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Mansilla y la construcción de la oralidad

Norma Carricaburro
CARRICABURO, Norma (2000), “Mansilla y la construcción de la oralidad”, Buenos aires:
Boletín de la Academia Argentina de Letras, Vol. 65, Nº 255-256, pp. 57-80.

Entre los escritos de Lucio V. Mansilla, la producción para periódicos está, por
lo general, sustentada en la oralidad del causeur por antonomasia y en su
conocimiento de la técnica folletinesca. En este grupo de obras se inscriben
especialmente Una excursión a los indios ranqueles y Entre-nos,Causeries del
jueves. Trataremos aquí los rasgos característicos de la representación de la oralidad
en este último libro.

La «conversación escrita»
Causeries fue la primera denominación de los escritos que aparecieron los días
jueves en el diario Sud-América a partir del 16 de agosto de 1888. Charla,
conversación con el lector, es el estilo literario intentado por Mansilla. En toda
conversación existen, además de las dos personas del coloquio, el aquí y ahora
propio de la enunciación, los elementos paralingüísticos y kinésicos, los turnos de
habla, la —58→ retroalimentación, etc. Mansilla tropieza con la ausencia de estos
elementos, propios de la conversación natural pero imposibles en un discurso
escrito, y deberá reemplazarlos por estrategias literarias armadas al correr de la
pluma, que pueden descubrirse y señalarse a lo largo de las Causeries.
Según cuenta el biógrafo de Mansilla, Enrique Popolizio, entre 1889 y 1890 el
editor Alsina recopiló parcialmente las Causeries en cinco volúmenes, en los que
incluye algunas aparecidas una década antes en el periódico El Nacional. La
revolución del 90 interrumpió la publicación que debió haber comprendido por lo
menos otros tres volúmenes. Este libro no alcanzó el éxito de Una excursión a los
indios ranqueles, hecho que el autor atribuyó al título:
¡Cuántos no han pensado que eso y «charla»
insustancial era lo mismo! Fue una mala inspiración. Otro
error fue no pensar que, sin querer, plagiaba con mi título a
Sainte Beuve. Le agregué luego el subtítulo «Entre nos»
[en realidad título, ya que como subtítulo queda el
primitivo]. Era tarde...56.

Sin embargo, pocos nombres tan acertados como Causeries. Mansilla les
imprime el sello de charlas digresivas de tema amplio, en las que el autor se
convierte en el principal personaje: recuerdos de infancia o de viajes, evocaciones
personales que, a menudo, entroncan con la historia de nuestro país: justificaciones
de muchas de sus actitudes (aunque su fama se asiente en conductas insólitas y en
continuas transgresiones) o de las de sus familiares ilustres: el general Lucio —
59→ Mansilla, Agustina y Juan Manuel de Rosas; la presencia de hombres y
mujeres famosos en la historia o en la literatura de la Europa del siglo XIX. Todo
ello contado como en la intimidad del vagón, en un largo viaje en ferrocarril, o en la
cordial tertulia del club o del salón.
Este autor se presenta a menudo como un filólogo y no solo reflexiona sobre su
buscado estilo conversacional sino que ubica sus charlas dentro del marco histórico
de los grandes conversadores de su tiempo y sus esgrimas verbales («Nuestros
grandes conversadores»). En una causerie dedicada a Mariano de Vedia se preocupa
por el estilo que llama «conversación escrita»:
Querido Vedia:
Me decía usted ayer:
«¿Qué es lo que usted hace, general, para escribir
como habla?
Mientras me da la respuesta a esta pregunta y mientras
me refiere, cual me lo tiene prometido, cómo el hambre le
hizo escritor, veamos qué otra dificultad se presenta para la
conversación escrita»57.

(109)

Ante estas inquietudes de Vedia, Mansilla se decide por contar cómo el hambre
lo hizo escritor y promete para más adelante descubrir cuáles son los recursos de su
estilo oral:
La otra [pregunta], la que usted me imputa con su
gentil curiosidad, también la acepto, la reconozco, pero
será para después.

—60→
Este «después» no llega, por lo menos en las Causeries, pero aquí y allá Mansilla
destaca algunas de las carencias de la escritura comparada con la conversación, por
ejemplo, la ausencia del sermo corporis:
De modo que allá va eso, Posse amigo, a manera de
zarandajas históricas, sintiendo que la pluma deficiente no
pueda, como pincel de artista manco, vivificar el cuadro,
puesto que no viéndonos las caras en este momento, faltan
la voz, los gestos, la acción, eso que el orador antiguo
llamaba quasi sermo corporis.

(87)

Y también a lo paralingüístico y a lo kinésico58 apunta en otro momento:


[...] y convendrán conmigo en que faltando el
elemento de la mímica, no hay cuadro escrito que no sea
pálido al lado de este mismo cuadro hablado.
La palabra es a la letra lo que el claroscuro a la
pintura.
(628)

El énfasis en lo kinésico se pone de relieve en ciertos pasajes en que Mansilla


atribuye a la escritura la movilidad del discurso oral, que en este sentido poco se
aviene con el escrito:
—61→
Y ahí va una página, escrita, sentado, de pie, mirando
a derecha e izquierda, arriba, abajo, moviéndome en todas
direcciones, tambaleando unas veces, a plomo otras veces
sobre los talones.
He querido que pareciera conversada, recordando el
precepto de Castiglione -scrivasi come si parla- y que mis
impresiones palpitaran en ella con la misma intensidad y
movilidad con que yo las he experimentado.
¿Lo habré conseguido?

(163)

Para distinguir los rasgos de la oralidad, conviene reparar en las referencias que
suele anotar sobre su forma de trabajar:
Dos horas he tardado en redactar y corregir
mentalmente lo que se va leyendo. Tengo, como Juan
Jacobo Rousseau, esta facultad: una memoria singular que
retiene por su orden, casi palabra por palabra, mis
meditaciones. Escritas estas, llévaselas el olvido, a tal
extremo que suelo no reconocerme, cuando me encuentro
conmigo mismo por ahí, sin el sello de mi nombre y
apellido.

(215)

Mansilla expone aquí, basándose en su experiencia personal, lo que los teóricos


de la oralidad han desarrollado luego: la importancia de la memoria archivo, que
retiene datos para transmisión oral, y cómo el proceso escriturario libera esta
memoria para que el hombre pueda emprender nuevas reflexiones.
Varias veces el autor hace referencia a lo conversacional en las Causeries. A
partir de sus comentarios o reflexiones hemos seleccionado algunas de las pautas
con que caracteriza este estilo conversado.
—62→
La libertad en el tema
Como ya hemos señalado, el autor acumula en Entre-nos sus recuerdos: relatos
de viajes o expediciones por el país o por el mundo, cuentos de guerra o de tropa,
recuerdos de antaño y comparaciones con hogaño, semblanzas de personajes
(muchos de ellos de su familia), confesiones sobre su vida pública o privada, etc. No
hay temas fijos sino surgidos al azar, como en la charla entre amigos:
Converso íntimamente con el lector; no dicto curso de
historia en la cátedra.
Converso, lo repito, sin sujeción a reglas académicas,
como si estuviera en un club social, departiendo y
divagando en torno de unos cuantos elegidos, de esos que
entienden, para no aburrirme más de lo que me aburro.

(248)

No diserto, hago confidencias en voz alta, sin


cortapisas ni reticencias mentales, teniendo por interlocutor
a todo el que me quiera leer.

(216)

Yo, ¿a qué voy a meterme en semejantes honduras?


Yo no me ocupo sino de bagatelas y de quimeras y de
monadas, parcelando la ciencia por carambola, porque es
bueno que haya de todo en las conversaciones.

(397)

«... sin plan ni método»


A menudo se le ha imputado al Mansilla de las Causeries la digresión como un
defecto. Popolizio se pregunta: «¿Por qué tan lamentablemente
digresivas?»59 Ricardo —63→ Rojas sostuvo:
Tantas son las repeticiones y redundancias de que abundan sus páginas en
cuanto a los temas, tanta la parlería digresiva, que sus catorce volúmenes parecen los
borradores del único libro que, con más economía en el plan y más arte en la
exposición hubiera podido componer el incoercible conversador, el espontáneo
prosista (29)60.
En cambio, Juan Carlos Ghiano relaciona la digresión con el fondo romántico
de Mansilla y con su gusto por el folletín, donde las conclusiones se demoran. Para
este crítico tienen una doble justificación: «la franqueza del escritor coloquial y el
buscado histrionismo de quien se convierte en eje de sus relatos» (29)61.
En cambio, Cristina Iglesia y Julio Schvartzman advierten en la digresión el
peso de la oralidad:
En la antigua retórica, la digresión era la parte móvil
que sostenía el espectáculo de la oralidad. Mansilla
produce, como nadie, la inversión rotunda de proponer la
digresión como espectáculo de la escritura62.

—64→
El mismo Mansilla hace de la digresión un motivo de reflexión y hasta de
nuevas digresiones. Iglesia y Schvartzman recogen esta cita de unacauserie no
compilada en libro, «¿Indiscreción...? ¿Digresión...?», donde el autor reconoce que
se trata de un recurso poco ponderado:
A esto le llaman digresión... Perfecto, si ustedes
pueden decir lo que piensan de otra manera, declaro de
plano que la digresión, aunque sea conexa, siempre está de
más63.

Otras veces es su secretario quien intenta impedir que Mansilla haga nuevas
digresiones:
Y como no puedo ser prolijo, porque mi secretario no
me deja, observándome (es el observador más importuno)
que no abuse de las digresiones, me concreto a prevenirles
[...].

(399)

-Señor -me dice mi secretario-, ¿va usted a hacer


alguna otra digresión?
-Pero amigo, no me cambie los frenos a cada
momento...
-Está bien... así será, pero a mí me parece...
-¿Qué le parece a usted? ¡caramba!, que es hombre
insistente... No es digresión, es reflexión lo que voy a
hacer...

(402)
-¡Señor! -me dice mi secretario-, si usted no va al
grano, cuanto antes, se va a enredar en las cuartas.
-Mi amigo -le observo yo-, ¿pero no me ha dicho
usted otras veces que tenía confianza en mí?
-Sí, señor, y la tengo.
—65→
-Bueno... gracias por la interrupción, que me permite
ordenar un poco las impresiones que estoy evocando, y
adelante.

(637)

Varias veces relaciona el sentido conversacional de la digresión y lo errático del


discurso en el cual falta plan y método:
Un hombre, escribiendo, casi sin rumbo, es como un
caminante, que no sabe precisamente adónde va.

(293)

Hablaremos, lector amigo, inter-nos, como si


conversáramos en viaje, sin plan ni método, por matar el
tiempo, de lo que hemos visto u oído, sin querer, cruzando
con otros fines extrañas o desconocidas tierras.

(341)

Y también les ruego que me permitan seguir usando y


abusando de los entre paréntesis. Este recurso gramatical
es como las «guiñadas» en la conversación.

(495)

¿Acaso Anatole France, que es para ustedes mejor


escritor que yo, no se defiende también de ciertas
incoherencias, diciendo, cuando habla de las canciones
populares de la antigua Francia: Yo quisiera que
estas Causeries se pareciesen a un paseo. Yo quisiera que
estos rengloncitos negros diesen la idea de una
conversación sostenida caprichosamente por un camino
sinuoso...? ¿Y al principio de la crítica, él, uno de los más
populares escritores, observador y agudo, benévolo e
instruido, no concluye diciendo: «He aquí terminado
nuestro paseo. Confieso que ha sido más sinuoso de lo que
convenía. Yo tenía hoy mi espíritu vagabundo y repropio.
¿Qué queréis? El mismo viejo Sileno no conducía todos los
días su asno a su gusto. Y sin embargo era poeta y dios»?

(648-9)

—66→
Las continuas digresiones vuelven necesarios los regresos al tema. Estos giros
están pautados conversacionalmente por expresiones metalingüísticas tales como
«vamos al grano» (118) o «retomemos el hilo interrumpido de lo que llamaremos la
redacción» (216) o «vamos al cuento» (248) o «ya estamos, pues, y entro en materia,
si es que no estaba en ella todavía» (293) o «Pues dejadme discurrir un breve
instante, a ver cómo redondeo el introito consabido, antes de entrar en materia... ¡ah!
sí... ya estoy» (341), etc. El regreso al tema también suele estar marcado por una
repetición de lo dicho con anterioridad, acompañada de «como ya he dicho», «como
ya ustedes saben», etc.

La libertad en la expresión
La oralidad le facilita «hablar a la americana», sin sujetarse a las reglas de la
Real Academia Española de la Lengua. Rescata, así, por escrito el modo de hablar
de los argentinos, que ya se pone de manifiesto desde las palabras del prologuista:
«libro esencialmente criollo».
El lector de Mansilla es el argentino culto, cuyos nombres más prototípicos
podemos hallar en las dedicatorias de sus Causeries. Su público es el del periódico,
es decir, local:
Yo escribo, pues, para mi público argentino, y me
importa un bledo que los críticos del orbe entero
encuentren que lo que estoy diciendo es plat, como dicen
los franceses, trivial, común, como se dice en la lengua que
nosotros hablamos, lengua que escribo, como ustedes ven,
de propósito deliberado a la americana; porque de otro
modo non possumus [...].

(471)
—67→ Consecuente con esto, incorpora americanismos, argentinismos,
modismos populares y hasta algún galleguismo (ainda mais). La reivindicación de
los americanismos es una constante. Es común que se preocupe por ciertas grafías
americanas en comparación con las españolas (yerra/hierra), o por ciertas
expresiones diferentes: «[...] hoy día (como decimos en América, no en España,
donde tampoco dicen desde ya sino desde luego)» (48), o que consulte el diccionario
para ver si han sido aceptadas por la Real Academia algunas expresiones y hasta
proponga incorporaciones: «allí se mata, se desuella, se desposta (este
verbo despostar no es español, es un americanismo y el diccionario de la Academia
haría bien en incorporárselo, puesto que, según ella, posta significa tajada o pedazo
de carne, pescado y otra cosa)» (72). A modo de ejemplo de su modo de hablar «a la
americana» damos la siguiente lista léxica tomada de Entre-nos: afilarse (por
disponerse), agachada, aguaitar (por esperar), conchabo, chingarse,chocho (por
encantado, contento), chuparse (por embriagarse), entrevero, flete, fumar (por
robar), gatear (por manosear a una mujer), guarango,marchanta, parador, (hacer)
pata ancha, pava (recipiente metálico con pico), petiso (por animal de poca
alzada), pierna (por jugador), pilcha y pilchar(por
robar), pisantes, pisaverde, pispear, punguista, quemao (por chamizo, palabra de la
cual en América se han derivado, sostiene Mansilla, chamical y
chamico), talentudo, tamangos, yapa, yerra, etc.

El carácter momentáneo de la conversación


Entre las estrategias retóricas para la construcción de la conversación, junto con
el aquí se da el ahora. Mansilla —68→ finge ceñir el interés de sus charlas al
presente de sus contemporáneos:
Yo hablo sólo para el público del momento.
Ese público más lejano que se llama posteridad, poco
me preocupa.

(382-3)

Sin embargo, le preocupa, y prueba de ello es el hecho de recoger


las Causeries en libro, las repetidas correcciones, el dejarlas madurar en el cajón en
espera de la decantación del tiempo: todas muestras del carácter literario y
perdurable que intentaba imponerles. Hay cierta vanagloria cuando sostiene que no
le importa la posteridad. Si Mansilla les atribuyese a las charlas la fugacidad del
momento, no se preocuparía del estilo, ni de su perduración en el libro. Los futuros
lectores son importantes para el autor. Es a ellos a quienes transmite su momento
histórico, su propia justificación y la de su familia.
La presencia real o ficcional de interlocutores
El interlocutor es necesario para que se establezca una conversación. En
las Causeries el alocutario particular está señalado paratextualmente por dedicatorias
a amigos o conocidos que compartieron sucesos o diálogos anteriores. Algunas
veces ellos han pedido la causerie, y otras, el autor les ha prometido la repetición
impresa. Además, puede llegar a dialogar con ese mismo u otros personajes dentro
del texto. La dedicatoria cumple un papel tan importante en Entre-nos, que a veces
se anticipan dedicatorias de causeries que aún no han sido escritas, con lo que se
anuncian nuevos interlocutores.
—69→
Por otra parte, y en especial porque van a ser publicadas en el periódico,
las Causeries están dedicadas al público que lo sigue y que aflora en el «ustedes los
lectores», o en el «paciente lector» u otras variantes. Este ustedes a veces se
transforma en una retórica y escrituraria segunda persona del plural
(Imaginaos, ved, queréis, preguntáis, etc.). Como en Una excursión a los indios
ranqueles, estamos frente a un destinatario oficial («Santiago amigo») y los
consabidos lectores. En una charla compara su situación con la del autor dramático,
que se dirige a todos los concurrentes y a ninguno:
Me dirijo a todo el mundo y, en este caso, si hay
ofensa, contesto con el proverbio francés: ce qu’insulte
tout le monde, n’insulte personne.
Es exactamente la situación en que se encuentra el
autor dramático frente al público. Se dirige a todos los
concurrentes y a ninguno [...].

(617-8)

A veces estos lectores son amigos o conocidos que lo visitan en la casa o lo


encuentran en la calle y discuten o preguntan sobre alguna causerie. En otras
ocasiones son lectores que intentan el diálogo epistolar:
Generalmente, entre jueves y jueves,
entre causerie y causerie, suelo recibir billetes firmados o
anónimos. Los unos son dulces; agrios los otros, como los
días de la existencia.
Algunas veces me dicen: «...me ha enternecido usted y
hecho reír a la vez: ¡qué gracia y qué vida respira esa
página íntima! ¡Bravo! De usted puede decirse que brilla
con todas las luces, como los diamantes finos de la India.
Mis cumplimientos...».
—70→
Otras: «Está bien imaginado pero no le creo a usted.
Me parece que Rozas pudo ser realmente así, como usted
lo pinta; en cuanto a eso de los siete platos de arroz con
leche, no creo jota. Ma se non é vero é bien trovato».
(133)

Pero un rasgo esencial para el estilo oral es un destinatario, un tú que justifique


la conversación. La novedad que introducen las Causeries, con respecto a Una
excursión a los indios ranqueles, consiste en la incorporación de una nueva figura,
la del secretario. Más allá de que se trate de una figura real, el secretario se
incorpora a la ficción de las charlas como un nuevo personaje. Éste es quien lo
interrumpe, lo corrige, le recuerda el tema del que se apartaron con la digresión, le
critica el título de alguna causerie, le advierte cuándo tiene que finalizar porque se
ha alcanzado el número de carillas que requiere la imprenta, etc. Mansilla construye
al secretario más que como colaborador como interlocutor dentro del proceso
escriturario. Así como se convierte a sí mismo en personaje de sus charlas, no es de
extrañar que haga de su secretario un personaje de ficción que suele aparecer en el
texto como representación del lector ausente a quienes están dirigidas las Causeries.
Un personaje que se le opone, le discute o se deja seducir por el discurso de su
«mecenas», según denominación de Mansilla:
Mi secretario (¡caramba con mi secretario!) me
pregunta cortándome quizá el hilo de lo mejor que iba a
dictar, si ya era discreto entonces; porque no entiende que
siéndolo, hiciera las locuras que les estoy contando a
ustedes.
(¡Mi secretario acabará por hacer que lo cambie,
aunque después de quince años fuera como arrancarme un
ojo de la cara; pero, y si no se enmienda... si no pierde esa
costumbre —71→ molesta de interrumpirme,
convirtiéndose en una especie de público anticipado...!).

(454)

El secretario se convierte en alter ego, lector modelo y presencia ficcional con


la que juega a intrigar al lector. Lo convierte en un personaje misterioso, ya que a
veces es puesto en duda desde la perspectiva de los lectores que, según Mansilla, no
creen que exista. Otras veces promete revelar su nombre, el cual finalmente aparece
en una nota a pie de página: Trinidad Sbarbi Osuna (618). Este nombre coincide con
las iniciales del prologuista de la primera compilación de Entre-nos, T. S. O., que tal
como había anticipado en «¿Si dicto o escribo?», apareció precedida por «Dos
palabras» de su amigo y secretario (317). Pese a que la crítica ha señalado
reiteradamente la presencia de este personaje64, retomo el tema desde la perspectiva
de la construcción —72→ discursiva. Me interesa señalar su doble función dentro
de las Causeries. Por una parte, intratextualmente, es el alocutario presente, y por
otra parte, extratextualmente, es el destinatario del discurso oral que debe
convertirse en escrito. Sin duda era tarea del secretario colaborar con Mansilla
haciéndole algunas indicaciones (que el autor exagera y transforma en material
literario), pero principalmente es el destinatario de la voz. No es lo mismo dictar que
escribir, no es igual la ausencia de público que la presencia de este «público
anticipado» en el cual el autor podía comprobar el efecto de sus palabras.
En «¿Si dicto o escribo?», causerie dedicada a Marcos Avellaneda (h), relata su
forma de trabajar, y es interesante para estudiar el estilo oral de Mansilla. Entre
bromas y veras interpretamos que el autor escribía sus ensayos o su literatura más
enjundiosa a la noche, a la luz de la lámpara. También pensaba el tema de
las Causeries por la noche. Pero no las escribía, sino que se las dictaba a su
secretario a la mañana siguiente. Varias veces habla de su disciplina: levantarse
temprano, antes de la llegada del secretario a las siete, no importa a qué hora se haya
acostado la noche anterior. Comparten la misma mesa amplia, el ambiente acogedor,
el café, el whisky, los cigarros y la conversación. Este método de trabajo lo lleva a
apuntar en la memoria ciertas narraciones que luego dictará. Sin embargo,
las Causeries también pasan por el proceso madurativo del cajón y por una
exhaustiva corrección que Mansilla le señala a Marquitos Avellaneda como pasos
imprescindibles —73→ para el logro de un estilo.
El tono coloquial como recurso literario también es importante porque marca el
inicio de una época en que el lector no quiere desperdiciar su tiempo y hay que
entretenerlo y retenerlo con amenidad y con una prosa liviana, fluida65. En
las Causeries nos hallamos en un momento de cambio, cercano al inicio de la
oralidad secundaria66, en que los medios audiovisuales se prefieren a la escritura y es
más rápido ver y oír que leer.
La figura del secretario constituye entonces la posibilidad de un interlocutor
auténtico en el momento mismo de fijación de la causerie. El secretario es un doble
interlocutor que se preocupa por el relato y también por su escritura, ya que le
corresponde tomar al dictado. En el proceso de gestación de Entre-nos hay que
señalar una doble oralidad: por una parte, haber sido contadas estas Causeries en un
club o en un salón, en la charla amable con amigos, y por otra, el posterior dictado al
secretario, que conlleva la memorización previa de algunas partes, reiteraciones y
mecanismos mnemotécnicos. Todo este proceso oral lleva a que la voz tenga un gran
peso en Entre-nos.

Recursos lingüísticos para representar la oralidad


FIGURAS TONALES EXCLAMATIVAS E INTERROGATIVAS (incluidas
las retóricas). Buenos ejemplos de ambas son los siguientes: —74→ «¡Dudar!
¿Conocen ustedes algo más punzante que esto?» (44); «¡Qué extraña cosa era la
reputación!» (49); «¡Y cómo me fastidiaban esas coplas!» (54); «¡Pobre viejo!»
(55). A veces las voces que se introducen son gritos de la calle: «¡Viva la
Confederación! ¡Mueran los salvajes unitarios!» (45). En algunos casos la
exclamación corresponde al recurso oral de concluir sintácticamente una
enumeración abierta con la fórmula qué sé yo: «Al menos, para que nos
durmiéramos, unos negros, que habían sido esclavos, nos decían que se oían, a
ciertas horas de la noche, ruidos de cadenas, ayes de moribundos, ¡qué sé yo!» (42);
«Zurcía, cosía, leía, rezaba (y nos hacía rezar unos rezos interminables), oía misa,
recibía visitas, salía, paseaba, bailaba, ¡qué sé yo!» (53). Las interrogaciones a veces
sirven para crear suspenso: «¿Y quiénes eran ellos?» (39); «Y Miguel, ¿quién era?...
¿Miguel? Este Miguel a secas era nada menos que [...]» (40); otras veces parecen
recoger la voz del interlocutor: «¿Haciendo qué? Purgando pecadillos de cuenta»
(52); «¿Cómo me acuerdo de esas cosas?» (78).
INTERJECCIONES. También abundan, como sucede en el lenguaje expresivo:
«¡Eh! los muchachos dirían para su coleto...» (76); «Ay! aquelvamos a comer [...]»
(76); «¡Caramba y qué mal hice [...]!» (80); «Ah!, no es una palabra vana [...]» (80);
«¡Eh!, esa tarde sucedió lo de las anteriores» (95); «¡Hum! Y qué arreglos caben
entre tú y yo?» (116); «¡Cáspita, y qué introducción!» (118).
EL ÉNFASIS FONÉTICO. Se suele marcar el relieve enfático —75→ por
medio de la reduplicación de vocales («¡Nooo!», «¿Yooo?», etc.).
JUEGOS FONÉTICOS. Los juegos lingüísticos se asientan en los rasgos
fonéticos, así en la interpretación auditiva o en la intencional transgresión de la
prosodia: «sic transit gloria mundi (Así transa don Raimundo, como decía el otro)»
(100), «Cuando hay énque (pongan el acento en la primera e) no hay cónque
(pongan el acento en la o) y cuando hay cónque no hay énque» (99).
FONOLOGÍA Y MORFOLOGÍA. Cierta ironía surge de la morfología o
fonética subestándar de emisores precisos: «y sus pieses (como decía el coronel
Baigorria, aquel que vino a Pavón con los indios de Coliqueo)» (83); de la imitación
de la forma de hablar de Juan Pablo López, caudillo que tenía rivalidad con Urquiza,
con una frase que repite varias veces: «Porque, amigo, ni naides es menos nadas,
ni nadas es menos naides» (223 y otras), o de la remisión a las formas rurales: «pa
pior, como decía el gaucho» (296), «me quedo lambiendo, como decía un gaucho»
(362), etc., en todos los casos con plena conciencia de los niveles de uso.
FONÉTICA EXTRANJERA. La representación de rasgos fonéticos extranjeros
con los caracteres de imprenta da ocasión al autor para reflexionar teóricamente
sobre el tema:
Volvamos, pues, por un momento, y antes de
proseguir, a las diferencias enormes con que tiene que
tropezar todo aquel que quiere dar una idea fonética de la
exacta pronunciación de una lengua cualquiera, al que no
la ha oído jamás. Y dejemos a un lado, lo que complicaría
doblemente mi empeño, las modalidades gramaticales de
esa lengua, sea sabia o no.

(191)

Asimismo, Mansilla incluye la imitación del modo de hablar de un francés, con


las vibrantes uvulares: «Mucho —76→ honorg parrga mí», «Sí, señorrg» (136),
«Grragcias -articuló el boticario y salió, entre varias jotas archiguturales,
como gato por tirante [...]» (138).
La pronunciación de la r vibrante lo lleva a las siguientes comparaciones:
¡La r de cordon ha sonado vibrante y pura, como
una r italiana!...
¡Italiana!, dice Legouvé, porque no conocía nuestra
bella lengua castellana.
¡Qué italiana, ni qué botijas! No hay lengua humana
que articule la r como el español o como el americano del
sur. Y agreguemos, en honor de nuestra lengua nacional,
que no hay garguero en el mundo que pronuncie, como
nosotros, la jota (excepto los árabes). De donde se deduce
que en materia de jotaspodemos dar tres y raya al más
pintado.

(134)

DIFERENCIACIÓN FONÉTICA DIALECTAL. Se refiere a la forma de hablar


cordobesa, uno de sus temas favoritos:
Me parece que debieran entenderse con los
cordobeses, tratarse de igual a igual, que al fin y al cabo, si
en Córdoba dicen cabaio, con i latina, aquí
decimos cabayo, con y griega.

(384)

Si comparamos la oralidad en Mansilla con la oralidad en el Martín Fierro de


José Hernández, por ejemplo, observamos que Mansilla no necesita abandonar su
identidad lingüística como enunciador en Entre-nos, pues no presta su voz a otro,
que es el caso de la gauchesca, donde, además, el personaje no siempre tiene
conciencia gramatical. Mansilla sí la tiene y se preocupa por la sintaxis, bien que no
siempre acierta en sus observaciones. Cito una —77→ prueba de esto: «¡Hum!
¿Y qué arreglos caben entre tú y yo?», dice, y a esta frase le coloca una nota que
desarrolla al pie de página: «Entre ti y mí, debiera decirse gramaticalmente
hablando, pero...»67, 116. Es sabido que nuestros hombres de 1880 se consideraban a
sí mismos exponentes de la norma culta, pero una norma que incorporaba lo oral,
porque la conversación inteligente y amena otorgaba un gran prestigio en la época.

La incorporación de refranes y de sentencias


Aunque no sea un tópico enunciado teóricamente, es muy notable en el discurso
de las Causeries, al igual que en toda su obra más coloquial, el gusto por los
refranes, sentencias y frases hechas, otro punto en común con la gauchesca. Varias
veces Mansilla hace referencia al valor didáctico de los refranes o proverbios. En la
carta 30 de Una excursión a los indios ranqueles, confiesa:
Quiero empezar esta carta ostentando un poco de mi
erudición a la violeta. Yo también tengo mi vademécum de
citas; es un tesoro como cualquier otro. Pero mi tesoro
tiene un mérito. No es herencia de nadie. Yo mismo me lo
he formado. [...] Yo no sé más que lo que está apuntado en
mi vademécum por índice y por orden cronológico. Hay en
él —78→ de todo. Citas ad hoc, en varios idiomas que
poseo bien y mal, anécdotas, cuentos, impresiones de viaje
[...]68.

Y efectivamente Mansilla había acopiado citas, refranes y sentencias en francés,


italiano, inglés e incluso latín y griego. Manifiesta su fe en estas frases
condensadoras de la sabiduría tradicional y por ello mismo se permite en ocasiones
reformar algunas. Sería cansar al lector incorporar la lista de refranes, aunque sí
quiero señalar que una charla lleva por título la frase hecha «Gato por liebre» y otra,
el refrán «La horma de tu zapato». Este último lo corrige Mansilla diciendo que todo
hombre encuentra su zapatero: así se lo dice a un suboficial Maldonado. El otro le
observa que no es de ese modo el refrán español y Mansilla le responde: «Ya lo sé...
pero yo tengo mis fórmulas, que no alteran el fondo de la sabiduría de los refranes.
Y es precisamente porque creo en su sabiduría, que le digo a usted que ha de llegarle
su hora» (664). Otras reformulaciones son del tipo «bien haya quien a los suyos se
parece... en lo bueno» (649) o «no hay civilización sin agua, y, de mi cuenta y
riesgo, agrego: y sin jabón» (307). Otra frase con la que no está de acuerdo es esta:
«Y aquí les confieso a ustedes que querría que algún sabio o refranero me explicara
el origen de este dicho: ‘Me ha hecho quedar como un negro’, como sinónimo de
‘me ha hecho quedar mal’, siendo así que a mí los únicos que me han hecho quedar
mal son los blancos... y uno que otro mulato» (618).
Con todo este material Mansilla construye las estrategias —79→ de la
oralidad para sus Causeries. Entre ellas resulta relevante la figura del interlocutor, su
igual, su doble, su lector modelo. Precisamente, ya en el título, hallamos el nos,
plural del tú y el yo que constituyen los dos extremos del canal conversacional.
Como en todo discurso escrito, el emisor es siempre uno; sin embargo, el
interlocutor puede variar, pero atendiendo a estas particularidades: es un argentino
de su clase, con su misma cultura, con sus mismas o similares lecturas y
experiencias, para que pueda entender los guiños, los sobrentendidos.
Ficcionalmente, la incorporación del «personaje-secretario» le permite fingir un
desdoblamiento en el momento mismo de la escritura para mejor simular la charla.
El secretario pasa a ser su amigo, su par (como los que trata en el club), pero se
justifica la relación laboral transformándose el mismo Mansilla en el «mecenas»,
figura que le ayuda a completar la imagen ponderativa de sí mismo.
Se trata de recursos de la oralidad que en muchos casos Mansilla comparte con
los hombres de su tiempo y que, en otros, conforman la originalidad de su estilo
peculiar.
Norma Carricaburo
CONICET

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