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Historia de la higiene

El desarrollo y evolución del hombre está determinado por la interacción de este con el
ambiente, de ahí que en todo este proceso se ha visto afectado por vectores y
enfermedades infecciosas provenientes de la relación obligada entre ambos. De esta
relación es que surge la necesidad de buscar alternativas que le permitan al hombre
defenderse de esta influencia, la cual le ha provocado en su discursar histórico un
sinnúmero de complicaciones, desde transformaciones socioeconómicas y culturales hasta
el exterminio de poblaciones completas. El surgimiento de la Higiene y la Epidemiología,
es el resultado del quehacer de los hombres en su lucha por conocer su medio para la
supervivencia de la especie, así como prevenir y combatir los principales problemas de
salud que se presentan en las comunidades humanas.

Esta costumbre se extendió a Oriente, donde los baños turcos se convirtieron en centros
de la vida social, y pervivió durante la Edad Media. En las ciudades medievales, los
hombres se bañaban con asiduidad y hacían sus necesidades en las letrinas públicas,
vestigios de la época romana, o en el orinal, otro invento romano de uso privado; y las
mujeres se bañaban y perfumaban, se arreglaban el cabello y frecuentaban las
lavanderías. Lo que no estaba tan limpio era la calle, dado que los residuos y las aguas
servidas se tiraban por la ventana a la voz de “agua va!”, lo cual obligaba a caminar
mirando hacia arriba.

Pero para lugares inmundos, pocos como las ciudades europeas de la Edad Moderna antes
de que llegara la revolución hidráulica del siglo XIX. Carentes de alcantarillado y
canalizaciones, las calles y plazas eran auténticos vertederos por los que con frecuencia
corrían riachuelos de aguas servidas. En aumentar la suciedad se encargaban también los
numerosos animales existentes: ovejas, cabras, cerdos y, sobre todo, caballos y bueyes
que tiraban de los carros. Como si eso no fuera suficiente, los carniceros y matarifes
sacrificaban a los animales en plena vía pública, mientras los barrios de los curtidores y
tintoreros eran foco de infecciones y malos olores.

Todo se reciclaba. Había gente dedicada a recoger los excrementos de los pozos negros
para venderlos como estiércol. Los tintoreros guardaban en grandes tinajas la orina, que
después usaban para lavar pieles y blanquear telas. Los huesos se trituraban para hacer
abono. Lo que no se reciclaba quedaba en la calle, porque los servicios públicos de higiene
no existían o eran insuficientes. En las ciudades, las tareas de limpieza se limitaban a las
vías principales, como las que recorrían los peregrinos y las carrozas de grandes
personajes que iban a ver al Papa en la Roma del siglo XVII, habitualmente muy sucia. Las
autoridades contrataban a criadores de cerdos para que sus animales, como buenos
omnívoros, hicieran desaparecer los restos de los mercados y plazas públicas, o bien se
encomendaban a la lluvia, que de tanto en tanto se encargaba arrastrar los desperdicios.

Según el francés Georges Vigórelo, autor de Lo limpio y lo sucio, un interesante estudio


sobre la higiene del cuerno en Europa, el rechazo al agua llegaba a los más altos estratos
sociales. En tiempos de Luis xvll las damas más entusiastas del aseo se bañaban como
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mucho dos veces al año, y el propio rey sólo lo hacía por prescripción médica y con las
debidas precauciones, como demuestra este relato de uno de sus médicos privados: “Hice
preparar el baño, el rey entró en él a las 10 y durante el resto de la jornada se sintió
pesado, con un dolor sordo de cabeza, lo que nunca le había ocurrido… No quise insistir
en el baño, habiendo observado suficientes circunstancias desfavorables para hacer que el
rey lo abandonase”. Con el cuerno prisionero de sus miserias, la higiene se trasladó a la
ropa, cuanto más blanca mejor. Los ricos se “lavaban” cambiándose con frecuencia de
camisa, que supuestamente absorbía la suciedad corporal.
El dramaturgo francés del siglo XVII Paul Sacaron describía en su Romano comiquea una
escena de aseo personal en la cual el protagonista sólo usa el agua para enjuagarse la
boca. Eso sí, su criado le trae “la más bella ropa blanca del mundo, perfectamente lavada y
perfumada”. Claro que la procesión iba por dentro, porque incluso quienes se cambiaban
mucho de camisa sólo se mudaban de ropa interior —si es que la llevaban— una vez al
mes

Tanta suciedad no podía durar mucho tiempo más y cuando los desagradables olores
amenazaban con arruinar la civilización occidental, llegaron los avances científicos y las
ideas ilustradas del siglo XVIII para ventilar la vida de los europeos. Poco a poco volvieron
a instalarse letrinas colectivas en las casas y se prohibió desechar los excrementos por la
ventana, al tiempo que se aconsejaba a los habitantes de las ciudades que aflojasen la
basura en los espacios asignados para eso. En 1774, el sueco Karl Wilhelm Scheele
descubrió el cloro, sustancia que combinada con agua blanqueaba los objetos y mezclada
con una solución de sodio era un eficaz desinfectante. Así nació la lavandina, en aquel
momento un gran paso para la humanidad.

En este sentido en el Perú y en el mundo, una de las consecuencias más graves de esta
problemática es la diarrea, que sigue siendo la tercera causa de muerte infantil,
especialmente en los niños menores de 5 años de las áreas rurales de selva y sierra, y en
los barrios marginales. Esta enfermedad es ocasionada por bacterias y otros microbios que
provienen principalmente de las heces humanas, que llegan a la boca del niño o niña, por
transmisión fecal ¿oral. Además, de otros factores relacionados con la transmisión tales
como; la pobre calidad del agua, la carencia de servicios de agua y desagüe, la falta de
adecuados hábitos de higiene. Asimismo, el lavado de manos con jabón juega un rol
importante en la reducción de la morbimortalidad infantil vinculada a esta enfermedad
que desde hace varios años es considerada una de las prácticas más eficientes en la
reducción de esta infección. En el Perú, el Programa Iniciativa lavado de manos (2008-
2010), es una alianza que reúne a más de 40 instituciones públicas y privadas del país para
promover un adecuado hábito de lavado de manos con jabón entre la población más
pobre involucrando activamente a los padres en la promoción de este comportamiento.

La falta de hábitos de higiene personal adecuados por parte de los estudiantes en los
diferentes niveles educativos se convierte en un problema grave, no solo por lo
desagradable de una mala apariencia o de los malos olores, sino por el potencial peligro
de transmisión de virus, bacterias y otros gérmenes patógenos, causantes de
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enfermedades incrementando las tasas de morbilidad y mortalidad en la población


especialmente en los niños, púberes y adolescentes. Así mismo, la ausencia de una
adecuada higiene genera la enfermedad cuya manifestación influye en forma
desfavorable en el rendimiento académico de los alumnos. Además, la persona carente de
buenos hábitos de higiene puede presentar una baja autoestima. Los niños, pobres y
adolescentes muchas veces descuidan su apariencia, no tienen en cuenta sus buenos
hábitos de higiene personal o no le dan la debida importancia; en otros casos, desconocen
los efectos de la inadecuada aplicación de técnicas de higiene especialmente del lavado de
boca, higiene del oído, de la nariz, de los ojos, de las manos y de los pies; así como la
higiene del vestido y del calzado. Frente a este contexto me formulé las siguientes
cuestiones: ¿Qué rol juega la escuela en la prevención de las enfermedades?, ¿Puede el
docente ser promotor de la salud?, ¿La educación para la salud es fundamental desde los
primeros niveles de vida escolar?, ¿Requiere formación en salud el púber, adolescente?;
todas estas interrogantes me permitieron formular el problema: ¿Qué efectos produce la

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