgo, que con la pertinencia de los contenidos o las luces de
los intérpretes.
Quizás debamos agregar que en verdad esto casi no cambia hasta el final del
recorrido, se llegue a donde se llegue, en donde el punto concluyente responderá a lo que
podríamos llamar un cierto recorrido de goce de quien escribe, para indicar ya el punto en
el que, respetando las directrices de la academia, nos separamos sin embargo de la ciencia.
En nuestro caso las preguntas fueron surgiendo a partir de una doble distinción en
los usos discursivos del lenguaje. Habíamos leído en autores de diversos campos, entre los
que también contábamos a psicoanalistas lacanianos, referencias muy diversas a la
violencia, intentos de descripción, clasificación y conceptualización que respondían a
tradiciones dispares.
En la mayoría de los casos el uso del término estaba ligado especialmente a la
adjetivación de escenas a partir de las cuales se ejercitaba una categorización sin
fundamento elucidado.
Otra distinción en referencia al uso del significante violencia es el que ubicamos en
el campo de lo social, ya sea en el sentido de lo que parecía una epidemia lingüística del
término, o lo que podríamos llamar quizás la plasmación de la ideología en el vocabulario:
la palabra aparecía en medios periodísticos sin discriminación alguna, y para signar hechos
a veces absolutamente dispares que merecían alguna elucidación, como al hablar por
ejemplos de sucesos de la naturaleza, de movimientos sociales masivos, de actos de
agresividad sin sentido o de la violencia de género, sólo para dar algunos ejemplos.
Es decir, tampoco aquí se encontraban fundamentos para su utilización y su
distinción conceptual era absolutamente incierta, lo que favoreció a pensar que esta lógica
de lo indiscriminado, que estudiamos en el último capítulo de esta tesis junto a Žižek, podía
obedecer a la conveniencia de no elucidar las fuerzas que subyacen a estos fenómenos.
Entonces surgió la primera pregunta que, creemos, ha sido hasta el momento la que
moduló todo este recorrido. Frente a un psicoanálisis que, sostenemos, se encuentra a partir
de Freud y Lacan a la altura de la época, no encontrábamos algo que hiciera eco de esta
cuestión al modo de una problematización. Más bien, había una especie de mutismo o de
omisión al respecto.
Es decir, ¿por qué al parecer en psicoanálisis no se hablaba de violencia en el
sentido de una conceptualización clara que diera una fecundidad al término o que en todo
caso rechazase su uso? ¿O acaso este silencio epistémico era ya un rechazo?
Las primeras lecturas de algunos textos específicos, y luego una búsqueda que
aprovechaba el uso de la tecnología sobre textos digitales, nos permitieron cerciorarnos de
que no existía, efectivamente, ni en Freud ni en Lacan, una conceptualización del término,
pero que además el primero lo utilizaba de manera más frecuente como sinónimo de
agresión, mientras que en el analista francés su uso, que a veces sí emulaba el modo
freudiano, en otros resultaba un poco más complicado de dilucidar.
A partir de aquí nos propusimos intentar cernir el concepto en esos otros campos
antes mencionados. Las primeras lecturas nos llevaron hacia ensayos de filosofía y
sociología política que en algún punto seguían la línea de los textos llamados arqueológicos
de Sigmund Freud.
Los autores se multiplicaban a cada paso y resultó muy complicado salir del
embelesamiento que este recorrido iba produciendo.
Pudimos comprobar que hay una enorme diversidad de fuentes desde las que
podríamos haber trabajado, es decir, que tienen algo interesante para aportar de alguna
manera al estudio de las violencias, pero fue justamente esta diversidad la que nos orientó a
pensar que, en este instante primero en que el telón todavía no se ha abierto, éramos
nosotros los que no teníamos en claro que decir... ¿para qué estábamos allí?
Hubo afortunadamente un efecto de corte, algo fortuito quizás, que vino de la mano
de un cambio de interlocutores, lo que dio aliento a un movimiento necesario, el de
descartar, desprenderse, salir de cierto efecto de fascinación que algunas lecturas habían
provocado.
Con cierta simpleza resolvimos volver sobre el significante violencia para intentar
localizar alguna lógica que pudiera implicarlo con el psicoanálisis.
Nos dispusimos por ello a sondear la etimología que de repente nos solicitó
doblemente pues, si bien en psicoanálisis no encontrábamos un uso distinguible del
término, esto si ocurría con la agresividad en Lacan.
Entonces la cuestión fue, ya con este punto de capitón, investigar en qué consistía
cada una, lo que nos dio prontamente una luz que fue la que iluminó hasta la última letra
del trabajo que aquí presentamos. El telón comenzaba a abrirse, ingresábamos al segundo
momento, primer acto.
La etimología de violencia es clara. Refiere a que la palabra, en sus raíces, alude a
un movimiento de fuerza constante, que se caracteriza por ser lento, y que por estas dos
razones se puede naturalizar, en el sentido de dejar de ser percibido en sí mismo y en sus
efectos.
Respecto de la agresividad la distinción no podía ser más tajante, pues en esta se
trata de un movimiento irruptivo e irrefrenable, no duradero, que invade sorpresivamente, y
que justamente por ello no pasaría nunca como imperceptible.
Por fin contábamos con una diferenciación conceptual que, además, nos serviría
como un cristal de lectura, lo que inmediatamente reforzó la pregunta: ¿cómo era posible
que en los campos antes mencionados, incluyendo muchas veces al psicoanálisis,
aparecieran uno en lugar del otro como sinónimos, en donde su uso indicaba, en la gran
mayoría de las ocasiones, que a lo que se aludía era a la definición o los efectos de la
agresión?
Nos pareció entonces que, en esta obra de comedia musical de la que ya
formábamos parte y en la que nada era del todo lo que suponíamos, ésta cuestión debía
dilucidarse si queríamos decir algo de valor sobre la pertinencia del concepto para el
psicoanálisis lacaniano.
Decidimos entonces, guiados por lecturas de campos aledaños y contando con esta
diferenciación etimológica, volver sobre la obra freudiana para pesquisar los usos de ambos
significantes, y seguir en su recorrido teórico al psicoanalista austríaco, lo que nos permitió
ubicar tres cuestiones generales y sostenidas a lo largo de toda la obra:
 La primera, una particular relación entre elementos en donde uno de ellos
recepta sobre si asociaciones que corresponden a otro que ha quedado en el
olvido o en un plano distinto, en referencia al material psíquico sofocado o
reprimido que retorna en sus efectos.
 Segundo, que en algunos casos, como puede ser la alusión a la figura del
Moisés de Miguel Ángel, o al extracto que tomamos del caso del Hombre de
los Lobos, el termino violencia no acapara completamente al de agresión,
sino que se distingue por razones no especificadas, contemplando un sentido
distinto.
 Tercero, que en los desarrollos que apuntan a una interpretación de lo
cultural, no hay para el término una definición que le sea propia aunque para
estos fenómenos siguen rigiendo el tipo de asociaciones entre elementos
expresada en el primer punto, en donde será -entre otros- el concepto de
sublimación, como uno de los destinos pulsionales, por el que se establece
esta lógica.

Si bien decidimos avanzar en nuestra lectura sobre la obra freudiana siguiendo la


línea del tiempo, podemos decir también que de lo que se trató fue de contraponer estos tres
puntos respecto del texto abordado, lo que derivó en la delimitación de algunos conceptos a
partir de los cuales trabajar.
Así es que decantó, casi desde el inicio, la noción de pulsión y los procesos que a su
alrededor iba Freud elucidando, para estructurar desde allí el modo en que funcionaba el
aparato anímico todo.1
De la definición primera de pulsión como tendencia irrefrenable, hasta una de las
últimas en la que Freud la signa como instancia mítica del psicoanálisis, para hacer alusión
a su lugar primordial de basamento, fuimos elucidando distintos elementos:
 Ubicamos pertinentemente las fuentes de la pulsión y sus destinos, entre los
que nombramos la sublimación, la represión y la perversión, en donde esta
última da luego lugar al trastorno hacia lo contrario y la vuelta hacia la
propia persona.
 Dimos especial relevancia al objeto pulsional, que en tanto condiciona el
recorrido de la pulsión –se “interpone” dice Freud en Nuevas conferencias
de introducción al Psicoanálisis, de 1932-, implica por ello mismo
modificaciones en la estructura del aparato psíquico.
 Aludimos a las distintas clasificaciones, hasta arribar a la construcción
conceptual de la pulsión de muerte en relación con la teoría del trauma.

Sin alejarnos del campo de la pulsión, dimos lugar a trabajar sobre las energías que
rigen el aparato anímico, principio de placer y realidad, lo que nos permitió aludir a la
estructuración del psiquismo.
Esto por ende no llevó a referir el narcisismo primario y secundario, entre los que se
juega la identificación primaria al padre arcaico, que es la manera en que, en términos
lacanianos, Freud alude al llamamiento que el significante amo realiza sobre otro
significante, para instaurar el tiempo de la subjetividad haciendo cadena.
Desde aquí, inmiscuirnos con el origen del superyó era el paso siguiente, mas no el
último. La referencia fue doble, pues en un momento Freud dice claramente que esta
instancia que antes formó parte del yo, resulta del subrogado de la identificación al padre
como autoridad, pero luego agrega que más específicamente se trata de la vuelta sobre la

1 Habría que aclarar que esto no se dio de manera accidental o como inercia, pues había de antemano
algunas referencias que nos indicaban prestar especial atención a este sector de la teoría freudiana
sobre otros.
propia persona del odio que se le prodigaba secretamente y que, como conciencia moral
desexualizada, descargará ahora todo su exigencia sádica sobre el yo.
Pero además, las referencias a las energías del aparato psíquico nos orientaron a
inmiscuirnos con la teoría del trauma, arribando allí al principio de conservación, anterior
al principio del placer, a partir del que Freud piensa finalmente la última clasificación
pulsional, agregando a las de muerte.
Si bien la conceptualización de la pulsión de muerte arrojó luz en relación al
discernimiento que buscábamos, fue más bien la referencia al trauma, sobre el que
volvimos en el segundo capítulo, lo que nos sirvió de soporte para las construcciones
posteriores.
En este recorrido que, en un último apartado nos llevó a los textos freudianos a
veces llamados antropológicos o culturales, la violencia fue apareciendo del modo menos
pensado.
Quizás requiere cada vez de un esfuerzo de pensamiento, pues cuando decimos
“violencia” la imagen mental que acompaña al significante suele tener que ver con actos de
agresión, arremetidas contra algo, alguien, o instancias que ponen en escena una crueldad.
Freud dice en varias ocasiones que el hombre, a su entendimiento, es profunda y
originalmente cruel, y esto quizás alienta a sostener la relación entre la violencia y las
imágenes que antes mencionamos. Incluso aclara que la neurosis en sí misma no es más que
una compensación por el egoísmo que es base de la subjetividad, lo que decanta entonces
en el carácter asocial de la estructura neurótica, sorteándose la cuestión sólo a través de las
pulsiones de vida que, entre sus destinos cuenta la sublimación cultural.
Sin embargo vale recordar que la violencia, en su raíz apunta a lo que se encuentra
deslocalizado, invisible, y que como fuerza o tendencia permanente opera desde ese lugar.
Es con esta otra noción que vemos, entonces sí, aparecer a la violencia en la obra
freudiano de manera doble:
 En primer lugar y desde los textos más tempranos, como una lógica de
pensamiento que ubica, en cada ocasión, la relación de envés entre los
elementos. Esta es la consecuencia epistémica que surge a partir del
concepto de sujeto del inconsciente, que es el que la ciencia niega al tratar
con el individuo.
 En segundo lugar pero como efecto del punto anterior, la violencia aparece
especialmente asociada a la manera en que ese sujeto dividido es la
consecuencia de una marca no biológica que opera sobre el cuerpo, que lo
traumatiza, para funcionar de allí en más como tendencia repetitiva que
estructura el aparato anímico.

A partir de esta primera comprensión es que pudimos movernos hacia la enseñanza


lacaniana para recorrer las distintas épocas y abanico de conceptos, íntimamente asociados,
entre los cuales podemos seguir atribuyendo una especial relevancia al de pulsión, en tanto
vehiculiza de la mejor manera lo que la definición de violencia contempla, y al de trauma,
por permitirnos pensar en un acontecimiento que da inicio.
Claro está que si bien son estos los referentes esenciales para pensar la violencia,
desde allí la apertura hacia otros conceptos asociados era lo deseable. Es por ello que con
Lacan la preocupación fundamental fue la de ubicar a la pulsión en relación con la
repetición y la demanda del Otro, así como el trauma con el cuerpo y la palabra, lo que
además hicimos el esfuerzo de pensar bajo la rúbrica del parlêtre.
A este enjambre conceptual fuimos de a poco ordenándolo a partir de un
discernimiento respecto de la agresividad, que apareció rápidamente ligada al narcisismo y
a la imagen especular, ubicando luego al prototipo o Urbild, manera primera en que para
Lacan el niño se armar un cuerpo imaginario, lo que además permite sostener la idea de
egoísmo y crueldad freudianas que, desde esta óptica, se profiere al otro.
Recordemos que Lacan apoya esta tesis del padre del psicoanálisis, por ejemplo en
su trabajo doctoral, al referir a la impulsión homicida primordial que reside en la base del
psiquismo humano y que sirve como sustrato a la psicosis y a su agresividad, o en El
estadio del espejo (2014) en el que llama la atención sobre cómo el sujeto constituye sus
objetos a través de la abstracta equivalencia que se establece en la rivalidad con el otro, al
que se toma siempre como peligroso.
Lo que tiene aquí además una relevancia especial para nuestro trabajo, es la
conceptualización diferencial de la agresión como acto directo, de aquella otra llamada
intención agresiva o agresividad, que se relaciona más bien con la lógica interna del
lenguaje a través de la que se juega el efecto de castración simbólica.
En lo que luego se enlaza con un primer desarrollo respecto de la pulsión, en
referencia al ejercicio de un dominio, se destaca también de este momento teórico el
concepto de Einfühlung, con el que Lacan apunta al modo en que el sujeto ubica en el otro
del espejo el objeto que moviliza a aquel, y que este querrá para sí.
El narcisismo yoico, traducido en la pasión narcisista que Lacan designa, implica
entonces no sólo una particular relación al otro, sino más bien el carácter propiamente otro
del yo, para lo que construimos el sintagma de la agresiva otredad yoica, con el que
pretendimos signar esta cuestión.
Esta idea es la que se trasporta luego sobre el desarrollo de la idea de recorrido
pulsional, en tanto lo que se opera es un movimiento a través del cual se enlaza el goce del
Otro antes de retornar sobre el propio cuerpo.
Ésta elucubración es esencial para nosotros pues allí reside el núcleo de lo que luego
trabajamos en la relación entre demanda y pulsión, para ubicar de ese tiempo primordial las
marcas o bordes que se van dibujando sobre el cuerpo del parlêtre en relación con el Otro,2
o más bien, lo que ese Otro hace jugar de su propio goce en el don del amor.
Esto es relevante además si recordamos con Miller que tarde o temprano no es el
alimento o el calor lo importante, sino más bien la manera en que estos cuidados trocan
simbólicamente en amor. Es en esta economía que el niño performa lo pulsional que, como
tendencia, se instaura de allí en más intentando cernir por fuera del pensamiento esos
primeros gestos que vienen del Otro y ya imbuidos de lenguaje.
Es esto específicamente lo que también con Miller leíamos en el seminario
Extimidad (2010), al notar como el fantasma es otra manera de recubrir ese goce Otro y por
ende de buscar su satisfacción.
Pareciera entonces que, para el parlêtre, esa marca primordial estuviera allí siempre
vigente. Podríamos pensar que entonces la alusión a un atravesamiento del fantasma como
una de las formas del final de análisis a las que alude Lacan, implicaría haber obtenido una
solución respecto de ese goce Otro, y por ende también de la demanda -cuestión a la que

2 Lacan habla incluso de que estas marcas a partir del otro alienante servirán para organizar el
desorden orgánico inicial, y tendrán por eso una importancia esencial.
Miller hace especial alusión-, lo que por supuesto tendrá como una de sus consecuencias,
otra manera de vivir la pulsión y de gozar.
La referencia al nudo y al parlêtre fueron necesarias para dar otra noción de cuerpo
en tanto superficie o cáscara, que pese a las ataduras del ego, que se revelan entonces
precarias, puede levantar campamento a cada rato y sin consideraciones respecto de la
adoración que el parlêtre le profiere.
Estos conceptos son además el puente tendido entre las elaboraciones freudianas,
para arribar nuevamente a la idea lo simbólico como traumatizando lo real, haciendo de la
carne del viviente un cuerpo Otro, cuerpo como inconsciente. Como ha dicho Eric Laurent
(2017) recientemente:

El lugar del Otro es el cuerpo en tanto que él recibe una marca, en


tanto que es el lugar donde se inscribe la marca de lo incorporal en la
estructura. Entonces, si comparamos la primera formulación de Lacan “el
inconsciente es el discurso del Otro”, es lo que se manifiesta en nosotros de
la verdad de ese lenguaje material que nos atraviesa. Si uno reemplaza en la
fórmula el Otro por el cuerpo, entonces, “el inconsciente es el discurso del
cuerpo”, de ese cuerpo marcado, atravesado por afectos, por las marcas que
le vienen de eso que él siente, es decir que lo atraviesa. (Laurent, 2017: p. 8)

Son estas marcas de lo incorporal las que referimos al seguir junto con Germán
García los desarrollos por la teoría del trauma, volviendo nuevamente sobre Freud, para
arribar luego a Lacan y a Laurent, este último como valioso interprete del conceptual.
Allí hablamos del trauma, primero como una sorpresa ocasionada por el encuentro
de la pulsión con el objeto que la solicita, en la realidad, lo que tiene por efecto una
conmoción tal que provoca una dislocación respecto de las amarras simbólicas, provisorio
desanudamiento.
Ubicamos además la consonancia del trauma en el sentido que la cita anterior de
Laurent acaba de mostrarnos, al reflexionar nuevamente acerca del punto en el que, desde
el desorden de lalengua en la que el viviente se baña, algo introducido por el Otro toca la
carne de manera azarosa, escribiendo de manera borromea el lazo entre registros y el punto
en el que un parlêtre aparece en el mundo. Demarcando además en este punto mejor que en
cualquier otro el modo en que, como una violencia, este empalme topológico entre real,
simbólico e imaginario, entre cuerpo y palabra, entre pulsión y repetición, se produce y
funciona de allí en más.

Investigar las categorías de agresividad y de violencia en su diferenciación,


trabajando además el recorrido y la manera en que ambas son utilizadas por Freud y Lacan,
sobrevino como lo que nos permitiría encaminarnos de forma ordenada hacia la pregunta
que nos regía de fondo.
Pero bien dijimos que en el tiempo cero de este trabajo, antes de lograr un orden,
hubo otras lecturas que también se conjugaron en la conformación de la pregunta inicial.
Es por ello que el último capítulo recuperó algunas de ellas pues, pensamos, podían
ayudarnos a discernir lo antedicho no sólo en tanto interpeladoras discretas del
psicoanálisis, sino más bien porque nos invitan a reflexionar acerca del modo en que la
violencia aparece en otros campos del saber, lo que en no pocas ocasiones también se presta
a confusión.
Como operación, hemos intentado emular en este último apartado lo que Luis
Tudanca propone respecto del modo en que el psicoanálisis y otros discursos pueden
debatir, discutir o conversar, sin la pretensión de producir para uno u otro un agregado o
una modificación de su epistemología, teniendo en cuenta especialmente que “el
psicoanálisis aprende de los otros sin esperar demasiado enseñar a los otros.” (Tudanca,
2005: p. 15)
Acompañados especialmente por la lectura de Walter Benjamin y Slavoj Žižek,
pudimos por ejemplo recuperar lo que llamamos una pluralización de las violencias, para
decir que evidentemente no existe una acepción unificada acerca del término, y por ende su
uso es igualmente diverso.
Las categorizaciones que encontramos tienden a veces al infinito, por lo que se
tratará casi en definitiva, si nos guiásemos por estos aportes, de elegir la que nos convenga
o nos parezca se acomoda mejor a nuestra impronta.
Recordemos que junto con Benjamin destacamos que el hombre es en el lenguaje,
que no era ya un simple medio, sino que se entendía como experiencia, lo que posiciona
esta propuesta más allá del estructuralismo de la época, ubicando además algo de la noción
de cuerpo en relación con la palabra y el nombre, desde la que fue posible arribar a una
cierta idea de que hay para la comunicación un imposible.
El filósofo alemán aportó además una clasificación de la violencia que recuperamos,
en donde las dos primeras categorías podemos pensarlas como ya estudiadas en su época
por otros campos, siendo el tercero sobre el que más nos costó reflexionar, quizás por su
novedad.
Los tipos de violencia que estudia Benjamin son entonces la mítica, que es la que
instaura un orden de tipo civilizante, punto cero de lo social; violencia del derecho, como la
que el estado o las instituciones que lo representan se arrogan sobre si, quitando la potestad
de tal ejercicio a los sujetos particulares no sólo para evitar la degradación cultural, sino
además para asegurar la autoconservación del poder; y la violencia divina, que es según el
filósofo alemán aquella que puede acontecer en contra de la violencia de derecho, que
arrasa con todo orden o exceso de vida civil, sin instituir nada a su término.
Con Žižek hablamos más bien de violencia subjetiva, que es lo que conocemos
como agresiones directas, actos en los que los actores son claramente señalables, y de
violencia objetiva, caracterizada por pasar desapercibidas al tratarse más bien de violencias
que forman parte del normal funcionamiento de un orden. Incluye dentro de esta categoría a
dos subcategorías: la violencia simbólica, del lenguaje, los mecanismos sociales o la doxa,
y la violencia sistémica, que refiere al funcionamiento de una ideología en tanto modo en
que se ejerce una relación de dominio y explotación.
Especialmente desde Žižek recuperamos además la noción de otro, que ya habíamos
encontrado tanto en Freud como en Lacan, para referirlo como el objeto sobre el que se
deposita un egoísmo originario, blanco sobre el que se vehiculizan todas estas violencias de
la ideología que, la mas de las veces, aparecen disfrazadas de su opuesto, como sucede por
ejemplo con el profundo racismo que reside en el multiculturalismo pospolítico que es parte
del capitalismo en sus etapas más recientes y hasta la actualidad.
Quizás lo que verdaderamente importa de volver, aunque sea brevemente sobre
estos referentes no es tanto la construcción conceptual que cada uno ofrece, sino más bien
la manera en que ambos analizan la realidad material abstrayéndose del impacto primero,
leyendo los signos de soslayo, en su envés a veces complicado de abordar, y pensando por
ende a la violencia a partir de la lógica de lo que subyace tras los velos.

Lo que diremos ahora quizás haya podido leerse entre líneas y en cierta forma
esperamos haber estado a la altura argumentativa para que así haya sido.
La pregunta que nos orientó fue la de dilucidar sobre la pertinencia de
conceptualizar la violencia al interior de la teoría psicoanalítica lacaniana, y obtuvimos a
partir de un largo recorrido y de algunos conceptos particulares la elucidación respecto de
una topología que es propia del psicoanálisis en tanto epistemología, pero que también
decanta sobre el objeto que es su estudio, y que en última instancias es el parlêtre.
En esto es que, entonces, la violencia en la particularidad de lo que su acepción
refiere resulta pertinente para el psicoanálisis.
No obstante lo cual debemos admitir que su intromisión no resulta imprescindible o
necesaria para la teoría.
Incluso podemos pensar, y con esto cerraremos, que habiendo encontrado en otros
campos tanta proliferación clasificatoria respecto del concepto, o incluso una utilización sin
discernimiento, quizás lo mejor que ha podido sucederle al psicoanálisis es el no haber
recaído en una utilización del término, cuestión que ya antes nos preguntamos.
En el espíritu que hace distinguible al psicoanálisis como campo del saber y del
discurso reside eso que hemos signado: una fuerza caracterizada por su constancia,
movimiento lento y permanente que por ello puede resultar luego imperceptible.
Pero atención pues no se trata de un juego en la oscuridad de las profundidades de la
memoria o del inconsciente freudiano, sino más bien de la manera en que el hablante ser
cobra ex-sistencia como marca sobre el cuerpo. Es allí donde la violencia, para retomar
aquella alusión del inicio, se revela como la escena topológica en sí misma. Parafraseando a
Benjamin: el parlêtre es en la violencia.

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