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http://www.puertachile.cl/teologia/2004_arqueologia_1.htm

Tres Debates sobre


Biblia y Arqueología
por Ziony Zevit, University of Judaism, Los Angeles, California
(EEUU)

Publicado originalmente en Biblica, volumen 83 (2002), páginas 1-27


Traducción de Felipe Elgueta Frontier

Introducción
< Lámpara de aceite de la Edad
I. El debate de la Arqueología Bíblica
del Bronce temprano en
Canaán Foto: Museo Sherwin
II. El debate Minimalistas-Maximalistas
Miller
III. El debate del “Siglo Décimo”

Conclusión

Durante casi veinticinco años, las universidades y seminarios denominacionales han sido escenario de
tres debates importantes, enmarañados y confusamente largos en torno a la exactitud y veracidad de
las narrativas históricas de la Biblia hebrea. Aparte de los estudiosos religiosamente más
conservadores, que pueden estar desinformados o bien han escogido ignorar estos tejemanejes del
estudio académico del antiguo Israel, pocos de quienes estudian, enseñan o predican sobre estos temas
carecen de una opinión. El debate de la Arqueología Bíblica, el debate Minimalistas-Maximalistas y
el debate del Siglo Décimo han tenido ocupados a los estudiosos, que han debido abocarse a corregir
el contenido de sus clases de historia, escribir artículos e intentar mantener su teología en armonía con
su comprensión de la historia.

En los círculos académicos y luego a través de la prensa y de muchos escritos publicados en la


popular y ampliamente difundida Biblical Archaeology Review, se llegó a asociar cada uno de estos
debates con un individuo en particular: primero, el debate de la Arqueología Bíblica con W.G. Dever
de la Universidad de Arizona en Estados Unidos; en segundo lugar, el debate Minimalistas-
Maximalistas con P.R. Davies de la Universidad de Sheffield en Inglaterra; y, finalmente, el debate
del Siglo Décimo con I. Finkelstein de la Universidad de Tel-Aviv en Israel. Cada uno de estos
individuos es reconocido como un estudioso competente, escritor enérgico y voluminoso, simpático
orador y hábil retórico.

La descripción desapasionada de Liverani de los problemas surgidos en los debates, ilustra bien el
manto que han puesto sobre el estudio de lo que él llama “la historia del Israel Bíblico”. Cuestionando
los problemas teóricos y prácticos de la empresa historiográfica, algunos estudiosos han minado con
éxito la confianza en la validez de la mayoría de las interpretaciones históricas, así como en la
habilidad de los historiadores para determinar incluso qué puede constituirse en un dato o un evento
pertinente para ese pasado que los historiadores deben explicar (1). El artículo de Liverani me sugiere
que su efectividad se ha debido, mayormente o en parte, a la confluencia de los tres debates en un
solo debate de Biblia y Arqueología. Mis objetivos en este artículo son sacar a la luz problemas
oscurecidos por una terminología difusa, considerando cada uno de los tres debates en su propio
contexto intelectual, e indicar cómo este enfoque promueve un clima intelectualmente saludable
dentro del cual es posible el avance de la investigación histórica.

I. El Debate de la Arqueología Bíblica

Este debate, desencadenado por Dever en los años setenta, era acerca de si la “Arqueología Bíblica”
podría llamarse mejor "Arqueología Siropalestina” (2). Se invocaron buenas razones en favor del
cambio y obtuvo mucha aceptación entre los arqueólogos profesionales y otros seguidores de la
arqueología.

(1) Para describir el objeto de su estudio, los arqueólogos generalmente usan adjetivos que se refieren
a un período (ej., calcolítico, Bronce Medio) y/o región geográfica (ej., babilónica, egipcia) y/o
cultura (ej., hitita, romana); nunca el título de un libro adjetivizado. No existe una “Arqueología del
Beowulf” ni una “Arqueología Iliádica”. En lenguaje arqueológico, el adjetivo “Bíblico” era una
palabra vacía.

(2) Los individuos que empleaban la expresión “Bíblico” la usaban para referirse principalmente a los
períodos históricos durante los cuales los personajes mencionados en la Biblia vivían en el “mundo
bíblico”. Este último término se hizo muy usual en los estudios norteamericanos bajo la influencia de
W.F. Albright, reconocido ampliamente como el estudioso fundador de la arqueología bíblica
científica en la tierra de Israel. Cuando Albright hablaba de “Arqueología Bíblica”, abarcaba todos los
países y culturas del Medio Oriente mencionados en la Biblia o que fueran relevantes para los eventos
allí descritos. Excavaciones en España y Siria, Túnez y Arabia, podrían ser clasificadas bajo esta
misma rúbrica. Usado esta manera, el término “bíblico” abarcaba demasiado territorio y, como
resultado, no era informativo.

(3) “Bíblico” no se refiere a nada de lo que los arqueólogos hacen como tales, es decir, como expertos
que excavan, catalogan hallazgos y rastrean el desarrollo y evolución de la cultura material.

En vista de estas legítimas razones, parece desconcertante que el caso de Dever no saliera victorioso.
Ante él se presentaron tres tipos principales de objeciones: primero las institucionales, que reflejan el
egoísmo ilustrado; en segundo lugar las semánticas, y en tercero las teológicas (lejos, las más
complejas).

Objeciones institucionales:
La mayoría de los arqueólogos de tiempo completo de los Estados Unidos y virtualmente todos los de
Europa e Israel estuvieron inclinados a favor de la sugerencia de Dever; los biblistas y teólogos, sin
embargo, estaban divididos. Además, la aplastante mayoría de los excavadores interesados en los
períodos bíblicos y que trabajan en Israel y Jordania no son arqueólogos de tiempo completo. En su
mayoría, son empleados de seminarios o instituciones denominacionales en las que enseñan Biblia o
imparten cursos con nombres como “Civilización Israelita Antigua” y otros semejantes. Ellos fueron
renuentes a adoptar y promover una terminología que sugiriera que la arqueología no era relevante
para su trabajo como biblistas. Además, la terminología propuesta por Dever puede haber fomentado
percepciones de la arqueología que resultaban hostiles a sus tareas de búsqueda de apoyo financiero
entre sus generosos patrocinadores e instituciones auspiciadoras y de contratación de voluntarios para
las excavaciones.

Objeciones (o justificaciones) semánticas:


Entre aquellos que reconocieron la validez esencial de las inquietudes de Dever, muchos deseaban
mantener el término “Arqueología Bíblica”. Ellos plantearon, en un terreno “Albrightiano”, que la
expresión era útil y significativa para referirse a la arqueología de la Edad de Hierro en Israel y
Jordania. El término “Arqueología Bíblica” era apropiado porque, aunque aludía a la escritura
canónica, normalmente se entendía que la expresión estaba referida a un pueblo en particular en un
lugar y tiempo particulares: los israelitas en la Tierra de Israel desde la Edad del Hierro hasta los días
de Esdras y Nehemías en el periodo Pérsico que siguió a la Edad del Hierro, es decir,
aproximadamente entre el 1200 y el 332 aEC (cuando el referente de “Bíblico” es la Biblia hebrea).
También podría abarcar a Jesús, Pablo y la iglesia primitiva (cuando el referente es el Nuevo
Testamento). Al darle este sentido, se asemejaba a términos como “Romano” o “Griego” aplicados
como adjetivos de las ramas de la arqueología clásica. Por consiguiente, el debate era simplemente en
torno a detalles semánticos. Finalmente, no había ninguna razón válida para eliminar el adjetivo
“bíblico”. Así como los arqueólogos clásicos recurren a antiguas fuentes escritas cuando interpretan
sus hallazgos, la Biblia se usa en la interpretación de los hallazgos del Israel de la Edad de Hierro.

Objeciones teológicas I:
Complicando aún más esta delicada situación, estaba el hecho de que “Arqueología Bíblica” era un
término viejo, bien establecido en los estudios bíblicos desde comienzos del siglo XIX y cuyo sentido
general era transparente a todos, un hecho generalmente desconocido para las personas que
alcanzaron la mayoría de edad después de la década de los ’50. Así, por ejemplo, en 1839 la Jahn’s
Biblical Archaeology empezó a entregar a generaciones de seminaristas y clérigos estadounidenses la
siguiente definición:

La arqueología... considerada subjetivamente... es el conocimiento de cualquier cosa de la


antigüedad que sea digna de recuerdo, pero objetivamente es ese conocimiento reducido a un
sistema... en un sentido limitado hace especial referencia a las instituciones religiosas y civiles, a
las opiniones, modales y costumbres y aspectos similares (3).

El libro de Jahn, publicado primero en alemán en 1802, asumió esta agenda arqueológica e ilustró lo
que podría lograr usando la propia Biblia como su fuente y recurso primario; pero también los
monumentos y monedas antiguos, las escrituras de Filón, Josefo, los escritos rabínicos y alguna
literatura patrística y diarios de viajeros. Para Jahn, la arqueología podría hacerse en el escritorio del
estudioso. Simplemente era cuestión de estudiar las palabras y hacer un análisis filológico.

Keil, un exégeta conservador, observó que Jahn simplemente había pedido prestada su comprensión
de la “arqueología” del uso griego del término, testimoniado en fuentes tan diversas como Platón,
Dionisio de Halicarnaso y Josefo, y la aplicó a la Biblia (4). Para su propio Handbuch der biblischen
Archäologie publicado en 1858, Keil adoptó una definición algo distinta:

Entendemos por arqueología bíblica o conocimiento de la antigüedad bíblica, la representación


científica del estilo de vida del pueblo israelita como la única nación de la antigüedad que Dios
había seleccionado como portadora de las revelaciones registradas en la Biblia.
Este conocimiento, según Keil, excluía la historia per se, pero incluía la geografía física, las
instituciones religiosas tales como los lugares de culto, el personal, los rituales y el calendario;
instituciones sociales, como las casas, la comida y la vestimenta; instituciones, organizaciones y
empresas familiares, y organizaciones civiles tales como leyes, cortes, ejército, etc. La importancia de
esta arqueología fue la de destacar la cualidad distintiva y objetiva de Israel como testigo de la
revelación, pero “el método de descripción debe ser histórico, siguiendo el carácter histórico de la
revelación bíblica” (5).

En 1896, Lansing publicó un libro delgado, Outlines of the Archaeology of the Old Testament, en el
que ubicaba la arqueología como una rama de la teología exegética. Él escribió: “La Arqueología
Bíblica es la ciencia de las cosas sagradas confrontadas con las palabras sagradas” (énfasis del
original). Las “cosas” incluían los mismos asuntos tratados por Keil, junto con las antigüedades de
otras naciones “en tanto que éstas tengan alguna relación directa con algún pasaje de la Escritura” (6).
En este volumen se enfatiza la conexión directa entre “cosa” y exégesis, y la historia, en general, se
deja un poco de lado.

Mientras se publicaba el primer volumen de la primera edición alemana de Jahn, otros estudiosos
europeos estaban comprometidos en actividades para extender el significado del término
“arqueología”. En 1801, E. Clark partió hacia Tierra Santa para descubrir ciudades antiguas y sitios
santos. Fue seguido por U.J. Seetzen en 1802, J.L. Burckhardt en 1809, y una hueste de otros más. El
más famoso de ellos, E. Robinson, Profesor de Biblia en el Union Theological Seminary de Nueva
York, viajó por primera vez en 1839.

Basándose en las listas geográficas y las referencias casuales a lugares que se encuentran en la Biblia,
bendecido con un oído dotado para discernir antiguos nombres de lugares hebreos y griegos en
versiones árabes locales, y poseedor de un fino sentido de la topografía, Robinson, viajando junto a su
ex alumno Eli Smith, un misionero de habla árabe, descubrió, registró y cartografió centenares de
sitios, muchos de ellos deshabitados durante más de 2000 años. Su erudito y cautivante libro de tres
volúmenes publicado en 1841, Biblical Researches in Palestine, the Sinai, Petrae and Adjacent
Regions se convirtió en uno de los best-selleres más leídos (7). Robinson demostró la posibilidad de
identificar muchos de los sitios mencionados en la Biblia y, por consiguiente, la exactitud y fidelidad
de la Biblia. Su trabajo fue tomado como una señal de que la investigación científica, la misma
investigación que podía descubrir animales extintos, cavernícolas y planetas distantes, también podría
verificar hechos bíblicos.

En 1890, Petrie, un estudioso inglés con más de 20 años de experiencia excavando en Egipto, dio
inicio a la primera excavación científica en Tierra Santa en Tell el-Hesi. Poco después, se
emprendieron excavaciones en Gezer, Jericó y Shechem. En 1906, se emprendieron excavaciones
alemanas en Megido, el sitio del Armagedón.

Entre 1870 y los años '30, después de que Schliemann excavara Troya y afirmara, con la misma
seguridad y efectividad de un publicista, haber autentificado las historias de Homero, un público
popular entusiasmado exigía hambriento nuevas conclusiones históricas a partir de las excavaciones
en Egipto, Mesopotamia y Palestina.
Al examinar los libros y folletos con títulos que se
aproximaban a “Arqueología Bíblica”, escritos a finales
del siglo XIX y comienzos del siglo XX, noté cómo sus
volúmenes diferían de Jahn, reflejando un
desplazamiento semántico en el término “arqueología” a
lo largo de más de 50 años (8). En éstos, la diferencia
entre “arqueología” e “historia” parece haber sido que
“historia” se refería al conocimiento de los eventos
políticos pasados, de acuerdo con el paradigma rankiano
de la historiografía que evolucionó en Alemania entre
1825 y 1850. “Arqueología” se refería más a los realia Se han realizado excavaciones en Megido
(objetos naturales) y procesos de la vida diaria (9). El desde 1906,
conocimiento obtenido de la “arqueología sucia” era las que han dado origen y respuestas a casi
incluido entre los realia. Producía información que todos los
aclaraba la arqueología filológica y se aplicaba problemas relacionados con las Edades de
igualmente para ilustrar y contextualizar narrativas Hierro y
bíblicas históricas, todas las cuales eran consideradas Bronce en Tierra Santa. Foto: Universidad
descripciones exactas. Hasta donde puedo discernir, los de Tel Aviv
veinticinco libros examinados eran todos escritos por
biblistas, individuos involucrados en el estudio,
exégesis y explicación teológica de la escritura.

Lo que cambió a lo largo de más de 170 años, desde la época en que Jahn publicó su primer volumen
hasta el surgimiento del debate, fue el contenido del término “arqueología”. El nuevo significado
reemplazó al viejo en el habla popular, pero siguió coexistiendo con él en entornos denominacionales
en el congelado término “Arqueología Bíblica”, junto con las ideas acerca de cómo debía usarse dicha
“Arqueología Bíblica” en el estudio de la Biblia.

Aunque esto pase inadvertido en la literatura erudita y en las discusiones públicas, algunos de los
críticos de Dever simplemente estaban reacios a ignorar parte del campo semántico del término
“arqueología”. Considerando que “Arqueología Bíblica” es un término perfectamente bueno con una
larga tradición en los estudios bíblicos, la preparación ministerial y la educación cristiana, ellos no se
sintieron particularmente incómodos con los problemas planteados por Dever, y pueden haber
considerado su llamado como una reacción exagerada ante algo demasiado pequeño.

Objeciones teológicas II:


En la década de los '50, bajo la influencia de Albright, la “Arqueología Bíblica” había llegado a
incluir bajo su rúbrica estudios de los textos literarios ugaríticos, así como los recientemente
descubiertos Rollos del Mar Muerto, entre los que se encontraban los manuscritos bíblicos más
antiguos que se hayan conocido. Estos dos descubrimientos acerca de los límites cronológicos del
periodo bíblico vertieron una crucial luz sobre el trasfondo cultural y la historia literaria del antiguo
Israel y sobre la historia textual de la Biblia; por consiguiente, se pensaba que ilustraban la exactitud
histórica de la Biblia de alguna manera vaga, indefinida. Del mismo modo, la presencia física de
objetos excavados, como altares pequeños similares al altar del tabernáculo descrito en la Biblia,
estatuillas consideradas como ejemplos de imágenes prohibidas en la legislación bíblica y evidencia
material de secuencias de eventos como la destrucción de una ciudad canaanita al principio de la Edad
de Hierro, fueron consideradas como mudo testimonio de la exactitud de lo que la Biblia “decía”
sobre ellos en Deuteronomio, Josué y Jueces.
Los estudiosos conservadores en particular, pero también los liberales, suponían que si los
arqueólogos podían demostrar que algo podría haber ocurrido, ésa era prueba suficiente de que había
ocurrido si así lo indicaba la Biblia (10). El efecto de halo de este pensamiento de “la Biblia es
verdadera”, combinado con la concepción de la “Arqueología Bíblica” como una sirvienta de la
exégesis, continuó extendiendo las implicaciones de la arqueología sucia en la autenticación, tanto de
detalles particulares sobre los realia como de rasgos de la cultura no material, como la historia, la
historiografía y la teología (11).

Este testimonio se convirtió en grano para los molinos del movimiento de la “Teología Bíblica”,
liberal y positivista, que logró gran popularidad a partir de los años '50 y ha tenido una influencia
profunda en lo que se ha enseñado desde entonces en entornos cristianos y judíos no-ortodoxos. Lo
que distinguía a este movimiento de los enfoques más conservadores, era su capacidad para discernir
una diferencia entre la fiabilidad y exactitud de las descripciones históricas de la Biblia, comprobadas
según las investigaciones arqueológicas, y los discursos teológicos de los textos (12). Se le dio
preeminencia a estos discursos como “proclamación”, mientras que los eventos hallados no
deficientes en su comprobación arqueológica eran valorados como testimonio de la proclamación.
Los eventos considerados deficientes, como la esclavitud de los israelitas en Egipto, fueron
clasificados como “mito”, ignorándose su falta de historicidad, y reservándolos exclusivamente para
ser usados en los discursos kerigmáticos.

Al proponer el término “Arqueología Siropalestina”, Dever declaró explícitamente que había perdido
el interés en el término "bíblico", junto con sus nexos asociativos con la exégesis y la explicación
teológica. Su postura puede haberse percibido como un ataque a la religión. Por cierto, su postura fue
percibida correctamente como un ataque contra aquellos que argumentaban acerca de la interpretación
arqueológica partiendo de la teología normativa (o Bíblica). Pero, hasta donde sé, él no planteó esto
como un problema general en sus presentaciones públicas.

Dever perdió el debate. Era casi inevitable. Hay muchos más profesores de Biblia en el mundo que
arqueólogos trabajando en el período de la Edad de Hierro, y la aplastante mayoría de estos
profesores trabaja en contextos denominacionales con programas teológicos explícitos e implícitos
que son a priori a cualquier posible hallazgo de los arqueólogos. Se pensaba que el llamado a un
cambio en la terminología iba a cortar la conexión entre lo arqueológico y lo teológico, imposibilitar
cualquier pretensión acerca de las implicaciones de la arqueología de lo físico para lo metafísico, y
deslegitimar cualquier autoridad interpretativa que los biblistas teológicamente orientados pudieran
exigir acerca de los datos arqueológicos.

A fines de la década de los ’80, después del decaimiento de la “Teología Bíblica” como movimiento
dinámico y agresivo, la situación quedó ordenada de la siguiente manera. La “Arqueología
Siropalestina” se convirtió en un término ampliamente aceptado que se refería a una disciplina que
normalmente requiere de una combinación de estudios de postgrado y unos pocos períodos de
experiencia en terreno y en laboratorio, o muchos períodos de experiencia en terreno y en laboratorio
y publicaciones relevantes. Queda restringida a círculos profesionales y se ha convertido en el
término preferido de los departamentos de arqueología, antropología e historia. La “Arqueología
Bíblica” evolucionó como un término usado principalmente en la cultura popular, en títulos de
conferencias públicas, artículos en revistas, libros y cursos de pregrado o seminario. El término vino a
señalar que se tratarían materias textuales y arqueológicas en presentaciones con este título; pero no
señalaba cuál sería la proporción entre arqueología y texto ni la orientación profesional del autor o
conferencista. Considerando que todos los arqueólogos siropalestinos que trabajan en ciertos períodos
históricos deben por necesidad explotar la información contenida en la Biblia al interpretar algunos de
sus hallazgos, ellos son ipso facto arqueólogos bíblicos; pero no
todos los biblistas que usan información arqueológica y que puedan
llamarse “arqueólogos bíblicos” pueden pretender ser “arqueólogos
siropalestinos”. Incluso Dever dejó clara esta situación (13).

Tan imperceptible como lo fue en los años ochenta, el debate había


precipitado cambios que iban más allá de la terminología
profesional. Había diseminado la noción de que la síntesis
Albrightiana de los estudios y la arqueología bíblica ya no mantenía
su integridad: los biblistas podrían seguir caminando solos, al igual
que los arqueólogos. En los estudios bíblicos hubo un
desplazamiento desde los análisis históricos hacia los literarios; en la
arqueología de la Edad del Hierro, un desplazamiento desde las
explicaciones históricas de la historiografía bíblica basada en datos
de excavaciones hacia las interpretaciones político-económicas
basadas en teorías socio-antropológicas. Algunos biblistas que
aceptaron la distinción de Dever emprendieron la elaboración de
historias sociales de Israel basados en una mezcla de datos arqueológicos y teoría socio-
antropológica.

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Notas

(1) M. LIVERANI, "Nuovi sviluppi nello studio della storia dell’Israele biblico", Bib 80 (1999) 490-
492, 497-500, 502-505.

(2) W.G. DEVER, Archaeology and Biblical Studies. Retrospects and Prospects (Archeologia 4.1;
Evanston 1974) 17-25, 34-43; ID., "Retrospects and Prospects in Biblical and Syro-Palestinian
Archaeology”, BA 45 (1982) 103-107; H. SHANKS, "Should the Term ‘Biblical Archaeology’ Be
Abandoned?" BARe 7/3 (1981) 54-57; E.F. CAMPBELL, "Letter to Readers", BA 45 (1982) 68; H.D.
LANCE, "American Biblical Archaeology in Perspective", BA 45 (1982) 97-101. Dever introdujo por
primera vez el término para referirse a una ‘disciplina y secular ... realizada por los historiadores
culturales por su propio interés’ en la "Introducción" a Biblical Archaeology (ed. S.M. PAUL – W.G.
DEVER) (Library of Jewish knowledge; Jerusalem 1973) ix. (agradezco al Prof. Paul por esta
referencia).

(3) J. Jahn (1750-1816) publicó una Biblische Archäologie original de cinco volúmenes en 1802.
Abrevió esta publicación en un solo volumen, J. JAHN, Archaeologia biblica in Epitomen redacta
(Viena 1814), traducido posteriormente como Archæologia Biblica. A manual of biblical antiquities
(Andover 1823) por el poeta y traductor norteamericano T.C. Upham del latín. Su traducción fue
reimpresa con adiciones y correcciones bajo el título más breve de Jahn’s Biblical Archaeology hasta
1853. La cita es de una edición de 1839 publicada en Nueva York.
(4) K.F. KEIL, Handbuch der biblischen Archäologie (Frankfort a. M. – Erlangen 1858-1859) 2. Este
libro apareció en una segunda edición alemana en 1875 que fue traducida con adiciones y
correcciones de Keil y se publicó como Manual of Biblical Archaeology (Edinburgh 1887-1888) I-II.

(5) KEIL, Handbuch, 1-5.

(6) J.G. LANSING, Outlines of the Archaeology of the Old Testament (New Brunswick 1896) 4-5.

(7) P.J. KING, American Archaeology in the Mideast. A History of the American Schools of Oriental
Research (Filadelfia 1983) 3-4; C.C. LAMBERG-KARLOVSKY, Beyond the Tigris and Euphrates
(Beerseba 1996) 26-29. De hecho, la mayoría de los viajeros publicó relatos científicos o populares de
sus viajes, de modo que había mucha información sobre Tierra Santa y la Biblia que circulaba
ampliamente en inglés, francés y alemán.

(8) Observé lo que estaba disponible en los estantes de la biblioteca en el Seminario Teológico de
Princeton en agosto y noviembre de 2000. Debido a la escasez de libros con las dos palabras
requeridas, incluí libros cuyos títulos indicaran que trataban de tipos similares de datos.

(9) Cf. E. KALT, Biblische Archäologie (Friburgo 1924), un pequeño volumen que se centra en las
instituciones políticas, religiosas y sociales en su escenario geográfico. Aunque fue escrito más de 60
años despues del libro de Kiel —podría considerarse como una versión abreviada y actualizada del
libro anterior—, Kalt no incorporó los hallazgos de la arqueología sucia en sus discusiones.

(10) Cf. KING, American Archaeology in the Mideast, 83, con respecto al enfoque de M. Kyle, un
biblista conservador asociado durante largo tiempo con F. Albright y la arqueología norteamericana
en Tierra Santa.

(11) Véase J.C. MEYER – V.H. MATTHEWS, "The Use and Abuse of Archaeology in Current Bible
Handbooks", BA 48 (1985) 149-159; "The Use and Abuse of Archaeology in Current One-volume
Bible Dictionaries", BA 48 (1985) 222-237. Muchos de los abusos vistos y citados por estos autores
abordan el uso más antiguo y tradicional del material arqueológico en contextos denominacionales.

(12) Esta descripción está tomada de Weaver, quien la usó para sugerir cómo puede enfrentarse
teológicamente en los años 1990 el atolladero histórico causado por la arqueología; cf. W.P.
WEAVER, "The Archaeology of Palestine and the Archaeology of Faith: Between a Rock and a Hard
Place", What has Archaeology to do with Faith? (eds. J.H. CHARLESWORTH – W P. WEAVER)
(Faith and Scholarship Colloquies; Filadelfia 1992) 89-105 ("The Failure of Archaeology as an
Apologetic Strategy").

(13) W.G. DEVER, "What Archaeology Can Contribute to an Understanding of the Bible", BARe 7/5
(1981) 40-41; "Archaeology and the Bible. Understanding Their Special Relationship", BARe 16/3
(1990) 52-58, 62.
Citar como:
http://www.puertachile.cl/teologia/2004_arqueologia_2.htm

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por Ziony Zevit


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II. El Debate Minimalistas-Maximalistas

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Sherwin Miller

Los minimalistas

El terreno para el debate minimalistas-maximalistas fue preparado por Davies en 1992, con la
publicación de una obra de polémica, pequeña pero muy leída, In Search of Ancient Israel, que
proponía una evaluación particularmente mezquina del valor histórico de la información contenida en
la Biblia acerca del antiguo Israel (14). El mismo año, Thompson publicó un libro que llegaba a
conclusiones similares (15), lo que bastó para iniciar el debate.

Como grupo, los minimalistas están asociados con la Universidad de Sheffield en Inglaterra y la
Universidad de Copenhague en Dinamarca; pero parecen ser más influyentes en los Estados Unidos
que en Inglaterra y Europa continental. Aunque Davies es el más conocido, hay una media docena de
estudiosos productivos que desarrollan los argumentos minimalistas regularmente en artículos, y un
grupo dos o tres veces más numeroso que lo hace de manera irregular. Habiendo sido muy difamados
por los biblistas e historiadores, considero que los minimalistas se han abocado a una tarea histórica
hasta cierto punto legítima.

Los historiadores contemporáneos, incluidos los minimalistas, distinguen (1) entre un mundo pasado
donde las cosas pasaron, y la representación narrativa de ese mundo en escrituras antiguas; y (2) entre
los elementos de la visión historiosófica que contribuyeron a la formación de una narrativa particular
sobre el pasado, la capacidad descriptiva de la misma narrativa en sus contextos originales -literario e
histórico-, y su capacidad para ser usada en el trabajo de un historiador contemporáneo. El punto de
partida de las posturas minimalistas está determinado por sus respuestas a las preguntas que todos los
(buenos) historiadores deberían hacerse ante cualquier documento escrito: ¿Cuál es la naturaleza de
este documento? ¿Quién lo escribió? ¿Quién se beneficia con este documento? ¿Cuándo se escribió y
por qué? ¿Dónde se escribió?

Los minimalistas admiten que la Biblia hebrea es un documento constitucional para el pueblo judío.
También aceptan que el período persa es la época más antigua en la que aparecen las características de
lo que se reconoce como el Judaísmo del Segundo Templo, tales como la importancia de la lectura de
la Torá de manera pública y en fiel observancia, la abstención del trabajo y el comercio en el Sabat,
prohibición de la endogamia, diezmo y mantención del sacrificio en el Templo a través de un tributo
auto-impuesto (véase. Neh 10:30-40). En aquel tiempo, el poder en Jerusalén estuvo en manos de
Esdras y Nehemías, ambos judíos, autorizados por la corte persa en diferentes momentos durante el
quinto siglo aEC para determinar la política civil y religiosa. Los minimalistas también señalan,
basándose en su lectura de Esdras y Nehemías, que la población de Yehud, la provincia persa con
centro en Jerusalén, contenía una gran mezcla de extranjeros, establecidos de manera forzada en el
área como resultado de la política del Cercano Oriente antiguo .

Planteando las “preguntas de historiador” que mencionáramos anteriormente acerca de la Biblia en


este contexto socio-histórico, los minimalistas concluyen que los libros de la Biblia Hebrea fueron
escritos durante el período persa (o helenístico). Los libros históricos realmente contienen historias
ficticias (que pueden haber aprovechado algunas vagas y antiguas leyendas) a través de las cuales la
población organizada de refugiados locales se dio a sí misma una historia fundacional mítica que la
uniera a la tierra y a una religión. Esta conclusión tiene dos corolarios importantes: (1) Las narrativas
de la Biblia sobre el mundo político, social e intelectual del antiguo Israel desde Abraham hasta la
destrucción del templo carecen de valor probatorio. (2) En consecuencia, cualquier narrativa que
pretenda referirse a lo que efectivamente ocurrió con las personas reales que vivían en las áreas
montañosas centrales del antiguo Israel durante lo que los arqueólogos llaman la Edad de Hierro debe
estar basado exclusivamente en datos arqueológicos. No disponemos de ninguna otra fuente auténtica
para su historia.

Algo que otorga credibilidad a los minimalistas es el amplio acuerdo general entre los estudiosos
bíblicos y los arqueólogos liberales en cuanto a que ningún dato arqueológico ni de ningún otro tipo
proveniente de alguna fuente externa a la propia Biblia confirma las historias patriarcales o del éxodo
tal como se les narra en Génesis y Éxodo. El mismo acuerdo general reconoce que sólo con sutiles
retoques y explicaciones muy calificadas puede recurrirse a los datos arqueológicos para apoyar
algunos elementos de las narrativas de Josué-Jueces. Finalmente, el acuerdo sostiene que las
narrativas proto-históricas y las narrativas épicas del éxodo-conquista, sean o no verdaderas, fueron
puestas por escrito por primera vez entre los siglos IX y VI aEC a partir de tradiciones orales,
antiguas pero no verificables. Sin embargo, en el caso de las narrativas sobre eventos que ocurrieron
después del siglo IX, los escritores israelitas tenían acceso a registros de la corte y del templo, de
modo que se le otorga más credibilidad a sus volúmenes. No obstante, no hay consenso acerca de la
fecha de la redacción final de los libros históricos. Algunos defienden el período exílico tardío c. 600-
580 aEC; otros el período exílico neo-babilónico, 586-538 aEC, mientras que otros proponen el
período persa post-exílico, 538-332 aEC.

Así, en lo que concierne a estos diferentes períodos,


las únicas diferencias entre los minimalistas y la
mayoría de los demás historiadores son la fecha
asignada para la composición de las historias y
narrativas y su evaluación de la cantidad de “historia
real” contenida en ellas (16). Estas diferencias tienen
implicaciones de enorme alcance.

Los minimalistas van más allá del consenso histórico-


crítico al plantear que la historia completa, desde
Abraham hasta Moisés, Josué, David, Salomón y los Restos de una casa de cuatro habitaciones en
otros reyes, está toda cortada de la misma tela y por la Beerseba.
Foto: Dig the Bible
misma razón. El pueblo de Israel, sus líderes y héroes son ficciones literarias, invenciones o
estructuras. Las historias sobre ellos, sus victorias, derrotas y políticas religiosas son todas
invenciones tardías escritas en el período persa o después. El Israel histórico, la gente verdadera de
carne y hueso que moró en las montañas centrales durante las Edades de Hierro, no vino de Egipto.
Descendían de habitantes que en una edad más temprana, la del Bronce, ya estaban en los lugares en
donde ellos vivían. Su cultura y religión era una forma ligeramente evolucionada de sus predecesores
canaanitas de la Edad de Bronce (17).

Este conjunto de axiomas y los corolarios derivados se encapsulan en la distinción minimalista entre
un “Israel bíblico” creado por los literatos del período persa y preservado en la Biblia Hebrea, un
“Israel histórico” que realmente vivió en las colinas centrales de la tierra de Israel durante la Edad de
Hierro -del cual se puede llegar a conocer muy poco- y un “Israel antiguo”, el “constructo” erudito de
personas obsesionadas con las historias de la Biblia, un Israel mutilado por las enseñanzas teológicas
basadas en la combinación de los primeros dos y por los individuos demasiado involucrados con la
“Arqueología Bíblica” (18).

Después de hacer un comentario sobre las deficiencias de todos los estudios no-minimalistas, Lemche
-quien ha asumido el rol de portavoz filosófico y metodológico del minimalismo- escribe:

La conclusión de que los estudios histórico-críticos simplemente está basada en una metodología
falsa y lleva a conclusiones falsas, significa simplemente que podemos prescindir de 200 años de
estudios sobre la Biblia y echarlos al tarro de la basura. Apenas valen el papel en el que están
impresos (19).

Contrariamente a lo que creen sus detractores, los minimalistas toman muy en serio los escritos
históricos. Dadas sus conclusiones acerca de las tardías fechas de autoría y la falta de historicidad, sus
esfuerzos por explicar por qué las historias fueron escritas de la manera en que se les conoce y con
qué propósito, constituyen una tarea válida y necesaria. Los maximalistas, sin embargo, desacreditan
la narrativa minimalista y defienden que sus conclusiones básicas siguen siendo afirmaciones no
demostradas y que existe evidencia suficiente para refutar las hipótesis sobre las que se sostienen.

El minimalismo tiene al menos cinco conjuntos de raíces intelectuales: (1) conclusiones sobre cuándo
se escribió la mayoría de los libros, que fueron aceptadas por los estudiosos protestantes liberales a
fines del siglo diecinueve (20); (2) el uso de modelos socio-antropológicos acerca de cómo las
sociedades evolucionan y cuentan historias sobre sí mismas, lo que se popularizó en los estudios
bíblicos durante la década de los ’70 gracias a los estudios de Gottwald acerca de la sociedad israelita
en general y el surgimiento del antiguo Israel a partir de grupos canaanitas residentes en las colinas
centrales en particular (21); (3) las evaluaciones de datos arqueológicos que desde la década de los
’50 cuestionan, valoran o niegan la historicidad de las narrativas del éxodo y la conquista y que, desde
que los años setenta y ochenta, niegan la de las tradiciones patriarcales (22); (4) una estrategia para
leer narrativa histórica bíblica a contrapelo, similar a las estrategias de deconstrucción desarrolladas
por J. Derrida, emulada ampliamente en los departamentos de literatura e historia durante los años
setenta y ochenta; (5) el clima de escepticismo extremo, un escepticismo que a veces orilla en el
cinismo, característico de gran parte del análisis histórico occidental desde fines de la década de los
’60 (23).

Aunque las afirmaciones de los minimalistas son el resultado de procesos de razonamiento


practicados por los historiadores contemporáneos, éstas asustaron a los biblistas por su intrepidez y
por su clasificación de la historiografía bíblica dentro del género de la construcción de mitos
apologéticos y de la escritura histórica de “la gran mentira”. Además, Davies inflamó pasiones no
académicas al atacar a sus potenciales detractores con maniobras “anti-políticas” pero políticamente
estratégicas. Por ejemplo, anticipándose al desacuerdo que habría en torno a su visión del propósito
que habrían tenido los autores antiguos al escribir los textos, Davies opinó que sus antagonistas
introducían consideraciones teológicas en sus análisis, aseverando que, para ellos, la reconstrucción
del “antiguo Israel” no era una tarea histórica sino de ratificación teológica y, con respecto a la
manera en que ellos asumen su labor, dijo que “los compromisos religiosos no deben desfilar como si
fueran métodos de estudio” (24). Davies desafió así a sus lectores a decidir si eran historiadores de
verdad o creyentes que se hacían pasar por historiadores. En otras palabras, todo aquel que discrepara
con él era un fundamentalista literario, en el peor de los casos, o un lector ingenuo, en la mejor de las
circunstancias. Además, tal afirmación sugiere que, de algún modo, el libro fue escrito como un
ataque contra ciertos tipos de creencias cristianas.

Anticipando que su reconstrucción de la historia no obtendría aprobación y que las visiones


predominantes sobre el Israel histórico prevalecerían, él mismo asumió el rol de mártir intelectual y
explicó las condiciones que derrotarían su desafío: “La pluma es de hecho más poderosa que la
espada, la ficción más poderosa que la verdad, y la creencia más importante para la motivación
humana que el conocimiento" (25). Las declaraciones de Davies constituyen un ataque a la integridad
intelectual de aquellos que podrían discrepar con él. Su tono polémico, asumido también por algunos
otros minimalistas, indujo respuestas viscerales apodícticas y en gran medida irrelevantes.

El minimalismo sigue siendo un elemento del debate sobre la “Arqueología Bíblica” en la defensa
que hace Dever de la objetividad erudita imparcial en el análisis de datos que den luz sobre el antiguo
Israel. Ha reconstruido un mundo histórico pasado basándose exclusivamente en los textos bíblicos.
Su principal intervención independiente en la arqueología ha sido para reducir, partiendo de bases no
arqueológicas, la importancia de cualquier dato arqueológico que pudiera contradecir sus hallazgos.
Como apoyo para alguno de sus particulares argumentos, ningún minimalista ha recurrido a lo poco
que se sabe sobre el período persa gracias a las excavaciones y estudios arqueológicos realizados en
Israel desde fines de los años 1960.

Esta tendencia a negar la evidencia contradictoria alcanzó un triste crescendo cuando unos
arqueólogos fueron acusados de confeccionar inscripciones con contenidos que minaban las
aseveraciones de los minimalistas. En Tel Dan, se descubrieron fragmentos de una inscripción aramea
de victoria del siglo noveno aEC que mencionaba la “Casa de David”. El hallazgo avergonzó a los
minimalistas debido a que ellos afirmaban que David y Salomón probablemente nunca existieron o
que, en caso de que sí hubieran existido, no podrían haber sido mucho más que jefes de tribus locales
en Jerusalén. La referencia a la “Casa de David” en la inscripción de Dan sugería que la dinastía
davídica era tan conocida y poderosa como para que un rey arameo considerara que valía la pena
jactarse de haber vencido a su ejército. Algunos minimalistas acusaron a A. Biran, director de las
excavaciones del Hebrew Union College en Dan, de haber forjado y plantado la inscripción.

Del mismo modo, una inscripción encontrada en la ciudad filistea de Ecrón, mencionaba los nombres
Aquis (un nombre filisteo), Padi (un nombre asociado únicamente con Ecrón en la Biblia) y el propio
nombre de Ecrón. Esta inscripción resultaba embarazosa para la narrativa minimalista, porque
apoyaba la conexión histórica entre estos tres nombres, tal como lo informaba la historiografía
bíblica. Ya que era muy poco probable que las personas que prepararan una historia de ficción durante
el periodo persa, como sostiene la mayoría de los minimalistas, pudieran ser conscientes de esta
trivial información onomástica, la existencia de la inscripción minó las afirmaciones de los
minimalistas acerca de la ausencia de objetividad en las narrativas históricas. Esta vez, la acusación
de falsificación fue lanzada en contra de los dos directores de la expedición de Ecrón: S. Gitin del
Citar como:
http://www.puertachile.cl/teologia/2004_arqueologia_3.htm

Tres Debates sobre Biblia y Arqueología

por Ziony Zevit


Traducción de Felipe Elgueta Frontier

III. El debate del “Siglo Décimo”

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< Ídolo de Edad del Bronce medio en Siria (siglos XXI-XV aEC)
Foto: Museo Sherwin Miller

El “debate del siglo décimo” fue desencadenado por Israel Finkelstein. Desde comienzos de la década
de los '90 él ha señalado que los datos arqueológicos interpretados como indicaciones de la presencia
de un reino fuerte y centralizado en Israel y Judá durante el siglo X aEC han sido fechados de manera
incorrecta. Concretamente, el debate se concentra en si las excavaciones en varios sitios importantes
de la Edad del Hierro, como Beerseba, Dan, Hazor, Jerusalén y Megido permiten o no concluir que
(1) no había ninguna arquitectura monumental, es decir, obras hidráulicas, paredes de ciudades,
palacios o templos, durante el siglo X; y (2) que la evidencia más temprana de proyectos de
construcción de este tipo data de mediados del siglo IX.

En la arqueología siropalestina, las fechas se establecen habitualmente a través del uso de la alfarería
encontrada en una excavación, cotejada con una cronología cerámica. La base de esta cronología fue
el descubrimiento hecho a fines del siglo XIX y comienzos del XX de que los tipos de alfarería, su
forma, estilo, la manera de fabricación y el diseño preferido por los pueblos, cambiada lenta pero
perceptiblemente con el tiempo en todas las regiones del Cercano Oriente antiguo. Es semejante a
fechar una fotografía vieja por la ropa, el peinado, el mobiliario, las radios e incluso los tipos de poses
asumidos por las personas que aparecen en ella. Sobre la base de estas pistas, la fotografía puede
fecharse en 1915 en Roma y no en 1950 en Rumania. El contenido y el contexto determinan la
interpretación correcta.

Escribiendo en 1891 acerca de lo que actualmente se considera como la primera excavación científica
en Tierra Santa, Petrie señalaba: “Las excavaciones en Tell el-Hesy (¡sic!) resultaron ser un lugar
ideal para determinar la historia de la alfarería en Palestina. Y una vez establecida la alfarería de un
país, ya está en nuestras manos la clave para todas las futuras exploraciones” (31). Desde que Petrie
publicara sus toscas categorizaciones y secuencias cronológicas de tipos y formas de alfarería, la
cronología relativa de la cerámica del territorio de Israel se ha desarrollado con gran esmero y
cuidado. En la ausencia de evidencias más definitivas, se recurre a esta cronología para determinar las
fechas generales de las estructuras adyacentes.
Se han realizado algunos esfuerzos para lograr una datación (casi) absoluta, ya sea determinando
conexiones entre el repertorio cerámico de Palestina y las cronologías de Siria y Egipto, donde a
veces se encuentra alfarería con hallazgos escritos o inscritos, como concentrándose en ciertos
conjuntos locales (agregados de diferentes tipos en un mismo sitio o estrato) que puedan fecharse de
manera absoluta gracias a materiales escritos o por una asociación definida con un evento histórico.
Por ejemplo, en un sitio como Laquis, que se sabe que fue capturado y destruido por los asirios en el
701 aEC sobre la base de archivos y relieves de palacios asirios, los conjuntos extraídos en estratos
ubicados inmediatamente bajo las ruinas evidentes de la destrucción son fechados con certeza en el
año 701 aEC. Sin embargo, el uso de cada tipo particular de vasija en la colección puede haber
empezado mucho antes y haber continuado mucho después (32). Cada uno tiene su propia historia, al
igual que la ropa, los peinados y las radios en la fotografía mencionada anteriormente.

Los arqueólogos han desarrollado la tecnología carbono-14 como ayuda en su esfuerzo por delimitar
los horizontes cronológicos de conjuntos individuales y de los tipos individuales dentro de ellos.
Usada para fechar substancias orgánicas recuperadas en zonas de excavación, se esperaba que
coordinando las cerámicas con los hallazgos orgánicos recuperados, los parámetros de la cronología
cerámica podrían hacerse más rigurosos. Sin embargo, los resultados han sido decepcionantemente
poco concluyentes (33).

Actualmente se otorgan dos niveles de confianza en la cronología cerámica: rango medio y rango alto.
La confianza de rango medio se refleja en aquellos que argumentan que este cuerpo de conocimiento
refinado es tal que en la arqueología siropalestina cualquier conjunto dado puede fecharse con una
precisión de 40 años (de 40 años más a 40 menos). La confianza de rango alto, como la expresada por
Finkelstein, es reflejada por aquellos que sostienen que un conjunto puede fecharse con una precisión
de 25 años (25 años más ó 25 menos). Sin embargo, Finkelstein también cuestiona la solidez general
de la cronología convencional desde el siglo XII hasta fines del siglo IX aEC, reduciendo las fechas
de algunos tipos de alfarería y conjuntos completos en más de 100 años (34).

Puesto que hay proyectos monumentales confirmados por el registro arqueológico en sitios
importantes de la Edad de Hierro, el caso de Finkelstein depende de su capacidad a) para crear una
nueva cronología cerámica para lo que hasta aquí se ha considerado como típico de los tipos de
alfarería de la Edad de Hierro I y IIA en conjuntos asociados, no sólo en Israel sino también en otros
sitios de Levante; y b) para traer orden a los sitios donde el consenso general reconoce que la
secuencia estratigráfica durante el siglo X es incierta, pero sin crear desorden en los sitios donde sí
está clara.

Él propone un argumento complejo basado en alfarería roja bruñida a mano, es decir, un tipo pasado
por un baño de arcilla roja y luego pulido a mano con un pedazo de cerámica para darle una pátina
brillante por lo menos a parte de la pieza. En Jezreel, se encontró sólo en el estrato del siglo IX y no
en el manchado material del siglo X que se recuperó en aquel sitio. Al combinar los datos de Jezreel
con los de sus excavaciones en Megido, él concluye que esta alfarería debe fecharse exclusivamente
en el siglo IX. Puesto que, según su sistema de datación, la alfarería está asociada con la arquitectura
monumental, él extrapola que toda construcción de ese tipo debe asignarse al siglo IX, como la fecha
más temprana posible. Por consiguiente, los proyectos de construcción confirmados que se atribuyen
a David, Salomón, Rehoboam y Jeroboam en el siglo X sobre la base de la cronología establecida y
según las descripciones bíblicas de sus actividades de construcción, proyectos que infieren la
presencia de importantes recursos económicos, un contingente de obreros sostenible gracias a una
economía que ha superado el nivel de subsistencia, y una administración central organizada, están
fechados incorrectamente. Los proyectos sólo podrían haber sido acometidos por reyes que vivieron
no menos de 50 años después de la muerte de Salomón.

A nivel teórico, se debate si Finkelstein ha aislado o no una diferencia factual significativa en la


cronología cerámica de tal importancia como para que se requieran los cambios que él pide.

La comunidad arqueológica en conjunto rechaza la cronología cerámica de Finkelstein usando


argumentos arqueológicos bien respaldados (35). El consenso general sostiene que la evidencia
arqueológica publicada, y la informada pero aún inédita, apoya tanto una fecha del siglo X como del
IX para la alfarería mencionada, así como para la construcción de proyectos monumentales en los
sitios antes mencionados (36). En los pocos lugares donde la evidencia de tales proyectos
inexplicablemente no existe, la ausencia puede atribuirse en parte a la erosión, antiguos robos y, en el
caso de Jerusalén, a ingenieros romanos que prefirieron construir sobre superficies firmes, duras y
llanas. Ellos rasparon grandes áreas casi hasta el lecho de roca retirando los restos de construcciones
más antiguas para crear plataformas despejadas para sus propias estructuras (37). Se ha sugerido
oralmente en unos pocos encuentros de arqueología que, puesto que no se encontró ningún estrato
claro del siglo X aEC en Jezreel, la ausencia de la alfarería bruñida roja en lo que se encontró sellado
bajo el estrato del siglo IX puede deberse a que Ahab ordenó una limpieza similar del sitio antes de la
construcción de un palacio y centro administrativo (38). En todo caso, la ausencia de evidencia no
puede interpretarse fácilmente como una evidencia de ausencia (39).

Ya que el registro arqueológico, tal como lo interpreta Finkelstein, indica que ninguno de los
proyectos importantes de edificación se realizó durante el siglo X, sus conclusiones refuerzan las
propuestas minimalistas sobre la naturaleza ficticia de las narrativas bíblicas sobre David, Salomón,
Rehoboam y Jeroboam. Debido a esta conexión, el “debate del siglo décimo” ha sido confundido con
el debate “minimalistas-maximalistas” y ha llevado a que Finkelstein sea etiquetado incorrectamente
como “minimalista”. A pesar de que la conclusión de éste a servido para apoyar los argumentos
minimalistas, Finkelstein no es partícipe del debate entre minimalistas y maximalistas. Sin embargo,
dicho debate ha influido en algunos elementos marginales del discurso arqueológico, enredando un
poco más las cosas. Finkelstein cita favorablemente ciertas conclusiones de los minimalistas como
una explicación secundaria o terciaria del siglo X ”perdido”, pero no participa en su discusión bíblica
per se (40).

Gran parte de la información histórica del libro de Reyes acerca de los eventos posteriores al siglo IX
ha sido corroborada por fuentes extra-bíblicas, principalmente de Mesopotamia. Esta información es
necesaria para Finkelstein en su interpretación de sus propios datos de Megido, de modo que él no la
descarta. Finalmente, todos los datos arqueológicos de períodos históricos se interpretan a través de
los textos, cosa que los minimalistas parecen no haber entendido.

En un reciente libro co-escrito con el periodista arqueológico Silberman, Filkenstein afirma que la
combinación de tradiciones locales en una narrativa que glorifica a Judá y los primeros escritos
históricos tendenciosos del autor deuteronomista empezaron en el siglo VI aEC bajo la influencia de
la corte de Josías. El antiguo historiador judahíta tuvo acceso a un poco de información auténtica de
naturaleza histórica acerca de su propio reino así como del reino del norte, Israel, que había sido
destruido por los asirios más de un siglo antes (41). Esta clara articulación lo coloca en algún lugar
del campo de los maximalistas.

Sin embargo, Finkelstein ha sucumbido ante el atractivo de una estratagema retórica de los
minimalistas, aquella de describir a sus antagonistas como aquellos que adoptan la postura de
“guardianes de la visión ideal y armónica de la arqueología bíblica que propone un glorioso estado
salomónico, frente a un intruso que amenaza con hacer añicos aquellas sentimentales imágenes” (42).
Esta frase alude al midrash rabínico de un joven Abraham quien, después de discernir la verdad del
monoteísmo a través de un análisis razonado, destruyó los ídolos en el taller de su padre idólatra,
Taré. El término “arqueología bíblica” en la cita anterior pretende evocar la disputa de dos décadas
atrás desde una perspectiva completamente secular.

A pesar de esta coincidencia retórica, el debate “minimalistas-maximalistas” es diferente del debate


del “siglo décimo” en lo que refiere a la formación de los participantes, la naturaleza de la evidencia,
la calidad de ella y el tipo de retórica. El primero involucra a biblistas, lingüistas y epigrafistas; el
último, a arqueólogos. Además, en este debate no se ha planteado el problema de la competencia, sino
sólo el de las conclusiones.

Si hay un sentimiento antirreligioso que yace en el trasfondo de los minimalistas, y un sentimiento o


nostalgia pro-religiosa en el de los diferentes maximalistas, es otra cosa la que da forma al debate del
siglo décimo. Ninguno de los protagonistas se identifica como religioso.

Durante los últimos quince años aproximadamente, ha existido una propensión entre los historiadores
jóvenes de Israel hacia el revisionismo radical de la historia israelita y judía, en general, y de la
historia socio-política israelita, en particular. El revisionismo de la historia anterior y posterior a 1948,
que regularmente se informa y discute en la prensa y en programas televisivos de conversación y
debate, puede caracterizarse por su disposición a atacar frontalmente el consenso general, de manera
agresiva y a menudo pública, con nueva evidencia, aun cuando ésta sea ambigua, incompleta o poco
concluyente. Esto evoca el revisionismo de la historia americana y europea que caracterizó a los años
1960. Esta atmósfera favorable puede haber alentado a Finkelstein a plantear su postura con la dureza
con la que lo ha hecho. En todo caso, sus esfuerzos han expandido el frente de dicho revisionismo
hasta incluir también al antiguo Israel.

Conclusión

El análisis anterior ha considerado los tres debates como conversaciones individuales dentro del
paradigma de investigación de la “historia de Israel”. Como tales, han ocupado a los miembros de la
comunidad académica durante muchos años y han ameritado un análisis constructivo.

El debate de la “arqueología bíblica” expuso brechas prácticas e ideológicas entre los diferentes
enfoques de estudio de los materiales que sirven de fuente para la construcción de dicha historia.
Llevó al reconocimiento de que la arqueología sucia no es una sirvienta de la exégesis bíblica
teológicamente orientada y ayudó a eliminar la expectativa de que la interpretación correcta de las
excavaciones debía producir evidencia que corroborara las narrativas históricas de la Biblia. Aunque
aclaró las cosas para los arqueólogos e historiadores profesionales, le dejó a los biblistas algunos
asuntos teológicos no resueltos .

La importancia del debate “minimalistas-maximalistas”, aún en curso entre los biblistas, es triple.
Primero, las afirmaciones minimalistas de haber expuesto las evidentes influencias de ideologías a
priori en la interpretación de la literatura Bíblica intensificó la sensibilidad a las preocupaciones
foucauldianas. Segundo, el rechazo a las afirmaciones de los minimalistas acerca de un escenario del
período persa para la historiografía bíblica, impulsaron a los estudiosos disidentes a revisar los
resultados de las interpretaciones literarias y holísticas dentro de escenarios históricos y sociales
alternativos. Tercero, llevó a los estudiosos a reconsiderar la historia
de la formación de los registros, crónicas y escrituras históricas del
Cercano Oriente antiguo. Como consecuencia de este debate, la re-
historización de los diferentes tipos de literatura bíblica se ha
convertido en una tarea más sofisticada y variada.

El debate del “siglo décimo”, una disputa metodológica interna en


arqueología siropalestina, contribuye a la investigación histórica en
curso al hacer que los biblistas estén conscientes de que la
interpretación de los datos arqueológicos, además de su aplicación a
la interpretación histórica, es un asunto complicado sobre el cual
reconocidos expertos discrepan algunas veces. También demuestra
que, más allá de las objeciones, los datos arqueológicos, entendidos
como testimonio de eventos dinámicos, contribuyen a la
comprensión histórica tanto como los textos históricos contribuyen a
su interpretación.

Estos efectos derivados de los tres debates, indican que el malestar que envuelve a la investigación
sobre la historia del antiguo Israel no es justificado. Si bien los últimos dos debates no le han
demostrado a la mayoría de los biblistas e historiadores lo que es correcto, han sugerido cuáles ideas
han sido sometidas a prueba y han sido consideradas insatisfactorias; al hacer esto, han generado
oportunidades para la experimentación con nuevas ideas y nuevos métodos.

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Notas

(31) F. PETRIE, Tell el-Hesy (Laquis) (Londres 1891) 40.

(32) Agradezco a los Profs. A. Mazar de la Universidad Hebrea y S. Gitin, Director del Instituto W.F.
Albright para la Investigación Arqueológica en Jerusalén, por discutir brevemente este problema
conmigo en enero de 2001.

(33) Los problemas del uso de fechas aportadas por análisis con carbono-14 quedan demostradas en el
hecho de que diferentes laboratorios de Europa, Israel y los Estados Unidos trabajando con muestras
similares entregan fechas que son diferentes de las entregadas por los mismos laboratorios con las
mismas muestras. Entre las fuentes de estas discrepancias están los tipos de muestra aportados, la
modalidad de su preservación, y el problema de la contaminación antes y después de su envío al
laboratorio para su análisis. A pesar de ello, la datación por carbono-14 de muestras de grano y
madera de estratos bien definidos de la Edad de Hierro en sitios como Betsaida, cerca del Mar de
Galilea, Dor, en la costa meditarránea, Tel Rehov, al sur de Bet-seán, y, por supuesto, Megido, ahora
se ha convertido en parte del debate, puesto que el rango de fechas obtenidas ha sido interpretado
como una fuente de límites relevantes. Se ha informado que las fechas aportadas por muestras de Dor
apoyan parte de las fechas de la “cronología baja” de Finkelstein, mientras que las de Betsaida las
contradicen totalmente. Complicando este cuadro está el hecho de que los arqueólogos no siempre
publican las fechas de todas las muestras de las que son informados por los laboratorios, sino sólo
aquellas que parecen útiles. Este asunto está siendo abordado ahora por un importante proyecto,
dirigido por los Drs. I. Sharon y A. Gilboa del Instituto de Arqueología de la Universidad Hebrea. Su
proyecto coordina todos los datos de carbono-14 con la esperanza de que puedan discernirse patrones
en las discrepancia que puedan ayudar a corregir los defectos, de modo tal que éste y otros enfoques
de alta tecnología sean capaces de aportar datos absolutos, independientes de la cronología cerámica.
Su éxito dependerá de que los arqueólogos aporten toda la información de todas las muestras
examinadas.

(34) I. FINKELSTEIN, "The Date of the Settlement of the Philistines in Canaan", TA 22 (1995) 218-
225, 229-233; S. BUNIMOVITZ – A. FAUST, "Chronological Separation, Geographical Segregation,
or Ethnic Demarcation? Ethnography and the Iron Age Low Chronology", BASOR 322 (2001) 1-3.

(35) E.g. A. MAZAR – J. CAMP, "Will Tel Rehov Save the United Monarchy?", BARe 26/2 (2000)
48-50. FINKELSTEIN: La presentation de su caso aparece en los siguientes estudios esenciales: "The
Archaeology of the United Monarchy: An Alternative View", Levant 28 (1996) 177-187; "The
Stratigraphy and Chronology of Megiddo and Beth-Shan in the 12th-11th Centuries B.C.E.", TA 23
(1996) 170-184; "Bible Archaeology or Archaeology of Palestine in the Iron Age? A Rejoinder",
Levant 30 (1998) 167-173; "Hazor and the North in the Iron Age: A Low Chronology Perspective",
BASOR 314 (1999) 55-70; "Hazor XII-XI with an Addendum on Ben-Tor’s Dating of Hazor X-VII",
TA 27 (2000) 231-247.

(36) Aparte de la aceptación con reservas de algunas de sus propuestas por parte de dos colegas de la
Universidad de Tel-Aviv, D. Ussishkin y Z. Herzog, no tengo conocimiento de arqueólogos
siropalestinos, incluidos aquellos sin interés especial en la arqueología de la Edad del Hierro, que
acepten su tesis completa. La mayoría de las refutaciones se han realizado en presentaciones
académicas en Israel y los EEUU, y muchas han sido repetidas en charlas públicas. Menos se han
hecho a través de publicaciones, y éstas son de arqueólogos cuyos sitios fueron reevaluados por
Finkelstein en sus publicaciones para reforzar sus planteamientos: A. MAZAR, "Iron Age
Chronology: A Reply to I. Finkelstein", Levant 29 (1997) 157-167; A. BEN-TOR – D. BEN-AMI,
"Hazor and the Archaeology of the Tenth Century B.C.E.", IEJ 48 (1998) 1-37; A. BEN-TOR, "Hazor
and the Chronology of Northern Israel: A Reply to Israel Finkelstein", BASOR 317 (2000) 9-15;
MAZAR – CAMP, "Will Tel Rehov", 48-50. El 10 de enero de 2001, se realizó en Jerusalén una
conferencia de un día sobre "La Cuestión de los Siglos Décimo y Noveno aEC en sitios del territorio
de Israel", patrocinada conjuntamente por la Autoridad de Antigüedades de Israel y el Centro para el
Estudio del Territorio de Israel y su Asentamiento. Todos los informes presentados allí, provenientes
de sitios periféricos en el norte, Horbat Rosh Zayit (identificado como la Cabul bíblica), Rehob, Bet-
seán, hasta sitios en el sur, tales como Tel Hamid, Tel Batash (identificada como la Timna bíblica), Tel
Safit (identificado como el Gat bíblico), Laquis e incluso de excavaciones en Jerusalén,
proporcionaron clara evidencia estratigráfica de estratos y conjuntos de cerámica del siglo X aEC.

(37) En Jerusalén, la única área donde las excavaciones intensivas a gran escala pueden abordar este
problema está en la Ciudad de David. Sin embargo, allí, la excavaciones estuvieron restringidas a
partes no dañadas de la abrupta ladera oriental y no se identificaron estructuras monumentales
atribuibles a este período.

(38) Una refutación apologética, pero poco retórica, a este análisis se encuentra en D. USSISHKIN,
"The Credibility of the Tel Jezreel Excavations: A Rejoinder to Amnon Ben-Tor", TA 27 (2000) 248-
256.
(39) Otro elemento en la argumentación que apoya lo que se llama la ‘cronología baja’ fue la
observación de Finkelstein de que los jarrones con borde de cuello alto, característicos de los siglos
XII y XI están completamente ausentes en el estrato VI A en Megido, un estrato excavado tanto por el
Instituto Oriental de la Universidad de Chicago como por el Instituto de Arqueología de la
Universidad de Tel-Aviv. En una exhaustiva revisión de registros, fotografías y materiales de las
excavaciones de comienzos del siglo XII del Instituto Oriental de Chicago, Timothy P. Harrison, de la
Universidad de Toronto, descubrió evidencia de la presencia de dichos jarrones (en lo que ahora se
llama estrato VI A). Además, Finkelstein me informó que en el verano del 2000, su equipo descubrió
un jarrón de borde con cuello, completo y restaurable en el mismo estrato. El trabajo de Harrison y el
nuevo descubrimiento que lo corrobora, presentan datos inconvenientes para la cronología propuesta.

(40) FINKELSTEIN, "The Archaeology of the United Monarchy", 177.

(41) I. FINKELSTEIN – N.A. SILBERMAN, The Bible Unearthed. Archaeology’s New Vision of
Ancient Israel and the Origins of its Sacred Texts (Nueva York 2001) 45, 65, 68, 92-96, 284, 301-305.
El libro presenta los planteamientos de Finkelstein —la ‘Nueva Visión’ del título— sobre un conjunto
de temas claves y menores de la historia israelita, no sólo el debate del siglo décimo; pero lo hace sin
comentar su situación actual dentro de este campo (ibíd., 114-118, 141,142). Al hacer esto, confunde
al público al cual está dirigido, que incluye a biblistas no familiarizados con los detalles del debate
arqueológico. El libro presenta hipótesis como si fueran hechos, sin informar a los lectores de lo que
está en debate ni por qué, y no indica que existen dificultades o incertezas con respecto a esta nueva
visión, no de la ‘arqueología’, sino de un único arqueólogo.

(42) FINKELSTEIN, "Bible Archaeology or Archaeology of Palestine", 167. Del mismo modo, al
comentar sobre por qué los difuntos Y. Yadin y Y. Aharoni fecharon la Edad del Hierro en Hazor en
los siglos XII y XI aEC, escribe: ‘... es obvio que su datación estuvo influida por su sesgo histórico-
bíblico más que por una investigación tipológica exhaustiva. Yadin deseaba vivamente ver a sus
antiguos israelitas establecerse sobre las ruinas de la ciudad que habían vencido’ (ID., "Hazor XII-XI
with an Addendum on Ben-Tor’s Dating of Hazor X-VII", TA 27 [2000] 237). Las excavaciones en
Hazor fueron concluidas en 1958. A Yadin y Aharoni, ambos fallecidos, se les reprocha no haber
alcanzado conclusiones similares a las de Finkelstein.

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