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Reseña del artículo “Excursus on Wittgenstein´s visión of language”

Introducción:

“Excursus on Wittgenstein´ visión of language” es un artículo del filósofo estadounidense


Stanley Cavell. En este artículo tiene como propósito hacer un comentario sobre la explicación
brindada por Wittgenstein, en las Investigaciones filosóficas, acerca del aprendizaje del lenguaje. A
lo largo del texto, Cavell se propone responder a las siguientes preguntas: (1) ¿Qué es aprender una
palabra? y (2) ¿Qué hace que una proyección sea apropiada o incorrecta? En los siguientes dos
apartados me propondré exponer de manera breve las respuestas que Cavell da a ambos interrogantes.

1. Aprender una palabra

Supongamos que un niño aprende el nombre de algo. Aprende que la palabra “calabaza”
nombra a una calabaza. Aunque sepamos que el niño aprendió algo, deberíamos preguntarnos lo
siguiente: ¿Qué fue lo que aprendió? Sobre esta pregunta podemos encontrar muchas respuestas: una
de estas nos señala que lo que el niño aprendió fue que ese sonido (“calabaza”) nombra objetos como
ese (calabaza). Esta respuesta no es conveniente. Esto en virtud de que, según Cavell, con esta
respuesta parece que estuviéramos describiendo una situación en la que cuando se aprende que la
palabra en inglés “cat” es la manera en que se nombra “eso”, se supone aprender que un sonido como
“rat” también nombra “eso” (un objeto como cat) (Cavell, 2000). En pocas palabras, esta respuesta
nos está diciendo es que el niño aprende que cualquier sonido similar al de “cat” nombra al objeto
cat. Esta respuesta además de no responder de manera adecuada la pregunta de Cavell, también
implica algo que nosotros sabemos claramente que no sucede. Por esta razón, Cavell intenta modelar
más la pregunta. Construirla de tal forma que el lector entienda a qué punto es al que quiere llegar.
Otra posible respuesta puede ser una como la siguiente: el niño aprende que sonidos
completamente iguales a este nombran objetos similares a ese. En cuanto a esta respuesta, surge otro
interrogante: ¿Qué significa decir que un gato es completamente igual a otro gato? Obviamente, no
se quiere decir que todos los gatos del mundo son idénticos y que, además, no pueden ser contados
por aparte. Quizás, lo que quiso indicar esta respuesta es que el niño aprende que un sonido como ese

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nombra a objetos tales como los gatos. Si bien podemos conceder en que esto es cierto, no responde
la pregunta de Cavell, dado que esto es lo que él espera que sea explicado.
Es por lo anterior que Cavell hace un tercer intento de reformulación de la pregunta: ¿Qué
aprende el niño cuando le señalamos una calabaza y le decimos “calabaza”? Al instante, podrían
respondernos que el niño aprende dos cosas: (1) el significado de una palabra y (2) lo que un objeto
es (Cavell, 2000). Para Cavell, esta respuesta, tal vez, sea aplicable para el caso de los adultos, los
cuales ya saben manejar el lenguaje. Pero resulta insatisfactoria para comprender el aprendizaje del
lenguaje en los niños. Por un lado, no es posible brindar una información a alguien, si ese alguien no
está en la capacidad de preguntar por esa información. En resumen, no se le puede decir al niño el
significado de una palabra, cuando él ni siquiera sabe preguntar por ese significado. Lo mismo
podemos decir de todos los casos similares (prestar, entre otros). El problema con esto es que el niño
aún no sabe preguntar por el significado y no sabe qué es que le presten algo. Luego, no podríamos
hablar propiamente de que le estamos señalando el significado de palabras.
Por otro lado, tampoco se le está diciendo con esto lo que el objeto es. Supongamos el siguiente
ejemplo: alguien le dice a un niño “calabaza” y le señala una calabaza. ¿Realmente creemos que esa
persona le está diciendo lo que es una calabaza? Claramente no. La persona no le está diciendo que
la calabaza es una fruta, que se utiliza en la cocina como elemento de repostería, que varía en tamaño
y, además, que es deforme. Al demostrar que lo que el niño aprende no es ni el significado de las
palabras ni lo que el objeto es, Cavell advierte que nuestro problema radica en considerar a los niños
como adultos pequeños, es decir, como si ellos ya contaran con un desarrollo maduro de las
habilidades humanas. Y que esto es lo que hace que, al momento de explicar cómo aprenden los niños
el lenguaje, lo hagamos desde la perspectiva del adulto. Algo que en vez de esclarecer la cuestión la
vuelve más difusa. Ahora, muchos pensaran que lo que está diciendo Cavell es falso. A fin de cuentas
¿Qué se aprende, entonces, si no es ni el significado de la palabra ni lo que es el objeto? Podríamos
estar tentados en responder que, según Cavell, los niños no aprenden nada. Pero Cavell se opone a
esta conclusión. Para él, los niños sí prenden algo. Para entenderlo, solo tenemos que quitarnos de la
cabeza la relación entre “aprender” y entorno académico. Si estamos definiendo este término de este
modo, desde nuestro punto de vista, obviamente, el niño no aprende algo. No obstante, ampliando
esta noción podremos ver lo que el niño aprende cuando es un principiante en el lenguaje.
Para entender cómo los niños aprenden el lenguaje, consideremos el siguiente ejemplo. Una
niña camina junto a su papá. En un momento, el papa se agacha y le dice “gatito” mientras señala un
gatito. La niña de inmediato repite lo que su papa hizo. Una semana después, la niña ve un gato y
repite lo mismo, es decir, lo señala y lo nombra “gatito”. No obstante, ocurre algo en los días
posteriores. El papá encuentra a la niña acariciando un pedazo de piel y nombrándolo “gatito”. En un
primer momento, el papá se siente desilusionado. Piensa que la niña no supo lo que significaba la
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palabra “gatito”. Luego, no se siente tan mal. Cree que ella nombra como “gatito” aquello que él
nombra como “piel”. Si quisiéramos interpretar lo que la niña está haciendo, tendríamos múltiples
posibilidades: “esto (la piel) es como un gatito”, “esto (la piel) me hace recordar al gatito”, entre
otros. De toda la amalgama de posibilidades a partir de las cuales podemos interpretar la reacción de
la niña, ¿cómo saber a qué, concretamente, se refirió? Podríamos estar equivocados en nuestra
interpretación. Podría ser que ella entendió por “gatito” algún tipo de propiedad que la piel comparte
con los gatos (suavidad, ser caliente, ser peludo, entre otros). En ese orden de ideas, cabe la
posibilidad de que la niña haya aprendido la palabra “gatito” en un orden distinto al con que nosotros
lo aprendimos. Pero, no por eso vamos a decir que la niña no está aprendiendo algo. Estos saltos en
el aprendizaje del lenguaje son de suma importancia. De no ser por ellos, la niña, cuando sea adulta,
no sería capaz de hacer uso del lenguaje.
Cavell nos propone pensar nuevamente en la misma niña. Supongamos que ella toma en la
mano un recibo del gas y dice “aquí está la carta”, o que ella está junto a su papá escuchando la
novena sinfonía de Beethoven y pregunta “¿quién es Beethoven?”, o quizá está entrando a la sala de
su casa y observa a su papá sentado en el televisor. Por lo que le pregunta: “¿qué estás viendo?”.
Según Cavell, frente a este tipo de situaciones el papá sabrá que la niña aún no está preparada para
entender sus explicaciones. En palabras de Cavell: “(…) el papá sabrá que aún no están listos para
caminar en algunos lugares juntos” (Cavell, 2000). En este punto, es preciso que nos preguntemos
por qué razón la niña no entendería las explicaciones del papá o, mejor aún, por qué su papá pensaría
que todavía no está preparada para “caminar en algunos lugares juntos”. Y esta pregunta es la que
permite introducir la afirmación de Cavell -comentando a Wittgenstein- sobre el aprendizaje del
lenguaje: Si bien la niña aún no usa la palabra “gatito” del modo en que nosotros la usamos, ella
aprendió algo. Claramente no la puede utilizar igual que nosotros. Sin embargo, la va incorporando a
su mundo. En pocas palabras, para que la niña use la palabra “gatito” como lo hacemos nosotros, ella
debe adquirir las formas de vida en las que esa palabra se utiliza (Cavell, 2000). Y aquí va otra
objeción que Cavell le hace a aquellos que piensan que cuando les enseñamos el lenguaje a los niños,
les enseñamos el significado de las palabras, Según Cavell, ni siquiera los adultos saben el significado
de las palabras. Solo les es posible hacer uso de ellas en la medida en que hace parte de la forma de
vida en que se encuentran. En ese orden de ideas, lo que nos quiere decir Cavell es que cuando un
niño aprende un lenguaje, no solo aprende el lenguaje. El niño aprende una forma de vida, una manera
de entender el mundo. Por lo que con la palabra “padre” no solo aprende la palabra sino que también
aprende lo que es un padre. Igualmente pasa con la palabra “amor”. El niño no aprende únicamente
la palabra. También aprende lo que es el amor, según como se lo muestren.
Es por lo anterior que a Cavell le preocupa las visiones dominantes sobre el aprendizaje del
lenguaje: los que intentan explicar esto sobre intelectualizan las vidas de los seres humanos (Cavell,
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2000). No se dan cuenta cómo ocurren las cosas en la realidad. Wittgenstein también le preocupaban
este tipo de cosas, específicamente, tres: (1) considerar que todas las palabras son nombres, (2)
mantener la creencia que aprender una palabra es decir lo que significa y (3) afirmar que aprender un
lenguaje es aprender un sinnúmero de palabras (Cavell, 2000). En este artículo Cavell se preocupa
por la segunda preocupación de Wittgenstein. Y, siguiendo al filósofo vienés, señala que no es del
todo negativo intentar construir un argumento filosófico para entender el aprendizaje del lenguaje. El
problema con esto es que invisibiliza el modo en que ocurre en la cotidianidad de las personas. Al
intentar elaborar un argumento sobre el aprendizaje del lenguaje, los filósofos creen que lo que el
niño conoce es la manera adecuada de etiquetar las cosas, o el significado de las palabras y lo que los
objetos son. Esto no permite comprender lo que realmente los niños conocen: una forma de vida, un
mundo, el mundo en el que vivirán. Es por este tipo de cosas que es más productivo abandonar la
visión de los niños como pequeños adultos. Por el contrario, pensémoslos mejor como lo que son:
niños que están jugando (a ir al colegio, a comportarse, entre otros). Niños que, en la medida en que
van creciendo, sus mundos irán creciencia a la par y, con esto, aprenderán sobre los conceptos y
objetos.

2. Proyectar una palabra

Luego de haber entendido como los niños aprenden el lenguaje, es preciso en que nos
centremos en la segunda pregunta del autor: ¿qué hace que una proyección sea adecuada o incorrecta?
Habiendo aceptado la explicación de Cavell acerca de la manera en que los niños aprenden, nos
encontramos con que el lenguaje no es cerrado. Por el contrario, siempre está abierta y hay diferentes
perspectivas desde las cuales acercarse a él. Ahora, si esto es cierto: ¿Cómo es posible hacer un
adecuado uso de él? En resumen, ¿Quién cuenta como autoridad para guiarnos acerca de las nuevas
proyecciones del lenguaje? Recordemos que nos es preciso, para los propósitos de la comunicación,
tener definiciones dentro del lenguaje. Ahora bien, con respecto a las palabras proyectadas, sabemos
que el verbo “alimentar” lo usamos de manera generalizada: “Alimentar la vaca”, “alimentar a los
niños”, entre otro. Sin embargo, debemos recordar que pese a que el lenguaje es tolerante con respecto
al uso generalizado de gran parte de sus palabras, esta proyección de las palabras está controlada, es
decir, no podemos proyectar las palabras tal como el hablante lo desee. Hay cierto control que nos
ayuda a distinguir las proyecciones adecuadas de las erróneas. Según Cavell, para conocer si una
proyección es adecuada: “(…) un objeto o actividad […] en el cual un concepto es proyectado, debe
invitar o permitir esa proyección” (Cavell, 2000).

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Lo anterior no nos clarifica a fondo la manera en qué una proyección adecuada se diferencia
de las que no lo son. Quizás, el anterior punto puede complementarse con lo que nos señaló Cavell
en el apartado anterior: que aprender un lenguaje es aprender una forma de vida. Por lo que no se
pueden usar palabras si no se ha iniciado dentro de las formas de vida en que esas palabras están
contenidas. En ese orden de ideas, el que ya está iniciado en una forma de vida conoce cómo hacer
proyecciones adecuadas. En palabras de Cavell:

“(…) Estoy trayendo, y manteniendo en balanza, dos hechos fundamentales sobre las formas de vida
humanas, y sobre el concepto formado en esas formas: que cualquier forma de vida y cada concepto integral a
esta tiene un número indefinido de instancias y direcciones de proyección; y esta variación no es arbitraria”
(Cavell, 2000).

Pero, si no es arbitrario, ¿cómo podemos elaborar proyecciones adecuadas? Es más, ¿cómo


podemos diferenciar una proyección adecuada de aquella que no lo es? Esta pregunta fue contestada
por Wittgenstein en las Investigaciones filosóficas. Lo que señala el filósofo austriaco, a grandes
rasgos, es que debemos mirar la manera en que esa palabra es usada, y lo común en su uso: “(…) lo
“que es común” a todas las cosas llamadas por el mismo nombre” (Cavell, 2000). Lo que
encontraremos al observar estos es una serie de similitudes en la palabra. Esto es lo que él denomina
“Parecidos de familia”. Lo importante de este nuevo concepto es que, de alguna manera, nos evita
entrar en el problema acerca de la esencia de las palabras: ya no buscamos las propiedades intrínsecas
de un concepto y, a partir de este, entender cómo son posibles las proyecciones. Por el contrario, lo
que ahora nos interesa analizar son las similitudes, lo común entre las cosas que nombramos de igual
manera.

Bibliografía

Cavell, S. (2000). Excursus on Wittgenstein´s vision of language. En A. Crary, & R. Read,


The new Wittgenstein (págs. 21-37). Canadá: Routledge.

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