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la biblioteca:
Todo… o casi todo. Pues Kate y Will están unidos por un secreto que pronto
descubrirán… aunque no quieran.
Intenté con los bancos, los trabajos ocasionales en los que las frituras te
acompañan hasta la cama... Pero fue imposible reunir esa cantidad de dinero y
tener tiempo de estudiar. Estaba al borde del abismo cuando Sonia me ofreció
esa misteriosa tarjeta, con un rombo púrpura y un número de teléfono con letras
doradas. Ella me dijo: « Conoce a Madame, le vas a caer bien, ella te ayudará...
Y tu préstamo estudiantil, al igual que tu diminuto apartamento no serán más que
un mal recuerdo. »
ZAMY_001 - 12
1. Sleepy Princess
Hay personas a quienes la vida les sonríe y otras a quienes, a pesar de tener un
IQ sobresaliente y una prometedora carta astral, tienen una habilidad inigualable
para meterse en problemas. Por más que lleve una vida ordenada, programe mi
alarma dos horas antes de salir, cruce por el paso peatonal y siga las recetas de
cocina al pie de la letra (soy una especialista en crema bávara de kumquat con
pistache), parece como si perteneciera a esa categoría de personas cuya vida
siempre está llena de imprevistos.
Piscis: todo salió bien la semana pasada, ¡espero que hayas aprovechado
porque ya se terminó! Trabajo: conseguiste una pasantía muy valiosa pero tu
incompetencia hará que te echen. Prepárate para regresar a casa de papá y
mamá en el primer avión a Francia. Amor: Venus te ofreció al hombre de tus
sueños en bandeja de plata pero tú lo dejaste ir, ni modo. Salud: los tres kilos
que habías perdido están regresando e instalándose en tus caderas.
– Nada como una buena comida para ahuyentar los males de amor, me dice
con un guiño.
– Esto no tiene nada que ver con un mal de amor, digo a la defensiva. Estoy
cuidando la línea, es todo.
– Tu línea es magnífica, responde agregando frente a mí un tazón de frutos
secos. Y en los cuatro días que llevas aquí, nunca habías ignorado tu plato hasta
que ese hombre salió de tu habitación hace rato. Así que concluyo que te rompió
el corazón.
Por orgullo, por pudor, dudo en responderle. ¿Qué podría decirle, de todas
formas? ¿Cómo explicarle?
Probablemente tienes razón, Anthony: tal vez sí sea un mal de amor. ¿Pero en
verdad puede alguien hablar de amor cuando acaba de acostarse con un
desconocido? Sí, eso es lo que hice, Anthony: pasé la noche en los brazos de un
hombre al que conocí tres horas antes. Sin embargo, te juro Anthony, que no
acostumbro hacer eso. A mis 24 años, sólo he tenido dos novios en mi vida; soy
tan bien portada que a veces me asusto. Pero ese hombre, Anthony, ese
hombre... Nunca había conocido a alguien como él. Estar entre sus brazos me
parecía lo más natural del mundo. ¡Era tan tierno, tan apuesto! Paseó sus labios
suaves y cálidos por cada centímetro cuadrado de mi piel. Sólo tuvo que deslizar
su mano entre mis piernas para que me abriera como una flor. Lo besé, lo
acaricié, murmuré su nombre... luego lo grité cuando me hizo llegar al orgasmo.
Pasé la noche más maravillosa de mi vida y él se fue al alba mientras que yo
dormía.
No, en verdad no puedo responderle a Anthony. Estoy tan afectada por todos
esos recuerdos que si comienzo a hablar, tal vez deje escapar sin querer algunas
palabras demasiado íntimas. Pero Anthony es muy inteligente, sabe interpretar
este momento de duda. Ha visto desfilar varias parejas más o menos legítimas,
mujeres enamoradas, mujeres abandonadas:
Pero por más que hizo, por más que dijo, perseveré y, gracias a mi jefe de
prácticas que me recomendó con su director de publicación, terminé por
conseguir una súper pasantía en Undertake, la revista financiera más grande de
la costa Este. Dos días más tarde, subí a un avión, acechada hasta el aeropuerto
de Roissy por la desaprobación materna...
– Amandine, dice mi madre corriendo para seguirme el paso mientras que jalo
mi maleta de ruedas en el vestíbulo del aeropuerto Charles-de-Gaulle.
Amandine, ¡no puedes irte así!
– Pues tal parece que sí puede, comenta Sybille, mi hermana menor.
– ¡Ahí!, exclama de pronto mi padre con un tono triunfante señalando una fila
de viajeros que avanzan a pequeños pasos contados, bajo la supervisión atenta de
una anfitriona de Air France.
– Amandine, retoma ella con un tono que pretende sea paciente y razonable,
no puedes irte a vivir a los Estados Unidos, donde no conoces a nadie y no tienes
ninguna garantía de empleo. ¿De qué vas a vivir? Ni creas que nosotros
financiaremos esta locura. No te enviaremos ni un centavo.
Mi padre le lanza una mirada de impotencia, y puedo ver que esta vez
tampoco se opondrá a su mujer. Él es de un temperamento noble y evita
cualquier tipo de conflicto, inclusive cuando se trata de apoyarme. Pero es mi
madre y lo amo y he aprendido desde hace tiempo a sólo contar conmigo misma.
– No te preocupes, mamá, digo un poco harta (¡mi madre sabe bien cómo ser
agotadora!). Puedo arreglármelas sola. Negocié con Undertake un sueldo de
práctica y tengo dinero ahorrado. He estado guardando en una cuenta todo lo que
he ganado con mis trabajos de verano desde hace cuatro años.
– Nuestra pequeña Amy es toda una ardilla modelo, se divierte mi hermano
mayor.
***
***
– Éstos son los nombres de las cinco personas a quienes deberás entrevistar en
la próxima subasta de Sotheby's New York, dice dándome una hoja. Estos
millonarios tienen las cinco fortunas más grandes de los Estados Unidos, son los
outsiders, los que no esperábamos y que de pronto tomaron la delantera. Todos
han sido informados de tu entrevista, pero su tiempo es preciado y no se ha
concretado ninguna cita formal: tu trabajo será convencerlos para que te den
algunas migajas de ese famoso tiempo para responder a tus preguntas. Sé
cuidadosa, recuerda siempre que ellos viven en una dimensión distinta a la
nuestra.
– Sí, señora Brown.
– Señorita. Además, aquí todos nos llamamos por nuestro nombre. ¿Me
recuerdas el tuyo...?
– Amy, digo pensando en Sybille.
– Bien, Amy. Formarás un equipo con Simon, nuestro fotógrafo, continúa ella
señalándome a un rubio con unos lentes que le cubren la mitad del rostro, en un
cubículo frente a mi ratonera. Un joven muy competente, proveniente del Bronx.
Te veo mañana en la tarde, para aclarar algunos puntos antes de que te vayas a
Nueva York.
Luego desaparece, dejándome con un millón de preguntas en la punta de los
labios. Decido comenzar por hacer el inventario de mi nuevo dominio, lo cual
hago rápido: dos estantes, una planta seca, una mesa, una silla, una computadora
que data del paleolítico. No hay ventanas pero en la pared hay un póster que
representa a una pareja besándose en la cima de una colina reverdeciente.
– Hola, dice sonriendo tímidamente. Parece que seremos un equipo este fin de
semana, así que...
– Hola, respondo, contenta por tener un poco de compañía. Tú eres Simon,
¿cierto? Yo soy Amy.
– Encantado, Amy. Comencé a investigar un poco sobre nuestros millonarios,
por si te interesa. Eso podría ayudarte a comenzar.
– Genial, digo, sorprendida pero feliz por esta inesperada ayuda. Fue muy
lindo de tu parte.
– Como es tu primer día, y así, pensé que, bueno... continúa poniendo frente a
mí una media docena de hojas manuscritas y algunas fotos de periódico.
– Muchas gracias, Simon, me servirá de mucho. Las revisaré enseguida.
– De nada. Si tienes preguntas, estoy aquí todo el día, no dudes en
preguntarme, agrega sonrojándose antes de regresar a su cubículo.
Estoy acostumbrada a manejar cifras tan grandes, pero estas dos me dan
vértigo. Recuerdo un comentario de mi profesora de matemáticas, en sexto
grado, que intentaba hacernos medir el alcance de lo que puede representar un
billón.
No me sorprende que esas personas vivan en otra dimensión que los demás.
Se necesitarían 4465 años para contar la fortuna de Roman Parker, mientras
que para mi cuenta bancaria bastarían doce minutos. Y eso sin apresurarse...
Estoy por localizar la fotocopiadora para escanear los retratos de los « Big
Five », cuando percibo que sólo tengo cuatro fotos. Me detengo en el escritorio
de Simon:
Continúo:
Paso el resto del día y todo el jueves investigando sobre los cinco millonarios
y redactando una ficha para cada uno de ellos. El internet y los archivos digitales
de Undertake, al igual que algunas llamadas telefónicas, me permiten hacerme
una idea bastante precisa de su personalidad y de su trayectoria. La historia de
John Baldwin y Frida Pereira, los más grandes, comenzó mucho antes de la era
digital y tendría que bajar hasta los archivos de papel, hurgar entre las pilas de
tarjetas, para completar su ficha. Pero no tengo tiempo y lo que sé de ellos ya es
suficiente. En cuanto a Roman Parker, me cuesta más trabajo, con su pasión por
lo secreto, y debo dedicarle tres veces más tiempo a él que a los demás. Pero
termino, con mucho esfuerzo, por comprender un poco más del personaje.
Vuelvo a leer las notas que tengo sobre él:
Qué irónico: « No fornicarás... pero, por si acaso, ¡aquí tienes con qué
protegerte! » El gerente del hotel debe tener mucho sentido del humor.
– Vamos, Amy. El rosa es para las chicas y tú eres una chica, ¿no?
– Sí, pero soy una chica moderna.
– ¿Y las chicas modernas no tienen derecho a amar el rosa?
– Sí, por supuesto. Pero resulta ser que a mí no me gusta.
Simon tiene razón: Central Park es un lugar muy ameno. Después de haber
recorrido su gran césped (el famoso Great Lawn), me siento sobre un banco no
muy lejos del zoológico para comer mi sándwich. La noche es estrellada y el aire
agradable, de vez en cuando escucho a un animal rugir. Me imagino que se trata
de Alex, el león superestrella de la película animada Madagascar. Por primera
vez desde que llegué a los Estados Unidos, puedo relajarme por completo. No
tengo maletas que hacer, entrevistas que hacer, ni nada urgente que atender.
Observo a los que se pasean, las parejas de enamorados que se arrullan bajo la
luz de la luna, los grupos de adolescentes que causan alboroto y los que salieron
a correr transpirando. Uno de ellos llama mi atención, un hombre con silueta
delgada y atlética, con hombros cuadrados. Su andar es sutil, pareciera dar
vueltas por la pista sin ningún esfuerzo. Lleva puesto pantalón para correr gris
obscuro y, a pesar de su ritmo constante, su espalda no presenta ni el menor
rastro de sudor. Es obvio que está acostumbrado al ejercicio, parece como si
pudiera correr por horas sin cansarse. No logro distinguir su rostro, escondido
por la capucha de su sudadera, pero me parece atractivo. Es rápido, dinámico.
Cuando decido regresar al hotel, una hora más tarde, él sigue corriendo.
***
– Debo estar en el hotel Guardia en media hora. Tiene dos minutos y medio
para encontrar mis llaves, dice ella consultando su reloj. Después de ese tiempo,
puede comenzar a pensar en dónde va a encontrar otro trabajo. Lejos de Nueva
York. Tal vez hasta lejos de los Estados Unidos.
– ¿El modelo de 1967 o el de 1968 ?, pregunta ella más tranquila, con un tono
de interés en la voz.
– De 1968 , el que llega de 0 a 100 km/h en 4 ,8 5 segundos, afirmo con
orgullo, intentando ignorar las miradas indignadas de Simon, quien debe
preguntarse qué mosca me picó para convertir a su pequeña joya en un vulgar
taxi para una señora amargada.
– Pues bien, señorita Lenoir, veo que domina el tema. Es agradable conocer a
una mujer tan conocedora de algo que se consideraría para hombres. Podría
sentirme tentada por su propuesta. Joven, continúa ella volteando hacia el valet
que contiene el aliento, esta encantadora persona acaba de salvarle la vida. Le
doy hasta el mediodía para que lleve mi auto a mi hotel. Sea puntual.
Es así como obtengo una entrevista exclusiva con Frida Pereira, mujer de
acero y propietaria de una mina de diamantes que la convierte en la cuarta
fortuna reciente de los Estados Unidos. En efecto utilizo los treinta minutos de
trayecto para llevar a cabo mi entrevista.
Cuando nos estacionamos frente al hotel, ella se presta para una sesión de
fotos improvisada cerca del Mustang. Su cabellera bicolor, su pose escultural y
perfil altivo contrastan perfectamente con el brillo metálico del auto, sus franjas
blancas que adornan el capó y sus líneas agresivas. Luego me agradece con un
enérgico apretón de manos:
– Este mundo sigue siendo de los hombres, Amy. Pero las mujeres como tú y
yo contribuimos a hacerlo cambiar. Nunca te rindas.
Cuando atraviesa las puertas de vidrio del hotel, lanzo un suspiro de alivio
que debe escucharse hasta Long Island. Me recargo contra el Mustang, como
pasmada, e intento regresar a la Tierra. ¡Logré mi primera entrevista importante,
la que más temía, sin esfuerzo, sin haber seguido para nada un plan! Sólo con
valentía. No me reconozco a mí misma. Las piernas me tiemblan. Simon me
mira con cierta perplejidad:
– Wow... Eso fue muy fuerte. Literalmente hechizaste a Frida Pereira. Ella te
aprecia. Te llamó por tu nombre.
– Wow…
– Para festejarlo, te invito a comer, le digo, mientras que la adrenalina da paso
a la euforia. El próximo en mi lista es Alexander Bogaert. ¿Lo conoces?
– No, sólo he escuchado que después de su matrimonio el león se convirtió en
cordero. Bueno, casi...
***
A las 3 de la tarde en punto, nos encontramos de nuevo en el vestíbulo de la
sala de ventas, en busca de Bogaert. Un hombre alto castaño con ojos verdes,
apuesto a más no poder no debe pasar desapercibido. Pero la multitud es densa y
gasto mis ojos en vano. Interrogo a Simon con la mirada, pero él me hace una
señal de que tampoco lo ha visto.
Sin duda tiene previsto llegar más tarde, para las subastas de la noche. Ésas
son las más interesantes.
Resignada a tener que esperar, me dirijo hacia el buffet e intento pedir un jugo
de frutas al mesero agobiado que me ignora soberbiamente para concentrarse en
sus clientes más prestigiosos. A mi lado, una joven mujer rubia, muy linda y
muy embarazada, me sonríe y me dice tímidamente:
– Un-jugo-de-piña-y-un-agua-mineral-por-favor-gracias.
– ¡Querido!, dice ella, jovial, mientras que él la toma entre sus brazos para
besarla tiernamente.
¡Cómo me encantaría ser como Lou algún día! Mirar a un hombre como ella
mira a Alexander. Y que me mire como él a ella, con una pasión que se ve casi
dolorosa por lo intensa que es. Esos dos se aman como nadie. Son dos estrellas
que sólo brillan el uno para el otro, y todos los que se les acercan no pueden más
que deslumbrarse con su brillo.
Cerca de las 5 :30 , terminamos con la entrevista y Simon tomó bellas fotos
de la pareja. Lou y Alexander se retiran y van a la sala de ventas. Él la cuida de
una forma que me conmueve nuevamente. Los veo alejarse muy a mi pesar, me
hubiera encantado calentarme un momento más con la flama de su amor. El
ambiente me parece repentinamente más frío.
Es más temprano que ayer cuando regreso a mi banca, sigue siendo de día.
Pienso en este día, intenso pero productivo, y estoy satisfecha. Mi colaboración
con Simon va bien. Él es competente, servicial, verdaderamente adorable. Llamé
a Edith para hacerle un resumen y decirle que mis dos entrevistas fueron un
éxito:
Ok… Sí, gracias por los ánimos, Edith. También te deseo buenas noches. Me
alegra haber hablado contigo.
A lo largo de la tarde, tomé algunas fotos del parque bajo la luz de la luna y
decido enviárselas en un mail a mis padres, junto con un mensaje para decirles
que todo va bien. Luego dejo mi banca y me dirijo hacia la salida. Me cruzo con
mi corredor que lleva la cabeza gacha bajo su capucha y no me presta ni la más
mínima atención. Lástima, me hubiera gustado ver su rostro...
***
¿Puedo preguntarle cómo es él? ¿No sería un abuso? ¿No parecería extraño?
Cuando dejo el parque, cerca de las 10 de la noche, éste está casi desierto.
Sólo una silueta gris encapuchada recorre las alamedas corriendo
silenciosamente. Le dirijo una señal con la mano.
Pff… Toda una adolescencia metida en los libros, mandando a los chicos al
diablo, y ahora de pronto, a mis veinticuatro años, me pongo a acechar a
desconocidos en parques públicos. Qué irónico.
***
Sólo estoy poniendo en práctica el mejor consejo que me hayan dado, señor
Hamani: « Nunca te rindas » me dijo Frida Pereira.
Hamani toma el sobre que le doy; éste contiene algunas líneas que redacté
ayer sobre el banco del parque. Espero que sean lo suficientemente intrigantes o
persuasivas como para incitar a Parker a aceptar reunirse conmigo. Mi última
esperanza. Sorprendido, Hamani me promete que se lo dará a su muy testarudo
socio y amigo.
Le agradezco una última vez y estoy por retirarme cuando él dice mientras me
alejo:
¿Así que Roman Parker sabe quién soy yo? ¿Sabe cómo soy físicamente?
¿Piqué su curiosidad lo suficiente para que investigara sobre mí o bien Malik
simplemente le dio una descripción precisa de mí? Tal vez ya hasta me he
cruzado con él sin saberlo...
***
Cuando llego al parque, esta vez, la noche está ya muy entrada, una noche
negra y profunda. No hay luna ni estrellas, sólo enormes nubes que obscurecen
todo. No traje nada para comer, no tengo hambre. Intento subirme el ánimo
pensando que no todo está perdido, pero me cuesta trabajo creerlo.
¡Ojalá que logre hablar con Parker mañana por la mañana, por favor, que se
levante con el pie derecho y que acepte la entrevista y que todo salga bien, por
favor, por favor, por favor...!
Sentada sobre mi banca, bajo un haz de luz provisto por una farola, escucho a
los animales del zoológico rugir. El resto del parque está sumergido en la
obscuridad y me cuesta trabajo distinguir a los pocos visitantes.
Hola Alex, hola Marty, hola Melman. Hola Gloria. Los voy a extrañar,
amigos.
Es la primera vez que está tan cerca de mí. Normalmente, se va por la otra
alameda, más al norte.
Al llegar a mi altura, éste me hace una señal con la mano, la cual respondo
alegremente. Pero aun así me asusté mucho. Decido regresar al hotel antes de
tener una mala experiencia y le sigo vivazmente el paso. Pero caminando. No me
voy a poner a correr con mis botines. Él se libra de mí rápidamente y el verlo
alejarse hasta desaparecer en medio de la noche obscura me pesa. De pronto me
siento muy sola, vulnerable. Acelero el paso. Al hacer esto, me doy cuenta que
me estoy acercando a las voces de hombres, pero no tengo otra opción, no
conozco el parque lo suficiente como para improvisar otro camino a media
noche. Los hombres son tres, avanzan de frente hacia mí, pero se separan para
dejarme pasar. Lanzo un suspiro de alivio.
Los otros dos hombres se acercaron. Tienen unos cuarenta años y comprendo
por su forma de caminar que han bebido demasiado. Intento liberarme del puño
del hombre pero es más fuerte de lo que parece.
– Por Dios, ese prometido sí que tiene suerte. Una chica tan bella.
– Suéltenme, digo intentando controlar mi voz, para que no tiemble.
– Seguro que sí, responde el tercero. A mí me encantan las pelirrojas. Y ésta
tiene un trasero de locura.
– ¡Suéltenme!, grito esta vez. ¡Déjenme ir!
– Sin mencionar sus tetas, dice el que me está sosteniendo, observando mi
escote, que es bastante decoroso.
– ¡Así, de rodillas está bien! Quédate en esa pose, muñeca. Ahí es tu lugar.
¡Tengo que moverme! ¡Que salvarme! Ellos son tres y él está solo. No va a
aguantar mucho tiempo. ¡Debo moverme! ¡Salir de este parque! ¡Llamar a la
policía!
Pero me quedo paralizada, sin aliento. No logro quitar mi mirada de los tres
hombres que siguen luchando. Uno de ellos recibe un rodillazo en la entrepierna
y se va titubeando, mientras que el otro, con la nariz rota ya, regresa a la carga
contra el corredor. Mi corredor. Quien recibe un violento puñetazo en pleno
pómulo. La sangre corre y yo cierro los ojos. Sé que no es el momento, pero creo
que estoy a punto de desmayarme...
Cuando regreso en mí, no tengo el reflejo de abrir los ojos. Estoy.... bien. Me
siento confundida, con la cabeza ligera. Arrullada por un movimiento regular y
agradable. Estoy acurrucada contra algo caliente y suave, que huele divinamente
bien, no quiero saber nada más.
Pero de repente, todo regresa a mí: los tres hombres, su aliento a alcohol, sus
manos sobre mí, la agresión. Mi burbuja de bienestar estalla en pedazos e intento
huir, pero mis pies no tocan el suelo. Me agito, estoy por gritar de nuevo, pero
mis gritos se quedan atrapados en mi garganta. Luego tomo consciencia de una
voz suave que me tranquiliza, de una presencia reconfortante que me envuelve y
por fin abro los ojos. Está obscuro, hace frío, sigo estando en el parque. A pesar
de mi miedo, reconozco la silueta encapuchada que se inclina sobre mí y me
habla dulcemente:
Él repite estas palabras, con una voz tranquilizante. Sigo estando confundida,
pero dejo de pelearme. Tardo un momento en darme cuenta que estoy entre sus
brazos. El ritmo de sus pasos es lo que me arrulla.
Cuando llegamos a la Quinta Avenida, con sus luces y sus banquetas llenas de
gente, él me deja en el suelo.
– Todo está bien, dice, Es normal sentirse débil después de este tipo de
incidentes. No estás herida. Tu hombro no está dislocado.
– ¿Vives lejos?
– No. Justo al lado. En el Sleepy Princess.
– ¿Quieres avisarle a alguien? ¿Ir a la policía?
Agito la cabeza. No me atrevo a mirarlo, me siento con náuseas. Él continúa,
con la misma dulzura de antes:
Las palabras salieron solas. Pero me doy cuenta de que lo único que me
importa es su presencia.
Dejo de mirar mis pies y levanto la mirada para verlo. Sigue teniendo la
capucha sobre su rostro pero las luces de la ciudad lo iluminan. Me parece que es
más joven de lo que su voz grave me había hecho creer. Tal vez sólo sea un poco
más grande que yo. Su pómulo esta abierto y comienza a hincharse, la sangre
corre por su mejilla y llega a manchar su sweater. A pesar de eso, tiene una
belleza que me deja boquiabierta: ojos de un negro profundo, piel bronceada,
rostro anguloso, rasgos duros que contrastan con la suavidad de sus gestos y el
calor de su voz.
Respondo de inmediato:
– No me siento mejor.
Es una gran mentira: nunca me he sentido tan bien como entre sus brazos. Él
vacila. No tengo ganas de intentar comprender por qué quiero tanto que se
quede. Lo único que sé, es que las náuseas regresan ante la simple idea de
dejarlo partir.
¿Es miedo? ¿El miedo puede hacerte sentir enferma? ¿Voy a tener
pesadillas? ¿Revivir la agresión, una y otra vez, en mis sueños? ¿Caminar
pegada a la pared por la calle? ¿No poder salir en la noche?
Sigo sin sentir suficiente fuerza en las piernas, pero voy a buscar como puedo
algunos hielos que meto en una toalla húmeda. De paso tomo un pañuelo
desinfectante y unas Steri-strip del botiquín.
Lo invito a sentarse en el sillón y me acerco a él. Le quito la capucha para
descubrir su rostro y su belleza me golpea una vez más. Una belleza poco
convencional, muy alejada de los cánones de las revistas. Su cabello de un negro
absoluto cae en mechones cortos sobre su frente; debo usar todas mis fuerzas
para evitar pasar la mano por él. Todo en él está marcado por rasgos fuertes,
desde la nariz hasta los pómulos, pasando por el ángulo abrupto de su
mandíbula.
¡Patán!
– No soy una especialista, pero tengo la impresión de que vas a necesitar unos
cuantos puntos de sutura. Mientras tanto, te puedo poner estas Steri-strip.
Está tan serio que no sé cómo tomarlo. Me apresuro a poner la última strip y a
aplicar sobre el moretón la toalla llena de hielo. Pero, ¿es la sangre? ¿El
contragolpe? ¿O la cercanía de Jacob? No sé que sea, pero mis piernas no dejan
de temblar.
Siento que me estoy cayendo, cuando dos manos, suaves y cálidas, me rodean
la cintura.
Sus manos sobre mis caderas terminan de perturbarme por completo y suelto
los hielos para agarrarme de sus hombros. Él se sobresalta ahogando una
grosería y creo que al presionarme así contra él, me he pasado de la raya. Jacob
me sienta con propiedad al lado de él:
Una media hora más tarde, bajo el efecto del hielo, su pómulo se ha
desinflamado. Continuamos hablando tranquilamente, de todo y de nada, de
nosotros. Él está calmado y divertido, su voz grave me hipnotiza. Vive en Nueva
Orleans, está de paso en Manhattan para ver a un amigo y arreglar algunos
asuntos. Yo le confieso que acabo de llegar de Francia y que tendría que
regresarme de inmediato si no encuentro una solución para mi artículo de aquí a
mañana. Hablamos de jogging; yo no sé nada del tema, pero su pasión es
contagiosa y cuando habla de eso, me dan ganas de ponerme mis tenis y
ponerme a correr. El tiempo pasa, pero ninguno de los dos pensamos ponerle fin
a esta velada. Siento como si nunca hubiera estado tan cercana a alguien.
No quiero que esto se termine. No quiero que llegue el día y tenga que irse.
Cuando los vuelvo abrir, la luz está apagada, la habitación está iluminada
solamente por el farol de la calle cuya luz se expande sobre el cubrecama. Estoy
de nuevo entre los brazos de Jacob. Ya no tengo puestos mis botines. Él ya no
tiene su sudadera con capucha. Su piel huele a jabón, su cabello está húmedo.
Cuando se inclina para dejarme sobre la cama, su rostro está tan cercano al
mío que no puedo evitar pasar mis brazos alrededor de su cuello para jalarlo
hacia mí.
Tal vez sea una pregunta pero suena como una afirmación así que me
conformo con asentir con la cabeza. En verdad ya no soy capaz ni de hablar.
– Sí. Segura.
Intento concentrarme en sus palabras, pero entre más sube su mano entre mis
muslos, que se abren a su paso, más difícil me resulta.
Él coloca una rodilla sobre la cama y se inclina para besarme, con su mano
izquierda sobre mi nuca. Esta vez, su beso es más insistente, sus labios son
ardientes y cuando se entreabren, los míos los imitan, naturalmente. Su lengua es
suave, tiene un sabor a azúcar y especias; ésta viene a buscar a la mía, la incita,
la provoca. Exige una respuesta. Cuando al fin la obtiene, cuando nuestras dos
lenguas se encuentran y comienzan una lánguida danza, una extraña descarga me
atraviesa todo el cuerpo. De placer, sí, es innegable pero también hay algo más.
Besar a Jacob, es borrar el pasado, es comenzar desde cero. Ahora, quiero
clasificar los besos en dos categorías: los de Jacob y los del resto del mundo. Lo
beso y todo mi ser se abre a él, cuerpo y alma. La vida me parece maravillosa,
llena de promesas. Promesas que él es capaz de cumplir, estoy segura. Por un
instante, me pregunto si esta sensación no se debe solamente al efecto
afrodisiaco del rescate de la doncella en peligro (yo) por el príncipe azul en su
corcel valiente (él).
¿Qué más da? Tengo que dejar de querer analizar y controlar todo. ¡Carpe
diem!
Lo cual no debe ser muy difícil, no veo cómo cualquier otra chica normal
podría pensar en otra cosa...
Todavía vacilando, dejo que mis dedos recorran su vientre, cada vez más
abajo. Llego hasta el resorte de su bóxer, juego con él, luego desciendo hacia sus
muslos. Y vuelvo a subir. Pongo mis manos sobre su cadera, lo incito a
acercarse.
Siento una repentina onda de calor, me pongo roja como un tomate (¡otra
vez!) y de pronto bendigo la acogedora complicidad de la obscuridad. Jacob no
hace ningún comentario, me obedece, se acerca. De esta forma, llego hasta sus
nalgas, al fin puedo tomarlas entre mis manos, rodearlas, acariciarlas. Él pasa su
mano bajo mi camisa con el cuello destrozado, descubre que no llevo nada
abajo, que mis senos están desnudos, libres, ofrecidos a él. Aprovecha, toma lo
que puede. Los masajea con suavidad.
– Quítate las bragas, Amy, dice con una voz tensa desabotonando mi camisa.
– Ponte de rodillas, frente a mí, continúa. Listo. Acércate. Retira tus manos,
dice mientras que las puse cubriendo mi sexo.
Por más que esté obscuro, el brillo del farola es lo suficientemente vivo para
que se puedan distinguir muy bien los detalles, aunque sea sin colores. Y eso me
molesta, a pesar de la excitación, a pesar del deseo que me inflama las entrañas.
Dudo. Por pudor. Por un repentino temor a lo que está por venir.
Soy una inexperta, Jacob. Seguramente no tengo la misma experiencia que tú.
Eres increíblemente apuesto, seguro de ti mismo: debes haber llevado a decenas
de mujeres al séptimo cielo en tu cama. ¿Pero yo? ¡Yo tengo miedo!
– Abre las piernas. Sí. Un poco más todavía. (Volvió a tomar mis nalgas con
todas las manos) Listo. Y ahora...
… Y ahora me levanta sin esfuerzos para sentarme a horcajadas sobre él. Los
vellos de mi pubis rozan su sexo y ésta simple caricia es suficiente para
electrizarme. De pronto, Jacob se inclina sobre el buró y su sexo llega a frotarse
contra el mío. Me abro un poco más.
– Déjate llevar, Amy. No pienses en nada. En nada que no sea el deseo que
está ardiendo entre tus piernas. Déjame guiarte. Ábrete.
– Sí, Amy, sí... Oh... Estás tan estrecha. Déjate llevar, completamente. Separa
más las piernas. Ya está... Te voy a hacer gozar. Estoy seguro que eres muy bella
cuando gozas.
Él aprieta con más fuerza mis nalgas y se hunde más profundamente en mí,
arrancándome un grito de placer. Quisiera que recomenzara, ahora mismo, y eso
es lo que hace, una y otra vez. Y otra vez. Me aferro a sus hombros con
músculos endurecidos y acompaño cada una de sus puñaladas. Es a la vez
increíblemente tierno e increíblemente poderoso, la mezcla de ambas actúa en mí
como un fabuloso afrodisiaco.
Algunos dirían que acostarse con un desconocido que conocieron una noche
en el parque es jugar con fuego. Sin embargo, acostarse con alguien después de
una noche de fiesta no sorprende a nadie. Rigurosamente, una es juzgada como
chica fácil, pero no inconsciente. Bueno, al menos no demasiado...
– No son de mi número.
– Hmm… lástima. Tendré que encontrarte otra ocupación entonces, dice
jalándome hacia él.
Luego siento entre mis nalgas toda la expresión de su deseo que regresa y me
dispongo, contenta, a retomar el camino al séptimo cielo...
***
¿Pienso en él?
Jacob, mierda, ¿a dónde te fuiste? ¿Qué hice para que huyeras así? ¿O qué
no hice? ¿Qué buscabas? Creí que los dos estábamos bien. Quiero decir: no
solamente en la cama. Parecía algo mágico. Las confidencias en el sillón, la
discusión que se estiraba pero nunca se rompía. Las miradas. ¿Me imaginé esas
miradas tuyas? ¿Y tus palabras dulces? No eran necesarias. Pudiste haberte
conformado con puro sexo, no necesitabas esforzarte tanto, ya me tenías.
¿Entonces por qué? ¿Acaso te despertaste esta mañana y te dio miedo? No, en
serio: Jacob, ¿por qué te fuiste?
Al fin reacciono:
Casi.
Para terminar, un sendero nos lleva hasta un puente de piedra que atraviesa un
río de grava negra. Joshua me acompañó hasta una entrada privada detrás de la
Red Tower y que da directamente a un inmenso ascensor.
Cuando llego hasta la cima, llevo tiempo ya sin atreverme a mirar hacia abajo.
Estas torres son gigantescas, tocan las nubes, no me sorprende que los hombres
que trabajan en ellas se sientan dioses.
Las puertas se abren y es con alivio que entro a la oficina de Roman Parker.
Él se encuentra de pie detrás de un inmenso escritorio, al otro lado de la
habitación. Avanzo directamente hacia él, como un robot, indiferente a todo lo
que me rodea que no sea él. ¡Roman Parker! Al fin. Está clavado en la lectura de
un archivo espeso como un código civil y no me presta nada de atención. De
lejos, se parece bastante a la imagen que tenía de él, pero entre más me acerco,
más constato que es mucho más interesante de lo que imaginaba. De estatura
mediana, castaño, su cabello cae en rizos delicados alrededor de su rostro con
rasgos regulares. Tiene unas manos muy bellas con manicura en las uñas. Los
ojos que eleva hacia mí cuando advierte mi presencia son de un extraordinario
verde brillante con franjas negras.
– Buenos días Amy, dice con una voz grave y familiar a mi izquierda,
deteniendo en seco mi impulso. ¿Dormiste bien?
Como decía mientras leía mi horóscopo, hay personas con una predisposición
para meterse en situaciones complicadas. Y, a pesar de todos mis esfuerzos para
mantener mi vida bajo control y no separarme del buen camino, yo soy una de
esas personas.
Touché.
No es sino hasta que lo escucho emplear ese tono protocolario que recuerdo la
presencia de Roman Parker en la oficina. Toman Parker, mi Santo Grial a quien,
tan obnubilada por Jacob, ni siquiera tuve la cortesía de saludar.
Me merezco una bofetada...
Me quedo fija. Todo se mueve a mil por hora en mi mente, estoy entrando en
pánico: un millón de preguntas y respuestas se acumulan y mi cerebro se niega
categóricamente a aceptar lo que implica esta respuesta.
No. ¡No! ¡No, no, no! ¡No-no-no-no-no! ¡Es imposible! ¡Está bromeando!
Jacob no puede ser Roman Parker. O esto es una pesadilla. Eso es: mi
despertador no sonó esta mañana. Sigo en el Sleepy Princess, entre las sábanas.
Maldita tecnología.
Nada ha cambiado.
Me volteo hacia Jacob. ¿O debería decir Roman Parker? Éste pasa una mano
por su cabello, destruyendo su bello peinado, y me sonríe. Una sonrisa a la
Jacob, a medias. Mi corazón, a quien no le importa en lo absoluto este lío de
identidades, da un brinco en mi pecho. Esta entrevista va a ser difícil...
Mientras tanto, el otro hombre rodeó el escritorio para llegar hasta mí, con su
carpeta bajo el brazo; me extiende la mano, avergonzado:
– Encantado, señorita, dice con una voz demasiado fuerte. Le ruego que me
disculpe por haber usurpado un poco del tiempo de su cita. Yo soy Maxime
Weber, un socio de Roman.
– Amy Lenoir. Encantada de conocerlo.
Jacob (Roman, ¡maldición!) tomó asiento sobre un sillón y me hace una señal
para que me siente frente a él:
– Puedes estar segura que el día en que decida compartir mi intimidad, serás
la primera en enterarse.
Pero su interés por mí, tan clínico como pueda parecer, me gusta. Eso me
recuerda al ambiente tan particular de nuestra noche juntos, cuando hablábamos
sentados en el sillón.
– Sí. Era muy buen dibujante. En esa época, para mí era una cualidad
indispensable en un novio, que supiera dibujar.
– ¿Y ahora? ¿Ya no te parece tan sexy? ¿Un hombre tiene posibilidades de
enamorarte si no es un Van Gogh o un Vermeer?
– Sí, por supuesto. No soy tan selectiva. Basta con que sea Batman.
Su pregunta me sorprende:
– Sus padres se mudaron al otro lado de Francia y nunca nos volvimos a ver.
– Sin embargo conservaste el Batman...
– Sí.
– A los adultos no les importa el corazón de los niños, dice con un tono de
amargura en la voz que me deja perpleja.
5. Un aterrizaje difícil
¡Había olvidado esa nota por completo! Y estoy convencida de que si Roman
aceptó mi entrevista, no tiene nada que ver con eso. Odio mentirle a Simon, sin
embargo, como no quiero explicarle que me acosté con Roman Parker, confirmo
vagamente:
– Hmm… No escribí nada en particular. Pienso que fue sobre todo Hamani
quien, compadeciéndose de mí, supo ser persuasivo.
Elijo las mejores fotos de Simon, aunque todas son magníficas. Es una
lástima tener que desechar algunas. La de Frida Pereira recargada sobre el capó
del Mustang es una verdadera obra de arte.
– ¿Qué prefieres para ilustrar la parte de Roman Parker? ¿Las Tres Torres o el
jardín zen?
Me acerco para mirar todas las fotos esparcidas sobre su escritorio. Es una
elección difícil: son muy bellas pero ninguna me convence. Todas ilustran
perfectamente a la empresa de Roman Parker, pero no al hombre. No a Roman.
Y mucho menos a Jacob. Hasta que encuentro una toma en blanco y negro del
río de grava que desemboca en el puente de piedra, con la silueta borrosa de una
de las Parker Towers de fondo.
– Ésa, le digo a Simon señalándola con el dedo. Ahí tienes algo que es como
una mini migaja de la esencia de Roman Parker. El misterio de la sombra, bajo el
puente; la dureza de las piedras; el contraste de los guijarros redondos y blancos
en la orilla y de la grava negra y filosa en el lecho; la desmesura de la Torre, que
domina el paisaje y se impone. Sí, ésa es perfecta.
***
Nuestro artículo sale el lunes siguiente. Tal como Simon había predicho, mi
ratonera se convierte en una pequeña oficina, el lugar donde antes se
almacenaban los archivos. Una gran parte de la pared sigue estando tapizada por
carpetas, pero considero eso más como una ventaja que como un inconveniente;
me gusta tener toda esa información al alcance de la mano. Los primeros días, la
oficina es un verdadero remolino. Todos mis nuevos colegas pasan a saludarme,
a felicitarme, a preguntarme:
– Felicidades, Amy, dice ella con una ausencia tan flagrante de calor y de
entusiasmo que me incomoda un poco. Lo lograste muy bien, Ignoro cómo
obtuviste la entrevista de Parker y no quiero saberlo. Lo que importa es el
resultado. Pedimos un tiraje especial para este número porque el nombre de
Parker ayuda con las ventas. Sigue así. No olvides pasar a ver a Kathy, la
secretaria, para que te dé tus regalías y la remuneración por tu trabajo.
No, nada de doble sentido. Lo estoy manejando muy mal, no me conviene que
el interesado se enoje conmigo. Tener en contra a uno de los hombres más
poderosos del país no es una idea muy buena.
Entonces me conformo con enviarle una de las fotos que tomé en Central Park
y mandé a imprimir: en ella se ve a un corredor con sudadera de capucha gris
que le regresa el balón a un pequeño niño feliz. La luna que ilumina la escena le
da un aspecto irreal de cómic. Al reverso, simplemente escribo:
Gracias.
***
– ¡Ah, no! Nada de artistas. Perdóname, Amy, dice volteando hacia mí, pero
sabes cuánto aprecio la integridad de mis pasillos y de mis paredes.
– ¿Y eso qué tiene que ver con mi arte?, se sorprende el joven barbudo,
interrumpido justo a la mitad de un monólogo sobre la importancia de los
volúmenes.
– Lo que tiene que ver, estimado señor, es que ya lo veo venir: empiezan por
clavar sus costras en las paredes, luego pintan la doble vidriera de la cocina
como si fuera un vitral de la catedral de Chartres, enseguida esculpen los pies de
las sillas y terminan por transformar mi pasillo en una obra conceptual. Ni
pensarlo.
– ¡Pero su reacción es muy infantil!, se indigna el nuevo Miguel Ángel.
– Tal vez, pero podría ser adolescente, adulta o lo que quieras, que no
cambiaría nada: yo soy la propietaria de ese apartamento y nadie vendrá a
transformarlo en la Capilla Sixtina.
Entre cada candidato, la Sra. Butler se escabulle para ir a buscarnos una taza
de tisana de salvia. Cuando llega conmigo después de la visita de la chica-
endivia, estoy ocupada con el tercer candidato, un conquistador empedernido
que intenta sus mejores jugadas conmigo y me invita a un bar esa misma noche,
con la menor sutilidad posible. Esto le vale ser expulsado manu militari por la
Sra. Butler.
– Soy alérgica a los gatos, gime la Sra. Butler. Y Kiki no soporta verlos, lo
vuelven loco, se pone a babear por todas partes y a perseguir todo lo que se
mueva.
– ¿Kiki? pregunta, inquieta, la joven que parecía perfecta.
– Es mi pastor alemán.
Miro con tristeza alejarse a mi sexta y casi perfecta candidata que quiere
demasiado a sus gatos como para enfrentarlos a cincuenta kilos de furia canina.
– Es perfecto, lo tomo.
– Justamente tengo las galletas ideales para acompañar una tisana de salvia.
Eso es una señal, ¿no?
Al día siguiente, domingo 21 de septiembre, Eduardo Perez, el gran favorito y
ganador indiscutible de este desfile surrealista, se muda conmigo al número
12 de la Chestnut Street. No puedo evitar pensar que hubiera dado lo que fuera
porque uno de eso esos candidatos fuera Jacob.
***
Estoy loca de alegría porque pensó en mí. ¡Me escribió! ¡Al fin, después de
casi dos semanas de silencio! ¡Pensó en mí! Pero también estoy decepcionada
porque finalmente este mensaje es bastante impersonal. Esperaba un poco más.
Aun cuando yo no fui capaz de escribirle algo más que « Gracias », me hubiera
gustado saber qué pensaba de la foto. ¿Le gustó? A mí me gustó mucho. La
mandé a enmarcar y se encuentra en mi cabecera. No solamente porque
representa a Jacob cuyo rostro permanece en la sombra de su capucha, sino
porque es bella, con su luna redonda iluminando el parque. Y porque captó un
instante, entre el niño y ese corredor desconocido regresándole su balón, que me
pareció precioso, atemporal.
***
La semana pasa como en un sueño; ésta llega a su fin cuando Edith me llama
a su oficina. Lo que me anuncia es completamente increíble y contribuye a mi
estado de euforia: va a confiar en mí para un nuevo reportaje. Un poco más
elevado que el anterior: « Siete días con... » El principio es simple: toma a un
periodista, un fotógrafo, y una persona en boga. Pon a los tres juntos en
inmersión total durante una semana. Mezcla bien. Deja reposar. Observa.
Comenta. Obtendrás un coctel explosivo de información inédita sobre tu
celebridad y ese delicioso brebaje se convertirá en la portada de la revista
financiera más importante de la Costa Este. Y para la edición de aniversario de
Undertake, Edith quiere aspirar a lo grande. Necesita algo que llegue directo al
corazón a cada uno de los lectores. Algo inédito.
– Es por eso que contacté a Roman Parker, termina de decirme. Él aceptó, con
algunas condiciones. Y como tú ya lo conoces, serás tú, Amy, junto con Simon,
quien se encargue de este reportaje. Si tienes alguna duda, no dudes en
preguntarme, concluye, dejándome asombrada.
Y ahora, ya estoy lista. No dormí en toda la noche. Simon pasará por mí.
Roman nos espera en la Red Tower. Una semana con él. Es demasiado para mí.
– Tiene sus exigencias, Amy, me dijo Edith. Tal vez algunas de ellas no te
gusten. Ya verás eso con él cuando llegues allá. Lo único que te pido es que no
lo disgustes. No es cualquier persona. Con sólo tronar los dedos, puede destrozar
a Undertake.
Asentí, dije que sí a todo. Estaba demasiado emocionada como para
escucharla de verdad.
¡Veintisiete días! Veintisiete días sin ver a Roman, desde la primera y última
vez que tuve su piel entre mis dedos, sus labios sobre los míos. Veintisiete días
consumiéndome, sin soñar otra cosa que no sea volver a verlo, tocarlo, sin
siquiera saber si nuestros caminos se volverían a cruzar algún día. ¡Es
demasiado tiempo! ¡Nunca nada me había parecido tan largo! Bendita sea Edith
por haberme encomendado este reportaje.
Bingo. La pregunta del millón. Entonces, ¿cómo decirlo? Es un tipo con dos
personalidades, tan glacial como apasionado, apuesto como un diablo, tierno,
sensual, fuerte e implacable. Ah sí, lo olvidaba: después de haberme defendido
contra tres borrachos, a los cuales mandó a la lona mientras yo estaba ocupada
desmayándome, me hizo venir cuatro veces.
Se pone a reír:
– Una vez, tuvimos que seguir a la hija de un modesto industrial, que había
retomado el negocio familiar para convertirlo en una enorme empresa que se
expandiera a los cinco continentes. Todo eso en menos de cinco años. Mi colega,
Kevin, le había gustado a la mujer, una rubia alta, inmensa y autoritaria. Ésta lo
devoraba con los ojos, no perdía una oportunidad para rozarlo, tocarlo. Cada
noche, cuando regresábamos al hotel, el pobre se derrumbaba sobre su cama
resoplando: « ¡Uff! Me escapé por esta vez. » ¡Se podría decir que él supo cómo
tocar la parte humana de su tema!
– ¿Y entonces?, pregunto con curiosidad. ¿Cómo terminó todo?
– Él era muy profesional. Logró conservar su virtud durante toda la semana.
Pero de regreso al periódico, no lograba sacársela de la cabeza. Le aconsejé que
se esforzara, que regresara a verla, pero siempre encontraba una excusa: «
¿Cómo crees? Me lleva quince años. Le llego al mentón y pesa unos treinta kilos
más que yo. Es ridículo. Además, estoy seguro de que para ella sólo fue un
juego. Si llegara a su casa ahora mismo, seguro ni me reconocería. » No insistí.
Él continuó a tener aventuras con chicas de su edad. Nunca duraban mucho
tiempo, él se aburría bastante rápido, decía: « Todas son chicas sin cerebro. » Y
luego, un día en que ambos trabajábamos en un artículo, no sé qué mosca le
picó, pero dejó todo allí, tomó su mochila y me dijo: « Ok, esto no puede durar,
quiero tener el corazón tranquilo. Iré. » Y se fue.
– ¿Y? pregunto colgada de los labios de Simon. ¿Qué más?
Pero mi risa suena falsa y Simon voltea hacia mí con una mirada sorprendida.
Sin embargo, se reserva cualquier comentario y se concentra de nuevo en el
camino.
Casarme con Roman... No, por supuesto que no. De hecho, apenas si lo
conozco. Solamente me he acostado una vez con él. Pero obviamente, la historia
de Kevin me hace soñar.
Siento que me puse roja como tomate, que me puse húmeda, e intento pensar
en otra cosa.
Roman avanza para estrecharnos la mano y este simple contacto basta para
electrizarme. Su piel es suave y cálida, su apretón es firme, me parece que
prolonga el instante; en todo caso, paso por todas las sensaciones posibles en
estos pocos segundos que me parecen demasiado cortos y demasiado largos a la
vez. Cuando elevo la mirada hacia él, siento como si me tropezara y cayera en su
mirada de un negro insondable. El sentimiento de caída es tan poderoso que
aprieto su mano con más fuerza, para aferrarme a ella. Él también aumenta su
fuerza, como para atraparme. No hay una sonrisa socarrona en sus labios; aun
cuando puede ver mi perturbación, no juega con ésta y se lo agradezco
infinitamente.
– Me alegra volver a verla, señorita Lenoir. Su artículo sobre los Big Five,
como nos apodó, brilló por sus cualidades literarias y su objetividad. Señor
Sand, dice soltándome la mano y volteando hacia Simon, Edith Brown no hace
más que elogiarlo, lo cual es bastante excepcional en ella. Espero que nuestra
colaboración sea fructuosa.
Simon se sobresalta:
– Pero... ¿cómo quiere que hagamos un reportaje sobre usted sin tomarle ni
una foto?
– Sean creativos; no voy a enseñarles acerca de su oficio. Existen mil maneras
de representar un sentimiento, una emoción, un carácter. Estoy seguro de que la
encontrarán. Ya demostraron ser capaces de ello con la ilustración del artículo de
la Srita. Lenoir. La foto en blanco y negro del jardín zen con la torre al fondo fue
muy acertada.
– Fue idea de Amy, confiesa Simon.
– Pero la foto era tuya, me apresuro a agregar.
– Un trabajo de equipo, aprueba Roman. Muy bien. Regla número dos...
Simon está por argumentar algo más, pero una mirada de Roman lo disuade.
Antes de que pudiéramos protestar (lo que estábamos por hacer en conjunto)
y como si hubiera leído mi mente, precisa:
– Van a convivir con gente que gana cien veces su salario mensual en diez
minutos. Esto no quiere decir que sea más glorioso o respetable que su
profesión, pero, para que no se encuentren, desde el punto de vista de ellos, en
posición de inferioridad, les aconsejaría ponerse los atuendos que encontrarán en
los armarios de sus respectivas habitaciones.
– Usted... ¿Usted envió ropa a nuestro hotel?, se ahoga Simon. ¿Ropa que
escogió para nosotros? ¿Y que debemos ponernos?
– No exactamente, replica Roman. Eileen se encargó de la mayor parte de las
compras. Ella tiene un gusto muy refinado, como podrán constatar. Y ese
guardarropa no está en el hotel, sino aquí mismo. Les mandé a preparar dos
habitaciones.
No podré dormir nada por las noches pensando en eso. Si con Roman a dos
pasos de mí, no he dejado de imaginar cosas...
– Pero... ¿por qué? Quiero decir: no es el primer reportaje de este tipo que
realizo, y nunca había dormido en el lugar. Siempre dejamos lugar para un poco
de intimidad.
– Ya que el objetivo de esta semana es precisamente entrar en mi intimidad, la
cual probablemente habrán notado que protejo muy bien, me parece
particularmente fuera de lugar su comentario, señor Sand. Sin embargo, para
responder a su pregunta, le informo que trabajo cerca de dieciocho horas por día
y que me desplazo mucho, lo cual no les dejaría, a lo mucho, más que unas
cuantas horas de sueño si se quedan en el Sleepy Princess.
– En resumen, se preocupa por nuestra salud, murmura Simon acomodándose
los lentes, señal de un nerviosismo intenso.
– Digamos que me preocupo por la imagen de mi compañía y no pienso
cargar con dos zombis con ojos despavoridos y ojeras que les lleguen hasta las
mejillas.
Simon asiente con la cabeza en señal de aceptación. Por más valiente que sea,
no parece realmente un nadador olímpico. La amenaza de ser echado por la
borda antes de que el reportaje siquiera comience no le gusta mucho.
– Pero no soy tan malo en origami, murmura haciendo un último intento, que
lamentablemente también fracasa.
– Deberías bajar a ver a Eileen en la recepción. Estoy segura de que ella sabrá
cómo hacerlo.
Una vez que Simon se ha ido, regreso a mi armario, el cual me deja perpleja.
Adentro hay suficiente ropa para vestirme durante un mes. No sé si me gustan
mucho las prendas. Trajes sastre, faldas obscuras, camisas de colores; no hay
nada ostentoso o llamativo, pero tampoco realmente nada estricto o discreto.
Comienzo por separar las camisas por color, sólo para mantenerme ocupada
mientras pienso.
Roman, ¿tú escogiste esta ropa para mí? ¿O dejaste que Eileen se hiciera
cargo?
Finalmente le echo el ojo a una camisa beige, vaporosa, con mangas largas y
hombros ligeramente descubiertos, la cual combino con un ligero pantalón
crema. La camisa es corta y no esconde para nada mis nalgas redondas. Busco
algo más largo pero es caso perdido: nada llega más abajo del ombligo. Poco
acostumbrada a las prendas ajustadas, me siento incómoda, como si fuera un
embutido. Las incesantes guerras de vestuario con mi madre me vienen a la
mente, sus intentos por vestirme con más elegancia, por ponerme a dieta, por
hacerme maquillarme... Quisiera ponerme mis jeans, pero sé que Roman no me
lo permitirá y me enviará a cambiarme.
– Wow, silba con admiración. Eso te queda muy bien, Amy. Y además, ese
color, con tu cabello rojo, es simplemente fabuloso. El capitán se va a ir de
narices.
– Gracias, digo, incómoda. Parece ser que Eileen hace milagros.
– Ah…sí, responde sonrojándose y jugando con su camisa. Es una chica
linda.
– Les agradezco que hayan seguido mis consejos, dice simplemente después
de un tiempo interminable.
Los cuatro días siguientes pasan como en una película acelerada. Roman
Parker, a pesar de su aparente tranquilidad, vive a mil por hora. Reuniones,
visitas, coloquios, videoconferencias, viajes de un lado al otro de la ciudad,
ocupan una buena parte de su tiempo. Lo demás lo dedica al deporte y al trabajo
frente a su computadora. A veces, se permite unas cuantas horas de sueño.
Simon y yo estamos agotados, exhaustos, hechos polvo. El ritmo es insoportable.
Aprovechamos cualquier descanso para tomar algunos minutos de descanso.
– No te preocupes, Amy, se divierte Malik mientras que Roman nos deja para
contestar el teléfono. Roman posee una mente brillante capaz de tomar atajos
fulgurantes imposibles de seguir para la mayoría de los mortales.
– ¿Usted no es mortal? ¿O no es como los demás?, pregunto para provocarlo.
– Sí, obviamente, responde riendo. Pero conozco a Roman desde la infancia.
He aprendido a comprender su manera de razonar. Para empezar, nunca se ha
tomado la molestia de ponerse al nivel de sus interlocutores, porque yo estoy
aquí para traducir. Hay que decir también que no posee una paciencia
extraordinaria con las personas...
Simon toma fotos del apartamento, que parece acomodado para una revista,
frío e impersonal. Como si nunca nadie viviera aquí normalmente. Me pregunto
qué tanto de lo que vemos de Roman no es más que una fachada.
La cuarta noche, mientras que Roman está al teléfono y Malik nos pregunta
cómo va nuestro reportaje, Simon toma la palabra de repente, de manera bastante
audaz:
– Muy bien, hasta podríamos escribir un libro con toda la información que
hemos reunido. ¿Y por su parte? ¿Cree que esto les traerá todo lo que desean?
– ¡Eso espero! A Roman no le gustaba la idea al principio. Tuve que usar mis
poderes de persuasión para convencerlo, así que más les vale que dé frutos o
terminaré exiliado a Ganimedes.
– Probablemente podría orientar el artículo de una forma más constructiva, si
supiera lo que quiere resaltar, digo rogando que Roman no regrese con nosotros
en este momento.
Lo imagino al otro lado de la pared, en su cama. Está desnudo, con una pierna
doblada, la punta de sus caderas tensa la sábana que deja ver su cuerpo.
Solamente veo sus hombros y el principio de su torso. Duerme boca arriba, con
los brazos cruzados encima de la cabeza. Abierto.
Bueno. Éste no es el mejor método para dormir. Hasta podría decir que es la
mejor forma de pasar una noche en blanco.
– Wow, eso fue muy arriesgado, se divierte Roman. Aun con tu capa y cabos
de acero, el éxito no estaba garantizado.
– Sí, pero salvé la leche, resoplo con una astucia bastante extraordinaria.
Puedo perdonarle todos los sustos del mundo por lo bien que me siento entre
sus brazos. Me dejo llevar un poco más contra él y siento contra mis nalgas un
bulto que haría que una manada de borregos se tropezara. Entonces percibo que
la blusa de mi pijama sigue estando abierta; Roman debe tener una vista
imperdible hacia mis senos, mi vientre, en fin, hacia toda la parte superior de mi
anatomía. Intento cerrarla, pero Roman me inmoviliza las manos:
Está regresando esa sensación de estar fuera de mí, como si no existiera para
poder abrirme ante sus caricias. ¡Oh, Roman, llevaba tanto tiempo esperando
esto!
– ¿Hay alguien ahí?, pregunta de pronto una voz adormecida. Amy, ¿eres tú?
Maldita sea, ¿dónde está escondido ese interruptor?
– Ah, dice Simon entrecerrando los ojos hacia mí, pareciendo un topo
deslumbrado sin sus lentes. Creí haberte escuchado. ¿Todo bien?
– Sí, sí, farfullo, todavía un poco atontada.
Parece ser que no soy la única que lo quiere lanzar por la ventana…
No me digas...
La reunión comienza en cuatro minutos, corro hacia el ascensor. Por más que
me organice y siga mi planeación al pie de la letra, el tiempo no me rinde y no
tengo ni un segundo de descanso, siempre estoy corriendo en todos los sentidos.
Constantemente estoy en la cuerda floja y eso me da horror.
Resultado: estoy en modo sobrexcitado sin cesar, tengo ampollas en los pies
por culpa de los malditos tacones, parece como si me hubiera peinado con un
rastrillo porque no tuve tiempo de volver a hacerme mi cola de caballo, ni de
responder el mail de Edith cuya paciencia comienza a agotarse.
Estoy sola en dos metros cuadrados con Roman Parker, quien alimenta todas
mis fantasía desde hace un mes.
Zen, Amy. Inhala. Exhala. Es sólo un hombre.
¡Sí, pero qué hombre! Todo sería mucho más simple si fuera menos guapo.
Sólo un poco. A su lado, hasta Brad Pitt y Usher parecerían unos pubertos
raquíticos.
Intento como puedo arreglarlo, pero el estrés duplicado por los nervios a
causa de la cercanía de Roman, hace que mis manos tiemblen. Los botones son
minúsculos, no logro nada. Me pongo más nerviosa, me sonrojo (¡puedo sentir
cuánto me sonrojo!), estoy a punto de encontrarme en el mismo estado
lamentable que el hombre del traje de tweed. El ascensor llega a su destino y
sigo en las mismas. Roman aprieta entonces el botón de paro de emergencia y,
dando un paso hacia mí, me pregunta galantemente, con un francés impecable
marcado por un delicioso acento que me derrite:
***
Del tipo: « ¿Pero cómo diablos le hicieron para llegar diez minutos después
de mí cuando tomé las escaleras? » Me imagino respondiéndole: « Oh, un
pequeño contratiempo: nuestro ascensor hizo escala en el séptimo cielo... »
Con mi computadora abierta frente a mí, hago como si tomara algunas notas,
mientras que me conformé, en dos horas, con responder tres líneas al mail de
Edith y enviarle un beso a Eduardo, con el cual me llevo de maravilla. Es el
coinquilino perfecto.
¿Cómo le haces para parecer tan distanciado, Roman? ¿Para mantener ese
control?
Nuevo tintineo discreto, nuevo mail. Esta vez, una media sonrisa se dibuja
entre los labios de Roman.
La reunión se termina.
***
Al regresar una hora más tarde, comienza a quitarse los tenis y luego la
sudadera. Olvido mi pantalla, lo miro de reojo. Cuando levanta los brazos, su
playera sale de sus shorts y revela la piel dorada de su vientre. Eso me parece
terriblemente sexy. Saboreo este instante robado. Lo saboreo demasiado tiempo
y con bastante discreción porque mi mirada se cruza con la de Roman,
visiblemente divertido.
Con las mejillas encendidas, debería regresar a mis notas, pero Roman se
quita entonces la playera y la temperatura en la habitación aumenta unos veinte
grados más. Estoy petrificada, siento mi piel y mis entrañas inflamarse. Por su
sonrisa, puedo adivinar que está perfectamente consciente de la llama que está
encendiendo. Mi corazón enloquece por completo cuando se acerca a mí, con el
torso desnudo y el cabello despeinado.
Ese viernes por la noche, después de la cena, Roman y Malik hablan acerca
de la reunión de la tarde mientras que yo, vestida de traje y sentada sobre el
sillón con mi Mac en el regazo, respondo mis mails.
– Sí, astuto y empedernido, eso no lo podemos dudar. ¿Pero hasta qué grado?
¿Y es confiable?
– No tengo idea, respondo. Pasé un momento agradable con él, me pareció
simpático pero aun así no sé si le confiaría mi fortuna.
– Estamos de acuerdo, concluye Roman satisfecho. ¿Escuchaste?, le dice a
Malik, quien sacude la cabeza afligido. No le vamos a confiar nuestra fortuna. Ni
las riendas del proyecto. Sigue siendo subsidiario. Y ya que eso está arreglado,
vámonos. Tu padre nos está esperando; tengo unas propuestas que podrían
interesarle.
Nueve minutos y medio más tarde, estoy lista, puesta cerca del ascensor.
– Sólo nos iremos el fin de semana, precisa Roman mirando los montones de
maletas a mis pies.
Tony se rinde, para mi gran alivio. Aun cuando el vuelo en jet no tuvo nada
de contratiempos, no he olvidado mi novatada en el helicóptero. Bachir conduce
prudentemente y no pasa el límite de velocidad sobre la pista que nos lleva hasta
el palacio del jeque Hamani. Este palacio árabe justo en medio de la Pampa
argentina es un verdadero milagro. De por sí impresionada por la inmensidad del
lugar, encantada por los tropeles de caballos salvajes que galopan a nuestro paso,
me quedo boquiabierta ante la escena de las Mil y Una Noches que se presenta
de repente frente a mis ojos.
¿Ninguna novia que lo distraiga en sus fines de semana? Qué idiota... ¿en
verdad me imaginaba que un hombre como él, joven, inteligente,
multimillonario, de una belleza inigualable (y muchas cosas más), pasaría
castamente todos sus días trabajando, sus noches corriendo y sus noches
durmiendo? ¿Durmiendo solo?
El instante se prolonga, se estira no parece terminar nunca. La joven belleza
da vueltas indefinidamente entre los brazos de Roman. Mi corazón se entristece
dentro de mi pecho, doy un paso hacia atrás torpemente. Me tropiezo. Apenas si
noto la mano de Malik, a mis espaldas, que acaba de detenerme.
– Amy, te presento a mi padre, el jeque Rabah Hamani, dice con una voz
suave, mientras que el hombre me saluda sonriendo. Y Leila, mi pequeña
hermana, a quien Roman conoce desde que tenía dos meses de nacida...
– … y que no ha madurado mucho ni aprendido buenos modales desde
entonces, continúa el jeque con una voz irritada.
– Oh, Papá, dice ella riendo sin separarse de Roman cuando éste por fin la
deja en el suelo. ¡Llevo una eternidad sin ver a Roman! Es normal que esté tan
feliz, ¿no?
– Querida, suspira el jeque, comió con nosotros hace dos semanas, si bien
recuerdo.
– Justo a eso me refiero, responde traviesamente: ¡una eternidad!
– Leila, comienza a decir Malik frunciendo el ceño...
– Leila, lo interrumpe Roman, te presento a Amy, periodista en Undertake.
– Oh, ¿fuiste tú quien escribió ese artículo sobre Roman el mes pasado?, me
pregunta.
– Sí, articulo con dificultad, sintiendo que el mundo se derrumbó a mi
alrededor durante estos últimos tres minutos que me parecieron siglos.
– Felicidades, me dice el jeque. Está admirablemente bien escrito y con una
gran clarividencia. En pocas líneas lograste restituir lo esencial de cada una de
esas personalidades. Y sé que no es nada fácil conocerlas todas un poco.
– Gracias, logro murmurar.
El jeque nos guía hasta nuestras habitaciones, en el ala oeste del palacio, con
Leila suspendida entre los brazos de Roman, quien la escucha hablar. Tony deja
mi equipaje en mi habitación, al lado de la de Roman. Constato, con un leve
alivio, que Roman no dormirá con Leila. Ignoro cómo sobrevivo a las horas
siguientes, que paso como un robot. Durante la comida, no logro comer nada, a
pesar de que la comida parece estar deliciosa. Respondo a las preguntas con
monosílabos. Durante el postre, pongo de pretexto una migraña para regresar a
mi habitación. Malik me ofrece paracetamol, el cual acepto con gratitud. Roman
me mira con un aire inquisitivo pero se abstiene de hacer cualquier comentario.
Mejor así. Sólo quiero llorar un poco. Todo estará mejor después.
Es la voz de la razón. Excepto que la simple idea de que « todo esto » termine
mañana mismo me hace llorar a mares. No me imagino regresando a mi pequeña
vida tranquila sin Roman.
Roman, quien estaba por dar un paso dentro de la habitación, se queda fijo de
repente. Las palabras se me escaparon y estoy mortificada.
Qué buena idea, hacerle una escena de celos, seguramente eso va a arreglar
todo. ¿Pero por qué le dije eso?
Escucho con atención, mi corazón vuelve a latir a mil por hora: ¿está diciendo
lo que creo? ¿Lo que espero con toda mi alma?
– Maldita sea, agrega riendo suavemente, ¡hasta jugué a la cocinita con ella!
Amy... Leila es como mi hermanita. ¿Entiendes?
– Tu cabello rojo, bajo esta luz... murmura alisando uno de mis largos
mechones. Es como intentar atrapar un oasis, capturar los rayos del sol...
Él continúa hablándome con una voz tierna, mientras pasea sus dedos por mi
rostro. Sigue mis cejas, roza mi sien, dibuja el contorno de mis labios. Es dulce,
se toma su tiempo. Olvido mis lágrimas, a Leila, los celos, el dolor. Olvido todo
lo que no sea él. Se estaciona en mi cuello, rodea una oreja y regresa a mi boca.
Entreabro los labios, tengo ganas de saborearlo. Me sonríe cuando mi lengua
acaricia su dedo, sabe a especias. Juega con mi lengua, pasa su dedo por mis
dientes, lo retira, regresa, lo introduce cada vez más adentro. El deseo toma el
lugar de la consolación. Ya no quiero que me tranquilice, quiero que juegue
conmigo, y yo con él, aprovechar su cuerpo, darle placer. Recibirlo. Pero no me
atrevo a tomar la iniciativa. Tengo miedo a no saber qué hacer, o al contrario
parecer... ¿qué exactamente? Ni siquiera lo sé, pero eso me paraliza.
Se agacha hacia mí, sus manos suben por mis piernas, levanta mis rodillas, las
separa, se aventura hasta mi cinturón, el cual desabrocha. Sus gestos se han
vuelto más agresivos. Cuando baja mi pantalón, levanto la cadera hacia él para
facilitarle la tarea y mi ojal abierto frota mi sexo. Tiemblo, me muerdo los
labios. De pronto, tengo ganas de que me voltee y dejo escapar un gemido de
frustración. Sus ojos se cruzan con los míos, nuestras miradas se aferran, se
electrizan. Siento entre mis piernas mi sexo palpitando, mojándose. Mi pantalón
vuela, mi corpiño lo sigue, mis bragas desaparecen; las manos de Roman se
deshacen como un relámpago de toda la tela que se encuentran en su camino.
Toma las mías para enderezarme sobre la cama y las coloca sobre su pantalón.
Una adelante, sobre su sexo hinchado, y la otra atrás, sobre sus nalgas. Luego
cruza ambas manos detrás de su nuca, tenso, abierto, como en mi sueño. Me da
tiempo de descubrirlo, de admirarlo, y aprovecho al máximo. Le quito el
pantalón, se estremece cuando mis dedos rozan su sexo a través de la tela de su
bóxer, que también le retiro.
Eres tan apuesto, tan perfecto, que podría desgastar tu piel de tan sólo
mirarte.
– Haz todo lo que quieras, Amy, dice con una voz ronca. Nada más. Ni nada
menos...
¡Roman!
Es entonces que recuerdo todo. ¡La playa sólo era un sueño, pero no el placer!
¡No las miríadas de estrellas que los dedos de Roman me hicieron alcanzar!
¡Todo eso era muy real!
– Ya era hora de que dejaras los brazos de Morfeo, dice besándome el cuello.
Ahora que regresaste, me vas a dar lo que espero pacientemente desde hace dos
horas... desde hace días, desde hace semanas...
– Nunca debí haber aceptado este reportaje... Me has excitado durante toda
esta semana, Amy. Pasé seis días pensando sólo en ti, en lo que quería hacerte.
Tuve ganas de ahorcar a ese maldito fotógrafo cuando nos interrumpió esa noche
en la cocina...
Nos reunimos con los demás, justo a tiempo para la cena. Las piernas me
siguen temblando por haber hecho el amor y no puedo evitar sonrojarme cada
vez que mi mirada se cruza con la de Roman. Él está relajado, como siempre.
Imperturbable. Uno podría creer que acaba de salir de una junta de negocios o de
un partido de golf.
Tomé una larga ducha después de mi encuentro indecente con Roman, pero
siento como si mis orgasmos siguieran resonando entre mis piernas inflamadas.
Llevo puesto un magnífico vestido de seda bordada, de colores vivos, digna de
las Mil y una noches . No sé dónde lo consiguió Roman, pero es suntuoso, suave
y ligero, su caricia sobre mi piel que sigue ardiendo por las de Roman es
perturbadora.
Pero yo, jovencita, no pienso dejarte y quedarme con los brazos cruzados. Así
como me ves, aunque parezca débil (y de hecho lo soy, imposible negarlo...) me
siento capaz de atacar como una leona si se le ocurriera intentar conquistar a
Roman. De morderla y devorarla.
***
– Tienes que entrar en razón, hijo, le dice el jeque que todavía no me ha visto.
Ese penco es un caballete. Nunca le sacarás nada bueno. ¡Mira cómo trota!
– Trota como un excelente caballo que no ha terminado de crecer y que no ha
sido herrado convenientemente, se obstina Roman.
– ¡Pero tiene más de dos años!, exclama el jeque poniendo los ojos en blanco.
No vamos a esperar a que tenga cinco para hacerlo correr. ¡Es un purasangre, no
un caballo de tiro!
– Comencemos por darle una herradura adecuada y démosle seis meses más.
Si es demasiado tarde para las carreras de llano, lo pondremos en las de
obstáculos. Salta bien y tiene buenos orígenes, sabrá desenvolverse en esta
disciplina.
– Como quieras, hijo, se rinde el jeque sacudiendo la cabeza mientras se
alejan para observar otro caballo, en otro parque. Después de todo es tu dinero,
tu caballeriza...
– ¡Imagina cuando vino aquí por primera vez y se encontró con el palacio de
Sherezada justo en medio de la Pampa! Pero terminó por acostumbrarse, y hasta
por amar este lugar. Eres la primera persona que invita aquí. Para el mundo, este
palacio le pertenece por completo al excéntrico jeque Rabah Hamani, y nadie
sabe que Roman pasa tanto tiempo aquí.
***
– Para mi resumen de este fin de semana, ¿crees que deba callar tus
actividades nocturnas o mejor presumir tus logros deportivos?
Este último comentario me deja perpleja. Suena como una acusación; puedo
ver una falla, una herida detrás del cinismo. Pero si hay alguna alusión, no la
comprendo. Controlándome, intento por última vez conciliarme. Negándome a
regresar el inglés, sigo tuteándolo:
– ¿Eso significa que puedo escribir lo que me pase por la mente? ¿Que
confías en mí ciegamente?
Lo titulo:
Poco falta para calificarlo también de Batman, puesto que Roman tiene
varias similitudes con el justiciero enmascarado: un gusto por el misterio,
elegancia, valor, fortuna, seducción, carisma... Sin embargo el parecido llega
hasta ahí. Mientras que el justiciero playboy, ladrón de corazones, colecciona
las conquistas femeninas, Roman Parker, hombre trabajador, colecciona triunfos
ecuestres. Un pasatiempo sorprendente para un hombre de este temple que
admite encontrar en esta ocupación, simple y sana, un escape que le permite
liberar tensiones y volver a centrarse en sí mismo. Su última adquisición, una
potranca pelirroja con melena prometedora, que representa una rarísima pieza,
basta para hacerlo feliz durante todo el fin de semana...
Hoy, a pesar de que mi artículo le ha dado la vuelta al país desde hace tres
días, sigo sin tener ninguna noticia de Roman. ¿Tengo que decir que estoy
desesperada? ¿Que tengo un miedo terrible de haber cruzado el límite? ¿Y si a
Roman no le gustan las bromas? ¿Si por error toqué un punto sensible? ¿Si
cometí una falta imperdonable? En fin, ¿si me pasé de la línea y con esa farsa
idiota arruiné cualquier posibilidad que tenía con él?
Estoy en ascuas. Los días siguen siempre igual, doy vueltas a lo mismo, me
muerdo las uñas, termino por agotar la paciencia infinita de mi adorable
coinquilino, a tal punto que me echa del apartamento:
¡Gracias, Eduardo!
- Ya le envié una carta con la revista, pero temo parecer insistente, le digo,
avergonzada.
- ¿Y no tienes miedo de parecerme molesta, dando miles de pasos sobre
nuestra alfombra? bromea.
- Oh, Eduardo, lo siento. Lo sé, estoy insoportable en este momento pero...
- Pero Roman Parker no da signos de vida y tú te preguntas porqué... y te
mueres de ganas por verlo, ¿no es verdad?
- Más que cierto, murmuro al servir nuestro té.
- Entonces, ¿porqué no pasas a verlo?
- Estuve a punto de hacerlo ayer, cuando me echaste a la calle, pero el
entusiasmo se me acabó durante el camino. Seguramente ni me dejarán entrar,
como la vez pasada, si me presento en la Red Tower.
- Yo te apuesto que no será así. Las cosas han cambiado. Ahora, él te conoce.
Pasaste una semana con él, parece que se llevaron muy bien, ¿me equivoco?
- No, digo sintiendo que empiezo a sonrojarme, pero no estaba de excelente
humor, cuando nos despedimos. Acabábamos de pasar un fin de semana
increíble en ese palacio de las Mil y Una Noches justo en medio de la Pampa,
todo era perfecto y de repente... no sé. Durante el vuelo de regreso, estaba muy
callado. Cuando le hablé sobre mi artículo, me respondió algo con respecto a los
periodistas que saben muy bien bordar, inventar, como si esperara que yo contara
cualquier cosa. Tal vez dije o hice algo que le disgustara.
- Es un multimillonario, Amy, un hombre de negocios muy ocupado, con
todas las ventajas pero también con todas las desventajas y complicaciones que
eso implica. Pueden haber mil razones para su humor tempestuoso. Te consagró
mucho tiempo, eso ya es de por sí increíble, viniendo de un hombre como él... e
incluso es muy inquietante...
Siento que los colores me suben a la cara y me levanto tal vez un poco
bruscamente del sofá sobre el que acababa de sentarme. Me golpeo con la mesa
de centro y estuve a punto de tirar nuestros tés. No le he contado a Eduardo (ni a
nadie) de los deliciosos momentos compartidos con Roman, pero tengo la
impresión de que todo puede leerse sobre mi rostro.
- Tienes razón, digo tomando mi abrigo. Voy a pasar a Undertake para recoger
las fotos que Simon tomó durante nuestra semana. Hay unas quince que son
magníficas, con eso se podrá hacer un librito muy simpático. Eso además me
dará el pretexto para pasar a la Red Tower a dejarlas, y tratar de dárselas a
Roman en su propia mano.
- ¡Excelente idea! exclama Eduardo, aliviado. Vamos, anda, anda. Vete.
- ¿Puedes prestarme tu auto? No creo estar segura de poder recorrer los
350 kilómetros corriendo...
- No te preocupes, dice lanzándome las llaves de su viejo Chevrolet,
demasiado feliz por deshacerse de mí.
***
- Hola querida, acaba por decir con una voz adormilada cuando por fin la
conexión se establece. ¿Algún problema?
- Buenos días papá... Mmm no, ¿porqué?
- Porque aquí son las cinco de la mañana, refunfuña la voz de mi madre desde
el fondo.
- ¡Oh, lo siento mucho! exclamo mortificada. ¡Había olvidado por completo la
diferencia horaria! Lo siento, de verdad. Los llamo más tarde.
- No, no, sonríe mi padre. Ya estamos despiertos. Y nos da mucho gusto
escucharte, ¿no es así, Évelyne?
- ¿Mmm? responde mi madre a quien veo emerger de sus sábanas, con los
cabellos en desorden.
- Buenos días, mamá.
- Buenos días, Amandine.
Estoy muy feliz por hablar con mis padres. Incluso las incesantes
recriminaciones de mi madre no logran mermar mi alegría de verlos. Desde que
nos alejamos, nos entendemos mejor. Evidentemente, es más fácil no pelear
cuando estamos separados por seis mil kilómetros. Acaban justo de recibir el
ejemplar de Undertake que les envié de forma exprés, con mi último artículo.
Los dos están orgullosos de mí y, por primera vez, me siento a la altura a los ojos
de mi madre. Por primera vez, no tengo la impresión de decepcionarla y de hacer
todo al revés.
- Tu madre organiza una gran fiesta para mis 60 años, justo antes de Navidad,
me anuncia mi padre. ¿Podrías escaparte para venir a darle un beso a tu viejo
padre?
- ¡Por supuesto! Justamente tengo una semana de vacaciones en ese periodo.
Voy a platicar con mi jefa de sección a ver si puedo alargarlas hasta Año Nuevo.
Tendré trabajo pero podría hacerlo desde mi computadora, desde Francia. Tendré
que comer el doble para compensarlo.
- Fabuloso. Ya queremos abrazarte.
- Yo también...
- De hecho, ¿cómo vas con tu libro? ¿Tienes el tiempo para trabajar sobre él?
- No mucho, confieso. Mi manuscrito avanza lentamente.
- ¿Pero no lo abandonas? se inquieta mi padre. Es una excelente idea la que
tuviste, un método original de vulgarización. Escribir una compilación de
novelas económicas para el gran público, a través de ejemplos cotidianos,
realmente, Amy, ahí tienes algo interesante.
Veo a Simon que regresa a su cubículo y lo alcanzo para pedirle sus fotos. Me
recibe amablemente pero sin efusividad, como siempre. Estoy contenta por
trabajar en equipo con él. Me gusta su discreción, su simplicidad, y admiro su
talento. Estamos revisando sus más bellas imágenes cuando una sombra
obscurece la mesa y una voz masculina comenta:
- Te has apoderado de una parte del lugar que era el archivo, comenta
instalándose sobre una silla.
- Sí, es práctico, siempre tengo a la mano los viejos números de Undertake.
- Entonces, encontrarás fácilmente alguna información sobre Teresa Tessler,
la madre de Parker.
Tengo una mueca escéptica al pasear mis dedos sobre las repisas polvosas:
- Teresa Tessler era una mujer sublime, una actriz celebrada. La vida le
sonreía y ella la mordía como si fuese una fruta madura. Se casó muy joven con
Jack Parker, los dos tenían 20 años y no eran todavía conocidos. Tres años más
tarde, su hijo Roman nació y la carrera de Teresa despegó de manera fulgurante
gracias a su papel en una película del famoso Steven Strubam. Se ganó un Oscar.
Parece que fue a partir de ese momento que su pareja batió las alas para irse.
Jack Parker no soportaba que su mujer se hubiese convertido en una estrella y
que él se quedase a la sombra. Sin ser un alcohólico, bebía bastante y hacía toda
clase de estupideces cuando estaba ebrio. Los paparazis no lo dejaban en ningún
momento, siempre al tanto de su último desatino. Luego su lado bad boy y su
bello rostro acabaron por seducir a una joven realizadora; ella lo contrató en su
primer largometraje, que fue un éxito de taquilla. Y Jack Parker, también, se
convirtió en una estrella. Los rumores corrieron de una posible relación entre él
y la realizadora, pero nunca nada se confirmó. Él dejó la bebida, se volvió menos
provocativo al tiempo que hilaba películas exitosas. Siempre se le veía tomado
de la mano con Teresa en todas las recepciones, y le hizo una declaración
romántica en público sobre los escalones de Cannes, que emocionó a toda la
Croisette. Jack Parker siempre tuvo un gran sentido para las puestas en escena...
Los chismes se acabaron.
Sin embargo, por más que trato de encontrar argumentos, no puedo evitar un
algo de culpa que me cosquillea desagradablemente. Hubiera preferido
enterarme por Roman mismo.
Las acuarelas que ilustran estas páginas en particular representan a una chica
pelirroja con la cara apenas esbozada, pero muy bella. Tan bella que me siento
inquieta.
¿Qué esfuerzos habrá hecho para realizar un maravilla como ésta en tan
poco tiempo?
Amy,
espero que haya de nuevo una ocasión para compartir contigo un fin de
semana de “filatelia ecuestre”. Esta actividad sana y simple me procuró, te lo
confieso, un placer infinito...
Roman
Río a carcajadas al leer esas palabras: soy yo quien lanzó a la prensa el rumor,
absolutamente infundado, de su pasión por las actividades tranquilas en general
y la filatelia en particular. Mientras que acabábamos de pasar dos días
deliciosamente sensuales... Un calor dulce invade mi vientre con el recuerdo de
nuestra noche. Un placer infinito... Sí, eso ilustra perfectamente lo que viví con
Roman. Placer de los sentidos. Pero no únicamente.
Leo de nuevo las dos frases, las saboreo, disfruto todas las promesas que
encierran.
¿Porqué le escribí algo tan estúpido? ¿Y ahora qué respondo para que no se
me caiga la cara de vergüenza?
Lanzo un enorme suspiro de alivio mezclado con una pequeña risa nerviosa,
que se transforma rápidamente en una gran sonrisa cuando releo su post-
scriptum. ¿Es esa acaso una forma de decir que esperaba que yo le escribiese?
Brinco de alegría. Lo sé, no es muy elegante, pero estoy sola en mi oficina, y
aquí hago lo que me viene en gana.
Le respondo:
Siento cómo me sonrojo al escribir estas últimas palabras, debo estar color
escarlata desde las orejas hasta los pies. Este tipo de audacias no son del tipo de
las que yo haría, pero desde que conocí a Roman, ya no sé quién soy. Y eso es
muy bueno. Sin embargo, como todavía vive en mí un poco de mi antigua yo,
me apuro a cliquear sobre « Enviar » antes de acobardarme. Luego cierro los
ojos y aprieto con fuerza mi iPhone esperando su respuesta.
Que tarda.
¿Qué estará haciendo? ¿Me excedí con el mensaje? ¿Está ocupado? ¿Busca
una manera de decirme que no?
***
Luego me desengaño. Visiblemente Roman y yo no tenemos la misma
definición de « hasta pronto », ya que me quedo sin noticias suyas durante todo
el fin de semana. Sé sin embargo que soy demasiado impaciente y que debo
dejar que el tiempo haga lo suyo. Para engañar a mi frustración, leo y releo sus
correos y el manual zen que me regaló. No puedo evitar sonreír.
Trabajo sobre mi novela durante todo el fin de semana. Eso me mantiene tan
ocupada que casi olvido a Roman.
***
- Todo Nueva York asistirá a esa inauguración, esta noche, Amy, me dice
tendiéndome el folleto de presentación.
Estudio el folleto en papel encerado, para darme una idea del estilo del pintor.
Gimo para mis adentros: arte abstracto. Lienzos inmensos, trazos de color que se
lanzan en todos los sentidos, manchas negras. Nunca fui muy sensible a este tipo
de arte y me pregunto cómo voy a poder redactar un artículo coherente sobre
este asunto.
- Volodia Ivanov, continúa Edith sin parecer darse cuenta de mi turbación, nos
interesa esencialmente por su vida, no por su obra.
- Abandonó su Rusia natal a los 14 años, pobre como Job, y hoy, con
solamente 20 años, es uno de los artistas más prometedores de los Estados
Unidos. Sus lienzos se venden por centenas de miles de dólares. Su agregado de
prensa anunció que no daría ninguna entrevista esta vez pero que habría un
comunicado de prensa al día siguiente. Quisiera que usted cubriera estos dos
eventos para hacer un sólo artículo. La acompañará Simon; llegarán al Sleepy
Princess, como siempre.
***
Esta frase fue pronunciada con un acento ruso marcadísimo. Volteo para
encontrarme cara a cara con un joven rubio, muy alto, muy delgado, muy pálido.
¡Ay! ¡No puede ser que sea Ivanov en persona! ¡Qué metida de pata!
- Volodia Ivanov, señorita, dice con una ligera inclinación del busto. A pesar
de todo estoy encantado de conocerla.
- Amy Lenoir, digo, sin saber en dónde esconderme. Le ruego me disculpe,
por mi respuesta fuera de lugar. Es sólo que... el arte abstracto no me dice nada.
- No se le puede dar gusto a todo el mundo, dice, fatalista y alzándose de
hombros. Lo que algunos llaman arte para otros son sólo unas manchas. Y
viceversa.
Estoy tan feliz que debo contenerme para no saltarle al cuello. Ni una, ni dos,
le piso los talones, al mismo tiempo que le envío un mensaje de texto a Simon
para avisarle que ya terminé y que salgo con una amiga. Que no me espere en el
hotel.
Cuando alcanzo a Roman en el Bentley, me recibe con una media sonrisa, esa
famosa media sonrisa que me provoca cada vez un revoloteo en el vientre.
- ¿Puedo aprovechar mi racha para reservar una recámara doble para esta
noche?
- Sí, repito esbozando una sonrisa.
- Fabuloso. ¡Amy, me encanta negociar con usted!
Suelto una carcajada y Roman se acerca a mí. Pasa un brazo alrededor de mis
hombros y el escalofrío que me recorre en ese momento me quita todas las ganas
de bromear. No pienso más que en su cuerpo, en su mano que acaba de acariciar
mi nuca, en sus ojos que me miran gravemente, en su boca que quisiera besar,
devorar... Se inclina entonces hacia mí y el sabor de sus labios me hace olvidar
cualquier consideración. Deslizo una mano bajo su camisa. Su piel es
increíblemente suave, su vientre increíblemente duro. Cuando bajo hacia su
cintura, su beso se vuelve más exigente, su mano aprieta mi nuca y continúa
acariciándola con su dedo pulgar, justo abajo de mi oreja, provocándome vivas y
breves descargas de placer. Me aventuro a tocarlo a través de su pantalón y
siento que está tenso y duro bajo mi mano.
***
Esa noche en el Russian Palace con Roman me dejó muchas cosas. Se mostró
alegre y encantador durante toda la velada, insaciable y mandón durante la
noche. Me gustó. Mucho. Roman parece capaz de pasar de un papel a otro con
una facilidad desconcertante. Es a veces tierno o exigente, vivo o indolente. Le
gusta hacer las cosas a su manera pero también me deja tomar la iniciativa, me
domina o se entrega a mí. Me invita a explorar su cuerpo, y el mío...
Al día siguiente por la mañana, tengo que alcanzar a Simon en el hotel antes
de la conferencia de prensa dada por Volodia Ivanov. Joshua me deja en el
Sleepy Princess a las 7 de la mañana. Abandono con nostalgia los brazos de
Roman, en los que me quedé acurrucada durante todo el trayecto, cuando
repentinamente me propone:
- Para nada, estaba en casa de una amiga, balbuceo lamentablemente entre dos
golpes de tos.
- Bueno, bueno, responde gentilmente Simon ofreciéndome una servilleta, no
soy tan fácil de engañar. Pero mira, prefiero que duermas en casa de una amiga...
- ¿Y eso porqué? pregunto bebiendo un trago de jugo de naranja para calmar
mis últimos tosidos.
- Porque la última vez que dormí en este hotel contigo como vecina de cuarto,
no pude cerrar el ojo en toda la noche. Primero creí que estabas viendo una
versión no censurada de Basic Instinct e incluso estuve a punto de ir a pedirte
que bajaras el sonido...
¡Qué vergüenza! ¡No sé, pero creo que nunca había estado tan apenada en mi
vida! Afortunadamente Simon es la discreción encarnada; al menos esto
quedará entre nosotros...
***
- A mí me parece que te verías muy bien con algo muy pegado y súper sexy,
declara Eduardo evaluando mis formas.
- ¿Bromeas? Es una noche de disfraces no un concurso de carnes.
- ¿Carne...? ¡Desvarías! Tienes una pinta de chica de calendario, Amy.
¿Porqué no quieres admitirlo?
- Sí, mascullo taciturna. Una chica de calendario pero del Renacimiento, con
llantas por todos lados.
- Pff... eso es lo que siempre dicen las chicas. En primer lugar: esas chicas del
Renacimiento eran muy bellas. En segundo lugar: ¿crees que un tipo como
Roman Parker se acostaría con una regordeta? ¿En verdad lo crees?
- Tal vez no me haya visto todavía bien, digo incómoda.
- Es eso, se burla Eduardo. ¿Estaba mirando para otra parte mientras te hacía
el amor?
- ¡Eduardo! exclamo, escandalizada.
- ¿Y qué? dice con una sonrisa angelical. En fin, Amy, ¡mírate en un espejo!
Estás increíble, eres voluptuosa, con todo lo necesario en donde se necesita. Soy
estilista, sé de qué estoy hablando.
- Sí, pero no eres objetivo. Eres mi amigo y además...
- Y además nada. Te apuesto un millón de dólares que te va a dar un disfraz
de Jessica Rabbit.
- Tú no tienes un millón de dólares, digo riendo. ¡Y yo no aceptaría nada que
fuera más sugestivo que el disfraz de Gasparín, el fantasma amigable!
***
Pero los antiguos números están amontonados sin ninguna lógica ni ningún
orden cronológico sobre las repisas polvorientas y no puedo organizarme, doy
vueltas en círculo. Tengo ganas de arrancarme los cabellos. Sobrepasada,
considero el caos que me rodea como un insulto a mis cualidades
organizacionales y tomo como una cuestión de honor el poner todo en orden. El
viernes por la tarde, entro en [modo psico-rígido-obsesivo ON] como diría mi
hermanita Sibylle. Vacío todas las repisas y emprendo la clasificación
cronológica de los viejos números de Undertake, desde el primero.
Regreso a mi casa.
Sin embargo, me gustaría saber hasta dónde llego y lanzo una búsqueda en
Internet sobre el periodista, Randall Farrell. Tal vez él pueda contarme más
cosas. Desafortunadamente, un cáncer se llevó a Farrell poco tiempo después de
este asunto.
Contacto entonces a las revistas del corazón para ordenar ciertos números
antiguos consagrados a Teresa Tessler. Me hago pasar por una admiradora. Si la
madre de Roman fue asesinada, no puedo quedarme sin hacer nada. Tendré que
remover el pasado, aunque tenga que ensuciarme las manos.
- ¡Ah! ¡Por fin llegaste! exclama Eduardo al ponerme un cúter entre las
manos. Debe ser tu disfraz. ¡Ábrelo rápido!
- ¿Me da tiempo de quitarme los zapatos y mi abrigo antes? bromeo.
- Tienes treinta segundos. Ni uno más.
- ¿Tú crees que ahí dentro venga el látigo? me pregunta Eduardo, divertido
pero sinceramente curioso.
Por toda respuesta, lo fusilo con la mirada. ¿Qué pudo pasarle a Roman por la
cabeza para imaginarse que aceptaría ponerme eso?
Sí, por supuesto. No soy tan exigente. Es suficiente con que sea Batman, le
había respondido.
***
- Una pena por el concurso de carnes, ¿no? me dice Eduardo con un silbido
admirativo que me sonroja. Te vamos a inscribir mejor al de Miss Bomba
Atómica.
14. Padre e hijo
A las 17 horas, Joshua pasa a buscarme y vamos a reunirnos con Roman que
debe estar esperando en la pista de vuelo, desde donde saldremos para Miami.
Mientras que el Bentley disminuye su marcha al acercarse al jet, lo veo en gran
conversación con Tony, su piloto privado, exaltado, apasionado por las figuras
aéreas. Adivino por el aspecto deplorable de Tony que Roman le está dando
indicaciones:
Por eso le estoy infinitamente agradecida: mi estómago soporta muy mal las
bufonadas de Tony.
***
Le lanzo con la mano un beso que atrapa con la punta de sus dedos. Su
movimiento vivo y grácil, la manera que él tiene enseguida de llevar su mano a
sus labios, me trastornan por completo. Siento en mi pecho como el batir de
miles de alas, ruidosas y temblorosas.
- Buenas noches Logan, dice Roman apretándole la mano con precaución para
no lastimarse con las garras de adamantio. Déjame presentarte a mi camarada de
juego: Selina Kyle.
- ¿Bruce Wayne, supongo? se divierte el mutante haciendo rodar su enorme
puro apagado de un borde a otro de su boca.
- El mismo, responde Roman, con un tono serio fingido que casi me arranca
una carcajada.
- Sean bienvenidos y diviértanse. Desconfíen de ciertas cabezas coronadas
que muy pronto encontraron el camino del bar y les cuesta trabajo mantenerse
erguidas.
Pero se queda preocupado y sospecho que debe estar pensando que si alguien
es capaz de reconocerlo a pesar de su disfraz, es seguramente su padre...
Las relaciones entre padre e hijo parecen no estar pasando por su mejor
momento...
Nos encontramos frente a un Louis XIV con traje de etiqueta, y la peluca mal
puesta. Roman se queda inmóvil a mi derecha. El monarca nos examina con
mirada ambigua por el alcohol. La tensión de Roman es palpable. Saluda al rey
con un brusco movimiento de cabeza:
Pero antes de que Roman tenga el tiempo de agregar cualquier cosa, añade
con una voz pastosa, mirándolo directamente a los ojos:
Casi suelto una carcajada, aliviada, pero Roman aprieta mi mano más fuerte y
me doy cuenta entonces de que Louis XIV nos observa atentamente.
¿Y Teresa Tessler en dónde entra en todo esto? ¿Qué tipo de pareja formaba
con Jack? ¿Qué clase de madre era para Roman? ¿Jack se había enterado antes
del accidente que ella lo engañaba? Las preguntas se agolpan detrás de mi frente.
Desde hace tiempo he perdido el hilo de la conversación entre el padre y el hijo
cuando Roman vuelve a tomar bruscamente mi mano.
Tres minutos después hemos llegado a nuestro destino. El taxi nos deja frente
a una intrigante villa de madera tallada y de techo vegetal que se yergue al borde
de un inmenso parque plantado con árboles majestuosos, y en el que deambulan
algunas siluetas disfrazadas: visiblemente, la fiesta no ha terminado para todo el
mundo. Quedan algunos férreos amantes de la fiesta... Construida al borde del
agua, la villa está rodeada por jardines suspendidos. Los rayos de luna le
confieren un aura confusa y romántica que me da escalofríos: Roman supo
encontrar el lugar ideal para una tórrida noche de Halloween.
Protegida por el anonimato que nos procuran nuestros trajes y animada por la
champaña, me lleno de valor para tocar a Roman en cuanto la ocasión se
presente. Después de todo, ya me toca a mí y no soy yo, ¡es Catwoman! ¡Y
Catwoman es muy audaz!
Me acerco aún más a él para besarlo detrás de la oreja, con mi mano sobre sus
nalgas, mimosa. Lo siento estremecerse y baja ligeramente la cabeza,
ofreciéndome en silencio su nuca bronceada. La sensualidad de su actitud me
electriza, repentinamente sólo tengo un deseo: encontrarme a solas con él para
disfrutar su cuerpo, su boca, su calor. Y su sexo, que imagino duro y tenso detrás
de la concha protectora de su traje. Él abandona la idea de beber y se voltea
hacia mí, apoyándose sobre la mesa. Me atrae hacia él, lentamente, su mirada
oscura se clava en la mía y voy a arrellanarme entre sus piernas. Sin dejar de
mirarme, me quita mi copa, luego nuestras máscaras. Pasa una mano entre sus
cabellos negros, para alborotárselos y muero de ganas por hacer lo mismo.
No sé demasiado que era lo que quería objetar, pero su boca sobre la mía me
impide decir más. Sus labios son suaves, tienen el sabor delicado de la
champaña; su lengua sale en busca de la mía y la invita a una danza lenta y
sensual, un torbellino de dulzura que se transforma en un vals trepidante y
vertiginoso. Como cada vez que Roman me besa, me pierdo.
Desliza sus manos bajo mi disfraz, tomando mis senos, y me empuja detrás de
un pequeño muro vegetal, al abrigo de las sombras. Me apoyo contra un árbol,
con la respiración entrecortada, con las mejillas ardientes por la excitación.
Roman abandona mi boca para desgranar sobre mi pecho desnudo unos besos
que se extravían sobre mi vientre. Luego termina lentamente de bajar mi cierre,
sus dedos rozan mis bragas, y un pequeño gemido se me escapa. Se arrodilla
frente a mí y tomo sus cabellos entre mis manos, trémula de deseo. Su aliento
cálido entre mis muslos, a través de la tela, está a punto de enloquecerme, me
siento húmeda, olvido todo lo que me rodea, el ruido lejano de pasos sobre la
gravilla del sendero, la corteza rugosa del árbol en mi espalda. Sólo deseo su
lengua entre mis labios.
Siento mi cuerpo licuarse y perder toda resistencia, el suelo se pierde bajo mis
pies.
Cuando salgo de las brumas del sueño, siento lo mullido de un colchón bajo
mis nalgas y lo delicado de unas sábanas sobre mi piel. Ya no traigo puesto mi
atuendo, ya no soy Catwoman. Entreabro los ojos para percibir una silueta alta
que se dibuja frente al enorme ventanal que da al agua. Es Roman. Está de
espaldas. Está desnudo. Los rayos de la luna trazan sobre su cuerpo sombras
cambiantes, destacando el relieve de sus músculos. Es tan perfecto que tengo un
nudo en la garganta. Soy tan ordinaria comparada con él...
Roman...
- Te veías tan hermosa, recostada sobre esta cama, Amy. ¿Porqué no me dejas
verte?
Separa mis rodillas, cada vez más, hasta que el vello de mi sexo ya no es
suficiente para ocultarlo. Mis labios se separan, revelando la carne rosa y
palpitante de mi intimidad que se ofrece a su mirada.
Luego Roman está encima de mí, dentro de mí, y abro los ojos. Quiero verlo
disfrutar conmigo, quiero ver cómo se viene.
- Eres hermosa, Amy, dice con una voz ronca. Eres hermosa y me enloqueces
de deseo.
Estoy tan empapada que sólo tiene que deslizarse dentro de mí con un
movimiento de su pelvis, un movimiento fluido e impetuoso que me llena por
completo. Su sexo me invade y me colma, me encanta. Se retira casi enteramente
para volver a hundirse en mí, con un embate más fuerte, y vuelve a empezar.
Tiendo mi pelvis hacia él para que llegue más profundo, clavo mis uñas en sus
hombros. Cruzo las piernas alrededor de su cintura y acompaño sus movimientos
cada vez más amplios, cada vez más violentos. Sigo pidiendo más y Roman es lo
que desea; me da lo que quiero, con una potencia que me arrebata y me eleva,
hasta que me siento caer brutalmente y que el orgasmo me hace zozobrar
completamente.
- Gracias, murmuro a su oído, más tarde en la noche sin en realidad saber por
qué le quiero agradecer.
¿Por el placer inefable que me acaba de dar? ¿Por hacerme sentir bella y
deseable? ¿O sólo simplemente por estar aquí, conmigo? Poco importa.
Al día siguiente, prolongamos nuestra noche tórrida por toda una mañana en
la cama. Quisiera no dejar nunca esta villa de madera. Los arrebatos apasionados
de Roman, su ardor al hacerme el amor, sus palabras tiernas, me embriagan y me
hacen perder la cabeza. Nunca me había sentido tan feliz ni tan bien conmigo
misma.
¡Oh no! ¡En la habitación no! No quiero que veas esta foto…
Pero no tengo ninguna objeción válida que pueda utilizar para oponerme a
que Roman hurgue en mi cuarto, entonces me quedo silenciosa rogando por que
la penumbra le impida distinguir el contenido del cuadro que se encuentra por
encima de mi cama. Parece que mis ruegos fueron escuchados ya que él vuelve
dos minutos más tarde sin hacer ningún comentario.
- Hola Amy, dice dándome un beso sobre la mejilla. ¿Pasaste una buena
noche?
- Excelente…
Estoy tan desconcertada que me quedo muda. Le lanzo una mirada a Eduardo,
que está muy ocupado en la cocina. Con sus cabellos rizados, su piel color
caramelo, sus ojos de cervatillo y su cuerpo esbelto, volvería loca a más de una
(o a más de uno…).
***
Paso el fin de semana siguiente desmenuzando los periódicos que había
comprado, lo que evocan el accidente de Teresa Tessler. Espero todavía los DVD
de sus películas; espero recibirlos antes de fin de mes, pero algunos son difíciles
de encontrar.
Las fotos de Teresa son sublimes, era de una belleza irreal. Roman es su viva
imagen: los ojos en forma de almendra como dos destellos de obsidiana, los
pómulos altos, los cabellos de un negro azabache, la boca sensual, la gracia
felina. Roman no heredó de su padre más que los amplios hombros y la
impresión de fuerza bruta, de una cierta violencia que subyace bajo la superficie.
Jack Parker es un actor de películas de acción y tiene el físico del empleo
mientras que la hermosa mirada de Teresa burbujea inteligencia y sensualidad.
- Lo que me intriga, es que ese periodista parece persuadido de que era Teresa
Tessler el objetivo. Sin embargo, me parece que Elton Vance era un hombre que
sólo conocía la amistad. Le ponía forzosamente el pie a mucha gente poderosa.
Tal vez incluso peligrosa.
- Por supuesto, admite Andrew después de un silencio, pero era Tessler la
estrella, quien era asediada día y noche por los paparazis, de quien se seguían los
más mínimos hechos y gestos. Y era su auto. Vance era mucho menos mediático,
hubiera sido más simple eliminarlo discretamente en su casa de California.
Además, Teresa Tessler era una passionaria de la causa animal y su muerte
sobrevino justo durante una campaña particularmente ajetreada en contra de los
laboratorios de cosméticos que hacían experimentos y test en animales.
- ¿Sabes en dónde podría documentarme más seriamente sobre todo esto?
- Parece que te estás involucrando.
- Sí, esos viejos misterios, exacerban mi curiosidad.
- Lo mejor, sería que nos viésemos, ¿te parece? Seguramente podré
conseguirte varias cosas interesantes revisando en mis archivos.
- Sería increíble!
- Ok. En este momento, tengo mucho trabajo y tengo que salir de viaje de un
país a otro, pero te llamo cuando ya haya hecho la revisión de mis cajas de
archivos y que tenga un momento para dedicarte.
¿Tengo que hablar de todo esto con Roman? ¿Cómo va a tomarlo? ¿Acaso
tengo el derecho de investigar sobre el pasado de su madre, sobre su pasado, y
sin su consentimiento?
***
- Espero que no planees llevar un ritmo así durante todo el año, Amy, porque
vas a tronar antes de que termine tu estancia en la empresa.
- No… no… es… excepcional, digo dando un bostezo enorme, recostada
sobre el sofá.
- Qué bueno porque el tórrido Roman Parker no querrá que la gente lo vea al
lado de una zombi.
- ¿Tórrido? subrayo abriendo un ojo. ¿Te parece tórrido?
- Lo encuentro incandescente, si quieres que te lo diga, confiesa Eduardo. A
tal punto que hasta parece inmoral.
- Tienes completamente la razón, digo sonriendo. Roman Parker es un
atentado a la moral pública.
- Exactamente. Es suficiente con mirar a ese tipo a los ojos para tener el sexo
en posición de firmes.
- ¡Eduardo!
- Y cuando se le mira a otra parte que no son los ojos…
- ¡Eduardo! repito lanzándole un cojín.
- ¿Qué? ¿No es la verdad?
- Sí… murmuro cayendo en el sueño, con una sonrisa en los labios.
***
Su voz me parece lejana y velada, pero encadena muy rápido, con un tono
despreocupado:
- ¿Quién sabe: tal vez hasta podamos vernos? Debo ir a Mónaco y a París,
cosa de negocios, alrededor de esas épocas. Si te desesperas y ya no puedes más
con las bromas del tío X y con la lengua viperina de la abuelita Y, sin olvidar las
peleas de gatas con tus hermanas, siempre podrás llamarme y yo iré por ti, como
un valiente caballero, para volar en tu auxilio.
- Dices eso porque no conoces a mi madre, digo riendo, persuadida de que
está de broma. Pero sería en realidad muy valiente y caballeresco de tu parte.
Pero tampoco puedo evitar saltar de alegría cuando recibo este correo
electrónico:
Luego, como buen jugador que es, desliza su mano entre mis muslos:
Realmente, ese fin de semana hubiera podido ser idílico. ¡Debió haberlo sido!
Todas las condiciones estaban reunidas: Roman me invitaba por fin a su casa,
en un verdadero hogar, por cuatro largos y deliciosos días. No en esos
apartamentos fríos e impersonales de las torres de Manhattan, no, si no en el
lugar en el que había crecido, en Luisiana, en la casa de su infancia. Un lugar
cargado de recuerdos y pesado por tantos significados que tienen para él.
Me había regalado un episodio tórrido a tres pasos del lugar en el que late su
corazón, recordándome como si fuese necesario, que él es el hombre que había
despertado mi sensualidad, el único que colmaba mis sentidos. Y si yo hubiera
comprendido perfectamente su ocurrencia, si yo no hubiera ni soñado ni tomado
mis deseos como una realidad, él me hubiera propuesto en la inmediatamente
después una relación exclusiva. Es por lo menos así que yo había interpretado su
jugada en el parque a propósito de la prueba del sida. Cuando ya no se quieren
usar condones, es eso un signo, ¿no? Tal vez no exactamente una declaración de
amor pero… ¿algo no muy lejano? Suficientemente, en todo caso, para
aturdirme por la felicidad.
Un viento helado sopla en Boston desde hace dos días, llevándose con él las
últimas hojas de los árboles. La lluvia golpea las ventanas sin cesar, la
temperatura ha bajado tan rápido y tanto como mi ánimo. Noviembre se ha
terminado, y junto con él un otoño lleno de dulzura y promesas. El invierno ya
llegó, tanto en el cielo nublado como en mi corazón atormentado.
Roman me dejó.
Escondida bajo una cobija polar, sentada con un traje sobre mi cama, miro la
lluvia caer. Las ventanas se parecen a mis mejillas, superficies frías marcadas
por las lágrimas.
Cada mañana, hago muecas frente a mi espejo hasta encontrar una expresión
que pueda parecer una sonrisa y después me voy a trabajar. En el periódico,
nadie se ha dado cuenta de nada, excepto Simon, mi compañero fotógrafo, pero
tiene demasiada delicadeza como para decirme que tengo cara de muerta o para
acecharme con preguntas. Debería seguir su ejemplo. ¿En verdad se puede
aprender la delicadeza?
Roman me dejó porque arruiné todo. Fui estúpida, lo lastimé. Pagué los platos
rotos. Muy caro.
Pude haberme conformado con eso, ya era bastante, sobre todo para él. Si
hubiera tenido una onza de delicadeza, sólo lo hubiera escuchado, como él lo
hizo conmigo, y me habría callado. Pero quise adentrarme más en la brecha que
acababa de abrirse en su coraza. Le hablé acerca de mi investigación sobre
Teresa Tessler. Se quedó mudo. Sentí que había cometido un error, pero ya no
podía dar marcha atrás. Me interrogó y no quise mentirle. Entonces le conté
todo, lo que sabía acerca de la relación de Teresa Tessler con Elton Vance y de su
accidente automovilístico... que en realidad fue un asesinato maquillado.
– Mi madre murió por culpa de los periodistas, me dijo con una voz neutra.
La persiguieron en el auto, para obtener una primicia, una foto de ella con su
amante, y la persecución terminó cuando ella chocó contra un poste. Los
paparazzi tuvieron los mejores asientos para el espectáculo. Esos que hurgan
mierda como tú.
Recibí esas palabras como si acabara de darme una bofetada. Que hurgan en
la mierda... El término es tan vulgar, tan despectivo, que nunca lo habría
imaginado saliendo de su boca. Fue entonces que me di cuenta de la magnitud
del desastre. No estaba enojado, no estaba furioso, estaba más allá de todo eso.
– Tenía 7 años. Gracias a ellos, pude ver fotos de mi madre muerta en los
periódicos. El auto destruido. La sangre en el piso. ¿Eso te parece normal? ¿Te
parece emocionante?
¡Obviamente no! ¿Qué responder ante eso? Mortificada, estupefacta, con la
lengua pegada al paladar, me fue imposible encontrar las palabras. Su dolor
parecía emanar de él, y me quemaba.
– ¿Es por eso que te interesas en mí?, continuó con una voz tan baja que
parecía más bien un gruñido. ¿Para desenterrar esa vieja historia, volver a
ponerla de moda, con la primicia del asesinato para poder reinventarla? ¿Para
escribir la primicia que nadie ha podido obtener antes que tú?
Hubiera preferido que él también gritara, que me regañara, que explotara, que
se volviera loco. Que comunicara algo. Pero sólo era... de mármol. Frío. Inmóvil.
Callado.
Por supuesto, desde entonces le envié un mail, y hasta varios, para pedirle
disculpas, que perdonara mi torpeza. Y sobre todo, para explicarle mi
comportamiento.
¿Cómo pude tener tan poco tacto? ¿Tan poca sensibilidad? ¿Cómo pude
dejar que la situación se me escapara de las manos hasta el punto en el que
Roman me creyera capaz de utilizarlo? Si yo me siento destrozada, ¿cómo debe
sentirse él? Traicionado, eso es seguro...
***
Pasamos toda la tarde hablando del asunto. Andrew parece interesarse por mis
descubrimientos y deducciones, y de repente me pregunto por qué le interesa
tanto ayudarme. ¿En qué le puede beneficiar? ¿Debería desconfiar de él?
– ¿Andrew? pregunto hojeando su carpeta. ¿Por qué me estás ayudando?
– Bah… dice alzando los hombros. No me cuesta nada. Y además... ¿quién
sabe? Tal vez algún día necesite algo de ti. No soy tan desinteresado. Después de
treinta años en este medio, mi única certidumbre, es que para un periodista, una
buena fuente es la clave del éxito.
Tiene razón. Me estoy volviendo paranoica... Entre más contactos tiene uno,
más información, tan simple como eso.
***
Algunos días más tarde, los DVD de las películas de Teresa que había pedido
llegan al fin. Miro las tres principales, y si bien no me dan nada que me haga
avanzar en mi investigación, me acercan un poco más a Roman.
En una de ellas, el niño que hace el papel del hijo de Teresa se parece
extrañamente a... ¡su propio hijo! Me apresuro a adelantar el final, veo los
nombres en los créditos hasta llegar al que me interesa: ¡el pequeño niño se
llama Jacob Parker! Mi corazón da un brinco en mi pecho, yo misma brinco
sobre el sillón. Regreso a la escena donde aparece: efectivamente es Roman, un
Roman miniatura, de cinco o seis años, adorable, con sus grandes ojos color
almendra y su actitud seria. Y un corte de pelo improbable, con sus mechones
negros apuntando hacia todas partes, lo cual me arranca la primera sonrisa desde
hace varios días.
– Mi hija se está abriendo camino en los Estados Unidos, dice con orgullo.
Debería estar loca de alegría, risueña, hablando de eso... ¿entonces por qué tengo
la impresión de que está triste?
– Solamente estoy cansada por el vuelo, lo tranquilizo sonriendo. Y además,
tuve que trabajar más, hacer horas extras para conseguir más días de vacaciones.
Pero todo está bien, te lo aseguro.
Cuando llego a la casa, es una locura: todo el mundo corre para todas partes.
Mis hermanas, Sibylle y Marianne, se pelean acerca de las flores frente a la
mirada sorprendida de una mujer que intenta tomar notas pero ya no sabe a quién
escuchar. Mi hermano Adrien, con su hijo Benoît sobre los hombros, intenta
tranquilizar a un hombre regordete que se preocupa por la cantidad de bocadillos
previstos, mientras que mi madre echa chispas en el teléfono. Cassis, el
yorkshire del vecino, duerme pacíficamente sobre el sillón de la sala. Saludo
rápidamente a mis hermanos y sobrino; Sibylle me salta al cuello una décima de
segundo antes de regresar a su problema de iris y camelias. Desalojo
discretamente a Cassis antes que mi madre se dé cuenta y quiera ejecutarlo por la
cantidad de pelos perdidos y de baba sobre el cuero del mueble.
– No es tan grave, llegas justo a tiempo. Hay que regresar a la bestiecita ésa a
la casa de su dueño antes de que haga sus necesidades por todas partes. Hay un
hoyo en el alambrado y aprovecha para meterse aquí cada vez que abrimos la
puerta. Por supuesto, eso no pasaría si tu padre lo hubiera reparado, pero al
parecer es demasiado pedir, continúa fusilando con la mirada a mi padre, quien
se apresura a desaparecer en la cocina.
Llego a preguntarme qué pudo haber pasado por mi mente cuando acepté
regresar dos semanas. Dos largas semanas, que me van a parecer interminables...
Por la noche en mi cama, pienso en Roman. ¡Me gustaría tanto que estuviera
aquí! Poder refugiarme en sus brazos, donde nada más importa.
***
Al día siguiente, estoy de pie desde las 6 :30 a.m. No pegué el ojo en toda la
noche, triste de constatar que efectivamente mi mensaje se quedó sin respuesta, y
estresada por la idea de tener que enfrentar el cumpleaños de mi padre y Navidad
con toda mi familia. Otra vez se van a entrometer en mi vida sentimental,
cuestionarme, preguntarme si tengo novio (algunos murmurarán que tal vez
tengo una novia secreta …), preocuparse de que sigo estando soltera a los
24 años. Otra vez voy a ser la oveja negra. Hasta Sibylle, mi hermana más joven,
ya está comprometida. De hecho me pregunto cómo ella, tan llena de vida, puede
divertirse con un tipo tan aburrido como Matthieu. Es un hombre 15 años más
grande que ella, pero le regaló un anillo hermoso, es notario y sabe cómo caerle
bien a mi madre. ¿En verdad eso puede bastarle a Sibylle para ser feliz?
¡Ah, si tan sólo Roman estuviera aquí! ¡Eso le cerraría la boca a todo el
mundo!
A las 10 , tengo cita en el Jardin des Plantes con Lou, quien dio a luz el mes
pasado, y decido ir a pie, para prolongar mi paseo. Me alegra volver a verla, nos
llevamos muy bien cuando nos conocimos en Nueva York, cuando entrevisté a
su marido, el famoso Alexander Bogaert. Su pequeña hija es adorable y Lou está
resplandeciente. La maternidad le va bien. Cuando habla de Alex, sus ojos
brillan, sus mejillas se sonrojan.
Eso es lo que siento cuando estoy con Roman. Eso es lo que quiero vivir cada
día, a cada instante. No quiero conformarme con migajas de recuerdos, quiero
que tengamos un futuro juntos.
Reanimada por esta decisión audaz, decido pasar la prueba de detección del
VIH hoy mismo y, sobre la marcha, me encuentro en la sala de espera de un
doctor perfectamente desconocido que da consultas sin cita previa. Ya que estoy
aquí, podría aprovechar para empezar a tomar anticonceptivos...
Al día siguiente, después de una segunda noche (casi) en vela, mis buenos
propósitos del día anterior me parecen francamente temerarios, sobre todo la
parte en la cual ato a Roman. La euforia de mi encuentro con Lou se ha
desvanecido, me siento con un ánimo menos triunfante y la confianza en mí
misma se ha evaporado. Sin embargo, como esta mañana es el primer día de mi
ciclo, me tomo a consciencia mi pastilla, con la extraña y embriagante sensación
de que estoy ahuyentando la mala suerte. Es un primer paso hacia la felicidad,
hacia Roman.
– Lo siento, Abuelita, tal vez sea algo del trabajo, no puedo ignorarlo.
[Estoy aquí.]
Quisiera creerlo, con todas mis fuerzas, pero me parece tan enorme que no me
atrevo a hacerlo. Llego a la alameda que lleva a nuestro portal y percibo, a lo
lejos, un lujoso Bugatti Veyron negro mate. Reconocería la línea de este auto
entre mil. Es el modelo favorito de Roman. Tiene dos ejemplares, uno en Nueva
Orleans y otro en París. Y la silueta atlética recargada contra su capó, con los
brazos cruzados y la cabeza agachada, me es también deliciosamente familiar:
¡es Roman! ¡No hay lugar a dudas!
Debo contenerme para no correr hacia él, para no lanzarme a sus brazos y
llenarlo de besos. Intento adoptar un paso digno y mesurado, y creo que lo logro
bastante bien. Sin embargo, me es imposible evitar sonreír ampliamente. ¡Estoy
tan contenta! Siento como si no lo hubiera visto durante meses, y me pierdo en
su rostro grave con pómulos marcados, sus soberbios ojos negros y calmados
que me atraviesan. Su postura indolente sigue emanando esa impresión de
poderío a flor de piel y contrasta con el rigor impecable de su traje. Cada vez que
lo vuelvo a ver es más bello.
Aun así, nuestro reencuentro no sucede para nada como me gustaría. Roman
me saluda con la cabeza, no me besa, permanece distante. Su recibimiento me
desilusiona.
– Hola Amy.
– Roman… ¡Te extrañé tanto! exclamo sin pensar antes de retomar el control
balbuceando frente a su actitud insondable. Quiero decir, es genial que estés
aquí. No me lo esperaba, es tan...
– Sólo estoy de paso, Amy. Tengo una cita en París y Mónaco esta semana
pero creí que necesitarías apoyo de un amigo.
– ¿Apoyo de un amigo? repito torpemente. ¿Cómo?
– Sé que temes a las fiestas con tu familia, y que te van a acosar si no llegas
con un novio irreprochable. Te había prometido que no te dejaría enfrentar todo
esto sola, te renuevo mi propuesta de ser tu príncipe azul, hoy y en Navidad.
– ¿Te estás postulando para un trabajo de novio provisional, de alguna forma?
le pregunto bastante desestabilizada.
– Así es, pero no olvides la mención « irreprochable », por favor. Tengo
referencias, por si las quieres, precisa con una sonrisa encantadora que me
calienta el corazón y me exaspera a la vez.
¿Lo había prometido? Creí que estaba bromeando, pero se siente obligado a
estar aquí por su promesa, ¡no me voy a quejar! ¡Mejor aprovecho! Lo tomaré
como una especie de primer paso (un aso pequeño, Ok, pero al menos es un
paso hacia adelante...)
– Vamos, querida, dice con su ligero acento que me derrite. Ahora me toca a
mí hurgar en tus problemas familiares. Ya que sabes todo de mi madre, yo voy a
conocer la tuya.
Me descubro olvidando que esto sólo es una actuación, que Roman no quiere
ser más que algo provisional en mi vida. Sobre todo porque su actuación le
valdría un Oscar cuando sus labios rozan mi nuca, cuando su mirada se clava en
la mía, cuando su mano acaricia mi cadera, cuando tiene esas pequeñas
atenciones hacia mí que terminan por convencer a mi familia de que estamos
profundamente enamorados. Yo misma estoy perdida, mis emociones me
sumergen. No logro seguir el juego, marcar mi distancia. Cada vez que me toca,
estoy a punto de desmayarme. Todo esto me parece tan real. Sus gestos no me
parecen artificiales, en ellos sólo veo ternura y una buena dosis de seducción.
Creo que tendré otra noche en vela. ¿Cómo voy a poder dormir con Roman
acostado apenas a diez centímetros de mí?
Roman no hace ningún comentario cuando me sigue a mi habitación bajo el
techo. Se conforma con recorrerla con la mirada tranquilamente, sin tocar nada
pero observando todo. Estoy incómoda; es como si estuviera desnuda frente a él
a plena luz, sin ninguna posibilidad de esconderme. De pronto tengo vergüenza
de lo que este lugar podría revelar acerca de mí. Lo miro a través de sus ojos y
veo el refugio de una adolescente que no encuentra su lugar en el mundo, no el
de una mujer segura de sí misma, como quisiera verme. Recojo rápidamente
unas bragas en el suelo, arreglo dos o tres cajones, y enciendo la lámpara del
buró antes de apagar la luz del cuarto, hundiendo la habitación en una semi
obscuridad menos reveladora y más tranquilizante.
Roman me mira agitarme con una media sonrisa, esa famosa media sonrisa
que siempre me da ganas de morderle la boca, y no me ayuda con mis nervios.
Me pregunto cómo le haré para desvestirme manteniendo mi pudor, si debo
ponerme una pijama para dormir, y si sí, cuál... Roman, por su parte, no se
preocupa por este tipo de consideraciones. En treinta segundos, su ropa yace en
el suelo. Toda su ropa. Y diez segundos más tarde, mientras que sigo
impresionada por el espectáculo de su magnífico cuerpo desnudo, está acostado.
Cómodamente acostado con las manos detrás de la nuca, las cobijas subidas
hasta sus caderas, su torso con abdominales tallados ofrecidos a mi vista, y me
observa. A pesar de mi fatiga, tengo unas ganas locas de saltarle encima, de
cabalgarlo, de besarlo, de abusar de él.
Diez minutos más tarde, yo también estoy en la cama al fin, con los nervios
de punta y los dedos ardiendo por tocarlo.
Después de una larga ducha, me dirijo hasta el vestíbulo esperando salir sin
cruzarme con nadie. Le avisé a mis padres ayer que me ausentaría todo el día y
no tengo ganas de que me hagan pasar por un interrogatorio acerca de Roman
cuando ni siquiera yo misma sé cuál es nuestra situación.
***
El calor del gimnasio es agradable, después del frío cruel de la calle. Nos
quitamos nuestros pesados abrigos y avanzamos bastante tímidamente en busca
de la recepción o de alguien que pudiera ser el dueño, el gerente o el entrenador,
en fin, quien sea que pueda darnos información. el lugar es bastante grande pero
viejo y espartano, con las paredes grises y el piso de cemento. En él reina un
ambiente muy particular entre concentración, agotamiento y dolor. Unos
hombres hacen abdominales, bombeos, tracciones, saltan la cuerda, golpean
sacos, solos o con alguien. Tres cuadriláteros sobresalen al centro, sobre los
cuales de enfrentan tipos sudorosos. Sibylle no ha pestañeado una sola vez desde
que llegamos, está demasiado absorbida por lo que le rodea, a cientos de millas
de nuestro universo. Permanece fija frente a un rubio alto que le está dando una
lección a su adversario. Éste tiene magníficos tatuajes tribales que se despliegan
sobre sus hombros musculosos.
Sorprendida, estoy por preguntarle qué le pasa cuando mi iPhone emite su bip
característico anunciándome un mensaje. ¡Roman! Febril, abro su mensaje, antes
de desencantarme:
[Pasé una noche execrable, ocupas toda la cama, acaparas todas las cobijas,
tienes los pie helados. Y tu sillón es un verdadero aparato de tortura.]
Antes que, enojada, haya podido escribir una respuesta venenosa, un bip me
notifica un segundo mensaje:
Luego un tercero:
Y al fin un cuarto:
Él simplemente me responde:
Luego, ella grita, para escucharse por encima del barullo general:
– ¡Nils! ¡Mierda! grita el dueño, desde el otro lado de la sala. Habíamos dicho
que sin ningún knock-out. Tiene un combate en diez días. ¡Arruinaste todo!
– Lo siento, coach, se disculpa Eriksen sin parecer arrepentido en lo más
absoluto. ¿Qué puedo hacer por ustedes? agrega hacia nosotras pasando bajo las
cuerdas para saltar del cuadrilátero.
– ¿Podemos hablar en privado?
– Por supuesto. Si una de ustedes acepta quitarme los guantes.
– Puedo intentarlo si quiere, dice tímidamente Sibylle.
– Sólo hay que desamarrar las cuerdas y luego jalarlas con todas sus fuerzas
sin irse de espaldas, explica extendiéndole las manos.
Cuando al fin termina, le pido que nos deje solos. Ella obedece a
regañadientes, con una última mirada coqueta hacia Eriksen quien le agradece
con una breve sonrisa. Me da la impresión de verla derretirse de felicidad. Tengo
un pensamiento de lástima por el pobre Matthieu, que nunca ha, hasta donde yo
sé, puesto a Sibylle así.
Eriksen echa una toalla sobre sus grandes hombros y me lleva a un rincón
desierto del gimnasio. Mi entrevista con él no es muy mala, pero tampoco es un
éxito ejemplar. Digamos que logro interesarlo en mi caso, lo cual ya es bastante.
En cuanto a saber lo que piensa de él, es un misterio. No parece curioso, ni
indignado, ni entusiasta, ni indiferente, ni siquiera escéptico. Simplemente se
queda atento, haciéndome algunas preguntas enfocadas a regresarme al camino
cuando divago o me enredo en explicaciones.
Le doy una copia del archivo que hice cuidadosamente sobre la muerte de la
madre de Roman, Teresa Tessler. Luego entro de lleno y le pido que me ayude.
Estoy bastante decepcionada, hubiera querido que fuera menos vago. Ahora
ni siquiera sé si lo convencí, pero no me atrevo a insistir.
¡Ay, ay, ay, ay! ¡Comenzamos bien! Cómo molestar a un entrenador, lección
número uno: decirle qué atleta debe seleccionar para los torneos.
Paso los días siguientes con mis padres; realmente no hemos tenido
oportunidad de vernos desde que llegué. Envolvemos los regalos, antes de
dejarlos al pie del árbol que decoramos con Benoît y Paul, quienes pusieron todo
el esmero y seriedad de los que son capaces dos pequeños de 3 y 4 años. Papá
sacude todos los paquetes para intentar adivinar lo que contienen, para la gran
alegría de los niños, que lo imitan mientras que mi madre intenta, sin éxito,
regresar a todo el mundo al orden.
Por culpa de sus ideas fijas acerca de la delgadez a toda costa, por mucho
tiempo estuve acomplejada por mis curvas, pero mi encuentro con Roman
cambió radicalmente la forma en que veo mi cuerpo. A él le parezco bella.
Voluptuosa. Y no tengo ninguna razón para no creerlo. Aun cuando todavía me
quedan restos de pudor, me siento bien con él, en confianza... y en paz conmigo
misma. No quiero dejar que mi madre me haga retroceder y destruir este nuevo y
frágil equilibrio que tanto trabajo me costó obtener.
Y además, mamá, la cara que harías si supieras de qué tipo de gimnasio se
trata... ¡y de qué amigo! Apuesto a que sólo va allí para ver a Eriksen. Un
hombre que no te gustaría para nada. Y que no hace deporte para mantener la
línea.
***
***
Él me pone algunas gotas de perfume sobre el cuello, las cuales combina con
un beso, y estoy cerca de alcanzar el Nirvana.
Olvido que tenemos un acuerdo, que me está dando un servicio como amigo,
que volverá a irse mañana. De aquí a entonces carpe diem, no quiero pensar en
otra cosa que no sea este preciso instante, que es fabuloso.
Tal vez es algo un poco infantil pero no me importa. Es algo entre nosotros
dos. Él comprenderá. Estoy segura.
Con los ojos llenos de lágrimas, regreso a mi habitación con Roman. De pie
frente a mi escritorio, él me da la espalda, ocupado tecleando algo en su iPad, a
la luz de la pequeña lámpara de mesa.
– Tu sillón era lo más incómodo del mundo para dormir, pero no tenías que
deshacerte de él tan pronto, bromea volteando en cuanto entro. Al menos pudiste
haberlo remplazado por una silla.
– Hubiera temido demasiado que otra vez prefirieras la silla a mi cama, digo
con una voz ahogada mientras me acerco a él, antes de deshacerme en lágrimas
contra su torso.
Dos interminables segundos transcurren antes que me tome entre sus brazos,
y eso me hace llorar a mares.
Pienso a toda velocidad, aterrada, pero antes de ir más lejos en mis escenarios
catastróficos, Roman interrumpe mis especulaciones:
Levanto la mirada hacia él, para clavarla e la suya, todavía sorprendida de que
pueda leerme como un libro abierto. Pero por primera vez, él no es el único que
tiene ese don de doble vista. Lo que leo en su mirada ardiente, lo que ésta parece
gritar, es que me desea. Al menos tanto como yo. Y no pienso dejar pasar esta
oportunidad.
Roman parece sorprendido por mi iniciativa pero me deja seguir, sin moverse,
sin decir nada. Adoro este aspecto de su personalidad, su capacidad de pasar de
un papel al otro cuando hacemos el amor, tanto salvajemente dominante y
exigente, como lánguido y pasivo.
Demuestro una seguridad que estoy lejos de sentir y debo concentrarme para
evitar que mis manos tiemblen. Después del cinturón, me enfoco en su ojal y
cuando abro su pantalón, lo siento bloqueando su respiración. A través del bóxer
blanco, que resalta el color dorado de su piel, puedo constatar el efecto que tengo
en él y esto me tranquiliza. No hay lugar a dudas, me desea. Acaricio como por
descuido su sexo hinchado, con el dorso de la mano, antes de tomar su playera
para levantarla y darle un beso en el vientre. Su piel es increíblemente suave.
Ésta se estremece bajo mis labios. Subo un poco más su playera y, después de
dudarlo un poco, me lanzo:
– Quítatela, ordeno.
Roman me lanza una mirada sorprendida, luego obedece con una sonrisa
insolente. Verlo obedecerme me electriza. Verlo con el torso desnudo también...
Muero de ganas de que esté completamente desnudo, pero antes, me encantaría
aprovechar un poco más de su aparente docilidad. Inhalo profundamente, sin
estar muy segura de mí pero con el corazón latiendo con emoción:
– Amy… retírate, dice con una voz entrecortada... Amy... me voy a... venir...
Nunca sabré cómo estuvo puesto que duerme de repente, lo cual me hace
sonreír. Aprisionada entre sus brazos, me contorsiono para quitarme la falda,
luego jalo las cobijas sobre nosotros. Él desliza su rodilla entre mis piernas y yo
froto en ella mi sexo palpitante, húmedo. Darle placer a Roman me puso en un
estado de excitación surrealista y muero por que se despierte para que se ocupe
de mí.
Luego se pone encima de mí, su mano deja mi sexo para ponerse sobre mis
labios, los cuales acaricia con la punta de los dedos; puedo sentir mi propio
sabor, salado en ellos. Me arqueo hacia él, ¡protesto! ¡Mi sexo abandonado
protesta!
– ¡Roman! ¡Ven!
Su mano regresa entre mis piernas, las separa un poco más, luego guía a su
sexo tenso entre mis labios, acariciando mi clítoris que parece estar a punto de
explotar. Levanto mis rodillas y anudo mis piernas alrededor de su cintura.
Roman se hunde en mí, de un solo golpe poderoso. Un grito se me escapa, de
sorpresa, de placer. Roman se inclina para besarme, con un beso exigente,
hirviendo de deseo. Se retira lentamente de mí, mientras que nuestras lenguas se
prueban y se saborean. Mis piernas firmemente amarradas alrededor de su cadera
le impiden ir más lejos, me mordisquea los labios y se hunde de nuevo en mí,
con una puñalada formidable. El grito que lanzo es ahogado por su boca, luego
se retira de nuevo, poniéndome en suplicio. ¡Lo quiero dentro de mí! Aprieto
mis piernas con más fuerza, regresándolo hacia mí. Quisiera obligarlo a
penetrarme, pero ya no soy yo quien lleva el ritmo y me hace comprenderlo bien.
Se queda apoyado sobre sus codos, con su sexo apenas metido en el mío, y me
tortura deliciosamente quedándose fuera de alcance.
***
Un rayo de sol entre las cortinas llega a ponerse sobre su hombro, salpicando
su espalda y su cabello. Está acostado boca abajo, con las cobijas sobre las
caderas, la cabeza en el hueco de sus brazos, y me mira, con los ojos medio
abiertos. Recorro con mis dedos desde sus omóplatos hasta su cadera.
Luego ambos nos vamos a pasear por los muelles del Sena. La nieve se ha
derretido bajo la intensidad del sol, pero el viento sigue siendo fresco y helado.
Caminamos tomados de la mano y el calor de Roman parece expandirse por todo
mi cuerpo.
– Me pareciste tan diferente de las demás, la primera vez que nos conocimos.
Sin artificios ni cálculos. No sabías quién era, cuántos dólares tenía, lo que
representaba, pero te gusté... Porque te gusté, ¿no es así? pregunta de repente con
un asomo de preocupación.
– Obviamente, digo sorprendida de que pueda dudarlo.
– Me escogiste a mí, tal y como soy, sólo un corredor anónimo en Central
Park. No el hijo del famoso actor, no el multimillonario, sino un hombre con
shorts grises...
– Que me salvó la vida, preciso deteniéndome y volteando hacia él para
acariciar con mis dedos la cicatriz en su pómulo.
– Tal vez. Lo que quiero decir, es que por todas esas razones confié en ti.
Sabía que eras auténtica. Entonces cuando me enteré que estabas investigando a
mi madre y su amante, me sentí destrozado. Creí que me habías engañado. Pero,
dice cuando estaba a punto de protestar, leí tus mails y pensé mucho. Te
investigué a ti también, contraté a un detective privado, aunque no estoy
orgulloso de ello.
– ¿Y él te tranquilizó? ¿Te demostró que no soy descendiente de Mata Hari, la
famosa cortesana espía? bromeo.
– Exactamente. De hecho, me informó que seguido tenías los ojos rojos e
hinchados... y no pude soportar eso, dice inclinándose para besarme.
Luego se sienta a horcajadas sobre una tapia del muelle y me jala hacia él. Me
instalo frente a él, con la espalda recargada contra su torso, como si
cabalgáramos el mismo purasangre. Él abre su abrigo y pasa sus brazos
alrededor de mi cintura envolviéndome en ellos. Permanecemos un momento sin
decirnos nada, mirando pasar los barcos por el Sena. Estoy serena, feliz.
Una voz interna me susurra que no soy precisamente una amiga de Lou y que,
de todas formas, ella me había advertido que Eriksen no le debía nada y nunca se
sentía obligado a hacer nada. Pero hago callar esa voz de inmediato. No es el
momento de ser pesimista.
***
Como él me lo pidió, lo dejo leer mis avances sobre su madre, los reportes de
laboratorios que conseguí, mis notas, mis recortes.
– Escuche, señorita, termina por decirme uno de ellos, harto, cuando insisto
en que me comunique con Eriksen: el oficial tiene su número, entonces si
quisiera hablar con usted, ya lo habría hecho. En periodos vacacionales, tenemos
menos gente y la mitad de los ciudadanos de la capital parece escoger siempre
esta temporada para suicidarse, asesinar a su conserje, robar un banco o aceptar
retos estúpidos y peligrosos. Así que no tenemos mucho tiempo para estar
hablando por teléfono, seamos comisario, oficial o secretarias. No puedo hacer
más por usted. Vuelva a llamar en dos o tres semanas, cuando todo se haya
calmado.
***
En la madrugada, estoy más nerviosa que nunca: pronto serán dos semanas
desde que lo vi en el gimnasio y sigo sin tener noticias suyas.
Ella se niega a decirme ni una palabra acerca de lo que pasa (o no) entre ella y
Eriksen, pero admite que lo ve casi todos los días.
Metí la pata (otra vez) y no sé cómo salirme de ésta sin perder a Roman, que
no sospecha nada. Diciéndole que la investigación sobre su madre fue reabierta,
hice mi primera tontería. Y ahora, a menos de poder convencer al teniente
Eriksen que se interese por el asunto, necesitaré explicarle a Roman que sólo
exageré un poco las cosas. Que esa historia no le interesa a nadie y que sus
preguntas seguirán sin respuesta.
***
A las 11 h38 , apenas sofocada, me encuentro frente a él, rogando con todas
mis fuerzas para que se decida a ayudarme.
- Señorita Lenoir, dice con su voz rocosa, apretándome la mano. Tuve que
esperar a tener un momento libre para efectuar algunas investigaciones sobre la
muerte de Teresa Tessler, antes de llamarla.
¡Oh, Roman! ¿Qué es lo que haces para nunca sentir miedo? ¿Porqué no
estás aquí, conmigo?
¿Usted quiere decir que la investigación fue saboteada? ¿Que su colega era
un policía corrupto y que ocultó información?
- ¿Segura, de verdad?
- ...
- Estaba tan contenta por volver a ver a Roman. Me dejé llevar por mi
entusiasmo. ¿Acaso eso es un crimen?
- No. Pero ahora, todo se fue al carajo... Por que si Eriksen no reabrió la
investigación, entonces a los ojos de la ley todo queda como un caso cerrado, y
nadie después de él lo retomará. Y eso, no sé cómo se lo vas a explicar a Roman
sin confesarle tu “pequeña mentira”...
- Lo sé. Pero aún falta lo peor: habré abierto todas sus heridas con respecto
a su madre para nada. Y eso, incluso si me perdonase, yo no me lo perdonaré
nunca...
Todavía me cuesta trabajo creerlo, pero sé que tengo que poner una sonrisa
encantada (y tal vez un poco idiota). El miedo de perder a Roman, que me anuda
el estómago desde hace varios días, se ha esfumado. ¡Por fin! Me deshago en
agradecimientos.
Diez minutos más tarde, estamos instalados en una pequeña mesa al fondo del
restaurante-bar “Au chien qui fume” cuando recibo un mensaje de texto de
Roman:
- Está muy cerca de aquí, nos alcanzará muy rápido, le digo a Eriksen
sentándome frente a él. Usted no tendría por qué tener el tiempo para morir de
inanición, agrego constatando que la canasta de pan ya está vacía.
Espero a que se sigan poniendo de acuerdo, pero Eriksen pide los postres y la
negociación parece haber concluido. Sólo necesitaron unas tres o cuatro frases
para llegar a un acuerdo.
Suspiro.
Sus besos y sus caricias me hacen falta. Su aroma. Sus palabras tiernas, su
sonrisa, su humor me hacen falta. Velar, acurrucada bajo las sábanas, esperando
su regreso ahora que salió a correr en la noche, me hace falta. Mirarlo sacudirse
cuando sale de la ducha y me alcanza, todavía mojado bajo las sábanas, me hace
falta. Sus brazos sólidos, el calor de su cuerpo contra el mío, sus piernas aún
ardientes por los esfuerzos de su carrera enroscadas alrededor de las mías, me
hacen falta. Nuestros dos cuerpos que se entrelazan, sus gritos de placer que
acompañan los míos cuando hacemos el amor, las erupciones de gozo que me
transportan... ¡me hacen falta!
Desde que había escuchado el rumor circular en los pasillos, esperaba con una
impaciencia creciente esta oportunidad que me permitiría acercarme a Roman.
Soy además la única en el equipo que quiere ir a Nueva York, entonces no me
preocupa que alguien me gane un lugar. Sin embargo, respondo
instantáneamente, preguntando si el acceso a uno de los dos apartamentos me
puede ser otorgado, aunque sólo esté en un período de prácticas.
Lee Davis me informa que sólo tengo que pasar a verlo para validar mi
petición, inmediatamente si así lo deseara; me apresuro en ir a su oficina. ¡Tengo
que contenerme para no ir dando saltos y bailando por el pasillo!
¡Sí! ¡Jueves 7 de enero, 11 horas: aquí estoy transferida a Nueva York! A sólo
algunas estaciones de metro de Roman.
No nos hemos visto desde nuestro regreso de Francia, desde hace cuatro
interminables días, y juego con mi cabello esbozando una trenza malhecha
(expresión de mi cosecha) al responder a su propuesta. Simon, cuyo cubículo da
directamente hacia mi oficina, me mira riendo.
***
- ¿Y esa hermosa falda verde botella, con tus botines de cuero negro? me
pregunta Eduardo mientras ya he descartado todo lo que no me parecía
suficientemente sexy, es decir el noventa por ciento de mi guardarropa.
- Ya no me queda, me lamento. Creo que adelgacé, ya no se sostiene de mis
caderas.
- ¿Porqué no lo dijiste antes? Yo te la hubiera arreglado. No es complicado
pero ahora es demasiado tarde, se lamenta Eduardo. ¡Ya no tenemos tiempo!
Me alzo de hombros lanzándole una mirada patética, con toda mi ropa que
ahora yace en un montón frente a nosotros. Repentinamente, el timbre de la
entrada nos arranca de nuestra consternación.
***
- Finalmente, las cosas salieron bien, constata Eduardo, sonriendo, una hora
más tarde, poniendo un último pasador en mi chongo, mientras me miro en el
espejo de cuerpo entero del salón.
- Sí... mascullo, preocupada por el escote demasiado audaz del sublime
vestido entallado de terciopelo rojo que termino de ajustar.
- Tienes suerte, de tener a tu lado a un tipo que piensa en todo, dice con un
tono soñador frente al lujoso estuche en el que el vestido y los zapatos que le
combinan fueron entregados. El timing es perfecto. El vestido también...
Asiento distraídamente.
***
Nuestra mesa está situada en una pieza solitaria, ricamente decorada, cálida e
íntima como un dormitorio. Dos sillones y un sofá frente al fuego de la chimenea
que crepita reforzando todavía más esta impresión. La velada es idílica,
romántica como pude haberla imaginado. No puedo evitar devorar a Roman con
la mirada durante toda la cena y eso me hace a veces perder el hilo de la
conversación, para su gran diversión.
- ¿Porqué no te los dejas nunca sueltos? Son magníficos, dice acariciando mis
cabellos, después de haber recuperado los pasadores desperdigados por el suelo.
- Porque se atoran con todo, hacen nudos inextricables e incluso a veces se
remojan en mi plato, respondo mascullando y tratando de reacomodarlos.
- Sería suficiente con recortarlos. Descubriría tu nuca, que es tan bella, y los
pondría en relieve, en vez de obligarlos permanentemente a estar quietos en
trenzas o en chongos.
- No estoy convencida... siempre los he llevado largos.
- Cortos, se te verían de maravilla.
- No estoy segura.
- Yo lo estoy.
- ¿De verdad?
- Sí, dice simplemente rozando mi nuca con sus labios.
***
Dos horas más tarde, en la suite más lujosa del hotel que domina el
restaurante, contemplo mi reflejo en el inmenso espejo que está por encima de la
chimenea. Me gusta mucho lo que veo. Mi rostro ha cambiado, parece más fino
y mi boca más sensual mientras que mis ojos azules parecen inmensos. La
peinadora particular de Roman ha hecho maravillas.
Cuando regresa, sigo hirviendo por los celos, un sentimiento del cual siempre
me creí al abrigo y que me devasta por segunda vez desde que conozco a
Roman.
***
[¿Amy?]
[3 ]
Roman ve con muy mal ojo a todos esos muchachos que se relacionan a mi
alrededor. Siempre parece estar a dos dedos de pasarlos por el filo de la espada.
Descubro con delicia que él también puede sufrir por los celos. Es
tranquilizador... y halagador. Parece convencido de que todos los hombres del
planeta sólo tienen ojos para mí y que también sólo sueñan con poder llevarme a
la cama. Tengo que decir también que cada una de nuestras salidas se ha vuelto
un pretexto, a pesar de mis protestas, para regalarme un vestido nuevo, siempre
sublime, siempre sexy, y por consecuencia, no paso desapercibida.
***
Milagrosamente encuentro el tiempo para pasar una buena hora en Skype con
mis padres para compartir con ellos estas buenas noticias, por las que me
felicitan. Sonrío al percibir, detrás de mi padre, el cuadro que Roman le regaló
por su cumpleaños.
Roman ocupa una buena parte de mis veladas y de mis noches. Tengo que
frenar sus compulsiones en materia de compras, porque tiene una molesta
tendencia por regalarme vestidos, faldas, corsés, abrigos o zapatos que incluso
en mi armario ya no puede entrar ni uno más. Agradezco evidentemente todas
esas atenciones, pero a veces tengo la impresión de que me quiere mantener. A
dónde quiera que vayamos es siempre él quien paga todo, los hoteles, los
restaurantes, los espectáculos. No le importan en lo absoluto los gastos pero,
aunque sé que es inmensamente rico, me incomoda.
- ¡No soy una arpía! reclamo un día en el que por enésima vez, al pasar frente
a una vitrina de Dolce & Gabbana, se quedó parado frente a un vestido de seda
azul, con un escote vertiginoso en la espalda, que quería que me probara a
cualquier precio.
- Eso me hace muy feliz, replica sorprendido. Jamás se me hubiera ocurrido la
idea de querer vestir a un ave que no fuese con finas hierbas o salsa.
Su seriedad y su tono falsamente exagerado me arrancan una carcajada.
***
Era una de las hipótesis que ya le había expuesto, y Roman muestra los
efectos de este golpe, con las mandíbulas apretadas. Blanco como una mortaja,
le indica a Nils que continúe.
¡Ay, ay, ay! Cuidado teniente, está pisando un terreno muy resbaloso. Cuando
él se queda así de inmóvil, es un mal signo.
Ya lo extraño.
Armada con una brocha y ayudada por Sibylle, con quien se entendió
inmediatamente, se lanza a la remodelación de su recámara, demasiado blanca
para su gusto. Ellas ponen pintura azul por todas partes menos en las paredes que
eran su objetivo principal.
Nils podía difícilmente escoger un peor momento para venir a buscar los
antiguos números de Undertake consagrados a Teresa y a su amante que ya había
separado para él. Pero como le había dicho que pasara cuando quisiese...
El encuentro cara a cara con Sibylle es tenso. Charlie, curiosa, los observa
merodeando alrededor de Nils, preguntándose visiblemente con qué salsa podría
comérselo. Simon suspira derrotado considerando que no puede competir con
este rival.
Y ahora. ¿Qué más nos falta? ¿El cartero? ¿Los bomberos haciendo colecta?
¿Eduardo que perdió su avión? ¿Papá Noel que olvidó su permiso de conducir y
las llaves de su trineo, el mes pasado?
Lo beso, loca de alegría, sin darme cuenta todavía de lo que esta decisión
impulsiva implica, aparte del hecho de que todos se preguntarán a dónde fui, en
pantuflas, con mi lata de té...
25. Por fin solos
Después de una noche sin sueños, me despierto, sola, sobre la gran cama de
Roman. El lugar que está a mi lado está frío, eso indica que se levantó desde
hace mucho tiempo. Anoche, exhausta, me quedé dormida durante el corto
trayecto en auto y apenas abrí el ojo cuando me pidió el número de Sibylle,
luego me colocó en la cama y me desvistió. Dormí como una marmota.
Realmente lo necesitaba.
[De acuerdo por el paseo si tu piloto deja de creerse acróbata aéreo. Gracias
por el desayuno.]
Son las 10 h30 , tengo tiempo. Antes de abandonar la ducha, noto el frasco de
mi perfume favorito puesto sobre una repisa. Al mirarlo de más cerca, descubro
también mi cepillo de dientes cerca del de Roman y mi pijama de Batman sobre
un colgador. Él mismo incluso instaló algunas de mis cosas, las más fuertes
simbólicamente, en su baño. La atención me conmueve más de lo que podría
explicar. Es adorable. ¿Será otra forma de decirme que puedo sentirme como en
mi casa y que está contento de que esté aquí?
Al probar mis cuernitos, creo estar soñando. Me cuesta trabajo creer que lo
que estoy viviendo es real.
¡Estoy en casa de Roman! No sólo por una noche, no, por un tiempo
indeterminado. “El tiempo necesario para que todo vuelva a la calma.” ¡Ojalá
eso tarde en suceder!
Retozo todavía por una buena media hora en la bañera olímpica de Roman,
casi suficientemente grande para poder nadar en ella. Está equipada con un
ejército de botones y mandos para formar burbujas y me divierto como una
chiquilla probando los diferentes modos, del más frío al más caliente.
Lástima que no haya sales o perlas de baño, eso hubiera sido mágico. No hay
gran cosa en este apartamento. Todo es chic, funcional, frío. ¿Acaso eso refleja
el verdadero temperamento de Roman? Sin embargo, lo que conozco de él está
tan alejado de esta imagen...
***
***
El “puro placer” de Roman resulta ser un auto. Pero no cualquier auto, según
lo que alcanzo a comprender.
Estoy loca por ti, Roman Parker. Me gustaría vivir contigo. Para siempre, no
sólo en espera de que Charlie haya terminado sus trabajos de pintura o de que
Sibylle encuentre un apartamento y que el mío recobre su tranquilidad. Quisiera
dormirme todas las noches en tus brazos, despertarme con tus besos,
acariciarte, hacerte el amor tres veces al día...
***
Roman reservó una suite en el último piso del Ritz Carlton de Cleveland,
aprovechándose de la ocasión para improvisar un fin de semana en plan
amoroso. La recámara es linda, con mucha luz, con tonos pastel delicados, con
un gran ventanal que da sobre la ciudad. Hay un ramo de rosas sobre la mesita
de noche y en el salón hay otro ramo gigantesco, compuesto de flores exóticas
cuyo perfume divino invade toda la pieza. Roman me propone cenar en la ciudad
o en el hotel; elijo la intimidad de la suite. Tengo ganas de prolongar estos
momentos a solas con él. La comida es deliciosa; nuestro cita a solas también.
¡Sí! ¡Me cierra la puerta en las narices! ¡Fin del espectáculo! ¡Cortinas!
En el tiempo en el que entro al baño, él ya está bajo la ducha, que toma muy
caliente. El vapor aún no ha empañado el vidrio que nos separa, lo observo a
través de la cortina inquieta que es el agua que cae sobre su cuerpo. Tiene las
piernas ligeramente separadas, los brazos levantados para poner bajo el agua sus
cabellos negros, en una postura típicamente masculina y extraordinariamente
viril, con los abdominales en tensión, los bíceps contraídos. Echa la cabeza hacia
atrás, con los ojos cerrados, podría posar para una publicidad con un lema como
“Tentación” o tal vez “Sex-appeal”. Una llamada a la que mi propio cuerpo,
recorrido por estremecimientos responde perfectamente, con mucho entusiasmo.
Al extender la mano hacia el jabón, Roman abre los ojos y me mira.
- Lo estás haciendo mal, digo con una voz un poco ronca. Déjame hacerlo.
- Comienza por la espalda, si no, temo que puedas olvidarla por concentrarte
en otras zonas, me bromea.
Lo obedezco.
Casi.
Mis manos se sienten irresistiblemente atraídas por sus nalgas, increíbles, tan
redondeadas que es difícil no querer morderlas, como si se trataran de un fruto
prohibido. El jabón se desliza sobre su piel, mi otra mano lo sigue, dejando tras
de sí una caricia. Roman extiende el brazo para apoyarse sobre las paredes de la
ducha, con la cabeza agachada. Cuando deslizo el jabón entre sus piernas, él las
separa, y rozo con el dorso de la mano sus testículos, arrancándole un sobresalto,
y un suspiro. Continúo enjabonándolo, pasando la barra de jabón entre sus
nalgas, para regresar después entre sus muslos y acariciar cada vez sus bolsas
suaves y pesadas. Los tomo en mi mano y los siento contraerse un poco más.
Roman tiembla.
Decepcionada por tener que interrumpir este tórrido instante, pero también
muy excitada por su tono autoritario, que contrasta tanto con la actitud casi
sumisa de su cuerpo, dejo caer el jabón, dejo mi tarea sobre él y me apresto a
obedecer.
Hago lo que puedo para desabotonarme. Trato de quitarme mi larga falda con
una sola mano sin dejar de tocarlo con la otra, de apretarlo, de presionarlo, el
agua caliente escurre sobre su glande que acaricio con el pulgar, arrancándole
gemidos deliciosos. Aprovecho para cerrar la puerta de la ducha detrás de mí,
eso me permite apoyarme en ella. Lucho un poco pero termino por quedarme
sólo con las bragas oprimida contra él, con mi falda hecha bolas a mis pies,
sobre la esterilla antiderrapante.
Lanzo un grito de placer cuando oprime mi sexo entre sus dedos y por reflejo,
aprieto mi mano sobre el suyo, haciéndolo gemir a su vez. Me oprime un poco
más fuerte, arrancándome una exclamación de éxtasis mezclada con la sorpresa,
y aprieto a mi vez más duramente. Una suerte de gruñido bajo se le escapa. Lo
siento palpitar poderosamente bajo mis dedos.
Este pequeño juego salvaje me excita en grado máximo, ¡me encanta! Una
bola de impaciencia se infla y crece entre mis piernas temblorosas. Roman jala
violentamente mis bragas, haciéndolas bajar sobre mis muslos; mi mano baja
francamente sobre su palo. Sus dedos separan mis labios, se deslizan en mi
hendidura chorreante golpeándose sobre mi hinchado clítoris, arrancándome un
sonido de gozo y acelero el ritmo de mi mano deslizante sobre su sexo.
Introduce en mí un dedo, y estoy tan húmeda, mi hendidura está tan abierta,
hospitalaria, que desliza fácilmente un segundo, con su pulgar apoyándose sobre
mi clítoris, su meñique acariciando la piel delicada entre mis nalgas.
- Tengo ganas de tomarte, Amy, tengo ganas de venirme en ti, dice con una
voz alterada por el deseo, separándose bruscamente para terminar de quitarme
las bragas.
El chorro aún caliente de la ducha cae sobre sus hombros mientras que él se
arrodilla frente a mí. Levanto un pie, luego el otro, y mis bragas desaparecen.
Roman se reincorpora lentamente, sembrando mis piernas con besos furtivos,
lamiendo las gotitas de agua que corren sobre mi piel. Es una deliciosa tortura,
insoportable, y gimo de impaciencia, oscilando sobre un pie y sobre el otro.
Pongo las manos sobre su cabeza, apurada porque su boca calme por fin el
fuego que quema entre mis piernas, lo guío, lanzo mis caderas hacia él. Su nariz
roza deliciosamente mi vello púbico, separo ampliamente mis muslos, me abro
completamente frente a él, tiemblo por el placer anticipado, siento su aliento
sobre mi clítoris palpitante, ¡qué delicia!. Espero temblando el primer golpe de
su lengua que vendrá a apagar el hervidero irreprimible que se ha apoderado de
mis sentidos...
Espero en vano.
Roman rodea mi sexo que se ofrece ante él y, a pesar de mis manos sobre su
cabeza que buscan impedir que suba, éste prosigue su ascenso hacia mi vientre.
Tengo ganas de aullar de despecho.
- Tss tss, señorita, dice sentencioso cuando trato por última vez de llevar de
nuevo su cabeza entre mis piernas. Tú no eres quien manda aquí. Pero te vas a
venir. Pronto. Te lo prometo.
Con los antebrazos puestos sobre sus hombros, con las manos anudadas, me
abandono totalmente con sus formidables bombeos que me clavan al muro. A
cada uno de sus asaltos, se golpea con mi clítoris, multiplicando al infinito el
placer que me procura su sexo en lo más profundo de mí. De nuevo, siento subir
el orgasmo que se me escapó haca ya tanto tiempo. Intenso, ardiente, fulgurante.
De nuevo, esta sensación demente de ser llevada por una ola gigantesca. Roman
tiene los ojos hundidos en los míos, sus magníficos ojos negros de profundidades
insondables, y los veo de repente estrecharse, mientras se esparce en mí y el
placer nos barre a los dos con la violencia inusitada de una marejada.
26. ¿Vida en pareja?
Al día siguiente por la mañana, después de pasar casi toda la noche en vela
prolongando las delicias de nuestra ducha coqueta, extraordinariamente caliente
en todos los sentidos del término, retomamos el camino hacia Manhattan. El
trayecto es largo pero tranquilo, agradable. Roman y yo nos peleamos por la
música, él me acusa de tener gustos de chica y yo, yo lo acuso de tener gustos de
rico. Es tonto, pero eso nos hace reír mucho.
***
Estas desaventuras nos hacen más reír que apretar los dientes y Roman
arregla la mayoría de este menú de líos en un santiamén... pero se rehúsa
vigorosamente a poner un seguro en la puerta del la sala de la bañera:
Después se aplica en darme tanto placer, con sus manos, con su boca y con
todo su cuerpo, que acabo por rendirme y gritar en un orgasmo que si lo desea,
podría incluso quitar esa puerta.
Al día siguiente por la mañana, todavía no muy despierta, tanteo un largo rato
en la búsqueda del picaporte de la famosa puerta antes de darme cuenta que me
tomó la palabra. La encuentro, fuera de sus bisagras, apoyada contra la pared de
la cocina.
Cuando regreso a la Red Tower, esa noche, con los brazos cargados de
compras, casi me caigo de espaldas. Descubro a Roman en la cocina, trabajando
arduamente en ella. Es la primera vez que lo veo con una espátula en la mano. Es
una visión completamente surrealista. Hay flores por todas partes en el
apartamento, velas, música suave: no hay duda, esto es una cena romántica.
Pongo mis bolsas al pie del sofá y corro tratando de no reír. No lo logro. No
puedo contener una carcajada al constatar la magnitud de los daños: esto ya no
es una cocina, es un verdadero campo de batalla. Waterloo, por lo menos.
- Eso es, búrlate, refunfuña Roman. Te reirás menos cuando te des cuenta de
que no hay otra cosa que comer en el refrigerador. Sólo lo que estás mirando.
- Señor Parker, además de ser súper sexy, incluso con una espátula en la
mano, usted es un hombre lleno de talentos y cualidades. Pero lamento
informarle que usted no vale nada como cocinero, digo con una risa loca
incontrolable.
- Lo que me faltaba: trato de complacerte y así me destrozas el corazón,
declama con un tono dramático... antes de soltar una carcajada.
- Bueno, y ahora, en serio: ¿qué hacemos? me pregunta diez minutos más
tarde, cuando ya estamos un poco más calmados.
- No soy maga: haga lo que haga, no puedo ni resucitarlo ni hacerlo
comestible. Anda, te invito a un restaurant. Porque aprecio tu esfuerzo. Porque,
aparte de la cena, todo lo demás es perfecto. TÚ eres perfecto, digo
levantándome sobre la punta de mis pies para besarlo.
***
Los días siguientes se suceden con un buen humor similar y nuestras noches
siempre más ardiente la última que la anterior.
Sin embargo, la situación parece querer arreglarse por sí sola: una noche,
tarde, mientras Roman está en videoconferencia en el salón con un magnate de la
industria que reside a varios miles de kilómetros de Manhattan, recibo un
mensaje de texto de Sibylle:
[¡Ya encontré un cuarto para rentar! ¡Te regresaré muy pronto tu apartamento!
¡Besitos!]
Lo miro, en camisa negra sobre el sofá blanco (ya que retiró los cojines
multicolores, para verse un poco más serio): está concentrado en su negociación,
con el rostro duro, con aspecto cerrado. Me estremezco: no es el Roman que
conozco. Es el hombre de negocios, el multimillonario, no el amante tierno y
chistoso.
¿Qué sucede? ¿Algún problema? ¿Roman tiene que vender? ¿Vender qué?
¿Porqué?
- Usted escuchó, responde Roman, con las mandíbulas apretadas, que le vendí
el complejo de Santa Fe por trescientos ochenta y dos millones de dólares.
- Cuando lo que usted pedía eran cuatrocientos, se regocija el otro. Usted no
es tan buen negociante como su reputación lo hace creer, señor Parker. me
pregunto lo que pensarán de esto sus socios.
- Y yo, le responde Roman con una sonrisa asesina, me pregunto lo que dirá
su jefe cuando se entere que compré ese complejo hace seis meses por
doscientos millones y, que antes de su llegada providencial, iba a aceptar
trescientos cincuenta de sus competidores. Buenas noches, señores.
En la pantalla, justo antes de que Roman corte la imagen, veo el puro caer de
los labios del hombre gordo que se ha puesto lívido.
¿Acaso me daré cuenta un día, como ese hombre gordo, que no era más que
un peón en una partida jugada ya con anterioridad? ¿Es posible equivocarse
tanto con alguien?
Eso son muchos nuncas para una historia que quisiera ver durar siempre.
***
Uno ya está noqueado antes de entender lo que pasa. No es tan fácil como
parece, Nils debe tener muchos años de boxeo detrás de él para dominar tan bien
el ejercicio.
- ¿Eres bueno en boxeo? pregunto recordando que noqueó a tres tipos el día
que nos conocimos.
- Me las arreglo. Pero me no me gustaría mucho encontrarme frente a Nils
cuando está enojado. Sin contar que él pesa veinte kilos más que yo.
- Sí pero de todas maneras, corres más rápido que él, ¿no?
- Eso espero, responde riendo.
Me acabo de acurrucar contra Roman que me abre los brazos sin una palabra.
Tengo suerte. Encontré al hombre de mis sueños y estoy con él. No le pasa a
todo el mundo. Es tierno. Es fuerte. Comparto su cama y su vida.
Lástima que no sea más platicador. No pido mucho sólo lo suficiente para
decirme las dos pequeñas palabras que espero…
Miramos a Sibylle, concentrada en imitar los gestos de Nils. Yo sabía que ella
frecuentaba un gimnasio de boxeo desde navidad, pero creía que era únicamente
un pretexto para acercarse a su bello vikingo. No pensaba que ella se estaba
implicando realmente. Sin embargo Nils se ha separado y ella se las arregla sola
con la pequeña pera de golpeo, lentamente, prudentemente, pero con rigor, bajo
sus ánimos y sus consejos.
- No lo hace tan mal, me dice Roman, justo antes de verla golpear demasiado
fuerte la pera que le regresa violentamente en pleno rostro.
Fue tan fulgurante que todo sucedió antes siquiera que yo me diera cuenta. De
pronto, mi hermanita está en los brazos de Nils que se materializó delante de ella
como por arte de magia. Yo escapé de los de Roman, persuadida de que ella
estaba aturdida, con la nariz inflamada, desfigurada. Pero está bien consciente y
parece solamente sorprendida (y orgullosa) de estar junto a su coach. Tiene el
rostro contra su torso desnudo y una sonrisa radiante en los labios.
- Se diría un duelo entre un león y una pantera negra, dice Sibylle con el
semblante soñador, cuando comienzan a dar vueltas a su alrededor y a iniciar el
combate.
La imagen es perfectamente justa. Los dos tienen una gracia felina, uno rubio,
corpulento y calmado, con una fuerza tranquila. El otro moreno, ligero y vivo, de
belleza carnicera. Permanecemos silenciosas admirándolos, cada una focalizada
en el objeto de sus fantasías…
- Está todo bien entre ustedes, ¿no es cierto? digo al cabo de un momento.
- Pues sí, suspira Sibylle enojada. Nils es… amigable. Persiste en decir que no
es para mí. Desde la noche de mi llegada aquí no me ha tocado. O sea, no como
yo lo quisiera, si sabes a lo que me refiero.
- Sin embargo, esta noche por ejemplo, no vas a regresar a Queens, ¿no?
- No. Hizo instalar un gran sofá en su cuarto en el Sleepy Princess. Me
autorizó a quedarme en su cama cada vez que yo quisiera, ¡pero el duerme sobre
este chingado sofá de mierda!
- Y ¿tú no vas a meterte a su sofá? me sorprendo, conociendo el carácter
voluntarioso de mi pequeña hermanita…
- ¡Pff! … lo intenté la primera vez. Pero me tomó y me hizo a un lado en la
cama sin mioramientos. Dijo que al próximo intento me esposaría al calefactor.
Qué cabrón policía.
- Ya veo, digo intentando disimular mi risa detrás de un ataque de tos.
- No es chistoso, refunfuña soltando una risa ahogada.
- ¿Están bien? ¿se divierten mucho mientras me muelen a golpes? pregunta
Roman aproximándose a las cuerdas y tentándose los costados con un gesto de
dolor.
- Moler, mi culo, farfulla Nils sin aliento y empapado de sudor.
- Se ven muy guapos sufriendo, responde Sibylle, en un tono grandilocuente,
antes de ponernos a reír.
- En lugar de burlarte deberías mejor buscar a tu compañera para trabajar tus
fintas. Acaba de llegar y parece esperarte, dice Nils señalando a una bonita chica
algo robusta de tipo hispano, que nos observa desde la esquina del gimnasio.
- ¡Oh! ¡Julia! ¡Súper! Grita Sibylle. Ven, Amy, te tengo que presentar. ¡Vas a
ver es genial!
- Te alcanzo. Sólo me voy a asegurar que Roman no va a sucumbir por sus
heridas.
- Ok, dice yendo hacia la morena que dejó de saltar la cuerda para saludarla.
Roman y Nils se sentaron a la orilla del ring, con las piernas en el aire, con los
antebrazos sobre las cuerdas y el aire tan extenuado uno como el otro. Yo les
pasó una botella de agua mientras que ellos se recuperan y discutimos la
investigación sobre Teresa.
- ¿Estás segura? Entonces ¿Cuál es tu problema con él? ¡Además del hecho
que te haya quitado a tu hermanita y que se entienda con tu hombre como si
fueran hermanos! ¿No te sientes un poco engañada?
¡Que podrido este Fleming! ¡Si hubiera sabido, nunca le hubiera dirigido la
palabra! Entiendo mejor porqué él estaba tan dispuesto a ayudarme, y que
Roman no lo pueda soportar.
Lanzó de vez en cuando una mirada hacia Nils y Roman; que retomaron su
enfrentamiento en el ring, en silencio. Al principio, Nils pasa un pésimo cuarto
de hora y me siento culpable cada vez que le dan un golpe. Roman debe tener
ganas de desquitarse y es él quien paga los platos. Pero pronto las fuerzas se
equilibran y rechino los dientes cuando el enorme puño de Nils recibe a Roman
en los flancos, en los hombros o en los riñones. Evitan visiblemente tocarse en el
rostro así como, para mi gran tranquilidad, en sus partes… sensibles de la
anatomía masculina.
- Y bien, silba dulcemente Julia al lado de mí, quitándose sus guantes. ¿Es tu
novio, el moreno?
- Sí…
- Pega duro, ¿no? Afortunadamente el Vikingo sabe recibir…
- Nils resiste todo, confirma Sibylle con una gran sonrisa.
- Hay que decir que tiene un blindaje bastante grueso, la bromea Julia.
- Algo, digo asustada cuando Roman recibe una izquierda que lo dobla en
dos, ¿qué idea de practicar un deporte semejante? ¿Les gusta sufrir o qué?
- Es increíble, dice Sibylle alegremente. Vamos, alcancémoslos todavía que
están de una sola pieza.
Lo que hace sin discutir, con una pasión que me hace relegar mis dudas al
olvido.
28. El amor de cien rostros
Llegamos a la Red Tower hacia las 19 :30 . Apenas se abrió la puerta, Roman
envía a pasear su sudadera sucia y salta a la ducha para volver a salir diez
minutos más tarde en un traje Lanvin, sus cabellos negros todavía húmedos que
lo hacen ver con una clase como no está permitida. En tiempo récord pasa de
boxeador de barrios bajos a multimillonario con estilo y me cuesta trabajo
empalmar las dos versiones. En cualquier caso es endemoniadamente sexy, pero
la metamorfosis es tan radical que es inquietante.
- No lo he visto desde hace veinte años… dice con una voz pastosa. No lo
suficiente para mí. Sólo un obrero en una fábrica de papel. Y mi madre… una
criada. Pequeña gente. No quería parecérmeles. Su miseria me asqueaba. No
quería ni siquiera conocerlos. Si hubiera podido me hubiera desangrado hasta la
muerte para no tener más ni una sola gota de su sangre en mis venas. Yo quería
el éxito. El dinero, el sexo, la gloria. El poder. Por todos los medios. Trabajé
duro. Besé traseros. Ahora, soy una perfecta executive woman, ¿no es cierto?
37 años, sin marido, sin hijos, sin amigos. Porque eso toma tiempo, y el tiempo
es dinero.
- Sólo que hoy, heme aquí llorando como una niñita porque mi papá va a
morir. Y que a pesar de todo lo que he dicho y hecho, en el fondo de mí, siempre
he sido la pequeña hija de papá, la que traía sobre sus hombros para ir a recoger
manzanas del árbol del vecino, y que luego las hacía en tarta con su mamá. Una
señora más bien simpática. Lástima que ella no haya tenido derecho a la palabra
durante todos estos años. Porque ahora es demasiado tarde.
[¿Lista?]
Le respondo:
No me doy cuenta hasta ese momento lo que esto implica, para él, para mí,
para nosotros. Roman Parker, el multimillonario más misterioso y secreto de este
lado del mundo, que huye de todo lo que se parece de cerca o de lejos a un
periodista, va a entrar en las oficinas de una de las más grandes revistas de
finanzas de los Estados Unidos para presentarse conmigo, delante de la redactora
en jefe más arribista que sea posible imaginar. ¿Todo para qué, para quién? Para
mí. Y sin que yo esté obligada a pedírselo… me cuesta trabajo creerlo.
Toca mi nuca con sus dedos y este simple contacto me basta para reponerme.
- Amy... gracias.
- De nada. Es a Roman a quien hay que agradecerle.
- Lo haré. Pero primero, gracias a usted. No siempre he sido muy tierna con
usted…
- No se preocupe. Es un trabajo que necesito. Para ternuras, tengo lo que me
hace falta.
- No lo dudo, dice con una sonrisa dulce que nunca le había visto, quizás es
esta la de la pequeña niña que recogía manzanas…
***
***
El viejo le lanza una mirada que no tiene nada de amistoso, sin embargo
prosigue:
- De los diez a los doce años, Roman me contacto varias veces ya sea para
saber cómo deshacerse de Fleming, que no terminaba de acosarlo, o ya sea para
preguntarme detalles con respecto a la investigación sobre su madre. No era más
que un chico pero no se le iba una. Había leído en un periódico que el accidente
podría haber sido un asesinato y desde entonces la idea lo torturaba. Habría
podido dirigirse hacia el jeque a falta de su padre, pero supongo que ya desde esa
edad no quería mendigar nada. Mientras que yo, era el oficial a cargo de la
investigación y nosotros nos habíamos encontrado varias veces.
- En claro, él le tenía confianza y usted le mintió, digo, asqueada.
- Sí, responde Marquentin alzando los hombros. Cuando se acaba de aceptar
dinero para esconder un asesinato, no se preocupa uno por el estado de ánimo de
un pequeño chico. Pero no le tengan pena. Roman no era un chico ordinario y
vean al hombre en que se convirtió. Comprende rápido y aprende todo
igualmente rápido. En resumen, nunca más escuche hablar de él hasta el verano
de sus 15 años, cuando una queja por agresión aterrizó sobre mi escritorio.
Fleming, entonces de una treintena de años, no perdía oportunidad de
atormentarlo cada vez que dejaba Suiza y se cruzaban en Paris o en los Estados
Unidos. Hasta un día cuando Roman vino a descubrir su escondite en su cuarto
de hotel, a dos pasos de mi comisaría, y fríamente lo demolió. Fleming terminó
en urgencias, enyesado hasta las orejas, y Roman en una celda. Convencí a
Fleming de quitar su demanda; no se hizo demasiado del rogar, estaba humillado
como un piojo por haberse hecho dar una paliza por un chiquillo. Cuando
Roman salió de vigilancia, le tendí la mano, pero me miró como a una mierda y
me dijo que él no me había pedido nada.
- ¿Y le sorprende? Pregunté
- No. Supongo que era demasiado tarde para comprarme una conciencia.
- Bueno y entonces, ¿cuál es la historia en 2001 ? se impacienta Nils.
- Ah si, 2001 … repite Marquentin pensativo. Era el verano, el año de los
dieciocho años de Roman. Ya casi me había olvidado de él, pero él no me había
olvidado. Apenas mayor, vendió una parte de los bienes heredados de su madre
para contratar un detective privado que me se convirtió en mi sombra. Lo
escogió bien, le pagó caro y el tipo era bueno. No tanto como tú, Eriksen, pero
hasta me hizo las cosas difíciles. Estuve a punto de verme descubierto, pero
finalmente informó a Roman que había sido un accidente. Sin embargo, estuvo
muy cerca de descubrirme y entonces decidí tomar una jubilación anticipada
para llevar a Marie a Miami con el dinero que nos quedaba. Los tratamientos le
habían dado una mejoría pero no la cura. Quería aprovechar los últimos instantes
con ella.
- ¿Y Parker nunca más escuchó hablar de Fleming luego de la paliza que le
propinó? pregunta Nils.
- Hum… sí, de hecho. El otro se arregló para no encontrarse más físicamente
en su camino pero, continúo siguiendo sus hechos y sus gestos tomando fotos,
introduciéndose en sus asuntos. Desgraciadamente, no había ningún recurso
legal contra este tipo de hostigamiento; en todo caso nada que pudiera asegurar
definitivamente la tranquilidad de Roman. La justicia se hubiera tenido que
conformar con detener a Fleming y soltarlo por falta de pruebas. La situación
entonces perduró… Roman aparentó entrar en razón y el otro se dio vuelo. En
paralelo a sus estudios, Roman puso su primera empresa con Hamani y dos o
tres otros tipos. Invirtió el resto de su pequeña herencia que supo hacer
fructificar, tanto y tan bien que a los 21 años ya poseía varios millones de
dólares. Fue entonces que líquidó la sociedad. Les pagó a sus socios y juntó todo
el dinero que tenía, cincuenta millones de dólares. Una pequeña fortuna que usó
íntegramente para poner una recompensa a la cabeza de Fleming. Después de lo
cual se quedó sin dinero y tuvo que empezar de cero.
Nils y yo nos sobresaltamos. Intentaba lo mejor que podía digerir todas las
informaciones que nos abrevaba Marquentin, pero ésta es la proverbial gota de
agua que desborda el vaso.
¿Porqué Roman nunca nos habló de todo esto? Él debía saber cuándo
empezó a hablar de Marquentin que estas historias saldrían a la luz. ¿Entonces?
¿Porqué este silencio? ¿Porqué haber contratado a Nils si él hizo algo tan grave
como pretende Marquentin? ¿Roman, patrocinador de un asesino?
- ¿Un contrato? pregunta Nils, escéptico. ¿Roman Parker mandó asesinos tras
Fleming? ¿Y once años más tarde Fleming sigue vivo? ¿Se burla usted de mí?
- Para nada. Pero, como ya le dije, Roman nunca ha sido un hombre ordinario
y siempre ha tenido un cierto sentido del humor. El depositó entonces los
millones con un antiguo abogado, en San Petersburgo. Un tipo poco
recomendable, ¿Es necesario precisarlo? Pero fiable, por lo que de él se decía. El
trato era simple: el pozo era de cincuenta millones, el abogado depositaría un
millón a cada tipo, donde quiera que estuviese en el planeta, que enviara a
Fleming a urgencias si éste apareciera en los Estados Unidos o en Europa. El
contrato corría sobre diez años y estipulaba que en caso de muerte de Fleming,
no sólo la suma no sería depositada al que lo hubiera jodido demasiado fuerte
sino además el contrato sería transferido a su propia cabeza.
- Excelente, comenta sobriamente Nils con una sonrisa, mientras que yo dejo
escapar un suspiro de alivio (¡Roman no mandó matar a nadie!). Un millón por
una simple golpiza, es enorme. Los voluntarios se han de haber aventado en la
puerta. Apuesto a que Parker tuvo rápidamente la paz.
- Totalmente, responde Marquentin sonriendo al voltear. Fleming tuvo media
docena de visitas a urgencias en el transcurso de los primeros meses, luego
intentó exiliarse en las regiones escondidas de los States, pero siempre había
alguien que lo reconocía y le rompía uno o dos huesos. Aún en un lugar tan
vasto como los Estados Unidos puede parecer minúsculo cuando tienes a todos
los malhechores de la tierra tras de ti. Así que, probablemente se instaló en
Australia, en China o en la Isla de Elba. En todo caso, desapareció
definitivamente de circulación, excepto por dos o tres apariciones, cada vez más
lejos, que se hicieron facturar por un regreso a urgencias. Supongo que después
de eso ni siquiera se atrevía a salir a comprar pan sin su pasamontañas y sus
lentes negros.
- Hasta este invierno, digo yo. Lo crucé varias veces y parecía estar en plena
forma.
- Sí, el contrato expiró este otoño, si mis cálculos son buenos.
- ¿Cómo saben ustedes todo eso? le pregunté. Eso sucedió después de su
retiro.
- Conservé algunos contactos en Francia que son mis ojos y mis orejas.
Necesitaba mantenerme al tanto, en caso de que alguien más quisiera desenterrar
este viejo asunto. Alguien como tú, hijo, dice dirigiéndose a Nils. Sólo que,
ignoro cómo, fuiste más astuto que mis informantes y no se dieron cuenta de
nada cuando comenzaste a esculcar por todas partes y a reagrupar las pruebas
contra mí.
- ¿Y el resto del dinero después de los diez años? pregunta Nils sin levantar la
cabeza.
- Distribuido en diversas obras de caridad estipuladas en el contrato…
29. Hombres de corazón
Nils tiene razón: una mujer, como Frida Pereira por ejemplo, podría también
ser la contratante... Evidentemente, es absurdo porque nada la une a Roman.
Pero, hombre o mujer, es ese tipo de perfil el que se debe buscar.
¿Entonces sería verdad: los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus?
- ¡Celosa!
- ¡No es cierto!
***
Un cuarto de hora más tarde, estamos sentados los cuatro codo a codo sobre la
pequeña mesa del salón, la grande está llena de pilas de expedientes y de hojas
sueltas que sería muy fastidioso mover.
Nota para más tarde: agregar cojines y cortinas de colores, está bien, pero
agregar muebles, eso también podría ser útil.
Nils se empotró bien que mal entre Roman y Malik, y tiene que rivalizar en
habilidad para usar su tenedor sin sacarle un ojo a uno ni noquear al otro.
Personalmente, estoy encantada de este hacinamiento: el muslo de Roman se
frota, intermitente, tiernamente contra el mío, y su calor me invade
agradablemente.
Más tarde en la noche, después de que Roman le dijo que podía hablar de
cualquier cosa frente a Malik, Nils resume nuestra entrevista con Marquentin.
Siento los músculos de Roman crisparse cuando se entera de que Fleming alentó
a la jauría de paparazzi contra su madre, y aprieto suavemente su mano en la
mía. Malik le lanza una mirada inquieta, listo para intervenir, pero es finalmente
Nils quien relaja la situación:
Esta vez, Roman ríe francamente y, apretando su abrazo sobre mí, hace llover
sobre mis hombros una cascada de besos.
- Sólo hay que hacer un poco más de ruido que él, murmura deslizando una
mano entre mis muslos...
***
Bueno, sigo siendo sólo Amy Lenoir, ni su novia ni su prometida, pero si sigue
teniendo estos gestos tiernos y acomedidos, lo perdono.
Reprimo una sonrisa y los dejo hablar. El cuarto de Terence parece una suite
de un gran hotel de cuatro estrellas, con un inmenso baño, un ventanal que da
sobre el parque arbolado de la clínica, una habitación equipada con un escritorio,
un sofá y una cama extra. Roselyne puede quedarse aquí todo el tiempo de la
hospitalización de su marido y Edith tiene un pequeño gabinete con una cama
suplementaria. Pero por muy confortable que sea el lugar, sigue siendo un cuarto
de hospital y espero que Terence se recupere rápido, para regresar a su casa, con
su esposa. Y para conocer a su hija...
***
Después de un almuerzo tardío en el restaurante, Malik vuelve a la clínica,
mientras que Roman y yo nos subimos al coche para, después de una media
hora, dejar nuestras cosas en el hotel situado del lado canadiense de las cataratas
del Niágara, y, espero, poder echarnos sobre un sofá o una cama en donde nada
más importe a condición que no se mueva y que pueda recostarme. No
acostumbro estas noches cortas y estos trayectos tan ajetreados: caminar por
aquí, ir en auto allá, jet para un lado, helicóptero para otro... estos últimos días
me han devastado.
Apenas tengo el tiempo de pensar que es una lástima dormirse en un lugar tan
fabuloso sin siquiera disfrutar de la vista, que ya caigo en los brazos de Morfeo.
- Es de hecho muy bello, dice. ¿Qué otra cosa me tienes que enseñar?
Pongo mi boca sobre su torso, doy un pequeño lenguetazo sobre cada una de
sus tetillas, para emparejarnos, él se estremece y suspira. Luego vuelvo a tomar
su mano rebelde y la guío hacia mi vientre, la dejo deslizarse hacia mi ombligo,
la hago describir arabescos sensuales volviendo a subir hacia mis flancos, roces
que despiertan una a una todas mis terminaciones nerviosas hasta que se topa
con el encaje de la pantaleta. Ahí, me detengo, confusa, estremecida. Es extraño
guiar la mano de Roman, de hacerla hacer lo que quiero. Tórridas imágenes e
ideas turbias me atraviesan el pensamiento, sobretodo por que una fugaz ojeada
hacia la parte baja de su cintura me muestra que este pequeño juego también lo
excita. El arco que dibuja su sexo en tensión se muestra claramente bajo la tela
de su pantalón.
Los arranca de mis muslos, con un movimiento vivo, y abre los ojos. Se diría
que ya no tengo control sobre su mano y que la autoridad cambio de dueño...
Da un paso hacia atrás, toma su tiempo para observarme, sus manos juegan
mecánicamente con mis listones, enrollándolos y desenrollándolos sobre sus
dedos.
Giro lentamente sobre mí misma, apretando los muslos para tratar de calmar
el fuego que crepita allá abajo, una brasa que atiza con su voz grave y
aterciopelada.
- Recárgate sobre el sillón que está frente a ti, quiero verte inclinada, quiero
admirar tus nalgas francas hacia mí.
Obedezco un poco nerviosa por saber que me está mirando mientras que yo
no puedo ver su cara, ni ver lo que hace, pero siempre excitada, siempre
ardiente. Todavía más, ahora que tomó el control. Escucho el ruido de un
cinturón que se desabotona, de una bragueta de que se abre, de un pantalón que
baja y que luego sale volando sobre la alfombra. Me pregunto si se quedó con su
bóxer o si su sexo erecto golpea suavemente contra su vientre, libre de toda
atadura. Lo imagino desnudo. Bello. Duro. Pero no volteo. Mi corazón late
sordamente, tamborileando en mis oídos.
Roman pasa sus dedos por la separación de mis nalgas y los desliza hacia mi
sexo que se abre para ellos, empapado, cálido y palpitante. Luego regresa hacia
mis nalgas, las separa, las explora, sus dedos húmedos que se apoyan sobre mi
perineo, mi ano, sin entretenerse demasiado, sin imponerse nunca, hasta que me
tiendo hacia él, porque es muy rico, porque me encanta su delicadeza y las
sensaciones desconocidas que esas zonas me hacen descubrir.
Siento su erección, al mismo tiempo suave y dura, contra mis nalgas que
ofrezco al máximo hacia él, pero mi pantaleta me molesta y refunfuño. Me la
quita en un santiamén y su rapidez me hace sonreír. Luego su mano baja hacia
mi vello púbico y empuña mi sexo, su dedo índice atormenta mi clítoris hasta
hacerme jadear y gemir. Me levanto sobre la punta de mis pies, apoyándome
sobre el sillón y me consumo de impaciencia: ¡ya quiero que me haga suya!
- ¡Quiero que dejes de torturarme y que me abraces más fuerte, que me llenes
y que me hagas venirme! ¡Por favor!
No se hace del rogar por mucho tiempo, y de un impulso tan poderoso que
hace retroceder al enorme sillón, me penetra, con su sexo grueso y largo se hace
un camino de placer en mi vagina chorreante. El placer es divino e instantáneo,
pero mi deseo, lejos de ser saciado, parece exacerbarse: ¡quiero todavía más! Sin
embargo, siento que Roman se retiene, no me posee a fondo, todavía no, a pesar
de la posición que permite una penetración profunda. Pero no me da tiempo de
protestar, pone una mano sobre mi espalda y la otra agarra mis caderas mientras
se hunde más profundo en mí, por fin, completamente, y me llena con una
alegría salvaje, me colma, me sacia y me lleva a un orgasmo que compartimos
en un mismo grito ronco...
***
Atrapa entonces mis dos manos para reunirlas por encima de mi cabeza y me
besa apasionadamente, su lengua invita a la mía a una danza suave y lasciva.
Comienzo a ondular abajo de él, mi cuerpo entumecido por nuestra relación pide
todavía más. Lo que ya no era más que brasas hace un minuto se transforma
repentinamente en flamas voraces.
La primera cosa que percibo, al día siguiente por la mañana, al abrir los ojos,
es un listón negro todavía amarrado a la cabecera de la cama, y tengo
repentinamente la impresión de que mis mejillas están encendidas. La noche
mantuvo sus promesas, fue extremadamente ardiente. Tanteo detrás de mí a la
búsqueda de Roman, pero para mi gran decepción ya se ha levantado.
Despertarme sin él me deja un ligero sabor de amargura y como una huella de
tristeza en el fondo de mi corazón. Es sin embargo (y desafortunadamente)
habitual... Es demasiado matinal para mí, e incluso si vivimos bajo el mismo
techo, no se puede decir que vivimos al mismo ritmo. Roman hace su vida y yo
la mía. Se ausenta a veces para ir al otro lado del mundo y no tengo noticias
suyas durante un día o dos. Las noches, entonces, me parecen interminables...
Siempre es la pregunta que me hago cuando, dos horas más tarde, me lleva a
través de los senderos fantásticos de la reserva de mariposas, a diez minutos de
nuestro hotel, en el que más de dos mil especímenes de cincuenta diferentes
especies, raras y magníficas, de colores tornasolados, revolotean en completa
libertad alrededor de nosotros. Le sirvo de guía a Roman, señalándole las
mariposas, allá una gigantesco Blue Morpho de un azul eléctrico, aquí una Zebra
Longwing de alas amarillas afiladas y con rayas negras, allá una Cracker
violácea cuyos motivos recuerdan a los vitrales, aquí otra vez una Monarca, la
famosa mariposa migratoria, capaz de recorrer miles de kilómetros, y por allá
una Magnificent Owl de tintes anaranjados con sus engañosos ojos dibujados
sobre sus alas posteriores... Roman me escucha y me pregunta, se interesa y se
maravilla por mis conocimientos bastante profundos gracias a mi padre,
apasionado por las mariposas.
Prácticamente me subí sobre Roman para pegar mi nariz a la portilla, con las
dos manos sobre la cabina como una niña frente a una vitrina de juguetes. Él me
toma firmemente por las caderas y le dice a su piloto:
Antes de que pueda darme cuenta, el helicóptero gira bruscamente y cae como
una piedra hacia las rocas que afloran entre los remolinos. Lanzo un grito de
miedo, pero los brazos de Roman me aprietan con fuerza y ya el helicóptero
sube al asalto del torrente, hacia el cielo, hacia mi corazón que se quedó en el
camino suspendido entre las nubes. Grito sin cesar, con los ojos fijos en la
portilla, petrificada por el terror, conmocionada... pero extrañamente eufórica,
como ebria. Dominada por el vértigo, grito sin ya saber si es por el miedo o el
éxtasis. Grito pero también me río, estoy aterrorizada y excitada por las vueltas,
las caídas y los saltos del aparato, por la belleza del cielo y del agua que se
mezclan, con la cabeza arriba y ahora abajo, ya no sé quién está donde, ni quién
hace qué. Es más intenso que el más loco de los juegos mecánicos.
- ¡Roman! ¡Es mágico! ¡Mira! ¡Hay nubes en el río! ¡Hay olas en el cielo!
Roman ríe abrazándome aún más fuerte. Estoy aturdida por la felicidad. Me
siento viva como nunca. Finalmente, me encantan los helicópteros.
***
Almorzamos en el jet que nos lleva de regreso a Manhattan, en compañía de
Malik, a quien describo con detalle nuestras piruetas aéreas con un entusiasmo y
una elocuencia que lo divierten mucho. Cuando aterrizamos, Roman deja libre a
Tony por los siguientes tres días y le agradece su desempeño en las Cataratas.
***
Me alisto para precisarle que no le prometo nada cuando veo salir del
elevador una silueta familiar que me hace perder el hilo. Una silueta delgada con
un traje azul deslucido, cabellos rubios, de estatura media. Que me llena de
miedo.
¡Maldición! ¡Fleming!
¡Fracaso!
Viene directo hacia mí. Y sigue un episodio muy embarazoso durante el cual
balbuceo lamentablemente tratando de explicarle que abandoné la investigación
sobre Teresa Tessler, que resultó no tener ningún interés, que no he vuelto a ver a
Roman Parker desde... hace mucho... ¡por lo menos! Y que no tengo tiempo para
salir a tomar un café, en este momento, dado que tengo que... mmm... tengo
que... ¡responder el teléfono!
- ¡... fabuloso! se extasía Eduardo del otro lado del teléfono. Realmente Amy,
Paris es una ciudad asombrosa, no entiendo lo que viniste a buscar a Boston.
Aquí hay todo lo que puedas soñar.
- Me alegra que te la estés pasando tan bien.
- Y en lo que se refiere a mi trabajo en Bogaert... ¡Ah! ¡De ensueño! Hay
muchísimas colecciones. Como diseñador, tengo pedidos, con unas
especificaciones muy precisas, pero Lou me dijo que en cada colección de
lencería, ella me pediría una creación original, con la única condición de respetar
el tema.
- ¿Entonces te llevas bien con tus jefes?
- ¡Y cómo no hacerlo! Alexander Bogaert, además de ser extraordinariamente
sexy, es un hombre realmente agradable, contrariamente a lo que había
escuchado decir. Y Lou es la más adorable creatura parisina que haya encontrado
hasta ahora... No nos separamos.
- Es realmente formidable, Eduardo, digo feliz por su entusiasmo y por tener
también noticias suyas.
- Además, me enteré de algo muy bueno por Lou, susurra con un tono de
conspirador. ¿Sabes porqué fui contratado?
- Mmm... ¿porque eres talentoso?
- Sí, por supuesto. Pero sobretodo porque un tal Roman Parker, en una cita
con Bogaert, le sugirió contratar a un diseñador de Boston, que compartía su
apartamento con una linda periodista. Un joven lleno de talento y demasiado
guapo para permanecer cerca de su novia, según él.
- ¡¿Eh?! exclamo tratando de digerir la información. ¿Roman? ¿Mi Roman?
¿Él hizo eso? ¿Estás seguro?
- ¡Sí, tu Roman! ¡Seguro!
- ¿De verdad dijo: demasiado guapo para permanecer cerca de su “novia”?
pregunto incrédula.
- Fueron sus palabras. Me siento además confundido de que me encuentre tan
guapo, agrega Eduardo con un tono soñador. Pero decepcionado porque nunca se
dio cuenta de que me excitaba más que a ti (sin querer ofenderte). Nunca se
sabe, en un malentendido...
- Ni lo sueñes, digo riendo. De todas formas, no te hubiera dejado acercarte a
él. Y además, no veo como podría haberlo notado si solamente se cruzó pocas
veces contigo. Incluso yo no sabía que eres gay hasta el día que llevaste a ese
Johan al apartamento y que se quedaron encerrados dos días en tu recámara,
viviendo sólo de amor y pizzas congeladas...
Hablamos con entusiasmo todavía una buena media hora antes de colgar. La
alegría comunicativa de Eduardo me hace bien, ella disipa mis angustias a
propósito de Andrew. Eduardo me hace falta, nuestras pláticas, nuestras
confidencias, nuestras carcajadas... pero estoy realmente contenta por lo que le
pasa. París es una ciudad perfecta para él.
¡Soy, por confesión del interesado, la novia de Roman Parker! ¡Wow! Eso
cambia mucho las cosas...
Luego decido hacer más larga mi hora del almuerzo y pasar a verlo de
improvisto a la Red Tower. Él tiene que ir a Seattle esta tarde, para un congreso,
y regresa hasta el miércoles por la noche, pero esta conversación con Eduardo
me llenó de alegría, de felicidad, de impaciencia, me siento febril, enamorada,
excitada, sobre carbones ardientes, tengo que ver a Roman, enseguida, ¡ahora!
Tengo que decirle que quiero quedarme con él, que no quiero volver a mi
apartamento cuando Sibylle lo libere.
Y todavía invadida por esta fantástica euforia empujo la puerta del jardín zen
que lleva a la entrada privada de los aposentos de Roman, en la parte posterior
de la Red Tower. La lluvia se ha detenido pero el jardín está todavía reluciente
por la lluvia. Los guijarros negros y blancos brillan bajo el tímido sol que se
asoma. La vida es maravillosa.
O mejor dicho: lo era, hasta que percibo detrás de los cerezos de ramas
desnudas, a través del ventanal de la estancia de la entrada, a Roman en
compañía de una joven de belleza asombrosa y de un pequeño niño que se le
parece extrañamente. El niño debe tener unos ocho años, está en los brazos de
Roman, colgado a su cuello, radiante. La mujer, una negra alta un poco más
grande que yo, con la presencia de una top model, pasa una mano por los
cabellos del niño, rozando la mejilla de Roman de paso, quien le devuelve una
sonrisa. Una sonrisa llena de dulzura.
- ¡Es tal vez sólo una amiga, una prima, una ex! Estás sacando conclusiones
muy tempranas.
- No estoy sacando nada: Teresa era huérfana y Jack hijo único. Roman no
tiene primos, ni siquiera lejanos. Y nadie le hace un bebé a una amiga. Mira
cómo se le parece. Cómo es hermoso. La misma sonrisa, los mismo gestos, un
Roman en miniatura, de piel caramelo. Mira cómo son cercanos.
- No... no puedo. Está por encima de mis fuerzas. No ahora. ¿Porqué no dijo
nada? Hace ya casi seis meses que estamos juntos. Esa mujer súper sexy, de
acuerdo, digamos que sólo se trata de una ex de la que olvidó hablarme.
Admitámoslo. Lo ves, me esfuerzo, incluso si no me lo creo. Pero, ¿cómo pudo
esconderme que tenía un hijo?
- ...
Pero eso, fue hace una eternidad, en otra vida. Fue al menos hace una hora,
antes de sorprenderlo en un tierno encuentro con una mujer hermosa con un niño
en brazos que se parece a él como dos gotas de agua. Desde ese momento estoy
devastada.
Sin embargo, no lloro, mis ojos están secos, y eso es todavía peor que si me
hubiera deshecho en sollozos y en lágrimas. Me duele, me duele mucho, sólo
que no logro expresar mi dolor, no puedo exteriorizarlo. Entonces éste se queda
ahí, hirviendo en mi vientre, en mi garganta, en mis venas.
Mis pasos me llevaron a Central Park, deambulo por los senderos, escucho el
rugido de los leones, en el zoológico cercano. Camino hasta mi banca, aquella
del principio, sobre la que me sentaba en la noche cuando corría detrás de un
desconocido de nombre Roman Parker, para sacarle la entrevista que iba a
cambiar mi vida. La banca está empapada de lluvia pero no me importa, me dejo
caer en ella, indiferente a todo. Es aquí que vi a Roman por primera vez. Sólo
era en ese entonces un corredor anónimo, de rostro escondido por una capucha.
Pero recuerdo que me había gustado, instantáneamente; su silueta atlética, su
zancada amplia y regular, su manera de correr, con toda potencia y gracia. Al
cabo de los días, se había convertido en un punto de anclaje en mi vida cotidiana
caótica. Me gustaba encontrarlo, mi desconocido sin rostro, rápido y aéreo, cada
noche en el parque. Su presencia silenciosa era reconfortante. Había algo en él,
indefinible, que me atraía.
Siento una lágrima que se escapa y me digo que por fin voy a llorar,
desahogarme: por fin voy a deshacerme de esta pena que me corta el aliento.
Pero no.
Es incluso todavía peor cuando los minutos pasan. Porque me doy cuenta de
la verdadera medida del desastre, del engaño: si Roman pudo esconderme que
tenía un hijo, ¿qué otra cosa me ha ocultado? ¿Hasta dónde llega el engaño? Si
me ha mentido en esto, ¿en qué más? Si es capaz de actuar tantos personajes,
cuál es el verdadero Roman? Pongo « si » por todos lados porque, contra todo
pronóstico, espero que la evidencia no sea la verdad, que Roman tenga una
buena explicación para todo esto, o excusas sólidas. Pero me cuesta trabajo tratar
de convencerme…
- Amy, amor mío, te vas a reír, me sucedió algo muy extraño: figúrate que mi
madre tenía una media hermana escondida que me acaba de contactar después de
haber pasado doce años en Guatemala. Conocí a mi sobrino, es adorable, tan
guapo como yo, alcánzame en la Red Tower, ¡quisiera presentártelos!
- Hola Nils, digo tratando de dominar mi voz, para evitar que tiemble.
- Amy, ¿Fleming sigue en Undertake? me pregunta sin preámbulo.
- No, desapareció como llegó después de que le dije que el asunto de Tessler
ya no me interesaba.
- ¡Maldición! dice Nils. ¿Te creyó?
- Mmm… no estoy segura. No miento muy bien…
- ¡Maldición! repite con más vehemencia. Esta basura no se puede rastrear.
Direcciones falsas, número de teléfono que ya no existe, placas de matrícula
falsa, ninguna relación con nadie, cero amigos, sin familia. Contaba con
esconderme frente a Undertake pero ahora que sabe que le contaste bobadas,
debe desconfiar, se va a evaporar. Apuesto que ya no lo veremos por la revista,
ni en otra parte. Diez años de vivir en la sombra con el contrato de Roman sobre
la cabeza le habrán seguramente enseñado cómo desaparecer y volverse
invisible.
- Lo siento, respondo contrariada.
- No es tu culpa, suspira. ¿No vas a disculparte por ser honesta, verdad?
Pienso en lo que acabo de descubrir sobre Roman y decido que Nils tiene mil
veces razón. Ok, no sé mentir, pero eso es una cualidad, ¿no es así?
- Tessler era la estrella, me había respondido Andrew; era a ella a quien los
paparazis perseguían noche y día, era de ella de quien se quería conocer los
pormenores de su vida. Y era su auto. Vance estaba mucho menos mediatizado,
hubiera sido más sencillo eliminarlo discretamente en su casa en California.
Además, Teresa Tessler era una apasionada de la causa animal y su muerte
sobrevino justo durante una campaña particularmente controversial contra los
laboratorios de cosméticos que experimentaban y hacían pruebas con los
animales. Esos laboratorios tenían mucho que perder. Millones de dólares…
Hablar con él, pensar, me hizo olvidar por un tiempo mi dolor. Solamente por
un tiempo. Cuando cuelgo, éste planta de nuevo sus garras en mi corazón y en
mi cabeza. Y éste tiene un nombre: Roman…
Le doy vueltas y vueltas a mi iPhone entre mis manos, dudando sobre lo que
debo hacer. Vacilo durante un buen cuarto de hora antes de llamar a Edith para
aceptar el reportaje sobre cirugía estética en Brasil. Algunos días lejos de Roman
me permitirán reflexionar, calmarme, y tal vez verlo con más claridad. Edith está
encantada, ese trabajo le es muy importante, está trabajando en él desde hace
varias semanas confrontando las fuentes de diferentes países, y sólo le faltan las
informaciones de Brasil para redondearlo. Por el momento, ella está en Buffalo
con su padre, cuyo estado es estable. Le sugiero el nombre de Simon para
acompañarme y acepta sin dudarlo, asegurándome que va a arreglarse con el
fotógrafo que ya había inicialmente previsto. Aprecia de verdad el trabajo de
Simon y creo que también me quiere complacer.
Me responde inmediatamente:
Su mensaje me arranca una pobre sonrisa. No está mal, es mejor que no tener
el menor atisbo de sonrisa. Sí, este viaje es una buena idea…
***
Una hora más tarde, me encuentro echada sobre el sofá de mi apartamento,
mirando con un aire ausente a mi hermana y a mi coinquilina que se agitan
llenando cajas de cartón. Trato de parecer alegre cuando me lanzan una mirada y
están tan ocupadas que no se dan cuenta de mi tristeza. Sibylle se muda mañana;
tomó una recámara amueblada en un lugar en el que se encontrará con su amiga
del gimnasio de box, Julia. Aunque no tenga más de un mes de llegada, tuvo el
tiempo para acumular una cantidad impresionante de adornos, revistas, ropa y
objetos inútiles.
- ¿Son tuyas o son mías estas mallas? le pregunta a Charlie que amontona sin
ninguna precaución todas las cosas en una caja de plástico.
- Son tuyas, responde Charlie sin dudar. Nunca me pondría algo así… azul.
Enfermaría al más aguerrido de los camaleones.
De hecho, las mallas en cuestión son de un azul eléctrico tan vivo que debe
brillar en la noche. Produce escozor en los ojos.
Sibylle le lanza un cojín del sofá riendo, y me toca estar en medio de esta
batalla memorable, digna de las mejores guerras de almohadas de nuestra niñez.
Su alegre humor debería ser contagioso y trato de poner buena cara, pero me
siento vacía, a dos centímetros de reventar y estallar en llanto. Sin embargo, me
controlo. Ignoro por qué milagro e ignoro incluso el porqué. Tal vez por miedo
de que al hablarlo se vuelva real la traición de Roman. Mientras nadie esté
enterado, es como si nada hubiese pasado, como si siguiera viviendo el amor
perfecto con mi misterioso y hermoso multimillonario.
- Bah… los hombres se expresan menos que las mujeres, eso es sabido por
todos. Y tu Roman no parece ser muy locuaz, incluso con los criterios en curso,
entonces no esperes que te acose por teléfono o que te inunde de correos
electrónicos.
¿En dónde estás Roman? ¿Qué haces? ¿Con quién? ¿Demasiado ocupado
por otra para responder a mi mensaje de texto? ¿Significo tan poco para ti?
¿Sólo recuerdas que hoy tenía que volver a mi apartamento? ¿Qué ya no
viviremos juntos? ¿Qué ya no estaré ahí cuando regreses? ¿Nada de eso te
afecta?
Simon me lanza una mirada que me confirma que soy una mentirosa
lamentable y que no me cree nada, pero afortunadamente es un chico delicado y
no insiste.
¡Qué cara dura! ¡¿Me entero de una manera brutal y desagradable que me
miente desde hace meses, que tiene un hijo, y probablemente una amante, y para
que lo perdone, no encuentra nada mejor que proponerme una comida y un
acostón?! ¡Debe ser una broma! ¿Así funcionan las cosas entre los
multimillonarios? ¡Tal vez sea moneda corriente en el mundo del espectáculo,
tal vez sea víctima del ejemplo de sus padres, pero por supuesto que no
aceptaré!
¡¿Y ni siquiera una disculpa?! ¿Por quién me toma? ¿Por qué? ¿Por una
cosa suya? ¿Por su animal doméstico? ¿Por un maldito mueble en su maldito
apartamento de su maldita torre?
***
Simon está tan sorprendido que no encuentra qué responder. Nuestra cita
siguiente, después del almuerzo, es esta vez en la clínica más elegante y la más
prestigiosa del país. Las instalaciones y los equipos son de última generación.
Los locales son chics y se respira en ellos la abundancia, el dinero. Aquí, están
especializados en la cirugía estética pura y dura, aquí se mantienen gracias a la
rinoplastia, el aumento mamario y la gluteopastia.
Luego Bahia (según su nombre escrito en una placa) nos informa con detalle
el tipo de clientela, el costo, los fenómenos de la moda, las inspiraciones y las
tendencias. En lo concerniente al impacto económico, es el mismísimo director
de la clínica quien nos concede un cuarto de hora para responder a todas nuestras
preguntas.
- Será un placer. Hay un pequeño restaurante muy bueno a dos calles de aquí,
al salir doblando a la izquierda. El Janaina. Estaré lista a las 20 horas, ¿está bien?
- Perfecto, digo, aliviada antes de alcanzar a Simon, quien se quedó
petrificado en donde lo dejé, sin atreverse a intervenir.
- Amy, balbucea un poco más tarde, siguiéndome sobre la acera.
- ¿Sí, Simon? respondo buscando la calle del Janaina.
- Gracias…
Por supuesto, mis pensamientos vuelven a Roman, pero no siento que haya
avanzado nada desde el lunes a mediodía. Trato de reflexionar, de comprender,
pero es claro que no llegaré a ningún lado si no me atrevo a hablar.
Lo que haré justo cuando regrese. Ir a verlo. Pedirle que me explique. Creo
que puedo tranquilizarme, por el momento. En todo caso, será mejor que seguir
amargándome la sangre, debatiéndome en la incertidumbre y las
extrapolaciones.
Sentada en flor de loto sobre mi estrecha cama, hago desfilar sobre mi iPhone
las pocas fotos que logré tomar de Roman cuando está completamente absorto en
lo que hace y que nada más en el mundo existe para él. Aquí, en Navidad,
cuando negociaba por teléfono con ese viejo japonés intratable paseándose por la
biblioteca de mi padre, con el rostro serio, la mirada lejana. Aquí, esa misma
semana, relajado y sonriente, con mi sobrinito riendo a carcajadas colgado en su
espalda. Aquí otra vez, sentado al borde del sofá, con las mangas de su camisa
enrolladas sobre sus brazos bronceados, con su cabeza rozando la de Malik
mientras estaban concentrados en el expediente médico de Terence, con el
semblante grave y preocupado. Otra vez, soñador, con las manos en los bolsillos,
las piernas separadas, frente al gran ventanal, admirando el río Hudson bajo la
nieve, desde el salón. Y la última, una noche tormentosa, al regreso de una larga
carrera, sacudiéndose en la entrada, chorreante por la lluvia, con el torso
desnudo y sus cabellos en desorden.
***
Los siguientes dos días, Simon y yo encontramos una idéntica buena voluntad
en todas las clínicas. Es una felicidad que casi logra hacerme ocultar el hecho de
que Roman ya debe haber regresado de Seattle, y se estará preguntando en dónde
estoy. Si en verdad se preocupa… Obtuvimos ampliamente el material para
escribir un artículo extremadamente documentado y detallado, estamos muy
contentos con nuestro trabajo. Pasamos la noche del jueves recorriendo las calles
de la ciudad, en compañía de Bahia, quien nos hace visitar los diferentes barrios.
Entre ella y Simon, tengo la impresión de que se entienden bien. Me alegro por
él, incluso si me pregunto cómo va a terminar todo esto, si van a seguirse
viendo: por lo que sé, aún no existe ninguna línea de metro directa entre Río y
Queens.
- Poco importa, estoy listo para echarme a hombros la tarea de escribir doce
cartas por semana si es necesario, me responde cuando platicamos la última
noche en la terraza de un café. Pero no estoy seguro de si ella estaría dispuesta…
- ¿De dónde sale este discurso pesimista? Ella te devora con los ojos.
- Tal vez pero por el momento estamos en el coqueteo más inocente. Ella es
creyente y no bromea con la religión en su familia. No puedo deshonrarla.
- Oh… Sin embargo no parece ser una monja, digo sorprendida, pensando en
los atuendos súper sexys de la hermosa carioca.
- Es sólo para el placer de los ojos, suspira Simon, contrariado. Prohibido
tocar o probar.
Simon abre los ojos desmesuradamente y pone una cara de sorpresa que me
arranca de nuevo una sonrisa. Me toma casi una hora contarle toda la historia,
omitiendo la parte de la investigación sobre Teresa.
- Tienes que hablar con él, me dice después de haber visto el problema desde
todos sus ángulos. Muchos rumores circulan sobre Roman Parker, pero ninguno
deja ver que sea un hipócrita. Al contrario, es famoso por ser íntegro, directo, de
una franqueza casi brutal con sus socios como con sus colaboradores y
enemigos.
- Pero, ¿cómo explicas eso entonces? Pregunto, al mismo tiempo desesperada
y aliviada de que haya llegado a la misma conclusión que yo, pero aún sin
comprender.
- No lo explico pero él seguramente lo hará. ¿Porqué no le llamas?
- No, no tengo ganas de abordar algo tan delicado por teléfono. E incluso si lo
quisiera, no podría: el paquete de mi teléfono no es internacional, sólo funciona
en Europa o en Estados Unidos. Pero en cuanto volvamos, iré a verlo, lo
prometo.
- ¡Te conviene! ¡Claro! concluye levantándose. Es nuestra última noche en
Brasil, el primer día de carnaval, ¡aprovechémoslo!
- ¿No saldrás con Bahia esta noche?
- No. Pero gracias a Edith que tenía una reservación en el sambódromo,
podremos mirarla bailar. ¿Qué te parece? Después sus hermanos la
acompañarán, ya no habrá manera de acercarme a ella.
- Sí, buena idea. ¡Será estupendo! ¿La volverás a ver antes de partir mañana
por la mañana?
- No, responde sombríamente. Pero tengo su dirección de correo, no es tan
malo…
Pasamos una velada extraordinaria, fuera del tiempo. El desfile nos quita el
aliento, Simon logra ver a Bahia, sublime en su traje de colores oro y azul de su
escuela de samba, GRES Unidos da Tijuca. Nos dejamos llevar por la alegría
general y las horas pasan y desfilan sin que nos demos cuenta de amistades
efímeras y danzas improvisadas, de copas y de risas locas. Pronto el horizonte
palidece y el cielo se aclara mientras que las calles se vacían. El espectáculo me
fascina y me tomo un momento para darme cuenta de que algo no está bien.
Estoy convencida de que olvidamos algo primordial, pero la vista es
magnífica… La iglesia toca seis campanadas y eso me despierta:
Una hora más tarde, después de haber ido al baño, masticamos sin gran
entusiasmo nuestros sándwiches rancios. Edith le prometió a Simon hacer lo
necesario y nos pide mantener la calma en lo que esperamos. Tomamos entonces
con paciencia nuestro mal. Los tres tipos que estaban en la oficina con nosotros
fueron embarcados por la policía y ya no tenemos que soportarlos. Para matar el
tiempo, platicamos, jugamos a las adivinanzas, hacemos comentarios sobre la
apariencia de las personas que vemos pasar por una pequeña rendija en la puerta
de nuestra oficina. Por un momento, creo reconocer un rostro, los rizos castaños
y los rasgos regulares de un hombre guapo de traje verde botella me parecen
familiares sin que logre recordar en dónde lo he visto. Sigue al jefe de aduanas a
su oficina.
Pronto serán las 17 horas cuando una cierta agitación en la oficina vecina, la
del famoso jefe de carácter irascible de la aduana, nos saca de nuestro letargo.
Estallidos de voces se escuchan, y estos van in crescendo. Al reconocer algunos
fragmentos de frases en inglés, afinamos el oído. Visiblemente, alguien se le está
enfrentando y entre más se encoleriza, más su acento portugués es marcado,
volviendo difícil, casi imposible la comprensión de lo que dice. El altercado se
eterniza pero el jefe se fatiga, su tono sube cada vez más, y ahora deben
escucharlo hasta el otro lado del aeropuerto. Su interlocutor, parece conservar la
calma ya que no escuchamos sus respuestas. Por lo menos hasta que un
formidable rugido retumba repentinamente:
¿Y ahora? ¿Qué hago? ¿Le salto al cuello? ¡Estoy tan, pero tan feliz de que
esté aquí! ¡Que haya volado para salvarme! Sólo le falta la espada mágica y el
corcel blanco…
Pero Roman no me deja divagar por más tiempo. En dos zancadas está sobre
mí, me atrapa por la muñeca, toma mi pequeña valija y le indica a Simon que
nos siga. No es completamente así como imaginaba mi rescate de doncella en
apuros pero aún estoy estupefacta. Y sobre todo demasiado ocupada tratando de
permanecer a la altura sin clavarme en el suelo, para protestar. Él camina
increíblemente rápido y el suelo es resbaloso. Sin decir una sola palabra, nos
remolca a través del aeropuerto. El jefe de la aduana trota detrás de nosotros,
furioso, iracundo, casi podemos ver el humo que le sale por las orejas. Por el
rabillo del ojo, percibo al hombre de traje verde extender una tarjeta de visita
combinada con un fajo de documentos sellados mientras que Malik trata de
controlar la situación con los otros aduaneros que han venido en apoyo de su
jefe.
Sin embargo no sé mucho más. Continúo galopando bien que mal al lado de
Roman que no ha disminuido su velocidad. Salimos por fin de la terminal y nos
introducimos en un taxi. Simon, que se alistaba para entrar con nosotros, es
detenido al vuelo por Malik que le señala un segundo vehículo. Durante el
trayecto, Roman no dice una sola palabra, con la mandíbula crispada. No se
calma. No sé si es por la discusión con la aduana brasileña o conmigo por
haberme puesto en una situación tan improbable, me abstengo prudentemente de
hacer cualquier comentario. A decir verdad, todo ha pasado demasiado rápido, y
estoy tan exhausta, que no me doy cuenta muy bien de las cosas. Aprovecho este
descanso para poner en orden mis ideas. Un detalle, una palabra, flota en la
frontera de mi consciencia, sin que pueda definirla y eso me molesta. Sé que es
importante pero imposible poner el dedo en esa llaga. De repente: ¡lo tengo!
Roman me lanza una mirada poco amena, sin responder, pero no me dejo
intimidar. La frase que gritó al oído del jefe de aduanas malhumorado en el
aeropuerto me regresa a la memoria y, si apenas logro reaccionar aunque sea con
retardo, no voy a dejarme amilanar por una mirada asesina. No lo soñé, él me
llamo su mujer…
- ¿Roman? ¿Hiciste el trayecto desde Manhattan en menos de cinco horas
para venir a buscarme, dejándolo todo?
- No seas ridícula, masculla. Ningún jet es tan rápido y no tengo súper
poderes. Estaba en Argentina, con el jeque Hamani.
- De acuerdo, si quieres discutir por nimiedades… pero amenazaste a un
oficial de aduanas con mandarlo a la Antártida si no te regresaba a tu mujer, ¿no
es así?
- Es así, responde fríamente, con el rostro hacia la ventanilla. Tengo, desde
hace algunos días, unas ganas irresistibles de estrangularte y eso era imposible
mientras ese estúpido general te retuviera en su oficina.
Roman comienza por sugerirles que vayan al bar, justo detrás de la cabina de
pilotaje:
- Amy… comienza, mientras que del otro lado de la puerta resuenan, fuertes,
los primeros compases, duros y sincopados, de Sad but True de Metallica.
¿Sabes en qué día estamos?
- ¿Sábado? respondo prudentemente retrocediendo hacia la cama.
- Sábado, exactamente, dice con una voz sin tono que contrasta con los rasgos
crispados de su cara y el brillo amenazante de su mirada. Lo que significa, si mis
cálculos son correctos, que me quedé sin tener noticias tuyas durante casi seis
días.
- Sí, pero…
- Mientras que yo pensaba inocentemente que te vería, o por lo menos sabría
de ti, al regreso de mi congreso. No ese mismo día, tal vez al día siguiente.
Incluso un día después. Lo que hace la gente que se frecuenta, me parece: se
mantiene al corriente cuando uno o el otro se van al otro lado del mundo.
Detenme si me equivoco. Ahora bien, sorpresa, cuando regreso de Seattle: nada.
No Amy. Ni una carta, ni un mensaje de texto, ni un correo electrónico. Nada.
Ninguna explicación. Sólo la ausencia.
- Es porque…
- Y al día siguiente, nada mejoró. Sólo un mensaje de Nils que me informa
que Fleming trató de acercarse a ti hace ya dos días, me interrumpe fusilándome
con la mirada. Dos largos días durante los que pudo haber pasado cualquier cosa.
¿Fleming, lo sabes, ese periodista completamente desquiciado e imprevisible que
tiene una fijación conmigo y todo lo que me rodea? ¿Te das cuenta de qué clase
de chiflado estamos hablando?
- Sí, digo penosamente, comprendiendo a dónde quiere llegar.
- ¿No adivinas lo que pude haber pensado, al adicionar esos dos hechos?
Desaparición de Amy más reaparición de Fleming igual a… ¿tú qué crees?
¿Sabes lo que sentí?
¡Ay, ay, ay! ¡Qué estúpida! ¡Pero qué estúpida imbécil egoísta! ¿Porqué no
pensé en nada de esto? ¿Porqué no le envié ni siquiera un mensaje de texto en el
que le explicara que salía de viaje?
Levanta la cabeza sin una palabra y sus dedos se enredan con los míos.
Tengo una mueca de duda. Me aseé un poco en el aeropuerto pero aun así
todavía me parezco a Robinson Crusoe el décimo día de su naufragio. Mis
cabellos forman una corona inextricable de algas rojas sobre mi cráneo. Roman,
sentado sobre la cama, aprisiona mis piernas entre sus rodillas.
Me sonríe sin responder pero lo que leo en sus ojos me es suficiente. Con los
primeros compases, suaves y poderosos, de Nothing Else Matters, me inclino
hacia él para besarlo. Sus labios son sedosos y cálidos, es tierno, es mío y yo le
pertenezco, definitivamente.
Inclinada sobre él, con las piernas aprisionadas entre sus rodillas que me
inmovilizan como una prensa, lo beso hasta quedar mareada. Es como dejarme
flotar sobre las olas de un mar que comienza a agitarse, cuando los chapoteos se
convierten en oleajes, luego en rompientes, cuando nos mezclamos y ya no
sabemos en dónde se encuentra el suelo y en dónde el cielo. Es embriagante, me
encanta. Su mano derecha me sostiene firmemente por la nuca mientras que la
izquierda sube por mis jeans. Generalmente, Roman se toma su tiempo, hay que
durar en los juegos preliminares, me atormenta hasta hacerme perder la cabeza.
Cultiva el arte de hacerme languidecer.
Pero no esta vez. Después de un rápido pasaje sobre la tela áspera entre mis
muslos, un pequeño movimiento circular del pulgar que me hace gemir por un
placer incontrolable y me dan unas ganas de separar mis muslos, desabotona mi
cinturón, baja el cierre y jala con un movimiento impaciente mis jeans. Luego
toma firmemente mi mano y la coloca brutalmente sobre su entrepierna. No hay
duda, es una erección en toda regla bajo mis dedos. Y una enorme… Comienzo a
acariciarlo suavemente a través de la tela ligera cuando deja mi boca y me dice:
Pongo mis manos sobre sus hombros, amplios y poderosos, y me acerco a él.
Él desliza sus rodillas entre mis piernas y las separa. Lentamente. Siento mis
labios separarse el uno del otro, cómo mi sexo se abre. Siento el ligero soplo del
aire del ventilador hacer temblar mi vello púbico húmedo y rozar el pequeño
botón carnoso y tan sensible escondido entre mis muslos. Es delicioso. Roman
no separa sus ojos de mi sexo y me siento un poco intimidada. La luz es más
bien cruda… Pero no pido que la baje, me concentro sobre su verga que se
sobresalta suavemente contra su vientre, fuerte y esbelto. Me parece bellísima,
excitante, me evoca mil y un delicias, y supongo que Roman debe sentir
exactamente lo mismo, entonces dejo que me contemple. Me abro incluso un
poco más, hasta que levanta los ojos hacia mí:
- Tómame con tu mano. Y guíame, Amy. Guíame en ti. Baja sobre mi sexo.
Empálate con él. Húndeme, y hazme el amor, hermosa.
Desabotona mi blusa al mismo tiempo que pronuncia esas palabras, cada frase
puntuada por un botón que salta. Luego, la lanza al suelo y pone una mano
cálida sobre mi sexo y lo cubre, sus dedos separan mis labios chorreantes. Con la
otra mano sobre mi cadera, hace presión sobre ellos, y presiona hasta que doblo
las rodillas. Me guía, me acerca a su erección y continúa, con una voz que se ha
vuelto ronca:
Luego me dejo caer sobre él, por etapas, me retiro, vuelvo a bajar un poco
más lejos, un poco más profundo. Miro su sexo desaparecer poco a poco en mí.
Las sensaciones que me procura, el placer que me da el controlar la bajada, la
profundidad, el ángulo, son todos extraordinariamente divinos. La respiración de
Roman se ha acelerado, empuña mis nalgas con sus manos y las amasa, las
separa, todo esto conteniéndose visiblemente para no imponerme su ritmo.
Quiere dejar que yo haga todo. Él las toma como para contenerse, y cada vez que
al bajar toco sus muslos, los siento tensos y duros como el mármol. Todo en él
parece de piedra, de su rostro a sus músculos definidos. Mientras que yo me
siento líquida, en fusión, cerca de la erupción. Me siento como un volcán que
espera su hora y cuya lava hierve al interior, hasta el instante mágico en el que
por fin hará erupción y consumirá todo a su paso.
Desde este momento me controlo, quiero sacar el máximo partido del placer
de esta posición en la que domino todo. Me deleito con el miembro de Roman,
masivo, que me penetra, que me llena, un poco más con cada uno de mis
movimientos. Nuestras respiraciones se han vuelto escandalosas. Roman plantó
sus ojos en los míos y veo como un desafío, como una invitación para romper
todas las barreras. Entonces me muevo más rápidamente, empalada sobre su
sexo que me llena totalmente ahora, a veces bajo los ojos hacia mis senos
desnudos y blancos que se balancean al mismo ritmo que mi pelvis, y la mirada
de Roman sigue la mía, parece hipnotizada. Pero él sigue con su camisa puesta y
eso me frustra; quisiera desnudarlo pero necesito seguir apoyada en sus hombros
para dominar correctamente la penetración, para aprovechar correctamente la
maravillosa longitud de su asta, para conservar el impulso fogoso de nuestro
encuentro.
- Un pequeño combate amistoso con Nils, susurra cuando lo toco con una
mirada inquisitiva.
Luego retoma mis nalgas y las separa de nuevo. El calor de sus manos me
hace estremecer, sus dedos se crispan en la hendidura de mi trasero y lo
acarician, comienzo a perder el control, a gemir, siento un grito que se forma en
mi garganta, pero aprieto los dientes, para contenerme, para no explotar.
Entonces mis labios se abren y dejo subir de lo más profundo de mis entrañas
un grito de puro placer mientras que un orgasmo fenomenal se apodera de mí. Y
justo antes de abandonarme por completo, justo antes de fenecer en ese placer
indecible, veo los ojos de Roman ponerse en blanco y luego cerrarse mientras
que sus labios, imitando los míos, se abren en un grito formidable que acalla el
mío…
Se deja caer sobre su espalda y me lleva con él. Me recuesto sobre su gran
cuerpo, coloco la cabeza sobre su torso. Por la ventanilla, veo desfilar las nubes
en el cielo oscuro. Acabamos de tocar el cielo a cuarenta mil pies de altura. Eso
me hace sonreír. Estoy feliz, colmada. La música se ha, por fin, callado. Ahora
sólo escucho el corazón de Roman galopar locamente dentro de su pecho. Late
para mí. Es una melodía sublime y maravillosa de la que no me cansaré nunca.
La vida nunca había sido tan bella.
- Te amo, dice en un suspiro apenas perceptible, acariciando mi espalda.
- Te amo, murmuro en eco, cayendo en el sueño.
- Copiona, masculla con una sonrisa en la voz.
34. Héroes y hombres
Está sentado en la cama, con las piernas extendidas, con la espalda contra el
muro. Me acabo de pegar a él y me quedo perdida todavía algunos minutos,
saboreando su presencia.
Lo tomo por un brazo para sacarlo de la cama, pero se rueda sobre sí mismo y
me arrastra con él, nos envuelve en las sábanas, monta sobre mí y me inmoviliza
bajo él. Después de haberme besado hasta hacerme olvidar porqué tenía tantas
ganas de levantarme, declara tranquilamente:
- Ni pienses que te puedes salvar tan rápidamente. Tal vez pudiste echar a
perder todos mis planes ultra románticos para el día de San Valentín, pero no
puedo declararme completamente vencido, y no viajé hasta Perú para nada.
- ¿Perú? ¿Qué tiene que ver Perú en todo esto?
- Si te digo: Juan Flores de Aguas Calientes, ¿quiere decir algo para ti?
- Juan Flores… repito lentamente. ¿Quieres decir: EL Juan Flores? ¿El genial
creador de joyas que venero y por quien me dejaría cortar una pierna si fuera el
precio a pagar para llevar alguna de sus creaciones originales?
- Ése mismo, en efecto, confirma Roman extendiéndome un paquete envuelto
con colores vivos. Pero como prefiero que conserves tus dos piernas, me
adelanté un poco…
- Pero… ¿cómo recordaste un detalle tan insignificante? digo, con una voz
ahogada, conmovida. Debí hablarte de las joyas de Juan Flores hace meses,
cuando apenas nos estábamos conociendo.
- Feliz fiesta de los enamorados, querida, se contenta con responder
sonriendo.
***
Luego me hace visitar los parajes antes de volver a Manhattan. Ya había visto,
en aquella ocasión que visité rápidamente aquí, la increíble mansión de madera
roja de columnas esculpidas, de inmensos ventanales que dan sobre el
Mississippi, pero no había visto sus parques y jardines exuberantes, no sus vastas
y claras dependencias como casas élficas, no sus bosques de árboles centenarios.
En la cocina, feudo de Norah, noto una foto enmarcada, que conozco bien. La
que tomé de Roman en Central Park, a la luz de la luna, y que le envié, con un
simple Gracias garabateado transversalmente. Por mucho tiempo me pregunté si
le habría gustado, y lo que habría hecho de ella. Me siento feliz por encontrarla
aquí. La vieja ama de llaves me dirige una sonrisa cómplice cuando se da cuenta
de que no dejo de contemplarla.
Me hubiera gustado quedarme un poco más, hay tantas cosas que ver en un
lugar tan bello. Pero debo estar en Undertake mañana y Roman estará ausente
toda la semana. Se va a Mónaco esta noche, y estará de regreso hasta el sábado.
Es muy a mi pesar que me subo al jet. Paso la mitad del vuelo admirando la joya
que me regaló. Es una pieza maravillosa, única, un brazalete anillado en oro
rojo, con un cincelado de una delicadeza inusitada. La silueta de un pequeño
gato se dibuja en su cara interna, acompañada por la sombra discreta de un
murciélago estilizado. La referencia a Batman y a Gatúbela, rediseñada con
gusto, me gusta. Más aún, me encanta. Es más original que grabar nuestros dos
nombres, y sólo tiene significado para nosotros. Un secreto de enamorados.
Aprovecho que Roman está ocupado arreglando los últimos detalles para la
fiesta de Cameron (negándose enérgicamente a revelarme en dónde y cómo
será), para prepararle un pequeño regalo. Oh, sólo algo improvisado, pero no
quiero dejar pasar la oportunidad. No solamente por el día de San Valentín, sino
también, y sobre todo, para celebrar la declaración de Roman. Es importante
para mí. Tomo mi agenda y pienso en algunas palabras. Podría contentarme con
escribirle Te amo, sólo que es más que eso. Busco dentro de mi bolso mi
pequeña figura de Batman que es mi amuleto. Lo traigo conmigo desde hace
tantos años que sé bien que ya está bastante desgastado. Pero los héroes no
mueren nunca… Miro a Roman, concentrado sobre su iPad. Lo imagino en cinco
años, en diez años, en cuarenta años. Veo cómo sus cabellos se blanquean, su
piel se marchita, sus hombros se arquean. Luego levanta los ojos y me sonríe.
Siempre con la misma sonrisa, a través de los años, siempre la misma flama en
la mirada. Comienzo a escribir.
***
- No lo puedes abrir antes de estar de nuevo entre las nubes, le digo al besarlo.
- Pero estará su mejor amigo, Malik, que no está para nada mal, y el abogado
de su compañía, Maxime, quien tiene los ojos verdes más hermosos que
cualquier hombre podría soñar con tener y quien evitó que Simon se pudriera en
un calabozo brasileño por tentativa de exportación ilegal de flora protegida.
- ¡Simon trató de sacar marihuana de Brasil? se ahoga escupiendo una galleta.
- Para nada. Sólo un pobre pedazo de corteza de un árbol endémico. Pero lo
defendió con uñas y dientes, negándose a abandonarlo en la aduana. Es un poco
a causa de eso que la situación se complicó.
Como ella insiste saltando por la emoción, le narro nuestras aventuras con
lujo de detalles, complaciéndome al verla reír y revivir nuestras peripecias que,
según ella, merecerían ser escritas en un libro. Cuando imito a Simon, con sus
cabellos rosas y su collar de flores alrededor del cuello, defendiendo como un
león su pedazo de corteza frente a la horda bárbara de agentes aduanales, ella
lanza una carcajada que le provoca incluso derramar unas lágrimas.
Las fotos de Simon son, como siempre, de una calidad y de una maestría
perfectas. Cuando nos encontramos solos me muestra las que le tomo a Bahia.
- Hay algunas que tienen suerte, masculla Simon quien mira por encima de mi
hombro para ver de lo que se trata. ¿Y, por lo menos tiene algún defecto, ese
Roman Parker?
- Tal vez, pero en este momento no hay nada que se me ocurra, confieso
conteniendo mal mi alegría. De hecho, estás invitado el sábado para la fiesta de
cumpleaños de su hermanito, con Charlie, Sibylle y compañía. ¿Podrás ir?
- Por supuesto. Llevaré justamente un súper disfraz del carnaval.
- Que no sea tu tanga y tu liguero, le sermoneo riendo. Habrá niños.
***
Yo: [Nunca me habías dicho que Eduardo te pareciera tan guapo que incluso
lo enviaste a 6000 km de mí…]
También hay correos electrónicos del trabajo, luego un primer correo de Nils
que comparte sus nuevos documentos e informaciones que ha recabado para la
investigación, un segundo que me pregunta en dónde diantres estoy ¡maldita sea!
y un tercero en donde me jura que la próxima vez que desaparezca sin avisar,
más me valdría estar seis metros bajo tierra si no quiero que él me mate con sus
propias manos. Río mucho al leer las diferentes torturas, particularmente
elaboradas e inventivas, que me promete, y me tomo el tiempo de responderle
largamente.
Traigo mis correcciones y, por fin, imprimo todo en varios ejemplares que
envío a algunas casas editoriales muy bien escogidas. Sólo hay que tener
paciencia espiando mi buzón con la esperanza de una respuesta…
Doy un salto sobre mi silla y el segundo tapón salta también para aterrizar
sobre mi pan con mermelada, a dos centímetros de mi taza de café. Charlie se
aleja con una carcajada contagiosa que nos deja a las dos sin aliento.
***
Roman, fiel a su costumbre, no da ninguna señal de vida, pero eso ya no me
inquieta. Podría reprochárselo, hostigarlo para que cambie, pero prefiero que
conserve su espontaneidad. Al menos, cuando recibo un mensaje suyo, sé que no
es porque se sienta obligado, sino porque realmente tiene ganas. Eso vuelve sus
detalles aún más preciosos…
Y luego, el sábado tan esperado llega por fin. Roman me aconsejó que me
pusiera ropa cómoda, práctica y caliente, y le pasé la consigna a Simon, a
Charlie y a Sibylle que están como yo, vestidos con pantalones de mezclilla,
suéteres y chamarras. Alineados en fila sobre la acera, esperamos el Bentley que
debe conducirnos a la fiesta, de la que ignoramos todavía la locación, y porqué
debemos llevar ropa de este tipo.
Estoy nerviosa, tengo prisa por volver a verlo y tengo miedo de no estar a la
altura con Cameron y Sydney. Deseo desesperadamente que todo salga bien. E
incluso más que bien. Quiero quererlos y que me quieran de regreso. Sé que
Roman se siente responsable por ellos, como para paliar las ausencias de Jack, y
no tengo la menor duda acerca de sus motivaciones. Pero no puedo evitar volver
a ver la mirada tierna de Sydney sobre él, su figura irreprochable, su rostro
magnífico.
Roman la considera casi como una hermana, pero ella, ¿cómo lo ve? Estoy
impaciente por conocerla, realmente, y sin dejar de pensar mal, ¿pero ella? ¿Ella
querrá conocerme? ¿Querrá que nos llevemos bien? ¿O sólo seré para ella una
rival, la chica que abatir? ¿Amiga o enemiga?
Debo admitirlo: desde donde estoy la vista es espléndida. Los rayos del sol
iluminan la estructura metálica. Las calles serpentean allá abajo como líneas
difusas, como si fueran guirnaldas de asfalto para decorar el campo con adornos
de una fina capa de nieve. En verdad se tiene que ser muy exigente para no
admirar este panorama. Haciendo un movimiento con la cabeza, intento abrir mi
bufanda que a cada momento cae sobre mi frente y me oculta este paisaje. No
me atrevo a utilizar las dos manos por miedo a soltar los brazos del asiento y
caer como una piedra. Roman me espera abajo pero no estoy segura de que logre
atraparme si caigo desde ciento veinte metros de altura.
Tres minutos más tarde -los minutos más largos de mi vida- estoy sentada
sobre una barda de piedra, al pie de un árbol, con las piernas temblorosas y la
respiración entrecortada. Pensé que mi corazón se iba a detener en el camino.
Roman, más guapo que nunca con su pantalón de mezclilla y chaqueta negra,
intenta tranquilizar la emoción de su hermano menor que salta por todos lados
mientras cuenta cómo la pasamos, imitando mis gritos y mis caras de pánico. Es
más real que cómico pero no puedo evitar, con muy mal humor, protestar para
decir que yo no lloriqueaba tan fuerte. Digo, uno tiene dignidad…
– Cuando una persona tiene la cara verde, como Amy, significa que deben
quedarse en tierra firme y descansar. En cuanto Amy haya recuperado su bello
rostro bronceado, podrás pedirle que juegue contigo.
– No está completamente verde, constata Cameron, haciendo una mueca de
duda, como si sospechara que estoy fingiendo.
– Es lo suficientemente verde como para necesitar un poco de descanso,
créeme, responde Roman riendo (y esa risa, grave y cálida, me provoca
escalofríos en todo el cuerpo). Pero si quieres yo te acompaño.
– ¡Oh, seee! ¡Súper! ¿No te molestas si te dejo, Amy?, me pregunta
preocupado.
– No hay problema, diviértanse, digo, feliz y conmovida por su atención, pero
tranquila de saber que escapé a más piruetas en el aire.
– ¿Estarás bien? me pregunta Roman acariciándome discretamente la nuca y
guiñándome el ojo.
– Claro, afirmo con seguridad. Tómense su tiempo…
Roman rentó todo el parque de diversiones, con todo y personal, sólo para el
cumpleaños de Cameron que invitó a sus amigos con los que ríe y corre de un
lado a otro en las quince hectáreas. Hay un gran bufet bajo la carpa de circo
donde están reunidos algunos de mis amigos y de Roman. Jack todavía no se ha
dignado a aparecer, a pesar de las llamadas constantes de Roman que empieza a
poner a prueba su paciencia. Cameron mira a veces a la multitud buscando algo,
pero no hace ningún comentario. Está acostumbrado a que su padre le haga
falsas promesas y, aunque seguramente eso lo pone triste, intenta no demostrarlo.
Creo que este niñito es muy valiente.
El clima es perfecto, frío y soleado. El ambiente está muy feliz. Todos los
invitados, tanto chicos como grandes, se divierten con locura disfrutando las
decenas de juegos mecánicos. Sin mencionar los puestos de juegos y otras
atracciones: el palacio de los espejos, la pista de carritos chocones, el toro del
rodeo mecánico, el tiro al arco, la pesca de tesoros, las carreras en sacos de
patatas, el teatro de marionetas, las baladas a caballo, los payasos… ¡Este lugar
es extraordinario! Parece como si todos los adultos volvieran a ser niños.
– Es increíble cómo se parecen, digo mientras abordan un barco pirata.
– Cameron admira tanto a Roman que imita todo lo que hace, responde
Sydney sonriendo. De hecho lo sorprendí un día practicando frente al espejo.
– Sí, dice un poco triste. A veces parece que él es su padre…
– Oh… murmuro incómoda, sin saber qué decir.
– Discúlpame, dice suspirando. No es problema tuyo. No debería contarte
esto. Dije una tontería, lo siento.
– No me molesta, aseguro sinceramente.
Ya no sé muy bien qué hacer para decirle que creo que ella es muy simpática
y que me agradó desde la primera vez que hablamos, cuando Roman nos
presentó, hoy en la mañana. Parece ser muy humana y reservada, pero sincera y
transparente. Sólo tiene cinco años más que yo y, a pesar de ello, me intimida. Es
como si ya hubiera vivido dos o tres vidas mientras yo me quedé bloqueada en la
adolescencia. Mis dudas y mis miedos respecto de ella se evaporaron como el
hielo bajo el sol. Creo que es divinamente hermosa con su piel color chocolate,
sus ojos color almendra, su cabello corto como de hombre… y el cariño que
siente por Roman es evidente. Pero el lazo que los une es claramente inocente.
Los dos se llevan como si fueran amigos, como hermanos que estuvieron mucho
tiempo separados y que no saben cómo comunicarse. Ella me lanza una mirada
dudosa antes de seguir:
– Cada quien con sus talentos. Tengo tanto talento artístico como una piedra
pero como me gusta comer, cocino muy bien.
Sydney le responde con una sonrisa, con ese brillo en los ojos que dice « ¡tú
me agradas! », y me arrepiento de haber hecho que se conocieran. Sibylle corre
el riesgo de no perdonarlo, aunque me asegure tener una buena razón y aunque
sepa que nunca habrá nada entre ella y Nils. Debo confesar que yo pensaba que
la seducción innata y el renombre internacional de Volodia la conquistarían ya
que ella está haciendo sus estudios de arte, con Roman. Eso lo pensaba antes de
darme cuenta de que el encanto de Nils, sin pensarlo, parece hacer que las
mujeres pierdan la cabeza.
– Oh, ¿un hombre que cocina? dice Sydney. Y además francés. ¿Sabes
cocinar todas las especialidades de tu país?
– La mayoría, responde Nils, fríamente, sin darse cuenta del cumplido que le
hace al proponerle una cena.
– Roman me dijo que te interesaba el arte, dice Volodia a Sydney, con su voz
tierna y su adorable acento ruso.
– Sí, dice, desconcertada de no haber logrado seducirlo y dejando de mirar a
Nils. Incluso asistí a varias de tus exposiciones, gracias a sus invitaciones, pero
no había tenido la oportunidad de conocerte. Me gusta mucho lo que haces,
continúa diciendo tímidamente. Es… ¡revolucionario! ¿En qué estás trabajando
ahora?
– En un tríptico, hecho con acuarela o tinta china, que evoque lo fundamental
del amor…
– ¡Esta fiesta está de locos! exclama riendo, casi sin respirar y con las mejillas
enrojecidas por el frío y por la emoción. ¡Todos se divierten como niños! Sibylle
y la chica con la que vive, Julia, ya se subieron a todos los juegos mecánicos al
menos dos veces. Simon ponto estará indigesto de comer tantos hot-dogs y yo he
conocido a varios chicos guapos.
– Qué bueno. ¿Has visto a Leila últimamente? pregunto, preocupada,
buscando a Roman con la mirada.
– ¿Cómo? se sorprende Charlie, visiblemente desconcertado por mi falta de
entusiasmo y mi brusco cambio de tema. ¿La hermana de Malik?
– Sí.
– ¿La morena hermosa que parece salir de un cuento de Las Mil y Una
Noches?
– Sí, repito molesta. La que siempre intenta seducir a Roman.
– Ah, sí… No, no la he visto… ¿Por qué?
– Por nada, suspiro intentando no mostrar los celos que me atormentan cada
vez que pienso en Leila.
– Sabes, me dice Charlie de pronto extrañamente seria. En verdad no tienes de
qué preocuparte. Roman sólo tiene ojos para ti. Por cierto, creo que ya es tiempo
de que me lo presentes de verdad.
– Pero… ya lo conoces, digo sorprendida.
– De hecho no. Sólo lo vi rápido una noche, cuando te robó a la príncipe azul
con tu caja de té. Y hoy lo he visto mucho (lo siento, pero es muy guapo y no lo
puedo evitar) pero él ni siquiera sabe que yo vivo contigo y me ignora por
completo. Al igual que a todas las chicas.
– Te perdono, respondo riendo. No es tu culpa. Es guapísimo y absolutamente
irresistible.
– Como sea, eres muy afortunada, dice suspirando. Me gustaría mucho que un
hombre me mirara como él te mira, como si yo fuera la única mujer en la tierra y
la octava maravilla del mundo, como si para él sólo existiera yo. Parece un
arqueólogo frente a la reencarnación de Nefertiti.
– No dudo de Roman, digo más tranquila. Es sólo que… me enoja ver a esa
mujer coquetearle y seducirlo. En verdad, excepto por Nils que es inmune al frío,
todo el mundo está vestido como esquimal, con abrigos y gorros, menos ella que
se luce con su vestido Louis Vuitton y ¡su escote provocador! Está temblando de
frío desde la mañana pero se niega a ponerse un abrigo. No puedo entender
cómo no se le han congelado los pies. ¡Tengo ganas de estrangularla con su
mascada Hermès de princesita!
– Oh, si sólo es eso… dice Charlie despreocupada. No te preocupes: Si, para
cuando acabe el día de hoy, no se ha convertido en un cono helado, podremos
secuestrarla y encerrarla en castillo del terror. O podremos darla como comida
para los asnos.
– ¿Para los asnos?
– Uno de ellos mordió a Simon. Parece que tienen dientes fuertes.
– Ok, digo riendo. Me gusta lo de los asnos.
– Bueno y, regresando a cosas serias, creo que hice química con Maxime.
– ¿Con quién? Pregunto otra vez distraída, intentando encontrar a Roman en
medio del parque de diversiones.
– El abogado de tu novio, el de los ojos verdes hermosos. ¿Sabías que es
sordo?
– ¿Perdón?
– Sí, sordo, como… sordo. No escucha. Un poco como tú en este momento
sólo que en él es permanente. Tiene un aparato para escuchar, pero no se nota
porque lo tapan sus hermosos rizos castaños que enmarcan su rostro.
– No, no sabía… respondo verdaderamente sorprendida. Pero ahora que lo
mencionas… recuerdo que a veces habla muy fuerte o muy bajo. La verdad
nunca me habría dado cuenta.
– En fin, eso es lo de menos. Lo que quería decirte es que obviamente está
guapísimo y esta noche no pienso regresar sola a casa.
– Eres increíble, digo riendo.
– No tanto como tú, contesta con una voz seria mientras unos brazos fuertes y
tiernos me rodean.
– ¡Roman!
– En persona.
– ¿Dónde dejaste a Cameron?
– Me suplieron, dice señalando de lejos a Volodia que jala con dificultad
detrás de él un asno desobediente que trota torpemente y que trae cargando a
Cameron y a uno de sus amigos, muy contentos. A cada paso del animal, los
niños se sacuden como trapos de un lado a otro y se toman torpemente de donde
pueden: de la cresta, de las orejas…
Cuando se aleja de mí, me siento tan sofocada como si acabara de correr cien
metros. Intento regresar a mi estado natural mientras ajusto mi suéter que se me
subió hasta la cintura, mientras Roman mira a Charlie, intrigado:
Roman la mira de la cabeza a los pies, de una manera que me pone incómoda.
Cuando cae la noche, los niños regresan a sus casas y nuestros amigos
cercanos están invitados a cenar en la Red Tower. El cocinero y el repostero se
lucieron. Los platillos están deliciosos y el pastel de cumpleaños es una
verdadera obra de arte. Es una pirámide gigantesca de chocolate, con una
cubierta dorada y un faraón de azúcar que reina orgullosamente en la punta.
Me río al imaginarme ese pastel y me paro sobre la punta de los pies para
besarlo en la comisura de los labios. Una ola de amor me infla el pecho. Se ve
tan guapo con su cabello negro despeinado, sus dedos espolvoreados con azúcar
glas y su concentración para acomodar las velitas.
La noche pasa casi sin dificultades. Hay un buen humor general. Nils prueba
con emoción todos los platillos; Malik aprovecha que Nils tiene la boca llena
para molestarlo sin que éste pueda protestar; Volodia, Simon y Sydney hablan de
arte, fotografía y pintura; Charlie seduce a Maxime; Sibylle y Julia admiran la
vista desde el Hudson River, mientras hablan en voz baja; Leila estornuda, tose y
se suena la nariz cada dos minutos. Hace berrinche desde que Roman, frente al
puesto de algodones de azúcar, le dio un paquete de pañuelos y le aconsejó, con
el mismo tono fraternal que utiliza con Cameron, que se pusiera un suéter sobre
su « baby doll »:
Roman, que está cada vez más molesto por la ausencia de Jack, y sin
embargo, no le sorprende esta situación, intenta llamar de nuevo a su teléfono.
Todas las veces sólo contesta la grabadora y Roman deja mensajes cada vez más
breves y tajantes. Sydney parece estar triste y resignada; Volodia la toma de la
mano gentilmente y ella le regresa una sonrisa débil. La quinta vez que llama, al
ver a Cameron, cansado, comer sin ganas la última parte de su pastel, Roman
arde de coraje pero hace un esfuerzo evidente para estar tranquilo.
***
La noche termina tarde, mucho después de que Sydney acuesta a Cameron en
la cama de Roman. El niño, olvidado por su padre, se apoya desesperadamente
de su hermano mayor y se queda dormido, vestido con una de sus playeras y con
la nariz clavada en la almohada. Leila se durmió en el pequeño sofá al fondo de
la sala y Nils la tapó con un cobertor de lana. Su atención y la delicadeza de sus
movimientos me sorprendieron.
Como todos tomaron una buena cantidad de alcohol, Roman propone que se
queden a dormir aquí. Adiós cara a cara sensual. Adiós noche de amor. Eso es lo
que pensé decepcionada –pero también contenta de estar rodeada por personas
que él y yo amamos-. Los miro a todos, casi son como una segunda familia no
muy cercana pero que se construye poco a poco. Con forme Roman se
desenvuelve con sus amigos, descubro su mundo que se mezcla con el mío y las
cosas se ponen en su lugar. Avanzamos juntos tomados de la mano…
Sin muchas ganas, va con Sydney a una de las habitaciones para visitas
mientras que Malik, Simon y Volodia ocupan la segunda. Subylle y Julia se
apropian del gran sofá de la sala y Nils desapareció no sé dónde con un cojín y
un enorme cobertor de plumas bajo el brazo. Roman y yo tenemos que compartir
nuestra habitación con Cameron que se despertó con todo el movimiento y que
pide a gritos desesperados ver a su hermano. Quiere dormir con él pase lo que
pase. Después de algunas negociaciones, acepta darme su lugar pero se roba la
almohada de Roman y se acuesta hecho bola en un cobertor, sobre un puf
gigante que jaló para que esté junto a la cama. Sydney me hace una seña de
disculpa antes de irse a su recámara. Yo le hago un gesto de O.K., aunque no
puedo evitar pensar que la noche será larga…
Esta vez ya se esfumaron los cariños. Seis días sin ver a Roman y ahora tengo
que compartirlo inocentemente con un niño de nueve años.
– Amy, está durmiendo, murmura Roman que pensé que ya estaba dormido.
Me estás volviendo loco con tus frotes en mi cuerpo….
Después de haber vaciado mi tercer vaso con leche y más despierta que
nunca, me pongo un cobertor sobre los hombros y subo a la terraza que está
dividida en dos partes: una al aire libre que está reservada para los helicópteros,
la otra está techada y es un jardín zen de piedras y grava de colores. Las paredes
están decoradas con madera exótica, los pasillos tienen letreros pintados de
bambú. En este momento, uno de ellos se balancea de manera peligrosa al ritmo
agitado de gemidos sofocados y de suspiros apasionados…
De inmediato doy marcha atrás sobre la punta de los pies (no, no quiero saber
quién está pasando un buen momento allá atrás…) cuando, de pronto, ¡El letrero
se cae! Me quedo como estatua en mi lugar y casi me encuentro de frente con
unas nalgas de hombre. Unas nalgas muy bellas, carnosas y musculosas, que la
luz de la luna hace ver mejor. Pero esto no es para mí una opción.
– ¡Eh! exclama una voz conocida mientras sus brazos fuertes me atrapan en el
camino. Te estoy buscando por todos lados desde hace diez minutos.
– ¡Roman! digo jadeando, apretando mi cuerpo contra su torso desnudo.
Tengo ganas de ti. ¡Te necesito! Ahora mismo, ¡por favor!
***
A las 9 de la mañana del día siguiente, con un poco de resaca, cada quien se
las arregla con dificultad para llegar hasta la mesa del desayuno. Todos
parecemos un robot que despertó mal. Excepto Malik que ya tomó una ducha, se
rasuró y se vistió con un traje impecable y Roman fue a correr con Nils desde
hace una hora. Cameron devora su cereal de chocolate con su traje de faraón y su
cetro en la mano. Volodia prepara pan tostado con mermelada para todos. Yo
intento adivinar quién estaba con Nils en la noche: Sydney, Leila o Charlie. Pero
me fatigo demasiado mirando sus manos para intentar descifrar su rostro, su
voz… ellas guardan el secreto celosamente.
Creo que yo sería muy mal detective. Tendré que resignarme a no saber
nunca el final de esta historia… y creo que finalmente es mejor así. Durante un
momento ya me costaba mucho trabajo poder mirar a Nils a los ojos…
Como está muy entretenido discutiendo con Nils, no se da cuenta de que seis
pares de ojos femeninos miran con interés goloso la manera en que se quita la
playera y que deja ver su vientre plano con el abdomen súper marcado, su color
bronceado y, efectivamente, todavía manchado con algunos hematomas. Creo
que la temperatura subió diez grados en esta habitación y el termómetro sube
más cuando Nils hace lo mismo, con la misma inocencia, y deja ver los grandes
músculos de su torso y luego la tinta negra de su tatuaje que ondula sobre su piel
morena de Vikingo.
Estoy a punto de lanzar un balde con agua helada sobre la cabeza de todas
estas señoritas hasta que las puertas del ascensor se abren a espaldas de los dos
hombres. Jack Parker aparece en la entrada. Parece que lo sacaron de una revista
con ese traje azul obscuro, zapatos deportivos blancos, camisa entreabierta, corte
de cabello perfectamente despeinado y con su sonrisa Colgate. Cameron es el
primero en reaccionar. Salta de su silla y se lanza a los brazos de su padre que lo
recibe riendo. Evidentemente el recibimiento de Roman es mucho menos
caluroso, incluso si hace un esfuerzo enorme para ser amable.
– Gracias por el regalo, papá, me encantó, ¡mira cómo me queda a la
perfección!, exclama Cameron modelando orgullosamente su atuendo dorado de
Tutankamón, con su corona de faraón en la frente.
– ¡Se te ve excelente, mi muchacho!, lo felicita Jack después de dudar un mini
segundo, mientras entendía de qué estaba hablando su hijo. Aunque quizá debí
haber escogido una talla más grande para la corona, ¿no?, pregunta enderezando
la corona roja con blanco que cae sobre los ojos de Cameron.
Entre Nils, que seguramente está haciendo algo ilegal, y Roman que tiene el
enojo a flor de piel, esto promete convertirse en un rodeo en cualquier
momento…
¿Pero qué está haciendo? ¿Acaso piensa que Jack tuvo que ver en el caso
Tessler? ¿Jack sería capaz de mandar matar a una mujer? Cuando lo
engañaban Jack cambiaba mucho, pero de eso a matarla…
¡Rayos! Roman tenía razón: Jack quiere utilizarlo como una atracción.
Seguramente esta noche hará las ventas de los periódicos…
Ardiendo de rabia, Roman baja su sombrero sobre sus ojos, toma a Cameron
de la mano y nos abre camino entre la multitud, empujando a todos, mientras las
luces de las cámaras destellan y hacen ruido a nuestro alrededor. Todo pasa tan
rápido que me cuesta trabajo entender lo que sucede y casi estoy tan
desorientada como Cameron que pregunta, llorando con todas sus fuerzas, por
qué nos vamos. La salida está a solo algunos metros de nosotros pero la multitud
es mucha. Todos quieren conocer al misterioso Roman Parker, al hombre
invisible, al millonario inaccesible. Todos se acercan cada vez más hacia
nosotros. Hay manos que intentan quitarle el sombrero, empujándonos a
Camerón y a mí, en medio de la confusión, hasta que Nils aparece para
ayudarnos y nos abre paso, rompiendo algunas narices, forzando con otros
músculos, y rompiendo algunas costillas…
El incidente no duró más de dos minutos, pero yo sentí que fueron horas.
Entramos en el Bentley. Nils está al volante, Roman consuela a Cameron que se
acurruca entre nosotros dos, en el asiento de atrás. Llamo por teléfono a Charlie
que me dice que se quedará en la fiesta el resto de la noche y que se las arreglará
para regresar a casa.
– Revisé toda la casa, en la fiesta de Jack. Encontré algunas cosas que podrían
ser interesantes…
– ¿En verdad? ¿Qué? ¿Cosas que tienen que ver con nuestro caso?
– No lo sé aún. Necesito pensarlo, pero tiene que ver con Teresa y Roman.
Regresaré cuando no esté para tener verdaderamente el tiempo de revisar todo
bien. Te aviso si encuentro algo que nos sea útil.
Nils, que sabe que nada puede acosarlo, suele hacer lo que quiere. Yo me
muero por saber de qué se trata y de pronto tengo la cabeza llena de preguntas.
¿Qué pudo haber encontrado que lo hace tener tantas dudas? ¿Algún
documento? ¿De qué? ¿De quién? ¿Un documento que culpe a Jack? ¿Qué lo
haga sospechoso o inocente? ¿Y por qué Jack guardaría esas cosas en su casa?
¿Y si es tan importante, cómo pudo Nils encontrar esas cosa tan rápidamente?
Todas estas preguntas me pasan por la cabeza una y otra vez y me cuesta
mucho trabajo dejar de pensar en ellas. Todos mis pensamientos son en vano
pues tengo muy poca información. Sólo queda esperar a que Nils se digne a
aclaras mis dudas.
Tomo una ducha larga con agua muy caliente antes de meterme a la cama,
agotada por tantas emociones. Recibo un mensaje de texto de Roman, justo antes
de que me quede dormida, y me hace sonreír. Mis sueños están llenos de
nuestros encuentros, de su mirada, de su cuerpo que está sobre el mío…
– ¡Soy yo, no te preocupes!, grita después de un ruido de algo que cae que me
hace pensar que nuestro frutero de cerámica se acaba de hacer trizas.
– ¡CHARLIE!
El perro me mira con sus grandes ojos angustiados e intenta deslizarse bajo la
mesa de centro, que tira con un empujón, antes de hacer un movimiento
estratégico detrás de las cortinas de la sala mientras llora, dejando detrás de él
una línea de orina.
Cuando Charlie llega al fin, como si saliera de una gruta después de ocho
meses de hibernación, logro tranquilizarme un poco y alentar los latidos de mi
corazón. El perro sigue escondido detrás de las cortinas, pegado al piso, con la
cola entre las patas y con su espantoso trasero saliendo de su escondite secreto.
Está temblando fuertemente, casi tanto como yo.
Es así como Goliath entra en nuestra vida y, una hora después, estamos los
tres –Charlie, él y yo- sentados tranquilamente en la sala de espera de la clínica
veterinaria más cercana. Mientras esperamos nuestro turno, yo saco mi iPhone
para avisar a Edith que hoy trabajaré en mi casa y me entero de nuevas noticias
de su padre que se está recuperando lentamente pero bien. Me doy cuenta de que
también tengo diecisiete mensajes no leídos. Todos son de Roman. Primero me
preocupo, luego sonrío y después río mientras leo los mensajes que me envió
esta noche por intervalos de un segundo:
[¿Amy?]
[¿Hola?]
[¿Estás dormida?]
[¿De verdad?]
[Ok, tu teléfono está en silencio…]
[Gran suspiro…]
[Fui a correr.]
[Y luego trabajé en un expediente híper importante.]
[Ahora tengo ganas de ti.]
[En verdad, ¿sí estás dormida?]
[¡Pero apenas son las dos de la mañana!]
[¡Dormilona!]
[No logro conciliar el sueño.]
[Como puedes darte cuenta…]
[Me arrepiento de haberte dicho que regresaras a tu casa.]
[En verdad fui un estúpido.]
[Te extraño.]
Charlie sigue sin decir ni una palabra. El veterinario asiente con la cabeza, le
quita a Goliath el cinturón de toalla que utilizamos como lazo y lo sube con un
sólo movimiento a la mesa de revisión, lo que no es fácil debido al peso del
animal. Mientras él lo revisa, ayudado por Charlie que está roja, yo miro
discretamente mi iPhone. Tengo un mensaje de Roman que sólo dice:
[¿Esta noche?]
Me apresuro a contestar:
[¡¡¡SÍÍÍÍÍ!!!]
– ¿Supongo que esto significa que te quieres quedar con él? pregunto
metiendo la llave.
– Claro, responde, soñadora. No abandonaremos a este pobre cachorrito
indefenso a su suerte…
Echo un vistazo dudoso al cachorro del que hablamos, que tiene el tamaño de
un poney y que con ese enorme hocico fácilmente podría comerse la cabeza de
un cerdo en dos bocados.
– Y también supongo que esta decisión no tiene absolutamente nada que ver
con los ojos verdes y la sonrisa radiante del doctor James Mc Dowell…
– ¿Qué? me pregunta Charlie que parece estar volando muy lejos de aquí.
– No, nada, digo suspirando, incorporándome a la circulación.
Otra vez una historia que no será fácil… Entre Sibylle y su amor único por
Nils; Simon que se derrite por una bonita virgen preocupona que vive a mil
kilómetros de distancia; y ahora Charlie que parece flechada por el carisma
conquistador de un tipo que seguramente ya está casado y tiene hijos…
***
No he podido contactar a Nils y sigo sin saber de qué quiere que hablemos ni
lo que descubrió en casa de Jack. La espera empieza a matarme. Me retengo para
llamarle cada quince minutos pero le dejo dos o tres mensaje que termina por
contestar con un lacónico SMS:
Ya no puedo esperar.
– ¡Wow! ¿Qué opinas de esto, Goliath? Es genial, ¿no crees? Uno de los
mejores editores del país me propone un contrato. Le encantó mi libro.
El perro se conforma con mover la cola, sólo una vez, para que yo vea que me
hace caso y para poner su enorme cabeza entre sus patas cruzadas.
Después de haberlo tratado, entre otras cosas, como una bestia, le hablo a
Roman para compartir mi nueva noticia con alguien un poco más receptivo. Su
reacción me encanta, su entusiasmo casi sobrepasa el mío. Después de algunas
felicitaciones muy emotivas y exageradas que me hacen reír, vuelve a ser serio:
Al colgar, le digo a Goliath que dejó un ojo abierto para seguir mis idas y
venidas por la sala:
Luego envío un correo electrónico a mis padres para decirles la buena noticia
y dejo a Charlie, que debe regresar tarde del trabajo, una nota para avisarle que
estaré con Roman.
– Como siempre, me dice Roman con una sonrisa traviesa. Reservé el hotel
sólo para nosotros hasta mañana al mediodía.
– Pero… ¿eso es posible?
– Sí, responde tranquilamente.
– Pero… ¿y los clientes que ya habían reservado su habitación? ¿Dónde
dormirán?
– Oh, estoy seguro de que Dimitri encontró algún lugar para alojarlos.
Seguramente les devolvió una parte de su dinero, con algún pretexto.
– ¿Dimitri?
– El dueño. Me debía un favor, responde Roman agachándose de pronto para
poner un brazo detrás de mis rodillas y cargarme en sus brazos, a la bodyguard.
¡Ahora es el momento de las cosas serias! dice empujando con un pie la puerta
que se abre, mostrando una decoración sorprendente y preocupante.
– Roman… ¿es en serio? pregunto abriendo bien los ojos frente a la
decoración y a los accesorios que hay aquí: un caballete, fuetes, una horca,
pasamontañas de cuero, pinzas, palos, cuerdas y muchísimos instrumentos que
sería incapaz de nombrar pero que parece que son para lastimar…
– Pues, bueno… dice mirando alrededor de nosotros, sorprendido, lo que me
hace entender que está tan desconcertado como yo. Supongo que podemos
empezar en otra habitación.
– ¿Otra habitación?
– Cada una de las treinta suites del hotel ilustra una historia de amor o de
erotismo, desde Tristán e Isolda hasta Venus Erótica, pasando por La Dama y el
Vagabundo. Creo que empezar de inmediato con el Marqués de Sade y Los
Ciento veinte días en Sodoma no es la mejor idea…
– Sí, yo creo lo mismo, digo riendo, con los brazos entrelazados en su cuello.
Seamos clásicos. Te propongo empezar muy románticos con Romeo y Julieta.
– Ok, ok… sólo espero que eso no sea en el tercer piso, responde tomándome
con más fuerza.
– Dudo que Julieta haya hecho este tipo de movimientos. Deja de hacerlo si
no quieres que te deje caer en medio del pasillo, con el vestido sobre la cabeza.
Me río mientras abro ligeramente las piernas, apoyándome sobre sus dedos
que se deslizan bajo mi vestido que Roman levanta rápidamente. Este toqueteo
rápido fue suficiente para encender el fuego dentro de mí. Los dedos de Roman
están húmedos y los chupa cuando los pasa por sus labios:
– Quédate.
– Pero te voy aplastar.
– No. Me gusta sentir tu cuerpo sobre el mío. Tu peso me regresa a la
realidad. Si no, pensaré que soñé todo esto…
***
Buscamos entre los libros y vemos desde el Kama Sutra hasta Historia de O,
de Betty Blue a Bridget Jones, desde Cumbres Borrascosas hasta Las amistades
peligrosas, y Roman de vez en cuando toma alguno para leer un fragmento.
Algunas páginas están dobladas en la esquina y pronto nos damos cuenta de que
estas páginas contienen los fragmentos más sensuales y eróticos. La voz de
Roman, grave y ronca, provoca en mí una nueva fiebre, mientras me cuenta la
historia de Emmanuelle. Me describe las caricias ardientes de un desconocido en
el avión que la toca y la hace vibrar de placer. Me gusta este libro, que no
conocía, y le pido a Roman que siga leyendo mientras yo lo desvisto.
***
Cuando l noche está por terminar, deambulamos por los pasillos y llegamos a
una pequeña habitación de forma extraña, de paredes pintadas con enormes lirios
que se entrelazan hasta el techo. Hay ramos de gladiolas blancas, rosas rojas,
orquídeas y un aroma a jazmín que invade la habitación con un olor dulce y
embriagante. Un gato está dibujado al borde de la ventana. En su hocico
entreabierto hay un ratón de grandes bigotes negros.
Mis pies están sobre un camino de mosaicos que simulan una plancha sobre
una especie de lago de agua lleno de lirios. Todo, hasta el mínimo detalle, me
recuerda la hermosa novela de Boris Vian, su romanticismo desesperado y
anormal, sus amores desconocidos y prohibidos. Cuando volteo a ver a Roman,
lo veo que está encendiendo el antiguo tocadiscos que está sobre un mueble.
Entonces se escucha un sonido de jazz en la habitación y, aunque no soy
especialista, podría jurar que es una parte de Duke Ellington.
– Roman, hazme el amor, digo apoyando mi cabeza sobre su torso. Una vez
más. Tómame, ámame y hazme vibrar como si no existiera un mañana.
– ¿Tiene un final triste, tu novela, mi amor?, pregunta acariciándome el
cabello, con su sexo duro apoyado contra mi vientre palpitante.
– Sí. Pero la historia es hermosa…
Me gustaría que Roman se fundiera en mí, que nos diluyéramos juntos y que
no hubiera mañana para nuestros corazones, que un mar nos hundiera en el amor
y en la sensualidad.
38. Hombres bravos y sensuales
¡Listo! ¡Ahora la pedrada es para mí! Y pensar que me mudé a seis mil
kilómetros de mi familia para escapar de estas incesantes discusiones y ahora
vienen hasta mi casa para arruinarme la vida…
¡Me encanta verlo listo para matar dragones por defenderme! Incluso
cuando el dragón en cuestión trae un traje gris claro y gafas tipo Harry Potter.
– Sibylle hace lo que quiere, no tengo que meterme en eso, respondo con la
seguridad que saco de la presencia protectora de Roman. No voy a espiarla para
darle gusto a tus hermosos ojos, ni para darle gusto a tu madre.
Matthieu sigue perorando, pero en realidad nadie escucha lo que dice. Nos
despedimos de Sibylle que también se levantó y que lo sigue de mala gana,
después de abrazarme fuertemente.
Luego acompaño a Roman hasta la puerta. Cuando me besa, siento esa fuga
de energía que ahora me es familiar, ese pequeño desgarre que se manifiesta
cada vez que debemos separarnos. Entonces lo aprovecho, disfruto su boca,
como una mujer hambrienta, como si ésta fuera la última vez, como un adiós.
Poco antes del mediodía, pongo a cocer una pizza y recibo un mensaje de Nils
que al fin quiere venir a verme (!). Y también consuelo a una Charlie triste
porque se va a trabajar, con la moral por los suelos. Hoy es el último día de su
contrato y está estresada porque tendrá que volver a luchar mucho para
conseguir un nuevo trabajo.
Nils llega puntual, justo cuando estoy sacando la pizza del horno. Echa un
vistazo rápido al platillo, con su cabello rubio todavía brillante por la lluvia,
antes de preguntarme:
Cuando pasamos a la mesa, Goliath, que se está volviendo loco con todos los
olores que salen de la cocina, está babeando y corre a las piernas de Nils para
intentar robar algo. La respuesta es inmediata:
El perro se queda quieto de miedo. Luego corre para regresar a su cama sin
hacer nada más. Seguramente está perturbado: Hoy lo han puesto en su lugar dos
veces en menos de una hora. Sin mencionar que, como lo llamamos por
diferentes nombres, terminará teniendo una crisis de identidad. No puedo evitar
reír al imaginarlo en el sicólogo, recostado sobre el diván.
Lo tomo con la punta de los dedos, como si sólo con tocarlo me fuera a
ensuciar. Sin sorprenderme, constato que el artículo está firmado por A.F. Hay
una foto grande de Roman en esta página, con el rostro completamente
escondido por su sombrero, una mano sobre mi espalda y la legenda: « R. Parker
acompañado de sus innombrables amantes. » El artículo es una mezcla de
mentiras tan grandes que hasta da risa. Describe a Roman como un arribista con
dinero que se presentó en la fiesta de su padre, el talentoso actor Jack Parker,
sólo para provocar un escándalo, por pura envidia. En cuanto a Nils, él sale en la
foto como un gigante musculoso distribuyendo golpes a ciegas, mientras su boca
babea como perro. Este pedazo de papel me provoca ganas de vomitar pero a
Nils le gusta mucho verse en la foto rompiéndole la nariz a un tipo que apuntaba
con su cámara frente a Roman.
Estoy mirando fijamente los labios de Nils, inclinada sobre mi sillón. Creo
que nunca había estado tan atenta ni impaciente. Me desespero al esperar lo que
sigue, cuando su teléfono empieza a sonar.
Tiempo muerto.
Siento unas ganas furiosas de suplicarle que ignore la llamada pero no tiene
caso. Decidió contestar y sólo me queda quejarme mientras espero. Aprovecho
la pausa para hacer una visita rápida al baño.
Cuando regreso, Nils ya se puso la chaqueta.
– Dirección Miami, me dice. Llama a Roman y dile que prepare su jet para
nosotros. Todavía tengo que hacer una llamada.
– ¿Es broma? digo anonadada. ¡Estábamos en medio de una conversación!
¡Me atormentas desde hace varios días!
– Robert Marquentin acaba de llamarme. Sabe por qué murió Teresa pero se
niega a hablar por teléfono. ¿Vienes a verlo conmigo o no?
– ¡Claro que voy! Contesto corriendo a tomar mi bolso y a recuperar mi
iPhone atorado entre los cojines del sillón. ¿Pero no podemos esperar a que
termine la conversación?
– ¿No sueles ir al cine, Amy? suspira dándome mi abrigo que yo buscaba
frenéticamente.
– Claro que sí. ¿Pero qué tiene que ver con Robert Marquentin?
– En un thriller, cuando un personaje clave llama al héroe para revelarle
información esencial que no quiere decir por teléfono, y cuando se está a punto
de resolver el enigma, ¿qué pasa, en general?
Lo sigo sin tergiversar y sin saber aún si Jack Parker, el padre del hombre que
amo, es un asesino…
39. Revelaciones
– ¿Hiciste todo esto solo? le pregunto, incrédula, perdida entre tantos papeles.
– Prácticamente, responde él alzando los hombros. Roman paga por hacer un
trabajo, no por tomar vacaciones. Pero tengo contactos en París, les confié una
parte del trabajo. Aquí todavía no conozco a alguien que sea digno de confianza,
no pude delegar. Y además, por lo general prefiero ir yo mismo al lugar, para
darme una idea.
Cuando bajamos del jet, en este último domingo de febrero, llueve tanto como
en Nueva York, pero hace diecisiete grados más, lo cual podría facilitar todo si
tan sólo hubiéramos traído ropa más ligera. A falta de ésta, con mi pantalón de
terciopelo, mi camisa de mangas largas y mis botines, me siento como una
berenjena cocinada al horno. El ambiente es exageradamente pesado y húmedo,
mi cabello vuela en todos los sentidos, y el sudor me corre por la espalda. Esto
me exaspera tanto como Nils, con pantalón de mezclilla y playera y su sudadera
al hombro, parece fresco como lechuga. Sin embargo, a pesar del calor asfixiante
y mi piel que se vuelve rojo brillante bajo los primeros rayos del sol,
definitivamente, prefiero el sur al norte, California a Nueva York. Y mi breve
estancia en Luisiana, en casa de Roman, francamente me hizo soñar. Aquí, todo
el mundo es más casual, menos presionado, no lo empujan a uno en cada
esquina. El corazón de la ciudad no late menos fuerte, sino más lentamente. Por
el contrario, hay que librar una batalla sin piedad contra los mosquitos, que mi
piel lechosa de pelirroja atrae como un irresistible aperitivo.
En el taxi que nos conduce hasta el Little Haití, la colonia donde vive Robert
Martin, le doy vueltas entre mis manos a lo que Nils descubrió en casa de Jack
Parker. Esto se resume a muy poco, pero abrirá el camino para la continuación
de su investigación: una foto de Fleming con un desconocido que se parece a
Steven Seagal. Él la encontró en un viejo álbum, escondida detrás de un paisaje
nevado, durante su segunda visita a casa de Jack. Inspeccionó atentamente toda
la casa y desmanteló meticulosamente el contenido de la famosa caja descubierta
bajo el escritorio, que lo había intrigado durante la fiesta VIP. Creo que esta foto
le pareció importante, pero a pesar de su entusiasmo, no me parece valer toda esa
complicación. Al final, no hay explicaciones, ni pruebas irrefutables, ni vínculos
directos con Teresa, ni desenlace milagroso.
– Teresa y su amante eran vigilados por Fleming, quien también era seguido
por alguien. El hombre conoce a Fleming. Éste le da información y/o dinero.
Teresa escondió esa foto puesto que es comprometedora: podríamos apostar a
que el sobre contenía cosas más importantes que los horarios de autobús para
Texas o una cuponera para el restaurante. En vista del lugar y la fecha, esto
probablemente está relacionado con el fallecimiento de Teresa. El tipo puede ser
quien ordenó su muerte.
Nils marca una pausa, tal vez para darme la posibilidad de contradecirlo o
cuestionarlo. Me conformo con aprobar, impaciente por escuchar la
continuación. Él continúa:
– Según el ángulo de vista, podría apostar a que la foto fue tomada desde muy
lejos, con un teleobjetivo y material profesional: el hombre que la tomó conocía
su trabajo, y se arriesgó bastante. Entonces probablemente era un periodista.
¿Cuántos periodistas conoces que hayan cuestionado la tesis del accidente?
– Uno solo, respondo cada vez más exaltada a medida que Nils saca sus
conclusiones, y que veo el misterio aclararse: Randall Farrell, el autor del
artículo que originó esta investigación, el que me dio la pista acerca del asesinato
disfrazado de accidente.
– Bingo. ¿Y qué fue de él?
– Murió. Creo que de cáncer.
– Un cáncer que no pudo haber llegado en mejor momento, que lo derrumbó
en la frontera de México de una manera tan implacable que fue enterrado al día
siguiente con un permiso de inhumar más que dudoso, firmado por la mano
temblorosa de un médico mexicano que después se perdió en la naturaleza.
– ¿Cómo sabes eso? exclamo.
– No me quedé sin hacer nada esta semana, continué investigando, cavando,
interrogando personas, poniendo a trabajar a mis contactos... En fin. Esta foto no
se encontraba en casa de Jack por casualidad, y seguro que Farrell no divirtió
fotografiando a Fleming porque le parecía apuesto. ¿Entonces...?
– Entonces, antes del accidente, alguien le pidió a Farrell que siguiera a
Fleming. O al otro hombre.
– Exacto. Tal vez porque ese alguien, Teresa o Vance, se sentía amenazado y
estaba buscando pruebas. Otra cosa, sobre el mismo tema de Fleming, de la cual
me enteré aprovechando que estaba en la policía: a los 24 años, por poco y lo
mandan a prisión, por golpes y heridas a su novia. Finalmente quedó en libertad
porque alguien. un tal Charles Smet, se encargó de su fianza y le pagó a un buen
abogado que fue a ver a la chica y la convenció de retirar la denuncia.
– Smet... No me suena a nada...
– A nadie le suena, pero es eso lo que debemos investigar. Porque ese Smet no
era ni uno de sus amigos ni un bondsman.
– ¿Un bondsman?
– Un fiador judicial, una especie de agente de seguros, un tipo cuya profesión
es pagar las fianzas de los hombres que no tienen los medios para hacerlo. Ya
verifiqué: Smet no es uno de ellos. Pero lo que es extraño, es que tampoco es
rico, sólo un hombre tranquilo, sin historia, alguien normal, que no ha sido
fichado en ninguna parte... pero que desapareció de los registros. Todavía no he
logrado localizarlo. Según yo, se trata de un prestanombres, un testaferro del
verdadero responsable. ¿Conclusión?
– ¿Crees que ese hombre, quien dio la orden, podría ser Jack Parker?
– Lo pensé. Hasta por esa razón fue que hurgué en su oficina. Él tenía
motivos: que te sean infiel no debe ser tan placentero, sobre todo para un hombre
como él, orgulloso y soberbio. Tenía el dinero: en ese entonces ya era millonario.
Por una parte, sin importar lo antipático que sea, no tiene el perfil de un asesino;
por otra, la manera en que todo fue preparado, la paciencia, el esmero y los
medios puestos en acción, los contactos utilizados, me hacen pensar en algo
mucho más frío, premeditado y grande que un simple crimen pasional. Tampoco
parece una venganza: no hay voluntad de hacer sufrir, solamente de eliminar. Es
organizado, minucioso, meditado, radical pero no hay sadismo o dimensión
simbólica. Yo me inclinaría más por un conflicto de intereses. Teresa o Vance
deben haber representado una amenaza para quien dio la orden, y si pudiéramos
enterarnos a quién de los dos iba dirigido el ataque, la investigación me sería
mucho más fácil... Espero que Martin sepa algo de esto. Así que no, no creo que
haya sido Jack.
Martin debe llevar bastante tiempo sin abrir sus ventanas. El aire al interior e
irrespirable, apestando al humo espeso de decenas, centenas, de cigarro
consumidos en cadena. Tabaco negro, muy fuerte, muy francés, que pica los ojos
y la garganta de todo ser vivo en dos kilómetros a la redonda. Me sofoco, a
punto de vomitar, antes de que Nils comience a ventilar. La lluvia entra en
minúsculas gotas perezosas por el marco de las ventanas, pero la atmósfera es
más pesada que nunca. No hay ni un soplido del aire que evacúe la nube tóxica
de tabaco. Corro hacia un tragaluz, intentando desesperadamente aspirar algunas
bocanadas libres de nicotina. Mis pulmones acaban de envejecer diez años en
tres minutos.
– Te ves muy mal, Martin, constata Nils sin nada de compasión. ¿Es para
liberar tu consciencia, antes de morir, que decidiste repentinamente confesarte?
Aun cuando no tengo mucho afecto por el viejo hombre, no puedo evitar
hacer una mueca. Nils ataca con la delicadeza de un tanque. Ambos se miran
como perros de pelea por un momento antes de que Martin baje la mirada y
encienda un nuevo cigarrillo con la colilla del anterior. Él responde:
– Entonces... comienzo a decir con una voz vacilante, entonces... repito sin
lograr terminar mi frase, por todo el cinismo absurdo que implica esta
información. Teresa... ¿no fue más que un daño colateral? ¿Murió simplemente
porque se encontraba en el lugar equivocado, a la hora equivocada?
Robert Martin hace una mueca y le lanza una mirada a Nils, que me responde:
La hostilidad de Nils con Martin es casi palpable, siento que está a punto de
saltarle encima y sacudirlo hasta romperle todos los huesos. Yo estoy
profundamente impactada y triste. La muerte de Teresa me parece tan vana, tan
fútil. Se necesitó tan poco para dejar un niño pequeño si su madre...
– Ok, retoma Nils. ¿Cómo se llama el tipo que está detrás de todo esto?
– No tengo idea, responde Martin después de una tos particularmente
violenta. No creo haberlo sabido nunca.
– ¿Ese hombre te parece conocido? continúa Nils, poniéndole una foto de
Jack frente a los ojos.
– Sí, por supuesto. Jack Parker.
Me sobresalto, pero Nils sigue impasible. Debe haber esperado esta respuesta:
Nils deja la casa sin decir ni una palabra. Le sigo el paso, con náuseas por
culpa del humo de cigarro y por las revelaciones de Martin que me llama:
– Señorita...
– ¿Sí?
– Dígale a Roman... que lo lamento.
Roman, con los brazos cruzados y la mirada dura perdida en el vacío, está
recargado contra un costado de la casa, indiferente a la lluvia que corre por su
hermoso rostro, como un torrente de lágrimas, y transforma su impecable traje
en esponja. Estoy tan feliz como sorprendida de verlo: no íbamos a verlo sino
hasta esta tarde. Pero también me siento aliviada. Después de esas confesiones
bastante lúgubres, su presencia me hace bien.
– No quiero que Jack se involucre en todo esto por ahora, dice Roman con su
misma actitud sombría. Recoge todo lo que te encuentres en su casa que pueda
servir, pero sé discreto. Vigila que nadie te siga o comprenda lo que estás
tramando. El hijo de puta que está detrás de todo esto ya me quitó a mi madre,
no pienso dejar que se acerque a mi padre.
« Mi padre... » Es la primera vez que escucho a Roman llamar a Jack de otra
forma que no sea por su nombre, y si bien no hay ninguna dulzura en su voz,
indudablemente hay una marca de amor en la elección de esta expresión.
Mientras que ellos continúan conversando y planeando, llamo a Edith para
preguntarle si mañana puedo trabajar a distancia en vez de ir a la oficina.
Quisiera quedarme el mayor tiempo posible con Roman.
– No hay problema, me responde ella después de consultar las planeaciones.
Nada requiere de tu presencia física aquí. De hecho, ¿estoy viendo que pediste
dos días para la semana siguiente?
– Sí, es mi cumpleaños, digo cruzando los dedos para que no me pida esos
dos días a cambio (nuestra relación es menos tensa desde que Roman logró que
hospitalizaran a su padre en la clínica, pero Edith sigue siendo Edith, es decir,
alguien para quien amabilidad es sinónimo de debilidad).
– De acuerdo... responde. Bajo condición de que te encargues de las
correcciones y verificaciones de los datos para el próximo número especial.
¡Qué tonta! Todo el mundo lleva días rechazando ese trabajo, como si fuera
una papa caliente, mucho más difícil y aburrida que una conferencia sobre el
índice del costo de construcción y la organización espacial de la estabulación en
la crianza lechera en Indiana. Tan sólo el título basta para dormirse.
– No hay ningún problema, digo intentando no hacer una mueca. Gracias
Edith.
– De nada Amy, de nada... responde Edith sin que logre descifrar si está
siendo sincera o sarcástica.
– ¿Tu padre está mejor?
– ¡Maravillosamente bien!, me dice con entusiasmo, repentinamente jovial.
Pudo levantarse para dar algunos pasos ayer del brazo de su enfermera, Corinne.
Ella es una joven formidable, resplandeciente, creo que es compatriota tuya. El
señor Parker la puso exclusivamente a su servicio. Agradécele nuevamente por
todo, Amy, por favor.
– Por supuesto, le aseguro a punto de colgar.
– ¿Amy? me llama de pronto Edith.
– ¿Sí?
– Apreciaría que te encargaras de todas las tareas del número especial. Eso es
parte del trabajo, aunque algunos lo olviden. Tú no, está bien.
– Oh... me conformo con responder, tomada por sorpresa.
– Lo necesito en tres días, máximo cuatro, sin tomar en cuenta el artículo que
debes terminar para el lunes. Te envío la información por mail. Aparte del
miércoles por la mañana, donde te necesitaré en carne y hueso, es inútil que
vengas al periódico esta semana. Puedes trabajar desde tu casa, tienes varias
cosas de qué ocuparte.
– Es... ¡muchísimas gracias, Edith! balbuceo antes de colgar, contenta,
sorprendida, ¡exageradamente feliz!
– ¡Acostado!
– ¿Perdón?
– Lo siento, es Snoopy. Está intentando subirse al sillón. Pero estoy aplicando
el método de Roman: firmeza y firmeza. Iré con el veterinario mañana para
comprarle algo para las pulgas. Creo que se está rascando mucho.
– ¡¿Otra vez?! ¡Pero si ya has ido unas cinco veces desde que lo tienes!
– Pues mañana serán seis, responde Charlie sin alterarse. ¿Prefieres que haga
un criadero de pulgas en tu apartamento?
– ¡Nunca! Si veo una sola saltando en la moqueta cuando regrese, los cortó en
pedazos, a ti y a tu saco de pulgas. Pero... te vas a gastar todo tu salario, suspiro
acabándome el cerebro para encontrar una forma más diplomática de decirle que
abandone la idea de enamorar a su apuesto veterinario.
Pero Charlie comprendió sin que pronunciara las palabras; ella marca un
silencio antes de declarar, repentinamente seria:
¿Qué responder ante eso? Seguimos conversando por algunos minutos hasta
que me doy cuenta de que Nils y Roman me están esperando.
***
De pie, recargado en la barandilla de teca roja que alisa con la mano, él mira
la mansión, melancólico.
– Estaba tan feliz de que por fin había logrado convencer a Jack de venir a
verla con nosotros. Yo ya estaba harto de ver casas, estaba enojado, refunfuñaba
todo el tiempo: « Ya podemos pasear en barco en Miami, y aquí ni siquiera hay
piscina, y las escaleras rechinan, ¿y dónde están las ardillas? y el Mississippi está
horrible, apesta, no es tan grande como el mar, etc. » Parece que mi madre ya no
sabía ni qué inventar para convencerme. Entre más intentaba venderme la casa,
más me obstinaba en que no quería vivir aquí. El agente de bienes raíces, que
veía cómo se le escapaba la venta del año por culpa de un niño consentido,
visiblemente moría de ganas por darme unas nalgadas y mandarme a la cama. Mi
madre iba a desistir, desesperada, cuando Jack me dijo, como si nada,
señalándome el parque y luego el río:
– Tienes razón, pequeño. Este lugar no vale nada. Imagínate, aquí es una
jungla, necesitaríamos un machete para cruzar el jardín. ¡Mira, hasta hay lianas
en los árboles! ¡En serio! ¡Lianas! ¡Parece un sueño!
– ¿En dónde? pregunté con todos mis sentidos de pequeño Tarzán
repentinamente en alerta.
– Y ese río lleno de cocodrilos, continuó Jack sin responderme. ¡Parece que
son enormes! ¡Con hocicos gigantescos!
– ¿Cocodrilos? repetí, todavía más interesado.
– ¡Lleno de cocodrilos! ¡Centenas de ellos! exclamó Jack con énfasis. Cada
vez que queramos dar un paseo en barco ¡pum! ¡nos encontraremos un
cocodrilo! Tendremos que pelear, darle golpes con las ramas en la nariz, todo
eso... No, en verdad, pequeño, ésta no es una casa para nosotros. Hay que ser un
verdadero aventurero para vivir aquí...
Roman pone una mano sobre mi hombro, la sube por mi nuca y, con una
presión de los dedos, me incita a enderezarme. Permanece silencioso y grave,
sus gestos son mesurados; sólo la intensidad de su mirada y el arco tenso de su
sexo traicionan su deseo. De pie frente a él, apoyo mis dedos en la base de su
cuello, ahí donde palpita su carótida; ésta late poderosamente, un ritmo que se
acelera cuando me inclino para pasar mi lengua por sus labios y me pego a él.
Un vínculo directo con su corazón.
Un corazón que late más fuerte, más rápido, a medida que las manos de
Roman divagan bajo mi camisa de mangas largas y desabrochan mi sostén, una
prenda linda de encaje malva que ni voltea a ver cuando me lo quita. Tampoco a
las bragas que hacen juego y que siguen el camino de mi pantalón para terminar
en el suelo. Luego me abraza y regresa a mis labios, mis senos chocan contra él,
nos encontramos piel con piel, corazón con corazón; el mío se acelera.
Las manos de Roman me acarician ahora la espalda, las caderas, las nalgas, se
toman su tiempo, dibujan garabatos, dejan a su paso un escalofrío que me eriza
la piel, como una deliciosa quemadura. Tengo calor. Mucho calor. Me siento
invadida por una languidez que me inmoviliza las piernas, y cuando la mano
izquierda de Roman, de pronto se separa del rastro definido por la derecha para
pasar de mi cadera a mi vientre, de mi vientre a mi ingle, de mi ingle a mi grieta,
húmeda y tibia, la cual acaricia y penetra, gimo y me derrumbo sobre la cama
detrás de mí. Con la mano derecha, Roman acompaña mi caída suavemente y me
encuentro sentada frente a él, con la boca a algunos centímetros de su sexo
erecto, obscuro y palpitante. Luego él también se deja caer, de rodillas, y separa
las mías con ambas manos. Ahora es él quien tiene la boca a la altura de mi sexo
cuando se inclina hacia mí. Me encanta jugar con su cabello cuando se ocupa de
mí. Y ahora, tengo muchas ganas de que se ocupe de mí...
Él me obedece, con una pasión voraz que contrasta violentamente con el baile
lento que nuestros dos cuerpos hacían hasta ahora. Su lengua me lame y me
penetra, se arremolina sobre mi carne chorreante, me cosquillea. me estimula y
luego me acaricia con ardor, casi hasta llevarme al orgasmo, casi hasta el
clímax... pero no llega. Roman se separa cuando le aprisiono la cabeza y le pido
que me haga venirme, él dice que no, que todavía no, que quiere escucharme
gemir más, con más fuerza, mucha más. Entonces gimo, y hasta estoy a punto de
gritar. Pero Roman me abandona de pronto, se aparta hacia un lado. Protesto,
pero me dice no, no te muevas, ya verás. Y lo veo, o más bien lo siento, el viento
fresco del ventilador sobre mi vientre. Roman coloca su mejilla sobre mi muslo,
su boca a algunos centímetros de mi grieta, ardiente y chorreante, que abre con
la punta de los dedos. La frescura del aire del ventilador, que llega por oleadas
sobre mi sexo, es delicioso, electrizante. Ondulo bajo estas extrañas caricias,
intangibles, mi clítoris hinchado imita a mis pezones y se yergue y tensa, en
espera de un roce, con el cual Roman, a veces, lo gratifica con la punta del
índice, haciéndome saltar y quejarme de frustración. ¡Quiero más!
Eso es todo lo que sé hacer, suplicar, murmurar, no soy capaz de otra cosa
porque su boca me vuelve loca. Sus manos están profundamente hundidas en la
carne blanda de mis muslos, sus pulgares separan mis labios, algunos mechones
de cabello, sedosos, llegan a acariciar mi vientre y me hacen estremecer, y su
lengua, su lengua... se hunde y da vueltas y regresa a presionar, con más fuerza,
oh es demasiado bueno, a bailar frenéticamente sobre mi clítoris que vibra y
pulsa hasta que al fin una explosión orgásmica, el clímax, me hace gritar y gritar
hasta perder el aliento, las palabras, y la consciencia... Flaqueo, caigo hacia
atrás, recibida por la suavidad del edredón, luego entro en un hoyo negro,
inundada de placer.
Cuando emerjo, las luces de la glicina están apagadas. Roman está acostado
cerca de mí, recargado sobre un codo, y me observa. Adivino sus rasgos en la
obscuridad, la sombra de una sonrisa. Admiro lo burdo y lo delicado de su
cuerpo, el hueso de su cadera que sobresale, y los poderosos músculos de sus
muslos. Quisiera extender la mano para tocarlo, pero no me siento con la fuerza
para hacer el menor movimiento. Mi orgasmo fue tan impetuoso que me dejó
agotada, hecha polvo. Siento como si no fuera más que una marioneta
desarticulada a la cual le cortaron los hilos. En medio de la indolente danza de
pensamientos que flotan en mi cerebro, uno sólo se destaca: dejé a Roman en
seco. él me hizo gozar y yo me dormí sin regresarle el favor. Me encantaría
arreglarlo, pero la simple idea de voltear la cabeza o de levantar un brazo me
parece insoportable.
– Roman...
– ¿Sí?
– Ya no me puedo mover...
– ¿Y es grave?
– Molesto. Para ti.
– Eso es seguro. Pero sobreviviré, no te preocupes.
– ¿En serio?
– Lo prometo.
– Buenas noches...
– Me alegra que estés aquí, murmura mientras duermo, con la cabeza
recargada sobre su hombro, nuestras piernas enredadas, su sexo duro contra mi
costado. Te necesito tanto...
No puedo evitar reír ante esta réplica, dicha de la forma más seria del mundo,
que acaba de lleno con mis ganas de gruñir (eso, y la palabra « prometida », que
me inunda de escalofríos). Adoro el humor sarcástico y el sentido de ironía de
Roman, capaz de utilizar términos como « colgar » o « gruñidos » con tanta
clase como si discutiera sobre arte etrusco tomando el té con la reina de
Inglaterra. Y también aprecio que sepa exactamente cómo descifrar mi carácter
(cuando hasta a mí misma me cuesta trabajo entenderme...). Que pueda, como si
nada, desvelar, y hasta anticipar cualquier variación de mi humor. Comienzo a
preguntarme si no tiene un sexto sentido o antenas escondidas.
Trabajo no sólo en las correcciones que me pidió Edith, sino también en las
de mi manuscrito, que Patrick Dawn, mi editor, me entregó el martes por la tarde
cuando fui a Nueva York. El miércoles por la mañana, trabajé con Edith y
después, regreso en jet a Nueva Orleans. Todavía me cuestan trabajo estos viajes
en avión, que me parecen agotadores aun cuando Tony decide no hacer
acrobacias. No sé cómo le hace Roman, creo que yo nunca me acostumbraré. Mi
entrevista con Patrick fue todo un éxito; él es un gran hombre muy jovial
(demasiado alto, ¡mide casi dos metros!) con cabello cano, hombros de luchador
y un vientre prominente. Sus comentarios y sugerencias son, en su mayoría, muy
pertinentes. En cuanto termino con mis modificaciones, él las valida, firmo el
acuse de recibido y mi manuscrito se va a la imprenta; comienza una nueva
aventura.
Roman, por su parte, malabarea sus citas para estar libre temprano por las
tardes y llevarme a recorrer la ciudad, sobre todo el Barrio Antiguo que le es
muy importante, especialmente por su cultura, su música y su ambiente.
Comemos buñuelos con un café con leche cerca del mercado francés, damos un
paseo en barco por el Mississippi (con lo cual me gano una espectacular
quemadura de sol sobre la nariz), asistimos a fiestas en clubes de jazz, y Roman
atiza mi glotonería invitándome a uno de los mejores restaurantes cajún y
criollos. Aquí, el frenesí neoyorkino, los palacios y los edificios parecen un
oasis. Todos se toman su tiempo para vivir, y la riqueza de la ciudad es antes que
nada cultural, aun cuando hay colonias muy ricas, sobre todo el Garden District
con sus increíbles residencias de actores famosos. No me molestaría vivir aquí;
cruzarme con Brad Pitt cuando vaya a comprar el pan por la mañana, hay
castigos peores... Estamos lejos de los lugares excesivamente lujosos en los
cuales estoy acostumbrada a ver a Roman desenvolverse, pero aquí también está
como pez en el agua. Es aquí donde se siente en casa; no en Manhattan, no en
sus apartamentos impersonales de la Red Tower, de concreto y acero, diseñados
y amueblados por un arquitecto reconocido y demasiado caro, sino en esta
inmensa casa de madera plantada en medio de la nada, con sus árboles que han
visto nacer y morir a varias generaciones, con su río impávido... y sus
cocodrilos. Cocodrilos que tuvimos la suerte (o la mala suerte, según se vea) de
encontrarnos en nuestros paseos en el bote de Roman, a través del pantano, y
más especialmente en el lago Saint-Martin donde abundan.
– Ese vikingo puede ser muy desesperante cuando lo quiere ¿verdad? digo,
simpatizante, pensando en la cantidad de veces en que Nils me dejó en ascuas,
sin noticias, mientras que yo necesitaba desesperadamente sus respuestas.
– Si me sigue tratando así, lo llevaré a pasear al lago Saint-Martin y haré que
nade un poco, gruñe entre dientes.
– Pobres cocodrilos... digo, falsamente triste.
– Tienes razón, no sería bueno para esos animales, y todas las asociaciones de
derechos animales me perseguirían.
– Más bien debería dejarlo tres días sin postre, estoy seguro de que no se
repondría.
***
A las 7 de la noche, llueve a cántaros, así que los tres cenamos en el extraño
comedor de la mansión y no en la veranda. Es una pieza grande como un salón
de baile, rodeado por una multitud de puertas, todas magníficamente trabajadas y
rigurosamente idénticas, que dan hacia las cocinas, tras cocinas, reserva, pero
también, sorprendentemente, hacia alcobas, guardarropas, oficinas. La lluvia
golpea rabiosamente los ventanales y forma una cortina opaca que altera el
paisaje, confundiendo el cielo y la tierra.
Nils felicita a Norah, quien vino a surtirnos más pan, por su deliciosa cocina,
antes de responder:
– Y me hizo seguirlo por tres estados antes de que le perdiera el rastro por Las
Vegas.
– Pero lo vas a encontrar, ¿no? Cuando dices que lo perdiste, es sólo... en
fin...
– No lo sé.
– ¡Mierda! ¡El hombre no es Houdini!
– No, pero yo no estoy equipado para mover cada grano de arena en este
maldito desierto.
– ¿No estás equipado? ¿Qué quiere decir eso? ¿Necesitas más medios? ¿Más
dinero? ¿Cuánto? ¡Dime!
A partir de eso, el tono aumenta entre los dos, cada uno defiende su posición,
Roman aparentemente llevado por el estrés y veinticinco años de dudas y de
dolor, Nils hermético y peligrosamente calmado, como desconectado. Me cuesta
trabajo reconocerlos, ¡todo sucedió y se degeneró tan rápido! Mirar a os amigos
enfrentarse es un espectáculo terrible; cuando los veo levantarse y plantarse cara
a cara, tengo miedo de que el combate se vuelva físico. Dudo en interponerme,
pero Nils ya está rodeando a Roman para tomar su chaqueta de cuero. Dice:
Roman esboza una sonrisa, y treinta segundos más tarde, Nils vuelve a salir
gritando:
Cuando Nils reaparece y, con un paso decidido, pasa por una cuarta puerta,
Roman, pareciendo francamente divertirse, comenta:
– Ah... te apuesto un beso a que esta será la última puerta que intente.
– ¿Por qué estás tan seguro? me sorprendo.
– Norah preparó un pastel de piña absolutamente irresistible para el postre.
– ¿Está en la cocina? pregunto riendo.
En este instante, Nils, indeciso, emerge con el famoso pastel, cubierto con una
salsa de miel, colocado sobre una suntuosa bandeja de cobre. Visiblemente está
dividido entre el platillo dulce y lo que le queda de mal humor. Roman se inclina
para robarme el beso de la apuesta antes de decirle:
Nils escucha mientras corta el pastel con esmero; lo saborea con la punta del
dedo, y asiente con la cabeza y con un aire de aprobación. La reconciliación va
por buen camino.
***
Después de la cena, Nils se exilia en el desván para separar la basura que se
acumula en éste, buscando otras pruebas escondidas por Teresa. De ahí saca
cajas llenas de archivos viejos, sin interés según Norah. Facturas del agua, la
electricidad, el gas, recibos de la renta, garantías, pagarés, contratos de seguros,
etc. Todos esos papeles que uno guarda en un rincón durante años por si acaso
algún día los necesita y que termina por olvidar. Cuando Teresa murió, Roman
sólo tenía 7 años y a Jack no le interesaba en lo absoluto la casa de Nueva
Orleans, la cual su hijo heredaría cuando fuera mayor de edad. Entonces fue
Norah quien se encargó de las cosas de Teresa. A petición de Jack, le envió todo
lo que tuviera valor comercial, como las joyas y los abrigos. Ella había
conservado cuidadosamente las fotos, las cartas y todo lo que pudiera tener un
valor sentimental para dárselo a Roman cuando fuera más grande. Para terminar,
mandó todos los papeles al desván, en desorden. Nadie más había pensado en
éste hasta que Nils puso su grano de sal. Mientras que él transforma el desván en
su campo de trabajo, esparciendo los archivos en las cuatro esquinas de la pieza,
Roman y yo preparamos nuestras maletas.
El sol está en un punto alto en el cielo cuando bajamos del jet, haciendo
brillar la nieve como diamante alrededor del aeródromo. El cambio de horario
fue bueno. Roman me dice que aquí son las dos de la tarde... En el costado del
edificio a mi derecha, puedo leer: Welcome to Rovaniemi. Lo cual no me aclara
absolutamente nada.
– ¿Dónde estamos?
– En el país de Santa Claus, responde Roman poniéndose sus lentes obscuros.
– ¿¿¿En el Polo Norte??? me ahogo imitándolo porque la luz me lastima los
ojos.
– Veo que conoces a los clásicos, bromea. En la Laponia finlandesa, para ser
más precisos.
– ¡Mierda!
– ¿Hmmmblgoa? mascullo en mi sueño.
– Olvidé tu regalo.
– ¿Mmmcuál galo? intento articular con la cabeza todavía hundida en la
almohada.
– Vamos, Amy: ¡tu regalo de cumpleaños!
– Aaaaah... suspiro acurrucándome contra él antes de volver a dormirme.
Cuando me despierto la mañana siguiente, justo antes del aterrizaje, Roman
está sentado en traje sobre la cama. con el torso desnudo, y me mira sonriente.
Es la visión más bella con la que pueda soñar una chica al despertarse. Me
levanto dulcemente sonriéndole. Él me da un pequeño paquete rectangular con
un listón:
Saco un bloc de notas para probarla. Todo lo que puedo escribir, todo lo que
la pluma se digna a trazar es el nombre de Roman, en mayúsculas, en
minúsculas, en manuscrita y cursiva, Roman, Roman, Roman, repetido al
infinito, Roman que invade la página en blanco, Roman que ocupa todo el
espacio, toda mi mente, todo mi corazón.
¿Y si por fin dio con Fleming? ¿Y si al fin conoce el nombre de quien dio la
orden? Muero de ganas por que todo esto sea resuelto ya. Si tan sólo eso
pudiera darle serenidad a Roman...
Una hora más tarde, Roman y yo tenemos apenas dos minutos de intimidad
antes de que Nils llegue con nosotros y las aprovecho besándolo como si nos
hubiéramos separado por dos siglos. Hace apenas seis horas que lo dejé, y me
alegra volver a verlo.
Los tres nos sentamos frente a las mejores crepas de Manhattan, y Nils nos da
un informe breve sobre su fin de semana de labores mientras que nosotros
jugábamos en la nieve. Al revolver los kilos de papeles en el desván de Nueva
Orleans, encontró documentos que no tenían ninguna relación con las facturas o
cuentas de Teresa. Volantes dispersos y ahogados en la masa de correo,
certificados y justificantes inútiles que todo el mundo conserva, por años y años,
sin saber bien por qué. Reunidas y clasificadas, estas páginas constituyen una
carpeta delgada, pero de lo más interesante:
***
Ignoro que tenía planeado Roman para la tarde, pero basta con que tenga que
contestar una llamada importante para que me encuentre conversando con
Cameron sobre algo de lo cual no domino todos los parámetros. El problema es
simple, pero la solución no es del dominio de mis habilidades: Cameron, quien,
según Roman, nunca reclama nada, nunca hace berrinches, y se conforma con
tan poco que es preocupante en un niño de su edad, ese Cameron quiere un gato.
Uno de verdad, no un peluche, precisa con un aire de determinación. Logro
hacerlo esperar hasta que Roman termine con su llamada para lanzarle la papa
caliente. Comienzan entre los dos hermanos negociaciones bastante cómicas, ya
que Cameron visiblemente heredó la perseverancia feroz de los Parker y el
talento para el arte dramático de su padre. Nos actúa por turnos partes de Les
Misérables y de Oliver Twist, es el niño más desdichado del mundo, y todo
probablemente se arreglaría si tan sólo tuviera un gato. Negro con la punta de las
patas blancas, de preferencia. Un pobre huérfano al que podría rescatar de la
calle. Pero Sydney no lo deja desde hace dos meses. Aun cuando no las dice por
pudor, las palabras « madre-absolutamente-indigna-torturadora-de-niños » flotan
en el aire. Me contengo de reír frente a su cara de tragedia. Roman, despiadado y
decidido a no dejarse conmover, no manipular para contradecir la decisión
materna, le dice:
Cameron 1 - Roman 0 .
Cameron 1 - Roman 1 .
Etcétera. La discusión se vuelve eterna. En seguida se puede ver que esos dos
son del mismo tipo y que ninguno está dispuesto a ceder. Esto probablemente se
hubiera prolongado hasta Navidad si Cameron no hubiera jugado su mejor carta:
una lágrima, una sola y única lágrima, que llega a perlar en su párpado
tembloroso.
Cuando regreso a la conversación entre Roman y Sydney, parece ser que las
negociaciones con la madre son casi tan exhaustivas como las de con el niño.
Sydney, cuyo salario de mesera apenas si les basta para sobrevivir, debe contar
hasta el último dólar, pensar en cada gasto, y no tiene los medios para hacerse
cargo de un animal con todos los gastos que éste implica. Además, es demasiado
orgullosa como para pedirle una pensión alimenticia a Jack, quien no le envía
más que un cheque para la educación de Cameron una o dos veces al año,
cuando milagrosamente se acuerda de que tiene un segundo hijo. Obviamente,
rechaza también cualquier ayuda de la parte de Roman a quien esta situación
entristece y desespera. No obstante, respeta el espíritu combativo de Sydney; ella
retomó sus estudios y los lleva en paralelo a su trabajo, y Roman no duda ni por
un segundo que lo va a lograr.
– Bueno, ése es el trato, nos informa después de haber ganado (con mucho
esfuerzo) el caso. Primero: Amy, ya que claramente tomaste el lado de
Cameron...
– ¡Oye! protesto. ¿Cómo que tomé su lado?
– En todo caso, no tomaste el mío. Entonces te comprometes a acompañar a
Cameron a escoger a su gato huérfano en el refugio. Cuidado: pase lo que pase,
el trato es válido sólo para un gato, y un solo ejemplar, es decir cuatro patas y
una cabeza que haga miau.
– Perfecto, concluye Roman. El refugio más cercano cierra en tres horas, eso
me da tiempo de redactar el contrato que sellará nuestro acuerdo mientras que
ustedes van a buscar a la mascota.
Intrigada por al mirada que me lanza, y por su segundo de duda cuando pone
sus datos, me inclino por encima de la mesa y por poco me desmayo cuando
descifro:
– ¿Qué opinas? me pregunta. Amy Parker suena bien, ¿no? Y además, ya que
estamos regularizando...
¡Siento como si la tierra se abriera bajo mis pies! Me quedo un momento sin
poder decir nada, con la mente en otra parte, el corazón golpeando tan fuerte que
no escucho nada más. El mundo a mi alrededor se desvaneció, no queda más que
Roman, su sonrisa de interrogación, sus ojos negros que me sondean, su bello
rostro con rasgos tan duros, su cicatriz sobre el pómulo, que cada día me
recuerda nuestro maravilloso encuentro. Roman, el hombre a quien amo
apasionadamente. Roman, que me pide ser su mujer. Tengo ganas de bailar,
saltar, gritar de alegría, pero mis piernas no parecen realmente estar en estado de
permitirme estas fantasías. Estoy subida en dos zancos de malvavisco, que cada
latido de mi corazón sacude un poco más.
– No hay más que decir, digo vacilando hasta el sillón, donde me dejo caer.
Conoces bien los protocolos, y ésta es tu manera propia de hacer declaraciones
de amor o propuestas de matrimonio...
– ¿Eso quiere decir que no? se preocupa Roman, mientras que intento
convencerme de que no estoy soñando cuando, claramente, estoy volando a diez
mil pies y mi cabeza está todavía más alto, muy lejos, sobre una pequeña nube.
– ¿Qué? me sobresalto. ¿estás bromeando?
– No es muy claro, dice nuevamente, esbozando una sonrisa insegura.
– Ven por aquí, te haré un dibujo...
***
– ¿Por qué esa cara? le pregunto bromeando. ¿Ya tan pronto te arrepientes de
tu regularización?
– ¡Nunca jamás! responde sonriendo. Pero debo ir a Buffalo y probablemente
regresaré hasta mañana en la noche.
– ¿Sigue ese problema en la clínica? pregunto intentando esconder mi
decepción, que se aviva más puesto que me iba a acompañar a la fiesta de gala
organizada por Baldwin.
– Sí, Malik ya está allí desde ayer, pero hay un gran problema con el edificio
nuevo. Debo ir con él.
– Saludas al padre de Edith de mi parte. Parece ser que se está restableciendo
de forma espectacular.
– Claro. ¿Paso a buscarte a tu casa a las 7 de la noche?
– Pero... ¡Acabas de decir que irías a Buffalo!
– Sí, pero me iré después de la fiesta. Te prometí que te acompañaría, y le
confirmaste a Baldwin nuestra presencia desde hace semanas. No te voy a dejar
plantada en el último segundo. Simplemente no me quedaré hasta muy tarde.
Esa noche, no soy la única a la que le parece apuesto hasta morir. Hay una
multitud en la fiesta, que es un éxito. Baldwin no invitó a la prensa, y el
ambiente es agradable. Hay risas y champagne. Las miradas femeninas salen de
todas partes para caer en Roman, cuyo nombre se escucha por todas partes.
Algunas, particularmente lascivas, provenientes de una castaña alta filiforme,
terminan por exasperarme. Estoy lista para ir a arrancarle los cabellos cuando
ella se acerca a nosotros, muy sonriente. Encontrarse con una ex del hombre de
tu vida nunca es placentero, pero cuando la ex en cuestión es de una belleza tan
radiante que comienzas a buscar tus lentes de sol, es francamente una tortura.
Cuando ella llega a nuestra altura, Roman se acerca a mí y pasa su brazo
alrededor de mi cintura. Este gesto posesivo y la indiferencia con la cual la
recibe me dan un alivio inmediato. Amber, ya que ése es su nombre, debe tener
unos treinta años, es abogada, muy muy soltera y visiblemente extraña la época
en la que estaba con Roman. Época muy lejana, según sus insinuaciones, y de la
cual guarda un recuerdo imperecedero. Nada más de imaginarlos juntos me
siento enferma. Roman intercambia cortésmente algunas banalidades con ella
antes de llevarme al otro lado del salón.
– Lo lamento, me dice.
– ¿Qué? ¿Haber tenido una vida antes de mí? ¿No haber vivido los últimos
treinta años en un monasterio tibetano?
– Oh, John, que idiota soy, digo con mi sonrisa más bella. Creo que olvidé mi
iPhone adentro. ¡Regreso en un segundo!
Siempre quise conocer Las Vegas. Como muchas personas, supongo. Después
de todo, es una de las primeras ciudades turísticas del mundo. Me veía
deambulando por el Strip, bebiendo champagne frente a las famosas fuentes del
Bellagio, probando las máquinas tragamonedas, apostando en la ruleta, lanzando
mis dados en el casino, ganando o perdiendo; eso no importa, mientras esté
jugando. Divirtiéndome, atolondrándome, liberando tensiones. Regresar por un
momento a mi época de adolescente y dejarme llevar. Siempre pensé que ése
debería ser uno de los lugares más locos y decadentes del planeta, grandioso, de
una desmesura indecente, de un lujo vertiginoso. Nunca pensaría vivir ahí, para
nada, ¿pero por qué no pasar un fin de semana largo, relajándose en una suite del
Wynn durante el día y saqueando los casinos por la noche? Ésa debe ser una
experiencia inolvidable, de lo que se hace una sola vez en la vida, como saltar
del paracaídas, nadar con los delfines, ver el despegue de un cohete, pagar una
ida de shopping con Jennifer Lawrence o acampar bajo una aurora boreal (eso ya
lo hice, gracias Roman).
Tantos eventos en tan poco tiempo y ninguna explicación, sólo el frío terror
de la incertidumbre. Pasé de una velada mundana a un secuestro brutal, y no
habrá nadie que se preocupe por mi desaparición antes de mañana. Hasta
entonces ya habré tenido diez veces el tiempo suficiente para morir.
¡Halloween! ¡Fue ahí que vi a su chofer por primera vez! El doble de Steven
Seagal. Estaba fumando un cigarrillo, recargado contra un auto grande, cuando
Roman y yo dejamos la fiesta antes que los demás.
– ¿Nos vamos a quedar con ese estorbo mucho tiempo más?, pregunta Amber
de mal humor volteando hacia Baldwin.
– Espero por tu bien que hayas enviado el mensaje antes de pulverizar ese
teléfono, replica él sin responderle.
– Por supuesto. Fue un placer inaudito darle ese golpe a Roman. Llevaba
mucho tiempo soñando con ello.
– ¿Qué?, me sobresalto. ¿Qué le dijeron?
– Sólo algo que lo disuadiera de ir a buscarte en varios días, tiempo suficiente
para organizar mi repliegue, responde Baldwin.
– No es nada, continúa Amber con una sonrisa de maldad. Escucha: [Roman,
no cuentes conmigo para compartirte con Amber. Entre tu ex y yo, debiste haber
escogido. Adiós.] Nada mal, ¿no?
– ¡Qué estupidez!, respondo impulsivamente. ¡Roman nunca creería eso!
– ¿Ah, no? pregunta Baldwin, visiblemente interesado. ¿Y por qué?
Pero me doy cuenta de que será mejor que no hable de más. Ese mensaje
puede ser mi única esperanza de que Roman se imagine que algo malo me
sucedió. Él sabe que confío en él y que nunca lo habría dejado sin pedirle una
explicación. Desde la equivocación con Cameron y Sydney, nos juramos que
siempre seríamos francos el uno con el otro, que no nos esconderíamos nada. Al
recibir ese mensaje, sabrá que hay algo mal. Tiene que. ¡Quiero creerlo! Él y yo
somos más fuertes que esto. Estamos soldados, unidos. Nos conocemos, nos
comprendemos.
Entonces no lo conoces nada bien si crees que está más preocupado por su
ego que por la mujer que ama...
Amber ríe, satisfecha, y un nudo se forma en mi vientre. A pesar del aire frío
que sale por el aire acondicionado, el sudor perla en mi frente y corre por mi
espalda. Aprieto las manos hasta que mis articulaciones se vuelven blancas.
Retrocedo un poco para escapar de los dedos de No-Name que juegan con un
rizo de mi cabello. Me recargo contra el vidrio, con la respiración acelerada.
Estoy más allá del miedo. Entro de lleno en el venenoso universo del terror.
Apenas si escucho a Baldwin retomar:
– Con ese salvaje mal nacido, echaron todo abajo en algunos meses, continúa
Baldwin. ¿Por qué?
– Yo... estaba escribiendo un artículo sobre Roman, digo intentando controlar
mi voz que tiembla. Fue tu hombre, Fleming, quien picó mi curiosidad al
hablarme del accidente de Teresa. Es por culpa de él que me interesé en toda esta
historia.
– Sí, Andrew siempre tuvo una fijación con Roman Parker. Nunca he
comprendido bien por qué. Se comportaba como una amante dejada y vengativa.
En cuanto descubrió que ustedes se estaban acostando, quiso utilizarte para saber
más sobre él. Cometió un error. No lo volverá a hacer.
¡Bravo por los pensamientos positivos! Tendré que encontrar algo más
constructivo para salir de este aprieto.
– Home sweet home, murmura Baldwin estirando los labios sobre sus dientes
haciendo una parodia de sonrisa.
44. En el Valle de la Muerte
Roman…
¡Una basura!
Frente a la puerta, el hombre con cara de inocente ríe. No-Name, por su parte,
no se mueve ni un ápice.
Pienso a toda máquina, con una sola idea en mente: no involucrar a Roman,
cueste lo que cueste. En cuanto a Nils, como yo, ya está mojado hasta el cuello...
– Nils, sólo Nils, digo firmemente. Él es el único que sabe. Y es él quien tiene
los originales. Pero no hizo el vínculo contigo.
– Todavía no. Pero no dudo que lo haga pronto. ¿Y nadie más aparte? ¿Ni
siquiera tu amante? ¿Solamente tú y Eriksen?
– Sí, afirmo con aplomo.
– Si no fue Roman Parker, ¿entonces quién comprendió lo del sistema de
Ponzi? ¿Quién, a partir de un archivo incompleto y datos tan complejos, pudo
comprender tan rápido de qué se trataba mi estafa? No creo que Eriksen, es
astuto pero esto es demasiado sofisticado para él.
– Yo, digo con una seguridad descarada, casi igual a mi grado de angustia por
intentar con una mentira tan grande. En caso de que lo ignores, tengo una
licenciatura en economía, y no me contrataron en la revista de finanzas más
importante de los Estados Unidos por mi habilidades en el macramé.
– Hmm… murmura con una mueca séptica y muy molesta. ¿Quieres hacerme
creer que Roman no está al tanto?
– No, él no sabe nada.
– ¿Me está tomando por un tonto, señorita Lenoir? me pregunta Baldwin con
una voz repentinamente llena de rabia contenida. ¿O por un débil, un bufón, un
títere que una niña arrogante puede manipular?
– N… no, yo… Esperábamos estar seguros de tener todas las respuestas antes
de decírselo.
– ¿En verdad? Sin embargo tengo la desagradable impresión de que no me
tomas en serio y que estás jugando conmigo desde el principio. No-Name te dará
algo en qué pensar, dice con una señal hacia el ventanal.
Con un movimiento vivo y fluido, su matón me toma del talón mientras que
subo a la cama para escapar de él; me jala brutalmente hacia sí y me atrapa la
nuca con una mano. Tiene un puño fenomenal y estoy a su merced, incapaz de
resistir, con un dolor sordo aniquilando toda mi voluntad. Luego abre el ventanal
y me lleva hacia el balcón, sin aliento y con la vista nublada por el miedo. Tengo
tiempo de preguntarme si me va a suspender en el vacío para hacerme confesar,
o más radicalmente lanzarme encima de la balaustrada. Pero se conforma con
lanzarme hacia la mecedora y aterrizo de rodillas sobre las dalias granulosas, con
mi cabeza golpeando los muslos blandos del hombre sentado, impasible. Cuando
elevo la mirada hacia él, reconozco a Andrew.
Pero no es por eso que abro la boca con un grito mudo, y que caigo hacia
atrás, pedaleando frenéticamente hacia No-Name con un movimiento de reflejo.
No, es a causa de la sonrisa. Una sonrisa sangrienta que le atraviesa la garganta
de una oreja a la otra, una sonrisa abierta que ha chorreado sobre su pecho un
raudal marrón de hemoglobina. Mi huida es detenida en seco por las piernas de
No-Name, duras como los troncos de un árbol, contra las cuales me golpeo y me
aferro, para escapar a esta visión de pesadilla. Grandes moscas negras zumban
perezosamente sobre las orillas de la herida y tomo repentinamente consciencia
del olor pútrido que suelta el cadáver.
Con los ojos todavía clavados en Andrew, apenas lo escucho. Sus frases se
mezclan en mi cabeza, pero comprendo lo esencial del mensaje: es un loco
peligroso. El aire que intento tomar desesperadamente desde mi caída de rodillas
entra finalmente en mis pulmones e inhalo profundamente para ponerme a gritar.
Me froto la cara para borrar de mi piel la sensación del contacto, de inmunda
intimidad, con el muslo putrefacto de Andrew. Imagino la carne flácida y muerta
bajo el pantalón empapado de sangre, no puedo desviar mis ojos de los suyos,
apagados y lechosos, abiertos hacia el cielo sin nubes. No-Name me toma de
nuevo por la nuca, me levanta y me lleva frente a Baldwin.
Con una señal de Baldwin, No-Name me suelta y los dos hombres dejan la
habitación, dejando al inocente cuidándome. Permanezco en posición fetal
formando una miserable bola de tela verde y rizos pelirrojos sobre el piso. Me
acuesto para poner mi mejilla ardiente sobre la frescura calmante de la baldosa.
Tiemblo de agotamiento y de terror. Mi último pensamiento, antes de
sumergirme en la inconsciencia, es para Roman.
45. In extremis
El sol está ya a lo alto cuando regreso en mí. Abro y cierro los ojos,
deslumbrada por la luminosidad particular del desierto. Estoy acostada sobre la
cama, con la cabeza levantada y mi garganta dolorosamente aprisionada por una
picota tibia e inflexible.
Las horas pasan, interminables. Pedí agua, pero el inocentón se conformó con
reír respondiendo que no estaba en un hotel.
***
¿Qué les sucede? ¿A dónde corren todos así? ¿Y por qué? Parecen ratas
dejando un navío.
Algunas personas dicen que los superhéroes no existen. Eso es porque nunca
han sido salvadas de una villa en llamas por un hombre medio desnudo bello
como un dios, nunca han sido elevadas por los aires, rodeadas de su poderoso
brazo, suavemente balanceadas por un helicóptero a veinte metros del suelo,
nunca han sobrevolado una cuadrilla del FBI o del SWAT con poca ropa, ebrias
de felicidad y de gases nocivos. Es porque nunca se han cruzado con Roman
Parker.
Cuando regreso en mí, estoy recostada boca arriba, con una máscara de
oxígeno cubriéndome la mitad del rostro. Me duele la garganta. A través de mis
párpados hinchados apenas si puedo distinguir al bombero que se inclina hacia
mí, pronto remplazado por Roman. Me encantaría sonreírle, puesto que me
alegra mucho que esté aquí, pero de inmediato regreso a la inconsciencia.
Roman lo hace, con una evidente falta de delicadeza que me hace sonreír por
dentro. Cuando Nils abre los ojos, pálido y con su cabello rubio en un desorden
indescriptible, sus primeras palabras son para preguntar si todo está bien.
– Supongo que sí, murmura Roman. Aunque tendrás que explicarme por qué
tu nombre es la única palabra que mi prometida se digna a pronunciar cuando
regresa de entre los muertos.
– Hey, hola Amy, dice Nils sonriendo, sin preocuparse por el mal humor de
Roman. ¿Qué hay de nuevo?
– Nils, respondo sintiendo cómo el sueño me gana de nuevo (¡malditos
calmantes!). Baldwin... puso... un precio...
– Espero que alto... completa Roman gruñendo.
– A tu cabeza… rectifico sin lograr evitar reír antes de ser sacudida por un
ataque de tos.
Asiento con la cabeza varias veces (¡muy cara!) antes de regresar al país de
los sueños por cuarta o quinta vez en el día. En mi siguiente sueño, es un gran
día y me siento en forma. Descansada, con la mente en claro, aunque la garganta
me sigue doliendo un poco. Nils desapareció pero Roman sigue allí, dormido
cerca de mí, con su mano apretando la mía. Lo acaricio con el pulgar, feliz.
Sobre su puño y antebrazo puedo ver, con dolor en el corazón, rastros de
quemaduras dejadas por la cuerda durante nuestro rescate en helicóptero.
***
Dos horas más tarde, después del paso del doctor quien me quitó mi perfusión
y mis tubos de la nariz, estoy sentada sobre mi cama, recargada en las
almohadas. Mis múltiples cortadas debidas a la ruptura del ventanal son poco
profundas y fueron desinfectadas con yodo; así, parezco un leopardo con mis
manchas naranjas en todo el cuerpo. Me tragué un plato de cena tan líquido
como insípido a solas con Roman, y gracias a la dicha de estar juntos, me
pareció más delicioso que una cena en Bocuse. Envié a Roman a bañarse,
después de haberle jurado que no pensaba dejar que me secuestraran otra vez en
los próximos quince minutos. Cuatro minutos y doce segundos más tarde, bien
limpio y con el cabello todavía empapado, él parece nuevamente humano y me
toma la mano.
Mientras que ella me escribe una receta para analgésicos y dos citas para
controlar en el día 3 y 15 , imagino a Roman y la mujer del FBI destripándose en
el pasillo.
– Comprendo.
– Una última cosa: me gustaría hablar con el rubio alto que los acompañaba.
¿Sabe dónde puedo encontrarlo?
– ¿Eriksen? No tengo idea.
– ¿Cómo? se sorprende Frances Devon (y yo junto con ella). Pero es su
amigo, ¿no?
– Baldwin anda tras él, le puso precio a su cabeza, explica Roman. Pero Nils
no es el tipo de persona que espera la muerte con los brazos cruzados. Así que
invirtió los roles y se lanzó a la caza. Ésa es la mejor forma de no ser la presa.
Ignoro cuál pista está siguiendo ahora, y a dónde lo ha llevado ésta.
Asiento: Tony mantuvo una pasión inmoderada por las acrobacias aéreas que
no siempre son del gusto de mi estómago cuando debo volar con él como piloto.
– Es por su experiencia militar que lo saqué de la cama y lo traje con
nosotros. Nils y él comenzaron a hablar se estrategias y habilidades en el jet. Y
Nils reveló algunos pedazos de su pasado. Sin él para comprender la
configuración de la villa detrás de su pantalla de humo y de llamas, para guiar a
Tony con una visibilidad prácticamente nula, para enviarme con la cuerda al
lugar correcto, en el momento indicado...todo habría sido más... complicado.
– ¡Pero cómo odio estar bajo las órdenes de ese Vikingo arrogante! concluye
con una mueca cómica.
***
Dos días más tarde, hice mi declaración, acompañada de Roman y Nils, quien
se volvió a ir después, prometiendo permanecer en contacto (ya que Devon no
logró convencerlo de renunciar a su caza de Baldwin), también pasé mi examen
de control, me negué a ver a un psicólogo, mi voz regresó, tranquilicé a mi
familia, a mis amigos, a mi editor y estoy lista para regresar al trabajo. Todo será
lo mejor en el mejor de los mundos sin las crisis de angustia y las visiones de
No-Name que me hacen sufrir las peores torturas.
Cuando uno está convaleciente, se trate de una gripa o de una pierna rota, las
personas, los doctores, la familia, los amigos, siempre saben mejor lo que es
bueno o malo para uno, como si un accidente o una enfermedad de repente lo
privaran sistemáticamente de su capacidad de reflexión y de decisión. Las
personas, pero no Roman, quien espera mi respuesta:
Me inclino hacia él, con mis codos apoyados a ambos lados de su cabeza, y
recibo con la punta de la lengua el agua congelada que perla en la orilla de sus
labios.
Mientras que continúo, sus manos dibujan perezosos garabatos sobre mis
nalgas separadas. En esta posición, a horcajadas e inclinada hacia él, éstas están
totalmente a la merced de sus dedos, que pasan de sus firmes globos a mis
muslos, o a su raya sensible, por turnos contorneando o cosquilleando su
orificio, del cual pude descubrir la exquisita sensibilidad durante algunos de
nuestros encuentros anteriores. Roman tiene gestos suaves pero firmes, y si bien
no estaba muy cómoda las primeras veces que se aventuró en esta zona, lo
natural y la delicadeza de sus movimientos me relajaron rápidamente. Su
delicadeza pero también el placer intenso que sus caricias provocan... Si se
practican solas, son agradables. Pero sumadas a lo demás, a la excitación del
clítoris o a una muy clásica penetración, se vuelven... ¡wow! ¡Éstas multiplican
el placer y transforman un simple orgasmo en una explosión atómica! Tan sólo
de pensarlo, me pongo a mojarme abundantemente y pierdo el control de mi
hielo que se escapa hacia el plexo de Roman, se desliza hacia su ombligo y se
estrella contra su sexo cuya erección se estremece. Un silbido sale de entre sus
dientes, contrae el abdomen y aprieta las rodillas:
– Vamos a ver si resistes el frío mejor que yo, dice con una sonrisa seráfica
separando una de sus manos para tomar un puñado de hielos.
El colchón de agua ondula bajo nuestros cuerpos, el chapoteo ligero del agua
contra los pilares del pontón me hipnotiza. Ya no soy más que una bola de placer
lista para explotar bajo la boca de Roman que me lame, me succiona y me
aspira, cuando de repente ésta es remplazada por una sensación de frío intenso
que me arranca un grito de sorpresa. Intento enderezarme, con un movimiento de
reflejo, pero Roman me empuja gentilmente hacia la cama y siento un pequeño
cubo de hielo pasearse sobre mis labios, al interior de mis piernas, sobre mi
vulva... la sensación es inédita, perturbadora, enloquecedora.
Él pasa una y otra vez el hielo por mi clítoris, lo pasea delicadamente sobre el
pequeño botón de carne que se inflama y envía a mi vientre información
contradictoria.
El hielo se derrite ante el contacto con mi piel ardiente y el agua gotea entre
mis muslos, con sus gotas glaciales acariciando de paso mis nalgas antes de ser
absorbidas por la sábana. Mi cuerpo entero comienza a ondular al ritmo que
imprime el hielo sobre mi sexo, me acostumbro poco a poco a la sensación de
entumecimiento que se apodera de él hasta que la boca de Roman regresa a
colocarse sobre mi clítoris, con su aliento cálido despertando mis terminaciones
nerviosas. Él lo calienta para sacarlo de su dulce estupor, inclusive
mordisqueándolo delicadamente, hasta que nuevamente no soy más excitación y
gemidos.
– ¿Amy?
– Estoy bien... es sólo... extraño... demasiado bueno... ¡oh, tan delicioso! No
te detengas...
Oh, oh… comenzaré por dejar de asustarme sola... Inhala, exhala, cuenta
hasta diez y levántate... Roman no está lejos y seguramente Baldwin está
demasiado ocupado salvándose el pellejo como para interesarse en el mío.
[Mi amor, intenta mantener éste por más de un mes, o bien dame tiempo para
comprar acciones de Apple, que no tarda en nombrarte cliente del año.
Te amo.
Roman alza los hombros, con un gesto indolente de la mano, sin dejar de
mirarme, con minúsculas gotas saladas vacilando en la punta de sus pestañas y el
iris de sus ojos de un negro tan profundo que se confunde con su pupila.
Hay en su voz una angustia tal, un acento de desesperación tan inusual en él,
que me quedo sin comprender, incapaz de reaccionar, aturdida. Y además,
porque es Roman, porque lo amo, me basta con dejar hablar a mi corazón para
saber qué decirle, y encuentro las palabras, encuentro los gestos.
***
Nuestra escapada romántica continúa, día tras día, idílica. Por medida de
seguridad, sólo Nils y la agente Devon saben dónde estamos; para el resto del
mundo, simplemente estamos de vacaciones en unas islas. Le escribí mails a mis
cercanos, a mis padres, a mis amigos, para explicarles la situación. Aparte del
que le envié a Charlie y a Sibylle, que se apega un poco a la realidad, opté por
una versión más maquillada: ni pensar en que mi abuelo tenga un síncope o que
mi madre se ponga histérica. Edith insistió en que me tomara todas las
vacaciones necesarias para recuperarme.
– La salud antes que nada, me dijo ella, que antes no concebía darnos
vacaciones a menos que tuviéramos ambos brazos fracturados o une epidemia de
tifoidea. Sabes, Amy, la enfermedad de mi padre me abrió los ojos y establecí
mis prioridades. Es una prueba que no le deseo a nadie, pero también una lección
dolorosa, devastadora, y de la cual me acordaré.
– ¿Cómo sigue él?
– Bien, bien… responde. Se está recuperando lento, pero seguro. Regresó a la
casa este fin de semana y mi madre está loca de alegría. Necesitará cuidados
especiales por algunas semanas, pero una enfermera se encargara de éstos en su
domicilio, Corinne, un verdadero ángel.
***
– ¿Un problema?
– Sí, responde separando las piernas. Ven aquí, mi amor.
– Perdí el contacto con Nils desde ayer. Y Devon acaba de llamarme para
decirme que Martin fue encontrado ahorcado detrás de su casa rodante.
– ¿Suicidio? ¿Demasiado remordimiento?
– Eso no es todo, afirmo con una voz temblorosa. Tienes algo más que
decirme, ¿no es así?
– Sí. Devon acaba de llamarme: su equipo descubrió dos cadáveres de los
cuales uno es un hombre de Baldwin; ambos tienen el cuello roto. Según el
estado del apartamento en el cual los encontraron, los hicieron salir de su
escondite, y la lucha con su asesino fue violenta, encarnizada. El hombre de
Baldwin no era un novato, era un agente aguerrido y estaba armado. Su cómplice
fue asesinado muy rápido, pero él se defendió y peleó como animal antes de
morir. Le disparó varias veces a su agresor y le dio al menos una vez. Lo hirió de
bastante gravedad, a juzgar por la cantidad de sangre en la habitación.
Le pesadilla continúa...
48. Bajo vigilancia
Él está acostado boca arriba, pálido, con los ojos cerrados y su cabello rubio
pegado a la frente; su pesado cadáver está definitivamente inmóvil. Yace bajo
una sábana blanca que la asistente del médico forense bajó para permitirme ver
su rostro y poder identificarlo. Aprieto con fuerza la mano de Roman. La agente
del FBI encargada del caso, Frances Devon, se mantiene apartada, silenciosa.
Ella fue quien llamó a Roman ayer para pedirnos que dejáramos nuestras
pacíficas vacaciones en nuestra isla paradisíaca. Para cooperar con la
investigación. No había manera de negarnos. Nos lo pidió de forma educada,
pero una convocatoria es una convocatoria. Uno no le dice que no al FBI.
– Sí, lo reconozco.
– ¿Me puede decir su nombre?
– No. Lo lamento. No creo que Baldwin lo haya mencionado. Para mí, sólo es
el inocentón alto que debía vigilarme cuando estaba encerrada en esa habitación.
– No se preocupe, estaba fichado, tenemos su identidad. Robert Draw, un
idiota con el IQ de un pez. Solamente necesitábamos que usted nos confirmara
su vínculo con John Baldwin y su implicación en su secuestro. ¿El hombre de la
otra camilla no le es familiar?
– No, nunca lo he visto. ¿A él también le rompieron la nuca?
– Sí, el modus operandi es idéntico. Limpio, seco, brutal. Para tipos de esta
calaña, criminales profesionales, armados, y además dos contra uno, se requiere
una excelente técnica y un gran control de los encuentros cuerpo a cuerpo.
Ella asiente con la cabeza y nos autoriza a irnos. Eso es lo que hacemos, bajo
un cielo radiante que contrasta con nuestro humor lúgubre. Hubiera preferido
que lloviera, para esconder mis lágrimas. Luego regresamos en jet a Manhattan,
en un ambiente de plomo. Baldwin y No-Name siguen libres. Nils está herido y
no lo podemos hallar.
***
– Debo irme, Charlie. Iré a comer con Roman, y si llego dos minutos tarde me
va a atar al radiador cada vez que deba ausentarse.
– ¿En serio? pregunta Charlie abriendo grande los ojos.
– No, digo sonriendo. Pero terminará con una úlcera si no respeto nuestro
acuerdo. Y odio llegar tarde.
– Anda, ve con tu príncipe azul. ¿Pero mañana pasarás a verme como lo
prometiste? Aunque no tengamos mucho medios, James y yo hacemos un buen
trabajo con los animales abandonados. Y le he hablado tanto de ti que muere por
conocerte, aun cuando técnicamente ya te ha visto.
Una voz grave y lo suficientemente fuerte para ser escuchada hasta Miami la
interrumpe en sus explicaciones:
– ¡CHARLIE! ¡RECEPCIÓN!
– Oh, sonríe ella sonrojándose como si acabáramos de atestiguar una
declaración de amor. Probablemente un cliente. Y James no puede encargase con
las manos hasta los codos dentro de... la... por culpa del lavado. Vengan, los
presento.
¡No! ¡No! ¡Él no! ¡No aquí! ¡No es posible! ¡Es una pesadilla!
Y sin embargo, el parecido con Steven Seagal no deja lugar a dudas: se trata
de Dylan, el brazo derecho de Baldwin. Le aprieto el codo a Roman con fuerza,
petrificada, incapaz de articular ni una palabra. Todo se paraliza. Un zumbido
sordo me llena los oídos, estoy a punto de desmayarme por lo impresionada,
estupefacta y aterrada que estoy! Roman voltea hacia mí, como en cámara lenta,
su mirada se clava en la mía, luego gira, mira a Dylan y comprende
inmediatamente. James y Charlie, inconscientes de lo que está sucediendo,
parecen no formar parte del cuadro, ya no existen. Mi atención se concentra
solamente en Dylan, quien me sonríe con malicia. Él lleva la mano al interior de
su saco y sé que va a sacar un arma. Ya me veo muerta. Peor: veo también a
Roman bañado en sangre. Pero contrariamente a mí, Roman reacciona
adecuadamente, tan vivaz y tan rápido que ahora pareciera que todo se acelera.
Con el brazo derecho, me empuja hacia atrás mientras que proyecta su puño
izquierdo que, una décima e segundo más tarde, llega a estrellarse contra la nariz
de Dylan. Un crujido siniestro, sangre por todas partes, gritos (¿los de Charlie?)
y la pequeña recepción se convierte en un cuadrilátero. Recargada contra la
pared veo, impactada una salvaje pelea entre ambos hombres, los puñetazos
salen de todas partes, los cuerpos se pliegan bajo el impacto, finas gotas de
sangre me salpican. Intento seguir la acción, pero va demasiado rápido y lo que
realmente noto, lo único que se queda en mi cerebro como una marca de fuego,
es la silueta amenazante de la pistola en la mano de Dylan, quien finalmente
logró sacarla de su saco. Charlie grita con todas sus fuerzas.
Esta vez, se terminó. Roman no puede hacer nada contra las balas. Todos
estamos muertos.
Después de esto, Roman llama a Frances Devon, Charlie por fin nos presenta
a Mc Dowell como es debido, la policía se lleva a Dylan, y Willy el wombat se
relaja saliendo de su jaula, paseando sus cincuenta kilos de exotismo australiano
entre las piernas de unos policías que le temen un poco, hasta que James lo envía
a pasear en el jardín.
– Dylan la encontró fácilmente, señorita Lenoir, dice ella con un tono seco y
un aire de reproche particularmente injustificado. Él debió haber hecho el
recorrido de todos sus conocidos y de los lugares que frecuenta, hasta poder
predecir hasta el menor de sus gestos. Nada nos indica que no tenga un cómplice
listo para terminar el trabajo en su lugar, y no siempre tendrá un experto en
anestésicos a la mano para salvarle la vida.
– Esto sólo es temporal, Amy. ¿Podrías hacerlo por mí? ¿Quedarte aquí
segura? Siempre te gustó el lugar en cada una de nuestras visitas, ¿no? Es un
lugar seguro. Aparte de Nils y Malik, nadie sabe que la mitad del lugar me
pertenece. Sólo Tony sabe que vengo regularmente, y él se va a quedar en el
palacio contigo. En Nueva York, lo peor puede pasar en sólo unos segundos,
donde sea y cuando sea. Los hombres de Baldwin van a vigilar todos los lugares
a donde vas normalmente, todos los que frecuentan tus amigos y colegas, todos a
los que probablemente irías. Viste cómo Dylan estaba tras tu rastro en el refugio.
– Amy, retoma, si algo te llegara a pasar... yo... Bueno, sabes bien que nunca
podría vivir sin ti.
Es así como tres horas más tarde me encuentro sola (es decir: sin Roman) en
este palacio de cuento de hadas en medio de la nada. Hay tantas habitaciones,
salas, pasillos, cocinas, pisos, gabinetes, apartamentos privados, anexos,
pabellones, galerías, que me pierdo. Y eso sin hablar de los jardines lujosos e
inmensos, del extravagante oasis reconstituido, de las suntuosas caballerizas, de
la piscina lo suficientemente grande como para que navegue un paquebote en
ella, y de los baños turcos con mosaicos increíbles. Todo aquí está lleno de la
belleza, el lujo y la sensualidad de un palacio árabe, construido con un sentido
inaudito del detalle. Me cuesta trabajo imaginar que la mitad de este esplendor le
pertenece a Roman, es tan diferente de sus otros bienes. Sin embargo, él se
comporta más como un invitado que como el dueño del lugar, y él invirtió en
este proyecto la misma cantidad que el jeque, para recibir y entrenar a sus
preciosos caballos. Me pregunto de dónde sacó esa pasión por los equinos.
Probablemente del mismo jeque, quien lo conoce desde la infancia y lo
considera casi como un hijo. En este primer día, mientras que Fouad el
palafrenero me lleva a reconocer el inmenso y lujosos lugar confiado a su buen
cuidado, al pasar por el granero, el pajar, la ducha, el carrusel, la pista de galope,
los paddocks y hasta el pediluvio y el solárium, me detengo frente a la jaula de
una yegua acompañada de otra esplendorosa alazán cobriza. Sobre la placa de
hierro forjado, puedo leer:
Veamos el lado amable de las cosas: al menos Leila no está. Con un poco de
suerte, ella ya dejó su obsesión con Roman y se mudó a la India, a Groenlandia
o a Plutón.
En los días siguientes, debo admitir que podría acabar gustándome vivir aquí
y que la compañía de Leila no es tan desagradable. El jeque, por su parte, es un
hombre muy ocupado a quien no veo más que en la cena, pero es amable y
atento y se asegura de que tenga todo lo que necesito o quiero. De hecho, sólo
me falta Roman para ser feliz en este universo improbable, como un pedazo de
civilización lejana injertado en una tierra extranjera. Dedico mis mañanas a
redactar trabajos para Undertake y mis tardes a descubrir, gracias a Jamila, los
secretos de las mujeres árabes, en materia de gastronomía o de belleza. Desde el
suculento tajín marroquí hasta la increíble repostería argelina que le revela a mis
papilas sabores incomparables, pasando por las sopas tunecinas y el famoso
cuscús bereber, me vuelvo una experta en delicias culinarias. A tal punto que
debo cuidar mis medidas que amenazan con triplicarse nada más con inhalar los
aromas que se escapan de la cocina.
Leila, por su parte, parece estar decidida a querer hacer las paces conmigo y,
para demostrar su buena voluntad, piensa enseñarme a montar en caballo.
Primero, la rechazo categóricamente, convencida de que nos destriparemos antes
que siquiera sea capaz de mantenerme sobre mi montura. Pero su insistencia, sus
provocaciones, y su amabilidad terminaron por vencer a mis reticencias.
Termino por aceptar, principalmente porque sé que Roman adora los caballos y
que es un caballero en toda la extensión de la palabra. Nos imagino a ambos
cabalgando lado a lado por la inmensidad de la pampa al atardecer, y eso basta
para motivarme.
Sin embargo, al principio las lecciones son tan difíciles y dolorosas que
sospecho que Leila simple y sencillamente quiere matarme; nada como una
buena caída para deshacerse de una rival sin problemas. Ni siquiera Baldwin
habría pensado en un plan tan brillante.
La pequeña yegua purasangre árabe que monto (o más bien: que intento
montar) parece ser de una tranquilidad incomparable. Ella se llama Ouiza, que
significa « tesoro » en árabe, y le hace honor a su nombre: tiene un lindo color
gris perla, con manchas en el anca, pezuñas de un negro brillante, grandes ojos
tranquilos, minúsculas orejas sedosas y una larga crin casi blanca. ¡Pero nunca
había visto nada tan inestable como este animal! Sólo para subirme en ella fue
toda una aventura. Siempre surge un nuevo problema: el estribo está demasiado
alto, o la silla se pone a girar, o mis riendas se caen, o Ouiza decide ir a comer un
poco de hierba a tres pasos de allí mientras que yo tengo un pie en el estribo y el
otro en el piso obligándome a saltar con una pierna en el aire para seguirla. Y
una vez sobre la silla, no han terminado los problemas. Ouiza sigue dócilmente
al caballo de Leila, salvándome de hacer maniobras complicadas, pero sigo
teniendo que mantenerme sobre ella. Y no es algo fácil. Mientras caminamos
lento no hay problema, pero en cuanto se trata de trotar, me veo sacudida como
un ciruelo en media tormenta, pierdo las riendas, los estribos y mi dignidad. Es
como estar sentada sobre el portaequipaje de una vieja motoneta que conduce
sobre una ruta llena de baches.
[¿Cena a la luz de las velas? ¿Esta noche? ¿Tú y yo? Aterrizo a las ocho de la
noche.]
Lanzo un grito de alegría que hace que se paren las orejas sedosas de mi
yegua que está pastando tranquilamente al pie del árbol en el cual la amarré.
¡Roman! ¡Por fin! A pesar de nuestras largas pláticas por Skype, siento como si
llevara meses sin verlo. Obviamente no es una imagen de video lo que podría
haber saciado la falta de él que me estrujaba el corazón cada noche a la hora de
dormir, cada mañana al despertar, y más generalmente cada minuto en el que mi
mente no estaba acaparada por el trabajo o por la necesidad de aferrarme a mi
silla de montar.
Entonces me dejo arreglar por las manos expertas de las mujeres del palacio,
quienes comienzan a transformarme en una verdadera princesa árabe. Las
primeras maniobras son un fracaso, entre la depilación con azúcar (que al menos
tiene el mérito de oler deliciosamente bien), el enérgico engomado de jabón
negro y la fricción con guante de fibra (¡ay!, ¡ay!, ¡ay!), me pregunto si voy a
sobrevivir para ver a Roman. Pero el resultado vale los sacrificios: nunca había
estado tan bella, de los pies a la cabeza. Luego vienen los masajes con aceite de
argán para sublimar mi piel y relajar mis músculos que me duelen por
consecuencia de la equitación. Enseguida una joven me peina, mezclando mis
rizos pelirrojos con hilos dorados y minúsculas perlas, mientras que otra dibuja
sobre mis tobillos tatuajes temporales de henna. Finalmente, Jamila me maquilla,
resaltando mis ojos con un trazo de kohl y está por untar mis labios con un labial
cuyo color fluorescente no me da nada de confianza:
Ok. Inch’Allah, como dicen aquí. Después de todo, ¿para qué sirve la
juventud si no es para explorar nuevos horizontes, incluyendo los cosméticos?
***
Golden Boy acelera más, para nada resignado a dejarse ganar. Confiada, dejo
que mi yegua maneje su velocidad, me conformo con aferrarme y levantarme
ligeramente sobre mis estribos para no impedir los movimientos de su espalda,
como me enseñó Leila.
– ¡Anda, hermosa! le grito, loca de alegría, con el corazón latiendo a mil por
hora. ¡No nos ganarán!
Los caballos se detienen a veces para beber el agua fresca que entre sus patas;
Roman me da la mano y tomamos el camino de regreso, calmadamente, paso a
paso, tomados de la mano, con Golden Boy y Ouiza yendo al mismo paso
tranquilo y lento. Esta mañana es mágica y la conservaré como uno de mis
mejores recuerdos.
Sobre todo porque apenas ponemos un pie en la Tierra, en el jardín del
palacio, Roman recibe un mensaje de un número desconocido, con una
maravillosa noticia:
[Me alegra que estés vivo. Amy está gruñendo porque quiere detalles. ¿Dónde
estás?]
No puedo más que estar de acuerdo con sus argumentos, lo cual no me impide
comerme febrilmente las uñas mientras esperamos. Finalmente, Nils responde:
[Tengo hambre, estoy sucio, cansado, de mal humor, apesto, debo jugar a la
niñera de un mercenario que me hizo cabalgar por toda la Amazona y le pedí su
celular a un tipo que ya no tiene batería. Esos son los detalles. Estoy en Bogotá,
en el Distrito 9 .]
[Ok, llamaré a Devon para que se encargue de No-Name y te enviaré a Tony.
Llegará en cuatro horas máximo. ¿Necesitas algo más?]
[Costillas fritas, cerveza helada y una playera limpia, gracias.]
Roman guarda su iPhone riendo.
***
Esa misma noche, Nils y Tony nos acompañan a la hora de la cena; tenemos
previsto comer todos juntos en la mesa del jeque. Intento disimular el shock que
me provoca la metamorfosis de Nils, pero nunca he sido muy buen mintiendo o
escondiendo mis sentimientos, y ahora todo en mí debe estar gritando: «
¡Diablos! ¿Pero qué hiciste? ¿Qué te pasó? »
– Vas a poder recuperarte, dice tomándole la mano para guiarlo al interior del
palacio. Esta noche tenemos tajín con higos. ¿Te gusta?
– Creo que me gustaría cualquier cosa que no sea una raíz, una larva asada o
una piraña mal cocida.
El jeque le lanza primero una mirada que da a entender que ella deberá
explicar cómo puede saber tanto sobre la anatomía de Nils, luego se rinde y
asiente con la cabeza. Probablemente aprecia que su invitado no esté en estado
para atentar contra la virtud de su hija.
Tres horas más tarde, el médico, un hombre pequeño con un bigote extraño,
ha terminado de revisar a Nils. Todos esperamos escuchar su veredicto. Después
de un chequeo completo y de muestras de sangre y orina, le dio antibióticos y
sedantes; luego reabrió, curó y volvió a coser su pierna.
– La fiebre debería bajar pronto, pero hay que vigilar su muslo y cambiar el
vendaje todas las mañanas. Regresaré mañana para verlo y darle los resultados
de sus análisis. Es un hombre muy fuerte. Mucho reposo, cuatro comidas al día y
mucho amor lograrán curarlo en una semana, concluye él dándole a Leila con
qué limpiar y desinfectar las heridas.
– Cuidaremos que no le falte nada, doctor Abdelbari, interviene el jeque
quitándole los medicamentos a su hija para dárselos a Jamila. Ni cuidados, ni
reposo, ni comida. En cuanto al amor, Alá proveerá.
Dos días más tarde, Roman, Nils y yo estamos de regreso en Nueva York.
Nils ya se ve mejor, sus rasgos están relajados y su mirada viva ya sin fiebre.
Pero no logro acostumbrarme a su nuevo peinado: adepto de los métodos
inmediatos, se rapó la cabeza a pesar de las protestas horrorizadas de Leila,
quien hubiera querido salvar su cabellera del desastre.
El mesero nos trae los postres y Roman retoma, resumiendo mis ideas:
***
Con esto, nos estrecha la mano, le agradece a Patrick con una palmada en la
espalda y desaparece, dejándonos un poco sorprendidos y aturdidos por su
cantidad de palabras. Roman parece particularmente a punto de desmayarse
desde que Foreman habló de su padre con tantos elogios. Desde que se enteró de
que Jack estaba haciendo presión para lanzar mi novela en el cine.
– Debiste darle muy buena impresión, me dice pensativo. Que Jack se interese
en alguien más que no sea sí mismo, es... surrealista.
De todo esto, retengo principalmente que Jack Parker leyó mi libro. Mejor
aún: le encantó. Tanto que hasta habló de él con un productor de cine que es muy
solvente, y exigió ser el protagonista en la futura adaptación cinematográfica.
Primero me preguntó que es lo que debería pensar de esto. No lo estimo mucho,
pero desde que sé que no fue culpable en el homicidio de su esposa, lo considero
con más indulgencia. Según las personas que lo conocen, es un hombre
egocéntrico (no, terriblemente egocéntrico), no muy educado y más bien
superficial, pero amable. No es el ogro malo, como diría mi padre.
– Foreman dijo que el lugar estaba desierto, ¿no? me pregunta con una sonrisa
que me da ganas de devorarle la boca, ¡ahora mismo, en este momento!
– Sí, confirmo jalándolo hacia mí. Hasta nos recomendó calurosamente que
aprovecháramos.
– ¿Calurosamente, estás segura?
– Muy calurosamente...
Disfruto de estar entre los brazos de Roman, con su boca al alcance de la mía,
para besarlo. Primero con suavidad, para saborear, porque quisiera que durara
por siempre este instante delicioso en el que redescubro sus labios tibios como
los probara por primera vez, en el que éstos se entreabren para invitarme a
penetrar la intimidad de su boca. Luego con pasión porque su lengua hace más
que invitarme a una danza sensual, ella me provoca, me desafía, emprende junto
con la mí un vals febril que hace crepitar todas mis terminaciones nerviosas. Me
encanta esto. Nunca podría cansarme de los besos de Roman, a la vez tiernos y
exigentes; éstos me ponen en un estado de excitación difícil de explicar. Tal vez
porque él es mi hombre, simplemente. Pero también porque besa como un dios,
en eso no hay dudas.
La famosa cama real con dosel, ése que ejerció sobre nosotros un poder
irresistible, de un aspecto tan suave como una nube del paraíso, resulta ser de
hecho tan acogedora como la de un faquir. Pagamos el precio y descubrimos los
inconvenientes de un universo donde todo no es más que apariencias cuando nos
dejamos caer sobre el colchón:
Él libera a mis senos de su prisión de encaje y deja un beso sobre cada una de
sus puntas que las hace erguirse inmediatamente, como para alcanzar su boca,
para que continúe. Lo cual hace de buena voluntad, con su lengua cosquilleando
y acariciando mis pezones uno a la vez y sus manos rodeando mis senos y
difundiendo un agradable calor que se expande progresivamente a todo mi
cuerpo.
Paso mis manos por su cabello arqueándome hacia él, para que continúe
besándolos, y espero con una avidez difícilmente controlable a que se ponga a
lamerlos, a succionarlos, de esa manera inimitable que él tiene, y que
generalmente me vuelve loca de deseo en menos de veinte segundos. Pero se
toma su tiempo, como si los viera y los tocara por primera vez, los admira, los
masajea, y mi respiración se acelera cuando sus pulgares rozan sus puntas ahora
dolorosas de deseo. Sé que nada podrá tranquilizarlos ya mientras que él no
vuelva a pasarles su lengua por encima, antes de pellizcarlos entre sus labios,
luego mordisquearlos, propulsándome lejos, muy lejos de esta cama ficticia, para
aterrizar directamente en el paraíso.
Sin embargo, al mismo tiempo, muero de impaciencia por vero desnudo, por
sentir su piel contra la mía. Ya no quiero entre nosotros esta barrera textil que me
priva del placer de admirar su cuerpo, más bello que el más suntuoso de los
escenarios. Y más real, más endiabladamente real que todo lo que nos rodea.
Mis pezones le envían a todo mi cuerpo descargas de placer cada vez que los
roza, que los desliza entre sus dedos, para enseguida presionarlos, primero
suavemente, luego cada vez más fuerte a medida que me extiendo hacia él
gimiendo.
– Roman… jadeo más fuerte, pero sin recordar bien qué quería preguntarle.
– ¿Amy? se burla gentilmente. ¿Hay algún problema? ¿Quieres algo?
– No. Sí. Quiero mirarte. Tu piel... quiero tu piel contra la mía...
Paso mi lengua por mis labios, para humedecerlos, luego beso la punta de su
glande, con pequeños golpes ligeros, para dejar en éste perlas de saliva antes de
tomarlo enteramente con la boca. Me deslizo progresivamente sobre su asta a
medida que ésta se humedece bajo mi lengua, y siento que ya no escucho la
respiración de Roman, que se bloquea cada vez que bajo más, cada vez que
aprieto mis labios sobre su sexo que se inflama más. Pongo mis manos sobre sus
nalgas, las aprieto a través de su pantalón, sus nalgas redondas y duras que se
contraen y se relajan mientras que su pelvis ondula. Él hunde sus manos en mi
cabello y gime suavemente. ¡Un sonido que adoro! El sonido más bello del
mundo, que es mejor que cualquier música: los gemidos de placer de Roman
cuando hacemos el amor...
Luego, cuando su sexo está empapado, al menos tanto como el mío, echo la
cabeza hacia atrás y dejo de lamerlo; mis manos dejan sus nalgas para ir hasta
mis senos, los cuales masajeo con suavidad, en una invitación muda. Roman
hace un pequeño movimiento interrogador con la cabeza, luego me sonríe
cuando le hago una señal de que sí, nos comprendimos bien, que quiero que se
venga entre mis senos.
Él se interrumpe de repente, con los ojos hacia una caseta de vidrio, parecida
a la de la entrada, a nuestra derecha. El vigilante, cómodamente sentado en el
interior, sobre un sillón reclinable con un paquete de papas en la mano, nos hace
una gran seña amigable con un aire jovial bastante desestabilizante.
– Buenos días, ¿eh, señor, señorita? dice con un guiño. Hace calor para un
mes de abril...
– En efecto, asiente Roman sonriendo. Dígame... no tendrán cámaras de
seguridad en su nido ¿o sí?
– Por supuesto que tengo. Para eso me pagan, para mirar estas malditas
cámaras todo el día y toda la noche. Y créanme, no siempre es tan interesante
como el día de hoy.
– Ya veo. Déjenme adivinar: su colega de la entrada filma el portón mientras
que usted...
– Yo vigilo las locaciones, confirma el hombre con una espléndida sonrisa.
No es sino hasta este instante que comprendo: los estudios están bajo
vigilancia de video y nuestro encuentro no solamente fue filmado, sino visto en
vivo por este hombre bromista que parece feliz por su buena suerte. Siento cómo
mis mejillas se sonrojan de golpe, tengo ganas de enterrarme en una ratonera, o
en un hueco de termitas, no me voy a poner selectiva. Pero no hay ninguno a la
vista. A menos que corra a esconder mi vergüenza en el laberinto, bajo el riesgo
de no volver a encontrar nunca la salida, así que no tengo ninguna escapatoria. A
falta de esto, me hago pequeña detrás de Roman, quien, con la mayor naturalidad
del mundo, está negociando con el vigilante la compra de las grabaciones en la
última hora. Nunca había estado tan avergonzada en toda mi vida, y la despedida
emocionada del vigilante cuando nos vamos no arregla nada. Afortunadamente,
éste no hace bromas salaces y no tiene una mirada lujuriosa o perversa. Sólo
parece estar divertido y de excelente humor.
¡Oh, Dios mío! ¡Claro que está de buen humor! ¡Me vio con los senos al aire!
¡Nos miró haciendo el amor! ¡Oh, qué pena!
Agradezco tener puesta una falda larga que escondió a su vista las partes más
íntimas de nuestras anatomías, o eso espero...
***
Al día siguiente, un lunes asoleado de primavera, paso la mañana en Central
Park con Charlie y su gigantesco perro, el cual me resigno a llamar Snoopy
desde que pude constatar que no respondía, ni siquiera se dignaba a abrir un ojo
a alzar una oreja, cuando lo llamaban Goliath (un nombre que sin embargo es
más apropiado a su raza de león de las montañas). Charlie me hace pasar de la
risa a las lágrimas al contarme sobre sus días en el refugio recibiendo y curando
animales abandonados en compañía de su veterinario adorada con el cual sus
relaciones, si bien no tienen (todavía) nada de amorosas, en todo caso son
bastante graciosas. Su buen humor, su energía y su inquebrantable optimismo me
hacen bien. Le resumo toda la situación, la fuga de Baldwin, mis locas
cabalgatas con Ouiza, el regreso de Nils intacto (ella murmura un vago « Gracias
a Dios por haberle salvado la vida a ese testarudo Vikingo. »), el arresto de No-
Name, la declaración de Bahia anoche, el nuevo retrato hablado.
Y para terminar, mi cita con Patrick Dawn (me callo algunas desventuras con
las cámaras de seguridad...) para finalizar la gira de promoción de mi libro.
***
– Todo estará bien, me tranquiliza Roman mientras que doy vueltas alrededor
de mi stand y espero la apertura de la sala al público.
– ¿Pero si las personas odian mis novelas? ¿Si no encuentro nada más que
escribir aparte de « Sinceramente, Amy Lenoir » ? ¿Si respondo incorrectamente
las preguntas de los periodistas? ¿Si...
– Todo estará bien, créeme, repite Roman jalándome hacia él. A la gente le va
a gustar; no a todos, por supuesto, pero sí a la mayoría. Eso es algo seguro.
Tienes talento, has trabajado duro, y Patrick es un editor con gustos impecables,
no es un principiante. En cuanto a los periodistas, sé natural, permanece simple:
sujeto-verbo-complemento. No más de una idea por respuesta. Y por lo que
respecta a la inspiración al momento de los autógrafos... te propongo: « Como la
economía es un tema casi siempre ignorado, espero que encuentre en estas
páginas algo con qué distraerse, conmoverse, evadirse. Amigablemente, Amy. »
Puedes escribir lo mismo en cada libro, no creo que nadie vaya a comparar sus
autógrafos.
– Roman, ¡me salvaste la vida! Me robaré tu fórmula. Gracias, gracias,
gracias.
– A tu servicio, dice besándome. Y ahora, todo está listo: inhalo
profundamente, las puertas se abren, la multitud llega.
Aprieto entre mis dedos el magnífico bolígrafo que Roman me regaló, sonrío
y los enfrento. Snoopy duerme a mis pies, Nils, retirado, vigila los stands y sus
alrededores, y siento la presencia tranquilizadora de Roman a mis espaldas.
Todo estará bien. Sólo son personas como yo. Amantes de los libros. Nos
vamos a llevar bien.
Y Baldwin no está aquí. Baldwin está lejos. Pero Nils está aquí, Y Roman. Y
Snoopy (si de algo sirve). Estoy segura.
Sin embrago eso es lo que hace un hombre de unos cincuenta años, al que
Snoopy no impresiona, a pesar de su gran hocico elevado hacia él, un hombre
cuya figura, peinado y andar no me son desconocidos. Un hombre que no
debería estar aquí, sino enterrado hasta el fondo de América del Sur. « ¡Baldwin!
» me grita la zona de mi cerebro dedicada a la supervivencia.
¡Imposible! ¡Baldwin no tiene esa nariz de patata! ¡No tiene esos ojos verdes!
¡Calma! Nils dijo que no regresaría tan pronto. ¡Y Baldwin no tiene esas orejas
despegadas! ¡Tengo que tranquilizarme!
Quisiera gritar, aullar, quisiera llamar a Roman para que me ayude. Pero mis
pulmones están encogidos al fondo de mi caja torácica, como si se hubieran
atrofiado, incapaces de darme el menor aliento para pronunciar una sola palabra
y mucho menos un grito. El terror, frío, me paraliza y me deja muda. Baldwin
está a menos de dos metros de mí, mantiene una mano detrás de la espalda, y me
pregunto qué tipo de arma esconde.
¿Una pistola? ¿Un cuchillo? ¿Me va a doler? ¿En verdad he de morir aquí,
en el baño público? ¡Oh Roman!...
54. Miedo intenso
Hasta este instante, hasta este miércoles quince de abril, cerca de las seis de la
tarde, durante la presentación de mi primer libro, nunca me había preguntado si
prefería morir de una acuchillada o de una bala en la cabeza. Evidentemente, eso
fue antes de ver a John Baldwin lanzarse hacia mí al salir del baño después de
una sesión de dedicatorias particularmente agotadora, aunque gratificante. Un
John Baldwin irreconocible por su cirugía estética y que, en teoría, debería estar
a unos ocho o diez mil kilómetros de aquí, en algún lugar de América Latina.
Pero quien, sin embargo, vino hasta este lugar a buscarme, en la enorme ciudad
de Nueva York, para saciar su sed de venganza. Tengo tiempo para pensar en
Roman y en Nils, que se quedaron en el puesto, a menos de veinte metros del
lugar donde voy a morir, sola, frente a la mirada vigilante de Snoopy que no
parece darse cuenta de la terrible situación y que se queda tranquilamente
recostado en medio del pasillo. Después de haber pasado encima de él, Baldwin
se pone frente a mí, con una sonrisa ligera en el rostro, la mano derecha siempre
sobre su espalda, como si estuviera a punto de jugar conmigo « piedra, papel o
tijera ».
¡No es Baldwin! ¡Gracias, Dios mío! ¡No es John Baldwin! Sólo estuve
soñando. Sólo es un admirador. ¡Mi primer admirador!
Parece que este loco está siendo sincero. Se ve un poco extraño y exaltado
pero, al parecer, es inofensivo. Y, después de todo: es mi primer fan. Debería
alegrarme en vez de quedarme parada como una piedra.
Miro a Merchant y luego a Snoopy que ya ha subido veinte kilos desde que
vive con nosotras. Su pelaje color gris acero se aclaró. Ahora está casi
irreconocible. Incluso ésta podría ser una coincidencia de otro perro y otra fiesta.
Sólo que estoy segura de lo que está pasando: Snoopy ES Hogan, no hay duda
alguna.
No, imposible, obviamente. Sólo sé que debo pensar bien lo que creo después
de todos los juicios sobre él durante todo este tiempo. No sé realmente qué
pensar. Sólo sé que quiero apreciarlo por ser el padre de Roman y por toda la
familia que le queda, como Cameron. Entonces, me conformo con dejar mi frase
incompleta, cruzando los dedos para que no siga con esto. Pero declara
tajantemente, con una sonrisa ligera:
– Sabe, me siento muy mal conmigo mismo. Por Teresa. Por haberla
abandonado. No voy a contarle la historia, Amy. No soy muy sentimental y creo
que yo tengo toda la culpa de que ella se acostara con Vance. Yo la trataba mal.
Ni siquiera la veía. Era la madre de mis hijos. Debí haber hecho un esfuerzo para
conservarla, o al menos debí hacerle entender que, aunque todo había terminado
entre nosotros, ella podía contar conmigo si algo malo pasaba. Pero preferí
esconderme y borrarla de mi vida cuando entendí que en verdad me dejó por ese
imbécil caballero blanco. Ella me dio a Roman, mi principal fuente de orgullo y
yo la olvidé mientras su vida corría peligro.
– Todavía le queda Cameron y Sydney para pagar su deuda, digo, conmovida.
No lo olvide. Es un niño hermoso, muy vivo y será tan brillante como su
hermano.
– Sí, dice Jack con una sonrisa amarga. Debe haberlo sacado de su abuelo.
Parece como si la inteligencia se hubiera saltado una generación en los Parker.
Tengo la gran fortuna de tener dos hijos excepcionales.
– Entonces lo desaproveche…
– Prometido, dice volviendo a ponerse alegre. Pero regresemos a donde
estábamos. No vine a hablar con usted para confesarme. Como usted conoce tan
bien la trágica historia de los Parker, ¿qué opina de escribir un libro acerca de
Teresa? Algo sobre su caso. Para hacerle justicia de alguna forma, ¿entiende? Se
hicieron tantos chismes cuando murió… Le daré todos los detalles y toda la
ayuda que usted necesite.
Nils levanta los hombros y las manos hacia el cielo, sonriendo. No dice nada
pero casi podemos leer en su frente, como si tuviera un letrero con luces de neón
que parpadea: « Eh… ¿Yo qué culpa tengo si todas las mujeres se vuelven locas
con mi cuerpo? »
– Ok, dice Roman, divertido. Rectifico: quizá Devon te encubre también sólo
por placer, finalmente.
***
Todos estamos tan sorprendidos como ella, pero Nils no se deja intimidar:
– Sí, ese es un resumen y un poco apresurado de mi sugerencia, pero sí, a
groso modo me entendieron bien: enviar a No-Name a la cámara de gases es una
estupidez. Piénsenlo. Una condena perpetua dejaría a todos contentos.
– No creo que esté tan contento el trabajador estadounidense que tendrá que
alojar, alimentar y exculpar a un peligroso sociópata durante cincuenta años o
más, dice el procurador.
– ¿Te volviste loco, o qué? exclama Roman. Tendrás que matarme antes de
que yo acepte algo así para esa basura. ¡Estuvo a punto de matar a Amy! No se
merece más compasión que Baldwin.
– Es presunto culpable de unos cuarenta homicidios… continúa el procurador.
– Eso si nos limitamos a hablar de su carrera en los Estados Unidos, precisa
Devon. No estamos contando sus crímenes en la ex Unión Soviética y en Europa
porque si así fuera podríamos pasar toda la noche contando.
– Lo sé, declara Nils, siempre tranquilo. No olvidé a Amy. Pero él ya no es
una amenaza para ella…
Nils se levanta para enfrentarse a nosotros, al ver que todos estamos a punto
de protestar al unísono (¡yo soy la primera!) y termina su frase:
Cuando dejamos la oficina del procurador se siente entre Roman y Nils una
tención innegable. A mí también me cuesta trabajo digerir algo que me parece
ser una incomprensible indulgencia hacia un asesino sin piedad que estuvo a
punto de cortarme en pedazos, siguiendo órdenes de su patrón. Observo a Nils,
imperturbable, mientras habla con Devon. Su cabello rubio empieza a crecer en
su cráneo rapado pero sigue pareciendo un soldado marine, con su estatura
imponente a pesar de que perdió peso en su recorrido por el Amazonas. Creo que
cambió mucho desde que regresó de la selva. Es más duro que antes, más
inaccesible e indiferente con las personas. Es tan indolente que llega a ser
completamente indiferente. Seguramente su manera de pensar tan fría fue una de
sus grandes cualidades en su trabajo como policía, pero me pregunto (y no es la
primera vez) si es capaz de sentir empatía y compasión. Creo que Roman, por la
manera en la que mira a Nils mientras habla con Devon, está haciéndose las
mismas preguntas. Nils es un hombre con mucho sentido del humor y muy
astuto y a veces (raramente) es muy atento y detallista. Pero también, a pesar de
ser muy joven, es un viejo militar de la Legión Extranjera y de las Fuerzas
Especiales. Eso significa que tiene las manos manchadas de sangre. Roman lo
considera como nuestro amigo pero, finalmente, ¿se identificará más con
personas como No-Name? Después de todo ¿no un soldado es un mercenario del
Estado? Y nadie sabe exactamente lo que pasó en esa selva. ¿Quién puede saber
y entender lo que pasó Nils durante esos meses de pruebas que hicieron que
regresara irreconocible? ¿Qué peligros y que desgracias tuvo que afrontar?
Nadie lo sabe… excepto No-Name. ¿Quizá eso los unió….de alguna manera?
¿Tanto que ahora Nils quiere salvarlo? Sea como sea, Nils lleva unos buenos
quince minutos luchando con la furiosa agente Devon:
– ¡Te estás burlando de mí, Eriksen!, le grita Devon. ¡Nunca dijimos que
protegeríamos y ayudaríamos a esa escoria! ¡Ese no era el acuerdo! Hay
personas sobre de mí. Tengo que rendir cuentas a personas poderosas y no
quieren que desechos de humanidad como No-Name pasen días felices
gratuitamente.
– La prisión del Estado de San Quentin no es una ciudad para vacacionar,
objeta Nils.
– ¡Eso me vale! ¡Ellos quieren que desaparezca! ¡Quieren que el buen pueblo
de los Estados Unidos pueda dormir tranquilo!
– ¿Y eso significa…? contesta Nils, impasible. ¿Que debí haberlo ahogado en
el Amazonas en vez de traerlo de vuelta?
– De hecho, si hubiera tropezado y caído en el río y las pirañas se lo hubieran
comido, nadie le habría llorado.
– Pero habríamos perdido nuestra única oportunidad de encontrar a Baldwin
y, como consecuencia, asegurar la vida de Amy. Me doy cuenta de que en el FBI
no se reflexiona tanto como pensé. Qué lástima.
– ¡Al menos debiste haberme informado del pequeño negocio que querías
plantearle al procurador!
– Tengo derecho de pensar libremente, Devon. No soy tu esclavo. Hice lo que
me parece mejor. Trabajar para el FBI no me hará someterme a tus pies, ni a los
de tus jefes.
– ¡Al fin! ¡Pensé que nunca terminaría! suspira mientras se deja caer cobre
una caja.
– ¿Terminar qué? pregunto mientras sirvo dos tazas de té. ¿Qué está pasando?
¿Al fin decidiste abrir una boutique para vender adornos inservibles y los
harapos que ya no te quedan?
– ¡Envidiosa! dice enseñándome la lengua. Dices eso porque te mueres de
ganas de recuperar mi lámpara de escritorio.
– Creo que prefiero casarme con Freddy Krueger antes de tener esa cosa
horrible en mi sala, digo riendo. Su color provocaría nauseas hasta al hombre
más indiferente y, incluso Picasso se asombraría de ese diseño extravagante.
– No sabes nada de buenos gustos, responde sonriendo con mi comentario.
¡Esto es arte, señorita!
– Llámalo como quieras pero mantenlo lejos de mi vista, digo para
molestarla. Y todo esto sigue sin decirme por qué se te ocurrió transformar
nuestra entrada en un Tetris gigante.
– ¡Pues porque me voy a mudar! Responde, de pronto seria.
– Y eso es todo, concluye con una sonrisita. No prometimos nada pero fue
mágico… algo podría pasar.
Y es así como, por tercera vez en seis meses, me encuentro buscando una
nueva, o nuevo, compañero de apartamento… Si juzgo por mis experiencias
pasadas, puedo adivinar que esto será épico. Se acerca un nuevo momento de
cosas extrañas, pero me siento tan contenta por Charlie que una enésima
entrevista con personas raras no logrará apagar mi felicidad. Tomo mi
computadora y redacto rápidamente un anuncio. Ahora tengo tanta práctica
escribiendo este tipo de anuncios que en menos de cinco minutos ya estoy
cargando fotos del apartamento y pongo en línea el anuncio. Charlie echa un
vistazo a la pantalla mientras pasa cargando más cajas:
A pesar de que estoy convencida de sus buenos argumentos, termino por subir
a la web mi anuncio porque, aunque pueda pasar lo que dice Charlie, Roman
todavía no ha mencionado nada de vivir juntos. Y, aunque ya me haya pedido
matrimonio (de manera poco excéntrica pero enternecedora cuando adoptamos a
Chaussette a nombre de Roman y Amy Parker), no hemos vuelto a hablar de ello
desde entonces… Y, debo admitirlo: esta situación es molesta.
Mientras me siga amando creo que puedo vivir así. Al menos intento
convencerme de ello. Después de todo, hoy en día, las parejas en unión libre son
cada vez más y muchos de ellos se aman con locura. No por ello tienen que
pensar en pasar anillos por sus dedos.
***
– ¿Charlie? ¿Te podrías sentar dos minutos? Terminarás por hacer un hoyo en
la sala con tantas vueltas que das.
– No puedo. Si no me muevo, me voy a consumir en mi lugar.
– Ok… ¿En cuánto tiempo llegará James?
– Como a las nueve.
Estoy a punto de un paro cardiaco cuando me doy cuenta de que apenas son
las seis y media de la mañana. ¡La espera será interminable! Charlie limpió todo
el apartamento anoche, preparó pastelillos de frutas que estuvieron a punto de
despertarme con su olor delicioso en medio de la noche y fue a pasear más de
una hora al pobre Snoopy gigante que no pedía tanto (sobre todo porque eran las
cinco de la mañana). Ya no sé qué otra actividad proponerle a estas horas de la
mañana. Me como un tercer pan dulce que comparto con Snoopy, hasta que mi
iPhone suena. Me llegó un mensaje de Roman y, con sólo ver su nombre en la
pantalla, me vuelvo loca de felicidad:
Respuesta anonadada:
Luego, mientras Charlie da una vuelta por la sala por vez 283 frente a los ojos
confundidos de Snoopy que parece estar agotado sólo con verla, yo reviso mis
correos electrónicos. Tengo cuatro respuestas de candidatos fuertes para
compañeros de apartamento y el tono de sus escritos me hace pensar que su
visita será muy divertida. Uno de ellos parece haber confundido el anuncio
inmobiliario con uno matrimonial y me proporciona sus medidas y descripciones
personales con entusiasmo. Rápidamente lo rechazo y lo bloqueo de mi cuenta.
También elimino la candidatura de un guapo italiano que parece tener el perfil
perfecto de un chico que terminará haciendo un viaje, sólo ida, a Marte,
patrocinado por Parker Company. Mientras acuerdo una cita con los otros dos
candidatos el próximo domingo y chateo con Edith (que está de visita con su
padre) respecto de las modificaciones y correcciones de mi último artículo, de
pronto, el timbre del apartamento suena. Charlie, que seguramente ya recorrió lo
equivalente a un medio maratón sólo con ir y venir del sofá a la ventana, corre
hasta la puerta, saltando por encima del cojín de Snoop, quien, afortunadamente
volvió a recostarse como de costumbre.
Cuando veo la primera mirada que James pone sobre ella, me doy cuenta de
que el resto de la historia se escribirá sin mí. Evidentemente no sólo vino para
cargar cajas y no me gustaría que mi presencia aquí arruinara sus planes. Me
desaparezco deseándoles buena suerte y puedo ver en sus expresiones, un poco
sorprendidas, (« ¿Buena suerte por qué? ») que la mudanza era lo último en lo
que estaban pensando. Ahora están muy lejos de aquí, en ese lugar tierno y
secreto a donde van los enamorados del mundo cuando se miran en los ojos del
otro.
Yo asiento con la cabeza y pongo atención, curiosa por saber qué justifica esta
llamada, pero estoy decepcionada: Roman sólo da respuestas monosilábicas.
Aprovecho para admirar la decoración sublime que está a mi alrededor. El lugar
está maravillosamente iluminado y tiene un techo muy alto. Los ventanales de
vitrales tienen vista a un parque. Los manteles dorados de un blanco puro
combinan con la laca brillante de las paredes y con los tonos blanco y oro de los
muebles… Luego Roman cuelga el teléfono, ordena una botella de champán y
toma asiento como si estuviera satisfecho. Todo sin decir nada.
– ¿Quieres saber la famosa noticia o estás muy impresionada por el menú del
día? me molesta Roman, mientras me da una patadita en la pierna.
– No, no… quiero decir: sí, claro. Te escucho, balbuceo mientras siento que la
sangre colorea mis mejillas.
– Bueno, dice con un tono de camarero. No me gustaría perturbar la reflexión
profunda de la señorita con respecto a su decisión vital entre la crema de
champiñones con lavanda, la pizza de trufas negras y queso fontina o las
brochetas de atún de aleta amarilla con salsa de soya verde...
– Son unos verdaderos Goonies, dijo Nils para burlarse en una conversación
por Skype.
– ¿Qué significa eso? preguntó Roman sin muchas ganas de bromear.
¿Contrató payasos?
– Un chino muy malo en artes marciales pero mucho más ingenioso que Mc
Gyver; un gordo de setenta kilos, de baja estatura, que come casi igual que yo
pero que es bueno en informática ; una bestia indestructible y sin neuronas pero
que podría destruir toda una ciudad él sólo (y salir ileso) ; y, para terminar, un
tipo extraño con cabeza de tortuga pero que habla quince idiomas a la perfección
y tiene conocimientos enciclopédicos sobre lo que sea, desde la teoría de la
relatividad hasta la receta de huevos con flores, pasando por el desarrollo de las
armas nucleares.
Como Roman se quedó mortalmente callado, más serio que un cielo con
tormenta, yo dije, para relajar el ambiente:
– Te faltan tres.
– ¿Tres qué? preguntó Nils.
– Tres caricaturas. Los Goonies eran siete. Y había algunas chicas.
– Tienes razón, Amy. Le diré a Frances que nos envíe también un asmático,
un top model o algo parecido y un…
– ¿Ya terminaron sus bromas de niños? interrumpió Roman. ¿Podemos
regresar a cosas serias?
–Qué aguafiestas, respondió Nils con su frialdad habitual. Te recuerdo que
Amy está señalando un punto crucial que no tiene nada de infantil y que es
primordial.
– ¿Ah, sí, qué? dijo Roman suspirando, molesto.
– La igualdad en los equipos. En verdad tenemos que convencer a Frances
para que agregue a una chica guapa al grupo para que el FBI no pase como un
grupo sexista de costumbres medievales y…
Esto fue suficiente para tranquilizar a Roman que nunca pondría en duda el
juicio de Nils en este tipo de cosas. Terminamos la conversación y cada quién
regresó a sus actividades del día. Nils regresó a la búsqueda del sicópata; Roman
a la de los contratos; y yo a la de información de la economía.
Roman ya me había dicho que tendría mucho trabajo y que casi no estaría
disponible hasta principios de mayo. Y, en efecto, siempre está entre vuelos y
citas de trabajo. Sólo puedo verlo por momentos. Pero, al contrario de lo que
suele hacer -y seguramente lo hace para compensar su ausencia-, me envía varias
veces al día recados tiernos, inesperados, algunos lindos y otros chistosos,
mensajes de texto o mails que me hacen sonreír como una colegiala. No hay
nada cursi o banal en sus mensajes. Muchos de ellos me hacen reír y otros
sonrojar o aceleran los latidos de mi corazón. Esto está creando en mí una
incontrolable adicción a mi iPhone, que reviso compulsivamente cada quince
minutos. Pienso en las pobres mujeres de siglos pasados que, sin internet, sin
teléfono y sin telégrafo, tenían que confiar en las piernas nerviosas de los
caballos postales y en los muslos musculosos de los carteros y esperar durante
semanas, a veces meses, para recibir noticias de sus amados que se iban del otro
lado del mar. Incluso en nuestros días, cuando extraordinariamente recordamos
cómo se escribe una carta postal y cómo se pega un timbre, nuestra inspiración
suele llegar sólo después de las vacaciones. Pero con la magia de la tecnología
Roman está cerca de mí, aunque se encuentre a seis, ocho o diez kilómetros de
Nueva York. Casi estoy a punto de prenderle una veladora a un santo para
agradecerle por sus bondades.
Como tengo demasiado tiempo libre en este interminable fin de mes, trabajo
el doble en Undertake; me quedo horas extra y empiezo a clasificar mis
documentos sobre Teresa, Vance y Baldwin para bosquejar el borrador de un
plan para mi próximo libro. Veo a Jack casi todos los días para recolectar más
testimonios sobre Teresa y obtener la mayor información que él pueda darme.
Aunque en lo general es muy egocéntrico, ahora se ha mostrado más bien
amable. Sólo cuando no habla de embellecer la galería. Cuando viene al
apartamento, siempre estoy consciente de que que tiene una debilidad hacia el
alcohol y evito servirle algo más fuerte que el té de menta o el café gourmet.
Siempre termina aceptando de buena gana mis reglas, no sin antes intentar
obtener dos o tres gotas de alcohol en su taza:
– ¿No tendrá alguna cosa para suavizar un poco lo amargo del té?, pregunta
automáticamente con el primer trago.
– Sí, claro, respondo sin pensar. Iré a buscar un poco de miel.
– ¿No tiene algo más… fuerte?
– ¿Prefiere azúcar moscabada, jarabe de caña o cubos de azúcar?
– La miel está bien, suspira siempre.
– Tengo una de Madagascar que está deliciosa.
***
Los días pasan, mi documentación sobre los Parker se hace más grande y
evito un poco las galletas para detener que la ropa ya no me quede. Jack sigue
comiéndoselas sin medida, con esa despreocupación envidiable de los hombres
que pueden comer lo que sea sin subir ni un gramo.
Por fin llega el primero de mayo, un día para celebrar pues al fin Roman hace
una pausa y regresa a Manhattan y, por otro lado, debo recibir a cuatro tipos
raros que quieren el lugar del compañero de apartamento.
Siento que me va a dar un infarto cuando me doy cuenta de que habla en serio
y que es mi cuarto candidato. Parece que esto es una propuesta muy formal para
vivir juntos…
– Sólo que… comienzo a decir, eligiendo mis palabras. Sólo que ésta será una
renta de larga estancia, ¿entiende? Mis compañeros anteriores me dejaron en un
tiempo record sin avisar antes y empiezo a cansarme de estar haciendo
entrevistas incómodas cada tres meses.
– Sí, ya había entendido eso, dice Roman avanzando hacia mí. No me da
miedo comprometerme por mucho tiempo.
Busco algo divertido qué responderle pero, antes de que mis neuronas logren
relajarse y antes de que mi mente proponga alguna frase, Roman pone su mano
en mi nuca y me acerca a él para que lo bese. Su lengua en mis labios, su otra
mano que calienta mi cadera y me presiona hacia él, su sabor, su olor, toda esta
combinación me hace marearme y necesito tomarme de él para no derretirme de
felicidad. Se separa de mi boca algunos segundos sólo para decirle al roots que
se levantó del sofá:
Y como el otro está a punto de protestar, Roman precisa con un tono firme:
La noche cae y seguimos sin tener respuesta. Por mi mente pasan millones de
posibilidades catastróficas (es la maldición del escritor. ¡Tenemos demasiada
imaginación!) y Roman debe utilizar todo tipo de persuasiones para
convencerme de que Nils no cayó en la trampa de Baldwin y que no está
agonizando en el fondo de una cava húmeda ni siendo torturado por chilenos de
rostros aterradores. Mientras imagino a Nils atado a una silla con una máquina
para triturar en los pies, recibo un mensaje de texto que me hace saltar.
Roman escribe:
Son más de las once de la noche cuando Nils llega a la Red Tower y tuvimos
tiempo suficiente para volver a poner en orden nuestra ropa. Sin embargo, tengo
la impresión de que me paseo con un letrero que dice: « ¡Acabo de hacer el amor
durante dos horas continuas sobre este sofá con el hombre de mis sueños y
estuvo increíble, mágico e inimaginable! ». Intento convencerme de que sólo
estoy imaginando cosas y que nadie puede darse cuenta de algo. Casi lo logro
hasta que Nils arruina todas mis ilusiones con una simple sonrisa traviesa
después de habernos echado un vistazo. Roman se queda como si nada pasara
pero yo no sé dónde meterme.
– No te estoy preguntando por la res con ron e higos ni por los panecillos de
patata dulce, corrige Roman, pacientemente. Hablo de Baldwin.
– HS, Baldwin, ya les había dicho, responde Nils mientras se vuelve a servir.
Kaput, KO, erradicado, limpiado, desaparecido.
– ¿Está…muerto?! exclamo, infinitamente tranquila, feliz, incrédula y
extrañamente incómoda de alegrarme por la muerte de alguien, aunque se trate
de una escoria sicópata como Baldwin.
– Seee.
– ¿Pero el procurador no lo quería vivo? se sorprende Roman muy
contrariado.
– Sí, pero los Goonies así lo quisieron. No sé si fue por error, por exceso de
entusiasmo o sólo por defensa propia. Eso no importa. El punto es que la
búsqueda del hombre terminó en un asesinato. Devon parece no estar enojada y
no sancionó a nadie pero dudo que al procurador le guste la idea.
– ¿Cómo lograron encontrarlo?
– Gracias a NO-Name que me hizo una lista de los posibles puntos de sus
caídas y sus conexiones. Después de que Baldwin se nos escapó entre las patas
en Punta Arenas, pude encontrarlo esta noche, cien kilómetros más al sur, en una
barraca en la Isla Dawson, un pedazo de tierra del tamaño de Nueva York
perdido en las aguas del Pacífico y poblado por cuatrocientos habitantes, un
lugar nada hospitalario que sirvió de campo de concentración durante la
colonización y luego de cárcel para los presos políticos condenados a trabajos
forzados. Baldwin no pudo haber elegido un mejor lugar para vacacionar. Nadie
habría pensado en ir a buscarlo allá. Lo localicé, los Goonies me alcanzaron,
detuvieron a sus cómplices y perforaron a Baldwin como a una coladera después
de algunas palabras nada amables entre los dos bandos. Baldwin llevó muy lejos
las provocaciones verbales y armadas. Quizá pensó que su estatus y su fortuna lo
mantendrían a salvo de un asesinato precipitado en medio de la profundidad de
Sudamérica. Pero se equivocó.
– ¿Estamos seguros de que era Baldwin y no una trampa? pregunta Roman
con un extraño toque de esperanza en la voz. Después de todo, acababa de
hacerse una cirugía plástica…
– Los Goonies tomaron moldes de su dentadura y las compararon con la de
los expedientes. Sí es él. El médico forense confirmará la autopsia pero yo
apostaría mi postre asegurando que es él.
Durante todo el relato de Nils me quedo sin aliento, tomada de Roman, sin
osar creer que la pesadilla al fin terminó. Baldwin está muerto. Eso significa que
ahora podemos vivir tranquilos. Ahora ya no estoy amenazada y el asesino de
Teresa al fin pagó por lo que hizo. Espero que eso le dé a Roman un poco de paz.
Pero, al contrario de lo que pienso, Roman se ve más nervioso que tranquilo.
Está bombardeando a Nils de preguntas. Le pide detalles y que le asegure cosas.
Nils, pacientemente, le contesta todo mientras sigue comiendo. Para mí la
muerte de Baldwin es una bendición, el fin de un ciclo al que no tengo ganas de
regresar. Pero para Roman es diferente y creo saber por qué: la muerte de
Baldwin lo priva de un proceso en el que habría podido aclarar al fin la verdad
sobre estos años de complot y de versiones falsas de las cosas, del asesinato de
su madre y Vance. Con esta muerte, Roman se siente timado, como si el asesino
de su madre se le escapara.
***
A la mañana siguiente, cuando abro los ojos, mi maleta está al pie de la cama
y Roman, en ropa interior, con el torso desnudo y el cabello húmedo, metió en
ella casi todo lo que encontró a su paso. El sol ya casi está en la parte más alta
del cielo y Roman parece estar más tranquilo. Seguramente fue a correr al
amanecer al Central Park. Le gusta recorrer kilómetros solo antes de que la
ciudad salga de su letargo, escuchar el rugido de los animales y ver el sol salir.
– Levántate, osita, dice cuando le pregunto, todavía soñolienta, por qué hay
tanto movimiento. Ya nos vamos.
– ¿Eh? ¿Qué? ¿A dónde? ¿Cómo? ¿Por qué?
– ¡Es sorpresa! Ponte un vestido. Tomaremos el desayuno en el jet.
Al final del día, Tony aterriza el jet en una gran pista de asfalto justo en el
corazón de una ciudad grande frente a una cadena de montañas inmensa bañada
por el sol. Roman esquivó hábilmente todas mis preguntas para saber a dónde
nos dirigíamos, así que intento ubicarme viendo la arquitectura y el nombre del
aeropuerto: Alejandro Velasco Astete. Mis pocos conocimientos en geografía no
me permiten situar ese nombre en el mapa del mundo. La fonética me dice que
debe ser en Sudamérica, pero nada más. Luego bajamos del jet para volver a
subir a un helicóptero y, hasta que llegamos a Aguas Calientes, sé dónde
estamos. Estamos en Perú y, para ser más precisos, al pie del Machu Picchu, en
el pueblo de Juan Flores, el famoso creador de joyas que me vuelve loco.
Inconscientemente, acaricio el brazalete junco de oro rojo que Roman me regaló
en San-Valentín. Es un brazalete en el que se puede ver la silueta ligera de un
felino pequeño moviéndose. Es una obra única y espléndida que Roman mandó
hacer en la ciudad de Flores, y que yo cuido con mucho cariño.
El señor asiente modestamente. Luego, Roman tiene que empujarme hasta las
joyas para sacarme de mi parálisis. No todos los días se tiene la oportunidad de
encontrarse frente a frente con su ídolo… Doy un recorrido por todo el taller y la
boutique varias veces, lentamente, maravillada por la perfección y delicadeza de
sus obras que brillan frente a mis ojos. Tengo mil preguntas, comentarios y
cumplidos para Juan Flores. Roman hace su papel de traductor con gusto,
mientras él también admira las joyas. Veo que se detiene frente a un estante con
anillos. Todos son hermosos y yo también me quedo viéndolos detalladamente.
Te amo
– Sí, digo simplemente, incapaz de pronunciar otra cosa, con los ojos fijos en
nuestros dedos entrelazados. Sí, repito deslizando por el dedo anular de Roman
el anillo de oro blanco de compromiso.
Dos horas después, estoy recostada boca arriba, completamente vestida, sobre
el colchón de lino y con la mano izquierda extendida hacia el techo. Admiro mi
anillo que brilla suavemente con la luz tenue de las velas. Me niego por
completo a guardarlo y ponérmelo hasta la ceremonia. No me importa la
costumbre ni la tradición. Ya lo tengo y me lo dejo puesto. Me pierdo
contemplándolo…
La cabeza me da vueltas desde hace algunos instantes sin que yo sepa
realmente si se debe a la emoción o a la altitud de las montañas. Estamos en una
inmensa yurta hermosamente decorada y puesta sobre un promontorio rocoso en
medio de las ruinas venerables de la antigua ciudad inca de Machu Picchu.
Siento como si estuviera flotando sobre un mar de nubes ligeramente agitado.
Esto me gusta mucho. Los deliciosos aromas de una infusión de mate de coca
me acarician la nariz. Es un remedio milagroso para combatir los efectos de la
altitud, según Roman.
Se sienta sobre el borde de la cama, con el torso desnudo, sobre una pierna
doblada. Las sombras danzantes dibujan en su piel curvas complejas. Dejo de
contemplar mi anillo para concentrarme en él, en su silueta alargada, en la
excepcional perfección de su cuerpo de músculos grandes. Me enderezo, me
recargo en la cabecera de la cama y doy un sorbo a mi tisana sin dejar de
mirarlo. Puso sus manos en mis tobillos y los acaricia lentamente, de abajo hacia
arriba, hasta la pantorrilla, luego hasta las rodillas. Pronto se desliza bajo mi
vestido para acariciar mis muslos. Poco a poco me da un masaje ligero que se
siente como un velo. La danza de sus dedos tiernos sobre mi piel blanca me
hipnotiza. Llegan hasta el límite de mi vientre bajo, hasta la frontera de mi
cadera donde la piel se vuelve tan sensible y delicada y que, con el mínimo frote,
me provoca un escalofrío de placer y de impaciencia. Otra vez siento vértigo, un
vértigo delicioso que me sonroja las mejillas y hace que mi corazón lata como si
quisiera escaparse de mi pecho. Es obvio que el remedio de Roman no podrá
hacer gran cosa con mis mareos, a menos que sea más eficaz que el mal de
amores… Soy un caso perdido, perdido en cuerpo y alma, a la disposición de
este hombre que toca mi cuerpo exquisitamente como si fuera un instrumento
musical que conociera a la perfección. Dejo mi taza vacía sobre el buró de la
cama. Mi mente sigue dispersa. Deslizo mis manos en la cabellera negra y suave
de Roman. Su cabello escurre entre mis dedos. Mis piernas se abren con la
presión sutil de sus caricias que ahora rozan mi vello púbico que no cubre
ninguna braga.
Siento que languidezco y mi cadera, como si se moviera por voluntad propia,
se va hacia Roman hasta que mis labios húmedos al fin encuentran sus dedos que
provocan instantáneamente una pequeña descarga de placer. Esa descarga
desencadena otras, en grandes cantidades. Mi vientre se contracta, mi espalda
baja ondula suavemente y los dedos de Roman entran profundamente con esta
danza. Primero excitan mi clítoris que se inflama, se pone duro y vibra con un
placer indescriptible. Luego tocan mis labios que se abren para él como pétalos
carnosos de una flor extraterrestre, una flor de piel y de sangre que llama al coito
y nos vuelve animales. Sus dedos se meten en mí, lentamente, apenas algunos
centímetros y luego, poco a poco, más lejos y más profundo. Me penetran hasta
desaparecer completamente en mi interior, hasta que la palma de su mano golpea
mis labios brillosos y hasta que su dedo pulgar aplasta mi clítoris, haciendo un
rápido y delicioso vaivén lento, intenso, veloz, exquisito, que me hace jadear y
gemir de placer. Los demás dedos no se quedan inmóviles y continúan su
penetración profunda y agitada que multiplican el placer hasta hacerlo
inconcebible. Repito el nombre de Roman una y otra vez hasta que ya no pueda
decirlo, hasta que deje de ser la expresión del placer que me invade y se
desborda en mí. Siento como si todo mi ser se solidificara con las caricias de los
dedos de Roman, como si una inmensa ola se petrificara de pronto y el placer
amenazara con explotar en cualquier momento. Entonces, parece como si el
mundo se detuviera. Mi respiración se detiene, mi cuerpo se tensa y se arquea
brutalmente. Ya no existo, sólo soy una explosión se luz. El orgasmo se lleva
todo: el vértigo, mis pensamientos, mi conciencia…
Cuando Roman levanta la cabeza siento que veo a un inca rodeado con una
aureola de fuego.
Con dos pasos, Roman llega al pie de la cama. Lo tomo del cinturón para
acercarlo a mí, antes de quitárselo, abrir su pantalón y dejarlo deslizar junto con
su bóxer a lo largo de sus piernas nerviosas y musculosas de corredor de
maratón. Con dos patadas, Roman se deshace de toda la ropa. Ahora está parado
frente a mí, mostrándome toda su belleza y su desnudez. Su erección está dura
como un tótem de madera construido en su vientre. Tomo su sexo en mi mano,
con esta mano que desde hace poco está adornada por el símbolo de nuestro
amor que brilla en mi dedo. Su sexo se inflama con mis caricias. Mi otra mano
se pierde en sus nalgas, sus hermosas nalgas grandes y redondas que presiono
suavemente antes de perderme en su suavidad… Roman se pone tenso con estas
caricias, antes de dejarse llevar por completo cuando mi mano izquierda retoma
simultáneamente su danza sobre su pene erecto y ardiente. Me inclino para besar
el glande que humecto con pequeñas lamidas glotonas, hasta lubricarlo por
completo. Mis dedos lo rodean más fuerte y se deslizan sobre la verga con más
energía y libertad. Sus gemidos van crescendo y su mano toma mis rizos rojizos
para echar mi cabeza hacia atrás.
Las puntas de mis senos, atormentadas, me duelen de deseo. Siento
pulsaciones entre mis muslos pero me concentro en ocuparme de Roman, en
darle un poco de lo que él me dio hace un rato. Roman clava su mirada en la mía
y pasa suavemente su pulgar sobre mis labios entreabiertos, acariciándolos como
lo haría su lengua y se queda en mis dientes… Luego, conforme sube el placer,
este extraño beso se vuelve más exigente, más desordenado. Roman presiona
más fuerte su pulgar sobre mis dientes, hasta que cierro la mandíbula sobre su
dedo y le doy ligeros mordiscos. Primero lo hago suavemente y después más
fuerte, hasta morderlo de verdad mientras mis manos siguen activando su sexo.
Las manos de Roman se apoderan de mi cabello y mi boca, hasta lastimarme un
poco, deliciosamente. Siento que entre mis muslos escurre la expresión de este
extraño placer. En el frenesí que se apodera de nosotros, el dolor sólo existe para
aumentar el placer e hundirnos en un disfrute total.
Durante los dos meses que siguen después de nuestro escape peruano, el
torbellino de lo que está pasando nos sumerge, nos sacude de un problema a
otro, nos atormenta en nuestros trabajos: en la continuación del asunto de Vance,
la redacción del libro que habla de Teresa que se puede traducir en la compañía
incondicional de Roman pues él se interesa tanto como yo en este libro, los
preparativos de nuestra boda y nuestros deliciosos encuentros amorosos que a
veces nos obligan a desobedecer nuestras obligaciones. Así como este miércoles
de junio, cuando Roman llegó al Undertake, pretextando una emergencia y,
literalmente, me secuestró frente a los ojos sorprendidos del equipo del
periódico, para llevarme a Nueva Orleans donde pasamos dos días increíbles
amándonos, paseando en el Bayou et disfrutando la excelente comida de Nora.
La fecha de la boda ya está acordada para el cuatro de julio. Roman pensó que
sería divertido unirse el día de la Independencia… Yo esperaba que confiara los
preparativos a profesionales para que cumplieran sus exigencias en vez de
dejarme a mí todo ese trabajo que los hombres suelen considerar aburrido. Pero,
como de costumbre, me sorprendió proponiéndome que decidiéramos todo
nosotros mismos, juntos. Es por eso que pasamos largas noches como cómplices,
recostados sobre los codos en la espesa duela de su habitación, con hojas de
papel desperdigadas a nuestro alrededor, escogiendo cada platillo del menú,
redactando el texto de la invitación, haciendo la lista de invitados y eligiendo la
música. Cuando estamos indecisos o cuando nuestras opiniones son opuestas,
dejamos que el azar elija por nosotros. Roman suele ganar y yo intento hacer que
me pase su buena suerte, aunque a veces tengo que recurrir a hacer trampa…
pero solo en caso de fuerza mayor. Como cuando quiso imponernos (I Can’t Get
No) Satisfaction como marcha nupcial, por ejemplo. A mi padre le habría
encantado la idea pero a mi madre le habría dado un paro cardiaco a media
canción y me lo recordaría hasta el final de mis días. Prefiero irme a la segura y
elegir a Beethoven, que después puede convertirse en rock and roll. Terminamos
eligiendo una buena combinación entre los Rolling Stones y Mozart.
Sus ojos brillosos hacen que las fotos se vean más hermosas que nunca…
Durante la noche, pongo los pies en la tierra. Las cosas y las personas
regresan a su lugar y esto también es agradable. Todos nuestros seres queridos
están aquí presentes, agrupados a nuestro alrededor o paseando en las veinte
hectáreas de los suntuosos y lujosos jardines botánicos de hermosos paisajes que
están en la villa Vizcaína, una majestuosa e impresionante construcción del siglo
XVI al estilo de las construcciones del norte de Italia que Roman rentó toda una
semana. La impresionante Biscayne Bay, en el barrio de Coconut Grove, se ve
beneficiada por el clima tropical de Miami y tiene el clima fresco de la bahía.
Los materiales escogidos por el arquitecto son maravillosos. Desde el mármol de
Europa hasta las piedras calizas de Florida, pasando por los tejados de Cuba
hechos a mano. Es una decoración de cuento de hadas que podría ser escogido
por el productor de cine Trey Foreman, para mi trabajo en colaboración con
Patrick Dawn.
Nils molesta a Leila que está bajo los ojos vigilantes del cheikh Hamani,
Cameron camina felizmente de Jack a Roman. Simon le presenta a Edith Bahia y
me susurra, sonriendo:
– Qué bueno que me dijiste que no tenías ninguna intención de casarte con
Roman Parker…
– ¿Yo dije eso? pregunto sorprendida.
– Claro.
– ¿Estaba borracha?
– Sólo habías tomado agua del grifo, creo.
– ¿¡Cómo es posible que yo haya dicho una estupidez tan grande?!
– Lo dijiste en nuestro reportaje de una semana en la vida de Roman. Yo te
estaba hablando de Kevin, mi compañero, que se casó con nuestro objeto de
investigación: una rubia corpulenta, hija de un empresario que transformó el
pequeño negocio familiar en un imperio gigantesco. Hice la broma de si tú harías
lo mismo con Roman.
– ¿Y qué te contesté?
– ¡Oh! ¡No, para nada, yo nunca hará eso! dice haciendo mímica de gato
miedoso.
Me río alegremente con él antes de ir con Sibylle que está con mi madre,
presentándole a Julia, su novia. Mi madre la saluda haciendo muecas raras. Eso
hace reír mucho a la abuela. Mi abuelo está encantado jugando con la nieta de
Lou y Alexander. Eduardo coquetea con Tony que, a su vez, intenta conquistar a
Leila en cuanto Nils y el cheikh se distraen. Volodia, el amigo pintor de Roman,
acompaña a la hermosa Sydney, la madre de Cameron, y recuerdo que esos dos
habían simpatizado en el cumpleaños del niño… Charlie vino con James y
parecen estar completamente enamorados. Malik da un grito poco viril cuando se
encuentra con Willy, el marsupial que James deja pasear por el suntuoso parque
de la villa Vizcaína.
Luego la atención va hacia Jack que se subió a la mesa para pedir silencio.
Siento que Roman se molesta a mi lado y, a pesar de mi reciente amistad con su
padre, no puedo evitar sentirme tensa. Jack nos tiene tan acostumbrados a sus
escenas desagradables… Roman aprieta mi mano y casi la tritura. Siento que
está a punto de saltar. Yo también lo tomo con todas mis fuerzas.
– Al fin alguien que te ama de verdad y que te seguiría hasta el fin del mundo,
bromea Roman mientras James le da un golpecito al gran Willy que termina
logrando ir con su ídolo.
La mesa vacila cada vez más con las ovaciones del público que se divierte.
Jack baja prudentemente del barco, llevándose a Cameron que está muy feliz,
para regresar a tierra firme. Mientras que Roman y yo intentamos estabilizar el
edificio, haciendo contrapeso, Nils, con su marsupial a los pies, toma la palabra:
El silencio estupefacto que se hace después de las palabras de Nils pronto deja
lugar a un ruido de comentarios indescriptible. Mientras todo el mundo mira mi
vientre que está completamente plano como para poder sospechar un embarazo,
Nils precisa:
Luego toma a su marsupial sin forma, lo pone bajo su brazo y baja de la mesa,
dejándonos a Roman y a mí frente a mil preguntas. Roman, después de hacerle
un gesto a Nils para decirle que se vengará de él en cuanto nos libremos de este
momento, pide silencio. Cuando todo el mundo se tranquilizó, me abraza y me
besa tiernamente. Luego, voltea hacia el público, sin dejar de abrazarme por
atrás y con las manos cruzadas sobre mi vientre:
FIN.
En la biblioteca:
Call me bitch
A Jude Montgomery, el irredimible dandi millonario, y a Joséphine Merlin, la
guapa habladora de mal carácter, se les confía el cuidado de la pequeña Birdie:
una princesa de tres años, cuyo adinerado padre, Emmett Rochester, se divierte
de lo lindo en las Bermudas con su chica. ¿Será un lindo engaño montado para
reunir al mejor amigo de uno y a la hermana gemela de la otra? Si solamente…
Ponga en una residencia londinense a los peores niñeros del planeta y los
mejores enemigos del mundo, agregue una horrible niña mimada y deje cocer a
fuego lento durante dos semanas. ¿El plan más desastroso del universo o la
receta para una pasión condimentada, con justo lo que se necesita de amor, odio,
humor y deseo?
March 2016
ISBN 9791025730300