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INTRODUCCIÓN A LA POESÍA DE OMAR JAYYAM.

(Miniatura de estilo persa que hace referencia a los temas de la poesía de Jayyam: el amor, el vino y el goce del mundo)

Omar Jayyam vivió en una época en la que estaba desapareciendo el espíritu


racionalista que había dado un impulso extraordinario a la civilización musulmana. Esta
civilización fue un movimiento “global” inspirado en el Islam y transmitido en lengua
árabe, que se extendió desde el Océano Atlántico hasta la India y el oeste de China
durante la Edad Media alcanzando su momento culminante entre los siglos IX y XII de
la era cristiana. La civilización musulmana brilló de un modo extraordinario en los
terrenos de la ciencia, las letras, la filosofía, el arte y la espiritualidad. En todos estos
campos se produjeron resultados con unas características propias de aquel mundo y de
la religión que lo inspiraba que, saltando las fronteras de la fe y el idioma, quedarían
como un legado imborrable en la historia universal.

Pero en tiempos de Jayyam los fundamentalistas religiosos, dogmáticos


contrarios a la pluralidad de visiones del mundo y enemigos del pensamiento crítico,
estaban haciéndose con el control de la sociedad y ello tanto por motivos de política
interior como a causa de los cambios que se estaban produciendo en la situación
internacional. En efecto, por un lado una nueva dinastía (los selyúcidas) había llegado a
dominar el oriente del mundo musulmán; los nuevos gobernantes de origen turco
buscaron legitimarse presentándose como los campeones de la ortodoxia religiosa,
implacables en la persecución de la ciencia y el libre pensamiento. Por otra parte, el
inicio de las cruzadas dio impulso a aquellos que querían cerrar filas frente al enemigo,
rechazando cualquier forma de discrepancia y de acercamiento a los otros, en un
movimiento similar al que muchos siglos después se produciría en los Estados Unidos
después de los ataques del 11-S.

Es en este contexto en el que Jayyam compone sus cuartetas (Robaiyyat)


utilizando esta forma de poesía popular para expresar su visión del mundo, plantear las
grandes cuestiones de la existencia y luchar contra el miedo y el fanatismo religioso.
Parece ser que Jayyam eligió esta forma de expresión porque no podía enfrentarse
directamente con los doctores de la ley musulmana: haciendo circular esas estrofas,
breves y certeras, pudo dar forma y difusión a un pensamiento que cuestionaba, uno por
uno, todos los grandes dogmas de la ley invitando a ir más allá de las fáciles recetas con
las que se adormecían las conciencias.

Veamos, pues, algunos temas de las Robaiyyat. Una de las grandes cuestiones
que aborda Jayyam es la de la aparente falta de sentido de la existencia, frente a la
cómoda seguridad que nos ofrece la religión. No sabemos por qué nacimos, tampoco
por qué ni cuándo tendremos que morir. Entre la vida y la muerte, nuestra propia
existencia es un absoluto misterio, a veces rodeada de belleza y muy a menudo golpeada
por el sufrimiento y el dolor.

Aunque es mi rostro hermoso igual que el tulipán,

y soy alto y esbelto lo mismo que el ciprés

no se sabe, en la alegre y terrenal morada

para que me formó el pintor primigenio.

II

No obtuvo el universo provecho a mi llegada,

ni aumentará mi marcha su rango y esplendor,

ni de nadie escucharon mis oídos jamás

por qué un día llegué y otro me marcharé.


III

Si es la naturaleza obra del Hacedor,

¿por qué permitió en ella excesos y defectos?

Si resultaba hermosa, ¿por qué, pues, destruirla?

Si hay rostros poco hermosos, ¿de quién será la culpa?

IV

Muchos trozos se unieron para formar la copa,

el bebedor no está de acuerdo con romperla;

tantas lindas cabezas, tantos hermosos brazos,

¿Qué afecto los unió? ¿Qué rencor los deshizo?

En estos poemas Jayyam proclama su extrañeza ante el absurdo del mundo y se


pregunta cómo es posible que pueda ser obra un Dios infinitamente bueno y sabio. Otras
veces Jayyam parece asombrarse de la belleza y sutileza del universo, de su armonía,
que él tenía que conocer y admirar gracias a su formación como astrónomo, y se
pregunta por la razón por la que todo se crea para después destruirse.

En medio de la incertidumbre sólo hay una verdad segura: la certeza de la


muerte a la que vamos todos sin remisión aunque sin saber lo que allí nos espera.
Jayyam, famoso por elaborar un calendario más preciso que el actual gregoriano, es
totalmente consciente de que el tiempo es la verdadera esencia de nuestra vida, marcada
por un principio y un final inciertos, y sabe que somos insignificantes comparados con
la eternidad del tiempo y la inmensidad del mundo.

Seguirá mucho tiempo el mundo sin nosotros,

no quedará ninguna señal de que existimos;

si no existíamos antes y todo estaba en orden,

después no existiremos y seguirá igual todo.

VI

Toda mota de tierra fue en tiempos una hermosa

de rostro como el Sol y frente como Venus;

sacude con cuidado el polvo de tu manga,

que él también formó parte del rostro de una bella.


VII

Levantar sobre el mar adobes, vano empeño;

templos de fuego, ídolos, iglesias, sinagogas

me hartan ¿Quién te dijo, Jayyam, que habrá un infierno?

¿Quién volvió del infierno? ¿Quién marchó al paraíso?

VIII

La eternidad: misterio que ignoramos tú y yo,

acertijo que nunca tú y yo descifraremos.

Deciden nuestras vidas por detrás del telón;

cuando caiga el telón, ni tú ni yo estaremos.

Perplejo ante los misterios del tiempo y de la vida humana Jayyam se burla con
ironía de los presuntos sabios que creen tener respuestas totales. En ocasiones critica a
los presuntos filósofos que se creen capaces de desentrañar los misterios del mundo.
Pero sus ataques se dirigen ante todo contra los expertos en la ley religiosa señalando su
crueldad, la intolerancia y el odio que acompañan a su ceguera

IX

Los necios que horadaron la perla del sentido

dijeron bien distintas cosas de las esferas;

como del universo los secretos no hallaron,

empezaron charlando y acabaron durmiendo.

Tú sentencias; nosotros actuamos mejor;

aunque borrachos, somos más lúcidos que tú;

tú viertes sangre humana, nosotros la de la uva;

se justo y dictamina: ¿quién es más sanguinario?.

XI
Corazón, nadie ha visto paraísos ni infiernos;

corazón, ¿sabes si alguien volvió del otro mundo?

Temores y esperanzas nos los provoca algo

de lo que no se ve, corazón, más que el nombre.

XII

Paraíso habrá, dicen; habrá arroyo Kausar1,

hurí, azúcar y miel, ríos de vino y leche;

echa el vino en la copa, colócalo en mi mano:

más vale uno al contado que no diez mil a crédito.

La fugacidad de la vida o el misterio de la existencia son temas típicos del


pensamiento religioso al igual que la reflexión sobre el sentido o el sinsentido del dolor
y el sufrimiento. Jayyam, que vivía en una región frecuentemente azotada por
terremotos era muy consciente de la ciega y violenta crueldad de la naturaleza y en
algún poema parece hacer a Dios responsable del mal y del dolor. Unido a este asunto
se plantea el problema del destino y la libertad.

XIII

¡Qué dolor! Nos huyeron los bienes de las manos

y el ángel de la muerte derramó sangre de muchos corazones

Nadie del otro mundo ha vuelto para que le pregunte:

¿Qué fue de los viajeros que del mundo partieron?

XIV

La cosecha del hombre en este hogar de paso

no es más que sufrimiento y entrega de la vida;

que alegre el corazón quien vivió un solo instante,

quien no llegó a nacer de su madre, paz tenga.

1
Fuente del paraíso de la que brotan todos los ríos.
XV

Oscura es mi vida y no hay tarea recta.

Todo sufrimiento suma y toda calma resta.

Gracias a Dios el germen de los desastres

no es necesario buscarlo en los otros.

XVI

El que creó la Tierra, la rueda y las estrellas,

¡cuánta desolación sembró en el corazón que pena!

¡cuánto labio granate y bucle almizclado enterró

En el atabal2 y en el cuenco de la tierra!

Hasta aquí Jayyam sería un poeta y un hombre desesperado, testigo del


sufrimiento y la destrucción que no puede comprender, totalmente incapaz de alcanzar
una fe que le proporcione algún consuelo. Pero esto no sería más que una parte de su
pensamiento. Pues Jayyam es el gran vitalista que, frente al aparente absurdo de la
existencia y a nuestra incapacidad para resolver sus misterios, nos invita a gozar y a
amar, a librarnos del miedo frente a un futuro que no podemos controlar, y a alcanzar
una nueva forma de estar en el mundo basada en vivir plenamente cada instante del
tiempo. Es en ese sentido de exaltación de la vida presente que Jayyam nos ofrece los
símbolos del vino y de la embriaguez, muy típicos de la poesía mística persa, que el
estudioso iraní Mehdi Aminrazavi interpreta en el sentido del goce que obtiene la
inteligencia que sabe vivir el instante, amando y gozando sin miedo lo que recibe.

XVII

Desprecia a aquel que no ama la belleza.


Repugnante es el ser carente de pasiones.
Indigno es él del sol que alumbra, y de ese beso
con que suele aplacar nuestras penas la Luna.

XVIII

Ahora que el rosal de tu felicidad está en flor,

¿por qué no está en tu mano la copa de vino?

Bebe vino, que es el mundo enemigo poderoso.

Difícil es hallar un día parecido.

2
Pequeño tambor empleado en las fiestas.
XIX

Hoy el mañana no está a tu alcance,

y locura es pensar en el mañana.

Del resto de la vida no sabemos el precio.

¡Lánzate a amar, no pierdas este instante!

XX

Me quedé dormido y un sabio me dijo:

la rosa del gozo no florece en quien está dormido.

¿Qué haces tan semejante a la muerte?

Bajo tierra hay que dormir, bebe vino.

XXI

Ser libre de incredulidad y fe es mi religión

Beber vino y estar alegre es mi regla

Dije al universo: ¿oh novia! ¿cuál es tu regalo de prometida?

Dijo: mi regalo de prometida es tu corazón gozoso.


XXII

Un instante separa devoción de blasfemia,

un instante divide lo cierto de lo incierto;

disfruta de este instante y tenlo en mucho aprecio,

que el total de la vida suma lo que este instante.

XXIII

¡Mira la caravana de la vida que pasa!

Disfruta cada instante que pasa, jubiloso;

¿qué más te da el mañana de los demás? ¡Saquí!3

acércame la copa, que la noche se va.

XXIV

¡Ánimo!, no te apene el mundo pasajero;

del instante que pasa, goza con alegría:

si fuese la constancia lo propio de este mundo,

nunca habría llegado, tras los otros, tu turno.

3
Amante que nos da el vino.
XXV

No sé nada de nada de si el que me formó

me hará habitar después paraísos e infiernos;

una copa, una hermosa y un laúd en un prado

es cuanto quiero yo; para ti el paraíso.

XXVI

A orillas de un arroyo, en un vergel florido,

Con dos o tres amadas preciosas como huríes,

dame la copa; aquellos que beben vino al alba

ni piensan en mezquitas ni esperan paraísos.

Parecería que Jayyam, ante el absurdo del mundo, estuviera proponiendo


una filosofía hedonista y desengañada. El mundo no tiene sentido, parece decirnos
Jayyam, la religión no es sino una quimera: entreguémonos al placer físico, a la
embriaguez del vino y el sexo, y tal vez así podamos amortiguar el dolor de haber
nacido. Pero si consideramos la totalidad de la obra filosófica de Jayyam junto con su
biografía comprenderemos que esta interpretación es demasiado simple. Nuestro autor
era un filósofo seguidor de Aristóteles y Avicena que escribió tratados en los que se
demostraba la existencia de Dios y se daba solución al problema de la existencia del
mal. Por otra parte el hecho de que le ofrecieran el cargo de juez mayor del Jorasán (que
no aceptó) indica que no pudo ser un ateo. ¿Cuál es entonces el sentido de sus poesías?
¿Hay que suponer que Jayyam fue una personalidad escindida, casi enfermiza, a la vez
piadoso y ateo? ¿Tal vez estamos ante diferentes autores? ¿O las poesías tienen un
sentido místico y son obra de un autor religioso? Todas estas interpretaciones se han
propuesto pero ninguna ha resuelto el misterio de Jayyam. Mehdi Aminrazavi, que ha
dedicado largos años a estudiar nuestro autor, le señala como un pensador que enfrenta
los problemas religiosos de un modo original, consciente de su importancia y, a la vez,
de nuestra incapacidad para resolverlos, alguien que desafía nuestra inteligencia
invitándola a ponerse en marcha y previniéndola frente al dogmatismo. Y al mismo
tiempo, como el defensor de una ética centrada en el gozo amoroso, sensual e intelectual
del momento presente y en la liberación del miedo a lo desconocido.

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