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psicoanálisis
I
traducción de
TAMARA FRANCÉS
y
NÉSTOR A. BRAUNSTEÍN
(novela)
seguida de
LA ESCRITURA COMIENZA DONDE
EL PSICOANÁLISIS TERMINA
por
SERGE ANDRÉ
m
siglo
veintiuno
editores
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248,' DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D.F,
FLA C
P0SFAC101
LA ESCRITURA COMIENZA DONDE EL PSICOANÁLISIS TERMINA
Cogner á morí et foatre la gueule, foutre sur la gueule, est
la denúére languela derniére musique que je coñnais.
ANTON 1N ARTAUD
Flac se habla. Lo único que hace. ¡Ah!, no vale la pena pregun
tarse dónde está: el señor está en conferencia, instalado en el
para sí de un interminable concilio mudo. Por lo demás, cero:
un extraviado. Pensamiento. Estás perdido. Una de las frases
que se dice, juicio, entre otros, enunciado en su fuero interior.
La sentencia cae, seca. Perdido. Seguida de la sanción: dilo, di-
lo. Dos veces, siempre dos veces. Y vuelta a empezar. Frases
machacadas, parrafadas proferidas desde sabe Dios dónde,
fragmentos terribles o anodinos, estribillos, bloques de pala
bras que resuenan y cuyos ecos le regresan implacables, lo in
vaden desde adentro forzándolo a repetirlos. Disco rayado, ra
dio que de golpe, sin motivo, cambiase de longitud de onda,
repiqueteo, nunca la paz, nunca una pausa, im silencio. Agota
dor, agotador Pero del mismo modo, confiesa, anda, confiesa,
horrorosamente seductor. Escucha, escucha sin parar. Flac lle
va la vida de un cautivo cuya prisión es él, él mismo. Helo aquí
mirando por la ventana. Mira nada. Se desliza en la ola gris
plomiza de:una llovizna de noviembre que cierra los rostros.
Manos en los bolsillos, ojos volcados hacia el lúgubre paisaje
interior Tan sólo un estómago rumiando su vacío. Está cerra
do, piensa, cae. Y sí, sí, tristes mamíferos todos. Afuera, nada
bueno. Y por dentro lo peor. Peor aún, se dice con una triste ri
sita. Y se pone alegremente a salmodiar, imitando el altavoz de
un aeropuerto: se pide lo peor en el 44.de la calle Valmy.
“¿Se puede saber qué haces ahí; tú siempre en la luna?...",
repetía su madre ya desde que era niño. Con esa voz perpe
tuamente irritada, al borde de los nervios, de la que Flac no
soportaba el gimoteo chillón como no fuese abismándose
más en su monólogo, Y más: “¡Ah, de nuevo en mi camino co
mo una flaca estúpida!” Círculo vicioso. Círculo vicioso de la
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mente. Sebo de rechazo. Sudorípara y lívida. Ojos siempre re
traídos, boca contraída por el miedo, miembros perdidos en el
espacio. .Muecas, grietas, arrugas. Marcada én el tobillo iz
quierdo por una mancha reptil de color borravino, de turbios
contornos. ¿Su madre? Es eso. Entrañas fruncidas por sabe
Dios qué culpa inexplicable. Salido de su entrepierna, sí, de
esas tripas viscosas, sí. Con expulsión placentaria sanguino
lenta. ¿Cómo no imaginarla? Su salida al mundo. Borrar la
idea de esta matriz desmedrada en la vergüenza de sí. Supo
ner, cada día, su desaparición. Exterminarla. Y poder lavar,
por fin, simplemente lavar el departamento quitando la grasa
sofocante que lo pringaba hasta el traspatio del alma. El de
partamento, empezando por esas dos fosas infernales donde
la suciedad y el desorden acumulados llegaban a la obsceni
dad: la letrina y el cuarto de baño. Lardea de limpiar la taza
de un excusado, sus bordes o tan solo el suelo de mosaico que
lo rodeaba era tan extraña al espíritu de la madre de Flac que
éste tardó mucho en descubrir el uso del cepillo de cerdas du
ras que veía en todas las casas plantado en un bote rutilante
de plástico junto al asiento del baño. Muchas, muchas veces
se interrogó sobre el uso de ese objeto surrealista cuando visi
taba a sus amigos, llegando hasta suponer que se trataría de
un utensilio médico destinado a la higiene íntima de ciertas
mujeres cuando les llegaba la regla. Era muy claro que Flac
había deducido una imagen del sexo femenino análoga a la de
una chimenea con las paredes cubiertas de costras de hollín
negruzco que sólo podían quitarse restregando con vigor. Ho
rror, estremecimiento: piensa que tal vez un día tendrá que in
troducir su propio órgano, tan suave, tan sensible, en ese con
ducto arrugado y decrépito, habituado al cruel raspado de la
brocha de puercoespín. ¿Acaso no estaban las paredes de la
vagina cubiertas de. picos como una piel de erizo? ¿Acaso no
era éste el secreto, que le escondían acerca de los famosos pe
los del sexo femenino? .. .
¡Qué suplicio el del pasaje cotidiano por esa cloaca! Aún
hoy los ojos y el espíritu de Flac se sienten mancillados por
ese pensamiento. El recuerdo mismo de tal pensamiento se ha
transformado en una suciedad que ño se desprende y que re
clama, de modo apremiante, contrapensamientos de ablucio
nes lústrales, de enjabonadas con cremas inmaculadas, de
chorros de agua sobre baldosas resplandecientes de blancura.
¡Purificación! '¡Purificación! Nunca lo bastante radical para
borrar la mancha inmunda y pringosa que ensucia para siem
pre su memoria. Enjuáguese el ojo, acérquese: Paisaje: desde
la puerta abierta se ofrece el espectáculo de la cubeta emba
durnada de deyecciones que, con el correr de los meses, aca
ba siendo un mueble central donde las materias se acumulan
en una capa cada vez más espesa que se extiende* bajo el agua
estancada del fondo, en un limo infecto, lodazal cenagoso,
aluvión viscoso en perpetua putrefacción, barrizal mefítico
que ella, su madre, ignoraba con terquedad pero que, para
Flac, equivalía siempre a la explosión de un insulto: ¡mugrien
to!, ¡mugriento! Y cuando él apartaba los ojos o se forzaba a
pensar en otra cosa al sentarse en él inodoro, tenía todavía
que afrontar la idea de que debía plantar sus nalgas y sus mus
los desnudos sobre el asiento de plástico negro nunca enjua
gado donde la suciedad dejaba una constelación de huellas se
mejantes a las que se ven en los pergaminos. ¡No! ¡No! No
tocar esas manchas de cágarrajos o ¿quién sabe? de secrecio
nes vaginales... No tocar esta mugre. Era necesario entonces
recurrir a la serie de cauciones proferidas en lenguaje interior:
Armiño Fuente Límpida, abreviando, a f l , a f l , a f l , a f l ... que
Flac se repetía a toda velocidad, recubriendo el asiento con
bandas de papel higiénico que hacía pasar alternativamente
por arriba y por abajo de la tabla negra, cuidándose mucho de
no tocar jamás con sus dedos la tabla misma: a f l , a f l , á f l ,
a f l ..., durante todo el tiempo en que él defecaba, para no es
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ta publicidad en favor de productos de limpieza para W.C. Los
conocía todos;, envases de plástico de marcas diversas.de don
de surgían líquidos espesos de color azul cielo o verde pino,
pequeños cubos para colocar en el tanque de agua del excusa
do, bloques con perfume de lavanda o limón: qué se engan
chan en el borde de la taza, etc., todos los accesorios que él ha
bía observado en los baños de sus amigos, siempre y
milagrosamente deslumbrantes. De modo que cuando su ma
dre iba de compras él le suplicaba que trajese tal o cual de es
tos productos enseñándole, para persuadirla, el recorte de la
página de alguna revista donde se ensalzaban sus cualidades.
Su madre lo miraba con perplejidad como si le hablasen en
chinó y, si él insistía, acababa por ruborizarse, enfadada. Si al
señor le preocupaba esté tema de tan grande importancia,
tendría que arreglárselas para producir una caca blanca y sin
olor... Y Siempre volvía de las compras con un litro de cloró
que sacudía bajo los ojos de Flac: "¿Está satisfecho el señor?”
Lo volcaba en la taza y tiraba la cadena. El efecto de este ges
to era nulo, sin duda, pero la madre;de Flac se hubiese muer
to antes que limpiar la menor huella de materia fecal.
Lo mismo pasaba con el resto del cuarto de baño. Nunca,
nunca en toda su vida, lo había restregado. Detalles, si les pa~
réée. Sobre los mosaicos, sobre él lavabo, sobre los espejos,
sobré el bordé de la ti na se acumulaba una espesa capa de pol
vo grisáceo, tubos de dentífrico despanzurrados cuya pasta es
taba dura como piedra, viejos trozos de jabón macerándose en
un lodo turbio, guantes de esparto desgastados y parduzcos,
esponjas rasgadas y, lujo imsorio, frascos de agua de Colonia
barata cuyas etiquetas desparecían bajo las sucias huellas de
muchos dedos, Lo imposible era usar el lavabo, siempre rebo
sante de un agua amarillenta en la que se remojaban calzones
y calzoncillos. La madre de Flac no lavaba ni restregaba: todo
lo que no iba a la lavandería; fuente perpetua de quejas a cau
sa del gastó qué suponía, o sea, la ropa que entraba en contac
to directo con el cuerpo y podía por lo tanto revelar una inti
midad obscena, era puesto en remojo”. El remojo consistía
en meter la ropa en el lavabo, cubrirla de agua caliente, espol
vorearla con escamas de jabón barato y esperar al -díá siguien
te. Ese día la madre de Flac enjuagaba echando pestes. "¡Ah!
[qué puercos!, ¡qué sucios! , sé le escuchaba refunfuñar entre
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dientes mientras agarraba*con la punta de los dedos, ya. cu
biertos con guantes de hule* las camisetas, calzones, inedias y
sostenes que sacaba y metía en el agua con üiiá mueca de as
co. De modo que lás aversiones de Flac y de su madre se co
rrespondían en espej o, encerrados ambos en el sueño de una
imposible purificación del cuerpo.
Y a era bastante tener que padecer los locos caprichos de su
madre, verse obligado a compartir — al precio de organizar un
sistema permanente de defensa mental- la insania de su com
portamiento y la serie de poluciones grasientas que de allí de
rivaban. Pero la idea que literalmente aterrorizaba a Flac era
la de que, sin previo aviso, alguno de sus condiscípulos tuvie
se la rdea de visitarlo en casa. Flac hacía de todo para impedir
tal eventualidad. Había inventado y no cesaba de difundir, por
medio de historias contadas en el camino al colegio, la leyen
da de una madre mártir, maniaca de la limpieza y:del orden al
extremo de no poder soportar el menor desarregló, aunque
sea el simple ruido de una conversación que la presencia de
un extraño en el departamento hubiera provocado inexorable
mente. De tal modo había construido, con el correr de los
años, una verdadera novela, tan cómica como siniestra era la
realidad que disimulaba, novela en que sq madre aparecía co
mo uña auténtica JVliss Polish a la que abrumaba con rasgos
que eran precisamente los opuestos a los que le eran propios.
Es así como encontraba un placer solapado, durante los re
creos o en .las horas, que .pasaba en casa de .sus compañeros,
contando cómo ella, por no soportar ver un diario tirado so
bre una mesa, arrojaba al cesto de basura, ya al mediodía, el
periódico de esa misma mañana, aunque nadie hubiese teni
do aún la posibilidad de leerlo. O cómo ella no podía ver o tan
sólo imaginar una mancha, una partícula de polvo o una gota
de agua siñ sentirse constreñida a limpiar el lavabo cada vez
que alguien pasaba a lavarse las m anoseo que:ella pasaba el
día entero persiguiendo migajas, alisando colchas, alineando
con sumo cuidado los flecos de las alfombras y sacando brillo
a los picaportes. En sus relatos Flac no dudaba en exagerar las
manías de su madre hasta caer en lo grotesco. Estas historias
hacían revolcarse de risa a sus compañeros y a él mismo* ade
más, obtenía, de rebote, un doble beneficio. Por una parte, le
permitían delatar y .hasta exhibir el personaje de una madre
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caprichosa y un poco lunática pero disfrazando sus extrava
gancias de manera que el personaje se inscribía en el buen
sentido, o sea, en el ideal común de devoción a la limpieza de
un hogar bien cuidado. Por otra parte, la acumulación de to
das estás contraverdades, de las que él era el único en conocer
su revés, lo convertía en un personaje que suscitaba a Un tiem
po la risa y la simpatía. Le tenían lástima por estar bajo el fla
gelo de una mujer tan severa y esto despertaba en sus cama-
radas una tendencia a invitarlo más seguido a refugiarse en
casa de ellos para encontrar un poco de libertad y, según ellos
creían, un poco de desorden.
Aun así. Detrás de la sonrisa y de la superficial tranquilidad
que aparentaba para disimular su secreto, Mac no podía olvi
dar la angustia que lo roía. Y si, a pesar de todo, a alguno de
esos cretinos se le metía en la cabeza, por un motivo u otro,
venir a tocar a su puerta... ¡La pesadilla! Mil veces había Flac
imaginado la esqena. Todas las variantes, todas las soluciones.
i fulano llegaría animado, trepando de cuatro en cuatro los
pe danos de la escalera. Con una burbujeante sonrisa de ca
maradería. Inocente, en extremo inocente. Con el corazón en
la mano, ofreciendo espontáneamente su afecto, excitado por
la sorpresa, etcétera. Flac ío veía acercarse a toda marcha.
¡Alto! Ni un paso más en la familiaridad. ¡Alto! Dejar fuera a
su camarada, en el umbral. Con cualquier pretexto. Impedirle
lanzar una sola mirada sobre las condiciones del lugar a tra
vés de la puerta entreabierta. Zona prohibida. A partir de ahí
nó se sostienen ya ni amistad, ni simpatía ni sentimientos. Tan
sólo el desamparo feroz que le corroe la médula, la reclusión
infernal, lo inconfesable. Y el dolor, imposible de compartir
de tener que alejar al compañero cuyo afecto era sin embarcó
necesario y demandado con tanta avidez. Flac había aprendi
do el arte de despedir a sus amigos pór motivos misteriosos y
categóricos que lo llevaban a lamentarse y que le dejaban
siempre él corazón dolido. Malo, cada vez más solo, más opri
mido. ¿Pero, lo había pensado todo? ¿Estaba seguro dé no ha
ber dejado pasar algún detalle en las alternativas de la situa
ción? ¿Y si, pese a todas las defensas, pese a todas las
operaciones mentales; él entrase? ÉL: bastaba este pronombre
para atormentar a Flac. ¿Quién era ÉL?
Ahí estaba, Flac lo sentía oscuramente: podría deslizarse
una falla en sus.ejercicios espirituales de defensa contra el ad
versario inminente. Entre todas las hipótesis examinadas con
una aprehensión que se transformaba en locura y esa locura
en calambres indomeñablés que le comprimían las entrañas,
Flac podía distinguir dos alternativas, ninguna de las cuales,
tenía que reconocerlo, le ofrecía una verdadera escapatoria.
Doble espada de Damocles en la cual no podía dejar de pen
sar a la vez que luchaba con todas sus fuerzas mentales para
hacerlo lo menos posible. Pues se le había impuesto la idea,
como un demonio incrustado en su cerebro, de que la existen
cia de tal pensamiento y de su retorno insistente equivalían a
una invocación para que se cumpliese. Su plegaria se expresa
ba en una especie de oración mental para que el aconteci
miento no tuviese lugar, pero Flac sentía, espantado, que la
negación se evaporaba como una partícula sobreañadida y
con su desaparición subsistid aún la afirmación del pensa
miento conjurado: ojalá que eso (no) suceda. Y entonces Flac
tenia que desplazar un grado más sudmploración: no pensar
el;"eso sucederá" que hacía que el “eso sucederá” brotase con
más ímpetu y fuese más verosímil.. Consecuencia: si eso suce
diese sería por su propia culpa, la de él, pues habría sucedido
porque él lo pensó, porque lo había pensado muy a menudo o
con excesiva vehemencia. Porque lo había pensado; punto.
¿Cómo saldría de ese círculo en donde el pensamiento se
transformaba en coacción, la coacción en superstición y la su
perstición en prohibición de pensar, pensamiento en sí mismo
contradictorio, impensable?
En esta fase Flac ya no pensaba. Caía, atrapado en un acce
so de vértigo mental, se sentía golosamente aspiradopor el
torbellino de su marasmo interior. Se debatía con todas sus
fuerzas contra esta abyección pegajosa. En vano. No pierdas
tu tiempo, chiquillo. ,Ya nos ocuparemos de ti! Paciencia . Un
pensamiento que ya no era ni suyo ni de algún otro que fuese
identificable. Un pensamiento salvaje, desenfrenado, voraz, lo
buscaba, lo atrapaba, inundaba sus moléculas cerebrales has
ta la saturación. Desposeído dé sí mismo, ahogado, Flac desa
parecía: un coma én vigilia. Sin ningún control. Fuera de si.
Expulsado por una conciencia extranjera, entregado a sus
exacciones, devastado sin compasión de punta a punta.^Pn-
mera burla, espasmo vocal, torsión del rostro, sacudida ab o-
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minal. ¡Ahí; muy bien! Ahora ya empiezas a sentir, ¿eh? ¿Adi
vinas lo que sigue?
Maldad pura, maldad pura... llamado que percutía en eco,
martillaba los tímpanos, se inscribía en letras de fuego, enun
ciando el mandamiento absoluto. Surgía un:estruendo como
una ola tempestuosa, se elevaba, rodaba al galope en un cla
mor creciente; ¡Mátalo, mátalo!? Dada la señal empezaba la
carnicería. Por fuerza. Imposible escapar a la corriente de las
imágenes, al trance furioso, a las cascadas de tics. Hundido en
la virulencia. Crescendo. Obligatorio, Que golpee, que curta la
carne y la mortifique, de la piel a la médula y del hueso al se
so, hasta borrar el ser. Ráfagas de frases, de palabras, de .soni -
dos insensatos, granizo de lenguaje que se despeñaba desde
am ba y exigía contraataques por soliloquios desquiciados,
melopeas glosolálicas, con gestos conjuratorios solemnes y ri
sas convulsivas que terminaban en hipo. Sufrimiento eterno,
siempre en aumento. ¡Imagina, tarado, pedazo de bruto, de
tonto, cabeza de borrego, imagina: un sufrimiento siempre
creciente, sin límite én el tiempo, sin muerte para acabar de
una vez por todas, eternamente peor! Suplicio uniforme ace-
Ierado... no puedes imaginarlo, no puedes pensar el infinito...
Pero piensa que puedes sufrirlo porque él piensa en ti, te pien
sa sin cesar, lo sepas o no. Y eso no és más que el comienzo,
el mero comienzo del comienzo. Eres pensado. Y porque eres
pensado tú debes pensar que tú piensas. Tú debes; no puedes
escapar. Sólo que hay un margen entre el pensamiento que te
piensa y el que tú piensas que piensas. Tal vez una galaxia...
Hablar, hablar, discurrir sin fin, con una insistencia insidiosa,
como si cada palabra se acompañase dé un irresistible "¡Escu
cha! , Pero, ¿quién le imponía este desatino? Y al mismo tiem
po se hacía oír otra voz. ¿Era una voz? Más bien un ladrido,
apenas articulado, que puntuaba la caída eñ cascada de imá
genes atroces; escenas de terror, matanzas pároxísticás, supli
cios fanáticos,, martirios gesticulantes. ¡Terror!. ¿Te ríes? ¡Te
rror! ¿Te ríes? Ganchos de carnicero, visiones de cuerpos,
suspendidos, aún vivos, estremecidos, los ojos desorbitados
del matarife ál descuartizar un cordero, quizás un niño, a ha
chazos sobre la plancha de madera desgastada por las limpie
zas con fibra metálica. ¡La carne, la carne! ¡Vas a estallar de
risa! ¡Ah, ah, ah! ¿Te acuerdas de aquella puerca carnicera?
~rxl~ ~~f¡
Esa inmensa bola de grasa y estupidez, esa cochina. jCochina,
cochina! ¡Cochina apestosa! Haciéndose los elegantes el do :graar··
)it"
mingo al volante de sü Mercedes, triple papada ahorcada por
una corbata de supermercado, la panza empujando el volan
te, ella reventando un traje sastre rosa, talla 58, como una sal
chicha hervida: dos cerdos, pareja de cerdos alimentados Con
carne de cerdo, el Señor Chorizo, la Señora Morcilla y sus dos
puerquitos salen de picnic con latas de cerveza, radio de tran
sistores y rebanadas de pan con mantequilla. .
Carnicería Falliere embutidos finos. ¿Recuerdas el día, el
famoso día de la humillación? ¿Recuerdas ese mordisco enve
nenado, el aguijón ardiente que te atravesaba de un golpe, fi
jándote para siempre como a úna mariposa clavada sobre un
corcho? ¿Tenías entonces cinco años o seis? Ya en la miseria,
en la vergüenza, semanas de fideos con márganná seguidas, de
semanas de tocino frito y puré de papas. De vez en cuando un
bistec o un.pollo el domingo. Billy, tu perro, desaparecido de
repente: regalado porque comía carne y eso salía muy caro.
Billy, al que llamabas en secreto todas las noches aí fondo de
tu cama, con lagrimones, laágrimas de muchacho, esas que
uno guarda de por vida. Y ahí estás con tu madre en la carni
cería Falliere, llena como siempre de una multitud de come
dores de rosbif, de chuletas, de piernas de cordero, de suaves
asados de ternera. Tu madre pide un trozo de doscientos gra
mos de puchero; no es caro y mejora la sopa. Y la Falliére, esa
sucia puta, levantando con aire de desprecio triunfal su hoci
co, los cachetes relucientes y la mirada cortante, vocifera de
lante de todos: "A ver, señora Robert, ¿ños pagará hoy lo que
nos debe?... Porque la casa (decía: la Gas-sa, dándose una ma
yúscula que la elevaría por encima de su condición de carni
cera de provincia) no fía sin límite, si no ¿dónde iríamos a pa
rar? (Guiñando el ojo al publicó) Bueno; está bien por esta
vez, pero le advierto, es la última.” Y luego, de improviso su-
surranté, melosa, cristiana, al borde de las lágrimas, rebosan
te de buena conciencia, baja de la estantería uña rebanada de
,Jilfitti~l~Ditilii¡i~*i-tl::·
salchichón barato, la enrolla entre sus dedos en forma de ci
garrillo y sé acerca inclinándose hacia t i : “¡Ah! qué lindo está
su chico y a esta edad hay que comer carne porque hay que
crecer..: Toma; esto es para ti, es un regalo de la Gas-sa” Tú te
quedas quieto, miras la mano extendida, los dos dedos apre
·221i·.
.... :"".· :·:_:_..·-:·_:·.<::·- .. ·-.-_-:·.·."
tando la rebanada de salame, alzas los ojos, clavas tu mirada
en las pupilas de la gorda marrana y. ¡plafl, le descargas un pa-
tadón en la espinilla. Ella se pone a chillar, aúlla como una
trompeta desafinada y escupe: ¡cretino!, ¡basura!, ¡gente de
mierda!.:. Tu madre, apretando los dientes, te saca a toda ve
locidad por el brazo, molesta por tu conducta de niño malcria
do más que por la. afrenta pública que la carnicera le infligió.
Tú te tragaste el desprecio, recibiste en pleno rostro el escupi
tajo dirigido a tu madre, padeciste el insulto de la caridad hi
pócrita y por encima de todo, herida que nunca cicatrizará,
has visto a tu madre con torvo gesto, palidecer, arrugarse, mu
da, incapaz de defenderse de otra manera que abstrayéndose
en una indiferencia infinita. Arrastrada impávida por el lodo.
Lo que ella llamaba: conservar la dignidad, No se discute con
una carnicera; uno mantiene su lugar Ridículo, payaso, lasti
moso. Lastimoso. Al mismo tiempo, más fuerte aún que el ar
dor del ultraje, acabas de descubrir una nueva sensación, ex
trema y compleja, mezcla de pesar y placer, de dolor y goce.
Un goce oscuro, un placer envenenado: la venganza.
Sí; en ese preciso instante, con una patada magistral, Flae£
derribó una puerta que hasta entonces ni siquiera había visto.
De todos modos él no sabía, no podía saber qué monstruo es
taba agazapado detrás de esa puerta. ¿Se satisface alguna vez
una venganza? ¿Cómo adquirir una certeza semejante si la he
rida que se recibió ha llegado hasta la idea de sí mismo e in
cluso hasta la sensación que se posee de ía propia existencia,
cuando la representación que uno tenía de uno mismo, tanto
para sí como para el otro, ha quedado profanada, degradada,
rebajada hasta el punto de derrumbarse como una máscara de
trapo, develando en su caída un ser insoportablemente desnu
do, privado de su humanidad: una cosa, una carne, un despo
jo, una nada? Flac comprendió además, tan pronto como la.
hubo dado, que su patada a la carnicera, por heroica que fue
se, no pasaba de ser un chasquido de dedos en relación con el
abismo al que fue arrojado. Réplica pusilánime, rúbrica de su
miseria. Ni tan siquiera la muerte de la puerca Falliere, tras la
meticulosa programación de su asesinato, hubiese bastado
para satisfacer y apaciguar al demonio: que se había desperta
do en él. No aspiraba ni a su muerte ni a su desaparición, por
cruel que fuese. Lo que Flac quería era verla rebajada, a su
V0Z, a eso con lo que ella lo había identificado en público, una
rebanada de salchichón. Cada vez que volvía a pensar en este
episodio de su infancia,: y Dios sabe con qué frecuencia lo ha
cía, encontraba la misma amargura, el mismo pesar, la misma
furia ante lo irremediable. Con el correr del tiempo esta esce
na de la carnicería había llegado a ser la matriz grotesca de
una situación que terminó por confundirse con la esencia mis
ma de lo cotidiano. Algo, y era de lamentar, había fallado; al
go se había perdido en esa patada demasiado ingenua, algo
que ya no tenía remedio. Hubiera sido necesario reducir a la
carnicera a su esencia porcina, hacer el acto que la hubiese re
velado como montón de carne de puerco, maniquí humano de
salchicha conglomerada.
Esta idea taladraba a toda hora el espíritu de Flac. Ante
cualquier pensamiento de una humillación posible se desen
cadenaba el mecanismo: ¡Venganza, venganza!, pero venganza
hasta hacerla picadillo. Consecuencia: Flac estaba asediado
por escenas de carnicería. Todo el mundo pasaba por ellas, to
do el mundo debía padecerlas, pues la que debió haberlo he-:
cho se había escapado. Cualquier otro, siendo un enemigo po
~B~áiní~füoi•~#·el'.
tencial, podía, en un momento dado, ser elegido para un
cíútlgelir:;i• ·•·derilóhd,()~··descuartizado, • }iáthA-i· ·
ci~sd(laj-t~za~ó, hacha
. . •.g;:'.~.é'.C~(l . papi]la .• cf.e.l.as~.VÍCti.gias.Ilo' ba>cle
pensamiento en el cual sería demolido,
do, hecho papilla. La ~ali~. ta de las víctimas no dejaba
lista li~Ja de crecer,
CT~(;~t,, .
s~da día
cada dí?- traía
tta_íanu~yas<h~fatorilb~s,
nuevas hecatombes. El .:E,llla111adq.
llamado ~a la . l~:rriatan:zfl.
matanza '
Th~~=~~~~J~7~~·~~~~k~i~~iá~s~&tí~º~i~lf~t~i~&~~ª~~c'.
habitaba en Flac como un cáncer que colonizaba sus células
una tras otra. No podía resistirlo porque el sufrimiento de es
tee pensamiento
~é'.nsarnié'.ntqJo arra~a.l:>'<l.\ El
lo arrasaba. ~lfürqr
furor de~~·la· la. venganza
v711g~l1zai~ra.
eracada
cada •. ·
25
sus ojos, Flac representaba, por su inteligencia, por su inago
table curiosidad, e incluso por su carácter arisco y algo raro,
al hijo ideal que él hubiese querido tener. Lo mas terrible era
imaginarlo, precisamente a él, al gran potentado, tocando a
la puerta del departamento. Flac no podría dejar en el umbral
a un adulto, al padre de un alumno, a uno de aquellos de cu
ya benevolencia dependía su reputación, su admisión en el
estrecho medio de la burguesía provinciana y del colegio que
era su ornato, fuera del cual no existía, según lo que Flac po
día saber por el discurso de sus padres, otra cosa que una ma
sa anónima e indistinta de gente vulgar y ruidosa, con caras
rubicundas y acento torpe, un montón de comedores de sal
chichas y bebedores de cerveza, jugadores de cartas que se
hurgaban la nariz en público con sus gordos dedos, que sa
lían de vacaciones en caravana, /'con los gastos todos paga
dos según los calificaba la madre de Flac con nn término de
finitivo, cuyos hijos ya hablaban ese dialecto lugareño de
giros y frases hechas que parecían surgir de un barro espeso,
que se llamaban de una acera a la otra con un chiflido, que
escupían en el piso y que pronto, dentro de pocos años, llega
rían a ser unos vagos"', es decir que usarían blue-jeans, cha
marras de cuero negro y se juntarían en ciertos cafés en don
de pasarían las tardes jugando al fútbol de mesa o, peor aún,
al billar eléctrico, en vez de ir a la escuela. Era ese mundo in
forme, ese hablar embrollado, ese callejón sin salida, el que
se podría vislumbrar como un maremoto detrás dél saco de
lana peinada o del abrigo dé cachemir azul marino del hom
bre que se presentaba de repente, plantado en el umbral del
departamento. ¿Qué decirle para no ser grosero? ¿Qué excu
sa inventar para no invitarlo? "Pase, señor. Pase, por favor,
que mamá estará encantada de conocerlo", como sería lógico
decirle en tales circunstancias. Sólo un motivo extraordina
rio, un impedimento forzoso, es decir, una mentira de una in-
ventividad y de una amplitud inéditas, podrían garantizar
...que ·. • ql.l#.sei~quedase
qúed<l~~ ~ft1era:'
afuera. Y,'.Y/!
aun a1_l#así,á~l;hahñaqüé#egútar5edé
habría que asegurarse de la · .
continuación...
•· .·c911til11l(:tqipg-•·/·
•.• ¿tfl1ª'
·.··•·•·>;¿Una ffi'1~r~~.·un . ·. · · · · · •.· · · . · ·• ·•·. · · · · · •· •· I1~t~rribl.
·}1I1\~)ºiclente,;~. •· <·· ·•·· . .: . •. · .... e·•.·c~~fe);11.1.e4a:a~ó·
.····· .· . · . . >· . · . ·. . . ·' · •¡\··· ·
muerte, accidente, una terrible enfermedad con
• ·•. ·tagio·~.a?¿Impostar
tagiosa? ·¿lmp?stap\' en}n\': un .cuarto .Il•·. cl1ªi:J:9de de segundo $e~?ol~· la expresión e)(gi-esi9l1\q~del
iU~iM~~:¡wz~0~E~~~i¿.ti: ~=~~1~d1b f~~Ak~staw~~~~W&~
valiente muchachito qué lucha con todas sus fuerzas para di
simular una impresión demasiado intensa, 1
y demasiado re
cíente? jOh, sí! Tan noble el rostro, tan romano, y a la vez tan
frágil: intimación imperativa para significarle al otro que
cualquier pregunta estaría fuera de lugar. ¿El máximo impac
to? ¿Asestarle con una bocanada: “Mi madre murió esta ma
ñana”? No; imposible: ¿y la necrológica, y el velorio, y el en
tierro, etc.? Entonces, mejor: “Discúlpeme, señor, yo querría
invitarlo a pasar (con el tono más untuoso), pero mi mamá
está enferma, muy grave...,.y me ha suplicado que no reciba
a ninguna visita (aquí, categórico). Estaba ocupado justa
mente eri Cuidarla cuando usted llamó.” ¡No; no; no! Creíble,
eficaz de momento, pero:.., pensar lo que sigue. El importu
no saldría farfullando excusas, palabras de circunstancia, pe
ro no tardaría, días después, en dar pruebas de una cortesía
exquisita -exquisita, sin duda exquisita-, con un telefonazo o
enviando una cartita a la madre de Flac pára asegurarse de su
recuperación, prodigar sus buenos deseos, su simpatía, su
compasión. O quizá se enterase, sabe Dios cómo, de que la
enferma estaba del todo sana, que se la había visto esa mis
ma tarde haciendo las compras. Pese al placer clandestino
que Flac experimentaba al imaginar f a muerte o la fatal en
fermedad que sufriría su madre, y la molestia sutil que sen
tía, en forma oblicua, al hacer la confesión oficial de este an
l\i\tll\1~~~!~1;1111¡1!1
helo secreto, él debía aceptar que este guión no dejaría de
traicionarlo provocando su perdición definitiva. Tetanizado
por lá expulsión inapelable que sentía inminente, como si es
cuchase el frufrú de la toga escarlata del juez zumbando en
los pliegues del abrigo de su interlocutor hipotético, Flac in
tentaba•·.~~sa~pd. if.~lf}·.~despertar
sacudirse, ~.sp(!:"t<it·d~.<l~t.lell.
de aquella~· pes~~ill~·
pesadilla · quel9atr:Ha·
que lo atraía ··.
· • · ;i),~t\fü~rza,yh~pri6t~caii; · f
con una fuerza hipnótica.: Hacia falta que hiciese1ac~afalta·, . · • . que;• . • ·h ici~: ~e·tral)ajar;·
trabajar i· .
·m ás a su mente, que fuese el
más y más a su mente, que fuese el más rebuscado de los mi- más rebuscado de los mi-
tómanos, que inventase una historia más que plausible, ina
tacable, incluso para el más astuto, el más curioso, el más
odiosamente civilizado de los visitantes. Calma y método,
calma y método, se repetía. Y volvía al trabajo, reconstruyen
do su línea de defensa, adentrándose en su laberinto. Supo
nía lo peor. Se metía en la piel de la rata atrapada en la trám-
pa. Imaginaba, imaginaba. Se echaba a volar. Y recaía sin
cesar en los mismos atolladeros.
j~¡~¿~irbh~~~l1(~~f~u;:&~~~~.~~ly@rl'ful·~~t~htB~fr;;l~j·· · ·• · ·. · . .
. En ciertos momentos, a fuerza de dar vueltas en redondo y
de golpearse contra las paredes de ,su cautiverio, . .. ~ estallaba: le
~.<:::·.; <-~-:.~·-'i.<:,_- <:· .. ,· : _-,_· :· - .
_ "-.·
:_-;:_:~,=
. · .• . ·. ,·<27
27
venían ganas de pegarse.a'sí mismo, de abatir de un golpe el
castillo de naipes en lo alto del cual vivía de modo tan preca
rio. Y si a este visitante inoportuno, a este intruso,, a este des
vergonzado, a este entrometido, a este perseguidor, a este pa
rásito, a este bicho baboso del saber vivir, lé descargase alguna
brutalidad que lo clavase en su lugar, que lo remitiese a su na
da, a su naturaleza de mosca de la caca. Con el tono más neu-
tro, más normal, premio de honor en buena educación, “Esti
mado señor, ¿cómo le va? ¡Ah! la gabardina de Julien, ¡qué
pena!, ¿verdad? La buscaría con usted de buena gaña, pero
vea, por desgracia mi hermana —de la que usted con seguri
dad conoce el triste estado de demencia- acaba literalmente
de explotar después de haberse atosigado con crema de cho
colate y nueces acarameladas durante tres días seguidos, y todo
nuestro departamento esta cubierto, piso, paredes y techos,
mesas, sillas y armarios, por una capa inmunda de vómitos
que se pudren.:. O, más seco, menos burlesco, pero directa
mente ofensivo: Lo siento, señor, pero a esta hora mamá re
cibe a sus amigos en la cama..., entonces esos ruidos fofos dé
nalgas y. de tetas, esos jadeos, esos ,estertores, esos chillidos,
seguro que usted no los soportaría. A menos que usted tam
bién participe en esas zarabandas, que serían asquerosas in
cluso para un hombre como usted, usted qüe tiene una edad,
como se dice, para haber vivido.” Todo ello soltado con una
sonrisa francamente canallesca. Sí; llegar a ser un maldito, él
mismo, por sí mismo, acusarse, ensuciarse, arrastrarse por el
lodo, revolcarse de manera salaz exclamando ¡miam, miam,
qué buena está lá caca! Arrojarse al abismo, tomar partido por
la basura, provocar a sabiendas su expulsión. Pronunciar con
su propia boca el enunciado de su exclusión irremisible, faná
tica, categórica. La insurrección. Destituirse, arrasar este apa
rato de contraverdades, dé falsificaciones, de imposturas, de
evasivas, de disimulaciones, exhibirse como el.vagabundo ma
terial y moral de esta banda de burgueses pedorros, pedantes,
gruñones, aguafiestas, obesivos de lo conveniente y virtuosos
de lo irrelevante; entregarse por fin, entregarse tal cual, obs
ceno por el nombre abandonado, el título desplomado, la fa
milia resquebrajada, el patrimonio, dese cuenta, señor, el pa
trimonio, dilapidado, consumido, acabado. Escoger la
decadencia, consagrarse a ella mediante votos solemnes, an
tes que vivir siempre, de noche y de día, pendiente de un hilo,
con el temor de la caída, el tormento de merecerla, el constan
te suplicio de arriesgarse a ella, y de este modo nó vivir nun
ca, ni siquiera vivir en la mierda. Responder a la amenaza dé
lo peor yendo por sí mismo a lo peor. Volar al desastre, preci
pitarse. Canaleta de desagüe. Cloaca. Fin.
Mas entonces, desde el fondo de la cólera en la que se hun
día Flác, arrastrado por la incontinencia de su soliloquio, se
elevaba qma voz diabólica, viperina, malévola. Voz que pro
nunciaba una única palabra. Que no hablaba, que ordenaba,
notificaba: ¡lo peor! Lo Peor. Imperativo, este decreto mostra
ba a Flac cuán lejos estaba de haber terminado con eso y que
liberarse no sería tan fácil. Que ningún envilecimiento le sería
ahorrado. Que no bastaría con arrancarle la vida, que se llega
ría incluso a robarle la muerte, privándolo sin preámbulos de
su suicidio moral. La voz cambiaba de registro, se acercaba
conservando una cierta distancia, se hacía más íntima, más
familiar, más solapada. Ahora Flac se escuchaba a sí mismo y
era consigo mismo que proseguía esa discusión inacabable.
Se trataba de "Tú”'.y buscaba captar en ese "tú” la expresión
más justa de un "yo” que siempre se le escapaba. Hasta aquí
tú has pensado: va a venir, podría llegar, quizá se presente. Ése
es tu error. Fatal. ¡Lo peor, querido, lo peor! Ahora piensa: es
tá ahí. Ya está ahí, mientras que tú lo imaginas en el futuro y
en el condicional, él está ahí, en el departamento. Sí; ha entra
do, se ha instalado. Te espera y tú, tú no estás ahí... Escucha...
Tú vuelves como todos los días de la escuela. Te preparas
.mentalmente para hundirte de nuevo en la morosidad perni
ciosa del tugurio secreto, para enfrentar las frases demencia-
les de tu madre. Quisieras no prestar oído pero, bien lo sabes,
van a caer de manera fatal en tus orejas, a estremecer tus tím
panos, a repercutir de huesecillo en huesecillo, martillo, lenti
cular, yunque, estribo, a rebotar desde el peñasco en el labe
rinto, a cosquillear el caracol, a pellizcarte el nervio auditivo
y a. traspasarte el cerebro. De hecho, ya las oyes. Tú lo sabes,
lo captas. Lo que ella dirá. Gon una voz rebasada por el exce
so de vida que le impondrá tu simple presencia en cuanto
atravieses la puerta: “Flac, por milésima vez, ¡límpiate cuando
vienes de la calle! Sabe Dios lo que tus manos han tocado en
esos autobuses llenos de gente donde todo el mundo mete .:·;los:.:_<: ;::·.:/:.:_ . ·
29,
dedos én los mismos lugares...” Y mal habrás podido, duran
te el trayecto, con todos, los baches, las arrancadas, las frena
das y los amontonamientos, mantenerte en equilibrio con las
dos manos en el bolsillo para no pescar la sama, los hongos,
las verrugas, el eczema, el acné, el herpes, la lombriz solitaria,
en una palabra, el pus .de la masa, invisible pero sin duda aglu
tinado en las barras metálicas y en las agarraderas del auto
bús; tendrás siempre que ir corriendo al baño para lavarte las
manos, "¡con cepillo, por favor!" -la cabeza obnubilada por la
idea de que es aquí, precisamente, en el baño, en este reducto
de incubación a domicilió, donde te amenaza de verdad el
riesgo de ensuciarte. Mentalmente te repites toda la sucesión
de gestos que vas a realizar. Antes que nada evitar mirar los
calzones de tu madre remojándose en el lavabo, y si los ves,
cosa qué no podrás impedir, decir tres veces crispando la cara
como para estornudar: ¡puaj, puaj, puaj!, luego agarrar el ja
bón entre el pulgar y el índice de la mano izquierda, la izquier
da, nunca la derecha, y hundirlo durante un buen minuto ba
jo el chorro de la llave del agua de la tina para lavarlo. Sí; lavar
el jabón. Siñe qua non. Con el jabón ya limpio, frotarlo con
paciencia entre las manos, sacarle espuma, enjuagar, cerrar la
llave con la punta de los dedos de la mano (siempre izquier
da), volver a colocar el jabón en el platito azul asqueroso, cui
dándote muy bien de no tocarlo, y después enjugarte las
manos. Con tu pañuelo, nunca con una de esas toallas repug
nantes y perpetuamente húmedas que tu madre deja colgadas
durante semanas encima de una rejilla de plástico instalada
sobre la tina, sin duda con la esperanza de que se limpien por
sí mismas con los vapores que se desprenden del baño. Sales
del baño llevando en él fondo del corazón una vaga náusea, el
sentimiento de que tu tarde ya se ha podrido, y como de cos
tumbre la oyes gritar: “¡Vaya que te tardas para limpiarte diez
dedos!...” Agobiado por la falta y a la vez castigado por la pe
queña voluptuosidad sentida al sacar espuma del jabón lim
pio. ¡Límpiate, querido mío, pero no aproveches para tocarte,
acariciarte, palparte la piel, para amarte, cochino puñetero!
¡Qué! ¿Qué dices? ¿Dices: “puñetero”? ¿Piensas en eso, en esa
ignominia, en ese órgano innombrable; introduces esta por
quería de pensamiento de sexo en el baño de tu madre, delan
te de sus calzones y de su crema Nivea contra las grietas de la
,~; :v&q1,~*r!i~~s~~,is,,;.~~~,~l(~i~i~Jvs}{li!IJ¡(~m(·
piel? ¿Te atreves a contaminar, a inocular, a echar un sopló de
cll_lg' cl.e·
· · . · . ·• ·. •. crup, de ~vómito
ón15t(J negro? ~~gr9? •j¡Ah!,·~·.!Yi1ili/~still1. ~'·l8.<tl1.1i . lo vas a pa
•. ·. fªiii~i~~illii~r~~iltt~A11\~ilfl /;,>,.· •· ·
¡mi estimado amigo:
gar caro, muy caro! Sí; en tu cara, justo ahí. No cinco sino seis
puñetas obligatorias antes y después de.la tarea, hasta el ca
lambre, hasta la imploración, hasta pedir perdón. Eso se verá 1
·~~~~~r~gt~i~~~~~i~1~~~~~:&g~~B~®~6~~ti~~~§~~rrti~ª~!iii/·.•·
cámaras de vigilancia en cada esquina, ametralladoras auto
máticas instaladas en los muros; solo con tus voces, tus pen
sarriient?s,<tlls
samientos, ~pli~?q~i~~'tl!pf:ql_lé~t~
tus soliloquios, tu orquesta sinfónica ~.iI1fóI1ica•rpermanente,.~rm~nent,9, ,.· ·
?:t
solo con tu terror pánico del otro, del enemigo, y al mismo
so.~o·.•. cen.·tit··.ter.reriJ)~~sg
esmeic.tn.~~/?~F-11.l~ ~t·B?~
e~~?;;·p.~1 •. ~:tl~rni~?i
p11·~se~gtatreva
.y :~1·a· .111ientrar
sD'l ?··.···· ..
~·y~ a:••.en.trªr . -.' ·
·11t~W;if~lf3~ii1fl\~~fltfi1~i<y·
tiell1p()1~
tiempo 18.c~ esperanza de que él por fin
la loca 5
en tu laberinto fortificado. Sí; que venga> que se muestre, pa
ra que tú puedas poner en marcha toda tu maquinaria de de
fensa, que tú lo hagas prisionero, que lo tortures por mucho
tiernpcl•·•ccon
tiempo sofi.stic~~iütj 'yYt(}ll.~<fi11.
qnx . sofisticación álB1e:I1t\ .•.lo
que finalmente ·.~.?• .•~hagas
ª$%s papilla. p~Pifl1,.:'•·,. ·.•·. . .• ·. .
?.e•.
(;ié'..I1t?T il1láge:tl?s .•{Í~·· :l1I1ªvi()1eI1ci.~· ·~I1f~rrl'l.iz~"s~~.té'.YPE'.lYE'.I1<· '.•· ·• ·. ·
Cientos de imágenes de una violencia enfermiza se revuelven
;<lt[f111111'~~1111a11
i\·· . . . n1~terriic1ª:% afortunada,
. · •. .•. •. maternidad imagen de una felicidad inmutable,
inmóvil y virginal, en paquetes de pañales sucios, biberones
regurgitados, berridos chillones, gritos estridentes, llantos,
cacareos y gimoteos, salpicaduras de sopa, vasos volcados o
· =: · rotos, torpezas que estigmatizar, turbulencias que contener,
suelas embarradas, ropas agujereadas, enfermedades infec
1;(
pip~{l~y
ciosas ~~ales; trapos,
y virales, 1fé1Pq~, costura, coc~hª:1 J~rr!iórnetrp.,\
co.s~Pcra;•. cocina, termómetro... p¡J?as- “¡Bas
;a!·.• .1¡Ya
ta! Ya·.•ttengo
e~go.· .1Jbastante,
. a.stant7;escy9pª:;.
escucha,rn.me ~· ·.~ríve!lerras)f
envenenas la vida!" vida!'!:.pEllye-· ve· ·•· · ·
· · •. · .t~.if~~~J%~~~~·~~~~1f~[~1 ~~~~~~t~yd~!;ü{i~~1i~;¡r~:htbl~··• ·
triolo. Ella no tiene necesidad ni de verte ni de escuchar tu
voz, basta con que mire el1 cuadrante de su reloj para que se
· · .exalte,
7~éllt e,<gª:f~ para que ~l1~ todo tpciP}él i~i~.~~.fal
la irrite !I instante.
i71s.t~h~~.~{f~ .#s.gept5p~·
Te espera con .·iimpa
~}Jª:- · ~
Giénqia en
ciencia eµ\:la sála,(p~i::(:).lo
+<l' sala, pero lo que enelelffondo
q\i~Lerr· Prrdo espera
.esperaeses que .qil.edesa~
desa . · ·. ·.
•.·.•· .·parezcas,
1JátézC:is·•· ique jü• ya no te·g;tfüi · ·$.S-tf~.~#~J;que
hagas escuchar, ,qtié.,acabe
J~~@e ese f:!se\4.desor
e$pr~>··•· .
,,,~Ítit~iit~l'f!IB~Ji~~ll~
den, ese disturbio. :
¡Ah!, con seguridad, el señor hubiera querido hacer un dis
curso, pronunciar una conferencia, extenderse en desarrollos.
Interesar, emocionar, intrigar, persuadir. Afirmar, argumentar,
$9füf:!11tar.··•Desarrollar
comentar. mesél~.91Ja¡;s\ls• sus•·relatos,
]éel?t~s,ql1it(lrel?lieI1to
quitar el aliento. .• Elevar •. ~.l.~y~r sus • sus '. ·•.·
s~d~cesahrango(l,~•
sandeces al rango de• epopey~1;e;{l)ª.
epopeya, expandirse, ndi{?se,e¡nl:)tiagarsecon,.
embriagarse con su su .....·
·• . •\•·verborrea.
.v.~~l)ó~re;;t''i·~::tti~iyar;.
Cautivar !los os.~t)ídos,y,gpr.
oídos y, porállíFl?s~o#<J.i9~~s+ptse7•
allí, los corazones. El se •· ·
· . ñor
· .ííoth)-l~iei"
hubieraa querido ~uetjdq/ hacersehace;~e>arn<ir,·
amar, •lhacerse ªril.'1r .•
i.a~ei::se amar locamente loqifI1lentE]
por p9rsp;pa:~pra.prp~~auf1~\ldit9fi()/el1g~Chaflo,·¿61}?i11aF•
su palabra. Drogar a un auditorio, engancharlo, dominar
· · . +ii~~1t¿&i~)2~if~!fs7k7~ctli~~Tu~i~~j~~~i%f&~~~~Bh~~i~~~t
elocuencia interior, declamador, predicador, imprecante, con
ferencista, cuentista y balbuceante de tonterías a puertas ce
· I'fª:BflS, ¡Que
rradas. i(.)áE1selé.qúiefal¡$(>~g•
se le quiera! ¡Sóloesq1. eso! ¿Y $\l~Ir)á.
¿)'qué más? s.?·· .l¡Y
X~J!TI~(t
nunca na nc:t- >
•<•f ):itiillllátlilllitll
die para escuchar a este pobre pequeño señor!, a él que estaba
y qué siempre; está ¡ay!, devorado por el ansia ardiente de ha
cerse escuchar.. Imbuido de tal modo por su singularidad, ati
borrado por la exquisita fineza de sus percepciones. Solo y
amargo, pero repleto dé sí mismo, apasionado hasta el vérti
go por la delicia de sentirse único. Y tan apurado por entregar
sus éxtasis íntimos a la admiración de los demás. Conmove
dor, sí señor, dé verdad conmovedor.
Lo que pasaba afuera, lo que obser vaba a lo largó del tra
yecto, lo que apréndíá eñ la escuela, todo era sorpresa, fuente
de ensoñación que se registraba automáticamente en sus pe
queños cuadernos secretos. Las cosas, la gente, el mundo, se
entregaban por fragmentos. Por todas parles en el hormigueo
de los detalles estaba el enigma, el oráculo mudo susurraba,
inasible, en un desfile carnavalesco. Uña nada, una colilla
arrastrada sobre lá acera por una brisa desganada que la em
pujaba con bruscas sacudidas, un rayo solar descomponién
dose eñ arco iris sobre el ángulo de una vitrina, el lisiado que
vendía sus billetes de lotería, siempre en el mismó sitio a la
entrada del puente, tocado con su viejo casco de aviador dé
cuero, unas trazas descosidas de conversaciones captadas en
forma intermitente con las que él componía diálogos absur
dos, la cacofonía de los títulos de revistas despeñándose en
cascada tras los vidrios del kiosko de periódicos... iluminacio
nes horadando el cielo abrumado por sus pensamientos, bo
rrones en la confusión de las líneas oscuras en las que su ros
tro se esfumaba poco a poco. Las palabras sobre todo lo
conmovían de modo extraño. Las palabras nuevas, con un
sentido aún incierto, u otras, banales y mil veces repetidas,
que de repente se hacían opacas o bien develaban una fáceta
superreal hasta ahora inadvertida. Bailando él vals, las pala
bras arrastraban a Flac hasta el vértigo. ¿Firmada én blanco,
firma blanca o papel blanco firmado? Una firma en blanco,
dos firmas en blanco. Imagen afirmante. La firma hace apare
cer la blancura dél papel. ¿Hace falta una estrella para ver la
negrura? Nada que ver. Tiempo perdido, tiempo ganado. El
uso dél tiempo. ¿Qué es el uso del tiempo? Fornicación perpe
tua con el verbo eterno. Engendrando el momento de la ver
dad. Irrupción puntual en la duración, relámpago de un pre
sente más acá de toda gramática, revelación de las palabras
como materia milagrosa, de la lengua como lugar y vinculó de
1.ransusíanciadón. Todo nombre es una firma en blanco.
Ha llegado el último cuarto de hora del trayecto antes dé ser
depositado por el autobús a unos cientos de metros dél depar
tamento, tu casa. Breve momento en el cual, cada día, olvidas
lo que te espera allí. Mientras más te acercas más te evades. Lo
33
aprovechas para dilatar el alma recordando esos encuentros
cotidianos con el idioma, repitiéndote mentalmente las pala
bras, las expresiones del día u otras más antiguas que te mar
caron y aún palpitan en ti. Ya te regocijas previendo la caza
que por la noche proseguirás en el fondo de tu cama, ojeando,
hojeando a través del diccionario abierto al azar, recorriendo
sus columnas con un ojo avisor, al acecho de un signo, de un
llamado, de una chispa que incendie tu curiosidad. Insaciable,
este Flac, Siempre hurgando, como si nada, olfateando, a la
pesca de las huellas, de las resquebrajaduras, de los cauces de
una palabra, de una locución, de un giro. Cazador de volapiuk,
sabueso de jerigonzas, sinólogo del francés. Glotón del vocabu
lario, la sintaxis y las figuras, golosinas que zampa y engulle
como un ogro. De ese género que le dicen "literario”, pero de
la vanante tragona de la letra. Letratracándose, lexicólatra. Es
tudiaría todas las ramas por el solo amor a las palabras. Sabo
rea las matemáticas, gusta de la física, se regodea con la quí
mica, chupa la biología: todos estos lenguajes extraños, estas
singulares construcciones gramaticales, estas formas estrictas
de enunciar reglas. Reglas de lenguas distintas, lenguas de re
glas particulares. ¿Lenguas? ¿Reglas? Pero no se aguante, que
rido amigo, revise todo el menú, siga, regálese... ¿Regalarse re
glas? Normas, máximas y preceptos; modelos, funciones,
ecuaciones; postulados, teoremas, corolarios (más las aplica
ciones); protocolos, métodos, propiedades, sistemas; leyes, for
mulas, nomenclaturas, etc., loco carrusel que gira, gira, gira...
¿hasta cuándo?, ¿con qué fines?, ¿y a qué precio? Palabras que
remiten sin reposo de la una a la otra y que parecen tender ha
cia la misma significación inefable, cascada de palabras que se
regula por sí misma, formando un collar alrededor de una ley
secreta, no expresada, quizás inexpresable, quizás infernal, es
tas palabras que componen una zarabanda, una llamando a la
otra y la otra a la siguiente y lo arrastran a usted en el baile,
hacia una cierta consumación, esperanza de terminación, de
satisfacción, sí, estas palabras que se engarzan como prome
tiendo la paz interior y la paz social, la paz de un silencio ahí
to, en fin, la paz. verdadera, la que se realiza cuando el espíritu
humanó -si es que aún existe algo semejante- puede estar se
guro de haberse embarcado en;ese tren automáticamente pro
gramado, tan conocido, tan reconocible, reconocible a punto
tal que se le llama “el conocimiento”, ¡qué farsa! Plantear, reu
nir, demostrar. Estas palabras tan cautivantes, tan anonadan
tes, tan adormecedoras por su aptitud para la uniformidad, es
tas palabras, al fin y al cabo, ¿son semejantes, tan semejantes
e intercambiables como parecen serlo? Semejantes;., ¿quizá
para hacemos semejantes? En verdad semejantesv ¿Qué len
guaje es éste, querido amigo? ¿Qué lengua está usted hablan
do? ¡Expliqúese! ¿Idénticos, sinónimos, similares, analógicos?
¿O¿{_)bien1J~sti9hes,;:$1IriA1@~os>•t.§tl111Ja~~§1?.~.7.: (~ef)fü~lis.~i.92
B.1~1-rpastiches, simulacros, trampantojos? ¿Reproduccio
Ms;·facsímiles,
nes, ~tsíi~g~s,\r;~ppcas~ie()4.,~r~'iÍll~~~~~9R71r.
réplicas? ¿O bien imitaciones, mí~s<;s;c-
mímicas,
dias, disfraces, caricaturas, plagios?... Incluso contrahechuras,
g3i-3~
paro .•. •. . · ·•.· · ·. ·. . · .· ·• ·
simulaciones, embustes y, por lo tanto, ilusiones, trampas,
mistificaciones. ¡Isomorfas/isotermas, isóbaras! Equivalentes,
equiláteras, equívocas. Griego, latín, lenguas madres, vale de
cir, cabronas redomadas, ¿en qué red nos atrapan al perpetuar
se o haciendo como si, a través de nuestra lengua? Griego y la
tín de iglesia, claro, católica y ortodoxa, romana de opereta y
griega de Bizancio; una con incienso y mitra, otra con canela
y pistache. ¡Oh, grandiosa y grotesca estafa de la lengua que
, 71;~T1~7:~J7(aª~~n!7~J~º' ~0ºº·~~;~il!S't>
juega con nosotros cuando nosotros creemos usarla! ¡Oh, virus
del lenguaje que ha esperado al hombre por millones y millo
nes de años-luz, que ha construido, que se ha contorsionado en
tomo a su propia estructura, que ha perfeccionado su ciclo de
Krebs durante todo este tiempo para llegar finalmente a crear
a aquel que le era necesario para poder propagarse, evolucio
nar, invadir el universo entero!
De esta manera, aunándose con los movimientos más o me
nos caóticos del autobús y el ronroneo ritmado de su motor,
tú te emboiTachas con largas parrafadas, te embriagas con se
ries de palabras que ubicas en dinastías rivales, enumerando
sus filiaciones, la procesión de sus derivaciones y de sus cola
terales. Tú te arrullas con tus letanías favoritas. Sueñas con
tus futuras colecciones. ¡Oh, diccionarios! Diccionarios, fami
' f181lttf!1ilif!ii1~~WijfÍ~;;m~¡~~
lia de diccionarios, estanterías de diccionarios. Furetiére, Lit-
tré, pequeño y gran Robert, tomos de los Larousse, dicciona
rios etimológicos y analógicos, de proverbios, de locuciones,
de rimas, de sinónimos, de jergas. Más hileras de diccionarios
. . . a~ltiiigtt<#:~extranjeras
de lenguas xtt@j~f que nunca aprenderás a hablar, pero de
• <Jii~ ciüfilés·áamarás
las cuales tilafágrr las ortografías excéntricas y las sonoridades
inéditas. ¿Te imaginas una vida a la IJltró? ¿Eh? Cosechado!'
de letras, voceador de-citas, detective de significaciones perdi
das. Agiotista, atesorados capitalista de la lengua, banquero
que distribuye letras de cambio y de crédito, amo absoluto,
ora tiránico, ora benevolente, del poder supremo, el de las pa
labras. Tú te cuentas un destino. Te dices que ese destino te es
peraba, inscrito para la eternidad, aun antes de Haberlo reco
nocido y de haberlo adoptado. ¿Tú te cuentas? Rápido,
quedan aún algunos minutos de autobús para repetirte esos
buenos viejos recuerdos, para recalentarte en las brasas de la
memoria de los tiempos perdidos. Anda, una pequeña ensoña
ción, algo de tiempo robado a las miserias del día, un sorbo de
historia, una jarra de mito original. Para creer en eso o para
aparentarlo, no lo sabes. Ese montón de tabulaciones. Cuen
tos, quejas, canciones de cuna; ¡vamos!, ¡desfilen!
Sus recuerdos más antiguos, señor; usted pretende entrete
nerse con eso, ¿verdad? ¡Oh; sí, los más antiguos, los prime
ros, los fundadores. ¡Fundarse! Patalea el señor... Siempre las
dos escenas, las mismas, tan frescas como si hubiesen pasado
ayer Monumentos que dan acceso al museo del señor, conme
moraciones sibilinas erigidas a cada lado del camino real de
la iniciación a los arcanos del lenguaje. La primera;, la más
precoz, se organiza á partir de un nombre, tan cierto como
enigmático: "Señor Beige.” Á tal nombre se asocia de inmedia
to una imagen, uña instantánea fotográfica. Flac es aún muy
pequeño, un añó y medio, dos á los sumo. Camina a lo largo
de una calle pavimentada tomado de la mano de su madre.
Unos pasos delante de ellos va un hombre, de espaldas, vesti
do con un impermeable beige. Flac dice a su madre: "¡Es el
Señor Beige!” El resto de la historiaba desaparecido por com
pleto de su memoria; es su madre quien la cuenta, como si el
relato propiamente dicho perteneciese más a su madre que a
él mismo i Ella cuenta. Ya lo ha contado tantas veces. Siempre
con el mismo placer evidente y extraño, con esa expresión en
el rostro que es a la vez diligente y extraviada, el busto incli
nado hacia adelanté, los dedos cruzados, apretados hasta tor
cerse, y los ojos saltando a derecha e izquierda, mi chiquito,
he aquí el secreto que compartimos, no hay que decirlo a na
die, nunca, esto lo tenemos juntos, es nuestro mundo, el de
nosotros, tú entiendes. Tú entiendes. Ella cuenta que cuándo
él era un chiquillo que empezaba a expresarse con frases conS-
trüidas según la gramática, es decir, pronombre personal, ver
bo, etc., sobrentendido: después de los balbuceos, de las ono-
matopeyas,: de la jerga de bebé, ¡uf!, Flac se había inventado
un compañero imaginario al que llamaba Señor Beige. Id Se
ñor Beige guiaba al muchachito en largas-caminatas durante
las cuales le enseñaba toda clase de nuevas palabr as. El ritual
exigía que de noche, cuando llegaba el momento de irse a dor
mir. Flac relatase a su madre las últimas aventuras a las que
el señor Beige lo había llevado, y en particular la lista de las
palabras que ese día le había enseñado. En el diccionario no
figuraba ninguna de tales palabras, pero, parecían haber sido
inventadas de modo tan extraordinario que su madre: estaba
maravillada y se preguntaba, quizá con ün poco de inquietud,
de:dónde sacaría su hijo, siendo tan pequeño, semejante fan
tasía verbal. Por desgracia, todas estas palabras insólitas, esta
lengua prodigiosa en cuyo léxico Flác instruía a su madre, in
virtiendo así los papeles habitúalos, todas ellas estaban perdi
das: su madre no había conservado ningún ejemplo. Ayer, se
ñor mío, uno admiraba, sí, uno se estremecía de adoración^
¡pero qué inconsecuencia, qué desprecio por sus hallazgos!
Esta relación particular de Flac con su mentor imaginario du
ró alrededor de seis meses. Después, un buen día, tan repenti
namente como había aparecido, su compañero se evaporó sin
dejar tras de sí otras huellas que la de su nombre y lá de esta
escena final en la que se sobreponían los recuerdos de la m a
dre y del hijo. Un día, paseando con su madre, Flac creyó re
conocer al Señor Beige: era él, el hombre con la gabardina
beige que caminaba delante de ellos, ¡rápido!, ¡hay que alcan
zarlo! Apresuraron el paso, rebasaron ál hombre en cuestión
y Flac se dio vuelta. Ni Flac ni su madre supieron nunca lo que
sucedió en ese instante. De todos modos, Flac no dijo n ád ay
a partir de ese día ya ñó mencionó al Señor Beige. Fue olvida
do o se borró por sí mismo para retornar a su universo de dos
dimensiones, a tal punto que cuando su madre intentaba revi
virlo, "Entonces, Flac, ¿y el Señor Beige?...” Flac coritestaba
de manera sistemática: "¿El Señor Beige, quién es ése?''
¿Quién es ése? Esta pregunta era, curiosamente y en resu
men, el enunciado mismo del segundo recuerdo más notable
que. Flac había conservado de su primera infancia; Recuerdo
algo más tardío. Flac tendría por entonces unos tres años, pe
37
ro la imagen era tan nítida y precisa como la del impermeable
beige. Flac sentado sobre las rodillas de su padre. ¡Ah, el se
ñor!... El señor sedecidé por fin a hacer comparecer a Su Ma
jestad en,persona, ¡uy, uy, uy!, el Señor Dios, ese al que nunca
se ve y que siempre se espera... ¡Sí; sí! Él prometió que ven-
dna, un poco de paciencia, ya llega, seguro, tan seguro como
Santa Clos. A él se lo llamaba Yon. Así como él era Flác. Y el
hermano del padre, ¡dilo rápido mi querido amigo, no hay que
alargar tanto las presentaciones!, el hermano del padre, era
Fif. En resumen, él padre.,, el arquetipo paterno, el modelo de
la Providencia, el campeón del trasfondo, el Eminente prírtci-
pe consorte. Seductor, juguetón, discutidor de nimiedades. El
fantoche supremo. Siempre allí para adoptar la pose, para
proferir con el tono más solemne: “Yo, que soy tu padre,
etc.../', ¡impresionante histrión celestial! Pero sin ocuparse
nunca de hacer lo que fuere, de realizar un acto que autentifi
case el título que reclamaba para sí. Especialista en rajarse,
camuflado bajo un torrente de palabras irreprochables, sa
bias, espirituales, ensalmadoras. “Soy el que soy..., el ausente.”
Eterno niño mimado, de un narcisismo casi conmovedor por
sú candidez, primer premio en el concurso de elegancia de los
fracasados profesionales, bromista, cuentero, pro metedor de
dichas futuras, ¡vaya!, el buen Dios. Bribón de la palabra. Pe
ro, querida, ¡qué mirada!, ¡qué voz! Un Frank Sinatra que hu
biera renunciado a cantar para hablar con su público. Pues en
toda circunstancia, él sólo hablaba para el público..: ¡Y qué
sonrisa! Esa sonrisa de muchacho más bien tímido al que no
se le puede rehusar nada salvo algo verdaderamente serio, al
go para gente adulta: los negocios, por ejemplo, los famosos
negocios oscuros, miríficos, que se suponía que eran su ocu
pación. Y además ¡qué elocuencia!, ¡qué orador!, ¡qué bien ha
bla!, ¡ah!... hubiera debido dedicarse al foro, lanzarse... “Re
cuerda bien lo que te digo, Flac: hay dos oficios que son
indignos de un hombre. Ser abogado o ser periodista es ser
una puta.” ¡Y qué conocimiento de las cosas!, ¡en todos los ter-
rrenos!, ¡la locura!, ¡qué inteligencia, qúé modales, qué señor,
y sobre todo, qué encanto, qué encanto!... Por cierto que Flac
no era indiferente al encanto de su padre y, en todo caso, a los
tres años tenía que sucumbir sin remedio, quedar: hechizado
por esa voz profunda, canto de violonchelo ligeramente desa
finado por él uso del tabaco, elegancia suprema, que le habla
ba, le hablaba sin parar, cada vez que se presentaba la oca
sión, y:siempre buscaba una ocasión, siempre listo para soltar
un discurso fluvial. ¿El origen del universo? ¿Cuáles son las
pruebas de la existencia de Dios? ¿Es el universo curvo, sí o
no, y, si es curvo, qué pasaría cuando alguien, supongamos,
llega al borde de la curva y pasa ün pie al otro lado? ¿qué pa
sa con su pie? ¿hay Otro lado?, ¿no será una línea con un solo
borde?, etc., etc. Este hombre hablaba, hablaba sin pausas,
pero ignoraba fundamentalmente lo que es hablarle a alguien.
Él no hablaba a alguien, él se dirigía a un auditorio, no le ha
blaba a su hijo, él se escuchaba hablándole, le daba conferen
cias, disertaciones, exposiciones. Planteaba tesis. Las tesis:
ésa era su manía, las tesis. Para otros es cuestión de duda, es
decir, de hipótesis. Pero su caballito de batalla era la tesis. Po
co importaba el tema y menos aún el interlocutor. Eso que él
esperaba y éso que él provocaba era un contradictor, alguien
que lo impulsara y lo excitase para continuar perorando.
Aquel día, a los tres años, la cuerda grave que vibra contra el
oído de Flac dirige su atención hacia uña imagen fascinante,
la de ün cuadro cuya reproducción figura en el Larousse ilus
trado abierto sobre las rodillas de Yon: el célebre cuadro de
Ingres Edipo interrogando a la Esfinge. Y la voz paterna relata,
se expande en arpegios, recorre sus variaciones con una vir
tuosidad empalagosa, atrayendo a Flac a la espesura de ün
misterio milenario, guiándolo a lo largo de un camino som
brío por el bosque en el que habitan animales peligrosos, pa
ra desembocar de repente en la arquitectura de una vieja cnr-
dad sobre la que reina una enfermedad ominosa y mortal, Y
he aquí que se yergue ante él, obstruyendo su camino, la crea-
tura más extraordinaria que Flac jamás imaginó, semianimal,
semihumano, semihombre, semimujer, de cuya boca brota
una pregunta de la que su padre le transmite el eco vibrante:
"¿Quién es aquel que tiene cuatro patas por la mañana, dos al
mediodía y tres al atardecer? ¿Quién es?” ¿Quién es? ¿Pero
quién es ése que usa de su encanto para confrontarte desde
tan pequeño con la emoción más fuerte que hay, con el enun
ciado solemne, oracular, del. enigma, esta situación en donde
todo nos es ofrecido y a la vez hurtado por la palabra? Miste
rio del Padre, distinto del de la madre, no más profundo o más
39
oscuro, pero impalpable, aéreo, celestial. Por definición, ce-
.1ostial.. Enigma celestial. Claritas,generis; destello ..del naci
miento. Claridad tan clara que enceguece pues no ofrece a la
vista punto alguno para su acomodación.:¿De dónde viene?
¿Qué trama él en esta historia? ¿Qué quiere decir cuando te
llama "hijo”? ¿Én qué se basa esta, forma de veneración recí
proca que los une en un malentendido insoluble, más allá de
cualquier carne y de cualquier ascendencia? De parte tuya,
respeto temeroso ante lo desconocido, y de parte de él, pasión
exorbitante por eso que cree reconocer en ti y que de pronto,
le parece extraño. Puede que sea eso, la peste.
Por enésima vez Flac se acordaba, se repetía el texto de los
dos recuerdos, y siempre en el mismo momento, en el mismo
sitio del trayecto del autobús que lo traía de la escuela: cuan
do-llegaba el instante en.que se sentía más presionado por la
anticipación de la parada, por la proximidad de la estación en
la que habría de bajarse. Dos paradas más y me toca a mí, se
decía, y automáticamente se volcaba sobre el Señor Beige,
Edipo y la Esfinge. Al recordarlos volvía a encontrar o trataba
de reconstituir su ambiente familiar de entonces. Dé la som
bra resurgían algunos detalles secundarios, algunas hebras re
tenidas que esbozaban la trama de una tela donde se habría
pintado un cuadro, un texto en forma de charada, que le apor
taba las soluciones que buscaba en vano. La sonrisa-de su ma
dre, por ejemplo. Siempre tan sorprendente, tan perturbado
ra, tan mágica como ese "érase una vez", esperado con un
tanto de aprehensión, en el comienzo de todos los cuentos. Sí;,
hubo pues un tiempo en que su madre podía sonreír en vez de
torcer la boca con esfuerzo, mueca falsa y artificial que le era
harto conocida y en la que se leían todo su malestar, su moles
tia secreta y no disimulable. Junto con esta sonrisa aparecían
otros recuerdos fugaces que Flac se esforzaba por clasificar en
una cronología: el elegante traje de tela azul marino que su
madre se ponía para salir, el enorme canapé de seda roja que
su padre había instalado en la pieza que él llamaba "la biblio
teca”, los coches deportivos, rojo vivo el uno> verde inglés el
otro, para los cuales Yon y Fif habían mandado construir una
carrocería especial... Todo ésto atestiguaba con certeza un pe
riodo afortunado de la infancia: los padres aparecían alegres
y despreocupados; vivían en una mansión junto al bosque, ro
deada por un amplio jardín en el que Flac pasaba el d ía jugan
do con amigos de su edad disfrazados de indios piel roja. En
tré ellos, Hubért, el hijo de la sirvienta,.., ¡la sirvienta! Enton
ces, ¡había una sirvienta en casa! Ese Hubert, con el que Flac
se divertía .saltando por sorpresa, delante de él, con .su rostro,
camuflado por uña máscara de siux, con expresión de franca
crueldad, para asustarlo, ¡Sí!; eso parecía tan increíble y sin
embargo Flac no lo había soñado: ellos nó siempre habían vi
vido en esta negra miseria que ahora sufrían, antes habían co
nocido, durante algunos años, si no la opulencia, por lo meó
nos un ciertobienestar; es: más, un bienestar Un poco
insolente. Más extraordinario aún, en ese tiempo lejano, hoy
tan lejano, la madre no mostraba ninguno de, los signos de sú
locura, sus chifladuras, su desorden, su descuido, sus frases
hechas, su descalabro nervioso.
¡Muy bien! ¿Señor, se evade usted en su novelarse: fuga, se
escapa, sale corriendo? ¿Se ofrece un pequeño himno al pa
raíso perdido, violines y tecnicolor, en proyección privada?
¿Se unta el corazón con un bálsamo de lujo? ¿Se adormece en
los efluvios de la nostalgia? ¿Se reconfortarse extasía én el se
no del capullo reencontrado, engaña uno a su dolor...? Su do
lor. ¡Ah! ¿No es trágico, punzante?,.;¿cómo resistir la compa
sión? Tan resplandeciente el joven señor en pantalones cortos,
tan triunfante en el coche del padre, tan radiante en medio de
sus carpas de indios, sus trenes eléctricos, su colección de au-
tos en miniatura. El muy suertudo, tratado a cuerpo de rey,
lustrado, dorado, laqueado. Pero, ¿habrá olvidado ya los pe
riodos de decadencia, los Ujieres llevándose con el pasar de los
meses y de los años todos los signos de lá prosperidad en la
que él nadaba? ¿Hasta el tiro de gracia? ¿Querría pensar en
otra cosa, expulsar él recuerdo que ahora regresa, nítido, cla
ro, preciso, despiadado? Pero es necesario recordarlo una vez
más, es necesario, antes que se detenga el autobús. ¡Ah; sí!, el
camión rojo... El famoso, el fabuloso, el irremplazable camión
rojo de bomberos, rozagante, que era el asombro dé todos los
amigos del señor porque tenía un motorcito eléctrico que per
mitía desplegar la larga escalera hasta un metro de alto. ¡Ah!
EL señor lo adoraba, lo miraba relucir en la penumbra cuando
se despertaba por la mañana, se servía de sus enormes para
golpes cromados ,como espejos y: buscaba en .ellos las expresio-
41
(IB
_ri.-_i :,::.ii : . - j :!&. t¡__.H¡l^ :¿■■;^.]ü !c& *,. v.¿.* .'.';:=:■;:>='•: ;.\i->;.,.r^¡.''; i w ^ J , i - r . ;,-; r - -L:&*•■:.,:.A ^
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en rojo y oro, magnífica mendiga, sublime pobreza de elegan
cia incomparable a la que tú esperas encontrar algún día por
azar én la calle; Ante las ventanas de la pared del frentej los
dos sillones del "abuelo”, butacas carcomidas pero sagradas,
desfondadas, sobre las cuales cada tres años se arroja una
nueva funda. Es allí donde todas las tardes ella se instala, ilu
minada por una lámpara triste, para leer y releer a sus auto
res: Tolstoi, Maurois, las hermanas BrÓnte, Pagnoí, Martin du
Gard, Gide, Fierre Loti y Colette, Y después, a la derecha, en
frente de los sillones, arrinconado contra la mesa de costura,
el mueble chino; perdón, amigo mío, el mueble chino "de la
tía Suzon”, cuyo valor inapreciable prohibía acercarse a me
nos de un metro de él.
¡Ah! El famoso mueble chino, apoteosis rutilante: del caos
en donde la madre de Flac se atrincheraba. Extraordinario.:
Fenomenal, Superlativo. Monstruo relumbrante de laca negra
donde se tornasolaban dorados chillones y bermellones re
pugnantes. Quimera siderante que parecía codiciar el caos
polvoriento del salón con un ojo a ratos majestuoso, a ratos
grotesco. Altar de pacotilla, grandioso y miserable, dragón de
carnaval, lamentable travestí gesticulando con muecas de fé
nix. Extravagante y mágico, estupendo, maravilloso, pirami
dal, el objeto hacía surgir en Flac una aversión igual a la ado
ración incondicional que le profesaba su madre. Esta baratija
irrompible, espantosa y fastuosa, había sobrevivido a los múl
tiples empeños de los ujieres, siempre vuelta a comprar por el
tío Jean por una suma tan irrisoria que su feroz tacañería
aceptaba el sacrificio y, debido a su pertinacia, había llegado
a ser a los ojos de Flac el símbolo mismo de la alucinante ter
quedad que su madre manifestaba en el gusto constante por
lo incoherente, su apego casi camal a lo desparejo, a lo dispa
ratado, a lo descabalado. ¿Por qué- acordaba su madre tal ad
miración a este mueble, por qué expresaba ella semejante ale
gría y entusiasmo al evocar a la tía Süzon, siendo que hacía
años que no lá veía y que no intercambiaba con ella más que
una tarjeta postal ál año en ocasión de sus cumpleaños? ¿Qué
tenía, pues, de tan singular, de único, esta vieja señora cuyo
parentesco con la madre de Flac no erá tan claro como el tér
mino "tía” lo hacía suponer? Una invitación de ésta para pa
sar .él'día con ella en la capital al cumplir diez: años aportó a
Flac algunas respuestas y muchas preguntas suplementarias.
Hasta entonces Flac no se había encontrado nunca con la tía
Suzon y ni siquiera había visto su fotografía; La única adver
tencia qué su madre le hizo fue que debía tener buen cuidado
dé hacer comentario alguno sobre la baja estatura de su tía.
Así fue que en una mañana de julio tomó el tren hacia P... con
tanta aprehensión como curiosidad. Ni contento ni molesto,
un poco ansioso y sobre todo excitado con la idea de lo que
pudiese descubrir. Confusamente lo presentía: él tenía cita
con un secreto, uno de esos secretos espesos como el que más.
Un secreto de familia, un crimen, un fraude, una tara, úna fal
ta original. Se había convenido qüé la tía Suzon lo esperaría
en la estación. ¿Cómo podría ella reconocerlo entre la masa dé
los pasajeros descendiendo en él andén? Ni por un instante
surgió la pregunta en la mente dé Flac. Sabíá bien que ella es
taría allí, que ella lo reconocería; era él quien avanzaba hacia
lo desconocido. Tampoco le asónibró, apenas bajó del vagón,
el escuchar detrás suyo úna voz que se le aproximaba: "Buen
día, mi Flaquito: ¿Tuviste un buen viaje?” Una voz cómica, ah
go nasal y puntiaguda, articulando las sílabas como lo hubie
se hecho un profesor de dicción. Una voz indefinible que po
día ser tanto la de un hombre como la de una mujer. Flac se
dio vuelta. Al principio no distinguió nada. Los ríos de pasaje
ros que bajaban y subían del tren se cruzaban frenéticamen
te, unas valijas salían por las puertas de los compartimientos,
otras se metían por las Ventanas, los maleteros corrían empu
jando sus carros, unos gritando: “¡Atención! Maletero... ¡Aten
ción!", y otros “Maletero... por aquí.;. ¡Por aquí, maletero!”,
dependiendo de qüe estuviesen o no Cargados de valijas. Plan
tada en medio de este hormiguero delirañte, agarrada estoica
mente a su bastón, apunto de ser tumbada eii cualquier mo
mento por un atolondrado, una pobre enana, tocada Con un
extraordinario sombrero con velos, parecía esperar él final de
este hervidero humanó para qúe por fin se notase sü presen
cia y se ocupasen de ella.. Flac se le acercó, pensando que la
ayudaría al cargarle sus maletas. La enana le sonrió y dijo con
el tono más divertido y gangoso: “¡Sí, sí; ya sabía que me re
conocerías de inmediato!..., Flaquito, ¡qué contenta estoy dé
verte, tan alto, tan crecido para tu edad!” Y agregó, leyendo en
el rostro de Flac la sorpresa que lo enmudecía, con una hila
ridad burlona: "Ya yes,-.para. mí el mundo es definitivamente
un mundo de gigantes, de gigantes que amenazan en todo mo
mento con pisarme... [Vamos, por favor, salgamos de aquí/'
Desconcertado en el primer minuto* asombrado después
del tercero, conquistado para el cuarto, Flac quedó embelesa
do en cinco niinutos por esta duquesa de la extravagancia cu
ya vivacidad, cuya pose y cuya conversación atolondrada
transformaban las deformidades en amables particularidades.
Vestida como una reina de Inglaterra, minúscula y jorobada,
con una cabeza en verdad simiesca, las cejas espesas como
una crin, el timbre de un pato, pero la frase digna de una ac
triz de conservatorio* una volubilidad, una verba y un humor,
a veces yendo directo al grano, saltando por sobré todas las
cortesías, los modales y las buenas maneras, a veces con los
melindres de una coqueta, sin desdeñar ni la argucia ni el ar
caísmo si le parecían apetecibles o ingeniosos, balanceándose
entre Racine y Marivaux, obedeciendo tan sólo a sus gustos,
nunca artificial y siempre con un tacto, con una delicadeza,
con una fineza que permitían a su interlocutor atribuirse a sí
mismo el privilegio de recibir la ofrenda de tantas perlas de
lenguaje. La tía Suzon era una originalidad. Ella hubiese di
cho: úna creatura. Así fue como Flac descubrió, no sin estu
por, el origen del mueble chino y quizá la raíz de la contradic
ción permanente que tironeaba el universo de su madre entre
una preocupación casi excesiva por la estética como ideal su
premo y úna atracción incoercible hacia la fealdad y la discor
dancia en la realidad. Cuando la tía Suzon lo hizo entrar a su
departamento en el primer piso de una antigua residencia pa
tricia, Flac no podía creer en sus ojos. Una verdadera bombo
nera, un museo en miniatura donde el tiempo se había dete
nido desde hacía un siglo. Flores por todos lados, tapizando
las paredes, sobre las fundas de los butacones y de los sillones,
en los manteles, las servilletas, las porcelanas, en ramos secos
puestos sobre aparadores y en alfombras gastadas pero fulgu
rantes. Todo intrincándose en un calculado desorden, una
profusión de objetos, una exuberancia de colores, de luces, re
flejos, brillos. Y, en el medio de todo eso, rodeada de una nu
be donde se mezclaban la rosa, la vainilla y la violeta, la tía
Suzon, dando vueltas alrededor de su pequeño sobrino estu
pefacto, atiborrándolo con merengues, con budines y con pas-
Pelillos a la vez que lo observaba con un ojo encendido y golo
so. Tendría unos sesenta y cinco años, pero no tenía edad por
cuanto era vivaz, burbujeante y avispada. Todo lo que no era
la madre de Flac. Apunto tal que Flac se preguntaba si no ha
bría pasado ál otro lado del espejo, átraído por una eterna Ali
cia que pronto le propondría tina loca partida de croquet o sacar
un lirón de la tetera. ¿Quién era esta mujer extraordinaria?
¿Por qué se la habían escondido Hasta ahora? ¿Cuál era exac
tamente su parentesco con ella? Flac ardía por plantearle es
tas preguntas. Ella, por su parte, no esperaba otra cosa que el
momento en que él venciese su timidez para contestarle. Pero
al verla, él quedaba como ante la esfinge y la tía se tomaba su
tiempo. Ellos se iban familiarizando. Flac no hablaba mucho,
ella evitaba hacerle demasiadas preguntas o, si ló hacía, era
con tal gentileza y tal complicidad que Flac se limitaba a reír.
Ya jugaban juntos, sin habérselo dicho aún. De golpe ella le
lanzó: "Espero que no seas demasiado aplicado en tu escuela
y en casa y que también pienses en divertirte..! Divertirse, eso
es lo más importante, lo más serio en la vida, Fia quito. ]Ah; si
supieses cómo yo me divierto y desde siempre...!" Cuando oyó
estas palabras Flac vio de repente a su compañera, sí, su com-
páñera de por lo menos un día. [Qué garbo, qué gracia, qué
alegría en el corazón! ¡Qué regalo este encuentro inesperado
con una enana digna de un suntuoso Velázquez, aborto salido
de un sátiro contrahecho y de una Venus grácil, gitanilla qui
zá, pigmeo final de una elegancia desaparecida, gnomo ani
mado que salió vivo en carne y hueso de un libro de cuentos,
con el cuerpo deforme* la cabeza excéntrica, la sangre quizá
de otra raza, siempre agitada en movimientos y en palabras,
las greñas crespas de plata delicadamente azulada, oscilando
como una corona de hortensias al viento, un repentino hálito
de vida, una alegría, una felicidad inesperada. ¿Y qué pensó el
señor eri ese momento? Pensó, quizás en serio por primera
vez: ¿Y si la vida fuese eso, vivir de: verdad, tener siempre el
gozo présente en la cabeza y en el cuerpo?
¿Y este, secreto de familia, esta falta original de la que él se
ñor recibía la revelación? ¿Es que hubo confesión, divulga
ción, denuncia circunstanciada? ¿Sugerencia, alusión, insi
nuación encubierta? Ni lo uno ni lo otro, ¿no? Ni anuncio
solemne ni susurro de doble sentido. El señor simplemente tú-
vó derecho a toda la verdad/mostrada en grandes letras, evi
denciada por los gestos menos equívocos, expuesta al natural,
tal cual, pues la tía Suzóñ, por su parte, no tenía nada qüe
ocultár. Pero, con su famosa inteligencia de escolar, primer
premio en todas las materias, salvo por supuesto en educación
física, el señor níño prodígio, el señor cénit del cociente inte
lectual, el señor no era más que tin aturdido, una estupefac
ción sin remedio, una cabeza de chorlito. Un distraído. Pode
roso en su nube, imperial en la abstracción, pero en la vida,
ante la vida, un ciego, un tonto de capirote, un idiota, incapaz
dé discernir lo que tenía bajo la nariz. El señorito no se da
cuenta de maldita la cosa, no comprende nada de nada, que
da patidifuso, alelado, incapaz de plantear las preguntas, ésas
preguntas que tan sólo esperaban que él conservase sus secre
tos mientras pretendía, supuestamenté, averiguarlos:
Así fiie que te portaste corno un chico muy bien educado
cuando entró la tía Marta, ápenas un cuarto dé hora después
de tu llegada, abrazó primero a la tía Suzon: "¿Estás bien,
querida?”, te saludó muy amigable y después se Sentó en el si
llón junto a Suzon, con su mano derecha descansando relaja
damente sobre la mano izquierda; de ésta, y ambas te miraron
divertidas. Tú no pensaste en nada, te quedaste vacío, hueco,
sin reacción. Sin el menor asombro. No viste nada. Te dijiste
para adentro, ¡ah!, és la tía Marta. Esto era redundante ya que,
en el discurso de tu madre, la evocacióñ dé “tía Suzon” se
acompañaba siempre de una especie de palabra compuesta o
de frase hecha, de su acólita "y tía Marta”: la uña no iba sin la
otra. Sólo después de comer, cual chico cortés que sabe que es
adecuado denotar un cierto interés por sus anfitriones, fe
arriesgaste á hacerle dos preguntas a la tía Suzon. La primera
tenía por tema el de sü posición en el árbol familiar. Te expli
có que era una prima de tu abuela materna, a quien ella se
obstinaba en llamar Clara para luego corregirse: “Quiero de
cir Claire.” Y que por razones muy largas para ser detalladas,
de las cuales tu abuela podría informarte mucho mejor qué
ella misma, esas dos ramas de la familia dejaron tiempo atrás
de tener relaciones. Quedaba tan sólo la que se había anuda
do, un poco por azar, con tii madre. Ya no quisiste ser indis
creto sobre este diféreñdo. Y, por otro lado, estas disputas de
abuelas, y hasta de bisabuelas... ¿Por qiié ño remontarse has
- 1-8
ta los brontósaurios, o a los primeros pugilatos de las hordas
de pitecántropos por un hueso de. tapir, de jabalí o de cebra?
iAl diablo con los oropeles de los abuelos, los atridas arí-nou-
veau, las epopeyas recontadas por Feydeau! jOue ías conser
ven en naftalina y en popurrís a la lavanda!
Sin embargo, como desde un principio te asombró la dispa
ridad física entre tía Suzoii y fía Marta,, la cual parecía cómo
diez años más joven, no pudiste retener una segunda pregun
ta: “Tía Suzon, dime, ¿es tía Marta tu hermanita?" “¡¡¡Tía Mar
ta!!!”, exclamó Suzon en un estallido de risa inimitable, entre
chicharra y trompeta. Y dejó pasar unos segundos durante los
cuales te acaricio con una mirada surgida de las profundida
des del alma, como colmada por una especie de ternura nos
tálgica. Luego se inclinó hacia ti; "¿Verdad que es muy hermo
sa,..?”, y sin esperar la respuesta, se echo hacia atrás en el
sillón soltando su risa por segunda vez. “¿De: rn^do que tú
creías que Marta era tu tía? ¿Pero quien te metió en la cabeza
una idea tan descabellada? }Y, lo que es peor, hermana menor!
¿Puede,haber algo más gracioso?...” Flac se preguntaba qué
podría haber de tan gracioso en esta idea y tía Suzon contem
plaba su perplejidad: con la mayor de las malicias: "Tu madre
te lo explicará todo, A su tiempo y si verdaderamente te inte
resa”, concluyó. Y ya. Todo estaba dicho. Te habían contado
historias, puros cuentos, pamplinas. Y tú los habías creído.
Porque el niño en ti seguía pensando que la palabra de los pa
dres era sagrada. Sobre todo porque sentías oscuramente y
desde hacía mucho tiempo que tu madre conservaba detrás de
sus ruinas un cuarto secreto que constituía su último refugio,
su último consuelo, su pequeño paraíso privado, y que rozar
esa construcción, pesquisar ese tesoro clandestino y levantar
su inventario, la habría precipitado, sin más trámite, en el ex
travío, la exasperación y el odio a la vida cuyos efectos funes
tos ya sufrías más allá de toda medida.
De aquella tarde Flac conservó el recuerdo de una carrera
agotadora en la que se esforzaba por seguir, de museo en mu
seo, de sala en sala, a la tía Suzon que se contoneaba con mu
cha gracia sobre sus pequeñas piernas. Los cuadros y las esta
tuas se habían borrado, quedaba el chasquido seco del bastón
de la anciana sobre el piso dé madera ál ritmo de un metróno
mo endiablado. Los adioses, por el contrario, quedaron grába-
49
dos para siempre en sü mente. La tía Suzon insistió en acom
pañarlo hasta el andén donde esperaba el tren que lo llevaría
de regresó. Cuándo el silbato del jefe dé estación ordeñó subir
al vagón, ella apretó a Flac en sus brazos con un vigor inespe
rado y exclamó estas palabras finales: “No ine olvides. No ol
vides... ¡La memoria, Flac, la memoria! [Y diviértete!” Es ver
dad; Flac nunca olvidó. Mas, ¿sabía él lo que había registrado,
lo que quedaba de este encuentro qué fue el único? ¿Qué sa
ber le Había sido inculcado sin qué se percatase, y de qué le
serviría? Cuando hubo regresado a casa, preguntó a su madre
por qué le había ocultado que la tía Marta no era su tía. Su
madre enrojeció violentamente y se contentó con farfullar al
go parecido a una disculpa: era más fácil llamarla tía puesto
qué ella misma las había conocido siempre como insepara
bles. ¡Sí; más simple! ¡De verdad! En cuanto al diferendo que
oponía a la tía Suzon con la abuela de Flac, sü madre no po
día aclararle más. Decía no saber nada; era un téma tabú en
tre ella y su madre quien, por otra parte, le había prohibido
ver a la tía Suzon, sin alegar otro motivo que el de ser una ma
la influencia. Ante la incomodidad de su madre, Flac prefirió
callarse y no hacer más preguntas. La veirdad, por lo tanto/
quedaría olvidada, cancelada para siempre. ¿Esperando qui
zás a la peste? Y el mueble chino, allí en el salón, seguiría mi
rándolo, monstruoso y estúpido, imposible de esquivar y
huérfano de todo contenido.
Wm
51
fanfarrón, el candidato al sanatorio. Pero, ¿por qué hoy este
"mi hombre", apóstrofe que tu madre no usa nunca sino en
presencia de un tercero? Pretendiendo familia, vínculo filial,
amor materno, etc... Para parecer normal. “Mi hombre” es lo
máximo que su boca alcanzó a pronunciar como expresión
de su afecto materno por ti. Un afecto tan afectado. “Mi hom
bre", patética expresión de su torpeza, de su miseria emocio
nal, de su incapacidad para querer, exhibición dé su frigidez
incurable. Mujer momia, madre autómata con los engranajes
oxidados y chirriantes, sexo muerto, matriz desecada, acarto
nada, boca'estéril.
"¡Vamos, mi hombre, no te hagas esperar...!, el té todavía es
tá caliente." En una milésima de segundo la sangre se te conge
ló de la cabeza ados pies. El corazón que golpea, mareo, náu
sea, las manos:crispadas, las uñas hundidas én las palmas,
transpirando la gota gorda. Comprendido, recibido el mensaje.
La voz resuena, resuena. El mundo vacila, los muros se alargan,
el suelo se bambolea. ¡Mi hombre, mi hombre, nosotros... No
sotros! Simultáneamente desencadenados todos los mecanis
mos físicos y mentales, encendidos todos los botones de alar
ma. Pánico máximo. Cortocircuitos en toda la red. Ya sin
control. Estremecimientos, sacudidas, temblorinas. Alguien es
tá allí. En el salón. Sin duda alguien que tú conoces. En todo ca
so alguien que no podía estar allí. Uno dél exterior, del otro
mundo. Visitante, visionario, endoscopista. Allí está. Allí. Espe
rándote; está en el departamento, en el interior del interior ha
entrado en la guarida inmunda, la ha visto, la ha olido, ha no
tado todas sus anomalías. Inquisición, pesquisa, denuncia. ¡En
el salón, a pocos pasos del baño! Con tu madre contándole Dios
sabe qué idioteces, colmando cada silencio con tonteras,, ha
ciéndose la gran señora en medio de los escombros, da conse
jos gramaticales con una bata agujereada, confunde a Chateau
briand con Vichy, se aferra al fin del romanticismo, a la epopeya
de la desilusión, mientras sirve el té en tazas mal enjuagadas.
La chiflada. Obstinadamente inconsciente, sin claudicar. Excu
sándose, contradiciéndose en todo, riéndose cuando no debe y
no haciéndolo cuando es necesario. ¡Dios mío! ¡Fallamos en to
do! (risa mecánica), le pido disculpas. Patético descontrol. Ca
yendo en la trampa de sus automatismos, de su turbación, de
sü corporeidad. Falsa, discordante, indecente.
. <·¡Ah!.•· .· • . ·•. •. ·.• :· .¡Ahí
• •. •. ·. •.· ·:. •·. · ·.•estimado
.• .• .• .• .• •. •. ·.• .• .· •. •. ·.• .• ·: · .• · .• amigo;
.• •. ·. · · .· :· ·. :· .·•.· . , .• •.· •m. · •.· i·. · .·querido,
· .· .•· .•· han llegado el gran
·•rP.-hl.;t~~J. rs~i1Il~d(J;ªll1ig9, ll1Fq11erido,'h3.~:11~53.~()•~'§l"ari
•.·.·.········.•.•.•.•.····.·····.···.·······.··.•·.··················.··········.···¡······:··.·.•·.·····.·.· • ...•..•.•..•.•..
• ·.· ..•.•. · •.•.•
.. ...•. ••..•..•..•.•. • .. • •.•.' .. • .. •.·.·
.. ·························:············· ..··················.····.·························.•.·.·.·.·········.·.·· ..• ..•· ..•.. • ••.•.· • . ·.• . ·.·•...•..•.··.·. · .•. • · ..•..•..•.•.•....
· • ....·.·••·.•.·.· .. • . •. ·.•. ·.· ..·.•·· .•.·•••·•·•···· ..• •..••.. ··.....•••... • •.•.·.·.• .•.•.•.•. · .. ·.•.•.·.· . ·•••.•. ·.•·.•.·.·····:·······.······.•· -. · .. ·.·.•.·.=. •..• ·.:· ....•.•.•. • ..•..•.·•. · .•.• .. ···• ..•.•.•· ....•. ••··•.·•·•·•••· .. • ::::::-:~·:~:.:.:·;·'.·._~,
.: .día•x1ª·•··~ra.~~()sJ1.(l
día y la gran noche... •... Luz
.L11zYJ1ºFliE:··•
y noche, .•·~~···•ºr();.·••ª~.l"?j()x·9'
de oro, de rojo y de~··~i::gr9 negro..•
l;()()rc~e~i.~3.V~~2l1ºnºl"'.JRlll1º11f.E:nt? (le J¡rvrJ?R ·
Loor, herida, deshonor. El momento de la verdad. ¡Por · · 1••
fin!
¡~;i:·saig~la_~ill1~s~~r~J
¡Que caigan las máscaras! f1.; fl.t~~()s ~fi5iáJ7s; .
¡Y fuegos artificiales, bombas, gra < .... .... .. >··.·
n~?a.~;·••• . l).~la§J;trn1J:IO.§.<l~i(···.§.iJ:l.···C.l.l~1J~l!IJS11JO.t.~cl9
nadas, balas luminosas y sin cuartel! Derrotado. el r~~·~C.ii8()11W.····
Flac, con
fii.11d.t~?''ffi1ql.li~aag:0·§a.qP~<lc1?,\·ªSBPWªªo'x:pisC>t?.a.(lg>:·~?s~§
fundido, aniquilado. Saqueado, acribillado, pisoteado. Estás .
PE: I~c1ici()··•·••·•. ~1Ilipp~fo;J>2rciici9§~:;1tir:;id:?~•.'Ka.·J}O.•.tel7~a.J.'lt<ll;~§¡
perdido, amigo mío, perdido ¿entiendes? Ya no te levantarás,
t()c19••~z·····~l.ll1(ly?zs•.~l··fiJJ.·/i~t···fiJ:llF¡~
todo se hunde, es el fin. ¡El fin! ¡A I~ ~asMf
la basura! ªJ .¡A la s)p<Ica.•J•••rj\_l····
il\_lj cloaca! ¡Al
~·agJ'll::t! 11'1 §rn.teJJ.cia.·c~¡::;.·• . iC.Ia.c.t Y:/S()J:l rlla·c~~ fil•.ca_l)e.~.a.···rf1•··•.Sl
magma! La sentencia cae, ¡clac! y con ella cae tu cabeza en el •.
ºy~tº••·.4:1.sl1:plipip;J3l:•.s:nor Tl':.~~~?J:Ir7fp.a;iPE:f(lido 1a.ca;1J.~~<I~. -,
cesto del suplicio. El Señor Presidente ha perdido la cabeza,
ha
ha visto
la •.·.•v:~'
rojo y amarillo y JJ.:?1JQ.i\?9)1c
;?.~I.()J'ºj()•••·Yi<l1;'11.~f~H7%
vez...····.·•.si!l·:pí7.c1%d.,~~
negro, sol ;Y'y?~rylia.sx11a.c1~
y estrellas, nadir Xi c.e11i5
y cénit
aa l~· PÍfC.l:lJ:l~f~.Aff"§'
Sin piedad, sin circunstancias, . §ilicIª·cl?
sin dado que. ¡Eje
~g)'.?i~j:;
cl.lC.ié}J:lL?r<Il1()rql17?ta;;a_la;·()F~T~:¡lll~C.~~JJ.~$?d.O.§l()SÍJ:l~trl1c
cución! Gran orquestaba la orden ¡marchen! Todos los instru
1IlzJ:lt()S/ c<Id.a;•·.qngpa_!fa;
mentos, cada uno para sí, ~f, cada
Sf clªl1f1().S()J:l
uno con su §l1.'1B}t§JC.(l'•j\_lppf()to;
música. Alboroto,
barl.l11();•••·P.a.1a.Iig1a.···· r~~E~P:?.Psi~?n.?~O.l'r~, Pfgpi~t;~; golpeen
barullo, batahola. ¡Canten, griten, lloren, bromeen, ~()~yeJ:l
c(m.pie.§X
con pies y manos, ~3JJ:l()?i·····f()J'
rompan l l:P~ a.fC()§
arcos {'
yPbatutas,
élflil.IC!.~• ~~1:13~~.oliJ:l?~?~'
vuelen violines y
~au.ta.?t..Foso
flautas! E'os~Y.e11<.(l7lirio,)h(){'()frJ:le?1J0..7.11§()fcl:f::d..()lf.>~•()D.itF()f
en delirio, hoyo negro ensordecedor, tonitro-
I1.a.ntf(; tl1ltfªs?l}~nt<e.·>G~c.R:~9J:l~.~··
ñante, ultrasonante. Cacofonía 4r•Y?º~+~ta.dpn:sf\,a;J.µli4ps;
de vociferaciones, aullidos,
c::t7ill()I1e~•·•·¡(;~j.~·~····7e,5~il1:l1?•••~l.le.11e11l·•B5a.ll1i?()S)e§tE).~Ol'~SiJé
carillones., ¡Crujan, rechínen, suenen! Bramidos, estertores y
lágrip:;a~. .<3?FI1()'
lágrimas. Corno,·•·····•J' lla;t7aqa:;.sasfª·Íi~~1~.~··?"·•···sü-e,ll.~s¡•·•cín:1~a;~()~.
matraca, castañuelas y sirenas; címbalos,
· fl"~tingt¡Io.s!~!'?ll1Pef~~: ¡ •.qr~ll.(Í?§. t3.ll1P?m.s!•(S~11ºn·.·•de~~co~,c
triángulos, trompetas. ¡Grandes tambores! Canon desacom
Pª?~~.()J·······cor?;.anárql1iC();.\Í~J1.farrÍil•·••·tlisa;rll1t)ll.iq•a.·.•·•••i}l.<l.~.e11,·····pa;-
pasado, coro anárquico, fanfarria disarmónica. ¡Pasen, pa
se11!•·i~()1;'11b.a.zdei::.n·•··.lá!ca;~.e-za. ~.~l.•••po[>r~títe.re,
sen! ¡Bombardeen la cabeza del pobre títere,.• . .del••·l<fl' del lamentable llell.ta;l)le
rriitórn~n9;qeLcpiq)1i~?l"iclíq~lcH•·•PE:Íi()r R.icfit11lg,.élp7ql17~?·
mitómano, del chiquillo ridículo! Señor Ridículo, el pequeño
ri?íC.)1Iºjel·~·J:lsigll.ifisa;pf
ridículo, el insignificante, e,···§~ño!'
Señor migaja,ll1ig;aj~;. :.·§eñ()f
Señor ····sglilla. colilla ql.le,· que se, se
ba1TetdF••••1a. ll1>~•~···s.011•.·lil.11·s:~llyt~~o.;. §(S!'~í~ ?ª.ber.·qu~•.·.·~~·lw
barre de la mesa con un servilletazo... ¿Creía saber qué es la
clesd.iclji'.<:l<J?E:~utñ?•····•.B!'~still1~B()'
desdicha, el pequeño presumido, ii~<[giJ:1~9a;··•·•hél~e~·····pasad?•··.···
imaginaba haber pasado
.p9r.eLc9tl'llR:·~~l·c17slj9I1or,
por el colmo del deshonor, •.l~ Gl1tr1Pfe cl~L.s;ifr~I'lli~11to,
la cumbre del sufrimiento, el ;1•.••a.Bii:" abis
ll1º>c1~.
mo ~.···. c1rs<Ill1I'
del desamparo? ~!'Cdel
>? j\_rpigR:ll1í()·'
Amigo mío... •·••¡11os:·.c1a;sFis~'
¡nos das risa, . i::res;ur:~•vei;~
eres una ver . •.
(iade~a;prigpesa· de,I·····g)1i.sa;J:lte1•·l1l1<.l.cI~lica;clªiHJ.}3.•Ill.l1ñ~g_llifa··
dadera princesa guisante, una delicada, una muñequita
· · ·.:ell.Yl1rlt~
envuelta e13.•plul11.9I1
en plumón de 4t ganso!
g~psgL•iJ! ¡Una muñeca, sí;una muñeca!
. ~l3..I'lll1ñe,p<tt§í;··l.lJ:l~·ll1;tÍiecat
•· • . eniJl).·:p:c1azg
Un pedazo detela.re,ll~pg ele al~8cIPJ:l con
de tela relleno de algodón C()J1icIº.~·dos ojitos ()iit()?ic1; de .;?ªP() vidrio
. enl~ S~Bs.~~I·i•f~.pera!;y::i.s·8\v9riva•s···<r.seJ:lti.r, ~ ?ª~ta.t\t\?11 fi~
la cabeza! ¡Espera!, vas a ver, vas a sentir, a captar con fi
· ·l1ez~l?·%~;·~.;··••·?e~··.~~7?Ha.c1();g7~sgaryi~a~g{~E:$hp•.Ry~~z()$'.·)}···
neza lo que es ser desollado, descuartizado, hecho pedazos. Y . .: '. ·.
~.§tp•
esto <lBYB::t§••·.ell1pi7z~,<3.rl1.iISgII1í?'•de
apenas empieza, amigo
ción... Desbordado por la tormenta ?etl1.5·~()Sf(~
mío, ·••e7/·t~n.•··splg
es tan sólo •.1a.. inEr · · ·
la introduc
.ciq11·····¿I)~s,poF~a.ch.).·.p9~.l::i.;t()rll1eptf tus voces interiores, iri_te:r~g •. ya
. sin~i~p~der~pf\Yªrt:·~81ifF·J:lil3.~I1a.2Bª~~brayt[
poder apoyarte sobre ninguna:palabra; devastado, · tado;/ hundi · •·
·. et>,rla~t~m.a(lo,······~~ I1()\~f;~i$}~?l.l17·;fÍ~l1
do, lastimado, ya no eres sino un vientre azotado por Terror
·•·y::R.al:)ia,?.es5ótl}~g97q~\11.ll~g1•
· palpitante.
· }il1Jitagte.>T~s Tus T.tlie¡D,brw?\~~@?i8sa.n;\
miembros se dislocan, iNt77I ··i···•.•t····.••<.·.·.·····<••>.••·.·········.·/x
y Rabia, estómago convulso, intestinos retorcidos; vesícula
§.R'ª~~~()l()c;Gtp,.\s.~•>egii
se descolocan, .•. . . . . · · •. •..•....·.·.·.· •· · •· · ·.•. ·.·.· . :• .·.·
se agL
53
tan o se petrifican. Te ves como una marioneta con los hilos
enredados. Tú te ves...
Te ves atraído por un imán, aspirado a pesar tuyo por la voz
que te llegó desde el salón. Te ves encaminado hacia su fuen
te con infinita lentitud, dando los pasos que te conducen a la
catástrofe. Pararte sobre tus piernas, avanzar: plegar, elevar,
extender, bajar, recaer sobre el pie, dudar de cada articula
ción, cadera, rodilla, tobillo. Repetir mentalmente la serie car-
tílago-ligamento-sinovia. Mecánica. Pistones, bielas, cigüeña
les. Asistes a tu descomposición, te desmontas, miras un
·~ensamblaje
iji~IJ.r~Je·~despiezas ~B~si?$i~e.~épár~?i~ÍT>~~i~.eJ·~·
§)rI~#~$·r~#*9}\5 cuyos espacios de separación no dejan
.ª~~??~J.1.(l~~5-0[:•·~v:·.éilsa1BiyJ.1.!p<~~~l.1~1)~t~·
de agrandarse. Y el pensamiento sigue, estalla ~,;eii>fI;~~1lleBt.
en fragmentos os
~~R~~(:)~f;\lmi:·
dispersos, las rfrases 9.(:)filB(:)3}.~P.·l~spa}E[pr~s;se .
ra· se descomponen, las palabras se pulveri Rul;yi-i-
· mediatamente
.zan.
ry~J.1.'Quieres
'9)g}5J:".· . •· . obligarte a pensar ·P?ft;••••.la
lf. palabra ''.~pnti~~i?agy· .e~ in.;
g~1.8cPFf “continuidad” in
tr15~~1~~1.1.i <·<•· ?· •.. . ·. •.· . · · ·. . > .g5~;ej.e: c(:)J.1.~ti~.IJ.llÍ+cl~:~,•ytúJ.a,pi)r;-.· ·.
ves cómo se desteje: con-thnui-dad, y tú la pier
;•;·: ·:.~:lll(itlltlll{tlll
des. Un paso, dos pasos, tres... ¿Y los brazos? ¿eh? ¿Qué con
los brazos? ¿Que qué con los brazos? ¿Qué se hace con los
brazos? ¿Cómo se les lleva? ¿Dónde está eso que se les pone?
Con esos dos órganos estrafalarios en la punta, las manos. Ar
ticuladas. ¿Colgando o en los bolsillos, abiertas o cerradas, ha
.•·.•· ·. • •.'• •· ·.• .•.·.·• •· · ··ci¡r.cia adelante
•.· fg5I~B. t) op··.~hacia
~9ia•:aatrás?
tr~?(;·¡~ i~f las
¡Arriba manos!c.¡¡\l)~j~Jaspatas!
1%~.111ª~?~! ¡Abajo las patas! . .· ·
El señor nunca supo qué hacer con sus manos... separadas,
i i:: ; por fs4W~~~~trc~1~:~~ir1~f~~fc~Í~á6ik~0~%~¿¡¿~7~y:~i
~~r5 supuesto, ciertas caricias culpables, ciertos encarniza
mientos J(l~s~re~
· ·. ·.• · · •·. · . ·. · • ·.•· •· .•· .· •·.tr1i?J.1.}ºs'Y)I"??J.1.f8s9~i vergonzosos, pequeños g?q~1~fío~i-)tprtjJpry~~~"retortijones, placeres baratos p¡;tra,tqs
· · · · · · sustraídos sgs~7~(gps• af,lala noche, J.1.QC:~)i' cuando C:)l~J.1.(l? la~él madre tr1<\?l") sé
st calla,
c<i}l~; cuando .dl1er~
c;~~J.1.d(:) duer
J.1.l:)ty sueña
me ?11)~él con f(:)P: sabe ~~p#·tDios )ié)·~ qué qyé•·nnovela
o~ela,79. s~ . · ¿Tal
rosa, s[ar•vvez
~t.~cruzándo
ru.zál}d(l~
·1it~lif~lJl!~ií~ii~iit~
las
lfs por ~(:)I"J~)?Pa}(lary,apl~~J.
la espalda y aplicándolas
brazos pegados al cuerpo y amarrarlos al busto como con un
1.':1?~~·~ una ggf:••9contra
?1.1.trag~3...
otra1'para
~t.f tener
teJ.1.7rJos·
los· ·
'iiiíliiiii~ltt~iili
Transformado en una concha. Sin vida, sin voz. Sin voz tuya
y a la vez barrido por los vientos de todas las voces del mun
do. Todos hablan en ti al mismo tiempo. Se entremezclan. Al
que grite más fuerte. Se contradicen, se critican; disputan. Las
del mundo interior y las del mundo exterior. El tabique acaba
de saltar. Ya no eres sino una caja de resonancia, una pared en
la cual rebotan los ecos, ya no puedes ni siquiera tapártelos
oídos, estás obligado a oír, a sufrir. Ya no eres sino escucha.
Escucha y obediencia. Escuchar es obedecer Ésa es la ley.
¿Qué te desgarra, Flac, cuando ves que se hace polvo eso
que te habías fabricado, que asistes a la desaparición del per
sonaje que habitaba tu soledad absoluta, inconmovible, cerra
da a machamartillo para todos? ¿Qué es este sufrimiento sin
medida, sin criterio, sin comparación? Padre, ¿por qué me
has abandonado? Mira, mírame; es por ti que sufro los mil
males, que me despedazo y que agonizo, es para preservar tü
existencia eterna e invisible que yo exhibo mi-;muerte lenta. Y
tú no admiras mi pasión; ni siquiera la ves... Vamos, amigo
mío, ¡basta ya! Ite.missa est, alea jacta- est, la hora ha llegado.
La hora de terminar, de atravesar el umbral, de colaborar. Sí,
entendiste bien: de colaborar. Trabajaremos juntos, querido,
no tienes opción... Te dejarás hacer. En lugar de resistir en va
no, habrás de acompañar a lo que en ti es más que tú: este te
rror, esta rabia, este desgarramiento. Arrojarte en el tomado,
hacerte abismo, volverte ciclón. Ciclón de muerte, huracán,
avalancha, flagelo. Minar, excavar, arrasar. Pulverizar todo lo
que vive, respira, palpita, germina, se regenera y se congene
ra. Muerte a los vivíparos, a los ovíparos, a los escisíparos. Ex
tirpación de lo que exhala, resopla, suspira, jadea y solloza.
Abolición de todo aliento, agotamiento de toda saliva, de toda
lágrima y de todo sudor. Expurgación de las mucosidades, vis
cosidades, serosidades, de las babas, de los jarabes y de los ju
gos. ¡Ya no hay engrudo, ya no hay pegamento, ya no hay ge
latina! ¡Adiós a la babosa: humana! Despoblación, desolación,
desierto... Es una orden, amigo mío ¿entiendes? ¡una orden !
Bastante aguantaste, bastante padeciste, eres tú el rabioso sin
límites, eres tú la bilis ígnea, el profeta de la tierra de nadie.
Tú hundes los muros a puñetazos, tú arrancas las:puertas de
sus goznes, tú demueles todo cuando pasas, tú ; arrojas los
muebles de las habitaciones, tú desvastas, saqueas, arrasas.
Tiemblas de cólera, irradias furor, ardes de venganza. Y te la
bras tu entrada, Satán, sí, Satán expulsado para siempre del
reino del semejante. Atraviesas el umbral dél salón maldito.
55
Algo ahora te hace ser, algo que reconoces o no reconoces* qué
importa; y tú lo dices, lo afirmas, lo asestas: ¡Soy yo! Yo el ase
sino, el descuajador, el diezmadór. Yo el ejecutor del universal
anhelo dé muerte. Pues todo el mundo quiere matar, masa
crar, exterminar. Todo el mundo. Todo el mundo asesina,
manda asesinar o permite que se asesine. Incesantemente. A
condición de ignorarlo. Porque lo ignoran; ¿eso crees? ¡Pe
queño imbécil crédulo e ingenuo! Influenciable, influencia-
ble..., ¿cuántas veces habrá que repetírtelo? ¡Oh! ¡y luego, zas!
Basta de este cretino lamentable siempre listo para tragarse
cualquier culebra... ¿Pero cómo se puede ser tan necio? ¿Qué
té imaginas? ¿Que eso tiene corazón, sentimientos, [bondad!,
que se baña en amor, la humanidad? Ama a tu prójimo como
a ti mismo, es decir, la carnicería. Todas las manos ensangren
tadas pero, alm argen de eso, muy limpias, muy blancas. ¿Yo,
matar a alguien? ¡Piénselo!, usted está loco... Matar a mi ma
dre, a mi padre, a mi hermano, a mi hermana, a mi chico, a
mi vecino, a mi rival, matar a un desconocido, ¿está bromean
do? Yo jamás, señor, escuche bien, j a m á s tendría un pensa
miento semejante... ¿Y tú les crees, bajo palabra? Ellos nie
gan, querido mío, niegan. Pero saben que son todos asesinos,
todos por el simple hecho de ser. Y por esta misma razón es
que aceptan tan fácilmente morir. ¡Ah!, morir, qué quiere, se
ñor, un día u otro hay que morir... Es falso, me entiendes: ¡es
falso! Es tü padre quien te lo dice. Hay que morir porque se
ha matado, ésa és la verdad, ésa es la justificación de la muer
te. Entonces, es a ti a quien le toca sacar las conclusiones. Si
eliges morir, sabe al menos por qué. Y ordena tu vida de
acuerdo con ello. Padre desengaño, padre desilusión, padre
desolado. Padre inútil contra el tirano que te obliga al éxceso>
te embota d cerebro, te atraviesa con sus ladridos. ¡Deja ya de
sollozar, querido mió! ¡Basta! ¡A la obra, manos a la obra! Te
esperan en el salón.
Entonces, al ataque. Terminados los rodeos, las mímicas,
las postergaciones, los soliloquios polifónicos. Con una única
voz, de una sola pieza, con sólo una cabeza. Unificado, por
fin. U-ni-fi-ca-do: la sensación de la dicha ¿rio? No hay tiem
po para decírtelo, caes sobre tu presa. Ahí está ella, ahí está él:
¿ella, él, quién, qué? No importa. Carne para mostrar. ¡Máta
lo! ¡Mátalo! ¡Oh! ¡Qué bien, qué rico, cómo burbujea en los
glóbulos!. ¡De un golpe, paf, clavar tu daga en la panza, a fon
do! Es blando, cosa sorprendente, apenas un leve ruido sordo.
Tajear las entrañas, revolver ese abdomen, pequeña danza del
vientre para el placer, para que eso vientrechille, vientrelócue>
vientretiemble. ¡Ah!, querido, lo haces bien, qué bienio haces,
rápido, fuerte y bien. Se estrujan alrededor de la hoja, no son
más que visceras encendidas, tripas que sollozan, cólicos ra
biosos. Ahora quitar, retirar tu acero de esta ventregada y mi
rar, llenarte los ojos, contemplar el milagro: eso se derrite, se
deshace, se agita, invade su alma como una enteritis, confiesa
por fin su verdad. ¡Qué calma ahora, qué bello silencio!... Lo
agarras, lo levantas, lo estiras, lo sueltas. Lo llenas y lo relle
nas. Lo enganchas, lo ensartas, lo ulceras. ¡Sí, sí! Lo sacudes
de abajo para arriba y de izquierda a derecha. Le limpias el ca
mino, lo arrasas, lo desbrozas. Lo ayudas a expresarse, a ex
pandirse, a destaparse. Te consagras a él, te dedicas a su suer
te. Buscas con paciencia su punto de equilibrio, auscultas su
centro de gravedad. Lo fastidias, lo orientas y lo desorientas.
Perforas el estuario por donde su ser podrá fluir, soltarse por
fin, derramarse en torbellinos y remolinos burbujeantes.
.· Ahondas
A~¿)ryd#s;een # cada§aa~.:g~t§;·
giro, fen ~'t#(l~cd4()reri6~~á·
cada codo, en cada · fueá~~~c)de•
meandro de • •sti su
.·~~~#~·t¿~j{~~~l~f.~g1;*~~~~~J~:,#~b1d~~~E:j,~~~1.·~~i~sii· ·
vida íntima. Le vacías los bolsillos, le extraes el bazo, le des
fondas el estómago. Lo abarrancas y lo arrancas de él mismo.
Lo~?~~J:Jl9J:f.
explorass/~. de~.: ;ppunta
~1f1.éi a: i.·]punta.
:>pl'l t<l'•· Le
g~ muestras
·wuesttfis.•Ilo9··~~tÁl~r~pl~,
intolerable, el ·~1 .
1.a.11:fl!lient0eS~~yi<i},·
lanzamiento esencial, · ~ell}~rstíl?Ml?'tie•
vestíbulo de .•la la.eelipse,
li¡:i.se;·lo.
lo1haces
Jác:e~·.ap~~{.
apare·.
· cer,
det;·~?~·~ti'(i~s~~~?~/j
por fin descarnado,e~;ey(le~g~l:ril[(li~~to/d) en el desgarramiento de un presente ~iúp#~s,~11~~·· · · · ·
fttl~Bfélii~e1?lél17cig~pte;•
fulgurante, lancinante, >tef~brapi~¡Un•
terebrante. Uniristélgte;· instante, · • tál tal vez
.y~z>e·un ~i
;i!~ífrli~fitii~il¡J]il)'"'
· .ccuarto
l1élr;1:?:· · ~de . s).gt_lrid9}·~1
·~··· · segundo, e~~á}Clallí/tú
él .• está .llí.;· N·• ·~estás
~tásCJ.llí,,;si~c!'ó~i&()s.
allí, sincrónicos,,··•·~·idén ~~11t
ticos, confundidos en ese murmullo de gárgola al que tu daga
lo ha reducido. Su vida se da y la tuya con la de él. Vinieron al
mundo por una llaga abierta, como un torrente impetuoso
·lilli~ílWl~ltlii~~:·
que se despeña hacia su perdición. No demorarse en este ins
tante de gracia, no dejarse coger en la trampa del apacigua
miento. Más allá; Siempre más allá, hacia una conmoción ca
da vez más fuerte. Te recuperas, té abstraes de su espasmo. Lo
consideras: él permanece ahí. Permanece siempre ahí, tor
.mento
fi1erito·iinfernal.
~f.é~n~J,:!~m~ir ·
.tifii-lit
Este rostro, por ejemplo. Este rostro ensom
brecido por el suplido, estos ojos extraviados y ojerosos por la
experiencia de la incompr ensión, está boca crispada, estás Ha
rinas que tiemblan tanto de asombro como de dolor... Este
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rostro ahora casi- semejante al tuyo, falsamente fraterno, trai
doramente solidario, de un mimetismo insultante. Esté ros
tro, en el fondo incólume. A triturar, arebanar, a machacar ce
rebro y mocos hasta hacerlos mermelada. ¡Al yunque, sí, al
yunque! Al martillo, a lá maza, al hacha, al garrote, a la apla
nadora. Sonata para percusiones. Primer golpe. Primera frac
tura. La mandíbula cruje, explota por el impacto. Véanse los
detalles. El cachete tajeado, llaga babosa de bordes indefini
dos, deja ver el hueso roto, estallado en esquirlas que se mez
clan con los dientes despedazados, todo amasado por la len
gua cortada que fuera de control se desparrama en un raudal
inagotable. En verdad obscena esta lengua. Segundo golpe. La
nariz hecha papilla, aplastada como un insecto jugoso, mo
lienda espumosa dé cartílagos, de puses y de mucosidades.
Tercero. Hundimiento del pómulo. Cuarto, quinto, sexto... Es
necesario. El temporal, el parietal, el occipital. En orden. Aho
ra, variaciones. Rasgas, quiebras, dislocas. Pegas, golpeas,
rompes. Deshaces, demueles, desencajas. Los rasgos desapa
recen unos tras otros, las formas se invierten, se diluyen. ¿Qué
es esta masa de carne y de sangre, de equimosis y de llagas?
Un vago aglomerado, una cosa gelatinosa, confusa, un puré de
huesos fragmentados, de médula y de cerebro machacado.
Por un instante contemplas esta cosa desconocida: ya no es
una cara, a duras penas una cabeza. Sientes vibrar en ti la pa
sión de desfigurarlo. Sí, desfigurarlo, arrancarle el rostro.
Martillarlo, macerarlo a .punto tal que ya nadie pueda recono
cerlo. Con esta idea la cólera se abate de nuevo sobre ti y te
atraviesa como un vendaval, una granizada de dolores. Te en
carnizas, lo desbaratas, lo destrozas. Lo despilfarras, lo desga
rras. Tú lo suplantas, tú lo suprimes. Tú lo restriegas, tú lo re
friegas. Tú lo recortas, lo retumbas, :1o rematas. Lo matas, lo
matas, fin. Esto es demente, esto es exquisito, esto es compul
sivo. Es el más pavoroso vagido de tu existencia.
Quemas estallar de risa como un loco, como un desespera
do. Con una risa devastadora que anularía todo sentido y to
da realidad. Con una risa tan explosiva que haría reventar de
una buena vez tu universo enfermo. Torcerte, revolverte, sofo
carte de risa. Atravesar el límite. Reír hasta las lágrimas, co
mo quién dice gozar de dolor. Pero las lágrimas vienen solas a
sacudirte. En ráfagas, en hipos, en roncos sollozos. Estás ago
tado, consumido, extenuado. Gastado por la obscena borra
chera que te inflamó la cabeza. Despojado, vuelves a ti como
a través de una neblina. Es el desastre. Te despeñas como ava
lancha, resbalas por.la pendiente de la vejación, te sumes en
la abyección. Náusea, asco, angustia. Sollozos amargos de la
degradación siempre renovada. Este ser en ebullición, este
rostro carcomido hasta la contusión informe, esta vida des
•·.compuesta
~ófri!)L1esta~a§~~ lasl11Jül"~di~l1icikr.
hasta •.la supuración del 1limo 1fü6\?l"i. gi¡i.<l1, esto
origmal, ~st§iéeres J'ésittú;
~.
.• Pasando
~~~aridopoi: por ..esta
~sta conmoción infame es a~itiI!lisTp:
c:()l11TlºcióIJ.•·• infaITle<FS ti mismoáa quien q11ie11
apuntas, a quien señalas, a quien hostigas; tú el hosco, el niño
lúgubre y afligido de un noviembre fatídico, tú el sombrío en
cubridor de una ofensa imperdonable, tú el que llevas con
amargura la cuenta de todos los ultrajes, tú el carente de ale
gría, de vida, el hablasolo. Carnicería, tocinería. No olvidaste
nada, nada has borrado. Mascullas y rumias como un viejo. Y
te odias por estar tan viejo, tan triste, tan desesperadamente
enclaustrado. Otra vez, aquí está, recomienza el soliloquio in
fernal. De nada te sirve inflamarte, lanzarte contra esta maldi
ción, tu furia gira en redondo y vuelve a caer sobre ti, más
cruel y más exigente aún. Eres tú quien recibe la paliza, quien
se extenúa, quien se clava en la picota, quien se inflige los mil
tormentos de un dolor imposible de extirpar que se acentúa
.con
c~ncad.i;cada • •palabra.
pal¿br~.(2t1ªnt{()i2~7F~cl1TJ:Jlir:
Cuando crees cumplir·.nrvFngi;11~a; tu venganza J'cl1an-
y cuan
·• do ~ba11ci9#~siªa su
dqt7te abandonas st1fre. n~sí,.~s.atiTismóa.
frenesíiesa ti mismoq1117n..a quien sacryfisa~.
sacrificas,
· ¿En
¿Jt:I}.CJ.1-}~ .aI.~.i;r? ¿Para
qué altar? ¿I~a~~ qué~u~xp§?t1I"ªd~yiI}ig¿cl?
oscura divinidad? Ya 'tªl1?.
no ·• .ssabes
(lbe~ quéq~é
·. · . . . . · · ~~#±&CV~g~d ~it~~~t&\~~&~~&1Z2ó~:zE&8~~;d~í~~~;1t.{~·· ·
hacer con esta hiel que bulle en ti, que te consume día tras día
y cuyo veneno1 atroz arde más y más con el correr de los supli
cip§ Y•y cdeltl<l5:
.cios ~~()11f~squy(ls9fup~s(l11
e~g~t()?(l). agonías
las espantosas que acompasan tus fupIJ.éil9T ·.
tlls monólo
. · g9~:i.•15?•.••R79I·· s~f)r;r1P~7·••Pªs~I"~Iílªil~n(l7••·t9c1os,••. l?s?~~s\.ss¿x711
gos. Lo peor siempre pasará mañana y todos los días se viven
a~·· · la espera de ese mañana perpetuamente prorrogado.
1~ . ·. e)g7rª•• ·4~··~)e••·ITlª.il.(lll•~•i· perpet11(lr;nént.7.·•· J:Jr()rrºgad?:.()t~(l Otra
~\; llllll1111f
iltlil'
más de esas fiases, otra más de esas cantinelas... ¡Y una más,
y otra más! ¡Giren, rueden, bailen! ¡Oh! Eres verdaderamente
ridículo, bien lo sabes. Deplorable; Minúsculo. Lastimero. La
mentable. Sí; un verdadero manatí, diría tu madre. ¡Si te vie
ses! Fútil, insignificante, nimio. Una auténtica caricatura, po
dría decirse. El insignificante señor pide un minutito para
aw~'ill!~"~;~S\'
h~~e~ie'lii}~'
hacerse una'Freflexión,
e~r}<it1f1•·~una
1J.~"· ~consideración...
g. , · Señor Ogro de
El
'1l~~1¡1~,~~r
los Cárpatos le suplica que no ló moleste: está dando los últi
mos toques a su numerito preferido de carnicería, sí, con or
questa y ballet, estruendo y martillazos..; ¡Oh! pero el señor se
~":•'· ·• <,¡)9<·.·
humilla hoy con gran celo. ¡Bravo! ¡Grandioso! ¡Qué expresio
nes tiene el señor!... Entonces, desde el fondo del salón, la voz
en el colmo de la exasperación: “¡Y bien!, Flac, ¿estás: soñan
do? Pero, ¿dónde tiene la cabeza este tonto? ¡Es de veras insu
frible, inaguantable!"
¿Qué tramaba el señor? Rostro compungido, mirada ausente,
manos retorcidas y soplidos rítmicos lanzados dos veces por
el lado derecho. Sobre el fondo de un eterno noviembre y de
televisores aullando desde los.departamentos vecinos. El.se-
ñor estaba abstraído en sus reflexiones. Como de costumbre.
Sus poderosas reflexiones. Los fundamentos del pensamiento.
Los orígenes del porqué y del cómo. La naturaleza del qué, la
esencia del quién/: Consideraba al mundo y al hombre, al
Hombre, ni más ni menos. Desde lo alto. Desde su Olimpo pri-
vado/Escuchaba con sorna el grito de la procesión del univer
so. El señor examinaba, desmenuzaba, criticaba. Sarcástico.
¡El padre! ¡El padre! redamaban, en masas, en estadios, en
parroquias, en legiones. Bocas abiertas, ojos suplicantes, co
razones palpitantes. Desde siempre. Listos para la admiración
sin límites. Para el culto. Alguien que los reúna, que los funda
en un solo hombre en el mismo temor y el mismo temblor. El
mismo amor. El amor mismo. El director de orquesta supre
mo. Uno-dos-tres, uno-dos-tres... Al paso. Al paso de papá. El
drama del porvenir, tal como decía un célebre canalla. Peor
que el del pasado, claro está. Perfeccionado, modelado, cien-
tífico^ Puesto que, yá antes, en otros tiempos, había padre, Y
no poco. Era otra cosa. ¡Ah! mi estimado amigo, es usted
quien lo dice, no se lo hacemos decir... Las filas estaban bien
alineadas, todo en su lugar, en quién confiar, a qué hora co
mer. Listo por hoy. A la chatarra, ai mazo. Espacio para las
primadbnas, para las imágenes, para los ídolos, los actores,
roqueros, animadores, sustitutos.,¡Vivan las figuras de sínte
sis! Esperando al microchip de función paterna, al circuito in
tegrado universal, al láser patriarcal. Confiarse, identificarse.
La rabia de la báse. Identificarse con... Demasiado tarde, ya
:iw:Jw~\lli~-~~lli~~~~llti~~lliilí~\~j
obsoleto, al que sigue, basta. Basta. ¡Basta de estos camelos!
Retomo coactivo del grito primario: ¡el padre! ¡Más, más! ¡Lo
~B1P'i?lt/.Iplo.• eesculpido
$ctilgi4p en c;:n el~f.;gr~J.l~:P'•
granito! • .•Eso
{;'i'r~tiill!l!~liJl-i¡i1if~[l!~Y
fér~.~/}9>in79.
feroz; lo inconmovible, :Esc\:.110.<~s
no es .': ', •
del género que deja un gusto a nunca lo suficiente. Uno que
retome la gran tradición. La historia hacia adelante. El omni
potente. El terrible. El ogro. Que enaltezca su inclinación vo
luntaria por el sacrificio> por el don de sí, por el ideal más
fil-yp:e·•(que
fuerte lt1e.la'ilJ~;jYiX~•
la vida. ¡Viva ·eLITiá~a}l~.l.••·
el más allá! ·•.1Yiy~·¡Viva
Jan:xl1t.~tet
la muerte! .• ¡Ah!,
1.j\fil,.·•1mo
Tl?-
l'itJ)pn•
rir por·él•.él•·P,?r~i4l!t.
para queél él •.• p 9r\71I1:
por fin·•\~ista,•.
exista.I)aJ'. Darelc11erpq·
el cuerpo .• yyel· el ·iaalma,
l111a, . .
dar lo mejor de sí, dar siempre más. Para salvarlo. Inaccesible
pero tan cercano, inaprehensible pero personal, y tan bueno,
tan justo, tan omnitodo. .
Toma un poco en cuenta lo que te espera, minúsculo char
latán, pequeño cascarrabias, fastidiosito. ¿Crees que vas a li
brarte con tus grandes peroratas destinadas a un único audi
tor? ¿Te imaginas qué escaparás al apogeo, a la coronación de
oi~)~~n~:~'~cr~te!f!~q~;~¡~;~~ª!fº~tJ!'~~·y~;~jt
la historia, al triunfo de lo obsceno? Al holocausto calibrado,
civilizado, quirúrgico, elevado a la cuarta potencia. Barrio por
barrio. El llamado de la sangre. El fuerte aroma del terruño.
La trampa del humus. La greda. Las raíces. ¡Muy fácil con
templar los siglos, muy fácil, amigo mío! Patrología, teología,
monarquía. El vals en tres tiempos. Papas, Césares, padrinos.
Santidad, majestad, pistolidad. ¿Y por qué detenerse? ¡A bai
lar, a bailar, primates humanos! Faraones, sátrapas, esclavis
tas. Sí, Pachás, rajás, shas. ¡Sí, sí! Jeques, gorilas, mikados.
·. . ·• · · ·./~w~~ª~~~t~~~~~~~~~~~~Í~~tfl~~ir~~~i~ga~~*~~Af
Negus, magnates, gran mogoles. Tirana, tiranos, tiro al arco.
Epopeya del monoteísmo y del monopolio. Extenuado, ¿lo >·
créT~g·· ·JAtavíos
crees? \t.~v}p~seI9sa1il\i:tt~·
celosamente ;conservados
s8J.lsery2(~9sie11. enJos/1'9P~fós.
los roperos <4~l·del·.
(Jr~]liJ3.~l(:?r-:ií4ql()s,•.•· 5()rp1ias;•· 111ir~fi~(ll.\~.s;·tI?ist9s/1?~.~~>l1n~
Gran Balcón: ídolos, coronas, miriñaques. Listos para una
nueva vuelta. ¿Y la reina de Inglaterra, señor? Oronda de ma
jestad, dignidad y brillantes. La reina de Inglaterra. El más su
blime, el más maravilloso, el más resplandeciente de los papás
Noel. Perfectamente reina de Inglaterra en tanto que perfecta
mente reina de la insignificancia. El hada. ¡Isabel, te amo!
Bien, querido señor, poniendo aparte a los ingleses, ¿se ha
preguntado usted con un poquito de su célebre inteligencia
qué será el padre del futuro? El que se anuncia en sordina, el
que teje redes subterráneas; el que comienza a hacer oír su
voz con detonaciones d e.plástico. ¿Te has puesto apenas a
pensarlo, pedazo de rata blandengue? ¡Ah! No^ respondes,
¿verdad? Muy singular esta falta de reflexión, lamentable des
mayo del razonamiento, verdadero hueco en la imaginación.
Siempre muy ocupado en gustarse, en regústarse, en beatifi
carse en sus soliloquios dé cretino, pero sin molestarse en ha
cer esta simple observación histórica, filosófica y científica.
Que Dios haya muerto, sea, es cosa ya escuchada, aunque to
davía pueda servir para algo, sacar el pecho en ocaisión de uno
que otro desfile, servir de etiqueta para alguna basílica, un
club, una donación de sangre. Pero ¿quién se atrevió nunca y
quién se atrevería a plantear que él, el diablo, haya muerto?
¡Ahí Estás agarrado, para eso tienes elpico cerrado, las orejas
tapadas, ¿eh? Mi estimado amigo, el porvenir, el padre del
porvenir, métetelo bien hondo en la cabeza, es el diablo. El
diablo. Y tú, Flac, estás muy bien ubicado para saber algo de
eso. Sí; tú. ¡Vamos, deja de hacerte eí sorprendido! Piensa.
Hay que pensar. ¡Anda, perezoso! El diablo, el maligno, el
príncipe de las tinieblas. ¿Qué es eso? No el folklore de los di
bujos animados: el bufón de cuello negro, orejas puntudas, co
la con flecha, garras y llamas al fondo. Ni diablillo, ni sátiroj
ni súcubo. Cualquier cosa menos una imagen, amigo mío. El
maligno: mucho más maligno que las figuras que se esfuerzan
por representarlo. El padre de la mentira, como dice la tradi
ción que no sabe lo que dice. Una cierta cosa qué ha caído en
el lenguaje y que lo apesta. Una manera de decir. Simplemen
te de decir. La peyoración. La palabra que miente sobre la
esencia misma de la palabra. La calumnia. Pura. Radical. La
negación de sí, pegada indefectiblemente a toda palabra. El
sentido, el último de todos los sentidos, que hace pensar que
decir o no decir acaba al fin por ser lo mismo. Que la palabra
es tan sólo una vestimenta, un ropaje, un engaño. Una tenta
ción. Un ocio. Sin consecuencia. Irreal. Pura palabrería. En
tonces; ¿por qué molestarse, por qué contenerse, si sólo es
cuestión de detalles? Que una palabra sea un acto, ¡vamos!
Que una palabra pueda asesinar, ¡qué burla! ¡De todos modos
uno no es responsable de la lengua. ¡Oh!, amigo mío, todavía
no has acabado con el diablo, Gon eso: apenas si comienza una
nueva porción de la historia, créeme. Está en ti, tú sabes, só
lidamente incrustada en ti...
Flac, claro está, tenía uno. Un padre, puesto que ésa es la
palabra, según parece. Parece, puesto que, para él, el uso de
63
tal palabra no era muy claro. Mas bien flotante. Difícil, cuan
do no imposible confiar en ella. Una palabra que sonaba hue
ca. Una palabra, nada más. Había recibido: un padre como,
cuando uno .es pequeño, recibe un abuelo; un tío o un amigo
de la familia, un libro.importante, necesario, erudito, pero
destinado a un niño de más de diez añps. Estaba ahí, en algu
na parte, ¿dónde? En su lugar, como se dice siempre de los ob-
jetos .qüe no lo tienen. Él lo había recibido, para no poder ha-
cernada con él. Una presencia nunca presente de verdad, una
ausencia que no faltaba. Un engorro, un estorbo. Una moles
tia, por su misma inutilidad, aun cuando todo el mundo ase
guraba a Flac que no había en la vida nada más útil que un pa
dre, Flac quería creer en eso, no se oponía a priori. Para él, sin
embargo, todo pasaba como si el / padre” en cuestión hubiese
desaparecido un buen día. Evaporado, volatilizado, no dejan
do tras de sí más qué un signo irrisorio, ni cetro, ni corona, ni
arco inflexible, un despojo en forma de un juego dé palabras
tan poco serio como había sido para él, en su vida, la gabardi
na del señor Beige. ¡Padre impermeable! Impermeable, inson
dable e insoluble. Flac era un chico como los otros y a él eso
no le parecía suficiente. No era este padre, este llamado padre,
lo bastante padre. Más exactamente, no lo era para nada, pa
ramada, nada. Salvo para reír. Él estaba junto a la palabra pa
dre y Flac estaba dél otro lado. Entre ellos, un paso falso, un
paso en falso, un paso sin peso, entiéndase lo que se quiera.
Yon. Dichoso Yon, dichoso farsante, dichoso payaso. Él mis
mo se rehusaba; como no fuese por irrisión, á llevar el título
de padre, e incluso a aceptar el banal apodo de "papá”. Flac
llevaba grabado el recuerdo de una noche de su primera in
fancia, una noche muy lejana, puesto que pertenecía al tiem
po en que Yon dormía todavía en el departamento, en el cur
so de la cual se había despertado, en medio de una pesadilla,
gritando "¡Papá!.,,” Fue la única vez que esta palabra salió de
su boca, propulsada por sabe Dios qué terror fundamental.
Yon acudió de inmediato desde el cuarto de al lado, encendió
la luz, sacudió a Flac .por los hombros hasta que se despertó
por completo y después le dijo esta frase inolvidable: "Yon, es
Yon. No me llames papá.” Debieron pasar muchos años para
que Flac llegase a comprender la razón de este rechazo: que
para Yon tocaba los confines de una prohibición, incluso de
64
un peligro formidable. Para Yon nó podía haber más que un
único papá, sü propio padre. ;
El padre de Yon, Un personaje. Flac no lo trató durante
mucho tiempo. Había muerto cuando él tenía siete años. Sin
embargo, le habían quedado algunos recuerdos asombrosos
y, sobre todo, había oído hablar de éí, siempre oía hablar de
él> todos los días de su vida. Sir Alfred, como Flac lo llamaba
con un dejó de ironía y de ternura, puesto que su abuelo mos
traba un gran parecido con el rostro de Sir Alfred Dunhill tal
cómo aparecía en las cajas de tabaco, ¡Ah! Sir Alfred, esto sí
es algo muy distinto de un impermeable que huye, ¿verdad,
señor? Todo lo contrario: una presencia masiva, exuberan
te, invasora. Aplastante. Todo a ultranza; nó tolerando más
qúé el exceso, sin otra regla que lá desrrtesura, sólo a gustó en
la intemperancia. “Bastante”1no quería decir nada para él,
“más” lo hacía sonreír, sólo con un “demasiado” estaba con
tento. Había vivido en Suiza dónde había amasado una enorme
fortuna en el comercio del carbón y sus derivados. Termina
da la guerra, decidió inmigrar con su familia para acercarse
a las fuentes de aprovisionamiento, hulleras e industrias quí
micas, de las que se había convertido en importante accionis
ta. Cabe imaginarlo. El principio de la posguerra. Una pro
vincia cerrada, católica y tiesa, desgarrada por las sospechas,
las delaciones y los arreglos de cuentas. Una antigua burgue
sía infiltrada por algunos nuevos ricos, sufriendo o aun apro
vechando la ruina y las privaciones, sometida a los raciona
mientos, embriagándose con el mercado negro y con la
espera de contratos estupendos, los unos buscando con avi
dez recuperar sus bienes, reponerse, desplúmar a la compe
tencia; los otros haciendo bendecir sus adquisiciones dema
siado recientes y su turbia opulencia. La daga entre los
dientes. Los infundios asesinos. Los jugosos negocios urdidos
pará robar, las cuentas que ajustar. El apremio per blan
quearse, el ansia por volver á dorarse y por empañar al veci
no. Las amenazas y las contumacias, los fajos, los folios. Las
huellas: Los curas fortificando sus parroquias y los obispos
sus diócesis contra el espectro del socialismo. Tiempo de pe
cados mortales, de excomuniones y de indulgencias acuñadas
en los confesionarios con trasfondo de fusilamientos y de
traiciones discretas. El imperio de la envidia criminal y ele lá
prueba de inocencia. Las familias divididas. Las herencias
amenazadas. Los vergonzosos consejos de administración. El
ahorro y la modestia forzada de aquellos que desentierran
sus lingotes recuperados o clandestinos. Y he aquí que de
sembarca; con gran pompa, Sir Alfred con sus millones. Un
suizo. Un extranjero. ¿Qué es eso, Suiza? ¿Es un país, una na
ción, una política? Neutralidad, Cruz Roja y cajas fuertes...
¡Sospechoso, muy sospechoso! Le digo, señor, protestantes y
judíos... Le pregunto, ¿qué vienen a hacer entre nosotros? En
nuestros consorcios, ¡y en primera fila! La llegada de Sir Al
fred, en medio de esta mediocridad de gentes que se cerraban
de codos al tiempo que se atacaban por la espalda, había si
do el acontecimiento, la novedad, el torbellino del que hubié
ramos podido prescindir. Él hacía su entrada no sólo con sus
millones, sus millones suizos, ¡señor mío! sino, ante todo,
con su altanería, su arrogancia, su soberbia insolencia. Hay
dos clases de ricos. Por un lado los guardianes de patrimo
nios, prudentes, discretos, meticulosos, tipo conservadores
de museos o ecónomos religiosos para quienes la riqueza no
es una posesión sino una tradición a transmitir, una previsión
para tres generaciones. Fundiéndose con la historia de una
familia, identificándose con las propiedades y con los nom
bres, impregnándose con un aura de antigüedad, el dinero
adquiere una pátina, se purificarse ennoblece. Del otro lado,
en cambio, aquellos que uno llama con desprecio, disgusto y
vergüenza, los arribistas. El dinero nuevo> sucio aún, con
fuerte hedor a mierda y sudor. Que se ostenta, se exhibe, lan
za todos sus fuegos, reclama la mirada de los demás (esa mi
rada de la cual los primeros huyen como de la peste) puesto
que sólo esta mirada puede dar al dinero demasiado fresco la
prueba de su valor: el reconocimiento o, en su defecto, los ce
los. Sir Alfredmo pertenecía a ninguno délos dos clanes. Sir
Alfred desdeñaba desde el fondo de su ser el dinero y ante to
do su propio dinero. Éste carecía para él de otro valor que el
de poderlo gastar. Y para gastarlo, todo el mundo coincidía
en eso, era insuperable. No se inquietaba en absoluto por
fundar una dinastía así como tampoco se preocupaba por las
miradas de los demás sobre sus cigarrillos con boquilla dora
da fabricados especialmente para él con sus iniciales graba
das. El puro placer, ése era su único criterio. El dinero era tan
sólo el medio. Tenía del placer la más simple de las nociones,
la más infantil que pudiera darse: tener todo lo que se quie
re, siempre y de inmediato. A cualquier precio. El capricho
absoluto. El rey. Todo lo que poseía debía ser único, a medi
da, excepcional. Sus casas, sus coches, sus guantes, sus ciga
rros, sus relojes. Era este aspecto de niño terrible el que le ha
bía permitido triunfar rápidamente sobre la desconfianza de
la burguesía local y hacerse un lugar en ella, también a medi
da. Se le había admitido, se le había respetado, se le había ad
mirado porque él no usurpaba el territorio de nadie. Era de
otro mundo, salía de un cuento de hadas, se atrevía a lo que
nadie se permitía: a divertirse. Y su único objetivo era diver
tirse siempre más. Incluso en los negocios. Sir Alfred favore
ció la fortuna del padrastro de Julien por una corazonada,
acordándole la exclusividad de los mercados en los que él es
taba ya establecido; Durante una partida de caza a la que lo
había invitado, le preguntó de improviso y por pura provoca
ción: "Y bien, mi querido Edmundo, dígame ahora mismo lo
que piensa usted de mi esposa.,.", a lo que el padrastro de Ju
lien, en la mejor jugada de póquer de su vida, le respondió sin
dudarlo un instante: ‘'¡Alfred., es una maldita zorra!" A Alfred
le encantaba contar esta historia delante de su mujer en oca-;
sión de las cenas y de las fiestas que ofrecía en su casa. ¡Ah!
Las fiestas de Sir Alfred... Aún más legendarias en esta triste
provincia que en Ginebra. Sir Alfred no concebía un día que
no terminase en fiesta. Una fiesta, señor, no una recepción;
una gran cena, un coctel mundano. Una verdadera fiesta,
champañas, grandes vinos, profusión de cigarros. Atraccio
nes, virtuosos, conciertos privados, bailarinas. Bailes de dis
fraz. Orquestas. Fuentes iluminadas. Y las amantes, y el pó
quer, y el casino. Flameaba, incendiaba, iluminaba la negra
comarca de las hulleras. El dinero salía tan pronto como en
traba. Pero siempre lo había. A montones. Era cuando el ca
rrusel giraba, giraba y Sir Alfred reía, reía... Vino la crisis, el
agotamiento de las minas, el fin de la era del carbón. Alfred
no cambió un ápice de sü doctrina de vida. La fiesta antes
que nada. Vendió, hipotecó,: se endeudó. Los banqueros tu
vieron confianza en su habilidad para los negocios, en sus re
laciones, en sus infiueúcias. Se reciclaría en el comercio del
petróleo, las negociaciones seguían su curso, los protocolos
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de acuerdo a los cálculos. Champañas, bailarinas; casinos. Se
endeudó más aún. Una deuda casi tan colosal como lo había
sido su fortuna. Y de pronto murió, dejando detrás de él mi
llones, millones y miñones de deudas. Una quiebrá vertigino
sa. Todos los hijos rechazaron la herencia. Todos menos uno:
Yon. Yon que, a pesar de las advertencias, los consejos y las
súplicas de los abogados y notarios amigos de la familia, es-
timó que no había un acto rpayor, más noble, más heroico
que el de asumirse como heredero de su dichoso padre. Y así
fue que Yon, por razones que por mucho tiempo permanecie
ron oscuras para Flac, se condenó a trabajos forzados a per
petuidad: Por pasión del padre. De un padre único, desmesu
rado; incomparable.
Yon. Él así Mamado Yon. ¿Hubiera podido Flac llamarlo dé
otro modo? Á veces le sucedía asombrarse por ese uso que no
había encontrado en ninguna otra familia. Quedarse perplejo
ante el carácter insólito de este apodo a la vez tan familiar y
tan extraño. Sin historia, sin explicación, sin significación.
Yon y punto; eso es todo. Flac se quebraba la cabeza frente a
este enigma, buscaba alguna solución pero no encontraba
ninguna. Escudriñaba los diccionarios. Establecía listas de
palabras en las cuales "Yon” pudiese ser un diminutivo. En va
no. Yon seguía siendo un bloque compácto, un meteoro caído
en la lengua que ellos compartían, sin estar, no obstante, ins
crito en la lengua común, ¿Cuál era entonces la naturaleza de
tal palabra? ¿Sería un nombre, un verdadero nombre? Una
palabra que no se descifra, no se interpreta, una palabra que
no dice nada pero que marca sin que se sepa qué ni; por qué el
puro vestigio de una existencia. Sin embargo, el sustantivo co
mún "padre” era mucho más extraño para Flac que la singu
laridad de fíYon”. Entre Yon y padre subsistían un hiato y una
falla que lo desconcertaban. Eso era evidente cuando, por
ejemplo, en la escuela, alguien le formulaba una pregunta
acerca de su padre. Cuando alguien se dirigía a Flac usando la
expresión "tu padre", y más aún cuando: él mismo era llevado
a responder y a pronunciar las palabras "mi padre", nó podía
desprenderse de im sentimiento muy particular de extrañeza.
Aquel del que entonces hablaba, aquel a quien designaba co
mo cualquier otro lo hubiese hecho al llamarlo “mí padre", se
le aparecía de repente tan distante de sí, tan alejado de todo ;
vínculo, tan anónimo, que podía ver con claridad cómo él, de
modo paradójico, en el momento de declararlo oficialmente
en la lengua de todos, rompía por completo el lazo de filiación
que los ligaba o descubría su secreta inope rancia. Para Flac,
"Yon” era alguien -por enigmáticos que fuesen su identidad y
su papel-, en tanto que “mi padre” no era nadie, apenas úna
abstracción, una regla de gramática.
Yon, es cierto, se destronaba a sí mismo. Por otra parte ¿ha
bría imaginado él alguna vez qué pudiese ascender a un trono
cualquiera, o tan siquiera a una simple banquita? Al acercar
se al privilegio y a la dignidad de padre, Yon desaparecía con
mayor rapidez que la necesaria para decirlo. Tomaba las de Vi
lladiego, Agitado, no, gracias, muy poco para mí. “Yo no soy
nada", proclamaba. Y reaparecía en otro papel. Napoleón de
circo más bien que emperador, o dictádor tan caprichoso, tan
temible en sus pataleos que uno tema más miédó por él que
por uno rhismo. Enteroecedor por su costado histriónico, sü
demanda exorbitante dé amor, su escarnecerse cotidiano. Pe
ro, más que nada, angustiante. En extremo. Él quería ser el
camarada dé Flac, su amigo, Su amigo único y auténtico. Me
jor dicho: su amigo íntimo. O para decirlo mejor aún y defini
tivamente: su amor. Sí; su amor, su único amor. Y que fuese
recíproco. Su pasión era ganar el amor de Flac, conseguir to
dos los días pruebas de ,él. Su inquietud, sü desesperación, la
de sufrir el rechazo. ¡Qué pesado es sobrellevar este amor del
padre que se declara tan francamente enamorado! Flac se sen
tía aplastado, apabullado, aterrado.
¡Vamos, señor, diga usted, veamos, diga! Usted supone ahí
ciertas cosas... Usted sugiere. Pero no se atreve..., no sé atreve
a llegar hasta las últimas consecuencias. Otra vez. Acérquese
un poco más a esta charca, a este turbio cenagal de sentimien
tos, cuéntenos de este romance, de estas inclinaciones tan po
co secretas, revuelva estas aguas estancadas, estas miasmas,
que vuelva a brotar la mugre de estos pensamientos salaces, lo
inconfesable, lo pútrido, el vicio. Si; díga la palabra, repítala.
Se te ordena repetirla, amigo mío, está claro ¿no? Entonces, a
la obra: tú la repites. La repites dos veces, sí, cruzando y des
cruzando las piernas, contrayendo rítmicamente los muslos y
las nalgas, es decir, frotando el órgano adorado, él pequeño
colgante tan precioso, con obturación simultánea de la grieta
-posterior y de su ojo de cíclope. El vicio. El vicio. Está dicho.
Todavía rio lo suficiente. ¡Más aún! El vicio visceral, velludo,
viscoso. La lascivia de Yon. ¡Ah! Te estremeces. Este pensa
miento... Amigo íntimo: no, pero, ¿qué es este pudor, este ro
paje de Noé? ¡Amigo íntimo! Y de intimidades, estimado ami
go, de intimidades. Amante. ¡No, no, no! ¡Sí, sí sí! Amante,
amante, amante. El malestar, ¿no es así? La molestia, la ver
güenza, el más loco de los miedos... Preferible,la rnüerte To
do menos eso. ¡Y bien!, eso, justamente eso. Decirlo pues. Es
necesario. Amante con pensamientos de amante, con palabras
de amante y con gestos de amante. Casi. En el límite de, Al
borde. Sin franquear jamás el punto de no retomo, pero de
jando pensar que. El pensamiento insanó, innoble, abyecto. El
que tú querías a toda costa ignorar, tachar, rechazar. El que te
paralizábante amarraba, te penetraba a pesar tuyo. Este pen
samiento: ‘ el ya no será capaz de detenerse”. Este amor de
Yon, peor qué el desamor y la locura de tu madre. Este amor
desbordante que te colocaba en la mira y te vigilaba sin des
canso. Ésta atención, este escrutinio, estos ojos que no te suel
tan y que tú mismo no dejas de acechar, desesperado. Esta mi
rada mutua que él hubiera deseado recíproca. Este hablar
que, sin dirigirse directamente a tí, te buscaba, te acosaba, te
cuestionaba, te provocaba por nada, y al cual esquivabas tan
to como podías. Esa admiración que él te consagraba y que tú
te encarnizabas en decepcionar. Su posesividad, sus exigen
cias, sus celos. Las escenas demenciales que él montaba^ esas
que tú desencadenabas con tu rechazo, atizando así sin saber
lo la pasión que pretendías evitar. Su perpetuo anhelo de una
intimidad única y sin sosiego a la que respondía tu constante
ansiedad por protegerte. Sí; Yon sentía por ti uii apegó que no
podía disimular. Un indudable apego. Enamorado. Erótico.
Mejor detenerlo antes que se apegase demasiado.
Empezaba cada mañana al despertar. Lo recuerdas tan bien
que aún hoy te levantas todos los días con un salto, con un de
jo, de angustia, incluso antes de sonar el despertador. ¡De pie!
¡Ahora mismo! Corito si hubiese que huir de la cama con ur
gencia, Era un ventarrón que te despertaba. Un sobresalto. En
verdad no Un viento sino una especie de remoIino> de turbu
lencia, como si el volumen de aire en tu cuártito se hubiese
transformado súbitamente en torbellino. Abrías los ojos por
70
reflejo. Alerta generala Yon ya no estaba en el recuadro de la
puerta. Por muchos años cada mañana él se había salido con
la suya. Te agarraba desprevenido. Sin darte tiémpo- ni de
abrir los ojos ya habían volado las cortinas y la ventana habla
sido abierta, cualquiera que fuese la temperatura. Bestia ham
brienta de su presa favorita. Yon había atravesado con pisada
de lobo el pasillo y el comedor, poniendo cuidado para qué no
crujiesen las maderas del piso. Al llegar a la puerta de tu pie
za abría el picaporte con mucho sigilo y tomaba infinitas pre
cauciones para no causar ningún ruido. Luego, con un solo
gesto, con una violencia sobrecogedora, puerta, cortinas, ven
tanas, todo lo abría. Té exponía a la luz, te ponía al descubier
to, te capturaba con su ojo goloso. Satisfecho con su efecto dé
sorpresa. Su gran alegría de la jomada. La fogosidad del rap
to amoroso. La irrupción; la invasión, la ráfaga. El asalto sal
vaje, impetuoso, vehemente. La incursión, el relámpago. El
tiempo para ti de comprobar la intrusión y Yon se precipitaba
sobre tu cuerpo, saltaba hacia la cama lanzando un aullido de
siux: “¡Iuhú! ¡Es él, soy yo!”, dejaba caer sobre ti toda la masa
de sus noventa kilos y rodaba dos o tres veces de derecha a iz
quierda para aplanarte por completo. Así comienza el apretón
matinal obligatorio. Contienda desigual en donde el júbilo de
tu raptor era más aterrador aún que su fuerza. Angustia, an
gustia, angustia. Terror y temblor. El padre Abraham mismo
¿no había acaso amarrado a su hijo Isaac? Por amor, amigo
mío, por amor. Su hijo preferido. Por su bien. Acuérdate del
mandamiento principal: deja la tierra natal, sal del regazo ma
terno, apártate del pezón almibarado. Llegarás a ser un hom
bre. Pertenecerás al padre. Ingresa en el camino del héroe. Mi
pequeño Isaac, mi queso blando, mi saco de indolencia, ya es
tiempo de destetarte de la savia emoliente dé las raíces y de
iniciarte en esta ruda batalla eñ la que el padre hace valer sus
derechos sobre la matriz, con el apoyo de la sangre, para lue
go transmitirlos, Herencia por la cicatriz. Adiós prepucio,
buen día virilidad; Dios sé complace. ^ im
pero, lo juro, el señor tiene sus ideas, sus tesis, él también.
Se precipita en la exégesis, en el comentario, saborea el texto
sagrado, talmudiza, rabiniza... ¡Qué elevación de espíritu, qué
fineza de interpretación, qué amplitud para opinar! Pero, dí
ganos, querido señor, mientras Yon lo aplastaba por las maña-
71
rías, ¿se entregaba usted a tan corta; edad, sí, de modo tan no
tablemente precoz, a tales reflexiones sobre el Génesis?... En
esos momentos de los abominables cuerpo a cuerpo matina
les el Flac no reflexionaba eri nada, Se sofocaba. Padecía el
aliento ácido y tabacal de Yon, el raspado de sus mejillas arru
gadas, la ávida succión de los besos y de los mordiscos que le
aplicaba en el cuello y en los hombros con Una melopea de
gruñidos, griterías, graznidos. Puede que Flac se encontrase
en la posición de Isaac, pero con seguridad qué Yon no era un
Abraham. Al contrarió. Yon mostraba con sus intrusiones ma
tinales una feminidad reptilesca, una voluptuosidad lasciva,
glotona y zalamera. La obscena voracidad del seno materno
abismándose en el orificio del lactante. Suave, meloso, empa
lagoso. Confitura, jarabe, lukum. Pero con la determinación
inflexible que puede conferir a algunos el derecho de propie
dad. Comenzaba por treparse sobre Flac, lo enlazaba, se enro
llaba en espiral Sobaba, mimaba, acariciaba. Irritaba, mor
disqueaba, chupeteaba. Lo titilaba con cosquillas indiscretas
hasta extraerle una risa dolórosa. ¡Que ría, que ría! Era nece
sario que riese. Que se ahogase de risa. Esta risa inflamaba a
Yon¿ se le subía a la cabeza, lo insolaba con un ardor triunfal.
El reforzaba: stt abrazó, redoblaba Sus asaltos, sé apropiaba
del cuerpo enclenque de Flac, se lo. confiscaba, le .exprimía, sus
sensaciones. Lo comía, ló bebía, lo engullía. Prisionero, engri
llado, eñcamisolado, ofrecido sin defensa a la pasión caníbal
del padre enamorado, Flac aullaba en él mismo la letanía del
sacrificio: ¡ventosa, sanguijuela, tentáculo! ¡Ventosa, sangui
juela, tentáculo! Y él sabía que aún no había terminado, que
Yon iría más lejos en la expropiación, el pillaje, el saqueo de
su magra identidad. Que el cuerpo a cuerpo proseguiría, más
preciso, meticuloso, que Yon no lo dejaría antes de haber ga
nado su pugilato, su parodia de lucha grecorromana y, final
mente, la ración de insultos sin la cual él no podía, al parecer,
comenzar una jornada.
¡Oh! ¡Oh! ¿Pero qué es esto que yo siento aquí, en la ca
ma, arropado bajo: las sábanas y las toneladas de frazadas?"
Las manos enormes tanteaban, palpaban, auscultaban, petri
ficaban todas las partes del cuerpo de Flac a través de las ca
pas sucesivas, los múl tiples escudos de protección sin los
cuales él no podía ni pensar en dormirse. Esta frase, siempre
la misma, señalaba el fin de las caricias y de los arrumacos y
el comienzo de toquetees más rudos. “Pero, lo juro, ¡es un po
llo, un pollito!... ¡Ah, cómo adoro yo eso, los pollitos! ¡Mira,
aquí está el muslo del pollito! ¿Cómo está este muslo? ¿Firme
y rellenito? ¿Es un pollito regordete? Y diciendo esto Yon lo
manipulaba, lo malaxaba, jugaba carcajeándose, con la baba
en los labios, a eso que él llamaba pincho-pico-pincho-pier
na”. Sólo él se divertía con este juego, pero lo divertía tanto.
Lo divertía por demás... En demasía. En una palabra, lo exci
taba. Y mientras más se excitaba más fuerte pellizcaba hasta
que Flac gritaba “¡Ay!, ¡me haces daño!” Este grito, precisa
mente este gritó, más de desamparo que de dolor, elevaba la
excitación de Yon hasta el punto... El punto de llegar al lími
te dé perder control sobré sí mismo. Que sus pinzas... El se
ñor quiere decir: ¿quién sabe dónde hubiera podido aventu
rarse, extraviarse, su mano en un momento de frenesí? Ahora
bien, en la mañana..., justo al despertar, ¿qué pasaba en el se
ñor con tanta regularidad como este innoble apretón pater-
nopático? Otra sorpresa, ésta esperada con deleité, ¿no es
cierto?, de la cual Yon, este pobre padre payaso, le estropea
ba el beneficio con su exaltación criminal. El pensamiento,
¿el pensamiento principal, señor? El tema más preocupante,
"::···.:.·.·:·.··.:·:;.·-:·.-:':·
horroroso, el peligro más urgente, el caso extremo de S.O.S.
El pensamiento inevitable, inconjurable. Que uno de los ten
táculos de esta masa implacable que te apretaba y te mano
seaba con nerviosidad, cayese sobre la erección matinal de su
“pollito”. Aterrorizado el pollito, asqueado, petrificado. ¿Có }¡¡t]21¡¡;;
mo rechazar al invasor, darse tiempo de girar a un lado, apre
tujando los muslos para proteger este querido órgano con su
grato calor, qué despuntaba ferozmente, duro como un palo,
sabe Dios por qué razón? ¿Qué había púés para festejar cada
mañana, cada maldita mañana, comienzo de una nueva jor
nada espantosa en esta vida sin horizonte?
El órgano querido . Todo u n capítulo, para usar un eufemis
mo. Pues el señor era, siempre había sido, un gran observador,
un gran inspector, un gran contemplador de este pequeño ser
extraño, versátil, imprevisible, apéndice polimorfo, parásito
rebelde, injerto libertino con muecas siempre renovadas, con
génere independiente pero indefectible* en estado perpetuo de
insumisión, compañero dé indivisión cuyos caprichos eran so
73
beranos, arbítranos, vacilantes, inseguros, absolutos. Sí; no es
exagerado afirmar que el señor se entregaba por completo al
estudió de las variaciones oscilatorias y vibratorias de su col
gajo viril. En esta disciplina, él no retrocedía ante ningún ex
ceso de celo, no dejaba de maravillarse de su objeto mutable,
perseguía sin descanso su retrato inaprehensible, lo admira-
ba, lo ádoraba, lo idolatraba. En gran secreto. En una inefable
mezcla de vergüenza y de placer. Vigilaba la menor de sus ex
presiones, sus estremecimientos más imperceptibles, sus pal
pitaciones, sus contracciones, sus hinchazones, sus desplie
gues. Llevaba la bitácora de sus metamorfosis. La pasión de la
ciencia natural, mi estimado amigo, ¿es eso? jEl sabio en ca
pullo refrenado por la gesticulación de sus partes! ¿Y es así co
mo se preparaba su Premio Nobel? El gran libro de astrono
mía bien a la vista sobre la mesa, pero, poir debajo, la bragueta
abierta sobre la galaxia de la babosa... Te lo pregunto; ¿escru
tando qué pasaste las horas? ¡Este pulpo miserable, este ade
fesio asqueroso, esta vulgaridad! Péndulo, pendiente, pen
dón... ¿Balance? ¿Hubo grandes descubrimientos? ¿Se superó
a Copérnico y a Kepler? ¿Cayó una nueva manzana de New-
toñ? ¡Contesta, cretino! [Contesta, sucio pequeño puñetero so
lapado! ¿Has resuelto el teorema de lo continuo?, ¿y el cardi
nal de lo transfínito? ¿Qué esperabas? ¿Llegar a ser el Buffon
del pito, el Fabre dé los testículos? ¡Un pedazo de Nada, ésa es
la verdad, el drama, llegaste a ser un' deplorable pedazo de na
da, mi estimado amigo! Y bien, regresa pues a tus pequeñas
sacudidas manuales o verbales. Conságrales tu vida, si se te
antoja, pues desde ya estás perdido. Perdido para siempre.
Anda, ve, continúa hablándole, como en aquel entonces, cuan
do todavía te ilusionabas. Porque tú le hablabas, ¿no es así?,
todo él santo día... ¡Ah! ¡Ah! ¡Áh! Doctor Flac, célebre autor de
los Diálogos con él falo. Inéditos que revolucionarán la histo
ria de la literatura. Anda, cuenta, desempaca tu miseria, des
nuda tu nada, tu morondanga, tu desastre. Órgano querido,
¡uh! ¡uh! ¿dónde estás?, ¿qué haces? ¿Cómo te sientes hoy?
¿Cómo? ¿Qué cuenta? ¿Qué cuenta, mi amigo? ¡Ah! Hoy es
menos gracioso, ¿verdad? Se agitan los fantasmas del pasado,
los resabios de la soledad, la tristeza misma ya no sentida por
habitual, las palabras y los pensamientos que regresan. En es
pecial los pensamientos. Esos que uno creía haber olvidado,
que ya no volverían. Una gota de tu sangre, estimado amigo,
es necesaria para hacerlos brotar del averno. ¿Asi que le ha
blabas? Tú tenías incluso el tupé de llamarlo “señor". Esta ma
nía te costaba caro. Puesto que, cuando te llamaban señor
desde el exterior, el apostrofe desencadenaba en ti una coli
sión; Como si el otro sacase a la luz tu diálogo más clandesti
no, como si se dirigiese directamente a tu sexo, sin tapujos.
Consecuencia; te decían “señor" y te ruborizabas como un to
mate; "Señor", ¿te das cuenta? Mientras te entregabas a tus in
vestigaciones, le dirigías discursos al “señor", le contabas his
toríaselo arrullabas con canciones de cuna, lo cubrías de
apodos, de sobrenombres, diminutivos o mayestáticos. El se
ñor está un poco blando hoy, todo flácído, todo fofo, el agua
do, el perezoso traidor. ¡Qué carácter!, ¡qué susceptibilidad!,
¡qué indolencia! Y este aire abúlico, malencarado. Antipático.
¿Quiere el señor verse en el espejo? ]Imposible estar, orgulloso
de él!, ¿eh?, el pequeño mequetrefe, flacucho, achacoso, me-
nudito. ¿Y es este alfeñique, esté trapito, esta cera derretida
quien reclama respeto y veneración? ¿El que pretende arro
garse lo de “El señor Gran Duque", lo de “Su Majestad , lo de
''Luis el Grande”, etc.? Tú lo consentías, lo mimabas, lo ser
moneabas. Lo fastidiabas, lo reprendías, lo regañabas. Le ha
cías advertencias y después lo amenazabas. Si el señor insiste,
habremos de tomar medidas, imponerle sanciones, la vara, el
guante de crin o el trozo de hielo sobre la cabeza. Todo esto
era tan grotesco, amigo mío, tan estúpido, tan falto de senti
do... Pavorosa estupidez en la que podías caer durante horas.
En esta bendita inercia.
Hay que agregar -sí; hay que hacerlo- que Flac estaba lejos
de sospechar que pudiese existir cualquier paralelo entre su
manera de acariciar y de fastidiar a ese hongo mugriento, co
mo lo hubiera calificado su madre ("el hongo hediondo de los
hombres”, dijo ella un día), y el ritual irritante al que Yon lo
sometía todas las mañanas. Ignorancia salvadora, sin la cual
el horror que sentía, cuando luchaba con el cuerpo de su pa
dre, hubiese alcanzado un grado tal que no habría quedado
otra salida que la de cortarse el sexo o bien la de tirarse por la
ventana, puesto que no tenía ni el tamaño ni la fuerza, pobre
niño esmirriado, para agarrar a Yon por el cuello y romperle
las vértebras cervicales con un golpe seco, o bien lanzar su ca
beza contra la pared y partirle el cráneo en cuatro pedazos.
Por suerte Flac tenía su África interior, su depósito para arro
jar los desperdicios demasiado molestos y enterrar sus pensa
mientos demasiado tóxicos: como todo el mundo, él disponía
de un inconsciente, de un basurero para las verdades insopor
tables. Y Yon también, sin duda, aunque pareciese -hipótesis,
pensamiento, suputación- encontrar un placer deliberado al
atizar en Flac el miedo al toqueteo aborrecido. Pregunta obse
sionante. Insoluble. ¿Podía Yon adivinar sus pensamientos,
sus temores? ¿Sabía él lo que Flac se empeñaba en ocultarle?
¿Qué pensamientos tenía él cuando aceleraba febrilmente el
ritmo:de sus pellizcos? Escandidos por el metrónomo acelera
do por el granizo del "pincho-pico-pincho-pierna”, subiendo
desde la rodilla hasta la ingle de Flac, y luego, decreciendo, re
haciendo el trayecto en sentido inverso. Ida y vuelta puntua
dos siempre por la misma cantinela: "Pollito tiene muslitos
flacas, pollito tiene muslitos flacos,” Flac se sofocaba, hervía
de indignación y de impotencia, "iY ahora el cocodrilo ya a
atraparlo!”, aullaba Yon haciendo girar sus ojos desorbitados
y mostrando sus dientes. Entonces, con un movimiento veloz,
imparable, pasaba una mano bajo la sábana, agarraba a Flac
por un pie, lo sacaba fuera de la cama y, con la gran mandíbu
la abierta, se precipitaba sobre su pierna. Todo esto con una
salva de bromas sardónicas. “¡No! ¡No! ¡Para!”, gritaba Flac,
desesperado al sentir su piel desnuda a merced de las fanta
sías de este caníbal calenturiento, Pero Yon no se calmaba.
Por el contrario, se mostraba cada vez más excitado y las sú
plicas de Flac parecían servir sólo para incitarlo con más fuer
za a la violación que estaba a punto de consumar. "¡Ah! ¡Ah!
¡Ah!, el Gran Cocodrilo tiene al pollito agarrado de la pata...,
y lo saca despacio, despacito, de su nido...” Y ejecutando su
amenaza, como todas las mañanas, Yon se levantaba y tiraba
al pollito de la pierna, lo arrancaba progresivámente de la ca
ma hasta hacerlo caer al suelo. Por más que se debatía feroz
mente, Flac no podía oponer, nada a la fuerza de tracción que,
centímetro tras centímetro, lo hacía desbarrancarse de su ca
ma, Lo único que conseguía era aferrarse tenazmente a sus
cobijas y envolverse con ellas tanto como podía, a fin de pro
teger su desnudez por una parte y de amortiguar el golpe por
la otra.
76
Una vez en el suelo, a medias apresado por los lazos de es
ta avalancha: de sábanas y frazadas, teniendo a Yon erguido
ante él cuan largo era, con toda su osamenta, coñ toda sum a-
sa de:ogro burlón, Flac daba rienda suelta a su rabia. Ningún
insulto, ninguna injuria, ninguna palabrota era bastante gro
sera como para expresar la furia destructiva que ésta sucesión
de vejaciones había encendido en él. Nó solamente para ex
presarla, sino más qué nada para realizarla. Palabras, pala
bras, eso es lo qué salía de su boca. Cuando hubiesen sido ne
cesarias balas, granadas, bombas. Flac era tan sólo un
torrente de invectivas, un río incandescente de lava inmunda.
Groserías, suciédades, vulgaridades, él eructaba, entraba en
erupción, supuraba. ¡Cochino imbécil! ¡LárgateI ¡Me jodes!
¡Apestas, estúpido, idiota! ¿Entiendes, hocico de rata? ¡Pue
blerino, pueblerino endomingado recién salido del estiércol!
.·•·.· ... ..•. \(~·
¡Puerco enlodado! ¡Jódete! ¡Cretino, encujado, parásito! ¡Eres
una mierda, un mojón de perro, cagado por la perra de tú maafF
11
.•.••i/ •1..
ffii~rttf~§s'J~.·.\·•·•i•·
dre, basura de la calle! Yon escuchaba éste rosario de obsceni
dades. Mientras más prorrumpía Flac en ellas, mientras más
.. ' ~
f
pretendía ser hiriente, más se reía él. Guasón. Eso lo dopaba.
Y pedía más. Se revolcaba de risa y esa risa inextinguible, in
l
conmovible, invencible, esta parodia de Hércules frente a una !I
mascota, llevaba a Flac al colmo del oprobio. Yon dirigía ha i
cia él un índice burlón y se mofabá: “¡Pero si está enojado el
pollito! ¡Enojadísimo! Cuandó esté menos ñaco haremos coh
él un gallo de pelea... Prometedor, tiene ya un picó, si tuviese
dientes mordería, puedo jurarlo.” Entonces, avanzando un pa .·.····.· 1
so y tomando la pose de un luchador de feria, con las piernas
ligeramente fiexiUñadas, las manos hacia adelante y la frente 1
l4:tlllltíi1¡;~
una de dos. O bien intervenía Fií, o bien Flac lanzaba su ulti
mo insulto, aquel del que sabía, del que había terminado por
saber, qüe alcanzaba a Yon justo en el punto sensible, en el si
tio sagrado. En el padre, claro está.
0 Intervención de Fíf. Liberación del gorila. Irrupción del
animal, del pitecántropo, de la bola primitiva. Fif no camina
ba. Nunca. Cuestión de morfología. Iba a la carga. Con un an
dar pesado que sacudía el piso y gritando con su voz estentó-
.'. . · .······ · · • •:1~1i
rea: "¡Por Dios!, ¿qué más va a hacer el bruto de mi herma
no? ... Entraba en el cuarto de Flac y apostrofaba a Yon como
si hablase para un anfiteatro colmado: “Entonces, pedazo de
aborto, ¿juegas al luchador? ¿Haces tu nuraerito de matamo
ros? ¿Te crees en la feria? Y en ese momento tomaba a Yon
desde atrás, por la cintura, y con una sola mano lo levantaba
veinte centímetros por encima del suelo estallando en una car
cajada formidable, tan salvaje y atronadora que se hubiese di
cho que era el grito de guerra de una tribu de papúes. "¿No te
da vergüenza, majadero? ¡Hacerte el fuerte con los chiquillos,
impresionar, darte importancia a bajo preció! ¡Caramba! ¡Mi
ra por favor este monigote, este patán, este Valentín inverte
brado dando vueltas!” Y Yon agitándose en el aire, cómico, de
sopilante, pollo ridículo a su vez, aleteando, pegándose a Fif
tanto como podía para no rodar por el suelo. Fif, el hermano
de Yon. ¿Qué hacía allí? Una pregunta que Flac no dejaba de
plantearse por más acostumbrado que estuviese a su presen
cia. Otro enigma. Una más de las anomalías normales, consti
tutivas de la. familia de Flac. Yon no iba sin Fif, y recíproca
mente, Cástor y Pólux. Siempre fue así y eso nunca cambiaría.
Ni siquiera se hablaba de ello. Ninguna pregunta, ni la más ín
fima duda. Era un hecho. Un compuesto indisoluble; Se decía
Yon y Fif o “Fif y Yon”. Era algo más que una asociación.
Una unidad de léxico. Nunca se separaban por más de medio
día. Y eso tan sólo si no había más remedio. Soldados por una
verdadera unión hipostática.
Antes, cuando Yon todavía vivía en el departamento, Fif
también habitaba allí todo el tiempo, veinticuatro horas sobre
veinticuatro. Imponiendo a tu madre el suplicio de la exhibi
ción de su masa de músculos, de su gimnasia matinal en ropa
interior, con su voz gruesa y altisonante, con sus solos de
trombón cuando se sonaba los mocos ritualmente antes de ir
a comer, con su risa, con su aliento, con sus ronquidos, con
sus pelos. El cuerpo en persona estaba ahí. Inevitable. Mani
fiesto. Amenazante. En el cuarto de al lado, el que fue tuyo
cuando viniste al mundo. No de inmediato, puesto que lo
compartiste con él hasta los tres años. Junto a la recámara lla
mada conyugal. Contra la pared medianera. Seguramente tu
madre pensaba: ahí está, ahí está, va a reventar la pared, re
vienta la pared, ¡me manosea, Yon, me manosea!... Seguro que
ella sentía el cueipo de Fif invadiéndola a través del de Yon. A
merced del monstruo velludo. Esposada, agarrotada, ofrecida
al animal inacho. Pataleaba en vano. Sin tener fuerza para
una palabra, para un no. Cogida. Zarandeada, picoteada, agu
sanada. Un hermano murmuraba el deseo del otro. Entregada
a uno por el otro, Desde el tiempo en que Yon vivía en el de
partamento... ¿Qué es lo que se conjugaba entonces en esa ca
ma, en esa época prehistórica, entre Yon y tu madre? [Qué
pregunta, amigo! Estos dos que tú veías todo el tiempo elu
diendo la palabra y la mirada, evitándose en un acuerdo per
fecto... Inconjugables, mi estimado amigo, absolutamente in
conjugables; Y sin embargo. Ellos lo habían hecho. Sí.
Muchas veces. Así es la vida. Enrancia, error, horror. Se encon
traron. Se dijeron frases muy halagüeñas, frases inimagina
bles. Descubrieron una gran comunidad de almas, de senti
mientos;, de pensamientos. Se hicieron novios con juramentos
de amor canónicos. Se casaron con gran pompa, y yá con la
evidente irritación de tu madre que manifestó su repudio ha
cia esa “gesticulación vulgar": el baile de la noche de bodas en
el que ella se negó a participar, escándalo histórico que Sir Al-
fred nunca le perdonó. Y luego, y luego..., lo hicieron. Fue fa
tal. La unión de los mamíferos humanos. Copularon, fornica
ron, se machihembraron. Se excitaron, se lamieron con
lenguas espesas, se acariciaron febrilmente. Tuvieron moja
das, cogidas y pujidos. Se mezclaron, introdujeron el uno en
el otro sus órganos de reproducción hasta la emisión del se
men pegajoso y blanquecino en el vaso idóneo. Resultado ob
tenido con mucha torpeza. Y es por esto, amigo mío, que ter
minaste por ser tan desmañado, un zoquete, un perdido
congénito. “¿Qué quieres? Se debe pasar por eso para tener un
hijo...", diría tu madre. Y cuando lo tuvo, ¡qué fastidio, qué
desconcierto, qué perplejidad! Otra vez dos cuerpos que han
de tocarse. Entrampada. Por fortuna, si puede decirse, allí es
taba Fif. Fif que adoraba a los niños. Fif que estaba hecho pa
ra amamantar, para cambiar pañales, para hacer mimos. Que
te hubiese llevado en su vientre, si hubiese podido, Fif el inven
tor, como lo llamaba Yon. Tu nodriza, tu Euriclea, tu pecho
primordial. .
Así que Fif llegaba en la mañana para el desayuno, ajustado
al minuto con el horario de Yon. Pues Yon, él también, llegaba
en la mañana. Yon llegaba en la mañana, a las siete menos
cuarto, para el desayuno. Esta frase banal la dices, la repites,
la consideras, la sopesas buscando una consistencia. Frase que
permanece obstinadamente ínaprehensiblé, sin pesó, sin color,
sin tonalidad. La frase misma dé Ja ausencia. La única que se
decía en esa época. No. Es falso. También se decía, la madre de
Flac decía: “Yon está en la Bolsa/' Ella la dijó por primera vez
cuando Flac tenía cincó años y preguntó -¡qué ingenuidad, es
timado amigó, qué credulidad, qué ceguera!-, adonde v por
qué Yon se iba en la tarde, después de la cena, fijada inmuta
blemente alas seis de la tarde. ¿A la Bolsa? “Sí; para sus nego
cios-•>y además me hartas con tus preguntas, yo no sé nada de
eso, yo, de los negocios...” En otras palabras cierras el pico, re
gistras la frase y vuelves a tu cama. Un buen sueñito y bonitos
sueños. Se acabó, tranquilo, mudo, no irritas a tu madre. Es lo
más importante. No le preguntas lo que ella no sabe No lo sa
be y eso es todo. Por lo demás, no hay nada que saber. Com
prendido. Está en la Bolsa. Viene para el desayuno. Las fórmu
las del pacto. Un pactó quiere decir: uno se entiende. ¿Qué es
lo que se entiende? Que hay que callarse, que hay cosas de las
que no se hablará, sobre las cuales todos están de acuerdo en
qüe ni siquiera existen. Un pacto es una tumba llena de pala
bras cadáveres, es un vínculo de asesinato en común. La se
gunda vez, tú tenías siete años. Recuerdas muy bien ese año de
tu vida. El año en que se mudaron cuatro veces. El año récord.
El apartamento cada vez más vacío. Después de las rapiñas lle
vadas a cabo por los ujieres, había que pagar además a los de
la mudanza y como no sé podía hacerlo, con dinero, sé les da
ban dos o tres muebles; Sólo quedaba lo estrictamente necesa
rio. No se calentaba más que un cuarto, y aun ésó, cóñ carbón
del más barato. Sin agua caliente, sin cortinas én las ventanas,
sin pollo el domingo. Ese año todo cambió para ti. Todo había
cambiado ya antes, pero ese año el desastre de alguna manerá
se fijó, se imprimió paira siempre dentro de ti. No por la mise
ria. Ni por un acontecimiento preciso. No. Por una razón qué
se té escapa, incluso sin que en ese momento tu fe dieses cuen
ta, de manera oscura e insidiosa. En uñ gran silenció. Con sua
vidad. ¿Cómo decir? Desapareció el horizonte. Entraste en un
mundo donde ya no había proyectos, ni futuro, ni desenlace.
Confrontado en todo instante con lo inmediato.
Lo inmediato se erguía a dos metros de la ventana de tu
cuarto: la pared del edificio de al lado. Un muro ciego, grisá
ceo y húmedo, que en otro tiempo debió ser blanco y que hoy
en día era tan sólo una pared corroída, picada de viruelas,
moteada por una especie de psoriasis que la descamaba, la
descascaraba, la excoriaba en costras desiguales. Enorme
cuadro abstracto en éí que buscabas tu alma desencantada,
donde nunca cesabas de encontrar nuevos detalles, los con
tornos de una llaga inaudita, la progresión de una hilera de
hongos. Materiología de musgos, de liqúenes y de orines, ros
tro sin ojos ni boca que hacía caer sobre ti, sin cesar, su mi
rada extinguida y apesadumbrada, cara oculta de un barrio
del arrabal industrial corroyéndose en grietas y en caries ge
neralizadas. Techos podridos, ladrillos carcomidos, muros
despintados. Harapos, jirones, pingajos. La vida continuaba.
El desastre se prolongaba normalmente, de naufragio en nau
fragio. Tú te apartabas, te arrancabas al embrutecimiento
contemplativo en el que te sumergía el muro exterior, a ese
dulce adormecimiento, a esa anestesia algodonosa que aca
rrea la tristeza del alma cuando queda sin nombre, sin voz,
sin objeto reconocible. La acedía. La fatiga. Esta fatiga casi
letárgica, monotonía qué dá a lo desabrido una suavidad ex
quisita, delectación inerte que destila la verdadera morosi
dad, sueño artificial en el que se cae tan fácilmente. Empeza
bas a permitir la extinción... .Cuando dabas la espalda a la
ventana, lo inmediato te volvía a encontrar, del otro lado, a
tres metros. Otra pared. La que estaba al fondo de tu cúarti-
to y contra la cual se apoyaba tu cama. El papel tapiz que la
recubría se deshilacliaba en jirones, dejando aparecer dibu
jos extraños, manchas informes, rayas atormentadas, arabes
cos, figuras ora cómicas, ora demoniacas. Esta pared te tor
turaba. Ella también te veía, pero con una mirada que se
animaba con perfidia al llegar la penumbra. Te hacía enten
der lo que te esperaba. Con calma, con paciencia, sabiendo de
antemano que tú asistirías sin falta a la cita. Durante meses,
cada noche, sin excepción, te despertaba. Catástrofe. Difícil
decirlo, tan sólo decirlo. Eso que pasaba. ¿De veras pasaba al
go? En todo caso, nada parecido a un acontecimiento. Allí, en
medio de la noche, no pasaba nada, pero venía, algo venía,
desbordaba, horadaba la historia de los acontecimientos. Sú-
hitamente lo sentías. Era una certidumbre. La pared se con
vertía en una presencia. Una presencia anónima, sin rostro,
sin imagen, sin movimientos. Innombrable, inubicable, irre
parable. Presencia de la pared sin representación de la pared.
Presencia masiva, total, entera, sin dejar lugar para nada más
que ella misma. Sólo la pared, la pared, la pared. Impermea
ble. Abrías los ojos sobrecogido por un terror loco, cubierto
de inmediato por un sudor frío, enredado en los pliegues de
tus sábanas, paralizado, clavado, prisionero. Ella estaba ahí.
Ella. Eso, El fenómeno. La cosa. Sin moverse. No crecía ni se
empequeñecía, tampoco se combaba. Tan inmóvil como tú,
pero plena, total, absoluta.. Prescindiendo de todo adjetivo.
Efracción de lo incalificable. Te decías: es un sueño. Te lo re
petías como una letanía. Pero, a fuerza de repetírtelo, se pro
ducía algo así como una inversión: en lugar de calmarte, es
ta frase sólo conseguía aumentar tu espanto. Escuchabas
estas palabras regresando en eco, de muy lejos. Parecía que
tu voz se hubiese separado de ti y te llegara ahora como emi
tida por una fuente .exterior. Y, de pronto, era la frase misma:
es un sueño >la que aparecía ante ti como un sueño impo
tente para aplacar esa realidad que te despertaba de noche.
No podías ni moverte ni gritar. Era necesario que sufrieses,
que fueses entregado atado de pies y manos al capricho de es
ta presencia pavorosa. La pared se apoderaba de ti, de todo.
No había ya ni espacio, ni aire, ni salida. Se imponía. Atroz.
Si cerrabas los ojos era peor. Entonces salían de la pared, por
docenas, enjambre imprevisible, todo tipo de pinzas o dé bo
cas ^que recorrían la recámara en todas las direcciones,
abriéndose y cerrándose como autómatas, sanguijuelas vola
doras, vampiros insaciables, dedos ávidos que te esculcaban,
te olfateaban y se acercaban lentamente a ti con una calma
espantosa. .'.
La misma pared había hablado aún antes de comenzar es-
ta serie de pesadillas. Dos o tres, veces sucedió que un ruido
extraño te despertase en medio de la noche. Una especie de
balbuceo sofocado, puntuado por crujidos, por chasquidos y
por sordos golpeteos que parecían salir de la pared. Tú habías
aguzado el oído; habías pegado tu oreja contra la pared. Np
era de ella sino del otro lado que procedían estas modulacio- '
nes inarticuladas. Del cuarto del medio, el de tus padres. Rá
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pidamente identificaste, reconociste el'ruido: era el: llanto de
tu madre. Lloraba soltando el alma, mordiendo la almohada
y crispando los puños y los pies como en aquella escena inol
vidable que habías sorprendido dos años antes. Dos años
exactos.
Tú madre estaba enferma, encamada desde hacía .unos
días. El doctor Roquet ya había pasado dos ó tres veces. El
buen doctor Roquet, siempre presente cuando hacía falta,
siempre .bromista y'siempre rehusándose a recibir algún ho
norario, ¿Por qué? Misterio. Pero tú no te inquietabas: estar
enfermo significaba estar resfriado. Una tarde, tú vuelves de
la escuela, abres la puerta del departamento, te cae encima lo
inexplicable. Oyes, viniendo del salón que por aquel entonces
quedaba en la otra punta del departamento> la voz de tu ma
dre que implora, gimoteando como una chiquilla golpeada:
.“¡No! ¡No! ¡No! ¡Eso no! ¡No! ¡Eso no!" Tú te precipitas hacia
la fuente de los insólitos quejidos, pero te detienes de golpe en
el umbral del salón, petrificado por la escena que se aparece
ante tus ojos como una ilustración del Infierno, el detalle de
un Hieronymus Bosch, un rincón del Jardín de los Suplicios.
Tu madre está tendida desnuda sobre el diván, presionada con
firmeza por Yon, que le sostiene los hombros, y por el tío Jean
que apoya todo su peso sobre las caderas de su hermana. De
una parte y de otra del diván, que han llevado basta el centro
de la pieza, los padres de tu madre: Claire y Paul. Sus padres
que ella detesta; eso es algo que tú sabes sin saber el porqué.
La abuela, tocada con su ineluctable sombreríto de plumas,
sentada muy derecha con su capa de astrakán,Tos ojos som
bríos, el gesto adusto, la palabra dura, seca, cortante, hacien
do imperar su ley biliosa, distribuyendo sus decretos lacóni
cos: “¡Vamos, hija mía, no seas tañ delicada!", “Yon, ¡agárrala
fuerte!", “¡Ah! ¡cómo fastidia! ¡Habrá que amarrarle las ma
nos!", “¡Deja de quejarte como un niño!", “Jean, no la sueltes
ni por un momento, ¿has entendido?", y dándose vuelta hacia
su esposo: "Y bien, Paul, ¿qué esperas? ¡No vamos a pasar la
noche aquí!" Y Paul, el abuelo, sentado de lado sobre el borde
del diván, agaira una tras otra las ampollas dé vidrio qué han
sido dispuestas sobre una mesita próxima, y con la otra mano
maneja unas pequeñas pinzas con las que:coge un trozo de es
topa que enciende en la vela colocada sobre Un banquiLo, la
deja arder por unos segundos en la ampolla, a la vez que se
acerca a la espalda de tu madre, y después, con un gesto ágil,
coloca la ventosa sobre la piel. Cada vez que él repite esta ope
ración tu madre lanza un grito y redobla sus quejas. Gime, se
lamenta, lloriquea. Todo el mundo se altera. La abuela se mo
lesta cada vez más, el abuelo farfullarse agita y se pone torpe,
deja caer una ventosa que se quiebra en fragmentos sobre el
piso, el tío Jean se harta y se pone a gritar por encima de tu
madre y le aprieta brutalmente la base de la espalda apoyan
do allí su rodilla. Yon, por su parte, en el ajetreo, transpira la
gota gorda, no consigue yugular a tu madre como lo exige la
abuela, no se atreve a forzarla, teme hacerle violencia y sé ha
ce regañar: "Pero por fin, Yon, ¿vas a contenerla, a impedirle
que se agíte como una poseída?” :
Tú, tú miras boquiabierto, ño crees á tus ojos, és el trance
imprevisto.: Teatral. Un soñar despierto. Quieres y no quieres
ver. Permaneces bloqueado, sobrecogido, fascinado. Rebasa
do por la serie de sentimientos contradictorios que te agitan.
Cautivado, deslumbrado, atraído irresistiblemente tanto co
mo emponzoñado por la visión del cuerpo de tu madre, ese
cuerpo que ella siempre cuidaba de disimular, de encubrir de
trás de capas de vestimentas informes y de no desnudar jamás
por encima del codo o la rodilla. Ahora develado, expuesto a
tus ojos indiscretos y avergonzados, ávidos y desorbitados.
Miras, observas, fotografías. Hasta la indigestión. Esta carne
que le estorba, que la enreda, que la deja tiesa. Tú descubres.
Este lomo blancuzco, lechoso, macilento, este lunar bajo el
omóplato, pasta de tinta marrón, turbio manchón, salpicadu
ra qué subraya la palidez cadavérica dé la piel, esa grupa in
flada, fíácida, fofa, estas lonjas indecisas de carne, surcada
por grietas más blancas aún, casi plateadas y estas axilas obs
cenas, rebosantes de pelos pegados con sudor, todo agitado
por convulsiones que dejan, ora adivinar, ora aparecer, una te
ta amorfa, colgante y pálida, saco de queso blanco coronado
por un pezón de un rosa repugnante. A medida que se ponen
las ventosas tú ves ésta página de carne lívida sembrada por
flores restallantes y venenosas, temblando coñ eclosiones de
un coral cruel, hinchándose con: ampollas que se expanden ál
cambiar de color. Círculos rojos chupados con furor por el va
cío de los globos de vidrio, redondeles de piel: rubescente que
pasan del carmesí al purpura, al violáceo/ corolas que se ex
panden como vesículas en las quejas, los gritos y las lágrimas.
Luces, colores, reflejos. Penumbra del crimen cruzada por ra
yas de resplandor, extraño cuadro veteado por la violación, la
traición, el suplicio. Piel de tiza, astrakán negro. Labios san
gre de paloma, marmoleados malvas y violetas. Mejillas em
polvadas, uñas rubíes. Vela titubeante, cristalería que tirita,
ojos encendidos que se inyectan. Chispas, llamas, lágrimas. A
cada flor que se abre responde una explosión siempre más vi
rulenta de clamores, de sollozos, de vagidos, una erupción de
llantos, de sudores y de babas que se despeña en arroyos, en
torrentes, en tumultos: lamentos, estertores, suspiros. Luego
remonta como una marea incoercible* de gimoteos a jadeos,
de gruñidos a aullidos, hasta el do de pecho desgarrador de un
ser profanado por los mismos en quienes había confiado: su
padre, su madre, su hermano, su esposo.. Indignación, desam
paro, rebelión. Ella muge, brama* se desgañita. La carne mor
tificada, el cabello en desorden, el rostro descompuesto, tu
madre: no es más que un alboroto, una insurrección, una ba
rricada en llamas. Es entonces cuando, apartando su cuello
del apretón de Yon, levanta la cabeza y se percata de tu pre
sencia: “¡Flac! ¡Socorro!. ¡Ayúdame!" ¡Este llamado, este grito
de desesperación! Está súplica, esta imploración, esta intima
ción terrible, espantosa, más intolerable aún qüe la barbarie
de la que tú eras el testigo hipnotizado... No haberla oído, ol
vidarla al instante, borrarlo todo, que nada haya pasado.- No
puedes moverte; te sientes avasallado por una inercia incon
trolable, clavado en tu sitio, paralizado, estatua de sal o de
hielo. La miras fijamente durante dos largos segundos, te
acuerdas y piensas, tú mismo sorprendido al sentir tal dureza,
tal intransigencia, tal negativa a perdonar: ¿y tú, madre, qué
hiciste tú alguna vez para ayudarme?
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“Yon va a la Bolsa. Ya te lo dije. ¿Tendrás que hacer cien veces
la misma pregunta? ¡Ah! ¡cómo jodes> Flac, cómo jodes!" En
tendido. De acuerdo. Que ya no se hable más. Por lo demás/
ya no se habla, ése es el pacto. Es más sencillo, como ella di
ría. Que llore, que reviente, ¿qué importa? Irás al orfanatorio
o a una pensión. Y luego, ¡ah!, ¡qué pesado! ¡No te irás a em
barcar de nuevo en toda una historia, hacerte una novela, can
tarte una odisea! Siete años; ya estás grandecito. Vamos, ami
gó mío, es tiempo de olvidarse de estas boberías,. de cerrar el
libro de cuentos, de dejar atrás los ensueños heroicos. ¡El dra
ma, el drama, siempre el drama! Está maldita propensión a
exagerarlo todo! Y, al ñn, ¿qué?, todo esto es tan trivial, tan or
dinario, tan mediocre. ¡Insípido, insignificante, nulo! ¡Ya estás
grande, mi buen amigo, piensa un poco, razona! Ya tienes la
edad en que la muerte se te viene encima desde adentro, te im
pregna suavemente, velo brumoso del alma, ligero nubarrón
que empaña las emociones, fastidio incoloro, insípido y sola
pado, acolchonado y tranquilo duelo de sí. ¿Qué cosa más
apacible que una tumba? Descansar én paz, querido Flac, des-
lizarte en el mundo gris y silencioso de los niños adultos, los
niños que se apagan, se encierran y se destiñen. Los chicos
discretos. Una sencilla cuestión de cortesía, al fin y al cabo.
¿No? ¿No quieres? ¡El señor se opone! Se rehúsa, apunta su ti
ro. El señor pone mala cara, el señor quiere destrozar el nido.
Tajante, chocante, piafante. Como siempre. El incorruptible...
¡Ah, ah, ah! El señor se cree muy listo, el señor se da grandes
aires, el señor saca sus espuelas. ¡Mírenlo: gallito, irascible,
vehemente, pollito repleto de orgullo! ¡Sí, pollito! De todos
modos algo menos altivo entre sus dos paredes. Digamos in
cluso que derrotado, abatido, arrastrado... chiquito, chiquito
y tembloroso cuando las ventosas voladoras... ¿verdad? Con
las orejas bajas, inundado de sudor, en la espera aterrada. Yon
llegará a las siete menos cuarto, que el señor lo recuerde. Que
se lo hunda hasta el trasfondo de la médula. Hay que repetir
lo, Yon el amante. Yon con las manos que tantean, Yon el to
ca-toca. Yon el palomo. Airullador, manoseador, ínfimo bol
sista. “¡Yu-hú, yu-hú! ¡Es él, soy yo!" Ya lo oyes. Hasta el
silencio lo anuncia. El vacío lo vuelve más opresivo, más im
perioso. Tú lo sientes merodeando, planeando, comiéndote
con los ojos desde el cielo de su ausencia nunca explicada. Si
niestra mirada invisible pero omnipresente. Pegado a ti noche
y día. En todo lo que contemplas vuelves a encontrar su pupi
la gelatinosa, obsesiva, adhesiva. Parásito azul, empalagoso,
famélico e insaciable. Carcelero en trance que te espía, te en
foca, te apunta. Mirada que suspira: y reclama, acecha y que
ma, espera y adora. Flama ávida qué te vislumbra, te mira de
soslayo, te codicia. Hambre, ansia, plegaria. Búsqueda, súpli
ca, mendicidad. Amor. Amenaza. Exigencia. Acoso. Los ojos
de Yon. El cielo y el infierno. El fuego y la escarcha. La trans
parencia y la niebla. La cólera y la desolación; La adulación y
el desprecio, el éxtasis y el rechazo.
Los ojos de Yon. Antes que su voznantes que sus manos es
crutadoras, antes que su languidez y su fogosidad matinal, an
tes que sus himnos, sus peroratas y sus arengas. Antes que to
do: Como trasfondo. Cielo de todos los cuadros en los que se
le podía pintar: cambiante, versátil, imprevisible. Uno tras
otro Fra Angélico, Vermeer y Tumer. Ojo de brasa, ojo de bru
ma, ojo de vidrio. Celeste que se da y se retira, se anuncia y se
hace esperar. Transfigura, transpasa y transpira. Se precipita
como un águila sobre su presa, la fija, la clava, la inmoviliza
en su sitio. Y luego se abre, se evade, se dilata, se hace impa
sible sima, abismo apático, embudo negligente en el que se
cae infinitamente, absorbido, arrancado de sí, aspirado como
una gota de tinta por un secante. Y al .fin regresa, se apaga, y
después pasa por encima de uno como si fuese nada, globo va
go y deslucido, pupila triste y sin expresión para lá que sólo
queda el propio vacío. Yon conocía el poder de sus ojos. Ac
tuaba como un artista consumado con sus metamorfosis infi
nitas. Era la cúspide de su arte. Sí; de su Arte, amigo mío, con
mayúscula. Tú tienes que concederle al menos úna. Ésta era
. bien merecida. Imagina los centenares de horas de estudio pa
sadas ante el espejo para lograr tal dominio, tal conocimien
to, tal práctica del órgano ocular. ¡Un verdadero trabajo- una
labor, un oficio! No es tan fácil, amigo mío,.. No le es dado a
cualquiera. En este aspecto, totalmente desprovisto frente a
Yon, ¿verdad? Desamparado, perplejo, estúpido. ¡Sí; estúpido!
Perdiendo en todas las jugadas. Cayendo en la trampa. Pican
do el cebo. Cebollita, cebollita, te van a pelar..., ¡pelado el se
ñorito! Atrapado, sin brújula, capturado.. A merced. Por aquel
de quien esperaba siempre, desde el fondo de su irrenunciable
candidez infantil, una sencilla, franca y ciará mirada de pa
dre. Una mirada soberana, real, un río que lo lleve, lo ponga
en el surco, le fragüe un camino a través de montes y valles.
Un Danubio... ¡El señor soñaba con un Danubio! ¡Toquen el
vals! ¡Entonen la opereta, la ópera bufa del Flaquito! ¡Qué lás
tima, esté muchacho, qué candor, qué credulidad! Yon, por su
parte, sabía descifrar la ingenuidad, la espera y la esperanza
en la mirada de Flac, y encontraba en ella ánimos para perfec
cionar aún más sus variaciones. Comediante del ínfimo refle
jo, de las luces reguladas, del brillo calculado, virtuoso de la
pupila, mago del pestañeo, Fregoli del parpadeo, encontraba
en Flac el público ideal que le otorgaba una jerarquía sobera
na. No de padre. Sobre todo no. Antes bien de pelele princi
pesco, de prestidigitador supremo, de funámbúlo celestial.
Experimentaba con él todas las tácticas, los artificios, las es
tratagemas por las cuales sus ojos podían lanzar sobre Flac
sus llamaradas de amor o de odio, sus decretos de vida o
muerte, sus declaraciones de ternura o desprecio, sus éxtasis
de deseo; y admiración tanto como sus recaídas en la decep
ción y el despecho.
Flac no entendía nada. En todo momento se preguntaba
qué pretendía Yon de él y qué conseguía su padre con esos
bruscos y mudos cambios de expresión, tan cargados de signi
ficaciones pesadas, fervientes, inflamadas pero siempre in
ciertas. Tanto más inciertas cuanto más teatrales. ¿Por qué,
por ejemplo, esos ojos tan duros, con su crueldad- glacial e im
placable, por qué esa pupila criminal, un instante después de
una mirada de ternura sofocante y casi voluptuosa? ¿Por qué
ese:destello de fascinación admirativa se tornaba en un segun
do en esta mirada sombría, colérica y cargada de reconvenció^-
nés? Flac, no sospechaba, el muy necio - “¡Qué necio eres, mí
pequeño!-, ¡definitiva e increíblemente necio!", que Yon inten
taba satisfacer, al menos en parte, la exorbitante pasión que
experimentaba hacia él, recurriendo.al disfraz sabiamente al
ternado de las miradas que le dirigía o que brutalmente le ne
gaba, Ojos camaleónicos de un suspirante en brama que, no
pudiendo obtener la reciprocidad de su amor obsceno, se ase
guraban de suscitar en Flac olas de sentimientos salvajes, de
emociones inexplicables, de preguntas, de inquietudes. Los
ojos de Yon lo trastornaban, lo descomponían, lo hacían tam
balear, lo obligaban a someterse a sus fluctuaciones. Hechiza
do a pesar suyo. Embrujado, poseído, buscando en vano inter
pretar la sucesión de cuadros reflejantes que esos ojos le
téndían como trampas. Censaba su paleta, escrutaba sus luces
y sombras, subrayaba los matices, sin la menor duda de estar
ocupado en el inventario de la obra de un falsificador, los alar
des de un bufón, los gestos de un payaso. Enumerarlos, cap
turarlos. Gavilla encegueeedora de claridad en un mediodía
transparente, inmóvil, sin sombra, ígneo, extático y sin mode
ración. Diáfano resplandor del cíelo de agosto cuando el calor
reverbera y vela el azul celeste con un gas ligero y traslúcido.
Repentino claror violando la llanura entre dos nubes cargadas
de tempestad. Indecisa media luz hesitando entre iluminación
y penumbra. Alba en espera, metálica y. nimbada por un halo
de presagios contradictorios. Cruda claridad de una transpa
rencia despiadada. Crepúsculo que se recoge sobre sí mismo,
gloria que difunde su lenta combustión, claro de luna platea
do, reflejo plomizo, glauco y vidrioso de una luz exiliada...
Yon era capaz de remedar todos los incendios, todas las grisa
llas, todas las brumas, todas las fulminaciones. Fuegos de le
ña, de paja o de turba, carbones ardientes, brasas y tizones.
Rayo, meteoro y fuego fatuo. Arreboles de auroras boreales,
incandescencias de ocasos tropicales, flamas, llamaradas, des
tellos. Todas las facetas, todas las gamas, todas las modulacio
nes. Y los claroscuros, las evanescencias, los resplandores
nocturnos. Y las Luces, las contraluces y las equívocas luces.
Los reflejos irisados, los reflejos de ópalo, los reflejos de agua,
los espejos, los esplendores y los resplandores. Las aureolas.
Las opacidades. Las cenizas. Las extinciones:
¡Mis respetos, señor!, ¡qué tirada, qué desplante, qué énfa
sis! Trepidante, palpitante, vibrante. ¡Perfecto, señor, se siente
pasar como un estremecimiento en el retrato que pinta, en
esos ojos que usted acaricia con sus palabras entrelazadas en
guirnaldas, en coronas, en el escalofrío de tina adoración!...
De una adoración intensa, ardiente, irreprimible. Ninguna
confesión más perturbadora... Cualquiera que fuese tu resis-
tencia a admitir un pensamiento semejante, deberías recono
cer, mi pobre Flac, que en el fondo dé la repugnancia angus
tiada que sentías hacia Yon, este clown libidinoso, este
figurante que equivocó su papel, este sátiro enamorado, gro
tesco y empalagoso, muy en el fondo, recubierto por capas de
aversiones, de negaciones y de conjuraciones, había un dejo
de estupefacción... Y más aún -dejar las vanas precauciones
oratorias, usar la palabra-, un poco de admiración. ¡Un poco!
El señor bromea... El señor quiere decir que estaba subyuga
do, encantado, embelesado por la escena perpetua que Yon
actuaba solamente para él. Por sus lindos ojos. Por su linda in
teligencia. Por su lindo cuerpo. Insistir. Por su lindo cuerpo.
Cuerpo, cuerpo, cuerpo. ¡Decirlo hasta sentirlo! Todos los ac
tos, todos los manejos, todas las expresiones de Yon, todas las
astucias de su erotomanía obsesiva, todo ello declaraba con
insistencia: no hay más que tú, tú eres la niña de mis ojos, mi
ídolo, la vida de mi vida, sin ti yo muero. "¡Sin ti yo muero!"
Lo decía. ¡Dése cuenta! ¿Quién podría jamás amar al señor a
tal punto? Yon llegó a decirlo al cabo de una justa memorable.
Una mañana, a las siete menos cuarto - “¡yuhú!, etc.'', no vale
la pena repetir los detalles de esta escena deprimente-, tú
creiste encontrar el ardid para enfriar sus efusiones. En vez de
responder a los asaltos ardorosos de Yon manifestándole tu
resistencia, tu miedo, tu asco o tu cólera, te hiciste el muerto.
Sin moverte, sin intentar el menor gesto de defensa, sin si
quiera lanzar un suspiro ni esbozar una mueca de irritación.
Impasible, inerte, separado de ti y de él, con los ojos en el te-
cho, dejando tu cuerpo a su disposición como una cosa sin
nervios, sin músculos y sin alma. "¿Ves?, la rompiste...” Sin
decir palabra. Nada. Absoluta pasividad. Sin saberlo -¿pero es
que se puede alguna vez afirmar que uno ignora cosas Ta
les?..-, le hacías a Yon la misma jugarreta que tu madre le ha
bía infligido durante años. En el tiempo prehistórico durante
el cual él había practicado encima de ella (decir con ella sería
ir demasiado lejos) el acto movedizo de machihembrarse, en
fin, esa gimnástica inmunda y repugnante, esa “cochinada",
como la llamaba tu madre. Ese vaivén pringoso de la cópula
que coronaba sin duda una serie variable de froti-frotas preli
minares con la introducción del órgano macho correcLamen-
te infiado en el nido hembra pasablemente lubricado, y acaba
ba, para gran alivio de los dos, con la expulsión de algunos
chorros de gelatina lechosa que la hembra, llamada Jackie en
esta ocasión, se tragaba sabe Dios cómo. En suma, el milagro
del amor, sus misterios enloquecedores, sus secreciones pega
josas. Tu madre lo había soportado con resignación por un
número indeterminado de veces. Hasta que Yon se cansó y
prefirió ir a la Bolsa. .
Desconcertado por tu insólita indiferencia, Yon trató pri
mero, por algunos minutos, de obligarte a reaccionar. Pero
esa mañana tú, que eras por lo general tan cosquilloso, habías
logrado ausentarte de tu cuerpo, desertar de tu hábitat de car
ne hasta el punto de no sentir absolutamente nada. Con los
ojos fijos sobre el foco dé cien vatios que colgaba tres metros
por encima de ti, te recitabas letanías con las fórmulas mági
cas que te emanciparían del yugo: soy un tronco de madera
inerte, una hoja seca rodando por el piso, soy un pedazo de
cartón arrugado que el viento levanta y arrastra sobre el pavi
mento, soy el hueso roído que un perro ha enterrado en un re
coveco que sólo él conoce, soy la crisálida abandonada de una
mariposa, un alga arrojada sobre la playa, un guijarro cual
quiera al borde de un camino sin nombre, el chicle que el ni
ño escupe cuando ya es puro caucho. Entonces Yon se irguió
con brusquedad y te contempló. Pasaron dos o tres segundos.
Se dirigió a ti con una voz blanca, temblorosa, hesitando en
tre la cólera y la congoja. “¿Qué... no le dices buenos días a tu
padre?" Tu padre..., ¡esa palabra en su boca! ¡La falta! La de
signación para la cual él no podía encontrar el tono apropia^
do. El límite de sus fábulas. Tú te quedabas amurallado en tu
silencio, en tu inmovilidad de muerto. Vejado hasta la médu
la, Yon te dio la espalda y salió del cuarto, Y tú, tú te levantas
te tranquilamente, triunfante, jubiloso, cantando victoria. Lo
habías conseguido. Hiciste vana su teatralidad. Ridiculizaste
su idolatría. Pero, no bien habías terminado de vestirte, apa
reció tu madre, descompuesta, lívida, lacrimosa. "¿Qué ha pa
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sado, Flac? ¿Qué has hecho? ¿Te negaste a darle los buenos
días a Yon? ¡Apúratéí ¡Ya se fue...! ¡Ve, alcánzalo! [Rápido! Te
lo ruego.,., ¡si no vas a buscarlo, él ya nunca volverá!”. ¡El
puerco! Él tenía todavía una carta en la manga, un comodín:
el amor perdido, extraviado, absurdo, que tu madre conserva
ba con todas sus fuerzas hacia él, como el último reducto con
tra la caída en la locura. ¿Era eso un amor? Una más de esas
preguntas que mascullabas sin cesar a lo largo de esos años
sombríos. Espantado ante el pensamiento de que la respuesta
pudiese ser sí. Pues de las dos figuras del amor que te presen
taban: respectivamente. tu supuesto padre y tu madre, la pri
mera estaba manchada de obscenidad y cargada de amenazas
para tu condición viril, por más que se proclamara precisa
mente como una altísima idealización de la virilidad, y la se
gunda era de veras loca, enferma, insensata, o con un sentido
tan extraño que amenazaba con poner en peligro tú integridad
mental.: Pero, al fin y al cabo, ¿quién puede enunciar lo que es
un amor? Siempre una locura, se dice. Mas eso no explica na
da. En particular, no explica cómo es posible que haya, en
cierto modo, locuras que salen bien y locuras que salen mal.
¿Bien? ¿Mal? Bla-bkr-bla, señor..., su contribución al debate es
francamente tan pobre, tan nula, tan verbosa, que da pena. ¡Al
diablo con esas disertaciones, esas inferencias, esas especula
ciones! ¡A los hechos, a los gestos, a los actos! La madre del
señor, es verdad, no amaba a Yon como se supone que una
mujer -suposición, solamente suposición, mi estimado señor-
ama a un hombre. Sin sexo, sin diferencia, sin deseo. No. Sin
esos arranques golosos, esas ganas de posesión absoluta, esas
ansias pavorosas de darse en cuerpo y alma que saturan las
crónicas. Muy sencillamente, sin cuerpo. Para nada. Nunca.
Apenas un apretón de manos cada mañana. ¡Sí; un apretón de
manos! Umhand-sháke vigoroso^ con el brazo extendido para
mantener la mínima distancia de un metro entre las dos car
nes: "Buen día, Yon, ¿cómo estás?” Y dé nuevo por la tardé
"Adiós; hasta mañana”. ¿Otro contacto cualquiera, una pala
bra o una mirada equívoca, uñ gesto dé ternura o de compli
cidad? Impensable. Sin embargo, un apego absoluto, incondi
cional. Apego en el sentido más fuerte, más material. No en
sentido figurado. ¿Cómo nombrar con justeza esta auséncia
de figura? Ligada, anudada, fijada a Yon. Irrevocablemente.
Amarrada, arrimada, anclada: Aferrada, remachada, soldada.
Sellada, atornillada, cementada. Empalmada, injertada, ina
movible, inconmovible, obcecada al extremo, negando toda
evidencia, recusando toda realidad, todo desmentido mate
rial. Mientras el símbolo conservase su lugar. Una exigencia.
Ni demanda ni deseo, sino una necesidad definitiva de esta
miseria, de esta piel de zapá, de esta nada: tres medias horas
cada día, poder servirle las comidas. Por favor. Aunque fuese
una sola comida por día, una sola por semana, una pequeña
visita al mes. Én último caso, aferrarse a la inscripción inde
leble en la credencial de identidad: esposa de. Sin importar
cómo ni a qué precio, pero esposa. Si eso se hubiese disueltó,
no hubiese sido para ella una falta sino un déficit) una ampu
tación vital, la caída irremisible, el caos clamoroso.
Por eso la exigencia absoluta de recuperar a Yon, de hacer
lo regresar. Con urgencia. Y tú lo hiciste, no por él ni por ella,
sino por ti. Pues comprendiste en uh relámpago la catástrofe
que sería para tu vida el que tu fiiadre se despeñase brutal
mente en la demencia. Corriste en busca de Yon, dispuesto a
prosternarte, a implorar su perdón, a humillarte. Dispuesto a
todos los servilismos, a consentirlo todo, a todas las renun
cias. Gusano. Tú capitulabas, amigó mío, encorvabas la cabe
za, te precipitabas en los brazos del perdulario... ¡A toda velo
cidad! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! Ibas a darle el cuello, la mejilla, la boca...
Hacer cuanto él quisiese. ¡Sí! Pisoteando tu amor propio. Ibas
a céder. Sin reservas. Tú provocarías adrede su concupiscen
cia innoble. Le dirías: tengo ganas de eso, soy tu esclavo; tu ju
guete, tu cosa. Té pondrías sentado-acostado-dame la patita-
así es un buen perro. Te hincarías de rodillas, beberías el cáliz
hasta lá hez. Lo provocarías, serías su puta. Llorando. Lloran
do. Derritiéndote en llanto. De repente, lo viste. Yon no había
caminado ni cincuenta metros. Estaba parado a la entrada de
una galería comercial, con la mirada fija en dirección al de
partamento. Esperaba con calma, como el actor entre bastido
res después del último acto, a que se le llamase, que se le re
clamase un bis. Él había interpretado su salida, al igual que
todo lo demás. La culminación de Su farsa. Te había poseído
mejor que nunca. Te miraba venir con los ojos encendidos por
su éxito, seguro ahora de ser irresistible, diva ovacionada por
una sala en delirio. Y tú, miserable Flac, ridículo, ri-dí-cü-lo,
estimado amigo, tu no podías ni siquiera tragar tus lágrimas:
él las recogía ya como un racimo. Ofendido, ulcerado, lacera
do, tú te veías forzado á representar ese papel hasta el final.
Tu papel. Es decir, el suyo, ese que él desde siempre esperaba
endosarte. Tú le darías, de ahora en más, el espectáculo más au
téntico de su deseo sin que él tuviese ya que pedirlo. El más
auténtico en tanto que el más falso. No quedaba otra salida:
subías los escalones que conducían al escenario en el que Yon
desplegaba sus artificios, te convertías tú mismo en el actor, el
doble, el alter ego. Más que caer en sus brazos, conejillo entre
gado a las garras del águila, era abrazarlo, besarlo de manera
creíble, con habilidad y entusiasmo. Con demostraciones y
pruebas, impulsos sinceros, certificados, aprobados. Y con ga
nas, con calor, desde la entraña. Por completo. Verosímil. Ve
rídico. Y como consecuencia de esta hazaña, recibir, a modo
de certificación sellada con efusión cordial, la recíproca. ¡Por
fin la reciproca! tiña lluvia de besos, un diluvio dé caricias, un
hormigueo de abrazos. Sobre lá acera. A la vista de todas y to
dos. ¡Ah! ¡Gomo ama ése a su papá! ¡Qué lindo chico! ¡El me
jor, el rey de los pollitos! Mordisqueado, picoteado, chupetea
do por la boca sin tino de Yon. Mascado, rumiado, devorado.
Manoseado, sobado, toqueteado. Embarrado, ensuciado,
mancillado. Profanado para siempre. Llorando, mi buen ami
go^ llorando, Y Yon también con su lágrima. Una sola^ rodan
do por el rincón de su ojo derecho. Sólo una, peró perfecta, in
comparable, trascendente: el modelo de la lágrima extrafina.
La perla. El néctar. El te sostiene la cabeza con sus dos manos
para que la veas bien resbalando a lo largo de su mejilla; ¡Qué
actor, señor, qué actor! Prodigioso, único, eminentísimo! En
tonces, con voz trémula, con la dosis exacta de temblor con
veniente para la réplica, con los ojos hündidos en los ojos:
“¡Flac, sin.ti yo muero!” Telón.
Y llegó el día en que Flac acabó por descubrir el talón de Aqui-
les de Yon. El último insulto. La ofensa asesina. Más allá de
toda injuria. La afrenta más acuciante, la última vejación.
Peor que una herida: una deshonra. Él se había debatido, co
mo de costumbre, contra los ardores matinales de Yon, lo ha
bía colmado con las invectivas más violéntase le había escupido
en la cara su ira, su odio y su desprecio. Y, al no interponerse
Fif, se había encontrado una vez más al pie de su cama en la
posición ya descrita pero no inventariada en los tratados hin
dúes de tantrísmo, ni en los celebérrimos estudios anglosajo
nes para el uso de los millones de víctimas de la televisión, del
videócassette y de los aerobics. Nunca Flac había alcanzado
semejantes alturas en el registro de la cólera, ni se había deja
do llevar tan lejos por las borrascas de su enojo como esa ma
ñana. Sobreexcitado, en ebullición, había trepado uno tras
otro todos los picos, todas las cumbres, todas las cimas, todas
las cúspides, del macizo del furor. Himalaya. Hi-ma-la-ya, va
ya, señor, sin dudarlo, ¡siempre más alto!, ¡siempre más fuer
te! Aturdido por los silbidos, los rugidos, los mugidos que vo
mitaba en salva, fuera de sí, fuera de sentido, fuera de lengua,
trompa, sirena, carillón, listo para explotar como una ojiva de
múltiples cabezas. ¡Uf!! ¡Uf, señor!, llegó de súbito y para su
gran sorpresa a una especie de acmé aéreo, de paroxismo pla
no, de calma apática. ¡Y más uf! El señor nos tranquiliza, un
poco más y desaparecía en la estratosfera... Mejor que un so
siego, algo distinto de un: alivio. La presión máxima, sin nin
gún desperdicio. Una intensidad desconocida, una precipita
ción concentrada. Una cohesión, una densidad,; un peso
atómico fuera de la tabla. La implosión después de la explo
sión. Cristalizacióri dé la ira, decantación de la bilis, diaman
te negro de antimateria. De repente, la lucidez. Con una con
ciencia hiperaguda, impasible, desprendida, indiferente. En
un instante hervía y al siguiente se congelaba. Súbita y miste
riosa inversión de su sistema térmico. Contempló a Yon con
sosiego. El tiempo parecía haberse detenido, los actores clava
dos, los movimientos suspendidos. Imagen fija y exterior a él:
Flac en el suelo, Yon de pie, silueta recortada en el marco de
la ventana. No. Mejor captar esta imagen, mejor decir la apa
rición qüe representaba para Flac. Lo esencial estaba en la
ventana, la ventana reventada, abolición del límite entre el
mundo interior y el mundo exterior. Por un lado, almohadas,
sábanas y frazadas alborotadas, mescolanza informe que lo
aprisionaba como una mortaja y, del otro lado, que en reali
dad no era ya otro lado sino el trasfondo del mismo cuadro,
poniendo a Yon en cierto modo sobre lá pantalla, este lienzo
siniestro dé la uniformidad: otras ventanas, aguzadas miradas
carroñeras, ¿se decidirá esta vez a morir, a dejar de hacerse el
intratable, a firmar el contrato este idiota? Otros departamen
tos, otras familias, espejos repetidos que se vigilan unos a
otros en una guerra perpetua, más o menos larvada, de todos
contra todos. Verificación permanente de una imagen idénti
ca, de una imagen de la identidad aceptable, modelo estándar,
listo para usar. Crimen perpetrado de mutuo acuerdo sobre
cada uno, cotidianamente, de vecino a vecino. Lenta succión
de la vida, letargo progresivo, regularidad de la desesperanza,
extinción, sepultura.
Entonces, pausadamente, con el tono más neutro, el de la
situación general, Flac se dirigió a Yon con términos escogi
dos. Diabólicamente ponderados. Enternecidos, lukumizados,
para destilar mejor su veneno. “¿Y si detuviésemos este circo?
¿Y si por una vez hablásemos?...” Yon enarcó las cejas, des
concertado. En sil mirada pasó el resplandor de una esperan
za. Sí; una esperanza. Había oído bien; Flac terminaba de pro
nunciar estas palabras inauditas. No osaba creerlo y ya lo
creía; era más fuerte que él. Una esperanza loca, tan loca co
mo lo era su amor. Hablarse. "Tú dices que me amas — prosi
guió Flac-. Siempre dices qüe quieres hablar conmigo. Y no
dejas de quejarte porque yo rió te contesto, porque yo te recha
zo, porque yo me rehúso a todo lo que viene de ti. ¿Verdad?"
Asombrado, el Yon, apabullado, dado vuelta como una crepa.
¡Flac le hablaba y para bien! Tomaba; la iniciativa de. ¿Él mis
mo le hacía la proposición! ¡Aleluya! De sustentarse con sü
amor..’. Su sueño. El más acariciado, el más secreto, el más
precioso. Su utopía, su quimera, su espejismo. Su Alhambra,
su patio de los Mirtos desbordante de rosas y de fuentes susu
rrantes. ¡Llantos, llantos, llantos de alegría! Banquete, corte
de amor, secreteos... Montherlant, ¡oh!, mucho Montherlant...
Trastornado, Yon era todo oídos. Se bañaba ya en la miel, Id
canela y el jengibre de las palabras con que -imaginaba- Flac
y él iban a obsequiarse, a nutrirse, a intercambiar de una bo
ca a la otra. No se atrevían moverse ni un milímetro por mie
do de arruinar el milagro cuyo cumplimiento era inminente.
Flac, a su vez, gozaba, degustaba, destilaba esa alegría tan es
pecial que provoca el odio más acendrado cuando logra en
mascararse bajo las palabras más suaves, cuando disfraza su
veneno con dulzuras que ceban y engañan a aquel a quien
apunta, haciéndole vislumbrar la proximidad del objeto de su
deseo, para en seguida cerrarle el acceso, con más crueldad
aún que si desde e l principió lo hubiese negado o ló hubiese
clausurado. Para, infligirle un doble dolor: el de la decepción
que entr aña el descubrimiento de haber sido engañado y ha
ber deseado en vano, y el de la traición que se descubre dema
siado tardé, cuando quien le ha parecido más amante que
nunca, le hunde un puñal ardiente en el corazón.
“Bien; voy a decirte la verdad...", prosiguió Flac. Y se detu
vo, como si se preparase a decir algo tan importante, tan defi
nitivo, tan único, que requería encontrar lás palabras exacta s¿
O como si dudase por última vez, antes de sellar el vínculo del
cual Yon esperaba, tembloroso, la solemne consagración. Se
detuvo un instante y por algunos segundos ofreció a Yon la
más transparente de sus miradas, la más inocente, la más va
cía de pensamientos subalternos. En realidad, Flac escrutaba
a su interlocutor para evaluar el efecto de sus palabras. Lo
veía a su merced. Quería paladear el espectáculo: Yon, pelele
flagelador, casi evanescente, imagen de padre, superchería de
padre, sobre el fondo de inquilinatos económicos al borde de
la ruina, despojado, con el corazón abierto y los ojos tiernos,
sin protección m desconfianza. Yon el criterio de la elegancia,
Yon él sermón sobre la muerte, Yon el teórico del universo,
Yon la máscara dé César, Yon el bromista, el adulador, el mis
tificador. Yon el pobrecito-de-Yon, el perdido, el infortunado,
Yon el deplorable, el fracasado, el culo al aire. Enmarcado, en
cajado en la ventana. Sin saberlo. Irrisorio. 'Xa verdad,
Yon... , y esté Yon echó a volar, flecha con alas disparada por
dedos certeros hacia sú blanco, "la verdad, es que yo no te
quiero. Tú eres un payaso, un miserable payaso, un comedian
te, dé cuarta.. Actúas todo el tiempo y actúas ,mal. Actúas pa
peles de hombre, de padre, de hombre de negocios. Én vano.
[Falso, falso, falso! Sin éxito alguno. No tienes otro público
que tú mismo. La pifia, la plancha, el fiasco. Sin remedio. En
tonces haces trampa, mientes, maquillas. Esperas esos aplau
sos que nunca vendrán. Llegas incluso á aplaudirte a ti mis
mo, a ensordecer las Orejas de tu propia claque para no ver
qué la sala está vacía y que nadie, nadie, se interesa en ti. Te
quedo yo. De quien esperas, ¿qué?, ¿que esté ciego y sordo,
cómplice de tu lamentable farsa?... Me quieres a reventar.
¿Qué es esta manera de amar? ¿Qué te has creído? Te crees,
yo insisto. Incluso amas mis injurias. Si se diese el caso traga
rías mi mierda. Pero no eres capaz de ganar para comprarme
un par de zapatos nuevos. No sirves para ir a trabajar como
todo el mundo. Ser empleado, eso ni te lo imaginas, querido
mío, ¡empleado! ¡Eso sería indignó de un señor! ¡Imbécil!
¡Idiota! ¡Mitómano! La verdad, Yon, es que me abrumas con
un amor grotesco que ni tan siquiera es el tuyo. Que es la mue
ca del amor que nunca tuviste de tu padre..,!" "¡Cuidado con
lo que dices!...' imploró Yon, ahora descompuesto, paralizado
y atemorizado, amante desalojado con brutalidad de su éxta
sis, magnífico cornudo alelado al verse estafado, humillado y
rechazado en el momento mismo en que llegaba al apogeo de
la esperanza. Flac siguió, tanto más seguro de dar en el blan
co. Tu padre, sí, tu padre..., ese advenedizo vulgar, ese egoís
ta sin límites, inflado de vanidad y de altivez, ese fanfarrón es
candaloso y farolero. ¡Que no te concedía ni una mirada! ¡Ni
una!" "Te lo advierto... ¡hay palabras que te prohíbo pronun
ciar! , exhaló Yon, con una voz débil, disminuida por el ata
que, vencido, sufriendo la golpiza. Demasiado tarde. Las pala
bras: de Flac se encadenaban úna tras otra, automáticamente,
le salían de la boca aún antes de que tuviera el tiempo de pen
sarlas, cada vez más precisas,: crueles, despiadadas. Flac no
sabía lo qué iba a proferir, se sentía como poseído ¿ atravesa
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do, guiado por una palabra que venía desde lina fuente a la
vez extraña e íntima, de un más allá que lo sorprendía y que
sin embargo vibraba eri lo más profundo de él. Y sabía que lle
garía hasta el fin, que alcanzaría el desenlace, la solución, el
punto final. La palabra misma de la difamación, el sacrilegio
supremo, la blasfemia.
“Si te quisiese un poco, un poquito, me apiadaría, te perdo
naría, tal vez ” Tal vez..: Pensaría lo doloroso que debió ser pa
ra ti esperar cada día, durante todos esos años, que tu padre
se fije en ti, que te distinga en medio de la masa de sus seu-
doadoradores, que te separe de su corte de parásitos, que te
consagre una atención particular, personal, única. Que, aun
que sea por una vez, te admire. Que te felicite. Que te dé a en
tender, aunque fuese de modo tácito, que se enorgullece de ti.
Poeta..., él quería que tú fueses poeta, ¿verdad? ¡Poeta! Él, que
no tenía la menor idea de lo que podía ser la poesía, a la que,
por lo demás, desdeñaba sin ambages. Las cotizaciones de la
Bolsa eran su única lectura. Ni siquiera es seguro que supiese
lo que significaba la palabra: “poeta . No tenía ninguna impor
tancia para él. Había hecho una fortuna, exhibía su poder, dic
taba la ley. Lo tenía todo o casi. Tenía, tenía, tenía... Por lo tan
to, había decidido, como algo evidente que no era un sueño,
un deseo o una nostalgia postergada, sino el mandato de su úl
timo capricho, el último tesoro que se ofrendaría, Labia deci
dido que tendría un hijo poeta y un hijo sabio. Él, él tenía;
ellos, ellos serían. Yon el poeta, Fif el sabio. Poeta puro, sabio
puro, espíritus puros. Sin preocupaciones materiales puesto
que él poseía, y así lo proclamaba, oro para tres generaciones.
¡Grandioso! ¡Formidable! ¡Estupendo! El desafío heroico, la
apuesta intrépida. El corte de manga lanzado al destino. El
oro inspirando, fecundando, procreando naturalmente la poe
sía. Genéticamente, La simiente de veinticuatro kilates, derro
chada con profusión, debía producir la aparición de una gua
daña de oro segando en el campo de las estrellas..: En fin, una
verdadera plusvalía para esa montaña de dinero: el Artista con
A mayúscula, hijo del lingote y de la caja fuerte. ¡La Gran
Obra! Y tú, Yon, y también tu hermano Fif, fueron bravos sol-
daditos. Los herederos perfectos. Dóciles, obedientes, comedi
dos. Encorvados bajo la férula dé la fortuna del Rey Alfredo;
serviles ejecutores de su fantasía tiránica, dedicados a él, bajo
su bota. Complacientes, flojos; cobardes. Hiciste de todo para
darle gusto. Todo, Primeros premios. Campeón de versifica
ción latina. Concurso de elocuencia. Recitaciones vespertinas
como atracción antes de la cena, dichas para arrancar una
sonrisa a tu padre con el rostro ya encendido por cuatro o cin
co aperitivos: '"Mi padre, el héroe de la dulce sonrisa..., etc."
¡Cuántos esfuerzos! Desesperados, patéticos. Pujando y pujan
do en la subasta, hasta el summum. Hasta el homenaje faná
tico, la ofrenda suntuosa de tu ser, la dedicatoria al demiurgo.
La apoteosis. Lo sacro. El desastre. ¡Ah!, ¡la gran noche, la no
che famosa, la noche inmortal!... La recuerdo. Sí; imagínate,
la recuerdo. Aunque haya sucedido algunos años antes de que
yo llegase al mundo, fruto envenenado de tu simiente derrota
da. Como si yo hubiese estado allí. La noche cubierta de glo
ria sobre la: que cayeron las tinieblas. Noche de tinta, noche
amarga, noche de duelo. Para siempre. "Yon, escúchame bien.
Te hablo. Te hablo del Padre y del Hijo, del misterio y de la re
velación, de la oscuridad y de la luz, del oro y de la ruina, del
vínculo irrompibíe, dé la deuda impagable, del amor desola
do, de la nostalgia que nada enjuga, del rencor como única he
rencia. ¡Escucha! Voy a llevarte a la raíz, a poner el nervio al
desnudo, a llegar hasta el hueso. No interrumpirás. Te desolla
ré el alma, exhumaré tu pequeño secreto hediondo y mezqui
no, te restregaré la nariz sobre tus deplorables, andrajos. Te lo
haré ver, te obligaré a mirarte, a encontrarte, a reconocerte allí
antes de: que me atosigues con eso y me infectes el cráneo. Sin
saberlo. Pretendiendo no saberlo... He aquí tu retrato, tu ver
dadero espejo, el otro lado, el lado nocturno, el revés del de
corado; Tus harapos. Por fin exhibidos, desplegados, plancha
dos, extendidos, bien lisos. ¡Te vas a tragar tu verdad! Y te irás
a cagarla lejos, si te estorba, s ite da cólicos, si te muerde los
intestinos. ¡O reventarás con ella, hoy, mañana, más tarde, no
me importa! No te busques ya en mL No hay ya nada que bus
car; Corto la cadena. No heredo. Yo no me cotizo; no pongo en
la oHa común, no voy al picnic, ¡Bye-bye, tótem y compañía!"
Flac se interrumpió. Sin quitarse a Yon de los ojos;sin aflo
jar en su ímpetu. Miraba a; Yon pero lo único que veía ya; en él
era el vidrio sucio de una ventana, la filigrana de una hoja en
la que aparecían vuelta a vuelta, en desorden, sobreimpri
miéndose las unas a las o tras, las imágenes, no, no las imáge-
i>' ;<r!:!'.)it
neSj las revelaciones de todas las ventanas, de todos los-mam
soléos de cemento gris, de todos los departamentos que había
••
conocido. La pared descascarada de sus siete años, los propie
tarios airados, los ujieres impasibles, las noches de pesadilla,
las mañanas con íncubo y rebelión, los cielos inclementes, los
pensamientos enloquecedores. El departamento, la miseria, la
mugre, las mentiras, los soliloquios y las matanzas clandesti
nas. Entonces, tomando todo su tiempo, mostrando un gesto
compuesto, casi negligente, Flac se levantó con tranquilidad,
revistiéndose con su sábana como con una toga antigua. ¿A
Yon le gustaba el teatro? ¡Y bien! ¡Recibiría lo suyo! Por enci
ma de sus mayores esperanzas. Flac se plantó delante de él,
extendió su pie derecho unos centímetros para tomar apoyo,
levantó majestuosamente su brazo izquierdo, apuntando con
su índice a un Olimpo indefinido, parodiando lá pose clásica
de la declamación. Y: con el tono más enfático, el más almido
nado, él más exagerado, profético, oracular, arrojó sobre la ca
-
B@i:ád é:ch~'Yon
beza ·.--.·. -
<Y:ó:frtirt .
'.'~biisó·Iiét'e· éh.ev~rs<J;;&1\\i.I;-')'.\:·.:.1!20,:.{·i1D> ··"::: j\ <' >: " ,.~>::: r.>>·~:-: .:(.•· ·•=·-./·· _-::>:'. '':·. .' ';'·. ·.-..•. - ': . -.' .:
un sonsonete en verso: ·~:> :;- -.-: ;:. ~- -.' ·-
.- --. ··- . -- -· -.- ::::.:·-~:·::-::· . .'::_·_::.'<;::::::·.-.'.·.:·:·:_,_.
. - : ·::.<::::..).:.-::~::. . ..". ·.. :·.-/"(:~-:~: ;: : ·,~:}r.:~: ·: ~~>.\}_./hL;~:~;\r::~:- : :·:- ./~~>>·-~~-;~~-:=: .': . ·- - . ! . . -; . :... .: . :: :;- .'. ·. .:
·~!.~}'''
Lo. luna derramaba su ópalo de marfil
sobre los arbustos, sobre los bancos y sobre mi alma infantil
, -: Ucuando
étla.fia&:teiii.vi,
/:iJi}.busto ieólicis"$z1·i ,:.
:iiáJtblechoso . . ., . .
.
...
lí?
tórrales de pelos blancos. Los ojos enganchados a flor de ce
jas. Un iris azul pálido intentando animar, con una supuesta
mirada, las conjuntivas siempre inyectadas, surcadas por vé
nulas violetas. El conjunto insuflaba una estupidez densa que
el personaje agravaba perpetuamente desdé el instante en que
abría la boca. Para dar a sus futuros alumnos dé primera co
munión la dosis cotidiana de crétinización absoluta que era el
curso de catecismo, el Creador titubeó, y era como si Sü ma
no hubiese querido, arrepintiéndose en el último momento,
modelar una forma humana a partir de un primer esbozo de
verraco de chiquero. De su pocilga original, el padre Godin
había conservado también la intensa fetidez que atravesaba
tercamente la sotana polvorienta con su olor a humedad y con
aromas aún más ácidos y más picantes; mezcla de orina y de
vino rancio sazonado con unas hojas de mirra. Del catecismo,
del cual había olvidado hasta el último de los artículos, Flac
había conservado en primer término el recuerdo de una prue
ba estética y olfativa, mortificación primordial a la que se so
metía con la mayor de las repugnancias, temiendo cada ma
ñana el momento en que Godin iría, según su costumbre, a
apoyarse con sus dos patas sobre la orilla de su pupitre, incli
narse hacia él, imponerle la presencia de su animalidad he
dionda e interrogarlo con una voz débil pero con suficiente
aliento como para inundarlo con su fetidez; Había qúe recitar
de memoria los párrafos del catecismo que Godin había repe
tido el día anterior, pasar la prueba de que su joven cerebro,
con las células ya anegadas por las vesanías de la madre y por
los discursos de Yon, se había empapado tan bien con los ar
tículos del dogma que, una vez impresos en él, llegaban a con
fundirse con su propia palabra; letanía maquinal que se de
sencadenaba con una mínima consigna y que bastaba para
provocar el anonadamiento automático. Al asco físico que le
inspiraba Godin se agregaban la aversión que Flac había sen
tido desde la primera lección por la estupidez infinita del con
tenido del catecismo y la perplejidad a menudo horrorizada
que le producían los relatos edificantes mediante los cuales el
instructor comentaba sü enseñanza y buscaba cautivar a su
auditorio. Historia de la pasión de Cristo, estaciones en el ca
mino del calvario, recorrido estremecedor que culminaba en
la descripción minuciosa de la escena de la crucifixión. El fin
perseguido en este suplicio de la cmcífixión, recordaba Godin
en todo momento, no era el de dejar morir inmediatamente al
condenado, sino el de acumular el máximo de sufrimiento
provocándole una muerte lenta; Muy lenta, insistía1él, lo más
lenta posible... Hundía la mano en el bolsillo de su sotana, la
sacaba con el puño visiblemente apretado y lo abría de golpe,
bajo los ojos desorbitados del alumno escogido, exhibiendo
un enorme clavo negro de cabeza cuadrada que sacudía bajo
sú nariz machacando con su vocecilla aguda: “¡Recuerde todo
lo que el Señor sufrió por amor a usted!" Y todos en coro de
bían repetir, emocionados por la visión del enorme punzón,
“oh, dulzura de está madera, dulzura de estos clavos, dulzura
de este peso que sostienen, ¡aleluya!” Flac recordaba también
los relatos entusiastas, acompañados de ilustraciones con
imágenes, de reproducciones de cuádros y de esculturas, de
las refinadas mortificaciones qué las figuras veneradas por la
Iglesia, “nuestra Santa Madre Iglesia", imponían a sus cuer-
pos, y dé los martirios atroces que habían sufrido gozosamen
te los Santos, que las almas jóvenes, hipnotizadas por la varia
ción infinita de los suplicios, deberían tomar como modelo. El
lenguaje de la cruz es locura para aquellos que se pierden, su
surraba Godin, pero para aquellos que se salvan, para noso
tros, es una potencia divina, un éxtasis, una gracia. Pues está
escrito: yo destruiré la sabiduría de los sabios, yO aniquilaré la
inteligencia de los inteligentes. Y concluía su tirada fijando a
Flac con una pupila que pretendía ser tan punzante como ün
instrumento de tortura, Flac no parpadeaba. Sostenía la mira
da de Godin, tanto pór curiosidad como por desafío. Concién-
te ya del contrasté qüe separaba definitivamente la compleji
dad de sus laberintos interiores y la tonta simplicidad de su
preceptor^ él pensaba: ¡sigue tratando de anularme, barrilito
estúpido! Y se preguntaba cuál era el sentido de esos cuentos
macabros, qúé fin perseguía Godin, con qué rimaba esta reli
gión, qué queríá de él este Dios omnipotente del que oía ha
blar por primera vez. ¿Era en verdad necesario poner una pie
dra en el zapato, caminar con los pies desnudos sobre la niéVe,
llevar un cilicio de alambre bajo la camisa, estrangularse la
cintura con un cordel anudado, beber los escupitajos dé un tu
berculoso, besar las llagas de los leprosos, hacerse arrancar
uno tras otro los dedos dé las manos y de los pies exclamando
119
veinte veces; ¡Gracias Señor por tocias.tus bienaventuranzas!”
para merecer el interés de ese Padre cuyo infinito amor era
tan celebrado por Godin?
Inundado por los tormentos, los suplicios y los calvarios.,
Flac no permanecía sin embargo insensible a la extraña pertur
bación, a la exquisita sacudida voluptuosa que estos relatos
suscitaban insidiosamente. Sobre todo cuando el padre Godin
le daba, como tarea, la de colorear el dibujo de esas escenas
edificantes impresas en hojas mimeografiadas. Crucifixiones,
flagelaciones, degollamientos, hogueras y ahorcamientos.
Cuerpos desmembrados, empalados, descuartizados, mutila
dos, acribillados con flechas o lamidos por las llamas cuyos
tormentos espantosos destacaban los pectorales, atléticos, los
muslos finos y musculosos, los vientres desnudados hasta el lí
mite del pudor, los pechos juveniles que perdían su pezón gra
cias a una pequeña y oportuna llama en forma de arabesco. La
imagen infernal del masoquismo cristiano difundía un erotis
mo solapado y poderoso en el cual Flac descubría una incita
ción para cultivar sus ensueños solitarios, sus pensamientos
vengativos, sus soliloquios asesinos, su anhelo de hecatombes,
sus ejecuciones, sus matanzas, sus devastaciones, su apetito de
conmociones violentas. Precipitado de un día para el otro en el
universo del amor crístico, descubría con una delectación in
quietante y culpable las efusiones corruptas; las pruebas gesti
culante^ los instrumentos desgarradores, las exigencias des
piadadas. Tentaciones, remordimientos, sanciones, Ordalías
draconianas. Privaciones, expiaciones y penitencias. Cada vez
con mayor dureza. Humillaciones. Envilecimientos. Cada vez
con mayor bajeza. No soy,digno. No soy digno. Los piojos, el
Iodo, la mugre. ¡A falta de privilegios mayores, señor! Látigos,
cadenas, tenazas.. Foso de los leones. Rueda, cepo, potro.
Amor, amor, amor. Brasas ardientes, plomo derretido. Amor.
Serruchos y horcas. Amor. Estacas. Tizones. La carne a vulne
rar, a mortificar, a reducir a nada. Cuadros delirantes y magní
ficos del ser camal. Repetición incansable de la unión indiso
luble del horror y el esplendor, del espectro y, el ángel, de lo
monstruoso y lo idéala de la afrenta y la gracia; La; enseñanza
de Godin, por imbécil que fuese, o quizás en razón de su sen
cillez primaria> hacía reaparecer del modo más clamoroso él
impulso palpitante del culto; una obsesión por la transfigura
do
ción del cuerpo glorioso, glorioso por la intensidad de los su
frimientos que puede soportar en su carne.; ¿Cómo separar el
cuerpo de la carne? ¿Vaciar el deseo de la concupiscencia?
¿Exaltar el amor hasta la castidad? Preguntas. ¿Respuestas? La
lección de catecismo era uná celebración cotidiana del cuerpo.
Cuerpo idealizado, radiante, fascinante. Aparecía a cada ins
tante, imponía su presencia escultórica, sus poses, su desnu
dez, su veio. En la representación barroca de sus quebrantos,
de su s desarticulaciones, de sus dislocaciones. En la exhibición
retorcida de su belleza marchita. Adonis despedazados, ninfas
tullidas, ángeles desmembrados con las miradas colmadas de
arrebato. En la exaltación de la perfección maltrecha, de la be
lleza desfigurada, de la pureza refulgente del dolor. Y, cúspide,
en la visión extática de la agonía, pintura del instante estreñí e-
cedor cuando el cuerpo mártir, en el extremo de la ordalía, aca
ba por entregar el alma y caer, más deslumbrante que nunca,
despojo jadeante y lascivo,, ofreciendo al ojo goloso el último
detalle de süs líneas, de sus curvas,, de sus bellos rasgos: su gra
cia. ■
Un lunes por la mañana, aún antes de la formación de las
filas, se propagó la noticia entre los alumnos de los dos prime
ros años: el padre Godin había muerto. Era un día de prima
vera. El aire todavía era fresco pero el sol hacía ya sentir sus
nuevos rayos, Flac no se mezclaba a la agitación de sus cama-
radas que com an en todas las direcciones por el patio de re
creo; Se mantenía distanciado, inmóvil, con la espalda al sol,
en su u n if o r m e reglamentario: saco y pantalón corto de frane
la gris, corbata y calcetines azul marino, zapatos negros. Con
los calcetines arrollados sobre los tobillos, él esperaba y se der
jaba inundar por la sensación exquisita que le procuraba el
contraste de lo frío y lo caluroso sobre la piel desnuda de sus
pantorrillas. Pequeña voluptuosidad, lujuria delicada, lubrici
dad tanto más; sabrosa cuanto que se permitía gozarla a la vez
en secreto y a los ojos de todos, y que culminaba en el momen
to eñ que el estímulo helado y punzante que erizaba sus pier
nas hasta ponerle carne de gallina se transformaba en agrada
ble estremecimiento bajo lá acción del sol. Esta mutación
misteriosa trastornaba a Flac, lo colmaba de una felicidad
única, lo excitaba mental y también físicamente a punto tal
que .se encontraba de inmediato en erección. Una erección
brusca, lancinante, indomeñable, tan violenta que acababa
por ser dolorosa. Dolor, placer, dolor. Enigma de la carne. Go-
din había muerto y a Flac se le paraba bajo él sol. Irrigado
desde la cabeza hasta los pies por la certidumbre de que nun
ca renunciaría al más mortal de los pecados. Sonó la campa
na. Cada uno tomó su lugar en la fila y el padre Fochon se hi
zo cargó de la dirección de la clase de Flac. Fochon era úna
celebridad para los jóvenes catecúmenos aun cuando nunca
se le hubieran acercado. No se ocupaba de ninguna clase en
particular y lio estaba a cargo de ningún curso. Uno se lo cru
zaba por lo común en los corredores del colegio, sus brazos
cargados de libros, rostro contraído y boca cerrada en üña
sonrisa perpetua e inexplicable. Cuándo se lo saludaba, con
forme a la regla vigente, buenos días padre, él no contestaba
nada pero hacía una marcada inclinación. Los padres, y Go-
■din él primero, relataron muchas veces que el padre Fochon
había sido destinado, joven aún, para una misión en China.
Entre los comunistas. Los comunistas chinos. Qüe encarcela
ban y torturaban a los misioneros de modo mucho más cruel
aun que en tiempos del imperio romano. [Los famosos supli
cios chinos! La sola expresión provocaba una revoltura pre
nauseosa, üñ trastornó del espíritu, un temblor del alma, un
oscuro y temible goce, Godin les había explicado qué refinada
crueldad era la de los chinos, qué cuidados toldaban para pro
longar de manera indefinida los sufrimientos intolerables, qúé
afán meticuloso ponían para impedir que sus víctimas murie
sen antes de hacerles padecer dolores inauditos. Hasta enlo
quecerlos. La prueba terrible de la gota de agua. Y, por enci
ma de todo, la operación mas secreta y más inquietante,
misterio atroz y fascinante, arma absoluta, eso que Godin y
los otros llamaban con un estremecimiento: lavado de cere
bro. La expresión cautivaba á Flac mas aun que él catálogo es
pectacular de las escenas de los mártires. Aquí ninguna ima
gen lo ayudaba a representarse el contenido y los medios del
procedimiento. Entonces tal cosa eraposible: un ser humano
podía ser despojado de su personalidad, de sus sentimientos,
de su memoria, de sus pensamientos. ¡De sus pensamientos!
Llegaba a ser otro. El mismo cuerpo, los mismos órganos, las
mismas células, pero sensible ahora á Otros gustos, a otras
emociones, a otras convicciones; Sosteniendo de buena fe un
lenguaje diametralirientc opuesto al que había sido el suyo.
Renegaba de sus amigos, de sus parientes, de su pasado. Para
siempre y sin regreso. Olvidando hasta: su nombré. Cerebro
invertido, remodelado, refabricado. Con un nuevo moldé.
Irreversiblemente. Se abría un abismó delante de Flac, esti
mulando más que nada su curiosidad. ¿Eso que llamaban la
vado de cerebro, no era, en el fondo, una obra que se iguala
ba casi con la creación divina: y Dios hizo al hombre a su
imagen... etc.? Sin que importase su perplejidad, su impoten
cia para concebir la acción que los chinos parecían dominar,
Flac comprendía el deseo extravagante del padre Fochori y el
desafío sobrehumano que debía animarlo. Tomar el riesgo no
sólo de las injurias físicas sino también del lavado de cerebro.
Apostar a que la idea de Dios fuese imposible de extraer, a que
Dios no pudiese abandonarlo cualquiera que fuese la meta
morfosis que ciertos humanos, tan determinados, tan pacien
tes, tan sabios como pudiesen ser, impusiesen a su espíritu. Si
la palabra Dios, la sola palabra, subsistía al cabo de está orda-
lía, entonces el padre Fochori habría dado la prueba definiti
va de su existencia. Y era sin duda en razón del orgullo des
mesurado que encubría esta voluntad de martirio que la
Compañía se obstinaba, desde hacía años, en rehusar al padre
Fochon el favor que él pedía. Permanecía pues en el muelle,
listo para partir en cualquier momento, aguardando tan sólo
la señal, mártir que anhelaba la gloria, sometido a la prueba
de la paciencia y de la esperanza nunca confirmada. Él rio lo
sabía: su prueba debía ser la de renunciar día tras día a su sue
ño. Su vocación, la de la desesperación: Los dioses son reacios
a perdonar el orgullo.
El padre Gódin había muerto. Fochon les confirmó el ru
mor, con úna voz muy suave, casi alegre, desde que entraron
a clase. Tras el sermón y los rezos de rigor, anunció que los dos
mejores alumnos de cada curso habían sido designados para
velar el cuerpo durarite todo el día. Un rato más tarde Flac fue
conducido con otros siete alumnos hasta el cuarto dónde des
cansaba el padre Godin. El cuerpo del padre Gódih. Al acer
carse a la cárnara mortuoria, escuchó los cánticos y percibió
el olor del incienso. Voz de pecho, de cabeza y de gargarita.
Timbres sonoros, vibrantes y trémulos. Melodías circulares,
melopeas repetitivas, modulaciones hipnóticas, puntuadas
123
por un amén regular. Flac entró en la pieza. Tomó su lugar en
el cuadro. Las paredes estaban recubiertas por pesadas corti
nas de terciopelo negro bordadas con hilos de platas A todo lo
largona derecha e izquierda, los padres, alineados en dos filas.
Hieráticos. Unos de pie cantando los salmos, otros arrodilla
dos en plegaria. Al centro, dispuesto sobre un catafalco cu
bierto por el mismo terciopelo negro que las paredes, el ataúd.
A la cabeza del mismo, única fuente de iluminación, un enor
me candelabro de iglesia sobre el cual ardía un bosque de ci
rios y, detrás, acariciada por los temblorosos reflejos de las lla
mas, imponente, solemne, justiciera, una cruz enarbolada que
sostenía un Cristo de bronce de tamaño natural. En el ataúd,
Godin. Los alumnos fueron invitados a acercarse y a mante
nerse en pie junto a un reclinatorio, a uno y otro lado del cuer
po, a pocos centímetros de la caja de madera, dando la cara al
muerto. Cuatro de cada lado. Y Godin en el medio. Mirarlo. |
Mirarlo. Adoptar el rostro de mayor recogimiento, la frente le- -M
vemente inclinada, los párpados piadosamente bajos para nó
dejar filtrar nada de la voracidad del ojo, deslizarse en la ima- |
gen, ser un mismo cuerpo con la tela. Y mirar. El cuerpo de ¿
Godin. Escrutarlo. Buscar la huella de la muerte. Su firma. Su 4
rúbrica. Todo este negro habitado por luces y por brillos vaci- Í
lantes, éstas tinieblas de las que emergían las hileras inmóvi
les dé las sobrepellices de Uno blanco, los rostros de los padres b
ora iluminados, ora inundados por la bruma espesa del in- :;
denso, severos o recogidos, amenazas relucientes, espectros J
dé cera pálida o espectros cuya presencia se adivinaba en lo
oscuro, el crucifijo gigante con reflejos tornasolados, las caras b
de los alumnos irradiando miedo, la fijeza estatuaria de cada 1
uno que se animaba tan sólo -con las luces titubeantes de los í
cirios, todo daba a la escena un aspecto de ceremonia secreta, '
dé ritual oculto, de reunión de brujos, >
Pero Flac no quería que su atención fuese desviada por la
composición del cuadro ni por los detalles dé la escena. Tenía
el pi'esentimiento de algo mucho más importante, de una re
velación capital que podría perderse para él en las significa- .%
clones de este carnaval fúnebre. De una manera por completo |
oscura e injustificable, experimentaba: la sensación de estar
encargado, no de una misión ni de una elección cualquiera, si
no dé una detención arbitraria del azar. Como si él fiiese, en-
lie todos los del cenáculo, el figurante anónimo y sin rasgos
particulares que, por un ligero cambio en la actitud, por una
ínfima discordancia de la mirada o tan sólo por uña especie
de abstención del alma, debía, a pesar suyo, nombrar lo esen
cial, el elemento invisible, sin peso ni consistencia; alrededor
del cual sé organizaba como trampantojo el conjunto de la fi
guración. Sorprendiéndose de la distancia absoluta que lo se
paraba tanto de sus camaradas como de los padres, conscien
te de ser ajeno al decorado del cual, sin embargo, formaba
parte, Flac tomaba precauciones para no dejarse capturar por
las Oscilaciones espejeantes de los juegos de luz y sombra, ni
para ceder a la peligrosa atracéión de los cánticos que lo lla
maban al sueño vigíl del ritual. Todo en torno a él era espejis
mo, ojo brillante, pupila trémula, fuego fatuo. Invitación im
periosa a la armonía de la ignorancia, a la celebración dé los
signos convenidos, al unísono de la ficción ceremonial. Em
blemas, efigies, ornamentos. Posturas, retratos. Belleza. Glo
ria. Pero en el centro, justo bajo su mirada, y quizá tan sólo
para él, quedaba suspendida uña luz inmaterial, sin sombras
ni reflejos, sin destellos, sin color ni temblor. Uña claridad cie
ga y enceguecedora que sólo se aclaraba a sí misma. Aparición
déslumbrante pero sin el menor brillo. Uña transparencia,
una ausencia. Godin. El muerto. Preciso, exacto, detenido pa
ra siempre. El revelado secreto del cuadro. Su impalpable va
cío. No su ojo, sino el hueco de su órbita. Su luz. Flac vio a
Godin muerto. Lo vio, se llenó con éso y de repente se sintió
transfigurado por la insondable banalidad de la cosa. ¡Y bien!
¿es esto, pues, la muerte? Nada que ver, nada que comprender,
nada que decir. Un resto: ese cuerpo. Tan poco glorioso. Tan
ordinario. Godin piarecía más pequeño aún que dé costumbre.
Se hubiese podido decir un niño con cabeza de viejo. Envuel
to: en un chai de seda blanca que sólo descubría su cráneo, sus
manos cruzadas sobre el vientre y sus pies. Los botines negros
eran de un lustre impecablé. ¿Acaso se pone cera en los zapa
tos de un muerto? Primera pregunta. Eñ el otro extremo, el
rostro: Sin belleza, sin gracia, sin nobleza. Flac percibía los
pequeños algodones que taponaban los orificios de las mari
nas. La piel era blanca, láctea. Lá cara cerrada por completo,
sin expresión. Los rasgos tal cual. Cualquiera podía reconocer
sin duda al padre Godin. Y no obstante algo extraordinaria
mente singular señalaba a ese rostro tan familiar con el sello
de lo desconocido. Era a la vez normal y fantástico, habitual
e iireconociblq, común y sorprendente. Llamaba a Flac, lo in
vocaba, lo absorbía. Le abría la última puerta, lo iniciaba en
el arcano de ios arcanos, lo atraía hacia la insufrible e insigne;
levedad de lo no manifiesto; ¿Cuál era la naturaleza de este fe
nómeno indefinible que nimbaba la cara de Godin con un
halo irreal, incomprensible e inquietante, cargándolo con una;
incandescencia violenta y fría, presencia ausente de una radi
cal extrañeza? Cadáver luminoso. ¡Apagado y sin embargo lu
minoso! Espectro impenetrable. Oráculo mudo. La cabeza de
Godin estaba allí, colocada sobre un pequeño cojín. Pero su
rostro ya no estaba. Sin faz. Sólo quedaba la palabra faz. La.
palabra abstracta, literal. Una figura que ya no figuraba. Y es
ta desaparición había puesto al desnudo en él, en negativo, el
esplendor del ser que se retira. Pues el ser sólo es espléndido
cuando se ha retirado; tal es el secreto indecible del credo,
Flac no podía evitar el interrogar con sus ojos esos rasgos que,:
no respondían nada. Era esa nada que él debía arrancarles. Él
la fijaba, se embebía con ella, se le acercaba. Él acababa de
hallar el tesoro inapreciable, el cartabón de todo valor, la mo
neda común de los cielos y de los infiéraos. Se irradiaba con
ella. Allí, bajo su mirada, al alcance de su mano, en el instan
te mismo y para siempre, se exponía el lar que la religión en
volvía con sus dogmas, con sus ritos, con su cortejo de imáge
nes, de oropeles y de ostentaciones; ¡Cadáver luminoso! Éste
es, en efecto, Godin, tu cuerpo. La esencia divina puesta al
desnudo, pura, verídica. La evanescencia misma. El despojo.
La nulidad del cero. “Dios nacido de Dios. Luz nacida de la
luz...” ¿Y qué más? “En el comienzo era el Verbo y el Verbo es
taba con Dios y el Verbo era Dios”. ¿Y qué decía el Verbo? Na
da. Nada de nada. La muerte no dejaba tras de sí ningún sig
no. Tan sólo un vacío. Entonces el velo se desgarró ante los
ojos de Flac y se abrió el tabernáculo: cofre expuesto, lugar
desierto, mueble chino. Todo quedaba al aire, divulgado, de
mostrado. La luz y el verbo. El camino, la verdad y la vida;
eterna. En un segundo el colegio se derrumbó, arrastrando en
su caída al universo que sostenía: esta trama incomprensible
de reglas, de prohibiciones y de sobrentendidos, de dudas, de
sospechas y de amenazas, de pecados, de confesiones y de
sanciones. Este vocabulario de consignas. Esta gramática de
gestos. Este edificio de signos. Todo sé vino abajo y desapare
ció en el agujero que la visión del cadáver de Godin acababa
de horadar. Entonces, bajo los ojos atónitos de todos, Flac ex
tendió la mano y tocó por un breve instante la de Godin. La
encontró fría.
¿Y qué, Flac? ¿Qué esperas? [Tardas horas en vestirte!../’ "Dé
jalo:.. , contesta Yon, con fuerza suficiente como para que
Flac pueda escucharlo, “bien ves que el señor nos hace su cri
sis. ¡La independencia! ¡La rebelión! ¡El yo-solo! Ignóralo. Eso
le interesa tan sólo a él.” Flac se sienta a la mesa, el desayuno
despega a todo trapo. De inmediato Yon sé lanza en uno de
sus discursos interminables. Sin pies ni cabeza, saltando de
una cosa a otra, contradiciéndose sin vergüenza. Con tal de te
ner la última palabra. De barrer las objeciones que Fif le opo
ne con sistemática terquedad. Afirmaciones, proclamaciones,
manifiestos, juicios, explicaciones, pruebas. Profético, categó
rico o avieso, siempre definitivo. Hace mucho que Flac ha de
jado de escuchar esos torrentes de vana retórica, que renun
ció a participar en ellos, que se rehúsa obstinadamente a
tomar partido. Se aísla, se ausenta, se hace el muerto. Se en
tierra. Pero las palabras le entran por las orejas. Quiéralo o
no. ¡Penetración, querido amigo!... Imposible protegerse de la
barahúnda sonora que producen los duelos encarnizados
cuando los dos hermanos combaten cuerpo a cuerpo, frase a
frase, palabra a palabra. Desafios de barítonos, apuñalamien-
tos de atridas, enfrentamientos de búfalos en los que cada uno
se esfuerza por cubrir la voz del otro hablando más fúerte y
más rápido. Cartas de triunfo de Fif: capacidad de resistencia
a los argumentos más impactantes, tenacidad, obstinación, ri
sa de devastadora resonancia, dominio indiscutible dé los
asuntos científicos. Fif, el física del siglo. Fif, el inventor. Pun
tos fuertes de Yon: nerviosismo, capacidad para esquivar y pa
ra provocar, movilidad, agilidad. El rey de la metafísica. Gira
en tomo a su adversario con el virtuosismo de un pesó pluma,
le descarga una serie de pequeños ganchos que lo irritan y lo
vejan más de lo que lo.hieren. Fif, dé una pieza, franco y ma
sivo, ti ene el punch de un peso pesado, pero cuando: se enfa
da, objetivo principal perseguido por Yon, se agota lanzando
amplios swings terroríficos y .ciegos que caen en el vacío. Mas
avieso, Yon sigue la Láctica de impulsar a su hermano al error,
y cuando éste .cae,, -le lanza .un puñetazo.ilegítimo debajo del
cinturón y abandona el ring a toda velocidad haciendo el sig
nó de la victoria. Es así como llega a ganar casi todos los
rouñds, a confirmar el enunciado de alguna1de sus tesis favo
ritas, poco importa cuál, dejando a Fif ahogarse de indigna
ción ante la desfachatez y la mala fe de su hermano.
. Catálogo de las tesis de Yon. Uno. El axioma, el fundamen
to >la piedra angular, el origen y la conclusión, proferido cada
día con el mismo entusiasmo: “Mi padre es Dios." Enunciado
preciso de una advertencia, rechazo absoluto y a priori dirigi
do a todo contradictor eventual: “Díganme lo qué quieran,
sostengan lo contrario, afirmen de modo indiscutible, apoyán
dose eñ argumentos irrefutables y pruebas materiales, qué rió
hay Dios, nada me disuadirá, nada me impedirá decir y soste
ner la verdad: mi padré es Dios. Y punto. Dos. Corolario
igualmente indiscutible: “Dios existe aun cuando no exista.
¿Demostración? Vistazo circular sobre el auditorio... ¿Quién
pide la demostración? ¡Vamos!, que sé alce una mano valien
te, ¡Ah! ¡Señor! Lo escucho... Usted arguye que no se puede
decir de un objeto o de un ser que existe y a la vez que np exis
te. ¿Es eso? Muy bien: Muy, muy bien, Pero dígame, estimado
señor, ¿por qué declarar entonces, según la fórmula tan cono
cida, que Dios ha muerto? Pues si ha muerto, existe ¿no? Por
que usted estará de acuerdo eñ que sólo lo que existe puede
morir. Por lo tanto, existe. Y no ha muerto. Dios no puede mo
rir, mi estimado señor, si no no sería Dios. Pues todo lo que
existe muere, tarde o temprano. Entonces Dios no puede exis
tir, por más que exista. ¿Me sigue? Él existe precisamente en
su no existencia; ésa es la clave; Gracias, señor. Y (para sí),
además, mi padre no ha muerto. Es verdad que yo he visto su
cadáver y que lo llevé al cementerio. Pero no puedo creerlo.
No puedo ni pensarlo ni imaginarlo. No: es imposible, mi pa
dre no ha muerto. Eso lo sé. Tres. Sartre tiene razón, aun
cuando está equivocado." El mismo esqueiria pero adicionado
con consideraciones oscuras sobre el eñ-sí del para-sí, (Fif ca
si se desploma bajo la mesa) y coronado por el apólogo del
mesero del café que resulta no ser mesero del café sino e1 pe
letero alcohólico que vive en el piso de abajo. Del todo incom
prensible^ Más confuso que Sartremismo, lo que constituye
una hazaña digna de registrarse en los activos de tu padre. Es
tará usted de acuerdo, Señor. Jean-Paul Sartre desembarcó un
buen día en lá vida de Yon y lo conquistó por completo. Un de
sastre del cual Flac padeció los estragos desde los cinco años
de edad, pues Yon decidió iniciarlo precozmente en los labe
rintos del ser y la nada. En competencia encarnizada con Fif
que, por su parte, se había prometido despertar en el sobrino
una curiosidad insaciable por la teoría de la relatividad. [Sú-
persimple, Flaquito, un verdadero juego de niños! Imagínate
Dos relojes son arrojados al espacio a partir de puntos opues
tos de la tierra, uno en los antípodas del otro. Tú conoces la
palabra antípoda, ¿verdad? Ahora están en órbita, giran alre
dedor de la tierra, muy lejos en el espacio, cada uno indican-
do la hora. Y hete aquí que llega el instante en que se cruzan...
íAtención! ¿Qué hora es en ese momento? ¡Vamos; contesta!...
Cuatro. “Onassis es un patán, mientras que Niarkos, ése sí que
es un caballero.'1Tema capital de debate entre Yon y Fif (que
obviamente sostenía la opinión contraría). Siempre los atri
das. Aquiles o Héctor, Menelao o Áyax, etc. Cinco. "Todos los
ricos son unos cabrones”, y seis: “también los ingleses”. Por
principio. "Y recíprocamente”, replicó Flac con el tono más
flemático, un día en que Yon hablaba a rienda suelta. Siete.
El universo es curvo. ’ Olvídate; ya sabes de memoria cómo
sigue eso. ¡No; no lo recuerdes! Repite tres vecés soplando so
bre la mano izquierda, no sobre la derecha: el universo es tur
bo, el universo es turbo, el universo es turbo. Ocho. "La teoría
ondulatoria es la estafa del siglo.” Ebullición inmediata de Fif:
* te crees que eres? Etc.” Yon en el colmo del
júbilo. No; la luz no es una onda, es nn aglomerado más o
menos denso de minipaitículas de materia..., etc.” Nueve. “La
muerte no existe, ya que la nada no puede existir; pruébame
lo contrario. Espera a que esto se acabe; algún día terminará
bien. Diez. "Los jesuítas siempre saldrán ganando.” Ya estabas
advertido, mi buen amigo. Con una precisión adicional: “Su
fuerza, Flac, un día lo comprenderás, es que son en verdad
ateos.” Y puñalada trapera:. "Pero.tú .serás .más fuerte que
ellos:” Once. "La anarquía es la única idea política coherente."
Doce. "De Gaulle es un genio. Mao Tse-tung es un genio, Mal-
raux es un genio; todos los demás son unos canallas. Especial
mente Ghurchilí.” Trece. "Franco es un enano.” En eso hay
coincidencia. Catorce. "¿Albert Camus? ¿Puedes leer eso?
¡Puaj! Un arribista que terminará en la Academia Francesa.
Modo de proclamar que el honor es un deshonor y viceversa.
Sobre todo viceversa. Quince. "Salvador Dalí es el último pin
to r” Por lo demás él mismo lo dice. Dieciséis. "Los homose
xuales son enfermos qué habría que encerrar e incluso man
dar a unos cuantos a la silla eléctrica." ¡Mira, mira! Diecisiete.
"El duque de Windsor es un mariquita." Dieciocho. ''Por otra
parte, yo soy comunista.” Diecinueve. "Asean es mucho mejor
que Fangío.” Fif, evidentemente, lo contrario. Veinte. "La Ca
llas no tiene voz; lo que tiene es una nariz.” Veintiuno. "Kier-
kegaard es el mayor filósofo de todos los tiempos:..”, veintidós
"... con Pascal”. Veintitrés. "Los jansenistas tenían ra?ón.”
Veinticuatro. “Sea como sea, todo es absurdo. Veinticinco.
"La única ley es la del más fuerte; lo demás es literatura.
Veintiséis. "Y, de todos modos, terminaré bajo el puente ”
Terminará bajo el puente... ¡Ahí Flac conocía esa cantinela.
La tirada sublime. Los ojos tomando al firmamento como tes
tigo la barbilla trémula y los dientes apretados, la cara la
deante, el máximo desafío. Voltereta de trapecista afectado
por el vértigo. Irrisorio desenfado de una salida fuera de esce
na siempre fallida. El adiós. El adiós mil veces anunciado.
Flac estaba más que harto. Estaba debilitado, apabullado, ex
tenuado. Molido. Saturado basta la náusea por estos torrentes
de ineptitud, por estas cascadas de estupidez, por estas ma
reas de burradas que inundaban cada día sus orejas. Por este
obsceno goce de la boca que lanzaba a Yon de exordios a pro
posiciones, de pruebas a refutaciones, de peroratas a prédicas.
Lecciones, arengas, ponencias. Invectivas, homilías, manifies
tos. Frases, máximas, consignas. Sus dogmas. Sus fórmulas.
Sus estribillos. Arpegios. Gamas. Vocalizaciones. Verborrea.
Verbomanía. Verbigeración. Ruido, ruido, ruido... Prostitu
ción del habla, profanación de las palabras, usura de la len
c ;~ 1~·i~~~;:tt:~~~~~~~§~9~ré1iªf
gua. Un flagelo. Acabará bajo el puente. ¡Y bien', ¿qué espe
ra?, ¿que se lo empuje o que se lo contenga? ¡Qué se váya, y
17ápif,lp! ¡Desaloja,
rápido! • truhán, vete, sal de la casa! ¡Fuera! ¡Y Héva-
131
SI se desploma bajo la mesa) y coronado por el apólogo deí
mesero del café que resulta no ser mesero del café sino el pe
letero alcohólico que vivé en el piso de abajo.,Del todo incom
prensible.. Más confuso que Sartre. mismo, lo que constituye
una hazaña digna de registrarse en los activos de tu padre. Es
tará usted de acuerdo, Señor. Jean-Paul Sartre desembarcó un
buen día en la vida de Yon y lo conquistó por completo. Un dé-
sastre del cual Flac padeció los estragos desde los cinco años
de edad, pues Yon decidió iniciarlo precozmente en los labe
rintos del ser y la nada. En competencia encarnizada con Fif
que, por su parte, se había prometido despertar en el sobrino
una curiosidad insaciable pór la teoría de la relatividad ¡Su-
persimple, Flaquito, un verdadero juego de niños! Imagínate.
Dos Teiojes son arrojados al espacio a partir de puntos opues
tos de la tierra, uno en los antípodas del otro. Tú conoces la
palabra antípoda, ¿verdad? Ahora están en órbita, giran alre
dedor de la tierra, muy lejos en el espació, cada uno indican-
do a hora, Y hete aquí que llega el instante en que se cruzan...
¡Atención! ¿Qué hora es en ese momento? ¡Vamos; contesta!..
Cuatro. "Onassis es un patán, mientras que Niarkos, ése sí que
es un caballero." Tema capital de debate entre Yon y Fif (que
obviamente sostenía la opinión contraria). Siempre los atri
das. Aquiles o Héctor, Menelao o Áyax, etc. Cinco. "Todos los
ricos son unos cabrones", y seis: "también los ingleses". Por
principio. "Y recíprocamente", replicó Flac con el tono más
emético, un día en que Yon hablaba a rienda suelta. Siete.
El universo es curvo." Olvídate; ya sabes de memoria cómo
sigue eso. ¡No; no lo recuerdes! Repite tres veces soplando so
bre la mano izquierda, no sobre la derecha: el universo es tur
bo, el universo es turbo, el universo es turbo. Ocho. “La teoría
ondulatoria es la estafa del siglo." Ebullición inmediata de Fif-
¡Bruto! ¿Quién te crees que eres? Etc.” Yon en el colmo del
jubilo. No; la luz no es una onda, es un aglomerado más o
menos denso de minipartículas de materia..., etc.” Nueve. "La
muerte no existe, ya que la nada no puede existir; pruébame
lo contrario,” Espera a que esto se acabe; algún día terminará
A™' ,¿Lqs j*esuitas siempre, saldrán ganando. ” Ya estabas
advertido, mi buen, amigo. Con una precisión adicional: "Su
fuerza, Flac, un día.lo.comprenderás, es que son en verdad
ateos. Y puñalada trapera: "Pero tú serás más fuerte que
130.
ellos,” Once. "La anarquía es la única idea política coherente ”
Doce; “De Gaulle es un genio: Mao Tse-lung es un genio, Mal-
raux es un genio; todos los demás son unos canallas: Especial
mente Churchill.” Trece, “Franco es un enano.” En eso hay
coincidencia. Catorce. "¿Albert C-amus? ^Puedes leer eso.
¡Puaj! Un arribista que terminará en la Academia Francesa. .
Modo de proclamar que el honor es un deshonor y viceversa;
Sobre todo viceversa; Quince. "Salvador Dalí es el último pin
to r” Por lo demás él mismo lo dice. Dieciséis. Los homose
xuales son enfermos que habría que encerrar e incluso man
dar a unos cuantos a la silla eléctrica/ ¡Mira, mira! Diecisiete.
“El duque de Windsor es un mariquita.” Dieciocho. “Por otra
parte, yo soy comunista.” Diecinueve. "Ascári es mucho mejor
que Fangio/’ Fif, evidentemente, lo contrario. Veinte. "La Ca
llas no tiene voz; lo que tiene es una nariz.” Veintiuno. "Kier-
kegaard es el mayor filósofo de todos los tiempos../', veintidós
con Pascal”. Veintitrés. “Los jansenistas tenían razón.
Veinticuatro. “Sea como sea, todo es absurdo. Veinticinco.
“La: única ley es la del más fuerte; lo demás es literatura.
Veintiséis. “Y, de todos modos, terminaré bajo el puente.”
Terminará bajo el puente... ¡Ah! Flac conocía esa cantinela.
La tirada sublime. Los ojos tomando al firmamento como tes
tigo, la barbilla trémula y los dientes apretados* la cara ra
diante, el máximo desafío. Voltereta de trapecista afecta o
por el vértigo. Irrisorio desenfado de una salida fuera de esce
na siempre fallida. El adiós. El adiós mil veces anunciado.
Flac estaba más que harto. Estaba debilitado, apabullado, ex
tenuado. Molido. Saturado hasta la náusea por estos torrentes
de ineptitud, por estas cascadas de estupidez, por estas ma
reas de burradas que inundaban cada día sus orejas. Por este
obsceno goce de la boca que lanzaba a Yon de exordios a pro
posiciones, de pruebas a refutaciones, de peroratas a prédicas.
Lecciones, arengas, ponencias. Invectivas, homilías, manifies
tos. Frases, máximas, consignas. Sus dogmas. Sus fórmulas.
Sus estribillos. Arpegios. Gamas. Vocalizaciones. Verborrea.
Verbomanía. Verbigeración. Ruido* ruido* ruido... Prostitu
ción del habla, profanación de las palabras, usura de la len
gua. Un flagelo. Acabará bajo el puente. ¡Y bien!, ¿qué espe
ra?, ¿que se lo empuje o que se lo contenga? ¡Que se vaya, y
rápido! ¡Desaloja, truhán, vete, sal de lá casa! ¡Fuera! ¡Y lleva-
te.contigo al tonto dé Fifi ¡Pero sí, anda, encamínate hacia tu
destino de vagabundo augusto): Ya se ve venir El espectáculo ^
Lítatracción. Encalabozo. Con la colilla pegada al pico, la bo-
tella en el bolsillo, la choza de cartón: .El astro errante, el ora
dor nómada, el profeta ambulante. Príncipe de los vagabun-
dos, caballero de la juerga, filósofo de los asientos del metro
Rodeado por una corte de gandules, de sarnosos y de vánda-
1° s; El ser hundiéndose en la nada, su última cabriola. ¡Al fin í
el éxito! ¡Damas y caballeros, con nosotros el famosoYonf El
mito del puente de Alma! El trotamundos celestial, el siempre
magnifico perdedor/el bohemio de la Bolsa. ¡Un orador in- ^
comparable! Tribuno, retor, sofista, con respuestas para todo, i
Basta^ ¡Fuera de aquí, crápula! ¡Desaparece! ¡Canalla! ¡Chus
ma. ¡Bribón! Basura, estiércol, inmundicia. Y nunca regreses.
Que ya nadie te oiga. Y;poco importa, después dé todo, si la
madre se vuelve loca. Todos vamos a estar locos, ésa es la ver- i
dad. Un aluvión arrastrando todo, aullidos de bestias salvajes
saliendo por las ventanas abiertas de par en par, un motín en
el barrio, escándalo, muebles y escombros cayendo sobre los
que pasan, mierda en las escaleras, én las aceras, por todas
partes, escupitajos en la jeta de los vecinos, pánico inducido
én los niños, masturbación en público, dévoración dé lo que
hay^en los basureros, designación de los policías como "sar-
tres , caída jubñosa en la demencia, cada uno apañando el de
lirio del otro, fin del mundo, locura de dos. Todos al asilo, al
loquero, al chaleco de fuerza. Hay que rematar, derrumbarse,
irse al carajo. Jaque mate. Desgracia de los denotados. Des
gracia completa, desastre evidente, naufragio al desnudo. Re
volcarse en el estiércol. Meterse en la mierda. Sin importar ni
que ni como. El silencio. Por fin el silencio. Que se calle el
charlatán, el kikirila. Que cierre el pico, la máquina de hablar,
el juke-box infernal, ¡silencio !...
Vociferaba en el interior. Tomaba impulso, galopaba, ame-
rallaba. El soliloquió. Gritos a voz en cuello retenidos con.es-
tuerzo aullidos de poseído, ladridos de perro rabioso, rugidos
subiendo desde las entrañas. Única defensa que encontraba
Mac para atenuar la inagotable locuacidad de Yon: abismarse
en un bullicio más fuerte, estridente, vehemente. Invocar el
tumulto de todas sus voces. Poner el máximo: de potencia.
Aturdirse las Orejas con el estruendo de su propio fragor. Em-
132
briagarse con los clamores de su rebelión. Ensordecerse. Ma
nos apretadas, labios contraídos, vientre en tensión. Imposi
ble .tragar lo. que fuese. "¿Entonces, Flac, otra vez; no comes
nada?" ¡Ah, qué molesto que puede ser éste! Se comprimía, se
concentraba, se condensaba en su caparazón. Su caja de reso
nancia. Su escondite. Con sacudidas involuntarias, movimien
tos espasmódicos,: gestos bruscos, enspación generalizada,
temblores, tics en salvas. "Deja ya de menear los pies, Flac, na
ces temblar la mesa..." La madre, la loca en suspenso. Siem
pre solícita con su Yon, Su indispensable. Obsequiosa, servil,
discreta. Por favor. Te lo ruego. Te pido perdón. Siempre te pi
do perdón. Perdón por adelantado. Soy tan tonta, lo reconoz
co verdaderamente rio merezco. No lo escuchaba, sabía de
memoria la canción, ella tam bién Pero se esforzaba por mos
trar un rostro atento. Devota. Era Yon quien hablaba: era sa
grado, era el regalo, la prueba irrefutable del vínculo marital.
Aun cuando nunca se dirigiese a ella. Se protegía a si misma
protegiéndolo a él. Hacía como si. Salvaba lo. que podía sal
varse. Normal, completamente normal. En apariencia. Un tra
bajo de cada segundo, durante tantos arios. Una situación tan
fráril... ¡Por favor, mientras este imbécil de Flac no arruine to
do con sus gestos ariscos y su. mal.carácter ¡Siempre el mismo
circo, los mismos números lamentables. Yon y Fifrla madre y
el señor. El señor que estaba a punto de estallar. Más y mas en
sus espasmos: Pensamientos desenfrenados. Imaginaba la pe
lea, la gresca, los choques. Se hundía en la disputa; la cabeza
baia.; ¡Vamos! que vibre, que retumbe, que; chille. ¡Golpea,
quiebra, rompe! Todas las muertes dé Yon. Las más violentas,
las más feroces, las más sangrientas. Repasarlas. A toda velo
cidad. En especial los accidentes de auto. Aplastado contra un
árbol embutido en un poste, catapultado en un lago, bailan
do en el canal... ¡Sí! ¡Sí! Yon manejaba como un inconsciente.
Desdé que subía en su vieja carcacha la demencia se apodera
ba de él. Un asesino, un psicópata, un loco peligroso. No to
maba el coche para ir a alguna parte, partía a la guerra, ái
asalto en comando. Buscaba, sus víctimas, las localizaba y pa
saba al ataque. Los torpes, los distraídos, los imprudentes, los
extraviados* los muy lentos, los muy Veloces, los muy regula
res, los jóvenes, los viejos* los cuerpos diplomaliéos, los
mocosxtos, los cabrones, los pegados al volante, los "¡mírame,
pedazo de bruto!”..., todo él que circulaba delante de él le ro
baba el camino. Entonces, en un estado de irritación paroxís-
tica, blanco de cólera, babeando, eructando torrentes de inju
rias, con el pie a fondo sobre el acelerador, el motor rugiendo,
golpeando el volante con los dos puños, se desgañifaba, fuefa
de sí, ¡Espérate, cabrón!, [no pierdes nada por esperar! ¡Ya te
alcanzaré!... [Vas a tragar mi polvo!” Comenzaba la persecu
ción infernal. Rebasando por la derecha o por la izquierda,
saltándose las luces rojas, manejando por las cunetas del ca
mino, caía sobre su presa. Fierro a fondo. Señas con los faros.
Desfondaba su asiento a fuerza de vigorosos golpes de cadera
que habrían de permitir a su carcacha el salto definitivo que
cerraría el paso del adversario. “Así aprenderá../' "¡La carrete
ra es un combate!", comentaba, desorbitado, satisfecho con su
victoria, al acecho ya de la siguiente ocasión, Y sin embargo
nunca tuvo un accidente. Pero Flac en cierto modo compen
saba este descuido. Lo imaginaba. Sucedía por sí solo, auto
máticamente. Una película. Secuencias de películas, rushes.
Detenciones de lá imagen, primeros planos, retornos hacia
atrás, nuevas tomas. Yon en su reñault dando batalla a un ci-
troen je l odiaba muy especialmente a los Citroen, "coches de
patán , decía). Empatados en la subida. Listo para el aborda
je. Salva de claxonazos. El otro no cede, lo desprecia, se deja
ir incluso un poco hacia la izquierda, le hace un gesto para in
dicarle que no vale nada, que es un caracol con una cilindra
da ridicula. Yon truena como un loco furioso: "¡Maricón! ¡Mu-
jercita! ¡Puto!" Por delante, aún no visible, llega un enorme
peso pesado. Los dos coches suben a lo más alto, uno pegado
al otro. ¡Sin tregua, sin piedad, a muerte! De golpe, el camión.
De frente. Una montaña. Diez, veinte, cincuenta toneladas.
Inevitable. Por supuesto, Flac al volante. Acelera con calma y
se aferró al claxon qué resuena como una trompeta. El renault
literalmente se desintegra por el impacto. Yon masacrado,
pulverizado, triturado en la carcacha hecha pedazos. Montón
de chatarra, de carne, de aceite y de sangre. Ni siquiera cadá
ver, tan sólo pequeños trozos de difícil identificación. No hay
restos, nada de restos. El instante del choque era para Flac el
de lá conmoción. Una descarga de la cabeza y del cuerpo, una
sacudida de todos los nervios, un sismó que le hacía perder el
conocimiento en lo que dura un relámpago. Momento supre-
134
, . :.· . P. <' ·.•·:·n'·•.·· ·•:wi:fü:,u········ · ······
mo, apogeo, noche y día mezclados en un polvo de chispas,
enceguecímiento, anestesia, éxtasis. Flac experimentaba esta
disolución magnética por dos lados a la vez: era el aplastante
y el aplastado, el poste y el apostado, el molino y el picadillo.
Cuerpo y espíritu fusionados en el rapto de la embriaguez, en
ese preciso y siempre inaprehensíble segundo en que se Irans-
forma en coma. Golpeaba e incrustaba, estallaba sobre sí mis-,
mo, en sí mismo, saca y resaca en correspondencia. Brotaba
de la colisión, producto de la cólera sublimada, energía pura,
fuerza incalificable, goce tan fugaz y a la vez tan intenso. Era
el impacto, el rayo y la iluminación, el bum de hierro y de car
ne, el eclipse de la identidad, el síncope de una vida que se rea
liza con la aniquilación instantánea de otra. Arrancado a él
mismo, en fin, rebasado, decantado. Entonces, milagrosa y
provisoria, la remisión, la bajamar, la sordina. Por unos pocos
instantes, unos segundos muy breves y fugitivos...
¡Y adelante! ¡Vuelta a lo mismo! Recomienzo. Yon y sus fi
lípicas, Fif y sus protestas, el torneo, la polémica, la logoma
quia, las chicanas, las argucias, los sofismas. Parloteo, parla
mento, parladurías. Molienda de palabras. Torniquetes.
Chicharras. ¿Y el señor acompaña? Respuestas en soliloquios.
Tanto más endiabladas. Representaba sús gamas y sus varia
ciones, Encerrado. Condenado a dar vueltas en redondo en la
celda. A golpearse siempre contra las mismas paredes, a ru
miar sin cesar las mismas escenas, a mascullar los mismos es
tribillos. Así como Yon, señor. Así como. Forzado a parecérse-
le para intentar escaparse de él. Furioso, justiciero, asesino.
Se sentía listo para enfrentarse, luchar, batirse. Soñaba con
cóleras homéricas, con riñas, con choques frontales. Con pu
ñaladas, con peleas. Cuerpo a cuerpo. En suma, soñaba el sue
ño de Yon. Y empezaba a darse cuenta, á medir las dimensio
nes de la infiltración, el éxito del parásito, la amplitud del
contagio. Con desolación e impotencia. Por lo tanto, cada vez
más susceptible. Sin aguantar ya nada, y sobre todo no a él
mismo. Irritable, impaciente, destemplado. Patológica y paté
<ll;'~~t
ticamente destemplado. Asqueado tanto de sus ataques de
': ~tlW~i~~~-~111-lliit~~~m='
monólogos como de las crisis oratorias de Yon. Extenuado por
esta intrusión permanente del verbo, por esta, inflación del ha
bla, este perpetuo cacarear que los fundía a Yon y a él eri un
déstinO.i;c6m.thúLt6iiefaCia:
destino común.
: :: :··-::··~- · ·-~-~-?Toneladas
/?{:y::;-.:··
s~.•:.;•:.,;_a·:~ de
·'. discursos, cargamentos de. fra
■:.í
% 135
ses. Cadenas de figuras, de sentencias, de axiomas. Tiradas;en
róllq.. Anillos de fórmulas entrelazadas...Galimatías, guirigay;
algarabía, agitación sonora de palabras arrojadas al viento,
enorme e irrepresible divagación, pülulación infernal donde
cada palabra terminaba su carrera en el lugar común. Todo
este flujo, .este fluir, este fárrago se abatía sobre Flac, lo aplas
taba con su masa, le imponía el fardo insoportable de un océa
no de. lenguaje. Le transmitía, su peso. Una carga tan agobian
te, tan: fastidiosa, tan opresiva. Tan maléfica. Flac había creído
saber, dónde estaba el enemigo: Yon; claro está. Yon el payaso.
Yon el amante, Yon el atlas del pensamiento, Yon el dilapida
dor. de tesis,: etc.. Se había empeñado en desenmascarar al im
postor. Había chocado con el pensamiento obnubilado!; el
pensamiento de la penetración del pensamiento,: y así sucesi
vamente. ¡Pamplinas, sandeces, espejismos! Caído desde el
principio en el lazo. La novela, señor. La tragedia milenaria.
La quimera. Ahora lá peste empezaba a mostrar su verdadero
rostro. Demasiado tarde. La suerte estaba echada. Más que
comprobarlo, hacer el balance del desastre. La intrusión era
más insidiosa y su dominación más implacable.. Yon por aquí,
Yon por allá... ¡qué farsa!, ¡qué trampa! Su amor devorador, su
elocuencia zalamera y su pensamiento cautivante. ¿Y qué
más? Veamos, señor. Yon había sido tan sólo un agente de
transmisión, un engranaje de la maquinaria; ignorante él mis
mo de la fuerza anónima que lo manipulaba y lo rebasaba por
completo. Fuerza tiránica. Flac sentía cada vez más intensa
mente la. presión de. su tenaza, despiadada en el corazón mis
mo de su mundo de soliloquios. Yon ya no era necesario; eso
funcionaba solo;. La máquina daba vueltas. Adentro. Giraba a
lo loco. Elaboraba, combinaba, especulaba. Maniobraba, tra
maba, manipulaba.:Imponía, disponía, clasificaba. Notifica
ba, intimaba, prohibía. La máquina del discurso. El Discurso.
El Amo absoluto. La Organización. Que dicta sus exigencias,
articula sus cambios, impone su jerarquía, instala su adminis-
tración. Lo coloca en el lugar del sujeto, ¡promoción! El Dis
curso. Lo que habla, habla, habla. Por encima de todos los dis
cursos y. de todos los pensamientos, a través de discusiones,
diálogos y monólogos, juicios; sentencias y opiniones. El dis
curso infinito cuyo origen se pierde y cuyo fin se escapa. Lo
cura furiosa que nunca, deja de. empujar a decir. ¡Diga! ¡Diga!
13.6
¡Diga! La orden, n o provenía de ninguna voz pero resonaba en
todas. Abierta ferocidad del pacto tácito que nos liga; a todos
en un malentendido sin solución. Vínculo de colaboración
forzada. Infestación de la cual seguimos siendo los propaga
dores incluso cuando la: denunciamos.. ¿Y quién podría decir,
decir, decir aún más, si es el discurso el.que se. insinúa en no
sotros o si somos más bien nosotros quienes nos abismamos
en él, si somos nosotros quienes lo ingerimos o si es él quien
nos incorpora? ' ,
r La certidumbre surgió bruscamente én Flac, sin adverten
cia. Algo así como una fractura. Absolutamente calma.. Irre
versible.. De repente escuchó. Por primera vez en su vida.,Una
voz indefinible, venida de ninguna parte, lé dirigía un mensa
je. A él solamente. Lo hacía depositario de su revelación. ¡Oh!,
nadá muy extraordinario. No' era la voz de Dios llamando a
Moisés ni el grito terrible que desgarra las tinieblas. No.- Una
simple banalidad, algo trivial, una frase hecha, una expresión
redundante. Tres palabras. Un artículo, un sustantivo, un ad
jetivo, en el orden habitual. Él escuchó. Se susurró con insis
tencia en su oído: “el discurso común...” Más mi hálito que
una voz, pero muy nítido. Flac no experimentó ningún temor.
Quedó presó en ese instante. Aunque en realidad él esperaba
esta voz desde hacía mucho, sabía oscuramente que tenía una
cita con ella, que tarde o temprano' ella lo abordaría. El dis
curso común... Al mismo tiempo que las palabras, Flac escu
chó la significación del mensaje. Tan sólo le faltaba el verbo,
y éste cayó por sí solo,.en su sitio, para constituir la palabra
fundadora: “El Discurso es común.” Lo que quería decir, cla
ro, que el Discurso, el Discurso con D mayúscula, lejos de ser
la colección, la recopilación o el depósito de todas las palabras
pronunciadas o el simple hecho de algo que se propaga entre
los humanos o; más aún, el desorden contradictorio, cacofó
nico e insensato que constituye su apariencia, el Discurso es
una comunidad oculta. Tan oculta que nadie se percata de ser
su adepto, su partidario y su prosélito; nadie mide tampoco el
precio que tiene que pagar para beneficiarse del lazo, que se
instituye entre sus miembros. A tal punto aliviados por poder
verificar que son sus miembros. Por poder creerlo. Entonces
Flac sintió, tan nítidamente como una tormenta que se apro
xima, el sordo bramido dél Discurso. Un martilleo. Un ruido
137
de botas. Se sentía un poco extraño pero a la vez carente de
toda duda. Rechazo a la colaboración. Claro. Definitivo. No a
esta porquería. A esta proliferación. A este embrollo. Y decidi
do a no contentarse con odiar, con maldecir, con anhelar el
hundimiento, la desaparición, la combustión del pacto infer-
nal hacia el cual todo lo llevaba. Fin de los cálculos, los análi
sis, las postergaciones. Las concesiones. Los compromisos.
Los pensamientos y los coloquios solitarios. Las canciones de
cuna o los aullidos contenidos. Las conmociones efímeras. To
do el cortejo de falsas satisfacciones compensatorias. Termi-
nus. Pregunta: ¿había él apenas empezado a pensar, incluso a
hablar? ¿No había él desde siempre, a su modo, un modo que
valía tanto como cualquier otro, repetido, masticado, regurgi
tado el discurso que le metían en la boca, en la médula, en lás
fibras? El discurso aprendido. El discurso inoculado. El dis
curso común. Llamado común. ¿Común a quién? Á quién, si
no a hordas de asesinos, de violadores de alma, de explotado
r.es;p7l·
res del ·.~buen s~~~ffl?Ycl?•
g~g sentido, de chupadores gp~P~.oi;~s, de el? vida.
yida; ¿No
¿_r;JQ•.le
lehéi8í~l1~sí
habían así
· .· ~sustraído
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tácito y general, en este sobrentendido fundamental, en este
Iáiq·· cdel
lazo leL·~·sentido
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fu.ag~·l1!9-l1S·
que.\~.(soborna
}b?r11~·tiLhuiljar1()Y·
ál humano.• 1yº lo
desvía de su propia palabra, le horada el pensamiento y le sus
trae el alma para ajustarlo a Una forma común. Lavado de ce
rebro permanente. ¿Qué quería él, Flac? La verdad. La ver
dad... ¡Qué exigencia.' ¡Qué radicalidad en la voluntad de
existir! El señor era uñ caso. Si se imaginaba que se le dejaría
hacer, qüe se le dejaría decir... Si creía que alguien querría es
cucharlo... La verdad es que estaba preso. Preso de él mismo,
es decir, de los otros que se habían instalado en él, que se ha
bían insinuado solapadamente en sus palabras, en sus pensa
mientos, por el sesgo del discurso que los ligaba a ellos, inclu
so si este discurso lo volvía loco furioso. Los otros que lo
habitaban, lo acosaban, lo aterrorizaban y lo modelaban así)
poco a poco, a su imagen. Colonizado, vigilado y encarcelado.
A perpetuidad. Grillos, barrotes y locutorio. El régimen nor
mal de todo detenido. ¡Oh! algunas singularidades, claro está.
Cada uno tiene derecho a ciertas singularidades. Así uno se
distrae, adquiere como una ilusión de libertad muy provecho
sa para el sistema de la prisión: mientras más se cree uno sin
gular, más se es dócil, en general. Hasta ese díá .Flac se había
conformado con el locutorio. Más o menos. Como todo el
mundo. Con quejas, suspiros y reivindicaciones habituales. Y
soliloquios en la celda. Él tenía su sistema en el interior del
Gran Sistema. En resumen, él había copiado. Hecho como.
Había llegado a ser incluso un artista de la mentira. ¡Sí! Un di
simulador de primera. Nadá de verdadero en todo esto, esti
mado amigo.
Ahora era necesaria ía explosión. Y con máxima urgencia.
Antes de que fuese demasiado tarde para existir. Cualesquiera
que fuesen las consecuencias, especialmente para él. Hasta lle
gar a ser él mismo la bomba que haría estallar todo. Sin temor
de saltar con ella. Con tal de poner término al dominio de ese
proceso infáme, a esa ignominia que consistía en que otro ha
ble o piense siempre en su lugar, cada vez que él hablaba o pen
saba. En verdad, él no había dicho nunca nada de lo que tenía
realmente que decir. Que estaba solo, absolutamente solo. Que
tenía la impresión de haber muerto a la edad de siete años y de
haber sido englütido por un fantasma, apodado Flac, que ha
bía usurpado su ser desde entonces. Seguramente lo tomarían
por un chiflado. Y sin embargo eran los demás los que estaban
chiflados. Chiflados normales. Chiflados en el buen sentido.
Hechizados, encantados por los sortilegios del Discurso. Bal
buceando sus fórmulas, sus grimorios, sus runas, para respon
der a una cierta idea de lo humano: quien repite, se repite, se
peipetúa. Debía haber en la lengua algo para hacer explotar es
te cepo. Un cierto uso de las palabras. Un contrauso. A contra
sentido. Una ruptura de la alianza que pusiese al desnudo la
obscena prostitución del vínculo de la comprensión, arruinán
dolo, disolviéndolo, anulándolo. Que extirpase esta creencia.
Que interrumpiese esta misa. Y que desarmase él sistema de
una vez y para siempre. Entender, entenderse: preocupación
mayor, exigencia en todo momento, suplicio de cualquier pre
gunta. Es lo único que hacen los embrujados, los acompasa
dos, los comulgantes. Los entiendo. ¡Qué bien los entiendo!
¡Ah!, ustedes me entienden, ¿verdad? No entienden nada de na
da. Apenas si aparentan. Para tranquilizarse, confirmarse, ga
rantizarse mutuamente. Ahorrarse el gran espanto. Todos en la
misma longitud de onda. Con verificaciones telefónicas, radio
fónicas, televisivas.. Formidable. ¿Pero cuál es entonces la na
turaleza de esta onda común quedos subyuga? ¿Y su fuente?
¿Y su meta? La misma onda para todos. La corriente, el cable,
él duende electricidad. Enchúfense, veamos, enchúfense con
ustedes mismos. Nosotros somos ustedes. Los mismos;: Seme
jantes.. Son ustedes semejantes. Yo soy mismo, tireres mismo,
él es mismo. Miles, millones; millones de mismos. ¡Sean un
modelo! ¿Me oyen? Sí, sí... ¡No! ¡Para nada! Sólo se escuchan
ustedes. Ustedes-mismos. Me han-preguntado ¿cómo te. va? .
¿Quieren saber? No; no quieren saber Para nada. Ustedes es- |
peran que yo conteste al tac-tac el mismo ¿cómo te va? Y des- .■■é
pues, ¡alto! No va, ¿Oyen? ¡No va! ¿Y qué es lo que no.va? Us- %s¡
tedes. Porque yo no los entienda: ¿Qué pretenden de mí? ¿Por :d
qué me hablan? Y por otra parte, ¿me hablan? Hablarme... 1
complemento de objeto directo. Nada de conocerme, que eso ¡I
no suceda, ¡horror! Reconocerme, éso sí. Reconocerse ustedes ?¡
en mí. Separar al extranjero. Integrarlo o eliminarlo. Ustedes |
quieren mi piel. Mi alma. Reducirme a do plano, a la superfi- |
cíe, al espejo. Quieren que yo les diga: les va bien. ¡Qué bien les ?!
va! Ustedes tienen la forma. La forma. ¡Y bien; no! Es falso. Les j
va mal, están perdidos, han renunciado. ¡Están fritos! ¡Poseí- Y
dos, modelados, jodidos! Los reconozco porque no los reco
nozco: ¿Está claro? Intenten hacer otro tanto. Acaben con los d
remilgos. ¡Ah!, ¿no pueden? Es más fuerte que ustedes. Ya no ¿
son capaces de verificar el código. Constatar Homologar. El 4
código de acceso. ¿Acceso a qué infecta prostitución de la pa-
labra? Campanilla del teléfono... ¡Comunicación! Flac descuel
ga con. un golpe, seco.
-¿Hola?... -pregunta una voz que no resulta desconocida. ;'i
El engranaje del mecanismo-. ¿Hola? ¡Hable! ¿Quién es us- |
ted? [Conteste! Identidad. Matrícula. Pase. Ahora hablé. /I
-¿Con quién tengo el gusto?... ~;
-¡Ah! eres tú, Flac. Aquí el padre Descombes... -Eres tú, soy 4
yo. Somos nosotros. Eres tú, por lo tanto soy yo. El intercam- ?
bio. El consabido póquer mentiroso-. ¿Cómo te va?... ]
-Le va... ¿acaso tiene algún malestar? .
-¡Ehh! No; me va muy bien. Pero iba precisamente a pre- :.;:1
guntaile...
-Pero yo ya me adelanté dándole la respuesta, ¿verdad? ¡ ?
-Es decir que... Bueno. Yo te llamaba... 1
140
-¿Es a mí a quién usted llamó?
-Bueno; de hecho, yo hubiera querido hablar con tu padre.
-É l no está; se fue a la Bolsa,
-¿A la Bolsa?... Bien; en.fin, eso está muy bien: Entonces
puedo hablar contigo; es lo mismo. Incluso, al fin de cuentas,
es mejor; '
-Sí, Usted le habla al hijo. Por el lado del padre. Es eviden
te. La familia. La supuesta familia. Al fin de cuentas. La san
ta familia. El complot infame por donde todo empieza. Naci
do de. Nacido en. Nacido para. Etcétera...
-Flac; ¿Hay algo que no ya bien?
-¿Algo? No; nada. Un detallito. Una pequeña arruga en el
uniforme, una rotura en el pantalón... ¿Se me ve mal?
147
podría entonces el señor? Reprochárselo, como no deja de ha
cerlo, lo llevaría a una pena aún más cruenta. La cual, por
cierto, lo exaltará, lo embriagará, lo inundará de entusiasmo.
Y le impondrá una ferocidad mayor. Por fuerza. El círculo se
habrá cerrado. Solo. Automáticamente. Y vuelta al punto de
partida. Paciencia. El señor comprenderá, terminará por com
prender. Sólo le queda dar \oieltas en redondo. Y ésto es algo
que él ama hasta la obscenidad. Ninguna ilusión, querido
mío. Sin salida. Es la vida. La vida del señor.
-Los hechos son abrumadores.
-Sin discusión. Pero el señor se abrumará a punto tal que
las palabras sobrepasarán a los hechos.
—Mostrará su bajeza, expondrá su torpeza, confirmará su
deshonor.
-Y concluirá que necesita castigarse por su desgracia. Sú
permanente desgracia. Su pecado de desgracia. Imperdona
ble. Sus delicias insalubres. Esta amargura con la que se hace
gárgaras estruendosas.
-Esta miserable tristeza. Y esta maldita violencia que sólo
puede volverse contra él. Esta pasión por el dolor. Inextingui
ble.
-Sí, Y esta complacencia en la narración mil veces mascu
llada de lo qué el señor llama su vida; Su vida; ¡Por Dios!
;— Las escenas. Las famosas escenas. ¡Este airé de heroísmo
vengador que se desvanece fascinado por la taza de los W.C.!
Todo este magma dé inútil vocabulario. Carnicería. Deyeccio
nes. Y el cascabeleo familiar. Ese padre que no lo es. Y, sin em
bargo, hay que aceptar su desafío. ¡Qué originalidad! La ma
dre que no se decide a delirar, Y sir Alfred embalsamado
detrás de sus biombos. El amo del mundo. Increíble. Dan ga
nas de llorar por tanta estupidez.
-Pero el señor no podía soportar ser un cualquiera. Salido
de la turba humana, como todo el mundo. El señor debía ser
una excepción. Un cénit, un superlativo, un archi. Superreac-
tivo. Fuera de concursó. Sin par. El señor sé afanaba por esca
par a lo mediocre. La isla sin ribera, ¡ah!, ¡ah!
-En el fondo, el señor fue siempre un mentiroso. Un mén-
tirosillo. Un .fabulador, un simulador, ün esbozo de mitómano.
Sin envergadura. Un charlatán. Un pesado.
-Calculador, hipócrita, taimado.
. -Pilló, astuto, cobarde; Continuemos; enumeremos, acu
mulemos. Arrojemos las palabras a la cara def señor, tal como
a :él le gusta hacer consigo mismo. Puñados de arena para, en
ceguecerlo. Y mientras se frota los ojos, ¡hop!, pasemos por
detrás dé él, dejémoslo abandonado en su laberinto. O dejé
mosle creer que está solo allí. r -v
-De todos modos, no podrá salir. Ni con nosotros ni sin no
sotros. Allí se vá a quedar. Dejará su carne a los gusanos y su
alma al viento.
Wenn wir wenigstens. bei uns oder bei unsergleichen eine dém
Dichten irgendwie venvandte Tcitigkeit auffmden kónnten! . .
SIGíMUND freud , Der Dichter und-das .Pkantasieren
G. Werke, vi¡, p. 213
C o m o s i 'se d e b ie se c o m e n z a r p o r u n a m u e r te
. ~&~~~~t ~ ~~l~~ca~~ti!~~wJJ
.P8B.ª1fG!
po para pensarg~B~.~·en
!111 eso. q¡,i~·actuar,
•ij41:)~a.que
~§9:· Había ·?:stf!ar,.·• era
.~rG!9~PJ..
demasiadoa.si~(l.9.~t9e.
tarde .
para reflexionar. Sólo sabía que el héroe se llamaría Flac (lle
vaba años con ese nombre en la cabeza), que se trataría me
nos de un relato que de una música, de un ritmo, de una ca
dencia para los cuales debería forjar mi propio idioma y que
f
el desierto, luchando contra el viento para proseguir con la
lectura de su libro.
·•Debía
. )?el?.í~L~n.(1pii1l:G!~l᧠ga]a Bt~.s;· una
encontrar las palabras, •. i1~c.t~música
·ll1~~ic:~•· hecha
.llf:.ClJ~··\.ccon
o~iJpala
)a.l3.é.
· ·. · ~~i~~#~1Í~rfrd~~#~j~it~t~#~l~~~·~~~e6E~~;~tj~fBr·
bras. Me sumergía y me dejaba absorber -cabe que me pre
gunte: ¿en mí?, ¿fuera de mí?, bien no lo sé...-por un sitio in
definido, cada vez más vacío, en el que trataba de discernir los
primeros signos, las primeras, notas, los primeros acordes. Es
taba obsesionado por Beethoven, más precisamente por el
Beethoven de las Variaciones Diabelli, de los últimos cuartetos
de cuerdas y de las últimas sonatas para piano. Creía que es
tas obras me indicarían el camino que estaba buscando. Per
manecía a la escucha, noche y día, cada vez más concentrado,
cada vez más vacío, cada vez más próximo, era indudable, del
momento en que oiría resonar en mí lo que Roger Laporte lla
ma, recogiéndolas de Reyes, 1 (19: 11-13), esas palabras de es
plendor deslumbrante: 'una voz de sutil silencio’'.
Pero mis primeros pasos hacia la "aparición” se vieron
pronto interrumpidos. Los médicos, aun cuando reservados
en cuanto a los resultados que podían esperarse, me propusie
ron un tratamiento de quimioterapia. Después de escuchar la
opinión de eminentes especialistas decidí dar una oportuni
dad a la medicina. Comenzó el tratamiento.
Mi caso era, en principio, desesperado. Recibí el más inten
so de los tratamientos quimioterapéuticos. Dos meses después
no era más que un desecho humano más muerto que muerto.
Ya no había posibilidad de escribir: mis fuerzas no alcanza
ban ni para sostener un lápiz entre los dedos. Todo lo que con
seguía hacer, al precio de esfuerzos insensatos, era registrar,
de tiempo en tiempo, algunas palabras, una frase o dos, en un
pequeño magnetófono. Palabras sin interés; vestigios de un
tiempo en el que me aferraba desesperadamente a la palabra
para conservar un resto de dignidad;
Después de seis meses el médico mismo decidió poner tér
mino a este tratamiento. No se manifestaba ningún resultado
decisivo: era el mismo staíu quo ante, con el mismo pronósti
co que al principio. Hombre excelente, este médico recordaba
que yo le había hablado de mi proyecto de libro. Me aconsejó
interrumpir todo tratamiento y tratar de escribirlo. Concluyó
diciendo: "Uno nunca sabe...”
163
escasas semanas que me quedaban, rabiando con la idea de
que podría ser interrumpido, pero exaltado con la potencia 1
qué me procuraban mis reencuentros con la lengua y con la
música. Sentía la presión. Cayeron las primeras palabras de ■
Flete. Flac se habla. Lo único que hace.”, y todo lo demás se
precipitó. No teñía ningún plan preconcebido. Permanecía a 0
la escucha y “eso” cantaba. Y mientras más cantaba "eso”,
más fuerte y lleno de vida me sen lía.
En menos de cuatro meses, a razón primero de dos y luego
de cuatro a cinco horas por día, Flac se entregó a mí y yo a él,
en la rabia, la embriaguez y la angustia. Sobre todo en la ale
gría, sí, alcanzando un júbilo más intenso que el sentido en
ninguna otra experiencia vivida anteriormente:
Cüandó escribí las últimas frases de Flac: "He llegado al fi
nal, Nunca quise otra cosa que esta mañana. Imagino. Quiero
decir, no, nada. Adiós...”, tuve la íntima sensación de haberme
liberado de aquello que me había enfermado, Nunca me había
sentido tan vivo y tan feliz de estarlo. Dos años después, toda .1
¡|¡lg
vía estaba allí... Me forcé a vencer la repulsión que desde en í:
Igjg
tonces tuve a toda intrusión médica y mé sometí a una serie X:
¿Autobiografía?
e~·· ·~.~ .
la, desmenuzándola hasta las migajas para extraer de ella la
ú_r¡ic~:~íp.~r,~rid~~,~~ªPªP~~~~.··~º ·?tr~cº~ª·i~~,,i~r·
única singularidad cuando ella no es ya otra cosa que un mag
mairifoijne;ni•
informe, ni ssiquiéra
íqui~JJatin.gpit9; ;~1.pyrl.á~p.i;i . aJ.te11{q~~~·tJ;~§~s{~.
· :~~'~sii'i~.·~.~~i~~~:~~~t~·· ·.
ma un grito, apenas un aliento. Pues es én
el momento de vacilar entre descomposición y recomposición
cuando la lengua suena justa, cuando llega a ser verdadera
mente real. Esta especie de perforación en el flujo continuo de
las palabras sólo se alcanza por intermitencias y en instantes
de una ínfima brevedad. El colmo es qüe, para llegar hasta
allí, no existe otro medio que el de actuar como virtuoso de to
dos los artificios del léxico y dé la sintaxis -así como, p o r otra
parte, es necesario crear un torbellino de centenas, de milla
res, de notas y de frases musicales para hacer palpar un silen
cio celeste, por fin-Celeste,. _
El aspecto autobiográfico de mi relato, como quizás el de
cualquier relato literario, guarda tan sólo un vínculo muy la
xo con la veracidad histórica — si es que esta expresión tiene
algún sentido cuando se trata de la vida de un hombre, de una
vida en la cual los hechos son siempre hechos subjetivos y
efectos de discurso. Lq que se llama "autobiografía merece
ría, en realidad, el nombre de "heterobiografía”. Pues cierta
mente es la aparición de otro que uno mismo, de otro que uno
cree qué es sí mismo, que constituye la base de la literatura.
Otro sin duda más verdadero, seguramente más real que el
que uno ha sido o el que uno cree haber sido.
La escritura de una vida (grafía de un bios) cambia a ésta a
punto tal que no es exagerado decir que, cuando logra consis
tir en tanto qué escritura, abre la perspectiva de una vida nue
va. Lacan no era insensible a este fenómeno puesto que, en su
seminario Joyce Ib Sinthomc, declaró: La gente escribe sus re
cuerdos de la infancia y esto tiene consecuencias, pues es el
pasaje de una escritura a otra escritura” (seminario del 11 de
mayo de 1976), palabras que yo interpreto en el sentido de un
pasaje del "está ya escrito” al “es escritura por venir'. La par
te autobiográfica de una obra no es un reportaje en el cual el
" y o ” se tomaría como objeto. Es una exploración de lo desco-
nocido en el curso de la cual el narrador encuentra, a lo largo
del camino, una especie de doble que lo saca de él mismo y lo
prolonga más allá de él mismo. /
168
La cuestión de esta relación del narrador con el saber in
consciente merece no obstante ser llevada-más lejos, pues
cuando; como en el caso del relato que se termina de leer, el
autor del texto es él mismo psicoanalista y por lo tanto ha he
cho no sólo la experiencia de su propio análisis, sino que lo ha
continuado al permitir a otros que se sirvan de él para, a su
vez, llevarlo a cabo. ¿Puede suponerse que tal escritor es su -;
puesto saber lo que dice cuando escribe?
Tía de recordarse que, en dos de los textos principales que
consagró a la cuestión de la creación artística -Delirios y
sueños en .la Gradiva.de Jensen (1907) y Un recuerdo de infan
cia de Leonardo da Vinci (1910)-, Freud ha planteado aguda
mente el problema de la relación entre el saber del ártista y el
saber del psicoanalista.
En la Gradiva él se asombraba de encontrar en el escritor
un verdadero saber psicoanalítico a punto tal, escribía, que
“no encontraríamos nada cuestionable si él la hubiese titula
do ‘estudio psiquiátrico' en vez de 'fantasía'”. Y observaba
Freud que el novelista ha precedido siempre al hombre de
ciencia y, en particular, al psicoanalista. De todos modos, si ar
tista y psicoanalista comparten un mismo saber, el artista; por
su parte, prefiere nó saber lo que sabe; es algo que no le inte
resa e incluso le repugna. Esta constatación, que deja abierta
la cuestión de saber cómo explicar que el artista haga una
obra en lugar de reprimir como el neurótico común, lleva a
Freud hacia la noción de sublimación, noción que valdrá la
pena definir de modo satisfactorio.
Esta reflexión es continuada a lo largo del ensayo sobre
Leonardo da Vinci. En él Freud da su estructura definitiva a
la relación de desconocimiento que liga al artista con el saber.
Tras haber confirmado la idea de que el artista no sabe que sa
be, agrega Freud que es preferible que así sea. Si quiere hacer
obra, será mejor qué el artista nó quiera saber demasiado,
pues el saber constituye, de algún modo, un obstáculo a la
creación.
Leonardo ilustra esta tesis a la perfección, él, que estuvo, a
todo lo largo de su vida, desgarrado entre el anhelo de saber
y el anhelo de crear: “es como si el investigador hubiera, pri
mero reforzado el interés artístico para perjudicar después la
obra de arte” (Ü.C. , tomo 11, p. 64) ; “en un cuadro le intere
saba sobre todo un problema, y tras este problema veía aflo
rar otros innumerables, como se había habituado a hacerlo
en la investigación de la naturaleza, esa actividad infinita^
inacabable" (ibid., p. 72). La inhibición para la creación, que
acabó por. dominar en Leonardo hasta el. punto de anularla,
proviene pues de su sed de saber. A la inversa de Jensen, el
autor de Gradiva, en quien escribir se opone a que sepa lo que
hace, para Leonardo es la búsqueda del saber lo que acaba
por impedirle pintar. El de Leonardo es el caso de un fracaso
de la sublimación.
A la luz del estudio de la biografía dél artista y sobre todo
de un recuerdo de infancia relatado en sus escritos autobiográ
ficos (el famoso sueño del buitre), Freud propone explicar la
división subjetiva de Leonardo por el conflicto, insoluble para
él, entre el Otro materno (demasiado presente) y el Otro pater
no (demasiado ausente). Para Leonardo, nos dice, la obra en
cuentra su inspiración en la madre, más precisamente en el
enigmático goce de la madre, mientras que la investigación
científica tiene como fuente la carencia paterna. Se puede leer
esta oposición en los Cuadernos de Leonardo donde se en
cuentran, por una parte, dibujos del cuerpo humano que reve
lan una singular ignorancia de la anatomía del cuerpo feme
nino y, por otra parte, una teoría casi delirante que asimila el
esperma del hombre a la leche materna.
¿Debería yo, dejando a un lado toda modestia, tratar de ex
plicarme la dificultad de mi posición reconociendo una analo
gía entré mi caso y el de Leonardo? En un sentido, sí, en otro,
no. Es cierto que el saber que pude sacar de mi propio decur
so analítico así como de mi práctica constituye, desde un cier
to ángulo, un obstáculo a mi deseo de creación literaria. Y, no
obstante, puede también devenir, si no el motor, por lo menos
una estimulación no desdeñable. Si se me permite la audacia,
creo que es necesario matizar las especulaciones de Freud so
bre el mecanismo de la creación artística y prolongarlas con
algunas reflexiones fundadas tanto sobre mi trabajo dé lector
y de comentarista de los textos psicoanalíticos como sobre lo
que he creído poder deducir de mi experiencia en la creación
literaria.
E l agujero o rig in a l ■
171
centro de la problemática de la creación tanto cómo dé la n o
ción de sublimación? Freud reproduce aquí, diez años más
tarde, el desfallecimiento que le había impedido escuchar, en
el discurso: de Dora, la presencia inefable del cuerpo de la
señora K. y, más allá de éste y de lá representación de la .vir
gen ante la cual Dora queda extasiada, la prevalencia de la re
lación con la madre en el Edipo femenino y sus efectos de ho-
mosexualización.
En efecto, a través de lo que allí aparece como formaciones
del inconsciente (sueños, delirios y retomo de lo reprimido),
el relato de Jensén es el de la interrogación de un hombre so
bre la naturaleza del cuerpo femenino. Éste es evocado allí en
muchos momentos por la descripción de una postura corpo
ral extraña, por el encuentro de uña difícil hendidura, casi im
perceptible, por la cual aparece y desaparece Zoé, sosias de
Gradiva y, más aún, al fin del relato, por el enigma de un “ho
yuelo en la mejilla donde pasaba algo bastante ínfimo y difícil
de determinar”.
De modo tal que el saber que Freud descubre cómo com
partido entre el artista y el psicoanalista no es tanto saber so
bre lo reprimido y sobre los mecanismos de la represión como
pregunta por lo incognoscible del sexo femenino. Pero es ver
dad que, sobre este punto' la relación entre Freud y Jensen se
invierte: en su no saber, por su no saber, Jensen demuestra co
nocer más que Freud. Lo precede-, en efecto, tal como Freud lo
escribe, pero lo precede mucho más aún de lo que Freud sos
pecha. Pues tal escenificación de lo imposible de captar de la
femineidad se anticipa ño sólo al Freud de 1907, sino también
ai Freud de los años treinta que hablará, a propósito dé la fe
mineidad, ]del “continente negro'd
Lo que Jenseñ sabía, sin saber que lo sabía, pero haciéndo
lo actuar en la escritura, es que lo imposible de decir de la di
ferencia entredós sexos y de la femineidad es el lugar por ex
celencia de la invención y el primer mecanismo de creación
literaria. Esto imposible de decir es la causa de un agujero en
el saber, un agujeró que el artista se afana por mantener vacío.
Este agujero es también el motor de la investigación obsti
nada de Freud quien, curiosamente, se reencuentra a la vez en
una posición análoga a la que ha descrito en Leonardo. Pues,
al querer saber absolutamente, al querer saberlo todo, Freud
se priva -tal como lo probará la continuación de su obr a - de
descubrir lo que es imposible de saber, ¿Es un azar o es una
consecuencia del trabajo del inconsciente en Frene! mismo
que, al año siguiente de la escritura de este ensayó sobre L lá
Gracliva, producirá su famoso artículo sobre Las teorías sexua
les infantiles, artículo que demuestra que el sexo femenino
permanece por siempre ignorado para el inconsciente?
Parece imponerse la conclusión de que Freud mismo no sa
bía cuál era el objeto real dé su descubrimiento en el momen
to en que leía y comentaba el texto de la Gradiva. Y es por ello
por lo que, al escribir este posfacio con mi pluma de psicoa
nalista, nó puedo ocultar la incapacidad radical en la que me
encuentro para tomar la posición del lector y con más razón
del analista del texto de Flac que proviene, sí, de otra pluma.
La relación entre el saber del psicoanalista y ia invención
del artista es pues mucho más.compleja de lo que lo imagina
ba Freud entre 1907 y 1910. Por otra parte, el saber que se ad
quiere por la experiencia psicoanalítica rio es simplemente
un saber positivo en el cual se podría ubicar el conocimiento
de los procesos inconscientes y de los procedimientos de su
desciframiento. Si es cierto decir que el artista siempre nos
precede, es porque él nos enseña que nuestro saber psicoana-
lítico es también, y quizás antes que nada, un saber negativo.
Eso es lo esencial que habrán de compartir el psicoanalista y
el artista.
Al término del análisis sabemos una ciértá cantidad de co
sas, pero sobre todo sabemos lo que ignoramos y lo que igno
raremos para siempre. Esta ignorancia no es la señal de una
impotencia del psieoanalizante, del psicoanalista ni del psi
coanálisis. Testimonia, por el contrario, la potencia de esta ex
periencia en la medida, en que esta^Ue^a a discernir definitiva
mente un límite de lo Símbólido^ue pertenece al orden de lc<r> /
A
imposible: lo imposible de decir como caüsa de todo cuanto se-? K
dice, buscá decirse^ falta decir, se agota diciendo.r" 0A
La experiencia del inconsciente finalmente termina en una'
necesaria relatiyización de éste. Piies tal es la revelación últi
ma del psicoanálisis: él inconsciente mismo se estructura co
mo un saber ficticio del cual todas las construcciones se ele
van y se entrelazan en una red apretada, de una complejidad
infinita, en tom o de un vacío central, en torno de un punto
que se rehúsa absolutamente a toda inscripción y a todo sa
ber. El inconsciente es un “saber agujereado”, decía Lacan en
uno de sus últimos seminarios, agujereado como el lenguaje
mismo.
Este; agujero original, al que Freud se acercó antes que La-
can al hablar de Urverdrangung (represión originaria, designa
ción insatisfactoria puesto que aquí no hay precisamente na
da que reprimir), está en el fin del psicoanálisis y en el
comienzo de la: escritura. Meta de la palabra, manantial del
escrito. Es por ello por loque Lacan observa que Joyce no hu
biese ganado nada de haber seguido el análisis que una mece
nas quería ofrecerle puesto que Joyce “va directamente a lo
mejor que puede esperarse en el fin de un análisis” (“Liturate-
rre”, ; 1971). El punto de encuentro entre él psicoanalista y el
escritor no puede entonces definirse como el condominio de
un saber inconsciente que el primero habría adquirido a la
larga, al término de un paciente trabajo como psicpanalizan-
te, mientras que el segundo dispondría de él por el artificio
prestidigitatorio de una sublimación que le habría ahorrado la
represión. Este punto de encuentro es más bien el de la hian-
cia dél inconsciente, de lo imposible-de-decir y lo imposible-
de-escribir (Lacan definía lo imposible cómo lo que no cesa de
no escribirse).
176
por la crítica, sino más bien esos autores de novelas, de cuen
tos, de historias, que carecen de pretcnsiones pero que, por el
contrario, encuentran los más numerosos y los más empeño
sos lectores y lectoras”. En otros términos, se trata de los es
critores populares, esos que hoy se llaman, en ei contexto del
mercado del. libró, los best-sellers. Freud distingue de ellos a
los poetas épicos y trágicos y sus sucesores cuyas obras giran :
alrededor de temas procedentes de las tradiciones del folklore
y .de las leyendas. Mas, después de haber creado esta segunda
categoría, muestra de inmediato que en este segundo género
de .escritores la obra, también se conecta con la prolongación
del ensueño vigil puesto que los mitos de los que aquéllas se
inspiran no son, en el fondo, sino los restos deformados de los
fantasmas de naciones enteras, "los sueños seculares de la jo
ven humanidad”.
Sólo al pasar, y en una formulación casi alusiva, Freud evo
ca la posibilidad de que exista uri tercer género de escritores:
los escritores "excéntricos” a los cuales Consagra tres frases
(¡citando a Zola como un ejemplo!): Es evidente que en 1909
la mutación déla literatura moderna estaba apenas en ciernes
y se excusará de buena gana que Freud ignorase las obras que
aún no habían aparecido. No sabremos nunca ló que hubiera
pensado de escritores tales como Jóyce, Proust, Beckett o Wi~
lliam Burroughs, para citar apenas algunos nombres. Y su
pondremos que sólo tenía un conocimiento vago e indirecto
de Cervantes o de Rabelais. Pero no puedo refrenar mi asom
bro al no cruzar, en ningún momento de El poeta y su fanta
sía, la sombra del gran Shakespeare del que Freud, como sa
bemos, conocía muy bien la obra. ¿Consideraba Freud a
Shakespeare, tal como Wittgenstein lo hizo después de él, co
mo vLn.SprachschsÓpfer, un forjador de palabras, un creador
de lengua, más bien que como un poeta? Pero ¿qué es, des
pués de todo, un poeta?
Lo opuesto a la dictadura
· . ·[~~~~~~fG~~:i$1"~wsfüqsl·~iWí1#~rns~
diferían entre sí hasta el plinto de oponerse. Conviene aho
ra regresar sobre esta afirmación para matizarla puesto que,
aunque opuestas, estas dos experiencias están de todos modos
relacionadas.
Hay un hecho que se nos impone de inmediato. Si el psi
coanálisis quiere hacer hablar, la escritura busca hacer callar.
La condición de la escritura es la de forzar el silencio del rui
do acosador del discurso exterior y también el parloteo, igual
mente cansador, del discurso interior del sujeto. Si pudiese, el
escritor haría callar al lenguaje mismo; ése es el secreto del de
seo de matar y del deseo de muerte (las dos caras de un mismo
anhelo de acabar con lo que nos es dado e impuesto por el len
guaje) que habitan el movimiento mismo de la escritura. Escri
bir es, en primer lugar, querer matar, matar, no la vida, sino eso
que nos permite saber que estamos vivos y, por ello mismo, nos
coloniza y nos priva definitivamente de una parte de la vida pa
ra la cual no hay palabra sino, por ejemplo "el Eterno".
El escritor es pues, con seguridad, un hombre peligroso: es,
en ün cierto sentido, en todo caso en el sentido social, un enemi
go del pacto dé la palabra. Por lo tanto no es insensato perse
guirlo, censurarlo o querer excluirlo de la Ciudad, Su pacto, si es
que puedo expresarme de éste modo un tanto extremista, es el
pacto con el silenció. Pues es en el silencio donde encuentra su
inspiración y donde extrae la fuerza para reorganizar, para afi
lar su pluma, para forzar y violentar la lengua común.
Pero, ¿qué es el silencio? No es tan sólo la ausencia del len
guaje -cosa qué está definitivamente más allá de nuestro al-
~1i:111111isr111111tt~li~
con dibujar en la pizarra nudos borromeos y entrelazamientos
de toros ante un auditorio ¿ada vez más raquítico.
Para sus alumnos, al igual que para aquellos que buscan en
las formulaciones más recientes del-psicoanálisis un apoyo
para esclarecer otras disciplinas, los cuatro o cinco últimos
años del seminario de Lacan quedan como un enigma del cual
-~.~o.s··-~e.lsé1.rtip~r.io··.Fe.!D~f~C!~~~l~cpni?··t1nee.i~~f.~el'.cl.lal
n~(l~.~ ha
nadie p~ae77~~ra~~. desentrañado ?º\~ú1TeI: aún el~.:secreto. cret0; Un ·mh·•eenigma pigT~?ql1e que sólo s_ól()•_eell
· . · ·. · ·. ·. · ·• &~~;:J¿.·:~~r~~~~T~~n~~~ii~*~~eiw~~~~~&d80~~Br~if~~ respeto y el pudor nos impiden calificar de naufragio, aun
cuando Lacan mismo haya confesado de modo explícito su
.tr~c..~.s(! ff~C.~s?;f~.
fracaso. ¿No oá5élbar.~ies1. acabará este e fracaso por J)~frevelarse, r.eye1a.r.~~,·~~a11(1ol. cuando loo~a- ha
•.· ·•. · . · •· Tu~1¿~tii{á~~f3~rg~~1·: ~á{~*i9l~~~~?(tt*~·B;~~f~~ci~k1 yamos comprendido, más fecundo para el pensamiento que
un resultado exitoso? Quizás era por otra parte inevitable en
.. ·.. · . . ·.-la1~·· .wmedida ~~i(l~ .en ~?; que, ~l1ti como ?Pi?P Lacan If<l5~~ insistió ill.S~~~í?'. siempre ~i~~Rr.): aª}º lo }élr§?d~ largo de
.:.•. •. ·• · · • .•. ·. su enseñanza] eL íncóh~cíente sólo·· se' tevela verdad erarrtente· .
su enseñanza, el inconsciente sólo se revela verdaderamente
. '; · ·.·. • en é°A'Sea .'~~-:dimensión
su ~cual ífi)~~~\?~t(l~· de falla. ·7~!~:;;·T~. ··:>e•·· •· < se\• i"·< < >_··· ··· >.·· ·····•.·.·.·•· · · •· · .·•·••-·· ·.· >••.•.·.· ··.•·•.···•.•······
•. •·. •.· . . ·•.·• ·.<.§.~.~·~)f.~~.~~ft;.l~la opinión
tión, creo esencial destacar que los primeros indicios de éste
fuere pg~i?J.t que uno RM~ l1J.t2 S.sf?r:r~sobr~ forme sobre esta Ísta.. cues ét1es"
liiiiiiill4tllllli
fracasó aparecen en 1975-1976, en el momento en que Lacan
decide medirse con quien es sin duda el mayor escritor del si
glo veinte: James Joyce. La confrontación entre estos dos gi
\~~~~)~0 gantes, eri el curso del año del seminario sobre Joyce te Sint~
kome, es grandiosa y patética a la vez. Se revela allí, por vez
· · · pnrl'i~fél, un
primera, l!.rr4ttcél;15~si~apt~¡~ue
Lacan hesitante, qüe duda ~l1~él de d9síil"li~~2,i~S.9gl.lr()
sí mismo, inseguro
en sus formulaciones, un Lacan que se equivoca, comete erró-
res en sus esquemas y busca desesperadamente apoyo en al
gunos de sus oyentes. Es en el curso de este seminario cuan
ci···•.•.•_·········. •.·.······.•·.•...
·:.•.· •. < ··do:se<hundé.
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.. •.m.•
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.•.
"H1~1~!rlfit~~~lli!~~¡1!ié~i~,lf!!~!.
(abreviando: RSÍ que, en francés, suena igual que hérésie, he-
rejía) y, por este camino, de los lugares y de las funciones del
goce, del falo, del objeto a, del síntoma, etc. No es excesivo de
cir que este nudo era comparable a una nueva forma de la Tri
nidad. Lacan llegó a pronunciar en abril de 1975, en Roma, lu
~.~r·simbólico
gar •~ill1?qlic?1ipor pr••· ~x~~~fn. 1.ci~;• un
excelencia, . ·•ti~idiscurso .it~gn~~I40n~~f:§~~;
disc;Brso triunfal donde toda
. · . .sus~ reflexión
r~f1~x±ó11s()l)r;e 4uedahasub· sii01id~:·Jpor
it~ii~líiii~i~~ifii~j~~1~ri1f
psis:()aii~ilisí~' quedaba
sobre eletpsicoanálisis subsumidá ?9r la1~:
construcción de esta nueva escritura.
¡Ay! Esta soberbia invención se rompe cuando él interroga
la obra y la personalidad de Joyce. Lacan debe resolverse, mal
que le pese, a comprobar que Joyce constituye una objeción ·fJ~s'ji
.irremediable
irt~01edli{bl~··al •·ª}•nudo
~l1tl()• de ·ge••·tres.
t~~s·: Así _A.:sí·pues,
·~Bes;·ééste
st)··.~ses un ~·11.ífracaso:
Ta9ás?:•·•.ssu11.•.·
análisis de Joyce revela una falla en el anudamiento de los tres
redondeles dé lo real, lo simbólico y lo imaginario. Joyce fuer
za a Lacan a comprender que el síntoma no puede ser englo
bado en su nudo de tres, A partir de entonces el nudo borro-
meo resulta contrahecho: es un nudo fallido que sólo se
sostiene si se lo remienda agregándole un cuarto redondel. El
Ego de Joyce, su Ego de escritor (el que, de acuerdo con La-
can, servía a Joyce como protección contra una psicosis cuyo
origen residiría en las carencias radicales de su padre) fue lo
que obligó a Lacan a confesar su fracaso o, por lo menos, a en
contrar su límite. El encuentro entre estos dos titanes fue una
a.\féptl1g~}pó 8
aventura poco 9 frecuente
íresúe~~e··· ~y·.ttantoa#t()•• más Iliás a.pasi§~a~ts•·.2ua~toiql1e•·
. apasionante cuanto que
. . mostró
1T1?str?.· ~que
}1e.ees sj~starn~l1tesobr~Ia911esti9!ldelé).
justamente sobre la cuestión de es.claritura. ~l1e,·.· que
escritura
·1[t·y~~?y§-4t~··•rif~s .
la vanguardia más audaz ·a~<la*•·.•delderE~íS?ªrtalisí~?ºíit.eri1#?li~neo.
psicoanálisis contemporáneo >se· se
illlp?tenciá .• • •.
iifi~~¡i~~liti~llf~~i~~~~i +~¡;¡
tl1tro que
tuvo et.en:éf yy .fue
que·· ~detener •ftiecol1~ena.dr•
condenada.~· •asºnfesitl". confesar su su impotencia.
En los años que siguieron Lacan giraba en redondo. Él mis
mo lo confesó del modo más explícito pues muy pronto tomó
conciencia de su fracaso. Dijo que ya no encontraba, que bus
caba... Redoblando suobstinación pero también su oscuridad,
tocia.Y1a. . 7.??rfi19s 5
~? o~eo.7· que
Bl1dos borromeos 9-usset~~ 117~·· .• · . • ·. •·i
·i¡¡¡fiI~li~~~~Jtt~1i~{~¡5¡,~~~ . •!!~l1
esp~fful.~l)f. todavía sobre
especulaba los nudos se trans
formaron en “cadenas borromeas”, en trenzas, en toros anu
dados e invertidos.;, pero casi sin resultados satisfactorios.
Su seminario de 1977 está poblado de constataciones de
fracaso y de palabras de esperanza impotente. Lacan siente de 1
allí
~í en en .•.más
ni~~·•·.1laé)..~necesidad
~9e~iq~~···.ci.sde '~r~é).f
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IJilflfill;fllll+:v'
significante que no tendría, como lo real, ninguna clase de
sentido. Pero, ál mismo tiempo, hace notar que esta necesidad
define el corte irremediable que separa al psicoanalista del
poeta o, en todo caso, al psicoanálisis de la poesía: “¿Ser even
tualmente inspirado por algo que procede de la poesía para in
tervenir cómo psicoanalista? Es justo hacia allí hacia donde
deberían orientarse” (Seminario del 19 de abril de 1977). Pe
ro, apenas un mes más tarde, cierra la puerta así entreabierta
realizando ante su público esta confesión admirable y patéti
ca: "Sólo la poesía, les dije, puede permitir la interpretación.
Y es en eso que yo no alcanzo, con mi técnica, a lo que ella lle
ga, Yo no soy suficientemente poeta. No soy lo bastante poeta
{poéte-assez, dijo, creando un neologismo equívoco).
Más grave aún:; tras invocar una vez más la esperanza de un
significante nuevo que rompería la cadena de los significantes
recibidos* Lacan manifestó un pesimismo tan radical que de
jó el sentimiento de estar hundiendo, en dos frases* todo el
sentido que había conferido, después de los años sesenta, a la
práctica psicoanalítiea: "La enfermedad mental que es el in
consciente no se despierta. Lo que Freud ha enunciado, es lo
que quiero decir, es esto: no hay, en ningún caso, despertar”
(seminario del .17 dé mayo de 1977).. Antes de caer en él mu
tismo extraño de los años 1978 y 1979, alcanzó a lanzar esta
última expresión de un anhelo desesperado; "sería necesario
que el análisis, por una suposición, llegue a deshacer por la
palabra lo que ha sido hecho en la palabra” (15 de noviembre
de 1977). ..
Cifrar ó descifrar
La estatua de la letra . . .
20T
escritura singular que es la caligrafía japonesa. Basándose en
los caracteres (chinos, por lo demás) que forman las palabras
japonesas, la caligrafía los interpreta de modo tal que sólo los
letrados pueden leerlos. En otras palabras, este arte es tacha
dura de la letra misma y prueba de que la tachadura es la que
constituye a la letra como tal. Su clave procede de una tradi
ción que se remonta al monje Tse Tao, quien consagraba la ca
ligrafía al ideal del "trazo único del pincel'".
Las numerosas tachaduras que siguen a la primera, los
"arrepentimientos" o pentimentos del escritor, no son tan sólo
correcciones formales de léxico o de sintaxis. Recuérdense
aquí los manuscritos o las pruebas de imprenta de Proust o de
Joyce: cada página de ellos es una colección de tachaduras, a
punto tal que el texto se hace casi ilegible. La tachadura es
siempre, para el escritor, tachadura de una palabra que tiende
a reaparecer en el escrito: lo que el escritor tacha es lo tacha
do de su escritura, el momento en que ésta se hace endeble co
mo escritura y tiende a regresar al surco del habla.
Así, cubriendo sus páginas con sucesivas tachaduras, has
ta ennegrecerlas con rayas de tinta incluso en sus últimos re
covecos, el escritor busca desesperadamente reencontrar, por
la letra y en la letra, la virginidad primera de la página con
respecto al habla. Es este vacío, este zumbar vacio de upa
presencia anterior al trazo, el que indica la meta oscura, in
sensata, desmesurada de la escritura. Es de lamentar que los
“procesadores de textos" de las computadoras, inciten hoy al
escritor que los utiliza a eliminar, sin dejar huellas de su in
tervención, las palabras o los pasajes que corrige. Esta innor
vación que una mayoría considera, sin ninguna duda, como
un progreso, merece una reflexión que estimo de peso. Se ins
cribe, en efecto, en una corriente general contemporánea que
tiende a desvalorizar la memoria. La supresión de las tacha
duras que permiten los procesadores de textos es mucho más
que un borramiento o una represión: es lisa y llanamente una
censura, una censura de la que no queda archivo alguno. La
función misma de la tachadura cae así en el olvido ¿ Que esta
invención haya surgido en el siglo de la Shoah, del holocaus
to, abre una perspectiva horrorosa: ¿podría suceder que el
progreso de la civilización implique una forma de barbarie
cuyo progreso silencioso e invisible se nos escape? ¿Qué pue-
de ser una página de escritura sin la memoria de sus tacha
duras? Me lo pregunto. Apuesto a que la desaparición mate
rial de la tachadura tendrá repercusiones sobre la escritura
misma. ¿Cuál? Es demasiado pronto para decirlo y demasia
do tarde para temerlo.
Por el momento, y no creo cambiar de actitud en el futuro,
persisto en festejar, pluma en mano, la magia irremplazable
de la hoja en blanco y el estremecimiento sagrado que guía a
la tachadura. ¿Qué es la belleza en literatura? Es un dicho,
una forma del decir que fractura el infinito parloteo interior y
la ruidosa charla orgánica del discurso común. Un dicho que
acalla, al menos por un instante, el estruendo, y que nos anun
cia, como extraño a ese lenguaje al qué estamos uncidos, la
irrupción de una lengua que llega a ser Otra que ella misma.
Un dicho que se impone, como uña aparición que viene de la
nada y que regresa a la nada, que hace súbitamente palpable
el silencio del que procede y que trae, así como la Torah trae
el nombre del dios de Moisés, aquello que abre en nosotros,
lectores, el porvenir de una página virgen sobre la cual nada
más podría inscribirse. Incipit vita nova.
2 1 de septiembre de 1999
tipografía; Joaquín de la riva
im preso en publim ex, s.a.
calz. sa n lorenzo 279-32
col. estrella iz lapalapa
09850 méxico, d.f.
dos m il ejem plares y sobrantes
24 de febrero de 2000