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Capitulo I
La industrialización bajo el modelo liberal (1930-1943)
La Gran Depresión de 1923
A partir del afianzamiento de la Primera Revolución Industrial, y en especial desde
comienzos del siglo XIX, la economía mundial ha tenido un crecimiento que se ha visto
interrumpido por crisis que fueron superándose en gravedad.
La primer crisis industrial que abarcó a toda la economía de un país, se produjo en
Inglaterra en 1825. En 1836, una nueva crisis se inició allí y se extendió a los Estados
Unidos. La crisis de 1847-48 ya puede ser denominada mundial, debido a que abarcó a
los países antes mencionados y a varios europeos.
Una de las más profundas fue la de 1873. La vinculación de la industria con la
tecnología y la ciencia permitió aplicar numerosos descubrimientos a la producción y a
las comunicaciones. Estos avances requerían mayores inversiones de capital, dando
lugar a la fusión de sociedades y fabricas, al perfeccionamiento de la organización del
trabajo y al establecimiento de dos de mercado entre empresas de un mismo ramo.
De esa forma, la economía de libre competencia iba conduciendo naturalmente a la
aparición de los monopolios, trusts y cárteles.
Los capitales, en busca de mayores beneficios y con el fin de acaparar directamente las
materias primas, rebasaron las fronteras nacionales, dando comienzo a la carrera por el
reparto del mundo, que conduciría más tarde al estallido de la Primera Guerra Mundial
(1914-1918).
A finales del siglo XIX el capitalismo presentaba características distintas de las del
período anterior: se hacía monopolista e imperialista.
Los trabajadores, afectados por la repetición cíclica de las crisis económicas y
sometidos a penosas condiciones de trabajo, se organizaron creando sociedades de
ayuda mutua, cooperativas de consumo y los primeros sindicatos.
Pero la crisis que ha pasado a la historia como la Gran Depresión se desencadenó en los
Estados Unidos en octubre de 1929, se venía manifestando desde años anteriores en
otros países -en Inglaterra desde 1921- y si bien tuvo la misma esencia, ha sido la más
profunda del sistema capitalista, y se destacó por sobre todas las anteriores por “su
carácter mundial; su larga duración; su intensidad, es decir, la amplitud del retroceso de
la producción industrial o del PBI, sin equivalente en otras crisis del sistema; la enorme
contracción del comercio mundial; la espiral deflacionista; y la caída radical del empleo,
que afectó, en mayor o menor medida, a todos los países.”
Cuando en 1928 el multimillonario republicano Herbert Hoover ganó las elecciones
presidenciales norteamericanas, nada indicaba que la economía de los EE.UU. podía ser
sacudida por una crisis de la magnitud como la ocurrida un año después.
A la economía norteamericana le correspondió en el período 1925-29 el 48% de la
producción industrial mundial, consumió la novena parte de las materias primas del
planeta y produjo una cantidad de manufacturas equivalente a la de los países europeos
más desarrollados multiplicada por quince.
Pero ese crecimiento extraordinario de la producción no se correspondía con un
crecimiento equivalente de la demanda interna, lo cual creaba las premisas para una
crisis.
La insuficiente expansión de la demanda interna se debía principalmente a la desigual
distribución de los ingresos: En 1929, el 1 % de la población poseía el 59% de la
riqueza nacional, un 12% el 31% de la misma y el 87% restante sólo el 10%.
Como tantas veces ocurre en las economías de libre mercado durante las épocas de
prosperidad, al estancarse los salarios los beneficios de los empresarios aumentan de
manera desproporcionada, y el sector acomodado de la población fue el más favorecido.
El resultado fue la sobreproducción y la especulación. A su vez, éstas desencadenaron el
colapso.
Contagiado de la euforia de los sectores privilegiados y ante una tendencia a la
disminución del desempleo, la mayoría del pueblo norteamericano empezó a creer que,
como decían los pastores protestantes, vivía en la “tierra que Dios ha elegido para dar al
hombre la imagen del paraíso”.
La sorpresa sería grande para los trabajadores rurales y urbanos cuando toda la
economía norteamericana pasó de la opulencia a los harapos en menos de tres años.
La expansión de la economía norteamericana se basaba en gran medida en las fábricas
de automóviles, que en 1929 tenían 3.700.000 obreros y con- sumían el 15% del acero,
el 80% del caucho, y el 65% del vidrio producidos en el país, además de generar
demanda para otras industrias estratégicas como la de máquinas-herramientas y la
petrolífera. También se daban altos ni- veles de producción en el rubro textil, de la
construcción y de artículos para el hogar.
Pero la capacidad productiva estaba desde hacía años por encima de la demanda. Por
ello, desde 1926 se había generalizado la venta a crédito a corto plazo, bajo la fórmula
de Producción en masa + propaganda+ venta a créditos = prosperidad inmediata y
eterna”. Esto hizo aumentar el endeudamiento privado a cifras astronómicas.
La necesidad de dinero era mayor que nunca: con altos intereses, el mercado de valores
captaba el excedente de las grandes empresas y también el de millones de pequeños
ahorristas. El auge de la actividad financiera y comercial hizo crecer notablemente el
empleo en estos sectores.
La especulación determinó el rápido aumento de los precios de los terrenos urbanos.
Fueron los años de la construcción de los grandes rascacielos, como el Radio City- de
80 pisos, el Empire State Building de 102 pisos y el Chrysler de 77 pisos.
El movimiento de valores de la Bolsa de Nueva York estaba por encima de los cálculos
más optimistas sobre la demanda efectiva de la población. Si tomamos como base
l00para 1926, podemos comprobar que en 1929 los valores de la Bolsa de Nueva ‘York
habían subido a 216, en tanto que la ocupación sólo había aumentado a 102 , la carga
transportada por ferrocarriles a 108 y la venta al menudeo a 107.
Esa enorme desproporción entre la economía real y la economía financiera estalló el 29
de octubre de 1929, cuando la crisis de sobreproducción adoptó la forma de crisis
bursátil: en pocos días, millones de accionistas querían desprenderse de sus títulos, en
medio del pánico ante la caída del valor general de los mismos en un 36%.
Esta forma de manifestación de la crisis hizo que muchos economistas se orientasen
hacia una solución puramente monetaria.
Hacia 1 930 se comenzó a percibir que la crisis era de larga duración: caía la producción
de carbón, de hierro, de acero y de automóviles (de 5,4 millones de unidades en 1929 a
1,4 millones en 1932).
La desocupación crecía en forma paralela: de 1,4 millones de personas a principios de
1929 a 16,7 millones en 1932.
Los valores de las acciones siguieron bajando: si en 1929 cada acción tenía un valor
promedio de 365 dólares, en 1933 se había reducido a 67.
La crisis golpeó a los bancos: entre 1929 y 1933 quebraron más de 5.000 y el número
total disminuyó de 24.079 a 1.165. Esto originó el empobrecimiento’ de grandes
cantidades de pequeños y medianos ahorristas, y la desaparición de 136.000 pequeñas y
medianas empresas.
Los que más sufrieron los efectos de la crisis fueron los trabajadores. Los que pudieron
mantener su empleo vieron disminuir el salario real entre 1929 y 1933 en un 45%.
Como muchas familias obreras no podían pagar los alquileres fueron echados a la calle,
y apareció la versión norteamericana de las villas miseria, que recibieron el nombre
irónico de villas Hoover. Miles de personas vagaban por las calles de las principales
ciudades.
La crisis se manifestó en el campo con un enorme sobrante de producción que no
encontraba demanda, cuyo precio caía pese a los subsidios estatales. Para mantener altos
los precios, los granjeros recurrieron a la destrucción masiva. Entre 1930 y 1933 se
mataron 6,4 millones de cerdos, 1,3 millones de vacunos y 2,1 millones de corderos.
Se quemaron millones de toneladas de maíz y trigo, usadas en las locomotoras en lugar
del carbón. Mientras los trabajadores sufrían hambre, se eliminaban los alimentos para
mantener los precios a un nivel rentable. El capitalismo en crisis mostraba toda su
irracionalidad.
La gravedad de la crisis también se reflejó en el sector externo de la economía
estadounidense. Se produjo una brusca caída del saldo favorable del comercio exterior.
También cayó la exportación de capitales e incluso, algunas corporaciones comenzaron
a repatriar sus capitales invertidos en el exterior. Todo ello expandió la crisis al resto del
mundo.
La crisis norteamericana pronto se convirtió en mundial a causa de la interdependencia
económica, aunque se desarrolló en forma desigual. La producción descendió en
Francia al nivel de 1911, en Inglaterra al de 1897, en Alemania al de 1896 y en EE.UU.
al de 1905.
El descenso del comercio mundial hizo caer aún más los precios agropecuarios, por lo
que los países especializados en ese sector vieron reducidos sus ingresos y no podían
ubicar en el exterior su producción, lo que a su vez disminuía su capacidad de compra
en los países industrializados. Tal el caso de la Argentina, Australia y la India.
¿Qué había ocurrido? ¿Había una explicación teórica de las causas de la crisis? ¿Porqué
los economistas convencionales no podían diagnosticar el problema y menos hallar una
salida?
Conocer las características principales de las crisis económicas, sus causas y efectos,
resultan esenciales para entender la profundidad con que la “crisis del 30” -como se la
denominó popularmente- afectó a nuestro país, provocando el cambio del modelo
económico seguido desde la organización del Estado nacional en los años 1860-80, y el
surgimiento de nuevos actores sociales con las consiguientes repercusiones políticas.
30 28
25 22
20
16
15 Precio
10
5
0
1929 1930 1931 1932 1933
La elite
El gobierno del general Agustín P. Justo decidió entonces enviar a Londres una
delegación presidida por el vice-presidente Julio A. Roca (h), a los efectos de negociar
una salida.
El resultado fue la firma del Tratado Roca-Runciman en 1933, por medio del cual, la
Gran Bretaña le permitía a la Argentina enviar una cierta cuota de la mejor carne
enfriada (“chilled beef”) a Londres, libre de gravámenes, a cambio de condiciones
privilegiadas en la Argentina a los intereses ingleses.
Las vacilaciones y la sumisión, patentizada en el pacto, tuvieron graves consecuencias
en nuestro posterior desarrollo industrial.
Entre otras cosas, el abastecimiento monopólico de carbón inglés usado principalmente
para el funcionamiento de los ferrocarriles, que eran ingleses; la concesión del
monopolio del transporte en la ciudad de Buenos Aires, hundiendo la competencia de
los pequeños transportistas nacionales cuyos vehículos se expropiaron al efecto;
concesiones aduaneras que permitían el libre ingreso de mercaderías británicas en
perjuicio del fisco, de la industria nacional, y de productos industriales norteamericanos
que eran más baratos; el compromiso de la Argentina a destinar al pago de las
inversiones británicas la mayor parte de los ingresos provenientes de las exportaciones a
ese país; y el buen tratamiento a las inversiones provenientes de la isla, que significó
una política de nacionalización de inversiones inglesas deficitarias, pagándolas a precio
de oro y descapitalizando al país.
Los principales beneficiarios de este pacto, fueron los terratenientes invernadores, grupo
muy poderoso y con decisivo peso en el gobierno de entonces, organizados en la
Sociedad Rural Argentina, propietarios de las mejores tierras y pasturas de la pampa
húmeda donde se llevaba a los terneros para una estadía de engorde acelerado.
Este sector, que no corría los mayores riesgos de la cría del animal, se lo vendía luego a
los frigoríficos, pertenecientes a capitales ingleses, el otro sector beneficiario del pacto,
donde el novillo era procesado para su envío a Inglaterra.
Los perjudicados por el pacto fueron muchos. Los industriales nacionales, que perdían
la protección que podían tener ante la competencia inglesa. Los exportadores de EE.UU.
y de otros países industrializados, que quedaban raleados ante el acceso preferencial de
los británicos. Los productores de carnes de inferior calidad, los criadores y productores
ganaderos ubicados en tierras no demasiado buenas y algunos de la pampa húmeda, que
quedaban fuera del negocio.
La consecuencia fue que en la misma medida en que se acentuaba el control británico
sobre la economía nacional, perdía posiciones el capital norteamericano, en medio de
una verdadera guerra entre ambos intereses, cuyo terreno era, desde el siglo pasado toda
América Latina, y que ahora encontraba a la Argentina como el último bastión
importante del capital inglés, reflejo de su partida de posiciones al nivel mundial.
Durante 1933-38 la participación de los EE.UU. en las importaciones argentinas
descendió en 40% respecto de 1925-28, mientras que la participación británica aumentó
paralelamente.
Antes del Pacto, la economía argentina, en sus relaciones externas, formaba un
problemático triángulo con Gran Bretaña y los Estados Unidos. Nuestro país exportaba
fundamentalmente alimentos a la Gran Bretaña, que tenían difícil entrada en los Estados
Unidos porque ese país también los producía y creaba barreras proteccionistas, en parte
con argumentos sanitarios relativos a la fiebre aftosa.
En cambio, la mayor parte de los bienes manufacturados y semi-manufacturados eran
importados desde los Estados Unidos, porque eran más baratos. Por eso, con el Pacto
Roca-Runciman, Gran Bretaña trató de protegerse asegurándose que las divisas
obtenidas por la Argentina a través de las ventas a la isla fueran usadas para comprar sus
productos industriales.
Así la Argentina tenía permanentes déficit con los Estados Unidos y superávit con la
Gran Bretaña. Lo primero se compensaba con la entrada de capitales norteamericanos,
cuyo peso había ido creciendo significativamente sobre el total de nuestras
importaciones.
A partir del Pacto Roca-Runciman, y por más de dos décadas, las relaciones entre la
Argentina y los Estados Unidos no cesarían de deteriorarse, caracterizándose por
continuos y violentos roces diplomáticos.
Las expresiones políticas de estos conflictos no pudieron ocultar que la causa profunda
de las contradicciones entre los dos países estaba en la incompatibilidad de sus
economías. En efecto, a diferencia de Brasil, la producción argentina no podía
complementarse con la estadounidense, ocasionando un desequilibrio comercial sobre el
que sería muy difícil construir una relación estable y duradera.
La industrialización anterior
Durante la vigencia del modelo agroexportador, la Argentina no careció de industrias.
Lentamente, a partir de 1880 se dio un despertar de la actividad fabril, que encontraría
más fuerza con el devenir del presente siglo, creándose una cierta base industrial, pero
relativamente diversificada y escasamente integrada.
Debemos mencionar en primer lugar a los frigoríficos, con instalaciones de gran tamaño,
donde se procesaba la carne que se enviaba al exterior, y que irían evolucionando
técnicamente de acuerdo a las exigencias de la demanda inglesa. La mayoría pertenecía
a capitales de esa nacionalidad, y constituían un verdadero apéndice de la Argentina
pastoril, por lo que no entraban en competencia con la estructura económica existente.
Otro caso es el de algunas industrias regionales, que contaron desde sus inicios con
proteccionismo arancelario. Tal es el caso de la industria azucarera en Tucumán, y de la
industria vitivinícola de la región cuyana.
También se fueron incorporando otras actividades industriales de la rama alimenticia,
como fábricas de galletitas, bebidas, lácteos, etc., que con el transcurso de los años se
convirtieron en grandes establecimientos cuyas marcas han perdurado hasta no hace
mucho tiempo.
Fuera ya del rubro de la alimentación, y en terreno de la industria mecánica, tuvieron un
considerable desarrollo los grandes talleres ferroviarios, creados para atender las
necesidades de ese transporte, y que por esa razón se instalaron en varios puntos del
interior del país.
En todos estos casos, se estaba ante la presencia de grandes establecimientos, algunos
con varios miles de trabajadores. Pero esto no hacía de la Argentina un país
industrializado. En realidad las industrias que se desarrollaron durante la vigencia del
modelo agroexportador, no se extendieron más allá de la rama alimenticia y de otras
imprescindibles, que no competían por razones de costo y distancias con los grandes
centros industriales mundiales.
Estas industrias generaban trabajo, acumulaban capital, creaban ciertas
especializaciones laborales, pero no equivalían a una verdadera industrialización,
debido a que no se integraban entre sí, y no eran capaces de expandirse
espontáneamente.
Grupo Bemberg
En torno al tratado Roca-Runciman surgió una oligarquía terrateniente estructurada,
cuyo sector más importante lo constituyó el grupo Bemberg. El consorcio llego a
poseer las siguientes empresas: Brasserie Argentina Quilmes, S.A.(sede en París),
Cervecería Argentina Quilmes S.A.(sede en Bs.As.), Compañía de Tranvías de Bs.As.
y Quilmes S.A., Cervecería Palermo S.A., Cervecería Buenos Aires S.A., Cervecería
Schilard(Rosario), Bitz S.A., Cervecería del Norte S.A.(Tucumán), Cervecería Los
Andes(Mendoza), Compañía Argentina de Inmuebles S.A., Primera Materia Argentina
S.A., Crédito Industrial y Comercial Argentino S.A., Manufacturera Algodonera
Argentina S.A., Santa Rosa Estancias S.A.
Siderurgia
La inminencia de la guerra amenazó la posibilidad de abastecimiento de hierro desde el
exterior.
Dos empresarios metalúrgicos -Torcuato Di Tella, de SIAM, y Ernesto Tornquist, de
TAMET- propusieron al general Savio un plan de desarrollo de la industria básica del
acero.
1937 = Se inauguró la fábrica de Aceros Especiales de Valentín Alsina
1941 = Se organizó Fabricaciones Militares.
Se promovió los yacimientos de hierro de Jujuy.
Durante la guerra, el abastecimiento de hierro si hizo crítico, y ninguno de estos
emprendimientos alcanzó a resolver los problemas creados por el conflicto mundial.
1945 = Comenzó a producir Altos Hornos Zapla, iniciando el camino de la
independencia siderúrgica.
1946 = Se aprobó la ley de constitución de SOMISA.
El general Manuel Nicolás Savio, nacido en 1892, fue considerado como el padre de la
siderurgia argentina. Primer director y fundador de Fabricaciones Militares, consideró
de absoluta prioridad la producción de acero, el suministro a la industria nacional de
terminación de acero de alta calidad, la instalación de plantas de transformación y en
definitiva, la evolución y el crecimiento de la siderurgia nacional.
El mundo de posguerra
La derrota de las potencias nazi-fascistas del Eje (Alemania-Italia-Japón), marcó el fin
de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Pero en el grupo de potencias aliadas
vencedoras, el día después ponía de manifiesto situaciones muy distintas: mientras
Europa había quedado devastada, los EE.UU. no había sufrido en su territorio la
explosión de ninguna bomba.
Por otra parte, el ejército de la Unión Soviética había llegado hasta el centro de Europa,
e importantes movimientos anticolonialistas y revolucionarios se desarrollaban en Asia,
extendiendo la influencia del comunismo y formando luego un sistema de países que
llegaría a abarcar casi la mitad del planeta.
En resumen, el mundo era ahora claramente bipolar, dividido en dos sistemas sociales y
económicos enfrentados. Y además, se había modificado la correlación de fuerzas entre
los países del sistema capitalista, decayendo el papel de la Gran Bretaña y emergiendo
corno potencia hegemónica los EE.UU.
Para sostener esa hegemonía, los EE.UU. proyectaron un esquema institucional con
rasgos eminentemente liberales, que se concretaron con la creación del Fondo
Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM), y del Acuerdo general de
Aranceles y Comercio (GATT). Dentro del nuevo contexto de la “guerra fría”, se fueron
creando un conjunto de organismos regionales, de carácter político y militar, que con el
fin de contener al comunismo se complementaron con planes d colaboración económica,
como el Plan Marshall, destinado a favorecer la rápida recuperación de Europa
Occidental.
La primera etapa.
La política económica del peronismo significó una profundización en el proceso de
industrialización por sustitución de importaciones, mucho más creciente que la llevada a
cabo a partir de los años 30 por los gobiernos precedentes. Por primera vez había un
proyecto gubernamental que se pronunciaba claramente por la industrialización del país.
Si bien este proceso estaba en consonancia con el seguido en muchos países a partir de
la posguerra, la originalidad del peronismo consistió en que le agregó la
implementación de una política social sin precedentes en la historia argentina, qué
provocó una fuerte redistribución del ingreso favorable a los trabajadores; junto a la
reducción significativa de la dependencia que nuestro país tenía con el exterior.
Todo ello coincidía con la renovación del pensamiento económico y la difusión
incontenible del keynesianismo, que destacaba la importancia de la demanda efectiva y
del papel del Estado, con lo cual la política económica del peronismo se constituyó en la
expresión práctica más próxima a las nuevas ideas que enfrentaban a los postulados
liberales.
El proyecto económico tuvo su lógica en la protección de la industria nacional para
evitar el desempleo, y en una política distributiva del ingreso, que permitiera ampliar el
mercado interno de consumo como base de esa industria. El sentimiento nacionalista se
manifestaba en la propuesta de reducir la deuda externa, nacionalizar los servicios
públicos y sostener una política exterior independiente.
El capital extranjero que en 1913 equivalía al 50% del activo fijo total existente en el
país, cayó al 5% en 1955. Las remesas al exterior de utilidades e intereses declinaron
del 58% al 2% del valor de las exportaciones entre 1910-14 y 1955.
Por primera y única ves, la Argentina liquidó su deuda externa.
Desde el inicio el gobierno tuvo que elegir entre opciones:
1) La opción por la industria liviana frente a la pesada, estuvo determinada por el escaso
capital nacional y la necesidad de utilizar intensivamente la mano de obra.
2) La opción mercado internista también fue consecuencia de la presión de los EE.UU.,
el único proveedor de posguerra de insumos y maquinarias, que bloqueó entre 1941 y
1952 la venta a nuestro país de acero, equipos, armas, locomotoras, maquinarias y
combustibles. Fue un daño decisivo a la economía nacional, a los efectos de impedir el
surgimiento de una Argentina dotada de industria pesada, competidora de los EEUU.
En la elección de esta estrategia (industria liviana y mercado internista) se encuentran
las claves del crecimiento económico de la primera etapa de gobierno peronista, pero
precisamente en ella también se hallan las limitaciones que conducirían a su
agotamiento y a la necesidad de una reformulación en la segunda etapa.
La segunda etapa.
Es precisamente a partir de 1949 en que comienzan a manifestarse las primeras
dificultades económicas, cuya esencia sería común a todo el período de industrialización
por sustitución de importaciones, es decir, mucho más allá de los gobiernos peronistas:
consistía en que el auge industrial aumentaba las importaciones, principalmente de
combustibles y maquinarias, y éstas encontraban un límite en la escasez de divisas,
provocando un estancamiento del ciclo.
El estímulo al desarrollo industrial basado en los precios internacionales
favorables de los productos agrarios exportables y el aumento de los salarios, fue
condición primera e importante pero no suficiente para garantizar su continuidad. Se
hacía imprescindible ahora la renovación del equipamiento industrial que ya resultaba
envejecido, y ampliar las fuentes de energía.
Se había agotado la etapa inicial de la sustitución de importaciones “fácil”, y era
necesario parar a otra superior, al desarrollo de industrias pesadas o básicas, que
permitieran el autoabastecimiento de equipos industriales e in sumos. La escasez de
divisas, originadas en el rápido crecimiento de las importaciones por el auge industrial y
el estancamiento de las exportaciones agropecuarias, limitaba la adquisición de esos
equipos e insumos.
Se agregó un problema coyuntural: las graves sequías ocurridas en 1950, 195l y 1952.
Así, frente a la necesidad de divisas, se decidió volcar los esfuerzos en la producción
agropecuaria, para aumentar las exportaciones. Pero esto significaba subordinar el
desarrollo industrial al sector externo, y en particular a los bienes primarios exportables.
Daba la sensación que todavía perduraban las concepciones gestadas en la larga etapa
agroexportadora, que vinculaban estrechamente la suerte de la Argentina al campo y
más precisamente a una buena cosecha.
En términos políticos esta situación significaba que los propietarios de la tierra tenían en
sus manos, nuevamente, la posibilidad de presionar al gobierno.
Resulta llamativo que pese a la tajante oposición al peronismo desde sus mismos
orígenes llevada a cabo por los grandes propietarios de la tierra, el gobierno nunca
intentó modificar el régimen de tenencia, caracterizado por la existencia de grandes
latifundios.
Si bien en el programa electoral del peronismo planteaba la necesidad de realizar la
reforma agraria, luego de asumir el gobierno se consideró que un cambio en el régimen
de tenencia de la tierra provocaría una caída en la producción, reduciendo los saldos
exportables y elevando los precios de los alimentos, en momentos en que el país hacía
esfuerzos para equipar ha industria.
De esta forma el peronismo, como en su oportunidad había ocurrido con el
irigoyenismo, dejaba sin tocar la principal causa estructural del atraso del país, la mayor
fuente de la desigualdad social y del privilegio, y el origen de la dependencia: la gran
propiedad de la tierra.
Dice Rapoport: “El límite á la posibilidad de incrementar en superficie las tierras
productivas, la explotación extensiva y el bajo grado de utilización de maquinarias y
agroquímicos dificultaban el incremento de la producción y, por consiguiente, de las
exportaciones. Entre tanto, el crecimiento de la población y del poder adquisitivo de los
salarios habían aumentado la demanda interna y reducido los saldos exportables. . .”
Cabe señalar que tanto la explotación extensiva como el bajísimo nivel de inversión
constituyen, desde siempre, una de las características más onerosas del latifundio.
Erróneamente, el gobierno señaló como un grave problema al minifundio, sin percibir
que éste no es más que la consecuencia del latifundio.
Los límites que encontraba el proceso de industrialización, pese al vigoroso crecimiento
experimentado, manifestaban la esencia subdesarrollada de la Argentina, ya que la base
primaria, agroexportadora, marcaba el límite de la expansión industrial.
Ante la emergencia, el gobierno estableció en 1952 el Plan de Estabilización, que
contenía una serie de medidas destinadas a aumentar la productividad como condición
del incremento de las remuneraciones, fomentar el ahorro con la restricción del
consumo, estimular la producción agropecuaria para aumentar las exportaciones, y
fomentar la inversión extranjera.
El Plan comenzó rápidamente a alcanzar los objetivos fijados. El éxito debía,
fundamentalmente, al invariable apoyo que los trabajadores daban al gobierno nacional.
Pero rápidamente el éxito del plan, con la reactivación económica, incrementó el nivel
de las importaciones, exhibiendo el talón de Aquiles de la economía argentina.
Los inconvenientes obligaron a tomar medidas que implicaron un replanteo del proceso
de industrialización. Comenzó a visualizarse a las grandes empresas extranjeras que
quisieran hacer inversiones directas, como única forma de salir del círculo vicioso. Al
mismo tiempo, este Viraje encontraba obstáculos políticos y jurídicos ya que estaba en
contradicción con los Sentimientos populares nacionalistas asumidos por el gobierno
peronista en los primeros años, y con varios artículos de la nueva Constitución de 1949.
En 1953 el gobierno promulga la ley 14.122 de Inversiones Extranjeras. Con
minuciosidad se determinaban las condiciones y los sectores promovidos. Entre las
primeras se establecía que la remisión de utilidades al exterior sólo era posible a partir
del segundo año de radicación, y no podía superar el 8% del capital registrado. Recién a
partir del décimo año se permitía la repatriación de capitales, pero en cuotas anuales del
10 al 20%.
La misma posibilitó el ingreso al país de catorce empresas extranjeras, entre otras Fiat,
Kaiser y Mercedes Bénz del rubro automotores y tractores, y Siemens, Bayer, etc.
Una mención aparte merece el esfuerzo por el autoabastecimiento petrolero. A finales
de la Segunda Guerra Mundial, la empresa estatal YPF, luego de cumplir un importante
papel en un contexto de dificultades internacionales, se encontraba con la urgente
necesidad de modernizar las desgastadas maquinarias y equipos. Estados Unidos era el
principal proveedor de estos elementos, por lo que los cambios de animosidad de ese
país con el nuestro se reflejaron en la suerte de nuestro abastecimiento petrolero.
La relación creciente con empresas inglesas y norteamericanas llevó a un aumento de su
participación en el mercado argentino, que culminó en 1955 con la firma de un contrato
con la California Argentina de Petróleo S.A., subsidiaria de la Standard Oil de
California, por medio del cual se le otorgaba por un período de cuatro años prorrogables
la exploración y explotación de un área de 50.000 Kms2. en la provincia de Santa Cruz,
con importantes exenciones impositivas y el compromiso de una inversión de
13.500.000 dólares.
La empresa se obligaba a entregarle al Estado el 50% de sus utilidades, y le vendería a
YPF la producción al precio vigente en Texas.
Los diversos grupos opositores se aglutinaron para oponerse a este contrato,
argumentando que sus condiciones eran lesivas a la soberanía nacional. El general
Perón respondió: “ahora los que han vendido al país cuando estaban en el poder van a
decir que somos nosotros los vendidos y que ellos son los libertadores”. Siempre estuvo
la sospecha que detrás de las críticas estaba la influencia inglesa, preocupada por el
crecimiento de las inversiones norteamericanas.
El Segundo Plan Quinquenal, previsto para los años 1953-1957, proyectó medidas a
largo plazo destinadas a los problemas más estructurales. Toma por primera vez en
cuenta el tema del aumento de la productividad. Facilitó fondos para el equipamiento
tecnológico del campo, propició la llegada de inversiones extranjeras y el desarrollo de
la industria pesada y del sector energético. Pero no siempre quedaba claro de dónde
procederían los fondos a utilizar.
En lo inmediato, para superar la emergencia económica se tomaron varias medidas,
entre otras, el congelamiento de los salarios y la realización de grandes obras públicas y
de viviendas populares para evitar el desempleo. Pese a las dificultades, se hizo un
esfuerzo para mantener y ampliar las políticas sanitaria y educativa destinadas a los
sectores de menores recursos.
A pesar de la crisis, en las elecciones de 1953 el peronismo aumenta su ventaja, al llegar
al 63 % de los votos emitidos. Este hecho convence a la oposición de que la alternativa
electoral le resulta inviable, fortaleciéndose la opción golpista.
Quedaba claro que no eran factores económicos sino la agudización de las tensiones
políticas las que condujeron al derrocamiento del peronismo por medio de un golpe
militar. Así queda demostrado en la dirección de las feroces críticas a que fue sometido
durante la dictadura que le continuó.
A partir d 1953 se agudizó el enfrentamiento político entre el gobierno y sus partidarios;
la inmensa mayoría de la población, con la oposición. La escalada llevaría la situación a
un punto sin retorno. Años después, desde ambos bandos se manifestarían los
arrepentimientos, pero ya era demasiado tarde.
En un multitudinario acto en Plaza de Mayo realizado el 15 de abril de 1953, estallaron
varias bombas que dejaron 7 muertos y decenas de heridos. La ira popular se dirigió
hacia los edificios de quienes constituían la expresión de la oposición, quemando las
sedes del Jockey Club, de la Unión Cívica Radical y del Partido Socialista.
En el año 1954, las relaciones entre la iglesia católica y el gobierno peronista se
encontraba en las antípodas de las que habían tenido en los primeros años de gobierno.
El enfrentamiento tuvo elementos políticos e ideológicos.