Você está na página 1de 5

1

La potencia de la identidad en Giorgio Agamben

Lic. Nahima Caram (UNT)

Si uno no es igual a su despertar

Si el despertar lo excede

O es menor que uno

¿Quién ocupa la diferencia?

¿Y si uno no es igual tampoco a su dormir?

¿A dónde se queda su costado despierto,

O qué otra cosa se duerme con uno?

¿Y si uno no es igual a uno?

El signo igual parece a veces

La duplicación ensimismada

Del menos.

Roberto Juarroz, Poesía Vertical.

Pareciera ser que lo que nos hace constituirnos como “personas” es el deseo de ser
reconocidos por otros seres humanos, nos dice Agamben, citando a Hegel. No se trata
de “amor propio” o “satisfacción”, sino simplemente “deseo de reconocimiento”. Pero
¿qué es la identidad? ¿En qué está basada la identidad personal? ¿Se encuentra basada
en las “huellas digitales? ¿O más bien en el código genético de nuestra configuración
biológica?

Hacer residir la identidad en un número, en un símbolo o en un código que sean


depositario de la “persona” para Agamben no tendría sentido. Por eso él prefiere hablar
de una “identidad sin persona” al tiempo en el cual estamos incluidos en una Matrix que
excluye “aquello que somos”, en el hipotético caso de que seamos “algo” o “alguien”,
es decir pensando en aquella posibilidad lógica de que haya algo intrínsecamente
relevante en nuestro interior y que ese algo nos “defina” como personas, seres humanos,
o seres valiosos por algún motivo.

Creemos que la concepción antropológica de Agamben se adecúa a nuestro hoy. Un hoy


en el cual pareciera ser que las personas, por ser personas, quieren ser felices, nadie lo
confiesa abiertamente, pero es lo que anhelan en su interior. Para ello, es necesaria la
liberación del peso de ciertas culpas. Culpas ligadas en relación a ciertas máscaras que
usamos para movernos en la vida social, o también para configurarnos como “persona
jurídica” portadora de un DNI, de una huella digital, de una capacidad de funcionar
dentro de este sistema que llamamos mundo.
2

Pareciera ser, dice Agamben que la identidad tiene un vínculo con aquello que los
hombres “podemos” hacer y al mismo tiempo sobre lo que podemos “no hacer”.

Sin embargo, lo que genera asombro para el pensador italiano es que el poder también
incluye aquello de lo cual “podemos no hacer”. Es una maravilla para nuestra
conciencia como seres humanos que pudiendo matar, decidamos no hacerlo, que
pudiendo engañar decidamos decir la verdad, que pudiendo robar, decidamos ser
honestos. Por lo cual poder no es equivalente a querer, ni mucho menos a hacer. Poder
implicaría una potencia absoluta, el hacer en cambio se encontraría en el ámbito de lo
concreto.

Dice Agamben:

“Impotencia no significa aquí solo ausencia de potencia, no poder hacer, sino también y
sobre todo “poder no hacer”, poder no ejercer la propia potencia”.

Puesto que no sólo la medida de lo que alguien puede hacer, sino


también y antes que nada la capacidad de mantenerse en relación con
su propia posibilidad de no hacerlo, define su rango de acción.
Mientras que el fuego sólo puede arder y los otros vivientes pueden
sólo su propia potencia específica, pueden sólo este o aquel
comportamiento inscripto en su vocación biológica, el hombre es el
animal que puede su propia impotencia (Agamben, 2009, p. 64).

El problema del hombre de hoy es que se cree capaz de todo, y en esta ceguera no puede
ver aquello que puede “no hacer”, se hace ciego a su propia impotencia. Una forma de
dar conciencia a nuestras acciones es reflexionar sobre lo que podemos elegir no hacer:

Aquel que es separado de lo que puede hacer aún puede, sin embargo,
resistir, aún puede no hacer. Aquel que es separado de la propia
impotencia pierde, por el contrario, sobre todo, la capacidad de
resistir. Y así como es sólo la ardiente conciencia de lo que no
podemos ser la que garantiza la verdad de lo que somos, así también
es sólo la lúcida visión de lo que no podemos o podemos no hacer la
que le da conciencia a nuestro actuar (Agamben, 2009, p. 65).

En La potencia del Pensamiento, Agamben aclara que “impotencia” no necesariamente


significa ausencia de potencia sino “la potencia de no pasar al acto”. Así nos dice:

Toda potencia humana es cooriginariamente impotencia; todo poder


ser o poder hacer está para el hombre, constitutivamente en relación
con la propia privación. Y este es el origen de la desmesura de la
potencia humana, tanto más violenta y eficaz respecto de la de los
otros seres vivientes. Los otros vivientes pueden solo su potencia
específica, pueden solo éste o aquel comportamiento inscripto en su
vocación biológica: el hombre es el animal que puede la propia
impotencia. La grandeza de su potencia se mide por el abismo de su
impotencia (Agamben, 2007, p. 362).
3

Agamben adopta la concepción de “potencia” de Aristóteles y la re-significa. Así en el libro IX


de la Metafísica, dice el Estagirita, “toda potencia es impotencia de lo mismo y según lo
mismo”. Es decir:

“Para que pueda mantenerse una distinción entre el hábito y el ser en


obra, es de hecho necesario que quien posee el hábito de una técnica o
de un saber pueda no ejercitarlo, pueda no pasar al acto” ( Agamben,
2017, p 123).

En esto Agamben nos advierte de no confundir “potencialidad de obrar” con obrar”. No es que
cuando hacemos algo, lo hacemos porque antes teníamos la posibilidad de hacerlo. Para
Agamben sucede al revés actuamos y después de actuar descubrimos esa posibilidad porque ya
lo hemos consumado al acto.

Así:

Poeta no es aquel que tiene la potencia o facultad de crear, que, un


buen día, a través de un acto de la voluntad (la voluntad es, en la
cultura occidental, el dispositivo, que permite atribuir las acciones y
las técnicas en propiedad a un sujeto), decide, como el Dios de los
teólogos, no se sabe cómo ni por qué poner en obra. Y, como el poeta,
también el carpintero, el zapatero el flautista y aquellos que, con un
término de origen teológico, llamamos profesionales- y en fin, todo
hombre- no son los titulares trascendentes de una capacidad de actuar
o de hacer: son más bien, vivientes que, en el uso y únicamente en el
uso de sus miembros como del mundo que los circunda, hacen
experiencia de sí y se constituyen como usantes (de ellos mismos y del
mundo) (Agamben, 2017, p 127- 128).

El “uso” vendría a ser la forma de vincular “potencia” y “acto” en Agamben. No es que el


carpintero sea tal porque tiene la potencialidad de construir y efectivamente pueda poner en obra
dicha potencia. Por el contrario el carpintero utiliza su cuerpo para configurar una obra que
luego tiene la potencialidad de realizar o de no realizar.

Vale la pena hacer incapié en la noción de “uso” porque alguien puede tener la potencialidad de
hacer algo pero si no lo hace dicha posibilidad es vacía. Así, alguien puede tener “ojos” pero si
no los usa para ver entonces no tiene sentido esa posesión de la vista.

“(…) el pintor, el poeta, el pensador- y en general, quienquiera que


practique una poiesis y una actividad- no son los sujetos soberanos de
una actividad creadora y de una obra; son, más bien, vivientes
anónimos que, al volver inoperosas las obras del lenguaje, de la
visión, de los cuerpos, buscan hacer experiencias de sí y constituir su
vida como forma de vida” (Agamben, 2017, p 441).

Acertadamente, aquí Agamben puede hacerlo hablar a Wittgenstein en sus Investigaciones


Filosóficas donde a partir de la noción de “juego lingüístico” puede justificar el uso de una
determinada “forma de vida” sin necesidad de apelar a “explicaciones” que den cuenta de ello.
Es decir, cuando actuamos, no hace falta “explicar” la acción realizada, más bien, la obra se
explica por sí sola.
4

“En las observaciones sobre los fundamentos de la matemática


(Wittgenstein 2, III, &74), se reafirma el mismo concepto: ´El peligro
está donde no hay una justificación y donde nos limitaríamos a decir:
así lo hacemos so machen wir´s” (Agamben, 2017, p 430).
5

BIBLIOGRAFÍA

AGAMBEN, GIORGIO. Desnudez, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2009.

---------------------------. La potencia del Pensamiento, Adriana Hidalgo Editora, Buenos


Aires, 2007.

---------------------------. El uso de los cuerpos, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires,


2017.

Você também pode gostar