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La Mente serena del que refleja las cosas del Espíritu es capaz de
ir comprendiendo los misterios de Dios y de la creación, pero la
Mente agitada del que vive en el mundo inferior de sus pasiones
rebaja su condición y lo aparta de la verdad. Es como un lago: cuando
sus aguas están puras y tranquilas es capaz de reflejar cielos y astros,
pero cuando se remueven los sucios fondos, se enturbia su cristalina
pureza y muere su diafanidad.
La Biblia nos habla del Maná que descendía para alimentar a los
hijos de Israel. Este no es otra cosa que la divina energía que fluye a
través de la médula.
En las antiguas mitologías se dice que los dioses bajaban del cielo
y andaban entre los hombres instruyéndolos en artes y ciencias. De
igual manera los divinos poderes del hombre descienden del mundo
celestial de su cerebro para llevar a cabo la obra de construir y
reconstruir las substancias naturales.