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la biblioteca:

Bliss - El multimillonario, mi diario íntimo y yo


Emma es una autora de éxito, ella crea, describe y le da vida a multimillonarios.
Son bellos, jóvenes y encarnan todas las cualidades con las que una mujer puede
soñar. Cuando un hermoso día se cruza con uno de verdad, debe enfrentar la
realidad: ¡bello es condenarse pero con un ego sobredimensionado! Y arrogante
con esto… Pero contrariamente a los príncipes azules de sus novelas, éste es
muy real.

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El bebé, mi multimillonario y yo - Volumen 1


El día en el que se dirige a la entrevista de trabajo que podría cambiar su vida,
Kate Marlowe está a punto de que el desconocido más irresistible robe su taxi.
Con el bebé de su difunta hermana a cargo, sus deudas acumuladas y los retrasos
en el pago de la renta, no puede permitir que le quiten este auto. ¡Ese trabajo es
la oportunidad de su vida! Sin pensarlo, decide tomar como rehén al guapo
extraño… aunque haya cierta química entre ellos.

Entre ellos, la atracción es inmediata, ardiente.


Aunque todavía no sepan que este encuentro cambiará sus vidas. Para siempre.

Todo es un contraste para la joven principiante, impulsiva y espontánea, frente al


enigmático y tenebroso millonario dirigente de la agencia.

Todo… o casi todo. Pues Kate y Will están unidos por un secreto que pronto
descubrirán… aunque no quieran.

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Pretty Escort - Volumen 1


172 000 dólares. Es el precio de mi futuro. También el de mi libertad.

Intenté con los bancos, los trabajos ocasionales en los que las frituras te
acompañan hasta la cama... Pero fue imposible reunir esa cantidad de dinero y
tener tiempo de estudiar. Estaba al borde del abismo cuando Sonia me ofreció
esa misteriosa tarjeta, con un rombo púrpura y un número de teléfono con letras
doradas. Ella me dijo: « Conoce a Madame, le vas a caer bien, ella te ayudará...
Y tu préstamo estudiantil, al igual que tu diminuto apartamento no serán más que
un mal recuerdo. »

Sonia tenía razón, me sucedió lo mejor, pero también lo peor...

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En la biblioteca:

1000 páginas de romances eróticos


Horas de romances apasionados y eróticos Encuentre en su totalidad cerca de
1000 páginas de felicidad en las mejores series de Addictive Publishing: - Mr
Fire y yo de Lucy K. Jones - Poseída de Lisa Swann - Toda tuya de Anna
Chastel

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En la biblioteca:

Secuestrada por un millonario


Un secuestrador tan seductor como hechizante. Una joven secuestrada por su
propia seguridad. Una tórrida pasión que le hará perder el piso.
La linda Eva es raptada por Maxwell Hampton. Sólo que su rico y seductor
secuestrador afirma haberlo hecho para salvarla de un peligro sobre el cual no
quiere revelar nada. La joven, independiente y apegada a su libertad, va a
revelarse contra este cautiverio forzado; pero su captor, dueño de un encanto
hechizante es tan enigmático como persuasivo. Y Eva deberá luchar contra su
propio deseo. Porque, ¿no dice el dicho que la mejor manera de vencer a la
tentación es caer en ella?
Descubra rápido el primer episodio de Secuestrada por un millonario, una saga
de la nueva escritora inédita Lindsay Vance.

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June Moore
ABRAZADOS
La obra completa

ZAMY_001 - 12
1. Sleepy Princess

Lunes 8 de septiembre, Manhattan, USA.

Hay personas a quienes la vida les sonríe y otras a quienes, a pesar de tener un
IQ sobresaliente y una prometedora carta astral, tienen una habilidad inigualable
para meterse en problemas. Por más que lleve una vida ordenada, programe mi
alarma dos horas antes de salir, cruce por el paso peatonal y siga las recetas de
cocina al pie de la letra (soy una especialista en crema bávara de kumquat con
pistache), parece como si perteneciera a esa categoría de personas cuya vida
siempre está llena de imprevistos.

Sin embargo, mi horóscopo es optimista:

Piscis: esta semana todo saldrá bien, ¡aprovecha! Trabajo: ascenso a la


vista, ¡ve por él! Amor: Venus te ofrece la combinación ideal: pasión +
sentimientos, ¡no dejes pasar la oportunidad! Salud: ¡estarás resplandeciente!

Tengo ganas de destrozar el periódico, toda esa bola de mentiras, y de lanzar


los pedazos por toda la habitación, pero probablemente me ganaría los regaños
del gerente del hotel, así que me conformo con lanzarlo a una esquina del bar, lo
más lejos posible. Si ese periodicucho dijera la verdad, estaría escrito:

Piscis: todo salió bien la semana pasada, ¡espero que hayas aprovechado
porque ya se terminó! Trabajo: conseguiste una pasantía muy valiosa pero tu
incompetencia hará que te echen. Prepárate para regresar a casa de papá y
mamá en el primer avión a Francia. Amor: Venus te ofreció al hombre de tus
sueños en bandeja de plata pero tú lo dejaste ir, ni modo. Salud: los tres kilos
que habías perdido están regresando e instalándose en tus caderas.

Anthony, el mesero, volteó al escucharme lanzar un suspiro desde el fondo de


mi alma. Él es un hombre robusto con actitud paternal y, con un aire lleno de
compasión, me sirve otra taza de café. Con el estómago hecho nudo por el enojo,
no pedí nada de comer esta mañana. A pesar de mis protestas, Anthony pone
frente a mí una canasta de croissants calientes, al igual que una hogaza de pan
integral, un surtido de mermeladas, miel de lavanda, jugo de naranja y queso
blanco. El Sleepy Princess, situado en un callejón poco frecuentado de
Manhattan, no es más que un hotel de dos estrellas, pero uno es atendido como si
fuera de la familia real. Y Anthony, a quien le encanta mi acento, se esmera en
prepararme cada mañana un delicioso desayuno a la francesa.

– Nada como una buena comida para ahuyentar los males de amor, me dice
con un guiño.
– Esto no tiene nada que ver con un mal de amor, digo a la defensiva. Estoy
cuidando la línea, es todo.
– Tu línea es magnífica, responde agregando frente a mí un tazón de frutos
secos. Y en los cuatro días que llevas aquí, nunca habías ignorado tu plato hasta
que ese hombre salió de tu habitación hace rato. Así que concluyo que te rompió
el corazón.

Finalmente cedo y poro poco me ahogo con mi croissant. El pequeño pasillo


que lleva a mi habitación (y solamente a mi habitación) desemboca directamente
en la sala. Por lo tanto, durante sus horas de servicio en el bar, Anthony es el
único testigo privilegiado de todas mis idas y venidas, al igual que las de todos
mis visitantes, para mi gran vergüenza...

Por orgullo, por pudor, dudo en responderle. ¿Qué podría decirle, de todas
formas? ¿Cómo explicarle?

Probablemente tienes razón, Anthony: tal vez sí sea un mal de amor. ¿Pero en
verdad puede alguien hablar de amor cuando acaba de acostarse con un
desconocido? Sí, eso es lo que hice, Anthony: pasé la noche en los brazos de un
hombre al que conocí tres horas antes. Sin embargo, te juro Anthony, que no
acostumbro hacer eso. A mis 24 años, sólo he tenido dos novios en mi vida; soy
tan bien portada que a veces me asusto. Pero ese hombre, Anthony, ese
hombre... Nunca había conocido a alguien como él. Estar entre sus brazos me
parecía lo más natural del mundo. ¡Era tan tierno, tan apuesto! Paseó sus labios
suaves y cálidos por cada centímetro cuadrado de mi piel. Sólo tuvo que deslizar
su mano entre mis piernas para que me abriera como una flor. Lo besé, lo
acaricié, murmuré su nombre... luego lo grité cuando me hizo llegar al orgasmo.
Pasé la noche más maravillosa de mi vida y él se fue al alba mientras que yo
dormía.
No, en verdad no puedo responderle a Anthony. Estoy tan afectada por todos
esos recuerdos que si comienzo a hablar, tal vez deje escapar sin querer algunas
palabras demasiado íntimas. Pero Anthony es muy inteligente, sabe interpretar
este momento de duda. Ha visto desfilar varias parejas más o menos legítimas,
mujeres enamoradas, mujeres abandonadas:

– No se preocupe, señorita Lenoir, volverá a ver a su príncipe azul.


– ¿En serio lo crees?, pregunto con un tono miserable.
– Estoy seguro. ¿Y cómo va tu artículo? ¿Obtuviste todas tus entrevistas?

Y ahora pasamos al otro punto crítico y mentiroso del horóscopo: el trabajo.


Suspiro sacudiendo la cabeza, disgustada:

– No… Es una catástrofe. Debo regresar a mediodía a Boston y no tengo nada


que entregarle a mi editor. Me sigue faltando la entrevista de Roman Parker.
Recorrí toda la ciudad buscándolo, pero sigo sin lograr nada. Mi última
esperanza de encontrarlo se desvaneció esta mañana. Según uno de sus cercanos,
pude haberme cruzado con él sobre el muelle n° 17 , en el puerto de South
Street; salí en el frío, medio dormida, sólo para eso... ¡y nada! Ese hombre es
más inaccesible que el hombre invisible. Y sin él, no tengo artículo.
– Varios rumores circulan sobre él... comienza Anthony antes de escabullirse
para atender a una pareja de enamorados que lo llaman desde una mesa en una
esquina.

Intrigada, espero su regreso con impaciencia. Saco mi bloc de notas y mi


bolígrafo, lista para anotar todo lo que pueda decirme sobre el famoso Roman
Parker, el hombre al que llevo cuatro días persiguiendo en vano. Ese tipo es el
multimillonario más joven de los Estados Unidos, construyó un imperio colosal
a partir de casi nada, debería estar en todas las portadas de revistas y sin
embargo nadie sabe nada de él, nadie parece haberlo conocido nunca. Aun así, la
información sobre sus empresas abunda: si hablamos de biotecnología, su
nombre sale a relucir obligatoriamente. ¿Pero es castaño, pelirrojo, calvo? ¿Feo
o apuesto? ¿Casado? ¿Homosexual? ¿Delgaducho, atlético o jorobado? Ni idea.
De lo único que estoy segura, es de que es joven, rico, audaz, poderoso. Y
misterioso.

Mientras observo a los enamorados con un poco de envidia, pienso en lo que


me trajo aquí el día de hoy. Me vuelvo a ver, con mi licenciatura en economía en
el bolsillo, cuando le anuncié a mis padres que me dedicaría al periodismo. Me
acuerdo de las acaloradas discusiones con mi madre, quien no concibe que su
hija sea periodista. Doctora, abogada, ésas son verdaderas profesiones, según
ella. Hasta corredora de bolsa o modelo de Christian Dior sería aceptable. ¿Pero
periodista? ¡Nunca en la vida! Un periodista no es más que un gusano y
lógicamente se sitúa, según la escala de Évelyne Lenoir, entre una planta de
tomates y una lombriz de carnada.

– ¡Ni pensarlo, Amandine!, exclamó indignada. ¡No quiero seguirte


escuchando decir estupideces!

Pero por más que hizo, por más que dijo, perseveré y, gracias a mi jefe de
prácticas que me recomendó con su director de publicación, terminé por
conseguir una súper pasantía en Undertake, la revista financiera más grande de
la costa Este. Dos días más tarde, subí a un avión, acechada hasta el aeropuerto
de Roissy por la desaprobación materna...

Una semana antes...

– Amandine, dice mi madre corriendo para seguirme el paso mientras que jalo
mi maleta de ruedas en el vestíbulo del aeropuerto Charles-de-Gaulle.
Amandine, ¡no puedes irte así!
– Pues tal parece que sí puede, comenta Sybille, mi hermana menor.

Mi madre la fusila con la mirada y se está por ponerla en su lugar, como


acostumbra, pero finalmente decide guardar su aliento para permanecer a mi
altura. Sus tacones resuenan contra el suelo. Toda mi familia nuclear, mis padres,
hermano, hermanas, se apresura a mi lado mientras que busco la ventanilla de
registro. Mi avión hacia Boston despega en una hora y media, estoy retrasada
(odio estar retrasada) y les impongo un ritmo desenfrenado.

– ¡Ahí!, exclama de pronto mi padre con un tono triunfante señalando una fila
de viajeros que avanzan a pequeños pasos contados, bajo la supervisión atenta de
una anfitriona de Air France.

Mi madre lo mira como si él se hubiera declarado culpable de la peor de las


traiciones y todos damos vuelta al unísono hacia esa dirección.
– ¿Ya ves?, resopla Sybille mientras que tomo lugar en la fila. No necesitabas
hacernos correr como caballos, teníamos tiempo.
– Me aterra no llegar a tiempo, respondo con dignidad.
– Pero llegaste a tiempo, responde Sybille gruñendo. Mira, sigue habiendo al
menos sesenta personas antes de ti.
– En mi reservación decía que tengo que llegar dos horas antes del despegue,
insisto verificando que traiga todos mis documentos.
– Dejen de pelearse ustedes dos, dice mi madre.

Ella se reacomoda el peinado, que nuestra carrera a través de la terminal


deshizo un poco, reprimiendo con un gesto elegante cualquier intento de rebelión
por parte de sus cortos mechones rojizos. Con un vistazo hacia los ventanales,
verifica que su traje sastre siga estando impecable. Mi madre es una mujer
sofisticada que le da la tanta importancia a la apariencia como yo a la
puntualidad y a la organización. También es una mujer testaruda, acostumbrada a
controlar todo en su mundo, por lo cual mi desobediencia a su autoridad le
desespera:

– Amandine, retoma ella con un tono que pretende sea paciente y razonable,
no puedes irte a vivir a los Estados Unidos, donde no conoces a nadie y no tienes
ninguna garantía de empleo. ¿De qué vas a vivir? Ni creas que nosotros
financiaremos esta locura. No te enviaremos ni un centavo.

Mi padre le lanza una mirada de impotencia, y puedo ver que esta vez
tampoco se opondrá a su mujer. Él es de un temperamento noble y evita
cualquier tipo de conflicto, inclusive cuando se trata de apoyarme. Pero es mi
madre y lo amo y he aprendido desde hace tiempo a sólo contar conmigo misma.

– No te preocupes, mamá, digo un poco harta (¡mi madre sabe bien cómo ser
agotadora!). Puedo arreglármelas sola. Negocié con Undertake un sueldo de
práctica y tengo dinero ahorrado. He estado guardando en una cuenta todo lo que
he ganado con mis trabajos de verano desde hace cuatro años.
– Nuestra pequeña Amy es toda una ardilla modelo, se divierte mi hermano
mayor.

La broma no le causa risa a mi madre. Sin más argumentos, lo regaña


severamente:
– Adrien, le di a tu hermana un nombre encantador y distinguido, así que por
favor no lo deformes con ese diminutivo ridículo.
– Pero mamá, reclama Sybille mientras que Adrien agacha la cabeza, Amy es
más cool. Es como la cantante de rhythm and blues. Además le quedará bien en
los States. Así suena menos Frenchie, lo cual es algo bueno.
– ¿En serio estás escuchando lo que dices?, interviene Marianne, mi hermana
mayor, quien es una copia fiel de mi madre, en versión rubia. Eres incapaz de
formular una sola frase sin incluir un anglicismo. Es tan vulgar...
– ¿Porque cubrirse de maquillaje para esconder su acné a los 26 años no es
nada vulgar, baby?, responde Sybille insistiendo en la última palabra.

Marianne se pone colorada bajo su maquillaje de base y siento el ajuste de


cuentas venir. Aun cuando no soporto que me digan cómo comportarme, heredé
el carácter pacifista de mi padre, y los eternos conflictos en casa me agotan. Esto
me da todavía más ganas de irme, a pesar de que aprecio los esfuerzos de cada
uno por reunirse el día de mi partida. Afortunadamente, es mi turno de
registrarme.

Finalmente embarco, después de las despedidas y las últimas


recomendaciones:

– Que tengas buen viaje. (Adrien, tan original como siempre)


– Tienes muchísima suerte, sister. Yo también voy a ahorrar para poder ir a
verte. (Sibylle, emocionada como niña pequeña)
– Hasta pronto, Amandine. (Marianne, con más protocolos que la reina de
Inglaterra)
– Estás cometiendo una estupidez, jovencita. ¡Por favor, Jacques, dile que está
cometiendo una estupidez! (mamá, quien no se da por vencida y lucha hasta el
final)
– Cuídate mucho, querida, y escríbenos seguido.(papá, con una lágrima en los
ojos)

Cincuenta minutos más tarde, mi avión despega...

***

Cuando aterrizo en Boston, el clima sombrío de finales de verano es pesado y


nublado. El taxi me deja en el apartamento amueblado que renté este mes, en el
distrito de Downtown. No es muy lujoso, pero está limpio y aceptable. La
propietaria es una señora de cabello blanco, muy frágil y arrugada, con un lindo
rostro iluminado por sus ojos de un azul muy claro.

– Si necesitas cualquier cosa, me dice ella, no dudes en venir a buscarme. Yo


vivo en el apartamento de al lado. Es muy práctico.
– Muchas gracias, señora Butler.
– Obviamente, de esa forma también puedo mantener vigilados a mis
inquilinos, continúa ella sonriendo. Pero confío en ti y no soy demasiado
molesta, ya verás. Sólo te pido que no conviertas el pasillo en una obra de arte
conceptual ni cultives hierba para gato en el balcón.
– No tengo gato.
– Perfecto. Pero también debes saber que está prohibido cultivar cualquier
otro tipo de herbácea Cannabinaceae.
– Eeh… Sí señora, por supuesto, no hay problema señora Butler, farfullo, un
poco desestabilizada y no muy segura de haber comprendido bien lo que quería
decir ya que el acento de Boston no me es muy familiar.

¿Cannabinaqué? ¿Alucino o estaba hablando de cannabis ?

– Es una broma. No pareces ser traficante de droga.


– Ah, menos mal... ¿gracias...?

¡Ah no, no estaba alucinando!

– De nada, responde. ¿Es tu primera vez en Boston?


– Sí, pero ya había venido varias veces a los Estados Unidos con mis padres
de vacaciones y dos veces con el programa Camp America para trabajar.
– Se nota: hablas admirablemente bien y tu acento es muy discreto.
Bienvenida.

***

Al día siguiente, me reúno con Edith Brown, mi editora en Undertake. Hasta


ahora sólo nos habíamos comunicado por mail y el encuentro frente a frente es
tenso: Edith se viste de Prada y pudo haberse llamado Miranda. Tiene unos
cuarenta años y es dinámica con el cabello platinado corto, maquillaje
impecable, traje sastre chic, actitud altanera y collar de perlas: Edith es
profesional, hasta la punta de las uñas con manicura impecable y rápidamente
me hace comprender que no estamos aquí para bromear. Después de haberme
presentado al resto del equipo, ella me designa una oficina del tamaño de una
ratonera, cerca del ascensor, y me da las instrucciones que se resumen en tres
palabras: trabajo, trabajo y trabajo.

– Como había sido acordado con el director de la publicación, quien estuvo


muy impresionado por tu historial académico y tus referencias, te encargaré la
redacción de un artículo para una de las secciones principales de Undertake…
Apreciamos que se haya graduado con honores en la prestigiosa universidad
Paris-Dauphine y tu mención honorífica en la licenciatura de economía también
es bien recibida... Tienes varias ventajas. Pero para convertirse en una verdadera
periodista, hace falta ser más que la mejor de su clase. Considera esto como una
prueba. Si la apruebas, todas las puertas te serán abiertas. Si la repruebas...

Ella deja su frase en suspenso, con un pequeño gesto de la mano desenvuelto,


pero su tono cortante y su mirada glacial no me dejan lugar a dudas en cuanto a
la suerte que me espera si no lo hago bien: el exilio a Marte o la jaula de los
leones, como mínimo.

– Éstos son los nombres de las cinco personas a quienes deberás entrevistar en
la próxima subasta de Sotheby's New York, dice dándome una hoja. Estos
millonarios tienen las cinco fortunas más grandes de los Estados Unidos, son los
outsiders, los que no esperábamos y que de pronto tomaron la delantera. Todos
han sido informados de tu entrevista, pero su tiempo es preciado y no se ha
concretado ninguna cita formal: tu trabajo será convencerlos para que te den
algunas migajas de ese famoso tiempo para responder a tus preguntas. Sé
cuidadosa, recuerda siempre que ellos viven en una dimensión distinta a la
nuestra.
– Sí, señora Brown.
– Señorita. Además, aquí todos nos llamamos por nuestro nombre. ¿Me
recuerdas el tuyo...?
– Amy, digo pensando en Sybille.
– Bien, Amy. Formarás un equipo con Simon, nuestro fotógrafo, continúa ella
señalándome a un rubio con unos lentes que le cubren la mitad del rostro, en un
cubículo frente a mi ratonera. Un joven muy competente, proveniente del Bronx.
Te veo mañana en la tarde, para aclarar algunos puntos antes de que te vayas a
Nueva York.
Luego desaparece, dejándome con un millón de preguntas en la punta de los
labios. Decido comenzar por hacer el inventario de mi nuevo dominio, lo cual
hago rápido: dos estantes, una planta seca, una mesa, una silla, una computadora
que data del paleolítico. No hay ventanas pero en la pared hay un póster que
representa a una pareja besándose en la cima de una colina reverdeciente.

Esos dos tienen mucha suerte.

Comienzo por regar la planta, sacrificándole mi botella de agua, sin grandes


esperanzas de verla resucitar pero con la satisfacción de haber hecho una buena
acción. Luego acomodo la computadora antigua sobre un estante, desempolvo la
mesa e instalo mi laptop. No es el modelo más reciente pero me sirve y la
conozco bien. Estoy creando una nueva carpeta llamada « Top 5 de millonarios »
en la cual voy a ingresar la lista que me dio Edith cuando Simon toca a mi
puerta:

– Hola, dice sonriendo tímidamente. Parece que seremos un equipo este fin de
semana, así que...
– Hola, respondo, contenta por tener un poco de compañía. Tú eres Simon,
¿cierto? Yo soy Amy.
– Encantado, Amy. Comencé a investigar un poco sobre nuestros millonarios,
por si te interesa. Eso podría ayudarte a comenzar.
– Genial, digo, sorprendida pero feliz por esta inesperada ayuda. Fue muy
lindo de tu parte.
– Como es tu primer día, y así, pensé que, bueno... continúa poniendo frente a
mí una media docena de hojas manuscritas y algunas fotos de periódico.
– Muchas gracias, Simon, me servirá de mucho. Las revisaré enseguida.
– De nada. Si tienes preguntas, estoy aquí todo el día, no dudes en
preguntarme, agrega sonrojándose antes de regresar a su cubículo.

Me hundo inmediatamente en sus notas, un poco desordenadas pero al menos


legibles, llenas de información pertinente y de vínculos a sitios de Internet.
Comienzo por escribir en mi computadora los nombres de los cinco candidatos
en orden creciente según su fortuna:

N° 5 : Nombre: John Baldwin. Edad: 5 3 años. Ámbito: inmobiliaria. Fortuna


estimada: 24 billones de dólares
N° 4 : Nombre: Taylor DeWitt. Edad: 36 años. Ámbito: heredero del armador
Armand DeWitt. Fortuna estimada: 26 billones de dólares

N° 3 : Nombre: Frida Pereira. Edad: 47 años. Ámbito: minas de diamantes.


Fortuna estimada: 3 3 billones de dólares

N° 2 : Nombre: Alexander Bogaert. Edad: 31 años. Ámbito: informática y


moda. Fortuna estimada: 41 billones de dólares

Y finalmente, el más rico:

N° 1 : Roman Parker. Edad: 31 años. Ámbito: biotecnología. Fortuna


estimada: 47 billones de dólares

Estoy acostumbrada a manejar cifras tan grandes, pero estas dos me dan
vértigo. Recuerdo un comentario de mi profesora de matemáticas, en sexto
grado, que intentaba hacernos medir el alcance de lo que puede representar un
billón.

– Si quisieran contar hasta un billón, decía ella, les tomaría 95 años.


– ¿95 años sin dormir?, preguntó Karim, mi compañero de clase.
– 95 años sin dormir, confirmó la profesora. Sin poder comer ni hacer pipí
tampoco.

¡Wow...! dijo Karim, resumiendo perfectamente lo que todos los demás


estábamos pensando.

¡Wow...! sigo pensando hoy en día, intentando imaginarme cuánto serían


cuarenta y siete billones de dólares.

No me sorprende que esas personas vivan en otra dimensión que los demás.
Se necesitarían 4465 años para contar la fortuna de Roman Parker, mientras
que para mi cuenta bancaria bastarían doce minutos. Y eso sin apresurarse...

Estoy por localizar la fotocopiadora para escanear los retratos de los « Big
Five », cuando percibo que sólo tengo cuatro fotos. Me detengo en el escritorio
de Simon:

– ¡Hiciste un gran trabajo, Simon! Acabas de ahorrarme horas de


investigación en los archivos. Gracias a ti, ya sé hacia dónde orientar mi
búsqueda.
– Me alegra serte útil, Amy. Pensé que eso te haría ganar más tiempo.
Generalmente uno se pierde rápidamente en los archivos, sobre todo cuando
acaba de llegar.
– Exacto. Gracias de nuevo. Pero dime, sólo hay cuatro retratos en tu carpeta.
¿El quinto es muy tímido o qué?, bromeo.
– Más o menos, responde seriamente. No encontré ninguna foto de Roman
Parker.
– ¿En ninguna parte?, me sorprendo.
– En ninguna parte. Que yo sepa, no existen.
– ¡¿Estás bromeando?!
– Para nada.
– Pero... es imposible. Un hombre tan en boga debe atraer la atención de los
periodistas y aun más de los paparazzi. A menos que viva en un iglú en
Groenlandia. Y aun así.

Simon alza los hombros:

– Ese tipo es conocido por proteger a toda costa su vida privada.


– Ok…

Este artículo será un desafío...

Continúo:

– ¿Y cómo es él? Quiero decir: ¿cómo lo vamos a reconocer en la subasta?


– No tengo idea. Supongo que tendremos que encontrar a alguien que nos
presente con él.

Siento que nada de esto va a ser fácil...

Paso el resto del día y todo el jueves investigando sobre los cinco millonarios
y redactando una ficha para cada uno de ellos. El internet y los archivos digitales
de Undertake, al igual que algunas llamadas telefónicas, me permiten hacerme
una idea bastante precisa de su personalidad y de su trayectoria. La historia de
John Baldwin y Frida Pereira, los más grandes, comenzó mucho antes de la era
digital y tendría que bajar hasta los archivos de papel, hurgar entre las pilas de
tarjetas, para completar su ficha. Pero no tengo tiempo y lo que sé de ellos ya es
suficiente. En cuanto a Roman Parker, me cuesta más trabajo, con su pasión por
lo secreto, y debo dedicarle tres veces más tiempo a él que a los demás. Pero
termino, con mucho esfuerzo, por comprender un poco más del personaje.
Vuelvo a leer las notas que tengo sobre él:

Nació el 6 de julio de 1983 en Seattle, USA. Hombre de negocios y principal


accionista de la Parker Company, empresa de biotecnología, con una
preferencia por el campo de la salud, la cual fundó en el 2007 . Desconocido
hasta el 2004 y luego considerado como un genio de la inversión desde que
sostuvo y financió proyectos en los cuales nadie creía y que no obtenían
presupuesto. Esos proyectos, todos ligados a la medicina y a tratamientos
experimentales riesgosos, resultaron tener un potencial enorme que él supo
desarrollar y hacer prosperar. Recientemente, Parker montó una clínica y un
centro de investigaciones de biotecnología en Buffalo. Es el propietario de las
Parker Towers, tres torres cilíndricas que dominan el centro de Manhattan, de
una residencia en Louisiana, de una en Europa y de al menos otras tres cuya
dirección no encontré en ninguna parte, de dieciséis hoteles en todo el mundo,
de un helicóptero, un jet privado y un yate que nadie sabe dónde está anclado.
En breve, este tipo es un fantasma que pesa cuarenta y siete billones de dólares,
lo que lo convierte probablemente en el fantasma más pesado del mundo y el
más caro por kilo.

Detalle interesante: Parker lleva mucho tiempo siendo socio de Malik


Hamani, un genio biólogo de unos treinta años, cuyos recientes descubrimientos
sobre genómica revolucionaron el mundo científico. Logré conseguir una foto de
Hamani, es un hombre regordete, con cabello negro y rizado y rostro simpático.
Él estará presente en la subasta, tal vez pueda dirigirme a él para llegar a
Parker.

Para terminar, no encontré rastro de alguna esposa, prometida, novia(o) o la


más mínima relación amorosa. Parker podría hasta haber hecho un voto de
castidad. Tampoco tiene hermanos o descendencia conocida. Sólo una madre
actriz fallecida hace veinticuatro años y un padre actor, Jack Parker, del cual no
he visto ninguna película. Me apresuro a buscar imágenes de « Jack Parker » en
internet: las fotografías que aparecen son las de un rubio alto con sonrisa
resplandeciente aunque un poco forzada, su cabello es lacio, su piel bronceada y
sus ojos azules. Lleva puesta una cadena de oro y un arete en la oreja. Me
pregunto si su hijo se parece a él...

Roman Parker me intriga y muero por conocerlo.


2. Cazando al millonario

El jueves por la tarde, después de haberme reunido con Edith y obtenido su


permiso en cuanto a la manera en la que pienso llevar a cabo las entrevistas,
Simon y yo emprendemos el viaje a Nueva York, en el auto de Simon, un
Mustang Shelby GT 500 de 1968 , un coupé negro brillante atravesado por dos
largas franjas blanca, del cual me presume los méritos durante todo el trayecto.
Simon es tímido y seguido está en la luna, pero cuando se trata de su auto, en el
cual ha invertido todos sus ahorros (y hasta más...), es inagotable. Llegamos al
Sleepy Princess a las 8 de la noche. Kathy, la secretaria de Undertake, nos
reservó dos habitaciones allí hasta el lunes en la mañana. Éste es un hotel
discreto y cálido, con paredes de yeso pintado. Cada habitación es de un color
diferente y la mía es de un lindo azul marino. Me doy cuenta que está
perfectamente equipada con productos de primera necesidad: un botiquín de
emergencias, insecticida, iluminación complementaria, biblia, preservativos...

Qué irónico: « No fornicarás... pero, por si acaso, ¡aquí tienes con qué
protegerte! » El gerente del hotel debe tener mucho sentido del humor.

Desempaco rápidamente mis cosas, pongo mi iPad a cargar e instalo mi


figurita sobre el buró. Es una resina de Batman, con sus estrellas de ninja y su
cuerda de acero.

Simon refunfuña porque su habitación es rosa e intenta negociar un cambio:

– Vamos, Amy. El rosa es para las chicas y tú eres una chica, ¿no?
– Sí, pero soy una chica moderna.
– ¿Y las chicas modernas no tienen derecho a amar el rosa?
– Sí, por supuesto. Pero resulta ser que a mí no me gusta.

Él sigue intentando convencerme un rato más, pero me mantengo firme en mi


posición y al final se ve obligado a admitir que perdió la batalla.

– Pero no he perdido la guerra, me dice aparentando envolverse en su


dignidad y azotar la puerta.

Su voz ahogada me llega a través de la pared y me hace reír:

– ¡No he dicho mi última palabra!

Después de haber ordenado un sándwich de pollo y tomate a la habitación, le


aviso a Simon que iré a comer a Central Park. Después de estos días tan pesados,
necesito calmarme un poco, sola, en un encuentro conmigo misma. Simon me
comprende perfectamente:

– De acuerdo. Pero recuerda permanecer en las zonas bien iluminadas.


– ¿Por qué? Ahora es un lugar seguro, ¿no?
– Sí, pero después de las 9 de la noche, ya no hay patrullas que vigilen el
parque, así que para una chica sola es mejor evitar tentar al diablo. Sobre todo
para una chica tan linda como tú, agrega mirando sus pies.
– Entendido, digo halagada y al mismo tiempo un poco incómoda por su
cumplido. Me alejaré de las zonas con poca gente.
– Que te diviertas, entonces. Ya verás que es muy agradable.

Simon tiene razón: Central Park es un lugar muy ameno. Después de haber
recorrido su gran césped (el famoso Great Lawn), me siento sobre un banco no
muy lejos del zoológico para comer mi sándwich. La noche es estrellada y el aire
agradable, de vez en cuando escucho a un animal rugir. Me imagino que se trata
de Alex, el león superestrella de la película animada Madagascar. Por primera
vez desde que llegué a los Estados Unidos, puedo relajarme por completo. No
tengo maletas que hacer, entrevistas que hacer, ni nada urgente que atender.
Observo a los que se pasean, las parejas de enamorados que se arrullan bajo la
luz de la luna, los grupos de adolescentes que causan alboroto y los que salieron
a correr transpirando. Uno de ellos llama mi atención, un hombre con silueta
delgada y atlética, con hombros cuadrados. Su andar es sutil, pareciera dar
vueltas por la pista sin ningún esfuerzo. Lleva puesto pantalón para correr gris
obscuro y, a pesar de su ritmo constante, su espalda no presenta ni el menor
rastro de sudor. Es obvio que está acostumbrado al ejercicio, parece como si
pudiera correr por horas sin cansarse. No logro distinguir su rostro, escondido
por la capucha de su sudadera, pero me parece atractivo. Es rápido, dinámico.
Cuando decido regresar al hotel, una hora más tarde, él sigue corriendo.
***

A la mañana siguiente, Simon y yo llegamos a la sala de ventas. La subasta


comenzará hasta las 3 de la tarde pero así podremos conocer el lugar e
informarnos sobre el programa. Hoy tengo previsto como prioridad entrevistar a
Frida Pereira: sé que ella tiene que ir a México mañana por la mañana, y si no la
veo hoy ya no tendré oportunidad de hacerlo. Vuelvo a leer su ficha: tiene la
reputación de estar siempre presionada y ser irascible. Simon, quien ya la
conoce, no está muy entusiasmado ante la idea de volver a verla. Estoy nerviosa,
hubiera preferido comenzar por John Baldwin, quien parece tener un carácter
mucho más cómodo. Al salir del edificio, vemos un escándalo entre una mujer
de unos cincuenta años vestida con un traje sastre magníficamente cortado y un
valet completamente confundido y entrado en pánico. La mujer es alta, fuerte, y
su cabello negro azabache, peinado en un elegante chongo sobre su nuca, está
marcado por algunas canas. Ella se apoya en un bastón con empuñadura de oro
con forma de cabeza de perro. La reconozco, se trata de Frida Pereira. Su
reputación parece hacerle justicia: enojada es aterradora. Visiblemente, el joven
valet ha extraviado las llaves de su auto y ella está por hacerlo pedazos.

– Debo estar en el hotel Guardia en media hora. Tiene dos minutos y medio
para encontrar mis llaves, dice ella consultando su reloj. Después de ese tiempo,
puede comenzar a pensar en dónde va a encontrar otro trabajo. Lejos de Nueva
York. Tal vez hasta lejos de los Estados Unidos.

Petrificado, el joven hombre, visiblemente inexperimentado, se parte el


cerebro intentando encontrar una solución, a falta de llaves:

– Le suplico encarecidamente que me disculpe, señora Pereira, las voy a


encontrar, se lo prometo; pero mientras tanto, ¿puedo llamar a un taxi, por si
acaso...
– ¿Un taxi que llegará en menos de... (consulta su reloj) dos minutos con
cinco segundos?
– ¿O bien llevarla yo mismo al hotel Guardia...? intenta él, con una ligera
esperanza.
– ¿Sin informárselo a su superior? ¿Y dejaría su puesto vacante? ¿Qué hará
con los demás clientes que cuenten con usted para que les entregue su vehículo?
– Ya pensaré en algo, señora Pereira, yo...
– Un minuto con quince segundos, lo interrumpe ella, glacial.
– Yo... le presto mi auto, señora, suplica desesperado ya.
– ¿La lata amarillo limón en la cual lo vi llegar? Usted tiene un sentido del
humor bastante extraño. Cuarenta segundos.

El joven se retuerce las manos, visiblemente al borde de las lágrimas.

– Si me lo permite, señora, nosotros podemos llevarla, digo.

Avancé un paso y las palabras salieron de mi boca antes de que siquiera me


diera cuenta de que había hablado. Lo cual no es tan malo: si hubiera tenido
tiempo de pensarlo, nunca me hubiera arriesgado a enfrentar la ira de esta mujer.

– ¿Y con qué auto, señorita? ¿Señorita...?


– Me llamo Amy Lenoir, señora Pereira. Y el auto en cuestión es un Mustang
Shelby GT 500 .
– ¿En verdad? Continúe, por favor.

No soy una especialista en materia de autos, pero tengo una excelente


memoria. Recito todo con lo que Simon me bombardeó durante el camino,
rezando por no estar cometiendo un error. Motor, potencia máxima, capacidad,
todo es mencionado. Él me aseguró que su auto era de colección, espero que no
haya estado presumiendo nada más y que a Frida Pereira le parezca digno de su
persona.

– ¿El modelo de 1967 o el de 1968 ?, pregunta ella más tranquila, con un tono
de interés en la voz.
– De 1968 , el que llega de 0 a 100 km/h en 4 ,8 5 segundos, afirmo con
orgullo, intentando ignorar las miradas indignadas de Simon, quien debe
preguntarse qué mosca me picó para convertir a su pequeña joya en un vulgar
taxi para una señora amargada.
– Pues bien, señorita Lenoir, veo que domina el tema. Es agradable conocer a
una mujer tan conocedora de algo que se consideraría para hombres. Podría
sentirme tentada por su propuesta. Joven, continúa ella volteando hacia el valet
que contiene el aliento, esta encantadora persona acaba de salvarle la vida. Le
doy hasta el mediodía para que lleve mi auto a mi hotel. Sea puntual.

El valet, aliviado, retoma su color y se deshace en disculpas mientras que


Simon, resignado pero profesional, va a buscar su Mustang. Aprovecho este
momento para exponerle a Pereira las razones de mi presencia aquí.

– Eso es lo que se llama saber aprovechar una oportunidad, me dice cuando le


pregunto si aceptaría responder a mis preguntas. Usted llegará muy lejos.

Es así como obtengo una entrevista exclusiva con Frida Pereira, mujer de
acero y propietaria de una mina de diamantes que la convierte en la cuarta
fortuna reciente de los Estados Unidos. En efecto utilizo los treinta minutos de
trayecto para llevar a cabo mi entrevista.

Cuando nos estacionamos frente al hotel, ella se presta para una sesión de
fotos improvisada cerca del Mustang. Su cabellera bicolor, su pose escultural y
perfil altivo contrastan perfectamente con el brillo metálico del auto, sus franjas
blancas que adornan el capó y sus líneas agresivas. Luego me agradece con un
enérgico apretón de manos:

– Este mundo sigue siendo de los hombres, Amy. Pero las mujeres como tú y
yo contribuimos a hacerlo cambiar. Nunca te rindas.

Cuando atraviesa las puertas de vidrio del hotel, lanzo un suspiro de alivio
que debe escucharse hasta Long Island. Me recargo contra el Mustang, como
pasmada, e intento regresar a la Tierra. ¡Logré mi primera entrevista importante,
la que más temía, sin esfuerzo, sin haber seguido para nada un plan! Sólo con
valentía. No me reconozco a mí misma. Las piernas me tiemblan. Simon me
mira con cierta perplejidad:

– Wow... Eso fue muy fuerte. Literalmente hechizaste a Frida Pereira. Ella te
aprecia. Te llamó por tu nombre.

Él sacude la cabeza repitiendo en voz baja:

– Wow…
– Para festejarlo, te invito a comer, le digo, mientras que la adrenalina da paso
a la euforia. El próximo en mi lista es Alexander Bogaert. ¿Lo conoces?
– No, sólo he escuchado que después de su matrimonio el león se convirtió en
cordero. Bueno, casi...

***
A las 3 de la tarde en punto, nos encontramos de nuevo en el vestíbulo de la
sala de ventas, en busca de Bogaert. Un hombre alto castaño con ojos verdes,
apuesto a más no poder no debe pasar desapercibido. Pero la multitud es densa y
gasto mis ojos en vano. Interrogo a Simon con la mirada, pero él me hace una
señal de que tampoco lo ha visto.

Sin duda tiene previsto llegar más tarde, para las subastas de la noche. Ésas
son las más interesantes.

Resignada a tener que esperar, me dirijo hacia el buffet e intento pedir un jugo
de frutas al mesero agobiado que me ignora soberbiamente para concentrarse en
sus clientes más prestigiosos. A mi lado, una joven mujer rubia, muy linda y
muy embarazada, me sonríe y me dice tímidamente:

– Si logras captar su atención para que se interese en ti dos segundos, te


agradecería que me pidieras un agua mineral.
– Claro. Pero no te prometo nada. Me siento más transparente que el fantasma
de la Ópera. Por cierto, me llamo Amy.
– Encantada, yo soy Lou. Y me resigné a quedarme con sed hace ya cinco
minutos.

Mientras continúo agitando mi vaso en vano enfrente del mesero, le pregunto:

– ¿Tú también eres francesa? Tu acento se parece mucho al mío.


– Efectivamente. Vengo de París. Mi marido y yo vivimos entre Francia y los
Estados Unidos. ¡Ahí está! ¡No lo pierdas!, exclama de pronto señalando al
mesero que se inmovilizó a mi izquierda para abrir una botella.

Salto hacia él y le digo de un solo respiro:

– Un-jugo-de-piña-y-un-agua-mineral-por-favor-gracias.

Él asiente con la cabeza y desaparece rápidamente.

– Bien jugado, me dice Lou riendo. Tienes buenos reflejos.

La conversación continúa de forma natural; Lou es locuaz y, como buenas


parisinas, hablamos de nuestra capital y sus maravillas. Cuando el mesero
reaparece con nuestras bebidas, vamos a sentarnos juntas cerca de los ventanales
del vestíbulo, desde donde puedo estar pendiente de la llegada de Bogaert. Lou,
por su parte, espera a su marido, quien se encuentra en un campo de golf en una
junta de negocios que se ha vuelto eterna. Busco a Simon con la mirada y lo veo
merodeando en la entrada de la sala de ventas, con la nariz al aire y su cámara
lista para atacar ante cualquier eventualidad. Se ve fuera de lugar y torpe, en
medio de todas esas personas adineradas, elegantes hasta la punta de sus Gucci.
Pero confío completamente en él para sacar el mejor partido del ambiente; sus
tomas de Frida Pereira son simplemente asombrosas.

Cerca de las seis y media, el marido de Lou aparece:

– ¡Querido!, dice ella, jovial, mientras que él la toma entre sus brazos para
besarla tiernamente.

El beso se prolonga, se prolonga, se prolonga... y casi hasta podría sentirme


incómoda si no estuviera tan ocupada en observar detalladamente al recién
llegado: alto, castaño con los ojos verdes, de una belleza impresionante, parece
un príncipe azul. Pero sobre todo, se parece mucho a Alexander Bogaert.

¡Eso sería un gran golpe de suerte!

Cuando al fin se separa de Lou, sigo observándolo.

– ¿Eso le gusta?, me pregunta abruptamente.


– ¿Pe... perdón?
– ¿Le gusta mirar?
– Deja de molestarla, Alex, dice Lou dándole un golpecillo en las costillas.
Ella me salvó de la deshidratación.
– ¿Alex? repito, confundida. ¿Usted es Alexander Bogaert?
– Soy el señor Bogaert y no creo conocerla, dice sin mucha amabilidad.

Un león transformado en cordero, ¡seguro! ¡Tu cordero sigue teniendo garras


y colmillos, Simon!

– ¡Alex! lo regaña Lou.

La mirada de ternura pura que él le lanza me saca de mi parálisis y me da el


valor para lanzarme:
– Señor Bogaert, le pido una disculpa si fui maleducada, pero de hecho lo
estaba esperando... Soy Amy Lenoir de Undertake.
– Bien, responde sin ninguna emoción mientras que Lou pone los ojos en
blanco y me hace una señal para que continúe.
– Y... eeh... me encantaría, si usted me lo permite, hacerle algunas preguntas.
Si no le molesta. En fin... si tiene tiempo también. Es todo...

Él me intimida tanto que ya no soy capaz ni de construir una frase completa.


Me deja liarme un poco más con algunos « eeh… » y « si… » antes de sentarse
cerca de Lou y aceptar la entrevista. Entonces me tranquilizo y lo que sigue es
más sereno. Cuando Simon llega con nosotros estoy completamente relajada.
Alexander Bogaert parece decepcionado de constatar que su juego de león
malvado ya no tiene el mismo efecto, pero lo hace muy bien y descubro a un
hombre encantador, perdidamente enamorado de su mujer. Rara vez he visto a
una pareja tan enamorada y siento que el corazón se me estruja un poco. Cuando
Lou mira a Alexander, sus ojos brillan, su rostro se ilumina a tal punto que se
transfigura. Pasa de bella a espléndida.

¡Cómo me encantaría ser como Lou algún día! Mirar a un hombre como ella
mira a Alexander. Y que me mire como él a ella, con una pasión que se ve casi
dolorosa por lo intensa que es. Esos dos se aman como nadie. Son dos estrellas
que sólo brillan el uno para el otro, y todos los que se les acercan no pueden más
que deslumbrarse con su brillo.

Cerca de las 5 :30 , terminamos con la entrevista y Simon tomó bellas fotos
de la pareja. Lou y Alexander se retiran y van a la sala de ventas. Él la cuida de
una forma que me conmueve nuevamente. Los veo alejarse muy a mi pesar, me
hubiera encantado calentarme un momento más con la flama de su amor. El
ambiente me parece repentinamente más frío.

– Romeo y Julieta no le piden nada a esos dos, murmura Simon.

Descubro sorprendida y aliviada que no soy la única que envidia a la pareja.


No logro determinar si Simon está nostálgico, deprimido o solamente
melancólico. Ante la duda, propongo:

– Ven, intentemos conseguir que el mesero nos traiga un tónico. Nos lo


merecemos, después de este día lleno de emociones fuertes, y eso es todo por
hoy: las subastas verdaderamente interesantes no tardarán en comenzar. Nuestros
últimos "objetivos" deben estar ya en la sala principal: ni pensar en molestarlos.

Pero, a pesar de algunos intentos de Simon, no logramos que nos sirvan y


regresamos con las manos vacías y sedientos, al Sleepy Princess. Llegamos al
hotel a pie, cada quien perdido en sus pensamientos. Como la noche anterior,
pido un sándwich a la habitación. Luego me voy al Central Park, mientras que
Simon sale a tomar un poco de aire.

Es más temprano que ayer cuando regreso a mi banca, sigue siendo de día.
Pienso en este día, intenso pero productivo, y estoy satisfecha. Mi colaboración
con Simon va bien. Él es competente, servicial, verdaderamente adorable. Llamé
a Edith para hacerle un resumen y decirle que mis dos entrevistas fueron un
éxito:

– Perfecto, Amy, respondió. ¿Encontraste alguna forma de acercarte a Roman


Parker?
– Todavía no, pero estoy pensando.
– No lo pienses demasiado. Actúa. Si no hablas con él, tu artículo no valdrá
nada.

Fin de la comunicación. Me quedé como tonta con mi teléfono pegado a la


oreja preguntándome si la llamada se habría cortado. Pero su tono no dejaba
lugar a dudas: efectivamente me colgó.

Ok… Sí, gracias por los ánimos, Edith. También te deseo buenas noches. Me
alegra haber hablado contigo.

Mientras como mi sándwich, recapitulo lo que sé de Parker. Debe de haber


alguna forma de acercarme a él. Debo pensar. Sé que está en Nueva York este fin
de semana con su socio Malik Hamani, sé que está interesado en una de las
piezas de colección puestas en venta (aun cuando ignoro de cuál se trata) y sé
que tiene oficinas aquí, en Manhattan...

Entonces decido ir a las Parker Towers a la mañana siguiente. Intenté


informarme un poco con Bogaert, por si se conocían, pero no conseguí nada:
nunca se han visto. Obviamente intenté conseguir una cita con su secretaria, pero
no era de sorprenderse que Roman Parker no acepta recibir periodistas... No veo
otra solución más que reunir mi valor e ir directamente a su oficina.

Tranquilizada por esta decisión, me acomodo en mi banca y dejo que mi


mente divague mientras observo a los que se pasean. Las imágenes de Lou y
Alexander me regresan regularmente y me sorprendo buscando a mi corredor de
ayer. No es sino hasta que cae la noche que éste aparece por fin. Reconozco su
silueta esbelta, su ropa gris antracita. Él comienza por algunos ejercicios de
calentamiento sobre el césped: estiramientos, flexiones, extensiones,
sentadillas... me permiten admirar boquiabierta la elasticidad de su cuerpo, su
fuerza, su equilibrio. Se instaló en un rincón alejado del gran césped, al abrigo
de la mayoría de las miradas, pero no de la mía... Después de algunos minutos,
comienza a correr, a pequeñas zancadas que aumenta progresivamente. Un niño
lanza un balón hacia él y éste se lo regresa con un lindo efecto del pie que hace
reír al pequeño.

A lo largo de la tarde, tomé algunas fotos del parque bajo la luz de la luna y
decido enviárselas en un mail a mis padres, junto con un mensaje para decirles
que todo va bien. Luego dejo mi banca y me dirijo hacia la salida. Me cruzo con
mi corredor que lleva la cabeza gacha bajo su capucha y no me presta ni la más
mínima atención. Lástima, me hubiera gustado ver su rostro...

***

La mañana siguiente, voy a las Parker Towers. Su arquitectura es


impresionante: tres torres cilíndricas, inmensas, con muros de vidrio de colores,
una esmeralda, otra sanguina y la tercera marfil. Sin tomar en cuenta los colores
tornasolados, éstas son idénticas hasta el último detalle. Vestíbulos inmensos y
sobrios, mobiliario con rasgos minimalistas, personal sonriente. Soy recibida con
gran cortesía y rechazada con la misma amabilidad:

– El Sr. Parker no está disponible, señorita. (Red Tower)


– Temo que no podré conseguirle una cita, señorita Lenoir. (Green Tower)
– No, ni su teléfono ni su mail, señorita, lo lamento. (White Tower)

Después de unos quince minutos de diversas negociaciones (en vano) con


cada una de las secretarias, termino, contrariada, por dejarles mi tarjeta de
presentación. Ellas la introducen en un sobre espeso como un anuario y me
informan que el Sr. Parker no suele comunicarse.
– Por no decir que nunca lo hace, agrega la de la Red Tower, una mujer bella
y curvilínea cuyos botones de la camisa amenazan con salir volando cada vez
que respira.

A las 3 de la tarde, me reúno con Simon en la sala de ventas, decidida a


encontrar al famoso Parker. Me cruzo de nuevo con Lou Bogaert, con la cual
hablo por una largo rato. Ella es verdaderamente simpática; nos dejamos con la
promesa de mantener el contacto e intercambiamos nuestros mails.

Después de haber llevado a cabo mi entrevista con Taylor DeWitt, el joven


heredero del armador, quien coqueteó conmigo descaradamente durante toda la
conversación, la suerte me sonríe por fin. Percibo entre la multitud a un hombre
regordete con rostro noble, reservado, que podría apostar que es Malik Hamani,
el socio de Parker. Rechazo una enésima invitación a cenar a la luz de las velas
por parte de DeWitt para ir directamente con Hamani:

– Buenas tardes, Amy Lenoir de Undertake. ¿Usted es Malik Hamani? le


pregunto, con determinación, demasiado preocupada de que se escape de mí para
mantener las apariencias.
– Exactamente, ¿qué puedo hacer por usted?, responde con amabilidad.
– Pues bien, podría salvarme la vida, por ejemplo.
– ¿Tanto así?, se sorprende, encantado.
– O al menos salvar mi carrera, antes de que muera sin siquiera florecer.
– Si puedo hacer lo que sea en ese sentido, lo haré con gusto, afirma
sonriendo. La escucho.
– Usted es el socio de Roman Parker, ¿no es así?
– Exactamente, responde con una cierta reserva repentina.
– Me encantaría reunirme con él. Para una entrevista. Para mi artículo. Para
Undertake.
– Hmm…
– Para no regresar con las manos vacías a Boston. Mi editora quiere esta
entrevista.

Malik Hamani sacude la cabeza suspirando. Continúo:

– Que sólo me dé diez minutos.


– …
– ¿Cinco minutos? Cinco minutos y nunca más escuchará hablar de mí.
– Lo lamento, señorita, pero me imagino que sabe que Roman Parker nunca
concede entrevistas.
– Sólo sé que nunca ha concedido una hasta ahora. Eso no significa que no lo
hará si una oportunidad formidablemente enriquecedora se presenta.
– ¿Una oportunidad formidablemente enriquecedora? ¿Enriquecedora para
quién?, pregunta divertido.
– Para él, para mí, para los lectores.
– Bien... Le comunicaré su propuesta. Si acepta escucharla, lo cual no es nada
fácil.
– Gracias. Gracias, en verdad.

¿Puedo preguntarle cómo es él? ¿No sería un abuso? ¿No parecería extraño?

– Pero no le prometo nada. Roman puede ser un poco testarudo cuando se le


habla de cosas que no quiere escuchar...

No, no puedo preguntarle. Me vería como una fan psicópata y Parker es un


millonario, un hombre de negocios, no una estrella de rock.

Le agradezco nuevamente antes de dirigirme, seguida por Simon, hacia un


cincuentón que parece afable y que debe ser John Baldwin.

Mi encuentro con Baldwin me hace olvidar la angustia de no haber


conseguido acercarme a Parker. Él es encantador, simple, jovial. No tengo para
nada la impresión de estar hablando con un hombre cuya fortuna sobrepasa los
veinte billones de dólares. Cuando le pregunto de dónde sale esa modestia, él
responde:

– No siempre he sido rico, señorita. y recuerdo perfectamente la época en la


que trabajaba como albañil en las obras negras de los edificios.
– ¿Cómo puede un albañil convertirse en multimillonario?, pregunto
fascinada.
– Con un poco de suerte, mucha determinación, audacia, y varios tropezones.
Los días en la construcción eran interminables, regresaba a mi pequeño
apartamento agotado, con las manos agrietadas por el cemento. Cuando mi
mejor amigo, Pablo, murió después de caer de un andamio, me hice el juramento
de salir de eso. Pablo tenía 19 años. El andamio estaba inestable, se lo
repetíamos al maestro de obras cada mañana: « No va a aguantar, boss. Nos
vamos a caer. » Y cada mañana, el maestro de obras nos respondía,
imperturbable: « Cállense, niños. Si quieren ver su salario, tiene que subirse ahí.
Si no, pueden irse. » Cuando Pablo se cayó, pensé que habría una averiguación,
que se reconocería que el material estaba defectuoso y que el maestro de obras
iría a la cárcel, junto con el Sr. Delmar, el propietario de la obra. Pero no.
Simplemente nada pasó. Enterramos a Pablo y regresamos al andamio, tan
inestable como siempre. Delmar supo sobornar a la gente correcta. Comprendí
que el dinero podía comprar todo, hasta una consciencia tranquila, y decidí que
haría todo lo posible por salirme de allí.
– ¿Sigue creyendo eso hoy en día? ¿Que el dinero puede comprar todo?

John Baldwin me responde riendo:

– No, por supuesto que no. ¡Pero cómo facilita la vida!


3. Una tarde en Central Park

Por la noche, siguiendo el ritual que me he establecido, voy a pasear al


parque. Esta vez, el cocinero del Sleepy Princess me preparó un quiche de
verduras para remplazar el tradicional sándwich. Ya es de noche cuando llego a
mi banca para probarlo; está delicioso. Recibí una respuesta de papá, quien se
alegra por mí. Ni una palabra de mamá, debe seguir enojada porque la
desobedecí. Mañana es el último día de la subasta, mi última oportunidad para
encontrar a Roman Parker. Espero que Malik Hamani haya logrado convencerlo
de darme un poco de tiempo. Si no... si no, no sé. Ya no sé qué hacer. No se me
ocurren más ideas y estoy por rendirme. Tal vez con un poco más de tiempo,
podría contactarlo, pero ahora... es muy poco. ¡Sin embargo, no quiero regresar a
Boston sin mi artículo!

Cuando dejo el parque, cerca de las 10 de la noche, éste está casi desierto.
Sólo una silueta gris encapuchada recorre las alamedas corriendo
silenciosamente. Le dirijo una señal con la mano.

Hasta luego, mi bello desconocido, hasta mañana, tal vez.

Para mi gran sorpresa, él me responde levantando la mano también. No sé qué


hacer. Por un instante me imagino volviéndome deportista y me río de mí
misma.

Pff… Toda una adolescencia metida en los libros, mandando a los chicos al
diablo, y ahora de pronto, a mis veinticuatro años, me pongo a acechar a
desconocidos en parques públicos. Qué irónico.

***

Domingo 7 de septiembre, 7 :30 p.m. Últimas subastas, Última noche en


Manhattan. Esta vez, simplemente estoy desesperada.

– Lo lamento mucho, señorita Lenoir, me repite Malik Hamani, mientras le


suplico que intente otra vez interceder a mi favor con Parker. Roman se niega a
conocerla. Uno no puede pronunciar la palabra « periodista » frente a él sin que
se cierre como una ostra.

Sin nada que perder, hago un último intento:

– Lo comprendo. Le agradezco, señor Hamani. De verdad. ¿Pero aceptaría


hacerme un último favor?
– Dígame, suspira.

Sólo estoy poniendo en práctica el mejor consejo que me hayan dado, señor
Hamani: « Nunca te rindas » me dijo Frida Pereira.

– ¿Podría darle este mensaje al Sr. Parker?

Hamani toma el sobre que le doy; éste contiene algunas líneas que redacté
ayer sobre el banco del parque. Espero que sean lo suficientemente intrigantes o
persuasivas como para incitar a Parker a aceptar reunirse conmigo. Mi última
esperanza. Sorprendido, Hamani me promete que se lo dará a su muy testarudo
socio y amigo.

Le agradezco una última vez y estoy por retirarme cuando él dice mientras me
alejo:

– Cuando Roman viene a Manhattan, rara vez se va sin recorrer la isla en


barco. Si a usted le gustan este tipo de paseos, tal vez mañana se cruce con un
hombre que se parezca a él. La vista desde el Muelle 17 de Brooklyn es muy
bonita.
– Pero justamente, no tengo idea de cómo es él...
– Eso no importa. Él sabe quién es usted. Si la ve, tal vez decidirá hablarle...
¿Quién sabe? Buenas noches, señorita Lenoir.

Este comentario me deja pensativa...

¿Así que Roman Parker sabe quién soy yo? ¿Sabe cómo soy físicamente?
¿Piqué su curiosidad lo suficiente para que investigara sobre mí o bien Malik
simplemente le dio una descripción precisa de mí? Tal vez ya hasta me he
cruzado con él sin saberlo...
***

Cuando llego al parque, esta vez, la noche está ya muy entrada, una noche
negra y profunda. No hay luna ni estrellas, sólo enormes nubes que obscurecen
todo. No traje nada para comer, no tengo hambre. Intento subirme el ánimo
pensando que no todo está perdido, pero me cuesta trabajo creerlo.

¡Ojalá que logre hablar con Parker mañana por la mañana, por favor, que se
levante con el pie derecho y que acepte la entrevista y que todo salga bien, por
favor, por favor, por favor...!

Sentada sobre mi banca, bajo un haz de luz provisto por una farola, escucho a
los animales del zoológico rugir. El resto del parque está sumergido en la
obscuridad y me cuesta trabajo distinguir a los pocos visitantes.

Hola Alex, hola Marty, hola Melman. Hola Gloria. Los voy a extrañar,
amigos.

Me he acostumbrado a la vida en Manhattan. De regreso a Boston, voy a


extrañar este paseo nocturno. De repente, a mis espaldas, un ruido como un
crujido me hace sobresaltar. Me volteo pero no veo nada, está demasiado
obscuro. Entonces me doy cuenta de que es muy tarde, que las patrullas de
seguridad ya no vigilan el parque desde hace tiempo, y que estoy sola en una
ciudad casi desconocida, en un lugar aislado y muy obscuro. Un verdadero
escenario de película tipo serial killer. Algunas voces se escuchan a mi derecha.
Voces de hombres que hablan fuerte. Luego, de golpe, un ruido de pasos se
escucha a mi izquierda y me hace saltar de mi banca. Me preparo para correr
cuando una silueta familiar se dibuja en el haz de luz: mi corredor. ¡Uff!
Aliviada, intento calmar los latidos erráticos de mi corazón.

Es la primera vez que está tan cerca de mí. Normalmente, se va por la otra
alameda, más al norte.

Al llegar a mi altura, éste me hace una señal con la mano, la cual respondo
alegremente. Pero aun así me asusté mucho. Decido regresar al hotel antes de
tener una mala experiencia y le sigo vivazmente el paso. Pero caminando. No me
voy a poner a correr con mis botines. Él se libra de mí rápidamente y el verlo
alejarse hasta desaparecer en medio de la noche obscura me pesa. De pronto me
siento muy sola, vulnerable. Acelero el paso. Al hacer esto, me doy cuenta que
me estoy acercando a las voces de hombres, pero no tengo otra opción, no
conozco el parque lo suficiente como para improvisar otro camino a media
noche. Los hombres son tres, avanzan de frente hacia mí, pero se separan para
dejarme pasar. Lanzo un suspiro de alivio.

¡Re-uff! Gracias a Dios, no voy a aparecer en la sección de crímenes del


periódico mañana.

Sin embargo, de repente siento una gran mano sobre mi hombro:

– Buenas noches, linda. ¿A dónde vas tan rápido?


– Buenas noches, respondo.

Mientras que me volteo hacia el hombre intentando no entrar en pánico, de


pronto me siento inspirada:

– Voy con mi prometido, a la siguiente banca.


– Ah. Genial. Pues, apresúrate, dice con una voz plana sin soltarme. Uno
nunca sabe con quién se puede encontrar aquí.

Los otros dos hombres se acercaron. Tienen unos cuarenta años y comprendo
por su forma de caminar que han bebido demasiado. Intento liberarme del puño
del hombre pero es más fuerte de lo que parece.

– Por Dios, ese prometido sí que tiene suerte. Una chica tan bella.
– Suéltenme, digo intentando controlar mi voz, para que no tiemble.
– Seguro que sí, responde el tercero. A mí me encantan las pelirrojas. Y ésta
tiene un trasero de locura.
– ¡Suéltenme!, grito esta vez. ¡Déjenme ir!
– Sin mencionar sus tetas, dice el que me está sosteniendo, observando mi
escote, que es bastante decoroso.

Ok, ahora creo que sí estoy entrando en pánico.

Casi logro soltarme, pero el hombre es verdaderamente fuerte y me aprieta


más. Tiene la mirada hacia el vacío y no parece percibir mis esfuerzos para
escapar de él.
– Ese prometido es un tonto por dejar que una belleza así se pasee sola. No
sabe aprovechar las cosa bellas, eso es seguro. Pero nosotros...
– ¡Déjenme en paz! ¡Auxilio!

Cuando el más alto se coloca detrás de mí y coloca sus manos sobre mi


cintura y luego las desliza entre mis piernas, me arqueo violentamente y le doy
un golpe en la tibia con el talón. El miedo se convierte en rabia y, sobre la
marcha, le doy un codazo al que me sigue deteniendo. Casi logro escapar,
cuando el tercer ladrón me toma de los puños y me tuerce el brazo derecho
detrás de la espalda, desgarrando mi blusa. El dolor que invade mi hombro es tal
que me encuentro en el piso antes de siquiera comprender lo que está pasando.

– ¡Así, de rodillas está bien! Quédate en esa pose, muñeca. Ahí es tu lugar.

Es en ese preciso momento que me pongo a gritar.

Lo que sigue a continuación es confuso porque tengo el rostro pegado al


suelo, pero de pronto percibo un par de tenis negros y unos shorts gris obscuro
que se acercan a una velocidad impresionante. Luego escucho el ruido sordo de
dos cuerpos que chocan y el tipo alto a quien había golpeado en la tibia se
derrumba al lado de mí, con las manos apretadas sobre su vientre y la boca
abierta. Sin una palabra. Éste patalea sobre la grava como un pez que hubiera
saltado de su pecera. Se escucha un crujido sobre mi cabeza y el que me tenía
sujeta me suelta por fin. Aprovecho esto para arrastrarme rápidamente hacia el
césped, para alejarme de la zona de combate, para ponerme a salvo... Me siento
sobre la hierba, impactada, con las piernas como dos malvaviscos derretidos.

¡Tengo que moverme! ¡Que salvarme! Ellos son tres y él está solo. No va a
aguantar mucho tiempo. ¡Debo moverme! ¡Salir de este parque! ¡Llamar a la
policía!

Pero me quedo paralizada, sin aliento. No logro quitar mi mirada de los tres
hombres que siguen luchando. Uno de ellos recibe un rodillazo en la entrepierna
y se va titubeando, mientras que el otro, con la nariz rota ya, regresa a la carga
contra el corredor. Mi corredor. Quien recibe un violento puñetazo en pleno
pómulo. La sangre corre y yo cierro los ojos. Sé que no es el momento, pero creo
que estoy a punto de desmayarme...
Cuando regreso en mí, no tengo el reflejo de abrir los ojos. Estoy.... bien. Me
siento confundida, con la cabeza ligera. Arrullada por un movimiento regular y
agradable. Estoy acurrucada contra algo caliente y suave, que huele divinamente
bien, no quiero saber nada más.

Pero de repente, todo regresa a mí: los tres hombres, su aliento a alcohol, sus
manos sobre mí, la agresión. Mi burbuja de bienestar estalla en pedazos e intento
huir, pero mis pies no tocan el suelo. Me agito, estoy por gritar de nuevo, pero
mis gritos se quedan atrapados en mi garganta. Luego tomo consciencia de una
voz suave que me tranquiliza, de una presencia reconfortante que me envuelve y
por fin abro los ojos. Está obscuro, hace frío, sigo estando en el parque. A pesar
de mi miedo, reconozco la silueta encapuchada que se inclina sobre mí y me
habla dulcemente:

– Calma. Estás segura. Estoy aquí. Calma. Yo te protejo. Ya no corres ningún


peligro.

Él repite estas palabras, con una voz tranquilizante. Sigo estando confundida,
pero dejo de pelearme. Tardo un momento en darme cuenta que estoy entre sus
brazos. El ritmo de sus pasos es lo que me arrulla.

Cuando llegamos a la Quinta Avenida, con sus luces y sus banquetas llenas de
gente, él me deja en el suelo.

Estaba tan bien entre sus brazos...

No me siento lo suficientemente fuerte para estar de pie, así que me aferro a


él, quien me hace sentar sobre un murete:

– Todo está bien, dice, Es normal sentirse débil después de este tipo de
incidentes. No estás herida. Tu hombro no está dislocado.

No quiero que se aleje, que se vaya. Pero no sé cómo decírselo.

Quédate, por favor.

– ¿Vives lejos?
– No. Justo al lado. En el Sleepy Princess.
– ¿Quieres avisarle a alguien? ¿Ir a la policía?
Agito la cabeza. No me atrevo a mirarlo, me siento con náuseas. Él continúa,
con la misma dulzura de antes:

– ¿Qué prefieres? ¿Que te acompañe? ¿O que llame a un taxi?


– No me dejes.

Las palabras salieron solas. Pero me doy cuenta de que lo único que me
importa es su presencia.

– No te dejaré. ¿Cómo te llamas?


– Amy…
– Encantado, Amy. Yo soy Jacob.

Dejo de mirar mis pies y levanto la mirada para verlo. Sigue teniendo la
capucha sobre su rostro pero las luces de la ciudad lo iluminan. Me parece que es
más joven de lo que su voz grave me había hecho creer. Tal vez sólo sea un poco
más grande que yo. Su pómulo esta abierto y comienza a hincharse, la sangre
corre por su mejilla y llega a manchar su sweater. A pesar de eso, tiene una
belleza que me deja boquiabierta: ojos de un negro profundo, piel bronceada,
rostro anguloso, rasgos duros que contrastan con la suavidad de sus gestos y el
calor de su voz.

– ¿Nos vamos?, pregunta tomándome delicadamente del brazo.

No me hago del rogar.

Cuando llegamos frente al Sleepy Princess, él suelta mi brazo para abrirme la


puerta y dejarme pasar. Cuando rompe el contacto, siento de repente como un
gran vacío, como si perdiera el equilibrio. La misma sensación que si un escalón
se derrumbara bajo mi pie en medio de una escalera. Atravieso el pasillo con un
paso inseguro. No hay nadie en la recepción, el velador debe estar en la cocina o
en el baño. Mis manos tiemblan tanto cuando intento introducir la tarjeta en la
cerradura de mi habitación que no logro abrir. Jacob se acerca detrás de mí y
pone un brazo sobre mi hombro. Su mano retoma la mía y la guía
tranquilamente. De pronto tomo consciencia de su cercanía, de su cuerpo cálido
rozándome, de su mejilla cerca de la mía cuando él se inclina hacia la puerta y la
abre. Entro en la habitación, perturbada, estremeciéndome, con la sensación de
haber sido drogada.
¿Qué significa esto? ¿Es el contragolpe? ¿El shock? ¿O bien es que
simplemente estoy perdiendo la razón por un ilustre desconocido?

Cuando me volteo, Jacob no ha dado ni un paso, sigue estando en el umbral.


Su silueta con hombros cuadrados se dibuja en el marco de la puerta. Su pose es
como de boxeador, con los brazos colgados a los lados, las piernas ligeramente
separadas, la cabeza todavía con capucha inclinada. Casi podría ser inquietante.

– Gracias, Jacob. Gracias por todo.


– No hay de qué, responde, listo para irse.
– Puedes entrar, lo invito sin estar muy segura de que sea lo más razonable
pero aterrada ante la idea de quedarme sola.
– No, creo que será mejor que no lo haga. Si te sientes mejor, te dejo.

Respondo de inmediato:

– No me siento mejor.

Es una gran mentira: nunca me he sentido tan bien como entre sus brazos. Él
vacila. No tengo ganas de intentar comprender por qué quiero tanto que se
quede. Lo único que sé, es que las náuseas regresan ante la simple idea de
dejarlo partir.

¿Es miedo? ¿El miedo puede hacerte sentir enferma? ¿Voy a tener
pesadillas? ¿Revivir la agresión, una y otra vez, en mis sueños? ¿Caminar
pegada a la pared por la calle? ¿No poder salir en la noche?

– Entra por lo menos cinco minutos; tengo helado en el congelador. Para tu


pómulo.

Él asiente y la habitación se llena de pronto con su presencia. Parece ocupar


todo el espacio, ya no hay lugar para el miedo...

Me equivoqué: no es de mi edad. Es un hombre, no un joven.

Sigo sin sentir suficiente fuerza en las piernas, pero voy a buscar como puedo
algunos hielos que meto en una toalla húmeda. De paso tomo un pañuelo
desinfectante y unas Steri-strip del botiquín.
Lo invito a sentarse en el sillón y me acerco a él. Le quito la capucha para
descubrir su rostro y su belleza me golpea una vez más. Una belleza poco
convencional, muy alejada de los cánones de las revistas. Su cabello de un negro
absoluto cae en mechones cortos sobre su frente; debo usar todas mis fuerzas
para evitar pasar la mano por él. Todo en él está marcado por rasgos fuertes,
desde la nariz hasta los pómulos, pasando por el ángulo abrupto de su
mandíbula.

¿Su cuerpo estará marcado de la misma forma?

Me aclaro las ideas y me concentro en su pómulo entumido. Lo limpio con el


pañuelo, intentando hacerlo suavemente, pero la sangre ya está seca y me veo
obligada a insistir. Él no se queja, ni siquiera cuando debo frotar las orillas de la
herida para quitarles las fibras de algodón que se le pegaron (probablemente
pelusa de la sudadera de su agresor).

– ¿No te estoy lastimando?


– Sí.
– ¿Perdón?
– Tienes la delicadeza de un ayudante de chef.

Sin embargo se queda perfectamente impasible. Y como no me pide que me


detenga, continúo.

¡Patán!

Me permito usar un poco más de vigor.

– No soy una especialista, pero tengo la impresión de que vas a necesitar unos
cuantos puntos de sutura. Mientras tanto, te puedo poner estas Steri-strip.

Él eleva la mirada hacia mí y me doy cuenta que me he acercado mucho a él.


Nuestras rodillas se tocan, mi pierna izquierda se deslizó (¿cuándo y cómo?)
entre las suyas.

– Ve por las Steri-strip. Mientras que no propongas coserme con estrellas


ninja e hilos de acero, dice echando un vistazo a mi figurita de Batman sobre el
buró.
– Lo prometo, digo. Además no soy capaz de coser ni un simple botón...
Pongo los strips sobre el corte, acercándome lo más que puedo a las orillas de
la herida. No logro impedir que mis manos tiemblen y hago todo con torpeza.
Decir que estoy perturbada sería decir poco. No pienso más que en su piel bajo
mis dedos, en su rodilla entre mis piernas, en el calor de su aliento que atraviesa
el ligero algodón de mi camisa. La tercera strip me cuesta más trabajo, ya que la
herida no está limpia en ese lugar y, después de un gesto torpe, la sangre corre de
nuevo. Me deshago en disculpas, convencida de haberlo hecho atrozmente, pero
él permanece estoico:

– Finalmente, no sé si hubiera preferido los hilos de acero, dice simplemente.

Está tan serio que no sé cómo tomarlo. Me apresuro a poner la última strip y a
aplicar sobre el moretón la toalla llena de hielo. Pero, ¿es la sangre? ¿El
contragolpe? ¿O la cercanía de Jacob? No sé que sea, pero mis piernas no dejan
de temblar.

Para terminar todo bien, después de haberle despedazado el pómulo, le voy a


aplastar los pies y caerle encima. ¡Bravo!

Siento que me estoy cayendo, cuando dos manos, suaves y cálidas, me rodean
la cintura.

– ¡Hey! Quédate conmigo, dice sosteniéndome. ¿Estarás bien?


– Sí, sí... Creo... Fue un mareo... Yo...

Sus manos sobre mis caderas terminan de perturbarme por completo y suelto
los hielos para agarrarme de sus hombros. Él se sobresalta ahogando una
grosería y creo que al presionarme así contra él, me he pasado de la raya. Jacob
me sienta con propiedad al lado de él:

– ¿Me permites?, dice recuperando rápidamente los hielos que cayeron en su


entrepierna. Puedo ser el Guasón o el Acertijo, pero Mister Freeze, no lo creo.
Me pides demasiado.

Su comentario y su actitud grave me hacen reír.

Adoro su humor sarcástico...


Me acomodo confortablemente en el sillón, mientras que él lidia con los
hielos. Me siento increíblemente bien.

Una media hora más tarde, bajo el efecto del hielo, su pómulo se ha
desinflamado. Continuamos hablando tranquilamente, de todo y de nada, de
nosotros. Él está calmado y divertido, su voz grave me hipnotiza. Vive en Nueva
Orleans, está de paso en Manhattan para ver a un amigo y arreglar algunos
asuntos. Yo le confieso que acabo de llegar de Francia y que tendría que
regresarme de inmediato si no encuentro una solución para mi artículo de aquí a
mañana. Hablamos de jogging; yo no sé nada del tema, pero su pasión es
contagiosa y cuando habla de eso, me dan ganas de ponerme mis tenis y
ponerme a correr. El tiempo pasa, pero ninguno de los dos pensamos ponerle fin
a esta velada. Siento como si nunca hubiera estado tan cercana a alguien.

No quiero que esto se termine. No quiero que llegue el día y tenga que irse.

Sin embargo, siento cómo me gana el cansancio. Reprimo un bostezo, me


reacomodo en el sillón, me dejo arrullar por su voz pausada... mis ojos se
cierran...

Cuando los vuelvo abrir, la luz está apagada, la habitación está iluminada
solamente por el farol de la calle cuya luz se expande sobre el cubrecama. Estoy
de nuevo entre los brazos de Jacob. Ya no tengo puestos mis botines. Él ya no
tiene su sudadera con capucha. Su piel huele a jabón, su cabello está húmedo.

Tomó un baño. Mientras yo dormía.

Cuando se inclina para dejarme sobre la cama, su rostro está tan cercano al
mío que no puedo evitar pasar mis brazos alrededor de su cuello para jalarlo
hacia mí.

Jacob parece sorprendido por mi gesto, lo siento tensarse y resistirse. Durante


una fracción de segundo, estoy perdida, desafortunada como nunca. Un
sentimiento de abandono, de incomprensible traición, me invade por completo.
Tenía la impresión, entre sus brazos, que nada podía herirme, y ahora es él
mismo quien me inflige dolor al apartarse de mí. Durante una fracción de
segundo, el tiempo se detiene y luego se estira como un interminable lazo de
caucho. Durante una fracción de segundo: la eternidad, en suma. Pero no más,
puesto que enseguida los labios de Jacob, ligeros como un espejismo, suaves
como una ensoñación, llegan a rozar los míos. Él me recuesta sobre la cama y se
endereza, liberándose de mis brazos. Me observa en silencio. Su mano llega a
rozar mi sien, mi mejilla, desciende lentamente hacia mi cuello. De pronto, tengo
mucho calor; contengo la respiración pero él no se aventura hacia mis senos,
(¡qué frustración!), sino que sube hacia mi hombro, inhalo, sigue el perfil de mi
brazo, pasa por el hueco de mi codo, donde la piel es tan fina. Cuando su mano
sube hacia mi nuca, para jugar con un rizo de mi cabello, ésta roza, al parecer
inadvertidamente, la extremidad de un seno, y mi respiración se detiene en mi
garganta, mi piel se estremece. Me arqueo ligeramente, es más fuerte que yo. Él
no deja de verme.

– Quieres que me quede...

Tal vez sea una pregunta pero suena como una afirmación así que me
conformo con asentir con la cabeza. En verdad ya no soy capaz ni de hablar.

– ¿Estás segura?, me pregunta.

Nuevo movimiento de la cabeza. Pero visiblemente, espera más. Entonces


murmuro:

– Sí. Segura.

Él hace pasar su playera por encima de su cabeza, y este movimiento revela


primero su vientre plano, sus abdominales esculpidos, luego su torso liso que se
alarga hasta sus poderosos hombros. Su cuerpo es delicado y sólido a la vez. Se
deshace de la playera lanzándola sobre el sillón, con sus músculos finos
marcándose bajo su piel bronceada. Su cuerpo no es el de un fisicoculturista, no
tiene bíceps prominentes, venas saltadas ni pectorales a la Schwarzenegger. Es
esbelto, sus gestos son fluidos. « Elegante » es la palabra que yo usaría para
describirlo. Jacob pasa una mano por su cabello despeinado. La temperatura en
la habitación aumenta unos veinte grados en menos de diez segundos…

– ¿Por qué?, pregunta.


– Porque tengo miedo.

Luego, me doy cuenta de que no es cierto. Al menos no del todo. Entonces,


con un gran esfuerzo para no dejarme distraer por su torso desnudo o por el
consecuente bulto que ha aparecido bajo su pantalón, agrego:

– Porque no quiero que te vayas.


– Si me quedo, no me voy a conformar con besarte y abrazarte. No me voy a
quedar en el sillón como un amigo fiel y asexual, o frente a tu puerta como un
perro guardián.
– De acuerdo. Sí.

Eso me va bien. Es todo lo que quiero. No necesito un amigo o un animal de


compañía. Sólo a ti, a tus brazos, a tu boca... y todo lo demás. Tengo ganas de
ti...

Su mano desciende hacia mí y toma exactamente el mismo camino que hace


rato: sien, cuello, brazo, codo. Luego, mientras contengo mi aliento, esperando
la continuación, con la esperanza casi dolorosa de que roce mi seno ofrecido a él,
su mano se desvía hacia mi rodilla. Suelto un suspiro de frustración, que se
transforma rápidamente en respiración entrecortada cuando ésta sube, en lentos
arabescos, entre mis piernas.

– Si paso la noche aquí, Amy, será en tu cama. Contigo. Y no soy lo


suficientemente caballeroso como para dejarte dormir entre mis brazos sin
tocarte. No esta noche. Ya no. ¿Comprendes?

Intento concentrarme en sus palabras, pero entre más sube su mano entre mis
muslos, que se abren a su paso, más difícil me resulta.

– No. Quiero decir. Sí. ¡Comp...! ¡Oh!

Su mano, pasando del hueco de la ingle a mi vientre, se ha deslizado, como


por descuido, sobre la fina y delicada botonera de mi pantalón de lino. Su mano,
por decirlo así, se ha lanzado bruscamente sobre mi clítoris, que no esperaba más
que eso y pide más todavía; y la media sonrisa que Jacob intenta disimular me
convence de que ciertamente no fue un error por su parte.

– Si me quedo, Amy, es para hacerte el amor, dice levantándose. Es para


acariciarte y besarte en donde te guste. ¿Eso es lo que quieres?
– Sí, digo en voz baja. Sí, quiero que te quedes.
Él envía a su pantalón a hacerle compañía a su playera. Sus piernas son largas
y musculosas, sus nalgas firmes. En cuanto al bulto que tensa la tela de su bóxer,
quisiera poder decir que no me fijo para nada en ella, que sólo tengo ojos para su
mirada hechizante o su frente noble, pero... no voy a empezar a mentir. Aun
cuando todo en él emana sensualidad, si cada partícula de su piel llama a al
ternura, mis ojos regresan con regularidad a ese bulto, el cual admiran, evalúan,
acarician...

Ahora siento que me sonrojo hasta el cuero cabelludo. Afortunadamente está


obscuro. Este hombre tentaría hasta a la más santa de las monjas.

Él coloca una rodilla sobre la cama y se inclina para besarme, con su mano
izquierda sobre mi nuca. Esta vez, su beso es más insistente, sus labios son
ardientes y cuando se entreabren, los míos los imitan, naturalmente. Su lengua es
suave, tiene un sabor a azúcar y especias; ésta viene a buscar a la mía, la incita,
la provoca. Exige una respuesta. Cuando al fin la obtiene, cuando nuestras dos
lenguas se encuentran y comienzan una lánguida danza, una extraña descarga me
atraviesa todo el cuerpo. De placer, sí, es innegable pero también hay algo más.
Besar a Jacob, es borrar el pasado, es comenzar desde cero. Ahora, quiero
clasificar los besos en dos categorías: los de Jacob y los del resto del mundo. Lo
beso y todo mi ser se abre a él, cuerpo y alma. La vida me parece maravillosa,
llena de promesas. Promesas que él es capaz de cumplir, estoy segura. Por un
instante, me pregunto si esta sensación no se debe solamente al efecto
afrodisiaco del rescate de la doncella en peligro (yo) por el príncipe azul en su
corcel valiente (él).

¿Qué más da? Tengo que dejar de querer analizar y controlar todo. ¡Carpe
diem!

La mano de Jacob sobre mi cadera me ayuda a mantener esta excelente


resolución. De pronto pierdo el hilo de mis ideas y no puedo pensar en otra cosa
que no sea esa mano que, implacablemente, se abre camino bajo la tela de mi
pantalón. Ésta llega a acariciar el satín de mis bragas en un lento vaivén cada vez
más insistente que tortura a mi clítoris. Luego Jacob se endereza, abandona mi
boca y antes de que pueda protestar desabotona mi pantalón que se volatiliza en
algunos segundos. Él se instala a horcajadas sobre mis piernas y me da las
manos, para enderezarme. Ahora nos encontramos sentados de frente. Siento el
peso de sus nalgas sobre mis tobillos. Admiro su cuerpo, estoy intimidada, nunca
había visto algo tan bello, tan perfecto. Extiendo la mano para tocarlo con la
punta de los dedos, él se deja, mirándome. No me atrevo a aventurarme por
encima del ombligo.

– Puedes ir a donde quieras, Amy, dice como si me hubiera leído la mente.

Lo cual no debe ser muy difícil, no veo cómo cualquier otra chica normal
podría pensar en otra cosa...

Todavía vacilando, dejo que mis dedos recorran su vientre, cada vez más
abajo. Llego hasta el resorte de su bóxer, juego con él, luego desciendo hacia sus
muslos. Y vuelvo a subir. Pongo mis manos sobre su cadera, lo incito a
acercarse.

– Quiero tocarte entero.

¡Oh! ¿Fui yo quien dijo eso?

Siento una repentina onda de calor, me pongo roja como un tomate (¡otra
vez!) y de pronto bendigo la acogedora complicidad de la obscuridad. Jacob no
hace ningún comentario, me obedece, se acerca. De esta forma, llego hasta sus
nalgas, al fin puedo tomarlas entre mis manos, rodearlas, acariciarlas. Él pasa su
mano bajo mi camisa con el cuello destrozado, descubre que no llevo nada
abajo, que mis senos están desnudos, libres, ofrecidos a él. Aprovecha, toma lo
que puede. Los masajea con suavidad.

– Tienes unos senos sublimes, Amy. Redondos y suaves, a la vez firmes y


pesados. Son una delicia. Tengo ganas de probarlos...

Con el pulgar, roza su pezón, que se endurece y se tensa, es casi doloroso.


Luego apacigua la tensión pellizcándolos suavemente. Una violenta descarga de
placer me atraviesa y me arquea proyectando mis senos hacia él. Es una
sensación nueva, poderosa, imperiosa. Necesito sus manos, quiero que me
acaricie más fuerte. Él lo comprende instantáneamente y me ofrece lo que le
pido: masajea mis senos, cosquillea el pezón, lo hace correr bajo sus dedos, cada
vez más fuerte. Echo hacia atrás la cabeza y los hombros hacia el frente, me
apoyo sobre los codos, intento abrir los muslos, inmovilizados entre los suyos,
puesto que el rayo de placer me atravesó por completo, desde los senos hasta el
clítoris. Quisiera que sus manos estuvieran allí también. Quisiera sus manos por
todas partes. Él se levanta un poco, para dejarme separar las piernas:

– Quítate las bragas, Amy, dice con una voz tensa desabotonando mi camisa.

Lo obedezco en dos tiempos, tres movimientos. Con el mismo impulso,


mandó su bóxer al diablo.

– Ponte de rodillas, frente a mí, continúa. Listo. Acércate. Retira tus manos,
dice mientras que las puse cubriendo mi sexo.

Por más que esté obscuro, el brillo del farola es lo suficientemente vivo para
que se puedan distinguir muy bien los detalles, aunque sea sin colores. Y eso me
molesta, a pesar de la excitación, a pesar del deseo que me inflama las entrañas.

– Retira tus manos, repite él.

Dudo. Por pudor. Por un repentino temor a lo que está por venir.

Soy una inexperta, Jacob. Seguramente no tengo la misma experiencia que tú.
Eres increíblemente apuesto, seguro de ti mismo: debes haber llevado a decenas
de mujeres al séptimo cielo en tu cama. ¿Pero yo? ¡Yo tengo miedo!

Ya no me atrevo a mirarlo de frente. Bajo la mirada y es peor: ya no puedo


dejar de ver su sexo erecto, magnífico. Siento bajo mis dedos cómo se humedece
mi intimidad. Mi cuerpo llama al de Jacob, está listo para recibirlo. Jacob lo
sabe. Me toma por las nalgas, como yo lo había hecho con él y me acerca para
besarme. Es un beso más exigente que el de hace rato, menos tierno, más sexual
que sensual. Pero por mí está bien, me doy cuenta de que me gusta. Me pierdo
en el torbellino de sensaciones que su boca me hace descubrir. Me acerco más a
él, quiero sentirnos piel con piel. Pongo una mano sobre su nuca; la otra sobre su
torso, cerca del corazón. Sus dedos se deslizan entonces entre mis muslos, dentro
de mi grieta que ahora está abierta a él, y estoy tan empapada que éstos se
hunden en ella con un solo movimiento, sin pena. Jacob gime contra mi boca. Se
separa ligeramente:

– Abre las piernas. Sí. Un poco más todavía. (Volvió a tomar mis nalgas con
todas las manos) Listo. Y ahora...
… Y ahora me levanta sin esfuerzos para sentarme a horcajadas sobre él. Los
vellos de mi pubis rozan su sexo y ésta simple caricia es suficiente para
electrizarme. De pronto, Jacob se inclina sobre el buró y su sexo llega a frotarse
contra el mío. Me abro un poco más.

Oh… ¡Eso no estaba premeditado, pero qué bien se siente!

Mientras que Jacob no sé qué hace, hurgando en el cajón, me apoyo en sus


hombros y comienzo a ondular contra su sexo, de abajo hacia arriba. Se siente
bien, delicioso. Él vacía el cajón sobre la cama y lo veo tomar, de entre todo el
contenido, un preservativo. Lanza un suspiro de alivio bastante cómico y se lo
pone en un tiempo récord. Su erección no ha perdido nada de su vigor y algunos
segundos más tarde, me levanta para dejarme descender lentamente, centímetro
por centímetro, sobre su sexo erguido. Primero estoy un poco tensa pero su voz
calmada me tranquiliza, me relaja:

– Déjate llevar, Amy. No pienses en nada. En nada que no sea el deseo que
está ardiendo entre tus piernas. Déjame guiarte. Ábrete.

Paso el antebrazo sobre sus hombros y hundo mi rostro en su cuello. Huele


bien. ¡Huele deliciosamente bien! Me empalo suavemente en él. Me llena poco a
poco. Lo dejo guiarme, dosificar la profundidad de cada penetración, me entrego
completamente a él. Jacob sigue hablándome, su voz grave amplifica cada
sensación que me dan su sexo y sus manos. ¡Me abro a él al máximo!

– Sí, Amy, sí... Oh... Estás tan estrecha. Déjate llevar, completamente. Separa
más las piernas. Ya está... Te voy a hacer gozar. Estoy seguro que eres muy bella
cuando gozas.

Me encanta que me hables; casi podría tener un orgasmo de solamente


escucharte repetir que me vas a hacer gozar...

El placer aumenta por olas regulares y poderosas; ya no logro permanecer


como una simple espectadora, comienzo a ondular, a encontrar un ritmo que se
acople con el suyo. Me enderezo, y en esta posición, mis senos están a la altura
de su boca. Él los aprisiona por turnos, succionando y mordisqueando mis
pezones, tan bien que pone todas mis terminaciones nerviosas a prueba.
Comienzo a ya no saber de dónde me viene el placer, que no es más que una
gran pelota, desde mi sexo hasta mis senos. Jacob levanta la mirada hacia mí, me
aferro a sus pupilas que se dilatan. Su rostro tallado a mano es soberbio, sus ojos
almendra se estrechan todavía más. No me canso del murmuro de mi nombre en
sus labios.

Él aprieta con más fuerza mis nalgas y se hunde más profundamente en mí,
arrancándome un grito de placer. Quisiera que recomenzara, ahora mismo, y eso
es lo que hace, una y otra vez. Y otra vez. Me aferro a sus hombros con
músculos endurecidos y acompaño cada una de sus puñaladas. Es a la vez
increíblemente tierno e increíblemente poderoso, la mezcla de ambas actúa en mí
como un fabuloso afrodisiaco.

Descubro un estado desconocido en el cual ya no siento mis extremidades, ni


mis brazos, ni mis piernas. Tampoco estoy segura de que mi cabeza siga en su
lugar porque ahora todas mis sensaciones se concentran alrededor del sexo de
Jacob, todos mis músculos se contraen alrededor de éste. Él es el centro de mi
universo. Ya no soy más que un meteoro de placer que se inflama y crece y crece
al ritmo cada vez más rápido de su vaivén. Y de repente... todo explota: mi sexo,
mi vientre, mi corazón... Me vengo con una violencia que no sabía que fuera
posible. Me vengo sin siquiera saber si Jacob me sigue, pero aferrándome a él, y
creo que hasta grité. Sí, seguramente grité su nombre.
4. Roman Parker

Algunos dirían que acostarse con un desconocido que conocieron una noche
en el parque es jugar con fuego. Sin embargo, acostarse con alguien después de
una noche de fiesta no sorprende a nadie. Rigurosamente, una es juzgada como
chica fácil, pero no inconsciente. Bueno, al menos no demasiado...

¡Oh, y además no me importa! De todas formas, Jacob no es un desconocido.


Es... Jacob.

Son las 3 :3 0 a.m., Jacob duerme a mi lado y me estoy peleando con mi


consciencia. Me siento culpable, sin saber realmente por qué. Tal vez porque
entre sus brazos sentí un placer insospechable. « Un acostón inhumano », como
diría Sybille. Me agito entre las sábanas. Verifico por enésima vez que haya
puesto la alarma de mi iPhone a las 7 de la mañana. No pienso dejar pasar mi
última oportunidad de pillar a Roman Parker. Jacob pone su mano sobre mi
vientre:

– Si necesitas despejar tu mente, puedo prestarte mis tenis, murmura. Diez


vueltas al parque deberían calmarte.

Su palma llega a aprisionar mi seno. Este simple contacto me electriza. Mi


cuerpo me recuerda los dos orgasmos explosivos que el dueño de esa mano me
regaló durante la noche. Respondo con un suspiro, comenzando ya a ondular
bajo su caricia:

– No son de mi número.
– Hmm… lástima. Tendré que encontrarte otra ocupación entonces, dice
jalándome hacia él.

Me aprisiona entre sus brazos, hunde su rostro en mi cuello, me cubre con


todo su cuerpo. Me envuelve. Él se convierte en mi caparazón, mi coraza. Me
siento invulnerable, al abrigo de todo. Arqueo mi espalda y su cuerpo se enreda
alrededor del mío como una liana. Guardo este instante en mi top diez de los
mejores momentos de mi vida.

Luego siento entre mis nalgas toda la expresión de su deseo que regresa y me
dispongo, contenta, a retomar el camino al séptimo cielo...

***

Cuatro horas más tarde, Jacob desapareció, no pude encontrar a Roman


Parker, y Edith debe estar ya reservándome un boleto de regreso para Paris-
Charles-de-Gaulle.

Como tenía previsto, me desperté a las 7 de la mañana en punto. Por el


contrario, lo que no estaba previsto era este vacío inmenso en la cama al lado de
mí. Un vacío grande como el océano Atlántico y más o menos igual de helado
que Alaska. Es como si me hubiera despertado en Groenlandia. Jacob,
visiblemente mañanero, se fue lo más silenciosamente que pudo. Busqué en la
habitación una nota, una explicación, una señal de que simplemente se fue a
comprar el desayuno o algo así. Nada. Por más que inspeccioné cada centímetro
cuadrado de mi pequeño universo, no conseguí ningún índice. Simplemente
desapareció. No estaba él ni sus cosas. Finalmente, no tenía ni siquiera pruebas
de su presencia esta noche, de no ser por la deliciosa inflamación entre mis
piernas, el cansancio inhabitual de mis miembros y, en general, de todo mi
cuerpo. Sin embargo, todavía me quedaba una oportunidad de que este día no
estuviera completamente arruinado y esa oportunidad se llamaba Roman Parker
y tal vez en ese momento se estaba paseando en barco alrededor de la isla. Salté
a la ducha, me tardé tres minutos con quince segundos y luego me puse un
pantalón de mezclilla, mis botines y un sweater de angora. No tenía tiempo de
entristecerme por mi destino o de deshacerme en lágrimas; aun cuando ganas no
me faltaban.

Después de recorrer el muelle n° 17 , recorrí todos los puentes del puerto de


South Street. Pero finalmente tuve que rendirme ante lo evidente: hay tanto
Roman Parker aquí como vitamina C en la Nutella. O si no, no quiso hablar
conmigo, lo cual viene siendo lo mismo.

Regresé al Sleepy Princess abatida y desmoralizada.

A las 9 :10 , me encuentro de nuevo en el bar del hotel, frente a un desayuno


demasiado copioso, con el corazón hecho pedazos y la moral por los suelos.
Anthony está sirviéndole a la pareja de enamorados que lo llamaron desde una
mesa en la esquina del salón. Espero su regreso con impaciencia: se escabulló
justo en el instante en el que me iba a dar información sobre Parker. No me doy
por vencida. Mientras que no haya regresado a Boston, considero que sigue
habiendo una oportunidad ínfima de encontrar una pista interesante. Saco mi
bloc y mi pluma, lista para anotar todo lo que pueda decirme sobre el hombre
que llevo cuatro días persiguiendo en vano.

¿Y el otro hombre? El que se fue esta mañana.

¿Pienso en él?

Sí, por supuesto. ¿Cómo no hacerlo?

Pero no tanto porque me da miedo que me duela.

Jacob, mierda, ¿a dónde te fuiste? ¿Qué hice para que huyeras así? ¿O qué
no hice? ¿Qué buscabas? Creí que los dos estábamos bien. Quiero decir: no
solamente en la cama. Parecía algo mágico. Las confidencias en el sillón, la
discusión que se estiraba pero nunca se rompía. Las miradas. ¿Me imaginé esas
miradas tuyas? ¿Y tus palabras dulces? No eran necesarias. Pudiste haberte
conformado con puro sexo, no necesitabas esforzarte tanto, ya me tenías.
¿Entonces por qué? ¿Acaso te despertaste esta mañana y te dio miedo? No, en
serio: Jacob, ¿por qué te fuiste?

Estoy hundida en mis pensamientos obscuros cuando Anthony llega conmigo,


seguido por un hombre de unos cuarenta años, vestido de chofer, con una gorra
en la mano, que se planta frente a mí. Parece un militar, regordete y pausado, con
la cabeza rapada, las piernas ligeramente separadas y las manos agarradas frente
a él. Tiene la pose de un típico soldado en reposo:

– ¿Señorita Lenoir? me pregunta.


– Sí.
– Me llamo Joshua, señorita. Trabajo para el Sr. Parker. Me encargó que la
condujera hasta él.

Me quedo sorprendida un instante, incapaz de decir una palabra. Esperaba


todo menos esto.

¡Roman Parker! ¡Roman PARKER! ¡ROMAN PARKER!

Al fin reacciono:

– ¡Encantada! Lo sigo. Iré por mi fotógrafo y regreso. Me tardaré tres


segundos. Menos de eso. No se vaya. Ya regreso.

Con mi bolso cruzado sobre el cuerpo, salto de mi taburete y me lanzo hacia


la habitación de Simon cuando la voz suave de Joshua me detiene en seco:

– Tengo instrucciones de llevarla sólo a usted, señorita.


– Pero... no puedo hacer una entrevista sin fotógrafo. Eso no tendría sentido.
– No sé mucho de periodismo, señorita. Pero algo es seguro: el Sr. Parker se
enojaría si tomara la iniciativa de imponerle la presencia de una persona que no
pidió expresamente.
– Ok, asiento con pesar. Nada de fotógrafos, entonces.
– Se lo agradezco, señorita. Sígame, por favor.

Después de haberle pedido a Anthony que le informara a Simon, que se


tomara la mañana libre, le sigo el paso al chofer. Me sigue costando trabajo creer
que lo estoy logrando. No importa mucho lo que salga de esta entrevista, ¡seré la
que se acercó a Roman Parker!

Dentro del Bentley que me conduce a través de las calles de Manhattan,


intento imaginarme mi encuentro con él. Durante todo el tiempo que ha ocupado
mis pensamientos, me hice una imagen de él, y al fin podré ver cómo es en
realidad. Me lo imagino castaño rubio, como su padre, el famosos Jack Parker,
pero menos apuesto, menos carismático. El hijo que nunca logró salir de la
sombra de su padre. El niño serio y necesitado que tuvo éxito en la vida a base
de trabajo arduo, que sacrificó todo por su carrera. El patito feo que se refugia
detrás de sus billones. ¡El genio mortalmente aburrido que se resfría en cuanto
sale de su caparazón! Pero eso no importa: ¡al fin lo voy a conocer! La emoción
casi me hace olvidar a Jacob.

Casi.

El Bentley me deja frente al jardín zen triangular alrededor del cual se


encuentran las Parker Towers. Joshua me guía a través de la grava y los
guijarros; admiro los dibujos en la arena de color verde, blanco, rojo, combinado
con los vitrales de las torres. Seguimos un sendero de piedra volcánica.
Rodeamos algunas rocas. Me gusta el minimalismo y la sobriedad de este lugar,
donde todo está en su lugar y nada está de más. Me siento reflejada en este rigor.

Un jardín como yo... al menos hasta esa noche loca.

Para terminar, un sendero nos lleva hasta un puente de piedra que atraviesa un
río de grava negra. Joshua me acompañó hasta una entrada privada detrás de la
Red Tower y que da directamente a un inmenso ascensor.

– El Sr. Parker la espera en el último piso, señorita.


– Muchas gracias, digo un poco nerviosa ahora que me encuentro frente a la
pared.

Entro al ascensor, lo suficientemente amplio para recibir una manada de


cebras. Éste se mueve con suavidad, sin que se sienta nada. La vista de
Manhattan que se puede apreciar a través de los vitrales rojizos me incomoda.
Ciertamente es increíble, pero eso me da la sensación de que mi vida cuelga de
un hilo.

Cuando llego hasta la cima, llevo tiempo ya sin atreverme a mirar hacia abajo.
Estas torres son gigantescas, tocan las nubes, no me sorprende que los hombres
que trabajan en ellas se sientan dioses.

Las puertas se abren y es con alivio que entro a la oficina de Roman Parker.
Él se encuentra de pie detrás de un inmenso escritorio, al otro lado de la
habitación. Avanzo directamente hacia él, como un robot, indiferente a todo lo
que me rodea que no sea él. ¡Roman Parker! Al fin. Está clavado en la lectura de
un archivo espeso como un código civil y no me presta nada de atención. De
lejos, se parece bastante a la imagen que tenía de él, pero entre más me acerco,
más constato que es mucho más interesante de lo que imaginaba. De estatura
mediana, castaño, su cabello cae en rizos delicados alrededor de su rostro con
rasgos regulares. Tiene unas manos muy bellas con manicura en las uñas. Los
ojos que eleva hacia mí cuando advierte mi presencia son de un extraordinario
verde brillante con franjas negras.
– Buenos días Amy, dice con una voz grave y familiar a mi izquierda,
deteniendo en seco mi impulso. ¿Dormiste bien?

Como decía mientras leía mi horóscopo, hay personas con una predisposición
para meterse en situaciones complicadas. Y, a pesar de todos mis esfuerzos para
mantener mi vida bajo control y no separarme del buen camino, yo soy una de
esas personas.

Dividida entre la alegría de volver a verlo y la preocupación por haberme


metido de nuevo en una de esas situaciones improbables como sólo yo lo hago,
me volteo hacia Jacob.

¿Qué está haciendo aquí? ¿En qué me metí ahora?

Estoy como en shock.

Cambió su atuendo deportivo por un traje negro impecablemente cortado y


una camisa color crema que lo vuelve casi irreconocible. Increíblemente apuesto,
todavía, pero frío como el viento nórdico. Su cabello está peinado sin un sólo
mechón fuera de lugar, su pómulo lleva un discreto vendaje. No logro creer que
el hombre frente a mí sea el mismo que me tomó entre sus brazos anoche, que
besó mis senos con pasión, que se vino entre mis caderas. No es posible. Hasta
su postura es diferente. Este hombre en traje es un modelo que se ha escapado de
las páginas de una revista hype. Es probablemente a causa de esta impresión de
irrealidad que le respondo de inmediato:

– Hola Jacob. Tu traje es muy elegante. No como tu huida esta mañana.

Marca una pausa.

Touché.

– Me alegra constatar que se repuso perfectamente de sus desventuras en el


parque, señorita. Esa combatividad le queda de maravilla.

No es sino hasta que lo escucho emplear ese tono protocolario que recuerdo la
presencia de Roman Parker en la oficina. Toman Parker, mi Santo Grial a quien,
tan obnubilada por Jacob, ni siquiera tuve la cortesía de saludar.
Me merezco una bofetada...

– Le ruego que me disculpe, señor Parker, digo volteando hacia el hombre


detrás del escritorio, quien todavía no ha dicho ni una palabra pero que nos
observa con un aire intrigado y vagamente molesto. Le agradezco infinitamente
que me haya concedido esta excepcional entrevista. Pondré manos a la obra para
que no pueda más que alegrarse de haber tomado esta decisión.
– Voy a ser caballeroso, señorita Lenoir, y aceptaré sus disculpas, por esta
vez, me responde Jacob.

Me quedo fija. Todo se mueve a mil por hora en mi mente, estoy entrando en
pánico: un millón de preguntas y respuestas se acumulan y mi cerebro se niega
categóricamente a aceptar lo que implica esta respuesta.

No. ¡No! ¡No, no, no! ¡No-no-no-no-no! ¡Es imposible! ¡Está bromeando!
Jacob no puede ser Roman Parker. O esto es una pesadilla. Eso es: mi
despertador no sonó esta mañana. Sigo en el Sleepy Princess, entre las sábanas.
Maldita tecnología.

Cierro los ojos.

Los vuelvo a abrir.

Nada ha cambiado.

Me volteo hacia Jacob. ¿O debería decir Roman Parker? Éste pasa una mano
por su cabello, destruyendo su bello peinado, y me sonríe. Una sonrisa a la
Jacob, a medias. Mi corazón, a quien no le importa en lo absoluto este lío de
identidades, da un brinco en mi pecho. Esta entrevista va a ser difícil...

– Puedo concederle media hora, señorita. Pero no más. Un imprevisto, un


delicioso imprevisto, me retrasó esta mañana y ya me hizo perder dos citas.

Hurgo en mi bolso, para darme valor, y le respondo farfullando:

– Media hora bastará. Gracias.

Mientras tanto, el otro hombre rodeó el escritorio para llegar hasta mí, con su
carpeta bajo el brazo; me extiende la mano, avergonzado:
– Encantado, señorita, dice con una voz demasiado fuerte. Le ruego que me
disculpe por haber usurpado un poco del tiempo de su cita. Yo soy Maxime
Weber, un socio de Roman.
– Amy Lenoir. Encantada de conocerlo.

Él me saluda cortésmente y le dirige una señal con la mano a Jacob (no:


¡Roman!), para después retirarse:

– Lamento haberme impuesto de imprevisto, Roman. Te agradezco que me


recibieras tan pronto, era muy importante.
– No te preocupes, Maxime. Nos vemos en un rato.

Entonces es cierto: me acosté con Roman Parker, el multimillonario más


codiciado de los Estados Unidos, y ahora debo entrevistarlo como si nada
hubiera pasado.

Jacob (Roman, ¡maldición!) tomó asiento sobre un sillón y me hace una señal
para que me siente frente a él:

– Si así lo prefiere, señorita, podemos olvidar todo, sobre todo el episodio


donde comenta sobre mi atuendo, volvemos a empezar desde cero.

Asiento con la cabeza, confundida y perturbada. Me encantaría saber si en ese


« olvidar todo » está incluida nuestra noche, pero no me atrevo a preguntárselo.
Jacob me perturbaba. Roman, por su parte, me intimida. Saco el bloc sobre el
cual anoté mis preguntas, pongo mi grabadora en el centro del escritorio, me
agito sobre mi asiento, subo las mangas de mi sweater y comienzo. Mis
preguntas son precisas, profesionales y no dejan lugar a digresiones. Sin
embargo, Roman logra meterme en apuros una docena de veces. Varío entre la
exasperación y las ganas de esconderme bajo tierra. Cuando llegamos a la
pregunta de su excepcional discreción y de su vida privada, él se sale por la
tangente:

– Puedes estar segura que el día en que decida compartir mi intimidad, serás
la primera en enterarse.

No sé bien cómo tomar su respuesta.

¿Estoy alucinando o esa frase tiene un doble sentido?


Sin embargo, a pesar de ser extremadamente cortés, su tono glacial no me
incita mucho a insistir con este tema, así que paso a otro. Sin tomar en cuenta ese
pequeño incidente, todo continúa perfectamente bien cuando de repente la
entrevista da un giro de 180 grados. Por mi culpa. Mientras que él me explica
cómo se está desarrollando el terreno de la biotecnología y la implementación de
nuevas becas para su crecimiento, le pregunto de repente:

– ¿Por qué Jacob?

Apenas hice la pregunta cuando ya me estaba arrepintiendo. Me atengo a que


se retire, se enoje, me ponga en mi lugar o, mínimo, que alce una ceja
sorprendido, pero se conforma con responder, tan impasible como siempre:

– Ése es mi segundo nombre. ¿Y tú? ¿Por qué Batman?

Su pregunta me toma por sorpresa y comienzo a farfullar:

– Pues... bien... yo...


– Ya veo, dice con toda la seriedad del mundo. Efectivamente, ésa es una
excelente razón.

Incómoda, por fin logro explicarme:

– Fue un regalo, de mi vecino de pupitre, cuando estaba en la preparatoria. Un


pelirrojo con lentes al que todos los abusivos de la escuela molestaban. Batman
era su héroe. Quería que yo fuera su princesa.
– ¿Y aceptaste?

Me lo pregunta sin sonreír, como si la conversación siguiera siendo acerca de


las becas o de la genómica estructural. Primero tengo ganas de mandarlo al
diablo.

¿Para qué quiere saber eso?

Pero su interés por mí, tan clínico como pueda parecer, me gusta. Eso me
recuerda al ambiente tan particular de nuestra noche juntos, cuando hablábamos
sentados en el sillón.
– Sí. Era muy buen dibujante. En esa época, para mí era una cualidad
indispensable en un novio, que supiera dibujar.
– ¿Y ahora? ¿Ya no te parece tan sexy? ¿Un hombre tiene posibilidades de
enamorarte si no es un Van Gogh o un Vermeer?
– Sí, por supuesto. No soy tan selectiva. Basta con que sea Batman.

Él deja escapar una sonrisa franca y luminosa que me deslumbra y me vuelve


loco el corazón. Roman es apuesto, eso es innegable: podría ilustrar la expresión
« belleza diabólica » en el diccionario. Pero cuando sonríe, podría ilustrar «
tentación irresistible », o « fantasía femenina absoluta ». Hago como si revisara
mis notas para no dejarle ver mi perturbación, pero obviamente no lo logro:

– Cuando te sonrojas eres igual de encantadora de día que de noche.

Ok… Estoy perdida, no hay duda.

Después de pensarlo por un instante, agrega:

– De hecho, también cuando no te sonrojas.

Preocupada por volver a orientar nuestra conversación hacia un terreno menos


peligroso, retomo el control de la entrevista:

– Hmm… Gracias. Entonces. Para regresar a lo de las terapias genéticas...

Roman parece divertirse con mi desviación pero me sigue la corriente y


responde a consciencia las pocas preguntas restantes.

Nuestras digresiones sobre el hombre murciélago me hicieron perder la


noción del tiempo y cuando la entrevista llega a su fin, la media hora que me
había asignado se pasó por mucho, desde hace tiempo. Roman, por su parte, no
parece preocuparse del horario; es amable y relajado. Aprovecho su buena
disposición para intentar ir más lejos:

– Señor Parker, digo, consciente de que puedo chocar contra un muro.


¿aceptaría que me tome una foto con usted? Para mi artículo.

Él me observa sonriendo, como si hubiera hecho una broma:


– ¿Qué opina usted?
– No, suspiro.
– Pero fue un buen intento, me dice acompañándome hasta la salida del jardín
zen, donde me espera Joshua con el Bentley.

Nos dejamos con un apretón de manos que me deja frustrada y decepcionada.

¡Un apretón de manos! En serio. Como si fuera una compañera de golf.


Mientras que la noche anterior, esa misma mano me defendió, cargó, acarició,
tomó, penetró...

Me esfuerzo en pensar en otra cosa, por miedo a volverme a sonrojar.


Quisiera preguntarle cómo contactarlo, pero sigo confundida entre Jacob y
Roman, y finalmente me desanimo. Cuando le dije que le enviaría un ejemplar
de la revista en cuanto saliera. se conformó con agradecerme indicándome que la
enviara a la Red Tower.

Eso es lo que se llama « mandar a volar a alguien ».

Me abre cortésmente la portezuela del Bentley y me pregunta:

– ¿Qué sucedió con tu joven Picasso, locamente enamorado?

Su pregunta me sorprende:

– Sus padres se mudaron al otro lado de Francia y nunca nos volvimos a ver.
– Sin embargo conservaste el Batman...
– Sí.
– A los adultos no les importa el corazón de los niños, dice con un tono de
amargura en la voz que me deja perpleja.
5. Un aterrizaje difícil

El regreso a Boston es difícil. Me siento como Neil Armstrong debió sentirse


al regresar a la Tierra después de haber pisado la Luna. Desfasada, desorientada,
en las nubes. Viví cuatro días exaltantes, al hilo. El regreso a mi pequeña
ratonera al lado del ascensor, en Undertake, me volvería casi claustrofóbica.

– No te preocupes por eso, me tranquiliza Simon. Y ni te preocupes por


decorarla, no te quedarás en ella por mucho tiempo. Después del súper artículo
que conseguiste en Manhattan, te van a poner una alfombra roja aquí.
– Seguro, respondo escéptica. ¿Te imaginas a Edith rompiéndose la espalda
para ponerme esa alfombra?
– No, concuerda él. Pero te va a dar una verdadera oficina. De hecho, nunca te
pregunté qué escribiste en la nota que le diste a Malik Hamani para Parker el
último día de la subasta. ¿Fue un hechizo? En todo caso, pareció lo
suficientemente eficaz para convencer a millonarios testarudos.

¡Había olvidado esa nota por completo! Y estoy convencida de que si Roman
aceptó mi entrevista, no tiene nada que ver con eso. Odio mentirle a Simon, sin
embargo, como no quiero explicarle que me acosté con Roman Parker, confirmo
vagamente:

– Hmm… No escribí nada en particular. Pienso que fue sobre todo Hamani
quien, compadeciéndose de mí, supo ser persuasivo.

La pregunta de Simon fue bastante retórica; mi respuesta le pareció factible


así que no investigó más. ¡Uff!

Trabajo arduamente en mi artículo, edito, vuelvo a editar, refino. Pienso en


Jacob sin parar, es a la vez emocionante y agotador. Y cuando no pienso en
Jacob, pienso en Roman...

Elijo las mejores fotos de Simon, aunque todas son magníficas. Es una
lástima tener que desechar algunas. La de Frida Pereira recargada sobre el capó
del Mustang es una verdadera obra de arte.

– Deberías ser retratista, Simon. No bromeo, es mágico todo lo que logras


mostrar, y todavía más fuerte: lo que logras sugerir en una simple fotografía.
– Gracias, dice sonrojándose desde la punta de la nariz hasta los lóbulos de las
orejas.

Me da gusto constatar que no soy la única que se sonroja en este lugar.

– ¿Qué prefieres para ilustrar la parte de Roman Parker? ¿Las Tres Torres o el
jardín zen?

Me acerco para mirar todas las fotos esparcidas sobre su escritorio. Es una
elección difícil: son muy bellas pero ninguna me convence. Todas ilustran
perfectamente a la empresa de Roman Parker, pero no al hombre. No a Roman.
Y mucho menos a Jacob. Hasta que encuentro una toma en blanco y negro del
río de grava que desemboca en el puente de piedra, con la silueta borrosa de una
de las Parker Towers de fondo.

– Ésa, le digo a Simon señalándola con el dedo. Ahí tienes algo que es como
una mini migaja de la esencia de Roman Parker. El misterio de la sombra, bajo el
puente; la dureza de las piedras; el contraste de los guijarros redondos y blancos
en la orilla y de la grava negra y filosa en el lecho; la desmesura de la Torre, que
domina el paisaje y se impone. Sí, ésa es perfecta.

***

Nuestro artículo sale el lunes siguiente. Tal como Simon había predicho, mi
ratonera se convierte en una pequeña oficina, el lugar donde antes se
almacenaban los archivos. Una gran parte de la pared sigue estando tapizada por
carpetas, pero considero eso más como una ventaja que como un inconveniente;
me gusta tener toda esa información al alcance de la mano. Los primeros días, la
oficina es un verdadero remolino. Todos mis nuevos colegas pasan a saludarme,
a felicitarme, a preguntarme:

– Entonces, ¿cómo es Roman Parker?

Con variantes más o menos estrafalarias que se apegan más a la leyenda


urbana que a la curiosidad periodística. Si les dijera que tiene tres ojos y un
platillo volador estacionado en el subsuelo de la Red Tower, la mitad de ellos me
lo creería...

Edith viene en persona para darme una decena de ejemplares de Undertake en


cuanto salen de las planchas.

– Felicidades, Amy, dice ella con una ausencia tan flagrante de calor y de
entusiasmo que me incomoda un poco. Lo lograste muy bien, Ignoro cómo
obtuviste la entrevista de Parker y no quiero saberlo. Lo que importa es el
resultado. Pedimos un tiraje especial para este número porque el nombre de
Parker ayuda con las ventas. Sigue así. No olvides pasar a ver a Kathy, la
secretaria, para que te dé tus regalías y la remuneración por tu trabajo.

¡Mi primer verdadero salario como periodista!

Tengo ganas de saltar de felicidad y hacer la danza de la victoria en medio del


pasillo. En lugar de eso, le agradezco y comienzo a preparar mis envíos de la
revista. Reservo una copia para mis padres, acompañada por una larga carta. Les
informo que ahora tengo mi lugar asegurado en el periódico y que me quedaré en
Boston. No digo nada sobre mi encuentro con Jacob, que no sale de mi mente ni
por un segundo... pero que no me da ninguna señal de vida.

Luego, le envío un ejemplar a cada una de las cinco personalidades que


aceptaron prestarse para la entrevista. Le pido a Simon que saque una muestra de
40 x 50 cm de una de las fotos de Frida Pereira con el Mustang, la cual me
parece sublime y no publicamos. La envuelvo en papel de seda y la meto en un
sobre de burbujas, acompañada de una revista y una pequeña nota de
agradecimiento. Cuando llega el momento de enviarle su ejemplar a Roman,
dudo acerca de lo que debo escribir en el mensaje. ¿Profesional? ¿Personal?
¿Con doble sentido?

No, nada de doble sentido. Lo estoy manejando muy mal, no me conviene que
el interesado se enoje conmigo. Tener en contra a uno de los hombres más
poderosos del país no es una idea muy buena.

Entonces me conformo con enviarle una de las fotos que tomé en Central Park
y mandé a imprimir: en ella se ve a un corredor con sudadera de capucha gris
que le regresa el balón a un pequeño niño feliz. La luna que ilumina la escena le
da un aspecto irreal de cómic. Al reverso, simplemente escribo:

Gracias.

Sin embargo quisiera decirle tantas cosas más...

***

Le informo a mi casera, la señora Butler, que voy a alargar mi estadía. Ella


me invita a beber una tisana de salvia para festejar. Sabe horrible, pero estoy tan
contenta que bebo tres tazas.

– Es excelente para la digestión, me dice la anciana.

Cuando le hablo de conseguir un(a) coinquilino(a), se propone


espontáneamente para efectuar una preselección. Segura de que nuestros
criterios de selección son tan diferentes como nuestros gustos en materia de
bebidas, rechazo su oferta tan amablemente como puedo.

– Es verdaderamente amable de su parte, señora Butler, pero ya publiqué un


anuncio en internet. Tengo previsto ver a los candidatos el sábado.
– Sí, sí, por supuesto, lo comprendo, responde decepcionada.

Eso no le impide estar, a las 8 de la mañana en punto del sábado, sentada


sobre su mecedora en la entrada, mirando a todos los excéntricos personajes que
respondieron a mi anuncio. De hecho se hubiera arrepentido de perderse el
espectáculo, puesto que todos los candidatos, diversos y variados, son
deliciosamente extravagantes. La próxima vez, aceptaré sin dudar su propuesta
de ayudarme con la selección.

El primero, un « artista », me habla de espacio, de calidad de luz, de feng shui


y de inspiración. No tiene tiempo de ir más lejos porque la Sra. Butler interviene
enérgicamente:

– ¡Ah, no! Nada de artistas. Perdóname, Amy, dice volteando hacia mí, pero
sabes cuánto aprecio la integridad de mis pasillos y de mis paredes.
– ¿Y eso qué tiene que ver con mi arte?, se sorprende el joven barbudo,
interrumpido justo a la mitad de un monólogo sobre la importancia de los
volúmenes.
– Lo que tiene que ver, estimado señor, es que ya lo veo venir: empiezan por
clavar sus costras en las paredes, luego pintan la doble vidriera de la cocina
como si fuera un vitral de la catedral de Chartres, enseguida esculpen los pies de
las sillas y terminan por transformar mi pasillo en una obra conceptual. Ni
pensarlo.
– ¡Pero su reacción es muy infantil!, se indigna el nuevo Miguel Ángel.
– Tal vez, pero podría ser adolescente, adulta o lo que quieras, que no
cambiaría nada: yo soy la propietaria de ese apartamento y nadie vendrá a
transformarlo en la Capilla Sixtina.

El artista incomprendido debe entonces retirarse, lo cual hace con bastante


gracia murmurando un « ¡Ignorante! » lleno de rabia.

El segundo candidato es una candidata, una joven delgada y pálida como un


fantasma, vestida toda de verde. Ésta le da cinco vueltas al apartamento
interrogándome sobre mis costumbres alimenticias, mis compromisos políticos y
mis motivaciones espirituales. Finalmente, ya sea que mis respuestas demasiado
conformistas la hayan afligido totalmente o que haya conseguido una ganga en
Marta, se va sin darme una respuesta ni un número donde localizarla, ni ninguna
noticia.

Entre cada candidato, la Sra. Butler se escabulle para ir a buscarnos una taza
de tisana de salvia. Cuando llega conmigo después de la visita de la chica-
endivia, estoy ocupada con el tercer candidato, un conquistador empedernido
que intenta sus mejores jugadas conmigo y me invita a un bar esa misma noche,
con la menor sutilidad posible. Esto le vale ser expulsado manu militari por la
Sra. Butler.

– Esto es un apartamento honesto, gruñe ella, no un prostíbulo ni una casa de


paso.

El cuarto, a pesar (o a causa) de sus excelentes conocimientos en botánica, no


le gusta para nada a la Sra. Butler. Sus pupilas dilatadas y sus tatuajes de hojas
de marihuana en el antebrazo no le ayudan mucho.

La quinta es una chica jovial que se ve muy deportiva y nos gusta


inmediatamente a ambas. Lleva puesto un conjunto deportivo y tenis y no puedo
evitar pensar en Jacob. Recuerdo mis noches en Central Park, cuando lo miraba
correr sin saber aún que con él pasaría la noche más fabulosa de mi vida.
Desafortunadamente, volviendo a linda deportista, no vino aquí para ver el
apartamento sino para visitar a su prima Bella. Se equivocó de piso.

La sexta es perfecta. Una joya. Es simpática, vestida de una forma muy


clásica con un pantalón de mezclilla y una camisa, tiene un trabajo estable y
ningún padecimiento mental evidente. Sin embargo, tiene seis gatos.

– Soy alérgica a los gatos, gime la Sra. Butler. Y Kiki no soporta verlos, lo
vuelven loco, se pone a babear por todas partes y a perseguir todo lo que se
mueva.
– ¿Kiki? pregunta, inquieta, la joven que parecía perfecta.
– Es mi pastor alemán.

Miro con tristeza alejarse a mi sexta y casi perfecta candidata que quiere
demasiado a sus gatos como para enfrentarlos a cincuenta kilos de furia canina.

– No sabía que tuviera un perro, le digo a la señora Butler.


– No tengo, responde perfectamente serena. Pero no soporto a los gatos.

Lanzo un suspiro de resignación. Estoy a punto de abandonar cuando se


presenta un último candidato. Es un apuesto (por no decir muy apuesto) castaño
con la piel mate, ojos de cierva y caminar elástico de bailarín.

– Eduardo Perez, encantado, dice con un adorable acento mexicano y


dándonos a cada una un sonoro beso en la mejilla.

En cuarenta y cinco segundos, recorre el apartamento y declara, con una


sonrisa irresistible:

– Es perfecto, lo tomo.

Luego agrega, sacando un saquito de su mochila:

– Justamente tengo las galletas ideales para acompañar una tisana de salvia.
Eso es una señal, ¿no?
Al día siguiente, domingo 21 de septiembre, Eduardo Perez, el gran favorito y
ganador indiscutible de este desfile surrealista, se muda conmigo al número
12 de la Chestnut Street. No puedo evitar pensar que hubiera dado lo que fuera
porque uno de eso esos candidatos fuera Jacob.

***

El lunes por la tarde, al regresar de Undertake, me encuentro con la Sra.


Butler esperándome en su entrada, somnolienta en su mecedora, con un paquete
sobre el regazo. A pesar de la curiosidad evidente de la anciana, espero hasta
entrar en mi casa para abrirlo: el sello del remitente es de la Parker Company...
¡Jacob! Espero un poco antes de abrir el paquete. Muero de ganas pero quiero
saborear el instante como se lo merece. Al entrar, me tomo el tiempo de quitarme
los zapatos y de servirme un jugo de frutas antes de tomar asiento sobre el sillón
con mi paquete. Éste contiene una camisa azul marino con costuras aparentes de
marfil, que se parece extrañamente a la que los tres borrachos me destrozaron.
Excepto que ésta es de seda natural y de una fineza y una suavidad tal que fluye
entre mis dedos. Es ligera como el aire, suave como un sueño.

Un sobre de papel pergamino la acompaña, junto con un mensaje escrito a


mano:

Querida Amy, tu artículo estuvo a la altura de lo que esperaba de ti. Espero


pronto tener otra colaboración que resulte igual de placentera. Roman Jacob
Parker

Estoy loca de alegría porque pensó en mí. ¡Me escribió! ¡Al fin, después de
casi dos semanas de silencio! ¡Pensó en mí! Pero también estoy decepcionada
porque finalmente este mensaje es bastante impersonal. Esperaba un poco más.
Aun cuando yo no fui capaz de escribirle algo más que « Gracias », me hubiera
gustado saber qué pensaba de la foto. ¿Le gustó? A mí me gustó mucho. La
mandé a enmarcar y se encuentra en mi cabecera. No solamente porque
representa a Jacob cuyo rostro permanece en la sombra de su capucha, sino
porque es bella, con su luna redonda iluminando el parque. Y porque captó un
instante, entre el niño y ese corredor desconocido regresándole su balón, que me
pareció precioso, atemporal.

Al día siguiente, me pongo la camisa para ir a trabajar. Llevarla puesta me


acerca a Jacob, cada roce de la tela sobre mi piel me recuerda sus caricias. Es
una sensación embriagante y deliciosa.

***

La semana pasa como en un sueño; ésta llega a su fin cuando Edith me llama
a su oficina. Lo que me anuncia es completamente increíble y contribuye a mi
estado de euforia: va a confiar en mí para un nuevo reportaje. Un poco más
elevado que el anterior: « Siete días con... » El principio es simple: toma a un
periodista, un fotógrafo, y una persona en boga. Pon a los tres juntos en
inmersión total durante una semana. Mezcla bien. Deja reposar. Observa.
Comenta. Obtendrás un coctel explosivo de información inédita sobre tu
celebridad y ese delicioso brebaje se convertirá en la portada de la revista
financiera más importante de la Costa Este. Y para la edición de aniversario de
Undertake, Edith quiere aspirar a lo grande. Necesita algo que llegue directo al
corazón a cada uno de los lectores. Algo inédito.

– Es por eso que contacté a Roman Parker, termina de decirme. Él aceptó, con
algunas condiciones. Y como tú ya lo conoces, serás tú, Amy, junto con Simon,
quien se encargue de este reportaje. Si tienes alguna duda, no dudes en
preguntarme, concluye, dejándome asombrada.

Y ahora, ya estoy lista. No dormí en toda la noche. Simon pasará por mí.
Roman nos espera en la Red Tower. Una semana con él. Es demasiado para mí.

Sé profesional, Amy. Mantén la distancia con Roman. Deberás seguir a un


hombre de negocios en su día a día en el seno de su empresa. Es tu trabajo. OK.
Respira. Sí, ya sé que estamos hablando de Jacob. Razón de más para estar
alerta.

Me pregunto qué lo motivó a aceptar la propuesta de Edith, siendo un


misterioso multimillonario del que nadie sabe nada. Nadie excepto yo.

– Tiene sus exigencias, Amy, me dijo Edith. Tal vez algunas de ellas no te
gusten. Ya verás eso con él cuando llegues allá. Lo único que te pido es que no
lo disgustes. No es cualquier persona. Con sólo tronar los dedos, puede destrozar
a Undertake.
Asentí, dije que sí a todo. Estaba demasiado emocionada como para
escucharla de verdad.

Y ahora, me encuentro contra la pared...


6. Reencuentro

Veintisiete días después de mi inolvidable noche con el millonario y


misterioso Roman Parker, me encuentro de nuevo en el increíble Mustang de
Simon, de camino a Manhattan. Comisionados por Edith, nos pusimos en
camino a las Parker Towers, las oficinas neoyorkinas de Roman, donde éste nos
espera para un reportaje exclusivo de una semana. Simon conduce rápido pero
bien, con una mano segura. Me gustan los viajes por carretera; pego mi nariz al
vidrio, aprecio los paisajes, miro el sol salir, intento disimular mi emoción.

Los kilómetros pasan, el auto, poderoso y silencioso, parece engullir el


asfalto. Cómplice de mi impaciencia, éste me acerca a Roman a una velocidad
vertiginosa.

¡Veintisiete días! Veintisiete días sin ver a Roman, desde la primera y última
vez que tuve su piel entre mis dedos, sus labios sobre los míos. Veintisiete días
consumiéndome, sin soñar otra cosa que no sea volver a verlo, tocarlo, sin
siquiera saber si nuestros caminos se volverían a cruzar algún día. ¡Es
demasiado tiempo! ¡Nunca nada me había parecido tan largo! Bendita sea Edith
por haberme encomendado este reportaje.

Mi editora no me es muy querida, pero cuando me anunció que debía pasar


una semana siguiendo a Roman Parker paso a paso, sentí unas ganas locas de
besarla.

– ¿Qué tipo de hombre es ese Parker?, me pregunta de repente Simon.

Bingo. La pregunta del millón. Entonces, ¿cómo decirlo? Es un tipo con dos
personalidades, tan glacial como apasionado, apuesto como un diablo, tierno,
sensual, fuerte e implacable. Ah sí, lo olvidaba: después de haberme defendido
contra tres borrachos, a los cuales mandó a la lona mientras yo estaba ocupada
desmayándome, me hizo venir cuatro veces.

Selecciono mis palabras por un momento, y termino por responderle:


– Es de esas personas imperturbables, frías pero a la vez corteses. Es difícil de
descifrar, nunca sabes cómo actuar con él. Tiene un humor... especial.
– ¿A qué te refieres?
– Uno siempre se pregunta si está bromeando o no. No logro acostumbrarme.
– Al mismo tiempo, es normal: sólo lo viste una hora.

Asiento llevando la conversación a un terreno menos peligroso. No es el


momento de ventilarme dejando escapar que conviví con él mucho más que eso.

– ¿Ya has participado en este tipo de reportajes?, le pregunto a Simon.


– Sí, tres veces. Es súper interesante ver las cosas desde otra perspectiva, el
lado escondido de las personas, en particular de las personas ricas y poderosas.
Los acompañas en su día a día, desde que sale el sol hasta que se acuesta. Los
observas vivir, saliendo de la cama, comes con ellos en los restaurantes, asistes a
las reuniones, los sigues en todos sus movimientos. Comprendes mejor cómo
llegaron hasta donde están.
– ¿No hay una personalidad que te haya marcado más que las demás? ¿Cómo
fue? Quiero decir, tu relación con ellos...
– Bien, bien… Me encantó. Ya sabes, trataba de hacerme notar lo menos
posible, ser transparente, el fotógrafo fantasma. Quería capturarlos en su hábitat
natural; es la misma idea de este reportaje: hacer que se olviden que estás allí
para captar lo auténtico. Documentar los golpes de tristeza, las rabias, las
carcajadas. Estamos aquí para intentar comprender cómo estas personas, de
carne y hueso como tú y yo, llegaron a convertirse en superhombres. Y para eso,
hay que llegar hasta la parte humana en ellos, porque no todo se explica
solamente con las cifras. Su carrera se la deben también y sobre todo a su
personalidad.

Se pone a reír:

– Una vez, tuvimos que seguir a la hija de un modesto industrial, que había
retomado el negocio familiar para convertirlo en una enorme empresa que se
expandiera a los cinco continentes. Todo eso en menos de cinco años. Mi colega,
Kevin, le había gustado a la mujer, una rubia alta, inmensa y autoritaria. Ésta lo
devoraba con los ojos, no perdía una oportunidad para rozarlo, tocarlo. Cada
noche, cuando regresábamos al hotel, el pobre se derrumbaba sobre su cama
resoplando: « ¡Uff! Me escapé por esta vez. » ¡Se podría decir que él supo cómo
tocar la parte humana de su tema!
– ¿Y entonces?, pregunto con curiosidad. ¿Cómo terminó todo?
– Él era muy profesional. Logró conservar su virtud durante toda la semana.
Pero de regreso al periódico, no lograba sacársela de la cabeza. Le aconsejé que
se esforzara, que regresara a verla, pero siempre encontraba una excusa: «
¿Cómo crees? Me lleva quince años. Le llego al mentón y pesa unos treinta kilos
más que yo. Es ridículo. Además, estoy seguro de que para ella sólo fue un
juego. Si llegara a su casa ahora mismo, seguro ni me reconocería. » No insistí.
Él continuó a tener aventuras con chicas de su edad. Nunca duraban mucho
tiempo, él se aburría bastante rápido, decía: « Todas son chicas sin cerebro. » Y
luego, un día en que ambos trabajábamos en un artículo, no sé qué mosca le
picó, pero dejó todo allí, tomó su mochila y me dijo: « Ok, esto no puede durar,
quiero tener el corazón tranquilo. Iré. » Y se fue.
– ¿Y? pregunto colgada de los labios de Simon. ¿Qué más?

Simon prolongó el suspenso por un minuto interminable, haciendo como si


reflexionara mucho, luego concluyó riendo:

– Se casaron el mes pasado.


– Qué linda historia, contesto, pensativa y hundida en mis pensamientos.

Me invaden los pensamientos sensuales acerca de Roman, sus caricias, sus


manos que saben tan bien dónde y cómo tocarme, su boca cosquilleando mis
senos... Vuelvo a pensar en su dulzura, en su fuerza y me estremezco.

– Espero que tú no me vayas a hacer lo mismo, dice Simon.


– ¿Disculpa?
– ¿No tendrás la intención de casarte con Parker?, bromea él.
– No, por supuesto que no, digo riendo.

Pero mi risa suena falsa y Simon voltea hacia mí con una mirada sorprendida.
Sin embargo, se reserva cualquier comentario y se concentra de nuevo en el
camino.

Casarme con Roman... No, por supuesto que no. De hecho, apenas si lo
conozco. Solamente me he acostado una vez con él. Pero obviamente, la historia
de Kevin me hace soñar.

A las 7 de la mañana, en este último lunes de septiembre, entramos en la Red


Tower, la torre principal de la Parker Company. El vestíbulo me sigue
pareciendo desmesuradamente inmenso y minimalista, con su suelo de mármol
negro, sus paredes blancas con obras de los más grandes pintores esparcidas por
todas partes, siendo todas principalmente rojas. Nos recibe la sonrisa de Eileen,
la bella y robusta recepcionista que ya me había recibido hace un mes cuando
buscaba desesperadamente contactar a Roman Parker.

Ella nos anuncia por el intercomunicador y nos orienta hacia el ascensor, el


cual nos deja en el último piso. Estoy nerviosa, me mordisqueo las mejillas, me
acomodo el cabello, me tuerzo las manos... Afortunadamente, Simon está
demasiado absorbido por la decoración y la vista de Manhattan que se extiende
bajo nuestros pies a través de los vidrios del ascensor, como para ponerme
atención. Me he imaginado mi rencuentro con Roman un millón de veces, he
creado mil escenarios y variantes: y todos terminaban con una tierna declaración
de Roman y una formidable escena de sexo que haría sonrojar a Ovidio. Ya sé,
eso no me llevará a ninguna parte, pero así son los sueños, totalmente
irrealistas...

Cuando entramos en su oficina, Roman está hablando por teléfono. Nos


quedamos en el umbral de la puerta, sin querer molestarlo y ganarnos su
desagrado desde los primeros segundos del reportaje. Simon sólo le echa un
vistazo distraído y se fija más en la lujosa decoración de la oficina. En cuanto a
mí, no me importa en lo absoluto la decoración del lugar, la vertiginosa vista
hacia el lago Machin o el mobiliario probablemente único y exageradamente
costoso. Sólo tengo ojos para Roman.

Él recorre la habitación a grandes pasos, pareciendo concentrado y


particularmente cordial. Su interlocutor parece ser de su mismo grado. Había
olvidado lo duro que puede parecer su rostro con rasgos angulosos. La cicatriz
sobre su pómulo, recuerdo imborrable de nuestro primer encuentro, refuerza
todavía más esta impresión de dureza y realza su belleza. Por más que me
acordara perfectamente de su belleza, me sorprende constatar el grado de ésta.

Al mirarlo, uno no puede solamente pensar: « ¡Wow! ¡Qué apuesto! » No.


Roman Parker no es « apuesto ». Roman Parker posee una belleza que puede
tirarte al suelo, condenarte, hacerte perder la razón. Podría pasar horas
contemplándolo. Él tiene la camisa arremangada, y el bronceado de su piel
contrasta con el blanco inmaculado de la tela. Su pantalón negro cae
perfectamente sobre sus nalgas, las cuales no puedo dejar de ver; me acuerdo de
su redondez, de su firmeza. Recuerdo haberlas tomado con mis manos mientras
me penetraba, para que llegara más adentro, más profundo...

Fiuf.... ¡De repente hizo calor!

Siento que me puse roja como tomate, que me puse húmeda, e intento pensar
en otra cosa.

– ¿Estás bien, Amy?, me pregunta Simon preocupado.


– Sí, sí. Me cuesta trabajo soportar el calor, es todo. Las oficinas de aquí
siempre me parecen demasiado calientes. En Francia, no subimos tanto el
termostato.

Simon no insiste, ya está nuevamente absorbido por el ambiente. Envidio su


capacidad para concentrarse en los menores detalles y abstraer todo lo que le
rodea para retener solamente lo que va a capturar con su objetivo.

Eso se llama ser profesional. Debería aprender de él y dejar de verle las


nalgas al lobo feroz.

El lobo feroz en cuestión termina su conversación con una voz seca:

– No me importa, señor Carlyle. El hecho es que usted no cumplió con sus


compromisos. Por lo tanto nuestro acuerdo ya no tiene efecto. Hable con el Sr.
Malik Hamani para las formalidades. Buen día.

Él lanza su teléfono con un gesto despreocupado sobre su escritorio y se


voltea hacia nosotros:

– Les ruego me disculpen por este contratiempo. Entren.

Roman avanza para estrecharnos la mano y este simple contacto basta para
electrizarme. Su piel es suave y cálida, su apretón es firme, me parece que
prolonga el instante; en todo caso, paso por todas las sensaciones posibles en
estos pocos segundos que me parecen demasiado cortos y demasiado largos a la
vez. Cuando elevo la mirada hacia él, siento como si me tropezara y cayera en su
mirada de un negro insondable. El sentimiento de caída es tan poderoso que
aprieto su mano con más fuerza, para aferrarme a ella. Él también aumenta su
fuerza, como para atraparme. No hay una sonrisa socarrona en sus labios; aun
cuando puede ver mi perturbación, no juega con ésta y se lo agradezco
infinitamente.

– Me alegra volver a verla, señorita Lenoir. Su artículo sobre los Big Five,
como nos apodó, brilló por sus cualidades literarias y su objetividad. Señor
Sand, dice soltándome la mano y volteando hacia Simon, Edith Brown no hace
más que elogiarlo, lo cual es bastante excepcional en ella. Espero que nuestra
colaboración sea fructuosa.

Simon asiente y me alegra constatar que él también se siente intimidado por


Roman (aunque no creo que sea por las mismas razones que yo).

– Bien, continúa él alejándose hacia el ventanal. Probablemente Edith Brown


ya les informó acerca de las reglas a seguir durante esta semana, pero prefiero
que las revisemos juntos. Regla número uno: ninguna foto de mí.

Simon se sobresalta:

– ¿Es una broma?, deja escapar echándome un vistazo (y ahora me arrepiento


de haberle hablado acerca del humor de Roman, que, evidentemente, no está
bromeando).
– ¿Parece serlo?, pregunta efectivamente Roman con una voz grave y dura, y
el rostro tenso.

Demonios... Comenzamos mal.

Simon, desconcertado, responde:

– Pero... ¿cómo quiere que hagamos un reportaje sobre usted sin tomarle ni
una foto?
– Sean creativos; no voy a enseñarles acerca de su oficio. Existen mil maneras
de representar un sentimiento, una emoción, un carácter. Estoy seguro de que la
encontrarán. Ya demostraron ser capaces de ello con la ilustración del artículo de
la Srita. Lenoir. La foto en blanco y negro del jardín zen con la torre al fondo fue
muy acertada.
– Fue idea de Amy, confiesa Simon.
– Pero la foto era tuya, me apresuro a agregar.
– Un trabajo de equipo, aprueba Roman. Muy bien. Regla número dos...

Simon está por argumentar algo más, pero una mirada de Roman lo disuade.

– Número dos, entonces: se vestirán de forma apropiada, continúa mientras


examina nuestra ropa, jeans y camisas que, visiblemente, no son lo que
considera como « apropiado ».

¿Apropiado para qué?

Antes de que pudiéramos protestar (lo que estábamos por hacer en conjunto)
y como si hubiera leído mi mente, precisa:

– Van a convivir con gente que gana cien veces su salario mensual en diez
minutos. Esto no quiere decir que sea más glorioso o respetable que su
profesión, pero, para que no se encuentren, desde el punto de vista de ellos, en
posición de inferioridad, les aconsejaría ponerse los atuendos que encontrarán en
los armarios de sus respectivas habitaciones.

Esta vez, la sorpresa nos deja boquiabiertos:

– Usted... ¿Usted envió ropa a nuestro hotel?, se ahoga Simon. ¿Ropa que
escogió para nosotros? ¿Y que debemos ponernos?
– No exactamente, replica Roman. Eileen se encargó de la mayor parte de las
compras. Ella tiene un gusto muy refinado, como podrán constatar. Y ese
guardarropa no está en el hotel, sino aquí mismo. Les mandé a preparar dos
habitaciones.

Ahora es mi turno de farfullar:

– ¿Aquí? ¿No dormiremos en el Sleepy Princess?


– En efecto, señorita Lenoir. A pesar de que el Sleepy Princess es un hotel
maravilloso, del cual probablemente extrañarán, entre otras cosas, la discreción y
la deliciosa ropa de cama, en esta torre se encuentra, además de mi oficina, mi
apartamento privado al igual que dos habitaciones de huéspedes muy cómodas,
de las cuales dispondrán durante todo el tiempo que dure el reportaje.

Estoy demasiado impresionada para notar la alusión o para tergiversar. Todo


lo que retengo es que voy a pasar una semana entera con Roman, las 24 horas
del día. Por la noche, estaremos separados solamente por una maldita pared de
yeso.

No podré dormir nada por las noches pensando en eso. Si con Roman a dos
pasos de mí, no he dejado de imaginar cosas...

Simon, a quien estas consideraciones no le impresionan tanto, protesta


débilmente:

– Pero... ¿por qué? Quiero decir: no es el primer reportaje de este tipo que
realizo, y nunca había dormido en el lugar. Siempre dejamos lugar para un poco
de intimidad.
– Ya que el objetivo de esta semana es precisamente entrar en mi intimidad, la
cual probablemente habrán notado que protejo muy bien, me parece
particularmente fuera de lugar su comentario, señor Sand. Sin embargo, para
responder a su pregunta, le informo que trabajo cerca de dieciocho horas por día
y que me desplazo mucho, lo cual no les dejaría, a lo mucho, más que unas
cuantas horas de sueño si se quedan en el Sleepy Princess.
– En resumen, se preocupa por nuestra salud, murmura Simon acomodándose
los lentes, señal de un nerviosismo intenso.
– Digamos que me preocupo por la imagen de mi compañía y no pienso
cargar con dos zombis con ojos despavoridos y ojeras que les lleguen hasta las
mejillas.

La respuesta le arranca una mueca a Simon quien sigue preguntando, sin


ninguna arrogancia pero una gran curiosidad:

– Si cuida tanto su intimidad, ¿por qué aceptó este reportaje?

Me sobresalto; la pregunta me acecha desde el principio, pero nunca me


habría atrevido a hacerla. Admiro a Simon: detrás de su apariencia tímida y su
físico raquítico, tiene un valor poco común. Consciente de que puede haber
cruzado la línea, incómodo, comienza a balancearse pero sostiene la mirada de
Roman quien lo observa con atención. Estoy viendo un verdadero duelo de
titanes, el choque entre dos fuerzas de voluntad. Cuando él al fin baja la mirada,
Roman le responde, tan amable como siempre:

– Su respuesta se encuentra en la regla número tres: yo soy el único que


manda aquí. Lo cual significa, en gran medida, que hago lo que quiero, como
mejor me parezca, sin necesidad de justificarme. En cuanto a ustedes, como
marineros bajo mis órdenes en mi navío, tienen dos opciones: o me obedecen o
regresan a su casa nadando.

Simon asiente con la cabeza en señal de aceptación. Por más valiente que sea,
no parece realmente un nadador olímpico. La amenaza de ser echado por la
borda antes de que el reportaje siquiera comience no le gusta mucho.

– Perfecto. Tienen media hora para instalarse y cambiarse; los veo en mi


oficina a las 8 de la mañana, concluye Roman señalándonos nuestras
habitaciones.
7. Al ritmo de la Red Tower

Estoy contemplando el guardarropa de mi armario cuando escucho insultos en


la habitación vecina:

– Maldita corbata de mier...


– ¿Simon? ¿Estás bien?, pregunto.
– ¿Sabes hacer nudos de corbata, Amy?
– Para nada.
– Maldición... ¿Podrías intentarlo aunque sea?, dice con una voz suplicante.
Ya no sé ni qué hacer.
– Ok, pero no te prometo nada...

Cuando entro en su habitación, lo encuentro enredado con su corbata, medio


ahorcado, con color de ladrillo y la camisa atravesada. Comienzo a sacarlo del
apuro, lo cual no es tan fácil. Pero después de tres intentos igual de desastrosos
que los suyos, debemos enfrentar el hecho de que hacer un nudo de corbata no es
algo que se pueda improvisar.

– Pero no soy tan malo en origami, murmura haciendo un último intento, que
lamentablemente también fracasa.
– Deberías bajar a ver a Eileen en la recepción. Estoy segura de que ella sabrá
cómo hacerlo.

Una vez que Simon se ha ido, regreso a mi armario, el cual me deja perpleja.
Adentro hay suficiente ropa para vestirme durante un mes. No sé si me gustan
mucho las prendas. Trajes sastre, faldas obscuras, camisas de colores; no hay
nada ostentoso o llamativo, pero tampoco realmente nada estricto o discreto.
Comienzo por separar las camisas por color, sólo para mantenerme ocupada
mientras pienso.

Roman, ¿tú escogiste esta ropa para mí? ¿O dejaste que Eileen se hiciera
cargo?
Finalmente le echo el ojo a una camisa beige, vaporosa, con mangas largas y
hombros ligeramente descubiertos, la cual combino con un ligero pantalón
crema. La camisa es corta y no esconde para nada mis nalgas redondas. Busco
algo más largo pero es caso perdido: nada llega más abajo del ombligo. Poco
acostumbrada a las prendas ajustadas, me siento incómoda, como si fuera un
embutido. Las incesantes guerras de vestuario con mi madre me vienen a la
mente, sus intentos por vestirme con más elegancia, por ponerme a dieta, por
hacerme maquillarme... Quisiera ponerme mis jeans, pero sé que Roman no me
lo permitirá y me enviará a cambiarme.

En este barco no se aceptan los motines, marinero.

Su recibimiento, cortés pero impersonal, me quitó toda ilusión: nuestra noche


no significó nada para él, no tendré ninguna atención particular, ningún
privilegio, estoy aquí por razones puramente profesionales, como Simon. La
situación me parece extraña, Roman se comporta como si nuestra noche nunca
hubiera ocurrido. Por poco y hasta podría creer que se trata tan sólo de una
fantasía de mi imaginación demasiado fértil. Me aguanto, no quiero que se note
nada, pero es desestabilizante. Y doloroso.

Cuando me encuentro con Simon, a las 7 :58 , su corbata está perfectamente


anudada, pero se ve tan incómodo como yo en su conjunto azul. Sus hombros
estrechos y su cuerpo delgado no están hechos para un traje. Pero sigue siendo
elegante.

– Wow, silba con admiración. Eso te queda muy bien, Amy. Y además, ese
color, con tu cabello rojo, es simplemente fabuloso. El capitán se va a ir de
narices.
– Gracias, digo, incómoda. Parece ser que Eileen hace milagros.
– Ah…sí, responde sonrojándose y jugando con su camisa. Es una chica
linda.

Intrigada, no tengo oportunidad de interrogarlo más: Roman hace su


aparición. Se detiene por un momento al vernos y la firmeza de su mirada,
cuando se fija en mí, termina por ponerme definitivamente incómoda.

¿Y entonces? Vaya modales, mirar a la gente así. Ok, ahora estoy


convencida: esto no me queda bien. Por más que Simon diga lo contrario, no
importa, él es demasiado amable. Soy un embutido. Lo puedo sentir. Y siento
como si estuviera desnuda con la camisa demasiado ligera y el pantalón
demasiado pegado. ¡Auxilio! Roman, deja de mirarme así, please. Por favor. ¿Se
me botó un botón? ¿Se puede ver mi sostén? Si en dos nanosegundos no dices
algo, lo que sea, cavaré un hoyo en tu suelo de mármol y enterraré mi cabeza en
él…

– Les agradezco que hayan seguido mis consejos, dice simplemente después
de un tiempo interminable.

Como si tuviéramos opción...

Luego nos introduce en el impresionante torbellino de su vida y nosotros le


seguimos el paso como podemos.

Los cuatro días siguientes pasan como en una película acelerada. Roman
Parker, a pesar de su aparente tranquilidad, vive a mil por hora. Reuniones,
visitas, coloquios, videoconferencias, viajes de un lado al otro de la ciudad,
ocupan una buena parte de su tiempo. Lo demás lo dedica al deporte y al trabajo
frente a su computadora. A veces, se permite unas cuantas horas de sueño.
Simon y yo estamos agotados, exhaustos, hechos polvo. El ritmo es insoportable.
Aprovechamos cualquier descanso para tomar algunos minutos de descanso.

– Mi técnica para dormir de pie pronto estará perfeccionada, me confiesa


Simon recargado contra el marco de una puerta y con los ojos medio cerrados.
Unos días más y tendré el aguante de un caballo.

Estos días son también para mí la oportunidad de constatar que, finalmente,


Roman no me trata de la misma manera que a Simon. En público, él es
definitivamente Roman Parker, educado y distante, pero, durante nuestros
contados encuentros frente a frente, a veces, me encuentro con Jacob. Una media
sonrisa, una broma, un gesto tierno, y me regreso un mes atrás, cuando todavía
creía que el amor y el deseo eran cosas simples, claras y puras. Hoy en día, me
doy cuenta de que ya no sé ni dónde estoy. Siento como si hubiera perdido la
cabeza. Me siento casi enamorada. Recuerdo su sutileza cuando corría, su
salvajismo cuando se peleó con los hombres en Central Park, su fuerza cuando
me llevó entre sus brazos. Su sensualidad cuando me hizo el amor.
Cuando veo a Roman, siento como si estuviera tratando con un extraño, pero
un extraño que me hace perder la cabeza. Amo su autoridad, su poderío, su
inflexibilidad. Amo verlo tomar decisiones, dar órdenes, meditar.

Él es dos hombres en uno y no sé cuál me gusta más. Pero sobre todo, no sé a


qué está jugando conmigo y no comprendo las reglas. Tengo miedo de dar un
paso en falso, de perder la partida antes siquiera de haberla comenzado. Miedo
de no ser finalmente más que un juguete del cual se cansará y abandonará, en
lugar de ser una compañera de juego.

Por la noche, los tres cenamos en el apartamento de Roman, con su socio,


Malik Hamani. Un chef se ocupa de la cena. Malik es verdaderamente
encantador, amable y sonriente. Es un biólogo genial en el cual visiblemente
Roman tiene una confianza ciega y sin límites. Ambos estudiaron juntos en
Suiza y son amigos desde entonces; estas cenas son la ocasión perfecta para
encontrarse de una manera informal al mismo tiempo que trabajan. Sus
conversaciones revelan una gran complicidad, se comprenden y se
complementan perfectamente. Seguido, cuando Roman tiene la palabra, pierdo el
hilo de la conversación. Él salta de un tema al otro durante los razonamientos a
veces ultra complejos y no logro seguirlo. Malik, dándose cuenta de mi
confusión, juega al intérprete « traduciéndome » lo que Roman quiso decir. Esto
me molesta (¿tan tonta soy?) hasta que me doy cuenta de que Simon está igual
de perplejo que yo.

– No te preocupes, Amy, se divierte Malik mientras que Roman nos deja para
contestar el teléfono. Roman posee una mente brillante capaz de tomar atajos
fulgurantes imposibles de seguir para la mayoría de los mortales.
– ¿Usted no es mortal? ¿O no es como los demás?, pregunto para provocarlo.
– Sí, obviamente, responde riendo. Pero conozco a Roman desde la infancia.
He aprendido a comprender su manera de razonar. Para empezar, nunca se ha
tomado la molestia de ponerse al nivel de sus interlocutores, porque yo estoy
aquí para traducir. Hay que decir también que no posee una paciencia
extraordinaria con las personas...

Durante estas veladas, el ambiente es en general bastante relajado, aun si


Roman no parece realmente bajar nunca la guardia. Sin embargo, a veces
nuestras miradas se cruzan, nuestras manos se rozan, y siento cada uno de sus
contactos furtivos como una caricia electrizante que estremece mi piel y hace
latir mi corazón.

Simon toma fotos del apartamento, que parece acomodado para una revista,
frío e impersonal. Como si nunca nadie viviera aquí normalmente. Me pregunto
qué tanto de lo que vemos de Roman no es más que una fachada.

Roman… ¿qué hombre eres cuando no tienes una multitud de periodistas


detrás de ti? ¿En verdad vives aquí, en estas habitaciones inmaculadas? ¿Dónde
están los pequeños revoltijos que normalmente se encuentran en los
apartamentos de todo el mundo? ¿Los recuerdos? ¿Dónde están las cursilerías,
las plumas, los Post-it, las monedas? ¿Dónde están los libros y las revistas?
Todo es flamante, nada está fuera de lugar.

La cuarta noche, mientras que Roman está al teléfono y Malik nos pregunta
cómo va nuestro reportaje, Simon toma la palabra de repente, de manera bastante
audaz:

– Muy bien, hasta podríamos escribir un libro con toda la información que
hemos reunido. ¿Y por su parte? ¿Cree que esto les traerá todo lo que desean?
– ¡Eso espero! A Roman no le gustaba la idea al principio. Tuve que usar mis
poderes de persuasión para convencerlo, así que más les vale que dé frutos o
terminaré exiliado a Ganimedes.
– Probablemente podría orientar el artículo de una forma más constructiva, si
supiera lo que quiere resaltar, digo rogando que Roman no regrese con nosotros
en este momento.

Si llega mientras intentamos sacarle información a su socio para saber por


qué rayos aceptó este reportaje, estamos acabados. Nos iremos junto con Malik
a Ganimedes...

– Oh, es bastante simple y no tiene nada de confidencial, nos asegura Malik.


Roman necesita eminencias para su nuevo centro de investigación y quiere
reclutar sólo a los mejores; no sólo los más conocidos, sino a los talentos del
mañana, a los cuales hay que ir a buscar a todos los rincones de la tierra. Bajo
esta perspectiva, la idea del reportaje me pareció interesante. Es un excelente
medio para ir construyendo nuestras ventajas, no solamente financieras sino
también tecnológicas y humanas de la empresa para poder reclutar.
– ¿Un nuevo centro de investigación?, me sorprendo. ¿Eso es información
oficial?

Malik no me responde. Una mano cálida me roza discretamente la parte baja


de la espalda mientras que, detrás de mí, Roman se informa:

– ¿Está utilizando sus encantos con mi desafortunado asociado para sacarle


información confidencial, señorita Lenoir?
– Ah Roman, se parte de risa Malik, ¡si así fuera, yo sería todo menos
desafortunado!

Siento cómo me sonrojo hasta el cuero cabelludo, pero el cumplido de Malik


no es el culpable. La caricia furtiva de Roman me enciende. Es la primera vez
que tiene un gesto así hacia mí en público. Y aun cuando nadie se dio cuenta, me
hace perder el piso.

Esa noche, me es imposible dormir. Doy vueltas en la cama, me envuelvo en


las sábanas, pienso sin cesar en la caricia de Roman y todas esas pequeñas
atenciones discretas que ha tenido para mí desde el principio de la semana.
Intento encontrar una coherencia en ellas, un indicio que demuestre que no estoy
tomando mis deseos como realidad sino que en verdad está... ¿qué?
¿Coqueteando? ¿Seduciéndome? ¿Divirtiéndose? ¿Pasando el rato?

¡Ah! ¡Roman Parker! ¡Juegas con mi mente!

Lo imagino al otro lado de la pared, en su cama. Está desnudo, con una pierna
doblada, la punta de sus caderas tensa la sábana que deja ver su cuerpo.
Solamente veo sus hombros y el principio de su torso. Duerme boca arriba, con
los brazos cruzados encima de la cabeza. Abierto.

Doy la vuelta bruscamente en mi cama, suspirando ruidosamente.

Bueno. Éste no es el mejor método para dormir. Hasta podría decir que es la
mejor forma de pasar una noche en blanco.

Intento el clásico remedio de contar borregos.

Un borrego salta la barrera. Dos borregos. Tres borregos. Roman se mueve


en su sueño. Cuatro borregos. Cinco borregos. Seis borregos. La sábana se
desliza y descubre su vientre. Siete borregos. Ocho borregos. Nueve borregos.
Las caderas de Roman se estremecen... Doce borregos. Trece borregos... Trece
borregos y medio... Un bulto se forma bajo la sábana... El enésimo borrego,
perturbado, tropieza con la barrera y se rompe la cara.

Me levanto refunfuñando y echo un vistazo a mi reloj: es la 1 :27 a.m. Esta


noche es interminable. Decido ir a prepararme una taza de leche caliente con
miel. Un remedio de abuelita a prueba de todo.

Y si no basta para calmarme, le agregaré ron. Es imparable.

Me pongo mi pijama y, de puntitas, entro en la cocina. A través de los


ventanales, la luna llena la pieza con una luz pálida que me basta para guiarme
vagamente. Es inútil encender la luz y despertar a toda la torre. Cuando abro el
refrigerador en busca de leche, la corriente de aire frío en mis piernas me
estremece y la luz me lastima los ojos. Por poco me da un infarto cuando una
voz grave se escucha a diez centímetros de mí:

– Muy sexy tu pijama de Batman...

Doy un brinco, con mi cartón de leche en la mano, y pierdo el equilibrio


mientras golpeo al aire desesperadamente con mi brazo libre. Mi blusa
aprovecha para abrirse y estoy a punto de caerme sin nada de elegancia cuando
dos poderosas manos me atrapan al vuelo.

– Wow, eso fue muy arriesgado, se divierte Roman. Aun con tu capa y cabos
de acero, el éxito no estaba garantizado.
– Sí, pero salvé la leche, resoplo con una astucia bastante extraordinaria.

Roman ríe francamente y, mientras me sigue sosteniendo de un brazo, toma el


cartón y lo pone sobre la barra. La sorpresa y el miedo me han convertido las
piernas en gelatina, sigo temblando. Permanezco recargada contra Roman, con
mi espalda contra su torso sólido y sus brazos alrededor de mí.

– Lamento haberte asustado, Amy, dice suavemente apretándome con más


fuerza.

Puedo perdonarle todos los sustos del mundo por lo bien que me siento entre
sus brazos. Me dejo llevar un poco más contra él y siento contra mis nalgas un
bulto que haría que una manada de borregos se tropezara. Entonces percibo que
la blusa de mi pijama sigue estando abierta; Roman debe tener una vista
imperdible hacia mis senos, mi vientre, en fin, hacia toda la parte superior de mi
anatomía. Intento cerrarla, pero Roman me inmoviliza las manos:

– Eres soberbia, Amy. ¿Por qué querrías esconderme esas maravillas?

Siento cómo mis piernas, que ya estaban sólidas, se estremecen cuando me da


un beso en el cuello.

Está regresando esa sensación de estar fuera de mí, como si no existiera para
poder abrirme ante sus caricias. ¡Oh, Roman, llevaba tanto tiempo esperando
esto!

– ¿Hay alguien ahí?, pregunta de pronto una voz adormecida. Amy, ¿eres tú?
Maldita sea, ¿dónde está escondido ese interruptor?

Roman se separa de mí mientras yo sigo en las nubes, me sienta sobre el


taburete de la barra y cierra mi blusa con una rapidez que me deja perpleja.
Cuando la luz se enciende tres segundos más tarde, él está sentado sobre el
sillón, con shorts y una copa en la mano. Debo reunir todas mis fuerzas para
quitar mi mirada de su torso desnudo.

– Ah, dice Simon entrecerrando los ojos hacia mí, pareciendo un topo
deslumbrado sin sus lentes. Creí haberte escuchado. ¿Todo bien?
– Sí, sí, farfullo, todavía un poco atontada.

Hace menos de diez segundos, estaba a medio encuentro sensual, medio


desnuda entre los brazos del hombre de mis fantasías, que me besaba y
admiraba mis senos. Hace menos de diez segundos, Simon, antes de que
interrumpieras, era la chica más feliz de este planeta y tal vez hasta de la
galaxia entera. Pero llegaste. Encendiste la luz. Mi sueño se desvaneció. ¿Y
ahora me preguntas si todo está bien? Para ser honesta, tengo unas ganas locas
de lanzarte por la ventana.

Cuando se acerca a la barra, Simon se da cuenta finalmente de la presencia de


Roman.

– Oh, buenas noches, señor Parker, dice nervioso, echándome un vistazo.


– Buenas noches señor Sand, responde Roman con la voz ronca y un tono
especialmente cordial.

Parece ser que no soy la única que lo quiere lanzar por la ventana…

Darme cuenta de esto me alegra un poco. Hay un momento de vacilación,


Simon se balancea sobre un pie y el otro, me dedico a contemplar mis uñas,
Roman se termina su copa. Luego, él se levanta y se retira, pareciendo enojado.

– El capitán no está de buenas, comenta Simon.

No me digas...

– ¿Quieres leche caliente?, me pregunta, adorable hasta el final.


– Sí, gracias.
– ¿Con miel?
– Sí. Y ron, por favor. Una buena dosis de ron...
8. Un paseo en ascensor

El viernes, debo asistir a la famosa reunión acerca del nuevo centro de


investigación mientras que Simon, el suertudo, no tuvo que hacerlo. Al pasar por
la recepción, lo veo hablando con Eileen. Definitivamente, esos dos se llevan
muy bien...

La reunión comienza en cuatro minutos, corro hacia el ascensor. Por más que
me organice y siga mi planeación al pie de la letra, el tiempo no me rinde y no
tengo ni un segundo de descanso, siempre estoy corriendo en todos los sentidos.
Constantemente estoy en la cuerda floja y eso me da horror.

Resultado: estoy en modo sobrexcitado sin cesar, tengo ampollas en los pies
por culpa de los malditos tacones, parece como si me hubiera peinado con un
rastrillo porque no tuve tiempo de volver a hacerme mi cola de caballo, ni de
responder el mail de Edith cuya paciencia comienza a agotarse.

Al momento de entrar al ascensor, Roman se une a mí. Tuvo tiempo (¿cómo


diablos le hizo?) para cambiarse por completo después de la comida; se ve
impecable con su pantalón negro y camisa gris acero. Cuando las puertas
comienzan a cerrarse después de nosotros, un hombre con traje de tweed mete
violentamente su maletín entre las puertas para mantenerlas abiertas. Se aferra a
éste resoplando, con la frente llena de sudor y la corbata fuera de lugar.
Probablemente se le hizo tarde y tuvo el impulso de correr en el último minuto.
Apenas puso un pie en la cabina cuando Roman, con un gesto seco de la mano,
le dio la orden de retroceder. Por su mirada sombría, puedo ver que no apreció
para nada la brutalidad con la cual el hombre hizo irrupción, ni su atuendo
desaliñado. Éste toma consciencia de su error y se echa para atrás farfullando,
deshaciéndose en disculpas. Las puertas se cierran con nosotros dos dentro.
Perturbador encuentro frente a frente.

Estoy sola en dos metros cuadrados con Roman Parker, quien alimenta todas
mis fantasía desde hace un mes.
Zen, Amy. Inhala. Exhala. Es sólo un hombre.

Me acomodo nerviosamente mi cola de caballo. Él está indolentemente


recargado contra la pared, con los brazos cruzados. Me mira con una sonrisa
retorcida que, como siempre, me desconcierta.

¡Sí, pero qué hombre! Todo sería mucho más simple si fuera menos guapo.
Sólo un poco. A su lado, hasta Brad Pitt y Usher parecerían unos pubertos
raquíticos.

Cuando al fin deja de mirarme, es para concentrarse en mi pecho, pareciendo


divertirse. Entonces percibo. afligida, que mi corpiño, que me cambié a las prisas
después de comer, está mal puesto: los botones no coinciden y mi seno izquierdo
está más expuesto de lo necesario.

Lo único que me faltaba...

Intento como puedo arreglarlo, pero el estrés duplicado por los nervios a
causa de la cercanía de Roman, hace que mis manos tiemblen. Los botones son
minúsculos, no logro nada. Me pongo más nerviosa, me sonrojo (¡puedo sentir
cuánto me sonrojo!), estoy a punto de encontrarme en el mismo estado
lamentable que el hombre del traje de tweed. El ascensor llega a su destino y
sigo en las mismas. Roman aprieta entonces el botón de paro de emergencia y,
dando un paso hacia mí, me pregunta galantemente, con un francés impecable
marcado por un delicioso acento que me derrite:

– ¿Me permite ayudarle, señorita?

Pregunta meramente retórica, imagino, ya que no tengo tiempo de responder


antes que sus dedos se encuentren ya desabotonando mi corpiño. Mi respiración
se acelera, mi corazón da brincos caóticos, miles de escenario me pasan por la
mente.

La fantasía del ascensor, señoras y señores, un gran clásico reinventado el


día de hoy por Amy Lenoir y Roman Parker. Abróchense sus cinturones ya que
esto va a moverse. O mejor dicho: desabróchenselos.

Porque te parece que éste es un buen momento para bromear, ¿verdad?


No estoy bromeando, estoy desvariando, que es diferente.

Pude haber continuado bromeando conmigo misma por más tiempo si la


mano de Roman no hubiera rozado uno de mis pezones. La caricia, no obstante
ligera, me corta la respiración y pone en alerta todas mis terminaciones
nerviosas. Las manos de Roman se inmovilizan sobre mi corpiño abierto; está
tan cerca de mí que siento su respiración sobre mi cuello, una respiración que de
pronto se acelera. Levanto la mirada hacia él, ya no sonríe, me mira con una
intensidad que convierte la sangre en mis venas en metal derretido. La pequeña
cicatriz sobre su pómulo me recuerda nuestra noche y siento cómo todo mi
cuerpo tiende hacia él. Se inclina hacia mí, sus labios son sedosos y cálidos,
recorren mi boca, lentamente. Pongo mis manos sobre su cadera y lo jalo hacia
mí, su olor me embriaga. Su lengua llega a acariciar mis labios, lo beso, pierdo
toda noción del tiempo...

***

Todos los participantes están ya presentes y comienzan a impacientarse


cuando llegamos a la sala de reuniones. Nuestra llegada juntos no deja de
sorprender, sobre todo porque Roman tan caballeroso como siempre, me abre la
puerta y me acomoda el asiento antes de tomar él mismo su lugar en la cabecera
de la mesa. Malik Hamani me sonríe amablemente y siento como si adivinara lo
que acaba de suceder en el ascensor. El hombre en traje de tweed llegó antes que
nosotros, y hasta tuvo tiempo de refrescarse y arreglarse. Él nos lanza una
mirada inquisitiva.

Del tipo: « ¿Pero cómo diablos le hicieron para llegar diez minutos después
de mí cuando tomé las escaleras? » Me imagino respondiéndole: « Oh, un
pequeño contratiempo: nuestro ascensor hizo escala en el séptimo cielo... »

Una mirada de Roman lo hace bajar la cabeza.

La reunión es mortalmente aburrida. Hablan de inmobiliarias, extensiones,


permisos para construir, autorizaciones negadas, terrenos pantanosos. La parte
del presupuesto debería interesarme, pero me cuesta demasiado trabajo
concentrarme. No puedo evitar lanzarle miradas furtivas a Roman quien,
imperturbable, da sus órdenes, afirma, decide, da soluciones. Admiro su
comodidad, su autoridad, me dejo hechizar por la gravedad de su voz. Pierdo
más de una vez el hilo de sus explicaciones, pero no es debido a mi distracción.
No soy la única que se encuentra perdida. Los hombres alrededor de la mesa, a
pesar de ser brillantes, también lo están; eso me tranquiliza. Cuando encuentra
una idea, Roman le sigue el hilo a una velocidad impresionante, con una lógica
impecable pero de una complejidad tal que deja a sus interlocutores
completamente confundidos. Entonces Malik interviene para explicar el
razonamiento y volverlo accesible a los pobres mortales. Roman y Malik toman
relevos, en una simbiosis perfecta. La vivacidad de la mente de Roman y su
inteligencia me impresionan.

Cuando el hombre con traje de tweed toma la palabra y se lanza en una


interminable y fastidiosa presentación de algún proyecto de urbanismo, siento
una suave languidez ganarme. Me hundo en mi sillón, manteniendo a Roman en
mi campo de visión, y dejo que mi mente divague. No pienso más que en él, por
supuesto; parecería que soy incapaz de pensar en cualquier otra cosa
últimamente. Vuelvo a pensar en el intermedio del ascensor, casi puedo sentir su
piel contra la mía, su torso duro, su boca suave.

Con mi computadora abierta frente a mí, hago como si tomara algunas notas,
mientras que me conformé, en dos horas, con responder tres líneas al mail de
Edith y enviarle un beso a Eduardo, con el cual me llevo de maravilla. Es el
coinquilino perfecto.

¿Cómo le haces para parecer tan distanciado, Roman? ¿Para mantener ese
control?

Observo sus manos, a hurtadillas; la izquierda se ocupa de su computadora.

La derecha tamborilea en silencio, con cierta impaciencia, sobre la madera


encerada de la mesa. Ésta es sólida y nerviosa, bronceada. Los dedos son largos,
las uñas cuadradas. Cuando pienso en todo lo que esa mano me ha hecho, no
puedo evitar retorcerme en mi asiento.

Un tintineo discreto me anuncia la llegada de un mail. Convencida que se


trata de Eduardo, siento una repentina oleada de calor al ver el asunto del
mensaje.
De: Roman PARKER
Para: Amy LENOIR
Asunto:Ascensor

Señorita,
Dudo que sus pensamientos sean, como deberían, enteramente acerca del
plan de urbanismo del lote 3428 .
Sin embargo es un tema apasionante.

¡Oh maldición, maldición, maldición! ¿Soy tan transparente?

Atónita, volteo hacia Roman, quien me contempla con un aire imperturbable.


No parece estar bromeando para nada.

Bueno, ¿estoy alucinando o qué?

Vuelvo a leer su mensaje. Si bien mantiene un profesionalismo irreprochable,


no es así con su asunto, que es completamente una private joke. Además de que
está escrito en francés. Excepto que Roman no parece estar bromeando. «
Ascensor » No puede ser más claro, sabe que estoy pensando en él. ¿Pero cómo?

Nuevo tintineo discreto, nuevo mail. Esta vez, una media sonrisa se dibuja
entre los labios de Roman.

De: Roman PARKER


Para: Amy LENOIR
Asunto:Ascensor

Puedo verte sonrojar desde aquí.

Intento guardar la cordura. Quisiera responderle algo relajado y espiritual


pero no se me ocurre nada, mi mente tiene voluntad propia. Termino por escribir:

De: Amy LENOIR


Para: Roman PARKER
Asunto:Re : Ascensor

Señor,
Si estuviera más atento, se habría dado cuenta de que hace quince minutos
terminamos con el tema del lote 712 .
Y no me sonrojo.

Observo su reacción, que no tarda en llegar:

– Edward, dice interrumpiendo el aburrido monólogo del hombre en traje de


tweed. ¿Esa propuesta concierne únicamente al lote 2712 o también al 3428 ?
– De hecho, a ninguno de los dos, señor Parker, me expliqué mal. Sugerí esta
opción sólo para el lote 6565 .

Nuevo tintineo, nuevo mail.

De: Roman PARKER


Para: Amy LENOIR
Asunto:Re: Ascensor

Lote 6565 . Es un empate.
Sí. Podrías hacerle competencia al faro de Alejandría.
Además, estás roncando.

Por poco me ahogo de indignación, pero de por sí me cuesta mucho trabajo


evitar soltar la risa.

De: Amy LENOIR


Para: Roman PARKER
Asunto:Re : Ascensor

Señor,
Usted es un patán.
Y debe saber que yo nunca ronco. Por lo tanto, le recomendaría hacer una
cita con un otorrinolaringólogo, para tratar sus deficiencias auditivas.
Estoy bastante satisfecha de mí misma y la suerte quiere que tenga la última
palabra: Edward-de-traje-de-tweed por fin terminó su presentación y Roman
debe tomar la palabra.

La reunión se termina.

***

Esa misma noche, después de despedirse de Eileen, quien me pareció verlo


partir con tristeza, Simon regresa a Boston, dejándome sola con Roman. Malik,
por su parte, debe venir con nosotros para la cena.

– No habrá fotos durante el fin de semana, declaró Roman categóricamente a


Edith durante nuestra última cita telefónica con Undertake. Según los términos
de nuestro acuerdo, acepto la presencia de su reportero, pero no pienso aceptar
además el estorbo de un fotógrafo. No importa lo talentoso que sea, agregó con
un poco de tacto hacia Simon quien le dirigió una mirada de agradecimiento.

Por mi parte, no sé si debo sentirme molesta porque me considera un estorbo


o halagada de que me mantenga aquí. Ante la duda, esbocé una expresión neutra
mientras me preguntaba en qué consistirían sus fines de semana. ¿Es capaz de
relajarse, de olvidarse de todo, o es de esos verdugos del trabajo para quienes el
sábado y el domingo no significan nada? En vista del ritmo infernal que se
impone durante la semana, me inclinaría más por la segunda opción. Hasta
donde sé, no tiene una novia que pueda distraerlo y hacerlo olvidarse de sus
negocios, ningún hijo al cual llevar a Disney World, ninguna abuelita que
acompañar a misa, ni perro que sacar a pasear. Sin embargo, todas las noches, se
da un tiempo para ir a correr. Sin importar la hora que sea, el clima, llueva,
truene o relampaguee, se pone sus tenis y desaparece en la noche. Me lo
encontré cada noche en Central Park durante mi última estancia en Manhattan, y
pude constatar también esta semana que siempre respeta ese ritual, a veces hasta
regresa muy tarde.

Instalada en la sala escribiendo mis notas, observo discretamente su salida


cotidiana. Me gusta mirarlo amarrando sus agujetas y poniéndose el gorro con
un movimiento seco antes de bajar por la escalera. Roman no utiliza el ascensor
más que cuando lleva puesto un traje. Me acerco al ventanal para mirarlo
comenzar a trotar bajo la luz amarilla de los faroles, por la calle que lleva a
Central Park. Su sombra se dibuja frente a él sobre la acera, silueta felina y
poderosa, luego se pierde entre la multitud y ya no lo veo. Regreso a mi
computadora y continúo con mi trabajo suspirando.

Al regresar una hora más tarde, comienza a quitarse los tenis y luego la
sudadera. Olvido mi pantalla, lo miro de reojo. Cuando levanta los brazos, su
playera sale de sus shorts y revela la piel dorada de su vientre. Eso me parece
terriblemente sexy. Saboreo este instante robado. Lo saboreo demasiado tiempo
y con bastante discreción porque mi mirada se cruza con la de Roman,
visiblemente divertido.

¡Atrapada! Sorprendida en flagrante delito, observando su cuerpo de


ensueño.

Con las mejillas encendidas, debería regresar a mis notas, pero Roman se
quita entonces la playera y la temperatura en la habitación aumenta unos veinte
grados más. Estoy petrificada, siento mi piel y mis entrañas inflamarse. Por su
sonrisa, puedo adivinar que está perfectamente consciente de la llama que está
encendiendo. Mi corazón enloquece por completo cuando se acerca a mí, con el
torso desnudo y el cabello despeinado.

Es precisamente este momento el que el intercomunicador elige para sonar.

– Eres puntual, obviamente, murmura Roman cuando Malik aparece.


– Obviamente, confirma Malik, desconcertado. ¿Hay algún problema?
– No, ninguno, suspira Roman.
9. De Manhattan a la Pampa

Ese viernes por la noche, después de la cena, Roman y Malik hablan acerca
de la reunión de la tarde mientras que yo, vestida de traje y sentada sobre el
sillón con mi Mac en el regazo, respondo mis mails.

– Todos nuestros problemas se resolverían en un abrir y cerrar de ojos si


aceptaras trabajar con Baldwin, dice Malik.
– ¿No es eso lo que hago?
– No. No te hagas el tonto conmigo. No trabajas con él, lo utilizas. Usas sus
contactos y sus habilidades cuando las necesitas. El resto del tiempo, lo ignoras
soberbiamente.
– Hmm… murmura Roman. No me gusta depender de alguien para lograr un
negocio de esta importancia. Uno nunca sabe en quién está confiando.
– Pero Baldwin lleva años en el lugar y nada nos haría pensar que no sea de
confianza.
– ¿Tú qué opinas, Amy?
– ¿Perdón?, me sobresalto levantando la mirada de mi pantalla.
– John Baldwin. ¿Qué piensas de él?, me pregunta Roman.
– Oh… pues... no lo conozco. Sólo lo entrevisté.

Roman no dice ni una palabra, espera con paciencia; Malik me animó a


continuar.

– Me pareció simpático, simple, muy caballeroso, sigo diciendo, intimidada


(pero más que nada orgullosa) de que Roman quiera saber mi opinión.
– ¿Qué opinas de él como socio potencial, para una empresa?, insiste Roman.
– Pero... ¡yo no sé nada de eso! Supongo que uno no llega a la posición en la
que está, empezando desde cero, sin ser competente y astuto. Y audaz.
Empedernido.

Roman asiente con la cabeza:

– Sí, astuto y empedernido, eso no lo podemos dudar. ¿Pero hasta qué grado?
¿Y es confiable?
– No tengo idea, respondo. Pasé un momento agradable con él, me pareció
simpático pero aun así no sé si le confiaría mi fortuna.
– Estamos de acuerdo, concluye Roman satisfecho. ¿Escuchaste?, le dice a
Malik, quien sacude la cabeza afligido. No le vamos a confiar nuestra fortuna. Ni
las riendas del proyecto. Sigue siendo subsidiario. Y ya que eso está arreglado,
vámonos. Tu padre nos está esperando; tengo unas propuestas que podrían
interesarle.

Siento como si me hubieran utilizado a mis espaldas pero el pensar en una


salida inminente cuando finalmente estaba por ir a acostarme me impide
protestar.

– Disculpen, digo mientras ambos se levantan. ¿Pero a dónde vamos?


– A Argentina, responde Roman estirándose (y no puedo evitar admirar su
musculatura tensa bajo su camisa). El helicóptero despega en diez minutos, toma
tu pasaporte, no llegues tarde.

¡Argentina! ¡En helicóptero! ¡En diez minutos!

No sé cuál de estas tres noticias me impacta más. Nunca he puesto un pie en


Argentina. Ni en un helicóptero. Y también nunca he preparado mis maletas en
tan sólo diez ridículos minutos. Malik ha desaparecido ya, lo imito a toda prisa.

Nueve minutos y medio más tarde, estoy lista, puesta cerca del ascensor.

– Sólo nos iremos el fin de semana, precisa Roman mirando los montones de
maletas a mis pies.

Alzo los hombros:

– No me dieron tiempo de seleccionar nada así que me traje todo. Y no


conozco Argentina, ignoro qué debo llevar.
– Es un helicóptero, no un avión, gruñe tomando dos de mis maletas.
Sígueme.

Con mi bolso y la mochila de mi Mac cruzado sobre mi pecho, le sigo el paso,


en dirección opuesta al ascensor. Llegamos hasta el techo de la torre, por medio
de una escalera exterior. Aterrizo en otro mundo. Hace un frío polar allá arriba,
la noche no puede ser más negra, el viento resopla en mis oídos, el ruido de las
aspas del helicóptero es ensordecedor. Malik ya está instalado, a la derecha del
piloto, un joven negro que me dirige una sonrisa franca. Roman me ayuda a
subir y lanza mis maletas a mis pies. Luego, mientras espero a que regrese por el
resto de mi equipaje, salta a mi lado y cierra la puerta. Un golpecillo sobre el
hombro del piloto y nos vamos:

– ¡Mi equipaje!, grito a su oído, intentando cubrir el ruido infernal.


– ¿Perdón?, grita de regreso.
– ¡Mis maletas! ¡Mi neceser! ¡Mi bolso!
– No te escucho, responde riendo, con mala fe, mientras que me aferro a él
porque la máquina acaba de virar hacia la izquierda y tengo mucho miedo.

Afortunadamente el vuelo es breve. Lo paso aferrada a Roman, con el


corazón en la garganta. Por primera vez, su cercanía no me emocionó, estoy
demasiado ocupada intentando conservar un poco de dignidad mientras que con
cada pirueta de la máquina me pregunto si lograré mantener la cena en mi
estómago. Roman, probablemente lleno de piedad, me peinó con un casco anti
ruido, me envolvió en su abrigo y me abrió sus brazos. No me hice del rogar
para refugiarme en ellos, con el corazón latiendo más rápido por encontrarme tan
cerca de él.

Cuando al fin aterrizamos, me cuesta demasiado trabajo mantenerme de pie.


El mundo se niega a dejar de bailar alrededor de mí. Malik y el piloto toman el
equipaje. Roman, después de haberme observado titubear y recorrer
trabajosamente tres metros en dos minutos, pasa un brazo por mi espalda,
flexiona las rodillas, pasa el segundo brazo detrás de mis rodillas... y me levanta
sin miramientos. Lanzo un grito de sorpresa y me aferro a su cuello.

– Tony es un excelente piloto, me dice sonriendo (y esa sonrisa, a algunos


centímetros de mí, me derrite). Solamente se necesita un poco de tiempo para
acostumbrarse a su estilo.
– ¿Fue a la escuela del circo?, murmuro, poco convencida.
– Lo dirás de broma. Ganó algunos campeonatos de acrobacias aéreas, antes
de perder su licencia.
– ¡¿Vuela sin licencia?!
– No, no, no te preocupes. Mis abogados tuvieron que luchar para recuperarla,
pero todo está en regla.
Quisiera saber más acerca de lo que hizo el famoso Tony para que le quitaran
la licencia, pero llegamos al pie de un magnífico jet privado y, después de haber
subido los escalones sin parecer para nada incómodo por su carga, Roman me
deja en un sillón de cuero suave. Dejo sus brazos con pesar.

Pude haber pasado fácilmente un siglo o más entre ellos.

Roman se escabulle al frente de la máquina y Malik llega conmigo. Me sirve


un vaso de jugo de frutas:

– ¿Todo bien, Amy?, pregunta amablemente.


– Creo que sí...
– No hay de qué preocuparse. Tony...
– … es un excelente piloto, ya lo sé. Pero hay que admitir que para ser mi
primera vez en un helicóptero fue algo rudo.
– Sí, responde riendo. Pero uno termina por acostumbrarse, lo prometo. Y
además, es el tipo de piloto que es capaz de salir de las peores situaciones, sin
importar el clima o las condiciones de vuelo.
– ¿Cómo perdió su licencia?
– Ah… ¿Roman te contó?, se sorprende. No conozco los detalles. Creo que
fue a hacerse el payaso con un avión de caza al lado del San Francisco Bridge,
cuando estaba en el ejército. Pero, por alguna coincidencia, Roman vio sus
acrobacias; hizo todo lo posible para tenerlo como piloto privado. Eso le costó
una fortuna.
– ¿Él también está piloteando el jet?, pregunto preocupada.
– Sí, pero no te preocupes, Roman fue a decirle que se calmara. El vuelo
debería ser tranquilo esta vez, dice Malik acomodándose en su asiento.

De hecho, el trayecto es muy tranquilo; le agradezco infinitamente a Roman


que calmara la locura de Tony. El jet despega suavemente y, después, ni una
sacudida perturba mi sueño. Acurrucada bajo el abrigo de Roman que me negué
a dejar, me dormí rápidamente, arrullada por su voz y la de Malik. La lana del
abrigo está impregnada de su olor y no me canso de aspirarla.

A nuestra llegada a Argentina, un enorme Jeep flameante nos espera. Tony se


pelea con el chofer para tomar el volante, pero el otro, un gigante que debe pesar
unos cincuenta kilos más que él, no lo quiere escuchar.
– No insistas, Tony, le dice Roman. Sabes bien que Bachir no te dejará nunca
conducir su joya.

Tony se rinde, para mi gran alivio. Aun cuando el vuelo en jet no tuvo nada
de contratiempos, no he olvidado mi novatada en el helicóptero. Bachir conduce
prudentemente y no pasa el límite de velocidad sobre la pista que nos lleva hasta
el palacio del jeque Hamani. Este palacio árabe justo en medio de la Pampa
argentina es un verdadero milagro. De por sí impresionada por la inmensidad del
lugar, encantada por los tropeles de caballos salvajes que galopan a nuestro paso,
me quedo boquiabierta ante la escena de las Mil y Una Noches que se presenta
de repente frente a mis ojos.

– El jeque Hamani, cuya fortuna es colosal, no hace las cosas a medias, me


dice Roman. Recreó aquí un verdadero oasis donde nada hace falta, desde las
palmeras hasta los dromedarios. Él pasa su tiempo entre los Emiratos Árabes y
Argentina, su segundo hogar. Te darás cuenta de que este curioso palacio es de
hecho una mezcla improbable de ambas culturas, de las cuales supo sacar lo
mejor.

Nos recibe cálidamente un hombre de edad vestido ostentosamente con un


traje tradicional árabe. A su lado se encuentra una chica de una belleza
impactante, delgada como una liana, con un vestido y velos de suntuosas telas.
Su rostro magnífico, con ojos verde esmeralda está enmarcado por largos rizos
negros que caen sobre sus hombros dorados. Ella esboza una sonrisa
resplandeciente, dedicada enteramente a Roman. Estoy convencida de que ni
siquiera se ha dado cuenta de mi presencia.

– ¡Roman! exclama lanzándose contra él, frente a mis ojos estupefactos.


– ¡Leila! responde él riendo y haciéndola girar entre sus brazos.

El tiempo se congela, tengo un nudo en la garganta. Los celos están a punto


de dejarme inmóvil.

¿Ninguna novia que lo distraiga en sus fines de semana? Qué idiota... ¿en
verdad me imaginaba que un hombre como él, joven, inteligente,
multimillonario, de una belleza inigualable (y muchas cosas más), pasaría
castamente todos sus días trabajando, sus noches corriendo y sus noches
durmiendo? ¿Durmiendo solo?
El instante se prolonga, se estira no parece terminar nunca. La joven belleza
da vueltas indefinidamente entre los brazos de Roman. Mi corazón se entristece
dentro de mi pecho, doy un paso hacia atrás torpemente. Me tropiezo. Apenas si
noto la mano de Malik, a mis espaldas, que acaba de detenerme.

– Amy, te presento a mi padre, el jeque Rabah Hamani, dice con una voz
suave, mientras que el hombre me saluda sonriendo. Y Leila, mi pequeña
hermana, a quien Roman conoce desde que tenía dos meses de nacida...
– … y que no ha madurado mucho ni aprendido buenos modales desde
entonces, continúa el jeque con una voz irritada.
– Oh, Papá, dice ella riendo sin separarse de Roman cuando éste por fin la
deja en el suelo. ¡Llevo una eternidad sin ver a Roman! Es normal que esté tan
feliz, ¿no?
– Querida, suspira el jeque, comió con nosotros hace dos semanas, si bien
recuerdo.
– Justo a eso me refiero, responde traviesamente: ¡una eternidad!
– Leila, comienza a decir Malik frunciendo el ceño...
– Leila, lo interrumpe Roman, te presento a Amy, periodista en Undertake.
– Oh, ¿fuiste tú quien escribió ese artículo sobre Roman el mes pasado?, me
pregunta.
– Sí, articulo con dificultad, sintiendo que el mundo se derrumbó a mi
alrededor durante estos últimos tres minutos que me parecieron siglos.
– Felicidades, me dice el jeque. Está admirablemente bien escrito y con una
gran clarividencia. En pocas líneas lograste restituir lo esencial de cada una de
esas personalidades. Y sé que no es nada fácil conocerlas todas un poco.
– Gracias, logro murmurar.

Gracias, señor Hamani. Pero lo único que quisiera en este momento es


aislarme en un rincón para poder llorar, ¿me entiende? Porque ahora mismo, mi
corazón es lo que su hija, con sus impresionantes ojos verdes y su insolente
belleza está rompiendo. Y me duele. Por supuesto que no tengo ningún derecho
sobre Roman. Por supuesto que no hay nada entre nosotros desde esa noche en
el Sleepy Princess. Aparte de algunas caricias, algunas miradas, algunos besos
furtivos durante esta semana. Por supuesto que no estoy enamorada de él. Ni él
de mí. Pero aun así. Necesitaré un poco de tiempo para asimilar todo, si me lo
permite.

El jeque nos guía hasta nuestras habitaciones, en el ala oeste del palacio, con
Leila suspendida entre los brazos de Roman, quien la escucha hablar. Tony deja
mi equipaje en mi habitación, al lado de la de Roman. Constato, con un leve
alivio, que Roman no dormirá con Leila. Ignoro cómo sobrevivo a las horas
siguientes, que paso como un robot. Durante la comida, no logro comer nada, a
pesar de que la comida parece estar deliciosa. Respondo a las preguntas con
monosílabos. Durante el postre, pongo de pretexto una migraña para regresar a
mi habitación. Malik me ofrece paracetamol, el cual acepto con gratitud. Roman
me mira con un aire inquisitivo pero se abstiene de hacer cualquier comentario.

Mejor así. Sólo quiero llorar un poco. Todo estará mejor después.

Finalmente, no sólo lloro un poco: lloro mucho. Un verdadero torrente de


lágrimas que no parece disminuir. Por más que intente razonar, decirme que
Roman no es nada para mí, sólo un capricho pasajero, que no lo conozco lo
suficiente como para afirmar que se trata de algo más que simple atracción
física... no logro nada. Lloro como niña chiquita. Ni siquiera una ducha larga y
relajante logra calmarme.

La semana fue agotadora, tanto mental como físicamente. Dormí demasiado


poco y mal. Es normal que me derrumbe ante cualquier disgusto. Una buena
semana de descanso, cuando todo esto haya terminado, y estaré como nueva.

Es la voz de la razón. Excepto que la simple idea de que « todo esto » termine
mañana mismo me hace llorar a mares. No me imagino regresando a mi pequeña
vida tranquila sin Roman.

Agotada, termino por dormirme, con la cabeza hundida en su abrigo y es su


voz, tres horas más tarde, lo que me saca de mi sueño:

– ¿Amy? ¿Estás bien?, pregunta al otro lado de la puerta.


– Sí, murmuro medio dormida.
– ¿Amy? repite con una voz de preocupación. Voy a entrar.
– ¡No, no, no! intento exclamar saliendo de la cama, aterrada ante la idea de
que me vea hinchada de sueño y con el rostro probablemente marcado por las
lágrimas.

Pero me levanté demasiado rápido; la cabeza me da vueltas, veo estrellas y


Roman abre la puerta. Caigo sentada sobre la cama, atontada. Roman se quedó
en el umbral, su alta silueta de hombros cuadrados se dibuja en el marco de la
puerta.

– Amy, me gustaría entrar.


– No.
– Sí.
– No, me obstino. Mejor vete con tu novia.

Roman, quien estaba por dar un paso dentro de la habitación, se queda fijo de
repente. Las palabras se me escaparon y estoy mortificada.

Qué buena idea, hacerle una escena de celos, seguramente eso va a arreglar
todo. ¿Pero por qué le dije eso?

Avergonzada, me derrumbo sobre la cama y escondo mi rostro en su abrigo.


De nuevo una confesión involuntaria. Una mala idea, por supuesto, pero al
parecer me gusta coleccionarlas. Podría tatuarme en la frente « Muero de celos
», y sería menos explícito.

Escucho la puerta cerrarse. Estoy a la vez decepcionada y aliviada de que se


vaya. Estoy por llorar de nuevo (no sé cómo no me he secado todavía) cuando
siento el peso de un cuerpo sentarse sobre el colchón a mi lado.

– Amy, murmura Roman acomodando un mechón de cabello atrás de mi


oreja. Amy... Malik es mi mejor amigo, mi único amigo; casi un hermano.
Conozco a Leila desde siempre. Le he contado historias para que se duerma por
la noche, le di su primera muñeca, la paseé sobre mis hombros.

Escucho con atención, mi corazón vuelve a latir a mil por hora: ¿está diciendo
lo que creo? ¿Lo que espero con toda mi alma?

– Maldita sea, agrega riendo suavemente, ¡hasta jugué a la cocinita con ella!
Amy... Leila es como mi hermanita. ¿Entiendes?

Asiento vagamente con la cabeza, sin atreverme aún a sacar mi nariz de su


abrigo. Me siento un poco idiota. Idiota pero eufórica.

La mano de Roman sigue jugando con mi cabello; lo suelta, lo esparce sobre


mis hombros, hace correr los mechones por su palma, lo enreda entre sus dedos,
lo desenreda, lo enreda, lo desenreda... El movimiento es relajante, casi
hipnótico. Me relajo. Lentamente, Roman jala hacia él su abrigo, impidiéndome
esconderme por más tiempo. Abro los ojos. La luz en la habitación es tenue, con
cálidos tonos naranjas, únicamente provistos por el sol que se está poniendo.
Roman se acerca a mí; cambió su traje por un pantalón y una túnica de lino, que
resaltan su piel dorada.

– Tu cabello rojo, bajo esta luz... murmura alisando uno de mis largos
mechones. Es como intentar atrapar un oasis, capturar los rayos del sol...

Él continúa hablándome con una voz tierna, mientras pasea sus dedos por mi
rostro. Sigue mis cejas, roza mi sien, dibuja el contorno de mis labios. Es dulce,
se toma su tiempo. Olvido mis lágrimas, a Leila, los celos, el dolor. Olvido todo
lo que no sea él. Se estaciona en mi cuello, rodea una oreja y regresa a mi boca.
Entreabro los labios, tengo ganas de saborearlo. Me sonríe cuando mi lengua
acaricia su dedo, sabe a especias. Juega con mi lengua, pasa su dedo por mis
dientes, lo retira, regresa, lo introduce cada vez más adentro. El deseo toma el
lugar de la consolación. Ya no quiero que me tranquilice, quiero que juegue
conmigo, y yo con él, aprovechar su cuerpo, darle placer. Recibirlo. Pero no me
atrevo a tomar la iniciativa. Tengo miedo a no saber qué hacer, o al contrario
parecer... ¿qué exactamente? Ni siquiera lo sé, pero eso me paraliza.

Él me empuja suavemente, me coloca boca arriba; se endereza y se levanta.


Tengo miedo de que se vaya, no quiero que me deje, Me mira. De espaldas a la
ventana, me domina. Tiene la postura viril y relajada, made in Jacob, piernas
ligeramente separadas, brazos estirados a los lados y la cabeza agachada. Su
postura de boxeador. Me encanta. Mirarlo enciende mil chispas en mis venas,
sobre mi piel. Desabotona su túnica, descubriendo su torso marcado. Siento la
excitación aumentar, hasta ahora me doy cuenta de lo que está pasando: se
desviste frente a mí, va a hacerme el amor. De tan sólo pensarlo, de poner en
palabras la situación, me estremezco por un deseo anticipado.

Se agacha hacia mí, sus manos suben por mis piernas, levanta mis rodillas, las
separa, se aventura hasta mi cinturón, el cual desabrocha. Sus gestos se han
vuelto más agresivos. Cuando baja mi pantalón, levanto la cadera hacia él para
facilitarle la tarea y mi ojal abierto frota mi sexo. Tiemblo, me muerdo los
labios. De pronto, tengo ganas de que me voltee y dejo escapar un gemido de
frustración. Sus ojos se cruzan con los míos, nuestras miradas se aferran, se
electrizan. Siento entre mis piernas mi sexo palpitando, mojándose. Mi pantalón
vuela, mi corpiño lo sigue, mis bragas desaparecen; las manos de Roman se
deshacen como un relámpago de toda la tela que se encuentran en su camino.
Toma las mías para enderezarme sobre la cama y las coloca sobre su pantalón.
Una adelante, sobre su sexo hinchado, y la otra atrás, sobre sus nalgas. Luego
cruza ambas manos detrás de su nuca, tenso, abierto, como en mi sueño. Me da
tiempo de descubrirlo, de admirarlo, y aprovecho al máximo. Le quito el
pantalón, se estremece cuando mis dedos rozan su sexo a través de la tela de su
bóxer, que también le retiro.

Eres tan apuesto, tan perfecto, que podría desgastar tu piel de tan sólo
mirarte.

Él se acerca un poco a mí, su sexo, espeso y tieso, liso, palpita suavemente; en


la luz tenue, parece una escultura. Parece duro y suave a la vez. Tengo ganas de
envolverlo con mis labios, pero nunca lo he hecho y vacilo. Roman pone sus
manos sobre mi cabeza y me toma del cabello. Los jala suavemente hacia atrás.
Levanto la mirada hacia él:

– Haz todo lo que quieras, Amy, dice con una voz ronca. Nada más. Ni nada
menos...

Entonces acerco mi boca a su glande, le doy un beso ligero y furtivo... luego


otro, que se tarda más. Su olor me embriaga. Tengo ganas de saborearlo como su
dedos, así que abro los labios, me atrevo a dar un lengüetazo, que le arranca un
gemido. No deja de verme.

Me encanta que me mires.

Me animo más, lamo su erección de abajo hacia arriba, hasta su glande, el


cual beso y tomo delicadamente con mi boca. Roman sigue sin moverse pero
lanza un suspiro y su cuerpo está tan tenso que todos sus músculos, bajo mis
dedos, son duros como una piedra. Contenta por su reacción, atrapo sus nalgas y
continúo con mi exploración, mi lengua sigue el contorno de su glande,
cosquillea el freno, acaricia su asta.

Quiero aprender, quiero darte placer. Poder tocarte, acariciarte, es un


privilegio: quiero estar a la altura. No pienso quedarme como una simple
espectadora.

Su piel es de una suavidad irreal, su sabor es exquisito, ligeramente picante.


Mis labios se deslizan sobre su sexo. Comienzo a olvidar mi pudor y a seguir el
juego; darle placer me lo provoca a mí también. Las punzadas de deseo me
queman el sexo, separo las piernas. Al hacer esto, siento las manos de Roman
crisparse sobre mi cabello.

Se separa de mí y me voltea de repente de espaldas sobre la cama. Tira al


suelo la multitud de cojines de satín que hay sobre ella y se derrumba sobre mí,
me besa apasionadamente, con voracidad. Pasó de la inmovilidad total al ardor
más apasionado. Su lengua es exigente, se hunde en mí. Le respondo con toda la
pasión de la que soy capaz. Su cuerpo vino a recubrir el mío. La punta de mis
senos frota con su torso, en una caricia deliciosa, casi dolorosa por lo vivos que
están mis nervios. Su mano se ha abierto un camino entre mis piernas. Sus dedos
encontraron mi grieta ya húmeda, ya empapada, mis labios hinchados. Éstos se
introducen en mí de un golpe mientras que su pulgar llega a golpear contra mi
clítoris que me parece explotar bajo su palma. La explosión de placer es brutal,
inesperada. Grito contra su boca, grito antes de haber comprendido realmente lo
que pasa. La mano de Roman acompaña a mi pelvis que se levanta, en un
violento sobresalto.

Luego caigo suavemente sobre el colchón, aturdida, sin aliento, no muy


segura de lo que acaba de sucederme. Roman me mordisquea la orilla de los
labios, me besa suavemente, me murmura palabras que no comprendo. Vi
demasiadas estrellas, es como si cuerpo ya no me perteneciera. Sus dedos se
quedaron hundidos en mí, pero su pulgar se separó delicadamente de mi clítoris
al que el menor movimiento encendería de nuevo. Cierro los muslos sobre su
puño. Lo aprisiono, ya no quiero volver a dejarlo ir nunca. Hundo mi rostro en el
cuello de Roman, quien se recostó frente a mí y me inmovilizo: Ya no tengo
fuerzas para moverme. Huele divinamente bien.

Me duermo sin darme cuenta.

Cuando me despierto, la habitación está hundida en la penumbra. Me tardo un


momento en regresar a la realidad. Me extraigo lentamente de un sueño en el
cual me abandonaba a Roman, sobre una playa desconocida, en algún lugar del
trópico. Me sorprendo lamentando que eso no fuera más que un sueño, cuando
de pronto tomo consciencia del calor de un cuerpo contra el mío.

¡Roman!

Es entonces que recuerdo todo. ¡La playa sólo era un sueño, pero no el placer!
¡No las miríadas de estrellas que los dedos de Roman me hicieron alcanzar!
¡Todo eso era muy real!

Me estiro lánguidamente, feliz, fabulosamente feliz, de que siga estando ahí


conmigo. Saboreo la sensación de su piel contra la mía. Está aplacado contra mí,
en mi espalda, y me rodea con sus brazos. Puedo ver por su respiración, cuyo
ritmo acaba de cambiar, que él también ya se despertó. Comienzo a ondular
contra él, froto mi espalda, mis nalgas, mis piernas, contra él. Quiero reducir al
máximo el espacio entre nosotros; quiero que me envuelva, que me absorba,
quisiera incrustarme en él, perderme en su cuerpo. Siento su erección crecer
entre mis nalgas; en algunos segundos, se ha vuelto enorme. Me encanta el
efecto que tengo en él.

– Ya era hora de que dejaras los brazos de Morfeo, dice besándome el cuello.
Ahora que regresaste, me vas a dar lo que espero pacientemente desde hace dos
horas... desde hace días, desde hace semanas...

Su voz grave actúa en mí como un maravilloso afrodisiaco; me habla en


francés, con su adorable acento que me hace perder la cabeza y el piso. Quiero
que continúe, que me diga qué hacer, qué espera de mí, qué quiere. Se aprieta
con más fuerza contra mí y su sexo separa mis nalgas progresivamente. Sus
manos masajean mis senos y me arqueo contra él. Siento cómo me mojo de
nuevo.

– Nunca debí haber aceptado este reportaje... Me has excitado durante toda
esta semana, Amy. Pasé seis días pensando sólo en ti, en lo que quería hacerte.
Tuve ganas de ahorcar a ese maldito fotógrafo cuando nos interrumpió esa noche
en la cocina...

Pasa su mano derecha por mi grieta, la acaricia, se desliza de un labio al otro,


vuelve a bajar.... Luego toma el interior de mi pierna, la levanta y la jala para
atrás, pasándola encima de la suya para abrirme hacia él. Una pequeña corriente
de aire fresco pasa por mi sexo sobrecalentado, haciéndome estremecer de
felicidad.

– Y ayer, estuve a punto de ceder en ese ascensor. De arrancarte ese corpiño


mal abotonado, de levantarte la falda, aventarte contra el espejo, y tomarte, de
pie, con urgencia. ¿Eso te hubiera gustado? ¿Me deseabas tanto como yo a ti,
Amy?

Escucharlo confesarme sus deseos, que se parecen tanto a los míos, me


conmociona. Nunca, hasta ahora, las palabras de un hombre me habían excitado
tanto. Era más bien del tipo de personas que preferían el sexo en la obscuridad y
en silencio. Pero con Roman, todo es diferente. Le da la vuelta a todo lo que
creía saber sobre mí, todo lo que creí que me gustaba. Me siento como si nunca
hubiera estado con nadie más antes de él. Retrocedo mi pelvis hacia él,
separando mis nalgas, mis muslos; quiero que sexo llegue a frotar mis labios, a
exasperar mi vulva hinchada, a cosquillear mi clítoris. Jadeante de deseo,
encuentro todavía la fuerza para responderle:

– Sí, Roman, me hubiera gustado. Hubiera querido que me tomaras. Te


deseaba, te deseé durante toda la semana, si supieras cuánto...
– Oh, lo sé, Amy, lo sé... (¡puedo adivinar una sonrisa en su voz!) pero no me
canso de escucharte decirlo. Y ahora, estás aquí, tengo mi sexo entre tus piernas
empapadas, estás tan excitada que tiemblas como una hoja cuando apenas te he
tocado. He esperado tanto este momento; dime que me deseas, Amy. Dilo de
nuevo…

Me encantan sus juegos sensuales, sentirme a su merced. Entonces, dócil,


repito intentado contener los gemidos de placer que me arrancan sus manos que
recorren mis senos dolorosamente hinchado y mi sexo que pulsa de deseo:

– Te deseaba y te sigo deseando. Deseaba desesperadamente que olvidaras tu


reunión, tu urbanismo, a tus socios y que sólo pensaras en mí. Me hubiera
gustado tanto que perdieras el control hasta sólo pensar en hacerme el amor...

Él me mordisquea la nuca gimiendo y separa sus piernas de mí. Escucho el


ruido de un plástico que se abre, adivino que es el de un preservativo
desenrollándose y sus manos llegan a abrirme las piernas, a separarme las
nalgas. Luego me toma poderosamente de la cadera y me levanta, realzando mi
anca que se dirige hacia él. Su sexo llega a frotar suavemente la entrada de mi
vagina y con un movimiento amplio y seguro, por fin, (¡por fin!), me toma, me
penetra, con un largo impulso que me llena y me colma enteramente, dejándome
al borde del orgasmo. Es tan delicioso que dejo escapar un suspiro tan ruidoso
como un gruñido. Echo hacia atrás un poco más mis nalgas, para que me llene
más, aunque siento que ya está hasta el fondo de mí, que ya no hay ni un
milímetro de espacio en mi cuerpo

Luego comienza un delicioso vaivén. Con el rostro hundido en un cojín que


muerdo con fuerza, acompaño su danza lenta y salvaje. Con todos mis sentidos
agudizados al extremo, me dejo invadir por el placer inaudito que siento
aumentar en mis entrañas, un placer invasor, poderoso, enorme, que arrasa con
todo a su paso, un placer que siento nacer en el cuerpo de Roman para llegar a
explotar de repente en mí y arrancarnos a ambos un grito ronco...
10. El artículo

Nos reunimos con los demás, justo a tiempo para la cena. Las piernas me
siguen temblando por haber hecho el amor y no puedo evitar sonrojarme cada
vez que mi mirada se cruza con la de Roman. Él está relajado, como siempre.
Imperturbable. Uno podría creer que acaba de salir de una junta de negocios o de
un partido de golf.

Tomé una larga ducha después de mi encuentro indecente con Roman, pero
siento como si mis orgasmos siguieran resonando entre mis piernas inflamadas.
Llevo puesto un magnífico vestido de seda bordada, de colores vivos, digna de
las Mil y una noches . No sé dónde lo consiguió Roman, pero es suntuoso, suave
y ligero, su caricia sobre mi piel que sigue ardiendo por las de Roman es
perturbadora.

– ¿Te gusta?, me pregunta anudando en mi espalda los cordones para cerrarlo.


– ¡Muchísimo! ¡Me siento como la princesa Jazmín!
– ¿Eso quiere decir que me perdonas por haber dejado tus maletas en
Manhattan?
– ¡Casi!, digo riendo. A condición de que me consigas un cepillo de dientes y
crema hidratante.
– Veré qué puedo hacer, responde dándome un beso en el cuello.

A lo largo de la comida, Roman habla con el jeque de los términos de un


acuerdo que visiblemente comenzaron durante mi siesta. Malik, por su parte,
parece cansado. Ya que sus talentos de intérprete no son requeridos, puesto que
su padre conoce a Roman casi tan bien como él, éste se distrae hablando de otras
conmigo. Aprecio su compañía y su humor tranquilo. Cuando le pongo atención
por más de dos minutos seguidos sin siquiera lanzarle a Roman una mirada
furtiva y enamorada, éste me acaricia discretamente el muslo bajo la mesa, se
aventura hacia mi entrepierna y me hace perder definitivamente el hilo de la
conversación. Esta maniobra parece divertirle mucho y lo maldigo por dentro sin
hacer mucho alarde.
Leila nos observa atentamente, pasando del uno al otro intentando
comprender la razón de ese cambio alternado en nuestras respectivas actitudes.
Él con una calma impresionante, y yo ardiendo. La mirada que nos lanza no me
deja lugar a dudas: si bien Roman la considera su hermana menor, ella piensa
hacerlo cambiar de opinión y demostrarle que ya no es una niña pequeña.

Pero yo, jovencita, no pienso dejarte y quedarme con los brazos cruzados. Así
como me ves, aunque parezca débil (y de hecho lo soy, imposible negarlo...) me
siento capaz de atacar como una leona si se le ocurriera intentar conquistar a
Roman. De morderla y devorarla.

Para ser completamente honesta, no creo que mis amenazas telepáticas la


impresionen mucho. Después de ese fabuloso encuentro, debo parece más un
Osito Cariñosito drogado con endorfinas que una asesina dispuesta a todo para
defender sus derechos sobre su macho. Aun así, no pienso facilitarle la tarea.

La noche siguiente, después de haberme dejado castamente en mi puerta con


un protocolario « Buenas noches », Roman regresa conmigo por algunas horas
más para aprovechar algunas horas de delicioso derroche de sensualidad.

***

Cuando me despierto a la mañana siguiente, casi a las 11 , obviamente él ya


desapareció. Lo encuentro a medio debate con el jeque acerca de las supuestas
calidades de un caballo que caracolea en un parque frente a ellos. Él me lanza
una sonrisa radiante que me derrite de inmediato.

¡Este día comienza muy bien! .

– Tienes que entrar en razón, hijo, le dice el jeque que todavía no me ha visto.
Ese penco es un caballete. Nunca le sacarás nada bueno. ¡Mira cómo trota!
– Trota como un excelente caballo que no ha terminado de crecer y que no ha
sido herrado convenientemente, se obstina Roman.
– ¡Pero tiene más de dos años!, exclama el jeque poniendo los ojos en blanco.
No vamos a esperar a que tenga cinco para hacerlo correr. ¡Es un purasangre, no
un caballo de tiro!
– Comencemos por darle una herradura adecuada y démosle seis meses más.
Si es demasiado tarde para las carreras de llano, lo pondremos en las de
obstáculos. Salta bien y tiene buenos orígenes, sabrá desenvolverse en esta
disciplina.
– Como quieras, hijo, se rinde el jeque sacudiendo la cabeza mientras se
alejan para observar otro caballo, en otro parque. Después de todo es tu dinero,
tu caballeriza...

Este último comentario me intriga e interrogo a Malik acerca de esto durante


el desayuno tardío que como rápidamente, con un Tony todavía muy comatoso y
que visiblemente pasó una noche mucho más movida que la mía (¡lo cual no es
poco!).

– Mi padre, me informa Malik, se instaló aquí aconsejado por Roman. En los


Emiratos, tenemos excelentes purasangres árabes, pero las praderas no son lo
suficientemente buenas para criar purasangres ingleses, por eso nos vinimos a
Argentina. Son dos razas muy diferentes. El árabe es pequeño, frugal, resistente.
El inglés es grande, frágil, rápido pero difícil de alimentar. Necesita hierba rica
para crecer y desarrollarse bien. Mi padre es amante del árabe, Roman es amante
del inglés. Ambos están locos por los caballos. Juntos, crearon la más grande
escudería de carreras en el mundo. La mitad de lo que ves aquí le pertenece a
Roman, aunque nunca lo mencione.
– ¿Es decir la mitad de la escudería?
– No. La mitad de todo. Incluido el palacio. Roman no confía más que en mi
padre para cuidar a sus preciosos caballos. Cuando se asociaron para este
proyecto, él le dio luz verde para hacer lo que quisiera.

Malik suelta una risa franca:

– ¡Imagina cuando vino aquí por primera vez y se encontró con el palacio de
Sherezada justo en medio de la Pampa! Pero terminó por acostumbrarse, y hasta
por amar este lugar. Eres la primera persona que invita aquí. Para el mundo, este
palacio le pertenece por completo al excéntrico jeque Rabah Hamani, y nadie
sabe que Roman pasa tanto tiempo aquí.

Esta revelación me deja pensativa. Estoy sorprendida, conmovida. Roman no


me pidió la confidencialidad sobre este lugar pero me niego a hablar de él en mi
artículo. Tendré que improvisar...

El resto de la mañana continúa con un buen humor general que ni siquiera el


enfurruñamiento de Leila, molesta porque Roman ya no le pone atención, logra
arruinar.

***

El viaje de regreso a Manhattan en jet es mucho menos jovial. Malik duerme


y Tony, que retomó su energía usual, nos regala dos o tres maniobras que me
revuelven el estómago antes de que Roman se levante gruñendo para ordenarle
que vuele derecho.

Como Roman se ha encerrado en un silencio absoluto, por alguna razón que


se niega a compartir, me hundo en mis notas, para ocupar mi mente, para intentar
ignorar el hecho de que volvió a ser un extraño para mí. Me encuentro frente a
un desconocido, un hombre frío, distante, callado. Un verdadero muro. Regreso
a donde empecé. Como si esta semana no hubiera sido más que un oasis.

Reúno mi valor, e intento romper el hielo preguntándole, con un tono de


broma:

– Para mi resumen de este fin de semana, ¿crees que deba callar tus
actividades nocturnas o mejor presumir tus logros deportivos?

Él me observa con un aire glacial:

– Haga su trabajo. Apropiadamente, si es posible.

Su respuesta en francés, lengua que habíamos reservado hasta ahora para


nuestros momentos íntimos, me deja atónita. El hecho de que me hable de usted
me golpea en el rostro. Intento mantener la calma y meterme en mi papel de
periodista, de profesional, de combatiente. Pero se muy difícil...

– ¿Debo comprender que tengo luz verde?


– Totalmente, Invente, exagere, no quiero saber nada. Use su imaginación.
Ustedes tienen un talento para eso...

Este último comentario me deja perpleja. Suena como una acusación; puedo
ver una falla, una herida detrás del cinismo. Pero si hay alguna alusión, no la
comprendo. Controlándome, intento por última vez conciliarme. Negándome a
regresar el inglés, sigo tuteándolo:

– ¿Eso significa que puedo escribir lo que me pase por la mente? ¿Que
confías en mí ciegamente?

Parece sorprendido de que no responda a su agresividad. Me responde con un


tono más suave:

– Sí... Debe ser eso. Digamos que confío en ti...

De pronto, ya no sé ni dónde estoy. Y me encuentro demasiado confundida


para escribir mi artículo, que al parecer será un verdadero rompecabezas.

De regreso a Boston, trabajo en él durante tres días seguidos. Quiero


absolutamente encontrar el mejor ángulo, el tono adecuado. Decidí disfrazar la
verdad de forma humorística, jugar la carta del doble sentido. Cuento con el
sentido del humor de Roman, que me ha desconcertado más de una vez, pero
también con su fineza y su singularidad. Espero estar a la altura. Le pido a
Simon que haga un montaje con una sombra producida por Roman para ilustrar
mi texto. Soy quisquillosa, lo vuelvo loco, insisto hasta que finalmente me saca
la imagen que quiero. Él es verdaderamente bueno en lo que hace...

Lo titulo:

En el mundo de Roman: gentleman, businessman y horseman

Poco falta para calificarlo también de Batman, puesto que Roman tiene
varias similitudes con el justiciero enmascarado: un gusto por el misterio,
elegancia, valor, fortuna, seducción, carisma... Sin embargo el parecido llega
hasta ahí. Mientras que el justiciero playboy, ladrón de corazones, colecciona
las conquistas femeninas, Roman Parker, hombre trabajador, colecciona triunfos
ecuestres. Un pasatiempo sorprendente para un hombre de este temple que
admite encontrar en esta ocupación, simple y sana, un escape que le permite
liberar tensiones y volver a centrarse en sí mismo. Su última adquisición, una
potranca pelirroja con melena prometedora, que representa una rarísima pieza,
basta para hacerlo feliz durante todo el fin de semana...

Continúo así, utilizando metáforas en todo el artículo, con alusiones sutiles a


nuestros juegos nocturnos que sólo él podrá descifrar e interpretar. La tarea
resulta difícil y por poco me rindo varias veces, puesto que es vital seguir el hilo.
Pero quiero mandarle un mensaje a Roman. Decirle a qué grado me gustaron
esos encuentros con él. Decirle también que puede confiar en mí, que nuca
revelaré nada que no quiera.

El artículo sale la semana siguiente y, para mi estupefacción, es un enorme


éxito, lo que debería alegrarme. Excepto que el éxito en cuestión no concierne a
nada serio sino únicamente a la supuesta pasión filatélica de Roman, evocada de
forma anecdótica (no representa más que apenas un uno por ciento del artículo).
Ésta llamó la atención de todos y de los cronistas de internet en particular. El
detalle es incongruente, chistoso. Agrada. Divierte. Deja huella en las mentes.
Inflama la web, que se apodera de él y se escapa totalmente de mis manos.

Edith me felicita. Simon me felicita. Mis colegas me felicitan. Todo el


mundo, en suma, me felicita.

Excepto el principal interesado. Roman no da señales de vida. No he tenido


noticias suyas desde que nos despedimos a medias al bajar del helicóptero el
lunes. Roman parecía preocupado, con la mente en otra parte. Malik, que recién
acababa de despertar (durmió desde que salimos de Argentina), seguía
demasiado somnoliento para ponerle atención y explicarme lo que pasaba.
Estaba muy confundida, en la incertidumbre absoluta.

Hoy, a pesar de que mi artículo le ha dado la vuelta al país desde hace tres
días, sigo sin tener ninguna noticia de Roman. ¿Tengo que decir que estoy
desesperada? ¿Que tengo un miedo terrible de haber cruzado el límite? ¿Y si a
Roman no le gustan las bromas? ¿Si por error toqué un punto sensible? ¿Si
cometí una falta imperdonable? En fin, ¿si me pasé de la línea y con esa farsa
idiota arruiné cualquier posibilidad que tenía con él?

Estoy en ascuas. Los días siguen siempre igual, doy vueltas a lo mismo, me
muerdo las uñas, termino por agotar la paciencia infinita de mi adorable
coinquilino, a tal punto que me echa del apartamento:

– Ve a desahogarte, me ordena Eduardo. Ve a correr un maratón, a salvar


focas bebés o a trabajar en los campos de maíz en Nebraska. O a escalar la Red
Tower sin protección. Haz lo que sea, lo que quieras. ¡Pero por piedad, Amy,
deja de dar vueltas en este apartamento como un león en una rueda de hámster!
Decido seguir su consejo. Tal vez voy a utilizar el ascensor (que me ha
resultado muy bien...) en lugar de escalarla, pero decido buscar una oportunidad
en la Red Tower. Ya le he dado bastantes vueltas a esto.
11. Sombras del pasado

Un magnífico día de otoño se levanta sobre Boston. El aire es suave y el cielo


de un azul tenue sólo salpicado por unas cuantas nubes vaporosas. Me pregunto
si el clima será tan benigno en Manhattan, si las Parker Towers están también
bañadas por el sol y si a Román le agrada. Aquí, los rayos del sol matinal
calientan las aceras de la ciudad, sobre la que reina una calma excepcional
apenas interrumpida por el ronroneo de algunos autos y el piar de los pájaros.
Todo está en paz.

Todo, menos yo.

Recorro mi apartamento de cabo a rabo desde hace ya dos horas, suspirando y


mordisqueando la tapa de una pluma.

- Amy, masculla Eduardo, mi compañero de apartamento, quien está


dibujando el boceto de un vestido bastante complicado, lleno de pliegues y de
florituras, escupe la tapa de mi pluma antes de que te la tragues y te ahogues y
mejor ve a prepararnos un té mientras acabo con esto. Después, vienes a sentarte
conmigo y conversamos.

Sólo tengo unas semanas de conocerlo, pero Eduardo, además de ser un


diseñador de modas prometedor, es un excelente tipo. Francamente adorable.
Nos entendemos a las mil maravillas. Voy hacia la cocina, enciendo la tetera y
estoy de regreso en menos de treinta segundos. Desde hace tres días, desde que
mi último artículo sobre Roman Parker fue publicado y empezaron los rumores,
no me siento nada tranquila. Envié un ejemplar de la revista a Roman,
acompañada con un pequeño mensaje dirigido a él, pero parece que fue letra
muerta.

- ¿Porqué no le escribes un correo electrónico? me pregunta Eduardo a quien


mis suspiros y mis vaivenes por el apartamento han acabado por exasperar,
siendo que él es la paciencia encarnada.
Es inútil ocultar de quién hablamos: desde mi regreso de Argentina, temo que
todas mis conversaciones giren alrededor del mismo tema: Roman. Eduardo se
dio cuenta de que no perdía oportunidad para hablar de él pero también debe
percatarse de que el asunto es sensible ya que, a pesar de que muestra interés, no
me ha molestado con eso.

¡Gracias, Eduardo!

- Ya le envié una carta con la revista, pero temo parecer insistente, le digo,
avergonzada.
- ¿Y no tienes miedo de parecerme molesta, dando miles de pasos sobre
nuestra alfombra? bromea.
- Oh, Eduardo, lo siento. Lo sé, estoy insoportable en este momento pero...
- Pero Roman Parker no da signos de vida y tú te preguntas porqué... y te
mueres de ganas por verlo, ¿no es verdad?
- Más que cierto, murmuro al servir nuestro té.
- Entonces, ¿porqué no pasas a verlo?
- Estuve a punto de hacerlo ayer, cuando me echaste a la calle, pero el
entusiasmo se me acabó durante el camino. Seguramente ni me dejarán entrar,
como la vez pasada, si me presento en la Red Tower.
- Yo te apuesto que no será así. Las cosas han cambiado. Ahora, él te conoce.
Pasaste una semana con él, parece que se llevaron muy bien, ¿me equivoco?
- No, digo sintiendo que empiezo a sonrojarme, pero no estaba de excelente
humor, cuando nos despedimos. Acabábamos de pasar un fin de semana
increíble en ese palacio de las Mil y Una Noches justo en medio de la Pampa,
todo era perfecto y de repente... no sé. Durante el vuelo de regreso, estaba muy
callado. Cuando le hablé sobre mi artículo, me respondió algo con respecto a los
periodistas que saben muy bien bordar, inventar, como si esperara que yo contara
cualquier cosa. Tal vez dije o hice algo que le disgustara.
- Es un multimillonario, Amy, un hombre de negocios muy ocupado, con
todas las ventajas pero también con todas las desventajas y complicaciones que
eso implica. Pueden haber mil razones para su humor tempestuoso. Te consagró
mucho tiempo, eso ya es de por sí increíble, viniendo de un hombre como él... e
incluso es muy inquietante...

Siento que los colores me suben a la cara y me levanto tal vez un poco
bruscamente del sofá sobre el que acababa de sentarme. Me golpeo con la mesa
de centro y estuve a punto de tirar nuestros tés. No le he contado a Eduardo (ni a
nadie) de los deliciosos momentos compartidos con Roman, pero tengo la
impresión de que todo puede leerse sobre mi rostro.

- Amy, dice Eduardo tomando rápidamente su taza, no puedes quedarte aquí


sin hacer nada, encerrada en treinta metros cuadrados como una fiera en
cautiverio. Nuestros nervios no resistirán y mi servicio de té tampoco.
Aprovecha que hoy no tienes trabajo para ir a desahogarte. ¡Ponte tus tenis y sal
corriendo hasta las Parker Towers!

Me rindo y decido seguir su consejo:

- Tienes razón, digo tomando mi abrigo. Voy a pasar a Undertake para recoger
las fotos que Simon tomó durante nuestra semana. Hay unas quince que son
magníficas, con eso se podrá hacer un librito muy simpático. Eso además me
dará el pretexto para pasar a la Red Tower a dejarlas, y tratar de dárselas a
Roman en su propia mano.
- ¡Excelente idea! exclama Eduardo, aliviado. Vamos, anda, anda. Vete.
- ¿Puedes prestarme tu auto? No creo estar segura de poder recorrer los
350 kilómetros corriendo...
- No te preocupes, dice lanzándome las llaves de su viejo Chevrolet,
demasiado feliz por deshacerse de mí.

***

Las oficinas de Undertake están abarrotadas de gente y me parecen más


apretadas que de costumbre. Saludo a todo el mundo y entro hacia el cubículo de
Simon para pedirle las impresiones en papel de sus más bellas fotos, pero no lo
encuentro.

- Está en la cuarto de revelado, me informa uno de sus colegas. No tarda en


regresar.

Me encierro en mi oficina y aprovecho este interludio para llamar por Skype a


mi padre, quien se tarda horrores en responder:

- Hola querida, acaba por decir con una voz adormilada cuando por fin la
conexión se establece. ¿Algún problema?
- Buenos días papá... Mmm no, ¿porqué?
- Porque aquí son las cinco de la mañana, refunfuña la voz de mi madre desde
el fondo.
- ¡Oh, lo siento mucho! exclamo mortificada. ¡Había olvidado por completo la
diferencia horaria! Lo siento, de verdad. Los llamo más tarde.
- No, no, sonríe mi padre. Ya estamos despiertos. Y nos da mucho gusto
escucharte, ¿no es así, Évelyne?
- ¿Mmm? responde mi madre a quien veo emerger de sus sábanas, con los
cabellos en desorden.
- Buenos días, mamá.
- Buenos días, Amandine.

Estoy muy feliz por hablar con mis padres. Incluso las incesantes
recriminaciones de mi madre no logran mermar mi alegría de verlos. Desde que
nos alejamos, nos entendemos mejor. Evidentemente, es más fácil no pelear
cuando estamos separados por seis mil kilómetros. Acaban justo de recibir el
ejemplar de Undertake que les envié de forma exprés, con mi último artículo.
Los dos están orgullosos de mí y, por primera vez, me siento a la altura a los ojos
de mi madre. Por primera vez, no tengo la impresión de decepcionarla y de hacer
todo al revés.

- Tu madre organiza una gran fiesta para mis 60 años, justo antes de Navidad,
me anuncia mi padre. ¿Podrías escaparte para venir a darle un beso a tu viejo
padre?
- ¡Por supuesto! Justamente tengo una semana de vacaciones en ese periodo.
Voy a platicar con mi jefa de sección a ver si puedo alargarlas hasta Año Nuevo.
Tendré trabajo pero podría hacerlo desde mi computadora, desde Francia. Tendré
que comer el doble para compensarlo.
- Fabuloso. Ya queremos abrazarte.
- Yo también...
- De hecho, ¿cómo vas con tu libro? ¿Tienes el tiempo para trabajar sobre él?
- No mucho, confieso. Mi manuscrito avanza lentamente.
- ¿Pero no lo abandonas? se inquieta mi padre. Es una excelente idea la que
tuviste, un método original de vulgarización. Escribir una compilación de
novelas económicas para el gran público, a través de ejemplos cotidianos,
realmente, Amy, ahí tienes algo interesante.

Hablamos todavía un rato del proyecto de mi libro y cuando cuelgo, tengo


una sonrisa en mis labios. Me siento un poco menos tensa. Logré no pensar en
Roman durante por lo menos tres minutos seguidos. Todo un récord.

Veo a Simon que regresa a su cubículo y lo alcanzo para pedirle sus fotos. Me
recibe amablemente pero sin efusividad, como siempre. Estoy contenta por
trabajar en equipo con él. Me gusta su discreción, su simplicidad, y admiro su
talento. Estamos revisando sus más bellas imágenes cuando una sombra
obscurece la mesa y una voz masculina comenta:

- Muy bien hechas. Son las Parker Towers, ¿no?

Levantamos la cabeza para descubrir, inclinado sobre nosotros un pequeño


hombre seco con un traje azul descolorido. Simon sólo le dedica un vistazo
distraído antes de regresar a su trabajo:

- Si, hola Andrew, ¿pasaste a dejar un artículo?


- Sí, pensé que Edith estaría interesada en una exclusiva sobre los sinsabores
de la familia Wright. Dejaron saber cuáles eran sus lugares de juergas, ¿sabías
eso?
- No, pero imagino que será del agrado de los lectores.
- Por supuesto, responde el pequeño hombre con una sonrisa extraña. La
desgracia siempre vende.
- Amy, dice Simon al levantarse, te presento a Andrew Fleming. El ave de
mal agüero de Undertake. Si hay algo que apesta en el mundo de las finanzas,
puedes estar segura de que Andrew lo olerá a quince leguas antes que cualquier
ser humano.
- Tienes una forma muy curiosa de hacer cumplidos, le digo a Simon.
Encantada, Andrew.
- El placer es mío, responde Andrew, a quien las puyas de Simon no parecen
perturbarlo. Tú eres la autora de dos artículos sobre Parker, ¿es así?
- Sí.
- Es brillante. Parker es un tipo fascinante pero difícil de circunscribir.

Me alzo de hombros y le agradezco, incómoda. No logro habituarme a todas


estas felicitaciones que me llueven estos últimos tiempos.

- Todavía recuerdo el revuelo que causó la muerte de su madre. Hace unos


veinte años, continúa pensativo. El escándalo apareció en primera plana durante
semanas... Desde entonces, parece odiar a los periodistas y no hay forma de
acercarse a él.
- ¿Qué escándalo? pregunto, intrigada.
- ¿No estás enterada?
- Para nada.
- Amy, nos interrumpe Simon, te dejo, tengo que ir a ver a Edith para mi
próximo reportaje.

Le agradezco y le propongo a Andrew continuar nuestra plática en mi propia


oficina. Esta historia ha despertado mi curiosidad.

- Te has apoderado de una parte del lugar que era el archivo, comenta
instalándose sobre una silla.
- Sí, es práctico, siempre tengo a la mano los viejos números de Undertake.
- Entonces, encontrarás fácilmente alguna información sobre Teresa Tessler,
la madre de Parker.

Tengo una mueca escéptica al pasear mis dedos sobre las repisas polvosas:

- Bueno... era una actriz y Undertake no es una revista del corazón.


Probablemente no encontraré gran cosa.
- Bien pensado, sólo que ... el amante de Teresa Tessler se llamaba Elton
Vance. ¿Eso no te dice nada?
- ¿Su amante? me sorprendo. ¿Ella tenía una amante?
- Te suena un poco. Bien escondido pero muy real. Es además lo que provocó
el escándalo a su muerte. Aunado al hecho de que el tipo era un político muy
popular y que murió con ella.

Es entonces que me quedé pasmada. En ningún momento Roman hizo alusión


a su infancia ni a su madre. Me pregunto cómo pudo haber vivido todo eso. . Lo
que piensa él ahora de eso. Andrew me observa y me deja poner un poco de
orden en mis ideas antes de continuar:

- Bueno, ¿quieres que te cuente toda la historia? ¿Te interesa?

¿Que si me interesa? ¡Por supuesto! Todo lo que se relacione con Roman me


apasiona. Quiero saberlo todo.

- Sí, no me hice periodista por nada, respondo con un desenfado que


desconozco. ¡Muero de la curiosidad!
- Esa es la actitud que me gusta, exclama Andrew antes de iniciar su relato.

No sé en realidad qué pensar de él. Simon no lo recibió muy efusivamente,


como si no sintiera por él gran estima. Incluso a mí, me cuesta trabajo sentirme
cómoda en su presencia, pero no sabría decir porqué. Andrew tiene alrededor de
cincuenta años y parece descuidado a pesar de su traje. Tiene el cabello delgado
y de color paja, un rostro demacrado y unos ojos gris pálido. Una mirada
vivaracha, escrutadora, que busca entrar a los rincones más escondidos. Es tal
vez eso lo que me molesta. Pareciera que puede adivinar mis secretos más
escondidos.

- Teresa Tessler era una mujer sublime, una actriz celebrada. La vida le
sonreía y ella la mordía como si fuese una fruta madura. Se casó muy joven con
Jack Parker, los dos tenían 20 años y no eran todavía conocidos. Tres años más
tarde, su hijo Roman nació y la carrera de Teresa despegó de manera fulgurante
gracias a su papel en una película del famoso Steven Strubam. Se ganó un Oscar.
Parece que fue a partir de ese momento que su pareja batió las alas para irse.
Jack Parker no soportaba que su mujer se hubiese convertido en una estrella y
que él se quedase a la sombra. Sin ser un alcohólico, bebía bastante y hacía toda
clase de estupideces cuando estaba ebrio. Los paparazis no lo dejaban en ningún
momento, siempre al tanto de su último desatino. Luego su lado bad boy y su
bello rostro acabaron por seducir a una joven realizadora; ella lo contrató en su
primer largometraje, que fue un éxito de taquilla. Y Jack Parker, también, se
convirtió en una estrella. Los rumores corrieron de una posible relación entre él
y la realizadora, pero nunca nada se confirmó. Él dejó la bebida, se volvió menos
provocativo al tiempo que hilaba películas exitosas. Siempre se le veía tomado
de la mano con Teresa en todas las recepciones, y le hizo una declaración
romántica en público sobre los escalones de Cannes, que emocionó a toda la
Croisette. Jack Parker siempre tuvo un gran sentido para las puestas en escena...
Los chismes se acabaron.

No puedo ni pestañear mientras Andrew desarrolla su historia. Estoy al


mismo tiempo fascinada por lo que cuenta y vagamente incómoda, como si yo
entrara sin autorización a la intimidad de Roman. Lo que de hecho está
sucediendo. Pero tengo ganas de saber más de él. Roman es un misterio para mí
y todo lo que pudiera ayudarme para comprenderlo es bueno y lo tomaré.
No estoy haciendo nada malo. Todo esto es de todos conocido. Apareció en
todos los tabloides dela época.

Sin embargo, por más que trato de encontrar argumentos, no puedo evitar un
algo de culpa que me cosquillea desagradablemente. Hubiera preferido
enterarme por Roman mismo.

- Desafortunadamente, prosigue Andrew, toda esta bella fachada de felicidad


perfecta estalló a la muerte de Teresa. Ella fue sorprendida saliendo del brazo de
Elton Vance de un hotel parisino, mientras que se le creía de vacaciones en
Biarritz con su hijo. Los paparazis se regocijaron con este evento. La pareja se
ocultó en su auto y emprendió la huida para escapar de los flashes de los
fotógrafos. Pero tuvieron un accidente algunos kilómetros más lejos: dieron una
vuelta con demasiada velocidad, y se estrellaron contra un poste. Radical. Los
dos murieron al instante.
- ¿Y...?
- Y es todo, concluye Andrew. El chico estaba en Biarritz, bajo el cuidado de
su nana. Jack Parker organizó unas exequias suntuosas para su mujer, apareció
devastado frente a la prensa, se dejó fotografiar con su hijo, y poco tiempo
después, lo envió a un internado en Suiza.
- ¿Y el amante?
- Elton Vance era un hombre célebre por su integridad, recto e intratable; le
hacía la vida imposible a los políticos corruptos, a los hombres de negocios
deshonestos. Un tipo de héroe, ¿me comprendes?
- Ya veo... esta aventura secreta con una mujer casada debió de minar
seriamente su credibilidad.
- ¡Ni que lo digas! exclama Andrew al levantarse. Todo el mundo pudo
constatar que detrás de sus bellos discursos, sólo era un mentiroso, un cobarde.
No era mejor que la gente que él denunciaba.
- Sin embargo, protesté, no se puede comparar a un hombre que tiene una
relación secreta con un corrupto o un ladrón. No es por estar enamorado de la
mujer de otro que se es deshonesto.
- Eres una romántica, dice Andrew riendo, eres una ternura. La verdad, es que
se estaba acostando con una hermosa mujer más joven que él y punto. Y la gente
honesta de este país se sintió timada. ¿Se le puede tener confianza a un tipo que
pretende dar lecciones de moral a los demás mientras que no es capaz de
mantener su pito en su pantalón?
No estoy de acuerdo con la opinión de Andrew y su franqueza me choca un
poco, pero debo reconocer que su argumento es sólido. Incluso si no hubiese
muerto en el accidente, la carrera de Elton Vance estaría acabada. Que esté
enamorado o no de Teresa no hubiera servido de nada. Tengo todavía un montón
de preguntas que hacerle pero un mensajero llama a la puerta de mi oficina y
Andrew aprovecha para despedirse.

- Tengo que irme, dice apretándome la mano, ya se me hizo tarde para mi


próxima cita. Fue un verdadero placer conocerte.
- Para mí también, replico, incluso si mis sentimientos hacia él son dispares.
- Trabajo por mi cuenta, pero paso por aquí regularmente para proponerle
artículos a Edith. Nos volveremos a ver probablemente. Si necesitas cualquier
cosa, no lo dudes, dice ofreciéndome una tarjeta de presentación.
- De acuerdo y gracias por la información. Seguramente me será de utilidad
en un futuro.

El mensajero, que espera en el umbral de la puerta, me da un pesado paquete


cúbico. Firmo el recibo y mi corazón se acelera cuando leo el nombre del
remitente: ¡Roman Parker!
12. Usted tiene un nuevo mensaje

Me encierro en mi oficina para abrir el paquete al abrigo de las miradas


indiscretas. No tengo la menor idea de lo que Roman pudo enviarme, pero
espero de todo corazón que haya un mensaje que lo acompañe. Un mensaje
tierno, ese es mi deseo...

Cuando por fin logro extraer el contenido de su empaque de cartón, constato


que se trata de un enorme libro que parece un grimorio antiguo. La tapa es de
cuero claro y lustroso, las páginas en un papel muy grueso, irregular y suave
como el algodón, color crema. Todo parece estar unido a mano y, al mirarlo de
más cerca, constato, estupefacta, que el texto (en francés) también está
caligrafiado a mano. Las ilustraciones están en tinta china y las acuarelas de una
gran belleza, firmadas por diferentes artistas. Estoy tan maravillada por el objeto
en sí mismo que no me doy cuenta enseguida de qué se trata. Y cuando lo
comprendo, suelto una carcajada. Se trata de la reproducción, única en su tipo,
de un manual de relajación asiático. Sólo que al avanzar los capítulos, entre dos
consejos zen, me topo con unas páginas intituladas:

« Cómo curar un pómulo sin desfigurar a su paciente »


« El buen uso de los cubos de hielo en una cita galante »
« Cómo hacer su equipaje en menos de diez minutos »
« Cinco remedios contra el mal aire »

Las acuarelas que ilustran estas páginas en particular representan a una chica
pelirroja con la cara apenas esbozada, pero muy bella. Tan bella que me siento
inquieta.

¿Será que Roman me ve de esa manera?

¿Qué esfuerzos habrá hecho para realizar un maravilla como ésta en tan
poco tiempo?

Es innegablemente un ejemplar único, ejecutado sobre pedido. Pero mi


artículo salió hasta el martes. Es imposible hacer esto en tres días. ¿Eso significa
que hizo el pedido la semana pasada, cuando nos despedimos al regresar de
Argentina?

¿Antes incluso de saber que escribiría sobre él...?

Simon interrumpe este hilo de pensamientos al llamar a mi puerta. Me trae las


fotos que habíamos seleccionado. Se lo agradezco, pero finalmente, no iré a la
Red Tower hoy. Vuelvo a hundirme en mi libro. Sobre la guarda, un mensaje en
francés, con la escritura viva y elegante de Roman:

Amy,

espero que haya de nuevo una ocasión para compartir contigo un fin de
semana de “filatelia ecuestre”. Esta actividad sana y simple me procuró, te lo
confieso, un placer infinito...

Roman

Río a carcajadas al leer esas palabras: soy yo quien lanzó a la prensa el rumor,
absolutamente infundado, de su pasión por las actividades tranquilas en general
y la filatelia en particular. Mientras que acabábamos de pasar dos días
deliciosamente sensuales... Un calor dulce invade mi vientre con el recuerdo de
nuestra noche. Un placer infinito... Sí, eso ilustra perfectamente lo que viví con
Roman. Placer de los sentidos. Pero no únicamente.

Leo de nuevo las dos frases, las saboreo, disfruto todas las promesas que
encierran.

Yo también, Roman; espero que de nuevo tenga la ocasión de compartir un


fin de semana contigo...

Sobre mi pequeña nube, decido enviarle un correo electrónico. Estoy


demasiado feliz para contenerme, tengo ganas de saltar por todas partes, necesito
un desahogo. Concentrarme en la redacción de un mensaje debería calmarme
algunos minutos. Me siento en el borde de mi ventana y desenfundo mi iPhone.
Paso un tiempo considerable tratando de encontrar algo original pero no lo logro.
Mis neuronas están en huelga: sólo me proponen banalidades.
Ni modo. Usaré las banalidades. Al menos, no es comprometedor.

De: Amy Lenoir


Para: Roman Parker
Asunto:¡Gracias!

Buenos días Roman,
Acabo de recibir tu libro. Es magnífico. No sé cómo agradecértelo.
Amy

Dudo en si terminar por « Besos », pero me parece evidente que uno no «


besuquea » a Roman Parker. Lo dejo tal como está y lo envío antes de perder el
valor.

Afortunadamente no me da tiempo de romperme la cabeza preguntándome si


hice bien o porqué me sentí obligada a escribir tales banalidades al hombre
menos banal que conozco. Mi iPhone emite un tintineo: tengo un nuevo mensaje.
¡La respuesta de Roman!

De: Roman Parker


Para: Amy Lenoir
Asunto:Re: ¡Gracias!

Buenos días Amy.
¿Me quieres agradecer por haberte enviado un regalo de agradecimiento?
¿Entendí bien?
Roman

Me quedo congelada frente a este correo. Me siento la reina de las idiotas.


Tengo ganas de abofetearme.

¿Porqué le escribí algo tan estúpido? ¿Y ahora qué respondo para que no se
me caiga la cara de vergüenza?

Me rompo la cabeza, pienso en una respuesta exitosa, relajada, espiritual...


pero no se me ocurre nada. Mi iPhone suena de nuevo. Apenas me atrevo a
lanzarle una mirada; es de nuevo un correo de Roman.

De: Roman Parker


Para: Amy Lenoir
Asunto:Re: ¡Gracias!

Respira. Te estoy bromeando.
Me da gusto que te haya gustado.
Roman.
PS: pensé que habías perdido mi correo electrónico...

Lanzo un enorme suspiro de alivio mezclado con una pequeña risa nerviosa,
que se transforma rápidamente en una gran sonrisa cuando releo su post-
scriptum. ¿Es esa acaso una forma de decir que esperaba que yo le escribiese?
Brinco de alegría. Lo sé, no es muy elegante, pero estoy sola en mi oficina, y
aquí hago lo que me viene en gana.

Le respondo:

De: Amy Lenoir


Para: Roman Parker
Asunto:Re: ¡Gracias!

Afortunadamente, soporto muy bien las bromas.
Sin embargo, tengo algunas lagunas en filatelia ecuestre. Será con mucho
placer que aceptaré una estancia de perfeccionamiento en cuanto sea
posible.
Amy.

Siento cómo me sonrojo al escribir estas últimas palabras, debo estar color
escarlata desde las orejas hasta los pies. Este tipo de audacias no son del tipo de
las que yo haría, pero desde que conocí a Roman, ya no sé quién soy. Y eso es
muy bueno. Sin embargo, como todavía vive en mí un poco de mi antigua yo,
me apuro a cliquear sobre « Enviar » antes de acobardarme. Luego cierro los
ojos y aprieto con fuerza mi iPhone esperando su respuesta.

Respuesta que tarda en llegar.

Que tarda.

Que tarda mucho.

¿Qué estará haciendo? ¿Me excedí con el mensaje? ¿Está ocupado? ¿Busca
una manera de decirme que no?

Me quedo inmóvil al menos un millón de años antes de escuchar el tintineo


familiar que me anuncia un nuevo mensaje.

De: Roman Parker


Para: Amy Lenoir
Asunto:Re: ¡Gracias!

A tus órdenes...
Tengo que dejarte: estoy en la pista de vuelo, el jet está a punto de despegar,
y mi cliente va a pensar que lo he abandonado. Hasta pronto.
Roman.

Este último correo me provoca escalofríos de la cabeza a los pies. Tengo la


impresión de haber vuelto a la adolescencia cuando me sentía permanentemente
desollada viva, cuando el más mínimo indicio tomaba proporciones
descomunales. Mi corazón se pone a saltar dentro de mi pecho y empieza a
revolotear en mi garganta. Yo, Amy Lenoir, intercambio correos juguetones con
(por si fuera poco) Roman Parker. ¡Wow! Me cuesta trabajo creerlo.

Quiere volver a verme. Dejó a un cliente en suspenso en su jet para darse el


tiempo de responderme!

Aspiro fuertemente y declaro solemnemente que la vida es formidable.

***
Luego me desengaño. Visiblemente Roman y yo no tenemos la misma
definición de « hasta pronto », ya que me quedo sin noticias suyas durante todo
el fin de semana. Sé sin embargo que soy demasiado impaciente y que debo
dejar que el tiempo haga lo suyo. Para engañar a mi frustración, leo y releo sus
correos y el manual zen que me regaló. No puedo evitar sonreír.

Me consagro también a mi manuscrito. Mi padre tiene razón: tengo una buena


idea con este libro de vulgarización económica, no debo abandonarlo. Ya tengo
una decena de capítulos, sólo me faltan unos dos o tres para completar la
colección. A través de ejemplos inspirados en la vida cotidiana, ya abordé de un
modo humorístico los temas de la venta en línea, los saldos, la relatividad de la
riqueza material, la dinámica empresarial, etc. Sólo me falta tratar, entre otros
temas, la inflación. Es una noción simple y decido ilustrarla a través de las
peripecias desatinadas de un asaltante inventivo pero muy distraído. Después de
haberse esforzado mucho para robar un pequeño banco provincial, esconde su
botín con la intención de regresar a buscarlo diez años más tarde, cuando su
fechoría haya sido olvidada. Según sus cálculos, bastante inocentes, le alcanzará
para comprarse una villa en los trópicos y vivir sin trabajar por el resto de sus
días. Desafortunadamente para él, la tierra no dejó de girar durante esos diez
años, el mercado evolucionó, la economía de su país fue afectada por numerosos
eventos y, cuando por fin recuperó el dinero, mi ladrón se encuentra con la
cantidad justa que le permite comprarse una pantalla plana y una estación de
pesas.

Trabajo sobre mi novela durante todo el fin de semana. Eso me mantiene tan
ocupada que casi olvido a Roman.

En todo caso, no pienso en él más que tres veces por hora...

***

El lunes por la mañana, Edith me envía a cubrir una exposición de pintura en


una galería de Soho:

- Todo Nueva York asistirá a esa inauguración, esta noche, Amy, me dice
tendiéndome el folleto de presentación.

Estudio el folleto en papel encerado, para darme una idea del estilo del pintor.
Gimo para mis adentros: arte abstracto. Lienzos inmensos, trazos de color que se
lanzan en todos los sentidos, manchas negras. Nunca fui muy sensible a este tipo
de arte y me pregunto cómo voy a poder redactar un artículo coherente sobre
este asunto.

- Volodia Ivanov, continúa Edith sin parecer darse cuenta de mi turbación, nos
interesa esencialmente por su vida, no por su obra.

Lanzo un enorme suspiro de alivio y Edith me lanza una mirada inquisitiva.


Finjo que me estoy aclarando la garganta y le indico que la estoy escuchando
atentamente.

- Abandonó su Rusia natal a los 14 años, pobre como Job, y hoy, con
solamente 20 años, es uno de los artistas más prometedores de los Estados
Unidos. Sus lienzos se venden por centenas de miles de dólares. Su agregado de
prensa anunció que no daría ninguna entrevista esta vez pero que habría un
comunicado de prensa al día siguiente. Quisiera que usted cubriera estos dos
eventos para hacer un sólo artículo. La acompañará Simon; llegarán al Sleepy
Princess, como siempre.

¡El Sleepy Princess! Trato de ocultar la emoción que me procura la sola


evocación de este hotel. El Sleepy Princess, fue mi primera noche con Roman, es
una miríada de recuerdos cada uno más delicioso que el anterior...

***

La inauguración resulta tediosa. Los invitados fueron seleccionados por el


aspecto, pero sólo hay artistas envidiosos que tratan a Ivanov de simple
dibujante y a sus obras como garabatos, hombres de negocios que especulan
sobre el valor en el mercado de tal o tal lienzo, intelectuales de frases oscuras
que decortican incansablemente las supuestas intenciones del artista. Artista que
además no se dignó aparecer en toda la noche. Me aburro horrores mientras que
Simon ametralla la galería desde todos los ángulos. Alcanzo a intercambiar
algunas palabras interesantes con el agente de Ivanov. Me cuenta un poco más
sobre la trayectoria caótica de su joven protegido quien huyó de Rusia y vivió en
la clandestinidad antes de hacerse un nombre en Estados Unidos. Estoy
impresionada. Visiblemente, Ivanov no es un hombre ordinario.
- ¿Le gusta? me pregunta una voz suave mientras que, plantada frente a un
lienzo que mide dos veces mi tamaño, trato de comprender lo que representan
los destellos rojo vivo y las estrellas negras que lo saturan.
- No mucho, respondo, distraída.
- Es una pena. No puedo esperar seducirla con mi arte, ¿entonces?

Esta frase fue pronunciada con un acento ruso marcadísimo. Volteo para
encontrarme cara a cara con un joven rubio, muy alto, muy delgado, muy pálido.

¡Ay! ¡No puede ser que sea Ivanov en persona! ¡Qué metida de pata!

Me sonríe gentilmente y confirma mis temores:

- Volodia Ivanov, señorita, dice con una ligera inclinación del busto. A pesar
de todo estoy encantado de conocerla.
- Amy Lenoir, digo, sin saber en dónde esconderme. Le ruego me disculpe,
por mi respuesta fuera de lugar. Es sólo que... el arte abstracto no me dice nada.
- No se le puede dar gusto a todo el mundo, dice, fatalista y alzándose de
hombros. Lo que algunos llaman arte para otros son sólo unas manchas. Y
viceversa.

La compañía de Ivanov es agradable y seguimos con nuestra plática. Le


advierto que soy periodista, me responde que nadie es perfecto y eso me hace
reír. Volodia Ivanov es realmente alguien extraño, no desprovisto de encanto. De
una dulzura y de una cortesía exquisitas mientras que sus lienzos revelan una
efervescencia, una violencia, fuera de las normas.

De repente, una voz familiar se eleva sobre mi derecha. Me interrumpo justo a


la mitad de una frase para descubrir, estupefacta, a Roman saludando a una
pareja y dar un apretón de manos a un hombre gordo de traje que exclama:

- ¡Parker! ¿Qué haces aquí? ¿Qué pudo motivar a tu ilustre persona a


abandonar su torre de marfil para mezclarse con los pobres mortales que somos
nosotros?
- La imperiosa necesidad de renovar la decoración de la oficina de mi consejo
de administración, responde Roman con un tono crispado al tiempo que se aleja
de él para dirigirse hacia nosotros.
Avanza con un paso vivo, con una mueca de contrariedad grabada en su rostro
de rasgos ya de por sí duros. Es más alto que la mayoría de los invitados por
media cabeza; éstos le abren paso instintivamente. Está vestido con un pantalón
de mezclilla negra que realza sus largas piernas y una camisa blanca
arremangada que deja ver sus antebrazos musculosos. Es al mismo tiempo
elegante y salvaje, mezcla explosiva. No puedo evitar ver las miradas insistentes
de las mujeres. Éstas lo devoran con los ojos.

- Hola Volodia, dice dándole un breve abrazo al pintor.


- ¡Roman! se regocija éste. Jamás hubiera creído que vendrías. Es una
formidable sorpresa. Déjame presentarte a la señorita...
- ... Amy Lenoir, lo interrumpe Roman tendiéndome la mano. Ya nos
conocemos. Encantado de volver a verla, Amy.
- Buenas noches, digo, perturbada por el calor de su mano que envuelve a la
mía.
- Conociendo su gusto por los hombres que saben dibujar, pensaba
encontrarla aquí esta noche, dice sin que yo logre determinar si está bromeando
o no.
- Entonces tengo mala suerte, dice Ivanov. Mis lienzos dejan a la señorita
Lenoir totalmente indiferente...
- ¿De verdad? se sorprende Roman sonriendo de repente. Bueno, no les quito
más tiempo, Volodia. Sólo pasé para felicitarte. Prefiero tus obras menos
comerciales, esas que escondes en una esquina de tu sótano. Cuando te decidas a
venderlas, házmelo saber.
- Aún no estoy listo, responde Ivanov sacudiendo la cabeza. Pero tú serás por
supuesto el primero en saberlo.

Roman se aleja enseguida y no puedo evitar seguirlo con la mirada entre la


muchedumbre. Admiro su porte, su vivacidad. Quisiera que se diera la vuelta
para encontrarse con mi mirada, pero no lo hace. Aprieta algunas manos
rápidamente, y en menos de dos minutos más tarde, ya lo he perdido de vista.

¡Maldición! Era una ocasión perfecta. Lo tenía a mi alcance y no hice nada.


¡Ni siquiera pude decirle una palabra! ¿A dónde habrá ido?

Un ligero carraspeo me recuerda que no estoy sola. Regreso mi atención a


Volodia, quien constata con un tono divertido:
- Ya veo...
- ¿Perdón?
- De cualquier manera no tenía ninguna oportunidad, que mis cuadros le
gustasen o no.

¡Maldición! Para que un desconocido se dé cuenta en treinta segundos de


que muero por Roman, debo de tener « ¡Roman Parker, te deseo! » grabado al
rojo vivo en la frente.

Trato de controlar el fuego que me sube a las mejillas y de encontrar una


réplica desenfadada pero no lo logro. Me contento con alzarme de hombros
sonriendo lastimosamente.

- No puedo rivalizar con Roman, se inclina Volodia. Está fuera de mi


categoría.
- En todo caso, hablar con usted salvó mi noche, digo gentilmente.
- Y por eso estoy encantado pero ya no quiero retenerla por más tiempo. Ya es
un milagro que Roman se haya aparecido por aquí esta noche, y se irá pronto.
Debería apurarse, si quiere alcanzarlo.

Me apresuro en seguir su consejo, conmovida por su atención, pero por más


que recorro la galería en todas las direcciones, no hay ningún rastro de Roman.
Se volatilizó. Maldigo para mis adentros. No quiero dejarme llevar por el
desánimo, pero no estoy muy lejos de caer...

Entonces, ésta es la historia de una chica que pasa su vida buscando a un


hombre que nunca está en donde debería...
13. El disfraz

- ¿Señorita Lenoir? me pregunta repentinamente una voz muy cerca de mí.


- Sí, me sobresalto.
- El Señor Parker propone acompañarla, si usted lo desea, me dice Joshua
quien se ha materializado a mi lado como por arte de magia.

Estoy tan feliz que debo contenerme para no saltarle al cuello. Ni una, ni dos,
le piso los talones, al mismo tiempo que le envío un mensaje de texto a Simon
para avisarle que ya terminé y que salgo con una amiga. Que no me espere en el
hotel.

Cuando alcanzo a Roman en el Bentley, me recibe con una media sonrisa, esa
famosa media sonrisa que me provoca cada vez un revoloteo en el vientre.

- ¿Le gusta la comida tradicional rusa, Amy? me pregunta mientras me siento


a su derecha, excesivamente consciente de nuestra cercanía, de su calor.
- Sí, digo demasiado trastornada para tratar de reflexionar mi respuesta.
- Bien. ¿Aceptaría acompañarme al Siberian Palace para cenar?
- Sí, vuelvo a decir simplemente.
- Perfecto. Ando de suerte esta noche.

Después de un corto instante de reflexión, agrega:

- ¿Puedo aprovechar mi racha para reservar una recámara doble para esta
noche?
- Sí, repito esbozando una sonrisa.
- Fabuloso. ¡Amy, me encanta negociar con usted!

Suelto una carcajada y Roman se acerca a mí. Pasa un brazo alrededor de mis
hombros y el escalofrío que me recorre en ese momento me quita todas las ganas
de bromear. No pienso más que en su cuerpo, en su mano que acaba de acariciar
mi nuca, en sus ojos que me miran gravemente, en su boca que quisiera besar,
devorar... Se inclina entonces hacia mí y el sabor de sus labios me hace olvidar
cualquier consideración. Deslizo una mano bajo su camisa. Su piel es
increíblemente suave, su vientre increíblemente duro. Cuando bajo hacia su
cintura, su beso se vuelve más exigente, su mano aprieta mi nuca y continúa
acariciándola con su dedo pulgar, justo abajo de mi oreja, provocándome vivas y
breves descargas de placer. Me aventuro a tocarlo a través de su pantalón y
siento que está tenso y duro bajo mi mano.

- Propongo que antes de cenar, vayamos a verificar que la recámara sea la


adecuada, dice separándose de mí, con la respiración un poco entrecortada.
- Sí, murmuro otra vez, definitivamente incapaz de hilar dos palabras, así es
como Roman me inquieta.
- Fantástico, sonríe antes de volver a mis labios.

***

Esa noche en el Russian Palace con Roman me dejó muchas cosas. Se mostró
alegre y encantador durante toda la velada, insaciable y mandón durante la
noche. Me gustó. Mucho. Roman parece capaz de pasar de un papel a otro con
una facilidad desconcertante. Es a veces tierno o exigente, vivo o indolente. Le
gusta hacer las cosas a su manera pero también me deja tomar la iniciativa, me
domina o se entrega a mí. Me invita a explorar su cuerpo, y el mío...

Al día siguiente por la mañana, tengo que alcanzar a Simon en el hotel antes
de la conferencia de prensa dada por Volodia Ivanov. Joshua me deja en el
Sleepy Princess a las 7 de la mañana. Abandono con nostalgia los brazos de
Roman, en los que me quedé acurrucada durante todo el trayecto, cuando
repentinamente me propone:

- ¿Tienes algo previsto para Halloween?


- No, nada especial. ¿Porqué?
- Acompañarme a una fiesta de disfraces en Miami, ¿te gustaría?
- ¿Porqué no? digo tratando de disimular el tsunami de alegría que su
propuesta provoca en mí. ¿Hay algún tema en especial?
- No que yo sepa. Pero ya tengo una idea del disfraz para nosotros, agrega con
un aire malicioso que no le conocía.
- ¿Es decir? me pregunto pensando que adoro escucharlo decir « nosotros ».
- Espera... Es una sorpresa. Si me lo permites, te haré llegar tu disfraz a tu
casa.
- ¿Tengo otra opción?
- No, pero te va a encantar, me asegura con una sonrisa devastadora.

En el Sleepy Princess, encuentro a Simon a la mesa sentado frente a un


copioso desayuno, en plena discusión con Anthony, nuestro mesero favorito.
Éste me saluda afectuosamente y se apresura en servirme el menú « europeo »
con cuernitos, mermeladas, miel, pan fresco...

- Anthony, es usted la crema de la crema de los meseros, le aseguro


devorando mis cuernitos. Moría de hambre.
- ¿Pasaste una noche deportiva en galante compañía? se pregunta Simon con
una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios.

Casi me ahogo con la mitad de mi cuernito:

- Para nada, estaba en casa de una amiga, balbuceo lamentablemente entre dos
golpes de tos.
- Bueno, bueno, responde gentilmente Simon ofreciéndome una servilleta, no
soy tan fácil de engañar. Pero mira, prefiero que duermas en casa de una amiga...
- ¿Y eso porqué? pregunto bebiendo un trago de jugo de naranja para calmar
mis últimos tosidos.
- Porque la última vez que dormí en este hotel contigo como vecina de cuarto,
no pude cerrar el ojo en toda la noche. Primero creí que estabas viendo una
versión no censurada de Basic Instinct e incluso estuve a punto de ir a pedirte
que bajaras el sonido...

Me golpeo por un instante la cabeza. Luego los recuerdos vienen a mí,


tórridos, deliciosos. ¡Y horriblemente incómodos! ¡Mi primera noche con
Roman! ¿Cuántas veces me hizo terminar? ¿Cuántas veces grité su nombre?

Esta vez, me atraganto con mi cuernito y Simon me golpea vigorosamente en


la espalda riendo mientras que Anthony propone sus conocimientos en primeros
auxilios antes de que termine por ahogarme.

¡Qué vergüenza! ¡No sé, pero creo que nunca había estado tan apenada en mi
vida! Afortunadamente Simon es la discreción encarnada; al menos esto
quedará entre nosotros...
***

Atravieso el resto de la semana en un estado de inestabilidad avanzado. Sólo


tengo algo que me inquieta: volver a ver a Roman. Tengo que contenerme para
no inundarlo de correos electrónicos y mensajes de texto. Y como mi alegría es
desbordante y no la puedo contener, por fin le cuento todo a Eduardo:

- Mira, ya sospechaba yo algo, dice sonriendo.


- ¿Se notaba de verdad mucho? ¿Todo lo que me interesaba? me inquieto
- No... Eduardo me tranquiliza.
- Uf.
- ¡Sólo que estabas perdidamente enamorada de él! dice riendo.
- No estoy enamorada, digo con un tono que incluso a mí no me parece
convincente. Me gusta, es todo.

Eduardo tiene el buen tino de no cuestionar mi mala fe y continúo retacándole


los oídos con Roman Parker todo el día. Especulamos con entusiasmo y buen
humor sobre el tipo de disfraz que Roman piensa endilgarme:

- A mí me parece que te verías muy bien con algo muy pegado y súper sexy,
declara Eduardo evaluando mis formas.
- ¿Bromeas? Es una noche de disfraces no un concurso de carnes.
- ¿Carne...? ¡Desvarías! Tienes una pinta de chica de calendario, Amy.
¿Porqué no quieres admitirlo?
- Sí, mascullo taciturna. Una chica de calendario pero del Renacimiento, con
llantas por todos lados.
- Pff... eso es lo que siempre dicen las chicas. En primer lugar: esas chicas del
Renacimiento eran muy bellas. En segundo lugar: ¿crees que un tipo como
Roman Parker se acostaría con una regordeta? ¿En verdad lo crees?
- Tal vez no me haya visto todavía bien, digo incómoda.
- Es eso, se burla Eduardo. ¿Estaba mirando para otra parte mientras te hacía
el amor?
- ¡Eduardo! exclamo, escandalizada.
- ¿Y qué? dice con una sonrisa angelical. En fin, Amy, ¡mírate en un espejo!
Estás increíble, eres voluptuosa, con todo lo necesario en donde se necesita. Soy
estilista, sé de qué estoy hablando.
- Sí, pero no eres objetivo. Eres mi amigo y además...
- Y además nada. Te apuesto un millón de dólares que te va a dar un disfraz
de Jessica Rabbit.
- Tú no tienes un millón de dólares, digo riendo. ¡Y yo no aceptaría nada que
fuera más sugestivo que el disfraz de Gasparín, el fantasma amigable!

***

Cuando no estoy ocupada pensando en el cuerpo de Roman, en lo que me ha


hecho y en lo que quisiera que me haga, me sumerjo en los archivos de papel de
Undertake en búsqueda de información susceptible de poder ayudarme a
reconstruir el rompecabezas de su pasado. Los hechos son demasiado antiguos
para que encuentre el menor rastro en los archivos informáticos.

Al principio sólo le consagro mis pausas en el trabajo.

Pero los antiguos números están amontonados sin ninguna lógica ni ningún
orden cronológico sobre las repisas polvorientas y no puedo organizarme, doy
vueltas en círculo. Tengo ganas de arrancarme los cabellos. Sobrepasada,
considero el caos que me rodea como un insulto a mis cualidades
organizacionales y tomo como una cuestión de honor el poner todo en orden. El
viernes por la tarde, entro en [modo psico-rígido-obsesivo ON] como diría mi
hermanita Sibylle. Vacío todas las repisas y emprendo la clasificación
cronológica de los viejos números de Undertake, desde el primero.

A las 20 horas, mis últimos compañeros de trabajo, incluso los más


empeñosos han abandonado el lugar y no he logrado siquiera un cuarto de mi
objetivo. Mando pedir una pizza y me vuelvo a hundir en el papeleo.

Un poco después de las 4 de la mañana logro terminar. Estoy en un estado de


suciedad increíble, tengo polvo hasta el fondo de mis orejas pero los archivos
están impecablemente acomodados. Y, más importante, encontré los números
dedicados a Teresa Tessler. Quebrada por la fatiga, tomo sin embargo el tiempo
para hojearlos antes de guardarlos en mi bolso para llevarlos a mi apartamento.

Lo que en ellos descubro me hiela la sangre: si la mayor parte de los


periodistas sólo se centraron en el lado sulfuroso de la muerte de Teresa y la
revelación a la luz pública de su relación adúltera, uno de ellos, Randall Farrell,
pone en tela de juicio la tesis del accidente. La palabra « asesinato » no se
escribió en ninguna parte sin embargo tengo la impresión de que me lo grita en
la cara. Lo veo por todas partes, en todos los silencios, en todos los espacios
dejados en sus artículos. En todas sus entrelíneas.

Sentada sobre la alfombra de mi oficina, con la cara y las manos negras de


polvo, exhausta, miro el sol levantarse detrás de los edificios. Tengo frío. Pienso
en Teresa Tessler, tan bella, tan joven; ¿porqué habrían querido matarla? ¿Quién?

Pienso en Roman. En el hombre que me gusta tanto. En el chiquillo que


perdió a su madre. Cómo debió sufrir... Una lágrima corre sobre mi mejilla sucia.
Cansancio.

Regreso a mi casa.

Me siento desamparada. No sé qué hacer con mis descubrimientos.

¿Abrirme con Roman? ¿Tengo el derecho de inmiscuirme en su pasado?

Si hubiese querido hablarme de eso, ya lo hubiera hecho, ¿no?

¿Debo seguir hurgando? ¿Para descubrir qué?

Es una historia que no me pertenece y no soy detective privado.

Sin embargo, me gustaría saber hasta dónde llego y lanzo una búsqueda en
Internet sobre el periodista, Randall Farrell. Tal vez él pueda contarme más
cosas. Desafortunadamente, un cáncer se llevó a Farrell poco tiempo después de
este asunto.

Contacto entonces a las revistas del corazón para ordenar ciertos números
antiguos consagrados a Teresa Tessler. Me hago pasar por una admiradora. Si la
madre de Roman fue asesinada, no puedo quedarme sin hacer nada. Tendré que
remover el pasado, aunque tenga que ensuciarme las manos.

Esperando los envíos, paso el fin de semana trabajando en mi manuscrito. Eso


me cambia las ideas y la presencia de Eduardo, siempre de buen humor, me llena
de aplomo. No me atrevo a ir a buscar a Roman, pero espero con una
impaciencia febril el poder verlo el viernes para la velada de disfraces. Me
pregunto de qué nos piensa disfrazar; una vez más saboreo ese « nosotros », que
ya nunca me dejará...
***

La víspera de Halloween, al regresar del trabajo, encuentro un gran paquete a


mi nombre sobre la mesa del salón.

- ¡Ah! ¡Por fin llegaste! exclama Eduardo al ponerme un cúter entre las
manos. Debe ser tu disfraz. ¡Ábrelo rápido!
- ¿Me da tiempo de quitarme los zapatos y mi abrigo antes? bromeo.
- Tienes treinta segundos. Ni uno más.

Me descalzo rápidamente mientras que Eduardo entra a mi recámara. Viene


con una pluma que pone al lado del paquete.

- ¿Para qué es esto? le pregunto intrigada.


- Para firmar mi cheque por un millón de dólares, dice como si fuera obvio.

Abro mi paquete riendo.

- Esto no se ve bien para tu millón de dólares, digo con un tono triunfante al


descubrir la forma negra del disfraz a través del papel de seda. El vestido de
Jessica Rabbit es de un rojo intenso.
- Continúa, dice Eduardo hosco sin todavía aceptar su derrota. La sábana de
Gasparín el fantasma amistoso no es negra, que yo sepa.

Primero segura de mí misma, me vuelvo dudosa a medida que desempaco el


contenido del paquete. El material bajo mis dedos no es tampoco el de una tela...
¡sino de látex! ¡Un conjunto negro completamente de látex! ¡Y unas botas de
cuero!

- ¿Tú crees que ahí dentro venga el látigo? me pregunta Eduardo, divertido
pero sinceramente curioso.

Por toda respuesta, lo fusilo con la mirada. ¿Qué pudo pasarle a Roman por la
cabeza para imaginarse que aceptaría ponerme eso?

- En todo caso, insiste Eduardo, no me equivoqué: es pegadito. Y sexy. Me


debes un millón...

Lo ignoro olímpicamente para concentrarme en el disfraz. Es entonces que


me doy cuenta de la máscara. Sus pequeñas orejas casi en punta. Sus bigotes.
Creo entender: tomo el disfraz entre mis manos y no puedo evitar sonreír al
percibir, pegado a la suave, larga y flexible cola unida a la espalda baja, un
mensaje de Roman:

Adivina de quién me disfrazaré...

- ¿Qué es lo que te pone tan contenta de repente? me pregunta Eduardo.


- Es un disfraz de Catwoman, le digo. Y yo te apuesto un millón de dólares a
que Roman vendrá disfrazado de Batman...
- ¿Y eso en qué cambia las cosas?
- En todo, Eduardo, esto cambia todo... digo, soñadora, acariciando el
conjunto.

¿Acaso un hombre tiene la menor oportunidad de deslumbrar a una mujer si


no es Van Gogh o Vermeer? me había preguntado Roman al día siguiente de
nuestra primera noche.

Sí, por supuesto. No soy tan exigente. Es suficiente con que sea Batman, le
había respondido.

Roman se había acordado... y mañana. Él será mi Batman...

***

Al día siguiente, Eduardo me ayuda a ajustar el conjunto y peina mis rizos


pelirrojos en un chongo apretado. Ayer, mientras me probaba el disfraz, él retocó
ligeramente el escote que estaba un poco justo:

- Hay alguien que subestimó tus capacidades pulmonares, había bromeado


gentilmente.

Hoy todo es perfecto. Contrariamente a lo que me temía, el disfraz es cómodo


y me hace resaltar admirablemente. No lo puedo creer. Es en realidad una hábil
unión entre el látex y la lycra, que funciona como una segunda piel. Me miro en
el espejo de cuerpo entero del salón y no reconozco a la creatura felina y sexy
que veo en él. Los tacones de las botas no son demasiado altos y me dan un
andar armonioso, sólo lo necesario. Todas las zonas estratégicas de seducción
están sostenidas y favorecidas por el látex: mis senos están confortablemente
moldeados en el sujetador, mi cintura afinada por el corsé, mis nalgas levantadas
por la faja. Parezco realmente a uno de esos símbolos sexuales salidos
directamente del cerebro de un dibujante de cómics y eso me deja boquiabierta.

- Una pena por el concurso de carnes, ¿no? me dice Eduardo con un silbido
admirativo que me sonroja. Te vamos a inscribir mejor al de Miss Bomba
Atómica.
14. Padre e hijo

A las 17 horas, Joshua pasa a buscarme y vamos a reunirnos con Roman que
debe estar esperando en la pista de vuelo, desde donde saldremos para Miami.
Mientras que el Bentley disminuye su marcha al acercarse al jet, lo veo en gran
conversación con Tony, su piloto privado, exaltado, apasionado por las figuras
aéreas. Adivino por el aspecto deplorable de Tony que Roman le está dando
indicaciones:

- ¡Nada de improvisaciones, nada de acrobacias aéreas! ¡Vuelo directo!

Por eso le estoy infinitamente agradecida: mi estómago soporta muy mal las
bufonadas de Tony.

Roman no trae puesta su máscara pero su silueta atlética moldeada de negro y


su capa que se balancea por el viento no me dejan ninguna duda. Es tal vez un
poco tonto, pero me conmueve mucho que haya escogido ese disfraz. Para mí,
simbólicamente, es lo que podía encontrar de más significativo.
Independientemente de esto, el traje de Batman le va de maravilla y aprovecho
que esté tan ocupado para devorarlo con los ojos.

Probablemente gracias a su práctica intensiva del jogging, Roman forma parte


de esos hombres raros que poseen piernas magníficas, torneadas, de largos
músculos finos y nerviosos. Tiene muslos poderosos y nalgas que me encantaría
morder, que puedo admirar a placer cada vez que un soplo de viento hace volar
su capa. El traje entallado pone en valor la cuadratura impresionante de sus
hombros y los músculos de su espalda. El Bentley se inmoviliza por fin pero
todavía me doy el tiempo para contemplarlo. Tengo la impresión de que es una
actividad de la que no podría jamás cansarme. Lo tengo casi de frente y tengo
una vista privilegiada de su torso y su vientre de abdominales esculpidos, que
dibujan estratos duros bajo la lycra negra. Mis ojos se deslizan a pesar de mí
hacia su cintura y me siento decepcionada al constatar que su entrepierna está
protegida por una concha rígida, probablemente destinada a proteger a Batman
de los golpes de sus enemigos y también de las miradas golosas o de las manos
audaces de sus admiradoras.

Abro la portezuela y me acerco a él.

Es Tony el primero en mirarme y en verdad no sé cómo interpretar su aspecto


de asombro. ¿Acaso eso es halagador?

El aspecto grave de Roman que se interrumpió justo en medio de una frase,


acaba por incomodarme. Una vez más, dudo de mí, y empiezo a entrar en
pánico. Por más que me repito que sólo se trata de un juego, un baile de
disfraces, una velada para reír, no soporto la idea de parecer ridícula frente a
Roman. Llámese como sea, pudor, orgullo o arrogancia, poco me importa. Todo
lo que sé, es que necesito desesperadamente gustarle a este hombre, a este súper
héroe de ojos negros como un pozo sin fondo y de cabellos oscuros que caen
sobre su cara como la hoja de un cuchillo.

- ¡Amy, estás... arrebatadora! dice con un acento de sinceridad sobre el que no


existe ninguna duda. Tony, cierra la boca y vuelve a tu puesto, por favor, agrega
sin siquiera voltear hacia su piloto quien resopla y se apura en irse, no sin antes
regalarme un:
- ¡Se ve usted magnífica, señorita Lenoir!
- Gracias, Tony, digo encantada. Y buenas noches, Roman, tú tampoco te ves
nada mal.
- Sí, buenas noches, de hecho. Él tiene razón, sabes. Tal vez no era una buena
idea este disfraz. Voy a pasar probablemente mi velada alejando a todos los
impertinentes que tratarán de seducirte.

***

Paso el vuelo sobre las rodillas de Roman, quien tiene visiblemente el


propósito de hacerme descubrir todas las maneras posibles e imaginables de
besar. Me muestro como una alumna aplicada, entusiasta, y maldigo varias veces
el disfraz que me impide sentir sus manos sobre mí. Roman ríe con ganas. El
ambiente es alegre y travieso.

La velada se desarrolla en una suntuosa villa rodeada de un césped inmenso


puntuado por pequeños estanques y piscinas de formas variadas. Antes de
franquear el portón, Roman se pone su máscara y yo lo imito. Me siento muy
bien con mi traje, me siento otra mujer, más segura de sí misma. La máscara de
Roman, de silicona negra, le hace una frente agresiva y una nariz larga y fuerte,
de bordes afilados, que sirve de marco a su bella boca sensual.

- A partir de ahora, va a ser complicado besarse, dice sonriendo.

Le lanzo con la mano un beso que atrapa con la punta de sus dedos. Su
movimiento vivo y grácil, la manera que él tiene enseguida de llevar su mano a
sus labios, me trastornan por completo. Siento en mi pecho como el batir de
miles de alas, ruidosas y temblorosas.

Roman empieza por presentarnos al dueño de la casa, un Wolverine de mirada


tierna y de hombros caídos cuyos extraordinarios ojos verdes me son familiares:

- Buenas noches Logan, dice Roman apretándole la mano con precaución para
no lastimarse con las garras de adamantio. Déjame presentarte a mi camarada de
juego: Selina Kyle.
- ¿Bruce Wayne, supongo? se divierte el mutante haciendo rodar su enorme
puro apagado de un borde a otro de su boca.
- El mismo, responde Roman, con un tono serio fingido que casi me arranca
una carcajada.
- Sean bienvenidos y diviértanse. Desconfíen de ciertas cabezas coronadas
que muy pronto encontraron el camino del bar y les cuesta trabajo mantenerse
erguidas.

No entiendo la alusión a tener cuidado pero la voz demasiado fuerte de


Wolverine lo traiciona:

- Es tu socio, Maxime No-sé-qué, ¿no es así? Pregunto a Roman mientras que


nos mezclamos con la muchedumbre heterogénea.
- Sí, me responde de repente más sombrío. Y la cabeza coronada es
ciertamente la del celebérrimo Jack Parker...
- ¿Tu padre? ¿Está aquí?
- Aparentemente. No estaba previsto, pero debí sospechar que no resistiría el
atractivo de una velada VIP y de un open bar.
- ¿Te molesta que esté aquí?
- No, me asegura alzándose de hombros. No tengo ganas de cruzarlo, pero
después de todo, estamos aquí de incógnitos. Será suficiente con darle la vuelta
cuando lo veamos.

Pero se queda preocupado y sospecho que debe estar pensando que si alguien
es capaz de reconocerlo a pesar de su disfraz, es seguramente su padre...

Las relaciones entre padre e hijo parecen no estar pasando por su mejor
momento...

Los invitados rivalizan en imaginación por sus disfraces y no nos


encontramos dos veces al mismo personaje. Los disfraces son suntuosos, de un
realismo pasmoso. Sin embargo, constato con un cierto orgullo que ningún
hombre, ninguna bestia, ningún rey, ningún superhéroe es tan bello y sexy como
Roman. Ninguno le llega siquiera a los talones. Finalmente estoy muy feliz de
que lleve puesta una concha sobre su entrepierna y estaría casi tentada a agregar
una trampa de osos, son tantas las miradas femeninas golosas que sorprendo
clavarse en esa parte de su anatomía.

Deambulamos platicando en este ambiente fantasmagórico y Roman me


explica de forma breve y cómica la historia de cada persona que reconoce (hay
muchos). Trato de memorizar los nombres y las anécdotas que me cuenta, pero
no lo logro. Sólo atrapa mi atención el nombre de John Baldwin, ese
multimillonario surgido de la nada que ya había entrevistado al momento de una
subasta, mi primer reportaje para Undertake. Baldwin es un cincuentón
encantador, sencillo y simpático. Esta noche, se ha puesto el disfraz de Harvey
Doble Cara, uno de los enemigos jurados de Batman, y los dos hombres se
enfrascan en una lucha verbal de lo más cáustica. Estos hombres rivalizan en
inventiva y en humor negro, se amenazan con los maltratos más exóticos el
último que el anterior. Sigo sus intercambios riendo. No conocía esta faceta de
Roman; cada vez me gusta más...

- ¿Baldwin te reconoció? le pregunto deslizándome más cerca de él.


- Es poco probable. No nos frecuentamos; es Malik quien trata directamente
con él. De hecho, creo poder afirmar que aparte de Maxime, que fue quien me
invitó, nadie sabe aquí quien soy. Y eso me conviene perfectamente, dice
enredando mi cola alrededor de su puño para con ella acariciarme los labios.
- Mmm... ronroneo frotándome contra él.
- Estás sublime, gatita mía, sonríe tomándome por las caderas y empujándome
suavemente hacia una esquina oscura de la terraza.

Con su contacto, mi cuerpo reacciona instantáneamente, mi respiración se


acelera. Puedo ver en sus ojos un destello que conozco bien y que me promete
delicias y maravillas. Mientras que mi pensamiento traza escenarios tórridos que
hacen que mis piernas flaqueen, una voz estrepitosa desvanece todos mis planes
y hace saltar a Roman:

- Y bien, uno no se aburre en Ciudad Gótica, ¿no es así?

Nos encontramos frente a un Louis XIV con traje de etiqueta, y la peluca mal
puesta. Roman se queda inmóvil a mi derecha. El monarca nos examina con
mirada ambigua por el alcohol. La tensión de Roman es palpable. Saluda al rey
con un brusco movimiento de cabeza:

- Su Majestad, dice tomándome de la mano para llevarme más lejos.


- Saludos muchacho, no te alejes tan rápido, exclama Louis XIV, vacilando
sobre sus zapatos con tacón. Preséntame antes que nada a esta sublime creatura
que te acompaña.

Pero antes de que Roman tenga el tiempo de agregar cualquier cosa, añade
con una voz pastosa, mirándolo directamente a los ojos:

- ¿Acaso no nos conocemos?


- No lo creo, responde Roman, con la mandíbula apretada.
- Sí, sí, tu voz me es familiar, murmura el otro. Además tu manera de
pararte... déjame recordar.

Ay, qué predicamento. ¿Acaso no es Jack Parker, el padre de Roman?

- ¡Ahora recuerdo! exclama el rey ebrio. Ya sabía yo que ya te había visto.


- Ok, murmura Roman con un tono de hartazgo. Acabemos con esto...
- Bruce Wayne, ¿no es así? triunfa el otro sonriendo tontamente.

Casi suelto una carcajada, aliviada, pero Roman aprieta mi mano más fuerte y
me doy cuenta entonces de que Louis XIV nos observa atentamente.

- Tremendamente sexy, tu acompañante, Roman, dice entonces con una voz


metamorfoseada, grave y desafiante. Felicidades, hijo mío.
- Amy, dice Roman suspirando, te presento a Jack Parker, uno de los actores
más importantes de su generación, que desperdicia desafortunadamente su
talento actuando en blockbusters estúpidos y bromas poco graciosas. En suma,
mi padre.
- Encantada, respondo sencillamente sin saber qué pensar del personaje.
- Jack, te presento a Amandine Lenoir, una amiga.
- Encantado de conocerla, Amy, responde Jack, visiblemente resuelto a
ignorar mi nombre de pila. Es un alivio.
- ¿Un alivio? me sorprendo.
- Es tan raro sorprender a Roman del brazo de una mujer que más de una vez
me he preguntado si no prefiere a los hombres.
- Es importante notar, masculla Roman, que sin embargo tampoco
frecuentemente me ha visto del brazo de un hombre... y que él mismo tiene la
fama de no ser muy exigente en cuanto al sexo de sus conquistas.

¡Estoy estupefacta por este último comentario! Espero que la discusión se


vuelva aún más agria, pero Jack Parker no hace más que confirmar el rumor con
buen humor, bromeando a Roman conmigo antes de preguntarle sobre sus
proyectos en curso. Roman suelta mi mano para servirnos una copa de champaña
y no la ha vuelto a tomar. Eso me oprime el pecho.

“Jack, te presento a Amandine Lenoir, una amiga” le dijo a su padre. No


esperaba otra cosa más que una presentación cortés, por supuesto, pero... Pero
una no puede dejar de soñar un poco, ¿no es así? Me trago mi amargura y me
concentro en Jack Parker.

¡Qué hombre tan extraño! Es imposible determinar cuándo está actuando un


papel y cuándo es el mismo. Parece muy atento y paternal pero adivino por la
actitud distante de Roman que sus relaciones no son siempre tan cálidas. Eso me
pone incómoda. No estoy segura de apreciar a Jack Parker, pero no puedo negar
sus similitudes con Roman: entre otras, esta extraordinaria capacidad para jugar
un papel, para pasar de un personaje a otro. Jack Parker es ciertamente un
excelente actor. No puedo evitar pensar que su hijo heredó ese don...

¿Y Teresa Tessler en dónde entra en todo esto? ¿Qué tipo de pareja formaba
con Jack? ¿Qué clase de madre era para Roman? ¿Jack se había enterado antes
del accidente que ella lo engañaba? Las preguntas se agolpan detrás de mi frente.
Desde hace tiempo he perdido el hilo de la conversación entre el padre y el hijo
cuando Roman vuelve a tomar bruscamente mi mano.

- Ven aquí, la fiesta ya se acabó, es tiempo ya de irnos, me dice.

Ya no tengo el tiempo ni de sorprenderme o de preguntarle cuando ya me


arrastra hacia las rejas de la villa. Camino rápidamente a su lado sobre el sendero
de grava, concentrándome en no torcerme los tobillos.

- Mis botas no están previstas para correr un maratón, protesto.


- Discúlpame, dice Roman desacelerando el paso. Es aún temprano pero mi
padre ya está pasado de tragos, como pudiste notarlo. Él se puso a la cabeza para
tomar una “foto de familia”. Nosotros tres sobre el estrado, tomados del brazo,
bajo la lente de la cámara digital de decenas de teléfonos inteligentes de los
invitados. Te dejo adivinar si su idea me encanta.
- Ustedes no se llevan muy bien, ¿no es así? me arriesgo a decir tímidamente.
- No, no demasiado. Le gusta llamar la atención; yo prefiero la discreción. Él
necesita la mirada de los demás para sentirse vivo. Disimula tan bien sus
emociones que incluso ya no sabe cuáles son auténticas. No lo odio, pero lo
evito todo lo que puedo.

Es la primera vez que me habla de su padre. Eso me emociona y me gustaría


seguir platicando del tema, pero subimos a un taxi y no me atrevo a preguntarle
frente a un desconocido. Además que para él, parece que el tema ya está cerrado.

Tres minutos después hemos llegado a nuestro destino. El taxi nos deja frente
a una intrigante villa de madera tallada y de techo vegetal que se yergue al borde
de un inmenso parque plantado con árboles majestuosos, y en el que deambulan
algunas siluetas disfrazadas: visiblemente, la fiesta no ha terminado para todo el
mundo. Quedan algunos férreos amantes de la fiesta... Construida al borde del
agua, la villa está rodeada por jardines suspendidos. Los rayos de luna le
confieren un aura confusa y romántica que me da escalofríos: Roman supo
encontrar el lugar ideal para una tórrida noche de Halloween.

- ¿Te parece bien? me pregunta.


- Por supuesto, murmuro envuelta por el ambiente y por la belleza
encantadora del lugar. ¿Cómo podría no gustarme?
- ¿Un último paseo en el parque vecino, para compensar nuestra partida
precipitada? propone tendiéndome la mano.
- ¿Podemos invitarnos a la fiesta? me sorprendo.
- Está incluida en la renta de la villa, responde con un guiño, sin que yo sepa
si bromea o no.

Sea lo que sea, no me resisto a la perspectiva de un paseo bajo el claro de luna


con él, tomados de la mano. A la vista de todos, como una verdadera pareja,
incluso si aún traemos puestas nuestras máscaras. La idea me llena de alegría y
penetramos en el parque por una puerta falsa, mezclándonos con los
desconocidos disfrazados.

Deambulamos por los senderos sombríos, sin un destino determinado. Roman


me aprieta contra él, sus manos se aferran a veces a mis curvas, discretamente.
Me sonrojo, me hace bromas, yo a él, no me canso de recorrer el parque de su
brazo, saboreo esta seudo-legitimidad. Llegamos a una pérgola sumergida bajo
una madreselva de Japón de efluvios embriagantes y bajo la que se levanta una
pequeña mesa de mármol adornada por unas copas de champaña. Ya he bebido
más de la cuenta pero me siento ligera y despreocupada.

Protegida por el anonimato que nos procuran nuestros trajes y animada por la
champaña, me lleno de valor para tocar a Roman en cuanto la ocasión se
presente. Después de todo, ya me toca a mí y no soy yo, ¡es Catwoman! ¡Y
Catwoman es muy audaz!

Es la primera vez que puedo hacerlo en público y la sensación es estimulante.


Hacia lo que se anuncia como el fin de la velada, aprovecho que se haya
inclinado para alcanzarme una copa de champaña, para rozarle las nalgas. Él se
voltea vivamente, sorprendido, pero creo adivinar bajo su máscara una sonrisa
que me encanta. Me ofrece la copa, luego se voltea para alcanzar la segunda...

No resisto la tentación: después de una breve mirada a los alrededores para


verificar que nadie nos observe, me deslizo contra su flanco y le acaricio
suavemente las nalgas. Saboreo su redondez y su dureza bajo mis dedos. Esta
vez, él toma su tiempo para atrapar su copa y deduzco por esto que me está
dando carta blanca.

Me acerco aún más a él para besarlo detrás de la oreja, con mi mano sobre sus
nalgas, mimosa. Lo siento estremecerse y baja ligeramente la cabeza,
ofreciéndome en silencio su nuca bronceada. La sensualidad de su actitud me
electriza, repentinamente sólo tengo un deseo: encontrarme a solas con él para
disfrutar su cuerpo, su boca, su calor. Y su sexo, que imagino duro y tenso detrás
de la concha protectora de su traje. Él abandona la idea de beber y se voltea
hacia mí, apoyándose sobre la mesa. Me atrae hacia él, lentamente, su mirada
oscura se clava en la mía y voy a arrellanarme entre sus piernas. Sin dejar de
mirarme, me quita mi copa, luego nuestras máscaras. Pasa una mano entre sus
cabellos negros, para alborotárselos y muero de ganas por hacer lo mismo.

- No temes que puedan sorprendernos, pregunto, lanzando miradas nerviosas


alrededor de mí.
- Ahora, en este momento, no me importa mucho, Amy...
- Pero...

No sé demasiado que era lo que quería objetar, pero su boca sobre la mía me
impide decir más. Sus labios son suaves, tienen el sabor delicado de la
champaña; su lengua sale en busca de la mía y la invita a una danza lenta y
sensual, un torbellino de dulzura que se transforma en un vals trepidante y
vertiginoso. Como cada vez que Roman me besa, me pierdo.

Cuando su mano comienza a bajar el cierre de mi atuendo, cierre que corre de


mi mentón hasta en medio de mis muslos, estoy a punto de protestar. Quisiera
decirle que tal vez no estamos solos, que la gente podría sorprendernos en
cualquier momento, reconocerlo... pero las palabras se me escapan.

Desliza sus manos bajo mi disfraz, tomando mis senos, y me empuja detrás de
un pequeño muro vegetal, al abrigo de las sombras. Me apoyo contra un árbol,
con la respiración entrecortada, con las mejillas ardientes por la excitación.
Roman abandona mi boca para desgranar sobre mi pecho desnudo unos besos
que se extravían sobre mi vientre. Luego termina lentamente de bajar mi cierre,
sus dedos rozan mis bragas, y un pequeño gemido se me escapa. Se arrodilla
frente a mí y tomo sus cabellos entre mis manos, trémula de deseo. Su aliento
cálido entre mis muslos, a través de la tela, está a punto de enloquecerme, me
siento húmeda, olvido todo lo que me rodea, el ruido lejano de pasos sobre la
gravilla del sendero, la corteza rugosa del árbol en mi espalda. Sólo deseo su
lengua entre mis labios.

- ¡Oh Roman! ¡Cuánta falta me has hecho!


Sus dedos separan mis bragas y van a acariciar mi sexo ahíto de deseo,
tomando su tiempo sobre mi clítoris antes de penetrarme con una desconcertante
facilidad. Es tan rico...

Contengo la respiración. Siento la suya sobre la carne delicada en el delta de


mis muslos; su calor alterna con la frescura del aire de la noche, que me hace
estremecer. Su boca, por fin, se posa sobre mi sexo y, con las dos manos, tomo
suavemente su cabeza gimiendo. Cada uno de sus lengüetazos me provoca
escalofríos, los destellos de placer van en crescendo, más intenso cada vez.
Empujo mis caderas hacia él, ¡me está volviendo loca! El vigor de sus dedos que
van y vienen dentro de mí mientras me devora me lleva al borde del orgasmo.
Levanto los ojos al cielo, me muerdo los labios para no gritar. Pienso en esas
personas que se pasean demasiado cerca y que corren el riesgo de escucharme en
un recodo del sendero. Desafortunadamente, lejos de enfriarme, esta perspectiva
me trastorna, e incluso, me excita. Mis manos, lejos, muy lejos de mí, se crispan
en los cabellos de Roman, mi cuerpo entero está invadido por temblores y siento
subir de mi garganta, a pesar de mí, unos grititos de puro placer que estallan en
el aire tranquilo como burbujas de champaña, para finalmente transformarse en
un único y largo, muy largo, grito de goce... Cierro los ojos y las estrellas del
cielo son reemplazadas por las de mi cabeza, que explotan en cientos de
destellos luminosos y ardientes...

Siento mi cuerpo licuarse y perder toda resistencia, el suelo se pierde bajo mis
pies.

- Cuidado, hermosa, dice tiernamente Roman al tomarme justo a tiempo


mientras mis piernas me traicionan y estoy a punto de desvanecerme al pie del
árbol.

Me toma entre sus brazos. Me dejo llevar completamente, ir, saboreo su


fuerza. Hundo mi cara en su cuello, huele tan rico, huele a hombre. Me
embriaga. Tengo ganas de saborearlo, de chuparlo, de morderlo. Pero ya no
tengo la energía suficiente. Apenas logro mordisquearlo con la punta de los
dientes.

- ¿Qué te parece si continuamos esto en una cama? me pregunta.


- No puedo continuar, murmuro con lo poco de fuerzas que me quedan.
Dormir. No puedo más...
Me levanta sin esfuerzo, me cubre con su capa y me lleva hasta la villa de
madera. Me gusta estar entre sus brazos, como en nuestro primer encuentro.
Acurrucada contra él, tengo la impresión de no pesar más que un edredón de
plumas y de estar al abrigo de todo. Me duermo pensando hasta qué punto tengo
suerte por haber conocido a Roman Parker.

Cuando salgo de las brumas del sueño, siento lo mullido de un colchón bajo
mis nalgas y lo delicado de unas sábanas sobre mi piel. Ya no traigo puesto mi
atuendo, ya no soy Catwoman. Entreabro los ojos para percibir una silueta alta
que se dibuja frente al enorme ventanal que da al agua. Es Roman. Está de
espaldas. Está desnudo. Los rayos de la luna trazan sobre su cuerpo sombras
cambiantes, destacando el relieve de sus músculos. Es tan perfecto que tengo un
nudo en la garganta. Soy tan ordinaria comparada con él...

Roman...

Como si hubiese escuchado mi llamada silenciosa, Roman se voltea hacia mí.


Su rostro está hundido en la penumbra, pero veo brillar sus ojos. Se acerca a la
cama, atrapa las sábanas. Ahogo un pequeño grito de sorpresa cuando las jala y
las lanza detrás de él con un movimiento amplio. Enteramente desnuda frente a
él, siento de repente vergüenza de mi cuerpo, me siento vulnerable. Cruzo las
piernas y los brazos, me enrosco. Roman me pregunta:

- Te veías tan hermosa, recostada sobre esta cama, Amy. ¿Porqué no me dejas
verte?

Como sacudo la cabeza mordiéndome los labios, demasiado atribulada para


responder, él continúa, acercándose aún más a la cama:

- ¿No te gusta verme desnudo?


- ¡Por supuesto que sí! digo perpleja.
- ¿Y entonces?
- Esto no tiene nada que ver. Tú eres... perfecto. Si todo el mundo estuviera
fabricado con el mismo molde que tú, nadie hubiera inventado el Photoshop.
- ¿Y qué es lo que te gustaría photoshopear de ti? pregunta inclinándose hacia
mí.
- Casi todo, confieso lastimosamente.
- Seguramente no tus pies, tan pequeños y suaves, ni tus tobillos, dice
tomándolos en sus manos y jalándolos para extender mis piernas. Son
irreprochables, finos, delicados.
- Si tú lo dices, concedo de mala gana, pero desconcertada por su manera de
disponer de mi cuerpo y de apropiárselo.
- Ni tus piernas, tan largas, tan suaves, dice subiendo sus manos hacia mis
muslos.

Separa mis rodillas, cada vez más, hasta que el vello de mi sexo ya no es
suficiente para ocultarlo. Mis labios se separan, revelando la carne rosa y
palpitante de mi intimidad que se ofrece a su mirada.

Me siento horriblemente incómoda por saber que mi sexo está completamente


abierto frente a él, totalmente ofrecido a sus ojos. Incómoda, sí, pero tan
extraordinariamente excitada que siento cómo me mojo. Una pequeña corriente
de aire fresco pasa sobre mi sexo ardiente y se convierte en un delicioso suplicio
sobre mi clítoris en llamas... Roman se toma su tiempo, poniendo su atención de
mis ojos a mi sexo, de mi sexo a mis ojos. Me observa, separa todavía un poco
más mis muslos, hasta su máximo. Pasa un dedo sobre mi sexo abierto y
empapado, arrancándome un gemido.

- Créeme no hay nada que cambiarte. Ni tu vientre, hermosamente abombado,


ni tu cintura tan fina que puedo rodear con mis manos, dice uniendo el
movimiento a sus palabras, levantando mi pelvis de la cama, sembrando por
todas partes besos ligeros que me provocan escalofríos más violentos a medida
que se acerca a mi sexo chorreante.
- Oh...
- Ni tus senos, firmes y pesados como frutas prohibidas, dice tomándolos con
sus manos, después de haber retirado mis brazos cruzados, sus dedos juguetean y
pellizcan mis pezones dolorosos de placer. ¡Amy, tus senos le harían perder la
cabeza al más santo de los hombres!

Roman está inclinado y encima de mí; admiro su cuerpo, noto su


impresionante erección. Eso me hace sentir confianza y me reconforta ver que
no soy la única que está tan excitada... Luego me besa, con pasión, con
fogosidad y me cuelgo a sus hombros, lanzo mi pecho hacia él, para que lo
amase más fuerte. Pero él suelta mis senos para atrapar mis muñecas con una
mano; él las pone por encima de mi cabeza, mientras que la otra mano va a
acariciar mi sexo incandescente. Me inmoviliza y no recuerdo haber estado
nunca tan temblorosa de deseo, tan húmeda, tan excitada. Mi mente se encuentra
en la más total confusión y ya no es capaz de pensar en otra cosa que no sea
Roman. Mi cuerpo sólo tiene un deseo: dejarse poseer. ¡Dejarse poseer rápido y
fuerte!

- Roman... jadeo mientras mordisquea mis senos, provocando destellos de


placer al límite de lo insoportable.
- ¿Sí? dice incorporándose para buscar mi mirada.
- Roman... repito sin saber, sin poder decir otra cosa.
- ¿Te he convencido? pregunta imprimiendo a sus dedos un profundo vaivén
entre mis muslos que me hace perder el hilo de mis pensamientos cada vez más.
- Sí... ahora... sólo quiero... sólo quiero...
- ¿Que te haga mía?
- ¡Sí! grito cerrando los ojos, mientras que su pulgar se apoya sobre mi
clítoris, haciéndome oscilar en la frontera del orgasmo.

Repentinamente se interrumpe, y tengo que contener un aullido de


frustración. No tengo el tiempo para protestar cuando escucho el ruido
característico de un empaque que se desgarra y de un condón que se desenrolla.

Luego Roman está encima de mí, dentro de mí, y abro los ojos. Quiero verlo
disfrutar conmigo, quiero ver cómo se viene.

- Eres hermosa, Amy, dice con una voz ronca. Eres hermosa y me enloqueces
de deseo.

Estoy tan empapada que sólo tiene que deslizarse dentro de mí con un
movimiento de su pelvis, un movimiento fluido e impetuoso que me llena por
completo. Su sexo me invade y me colma, me encanta. Se retira casi enteramente
para volver a hundirse en mí, con un embate más fuerte, y vuelve a empezar.
Tiendo mi pelvis hacia él para que llegue más profundo, clavo mis uñas en sus
hombros. Cruzo las piernas alrededor de su cintura y acompaño sus movimientos
cada vez más amplios, cada vez más violentos. Sigo pidiendo más y Roman es lo
que desea; me da lo que quiero, con una potencia que me arrebata y me eleva,
hasta que me siento caer brutalmente y que el orgasmo me hace zozobrar
completamente.

Me aferro a su mirada mientras me hace gozar y me doy cuenta de que él


también se está viniendo, al mismo tiempo que yo. Me hundo en sus iris de una
negrura absoluta y dejo que el placer me consuma, me sumerja, me hunda. Me
entrego a Roman para seguirme y llevarme a la orilla de la consciencia cuando
llega el momento.

- Gracias, murmuro a su oído, más tarde en la noche sin en realidad saber por
qué le quiero agradecer.

¿Por el placer inefable que me acaba de dar? ¿Por hacerme sentir bella y
deseable? ¿O sólo simplemente por estar aquí, conmigo? Poco importa.

Me besa tiernamente en la comisura de los labios y me duermo entre sus


brazos.
15. Tan cerca de la felicidad

Al día siguiente, prolongamos nuestra noche tórrida por toda una mañana en
la cama. Quisiera no dejar nunca esta villa de madera. Los arrebatos apasionados
de Roman, su ardor al hacerme el amor, sus palabras tiernas, me embriagan y me
hacen perder la cabeza. Nunca me había sentido tan feliz ni tan bien conmigo
misma.

En el jet que nos lleva de regreso a Boston, me acerco a Roman mientras


examina unos documentos. Cuando me acurruco contra él, tiene en los labios
una sonrisa y pasa su brazo derecho alrededor de mis hombros. Me adormezco
rápidamente, con la mejilla contra su torso, con su mano acariciando mis
cabellos.

El paraíso debe ser muy parecido a esto…

La tarde llega a su fin cuando aterrizamos bajo el inicio de una tormenta.


Roman me acompaña de regreso hasta mi edificio y quiere subir hasta mi
apartamento. Comienzo por evitarlo porque el apartamento está en desorden,
Eduardo no fue advertido, mi casera, la señora Butler va a someterlo a un
interrogatorio muy formal. Sin contar que tengo su foto encuadrada encima de
mi cama, como una adolescente… Pero él no es del tipo que se da por vencido
tan rápidamente. Insiste, me hace cosquillas, me mima y me murmura,
rozándome los labios:

- Por favor, Amy. Tengo ganas de ver en dónde vives.


- ¿Estás consciente de que es completamente desleal, jugar con mis sentidos,
para obtener de mí todo lo que quieres?
- Sí, dice con una gran sonrisa precediéndome en el corredor.

Lanzo un suspiro de alivio al penetrar en el salón: no nos cruzamos a la


señora Butler y el apartamento está muy limpio. Eduardo no está en casa y
visiblemente aprovechó mi escapada a Miami para limpiar todo de arriba abajo.
¡Uf! Eduardo, eres una joya, el más formidable compañero de apartamento
con el que pude haber soñado, ¡te adoro!

Roman pasea alrededor de él con una mirada curiosa, le echa un ojo a la


biblioteca, y se dirige derecho hacia las habitaciones, cada una identificada por
una pancarta humorística con nuestros nombres. Él ignora la de Eduardo y
penetra tranquilamente a la mía.

¡Oh no! ¡En la habitación no! No quiero que veas esta foto…

Pero no tengo ninguna objeción válida que pueda utilizar para oponerme a
que Roman hurgue en mi cuarto, entonces me quedo silenciosa rogando por que
la penumbra le impida distinguir el contenido del cuadro que se encuentra por
encima de mi cama. Parece que mis ruegos fueron escuchados ya que él vuelve
dos minutos más tarde sin hacer ningún comentario.

- ¿Satisfecho? pregunto. ¿Quieres un té? ¿Otra cosa?


- Un café, si tienes, dice instalándose en el sofá. Está muy linda tu casa.
Gracias por haberme invitado.

Me preparo para hacerle notar que él se invitó completamente solo, cuando


Eduardo hace su aparición, visiblemente vuelve de haber hecho las compras.

- Hola Amy, dice dándome un beso sobre la mejilla. ¿Pasaste una buena
noche?
- Excelente…

Y antes de que pueda agregar algo más:

- Soy Eduardo, encantado, dice tendiéndole la mano a Roman que acaba de


levantarse.
- Buenos días. Roman Parker, responde Roman con una pizca de tensión.
- Ok… se contenta con responder Eduardo después de un rato de silencio,
antes de dirigirse a la cocina para vaciar su mochila de provisiones.
- Entonces, ¿es él tu coinquilino? me pregunta Roman con un tono que me
cuesta trabajo discernir.
- Sí. Es adorable, digo prudentemente.
- No lo dudo, responde con su aspecto siempre tan indescifrable, antes de
proseguir con un tono más bajo: ¿Cómo lo escogiste? ¿Por su foto? ¿Por sus
medidas? ¿Organizaste un casting?
- ¿Perdón?
- Sólo me estoy informando, no lo tomes a mal, dice, tratando de parecer
indiferente. ¿Pero no vas a tratar de hacerme creer que te encontraste a un tipo
tan guapo por casualidad?

Estoy tan desconcertada que me quedo muda. Le lanzo una mirada a Eduardo,
que está muy ocupado en la cocina. Con sus cabellos rizados, su piel color
caramelo, sus ojos de cervatillo y su cuerpo esbelto, volvería loca a más de una
(o a más de uno…).

Reconozco entonces lo que no llegaba a descifrar sobre el rostro de Roman: la


contrariedad. Casi lanzo una carcajada: Roman, celoso de otro, ¡es demasiado!
Es ciencia-ficción, como diría Sibylle.

- ¿Qué es lo que te causa risa? me pregunta entre broma y en serio.


- Nada, nada. Es cierto que es guapo, bromeo. Nunca me había percatado.
- Bgrompfx… masculla, hundiéndose en el sofá.
- ¿Perdón?
- Nada. No me has dicho cómo fue que lo encontraste.
- Puse un anuncio: « Se busca tipo de físico interesante para decorar mi
apartamento. »
- Y por supuesto, ¿sólo recibiste una candidatura…?
- No, había también un jorobado tuerto psicópata que hubiera dado el más
bello efecto en mi sala, pero Eduardo me probó que cocinaba las mejores
enchiladas del mundo. Así que, la selección se hizo muy rápidamente, digo
alegremente inclinándome hacia Roman para tocar su boca con la mía.
- Porque además, sabe cocinar… refunfuña todavía antes de regresarme el
beso, luego de hacerme caer sobre sus rodillas para besarme con una pasión tal
que ya no quiero bromearlo y mucho menos hablar de mi coinquilino (lo que era
el objetivo, supongo).

Sólo puedo pensar en Roman.

Como siempre desde que lo conocí.

***
Paso el fin de semana siguiente desmenuzando los periódicos que había
comprado, lo que evocan el accidente de Teresa Tessler. Espero todavía los DVD
de sus películas; espero recibirlos antes de fin de mes, pero algunos son difíciles
de encontrar.

Las fotos de Teresa son sublimes, era de una belleza irreal. Roman es su viva
imagen: los ojos en forma de almendra como dos destellos de obsidiana, los
pómulos altos, los cabellos de un negro azabache, la boca sensual, la gracia
felina. Roman no heredó de su padre más que los amplios hombros y la
impresión de fuerza bruta, de una cierta violencia que subyace bajo la superficie.
Jack Parker es un actor de películas de acción y tiene el físico del empleo
mientras que la hermosa mirada de Teresa burbujea inteligencia y sensualidad.

Los artículos de Undertake me habían dejado con muchas lagunas. Vista la


orientación de la revista, éstos se centraban más en Elton Vance, el hombre
político, el caballero blanco combatiendo la corrupción y los timos financieros,
que sobre Teresa Tessler, simple actriz. Sin embargo, puestos en paralelo con los
de los tabloides, empiezo a obtener una buena base de informaciones.
Interesante, pero incompleta. Decido llamar a Andrew Fleming. Él siguió todo
este asunto en esos años, él podrá probablemente ayudarme.

Después de una breve exposición para resumirle mis descubrimientos, le


hablo de Randall Farrell y de su teoría del asesinato:

- Lo que me intriga, es que ese periodista parece persuadido de que era Teresa
Tessler el objetivo. Sin embargo, me parece que Elton Vance era un hombre que
sólo conocía la amistad. Le ponía forzosamente el pie a mucha gente poderosa.
Tal vez incluso peligrosa.
- Por supuesto, admite Andrew después de un silencio, pero era Tessler la
estrella, quien era asediada día y noche por los paparazis, de quien se seguían los
más mínimos hechos y gestos. Y era su auto. Vance era mucho menos mediático,
hubiera sido más simple eliminarlo discretamente en su casa de California.
Además, Teresa Tessler era una passionaria de la causa animal y su muerte
sobrevino justo durante una campaña particularmente ajetreada en contra de los
laboratorios de cosméticos que hacían experimentos y test en animales.
- ¿Sabes en dónde podría documentarme más seriamente sobre todo esto?
- Parece que te estás involucrando.
- Sí, esos viejos misterios, exacerban mi curiosidad.
- Lo mejor, sería que nos viésemos, ¿te parece? Seguramente podré
conseguirte varias cosas interesantes revisando en mis archivos.
- Sería increíble!
- Ok. En este momento, tengo mucho trabajo y tengo que salir de viaje de un
país a otro, pero te llamo cuando ya haya hecho la revisión de mis cajas de
archivos y que tenga un momento para dedicarte.

Cuelgo el teléfono agradeciéndole. Andrew es un viejo de la vieja guardia,


conoce este medio mejor que cualquiera. Tengo una suerte extraordinaria de que
acepte ayudarme. Sin embargo, una cuestión me preocupa desde hace varios
días…

¿Tengo que hablar de todo esto con Roman? ¿Cómo va a tomarlo? ¿Acaso
tengo el derecho de investigar sobre el pasado de su madre, sobre su pasado, y
sin su consentimiento?

Resultaron ser tres preguntas.

***

La semana siguiente, un halo de felicidad acaba de poner un poco de dulzura


en mi día a día trepidante. Recibo de Francia una invitación por un nacimiento:
Lou, la adorable joven esposa del multimillonario Alexander Bogaert, con quien
ya me había cruzado cuando hice mi primer reportaje para Undertake, acaba de
dar a luz a una bebé, Celia. Me siento emocionada, y también conmovida de que
Lou no me haya olvidado. Me apresuro en responderle.

Aparte de eso, paso días interminables en el periódico y abordo el fin de


semana en un estado tal de fatiga que Eduardo se inquieta:

- Espero que no planees llevar un ritmo así durante todo el año, Amy, porque
vas a tronar antes de que termine tu estancia en la empresa.
- No… no… es… excepcional, digo dando un bostezo enorme, recostada
sobre el sofá.
- Qué bueno porque el tórrido Roman Parker no querrá que la gente lo vea al
lado de una zombi.
- ¿Tórrido? subrayo abriendo un ojo. ¿Te parece tórrido?
- Lo encuentro incandescente, si quieres que te lo diga, confiesa Eduardo. A
tal punto que hasta parece inmoral.
- Tienes completamente la razón, digo sonriendo. Roman Parker es un
atentado a la moral pública.
- Exactamente. Es suficiente con mirar a ese tipo a los ojos para tener el sexo
en posición de firmes.
- ¡Eduardo!
- Y cuando se le mira a otra parte que no son los ojos…
- ¡Eduardo! repito lanzándole un cojín.
- ¿Qué? ¿No es la verdad?
- Sí… murmuro cayendo en el sueño, con una sonrisa en los labios.

***

El mes de noviembre pasa a una velocidad espeluznante. La carga de trabajo


en Undertake no ha disminuido y acabo todas mis semanas con mucha presión.
Pero ataco las horas suplementarias con tanto entusiasmo que Edith me ha
concedido algunos días suplementarios en mis vacaciones de Navidad. De golpe,
envío un correo electrónico a Lou para proponerle pasar a verlos a París, a ella y
a su bebé. Me responde que estaría encantada. También igualmente pude
confirmar con mi padre que llegaría a su cumpleaños y que me quedaría hasta
Año Nuevo. Cuando le anuncia la buena noticia a Roman, éste me dice:

- Estoy feliz de que puedas volver a ver a tu familia, Amy, aprovéchalo. Es


precioso, incluso si sé que no siempre es fácil la relación entre ustedes… Es
frecuentemente el caso, con aquellos que uno ama.

Su voz me parece lejana y velada, pero encadena muy rápido, con un tono
despreocupado:

- ¿Quién sabe: tal vez hasta podamos vernos? Debo ir a Mónaco y a París,
cosa de negocios, alrededor de esas épocas. Si te desesperas y ya no puedes más
con las bromas del tío X y con la lengua viperina de la abuelita Y, sin olvidar las
peleas de gatas con tus hermanas, siempre podrás llamarme y yo iré por ti, como
un valiente caballero, para volar en tu auxilio.
- Dices eso porque no conoces a mi madre, digo riendo, persuadida de que
está de broma. Pero sería en realidad muy valiente y caballeresco de tu parte.

Mi aventura con él monopoliza mucha de mi energía. ¡me parece infatigable!


Sin embargo, incluso si ocupa todos mis pensamientos, Roman está lejos de
ocupar todo mi tiempo. Sólo nos vemos en ciertas ocasiones excepcionales, al
momento de una cena o de una velada. A veces por una noche. Y, incluso si trato
a toda costa de evitarlo, tengo que confesar que eso me pone un poco triste. No
sé demasiado en dónde estoy con él, ni a dónde voy. Paso por fases de euforia
que se alternan con momentos de profunda melancolía.

Responde siempre muy gentilmente a mis correos electrónicos o a mis


mensajes de texto, pero nunca es él quien toma la iniciativa de enviármelos, sólo
para proponer vernos. Trato de ser más tranquilizarme diciéndome que no está
nada mal, que es incluso inesperado, pero… quiero más. Eso es, lo he dicho. No
quiero una simple aventura con Roman Parker. Quiero formar parte de su vida.

Pero tampoco puedo evitar saltar de alegría cuando recibo este correo
electrónico:

De: Roman Parker


Para: Amy Lenoir
Asunto:Fin de semana largo.

Buenos días hermosa,
¿No es acaso mañana que debes ir a Bâton Rouge para Undertake?
Si sí, ¿qué te parece alcanzarme en mi casa de la Nouvelle-Orléans esta
noche?
Joshua podría pasar por ti alrededor de las 18 horas.
Planea un equipaje para cuatro días.
Te mando un beso.
Roman.

¡Cuatro días! Doy un salto impresionante sobre el sofá, acompañado de un tal


aullido que Eduardo está al principio convencido de que fui atacada por una
avispa. Son las 17 h 45 . Lo desengaño haciendo mis maletas con una mano y
tratando de enviar un mensaje de texto a Roman con la otra.

Roman me responde inmediatamente:


[No he comprendido todo: “sperg enial oy estare lis!ta” ¿eso quiere decir que
sí vienes?]
[¡SÍ!]
[Ok;)]

Roman va a recibirme a la pista de vuelo, a la llegada del jet. Constatando que


estoy toda temblorosa, apenas tiene tiempo de agarrarme antes de que caiga en
picada en las escaleras al bajar. Lanza una mirada encolerizada a Tony:

- ¡No volaste sin hacer tus tonterías! lo acusa.


- ¡Casi, señor Parker, casi, se lo juro! se defiende Tony con aplomo mientras
que yo tengo la impresión de que él aprovechó la ausencia de Roman para repetir
una coreografía de baile aéreo.

Roman me sostiene hasta el auto y Tony se aplica para no superar los


cincuenta kilómetros por hora, su hermoso rostro de chocolate es la viva imagen
de la inocencia.

No siempre soy valiente cuando llegamos a la morada de Roman, una vasta


mansión con una arquitectura sorprendente que combina con audacia (y
felicidad) el tipo colonial con el estilo moderno, la madera con el acero, la
exuberante vegetación que sube por asalto a los balcones y barandillas y la
sobriedad de los gigantescos ventanales. Todo es simplemente magnífico. Me
olvido por unos momentos de mis piernas de malvavisco para admirar su
fachada de madera roja oscura, sus columnas esculpidas y su terraza de dos pisos
desde donde la vista sobre el Mississippi deber ser fabulosa.

Roman me propone pasear un poco en el parque antes de entrar, y acepto con


gratitud.

Caminar al aire libre me hace bien. La presencia de Roman me hace bien.


Muy rápido, mi malestar se desvanece completamente para dejarle el lugar al
habitual deseo difuso que la cercanía de Roman desencadena en mí de la misma
forma que un interruptor enciende una luz. Progresivamente, mi cuerpo parece
salir de su letargo, mis terminaciones nerviosas crepitan, el calor de su mano en
el hueco de mi espalda se propaga hasta mis nalgas, a mis muslos, y siento una
dulce languidez que me invade. Hace mucho tiempo que no hacemos el amor y
mi cuerpo me lo recuerda violentamente. Me inmovilizo bajo un árbol para mirar
a Roman. Distingo mal sus rasgos en la noche pero algo en mi actitud le hace
instantáneamente comprender lo que quiero: a él. ¡A él!

Ninguno de los dos pronuncia ni una palabra, pero me besa bruscamente y


nos encontramos rápidamente con la respiración entrecortada, con el cuerpo
tembloroso, tan impacientes el uno como el otro. Roman me sube la larga falda
de lana, yo deshago su cinturón, el me quita las bragas, lucho con sus botones,
gruño, él ríe, viene en mi ayuda y cuando por fin creo que va a hacerme suya, en
el momento en que estoy convencida de que voy a morir aquí, ahora, al pie de
este árbol si no me hace el amor en este instante, cuando estoy lista para
gritárselo, se inmoviliza temblando y lanzo un suspiro que termina en un
estertor:

- ¿Qué? pregunto, impaciente, casi enloquecida. Roman, ¿qué sucede?


- Sucede que , dice con los dientes apretados, no había previsto que quisieras
abusar de mi cuerpo antes incluso de cruzar el umbral de la casa.
- ¿Eso qué significa? digo boquiabierta.
- Que soy un cretino, suspira. No traigo ningún condón.
- ¡Argh! no puedo evitar gruñir.
- Argh, como tú dices, confirma Roman riendo.

Luego, como buen jugador que es, desliza su mano entre mis muslos:

- Afortunadamente para ti, me quedan mis dedos, y mi lengua, dice


suavemente. Pero un día, tendremos que, muy seriamente, hablar sobre el asunto
de la prueba del sida y dela píldora anticonceptiva. Si no, corro el riesgo de
dilapidar toda mi fortuna en preservativos, dice esbozando una sonrisa.

Realmente, ese fin de semana hubiera podido ser idílico. ¡Debió haberlo sido!

Todas las condiciones estaban reunidas: Roman me invitaba por fin a su casa,
en un verdadero hogar, por cuatro largos y deliciosos días. No en esos
apartamentos fríos e impersonales de las torres de Manhattan, no, si no en el
lugar en el que había crecido, en Luisiana, en la casa de su infancia. Un lugar
cargado de recuerdos y pesado por tantos significados que tienen para él.

Me había regalado un episodio tórrido a tres pasos del lugar en el que late su
corazón, recordándome como si fuese necesario, que él es el hombre que había
despertado mi sensualidad, el único que colmaba mis sentidos. Y si yo hubiera
comprendido perfectamente su ocurrencia, si yo no hubiera ni soñado ni tomado
mis deseos como una realidad, él me hubiera propuesto en la inmediatamente
después una relación exclusiva. Es por lo menos así que yo había interpretado su
jugada en el parque a propósito de la prueba del sida. Cuando ya no se quieren
usar condones, es eso un signo, ¿no? Tal vez no exactamente una declaración de
amor pero… ¿algo no muy lejano? Suficientemente, en todo caso, para
aturdirme por la felicidad.

Entonces, ¿porqué dos días más tarde me encuentro llorando, llorando y


llorando, completamente sola sobre mi sofá, en lugar de reír y de gozar en sus
brazos? ¿Cómo pude arruinar todo hasta este punto? ¿Tan rápidamente? ¿Tan
radicalmente?

Roman me tuvo confianza, me entreabrió una puerta hacia su pasado y yo


penetré con la delicadeza de un buldócer. Destruí todo, demolí todo. Y no sé
cómo repararlo.

Jamás tendré suficientes lágrimas para ahogar mi pena.


16. Aviso de tormenta

Un viento helado sopla en Boston desde hace dos días, llevándose con él las
últimas hojas de los árboles. La lluvia golpea las ventanas sin cesar, la
temperatura ha bajado tan rápido y tanto como mi ánimo. Noviembre se ha
terminado, y junto con él un otoño lleno de dulzura y promesas. El invierno ya
llegó, tanto en el cielo nublado como en mi corazón atormentado.

Roman me dejó.

Escondida bajo una cobija polar, sentada con un traje sobre mi cama, miro la
lluvia caer. Las ventanas se parecen a mis mejillas, superficies frías marcadas
por las lágrimas.

Estoy sola en el apartamento, no tengo a nadie con quien compartir mi pena o


aligerarla un poco. Me siento perdida. Eduardo, mi adorable coinquilino, es el
único que sabe acerca de mi relación con Roman, y está de vacaciones. No me
veo llamándolo a su casa en México para contarle lo lamentable que estuve y lo
triste que estoy.

Cada mañana, hago muecas frente a mi espejo hasta encontrar una expresión
que pueda parecer una sonrisa y después me voy a trabajar. En el periódico,
nadie se ha dado cuenta de nada, excepto Simon, mi compañero fotógrafo, pero
tiene demasiada delicadeza como para decirme que tengo cara de muerta o para
acecharme con preguntas. Debería seguir su ejemplo. ¿En verdad se puede
aprender la delicadeza?

Roman me dejó porque arruiné todo. Fui estúpida, lo lastimé. Pagué los platos
rotos. Muy caro.

Pero todo era perfecto. Pasamos un fin de semana maravilloso en Luisiana en


su casa de infancia, me presentó a Norah, su institutriz, y me llevó a visitar
Nuevo Orleans. Hablamos de nosotros, de nuestros gustos, de nuestras ideas.
Reímos mucho, e hicimos el amor.
Le hablé de mi infancia, de mi relación caótica con mi familia, de mis
interminables conflictos con mi madre, que siempre tiene algo que reprocharme;
de la pasividad de mi padre, la cual por mucho tiempo consideré indiferencia
hacia nosotros, sus hijos. Roman me escuchó, y confiar en él me hizo bien. Me
sentí comprendida. Luego le pregunté acerca de sus padres y lo sentí crisparse.
Pero me respondió, a medias, con pequeños comentarios prudentes, púdicos. Su
infancia en los rodajes con su madre, la gran actriz Teresa Tessler. Las ausencias
y los excesos de su padre, a quien había visto en Halloween. La muerte de su
madre, seguida por su ingreso al internado, en Suiza, donde conoció a Malik, el
cual se convirtió en su mejor amigo y posterior socio.

Pude haberme conformado con eso, ya era bastante, sobre todo para él. Si
hubiera tenido una onza de delicadeza, sólo lo hubiera escuchado, como él lo
hizo conmigo, y me habría callado. Pero quise adentrarme más en la brecha que
acababa de abrirse en su coraza. Le hablé acerca de mi investigación sobre
Teresa Tessler. Se quedó mudo. Sentí que había cometido un error, pero ya no
podía dar marcha atrás. Me interrogó y no quise mentirle. Entonces le conté
todo, lo que sabía acerca de la relación de Teresa Tessler con Elton Vance y de su
accidente automovilístico... que en realidad fue un asesinato maquillado.

Roman se petrificó, se puso pálido. La calma antes de la tempestad, pensé.


Pero no. Se controló, como siempre. Al menos por fuera.

– Mi madre murió por culpa de los periodistas, me dijo con una voz neutra.
La persiguieron en el auto, para obtener una primicia, una foto de ella con su
amante, y la persecución terminó cuando ella chocó contra un poste. Los
paparazzi tuvieron los mejores asientos para el espectáculo. Esos que hurgan
mierda como tú.

Recibí esas palabras como si acabara de darme una bofetada. Que hurgan en
la mierda... El término es tan vulgar, tan despectivo, que nunca lo habría
imaginado saliendo de su boca. Fue entonces que me di cuenta de la magnitud
del desastre. No estaba enojado, no estaba furioso, estaba más allá de todo eso.

– Tenía 7 años. Gracias a ellos, pude ver fotos de mi madre muerta en los
periódicos. El auto destruido. La sangre en el piso. ¿Eso te parece normal? ¿Te
parece emocionante?
¡Obviamente no! ¿Qué responder ante eso? Mortificada, estupefacta, con la
lengua pegada al paladar, me fue imposible encontrar las palabras. Su dolor
parecía emanar de él, y me quemaba.

– ¿Es por eso que te interesas en mí?, continuó con una voz tan baja que
parecía más bien un gruñido. ¿Para desenterrar esa vieja historia, volver a
ponerla de moda, con la primicia del asesinato para poder reinventarla? ¿Para
escribir la primicia que nadie ha podido obtener antes que tú?

Entonces me di cuenta de que, en medio de la confusión, no le había


explicado la razón de mi investigación. Primero fue para acercarme a él.
Después para descubrir la verdad acerca de la muerte de su madre. Pero
seguramente no fue para escribir un artículo. La idea ni siquiera me pasó por la
mente, y que él pueda creer eso me hace entrar en pánico por completo.

– Roman, no, yo... Eso no tiene nada que ver, lo juro...


– ¿No? ¿En serio? ¿Entonces por qué te relacionas con esa basura de Andrew
Fleming? Creí que había desaparecido o al menos había sido enviado a la
sección de perros atropellados pero... ¡sorpresa! Vuelve a surgir justo cuando tú
llegas a mi vida. Qué coincidencia, ¿no, Amy?
– Pero... Andrew es sólo un colega... que quiso ayudarme a...
– ¿Ayudarte a qué? ¿A hurgar en la mierda?

Roman sacudió la cabeza, pareciendo estar en shock. Y, lo peor de todo:


asqueado.

Lo que siguió no es más que una pesadilla. Quise expresarme, disculparme.


Imposible. A pesar de mis gritos, a pesar de mi llanto, Roman no era más que
una pared.

– No quiero volver a verte, me dijo simplemente con una voz extrañamente


átona.

Hubiera preferido que él también gritara, que me regañara, que explotara, que
se volviera loco. Que comunicara algo. Pero sólo era... de mármol. Frío. Inmóvil.
Callado.

En dos tiempos, tres movimientos, me encontré de nuevo en el jet, en manos


de Joshua, quien se encargó de acompañarme a mi apartamento.

Y eso fue todo.

Por supuesto, desde entonces le envié un mail, y hasta varios, para pedirle
disculpas, que perdonara mi torpeza. Y sobre todo, para explicarle mi
comportamiento.

Pero... nada. Ninguna respuesta. Ni siquiera sé si los leyó.

¿Cómo pude tener tan poco tacto? ¿Tan poca sensibilidad? ¿Cómo pude
dejar que la situación se me escapara de las manos hasta el punto en el que
Roman me creyera capaz de utilizarlo? Si yo me siento destrozada, ¿cómo debe
sentirse él? Traicionado, eso es seguro...

***

Es una llamada de Andrew, el sábado siguiente, lo que me saca de mi letargo.


Al ver su nombre aparecer en mi celular, dudo en responder. Roman dijo que era
una basura. Ignoro qué le reprocha exactamente pero no creo que sea buena idea
seguir frecuentándolo. Por el otro lado, Roman odia a todo lo que tenga que ver
con el periodismo. Y no pienso dejar de investigar acerca de la muerte de Teresa.
Después de todo, lo peor ya sucedió: Roman me dejó. Y si ella fue asesinada,
debe hacerse justicia. Contesto:

– Hola Andrew, ¿qué hay de nuevo?


– Hola Amy, busqué en todos mis archivos y encontré artículos que podrían
interesarte. ¿Sigues investigando sobre Teresa Tessler?
– No sé si decir que la investigo, pero sí, sigo buscando información acerca de
su muerte.
– Ok, ¿estás en tu casa? Porque estoy en el auto, puedo pasar a dejarte todo, a
las 3 de la tarde, si me das tu dirección.
– Es muy amable de tu parte, Andrew. Gracias. Vivo en la Chestnut Street,
apartamento 3 B.

Pasamos toda la tarde hablando del asunto. Andrew parece interesarse por mis
descubrimientos y deducciones, y de repente me pregunto por qué le interesa
tanto ayudarme. ¿En qué le puede beneficiar? ¿Debería desconfiar de él?
– ¿Andrew? pregunto hojeando su carpeta. ¿Por qué me estás ayudando?
– Bah… dice alzando los hombros. No me cuesta nada. Y además... ¿quién
sabe? Tal vez algún día necesite algo de ti. No soy tan desinteresado. Después de
treinta años en este medio, mi única certidumbre, es que para un periodista, una
buena fuente es la clave del éxito.

Tiene razón. Me estoy volviendo paranoica... Entre más contactos tiene uno,
más información, tan simple como eso.

– Estás muy bien documentado. ¿Nunca pensaste en sacar un artículo de esto?


pregunto, sospechando que tal vez me ayude para aprovecharse de esto después.
– ¿Del accidente? Ya todo fue escrito en ese entonces.
– Sí, pero si tomamos en cuenta que es un asesinato disfrazado de accidente,
sigue habiendo mucho por decir.
– Es cierto. Pero soy demasiado viejo para esas estupideces. Se lo dejo a
jóvenes llenos de pasión, como tú, dice sonriendo. Yo me conformo con artículos
que den mucho a cambio de un mínimo esfuerzo. No soy un idealista, y no
trabajo para la gloria ni por el placer. Sólo por el dinero. Si acaso hay algo
misterioso en la muerte de Tessler (lo que todavía falta demostrar), tendrás que
trabajar días enteros, semanas, si no es que meses, en la investigación antes de
encontrar algo. Sin tomar en cuenta que habrá que ir a Francia, donde murió, y
lidiar con los policías franceses (sin ofender). ¡No gracias!
– Gracias por tus ánimos, bromeo. Visto así, hasta yo comienzo a
preguntarme en qué me metí.

¡Al menos dice las cosas con honestidad!

Más tranquila, paso el fin de semana analizando su información y encuentro


una multitud de noticias que, acomodadas de forma correcta, me dan la idea de
un asesinato. Anoto el nombre del policía parisino que se encargó de la
investigación en esa época: Robert Martin. Hubiera querido contactarlo, pero me
informan que se jubiló y que un tal Nils Eriksen lo remplazó. Es demasiado
joven para haber seguido con el caso pero si pudiera conocerlo, tal vez podría
convencerlo de volver a abrir la investigación... Justo estaré en Paris en diez
días, no podría ser mejor.

Paradójicamente, hundirme en el pasado de Roman me ayuda a enfrentar


nuestra ruptura. Es algo que nos reúne, como un vínculo que se crea entre
nosotros.

***

Algunos días más tarde, los DVD de las películas de Teresa que había pedido
llegan al fin. Miro las tres principales, y si bien no me dan nada que me haga
avanzar en mi investigación, me acercan un poco más a Roman.

En una de ellas, el niño que hace el papel del hijo de Teresa se parece
extrañamente a... ¡su propio hijo! Me apresuro a adelantar el final, veo los
nombres en los créditos hasta llegar al que me interesa: ¡el pequeño niño se
llama Jacob Parker! Mi corazón da un brinco en mi pecho, yo misma brinco
sobre el sillón. Regreso a la escena donde aparece: efectivamente es Roman, un
Roman miniatura, de cinco o seis años, adorable, con sus grandes ojos color
almendra y su actitud seria. Y un corte de pelo improbable, con sus mechones
negros apuntando hacia todas partes, lo cual me arranca la primera sonrisa desde
hace varios días.

¡Oh, Roman! ¡Te extraño! Si supieras cómo me arrepiento...

Verlo con su madre me hace un nudo en el estómago. Se ven tan cercanos,


veo tanta ternura en la forma en que Teresa lo mira... No puedo creer que esté
actuando. Había algo muy fuerte entre ellos. Sólo logro sentir más compasión
por ella y más amor por él. Estoy más decidida que nunca a descubrir quién le
hizo daño a Teresa, y los separó.
17. París despierta

La semana siguiente, aterrizo en París. Pasé todo el vuelo pensando en


Roman, en nuestros maravillosos momentos juntos, en su ternura, en nuestras
noches. Daría lo que fuera para besarlo de nuevo, sentir sus manos sobre mí,
clavar mi mirada en la suya cuando me hace el amor.

Mi padre es el único que me recibe en el aeropuerto. Intento sacar a Roman


de mi mente para aparentar estar muy feliz.

– Tu madre y tus hermanas están muy ocupadas con los preparativos de mi


cumpleaños, me dice. Están volviendo locos al de los banquetes y a la florista. El
ambiente es... eléctrico. Si de mí dependiera, celebraría sólo con ustedes, pero
les gusta tanto organizar fiestas...

Aprovechamos nuestro momento a solas para hablar tranquilamente. En


ausencia de mi madre, mi padre es otro hombre, relajado, locuaz, divertido. Me
felicita por mi trabajo en el periódico.

– Mi hija se está abriendo camino en los Estados Unidos, dice con orgullo.
Debería estar loca de alegría, risueña, hablando de eso... ¿entonces por qué tengo
la impresión de que está triste?
– Solamente estoy cansada por el vuelo, lo tranquilizo sonriendo. Y además,
tuve que trabajar más, hacer horas extras para conseguir más días de vacaciones.
Pero todo está bien, te lo aseguro.

Cuando llego a la casa, es una locura: todo el mundo corre para todas partes.
Mis hermanas, Sibylle y Marianne, se pelean acerca de las flores frente a la
mirada sorprendida de una mujer que intenta tomar notas pero ya no sabe a quién
escuchar. Mi hermano Adrien, con su hijo Benoît sobre los hombros, intenta
tranquilizar a un hombre regordete que se preocupa por la cantidad de bocadillos
previstos, mientras que mi madre echa chispas en el teléfono. Cassis, el
yorkshire del vecino, duerme pacíficamente sobre el sillón de la sala. Saludo
rápidamente a mis hermanos y sobrino; Sibylle me salta al cuello una décima de
segundo antes de regresar a su problema de iris y camelias. Desalojo
discretamente a Cassis antes que mi madre se dé cuenta y quiera ejecutarlo por la
cantidad de pelos perdidos y de baba sobre el cuero del mueble.

– Hola, mamá, digo a mi madre cuando al fin cuelga.


– Ah, hola Amandine. ¡Dios mío! ¡Te ves terrible! me responde como única
bienvenida. Y subiste de peso, el pantalón te aprieta. ¿Comenzaste una dieta a
base de hamburguesas?

Bajo la mirada hacia mi pantalón, que no me parece más apretado de lo


normal (hasta me parece más flojo) pero no tengo tiempo de responder antes que
continúe señalando a Cassis, dormido sobre un cojín:

– No es tan grave, llegas justo a tiempo. Hay que regresar a la bestiecita ésa a
la casa de su dueño antes de que haga sus necesidades por todas partes. Hay un
hoyo en el alambrado y aprovecha para meterse aquí cada vez que abrimos la
puerta. Por supuesto, eso no pasaría si tu padre lo hubiera reparado, pero al
parecer es demasiado pedir, continúa fusilando con la mirada a mi padre, quien
se apresura a desaparecer en la cocina.

Un poco aturdida por esta lluvia de palabras y la bienvenida menos calurosa


del mundo, asiento. Con Cassis en brazos, me dispongo a atravesar la puerta
cuando ella me lanza, desde las escaleras:

– No tardes demasiado. Comeremos en media hora. Preparé costillas de


ternera a la antigua y saboyana de frambuesa y chocolate...

Estas últimas palabras me calientan el corazón y me arrancan una sonrisa. Me


volteo para agradecerle, pero ya desapareció. Mi madre... la reina de las
contradicciones. Me recibe como si fuera un perro, pero se toma el tiempo, justo
en medio de todo este frenesí de preparativos, para cocinarme mi platillo y
postre favoritos. Sabiendo la importancia que le da a lo dietético (después de
todo es su profesión) y su pasión por las siluetas filiformes, no podría imaginar
un mejor regalo de bienvenida. Hacer una saboyana es, para ella, como la peor
de las traiciones.

De repente, estoy feliz de estar aquí, en mi casa, con los míos.


Este estado de felicidad dura poco; la cena es un castigo. El autoritarismo de
mi madre, la condescendencia de Marianne, su insoportable elitismo que choca
constantemente con las provocaciones insolentes de Sibylle, la pasividad de mi
padre y de Adrien, todo eso me recuerda rápidamente por qué me urgía tanto
dejar el nido familiar. Uno nunca tiene un instante de descanso en esta familia.
Todo el mundo está constantemente en pie de batalla. Por más que los ame, es
agotador. Insoportable.

Llego a preguntarme qué pudo haber pasado por mi mente cuando acepté
regresar dos semanas. Dos largas semanas, que me van a parecer interminables...

Por la noche en mi cama, pienso en Roman. ¡Me gustaría tanto que estuviera
aquí! Poder refugiarme en sus brazos, donde nada más importa.

Le envión un enésimo mensaje. Sé que no contestará.

[Roman, te extraño. Perdón. Respóndeme. Ya no puedo con este silencio. Ya


no puedo con tu ausencia. Estoy en París, te mando un beso.]

***

Al día siguiente, estoy de pie desde las 6 :30 a.m. No pegué el ojo en toda la
noche, triste de constatar que efectivamente mi mensaje se quedó sin respuesta, y
estresada por la idea de tener que enfrentar el cumpleaños de mi padre y Navidad
con toda mi familia. Otra vez se van a entrometer en mi vida sentimental,
cuestionarme, preguntarme si tengo novio (algunos murmurarán que tal vez
tengo una novia secreta …), preocuparse de que sigo estando soltera a los
24 años. Otra vez voy a ser la oveja negra. Hasta Sibylle, mi hermana más joven,
ya está comprometida. De hecho me pregunto cómo ella, tan llena de vida, puede
divertirse con un tipo tan aburrido como Matthieu. Es un hombre 15 años más
grande que ella, pero le regaló un anillo hermoso, es notario y sabe cómo caerle
bien a mi madre. ¿En verdad eso puede bastarle a Sibylle para ser feliz?

¡Ah, si tan sólo Roman estuviera aquí! ¡Eso le cerraría la boca a todo el
mundo!

Desayuno en compañía de Paul, el hijo de Marianne y Alexandre, que


durmieron en la casa. Es un niño de medio metro de alto, con casi cinco años,
calmado y atento, de una madurez excepcional. Insiste en prepararme mi pan
tostado. Yo lo dejo hacerlo con cierta admiración: brioche, mantequilla,
mermelada, jugo de naranja, el pequeño caballerito parece todo un chef, subido
en un taburete para alcanzar la alacena. Se ve que es un niño muy independiente,
acostumbrado a servirse solo mientras que sus padres se quedan en la cama.

Satisfecha, le agradezco a mi sobrino, quien va a instalarse en el sillón con su


libro de dibujos, y me pongo un abrigo, un sombrero, una bufanda. Le dejo una
nota a mis padres para avisarles que no comeré con ellos esta tarde. Apenas está
amaneciendo, pero el cielo promete que será un bello día de invierno, fresco y
soleado. Las calles de París están llenas de personas con prisa. Yo tengo tiempo.
Divago pensando en Roman. Algo, en el aire mágico de esta ciudad que me vio
nacer y que amo, me dice que no desespere. Paris me murmura que nuestra
ruptura no es más que un malentendido, que todo se va a arreglar... si hago lo
necesario. El problema es qué no sé cómo hacerlo.

A las 10 , tengo cita en el Jardin des Plantes con Lou, quien dio a luz el mes
pasado, y decido ir a pie, para prolongar mi paseo. Me alegra volver a verla, nos
llevamos muy bien cuando nos conocimos en Nueva York, cuando entrevisté a
su marido, el famoso Alexander Bogaert. Su pequeña hija es adorable y Lou está
resplandeciente. La maternidad le va bien. Cuando habla de Alex, sus ojos
brillan, sus mejillas se sonrojan.

– Célia adora el peluche que le regalaste, me dice enseñándome a su hija


dormida en su carriola con el gran conejo rosa y azul que le había enviado por su
nacimiento.

Luego, mientras caminamos tranquilamente, disfrutando del sol, la


conversación es acerca de nuestros trabajos. Ella diseñadora, yo periodista y
escritora en mis ratos libres, tenemos en común el gusto por la creación:

– Alex sugirió diplomáticamente que me tomara unas vacaciones largas para


ocuparme plenamente de Célia... y de él, me confiesa riendo. Así que en este
momento no haga nada más que ser niñera. A veces, me sorprendo diseñando
chambritas, es más fuerte que yo: ¡tengo que crear! ¿Y tú? ¿Tu libro? ¿Tus
artículos? Leí el último sobre Parker, muy bueno. Alex dice que llegarás muy
lejos.
– Si Alex lo dice, supongo que debo tomarlo como una profecía, bromeo,
divertida de constatar a qué grado es adicta a su marido.
– ¡Por supuesto! exclama riendo a carcajadas. Entonces, ¿en qué estás
trabajando ahora? ¿Puedes hablar de eso?
– Todo depende. Oficialmente estoy cubriendo una historia de especulación
en la bolsa, nada emocionante. Podría contarte todos los detalles, pero
bostezarías hasta que se te cayera la quijada después de dos minutos, es
demasiado aburrida.
– ¡Ah no, por favor! dice haciendo muecas cómicas. ¡Yo que creía que la
profesión de periodista estaba llena de emociones y de aventuras! ¿No tienes
nada más interesante...?
– Sí, digo sonriendo. Extra oficialmente, estoy trabajando en una historia que
ya tiene unos veinte años, apasionante pero complicada, delicada. Demasiado
para que pueda hablar de ella libremente. Sólo tengo presunciones, pistas que me
cuesta trabajo seguir. Quisiera aprovechar mi paso por París para conocer al
policía que sustituyó al que se encargó de la investigación en ese entonces. Pero
ese Eriksen no es fácil de localizar, no lo logro, y sin él estoy perdida...
– ¿Eriksen? ¿No será el comandante Nils Eriksen? me pregunta.
– Eeh… sí. ¿Por qué?
– ¡Ahora comprendo por qué te cuesta tanto encontrarlo! Es un gruñón. Muy
grosero. Pero un excelente policía.
– ¿Lo conoces?
– Más o menos. Nos ayudó a Alex y a mí en algo bastante sórdido este
verano. Si necesitas verlo, puedo conseguirte una cita con él.
– ¿Harías eso? exclamo, estupefacta y demasiado contenta. Lou, ¡no sabes lo
genial que sería eso!
– Cuidado: no te garantizo que acepte ayudarte, objeta ella. Es muy especial,
no siempre es amable y nunca actúa por complacer a nadie. No me debe nada, no
me dará trato especial ni a ti tampoco. Será tu trabajo convencerlo y
probablemente deberás sacar la artillería pesada, argumentar, presentarle pruebas
de que avanzas, convencerlo de que se interese en tu caso.
– Por supuesto, claro, digo casi saltando de emoción. Pero ya con que acepte
reunirse conmigo, sería algo enorme.
– Entonces lo llamo en un rato y te envío un mensaje para darte su respuesta.
¿Te parece?

Me parece tanto que tengo ganas de saltarle al cuello. Pero no es cualquier


persona, es Lou Bogaert, diseñadora talentosa, esposa de un millonario, joven
mamá. No pertenecemos al mismo mundo. Así que me conformo con
agradecerle lo más calurosamente posible antes que nos separemos.

Si la felicidad fuera contagiosa, Lou me habría contaminado gravemente,


puesto que irradia alegría. Parece tan feliz con su Alex. Es lindo ver a dos
personas que se aman. Cuando uno los observa, siente como si ellos vivieran en
otra dimensión, donde todo es mágico, resplandeciente.

Eso es lo que siento cuando estoy con Roman. Eso es lo que quiero vivir cada
día, a cada instante. No quiero conformarme con migajas de recuerdos, quiero
que tengamos un futuro juntos.

Es definitivo: cuando regrese a los Estados Unidos, iré a verlo y me explicaré


claramente con él, así deba forzar las puertas de la Red Tower y atarlo a una
silla para obligarlo a que me escuche.

Reanimada por esta decisión audaz, decido pasar la prueba de detección del
VIH hoy mismo y, sobre la marcha, me encuentro en la sala de espera de un
doctor perfectamente desconocido que da consultas sin cita previa. Ya que estoy
aquí, podría aprovechar para empezar a tomar anticonceptivos...

Una vocecita, en mi consciencia, suena tímidamente para preguntarme si no


estoy empezando la casa por el tejado, pero la hago callar de inmediato. ¡Hay
que ser positivos en esta vida! Y quiero demostrarle a Roman que estoy lista para
comprometerme con él. En cuerpo y alma.
18. ¡Feliz cumpleaños, papá!

Al día siguiente, después de una segunda noche (casi) en vela, mis buenos
propósitos del día anterior me parecen francamente temerarios, sobre todo la
parte en la cual ato a Roman. La euforia de mi encuentro con Lou se ha
desvanecido, me siento con un ánimo menos triunfante y la confianza en mí
misma se ha evaporado. Sin embargo, como esta mañana es el primer día de mi
ciclo, me tomo a consciencia mi pastilla, con la extraña y embriagante sensación
de que estoy ahuyentando la mala suerte. Es un primer paso hacia la felicidad,
hacia Roman.

Hoy, viernes 18 de diciembre, es también el cumpleaños de mi papá.

– ¡Caramba! me dice ajustándose la corbata mientras que yo doblo el pañuelo


de seda para meterlo en su bolsillo. 60 años... Qué rápido pasa el tiempo.
Aprovecha tu juventud, Amandine. No dejes que la vida se te escape.

Parece melancólico, pero mientras nos disponemos a ir a la planta baja donde


se ha reunido la familia completa, él me toma la mano y me anuncia
jovialmente:

– ¡Vamos! ¡Lleva a tu viejo padre a la arena, y que la fiesta comience!

La fiesta en cuestión, magistralmente organizada por mi madre, se lleva a


cabo en la sala de nuestra casa y bajo las soberbias carpas puestas para la
ocasión en el jardín contiguo. La cincuentena de invitados aprovechan el
magnífico clima de esta tarde, y los más friolentos se calientan con los braseros.
Es bajo un radiante sol invernal que comienza mi calvario.

Como lo temía, después de las felicitaciones usuales por mi trabajo en los


Estados Unidos, llegan las inevitables preguntas sobre mi vida sentimental.
Avergonzada, esquivo las interrogaciones directas, hago como si no
comprendiera las alusiones, huyo de un tío al otro, de una tía a la otra, de un(a)
primo(a) al(a) otro(a), hasta que mi abuela me arrincona y emprende un
interrogatorio en forma. Estoy a punto de ceder y hundirme en lágrimas frente a
todo el mundo cuando mi iPhone se pone a sonar furiosamente. Había puesto el
volumen al máximo para no perderme el mensaje de Lou, que me había
encantado:

[Eriksen aceptó verte. Pasa cuando quieras a la comisaría. Besos. Lou.]

… y olvidé bajarlo después.

Esta vez, los bips intempestivos me salvan la vida cortándole de la peor


manera la palabra a mi abuela. Ella me lanza una mirada de desaprobación
mientras que aprovecho la ocasión para escabullirme mintiendo descaradamente:

– Lo siento, Abuelita, tal vez sea algo del trabajo, no puedo ignorarlo.

Pero no es el trabajo. El nombre que aparece hace que mi corazón se acelere y


debo volver a leer varias veces las palabras que bailan frente a mis ojos antes de
tomar consciencia plena de ellas, de comprenderlas y de creerlas:

[Estoy aquí.]

Mi primera reacción es puramente instintiva, lanzo un grito de alegría:


¡Roman!

Luego, mientras que el sentido de estas tres palabras comienza a entrar en mi


mente, me pregunto, atónita:

– ¿Cómo que « Estoy aquí » ?

Con las piernas temblando y la sensación de caminar en cámara lenta, me


abro camino entre los invitados, ignorando totalmente a los que intentan
abordarme o hablarme. Simplemente ya no existen para mí.

¿Roman está aquí? ¿En casa de mis padres? ¡¿Vino?!

Quisiera creerlo, con todas mis fuerzas, pero me parece tan enorme que no me
atrevo a hacerlo. Llego a la alameda que lleva a nuestro portal y percibo, a lo
lejos, un lujoso Bugatti Veyron negro mate. Reconocería la línea de este auto
entre mil. Es el modelo favorito de Roman. Tiene dos ejemplares, uno en Nueva
Orleans y otro en París. Y la silueta atlética recargada contra su capó, con los
brazos cruzados y la cabeza agachada, me es también deliciosamente familiar:
¡es Roman! ¡No hay lugar a dudas!

Debo contenerme para no correr hacia él, para no lanzarme a sus brazos y
llenarlo de besos. Intento adoptar un paso digno y mesurado, y creo que lo logro
bastante bien. Sin embargo, me es imposible evitar sonreír ampliamente. ¡Estoy
tan contenta! Siento como si no lo hubiera visto durante meses, y me pierdo en
su rostro grave con pómulos marcados, sus soberbios ojos negros y calmados
que me atraviesan. Su postura indolente sigue emanando esa impresión de
poderío a flor de piel y contrasta con el rigor impecable de su traje. Cada vez que
lo vuelvo a ver es más bello.

Aun así, nuestro reencuentro no sucede para nada como me gustaría. Roman
me saluda con la cabeza, no me besa, permanece distante. Su recibimiento me
desilusiona.

Si está aquí es para verme, ¿no?

Si se tomó la pena de venir, significa que no todo está perdido.

– Hola Amy.
– Roman… ¡Te extrañé tanto! exclamo sin pensar antes de retomar el control
balbuceando frente a su actitud insondable. Quiero decir, es genial que estés
aquí. No me lo esperaba, es tan...

Mientras que busco mis palabras, él modera mi ardor:

– Sólo estoy de paso, Amy. Tengo una cita en París y Mónaco esta semana
pero creí que necesitarías apoyo de un amigo.
– ¿Apoyo de un amigo? repito torpemente. ¿Cómo?
– Sé que temes a las fiestas con tu familia, y que te van a acosar si no llegas
con un novio irreprochable. Te había prometido que no te dejaría enfrentar todo
esto sola, te renuevo mi propuesta de ser tu príncipe azul, hoy y en Navidad.
– ¿Te estás postulando para un trabajo de novio provisional, de alguna forma?
le pregunto bastante desestabilizada.
– Así es, pero no olvides la mención « irreprochable », por favor. Tengo
referencias, por si las quieres, precisa con una sonrisa encantadora que me
calienta el corazón y me exaspera a la vez.

¿Lo había prometido? Creí que estaba bromeando, pero se siente obligado a
estar aquí por su promesa, ¡no me voy a quejar! ¡Mejor aprovecho! Lo tomaré
como una especie de primer paso (un aso pequeño, Ok, pero al menos es un
paso hacia adelante...)

Por el contrario: ¿apoyo de un amigo? ¿príncipe azul? ¿Qué quiere decir


con eso? ¿Ahora somos amigos? ¿Solamente estamos jugando a estar juntos?
¿Si lo beso forma parte del juego? Y si...

Antes de que pueda darme cuenta realmente de lo que está pasando, él me


toma de la mano y me lleva hacia la fiesta:

– Vamos, querida, dice con su ligero acento que me derrite. Ahora me toca a
mí hurgar en tus problemas familiares. Ya que sabes todo de mi madre, yo voy a
conocer la tuya.

Roman impresiona a todos, obviamente. Cincuenta pares de ojos nos


observan en cuanto aparecemos, tomados de la mano. Cincuenta matices de
estupor aparecen en los rostros de mi familia. Todos van desde el simple
asombro hasta la confusión pasando por la estupefacción y la incredulidad. En
suma, todo me parece bastante molesto.

Antes de que anochezca, Roman tiene a todo el mundo encantado,


incluyéndome a mí (como si no estuviera lo suficientemente enamorada ya...).
Me sorprende la comodidad con la cual él, normalmente tan reservado, supo
conquistar a mi familia. Pero después de todo viene de una familia de actores. A
fin de cuentas, adoptó su papel de lleno. Marianne y mi abuela, al igual que la
mayoría de las mujeres, parecen subyugadas; el abuelo por poco se desmaya de
felicidad cuando Roman le ofrece dar una vuelta en el Bugatti; el pequeño Paul
decidió instalarse sobre sus hombros y ya no quiere bajarse porque « Roman es
el más alto de todos ustedes y veo mejor desde aquí arriba ». Mi propia madre
parece decidida a dividirse en ocho para satisfacerlo, mientras que él no duda en
contradecirla para ponerse de mi parte.

– Amandine, deja de comer tanto, me regaña mientras que tomo algunas


aceitunas del buffet. Desde aquí escucho cómo se rompen las costuras de tu
pobre pantalón.
– Puedo recomendarle a un excelente otorrinolaringólogo para su oído tan
extremo, señora Lenoir, la provoca Roman deslizando entre mis labios la
aceituna que acababa de dejar. Si algo aquí va a romperse, seguramente será mi
corazón, puesto que me estoy enamorando cada vez más, continúa él diciendo
mientras me sonríe, con su mirada desviándose hacia mi escote, y su mano
cálida jalándome hacia él.

Y mi madre, en lugar de responder severamente, como lo haría con cualquier


otro, se pone a reír tapándose con la mano. ¡Como niña de doce años! ¡Increíble!

En cuanto a mi padre... Él es el hombre más feliz del mundo. No se separa del


cuadro que Roman le regaló: Sol y Vida , de Frida Kahlo. Parece incapaz de
alejarse de él por más de un metro. Independientemente del hecho que esa obra
tiene un valor inestimable, me conmueve que Roman haya recordado la artista
favorita de mi padre cuando yo apenas si lo mencioné en una conversación, justo
en medio de otros detalles sobre mis padres.

En resumen, este cumpleaños es un éxito.

Me descubro olvidando que esto sólo es una actuación, que Roman no quiere
ser más que algo provisional en mi vida. Sobre todo porque su actuación le
valdría un Oscar cuando sus labios rozan mi nuca, cuando su mirada se clava en
la mía, cuando su mano acaricia mi cadera, cuando tiene esas pequeñas
atenciones hacia mí que terminan por convencer a mi familia de que estamos
profundamente enamorados. Yo misma estoy perdida, mis emociones me
sumergen. No logro seguir el juego, marcar mi distancia. Cada vez que me toca,
estoy a punto de desmayarme. Todo esto me parece tan real. Sus gestos no me
parecen artificiales, en ellos sólo veo ternura y una buena dosis de seducción.

Al final de la velada, cuando llega el momento de irse a costar y cada uno


regresa a casa o se dirige bostezando hacia su habitación, me doy cuenta de que
no puedo dejar que mi « amado » se duerma en el sillón de la sala. Tendremos
que compartir mi cama.

Creo que tendré otra noche en vela. ¿Cómo voy a poder dormir con Roman
acostado apenas a diez centímetros de mí?
Roman no hace ningún comentario cuando me sigue a mi habitación bajo el
techo. Se conforma con recorrerla con la mirada tranquilamente, sin tocar nada
pero observando todo. Estoy incómoda; es como si estuviera desnuda frente a él
a plena luz, sin ninguna posibilidad de esconderme. De pronto tengo vergüenza
de lo que este lugar podría revelar acerca de mí. Lo miro a través de sus ojos y
veo el refugio de una adolescente que no encuentra su lugar en el mundo, no el
de una mujer segura de sí misma, como quisiera verme. Recojo rápidamente
unas bragas en el suelo, arreglo dos o tres cajones, y enciendo la lámpara del
buró antes de apagar la luz del cuarto, hundiendo la habitación en una semi
obscuridad menos reveladora y más tranquilizante.

Roman me mira agitarme con una media sonrisa, esa famosa media sonrisa
que siempre me da ganas de morderle la boca, y no me ayuda con mis nervios.
Me pregunto cómo le haré para desvestirme manteniendo mi pudor, si debo
ponerme una pijama para dormir, y si sí, cuál... Roman, por su parte, no se
preocupa por este tipo de consideraciones. En treinta segundos, su ropa yace en
el suelo. Toda su ropa. Y diez segundos más tarde, mientras que sigo
impresionada por el espectáculo de su magnífico cuerpo desnudo, está acostado.
Cómodamente acostado con las manos detrás de la nuca, las cobijas subidas
hasta sus caderas, su torso con abdominales tallados ofrecidos a mi vista, y me
observa. A pesar de mi fatiga, tengo unas ganas locas de saltarle encima, de
cabalgarlo, de besarlo, de abusar de él.

La noche va a ser larga...

Diez minutos más tarde, yo también estoy en la cama al fin, con los nervios
de punta y los dedos ardiendo por tocarlo.

Me quedé con las bragas antes de deslizarme a su lado, teniendo cuidado de


no rozarlo. Después de haber gruñido vagamente « buenas noches », Roman me
da la espalda, y me pregunto si está enojado porque apagué la luz antes de
desvestirme...

La noche no sólo es larga, es interminable. Por más que me mantenga lo más


alejada posible de Roman, no me mueva ni un centímetro, me quede fija con los
puños apretados a los lados, me deslizo hacia él como si estuviera imantado.

¡Esta cama está inclinada, es la única explicación!


Muy rápidamente, siento como si mis terminaciones nerviosas estuvieran en
ebullición. Cuando se mueve, el menor roce me electriza. El más ínfimo de sus
movimientos me prende, espero y temo que su cuerpo roce el mío. Me parece
que si nuestras pieles se llegaran a tocar saldrían chispas. Encima de todo, su
calor se expande alrededor de él y la noche está tan fría que me veo tentada
constantemente a acercarme a él. Pero aprieto los dientes, y me contengo: si
quiere que nos acerquemos, sabe bien dónde encontrarme. Yo ya no sé ni cómo
actuar, ni en qué pensar, y no tengo ganas de que me rechace.

– ¡Pero lo extrañamos tanto! gritan al unísono mi piel, mi vientre, mis senos,


mi corazón, mi boca y todos mis sentidos...

Mi único consuelo, es que puedo adivinar, por su respiración rápida, que él no


está mucho más tranquilo que yo. Se voltea. Se vuelve a voltear. En un sentido.
En el otro. Me alejo para no rodar hacia él. Avienta las cobijas. Nuestras caderas
se rozan. Acomodo mi almohada. Lanza un breve suspiro de exasperación. Me
arranca las cobijas. Gruño. Se las quito. Nuestros muslos se tocan, mi seno roza
su brazo. Él salta fuera de la cama, como si se estuviera quemando:

– ¿Qué es esto, una cama para enanos? No nos podemos mover ni un


centímetro sin estarnos golpeando y saltándonos encima, refunfuña tomando una
cobija y su almohada para ir a acostarse sobre el sillón.

Me contengo de mandarlo al diablo, dividida entre la rabia y la diversión, y


me pongo a contar borregos. Termino por pasar del insomnio a la somnolencia,
del sueño a la semi consciencia. Entre dos adormecimientos, constato que
Roman regresó a la cama. Retrocedo hasta acurrucarme contra él.

Al fin y al cabo, tengo derecho de aprovechar un poco. No se dará cuenta de


nada.

La rigidez que siento crecer contra mis nalgas me desengaña rápidamente. No


debías estar tan profundamente dormido... Él me abraza, mi corazón se acelera,
suspiro de tranquilidad, me siento bien. En mi lugar. Me cuesta trabajo
determinar si todo esto en verdad es real, pero no quiero saberlo, estoy
demasiado bien. Me vuelvo a dormir. Sueño con Roman. Estoy entre sus brazos.
Me dice palabras dulces, me besa. Me volteo. Nuestros cuerpos se atraen.
Nuestros miembros se mezclan. Me hace el amor. Ya no quiero volver a
despertarme jamás.
19. Mi hermana, el box y el policía

Termino por dormirme cerca de las 10 de la mañana. Mi primer pensamiento


es sobre Roman, pero ya no está ahí. Se fue a Mónaco. Me estiro, con los ojos
cerrados, absurdamente feliz, con la mente llena de fragmentos de sueños
sensuales, tan realistas que me pregunto si en verdad lo soñé.

Después de una larga ducha, me dirijo hasta el vestíbulo esperando salir sin
cruzarme con nadie. Le avisé a mis padres ayer que me ausentaría todo el día y
no tengo ganas de que me hagan pasar por un interrogatorio acerca de Roman
cuando ni siquiera yo misma sé cuál es nuestra situación.

Mala suerte, Sibylle me estaba esperando para bombardearme con preguntas.


Cinco minutos más tarde, es toda la familia la que me cae encima y me interroga
acerca de mi apuesto millonario. Los eludo hábilmente, poniendo de pretexto
que tengo una cita urgente. Es una mentira a medias: pienso verme con el oficial
Eriksen hoy, ya que le dijo a Lou que podía pasar cuando quisiera. Así logro
deshacerme de todo el mundo, excepto de Sibylle que insiste en acompañarme.
Mi pequeña hermana sabe ser tenaz y después de interminables negociaciones,
me rindo. En el fondo, estoy contenta; quiero mucho a Sibylle, aun si me parece
insoportable cuando tengo que convivir con ella más de dos días seguidos.

***

Es la primera vez que entro en una comisaría y me sorprende encontrarla tan


ordinaria. Esperaba algo más impresionante, pero no es más que un edificio sin
encanto, un bloque de cemento pintado de verde. Esperamos unos quince
minutos en la recepción antes de enterarnos que el oficial Eriksen está en el box
hoy pero que dejó unas consignas para mí, y que puedo ir con él, a dos cuadras
de allí. Me apresuro a hacerlo, seguida por Sibylle.

El calor del gimnasio es agradable, después del frío cruel de la calle. Nos
quitamos nuestros pesados abrigos y avanzamos bastante tímidamente en busca
de la recepción o de alguien que pudiera ser el dueño, el gerente o el entrenador,
en fin, quien sea que pueda darnos información. el lugar es bastante grande pero
viejo y espartano, con las paredes grises y el piso de cemento. En él reina un
ambiente muy particular entre concentración, agotamiento y dolor. Unos
hombres hacen abdominales, bombeos, tracciones, saltan la cuerda, golpean
sacos, solos o con alguien. Tres cuadriláteros sobresalen al centro, sobre los
cuales de enfrentan tipos sudorosos. Sibylle no ha pestañeado una sola vez desde
que llegamos, está demasiado absorbida por lo que le rodea, a cientos de millas
de nuestro universo. Permanece fija frente a un rubio alto que le está dando una
lección a su adversario. Éste tiene magníficos tatuajes tribales que se despliegan
sobre sus hombros musculosos.

– ¿Puedo ayudarlas, señoritas? nos pregunta un hombre alto que parece


cansado, el único aquí que no está vestido con shorts o trusas.
– Sí, probablemente: estoy buscando al oficial Nils Eriksen. ¿Sabe dónde lo
puedo encontrar?
– Por supuesto. Es el salvaje que le está dando una paliza al único peso
pesado serio que me queda para el campeonato, dice señalando al rubio colosal.
– Wow... murmura Sibylle, definitivamente subyugada, sin dejar de verlo.

El hombre alto la mira divertido y nos extiende la mano:

– Daniel Darne, dueño del gimnasio.


– Amy y Sibylle Lenoir, respondo. Encantadas.
– Si van a hablar con Eriksen, por favor díganle que no me estropee a mi
campeón.
– Claro, digo siguiendo a Sibylle que se fue directo hacia el tatuado, como
jalada por un cable invisible.
– ¿Ya lo viste? me pregunta, visiblemente fascinada cuando llegamos a orillas
del cuadrilátero. En serio, ¿ya viste cómo se mueve? ¿Lo guapo que es, con esas
trenzas en el cabello? ¡Es un verdadero dios vikingo! Igual de fuerte. ¿Ya viste
sus brazos? ¿Su torso?
– Ya vi, ya vi... digo divertida por la admiración que expresa mi hermana
menor. Es difícil no darse cuenta de ella.
– Seguramente podría dormir a una vaca con un sólo puñetazo, sigue
diciendo, extrañamente fantasiosa.
– Es cierto que hoy en día, en París, ésa es una cualidad indispensable,
bromeo. Uno siempre se encuentra vacas furiosas en el metro...
– Parece un gladiador, continúa ella sin ponerme atención, ensimismada en su
contemplación.
– Un gladiador bien alimentado, la provoco comparando en mi mente el
cuerpo masivo del oficial con la silueta impecablemente definida y armoniosa de
Roman.
– ¡Alimentado sólo lo necesario! se indigna Sibylle. A mí me encantan los
hombres fuertes y marcados, me parece algo muy sexy.
– Seguramente a Matthieu le encantaría enterarse de eso, digo pensando en su
prometido que debe pesar la mitad de Eriksen.
– Matthieu es… amable, dice sin mucho entusiasmo alzando los hombros.

Sorprendida, estoy por preguntarle qué le pasa cuando mi iPhone emite su bip
característico anunciándome un mensaje. ¡Roman! Febril, abro su mensaje, antes
de desencantarme:

[Pasé una noche execrable, ocupas toda la cama, acaparas todas las cobijas,
tienes los pie helados. Y tu sillón es un verdadero aparato de tortura.]

¡Qué grosero! ¡Qué descaro! ¡Es increíble! ¡En verdad es un patán!

Antes que, enojada, haya podido escribir una respuesta venenosa, un bip me
notifica un segundo mensaje:

[Pero eres muy bella cuando duermes...]

Luego un tercero:

[¿Quieres renovar mi contrato para Navidad?]

Y al fin un cuarto:

[Debo ser un poco masoquista...]

Su cascada de mensajes me hace reír y me apresuro a responderle, feliz de


que piense en mí, que quiera volver a verme:

[La mención « irreprochable » en tu currículum tal vez sea un poco mentirosa,


pero tu disposición no era mala. Renuevo tu contrato.]
Después de pensarlo, le envío un segundo mensaje:

[Gracias, Me alegra que estés aquí.]

Él simplemente me responde:

[Hasta pronto, entonces.]

Me deja frustrada, con la mente llena de especulaciones y preguntas sin


respuesta. Muero por volver a verlo, me encantaría tanto lograr hablarle. Todavía
faltan cinco días antes que regrese... La voz de Sibylle me saca de mis
meditaciones:

– Parece que todo se está calmando en el cuadrilátero. Es el momento, me


dice empujándome con el codo.

Luego, ella grita, para escucharse por encima del barullo general:

– ¡Oficial Eriksen! ¡Hey! ¡Oficial!


– ¡Sibylle! le susurro furiosa. ¿Qué estás haciendo? ¡Pensaba esperar a que
terminara!
– Ya terminó, me asegura con una mueca. Mira: el otro está frito, vacila, está
medio desmayado. Es hora de darle el mensaje del dueño del gimnasio antes de
que remate definitivamente a su protegido.

Suspiro, negándome a pelear. No entendería de razones: está hipnotizada por


Eriksen, quien se acerca a nosotras con un paso tranquilo y su torso desnudo
lleno de poderosos músculos brillantes de sudor. Parece todavía más imponente
visto de cerca, sobre todo porque nos domina desde la altura del cuadrilátero.

– Hola, le digo avergonzada por el atrevimiento de Sibylle, mientras que él se


quita el protector bucal. Perdón que lo moleste, soy Amy Lenoir, vengo de parte
de Lou Bogaert.
– Ah, la periodista, responde con una vez grave y ronca que me hace pensar
en el Papá Oso de Ricitos de Oro. Hola.
– Hola, yo soy Sibylle, agrega mi hermana sonrojándose cuando voltea hacia
ella.
– Encan... comienza él a decir antes de voltear con un movimiento violento,
terriblemente violento para un hombre de su corpulencia, y de recibir a su
adversario con un poderoso gancho a la mandíbula.

El otro, que se había acercado en silencio, pensando visiblemente aprovechar


su distracción para ir por la revancha, vuela y aterriza en el tapete, con los brazos
en forma de cruz. Muy calmado.

Ése es el campeón que supuestamente no debía estropear... Dicho esto, no era


muy deportivo de su parte atacar por la espalda a un hombre que está hablando.
Sobre todo si es un hombre que parece cruzado con un grizzli.

– ¡Nils! ¡Mierda! grita el dueño, desde el otro lado de la sala. Habíamos dicho
que sin ningún knock-out. Tiene un combate en diez días. ¡Arruinaste todo!
– Lo siento, coach, se disculpa Eriksen sin parecer arrepentido en lo más
absoluto. ¿Qué puedo hacer por ustedes? agrega hacia nosotras pasando bajo las
cuerdas para saltar del cuadrilátero.
– ¿Podemos hablar en privado?
– Por supuesto. Si una de ustedes acepta quitarme los guantes.
– Puedo intentarlo si quiere, dice tímidamente Sibylle.
– Sólo hay que desamarrar las cuerdas y luego jalarlas con todas sus fuerzas
sin irse de espaldas, explica extendiéndole las manos.

Sibylle se ocupa de la tarea y puedo verla estremecerse cuando sus dedos


rozan los puños del oficial. Él no parece particularmente perturbado. Estoico,
espera pacientemente a que ella lo libere, lo que toma bastante tiempo, ya que la
emoción la vuelve muy torpe.

Lo único que me faltaba... Mi hermana menor enamorándose de un bruto,


policía además, y que ni siquiera la voltea a ver. Esto promete grandes
momentos...

Cuando al fin termina, le pido que nos deje solos. Ella obedece a
regañadientes, con una última mirada coqueta hacia Eriksen quien le agradece
con una breve sonrisa. Me da la impresión de verla derretirse de felicidad. Tengo
un pensamiento de lástima por el pobre Matthieu, que nunca ha, hasta donde yo
sé, puesto a Sibylle así.

Eriksen echa una toalla sobre sus grandes hombros y me lleva a un rincón
desierto del gimnasio. Mi entrevista con él no es muy mala, pero tampoco es un
éxito ejemplar. Digamos que logro interesarlo en mi caso, lo cual ya es bastante.
En cuanto a saber lo que piensa de él, es un misterio. No parece curioso, ni
indignado, ni entusiasta, ni indiferente, ni siquiera escéptico. Simplemente se
queda atento, haciéndome algunas preguntas enfocadas a regresarme al camino
cuando divago o me enredo en explicaciones.

Le doy una copia del archivo que hice cuidadosamente sobre la muerte de la
madre de Roman, Teresa Tessler. Luego entro de lleno y le pido que me ayude.

Él me observa en silencio. Sus ojos grises me incomodan, siento que me están


examinando. Es muy calmado, pero hay en él como una violencia y una
obscuridad subyacentes, que pueden notarse en la superficie y que me dan
miedo.

– Usted es el único que me puede ayudar. Tiene acceso a los archivos de la


policía, a las notas de su predecesor, Robert Martin, que hizo la investigación en
ese entonces, y a los reportes de expertos y de la autopsia. En resumen, a todo.
Sin usted, estoy en una calle sin salida. Definitivamente bloqueada.
– Voy a ver, se conforma con responderme. Déjeme un número donde pueda
comunicarme con usted. La llamaré.

Estoy bastante decepcionada, hubiera querido que fuera menos vago. Ahora
ni siquiera sé si lo convencí, pero no me atrevo a insistir.

Cuando dejamos el gimnasio, el dueño nos despide con la mano. Sibylle se


desvía bruscamente hacia él:

– ¿Por qué no hay mujeres en su gimnasio? ¿Está prohibido?


– Claro que no, responde Darne, sorprendido. Pero ninguna se ha aparecido
por aquí. Tal vez porque no es lo suficientemente elegante.
– Por supuesto que estamos lejos del Hilton, pero aun así se ve agradable.
– Si quiere, se puede inscribir, dice él amablemente. Para usted sería gratis, ya
que sería la primera mujer del club.
– ¿En serio?
– Seguro.
– ¡Genial!

Observo, petrificada, esta conversación surrealista.


¡Mi pequeña hermana, una boxeadora! ¿Con sus cuarenta y ocho kilos? ¿Mi
hermanita que llora cuando el estilista le jala el pelo demasiado fuerte, se
golpea el codo o le hacen cosquillas por más de ocho segundos?

¡Mi madre me va a crucificar si se entera de esto!

Intento hacerla entrar en razón, pero es caso perdido. Me responde


vagamente, levantando los hombros con indiferencia ante cada uno de mis
argumentos y de mis advertencias. Darne le enumera la lista de prendas que
necesitará para entrenarse y le entrega una credencial de miembro, con los datos
y los horarios del gimnasio.

– ¿Y por qué no manda al oficial Eriksen a boxear en su campeonato? le


pregunta ella, como si nada, mientras que nos acompaña a la puerta. Se ve mejor
que sus campeones, ¿no?

¡Ay, ay, ay, ay! ¡Comenzamos bien! Cómo molestar a un entrenador, lección
número uno: decirle qué atleta debe seleccionar para los torneos.

Pero para mi gran sorpresa, el hombre responde riendo:

– ¿Nils? ¿En un campeonato? ¿Es una broma? Pelea como un salvaje, no


respeta ninguna regla. Lo descalificarían en el primer round.
– Pero le puede enseñar las reglas, ¿no?
– Sí, pero él no quiere. Y cuando Nils no quiere...
20. Navidad y sus milagros

Paso los días siguientes con mis padres; realmente no hemos tenido
oportunidad de vernos desde que llegué. Envolvemos los regalos, antes de
dejarlos al pie del árbol que decoramos con Benoît y Paul, quienes pusieron todo
el esmero y seriedad de los que son capaces dos pequeños de 3 y 4 años. Papá
sacude todos los paquetes para intentar adivinar lo que contienen, para la gran
alegría de los niños, que lo imitan mientras que mi madre intenta, sin éxito,
regresar a todo el mundo al orden.

Pienso mucho en Roman. Muero de ganas de llamarlo, de escribirle, pero no


quiero hacerlo sentir que lo estoy presionando o acosando. Entonces espero con
un a impaciencia insoportable la Nochebuena.

Sibylle desaparece todos los días, generalmente al final de la tarde para


regresar hasta ya entrada la noche. Le dijo a mamá que se inscribió en un club
deportivo y que ahí conoció nuevos amigos. Mamá está contenta:

– Deberías seguir el ejemplo de tu hermana menor, Amandine. El ejercicio


físico es excelente para la salud. Y para mantener la línea, agrega con una mirada
hacia mis caderas.
– Mamá, respondo exasperada (pero con un poco de culpabilidad por mis
curvas prominentes), ya hemos tenido esta conversación un millón de veces. No
quiero parecer un esqueleto. Mucho menos si para ello debo matarme de hambre
o sudar por horas en una máquina.

Por culpa de sus ideas fijas acerca de la delgadez a toda costa, por mucho
tiempo estuve acomplejada por mis curvas, pero mi encuentro con Roman
cambió radicalmente la forma en que veo mi cuerpo. A él le parezco bella.
Voluptuosa. Y no tengo ninguna razón para no creerlo. Aun cuando todavía me
quedan restos de pudor, me siento bien con él, en confianza... y en paz conmigo
misma. No quiero dejar que mi madre me haga retroceder y destruir este nuevo y
frágil equilibrio que tanto trabajo me costó obtener.
Y además, mamá, la cara que harías si supieras de qué tipo de gimnasio se
trata... ¡y de qué amigo! Apuesto a que sólo va allí para ver a Eriksen. Un
hombre que no te gustaría para nada. Y que no hace deporte para mantener la
línea.

***

El día anterior a Nochebuena, no logro dormir. Roman regresa mañana y


estoy que me muero. Vuelvo a leer doce veces su texto lacónico que me
confirma su llegada a las 8 de la noche.

Tengo que dejar de emocionarme así. Ya no estamos saliendo y no me ha


dado señales de vida durante los últimos cinco días, aparte de este texto
lapidario.

Sin embargo, pienso en él todo el tiempo. Tengo tantas ganas de volver a


verlo que tengo un nudo en el estómago y ya no sé ni qué inventar para que el
tiempo pase más rápido. Por lo pronto, me consiento: engomado integral,
mascarilla en el rostro, otra en el cabello, antes de depilarme de la cabeza a los
pies (bueno, es un decir), luego llenarme de crema hidratante. Son las dos de la
mañana, me estoy pintando las uñas, sentada sobre sillón de la sala frente a la
televisión, sin sonido, cuando veo la puerta de entrada abrirse lentamente... y
aparecer a mi hermana, caminando de puntillas.

– Atrapada, digo simplemente mientras que ella cierra la puerta detrás de sí lo


más silenciosamente posible.

Ella se espanta y lanza un enorme suspiro de alivio al verme:

– ¡Uff! ¡Creí que eras mamá!


– Al parecer estás entrenando box arduamente, la provoco. No te molesta
hacer horas extra.
– Eeh... sí, responde poniéndose roja como tomate. No le dirás nada a mamá,
¿o sí?
– Obviamente. ¿Es Eriksen?
– No en realidad. Bueno, sí. Bueno, no. Bueno, no lo sé.
– ¿Quieres hablar de eso?
– No esta noche, dice un poco triste antes de darme un beso y subir a
acostarse.

***

¡Al fin llegó el 24 de diciembre! El cielo está nublado, el frío es penetrante.


Nevó durante toda la noche y todo el día, y el jardín tiene una blancura
inmaculada. Padres, hermanos con sus parejas, sobrinos, abuelos, todos estamos
reunidos en la sala llena de guirlandas y de decoraciones coloridas cuando
Roman hace su entrada, a las 8 en punto. Un frío intenso entra con él cuando
empuja la puerta y me quedo petrificada, admirándolo con el corazón latiendo a
toda velocidad, mientras que mi padre ya lo está recibiendo en el vestíbulo.
Ambos se dan la mano y Roman se sacude, riendo con un comentario de mi
padre, despeinando su cabello negro para quitarle la nieve que lo cubre. Es raro
verlo reír y le queda bien. En una escala de seducción del uno al diez, le doy un
once. O hasta doce.

– Tu prometido es verdaderamente elegante y apuesto, me dice mi abuela


mientras que él se quita su abrigo negro, inmediatamente asaltado por Paul que
intenta escalarlo para subirse a sus hombros. Encantador en todos los aspectos...
¿No lo crees, Évelyne?

Mi madre aprueba sin miramientos y, absurdamente, me siento llena de


orgullo. Como regla general, nadie es lo suficientemente bueno para ella. Sin
embargo, Roman pasó la prueba sin ningún problema, en todos los aspectos:
físico, profesional, humano, intelectual (¡y hasta vestimentario!). Por primera
vez en mi vida, mi madre aprueba mi elección al doscientos por ciento. Es algo
nuevo y agradable...

– Abuelita, en este siglo, a un espécimen como Roman no se le llama


encantador, interviene Sibylle que ha regresado a su forma de ser alegre y no
pierde una oportunidad para provocar a todo el mundo. Decimos que es un
bombón, explosivo, para caerse muerto, insoportablemente sexy, que está que
arde.
– ¿Que arde? pregunta la abuela divertida. Sabes, querida, a mi edad, lo único
que arde son los sartenes. Pero me agradó tu lección de semántica.

Roman, inconsciente de las discusiones escabrosas que suscita, avanza hacia


nosotros, con Pal montado en él. Y yo empiezo a entrar en pánico. A
preguntarme qué decir, qué hacer, qué actitud tomar. ¿Debo besarlo? ¿Y dónde?
¿En la mejilla? ¿En los labios?

No tengo tiempo de llegar más lejos en mis interrogantes: Roman saluda


cortésmente a mi familia, luego me toma de la cintura para jalarme suavemente
hacia él y darme un beso en los labios ligero como un copo de nieve, perturbador
como una promesa escondida. Su boca es fresca, su aliento cálido. Una gota de
nieve derretida corre de su cabello hacia mi cuello y me hace estremecer. Estoy
ardiente, es delicioso. Roman es delicioso... Actúa con su naturalidad y su
seguridad de costumbre, y cuando al fin aparto la mirada de él, todos nos están
viendo, divertidos y conmovidos.

– ¡Aaah, los enamoralos! exclama Paul alegremente. ¡Roman está enamoralo


de la tía Amandine!
– ¿Quién no lo estaría? le responde Roman con una sonrisa, alzándolo sobre
sus hombros.

Estas palabras me llegan directo al corazón y paso el resto de la velada sobre


una nube. La Nochebuena resulta ser maravillosa. Al menos, eso es lo que me
parece. No podría afirmarlo, ya no estoy en este planeta. No veo más que a
Roman. No escucho más que su voz. No siento más que su muslo contra el mío,
bajo la mesa. Todo lo demás no es más que una mezcla de sensaciones confusas.
Hablamos, reímos, repartimos los reglaos, los niños esparcen las envolturas por
toda la casa. Roman me de un hermoso cofre de madera esculpida, lleno de
jabones artesanales multicolores, cremas con esencias de especias y perfumes
orientales. Éstos me recuerdan nuestro fin de semana encantador en el increíble
palacio de las Mil y una Noches del padre de Malik, en Argentina. Me habían
encantado esos productos fabricados por los perfumistas del jeque, había sentido
un placer infinito probando todos los que estaban a mi disposición durante
nuestra estancia, y me conmueve que Roman lo haya recordado. Nada se le
escapa. Me pregunto cómo le hace para recordar cosas tan insignificantes cuando
tiene todo un imperio que controlar...

Él me pone algunas gotas de perfume sobre el cuello, las cuales combina con
un beso, y estoy cerca de alcanzar el Nirvana.

Olvido que tenemos un acuerdo, que me está dando un servicio como amigo,
que volverá a irse mañana. De aquí a entonces carpe diem, no quiero pensar en
otra cosa que no sea este preciso instante, que es fabuloso.

Los niños llevan horas dormidos cuando la velada se termina. Pongo de


pretexto que tengo cosas que arreglar con mi abuela para que Roman se adelante
a la habitación y me dé tiempo antes de ir con él. En realidad, acabo de tener una
idea para intentar arreglar las cosas entres nosotros. No sé si es buena o mala,
pero no puedo dejarlo irse mañana sin haber intentado nada. Tomo cinta
adhesiva, listones, y hurgo en mi bolso para encontrar la copia de los resultados
de mi prueba de VIH. No tengo nada y Roman tiene que saberlo. La doblo para
hacer un barco de papel, el cual decoro con listones de colores. Lo hago rápido
pero queda bien, que es lo que importa. En la proa escribo el nombre del barco: «
Titanic ». Luego, le pinto una raya y lo remplazo por « Batboat », con el símbolo
de Batman dibujado. No soy muy buena dibujando pero creo que el mensaje se
entiende de todas formas.

Tú eres mi superhéroe, Roman. No quiero que nuestra relación se termine, no


quiero naufragar. Estoy lista para comprometerme contigo.

Tal vez es algo un poco infantil pero no me importa. Es algo entre nosotros
dos. Él comprenderá. Estoy segura.

De regreso a mi habitación, me encuentro con mi padre en las escaleras:

– Qué bueno es tenerte de nuevo con nosotros, Amandine. Y nos alegra


mucho que hayas encontrado la felicidad con Roman. Se ve muy bien.
– Él es más que eso, papá. Él es perfecto, digo con un nudo en la garganta,
escondiendo en mi espalda el barco de papel.
– No estoy seguro que la perfección sea de este mundo, responde con una
sonrisa, pero ustedes dos se ven muy bien juntos. Es evidente que él está loco
por ti, y vice versa, se ve de inmediato. Cuando él está aquí, tú estás...
transformada. Resplandeciente.

Las palabras de mi padre, sin importar lo gentiles que sean, me atraviesan


dolorosamente. Siento como si hubiera pasado estos últimos días en un carrusel
infernal, sacudida en todos los sentidos. He oscilado entre euforia y tristeza,
impaciencia y resignación, esperanza y desesperación, pasando de un estado a
otro tan seguido y a una velocidad tal, que me da mareo. ¿Cómo podría mi padre
adivinar que Roman sólo está aquí para cumplir con una promesa de la que ni
siquiera me acuerdo, y que todo lo demás no es más que una cortina de humo?
Roman es un actor innato, desempeña su papel a la perfección. En cuanto a mí...
por supuesto que puede leer en mi rostro que estoy loca por él. No podría ser
más claro ni aunque lo tuviera tatuado en la frente.

Con los ojos llenos de lágrimas, regreso a mi habitación con Roman. De pie
frente a mi escritorio, él me da la espalda, ocupado tecleando algo en su iPad, a
la luz de la pequeña lámpara de mesa.

– Tu sillón era lo más incómodo del mundo para dormir, pero no tenías que
deshacerte de él tan pronto, bromea volteando en cuanto entro. Al menos pudiste
haberlo remplazado por una silla.
– Hubiera temido demasiado que otra vez prefirieras la silla a mi cama, digo
con una voz ahogada mientras me acerco a él, antes de deshacerme en lágrimas
contra su torso.

Dos interminables segundos transcurren antes que me tome entre sus brazos,
y eso me hace llorar a mares.

– ¿Amy? pregunta en voz baja.


– Soy demasiado tonta, Roman, digo antes de soltar frases sin sentido,
sollozos desgarradores y resoplidos no muy glamorosos. Te pido perdón, hice
todo mal, no quiero ser tu amiga, ya no quiero seguir actuando, tenemos que
hablar, te lo ruego, escúchame, déjame explicarte, quiero estar contigo, es
demasiado difícil estar sin ti...

Como única respuesta, él me abraza más fuerte, y continúo con mi letanía, le


confieso todo, mis arrepentimientos, mis remordimientos, mis temores... Su
mano izquierda llega a colocarse sobre mi nuca, la cual acaricia suavemente.
Esto me apacigua y poco a poco mis lágrimas disminuyen. Pero él sigue callado
y este silencio me angustia. Para terminar, me alejo de él y le doy mi barco sin
decir ni una palabra, secándome las mejillas. Pensaba darle un pequeño discurso,
simpático y divertido, pero ya no se puede. Ni modo, tendrá que bastar con esto.
Mi regalo se ve triste, lo rompí sin darme cuenta, sus listones cuelgan y Roman
parece preguntarse qué es lo que tiene que hacer con ese desastre de papel. Le da
vueltas entre sus manos, perplejo, luego su vista se fija en el nombre, en la proa:
« Titanic / Batboat ». Me mira. Baja los ojos, desdobla el barco. Lee mis
resultados. La prescripción para la pastilla.
– Te tomaste tu tiempo, dice volviendo a doblar cuidadosamente el pobre
barco leyendo los listones. Yo pasé esta prueba hace casi un mes.

Él dice esto con un tono neutro y su rostro permanece extrañamente estático,


indescifrable. No sé cómo tomarlo. Dudo en responder. ¿Qué le podría decir?
Tengo miedo de equivocarme y no comprendo qué es lo que espera de mí.

¿Casi un mes? Acabábamos de separarnos... ¿Estaría esperando, como yo,


que nos volviéramos a ver? ¿O más bien me está diciendo que ya es demasiado
tarde? ¿O que hay otra chica y que la pasó por ella? ¿Pero qué otra chica?

Pienso a toda velocidad, aterrada, pero antes de ir más lejos en mis escenarios
catastróficos, Roman interrumpe mis especulaciones:

– Lo hice por ti, Amy, dice acariciándome la mejilla.

Levanto la mirada hacia él, para clavarla e la suya, todavía sorprendida de que
pueda leerme como un libro abierto. Pero por primera vez, él no es el único que
tiene ese don de doble vista. Lo que leo en su mirada ardiente, lo que ésta parece
gritar, es que me desea. Al menos tanto como yo. Y no pienso dejar pasar esta
oportunidad.

– Entonces es perfecto, digo parándome en la punta de los pies para darle un


beso en los labios. Porque no tengo condones en mi habitación de pequeña y
dudo encontrar uno en el botiquín familiar.

Luego desabrocho su cinturón.

Roman parece sorprendido por mi iniciativa pero me deja seguir, sin moverse,
sin decir nada. Adoro este aspecto de su personalidad, su capacidad de pasar de
un papel al otro cuando hacemos el amor, tanto salvajemente dominante y
exigente, como lánguido y pasivo.

Demuestro una seguridad que estoy lejos de sentir y debo concentrarme para
evitar que mis manos tiemblen. Después del cinturón, me enfoco en su ojal y
cuando abro su pantalón, lo siento bloqueando su respiración. A través del bóxer
blanco, que resalta el color dorado de su piel, puedo constatar el efecto que tengo
en él y esto me tranquiliza. No hay lugar a dudas, me desea. Acaricio como por
descuido su sexo hinchado, con el dorso de la mano, antes de tomar su playera
para levantarla y darle un beso en el vientre. Su piel es increíblemente suave.
Ésta se estremece bajo mis labios. Subo un poco más su playera y, después de
dudarlo un poco, me lanzo:

– Quítatela, ordeno.

Roman me lanza una mirada sorprendida, luego obedece con una sonrisa
insolente. Verlo obedecerme me electriza. Verlo con el torso desnudo también...
Muero de ganas de que esté completamente desnudo, pero antes, me encantaría
aprovechar un poco más de su aparente docilidad. Inhalo profundamente, sin
estar muy segura de mí pero con el corazón latiendo con emoción:

– Ahora, desvísteme, le ordeno intentando no dejar que mi voz tiemble.


– A tus órdenes, responde indolentemente antes de atacar los botones de mi
camisa, con sus dedos rozando mis senos con los pezones dolorosamente
inflamados de deseo, y dejando sobre mi piel como un rastro ardiente.

No puedo evitar que mi respiración se acelere ni que mis mejillas se sonrojen


cuando desliza la tela por mis hombros. Enseguida cuelga mi camisa de la punta
de su dedo, como un trofeo, y lo hace dar vueltas por algunos segundos frente a
mis ojos antes de lanzarlo a la cama. No llevo puesto nada abajo.

– ¿La falda también? me pregunta inocentemente rozando mi vientre,


arrancándome un violento escalofrío.
– No, digo resoplando, consciente de que si lo dejo aventurarse entre mis
piernas, perderé el control. Primero me voy a ocupar de ti...

Me arrodillo frente a él, con la boca a la altura de su sexo y aprovecho para


darle un beso ahí. Roman se sobresalta y separa ligeramente las piernas, como
para estabilizarse. Pone su mano sobre mi cabeza. Entonces tomo su pantalón y
lo jalo hacia abajo. Él levanta un pie, luego el otro, para quitárselo por completo.
Luego subo mis manos por sus piernas musculosas, hasta su entrepierna, la cual
acaricio a través de la tela del bóxer. Su mano se hunde en mi cabello, lo jala
delicadamente para echarme la cabeza hacia atrás. Elevo la mirada, Roman me
observa. Su mirada deja mis ojos para acariciar mi cuello estirado, mis senos
pesados con los pezones erectos. Ya no sonríe más, su rostro está tenso, sus ojos
brillantes. Me dirige la cabeza, suavemente, hasta que mis labios rozan su sexo.
De dominante paso a dominada, sin haber comprendido bien cómo pudo invertir
los roles tan fácilmente. En cualquier caso, eso me excita...

Bajo su bóxer para sacar su erección, admirarla, besarla. El sexo de los


hombres nunca me ha parecido muy bello, pero el de Roman es hermoso. Parece,
al igual que toda su persona, tallado en un mármol precioso. Roman tiene cuerpo
de ídolo pagano...

Él me dice con una voz ronca:

– Tengo ganas de tu boca, Amy.

Y yo tengo ganas de tu sexo... pero todavía no estoy muy segura de mí


misma. Dudo un poco, luego la suavidad de la mano de Roman en mi cabello me
tranquiliza, así que me conformo con seguir mi instinto y comienzo por atraparlo
suavemente entre mis labios. Primero su glande, tan sensible y delicado, que
acaricio con la punta de la lengua, deteniéndome a veces en el freno,
arrancándole gemidos que me calientan el vientre y hacen que mis bragas se
mojen. Luego, mientras que mi salivo lo lubrica, desciendo más en su miembro,
subo, bajo, subo... Cada vez, bajo un poco más, lo trago más profundamente y lo
siento hincharse un poco más en mí. Su sexo, al igual que su piel, tiene un sabor
ligeramente dulce y me doy cuenta de que adoro lamerlo, succionarlo, tragarlo...
A juzgar por los suspiros y las palabras dulces sin pies ni cabeza que Roman me
murmura, a él también le encanta…

– Amy… oh, Amy… espera... retírate... jadea de repente.

No tengo ganas de hacerlo, quiero continuar saboreándolo, engulléndolo.


Hacerlo gemir me procura un placer que nunca hubiera imaginado. Retomé el
control, dirijo, él está entre mis manos y es maravilloso. Mis bragas están
empapadas. No quisiera detenerme ahora por nada en el mundo.

– Amy… retírate, dice con una voz entrecortada... Amy... me voy a... venir...

Él me echa la cabeza suavemente hacia atrás, para separarse, pero le doy un


golpecillo en el puño y eso le arranca como una risa breve, entre dos gemidos.

Yo decido. Yo llevo la danza. Y no pienso dejarlo retirarse.

Él apoya firmemente sus dos manos sobre mi cabeza, hundiendo


profundamente sus dedos en mi cabello, y me aprieta más fuerte contra él. Está
enteramente dentro de mi boca y tengo un momento de pánico al pensar que su
sexo es demasiado grande, demasiado grueso.

Roman retrocede algunos centímetros y finamente soy yo quien regresa a


engullirlo con avidez. Atrapo sus nalgas con las manos, sus nalgas redondas y
musculosas. De repente, siento su cuerpo tensarse, su sexo palpitar contra mi
lengua. Él repite mi nombre una y otra vez, suspirándolo, gimiéndolo,
gritándolo, hasta que lo siento arquearse y expandirse en mi boca, con largos
chorros tibios que no logro tragar completamente.

Cuando lo siento destensarse, me enderezo para acurrucarme contra él. Está


ardiendo; la sensación de su torso contra mis senos fríos es embriagante. Pasa
sus brazos alrededor de mí y tarda algunos minutos en recobrar vagamente el
ánimo. Nos dirijo hacia la cama, donde se derrumba arrastrándome con él.

– Wow... dice simplemente, con los ojos cerrados. Estuvo...

Nunca sabré cómo estuvo puesto que duerme de repente, lo cual me hace
sonreír. Aprisionada entre sus brazos, me contorsiono para quitarme la falda,
luego jalo las cobijas sobre nosotros. Él desliza su rodilla entre mis piernas y yo
froto en ella mi sexo palpitante, húmedo. Darle placer a Roman me puso en un
estado de excitación surrealista y muero por que se despierte para que se ocupe
de mí.

Poco tiempo después, yo también estoy satisfecha así que me duermo. La


mano de Roman remplazó a su rodilla entre mis piernas y ésta va y viene en mi
grieta mojada. Es una manera exquisita de ser despertada. Sus dedos cosquillean
mi clítoris hinchado, luego se deslizan lentamente, más abajo, para penetrarme,
volver a salir y volver a hundirse. Un dedo, dos dedos... Abro las piernas para
dejarlo tocarme mejor, para que llegue más profundo. Me acuesto de espaldas,
completamente abierta, con los brazos encima de la cabeza. La mano de Roman
toma enteramente posesión de mi sexo empapado, se vuelve menos suave, más
imperiosa y no puedo evitar gemir ondulando bajo sus asaltos.

Luego se pone encima de mí, su mano deja mi sexo para ponerse sobre mis
labios, los cuales acaricia con la punta de los dedos; puedo sentir mi propio
sabor, salado en ellos. Me arqueo hacia él, ¡protesto! ¡Mi sexo abandonado
protesta!

– ¡Roman! ¡Ven!

Su mano regresa entre mis piernas, las separa un poco más, luego guía a su
sexo tenso entre mis labios, acariciando mi clítoris que parece estar a punto de
explotar. Levanto mis rodillas y anudo mis piernas alrededor de su cintura.
Roman se hunde en mí, de un solo golpe poderoso. Un grito se me escapa, de
sorpresa, de placer. Roman se inclina para besarme, con un beso exigente,
hirviendo de deseo. Se retira lentamente de mí, mientras que nuestras lenguas se
prueban y se saborean. Mis piernas firmemente amarradas alrededor de su cadera
le impiden ir más lejos, me mordisquea los labios y se hunde de nuevo en mí,
con una puñalada formidable. El grito que lanzo es ahogado por su boca, luego
se retira de nuevo, poniéndome en suplicio. ¡Lo quiero dentro de mí! Aprieto
mis piernas con más fuerza, regresándolo hacia mí. Quisiera obligarlo a
penetrarme, pero ya no soy yo quien lleva el ritmo y me hace comprenderlo bien.
Se queda apoyado sobre sus codos, con su sexo apenas metido en el mío, y me
tortura deliciosamente quedándose fuera de alcance.

– Roman… le suplico. Oh, Roman… repito en el mismo tono que él hace


rato, cuando me divertía haciéndolo acabar en mi boca.

Entonces comienza a penetrarme lento, ¡tan lento! ¡Es insoportable!


Aprisiona mis puños entre sus manos y me besa, lánguidamente, mientras mueve
ligeramente su pelvis. ¡Se toma su tiempo y yo tengo ganas de gritar de
frustración! Luego sus movimientos se vuelven más amplios, su cuerpo pesa más
sobre el mío. Su sexo me llena finalmente por completo, sus puñaladas
impetuosas me levantan de la cama en cada uno de sus asaltos y soy
simplemente feliz.

¡Es delicioso! ¡Oh, es tan delicioso!

Me muerdo los labios para no gritar de placer.

***

Cuando abro los ojos en la madrugada, me dispongo a enfrentar la tristeza de


un despertar solitario: sé que Roman pensaba regresar a los Estados Unidos muy
temprano. Me quedo recostada boca arriba, con la mente todavía nublada y el
cuerpo envuelto en un capullo de bienestar que quisiera aprovechar el mayor
tiempo posible. Estoy tan convencida de estar sola en la cama que salto cuando
una mano suave y cálida llega a ponerse sobre mi vientre.

– ¡Roman! exclamo contenta.


– En persona, responde con una voz adormecida. ¿Esperabas a alguien más?
– No, por supuesto que no, digo riendo. ¿Pero no debías regresar a
Manhattan?
– ¿Es una forma delicada de decirme que me vaya? murmura jalándome hacia
él.

Un rayo de sol entre las cortinas llega a ponerse sobre su hombro, salpicando
su espalda y su cabello. Está acostado boca abajo, con las cobijas sobre las
caderas, la cabeza en el hueco de sus brazos, y me mira, con los ojos medio
abiertos. Recorro con mis dedos desde sus omóplatos hasta su cadera.

– Eres tan bello, murmuro.


– Lo sé, responde con una sonrisa traviesa. De hecho es por eso que en cinco
segundos, vas a caer en la deliciosa tentación de acariciar mis nalgas, de
voltearme boca arriba y cabalgarme, como una linda ninfa, con tu cabello
pelirrojo cayendo sobre tus hombros, tus senos blancos en la palma de mis
manos, para hacerme el amor apasionadamente y llevarnos a ambos hasta el
séptimo cielo.

Resisto tres segundos más de lo que había previsto antes de seguir


escrupulosamente su programa.
21. Las cosas en claro

Ya es tarde, esta mañana de Navidad, cuando Roman y yo nos levantamos y


acompañamos a Sibylle y a mi abuela en la mesa del desayuno, ya que el resto
de la familia no se ha levantado aún. Ellas hablan acerca de las cualidades
intrínsecas que debe tener el hombre ideal, cada una defendiendo con fervor su
unto de vista, frente a la mirada divertida de Roman quien no pierde la
oportunidad de contribuir con el debate sembrando aun más la confusión. Sus
respuestas fuera de lugar me hacen reír. Mi abuela termina por concluir, mientras
que él me da un beso en los labios antes de dejar nuestros platos en el fregadero:

– Es inútil seguir discutiendo. El hombre ideal tiene el cabello negro como la


noche, una sonrisa encan... cálida, una sudadera azul obscuro; es atento, lleno de
humor y sabe quitar la mesa por sí mismo.

Roman verifica el color de su sudadera antes de aprobar con la cabeza y


Sibylle se ve obligada a doblegarse y concordar con esta opinión, aunque
sospecho que prefiere a los rubios antes que a los castaños...

Luego ambos nos vamos a pasear por los muelles del Sena. La nieve se ha
derretido bajo la intensidad del sol, pero el viento sigue siendo fresco y helado.
Caminamos tomados de la mano y el calor de Roman parece expandirse por todo
mi cuerpo.

Y, al fin, hablamos. Roman leyó mis mails. Se tomó el tiempo de meditarlos.

– Mi madre, mi infancia, los periodistas... esos son temas sensibles, Amy.


Reaccioné por instinto, excesivamente. Tuve miedo de equivocarme contigo, de
haber sido manipulado. Todo esto no es habitual para mí, como ya te imaginarás.
No estoy buscando excusas, sólo intento explicarte.
– Si alguien aquí debe disculparse, soy yo, Roman, le digo apretando con más
fuerza su mano.
– Ya lo hiciste, responde con una media sonrisa. Ahora me toca a mí.
Caminamos por un momento en silencio antes que retome:

– Me pareciste tan diferente de las demás, la primera vez que nos conocimos.
Sin artificios ni cálculos. No sabías quién era, cuántos dólares tenía, lo que
representaba, pero te gusté... Porque te gusté, ¿no es así? pregunta de repente con
un asomo de preocupación.
– Obviamente, digo sorprendida de que pueda dudarlo.
– Me escogiste a mí, tal y como soy, sólo un corredor anónimo en Central
Park. No el hijo del famoso actor, no el multimillonario, sino un hombre con
shorts grises...
– Que me salvó la vida, preciso deteniéndome y volteando hacia él para
acariciar con mis dedos la cicatriz en su pómulo.
– Tal vez. Lo que quiero decir, es que por todas esas razones confié en ti.
Sabía que eras auténtica. Entonces cuando me enteré que estabas investigando a
mi madre y su amante, me sentí destrozado. Creí que me habías engañado. Pero,
dice cuando estaba a punto de protestar, leí tus mails y pensé mucho. Te
investigué a ti también, contraté a un detective privado, aunque no estoy
orgulloso de ello.
– ¿Y él te tranquilizó? ¿Te demostró que no soy descendiente de Mata Hari, la
famosa cortesana espía? bromeo.
– Exactamente. De hecho, me informó que seguido tenías los ojos rojos e
hinchados... y no pude soportar eso, dice inclinándose para besarme.

Luego se sienta a horcajadas sobre una tapia del muelle y me jala hacia él. Me
instalo frente a él, con la espalda recargada contra su torso, como si
cabalgáramos el mismo purasangre. Él abre su abrigo y pasa sus brazos
alrededor de mi cintura envolviéndome en ellos. Permanecemos un momento sin
decirnos nada, mirando pasar los barcos por el Sena. Estoy serena, feliz.

– ¿Amy…? me pregunta con una voz apagada. ¿Qué te hizo pensar en un


asesinato? ¿Por qué alguien querría matar a mi madre?

Me tomo mi tiempo para responderle. No quiero repetir mi error y soltarle


todo sin ninguna precaución ni delicadeza. Él espera, paciente como sabe ser,
con su mentón sobre mi hombro. Cuando al fin puse orden en mis ideas, le
cuento: los archivos de Undertake, el artículo de Randall Farrell que cuestiona la
tesis del accidente, el compromiso de Teresa con la causa animal, sus acciones
contra los grandes laboratorios de cosmética, los millones de dólares en juego,
los archivos incompletos del antiguo policía, Robert Martin, los reportes de
expertos perdidos. También le hablo de mi encuentro con el oficial Nils Eriksen
y Roman se sorprende que haya llegado tan lejos. Me dice que está orgulloso de
lo que hice, y eso me llena de alegría. Estoy contenta de que me apruebe, que me
tome en serio. Tan contenta que me dejo llevar y exagero un poco diciéndole que
Eriksen se interesa en la historia y va a ayudarme. De todas maneras, estoy
convencida de que lo hará. O casi. Él conoce a Lou, ya la ha sacado de apuros,
no creo que le vaya a dar la espalda a una de sus amigas.

Una voz interna me susurra que no soy precisamente una amiga de Lou y que,
de todas formas, ella me había advertido que Eriksen no le debía nada y nunca se
sentía obligado a hacer nada. Pero hago callar esa voz de inmediato. No es el
momento de ser pesimista.

***

Los días siguientes, mi falsa seguridad vacila: Eriksen no se manifiesta. Eso


comienza a preocuparme y luego a angustiarme definitivamente, sobre todo
porque ahora Roman me pregunta regularmente por él. Él sigue mi investigación
con mucho interés, me pregunta si puede facilitarme la tarea de alguna manera.
Aparte de eso, hace jornadas de catorce horas, pasa su tiempo en citas en París
mientras que yo trabajo en mi libro, ayudad por mi padre que me sirve de lector
beta y me señala los errores o las incoherencias. Roman me invita todas las
noches a un restaurante gastronómico diferente y dormimos en el hotel de mi
predilección o regresamos a mi habitación caminando de puntitas. Amo que
venga a casa de mis padres, que se duerma en mi cama.

Como él me lo pidió, lo dejo leer mis avances sobre su madre, los reportes de
laboratorios que conseguí, mis notas, mis recortes.

Me repite lo orgulloso e impresionado que está de mí.

Si Eriksen me falla, si se niega a ayudarme, Roman estará terriblemente


decepcionado. No solamente por la investigación sino también porque se dará
cuenta que me adelanté a cosas que no dominaba realmente.

¡Mierda! ¿Pero por qué el tal Eriksen no me llama?


Intento varias veces comunicarme con él en la comisaría, pero nunca está ahí
y los policías están demasiado ocupados para interesarse en mi caso:

– Escuche, señorita, termina por decirme uno de ellos, harto, cuando insisto
en que me comunique con Eriksen: el oficial tiene su número, entonces si
quisiera hablar con usted, ya lo habría hecho. En periodos vacacionales, tenemos
menos gente y la mitad de los ciudadanos de la capital parece escoger siempre
esta temporada para suicidarse, asesinar a su conserje, robar un banco o aceptar
retos estúpidos y peligrosos. Así que no tenemos mucho tiempo para estar
hablando por teléfono, seamos comisario, oficial o secretarias. No puedo hacer
más por usted. Vuelva a llamar en dos o tres semanas, cuando todo se haya
calmado.

Me siento cada vez peor, tengo tanto miedo de decepcionar a Roman... En la


casa, intercepto a Sibylle. Sé muy bien que ella ve a Eriksen, tal vez pueda
decirme algo. Pero sólo pasa muy rápido.

– Ella se la pasa todo el tiempo pedaleando o en la remadora en el gimnasio


con sus amigas, me dice Matthieu, decepcionado un día que voy a visitarla a su
apartamento del distrito 18 pensando que ya no tendré más oportunidades de ver
a Sibylle. Pero la conozco: ya se le pasará. Nunca ha mantenido una resolución
por más de dos semanas...

Su reflexión vagamente condescendiente me exaspera y estoy a punto de


decirle que tal vez no la conoce tan bien como cree, pero no quiero crear
problemas. Sibylle lleva su vida y, aunque lo desapruebe, no se merece que yo
venga a cambiar todo.

***

El 31 de diciembre, Roman me propone celebrar el año nuevo solos los dos.


Rentó un magnífico barco con decoración suntuosa, todo en terciopelo y seda,
cristal y porcelana, inspirado en el siglo XIX. Unas velas perfumadas son la
única iluminación. Decenas de velas.

A medianoche, abrazados en la proa, disfrutamos de unos espléndidos fuegos


artificiales que parecen incendiar el río.
Pasamos una noche mágica, arrullados por el movimiento del Sena iluminado
con guirlandas multicolores. Está comenzando un fabuloso año nuevo…

A pesar de todo, a pesar del cuadro idílico y de la presencia de Roman, no


puedo evitar preocuparme por el silencio de Eriksen.

En la madrugada, estoy más nerviosa que nunca: pronto serán dos semanas
desde que lo vi en el gimnasio y sigo sin tener noticias suyas.

– Pareces preocupada, Amy. ¿Todo bien? se preocupa Roman, a quien nada se


le escapa.
– Sí, respondo intentando sonreír. Sólo estoy cansada.
– Oh… ya veo, dice pensativo. Tal vez debería dejarte dormir en la noche.
Esta vez, jugaremos Scrabble y a las ocho de la noche nos iremos a la cama, con
nuestra pijama hasta el cuello…
– Seguro que no, digo riendo francamente esta vez. Soy pésima en Scrabble y
detesto perder.

Al mediodía, comemos con mis padres y cerca de las 2 de la tarde, mientras


que Roman está al teléfono para una interminable cita con un hombre de
negocios de Tokio, al fin logro encontrarme a solas con Sibylle.

Ella se niega a decirme ni una palabra acerca de lo que pasa (o no) entre ella y
Eriksen, pero admite que lo ve casi todos los días.

– Tengo que comunicarme con él a toda costa, Sibylle. ¿Tienes su número


personal?
– Sí, me dice después de dudarlo por un momento. Pero si no te ha llamado,
probablemente tenga una buena razón. No es del tipo de hombres que se
desaparecen.
– Tal vez, pero Roman y yo regresaremos a los Estados Unidos mañana en la
noche y debo verlo antes. ¿Quieres darme ese número antes que tenga que
hacerte cosquillas hasta matarte y arrancarle tu agenda a tu cadáver todavía
caliente?
– No, no, responde riendo. No tienes que llegar a ese extremo. Sólo
prométeme que no le hablarás de todo esto a mamá... o a Matthieu...
– Por supuesto. No pienso meterme en tu vida, Sibylle. Ahora bien, si me
necesitas, para hablar o lo que sea... aquí estoy. No lo olvides.
– No lo olvido. Gracias, dice dándome un beso de repente. Eres una hermana
mayor genial. Todo es muy confuso en mi cabeza y en mi corazón últimamente,
así que sí, seguramente te necesitaré... pronto. Pero ahora debo irme.

Me da otro beso, abrazándome. Desde la infancia, nunca habíamos sido tan


cercanas como estos últimos días, y esta complicidad recién encontrada me hace
bien.

Ella desaparece rápidamente después de un último beso en mi mejilla y me


apresuro a llamar a Eriksen... quien no responde. Le dejo un mensaje,
recordándole que regresaré mañana y que me hubiera gustado hablar con él antes
de irme.

Paso toda la tarde angustiándome, vigilando a mi iPhone. Como se lo propuso


mi padre, Roman trabaja desde la biblioteca y se la pasa en citas telefónicas.
Paso de vez en cuando a verlo: él recorre la habitación, concentrado, con la
camisa arremangada. Me lanza una sonrisa cuando me ve, y me derrito
literalmente.

Te amo, Roman. Haría lo que fuera por ti.

Intento comunicarme con Eriksen nuevamente. Cuando la llamada pasa al


buzón de voz, después de seis tonos, cuelgo, aterrada. Luego vuelvo a llamar,
inmediatamente, y esta vez no suena: el buzón me contesta de inmediato. ¡Me
colgó de inmediato!

Está filtrando sus llamadas y no quiere hablar conmigo. Estoy completamente


desamparada, perdida. Se lo prometí a Roman. Y como me dejé llevar
estúpidamente por mi entusiasmo, él cree que Eriksen está trabajando ya en el
caso. ¿Cómo le voy a hacer ahora? No tengo ni los medios ni los contactos, ni la
experiencia para llevar a cabo una investigación de esta magnitud. Sin Eriksen,
no llegaré a ninguna parte, es demasiado grande para mí. Me siento minúsculo y
terriblemente impotente.

¿Cómo le voy a explicar a Roman que la policía, de hecho, no volvió a abrir


el caso? ¿Que tal vez nunca tendrá respuesta a las preguntas que yo suscité en
él imprudentemente? ¿Que agité las cosas inútilmente? ¿Que le hice daño
inútilmente? ¿Cómo podría no odiarme? Se ha contenido tanto ya... No puedo
esperar que me perdone todo, que olvide todos mis errores.

No puedo anunciarle esto sin perderlo de nuevo. Tal vez definitivamente...

Entonces, la verdadera pregunta es: ¿cómo voy a enmendar mis estupideces?

Y quedarme con el hombre que amo...


22. Palabras de amor

Sábado 2 de enero. París. Mi recámara. Fría. El lugar que ocupaba Roman en


la cama sigue tibio. Se escucha el ruido del agua en la ducha al caer. Desaliento.
Inquietud. Miedo de decepcionar al hombre que amo. Ganas de llorar.

Metí la pata (otra vez) y no sé cómo salirme de ésta sin perder a Roman, que
no sospecha nada. Diciéndole que la investigación sobre su madre fue reabierta,
hice mi primera tontería. Y ahora, a menos de poder convencer al teniente
Eriksen que se interese por el asunto, necesitaré explicarle a Roman que sólo
exageré un poco las cosas. Que esa historia no le interesa a nadie y que sus
preguntas seguirán sin respuesta.

Y así resumo la situación en este momento. No es genial. Pero trato de poner


buena cara.

A las cinco de la mañana (tanto como decir que en medio de la noche),


Roman se levantó tratando de no despertarme. No lo logró; dormí tan mal que el
menor roce, el menor murmuro me hubieran sacado del sueño. Cuando sale de la
ducha, enciendo la lámpara de mi buró y lo miro vestirse, hecha bola bajo las
sábanas. No me canso de admirar su enorme cuerpo con músculos tan bien
definidos, con sus movimientos suaves, con sus gestos vivos. Hoy, cambia su
pantalón de mezclilla por un traje negro sobrio y de gran clase con una camisa
rojo sangre y una corbata negra, Tiene que negociar unos contratos con un viejo
japonés irascible y riquísimo que tiene la reputación de doblegar a todo el
mundo y cumplir sus deseos; pero Roman no es del tipo que se deje dominar por
cualquiera... Siempre me impresiona un poco, cuando se viste de esa manera.
Eso me recuerda que no sólo es el hombre de mis sueños, sensual y simpático,
sino también un hombre de negocios, multimillonario más allá de lo confesable,
y que ahí no se llega por suerte incluso siendo tan joven. Cuando uno empieza
desde cero, no se encuentra de golpe a la cabeza de un imperio sin tener una
voluntad de acero. Hay que ser muy dedicado en el trabajo y un estratega sin par,
feroz, inteligente. Despiadado también, a veces.
- ¿Nunca tienes miedo? le pregunto.
- ¿Miedo? se sorprende, como si desconociera esa palabra.
- Sí, digo, divertida. Miedo. Ya sabes, cuando se duda, cuando se teme a
alguien o a algo, esa sensación que te provoca sudores fríos o malestar
estomacal. Es un sentimiento que el común de los mortales conoce bastante bien.
- Oh... mmm... Sí, me llega a pasar. Ahora, por ejemplo, tengo miedo de
utilizar gel para domar este mechón rebelde, responde tratando de disciplinar a
su espeso cabello negro. Y tengo horror del gel.
- ¿En serio?
- En serio, dice repentinamente grave sentándose al borde de la cama para
besarme el cuello, tuve miedo, hace no tanto tiempo. Cuando creí haberme
equivocado y haberte perdido...

Su declaración me deja completamente aturdida de felicidad. Después de su


partida, me vuelvo a dormir, con los dedos puestos sobre mi cuello, en el lugar
que puso sus labios, como para retener su beso sobre mi piel.

***

Al despertar, la lluvia ha dejado de tamborilear contra los postigos y el sol ya


está muy alto en el cielo. Me siento de repente mucho más optimista. Roman y
yo tenemos que volver a los Estados Unidos esta noche, ya no tengo tiempo para
andarme con dilaciones: voy a acosar a Eriksen hasta que descuelgue su maldito
teléfono o bien, iré personalmente a su encuentro en su oficina o a alcanzarlo
sobre el ring. Estoy dispuesta a todo para obtener respuestas.

Afortunadamente, no tengo que recurrir a esas soluciones extremas: un


mensaje de Eriksen me informa que estará en la comisaría durante todo el día y
que puedo pasar a verlo en cualquier momento.

Contengo un grito de alegría, mordisqueo una barra de cereal que estaba en la


alacena como desayuno, tomo mi abrigo, beso a mis padres, camino rápidamente
por las calles, salto al metro.

A las 11 h38 , apenas sofocada, me encuentro frente a él, rogando con todas
mis fuerzas para que se decida a ayudarme.

El teniente Nils Eriksen es un poco menos impresionante cuando está vestido


detrás de su escritorio que cuando está semidesnudo sobre un ring. Pero
realmente sólo un poco. Las finas trenzas en sus cabellos rubios no logran
suavizar su rostro de rasgos duros y una incipiente barba. Trae puesto un
pantalón de mezclilla café, y una playera blanca esconde los tatuajes tribales de
sus amplios hombros. Pero, incluso así, la descripción de Sibylle guarda toda
proporción: parece un Vikingo. Lo que no inspira confianza. Me pregunto cómo
mi hermanita pudo enamorarse de este tipo que me parece más intimidante que
seductor. Sigo sin saber qué pensar de él.

- Señorita Lenoir, dice con su voz rocosa, apretándome la mano. Tuve que
esperar a tener un momento libre para efectuar algunas investigaciones sobre la
muerte de Teresa Tessler, antes de llamarla.

No se disculpa, no emplea fórmulas de cortesía. Enuncia simplemente un


hecho. No es muy diplomático...

- Si, su telefonista me había explicado que estaba usted lleno de trabajo, en


este período del año, digo incómoda. Le pido disculpas si le di la impresión de
estarlo acosando. Pero tengo que estar en Boston mañana y este asunto me tiene
en ascuas.
- La entiendo, responde sentándose en la orilla de su escritorio.

Instalada frente a él sobre una silla incómoda, empiezo a manosear el cierre


de mi bolso. Busco las palabras, pero, de hecho, no sé si tengo que decir algo o
él es quien va a hablar. Él no muestra ningún signo de impaciencia, me observa
lentamente y sus ojos grises me atemorizan, con un miedo tan irracional como
intenso.

¡Apuesto que es excelente en las técnicas de interrogación! Me siento


culpable sólo de estar frente a él. ¿Culpable de qué? No tengo la menor idea.
Pero estoy dispuesta a confesarlo todo.

¡Oh, Roman! ¿Qué es lo que haces para nunca sentir miedo? ¿Porqué no
estás aquí, conmigo?

Pensar en Roman me devuelve el valor. Eriksen pone fin a mi calvario al


señalarme un grueso expediente:
- Aquí tengo unos documentos que me convencieron de que su historia valía
la pena ser examinada de muy cerca. De hecho, si me demoré en contactarla, fue
porque entre más escarbaba, más me daba cuenta de la manera aberrante en la
que fue llevada esta investigación.
- ¿Aberrante? pregunto, al mismo tiempo aliviada por entrar de lleno al tema
e inquieta por el giro que toma la conversación, incluso si ya pensaba que había
algo sospechoso.
- Tuve que mover cielo y tierra para obtener los testimonios, los reportes de la
autopsia y los de los peritos vehiculares, así como las notas de mi predecesor,
Robert Marquentin, encargado de la investigación. Todo debería encontrarse en
los archivos, pero... faltaban documentos. Finalmente los encontré, pero en su
mayoría, están incompletos o en total contradicción con las conclusiones de la
investigación. Incluso falsificados.
- ¿Falsificados? pregunto, estupefacta y muy asustada con la idea de lo que
eso implica. Usted quiere decir... que... mmm... balbuceo sin atreverme a
expresar el fondo de mis pensamientos.

¿Usted quiere decir que la investigación fue saboteada? ¿Que su colega era
un policía corrupto y que ocultó información?

- Está claro que la investigación fue descuidada y voluntariamente arruinada,


dice imperturbable. ¿Porqué? ¿Por quién? No lo sé. No puedo y no quiero acusar
al ex-teniente Marquentin sin pruebas tangibles. Tendría que hablar con él, para
tener su versión de los hechos y sus explicaciones. Pero eso no sucederá.
- ¿Cómo es eso? me sobresalto. ¿Va a dejarlo así? ¿Sólo porque pone en tela
de juicio a uno de sus colegas? ¿Para no acusar a un policía? Hablamos de un
asesinato maquillado en accidente y usted... usted...

Soy incapaz de continuar, tengo la voz temblorosa de indignación y me he


levantado sin darme cuenta. De repente, olvido que Eriksen es un policía, que
me da miedo y que no tengo ninguna participación en este asunto. Sólo pienso
en Roman y en su madre. Eriksen parece más divertido que impresionado por mi
demostración de bravura:

- Nada de eso, señorita Lenoir. Yo abandono la policía.


- Pero... yo... usted... ¡no! balbuceo absurdamente, devastada por la idea de
que todo se me escapa entre los dedos, después de haber batallado tanto.
- Eh sí, responde con apenas una sonrisa en el rostro.
- Pero, ¿porqué? y, ¿qué voy a hacer sin usted?

La pregunta se me escapó. Me vuelvo a sentar en mi silla, al borde de las


lágrimas. Creía que todo se arreglaría, que Eriksen iba a reabrir la investigación,
que mi pequeña mentira pasaría desapercibida y que no llegaría jamás a los
oídos de Roman. En lugar de eso, me encuentro en el mismo punto de partida y
tendré que decirle a Roman que maquillé la verdad. Siento pánico en mi cabeza:

- ¿Pequeña mentira? ¿A eso le llamas una pequeña mentira? ¿Porqué no


llamar un gato por su nombre y confesar que le mentiste a Roman diciéndole
que la investigación ya se había reabierto?

- ¡En realidad no le mentí! ¡Cuando le pedí a Eriksen que me ayudara, estaba


segura de que lo haría!

- ¿Segura, de verdad?

- Casi segura... En todo caso, quería creerlo.

- ...

- Estaba tan contenta por volver a ver a Roman. Me dejé llevar por mi
entusiasmo. ¿Acaso eso es un crimen?

- No. Pero ahora, todo se fue al carajo... Por que si Eriksen no reabrió la
investigación, entonces a los ojos de la ley todo queda como un caso cerrado, y
nadie después de él lo retomará. Y eso, no sé cómo se lo vas a explicar a Roman
sin confesarle tu “pequeña mentira”...

- Lo sé. Pero aún falta lo peor: habré abierto todas sus heridas con respecto
a su madre para nada. Y eso, incluso si me perdonase, yo no me lo perdonaré
nunca...

- ¿Porqué renuncio? me responde Eriksen después de un largo silencio.


Porque me ahogo. La policía es una formidable familia, pero también una vasta
prisión a cielo abierto, un laberinto de procedimientos y a veces injusta.
- Y corrupta, agrego, malhumorada, pensando en Robert Marquentin.
- No, dice con una dulzura sorprendente. Usted no puede juzgar a todo un
grupo por las acciones de uno solo de sus miembros. Además de que no tiene
ninguna prueba. Los policías tienen sus defectos, pero siempre son más los
buenos que los malos. Y no olvide que se trata de únicamente hombres, no de
superhéroes...

Yo, en este momento, pienso sobretodo en Roman. Lo demás, la policía, los


buenos agentes, los estados de humor de Eriksen, todo eso, no me interesan en lo
más mínimo.

- En resumen, continúa levantándose, como si hubiera leído mis


pensamientos. Como quiera que sea, es evidente que no le conté todo esto para
anunciarle enseguida que el asunto se enterraba. Aquí está el nombre, el correo
electrónico y el número del colega que me remplazará a partir de la siguiente
semana. Lo pondré al día, le transmitiré el expediente Tessler y él la contactará
en cuanto le sea posible. Tenemos suficientes elementos para reabrir la
investigación.

Esta última frase me causa una monumental impresión. Y extraordinariamente


agradable. Tomo la tarjeta de visita que me ofrece, como una autómata, no
pudiendo todavía, después de todos estos exabruptos, creerlo.

¡La investigación está reabierta! ¡Lo logré! ¡Roman! ¡Mantuve mi promesa!

Todavía me cuesta trabajo creerlo, pero sé que tengo que poner una sonrisa
encantada (y tal vez un poco idiota). El miedo de perder a Roman, que me anuda
el estómago desde hace varios días, se ha esfumado. ¡Por fin! Me deshago en
agradecimientos.

- Son las doce y media, me corta Eriksen, divertido. No soportaré un minuto


más sin comer. ¿Me acompaña al restaurante? Todavía tengo dos o tres cosas por
decirle.

Dudo por un instante, no muy entusiasta con la idea de prolongar nuestro


encuentro. Sigue poniéndome incómoda.

¿Y si quiere tratar de conquistarme? ¡Qué fastidio!

- No se asuste, no es una cita galante, dice, al tomar su chamarra de cuero,


con una sonrisa divertida. Sólo tengo hambre.
Contrariada por ser tan transparente (y ofendida por su réplica, que roza la
patanería) acepto sin embargo, todavía enloquecida por el agradecimiento y
vagamente incrédula.

Diez minutos más tarde, estamos instalados en una pequeña mesa al fondo del
restaurante-bar “Au chien qui fume” cuando recibo un mensaje de texto de
Roman:

[Terminé antes. ¿Comemos juntos?]


- ¿Le molestaría si Roman Parker, el hijo de Teresa Tessler, se nos une? le
pregunto a Eriksen.
- Para nada, responde atacando el pan y las aceitunas que una mesera acaba de
depositar frente a nosotros. Me despierta la curiosidad el conocerlo... a condición
de que no llegue en tres horas.

Llamo a Roman para explicarle y resumirle mi entrevista con el teniente.

- Está muy cerca de aquí, nos alcanzará muy rápido, le digo a Eriksen
sentándome frente a él. Usted no tendría por qué tener el tiempo para morir de
inanición, agrego constatando que la canasta de pan ya está vacía.

Roman se sienta en nuestra mesa exactamente nueve minutos más tarde.


Levanta mis cabellos y me besa en la nuca (¡escalofríos!) después de haber
saludado a Eriksen quien, en la espera, devoró otra canasta de pan y dos bol de
aceitunas. La mesera nos volvió a traer lo mismo sin manifestar la menor
sorpresa, con una hermosa regularidad y adivino por eso que él ya es cliente de
este lugar. Y que tiene un apetito de ogro.

Para mi gran sorpresa, Roman y él se entienden de maravilla. Parecen sin


embargo tan diametralmente opuestos, y son físicamente tan diferentes. Aparte
de la gran estatura que comparten, parecen el día y la noche.

Por contraste, encuentro a Roman aún más guapo... y a Eriksen menos


impresionante.

Al cabo de quince minutos, se entienden tan bien que ya se tutean. Yo me


quedo en silencio, un poco nerviosa: tengo miedo de que al final de una frase
Roman se dé cuenta de que Eriksen acaba de aceptar reabrir la investigación y
así descubra mi mentira. Pero el teniente no es locuaz, no entra en los detalles y
todo parece ir de maravilla. ¡Uf!

Al final de la comida, cuando termina su segundo plato fuerte (¡nunca había


visto a alguien comer de esta manera!), Roman le pregunta:

- Abandonas la policía para independizarte, como detective privado, ¿es así?


- Sí. Cierro los trámites administrativos, enseguida puedo volar con mis
propias alas. Pero seré consultor externo para la policía, eso me permitirá
conservar los contactos.
- De acuerdo... dice Roman con, visiblemente, una idea detrás de la cabeza.
Entonces te contrato. Para investigar sobre mi madre. me darás una tarifa fija y
tendrás un crédito ilimitado para todos tus gastos.
- Ok, responde sobriamente Eriksen después de reflexionarlo por un tiempo
que me parece interminable. Pero podría ser muy tardado. Alguien hizo todo lo
posible para enterrar muy bien el asunto...

Espero a que se sigan poniendo de acuerdo, pero Eriksen pide los postres y la
negociación parece haber concluido. Sólo necesitaron unas tres o cuatro frases
para llegar a un acuerdo.

¡Muy bien! ¡Qué concisión! ¡Eso es eficacia!

La plática deriva enseguida, no sé cómo, hacia el deporte, pero me siento tan


aliviada por que todo se haya arreglado que ya no escucho lo que dicen.

Esa misma noche, después de despedirme de mi familia, Roman y yo subimos


a bordo de su jet para volver a los Estados Unidos. Estoy contenta de que se
termine este paréntesis en mi vida que fue particularmente difícil para mis
nervios, pero tengo el corazón triste por dejar París, a mis padres, y sobretodo a
mi hermanita, presa de sus tormentos amorosos. Estoy inquieta por ella; no
imagino ni por un segundo a Nils Eriksen, que parece, a pesar de sus apenas
treinta años de edad, haber vivido ya diez vidas, interesarse por ella, que no
conoce nada más que su vida familiar. De verdad, me cuesta trabajo imaginarme
al teniente enamorarse de alguien...

Durante el vuelo, me acurruco en los brazos de Roman, sobre un confortable


sofá de cuero de suavidad incomparable. Bajó las luces y puso una música suave
como fondo sonoro, una sonata para piano que me arrulla y me tranquiliza. Toma
mi mano derecha en la suya y juega con mis cabellos con su otra mano.
Intercambiamos algunas palabras murmurando. Palabras dulces. Estoy
enamorada...

- Estoy feliz de que hayas abandonado tu trabajo interino de caballero


sirviente, le susurro. No era un plan de carrera digno de un multimillonario.

Ríe dulcemente y le digo te amo.

Me salió completamente solo, no lo había premeditado. Me siento aturdida, y


Roman también, creo. Hunde su cara en mi cuello apretándome más fuerte.
Susurra bajito y muy rápido, en inglés, con un acento más marcado que nunca.
No entiendo ni una sola palabra, pero se niega a repetirlo.

- No tiene la menor importancia, dice. Bésame.

Entonces lo beso. Y es verdad que ya más nada tiene importancia.


23. La sexy caperucita roja

El regreso a la vida de Boston no es precisamente miel sobre hojuelas.

Había tomado el hábito, estos últimos tiempos, de ver a Roman regularmente


y pasar todas mis noches con él. Volver a la soledad y a la estrechez de mi cama
me frustra. Paso largos minutos contemplando su foto enmarcada en la pared de
mi recámara. Yo le había mandado un ejemplar, me pregunto lo que hizo con
ella... Me sigue pareciendo tan bella, en sus claroscuros : Roman bajo la luz de la
luna en Central Park, cuando todavía no era para mí más que un corredor
anónimo.

Suspiro.

Sus besos y sus caricias me hacen falta. Su aroma. Sus palabras tiernas, su
sonrisa, su humor me hacen falta. Velar, acurrucada bajo las sábanas, esperando
su regreso ahora que salió a correr en la noche, me hace falta. Mirarlo sacudirse
cuando sale de la ducha y me alcanza, todavía mojado bajo las sábanas, me hace
falta. Sus brazos sólidos, el calor de su cuerpo contra el mío, sus piernas aún
ardientes por los esfuerzos de su carrera enroscadas alrededor de las mías, me
hacen falta. Nuestros dos cuerpos que se entrelazan, sus gritos de placer que
acompañan los míos cuando hacemos el amor, las erupciones de gozo que me
transportan... ¡me hacen falta!

Roman me hace falta.

Y olvido todo el resto de mi vocabulario, tengo la impresión de que mi vida se


resume en estas cuatro palabras.

¡Roman. Me. Hace. Falta!

Afortunadamente, no estoy sola en el apartamento. Encuentro a Eduardo,


quien también ha regresado de sus vacaciones, y siempre esté lleno de
entusiasmo, aunque haya dejado su corazón en México, en los brazos de una
canalla de apenas veinte años que no parece querer regresárselo a la brevedad.
Además, su contrato de trabajo acaba de terminar y se pregunta cómo vivirá en
los siguientes meses. Pero siempre guarda para todos y contra todo un buen
humor comunicativo que me lleva a relativizar: tengo trabajo y al hombre de mis
sueños. La vida es formidable.

Sobre todo porque, desde el jueves, mientras estoy en la oficina acabando un


artículo que estará ilustrado por Simon, mi colega fotógrafo, un correo
electrónico de recursos humanos termina por ponerme eufórica:

De: DRH Undertake


Para: TEAM Undertake
Asunto:Nuevas oficinas

Buenos días a todos.
Como probablemente ya lo saben, nuestro periódico ha crecido y abre sus
oficinas en Nueva York. Encontrarán como archivos adjuntos todos los
detalles correspondientes.
Tenemos seis puestos que llenar en estas nuevas locaciones, que ya están en
funcionamiento y que serán ocupados sin demora por:
- Edith Brown, jefa de rúbrica.
- Kathy Delmare, secretaría y contabilidad.
- Anita Drake, maquetista.
- Scott Northten, nuestro último reclutamiento, FreeLancer.
Antes de contratar a nuevos colaboradores para completar este equipo,
deseamos proponerles estos puestos, de manera prioritaria.
Dos apartamentos, en las cercanías, estarán a su disposición según una
escala de rentas en función de su antigüedad en la empresa.
Gracias por dejarnos saber rápidamente sus preferencias, que tomaremos
muy en cuenta, en la medida de lo posible.
Cordialmente.
Lee Davis.

Desde que había escuchado el rumor circular en los pasillos, esperaba con una
impaciencia creciente esta oportunidad que me permitiría acercarme a Roman.
Soy además la única en el equipo que quiere ir a Nueva York, entonces no me
preocupa que alguien me gane un lugar. Sin embargo, respondo
instantáneamente, preguntando si el acceso a uno de los dos apartamentos me
puede ser otorgado, aunque sólo esté en un período de prácticas.

La respuesta del Director de Recursos Humanos no se hace esperar: mi


petición es aceptada, con el apartamento incluido. Aunque oficialmente siga en
mi período de prácticas, gozo de un estatus particular: cada uno de mis artículos
me es pagado, el éxito del primero sobre los Big Five me ha abierto suficientes
puertas y me ha dado derecho a beneficios substanciales.

Lee Davis me informa que sólo tengo que pasar a verlo para validar mi
petición, inmediatamente si así lo deseara; me apresuro en ir a su oficina. ¡Tengo
que contenerme para no ir dando saltos y bailando por el pasillo!

¡Sí! ¡Jueves 7 de enero, 11 horas: aquí estoy transferida a Nueva York! A sólo
algunas estaciones de metro de Roman.

Le envío un mensaje de texto para anunciarle la buena nueva. No tarda mucho


en responderme:

[¡Fabuloso! ¿Paso a buscarte esta noche para ir a celebrar?]

No nos hemos visto desde nuestro regreso de Francia, desde hace cuatro
interminables días, y juego con mi cabello esbozando una trenza malhecha
(expresión de mi cosecha) al responder a su propuesta. Simon, cuyo cubículo da
directamente hacia mi oficina, me mira riendo.

***

Al termino de la jornada de trabajo, no me quedo más tiempo en la oficina:


me dirijo directamente a mi casa para prepararme para esta noche. La vida me
sonríe, quiero ponerme guapa para Roman...

¡Pero ya no tengo nada que ponerme! Es la triste constatación a la cual llego,


a alrededor de las 18 horas, plantada frente a mi armario.

- ¿Y esa hermosa falda verde botella, con tus botines de cuero negro? me
pregunta Eduardo mientras ya he descartado todo lo que no me parecía
suficientemente sexy, es decir el noventa por ciento de mi guardarropa.
- Ya no me queda, me lamento. Creo que adelgacé, ya no se sostiene de mis
caderas.
- ¿Porqué no lo dijiste antes? Yo te la hubiera arreglado. No es complicado
pero ahora es demasiado tarde, se lamenta Eduardo. ¡Ya no tenemos tiempo!

Me alzo de hombros lanzándole una mirada patética, con toda mi ropa que
ahora yace en un montón frente a nosotros. Repentinamente, el timbre de la
entrada nos arranca de nuestra consternación.

***

- Finalmente, las cosas salieron bien, constata Eduardo, sonriendo, una hora
más tarde, poniendo un último pasador en mi chongo, mientras me miro en el
espejo de cuerpo entero del salón.
- Sí... mascullo, preocupada por el escote demasiado audaz del sublime
vestido entallado de terciopelo rojo que termino de ajustar.
- Tienes suerte, de tener a tu lado a un tipo que piensa en todo, dice con un
tono soñador frente al lujoso estuche en el que el vestido y los zapatos que le
combinan fueron entregados. El timing es perfecto. El vestido también...

Es verdad que es magnífico. Perfectamente ajustado, suave, confortable...

- ¿No te parece demasiado escotado?


- ¿Bromeas? Es muy sofisticado, sexy lo necesario. Tu Roman tiene muy
buen gusto. Sin embargo, tienes que poner atención en tu peinado: no muevas
mucho la cabeza, no tenía suficientes pasadores. Hice lo que pude.

Asiento distraídamente.

¡“Tu Roman”, dijo Eduardo! El posesivo me inflama las mejillas. Vuelvo a


leer el mensaje que acompañaba al vestido y no puedo evitar reír una vez más:

[¿Estás dispuesta a participar en un remake sulfuroso de Caperucita roja? ¿A


las 20 horas? Roman]

Le envío un mensaje de texto:


[Ok, Big Bad Wolf. Lleva muchas galletas y pequeños frasquitos de
mantequilla: tengo un apetito feroz.]

Su respuesta no se hace esperar:

[Yo también... ... ...]

La colección de puntos suspensivos me deja pensar que no habla únicamente


de la cena...

***

A las 20 horas en punto, espero el ruido conocido del Lamborghini Reventón


de Roman que se estaciona abajo de mi edificio. Cuando lo alcanzo, está en
franca conversación con mi casera, la señora Butler, que no acaba de extasiarse
con el coche, espléndido a decir verdad. Roman lo escogió negro, como siempre,
pero a pesar de eso, es de lo más llamativo en la calle, con su nariz angulosa y
sus líneas agresivas. Después de varias tentativas infructuosas para deshacernos
del interminable parloteo de la señora Butler, Eduardo nos salva de ella
invitándola a beber una infusión de salvia, un brebaje asqueroso que los
enloquece a los dos. Aliviada, le dirijo un discreto gesto de agradecimiento al
que responde por una sonrisa y un guiño cómplices.

- Siempre tan encantador, tu coinquilino, masculla Roman, no muy


convencido del todo.
- Mmm... sí.
- Te va a extrañar cuando te cambies de apartamento.
- De hecho, no, digo, un poco sorprendida por el tono en el que ha
pronunciado esas palabras. Él se muda conmigo.
- ¿De verdad? resopla, visiblemente contrariado.
- Sí, la renta es demasiado cara para mí sola, y como Eduardo ya no tiene
trabajo, no tiene para qué quedarse en Boston. Tendrá más oportunidades de
conseguir uno en Nueva York. Además, su prima busca un apartamento con su
marido y su bebé. Eduardo ya los llamó para proponerles éste y vienen a
visitarlo esta noche. Si lo toman, eso nos permitirá mudarnos desde este fin de
semana. ¿No te parece genial?
- Genial, refunfuña Roman malhumorado al abrirme la portezuela del
Lamborghini.
Sin embargo, su acceso de humor no dura y el trayecto es agradable. Mi
vestido le gusta muchísimo, y me sonrojo bajo su avalancha de cumplidos. Él
está vestido simplemente, como casi siempre: pantalón y camisa negros... pero
con una bufanda de seda con motivos del mismo rojo luminoso de mi vestido. El
contraste es sobrecogedor, realza su tez mate y subraya la negrura de sus ojos.
Reservó en un extraño restaurante compuesto de salas privadas de atmósfera
confidencial, que no tienen más que una mesa, más o menos grande según el
número de comensales. Seguimos al mesero designado para nuestro reservado a
través de los pasillos tortuosos con suelo de adoquines de piedra y de muros
tapizados con telas suntuosas. El lugar es sorprendente, no podía imaginar que
existiese alguno de ese tipo en pleno centro de Boston.

Nuestra mesa está situada en una pieza solitaria, ricamente decorada, cálida e
íntima como un dormitorio. Dos sillones y un sofá frente al fuego de la chimenea
que crepita reforzando todavía más esta impresión. La velada es idílica,
romántica como pude haberla imaginado. No puedo evitar devorar a Roman con
la mirada durante toda la cena y eso me hace a veces perder el hilo de la
conversación, para su gran diversión.

- ¿Perdón? le pregunto por segunda vez en la noche, después de haberme


dejado distraer por lo satinado de sus labios, que imagino correr sobre mi piel...
- Decía, repite pacientemente, que aparte de tu problema de atención, contra
el que me siento impotente, tengo realmente suerte de estar acompañado por una
mujer de tanta calidad como tú.
- ¿Calidad? pregunto perpleja.
- Mmm... responde incómodo. Mi vocabulario es a veces bastante
reprochable... Llena de cualidades, si lo prefieres.
- No, no, de calidad, me gusta, digo sonriendo, encantada. Sobretodo
pronunciado con tu acento.
- No tengo acento, gruñe, juguetón sobre la excelencia de su francés.
- ¡Claro que sí! digo riendo y moviendo vigorosamente la cabeza. Pero es
lindo, le aseguro antes de que, catástrofe, mi chongo de deshaga sobre mis
hombros sin ninguna advertencia.

Me incorporo vivamente, mortificada, escapando apenas a la humillación de


ver mis rizos caer sobre la salsa Albufera de mi polla cebada de Armoise (una
receta francesa de nombre rebuscado pero deliciosa). Roman, preocupado, se
apresura a ir en mi auxilio, lo que me parece particularmente galante de su parte
sobretodo si se considera que sucedió en el momento en que lo atacaba
alegremente. Sin embargo esboza una pequeña sonrisa socarrona, pero se
abstiene de cualquier comentario descortés.

- ¿Porqué no te los dejas nunca sueltos? Son magníficos, dice acariciando mis
cabellos, después de haber recuperado los pasadores desperdigados por el suelo.
- Porque se atoran con todo, hacen nudos inextricables e incluso a veces se
remojan en mi plato, respondo mascullando y tratando de reacomodarlos.
- Sería suficiente con recortarlos. Descubriría tu nuca, que es tan bella, y los
pondría en relieve, en vez de obligarlos permanentemente a estar quietos en
trenzas o en chongos.
- No estoy convencida... siempre los he llevado largos.
- Cortos, se te verían de maravilla.
- No estoy segura.
- Yo lo estoy.
- ¿De verdad?
- Sí, dice simplemente rozando mi nuca con sus labios.

***

Dos horas más tarde, en la suite más lujosa del hotel que domina el
restaurante, contemplo mi reflejo en el inmenso espejo que está por encima de la
chimenea. Me gusta mucho lo que veo. Mi rostro ha cambiado, parece más fino
y mi boca más sensual mientras que mis ojos azules parecen inmensos. La
peinadora particular de Roman ha hecho maravillas.

- Esplendorosa, confirma, con un último y simbólico golpe de sus tijeras cerca


de mi oreja izquierda. El cuadrado sublima su rostro. Le da dinamismo a sus
rizos y los deja expresarse totalmente. Su extraordinario color cobrizo puede
brillar con todo su esplendor.
- Gracias Irene, eres una perla, dice Roman extendiéndole un sobre. Es muy
amable de tu parte el haber accedido a venir, no estabas obligada.
- Estaba en una velada a dos pasos de aquí, y sabes bien que puedes
absolutamente pedirme todo, coquetea. Además, tu también necesitarías un
corte, agrega pasando su mano entre los cabellos de Roman, quien se retira
declinando educadamente su ofrecimiento.
Mi gratitud por la fabulosa transformación que ella acaba de efectuar sobre mí
se evapora en una fracción de segundo. Repentinamente sólo tengo un deseo:
arrancarle esa mano demasiado familiar, clavarle sus tijeras en sus muslos
demasiado delgados, sus senos demasiado altos, su boca demasiado carnosa,
darle...

Le agradezco sin embargo yo también, de dientes para afuera, mientras que


Roman la acompaña a la puerta.

Cuando regresa, sigo hirviendo por los celos, un sentimiento del cual siempre
me creí al abrigo y que me devasta por segunda vez desde que conozco a
Roman.

- Ya estabas arrebatadora, murmura abrazándome, pero ahora... estás de una


belleza... casi... casi indescriptible...

Afortunadamente, indescriptible no lo hace perder el control. Le bastan


menos de un minuto para quitarme mi vestido, y menos de treinta segundos para
hacerme olvidar a Irene y mi nuevo corte de cabello, del cual me siento muy
orgullosa.

La noche esta a la altura de la maravillosa velada que acabamos de pasar...

***

Al día siguiente por la tarde, Eduardo y yo preparamos nuestras cajas de


cartón con alegría y buen humor, felices los dos por lanzarnos a una nueva
aventura. Apilamos nuestras pocas posesiones en el viejo Chevrolet para ya estar
preparados para la partida al día siguiente por la mañana.

Recibo en copia un correo electrónico de Nils Eriksen, dirigido a Roman, en


el que anuncia su llegada a los Estados Unidos de aquí a una docena de días. Él
se interesa visiblemente en los periodistas que persiguieron al auto de Teresa el
fatídico día, y algunos son estadounidenses. Además, noticia excelente, encontró
la pista de Robert Marquentin, el policía que había obstruido la investigación.
Últimamente, el viejo hombre vivía en alguna parte en Florida y Eriksen cuenta
con poder echarle la mano para interrogarlo.
Roman le responde que podrá alojarlo todo el tiempo que necesite en el
Sleepy Princess; el mejor cuarto le sería reservado, con todo incluido, por una
duración indeterminada. Tengo el tiempo de reflexionar que incluyendo los
alimentos, en su habitación podría llevar a la ruina a Roman, y cuando tomo
consciencia de lo que eso implica, desconcertada, le envío un mensaje de texto:

[¿El Sleepy Princess?? ¿Acaso te pertenece? oO]


[Sí, ¿porqué?]
[¿Y desde hace cuánto?]
[Desde el 8 de septiembre. De este año.]

Busco febrilmente en mi agenda, para confirmar lo que ya estoy sospechando:


8 de septiembre/entrevista R. Parker.

¡Roman compró el hotel en el que pasamos nuestra primera noche! Lo hizo


desde nuestro primer encuentro... Me quedo con la boca abierta, con el corazón
confundido, con la garganta hecha nudo por la emoción. Afortunadamente no me
está viendo, porque tengo la impresión de derretirme literalmente de amor por él.

¡No me dice “Te amo”, no me llena de grandes declaraciones... pero hace


cosas de locura!

Mi iPhone emite un pitido:

[¿Amy?]

Consciente de repente de que seguramente se estará preguntando como estoy


tomando la noticia, si no me he desvanecido o no sé qué, me apresuro en
responderle:

[3 ]

Un pequeño corazón virtual para un amor carnal... pero no únicamente. Fiel a


él mismo, Roman no responde a mi declaración. Pero francamente, esta vez, no
me molesta en lo más mínimo...
24. Efervescencia

Los días siguientes no me dejan un sólo momento de descanso. Eduardo y yo


nos cambiamos de apartamento a Queens, mientras que su prima llega a vivir al
nuestro con su pequeña familia al 12 , Chesnut Street, Boston. Instalo mi nueva
oficina, al lado de la de Edith, y me alcanza muy pronto Simon, quien finalmente
decidió que vivir en Nueva York podría convertirse en una aventura interesante.
Simon es más un amigo que un colega y estoy contenta por poder continuar
trabajando con él.

Roman ve con muy mal ojo a todos esos muchachos que se relacionan a mi
alrededor. Siempre parece estar a dos dedos de pasarlos por el filo de la espada.
Descubro con delicia que él también puede sufrir por los celos. Es
tranquilizador... y halagador. Parece convencido de que todos los hombres del
planeta sólo tienen ojos para mí y que también sólo sueñan con poder llevarme a
la cama. Tengo que decir también que cada una de nuestras salidas se ha vuelto
un pretexto, a pesar de mis protestas, para regalarme un vestido nuevo, siempre
sublime, siempre sexy, y por consecuencia, no paso desapercibida.

Incluso el adorable John Baldwin se ha atrevido a hacer algunos avances. Este


riquísimo cincuentón que había entrevistado para mi primer artículo ha en efecto
tenido la osadía de hacerme algún cumplido por mi peinado cuando nos lo
hemos cruzado una noche en un restaurante. Y todavía peor: de invitarme a una
fiesta de caridad que él organiza en marzo.

- Me encantaría poder contarla entre nosotros, señorita Lenoir, dice


ofreciéndome su tarjeta de visita, después de haber escrito sobre ella la fecha de
la velada.
- Será un placer, respondo, realmente encantada.
- Usted también será bienvenido, señor Parker, dice respetuosamente
dirigiéndose a Roman, al que fue presentado por primera vez.
- Le agradezco, responde éste, petrificado a mi lado, frío como nunca antes lo
había visto.
- ¿Tienes la intención de ir? masculla Roman cuando Baldwin regresa a su
mesa.
- Mmm claro que sí... si aceptas acompañarme.
- ¿Eso te gustaría? me pregunta con un tono más dulce.
- ¡Mucho!
- Entonces ya es una cita, dice relajándose.
- Ya había completamente olvidado que él no te conocía en persona, agrego al
terminar mi plato. ¿De hecho tienes negocios con él, no es así? Desde hace
mucho tiempo.
- Más o menos. Desde hace siete u ocho años. Recurro a sus servicios, para la
construcción de mis nuevos edificios. Pero es Malik quien trata directamente con
él.
- Es sin embargo extraordinario... digo pensativa. Todas esas personas con las
que trabajas y que no saben nada de ti, que ni siquiera conocen tu rostro...
- El anonimato tiene sus ventajas. Puedo tomar el metro sin correr el riesgo de
que me secuestren por dinero, ponerme ebrio sin aparecer en la primera página
de todos los tabloides, ir a una velada sin ser violado por las caza fortunas. Le
delego todo eso a Malik.
- ¡Pero ni siquiera bebes! digo riendo. Y yo estoy aquí para velar por tu
virtud...
- Es verdad. De hecho, propongo que nos saltemos el postre y que vayamos a
encontrar una recámara para verificar inmediatamente hasta qué punto eres
capaz de velarla.

La propuesta me gusta. No tenemos el tiempo para llegar a su recámara, y la


verificación que se realiza en el elevador de la Red Tower resulta concluyente...

***

Mi nueva vida en Nueva York es fabulosa. Las oficinas de Undertake están


muy bien, el equipo es agradable (incluso si mis relaciones con Edith Brown son
siempre, por una razón que ignoro, dolorosamente tensas), el apartamento está
súper y, la cereza del pastel, veo a Roman con más frecuencia.

Milagrosamente encuentro el tiempo para pasar una buena hora en Skype con
mis padres para compartir con ellos estas buenas noticias, por las que me
felicitan. Sonrío al percibir, detrás de mi padre, el cuadro que Roman le regaló
por su cumpleaños.

- Y tu libro, querida, ¿está avanzando? me pregunta.


- ¡Súper, papá! ¡Ha avanzado tan bien que ya está terminado! Las relecturas
contigo en Navidad me ayudaron mucho. Quiero pulirlo un poco más y pienso
enviarlo a los editores el próximo mes.
- ¿Roman lo leyó? ¿Qué piensa de tu libro? me pregunta mi madre.
- Mmm... todavía no... mascullo, incómoda.
- Estoy segura de que te daría muy buenos consejos, responde sin parecer
darse cuenta de mi malestar.

Eludo rápidamente la pregunta cambiando de tema y hablamos todavía un


rato más antes de colgar, con muchos besos y promesas de llamarnos más
frecuentemente (como cada vez que nos despedimos).

No sé porqué me molesta tanto la idea de que Roman lea mi libro. Él me lo


pidió varias veces y le he respondido que sí, sin darle mayor importancia.
Roman ya sabe demasiadas cosas de mí. Darle a leer mis novelas, es revelarle
aún un poco más mi intimidad. No son solamente novelas económicas, son
también historias de amor, recuerdos de la infancia. Es también una parte de mí,
de mis sueños, de mis tabúes, de mis miedos, de mis fantasías. La economía es
solamente un pretexto...

Roman ocupa una buena parte de mis veladas y de mis noches. Tengo que
frenar sus compulsiones en materia de compras, porque tiene una molesta
tendencia por regalarme vestidos, faldas, corsés, abrigos o zapatos que incluso
en mi armario ya no puede entrar ni uno más. Agradezco evidentemente todas
esas atenciones, pero a veces tengo la impresión de que me quiere mantener. A
dónde quiera que vayamos es siempre él quien paga todo, los hoteles, los
restaurantes, los espectáculos. No le importan en lo absoluto los gastos pero,
aunque sé que es inmensamente rico, me incomoda.

- ¡No soy una arpía! reclamo un día en el que por enésima vez, al pasar frente
a una vitrina de Dolce & Gabbana, se quedó parado frente a un vestido de seda
azul, con un escote vertiginoso en la espalda, que quería que me probara a
cualquier precio.
- Eso me hace muy feliz, replica sorprendido. Jamás se me hubiera ocurrido la
idea de querer vestir a un ave que no fuese con finas hierbas o salsa.
Su seriedad y su tono falsamente exagerado me arrancan una carcajada.

- Pero sobre ti, el vestido se vería magnífico, continúa, adulador.


- Roman... digo frunciendo el ceño, lista para rabiar de nuevo.
- Amy... me imita, con severidad.
- No, pero en serio... me río, incapaz de conservar mi seriedad. Me molesta, lo
sabes. No podemos pasar frente a un vestido sin que quieras comprarme la tienda
completa. No me atrevo siquiera a mirar las vitrinas.
- Perdóname, suspira con un gesto arrepentido. Pero es algo que hago desde la
infancia, creo...
- Oh, digo, desarmada por su tono que se ha vuelto grave, de repente.
- Tú entiendes... mi padre...
- Tu padre... lo animo, perturbada e inquieta por esa repentina necesidad de
desahogarse.
- Cuando era un chiquillo... mi padre siempre me impidió llevar puestos
lindos vestidos, y es un grave trauma de mi infancia, y si, ahora que tengo una
excusa concreta para deambular por las tiendas de encajes, me niegas la
posibilidad de comprarme algo, ¡es porque en realidad no tienes corazón, y serás
enteramente responsable si un día me encuentro sentado en el diván de un
psicólogo, con un corsé y un liguero puestos! dice de un tirón perdiendo su aire
dramático a medida que avanzaba en su historia, que concluye con una sonrisa
esplendorosa, mitigando (un poco) mis ganas de estrangularlo.
- ¡No tienes derecho de jugar así con mi sensibilidad! me indigno sin lograr
dejar de reír.
- Bueno, entonces, ¿te puedo comprar ese vestido? pregunta besándome justo
en medio de la calle.

¿Cómo resistir ante tales argumentos?

***

Si hasta ese momento estaba persuadida de llevar una vida trepidante, es


porque Sybille, Nils y Charlie no habían todavía llegado a agregar su granito de
arena. Desde entonces, los eventos se encadenan a una velocidad sorprendente.
He pasado cinco días de locura.

Martes 19 de enero: Eduardo me anuncia que ha conseguido un trabajo


increíble de estilista en la más grande empresa franco-americana de moda y que
está haciendo sus maletas para ir a París. Como consecuencia catastrófica tengo
que poner muchos anuncios para poder encontrarle un reemplazo.

- ¡¿Pero te imaginas?! ¡Lencería Bogaert! ¡Estoy alucinando! me dice


retacando de ropa su maleta. ¿Le hablaste de mí a tu amiga? ¿La mujer de
Bogaert, Lou?
- Mmm no, respondo, un poco avergonzada por no haberlo ni siquiera
pensado. Debiste haber puesto algo en tu CV que les encantó, es todo.
- ¡Esto es un enorme golpe de suerte!
- De hecho, ¿pusiste un anuncio para vender tu auto?
- No, por el momento sólo tengo un contrato de seis meses, entonces lo
conservaré, uno nunca sabe. Mira, te dejo las llaves. Trátalo como si fuera tuyo.
- ¡Oh, muchísimas gracias! Eres un ángel, Eduardo.
- ¡Lencería Bogaert! No puede ser... se repite a sí mismo, casi pellizcándose
para verificar que no está soñando.

Luego se voltea hacia mí, con expresión acongojada:

- Siento mucho dejarte así. Te va a costar trabajo pagar sola la renta...


- No te preocupes por eso, estoy más bien triste porque te vas, digo con la voz
ahogada, conmovida de que se preocupe por eso en un momento como éste.
- Yo también estoy triste... ¡sin embargo voy a ayudarte a encontrar un
coinquilino en un tiempo récord!

Y aquí estamos sumergidos de forma catastrófica en el torbellino de los


anuncios.

Miércoles 20 de enero: Efervescencia en Undertake: vamos retrasados para


cerrar el último número, todo el mundo corre por todos lados en la oficina, Edith
hostiga al equipo (todavía incompleto), Simon se arranca los cabellos, y Scott, el
nuevo periodista a destajo, se pregunta a qué manicomio acaba de llegar.

Nils Eriksen desembarca en Nueva York y se instala en el Sleepy Princess.


Roman le da el tiempo para que se acomode y almuerce. Y a alrededor de las
17 horas nos reunimos con él.

- Ya examiné minuciosamente los originales de los expedientes de peritaje del


vehículo de tu madre, Roman, dice al mismo tiempo que devora los panecillos
que Anthony, el mesero, coloca sobre nuestra mesa. Ella no perdió el control de
su auto por azar. Los frenos estaban defectuosos, visiblemente saboteados. En
una persecución como en la que se encontró cuando los paparazis los siguieron,
a ella y a su amante, no tenía ninguna oportunidad para poder salir viva.

Era una de las hipótesis que ya le había expuesto, y Roman muestra los
efectos de este golpe, con las mandíbulas apretadas. Blanco como una mortaja,
le indica a Nils que continúe.

- Además, el reporte toxicológico original nos prueba que, contrariamente a lo


que fue afirmado durante la investigación y ampliamente difundido en los
medios, tu madre estaba perfectamente sobria. Ni un sólo mililitro de alcohol en
su sangre.
- ¿Lo dudabas? gruñe Roman, particularmente susceptible a propósito de esos
rumores que mancillaron la reputación de su madre. Ya te había dicho que ella
no bebía.
- Soy policía, creo lo que veo, no lo que me dicen, responde Nils sin ningún
tacto y alzándose de hombros. Ni lo que dicen los medios, ni lo que afirma la
gente cercana a mí.

¡Ay, ay, ay! Cuidado teniente, está pisando un terreno muy resbaloso. Cuando
él se queda así de inmóvil, es un mal signo.

Pero Roman, de hecho, termina por relajarse. Supongo que la franqueza de


Nils, aunque brusca, lo reconforta. Eriksen hace su trabajo, descartando toda
consideración personal o emocional. Permanece imparcial y prosaico, lo que es
seguramente una gran fuerza y una cualidad indispensable en su oficio, pero que
da de él una imagen un poco deshumanizada.

Al momento de salir, Anthony intercepta tímidamente a Roman:

- ¿Señor Parker? En lo que concierne al servicio todo incluido del Señor


Eriksen...
- Lo sé, Anthony: me va a dejar en bancarrota. Pero trate de que tenga
siempre todo lo que necesite, en la mesa como en cualquier otra parte, por favor.
Es un amigo.
Me quedo sorprendida por escucharlo utilizar esa palabra para designar al
teniente (que por otro lado ya no es teniente), pero me doy cuenta de que en
efecto, al verlos, parecerían amigos de tiempo atrás. Aparte, cuando está con
Malik, Roman es raramente tan natural como lo es con Eriksen. Se creó
inmediatamente entre ellos una especie de simbiosis; se hablan como si se
conocieran desde hace veinte años.

Además, Roman nunca ha manifestado el menor signo de celos hacia él,


aunque me haya invitado al restaurante. Lo que me deja bastante perpleja. Tengo
la impresión de ser la única que no aprecia demasiado a Eriksen. Me parece
demasiado brutal, y no sólo hablando del físico.

Jueves 21 de enero: Sibylle, quien aparentemente llegó la víspera a la suite


de Eriksen sin siquiera haberme avisado, se instala en mi casa, hecha un mar de
lágrimas, después de que él no quiso alojarla. Tomada desprevenida por esta
nueva situación imprevista, declino una invitación al teatro de Roman para poder
quedarme con ella para consolarla y tratar de ver con más claridad su historia
con Eriksen.

- Dice que no es el hombre que necesito, que en realidad no estoy enamorada


de él, solloza, hecha bola sobre el sofá. ¿Pero ese imbécil que sabe de eso,
francamente?
- ¿Estás enamorada? pregunto, atribulada por su desesperación e inquieta por
la evidente pasión que despierta en ella el teniente, una pasión que puede hacer
tanto daño si ésta no es correspondida...
- ¡Por supuesto! Si no, ¿qué estaría yo haciendo aquí?

No encuentro nada pertinente que responderle, entonces le pregunto:

- ¿Mamá sabe que estás aquí? ¿Y Matthieu?


- No. Nadie. Creen que estoy en la casa de la abuela por toda la semana.
- ¿Y la abuela está enterada? me asfixio.
- Sí. Ella me dice que tengo que intentarlo mientras tenga la energía y la
posibilidad. Poco importa que Nils sea el hombre de mi vida o no, porque en
todo caso Matthieu no lo es y que debo de dejar de hacer todo por complacer a
mamá.
- Tiene razón. Bien sabemos que no eres Marianne, la hija perfecta. Hay que
resignarnos a esa idea: tanto tú como yo, nunca seremos como mi madre
quisiera. Pero eso no es forzosamente un fardo... Y además, nunca he
comprendido tu noviazgo con Matthieu.
- Es gentil, me deja hacer lo que me viene en gana y mamá lo adora, resopla.
- Es seguro que en esos tres puntos, vence definitivamente a Eriksen.
- Nils es gentil, también, lo defiende. Pero de manera diferente.
- Entonces ¿porqué estás empapando mi sofá de lágrimas? Matthieu nunca te
ha hecho llorar.
- Matthieu tampoco nunca me ha hecho soñar, sobretodo. Pero Nils no me
quiere. Él pretende que me deslumbró sólo porque representa todo lo que he
soñado y nunca me he atrevido a realizar. Que él es la fruta prohibida.
- Tal vez tenga razón.
- ¡Pero eso a quién le importa! se exalta. ¡Cómo son molestos después de
todo, todos, con su altísima moral! No le pido que se case conmigo, sólo quiero,
no lo sé. Estar con él.
- ¿Pero ustedes han, digamos, ya salido juntos?
- Sí, confiesa ella con una vocecita. En París. Y esta noche. Él no quería. Pero
le dije que no tenía ningún lugar a dónde ir, que tu estabas con Roman y que no
me atrevía a molestarlos. Eran las 23 horas. Él me dejó su cama y se acostó en el
suelo...
- Ah... suspiro, aliviada de que no hayan tenido relaciones.
- ... pero fui a recostarme con él.
- Oh... resoplo, bien consciente de que Eriksen, con todo lo caballero que
pudo haber sido con su primer gesto, no había seguramente podido resistirse a la
tentación al tener a mi hermanita encima de él.
- ¡Fue... sólo... wow! dice soñadora, con las mejillas encendidas y los ojos
llenos de estrellas.

Viernes 22 de enero: Eduardo, cuyas maletas obstruyen la entrada desde hace


tres días, vuela por fin a Francia. Lo acompaño al aeropuerto, prometemos
escribirnos frecuentemente. Me aprieta en sus brazos con tanta fuerza que me
asfixia y no puedo evitar soltar una pequeña lágrima al verlo subir al avión.
Eduardo era mi único verdadero amigo aquí. Lo voy a extrañar.

Ya lo extraño.

Charlie Miller, mi nueva coinquilina que tiene algo de tornado o de tifón, se


instala en mi apartamento. Apila sus innumerables cajas de cartón en las cuatro
esquinas del salón e invade mi baño con mil y un productos naturales y
ecológicos, hierbas, ungüentos y aceites, de los que creo que su verdadero lugar
está en la cocina.

Armada con una brocha y ayudada por Sibylle, con quien se entendió
inmediatamente, se lanza a la remodelación de su recámara, demasiado blanca
para su gusto. Ellas ponen pintura azul por todas partes menos en las paredes que
eran su objetivo principal.

Sábado 23 de enero: Simon, ahora ya mi vecino de piso, se invita después


del trabajo para conocer a Sibylle y a Charlie. Charlie le coquetea
desvergonzadamente, desconcertándolo por completo. Hay que decir que ella es
realmente bonita, una verdadera elfo de los tiempos modernos: es de baja
estatura y de cabellos cortos oscuros, con aires de chico desubicado, en el estilo
street wear, con una perforación en la lengua y tres aros en la oreja izquierda. Un
timbrazo la interrumpe en su danza de seducción. Como estoy ocupada sirviendo
unas galletitas para el té, ella se encarga de ir a abrir.

- ¡Amy! grita desde la recepción. ¡Hay un vikingo en la entrada de nuestra


puerta! ¿Lo dejo entrar?

Sibylle y yo intercambiamos una mirada. Eriksen. ¡Maldición! Charlie se


impacienta, y juzga bueno agregar, como si eso pudiera decidirme a responderle
más rápido:

- ¡Está súper guapo!

Nils podía difícilmente escoger un peor momento para venir a buscar los
antiguos números de Undertake consagrados a Teresa y a su amante que ya había
separado para él. Pero como le había dicho que pasara cuando quisiese...

El encuentro cara a cara con Sibylle es tenso. Charlie, curiosa, los observa
merodeando alrededor de Nils, preguntándose visiblemente con qué salsa podría
comérselo. Simon suspira derrotado considerando que no puede competir con
este rival.

Mi apartamento que era un verdadero refugio de paz, se transformó en una


colmena bajo un baño de ácido. Estoy a punto de reventar y de correr a todo el
mundo de mi casa, cuando el timbre suena una vez más, arrancándome una
mueca.

Y ahora. ¿Qué más nos falta? ¿El cartero? ¿Los bomberos haciendo colecta?
¿Eduardo que perdió su avión? ¿Papá Noel que olvidó su permiso de conducir y
las llaves de su trineo, el mes pasado?

- ¡Voy! grita alegremente Charlie lanzándose de nuevo hacia la puerta,


renunciando a comprender lo que se traen entre manos Sibylle y Nils, a quien le
he dado las revistas y los datos de Andrew Fleming esperando que se esfume lo
más rápido posible.
- ¡Amy! ¡Es para ti! grita sin dar más detalles.

Cuando la cruzo en el pasillo, con mi lata de té en la mano, me dice, radiante:

- Oye, sólo te visitan chicos guapos. ¿Los coleccionas?

En la puerta, en efecto, veo lo más magnífico de la Creación...

- Roman, suspiro, infinitamente aliviada cayendo en sus brazos.


- ¿Todo está bien? se inquieta. No hay forma de localizarte desde esta tarde.
Me preguntaba si no habías tomado el avión con Eduardo, finalmente...
- Sí. No. Es sólo que la mitad de Nueva York se dio cita aquí esta noche y me
fatigan, todos. Tengo unas ganas locas de ir a meterme al fondo de una gruta y
de ya no ver a nadie. Mi teléfono celular debe estar debajo de alguna de las
innumerables cajas de cartón de Charlie.
- Ah... ¿entonces ya tienes nueva coinquilina? pregunta, tenso, mientras me
acurruco en sus brazos, con la firme intención de no dejarlos durante al menos
ocho días. ¿Todo está bien?
- Sí, pero Charlie... desborda energía, digo bostezando. Y yo, quiero hibernar.
Por mucho tiempo.
- Bueno, ¿sabes qué es lo que vamos a hacer?
- Nada. Ya no quiero hacer nada...
- Casi adivinas, dice pasando su brazo detrás de mis rodillas para levantarme.
Agárrate y vámonos.
- ¿Nos vamos a dónde? pregunto con una risa ahogada, con el rostro hundido
en su cuello.
- A la Red Tower. Te cambias a mi casa, el tiempo para que aquí regrese la
calma. Joshua pasará a recoger tus cosas.
- Pero... Nils también está aquí adentro y...
- Nils ya está grande, sabrá cuidarse solo. Los demás también. Nosotros
vámonos a hibernar.

Lo beso, loca de alegría, sin darme cuenta todavía de lo que esta decisión
impulsiva implica, aparte del hecho de que todos se preguntarán a dónde fui, en
pantuflas, con mi lata de té...
25. Por fin solos

Después de una noche sin sueños, me despierto, sola, sobre la gran cama de
Roman. El lugar que está a mi lado está frío, eso indica que se levantó desde
hace mucho tiempo. Anoche, exhausta, me quedé dormida durante el corto
trayecto en auto y apenas abrí el ojo cuando me pidió el número de Sibylle,
luego me colocó en la cama y me desvistió. Dormí como una marmota.
Realmente lo necesitaba.

Me estiro, feliz, hundo mi nariz en su almohada, para respirar su aroma.


Tanteo a ciegas sobre la mesita de noche, a la búsqueda de mi iPhone antes de
recordar que se quedó en el apartamento. Ni modo.

Tratando de encontrar una gran sudadera que pueda servirme de pijama, me


levanto para hurgar en el armario de Roman. Es inquietante abrir sus cajones,
tocar su ropa, descubrir sus pantuflas de Droopy o de Scooby-Doo que se codean
con corbatas de seda finísima de Hermès. Este aspecto desfasado me hace
sonreír. Es representativo de Roman. Encuentro finalmente algo que me hace
feliz, una sudadera negra con rojo de los Chicago Bulls, con la que ya he visto a
Roman ir a correr, y que le sienta tan bien. Me arropo con ella, es tan suave...

Luego me dirijo derecho a la cocina. Tengo un hambre feroz. Sobre la mesa


un copioso desayuno me espera con pan fresco, miel, cuernitos todavía calientes
y un jugo fresco de frutas. También hay un mensaje de Roman, apoyado contra
mi tetera:

[Siéntete como en tu casa. Tengo que ir a Detroit este mediodía: un paseo en


jet, ¿te gustaría? Regreso en auto. Llamé a Sibylle para pedirle que te preparara
una mochila con tus cosas; Joshua pasó a recogerla esta mañana, te espera en el
baño (tu mochila, no Joshua).]

Su paréntesis me hace carcajear. Miro a mi alrededor para darme una idea de


la hora que es pero no hay ningún reloj en la pared, ni nada parecido. Intento ver
si en el microondas, pero es un aparato de ultra diseño, minimalista al extremo,
sin ninguna pantalla numérica. Voy al baño, con el humor que me provoca
constatar que la vida es inmejorable, para recuperar mi iPhone, darme un baño y
responderle:

[De acuerdo por el paseo si tu piloto deja de creerse acróbata aéreo. Gracias
por el desayuno.]

Son las 10 h30 , tengo tiempo. Antes de abandonar la ducha, noto el frasco de
mi perfume favorito puesto sobre una repisa. Al mirarlo de más cerca, descubro
también mi cepillo de dientes cerca del de Roman y mi pijama de Batman sobre
un colgador. Él mismo incluso instaló algunas de mis cosas, las más fuertes
simbólicamente, en su baño. La atención me conmueve más de lo que podría
explicar. Es adorable. ¿Será otra forma de decirme que puedo sentirme como en
mi casa y que está contento de que esté aquí?

Al probar mis cuernitos, creo estar soñando. Me cuesta trabajo creer que lo
que estoy viviendo es real.

¡Estoy en casa de Roman! No sólo por una noche, no, por un tiempo
indeterminado. “El tiempo necesario para que todo vuelva a la calma.” ¡Ojalá
eso tarde en suceder!

Retozo todavía por una buena media hora en la bañera olímpica de Roman,
casi suficientemente grande para poder nadar en ella. Está equipada con un
ejército de botones y mandos para formar burbujas y me divierto como una
chiquilla probando los diferentes modos, del más frío al más caliente.

Lástima que no haya sales o perlas de baño, eso hubiera sido mágico. No hay
gran cosa en este apartamento. Todo es chic, funcional, frío. ¿Acaso eso refleja
el verdadero temperamento de Roman? Sin embargo, lo que conozco de él está
tan alejado de esta imagen...

***

A las 12 h30 , los dos estamos confortablemente instalados en su jet, frente a


un almuerzo hermosamente presentado en unos recipientes multicolores. No
conozco nada sobre aviones, pero veo que no es el mismo de siempre. Tiene una
línea de cohete, una carrocería gris metálico magnífico que centellea bajo el sol
de enero, y su interior es más lujoso que todo lo que hasta el momento he visto.

- Es un Cessna Citation X, me responde Roman cuando le pregunto la marca


del bólido.
- Ah... digo, sin haber entendido mucho en realidad. ¿Es nuevo?
- No, pero estuvo indispuesto desde hace algunas semanas; lo mandé pintar de
nuevo.
- Y... ¿a qué velocidad vuela?
- 970 km/h, grosso modo.
- ¿Es rápido? Quiero decir: ¿para ser un jet?
- Mucho. El más rápido del mundo. Estaremos en Detroit en menos de una
hora. ¿En verdad te interesan las especificaciones técnicas? se sorprende.
- Me informo. Sólo para asegurarme de que el viejo cacharro en el que me
subo no vaya a estrellarse al cabo de cincuenta kilómetros.
- De acuerdo, responde mostrando una apariencia terriblemente seria y
fingiendo subir sobre su nariz un par de anteojos imaginarios. Entonces, sepa
señorita, que este viejo cacharro está equipado con dos reactores Rolls Royce
AE 3007 C1 , lo que modestamente significa dos veces 3068 kilos de empuje de
despegue, más de 6000 km de autonomía a plena carga (¡disculpe la modestia!),
una velocidad de ascenso de...
- Ok, ok, lo interrumpo lanzando una carcajada. No es necesario inundarme
con todo su pedigrí, ¡ya me convenciste! Es una bestia de carreras.

***

Había escuchado decir que Detroit estaba en una situación económica


catastrófica, pero no esperaba sin embargo el espectáculo de desolación que se
extiende ahora bajo mis ojos. Edificios abandonados, calles desiertas y cubiertas
de basura, casas a medio derruir, muros leprosos, pintarrajeados, agrietados...
Parecería que presenciamos el fin del mundo. De repente, me pregunto qué es lo
que Roman podría estar haciendo aquí.

- A pesar de todo, me encanta esta ciudad, murmura.


- ¿Qué fue lo que sucedió?
- Bancarrota, responde lacónico, arrancando de la acera un hierbajo que crece
entre las grietas del asfalto. Bancarrota económica, bancarrota del sistema,
bancarrota social.
- Pero, ¿cómo fue que sucedió? pregunto, al contemplar incrédula, la
decrepitud circundante.
- Era una ciudad próspera, antiguamente, gracias a la industria automotriz.
Los autos más fantásticos salieron de sus cadenas de montaje. Y luego... el
declive comenzó con la clausura de la fábrica Packard al final de los años
cincuenta, luego los disturbios diez años más tarde, sangrientos, destructivos, y
poco a poco, el abandono simple y llano de la ciudad y de sus obreros por parte
de los magnates del automóvil, y del resto del país. En los años 2000 , es la crisis
inmobiliaria, la bancarrota de Chrysler y de General Motors, Ford que pone sus
activos en empeño... En resumen, hoy la deuda de la ciudad se eleva a casi
veinte mil millones de dólares.
- ¿Veinte mil millones? ¡Eso es imposible de superar!
- En septiembre pasado, la colección del museo de la ciudad, alrededor de
sesenta mil objetos del Instituto de Arte, fue puesta en empeño por tres mil
millones de dólares. Es un principio...
- ¿Es por eso que estás aquí? ¿Para tratar de salvar a la ciudad?
- No completamente. Hoy, no es sólo por puro placer, dice con una sonrisa
amarga. Es que... aquí trabajo.

Me toma la mano, y la ciudad me parece repentinamente menos triste, casi


bella. Caminamos hasta una gran casa de varios pisos, un poco menos
deteriorada que las demás, flanqueada por un inmenso hangar. Carrocerías de
autos se oxidan tranquilamente bajo el sol, en el patio. El hombre que nos recibe
tiene unos veinte años, la cabeza rasurada, la mirada dura, con tatuajes negros
sobre el rostro, los brazos, las manos, sobre cada parcela visible de su piel.

- Roland Cunningham, dice al saludarme. Su Christine está en el hangar,


señor Parker. Lista para comerse el asfalto. Seis meses de trabajo con mi primo,
pero el resultado le va a encantar.

El “puro placer” de Roman resulta ser un auto. Pero no cualquier auto, según
lo que alcanzo a comprender.

- Un Plymouth Fury de 1958 , me informa Roman con el rostro maravillado


como si fuese un niño frente a la caja del Playmobil de sus sueños. La réplica
exacta de Christine de Stephen King. Personalizada, por supuesto.
- Súper... digo vagamente desconcertada, sin captar muy bien lo que puede
tener de fabuloso, pero contenta por verlo tan entusiasta.
Para mí, es sólo un enorme automóvil rojo con blanco de líneas angulosas.
Roman y Cunningham se lanzan en una plática apasionada del origen de esta
“Christine”, con sus detalles retro, y que recibió un tratamiento de
rejuvenecimiento que podría hacer palidecer de envidia a la malvada bruja de
Raiponce. En suma, es un auto moderno, ultra poderoso, súper equipado,
camuflado en la carrocería de un modelo viejo.

Abandonamos Detroit dos horas más tarde, Roman al volante de su


Plymouth... por la que no demoro mucho en compartir su entusiasmo. Circular a
bordo de ella es una experiencia maravillosa. Es de una comodidad
incomparable. Parece sobrevolar la carretera, silenciosa y aérea, los paisajes
desfilan a una velocidad de locura. Estamos en una burbuja, fuera del espacio y
del tiempo. Roman conduce bien, con una mano segura. Le gusta conducir, y me
encanta circular por la calle. Nos quedamos en silencio, perdidos en nuestros
pensamientos, con su mano sobre mi rodilla. Lo observo a hurtadillas, está
concentrado, admiro su perfil. No cambiaría mi lugar por nada en este mundo.

Estoy loca por ti, Roman Parker. Me gustaría vivir contigo. Para siempre, no
sólo en espera de que Charlie haya terminado sus trabajos de pintura o de que
Sibylle encuentre un apartamento y que el mío recobre su tranquilidad. Quisiera
dormirme todas las noches en tus brazos, despertarme con tus besos,
acariciarte, hacerte el amor tres veces al día...

- ¿En qué piensas? me pregunta algunos kilómetros antes de Cleveland.


- En nada, digo asaltada por las imágenes más tórridas que puedo
imaginarme.
- ¿De verdad? ¿me miras fijamente desde hace veinte minutos y no estás
pensando en nada? dice divertido. No sé si debo sentirme simplemente ofendido
o preocupado por la vacuidad de tu espíritu.
- Pensaba en mi libro, mascullo, mintiendo desvergonzadamente, tratando de
sacar de mi cabeza los recuerdos de nuestras noches, el sabor de su piel, el placer
de sentirlo dentro de mí... pero incapaz de pensar, a causa de su mano que sube
lentamente bajo mi falda y que se dirige a mis bragas...
- ¿Ya lo enviaste a algunos editores?
- Mmm... ¿Enviar qué? pregunto aturdida, separando un poco mis piernas,
para dejarlo subir un poco más.
- A tu perro.
- No tengo p... comienzo antes de comprender mi error.
- Ok, sigo sin saber qué es lo que contiene tu libro, pero parece...
desconcertante, se burla gentilmente Roman volviendo a poner su mano sobre el
volante.
- ¡Eh! Protesto. ¡Tu mano!
- Tss, tss... responde, guasón. Compórtese, señorita. Ya estamos llegando a la
ciudad. Aprovecha para hablarme de tu libro.
- No lo he enviado todavía, resoplo al constatar que, en efecto, estamos
entrando en Cleveland. Todavía tengo que imprimir el manuscrito, informarme
sobre la línea editorial de las casas editoras, seleccionar algunas, escribir las
cartas para presentarlo...
- Conozco a algunos editores, pero no te propongo llevarles tu manuscrito ya
que estoy seguro de que no lo aceptarías. Y después de haber leído tus artículos,
estoy convencido de que no necesitas de ningún empujón para abrirte paso.
- Gracias, digo, feliz, con el corazón henchido de orgullo, antes de proponer
tímidamente: lo tengo en mi iPhone, te lo puedo enviar. Si quieres leerlo.
- Por supuesto que quiero. No es la primera vez que te lo pido. Es al mismo
tiempo tu trabajo y tu pasión, es importante. Muero de ganas por leerlo, por ver
cómo lograste que la economía fuera atractiva y accesible al gran público.
- Cómo lo intenté, en todo caso.
- Estoy seguro de que lo lograste. Si lo envías, es que juzgas que es bastante
bueno. Lo que probablemente significa que de hecho es excelente.

Su confianza tranquila me hace bien. Lo beso en el cuello y pongo mi cabeza


sobre su hombro. Con el rabillo del ojo, lo veo sonreír.

***

Roman reservó una suite en el último piso del Ritz Carlton de Cleveland,
aprovechándose de la ocasión para improvisar un fin de semana en plan
amoroso. La recámara es linda, con mucha luz, con tonos pastel delicados, con
un gran ventanal que da sobre la ciudad. Hay un ramo de rosas sobre la mesita
de noche y en el salón hay otro ramo gigantesco, compuesto de flores exóticas
cuyo perfume divino invade toda la pieza. Roman me propone cenar en la ciudad
o en el hotel; elijo la intimidad de la suite. Tengo ganas de prolongar estos
momentos a solas con él. La comida es deliciosa; nuestro cita a solas también.

Cuando la velada se termina, Roman va por delante de mí a la ducha. Lo sigo


con la mirada. Entre la mesa y el baño, se va desprendiendo de su ropa. Se quita
primero la sudadera y la playera, que aterrizan sobre un sillón, para mi más
grande alegría. Tengo una vista arrebatadora sobre su espalda bronceada y
tallada en V, sus amplios hombros, sus músculos bien definidos. Luego se
detiene, el tiempo necesario para quitarse su pantalón, que lanza hacia donde se
encuentra su sudadera, dando sólo tres cuartos de vuelta para dejarme ver su
torso, antes de continuar avanzando tranquilamente hacia la ducha. Admiro sus
largas piernas de corredor y sus nalgas musculosas. Espero con impaciencia la
siguiente etapa, cuando su bóxer se volatilice y entonces tendré por fin ante mis
ojos el resto de su anatomía. Pasa sus manos sobre sus caderas, bajo el resorte de
su bóxer, comienza a bajarlo, estoy cautivada, percibo un bulto prometedor bajo
la tela cuando voltea hacia mí, tengo los ojos fijos sobre él, el bóxer prosigue su
lenta e inexorable caída, ¡Roman es de una lentitud exasperante! Y, con el pie...
¡cierra la puerta!

¡Sí! ¡Me cierra la puerta en las narices! ¡Fin del espectáculo! ¡Cortinas!

Pero si cree que no me atreveré a ir por él bajo la ducha, se equivoca


desastrosamente...

En el tiempo en el que entro al baño, él ya está bajo la ducha, que toma muy
caliente. El vapor aún no ha empañado el vidrio que nos separa, lo observo a
través de la cortina inquieta que es el agua que cae sobre su cuerpo. Tiene las
piernas ligeramente separadas, los brazos levantados para poner bajo el agua sus
cabellos negros, en una postura típicamente masculina y extraordinariamente
viril, con los abdominales en tensión, los bíceps contraídos. Echa la cabeza hacia
atrás, con los ojos cerrados, podría posar para una publicidad con un lema como
“Tentación” o tal vez “Sex-appeal”. Una llamada a la que mi propio cuerpo,
recorrido por estremecimientos responde perfectamente, con mucho entusiasmo.
Al extender la mano hacia el jabón, Roman abre los ojos y me mira.

- ¿Viniste para tallarme la espalda? pregunta con una sonrisa absolutamente


irresistible.
- No, sólo para verificar que no olvides enjabonarte detrás de las orejas,
bromeo tratando de hacer caso omiso a su sexo, que voy a hinchar y levantarlo,
su sola vista me provoca hormigueos deliciosos en la entrepierna.
- Mis orejas te agradecen tanta atención, dice haciendo deslizar el jabón en
círculos desenfadados sobre su torso, luego sobre su vientre, lentamente, sin
dejar de mirarme.

Cuando su mano se acerca a su sexo, ahora ya tenso como un arco, doy un


paso hacia adelante, incapaz de resistir a la tentación de verlo más cerca, de
tocarlo. Pongo mis dos manos sobre el vidrio, que comienza a empañarse.
Roman se acerca a mí, el jabón continúa su danza hipnótica sobre sus muslos,
regresa a su vientre, desaparece hacia sus nalgas, regresa hacia su sexo, que
rodea, dejando a su paso una estela furtiva de espuma blanca que corta caminos
sobre su piel mate y que se diluye en el agua. Poco a poco, Roman se desvanece
entre las volutas de vapor. Abro la puerta corrediza de la ducha antes de que
desaparezca completamente de mi vista.

- Lo estás haciendo mal, digo con una voz un poco ronca. Déjame hacerlo.

Me da el jabón y se voltea, orientando el chorro del agua para que me


salpique:

- Comienza por la espalda, si no, temo que puedas olvidarla por concentrarte
en otras zonas, me bromea.

Lo obedezco.

Casi.

Mis manos se sienten irresistiblemente atraídas por sus nalgas, increíbles, tan
redondeadas que es difícil no querer morderlas, como si se trataran de un fruto
prohibido. El jabón se desliza sobre su piel, mi otra mano lo sigue, dejando tras
de sí una caricia. Roman extiende el brazo para apoyarse sobre las paredes de la
ducha, con la cabeza agachada. Cuando deslizo el jabón entre sus piernas, él las
separa, y rozo con el dorso de la mano sus testículos, arrancándole un sobresalto,
y un suspiro. Continúo enjabonándolo, pasando la barra de jabón entre sus
nalgas, para regresar después entre sus muslos y acariciar cada vez sus bolsas
suaves y pesadas. Los tomo en mi mano y los siento contraerse un poco más.
Roman tiembla.

Lo envuelvo con mis brazos, me pego a su espalda, para acariciar su erección,


cada vez más gruesa, alternando con la mano libre y el jabón, formidable
lubricante, que me procura sensaciones nuevas y deliciosas. Con las reacciones
de Roman, pienso que no soy la única que lo está disfrutando. El agua caliente
me salpica, mis brazos y mi blusa están empapados, pero ciertamente no tanto
como mi ropa interior. Mi mano va y viene sobre su sexo, un poco más fuerte, un
poco más rápido. Siento bajo mi mejilla, apoyada contra su espalda, sus
músculos tensarse y distenderse cuando se contrae y se relaja. Todo su cuerpo
está en tensión, y se pone cada vez más duro, en mi mano y bajo mi mejilla.

Me muerdo los labios, las palpitaciones entre mis muslos se hacen


persistentes, entonces, sin interrumpir mi vaivén sobre su sexo palpitante,
franqueo el camino de la ducha para unirme a él y me pego completamente a su
cuerpo. A través de mi blusa, las puntas endurecidas de mis senos frotan su
espalda, arrancándome un gemido de doloroso placer. Un ruido seco, como un
golpe sobre el vidrio, me hace levantar la mirada: la mano izquierda de Roman
se ha cerrado en un puño, sus junturas se han hecho blancas por la fuerza de su
crispación, y noto que su respiración se ha vuelto más rápida, más entrecortada.

- Oh, Amy... ¡me haces perder la cabeza!

La expresión me hace sonreír. Me encanta esta sensación de control que tengo


sobre él, me encanta dominar su placer, me hace mojarme, y mientras hago
deslizar su sexo tieso entre mis dedos apretados, lo imagino penetrarme,
volteándose repentinamente para tomarme violentamente, sin contemplaciones,
con urgencia. La imagen me perturba y me humedece todavía un poco más.

- Amy... aún sigues vestida...


- Sí.
- Estás completamente vestida / en la ducha / pegada a mí / con tus pezones /
que se yerguen / y me hacen perder / la chaveta, prosigue con una voz
entrecortada.
- Así es, respondo frotándome un poco más contra él para tratar de calmar el
fuego entre mis piernas.
- Quítate la falda, me ordena entonces.
- Pero...
- Quítatela. Ahora. Quiero sentir tu hendidura contra mi pierna.

Decepcionada por tener que interrumpir este tórrido instante, pero también
muy excitada por su tono autoritario, que contrasta tanto con la actitud casi
sumisa de su cuerpo, dejo caer el jabón, dejo mi tarea sobre él y me apresto a
obedecer.

- ¡Pero no retires tu mano de mi sexo! suspira aprisionándola en la suya. ¡Por


piedad, Amy, no te detengas!

Hago lo que puedo para desabotonarme. Trato de quitarme mi larga falda con
una sola mano sin dejar de tocarlo con la otra, de apretarlo, de presionarlo, el
agua caliente escurre sobre su glande que acaricio con el pulgar, arrancándole
gemidos deliciosos. Aprovecho para cerrar la puerta de la ducha detrás de mí,
eso me permite apoyarme en ella. Lucho un poco pero termino por quedarme
sólo con las bragas oprimida contra él, con mi falda hecha bolas a mis pies,
sobre la esterilla antiderrapante.

- Sí, así... suspira entonces, y su mano izquierda abandona su apoyo para


acariciarme a través de la delgada tela de mis bragas.

Me separo ligeramente de él, para facilitarle el acceso, e imprimo a mi pelvis


un movimiento brusco para ir con más fuerza al encuentro de sus dedos. Para mi
gran sorpresa, Roman responde instantáneamente, atrapando mi sexo con toda su
mano, sin miramientos, como si hubiese inmediatamente entendido que quería
que me presione un poco.

Lo que es seguramente el caso, además... Él siempre satisface todos mis


deseos, incluso aquellos que no me atrevo a formular, incluso aquellos que están
tan ocultos en mí que no los reconozco hasta que él los hace emerger...

Lanzo un grito de placer cuando oprime mi sexo entre sus dedos y por reflejo,
aprieto mi mano sobre el suyo, haciéndolo gemir a su vez. Me oprime un poco
más fuerte, arrancándome una exclamación de éxtasis mezclada con la sorpresa,
y aprieto a mi vez más duramente. Una suerte de gruñido bajo se le escapa. Lo
siento palpitar poderosamente bajo mis dedos.

Este pequeño juego salvaje me excita en grado máximo, ¡me encanta! Una
bola de impaciencia se infla y crece entre mis piernas temblorosas. Roman jala
violentamente mis bragas, haciéndolas bajar sobre mis muslos; mi mano baja
francamente sobre su palo. Sus dedos separan mis labios, se deslizan en mi
hendidura chorreante golpeándose sobre mi hinchado clítoris, arrancándome un
sonido de gozo y acelero el ritmo de mi mano deslizante sobre su sexo.
Introduce en mí un dedo, y estoy tan húmeda, mi hendidura está tan abierta,
hospitalaria, que desliza fácilmente un segundo, con su pulgar apoyándose sobre
mi clítoris, su meñique acariciando la piel delicada entre mis nalgas.

Ahora me cuesta trabajo concentrarme sobre lo que hace mi mano derecha,


estoy completamente absorta por la espiral de sensaciones ardientes procuradas
por los dedos de Roman que van y vienen vigorosamente, cada vez con más
vigor, en mí. Sus asaltos me hacen retroceder a pesar de mí y mi espalda choca
de repente contra la puerta. El picaporte me golpea y me magulla ligeramente la
espalda baja, pero el dolor se mezcla al placer que sus dedos propagan en todo
mi cuerpo y termina incluso por ser agradable. Exquisito. Aumento un poco más
la presión sobre su sexo, lanza una exclamación de placer, sus dedos se activan
aún más fuerte, más rápido, en mí, más profundamente, y siento el orgasmo,
violento, irreprimible, subir, subir, subir...

- Oh, Roman... ¡Sí! ¡Más! ¡Más fuerte! ¡Más fuerte!

Se voltea entonces, escapándose de mi mano, y el orgasmo se me escapa


también, haciéndome lanzar un lamento de frustración que él ahoga besándome
fogosamente.

- Tengo ganas de tomarte, Amy, tengo ganas de venirme en ti, dice con una
voz alterada por el deseo, separándose bruscamente para terminar de quitarme
las bragas.

El chorro aún caliente de la ducha cae sobre sus hombros mientras que él se
arrodilla frente a mí. Levanto un pie, luego el otro, y mis bragas desaparecen.
Roman se reincorpora lentamente, sembrando mis piernas con besos furtivos,
lamiendo las gotitas de agua que corren sobre mi piel. Es una deliciosa tortura,
insoportable, y gimo de impaciencia, oscilando sobre un pie y sobre el otro.

¡Quiero que me tome! ¡O que me lama! ¡O que me meta el dedo! No lo sé, ya


no sé. Poco importa el método, pero ya no lo soporto!

- ¡Roman! ¡Te lo ruego!

Pongo las manos sobre su cabeza, apurada porque su boca calme por fin el
fuego que quema entre mis piernas, lo guío, lanzo mis caderas hacia él. Su nariz
roza deliciosamente mi vello púbico, separo ampliamente mis muslos, me abro
completamente frente a él, tiemblo por el placer anticipado, siento su aliento
sobre mi clítoris palpitante, ¡qué delicia!. Espero temblando el primer golpe de
su lengua que vendrá a apagar el hervidero irreprimible que se ha apoderado de
mis sentidos...

Espero en vano.

Roman rodea mi sexo que se ofrece ante él y, a pesar de mis manos sobre su
cabeza que buscan impedir que suba, éste prosigue su ascenso hacia mi vientre.
Tengo ganas de aullar de despecho.

- Tss tss, señorita, dice sentencioso cuando trato por última vez de llevar de
nuevo su cabeza entre mis piernas. Tú no eres quien manda aquí. Pero te vas a
venir. Pronto. Te lo prometo.

Su rechazo a complacerme, su manera de decirlo, su promesa explícita, me


excitan todavía más. Sin embargo, se detiene una vez más, el tiempo necesario
para provocar a mis pezones a través de mi blusa húmeda. Pasa de uno al otro,
mordisqueándolos delicadamente. Pero la barrera de tela entre sus labios y mi
piel me hace patalear de frustración. Entonces, temblando por una impaciencia
mal controlada, me desabotono a toda prisa y percibo una sonrisita de
satisfacción dibujarse sobre su rostro. Alejo la tela húmeda para plantar su boca
sobre mi pecho dolorosamente tenso, que grita su deseo (no: ¡su necesidad!) de
que se dedique a él. Y, esta vez, él se deja llevar.

- ¡Qué autoritaria! murmura, divertido.


- No te corresponde juzgarme, digo con mi mano tomando firmemente sus
cabellos.
- ¡Nunca en esta vida! me asegura tragándose uno de mis senos,
arrancándome un gemido de sorpresa que termina por ser un grito de felicidad
cuando se pone a mamarlo, a aspirarlo, a presionarlo con sus labios, a
mordisquearlo con la punta de sus dientes, antes de ocuparse del otro, con la
misma solicitud y la misma habilidad.

Después de algunos interminables minutos de este delicioso tormento,


mientras estoy en un estado tan completamente febril que ya no soy capaz de
repetir incansablemente su nombre como una muñeca descompuesta... Entonces
pienso derrumbarme aquí, de deseo insatisfecho, sólo que en ese momento, me
toma por las caderas, me pone contra el muro de azulejos cuya frialdad me
sobresalta y me penetra con un movimiento poderoso. Me penetra
profundamente, de un sólo golpe, su sexo largo y masivo me llena
completamente.

- ¡Oh, sí! ¡Roman! ¡Qué rico! ¡Es tan rico!

Con los antebrazos puestos sobre sus hombros, con las manos anudadas, me
abandono totalmente con sus formidables bombeos que me clavan al muro. A
cada uno de sus asaltos, se golpea con mi clítoris, multiplicando al infinito el
placer que me procura su sexo en lo más profundo de mí. De nuevo, siento subir
el orgasmo que se me escapó haca ya tanto tiempo. Intenso, ardiente, fulgurante.
De nuevo, esta sensación demente de ser llevada por una ola gigantesca. Roman
tiene los ojos hundidos en los míos, sus magníficos ojos negros de profundidades
insondables, y los veo de repente estrecharse, mientras se esparce en mí y el
placer nos barre a los dos con la violencia inusitada de una marejada.
26. ¿Vida en pareja?

Al día siguiente por la mañana, después de pasar casi toda la noche en vela
prolongando las delicias de nuestra ducha coqueta, extraordinariamente caliente
en todos los sentidos del término, retomamos el camino hacia Manhattan. El
trayecto es largo pero tranquilo, agradable. Roman y yo nos peleamos por la
música, él me acusa de tener gustos de chica y yo, yo lo acuso de tener gustos de
rico. Es tonto, pero eso nos hace reír mucho.

A la llegada, después de más de siete horas confinadas en el habitáculo de


Christine, sin contar una breve pausa para almorzar, no terminamos matándonos
ni nos aburrimos, lo que me parece un buen signo para lo que viene y para el
futuro de nuestra pareja. El ambiente era de buen humor, de las bromas a la
contemplación silenciosa de los paisajes. De las pláticas, sobre nosotros, sobre
nuestras familias. Roman guarda recuerdos ambiguos pero tiernos de su madre.
Me habla de las filmaciones a las que ella lo llevaba, del ambiente de los platós,
que él odiaba, y de la vida en mobile home, que él adoraba. Evoca enseguida los
años en el internado en Suiza, y Jack que iba a buscarlo a la ocasión de una gira
promocional de su última película, para darle a los medios la imagen de un padre
amoroso.

- Mi madre no era perfecta, a veces era negligente conmigo, y yo pasaba más


tiempo en los brazos de mi nana que en los suyos, pero ella me amaba, lo creo.
Jamás supo aparentar, sólo en la pantalla. Mientras que Jack... es un excelente
actor, en el escenario como en la vida. Nunca nos entendimos. Pero también
hubo excelentes momentos, como el conocer a Malik. Sí, realmente un gran
momento, dice riendo.
- ¿A qué te refieres? pregunto curiosa y feliz por verlo reír después de esas
confesiones dolorosas.
- Cuando era niño, Malik era una verdadera lombriz, todo enclenque, y ya con
un temperamento muy suave, siempre en la luna. Era malísimo en los deportes y
apenas sabía escribir. Lo que era perfectamente normal ya que al llegar sólo
conocía el alfabeto árabe. Y griego. Griego antiguo para ser más preciso, que
dominaba tan bien como su lengua materna. Pero nada de todo eso lo ayudó al
entrar al internado, evidentemente. A los 7 años, cuando uno llega a un lugar
nuevo, en donde ya hay clanes formados, en donde unos cabecillas de 9 o
10 años ya han hecho su ley, más vale saber correr rápido que escribir griego
(sobretodo griego antiguo). El internado por más que era poblado por hijos de
millonarios, los niños son siempre niños, crueles y peleoneros. Malik pagó la
factura. Tenía plumas y cuadernos magníficos, ropa bordada a mano, cosas
suntuosas y coloridas venidas de los Emiratos árabes, que todos le
envidiábamos. Un día, unos chamacos se organizaron y entre cuatro o cinco lo
atacaron para quitarle sus cosas. Malik no pudo defenderse, estaba recibiendo la
paliza de su vida, cuando intervine. Me metí entre la bola. Y nos volvimos
amigos.
- ¿Lo protegiste durante toda la escuela? pregunto, imaginándolo como un
súper héroe, a los siete años.
- Por supuesto que no, responde riendo. Ese día, no lo salvé del todo.
Solamente compartí los golpes que le tocaron. Yo no sabía pelearme muy bien y
éramos dos contra cuatro. Tuve moretones durante diez días, mi padre hizo un
escándalo ya que eso sucedió durante una de sus giras promocionales y no podía
mostrarse con un hijo que parecía un pitufo. Por contra, le enseñé a Malik a
correr. Y eso nos salvó la vida, concluye.
- Y ahora es tu mejor amigo, digo, emocionada.
- Sí. Malik, además de ser un genio incomparable en biología, posee
extraordinarias cualidades en el corazón. Me ayuda a ser siempre humano. Y
cuando eso no es suficiente, él toma el relevo; por que tengo que confesar que no
tengo una gran paciencia con la gente en general, mucho menos con los hombres
de negocios.

A mí me parece que es de una gran dulzura conmigo y con esto me basta...

***

La semana siguiente, definimos las bases de mi mudanza temporal.


Acordamos que me quede todo el tiempo necesario hasta que Sibylle encuentre
su apartamento. Ruego para mis adentros para que una formidable crisis de
vivienda se abata sobre la ciudad y que se tarde en encontrar algo por lo menos
unos años...
Esperando, Roman y yo aprendemos a cohabitar, lo que a veces no es tan
fácil. Si yo ya tengo experiencia compartiendo mi apartamento, él ha vivido
siempre solo. Ahora bien, la vida en pareja, incluso si es provisoria, requiere
ciertos ajustes. Roman realmente trata de ajustarse lo mejor que puede, pero a
veces sin gran éxito, sobre todo porque su apartamento no está pensado para
alojar a más de una persona. O entonces, es necesario que todo el mundo mida
como mínimo un metro ochenta. El contenido de las alacenas está fuera del
alcance para los demás. Tengo que escalar la mesa de la cocina para alcanzar el
azúcar o la mermelada si Roman no pensó en bajarlos para mí. Tengo que
subirme a una silla para sacar mi bol de té del microondas. Tengo que saltar para
alcanzar el botón del control de las persianas de la cocina porque está a dos
metros cincuenta del suelo y que Roman pone siempre por descuido el control
remoto en su bolsillo cuando sale por las mañanas. Debo bloquear las puertas del
WC cuando lo ocupo ya que no cierran con llave. Tengo que llamar a Roman y
molestarlo en pleno consejo de administración porque, ya como un reflejo, cerró
el apartamento con doble llave cuando yo estoy todavía adentro...

Estas desaventuras nos hacen más reír que apretar los dientes y Roman
arregla la mayoría de este menú de líos en un santiamén... pero se rehúsa
vigorosamente a poner un seguro en la puerta del la sala de la bañera:

- Me encanta llegar y sorprenderte en tu baño, me dice una noche que se une a


mí de improvisto en la tina de baño, al regresar de su rutina diaria de ir a correr.
Por nada en el mundo pondré un cerrojo en esta puerta.

Después se aplica en darme tanto placer, con sus manos, con su boca y con
todo su cuerpo, que acabo por rendirme y gritar en un orgasmo que si lo desea,
podría incluso quitar esa puerta.

Al día siguiente por la mañana, todavía no muy despierta, tanteo un largo rato
en la búsqueda del picaporte de la famosa puerta antes de darme cuenta que me
tomó la palabra. La encuentro, fuera de sus bisagras, apoyada contra la pared de
la cocina.

¡Me encanta la vida con él!

(Pero hago que vuelva a poner la puerta.)


***

Una noche en la que estamos cenando excepcionalmente en el salón, un menú


chino enviado por un restaurante, porque estoy demasiado cansada para ir por mi
cena, Roman levanta repentinamente la nariz de su plato y declara:

- Es siniestro aquí. No me había dado cuenta antes, pero este apartamento es


tan cálido como una morgue.
- Le falta un poco de decoración, asiento, diplomática. Pero se arregla con un
par de cosas.
- ¿Quisieras hacerte cargo de eso? me pide al instante.
- ¿Quieres decir remodelar tu apartamento? pregunto, incrédula.
- Es trabajo, lo sé, pero... tienes carta blanca, te lo aseguro.
- Oh... bien, en ese caso... Va a costarte mucho dinero, pero puedo hacerlo,
digo divertida por el hecho de que piense que eso puede ser un tarea penosa,
mientras salto de alegría con la idea de hacernos un nido acogedor.

El día siguiente es un sábado, no trabajo, y me consagro a la tarea, eufórica.


Compro litografías para vestir los muros, cojines multicolores para animar el
sofá blanco, perlas y sales de baño, pantallas coloridas, tapetes, plantas de
interior... soy un verdadero tornado y me causa gran placer. Cuando Roman
regresa por la noche, ya voy muy avanzada.

- ¡¿Cortinas rosas?! exclama al poner un pie en el salón.


- Malvas, rectifico, saltándole al cuello para besarlo.
- ¡Rosas! se obstina después de haberme regresado mi beso con creces.
- Me diste carta blanca, te recuerdo.
- Pero qué idea tuve...

Pero su sonrisa desmiente sus palabras y, mientras me arrastra sobre el sofá


desabotonándome la blusa, las cortinas son rápidamente la última de nuestras
preocupaciones.

Al día siguiente, después de pasar toda la mañana en nuestras nuevas sábanas


de seda amarilla, que nos deja colmados a los dos, Roman sale volando para una
cita con Malik en Chicago mientras que yo paso el resto de mi día con Sibylle y
con Charlie, viendo objetos en una tienda de antigüedades. Comemos un hot-dog
a la orilla del East River y parloteamos entre chicas, de esto y de lo otro, sin
abordar ningún tema que moleste o hiera. Mi hermanita no hace ninguna alusión
a Nils y yo me abstengo de preguntarle qué pasa con ellos.

Sin embargo me hubiera gustado platicar con Sibylle: si la cohabitación con


Roman está de maravilla, estoy incierta en cuanto a sus sentimientos hacia mí.
Jamás me ha dicho te amo, no me lo ha mencionado incluso cuando yo se lo he
dicho, y realmente parece no encarar nuestra cohabitación más que como una
solución temporal. Me siento un poco perdida y necesito contárselo a una oreja
amiga...

Pero la presencia de Charlie, quien aún me resulta desconocida, nos frena en


nuestras confidencias.

Cuando regreso a la Red Tower, esa noche, con los brazos cargados de
compras, casi me caigo de espaldas. Descubro a Roman en la cocina, trabajando
arduamente en ella. Es la primera vez que lo veo con una espátula en la mano. Es
una visión completamente surrealista. Hay flores por todas partes en el
apartamento, velas, música suave: no hay duda, esto es una cena romántica.

Hasta que un montón de maldiciones sale de la cocina, seguido de un


abominable olor a quemado. Roman me mira en ese preciso momento:

- ¡Amy, help! dice con un tono desamparado y al mismo tiempo un poco


cómico.

Pongo mis bolsas al pie del sofá y corro tratando de no reír. No lo logro. No
puedo contener una carcajada al constatar la magnitud de los daños: esto ya no
es una cocina, es un verdadero campo de batalla. Waterloo, por lo menos.

- Eso es, búrlate, refunfuña Roman. Te reirás menos cuando te des cuenta de
que no hay otra cosa que comer en el refrigerador. Sólo lo que estás mirando.

Observo atentamente lo que me señala con el borde de su espátula. No sé lo


que era en un principio, pero una cosa es cierta: eso no es (o ya no es)
comestible.

- Señor Parker, además de ser súper sexy, incluso con una espátula en la
mano, usted es un hombre lleno de talentos y cualidades. Pero lamento
informarle que usted no vale nada como cocinero, digo con una risa loca
incontrolable.
- Lo que me faltaba: trato de complacerte y así me destrozas el corazón,
declama con un tono dramático... antes de soltar una carcajada.
- Bueno, y ahora, en serio: ¿qué hacemos? me pregunta diez minutos más
tarde, cuando ya estamos un poco más calmados.
- No soy maga: haga lo que haga, no puedo ni resucitarlo ni hacerlo
comestible. Anda, te invito a un restaurant. Porque aprecio tu esfuerzo. Porque,
aparte de la cena, todo lo demás es perfecto. TÚ eres perfecto, digo
levantándome sobre la punta de mis pies para besarlo.

***

Los días siguientes se suceden con un buen humor similar y nuestras noches
siempre más ardiente la última que la anterior.

La única sombra que se cierne sobre nosotros es este sentimiento de


incertidumbre siempre anclado en lo más profundo de mí, este deseo loco de
escuchar a Roman decirme que me ama, o por lo menos que está bien conmigo,
que le gustaría que me quedase. Pero él no parece querer que esta situación se
prolongue y eso me rompe el corazón.

Me gustaría tener el valor para abordar la cuestión con él. Me gustaría


hablarlo, pero realmente no sé cómo hacerlo. No quiero aposentarme. No quiero
imponerme.

Sin embargo, la situación parece querer arreglarse por sí sola: una noche,
tarde, mientras Roman está en videoconferencia en el salón con un magnate de la
industria que reside a varios miles de kilómetros de Manhattan, recibo un
mensaje de texto de Sibylle:

[¡Ya encontré un cuarto para rentar! ¡Te regresaré muy pronto tu apartamento!
¡Besitos!]

Pienso en la mejor manera de anunciárselo a Roman para que comprenda que


me gustaría quedarme en su casa, que quiero que se convierta en nuestra casa,
¡para que lo comprenda y sobretodo para que acepte!

Lo miro, en camisa negra sobre el sofá blanco (ya que retiró los cojines
multicolores, para verse un poco más serio): está concentrado en su negociación,
con el rostro duro, con aspecto cerrado. Me estremezco: no es el Roman que
conozco. Es el hombre de negocios, el multimillonario, no el amante tierno y
chistoso.

- ¿Confirma la transacción, señor Parker? pregunta la voz desencarnada de su


interlocutor en la pantalla, un pequeño calvo de traje gris al lado de un hombre
gordo que acaba de encender un monstruoso puro.
- Lo confirmo, dice tranquilamente Roman.
- ¡Ah, ah, ah! ¡El inflexible Roman Parker obligado a soltar lastre en una
transacción! ríe burlón el hombre gordo. Hay que verlo para creerlo.

¿Qué sucede? ¿Algún problema? ¿Roman tiene que vender? ¿Vender qué?
¿Porqué?

Me asusto sin comprender a cabalidad lo que está sucediendo.

- Usted escuchó, responde Roman, con las mandíbulas apretadas, que le vendí
el complejo de Santa Fe por trescientos ochenta y dos millones de dólares.
- Cuando lo que usted pedía eran cuatrocientos, se regocija el otro. Usted no
es tan buen negociante como su reputación lo hace creer, señor Parker. me
pregunto lo que pensarán de esto sus socios.
- Y yo, le responde Roman con una sonrisa asesina, me pregunto lo que dirá
su jefe cuando se entere que compré ese complejo hace seis meses por
doscientos millones y, que antes de su llegada providencial, iba a aceptar
trescientos cincuenta de sus competidores. Buenas noches, señores.

En la pantalla, justo antes de que Roman corte la imagen, veo el puro caer de
los labios del hombre gordo que se ha puesto lívido.

Roman acaba de arrancarle ciento ochenta y dos millones de dólares extras a


lo que valía en realidad la transacción... Un golpe maestro implacable. Se estira
haciendo tronar las articulaciones de sus manos, con un aire pensativo. Casi
indiferente. En este instante, por enésima vez, me pregunto si realmente lo
conozco.

Vuelvo a leer el texto de Sibylle.


¿Será que mi vida está aquí, con él? Y él, ¿qué quiere? ¿El hijo de su madre,
al mismo tiempo tierno e indiferente? ¿El hijo de su padre, digno heredero de
sus múltiples facetas? ¿O sólo Roman, el hombre que amo?

¿Acaso le importo? En ese caso, ¿porqué nunca lo dice? ¿Porqué sólo me


propone una efímera cohabitación?

¿Acaso me daré cuenta un día, como ese hombre gordo, que no era más que
un peón en una partida jugada ya con anterioridad? ¿Es posible equivocarse
tanto con alguien?

¿El amor puede llegar a ser tan ciego?

La voz de Roman me saca de mis reflexiones:

- ¿Algún problema? me pregunta con una sonrisa encantadora...


27. Deportivamente Sexy

Los primeros días de febrero en Manhattan son fríos pero soleados.


Aprovecho para ir a trabajar a pie, todas las mañanas. No soy una gran deportista
pero me gustaría entrenar mi trasero que Roman adora. Y no tengo ganas de
transpirar sobre una bici de apartamento o cansarme siguiendo las órdenes
sádicas de un prof de gym súper musculoso, perdida en medio de una banda de
lolitas anoréxicas que harán ejercicio silbando sin mojar su body Ralph Lauren.
La caminata me parece ser un compromiso aceptable. Roman que ha remarcado
últimamente esta locura me propuso gentilmente aprender a correr.

-¿Bromeas?- Exclame. ¡Es demasiado cansado!


-Sí, esa es la idea cuando se hace deporte-, respondió perplejo.

Sin embargo, no insistió, estos últimos días de vida en común me han


enseñado que él ha resultado intratable en negocios, impaciente en sociedad y a
veces francamente dominante en la cama, no es un tirano doméstico. Tiene
visible confianza en mi juicio y respeta mis elecciones y mis ideas, defendiendo
enérgicamente las suyas pero sin imponérmelas. Sabe sin embargo ser
increíblemente necio y tenaz (y convincente) cuando él desea obtener algo de
mí:

- No soy testarudo, soy perseverante, se justifica con una sonrisa que me


desarma si le reprocho abstenerse.

Esta sonrisa precede generalmente un número de encanto al cual soy incapaz


de resistirme y que provoca cada vez mi capitulación. Para nuestro más grande
placer...

Viniendo de un hombre como él habituado a dirigir, ordenar, llevar, esta


capacidad de escucha y de respeto me sorprende y me enorgullece cada día un
poco más. Esto me ocasiona agradables altercados con mi madre que quería
regentear todo, controlar todo, desde el color de mi uñas a la orientación de mi
carrera pasando por mi vida sentimental.
Nuestras discusiones son a veces son animadas, porque no estamos de
acuerdo en todo y cada quien defiende su opinión con pasión, pero no nos
peleamos nunca. Debo sin embargo frecuentemente acomodarme a su opinión
refunfuñando (sí, soy mala perdedora, y ¿qué?), vencida por sus argumentos y su
razonamiento, porque tiene una facultad de análisis prodigiosa. Hasta alucinante.
Siempre tiene diez golpes de ventaja sobre mí como sobre todos sus
interlocutores y discutir con él es como intentar batirse con un maestro del
ajedrez cuando se sabe que uno ni siquiera puede desplazar a un peón. Sólo
Malik quien se encarga durante las reuniones de desarrollar y traducir el
pensamiento complejo de Roman a sus asociados parece capaz de seguirlo sobre
este terreno. De seguirlo pero no de precederlo…

A pesar de eso, Roman no es arrogante. Confiado, seguro de él pero no


arrogante. Parece simplemente considerar todo eso como una energía personal.
Lo que me deja atónita completamente…

De pronto, más aprendo a conocerlo, más estoy enamorada, intrigada,


cautivada… y atormentada por su mutismo en ciertos puntos. En dos puntos en
realidad:

1 .- El nunca me ha dicho Te amo. El no responde nunca mis declaraciones.

2 .- El nunca evoca la posibilidad de nuestra vida en común cuando Sibylle


haya liberado mi departamento.

Eso son muchos nuncas para una historia que quisiera ver durar siempre.

Ahora bien Sibylle encontró un cuarto en una pensión de familia. Ella se


cambia dentro de unos días. Aún no se lo he dicho a Román. Tengo miedo,
horriblemente miedo, de que no intente retenerme cerca de él, de que no me
proponga quedarme en su casa sino volver a la mía.

***

En este fin de la tarde, Roman y yo debemos encontrar a Nils Eriksen para


hablar de la investigación (que avanza a buen ritmo) al gimnasio de box. No sé
en qué esta mi pequeña hermana con él, pero visiblemente siempre se
cuchichean: el coche de Eduardo que me prestó durante el tiempo que me alojé
en casa de Roman está estacionado delante del gimnasio… no le hablé de Nils a
mi madre que me llamó media docena de veces desde que sabe que Sibylle está
en los Estados Unidos y que vuelver a hacerlo todavía hoy justo antes de entrar
en el gimnasio. Mi hermana ha confesado la verdad a Matthieu y a mis padres.
Todo mundo sabe ahora que está conmigo y no con mi abuela. Mi madre me
suplica hacerla entender, convencerla de regresar a Paris:

- Sibylle no puede quedarse en Nueva York, Amandine, recalca mi madre. No


puede abandonar sus estudios, su novio, su familia, de golpe. Es necesario que la
persuadas de regresar.
- Ya conoces a Sibylle mamá, suspiro. Es más empecinada que una tropa de
mulas sordas. No me escuchará más que a ti.
- ¡Está echando a perder su vida! Dilapida el dinero de sus ahorros, rompió el
corazón de este pobre Matthieu y va a perder este año de estudios.
- ¿Quizás solo necesita respirar un poco? sugiero. Y después regresará ella
sola. Hay que darle tiempo. ¿Tal vez puedas considerar su escapada como un año
sabático…?
- ¡No se toman años sabáticos a los veintiún años! fulmina mi madre. ¡Tiene
que pensar en su futuro! ¡Amandine, te pido que la corras! Mientras la albergues
no regresará.
- Le voy a hablar mamá, capitulo sintiendo una punzada de migraña. Pero
creo que ya encontró otro alojamiento. Te dejo, Roman me espera. Besos.
- ¿Sabías tú que hay un año mínimo para tomar un año sabático? le pregunto a
Roman cuando lo alcanzo en la sala.
- No pero supongo que si Evelyne Lenoir lo decretó no tardará mucho en
entrar en la constitución, dice de lo más serio del mundo.

Me quedo pasmada cinco segundos ante su aire austero antes de estallar de


risa.

- Usted es increíblemente bella señora Lenoir, cuando usted ríe… murmura


besándome la nuca con sus besos tiernos y ligeros de los cuales él tiene el
secreto y que me hacen cada vez vibrar entera.

Resbaló mi mano en la suya y nos escabullimos entre hombres en short y


sudor, sobre todo jóvenes de todos los modelos, de todos los colores. La sala es
más grande que la de Paris, pero es el mismo tipo de lugar, gris sin adornos. Un
lugar bruto y sin encanto. “No frecuentable” diría mi mamá. Como Nils
probablemente. Nos detenemos a una buena distancia de él y de Sibylle, para no
interrumpirlos. Ellos están delante de una especie de una pera de box miniatura
colgada del techo y atada al piso por una cuerda elástica. Nils, siempre tan
corpulento, torso desnudo, sus tatuajes negros rebanan sobre su piel blanca,
golpea suavemente la pequeña pera rápida y regularmente con sus dos manos
vendadas, alternativamente, sin siquiera mirar lo que él hace. Está volteando
hacia Sibylle, que lo observa, cautivada, mientras que él le explica visiblemente
cómo hacerlo. Él aumenta progresivamente su cadencia de golpeo, como si nada,
diversifica los encadenamientos y el balón le obedece perfectamente. Sus largas
manos son vivas y graciosas, parecen independientes del resto de su cuerpo y
sigue una coreografía complicada, increíblemente rítmica y veloz.

- Eso parece ser chistoso, digo yo.


- Sí, mientras que no te enojes con él, me responde Roman, divertido. Sucede
rápido y sobre todo dolorosamente.

Uno ya está noqueado antes de entender lo que pasa. No es tan fácil como
parece, Nils debe tener muchos años de boxeo detrás de él para dominar tan bien
el ejercicio.

- ¿Eres bueno en boxeo? pregunto recordando que noqueó a tres tipos el día
que nos conocimos.
- Me las arreglo. Pero me no me gustaría mucho encontrarme frente a Nils
cuando está enojado. Sin contar que él pesa veinte kilos más que yo.
- Sí pero de todas maneras, corres más rápido que él, ¿no?
- Eso espero, responde riendo.

Mientras que nosotros bromeamos, Sibylle tomó su lugar frente a la pequeña


pera de golpeo. Sopla impacientemente sobre su fleco para alejar sus cabellos
rubios de sus ojos y acomoda sobre sus caderas estrechas su pants que resbala.
Su camiseta de tirantes azul cielo deja ver sus brazos delicados. Tengo una
exhalación de ternura por mi pequeña hermana: es exztremadamente bella. Nils
acaba de ponerse detrás de ella, toma sus manos dentro de las suyas para guiarla
e imprimirle el ritmo de sus primeros movimientos. Sibylle parece realmente
minúscula entre sus brazos, a la vez frágil y determinada como una flor salvaje.
Parece también muy afectada por su proximidad… por primera vez, veo a Nils
con otros ojos: No es la bestia que yo creía, es dulce con mi hermana y aún si
parece impasible, si no está alterado por estar pegado a ella, deja ver una
sensibilidad emotiva.

Me acabo de acurrucar contra Roman que me abre los brazos sin una palabra.

Tengo suerte. Encontré al hombre de mis sueños y estoy con él. No le pasa a
todo el mundo. Es tierno. Es fuerte. Comparto su cama y su vida.

Lástima que no sea más platicador. No pido mucho sólo lo suficiente para
decirme las dos pequeñas palabras que espero…

Miramos a Sibylle, concentrada en imitar los gestos de Nils. Yo sabía que ella
frecuentaba un gimnasio de boxeo desde navidad, pero creía que era únicamente
un pretexto para acercarse a su bello vikingo. No pensaba que ella se estaba
implicando realmente. Sin embargo Nils se ha separado y ella se las arregla sola
con la pequeña pera de golpeo, lentamente, prudentemente, pero con rigor, bajo
sus ánimos y sus consejos.

- No lo hace tan mal, me dice Roman, justo antes de verla golpear demasiado
fuerte la pera que le regresa violentamente en pleno rostro.

Fue tan fulgurante que todo sucedió antes siquiera que yo me diera cuenta. De
pronto, mi hermanita está en los brazos de Nils que se materializó delante de ella
como por arte de magia. Yo escapé de los de Roman, persuadida de que ella
estaba aturdida, con la nariz inflamada, desfigurada. Pero está bien consciente y
parece solamente sorprendida (y orgullosa) de estar junto a su coach. Tiene el
rostro contra su torso desnudo y una sonrisa radiante en los labios.

- Santos reflejos, dice Roman a Nils tendiéndole la mano cuando suelta a


Sibylle.
- Es necesario, responde éste. No tengo derecho más que al diez por ciento de
pérdidas en el entrenamiento. Como no tengo más que una alumna, si la daño,
representa enseguida el cien por ciento. Es malo para mi imagen.

Sibylle le acomoda un puñetazo sobre el hombro reprendiéndolo por tonto y


él cae de rodillas aparentando torcerse de dolor. Roman sigue todo esto intrigado
pero está lejos de estar desconcertado como yo. Yo no sé realmente qué pensar
de Nils. Sibylle, ríe tendiéndole la mano para levantarlo.

- ¿Nos aventamos unos rounds? propone a Roman, que vino en pants.


- Hum… no sé, responde éste mirando sus pies, luego a mí. No traigo mis
tenis que corren rápido…

Es mi turno de estallar de risa bajo la mirada sorprendida de los otros dos.


Enseguida Roman me guiña un ojo y se deshace de su sudadera y playera antes
de subir al ring después de Nils. Esta complicidad entre nosotros me pone alegre,
tengo el corazón que se acelera felizmente. Tengo que confesar también que
nunca me habituaré a la perfección de su cuerpo, a la gracia viril de sus
movimientos Roman es guapo, de acuerdo, pero él además tiene una forma de
ser, de moverse que vuelve su desnudez particularmente inquietante. Me da calor
sólo de mirarlo calentar, trotar, estirarse, al lado de Nils. Ellos se pusieron unos
guantes y un protector de dientes cada uno. De la misma estatura, misma edad,
son sin embargo tan distintos como el día y la noche.

- Se diría un duelo entre un león y una pantera negra, dice Sibylle con el
semblante soñador, cuando comienzan a dar vueltas a su alrededor y a iniciar el
combate.

La imagen es perfectamente justa. Los dos tienen una gracia felina, uno rubio,
corpulento y calmado, con una fuerza tranquila. El otro moreno, ligero y vivo, de
belleza carnicera. Permanecemos silenciosas admirándolos, cada una focalizada
en el objeto de sus fantasías…

- Está todo bien entre ustedes, ¿no es cierto? digo al cabo de un momento.
- Pues sí, suspira Sibylle enojada. Nils es… amigable. Persiste en decir que no
es para mí. Desde la noche de mi llegada aquí no me ha tocado. O sea, no como
yo lo quisiera, si sabes a lo que me refiero.
- Sin embargo, esta noche por ejemplo, no vas a regresar a Queens, ¿no?
- No. Hizo instalar un gran sofá en su cuarto en el Sleepy Princess. Me
autorizó a quedarme en su cama cada vez que yo quisiera, ¡pero el duerme sobre
este chingado sofá de mierda!
- Y ¿tú no vas a meterte a su sofá? me sorprendo, conociendo el carácter
voluntarioso de mi pequeña hermanita…
- ¡Pff! … lo intenté la primera vez. Pero me tomó y me hizo a un lado en la
cama sin mioramientos. Dijo que al próximo intento me esposaría al calefactor.
Qué cabrón policía.
- Ya veo, digo intentando disimular mi risa detrás de un ataque de tos.
- No es chistoso, refunfuña soltando una risa ahogada.
- ¿Están bien? ¿se divierten mucho mientras me muelen a golpes? pregunta
Roman aproximándose a las cuerdas y tentándose los costados con un gesto de
dolor.
- Moler, mi culo, farfulla Nils sin aliento y empapado de sudor.
- Se ven muy guapos sufriendo, responde Sibylle, en un tono grandilocuente,
antes de ponernos a reír.
- En lugar de burlarte deberías mejor buscar a tu compañera para trabajar tus
fintas. Acaba de llegar y parece esperarte, dice Nils señalando a una bonita chica
algo robusta de tipo hispano, que nos observa desde la esquina del gimnasio.
- ¡Oh! ¡Julia! ¡Súper! Grita Sibylle. Ven, Amy, te tengo que presentar. ¡Vas a
ver es genial!
- Te alcanzo. Sólo me voy a asegurar que Roman no va a sucumbir por sus
heridas.
- Ok, dice yendo hacia la morena que dejó de saltar la cuerda para saludarla.

Roman y Nils se sentaron a la orilla del ring, con las piernas en el aire, con los
antebrazos sobre las cuerdas y el aire tan extenuado uno como el otro. Yo les
pasó una botella de agua mientras que ellos se recuperan y discutimos la
investigación sobre Teresa.

- De hecho me pregunta Nils, ¿trabajas mañana? Encontré donde se esconde


Robert Marquentin, el viejo policía que estaba sobre la pista en aquel entonces y
pienso hacerle una visita. Él vive en Little Haiti, en Miami. Pensé que querrías
venir. Conoces el expediente como la palma de tu mano, podrías serme útil.

Si Roman y mi hermana se entienden bien con él, no es realmente mi caso.


No logro entenderlo; su voz dura y su manera de ir siempre al grano son muy
perturbadoras. De pronto estoy completamente sorprendida por su propuesta,
tanto que la idea de pasar un día con él me hace sentirme mal pero me interesa
demasiado la investigación como para rehusarme. Balbuceó un poco antes de
decir:

- Bueno… si… en fin, no podré desocuparme en la mañana, pero a partir de


las trece horas estará bien. Es raro que estemos desbordados en viernes.
- Perfecto. ¿Roman?
- Prefiero no acompañarlos, responde éste con el rostro sombrío. Conozco a
Marquentin y puedo destriparlo antes de que hayas podido sacarle la más
mínima información.
- Como quieras. ¿Conoces cosas de él que puedan sernos útiles?
- No creo. Solo lo he cruzado cuando era niño ya que él estaba a cargo de la
investigación sobre mi madre.
- Ok, dice Nils levantándose. De hecho, Amy: no me gusta lo que encontré
sobre tu colega periodista, Andrew Fleming. Apesta. No está limpio. Entre otras
cosas: nadie lo conoce en la dirección que me diste, es imposible contactarlo por
teléfono o de ponerle la mano encima. Sería mejor que no tengas nada que ver
con él. No le digas que tu no quieres verlo, sino puede desaparecer
completamente y no podría encontrarlo, pero manténte lejos de él.
- ¿Fleming? ¿Todavía lo frecuentas? me pregunta Roman con una voz
incrédula.
- Bueno… sigue trabajando de free-lance, pasa seguido a dejar artículos en
Undertake, Nueva York o Boston, y me ha ayudado a juntar documentos sobre tu
madre. Entonces sí, lo veo ocasionalmente, confieso avergonzada, sabiendo
pertinentemente que Roman no lo puede ver.
- Sabes que este tipo formaba parte de la jauría de hienas que se lanzaron
sobre mi madre, ¿no es cierto? ¿Que la persiguió hasta que murió? dice lívido y
glacial. ¿Sabes que él es el autor de esta famosa foto que le ha dado la vuelta al
mundo? Ésta en donde se ve el coche todavía humeante estrellado contra el
poste, y la sangre de mi madre goteando de la portezuela sobre la calzada
brillante de lluvia. Técnicamente, es una foto genial, sabes muy bien con quién
juntarte.
- No, no… yo… balbuceó, horrorizada por esta abyecta noticia y temerosa
por su tono tajante, mecánico, deshumanizado.
- ¿Sabes?, continua como un autómata, ¿que él me acosó una buena parte de
mi infancia para robarme fotos, exclusivas? ¿Qué no me dejaba? Juro que lo hizo
un asunto personal.
- ¡Roman, lo ignoraba! ¡Te lo juro! ¡No sabía todo esto! le grito al borde de
las lágrimas.
- Ok… interviene Nils apretando el hombro de Roman. Amy, ve a conocer a
Julia. Nosotros nos vamos a aventar un round o dos…
- Pero... protesto volteando hacia Roman quien se ha levantado y me mira
fijamente, con los ojos vacíos.

Sin embargo, la apariencia sombría y la mirada dura de Nils cortan de tajo


mis intentos protestatarios. Me largo limpiando mis lágrimas, con el corazón
oprimido, en shock por la rapidez con la cual pasamos de la risa al drama. Y
confusamente contrariada al constatar que Nils comprende tan bien a Roman,
que sabe cómo calmarlo, quizás mejor que yo.

- Se diría que esta celosa de él…

- ¿Yo? ¿Celosa de Nils? ¡Pero eso es ridículo!

- ¿Estás segura? Entonces ¿Cuál es tu problema con él? ¡Además del hecho
que te haya quitado a tu hermanita y que se entienda con tu hombre como si
fueran hermanos! ¿No te sientes un poco engañada?

No tengo respuesta a esta insinuación que, aunque sea idiota, me hostiga y me


obliga a cuestionarme. Detesto la idea de estar celosa y aún más de una amistad.
Luego mis pensamientos regresan a Andrew y oscilo entre el horror y la cólera,
el disgusto hacia ese cabrón.

¡Que podrido este Fleming! ¡Si hubiera sabido, nunca le hubiera dirigido la
palabra! Entiendo mejor porqué él estaba tan dispuesto a ayudarme, y que
Roman no lo pueda soportar.

¿Pero cómo le hago para seguir investigando? ¡Voy a terminar por


suscribirme a Poisse Magazine!

Sibylle me presenta a Julia que parece muy simpática y parece tener ya un


buen nivel de boxeo. Intento comportarme bien y las miro entrenando; se
entienden de maravilla, riendo mucho.

Lanzó de vez en cuando una mirada hacia Nils y Roman; que retomaron su
enfrentamiento en el ring, en silencio. Al principio, Nils pasa un pésimo cuarto
de hora y me siento culpable cada vez que le dan un golpe. Roman debe tener
ganas de desquitarse y es él quien paga los platos. Pero pronto las fuerzas se
equilibran y rechino los dientes cuando el enorme puño de Nils recibe a Roman
en los flancos, en los hombros o en los riñones. Evitan visiblemente tocarse en el
rostro así como, para mi gran tranquilidad, en sus partes… sensibles de la
anatomía masculina.

- Y bien, silba dulcemente Julia al lado de mí, quitándose sus guantes. ¿Es tu
novio, el moreno?
- Sí…
- Pega duro, ¿no? Afortunadamente el Vikingo sabe recibir…
- Nils resiste todo, confirma Sibylle con una gran sonrisa.
- Hay que decir que tiene un blindaje bastante grueso, la bromea Julia.
- Algo, digo asustada cuando Roman recibe una izquierda que lo dobla en
dos, ¿qué idea de practicar un deporte semejante? ¿Les gusta sufrir o qué?
- Es increíble, dice Sibylle alegremente. Vamos, alcancémoslos todavía que
están de una sola pieza.

Cuando los encontramos, todavía están enteros, pero comenzamos a distinguir


algunos moretones sobre su piel. Sin embargo, Roman está calmado y ha vuelto
a su comportamiento habitual. Sibylle le presenta a Julia, que no agota elogios
sobre su pequeño enfrentamiento. Aprovecha igualmente para anunciarnos que
encontró un cuarto en Brooklyn, en la misma pensión familiar que Julia y que
deja mi apartamento dentro de algunos días. Le paso el mensaje de mamá, que
barre negligentemente. Roman, en cuanto a él no chista nada.

Ya está, es oficial, Sibylle me regresa mi apartamento, ya no tengo más


ninguna excusa válida para quedarme en casa de Roman. Y no parece
perturbarlo más que eso. No levanta la ceja, no dice una palabra, se diría que le
es indiferente completamente. ¿Será mi metida de pata con Fleming?
¿Realmente me va a dejar ir a mi casa, como habíamos acordado, sin
proponerme nada? Sin embrago nos la pasábamos bien, entre nosotros ¿no?
¿No lo soñé?

Roman, ¿porqué no dices nada?

Continúo cavilando hasta que deciden que es tiempo de cambiarse y regresar.

- La próxima vez Amy, te dejo mi lugar sobre el ring, me murmura Nils


pasando ágilmente bajo las cuerdas antes de saltar al piso.

Sonrío piadosamente agradeciéndole en voz baja. Roman lanzó una toalla


sobre sus hombros, y al pasar delante de mí para recuperar su sudadera me dice:

- Lo siento. ¿Me perdonas?


- Tengo la impresión de que eres tú quien me debe perdonar, digo sorprendida
y conmovida, sintiendo que la tristeza que acababa de caerme sobre los hombros
de pronto era más ligera.
- De acuerdo. Yo nos perdono, entonces, responde él con un indicio de sonrisa
que me dan ganas de caerle encima… ¡Ey, estoy empapado de sudor! protesta
cuando paso de la idea a la acción para besarlo.
- Me vale. Aún hueles bien, replicó apretándome contra él.
- Sí, pero te estás apoyando sobre una zona particularmente dolorosa, protesta
quitando mis manos de sus costillas.
- Sufre en silencio y bésame, si quieres que yo también nos perdone.

Lo que hace sin discutir, con una pasión que me hace relegar mis dudas al
olvido.
28. El amor de cien rostros

Llegamos a la Red Tower hacia las 19 :30 . Apenas se abrió la puerta, Roman
envía a pasear su sudadera sucia y salta a la ducha para volver a salir diez
minutos más tarde en un traje Lanvin, sus cabellos negros todavía húmedos que
lo hacen ver con una clase como no está permitida. En tiempo récord pasa de
boxeador de barrios bajos a multimillonario con estilo y me cuesta trabajo
empalmar las dos versiones. En cualquier caso es endemoniadamente sexy, pero
la metamorfosis es tan radical que es inquietante.

Además, había olvidado completamente que había un consejo de


administración (o algo así) esta noche.

- Si quiero ausentarme mañana en la tarde, tengo que terminar mi artículo en


curso, pero mi compu y mis expedientes se quedaron en Undertake. Voy a ir a
trabajar un poco allá esta noche.
- No te preocupes ¿Paso por ti a las 22 :00 horas y vamos a cenar? ¿Si reservo
en Blue Moon te gustaría?
- ¡Súper!

Pero finalmente, no trabajo, porque al llegar Undertake percibo una luz en la


oficina de Edith Brown, mi jefa de sección. Y al verla no está para nada bien.

Con la cabeza en los brazos está desplomada sobre su escritorio, que ha


limpiado de todo lo que había de cotidiano para no dejar sobre su superficie
laqueada más que una copa vacía puesta sobre un sobre desgarrado. Nada como
esta actitud de abandono, a mil leguas de su habitual actitud rígida y altanera me
inquietan. Edith no es del tipo que se deja ir. Es una mujer de hierro, siempre
impecablemente presentada y maquillada.

Pero esa noche, la dama de hierro se balancea bajo la pena y la culpabilidad.


Y como soy la única persona en los alrededores, con el dolor y el alcohol
ayudando, Edith se abre conmigo. Ligeramente ebria su máscara diluida en sus
lágrimas, me tiende el sobre. Es una carta de su madre. La escritura es aplicada y
titubeante, el estilo torpe, la ortografía azarosa, pero el mensaje claro y terrible:
Terence, el padre de Edith, está muriendo.

- No lo he visto desde hace veinte años… dice con una voz pastosa. No lo
suficiente para mí. Sólo un obrero en una fábrica de papel. Y mi madre… una
criada. Pequeña gente. No quería parecérmeles. Su miseria me asqueaba. No
quería ni siquiera conocerlos. Si hubiera podido me hubiera desangrado hasta la
muerte para no tener más ni una sola gota de su sangre en mis venas. Yo quería
el éxito. El dinero, el sexo, la gloria. El poder. Por todos los medios. Trabajé
duro. Besé traseros. Ahora, soy una perfecta executive woman, ¿no es cierto?
37 años, sin marido, sin hijos, sin amigos. Porque eso toma tiempo, y el tiempo
es dinero.

Se detiene y luego retoma:

- Sólo que hoy, heme aquí llorando como una niñita porque mi papá va a
morir. Y que a pesar de todo lo que he dicho y hecho, en el fondo de mí, siempre
he sido la pequeña hija de papá, la que traía sobre sus hombros para ir a recoger
manzanas del árbol del vecino, y que luego las hacía en tarta con su mamá. Una
señora más bien simpática. Lástima que ella no haya tenido derecho a la palabra
durante todos estos años. Porque ahora es demasiado tarde.

Edith necesita hablar para exorcizar su pena, entonces la escucho. Ni siquiera


me mira, está en su mundo. Yo me contento con lanzar una palabra de vez en
cuando, para señalarle que estoy aquí, que la escucho, que no está sola.

A las 22 :00 horas exactas, me llega un mensaje de texto de Roman:

[¿Lista?]

Le respondo:

[No. Edith está mal. Su padre está muriendo. Enfermedad autoinmune.]

Espero su respuesta, inquieta, impaciente, sin saber lo que espero de él pero


rogando porque él lo sepa.

[Quizás pueda ayudarla. Mi clínica de Buffalo. ¿Quieres que vaya?]


Lanzó un enorme suspiro de alivio. La carga de Edith es demasiado pesada
para llevarla sola y me siento impotente. Roman sabrá que hacer, estoy segura.

[Sí, por favor…]

No me doy cuenta hasta ese momento lo que esto implica, para él, para mí,
para nosotros. Roman Parker, el multimillonario más misterioso y secreto de este
lado del mundo, que huye de todo lo que se parece de cerca o de lejos a un
periodista, va a entrar en las oficinas de una de las más grandes revistas de
finanzas de los Estados Unidos para presentarse conmigo, delante de la redactora
en jefe más arribista que sea posible imaginar. ¿Todo para qué, para quién? Para
mí. Y sin que yo esté obligada a pedírselo… me cuesta trabajo creerlo.

Aprovecho un espacio en el monólogo de Edith para anunciarle la llegada de


Roman.

- ¿Roman Parker? pregunta estupefacta ¿EL Roman Parker? ¿Aquí? ¿En


Undertake? ¿A esta hora?
- Sí, confirmo, incómoda.
- Pero… ¿Cómo?... ¿Se acuestan?
- Euh… replico, con una enjundia digna de un caracol.
- ¿Desde cuándo? retoma, más vigorosa, su lado predador retomando por
debajo. ¿Antes o después de su artículo?
- Después, interviene Roman con un tono cortante apareciendo a mi lado.

Toca mi nuca con sus dedos y este simple contacto me basta para reponerme.

Enseguida él se ocupa de todo. Media hora más tarde, Edith, completamente


sobria y bajo su encanto, osa una tímida sonrisa de esperanza: Roman propuso
admitir a Terence en su clínica privada de Buffalo, en la unidad especializada
que se apoya en los trabajos de Malik, en colaboración con su centro de
biotecnología y el de la ciudad, de bioinformática e investigaciones sobre el
genoma humano. En una palabra, Roman otra vez ha usado varios de sus atajos
fulgurantes que nos han dejado, a Edith y a mí, completamente desconcertadas,
pero entendemos lo esencial: Terence podrá beneficiarse, graciosamente, de los
nuevos tratamientos prometedores de vanguardia.

- Mi asociado, Malik Hamani, responsable del proyecto les explicará esto


mejor que yo, se impacienta Roman cuando Edith le pregunta los detalles. La
contactará y organizará lo mejor posible el traslado de su padre, quien podrá
entrar en la clínica a partir de mañana. Pondré a su disposición un vehículo y un
chofer.

Cuando dejamos finalmente a Edith, ella me retiene por la manga:

- Amy... gracias.
- De nada. Es a Roman a quien hay que agradecerle.
- Lo haré. Pero primero, gracias a usted. No siempre he sido muy tierna con
usted…
- No se preocupe. Es un trabajo que necesito. Para ternuras, tengo lo que me
hace falta.
- No lo dudo, dice con una sonrisa dulce que nunca le había visto, quizás es
esta la de la pequeña niña que recogía manzanas…

***

Al día siguiente después de la comida permanecí impaciente en el


departamento de Roman. Tony espera sobre el techo las instrucciones del
helicóptero. Nils debería ya estar aquí para nuestra entrevista con Robert
Marquentin, en Miami.

- Está retrasado, refunfuño.


- Son las 13 :03 horas, modera Roman, divertido desde el sofá.
- 13 :04
- Congestionamientos, un imprevisto, eso pasa…
- Tú eres siempre rigurosamente puntual.
- Sí pero yo soy perfecto, replica estirándose, con una sonrisa deslumbrante
por encima de los expedientes apilados delante de él que invaden
(temporalmente, me asegura) la mitad del salón.
- Es verdad, concedo yendo a besarlo.

Su boca tiene un sabor azucaradao de postre y yo unas irrefrenables ganas de


devorarlo. Llevada por mi impulso, lo que no debía ser más que un simple beso
termina en una escena tórrida y rock and roll sobre un fondo de cojines
multicolores que vuelan a las cuatro esquinas de la pieza. Roman reaccionó
apenas y, si mi asalto sensual lo hizo primero sonreír, no se hizo del rogar para
responderme con toda la fogosidad que lo caracteriza.

13 :16 . Roman se abotona y yo reacomodo mi falda. Fue tan breve como


intenso. Todavía estoy completamente alterada. No pensaba que se pudiera tener
tanto placer en tan poco tiempo. Me tomo dos minutos en el baño mientras
Roman reacomoda nuestros cojines, luego el interfono comienza a sonar. Nils
llega.

¡Uff! ¡Cinco minutos antes y nos hubiera encontrado!

- Lamento la tardanza, dice tendiéndome un cojín rosa que andaba delante de


la puerta del ascensor.
- Oh… no hay problema, digo sonrojándome. Tampoco estamos a cinco
minutos…

Roman tose intentando no ahogarse de risa y yo lo bombardeo con el cojín


antes de empujar a Nils, intrigado, hacia la puerta que lleva al techo.

***

A las 16 :20 después del helicóptero, el jet y el taxi, Nils y yo estamos en


Miami, en el barrio de Little Haiti, delante de una casa rodante deteriorada al
fondo de un jardín que no tiene nada que envidiarle a un terreno abandonado.

La fortuna no le sonrió a Robert Marquentin y no puedo impedirme sentir


satisfacción. El viejo hombre que nos recibe es tan delgado que asusta, pero no
tiene ese aire de mentiroso que le imaginaba. Está solamente muy viejo y muy
cansado. Nos sirve algo de beber, poniendo delante de nosotros una caja de
galletas rancias de las cuales me cuido bien de no tocar. Nils, evidentemente, no
se preocupa por eso y se decide a devorar la caja, dos galletas a la vez, con una
regularidad de metrónomo.

- Ah, el asunto Tessler… suspira Marquentin cuando Nils le pregunta sin


preámbulo porqué el hizo polvo la investigación y falsificó los reportes. Es
complicado.
- Explicándonos lentamente, debemos poder comprender, ironiza Nils.
- Lo hice por dinero, por supuesto. ¿Qué hace rodar al mundo? Me pagaron
para apagar este asunto.
- ¿Quién? pregunta Nils con brusquedad. ¿Quién le pago y porqué?
- Ni idea. Un tipo con el hocico partido, vino a buscarme. Me propuso una
suma indecente de parte de su jefe. Mi mujer estaba muy enferma, estaba
enamorado, acepté. Hubiera aceptado cualquier cosa. Me habían hablado de un
tratamiento experimental, que costaba una fortuna. Hubiera matado a mis padres
para salvar a Marie.
- No fue suficiente, evidentemente, constata Nils sin ningún tacto señalando la
decoración minimalista de la casa rodante, sin el menor toque femenino.
- No, en efecto no bastó, dice el viejo hombre con una voz débil. Marie murió
desde hace más de diez años. Y desde entonces, me pregunto cada día: ¿cuándo
el tiempo me va a alcanzar?
- Hoy, dice Nils, implacable. Antes de mi, ¿nadie nunca ha venido a pedirle
cuentas? Durante todos estos años, ¿nadie de la brigada o de cualquier otro lugar
pregunto nada?
- No, nada antes ni después de 2001 .
- ¿Es decir? ¿Qué pasó en 2001 ?
- Roman Parker cumplió 18 años.
- ¿Y?
- Y entonces creo que si ustedes quieren tener una oportunidad para
comprender y resolver esta historia, es necesario que ustedes sepan qué tipo de
hombre es Roman Parker.

En ese momento, siento una bola enorme subir de mi estómago a mi esófago.


No sé si estoy lista para escuchar lo que el viejo hombre tiene que contarnos. Me
presenté con él como periodista, ignora mis lazos con Roman y temo lo que
pueda revelarme. Sé que Roman es complejo, que estoy lejos de saber todo sobre
él. Pero sumergirme en las turbias aguas de su pasado me espanta.

- Después de la muerte de su madre continua Marquentin, su padre se deshizo


de él y lo envió a un internado en Suiza. Un establecimiento de élite para los
hijos de los ricos, con una sección especial para los pequeños genios como
Roman.
- ¿Roman? lo corta Nils. ¿Lo conoce lo suficiente para llamarlo por su
nombre?
- Oh, sí… lo conozco. ¿Lo puedo contar a mi manera o piensas interrumpirme
cada dos palabras? pregunta el viejo hombre con una autoridad que recuerda que
él fue policía en Paris durante cuarenta años.
- Adelante, gruñe Nils fusilándolo con la mirada sin que el otro se inmute,
mientras que a mí me provoca un miedo terrible.
- Roman, entonces, a partir de los 7 años, siguió su escolaridad en compañía
de un chico de su edad, un pequeño árabe con un IQ dos veces el tuyo y el mío
juntos, que se convirtió en su socio.
- Malik Hamani, murmuro.
- Exactamente, trabajaron encarnizadamente y con una seriedad temible para
ser tan chicos, a tal punto que se convirtieron en las “cabezas” en el seno mismo
de la sección especial. El padre de Roman se desinteresó totalmente pero el de
Malik, un jeque muy poderoso, le tomó mucho afecto. Además, durante toda su
infancia, Roman tuvo que batallar con un periodista, un tipo podrido hasta la
médula, que venía a acosarlo a la menor provocación.
- ¿Andrew Fleming? pregunta Nils tendiéndole una foto.
- Sí, es él, confirma Marquentin. Es el tipo que detonó la persecución contra
Teressa Tessler.
- ¿Quién la desencadenó? sorprendida, horrorizada por descubrir el nivel de
ignominia. Yo creía que sólo se había contentado con seguir a la jauría.
- ¡Oh, no, mi pequeña señorita! Sin él, nada de todo esto hubiera pasado. Es él
quien exitó a los otros paparazzi hasta el punto de no retorno. Es por culpa de él
que Teressa y su amante tuvieron que huir.
- El maricón, farfulla Nils. Sabemos ahora que la muerte de Teressa no fue un
accidente, que el coche estaba saboteado, por lo tanto si él provocó esta cacería,
es que probablemente le pagaron para hacerlo. Como usted fue pagado para
ahogar este asunto. Ustedes tenían seguramente el mismo jefe. Es necesario a
toda costa que encuentre a Fleming para atar los cabos que faltan…
- Teressa Tessler estaba muy involucrada en la causa animal, precisa
Marquentin, y sus intervenciones causaban muchos problemas a poderosos
grupos de cosméticos que practicaban la experimentación animal a ultranza. Ella
les hizo perder sumas de dinero colosales. Su muerte tuvo lugar justo antes de
una acción de la justicia que hubiera puesto a más de uno tras las rejas. Con su
desaparición, la acción fue abandonada. ¿Quizás hay que cavar de ese lado?
- Cuando necesite sus consejos para llevar una investigación, le avisaré,
responde Nils duramente. En lo que esperamos, termine su historia sobre Parker.

El viejo le lanza una mirada que no tiene nada de amistoso, sin embargo
prosigue:
- De los diez a los doce años, Roman me contacto varias veces ya sea para
saber cómo deshacerse de Fleming, que no terminaba de acosarlo, o ya sea para
preguntarme detalles con respecto a la investigación sobre su madre. No era más
que un chico pero no se le iba una. Había leído en un periódico que el accidente
podría haber sido un asesinato y desde entonces la idea lo torturaba. Habría
podido dirigirse hacia el jeque a falta de su padre, pero supongo que ya desde esa
edad no quería mendigar nada. Mientras que yo, era el oficial a cargo de la
investigación y nosotros nos habíamos encontrado varias veces.
- En claro, él le tenía confianza y usted le mintió, digo, asqueada.
- Sí, responde Marquentin alzando los hombros. Cuando se acaba de aceptar
dinero para esconder un asesinato, no se preocupa uno por el estado de ánimo de
un pequeño chico. Pero no le tengan pena. Roman no era un chico ordinario y
vean al hombre en que se convirtió. Comprende rápido y aprende todo
igualmente rápido. En resumen, nunca más escuche hablar de él hasta el verano
de sus 15 años, cuando una queja por agresión aterrizó sobre mi escritorio.
Fleming, entonces de una treintena de años, no perdía oportunidad de
atormentarlo cada vez que dejaba Suiza y se cruzaban en Paris o en los Estados
Unidos. Hasta un día cuando Roman vino a descubrir su escondite en su cuarto
de hotel, a dos pasos de mi comisaría, y fríamente lo demolió. Fleming terminó
en urgencias, enyesado hasta las orejas, y Roman en una celda. Convencí a
Fleming de quitar su demanda; no se hizo demasiado del rogar, estaba humillado
como un piojo por haberse hecho dar una paliza por un chiquillo. Cuando
Roman salió de vigilancia, le tendí la mano, pero me miró como a una mierda y
me dijo que él no me había pedido nada.
- ¿Y le sorprende? Pregunté
- No. Supongo que era demasiado tarde para comprarme una conciencia.
- Bueno y entonces, ¿cuál es la historia en 2001 ? se impacienta Nils.
- Ah si, 2001 … repite Marquentin pensativo. Era el verano, el año de los
dieciocho años de Roman. Ya casi me había olvidado de él, pero él no me había
olvidado. Apenas mayor, vendió una parte de los bienes heredados de su madre
para contratar un detective privado que me se convirtió en mi sombra. Lo
escogió bien, le pagó caro y el tipo era bueno. No tanto como tú, Eriksen, pero
hasta me hizo las cosas difíciles. Estuve a punto de verme descubierto, pero
finalmente informó a Roman que había sido un accidente. Sin embargo, estuvo
muy cerca de descubrirme y entonces decidí tomar una jubilación anticipada
para llevar a Marie a Miami con el dinero que nos quedaba. Los tratamientos le
habían dado una mejoría pero no la cura. Quería aprovechar los últimos instantes
con ella.
- ¿Y Parker nunca más escuchó hablar de Fleming luego de la paliza que le
propinó? pregunta Nils.
- Hum… sí, de hecho. El otro se arregló para no encontrarse más físicamente
en su camino pero, continúo siguiendo sus hechos y sus gestos tomando fotos,
introduciéndose en sus asuntos. Desgraciadamente, no había ningún recurso
legal contra este tipo de hostigamiento; en todo caso nada que pudiera asegurar
definitivamente la tranquilidad de Roman. La justicia se hubiera tenido que
conformar con detener a Fleming y soltarlo por falta de pruebas. La situación
entonces perduró… Roman aparentó entrar en razón y el otro se dio vuelo. En
paralelo a sus estudios, Roman puso su primera empresa con Hamani y dos o
tres otros tipos. Invirtió el resto de su pequeña herencia que supo hacer
fructificar, tanto y tan bien que a los 21 años ya poseía varios millones de
dólares. Fue entonces que líquidó la sociedad. Les pagó a sus socios y juntó todo
el dinero que tenía, cincuenta millones de dólares. Una pequeña fortuna que usó
íntegramente para poner una recompensa a la cabeza de Fleming. Después de lo
cual se quedó sin dinero y tuvo que empezar de cero.

Nils y yo nos sobresaltamos. Intentaba lo mejor que podía digerir todas las
informaciones que nos abrevaba Marquentin, pero ésta es la proverbial gota de
agua que desborda el vaso.

¿Porqué Roman nunca nos habló de todo esto? Él debía saber cuándo
empezó a hablar de Marquentin que estas historias saldrían a la luz. ¿Entonces?
¿Porqué este silencio? ¿Porqué haber contratado a Nils si él hizo algo tan grave
como pretende Marquentin? ¿Roman, patrocinador de un asesino?

- ¿Un contrato? pregunta Nils, escéptico. ¿Roman Parker mandó asesinos tras
Fleming? ¿Y once años más tarde Fleming sigue vivo? ¿Se burla usted de mí?
- Para nada. Pero, como ya le dije, Roman nunca ha sido un hombre ordinario
y siempre ha tenido un cierto sentido del humor. El depositó entonces los
millones con un antiguo abogado, en San Petersburgo. Un tipo poco
recomendable, ¿Es necesario precisarlo? Pero fiable, por lo que de él se decía. El
trato era simple: el pozo era de cincuenta millones, el abogado depositaría un
millón a cada tipo, donde quiera que estuviese en el planeta, que enviara a
Fleming a urgencias si éste apareciera en los Estados Unidos o en Europa. El
contrato corría sobre diez años y estipulaba que en caso de muerte de Fleming,
no sólo la suma no sería depositada al que lo hubiera jodido demasiado fuerte
sino además el contrato sería transferido a su propia cabeza.
- Excelente, comenta sobriamente Nils con una sonrisa, mientras que yo dejo
escapar un suspiro de alivio (¡Roman no mandó matar a nadie!). Un millón por
una simple golpiza, es enorme. Los voluntarios se han de haber aventado en la
puerta. Apuesto a que Parker tuvo rápidamente la paz.
- Totalmente, responde Marquentin sonriendo al voltear. Fleming tuvo media
docena de visitas a urgencias en el transcurso de los primeros meses, luego
intentó exiliarse en las regiones escondidas de los States, pero siempre había
alguien que lo reconocía y le rompía uno o dos huesos. Aún en un lugar tan
vasto como los Estados Unidos puede parecer minúsculo cuando tienes a todos
los malhechores de la tierra tras de ti. Así que, probablemente se instaló en
Australia, en China o en la Isla de Elba. En todo caso, desapareció
definitivamente de circulación, excepto por dos o tres apariciones, cada vez más
lejos, que se hicieron facturar por un regreso a urgencias. Supongo que después
de eso ni siquiera se atrevía a salir a comprar pan sin su pasamontañas y sus
lentes negros.
- Hasta este invierno, digo yo. Lo crucé varias veces y parecía estar en plena
forma.
- Sí, el contrato expiró este otoño, si mis cálculos son buenos.
- ¿Cómo saben ustedes todo eso? le pregunté. Eso sucedió después de su
retiro.
- Conservé algunos contactos en Francia que son mis ojos y mis orejas.
Necesitaba mantenerme al tanto, en caso de que alguien más quisiera desenterrar
este viejo asunto. Alguien como tú, hijo, dice dirigiéndose a Nils. Sólo que,
ignoro cómo, fuiste más astuto que mis informantes y no se dieron cuenta de
nada cuando comenzaste a esculcar por todas partes y a reagrupar las pruebas
contra mí.
- ¿Y el resto del dinero después de los diez años? pregunta Nils sin levantar la
cabeza.
- Distribuido en diversas obras de caridad estipuladas en el contrato…
29. Hombres de corazón

A alrededor de las 20 horas, Nils y yo estamos de nuevo en el jet, con


dirección a Manhattan. Le informé a Roman a través de un mensaje de texto
justo antes del despegue; me responde que sigue trabajando con Malik, en la Red
Tower. El padre de Edith, Terence, fue ingresado en la clínica de Buffalo hoy.

Nils tiene el semblante sombrío, rumia. Al ir, no pronunció ni una sola


palabra y respeté su silencio, pero ahora, demasiadas preguntas bullen en mi
cabeza. Necesito hablar. Necesito respuestas e intercambio de información.

El retrato de Roman redactado por Marquentin, en vez de darme respuestas,


me deja con todavía más interrogantes e incertidumbres. Dicho esto, comprendo
mejor su cólera cuando se enteró de que seguía viendo a Fleming. Un verdadero
hijo de puta. Tiemblo con la sola idea de haberlo dejado entrar en mi casa.

- ¿Nils? ¿Qué piensas de todo esto?


- Mmm... masculla, con el semblante preocupado. Pienso que Marquentin
dice la verdad. Sabe que podemos verificar consultándole a Roman. Pero no está
diciendo todo. Hay cosas que no cuadran en esta historia.

1 .- el hecho de que Fleming haya provocado y lanzado a los paparazi a


pisarle los talones a Teresa, nos muestra que seguramente estaba trabajando para
alguien. Pero, ¿porqué enseguida se ensañó hasta ese punto con Roman? ¿Está
acaso chiflado y se creó una fijación con él? ¿O estaba buscando algo? Si sí,
¿qué? ¿Y para quién? ¿Para él o para su misterioso jefe?

2 .- ¿porqué Marquentin me habló del compromiso de Teresa en la protección


de los animales? No le había preguntado nada y tuve la impresión de que quería
darme un hueso para roer. Para evitar que fuera a husmear en otra parte.

- ¿Crees que sabe quién es su contratante?


- No, él no sabe nada, no está mintiendo. Pero tiene miedo. No a la justicia, ya
que no teme, para aliviar su consciencia, confesarnos si fue sobornado. Pero si
del que lo contrató que debe ser la misma persona que contrató a Fleming y que
debe saber en dónde se esconde. Hay que buscar a un tipo rico, determinado y
calculador, de por lo menos 45 o 50 años de edad, como Fleming. Un tipo al que
no le guste ensuciarse las manos, frío pero que juegue perfectamente su papel de
hombre de mundo y de sociedad. Un tipo... o incluso una mujer, agrega
pensativo hundiéndose de nuevo en sus reflexiones..

No puedo evitar pensar en Frida Pereira, esta multimillonaria con mano de


hierro que formaba parte de las cinco fortunas más grandes de los Estados
Unidos el año pasado. Yo la había entrevistado para Undertake justo antes de
Roman. Busco rápidamente en las notas de mi iPhone para encontrar la pequeña
ficha que había redactado sobre cada uno de mis objetivos. Frida Pereira,
47 años, fortuna estimada en treinta y tres miles de millones de dólares en minas
de diamantes...

Nils tiene razón: una mujer, como Frida Pereira por ejemplo, podría también
ser la contratante... Evidentemente, es absurdo porque nada la une a Roman.
Pero, hombre o mujer, es ese tipo de perfil el que se debe buscar.

Siento por Nils un respeto nuevo. Según Marquentin, el detective privado


contratado por Roman ya a los 18 años era excelente; sin embargo, Nils es
mejor. Y por mucho. Incluso sobre una investigación de hace veinticinco años,
que data de una época en donde nada era digitalizado y en la que la más pequeña
búsqueda era un verdadero calvario.

- ¿Nils? digo otra vez, preocupada por otro problema.


- ¿Sí?
- Desde tu punto de vista, ¿porqué Roman no nos contó sus embrollos con
Fleming?
- Bah, responde alzándose de hombros como si fuera evidente mientras que a
mi me mortifica desde hace unas horas. Eso no tenía ninguna importancia.
- ¿A qué te refieres con ninguna importancia? exclamo. ¡Por supuesto que sí!
- Mmm, no, dice Nils mirándome como si hubiera dicho lo más absurdo de
este mundo. Quiero decir: para la investigación, eso no me ayuda en nada. Y no
me importa en los más mínimo si arruinó a Fleming o si le puso precio a su
cabeza, yo hubiera hecho lo mismo. Además, él bien sabía que nos enteraríamos
al venir aquí, es inútil pues contarnos su vida. Ella le pertenece. No es tanto lo
que nos dijo Marquentin lo que es importante en nuestra discusión de hoy, más
bien cómo lo dijo... y lo que no dijo.

Me quedo con la boca abierta por un momento, atónita por la lógica


masculina, tan pragmática, y a años luz de la de las mujeres.

¿Entonces sería verdad: los hombres vienen de Marte y las mujeres de Venus?

Me pregunto sin embargo si se trata realmente de una cuestión de sexo o si


Nils y Roman están solo perfectamente en la misma longitud de onda...

- ¡Celosa!

- ¡No es cierto!

El resto del vuelo se efectúa en silencio, cada uno hundido en sus


pensamientos. Los míos se extravían frecuentemente en Roman. No en el
chiquillo triste, no en el adolescente iracundo, no en el joven fríamente
determinado, no en el multimillonario... sino en el amante. En el Roman tierno y
sensual. Necesito sus brazos, su suavidad.

***

A alrededor de las 22 horas, cambiamos el jet por el helicóptero y una media


hora más tarde, extenuados, estamos desparramados en el sofá después de haber
hecho las presentaciones Nils/Malik, Malik/Nils. Mientras se daban un apretón
de manos, Malik examinaba la gran anatomía de Nils con la curiosidad de un
entomólogo frente a un tiranosaurio, mientras que Nils lo observaba con la
fascinación sorprendida de un niño frente a un rompecabezas de diez mil piezas.
Y si no es así, es el porto que había bebido en el jet que se me subía al cerebro.
Lo que no era imposible. No soporto mucho el alcohol.

- ¿Comes con nosotros, Nils? propone Roman desde la cocina.


- Si es Roman quien cocina y no tienes tendencias suicidas, te aconsejo
vivamente declinar la invitación, le susurro a Nils.
- ¡Te escuché, víbora! protesta Roman, falsamente ofendido, lo que me
arranca una sonrisa. Pero de todas formas, es Malik quien se agrega a la cocina.
Yo me ocupo del servicio.
Tranquilizado y hambriento, Nils acepta. Mientras que nuestros dos genios de
la biología se activan en medio de las cacerolas, él fantasea con un cuscús
bereber o una tagine de higos. Nuestros estómagos se ponen a gruñir en
concierto.

Un cuarto de hora más tarde, estamos sentados los cuatro codo a codo sobre la
pequeña mesa del salón, la grande está llena de pilas de expedientes y de hojas
sueltas que sería muy fastidioso mover.

Nota para más tarde: agregar cojines y cortinas de colores, está bien, pero
agregar muebles, eso también podría ser útil.

Nils se empotró bien que mal entre Roman y Malik, y tiene que rivalizar en
habilidad para usar su tenedor sin sacarle un ojo a uno ni noquear al otro.
Personalmente, estoy encantada de este hacinamiento: el muslo de Roman se
frota, intermitente, tiernamente contra el mío, y su calor me invade
agradablemente.

- Ah sí... es muy diferente comer en la mesa de un multimillonario, constata


Nils con un tono sarcástico, frente a su rebanada de jamón y sus espaguetis
demasiado cocidos que forman un montículo compacto en el centro de su plato.

Trato de reprimir una carcajada frente a su aire contrariado y al perplejo de


Roman que se pregunta visiblemente si debe utilizar un cuchillo para cortar una
rebanada de su pastel de pasta. En cuanto a Malik, éste no se amilana por tan
poca cosa y devora con buen apetito:

- Me encantan los espaguetis, dice simplemente después de haber inundado


los suyos en un río de ketchup.
- Bien vale la pena tener coeficiente intelectual de doce cifras para respetar a
pie juntillas un tiempo de cocción, masculla Nils atacando su plato por el lado
norte con una cierta determinación tenaz.
- Boccaccio, un escritor italiano, dijo: “Es una gran locura desafiar sin
necesidad la inteligencia de otro.”
- A mi estómago y a mí no nos parece que sea sin necesidad, en este caso
preciso, gruñe por última vez Nils antes de meterse un enorme bocado que le
cierra la boca y le impide reanudar durante cinco buenos minutos.
La velada prosigue en un ambiente muy similar, Nils fastidia a Malik con
ganas sin que éste se deshaga ni por un segundo de su buen humor. Pero está
claro que tanto al uno como al otro les gusta lo punzante de estos intercambios
falsamente ácidos. Los raros periodos de respiro en los que Nils se queda más de
tres minutos seguidos sin lanzar una pulla, es el turno de Malik para poner en
marcha todo de nuevo. Esto sucede en la habitación y Roman y yo, acurrucados
en el sofá, asistimos divertidos a su batalla verbal. Estoy contenta de que los dos
estén aquí. Malik es adorable y me habitúo poco a poco a Nils. Estoy feliz de ver
a Roman feliz con sus amigos.

Más tarde en la noche, después de que Roman le dijo que podía hablar de
cualquier cosa frente a Malik, Nils resume nuestra entrevista con Marquentin.
Siento los músculos de Roman crisparse cuando se entera de que Fleming alentó
a la jauría de paparazzi contra su madre, y aprieto suavemente su mano en la
mía. Malik le lanza una mirada inquieta, listo para intervenir, pero es finalmente
Nils quien relaja la situación:

- Tranquilo, Roman. Es inútil hacer que se vuelva a esconder y pasar


desapercibido. Voy a atraparlo y a traértelo.
- ¿Sabes en dónde está? rechina los dientes relajándose imperceptiblemente.
- Todavía no, responde Nils alzándose de hombros. Pero en donde quiera que
se encuentre, y si no está muerto, lo encontraré.

Algo, en la manera arrogante en la que pronuncia estas palabras, me hace


estremecer. Habló con su calma habitual, pero su seguridad y su determinación
tranquila siempre me impresionan; y, al ver el aspecto fascinado que tiene Malik,
me doy cuenta de que no soy la única. Después de eso, la tensión se calma y
siento la fatiga aplastarme repentinamente. Mascullo una vaga despedida casi en
estado de coma a Nils quien se despide, Roman me lleva a su recámara, me pone
sobre la cama y yo me duermo mientras él me desviste.

Me despierto por un ruido insólito, como de un motor que no funcionara


adecuadamente. Roman duerme tranquilamente, con la respiración regular,
enrollado como una liana alrededor de mí, con su mano suave puesta sobre mi
vientre. Es tan raro sorprenderlo durmiendo que me olvidó del ruido que
escuché. Sonrío al sentirlo tan estrechamente pegado a mí, como si quisiera
llevarme con él en su sueño. Me revuelvo para tratar de oprimirme contra él un
poco más, quiero aprovechar completo su calor, la sensación de felicidad que me
invade. Estoy increíblemente bien.

Sin embargo, el ruido continúa. La respiración de Roman, por contra, ha


cambiado. Se ha vuelto más rápida y adivino que mis movimientos lo han
despertado.

- ¿Roman? susurro para asegurarme.


- ¿Mmm...?
- ¿Escuchas? ¿El ruido raro, como de un motor que se ahoga?
- No es nada, dice con una sonrisa en la voz. Duerme.
- ¿Pero cómo quieres que duerma con ese escándalo? ¿Qué es?
- Es Malik.
- ¿Perdón?
- Lo acompañaré mañana temprano a Buffalo para ir a ver a Terence. De
hecho, se quedó a dormir en el cuarto de invitados.
- De acuerdo, ¿pero entonces qué es lo que está haciendo en la recámara?
¿Está reparando una Harley o qué?
- No, te digo, está durmiendo. Tiene tendencia a roncar ligeramente, agrega
divertido.
- ¿Ligeramente? repito incrédula. ¡Se creería que hay un Airbus a punto de
despegar en el salón!

Esta vez, Roman ríe francamente y, apretando su abrazo sobre mí, hace llover
sobre mis hombros una cascada de besos.

- Sólo hay que hacer un poco más de ruido que él, murmura deslizando una
mano entre mis muslos...

***

Al día siguiente por la mañana, Roman me propone acompañarlos y volamos


los tres hacia Buffalo. Estoy loca de contenta, aunque un poco nerviosa: voy a
conocer a los colaboradores de Roman en un marco no profesional (por lo menos
para mí). Hoy es sábado, no trabajo para Undertake, estoy aquí a título personal.
Me pregunto cómo va a presentarme: ¿como una amiga? ¿una novia?
¿colaboradora? ¿prima lejana? ¿guardaespaldas? ¿O, tal vez, más al estilo de
Roman Parker, conciso y eficaz: Amy Lenoir?
En el jet, se divierte molestando a Malik a propósito de sus ronquidos
titánicos que me impidieron dormir. Y despotrica en su contra.

- Me sorprendo que no hayas logrado hacerle pensar en otra cosa en toda la


noche, acaba por replicar Malik con malicia.

Roman le responde con un desparpajo impecable, digno de un jugador de


póquer, pero el repentino rubor que me sube a las mejillas por el recuerdo de
nuestra entrega nocturna, deliciosa, gozosa, explosiva, nos traiciona sin lugar a
dudas. Malik sonríe con un aire cómplice y ya no nos metemos con sus
ronquidos.

Roman y Malik se vistieron de manera sobria y clásica, camisa blanca,


pantalón negro, y si el ambiente era alegre en el jet, se vuelve mucho más grave
hacia las 10 horas, cuando aterrizamos bajo una lluvia glacial, sobre el
aeropuerto de Buffalo.

En el auto que nos conduce a la clínica, Roman me presenta a su equipo


(como Amy Lenoir, ¡lotería!) y me explica que los médicos, clínicos, cirujanos,
investigadores trabajan directamente según los trabajos de Malik, reconocidos en
el mundo entero. No es solamente un genio en biología, es definitivamente una
eminencia. Una eminencia que no sabe preparar espagueti. Ese detalle me hace
sonreír, pero me siento de repente intimidada al mirarlo. Este hombre dulce y
sencillo, siempre de buen humor, de una gentileza extraordinaria, de humor
tranquilo, puso su increíble cerebro al servicio del ser humano y salva, por su
trabajo, miles de vidas. ¡Y es tan joven! Parece tan... normal. Casi banal.

Sé desde el principio que Roman construyó su gigantesco imperio sobre las


biotecnologías, y más en particular sobre las de la salud, pero lo veía también
como un hombre de negocios ante todo. No conocía la magnitud de la dimensión
humana de su compromiso. Y ahí, en los pasillos inmaculados de su clínica,
tomo consciencia de que no escogió el camino más fácil para construir su
fortuna. Sino la más humana, seguramente. Lo miro hojear el expediente de
Terence, discutir con su médico, consultar a Malik, y estoy invadida por un
inmenso halo de orgullo. Es tan enorme que siento que se me cierra la garganta,
mis ojos me pican y trago saliva de una manera poco elegante.

-¿Todo está bien Amy? se inquieta Roman, interrumpiéndose en medio de una


frase, poniendo una mano sobre mi espalda.
- Sí, sí, digo tratando de recuperar mi compostura, mortificada, pero
desconcertada, encantada, por su atención frente a todo el mundo.

Bueno, sigo siendo sólo Amy Lenoir, ni su novia ni su prometida, pero si sigue
teniendo estos gestos tiernos y acomedidos, lo perdono.

Cuando entramos a su cuarto, Terence está dormido, noqueado por los


calmantes. Edith nos recibió y nos presenta a su madre, Roselyne, una pequeña
mujer adorable, regordeta y locuaz. Toma a Roman por asalto, lo besa, lo inunda
de preguntas y de agradecimientos a los que él responde lacónicamente con algo
de vergüenza, haciéndole un signo a Malik para que vaya a rescatarlo de ese
avispero. Pero Malik está ensimismado en el expediente de Terence, que
compara a sus notas, impermeable a todo estímulo exterior.

Encuentro la situación graciosa, pero Roman es un niño grande, podrá salir de


ese apuro completamente solo. Intercambio unas palabras con Edith, quien me
dice querer quedarse cerca de su padre y me propone que retome su reportaje
sobre cirugía estética que finalizaría con cuatro días en Brasil la siguiente
semana. Es una súper oportunidad, pero yo también estoy desbordada de trabajo.
Le prometo que lo pensaré. La sorprendo entonces lanzándole algunas miradas
interesadas a Malik, ahora inclinado sobre Terence. Ella voltea rápidamente la
cabeza al percatarse de que la observo.

¿Estoy soñando o la inaccesible Edith Brown, la dama sin corazón, esta


ruborizándose como una colegiala cuando mira al encantador investigador?

Reprimo una sonrisa y los dejo hablar. El cuarto de Terence parece una suite
de un gran hotel de cuatro estrellas, con un inmenso baño, un ventanal que da
sobre el parque arbolado de la clínica, una habitación equipada con un escritorio,
un sofá y una cama extra. Roselyne puede quedarse aquí todo el tiempo de la
hospitalización de su marido y Edith tiene un pequeño gabinete con una cama
suplementaria. Pero por muy confortable que sea el lugar, sigue siendo un cuarto
de hospital y espero que Terence se recupere rápido, para regresar a su casa, con
su esposa. Y para conocer a su hija...

***
Después de un almuerzo tardío en el restaurante, Malik vuelve a la clínica,
mientras que Roman y yo nos subimos al coche para, después de una media
hora, dejar nuestras cosas en el hotel situado del lado canadiense de las cataratas
del Niágara, y, espero, poder echarnos sobre un sofá o una cama en donde nada
más importe a condición que no se mueva y que pueda recostarme. No
acostumbro estas noches cortas y estos trayectos tan ajetreados: caminar por
aquí, ir en auto allá, jet para un lado, helicóptero para otro... estos últimos días
me han devastado.

- ¿Y si vamos a dar un paseo en barco? me propone Roman apenas al llegar a


una suite sublime que sobresale por encima de las Cascadas en el último piso de
una torre gigantesca.
- ¿Mmm...? digo con una vocecita miserable desde el sillón deliciosamente
mullido en el que me derrumbo.
- No, bromeo, dice sonriendo, poniendo una frazada sobre mis piernas.
Descansa.
- ¿Te molesta? pregunto ahogando un bostezo.
- Por supuesto que no. Tengo que trabajar de cualquier manera.

Apenas tengo el tiempo de pensar que es una lástima dormirse en un lugar tan
fabuloso sin siquiera disfrutar de la vista, que ya caigo en los brazos de Morfeo.

Cuando reabro mis ojos, la luz ha francamente decaído y me siento con un


ánimo deslumbrante. Roman trabaja sobre su computadora portátil, sentado en
cuclillas frente al ventanal, bañado por la iluminación automática de las
Cataratas. Acurrucada bajo mi frazada, me quedo admirando lo que me rodea y,
durante un segundo, no sabría decir qué es lo más sorprendente, si la suntuosa
suite de decoración inusitada, si las Cataratas de belleza salvaje o los juegos de
sombras sobre el perfil escultural de Roman.

¡Voto por Roman! ¡Sin dudarlo!

Tuve que pensar demasiado fuerte porque el interesado levanta


repentinamente los ojos hacia mí. El blanco puro de una sonrisa atraviesa su
rostro.

- Hello marmota. Hay un regalito para ti, en tus pies, dice.


Me inclino para tomar una caja cuadrada con un hermoso laqueado negro, de
tamaño mediano. Ligero, estampado “Lou Bogaert – Collection Spéciale”.

- ¡Una creación de Lou! exclamo, completamente encantada. ¿Dónde lo


conseguiste?
- Ella me lo envió. Se lo pedí en Navidad, cuando estaba en París. Tenía una
cita con su marido, Alexander, entonces aproveché la ocasión.
- ¡Oh Roman, gracias, gracias, gracias! Esto me hace tan feliz.
- ¡Aquí no! me dice cuando trato de abrir la caja. Ve a otra habitación. No sé
lo que pueda haber adentro.
- ¿Cómo es eso?
- Solamente le pedí una creación original, pero ni escogí ni vi el modelo. Le
dí tus medidas, tus gustos... y los míos también. Por lo demás, dejé que hiciera lo
que quisiese. Ella es la artista. Le tengo confianza. Pero no tengo la menor idea
de lo que contiene la caja. Sorpréndeme.

No me hago del rogar. Salto de mi sillón y me dirijo al baño, después de haber


ido a darle un beso porque es demasiado... demasiado... no sé. ¿Demasiado
fantástico? ¿Genial? ¿Perfecto? ¿Extraordinario? ¡Tengo que obligarme para no
abusar de su cuerpo en ese mismo instante!

La caja contiene un mensaje gentil de Lou y un conjunto bicolor, negro y gris


acero, en tul y encaje de una suavidad exquisita: un sostén y una pequeña
pantaleta de una gran delicadeza combinados con cintas de seda. Me desvisto y
me lo pongo casi con respeto; son unas verdaderas obras de arte. Un minúsculo
gato bordado, del mismo rojo resplandeciente que mis cabellos, se desliza entre
mis senos y otro por encima de mis nalgas. Un croquis de Lou, que por si mismo
merecería estar expuesto por lo sensual de su trazo, me enseña el uso que puedo
darle a los cuatro listones restantes. Siguiendo el modelo al pie de la letra, fijo
uno en lo alto de cada brazo y de cada muslo. Se sostienen perfectamente gracias
a presillas miniaturas. Me miro en el espejo, el resultado es sorprendente,
increíble. Apenas me reconozco. Los listones negros, sedosos, me visten y me
revelan al mismo tiempo. Me siento bella, y el objeto de todas mis fantasías me
espera en la habitación contigua.

La velada – y la noche – se anuncian muy tórridas.

Cuando me reúno con Roman en la recámara sumergida en una semi-


oscuridad, lo encuentro con el torso desnudo frente al gran ventanal, en plena
contemplación de las Cataratas. La noche es completamente negra, pero el paraje
queda iluminado hasta la madrugada y unas luces multicolores bailan sobre las
aguas tumultuosas, rojas, verdes, azules, oro. La habitación está totalmente en
silencio, lo que es extraño y desconcertante cuando uno imagina el estruendo
hirviente del agua justo bajo nuestros ojos.

- ¿Qué te parece la vista? me pregunta Roman sin darse la vuelta.


- Fascinante, respondo con los ojos fijos en su espalda de músculos marcados,
hipnotizada por las sombras inquietas que se desplazan sobre su piel satinada.
- ¿Y que pasó con la caja? ¿Interesante?
- Mucho, digo lacónica, acercándome a él, incapaz de separar mi mirada de su
cuerpo que podría ser la condena de una santa, de su espalda baja que imagino
vibrar bajo mis dedos, de su nuca que quisiera mordisquear. Pero no mires.
Todavía no.
- Creí que nunca saldrías de ese baño...
- Cierra los ojos, digo tomándolo por la cintura para hacerlo girar hacia mí.
- Entonces descríbeme tu atuendo, responde, obediente.
- Es un conjunto muy simple y delicado. Negro y gris oscuro. De tul suave,
digo tomando su mano para hacerla recorrer la tela. El sostén hace respingar a
mi pecho; ¿lo sientes?
- Sí, dice con la voz un poco tensa al rozar lo alto de mis senos luego
acariciándolos uno después del otro, sus dedos escapan de mi control para ir a
pellizcar mis pezones, que se yerguen repentinamente.

Un pequeño gemido de placer se me escapa, Roman sonríe.

- Es de hecho muy bello, dice. ¿Qué otra cosa me tienes que enseñar?

Pongo mi boca sobre su torso, doy un pequeño lenguetazo sobre cada una de
sus tetillas, para emparejarnos, él se estremece y suspira. Luego vuelvo a tomar
su mano rebelde y la guío hacia mi vientre, la dejo deslizarse hacia mi ombligo,
la hago describir arabescos sensuales volviendo a subir hacia mis flancos, roces
que despiertan una a una todas mis terminaciones nerviosas hasta que se topa
con el encaje de la pantaleta. Ahí, me detengo, confusa, estremecida. Es extraño
guiar la mano de Roman, de hacerla hacer lo que quiero. Tórridas imágenes e
ideas turbias me atraviesan el pensamiento, sobretodo por que una fugaz ojeada
hacia la parte baja de su cintura me muestra que este pequeño juego también lo
excita. El arco que dibuja su sexo en tensión se muestra claramente bajo la tela
de su pantalón.

Sus dedos golpetean sobre el tul y el encaje, y eso me provoca vibraciones de


placer suave y difuso. Ruego por que continúe y haga deslizar su mano entre mis
piernas.

- Separa los muslos, Amy...

Lo obedezco, su ronca voz me electriza. Sus dedos prosiguen su descenso y


su delicado tamborileo, que golpea mis labios que ya se han abierto y mi clítoris
que se ha hinchado bajo el flujo de la excitación que me invade. Juego con su
mano, la hago navegar de mi sexo a mis nalgas, de mi vello púbico a la piel
sensible de la parte alta de mis muslos. Comienzo a temblar suavemente, siento
que estoy húmeda y líquida. Roman frota la tela con la punta de sus uñas, mi
carne vibra por debajo y tengo que asirme a su brazo para no vacilar. ¡Es
demasiado bueno!

Un listón acaba de rozarle la muñeca y de repente se detiene, intrigado. Su


mano atrapa la seda y sube lentamente para seguir su camino. Ya no me obedece,
todo es descubrimiento para él. No logro llevar a su mano allá, ahí donde lo
necesito tanto, sobre mi sexo palpitante. Rodea mi muslo y me muerdo los labios
para no suplicarle que me arranque todo y que se ya se ocupe de mí.

- ¿Listones? dice con un tono divertido. Es interesante...

Los arranca de mis muslos, con un movimiento vivo, y abre los ojos. Se diría
que ya no tengo control sobre su mano y que la autoridad cambio de dueño...

Da un paso hacia atrás, toma su tiempo para observarme, sus manos juegan
mecánicamente con mis listones, enrollándolos y desenrollándolos sobre sus
dedos.

- Magnífico... murmura, y pone en esa sencilla palabra tanta intensidad que


me hace sonrojar. Voltéate, para poder contemplar el resto.

Giro lentamente sobre mí misma, apretando los muslos para tratar de calmar
el fuego que crepita allá abajo, una brasa que atiza con su voz grave y
aterciopelada.
- Recárgate sobre el sillón que está frente a ti, quiero verte inclinada, quiero
admirar tus nalgas francas hacia mí.

Obedezco un poco nerviosa por saber que me está mirando mientras que yo
no puedo ver su cara, ni ver lo que hace, pero siempre excitada, siempre
ardiente. Todavía más, ahora que tomó el control. Escucho el ruido de un
cinturón que se desabotona, de una bragueta de que se abre, de un pantalón que
baja y que luego sale volando sobre la alfombra. Me pregunto si se quedó con su
bóxer o si su sexo erecto golpea suavemente contra su vientre, libre de toda
atadura. Lo imagino desnudo. Bello. Duro. Pero no volteo. Mi corazón late
sordamente, tamborileando en mis oídos.

Se acerca a mí y me oprime suavemente sobre la nuca, para doblarla, para


hacerme tropezar un poco más hacia el frente, deslizando un pie entre los míos,
para separar mis piernas. Tengo ganas de que me tome, ahora, tengo ganas de
decírselo, incluso si eso parece evidente, sólo por el placer de escucharlo, pero
no me atrevo a formularlo en voz alta y eso me frustra. No lo logro ya que no
estamos en el fuego de la acción. Sin embargo me gusta cuando Roman me habla
antes del amor, su voz me excita. Sus palabras, a veces tiernas, a veces crudas,
son formidables afrodisíacos.

En este momento, pone los listones sobre mis hombros, haciendo


estremecerme, y con su mano izquierda, baja mi pantaleta sobre mis muslos,
luego me acaricia las nalgas, las empuña, las roza, las amasa. Su otra mano me
aprieta la nuca y, bajo esa presión, me inclino aún más hacia adelante. Frente a
mí, veo las Cataratas multicolores caer en silencio, y mi vientre y mi carne
hierven con el mismo ardor incontrolable.

Roman pasa sus dedos por la separación de mis nalgas y los desliza hacia mi
sexo que se abre para ellos, empapado, cálido y palpitante. Luego regresa hacia
mis nalgas, las separa, las explora, sus dedos húmedos que se apoyan sobre mi
perineo, mi ano, sin entretenerse demasiado, sin imponerse nunca, hasta que me
tiendo hacia él, porque es muy rico, porque me encanta su delicadeza y las
sensaciones desconocidas que esas zonas me hacen descubrir.

- Tienes un culo sublime, Amy, me dice al depositar sobre mi cuello y mis


hombros miríadas de besos ligeros como alas de mariposas. Muy, muy tentador...
Luego pasa una mano sobre mi bajo vientre y se pega contra mí, me envuelve,
me domina, es a la vez reconfortante y excitante. Me gusta su fuerza y su
virilidad, es eso lo que me hace mojarme. Su lado dominante. Incluso si no
soporto que me controle en la vida cotidiana, cuando es cuestión de sexo con
Roman, regreso a la edad de piedra.

Siento su erección, al mismo tiempo suave y dura, contra mis nalgas que
ofrezco al máximo hacia él, pero mi pantaleta me molesta y refunfuño. Me la
quita en un santiamén y su rapidez me hace sonreír. Luego su mano baja hacia
mi vello púbico y empuña mi sexo, su dedo índice atormenta mi clítoris hasta
hacerme jadear y gemir. Me levanto sobre la punta de mis pies, apoyándome
sobre el sillón y me consumo de impaciencia: ¡ya quiero que me haga suya!

- Dímelo, Amy, murmura mientras acaricia con su glande mi fuente húmeda y


cálida, con una suavidad, una lentitud, que es un suplicio. Dime lo que quieres...
- Quiero que me tomes, Roman, replico sin vacilar.

Las palabras salieron completamente solas. Excitada, frustrada, sí, pero


sobretodo confiada, tranquila, porque es Roman, porque es el hombre que amo.
De golpe, continúo con las palabras:

- ¡Quiero que dejes de torturarme y que me abraces más fuerte, que me llenes
y que me hagas venirme! ¡Por favor!

No se hace del rogar por mucho tiempo, y de un impulso tan poderoso que
hace retroceder al enorme sillón, me penetra, con su sexo grueso y largo se hace
un camino de placer en mi vagina chorreante. El placer es divino e instantáneo,
pero mi deseo, lejos de ser saciado, parece exacerbarse: ¡quiero todavía más! Sin
embargo, siento que Roman se retiene, no me posee a fondo, todavía no, a pesar
de la posición que permite una penetración profunda. Pero no me da tiempo de
protestar, pone una mano sobre mi espalda y la otra agarra mis caderas mientras
se hunde más profundo en mí, por fin, completamente, y me llena con una
alegría salvaje, me colma, me sacia y me lleva a un orgasmo que compartimos
en un mismo grito ronco...

***

Cuando recobramos nuestro aliento, Roman se separa suavemente de mí y me


lleva hasta la cama. Recuperó mis dos listones, caídos al suelo, y me coloca
sobre el edredón con precaución, como si fuera una porcelana de China. Esta
delicadeza, después de haberme tomado con tanta fuerza hace apenas diez
minutos, me hace sonreír. Luego me quita mi sostén, besa cada uno de mis
senos, mordisqueándolos con suavidad, hasta volver a encender en mí las brasas
del deseo.

- ¿Otra vez? ¿Ya? me sorprendo al ver su erección de nuevo palpitante y


vigorosa como si saliera de un mes de abstinencia.
- ¿No? pregunta soplando sobre mis pezones húmedos, arrancándome un
gemido.
- ¡Sí! digo arqueándome hacia él.

Atrapa entonces mis dos manos para reunirlas por encima de mi cabeza y me
besa apasionadamente, su lengua invita a la mía a una danza suave y lasciva.
Comienzo a ondular abajo de él, mi cuerpo entumecido por nuestra relación pide
todavía más. Lo que ya no era más que brasas hace un minuto se transforma
repentinamente en flamas voraces.

Perdida en un torbellino sensual, apenas siento los listones sobre mis


muñecas, apenas comprendo lo que Roman me está haciendo. Solo es hasta que
Roman me niega su sexo, que se divierte una vez más haciéndome languidecer,
haciéndome gemir, cuando quiero empuñarlo para guiarlo en mí, que me doy
cuenta. No puedo. Me ha amarrado; siento la mordida deliciosa de los listones en
mi piel cuando jalo hacia abajo para tratar de zafarme. Mis dos manos están
prisioneras y mi cuerpo está enteramente a su merced. Un violento escalofrío me
recorre completa. Aprehensión, excitación, placer.

Por encima de mí, Roman me domina, Roman me observa. Le devuelvo su


mirada y, lentamente, cierra mis muslos. Sonríe. Le lancé un desafío, él va a
superarlo. Juega conmigo, me acaricia, me elude. Me tortura deliciosamente
durante una eternidad. Me debato, a veces, porque es demasiado bueno, porque
mi cuerpo necesita expresar su deseo tocándolo, y eso me es imposible.
Entonces, lo rechazo, le suplico, lo aprisiono entre mis muslos, anudo mis
piernas alrededor de su cintura, para retenerlo, para tratar de empalarme sobre él.
Me deshago para que me tome, jalo sobre mis ataduras para poder escaparme.

Él se muestra alegre y encantador, tierno, insaciable y mandón. Me gusta.


Mucho. Hasta la locura. Hasta este momento, siempre me había dejado la
posibilidad de tomar la iniciativa durante nuestros encuentros. Pero no esta vez.
Si no hubiera, hasta ahora, sido consciente de hacer el amor con un dominante,
es desde este momento una certeza bien establecida. Y me encanta.

Cuando por fin él nos autoriza a gozar, es para despeñarse conmigo en un


orgasmo mudo y de una violencia inusitada que corresponde perfectamente al
estruendo silencioso de las Cataratas.
30. El engaño

La primera cosa que percibo, al día siguiente por la mañana, al abrir los ojos,
es un listón negro todavía amarrado a la cabecera de la cama, y tengo
repentinamente la impresión de que mis mejillas están encendidas. La noche
mantuvo sus promesas, fue extremadamente ardiente. Tanteo detrás de mí a la
búsqueda de Roman, pero para mi gran decepción ya se ha levantado.
Despertarme sin él me deja un ligero sabor de amargura y como una huella de
tristeza en el fondo de mi corazón. Es sin embargo (y desafortunadamente)
habitual... Es demasiado matinal para mí, e incluso si vivimos bajo el mismo
techo, no se puede decir que vivimos al mismo ritmo. Roman hace su vida y yo
la mía. Se ausenta a veces para ir al otro lado del mundo y no tengo noticias
suyas durante un día o dos. Las noches, entonces, me parecen interminables...

Un mensaje sobre la mesita de noche me informa que fue a correr al Niagara


Parkway desde hace más de una hora. ¿De dónde saca siempre tanta energía?

Siempre es la pregunta que me hago cuando, dos horas más tarde, me lleva a
través de los senderos fantásticos de la reserva de mariposas, a diez minutos de
nuestro hotel, en el que más de dos mil especímenes de cincuenta diferentes
especies, raras y magníficas, de colores tornasolados, revolotean en completa
libertad alrededor de nosotros. Le sirvo de guía a Roman, señalándole las
mariposas, allá una gigantesco Blue Morpho de un azul eléctrico, aquí una Zebra
Longwing de alas amarillas afiladas y con rayas negras, allá una Cracker
violácea cuyos motivos recuerdan a los vitrales, aquí otra vez una Monarca, la
famosa mariposa migratoria, capaz de recorrer miles de kilómetros, y por allá
una Magnificent Owl de tintes anaranjados con sus engañosos ojos dibujados
sobre sus alas posteriores... Roman me escucha y me pregunta, se interesa y se
maravilla por mis conocimientos bastante profundos gracias a mi padre,
apasionado por las mariposas.

- Definitivamente estás llena de sorpresas... me dice mientras saco mi iPhone


para fotografiar una suntuosa Cairus Birdwing, de un verde y amarillo
deslumbrantes, que le envío a mi padre.

Eso no me sucede frecuentemente, pero hoy estoy orgullosa de mí. No


especialmente porque conozco a estos lepidópteros, sino porque soy capaz de
sorprender a un hombre como Roman Parker...

Pasamos el final de la mañana tomados de la mano diciendo tonterías y


besándonos en este extraordinario invernadero cálido y húmedo, de decoración
tropical, de flora exótica y exuberante. El contraste con el cielo gris y el aire frío
del exterior no hace más que agregar un encanto sobrenatural a esta escapada de
enamorados. Estoy sobre una pequeña nube, suave como la boca de Roman
sobre mis labios.

Luego, el intermedio encantado se acaba y alcanzamos a Tony, a los mandos


de un pequeño helicóptero rojo con negro. Siento una punzada en el corazón, me
entristezco súbitamente. Estos instantes son siempre demasiado breves, nuestras
citas a solas demasiado raras, me hubiera gustado que ésta durara un poco más.
Sin contar con que hubiera preferido volver a Buffalo en auto, no me gusta
particularmente el helicóptero y éste no es en realidad muy confortable. Me
acurruco contra Roman, quien me rodea con sus brazos, mientras que Tony hace
despegar la máquina, suavemente, contrario a lo que siempre hace. Hundo mi
cara en el suéter de Roman, huele maravillosamente bien. Unas palabras de amor
se agolpan en mi cabeza, que no pronuncio...

De repente, el helicóptero parece petrificarse en los aires. Las hélices zumban


(¡uf!), con un estruendo además bastante impresionante, incluso inquietante,
pero se diría que mantenemos el equilibrio. De donde estoy, distingo apenas un
pedazo de cielo nublado a través de la portilla, pero es suficiente para confirmar
que ya no estamos avanzando. Es aún más extraño ya que Roman me explicó
que estar inmóviles en el aire es muy difícil para un helicóptero.

- ¿Qué sucede? sin tener ganas de mirar hacia afuera.


- Un embotellamiento, responde Roman.
- ¿Perdón? digo desconcertada sin comprender si bromea o no.
- Estamos esperando que se ponga el siga, agrega sin el menor rastro de
humor en la voz, a tal punto que me enderezo para darme cuenta por mí misma
(lo que era probablemente el objetivo de sus respuestas estrafalarias).
Y ahí, el espectáculo me deja con la boca abierta. Estupefacta, maravillada.
La vista me deja sin aliento, el espectáculo es grandioso...

- ¡Santa Madre de Dios! digo totalmente subyugada.


- Sí, es una descripción elocuente aunque ligeramente errónea, se divierte
Roman.

El helicóptero está en efecto en un vuelo estacionario... ¡a algunos metros por


encima de las fabulosas cataratas del Niagara! El rugido ensordecedor no se
debía (¡Gracias a Dios!) a un malfuncionamiento de la máquina sino al estruendo
de miles de metros cúbicos de agua que caen en cascadas grandiosas. Un tímido
rayo de sol se filtra a través de las nubes y golpea el velo espumoso del agua que
se precipita en torbellinos salvajes en el río.

Prácticamente me subí sobre Roman para pegar mi nariz a la portilla, con las
dos manos sobre la cabina como una niña frente a una vitrina de juguetes. Él me
toma firmemente por las caderas y le dice a su piloto:

- ¡Vamos a ver esto de más cerca, Tony!

Antes de que pueda darme cuenta, el helicóptero gira bruscamente y cae como
una piedra hacia las rocas que afloran entre los remolinos. Lanzo un grito de
miedo, pero los brazos de Roman me aprietan con fuerza y ya el helicóptero
sube al asalto del torrente, hacia el cielo, hacia mi corazón que se quedó en el
camino suspendido entre las nubes. Grito sin cesar, con los ojos fijos en la
portilla, petrificada por el terror, conmocionada... pero extrañamente eufórica,
como ebria. Dominada por el vértigo, grito sin ya saber si es por el miedo o el
éxtasis. Grito pero también me río, estoy aterrorizada y excitada por las vueltas,
las caídas y los saltos del aparato, por la belleza del cielo y del agua que se
mezclan, con la cabeza arriba y ahora abajo, ya no sé quién está donde, ni quién
hace qué. Es más intenso que el más loco de los juegos mecánicos.

- ¡Roman! ¡Es mágico! ¡Mira! ¡Hay nubes en el río! ¡Hay olas en el cielo!

Roman ríe abrazándome aún más fuerte. Estoy aturdida por la felicidad. Me
siento viva como nunca. Finalmente, me encantan los helicópteros.

***
Almorzamos en el jet que nos lleva de regreso a Manhattan, en compañía de
Malik, a quien describo con detalle nuestras piruetas aéreas con un entusiasmo y
una elocuencia que lo divierten mucho. Cuando aterrizamos, Roman deja libre a
Tony por los siguientes tres días y le agradece su desempeño en las Cataratas.

- Fue extraordinario, Tony, agrega, sincero. Es usted un piloto maravilloso. Ya


no refunfuñaré nunca cuando haga movimientos imprevistos.
- Me alegra que le haya gustado, señorita Lenoir, dice con una sonrisa
resplandeciente. No soy Chuck Aaron pero me esfuerzo. ¡Me encanta este
trabajo!
- ¡Se ve!
- El señor Parker hizo construir el pequeño helicóptero rojo con negro, el
Cobra, sólo para mí. Está especialmente concebido para las acrobacias aéreas...
Y, me dice más bajo con un tono de confidencia, el señor Parker me paga cinco
veces más que lo que pagan los mejores empleadores.
- Es porque usted lo vale, susurro a mi vez.

Y la vida retoma su curso...

***

El día siguiente por la mañana es un lunes y heme aquí en camino hacia


Undertake, a pie, siempre, para mantener el tono muscular de mi trasero, a pesar
de la tormenta que amenaza, el viento penetrante, el frío y la lluvia. Soy una
chica motivada y perseverante. Y además, también, mi línea de metro está en
reparaciones, así que no tengo mucha opción...

En las oficinas, reina un calor sofocante y bienvenido. La ausencia de Edith,


oficialmente en desplazamiento para el periódico, vuelve el ambiente más
relajado y todo el mundo trabaja de buen humor. También se holgazanea un poco
en los corredores o cerca de la máquina de café... Hablo con Simon de la
propuesta de Edith, para el reportaje en Brasil sobre cirugía estética. Si acepto,
necesitaré un fotógrafo. Entre más lo pienso más me gustaría hacerlo, incluso si
eso significa un aumento de trabajo, y abandonar a Roman casi una semana.
Simon encuentra genial la propuesta y ya quiere irse.

- ¡Brasil, Amy! exclama saliendo de su seriedad habitual, yendo de un lado


para otro frente a mí. ¡No puedes rechazar un viaje allá! ¡Sobre un tema tan
apasionante!
- Confieso no compartir tu entusiasmo por las prótesis mamarias y las nalgas
llenas de silicón, digo, divertida por verlo tan febril.
- ¡Pero es Brasil! repite sin escuchar mi broma. ¡Llegaremos justo para el
carnaval de Rio! Imagina ¡una de las más bellas fiestas del mundo!
- Ok, ok... cálmate, voy a pensarlo. ¿Esto significa que serías mi fotógrafo?
¿Podría sugerirle tu nombre a Edith?
- ¡Por supuesto! ¡Y sugiérelo con fuerza!

Me alisto para precisarle que no le prometo nada cuando veo salir del
elevador una silueta familiar que me hace perder el hilo. Una silueta delgada con
un traje azul deslucido, cabellos rubios, de estatura media. Que me llena de
miedo.

¡Maldición! ¡Fleming!

Me apuro para escribirle un mensaje de texto a Nils, con los dedos


temblorosos por el pánico:

[¡Fleming está en Undertake N.Y.!]

Luego, para recuperar mi compostura, retomo, con ideas inconexas y frases


torpes, mi conversación con Simon, cuyo semblante desconcertado, me confirma
que estoy diciendo puras tonterías. Me empequeñezco en una esquina de nuestra
oficina, esperando que Andrew se vaya de largo.

¡Fracaso!

Viene directo hacia mí. Y sigue un episodio muy embarazoso durante el cual
balbuceo lamentablemente tratando de explicarle que abandoné la investigación
sobre Teresa Tessler, que resultó no tener ningún interés, que no he vuelto a ver a
Roman Parker desde... hace mucho... ¡por lo menos! Y que no tengo tiempo para
salir a tomar un café, en este momento, dado que tengo que... mmm... tengo
que... ¡responder el teléfono!

¡La llamada es providencial! ¡Uf! ¡Gracias a Dios y a todos sus santos!

Descuelgo mi iPhone con un agradecimiento desquiciado por quien me llame,


cruzando mis dedos para que sea Nils o Roman. Sólo es Eduardo, pero no me
siento por eso menos aliviada para evitar estar con Andrew. Se aleja mirándome
de forma extraña. Estoy convencida de que percibió mi miedo y mis mentiras tan
claramente como si tuviera un anuncio de neón diciendo “Miento” sobre la
frente.

Simon se va también de la oficina; me indica que va a comer, e imita un baile


de vientre que debe significar que no olvide el carnaval de Rio. Muevo la cabeza
sonriendo y cierra la puerta detrás de él.

- ¡... fabuloso! se extasía Eduardo del otro lado del teléfono. Realmente Amy,
Paris es una ciudad asombrosa, no entiendo lo que viniste a buscar a Boston.
Aquí hay todo lo que puedas soñar.
- Me alegra que te la estés pasando tan bien.
- Y en lo que se refiere a mi trabajo en Bogaert... ¡Ah! ¡De ensueño! Hay
muchísimas colecciones. Como diseñador, tengo pedidos, con unas
especificaciones muy precisas, pero Lou me dijo que en cada colección de
lencería, ella me pediría una creación original, con la única condición de respetar
el tema.
- ¿Entonces te llevas bien con tus jefes?
- ¡Y cómo no hacerlo! Alexander Bogaert, además de ser extraordinariamente
sexy, es un hombre realmente agradable, contrariamente a lo que había
escuchado decir. Y Lou es la más adorable creatura parisina que haya encontrado
hasta ahora... No nos separamos.
- Es realmente formidable, Eduardo, digo feliz por su entusiasmo y por tener
también noticias suyas.
- Además, me enteré de algo muy bueno por Lou, susurra con un tono de
conspirador. ¿Sabes porqué fui contratado?
- Mmm... ¿porque eres talentoso?
- Sí, por supuesto. Pero sobretodo porque un tal Roman Parker, en una cita
con Bogaert, le sugirió contratar a un diseñador de Boston, que compartía su
apartamento con una linda periodista. Un joven lleno de talento y demasiado
guapo para permanecer cerca de su novia, según él.
- ¡¿Eh?! exclamo tratando de digerir la información. ¿Roman? ¿Mi Roman?
¿Él hizo eso? ¿Estás seguro?
- ¡Sí, tu Roman! ¡Seguro!
- ¿De verdad dijo: demasiado guapo para permanecer cerca de su “novia”?
pregunto incrédula.
- Fueron sus palabras. Me siento además confundido de que me encuentre tan
guapo, agrega Eduardo con un tono soñador. Pero decepcionado porque nunca se
dio cuenta de que me excitaba más que a ti (sin querer ofenderte). Nunca se
sabe, en un malentendido...
- Ni lo sueñes, digo riendo. De todas formas, no te hubiera dejado acercarte a
él. Y además, no veo como podría haberlo notado si solamente se cruzó pocas
veces contigo. Incluso yo no sabía que eres gay hasta el día que llevaste a ese
Johan al apartamento y que se quedaron encerrados dos días en tu recámara,
viviendo sólo de amor y pizzas congeladas...

Hablamos con entusiasmo todavía una buena media hora antes de colgar. La
alegría comunicativa de Eduardo me hace bien, ella disipa mis angustias a
propósito de Andrew. Eduardo me hace falta, nuestras pláticas, nuestras
confidencias, nuestras carcajadas... pero estoy realmente contenta por lo que le
pasa. París es una ciudad perfecta para él.

Al repetirme las palabras de Roman, tomo mi impermeable y salgo para


comprar algo de comer. Estoy en la gloria. Ignoro completamente el hecho que
haya, sobre un malentendido y por abuso de poder, enviado a mi único amigo
estadounidense del otro lado del océano atlántico. Me centro únicamente en esa
palabra: novia.

¡Soy, por confesión del interesado, la novia de Roman Parker! ¡Wow! Eso
cambia mucho las cosas...

Trato de localizar a Nils con mi teléfono portátil, y hablarle de Andrew, pero


me manda directo a su buzón de mensajes. Le envío entonces un mensaje de
texto a Roman, sólo para burlarme un poco:

[Nunca me dijiste que Eduardo te pareciera tan guapo hasta el punto de


enviarlo a 6000 km de mí...]

Luego decido hacer más larga mi hora del almuerzo y pasar a verlo de
improvisto a la Red Tower. Él tiene que ir a Seattle esta tarde, para un congreso,
y regresa hasta el miércoles por la noche, pero esta conversación con Eduardo
me llenó de alegría, de felicidad, de impaciencia, me siento febril, enamorada,
excitada, sobre carbones ardientes, tengo que ver a Roman, enseguida, ¡ahora!
Tengo que decirle que quiero quedarme con él, que no quiero volver a mi
apartamento cuando Sibylle lo libere.

Y todavía invadida por esta fantástica euforia empujo la puerta del jardín zen
que lleva a la entrada privada de los aposentos de Roman, en la parte posterior
de la Red Tower. La lluvia se ha detenido pero el jardín está todavía reluciente
por la lluvia. Los guijarros negros y blancos brillan bajo el tímido sol que se
asoma. La vida es maravillosa.

O mejor dicho: lo era, hasta que percibo detrás de los cerezos de ramas
desnudas, a través del ventanal de la estancia de la entrada, a Roman en
compañía de una joven de belleza asombrosa y de un pequeño niño que se le
parece extrañamente. El niño debe tener unos ocho años, está en los brazos de
Roman, colgado a su cuello, radiante. La mujer, una negra alta un poco más
grande que yo, con la presencia de una top model, pasa una mano por los
cabellos del niño, rozando la mejilla de Roman de paso, quien le devuelve una
sonrisa. Una sonrisa llena de dulzura.

La impresión me congela justo en medio del jardín. Mi mente se acelera, mi


corazón se hunde en picada, en caída libre para ir a embarrarse a mis pies,
triturado, pulverizado. Ignoro cuantos minutos me quedo observándolos, el
tiempo parece detenido, sumido en el dolor que desgarra mi pecho vacío. Mi
razón me grita que no entre en pánico, que recoja los pedazos, que me
recomponga, que piense, pero ya no hay nada que recoger. Ni corazón ni
esperanza. Todo está aniquilado.

- ¡Es tal vez sólo una amiga, una prima, una ex! Estás sacando conclusiones
muy tempranas.

- No estoy sacando nada: Teresa era huérfana y Jack hijo único. Roman no
tiene primos, ni siquiera lejanos. Y nadie le hace un bebé a una amiga. Mira
cómo se le parece. Cómo es hermoso. La misma sonrisa, los mismo gestos, un
Roman en miniatura, de piel caramelo. Mira cómo son cercanos.

- Ve a hablarle, pídele explicaciones. No te quedes aquí parada.

- No... no puedo. Está por encima de mis fuerzas. No ahora. ¿Porqué no dijo
nada? Hace ya casi seis meses que estamos juntos. Esa mujer súper sexy, de
acuerdo, digamos que sólo se trata de una ex de la que olvidó hablarme.
Admitámoslo. Lo ves, me esfuerzo, incluso si no me lo creo. Pero, ¿cómo pudo
esconderme que tenía un hijo?

- A él es a quien tienes que preguntarle. Ve. Tranquila pero determinada.

- ¿Tranquila? ¿Acaso crees que me siento tranquila? No, no puedo ir a


confrontarlo ahora. No estoy lista para escucharlo, sería una catástrofe. Y esos
dos días en Seattle, para un supuesto congreso, ¿debo creérselo con los ojos
cerrados también? ¿No crees que es demasiado?

- ...

- Lo ves. Entonces, sólo daré media vuelta. Y trataré de sobrevivir. No estaré


mal. Después, ya veremos qué ocurre.
31. Love is all we need?

Casi hace buen tiempo sobre Manhattan en este lunes de febrero. La


tempestad ha pasado, el sol de mediodía muestra tímidamente la punta de sus
rayos. En algunos días, será el día de San Valentín. Todos los enamorados del
mundo intercambiarán regalos y abrazos. Yo seguramente me acabaré una caja
entera de chocolates frente a una estúpida serie de televisión. Sola. No sé cómo
lo he logrado, pero siempre estoy soltera en esta época. Había creído que este
año sería diferente: después de todo, a seis días de la fatídica fecha, era la novia
del hombre más maravilloso del universo. Todo parecía estar muy bien, incluso
me había prometido darme una sorpresa.

Pero eso, fue hace una eternidad, en otra vida. Fue al menos hace una hora,
antes de sorprenderlo en un tierno encuentro con una mujer hermosa con un niño
en brazos que se parece a él como dos gotas de agua. Desde ese momento estoy
devastada.

Sin embargo, no lloro, mis ojos están secos, y eso es todavía peor que si me
hubiera deshecho en sollozos y en lágrimas. Me duele, me duele mucho, sólo
que no logro expresar mi dolor, no puedo exteriorizarlo. Entonces éste se queda
ahí, hirviendo en mi vientre, en mi garganta, en mis venas.

Mis pasos me llevaron a Central Park, deambulo por los senderos, escucho el
rugido de los leones, en el zoológico cercano. Camino hasta mi banca, aquella
del principio, sobre la que me sentaba en la noche cuando corría detrás de un
desconocido de nombre Roman Parker, para sacarle la entrevista que iba a
cambiar mi vida. La banca está empapada de lluvia pero no me importa, me dejo
caer en ella, indiferente a todo. Es aquí que vi a Roman por primera vez. Sólo
era en ese entonces un corredor anónimo, de rostro escondido por una capucha.
Pero recuerdo que me había gustado, instantáneamente; su silueta atlética, su
zancada amplia y regular, su manera de correr, con toda potencia y gracia. Al
cabo de los días, se había convertido en un punto de anclaje en mi vida cotidiana
caótica. Me gustaba encontrarlo, mi desconocido sin rostro, rápido y aéreo, cada
noche en el parque. Su presencia silenciosa era reconfortante. Había algo en él,
indefinible, que me atraía.

Siento una lágrima que se escapa y me digo que por fin voy a llorar,
desahogarme: por fin voy a deshacerme de esta pena que me corta el aliento.

Pero no.

Es incluso todavía peor cuando los minutos pasan. Porque me doy cuenta de
la verdadera medida del desastre, del engaño: si Roman pudo esconderme que
tenía un hijo, ¿qué otra cosa me ha ocultado? ¿Hasta dónde llega el engaño? Si
me ha mentido en esto, ¿en qué más? Si es capaz de actuar tantos personajes,
cuál es el verdadero Roman? Pongo « si » por todos lados porque, contra todo
pronóstico, espero que la evidencia no sea la verdad, que Roman tenga una
buena explicación para todo esto, o excusas sólidas. Pero me cuesta trabajo tratar
de convencerme…

El timbre de mi teléfono me arranca de mis pensamientos. Por una fracción de


segundo, tengo la esperanza loca de que se trate de Roman y que me va a decir:

- Amy, amor mío, te vas a reír, me sucedió algo muy extraño: figúrate que mi
madre tenía una media hermana escondida que me acaba de contactar después de
haber pasado doce años en Guatemala. Conocí a mi sobrino, es adorable, tan
guapo como yo, alcánzame en la Red Tower, ¡quisiera presentártelos!

Evidentemente, no es Roman. Tengo demasiada imaginación para mi propio


bien, como diría mi madre. Dudo en si responder, pero se trata de Nils. Pienso
repentinamente en Fleming, quien ha desaparecido sin parecer muy convencido
de mi acto de chica desbordada que ya no desea escuchar hablar de Teresa
Tessler. Después de haberme enterado por Marquentin de lo que este maldito es
capaz, no me siento segura de saberlo en las cercanías.

- Hola Nils, digo tratando de dominar mi voz, para evitar que tiemble.
- Amy, ¿Fleming sigue en Undertake? me pregunta sin preámbulo.
- No, desapareció como llegó después de que le dije que el asunto de Tessler
ya no me interesaba.
- ¡Maldición! dice Nils. ¿Te creyó?
- Mmm… no estoy segura. No miento muy bien…
- ¡Maldición! repite con más vehemencia. Esta basura no se puede rastrear.
Direcciones falsas, número de teléfono que ya no existe, placas de matrícula
falsa, ninguna relación con nadie, cero amigos, sin familia. Contaba con
esconderme frente a Undertake pero ahora que sabe que le contaste bobadas,
debe desconfiar, se va a evaporar. Apuesto que ya no lo veremos por la revista,
ni en otra parte. Diez años de vivir en la sombra con el contrato de Roman sobre
la cabeza le habrán seguramente enseñado cómo desaparecer y volverse
invisible.
- Lo siento, respondo contrariada.
- No es tu culpa, suspira. ¿No vas a disculparte por ser honesta, verdad?

Pienso en lo que acabo de descubrir sobre Roman y decido que Nils tiene mil
veces razón. Ok, no sé mentir, pero eso es una cualidad, ¿no es así?

- Supongo que Undertake le pagaba a Fleming en efectivo sus artículos,


retoma Nils.
- Sí, eso hacía rabiar a Kathy por la contabilidad, además, porque eso le
complicaba la tarea. Pero lo soportaba.
- Por supuesto. Así no dejaba ninguna huella. Lo contrario hubiera sido
demasiado bello… Y Vance, dice de repente, cambiando de tema, de una manera
que me recuerda dolorosamente a Roman. ¿Qué sabes de él?
- No mucho… balbuceo, aturdida.
- ¿En serio?
- Veamos… Bien… Era el amante de Teresa desde hacía tres años. Tenía
42 años, viudo, un hijo. Vivía en California. Era un político, bastante conocido,
íntegro e intransigente. Un adicto al trabajo. Tan sólo el año que precedió su
muerte, hizo caer a una docena de tipos que se llenaban los bolsillos con estafas
a los contribuyentes. Los periódicos lo llamaban el Caballero Blanco.
- Sí, un tipo incorruptible, según lo que leí en los reportes. Y ese año, ¿este
tipo, este hiperactivo no llevo a cabo ninguna acción, no reveló ningún
escándalo, no molestó a nadie, ni removió el menor centímetro cúbico de lodo?
- No creo. Espera, déjame verificar… No, respondo al cabo de un momento,
después de haber hecho desfilar sobre mi iPhone todas las informaciones que
había recolectado sobre Vance.
- ¿Porqué? ¿Qué estuvo haciendo durante un año? ¿Fue a retocar su
bronceado a Laguna Beach? ¿Empezó a tomar clases de tejido, aprendió swahili,
danza clásica, a dibujar?
- No tengo la menor idea. Se murmuró que se desinteresaba de la política, que
sería su último mandato. Toda la gente corrupta lanzó un suspiro de alivio.
- Esto no tiene sentido. Un tipo así no baja los brazos sin razón de un día para
el otro. Tal vez lo amenazaron, pero me sorprendería que eso le hiciese cambiar
de opinión, debía estar acostumbrado… Tal vez estaba metido en un asunto
demasiado grande que invertía toda su energía y todo su tiempo. ¿Tal vez un
asunto que hubiera podido hacer caer a hombres poderosos y sin escrúpulos?
¿Tal vez un asunto que hubiera podido costarle la vida?

La teoría de Nils se une a un comentario que ya le había hecho a Fleming, un


día en el que platicábamos. Yo me sorprendía de que Randall Farrell, el único
periodista que cuestionaba la tesis del accidente y el único en sugerir un
asesinato maquillado, diera por hecho que era Teresa el objetivo y no Elton
Vance. En ese tiempo, Fleming había perfectamente logrado convencerme de
que mi idea de un complot contra Vance era absurdo, pero ahora, ya no estoy tan
segura…

- Tessler era la estrella, me había respondido Andrew; era a ella a quien los
paparazis perseguían noche y día, era de ella de quien se quería conocer los
pormenores de su vida. Y era su auto. Vance estaba mucho menos mediatizado,
hubiera sido más sencillo eliminarlo discretamente en su casa en California.
Además, Teresa Tessler era una apasionada de la causa animal y su muerte
sobrevino justo durante una campaña particularmente controversial contra los
laboratorios de cosméticos que experimentaban y hacían pruebas con los
animales. Esos laboratorios tenían mucho que perder. Millones de dólares…

Nils me escucha atentamente contarle esta anécdota y resumirle todo lo que


recuerdo de mis pláticas con Fleming.

- Él procedió contigo exactamente como lo hizo con Marquentin, me dice


cuando termino. Llevando a primer plano la militancia de Teresa y minimizando
las acciones de Vance. Eso confirma que hay que seguir escarbando en esa vía.
¿Tienes forma de localizar a Randall Farrell?
- No, murió de cáncer y ya no sé más.
- Por supuesto… La gente que me interesa tiene una molesta tendencia a
desaparecer o a morir, en esta historia, gruñe Nils antes de despedirse.

Hablar con él, pensar, me hizo olvidar por un tiempo mi dolor. Solamente por
un tiempo. Cuando cuelgo, éste planta de nuevo sus garras en mi corazón y en
mi cabeza. Y éste tiene un nombre: Roman…

Le doy vueltas y vueltas a mi iPhone entre mis manos, dudando sobre lo que
debo hacer. Vacilo durante un buen cuarto de hora antes de llamar a Edith para
aceptar el reportaje sobre cirugía estética en Brasil. Algunos días lejos de Roman
me permitirán reflexionar, calmarme, y tal vez verlo con más claridad. Edith está
encantada, ese trabajo le es muy importante, está trabajando en él desde hace
varias semanas confrontando las fuentes de diferentes países, y sólo le faltan las
informaciones de Brasil para redondearlo. Por el momento, ella está en Buffalo
con su padre, cuyo estado es estable. Le sugiero el nombre de Simon para
acompañarme y acepta sin dudarlo, asegurándome que va a arreglarse con el
fotógrafo que ya había inicialmente previsto. Aprecia de verdad el trabajo de
Simon y creo que también me quiere complacer.

- Le cancelaré a mi fotógrafo y arreglaré las formalidades administrativas de


su viaje. Yo me encargo de todo, eso me mantendrá ocupada. Ustedes estén listos
mañana a primera hora, me dice con su habitual tono de autoridad. Les escribiré
un correo electrónico en la noche con las indicaciones, los documentos
indispensables, los contactos, sus reservaciones, etcétera.

Haber tomado esta decisión me alivia. Es una oportunidad de oro para mi


trabajo y la ocasión para concentrarme en otra cosa que no sea mi pena.
Abandono mi banco para dirigirme al metro, y mientras camino, le envío un
mensaje de texto a Simon:

[Mañana a las 6 de la mañana en nuestro apartamento. Prepara tu equipaje y


tu máscara de carnaval: dirección Río. Besos.]

Me responde inmediatamente:

[¡Genial! Gracias, eres la mejor ;) Tengo mi protector solar y unas


combinaciones de tangas de hilo, con eso será suficiente. Besos.]

Su mensaje me arranca una pobre sonrisa. No está mal, es mejor que no tener
el menor atisbo de sonrisa. Sí, este viaje es una buena idea…

***
Una hora más tarde, me encuentro echada sobre el sofá de mi apartamento,
mirando con un aire ausente a mi hermana y a mi coinquilina que se agitan
llenando cajas de cartón. Trato de parecer alegre cuando me lanzan una mirada y
están tan ocupadas que no se dan cuenta de mi tristeza. Sibylle se muda mañana;
tomó una recámara amueblada en un lugar en el que se encontrará con su amiga
del gimnasio de box, Julia. Aunque no tenga más de un mes de llegada, tuvo el
tiempo para acumular una cantidad impresionante de adornos, revistas, ropa y
objetos inútiles.

- ¿Son tuyas o son mías estas mallas? le pregunta a Charlie que amontona sin
ninguna precaución todas las cosas en una caja de plástico.
- Son tuyas, responde Charlie sin dudar. Nunca me pondría algo así… azul.
Enfermaría al más aguerrido de los camaleones.

De hecho, las mallas en cuestión son de un azul eléctrico tan vivo que debe
brillar en la noche. Produce escozor en los ojos.

- Yo tampoco, sin embargo, responde Sybille, perpleja, tratando de


esconderlas discretamente detrás del sofá.
- ¡Eh! protesto regresándole el trapo azul chillante. No es necesario que me
pases tus desechos. Pero si tu faldita roja, esa, te sobra, puedo ayudarte a
deshacerte de ella.
- ¡Bromeas! protesta Sibylle. Es el único atuendo que tiene el don de inquietar
a Nils. Tendrás que tomarla sobre mi cadáver.
- Bueno, ¿no es eso lo que quieres? Que él pase sobre tu « cadáver »…
bromea Charlie.

Sibylle le lanza un cojín del sofá riendo, y me toca estar en medio de esta
batalla memorable, digna de las mejores guerras de almohadas de nuestra niñez.
Su alegre humor debería ser contagioso y trato de poner buena cara, pero me
siento vacía, a dos centímetros de reventar y estallar en llanto. Sin embargo, me
controlo. Ignoro por qué milagro e ignoro incluso el porqué. Tal vez por miedo
de que al hablarlo se vuelva real la traición de Roman. Mientras nadie esté
enterado, es como si nada hubiese pasado, como si siguiera viviendo el amor
perfecto con mi misterioso y hermoso multimillonario.

A alrededor de las 19 horas, Simon regresa de Undertake y pasa al


apartamento. Charlie y Sibylle lo reciben con los brazos abiertos. Supongo que
el hecho de que ahora sea nuestro vecino de piso contribuyó a ese acercamiento
con ellas. Le lanza a Charlie miradas que dicen mucho: ella le gusta. Pero
contrariamente a su hábito, ella no flirtea con él; se conduce con él con franca
camaradería. El mensaje es cruelmente claro: Simon no le interesa como novio
potencial, sólo como un amigo. Definitivamente, las historias de amor no son
nunca sencillas…

Simon y yo pasamos la noche preparando nuestro viaje, documentándonos,


informándonos, estudiando el correo de Edith que contiene un expediente
detallado de un centenar de páginas con las notas de sus investigaciones
precedentes sobre ese tema en los Estados Unidos, en Corea del Sur y en Grecia,
países particularmente adeptos de la cirugía estética. La idea es de completar un
mapa de lo más realista y completo posible de ese fenómeno en nuestra
sociedad, con sus pormenores y sus repercusiones económicas. Brasil es
actualmente el líder mundial de este tipo de cirugía, rebasando desde el 201 3 a
los Estados Unidos con 1 .4 9 millones de operaciones este año. El tema es
apasionante y nos mantiene despiertos hasta ya muy entrada la noche. Estoy tan
absorta por nuestro trabajo que casi logro sacar a Roman de mis pensamientos…
durante por lo menos dos o tres segundos seguidos. ¡Una verdadera hazaña!

Y sigo sin tener ninguna noticia de él. No me sorprende realmente, raramente


da signos de vida cuando se ausenta varios días. Siempre había pensado que se
trataba de su reserva natural; es poco efusivo y no inicia jamás un intercambio,
ya sea por correo electrónico o por teléfono. Generalmente, se contenta con una
palabra de humor o con una información lacónica. Cuando le había hablado de
esto a Eduardo, como si no me importara, él me respondió alzándose de
hombros:

- Bah… los hombres se expresan menos que las mujeres, eso es sabido por
todos. Y tu Roman no parece ser muy locuaz, incluso con los criterios en curso,
entonces no esperes que te acose por teléfono o que te inunde de correos
electrónicos.

En ese momento, su explicación me había parecido sensata. Pero ahora, no


puedo evitar interpretar ese silencio de una manera completamente diferente.

¿En dónde estás Roman? ¿Qué haces? ¿Con quién? ¿Demasiado ocupado
por otra para responder a mi mensaje de texto? ¿Significo tan poco para ti?
¿Sólo recuerdas que hoy tenía que volver a mi apartamento? ¿Qué ya no
viviremos juntos? ¿Qué ya no estaré ahí cuando regreses? ¿Nada de eso te
afecta?

Resisto sin embargo a la tentación que me quema por enviarlo de nuevo; no


estoy segura de poder permanecer tranquila. Quiero al mismo tiempo alejarme
de él para darme el tiempo de calmarme y también escucharlo, verlo, tocarlo. Es
irracional y contradictorio. Nado en plena confusión, ya no me siento capaz de
saber lo que realmente deseo.

A alrededor de la 1 de la mañana, Charlie y Sibylle se han acostado desde


hace ya un rato, compartiendo la misma cama para dejarme la mía. Simon
regresa a su apartamento y me derrumbo vestida por encima del edredón, con los
brazos en cruz, exhausta. La foto de Roman en Central Park, a la luz de la luna,
corona la cabeza de mi cama. Es el detonante, la gota de agua que derrama
cascadas de lágrimas que harían palidecer a las cataratas del Niágara. Lloro a
chorros, con el rostro hundido en mi almohada, tratando de no hacer ruido y no
despertar a nadie en este apartamento silencioso. No sé cuánto tiempo dura mi
crisis de lágrimas. Mucho tiempo parece. Me deja extenuada y marchita pero
también un poco más tranquila, en parte purgada de mi dolor. Y me quedo
dormida.

Apenas estoy soñando cuando ya es la hora de levantarme. Alcanzo a Simon


en nuestro piso, aturdida, exhausta:

- ¿Todo bien, Amy? se inquieta Simon.


- Sí, sí… no me gusta viajar en avión, es todo, le afirmo escondiendo mi
mentira con mi más bella sonrisa. Me imagino que nos vamos a accidentar en
medio del océano y eso me impide dormir.

Simon me lanza una mirada que me confirma que soy una mentirosa
lamentable y que no me cree nada, pero afortunadamente es un chico delicado y
no insiste.

En el aeropuerto, mientras esperamos antes de abordar, me decido a enviarle


un mensaje de texto a Roman, con el tono más neutro que puedo, esperando sin
embargo que se percate de la alusión y que no la evada:
[¿No tendremos un ligero problema de confianza entre nosotros?]

Me estoy instalando en mi asiento en el avión cuando llega su respuesta.


Como lo esperaba, comprendió enseguida y no parece estar fingiendo ser
inocente, pero su descaro me deja con la boca abierta:

[¿Te lo parece? ¿Tengo que flagelarme por esta imperdonable falta en mi


conducta o una cena a la luz de las velas y una noche tórrida a tu regreso podrían
arreglar las cosas?]

¡Qué cara dura! ¡¿Me entero de una manera brutal y desagradable que me
miente desde hace meses, que tiene un hijo, y probablemente una amante, y para
que lo perdone, no encuentra nada mejor que proponerme una comida y un
acostón?! ¡Debe ser una broma! ¿Así funcionan las cosas entre los
multimillonarios? ¡Tal vez sea moneda corriente en el mundo del espectáculo,
tal vez sea víctima del ejemplo de sus padres, pero por supuesto que no
aceptaré!

Me agito en mi asiento y estoy que echo humo, la ira remplaza la tristeza y


ésta sigue in crescendo, inflándose, invadiéndome por completo.

¡¿Y ni siquiera una disculpa?! ¿Por quién me toma? ¿Por qué? ¿Por una
cosa suya? ¿Por su animal doméstico? ¿Por un maldito mueble en su maldito
apartamento de su maldita torre?

¡Mierda, Roman! ¿Qué tienes en la cabeza?

Por la rabia, abandono la idea de avisarle de mi viaje a Brasil y apago mi


iPhone sin responderle. Mascullo en la mayor parte del vuelo, incapaz de
tranquilizarme y menos de fingir buen humor. Simon, mostrando como siempre
un tacto y una diplomacia ejemplares, se abstiene de hacer ningún comentario.
Se pone sus audífonos, con los Beatles a todo volumen (All You Need is Love,
¿es acaso una broma?), sin dejar de mirarme con el rabillo del ojo. Supongo que
por temor a que agreda a una azafata o que rompa una ventanilla para lanzarme
al océano.
32. ¡Viva o Carnaval!

Nuestra estancia en Brasil es breve pero intensa y rica en eventos. Al cabo de


diez horas de vuelo que permitieron que me calmara, llegamos en plenos
preparativos del carnaval. Es la efervescencia en Río, los cariocas pulen sus
disfraces, y en la noche la ciudad está casi tan poblada como lo estará el día J. A
alrededor de las 20 horas, la música resuena, alegre y rítmica, hasta lo más
profundo de la capital, los carruajes y los bailarines toman posesión de las calles
para los ensayos técnicos, las diferentes escuelas de samba se concentran a la
izquierda o a la derecha del principio de la avenida del desfile Marquês de
Sapucaí. Los trajes no están todos terminados, pero es justamente la ocasión para
cada uno y cada una de darle los últimos retoques. Los maquillajes están siendo
probados y el ambiente es festivo en esta explosión de energía multicolor. Simon
avanza con la nariz en el aire, completamente subyugado por el espectáculo, sin
saber a dónde mirar. Incluso yo, a pesar de mi pésimo humor, no puedo evitar
encontrar todo esto grandioso y extraordinario. Las bailarinas están sublimes, ya
sean altas, pequeñas, delgadas o voluptuosas, están todas animadas por una
vitalidad y dotadas de un ritmo que hacen olvidar sus diferencias físicas para no
formar más que un todo increíblemente sensual.

Volvemos a nuestro hotel, en el que ya habíamos depositado nuestro equipaje,


hasta ya muy tarde en la noche, embriagados por las festividades. Ocupamos la
misma recámara (los lugares son caros en este periodo), minúscula, ruidosa,
asfixiante, y nos arrastramos a nuestra respectiva cama. Al momento de
perderme en el sueño, tengo el tiempo de pensar que hubiera dado cualquier cosa
para compartir estos instantes mágicos con Roman…

***

Al día siguiente por la mañana, comienza nuestro trabajo de investigación


propiamente hablando. Es temprano cuando atravesamos la ciudad y los
juerguistas están todavía todos en el fondo de sus camas. Las calles están
tranquilas y cálidas, estamos vestidos ligeramente y nos destacamos en medio de
la población bronceada, con nuestra piel blanca que se enrojece al menor toque
del sol. A pesar de que embadurné con una crema con un índice de protección
cincuenta, sé que abandonaré Río con la nariz llena de pecas.

La primera clínica de nuestra lista es un establecimiento discreto,


principalmente frecuentado por la gente del país. Somos recibidos con una
cordialidad y una gentileza encantadoras. Secretarias, médicos e incluso los
cirujanos, cada uno se toma el tiempo de responder a nuestras numerosas
preguntas, con un inglés vacilante pero muy bien aplicado. Aquí, ellos poseen el
mercado de cirugía plástica para las personas menos ricas. Las intervenciones
estéticas son cobradas en función de los ingresos de los clientes y el crédito es
posible. En cuanto a las operaciones reconstructivas, ésas son simplemente
gratuitas. ¡Estamos lejos de la idea que tenía de que la cirugía plástica era sólo
reservada para la elite adinerada!

- Si hubiera sabido, hubiera traído mis comprobantes de pago y hubiera


pedido un pequeño pase de varita mágica, bromea Simon señalando sus brazos
frágiles y su torso estrecho.
- Oh no, usted está muy bien, le asegura una hermosa secretaria que se
ruboriza.

Simon está tan sorprendido que no encuentra qué responder. Nuestra cita
siguiente, después del almuerzo, es esta vez en la clínica más elegante y la más
prestigiosa del país. Las instalaciones y los equipos son de última generación.
Los locales son chics y se respira en ellos la abundancia, el dinero. Aquí, están
especializados en la cirugía estética pura y dura, aquí se mantienen gracias a la
rinoplastia, el aumento mamario y la gluteopastia.

- ¿La qué? pregunta Simon, un poco perdido en medio de todos estos


términos, en este ambiente principalmente femenino, y desconcertado por el
acento cantado de la joven asistente que nos recibe.
- La cirugía de glúteos, le responde ella amablemente. Es una práctica en
franca expansión, sobre todo en nuestro país, pero sucede en el mundo entero; la
cantidad de intervenciones aumentó de 45 % en 2013 y su éxito no ha decaído
desde entonces.

Luego Bahia (según su nombre escrito en una placa) nos informa con detalle
el tipo de clientela, el costo, los fenómenos de la moda, las inspiraciones y las
tendencias. En lo concerniente al impacto económico, es el mismísimo director
de la clínica quien nos concede un cuarto de hora para responder a todas nuestras
preguntas.

Sorprendo a Simon lanzando frecuentes miradas a Bahia, cuando no la está


ametrallando con su cámara Nikon. Por su parte, ella finge consultar sus notas
para esconder el rojo que le sube por las mejillas. Simon está completamente
absorto por ella y me pregunto si se verá la clínica en medio de las múltiples
fotografías de la hermosa y seductora carioca. Tengo que decir a favor de Simon
que con sus cabellos negros rizados, su inmensa y luminosa sonrisa, sus curvas
que dibujan valles mullidos, ella asegura una publicidad irresistible para la
clínica. Visiblemente, Simon no la deja indiferente… y por parte de él ni hay que
decirlo. Parece completamente embobado. La mira como si contemplara la
octava maravilla del mundo, y me cuesta trabajo atraer su atención cuando es
tiempo de despedirnos. Lo arrastro hacia la salida a regañadientes y su cara es
tan lamentable que decido tomar las cosas por mi cuenta. Regreso sobre mis
pasos y me dirijo a la recepción:

- Disculpe, Bahia, comienzo sin tener la menor idea de lo que diré a


continuación.
- ¿Sí? pregunta sonriendo.
- Mmm… eso es… aún tenemos muchas preguntas en suspenso pero
seguramente está usted muy ocupada y no queremos abusar de su tiempo…
dicho esto… ¿aceptaría cenar con nosotros? Con el objeto de seguir con nuestra
conversación… y, bueno… pasar una velada agradable. Si no tiene algún
compromiso en otra parte por supuesto… Es nuestra primera visita a Río y usted
conoce seguramente un buen lugar para comer…

Me enredo un poco con mis frases ya que se ve a todas luces que es un


coqueteo con ella y no quisiera que rechazara por un malentendido. Pero me
inquieto por nada. Cuando termino por fin mi laboriosa explicación, ella se apura
en responder:

- Será un placer. Hay un pequeño restaurante muy bueno a dos calles de aquí,
al salir doblando a la izquierda. El Janaina. Estaré lista a las 20 horas, ¿está bien?
- Perfecto, digo, aliviada antes de alcanzar a Simon, quien se quedó
petrificado en donde lo dejé, sin atreverse a intervenir.
- Amy, balbucea un poco más tarde, siguiéndome sobre la acera.
- ¿Sí, Simon? respondo buscando la calle del Janaina.
- Gracias…

Continuamos caminando en silencio, Simon sueña seguramente con esa


hermosa mujer y yo sigo rumiando a propósito de Roman, a quien no logro sacar
de mi cabeza. Me pregunto lo que estará haciendo, en este instante, con quién
estará. ¿Con ella, con su hijo, o con los tipos pesados que irán a ese supuesto
congreso?

La noche en el restaurante con Bahia es agradable. Llega con un pequeño


vestido floreado, ligero como un velo, que muestra al más ligero viento sus
piernas bronceadas; es increíblemente bonita sin ser provocativa. Es fresca y
natural. Hablamos finalmente de todo menos de trabajo, y me retiro rápidamente,
pretextando una migraña para dejarla a solas con Simon y para descansar un
poco, sola, en nuestra recámara.

Por supuesto, mis pensamientos vuelven a Roman, pero no siento que haya
avanzado nada desde el lunes a mediodía. Trato de reflexionar, de comprender,
pero es claro que no llegaré a ningún lado si no me atrevo a hablar.

Lo que haré justo cuando regrese. Ir a verlo. Pedirle que me explique. Creo
que puedo tranquilizarme, por el momento. En todo caso, será mejor que seguir
amargándome la sangre, debatiéndome en la incertidumbre y las
extrapolaciones.

Sentada en flor de loto sobre mi estrecha cama, hago desfilar sobre mi iPhone
las pocas fotos que logré tomar de Roman cuando está completamente absorto en
lo que hace y que nada más en el mundo existe para él. Aquí, en Navidad,
cuando negociaba por teléfono con ese viejo japonés intratable paseándose por la
biblioteca de mi padre, con el rostro serio, la mirada lejana. Aquí, esa misma
semana, relajado y sonriente, con mi sobrinito riendo a carcajadas colgado en su
espalda. Aquí otra vez, sentado al borde del sofá, con las mangas de su camisa
enrolladas sobre sus brazos bronceados, con su cabeza rozando la de Malik
mientras estaban concentrados en el expediente médico de Terence, con el
semblante grave y preocupado. Otra vez, soñador, con las manos en los bolsillos,
las piernas separadas, frente al gran ventanal, admirando el río Hudson bajo la
nieve, desde el salón. Y la última, una noche tormentosa, al regreso de una larga
carrera, sacudiéndose en la entrada, chorreante por la lluvia, con el torso
desnudo y sus cabellos en desorden.

Roman, mi amor de cien rostros…

Una bola de tristeza me cierra la garganta, siento las lágrimas, silenciosas,


rodar sobre mis mejillas. Me duermo en posición fetal, con mi iPhone apretado
contra mí.

***

Los siguientes dos días, Simon y yo encontramos una idéntica buena voluntad
en todas las clínicas. Es una felicidad que casi logra hacerme ocultar el hecho de
que Roman ya debe haber regresado de Seattle, y se estará preguntando en dónde
estoy. Si en verdad se preocupa… Obtuvimos ampliamente el material para
escribir un artículo extremadamente documentado y detallado, estamos muy
contentos con nuestro trabajo. Pasamos la noche del jueves recorriendo las calles
de la ciudad, en compañía de Bahia, quien nos hace visitar los diferentes barrios.
Entre ella y Simon, tengo la impresión de que se entienden bien. Me alegro por
él, incluso si me pregunto cómo va a terminar todo esto, si van a seguirse
viendo: por lo que sé, aún no existe ninguna línea de metro directa entre Río y
Queens.

- Poco importa, estoy listo para echarme a hombros la tarea de escribir doce
cartas por semana si es necesario, me responde cuando platicamos la última
noche en la terraza de un café. Pero no estoy seguro de si ella estaría dispuesta…
- ¿De dónde sale este discurso pesimista? Ella te devora con los ojos.
- Tal vez pero por el momento estamos en el coqueteo más inocente. Ella es
creyente y no bromea con la religión en su familia. No puedo deshonrarla.
- Oh… Sin embargo no parece ser una monja, digo sorprendida, pensando en
los atuendos súper sexys de la hermosa carioca.
- Es sólo para el placer de los ojos, suspira Simon, contrariado. Prohibido
tocar o probar.

Su cara decepcionada es tan cómica que no puedo evitar reír un poco,


consciente de que eso no es adecuado, pero incapaz de contenerme. Él levanta la
nariz de su copa y acaba por reírse conmigo:

- Al menos, mi desdicha tiene el mérito de hacerte sonreír, dice agradable.


Nunca te había visto tan triste como estos últimos días…

Como me paralizo de repente y me quedo en silencio, totalmente fascinada


por el fondo de mi taza, agrega gentilmente:

- ¿Quieres hablar al respecto?


- Es… comienzo sin saber cómo continuar.
- ¿Un asunto del corazón?
- Sí.
- ¿Complicado?
- Sí.
- Todos esos asuntos lo son, afirma sacudiendo la cabeza.
- Tienes razón, digo despedazando mi servilleta de papel.
- ¿Qué sucedió?
- Pues… ¿Recuerdas a Roman Parker?

Simon abre los ojos desmesuradamente y pone una cara de sorpresa que me
arranca de nuevo una sonrisa. Me toma casi una hora contarle toda la historia,
omitiendo la parte de la investigación sobre Teresa.

- Tienes que hablar con él, me dice después de haber visto el problema desde
todos sus ángulos. Muchos rumores circulan sobre Roman Parker, pero ninguno
deja ver que sea un hipócrita. Al contrario, es famoso por ser íntegro, directo, de
una franqueza casi brutal con sus socios como con sus colaboradores y
enemigos.
- Pero, ¿cómo explicas eso entonces? Pregunto, al mismo tiempo desesperada
y aliviada de que haya llegado a la misma conclusión que yo, pero aún sin
comprender.
- No lo explico pero él seguramente lo hará. ¿Porqué no le llamas?
- No, no tengo ganas de abordar algo tan delicado por teléfono. E incluso si lo
quisiera, no podría: el paquete de mi teléfono no es internacional, sólo funciona
en Europa o en Estados Unidos. Pero en cuanto volvamos, iré a verlo, lo
prometo.
- ¡Te conviene! ¡Claro! concluye levantándose. Es nuestra última noche en
Brasil, el primer día de carnaval, ¡aprovechémoslo!
- ¿No saldrás con Bahia esta noche?
- No. Pero gracias a Edith que tenía una reservación en el sambódromo,
podremos mirarla bailar. ¿Qué te parece? Después sus hermanos la
acompañarán, ya no habrá manera de acercarme a ella.
- Sí, buena idea. ¡Será estupendo! ¿La volverás a ver antes de partir mañana
por la mañana?
- No, responde sombríamente. Pero tengo su dirección de correo, no es tan
malo…

Pasamos una velada extraordinaria, fuera del tiempo. El desfile nos quita el
aliento, Simon logra ver a Bahia, sublime en su traje de colores oro y azul de su
escuela de samba, GRES Unidos da Tijuca. Nos dejamos llevar por la alegría
general y las horas pasan y desfilan sin que nos demos cuenta de amistades
efímeras y danzas improvisadas, de copas y de risas locas. Pronto el horizonte
palidece y el cielo se aclara mientras que las calles se vacían. El espectáculo me
fascina y me tomo un momento para darme cuenta de que algo no está bien.
Estoy convencida de que olvidamos algo primordial, pero la vista es
magnífica… La iglesia toca seis campanadas y eso me despierta:

- ¡Simon! grito repentinamente, aterrorizada, tomándolo por la manga


mientras él sigue platicando por señas con dos tipos tan ebrios como él. ¡Simon!
¡Nuestro avión!
- ¿Eh? ¿Qué avión? ¿En dónde?
- ¡Está amaneciendo! ¡Vamos a perder nuestro vuelo! ¿Undertake, Nueva
York, te recuerdan algo?
- Vagamente, asiente haciendo gestos.
- ¡Entonces vámonos! ¡Go! ¡Go!

Salimos corriendo hacia nuestro hotel, afortunadamente muy cerca, atascamos


nuestras valijas con nuestras cosas, saltamos al auto del gerente que nos deja
frente al aeropuerto algunos minutos más tarde, con un derrape impecable y un
rugido del motor cercano a una explosión. Todo eso en un tiempo récord, Edith
previamente arregló todos los detalles para nosotros y pagó nuestra recámara con
antelación.

Es al llegar a la aduana, desgreñados, con el rostro embadurnado de


maquillaje, con ojeras hasta el suelo y la ropa arrugada, que todo se complica…

- ¿Tú tienes nuestros pasaportes? me pregunta Simon después de haber


escarbado en todas sus bolsas.
- Para nada. ¿No has visto mi iPhone? respondo vaciando sobre el suelo el
contenido de mi bolso.
- No. Supongo que tampoco tienes mi cartera, dice lentamente, con aspecto
preocupado.
- Supones bien… apruebo vaciando ahora mi pequeña valija en medio del
pasillo frente a las taquillas.
- Es lo que me temía, suspira lanzando una mirada hacia los de la aduana que
se impacientan.

Dos horas más tarde, después de nuestras discusiones estériles y explicaciones


embrolladas, estamos consignados en una oficina de aduanas cerrada a doble
llave, con el aire acondicionado que no funciona. Horror. Tres tipos de
apariencia patibularia que parecen estar ahí desde hace un buen rato y no parece
que hablen una sola palabra en inglés nos sirven de compañeros de infortunio.
Están sentados en el suelo en una esquina de la habitación y nos observan como
si no hubieran comido desde hace ocho horas y nosotros fuéramos unos
apetitosos pollos rostizados. Me ponen la carne de gallina, me mantengo lo más
alejada que puedo de ellos.

- Recapitulemos, dice Simon subiendo sus lentes sobre su nariz y tratando de


quitarle a su cabello la laca rosa que los endurece en una cresta cómica en la
punta de su cráneo. Ya no tenemos ni pasaportes, ni dinero, ni tarjetas bancarias,
ni teléfono. Nuestro asaltante seguramente ya le regaló a su sobrina mi cartera de
Pikachú, colgó la foto de mi abuela encima de su cama y pagó su renta con
nuestros pocos dólares. Seguramente también ya aprovechó para comprarse
cosas por internet con nuestras tarjetas y pasó el resto de la noche hablando por
teléfono con su prima de Nueva-Guinea o de Groenlandia, gracias a la
complicidad de mi operador telefónico que se frota las manos de felicidad.
Agrega a esto que perdimos nuestro avión, que un aduanero demasiado celoso de
su deber me trató como si fuera Al Capone en persona al confiscarme mi pedazo
de corteza de Pernambuco que tanto apreciaba ya que lo había recogido con
Bahia y que soy un sentimental, que los vigías están sufriendo un infarto a causa
del carnaval y no tienen ni el tiempo ni las ganas de ocuparse de dos turistas
cretinos desaliñados que no dicen ni una sola palabra en su idioma natal, que
Edith no tiene ninguna razón para preocuparse por nuestra suerte antes de
nuestra cita con ella el lunes, lo que nos deja aproximadamente 48 horas
encerrados aquí en compañía de… (gira sus ojos hacia los tres tipos) mmm…
Judas, Voldemort y Rasputín antes de que nadie se pregunte en dónde estamos.
Además, nadie parece preocuparse por los detalles triviales como proveernos de
algo de comer o de beber, y no me atrevo a pensar en los extremos que
viviremos cuando nuestras vejigas estén a reventar. ¿Me olvido de algo?
- ¿Guardas una foto de tu abuela en tu cartera? le pregunto torpemente,
aturdida por su torrente ininterrumpido de palabras.
- Quiero mucho a mi abuela, responde dignamente antes de que una carcajada
nerviosa se apodere de los dos.

Terminamos por sentarnos también en el suelo y caer en una somnolencia,


aplastados por el calor húmedo, agotados por nuestra noche en vela, nuestras
discusiones con los aduaneros y nuestro consumo, tal vez un poco excesivo, de
alcohol local.

Hacia mediodía, estamos completamente despiertos, hambrientos, sedientos,


cuando uno de los aduaneros va a vernos:

- Sentimos estos inconvenientes, se disculpa en un inglés casi correcto.


Nuestro jefe está muy alterado. No es una persona fácil en tiempos regulares
pero con el carnaval y sus consecuencias en robos, extorsiones, agresiones y
delitos de todo tipo, no nos da un segundo de descanso y está de un humor
deplorable. De cualquier forma, no podrá ocuparse de ustedes por un rato.
¿Desean realizar una llamada?
- ¡Sí! gritamos al mismo tiempo.
- Y si pudiéramos ir al baño… preciso.
- Por supuesto, señorita, responde confundido. Puedo igualmente traerles algo
de beber y unos sándwiches, si quieren.
- Sería formidable, digo salivando, con el estómago rugiendo ferozmente.
- ¿Tienes el número de Edith? Me pregunta Simon mientras hurgo en mi
bolso. ¿O de alguien que pueda sacarnos del problema? Yo no me sé ningún
número de memoria. Todo está en mi tarjeta SIM, no recuerdo nada.
- Me pasa lo mismo. Pero debo tener un viejo correo con los datos de
Undertake que ande por aquí… espera… ¡Aquí está! digo triunfalmente
extendiéndole el papel.
- Ok, voy a llamarla.

Una hora más tarde, después de haber ido al baño, masticamos sin gran
entusiasmo nuestros sándwiches rancios. Edith le prometió a Simon hacer lo
necesario y nos pide mantener la calma en lo que esperamos. Tomamos entonces
con paciencia nuestro mal. Los tres tipos que estaban en la oficina con nosotros
fueron embarcados por la policía y ya no tenemos que soportarlos. Para matar el
tiempo, platicamos, jugamos a las adivinanzas, hacemos comentarios sobre la
apariencia de las personas que vemos pasar por una pequeña rendija en la puerta
de nuestra oficina. Por un momento, creo reconocer un rostro, los rizos castaños
y los rasgos regulares de un hombre guapo de traje verde botella me parecen
familiares sin que logre recordar en dónde lo he visto. Sigue al jefe de aduanas a
su oficina.

Los minutos se engranan lentamente. Simon me confía a medias palabras sus


aventuras amorosas; yo le hablo de Roman y eso me hace bien. Entre más lo
conozco más aprecio a Simon. Es reflexivo, gentil y, cuando no está paralizado
por la timidez, es alguien muy chistoso. Las horas se estiran, agotamos uno a
uno los temas de conversación, nos levantamos de tiempo en tiempo para estirar
las piernas y recorremos la habitación una y otra vez.
33. Una declaración nada banal

Pronto serán las 17 horas cuando una cierta agitación en la oficina vecina, la
del famoso jefe de carácter irascible de la aduana, nos saca de nuestro letargo.
Estallidos de voces se escuchan, y estos van in crescendo. Al reconocer algunos
fragmentos de frases en inglés, afinamos el oído. Visiblemente, alguien se le está
enfrentando y entre más se encoleriza, más su acento portugués es marcado,
volviendo difícil, casi imposible la comprensión de lo que dice. El altercado se
eterniza pero el jefe se fatiga, su tono sube cada vez más, y ahora deben
escucharlo hasta el otro lado del aeropuerto. Su interlocutor, parece conservar la
calma ya que no escuchamos sus respuestas. Por lo menos hasta que un
formidable rugido retumba repentinamente:

- ¡VA A ENTREGARME USTED A MI MUJER EN ESTE INSTANTE O


VOY A HACER QUE LO TRASLADEN COMO AGENTE ADUANAL AL
FONDO DEL ANTÁRTICO!

Un gran silencio le sigue, puntuado por un violento golpe de la puerta, luego


el de nuestra prisión se abre enseguida y Roman entra, lívido de rabia, la cicatriz
de su pómulo es más evidente como un rasguño sobre el mármol perfecto de su
cara. Simon y yo nos levantamos de un salto, igualmente atónitos por verlo aquí.
Nos quedamos petrificados contra la pared, al mismo tiempo aliviados por ser
rescatados de nuestro embrollo y demasiado sorprendidos para decir una sola
palabra. Roman permanece inmóvil en el umbral de la puerta, aunque no sea el
momento para pensar en eso, no puedo evitar encontrarlo de una belleza
deslumbrante, así, rodeado por una aureola de furor. En comparación, estoy
consciente de que yo soy una visión lamentable, acabada por el calor, con mi
cabellera pelirroja en desorden, mi ropa arrugada, y mi rostro cansado lavado al
aventón para quitarme el maquillaje del carnaval.

¿Y ahora? ¿Qué hago? ¿Le salto al cuello? ¡Estoy tan, pero tan feliz de que
esté aquí! ¡Que haya volado para salvarme! Sólo le falta la espada mágica y el
corcel blanco…
Pero Roman no me deja divagar por más tiempo. En dos zancadas está sobre
mí, me atrapa por la muñeca, toma mi pequeña valija y le indica a Simon que
nos siga. No es completamente así como imaginaba mi rescate de doncella en
apuros pero aún estoy estupefacta. Y sobre todo demasiado ocupada tratando de
permanecer a la altura sin clavarme en el suelo, para protestar. Él camina
increíblemente rápido y el suelo es resbaloso. Sin decir una sola palabra, nos
remolca a través del aeropuerto. El jefe de la aduana trota detrás de nosotros,
furioso, iracundo, casi podemos ver el humo que le sale por las orejas. Por el
rabillo del ojo, percibo al hombre de traje verde extender una tarjeta de visita
combinada con un fajo de documentos sellados mientras que Malik trata de
controlar la situación con los otros aduaneros que han venido en apoyo de su
jefe.

¡Maxime Weber! Este hombre de cabellos ensortijados es Maxime Weber, el


socio de Roman que confundí con él al momento de mi primera entrevista. El
que nos invitó a su fiesta de disfraces de Halloween. El que habla a veces
demasiado fuerte y cuya voz es extraña.

Sin embargo no sé mucho más. Continúo galopando bien que mal al lado de
Roman que no ha disminuido su velocidad. Salimos por fin de la terminal y nos
introducimos en un taxi. Simon, que se alistaba para entrar con nosotros, es
detenido al vuelo por Malik que le señala un segundo vehículo. Durante el
trayecto, Roman no dice una sola palabra, con la mandíbula crispada. No se
calma. No sé si es por la discusión con la aduana brasileña o conmigo por
haberme puesto en una situación tan improbable, me abstengo prudentemente de
hacer cualquier comentario. A decir verdad, todo ha pasado demasiado rápido, y
estoy tan exhausta, que no me doy cuenta muy bien de las cosas. Aprovecho este
descanso para poner en orden mis ideas. Un detalle, una palabra, flota en la
frontera de mi consciencia, sin que pueda definirla y eso me molesta. Sé que es
importante pero imposible poner el dedo en esa llaga. De repente: ¡lo tengo!

- ¿Y tu mujer? le pregunto dulcemente.

Roman me lanza una mirada poco amena, sin responder, pero no me dejo
intimidar. La frase que gritó al oído del jefe de aduanas malhumorado en el
aeropuerto me regresa a la memoria y, si apenas logro reaccionar aunque sea con
retardo, no voy a dejarme amilanar por una mirada asesina. No lo soñé, él me
llamo su mujer…
- ¿Roman? ¿Hiciste el trayecto desde Manhattan en menos de cinco horas
para venir a buscarme, dejándolo todo?
- No seas ridícula, masculla. Ningún jet es tan rápido y no tengo súper
poderes. Estaba en Argentina, con el jeque Hamani.
- De acuerdo, si quieres discutir por nimiedades… pero amenazaste a un
oficial de aduanas con mandarlo a la Antártida si no te regresaba a tu mujer, ¿no
es así?
- Es así, responde fríamente, con el rostro hacia la ventanilla. Tengo, desde
hace algunos días, unas ganas irresistibles de estrangularte y eso era imposible
mientras ese estúpido general te retuviera en su oficina.

Yo también tengo razones para sentir un impulso asesino en su contra pero,


esta vez, no replico, aunque me muera de ganas. No sé qué es lo que le provocó
esas ganas de estrangularme, pero algo me dice que no es el momento de
hacerme la lista y que el taxi no es el lugar apropiado. Sin embargo, un millón de
interrogantes se agolpan en mi cabeza. Pero ya la llegada estrepitosa de Roman
aquí responde a algunas de ellas… E incluso si sé que ciertamente él empleó el
término de « esposa » por un abuso del lenguaje, incluso si dudo que sea una
petición de matrimonio, no le quita el que sea una declaración oficial de nuestra
situación. No reclamó que se le devolvieran sus reporteros o sus amigos o su
prima de tercer grado. No. Pidió a su mujer. Y eso me pone loca de alegría.

Aun así, esto no lo dispensa de responder a algunas cuestiones a propósito de


ese niño que se le parece tanto y de esa mujer tan bella…

Esperando, ninguno de nosotros dos pronuncia la más mínima palabra hasta


que subimos a bordo de su jet, inmediatamente reunidos con Malik, Simon y
Maxime Weber.

Roman comienza por sugerirles que vayan al bar, justo detrás de la cabina de
pilotaje:

- No dudes en poner la música un poco fuerte, dice lanzando el control remoto


a Malik. Creo que un poco de heavy metal estará bien.

Luego me lleva en la dirección opuesta, hacia la cola del jet, a la recámara. Y


es ahí que el infierno se desencadena…
Bueno, exagero un poco. Estamos aún lejos del infierno. Pero aun así me
preparo.

- Amy… comienza, mientras que del otro lado de la puerta resuenan, fuertes,
los primeros compases, duros y sincopados, de Sad but True de Metallica.
¿Sabes en qué día estamos?
- ¿Sábado? respondo prudentemente retrocediendo hacia la cama.
- Sábado, exactamente, dice con una voz sin tono que contrasta con los rasgos
crispados de su cara y el brillo amenazante de su mirada. Lo que significa, si mis
cálculos son correctos, que me quedé sin tener noticias tuyas durante casi seis
días.
- Sí, pero…
- Mientras que yo pensaba inocentemente que te vería, o por lo menos sabría
de ti, al regreso de mi congreso. No ese mismo día, tal vez al día siguiente.
Incluso un día después. Lo que hace la gente que se frecuenta, me parece: se
mantiene al corriente cuando uno o el otro se van al otro lado del mundo.
Detenme si me equivoco. Ahora bien, sorpresa, cuando regreso de Seattle: nada.
No Amy. Ni una carta, ni un mensaje de texto, ni un correo electrónico. Nada.
Ninguna explicación. Sólo la ausencia.
- Es porque…
- Y al día siguiente, nada mejoró. Sólo un mensaje de Nils que me informa
que Fleming trató de acercarse a ti hace ya dos días, me interrumpe fusilándome
con la mirada. Dos largos días durante los que pudo haber pasado cualquier cosa.
¿Fleming, lo sabes, ese periodista completamente desquiciado e imprevisible que
tiene una fijación conmigo y todo lo que me rodea? ¿Te das cuenta de qué clase
de chiflado estamos hablando?
- Sí, digo penosamente, comprendiendo a dónde quiere llegar.
- ¿No adivinas lo que pude haber pensado, al adicionar esos dos hechos?
Desaparición de Amy más reaparición de Fleming igual a… ¿tú qué crees?
¿Sabes lo que sentí?

¡Ay, ay, ay! ¡Qué estúpida! ¡Pero qué estúpida imbécil egoísta! ¿Porqué no
pensé en nada de esto? ¿Porqué no le envié ni siquiera un mensaje de texto en el
que le explicara que salía de viaje?

¿Porqué? Pues porque estaba enfadada, por supuesto. Herida. Concentrada


en mi ombligo. Y quería que él también se inquietara, que le doliera. Pero no
así. Sólo que no pensé más allá de mi estúpida nariz y que me olvidé por
completo de Fleming.

- ¿Acaso puedes imaginar por un segundo en qué estado estaba al regresar de


mi congreso, al constatar que habías desaparecido sin dejar rastro?
- ¿Tu congreso? replico, consciente de haber, en mi dolor, actuado como una
chiquilla caprichosa, pero persuadida de que la mejor defensa sigue siendo el
ataque. ¿Tu congreso? ¿De verdad?
- Sí, mi congreso, repite vagamente sorprendido por mi respuesta.
- ¡Tiene buena pinta, tu congreso! digo sintiendo como la ira me sube hasta la
nariz. ¿Cuál era el tema de tu congreso? ¿La educación de los hijos ilegítimos?
¿El arte de mantener una amante? ¿La manera de llevar una doble vida?
- Disculpa, pero, ¿de qué estás hablando? pregunta con una voz blanca que
me asusta y me hace dudar de mi teoría.
- El lunes… te vi con… quise darte una sorpresa, pasé a verte a la Red Tower
al mediodía…
- ¿Sí? ¿Y entonces? dice, inmóvil como el mármol.
- Y entonces te vi con tu hijo, lanzo de una sola respiración.
- ¿Mi hijo? ¡¿Pero de qué hijo estás hablando?! dice con una expresión de
perplejidad casi cómica.
- Ehh… bien… ya sabes… tartamudeo al sentirme de repente muy estúpida.
Pues tu hijo…
- ¡No, no sé! explota de repente, haciendo sobresaltarme y caer sentada sobre
la cama. ¡Pero como parece que estás muy al corriente de mi descendencia, por
lo menos más que yo, vas a concederme el placer de aclarar todo esto!
- Muy bien, ese niño que tenías entre tus brazos y que se parece a ti como dos
gotas de agua.
- ¿Qué?... ¿Cameron? ¿Estás hablando de Cameron? pregunta estupefacto.
- No tengo idea. Un niño muy bonito y mestizo, con tus expresiones, tus
cabellos, tu sonrisa. Y su madre parecía ser muy cercana contigo… verte al lado
de esa Flaviana Matata, me… me… no sé. ¡Me hizo perder el control!
¡Maldición, Roman! ¡Ponte en mi lugar!
- ¿Quieres que me ponga en tu lugar? exclama, incrédulo. ¿Acaso te estás
burlando de mí, Amy?
- ¿Porqué? grito yo también. ¿Qué tiene eso de tan aberrante? ¡Creí que me
habías mentido y que tenías otra vida, otra mujer, un hijo! ¡Entonces sí, me
equivoqué! ¡Sí, me comporté como una pendeja! Pero me dolió demasiado,
¿puedes entenderlo? ¡Y tenía miedo!
- Claro, porque yo no tuve miedo, ¿acaso es eso? ruge de regreso. ¿Crees que
no me dolió? ¡Imaginé los peores escenarios posibles! ¡Te vi, Amy, en las garras
de Fleming, como si asistiera a la escena! ¡Te vi amarrada, golpeada, torturada!
¡Te vi agonizante, Amy, maldición! ¡Mientras tú te divertías en el carnaval! ¡Me
dejaste en la angustia por una estúpida crisis de celos sin ningún fundamento!
¡No tengo hijo, no tengo una amante, sólo te tengo a ti! ¡Y eso llena con creces
mi vida, créeme! ¡Desapareciste por una idea estúpida, porque te creaste
historias en tu cabeza!
- ¡Tal vez pero no soy la única! fulmino (al mismo tiempo que repentinamente
me pregunto quién es Cameron, si no es su hijo). ¡Para todos es claro que vienes
del mundo del cine! ¡Qué idea de pensar que me habían cortado en cachos y
enterrado al fondo del jardín sólo porque no asistí a una cita! ¡Tú hablas de un
escenario horrible! ¡Habían mil otras explicaciones posibles!
- Lo siento, pero jamás me hubiera imaginado que me dejarías sin avisarme y
sin ninguna razón, dice sacudiendo la cabeza, con un semblante atormentado. Ni
siquiera te tomaste la molestia de decirme o de pedirme una explicación. Como
si los seis meses que pasamos juntos no significaran nada, o no lo suficiente para
que quisieras saber la verdad. Como si te importara tan poco que no mereciera
incluso saber que me estabas dejando. ¡Me estabas deshaciendo, Amy! ¡Esto me
hizo enloquecer!
- Pero Roman, ¡esto es ridículo! digo, golpeada por la intensidad de la
desesperación que percibo en su voz. ¿Cómo pudiste pensar eso? ¡Te amo, lo
sabes, te lo he dicho y vuelto a decir, y repetido! ¡Te amo!
- ¡Y yo también te amo, mierda, maldita mula necia! ladra, exasperado, en el
silencio, antes de que Metallica empiece una nueva canción.

No sé qué es lo que me sorprende más: ser el objeto de una declaración de


amor poco ortodoxa con música de heavy metal de fondo o que me trate como
una maldita mula necia a cuarenta mil pies de altitud un hombre de negocios en
traje Armani que pesa cuarenta y siete mil millones de dólares. Lo que me
consuela un poco es que Roman tiene una expresión tan estupefacta como la
mía. Sorprendido y asombrado como si su lengua lo hubiera traicionado. Nos
quedamos un momento inmóviles, frente a frente, incómodos y avergonzados.
Mi corazón late con tal fuerza que opaca el sonido brutal de la batería en For
Whom the Bell Tolls.

- Es verdad, refunfuña Roman finalmente. ¿Qué es lo que crees? ¿Qué tienes


la exclusividad?
- Por lo menos confiesa que no era claro, mascullo, decidida a no dejarlo
salirse de la suya con tanta facilidad, a pesar de la emoción y la alegría que
inflaman mi pecho como gigantescas burbujas de jabón de colores.
- ¿No era claro? se indigna. ¿No era claro? Pero, ¿estás bromeando? ¿Quién
fue a ofrecerse como presa con Edith Brown para volverte a ver? ¿Quién
propuso que nos hiciéramos la prueba del VIH? ¿Quién te alcanzó en Francia
para navidad? ¿Quién te pidió que fueras a vivir conmigo? ¿Quién te sugirió
transformar esa « mi casa » en « nuestra casa »? ¿Qué más necesitabas?
- Tal vez sólo dos pequeñas palabras… digo dulcemente. Las dos que acabas
de berrearme al oído y que seguramente escucharon hasta Marte…

Se queda en silencio algunos segundos, con apariencia de estarse diciendo:


¡Oh sí, no es tan tonta! antes de dejarse caer sobre la cama a mi lado. Nos
quedamos sin decir nada por varios minutos, a dos centímetros uno del otro, sin
tocarnos, sin mirarnos. Luego tomo su mano. Está ardiendo y temblando.

- ¿Quieres perdonarme? murmuro. Podríamos decir que dejé mi cerebro en el


ático, estos últimos días, pero te prometo que lo sacaré de su letargo y lo pondré
en funcionamiento.

Levanta la cabeza sin una palabra y sus dedos se enredan con los míos.

- Es mi… hermanito, comienza con una voz que ha recuperado su calma.


Cameron, es el hijo de Jack Parker.

Contengo un aullido de estupefacción. Me recupero inmediatamente y le


oprimo la mano, para animarlo a continuar.

- Y la doble de… ¿cómo la llamaste? ¿Flavie Matate? pregunta con la mirada


clavada sobre nuestras manos.
- Flaviana Matata. Es una ex miss Tanzania.
- Ok. Ella se llama Sydney, y no es una top model; está haciendo estudios de
arte. En paralelo, es mesera en un bar de Harlem, y educa a Cameron, sola,
porque Jack no se hace cargo. Él se contentó con seducirla cuando ella era muy
joven, la embarazó y la abandonó el mismo año. Él era rico, guapo, famoso,
talentoso. Le prometió la luna y finalmente la echó por la alcantarilla.
La voz de Roman se ha vuelto sorda y lejana. Acaricia tiernamente mi
muñeca mientras trato de encontrar las palabras apropiadas. Quisiera decirle
hasta qué punto lo siento, cómo me siento estúpida, disculparme por haber
dudado de él. Sin embargo, lo único que atino a decir es:

- Ella es muy bella. Y parecían ser muy familiares.

Yo misma me daría unas cachetadas, pero las palabras se me escaparon solas.

- Te concedo que es de una belleza sorprendente… dice Roman con una


sonrisa traviesa. Pero menos que tú. Y quiero a Cameron como si fuera mi hijo,
en efecto. Asistí a su nacimiento, porque Jack estaba en un rodaje y no quería
abandonar la locación por tan poco. Hice lo necesario para que Jack lo
reconociera y tengo que recordarle regularmente a mi padre que tiene un
segundo hijo. Es también tan útil y gratificante como orinar en un contrabajo, en
general. Jack no es una mala persona, pero es egoísta y negligente. Y Sydney
está siempre sobre la cuerda floja, ahorrando cualquier dólar para educar mejor a
Cameron.
- ¿Pero no tiene derecho a cobrar una pensión?
- Jack olvida muy frecuentemente enviarle su cheque y ella evita el pedírselo.
Demasiado orgullosa, demasiado independiente. Tampoco deja que yo la ayude,
evidentemente. Pero a veces logro hacer que acepte regalos para Cameron.
Cumplirá 9 años el fin de semana siguiente y estoy preparando una gran fiesta,
quisiera darle una gran sorpresa. Y presentártelo. Él espera conocerte con tal
impaciencia que no puedes ni siquiera imaginarla.
- Tú… ¿tú le has hablado de mí? pregunto con un nudo en la garganta,
conmovida, a punto de soltar una lágrima (demasiadas emociones y no he
dormido suficiente estos últimos días).
- Por supuesto.
- ¿Pero porqué no me dijiste nada?
- Pues porque lo iba a hacer, responde alzándose de hombros. Había previsto
que pasáramos el fin de semana en mi casa, en Nueva Orleans, y que
arregláramos los últimos preparativos con Norah, mi ama de llaves. También
había previsto una velada romántica del día de San Valentín, con el palacio de
lujo, el vestido de princesa, las velas, la declaración como se debe y todo lo
demás.

¡El día de San Valentín! ¡Había olvidado completamente que estábamos en el


14 de febrero! Bajo la nariz, mortificada, decepcionada por dejar pasar todo esto
pero sobre todo por haber echado a perder sus planes, que me parecen tan
adorables. Me consuelo recordando el « Te amo », pasando de lado la alusión a
la mula.

- Tengo la impresión de que tendremos que contentarnos con un sándwich con


fondo de heavy metal y… de un atuendo un poco menos encantador, concluye
con una mirada divertida sobre mi pantalón sucio y mi blusa manchada de
lentejuelas y maquillaje multicolor.
- ¡Me meto en la ducha! exclamo saltando de la cama.
- Amy, era una broma, dice tomándome por la muñeca para llevarme de
vuelta hacia él.
- Eso no evita que esté mugrosa.
- Es verdad. Pero una vez desvestida, estarás mejor.

Tengo una mueca de duda. Me aseé un poco en el aeropuerto pero aun así
todavía me parezco a Robinson Crusoe el décimo día de su naufragio. Mis
cabellos forman una corona inextricable de algas rojas sobre mi cráneo. Roman,
sentado sobre la cama, aprisiona mis piernas entre sus rodillas.

- ¿Porqué una mula necia? le pregunto de repente.


- Porque son necias y pelirrojas, responde inmediatamente.
- ¿Es verdad? Que tienen el pelaje rojo, a eso me refiero.
- No tengo la menor idea. Pero en un país en el que el 30 % de la población es
pelirroja, pensé que sería creíble.
- Te amo, digo riendo.

Me sonríe sin responder pero lo que leo en sus ojos me es suficiente. Con los
primeros compases, suaves y poderosos, de Nothing Else Matters, me inclino
hacia él para besarlo. Sus labios son sedosos y cálidos, es tierno, es mío y yo le
pertenezco, definitivamente.

La boca de Roman es una delicia de la que no me canso. Siempre tiene este


sabor único que me dan ganas de devorarlo, ese perfume afrutado que incita a
volver a ellos sin cesar. Y él besa como un dios. Es difícil de explicar y adivino
que es una cuestión de alquimia más que de técnica, pero los besos de Roman,
así como sus gestos, como sus caricias, como los golpes de su pelvis, me
provocan siempre un efecto máximo. Sabe con precisión cómo excitarme,
calmarme, satisfacerme, colmarme, mientras que incluso yo misma sería incapaz
de describir lo que quiero. Cuando me besa, no son sólo dos lenguas que se
entrelazan, es una promesa para todas las delicias que precede. Cuando sus
dientes aprisionan mis labios, cuando su mano aprisiona mi cuello, cuando la
dulzura húmeda de su lengua despierta una a una todas mis terminaciones
nerviosas, empezando en mi boca para perderse y repercutir en todo mi cuerpo…
es como si se dirigiera directamente a mi cerebro reptiliano y le ordenara que se
ponga en [Modo de reproducción: ON]. Le bastan cada vez sólo algunos
segundos para que todo mi ser tiemble de impaciencia y le suplique, para que
mis muslos se abran, para que mis senos se yergan, para que mis labios, todos
mis labios, se hinchen y se pongan extraordinariamente sensibles, hasta un
exquisito dolor. Es una sensación embriagante rozando el límite de la inquietud.
A veces tengo la impresión de pertenecerle más que a mí misma. Pero ahora, me
abandono completamente sin el menor temor, sin la menor duda. Porque me
ama. Y eso cambia todo. Eso vuelve todo todavía más bello, más intenso.

Inclinada sobre él, con las piernas aprisionadas entre sus rodillas que me
inmovilizan como una prensa, lo beso hasta quedar mareada. Es como dejarme
flotar sobre las olas de un mar que comienza a agitarse, cuando los chapoteos se
convierten en oleajes, luego en rompientes, cuando nos mezclamos y ya no
sabemos en dónde se encuentra el suelo y en dónde el cielo. Es embriagante, me
encanta. Su mano derecha me sostiene firmemente por la nuca mientras que la
izquierda sube por mis jeans. Generalmente, Roman se toma su tiempo, hay que
durar en los juegos preliminares, me atormenta hasta hacerme perder la cabeza.
Cultiva el arte de hacerme languidecer.

Pero no esta vez. Después de un rápido pasaje sobre la tela áspera entre mis
muslos, un pequeño movimiento circular del pulgar que me hace gemir por un
placer incontrolable y me dan unas ganas de separar mis muslos, desabotona mi
cinturón, baja el cierre y jala con un movimiento impaciente mis jeans. Luego
toma firmemente mi mano y la coloca brutalmente sobre su entrepierna. No hay
duda, es una erección en toda regla bajo mis dedos. Y una enorme… Comienzo a
acariciarlo suavemente a través de la tela ligera cuando deja mi boca y me dice:

- Te necesito, Amy. Ahora, no en un cuarto de hora, no en cinco minutos.


Ahora. No demores, por favor: desabotóname. No lo podré hacer yo.

Y retoma mis labios, deslizando su mano bajo mis bragas mientras me


apresuro a obedecerle. Lucho un poco con su cinturón, me impaciento, casi lo
logro, me dejo desconcentrar por sus dedos que juegan con los bucles de mi
vello púbico, gimo de deseo. Siento su beso transformarse en sonrisa, me
concentro de nuevo en su cinturón, él desliza un dedo sobre mi clítoris, relaja la
presión de sus rodillas para dejarme abrir las piernas, se aventura hacia mi vulva,
empapada, (¡ya!). Mis piernas me traicionan, es demasiado bueno, olvido el
cinturón, no pienso más que en sus dedos que navegan entre el pequeño botón
inflado y duro de mi clítoris, y el calor líquido de mis ganas, ganas de él, que
chorrea y me embarra los muslos. Roman me mordisquea el labio, para
recordarme la orden. Abro febrilmente su cinturón, ¡por fin lo logré! Abro su
pantalón, le bajo el bóxer, pongo mi mano sobre su erección, es enorme, suave y
palpitante. Aquí está para mí, es mía. En este segundo, todo el cuerpo de Roman
me pertenece, es un regalo invaluable. Él lanza un suspiro cuando mis dedos
emprenden su vaivén sobre él. Lejos, muy lejos, sigo escuchando la música, un
solo de batería. Luego ya no escucho más nada porque Roman capta toda mi
atención al quitarme mi pantalón, mis bragas y decirme:

- Separa los muslos y ven sobre mí, Amy. Ven y siéntate…


- ¿Sentarme?
- Sentarte, levantarte, sentarte, levantarte, sentarte, levantarte… dice
sonriendo.

Pongo mis manos sobre sus hombros, amplios y poderosos, y me acerco a él.
Él desliza sus rodillas entre mis piernas y las separa. Lentamente. Siento mis
labios separarse el uno del otro, cómo mi sexo se abre. Siento el ligero soplo del
aire del ventilador hacer temblar mi vello púbico húmedo y rozar el pequeño
botón carnoso y tan sensible escondido entre mis muslos. Es delicioso. Roman
no separa sus ojos de mi sexo y me siento un poco intimidada. La luz es más
bien cruda… Pero no pido que la baje, me concentro sobre su verga que se
sobresalta suavemente contra su vientre, fuerte y esbelto. Me parece bellísima,
excitante, me evoca mil y un delicias, y supongo que Roman debe sentir
exactamente lo mismo, entonces dejo que me contemple. Me abro incluso un
poco más, hasta que levanta los ojos hacia mí:

- Tómame con tu mano. Y guíame, Amy. Guíame en ti. Baja sobre mi sexo.
Empálate con él. Húndeme, y hazme el amor, hermosa.

Desabotona mi blusa al mismo tiempo que pronuncia esas palabras, cada frase
puntuada por un botón que salta. Luego, la lanza al suelo y pone una mano
cálida sobre mi sexo y lo cubre, sus dedos separan mis labios chorreantes. Con la
otra mano sobre mi cadera, hace presión sobre ellos, y presiona hasta que doblo
las rodillas. Me guía, me acerca a su erección y continúa, con una voz que se ha
vuelto ronca:

- Ya que me amas, muéstralo. Hazme el amor como yo te lo hago. Con toda tu


pasión, con todo tu cuerpo, con toda tu alma…

Sus palabras me trastornan y me excitan al mismo tiempo. Lo tomo con mi


mano, veo su bajo vientre contraerse y lo jalo suavemente hacia mí mientras
pongo una rodilla sobre la cama, luego la otra, para ponerme a horcajadas sobre
él. Sus dedos separan deliciosamente mis labios mientras nuestros sexos se
acercan, se domestican, se rozan. Juego un instante con su glande haciéndolo
deslizarse sobre mi fuente húmeda y ofrecida, que él mantiene abierta.

Luego me dejo caer sobre él, por etapas, me retiro, vuelvo a bajar un poco
más lejos, un poco más profundo. Miro su sexo desaparecer poco a poco en mí.
Las sensaciones que me procura, el placer que me da el controlar la bajada, la
profundidad, el ángulo, son todos extraordinariamente divinos. La respiración de
Roman se ha acelerado, empuña mis nalgas con sus manos y las amasa, las
separa, todo esto conteniéndose visiblemente para no imponerme su ritmo.
Quiere dejar que yo haga todo. Él las toma como para contenerse, y cada vez que
al bajar toco sus muslos, los siento tensos y duros como el mármol. Todo en él
parece de piedra, de su rostro a sus músculos definidos. Mientras que yo me
siento líquida, en fusión, cerca de la erupción. Me siento como un volcán que
espera su hora y cuya lava hierve al interior, hasta el instante mágico en el que
por fin hará erupción y consumirá todo a su paso.

Desde este momento me controlo, quiero sacar el máximo partido del placer
de esta posición en la que domino todo. Me deleito con el miembro de Roman,
masivo, que me penetra, que me llena, un poco más con cada uno de mis
movimientos. Nuestras respiraciones se han vuelto escandalosas. Roman plantó
sus ojos en los míos y veo como un desafío, como una invitación para romper
todas las barreras. Entonces me muevo más rápidamente, empalada sobre su
sexo que me llena totalmente ahora, a veces bajo los ojos hacia mis senos
desnudos y blancos que se balancean al mismo ritmo que mi pelvis, y la mirada
de Roman sigue la mía, parece hipnotizada. Pero él sigue con su camisa puesta y
eso me frustra; quisiera desnudarlo pero necesito seguir apoyada en sus hombros
para dominar correctamente la penetración, para aprovechar correctamente la
maravillosa longitud de su asta, para conservar el impulso fogoso de nuestro
encuentro.

- Roman, tu camisa… jadeo.


- ¿Qué tiene mi camisa? pregunta haciendo visiblemente un esfuerzo para
comprender de qué se trata.
- ¡Quítatela! Quiero verte.

Deja mis nalgas a regañadientes y se empeña en desabotonarla. Durante ese


tiempo, continúo mi danza sobre su sexo, siento el placer subir, subir, subir…
cierro los ojos y escucho un ruido de desgarro. Cuando los vuelvo a abrir,
Roman está con su torso desnudo y su camisa yace sobre la cama. Es increíble,
distinguido y musculoso, es la encarnación de todas mis fantasías. Incluso el
moretón que tiene sobre sus costillas es sexy.

- Un pequeño combate amistoso con Nils, susurra cuando lo toco con una
mirada inquisitiva.

Luego retoma mis nalgas y las separa de nuevo. El calor de sus manos me
hace estremecer, sus dedos se crispan en la hendidura de mi trasero y lo
acarician, comienzo a perder el control, a gemir, siento un grito que se forma en
mi garganta, pero aprieto los dientes, para contenerme, para no explotar.

- Grita, Amy, me dice Roman acoplando sus movimientos pélvicos con mi


cadencia. Grita para mí. Muéstrame hasta qué punto me amas…

Me muerdo los labios, casi hasta hacerlos sangrar, sacudo la cabeza:

- No… O mejor sí… pero no vas a escucharme… porque vas a gritar


conmigo, digo entre dos suspiros sincopados.
- ¿Ah sí? sonríe respirando más fuerte todavía.
- Sí… vas a gritar para mí, Roman… Voy a hacerte venir tan fuerte que… tan
fuerte que…
- ¿Que qué? pregunta cerrando los ojos.
- ¡Que ya no se escuchará… esta música… satánica… que parece disco
rayado… con ese solo de batería! jadeo riendo.
Me besa apasionadamente y cierro los ojos, para concentrarme en mis
sensaciones, para disfrutar plenamente los torbellinos de placer que parten de
nuestros sexos soldados para inflamar mi vientre, mi espalda y hasta mis senos
de pezones rígidos y dolorosos. Me concentro en el sexo de Roman clavado en
mí, sobre las quemaduras deliciosas e insoportables que me inflijo cabalgándolo
con una alegría salvaje y primaria. Luego me abro al máximo, me levanto y me
dejo caer suavemente sobre él, envolviéndolo totalmente, para fusionarme con
él. Y repentinamente, contraigo todos mis músculos, los de los muslos, de las
nalgas, del vientre y sobretodo, sobretodo, de mi vagina. Los cierro brutalmente
sobre Roman, sobre su sexo, proyectando mi pelvis hacia él y mi cabeza hacia
atrás. Me arqueo y me aprieto contra él, arrancándole un primer gruñido de
éxtasis, ronco y poderoso que me llena de alegría.

Es el momento. El volcán retumba, la lava es expulsada, todos mis nervios


rechinan, mi sexo incandescente entra en erupción y explota en miles de estrellas
encendidas, en mi vientre, en mi corazón, en mi cabeza…

Entonces mis labios se abren y dejo subir de lo más profundo de mis entrañas
un grito de puro placer mientras que un orgasmo fenomenal se apodera de mí. Y
justo antes de abandonarme por completo, justo antes de fenecer en ese placer
indecible, veo los ojos de Roman ponerse en blanco y luego cerrarse mientras
que sus labios, imitando los míos, se abren en un grito formidable que acalla el
mío…

Luego los brazos de Roman me enlazan, me atrapan antes de que me


derrumbe y caiga, desarticulada, sobre el suelo, vacía, sin fuerzas. Roman, que
vigila, por cualquier cosa que suceda, para que pueda abandonarme por
completo. Siempre ahí. Vigilante y fuerte. Sólido como una roca, fiable e
inquebrantable, como el caballero negro de mis sueños de chiquilla.

Se deja caer sobre su espalda y me lleva con él. Me recuesto sobre su gran
cuerpo, coloco la cabeza sobre su torso. Por la ventanilla, veo desfilar las nubes
en el cielo oscuro. Acabamos de tocar el cielo a cuarenta mil pies de altura. Eso
me hace sonreír. Estoy feliz, colmada. La música se ha, por fin, callado. Ahora
sólo escucho el corazón de Roman galopar locamente dentro de su pecho. Late
para mí. Es una melodía sublime y maravillosa de la que no me cansaré nunca.
La vida nunca había sido tan bella.
- Te amo, dice en un suspiro apenas perceptible, acariciando mi espalda.
- Te amo, murmuro en eco, cayendo en el sueño.
- Copiona, masculla con una sonrisa en la voz.
34. Héroes y hombres

Esta noche en el jet será memorable: es la primera vez en mi vida en el que mi


corazón y mi cuerpo se sienten colmados al mismo tiempo. Es extraño como
todo parece diferente, más intenso, más luminoso, después de esas dos pequeñas
palabras de amor. Una vida nueva se abre frente a mí, en la que todo es posible.
He terminado con las incertidumbres, Roman me ama y Nothing Else Matters,
como diría otra persona. « Nada más importa. » Acurrucada en sus brazos,
podría ronronear de felicidad.

Después del amor, dormí, balanceándome entre el sueño y la realidad.


Recuerdo la voz de Roman murmurando palabras tiernas, su corazón que late,
tranquilo y poderoso, bajo mi mejilla, sus hombros de los que me agarro.
Recuerdo el crepitar de la ducha, el agua fresca sobre mi cuerpo rendido, las
manos de Roman que me enjabonan, el deseo que vuelve a nacer en nosotros y el
placer que nos transporta otra vez. Hay movimientos, viento también, y ruido,
las hélices del helicóptero que rugen, un soplo gigantesco que me abraza, el
calor de una frazada que me envuelve, lo mullido de un colchón bajo mi espalda.

Luego, lentamente, me despierto, me saco de las brumas del sueño. Entreabro


un ojo, estoy en una cama desconocida, inmensa, de sábanas frescas. Extiendo la
mano detrás de mí, mis dedos encuentran lo espeso de una tela tan suave que
cubre un muslo de músculos duros.

- Hola marmota, dice Roman.


- Mmm ¿mmbhbmbkjkguougbora…?
- 11 h15 , responde como si me hubiera expresado en un idioma más perfecto
que el de Molière.

Está sentado en la cama, con las piernas extendidas, con la espalda contra el
muro. Me acabo de pegar a él y me quedo perdida todavía algunos minutos,
saboreando su presencia.

- ¿Trabajas en domingo por la mañana aun cuando tienes a tu amada en la


cama? pregunto un poco más tarde abriendo trabajosamente el segundo ojo.
- Para nada.
- Mentiroso. Escucho que estás escribiendo en tu iPad.
- Mujer de poca fe. Preparo la fiesta de cumpleaños de Cameron.
- Seee… De hecho, ¿en dónde estamos?
- En mi casa. En Nueva-Orleans.
- ¡¿En serio?! exclamo saltando de la cama. ¿Estamos en tu casa? ¿Pero
porqué me dejas dormir? ¡Muéstrame los alrededores! Planearemos la fiesta para
tu hermano al mismo tiempo. ¡Soy muy buena planeando! ¡Anda, vamos, vamos,
vamos!

Lo tomo por un brazo para sacarlo de la cama, pero se rueda sobre sí mismo y
me arrastra con él, nos envuelve en las sábanas, monta sobre mí y me inmoviliza
bajo él. Después de haberme besado hasta hacerme olvidar porqué tenía tantas
ganas de levantarme, declara tranquilamente:

- Ni pienses que te puedes salvar tan rápidamente. Tal vez pudiste echar a
perder todos mis planes ultra románticos para el día de San Valentín, pero no
puedo declararme completamente vencido, y no viajé hasta Perú para nada.
- ¿Perú? ¿Qué tiene que ver Perú en todo esto?
- Si te digo: Juan Flores de Aguas Calientes, ¿quiere decir algo para ti?
- Juan Flores… repito lentamente. ¿Quieres decir: EL Juan Flores? ¿El genial
creador de joyas que venero y por quien me dejaría cortar una pierna si fuera el
precio a pagar para llevar alguna de sus creaciones originales?
- Ése mismo, en efecto, confirma Roman extendiéndome un paquete envuelto
con colores vivos. Pero como prefiero que conserves tus dos piernas, me
adelanté un poco…

Estoy tan emocionada que al principio me quedo inmóvil, sin atreverme a


abrir el pequeño paquete de listones multicolores. Lo volteo entre mis manos,
miro a Roman, al paquete, a Roman, al paquete… Me cuesta trabajo creer que
mientras yo sospechaba los peores agravios y huía cobardemente, Roman se
preocupaba todavía por hacerme un regalo. Y no uno cualquiera.

- Pero… ¿cómo recordaste un detalle tan insignificante? digo, con una voz
ahogada, conmovida. Debí hablarte de las joyas de Juan Flores hace meses,
cuando apenas nos estábamos conociendo.
- Feliz fiesta de los enamorados, querida, se contenta con responder
sonriendo.

***

Después de haberme presentado a Norah, su ama de llaves, la mujer que lo


cuidó durante su infancia entre dos filmaciones antes de que fuera enviado a
Suiza, almorzamos en la terraza, un lugar de ensueño, que se sumerge en una
profusión de plantas y de flores, endémicas o tropicales.

- Norah sería capaz de hacer brotar rosas en el desierto y naranjos en


Groenlandia, me informa Roman.

Luego me hace visitar los parajes antes de volver a Manhattan. Ya había visto,
en aquella ocasión que visité rápidamente aquí, la increíble mansión de madera
roja de columnas esculpidas, de inmensos ventanales que dan sobre el
Mississippi, pero no había visto sus parques y jardines exuberantes, no sus vastas
y claras dependencias como casas élficas, no sus bosques de árboles centenarios.
En la cocina, feudo de Norah, noto una foto enmarcada, que conozco bien. La
que tomé de Roman en Central Park, a la luz de la luna, y que le envié, con un
simple Gracias garabateado transversalmente. Por mucho tiempo me pregunté si
le habría gustado, y lo que habría hecho de ella. Me siento feliz por encontrarla
aquí. La vieja ama de llaves me dirige una sonrisa cómplice cuando se da cuenta
de que no dejo de contemplarla.

Me hubiera gustado quedarme un poco más, hay tantas cosas que ver en un
lugar tan bello. Pero debo estar en Undertake mañana y Roman estará ausente
toda la semana. Se va a Mónaco esta noche, y estará de regreso hasta el sábado.
Es muy a mi pesar que me subo al jet. Paso la mitad del vuelo admirando la joya
que me regaló. Es una pieza maravillosa, única, un brazalete anillado en oro
rojo, con un cincelado de una delicadeza inusitada. La silueta de un pequeño
gato se dibuja en su cara interna, acompañada por la sombra discreta de un
murciélago estilizado. La referencia a Batman y a Gatúbela, rediseñada con
gusto, me gusta. Más aún, me encanta. Es más original que grabar nuestros dos
nombres, y sólo tiene significado para nosotros. Un secreto de enamorados.

Y yo, como una tonta, no tengo nada qué regalarle…

Aprovecho que Roman está ocupado arreglando los últimos detalles para la
fiesta de Cameron (negándose enérgicamente a revelarme en dónde y cómo
será), para prepararle un pequeño regalo. Oh, sólo algo improvisado, pero no
quiero dejar pasar la oportunidad. No solamente por el día de San Valentín, sino
también, y sobre todo, para celebrar la declaración de Roman. Es importante
para mí. Tomo mi agenda y pienso en algunas palabras. Podría contentarme con
escribirle Te amo, sólo que es más que eso. Busco dentro de mi bolso mi
pequeña figura de Batman que es mi amuleto. Lo traigo conmigo desde hace
tantos años que sé bien que ya está bastante desgastado. Pero los héroes no
mueren nunca… Miro a Roman, concentrado sobre su iPad. Lo imagino en cinco
años, en diez años, en cuarenta años. Veo cómo sus cabellos se blanquean, su
piel se marchita, sus hombros se arquean. Luego levanta los ojos y me sonríe.
Siempre con la misma sonrisa, a través de los años, siempre la misma flama en
la mirada. Comienzo a escribir.

[Los héroes son inmortales; tú también puedes serlo, Roman, y amarme


siempre, como sé que yo lo haré. Amy.]

Deslizo el pequeño papel doblado bajo la capa de la figura. Es tiempo de que


nos separemos. Desde que Roman entró a mi vida, ya no necesito de ningún otro
amuleto más que de él…

***

De regreso a Nueva York, regreso a mi apartamento. Sibylle ya se ha mudado,


Roman estará ausente frecuentemente en las semanas que vienen, no veo pues
ninguna razón para permanecer en la Red Tower. Estaba convenido de esa
manera y no tengo ganas de quedarme en la casa de Roman sin que él esté, sería
demasiado deprimente. Al momento de separarnos, le entregué un simple sobre,
que contenía la figura.

- No lo puedes abrir antes de estar de nuevo entre las nubes, le digo al besarlo.

Nunca he sabido dar regalos.

Mi apartamento me parece minúsculo y miserable, vacío a pesar de la


devastación que reina aquí y la presencia amistosa, llena de vitalidad, de Charlie
que hace lo mejor que puede para lograr hacerme pensar en otra cosa.
Desparramada en el sofá, la dejo mimarme y prepararme un café, unas
galletitas, al tiempo que me bombardea con preguntas a propósito del carnaval.
Aprovecho para informarle que está cordialmente invitada a la fiesta de
Cameron.

- ¡Excelente! exclama, encantada ¡Jamás he asistido a una fiesta de un


multimillonario! ¿Habrán tipos guapos? Quiero decir: aparte del tuyo que,
aunque ardiente, es (supongo) una presa prohibida.
- Supones bien, digo riendo. La primera que se le acerque recibirá una patada
en el trasero.
- Lo sospechaba un poco, responde con un guiño. ¿Pero no tiene amigos?
Aunque sean la mitad de lo sexy que él es, con eso me conformaría.
- Es el cumpleaños de un niño de 9 años, no una reunión de solteros, señorita
desvergonzada.

Al ver su aspecto contrariado, agrego:

- Pero estará su mejor amigo, Malik, que no está para nada mal, y el abogado
de su compañía, Maxime, quien tiene los ojos verdes más hermosos que
cualquier hombre podría soñar con tener y quien evitó que Simon se pudriera en
un calabozo brasileño por tentativa de exportación ilegal de flora protegida.
- ¡Simon trató de sacar marihuana de Brasil? se ahoga escupiendo una galleta.
- Para nada. Sólo un pobre pedazo de corteza de un árbol endémico. Pero lo
defendió con uñas y dientes, negándose a abandonarlo en la aduana. Es un poco
a causa de eso que la situación se complicó.

Como ella insiste saltando por la emoción, le narro nuestras aventuras con
lujo de detalles, complaciéndome al verla reír y revivir nuestras peripecias que,
según ella, merecerían ser escritas en un libro. Cuando imito a Simon, con sus
cabellos rosas y su collar de flores alrededor del cuello, defendiendo como un
león su pedazo de corteza frente a la horda bárbara de agentes aduanales, ella
lanza una carcajada que le provoca incluso derramar unas lágrimas.

Gracias a ella y a su buen humor, la noche parece menos deprimente que lo


que yo había pensado que sería. Pero a pesar de los esfuerzos de Charlie para
distraerme, Roman me hace mucha falta. Y ni siquiera tengo mi iPhone para
releer sus mensajes o mirar sus fotos. Acaricio pensativa el brazalete que me
regaló. El corazón me pesa como si fuera un costal lleno de piedras.
Esto está empezando muy bien. La semana será larga…

Y de hecho, así es.

Paso el lunes con Simon y Edith, en Undertake, haciendo el resumen de las


informaciones que recolectamos. Afortunadamente, bendita sea la cloud, había
guardado toda nuestra información y nuestras entrevistas en mi Dropbox, y la
pérdida de mi iPhone, a pesar de ser muy molesta, no es del todo trágica (¡uf, mil
veces uf!). Edith está encantada, tenemos un artículo increíble. Le pido
discretamente las últimas noticias sobre Terence y me siento aliviada al saber
que sus etapas de consciencia son cada vez más largas, que se recupera con
mucha valentía y entusiasmo.

Las fotos de Simon son, como siempre, de una calidad y de una maestría
perfectas. Cuando nos encontramos solos me muestra las que le tomo a Bahia.

- Simon, le digo al revisarlas cuidadosamente, ya te lo había dicho pero te lo


repito: debiste haber sido retratista. Son simplemente sublimes. ¿Ya se las
enviaste?
- No me he atrevido, masculla sonrojándose.
- ¿Y qué es lo que esperas? ¿Qué otro venga y te la robe frente a tus narices?
Prométeme que le escribirás un correo electrónico esta noche y que le enviarás
las más bonitas. Le dará muchísimo gusto.
- ¿Lo crees?
- No, estoy completamente segura.

Nos interrumpe un mensajero que me entrega un pequeño paquete, expedido


por la Parker Company. No hay ningún mensaje que lo acompañe… pero es un
nuevo iPhone y una tarjeta SIM.

- Hay algunas que tienen suerte, masculla Simon quien mira por encima de mi
hombro para ver de lo que se trata. ¿Y, por lo menos tiene algún defecto, ese
Roman Parker?
- Tal vez, pero en este momento no hay nada que se me ocurra, confieso
conteniendo mal mi alegría. De hecho, estás invitado el sábado para la fiesta de
cumpleaños de su hermanito, con Charlie, Sibylle y compañía. ¿Podrás ir?
- Por supuesto. Llevaré justamente un súper disfraz del carnaval.
- Que no sea tu tanga y tu liguero, le sermoneo riendo. Habrá niños.
***

De regreso al apartamento, enciendo el iPhone, luego lo sincronizo con mi


computadora para poder recuperar mis datos. Todo está ahí: mis mensajes de
texto, mis correos electrónicos, mis fotos. ¡Viva la tecnología! El último SMS es
justamente de esta noche y viene de Roman. Es una breve respuesta a mi
pequeño mensaje que deslicé bajo la capa de Batman:

[Te lo prometo (mi talento para las bellas declaraciones líricas es


inversamente proporcional al amor que siento por ti…)]

No puedo evitar reír y, gracias a la presencia de Charlie quien me escruta con


una mirada divertida, me salvo del ridículo al contenerme y no besar mi iPhone.
Enseguida hago desfilar los mensajes no leídos desde la semana pasada… Son
numerosos y casi todos son de Roman quien efectivamente se estaba
deshaciendo por la preocupación por mí antes de enterarse por Sibylle que estaba
en Brasil. Tengo una vergüenza como nunca antes… Sobre todo cuando
descubro, perdida en medio de éstos, por una de esas aberraciones de las que
nuestros operadores telefónicos tienen el secreto, su respuesta a mi mensaje de
texto a propósito de Eduardo:

Yo: [Nunca me habías dicho que Eduardo te pareciera tan guapo que incluso
lo enviaste a 6000 km de mí…]

Él: [Lo hubiera enviado a Plutón si hubiera podido… ¿Podrías perdonarme?]

De golpe, comprendo mejor su respuesta animada a mi mensaje de texto


siguiente, su impertinencia que me había puesto tan enojada mientras él pensaba
que yo seguía haciendo alusión a esa broma. Hasta qué punto puedo llegar a ser
boba, a veces…

También hay correos electrónicos del trabajo, luego un primer correo de Nils
que comparte sus nuevos documentos e informaciones que ha recabado para la
investigación, un segundo que me pregunta en dónde diantres estoy ¡maldita sea!
y un tercero en donde me jura que la próxima vez que desaparezca sin avisar,
más me valdría estar seis metros bajo tierra si no quiero que él me mate con sus
propias manos. Río mucho al leer las diferentes torturas, particularmente
elaboradas e inventivas, que me promete, y me tomo el tiempo de responderle
largamente.

El último correo es de Roman quien me dice que ha leído mi manuscrito, que


le gustó, apasionadamente, y que no pensaba que se pudiera poner humanidad,
ternura y humor en un libro de vulgarización económica. Que algunos capítulos
lo inquietaron, otros lo divirtieron, y que todo lo subyugó. Sus palabras me van
directo al corazón, estoy feliz y orgullosa de haber sabido conmoverlo. Termina
señalando una incongruencia en un razonamiento del último capítulo, y
haciéndome notar algunas erratas que se me habían escapado. Lejos de
ofenderme, esas anotaciones justificadas me hacen pensar que le dedicó a mis
textos una mirada al mismo tiempo crítica y benévola.

Traigo mis correcciones y, por fin, imprimo todo en varios ejemplares que
envío a algunas casas editoriales muy bien escogidas. Sólo hay que tener
paciencia espiando mi buzón con la esperanza de una respuesta…

El resto de la semana transcurre largamente, puntuada por los regresos de


veladas ruidosas de Charlie, quien sale mucho y regresa cada vez con un tipo
diferente. Ella es encantadora y desborda una vitalidad y un desparpajo que
vuelven nuestra vida chispeante, llena de imprevistos y con un toque de
desorden. Como tiene por añadidura una forma muy expresiva de hacer el amor
y que la separación entre nuestras dos recámaras es muy delgada, invertí en unos
buenos tapones para los oídos.

- Me disculpo por el escándalo, dice al mismo tiempo avergonzada y divertida


al alcanzarme una mañana en la mesa del desayuno. No sabía que era tan
ruidosa.
- ¿Perdón? respondo aún no despierta del todo, habiendo escuchado la mitad
de lo que me decía.
- Decía: ¡siento mucho el escándalo! grita inclinándose hacia mí para sacar de
mi oreja un tapón verde fluorescente que había olvidado quitar al levantarme.

Doy un salto sobre mi silla y el segundo tapón salta también para aterrizar
sobre mi pan con mermelada, a dos centímetros de mi taza de café. Charlie se
aleja con una carcajada contagiosa que nos deja a las dos sin aliento.

***
Roman, fiel a su costumbre, no da ninguna señal de vida, pero eso ya no me
inquieta. Podría reprochárselo, hostigarlo para que cambie, pero prefiero que
conserve su espontaneidad. Al menos, cuando recibo un mensaje suyo, sé que no
es porque se sienta obligado, sino porque realmente tiene ganas. Eso vuelve sus
detalles aún más preciosos…

Y luego, el sábado tan esperado llega por fin. Roman me aconsejó que me
pusiera ropa cómoda, práctica y caliente, y le pasé la consigna a Simon, a
Charlie y a Sibylle que están como yo, vestidos con pantalones de mezclilla,
suéteres y chamarras. Alineados en fila sobre la acera, esperamos el Bentley que
debe conducirnos a la fiesta, de la que ignoramos todavía la locación, y porqué
debemos llevar ropa de este tipo.

Estoy nerviosa, tengo prisa por volver a verlo y tengo miedo de no estar a la
altura con Cameron y Sydney. Deseo desesperadamente que todo salga bien. E
incluso más que bien. Quiero quererlos y que me quieran de regreso. Sé que
Roman se siente responsable por ellos, como para paliar las ausencias de Jack, y
no tengo la menor duda acerca de sus motivaciones. Pero no puedo evitar volver
a ver la mirada tierna de Sydney sobre él, su figura irreprochable, su rostro
magnífico.

Roman la considera casi como una hermana, pero ella, ¿cómo lo ve? Estoy
impaciente por conocerla, realmente, y sin dejar de pensar mal, ¿pero ella? ¿Ella
querrá conocerme? ¿Querrá que nos llevemos bien? ¿O sólo seré para ella una
rival, la chica que abatir? ¿Amiga o enemiga?

La cereza del pastel, Leila, la hermanita de Malik, también está invitada. Y no


está por demás decirlo, sé que tiene por Roman una adoración que no tiene nada
de inocente. Está enamorada de él desde hace mucho tiempo y no lo esconde.
Nuestro encuentro hace cuatro meses me hizo comprender claramente que ella
no quería renunciar a él tan fácilmente.

En resumen, me alisto para pasar el día con dos mujeres de belleza


asombrosa, dos rivales potenciales de cualidades innegables, y me siento como
si fuera a precipitarme a la arena, en medio de las bestias, con la sonrisa en los
labios y una flor en el fusil. Esto promete…
35. ¡Más rápio!

Debo admitirlo: desde donde estoy la vista es espléndida. Los rayos del sol
iluminan la estructura metálica. Las calles serpentean allá abajo como líneas
difusas, como si fueran guirnaldas de asfalto para decorar el campo con adornos
de una fina capa de nieve. En verdad se tiene que ser muy exigente para no
admirar este panorama. Haciendo un movimiento con la cabeza, intento abrir mi
bufanda que a cada momento cae sobre mi frente y me oculta este paisaje. No
me atrevo a utilizar las dos manos por miedo a soltar los brazos del asiento y
caer como una piedra. Roman me espera abajo pero no estoy segura de que logre
atraparme si caigo desde ciento veinte metros de altura.

– ¡Wow! ¡Es simplemente genial! ¿No, Amy?, exclama Cameron a mi


derecha con todo el entusiasmo de sus nueve años y con el cabello literalmente
de punta.
– Es fantástico, balbuceo petrificada de miedo, soplando en mi bufanda que
insiste en taparme los ojos.
– ¡Es como si tuviéramos al sol a nuestros pies! ¡Y el piso sobre nuestra
cabeza! ¡Este es el mundo al revés!
– Genial, murmuro con una sonrisa nerviosa, mientras siento que toda la
sangre del cuerpo me sube a la cabeza.
– ¡Mira! ¡Mamá y Roman nos están saludando! ¡HOLAAA! grita para
contestarles, haciendo grandes movimientos con los brazos, sin tener ningún
cuidado.
– Cameron, digo gimiendo. No te muevas tanto, sino vas a hacer que nos
caigamos…
– Claro que no, ¡no tengas miedo!, responde riendo. Hice una presentación
para mi clase acerca de las montañas rusas más grandes del mundo y las medidas
de seguridad no…
– ¡AH! grito sin poder evitarlo, aterrada, mientras el vagón hace un
movimiento brutal.
– Creo que volverá a empezar, diagnostica Cameron con una calma de
científico, sonriendo y girando hacia otro juego mecánico que se ve tan grande
como una montaña.
– No tan rápido, gruño agarrando con todas mis fuerzas los brazos del asiento,
a punto de romperme los dedos.
– Yo pedí que hicieran una pausa en la parte más alta, me confiesa muy
orgulloso. Quería tomar algunas fotos. Pero olvidé mi cámara allá abajo, ¿qué
tonto soy, no?
– No te preocupes, lo tranquilizo intentando no ceder a las ganas de ahorcarlo.
Me encanta jugar a los murciélagos, colgada de cabeza, a ciento veinte metros de
altura.
– Puedes tomar mi mano si tienes miedo, me propone Cameron, como si fuera
un adulto.
– Gracias, digo divertida por su actitud seria, apretando su pequeña mano con
mis dedos helados. ¡Te lo agradezco! grito de nuevo cuando el vagón cae a toda
velocidad otra vez entre las nubes, después de un movimiento vertiginoso.

Tres minutos más tarde -los minutos más largos de mi vida- estoy sentada
sobre una barda de piedra, al pie de un árbol, con las piernas temblorosas y la
respiración entrecortada. Pensé que mi corazón se iba a detener en el camino.
Roman, más guapo que nunca con su pantalón de mezclilla y chaqueta negra,
intenta tranquilizar la emoción de su hermano menor que salta por todos lados
mientras cuenta cómo la pasamos, imitando mis gritos y mis caras de pánico. Es
más real que cómico pero no puedo evitar, con muy mal humor, protestar para
decir que yo no lloriqueaba tan fuerte. Digo, uno tiene dignidad…

– ¿Nos subimos al tren fantasma, Amy? me pregunta Cameron, ardiendo de


energía, jalándome de la manga. ¿Sí? ¿Vienes? ¿O prefieres las montañas rusas
gigantes?
– Ehhh… digo dudando, todavía completamente mareada por mi experiencia
en los cielos y con el estómago a punto de devolver lo que comí.

Afortunadamente, Roman viene a rescatarme y le explica con una gran


sonrisa:

– Cuando una persona tiene la cara verde, como Amy, significa que deben
quedarse en tierra firme y descansar. En cuanto Amy haya recuperado su bello
rostro bronceado, podrás pedirle que juegue contigo.
– No está completamente verde, constata Cameron, haciendo una mueca de
duda, como si sospechara que estoy fingiendo.
– Es lo suficientemente verde como para necesitar un poco de descanso,
créeme, responde Roman riendo (y esa risa, grave y cálida, me provoca
escalofríos en todo el cuerpo). Pero si quieres yo te acompaño.
– ¡Oh, seee! ¡Súper! ¿No te molestas si te dejo, Amy?, me pregunta
preocupado.
– No hay problema, diviértanse, digo, feliz y conmovida por su atención, pero
tranquila de saber que escapé a más piruetas en el aire.
– ¿Estarás bien? me pregunta Roman acariciándome discretamente la nuca y
guiñándome el ojo.
– Claro, afirmo con seguridad. Tómense su tiempo…

Sydney y yo los miramos alejarse y perderse entre algunos grupos de niños


desperdigados en los pasillos empedrados del parque de diversiones. Romar
carga a Cameron con facilidad e incluso hace una especie de galope que sacude
al niño como si fuera una muñeca de trapo, provocándole gritos de felicidad y
risas. Parece que los dos se están divirtiendo y esta escena me recuerda a Roman
en Navidad, con mis sobrinos. Le encantan los niños. Eso me da ternura y me
conmueve.

Otro punto a tu favor, Roman Parker…

Roman rentó todo el parque de diversiones, con todo y personal, sólo para el
cumpleaños de Cameron que invitó a sus amigos con los que ríe y corre de un
lado a otro en las quince hectáreas. Hay un gran bufet bajo la carpa de circo
donde están reunidos algunos de mis amigos y de Roman. Jack todavía no se ha
dignado a aparecer, a pesar de las llamadas constantes de Roman que empieza a
poner a prueba su paciencia. Cameron mira a veces a la multitud buscando algo,
pero no hace ningún comentario. Está acostumbrado a que su padre le haga
falsas promesas y, aunque seguramente eso lo pone triste, intenta no demostrarlo.
Creo que este niñito es muy valiente.

El clima es perfecto, frío y soleado. El ambiente está muy feliz. Todos los
invitados, tanto chicos como grandes, se divierten con locura disfrutando las
decenas de juegos mecánicos. Sin mencionar los puestos de juegos y otras
atracciones: el palacio de los espejos, la pista de carritos chocones, el toro del
rodeo mecánico, el tiro al arco, la pesca de tesoros, las carreras en sacos de
patatas, el teatro de marionetas, las baladas a caballo, los payasos… ¡Este lugar
es extraordinario! Parece como si todos los adultos volvieran a ser niños.
– Es increíble cómo se parecen, digo mientras abordan un barco pirata.
– Cameron admira tanto a Roman que imita todo lo que hace, responde
Sydney sonriendo. De hecho lo sorprendí un día practicando frente al espejo.
– Sí, dice un poco triste. A veces parece que él es su padre…
– Oh… murmuro incómoda, sin saber qué decir.
– Discúlpame, dice suspirando. No es problema tuyo. No debería contarte
esto. Dije una tontería, lo siento.
– No me molesta, aseguro sinceramente.

Ya no sé muy bien qué hacer para decirle que creo que ella es muy simpática
y que me agradó desde la primera vez que hablamos, cuando Roman nos
presentó, hoy en la mañana. Parece ser muy humana y reservada, pero sincera y
transparente. Sólo tiene cinco años más que yo y, a pesar de ello, me intimida. Es
como si ya hubiera vivido dos o tres vidas mientras yo me quedé bloqueada en la
adolescencia. Mis dudas y mis miedos respecto de ella se evaporaron como el
hielo bajo el sol. Creo que es divinamente hermosa con su piel color chocolate,
sus ojos color almendra, su cabello corto como de hombre… y el cariño que
siente por Roman es evidente. Pero el lazo que los une es claramente inocente.
Los dos se llevan como si fueran amigos, como hermanos que estuvieron mucho
tiempo separados y que no saben cómo comunicarse. Ella me lanza una mirada
dudosa antes de seguir:

– En verdad pensé estar enamorada, sabes. Jack era… mi ídolo. De hecho, yo


sólo era demasiado joven y estúpida, dice levantando los hombros. Ingenua
también, sin duda. No había planeado tener hijos tan joven. Quería cambiar de
vida y escapar del gueto. Esperaba hacer una carrera de cine porque no era lo
suficientemente brillante como para tener una beca para pagar mis estudios. Y
luego, un día, quizá uno de los preservativos se rompió o más bien olvidamos
ponérnoslo, no lo sé. El punto es que quedé embarazada. Y finalmente es lo más
hermoso que me ha pasado.

Con un movimiento fluido, se levanta de pronto de la barda donde estamos,


mientras sacude su pantalón de mezclilla perfectamente ajustado. Con sus botas
de cuero y su camisa a cuadros, podría posar para alguna publicidad de Levi’s.
En cambio yo, aunque tuviera el mismo atuendo, parecería un leñador. Sydney
es grande y delgada como una liana. Todo se le ve bien y camina con una gracia
resplandeciente. Si hubiera trabajado en el cine seguramente habría roto la
pantalla con tanta belleza.
– Como sea, estoy feliz por Roman, dice cambiando bruscamente de tema.
Nunca lo había visto enamorado. De hecho llegué a pensar que era como una
piedra ante ese tipo de sentimientos. Pero ahora se está dejando llevar, concluye
sonriéndome enormemente.

Caminamos por los pasillos mientras conversamos. Me siento contenta y


tranquila de que nos la estemos pasando tan bien. Hay una vocecita en mi
interior que no puede evitar susurrarme que me sentiría más feliz su Sydney no
fuera soltera. Entonces, sin ningún plan, empiezo a caminar hacia el joven y
célebre pintor, Volodia Ivanov. Recuerdo cuando estuvimos en Soho, durante la
inauguración de su exposición invernal. Volodia se comportó conmigo
sumamente amable y atento mientras yo, como siempre, arruiné las cosas
admitiendo que no me gustan sus cuadros demasiado abstractos. Ahora está
parado con las manos en la espalda, a una distancia prudente de un asno que
rodea y observa, muy interesado, mientras el animal, amarrado a un árbol,
mastica tranquilamente su heno. Pronto llega con ellos Nils que devora con
muchas ganas una enorme manzana acaramelada roja y brillante. Roman y yo
presentamos rápidamente a nuestros amigos unos con otros, conforme iban
llegando, pero la impaciencia de los niños era tan grande que apenas pudieron
intercambiar un « qué tal » rápido antes de que los padres, los animadores y los
invitados tuvieran que moverse para acompañar a los niños a los diferentes
juegos mecánicos. De hecho, todo mundo se conoce mejor cuando coinciden en
alguna de las atracciones. Hoy es un día maravilloso.

Cuando alcanzamos a Nils y a Volodia, éstos están en plena conversación


bastante surrealista acerca de la posibilidad de hacer de este asno, con el fondo
de la rueda de la fortuna y el palacio de los espejos, una obra maestra del arte
contemporáneo. Volodia, con su pantalón de terciopelo y su chaleco de lana, se
ve más delgado, ligero y aristócrata que nunca, junto al imponente cuerpo de
Nils. Éste, con su pantalón café, su playera blanca y chaqueta de cuero, parece
más un vidente que un ex policía, con sus modos rudos, su barba de tres días y
su espesa cabellera rubia con trenzas minúsculas.

– Es un tema original, contesta Volodia, lanzando al asno un pedazo de pan.


Con el trato adecuado, una mezcla de collages y de acuarela, quizá, las galerías
se lo arrebatarían.
– Mmmm, sí, responde Nils con una mueca incrédula después de haber
tragado dos bocados de su aperitivo. O podría ser un buen salchichón sazonado
con algunas hierbas.
– Nils es peor que un ogro, confiesa Sydney mientras nos acercamos. No
conozco a otra persona que coma tanto como él. Junto a él, Shrek parecería un
elfo anoréxico.

El interesado voltea hacia nosotras y responde levantando los hombros:

– Cada quien con sus talentos. Tengo tanto talento artístico como una piedra
pero como me gusta comer, cocino muy bien.

Sydney le responde con una sonrisa, con ese brillo en los ojos que dice « ¡tú
me agradas! », y me arrepiento de haber hecho que se conocieran. Sibylle corre
el riesgo de no perdonarlo, aunque me asegure tener una buena razón y aunque
sepa que nunca habrá nada entre ella y Nils. Debo confesar que yo pensaba que
la seducción innata y el renombre internacional de Volodia la conquistarían ya
que ella está haciendo sus estudios de arte, con Roman. Eso lo pensaba antes de
darme cuenta de que el encanto de Nils, sin pensarlo, parece hacer que las
mujeres pierdan la cabeza.

– Oh, ¿un hombre que cocina? dice Sydney. Y además francés. ¿Sabes
cocinar todas las especialidades de tu país?
– La mayoría, responde Nils, fríamente, sin darse cuenta del cumplido que le
hace al proponerle una cena.

Luego se hace un silencio durante el cual maldigo a Nils, a su belleza


maleducada, a su eterna indiferencia y a su vulgaridad involuntaria. Se termina
su manzana, sin que se dé cuenta de la incomodidad de Sydney y luego se
arrodilla para acariciar la cara del asno y luego le da lo que queda de la manzana.

– Roman me dijo que te interesaba el arte, dice Volodia a Sydney, con su voz
tierna y su adorable acento ruso.
– Sí, dice, desconcertada de no haber logrado seducirlo y dejando de mirar a
Nils. Incluso asistí a varias de tus exposiciones, gracias a sus invitaciones, pero
no había tenido la oportunidad de conocerte. Me gusta mucho lo que haces,
continúa diciendo tímidamente. Es… ¡revolucionario! ¿En qué estás trabajando
ahora?
– En un tríptico, hecho con acuarela o tinta china, que evoque lo fundamental
del amor…

Tranquila de saber que Volodia supo manejar la situación, me esfumo


discretamente para dejarlos conocerse mejor. Mientras tanto, Nils desapareció y
Charlie viene conmigo:

– ¡Esta fiesta está de locos! exclama riendo, casi sin respirar y con las mejillas
enrojecidas por el frío y por la emoción. ¡Todos se divierten como niños! Sibylle
y la chica con la que vive, Julia, ya se subieron a todos los juegos mecánicos al
menos dos veces. Simon ponto estará indigesto de comer tantos hot-dogs y yo he
conocido a varios chicos guapos.
– Qué bueno. ¿Has visto a Leila últimamente? pregunto, preocupada,
buscando a Roman con la mirada.
– ¿Cómo? se sorprende Charlie, visiblemente desconcertado por mi falta de
entusiasmo y mi brusco cambio de tema. ¿La hermana de Malik?
– Sí.
– ¿La morena hermosa que parece salir de un cuento de Las Mil y Una
Noches?
– Sí, repito molesta. La que siempre intenta seducir a Roman.
– Ah, sí… No, no la he visto… ¿Por qué?
– Por nada, suspiro intentando no mostrar los celos que me atormentan cada
vez que pienso en Leila.
– Sabes, me dice Charlie de pronto extrañamente seria. En verdad no tienes de
qué preocuparte. Roman sólo tiene ojos para ti. Por cierto, creo que ya es tiempo
de que me lo presentes de verdad.
– Pero… ya lo conoces, digo sorprendida.
– De hecho no. Sólo lo vi rápido una noche, cuando te robó a la príncipe azul
con tu caja de té. Y hoy lo he visto mucho (lo siento, pero es muy guapo y no lo
puedo evitar) pero él ni siquiera sabe que yo vivo contigo y me ignora por
completo. Al igual que a todas las chicas.
– Te perdono, respondo riendo. No es tu culpa. Es guapísimo y absolutamente
irresistible.
– Como sea, eres muy afortunada, dice suspirando. Me gustaría mucho que un
hombre me mirara como él te mira, como si yo fuera la única mujer en la tierra y
la octava maravilla del mundo, como si para él sólo existiera yo. Parece un
arqueólogo frente a la reencarnación de Nefertiti.

La comparación me hace reír pero las palabras de Charlie me llegan directo al


corazón. Tiene razón: soy extremadamente afortunada.

– No dudo de Roman, digo más tranquila. Es sólo que… me enoja ver a esa
mujer coquetearle y seducirlo. En verdad, excepto por Nils que es inmune al frío,
todo el mundo está vestido como esquimal, con abrigos y gorros, menos ella que
se luce con su vestido Louis Vuitton y ¡su escote provocador! Está temblando de
frío desde la mañana pero se niega a ponerse un abrigo. No puedo entender
cómo no se le han congelado los pies. ¡Tengo ganas de estrangularla con su
mascada Hermès de princesita!
– Oh, si sólo es eso… dice Charlie despreocupada. No te preocupes: Si, para
cuando acabe el día de hoy, no se ha convertido en un cono helado, podremos
secuestrarla y encerrarla en castillo del terror. O podremos darla como comida
para los asnos.
– ¿Para los asnos?
– Uno de ellos mordió a Simon. Parece que tienen dientes fuertes.
– Ok, digo riendo. Me gusta lo de los asnos.
– Bueno y, regresando a cosas serias, creo que hice química con Maxime.
– ¿Con quién? Pregunto otra vez distraída, intentando encontrar a Roman en
medio del parque de diversiones.
– El abogado de tu novio, el de los ojos verdes hermosos. ¿Sabías que es
sordo?
– ¿Perdón?
– Sí, sordo, como… sordo. No escucha. Un poco como tú en este momento
sólo que en él es permanente. Tiene un aparato para escuchar, pero no se nota
porque lo tapan sus hermosos rizos castaños que enmarcan su rostro.
– No, no sabía… respondo verdaderamente sorprendida. Pero ahora que lo
mencionas… recuerdo que a veces habla muy fuerte o muy bajo. La verdad
nunca me habría dado cuenta.
– En fin, eso es lo de menos. Lo que quería decirte es que obviamente está
guapísimo y esta noche no pienso regresar sola a casa.
– Eres increíble, digo riendo.
– No tanto como tú, contesta con una voz seria mientras unos brazos fuertes y
tiernos me rodean.
– ¡Roman!
– En persona.
– ¿Dónde dejaste a Cameron?
– Me suplieron, dice señalando de lejos a Volodia que jala con dificultad
detrás de él un asno desobediente que trota torpemente y que trae cargando a
Cameron y a uno de sus amigos, muy contentos. A cada paso del animal, los
niños se sacuden como trapos de un lado a otro y se toman torpemente de donde
pueden: de la cresta, de las orejas…

Me volteo hacia Roman para besarlo. Siento como si no lo hubiera hecho


desde hace siglos. Tuvo que irse al otro lado del mundo toda la semana y los
pocos instantes que le he robado desde que regresó, hoy en la mañana, no son
suficientes para mí. Lo extrañé mucho. La fiesta es maravillosa pero sólo tengo
ganas de algo: estar a solas con él. El calor de su boca contrasta agradablemente
con el frío que nos envuelve y se propaga rápidamente por el resto de mi cuerpo.
Como siempre, sólo con tocarlo siento que ardo y me pego más a su cuerpo,
olvidando todo lo que nos rodea. Sólo él importa ahora. Su mano sobre mi nuca,
su lengua que acaricia la mía, su rodilla entre mis piernas…

Cuando se aleja de mí, me siento tan sofocada como si acabara de correr cien
metros. Intento regresar a mi estado natural mientras ajusto mi suéter que se me
subió hasta la cintura, mientras Roman mira a Charlie, intrigado:

– ¿Ya nos conocemos? le pregunta amablemente.


– Sí, velozmente, afirma. Comparto el apartamento con Amy.

Roman la mira de la cabeza a los pies, de una manera que me pone incómoda.

– ¿Entonces tú eres Charlie? dice al fin con una sonrisa deslumbrante.


– Eh, sí, soy yo, responde sin poder evitar sonrojarse y moverse para echarme
una mirada nerviosa.
– Excelente, murmura Roman, como para él mismo, sin que yo entienda qué
significan sus palabras.

Bueno, ya, ¿qué es todo esto? ¿Le gustó mi amiga o qué?

El silencio se hace eterno e incomoda a Charlie que cambió a rojo carmín.


Roman no deja de mirarla… y luego empieza a reír. Charlie está casi tan
sorprendida como yo.

– ¿Nos perdimos de algo? pregunto, molesta pero intentando parecer


agradable.
– Lo siento, dice controlándose para seguir, intentando ponerse serio. Es solo
que… pues, ¡Charlie es mujer!
– Qué observador eres, replica Charlie divertida.
– Sí. Tienes suerte de que me haya dado cuenta a tiempo, dice sonriente. Si
no, quizá no huera resistido a la tentación de ofrecerte un trabajo en Melbourne o
en algún lugar en el próximo vuelo a Plutón.

Sus últimas palabras dejan a Charlie más sorprendida pero yo me estoy


aguantando la risa. Vuelvo a recordar a Eduardo quien, en un arranque de celos,
se fue a París, lejos de mí, con el pretexto de que pensaba que era demasiado
guapo y amable.

– De hecho, le digo después de haber explicado la broma a Charlie. Para tu


información: que el tirano trabajador doméstico sepa que Eduardo estaba más
interesado en tus hermosas nalgas que en las mías.

En este momento Charlie ríe a carcajadas al verlo llevar las manos


instintivamente a sus nalgas, muy preocupado.
36. Los Parker, padre e hijo

Cuando cae la noche, los niños regresan a sus casas y nuestros amigos
cercanos están invitados a cenar en la Red Tower. El cocinero y el repostero se
lucieron. Los platillos están deliciosos y el pastel de cumpleaños es una
verdadera obra de arte. Es una pirámide gigantesca de chocolate, con una
cubierta dorada y un faraón de azúcar que reina orgullosamente en la punta.

– Cameron está en plena etapa egipcia, me confiesa Roman, poniendo nueve


velitas en forma de cruz Ankh, el símbolo de la vida. Es mejor que los
dinosaurios. Para sus ocho años, tuve que suplicar a todos los reposteros del país
antes de lograr que alguno aceptara hacer un diplodocus de pan dulce con
merengue de crema batida. La bestia parecía una cruza de perro salchicha obeso
con una jirafa. Fue una catástrofe.

Me río al imaginarme ese pastel y me paro sobre la punta de los pies para
besarlo en la comisura de los labios. Una ola de amor me infla el pecho. Se ve
tan guapo con su cabello negro despeinado, sus dedos espolvoreados con azúcar
glas y su concentración para acomodar las velitas.

La noche pasa casi sin dificultades. Hay un buen humor general. Nils prueba
con emoción todos los platillos; Malik aprovecha que Nils tiene la boca llena
para molestarlo sin que éste pueda protestar; Volodia, Simon y Sydney hablan de
arte, fotografía y pintura; Charlie seduce a Maxime; Sibylle y Julia admiran la
vista desde el Hudson River, mientras hablan en voz baja; Leila estornuda, tose y
se suena la nariz cada dos minutos. Hace berrinche desde que Roman, frente al
puesto de algodones de azúcar, le dio un paquete de pañuelos y le aconsejó, con
el mismo tono fraternal que utiliza con Cameron, que se pusiera un suéter sobre
su « baby doll »:

– ¿Dije algo que no debí? me preguntó, avergonzado, después de que ella


tomó de mala gana el suéter de cuello alto que Roman le dio amablemente.
– No, no, está perfecto, respondí, sonriendo al ver su inocencia.
El único problema durante la entrega de regalos fue cuando Cameron, al darse
cuenta de que Jack vendría, se negó a abrir los regalos:

– No, esperaré a paaaapá, se obstina, bostezando cuando Sydney le propone


empezar sin él. Dijo que esta vez no lo olvidaría. ¡Lo prometió!

Roman, que está cada vez más molesto por la ausencia de Jack, y sin
embargo, no le sorprende esta situación, intenta llamar de nuevo a su teléfono.
Todas las veces sólo contesta la grabadora y Roman deja mensajes cada vez más
breves y tajantes. Sydney parece estar triste y resignada; Volodia la toma de la
mano gentilmente y ella le regresa una sonrisa débil. La quinta vez que llama, al
ver a Cameron, cansado, comer sin ganas la última parte de su pastel, Roman
arde de coraje pero hace un esfuerzo evidente para estar tranquilo.

– Oye, Tutankamón, dice sacudiendo suavemente al niño que lucha por no


quedarse dormido. Jack acaba de llamar y no podrá venir esta noche. Pero no lo
olvidó. Te desea un feliz cumpleaños. Me dejó tu regalo por si esto pasaba.

Cameron, que ya empezaba a cerrar sus ojos cansados, empieza a llenarse de


lágrimas al saber que su padre no estará una vez más pero las contiene
valientemente:

– ¿En verdad? ¿No lo olvidó?


– En verdad. Mira, es ese gran paquete azul, junto al del moño verde.

Sydney murmura un gracias en su oreja, mientras Cameron, de pronto más


animado, corre a desenvolver sus sorpresas. Sobre el paquete que dice Jack,
reconozco la letra de Roman. Él sabía que no vendría y previó esta situación
comprando un regalo por él...

También es gracias a este tipo de detalles que estoy orgullosa de ti y te amo,


Roman Parker…

Aprovecho que Cameron monopoliza la atención general para ir hacia Roman


y robarle un beso, que me devuelve con más amor.

***
La noche termina tarde, mucho después de que Sydney acuesta a Cameron en
la cama de Roman. El niño, olvidado por su padre, se apoya desesperadamente
de su hermano mayor y se queda dormido, vestido con una de sus playeras y con
la nariz clavada en la almohada. Leila se durmió en el pequeño sofá al fondo de
la sala y Nils la tapó con un cobertor de lana. Su atención y la delicadeza de sus
movimientos me sorprendieron.

Como todos tomaron una buena cantidad de alcohol, Roman propone que se
queden a dormir aquí. Adiós cara a cara sensual. Adiós noche de amor. Eso es lo
que pensé decepcionada –pero también contenta de estar rodeada por personas
que él y yo amamos-. Los miro a todos, casi son como una segunda familia no
muy cercana pero que se construye poco a poco. Con forme Roman se
desenvuelve con sus amigos, descubro su mundo que se mezcla con el mío y las
cosas se ponen en su lugar. Avanzamos juntos tomados de la mano…

Todos se organizan para distribuirse en las habitaciones y encontrar lugares


improvisados dónde dormir. Maxime es el único que regresará a su casa, a pie, a
pesar de la hora. Dice que le gusta caminar en la noche.

– Tiene novia, suspira Charlie, triste, levantando los hombros. Y además es


infiel… Estoy casi segura.
– Pobre chiquilla, la molesto. Estás condenada a dormir sola.
– La lose… ni un alma piadosa para darme calor resta noche, se queja
mirando al cielo. A Maxime lo cazaron, Volodia no es mi tipo, Simon tampoco y
de todos modos está loco por la brasileña, Cameron es muy joven, Malik es
demasiado amable y serio, y Nils es… Nils. Guapo como un guerrero bárbaro,
pero cerrado y frío como una caja fuerte de un banco. En resumen: solo queda…
– Ni lo sueñes, la interrumpo riendo. Roman no es una opción si quieres
seguir viva.
– Pff… ¡Qué envidiosa eres!, se lamenta cómicamente.

Sin muchas ganas, va con Sydney a una de las habitaciones para visitas
mientras que Malik, Simon y Volodia ocupan la segunda. Subylle y Julia se
apropian del gran sofá de la sala y Nils desapareció no sé dónde con un cojín y
un enorme cobertor de plumas bajo el brazo. Roman y yo tenemos que compartir
nuestra habitación con Cameron que se despertó con todo el movimiento y que
pide a gritos desesperados ver a su hermano. Quiere dormir con él pase lo que
pase. Después de algunas negociaciones, acepta darme su lugar pero se roba la
almohada de Roman y se acuesta hecho bola en un cobertor, sobre un puf
gigante que jaló para que esté junto a la cama. Sydney me hace una seña de
disculpa antes de irse a su recámara. Yo le hago un gesto de O.K., aunque no
puedo evitar pensar que la noche será larga…

Esta vez ya se esfumaron los cariños. Seis días sin ver a Roman y ahora tengo
que compartirlo inocentemente con un niño de nueve años.

Roman, cansado por su semana de locura, se resigna de muy buena gana a


pasar una noche casta y se duerme rápidamente. Su mano sale de la cama para
tomar la de Cameron. La imagen es conmovedora y esta ternura me hace sonreír.
Me acurruco en él, feliz, orgullosa y… ¡terriblemente frustrada!

Después de una semana de no vernos, obviamente será imposible que yo


duerma junto a su cuerpo suave y cálido y la tentación más salvaje. Doy vueltas
y vueltas en la cama.

– Amy, está durmiendo, murmura Roman que pensé que ya estaba dormido.
Me estás volviendo loco con tus frotes en mi cuerpo….

Me quedo quieta, intentando calmarme, y empiezo a contar ovejas, a pesar de


que sé que es una técnica ineficaz contra el deseo. Cuando escucho que se hacen
más fuertes los ronquidos característicos e increíblemente ruidosos de Malik, ya
no aguanto más. Me levanto silenciosamente para ir a tomar algo y relajar las
piernas. Me pongo el gran suéter de Roman que está sobre el sofá. Al atravesar
la sala, veo a Sibylle y a Julia, profundamente dormidas y entrelazadas sobre el
sofá. De hecho se ven abrazadas tan tiernamente que de pronto me pregunto
cómo será realmente su relación…

Después de haber vaciado mi tercer vaso con leche y más despierta que
nunca, me pongo un cobertor sobre los hombros y subo a la terraza que está
dividida en dos partes: una al aire libre que está reservada para los helicópteros,
la otra está techada y es un jardín zen de piedras y grava de colores. Las paredes
están decoradas con madera exótica, los pasillos tienen letreros pintados de
bambú. En este momento, uno de ellos se balancea de manera peligrosa al ritmo
agitado de gemidos sofocados y de suspiros apasionados…

De inmediato doy marcha atrás sobre la punta de los pies (no, no quiero saber
quién está pasando un buen momento allá atrás…) cuando, de pronto, ¡El letrero
se cae! Me quedo como estatua en mi lugar y casi me encuentro de frente con
unas nalgas de hombre. Unas nalgas muy bellas, carnosas y musculosas, que la
luz de la luna hace ver mejor. Pero esto no es para mí una opción.

Retrocedo poco a poco, lo más discretamente posible, para alejarme de la


pareja, que no se desconcentró con el desorden y que no se dio cuenta de mi
presencia. La espalda larga, la fuerza colosal y los hombros tatuados del hombre
dicen todo sobre su identidad: es Nils. En cuanto a ella, no puedo verla ya que el
cuerpo imponente de Nils me tapa la vista. En la obscuridad puedo distinguir que
sus piernas son delgadas, pues las tiene enrolladas a su espalda. Sus brazos no
tienen vellos y sus manos están entrelazadas a la nuca de Nils, mientras la
penetra contra la pared.

Veinte segundos después, bajo rápidamente las escaleras para regresar a la


habitación, confundida, avergonzada pero también excitada. La parte alta de mis
muslos está húmeda y caliente. Como corro apresuradamente, me golpeo
fuertemente con un cuerpo terriblemente duro y estoy a punto de caerme en las
escaleras.

– ¡Eh! exclama una voz conocida mientras sus brazos fuertes me atrapan en el
camino. Te estoy buscando por todos lados desde hace diez minutos.
– ¡Roman! digo jadeando, apretando mi cuerpo contra su torso desnudo.
Tengo ganas de ti. ¡Te necesito! Ahora mismo, ¡por favor!

Roman no se hace del rogar. Bajamos tres escalones, entramos al vestidor y,


sin decir ni una palabra, me recargo en la pared, entre los abrigos de invierno,
abro las piernas y dejamos que nuestros cuerpos se encuentren, se amen y se
reconcilien después de esta interminable semana separados. Roman me provoca
un orgasmo rápido y brutal que nos lleva hasta las estrellas.

***

A las 9 de la mañana del día siguiente, con un poco de resaca, cada quien se
las arregla con dificultad para llegar hasta la mesa del desayuno. Todos
parecemos un robot que despertó mal. Excepto Malik que ya tomó una ducha, se
rasuró y se vistió con un traje impecable y Roman fue a correr con Nils desde
hace una hora. Cameron devora su cereal de chocolate con su traje de faraón y su
cetro en la mano. Volodia prepara pan tostado con mermelada para todos. Yo
intento adivinar quién estaba con Nils en la noche: Sydney, Leila o Charlie. Pero
me fatigo demasiado mirando sus manos para intentar descifrar su rostro, su
voz… ellas guardan el secreto celosamente.

Creo que yo sería muy mal detective. Tendré que resignarme a no saber
nunca el final de esta historia… y creo que finalmente es mejor así. Durante un
momento ya me costaba mucho trabajo poder mirar a Nils a los ojos…

La llegada inesperada de un invitado sorpresa me saca de mis pensamientos


de un segundo plan.

Roman y Nils apenas regresan de correr, empujándose con buen humor en la


entrada. Roman se ve radiante y se ve un poco más cansado que Nils que se ve
como si nada hubiera pasado.

– No soy un maldito perro de carreras, dice molesto quitándose los zapatos.


Pero podemos hacer la revancha cuando tú quieras.
– Eso nunca, responde Roman quitándose la playera. Todavía tengo las
marcas de la golpiza que me diste la semana pasada.

Como está muy entretenido discutiendo con Nils, no se da cuenta de que seis
pares de ojos femeninos miran con interés goloso la manera en que se quita la
playera y que deja ver su vientre plano con el abdomen súper marcado, su color
bronceado y, efectivamente, todavía manchado con algunos hematomas. Creo
que la temperatura subió diez grados en esta habitación y el termómetro sube
más cuando Nils hace lo mismo, con la misma inocencia, y deja ver los grandes
músculos de su torso y luego la tinta negra de su tatuaje que ondula sobre su piel
morena de Vikingo.

Estoy a punto de lanzar un balde con agua helada sobre la cabeza de todas
estas señoritas hasta que las puertas del ascensor se abren a espaldas de los dos
hombres. Jack Parker aparece en la entrada. Parece que lo sacaron de una revista
con ese traje azul obscuro, zapatos deportivos blancos, camisa entreabierta, corte
de cabello perfectamente despeinado y con su sonrisa Colgate. Cameron es el
primero en reaccionar. Salta de su silla y se lanza a los brazos de su padre que lo
recibe riendo. Evidentemente el recibimiento de Roman es mucho menos
caluroso, incluso si hace un esfuerzo enorme para ser amable.
– Gracias por el regalo, papá, me encantó, ¡mira cómo me queda a la
perfección!, exclama Cameron modelando orgullosamente su atuendo dorado de
Tutankamón, con su corona de faraón en la frente.
– ¡Se te ve excelente, mi muchacho!, lo felicita Jack después de dudar un mini
segundo, mientras entendía de qué estaba hablando su hijo. Aunque quizá debí
haber escogido una talla más grande para la corona, ¿no?, pregunta enderezando
la corona roja con blanco que cae sobre los ojos de Cameron.

¡Listo, está enojado! ¡Pronto le va a reprochar a Roman que haya escogido


un regalo por él!

– No, no, afirma Cameron. Puede arreglarse. Me gusta cuando se va un poco


de lado, ¡es como de pirata! ¡Ven, te guardé un poco de pastel con una velita
egipcia!
– No puedo quedarme, grandote, responde Jack. Tengo que trabajar. Sólo vine
para desearte un feliz cumpleaños. Pero nos veremos esta noche. Organicé una
gran fiesta en casa para que me perdones.
– Es lo menos que puedes hacer, se queja Roman.
– Todos aquí están invitados, sigue diciendo Jack, dirigiéndose a nuestra
mesa, haciendo un pequeño gesto a Sydney, pero sin reconocerme.
– Con gusto, responde Nils que observa con interés al recién llegado.
– Ya veremos, dice Roman, siempre serio.

Pero ésta es la situación: Cameron está tan feliz de ir a la fiesta de su padre


que Roman cede incluso antes del primer round; Sydney trabaja los domingos a
partir del mediodía (gajes de ser mesera) y no puede llevar a Cameron a la fiesta.
Entonces, escoltados por Nils y Charlie, cerca de las ocho de la noche, vamos a
la villa de Jack que está entre toda la crema y nata. Esto nos indica claramente
que esta noche de gala no tendrá nada que ver con la fiesta de cumpleaños para
un niño de 9 años. Hay chicas que pasean en tangas y cubre pezones plateados y
ofrecen copas de champán; paparazis comiendo canapés mientras observan la
manera en la que se emborrachan las estrellas, con la esperanza de lograr una
foto comprometedora.

Apenas llegamos y Nils esquiva el camino de una morena de senos que


parecen sandías para poder pasar bajo el cordón que bloquea la entrada al piso de
arriba y desaparecer.
¿A qué está jugando? ¡La parte de arriba es privada! ¿Qué habrá allá que
sea tan interesante? Si se dan cuenta de que está allá, la fiesta puede acabar de
inmediato…

No tengo tiempo de hacerme más preguntas. No tuvieron que pasar ni dos


minutos para que Roman se diera cuenta de que ésta es una fiesta de promoción
para el lanzamiento de la nueva película de Jack Parker, y de que su invitación
quizá sólo tiene el objetivo de que la prensa lo vea para que tenga mucha
publicidad. Roman está furioso y empieza a retroceder hacia la salida, hasta que
Cameron grita de felicidad. ¡Se acaba de dar cuenta de que su actriz favorita está
aquí! Le suplica y jala la mano de Roman para que vayan a verla y Roman no
tiene la fuerza para negarse. Sigue al niño de mala gana, completamente tenso,
apretando la mandíbula y agachando la cabeza para pasar desapercibido. Yo voy
detrás de ellos, rogando que la noche no acabe en una catástrofe. Paparazis +
Roman = bomba explosiva…

Entre Nils, que seguramente está haciendo algo ilegal, y Roman que tiene el
enojo a flor de piel, esto promete convertirse en un rodeo en cualquier
momento…

Nos encontramos a John Baldwin, siempre tan guapo y muy sorprendido de


nuestra presencia. Le explico brevemente la situación y paso un agradable
momento hablando con él. Es un hombre amable y culto que es muy sencillo a
pesar de su fortuna colosal. Ya me había dado cuenta de lo agradable que era
cuando lo entrevisté, durante la subasta, cuando llegué a Undertake. Siempre
tiene una anécdota interesante o divertida para contar y me relajo un poco al
escucharlo. Me guiña el ojo y me promete que no traicionará el intento de
ocultarse de Roman quien, molesto, logra como puede agachar la cabeza
mientras no pierde de vista a su hermanito. Como buen macho Parker, Cameron
logró ponerse en el papel de hombre conquistador para obtener un beso de la
actriz. De hecho se gana dos besos y un autógrafo con pluma de gel en el brazo.
¡Se siente soñado! En cuanto a Charlie y Nils, ella se divierte como loca en el
dance floor mientras él sigue desaparecido. Como ninguna luz de sirena de
policía ilumina el horizonte, supongo que todavía nadie lo ha sorprendido
paseando por la casa de Jack.

¿Pero qué está haciendo? ¿Acaso piensa que Jack tuvo que ver en el caso
Tessler? ¿Jack sería capaz de mandar matar a una mujer? Cuando lo
engañaban Jack cambiaba mucho, pero de eso a matarla…

¿Es en serio? ¿El padre de Roman, un asesino?

Quizá solo Nils tenía la necesidad urgente de ir al baño y el de abajo estaba


ocupado.

Después de una media hora empiezo a tranquilizarme. Veo a Nils que


milagrosamente regresó y está coqueteando con una pequeña mexicana. John
Baldwin le prestó su bufanda y su sombrero negro a Roman. Eso hace que se vea
como un mafioso terriblemente sexy y atrae la mirada de las mujeres pero
también puede esconder su rostro así y escapar de algunas personas que podrían
identificarlo.

– En diez minutos nos vamos, le dice a Cameron que le suplica quedarse un


poco más.
– Ni siquiera he visto a papá, lloriquea el niño.
– Te prometo que… empieza a decir Roman antes de que lo interrumpa la
exclamación de Cameron, pues la música se detuvo porque Jack Parker, con una
sonrisa radiante, acaba de subir a un banco para pedir un poco de silencio.

Su discurso es perfecto. Mezcla un poco de carisma, humor y emoción. Es un


maestro en eso. Cameron está maravillado frente a su papá, sorprendido, y el
resto de los asistentes también parecen estar fascinados. Incluso yo podría estar a
punto de correr a comprar un boleto para ver su próxima película que sabe
vender muy bien. Al menos hasta que se da cuenta de la presencia de Roman y
aprovecha la ocasión para exagerar su papel de padre cariñoso y orgulloso de su
hijo, olvidando que Cameron también es parte de su familia. Justo cuando, con
lágrimas en los ojos, dedica su película a su hijo adorado, el célebre Roman
Parker, que señala con una mano temblorosa por la emoción, todas las miradas
se dirigen hacia nosotros. Detrás de una de las cámaras me parece identificar a
Andrew Fleming…

¡Rayos! Roman tenía razón: Jack quiere utilizarlo como una atracción.
Seguramente esta noche hará las ventas de los periódicos…

Ardiendo de rabia, Roman baja su sombrero sobre sus ojos, toma a Cameron
de la mano y nos abre camino entre la multitud, empujando a todos, mientras las
luces de las cámaras destellan y hacen ruido a nuestro alrededor. Todo pasa tan
rápido que me cuesta trabajo entender lo que sucede y casi estoy tan
desorientada como Cameron que pregunta, llorando con todas sus fuerzas, por
qué nos vamos. La salida está a solo algunos metros de nosotros pero la multitud
es mucha. Todos quieren conocer al misterioso Roman Parker, al hombre
invisible, al millonario inaccesible. Todos se acercan cada vez más hacia
nosotros. Hay manos que intentan quitarle el sombrero, empujándonos a
Camerón y a mí, en medio de la confusión, hasta que Nils aparece para
ayudarnos y nos abre paso, rompiendo algunas narices, forzando con otros
músculos, y rompiendo algunas costillas…

¡Al fin, estamos afuera!

El incidente no duró más de dos minutos, pero yo sentí que fueron horas.
Entramos en el Bentley. Nils está al volante, Roman consuela a Cameron que se
acurruca entre nosotros dos, en el asiento de atrás. Llamo por teléfono a Charlie
que me dice que se quedará en la fiesta el resto de la noche y que se las arreglará
para regresar a casa.

Nos quedamos en silencio durante el camino. El auto va rápido sobre el


asfalto y su ronroneo me relaja. Cameron, más tranquilo, está recostado y
Roman parece una roca. Ni siquiera intento imaginar el grado de enojo que lo
invade en este momento, ni lo que habría pasado si Cameron no hubiera estado
con nosotros. Sin este niño que Roman protege y cuida ante todo, Jack no habría
tenido muchas posibilidades de salir ileso. Incluso yo estoy sorprendida de su
traición, completamente inconcebible, y me pregunto hasta dónde podría llegar
sólo por sus intereses… No tiene ningún escrúpulo. Es un manipulador,
egocéntrico y, por la manera en la que trata a Sydney y a sus hijos y por cómo
los utiliza, creo que ya no me parece tan aberrante la idea de pensar que quizá él
pudo deshacerse de su infiel mujer…

– ¿Amy? me pregunta Roman con una voz dudosa y ronca, como si no


hubiera hablado durante días. Te molesta si…
– ¿Si te dejo solo? digo adivinando que necesitará estar solo para tranquilizar
sus demonios.
– Sí, responde simplemente, más tranquilo. Cameron va a dormir como tronco
y me gustaría aprovechar para ir a correr y luego trabajar un poco. Necesito…
desahogarme.
– No hay problema, lo entiendo. Te amo, murmuro mientras lo beso.
– No sé qué hice para merecer a una mujer como tú, Amy. Eres…
– Yo tampoco lo sé, se queja Nils. Pero les recuerdo que no hay ventanilla de
separación y que no soy su chofer privado, tortolitos. Eso significa: primero, no
estoy obligado a soportar las pasiones de mis patrones sin hablar. Segundo,
tienen que decirme cuál es el camino sin no quieren que lleguemos a Nebraska.

Roman suspira falsamente exasperado y le indica el camino. Eso me hace reír.


Luego se quita el saco, y lo pone como cortina entre Nils y nosotros, mientras
sus labios dejan en mi cuello una marca ardiente. Luego, suben a mi boca, me
acarician, me seducen y transforman la desagradable noche en un instante
mágico.
37. Después de la fiesta

Cuando me deja al pie de mi edificio, después de haber dejado a Cameron y a


Roman en la Red Tower, Nils me dice:

– Revisé toda la casa, en la fiesta de Jack. Encontré algunas cosas que podrían
ser interesantes…
– ¿En verdad? ¿Qué? ¿Cosas que tienen que ver con nuestro caso?
– No lo sé aún. Necesito pensarlo, pero tiene que ver con Teresa y Roman.
Regresaré cuando no esté para tener verdaderamente el tiempo de revisar todo
bien. Te aviso si encuentro algo que nos sea útil.

Nils, que sabe que nada puede acosarlo, suele hacer lo que quiere. Yo me
muero por saber de qué se trata y de pronto tengo la cabeza llena de preguntas.

¿Qué pudo haber encontrado que lo hace tener tantas dudas? ¿Algún
documento? ¿De qué? ¿De quién? ¿Un documento que culpe a Jack? ¿Qué lo
haga sospechoso o inocente? ¿Y por qué Jack guardaría esas cosas en su casa?
¿Y si es tan importante, cómo pudo Nils encontrar esas cosa tan rápidamente?

Todas estas preguntas me pasan por la cabeza una y otra vez y me cuesta
mucho trabajo dejar de pensar en ellas. Todos mis pensamientos son en vano
pues tengo muy poca información. Sólo queda esperar a que Nils se digne a
aclaras mis dudas.

Tomo una ducha larga con agua muy caliente antes de meterme a la cama,
agotada por tantas emociones. Recibo un mensaje de texto de Roman, justo antes
de que me quede dormida, y me hace sonreír. Mis sueños están llenos de
nuestros encuentros, de su mirada, de su cuerpo que está sobre el mío…

Durante la noche, un ruido espantoso me informa que Charlie regresó.


Evidentemente está borracha…

– ¡Soy yo, no te preocupes!, grita después de un ruido de algo que cae que me
hace pensar que nuestro frutero de cerámica se acaba de hacer trizas.

Entonces vuelvo a dormirme.

A la mañana siguiente, todavía con los ojos entrecerrados, el cabello


despeinado y con las neuronas aún un poco dormidas, me tardo en darme cuenta
de que algo está extraño en el departamento. Hay un olor ligeramente a
amoniaco, muy desagradable, que percibo desde que salgo de mi habitación.
Luego paso por encima del frutero hecho pedazos, de una revista de moda
deshojada, de una silla tirada. Hay cajas de pizza por todos lados de la
habitación… antes de darme cuenta de que Charlie no puede ser la única
responsable de todo este desorden. Entonces me encuentro de frente al monstruo.
Tiene un cojín sobre su hocico lleno de dientes de cocodrilo y está cómodamente
sobre el sofá. Hay un hilo de saliva que escurre de sus labios y hace un pequeño
charco entre sus gigantescas patas. Es tan grande que no me doy cuenta de
inmediato a quién me estoy enfrentando. En mi cabeza, que entró en pánico,
pasan imágenes de lobos, dinosaurios, demonios, antes de que regrese a la
realidad y me dé cuenta de que no se trata de un perro. Sino de un GRAN perro.
Un ENORME perro. Lleno de dientes. A dos metros de mí. Entonces grito con
todas mis fuerzas:

– ¡CHARLIE!

Asustado, el animal se despierta de inmediato y salta del sofá. De pie, su


cuerpo me llega al vientre. Y no quiero ni pensar en su hocico. Sigo gritando
más fuerte:

– ¡CHARLIE-CARAJO-VEN AQUÍ! ¡RÁPIDO!

El perro me mira con sus grandes ojos angustiados e intenta deslizarse bajo la
mesa de centro, que tira con un empujón, antes de hacer un movimiento
estratégico detrás de las cortinas de la sala mientras llora, dejando detrás de él
una línea de orina.

Cuando Charlie llega al fin, como si saliera de una gruta después de ocho
meses de hibernación, logro tranquilizarme un poco y alentar los latidos de mi
corazón. El perro sigue escondido detrás de las cortinas, pegado al piso, con la
cola entre las patas y con su espantoso trasero saliendo de su escondite secreto.
Está temblando fuertemente, casi tanto como yo.

– ¡¿Qué es esto?! pregunto a Charlie, intentando guardar un semblante de


dignidad a pesar de que estoy aterrada.
– ¿Cómo? responde, sorprendida, con una mueca mientras se toca la cabeza.
– ¡El monstruo que deshizo el apartamento! ¡Y que, después de casi
provocarme un infarto, intenta esconderse! ¡Aunque él pese el doble que yo!
¡¿De dónde salió?!

Charlie, todavía un poco adormilada, y evidentemente víctima de una terrible


resaca, avanza con un paso dudoso hacia el animal. Abre las cortinas y lo mira
con ojos tiernos:

– No tengo idea, dice bostezando antes de ir a preparar café. Pero si te parece,


podrías dejar de gritar. Haces que me duela la cabeza y lo espantas.

Es así como Goliath entra en nuestra vida y, una hora después, estamos los
tres –Charlie, él y yo- sentados tranquilamente en la sala de espera de la clínica
veterinaria más cercana. Mientras esperamos nuestro turno, yo saco mi iPhone
para avisar a Edith que hoy trabajaré en mi casa y me entero de nuevas noticias
de su padre que se está recuperando lentamente pero bien. Me doy cuenta de que
también tengo diecisiete mensajes no leídos. Todos son de Roman. Primero me
preocupo, luego sonrío y después río mientras leo los mensajes que me envió
esta noche por intervalos de un segundo:

[¿Amy?]
[¿Hola?]
[¿Estás dormida?]
[¿De verdad?]
[Ok, tu teléfono está en silencio…]
[Gran suspiro…]
[Fui a correr.]
[Y luego trabajé en un expediente híper importante.]
[Ahora tengo ganas de ti.]
[En verdad, ¿sí estás dormida?]
[¡Pero apenas son las dos de la mañana!]
[¡Dormilona!]
[No logro conciliar el sueño.]
[Como puedes darte cuenta…]
[Me arrepiento de haberte dicho que regresaras a tu casa.]
[En verdad fui un estúpido.]
[Te extraño.]

Divertida y con el corazón latiendo de felicidad, le contesto, en forma de


ametralladora, como él hizo:

[Afortunadamente yo sé controlarme y no te bombardeo con SMS cada vez


que te extraño.]
[Si no, mi operador telefónico podría irse a la República de Seychelles sólo
con el dinero de mi consumo telefónico.]
[Yo también te extrañé.]
[Aunque, bueno, lo confieso: Dormí como un bebé.]
[Pero soñé contigo.]
[Fue un sueño muy muy rico…]
[Pero menos delicioso que en la vida real…]

Me siento inspirada para seguir así indefinidamente pero la asistente


veterinaria nos llama y me quita la inspiración. Nos ayuda a jalar a Goliath hasta
el consultorio y nuestros tres pares de brazos no son suficientes para hacer que se
deslice por el piso de loseta para que nosotras podamos pilotearlo. Sentado sobre
su trasero, con las patas delanteras extendidas para frenar al máximo, el perro
nos demuestra que está de mal humor. Afortunadamente es lindo porque bien
podría lanzarnos a volar con ese gran peso.

– Doctor James Mc Dowell, dice el veterinario cuando nos recibe, es un


moreno guapo y grande, estilo jugador de futbol americano, de unos cuarenta
años. ¿A qué debemos su visita?

Como Charlie se queda inexplicablemente muda, con los ojos mirándolo


como si la hubieran golpeado fuertemente en el cráneo, yo tengo que responder,
señalando a Goliath:

Encontramos esta cosa en nuestro apartamento hoy en la mañana. No


sabemos qué debemos hacer con él.

El doctor Mc Dowell mira sorprendido nuestro extraño trío y yo intento


explicarle claramente la situación: la borrachera de Charlie, el frutero roto, mi
encuentro frente a frente con Goliath al salir de la cama, las cortinas, los charcos
de orina en todo el apartamento, la amnesia total de Charlie respecto de la noche
de ayer y su incapacidad para explicarme de dónde salió el perro que ella bautizó
como Snoopy pero que yo llamo Goliath.

Charlie sigue sin decir ni una palabra. El veterinario asiente con la cabeza, le
quita a Goliath el cinturón de toalla que utilizamos como lazo y lo sube con un
sólo movimiento a la mesa de revisión, lo que no es fácil debido al peso del
animal. Mientras él lo revisa, ayudado por Charlie que está roja, yo miro
discretamente mi iPhone. Tengo un mensaje de Roman que sólo dice:

[¿Esta noche?]

Me apresuro a contestar:

[¡¡¡SÍÍÍÍÍ!!!]

Después de unos buenos quince minutos de auscultaciones y movimientos de


todo tipo, Mc Dowell concluye dando unos golpecitos en la cabeza de Goliath
que, al igual que Charlie, lo mira como si lo adorara perdidamente:

– No tiene collar, medalla, tatuaje o identificador electrónico. Eso significa


que no podemos saber a quién pertenece. Parece que está sano, está en su peso,
es sociable y está bien alimentado. Parece una cruza entre un gran danés y un
mastín pero mucho más grande. Pesa 52 kilos y mide 79 centímetros de largo.
Tiene casi todos sus dientes permanentes y creo que debe de tener unos seis
meses de edad.
– ¿Seis meses? ¿Sólo eso? ¿Eso es ser adulto? pregunto muy preocupada.
– Para una raza pequeña sí, a los seis meses se alcanza el tamaño adulto, pero
para una raza gigante como esta… no. Todavía va a crecer y sobre todo ganará
peso.
– Ok, es justo lo que me temía. Estamos frente al hermanito de Godzilla en
pañales, digo, molesta.
– Al menos este modelo no escupe fuego, me consuela, bromeando, mientras
limpia un hilo de saliva sobre su brazo.

Cuando salimos de la clínica, Charlie dejó allá dentro al menos la mitad de su


salario temporal y probablemente también una buena parte de su corazón…
Compró un collar, un lazo, platos para croquetas, una cama para perro tamaño
king size acolchada y croquetas especiales para el crecimiento. Dudo que
Goliath, que ella insiste en llamar Snoopy, necesite crecer más, pero prefiero
guardar mi opinión para mí misma. Metemos todo dentro de la cajuela del viejo
Chevy que Eduardo me dejó cuando se fue a Francia y Goliath salta al asiento
trasero como si ya fuera parte de la familia desde hace mucho tiempo.

– ¿Supongo que esto significa que te quieres quedar con él? pregunto
metiendo la llave.
– Claro, responde, soñadora. No abandonaremos a este pobre cachorrito
indefenso a su suerte…

Echo un vistazo dudoso al cachorro del que hablamos, que tiene el tamaño de
un poney y que con ese enorme hocico fácilmente podría comerse la cabeza de
un cerdo en dos bocados.

– Y también supongo que esta decisión no tiene absolutamente nada que ver
con los ojos verdes y la sonrisa radiante del doctor James Mc Dowell…
– ¿Qué? me pregunta Charlie que parece estar volando muy lejos de aquí.
– No, nada, digo suspirando, incorporándome a la circulación.

Otra vez una historia que no será fácil… Entre Sibylle y su amor único por
Nils; Simon que se derrite por una bonita virgen preocupona que vive a mil
kilómetros de distancia; y ahora Charlie que parece flechada por el carisma
conquistador de un tipo que seguramente ya está casado y tiene hijos…

***

Después de una noche ardiente de sensualidad entre los brazos de Roman, la


vida vuelve a la normalidad. Yo en Undertake, él entre Nueva Orleans y sus
oficinas en Manhattan. Nuestros caminos se cruzan y chocan cuando tenemos
ganas. Muy seguido… pero no tanto como me gustaría, ya que Roman siempre
anda de un lado a otro.

No he podido contactar a Nils y sigo sin saber de qué quiere que hablemos ni
lo que descubrió en casa de Jack. La espera empieza a matarme. Me retengo para
llamarle cada quince minutos pero le dejo dos o tres mensaje que termina por
contestar con un lacónico SMS:

[Te daré señales.]

Ya no puedo esperar.

El sábado en la mañana, recibí la respuesta de una casa editorial neoyorquina.


Dudo por mucho tiempo abrir el sobre. Es estúpido pero estoy nerviosa. Tengo
miedo de leer un rechazo. Tengo miedo de que se confirme la teoría de que entre
más rápido te contesten significa que ni siquiera leyeron tu currículum. Lo
pienso durante una larga media hora antes de por fin abrir el sobre. Estoy tan
preparada para leer una mala respuesta que no entiendo de inmediato porqué me
proponen una cita… Cuando al fin la información llega a mi cerebro, me río de
felicidad y luego esa risa se convierte en gritos descontrolados y probablemente
ridículos. Goliath, que ya subió al menos tres kilos, me mira tranquilo desde el
sofá que es su cama predilecta y que ni siquiera hizo caso a la gigantesca (y
carísima) cama para perro.

– ¡Wow! ¿Qué opinas de esto, Goliath? Es genial, ¿no crees? Uno de los
mejores editores del país me propone un contrato. Le encantó mi libro.

El perro se conforma con mover la cola, sólo una vez, para que yo vea que me
hace caso y para poner su enorme cabeza entre sus patas cruzadas.

– ¡Fan-tás-ti-co! insisto mientras él me aplaude con una nueva mirada


cansada. No estoy inventando nada. Mira, está escrito aquí.

Goliath bosteza y parece que se le va a zafar la mandíbula.

Después de haberlo tratado, entre otras cosas, como una bestia, le hablo a
Roman para compartir mi nueva noticia con alguien un poco más receptivo. Su
reacción me encanta, su entusiasmo casi sobrepasa el mío. Después de algunas
felicitaciones muy emotivas y exageradas que me hacen reír, vuelve a ser serio:

– Es completamente genial, Amy, pero no entiendo por qué pareces tan


sorprendida. Tu libro no sólo es excelente. También propone algo nuevo. Es
lúdico y riguroso. Es un tema apasionante pero a la vez conocido por todo el
público. Es normal que haya decidido hacerte una entrevista. Te apuesto que vas
a recibir ofertas de todos los editores que contactaste.
– ¿Eso crees? pregunto, incrédula pero consciente de que Roman
frecuentemente (casi siempre) tiene la razón y no es de los que elogian por
compromiso.
– Seguro. Tengo que dejarte. Estoy en medio de una negociación y Malik
intenta hacerme entender discretamente, haciendo caras desesperadas y dándome
golpes en las piernas, que nuestros colaboradores se desesperan detrás de mí.
¿Hablamos esta noche? Paso por ti a las ocho, ¿te parece?
– Claro, sí, ¡Ya vete! me apresuro a contestarle, feliz y alagada de saber que
responde mis llamadas en cualquier situación. Y discúlpame con Malik.
– Claro.
– ¡Pero déjale bien claro que si te arruina las piernas tendrá que vérselas
conmigo!

Al colgar, le digo a Goliath que dejó un ojo abierto para seguir mis idas y
venidas por la sala:

– Lo ves, no es tan difícil parecer interesado. Haz un esfuerzo.

Luego envío un correo electrónico a mis padres para decirles la buena noticia
y dejo a Charlie, que debe regresar tarde del trabajo, una nota para avisarle que
estaré con Roman.

A las ocho de la noche exactas, después de haber paseado a Goliath por el


parque, reconozco bajo mi ventana entreabierta el ruido característico de
Christine, el Plymouth Fury 1958 que Roman y yo fuimos a recoger como
novios en Détroit. Me inclino en el balcón y escucho que el auto ronronea
tranquilamente en la calle desierta, bajo una linterna, y veo la forma del auto que
parece menos agresiva bajo la luz suave y amarillosa. Roman, con su pantalón
de mezclilla y su chaqueta de aviador, está apoyado contra la defensa, con los
brazos cruzados entre las sombras. Eta imagen tiene algo de retro. Tomo mi
iPhone para inmortalizar este instante. La foto es perfecta y el ambiente, que
excluye todo elemento moderno, refuerza todavía más la idea de volver al
pasado. Sonrío al ver mi vestido vichy rojo bajo mi abrigo de lana. Sin ponernos
de acuerdo, Roman y yo tenemos atuendos que combinan. Siento como si me
teletransportara cincuenta años atrás, como si fuera una adolescente que está a
punto de desobedecer a sus padres y escapar de la casa para ver a su
desobediente novio… Bajo las escaleras, impaciente por verlo. Cuando llego a
sus brazos, no puedo evitar sonreír al escuchar que en la radio de Christine está a
melodía de un viejo blues de los años sesenta…

Menos de una hora después, Christine frena suavemente frente al Sweety


Library Hotel, en medio de un solo de saxofón particularmente largo. Frente a
nosotros está un magnífico edificio de ladrillo gris de tres pisos, con
decoraciones de piedra blanca. La fachada está perforada por ventanas altas y
ventanales transparentes, con balcones al aire libre. El interior está decorado
elegantemente. Los pisos son de mármol, maderas preciosas y vidrios de cristal.
Pero lo más extraordinario es la decoración de los muros que tiene una inmensa
biblioteca de enormes volúmenes de todos los temas.

– Como estamos festejando tu próximo contrato de edición, quise quedarme


en la misma temática, me dice Roman mientras yo contemplo, maravillada, los
miles de libros alineados.
– Este lugar es simplemente… fantasmagórico, digo sin saber dónde poner los
ojos.

El lugar no tiene nada de sencillo y no se siente un ambiente de estudio


solemne. Todo lo contrario. Este lugar es acogedor e íntimo, perfecto para los
momentos de amor… Hay oleos, pasteles, acuarelas y esculturas que completan
la decoración que evidentemente tiene un tema erótico. Hay un exceso de curvas
sensuales, redondas, gruesas, o de líneas rectas bien puestas…

Cuando subimos al piso de arriba, me sorprendo del silencio y de que no


hayamos visto a nadie.

– Como siempre, me dice Roman con una sonrisa traviesa. Reservé el hotel
sólo para nosotros hasta mañana al mediodía.
– Pero… ¿eso es posible?
– Sí, responde tranquilamente.
– Pero… ¿y los clientes que ya habían reservado su habitación? ¿Dónde
dormirán?
– Oh, estoy seguro de que Dimitri encontró algún lugar para alojarlos.
Seguramente les devolvió una parte de su dinero, con algún pretexto.
– ¿Dimitri?
– El dueño. Me debía un favor, responde Roman agachándose de pronto para
poner un brazo detrás de mis rodillas y cargarme en sus brazos, a la bodyguard.
¡Ahora es el momento de las cosas serias! dice empujando con un pie la puerta
que se abre, mostrando una decoración sorprendente y preocupante.
– Roman… ¿es en serio? pregunto abriendo bien los ojos frente a la
decoración y a los accesorios que hay aquí: un caballete, fuetes, una horca,
pasamontañas de cuero, pinzas, palos, cuerdas y muchísimos instrumentos que
sería incapaz de nombrar pero que parece que son para lastimar…
– Pues, bueno… dice mirando alrededor de nosotros, sorprendido, lo que me
hace entender que está tan desconcertado como yo. Supongo que podemos
empezar en otra habitación.
– ¿Otra habitación?
– Cada una de las treinta suites del hotel ilustra una historia de amor o de
erotismo, desde Tristán e Isolda hasta Venus Erótica, pasando por La Dama y el
Vagabundo. Creo que empezar de inmediato con el Marqués de Sade y Los
Ciento veinte días en Sodoma no es la mejor idea…
– Sí, yo creo lo mismo, digo riendo, con los brazos entrelazados en su cuello.
Seamos clásicos. Te propongo empezar muy románticos con Romeo y Julieta.
– Ok, ok… sólo espero que eso no sea en el tercer piso, responde tomándome
con más fuerza.

En otro momento, menos tranquilo, este movimiento seguramente me haría


sentir mal por mi peso y arrepentirme de comer tanto por ansiedad. Pero eso era
antes de Roman. Desde que lo conozco, me ha probado que le gusta mi cuerpo
carnoso que no cambiaría por nada del mundo.

Da media vuelta fingiendo un corto suspiro, después de tomar discretamente


algo de un mueble. Me mordisquea el lóbulo de la oreja:

– Si quieres conservar tu oreja, quítame de inmediato esta fusta…

Finalmente, no llegamos a la suite shakesperiana. Después de haberla buscado


en vano, aguantando nuestro deseo en aumento, y después de abrir una media
docena de puertas y de descubrir en ellas una decoración excitante y sugestiva, al
fin estamos los dos en un estado de deseo y de excitación enorme y a punto de
explotar. Aprovecho que estoy en los brazos de Roman para frotarme en su
cuerpo, besarlo, acariciarlo y murmurarle todo lo que quiero hacerle… ¡y la lista
es muy larga! Me siento contenta al constatar que, a pesar de su gran
experiencia, cada vez le cuesta más trabajo estar tranquilo. Logro, gracias a una
pequeña contorsión, poner la mano sobre su bragueta. Siento que está duro como
un palo de hierro. Me encanta saber que está tan excitado. Cuando lo aprieto
suavemente, su respiración se bloquea. Se detiene y me mira, muy serio:

– Dudo que Julieta haya hecho este tipo de movimientos. Deja de hacerlo si
no quieres que te deje caer en medio del pasillo, con el vestido sobre la cabeza.

Como ahora lo aprieto más fuerte, mientras sonrío, él respira profundo y


empuja la primera puerta a nuestra izquierda con la espalda. Entramos en una
habitación grande con decoración veraniega al borde del mar, tranquila y
romántica. Reconozco, en los cuadros colgados en las paredes, las costas de la
Gran Bretaña.

– El trigo verde de Colette, digo cuando Roman me deja en el piso,


decretando definitivamente que ya me cargó mucho esta noche. Dos
adolescentes que descubren el amor…
– Es perfecto, dice deslizando una mano bajo mi vestido. Desde hace diez
minutos me estás calentando. Siento que ardo y estoy impaciente como cuando
tenía 15 años.

Me río mientras abro ligeramente las piernas, apoyándome sobre sus dedos
que se deslizan bajo mi vestido que Roman levanta rápidamente. Este toqueteo
rápido fue suficiente para encender el fuego dentro de mí. Los dedos de Roman
están húmedos y los chupa cuando los pasa por sus labios:

– Me encanta como hueles, Amy…

Lo tomo del cuello de su playera para besarlo. El sabor de su boca me


confirma que nunca antes había probado algo tan delicioso como él, como su
cuerpo. Roman desabrocha su cinturón y este ruido me provoca escalofríos de
deseo, pues lo asocio con el placer. Un ruido metálico y musical me diría: «
¡Cuidado! ¡Prepárate, habrá placer inminente, orgasmo seguro! ». Jalo su bóxer
para liberar su sexo erecto. Está caliente y duro. Llena toda mi mano y sólo
tengo ganas de algo: que entre hasta lo más profundo de mis entrañas… Roman
me empuja hacia la alfombra color océano, sube mi vestido y yo me tomo de sus
hombros para sentir sus músculos moverse bajo mis palmas. Nuestro encuentro
no tiene el romanticismo y la delicadeza del que describe Colette. El nuestro es
breve y apasionado, arrebatado como lo dicta el deseo que se contuvo durante
mucho tiempo. ¡Al diablo los preliminares! Roman me penetra encajándose
fuertemente y me hace gritar de placer. Su fuerza y su impetuosidad me excitan.
Yo estoy escurriendo por dentro y me abro con sus movimientos. Sus ojos están
fijos en los míos, intensos y serios. Su boca de labios carnosos y suaves me
provoca ganas de morderla. Roman recorre mis muslos, sube hasta mi pecho
para entrar en mí más profundo, para encajarse en mi interior y siento que ya no
podré aguantar más, que mi cuerpo está al borde de estallar, que ya no sabe
cómo manifestar su placer.

Entonces explota. Mi cabeza, mi sexo, mi vientre, todo mi ser está sofocado


por la explosión de mi orgasmo que contrae cada uno de mis músculos alrededor
de Roman y él viene conmigo.

Con la respiración entrecortada, cae sobre mí y yo bloqueo mis piernas a su


alrededor para poseerlo, para quedármelo para siempre. Cuando quiere alejarse,
lo bloqueo y lo retengo:

– Quédate.
– Pero te voy aplastar.
– No. Me gusta sentir tu cuerpo sobre el mío. Tu peso me regresa a la
realidad. Si no, pensaré que soñé todo esto…

***

Hambrientos, coincidimos en que debemos comer una colación antes de


continuar nuestra exploración por los diferentes universos literarios que se
ofrecen a nuestros sentidos. Hay un bufet en el gran comedor. No hay meseros ni
botones. Estamos solos en el mundo, o al menos en todo el hotel, excepto por los
guardias de seguridad que están en la recepción. Una vez más pienso que ser
millonario permite hacer u obtener cosas que el resto de los mortales jamás se
imaginaría.

Llenos, nuestras necesidades se satisfacen por ahora y nuestro estómago está


tranquilo. Seguimos la exploración por las habitaciones, tomados de la mano,
como buenos turistas. Poco a poco, después de mirar tantas veces las
habitaciones dedicadas al placer, de imaginar todas estas parejas anónimas que
estuvieron antes que nosotros en estas camas, sus cuerpos arqueados por las
caricias, siento de nuevo nacer en mí las primicias del deseo.

Buscamos entre los libros y vemos desde el Kama Sutra hasta Historia de O,
de Betty Blue a Bridget Jones, desde Cumbres Borrascosas hasta Las amistades
peligrosas, y Roman de vez en cuando toma alguno para leer un fragmento.
Algunas páginas están dobladas en la esquina y pronto nos damos cuenta de que
estas páginas contienen los fragmentos más sensuales y eróticos. La voz de
Roman, grave y ronca, provoca en mí una nueva fiebre, mientras me cuenta la
historia de Emmanuelle. Me describe las caricias ardientes de un desconocido en
el avión que la toca y la hace vibrar de placer. Me gusta este libro, que no
conocía, y le pido a Roman que siga leyendo mientras yo lo desvisto.

Parado en medio de la habitación, con el torso desnudo y las piernas abiertas,


se ve guapísimo con su pantalón de mezclilla negro que le llega a la cadera. Me
encanta esta postura típicamente masculina, viril y excitante de un hombre fuerte
y seguro de sí mismo. Me arrodillo frente a él y saco su sexo del bóxer, que ya
está erecto y duro. Empiezo a lamerlo, lentamente, de abajo a arriba, antes de
poner mis labios sobre su glande y meterlo en mi boca, poco a poco. La voz de
Roman se altera y su lectura se entrecorta. Sonrío mientras tomo sus testículos
en mis manos para presionarlos suavemente. Me gusta sentir el peso en mi
palma, su suavidad y su vulnerabilidad. Me gusta provocarle placer y sentir que
se deja llevar, cómo se pierde, mientras lo único que me da a cambio es su
placer. Chupo su sexo golosamente. Sabe muy bien. Es suave y duro al mismo
tiempo. Me tomo mi tiempo. Lo trago, lo lamo, lo acaricio. Es maravilloso y
puedo adivinar, por los suspiros de Roman, que no soy la única que disfruta esto.
Roman me guía con los sobresaltos en sus frases que a veces van más rápido,
con los dedos de su mano libre que me toman del cabello. Cuando ya no es
capaz de articular, cuando lo que dice ya no tiene ni pies ni cabeza, cuando mi
nombre en su boca remplaza el de Emmanuelle, sé que está a punto del éxtasis.
Entonces lo envuelvo más fuerte para exprimirlo, para vaciarlo con mis labios
apretándolo, con su miembro pulsando bajo mi lengua. Siento cómo se hace más
grande y duro en un último sobresalto, en un rugido de macho satisfecho. El
libro se cae de sus manos y eyacula en mi boca, dejando escapar largos chorros
tibios y salados.

Cuando me alejo, Roman cae sobre sus rodillas. Se pone a mi altura y me


envuelve entre sus brazos. Yo hundo mi rostro en su cuello y me embriago con
su olor. Lo beso, lo acaricio. No logro satisfacerme con este placer. Roman echa
la cabeza hacia atrás y se deja acariciar. Está cansado. Es muy sexy en esta pose.
***

El resto de la noche está a punto de llegar y sólo puedo maravillarme de la


manera en la que Roman se recupera y retoma fuerzas. Sólo necesita un poco de
descanso y hacer algunos movimientos para recuperar su vigor.

– Eres completamente afrodisiaca, me contesta cuando le hablo de su vigor.


Tus nalgas seguramente causarán mi perdición. No puedo mirarlas sin excitarme.
Es una tortura, un suplicio, una verdadera maldición. Por cierto, acércate un
poco a mí…

En una habitación que representa una enciclopedia (ilustrada) del juguete


sexual, encontramos toda clase de inventos eróticos, mientras reímos frente a la
forma extraña de algunos objetos o frente a los tamaños aterradores. Roman
logra convencerme para utilizar algunos juguetes, gracias a sus caricias y
después de haberme excitado demasiado, de una manera inexplicable, con su
lengua. Me provoca tanto placer que tengo muchas ganas de él, de su sexo, de
sus manos, de su boca, de todo su cuerpo. El desorden y la locura que me
provoca me hacen estar dispuesta a aceptar todo. O casi todo.

Un simple juguetito de plástico no me va a dar miedo. Sin embargo, me


angustio un poco cuando siento entre mis nalgas un pequeño cuerpo de plástico
que vibra y palpita. Pero Roman no lo lleva más adelante y sus vibraciones, justo
en la entrada de este orificio, son simplemente deliciosas. Sentada, abierta de
piernas sobre él, Roman me toma con un fervor que me deja jadeando, que me
lleva hasta las estrellas. Siento el cuerpo lleno de ardor y me dejo llevar por estas
nuevas sensaciones, electrizantes, que me propulsan pronto muy lejos de aquí.

***

Cuando l noche está por terminar, deambulamos por los pasillos y llegamos a
una pequeña habitación de forma extraña, de paredes pintadas con enormes lirios
que se entrelazan hasta el techo. Hay ramos de gladiolas blancas, rosas rojas,
orquídeas y un aroma a jazmín que invade la habitación con un olor dulce y
embriagante. Un gato está dibujado al borde de la ventana. En su hocico
entreabierto hay un ratón de grandes bigotes negros.

– Aquí, digo a Roman.


– ¿Abortaremos la búsqueda de Romeo y Julieta? pregunta sorprendido.
– Sí. Aquí está la más hermosa historia de amor, digo dejándome caer en el
piso. Nunca nada me ha emocionado tanto como leer La espuma de los días.

Mis pies están sobre un camino de mosaicos que simulan una plancha sobre
una especie de lago de agua lleno de lirios. Todo, hasta el mínimo detalle, me
recuerda la hermosa novela de Boris Vian, su romanticismo desesperado y
anormal, sus amores desconocidos y prohibidos. Cuando volteo a ver a Roman,
lo veo que está encendiendo el antiguo tocadiscos que está sobre un mueble.
Entonces se escucha un sonido de jazz en la habitación y, aunque no soy
especialista, podría jurar que es una parte de Duke Ellington.

– Roman, hazme el amor, digo apoyando mi cabeza sobre su torso. Una vez
más. Tómame, ámame y hazme vibrar como si no existiera un mañana.
– ¿Tiene un final triste, tu novela, mi amor?, pregunta acariciándome el
cabello, con su sexo duro apoyado contra mi vientre palpitante.
– Sí. Pero la historia es hermosa…

Entonces Roman me hace el amor y yo le devuelvo tanto como él me da, con


la misma pasión y entrega. Ahora realmente no se trata de placer, aunque parece
todo lo contrario si se juzga por los gemidos y los suspiros que doy. Ahora se
trata de fusionarse. Después de nuestros encuentros precedentes, mi cuerpo está
adolorido, mi sexo y mi piel sensibles al mínimo roce pero lo quiero otra vez, en
lo más profundo de mi ser. Beso y abuso de su boca que devora cada centímetro
de mi piel vibrante. Sus dedos me exploran y me estremecen. Su sexo se apropia
del mío.

Me gustaría que Roman se fundiera en mí, que nos diluyéramos juntos y que
no hubiera mañana para nuestros corazones, que un mar nos hundiera en el amor
y en la sensualidad.
38. Hombres bravos y sensuales

A la mañana siguiente, todo el cuerpo me duele peor que si acabara de


competir en una carrera de cien metros contra Gail Devers. ¡Siempre recordaré
nuestros festejos de ese contrato de edición! Miro de reojo a Roman, que ya se
levantó y que se estira con la misma indolencia y felicidad que un gato, mientras
yo sigo en la cama, incapaz de moverme sin que todos mis músculos me
recuerden lo que pasó ayer. Nuestras contorsiones nocturnas, libremente
inspiradas del Kama Sutra, y otros libros, fueron deliciosas, exquisitas,
explosivas, demoniacas… ¡pero acrobáticas y agotadoras!

En la mañana, Roman me acompaña a mi apartamento. No se cansa de


molestarme recordándome mi comportamiento aventurero y mis movimientos
cuidadosos. Me arrepiento un poco por mi cuerpo y me juro a mí misma
seriamente que haré ejercicio. Pronto.

Galantemente, Roman me ofrece su brazo para subir las escaleras y


aprovecho cada descanso para pedirle una pausa y un beso que él prolonga cada
vez con más pasión y más creatividad. Dadas las condiciones, es normal que nos
tomemos más de diez minutos para subir hasta el cuarto piso. Cuando empujo mi
puerta y entramos en la sala, vemos que dentro hay una reunión muy particular.
Goliath, Charlie, Sibylle y su ex, Matthieu, están sentados alrededor de la mesa
de centro. Cada quién está en un lugar que demuestra su jerarquía en el grupo.
Charlie está cómodamente sentada en su sillón; Sibylle está sobre nuestra última
silla sobreviviente después del paso del ciclón Goliath; Matthieu tiene las nalgas
equilibrándose sobre un banco plegable; mientras el famoso Goliath reina, como
todo un aristócrata, desde su sofá. Parece que el ambiente está tenso. Si juzgo
por la actitud enfadada de Sibylle y la de Matthieu -que se ve molesto-, puedo
adivinar que no todo está bien en el mejor de los mundos posibles.

– ¿Matthieu? exclamo sorprendida. ¿Qué estás haciendo aquí?


– Hola, Amandine, responde sin levantarse, con un mal humor evidente.
Intento convencer a tu testaruda hermana para que venga conmigo a Francia. Sus
papás ya están hartos de este capricho, y yo también. La paciencia tiene límites.

Sibylle, enojada, está a punto de mandarlo a volar. Roman, que evidentemente


es el único en este lugar que no olvidó sus buenos modales, la interrumpe en su
furia y la saluda de beso antes de hacer lo mismo con Charlie y estrechar la
mano de Matthieu. Todos se relajan sin darse cuenta. Al menos nadie parece
estar a punto de estrangular al otro.

– ¿Entonces tú eres el pequeño Goliath del que me habló Amy? pregunta


Roman, rascando gentilmente el mentón del perro.
– Snoopy es su verdadero nombre, precisa Charlie que insiste en llamarlo así,
aunque claramente este perro tiene toda la cara para llamarse Goliath.
– ¿Y nosotros dónde nos sentaremos? pregunta otra vez Roman al can,
mientras echa un vistazo a su alrededor. ¿En tu cama para perro?
– No hemos logrado quitarlo que aquí, responde Charlie, entristecida. Es
demasiado pesado y cree que el sofá es parte de su dominio. Matthieu lo intentó
pero se rindió cuando Snoopy le peló los dientes.
– Mira nada más, dice Roman, tomando al perro del collar. Anda, gordo, quita
de aquí tu trasero y déjanos el lugar. Amy necesita descansar…

Pero Goliath, seguro de que está en su territorio, no mueve ni un pelo. Peor


aún: sale del fondo de su garganta un rugido y sus labios dejan ver los dientes
filosos de Drácula.

– ¿Es en serio? se sorprende Roman, de pronto hablando fuertemente y


jalando el collar.

El perro vuelve a gruñir más fuerte. Matthieu retrocede prudentemente de la


zona de combate y yo estoy a punto de decirle a Roman que tenga cuidado. Pero
el enfrentamiento termina antes de que yo pueda abrir la boca: Roman le da un
golpe seco en la cabeza y una orden abrupta le recuerda que, aunque sea gigante,
sólo es un cachorro y que el que manda aquí no es él.

– ¡Baja de ahí! le ordena de nuevo Roman de manera más agresiva. ¡Largo!


¡A tu cama!

Y Goliath, desconcertado, obedece, con la cola entre las patas, mientras


Roman sacude el sofá…
– ¡Wow! exclama Sibylle, admirada. Tienes que enseñarme eso, Roman.
Podría serme útil, dice mirando a Matthieu con desprecio.
– Qué buena broma, contesta el aludido de manera falsa. Pero podríamos
hablar de esto en otro momento, cara a cara. En tu casa, por ejemplo, porque
visiblemente ya no vives aquí. Además, dice volteándose hacia mí con una
expresión enfermiza en el rostro que me recuerda horriblemente a su madre.
Évelyne y yo te habríamos agradecido que nos avisaras que se mudó, Amandine,
ya que tu hermana casualmente lo olvidó.

¡Listo! ¡Ahora la pedrada es para mí! Y pensar que me mudé a seis mil
kilómetros de mi familia para escapar de estas incesantes discusiones y ahora
vienen hasta mi casa para arruinarme la vida…

Siento que Roman se molesta a mi lado. Se acerca a mí y su mano se pone


sobre mi espalda baja. Matthieu haría mejor en dejar de hablarme de esa manera
si no quiere que también lo manden a la cama para perro.

¡Me encanta verlo listo para matar dragones por defenderme! Incluso
cuando el dragón en cuestión trae un traje gris claro y gafas tipo Harry Potter.

– Sibylle hace lo que quiere, no tengo que meterme en eso, respondo con la
seguridad que saco de la presencia protectora de Roman. No voy a espiarla para
darle gusto a tus hermosos ojos, ni para darle gusto a tu madre.

Mi hermana menor me lanza una mirada llena de agradecimiento y Matthieu


hace un pequeño ruido molesto con la garganta, nada elegante, pero se levanta de
su banco plegable para ir a la salida:

– Esperaba un poco más de madurez, Amandine. Pero las dos se comportan


como niñitas caprichosas y…

Matthieu sigue perorando, pero en realidad nadie escucha lo que dice. Nos
despedimos de Sibylle que también se levantó y que lo sigue de mala gana,
después de abrazarme fuertemente.

– ¿Estarás bien? le pregunto, preocupada.


– Sí, no te preocupes, responde con una pequeña sonrisa. Puse mucha
atención en la técnica de Roman. Lograré salir de ésta.
Algunos minutos después, Roman, que debe regresar a Nueva Zelandia,
también se despide. Le da las gracias a Goliath, que sigue recostado en su cama
para perro, con una caricia amigable. El perro le lame la mano, moviendo su
cola. Supongo que esta es su manera de decir: « Ok, tú eres el jefe, pero somos
amigos, ¿no? »

Luego acompaño a Roman hasta la puerta. Cuando me besa, siento esa fuga
de energía que ahora me es familiar, ese pequeño desgarre que se manifiesta
cada vez que debemos separarnos. Entonces lo aprovecho, disfruto su boca,
como una mujer hambrienta, como si ésta fuera la última vez, como un adiós.

Poco antes del mediodía, pongo a cocer una pizza y recibo un mensaje de Nils
que al fin quiere venir a verme (!). Y también consuelo a una Charlie triste
porque se va a trabajar, con la moral por los suelos. Hoy es el último día de su
contrato y está estresada porque tendrá que volver a luchar mucho para
conseguir un nuevo trabajo.

– Pff… Tendré que volver a redactar decenas de cartas de motivos para


explicar bien por qué limpiar pisos en alguna empresa me volvería
completamente feliz; o lo emocionada que estoy por servir cervezas a tipos
borrachos que van a coquetearme todo el día. Si hubiera sabido, habría
escuchado a mi madre y habría estudiado algo, dice suspirando, mientras se pone
su abrigo. Estoy hasta de trabajitos donde me pagan una miseria y de los
contratos provisionales. Además está lloviendo a cántaros… agrega tomando su
sombrilla.

Nils llega puntual, justo cuando estoy sacando la pizza del horno. Echa un
vistazo rápido al platillo, con su cabello rubio todavía brillante por la lluvia,
antes de preguntarme:

– ¿Qué habrá de comer además de este bocadillo?


– Ehhh… si me hubieras dicho antes que vendrías, habría preparado uno o
dos corderos, digo abriendo la alacena para encontrar algo comestible, mientras
vigilo la pizza que creo está peligrosamente cera de él.
– Esto será perfecto, dice pasando un brazo sobre mi cabeza para tomar un
paquete de pasta.

Luego, se pone frente a la estufa, esquivando hábilmente mis preguntas


respecto de lo que encontró en casa de Jack. Me resigno a esperar a que esté
dispuesto a hablar, no sin maldecirlo en mi interior. Nils tiene un carácter
imperturbable. Tiene nervios de acero y nada lo desconcentra. Además, parece
que no siente ninguna empatía por las personas como yo, de naturaleza febril y
emotiva, y las desprecia con una indiferencia muy peculiar. Vierte el paquete
entero de pasta dentro del agua hirviendo, junta cinco tomates, cebollas, ajo,
aceite de oliva, azúcar morena, especias… y de inmediato tiene una salsa de olor
afrodisiaco que acaricia agradablemente mi nariz. Se mueve de esa manera tan
segura y precisa de los hombres que saben lo que hacen. Goliath, que nunca
había olido nada tan apetecible desde que llegó a vivir aquí, aparece en la cocina.
Nils lo mira con curiosidad:

– ¿Quién es este monstruo?


– Un perro, parece, digo al darme cuenta de que, a pesar de mi vigilancia, un
cuarto de pizza ya desapareció.
– Seeee, es un poco como decir que King Kong es un chimpancé…

Cuando pasamos a la mesa, Goliath, que se está volviendo loco con todos los
olores que salen de la cocina, está babeando y corre a las piernas de Nils para
intentar robar algo. La respuesta es inmediata:

– ¡Acostado, King Kong! ordena Nils.

El perro se queda quieto de miedo. Luego corre para regresar a su cama sin
hacer nada más. Seguramente está perturbado: Hoy lo han puesto en su lugar dos
veces en menos de una hora. Sin mencionar que, como lo llamamos por
diferentes nombres, terminará teniendo una crisis de identidad. No puedo evitar
reír al imaginarlo en el sicólogo, recostado sobre el diván.

Al menos tendrá el derecho de subirse al sofá…

Media hora después, con el estómago a punto de explotar de tanto comer, me


aviento sobre el sillón. Nils pone nuestros restos de comida en el plato de
Goliath que, de pronto, parece ver a Nils como a su mejor amigo.

– Estuvo delicioso, digo desabotonando discretamente mi pantalón.


– Por cierto, compré algo para leer en el camino, me responde Nils, lanzando
a la mesa de centro un periódico que dice en la portada con letras grandes: «
¡Roman Parker, el millonario arrogante y el hijo infame! »

Lo tomo con la punta de los dedos, como si sólo con tocarlo me fuera a
ensuciar. Sin sorprenderme, constato que el artículo está firmado por A.F. Hay
una foto grande de Roman en esta página, con el rostro completamente
escondido por su sombrero, una mano sobre mi espalda y la legenda: « R. Parker
acompañado de sus innombrables amantes. » El artículo es una mezcla de
mentiras tan grandes que hasta da risa. Describe a Roman como un arribista con
dinero que se presentó en la fiesta de su padre, el talentoso actor Jack Parker,
sólo para provocar un escándalo, por pura envidia. En cuanto a Nils, él sale en la
foto como un gigante musculoso distribuyendo golpes a ciegas, mientras su boca
babea como perro. Este pedazo de papel me provoca ganas de vomitar pero a
Nils le gusta mucho verse en la foto rompiéndole la nariz a un tipo que apuntaba
con su cámara frente a Roman.

– Mira mi perfil, comenta divertido. Podría causar furor en Hollywood si


pongo un cliché como éste entre mis fotos de presentación.
– ¿No hay quien te gane? ¿Tienes veneno de serpiente corriendo por tus venas
o qué? pregunto sorprendida por su desenvoltura, mientras yo tiemblo de miedo.
¿No te molesta parecer una bestia bruta que cuida de Roman?
– ¿Es mejor reírse de esto, no? responde levantando los hombros. De todos
modos, ¿a quién le importa lo que publica este tipo de prensa? Pero lo que sí es
importante mencionar es que Fleming estaba todavía ahí. Creo que seguido se
cruza en su camino, el tuyo y el de Roman…
– Quizá los documentos que encontraste en casa de Jack y la información que
has conseguido hasta ahora nos ayudarían a saber por qué.
– Ciertamente. Todo eso me ayudó a plantear una teoría que me gustaría
confirmar.
– ¿Cuál teoría? pregunto de pronto muy emocionada, impaciente de al fin
poder entrever el final del túnel. ¿Y cómo pudiste descubrir documentos tan
importantes? Seguramente estaban guardados bajo llave, ¿no? Muy escondidos.
– No tanto. Recuerda que no estamos buscando lingotes de oro sino viejos
documentos de un caso de hace más de veinte años que sólo nos interesa a
nosotros. Y lo más importante es la interpretación de esos documentos, lo que
podremos descubrir gracias a ellos y el camino que nos abrirán. Sin ello, hecho
con cada documento y sin teoría para volver a leerlos, la mayoría de ellos
probablemente no tendrían valor. La deducción es la esencia de una
investigación. En fin, en la fiesta de Jack fui al piso de arriba a buscar.
– Sí, supuse que estabas haciendo algo ilegal y me moría de miedo de saber
que te podían sorprender.
– Me haces sentir mal. ¿Me estás diciendo novato?
– Lo siento. ¿Y luego…?
– Obviamente Jack tiene una caja fuerte en su oficina. Es una oficina
completamente decorado para él, con fotografías y carteles que hablan de él por
todos lados.
– ¿Abriste la caja fuerte? exclamo, incrédula y anonadada.
– Ahora, al contrario, me sobrestimas. No es cualquier caja fuerte y yo no soy
mago. Además, yo sólo había planeado ir a la fiesta de cumpleaños del niño, no
pensé en jugar a los hooligans.
– Sin embargo, me di cuenta de que mirabas a Jack con mucho interés cuando
vino a la Red Tower, y te veías encantado de ir a su fiesta.
– Ok, confieso que tenía ganas de espiar su casa. Pero lo más ofensivo que
tenía conmigo era un bolígrafo. Para perforar una caja fuerte no es suficiente,
aunque yo sea muy fuerte.
– Qué modesto eres.
– Sí, completamente modesto. En fin, de todos modos, lo que me interesaba
no era la caja fuerte. Me di cuenta de ello desde el primer vistazo. Estaba
buscando algo que tuviera que ver con Teresa o con Roman, pero para Jack
Parker no hay nada más importante que no sea Jack Parker. Probablemente su
caja fuerte sólo tiene dinero, algunos diplomas, contratos y cosas que sólo tienen
que ver con él. Su mujer y su hijo no merecían más que ir al ático o al garaje.
Como su casa no tiene ático, fui al garaje donde encontré una caja de cartón
vieja y llena de polvo bajo la escalera en donde busqué. Pero no tenía mucho
tiempo para ponerme a buscar. Por eso aproveché la ausencia de Jack, dos días
después, para regresar. Y entonces, encontré…

Estoy mirando fijamente los labios de Nils, inclinada sobre mi sillón. Creo
que nunca había estado tan atenta ni impaciente. Me desespero al esperar lo que
sigue, cuando su teléfono empieza a sonar.

Tiempo muerto.

Siento unas ganas furiosas de suplicarle que ignore la llamada pero no tiene
caso. Decidió contestar y sólo me queda quejarme mientras espero. Aprovecho
la pausa para hacer una visita rápida al baño.
Cuando regreso, Nils ya se puso la chaqueta.

– Dirección Miami, me dice. Llama a Roman y dile que prepare su jet para
nosotros. Todavía tengo que hacer una llamada.
– ¿Es broma? digo anonadada. ¡Estábamos en medio de una conversación!
¡Me atormentas desde hace varios días!
– Robert Marquentin acaba de llamarme. Sabe por qué murió Teresa pero se
niega a hablar por teléfono. ¿Vienes a verlo conmigo o no?
– ¡Claro que voy! Contesto corriendo a tomar mi bolso y a recuperar mi
iPhone atorado entre los cojines del sillón. ¿Pero no podemos esperar a que
termine la conversación?
– ¿No sueles ir al cine, Amy? suspira dándome mi abrigo que yo buscaba
frenéticamente.
– Claro que sí. ¿Pero qué tiene que ver con Robert Marquentin?
– En un thriller, cuando un personaje clave llama al héroe para revelarle
información esencial que no quiere decir por teléfono, y cuando se está a punto
de resolver el enigma, ¿qué pasa, en general?

Pienso mientras me pongo mi gorro en la cabeza. Siento que escucho un grillo


en mi cerebro que trabaja fuertemente:

– ¿Muere antes de que llegue el héroe? sugiero.


– Exactamente. Entonces, movámonos y vayamos tan rápido como podamos a
Miami a escuchar lo que Marquentin quiere revelarnos antes de que alguien lo
mate. Hablaremos en el jet.

Lo sigo sin tergiversar y sin saber aún si Jack Parker, el padre del hombre que
amo, es un asesino…
39. Revelaciones

Nils y yo aterrizamos en Miami por la tarde, después de un vuelo tranquilo,


pero educativo, a bordo del segundo jet de Roman. Antes de despegar, Nils hizo
una parada en su habitación del Sleepy Princess para recoger una gran caja llena
de carpetas, de fotos, de reportes, de testimonios, de notas, de documentos de
todo tipo: toda la información que reunió durante estas últimas semanas acerca
de la muerte de Teresa. Estoy impresionada, y hasta sorprendida: todo eso
representa una cantidad de datos fenomenal. Es hasta ahora que me doy cuenta
de la increíble masa de trabajo que se escode detrás de cada uno de sus avances,
y también de todas las hipótesis que debió enfrentar, para después verificar o
descartar según las pruebas, antes de llegar a sus conclusiones. Todas las pistas
falsas, los callejones sin salida, las zonas obscuras. Hay un reporte detallado
sobre todas las personas que tuvieron relación directa o indirecta con Elton
Vance y Teresa Parker. Una tarea alucinante, que se complicó más por el hecho
de que todo sucedió hace veinticinco años y que las investigaciones deben ser
llevadas a cabo tanto en los Estados Unidos como en Francia.

– ¿Hiciste todo esto solo? le pregunto, incrédula, perdida entre tantos papeles.
– Prácticamente, responde él alzando los hombros. Roman paga por hacer un
trabajo, no por tomar vacaciones. Pero tengo contactos en París, les confié una
parte del trabajo. Aquí todavía no conozco a alguien que sea digno de confianza,
no pude delegar. Y además, por lo general prefiero ir yo mismo al lugar, para
darme una idea.

Cuando bajamos del jet, en este último domingo de febrero, llueve tanto como
en Nueva York, pero hace diecisiete grados más, lo cual podría facilitar todo si
tan sólo hubiéramos traído ropa más ligera. A falta de ésta, con mi pantalón de
terciopelo, mi camisa de mangas largas y mis botines, me siento como una
berenjena cocinada al horno. El ambiente es exageradamente pesado y húmedo,
mi cabello vuela en todos los sentidos, y el sudor me corre por la espalda. Esto
me exaspera tanto como Nils, con pantalón de mezclilla y playera y su sudadera
al hombro, parece fresco como lechuga. Sin embargo, a pesar del calor asfixiante
y mi piel que se vuelve rojo brillante bajo los primeros rayos del sol,
definitivamente, prefiero el sur al norte, California a Nueva York. Y mi breve
estancia en Luisiana, en casa de Roman, francamente me hizo soñar. Aquí, todo
el mundo es más casual, menos presionado, no lo empujan a uno en cada
esquina. El corazón de la ciudad no late menos fuerte, sino más lentamente. Por
el contrario, hay que librar una batalla sin piedad contra los mosquitos, que mi
piel lechosa de pelirroja atrae como un irresistible aperitivo.

En el taxi que nos conduce hasta el Little Haití, la colonia donde vive Robert
Martin, le doy vueltas entre mis manos a lo que Nils descubrió en casa de Jack
Parker. Esto se resume a muy poco, pero abrirá el camino para la continuación
de su investigación: una foto de Fleming con un desconocido que se parece a
Steven Seagal. Él la encontró en un viejo álbum, escondida detrás de un paisaje
nevado, durante su segunda visita a casa de Jack. Inspeccionó atentamente toda
la casa y desmanteló meticulosamente el contenido de la famosa caja descubierta
bajo el escritorio, que lo había intrigado durante la fiesta VIP. Creo que esta foto
le pareció importante, pero a pesar de su entusiasmo, no me parece valer toda esa
complicación. Al final, no hay explicaciones, ni pruebas irrefutables, ni vínculos
directos con Teresa, ni desenlace milagroso.

– En la foto se ve a un hombre joven, bien plantado, con un atuendo


deportivo, que se encuentra con Fleming y le da un sobre, resume. Ésta fue
tomada en Francia, el 11 de marzo de 1990 . Es decir, durante la semana en que
Teresa y Vance estuvieron oficialmente en París, ella para la grabación de un
anuncio y él por placer. Podemos suponer que seguramente se trataba de una
escapada romántica. ¿Tú qué deduces?

Nunca he sido buena jugando al detective, jamás me importó adivinar que el


asesino era el Profesor Violet, con un revólver, en la terraza. Sin embargo, Nils
guía mi reflexión haciendo énfasis en ciertos detalles. Hago un esfuerzo y escojo
mis palabras con cuidado, intentando no olvidar nada:

– Teresa y su amante eran vigilados por Fleming, quien también era seguido
por alguien. El hombre conoce a Fleming. Éste le da información y/o dinero.
Teresa escondió esa foto puesto que es comprometedora: podríamos apostar a
que el sobre contenía cosas más importantes que los horarios de autobús para
Texas o una cuponera para el restaurante. En vista del lugar y la fecha, esto
probablemente está relacionado con el fallecimiento de Teresa. El tipo puede ser
quien ordenó su muerte.

Nils corrige y completa:

– No, no fue él quien la ordenó, es musculoso, deportivo, con la cara


cuadrada, de ropa barata, y se puede distinguir el bulto de una pistola bajo su
chaleco: seguramente es un mercenario. El tipo no ríe; como dices, no creo que
esté intercambiando con Fleming recetas de cocina. Se muestra con el rostro
descubierto en pleno día, en un lugar público, o cual significa que no (o en ese
entonces no lo era) un hombre buscado. Sin embrago, esta foto tiene algo, o de
lo contrario no la habrían escondido, y sabemos que Fleming provocó la
persecución que le costó la vida a Teresa; entonces ese hombre debe de estar, de
alguna u otra forma, involucrado con la muerte de Teresa... o con la de su
amante, Elton Vance. En conclusión, seguramente es el mercenario de quien
ordenó el asesinato de Vance y Teresa.

Nils marca una pausa, tal vez para darme la posibilidad de contradecirlo o
cuestionarlo. Me conformo con aprobar, impaciente por escuchar la
continuación. Él continúa:

– Según el ángulo de vista, podría apostar a que la foto fue tomada desde muy
lejos, con un teleobjetivo y material profesional: el hombre que la tomó conocía
su trabajo, y se arriesgó bastante. Entonces probablemente era un periodista.
¿Cuántos periodistas conoces que hayan cuestionado la tesis del accidente?
– Uno solo, respondo cada vez más exaltada a medida que Nils saca sus
conclusiones, y que veo el misterio aclararse: Randall Farrell, el autor del
artículo que originó esta investigación, el que me dio la pista acerca del asesinato
disfrazado de accidente.
– Bingo. ¿Y qué fue de él?
– Murió. Creo que de cáncer.
– Un cáncer que no pudo haber llegado en mejor momento, que lo derrumbó
en la frontera de México de una manera tan implacable que fue enterrado al día
siguiente con un permiso de inhumar más que dudoso, firmado por la mano
temblorosa de un médico mexicano que después se perdió en la naturaleza.
– ¿Cómo sabes eso? exclamo.
– No me quedé sin hacer nada esta semana, continué investigando, cavando,
interrogando personas, poniendo a trabajar a mis contactos... En fin. Esta foto no
se encontraba en casa de Jack por casualidad, y seguro que Farrell no divirtió
fotografiando a Fleming porque le parecía apuesto. ¿Entonces...?
– Entonces, antes del accidente, alguien le pidió a Farrell que siguiera a
Fleming. O al otro hombre.
– Exacto. Tal vez porque ese alguien, Teresa o Vance, se sentía amenazado y
estaba buscando pruebas. Otra cosa, sobre el mismo tema de Fleming, de la cual
me enteré aprovechando que estaba en la policía: a los 24 años, por poco y lo
mandan a prisión, por golpes y heridas a su novia. Finalmente quedó en libertad
porque alguien. un tal Charles Smet, se encargó de su fianza y le pagó a un buen
abogado que fue a ver a la chica y la convenció de retirar la denuncia.
– Smet... No me suena a nada...
– A nadie le suena, pero es eso lo que debemos investigar. Porque ese Smet no
era ni uno de sus amigos ni un bondsman.
– ¿Un bondsman?
– Un fiador judicial, una especie de agente de seguros, un tipo cuya profesión
es pagar las fianzas de los hombres que no tienen los medios para hacerlo. Ya
verifiqué: Smet no es uno de ellos. Pero lo que es extraño, es que tampoco es
rico, sólo un hombre tranquilo, sin historia, alguien normal, que no ha sido
fichado en ninguna parte... pero que desapareció de los registros. Todavía no he
logrado localizarlo. Según yo, se trata de un prestanombres, un testaferro del
verdadero responsable. ¿Conclusión?

Como me quedo silenciosa, con el cerebro en ebullición, intentando digerir y


asimilar todo lo que acabo de escuchar, él continúa:

– Entonces, Fleming trabajaba para un hombre que lo necesitaba (es decir, a


un periodista sin escrúpulos y dispuesto a todo) y que estaba libre en 1990 . Ese
hombre quería encargarle un trabajo delicado: provocar el accidente de Teresa y
Vance. Él era rico y deseaba la muerte de Teresa y /o de Vance. Se rodeaba de
tipos sospechosos, pero era inteligente y prudente. La prueba: su única
comunicación con Fleming era por medio de intermediarios, se tratara de
transmitirle información o de sacarlo de la cárcel, utilizando un prestanombres.
Entonces tenemos dos pistas serias y útiles sin demasiada complicación: Charles
Smet y el hombre de la foto. Si llegamos a uno o al otro, tendremos al que dio la
orden...
– ¿Y el abogado? ¿No hay forma de llegar al que dio la orden por medio de
él?
– Bien pensado, me responde Nils sonriendo. Pero era en un hombre ya
grande y murió hace ya varios años, de la manera más pacífica del mundo.

Medito, digiero poco a poco esta avalancha de información y de conclusiones.


Presentado así, parece muy evidente. Sin embargo, me da mareo, peor que un
carrusel con Cameron. Nils razona rápido, con una lógica implacable derivada
de años de experiencia. Él intenta ponerse a mi nivel simplificando todo, pero a
veces me enredo, entonces protesto, discuto, pero él siempre termina por
invalidar mis objeciones y demoler mis contrapropuestas en algunas palabras.

Cuando yo hubiera acusado al Coronel Mostaza en la sala con la llave inglesa,


Nils me demuestra que sólo pudo haber sido Madame Leblanc con la hacha en la
cocina. Finalmente, le hago la pregunta que me acecha desde hace varios días:

– ¿Crees que ese hombre, quien dio la orden, podría ser Jack Parker?
– Lo pensé. Hasta por esa razón fue que hurgué en su oficina. Él tenía
motivos: que te sean infiel no debe ser tan placentero, sobre todo para un hombre
como él, orgulloso y soberbio. Tenía el dinero: en ese entonces ya era millonario.
Por una parte, sin importar lo antipático que sea, no tiene el perfil de un asesino;
por otra, la manera en que todo fue preparado, la paciencia, el esmero y los
medios puestos en acción, los contactos utilizados, me hacen pensar en algo
mucho más frío, premeditado y grande que un simple crimen pasional. Tampoco
parece una venganza: no hay voluntad de hacer sufrir, solamente de eliminar. Es
organizado, minucioso, meditado, radical pero no hay sadismo o dimensión
simbólica. Yo me inclinaría más por un conflicto de intereses. Teresa o Vance
deben haber representado una amenaza para quien dio la orden, y si pudiéramos
enterarnos a quién de los dos iba dirigido el ataque, la investigación me sería
mucho más fácil... Espero que Martin sepa algo de esto. Así que no, no creo que
haya sido Jack.

Asimilo estos argumentos, no muy convencida. ¡Sin embargo, me gustaría


tanto creerlo! De por sí el asunto ya es bastante sórdido, como para todavía
agregarle a la ecuación que el padre de Roman sea un asesino.

Al llegar frente a la casa de Robert Martin, sigo, como en nuestra primera


visita, impactada por el mal estado del lugar. Hoy es todavía peor. El césped no
es más que un terreno vago invadido por hierbamalas multiplicadas. Una sala de
jardín de plástico blanco tirando a amarillo, con sillas cojas, yace bajo un parasol
deslavado. Hay latas de cerveza en el suelo, las colillas de cigarro desbordan de
la maceta de una gran yuca raquítica. Todo aquí parece muerto ya, y me cuesta
trabajo creer que Martin, vivo, haya podido llamar a Nils hace menos de cuatro
horas. Sin embargo, una cortina de encaje sintético se abre cuando tocamos la
puerta, y el viejo hombre nos hace una seña para que entremos.

Martin debe llevar bastante tiempo sin abrir sus ventanas. El aire al interior e
irrespirable, apestando al humo espeso de decenas, centenas, de cigarro
consumidos en cadena. Tabaco negro, muy fuerte, muy francés, que pica los ojos
y la garganta de todo ser vivo en dos kilómetros a la redonda. Me sofoco, a
punto de vomitar, antes de que Nils comience a ventilar. La lluvia entra en
minúsculas gotas perezosas por el marco de las ventanas, pero la atmósfera es
más pesada que nunca. No hay ni un soplido del aire que evacúe la nube tóxica
de tabaco. Corro hacia un tragaluz, intentando desesperadamente aspirar algunas
bocanadas libres de nicotina. Mis pulmones acaban de envejecer diez años en
tres minutos.

– Lo lamento, dice Martin con un gesto vago y cansado, sin levantarse de su


taburete.

Sus dedos están pintados de amarillo, su rostro arrugado y deshecho como si


estuviera enfermo. La mano que sostiene su cigarro tiembla, expandiendo las
cenizas sobre la mesa.

– Te ves muy mal, Martin, constata Nils sin nada de compasión. ¿Es para
liberar tu consciencia, antes de morir, que decidiste repentinamente confesarte?

Aun cuando no tengo mucho afecto por el viejo hombre, no puedo evitar
hacer una mueca. Nils ataca con la delicadeza de un tanque. Ambos se miran
como perros de pelea por un momento antes de que Martin baje la mirada y
encienda un nuevo cigarrillo con la colilla del anterior. Él responde:

– El objetivo... no era Teresa Tessler, sino Elton Vance.

La revelación me congela; por más que me haya preparado, estoy en shock.

– Entonces... comienzo a decir con una voz vacilante, entonces... repito sin
lograr terminar mi frase, por todo el cinismo absurdo que implica esta
información. Teresa... ¿no fue más que un daño colateral? ¿Murió simplemente
porque se encontraba en el lugar equivocado, a la hora equivocada?

Robert Martin hace una mueca y le lanza una mirada a Nils, que me responde:

– No en realidad. Ella sirvió para desviar la atención.


– Antes de ratificar la tesis del accidente, continúa Martin frente a mi aire
interrogativo, la policía obviamente hizo su investigación. En vista de la
mediatización de Teresa Tessler, su compromiso, sus recientes encuentros con
los laboratorios de cosméticos y lo que había en juego, los policías comenzaron a
investigar por su parte. Si bien, a pesar de mi esfuerzo, el accidente les había
parecido sospechoso, fue por parte de Teresa Tessler que buscaron al asesino.
Como ustedes. Sobre todo porque, desde hacía un año, ya nadie hablaba para
nada de Vance.
– Entonces... la muerte de Teresa no fue más que una cortina de humo... digo
con la garganta cerrada, pensando en Roman. De un cierta forma, eso la vuelve
todavía más atroz.

La hostilidad de Nils con Martin es casi palpable, siento que está a punto de
saltarle encima y sacudirlo hasta romperle todos los huesos. Yo estoy
profundamente impactada y triste. La muerte de Teresa me parece tan vana, tan
fútil. Se necesitó tan poco para dejar un niño pequeño si su madre...

– Ok, retoma Nils. ¿Cómo se llama el tipo que está detrás de todo esto?
– No tengo idea, responde Martin después de una tos particularmente
violenta. No creo haberlo sabido nunca.
– ¿Ese hombre te parece conocido? continúa Nils, poniéndole una foto de
Jack frente a los ojos.
– Sí, por supuesto. Jack Parker.

Me sobresalto, pero Nils sigue impasible. Debe haber esperado esta respuesta:

– He visto algunas de sus películas, dice el anciano. De hecho, ninguna me


gustó. Demasiada violencia, explosivos, nada de credibilidad...
– Podemos ahorrarnos tu crítica de la filmografía de Jack Parker, lo
interrumpe Nils. ¿Lo has visto en otra parte que no sea en una pantalla? ¿Podría
ser él quien dio la orden?
– Sí lo he visto pero, no puede ser él, se enfurruña Martin. Es sólo una cara
bonita con un cerebro de caracol. No tiene nada de maquiavélico, nunca habría
planeado algo tan elaborado. Es tonto pero no malo. Si acaso, pudo haberla
matado por accidente, un día de rabia en el que hubiera bebido demasiado. Y se
hubiera quedado plantado como idiota frente a su cadáver llorando mientras
esperaba a la policía.
– Ok... Y el hombre musculoso de ahí, con tu amigo Fleming, ¿lo conoces?
pregunta Nils enseñándole la foto que se robó en casa de Jack.
– Fleming no es un amigo, gruñe Martin concentrándose en el rostro del tipo.
Y no, no me dice nada. Pero ya hace mucho tiempo de todo eso... y estoy viejo,
ya no tengo la mente tan ágil.
– Se paseaba con el rostro descubierto, pero tal vez se cambió de look. Intenta
imaginarlo de otra forma, con lentes, barba, un bigote, o cabello largo...

Al escuchar estas palabras, me sorprendo a mí misma intentando hacerlo,


porque el falso Steven Seagal me intriga desde hace tiempo. Cuando me lo
imagino calvo y con veinte kilos más, algo hace clic en mi cerebro. Un clic, nada
más. Pero tampoco menos. Me es imposible decir si ya he visto a ese hombre o
si he visto demasiadas películas de Steven Seagal. De adolescente, estaba
encaprichada con un primo lejano que veía sus películas una y otra vez, lo cual
explica que conozca tanto del tema...

Martin, por su parte, no debe tener la misma cultura cinematográfica, o los


mismos conocidos que yo porque sacude la cabeza negando. La foto no le
recuerda a nadie.

– Ok, dice Nils. Supongo que hubiera sido demasiado fácil...


– Ten cuidado al hacer circular esa foto, Eriksen. Terminará por saberse que
estas buscando a ese tipo. Y tu víctima parece dispuesto a todo para salvarse el
pellejo. Estás arriesgando el tuyo.
– ¿Crees que haya otra forma de proceder?
– No.
– Entonces... Otra cosa: ¿por qué Vance? ¿Tenía problemas con alguien?
– Tenía problemas con muchas personas, responde Martin.
– Lo sé, varios políticos podridos lo tenían en la mira. Tengo un archivo muy
grande sobre él y los tipos que hizo caer. Pero de eso a ser asesinado.. Y además,
parecía un hombre tranquilo, justamente en ese año. Ya no hacía ruido, la prensa
parecía haberlo olvidado, todos decían que se retiraría del medio...
– Sí, era lo que se decía. No seguí su carrera muy de cerca; en esa época no
me importaban los políticos de los Estados Unidos. Pero lo que sé, es que Vance
no era para nada un hombre inactivo. Le seguí la pista durante la investigación
de rutina. Era discreto, pero no se daba ni un minuto de descanso, siempre estaba
en movimiento durante sus últimos seis meses. Siempre al acecho.
– ¿Tienes pruebas? ¿Alguna recapitulación de sus destinos?
– Destruí cualquier prueba, como podrás imaginar. No quería que se
interesaran en Vance, y que volvieron a dudar de la muerte accidental. Hice todo
para que no hubiera una investigación profunda y que lo clasificaran como
accidente.
– No me molesta que te estés muriendo, Martin, dice Nils casi con indolencia.
Espero que sea doloroso.
– Lo es, responde el anciano. Así que tranquilo, Eriksen, en verdad lo es...

Cuando nos vamos, después de un ataque de toso que le destroza la garganta y


los pulmones, con un ruido de trapo húmedo rasgándose:

– Vance... era incómodo para algunos hombres de negocios también. Grandes.


Poderosos. Y otros, más modestos, pero que ya no tenían nada que perder si los
hacía caer. Tipos salidos de la nada, y que no querían regresar al lugar de donde
llegaron. Capaces de todo. Es eso lo que deben investigar.
– ¿Nombres?
– No. Te juro que no sé más.

Nils deja la casa sin decir ni una palabra. Le sigo el paso, con náuseas por
culpa del humo de cigarro y por las revelaciones de Martin que me llama:

– Señorita...
– ¿Sí?
– Dígale a Roman... que lo lamento.

Asiento con la cabeza y salgo bajo la lluvia.


40. La magia del Sur

Roman, con los brazos cruzados y la mirada dura perdida en el vacío, está
recargado contra un costado de la casa, indiferente a la lluvia que corre por su
hermoso rostro, como un torrente de lágrimas, y transforma su impecable traje
en esponja. Estoy tan feliz como sorprendida de verlo: no íbamos a verlo sino
hasta esta tarde. Pero también me siento aliviada. Después de esas confesiones
bastante lúgubres, su presencia me hace bien.

Luego me doy cuenta de que, desde su ubicación cerca de la ventana, escuchó


una buena parte, si no es que todo, de nuestra conversación en vivo. Si para mí
esto fue difícil, no puedo imaginarme lo que debió haber sido para él, y el
malestar me invade...

La lluvia se vuelve más violenta. Nils se refugió bajo el parasol, se subió el


cuello de su chaqueta de cuero y nos observa, con las manos en los bolsillos.
Supongo que está listo para intervenir si Roman decide estrangular a Martin. O
para ayudarle... En cuanto a mí, sigo plantada en el último escalón de la casa
rodante, y no sé qué decir ni qué hacer. Es difícil: Roman no es muy expresivo, y
descifrarlo casi siempre es una misión imposible. Cuando algo no está bien, se
vuelve de piedra. Furor, desesperación, dolor, tristeza, disgusto, preocupación,
rencor, lástima, angustia, rabia; sin importar cuál sea la emoción negativa que lo
destroce, su respuesta casi siempre es idéntica: quedarse mudo y de piedra. Se
encierra en sí mismo. Bloquea todo mientras retoma el control. Y durante este
tiempo, yo me siento impotente, incapaz de ayudarlo, de apoyarlo. Pero tal vez
no lo necesite...

De repente se separa de la casa rodante, como si hubiera tomado una decisión,


y veo a Nils crisparse, a la expectativa. Pero Roman se conforma con tenderme
la mano y, cuando la tomo, ésta está helada, pero es firme. Lo sigo hasta el taxi
que se quedó estacionado frente a la portilla destrozada, esperándonos. Roman
debió haber regresado el suyo. Cuando me abre la portezuela, echo un vistazo
por encima de su hombro y percibo a Martin en el marco de la puerta; éste sigue
a Roman con la mirada y parece un fantasma.

El trayecto en taxi hasta el aeródromo es silencioso. Al momento de


separarnos, Roman me propone quedarme con él esta noche. Por supuesto que
acepto, con el corazón pesado ya porque no podré verlo durante la semana, ya
que debe ir a Nueva Orleans. Antes de subir al jet que lo llevará a Manhattan,
Nils le da un resumen de sus conclusiones. Ahora piensa concentrarse en Vance,
ponerle la mano encima a Fleming, del cual ya encontró el rostro antier, y hurgar
en las otras propiedades de Jack. Está convencido de que Vance, al saberse
amenazado, le confió a Teresa algunos documentos explosivos que ella habría
escondido en casa de Jack, como lo hizo con la foto. Roman le da luz verde, bajo
condición de que Jack no sea informado.

– No quiero que Jack se involucre en todo esto por ahora, dice Roman con su
misma actitud sombría. Recoge todo lo que te encuentres en su casa que pueda
servir, pero sé discreto. Vigila que nadie te siga o comprenda lo que estás
tramando. El hijo de puta que está detrás de todo esto ya me quitó a mi madre,
no pienso dejar que se acerque a mi padre.
« Mi padre... » Es la primera vez que escucho a Roman llamar a Jack de otra
forma que no sea por su nombre, y si bien no hay ninguna dulzura en su voz,
indudablemente hay una marca de amor en la elección de esta expresión.
Mientras que ellos continúan conversando y planeando, llamo a Edith para
preguntarle si mañana puedo trabajar a distancia en vez de ir a la oficina.
Quisiera quedarme el mayor tiempo posible con Roman.
– No hay problema, me responde ella después de consultar las planeaciones.
Nada requiere de tu presencia física aquí. De hecho, ¿estoy viendo que pediste
dos días para la semana siguiente?
– Sí, es mi cumpleaños, digo cruzando los dedos para que no me pida esos
dos días a cambio (nuestra relación es menos tensa desde que Roman logró que
hospitalizaran a su padre en la clínica, pero Edith sigue siendo Edith, es decir,
alguien para quien amabilidad es sinónimo de debilidad).
– De acuerdo... responde. Bajo condición de que te encargues de las
correcciones y verificaciones de los datos para el próximo número especial.

¡Qué tonta! Todo el mundo lleva días rechazando ese trabajo, como si fuera
una papa caliente, mucho más difícil y aburrida que una conferencia sobre el
índice del costo de construcción y la organización espacial de la estabulación en
la crianza lechera en Indiana. Tan sólo el título basta para dormirse.
– No hay ningún problema, digo intentando no hacer una mueca. Gracias
Edith.

Después de todo, eso también forma parte de mi profesión; no siempre puedo


ganarme la lotería y pasear en el Carnaval de Rio o entrevistar al hombre de mi
vida...

– De nada Amy, de nada... responde Edith sin que logre descifrar si está
siendo sincera o sarcástica.
– ¿Tu padre está mejor?
– ¡Maravillosamente bien!, me dice con entusiasmo, repentinamente jovial.
Pudo levantarse para dar algunos pasos ayer del brazo de su enfermera, Corinne.
Ella es una joven formidable, resplandeciente, creo que es compatriota tuya. El
señor Parker la puso exclusivamente a su servicio. Agradécele nuevamente por
todo, Amy, por favor.
– Por supuesto, le aseguro a punto de colgar.
– ¿Amy? me llama de pronto Edith.
– ¿Sí?
– Apreciaría que te encargaras de todas las tareas del número especial. Eso es
parte del trabajo, aunque algunos lo olviden. Tú no, está bien.
– Oh... me conformo con responder, tomada por sorpresa.
– Lo necesito en tres días, máximo cuatro, sin tomar en cuenta el artículo que
debes terminar para el lunes. Te envío la información por mail. Aparte del
miércoles por la mañana, donde te necesitaré en carne y hueso, es inútil que
vengas al periódico esta semana. Puedes trabajar desde tu casa, tienes varias
cosas de qué ocuparte.
– Es... ¡muchísimas gracias, Edith! balbuceo antes de colgar, contenta,
sorprendida, ¡exageradamente feliz!

¡Podré quedarme con Roman en Nueva Orleans! ¡Toda la semana! Bueno,


casi. Y después: ¡fin de semana amoroso prolongado!

Luego, constatando que Nils y Roman siguen hablando, aprovecho para


confirmarle por mail a Patrick Dawn, mi editor, nuestra cita el martes por la
tarde en Nueva York, que se arregla muy bien, y para llamar a Charlie:

– Ok, ¿entonces no te veré un buen tiempo?, me responde ella mientras grita


puesto que Goliath intentó escalarla para subirse a sus rodillas.
– Sí, bueno... de hecho no lo sé, digo repentinamente apenada puesto que me
doy cuenta de que me estoy emocionando demasiado rápido y tal vez Roman
tenga otros planes, en los cuales no figuro yo, para esta semana. Tengo que
hablarlo con él.
– Sabemos que va a querer estar contigo todo el tiempo. Afortunada.
– Te enviaré un mensaje, digo para cortarla. Además, no tenía previsto el
viaje así que no traje nada, ni siquiera mi cepillo de dientes.
– Yo creo que un multimillonario debe tener un cepillo de dientes en su casa,
bromea Charlie. Si no es que dos o tres. O una caja en la bodega.
– Si no es que un contenedor entero, digo sonriendo.
– Exacto. Pero, por si acaso te fuiste con el único multimillonario en el
mundo que no tiene un contenedor de cepillos de dientes en su bodega, estoy
segura de que podrá comprar la cadena de Walmart sólo para darte uno.

Seguimos delirando sobre el tema hasta que Charlie exclama:

– ¡Acostado!
– ¿Perdón?
– Lo siento, es Snoopy. Está intentando subirse al sillón. Pero estoy aplicando
el método de Roman: firmeza y firmeza. Iré con el veterinario mañana para
comprarle algo para las pulgas. Creo que se está rascando mucho.
– ¡¿Otra vez?! ¡Pero si ya has ido unas cinco veces desde que lo tienes!
– Pues mañana serán seis, responde Charlie sin alterarse. ¿Prefieres que haga
un criadero de pulgas en tu apartamento?
– ¡Nunca! Si veo una sola saltando en la moqueta cuando regrese, los cortó en
pedazos, a ti y a tu saco de pulgas. Pero... te vas a gastar todo tu salario, suspiro
acabándome el cerebro para encontrar una forma más diplomática de decirle que
abandone la idea de enamorar a su apuesto veterinario.

Pero Charlie comprendió sin que pronunciara las palabras; ella marca un
silencio antes de declarar, repentinamente seria:

– Me gusta mucho. No me enamoro tan seguido...

¿Qué responder ante eso? Seguimos conversando por algunos minutos hasta
que me doy cuenta de que Nils y Roman me están esperando.
***

Después de un viaje de más de dos horas en helicóptero, Roman y yo


llegamos a su propiedad en Nueva Orleans, donde Norah, su nodriza desde que
era niño, lleva un tiempo esperándonos impacientemente. El vuelo fue tranquilo,
ya que Tony sintió que no era el momento de hacer su maniobras con el
helicóptero. Me acurruqué en los brazos de Roman, que me recibieron fuertes y
protectores, y fue él finalmente quien me consoló a mí.

La mansión de madera roja es como Roman: bella, atípica, sólida, secreta.


Erguida sobre pilotes y rodeada por un parque con árboles gigantescos, entre
ellos magníficos robles centenarios (Quercus Virginiana, para ser más precisa,
según me informó Roman), está rodeada por una veranda de doble piso en lo alto
de la cual, sobre la fachada oeste, la vista hacia el Mississippi es simplemente
impactante. De hecho es ahí donde cenamos un delicioso platillo típico de
Louisiana, un suculento gumbo de pollo preparado por Norah. Hablamos poco,
pero la atmósfera no es muy pesada. Admiro el parque, que desciende en rampa
hasta la ribera. Algunas luces tenues iluminan el paisaje, reflejándose sobre las
aguas calmadas y sombrías. Me siento feliz de estar aquí, en este lugar que
Roman ama, y que representa tanto para él, la casa de su madre.

– La escogimos juntos, me dice al final de la cena. Los tres, con Jack. Él


nunca vivió aquí, pero sin él no habría casa.

De pie, recargado en la barandilla de teca roja que alisa con la mano, él mira
la mansión, melancólico.

– Yo tenía 4 años, mi madre acababa de recibir mucho dinero por su última


película. Jack y ella vivían e n un loft en el centro de Miami, pero ella quería «
una verdadera casa » para criar a su hijo. Buscaba un lugar tranquilo, fuera de la
ciudad, lejos del ojo público. Visitó varios, siempre me llevaba con ella y me
pedía mi opinión. A mí todas me parecían bellas, y más que nada estaba feliz de
estar con ella, de tenerla para mí solo, por primera vez. A esa edad, no era un
niño difícil: mientras que tuviera una habitación y un jardín para jugar a Tarzán,
era perfecto. Pero a mi madre ninguna le gustaba: demasiado pequeña,
demasiado austera, demasiado bling-bling, demasiado blanca, demasiado grande,
demasiado obscura... Cuando un tiene 4 años, no aguanta más de 5 minutos
visitando casas. Pero eso duró semanas. Comencé a hartarme en verdad. Hacía
berrinche por cualquier cosa, decía que no a todo, sistemáticamente. Y luego, un
buen día, ella encontró ésta. Me dijo que había hallado una perfecta: de mi color
favorito, rojo, con ardillas por todas partes, árboles para hacer cabañas y el río
para pasear en barco.

Roman, perdido en sus recuerdos, se pone a sonreír de repente:

– Estaba tan feliz de que por fin había logrado convencer a Jack de venir a
verla con nosotros. Yo ya estaba harto de ver casas, estaba enojado, refunfuñaba
todo el tiempo: « Ya podemos pasear en barco en Miami, y aquí ni siquiera hay
piscina, y las escaleras rechinan, ¿y dónde están las ardillas? y el Mississippi está
horrible, apesta, no es tan grande como el mar, etc. » Parece que mi madre ya no
sabía ni qué inventar para convencerme. Entre más intentaba venderme la casa,
más me obstinaba en que no quería vivir aquí. El agente de bienes raíces, que
veía cómo se le escapaba la venta del año por culpa de un niño consentido,
visiblemente moría de ganas por darme unas nalgadas y mandarme a la cama. Mi
madre iba a desistir, desesperada, cuando Jack me dijo, como si nada,
señalándome el parque y luego el río:
– Tienes razón, pequeño. Este lugar no vale nada. Imagínate, aquí es una
jungla, necesitaríamos un machete para cruzar el jardín. ¡Mira, hasta hay lianas
en los árboles! ¡En serio! ¡Lianas! ¡Parece un sueño!
– ¿En dónde? pregunté con todos mis sentidos de pequeño Tarzán
repentinamente en alerta.
– Y ese río lleno de cocodrilos, continuó Jack sin responderme. ¡Parece que
son enormes! ¡Con hocicos gigantescos!
– ¿Cocodrilos? repetí, todavía más interesado.
– ¡Lleno de cocodrilos! ¡Centenas de ellos! exclamó Jack con énfasis. Cada
vez que queramos dar un paseo en barco ¡pum! ¡nos encontraremos un
cocodrilo! Tendremos que pelear, darle golpes con las ramas en la nariz, todo
eso... No, en verdad, pequeño, ésta no es una casa para nosotros. Hay que ser un
verdadero aventurero para vivir aquí...

Río al escuchar a Roman contarme esta aventura. Mientras hablaba, se fue


introduciendo en la piel de los personajes y actuó toda la escena con mucho
detalle. Imita perfectamente su cara de obstinación, la actitud enfurruñada y
ávida del agente de bienes raíces, el rostro triste de su madre, la elocuencia de
Jack.
– ¿En verdad recuerdas todo eso o lo estás inventando? le pregunto cuando
termino de reír.
– Recuerdo algunos detalles, responde con una sonrisa nostálgica. Pero lo
demás lo escuché de Jack. Le encantaba contar esta historia.
– ¿Nunca pensaste incursionar en la actuación? digo acurrucándome contra él.
Eres muy bueno.
– ¿Bromeas? Si ni siquiera soporto que me tomen una foto.

Aprovechamos lo agradable de la tarde para hablar de nuestra infancia,


abrazados bajo la veranda. La de Roman es caótica, pero habla de ella con
ternura, a pesar de los episodios dolorosos.

– Ya sé que idealizo a mi madre, dice alzando los hombros como para


defenderse. De ella tengo recuerdos de niño pequeño maravillado mientras que,
de hecho, pasaba más tiempo con Norah que con ella, quien raramente me
regalaba más de una hora de atención por día. Pero creo que sólo era su
temperamento; me amaba a medias, torpemente, pero me amaba. O eso creo.
– Yo estoy segura de ello, digo. Sobre todo porque, si no, no hubiera
comprado esta casa que claramente escogió para ti, aunque le hicieras caras.
Además, eras el niño más hermoso de todo el planeta.
– Eso es perfectamente cierto, se pavonea cómicamente.
– Para terminar, Teresa sin duda no era una madre modelo según los
estándares establecidos, pero siempre te mantuvo a su lado. Contrató a Norah
para darte una educación y una presencia constante, te llevó a sus rodajes, de
vacaciones, de viaje... Hiciera lo que hiciera, Norah y tú formaban parte de sus
planes. Entonces, sí, efectivamente, de las veinticuatro horas del día, raramente
pasaba una sola contigo, pero aun así. Si no te hubiera amado, te hubiera dejado
en la casa con Norah, o te hubiera enviado a un internado...

De repente me callo y me muerdo los labios, consciente, aunque demasiado


tarde, de que eso es exactamente lo que Jack hizo en cuanto murió su esposa:
envió a Roman a Suiza y se despreocupó de él.

– Discúlpame, digo. Soy la reina de la torpeza. Pero en el caso de Jack, es


diferente...
– No intentes disculparte, ésa es la verdad: Jack se deshizo de mí, pero no se
lo reprocho. O mejor dicho: ya no lo hago. Pasé demasiados años lleno de rabia
contra mis padres. Contra Jack por su indiferencia y su ausencia, contra mi
madre porque su muerte fue como una traición, me abandonó dejándome como
presa de los periodistas, solo frente a los escándalos, avergonzado, adolorido.
Solo porque Jack no era lo suficientemente adulto para hacerse cargo de un niño.
– Pero acababa de perder su mujer y...
– No intentes protegerme defendiéndolo, me interrumpe Roman sonriendo.
Ya no soy un niño pequeño, Amy. Sé asimilar las cosas. Y tú ya has hecho
mucho por mí, más que ninguna otra persona. Gracias a ti, tengo la oportunidad
de saber la verdad sobre la muerte de mi madre, y de castigar al asesino. En
cuanto a Jack, es como es, he aprendido a lidiar con él. De todas formas, en la
familia nunca hemos sido muy buenos para decir « Te amo » ni para
demostrarlo.
– A mí me parece que lo haces bastante bien... digo besándolo y jalándolo de
su camisa para llevarlo a que me siga a su habitación.

La habitación de Roman, bajo el techo, es amplia y minimalista, equipada con


una inmensa cama de madera esculpida frente al balcón, que da hacia el
Mississippi... y básicamente ésa es toda la decoración. Un ventilador, una
alfombra navajo, dos o tres cuadros en las paredes, y una glicina en una maceta,
tentacular, iluminada por pequeñas lámparas ultravioleta, que ocupa toda la
esquina oeste, completan el mobiliario. Esta luz dulce es la única encendida en la
habitación cuando jalo a Roman hacia la cama. Ésta apenas si dibuja los ángulos
de su rostro cuyos rasgos se pierden en la penumbra ligera. La noche es cálida y
calmada, y tengo ganas de él, de su fuerza, de su dulzura.

Él se quita la sudadera y su playera de un solo movimiento, y como cada vez,


me maravillo frente a su torso con músculos marcados. Roman es un deportista,
un corredor, un hombre que seguido lleva a su cuerpo al extremo, y toda su
musculatura respira la voluntad y el control, el poder mezclado con la velocidad.
Rozo su vientre con la punta de los dedos, sus abdominales salidos, la sedosa
línea de vellos negros que baja de su ombligo para perderse bajo su cintura. Mis
labios siguen el rastro de mis dedos y luego lo desabotono. Él contiene la
respiración cuando, arrodillándome para bajar su pantalón, rozo con mi cabello
su sexo que se tensa. Amo este instante fugaz en el que lo veo hincharse y crecer.

Roman pone una mano sobre mi hombro, la sube por mi nuca y, con una
presión de los dedos, me incita a enderezarme. Permanece silencioso y grave,
sus gestos son mesurados; sólo la intensidad de su mirada y el arco tenso de su
sexo traicionan su deseo. De pie frente a él, apoyo mis dedos en la base de su
cuello, ahí donde palpita su carótida; ésta late poderosamente, un ritmo que se
acelera cuando me inclino para pasar mi lengua por sus labios y me pego a él.
Un vínculo directo con su corazón.

Un corazón que late más fuerte, más rápido, a medida que las manos de
Roman divagan bajo mi camisa de mangas largas y desabrochan mi sostén, una
prenda linda de encaje malva que ni voltea a ver cuando me lo quita. Tampoco a
las bragas que hacen juego y que siguen el camino de mi pantalón para terminar
en el suelo. Luego me abraza y regresa a mis labios, mis senos chocan contra él,
nos encontramos piel con piel, corazón con corazón; el mío se acelera.

La boca de Roman siempre tiene un efecto fabuloso en mí, su sabor dulce, su


manera de besar exigente y tierna, nunca invasiva, pero tampoco dudosa, la
manera que tiene un hombre que sabe lo que me gusta, pero que también toma lo
que quiere, como quiere, pero que también da. Podría pasar horas intentando
describir las sensaciones que me otorga su boca, sin lograr nunca siquiera
acercarme. Cuando me besa, es como si desconectara todos mis sentidos, todas
mis funciones vitales, para conectarlos con los suyos: mi respiración y mis
latidos sólo dependen de él, mi vientre no obedece más que a sus caricias, mis
piernas me traicionan y sólo buscan separarse para dejarlo pasar, mi sexo se abre
como una flor bajo los rayos del sol. Es al vez embriagante y desestabilizante,
esta pérdida de control sobre mi propio cuerpo, esta incontenible sumisión.

Las manos de Roman me acarician ahora la espalda, las caderas, las nalgas, se
toman su tiempo, dibujan garabatos, dejan a su paso un escalofrío que me eriza
la piel, como una deliciosa quemadura. Tengo calor. Mucho calor. Me siento
invadida por una languidez que me inmoviliza las piernas, y cuando la mano
izquierda de Roman, de pronto se separa del rastro definido por la derecha para
pasar de mi cadera a mi vientre, de mi vientre a mi ingle, de mi ingle a mi grieta,
húmeda y tibia, la cual acaricia y penetra, gimo y me derrumbo sobre la cama
detrás de mí. Con la mano derecha, Roman acompaña mi caída suavemente y me
encuentro sentada frente a él, con la boca a algunos centímetros de su sexo
erecto, obscuro y palpitante. Luego él también se deja caer, de rodillas, y separa
las mías con ambas manos. Ahora es él quien tiene la boca a la altura de mi sexo
cuando se inclina hacia mí. Me encanta jugar con su cabello cuando se ocupa de
mí. Y ahora, tengo muchas ganas de que se ocupe de mí...

Él me sonríe, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, y daría lo


que fuera por cada una de sus sonrisas. Observo sus labios, ni muy carnosos ni
muy finos, con un pliegue burlón. Me separa más las piernas, estoy ardiendo y
estremeciéndome, vibro de impaciencia y de deseo. Comienza por dejarme, en la
orilla de mi sexo, besos ligeros, perezosos, que me calientan y me excitan
todavía más, que sobre mi piel delicada son como mariposas con alas
incandescentes. Gimo su nombre, siento que me derrito. En mi vientre todo
parece derretirse y diluirse para venir a perlarse en mis labios; con un
lengüetazo, él saborea mi clítoris. La sorpresa y la descarga de placer intenso,
me hacen sobresaltar y gemir con todas mis fuerzas.

– Sabes a especias, Amy, a la vez dulce y picante. Estás deliciosa.


– Entonces devórame... murmuro, presionando suavemente su cabeza para
dirigirlo a donde quiero, donde necesito.

Él me obedece, con una pasión voraz que contrasta violentamente con el baile
lento que nuestros dos cuerpos hacían hasta ahora. Su lengua me lame y me
penetra, se arremolina sobre mi carne chorreante, me cosquillea. me estimula y
luego me acaricia con ardor, casi hasta llevarme al orgasmo, casi hasta el
clímax... pero no llega. Roman se separa cuando le aprisiono la cabeza y le pido
que me haga venirme, él dice que no, que todavía no, que quiere escucharme
gemir más, con más fuerza, mucha más. Entonces gimo, y hasta estoy a punto de
gritar. Pero Roman me abandona de pronto, se aparta hacia un lado. Protesto,
pero me dice no, no te muevas, ya verás. Y lo veo, o más bien lo siento, el viento
fresco del ventilador sobre mi vientre. Roman coloca su mejilla sobre mi muslo,
su boca a algunos centímetros de mi grieta, ardiente y chorreante, que abre con
la punta de los dedos. La frescura del aire del ventilador, que llega por oleadas
sobre mi sexo, es delicioso, electrizante. Ondulo bajo estas extrañas caricias,
intangibles, mi clítoris hinchado imita a mis pezones y se yergue y tensa, en
espera de un roce, con el cual Roman, a veces, lo gratifica con la punta del
índice, haciéndome saltar y quejarme de frustración. ¡Quiero más!

Me retuerzo, me abro más, quisiera descuartizarme. Roman sopla sobre mis


labios, un aliento cálido que contrasta con el aire fresco. Luego acerca su boca a
mi sexo, lo acaricia con la punta de la lengua, lo besa apasionadamente, lo
saborea, lo devora, y su calor es delicioso. Intento aprisionarlo, no quiero que se
separe, ya no podría soportar que se quite y me prive del placer que crece
desmesuradamente entre mis muslos. Comprendo todo el sentido de la expresión
« morir de frustración ».
– Oh, Roman... por favor... te lo ruego...

Eso es todo lo que sé hacer, suplicar, murmurar, no soy capaz de otra cosa
porque su boca me vuelve loca. Sus manos están profundamente hundidas en la
carne blanda de mis muslos, sus pulgares separan mis labios, algunos mechones
de cabello, sedosos, llegan a acariciar mi vientre y me hacen estremecer, y su
lengua, su lengua... se hunde y da vueltas y regresa a presionar, con más fuerza,
oh es demasiado bueno, a bailar frenéticamente sobre mi clítoris que vibra y
pulsa hasta que al fin una explosión orgásmica, el clímax, me hace gritar y gritar
hasta perder el aliento, las palabras, y la consciencia... Flaqueo, caigo hacia
atrás, recibida por la suavidad del edredón, luego entro en un hoyo negro,
inundada de placer.

Cuando emerjo, las luces de la glicina están apagadas. Roman está acostado
cerca de mí, recargado sobre un codo, y me observa. Adivino sus rasgos en la
obscuridad, la sombra de una sonrisa. Admiro lo burdo y lo delicado de su
cuerpo, el hueso de su cadera que sobresale, y los poderosos músculos de sus
muslos. Quisiera extender la mano para tocarlo, pero no me siento con la fuerza
para hacer el menor movimiento. Mi orgasmo fue tan impetuoso que me dejó
agotada, hecha polvo. Siento como si no fuera más que una marioneta
desarticulada a la cual le cortaron los hilos. En medio de la indolente danza de
pensamientos que flotan en mi cerebro, uno sólo se destaca: dejé a Roman en
seco. él me hizo gozar y yo me dormí sin regresarle el favor. Me encantaría
arreglarlo, pero la simple idea de voltear la cabeza o de levantar un brazo me
parece insoportable.

– Roman...
– ¿Sí?
– Ya no me puedo mover...

Lo escucho reír suavemente. Él se acerca para pasar su brazo bajo mi nuca y


jalar la sábana sobre mí. Me acaricia la sien, juega con un rizo entre sus dedos:

– ¿Y es grave?
– Molesto. Para ti.
– Eso es seguro. Pero sobreviviré, no te preocupes.
– ¿En serio?
– Lo prometo.
– Buenas noches...
– Me alegra que estés aquí, murmura mientras duermo, con la cabeza
recargada sobre su hombro, nuestras piernas enredadas, su sexo duro contra mi
costado. Te necesito tanto...

En medio de la noche, el frío me despierta. Busco a tientas la cobija, teniendo


cuidado de no molestar a Roman. Él duerme pacíficamente, boca arriba, con un
brazo doblado bajo su cabeza y el otro puesto sobre su vientre. Respira
calmadamente, profundamente. Es la primera vez que puedo admirarlo en su
sueño. Es simplemente magnífico, una obra de arte de carne y hueso. Se
estremece cuando pongo mi mano en el interior de su muslo. La piel es tan suave
en este lugar, casi imberbe... La acaricio ligeramente, mi pulgar, por descuido,
roza sus testículos que se retractan instantáneamente. Su respiración se acelera,
parpadea rápidamente, está a punto de dormirse. Mi mano sube y llega a
acomodarse en lo alto de sus muslos; sus ojos se abren a medias, él me mira a
través de la ranura de sus párpados, sin decir nada. Su sexo comienza a palpitar,
lo rozo con mi palma, éste crece; lo acaricio, se tensa; me apodero de él y se
erecta.

– ¿Piensas abusar de mi cuerpo mientras duermo? murmura Roman con una


voz ronca.
– Quisiera, digo mientras que mi mano comienza vaivenes lascivos sobre su
miembro completamente en guardia, ahora. En verdad quisiera hacerlo...
– Está bien, responde con una sonrisa volviendo a cerrar los ojos. Abusa todo
lo que quieras, linda, abusa mucho más, hasta que te pida que te detengas...
– A tus órdenes, mi amor... digo mordisqueándole el hombro antes de
cabalgarlo.

No me pidió que me detuviera, sino que gritó mi nombre. Varias veces.


41. Happy birthday Amy!

A la mañana siguiente, la melancolía de Roman se ha evaporado. Lo escucho


levantarse vagamente, al alba, y adivino que irá a correr. Él me da un beso en la
comisura de los labios que me hace ronronear de placer. Por un segundo pienso
en regresarlo bajo las sábanas para disfrutar un poco más de él, pero vuelvo a
dormirme antes de siquiera haber terminado de formular la idea. Una o dos horas
más tarde, me despierta el delicioso olor del café y de las galletas recién hechas.
Roman se sienta sobre la cama con su traje puesto, después de haber dejado
sobre ésta una bandeja de desayuno tan vasto que alcanzaría para alimentar a
media ciudad. Me parece tan sexy, con el torso desnudo y el cabello mojado
después de la ducha, que la idea de regresar bajo las cobijas con él me asalta de
nuevo. Pero el menor gesto, la menor maniobra ponen en peligro el precario
equilibrio de la bandeja. La prudencia me obliga entonces a esperar hasta haber
terminado el desayuno antes de atacar el postre abusando de su cuerpo.

Para mi más grande felicidad, y como lo había predicho Charlie, Roman se


muestra más que dispuesto a hacerme un lugar en su vida en Nueva Orleans,
para toda la semana. En esta ocasión puedo constatar que no tiene ningún
contenedor de cepillos de dientes en el sótano. Pero él me presta muy
amablemente el suyo antes de llevarme de compras en cuanto abren las tiendas.
Recorremos todas las boutiques, tomados de la mano. Es maravilloso estar
juntos, en esta fascinante ciudad con un ambiente extraño y tan diferente al de
Nueva York. Simplemente es otro mundo del que Roman conoce hasta el
mínimo detalle. Él aprovecha desvergonzadamente que no tengo literalmente
nada que ponerme para constituirme un guardarropa suficiente como para
vestirme durante todo un mes sin usar lo mismo dos días seguidos. Como
siempre, debo refrenar sus ardores. No es que esto sea desagradable, al contrario,
es embriagante, pero todavía no logro acostumbrarme, entonces refunfuño:

– Roman, digo cuando me hace probarme un enésimo vestido azul obscuro


magnífico, pero demasiado caliente, mientras que los paquetes se apilan ya en el
auto hasta el techo. Roman...
– ¿Hmmmm? responde preocupado por un pliegue en la prenda de lana que
no cae como a él le gustaría.
– No estamos en Pretty Woman, ¿sabes?
– Evidentemente, dice ofuscado. Tú eres mucho más bella que Julia Roberts.
Señorita, continúa llamando a la vendedora señalándole el pliegue maldito,
¿habrá alguna forma de hacer algo por eso que cuelga allí?
– Claro que sí, señor.
– Perfecto. Si pudiera apresurarse, agrega mientras que me dispongo a
protestar que está bien, que con eso basta. Temo haber agotado la paciencia de
mi prometida, que está punto de pasar al modo « gruñidos ».

No puedo evitar reír ante esta réplica, dicha de la forma más seria del mundo,
que acaba de lleno con mis ganas de gruñir (eso, y la palabra « prometida », que
me inunda de escalofríos). Adoro el humor sarcástico y el sentido de ironía de
Roman, capaz de utilizar términos como « colgar » o « gruñidos » con tanta
clase como si discutiera sobre arte etrusco tomando el té con la reina de
Inglaterra. Y también aprecio que sepa exactamente cómo descifrar mi carácter
(cuando hasta a mí misma me cuesta trabajo entenderme...). Que pueda, como si
nada, desvelar, y hasta anticipar cualquier variación de mi humor. Comienzo a
preguntarme si no tiene un sexto sentido o antenas escondidas.

El resto de la semana pasa a una velocidad vertiginosa y me siento muy feliz


de comportar la vida diaria de Roman. Una felicidad que siempre es muy breve y
la cual debo aprovechar al máximo. Vivir con él nunca es aburrido, es reír
constantemente, gracias a su humor, su ternura y su energía.

Trabajo no sólo en las correcciones que me pidió Edith, sino también en las
de mi manuscrito, que Patrick Dawn, mi editor, me entregó el martes por la tarde
cuando fui a Nueva York. El miércoles por la mañana, trabajé con Edith y
después, regreso en jet a Nueva Orleans. Todavía me cuestan trabajo estos viajes
en avión, que me parecen agotadores aun cuando Tony decide no hacer
acrobacias. No sé cómo le hace Roman, creo que yo nunca me acostumbraré. Mi
entrevista con Patrick fue todo un éxito; él es un gran hombre muy jovial
(demasiado alto, ¡mide casi dos metros!) con cabello cano, hombros de luchador
y un vientre prominente. Sus comentarios y sugerencias son, en su mayoría, muy
pertinentes. En cuanto termino con mis modificaciones, él las valida, firmo el
acuse de recibido y mi manuscrito se va a la imprenta; comienza una nueva
aventura.
Roman, por su parte, malabarea sus citas para estar libre temprano por las
tardes y llevarme a recorrer la ciudad, sobre todo el Barrio Antiguo que le es
muy importante, especialmente por su cultura, su música y su ambiente.
Comemos buñuelos con un café con leche cerca del mercado francés, damos un
paseo en barco por el Mississippi (con lo cual me gano una espectacular
quemadura de sol sobre la nariz), asistimos a fiestas en clubes de jazz, y Roman
atiza mi glotonería invitándome a uno de los mejores restaurantes cajún y
criollos. Aquí, el frenesí neoyorkino, los palacios y los edificios parecen un
oasis. Todos se toman su tiempo para vivir, y la riqueza de la ciudad es antes que
nada cultural, aun cuando hay colonias muy ricas, sobre todo el Garden District
con sus increíbles residencias de actores famosos. No me molestaría vivir aquí;
cruzarme con Brad Pitt cuando vaya a comprar el pan por la mañana, hay
castigos peores... Estamos lejos de los lugares excesivamente lujosos en los
cuales estoy acostumbrada a ver a Roman desenvolverse, pero aquí también está
como pez en el agua. Es aquí donde se siente en casa; no en Manhattan, no en
sus apartamentos impersonales de la Red Tower, de concreto y acero, diseñados
y amueblados por un arquitecto reconocido y demasiado caro, sino en esta
inmensa casa de madera plantada en medio de la nada, con sus árboles que han
visto nacer y morir a varias generaciones, con su río impávido... y sus
cocodrilos. Cocodrilos que tuvimos la suerte (o la mala suerte, según se vea) de
encontrarnos en nuestros paseos en el bote de Roman, a través del pantano, y
más especialmente en el lago Saint-Martin donde abundan.

A pesar de todo, si bien siempre es igual de atento y tierno conmigo, Roman


sigue estando inhabitualmente preocupado; ahora que la investigación sobre la
muerte de su madre tomó un giro decisivo, está esperando un desenlace
inminente. Llama a Nils a todas horas, para informarse de los avances, hasta que
éste, con su tacto legendario, lo manda al diablo:

– Yo te aviso cuando haya algo nuevo, Roman. Deja de acosarme y de saturar


mi mensajería como adolescente con su primer amor.

Roman cierra los ojos, guarda la calma, e inhala profundamente antes de


colgar tranquilamente. Comprendo que a Nils le parezca demasiado estresante,
pero seguramente hay maneras más diplomáticas de decirlo.

– Ese vikingo puede ser muy desesperante cuando lo quiere ¿verdad? digo,
simpatizante, pensando en la cantidad de veces en que Nils me dejó en ascuas,
sin noticias, mientras que yo necesitaba desesperadamente sus respuestas.
– Si me sigue tratando así, lo llevaré a pasear al lago Saint-Martin y haré que
nade un poco, gruñe entre dientes.
– Pobres cocodrilos... digo, falsamente triste.

Roman se voltea hacia mí y vuelve a sonreír:

– Tienes razón, no sería bueno para esos animales, y todas las asociaciones de
derechos animales me perseguirían.

Él pone una mano en mi cabello y concluye, justo antes de besarme


tiernamente:

– Más bien debería dejarlo tres días sin postre, estoy seguro de que no se
repondría.

***

El viernes, Roman está a punto de llevar a cabo su amenaza. Después de


cinco días, visiblemente agotadores, de investigaciones sobre Vance, viajes de un
lado al otro del país en busca de Fleming y de cateos infructuosos en casa de
Jack, Nils hace escala en Nueva Orleans. Le siguen faltando piezas del
rompecabezas, quiere visitar e inspeccionar el antiguo hogar de Teresa. Como
mañana es mi cumpleaños (¡un cuarto de siglo!) y Roman piensa llevarme a
algún lugar lejos de aquí por la ocasión, Nils podrá darle todas las vueltas que
quiera a la casa.

A las 7 de la noche, llueve a cántaros, así que los tres cenamos en el extraño
comedor de la mansión y no en la veranda. Es una pieza grande como un salón
de baile, rodeado por una multitud de puertas, todas magníficamente trabajadas y
rigurosamente idénticas, que dan hacia las cocinas, tras cocinas, reserva, pero
también, sorprendentemente, hacia alcobas, guardarropas, oficinas. La lluvia
golpea rabiosamente los ventanales y forma una cortina opaca que altera el
paisaje, confundiendo el cielo y la tierra.

– ¿Cómo vas con Fleming? le pregunta Roman a Nils.


– Mal, responde Nils sirviéndose un tercer plato de jambalaya con camarones.
– ¿Cómo que mal? se preocupa Roman. El domingo ya le habías seguido el
rastro.
– Sí. Pero no se quedó sentado a esperarme mientras que interrogaba a
Martin. Escapó.
– ¿Y? se impacienta Roman.

Nils felicita a Norah, quien vino a surtirnos más pan, por su deliciosa cocina,
antes de responder:

– Y me hizo seguirlo por tres estados antes de que le perdiera el rastro por Las
Vegas.
– Pero lo vas a encontrar, ¿no? Cuando dices que lo perdiste, es sólo... en
fin...
– No lo sé.
– ¡Mierda! ¡El hombre no es Houdini!
– No, pero yo no estoy equipado para mover cada grano de arena en este
maldito desierto.

Roman, a quien la impasibilidad de Nils desespera, replica:

– ¿No estás equipado? ¿Qué quiere decir eso? ¿Necesitas más medios? ¿Más
dinero? ¿Cuánto? ¡Dime!

Nils lo mira por encima y se toma el tiempo de terminar su platillo antes de


responder:

– Si necesitara dinero, te lo diría. Pero el dios dólar no resuelve todo, Roman.


He hecho todo lo posible por encontrar a Fleming...
– ¡Al parecer lo posible no es suficiente!
– Hasta donde sé, retoma Nils con una voz muy baja, casi gruñendo, Fleming
pudo haber molestado al chico malo que decidió enterrarlo en algún lugar del
desierto de Mojave. Si tienes un plan para encontrarlo en medio de esos cuarenta
mil kilómetros cuadrados de aridez, adelante. Si no, deja de molestarme y
déjame trabajar.

A partir de eso, el tono aumenta entre los dos, cada uno defiende su posición,
Roman aparentemente llevado por el estrés y veinticinco años de dudas y de
dolor, Nils hermético y peligrosamente calmado, como desconectado. Me cuesta
trabajo reconocerlos, ¡todo sucedió y se degeneró tan rápido! Mirar a os amigos
enfrentarse es un espectáculo terrible; cuando los veo levantarse y plantarse cara
a cara, tengo miedo de que el combate se vuelva físico. Dudo en interponerme,
pero Nils ya está rodeando a Roman para tomar su chaqueta de cuero. Dice:

– No vas a encontrar al asesino de tu madre poniendo un cheque en blanco


sobre la mesa, Roman. Deberías saberlo, después de todo este tiempo. Hice lo
más que pude. Pero como no es suficiente, y piensas que otros pueden hacerlo
mejor que yo... ok. Contrata a alguien más competente. Encontrarás todo lo
concerniente a este caso en unas cajas en el Sleepy Princess.

Nils se despide de mí y se dispone a dejar la habitación por la puerta más


cercana cuando Roman, desestabilizado, le pregunta:

– ¿A dónde crees que vas?


– ¿Y a ti qué te importa? responde Nils atravesando el umbral.
– Bien...
– ¡Mierda! dice Nils saliendo del armario para tomar la puerta siguiente.

Roman esboza una sonrisa, y treinta segundos más tarde, Nils vuelve a salir
gritando:

– ¡Maldito laberinto! gruñe antes de desaparecer por una tercera puerta.


– Hay doce puertas en este comedor, me dice Roman con una amplia sonrisa.
Sólo una da hacia el pasillo, las otras son callejones sin salida. ¿Crees que
probará con todas?
– Es lo suficientemente testarudo para eso, respondo, aliviada de verlo
relajarse. O bien se saldrá por la veranda.
– ¿Bajo este diluvio? pregunta Roman, escéptico, señalando la lluvia
torrencial que golpea los ventanales que dan hacia la veranda.

Cuando Nils reaparece y, con un paso decidido, pasa por una cuarta puerta,
Roman, pareciendo francamente divertirse, comenta:

– Ah... te apuesto un beso a que esta será la última puerta que intente.
– ¿Por qué estás tan seguro? me sorprendo.
– Norah preparó un pastel de piña absolutamente irresistible para el postre.
– ¿Está en la cocina? pregunto riendo.
En este instante, Nils, indeciso, emerge con el famoso pastel, cubierto con una
salsa de miel, colocado sobre una suntuosa bandeja de cobre. Visiblemente está
dividido entre el platillo dulce y lo que le queda de mal humor. Roman se inclina
para robarme el beso de la apuesta antes de decirle:

– Lo lamento, Nils, estoy un poco nervioso en este momento. Aprecio tu


trabajo. Muchísimo. En solamente algunas semanas, llegaste más lejos de lo que
nadie había llegado en veinte años. Los policías, los periodistas, el detective que
había contratado, Fleming... Nadie había logrado reunir tanta información, ni
hacer esas deducciones.

Nils escucha mientras corta el pastel con esmero; lo saborea con la punta del
dedo, y asiente con la cabeza y con un aire de aprobación. La reconciliación va
por buen camino.

– Quisiera que fueras tú quien continuara con esta investigación, concluye


Roman después de algunas disculpas.
– Ok, se conforma con responder Nils, sin rencores, repartiéndonos nuestros
pedazos, uno minúsculo para Roman y uno enorme para mí.
– Siento que no me ha perdonado por completo, me susurra Roman a quien le
basta con dos cucharadas para terminar su pedazo de pastel mientras que Nils y
yo no estamos ni a una cuarta parte del nuestro todavía.

Le permito tomar del mío. Él invita a Norah a unirse a nosotros, y esta


atención me parece emotiva. Nils no deja de elogiar su cocina, se declara listo
para casarse con Norah en ese mismo momento. La anciana promete pensar en
su propuesta, Roman hace como si se ofuscara, y la cena se termina con un buen
humor general.

Te amo, Roman Parker, aun cuando no tengas razón, aun cuando te


equivoques. Porque sabes reconocer tus errores. Porque con tus millones,
podrías creerte el amo del universo, pero no, permaneces a la escucha de los
demás. Sobre todo, no cambies nunca.

Como si me hubiera leído la mente, él me toma la mano sobre la mesa y la


presiona suavemente. Me sonríe. Pierdo el piso...

***
Después de la cena, Nils se exilia en el desván para separar la basura que se
acumula en éste, buscando otras pruebas escondidas por Teresa. De ahí saca
cajas llenas de archivos viejos, sin interés según Norah. Facturas del agua, la
electricidad, el gas, recibos de la renta, garantías, pagarés, contratos de seguros,
etc. Todos esos papeles que uno guarda en un rincón durante años por si acaso
algún día los necesita y que termina por olvidar. Cuando Teresa murió, Roman
sólo tenía 7 años y a Jack no le interesaba en lo absoluto la casa de Nueva
Orleans, la cual su hijo heredaría cuando fuera mayor de edad. Entonces fue
Norah quien se encargó de las cosas de Teresa. A petición de Jack, le envió todo
lo que tuviera valor comercial, como las joyas y los abrigos. Ella había
conservado cuidadosamente las fotos, las cartas y todo lo que pudiera tener un
valor sentimental para dárselo a Roman cuando fuera más grande. Para terminar,
mandó todos los papeles al desván, en desorden. Nadie más había pensado en
éste hasta que Nils puso su grano de sal. Mientras que él transforma el desván en
su campo de trabajo, esparciendo los archivos en las cuatro esquinas de la pieza,
Roman y yo preparamos nuestras maletas.

– Si no me dices a dónde vamos, no puedo saber qué llevar, gruño frente a mi


maleta.
– Es una sorpresa, se obstina Roman.
– ¿Pero llevo traje de baño o no?
– Sí, eso siempre es útil...
– ¿Una falda?
– Muy bien.
– ¿Unos jeans?
– Perfecto.
– Un sombrero, una bufanda, unos guantes?
– ¿Tienes eso aquí? pregunta sorprendido.
– No.
– ¿Entonces...?

Suspiro, vencida, y meto todo lo que me encuentro sin distinción. Roman me


da el vestido de lana azul obscuro que mandó a retocar.

– Si me llevo mi vestido de coctel para escalar el Kilimanjaro, será culpa


tuya, gruño nuevamente.

Quince minutos más tarde, estamos en el helicóptero, luego el jet, luego


chapoteando en la bañera con vista a las nubes, luego llega la deliciosa y
romántica noche, a cuarenta mil pies de altura. Deliciosa, pero demasiado corta:
a las 6 de la mañana, Roman me despierta. Estamos por aterrizar. ¡Al fin voy a
saber a dónde me lleva!

Me levanto, con el cabello despeinado, todavía somnolienta. Sobre la cama,


hay ropa para mí: un pantalón de terciopelo beige, calcetines de lana, un sweater
de un lindo verde pálido, manoplas y un abrigo al lado del cual el de Santa Claus
parecería un chaleco de verano. Debí haberme imaginado que lo que metiera en
mi maleta no tendría ninguna importancia y que él tendría previsto con qué
vestirme según nuestro destino. Me gusta mucho el pantalón, y acaricio
maquinalmente el sweater con la palma de la mano: es de una suavidad
exquisita...

Roman deambula desnudo en la habitación algunos segundos, en busca de su


ropa, antes de vestirse rápidamente. No me canso de mirarlo. Cuando se mueve,
su cuerpo es una maravilla, una mecánica extraordinaria, casi demasiado
perfecta. Es vivaz y sutil, los músculos se marcan delicadamente bajo su piel
dorada que desaparece demasiado rápido bajo la tela. Suspiro de tristeza cuando
se pone el bóxer, luego unos jeans negros y un enorme sweater con cuello de
tortuga, del tipo que uno se pone para ir a cazar a un oso polar. Es muy bello. No
hay muchas maneras de decirlo, estas tres palabras son a la vez suficientes e
hilarantes. Es como « Te amo ». Eso quiere decir todo, es absoluto.

– ¿Nos vamos a una expedición en la Antártica? pregunto haciendo un


esfuerzo para regresar a mi mente a temas más terrenales.
– Casi. Tuve que encontrar un lugar donde el clima no fuera una amenaza
para la punta de tu nariz, dice besándome justamente allí. Eres la única persona
que conozco que se haya quemado con el sol de Nueva Orleans en febrero...
– En marzo, rectifico.
– Mazo, si quieres, me concede. Pero bajo una sombrilla con dos capas de
protector solar factor 50 , debes confesar que no es poca cosa.

El sol está en un punto alto en el cielo cuando bajamos del jet, haciendo
brillar la nieve como diamante alrededor del aeródromo. El cambio de horario
fue bueno. Roman me dice que aquí son las dos de la tarde... En el costado del
edificio a mi derecha, puedo leer: Welcome to Rovaniemi. Lo cual no me aclara
absolutamente nada.
– ¿Dónde estamos?
– En el país de Santa Claus, responde Roman poniéndose sus lentes obscuros.
– ¿¿¿En el Polo Norte??? me ahogo imitándolo porque la luz me lastima los
ojos.
– Veo que conoces a los clásicos, bromea. En la Laponia finlandesa, para ser
más precisos.

La Laponia no es exactamente el destino que me vendría a la mente si alguien


me preguntar dónde quiero festejar mis 25 años. Pero la Laponia con Roman, es
más que un lugar nevado con paisajes indescriptibles, más que las ciudades de
carta postal, mucho más que el país de cuento de hadas con el cual sueñan todos
los niños, con sus duendes y sus carrozas guiadas por renos encantados.

La Laponia con Roman, significa noches ardientes dentro de un iglú mullido,


con las auroras boreales por techo. Significa besos escarchados bajo cielos
nocturnos con fantasmagóricas cortinas verdes, como velos de novia de colores,
que llegan a rozarnos y se nos escapan cuando creemos tocarlas con la punta de
los dedos. Significa carcajadas y volteretas en la nieve, paseos en trineo, sólo él,
yo, y nuestra manada de perros, en las inmensidades congeladas. Significa una
noche bañada de salmiakki kossu para calentarle, y que termina con dolor de
cabeza y agruras después de la segunda copa. Significa mañanas llenas de
caricias enlazados el uno al otro bajo tres edredones. Significa caricias lánguidas
en el sauna, sexo divertido en la bañera llena de burbujas, encuentros amorosos
que podrían derretir el casquete glaciar en nuestro iglú en al fin del mundo. La
Laponia, finalmente, es el mejor lugar en la Tierra para festejar sus 25 años.
Mientras uno vaya con Roman Parker.

El regreso a Manhattan es igual de desagradable que una mañana de resaca.


No quiero que se termine este paréntesis encantado. A media noche, en el jet,
Roman se despierta sobresaltado:

– ¡Mierda!
– ¿Hmmmblgoa? mascullo en mi sueño.
– Olvidé tu regalo.
– ¿Mmmcuál galo? intento articular con la cabeza todavía hundida en la
almohada.
– Vamos, Amy: ¡tu regalo de cumpleaños!
– Aaaaah... suspiro acurrucándome contra él antes de volver a dormirme.
Cuando me despierto la mañana siguiente, justo antes del aterrizaje, Roman
está sentado en traje sobre la cama. con el torso desnudo, y me mira sonriente.
Es la visión más bella con la que pueda soñar una chica al despertarse. Me
levanto dulcemente sonriéndole. Él me da un pequeño paquete rectangular con
un listón:

– Feliz cumpleaños, mi amor.


42. Un gato llamado Chaussette

Al bajar del jet, Roman me deja directamente en Undertake. Decir que


regresar al mundo real después de estos cuatro días fuera es difícil sería decir
poco. Fue demasiado corto. Demasiado bueno, demasiado breve. Apenas son las
7 de la mañana, en este segundo miércoles de marzo, faltan al menos dos horas
para que lleguen mis colegas, y sigo teniendo la cabeza más de seis mil
kilómetros, en algún lugar de los vastos territorios de un país mágico.

Me siento detrás de mi escritorio, vagamente atolondrada por el cambio de


horario, con el regalo de Roman frente a mis ojos. Es una increíble pluma
Cartier, de oro rojo que combina con mi brazalete, y cuya línea esbelta
representa a un gato saltando cono ojos de ónix. Una laca negra figura las
sombras y resalta los relieves del felino, la pluma es de oro masivo de
18 quilates con rodio. Apenas si me atrevo a tocarla y mucho menos me imagino
escribiendo con ella.

– Para tus autógrafos, me dijo Roman cuando me la dio. Ahora que tu


anecdotario encontró un editor, la necesitarás.

Saco un bloc de notas para probarla. Todo lo que puedo escribir, todo lo que
la pluma se digna a trazar es el nombre de Roman, en mayúsculas, en
minúsculas, en manuscrita y cursiva, Roman, Roman, Roman, repetido al
infinito, Roman que invade la página en blanco, Roman que ocupa todo el
espacio, toda mi mente, todo mi corazón.

Alrededor de las 7 de la mañana, Simon me trae un café y un pan dulce, y


hablamos tranquilamente. Él me confiesa intercambiar mails cada vez más
apasionados con Bahia, pasar horas en Skype con ella y haber planeado sus
siguientes vacaciones en Brasil. Estoy contenta por él, le digo que hacen una
bonita pareja. Él se sonroja de placer.

A las 11 :08 , contesto el mail de Patrick Dawn, mi editor, que acaba de


pasarme el calendario provisional para mi anecdotario: fecha de publicación,
envío a la prensa y fechas de autógrafos. A mediodía, ya redacté las sesenta
líneas que me pidió Edith para esta noche, y avanzo mi trabajo de mañana para
poder irme más temprano, cuando un mensaje de Nils me corta la inspiración:

[13 horas, crepería abajo de la Red Tower, con Roman. ¿Posible?]

Le respondo de inmediato, impaciente por saber qué encontró.

[Ok, le avisaré a Roman.]

¿Y si por fin dio con Fleming? ¿Y si al fin conoce el nombre de quien dio la
orden? Muero de ganas por que todo esto sea resuelto ya. Si tan sólo eso
pudiera darle serenidad a Roman...

Una hora más tarde, Roman y yo tenemos apenas dos minutos de intimidad
antes de que Nils llegue con nosotros y las aprovecho besándolo como si nos
hubiéramos separado por dos siglos. Hace apenas seis horas que lo dejé, y me
alegra volver a verlo.

– ¡Qué recepción! dice sonriendo cuando me separo de él. De hecho,


Cameron debe pasar la tarde conmigo, ¿quieres acompañarnos, ya que
terminaste tu día desde antes? ¿Y quedarte esta noche...?
– ¿Por qué no? digo con la más perfecta indolencia porque Nils llega, cuando
muero de ganas por saltarle al cuello.

Los tres nos sentamos frente a las mejores crepas de Manhattan, y Nils nos da
un informe breve sobre su fin de semana de labores mientras que nosotros
jugábamos en la nieve. Al revolver los kilos de papeles en el desván de Nueva
Orleans, encontró documentos que no tenían ninguna relación con las facturas o
cuentas de Teresa. Volantes dispersos y ahogados en la masa de correo,
certificados y justificantes inútiles que todo el mundo conserva, por años y años,
sin saber bien por qué. Reunidas y clasificadas, estas páginas constituyen una
carpeta delgada, pero de lo más interesante:

– Un montaje financiero, responde Roman cuando Nils le pregunta qué


piensa. Audaz, original, que rodea una veintena de leyes y rompe una o dos más,
de paso. Un fraude formidable, basado en el sistema de Ponzi, pero más
elaborado.
– ¿Ponzi? pregunta Nils.
– El sistema piramidal, digo. Te haces publicidad prometiéndole a tus clientes
una inversión con 100 % de intereses. Entonces atraes a mucha gente. Y
remuneras a tus primeros clientes...
– ... con los fondos que te dan los clientes siguientes, mientras te quedas con
una gran comisión de paso, completa Nils. Ok, conozco el fraude, éste inspiró a
Bernard Madoff. Es una especie de venta multiniveles desviada.
– Exactamente, confirma Roman. El tipo que montó esto no fue el primero,
dice señalando la carpeta. Supo tomar todas las precauciones, previó todos los
casos posibles, permitiéndole volverse inmensamente rico en un abrir y cerrar de
ojos. Casi sin invertir ni preocuparse. No sé cómo descubrió Vance esto, pero
habría sufrido una pérdida colosal si sus trucos hubieran sido revelados. Sin
tomar en cuenta que podía pasar cien años en prisión, como mínimo. Es decir,
cadena perpetua.
– ¿Colosal? pregunta Nils atacando a su tercera crepa. ¿De qué suma estamos
hablando? ¿Cuántos cientos de miles de dólares?

Roman hojea la carpeta, observa los esquemas, los cálculos. Le echo un


vistazo por encima de su hombro, pero inclusive para mí que soy buena con los
números, es muy complicado. Roman pasa de una página a la otra a una
velocidad increíble, y eso me hace recordar que su cerebro es diez veces más
avanzado que el de los demás:

– Ya no estamos hablando de miles de dólares, dice al fin. Sino de millones.


Tal vez hasta billones...
– Ok... dice Nils, al menos igual de sorprendido que yo, después de algunos
segundos de silencio. Es bajo el nombre de Charles Smet, un patronímico que
bien podría ser francés, belga o americano. Lo cual confirma la teoría del
prestanombres, el mismo que sirvió para liberar a Fleming. No puedo
imaginarme a un hombre tan inteligente hacer algo así con su nombre verdadero.
No queda más que descubrir quién se encuentra detrás de este testaferro y
tendremos a quien dio la orden. En tu opinión, ¿el fraude sigue siendo utilizado?
– No, responde Roman, categórico. Este tipo de sistema no es viable después
de un tiempo, y termina por derrumbarse o darse a notar, generalmente haciendo
demasiado ruido. Según yo, este tal Smet ganó muchísimo dinero, muy rápido,
luego arregló todo para desaparecer antes de que alguien lo descubriera. Se
cubrió las espaldas antes del derrumbe.
– Lo que significa que supo mantener la cabeza fría, ya que no se dejó llevar
por las ganancias y se detuvo a tiempo.
– Sí, digo recapitulando. Nos encontramos frente a un hombre inteligente,
frío, audaz, astuto, con mucha habilidad.
– Y, a menos que haya perdido todo en las apuestas, extremadamente rico,
agrega Roman.
– Y sin nada de escrúpulos, termina Nils. Es decir, un personaje
extremadamente peligroso.

Nils no aborda la cuestión de Fleming, y Roman no lo interroga. La


conversación se desvía a otros temas más ligeros. No tomamos postre, excepto
Cameron, que Sydney acaba de venir a dejarnos, y Nils, quien se come dos. A
veces, me pregunto si no tiene un parásito...

***

Ignoro que tenía planeado Roman para la tarde, pero basta con que tenga que
contestar una llamada importante para que me encuentre conversando con
Cameron sobre algo de lo cual no domino todos los parámetros. El problema es
simple, pero la solución no es del dominio de mis habilidades: Cameron, quien,
según Roman, nunca reclama nada, nunca hace berrinches, y se conforma con
tan poco que es preocupante en un niño de su edad, ese Cameron quiere un gato.
Uno de verdad, no un peluche, precisa con un aire de determinación. Logro
hacerlo esperar hasta que Roman termine con su llamada para lanzarle la papa
caliente. Comienzan entre los dos hermanos negociaciones bastante cómicas, ya
que Cameron visiblemente heredó la perseverancia feroz de los Parker y el
talento para el arte dramático de su padre. Nos actúa por turnos partes de Les
Misérables y de Oliver Twist, es el niño más desdichado del mundo, y todo
probablemente se arreglaría si tan sólo tuviera un gato. Negro con la punta de las
patas blancas, de preferencia. Un pobre huérfano al que podría rescatar de la
calle. Pero Sydney no lo deja desde hace dos meses. Aun cuando no las dice por
pudor, las palabras « madre-absolutamente-indigna-torturadora-de-niños » flotan
en el aire. Me contengo de reír frente a su cara de tragedia. Roman, despiadado y
decidido a no dejarse conmover, no manipular para contradecir la decisión
materna, le dice:

– No tienes ni idea de cómo negociar ni de lo que es la oportunidad, Cameron.


Festejaste tu cumpleaños hace menos de tres semanas; ¿por qué no aprovechaste
la ocasión para pedir tu gato, si tanto lo querías? No a tu madre, que se habría
negado, sino a mí, por ejemplo. Una vez hecho todo, se hubiera visto obligada a
aceptar.
– Lo pensé, responde Cameron, triste. Pero mamá dijo que eso sería desleal,
que al actuar así la estaría manipulando, que eso sería una táctica de mafioso.

Cameron 1 - Roman 0 .

– ¿De mafioso, así simplemente? se ofusca cómicamente Roman, quien no


debe estar acostumbrado a que las personas califiquen así sus métodos de
negociación.
– De mafioso, perfectamente, remarca Cameron, sintiendo que va por buen
camino. Entonces prefiero hacer las cosas bien.
– ¿Porque acosarme para que negocie en tu lugar es honorable?

Cameron 1 - Roman 1 .

Etcétera. La discusión se vuelve eterna. En seguida se puede ver que esos dos
son del mismo tipo y que ninguno está dispuesto a ceder. Esto probablemente se
hubiera prolongado hasta Navidad si Cameron no hubiera jugado su mejor carta:
una lágrima, una sola y única lágrima, que llega a perlar en su párpado
tembloroso.

¡Cameron es vencedor por knock-out! ¡Todo gracias a sus aplausos, damas y


caballeros...!

– Buen combate, le digo a Roman conteniéndome de reír mientras que él


marca el número de Sydney.
– El último golpe fue un golpe bajo, murmura él lanzándole una mirada
sombría a Cameron que lo observa, con una sonrisa hasta las orejas. Y pensar
que yo quería al menos cinco o seis hijos... tendré que volver a pensar en mis
planes a futuro.

Esta reflexión me vuelve loca.

Tener hijos con Roman... no había pensado en eso. Bueno... no seriamente, ni


con detalles... Aun cuando debo confesar que la idea ya me ha venido a la
mente, un poco... Al igual que la de vivir con él... y tal vez, de casarnos...
¡Cuidado, terreno peligroso, marcha atrás, rápido! ¡Es así como a partir de un
detalle insignificante una termina por hacer castillos en el aire! Tsss tsss...

Cuando regreso a la conversación entre Roman y Sydney, parece ser que las
negociaciones con la madre son casi tan exhaustivas como las de con el niño.
Sydney, cuyo salario de mesera apenas si les basta para sobrevivir, debe contar
hasta el último dólar, pensar en cada gasto, y no tiene los medios para hacerse
cargo de un animal con todos los gastos que éste implica. Además, es demasiado
orgullosa como para pedirle una pensión alimenticia a Jack, quien no le envía
más que un cheque para la educación de Cameron una o dos veces al año,
cuando milagrosamente se acuerda de que tiene un segundo hijo. Obviamente,
rechaza también cualquier ayuda de la parte de Roman a quien esta situación
entristece y desespera. No obstante, respeta el espíritu combativo de Sydney; ella
retomó sus estudios y los lleva en paralelo a su trabajo, y Roman no duda ni por
un segundo que lo va a lograr.

– Bueno, ése es el trato, nos informa después de haber ganado (con mucho
esfuerzo) el caso. Primero: Amy, ya que claramente tomaste el lado de
Cameron...
– ¡Oye! protesto. ¿Cómo que tomé su lado?
– En todo caso, no tomaste el mío. Entonces te comprometes a acompañar a
Cameron a escoger a su gato huérfano en el refugio. Cuidado: pase lo que pase,
el trato es válido sólo para un gato, y un solo ejemplar, es decir cuatro patas y
una cabeza que haga miau.

Frente a mi aire de sorpresa, Roman precisa:

– Sí, bueno, no te dejes enternecer y no regreses con siameses, una camada de


doce, un perro, un perico y un poni, es lo que quería decir... Segundo: me
comprometí a apadrinar ese gato, entonces me haré cargo de todo en el aspecto
financiero, subvencionaré los gastos de adopción del animal, las croquetas, los
accesorios, los costos del veterinario. Tercero: Cameron, tú te comprometerás
moralmente con el felino, lo cuidarás y te harás responsable de él. Lo
alimentarás, lo cepillarás, le cambiarás la arena, le pondrás productos contra las
pulgas, lo llevarás con el veterinario para sus vacunas, le encontrarás una
pensión si te vas de vacaciones. Es un animal que tiene una esperanza de vida de
unos quince años, lo cual significa, como ya te lo ha explicado varias veces tu
madre, que deberás ocuparte de él hasta que cumplas 25 , tal vez más. ¿Estás
dispuesto a asumir todo eso?

Cameron, quien escuchó todo el monólogo con un gesto de seriedad y una


atención irreprochables, asiente con gravedad.

– Perfecto, concluye Roman. El refugio más cercano cierra en tres horas, eso
me da tiempo de redactar el contrato que sellará nuestro acuerdo mientras que
ustedes van a buscar a la mascota.

Cuando Cameron y yo regresamos a la Red Tower, dos horas más tarde, el


contrato está listo. Roman hasta se tomó el tiempo de ir a comprar fiambreras y
un cojín.

– ¿Chaussette? se sorprende cuando Cameron le presenta a su gato, un


pequeño pelirrojo atigrado que parece famélico con una pata y una oreja blancas.
Ése es un nombre de niña. Y además está en francés. Y además lo escogiste
pelirrojo, y se supone que querías uno negro.
– Es un homenaje a Amy y a su país, replica Cameron, serio como un papa. Y
al lugarteniente Dunbar, de Danza con lobos .
– Ok... En el momento en que me firmes esto, cowboy, tendremos un trato, se
rinde Roman dándole el famoso contrato que Cameron lee con atención antes de
firmarlo.
– Creí que también harías firmar a Chaussette, le murmuro a Roman,
divertida por la ceremonia que organizó para la adopción.

El día llega a su final pacíficamente. Cameron juega sobre la terraza con


Chaussette, Roman está en videoconferencia con Malik para resolver un
problema en la clínica de Buffalo. En cuanto a mí, le estoy enviando un mail a
Charlie y a Sibylle, ambas sin empleo, para informarles que el refugio está
buscando una asistente que trabaje treinta horas por semana, sin experiencia
necesaria, sólo se debe amar a los animales y no tener miedo de ensuciarse.
Obtuve la información por medio de Emily, la asistente en turno, quien acaba de
renunciar para trabajar por su cuenta como peluquera de animales. Charlie, en
quien la compañía de Goliath despertó la fiebre animal, me agradece mil veces y
piensa llamar de inmediato. Sibylle me responde con un lacónico « Conseguí un
trabajo con un dentista muy simpático, gracias, besos. »
Cuando Roman termina su conferencia, le doy los papeles de identificación
de Chaussette:

– Como propietario oficial, te corresponde encargarte de los trámites y firmar,


le digo. Había que hacerlo en el refugio, pero le expliqué la situación al
veterinario en turno, quien aceptó que le regresara los papeles firmados mañana
por la mañana, a primera hora. En estos momentos, Chaussette es ilegal. Y tú
también, de paso.
– Ok, regularicémonos, entonces, dice Roman tomando una pluma y
comenzando a llenar las casillas.

Intrigada por al mirada que me lanza, y por su segundo de duda cuando pone
sus datos, me inclino por encima de la mesa y por poco me desmayo cuando
descifro:

Propietario (s): Mr. & Mrs. Roman & Amandine PARKER

– ¿Qué opinas? me pregunta. Amy Parker suena bien, ¿no? Y además, ya que
estamos regularizando...

¡Siento como si la tierra se abriera bajo mis pies! Me quedo un momento sin
poder decir nada, con la mente en otra parte, el corazón golpeando tan fuerte que
no escucho nada más. El mundo a mi alrededor se desvaneció, no queda más que
Roman, su sonrisa de interrogación, sus ojos negros que me sondean, su bello
rostro con rasgos tan duros, su cicatriz sobre el pómulo, que cada día me
recuerda nuestro maravilloso encuentro. Roman, el hombre a quien amo
apasionadamente. Roman, que me pide ser su mujer. Tengo ganas de bailar,
saltar, gritar de alegría, pero mis piernas no parecen realmente estar en estado de
permitirme estas fantasías. Estoy subida en dos zancos de malvavisco, que cada
latido de mi corazón sacude un poco más.

– No hay más que decir, digo vacilando hasta el sillón, donde me dejo caer.
Conoces bien los protocolos, y ésta es tu manera propia de hacer declaraciones
de amor o propuestas de matrimonio...
– ¿Eso quiere decir que no? se preocupa Roman, mientras que intento
convencerme de que no estoy soñando cuando, claramente, estoy volando a diez
mil pies y mi cabeza está todavía más alto, muy lejos, sobre una pequeña nube.
– ¿Qué? me sobresalto. ¿estás bromeando?
– No es muy claro, dice nuevamente, esbozando una sonrisa insegura.
– Ven por aquí, te haré un dibujo...

***

Por la mañana, después de pasar la noche haciéndole dibujos, muchos dibujos


en todos los sentidos, en todas las posiciones, me despierto al lado de un Roman
triste que teclea sobre su iPad balbuceando.

– ¿Por qué esa cara? le pregunto bromeando. ¿Ya tan pronto te arrepientes de
tu regularización?
– ¡Nunca jamás! responde sonriendo. Pero debo ir a Buffalo y probablemente
regresaré hasta mañana en la noche.
– ¿Sigue ese problema en la clínica? pregunto intentando esconder mi
decepción, que se aviva más puesto que me iba a acompañar a la fiesta de gala
organizada por Baldwin.
– Sí, Malik ya está allí desde ayer, pero hay un gran problema con el edificio
nuevo. Debo ir con él.
– Saludas al padre de Edith de mi parte. Parece ser que se está restableciendo
de forma espectacular.
– Claro. ¿Paso a buscarte a tu casa a las 7 de la noche?
– Pero... ¡Acabas de decir que irías a Buffalo!
– Sí, pero me iré después de la fiesta. Te prometí que te acompañaría, y le
confirmaste a Baldwin nuestra presencia desde hace semanas. No te voy a dejar
plantada en el último segundo. Simplemente no me quedaré hasta muy tarde.

Lo beso porque no encuentro nada que responderle, feliz de que se haya


acordado, que no se eche para atrás aun cuando sé que la idea de esta salida, con
toda la multitud de gente y de periodistas no le encanta. Lo beso porque me
pregunto si este hombre es real, si no me voy a despertar para darme cuenta de
que todo esto no era más que un sueño vaporoso y sensual. Lo beso también
porque es irresistible y muero de ganas de hacerlo cada vez que lo miro.
Mientras que él se viste, saboreo la idea de ser la futura señora de Roman Parker.
Me imagino a su lado, para toda la vida, y yo que nunca he estado a favor del
matrimonio, creo que la idea es formidable y encantadora. Roman Parker es
formidable y encantador.
***

Mi día en Undertake pasa rápido y termino hasta tarde; apenas si tengo


tiempo de darme un duchazo antes de que llegue Roman. Con pantalón y abrigo
negros, guantes de cuero, bufanda rojo sangre sobre su camisa blanca, se ve muy
elegante, como siempre. Pero él logra ser elegante aun con un chándal o unos
jeans viejos. Supongo que es algo en su porte, en su apariencia. Sin nunca
parecer suficiente, Roman siempre parece dominar naturalmente, controlar todo
lo que le rodea.

Esa noche, no soy la única a la que le parece apuesto hasta morir. Hay una
multitud en la fiesta, que es un éxito. Baldwin no invitó a la prensa, y el
ambiente es agradable. Hay risas y champagne. Las miradas femeninas salen de
todas partes para caer en Roman, cuyo nombre se escucha por todas partes.
Algunas, particularmente lascivas, provenientes de una castaña alta filiforme,
terminan por exasperarme. Estoy lista para ir a arrancarle los cabellos cuando
ella se acerca a nosotros, muy sonriente. Encontrarse con una ex del hombre de
tu vida nunca es placentero, pero cuando la ex en cuestión es de una belleza tan
radiante que comienzas a buscar tus lentes de sol, es francamente una tortura.
Cuando ella llega a nuestra altura, Roman se acerca a mí y pasa su brazo
alrededor de mi cintura. Este gesto posesivo y la indiferencia con la cual la
recibe me dan un alivio inmediato. Amber, ya que ése es su nombre, debe tener
unos treinta años, es abogada, muy muy soltera y visiblemente extraña la época
en la que estaba con Roman. Época muy lejana, según sus insinuaciones, y de la
cual guarda un recuerdo imperecedero. Nada más de imaginarlos juntos me
siento enferma. Roman intercambia cortésmente algunas banalidades con ella
antes de llevarme al otro lado del salón.

– Lo lamento, me dice.
– ¿Qué? ¿Haber tenido una vida antes de mí? ¿No haber vivido los últimos
treinta años en un monasterio tibetano?

Me hago la valiente, pero en realidad la situación no me agrada tanto. Por más


que sepa que ella es sólo una ex, que no tuvo más que un paso breve por su vida,
como todas las otras chicas, no puedo evitar que me duela el corazón. Sé que es
algo idiota, pero eso no se controla.

– Lo siento, repite Roman besándome, y su boca cálida y sus labios suaves


mandan a Amber a un rincón lejano de mis pensamientos.

Treinta minutos más tarde, cuando la fiesta está en su máximo esplendor, es


hora de que él se vaya. Me cuesta trabajo dejarlo irse; me pregunto si, con el
tiempo, uno se acostumbra a las separaciones. Me parece que yo no lo lograré
nunca, que cada vez que Roman se vaya será siempre una rasgadura, y me dejará
un vacío vertiginoso en el pecho.

Habíamos convenido que Joshua, su chofer, me acompañaría a mi casa, pero


John Baldwin se ofreció amablemente al enterarse de que Roman no podría
quedarse. No quería para nada obligar al pobre de Joshua a esperarme hasta altas
horas de la noche, así que acepté. Sentí que Roman se crispaba a mi lado, pero,
aun cuando él no aprecie mucho a Baldwin, que es bastante encantador, se
abstuvo de intervenir.

A la medianoche con cuarenta y dos minutos, me di cuenta de que, por una


parte no soy realmente fisionomista, y por otra de que soy muy mala para juzgar
a las personas. Cuando el chofer de Baldwin me abre la portezuela bajo una
lluvia torrencial, y entro al lujoso auto, no puedo evitar, estúpidamente, pensar
en una escena de Alerta máxima , con la lluvia, las olas, los hombres musculosos
empapados, todos eso... Mientras que Baldwin se une a mí riendo, empapado, y
que su chofer se instala detrás del volante, todo hace clic. Ese famoso clic de
cuando Nils me presentó la foto de Fleming con el otro hombre. Steven Seagal.
El chofer de Baldwin. Misma envergadura monumental, mismo cuello de toro,
misma actitud inexpresiva. No hay lugar a dudas. Intento mantener la calma,
pensar, ¡rápido, rápido, rápido! No demostrar que estoy entrando en pánico. Salir
de aquí. Encontrar una excusa. Lo que sea, improvisar. Salvarme. Avisarle a
Roman, a Nils.

– Oh, John, que idiota soy, digo con mi sonrisa más bella. Creo que olvidé mi
iPhone adentro. ¡Regreso en un segundo!

Baldwin deja de reír. La manija de la portezuela, bajo mi mano, no se mueve


ni un centímetro a pesar de mi insistencia desesperada. Baldwin me sonríe de
una forma extraña, con la cabeza ladeada:

– No te preocupes, Amy, responde con un tono dulzón mientras abre la mano,


en la cual se encuentra mi iPhone. Simplemente se cayó de tu bolso. Te lo
guardaré, para estar más seguros...

Siento como si un terremoto me sacudiera. Acabo de echarme a la boca del


lobo. Nadie se preguntará dónde estoy antes de mañana; Roman y Nils no se
imaginan nada. Y el lobo tiene colmillos enormes...
43. Doble cara

Siempre quise conocer Las Vegas. Como muchas personas, supongo. Después
de todo, es una de las primeras ciudades turísticas del mundo. Me veía
deambulando por el Strip, bebiendo champagne frente a las famosas fuentes del
Bellagio, probando las máquinas tragamonedas, apostando en la ruleta, lanzando
mis dados en el casino, ganando o perdiendo; eso no importa, mientras esté
jugando. Divirtiéndome, atolondrándome, liberando tensiones. Regresar por un
momento a mi época de adolescente y dejarme llevar. Siempre pensé que ése
debería ser uno de los lugares más locos y decadentes del planeta, grandioso, de
una desmesura indecente, de un lujo vertiginoso. Nunca pensaría vivir ahí, para
nada, ¿pero por qué no pasar un fin de semana largo, relajándose en una suite del
Wynn durante el día y saqueando los casinos por la noche? Ésa debe ser una
experiencia inolvidable, de lo que se hace una sola vez en la vida, como saltar
del paracaídas, nadar con los delfines, ver el despegue de un cohete, pagar una
ida de shopping con Jennifer Lawrence o acampar bajo una aurora boreal (eso ya
lo hice, gracias Roman).

Hoy, Las Vegas es un sueño hecho realidad y, finalmente, hubiera preferido


que no lo fuera.

En esta noche, después de un vuelo desde Nueva York particularmente


silencioso y oprimente, la ciudad se revela frente a mis ojos con todo el
esplendor de sus centelleos. Nunca hubiera imaginado descubrirla a través de las
ventanas polarizadas de una Hummer, con las manos atadas, un zumbido en la
cabeza y la mejilla roja después de una bofetada magistral que por poco me
arranca la cabeza. Baldwin perdió su lindo humor falso cuando intenté
marcharme por las buenas al bajar de su jet. En un intento desesperado y vano de
escaparme, me arremangué el vestido de gala y corrí una decena de metros sobre
la pista antes de que No-Name, uno de sus hombres, me atrapara, me lanzara
sobre su hombro como un saco de patatas y me dejara a los pies de su patrón sin
ninguna delicadeza.
– Para mí no eres más que una garantía, Amy, me declaró Baldwin después de
haberme abofeteado violentamente, exasperado. Un seguro de vida provisional,
sólo por si acaso tu amigo Eriksen descubre todo antes de que yo haya podido
poner mis asuntos en orden y dejar el país. Mientras que te tenga, podré
presionarlo a él y a Parker, obligarlos a ser sensatos todo el tiempo que
desaparezca del cuadro. Paro nada me obliga a conservarte en buen estado;
cumplirás con tu función igual de bien con dos piernas rotas. Entonces, no
abuses de mi paciencia.

Asiento frenéticamente con la cabeza, muda de angustia y de dolor,


convencida de que él no dudaría ni un segundo en cumplir con su amenaza.
Ordenó que me ataran las manos y me vigilaran. No-Name obedeció sin decir ni
una palabra. Es un tipo joven y achaparrado, muy nervioso y musculoso, con la
cabeza rasurada y una horrible cicatriz hinchada alrededor del cuello, como si lo
hubieran decapitado para después arrepentirse y volverle a coser la cabeza al
aventón. Él habla con una voz baja, casi susurrando. Me aterra. Todo en esta
historia me aterra, aun cuando quisiera demostrar mi sangre fría y no mostrarlo.
Aprieto las manos sobre mis rodillas, para evitar que éstas tiemblen, y mantengo
el rostro volteado hacia la ventanilla, como si contemplara la ciudad y sus luces
mientras que simplemente intento esconder mis lágrimas.

Vuelvo a pensar en lo que ocurrió estas últimas horas: la fiesta VIP de


Baldwin en Nueva York, mi desastroso encuentro con Amber, una ex de Roman,
la partida de éste hacia Buffalo, Baldwin secuestrándome, su chofer que se
parece a Steven Seagal, nuestro embarque en su jet con dirección a Las Vegas, el
impacto de encontrarme nuevamente a Amber allí, quien pasó sin escrúpulos de
la cama de Roman a la de Baldwin (¡la zorra!).

Tantos eventos en tan poco tiempo y ninguna explicación, sólo el frío terror
de la incertidumbre. Pasé de una velada mundana a un secuestro brutal, y no
habrá nadie que se preocupe por mi desaparición antes de mañana. Hasta
entonces ya habré tenido diez veces el tiempo suficiente para morir.

Roman, te lo ruego, ven a buscarme…

Pero Roman está en Buffalo y no regresará a Nueva York antes de mañana en


la noche, Baldwin se aseguró de ello. Fue él quien supervisó la construcción del
nuevo edificio de la clínica de Roman, y si bien no habló mucho durante el vuelo
entre Nueva York y Las Vegas, al menos me informó esto: los problemas que
Roman fue a arreglar a la clínica, donde se reunió con Malik, no sucedieron por
azar. Baldwin alejó a Roman de mí para poder secuestrarme tranquilamente. Y
yo, como una tonta, le facilité la tarea; entré en su auto riendo para escapar de la
lluvia torrencial, sin pensar en sus verdaderas intenciones. Ni siquiera tuvo que
obligarme a hacerlo.

Siempre aprecié a Baldwin, desde el instante en que lo entrevisté para mi


primer artículo, en esa famosa subasta. Él estaba sonriente, agradable y sin
rebuscamientos. El hombre que está sentado a mi lado en esta Hummer no es el
que conozco. Pareciera que abandonó su apariencia de ser humano. Me observa
con un interés glacial y cierto desprecio. Lo vuelvo a ver en su disfraz de Harvey
Dos Caras durante la fiesta de Halloween: un rostro partido en dos, como su
personalidad, un lado mundano y el otro monstruoso; lo había escogido
particularmente bien.

¡Halloween! ¡Fue ahí que vi a su chofer por primera vez! El doble de Steven
Seagal. Estaba fumando un cigarrillo, recargado contra un auto grande, cuando
Roman y yo dejamos la fiesta antes que los demás.

Ahora es un poco tarde para recordarlo, eso ya no me sirve de nada. Si tan


sólo lo hubiera pensado antes, seguramente Nils hubiera logrado establecer la
relación. Hubiera descubierto que Baldwin fue quien dio la orden del doble
homicidio de Vance y la madre de Roman, y no estaría aquí ahora, con la huella
de una mano impresa en la mejilla, el miedo en el vientre y el corazón saltando
erráticamente en mi pecho oprimido.

La Hummer conduce tranquilamente por las calles iluminadas de Las Vegas


descendiendo hacia el sur. Cuando ésta sale de la ciudad para sumergirse en la
inquietante inmensidad del desierto, logro mantener la calma y hasta retomar un
poco el control de mis nervios y de mis glándulas lagrimales. Me basta con
ignorar esas vocecitas que me susurran que, cuando los malos llevan a alguien a
dar un paseo por un lugar inhabitado y hostil, rara vez es para hablar de telas. No
tengo nada de ganas de terminar enterrada en el desierto, pero supongo que
Baldwin no habría tomado la pena de hacerme viajar tan lejos si tenía
intenciones de deshacerse de mí enseguida. Puedo darme un respiro todavía.
¿Pero por cuánto tiempo? Lo ignoro.
El sol se levanta en el horizonte, la temperatura aumenta lentamente en la
cabina y la Hummer deja la carretera para tomar una pista polvorosa que
zigzaguea en la planicie rocosa. Algunas yucas aparecen a lo lejos, como si
fueran centinelas. Nadie habla. Amber, sentada al lado del chofer (creo que es
Dylan), enciende el aire acondicionado. Luego baja su ventanilla y deja caer mi
iPhone entre las ruedas de la Hummer. Apenas si escucho el crujido que éste
emite cuando es aplastado. Adiós a la esperanza de ser localizada gracias a él.
Últimamente consumo iPhones de una manera escandalosa: es mi segundo en un
mes. Espero vivir lo suficiente para poder perder un tercero.

– ¿Nos vamos a quedar con ese estorbo mucho tiempo más?, pregunta Amber
de mal humor volteando hacia Baldwin.
– Espero por tu bien que hayas enviado el mensaje antes de pulverizar ese
teléfono, replica él sin responderle.
– Por supuesto. Fue un placer inaudito darle ese golpe a Roman. Llevaba
mucho tiempo soñando con ello.
– ¿Qué?, me sobresalto. ¿Qué le dijeron?
– Sólo algo que lo disuadiera de ir a buscarte en varios días, tiempo suficiente
para organizar mi repliegue, responde Baldwin.
– No es nada, continúa Amber con una sonrisa de maldad. Escucha: [Roman,
no cuentes conmigo para compartirte con Amber. Entre tu ex y yo, debiste haber
escogido. Adiós.] Nada mal, ¿no?
– ¡Qué estupidez!, respondo impulsivamente. ¡Roman nunca creería eso!
– ¿Ah, no? pregunta Baldwin, visiblemente interesado. ¿Y por qué?

¡Porque me ama, idiota! ¡Y porque sabe muy bien que yo a él también!

Pero me doy cuenta de que será mejor que no hable de más. Ese mensaje
puede ser mi única esperanza de que Roman se imagine que algo malo me
sucedió. Él sabe que confío en él y que nunca lo habría dejado sin pedirle una
explicación. Desde la equivocación con Cameron y Sydney, nos juramos que
siempre seríamos francos el uno con el otro, que no nos esconderíamos nada. Al
recibir ese mensaje, sabrá que hay algo mal. Tiene que. ¡Quiero creerlo! Él y yo
somos más fuertes que esto. Estamos soldados, unidos. Nos conocemos, nos
comprendemos.

Me acomodo en mi asiento, falsamente desamparada, y respondo la primera


estupidez que se me viene a la mente:
– Porque... porque es... absurdo, digo con una voz temblorosa, llena de
incredulidad.
– El amor es absurdo, dice Baldwin alzando los hombros. Y las mujeres
mucho más.
– Y conozco a Roman, agrega Amber. Es demasiado orgulloso, no intentará
contactarte después de que lo hayas dejado así.

Entonces no lo conoces nada bien si crees que está más preocupado por su
ego que por la mujer que ama...

– ¿Recuperaste toda la información de su iPhone antes de destruirlo?, le


pregunta nuevamente Baldwin a Amber. ¿Dropbox, mails, fotos, contactos?
– Sí. No fue complicado: no estaba protegido por ningún código y todas sus
contraseñas estaban pre registradas. Esa pelirroja es verdaderamente tonta. Tan
gorda como inocente.
– Es porque no estoy acostumbrada a que zorras malévolas me pirateen,
respondo, enojada por su actitud desdeñosa. La próxima vez seré más prudente.
– No habrá próxima vez, Amy, responde Baldwin con un tono lúgubre que me
petrifica.

Amber ríe, satisfecha, y un nudo se forma en mi vientre. A pesar del aire frío
que sale por el aire acondicionado, el sudor perla en mi frente y corre por mi
espalda. Aprieto las manos hasta que mis articulaciones se vuelven blancas.

¡No tiembles! ¡No llores! ¡No les des ese gusto!

¡Oh… Roman! ¡Es el momento de llegar como un héroe, al volante de


batimóvil, para rescatarme! ¡Te lo ruego!

A pesar de mis buenas intenciones, me pongo a temblar como gelatina, y las


lágrimas fluyen. Lloro, sí, pero con la mordida apretada, sin hacer ni un ruido.
Quisiera poder sonarme, pero mis ataduras me lo impiden, entonces comienzo a
sollozar. No es lo más elegante del mundo, pero, ¿a quién le importa?

Pues bien, a No-Name, contra toda expectativa. Él me desata las manos y me


ofrece un pañuelo. Aun cuando mi rostro permanece indescifrable y su actitud
inquietante con sus ojos vacíos y su garganta cosida, tal vez no sea tan bruto
como parezca. ¿Acaso tendré una oportunidad de enternecerlo si nos
encontramos a solas?

– No-Name es mi mejor mercenario, declara Baldwin, destruyendo en cuatro


palabras mi única esperanza de escapar.

El interesado me observa sin demostrar la más mínima emoción. Me siento


como una planta verde bajo el ojo de un reptil, así de insignificante.

– A No-Name le encanta ver de frente a la muerte, prosigue Baldwin con un


tono fantasioso mirando al sol subir por el cielo. Nunca mata a distancia. Nunca
con un arma de fuego, solamente con sus manos, o un cuchillo, o un lazo, no
importa, mientras que pueda tocar a su víctima. Eso es lo que le gusta de ese
trabajo, el contacto. Es muy táctil.

Retrocedo un poco para escapar de los dedos de No-Name que juegan con un
rizo de mi cabello. Me recargo contra el vidrio, con la respiración acelerada.
Estoy más allá del miedo. Entro de lleno en el venenoso universo del terror.
Apenas si escucho a Baldwin retomar:

– Todo funcionaba tan bien... Veinticinco años sin ningún contratiempo.


Luego llegaste tú, Amy, y le diste a ese policía, ese perro de Eriksen, una pista
para olfatear. Y en cuanto halló un hueso para morder, no lo soltó más. Ustedes
los franceses... dice sacudiendo la cabeza con una mueca de disgusto, como si no
hubiera peor insulto.

No me siento ni tantito patriótica para defender a mi país en estas


condiciones; me conformo con apretujarme en mi rincón, rogando por que esta
pesadilla se termine pronto.

– Con ese salvaje mal nacido, echaron todo abajo en algunos meses, continúa
Baldwin. ¿Por qué?
– Yo... estaba escribiendo un artículo sobre Roman, digo intentando controlar
mi voz que tiembla. Fue tu hombre, Fleming, quien picó mi curiosidad al
hablarme del accidente de Teresa. Es por culpa de él que me interesé en toda esta
historia.
– Sí, Andrew siempre tuvo una fijación con Roman Parker. Nunca he
comprendido bien por qué. Se comportaba como una amante dejada y vengativa.
En cuanto descubrió que ustedes se estaban acostando, quiso utilizarte para saber
más sobre él. Cometió un error. No lo volverá a hacer.

Por el tono de su voz, no me gustaría estar en el lugar de Fleming. Dicho esto,


mi propio lugar tampoco es muy cómodo.

Un bache en la pista me lanza contra No-Name, quien me rechaza suavemente


con la palma de la mano. Una mano espesa, con las venas saltadas, los dedos
largos y vigorosos cuyas extremidades parecen extrañamente turbadas. La
imagino alrededor de mi cuello, apretando cada vez más fuerte, hasta sofocarme;
a No-Name no le costaría nada de trabajo estrangularme con esa mano mientras
toma una cerveza con la otra.

¡Bravo por los pensamientos positivos! Tendré que encontrar algo más
constructivo para salir de este aprieto.

La Hummer rodea un pequeño monte y veo aparecer a lo lejos una gigantesca


ciudad rodeada por un alto muro.

– Home sweet home, murmura Baldwin estirando los labios sobre sus dientes
haciendo una parodia de sonrisa.
44. En el Valle de la Muerte

Cuando atravesamos el pesado portón eléctrico, veo que en el patio de la villa


reina una actividad frenética. Algunos hombres en traje de faena se agitan en
todos los sentidos. Ellos transportan cajas, las meten en vehículos todo terreno.
Otros con traje y corbata acuden al encuentro con Baldwin apenas éste pone un
pie en el suelo.

– Enciérrala en la habitación, le orden a No-Name antes de acompañarlos, con


Amber siguiéndolo.

La habitación en cuestión es espaciosa y ricamente decorada, y se sitúa justo


bajo el tejado. En otras circunstancias, me hubiera parecido idílica. Por el
ventanal que ocupa toda la fachada norte, tengo una vista magnífica hacia la
inmensidad desértica. Pero no tengo cabeza para admirar el paisaje, Después de
haberme dado dos minutos en el baño, sobre el rellano, No-Name me abandona
allí sin decir una palabra y deja la habitación cerrando con llave al salir. Apenas
si me contengo de agradecerle por haber encendido el aire acondicionado. Los
buenos modales no se olvidan.

Sin grandes esperanzas, intento abrir el ventanal, obviamente cerrado


también. Estos hombres no son principiantes. Y además, aunque hubiera abierto,
¿de qué me habría servido? ¿Habría saltado desde un tercer piso? No. Bueno.

De todas formas, hay un tipo, seguramente un guardia armado, sobre una


mecedora en la terraza. Baldwin no deja nada al azar. El hombre me da la
espalda y no responde a mi llamado cuando golpeo el vidrio. Si lo hubiera
hecho, ¿qué le habría dicho? ¿« Soy una niña buena, su patrón es malo, déjeme
salir de aquí »? Tss…

Cansada, me acuesto sobre la cama. No he dormido desde hace más de


veinticuatro horas, estoy agotada pero intento poner orden en mis ideas. Pienso
en Roman, imagino su inquietud al recibir el mensaje sin lograr comunicarse
conmigo. Veo la arruga de disgusto formarse entre sus cejas, la repentina dureza
de sus bellos ojos negros; casi puedo seguir con la punta de los dedos la
angulosidad de su mandíbula y sentir bajo mi palma lo sedoso de sus cabellos...

Roman…

¡Tengo que salir de aquí!

Lamentablemente, Baldwin no me da ni un respiro. Se fue hace apenas media


hora, durante la cual ningún plan de escape genial se me vino a la mente, y ya
está de regreso en la habitación. No-Name y un tipo alto con aspecto inocente le
siguen. Baldwin se instala cómodamente sobre un sillón mientras que No-Name
se recarga contra la pared frente a mí y el inocente se acomoda frente a la puerta.
Me enderezo precipitadamente alisando mi vestido de gala arrugado. En otra
vida, éste había sido sublime, con su corpiño obscuro y su drapeado verde
espuma, pero ahora parece un montón de algas secas.

– Bien, dice Baldwin cruzando elegantemente las piernas. Faltan algunas


horas antes de que todo esté listo para mi partida. Sugiero que las aprovechemos
para aclarar algunos puntos, Amy. Vas a contarme todo.
– ¿Todo qué? pregunto con un nudo de preocupación en la garganta.
– Todo lo que sabes sobre mí, sobre Elton Vance. Consulté tus archivos, tus
mails, Amber reviso todos los documentos que tenías en tu Dropbox, todo lo que
utilizaste para tu investigación. Finalmente es poco, pero imagino que con la
experiencia y la capacidad de reflexión de un hombre como Eriksen, eso fue
suficiente para entrar de lleno en la historia. Entonces, dime, según tú, ¿quién
soy?

¡Una basura!

Aun cuando muero de ganas de responderle francamente, no creo que eso me


vaya a sacar de este aprieto. Pienso rápido.

¿Qué es lo que sabe? ¿Cambiaría algo si le escondo alguna información? Si


sí, ¿cuál? ¿Cuál le interesa? ¿Cuál es importante? Probablemente yo sé menos
que él.

¿Puedo correr el riesgo de mentirle? No soy buena para eso. Ni siquiera mi


sobrino de cinco años me cree cuando le digo que la sopa lo va a hacer crecer.
Así que engañar a un tiburón de la calaña de Baldwin...

Decido apegarme más o menos a la verdad pero dejar en silencio algunos


detalles, como la implicación de Roman en la investigación. Algo me dice que si
se siente amenazado en su escape, Baldwin va a acabar con todo tras de sí, y
querrá liquidar a todas las personas implicadas. A mí. A Martin. A Nils. Y a
Roman, si Baldwin cree que está informado. Roman y yo nunca hablamos por
mail de la investigación y dejamos nuestros mensajes para cosas más... íntimas.
Así tengo una minúscula oportunidad de mantenerlo fuera de esto y, tal vez, de
salvarlo de lo peor.

– Tú eres quien dio la orden para el homicidio de Elton Vance y Teresa


Parker. Andrew Fleming trabaja para ti desde hace mucho tiempo; cuando
golpeó a su novia en 1990 , tú evitaste que fuera a prisión porque lo necesitabas.
Le pagaste un buen abogado y su fianza gracias un prestanombres llamado
Charles Smet. Ese nombre de Smet también te sirvió para hacer un enorme
fraude piramidal, del tipo de sistema de Ponzi, que te enriquecía más allá de lo
imaginable. Lamentablemente, Vance te descubrió y amenazaba con decirlo
todo. Entonces, por medio de Dylan, tu chofer, contrataste a Andrew Fleming
para que investigara a Vance, detectara sus puntos débiles, encontrara todos sus
secretos. Tuviste un golpe de suerte, puesto que Vance tenía una amante, una
mujer casada muy famosa: viste en esto una gran oportunidad de desacreditarlo,
de atraer la atención de la prensa hacia el adulterio, y la de la policía hacia las
controversiales acciones de Teresa en favor de la causa animal. Todo el mundo
se centró en eso en vez de un posible motivo para matar a Vance. Todo se
acomodaba a la perfección para ti, todos los ingredientes estaban reunidos para
disfrazar un asesinato de accidente. Fleming saboteó el auto de Teresa durante un
viaje romántico a París. Alborotó a sus colegas periodistas, quienes acosaron a
Teresa y Vance hasta que huyeron en auto. Luego una vuelta demasiado rápida,
unos frenos que no respondían y la muerte segura para aquél que amenazaba con
arruinarte y enviarte a la cárcel por siempre. Corrompiste a un policía parisino
para que la investigación fuera trancada y concluyeran que todo fue un
desafortunado accidente. Luego prosperaste durante veinticinco años,
convirtiéndote en uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos.

Dije todo mi monólogo de un solo respiro, sin detenerme ni un segundo, y


Baldwin me mira con un poco de sorpresa.
– Impresionante, dice. Excepto que fue Dylan y no Andrew quien se ocupó
del auto. Andrew hubiera sido incapaz de cambiar una llanta o el aceite, así que
ni pensar en que saboteara un sistema de frenos. Pero al final, eso no cambia
mucho. Pero ya que eres tan locuaz y estás tan bien informada, dime: ¿cómo
consiguieron esos documentos?
– Nils conservó una excelente relación con la policía francesa y tiene muchos
contactos en todo el mundo.
– Es posible. Pero no fueron los policías quienes le dieron esa foto de Dylan,
ni el archivo que contenía mi montaje financiero que encontré en tu Dropbox.
– Los encontró en casa de Jack Parker.
– ¿Jack? ¡Por Dios! Ese cretino no tiene nada que ver con todo esto, y nunca
habría tenido el valor de contrariarme.
– En efecto. Pero su esposa sí.
– Mis hombres hurgaron todas las cosas de Jack en ese entonces. No intentes
engañarme, Amy. Es malo para la salud.
– Buscaron mal, digo alzando los hombros. O bien Teresa era más inteligente
que ellos. En todo caso, ella logró mantener seguros los documentos de su
amante.
– En casa de su marido. Ah... las mujeres, dice Baldwin sacudiendo la cabeza
como lo había hecho cuando hablaba de los franceses.

Frente a la puerta, el hombre con cara de inocente ríe. No-Name, por su parte,
no se mueve ni un ápice.

– Así que Vance le contó el secreto y le tenía confianza, continúa Baldwin


pensativamente. No se conformaba con acostarse con ella. Si hubiera sabido que
la quería tanto, tal vez hubiera optado por un plan diferente... No obstante, tu
explicación no me convence, Amy: yo mismo interrogué a Jack, cuando su
mujer murió, para saber qué había ocurrido con sus cosas. Ese bueno Jack es
muy locuaz cuando tiene una copa enfrente. Y mi whiskey es excelente. La tarde
era cálida y agradable, Jack tenía sed y necesitaba relajarse. Me afirmó que le
había dado toda la ropa y objetos de valor de Teresa a instituciones de caridad, y
lo demás lo había tirado. Documentos, fotos, recuerdos y demás aterrizaron en la
basura... Había sido demasiado dolorosamente engañado como para querer
guardar cualquier cosa de ella; eso es lo que me contó y le creí. Él fue mucho
más convincente que tú, Amy.

Me quedo en silencio, preocupada, incapaz de encontrar una respuesta


pertinente. Ignoro por qué Jack no tiró esas cajas; ¿tal vez iba a hacerlo pero
después simplemente las olvidó al fondo del garage? Eso suena mucho a él. En
cuanto a las de Nueva Orleans, aun cuando le había dado a Nora la orden de
tirarlas, ella obviamente no hizo nada. Le era demasiado fiel a Teresa y a Roman.

Baldwin golpea gentilmente su rodilla con la punta de los dedos, contrariado.


Si de por sí no me cree cuando le digo la verdad, ¿qué va a pasar cuando le
mienta?

– Continuemos. A ver si mejoras con las preguntas siguientes: ¿dónde están


los originales? ¿Y quién está al tanto?

Pienso a toda máquina, con una sola idea en mente: no involucrar a Roman,
cueste lo que cueste. En cuanto a Nils, como yo, ya está mojado hasta el cuello...

– Nils, sólo Nils, digo firmemente. Él es el único que sabe. Y es él quien tiene
los originales. Pero no hizo el vínculo contigo.
– Todavía no. Pero no dudo que lo haga pronto. ¿Y nadie más aparte? ¿Ni
siquiera tu amante? ¿Solamente tú y Eriksen?
– Sí, afirmo con aplomo.
– Si no fue Roman Parker, ¿entonces quién comprendió lo del sistema de
Ponzi? ¿Quién, a partir de un archivo incompleto y datos tan complejos, pudo
comprender tan rápido de qué se trataba mi estafa? No creo que Eriksen, es
astuto pero esto es demasiado sofisticado para él.
– Yo, digo con una seguridad descarada, casi igual a mi grado de angustia por
intentar con una mentira tan grande. En caso de que lo ignores, tengo una
licenciatura en economía, y no me contrataron en la revista de finanzas más
importante de los Estados Unidos por mi habilidades en el macramé.
– Hmm… murmura con una mueca séptica y muy molesta. ¿Quieres hacerme
creer que Roman no está al tanto?
– No, él no sabe nada.
– ¿Me está tomando por un tonto, señorita Lenoir? me pregunta Baldwin con
una voz repentinamente llena de rabia contenida. ¿O por un débil, un bufón, un
títere que una niña arrogante puede manipular?
– N… no, yo… Esperábamos estar seguros de tener todas las respuestas antes
de decírselo.
– ¿En verdad? Sin embargo tengo la desagradable impresión de que no me
tomas en serio y que estás jugando conmigo desde el principio. No-Name te dará
algo en qué pensar, dice con una señal hacia el ventanal.

Con un movimiento vivo y fluido, su matón me toma del talón mientras que
subo a la cama para escapar de él; me jala brutalmente hacia sí y me atrapa la
nuca con una mano. Tiene un puño fenomenal y estoy a su merced, incapaz de
resistir, con un dolor sordo aniquilando toda mi voluntad. Luego abre el ventanal
y me lleva hacia el balcón, sin aliento y con la vista nublada por el miedo. Tengo
tiempo de preguntarme si me va a suspender en el vacío para hacerme confesar,
o más radicalmente lanzarme encima de la balaustrada. Pero se conforma con
lanzarme hacia la mecedora y aterrizo de rodillas sobre las dalias granulosas, con
mi cabeza golpeando los muslos blandos del hombre sentado, impasible. Cuando
elevo la mirada hacia él, reconozco a Andrew.

Pero no es por eso que abro la boca con un grito mudo, y que caigo hacia
atrás, pedaleando frenéticamente hacia No-Name con un movimiento de reflejo.
No, es a causa de la sonrisa. Una sonrisa sangrienta que le atraviesa la garganta
de una oreja a la otra, una sonrisa abierta que ha chorreado sobre su pecho un
raudal marrón de hemoglobina. Mi huida es detenida en seco por las piernas de
No-Name, duras como los troncos de un árbol, contra las cuales me golpeo y me
aferro, para escapar a esta visión de pesadilla. Grandes moscas negras zumban
perezosamente sobre las orillas de la herida y tomo repentinamente consciencia
del olor pútrido que suelta el cadáver.

– Verás, Andrew me decepcionó, retoma Baldwin. Me fue útil por un tiempo,


me permitió seguir sus avances en la investigación, y es gracias a él que me
enteré de que estaban haciendo circular una foto de Dylan. Pero se estaba
volviendo difícil de controlar. Su obsesión por Roman Parker lo llevaba a
cometer demasiadas imprudencias. Siempre pedía más dinero, me escondía
información. Odio eso, Amy. Que me escondan cosas. Eso me enoja mucho y, en
un arranque de ira, soy capaz de darle a No-Name órdenes atroces, de las cuales
me arrepiento enseguida, pero que no por eso se vuelven reversibles. Me enojo
muy rápido, lo confieso. Y No-Name nunca discute mis órdenes.

Con los ojos todavía clavados en Andrew, apenas lo escucho. Sus frases se
mezclan en mi cabeza, pero comprendo lo esencial del mensaje: es un loco
peligroso. El aire que intento tomar desesperadamente desde mi caída de rodillas
entra finalmente en mis pulmones e inhalo profundamente para ponerme a gritar.
Me froto la cara para borrar de mi piel la sensación del contacto, de inmunda
intimidad, con el muslo putrefacto de Andrew. Imagino la carne flácida y muerta
bajo el pantalón empapado de sangre, no puedo desviar mis ojos de los suyos,
apagados y lechosos, abiertos hacia el cielo sin nubes. No-Name me toma de
nuevo por la nuca, me levanta y me lleva frente a Baldwin.

No he dejado de gritar, hasta desgañitarme las cuerdas vocales. Mi mente


divaga y pierdo el contacto con la realidad. La garganta me arde, entro en un
extraño estupor, todo se difumina a mi alrededor. A lo lejos, percibo a Roman
sonriéndome. Avanzo para ir con él, me da la mano, me aferro a él. Es cálido y
sólido, rodeado por una espléndida aurora boreal que irradia fragmentos verdes
sobre nuestros brazos entrelazados. Me dice que me ama. Que ya viene...

Una bofetada en seco me obliga a regresar a la realidad. No-Name me sacude


con violencia y, a través de mis párpados que mariposean, veo los labios
moverse y formar, incansablemente, las mismas palabras: « ¿Quién más está al
tanto? »

Sacudo la cabeza, obstinada, y me conformo con repetir: « Nadie, nadie,


nadie... »

Con una señal de Baldwin, No-Name me suelta y los dos hombres dejan la
habitación, dejando al inocente cuidándome. Permanezco en posición fetal
formando una miserable bola de tela verde y rizos pelirrojos sobre el piso. Me
acuesto para poner mi mejilla ardiente sobre la frescura calmante de la baldosa.
Tiemblo de agotamiento y de terror. Mi último pensamiento, antes de
sumergirme en la inconsciencia, es para Roman.
45. In extremis

El sol está ya a lo alto cuando regreso en mí. Abro y cierro los ojos,
deslumbrada por la luminosidad particular del desierto. Estoy acostada sobre la
cama, con la cabeza levantada y mi garganta dolorosamente aprisionada por una
picota tibia e inflexible.

Y la pesadilla vuelve a comenzar, esto parece un ciclo sin fin:

– ¿Quién más está al tanto, Amy? pregunta la voz neutra de Baldwin.


– ¡Nadie, nadie! ¡Lo juro!
– ¿Cómo puedo creerte? Dame sólo una razón para no ordenarle a No-Name
que apriete con más fuerza tu garganta.

Mi mente divaga, me doy cuenta penosamente de que No-Name está sentado


sobre la cama, con mi nuca puesta entre sus muslos, y que la picota de carne que
me asfixia es su mano poderosa. Abro grandes los ojos y me cruzo con su mirada
inexpresiva bajada hacia mí.

¿Esto es real? ¿Estoy delirando?

– El antiguo policía, digo en un soplo. Robert Martin.


– ¿Dijo mi nombre?
– No. Pero él sabe por qué murieron Vance y Teresa, digo con la esperanza de
que al darle a Martin, Baldwin por fin pierda interés en Roman.
– Bien. Ya ves, cuando quieres... Ya lo sabía, pero esta prueba de cooperación
de tu parte me anima a ser más amable contigo.

¡Seguro! Sigo sufriendo un interminable interrogatorio, acerca de Nils,


principalmente. Éste parece haber irritado particularmente a Baldwin y ahora
está decidido a hacerlo sufrir, cueste lo que cueste. Nils tiene seguido ese efecto
en las personas. incluyéndome a mí. Pero siempre ha sido un misterio y lo poco
que sé de él no le afectaría en mucho. En un ataque de valor del cual no me
hubiera creído capaz, logro callarme que se está alojando en el Sleepy Princess,
y pretende que renta una habitación en el Bronx. Baldwin terminará por notar
que estoy mintiendo, pero creo que eso no es importante para mí, mientras que
eso pueda darle tiempo a Nils de salvar su trasero. Por mi parte, o alguien me
viene a rescatar cuanto antes, o moriré a manos de No-Name antes de mañana.

– Pero... ¿por qué? le pregunto a Baldwin. Mi muerte no te beneficia en nada.


– Oh, sí… Una inmensa satisfacción personal, responde con una sonrisa al
momento de dejar la habitación. Eso se llama venganza, Amy, y poder
conseguirla es un placer invaluable. Una alegría salvaje y primitiva que nunca
hay que subestimar.

Sus palabras se quedan grabadas en mi cerebro, aniquilando cualquier otro


pensamiento. No-Name suelta por fin mi garganta y se levanta para seguir a
Baldwin. Puso mi cabeza sobre un cojín, con una delicadeza que me dejó helada.
Me encuentro de nuevo sola con el inocentón, que abrió el ventanal para
salvarnos de la peste del cadáver de Andrew.

Las horas pasan, interminables. Pedí agua, pero el inocentón se conformó con
reír respondiendo que no estaba en un hotel.

Al constatar la forma en que admiraba mi escote, intenté coquetear con él (en


el amor y la guerra, todo se vale) con la esperanza de hacerlo bajar la guardia y,
tal vez, escapar. Pero si bien él no es insensible a mis encantos, tampoco es
suicida. Baldwin le dio estrictas consignas, nunca se arriesgaría a
desobedecerlas. Está arraizado frente a la puerta y me amenaza con su puño
como una piedra en cuanto me acerco a menos de dos metros de él.

Roman… si no apareces antes de las doce campanadas de medianoche con tu


corcel blanco, tu princesa se va a convertir en carne fría. Me estoy tomando
algunas libertades con el cuento original, pero créeme, no estoy exagerando...

Con esto, me derrumbo sobre la cama y me deshago en lágrimas, porque,


francamente, llegué a mi límite y no hay otra cosa que pueda hacer.

***

El timbre del teléfono del inocentón me saca de mi estupor. Él escucha


atentamente a su interlocutor, cuelga y, tres segundos más tarde, sale de la
habitación cerrando con seguro tras de sí. Me levanto titubeando, con la cabeza
pesada y la boca seca (¡tengo tanta sed!) sintiendo como si llevara días
secuestrada.

Escucho una repentina agitación en la villa, cabalgatas en los pasillos, órdenes


a gritos, puertas azotándose. Me acerco al ventanal y constato que en el patio hay
una actividad febril, algunos hombres galopan por todas partes y se pasan armas.
Hay Hummers que se encienden a toda marcha, levantando gigantescas nubes de
polvo para dispersarse en el desierto, desdeñando la pista.

¿Qué les sucede? ¿A dónde corren todos así? ¿Y por qué? Parecen ratas
dejando un navío.

¿Y yo? ¿Qué pasará conmigo?

¿Debo alegrarme o preocuparme de que me abandonen aquí?

Pero de hecho, ¿quién dice que me están abandonando?

Las últimas palabras de Baldwin me vienen a la mente y pienso en No-Name,


en sus manos, en la punta de sus dedos derretidas, en sus ojos como dos charcos
de lodo. Aun si esta desbandada anuncia la llegada de ayuda, sé que Baldwin no
me dejará sana y salva. Enviará a su mercenario a matarme o hará explotar la
villa; está demasiado ávido de venganza como para dejarme salir viva. Mi único
premio de consolación es que todo el mundo está tan apresurado que todo será
muy rápido. Probablemente no tendré tiempo de sufrir mucho.

Estoy pensando sombríamente en esto cuando tomo consciencia de un olor a


gasolina, primero tenue y luego cada vez más fuerte y embriagante. El último
vehículo dejó el patio y ahora reina el silencio en la villa. De repente, percibo
como entra por debajo de la puerta un espeso humo blanco y comprendo que
efectivamente Baldwin no me ha olvidado realmente, y que mi fin no será ni
rápido ni indoloro.

¡Fuego! ¡Morir quemada! ¡Una muerte atroz!

El desasosiego me gana de nuevo, ya no puedo pensar más que en una cosa:


¡huir! A toda costa, por cualquier medio, aun si eso implica saltar de un tercer
piso. Todo antes que sentir las llamas lamiéndome, devorándome, calcinándome.
Sacudo el picaporte, que ya está ardiendo, aun sabiendo que está cerrado con
llave. Me lanzo hacia el ventanal, mismo resultado. Desesperada, recorro la
habitación en busca de un objeto pesado para romperlo. El humo aumenta y
comienza a picarme los ojos. Utilizo el edredón de la cama para cubrir el paso de
la puerta pero eso no basta, entonces arranco también la sábana para tapar las
orillas. El humo pasa ahora por arriba; me desvisto y utilizo mi vestido para
terminar de tapar los últimos espacios.

En ropa interior, vacío los armarios y cajones, pero no encuentro nada lo


suficientemente pesado para abrir el ventanal. Tomo una silla que rompo en
algunos segundos contra el espeso vidrio al que no le ocasiono ni un rayón. Tal
vez el sillón serviría si tuviera la fuerza para levantarlo y lanzarlo, pero apenas si
puedo jalarlo. Completamente entrada en pánico ahora, pienso seriamente en
atacarlo a patadas, con las uñas o con los dientes, cuando percibo sobre el buró,
detrás de la lámpara, lo que parece ser un cenicero. No uno de esos baratos de
plástico, sino un objeto pesado de mármol, macizo y anguloso. Me lanzo sobre
él, lo tomo firmemente con ambas manos y comienzo a martillar el ventanal con
éste. Es un útil remarcable pero, aun si la urgencia duplica mis fuerzas, no logro
más que arañar el vidrio.

¡Ese paranoico debe haber instalado un vidrio blindado, no es posible de


otra forma!

No obstante, sigo intentando, no pienso resignarme. Comienza a hacer


demasiado calor en esta habitación y el humo se ha propagado al exterior,
invadiendo el balcón. Pienso en Andrew, al otro lado, en su mecedora, y casi lo
envidio. Al menos él no está atrapado como un hámster en un horno de
microondas. Daría lo que fuera por encontrarme en ese balcón, al aire libre. Mis
golpes sobre el vidrio se vuelven cada vez menos fuertes, mis brazos se cansan y
el humo invade lentamente la habitación, a pesar de mi bloqueo improvisado.
Caigo de rodillas tosiendo, pero sigo golpeando. No me rendiré. Jamás. ¿Quién
fue la que me recomendó eso? Una mujer. Una leona con bastón. Frida no-sé-
qué. Bendita sea. Estoy mareada. Pienso en Roman, eso me da las fuerzas para
no abandonar. Recuerdo nuestras salidas, su humor, la deliciosa sensación de su
boca sobre la mía. Veo su rostro en el humo, lo veo tan claramente que su
nombre se me escapa, y me pongo a gritar, a llamarlo: ¡Roman! Él vuela, a
apenas algunos metros de mí, tan cercano y sin embargo tan inaccesible. ¿Quién
se hubiera imaginado que el humo tóxico provocaría alucinaciones tan
agradables? De repente, a través de las volutas blancas, sus ojos se encuentran
con los míos. Grita mi nombre. Intento sonreírle. Es tan apuesto... Me deslizo
hasta el pie del ventanal, con una mano extendida para tocarlo, pero mis dedos
golpean contra la superficie caliente y dura, vibrante. El vidrio tiembla, es
extraño. Tal vez esto debería preocuparme, debería retroceder, pero ya no tengo
la fuerza necesaria. Y además, no quiero alejarme de Roman. Tengo miedo de
que desaparezca si dejo de mirarlo. Como un espejismo al que cualquier
pestañeo es suficiente para enviar al país de las ilusiones. Finalmente, morir no
es tan terrible...

De repente, un estrépito ensordecedor me hace sobresaltar, una bocanada de


aire pestilente me asalta las narinas y me da náuseas mientras que siento sobre
mi cuerpo la picadura de decenas de agujas que me laceran. Y Roman está allí,
en la vida real, de pie en el humo que se arremolina a mi alrededor, pareciendo
sombrío, con los brazos a los costados y un pesado martillo en una mano. Lleva
una tela anudada sobre su rostro como un bandido. Sólo le falta una Stetson para
imaginarlo robando un banco con Jesse James. Aun así, es increíble lo apuesto
que es. Quisiera decírselo cuando se lanza hacia mí, pero mi garganta está
cerrada y de ella sólo sale un graznido ridículo. Enseguida, nada más tiene
importancia, porque estoy en sus brazos. Estamos sobre el balcón, hay ruido,
sirenas, el ronquido furioso de las llamas, un zumbido de helicóptero. Retomo el
aliento; a pesar de la peste a podrido, el aire me parece delicioso, embriagante.
Nunca he probado nada mejor. Roman se separa de mí por algunos segundos, el
tiempo suficiente para anudarme una tela sobre la nariz. Lo dejo hacerlo, soy un
títere desarticulado entre sus manos suaves, es exquisito. Me pongo a reír. Creo
que el humo tóxico tiene un efecto raro en mí... Todo me parece irreal, lejano,
como un programa de televisión en cámara lenta y sin sonido. Sin embargo, el
caos a nuestro alrededor es ensordecedor. Con la mirada elevada hacia el cielo,
como si esperara una aparición, Roman me aplaca contra él y me aprisiona con
un solo brazo acercándose a la balaustrada:

– ¡Agárrate fuerte, Amy!


– ¿Vamos a saltar? pregunto con una voz ronca, feliz ante esta perspectiva.
¿Jolly Jumper nos espera más abajo, cowboy?
– No realmente, responde mirándome como si tuviera un punto verde
encendido sobre la nariz.
– Oh, suspiro triste, separándome para desabotonar su camisa puesto que me
parece que un verdadero rescate debe hacerse con el torso desnudo.
– Haremos algo mejor, mi amor: vamos a volar, dice tomando su camisa para
ponérmela sobre los hombros antes de anudar mis brazos alrededor de su cuello.
– Sabes... creo que ya estoy en el aire... murmuro.

Me aferro a él, con mi frente sobre su hombro, embriagada por el contacto de


nuestros vientres desnudos, como si se tratara de nuestra primera vez. Siento su
corazón latir en su pecho, poderoso, rápido, regular. Me concentro en eso para
no soltarme, y la fuerza del abrazo de Roman me ayuda a no perderme por
completo. Roman es lo más concreto que tengo, afortunadamente, aun si verlo
erguido con el torso desnudo en este paisaje apocalíptico es digno de las más
bellas fantasías. Él sigue vigilando el cielo, al acecho, y de repente siento su
cuerpo terso contra el mío; lanza una mano por encima de mi cabeza para atrapar
una cuerda que surgió de entre las volutas de humo que siguen arremolinando.
La enreda en su antebrazo, me aprieta con más fuerza, con todos los músculos
tensos, luego una brusca sacudida nos arranca del suelo y lanzo un grito de
sorpresa. Dejo el infierno para ir al paraíso.

Algunas personas dicen que los superhéroes no existen. Eso es porque nunca
han sido salvadas de una villa en llamas por un hombre medio desnudo bello
como un dios, nunca han sido elevadas por los aires, rodeadas de su poderoso
brazo, suavemente balanceadas por un helicóptero a veinte metros del suelo,
nunca han sobrevolado una cuadrilla del FBI o del SWAT con poca ropa, ebrias
de felicidad y de gases nocivos. Es porque nunca se han cruzado con Roman
Parker.

Por el vuelo fantasioso pero increíblemente controlado de nuestro helicóptero,


puedo adivinar que Tony está al mando. Gira a la izquierda e inicia el descenso
para dejarnos a salvo detrás de la muralla de la villa. Veo a Nils saltar del
helicóptero para venir con nosotros, justo antes de desmayarme, como buena
doncella en apuros, en los brazos de Roman.
46. La caza comienza

Cuando regreso en mí, estoy recostada boca arriba, con una máscara de
oxígeno cubriéndome la mitad del rostro. Me duele la garganta. A través de mis
párpados hinchados apenas si puedo distinguir al bombero que se inclina hacia
mí, pronto remplazado por Roman. Me encantaría sonreírle, puesto que me
alegra mucho que esté aquí, pero de inmediato regreso a la inconsciencia.

Cuando regreso de nuevo, estoy en una habitación de hospital y la máscara ha


sido sustituida por tubos en las narinas que me dan cosquillas y ganas de
estornudar. Constato por la ventana que ya es de noche. Todo está en silencio. El
reloj de la pared indica que son las tres con cuarenta y ocho minutos. Debe ser
de la mañana. La fiesta de Baldwin fue el jueves, hoy debe ser sábado. Me
cuesta trabajo tener una noción del tiempo y asimilar que ayer al mediodía
Roman y yo protagonizábamos un remake de Tarzán y Jane en Nevada, con una
liana atada a un helicóptero. Me parece que ha pasado una eternidad desde
entonces. Roman está en mi cabecera, con los rasgos estirados, los ojos rojos,
enormes ojeras en su rostro blanco como un lienzo y su cicatriz resaltando como
una coma inflamada sobre su pómulo. A pesar de que lleva puesta una playera
limpia, parece como si estuviera llegando directamente de un combate. Quisiera
hablarle, tranquilizarlo, tocarlo, pero si bien me siento con un poco más de
energía, no logro moverme y mi garganta sigue negándose a funcionar
correctamente. Entonces voy a lo esencial, porque no hay urgencia, rogando no
volver a dormirme en medio de la frase. Ignoro qué me dieron de sedante, pero
es fuerte.

– Nils… grazno asustando a Roman.


– Hmm… yo soy Roman, dice incierto pasándose la mano por el cabello.
– Nils, repito con una voz más fuerte.

Perplejo, Roman se voltea hacia un rincón de la habitación, en la cual percibo


la masa compacta de Nils encogido sobre una silla. Con los brazos cruzados y el
mentón sobre el pecho, él duerme profundamente. Roman me lanza una mirada
de interrogación y cierro los párpados, con una respuesta muda.

Sí, por favor. Despiértalo.

Roman lo hace, con una evidente falta de delicadeza que me hace sonreír por
dentro. Cuando Nils abre los ojos, pálido y con su cabello rubio en un desorden
indescriptible, sus primeras palabras son para preguntar si todo está bien.

– Supongo que sí, murmura Roman. Aunque tendrás que explicarme por qué
tu nombre es la única palabra que mi prometida se digna a pronunciar cuando
regresa de entre los muertos.
– Hey, hola Amy, dice Nils sonriendo, sin preocuparse por el mal humor de
Roman. ¿Qué hay de nuevo?
– Nils, respondo sintiendo cómo el sueño me gana de nuevo (¡malditos
calmantes!). Baldwin... puso... un precio...
– Espero que alto... completa Roman gruñendo.
– A tu cabeza… rectifico sin lograr evitar reír antes de ser sacudida por un
ataque de tos.

Nils le lanza una mirada de desaprobación mientras que se deshace en


disculpas levantándome delicadamente la nuca para hacerme beber.

– Espero que por lo menos la pague bien, bromea Nils.

Asiento con la cabeza varias veces (¡muy cara!) antes de regresar al país de
los sueños por cuarta o quinta vez en el día. En mi siguiente sueño, es un gran
día y me siento en forma. Descansada, con la mente en claro, aunque la garganta
me sigue doliendo un poco. Nils desapareció pero Roman sigue allí, dormido
cerca de mí, con su mano apretando la mía. Lo acaricio con el pulgar, feliz.
Sobre su puño y antebrazo puedo ver, con dolor en el corazón, rastros de
quemaduras dejadas por la cuerda durante nuestro rescate en helicóptero.

Primero su puño y luego su brazo... si quiero seguir teniéndolo por varios


años tendré que ayudarle en las situaciones de riesgo.

***

Dos horas más tarde, después del paso del doctor quien me quitó mi perfusión
y mis tubos de la nariz, estoy sentada sobre mi cama, recargada en las
almohadas. Mis múltiples cortadas debidas a la ruptura del ventanal son poco
profundas y fueron desinfectadas con yodo; así, parezco un leopardo con mis
manchas naranjas en todo el cuerpo. Me tragué un plato de cena tan líquido
como insípido a solas con Roman, y gracias a la dicha de estar juntos, me
pareció más delicioso que una cena en Bocuse. Envié a Roman a bañarse,
después de haberle jurado que no pensaba dejar que me secuestraran otra vez en
los próximos quince minutos. Cuatro minutos y doce segundos más tarde, bien
limpio y con el cabello todavía empapado, él parece nuevamente humano y me
toma la mano.

– ¿Cómo me encontraste tan rápido? le pregunto con una voz rasposa.


– Nils, responde sobriamente. Nunca dejó realmente de seguirle la pista a
Fleming, que lo llevaba a siempre a algún lugar entre Las Vegas y Los Ángeles,
para terminar por perderse ahí definitivamente, cuando el tipo no era ni un
apostador ni una superestrella, así que le pareció raro. Ya lo conoces: cuando una
idea le viene a la mente, no la suelta...
– Sí, digo sonriendo por la legendaria obstinación del Vikingo.
– Paralelamente, investigó a todas las personas que me rodean y se dio cuenta
de que el nombre de Baldwin aparecía varias veces, ya sea en mis negocios o en
las pocas veladas a las que Jack y yo íbamos. Peor aún, los nombres de Baldwin
y Fleming aparecían juntos frecuentemente. Y la residencia principal de Baldwin
se sitúa... entre Las Vegas y Los Ángeles. Baldwin es un hombre discreto, que
empezó de cero y se volvió multimillonario sin que nadie comprendiera
realmente cómo. Nils me llamó, te había dejado con Baldwin, tuve miedo por ti.
Una llamada al aeropuerto de Las Vegas me confirmó que el jet de Baldwin tenía
previsto llegar ahí cuando él había dicho que se quedaría en Nueva York después
de la fiesta. Luego el mensaje enviado desde tu iPhone me convenció
definitivamente de que no lo habías puesto simplemente en silencio antes de
acostarte sino que estabas en peligro... y henos aquí.
– Y hete aquí, repito inclinándome para besarlo, saboreando por un breve
instante la suavidad de su boca antes de que otro ataque de tos nos interrumpa.
– Lo lamento, se disculpa la mujer que irrumpió en mi habitación sin ser
invitada para plantarse frente a mi cama. ¿Señorita Lenoir? Soy Frances Devon,
del FBI.
– ¿Y en Quantico no les enseñan a tocar la puerta? pregunta Roman con un
tono enfadado.
– Nos entrenan más bien para derribarlas, responde Devon. Para salvar vidas,
en general.
– De haberlo sabido, la hubiera esperado antes de demoler ese ventanal. Tal
vez hubiéramos tenido tiempo para una lección de modales.
– Eso hubiera sido preferible; tenemos métodos más seguros que los suyos,
los cuales le habrían evitado a su prometida ser cortada por fragmentos de vidrio.
– Es cierto, Amy sólo hubiera tenido que trabajar un poco más en su apnea y
la hubieran salvado. Después de todo, llegaron a la villa sólo diez minutos más
tarde.

Devon se tensa, Roman marcó el punto decisivo. Se enfrentan en silencio,


mirándose a los ojos. Roman está muy nervioso, de hecho tiene la
susceptibilidad a ser quisquilloso. En cuanto a ella, visiblemente no está
acostumbrada a que la pongan en su lugar, le encuentren fallos o desafíen su
autoridad. Todo lo que él acaba de hacer. Ignoro cuánto tiempo hubiera durado
esta demostración de fuerza de ambas partes si el médico en jefe, una pequeña
rubia jovial y locuaz, no hubiera roto la tensión echando a ambos fuera para
auscultarme.

– Perfecto, se alegra ella al final de su examen. Hablarás como Lauren Bacall


por algunos días, y tendrás que conformarte con alimentos líquidos mientras que
la irritación de tu garganta desaparece, pero no tendrás ninguna secuela. Las
radiografías de tus pulmones y tus análisis de sangre fueron satisfactorios, no
revelan nada más alarmante que si hubieras pasado la noche en uno de los
embotellamientos del interstate 5 , como la mayoría de los habitantes de esta
ciudad cuando regresan del trabajo. En cuanto a tus cortadas, son superficiales,
en dos días a no las tendrás. Firmaré tu alta, y en una semana serás un éxito en el
karaoke.

Mientras que ella me escribe una receta para analgésicos y dos citas para
controlar en el día 3 y 15 , imagino a Roman y la mujer del FBI destripándose en
el pasillo.

– Apenas si sobreviviste, así que cuídate, me dice presionándome gentilmente


el hombro. Evita hablar al menos hasta el lunes.

Roman aparece en el umbral de la habitación cuando ella sale. Mantuvo la


mandíbula apretada pero regresa a sus modales de caballero, y se aparta para
dejar pasar a Devon. Ella le agradece con una señal de la cabeza tan exagerado
que casi puedo escuchar cómo cede el cuello de su camisa almidonada.

Bueno, los dos siguen vivos, ya es algo.

Devon desea tomar mi testimonio pero la doctora se opone repitiendo: no


antes del lunes. La agente del FBI asiente y me pide simplemente responder a
sus preguntas con sí o no. Es una mujer de unos cuarenta años, seca y directa,
pero nada desagradable a pesar de que tuvimos un primer encuentro accidentado.
Ella parece rigurosa, atenta, competente, y veo a Roman relajarse durante el
interrogatorio. Aprecia su profesionalismo. Prometo volver a contactarla cuanto
antes, en cuanto sea capaz de decir más de tres palabras sin correr el riesgo de
quedarme afónica.

– Espero su llamada mañana por la mañana, señorita Lenoir, dice cerrando su


bloc de notas como si la doctora no hubiera hablado de un reposo obligatorio
hasta el lunes. Interceptamos a la mayor parte de las Hummer que se dieron a la
fuga, pusimos a varias personas en la cárcel, pero John Baldwin sigue suelto y es
peligroso. Para todos, pero más aún para ustedes.

Asiento con la cabeza. Eso ya lo sabía.

– Además de esto, al menos tres de sus hombres están libres: su chofer y


mano derecha, Dylan Green. Uno de sus esbirros, de identidad desconocida. Y al
que usted llama No-Name, del cual no tenemos ningún rastro en nuestros
archivos.
– ¿Y su amante? pregunta Roman después de dudarlo. ¿Amber Pace?
– En una celda. Evidentemente, Baldwin no tiene su mismo espíritu
caballeresco, Sr. Parker, responde Devon con sarcasmo. No le pareció bueno que
le estorbara.

Roman esboza una sonrisa sin alegría:

– Comprendo.
– Una última cosa: me gustaría hablar con el rubio alto que los acompañaba.
¿Sabe dónde puedo encontrarlo?
– ¿Eriksen? No tengo idea.
– ¿Cómo? se sorprende Frances Devon (y yo junto con ella). Pero es su
amigo, ¿no?
– Baldwin anda tras él, le puso precio a su cabeza, explica Roman. Pero Nils
no es el tipo de persona que espera la muerte con los brazos cruzados. Así que
invirtió los roles y se lanzó a la caza. Ésa es la mejor forma de no ser la presa.
Ignoro cuál pista está siguiendo ahora, y a dónde lo ha llevado ésta.

La noticia me paraliza y me aterra. Ya vi de lo que son capaces Baldwin y No-


Name; son psicópatas, robots sin alma. No quiero acercarme a ellos nunca más y
tampoco quiero imaginarme a Nils frente a ellos. Es cierto que me desespera
hasta querer ahorcarlo dos otras veces al mes, pero me niego a que alguien que
no sea yo se haga cargo de él. Devon tiene una mueca escéptica:

– Son criminales profesionales, asesinos a sangre fría. Ignoro a qué se dedica


Eriksen, pero sin importar lo capaz que sea, no está a la altura para enfrentarlos
solo. Dígale que me llame y nos deje hacer nuestro trabajo.
– Nils sirvió en la Legión Extranjera, responde Roman con una actitud
socarrona. Antes de volverse detective privado, operó en las Fuerzas Especiales
francesas y en la Brigada Criminal de París. No se fíe de sus lindos ojos azules y
de su sonrisa amable, agente Devon. Es un rastreador sin igual, un hombre
inteligente, astuto y muy peligroso cuando se enoja. Y Baldwin ya lo ha enojado
mucho últimamente. Dicho esto, estoy seguro de que no me reprochará nada si le
doy su celular a una mujer tan encantadora.

Frances Devon resopla desdeñosamente, con la boca apretada, pero anota el


número que le dicta Roman; luego me recuerda que le llame mañana, a primera
hora, para mi testimonio y se da media vuelta secamente, dirigiéndose a la
salida.

– ¿Legión? ¿Fuerzas especiales? me sorprendo. Pero...


– No íbamos a quedar como cretinos descerebrados frente a Baldwin, me
interrumpe Roman poniendo un dedo sobre mis labios para imponerme el
silencio. ¿Te acuerdas que antes de trabajar para mí, Tony estaba en la Fuerza
Aérea de los Estados Unidos? ¿Antes de sus payasadas con un avión de caza en
el puente de San Francisco, antes de que lo echaran, le quitaran su licencia y
todo lo demás?

Asiento: Tony mantuvo una pasión inmoderada por las acrobacias aéreas que
no siempre son del gusto de mi estómago cuando debo volar con él como piloto.
– Es por su experiencia militar que lo saqué de la cama y lo traje con
nosotros. Nils y él comenzaron a hablar se estrategias y habilidades en el jet. Y
Nils reveló algunos pedazos de su pasado. Sin él para comprender la
configuración de la villa detrás de su pantalla de humo y de llamas, para guiar a
Tony con una visibilidad prácticamente nula, para enviarme con la cuerda al
lugar correcto, en el momento indicado...todo habría sido más... complicado.

Le sonrío apretándole la mano. Roman me salvó, es todo lo que importa para


mí. Puso en obra los medios para que esto fuera realizable. Para llegar a tiempo,
escogió a sus hombres con esmero, reunió a los más hábiles, tomó las mejores
decisiones, actuó. Ciertamente, rompió algunas reglas adelantándose a la policía,
pero diga lo que diga el agente Devon, sin Roman estaría muerta o mucho peor
que ahora. Y ella lo sabe.

– ¡Pero cómo odio estar bajo las órdenes de ese Vikingo arrogante! concluye
con una mueca cómica.

***

Dos días más tarde, hice mi declaración, acompañada de Roman y Nils, quien
se volvió a ir después, prometiendo permanecer en contacto (ya que Devon no
logró convencerlo de renunciar a su caza de Baldwin), también pasé mi examen
de control, me negué a ver a un psicólogo, mi voz regresó, tranquilicé a mi
familia, a mis amigos, a mi editor y estoy lista para regresar al trabajo. Todo será
lo mejor en el mejor de los mundos sin las crisis de angustia y las visiones de
No-Name que me hacen sufrir las peores torturas.

– Ok, murmura Roman una noche, pareciendo azorado, arrullándome


tiernamente después de una pesadilla que me hizo lanzar un aullido agudo, a dos
centímetros de su oído izquierdo. Ok, mi amor, repite secándome las lágrimas.
Vamos a tomarnos unas vacaciones. Ambos las necesitamos.
– No puedo, resoplo, miserable. Me encantaría, pero tengo toneladas de
trabajo en la oficina, Edith...
– Edith comprenderá perfectamente que debes descansar, dice estando
ocupado ya tecleando en su iPhone con la mano que le quedó libre. ¿Qué te
gustaría? ¿Un crucero por el Nilo? ¿Una isla soleada perdida en el Pacífico? ¿Un
paseo por elefante en la India? ¿Un recorrido de shopping en Mónaco? ¿Un
retiro en una cabaña de cazador en Canadá? ¿O en una choza en Ecuador? ¿Un
paréntesis romántico en Venecia? ¿Un paseo en llama en Perú? ¿Una sesión de
talasoterapia? ¿Un vivaque cinco estrellas en un oasis paradisiaco? ¿Nadar
desnudos a medianoche a la luz de la luna?
– Oh… eeh… farfullo aturdida por sus palabras, y conmovida de que me
proponga en vez de imponerme.

Cuando uno está convaleciente, se trate de una gripa o de una pierna rota, las
personas, los doctores, la familia, los amigos, siempre saben mejor lo que es
bueno o malo para uno, como si un accidente o una enfermedad de repente lo
privaran sistemáticamente de su capacidad de reflexión y de decisión. Las
personas, pero no Roman, quien espera mi respuesta:

– Elige, mi amor. Haremos lo que quieras. Y la lista no es exhaustiva.


– La salida de compras montando un elefante sobre una góndola de lujo por
los canales de Venecia me tienta mucho, pero creo que optaré por la escapada
romántica en la isla desierta paradisiaca.
– Excelente elección, señora Parker. ¿Con o sin llama?
– Sin llama, por favor, digo riendo y saboreando el « señora Parker ». Pero
también nademos desnudos en la laguna, y con la opción « castaño tenebroso » a
mi servicio para satisfacer todas mis fantasías...
– Hágase tu voluntad. Encontraremos un lugar tranquilo y nos
concentraremos en las cosas realmente importantes: hacer el amor, broncearnos,
nadar, hacer el amor, beber cocteles, jugar al tarot, comer pescado asado en la
playa, caminar en el agua y hacer el amor.
– No sé jugar al tarot.
– Ni modo, en lugar de eso haremos el amor.

El programa es atractivo y nos dedicamos a seguirlo al pie de la letra al día


siguiente. La isla es verdaderamente paradisiaca, más bella que las de las cartas
postales porque es más salvaje y colorida. Roman se movió en tiempo récord
para rentar toda la costa oeste durante diez días, después de haber movido cielo,
mar y tierra y sacado de la cama a un montón de personas más o menos
cooperativas a las que debió convencer para que anularan sus reservaciones,
malabarear con las planeaciones y usar su inventiva para acceder a su excéntrica
petición.

Gracias a eso, hoy tenemos a nuestra disposición doce kilómetros de una


magnífica playa de arena blanca, completamente desierta, bordeada de un
bosque de pinos y palmeras, al igual que una colección (inútil) de lujosos
búngalos vacíos, de los cuales sobresale uno inmenso sobre pilotes en medio del
agua turquesa del lago. Nos instalamos en éste. Un muelle de madera lo
atraviesa de un lado al otro antes de ensancharse para terminar sobre una
espaciosa terraza que da hacia la barrera de coral. Sus paredes exteriores son
corredizas y en cuanto llegamos le pido a Roman que las abra. Así, desde nuestra
habitación tenemos una vista espléndida y relajante hacia el océano que nos
rodea por todas partes, como si nuestra cama flotara tranquilamente sobre sus
aguas calmadas y transparentes con fondo multicolor. La ilusión es perfecta,
reforzada aún más por las dulces oscilaciones de nuestros cuerpos sobre el
colchón de agua.

– ¿Roman? murmuro en nuestra primera noche, mientras nos dejamos arrullar


desnudos y tranquilos, con mmi mejilla sobre su vientre tibio y su mano en mi
cabello.
– ¿Hmm?
– ¿Pensaste en traer cartas? ¿Para el tarot?
– Para nada. Pero puedo decirte el nombre de cada una de las estrellas en el
cielo.
– ¿Has conquistado a muchas chicas así? lo molesto acariciando su muslo con
la punta de mis dedos.
– No. Extrañamente, todas se durmieron muy rápido.

Río suavemente y me recargo sobre un codo para terminar mi coctel. Es mi


segundo de esta noche, y mi cabeza está tan ligera como el aire pesado; nuestras
pieles están ardientes, pero no pienso encender los ventiladores, para no alterar
el silencio que solamente se ve turbado por el chapoteo del agua contra los
pilares del pontón. Roman, pragmático, tiene lista una cubeta de hielo para
refrescarnos. Primero creí que iba a sacar el juego de fresas con champagne
carísimo, el imperdible cliché romántico de los hombres ricos y refinados que
buscan impresionar a su conquista.

– ¿Qué? pregunta, mordiendo un hielo y sorprendiendo mi sonrisa disimulada


cuando saca de ésta una botella de frutas exprimidas y pedazos de coco fresco.
– Nada, digo feliz mientras muerdo la carne crujiente y lechosa del coco. Me
encanta que seas diferente.
Luego, antes de que me pregunte a qué me refiero, lo empujo hacia el
colchón, con la palma de la mano, y me instalo a horcajadas sobre su cadera.

– Veamos si hice bien en escoger la opción « castaño tenebroso » en lugar de


la llama…

El cuerpo de Roman es un microcosmos fascinante, una excitante paradoja,


un territorio infinito revestido de apenas dos metros cuadrados de piel bronceada
que nunca me canso de explorar. Cuando lo miro, no puedo evitar pensar que la
naturaleza hizo bien las cosas, que estaba particularmente inspirada el día en que
lo creó. Un rostro de ángel caído, un torso en V con abdominales prominentes,
miembros bien trazados, una espalda poderosa con caderas arqueadas que
resaltan un par de nalgas que volvería loco de celos a cualquier modelo de
Calvin Klein. Ochenta kilos de músculos y seducción. Eso sin hablar de su sexo,
un verdadero himno al placer, que siento palpitar contra mi muslo y que por sí
solo merecería un poema. Lástima que yo no soy Verlaine. Me conformo con
decirle, siguiendo con el dedo la línea de su mandíbula:

– Eres mi quinto elemento, la criatura más perfecta del universo.


– ¿Ah, sí…? pregunta mordiendo otro hielo. ¿Será posible que le haya puesto
demasiado ron a tu coctel?

Me inclino hacia él, con mis codos apoyados a ambos lados de su cabeza, y
recibo con la punta de la lengua el agua congelada que perla en la orilla de sus
labios.

– Es probable. Si no, nunca me atrevería a decirte cuánto te deseo, ni el estado


de excitación en el cual me pones cuando me miras así.
– ¿Cuando te miro cómo?
– Con esos ojos...
– Hmm… raramente te miro con las orejas.
– Es un instante sexy, Roman, no deberías bromear ni burlarte de mi ligera
embriaguez. Más bien deberías concentrarte en la punta de mis senos que están
acariciando tu torso, en lo sedoso de mi vello púbico que está golpeando contra
tu sexo ya erecto, en la humedad que le invade, mientras que mi respiración se
acelera. Tu cuerpo, por su parte, ya comprendió el mensaje desde hace tiempo.
– Mi cerebro se vuelve siempre más lento cuando estás demasiado cerca de
mí, mi amor. No le llega suficiente sangre, dice tomándome de las nalgas.
Perdóname. Bésame.

Lo obedezco. Sus labios están frescos y su lengua helada, lo cual contrasta


deliciosamente con el calor húmedo de nuestros cuerpos. Es divino. Prolongo el
beso, para disfrutar más de la extraña sensación, con mi lengua persiguiendo a la
suya, que juega a quitarme el resto del hielo. Cuando éste se ha derretido por
completo y la boca de Roman ha regresado a su temperatura normal, extiendo la
mano hacia la cubeta y saco un nuevo hielo. Lo pongo sobre su torso, antes de
pasearlo en éste con la punta de la lengua. La respiración de Roman se bloquea
cada vez que el cubo pasa por sus pezones. Los vellos de sus brazos se erizan y
sus manos se crispan en mis nalgas.

– ¿Te gusta? le pregunto.


– Es soportable...
– ¿Quieres que me detenga?
– ¡Para nada!

Mientras que continúo, sus manos dibujan perezosos garabatos sobre mis
nalgas separadas. En esta posición, a horcajadas e inclinada hacia él, éstas están
totalmente a la merced de sus dedos, que pasan de sus firmes globos a mis
muslos, o a su raya sensible, por turnos contorneando o cosquilleando su
orificio, del cual pude descubrir la exquisita sensibilidad durante algunos de
nuestros encuentros anteriores. Roman tiene gestos suaves pero firmes, y si bien
no estaba muy cómoda las primeras veces que se aventuró en esta zona, lo
natural y la delicadeza de sus movimientos me relajaron rápidamente. Su
delicadeza pero también el placer intenso que sus caricias provocan... Si se
practican solas, son agradables. Pero sumadas a lo demás, a la excitación del
clítoris o a una muy clásica penetración, se vuelven... ¡wow! ¡Éstas multiplican
el placer y transforman un simple orgasmo en una explosión atómica! Tan sólo
de pensarlo, me pongo a mojarme abundantemente y pierdo el control de mi
hielo que se escapa hacia el plexo de Roman, se desliza hacia su ombligo y se
estrella contra su sexo cuya erección se estremece. Un silbido sale de entre sus
dientes, contrae el abdomen y aprieta las rodillas:

– ¡Demonios! ¡Está frío!


– Ya lo creo, me burlo gentilmente mientras que él gira sobre su cadera para
deshacerse del hielo.
Roman me lanza una mirada indescifrable y, antes de que comprenda bien lo
que me pasa, me encuentro boca arriba, con los brazos inmovilizados encima de
mi cabeza y las piernas atrapadas entre las suyas mientras que él me domina y
me cabalga. No han pasado más de cinco o seis segundos; su vivacidad y su
fuerza siempre me impresionan, y pestañeo sorprendida.

– Vamos a ver si resistes el frío mejor que yo, dice con una sonrisa seráfica
separando una de sus manos para tomar un puñado de hielos.

Al ver esto, tiemblo y me retuerzo riendo para intentar liberarme, primero de


forma suave y luego violenta lanzando aullidos indignados cuanto suelta su
presa congelada sobre mis senos. Me arqueo tanto que por poco lo golpeo, pero
él me aprieta más fuerte los puños y por más que luche, le suplique, lo amenace
y lo engatuse, no se mueve ni un ápice. Durante nuestro rodeo, la mayor parte de
los hielos rodaron de mi pecho al colchón, y se derriten lentamente contra mi
costado, que se estremece y se entumece ante este contacto. Estoy sin aliento, mi
respiración es caótica, entrecortada por la risa, y me siento divinamente bien,
increíblemente viva. Excitada también, por nuestros juegos, por el peso de
Roman sobre mi cadera, por cómo me domina, por la demostración física de su
fuerza. En su mirada sombría puedo leer que él también está terriblemente
excitado; un vistazo hacia su impresionante erección me lo confirma sin lugar a
dudas.

Me retuerzo un poco más debajo de él, pero ya no es para liberarme. Es más


bien para frotarme contra él e invitarlo a moverse contra mí. Después del frío,
pido su calor con todas mis fuerzas.

Un último hielo se encuentra en mi ombligo y Roman lo toma para pasearlo


por mis senos cuyos pezones están contraídos al máximo, tan erguidos que casi
hasta me duele. Lanzo un pequeño grito de placer cuando él remplaza el hielo
por su boca, caliente, tan caliente sobre mi piel erizada de frío, y donde su
lengua deja rastros de fuego. Echo la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados
para concentrarme en estas sensaciones inéditas y saborearlas al máximo. Luego
Roman desciende entre mis piernas que va liberando poco a poco. Paso mis
manos entre sus cabellos, murmuro su nombre, levanto las rodillas y las abro, en
una evidente invitación. Mi sexo está empapado, incandescente, y todo mi
cuerpo lanza chispas de deseo que las caricias de Roman sólo logran exacerbar.
Él toma mis talones y las pone sobre sus hombros antes de inclinarse de nuevo
entre mis piernas, las cuales separa al máximo para abrir mi grieta chorreante y
exponer mi clítoris hinchado que se entrega a su lengua experta.

El colchón de agua ondula bajo nuestros cuerpos, el chapoteo ligero del agua
contra los pilares del pontón me hipnotiza. Ya no soy más que una bola de placer
lista para explotar bajo la boca de Roman que me lame, me succiona y me
aspira, cuando de repente ésta es remplazada por una sensación de frío intenso
que me arranca un grito de sorpresa. Intento enderezarme, con un movimiento de
reflejo, pero Roman me empuja gentilmente hacia la cama y siento un pequeño
cubo de hielo pasearse sobre mis labios, al interior de mis piernas, sobre mi
vulva... la sensación es inédita, perturbadora, enloquecedora.

Él pasa una y otra vez el hielo por mi clítoris, lo pasea delicadamente sobre el
pequeño botón de carne que se inflama y envía a mi vientre información
contradictoria.

¡Es frío! ¡Es extraño! ¡Quema! ¡Es delicioso!

El hielo se derrite ante el contacto con mi piel ardiente y el agua gotea entre
mis muslos, con sus gotas glaciales acariciando de paso mis nalgas antes de ser
absorbidas por la sábana. Mi cuerpo entero comienza a ondular al ritmo que
imprime el hielo sobre mi sexo, me acostumbro poco a poco a la sensación de
entumecimiento que se apodera de él hasta que la boca de Roman regresa a
colocarse sobre mi clítoris, con su aliento cálido despertando mis terminaciones
nerviosas. Él lo calienta para sacarlo de su dulce estupor, inclusive
mordisqueándolo delicadamente, hasta que nuevamente no soy más excitación y
gemidos.

Luego, un ruido metálico a mi derecha, la mano de Roman en la cubeta de


hielos, y una quemadura deliciosa, indescriptible, que se propaga en todo mi ser
cuando hunde nuevamente un hielo en mi intimidad. Gimo sordamente, mi voz
se ahoga, y Roman se queda fijo:

– ¿Amy?
– Estoy bien... es sólo... extraño... demasiado bueno... ¡oh, tan delicioso! No
te detengas...

Con el dedo empuja su pequeño juguete congelado antes de levantarme un


poco más las caderas para penetrarme repentinamente, con su sexo ardiente
abriéndose camino en mi vulva contraída por el frío, empujando el hielo hasta el
fondo, hasta el límite. Entonces ambos dejamos escapar un grito ronco, nuestros
cuerpos se estremecen, su boca busca la mía, frenética, exigente, mientras que se
retira temblando. Por un instante. por un segundo, estoy sola con este increíble
fuego congelado al fondo de mí, preguntándome si me gusta o si lo odio, si
podré soportar nuevamente ese torbellino de sensaciones contradictorias, calor
frío dolor placer.

Pero sólo por un instante, porque Roman se hunde de nuevo en mí y su calor


me invade y el placer me gana, crepita en mí como un incendio forestal, antes
que otra vez se retire y que el frío retome sus derechos sobre mi sexo y mis
sentidos completamente desorientados. Luego, nuevamente el sexo de Roman
que me llena, que vuelve a encender el placer, más intenso con cada penetración.
Se retira. Me penetra, con más fuerza. Se retira. Me penetra todavía más fuerte.
Más rápido. Más adentro. ¡De nuevo! ¡Y otra vez! ¡Y otra más! El calor, el frío,
el placer, el dolor, ¡Roman, otra vez!

Y después, todo eso se mezcla en un torbellino infernal, para ya no formar


más que un tornado de placer insensato que Roman alimenta con sus puñaladas,
una y otra vez, hasta que el ciclón nos lleva, nos arrastra, nos arranca un grito
simultáneo de goce cuando el orgasmo nos atraviesa y Roman se vacía en mí, tan
deliciosamente cálido... para al fin dejarnos derrumbarnos en los brazos el uno
del otro, jadeando, sobre nuestro colchón que se mueve.

En el fondo de mí, todo es tibio y tranquilo, satisfecho. Encierro a Roman con


mis piernas, para mantenerlo dentro de mí. Quisiera no volver a dejarlo ir,
convertirnos en uno solo, por siempre. Él se gira hacia un lado para no
aplastarme. Me abraza tan fuerte que nuestros cuerpos están soldados, y eso me
gusta. Hunde su rostro en mi cuello y me besa tiernamente, dándome pequeños
besos ligeros, suaves como la brisa que sopla sobre nuestras pieles mojadas de
sudor que centellean bajo la luz de la luna.

Sé muy bien que esta noche ya no tendré pesadillas.


47. Arena blanca y palmeras

La mañana siguiente, el sol está ya alto en el cielo cuando al fin me despierto.


Después del amor, dormí como nunca, de una forma reparadora, pesada y sin
sueños. Evidentemente, Roman ya no está en la cama; debe haberse levantado
desde hace tiempo para ir a correr. Ante la idea de estar sola, sin su protección,
una bocanada de angustia vuelve a surgir, irracional pero poderosa. Cuando
corre, Roman a veces pierde la noción del tiempo; puede irse tres o cuatro horas,
pero nunca menos de una hora. No me atrevo a imaginar todo lo que me podría
pasar durante ese tiempo. Me asaltan imágenes de Baldwin llegando a la isla
para terminar el trabajo y atarme en una hoguera, con su fiel No-Name
siguiéndole el paso presumiendo orgullosamente la cabeza de Nils amarrada a su
cintura, como un trofeo.

Oh, oh… comenzaré por dejar de asustarme sola... Inhala, exhala, cuenta
hasta diez y levántate... Roman no está lejos y seguramente Baldwin está
demasiado ocupado salvándose el pellejo como para interesarse en el mío.

Entonces percibo sobre mi buró un nuevo iPhone acompañado de una carta:

[Mi amor, intenta mantener éste por más de un mes, o bien dame tiempo para
comprar acciones de Apple, que no tarda en nombrarte cliente del año.

Fui a nadar al lago, hay una máscara y un snórkel para ti en el muelle si


quieres venir conmigo. La flora y la fauna submarinas son increíbles, y soy un
excelente guía (con toda modestia). Mentí ayer, no puedo nombrar todas las
estrellas, pero conozco los peces tan bien como tú las mariposas.

Te amo.

Cuando hayamos puesto un poco de orden en el caos que tenemos ahora, y si


sigues dispuesta, tendremos que volver a hablar de esa regularización, siempre y
cuando queramos adoptar un gato...]
Al alivio de saberlo cerca de mí, al alcance de la mirada, le sigue una
formidable euforia. Roman no es del tipo de hombres que hacen declaraciones
de amor cada mañana, y conservo con amor sus « Te amo » en un pequeño
rincón secreto de mi corazón. Éste viene a enriquecer mi inestimable colección,
y su nueva alusión espontánea al matrimonio me llena de alegría.

Me pongo un raje de baño y un lindo sombrero ligero como un respiro. Me


robo algunas frutas de una copa para tranquilizar los gruñidos de mi estómago y
salgo a sentarme sobre el muelle, con los pies en el agua. El sol me calienta
agradablemente los hombros. De tanto escudriñar la inmensidad turquesa,
termino por hallar un tubo para bucear que emerge de vez en cuando y se dirige
hacia mí. A medida que se acerca, reconozco la silueta larga y musculosa de
Roman, que ondula y se desplaza con tanta facilidad como si hubiera nacido bajo
el agua; sus palmas parecen la prolongación natural de sus piernas y no crean ni
el menor remolino en la superficie. Cuando emerge resoplando, se quita de
inmediato la máscara y pone sus manos a ambos lados de mis rodillas para
sacudirse. Reclamo cuando me llegan gotas saladas y demasiado frescas para mi
gusto.

– Hola marmota, ¿vienes a probar tu capacidad para flotar?


– No, por ahora estoy desayunando mientras admiro las más bellas criaturas
acuáticas de este lado del Ecuador, digo comiéndome un lichi.

Él está sumergido hasta la cintura en el agua, sus antebrazos rodean mis


piernas y su actitud seria contrasta con sus bromas. Silenciosamente, me observa
con una intensidad tal que casi me incomoda.

– Gracias por el iPhone, digo.

Roman alza los hombros, con un gesto indolente de la mano, sin dejar de
mirarme, con minúsculas gotas saladas vacilando en la punta de sus pestañas y el
iris de sus ojos de un negro tan profundo que se confunde con su pupila.

– En cuanto a lo demás... estoy dispuesta, por supuesto. Más que nunca.

Él se relaja de repente y me dirige una media sonrisa antes de acercarse para


poner su cabeza sobre mis muslos en una postura de abandono tan total que mi
corazón se estruja. Sus cabellos gotean sobre mi piel y me refrescan
agradablemente, rozando mi vientre, su aliento tierno acaricia el espacio entre
mis muslos. Paseo una mano por su nuca, acaricio una de sus clavículas, aprieto
mi índice sobre su garganta, para sentir latir su pulso bajo mi dedo. Roman... mi
amor.

– Gracias, dice. Y perdóname.


– ¿Perdonarte?, me sorprendo. ¿Pero por qué?
– Por haberte dejado con Baldwin. Por haber ido a Buffalo en lugar de
quedarme contigo. Por haber permitido que te secuestraran, golpearan e hirieran.
Por no haberte protegido. Por haber dejado que Baldwin huyera. Por haberte
cortado con esos malditos fragmentos de vidrio. Por casi haber llegado
demasiado tarde. Lo lamento, mi amor, lo lamento tanto...

Hay en su voz una angustia tal, un acento de desesperación tan inusual en él,
que me quedo sin comprender, incapaz de reaccionar, aturdida. Y además,
porque es Roman, porque lo amo, me basta con dejar hablar a mi corazón para
saber qué decirle, y encuentro las palabras, encuentro los gestos.

Después de esto, ambos terminamos en el mar, de forma caótica, riendo y en


un fabuloso chorro de agua. Mi sombrero se va a la deriva...

***

Nuestra escapada romántica continúa, día tras día, idílica. Por medida de
seguridad, sólo Nils y la agente Devon saben dónde estamos; para el resto del
mundo, simplemente estamos de vacaciones en unas islas. Le escribí mails a mis
cercanos, a mis padres, a mis amigos, para explicarles la situación. Aparte del
que le envié a Charlie y a Sibylle, que se apega un poco a la realidad, opté por
una versión más maquillada: ni pensar en que mi abuelo tenga un síncope o que
mi madre se ponga histérica. Edith insistió en que me tomara todas las
vacaciones necesarias para recuperarme.

– La salud antes que nada, me dijo ella, que antes no concebía darnos
vacaciones a menos que tuviéramos ambos brazos fracturados o une epidemia de
tifoidea. Sabes, Amy, la enfermedad de mi padre me abrió los ojos y establecí
mis prioridades. Es una prueba que no le deseo a nadie, pero también una lección
dolorosa, devastadora, y de la cual me acordaré.
– ¿Cómo sigue él?
– Bien, bien… responde. Se está recuperando lento, pero seguro. Regresó a la
casa este fin de semana y mi madre está loca de alegría. Necesitará cuidados
especiales por algunas semanas, pero una enfermera se encargara de éstos en su
domicilio, Corinne, un verdadero ángel.

Seguimos hablando por algunos minutos y luego Edith cuelga:

– Cuídate, Amy, me dice.

Un consejo acertado, el cual sigo al pie de la letra y que Roman aplica


escrupulosamente, cuidándome como si estuviera hecha de cristal. Nunca se
aleja del búngalo sin mí, cumple todos mis deseos, y me di cuenta de que
renunció a sus paseos nocturnos, prefiriendo ir a echarse clavados o hacer
abdominales en la terraza antes que dejarme sola. Por un instante pensé en
decirle que no se preocupara tanto, que fuera a correr, pero la verdad es que me
tranquiliza el saberlo siempre cerca de mí.

Mediados de marzo es un periodo ideal en este preciso punto del planeta, el


clima es agradable y cálido, con algunas lluvias esporádicas, por la tarde, que
refrescan la atmósfera. No quisiera dejar nunca esta isla. La mayor parte del
tiempo estamos solos, abastecidos solamente por un viejo hombre robusto con
piel caramelo y ojos dorados, que cada día nos deja provisiones y platos exóticos
que él mismo preparó.

Roman me inicia en el snorkeling, con paciencia y buen humor. Soy una


nadadora mediocre pero él es un excelente instructor, y pronto soy capaz de
seguirlo, con aletas, máscara y tubo para respirar, para descubrir la fauna
submarina. Mis primeros intentos con el tubo estuvieron a punto de terminar con
la misión comenzada por Baldwin: por poco me ahogo sola como las grandes,
sin la ayuda de nadie, sólo porque soy incapaz de sincronizar mi respiración y
me olvido de inhalar y exhalar sólo por la boca. Una vez pasada esta difícil
prueba, aprendo a dominar mis aletas para no asustar a los peces chapoteando
cerca de ellos como un dinosaurio epiléptico. En fin, me he acostumbrado lo
suficiente a mi material para seguirle el paso a Roman a través de las rocas y los
corales multicolor, zigzagueando en este lugar de cuento de hadas mil veces más
hermoso que cualquier otro en la Tierra. Me encontré con todo tipo de peces con
colores improbables, minúsculos, grandes, tímidos, curiosos, rayados, lisos,
solitarios, intrépidos como los peces cirujano negros que atacan con
determinación mis manos, pacíficos como esas gigantescas rayas perezosas que
se deslizan abajo de mí para confundirse con el suelo arenoso.

El cuarto día, convencida de haberme convertido en toda una profesional del


snorkeling, le suplico a Roman que me deje atravesar la barrera de coral para
poder nadar en mar abierto. Después de algunas negociaciones agitadas (es
peligros, no estás lista todavía, etc.), termino por ganar la discusión, bajo la
condición de no alejarme de él. Acepto de buena gana; estoy en las nubes.
Desafortunadamente, a veces basta con muy poco para que las cosas se pongan
feas en la más tranquila de las expediciones. Un estornudo inoportuno, una ola
traidora y pum, en pocos segundos uno se encuentra cayendo en pique,
arrastrado por el remolino.

– ¡Nunca me vuelvas a hacer eso, Amy! me regaña Roman después de


remolcarme hasta el muelle, ahogándome y escupiendo los pulmones.
– ¡Bueno! protesto jadeando. ¡No me ahogué a propósito!
– Cuando uno flota como barril, no debe quitarse el tubo para respirar, ¡punto!
– Pero llegó esa ola, me pasó por encima de la cabeza, lo llenó de agua.
– ¡¿Y eso es todo?! Te enseñé mil veces que debías soplar como ballena para
vaciar tu tubo. ¿Entonces?
– ¡Entonces estornudé al mismo tiempo, eso es todo! ¡No es como que sea un
crimen agriparse! ¡Estornudé en mi máscara, y la ola me llegó de golpe y tragué
agua y me hundí y entré en pánico! ¡Es todo!

Hay un momento de silencio incómodo, durante el cual Roman me observa,


aparentemente vibrando de rabia. Sé muy bien que tuvo el susto de su vida, y
que es por eso que gruñe como loco, así que me dispongo a obedecer cuando, de
repente, estalla de risa:

– Tú... ¿estornudaste en tu máscara?


– Sí, ¿y? digo molesta por su risa.
– ¡Qué asco...! ríe haciendo una mueca.
– ¿Por poco muero y eso es todo lo que dices? respondo, molesta pero
consciente de lo ridículo de la situación y completamente de acuerdo con él: qué
asco el moco en la máscara...
– Lo siento, ríe intentando ponerse serio. Son los nervios... el estrés post-
traumático, ya ves...
– Ya veo, digo con dignidad limpiándome la nariz.
– Bueno, entonces ahora usaremos menos hielos, para que no te agripes...

Le lanzo mi máscara a la cabeza riendo, y él la esquiva lanzando un aullido


salvaje.

***

Cuando llega el domingo, recibo, en respuesta al mío, un largo mail de


Charlie. Éste me da los últimos chismes de nuestro pequeño universo neoyorkino
que me parece a miles de kilómetros de aquí, pero que me alegra entrever a
través de sus palabras. También me conmueve mucho que a Charlie no le gusta
mucho escribir, generalmente se limita a escribir mensajes de texto. Escribir
tanto debió ser un gran esfuerzo para ella.

De: Charlie MILLER


Para: Amy LENOIR
Asunto:Re: La vida es una gran aventura o no es nada

Hola mi pelirroja favorita,
Leí tu mail tres veces antes de lograr convencerme de que todo eso era real:
tu secuestro por el millonario loco (¡y pensar que no me parecía tan mal!),
el asesino con la cabeza cosida (brrr...), Roman salvándote in extremis
(verifica que no tenga alergia a la kriptonita: un hombre tan genial y tan
sexy no puede ser humano ^^ ), su escapada a una isla paradisiaca
(suertuda) y Nils rastreando a esos locos (¡su sangre de vikingo debe
haberse congelado!).
¡Qué aventuras! ¡Espero que puedas reponerte! No dudo que el apuesto
Roman sepa cómo hacerte cambiar de ideas...
Aquí también hemos tenido nuestras emociones fuertes, imagínate. Nada
tan violento como lo tuyo pero la semana ha sido agitada.
Ya no tienes cuñado: Matthieu finalmente regresó a Francia manu militari.
No quería comprender que todo había terminado con tu hermana; se
aferraba, vociferaba, amenazaba, suplicaba. Le hizo escenas en público, fue
bastante lamentable. En una fiesta en nuestra casa, en compañía de Simon y
Julia, Sibylle estalló: ¡le dio un beso a Julia! ¡Frente a todo el mundo!
Bueno, yo ya me imaginaba desde hace tiempo que estaban saliendo (¡se
lanzan de esas miradas de amor!), pero Matthieu no vio venir nada, por
poco le da un infarto. ¡Te lo juro! Se levantó, blanco como una bola de
queso mozzarella, se dirigió hacia la puerta en piloto automático, se tropezó
con la cola de Snoopy que saltó como un diablo y se golpeó contra la puerta
antes de por fin lograr salir del apartamento.
En fin, no quedaron en buenos términos, y creí comprender que el coming-
out de tu hermana le cayó como una bomba a tu familia. Prepárate para las
recaídas...
Ya que estoy en las historias de amor: mientras que Undertake está en plena
efervescencia y tu ausencia se siente cruelmente, su mejor fotógrafo está
tomando vuelo. Provisoriamente, no te preocupes. Pero eso no impide que
Simon salga mañana para Brasil para reunirse con su Bahia. Logró por
milagro obtener diez días de vacaciones. Al parecer, cuando entró en la
oficina de Edith para negociar unos días libres, todo el mundo esperaba que
saliera con la cola entre las patas. Pero apenas diez minutos más tarde,
estaba en el pasillo, con una gran sonrisa tonta en el rostro, y se lanzó hacia
su computadora para pedir sus boletos de avión.
De hecho, ¡nunca vas a adivinar la última! No solamente conseguí el trabajo
de asistente en el refugio de animales (¡gracias, gracias, gracias por pasarme
el dato, te adoro!), sino que (¡agárrate bien!) el veterinario con el que
trabajo es... ¡el Dr. James Mc Dowell! Divide su tiempo entre su clínica y el
refugio.
Genial, ¿no? De repente, obtuve una rebaja en las croquetas de Snoopy (que
no deja de crecer...), y además, tengo al protagonista de todas mis fantasías
al alcance de la mano. Bueno, casi. Está un poco loco...
Pero nos llevamos bien. En verdad es un tipo fuera de lo común, punzante,
divertido, inteligente, humano. No sé muy bien cómo tratarlo, tengo miedo
de arruinarlo todo, así que mejor no hago locuras. ¡No me reconocerías!
Además, en verdad adoro este trabajo. Es la primera vez que me siento en
mi lugar, útil.
Tendría mil cosas más que contarte pero tu hermana acaba de llegar e
iremos al cine con Julia. Ellas te mandan un gran beso y yo también.
Sibylle te escribirá pronto.
Disfruta al máximo de tu isla y de tu maravilloso hombre ;)
Charlie.

Vuelvo a leer el mail dos veces, vagamente incrédula pero increíblemente


contenta. Las buenas noticias se agolpan en mi cabeza: mi hermana menor al fin
feliz, Simon de vacaciones con su novia, y Charlie que parece relajada, a nada de
la felicidad absoluta.

Mi buen humor se ve brutalmente arruinado cuando llego con Roman a la


terraza al final del muelle. Él está sentado vestido de traje, con los ojos perdidos
hacia el atardecer y su iPhone cerca de él. Al ver la tensión de todo su cuerpo,
puedo adivinar que algo está mal. Pongo una mano sobre su hombro:

– ¿Un problema?
– Sí, responde separando las piernas. Ven aquí, mi amor.

Preocupada, lo rodeo para sentarme entre sus muslos, con mi espalda


recargada contra su torso. Él me rodea con sus brazos.

– Perdí el contacto con Nils desde ayer. Y Devon acaba de llamarme para
decirme que Martin fue encontrado ahorcado detrás de su casa rodante.
– ¿Suicidio? ¿Demasiado remordimiento?

Roman sacude la cabeza:

– Es difícil suicidarse con las manos y los pies atados.

Digiero la noticia. No me agradaba Martin, su muerte no me entristece


realmente, pero no es sólo eso sino que fue asesinado. No por mi culpa, Baldwin
sabía ya todo lo que dije acerca de él, pero aun así... me siento un poco mal, casi
culpable. Asesinado... La palabra resuena lúgubremente en mi mente. Roman me
da un beso tierno en el cuello y me abraza con más fuerza.

– Eso no es todo, afirmo con una voz temblorosa. Tienes algo más que
decirme, ¿no es así?
– Sí. Devon acaba de llamarme: su equipo descubrió dos cadáveres de los
cuales uno es un hombre de Baldwin; ambos tienen el cuello roto. Según el
estado del apartamento en el cual los encontraron, los hicieron salir de su
escondite, y la lucha con su asesino fue violenta, encarnizada. El hombre de
Baldwin no era un novato, era un agente aguerrido y estaba armado. Su cómplice
fue asesinado muy rápido, pero él se defendió y peleó como animal antes de
morir. Le disparó varias veces a su agresor y le dio al menos una vez. Lo hirió de
bastante gravedad, a juzgar por la cantidad de sangre en la habitación.

Roman habló con una voz entrecortada y me preparo para escuchar la


continuación, aun cuando no tengo ganas de escucharlo. Aprieto su mano. Cierro
los ojos para evitar que mis lágrimas caigan.

– El herido... digo con una voz ahogada.


– Devon está segura de que se trata de Nils y yo también lo creo. Perdió
mucha sangre. Demasiada. Pero sigue perdido. Ni siquiera yo logro
comunicarme con él...

Finalmente, las lágrimas me sumergen, silenciosas y dolorosas. Me acurruco


contra Roman, él me abraza fuerte...

Siento su corazón latir contra mi espalda.

Le pesadilla continúa...
48. Bajo vigilancia

Instituto forense de San Diego, California. Miércoles 24 de marzo.

Él está acostado boca arriba, pálido, con los ojos cerrados y su cabello rubio
pegado a la frente; su pesado cadáver está definitivamente inmóvil. Yace bajo
una sábana blanca que la asistente del médico forense bajó para permitirme ver
su rostro y poder identificarlo. Aprieto con fuerza la mano de Roman. La agente
del FBI encargada del caso, Frances Devon, se mantiene apartada, silenciosa.
Ella fue quien llamó a Roman ayer para pedirnos que dejáramos nuestras
pacíficas vacaciones en nuestra isla paradisíaca. Para cooperar con la
investigación. No había manera de negarnos. Nos lo pidió de forma educada,
pero una convocatoria es una convocatoria. Uno no le dice que no al FBI.

Estamos separados del cuerpo por una barrera de vidrio y me volteo


rápidamente para concentrarme en la pantalla frente a mí. Acercamiento a la
cabeza del cadáver. Lo estudio con atención, ya que eso es lo que se espera de
mí, pero no puedo controlar mis náuseas. Me alegra no haber tenido que entrar
en la habitación refrigerada ni sufrir con el olor y la cercanía de la muerte, una
vez más.

– ¿Lo reconoce? me pregunta Devon.

Asiento con la cabeza, asaltada por los recuerdos terrible de mi secuestro.


Roman pasa un brazo alrededor de mi cintura, para apoyarme, y eso me hace
mucho bien. Inhalo profundamente.

– Sí, lo reconozco.
– ¿Me puede decir su nombre?
– No. Lo lamento. No creo que Baldwin lo haya mencionado. Para mí, sólo es
el inocentón alto que debía vigilarme cuando estaba encerrada en esa habitación.
– No se preocupe, estaba fichado, tenemos su identidad. Robert Draw, un
idiota con el IQ de un pez. Solamente necesitábamos que usted nos confirmara
su vínculo con John Baldwin y su implicación en su secuestro. ¿El hombre de la
otra camilla no le es familiar?
– No, nunca lo he visto. ¿A él también le rompieron la nuca?
– Sí, el modus operandi es idéntico. Limpio, seco, brutal. Para tipos de esta
calaña, criminales profesionales, armados, y además dos contra uno, se requiere
una excelente técnica y un gran control de los encuentros cuerpo a cuerpo.

No sé qué decir, ni siquiera si está esperando una respuesta. No hay lugar a


dudas de que Nils, después de ir en busca de Baldwin, se cruzó con estos dos
maleantes y los mató. Nos lo imaginábamos desde antes de recibir los resultados
del laboratorio que confirmaran que la sangre en casa de las víctimas no era la
suya, sino que correspondía al tipo AB, un tipo de sangre nada común. Según el
archivo militar, Nils es AB+.

– Eriksen tuvo una hemorragia, nos dice Devon. Y acabamos de identificar su


celular, que encontramos hecho pedazos en el apartamento, lo cual significa que
no pudo comunicarse con nadie para que lo ayudara. La bala disparada a
quemarropa por Draw le dio en una vena gruesa, tal vez una arteria. Según la
balística, ésta salió, pero sin los cuidados adecuados, va a morir.

Como Roman y yo nos quedamos en silencio, ella continúa:

– Si tienen alguna idea de dónde se encuentra, tienen que decírmelo. No usó


ninguna arma, el testimonio de los vecinos y la configuración de la escena del
crimen confirman la defensa propia. No intento arrinconarlo, y quiero atrapar a
Baldwin tanto como ustedes. No olviden que estamos del mismo lado. Y cada
minuto cuenta. Puede ser que su amigo esté ya m...
– No sabemos nada, la interrumpe Roman antes de que ella pronuncie la
palabra fatídica. Pero por supuesto que la contactaremos si sabemos algo nuevo,
agente Devon.

Ella asiente con la cabeza y nos autoriza a irnos. Eso es lo que hacemos, bajo
un cielo radiante que contrasta con nuestro humor lúgubre. Hubiera preferido
que lloviera, para esconder mis lágrimas. Luego regresamos en jet a Manhattan,
en un ambiente de plomo. Baldwin y No-Name siguen libres. Nils está herido y
no lo podemos hallar.

– No te preocupes, me susurra Roman cuando me acurruco contra él,


buscando consuelo. Los Vikingos tienen la piel dura y son como los gatos: tienen
nueve vidas. Sobre todo porque Odín no querría cargar con Nils en su Walhalla.

Sonrío muy a mi pesar, imaginando al terrible dios nórdico haciendo todo lo


posible para evitar tener que recibir a nuestro exasperante amigo en su paraíso,
aunque tenga que darle una segunda vida para deshacerse de él. Una bocanada
de agradecimiento hacia Roman me sumerge, porque sabe cómo tranquilizarme,
consolarme, aun cuando él mismo debe estar afectado, mucho más que yo. Y sin
embargo, permanece fuerte, duro como una roca, para apoyarme y cuidarme,
contra viento y marea.

– Te amo, Roman, le murmuro en respuesta. No encuentro las palabras para


decírtelo como se debe, pero te amo más de lo que nunca hubiera imaginado
posible.

***

Sin embargo, en el trascurso de los días siguientes, descubro que Nils no es el


único capaz de horrorizarme. Roman le hace buena competencia. Todo parte de
una buena intención, pero francamente, hubiera apreciado un poco más de tacto
en la formulación.

– ¿Cómo que más tacto? se sorprende Roman, después de haberme dictado


una lista de prohibiciones largas como tres veces los mandamientos.
– Sí, tacto, diplomacia, amabilidad. Siento como si estuviera en el ejército. Te
comportas como un comandante: « Haz esto, no hagas aquello, así, así no. »
– Pero... es para protegerte. ¡Hay unos locos furiosos que atentan contra tu
vida, Amy! No puedes deambular por Nueva York sin protección, ni quedarte sin
vigilancia.
– Estoy de acuerdo, suspiro. Pero podrías tener más tacto en lugar de
lanzarme fríamente: « No saldrás sin Joshua, haz lo que te digo y no te salgas de
lo planeado. »
– Ok, Ok… Pero ésta es la primera vez que te quejas de mis modales,
murmura con una sonrisa retorcida que me provoca querer lanzarle un cojín a la
cabeza.

No obstante, como no se equivoca del todo, prefiero jalarlo hacia el sillón


para disfrutar de ese famoso talento, de sus diez dedos, de su boca y de todo el
resto de su estupendo físico.
En los días siguientes y a pesar de nuestros buenos propósitos, la organización
falla bastante. Me es difícil acostumbrarme a la presencia constante de Joshua a
mis espaldas y soportar la sobreprotección de Roman, quien amenaza con llamar
al SWAT cada vez que me retraso cinco minutos o no respondo el teléfono. Y
para él es difícil quedarse tranquilo mientras que yo no respeto el programa que
elabora minuciosamente cada mañana según lo que tengo previsto hacer durante
el día. Cada uno hace un gran esfuerzo, pero la situación nos cuesta a ambos.

Aun cuando comprendo que es necesario, detesto tener un chaperón, y el


pobre Joshua está mortificado por tener que imponerme su presencia. Pero es eso
o quedarme encerrada en la casa mientras que el FBI atrapa a Baldwin. Tomé mi
decisión rápido.

Así regreso poco a poco a mi vida diaria en Nueva York, a mi trabajo en


Undertake, a mi hermana y su novia, a mi extravagante coinquilina y su
monstruoso perro que llena de baba todo lo que toca, y cuyo consumo de
croquetas equivale al de un tigre en pleno crecimiento.

– Los tigres no comen croquetas. Y de todas maneras, ya no vives aquí, me


responde Charlie cuando le hago notar mientras me siento que mis cojines
parecen esponjas pegajosas. Además, notarás que ha habido un progreso:
Snoopy duerme ahora en su canasta. Ya no se sube a las camas ni al sillón.
– Es cierto, concedo sin mucho ánimo mientras que el mastodonte, con su
gran cabeza puesta sobre mis rodillas, me babea encima, con su mirada dulce y
tranquila clavada en la mía.
– Tienes un bronceado genial, continúa ella sirviéndome otra taza de café y
apilando frente a mí un surtido de galletas. Y me alegra verte.
– A mí también, Charlie, afirmo, sincera y contenta.
– Me alegra mucho, repite con una voz temblorosa y cayendo repentinamente
en mis brazos, ¡Temo por Nils y me preocupé tanto por ti, Amy!

Me siento desamparada frente a este brusco desorden de emociones, pero


también profundamente conmovida. En mi familia, soy la única que demuestra
las cosas, y si bien no dudo ni por un segundo que Sibylle haya sufrido por mis
desaventuras, no habló mucho del tema; sobre todo porque la desaparición de
Nils la dejó en shock y se niega a hablar de ello, como para negar esa espantosa
realidad. Hablar con Charlie me hace bien. Confesarme, ser escuchada, mimada
por una amiga, es precioso y mágico, aun cuando una tiene las rodillas llenas de
baba. Escucharla hablar de su trabajo o de sus tácticas para seducir a su
irresistible veterinario me relaja. Su imaginación y su determinación parecen
ilimitadas, el pobre hombre no tiene ninguna oportunidad de salir vivo de ésta.
Desde que se enteró que acaba de divorciarse, Charlie aumentó sus inventivas
para atraerlo a sus redes, y el relato de sus planes me hace reír mucho. Por ahora,
McDowell, visiblemente lastimado por su catastrófico matrimonio, prefiere no
meterse en problemas, pero necesitará más que eso para desanimar a Charlie...
Ambas pasamos un largo momento juntas, hasta que me levanto para finalmente
ir con Joshua, quien me espera abajo en el coche.

– Debo irme, Charlie. Iré a comer con Roman, y si llego dos minutos tarde me
va a atar al radiador cada vez que deba ausentarse.
– ¿En serio? pregunta Charlie abriendo grande los ojos.
– No, digo sonriendo. Pero terminará con una úlcera si no respeto nuestro
acuerdo. Y odio llegar tarde.
– Anda, ve con tu príncipe azul. ¿Pero mañana pasarás a verme como lo
prometiste? Aunque no tengamos mucho medios, James y yo hacemos un buen
trabajo con los animales abandonados. Y le he hablado tanto de ti que muere por
conocerte, aun cuando técnicamente ya te ha visto.

Lo prometo y me escabullo, con el corazón más alegre. Feliz también de que


Charlie haya encontrado su camino, un trabajo agradable y un hombre para
amar...

Desde mi regreso, he estado hablando con Patrick Dawn, mi editor, acerca de


la gira promocional para la publicación de mi libro. Por ahora, Roman no quiere
escuchar hablar de eso y yo misma no estoy muy animada por ir a exponerme en
lugares públicos o librerías. Me siento terriblemente vulnerable. Sólo deseo una
cosa: olvidar, esperando ingenuamente que Baldwin tenga otras preocupaciones
en las próximas semanas más importantes que encontrarme y matarme. Entonces
Patrick mejora su planeación, reserva fechas sin poder garantizar mi presencia en
las firmas de autógrafos, llega a un acuerdo columnistas y logra conseguirme
entrevistas exclusivamente telefónicas. Hace hasta lo imposible para garantizar
la promoción de mi libro a pesar del difícil contexto.

Roman, por su parte, se asegura de que mi nombre no sea citado en los


periódicos en el triste caso de Baldwin, con el cual la prensa se ha ensañado
ávidamente. Pero sabemos que no es más que cuestión de tiempo antes de que
todo estalle. Cruzo los dedos para que, cuando eso pase, Baldwin no pueda
hacernos daño, esté tras las rejas o mejor aún: seis metros bajo tierra. Desear su
muerte no es algo muy bueno, pero no he olvidado su sed de venganza contra
mí, y no pienso ser un objetivo demasiado fácil para los maleantes que quieren
darle gusto ofreciéndole mi cabeza en bandeja de plata.
49. Un reencuentro agitado

Al día siguiente, Roman pasa a recogerme a Undertake para acompañarme al


refugio a ver a Charlie. Él siembra el desorden entre el personal femenino del
periódico al llegar a las oficinas con tanta clase que hasta Tom Ford y David
Beckham se verían avergonzados en sus mejores atuendos. Parece como si todas
las chicas se sonrojaran al mismo tiempo, sonríen y se ríen a más no poder. Yo
misma siento un golpe en el corazón cuando él se acerca, con la oreja pegada a
su iPhone, inconsciente del alboroto que provoca. Lo he visto más veces
desnudo, en ropa interior o en pantalones de mezclilla que con saco y corbata,
pero cuando lleva puesto un traje, Roman emana igualmente una especie de
autoridad intimidante, una dureza, una determinación salvaje y encarnizada,
como un guerrero que se pone la armadura antes del combate. Cuando trabaja,
Roman es otro hombre, con un encanto glacial, pero igual de encantador. Y es
inútil no verlo, eso enloquece completamente las hormonas femeninas, tanto las
mías como las de las otras. Así que perdono a mis colegas por sus miradas de
lujuria, sobre todo porque después de haber colgado, Roman sólo tiene ojos para
mí; su sonrisa súbita, luminosa, está a punto de hacerme derretir. Cuando me
besa, detrás del abrigo muy relativo de un viejo ficus moribundo, estoy segura de
ser la chica más envidiada del planeta. Y eso no es en lo absoluto desagradable...

– Esa reunión fue interminable, suspira sentándose mientras se desata la


corbata y yo apago mi computadora y preparo mis cosas. Algunas personas son
aburridísimas, sin importar el tema del que estén hablando. Edward es
competente, pero me hace dormir. Es capaz de hacer que me desconecte de
cualquier presentación apasionante en menos de diez minutos.
– ¿Edward?
– Un empleado que contraté aconsejado por Malik, hace algunos años. Lo
viste en una reunión, poco después de que nos conocimos, cuando estabas en tu
semana de inmersión en mi humilde compañía. Un hombre sin edad, vestido con
un traje de tweed horrible.
– No lo recuerdo...
– Eso no me sorprende de ti, sólo te fijas en los machos tórridos, sonríe
estirándose con un placer evidente que me da un montón de ideas libertinas y me
vuelve torpe.

Mientras intento (en vano) deshacerme de los pensamientos sulfurosos que


me asaltan, meto mis plumas en desorden en un cajón, tiro mis Post-it
ennegrecidos de garabatos a la basura, y termino por meter caóticamente mis
cosas en mi bolso. Con un gesto vivo, Roman salva in extremis a mi nuevo
iPhone de la muerte cuando lo hago volar de mi escritorio al tomar demasiado
brutalmente los archivos que están puestos encima. Como todo un caballero,
Roman se conforma con una mirada burlona y se abstiene de cualquier
comentario sobre mi febrilidad. Cinco minutos más tarde, nos vamos al refugio.
El trayecto es corto, Charlie nos espera y casi no tenemos tiempo para poder
improvisar un encuentro amoroso en el asiento trasero.

– De todas formas, no hay asiento trasero en este Bugatti, se divierte Roman


cuando gruño de frustración.
– ¿Por qué no salgo con un hombre que conduzca una vieja combi
Volkswagen con ocho asientos? suspiro mientras que él frena frente al refugio.
– Sólo dilo e iré a la concesionaria para pedir un cambio, dice muy serio.
– ¿Conducirías una van Volkswagen? ¿Tú, Roman Parker? ¿El joven y
resplandeciente millonario más sexy de la estratósfera?
– Bah, responde alzando los hombros. Eso no me avergonzaría. Pero admito
que si tuviera que llegar a esos extremos, no sería por el placer de conducir. Más
bien sería para aprovechar las ventajas visiblemente irresistibles de los asientos
traseros.

Lo beso sonriendo. Bugatti, Volkswagen o patineta, a decir verdad no me


importa mientras sea él quien esté al volante.

Apenas atravesamos la puerta del refugio, Charlie viene a recibirnos,


sonriendo ampliamente, y comienza a darnos el recorrido por el lugar, que ha
cambiado mucho desde la adopción de Chaussette, el gato de Cameron. Todo
está innegablemente mejor desde que ella trabaja aquí, y esto le da un inmenso
orgullo. Legítimo y justificado, para mi humilde opinión. Las paredes han sido
vueltas a pintar, el piso, aunque está dañado, ha sido reparado, y, aun cuando
flota en el aire el aroma a orina mezclada con desinfectante, las jaulas de los
animales están irreprochablemente limpias. Cada una está equipada de una
cobija, de juguetes improvisados (pelotas y palos para los perros, corchos para
los gatos) y tiene una ficha detallada con el nombre, la raza, la edad y el carácter
de cada pensionario. Así, los visitantes que deambulan por los pasillos en busca
de su futuro compañero están informados de Ginnie, hembra cruzada con un
pastor alemán de 6 años, es dulce, tuerta y adora a los niños. Pollux, gato
entablillado macho de 3 años, es casero y social hasta con los perros. Caramel,
perro macho de 14 años, no ladra nunca, obedece perfectamente, pero no soporta
compartir su espacio con otro perro. Y así continúa la lista. La mayoría de ellos
permanecen tranquilamente recostados sobre su cobija, con la mirada cansada y
resignada; algunos llevan vendas, otros gimen continuamente o se acercan
moviendo la cola cuando uno se acerca a su jaula. Todos estos animales
abandonados me estrujan el corazón; de este lugar emana una tristeza palpable.

– James está en la sala de cuidados, me informa Charlie, pero pronto


terminará. Se está ocupando de una perra que llegó hace tres días y que está
constipada. Tuvo que dormirla para hacerle un lavado y...
– ¡Wow! la interrumpe Roman parado frente a una jaula a algunos pasos de
nosotros, salvándome así de los detalles concernientes a las técnicas destapar el
estómago. ¿Qué es eso?
– Oh, responde Charlie riendo. Es Willy, el protegido de James.

Nos acercamos a Roman y yo también me quedo perpleja frente al extraño


animal que nos observa con un ojo lúgubre. Parece como una enorme marmota
sin cola, cruzada con un koala. Y además tiene el tamaño de un oso.

– Eeh… balbuceo escondiéndome detrás de Roman cuando el extraño animal


avanza hacia nosotros tambaleándose. ¿La jaula es sólida?
– No temas nada, se divierte Charlie. Willy es un verdadero amor. Y es
vegetariano.
– Eso es un punto a su favor, dice Roman poniéndose de cuclillas para meter
un dedo en la jaula y acariciar la nariz peluda que se acerca a él. Pero eso no nos
dice qué es.
– Un wombat, responde Charlie. Es un marsupial australiano. James lo
encontró en Riverside Park, pero no tenemos ni idea de cómo llegó hasta allí.
Obviamente no lo podemos dar en adopción, así que...

Una voz grave y lo suficientemente fuerte para ser escuchada hasta Miami la
interrumpe en sus explicaciones:
– ¡CHARLIE! ¡RECEPCIÓN!
– Oh, sonríe ella sonrojándose como si acabáramos de atestiguar una
declaración de amor. Probablemente un cliente. Y James no puede encargase con
las manos hasta los codos dentro de... la... por culpa del lavado. Vengan, los
presento.

La seguimos hasta la recepción para descubrir al Dr. James Mc Dowell, con


una perra obesa bajo un brazo, y una jeringa y un sobre de suero fisiológico en
su mano libre, explicándole a un hombre alto que su asistente va a ocuparse de
él. La perra, tan larga como gruesa, está completamente drogada, con los ojos
perdidos y la lengua de fuera, en pleno viaje de la anestesia. Mc Dowell, de unos
cuarenta años y estatura de jugador de rugby, lleva en la mano derecha un guante
de caucho que le llega hasta el codo y su bata está llena de manchas cafés de las
cuales no quiero conocer la procedencia. Se ve igual de tosco que en mis
recuerdos, pero sus bellos ojos verdes se suavizan cuando mira a Charlie. El
cuadro me parece conmovedor hasta que el pseudo cliente se voltea hacia
nosotros y lo reconozco.

¡No! ¡No! ¡Él no! ¡No aquí! ¡No es posible! ¡Es una pesadilla!

Y sin embargo, el parecido con Steven Seagal no deja lugar a dudas: se trata
de Dylan, el brazo derecho de Baldwin. Le aprieto el codo a Roman con fuerza,
petrificada, incapaz de articular ni una palabra. Todo se paraliza. Un zumbido
sordo me llena los oídos, estoy a punto de desmayarme por lo impresionada,
estupefacta y aterrada que estoy! Roman voltea hacia mí, como en cámara lenta,
su mirada se clava en la mía, luego gira, mira a Dylan y comprende
inmediatamente. James y Charlie, inconscientes de lo que está sucediendo,
parecen no formar parte del cuadro, ya no existen. Mi atención se concentra
solamente en Dylan, quien me sonríe con malicia. Él lleva la mano al interior de
su saco y sé que va a sacar un arma. Ya me veo muerta. Peor: veo también a
Roman bañado en sangre. Pero contrariamente a mí, Roman reacciona
adecuadamente, tan vivaz y tan rápido que ahora pareciera que todo se acelera.
Con el brazo derecho, me empuja hacia atrás mientras que proyecta su puño
izquierdo que, una décima e segundo más tarde, llega a estrellarse contra la nariz
de Dylan. Un crujido siniestro, sangre por todas partes, gritos (¿los de Charlie?)
y la pequeña recepción se convierte en un cuadrilátero. Recargada contra la
pared veo, impactada una salvaje pelea entre ambos hombres, los puñetazos
salen de todas partes, los cuerpos se pliegan bajo el impacto, finas gotas de
sangre me salpican. Intento seguir la acción, pero va demasiado rápido y lo que
realmente noto, lo único que se queda en mi cerebro como una marca de fuego,
es la silueta amenazante de la pistola en la mano de Dylan, quien finalmente
logró sacarla de su saco. Charlie grita con todas sus fuerzas.

Esta vez, se terminó. Roman no puede hacer nada contra las balas. Todos
estamos muertos.

Sin embargo, contra toda expectativa, es Dylan quien flaquea bruscamente


llevándose la mano a la nuca, con un aire de estupefacción casi cómico en el
rostro. Roman aprovecha estos segundos de duda para enviarlo al piso con un
golpe en la sien. Charlie se calla repentinamente y todos nos quedamos
inmóviles, contemplando a Dylan sobre el piso, knockeado. Detrás de él, Mc
Dowell se inclina para levantar a la perra que había dejado caer al piso. Ésta
parece despertarse, pero sigue anestesiada, y vacila de atrás hacia adelante. No
es sino hasta entonces que noto la jeringa clavada en el cuello de Dylan. Con
prudencia, Roman lo empuja con el pie, para asegurarse de que efectivamente ya
no puede lastimarlo. Llego a acurrucarme contra él, con las piernas temblando.

– ¿Charlie? pregunta suavemente Mc Dowell. ¿Podrías ocuparte de Bella?


Hay que quitarle el catéter e instalarla en su jaula con varias cobijas la pobre va a
tener algunas contusiones...

Charlie asiente en silencio; inhala profundamente, endereza los hombros, me


lanza una sonrisa y se aleja con Canela que sigue tambaleándose un poco,
mientras que Mc Dowell ata los puños y los tobillos de Dylan con un lazo.
Roman me abraza y me susurra mil palabras de consuelo.

– Es impresionante su técnica de combate, le dice a Mc Dowell cuando éste


termina de atar a Dylan como un cordero.
– Sí, es un anestésico muy efectivo. Rápido, radical, pero cuyo efecto es muy
breve. Si usted no lo dañó con su golpe de ninja, nuestro amigo despertará en
unos diez minutos, fresco como lechuga.
– Gracias. Sin usted...
– De nada, responde Mc Dowell. Detesto que los tipos irrumpan en mi refugio
y se crean con la autoridad de matar a los visitantes.

Después de esto, Roman llama a Frances Devon, Charlie por fin nos presenta
a Mc Dowell como es debido, la policía se lleva a Dylan, y Willy el wombat se
relaja saliendo de su jaula, paseando sus cincuenta kilos de exotismo australiano
entre las piernas de unos policías que le temen un poco, hasta que James lo envía
a pasear en el jardín.

Luego todos debemos hacer nuestras declaraciones. En esta ocasión, la agente


Devon me recomienda ser discreta para no llamar la atención de Baldwin hacia
mí. Como si tuviera en mente ponerme a bailar chachachá con un tutú de plumas
de avestruz en pleno Nueva York.

– Dylan la encontró fácilmente, señorita Lenoir, dice ella con un tono seco y
un aire de reproche particularmente injustificado. Él debió haber hecho el
recorrido de todos sus conocidos y de los lugares que frecuenta, hasta poder
predecir hasta el menor de sus gestos. Nada nos indica que no tenga un cómplice
listo para terminar el trabajo en su lugar, y no siempre tendrá un experto en
anestésicos a la mano para salvarle la vida.

Como si enterrarme en una ratonera pudiera disuadir a Baldwin de seguirme.


Como si me fuera a olvidar... Sé que no tendré esa suerte. No me queda más que
esperar que Nils o el FBI le pongan las manos encima cuanto antes.
Lamentablemente, Devon nos informa también que su equipo no ha encontrado
todavía ni a Baldwin ni a No-Name... ni - más triste - a Nils... Sin embargo, ella
parece menos preocupada que antes por él:

– Baldwin y sus hombres son muy descuidados, y no se preocupan por


esconder los cadáveres. Todo indica que si hubieran matado a su amigo, ya
habríamos encontrado su cuerpo.
– Pero eso no son más que suposiciones, digo amargamente. ¿No podría
jurarlo?

Devon no me responde, pero su silencio habla por sí solo.


50. Un exilio de cuento de hadas

La mañana siguiente, el brillo de un rayo de sol sobre mis párpados me


despierta. Disfruto por un largo momento más de la suavidad del cuerpo de
Roman contra el mío antes de abrir los ojos, saboreo su olor, su calor, lo sedoso
de su piel bajo mi mejilla. Con la punta de los dedos, sigo las líneas duras de sus
abdominales. el hueso de su cadera. Por lo acelerado de su respiración cuando
continúo con mi exploración hacia abajo, adivino que él también está despierto...

Después de nuestro encuentro, a la vez tierno e intenso, nos quedamos el uno


en los brazos del otro, intercambiando esas palabras sin sentido e indolentes de
los enamorados saciados. Con esto olvido mi enojo por estar aquí, en esta
habitación sublime que si bien es digna de las Mil y Una Noches , está a nueve
mil kilómetros de Nueva York, de mi hermana, de mi trabajo y mis amigos. La
sugerencia de Devon de mantenerme alejada no cayó en oídos sordos ayer:
Roman tomó inmediatamente cartas en el asunto para hacer que me hospedaran
en Argentina con el jeque Hamani, el padre de Malik. Comencé por protestas,
sin tener absolutamente nada de ganas de exiliarme en la pampa por un tiempo
indeterminado, sin importar qué tan suntuoso sea este palacio de ensueño. Pero
si a mí los eventos recientes me han afectado, en Roman también han tenido
efecto y sacaron a relucir su lado autoritario. Claramente, éste no es el momento
para enojarlo haciendo berrinches. Tuvo tanto miedo por mí estos últimos días
que estuvo a punto de encerrarme en una caja fuerte y mandarme a la Luna, con
tal de asegurarse que estuviera bien. Finalmente, las coas van bien, pero mi
exilio obligado sería mucho más soportable si Roman se quedara a mi lado. Así
hasta podría gustarme.

– Imposible, mi amor, repite jugando con un rizo de mi cabello cuando le


sugiero que se quede conmigo, aquí, mientras todo pasa. Debo regresar a
Manhattan cuanto antes. Después del incendio en la villa de Baldwin, el
descubrimiento de los dos cadáveres con el cuello roto y el arresto de Dylan, los
periodistas están al acecho. Devon no podrá mantener este caso en secreto por
mucho tiempo. También tengo que avisarle a Jack que mi madre fue asesinada,
antes de que se entere por los periódicos. Y quiero dar una conferencia de
prensa, para evitar los rumores, las exageraciones. Para asegurarme también de
que tu nombre no sea citado, que te quedes fuera de todo esto hasta que atrapen a
Baldwin. Con tus colegas, es mejor que uno dé su propia versión de los hechos
antes de que ellos inventen la suya... Controlar la información, adelantarse a la
prensa, ésa es la única forma de evitar que todo esto se salga de control.

Como sigo gruñendo, a pesar de todo, él agrega dulcemente:

– Esto sólo es temporal, Amy. ¿Podrías hacerlo por mí? ¿Quedarte aquí
segura? Siempre te gustó el lugar en cada una de nuestras visitas, ¿no? Es un
lugar seguro. Aparte de Nils y Malik, nadie sabe que la mitad del lugar me
pertenece. Sólo Tony sabe que vengo regularmente, y él se va a quedar en el
palacio contigo. En Nueva York, lo peor puede pasar en sólo unos segundos,
donde sea y cuando sea. Los hombres de Baldwin van a vigilar todos los lugares
a donde vas normalmente, todos los que frecuentan tus amigos y colegas, todos a
los que probablemente irías. Viste cómo Dylan estaba tras tu rastro en el refugio.

Roman me acaricia la mano.

– Amy, retoma, si algo te llegara a pasar... yo... Bueno, sabes bien que nunca
podría vivir sin ti.

Evidentemente, con esos argumentos, ¿cómo podría negarme? Me llegó por el


lado sentimental, pero no me voy a quejar.

– Ok, Ok, me rindo. Me quedaré aquí. Por ahora. No sé si eres un negociante


sin igual o un manipulador de primera, pero...
– No soy malo en los negocios, dice, con una modestia falsa. Pero ahora sólo
estoy siendo sincero.

Es así como tres horas más tarde me encuentro sola (es decir: sin Roman) en
este palacio de cuento de hadas en medio de la nada. Hay tantas habitaciones,
salas, pasillos, cocinas, pisos, gabinetes, apartamentos privados, anexos,
pabellones, galerías, que me pierdo. Y eso sin hablar de los jardines lujosos e
inmensos, del extravagante oasis reconstituido, de las suntuosas caballerizas, de
la piscina lo suficientemente grande como para que navegue un paquebote en
ella, y de los baños turcos con mosaicos increíbles. Todo aquí está lleno de la
belleza, el lujo y la sensualidad de un palacio árabe, construido con un sentido
inaudito del detalle. Me cuesta trabajo imaginar que la mitad de este esplendor le
pertenece a Roman, es tan diferente de sus otros bienes. Sin embargo, él se
comporta más como un invitado que como el dueño del lugar, y él invirtió en
este proyecto la misma cantidad que el jeque, para recibir y entrenar a sus
preciosos caballos. Me pregunto de dónde sacó esa pasión por los equinos.
Probablemente del mismo jeque, quien lo conoce desde la infancia y lo
considera casi como un hijo. En este primer día, mientras que Fouad el
palafrenero me lleva a reconocer el inmenso y lujosos lugar confiado a su buen
cuidado, al pasar por el granero, el pajar, la ducha, el carrusel, la pista de galope,
los paddocks y hasta el pediluvio y el solárium, me detengo frente a la jaula de
una yegua acompañada de otra esplendorosa alazán cobriza. Sobre la placa de
hierro forjado, puedo leer:

« Amy-Ra, (AA) por Tajín y Golden Boy »


– Es la favorita del Sr. Parker, me informa Fouad a mis espaldas. Él mismo la
hizo nacer.
– ¿Qué quiere decir su nombre? pregunto, intrigada por la ortografía poco
ortodoxa.
– Amira, con una i, significa « princesa ». Amy-Ra, con una y, debe significar
que el Sr. Parker ama mucho a su mujer... responde Fouad con amabilidad.
– ¿Cuándo nació? pregunto conmovida.
– Poco antes de Navidad.

Cuando Roman y yo estábamos separados, cuando lo había lastimado... Y sin


embargo le puso mi nombre a esta magnífica yegua.

Pensativa, continúo explorando el lugar. Las mujeres que me encuentro en el


palacio, cocineras, sirvientas, amas de llaves, son sonrientes y me reciben con
una amabilidad confusa. Todas ellas me parecen muy bellas, hasta la más grande,
Jamila, con arrugas marcadas, pero con ojos intensos marcados con delineador.
Llevan puesta ropa ligera con velos coloridos que se inflaman ante la menor
brisa; los brazaletes de plata en sus puños y sus tobillos resuenan con cada uno
de sus gestos.

Comparto mi exilio con Tony, promovido a guardaespaldas por ahora y, como


yo, poco entusiasta ante la idea de vegetar aquí. Él es un hombre dinámico,
social y exuberante a quien el aislamiento y la inacción entristecen. Sin embargo
se mantuvo optimista ante la adversidad en cuanto el jeque le mostró su flota
aérea personal compuesta por aviones, helicópteros y un montón de aparatos
voladores extraños. Entonces comenzaron una discusión acalorada para
comparar los méritos de tal o tal aparato. Al no tener la fortuna de compartir su
fortuna por los objetos voladores, la visita guiada me aburre considerablemente.
Contengo un interminable bostezo, con la mayor discreción posible; aprecio
mucho al jeque y no quiero herirlo con un comportamiento grosero mientras que
él me hospeda tan amablemente.

Veamos el lado amable de las cosas: al menos Leila no está. Con un poco de
suerte, ella ya dejó su obsesión con Roman y se mudó a la India, a Groenlandia
o a Plutón.

Mi satisfacción de imaginarme a la hermosa hermana menor de Malik vestida


con pieles de foca mientras devora un pescado crudo en un iglú, con sus lindas
manos llenas de sabañones no dura mucho. Esa misma tarde, ella llega con
nosotros durante la cena, más fresca y bella que nunca. Vestida con un pantalón
ceñido, botines de tacón vertiginoso y una túnica árabe muy corta con escote
prolongado, estoy segura de que haría voltear a cualquier hombre normal. El
pobre de Tony hasta se olvida de comer. Aprieto la mordida, lista para pasar una
velada catastrófica, pero la comida pasa sin ningún contratiempo.

En los días siguientes, debo admitir que podría acabar gustándome vivir aquí
y que la compañía de Leila no es tan desagradable. El jeque, por su parte, es un
hombre muy ocupado a quien no veo más que en la cena, pero es amable y
atento y se asegura de que tenga todo lo que necesito o quiero. De hecho, sólo
me falta Roman para ser feliz en este universo improbable, como un pedazo de
civilización lejana injertado en una tierra extranjera. Dedico mis mañanas a
redactar trabajos para Undertake y mis tardes a descubrir, gracias a Jamila, los
secretos de las mujeres árabes, en materia de gastronomía o de belleza. Desde el
suculento tajín marroquí hasta la increíble repostería argelina que le revela a mis
papilas sabores incomparables, pasando por las sopas tunecinas y el famoso
cuscús bereber, me vuelvo una experta en delicias culinarias. A tal punto que
debo cuidar mis medidas que amenazan con triplicarse nada más con inhalar los
aromas que se escapan de la cocina.

Leila, por su parte, parece estar decidida a querer hacer las paces conmigo y,
para demostrar su buena voluntad, piensa enseñarme a montar en caballo.
Primero, la rechazo categóricamente, convencida de que nos destriparemos antes
que siquiera sea capaz de mantenerme sobre mi montura. Pero su insistencia, sus
provocaciones, y su amabilidad terminaron por vencer a mis reticencias.
Termino por aceptar, principalmente porque sé que Roman adora los caballos y
que es un caballero en toda la extensión de la palabra. Nos imagino a ambos
cabalgando lado a lado por la inmensidad de la pampa al atardecer, y eso basta
para motivarme.

Sin embargo, al principio las lecciones son tan difíciles y dolorosas que
sospecho que Leila simple y sencillamente quiere matarme; nada como una
buena caída para deshacerse de una rival sin problemas. Ni siquiera Baldwin
habría pensado en un plan tan brillante.

La pequeña yegua purasangre árabe que monto (o más bien: que intento
montar) parece ser de una tranquilidad incomparable. Ella se llama Ouiza, que
significa « tesoro » en árabe, y le hace honor a su nombre: tiene un lindo color
gris perla, con manchas en el anca, pezuñas de un negro brillante, grandes ojos
tranquilos, minúsculas orejas sedosas y una larga crin casi blanca. ¡Pero nunca
había visto nada tan inestable como este animal! Sólo para subirme en ella fue
toda una aventura. Siempre surge un nuevo problema: el estribo está demasiado
alto, o la silla se pone a girar, o mis riendas se caen, o Ouiza decide ir a comer un
poco de hierba a tres pasos de allí mientras que yo tengo un pie en el estribo y el
otro en el piso obligándome a saltar con una pierna en el aire para seguirla. Y
una vez sobre la silla, no han terminado los problemas. Ouiza sigue dócilmente
al caballo de Leila, salvándome de hacer maniobras complicadas, pero sigo
teniendo que mantenerme sobre ella. Y no es algo fácil. Mientras caminamos
lento no hay problema, pero en cuanto se trata de trotar, me veo sacudida como
un ciruelo en media tormenta, pierdo las riendas, los estribos y mi dignidad. Es
como estar sentada sobre el portaequipaje de una vieja motoneta que conduce
sobre una ruta llena de baches.

– ¡Un-dos! ¡Un-dos! ¡Un-dos! grita Leila mientras que me aferro


desesperadamente a la empuñadura de mi silla para no caerme. ¡Apóyate en los
estribos! ¡Ponte de pie y luego sentada, de pie y luego sentada! ¡De pie-sentada!
¡De pie-sentada! Debes seguir el ritmo del caballo cuando trota, Amy, si no estás
a contratiempo y terminarás con las nalgas de mermelada.
– ¡Pero mi trasero ya es una compota! grito después de sólo diez minutos de
este suplicio. ¡Ya no puedo más!
– De acuerdo, de acuerdo, regresamos al paso lento.
– ¿Por qué en las películas se ve tan fácil? digo retomando el aliento con
dificultad. Creí que bastaría con subirme al caballo y dejarme llevar.
– ¡Claro que no! responde riendo. Montar a caballo es todo un arte, no es algo
que se improvise ni que se aprenda en dos lecciones. Pero si logras controlar el
ritmo, acostumbrarte a la montura mientras trotas desenvuelta (de pie-sentada),
verás que todo será más fácil. El resto llegará con la práctica.

Finalmente, sin realmente llegar a hacernos amigas, nos llevamos bastante


bien y pasamos mucho tiempo juntas en las caballerizas, tanto que termino por
conocer a cada caballo por su nombre. Leila aprendió a montar a caballo antes
de siquiera caminar y es una excelente profesora. Pero yo soy una alumna muy
tonta y cada lección termina con moretones en las nalgas, contracciones en los
muslos y dedos de los pies aplastados por Ouiza, quien no siempre tiene cuidado
de donde pone sus herraduras. ¡Y yo que creía que en este deporte era el caballo
quien hacía todo y el jinete se conformaba con llevarlo a pasear! Sin embargo,
milagrosamente después de algunos días soy capaz de hacer avanzar a Ouiza, de
dirigirla y sobre todo de detenerla, lo cual me parece lo más importante. Después
de dos horas diarias de equitación, ahora logro trotar a ritmo con mi yegua y
hasta hemos intentado galopar, una velocidad mucho más cómoda que el trote...
¡pero también mucho más rápida! Con mis dedos aferrados a la crin de Ouiza
creí morir de miedo y de alegría mezclados, ¡fue enloquecedor, embriagante,
euforizante! ¡Fue fantástico!
51. Los buenos días

Una tarde, después de haber pasado más de una semana en medio de la


pampa, aumentado casi dos kilos y caerme tres veces del caballo, recibo un
mensaje de Roman mientras cepillo a Ouiza después de nuestro paseo:

[¿Cena a la luz de las velas? ¿Esta noche? ¿Tú y yo? Aterrizo a las ocho de la
noche.]

Lanzo un grito de alegría que hace que se paren las orejas sedosas de mi
yegua que está pastando tranquilamente al pie del árbol en el cual la amarré.
¡Roman! ¡Por fin! A pesar de nuestras largas pláticas por Skype, siento como si
llevara meses sin verlo. Obviamente no es una imagen de video lo que podría
haber saciado la falta de él que me estrujaba el corazón cada noche a la hora de
dormir, cada mañana al despertar, y más generalmente cada minuto en el que mi
mente no estaba acaparada por el trabajo o por la necesidad de aferrarme a mi
silla de montar.

– ¿Quieres que te pongamos bella para tu hombre? me pregunta amablemente


Jamila cuando le doy la buena noticia.

¡Claro que quiero! ¡Hoy más que nunca!

Entonces me dejo arreglar por las manos expertas de las mujeres del palacio,
quienes comienzan a transformarme en una verdadera princesa árabe. Las
primeras maniobras son un fracaso, entre la depilación con azúcar (que al menos
tiene el mérito de oler deliciosamente bien), el enérgico engomado de jabón
negro y la fricción con guante de fibra (¡ay!, ¡ay!, ¡ay!), me pregunto si voy a
sobrevivir para ver a Roman. Pero el resultado vale los sacrificios: nunca había
estado tan bella, de los pies a la cabeza. Luego vienen los masajes con aceite de
argán para sublimar mi piel y relajar mis músculos que me duelen por
consecuencia de la equitación. Enseguida una joven me peina, mezclando mis
rizos pelirrojos con hilos dorados y minúsculas perlas, mientras que otra dibuja
sobre mis tobillos tatuajes temporales de henna. Finalmente, Jamila me maquilla,
resaltando mis ojos con un trazo de kohl y está por untar mis labios con un labial
cuyo color fluorescente no me da nada de confianza:

– Wow, protesto retrocediendo. Es... eeh... muy verde, ¿no?


– Es un labial marroquí, responde sonriendo traviesamente. Aguanta
veinticuatro horas sin correrse, puedes tomar, comer, morderte los labios y besar
a tu hombre sin tener que retocártelo. Mágico, ¿no?
– Seguro que sí. Pero es verde. Estoy de acuerdo en que combina con el
vestido, pero no me parece muy glamoroso. Voy a parecer la prometida de Hulk.
– Para nada. Te verás encantadora. Una vez aplicado, se vuelve rosa, más o
menos obscuro según el tono natural de tu boca.
– ¿Estás segura? pregunto, angustiada ante la idea de pasar veinticuatro horas
con los labios verdes.
– Segura. Serás la más bella...

Ok. Inch’Allah, como dicen aquí. Después de todo, ¿para qué sirve la
juventud si no es para explorar nuevos horizontes, incluyendo los cosméticos?

Para terminar, me perfuman, me ponen joyas bereberes y me visten con un


suntuoso vestido con los brazos descubiertos. Éste cuenta con un juego de
transparencias, de color verde esmeralda y oro, su cintura está realzada con
bordados y sus velos vaporosos sobre mis piernas actúan como una exquisita
caricia. Jamila me guía hasta un inmenso espejo completo para dejarme admirar
el resultado. Me quedo impresionada de la alegría, es como un sueño de niña
pequeña hecho realidad; parezco una de esas princesas de cuentos de hadas con
las que crecí, fui tele transportada al mundo de Sherezada. Sonrío mordiéndome
los labios... que son de un magnífico rosa satinado.

Mi reencuentro con Roman es mucho más encantador de lo que esperaba; me


parece más bello, único y extraordinario que nunca. Él no deja de elogiarme a
propósito de mi atuendo, reacomoda un mechón de mi cabello, reajusta una joya,
desliza una mano bajo un velo, y me cuesta mucho trabajo terminar la cena sin
saltarle encima. A medio postre, sin poder aguantar más, me levanto para dar una
media vuelta, llevada por la música, haciendo tintinear los brazaletes en mis
muñecas.

– ¿Esto te gusta? le pregunto.


– Mucho, dice tomándome de un velo para sentarme frente a él, a horcajadas
sobre sus rodillas. Muchísimo...

Murmura algunas palabras más, pero no las escucho, enteramente absorbida


por la contemplación de su rostro que sobresale a la luz vacilante de las velas.
Sus ojos brillantes, sus labios carnosos, sus manos cálidas sobre mi espalda... no
necesito más para perder el hilo y subir sobre la alfombra mágica del deseo.

***

A la mañana siguiente, después de un agradable desayuno en compañía del


jeque y de Leila, le propongo a Roman ir a pasear a caballo.

– Creí que no sabías montar, se sorprende.


– Leila me enseñó, digo, bastante orgullosa de mí.
– ¡Genial! responde con una sonrisa seductora que me recompensa por todas
mis peripecias ecuestres, inclusive las más dolorosas. Vamos, muero por ver eso.

Me apresuro a cepillar y ensillar a Ouiza, verificando todas las reglas de


arreo, y sobre todo la presión de la correa, para no encontrarme bajo mi yegua en
pleno galope porque la silla giró. Roman, por su parte, monta a Golden Boy, un
gran purasangre inglés con las venas salidas, las costillas delicadamente
marcadas y el pelaje tan cobrizo que parece irreal bajo el sol. Leila me dijo que
él era uno de los mejores reproductores de la caballeriza, pero su carácter
sombrío lo había alejado definitivamente de los hipódromos, ya que su
pasatiempo favorito consiste en mandar a volar a los jinetes por encima de las
palestras a media carrera. Sin embargo, en manos de Roman, éste parece más
noble que un cordero, dejando de lado sus orejas híper móviles que se mueven
en todos los sentidos, eternamente en alerta, y que traicionan su nerviosismo
extremo.

Nuestro paseo matutino se parece mucho a lo que me había imaginado; soy lo


suficientemente buena en el trote como para acompañar a Roman mientras
aprecio el grandioso paisaje de Argentina que se despierta a nuestro alrededor.
Todo está calmado, el silencio sólo se ve perturbado por la respiración agitada de
nuestros caballos y su paso sobre la pista terrosa. Frente a mí, Golden Boy
acelera el paso y mi pequeña Ouiza se ve obligada a galopar para seguirlo. Me
aferro a su crin, feliz, y la autorizo a acelerar para llegar a la altura del
purasangre, gritándole a Roman que me sonríe:
– ¡Cuidado, chicos! ¡Los vamos a sorprender!

Golden Boy acelera más, para nada resignado a dejarse ganar. Confiada, dejo
que mi yegua maneje su velocidad, me conformo con aferrarme y levantarme
ligeramente sobre mis estribos para no impedir los movimientos de su espalda,
como me enseñó Leila.

– Ah, ¿a eso quieren jugar, chicas? me grita Roman, visiblemente contento.


¡Juguemos entonces!

Y le suelta la brida a Golden Boy, quien da un monumental salto hacia


adelante, con sus zancadas inmensas pareciendo tragarse la pista. Ouiza no se
deja desmoralizar por esto: ella baja el cuello, extiende las orejas y acelera el
ritmo. Toma más velocidad, sutilmente, decidida a no quedarse atrás.

– ¡Anda, hermosa! le grito, loca de alegría, con el corazón latiendo a mil por
hora. ¡No nos ganarán!

Roman se voltea, estalla de risa y, perfectamente cómodo a pesar de la


velocidad loca, me manda un beso con la mano. Por mi parte, estoy demasiado
ocupada en permanecer sobre mi silla como para permitirme ese tipo de fantasía.
Cabalgamos a toda velocidad por un largo y formidable momento, minutos fuera
del tiempo, fantasmagóricos, donde todos mis sentidos están en alerta, un
momento de alegre excitación, extrema, hasta que los caballos se cansan y
llegamos a un arroyo donde los dejamos caminar para enfriarse. Si bien se dejó
rebasar los primeros kilómetros, Ouiza no se quedó atrás y progresivamente
alcanzó a su rival, mientras que Golden Boy, mucho más rápido pero menos
resistente, comenzaba a desacelerar. Avanzamos lentamente, lado a lado, por el
arroyo. Yo también debo recobrar el aliento, como si acabara de correr una
carrera de obstáculos de cien metros. La adrenalina, las endorfinas, todo
compone un coctel explosivo que me deja tan encantada como desorientada.

Los caballos se detienen a veces para beber el agua fresca que entre sus patas;
Roman me da la mano y tomamos el camino de regreso, calmadamente, paso a
paso, tomados de la mano, con Golden Boy y Ouiza yendo al mismo paso
tranquilo y lento. Esta mañana es mágica y la conservaré como uno de mis
mejores recuerdos.
Sobre todo porque apenas ponemos un pie en la Tierra, en el jardín del
palacio, Roman recibe un mensaje de un número desconocido, con una
maravillosa noticia:

[Atrapé a No-Name. Informa a Devon. Nils.]


– Tan elocuente como siempre, gruño después de saltar de alegría,
inmensamente aliviada de saber que está vivo, pero un poco enojada de que no
se digne a decir más. Él desaparece por un mes y cuando vuelve a surgir, nos
regala cinco o seis palabras nada más. Está exagerando, ¿no? Si me sale una
úlcera siendo tan joven, probablemente sea su culpa...

Roman me sonríe y le responde a Nils:

[Me alegra que estés vivo. Amy está gruñendo porque quiere detalles. ¿Dónde
estás?]

La respuesta tarda en llegar y no podemos más de la impaciencia, casi como


nuestros caballos que ya quieren regresar a su box. Pero los celulares no tienen
señal en las caballerizas, así que nos quedamos a medio jardín bajo el sol.

– ¿No puedes intentar llamarlo? sugiero nerviosa, acariciando la punta de la


nariz de Ouiza que viene a soplarme en el cuello.
– No. Ignoro dónde ni en qué situación se encuentra. No quiero arriesgarme a
meterlo en problemas. Si envió ese mensaje, debe tener una buena razón:
probablemente no tiene suficiente señal o batería, o no puede hablar en voz alta.
Si hubiera querido que lo llamara, me lo habría dicho.

No puedo más que estar de acuerdo con sus argumentos, lo cual no me impide
comerme febrilmente las uñas mientras esperamos. Finalmente, Nils responde:

[Tengo hambre, estoy sucio, cansado, de mal humor, apesto, debo jugar a la
niñera de un mercenario que me hizo cabalgar por toda la Amazona y le pedí su
celular a un tipo que ya no tiene batería. Esos son los detalles. Estoy en Bogotá,
en el Distrito 9 .]
[Ok, llamaré a Devon para que se encargue de No-Name y te enviaré a Tony.
Llegará en cuatro horas máximo. ¿Necesitas algo más?]
[Costillas fritas, cerveza helada y una playera limpia, gracias.]
Roman guarda su iPhone riendo.

– ¿Distrito 9 en cuatro horas no es una cita demasiado vaga? me preocupo.


– Es el aeropuerto de Bogotá, me tranquiliza Roman. A Nils no le costará
ningún trabajo ver a Tony o el jet, y mucho menos al equipo de Devon cuando
llegue.

Luego se ocupa de inmediato de la logística mientras que yo le quito la silla y


cuido a nuestros caballos, ayudad por Fouad.

***

Esa misma noche, Nils y Tony nos acompañan a la hora de la cena; tenemos
previsto comer todos juntos en la mesa del jeque. Intento disimular el shock que
me provoca la metamorfosis de Nils, pero nunca he sido muy buen mintiendo o
escondiendo mis sentimientos, y ahora todo en mí debe estar gritando: «
¡Diablos! ¿Pero qué hiciste? ¿Qué te pasó? »

Hasta a Roman le cuesta trabajo. Puedo verlo en la vacilación, casi


imperceptible, de su apretón de mano cuando recibe a su amigo. Nils está
irreconocible. A pesar de su ropa limpia y que tomó una larga ducha durante su
vuelo desde Colombia, parece un perro callejero, famélico y azorado. Su espeso
cabello rubio que antes era brillante y trenzado a la moda bárbara hoy no es más
que una maraña enredada de nudos cafés, sus ojos gris acero están rodeados de
ojeras violeta que le comen la mitad del rostro, un rostro demacrado y pálido con
pómulos rojos y piel llena de pequeñas heridas idénticas a las que se encuentran
en sus manos y antebrazos. Cuando me saluda con un beso, su mejilla me parece
ardiente. Pero lo más espectacular es sin duda su pérdida de peso. Él, el epicúreo
que antes era tan musculoso, con cuerpo de Vikingo bien alimentado, ya no es
más que la sombra de sí mismo, con los hombros caídos, el vientre hueco y las
caderas saltonas.

– Sí, sonríe con un aire agotado frente a nuestras caras de consternación. Lo


sé. Tengo una cara que da miedo. El bosque del Amazonas no es como el Club
Med. Además, la comida es asquerosa cuando no es simplemente mortal.
Cuando al fin atrapé a No-Name, por poco lo aso para comérmelo en lugar de
llevarlo con Devon.
Sonrío ante su humor tan ácido como siempre, y finalmente es Leila quien
rompe el silencio:

– Vas a poder recuperarte, dice tomándole la mano para guiarlo al interior del
palacio. Esta noche tenemos tajín con higos. ¿Te gusta?
– Creo que me gustaría cualquier cosa que no sea una raíz, una larva asada o
una piraña mal cocida.

Su broma es seguida de un silencio horrible que él no nota, demasiado


ocupado aspirando el delicioso aroma a tajín que sale de la cocina. La cena se
lleva a cabo en un ambiente bastante alegra, Nils logra responder a nuestras
preguntas angustias con ligereza y humor, como si esas cinco semanas de caza
en la jungla más peligrosa del mundo no hubieran sido más que un paseo por el
bosque o un viaje mal organizado en el cual el cocinero hubiera sido
particularmente mediocre. Me sorprendo riendo de sus desaventuras y de sus
encuentros con la fauna mortal del Amazonas, desde la boa hasta el jaguar, de la
anaconda al caimán, de la migala a la piraña, de la serpiente coral al puma... sin
olvidar a los mosquitos, los predadores más temibles del bosque, según Nils.

– Lo peor, concluye sirviéndose más tajín, es que de las seiscientas especies


animales que acechan en esa jungla, finalmente muy pocas son comestibles, aun
cuando se les cocine bien.

Él se va a dormir muy temprano, visiblemente agotado, y Leila, muy atenta,


se apresura a mostrarle su habitación. Cuando ella regresa con nosotros, después
de veinte largos minutos, es para pedirle a su padre que mande a su médico
personal a la habitación de Nils:

– Tiene el cuerpo lleno de heridas, rasguños, piquetes y mordidas que se están


infectando. Y también una horrible cicatriz en el muslo que no cicatrizó bien y
está toda hinchada.

El jeque le lanza primero una mirada que da a entender que ella deberá
explicar cómo puede saber tanto sobre la anatomía de Nils, luego se rinde y
asiente con la cabeza. Probablemente aprecia que su invitado no esté en estado
para atentar contra la virtud de su hija.

Tres horas más tarde, el médico, un hombre pequeño con un bigote extraño,
ha terminado de revisar a Nils. Todos esperamos escuchar su veredicto. Después
de un chequeo completo y de muestras de sangre y orina, le dio antibióticos y
sedantes; luego reabrió, curó y volvió a coser su pierna.

– La fiebre debería bajar pronto, pero hay que vigilar su muslo y cambiar el
vendaje todas las mañanas. Regresaré mañana para verlo y darle los resultados
de sus análisis. Es un hombre muy fuerte. Mucho reposo, cuatro comidas al día y
mucho amor lograrán curarlo en una semana, concluye él dándole a Leila con
qué limpiar y desinfectar las heridas.
– Cuidaremos que no le falte nada, doctor Abdelbari, interviene el jeque
quitándole los medicamentos a su hija para dárselos a Jamila. Ni cuidados, ni
reposo, ni comida. En cuanto al amor, Alá proveerá.

Leila pone los ojos en blanco suspirando y no puedo evitar reír.

Bueno... al menos, si ahora le gusta Nils ya no vendrá a coquetear con


Roman.
52. Como en el cine

Dos días más tarde, Roman, Nils y yo estamos de regreso en Nueva York.
Nils ya se ve mejor, sus rasgos están relajados y su mirada viva ya sin fiebre.
Pero no logro acostumbrarme a su nuevo peinado: adepto de los métodos
inmediatos, se rapó la cabeza a pesar de las protestas horrorizadas de Leila,
quien hubiera querido salvar su cabellera del desastre.

– Las rastas no so mi estilo, respondió él cortando sus mechones con unas


tijeras antes de tomar la máquina.
– ¡Pero puedes arreglar los nudos, tonto! exclamó ella desesperada.
– Lo intentamos, te dedicaste a ello diez minutos, casi me escalpas y todo
para deshacer tres nudos. No tengo la intención de dejarme torturar por mucho
tiempo más.
– ¡Qué delicado! concluyó Leila azotando la puerta furiosa.

Nils me pidió entonces que le ayudara a cortar sus mechones de la parte


trasera de la cabeza, a los cuales no podía acceder, y acepté con un inexplicable
sentimiento de traición hacia Leila, quien se enojó hasta que nos fuimos al día
siguiente.

Hoy, el aire congelado de este sábado de mediados de abril lo obliga a


ponerse una boina, y con su pantalón de mezclilla y su chaqueta de cuero, parece
un estibador en plena huelga. Llego con él a la crepería en la parte baja de la Red
Tower, la cual parece haber convertido en su cuartel general, y dos minutos más
tarde, es Roman quien llega con nosotros. Dos minutos que le bastan a Nils para
comerse toda la canasta de pan y un platón de aceitunas. En cuanto a mí, no
puedo comer nada: acabo de ver a Simon y muero de impaciencia por compartir
con ellos lo que él acaba de informarme. Una noticia enorme, un giro fenomenal.
Aprieto en mi puño la memoria USB que me dio. Apenas Roman se sienta y me
lanzo:

– Simon va a regresar de Rio de Janeiro junto con su prometida porque la


despidieron en la clínica de cirugía estética donde trabajaba. De la nada, él le
propuso que se mudara a su casa. Su jefe sorprendió a Bahia revisando el
archivo de un cliente.
– Supongo que ella no se arriesgó sin tener un motivo lo suficientemente
importante, dice Nils antes de pedirle a la mesera tres crepas para él solo. Adoro
las crepas, se defiende ante nuestras miradas de estupefacción.
– Seguro que eso le da variedad a tus larvas asadas, dice Roman con una
mueca.
– Asado o no, uno se cansa de todo, confirma Nils ignorando indolentemente
la cara sorprendida del mesero a quien la mención de las larvas asquea. ¿Y
entonces, Amy?
– Y entonces, supones bien. El hombre que se reconstruyó la cara le recordó
la foto de Baldwin que circula en la mayoría de los periódicos americanos.
Simon tenía uno en su maleta, y obviamente le habló de mis tragedias a Bahia.
Ella se tardó un poco en hacer la asociación, pero cuando lo logró, no dudó ni un
segundo; escaneó todo el archivo y se lo mandó a Simon por mail.

Pongo la USB sobre la mesa:

– Todo está aquí. El cliente es efectivamente John Baldwin. Utilizó un


nombre falso, pero las fotos preoperatorias, con las modificaciones previstas
para su rostro no dejan lugar a dudas. Sin embargo no hay ningún retrato de su
nueva cara. Sólo el cirujano y el director de la clínica podrían decir cómo se ve
hoy en día; lamentablemente, éste es conocido por su extrema discreción.

Nils toma la memoria:

– Seguramente no es el primer hombre prófugo al que opera; pero Devon


sabrá convencerlo de que coopere. Ella sabrá sacarle un retrato hablado. En
tiempo récord, logró encargarse de la salida No-Name de Colombia, con todo lo
delicado que eso implica, a nivel de relaciones internacionales, diplomacia,
problemas jerárquicos y burocracia. Esa mujer es muy hábil.
– ¿Y en cuanto a los dos tipos encontrados con la nuca rota? pregunta Roman
después de un corto silencio. ¿Levantará cargos contra ti? ¿Quieres que llame a
Maxime?
– No, no necesito un abogado. Ella me apoya. Bajo condición de que de vez
en cuando haga uno o dos trabajos para la policía. Extraoficialmente.
– ¿Confías en ella? pregunta nuevamente Roman, desconfiado.
– Me parece un buen trato, responde Nils alzando los hombros. Por otra parte,
igualmente tengo acceso a información y recursos del FBI; eso no se rechaza.

El mesero nos trae los postres y Roman retoma, resumiendo mis ideas:

– Nuevo rostro y probablemente nueva identidad... Ahora Baldwin puede


encontrarse en cualquier parte del mundo sin ser reconocido, ¿Sigues creyendo
que fue una buena idea hacer regresar a Amy a Nueva York?
– Sí, claro. Las tropas, la amante, la mano derecha y el asesino favorito de
Baldwin están tras las rejas; él está solo, prófugo, vulnerable. No tuvo tiempo de
recuperar todo su dinero de sus diferentes cuentas antes de huir. No está en una
situación idílica ni en posición de ventaja. Según yo, se va a quedar en América
del Sur para instalarse allí, como varios criminales, y no se moverá por mucho
tiempo.
– Valió la pena sacarme de mi vida neoyorkina y exiliarme en la pampa, si es
justamente allí que se encuentra mi enemigo mortal, gruño con una mirada
furtiva hacia Roman que se sonroja ligeramente.
– Lo lamento, dice simplemente.
– Obviamente estoy bromeando. Me encantó mi estancia en casa del jeque.
– De todas maneras, interviene Nils, ésa era la mejor solución en el momento.
Tú estabas perfectamente segura allí, escondida. Si yo no me hubiera lanzado en
busca de No-Name, él habría venido a Nueva York. Por ti, Amy. Me lo dijo.

Me estremezco ante esta perspectiva; de repente estoy helada. Roman me


toma la mano por debajo de la mesa y la aprieta con todas sus fuerzas. Vuelvo a
ver a No-Name, su cabeza rapada, su mirada átona, su cicatriz inmunda
alrededor del cuello, como la cuerda de un ahorcado incrustada en su carne…

– Ahora que No-Name está fuera de servicio, ya no corres ningún riesgo


inmediato, me tranquiliza Nils. En los siguientes meses, Baldwin estará
demasiado ocupado recuperándose y esperando a que lo olviden.
– ¿Pero después? pregunta Roman. ¿Cuando las aguas se hayan calmado, su
retrato hablado ya no esté en todos los periódicos, cuando encuentre a hombres
dispuestos a todo y retomado el control de su vida?
– Entonces veremos. Pero por ahora tenemos un poco de tiempo para
organizarnos. Y no he abandonado la idea de atraparlo; sólo por eso No-Name
tienen que colaborar con nosotros y el FBI. Él es el único que conoce lo
suficiente a Baldwin como para decirnos dónde podemos encontrarlo.
Roman asiente con la cabeza, pensativo. Igual que yo, debe estar pensando
que tenemos más oportunidades de sobrevivir en Marte con palmeras y un tubo
para bucear que de lograr que un sociópata como No-Name coopere con
nosotros...

***

Al día siguiente, un domingo por la tarde fresco y brumoso, conducimos en


silencio hacia Queens, donde Patrick Dawn me dio una cita para organizar la
gira promocional de mi libro, que está programado para salir el próximo
miércoles. Le pedí a Roman que fuéramos con Christine, su extravagante
Plymouth Fury rojo y blanco, muy cómodo. Amo ese auto, una mezcla entre
vehículo antiguo de colección y bólido de alta tecnología ultra sofisticado, ese
monstruoso híbrido con líneas agresivas, que parece ser de los años cincuenta a
pesar de su avanzada tecnología. Conecto el reproductor mp3 y Otis Redding
canta con mucha ternura. Justo lo que necesito. Roman sonríe cuando me pongo
a cantar (probablemente horrible). Él pone su mano sobre mi nuca y me
acomodo sobre mi asiento, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrado, para
disfrutar de su caricia. Éste es uno de esos instantes perfectos...

Al llegar a nuestro destino, primero creemos que nos equivocamos de


dirección. Christine frena sutilmente frente a un inmenso portón de metal, en una
colonia que da una falsa impresión de ser industrial, llena de altos edificios de
concreto. Una cámara gira hacia nosotros, nos escudriña, hace un ruido, y el
portón se abre. Christine se desliza sobre el camino de alquitrán para detenerse
frente a un gigantesco edificio, que parece una fábrica abandonada, pero
reutilizada como... ¿como qué, exactamente?

– Te tengo una sorpresa, Amy, me dijo Patrick por teléfono al darme la


dirección.

Y ahora está avanzando hacia nosotros, sonriendo ampliamente, con su gran


cuerpo envarado en una parka abierta sobre su barriga.

– Bienvenido a los Estudios Forman, dice estrechando la mano de Roman y


haciendo resonar en mi mejilla un beso.
– ¿Los famosos estudios de cine? pregunta Roman observando el lugar.
– Exactamente. Vengan, entremos, debo presentarles a alguien. Alguien que
estará encantado de trabajar contigo, Amy.

Lo seguimos, divertidos con sus misterios, e intrigados. Saludamos al guardia


que cuida las entradas y las salidas desde su caseta de vidrio, y entramos en el
estudio. Atravesamos una calle del Little Italy de los sixties antes de bifurcar en
una espaciosa oficina, toda de cuero y madera, donde nos espera un pequeño
hombre regordete y asmático de unos cincuenta años que habla como metralleta.

– Trey Foreman, se presenta in petto. Productor.


– Encantados…
– Tiene un auto magnífico, señor Parker. ¿Es fan de Stephen King? le
pregunta a Roman, antes de continuar, sin esperar la respuesta. Sí, poro supuesto.
Hoy en día, nadie anda por casualidad en un Plymouth Fury de 1958 bicolor.
¡Ah, Christine! Qué maravillosa novela. Y qué película tan terrible, sólo de
pensarlo me dan náuseas. Me hubiera encantado obtener los derechos exclusivos
de ésta. Es un sueño de infancia. Jack Parker hubiera sido un Arnie Cunningham
admirable, en su juventud. Trabajé bastante con su padre, ¿sabía? Un gran actor.
Sobre todo si uno aprecia las películas de acción. No está hecho para revolotear
en comedias musicales. De hecho, es gracias a él que nos encontramos el día de
hoy. A él le gusto mucho su libro, señorita Lenoir. A tal grado que me lo envió
con una nota estipulando que exigía tener el papel principal si alguna vez yo
tenía la excelente idea de adaptar su novela El Precio de una hora en el paraíso .
Así es Jack: muy exigente. Pero amable a la vez. Así que es difícil resistirse a él.
Sobre todo porque la historia es magnífica. Atemporal, inteligente, sensible. Y
duramente realista. Sobre uno de los grandes principios de la economía: el costo
de un bien, el costo de renunciación... En verdad una maravilla.
– « El costo de un bien a lo que hay que renunciar para obtenerlo. » digo,
aprovechando que está retomando el aliento para decir una palabra. Ése es uno
de los diez grandes principios de la economía.
– Esas diez historias son una idea genial, llevadas a nuestro día a día, pero
permaneciendo fieles a esos diez principios. En fin, como ya habrán podido
adivinar, me encantaría comprar los derechos de la novela. Tengo una oferta
preparada. Una buena oferta, si me permite decirlo. Tome, dice él dándome un
delgado fajo de documentos. Su contrato. Y vale oro. Tómese su tiempo para
estudiarlo. Debo irme. Una estrella está haciendo berrinche en mi última
producción. ¡En Alaska! ¿Se dan cuenta? Debo ir hasta Alaska para resolver un
problema con una habitación que no es del color correcto. Les juro que esos
artistas... Afortunadamente, su padre no es de ese tipo, señor Parker. Tiene una
gran boca, pero es un buen hombre, ese Jack. Es una persona simple. Aun
cuando nada puede alegrarlo más que estar bajo los proyectores. Bueno, si
seguimos hablando perderé mi vuelo. Debo dejarlos. Pero siéntanse cómodos de
recorrer el lugar. Hoy no hay nadie en los estudios, aprovechen. Mis escenarios
son más bellos que los de Hollywood. Lo juro. Recorriendo todas las salas,
podrán vivir un viaje fabuloso. Y hay una salida secundaria hasta el final. Detrás
del Titanic. Ésta los hará llegar a un formidable escenario que sólo estará
montado por ocho días. No se lo pueden perder. Le va a encantar, Parker.

Con esto, nos estrecha la mano, le agradece a Patrick con una palmada en la
espalda y desaparece, dejándonos un poco sorprendidos y aturdidos por su
cantidad de palabras. Roman parece particularmente a punto de desmayarse
desde que Foreman habló de su padre con tantos elogios. Desde que se enteró de
que Jack estaba haciendo presión para lanzar mi novela en el cine.

– Debiste darle muy buena impresión, me dice pensativo. Que Jack se interese
en alguien más que no sea sí mismo, es... surrealista.

De todo esto, retengo principalmente que Jack Parker leyó mi libro. Mejor
aún: le encantó. Tanto que hasta habló de él con un productor de cine que es muy
solvente, y exigió ser el protagonista en la futura adaptación cinematográfica.
Primero me preguntó que es lo que debería pensar de esto. No lo estimo mucho,
pero desde que sé que no fue culpable en el homicidio de su esposa, lo considero
con más indulgencia. Según las personas que lo conocen, es un hombre
egocéntrico (no, terriblemente egocéntrico), no muy educado y más bien
superficial, pero amable. No es el ogro malo, como diría mi padre.

Y, según Roman, enterarse de que Teresa murió asesinada y no en un


accidente lo conmocionó. Fue el mismo Roman quien le dio la terrible noticia
cuando yo estaba en Argentina. Jack, después de una violenta fase de negación
durante la cual se puso a lanzar todos los objetos que se le pusieran enfrente, se
derrumbó entre los brazos de su hijo. Llorando. « Fue la primera vez que vi
llorar a mi padre » me confesó Roman. « Fue aterrador. » Entonces sí, Jack no es
un santo, pero es el padre del hombre que amo y creo que puedo acostumbrarme
a sus debilidades; y siento que el hecho de que leyera mi libro y contactara a
Foreman significa que soy bienvenida en la familia...
– Todo un personaje, ¿no es así? se divierte Patrick. Paro Trey es legal. Su
oferta es interesante, Amy. Espero que te tomes el tiempo para estudiarla
seriamente.
– Seguro. Y gracias por haber concretado este encuentro, fue... instructivo. ¡Y
me encantaría ver mi novela en el cine!
– De nada. Pensé que efectivamente valía la pena. Bueno, ¿ahora nos
ocupamos de tu gira? Es en tres días, no tenemos mucho tiempo.

Hablamos de ésta durante dos horas, pero es un trabajo agradable. El sentido


de organización innato de Roman nos facilita mucho las cosas, aun cuando sus
atajos para exponer sus ideas seguido nos descontrolan y nos dejan perplejos. A
pesar de algunos errores burlescos, la planeación de los cinco días concluye
rápidamente. Patrick nos deja alrededor de las cinco de la tarde, y decidimos
aprovechar la propuesta de Foreman y visitar los estudios desiertos. Tomados de
la mano, pasamos de un escenario a otro, de un mundo al otro. Caminamos por
la plaza de la Bastilla durante la funesta época de la Revolución Francesa, y me
estremezco frente a la guillotina al pie de la cual hay serrín esparcido, enrojecido
por un líquido que imita la sangre de una manera demasiado realista para mi
gusto. Luego Roman me lleva hacia el vertiginoso camino de ronda de un
castillo medieval, dentro de la suntuosa sala de baile de un plantío de algodón,
bajo la increíble cúpula de la capilla Sixtina, y a la residencia privada de María
Antonieta. Ahí, se detiene un momento antes de cargarme repentinamente y
dirigirse hacia la inmensa cama con dosel.

– Foreman dijo que el lugar estaba desierto, ¿no? me pregunta con una sonrisa
que me da ganas de devorarle la boca, ¡ahora mismo, en este momento!
– Sí, confirmo jalándolo hacia mí. Hasta nos recomendó calurosamente que
aprovecháramos.
– ¿Calurosamente, estás segura?
– Muy calurosamente...

Disfruto de estar entre los brazos de Roman, con su boca al alcance de la mía,
para besarlo. Primero con suavidad, para saborear, porque quisiera que durara
por siempre este instante delicioso en el que redescubro sus labios tibios como
los probara por primera vez, en el que éstos se entreabren para invitarme a
penetrar la intimidad de su boca. Luego con pasión porque su lengua hace más
que invitarme a una danza sensual, ella me provoca, me desafía, emprende junto
con la mí un vals febril que hace crepitar todas mis terminaciones nerviosas. Me
encanta esto. Nunca podría cansarme de los besos de Roman, a la vez tiernos y
exigentes; éstos me ponen en un estado de excitación difícil de explicar. Tal vez
porque él es mi hombre, simplemente. Pero también porque besa como un dios,
en eso no hay dudas.

La famosa cama real con dosel, ése que ejerció sobre nosotros un poder
irresistible, de un aspecto tan suave como una nube del paraíso, resulta ser de
hecho tan acogedora como la de un faquir. Pagamos el precio y descubrimos los
inconvenientes de un universo donde todo no es más que apariencias cuando nos
dejamos caer sobre el colchón:

– ¡Demonios! exclama Roman, cuando, en lugar de rebotar sobre el suave


edredón nos topamos con la rigidez de una ropa de cama menos cómoda que un
banco de cemento. Bienvenida al duro mundo de la ilusión.
– Sin embargo espero que no todo sea ilusión aquí abajo, digo recargándome
sobre un codo para pasar la mano sobre su pantalón, donde un bulto muy
prometedor aparece. Y no tengo nada en contra de un poco de dureza...
– Y yo no tengo nada en contra de un poco de suavidad, responde sonriendo,
con sus manos atacando ya mi blusa, después de haber hecho desaparecer mi
sudadera con una rapidez de prestidigitador.

Él libera a mis senos de su prisión de encaje y deja un beso sobre cada una de
sus puntas que las hace erguirse inmediatamente, como para alcanzar su boca,
para que continúe. Lo cual hace de buena voluntad, con su lengua cosquilleando
y acariciando mis pezones uno a la vez y sus manos rodeando mis senos y
difundiendo un agradable calor que se expande progresivamente a todo mi
cuerpo.

– Tus senos son magníficos, Amy, dice hundiendo su rostro en ellos.


Seguramente ya te lo he dicho un millón de veces, pero nunca será suficiente.

Paso mis manos por su cabello arqueándome hacia él, para que continúe
besándolos, y espero con una avidez difícilmente controlable a que se ponga a
lamerlos, a succionarlos, de esa manera inimitable que él tiene, y que
generalmente me vuelve loca de deseo en menos de veinte segundos. Pero se
toma su tiempo, como si los viera y los tocara por primera vez, los admira, los
masajea, y mi respiración se acelera cuando sus pulgares rozan sus puntas ahora
dolorosas de deseo. Sé que nada podrá tranquilizarlos ya mientras que él no
vuelva a pasarles su lengua por encima, antes de pellizcarlos entre sus labios,
luego mordisquearlos, propulsándome lejos, muy lejos de esta cama ficticia, para
aterrizar directamente en el paraíso.

Sin embargo, al mismo tiempo, muero de impaciencia por vero desnudo, por
sentir su piel contra la mía. Ya no quiero entre nosotros esta barrera textil que me
priva del placer de admirar su cuerpo, más bello que el más suntuoso de los
escenarios. Y más real, más endiabladamente real que todo lo que nos rodea.

– ¿Roman? jadeo intentando no perder el piso por completo porque,


justamente, al fin su lengua se ocupó de hacerle sufrir a mis senos la más
deliciosa de las torturas, y que... ¡oh!
– Mmm, ¿sí? dice levantando la cabeza, con sus pulgares tomando el relevo
de su boca, que dejó su rastro húmedo y caliente sobre mi piel que se estremece.

Mis pezones le envían a todo mi cuerpo descargas de placer cada vez que los
roza, que los desliza entre sus dedos, para enseguida presionarlos, primero
suavemente, luego cada vez más fuerte a medida que me extiendo hacia él
gimiendo.

– Roman… jadeo más fuerte, pero sin recordar bien qué quería preguntarle.
– ¿Amy? se burla gentilmente. ¿Hay algún problema? ¿Quieres algo?
– No. Sí. Quiero mirarte. Tu piel... quiero tu piel contra la mía...

Él se inclina para darle a mis senos un último lengüetazo y otorgarles un


último mordisqueo que me arranca un grito; estoy a punto de decirle que deje el
strip-tease y que me tome, aquí mismo, en este segundo, porque ya no puedo
más, Roman, ¿cómo le hace para ponerme en este estado?

Pero él ya mandó a su sudadera y su camisa a volar no sé a dónde, y la vista


de su torso (¡oh, ese torso!) me recompensa por mi valentía. Porque, sí, creo que
hay que ser valiente, o loca de atar, para pedirle a un hombre que interrumpa sus
caricias tan exquisitas, tan explosivamente excitantes, que provocan en mis
bragas una inundación digna de un periodo de monzón. Pero la figura de Roman
está a la altura de sus caricias, sensacional, y cuando, inclinado hacia mí, se
desabrocha el cinturón, cuando sus manos desabotonan su pantalón, cuando éstas
se disponen a bajarlo, no aguanto más y extiendo las mías hacia su bóxer para
sacar yo misma su sexo erguido, tenso hasta el extremo. Es una columna de
carne cobriza, que palpita suavemente contra su vientre con abdominales
marcados, es apuesto como una escultura pagana. Lo tomo delicadamente, como
un objeto precioso y de gran valor, para acariciarlo lentamente. Roman se queda
inmóvil, no deja de verme con esos ojos tan negros que se encogen bajo el efecto
del placer que crece en él a medida que lo aprieto con más fuerza, que mi mano
sube y baja más rápido sobre su sexo.

– Ven, digo jalándolo hacia mí, hacia arriba. Quiero probarte.

Me extiendo sobre los cojines apilados en mi espalda, con la cabeza levantada


y recargada contra un taburete. Y le hago una señal a Roman, a horcajadas sobre
mí, para que se acerque. Más. Hasta llegar a mi boca.

Paso mi lengua por mis labios, para humedecerlos, luego beso la punta de su
glande, con pequeños golpes ligeros, para dejar en éste perlas de saliva antes de
tomarlo enteramente con la boca. Me deslizo progresivamente sobre su asta a
medida que ésta se humedece bajo mi lengua, y siento que ya no escucho la
respiración de Roman, que se bloquea cada vez que bajo más, cada vez que
aprieto mis labios sobre su sexo que se inflama más. Pongo mis manos sobre sus
nalgas, las aprieto a través de su pantalón, sus nalgas redondas y duras que se
contraen y se relajan mientras que su pelvis ondula. Él hunde sus manos en mi
cabello y gime suavemente. ¡Un sonido que adoro! El sonido más bello del
mundo, que es mejor que cualquier música: los gemidos de placer de Roman
cuando hacemos el amor...

Luego, cuando su sexo está empapado, al menos tanto como el mío, echo la
cabeza hacia atrás y dejo de lamerlo; mis manos dejan sus nalgas para ir hasta
mis senos, los cuales masajeo con suavidad, en una invitación muda. Roman
hace un pequeño movimiento interrogador con la cabeza, luego me sonríe
cuando le hago una señal de que sí, nos comprendimos bien, que quiero que se
venga entre mis senos.

Es una primera experiencia bastante embriagante, y extraña, porque al


contrario de una felación, donde yo tengo todo el poder, donde yo controlo cada
movimiento, ahora es él quien impone el ritmo, es él quien hace lo que quiera
con su placer, aun cuando yo mantenga cierto poder apretándolo y liberándolo
entre mis senos. En esta posición, tengo una vista inédita sobre su cuerpo, sobre
su rostro que puedo contemplar a placer, desde abajo. Puedo seguir cada
sensación que se dibuja en sus rasgos, es a la vez fascinante y muy (¡muy!)
excitante. Sobre todo cuando baja los ojos hacia mí, con ese destello primario en
las pupilas del deseo siendo saciado, del placer intenso que aumenta, que
amenaza con sumergirlo, pero que contiene, para hacerlo durar más. De hecho es
tan excitante que comienzo a retorcerme debajo de él, a separar y cerrar las
piernas para intentar calmar el fuego salvaje que se encendió entre mis piernas y
que inflama el vientre bajo con un ardor despiadado. Roman lo nota
inmediatamente y, sin interrumpir su movimiento de vaivén entre mis senos,
levanta mi falda sobre mi cadera y pone una mano detrás de él, a la altura de mi
sexo, como para tranquilizarlo. Esto provoca imperdiblemente el efecto contrario
y me pone en un estado de excitación casi insoportable. Ondulo con todas mis
fuerzas contra su mano, mientras que admiro fascinada su sexo obscuro golpear
entre mis senos blancos. Luego, su mano comienza a moverse, sus dedos separan
mis labios y acarician mi clítoris hinchado y chorreante. Es tan delicioso que
dejo escapar un gemido y siento que mis piernas se empapan a más no poder.

Entonces Roman se escapa totalmente de mi poder y se retira de mis senos


antes de que pueda comprender lo que pasa. Él desciende a la velocidad de un
rayo entre mis piernas, las cuales separa con pasión y besa rápidamente antes de
ocuparse de mi clítoris, de beberlo a lengüetazos, de succionarlo para terminar
por hacerlo explotar en un orgasmo ejerciendo sobre él caricias tan intensas que
siento que podrían clavarme a la cama. ¡Y es tan delicioso! Tan delicioso que me
vengo en pocos segundos, gritando su nombre que resuena y rebota en las
paredes de cartón de este Versalles de pacotilla. Luego Roman pone su cabeza
sobre mi vientre, justo a tiempo para no encontrarse aprisionado por mis piernas
cuando las cierro bruscamente, en un último espasmo de placer.

Mis párpados se vuelven pesados, mi respiración más lenta, los latidos


enloquecidos de mi corazón se tranquilizan y estoy por caer en un profundo
sueño delicioso, cuando Roman se endereza. Abro un ojo, para constatar que
sigue igual de maravillosamente en forma y que su erección no ha disminuido
nada. Obviamente. Como suele pasar, se preocupó por mi placer antes que por el
suyo, y sigue insatisfecho mientras que yo floto en las exquisitas aguas de la
felicidad post-orgásmica. Excepto que esta vez el lugar no nos permite que
descanse un poco entre los brazos de Morfeo antes de regresar a nuestro
encuentro cercano. Reúno mis últimas fuerzas para confesarle:

– Siempre he soñado con hacer el amor en la proa del Titanic.


Entonces Roman me levanta entre sus brazos, y eso es lo que hacemos,
tiernamente, lentamente, apasionadamente, después de haber atravesado grutas
prehistóricas, la cocina de la Casa Blanca, el calabozo del hombre de la máscara
de hierro, algunas alcobas, un saloon, y los compartimientos de una nave
espacial que podría confundirse con la de Albator...
53. El hombre que no debía estar allí

Después de nuestras volteretas eróticas a través de distintos estilos y épocas,


desde la gruta de Lascaux hasta el Titanic, Roman y yo tomamos la salida
secundaria para dejar los estudios. Ahí, el escenario vegetal al exterior deja a
Roman azorado, como lo había predicho Foreman. Yo misma, si bien no
comparto su actitud de niño chiquito frente a una caja gigante de Playmobils,
debo reconocer que estoy impresionada por el laberinto vegetal que se extiende
frente a nuestros ojos. El terreno desciende inclinado suavemente y nos permite
fácilmente, desde nuestro punto de vista privilegiado, admirar los alrededores.
Éstos me parecen gigantescos; son hileras de pasillos y de espirales de boj
sintético tallado en setos de tres metros de altura y de un buen metro de largo.
Sobre el césped falso, tanto en la entrada como en el centro del laberinto, se
encuentran enormes animales, igualmente de boj, con posturas amenazantes y
hocicos abiertos.

– Shinning, me dice Roman, maravillado. Ignoraba que fueran a hacer un


remake de la película de Kubrick.
– ¿La historia del niño en un hotel embrujado? pregunto, recordando
vagamente haber visto el libro (¡otro de Stephen King!) en la biblioteca de
Roman, entre los Dostoievski, Shakespeare, Baudelaire y demás.
– Sí, pero...

Él se interrumpe de repente, con los ojos hacia una caseta de vidrio, parecida
a la de la entrada, a nuestra derecha. El vigilante, cómodamente sentado en el
interior, sobre un sillón reclinable con un paquete de papas en la mano, nos hace
una gran seña amigable con un aire jovial bastante desestabilizante.

– ¿Lo conoces? le pregunto a Roman.


– No. Pero siento que ahora él nos conoce bastante bien... responde tocando el
vidrio sin que yo comprenda qué quiere hacer.

Me reacomodo nerviosamente la falda mientras que el hombre nos abre su


puerta.

– Buenos días, ¿eh, señor, señorita? dice con un guiño. Hace calor para un
mes de abril...
– En efecto, asiente Roman sonriendo. Dígame... no tendrán cámaras de
seguridad en su nido ¿o sí?
– Por supuesto que tengo. Para eso me pagan, para mirar estas malditas
cámaras todo el día y toda la noche. Y créanme, no siempre es tan interesante
como el día de hoy.
– Ya veo. Déjenme adivinar: su colega de la entrada filma el portón mientras
que usted...
– Yo vigilo las locaciones, confirma el hombre con una espléndida sonrisa.

No es sino hasta este instante que comprendo: los estudios están bajo
vigilancia de video y nuestro encuentro no solamente fue filmado, sino visto en
vivo por este hombre bromista que parece feliz por su buena suerte. Siento cómo
mis mejillas se sonrojan de golpe, tengo ganas de enterrarme en una ratonera, o
en un hueco de termitas, no me voy a poner selectiva. Pero no hay ninguno a la
vista. A menos que corra a esconder mi vergüenza en el laberinto, bajo el riesgo
de no volver a encontrar nunca la salida, así que no tengo ninguna escapatoria. A
falta de esto, me hago pequeña detrás de Roman, quien, con la mayor naturalidad
del mundo, está negociando con el vigilante la compra de las grabaciones en la
última hora. Nunca había estado tan avergonzada en toda mi vida, y la despedida
emocionada del vigilante cuando nos vamos no arregla nada. Afortunadamente,
éste no hace bromas salaces y no tiene una mirada lujuriosa o perversa. Sólo
parece estar divertido y de excelente humor.

¡Oh, Dios mío! ¡Claro que está de buen humor! ¡Me vio con los senos al aire!
¡Nos miró haciendo el amor! ¡Oh, qué pena!

Agradezco tener puesta una falda larga que escondió a su vista las partes más
íntimas de nuestras anatomías, o eso espero...

– Al menos ya tendremos más anécdotas que contar, concluye Roman riendo,


mientras esconde el CD con su embarazoso contenido.

***
Al día siguiente, un lunes asoleado de primavera, paso la mañana en Central
Park con Charlie y su gigantesco perro, el cual me resigno a llamar Snoopy
desde que pude constatar que no respondía, ni siquiera se dignaba a abrir un ojo
a alzar una oreja, cuando lo llamaban Goliath (un nombre que sin embargo es
más apropiado a su raza de león de las montañas). Charlie me hace pasar de la
risa a las lágrimas al contarme sobre sus días en el refugio recibiendo y curando
animales abandonados en compañía de su veterinario adorada con el cual sus
relaciones, si bien no tienen (todavía) nada de amorosas, en todo caso son
bastante graciosas. Su buen humor, su energía y su inquebrantable optimismo me
hacen bien. Le resumo toda la situación, la fuga de Baldwin, mis locas
cabalgatas con Ouiza, el regreso de Nils intacto (ella murmura un vago « Gracias
a Dios por haberle salvado la vida a ese testarudo Vikingo. »), el arresto de No-
Name, la declaración de Bahia anoche, el nuevo retrato hablado.

Y para terminar, mi cita con Patrick Dawn (me callo algunas desventuras con
las cámaras de seguridad...) para finalizar la gira de promoción de mi libro.

– ¿Sigues con la gira? pregunta sorprendida. ¿A pesar de todo este desastre?


¿No estarás jugando con fuego? ¿Y Roman te deja?
– Roman es mi prometido, no mi tutor.

Respondo más secamente de lo que quisiera, un poco exasperada, porque


justamente ya había tenido una discusión el sábado por la noche acerca de esta
gira, demasiado arriesgada según él, pero que me negaba a cancelar. Terminó por
rendirse, pero imponiendo sus condiciones (drásticas) en materia de seguridad y
de organización.

– Nils y él no me dejarán en paz durante toda la semana, agrego más


amablemente. Seguramente tendré un localizador en mis calcetines, y tendré que
llevarme mi walkie-talkie cada vez que vaya al baño, pero sí, sigo en la gira. Nils
dice que estoy fuera de peligro y confío en él. Roman también, de hecho, si no
ya me habría encerrado en la caja fuerte de la Red Tower para mantenerme
segura.
– Si tienes luz verde de Nils, entonces todo está dicho... concede Charlie sin
discutir más. Pero prométeme que serás prudente; y lleva a Snoopy contigo.
– ¿Snoopy? ¿De qué me va a servir? ¿Para hidratarme las rodillas mientras
que firmo autógrafos? pregunto acariciando la cabeza del perro guardián que
está babeando todo mi pantalón.
– Para protegerte.
– ¿Estás bromeando? ¡No existe un animal más dulce e inofensivo en este
lado del hemisferio!
– Tal vez. Pero no se le nota, y cuando uno no lo conoce sí da miedo. Haría
huir a cualquier mercenario, responde Charlie con fervor, lanzándole a su perro
una mirada llena de adoración.
– Ok, Ok. Me llevaré a Snoopy. Tienes razón, es tan disuasivo como el más
serio guardaespaldas.

***

Dos días más tarde, mantengo mi palabra y Snoopy me acompaña, tan


bonachón como febril: la gira promocional de mi libro debuta este miércoles y
tendré que encontrarme con mis primeros lectores, firmar mis primeros
autógrafos, enfrentar mis primeras críticas, dar entrevistas...

– Todo estará bien, me tranquiliza Roman mientras que doy vueltas alrededor
de mi stand y espero la apertura de la sala al público.
– ¿Pero si las personas odian mis novelas? ¿Si no encuentro nada más que
escribir aparte de « Sinceramente, Amy Lenoir » ? ¿Si respondo incorrectamente
las preguntas de los periodistas? ¿Si...
– Todo estará bien, créeme, repite Roman jalándome hacia él. A la gente le va
a gustar; no a todos, por supuesto, pero sí a la mayoría. Eso es algo seguro.
Tienes talento, has trabajado duro, y Patrick es un editor con gustos impecables,
no es un principiante. En cuanto a los periodistas, sé natural, permanece simple:
sujeto-verbo-complemento. No más de una idea por respuesta. Y por lo que
respecta a la inspiración al momento de los autógrafos... te propongo: « Como la
economía es un tema casi siempre ignorado, espero que encuentre en estas
páginas algo con qué distraerse, conmoverse, evadirse. Amigablemente, Amy. »
Puedes escribir lo mismo en cada libro, no creo que nadie vaya a comparar sus
autógrafos.
– Roman, ¡me salvaste la vida! Me robaré tu fórmula. Gracias, gracias,
gracias.
– A tu servicio, dice besándome. Y ahora, todo está listo: inhalo
profundamente, las puertas se abren, la multitud llega.

Aprieto entre mis dedos el magnífico bolígrafo que Roman me regaló, sonrío
y los enfrento. Snoopy duerme a mis pies, Nils, retirado, vigila los stands y sus
alrededores, y siento la presencia tranquilizadora de Roman a mis espaldas.

Todo estará bien. Sólo son personas como yo. Amantes de los libros. Nos
vamos a llevar bien.

Y Baldwin no está aquí. Baldwin está lejos. Pero Nils está aquí, Y Roman. Y
Snoopy (si de algo sirve). Estoy segura.

El poder del método de la autosugestión …

De hecho, todo sale maravillosamente bien. El día pasa a una velocidad


increíble, mi stand no se vacía, tengo calambres en los dedos de tanto firmar y la
boca seca de tanto hablar. Patrick está colmado de felicidad: el libro se vende
más de lo que esperaba. De vez en cuando, le lanzo una mirada a Roman, de pie
detrás de mí, imperturbable, pareciendo relajado, pero siempre en alerta. Me
sonríe. Se ve espléndido, como siempre. Soy la chica más afortunada del planeta.

Cerca de las seis de la tarde, la cantidad de visitantes comienza a disminuir y


visito nuevamente el baño, a dos pasos del stand. Le hago una seña a Roman y
Nils de que quiero ir sola, porque es un poco incómodo cargar con dos ángeles
guardianes cada vez que se quiere hacer pipí. De por sí ya tengo que lidiar con
Snoopy, quien también cumple con su papel de guardaespaldas seriamente y no
se me aleja ni un centímetro. Entonces llegamos al baño, él y yo. Nuestro acto ya
está bien ensayado: como es muy grande para entrar en la cabina conmigo, él se
acuesta en el pasillo para esperarme, con su gigantesco cuerpo obstruyendo todo
el paso y desanimando cualquier intento de aventurarse más. Para alcanzar los
lavabos y llegar a mí, habría que rodearlo, lo cual supondría una buena dosis de
temeridad e inconsciencia.

Sin embrago eso es lo que hace un hombre de unos cincuenta años, al que
Snoopy no impresiona, a pesar de su gran hocico elevado hacia él, un hombre
cuya figura, peinado y andar no me son desconocidos. Un hombre que no
debería estar aquí, sino enterrado hasta el fondo de América del Sur. « ¡Baldwin!
» me grita la zona de mi cerebro dedicada a la supervivencia.

¡Imposible! ¡Baldwin no tiene esa nariz de patata! ¡No tiene esos ojos verdes!
¡Calma! Nils dijo que no regresaría tan pronto. ¡Y Baldwin no tiene esas orejas
despegadas! ¡Tengo que tranquilizarme!

Con el aliento entrecortado, retomo difícilmente la respiración, mientras


intento entrar en razón. Casi lo logro. Casi, pero no realmente. Porque recuerdo
bruscamente que Baldwin acaba de salir de una cirugía estética y que no
conozco su nuevo rostro. Mientras que su figura y su andar no pueden haber
cambiado... Y ese hombre que avanza hacia mí, con su actitud decidida, me es
atrozmente familiar.

Quisiera gritar, aullar, quisiera llamar a Roman para que me ayude. Pero mis
pulmones están encogidos al fondo de mi caja torácica, como si se hubieran
atrofiado, incapaces de darme el menor aliento para pronunciar una sola palabra
y mucho menos un grito. El terror, frío, me paraliza y me deja muda. Baldwin
está a menos de dos metros de mí, mantiene una mano detrás de la espalda, y me
pregunto qué tipo de arma esconde.

¿Una pistola? ¿Un cuchillo? ¿Me va a doler? ¿En verdad he de morir aquí,
en el baño público? ¡Oh Roman!...
54. Miedo intenso

Hasta este instante, hasta este miércoles quince de abril, cerca de las seis de la
tarde, durante la presentación de mi primer libro, nunca me había preguntado si
prefería morir de una acuchillada o de una bala en la cabeza. Evidentemente, eso
fue antes de ver a John Baldwin lanzarse hacia mí al salir del baño después de
una sesión de dedicatorias particularmente agotadora, aunque gratificante. Un
John Baldwin irreconocible por su cirugía estética y que, en teoría, debería estar
a unos ocho o diez mil kilómetros de aquí, en algún lugar de América Latina.
Pero quien, sin embargo, vino hasta este lugar a buscarme, en la enorme ciudad
de Nueva York, para saciar su sed de venganza. Tengo tiempo para pensar en
Roman y en Nils, que se quedaron en el puesto, a menos de veinte metros del
lugar donde voy a morir, sola, frente a la mirada vigilante de Snoopy que no
parece darse cuenta de la terrible situación y que se queda tranquilamente
recostado en medio del pasillo. Después de haber pasado encima de él, Baldwin
se pone frente a mí, con una sonrisa ligera en el rostro, la mano derecha siempre
sobre su espalda, como si estuviera a punto de jugar conmigo « piedra, papel o
tijera ».

¿Qué escoges? ¿Cuchillo o pistola?

Pero finalmente me da un libro, de una manera tan brusca que doy un


pequeño salto, al darme cuenta de que el fin de mis días está llegando. Mi libro.

– Señorita Lenoir, balbucea, desconcertado por mi movimiento de rechazo.


Señorita Lenoir… yo… lo siento. Me llamo Terry Merchant. No quería
espantarla. Yo… Mire, me encantó su libro, señorita Lenoir. ¡Es fantástico! Y
esta historia, « El precio de una hora en el Paraíso », es tan hermosa. Tan
dolorosa. La leí varias veces y me ha hecho llorar mucho. Quería agradecerle por
la felicidad que me provocó.

Mientras empieza torpemente a decir un montón de excusas, cumplidos y


explicaciones, mi cerebro trabaja a toda velocidad para procesar la información y
entender algo: ¡No es Baldwin! ¡No voy a morir!

Necesito un poco de tiempo para ordenar a mis músculos paralizados que se


relajen, a mi corazón que se calme y a mis pulmones que terminen su apnea
prolongada. Cuando lo logro empiezo a reír nerviosamente. Es una de esas risas
incontrolables que provoca el nerviosismo extremo y que no tienen nada que ver
con la felicidad. Sin embargo, esta risa significa que estoy mucho más tranquila.

¡No es Baldwin! ¡Gracias, Dios mío! ¡No es John Baldwin! Sólo estuve
soñando. Sólo es un admirador. ¡Mi primer admirador!

– Desafortunadamente, continúa Terry Merchant más tranquilo al ver que me


río. Soy tímido. Muy tímido. Es muy tonto, lo sé, pero… Había demasiada gente
en el puesto, señorita Lenoir. Y esos dos hombres de expresión preocupante que
parecen ser sus guardias… no tuve la valentía de enfrentarme a ellos. Ni siquiera
para que usted me diera un autógrafo. Sin embargo, no podía quedarme sin uno.
Se lo aseguro. Sólo un autógrafo en mi libro, sólo alguna frase escrita con su
mano y seré el hombre más feliz del mundo.

Parece que este loco está siendo sincero. Se ve un poco extraño y exaltado
pero, al parecer, es inofensivo. Y, después de todo: es mi primer fan. Debería
alegrarme en vez de quedarme parada como una piedra.

– Mucho gusto, Terry, digo tomando su libro.

Luego, mientras me quemo el cerebro buscando la inspiración, saco mi


bolígrafo de mi bolsillo, el súper bolígrafo

Cartier que me regaló Roman y que, en estas últimas horas se ha convertido


en una extensión de mi mano. Su peso y su suavidad en la palma de mi mano me
reconfortan. Hace un calor inimaginable y siento que mis piernas tiemblan, pero
me apoyo con la espalda en el lavabo para mantener el equilibrio. Merchant se
aleja respetuosamente, como para dejarle espacio vital al artista que está
creando. Eso me hace sonreír. Mientras yo escribo la dedicatoria, él se agacha
para acariciar a Snoopy, la enorme bestia que sigue recostada en el pasillo y que
puso su cabeza sobre los zapatos de Merchant y que lo mira con una especie de
estúpida admiración.
– Yo tenía un perro de la misma raza, dice Merchant examinando a Snoopy.
Un poco menos grande. Pero me lo robaron hace dos o tres meses.
– ¿Ah, sí? Pregunto amablemente, mientras sigo intentando encontrar alguna
frase original y no tan falsa para escribirla en su libro.
– Sí, es increíble, ¿no? Fui a una fiesta en Miami y llevé a Hogan, mi perro.
Hogan por Hulk Hogan, el luchador.
– Sí, ya veo, digo con el extraño presentimiento de que, de pronto, tengo que
ver mucho más con la vida y las tristezas de Terry Merchant de lo que me
imaginaba en un inicio.
– Bueno, quizá fue un error llevar a mi perro a esa fiesta, estoy de acuerdo.
Pero mi prometida acababa de regalármelo y yo estaba loco de felicidad. Y luego
llegó esa chica, guapa, pero completamente descontrolada y ebria… Es cierto:
todos habíamos tomado, pero, como sea, esa no es razón para secuestrar a un
perro, ¿no cree?

Asiento con la cabeza, sensiblemente, mientras recuerdo mi primer encuentro


con Snoopy que estaba recostado sobre el sofá de la sala al día siguiente de la
fiesta en casa de Jack. Charlie se puso completamente ebria y después tuvo una
resaca tan impresionante que juró no volver a beber ni una sola gota de alcohol
nunca más. Y (casi) lo ha respetado desde entonces.

– Muy buena decisión, le dije suspirando. Estaría muy bien si pudieras


evitarme la adopción de una bestia o de un mapache en tu próxima fiesta.

Miro a Merchant y luego a Snoopy que ya ha subido veinte kilos desde que
vive con nosotras. Su pelaje color gris acero se aclaró. Ahora está casi
irreconocible. Incluso ésta podría ser una coincidencia de otro perro y otra fiesta.
Sólo que estoy segura de lo que está pasando: Snoopy ES Hogan, no hay duda
alguna.

Charlie-Charlie-Charlie… ¿Te ROBASTE un perro?

Esto me parece increíble, incluso si me lo está diciendo alguien tan


extravagante como mi compañera de apartamento. Y, sin embargo…

Finalmente le regreso el libro autografiado a Terry. Sigo un poco agitada por


el terror irracional que me provocó. Todavía me cuesta trabajo creer que no es
Baldwin. Mis manos y mis piernas tiemblan como dos espaguetis aguados. Sólo
tengo ganas de algo: que Terry desaparezca, pero parece estar seguro de
quedarse haciéndome compañía, en estos sanitarios para mujeres, hasta el fin de
sus días. Y no sé cómo hacer para que se vaya. Ahora que superó su timidez, se
llena de valor y se acerca hacia mí, mientras me harta con sus palabras. Su
cercanía me asfixia. Creo que terminaré desmayándome con su calor y sus
emociones fuertes.

Sin embargo, como un milagro, Terry se dispone, al fin, a despedirse y se


inclina para darme un beso en la mejilla… justo en el mismo segundo en el que
Roman, seguramente preocupado por mi ausencia prolongada, entra en los
baños. Me imagino la escena que Roman percibe: yo, temblando, pálida como la
nieve, retrocediendo frente a Terry que acerca sus labios para besarme. Apenas
tengo tiempo para gritarle: « ¡Todo está bien! » cuando el pobre Terry vuela en
vez de caminar, fuera de los baños, propulsado por un puñetazo de acero que le
da Roman y detenido por un golpe más brutal que le da Nils, que lo espera en el
pasillo.

– ¿Amy? ¿Estás bien? Se preocupa Roman cuando caigo en sus brazos.


¿Qué… ?
– Sí, estoy bien, estoy muy bien. Te lo aseguro. Sólo es el calor y el estrés de
los autógrafos. Terry… este señor… sólo quería un autógrafo.
– Hay un puesto exclusivamente para ello, me regaña Roman vigilando al
pobre Terry que balbucea excusas mientras Nils lo toma del cuello.
– Déjalo. Por favor. Regresemos al puesto, digo. Patrick va a pensar que todos
desaparecimos.

Roman asiente, tensando la mandíbula. Nils libera a Terry que desaparece


rápidamente, sonriéndome tímidamente y despidiéndose con un movimiento de
la mano que yo le contesto. Después de lavarme la cara con agua fresca, paso
encima de Snoopy que, siempre egoísta, que sigue tirado en medio del paso.
Cuando Nils le chifla, el perro apenas menea un poco la cola y, perezosamente,
abre los ojos, como para decir que la situación estaba bajo control y que no era
necesario todo este desorden. Roman tiene que empujarlo con el pie para
obligarlo a levantarse y para hacer que nos siga.

Me pregunto cómo le hizo Charlie para convencer a esta bestia de que la


siguiera, en esa famosa fiesta. No pudo haberlo cargado porque es tres veces
más pesado que ella. ¿Entonces? ¿Traía en el bolsillo un hueso para perro o
qué?

Si ignoramos este incidente, nos está yendo divinamente bien en la jornada de


difusión y mi editor, Patrick Dawn, está muy contento. Las ventas incrementan.
Estoy a punto de tener tendinitis en la muñeca por tanto firmar autógrafos sin
parar. He conocido a personas encantadoras que están fascinadas de poder hablar
de economía y literatura. El tercer día, mientras disfruto la tranquilidad del final
del día y cierro los ojos cinco segundos, estiro las piernas entumecidas sobre el
lomo de Snoopy, que está bajo la mesa, y, una voz de barítono me saca de mi
tranquilidad:

– ¿Es muy dura la vida de artista?


– ¿Perdón? Me sobresalto, aplastando al pobre Snoopy, antes de lograr poner
los pies en el piso.
– ¿Me podría dar un autógrafo? me pregunta entonces Jack con su sonrisa
encantadora con la marca « macho Parker » que heredó a sus dos hijos. Sólo
tiene que poner: « Para el mejor de mis admiradores ».

Me quedo como tonta un momento, desconcertada y sorprendida hasta que la


voz de Roman se escucha detrás de mí y me saca de mi entorpecimiento. Roman
recibe a su padre con su diplomacia característica pero sin ser tan frío. Una vez
más me doy cuenta de que las revelaciones acerca de la muerte de Teresa los han
unido. El dolor de saber que la asesinaron, el odio de Roman para encontrar y
hacer pagar al culpable… por primera vez desde hace años, el padre y el hijo
parecen compartir algo: una herida y un fin. Aunque todavía sea difícil saber lo
que Jack siente realmente, porque siempre demuestra el mismo buen humor y su
sonrisa Colgate ante cualquier circunstancia. Parece que al fin están en paz los
dos y espero que sigan así. Mientras yo obedezco y escribo sobre el libro que me
dio (un libro que tiene la encuadernación rota y la portada doblada que prueba
que lo leyó varias veces…), extrañamente feliz de verlo aquí, Jack habla
divertido, agradable y alegre. Roman, después de asegurarse de que su padre no
se propone provocar uno de sus escándalos para promover su próxima película,
empieza a conversar con él. Poco a poco el ambiente se vuelve más tranquilo.
Patrick y Nils vienen con nosotros después de haber llevado las cajas de libros
que quedaban en la mini-van (listos para la siguiente etapa de promoción). Poco
a poco terminamos yendo, los cinco, al restaurante a donde nos invita Jack. Es la
primera vez tengo la oportunidad de verlo y hablar con él tanto tiempo y no
puedo evitar identificar en él todos los gestos o mímicas que me recuerdan a
Roman. Aunque los dos sean muy diferentes físicamente (uno es rubio y el otro
moreno, uno tiene una belleza convencional y el otro una felina y anormal), los
dos se parecen extrañamente, como las dos caras de una misma pieza.

Al final de la cena regresamos a pie a nuestros respectivos hoteles. Cuando


llegamos al parque frente a nuestro hotel, Jack aprovecha que Roman está tan
ocupado por Nils para hablarme:

– ¿Amy? ¿Puedo pedirle un favor?


– Claro, respondo un poco dudosa, pues siento algo de angustia en la garganta
al saber que podría pedirme algo completamente incómodo o loco.
– ¿Planea seguir escribiendo? Tiene mucho talento, no tiene que
desaprovecharlo…
– Oh… gracias. Sí, sí, pienso seguir escribiendo.
– Menos mal, dice calurosamente. Según lo que Roman me ha dicho, usted es
la que está a la cabeza de las investigaciones del caso de Teresa.
– Sí, repito prudentemente, preguntándome a dónde quiere llegar.
– Supongo que, por los hechos, usted tiene una idea muy vaga acerca de mí y,
al contrario, una visión amplia de nuestra historia.
– Pues…

¿Qué tengo que decir ahora?

« Sí, Jack, efectivamente. Según los artículos y los testimonios de ese


entonces, usted era un mal marido (pero un buen actor), un mal padre,
megalómano, egocéntrico, celoso del éxito de su esposa, oportunista y un poco
adicto al alcohol. Y lo que yo he podido constatar por mí misma las pocas veces
que nos hemos visto no cambia mucho lo que sé. Incluso sospeché que usted
asesinó a su esposa… »

No, imposible, obviamente. Sólo sé que debo pensar bien lo que creo después
de todos los juicios sobre él durante todo este tiempo. No sé realmente qué
pensar. Sólo sé que quiero apreciarlo por ser el padre de Roman y por toda la
familia que le queda, como Cameron. Entonces, me conformo con dejar mi frase
incompleta, cruzando los dedos para que no siga con esto. Pero declara
tajantemente, con una sonrisa ligera:

– Sabe, me siento muy mal conmigo mismo. Por Teresa. Por haberla
abandonado. No voy a contarle la historia, Amy. No soy muy sentimental y creo
que yo tengo toda la culpa de que ella se acostara con Vance. Yo la trataba mal.
Ni siquiera la veía. Era la madre de mis hijos. Debí haber hecho un esfuerzo para
conservarla, o al menos debí hacerle entender que, aunque todo había terminado
entre nosotros, ella podía contar conmigo si algo malo pasaba. Pero preferí
esconderme y borrarla de mi vida cuando entendí que en verdad me dejó por ese
imbécil caballero blanco. Ella me dio a Roman, mi principal fuente de orgullo y
yo la olvidé mientras su vida corría peligro.
– Todavía le queda Cameron y Sydney para pagar su deuda, digo, conmovida.
No lo olvide. Es un niño hermoso, muy vivo y será tan brillante como su
hermano.
– Sí, dice Jack con una sonrisa amarga. Debe haberlo sacado de su abuelo.
Parece como si la inteligencia se hubiera saltado una generación en los Parker.
Tengo la gran fortuna de tener dos hijos excepcionales.
– Entonces lo desaproveche…
– Prometido, dice volviendo a ponerse alegre. Pero regresemos a donde
estábamos. No vine a hablar con usted para confesarme. Como usted conoce tan
bien la trágica historia de los Parker, ¿qué opina de escribir un libro acerca de
Teresa? Algo sobre su caso. Para hacerle justicia de alguna forma, ¿entiende? Se
hicieron tantos chismes cuando murió… Le daré todos los detalles y toda la
ayuda que usted necesite.

Estoy completamente sorprendida. No me lo esperaba, pero lo entiendo, claro.


¡Hacerle justicia a Teresa Parker! ¡Ese sería un enorme regalo para Roman!
Quizá el más hermoso que yo pueda hacerle. O que nosotros, su padre y yo,
podríamos darle. Borrar veinte años de rumores, de mentiras, de chismes. Volver
a poner las cosas en orden y designar a los verdaderos culpables. Sacar a la luz el
enorme trabajo del incorruptible Vance (aunque esta parte del libro pueda no
gustarle a Jack). También sería una manera eficaz de hacer que Baldwin pague.
Esta idea ya me había pasado por la cabeza hace tiempo y no dudo ni un segundo
en aceptar su propuesta. ¡Sobre todo porque tendré a Jack Parker como fuente
directa de la información! ¡Estaré totalmente inspirada!

– Perfecto, responde abrazándome, mientras Roman regresa con nosotros. Me


siento contento de que mi hijo la haya elegido, Amy. Ha tomado la mejor
decisión.
55. El trato final

Mi jornada de promoción termina al finalizar la semana, con la llegada de


hermosos días soleados. Las noches se hacen cada vez más cortas, los rayos del
sol son cada vez más prolongados y generosos, poniendo en mi nariz inevitables
manchas rojas que mi padre acostumbra llamar polvo de oro. El penúltimo lunes
de este mes de abril -que promete calores intensos- Nils y yo somos convocados
a la oficina del procurador de California, donde nos espera Frances Devon, la
agente del FBI que está a cargo de las investigaciones sobre Baldwin. Ni siquiera
tenemos tiempo de pasar uno o dos días en Nueva York antes de ir a verla. Nos
vamos directamente de Washington, donde fue la última etapa de la promoción,
a Los Angeles.

Me acurruco en Roman, mientras el jet vuela sobre el estado de Tennessee,


Arkansas y luego Oklahoma, en dirección a Los Angeles, y mientras desfilan
frente a mis ojos los Great Plains, después las montañas medias que están
pasando las praderas verdes y los bosques. Roman es suave y al mismo tiempo
duro y musculoso, fuerte y calmante. Su olor, el calor de su cuerpo contra el mío
son suficientes para hacerme sentir tranquila. Sé que es tonto pero me provoca
un poco de miedo ese procurador. No es que me intimide, sólo no tengo ganas de
volver a hablar de mi secuestro, de recordar las crueldades que viví, de buscar en
mi memoria para encontrar detalles que preferiría borrar, como por ejemplo, los
ojos de reptil de No-Name, sus dedos en mi cuello, la locura implacable de
Baldwin y las moscas negras sobre el cadáver de Fleming.

– Todo estará bien, me tranquiliza Roman al darse cuenta de mi nerviosismo.


Nils es el que sufrirá más y tendrá que explicar su mes de vacaciones en la selva
amazónica en compañía de su compañerito No-Name. Devon no lo encubre por
gusto. Le va a pedir su dinero y hará que cuente todo lo que recuerda desde su
primer biberón.
– Así es, confirma Nils, mientras se estira en su asiento. Yo soy el platillo
principal en esta cita. El FBI ya tiene tu testimonio, Amy. Hoy más bien se trata
de asegurarse de que no olvidamos ninguna pista que pueda llevarnos hasta
Baldwin. El procurador y Frances siempre trabajan de la mano y los dos sueñan
con tener el cuerpo de Baldwin como trofeo de caza.
– ¿Frances? repite Roman para molestar. Parece que te llevas muy bien con
nuestra querida Agente Devon… y parece que estás bien informado de lo que
quiere…

Nils levanta los hombros y las manos hacia el cielo, sonriendo. No dice nada
pero casi podemos leer en su frente, como si tuviera un letrero con luces de neón
que parpadea: « Eh… ¿Yo qué culpa tengo si todas las mujeres se vuelven locas
con mi cuerpo? »

– Ok, dice Roman, divertido. Rectifico: quizá Devon te encubre también sólo
por placer, finalmente.

Roman y Nils siguen bromeando con estas cosas y yo me tranquilizo al


escucharlos decir tantas frivolidades. Me río de sus bromas y saboreo el calor del
cuerpo de Roman contra el mío y la fuerza de su brazo que me sostiene. Hundo
la nariz en su suéter invadido por su olor. Su mano izquierda acaricia mi muñeca
con lentas ondulaciones que me provocan escalofríos y a veces se pierde y llega
hasta mi vientre a través de la lana de mi cárdigan. Me dejo arrullar por el sonido
de su voz que me tranquiliza.

***

Aterrizamos en Los Angeles bajo un espléndido sol. La entrevista con el


procurador quizá sólo habría sido una simple formalidad si Nils no hubiera
sorprendido a todos reclamando clemencia por No-Name. Después de más de
cuatro horas de testimonios agotadores ; de estar repitiendo y detallando hasta el
mínimo movimiento y hecho del mes que pasó en busca de Baldwin y de su
asesino, Nils se sigue viendo tan fresco, con los brazos cruzados y sentado
cómodamente en su asiento que, sin embargo, está tan duro como su cabezota.

– ¿Podrías repetirme eso, Eriksen? se exaspera la Agente Devon cuando Nils


sugiere alegar la pena de No-Name. ¿Quieres que le hagamos un favor a ese
idiota asesino sicópata? ¿Entendí bien?

Todos estamos tan sorprendidos como ella, pero Nils no se deja intimidar:
– Sí, ese es un resumen y un poco apresurado de mi sugerencia, pero sí, a
groso modo me entendieron bien: enviar a No-Name a la cámara de gases es una
estupidez. Piénsenlo. Una condena perpetua dejaría a todos contentos.
– No creo que esté tan contento el trabajador estadounidense que tendrá que
alojar, alimentar y exculpar a un peligroso sociópata durante cincuenta años o
más, dice el procurador.
– ¿Te volviste loco, o qué? exclama Roman. Tendrás que matarme antes de
que yo acepte algo así para esa basura. ¡Estuvo a punto de matar a Amy! No se
merece más compasión que Baldwin.
– Es presunto culpable de unos cuarenta homicidios… continúa el procurador.
– Eso si nos limitamos a hablar de su carrera en los Estados Unidos, precisa
Devon. No estamos contando sus crímenes en la ex Unión Soviética y en Europa
porque si así fuera podríamos pasar toda la noche contando.
– Lo sé, declara Nils, siempre tranquilo. No olvidé a Amy. Pero él ya no es
una amenaza para ella…

Nils se levanta para enfrentarse a nosotros, al ver que todos estamos a punto
de protestar al unísono (¡yo soy la primera!) y termina su frase:

– En cambio Baldwin sí lo es.

Estas seis palabras, y la certeza absoluta con la que son pronunciadas,


provoca un frío general.

– Aunque no lo dejen escapar, No-Name no le haría nada a Amy si Baldwin


está dispuesto a actuar, continúa Nils. Es un mercenario y se vende al mejor
postor. No hay ningún sentimiento personal en sus crímenes ni en sus asesinatos
y no tiene ningún motivo para querer hacerle algo a Amy. Ella no tiene ninguna
importancia para él. Su valor depende de lo que Baldwin esté dispuesto a darle.
Pero eso aplica para No-Name y para cualquier otro asesino. Si Baldwin hace un
contrato con el nombre de Amy, ella tendrá a todos los asesinos de Estados
Unidos siguiéndola. Mientras que, si hacemos algo con Baldwin, ella ya no corre
peligro de nada. Entonces, ¿nuestra prioridad absoluta es Baldwin, no?
– Continúe, responde el procurador asintiendo.
– Y para atrapar a Baldwin, necesitamos a No-Name. Es nuestra única
esperanza.
– ¿Cómo? pregunta Devon.
– Me pasé muchas semanas vigilando a No-Name y luego siete días cara a
cara con él mientras lo llevaba del río Amazonas a Bogotá. Y, sobre todo, supe
muchas cosas de Baldwin gracias a él. Evidentemente trata de no decir mucho al
respecto. Es astuto y completamente paranoico. No confía en nadie, ni siquiera
en su amante ni en su brazo derecho, pero es uno de los mejores asesinos y
guardaespaldas. Detrás de esa apariencia torpe, hay una mente muy inteligente.
Sus años trabajando para Baldwin le permitieron recolectar bastante información
sobre su jefe, sin que nadie se diera cuenta. Tiene información que podría
permitirnos llegar hasta Baldwin. Debemos lograr convencer a No-Name de
ayudarnos y para eso sólo tengo una solución: proponerle un trato. Su vida o la
de Baldwin.
– ¿Está sugiriendo que sustituyamos la pena de muerte por cadena perpetua a
cambio de información sobre John Baldwin? recapitula el procurador.
– Sí.
– Mierda, Eriksen, suspira Devon. Aunque tuvieras razón…
– Tengo razón, la interrumpe Nils.
– Admitámoslo… la verdad, ningún juez lo aceptaría. No con todo lo que se
culpa a tu amigo.
– No saben nada de No-Name, responde tranquilamente Nils. Ni siquiera su
verdadero nombre. No lo conoce ninguno de los suyos. Sólo con suposiciones,
indagaciones y denuncias de otros criminales pueden relacionarlo con todos sus
supuestos asesinatos. No dejó rastro de ADN ni ninguna huella digital en sus
víctimas o en los lugares de los homicidios.
– Ese imbécil metió los dedos en ácido, escupe Devon. Es inidentificable.

Entonces recuerdo esa particularidad en los dedos de No-Name, que parecían


estar quemados. Brrr…

– Todos sabemos que es un asesino experto pero no tenemos ninguna prueba


oficial. Sólo el testimonio de Amy para apoyarnos. Eso podría convencer al
jurado pero no tanto como para enviarlo a la cámara de gas. Siempre habrá un
alma caritativa que dudará de su culpabilidad si no hay pruebas. Lo saben bien.
– ¿Y si la información que nos dio No-Name no nos permite detener a
Baldwin? interviene Roman, pálido. ¿Entonces No-Name tiene la vida a salvo, la
escoria de Baldwin sigue libre y Amy está condenada a vivir escondiéndose,
angustiada hasta el fin de sus días? ¿Acaso es eso?
– Tienes razón, responde dulcemente Nils. Pero, en tal caso, no cambiaría
nada ejecutar a No-Name.
Sobreviene un incómodo silencio. Me acerco a Roman, que me abraza
fuertemente.

– Le doy cuarenta y ocho horas, señor Eriksen, interrumpe el procurador, para


convencer a ese No-Name de que coopere. Si la información que nos
proporciona permite localizar a John Baldwin en las próximas dos semanas,
lograremos hacerlo prisionero perpetuo del Estado de California. De lo contrario,
tendremos que recurrir a la pena de muerte.

Cuando dejamos la oficina del procurador se siente entre Roman y Nils una
tención innegable. A mí también me cuesta trabajo digerir algo que me parece
ser una incomprensible indulgencia hacia un asesino sin piedad que estuvo a
punto de cortarme en pedazos, siguiendo órdenes de su patrón. Observo a Nils,
imperturbable, mientras habla con Devon. Su cabello rubio empieza a crecer en
su cráneo rapado pero sigue pareciendo un soldado marine, con su estatura
imponente a pesar de que perdió peso en su recorrido por el Amazonas. Creo que
cambió mucho desde que regresó de la selva. Es más duro que antes, más
inaccesible e indiferente con las personas. Es tan indolente que llega a ser
completamente indiferente. Seguramente su manera de pensar tan fría fue una de
sus grandes cualidades en su trabajo como policía, pero me pregunto (y no es la
primera vez) si es capaz de sentir empatía y compasión. Creo que Roman, por la
manera en la que mira a Nils mientras habla con Devon, está haciéndose las
mismas preguntas. Nils es un hombre con mucho sentido del humor y muy
astuto y a veces (raramente) es muy atento y detallista. Pero también, a pesar de
ser muy joven, es un viejo militar de la Legión Extranjera y de las Fuerzas
Especiales. Eso significa que tiene las manos manchadas de sangre. Roman lo
considera como nuestro amigo pero, finalmente, ¿se identificará más con
personas como No-Name? Después de todo ¿no un soldado es un mercenario del
Estado? Y nadie sabe exactamente lo que pasó en esa selva. ¿Quién puede saber
y entender lo que pasó Nils durante esos meses de pruebas que hicieron que
regresara irreconocible? ¿Qué peligros y que desgracias tuvo que afrontar?
Nadie lo sabe… excepto No-Name. ¿Quizá eso los unió….de alguna manera?
¿Tanto que ahora Nils quiere salvarlo? Sea como sea, Nils lleva unos buenos
quince minutos luchando con la furiosa agente Devon:

– ¡Te estás burlando de mí, Eriksen!, le grita Devon. ¡Nunca dijimos que
protegeríamos y ayudaríamos a esa escoria! ¡Ese no era el acuerdo! Hay
personas sobre de mí. Tengo que rendir cuentas a personas poderosas y no
quieren que desechos de humanidad como No-Name pasen días felices
gratuitamente.
– La prisión del Estado de San Quentin no es una ciudad para vacacionar,
objeta Nils.
– ¡Eso me vale! ¡Ellos quieren que desaparezca! ¡Quieren que el buen pueblo
de los Estados Unidos pueda dormir tranquilo!
– ¿Y eso significa…? contesta Nils, impasible. ¿Que debí haberlo ahogado en
el Amazonas en vez de traerlo de vuelta?
– De hecho, si hubiera tropezado y caído en el río y las pirañas se lo hubieran
comido, nadie le habría llorado.
– Pero habríamos perdido nuestra única oportunidad de encontrar a Baldwin
y, como consecuencia, asegurar la vida de Amy. Me doy cuenta de que en el FBI
no se reflexiona tanto como pensé. Qué lástima.
– ¡Al menos debiste haberme informado del pequeño negocio que querías
plantearle al procurador!
– Tengo derecho de pensar libremente, Devon. No soy tu esclavo. Hice lo que
me parece mejor. Trabajar para el FBI no me hará someterme a tus pies, ni a los
de tus jefes.

Los dos se miran. Ella fulminantemente y él fríamente.

– Llámame cuando hayas ido a visitar a tu novio a San Quentin, escupe


Devon mientras se va.

Evidentemente, si a Devon le atraía Nils, eso ya es cosa del pasado… Y la


entiendo: si se acostaron debe sentirse traicionada de que él haya hecho sus
planes y que ni siquiera le haya dicho algo. Sin embargo, entre más lo pienso,
más me convencen los argumentos de Nils. Sólo falta saber si tiene razón y si
No-Name le ayudará a llegar hasta Baldwin…

Nos separamos bajo el sol radiante de California. Roman y yo volvemos a


tomar el jet hacia Manhattan y Nils va a rentar un auto para llegar a San Quentin.
Cuando Roman y él se estrechan la mano, el gesto no es tan caluroso como de
costumbre pero sigue siendo sincero y amigable. Roman duda todavía pero creo
que se le pasará. Sólo necesita tiempo para pensarlo, al igual que yo.
56. ¡A mudarse!

Al regresar a mi apartamento de Queens, al día siguiente, hay una sorpresa


que me está esperando, una sorpresa más o menos del tamaño de veinte cajas de
cartón llenas a punto de reventar, apiladas en mi entrada.

– ¿Charlie? pregunto discretamente, zigzagueando entre las pilas de cajas


vacilantes. ¿Charlie?
– ¡En la cocina! me responde con una voz que parece surgir del centro de la
Tierra.

Atravieso el lugar, que está en completo desorden, para llegar con mi


compañera de apartamento que está sirviendo croquetas en el plato de Snoopy
con una mano y con la otra se pelea con un paquete gigante de mini galletas para
verterlas dentro de una caja de metal. Trae puesto un pantalón de mezclilla negro
que ajusta sus piernas largas, un suéter demasiado grande que no le había visto
antes y parece un poco desvelada pero feliz, como una chica que acaba de pasar
una noche sin dormir con su novio. Después de darle de comer a Snoopy, me da
las galletas –que yo acepto con gusto- no sin antes asegurarse, discretamente, de
que no quede en el piso ninguna croqueta de res.

– ¡Al fin! ¡Pensé que nunca terminaría! suspira mientras se deja caer cobre
una caja.
– ¿Terminar qué? pregunto mientras sirvo dos tazas de té. ¿Qué está pasando?
¿Al fin decidiste abrir una boutique para vender adornos inservibles y los
harapos que ya no te quedan?
– ¡Envidiosa! dice enseñándome la lengua. Dices eso porque te mueres de
ganas de recuperar mi lámpara de escritorio.
– Creo que prefiero casarme con Freddy Krueger antes de tener esa cosa
horrible en mi sala, digo riendo. Su color provocaría nauseas hasta al hombre
más indiferente y, incluso Picasso se asombraría de ese diseño extravagante.
– No sabes nada de buenos gustos, responde sonriendo con mi comentario.
¡Esto es arte, señorita!
– Llámalo como quieras pero mantenlo lejos de mi vista, digo para
molestarla. Y todo esto sigue sin decirme por qué se te ocurrió transformar
nuestra entrada en un Tetris gigante.
– ¡Pues porque me voy a mudar! Responde, de pronto seria.

Al ver mi expresión de sorpresa sigue diciendo:

– ¿Amy? ¿Hola? ¡Tierra llamando a Amy!


– Pero… balbuceo completamente desconcertada, mientras siento como si me
hubieran dado un golpe en la nuca. Pero…
– James me propuso que me mudara al estudio que está sobre el refugio, dice
Charlie. Gratis. ¿Recuerdas? Ya te había contado esto la semana pasada por
teléfono, cuando estabas en la promoción.
– ¡Oh, rayos! exclamo avergonzada. ¡Lo olvidé por completo!
– Seee, eso dices, eso dices… bromea Charlie. Cualquier pretexto es bueno
para no ayudarme a cargar mis cajas de cartón. Pero llegas justo a tiempo porque
todavía me falta empacar todas mis figuras de mosaicos.
– Auch… me quejo. A esto le llamo trampa final o cómo arreglárselas con su
amiga en tres minutos exactos.
– No te preocupes, dice Charlie. Todo saldrá bien. Sólo te confiaré las piezas
menos frágiles.
– Ok, acepto, avergonzada por haber olvidado que se mudaría. Pero si me
permites tener un porcentaje de pérdidas de al menos quince por ciento.
– ¡¿Bromeas?! exclama. Máximo cinco por ciento.
– Diez, replico tajantemente. Y antes de todo me dices de quién es ese suéter
que te llega hasta las rodillas y por qué parece que lo traes puesto desde hace una
semana sin lavarlo.

Charlie toma un pequeño adorno y termina confesándome, después de varios


rodeos, que salió con James, que las cosas están complicadas pero que es
maravilloso y que no sabe hasta dónde van a llegar. Y que está enamorada. Una
vez que empieza a hablar, Charlie no se detiene y puedo tener acceso a una
descripción detallada de su joven relación. Desde el primer gesto tierno hasta
otros detalles calientes que no tendría por qué escuchar yo. Es una locura todo lo
que pueden hacer dos adultos invadidos por la pasión en un consultorio
veterinario. Sólo con un poco de imaginación y algunos accesorios. Creo que
nunca más podré llevar al veterinario a Chaussette, el gato de Cameron, sin
sonrojarme por completo.
La mañana sigue su curso tranquilamente sin que tengamos que lamentar la
pérdida de más de dos figuritas de mosaico (que estaban muy feas) que se me
cayeron de las manos en los momentos más indiscretos de la historia. Todo lo
demás está perfectamente empacado y ahora dos nuevas cajas se unen a las
demás que están en la entrada. Escucho a Charlie mientras le ayudo a terminar
sus preparativos. Me siento feliz por ella. Creo que se merece una dosis de
felicidad y, por lo que me cuenta de James, creo que él también. La vida los ha
tratado mal y creo que es tiempo de que los consienta un poco.

– Y eso es todo, concluye con una sonrisita. No prometimos nada pero fue
mágico… algo podría pasar.

Y es así como, por tercera vez en seis meses, me encuentro buscando una
nueva, o nuevo, compañero de apartamento… Si juzgo por mis experiencias
pasadas, puedo adivinar que esto será épico. Se acerca un nuevo momento de
cosas extrañas, pero me siento tan contenta por Charlie que una enésima
entrevista con personas raras no logrará apagar mi felicidad. Tomo mi
computadora y redacto rápidamente un anuncio. Ahora tengo tanta práctica
escribiendo este tipo de anuncios que en menos de cinco minutos ya estoy
cargando fotos del apartamento y pongo en línea el anuncio. Charlie echa un
vistazo a la pantalla mientras pasa cargando más cajas:

– En mi opinión te estás preocupando por nada, me dice.


– ¿Por qué lo dices?
– Porque seguramente Roman no querrá dejar pasar esta ocasión para
proponerte que vivas con él. Además, acuérdate de Eduardo. Si encontraras a un
chico como compañero de apartamento, seguramente Roman le daría un trabajo
en Calcuta, Moscú o Johannesburgo antes de que siquiera pueda poner su cepillo
de dientes junto al tuyo.
– Pero podría elegir a algún hombre incorruptible que se negara a irse de
Nueva York aunque le dieran todo el oro del mundo. O a un desempleado que no
quiera trabajar.
– Entonces que esté tranquilo, bromea Charie. Se despertará una mañana
sobre algún barco que vaya a toda velocidad, a nueve kilómetros de Queens y
que diga ¡« voluntario » para explorar Marte!

A pesar de que estoy convencida de sus buenos argumentos, termino por subir
a la web mi anuncio porque, aunque pueda pasar lo que dice Charlie, Roman
todavía no ha mencionado nada de vivir juntos. Y, aunque ya me haya pedido
matrimonio (de manera poco excéntrica pero enternecedora cuando adoptamos a
Chaussette a nombre de Roman y Amy Parker), no hemos vuelto a hablar de ello
desde entonces… Y, debo admitirlo: esta situación es molesta.

Varias veces he pensado que el efecto Baldwin podría desmotivar hasta al


enamorado más apasionado; que no hemos tenido ni un sólo segundo para pensar
en el matrimonio, y mucho menos para organizar algo. Pero no puedo evitar
sentir cosquillas en el estómago cada vez que pienso en ello.

¿Y si Roman cambió de opinión? ¿Si se dio cuenta de que la situación así


está bien y la idea de que yo me vuelva una Parker ya no es tan emocionante?

Mientras me siga amando creo que puedo vivir así. Al menos intento
convencerme de ello. Después de todo, hoy en día, las parejas en unión libre son
cada vez más y muchos de ellos se aman con locura. No por ello tienen que
pensar en pasar anillos por sus dedos.

Pero, de todos modos… en el fondo, yo soy una mujer soñadora incorregible


y completamente romántica. Y a las mujeres como yo nos gustan las bodas, los
discursos solemnes, los hermosos vestidos blancos y el simbolismo de las
alianzas que unen a los seres por la eternidad. Finalmente eso es lo que quiero:
ser de Roman y que él sea mío, en cuerpo y en alma, entrelazados hasta nuestro
último aliento, o incluso más allá.

Con la mudanza de Charlie y su historia con James me puse más pensativa de


lo que creí. El asunto de la boda pasa por mi cabeza toda la tarde mientras
trabajo en un nuevo artículo con Simon, en Undertake. Juro que hablaré de esto
con Roman (¿cómo? no tengo idea. Tendré que improvisar) antes de que me
vuelva loca por darle tantas vueltas al tema.

Luego de pensar esto, me concentro en el trabajo y mi mente logra focalizarse


al fin en otra cosa. Edith viene a preguntarme cómo estoy y me dice cómo está
su padre, que está excelentemente. Terence se vuelve loco una vez a la semana
en la clínica de Roman, en Buffalo, por su tratamiento. Los resultados superan
todas las expectativas, excepto las de Malik que nunca ha dudado, ni un solo
segundo, en el protocolo de cuidados que él mismo planeó. Edith habla de Malik
con respeto y admiración nada comunes en ella. Son sentimientos que puedo
entender y que comparto al cien por ciento. Malik, aunque se ve muy modesto y
tiene un carácter tranquilo, es un genio. No por nada Roman confía en él a ciegas
y absolutamente desde que son niños. Edith seguramente haría que lo
canonizaran si pudiera. Malik salvó la vida de su padre y siempre estará
agradecida con él, así como con Roman, que hizo que todo esto fuera posible.

***

Al día siguiente, un miércoles fresco y luminoso, Charlie está


excepcionalmente muy activa en la mañana. Se levantó antes que yo, preparó el
desayuno con la ambientación sonora de la orquesta sinfónica que se repite una y
otra vez. No tardé más de quince minutos para rendirme y salir de la cama para
ir con ella, todavía soñolienta pero motivada por el olor del pan dulce recién
horneado. Charlie se ve hermosa vestida con un pantalón de mezclilla blanco y
un suéter ajustado color verde agua. Va y viene por la cocina mientras habla de
James. James esto, James lo otro… mientras yo degusto los panecillos dulces
que compró en la panadería de especialidades francesas de la colonia en cuanto
la abrieron. Hoy es el gran momento de la mudanza y James se tomó el día en el
trabajo para ayudarla. Nunca había visto a mi compañera de apartamento tan
eufórica y tan nerviosa. Incluso Snoopy se ve desconcertado. Está sentado en su
cama, tieso como un tótem y sigue con la mirada los recorridos de su dueña.

– ¿Charlie? ¿Te podrías sentar dos minutos? Terminarás por hacer un hoyo en
la sala con tantas vueltas que das.
– No puedo. Si no me muevo, me voy a consumir en mi lugar.
– Ok… ¿En cuánto tiempo llegará James?
– Como a las nueve.

Estoy a punto de un paro cardiaco cuando me doy cuenta de que apenas son
las seis y media de la mañana. ¡La espera será interminable! Charlie limpió todo
el apartamento anoche, preparó pastelillos de frutas que estuvieron a punto de
despertarme con su olor delicioso en medio de la noche y fue a pasear más de
una hora al pobre Snoopy gigante que no pedía tanto (sobre todo porque eran las
cinco de la mañana). Ya no sé qué otra actividad proponerle a estas horas de la
mañana. Me como un tercer pan dulce que comparto con Snoopy, hasta que mi
iPhone suena. Me llegó un mensaje de Roman y, con sólo ver su nombre en la
pantalla, me vuelvo loca de felicidad:

[Hola, Osita. Si sales de tu hibernación antes de las ocho, llámame.]

Sonrío y me apresuro a contestarle, muy orgullosa de mí (aunque,


sinceramente, no me levanté voluntariamente a esta hora):

[Sepa usted, señor, que estoy activa desde hace 20 minutos…]

Respuesta anonadada:

[¿¿¿Te tiraron de la cama???]


[Charlie me sacó de la cama amenazándome con pan dulce recién horneado
que perfuma todo el apartamento.]
[Mierd… rayos. Quería invitarte a desayunar conmigo :/]

Apenada, pienso qué responderle, pero Roman no me da tiempo para ello:

[¿Estás libre al mediodía?]

¡Qué pregunta! A veces me pregunto si se da cuenta de que cancelaría una


invitación a la Casa Blanca sólo para pasar tres minutos con él. Quizá sea mejor
que no lo sepa. Escribo un mensaje para responderle y Roman me propone
comer en Jean-Georges (¡wow!), uno de los mejores restaurantes de Manhattan.

Luego, mientras Charlie da una vuelta por la sala por vez 283 frente a los ojos
confundidos de Snoopy que parece estar agotado sólo con verla, yo reviso mis
correos electrónicos. Tengo cuatro respuestas de candidatos fuertes para
compañeros de apartamento y el tono de sus escritos me hace pensar que su
visita será muy divertida. Uno de ellos parece haber confundido el anuncio
inmobiliario con uno matrimonial y me proporciona sus medidas y descripciones
personales con entusiasmo. Rápidamente lo rechazo y lo bloqueo de mi cuenta.
También elimino la candidatura de un guapo italiano que parece tener el perfil
perfecto de un chico que terminará haciendo un viaje, sólo ida, a Marte,
patrocinado por Parker Company. Mientras acuerdo una cita con los otros dos
candidatos el próximo domingo y chateo con Edith (que está de visita con su
padre) respecto de las modificaciones y correcciones de mi último artículo, de
pronto, el timbre del apartamento suena. Charlie, que seguramente ya recorrió lo
equivalente a un medio maratón sólo con ir y venir del sofá a la ventana, corre
hasta la puerta, saltando por encima del cojín de Snoop, quien, afortunadamente
volvió a recostarse como de costumbre.

Cuando veo la primera mirada que James pone sobre ella, me doy cuenta de
que el resto de la historia se escribirá sin mí. Evidentemente no sólo vino para
cargar cajas y no me gustaría que mi presencia aquí arruinara sus planes. Me
desaparezco deseándoles buena suerte y puedo ver en sus expresiones, un poco
sorprendidas, (« ¿Buena suerte por qué? ») que la mudanza era lo último en lo
que estaban pensando. Ahora están muy lejos de aquí, en ese lugar tierno y
secreto a donde van los enamorados del mundo cuando se miran en los ojos del
otro.

Aprovecho el buen clima para ir a la oficina a pie. Al mediodía en punto,


Roman viene a buscarme al Undertake. En cuanto atravesamos la entrada
suntuosa y elegante del Jean-Gorges, su teléfono empieza a sonar. Esto me
sorprende pues Roman siempre tiene cuidado de apagarlo cuando comemos
juntos. Es algo que aprecio mucho porque es raro hoy en día, es algo que no
suelen hacer normalmente los Homo sapiens del siglo XXI y mucho menos los
hombres de negocios.

– Discúlpame, me dice antes de contestar. Es Nils. Estaba esperando su


llamada.

Yo asiento con la cabeza y pongo atención, curiosa por saber qué justifica esta
llamada, pero estoy decepcionada: Roman sólo da respuestas monosilábicas.
Aprovecho para admirar la decoración sublime que está a mi alrededor. El lugar
está maravillosamente iluminado y tiene un techo muy alto. Los ventanales de
vitrales tienen vista a un parque. Los manteles dorados de un blanco puro
combinan con la laca brillante de las paredes y con los tonos blanco y oro de los
muebles… Luego Roman cuelga el teléfono, ordena una botella de champán y
toma asiento como si estuviera satisfecho. Todo sin decir nada.

– ¿Un poco de burbujas en la comida aunque tenga que regresar al trabajo en


la tarde? No creo que eso sea muy adecuado, protesto (no muy convincente
porque amo el champán…). ¿Qué justifica esta extravagancia, señor Parker?
– Una excelente noticia, señora Parker… dice sonriendo. El fin de nuestros
problemas.
En este momento siento una gran emoción –no tanto por la excelente noticia
que va a decirme sino por su sonrisa enorme y, sobre todo, por el « señora Parker
» que es como una respuesta a mis dudas de los últimos días-. Visiblemente la
boda sigue en la cabeza de Roman y me siento tan contenta que sonrío como una
tonta sin contestar y con la carta del restaurante en las manos.

– ¿Quieres saber la famosa noticia o estás muy impresionada por el menú del
día? me molesta Roman, mientras me da una patadita en la pierna.
– No, no… quiero decir: sí, claro. Te escucho, balbuceo mientras siento que la
sangre colorea mis mejillas.
– Bueno, dice con un tono de camarero. No me gustaría perturbar la reflexión
profunda de la señorita con respecto a su decisión vital entre la crema de
champiñones con lavanda, la pizza de trufas negras y queso fontina o las
brochetas de atún de aleta amarilla con salsa de soya verde...

Lo interrumpo con una carcajada y él sigue hablando, poniéndose más serio:

– No-Name aceptó el trato del procurador: su vida o la de Baldwin. Nils no ha


salido de la prisión de San Quentin estos dos días y su insistencia terminó dando
resultados. No-Name al fin le habló anoche. Le dijo dónde y cómo encontrar a
Baldwin a cambio de cambiar su pena de muerte por la cadena perpetua.

La noticia me quita de pronto las ganas de seguir riendo. Regreso brutalmente


a la fría realidad de estas últimas semanas. Roman me acaricia la mano
tiernamente.

– Según No-Name, Baldwin está escondido en las profundidades de Chile, en


el extremo sur. Nils ya alertó a Devon y se fue en el jet que dejé a su disposición
en California, con Tony. Aterrizaron en Punta Arenas hace dos horas. Nils acaba
de hablar con el primer hombre que le dijo No-Name. La pista que dio es seria,
Amy.
– ¿Quieres decir… que en verdad hay posibilidades de encontrar a Baldwin?
pregunto sin arriesgarme mucho a pensarlo, agobiada por los frecuentes fracasos
del FBI que hasta ahora se ha dado de topes con cada embrión de pistas que no
han llevado a nada.
– Sí. Baldwin está en Punta Arenas. Nils ahora está seguro y sé que hará todo
lo que esté en sus manos para atraparlo. No importa el tiempo que le tome. No lo
dejará escapar.
– Lo sé… Nils es peor que un pitbull, digo sonriendo a pesar del nudo que, de
pronto, se hizo en mi garganta con la sola evocación de Baldwin y de su asesino.
No hay nadie más necio ni apasionado.
– Estoy seguro de que Nils tomaría esto como un cumplido, dice Roman
regresándome la sonrisa.
– ¡Pues en este momento sí es un cumplido! Y tenías razón: es una excelente
noticia que merecía que yo abandonara el análisis exhaustivo de las
especialidades culinarias de la casa. Sólo espero que Nils tenga cuidado…
– Mmm… cuidado, no sé, pero será eficaz. No te preocupes por él. Después
de su estrategia con el procurador, Devon no va a dejarlo tan libre. No podrá dar
un paso sin tenerla detrás de él y no dejará que nadie toque ni uno solo de sus
cabellos… sólo por el placer de estrangularlo con sus propias manos.

Me tranquilizo con este comentario más bien cómico y la conversación pasa a


temas más ligeros que van más con los platillos deliciosos y finos que llegan a
nuestra mesa. Una vez más me doy cuenta de lo afortunada que soy de tener a un
hombre como Roman a mi lado, que me ama y me apoya. Es un hombre apuesto
como un dios al que no le veo ningún defecto.
57. Un nuevo compañero de apartamento
muy sexy

El resto de la semana y la semana siguiente pasan sin eventos importantes.


Mis dos aspirantes a compañeros de apartamento cancelaron su visita dominical
de último momento. El mes de abril llega a su fin entre olas de frío y días
soleados. Nils, acompañado por Tony, está en busca de Baldwin, que se le
escapó entre las patas en Punta Arenas. Alguien, quién sabe cómo, le avisó que
lo buscaban. Nils sospecha una huida en el seno del equipo del FBI y, frente al
silencio de Devon –que parece ser una confesión- Roman no pierde la esperanza.
Joshua otra vez está a cargo de seguirme como mi sombra aunque Nils asegure
que es una precaución inútil y siga pensando que estoy completamente segura.
En cuanto a Devon, ordenó hacer una investigación interna en el seno de su
equipo que retiró del caso para remplazarlo por agentes que sacó de diferentes
servicios especiales para formar un nuevo grupo más variado.

– Son unos verdaderos Goonies, dijo Nils para burlarse en una conversación
por Skype.
– ¿Qué significa eso? preguntó Roman sin muchas ganas de bromear.
¿Contrató payasos?
– Un chino muy malo en artes marciales pero mucho más ingenioso que Mc
Gyver; un gordo de setenta kilos, de baja estatura, que come casi igual que yo
pero que es bueno en informática ; una bestia indestructible y sin neuronas pero
que podría destruir toda una ciudad él sólo (y salir ileso) ; y, para terminar, un
tipo extraño con cabeza de tortuga pero que habla quince idiomas a la perfección
y tiene conocimientos enciclopédicos sobre lo que sea, desde la teoría de la
relatividad hasta la receta de huevos con flores, pasando por el desarrollo de las
armas nucleares.

Como Roman se quedó mortalmente callado, más serio que un cielo con
tormenta, yo dije, para relajar el ambiente:

– Te faltan tres.
– ¿Tres qué? preguntó Nils.
– Tres caricaturas. Los Goonies eran siete. Y había algunas chicas.
– Tienes razón, Amy. Le diré a Frances que nos envíe también un asmático,
un top model o algo parecido y un…
– ¿Ya terminaron sus bromas de niños? interrumpió Roman. ¿Podemos
regresar a cosas serias?
–Qué aguafiestas, respondió Nils con su frialdad habitual. Te recuerdo que
Amy está señalando un punto crucial que no tiene nada de infantil y que es
primordial.
– ¿Ah, sí, qué? dijo Roman suspirando, molesto.
– La igualdad en los equipos. En verdad tenemos que convencer a Frances
para que agregue a una chica guapa al grupo para que el FBI no pase como un
grupo sexista de costumbres medievales y…

En ese momento se me salió una risa y Roman estuvo a nada de desconectarse


para cortar la llamada con Nils. Finalmente sólo cerró los ojos, respiró profundo
y preguntó, muy tranquilo:

– ¿Y al menos son confiables?


– Completamente, según yo, respondió Nils otra vez serio. Y extremadamente
buenos en sus especialidades. Devon reunió a un equipo formidable, Roman. Un
grupo fuera de lo normal y fuera de las normas pero en verdad excelente. Yo no
imagino nada mejor. Los días de libertad de Baldwin están contados.

Esto fue suficiente para tranquilizar a Roman que nunca pondría en duda el
juicio de Nils en este tipo de cosas. Terminamos la conversación y cada quién
regresó a sus actividades del día. Nils regresó a la búsqueda del sicópata; Roman
a la de los contratos; y yo a la de información de la economía.

Roman ya me había dicho que tendría mucho trabajo y que casi no estaría
disponible hasta principios de mayo. Y, en efecto, siempre está entre vuelos y
citas de trabajo. Sólo puedo verlo por momentos. Pero, al contrario de lo que
suele hacer -y seguramente lo hace para compensar su ausencia-, me envía varias
veces al día recados tiernos, inesperados, algunos lindos y otros chistosos,
mensajes de texto o mails que me hacen sonreír como una colegiala. No hay
nada cursi o banal en sus mensajes. Muchos de ellos me hacen reír y otros
sonrojar o aceleran los latidos de mi corazón. Esto está creando en mí una
incontrolable adicción a mi iPhone, que reviso compulsivamente cada quince
minutos. Pienso en las pobres mujeres de siglos pasados que, sin internet, sin
teléfono y sin telégrafo, tenían que confiar en las piernas nerviosas de los
caballos postales y en los muslos musculosos de los carteros y esperar durante
semanas, a veces meses, para recibir noticias de sus amados que se iban del otro
lado del mar. Incluso en nuestros días, cuando extraordinariamente recordamos
cómo se escribe una carta postal y cómo se pega un timbre, nuestra inspiración
suele llegar sólo después de las vacaciones. Pero con la magia de la tecnología
Roman está cerca de mí, aunque se encuentre a seis, ocho o diez kilómetros de
Nueva York. Casi estoy a punto de prenderle una veladora a un santo para
agradecerle por sus bondades.

La ausencia de Charlie se siente cruelmente en el apartamento. No la he


vuelto a ver desde que se mudó a su estudio sobre el refugio donde trabaja con
su veterinario de amor. Una vez más mi iPhone podría servirme de puente, de
lazo, de cuerda elástica para llevarme hasta mis seres queridos pero aun así la
extraño. Extraño a Roman y a mi familia. Sibylle se ha vuelto una corriente de
aire desde que vive el amor perfecto con Julia. Cuando no trabajan se la pasan
paseando por los montes y los valles. Sólo Simon es fiel a su puesto. Hay que
aceptar que como compañero de oficina y vecino de piso no podría alejarse
mucho de mí, a menos que se fuera a hibernar a Sri Lanka con su novia. Pero el
FBI pidió a Bahia que estuviera disponible y, si era posible, que se quedara en
territorio estadounidense. Así que los dos tórtolos siguen en Queens.

El apartamento parece inmenso desde que Charlie se fue. Es demasiado


silencioso, el techo muy alto, las paredes muy frías. Siento que vivo en una
catedral y escucho un eco cada vez que hago algún ruido. Ya no está Snoopy
para llenarme de baba las rodillas mientras veo una película en la noche; ya no
hay harapos tirados por todos lados de la habitación, ni música sicodélica cuando
regreso del trabajo. Ya no está Mark, Tom, Adam, Jon o Sylvio a la mesa en el
desayuno al día siguiente de la borrachera. No hay Post-it para decirme que una
parte del guisado de ayer (experimental y no forzosamente comestible, pero
hecho con amor) me espera en el refrigerador. No está Charlie. Casi odio a
James por habérmela robado… Pero le interesa estar con ella…

Como tengo demasiado tiempo libre en este interminable fin de mes, trabajo
el doble en Undertake; me quedo horas extra y empiezo a clasificar mis
documentos sobre Teresa, Vance y Baldwin para bosquejar el borrador de un
plan para mi próximo libro. Veo a Jack casi todos los días para recolectar más
testimonios sobre Teresa y obtener la mayor información que él pueda darme.
Aunque en lo general es muy egocéntrico, ahora se ha mostrado más bien
amable. Sólo cuando no habla de embellecer la galería. Cuando viene al
apartamento, siempre estoy consciente de que que tiene una debilidad hacia el
alcohol y evito servirle algo más fuerte que el té de menta o el café gourmet.
Siempre termina aceptando de buena gana mis reglas, no sin antes intentar
obtener dos o tres gotas de alcohol en su taza:

– ¿No tendrá alguna cosa para suavizar un poco lo amargo del té?, pregunta
automáticamente con el primer trago.
– Sí, claro, respondo sin pensar. Iré a buscar un poco de miel.
– ¿No tiene algo más… fuerte?
– ¿Prefiere azúcar moscabada, jarabe de caña o cubos de azúcar?
– La miel está bien, suspira siempre.
– Tengo una de Madagascar que está deliciosa.

Agrego una variedad de galletas en la mesa de centro y luego empezamos a


trabajar muy rápido. Con la emoción de su relato, Jack olvida hacer muecas con
cada trago de té amargo que se pasa mientras come alguna galleta de dátiles. La
receta es de Jamila, del palacio del cheikh Hamani. Son deliciosas y cada noche
disfruto mucho poner a hornear una nueva provisión para nuestros encuentros. A
este ritmo creo que muy pronto terminaremos siendo obesos…

***

Los días pasan, mi documentación sobre los Parker se hace más grande y
evito un poco las galletas para detener que la ropa ya no me quede. Jack sigue
comiéndoselas sin medida, con esa despreocupación envidiable de los hombres
que pueden comer lo que sea sin subir ni un gramo.

Por fin llega el primero de mayo, un día para celebrar pues al fin Roman hace
una pausa y regresa a Manhattan y, por otro lado, debo recibir a cuatro tipos
raros que quieren el lugar del compañero de apartamento.

La primera candidata omitió precisar en nuestras conversaciones por mail que


estaba embarazada y casi a punto de tener al bebé. Revisa todo con un ojo
crítico, analizando despectivamente cada detalle que no se amolda a sus
expectativas: la campana de la cocina que no funciona, las tomas de electricidad
no tienen aseguradores para niños, la puerta de la entrada sin cerradura de tres
llaves, la recámara es demasiado pequeña para que ella instale ahí a cuna del
bebé (tendría que darle la mía que es más grande), las esquinas de mi mesa de
centro son demasiado puntiagudas y, por lo tanto, peligrosas para un niño que da
sus primeros pasos, etc. Afortunadamente, cuando termina su recorrido, dice que
no gastará ni un dólar en este cabaret y se va sin despedirse.

Un poco desconcertada, pero infinitamente tranquila, dejo pasar al segundo


candidato. Es un hombre pequeño de unos cincuenta años, con barba y bigote
rojo brillante que habla con un acento estadounidense pero con toques
extranjeros. Mister Voljeniatsynn (ese es su nombre) es un hombre encantador
pero, desde hace quince minutos, se empeña en hacer comentarios corteses y
elegantes para disculparse. No se había dado cuenta del tipo de apartamento que
estaba en renta. Pensaba visitar un apartamento clásico en el que podría llevar a
su mujer y a su esposa. Cuando se dio cuenta de que yo estada incluida en la
renta, se puso a dar escusas, completamente rojo y avergonzado, y me pidió que
lo perdonara por la pérdida de tiempo. Le ofrecí un té para tranquilizarlo un poco
y terminamos comiendo toda una caja de galletas (esta era de higo).

El tercero es un roots de cabello rubio, cara de ángel y mandíbula de atleta


que llega con todo y maletas. Al ponerlas en la entrada del apartamento, y
bloqueando la puerta, declara que siente buena vibra aquí. Entonces va de
inmediato al sofá para hacerse un cigarro de marihuana mientras me pregunta
cómo vamos a organizarnos para el aseo de la casa, la ropa sucia y las compras.
Creo que tiene una alergia por los detergentes pero no por los autos. No ha
terminado su frase y ya me estoy preguntando cómo lo sacaré de aquí.

– Yo no sé cocinar pero sé orientarme en un supermercado, afirma una voz


familiar desde la entrada. Además soy capaz de lavar mis platos sucios solo,
como un adulto, y en caso de fuerza mayor los de mi compañera de apartamento.
Estoy muy sano, no soy alérgico a nada y con que me expliquen cómo se usa,
puedo lavar mi ropa en la lavadora.

Rodeo el sofá y volteo hacia la puerta para descubrir a Roman, apoyado en el


marco de la puerta, con una sonrisa traviesa y los brazos cruzados. Se ve
elegante pero casual con su traje negro y su camisa blanca. Creo que se ve
irresistible. Tengo que contenerme para con correr a sus brazos.
– ¿Supongo que usted está postulando para el lugar tan peleado de compañero
de apartamento número 42 del 3 bis, Corner Street, señor?
– Tenía cita a las cuatro y cuarto, sí, confirma Roman sin quitar su sonrisa
encantadora. Llegué un poco antes.

Siento que me va a dar un infarto cuando me doy cuenta de que habla en serio
y que es mi cuarto candidato. Parece que esto es una propuesta muy formal para
vivir juntos…

– Sólo que… comienzo a decir, eligiendo mis palabras. Sólo que ésta será una
renta de larga estancia, ¿entiende? Mis compañeros anteriores me dejaron en un
tiempo record sin avisar antes y empiezo a cansarme de estar haciendo
entrevistas incómodas cada tres meses.
– Sí, ya había entendido eso, dice Roman avanzando hacia mí. No me da
miedo comprometerme por mucho tiempo.

Busco algo divertido qué responderle pero, antes de que mis neuronas logren
relajarse y antes de que mi mente proponga alguna frase, Roman pone su mano
en mi nuca y me acerca a él para que lo bese. Su lengua en mis labios, su otra
mano que calienta mi cadera y me presiona hacia él, su sabor, su olor, toda esta
combinación me hace marearme y necesito tomarme de él para no derretirme de
felicidad. Se separa de mi boca algunos segundos sólo para decirle al roots que
se levantó del sofá:

– Lo siento pero ya no hay lugar.

Y como el otro está a punto de protestar, Roman precisa con un tono firme:

– No hay negociaciones y no olvide cerrar la puerta al salir.


58. Los anillos de Juan

El dos de mayo es un sábado lluvioso, con mucho viento y frío. El clima no


anuncia nada bueno para este mes que comienza. Peor aún: nos promete una
primavera digna de Highlands. Adiós al sol y a las manchas rojas en la piel. Hola
lluvia, cabello esponjado y tez pálida. Sin embargo, mi estado de ánimo está
radiante. Primero porque Roman está en Manhattan conmigo y por mucho
tiempo. Eso ya es suficiente para estar de buen humor. Segundo, un texto
lacónico de Nils me puso extremadamente contenta en cuanto me levanté de la
cama: [¡Lo tenemos!] No puso nada más. Ni una explicación. Y no contestó a
ninguna de mis respuestas tecleadas frenéticamente en mi teléfono. Cuando
intento llamarle, me contesta directamente el buzón de voz. Roman tampoco
sabe mucho. Recibió el mismo mensaje de texto pero no logró contactar a Nils
en todo el día. Tampoco a Tony ni a Devon. Me siento muy frustrada por eso.

La noche cae y seguimos sin tener respuesta. Por mi mente pasan millones de
posibilidades catastróficas (es la maldición del escritor. ¡Tenemos demasiada
imaginación!) y Roman debe utilizar todo tipo de persuasiones para
convencerme de que Nils no cayó en la trampa de Baldwin y que no está
agonizando en el fondo de una cava húmeda ni siendo torturado por chilenos de
rostros aterradores. Mientras imagino a Nils atado a una silla con una máquina
para triturar en los pies, recibo un mensaje de texto que me hace saltar.

[Baldwin HS. Estoy en el jet. Llego a NY por las 23 h]


– ¿Qué significa HS? pregunto a Roman leyendo sobre su hombro.
– Podemos invitarlo a cenar aquí y preguntarle.
– ¿No crees que a las once de la noche ya habrá comido?
– Probablemente sí pero, conociéndolo, no creo que le moleste volver a
sentarse a la mesa.

Roman escribe:

[Comeremos en la Red Tower. ¿Te guardamos un poco?]


[Ok, pero entonces que sea mucho]
– ¿Ya estás tranquila sobre su estado de salud? pregunta Roman al verme
sonreír con esta respuesta típica de Nils.
– ¡Completamente!

Apenas son las ocho de la noche, Roman ya ordenó el menú gastronómico de


Jean-Georges para que lo lleven a la Red Tower y cenamos frente al ventanal que
da a la Hudson River. La lluvia se detuvo y el cielo ahora está despejado. Las
nubes le abrieron paso a la Luna redonda y blanca que brilla con mucha fuerza
en el cielo obscuro. Roman se cambió de ropa, sustituyendo su traje por un
simple pantalón de mezclilla y una playera blanca que deja ver sus brazos
fuertes. Antes de enloquecer con las sensaciones que me provoca estar cerca de
él después de tanto tiempo de no verlo, sacudo la cabeza y me concentro en la
comida que parece ser tan rica como sofisticada.

– No sabía que un restaurante de la talla del Jean-Georges proponía platillos


para llevar, digo maravillada frente a la diversidad de guisados en la mesa.
– No lo proponen, responde Roman, divertido. Pero tengo algunos privilegios
de los que a veces abuso demasiado.

Cuando terminamos, Roman me lleva hacia el sofá, en medio de los cojines


multicolores. Con el codo empujó el interruptor de luz y la habitación está
iluminada por la luz tenue del bar detrás de nosotros y por la luna que se invita a
través de la ventana. Sus rayos de luz brillan sobre el cuero blanco del sofá y,
cuando Roman pasa su playera sobre la cabeza, la luna hace brillar la piel de
cobre de mi amado como si fuera irreal. Con la yema de los dedos sigo los rayos
de luna que estrían sus músculos y siento que vibra con mis caricias. Roman me
acerca a él, me besa suave y tiernamente. Sus labios cálidos se apoderan de los
míos antes de perderse en mi cuello, en mi nuca y en mi escote. Luego todo se
hace más rápido. Nuestra ropa vuela. Nuestros cuerpos se buscan y me siento
feliz de constatar que no soy la única a la que este tiempo lejos se le hizo
interminable.

Son más de las once de la noche cuando Nils llega a la Red Tower y tuvimos
tiempo suficiente para volver a poner en orden nuestra ropa. Sin embargo, tengo
la impresión de que me paseo con un letrero que dice: « ¡Acabo de hacer el amor
durante dos horas continuas sobre este sofá con el hombre de mis sueños y
estuvo increíble, mágico e inimaginable! ». Intento convencerme de que sólo
estoy imaginando cosas y que nadie puede darse cuenta de algo. Casi lo logro
hasta que Nils arruina todas mis ilusiones con una simple sonrisa traviesa
después de habernos echado un vistazo. Roman se queda como si nada pasara
pero yo no sé dónde meterme.

Afortunadamente la comida en la mesa llama su atención. De todos modos


parece que no le importa mucho saber que acabamos de volar por los cielos. En
este momento nada es más importante para sus ojos que el pato con miel de
naranjo y las demás delicias que se presentan frente a él.

– ¿Qué tal? le pregunta Roman cuando Nils empieza a comer su segundo


platillo.
– Exquisito, responde Nils entre dos bocados. Aunque tú no sepas cocinar,
siempre se come muy bien contigo.

Me aguanto una sonrisa al recordar algunos intentos culinarios de Roman que


siempre terminaron arruinados porque quedaban demasiado calientes (en todos
los sentidos del término).

– No te estoy preguntando por la res con ron e higos ni por los panecillos de
patata dulce, corrige Roman, pacientemente. Hablo de Baldwin.
– HS, Baldwin, ya les había dicho, responde Nils mientras se vuelve a servir.
Kaput, KO, erradicado, limpiado, desaparecido.
– ¿Está…muerto?! exclamo, infinitamente tranquila, feliz, incrédula y
extrañamente incómoda de alegrarme por la muerte de alguien, aunque se trate
de una escoria sicópata como Baldwin.
– Seee.
– ¿Pero el procurador no lo quería vivo? se sorprende Roman muy
contrariado.
– Sí, pero los Goonies así lo quisieron. No sé si fue por error, por exceso de
entusiasmo o sólo por defensa propia. Eso no importa. El punto es que la
búsqueda del hombre terminó en un asesinato. Devon parece no estar enojada y
no sancionó a nadie pero dudo que al procurador le guste la idea.
– ¿Cómo lograron encontrarlo?
– Gracias a NO-Name que me hizo una lista de los posibles puntos de sus
caídas y sus conexiones. Después de que Baldwin se nos escapó entre las patas
en Punta Arenas, pude encontrarlo esta noche, cien kilómetros más al sur, en una
barraca en la Isla Dawson, un pedazo de tierra del tamaño de Nueva York
perdido en las aguas del Pacífico y poblado por cuatrocientos habitantes, un
lugar nada hospitalario que sirvió de campo de concentración durante la
colonización y luego de cárcel para los presos políticos condenados a trabajos
forzados. Baldwin no pudo haber elegido un mejor lugar para vacacionar. Nadie
habría pensado en ir a buscarlo allá. Lo localicé, los Goonies me alcanzaron,
detuvieron a sus cómplices y perforaron a Baldwin como a una coladera después
de algunas palabras nada amables entre los dos bandos. Baldwin llevó muy lejos
las provocaciones verbales y armadas. Quizá pensó que su estatus y su fortuna lo
mantendrían a salvo de un asesinato precipitado en medio de la profundidad de
Sudamérica. Pero se equivocó.
– ¿Estamos seguros de que era Baldwin y no una trampa? pregunta Roman
con un extraño toque de esperanza en la voz. Después de todo, acababa de
hacerse una cirugía plástica…
– Los Goonies tomaron moldes de su dentadura y las compararon con la de
los expedientes. Sí es él. El médico forense confirmará la autopsia pero yo
apostaría mi postre asegurando que es él.

Durante todo el relato de Nils me quedo sin aliento, tomada de Roman, sin
osar creer que la pesadilla al fin terminó. Baldwin está muerto. Eso significa que
ahora podemos vivir tranquilos. Ahora ya no estoy amenazada y el asesino de
Teresa al fin pagó por lo que hizo. Espero que eso le dé a Roman un poco de paz.
Pero, al contrario de lo que pienso, Roman se ve más nervioso que tranquilo.
Está bombardeando a Nils de preguntas. Le pide detalles y que le asegure cosas.
Nils, pacientemente, le contesta todo mientras sigue comiendo. Para mí la
muerte de Baldwin es una bendición, el fin de un ciclo al que no tengo ganas de
regresar. Pero para Roman es diferente y creo saber por qué: la muerte de
Baldwin lo priva de un proceso en el que habría podido aclarar al fin la verdad
sobre estos años de complot y de versiones falsas de las cosas, del asesinato de
su madre y Vance. Con esta muerte, Roman se siente timado, como si el asesino
de su madre se le escapara.

Desde hace un buen rato ya es más de medianoche y Nils anuncia,


bostezando, que se irá a dormir a la recámara de visitas con el resto del fondant
de chocolate y naranja. Mientras Roman le habla a Jack para darle la noticia,
Nils me dice:

– Roman no piensa quedarse así. Seguramente va intentar algo dentro de las


próximas semanas. Ahora que tú estás a salvo, él va a mover cielo, mar y tierra
para que juzguen el caso y todos los cómplices o socios de Baldwin paguen por
él. Va a poner todo su peso en la balanza y muchas cabezas van a caer, algunas
de ellas de los grandes círculos de la sociedad.
– Pero… Baldwin actuaba solo, ¿no?
– Él tomó la decisión de matar a Vance, pero su asesinato arregló muchas
cosas a todos los bandidos que Vance pensaba denunciar y a todos los aliados de
Baldwin. Hay muchas manzanas podridas en el mundo de las finanzas y en el de
la política que pudieron haber seguido sus negocios sucios y prosperar. Roman
quiere que paguen.
– ¿Cómo sabes todo esto? pregunto sorprendida al constatar que Nils sabe
más que yo acerca de las intenciones de Roman.
– ¿Tú qué crees? No pasamos nuestro tiempo peleándonos sobre un ring o
haciendo competencias de atletismo, me responde Nils sonriendo. Algunas veces
también hablamos de cosas serias. Roman me pidió que investigara a sus
cómplices al mismo tiempo que a Baldwin. Lo hicimos discretamente para no
correr el riesgo de alarmarlos y para no ponerte en peligro por si alguno quisiera
utilizarte a ti para acercarse a Roman. A escondidas envié todos mis expedientes
a su abogado, Maxime, quien logró descubrir todas las pistas hasta saber lo que
cada quien había hecho: corrupción, fraude, encubrimiento, malversaciones,
secuestro aéreo, lavado de dinero, estafas, información privilegiada, chantaje,
etc. Ahora Roman tiene muchos elementos para que el FBI empiece a buscar a
todos esos criminales de los negocios y Devon no podrá negarse a hacerlo.
Tampoco podrá dar el caso por cerrado. No después del error que cometieron en
la Isla Dawson. Si ella impide los planes de Roman, él no estará contento.

Entonces vuelvo a darme cuenta de todo el proceso al que yo contribuí a


poner en pie, involuntariamente, cuando empecé a investigar a Roman, después
de nuestro primer encuentro. Lo que empezó sólo como curiosidad femenina de
una mujer que se estaba enamorando, terminó desatando una enorme reacción en
cadena. Sólo por querer saber más de Roman, porque me gustaba, revelé
secretos y complots, puse en peligro carreras, desperté odios y pasiones,
provoqué arrestos y muertes… Esto empieza a marearme. Nils, como si
estuviera leyendo mi mente, me tranquiliza:

– Gracias a ti, y a tu encuesta, Roman se reconcilió con su padre e hizo las


paces con el fantasma de su madre. Fue algo inesperado, Amy. Ahora Roman
quiere hacerle justicia pero creo que eso no está en sus manos. Lo que sí puede
hacer es combatir al hombre por el cual está muerta. Roman sabía que esos dos
se amaban y, desde que te conoce, se dio cuenta de que se pueden hacer muchas
cosas tontas por amor…

Esta declaración me conmueve completamente. Nils es más púdico cuando se


trata de hablar de sentimientos. Es la primera vez que lo escucho hablar de algo
así. Su lucidez y su sinceridad hacen sus palabras inestimables porque sé que son
sinceras y bien pensadas. Escucharlo hablar de amor es como ver un arcoíris en
medio de una tormenta: completamente irreal pero infinitamente maravilloso.
Esto me tranquiliza acerca de mi decisión de participar en el proyecto
colaborando con Jack. Esta es la única manera, según yo, para decir la verdad y
hacer justicia a Teresa y a Roman.

***

Roman me propuso diplomáticamente ser mi compañero de apartamento en


su casa en vez de en mi minúsculo apartamento de Queens, así que me quedo a
dormir en la Red Tower. La noche está muy agitada. Roman no se puede quedar
quieto. Me hace el amor hasta dejarme completamente agotada, luego se queda
recostado con los ojos abiertos y casi puedo escuchar sus pensamientos
chocando unos con otros violentamente en su cabeza. Yo me contraigo, pongo la
cabeza en su vientre y sus dedos juegan con mi cabello de manera distraída. A
veces despierto del sueño y escucho que Roman va de un lado a otro, que escribe
cosas en su iPad o que habla por teléfono desde la sala. Estoy demasiado
cansada como para poner atención a la conversación y regreso de inmediato a los
brazos de Morfeo.

A la mañana siguiente, cuando abro los ojos, mi maleta está al pie de la cama
y Roman, en ropa interior, con el torso desnudo y el cabello húmedo, metió en
ella casi todo lo que encontró a su paso. El sol ya casi está en la parte más alta
del cielo y Roman parece estar más tranquilo. Seguramente fue a correr al
amanecer al Central Park. Le gusta recorrer kilómetros solo antes de que la
ciudad salga de su letargo, escuchar el rugido de los animales y ver el sol salir.

– Levántate, osita, dice cuando le pregunto, todavía soñolienta, por qué hay
tanto movimiento. Ya nos vamos.
– ¿Eh? ¿Qué? ¿A dónde? ¿Cómo? ¿Por qué?
– ¡Es sorpresa! Ponte un vestido. Tomaremos el desayuno en el jet.

Mal despertada, obedezco como un autómata, sin siquiera pensar en protestar.


Hasta que llego a la terraza me doy cuenta de que me puse el vestido del mismo
modo en el que me pongo la pijama y que olvidé por completo ponerme ropa
interior… Este detalle no se le escapa a Roman cuando me ayuda a subir al
helicóptero. Sus manos se quedan mucho tiempo en mis muslos y suben más de
lo necesario. Sus manos están calientes y suaves y me provocan una sensación
deliciosa que dura todo el trayecto del vuelo hasta que llegamos al jet. Ahí
dentro nos espera un desayuno digno de la realeza pero ahora prefiero llevara a
Roman a la recámara para que por fin cumpla ese deseo que sus caricias me
dejan saber. Sus toqueteos despiertan la pasión en mí rápidamente y hacen arder
mi vientre, mis senos y mis muslos…

Al final del día, Tony aterriza el jet en una gran pista de asfalto justo en el
corazón de una ciudad grande frente a una cadena de montañas inmensa bañada
por el sol. Roman esquivó hábilmente todas mis preguntas para saber a dónde
nos dirigíamos, así que intento ubicarme viendo la arquitectura y el nombre del
aeropuerto: Alejandro Velasco Astete. Mis pocos conocimientos en geografía no
me permiten situar ese nombre en el mapa del mundo. La fonética me dice que
debe ser en Sudamérica, pero nada más. Luego bajamos del jet para volver a
subir a un helicóptero y, hasta que llegamos a Aguas Calientes, sé dónde
estamos. Estamos en Perú y, para ser más precisos, al pie del Machu Picchu, en
el pueblo de Juan Flores, el famoso creador de joyas que me vuelve loco.
Inconscientemente, acaricio el brazalete junco de oro rojo que Roman me regaló
en San-Valentín. Es un brazalete en el que se puede ver la silueta ligera de un
felino pequeño moviéndose. Es una obra única y espléndida que Roman mandó
hacer en la ciudad de Flores, y que yo cuido con mucho cariño.

Maravillada por la belleza del paisaje que me rodea, me tardo un tiempo en


darme cuenta de que Roman me trajo hasta una construcción rústica y acogedora
en la entrada del pueblo. Detrás del hombre pequeño que acaba de estrecharnos
la mano con una sonrisa, puedo ver que, sobre varias mesas y estantes de madera
maciza, la colección más hermosa de joyas peruanas que se pueda imaginar.

– Usted es…Juan Flores, digo intimidada. El famoso Juan Flores…

El señor asiente modestamente. Luego, Roman tiene que empujarme hasta las
joyas para sacarme de mi parálisis. No todos los días se tiene la oportunidad de
encontrarse frente a frente con su ídolo… Doy un recorrido por todo el taller y la
boutique varias veces, lentamente, maravillada por la perfección y delicadeza de
sus obras que brillan frente a mis ojos. Tengo mil preguntas, comentarios y
cumplidos para Juan Flores. Roman hace su papel de traductor con gusto,
mientras él también admira las joyas. Veo que se detiene frente a un estante con
anillos. Todos son hermosos y yo también me quedo viéndolos detalladamente.

– ¿Cuál crees que es el más hermoso? me pregunta, soñador.


– Estos de aquí, digo dudando, señalando un anillo de oro naranja y otro de
oro blanco más grande, ambos gravados con motivos finos y complejos que me
hacen pensar en destinos que se entrelazan.
– Son anillos de amor, interviene Juan con un inglés inseguro y con mucho
acento.
– ¿De compromiso? pregunto.
– Sí, confirma Juan, sonriendo.
– Entonces éste está perfecto, declara Roman poniéndome en el dedo el anillo
naranja. ¿Tú qué opinas, bonita?

Creo que si la perfección existe en este mundo, efectivamente: el anillo es


perfecto y tú también, Roman Parker. Sobre todo tú. Tú y sólo tú.

Te amo

Afortunadamente me abrazas fuertemente porque si no mis piernas ya me


habrían dejado caer.

– Sí, digo simplemente, incapaz de pronunciar otra cosa, con los ojos fijos en
nuestros dedos entrelazados. Sí, repito deslizando por el dedo anular de Roman
el anillo de oro blanco de compromiso.

Dos horas después, estoy recostada boca arriba, completamente vestida, sobre
el colchón de lino y con la mano izquierda extendida hacia el techo. Admiro mi
anillo que brilla suavemente con la luz tenue de las velas. Me niego por
completo a guardarlo y ponérmelo hasta la ceremonia. No me importa la
costumbre ni la tradición. Ya lo tengo y me lo dejo puesto. Me pierdo
contemplándolo…
La cabeza me da vueltas desde hace algunos instantes sin que yo sepa
realmente si se debe a la emoción o a la altitud de las montañas. Estamos en una
inmensa yurta hermosamente decorada y puesta sobre un promontorio rocoso en
medio de las ruinas venerables de la antigua ciudad inca de Machu Picchu.
Siento como si estuviera flotando sobre un mar de nubes ligeramente agitado.
Esto me gusta mucho. Los deliciosos aromas de una infusión de mate de coca
me acarician la nariz. Es un remedio milagroso para combatir los efectos de la
altitud, según Roman.

– Doscientos mil cuatrocientos treinta y ocho metros, no es tan alto, digo


aventando mis zapatos para instalarme más cómodamente y acurrucarme en los
cojines que adornan la cama.
– Lo dices porque tú eres un animalito, me molesta Roman dándome una taza
humeante de su famoso remedio mágico.

Se sienta sobre el borde de la cama, con el torso desnudo, sobre una pierna
doblada. Las sombras danzantes dibujan en su piel curvas complejas. Dejo de
contemplar mi anillo para concentrarme en él, en su silueta alargada, en la
excepcional perfección de su cuerpo de músculos grandes. Me enderezo, me
recargo en la cabecera de la cama y doy un sorbo a mi tisana sin dejar de
mirarlo. Puso sus manos en mis tobillos y los acaricia lentamente, de abajo hacia
arriba, hasta la pantorrilla, luego hasta las rodillas. Pronto se desliza bajo mi
vestido para acariciar mis muslos. Poco a poco me da un masaje ligero que se
siente como un velo. La danza de sus dedos tiernos sobre mi piel blanca me
hipnotiza. Llegan hasta el límite de mi vientre bajo, hasta la frontera de mi
cadera donde la piel se vuelve tan sensible y delicada y que, con el mínimo frote,
me provoca un escalofrío de placer y de impaciencia. Otra vez siento vértigo, un
vértigo delicioso que me sonroja las mejillas y hace que mi corazón lata como si
quisiera escaparse de mi pecho. Es obvio que el remedio de Roman no podrá
hacer gran cosa con mis mareos, a menos que sea más eficaz que el mal de
amores… Soy un caso perdido, perdido en cuerpo y alma, a la disposición de
este hombre que toca mi cuerpo exquisitamente como si fuera un instrumento
musical que conociera a la perfección. Dejo mi taza vacía sobre el buró de la
cama. Mi mente sigue dispersa. Deslizo mis manos en la cabellera negra y suave
de Roman. Su cabello escurre entre mis dedos. Mis piernas se abren con la
presión sutil de sus caricias que ahora rozan mi vello púbico que no cubre
ninguna braga.
Siento que languidezco y mi cadera, como si se moviera por voluntad propia,
se va hacia Roman hasta que mis labios húmedos al fin encuentran sus dedos que
provocan instantáneamente una pequeña descarga de placer. Esa descarga
desencadena otras, en grandes cantidades. Mi vientre se contracta, mi espalda
baja ondula suavemente y los dedos de Roman entran profundamente con esta
danza. Primero excitan mi clítoris que se inflama, se pone duro y vibra con un
placer indescriptible. Luego tocan mis labios que se abren para él como pétalos
carnosos de una flor extraterrestre, una flor de piel y de sangre que llama al coito
y nos vuelve animales. Sus dedos se meten en mí, lentamente, apenas algunos
centímetros y luego, poco a poco, más lejos y más profundo. Me penetran hasta
desaparecer completamente en mi interior, hasta que la palma de su mano golpea
mis labios brillosos y hasta que su dedo pulgar aplasta mi clítoris, haciendo un
rápido y delicioso vaivén lento, intenso, veloz, exquisito, que me hace jadear y
gemir de placer. Los demás dedos no se quedan inmóviles y continúan su
penetración profunda y agitada que multiplican el placer hasta hacerlo
inconcebible. Repito el nombre de Roman una y otra vez hasta que ya no pueda
decirlo, hasta que deje de ser la expresión del placer que me invade y se
desborda en mí. Siento como si todo mi ser se solidificara con las caricias de los
dedos de Roman, como si una inmensa ola se petrificara de pronto y el placer
amenazara con explotar en cualquier momento. Entonces, parece como si el
mundo se detuviera. Mi respiración se detiene, mi cuerpo se tensa y se arquea
brutalmente. Ya no existo, sólo soy una explosión se luz. El orgasmo se lleva
todo: el vértigo, mis pensamientos, mi conciencia…

Cuando renazco de nuevo, después de un tiempo que parece horas de un goce


prolongado, las manos de Roman al fin dejan el calor de mis muslos. La elipse
temporal sólo duró algunos segundos, como un sueño infinitamente delicioso
durante un micro segundo. Ahora sólo queda una extraña sensación de jetlag.

Roman se inclina hacia mí y me besa. Es un beso prolongado, tierno y


apasionado que me deja jadeante y mucho más excitada. Luego se endereza,
sube mi vestido hasta mi cintura y, después de un breve instante de reflexión,
casi hasta mi cuello. Luego, obviamente, lo pasa sobre mi cabeza, dejándome
desnuda y temblando sobre las sábanas frescas.

– ¿Tienes frío? pregunta preocupado, al ver mi piel de gallina.


– No lo creo. Sólo me siento… extraña. Desconectada. Ardiente y helada.
Pero bien. Divinamente bien…
A pesar de lo que le digo, se levanta para poner dos leñas en la enorme
chimenea que está en el centro de la yurta. Roman, con los pies descalzos sobre
la suntuosa alfombra que cubre el piso y vestido únicamente con un pantalón de
mezclilla negro que excita mi imaginación, agrega a la decoración, rústica y
lujosa, un toque sofisticado y salvaje. Aunque esté rodeado de cuadros y
esculturas incas, de tótems y joyas de oro, Roman sigue siendo la pieza más
hermosa de esta bella colección. Las flamas enrojecen y calientan, como en
espejo, su vientre desnudo, sus pectorales fuertes y sus brazos musculosos.
Roman pasa una mano por su cabello y el brillo metálico de su anillo se apodera
de mi mirada. Es tan guapo, fuerte… y es mío. Un deseo animal se apodera de
nuevo de mí y se vuelve más fuerte con la magia centenaria que flota en este
lugar sagrado y quizá también por esta gran altitud de las montañas que me
marea.

– Roman, digo con una voz ronca.

Cuando Roman levanta la cabeza siento que veo a un inca rodeado con una
aureola de fuego.

– Roman, repito. Ven aquí. Tengo ganas de ti.

Con dos pasos, Roman llega al pie de la cama. Lo tomo del cinturón para
acercarlo a mí, antes de quitárselo, abrir su pantalón y dejarlo deslizar junto con
su bóxer a lo largo de sus piernas nerviosas y musculosas de corredor de
maratón. Con dos patadas, Roman se deshace de toda la ropa. Ahora está parado
frente a mí, mostrándome toda su belleza y su desnudez. Su erección está dura
como un tótem de madera construido en su vientre. Tomo su sexo en mi mano,
con esta mano que desde hace poco está adornada por el símbolo de nuestro
amor que brilla en mi dedo. Su sexo se inflama con mis caricias. Mi otra mano
se pierde en sus nalgas, sus hermosas nalgas grandes y redondas que presiono
suavemente antes de perderme en su suavidad… Roman se pone tenso con estas
caricias, antes de dejarse llevar por completo cuando mi mano izquierda retoma
simultáneamente su danza sobre su pene erecto y ardiente. Me inclino para besar
el glande que humecto con pequeñas lamidas glotonas, hasta lubricarlo por
completo. Mis dedos lo rodean más fuerte y se deslizan sobre la verga con más
energía y libertad. Sus gemidos van crescendo y su mano toma mis rizos rojizos
para echar mi cabeza hacia atrás.
Las puntas de mis senos, atormentadas, me duelen de deseo. Siento
pulsaciones entre mis muslos pero me concentro en ocuparme de Roman, en
darle un poco de lo que él me dio hace un rato. Roman clava su mirada en la mía
y pasa suavemente su pulgar sobre mis labios entreabiertos, acariciándolos como
lo haría su lengua y se queda en mis dientes… Luego, conforme sube el placer,
este extraño beso se vuelve más exigente, más desordenado. Roman presiona
más fuerte su pulgar sobre mis dientes, hasta que cierro la mandíbula sobre su
dedo y le doy ligeros mordiscos. Primero lo hago suavemente y después más
fuerte, hasta morderlo de verdad mientras mis manos siguen activando su sexo.
Las manos de Roman se apoderan de mi cabello y mi boca, hasta lastimarme un
poco, deliciosamente. Siento que entre mis muslos escurre la expresión de este
extraño placer. En el frenesí que se apodera de nosotros, el dolor sólo existe para
aumentar el placer e hundirnos en un disfrute total.

De pronto, Roman se separa de mí. Me toma de los hombros y me empuja


sobre la cama. Doy un grito de sorpresa que Roman ahoga con su boca. Abro
mucho las piernas para recibirlo. Tomo sus nalgas para acercarlo más rápido a
mí y, con un gran golpe, me penetra. El placer es inmediato, brutal y
embriagante. Yo pido cada vez más. Levanto las piernas para dejarlo entrar más
profundo. Tomo su nuca y me agarro con fuerza de sus hombros. Creo que lo
estoy lastimando un poco. Sí, lo estoy haciendo. Con cada rasguño él me penetra
más fuerte, más salvaje y más profundo. Entonces lo sigo rasguñando, porque se
siente delicioso, porque el brillo salvaje de sus ojos me dice que le gusta, al
menos igual que a mí, y que quiere más.

En nuestro encuentro amoroso no hay vencedor ni vencido. No hay sometido


ni dominador. Sólo hay dos voluntades que se unen, dos almas que se buscan,
dos cuerpos ardientes que se enlazan hasta el cansancio para llegar al nirvana.
Clavo mis ojos en los de Roman que brillan y se obscurecen. Mis manos se
hunden en su cabello húmedo y mis piernas están atadas alrededor de su cintura.
Mi sexo ardiente tiene dentro al suyo y grito su nombre en una explosión de
placer que me lleva muy lejos, mucho más lejos de mi planeta natal. Tan lejos
que ahora nada existe, sólo la nada, la piel de Roman perforándome y los latidos
de su corazón resonando al unísono con los míos, como tambores en un rito
sagrado…
59. Hasta el último abrazo

Durante los dos meses que siguen después de nuestro escape peruano, el
torbellino de lo que está pasando nos sumerge, nos sacude de un problema a
otro, nos atormenta en nuestros trabajos: en la continuación del asunto de Vance,
la redacción del libro que habla de Teresa que se puede traducir en la compañía
incondicional de Roman pues él se interesa tanto como yo en este libro, los
preparativos de nuestra boda y nuestros deliciosos encuentros amorosos que a
veces nos obligan a desobedecer nuestras obligaciones. Así como este miércoles
de junio, cuando Roman llegó al Undertake, pretextando una emergencia y,
literalmente, me secuestró frente a los ojos sorprendidos del equipo del
periódico, para llevarme a Nueva Orleans donde pasamos dos días increíbles
amándonos, paseando en el Bayou et disfrutando la excelente comida de Nora.

– Ya no aguantaba, me confesó Roman. Necesitaba un descanso, te necesitaba


a ti y quería perderme entre tus piernas, olvidar entre tus brazos, saber que eres
mía y que estuvieras sobre mí. Me vuelves loco, Amy. Y lo disfruto
terriblemente…

La fecha de la boda ya está acordada para el cuatro de julio. Roman pensó que
sería divertido unirse el día de la Independencia… Yo esperaba que confiara los
preparativos a profesionales para que cumplieran sus exigencias en vez de
dejarme a mí todo ese trabajo que los hombres suelen considerar aburrido. Pero,
como de costumbre, me sorprendió proponiéndome que decidiéramos todo
nosotros mismos, juntos. Es por eso que pasamos largas noches como cómplices,
recostados sobre los codos en la espesa duela de su habitación, con hojas de
papel desperdigadas a nuestro alrededor, escogiendo cada platillo del menú,
redactando el texto de la invitación, haciendo la lista de invitados y eligiendo la
música. Cuando estamos indecisos o cuando nuestras opiniones son opuestas,
dejamos que el azar elija por nosotros. Roman suele ganar y yo intento hacer que
me pase su buena suerte, aunque a veces tengo que recurrir a hacer trampa…
pero solo en caso de fuerza mayor. Como cuando quiso imponernos (I Can’t Get
No) Satisfaction como marcha nupcial, por ejemplo. A mi padre le habría
encantado la idea pero a mi madre le habría dado un paro cardiaco a media
canción y me lo recordaría hasta el final de mis días. Prefiero irme a la segura y
elegir a Beethoven, que después puede convertirse en rock and roll. Terminamos
eligiendo una buena combinación entre los Rolling Stones y Mozart.

En cuanto a nuestros atuendos, Roman propuso escoger mi vestido para que


yo lo descubriera el gran día y yo acepté sólo si él me dejaba escoger su traje.
Esto es angustiante y emocionante a la vez. Paso horas con el modista,
comparando diferentes tipos de telas. Siempre me acompañan Charlie y Sibylle.
Charlie se imagina bien a Roman con un estilo gentleman-farmer mientras
Sibylle se derrite por los atuendos deportivos.

– ¡Pero no es una fiesta de disfraces!, digo divertida y un poco desesperada


por sus propuestas locas.
– Tampoco es un funeral o una cena mormona, contesta Sibylle. Podrías
elegir algo más colorido…
– Quizá… pero eso es un arcoíris, digo señalando un traje de arlequín que
Sibylle está admirando y que le gustaría que yo comprara.
– Sólo faltan los zapatos de payaso y la nariz roja para animar las comidas de
cumpleaños, dice Charlie para burlarse.

Después de recorrer en vano todas las boutiques de Nueva York mientras la


fecha fatídica se acerca peligrosamente, termino por tener una idea genial:
¡Eduardo! Después de todo, gracias a Roman, mi antiguo compañero de
apartamento es modista en Bogaert, una de las casas de moda más reconocidas
de nuestros días. Eduardo tiene un buen gusto muy refinado y conoce a Roman.
Seguramente podrá sacarme de este aprieto. Después de una larga conversación
por Skype con Eduardo y Lou Bogaert, al fin me siento tranquila: entendieron a
la perfección lo que quiero: un traje serio, elegante, pero no de funeral, con un
toque original sin que sea extravagante. Les digo que confío en ellos para que
diseñen y creen una maravilla.

Y tengo razón. El día acordado, cuando lo veo en la entrada de la iglesia,


Roman se ve fascinante. El traje de color negro mate es muy sorprendente. Le
queda a la perfección y hace lucir su talle atlético y sus piernas largas. La camisa
y el chaleco son de color gris carbón y están decorados por botones y bordados
discretos color blanco que delinean sus hombros grandes y la blancura de su piel.
La tela, una hermosa mezcla de lino y seda salvaje, tiene una ligereza que va de
maravilla con la elegancia felina de Roman.

– Nos inspiraste mucho, me susurra Eduardo mientras admira su obra. Lou


quedó encantada con este estilo: una mezcla entre elegancia y algo salvaje. Va a
lanzar una nueva colección con este tema el próximo verano.

Asiento con la cabeza distraídamente, sin prestar atención a sus comentarios.


Ahora sólo Roman importa. Roman que, al darme su apellido, me entrega su
corazón, su alma y su cuerpo. Roman, a quien quiero darle todo para
agradecerle. Roman, el guapo con ojos negros inigualables. Su perfil de príncipe
inca y su cuerpo de guerrero me embriagan. Roman, ese que está terminando de
abrochar sus botones de la manga, mientras me sonríe… Ahora parece que todo
el Universo se borra. No hay nada más que él, su sonrisa, el calor de su mano
cuando se acerca a mí para ajustar mi vestido, que no necesita ningún ajuste. Mi
vestido es perfecto, de una blancura aterciopelada, como una segunda piel sobre
mi cuerpo impaciente. La tela es sedosa y ondulante y provoca, con cada uno de
mis pasos, un susurro apenas perceptible.

– ¿No le falta un poco de tela a este vestido? pregunta mi madre preocupada,


dándome la vuelta.
– ¿Bromeas? Es hermosa, dice mi hermano Adrien, muy emocionado.
– ¿Te da miedo que Amy se vaya a resfriar? se burla la abuela, poniendo en
mi cabello una hermosa flor blanca. Estoy segura de que Roman mandó a hacer
una chaqueta y un gorro para la nieve, en caso de que la temperatura baje
brutalmente hasta los menos veinte grados. ¿Verdad?
– Exacto, confirma Roman seriamente. Y también un par de mallas de lana…
– Aunque la verdad este vestido es muy diferente al que tú tenías el día de
nuestra boda. El tuyo estaba cerrado del cuello a los tobillos, dice mi padre,
soñando.
– ¿No te gustaba mi vestido? se molesta mi madre.
– Claro que sí, querida. Te veías hermosa, como siempre. Pero esa doble
hilera de botones pequeños estuvo a punto de volverme loco en la luna de miel.
Pensé que nunca terminaría de desabotonarlo…
– Y sin embargo… dice Sibylle divertida. En vista de que Adrien nació justo
nueve meses después, podemos imaginarnos que no te costó tanto trabajo.
– Sin presumir, debo confesar que… empieza a decir mi padre, pavoneándose
cómicamente mientras mi madre le lanza una mirada molesta y le da un golpe
con el codo en las costillas.
– ¡Alto! protesto riendo. No queremos sabe más.

Me voy de las manos de mi familia para refugiarme en los brazos de Roman


que me envuelve y me lleva a otra dimensión. Me da un beso en la nuca y todos
los ruidos que me rodean desaparecen. Luego besa mi cuello y el piano de
Beethoven suena con sus notas solemnes. Después besa mis labios y escucho
resonar las palabras sagradas « Los declaro marido y mujer ». Abro los ojos y
estamos frente al ábside de la iglesia, con los dedos entrelazados. Nuestros
anillos se tocan uno con otro mientras se murmuran mil secretos, mil promesas.
Todos nuestros amigos y nuestra familia están aquí, frente a nosotros. Y, sin
embargo, me siento sola en el mundo, sola con Roman. Estas últimas horas
pasaron como en un sueño. Recuerdo todo pero en desorden. Los besos de
Roman son como anclas mágicas que me regresan a este día fantástico.

– ¿Estás llorando? se preocupa tiernamente mi padre cuando salimos de la


iglesia, junto con mi madre y mi hermana Marianne.
– ¡Para nada! exclaman ellas en coro, mientras sacan sus pañuelos.

Sus ojos brillosos hacen que las fotos se vean más hermosas que nunca…

Durante la noche, pongo los pies en la tierra. Las cosas y las personas
regresan a su lugar y esto también es agradable. Todos nuestros seres queridos
están aquí presentes, agrupados a nuestro alrededor o paseando en las veinte
hectáreas de los suntuosos y lujosos jardines botánicos de hermosos paisajes que
están en la villa Vizcaína, una majestuosa e impresionante construcción del siglo
XVI al estilo de las construcciones del norte de Italia que Roman rentó toda una
semana. La impresionante Biscayne Bay, en el barrio de Coconut Grove, se ve
beneficiada por el clima tropical de Miami y tiene el clima fresco de la bahía.
Los materiales escogidos por el arquitecto son maravillosos. Desde el mármol de
Europa hasta las piedras calizas de Florida, pasando por los tejados de Cuba
hechos a mano. Es una decoración de cuento de hadas que podría ser escogido
por el productor de cine Trey Foreman, para mi trabajo en colaboración con
Patrick Dawn.

Nils molesta a Leila que está bajo los ojos vigilantes del cheikh Hamani,
Cameron camina felizmente de Jack a Roman. Simon le presenta a Edith Bahia y
me susurra, sonriendo:
– Qué bueno que me dijiste que no tenías ninguna intención de casarte con
Roman Parker…
– ¿Yo dije eso? pregunto sorprendida.
– Claro.
– ¿Estaba borracha?
– Sólo habías tomado agua del grifo, creo.
– ¿¡Cómo es posible que yo haya dicho una estupidez tan grande?!
– Lo dijiste en nuestro reportaje de una semana en la vida de Roman. Yo te
estaba hablando de Kevin, mi compañero, que se casó con nuestro objeto de
investigación: una rubia corpulenta, hija de un empresario que transformó el
pequeño negocio familiar en un imperio gigantesco. Hice la broma de si tú harías
lo mismo con Roman.
– ¿Y qué te contesté?
– ¡Oh! ¡No, para nada, yo nunca hará eso! dice haciendo mímica de gato
miedoso.

Me río alegremente con él antes de ir con Sibylle que está con mi madre,
presentándole a Julia, su novia. Mi madre la saluda haciendo muecas raras. Eso
hace reír mucho a la abuela. Mi abuelo está encantado jugando con la nieta de
Lou y Alexander. Eduardo coquetea con Tony que, a su vez, intenta conquistar a
Leila en cuanto Nils y el cheikh se distraen. Volodia, el amigo pintor de Roman,
acompaña a la hermosa Sydney, la madre de Cameron, y recuerdo que esos dos
habían simpatizado en el cumpleaños del niño… Charlie vino con James y
parecen estar completamente enamorados. Malik da un grito poco viril cuando se
encuentra con Willy, el marsupial que James deja pasear por el suntuoso parque
de la villa Vizcaína.

– Se iba a deprimir si lo dejaba en un refugio, explica al pequeño grupo de


personas curiosas que está alrededor del extraño animal peludo.
– ¿Qué come? pregunta Nils sencillamente y parece que a Willy le cae muy
bien.
– Hierbas, raíces, tubérculos, madera, champiñones… responde James
levantando los hombros. No es nada difícil pero necesita cariño.
– Ya veo, dice Nils mientras el animal sigue su camino torpemente en cuanto
Nils da un paso.

Luego la atención va hacia Jack que se subió a la mesa para pedir silencio.
Siento que Roman se molesta a mi lado y, a pesar de mi reciente amistad con su
padre, no puedo evitar sentirme tensa. Jack nos tiene tan acostumbrados a sus
escenas desagradables… Roman aprieta mi mano y casi la tritura. Siento que
está a punto de saltar. Yo también lo tomo con todas mis fuerzas.

– Queridos amigos, empieza a decir Jack. Y los demás también. Quienes me


conocen saben que no suelo hablar en público si no es para asegurar la
publicidad de mi última película o cuando tomo demasiado. Desafortunadamente
es por ello que las personas suelen hacerme bajar de la mesa en cuanto saben que
quiero hablar. En este preciso instante, sé que Roman no ha saltado aquí para
bajarme de la mesa porque Amy, su hermosa esposa, se lo impide y lo toma
fuertemente. Sí, ella es perfecta porque le ha dado a mi hijo todo lo que yo no le
di: el amor, una razón para vivir y para estar orgulloso y la tranquilidad. Y, como
si eso no fuera suficiente, ella le permitió reconciliarse con su viejo padre
egocéntrico y descubrir quién fue realmente su madre, Teresa, una mujer
maravillosa casada con un cretino pretencioso que no tuvo otra opción más que
dejarse amar por otro hombre (habría pensado que era un hombre estupendo si
no me hubiera robado a mi esposa). Ese fue un tipo del que pronto escucharán
hablar, en la próxima novela de Amy Parker, La Caída del caballero blanco, que
se publicará por inicios de septiembre. No se la pierdan por nada. Es una
maravilla. Y no lo digo solamente porque yo participé en la redacción como
primera fuente de información, sino porque, más allá de la denuncia de una élite
corrupta que se cree intocable, la novela también habla de amor, del amor de una
madre por su hijo y de una mujer por un hombre justo y honesto. En fin,
guardemos los pañuelos. Nunca he tenido talento para los buenos deseos
sentimentales pero lo que hay que tener en cuenta de todo este discurso es: Amy,
Roman, les deseo que sean completamente felices porque se lo merecen. Y si
quieren venir conmigo a mi estrado de fortuna para tomar una foto familiar, yo
seré el hombre más feliz del mundo.

Como la audiencia, que en un inicio estaba desconcertada, termina


aplaudiendo, Jack hace una pequeña reverencia y extiende las manos hacia
nosotros. La izquierda hacia Roman y yo. La derecha hacia Cameron que da un
grito de felicidad y salta como una cabra sobre la mesa. Luego todos subimos a
la mesa mientras reímos y Jack aprovecha este momento y la alegría general
para decir algunas palabras rápidas sobre su última película (« ¡una obra
maestra! ») y hacerse publicidad.

– A su edad ya no se puede cambiar, suspira Roman, filosofando, antes de


besarme apasionadamente entre las aclamaciones y bajo las nubes azules del
cielo.

Entonces vuelvo a perderme en las delicias de este mundo onírico y


maravilloso del que sólo Roman tiene las llaves y donde sólo su piel, su boca y
sus manos pueden abrirme completamente este lugar irreal que sólo nos
pertenece a nosotros y que nunca me cansaré de explorar. Hasta nuestros últimos
días…

Me gustaría navegar eternamente en esta agua tranquila de un mar hermoso,


pero se sienten fuertes movimientos que hacen balancear la mesa mientras las
risas se hacen más fuertes a nuestro alrededor. Cuando abro los ojos, veo que
Nils también subió con nosotros al estrado improvisado y protesta, molesto,
haciendo oscilar todo con el sobrepeso. Willy, el marsupial, parado sobre sus
patas traseras, intenta subir a la mesa desesperadamente dando pequeños gritos.

– Al fin alguien que te ama de verdad y que te seguiría hasta el fin del mundo,
bromea Roman mientras James le da un golpecito al gran Willy que termina
logrando ir con su ídolo.

La mesa vacila cada vez más con las ovaciones del público que se divierte.
Jack baja prudentemente del barco, llevándose a Cameron que está muy feliz,
para regresar a tierra firme. Mientras que Roman y yo intentamos estabilizar el
edificio, haciendo contrapeso, Nils, con su marsupial a los pies, toma la palabra:

– Como sé que el carácter de la tribuna es inestable, intentaré ser breve. Mis


amigos, Roman y Amy, aprovecharon este día excepcional en el que no se les
puede negar nada, ni siquiera si se lo piden al hombre más grosero, para tomar
un poco de ventaja en nuestros planes y pedirme un favor anticipado. Es un
favor que yo acepté con felicidad y un poco de miedo porque no estoy seguro de
tener las aptitudes necesarias para la misión de la que hablamos. Después de
todo, yo nunca he tenido perros ni gatos. Todas mis plantas verdes terminaron
secándose como bolas de heno y no les contaré el final de la historia trágica de
mi pez rojo cuando yo era niño. Sin embargo, la adoración que provoco en este
adorable y delicado animal…

Se escuchan risas cuando señala al marsupial gordo que embarra su hocico


peludo en sus tobillos. Entonces Nils dice:
– Esta adoración desinteresada puede hacer pensar que, finalmente, con un
poco de entrenamiento, estaré apto para asumir mi papel de padrino del primer
ejemplar de la futura descendencia de los Parker. Con estas palabras, les deseo lo
mejor y le doy la palabra a Roman que quería salvarse de decir algunas palabras
pero que seguramente hará una excepción en este día único y especial.

El silencio estupefacto que se hace después de las palabras de Nils pronto deja
lugar a un ruido de comentarios indescriptible. Mientras todo el mundo mira mi
vientre que está completamente plano como para poder sospechar un embarazo,
Nils precisa:

– Lo dije muy claro: es un favor anticipado. No saquen conclusiones tan


rápido…

Luego toma a su marsupial sin forma, lo pone bajo su brazo y baja de la mesa,
dejándonos a Roman y a mí frente a mil preguntas. Roman, después de hacerle
un gesto a Nils para decirle que se vengará de él en cuanto nos libremos de este
momento, pide silencio. Cuando todo el mundo se tranquilizó, me abraza y me
besa tiernamente. Luego, voltea hacia el público, sin dejar de abrazarme por
atrás y con las manos cruzadas sobre mi vientre:

– Ya todos se dieron cuenta de que Amy y yo estamos perdidamente


enamorados, dice sonriendo. Después de todo, sería una tontería pensar lo
contrario el día de nuestra boda. Ahora bien, como todos los enamorados
(aunque nos amamos mucho más que cualquier ser en el planeta), tenemos
sueños, deseos, proyectos –algunos muy sencillos y otros demasiado
complicados-. Esperamos ser felices, juntos, mucho más allá de lo imaginable.
Queremos disfrutar de nosotros, amarnos hasta cansarnos, viajar, compartir,
descubrir, vivir apasionadamente y tener hijos. Muchos hijos, precisa Roman
dándome un beso en el cuello. Y, efectivamente, Nils será el padrino si no lo
estrangulo antes. En fin, son proyectos de amor.

Luego baja de la mesa, me da la mano y aterrizo en sus brazos, como las


recién casadas, mientras la abuela grita:

– ¿Y entonces? ¿Qué significa esa respuesta rebuscada? ¿Está embarazada o


no?
– Es un favor « an-ti-ci-pa-do », abuela, responde Sibylle mientras Roman me
lleva lejos de la multitud que ríe. Eso significa que están trabajando en ello y,
como son muy hábiles, seguramente no tardarán en dar frutos…

FIN.
En la biblioteca:

Call me bitch
A Jude Montgomery, el irredimible dandi millonario, y a Joséphine Merlin, la
guapa habladora de mal carácter, se les confía el cuidado de la pequeña Birdie:
una princesa de tres años, cuyo adinerado padre, Emmett Rochester, se divierte
de lo lindo en las Bermudas con su chica. ¿Será un lindo engaño montado para
reunir al mejor amigo de uno y a la hermana gemela de la otra? Si solamente…
Ponga en una residencia londinense a los peores niñeros del planeta y los
mejores enemigos del mundo, agregue una horrible niña mimada y deje cocer a
fuego lento durante dos semanas. ¿El plan más desastroso del universo o la
receta para una pasión condimentada, con justo lo que se necesita de amor, odio,
humor y deseo?

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© EDISOURCE, 100 rue Petit, 75019 Paris

March 2016

ISBN 9791025730300

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