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Contra las teorías feministas sobre el trabajo doméstico
Revisionistas de ayer y hoy
Mujer y Revolución
La agrupación feminista y supuestamente marxista Pan y Rosas —asociada a la Fracción TrotskistaCuarta
Internacional (FTCI) y con filiales en Argentina, México, España y otros países— ha estado desempolvando las
viejas teorías antimarxistas de Selma James, una feminista “radical” estadounidense que alcanzó cierta popularidad en
los años 70 promoviendo la noción falsa de que el trabajo doméstico es trabajo productivo central al capitalismo. Las
teorías de Selma James procuran apuntalar un programa reaccionario. Dado que, según ella, las amas de casa
desempeñan el papel central en la producción capitalista al producir al “trabajador mismo” y su fuerza de trabajo, no
deberían buscar empleo fuera del hogar. Llevando sus fantasías al extremo, James sostenía (quizá aún sostenga) que
los sindicatos deberían ser aplastados, que los izquierdistas eran los agentes conscientes del capitalismo, que el libro
seminal de Lenin ¿Qué hacer? era una obra “fascista”, ¡y que todas las mujeres que conseguían empleo fuera del
hogar eran esquirolas porque quitaban el trabajo a los hombres! (ver “Selma James vende machismo y
anticomunismo”, Women and Revolution No. 7, otoño de 1974).
Aunque Pan y Rosas no hace suyos todos los esperpentos de James —de hecho, no dice una palabra sobre estas
grotescas posiciones de su veterana hermana feminista—, sí retoma su tesis central. Hace ya algunos años, como
parte de una entrevista a Selma James, Pan y Rosas saludó retrospectivamente el folleto de 1972 El poder de la
mujer y la subversión de la comunidad, coescrito por James y la feminista italiana Mariarosa Dalla Costa, en el que
éstas presentaron sus teorías sobre el “trabajo doméstico no remunerado” (ver Pan y Rosas No. 2, 22 de mayo de
2008). En Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo (Andrea D’Atri,
Buenos Aires: Ediciones IPS, 2013), un libro que ha visto ya varias ediciones en al menos cinco países, la FTCI
retoma el núcleo de las tesis de Dalla Costa y James:
“El capitalismo, con el desarrollo de la tecnología, ha hecho posible la industrialización y, por tanto, la
socialización de las tareas domésticas. Sin embargo, si esto no sucede es, precisamente, porque en el
trabajo doméstico no remunerado descansa una parte de las ganancias del capitalista que, así, queda
eximido de pagarle a los trabajadores y a las trabajadoras por las tareas que corresponden a su propia
reproducción como fuerza de trabajo (alimentos, ropa, esparcimiento, etc.)”.
El trabajo doméstico no es fuente de la ganancia capitalista, la cual proviene de la plusvalía: el salario de un obrero
corresponde a la parte de la jornada durante la cual éste produce el equivalente a lo que le cuesta mantenerse a sí
mismo y a su familia. La otra parte de la jornada, el obrero trabaja sin remuneración, produciendo plusvalía que el
capitalista se embolsa en forma de ganancias. Los genuinos comunistas estamos por poner fin a la esclavitud
doméstica mediante la creación de instituciones colectivas gratuitas que se ocupen de todas esas tareas, incluyendo
prominentemente la crianza misma de los niños. Esta perspectiva, que implica remplazar a la familia nuclear —la
principal institución para la opresión de la mujer en el capitalismo—, sólo puede realizarse mediante la revolución
socialista (ver también “El comunismo y la familia” en Espartaco No. 45, mayo de 2016).
El artículo que publicamos abajo, traducido de Women and Revolution No. 5 (primavera de 1974, antiguo órgano
de la Comisión de la Mujer de la Spartacist League/U.S.), demuele desde los cimientos las teorías de Pan y Rosas,
James y Dalla Costa, cuyo objetivo es hacer una mezcolanza antirrevolucionaria entre el feminismo burgués y el
marxismo.
* * *
El folleto El poder de la mujer y la subversión de la comunidad de Mariarosa Dalla Costa (coeditado por
Falling Wall Press y un grupo de individuos del Movimiento por la Liberación de la Mujer de Inglaterra e Italia, 2da.
edición, febrero de 1973 [publicado en español por Siglo XXI en 1975]), con una extensa introducción de Selma
James, ha provocado gran controversia en muchas organizaciones de mujeres, sobre todo en Europa e Inglaterra (ver,
por ejemplo, los números más recientes de la revista Radical America, Vol. 7, Nos. 4 y 5, dedicados enteramente a
las cuestiones ahí planteadas).
El poder de la mujer y la subversión de la comunidad es básicamente un intento de llevar más allá la simple
redefinición tercermundista del concepto de clase, es decir, la afirmación de que los más oprimidos, los “parias de la
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tierra”, son las nuevas fuerzas revolucionarias. Abandonando esta línea, que hasta ahora había bastado a los
feministas radicales, y citando el análisis de Marx del capitalismo, el folleto intenta probar que el papel de las mujeres
en la producción capitalista es central y por lo tanto también debe serlo su papel en la revolución proletaria. Pero su
intento fracasa miserablemente o, mejor dicho, sólo triunfa distorsionando totalmente el análisis de Marx de la
producción capitalista.
En términos de contribuciones teóricas, el folleto no merece mayor atención por parte de los marxistas, pero, dado
que muchas mujeres subjetivamente revolucionarias están buscando modos de integrar su feminismo al marxismo
mediante el hallazgo de algún “eslabón perdido” programático, es importante refutar la pretensión fraudulenta de esta
obra de ser un análisis marxista, pretensión que, de ser aceptada, sólo llevaría a las mujeres a otro callejón sin salida.
¡Lo cierto es que no existe ningún “eslabón perdido” entre el feminismo y el marxismo, dos perspectivas fundamental
e implacablemente contrapuestas!
Además de este folleto, hay otras dos obras importantes donde se exponen las teorías de Dalla Costa y James.
“Women, the Unions and Work, or What is Not to be Done” [Las mujeres, los sindicatos y el trabajo, o qué no hacer]
de Selma James (publicado originalmente por Crest Press de Londres y luego por Canadian Women’s Educational
Press de Toronto) es un ataque explícito contra la izquierda y en particular contra los sindicatos, a los que considera
organizaciones estrechas y excluyentes a las que las mujeres deben oponerse. “Wages for Housework” [Salario para
el trabajo doméstico] de Giuliana Pompei, con contribuciones de la discusión de una conferencia feminista celebrada
en Padua en 1972 (editado por Cambridge Women’s Liberation, traducido por Joan Hall y reimpreso por Canadian
Women’s Educational Press de Toronto), retoma el tema central de Dalla Costa de las amas de casa como obreras
productivas y enfatiza la exigencia de “salario para el trabajo doméstico” (que la propia Dalla Costa no enfatiza).
Para los marxistas resulta frustrante lidiar con estas obras, por sus muchas contradicciones internas. Pese a ello, a
continuación intentamos resumir algunos de los aspectos más importantes de la teoría. (Aunque James le atribuye a
Dalla Costa el nuevo descubrimiento, ambas lo desarrollaron, y de hecho James aporta argumentos que no presenta
Dalla Costa.)
Las teorías de Dalla Costa y James
1. Las mujeres son productoras vitales para el capitalismo, aun cuando no trabajen fuera del hogar. “Lo que
queremos decir precisamente es que el trabajo doméstico como trabajo es productivo en el sentido marxista, es decir,
produce plusvalía”.
2. Producen una mercancía “privativa del capitalismo: el ser humano, ‘el trabajador mismo’”. Este trabajador, al
venderle su fuerza de trabajo al capitalista, le permite a éste usarla para producir un valor mayor al que paga por esa
fuerza de trabajo, produciendo así plusvalía. Pero son las mujeres quienes realmente producen esa plusvalía, puesto
que producen a los obreros y su fuerza de trabajo.
“La capacidad de trabajar reside sólo en el ser humano cuya vida se consume en el proceso de
producción. Primero tiene que estar nueve meses en el útero, hay que alimentarlo, vestirlo y educarlo;
después, cuando trabaja, hay que hacerle la cama, limpiarle el suelo, preparar su mochila, no satisfacer
pero sí calmar su sexualidad, tenerle la comida preparada cuando llega a casa, aun cuando sean las
ocho de la mañana, de regreso del turno de noche. Así es como la fuerza de trabajo se produce y
reproduce cuando se consume diariamente en la fábrica o la oficina.
“Describir su producción y reproducción básicas es describir el trabajo de las mujeres”.
Así, al “trabajador mismo” se le identifica con la “fuerza de trabajo” como la mercancía producida.
3. El descubrimiento de que la familia es uno de los centros de la producción capitalista se había mantenido oculto
porque los marxistas tradicionalmente se han enfocado en la clase obrera (que James y Dalla Costa equiparan
constantemente con los hombres), pero esta función vital también se mantiene oculta porque a las mujeres no se les
paga un salario por su trabajo. “Dentro del hogar hemos descubierto nuestro trabajo invisible...el fundamento
invisible —invisible porque no se paga— sobre el que descansa toda la pirámide de la acumulación capitalista”
(Pompei, “Wages for Housework”). Eso lleva a la exigencia de “salario para el trabajo doméstico” como un modo de
poner al descubierto la función de las mujeres.
4. Esta división del proletariado entre asalariados (hombres) y no asalariados (mujeres), creada por la transición
del feudalismo al capitalismo, fue el quiebre fundamental entre hombres y mujeres y la alienación de los hijos de
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ambos. Esta distinción entre asalariados y no asalariados debe eliminarse.
5. “El capital estableció la familia como familia nuclear y subordinó, dentro de ella, la mujer al hombre... [E]l
capital ha creado el papel femenino y ha hecho del hombre de la familia el instrumento de esta reducción”. La
creación del trabajo asalariado completó la subordinación de la mujer, quien, por no recibir un salario, parece estar
excluida de la producción social.
6. Las mujeres ya no deben seguir aceptando esta función. Según James: “Si la producción de uno es vital para el
capitalismo, negarse a producir, negarse a trabajar, es una palanca fundamental de poder social”.
7. Las mujeres deben oponerse a la afiliación en sindicatos, pues “al igual que la familia, éstos protegen a la clase
a expensas de las mujeres”. Al excluir a los no asalariados, los sindicatos dividen a la clase y hacen imposible la lucha
común. Además, el capitalismo usa a los sindicatos específicamente para contener la combatividad obrera.
8. También las organizaciones de izquierda deben ser rechazadas, por estar “dominadas por el hombre”. Además,
la izquierda cree que la solución para las mujeres está simplemente en adquirir “conciencia sindical” o en adoptar las
“formas de lucha que han utilizado tradicionalmente los hombres”, es decir, las formas del movimiento obrero
organizado.
9. James y Dalla Costa ofrecen “a las amas de casa una vida social que no es la de otro empleo. Les ofrecemos la
lucha misma”. Así que las mujeres deben negarse a trabajar fuera del hogar y dentro de él, y en vez de ello participar
en “la lucha misma”. “Los que propugnan que la liberación de la mujer de clase obrera depende de que obtenga un
trabajo fuera de la casa forman parte del problema, no de la solución”. ¿Y cómo sobrevivirán las mujeres? El
crecimiento del movimiento femenino les dará sustento.
Por qué las amas de casa no son trabajadoras productivas
Dos conceptos clave conforman la base de la teoría de Dalla Costa y James de las mujeres como trabajadoras
productivas: su producción de trabajadoresfuerza de trabajo (es decir, la crianza de hijos y el cuidado del esposo
obrero) y su papel en el “consumo” (las compras, la cocina, etc.) “como parte de la producción”. El argumento de que
estos dos aspectos hacen que el trabajo doméstico produzca plusvalía ignora dos distinciones cruciales que hizo Marx.
Éstas son: 1) la diferencia entre el consumo industrial y el consumo privado (es decir, el consumo familiar) y 2) la
diferencia entre el trabajo productivo bajo el capitalismo, es decir, el trabajo asalariado que le permite al capitalista
obtener plusvalía, y el trabajo simple, que produce sólo valores de uso.
Después de afirmar que “los llamados marxistas habían dicho que la familia capitalista no producía para el
capitalismo, no era parte de la producción social”, James admite que “el mismo Marx no parece haber dicho en
ninguna parte que lo fuera”. James es una revisionista clásica, es decir, quiere usar la inmensa autoridad de Marx,
pero para ello tiene que torcer sus palabras para hacerlas encajar con sus propias teorías. De este modo justifica la
peculiar omisión de Marx de no haberse declarado explícitamente en apoyo a su teoría:
“Baste decir que, en primer lugar, Marx es el único que ve el consumo como una fase de la
producción: ‘es producción y reproducción de ese medio de producción, tan indispensable para el
capitalista: el trabajador mismo’ (El capital, vol. I, p. 481.) Segundo, sólo él nos ha dado las
herramientas para hacer nuestro propio análisis. Y finalmente, nunca fue culpable de los disparates
que Engels, a pesar de sus numerosas aportaciones, nos ha echado encima...”.
Consumo privado vs. consumo industrial
Hay dos clases de consumo en el capitalismo, el industrial y el privado. Marx escribe:
“El consumo del obrero es de dos clases. En la producción misma, su trabajo consume medios de
producción... Y, por otra parte, el obrero invierte en medios de vida el dinero que le paga el comprador
de la fuerza de trabajo: es su consumo individual. Consumo productivo y consumo individual del obrero
son, por tanto, totalmente distintos entre sí. En el primero el obrero actúa como fuerza motriz del
capital y pertenece al capitalista; en el segundo, se pertenece a sí mismo y ejerce sus funciones de
vida, al margen del proceso de producción”.
—El capital, Tomo 1, capítulo XXI (énfasis añadido)
Desde luego, los capitalistas toman en cuenta este consumo privado, pues es necesario para mantener y reproducir la
fuerza de trabajo, sin la cual el capitalismo no puede existir, y como tal se le considera “un aspecto necesario del
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proceso de producción”. Pero, señala Marx, “el capitalista puede confiar tranquilamente el cumplimiento de esta
condición al instinto de conservación y perpetuación de los propios trabajadores”. El hecho de que comer, vivir y
reproducirse sea necesario no hace que la familia sea un “centro de la producción social”. Estas actividades tienen
lugar independientemente de la forma de la producción social. El consumo individual en el hogar no es producción
capitalista, pues la familia no le pertenece al capitalista. El obrero se pertenece a sí mismo y vende su fuerza de
trabajo al capitalista. Éste no tiene que preocuparse de cómo el obrero se reproduce y vive (salvo para asegurarse de
que se siga viendo forzado a vender su fuerza de trabajo). Así, si bien en el sentido más amplio, el consumo individual
privado es un “aspecto” de la producción, es decir, se le toma en cuenta, sobre todo en el cálculo de los salarios, no
es, en ningún sentido, producción capitalista. Es por eso que Marx dice que el consumo privado individual tiene lugar
al margen del proceso de producción.
Trabajo productivo
Dalla Costa y James abusan violentamente del concepto marxista de “trabajo productivo”. No es claro para quién
se realiza este “trabajo productivo” en el hogar, dado que el capitalista no es dueño de la familia nuclear. Claramente
Dalla Costa no quiere hacernos creer que el ama de casa sea una esclavista (pues produce “seres humanos” que son
mercancías), ni una minicapitalista (dado que posee sus “medios de producción”, que son sus órganos reproductivos).
Dalla Costa dice que las mujeres “producen” gente. En el sentido biológico, eso es cierto. Pero esa “producción” no
es “trabajo productivo” en el sentido marxista, como ella afirma.
James dice que la mercancía que ellas producen son los “seres humanos”. En otra parte, se refiere a esta
mercancía como la “fuerza de trabajo”. Pero debe hacerse la distinción. Bajo el capitalismo, los seres humanos no son
mercancías (como lo son en las sociedades esclavistas). Bajo el capitalismo los obreros son “libres” de vender su
fuerza de trabajo. Es precisamente la venta de esa fuerza de trabajo como mercancía y su alienación con respecto a
los obreros lo que caracteriza la producción capitalista:
“...la fuerza de trabajo sólo puede aparecer en el mercado como mercancía siempre y cuando sea
ofrecida en venta o vendida como una mercancía por su propio poseedor, la persona cuya fuerza de
trabajo es. Y, para que su poseedor la venda como mercancía, necesita poder disponer de ella, es
decir, ser propietario libre de su capacidad de trabajo, de su persona”.
—Marx, op. cit. Tomo 1, capítulo IV, subtítulo 3
Pero tampoco el otro trabajo que las mujeres realizan en el hogar —el cuidado, alimentación y mantenimiento
general de los obreros (maridos)— es trabajo productivo en el sentido marxista. La pregunta clave que hay que
hacerse respecto a este trabajo es: ¿produce valor? y, si es así, ¿cómo se determina el valor de esta “fuerza de
trabajo”? Porque si el trabajo de las amas de casa produjera valor, éste debería encarnarse en la mercancía —la
fuerza de trabajo, según Dalla Costa— que este trabajo mantiene.
La producción de fuerza de trabajo es producción simple de mercancía. La fuerza de trabajo se produce y se
vende a cambio de valores de uso con los cuales se satisfacen las necesidades humanas inmediatas. Ira Gerstein, en
su artículo “Domestic Work and Capitalism” (Trabajo doméstico y capitalismo, publicado en Radical America Vol. 7,
Nos. 4 y 5), contrasta esta producción simple de mercancías con la producción capitalista:
“La producción es limitada, porque la cantidad producida no puede rebasar la capacidad, el deseo y la
necesidad de consumo del ser humano, que son finitos. En cambio, el fin del capitalista es aumentar
continuamente la plusvalía. Esto no tiene nada que ver con su consumo personal... La fuerza de
trabajo no se aumenta sin límite como un modo independiente de apilar riqueza”.
Marx analiza de este modo el valor de la fuerza de trabajo:
“El valor de la fuerza de trabajo, como el de cualquier otra mercancía, se determina por el tiempo de
trabajo necesario para producir y también, naturalmente, para reproducir este artículo específico. En
cuanto valor, la fuerza de trabajo representa solamente una determinada cantidad del trabajo social
medio materializado en ella...
“La cantidad de medios de vida necesarios para producir la fuerza de trabajo incluye, por tanto, los que
hacen falta para sostener a los sustitutos, es decir, a los hijos de los trabajadores, asegurando la
perpetuación en el mercado de esta raza de poseedores de una mercancía excepcional...
“El valor de la fuerza de trabajo se traduce en el de una determinada cantidad de medios de vida”.
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—Ibíd.
La fuerza de trabajo se crea mediante el consumo de bienes materiales (alimento, ropa) y de servicios (atención
médica, educación). La suma del valor de estos medios de sustento es el valor de la fuerza de trabajo. El trabajo
doméstico que realizan las amas de casa al procesar estas mercancías claramente no se toma en cuenta cuando se
calcula el total. El trabajo doméstico no le añade valor a la mercancía fuerza de trabajo. Esto no significa que las
mujeres no trabajen dentro del hogar, pero esta esclavitud doméstica no es producción capitalista y por lo tanto no se
considera al analizar las relaciones productivas capitalistas.
La producción de fuerza de trabajo
Según Gerstein, “la fuerza de trabajo es la única mercancía de la sociedad capitalista cuya producción general no
se realiza de manera capitalista”. Sin embargo, hay otras mercancías que no se producen “de manera capitalista” en
el capitalismo; por ejemplo, las materias primas naturales, como los peces que se pescan en el mar. Estos existen y se
reproducen a sí mismos, aunque no de manera capitalista. Y la producción de seres humanos, que poseen en sí
mismos la capacidad de trabajo, debe verse del mismo modo que la de esos otros productos naturales, puesto que la
propagación de la especie humana es un acto natural. La autoproducción de las cosas y los servicios que el obrero y
su familia consumen tiene lugar fuera del conjunto de la economía política capitalista. Es, además, una actividad
universal de los seres vivos (el “instinto de conservación” que Marx señala). James, al insistir obstinadamente en que
“en el capitalismo no hay nada que no sea capitalista”, oscurece la distinción fundamental entre la producción de
fuerza de trabajo y la producción capitalista.
Cuando decimos que la propagación es un “acto natural”, debe quedar claro, sin embargo, que la forma de familia
en que esta propagación se organiza no está determinada simplemente por la biología, sino por la sociedad.
Orígenes de la familia
¿Cómo fue que las mujeres se vieron esclavizadas en el hogar? No fue el capitalismo quien creó esta esclavitud
doméstica, cuyos orígenes, mucho más antiguos, surgieron del desarrollo de la propiedad privada y del excedente
social que los hombres acumularon de su trabajo. Según Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y
el estado, en la Edad de Piedra la tierra pertenecía en común a todos los miembros de la tribu. Si bien había una
división del trabajo entre los sexos, también había igualdad, pues todos participaban en el trabajo productivo y
contribuían a la economía. Cuando con el tiempo aumentó la capacidad productiva de los seres humanos, se hizo
redituable el utilizar esclavos —la primera forma de propiedad privada—. El ganado, la tierra y otras formas de
propiedad también se privatizaron por primera vez, provocando una revolución al interior de la familia. Los hombres
siempre habían sido responsables de procurar las necesidades de la vida, pero ahora, a pesar de que la división del
trabajo al interior de la familia se mantuvo esencialmente inalterada, el trabajo doméstico que realizaban las mujeres
dejó de contar en comparación con el poder económico de los hombres. Engels concluyó que las mujeres podrían
conquistar la igualdad con los hombres sólo cuando volvieran a participar en igual medida que ellos en la producción
económica general.
James dice que Marx “nunca fue culpable” de estos “disparates” de Engels. Pero, si esto es cierto, es sólo porque
Marx murió (en 1883) un año antes de que Engels completara esta obra que ambos habían concebido como un libro
conjunto. De hecho, en el prefacio a la primera edición, Engels afirma: “Los capítulos siguientes vienen a ser, en
cierto sentido, la ejecución de un testamento. Carlos Marx se disponía a exponer personalmente los resultados de las
investigaciones de Morgan...tengo a la vista, junto con extractos detallados que hizo de la obra de Morgan, glosas
críticas que reproduzco aquí, siempre que cabe”.
Dalla Costa y James sostienen opiniones divergentes en cuanto a la cuestión de los orígenes de la opresión de la
mujer, y ambas se equivocan. James afirma que el sexismo primordial es la raíz de la opresión de la mujer. Dalla
Costa, por su parte, afirma que es resultado de las relaciones económicas capitalistas, tesis que la lleva a afirmar que
la posición de la mujer en la sociedad feudal era en cierto modo más progresista:
“En la medida en que los hombres han sido las cabezas despóticas de la familia patriarcal...la
experiencia de las mujeres, los niños y los hombres fue una experiencia contradictoria... Pero, en la
sociedad precapitalista, el trabajo de cada uno de los miembros de la comunidad de siervos se
consideraba dirigido a un objetivo: o bien la prosperidad del señor feudal o nuestra supervivencia... El
paso de la esclavitud a la fuerza de trabajo libre separó al hombre proletario de la mujer proletaria...”.
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La insistencia de Dalla Costa y James en la importancia del trabajo productivo de las amas de casa como central
en su potencial revolucionario contradice las afirmaciones de que: 1) con la transición desde el feudalismo, la mujer
fue excluida del trabajo productivo por la fuerza, y 2) el feudalismo era menos opresivo para las mujeres que el
capitalismo, puesto que en aquél las mujeres eran reconocidas como trabajadoras productivas.
El capitalismo en realidad sentó las bases para la liberación de la mujer, porque: 1) una vez más, abrió el camino a
la participación de las mujeres en la producción social, creando oportunidades para el desarrollo de su conciencia
social y para la lucha organizada contra la opresión fuera de la estructura unifamiliar aislada; y 2) el ascenso del
concepto burgués del individuo libre —contrapuesto a las nociones medievales del linaje, el privilegio aristocrático y la
dominación religiosa, que codificaban la creencia de que la mujer era inferior— sentó las bases intelectuales para el
reconocimiento de las mujeres como humanos plenos con derechos iguales a los del hombre, un concepto totalmente
ajeno a la mentalidad medieval (y aparentemente irrelevante para Dalla Costa).
El capitalismo creó las bases de la emancipación de la mujer mediante el desarrollo de las fuerzas productivas,
pero ya hace mucho que ha sobrevivido a su papel histórico progresista y ahora constituye una barrera tanto al mayor
desarrollo de las fuerzas productivas como a la emancipación de la mujer. Las mujeres no podrán ser libres mientras
no se elimine la escasez, no se abolan las clases y no se remplace la familia. En otras palabras, no podrán ser libres
mientras no se establezca la sociedad socialista.
La familia bajo el capitalismo
La perpetuación de la unidad familiar monógama en las sociedades capitalistas avanzadas no se debe a un
diabólico complot de los capitalistas para extraer cada vez más ganancias de la clase obrera. Incluso en su forma
actual, la familia le cuesta a los capitalistas, en pesos y centavos, más que si sus funciones fueran socializadas. El
valor que la familia tiene para la burguesía no radica en la eficiencia con que produce fuerza de trabajo, sino en su
utilidad como reserva de pequeña propiedad privada y pequeña producción, que hacen de ella un freno ideológico a la
conciencia social. Es por eso —así como para liberar a las mujeres de la esclavitud del trabajo doméstico repetitivo,
vacuo y enervante— que una de las tareas de la revolución socialista será remplazar a la familia.
La función económica originaria de la familia monógama fue la transmisión de la propiedad privada por medio de
la herencia. Esta función sólo es económicamente útil para las clases propietarias, no para el proletariado, que posee
pocas cosas de valor que heredar. Así, está en el interés material de la clase obrera el cumplir con el papel
históricamente progresista de socializar las funciones de la familia después de la revolución.
Pero, además de ello, la ideología reaccionaria de la familia nuclear también hace posible organizar a las amas de
casa de la clase obrera para fines reaccionarios, puesto que su conciencia tiende a centrarse en la defensa y
extensión de cualquier pequeña propiedad que su familia pueda poseer. Así, en Chile, en 1971, la oposición de los
demócratas cristianos y del Partido Nacional pudo organizar con éxito grandes manifestaciones de amas de casa
(como amas de casa) contra el régimen de Allende. No hay nada en la estructura de la familia que pueda llevarnos a
suponer respecto de las amas de casa, como hacen James y Dalla Costa, que “cuando llega la hora de manifestarse,
nada las detiene y hacen lo que saben que hay que hacer”, ni tampoco que consideren que lo “que hay que hacer” es
contribuir a derrocar al capitalismo, y no a mantenerlo.
La respuesta de Dalla Costa y James a la opresión de las mujeres es que las mujeres deben retirarse
completamente de la sociedad capitalista, llevándola así a colapsar. Si trabajan en una fábrica, deben renunciar, pues
reclutar mujeres a la fuerza de trabajo es un complot capitalista para impedir la revolución. “El gobierno, actuando en
el interés de la clase capitalista...ha creado el desempleo” para que “...nos conformemos con las migajas que el amo
deja caer de su mesa”. Esta teoría de la historia como una conspiración diabólica supone que los capitalistas son
totalmente libres de hacer lo que les plazca independientemente de las leyes del movimiento de la economía
capitalista. Lo cierto, sin embargo, es que en las condiciones de la sociedad imperialista decadente a los capitalistas
les es imposible ofrecer pleno empleo, ¡quiéranlo o no!
Y los obreros, lejos de ser simples crédulos, ¡se ven bajo la obligación económica de trabajar! Pero James y Dalla
Costa pasan esto por alto. Su concepción de por qué la gente hace las cosas se basa no en el mundo material sino en
una concepción idealista de la realidad.
Los sindicatos y la izquierda
Dalla Costa y James también argumentan que, dado que al trabajar se sufre explotación y por lo tanto debe
evitarse, las organizaciones que se centran en el lugar de trabajo, es decir, los sindicatos, también son malos. Los
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sindicatos “dividen” porque toman en cuenta sólo a los asalariados e ignoran al resto del “proletariado” (es decir, a los
ancianos, los enfermos, los bebés y las amas de casa). Esto no es más que la vieja práctica de la Nueva Izquierda de
identificar al más oprimido con el más revolucionario.
Sin embargo, no fueron los sindicatos quienes crearon las hostilidades entre los distintos sectores sociales —
sexuales, raciales, entre empleados y desempleados— que debilitan a la clase obrera. Estas hostilidades son parte
integral de la sociedad de clases, son manifestaciones de la ideología burguesa que los sindicatos no crean pero que
sí reflejan (en la medida en que siguen sometidos a direcciones conservadoras). Los sindicatos son básicamente
organizaciones defensivas de la clase obrera destinados a proteger cualquier conquista económica que hayan podido
arrebatar a la clase capitalista. Por lo tanto, los marxistas deben defender a los sindicatos y tratar de extenderle su
protección a todos los obreros. Existe una brecha crucial, que James ignora, entre los apetitos de la burocracia sindical
actual, que sirve como agente del capital al interior de la clase obrera para mantenerse en el poder, y las bases
sindicales, que no tienen trabajos fáciles ni ostentosos planes de pensiones que los protejan, ni la oportunidad de
participar en la colaboración de clases con los capitalistas.
Los marxistas nunca hemos dicho que la organización sindical o la “conciencia sindical” sea suficiente por sí
misma para hacer una revolución. Si así fuera no haría falta un partido revolucionario de vanguardia. James da una
idea falsa a su audiencia cuando escribe:
“Se nos dice que debemos llevar a la mujer lo que llaman ‘conciencia sindical’. Esta frase es de Lenin
y procede de un folleto titulado ¿Qué hacer?”.
Esto claramente implica que para Lenin la “conciencia sindical” era “la respuesta”. ¡Pero todo el punto del ¿Qué
hacer? es precisamente la necesidad de trascender la mera conciencia sindical! Lenin escribe:
“El movimiento obrero espontáneo sólo puede crear por sí mismo el tradeunionismo (y lo crea de
manera inevitable), y la política tradeunionista de la clase obrera no es otra cosa que la política
burguesa de la clase obrera”.
—V.I. Lenin, ¿Qué hacer?
Es verdad que algunas organizaciones de izquierda, e incluso supuestos trotskistas, van a la cola de manera
oportunista y acrítica de todo burócrata “de izquierda” y se adaptan a los aspectos más atrasados de la conciencia
obrera, pero esto es una traición al marxismo, que la Spartacist League ha denunciado consistentemente. La
acusación generalizadora de Dalla Costa de que “la izquierda” está “dominada por hombres” es particularmente
insultante para las revolucionarias mujeres, pues supone que los hombres dominarán automáticamente cualquier
organización, y que, sin importar su nivel de conciencia, las mujeres nunca podrán hablar por sí mismas. Esta
acusación también es insultante para los revolucionarios hombres, pues se basa en la incapacidad de trascender una
visión machista del mundo y de hacer causa común con las mujeres. Todo se reduce, una vez más, a la sentencia de
la Nueva Izquierda de que “sólo los oprimidos pueden entender realmente su propia opresión”.
Conclusiones
Hay mucha confusión en las organizaciones de mujeres respecto a qué conclusiones sacar de las obras de Dalla
Costa y James. Esto se debe a que su retórica de “lucha de clases” oscurece en parte el odio real que le tienen a esa
lucha y la hostilidad que sienten por el proletariado. En realidad, Dalla Costa y James no tienen programa alguno para
la liberación de la mujer. Su “programa” no es más que el rechazo: las mujeres deben rechazar el trabajo, deben
rechazar a la izquierda, deben rechazar el hogar, deben rechazar a sus maridos, etc. ¿Y cuál es el sustituto que
proponen? Sólo la deliberadamente vaga “lucha misma”. ¿Luchar por qué? Pompei responde: “Lo que queremos no
es ser más productivas, no es ir a que nos exploten mejor en otro lado, sino trabajar menos y tener más oportunidades
de experiencias sociales y políticas”. Ciertamente es un deseo legítimo, y uno que comparten todos los oprimidos y
explotados. Pero soñar que esto se puede conseguir sin aplastar la sociedad de clases capitalista es puro utopismo. Sin
entender cómo opera el capitalismo y cómo puede ser derrocado, todas las demandas programáticas concretas se
vuelven meras reformas cosméticas, cuyo efecto es reforzar al sistema, en vez de derrocarlo.
En el corazón de las tesis de Dalla Costa y James yace la creencia de que las mujeres pueden retirarse de la
sociedad capitalista y encontrar un camino propio y exclusivo a la salvación fuera de las relaciones capitalistas. ¿Y
por qué hacer encajar a las amas de casa en el sistema económico capitalista si su fuerza yace al margen de éste?
Ésa es la más flagrante de todas sus contradicciones.
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23/3/2017 Contra las teorías feministas sobre el trabajo doméstico
La razón por la que Dalla Costa y James intentan hacer encajar a las amas de casa en el molde de los
“trabajadores productivos” de Marx es simplemente que no pueden enfrentar de ningún otro modo el desafío que el
marxismo representa para su visión feminista del mundo. Esta delgada capa de “marxismo” no es más que una
cubierta para la vieja ideología de la Nueva Izquierda de que todo el que trabaja ya se vendió, ignorando totalmente la
férrea necesidad, que enfrenta la mayor parte del mundo, de trabajar o morirse de hambre. Es un reflejo de la visión
del mundo de los pocos privilegiados, los “radicales” pequeñoburgueses que han glorificado el primitivismo al grado de
saludar a los hambrientos y enfermos campesinos de subsistencia del “Tercer Mundo” como la nueva fuerza
revolucionaria. Y mientras estos radicales de sofá refinan sus teorías en la comodidad del aire acondicionado, los
campesinos a los que idealizan son masacrados debido al primitivismo de sus recursos. Aunque está bien que James
trate de “superar esta culpa de vivir en un departamento alfombrado”, no es un problema que tenga la mayoría de las
mujeres (ni de los hombres), que tienen que luchar para comer, para ganarse la vida de algún modo, y para hallar la
manera de superar la muy real opresión material que sufren, una opresión creada por una sociedad de la que no
pueden escapar. James les dice a estas mujeres que dejen de trabajar, que rechacen los salarios de sus esposos y que
vivan de...¿de qué? ¿Del aire? ¿O las va a invitar a todas a dormir en su departamento alfombrado? ¿A eso se refiere
cuando dice que “el movimiento les dará sustento”? Para lo único que sirven las teorías de Dalla Costa y James es
para jugar a la revolución sin ninguna intención real de buscar activamente aplastar al capitalismo. Como dijo Marx,
“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo”. De lo que se trata no es de darle la espalda al capitalismo ni de crear en su interior una alternativa
para los bohemios pequeñoburgueses, sino de aplastarlo para siempre y comenzar la construcción de una sociedad
socialista.
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