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"La conciencia del mal nace con nosotros.

Al nacer conocemos la orfandad, nos sentimos arrojados


a un mundo extraño. Descubrimos al mal, primero, al sentirnos en un mundo inhospitalario,
indiferente; después, en la agresión de los otros contra nosotros o en nuestra agresividad contra
ellos. Este saber es universal y común a todos los hombres desde la niñez (...) En 1945, al triunfo
de los aliados, descubrimos un horror nuevo en la sucesión de horrores que ha sido la historia de
los hombres: la industria de la muerte, los campos de concentración de los nazis. La novedad del
horror consistía en que, por primera vez en su sangrienta historia, los hombres aplicaron la técnica
moderna de la producción en masa al viejo arte del exterminio. Los métodos para matar al prójimo
se volvieron más racionales y eficaces. Y la atrocidad final: el crimen era impersonal. Antes
conocíamos el rostro terrible de los verdugos, pero la técnica no tiene rostro (...) Desde que tengo
uso de la memoria, el misterio del mal (porque es un misterio), me ha desvelado. ¿Alguien ha
descifrado el misterio que es ser hombre? Pues lo mismo pasa con el mal. En una época pensé que
era una herencia de nuestro pasado animal. Pronto me di cuenta de mi error: ningún tigre mata a
una pantera porque ella es negra y él, rayado. El mal aparece sobre la Tierra con los hombres. Por
esto es inseparable de la Historia. Lo que distingue al hombre del resto de los animales es la
conciencia, más o menos clara, de ser libre. Incluso los que creen en la fatalidad, al obedecerla,
realizan, en cierto modo, un acto libre. ¿O será a la inversa y cuando pensamos ser libres,
obedecemos a la necesidad? No lo sé. El nudo entre libertad y fatalidad es inextricable. El secreto
del mal, su misterio, está en ese nudo. Pues bien, creamos en la fatalidad o en la libertad, somos
siempre responsables de nuestros actos. Por esto, nadie es inocente, ni siquiera los santos o los
héroes. Por esto también es imposible acabar con el Mal: es parte del hombre, como el Bien. A
diferencia de las otras criaturas terrestres, nosotros sabemos que nuestros actos son buenos o
malos; de ahí que a veces tengamos remordimientos. Un león no se arrepiente de haber devorado
a una gacela, ni un virus de provocar una epidemia. Nuestro único recurso es reconocer la
existencia de los otros, nuestros semejantes. Dañar al otro es, de alguna manera, dañarse a uno
mismo. El origen de los grandes crímenes reside en la aparición de ideologías que negaron la
humanidad de razas y clases enteras".

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