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Gorosito, Eduardo Luís: “El proceso de industrialización por sustitución de

importaciones (1930-1976)” en La Odisea de la Economía Argentina, Buenos Aires,


ediciones de la Universidad – 2004, Cap. I, II, III.

Capitulo I
La industrialización bajo el modelo liberal (1930-1943)
La Gran Depresión de 1923
A partir del afianzamiento de la Primera Revolución Industrial, y en especial desde
comienzos del siglo XIX, la economía mundial ha tenido un crecimiento que se ha visto
interrumpido por crisis que fueron superándose en gravedad.
La primer crisis industrial que abarcó a toda la economía de un país, se produjo en
Inglaterra en 1825. En 1836, una nueva crisis se inició allí y se extendió a los Estados
Unidos. La crisis de 1847-48 ya puede ser denominada mundial, debido a que abarcó a
los países antes mencionados y a varios europeos.
Una de las más profundas fue la de 1873. La vinculación de la industria con la
tecnología y la ciencia permitió aplicar numerosos descubrimientos a la producción y a
las comunicaciones. Estos avances requerían mayores inversiones de capital, dando
lugar a la fusión de sociedades y fabricas, al perfeccionamiento de la organización del
trabajo y al establecimiento de dos de mercado entre empresas de un mismo ramo.
De esa forma, la economía de libre competencia iba conduciendo naturalmente a la
aparición de los monopolios, trusts y cárteles.
Los capitales, en busca de mayores beneficios y con el fin de acaparar directamente las
materias primas, rebasaron las fronteras nacionales, dando comienzo a la carrera por el
reparto del mundo, que conduciría más tarde al estallido de la Primera Guerra Mundial
(1914-1918).
A finales del siglo XIX el capitalismo presentaba características distintas de las del
período anterior: se hacía monopolista e imperialista.
Los trabajadores, afectados por la repetición cíclica de las crisis económicas y
sometidos a penosas condiciones de trabajo, se organizaron creando sociedades de
ayuda mutua, cooperativas de consumo y los primeros sindicatos.
Pero la crisis que ha pasado a la historia como la Gran Depresión se desencadenó en los
Estados Unidos en octubre de 1929, se venía manifestando desde años anteriores en
otros países -en Inglaterra desde 1921- y si bien tuvo la misma esencia, ha sido la más
profunda del sistema capitalista, y se destacó por sobre todas las anteriores por “su
carácter mundial; su larga duración; su intensidad, es decir, la amplitud del retroceso de
la producción industrial o del PBI, sin equivalente en otras crisis del sistema; la enorme
contracción del comercio mundial; la espiral deflacionista; y la caída radical del empleo,
que afectó, en mayor o menor medida, a todos los países.”
Cuando en 1928 el multimillonario republicano Herbert Hoover ganó las elecciones
presidenciales norteamericanas, nada indicaba que la economía de los EE.UU. podía ser
sacudida por una crisis de la magnitud como la ocurrida un año después.
A la economía norteamericana le correspondió en el período 1925-29 el 48% de la
producción industrial mundial, consumió la novena parte de las materias primas del
planeta y produjo una cantidad de manufacturas equivalente a la de los países europeos
más desarrollados multiplicada por quince.
Pero ese crecimiento extraordinario de la producción no se correspondía con un
crecimiento equivalente de la demanda interna, lo cual creaba las premisas para una
crisis.
La insuficiente expansión de la demanda interna se debía principalmente a la desigual
distribución de los ingresos: En 1929, el 1 % de la población poseía el 59% de la
riqueza nacional, un 12% el 31% de la misma y el 87% restante sólo el 10%.
Como tantas veces ocurre en las economías de libre mercado durante las épocas de
prosperidad, al estancarse los salarios los beneficios de los empresarios aumentan de
manera desproporcionada, y el sector acomodado de la población fue el más favorecido.
El resultado fue la sobreproducción y la especulación. A su vez, éstas desencadenaron el
colapso.
Contagiado de la euforia de los sectores privilegiados y ante una tendencia a la
disminución del desempleo, la mayoría del pueblo norteamericano empezó a creer que,
como decían los pastores protestantes, vivía en la “tierra que Dios ha elegido para dar al
hombre la imagen del paraíso”.
La sorpresa sería grande para los trabajadores rurales y urbanos cuando toda la
economía norteamericana pasó de la opulencia a los harapos en menos de tres años.
La expansión de la economía norteamericana se basaba en gran medida en las fábricas
de automóviles, que en 1929 tenían 3.700.000 obreros y con- sumían el 15% del acero,
el 80% del caucho, y el 65% del vidrio producidos en el país, además de generar
demanda para otras industrias estratégicas como la de máquinas-herramientas y la
petrolífera. También se daban altos ni- veles de producción en el rubro textil, de la
construcción y de artículos para el hogar.
Pero la capacidad productiva estaba desde hacía años por encima de la demanda. Por
ello, desde 1926 se había generalizado la venta a crédito a corto plazo, bajo la fórmula
de Producción en masa + propaganda+ venta a créditos = prosperidad inmediata y
eterna”. Esto hizo aumentar el endeudamiento privado a cifras astronómicas.
La necesidad de dinero era mayor que nunca: con altos intereses, el mercado de valores
captaba el excedente de las grandes empresas y también el de millones de pequeños
ahorristas. El auge de la actividad financiera y comercial hizo crecer notablemente el
empleo en estos sectores.
La especulación determinó el rápido aumento de los precios de los terrenos urbanos.
Fueron los años de la construcción de los grandes rascacielos, como el Radio City- de
80 pisos, el Empire State Building de 102 pisos y el Chrysler de 77 pisos.
El movimiento de valores de la Bolsa de Nueva York estaba por encima de los cálculos
más optimistas sobre la demanda efectiva de la población. Si tomamos como base
l00para 1926, podemos comprobar que en 1929 los valores de la Bolsa de Nueva ‘York
habían subido a 216, en tanto que la ocupación sólo había aumentado a 102 , la carga
transportada por ferrocarriles a 108 y la venta al menudeo a 107.
Esa enorme desproporción entre la economía real y la economía financiera estalló el 29
de octubre de 1929, cuando la crisis de sobreproducción adoptó la forma de crisis
bursátil: en pocos días, millones de accionistas querían desprenderse de sus títulos, en
medio del pánico ante la caída del valor general de los mismos en un 36%.
Esta forma de manifestación de la crisis hizo que muchos economistas se orientasen
hacia una solución puramente monetaria.
Hacia 1 930 se comenzó a percibir que la crisis era de larga duración: caía la producción
de carbón, de hierro, de acero y de automóviles (de 5,4 millones de unidades en 1929 a
1,4 millones en 1932).
La desocupación crecía en forma paralela: de 1,4 millones de personas a principios de
1929 a 16,7 millones en 1932.
Los valores de las acciones siguieron bajando: si en 1929 cada acción tenía un valor
promedio de 365 dólares, en 1933 se había reducido a 67.
La crisis golpeó a los bancos: entre 1929 y 1933 quebraron más de 5.000 y el número
total disminuyó de 24.079 a 1.165. Esto originó el empobrecimiento’ de grandes
cantidades de pequeños y medianos ahorristas, y la desaparición de 136.000 pequeñas y
medianas empresas.
Los que más sufrieron los efectos de la crisis fueron los trabajadores. Los que pudieron
mantener su empleo vieron disminuir el salario real entre 1929 y 1933 en un 45%.
Como muchas familias obreras no podían pagar los alquileres fueron echados a la calle,
y apareció la versión norteamericana de las villas miseria, que recibieron el nombre
irónico de villas Hoover. Miles de personas vagaban por las calles de las principales
ciudades.
La crisis se manifestó en el campo con un enorme sobrante de producción que no
encontraba demanda, cuyo precio caía pese a los subsidios estatales. Para mantener altos
los precios, los granjeros recurrieron a la destrucción masiva. Entre 1930 y 1933 se
mataron 6,4 millones de cerdos, 1,3 millones de vacunos y 2,1 millones de corderos.
Se quemaron millones de toneladas de maíz y trigo, usadas en las locomotoras en lugar
del carbón. Mientras los trabajadores sufrían hambre, se eliminaban los alimentos para
mantener los precios a un nivel rentable. El capitalismo en crisis mostraba toda su
irracionalidad.
La gravedad de la crisis también se reflejó en el sector externo de la economía
estadounidense. Se produjo una brusca caída del saldo favorable del comercio exterior.
También cayó la exportación de capitales e incluso, algunas corporaciones comenzaron
a repatriar sus capitales invertidos en el exterior. Todo ello expandió la crisis al resto del
mundo.
La crisis norteamericana pronto se convirtió en mundial a causa de la interdependencia
económica, aunque se desarrolló en forma desigual. La producción descendió en
Francia al nivel de 1911, en Inglaterra al de 1897, en Alemania al de 1896 y en EE.UU.
al de 1905.
El descenso del comercio mundial hizo caer aún más los precios agropecuarios, por lo
que los países especializados en ese sector vieron reducidos sus ingresos y no podían
ubicar en el exterior su producción, lo que a su vez disminuía su capacidad de compra
en los países industrializados. Tal el caso de la Argentina, Australia y la India.
¿Qué había ocurrido? ¿Había una explicación teórica de las causas de la crisis? ¿Porqué
los economistas convencionales no podían diagnosticar el problema y menos hallar una
salida?
Conocer las características principales de las crisis económicas, sus causas y efectos,
resultan esenciales para entender la profundidad con que la “crisis del 30” -como se la
denominó popularmente- afectó a nuestro país, provocando el cambio del modelo
económico seguido desde la organización del Estado nacional en los años 1860-80, y el
surgimiento de nuevos actores sociales con las consiguientes repercusiones políticas.

La esencia de las crisis económicas


Cuando se presenta una crisis económica, lo que inmediatamente salta a la vista es que
la mayoría de los vendedores no encuentran adquirentes que puedan comprar, a precios
remunerativos, todas las mercancías puestas en el mercado.
Por eso, la crisis aparece como una escasez de demanda, es decir, como la inexistencia
de una demanda suficiente para absorber toda la producción a precios que cubran, al
menos, los costos de producción.
Juan Bautista Say (1767-1832), economista clásico francés, afirmó que toda oferta crea
una demanda de igual cuantía monetaria: Quien vende mercancías recibe a cambio de
éstas una cantidad de dinero con la que no puede hacer otra cosa sino gastarla en la
adquisición de otras mercancías. Es decir, no se ofrece una mercancía si no es con el fin
de demandar otra mercancía, siendo así, la demanda y la oferta, dos momento de un
mismo acto económico, haciendo imposible el desequilibrio entre ambas.
Esta concepción, que pasaría a denominarse Ley de Say, niega la posibilidad de crisis
económica al negar la posibilidad de demanda insuficiente, y fue durante décadas
incorporada al conjunto de verdades indiscutibles por la teoría neoclásica.
La ciencia económica tardó mucho tiempo en descubrir dónde reside el error de Say. El
primero en criticarlo Carlos Marx - quien señaló que dicha ley pudo haber sido cierta en
sociedades anteriores a la capitalista, cuando las personas sólo requerían dinero para
gastarlo en la adquisición de otras mercancías. Pero en el sistema capitalista, el dinero
no sólo es intermediario de los intercambios, sino que sirve como capital. Es decir, el
empresario dispone del dinero obtenido en la venta de sus mercancías, para reconstituir
e incrementar su capital, pero esto sólo lo hará si puede razonablemente suponer que el
capital en el que convierte su dinero puede darle beneficio.
Siestas previsiones no son favorables, la conversión del dinero en mercancías no tiene
lugar, lo que implica una interrupción del circuito de ventas y compras que de allí tienda
a generalizarse hacia todo el sistema económico. Por ejemplo, si un empresario por
cualquier razón considera que su previsiones de rentabilidad no son favorables y por lo
tanto no gasta el dinero que ha recibido por la venta de sus mercancías, todos aquéllos
empresarios que producen las mercancías que éste habría tenido que adquirir, quedarán
con una parte de su producción sin vender, reducirán también ellos su demanda y
difundirán el efecto a otros empresarios. Y así sucesivamente.
Esa reducción de la demanda, afectaría el nivel de empleo: el desempleo iría en
aumento a medida que el anterior proceso tenga lugar, con la consiguiente caída de la
demanda de bienes de consumo por parte de los trabajadores, afectando también a otros
empresarios. Es una reacción en cadena.
Como se puede observar, equilibrio entre los bienes producidos y los utilizados necesita
de proporciones que nunca se establecen con precisión, ya que cada empresario tantea la
forma de obtener los mejores beneficios, evaluando el estado del mercado y decidiendo
de acuerdo a su estricto interés individual. De esta forma -torpe y socialmente costosa-
cada empresa decide qué y cuánto se ha de producir sin saber qué es lo que van a
elaborar las otras empresas del país o del extranjero, suponiendo cada una que el
mercado absorberá sus productos luego de elaborados.
Estas desproporciones, que dan lugar a situaciones de exceso y escasez; de ajustes y
reajustes; de subidas y caídas de precios; otorgan momentos de beneficios adicionales y
momentos de bancarrota, y constituyen el modo burdo, y ciego con que se imponen las
leyes del mercado.
¿Qué motivos pueden impulsar a un empresario a considerar favorables o no 1a
perspectivas de rentabilidad?
Una empresa que produce bienes de consumo hará sus previsiones de rentabilidad
(fundamentalmente si sus compradores son asalariados) observando la marcha futura del
nivel del empleo, directamente vinculado a la capacidad de consumo. En este caso, la
previsión no es muy difícil de hacer. Pero esa empresa es abastecida de bienes de
producción por otras empresas, que a su vez lo son por otras y otras más, en una larga
cadena. Así, la demanda de factores le producción por parte de estas empresas, en esa
larga sucesión antes mencionada, no está ligada a ningún elemento natural, y sólo
dependerá de lo que las demás empresas decidan hacer.
Como todo está en continuo movimiento y cambio, para una determinada empresa,
puede no estar de todo claro lo que las demás empresas de quienes depende harán en el
futuro, y por lo tanto no tendrá base suficiente para hacer previsiones fiables sobre la
rentabilidad de las inversiones que desea hacer. Podrá ocurrir entonces una caída de
estas inversiones, con la consiguiente reacción en cadena antes mencionada, al
encontrarse muchas empresas distantes del único elemento realmente estable a lo largo
del tiempo que el sistema posee: el consumo de los asalariados.
Los fenómenos antes mencionados, que se observan comúnmente en una rama, en un
mercado, en una región o en determinado país, dan lugar a crisis parciales del sistema
económico. Pero existen situaciones que subyacen en el sistema y que pueden provocar
la extensión de la crisis a todas las ramas de la economía y al mundo entero. Como eso
sucedió a partir de 1929 con una profundidad antes desconocida, es importante señalar
sus principales características.
Mencionamos antes que las crisis económicas comienzan a manifestarse cuando las
mercancías no encuentran salida, porque se han producido en cantidades mayores a la
capacidad de compra de la población.
Un fenómeno fácilmente observable hoy, es la combinación de dos elementos que
amplían a niveles nunca vistos, tanto la producción9 como la productividad.
Por un lado, la aplicación cada vez más rápida de nuevos adelantos técnicos y
científicos a la producción. Es decir, las empresas permanentemente y con mayor
rapidez emplean más y mejores maquinarias que elevan la producción y la
productividad de bienes. Esto requiere de enormes inversiones que no se realizan por
una simple aspiración a la modernización, sino por- que si desean seguir existiendo
como tales, se ven obligadas a hacerlo enfrentadas a una creciente competitividad.
Quien no lo hace se verá desplazada del mercado por otra que obtiene más y mejores
productos a un precio más bajo. Es una cuestión de vida o muerte.
Por otro lado, también fácilmente observable en la actualidad en el ámbito mundial, se
le agrega la creciente intensificación de la jornada laboral. Los asalariados trabajan cada
vez más horas, con mayores exigencias de producción y a un ritmo más intenso.
Ambos elementos combinados producen una verdadera explosión productiva en el
sistema, que no va acompañada con un aumento a igual ritmo del ingreso de los
asalariados, que constituyen por su número en cualquier sociedad moderna el grueso de
los consumidores. Esto también es “obligatorio” en el sistema, puesto que la motivación
de la producción es el beneficio, y éste se encuentra en relación inversa a la
participación de los salarios en el producto.
El resultado es una tendencia constante a que la sociedad capitalista debilite su propio
mercado.
Cuando el stock de mercancías “sobrantes” comienza a llenar los depósitos de las
empresas, los empresarios reducen la producción y con ello, comienzan a reducir el
personal empleado. Otra manifestación consiste en la caída de los precios ante la
abundancia de mercancías sin vender, lo que lleva a que las empresas más pequeñas y
medianas, con menor margen de maniobra frente a los costos de producción, no puedan
soportarla y quiebren. Estos dos elementos combinados profundizan el desempleo.
El desempleo de millones de trabajadores disminuye decisivamente la capacidad de
compra de los mismos, que son, como dijimos antes, la inmensa mayoría de los
consumidores, afectando por transmisión a gran número de pequeños productores de la
ciudad y del campo, al comercio y a las finanzas cuando s corta la cadena de pagos se
interrumpe el crédito. Las dificultades crecientes de las empresas más chicas comienzan
así a trasladarse a las más grandes.
A medida que la crisis se expande, los problemas llegan a las empresas que tienen
acciones que cotizan en la Bolsa de Valores. Cuando esto ocurre, cae la cotización de
sus acciones, y se difunde la bancarrota, con la quiebra de grandes empresas industriales,
comerciales y bancos.
En síntesis, el descenso tic los ingresos de los trabajadores y demás sectores populares,
causado por los bajos salarios y el desempleo creciente, baja abruptamente su capacidad
de consumo. Cuando el consumo de la sociedad disminuye, los empresarios, al no tener
probabilidades de ubicar la producción, retraen su inversión, comenzando un círculo
vicioso en el cual toda la economía cae en una profunda depresión.
Aparece así una situación sumamente paradójica: millones de personas son arrojadas a
la marginalidad y al hambre porque la economía ha producido “demasiado”. Esta
característica diferencia sustancialmente a las crisis contemporáneas con las crisis de
otras etapas de la historia de la humanidad. En la Antigüedad o en el Medioevo, las
hambrunas se extendían como consecuencia de grandes calamidades naturales, por los
efectos de guerras o epidemias, o simplemente por la insuficiencia de la producción, lo
que causaba escasez de productos. Bajo el sistema económico capitalista, las crisis se
producen por sobreproducción.
Pero al término sobreproducción debemos agregarle “relativa”, porque el problema no
consiste en que la mayoría de la población no desee adquirir los bienes “sobrantes, sino
que no tiene con qué adquirirlos, es decir, no posee los ingresos necesarios para
comprarlos y consumirlos. El “sobrante” sólo existe con respecto a la capacidad de
demanda, y no con respecto a las necesidades reales de la sociedad, siendo por lo tanto
una sobreproducción relativa.
La caída del consumo arrastra consigo a las importaciones que, como respuesta, provoca
similar descenso de las exportaciones. Debernos agregar además que, con el objetivo de
defender el nivel de empleo, los gobiernos toman medidas proteccionistas con respecto
a sus industrias, lo cual, combinado a lo anterior, provoca una disminución notable del
comercio internacional. Por ese motivo, los países que más vinculadas tienen sus
economías con el exterior, son los que reciben en forma más rápida y profunda los
efectos de la crisis.
El comercio internacional se convierte así, en el principal transmisor de un país a otro,
de los efectos de la crisis de sobreproducción relativa. Y este es otro motivo más para
acentuar la respuesta “proteccionista” de los gobiernos.

Las respuestas teóricas frente a la crisis


En los países desarrollados, hasta la Gran Depresión, la escuela económica neoclásica
constituía la ortodoxia teórica. Con la excepción de los economistas marxistas,
relegados del mundo académico, los demás confiaban en la continua expansión de la
economía mundial.
Pero la crisis internacional desatada a partir de 1929, cuyos efectos se profundizaron
hacia 1932-33 y cuyas consecuencias se hicieron sentir hasta después de la Segunda
Guerra Mundial, pusieron en crisis las “verdades indiscutibles de los neoclásicos, que
no reconocían la posibilidad de depresiones económicas generales, y que, consecuentes
con sus supuestos, aconsejaban esperar a que el mercado diera por sí sólo una solución
automática. Frente a una realidad económica y social cada vez más cruda comenzaba a
cuestionar políticamente al sistema capitalista, se oponían a toda posibilidad de
intervención gubernamental para paliar los efectos de la crisis.
Lentamente se iban creando las condiciones para una reformulación en el plano de la
teoría económica, que desconociera el principio neoclásico del “equilibrio general”.” En
la práctica, y por encima de los postulados teóricos neoclásicos, los gobiernos ya habían
comenzado a tomar iniciativas y participación creciente en la economía.
Una espiral cada vez más cerrada
Enero de 1929 a marzo de 1933: importaciones totales de 75 países
-valores en millones de dólares oro-

Durante la campaña electoral norteamericana en 1932, el después electo Presidente


Franklin D. Roosevelt expresaba:
“Hay una trágica ironía en nuestra actual situación económica. No hemos sido
arrastrados a nuestro estado presente por ninguna calamidad natural…por sequías
inundaciones o temblores de tierra, o por la destrucción de nuestra máquina productora
o nuestro poder humano. Tenernos una superabundancia de materias primas, de equipos
para manufacturar esos productos y transformarlos en las mercaderías que se requieren,
y transportes y facilidades comerciales para ponerlas al alcance de todos los que las
necesiten. Una gran parte de nuestra maquinaria y nuestros servicios permanecen
ociosos, mientras millones de hombres y mujeres corporalmente aptos e inteligentes,
sumidos en la más cruel necesidad, claman por una oportunidad de trabajo. Nuestra
aptitud para hacer funcionar el mecanismo económico que creamos ha sido desafiada.”
Como vemos, se advertía el signo del problema. Pero no sólo eso. Adelantándose a la
reformulación de la teoría económica por Keynes, en el mismo artículo decía:
“Nuestra preocupación básica no fue una insuficiencia de capital. Fue una insuficiente
distribución del poder adquisitivo, unido a una súper eficiente especulación en la
producción. Mientras los salarios subían en muchas de nuestras industrias, no subieron
en un todo proporcionalmente a la recompensa que obtenía el capital y, al mismo
tiempo, se permitía que el poder adquisitivo de otros grandes grupos de nuestra
población se contrajese. Acumulamos tal superabundancia de capital que nuestros
grandes banqueros luchaban unos con los otros, algunos empleando métodos discutibles,
en sus esfuerzos para movilizar ese capital en nuestro país o en el extranjero.
Creo que estamos es vísperas de un cambio fundamental en nuestro pensamiento
económico. Creo que en el futuro vamos a preocuparnos menos del productor y más del
consumidor. Hagamos lo que hiciéramos para inyectar salud en nuestro enfermizo orden
económico, no podemos hacerlo soportar mucho más, a menos que podamos lograr una
prudente y más equitativa distribución de la renta nacional.”
En 1933, ya como presidente de los Estados Unidos, Roosevelt forma un equipo de
economistas reformistas, de donde surgirá lo que luego se denominó “Estado de
Bienestar”, que será la creación más perdurable de esa administración, plasmada en el
New Deal o Nuevo Acuerdo.
Éste programa económico implementó un fuerte respaldo económico estatal a la
inversión, facilitando el crédito a las empresas privadas y realizando grandes obras
públicas para incrementar el empleo, aumentando así la capacidad de la demanda. Se
estableció, también, un salario mínimo para los trabajadores, se creó un sistema de
seguridad social y se estableció el derecho a la negociación colectiva para los sindicatos.
Pero en realidad, el origen del “Estado de Bienestar” lo podemos encontrar en la
Alemania del canciller Bismarck, en la década del 80 del siglo XIX. Entonces, el miedo
que generó en los sectores gobernantes la militancia revolucionaria de los trabajadores,
los obligó a impulsar desde el Estado un conjunto de medidas que mitigaban algunos
problemas sociales.
Incluso en la liberal Gran Bretaña del ministro de Hacienda Llóyd George, en 1911,
ante la creciente protesta social, se adoptaron los seguros sociales y otras transferencias,
pese a la lógica resistencia de la Cámara de los Lores.
También en Estados Unidos, la ley de Seguridad Social de Roosevelt fue atacada por los
más conservadores como “socializante” y enemiga de la libre empresa. Toda medida
social implicaba una distribución del ingreso no realizada por el mercado, a la que los
neoclásicos se oponían firmemente.
Es de destacar que el presidente Roosevelt, en un mensaje al Congreso de su país en
1938, señaló que las causas de la crisis obedecían a la “sobre-especulación y a la
sobreproducción (. . .) millones de personas estaban trabajando, pero los productos que
fabricaban excedían el poder de compra de sus bolsillos (. . .) bajo la inexorable ley de
la oferta y la demanda, la oferta superó de tal modo a la demanda que podía pagarla, que
la producción debió detenerse”.
Es importante señalar, sin embargo, que el New Deal si bien contuvo la recesión, no
logró la reactivación económica. Sólo hacia 1937, cuando se inició el rearme previendo
la guerra, recobró la economía norteamericana el vigor que la había caracterizado
durante el decenio anterior.
En 1936 aparece “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, el principal
trabajo de John Maynard Keynes (1883-1946), donde critica la Ley de Say que no
contempla el comportamiento de la economía en época de crisis. Ante la evidencia del
desempleo masivo en todo el mundo a partir de 1930, también critica el criterio
neoclásico de la “desocupación voluntaria”, que expresa que los trabajadores prefieren
el ocio antes que un nivel de salarios bajos. Keynes planteó que la desocupación es
involuntaria, ya que está relacionada al nivel de la demanda agregada y ésta no depende
de la voluntad de los trabajadores.
Keynes desarticuló el “dejar hacer” adoptado por los neoclásicos, y se basó en una
concepción positiva del papel del Estado en la economía, concibiendo que en épocas de
crisis, es decir, de insuficiencia de demanda, debía brindar incentivos mediante la
realización de obras públicas e inversiones que dieran empleo y aumentaran
consiguientemente el consumo y la demanda de bienes, generando un efecto
multiplicador.
En la concepción keynesiana, el Estado también brinda confianza en el futuro a la
inversión privada, por medio de la regulación en el largo plazo. La orientación estatal
del crédito y de las tasas de interés fue vista a partir de Keynes como un activador sobre
los problemas prioritarios, principalmente el nivel de empleo.
A su vez,’para financiar el papel del Estado como activo agente económico, impulSÓ el
cobro de impuestos directos (sobre las ganancias, la riqueza, las herencias, etc.),
disminuyendo los impuestos indirectos (sobre el consumo, las ventas, etc.), para
aumentar la capacidad de compra de los sectores mayoritarios.
El “Estado de Bienestar” se generalizó en los países industrializados, su onda también
incluyó al nuestro, y se convirtió en parte integrante del capitalismo moderno, pese a
haber sido concebido como una salida a corto plazo frente a la crisis desatada.
Observamos así dos posturas frente a La crisis del sistema capitalista.
Por un lado Carlos Marx, que partiendo críticamente de los maestros clásicos, analizó la
esencia de la crisis del sistema capitalista, llegando a la conclusión de la necesidad de su
inevitable reemplazo, aunque sin fijar fechas. Su planteo fue revolucionario en el plano
de la teoría y de la práctica.
Por el otro, John M. Keynes, que desbarató la concepción económica neoclásica de ‘la
cual partió, a tal punto que muchos denominan su aporte teórico como revolución
keynesiana’, pero su efecto político y social fue en esencia preservador, ya que brindó
en su momento una salida salvadora al sistema capitalista.
Keynes comprendió que estaba en crisis el viejo capitalismo liberal y que se debía pasar
necesariamente, por la presencia de los monopolios, a una economía capitalista regulada
por el Estado. El capitalismo privado no desaparecía en la teoría de Keynes, pero debía
estar subordinado al del capitalismo monopolista de Estado.
El capitalismo monopolista de Estado y no la revolución socialista fue el gran heredero
de la crisis de 1929.

La crisis del modelo agroexportador en la Argentina


La Revolución de Mayo rompió los vínculos con el poder colonial español, pero no
significó la inmediata formación de un Estado nacional en la Argentina.
A partir de 1810, en la guerra de independencia le sigue un largo período de guerras
civiles, que expresan la imposibilidad de imponer un proyecto político y económico que
integrase a las diversas regiones, ya sea desde Buenos Aires o desde el interior del país.
La batalla de Pavón en 1861, donde Bartolomé Mitre al mando de las fuerzas porteñas
se impone a Urquiza que se encontraba al frente de las fuerzas de la Confederación
Argentina, señala el comienzo del proceso de formación y consolidación del Estado
nacional.
A partir de 1860, la conjunción de varios elementos contribuirá a la formación de un
Estado nacional:
a) La finalización del período de guerras civiles, con el triunfo militar de una de las
facciones.
b) La aplicación de diversos mecanismos de penetración y control del gobierno nacional
sobre las provincias.
c) La demanda externa creciente de productos agropecuarios locales.
d) Los adelantos tecnológicos como el telégrafo y el ferrocarril que vincularon las
diversas regiones.
e) La concertación de intereses entre los sectores dominantes de Buenos Aires y de las
provincias, que es el punto de partida para la creación de una clase nacional.
f) La emisión de símbolos que refuerzan el sentimiento de pertenencia.
Este proceso de reducción a la unidad, sent6 la base material, política e ideológica
necesaria para la formación de un espacio económico integrado, es decir, un mercado
nacional, en función de un proyecto de inserción internacional: el modelo
agroexportador.
Esa nueva clase nacional se asentó sobre la propiedad terrateniente, la actividad
ganadera, la estrecha vinculación económica con Europa y principalmente la Gran
Bretaña, y la ideología del “progreso indefinido” y del librecambio.
Este proceso nacional coincide históricamente en el plano mundial, con la culminación
de la primera revolución industrial, que catapulta a la Gran Bretaña como la potencia
hegemónica mundial, y que origina una clara división internacional del trabajo. Ésta, se
pone de manifiesto en el comercio internacional que tiene un auge sin precedentes en la
historia por su volumen, diversidad y amplitud geográfica.
En efecto, las relaciones entre los países muestran un flujo de exportaciones de materias
primas y alimentos desde las áreas periféricas a los países originarios de la revolución
industrial, y un flujo de exportaciones de productos manufacturados y de capital de los
países industrializados hacia las regiones que se iban incorporando a la economía
internacional.
Es en ese contexto es que nuestro país es incorporado al orden mundial, en la periferia
capitalista, por la clase nacional hegemónica, dueña de las tierras donde se producirán
los alimentos requeridos por la Gran Bretaña y organizadora del estado nacional según
sus intereses económicos y políticos.
Esto significó para la Argentina tener la función de exportador de alimentos y materias
primas de origen agropecuario, actividad cela que se obtenían las divisas con las que se
importaban prácticamente todos los bienes manufacturados que requería la sociedad.
Esta es la esencia del modelo agroexportador.
Entre los años de vigencia del modelo mencionado (1860-l930), las exportaciones
constituyeron el elemento dinámico más importante del crecimiento económico del país.
Pero los aspectos cuantitativos d crecimiento ocultaban otros de carácter cualitativo que
habrían de aflorar.
En el aspecto interno, en los años de la década de l920, al culminar la ocupación total
dentro de la frontera pampeana, finaliza el proceso de crecimiento de la producción
agropecuaria mediante la incorporación de nuevas tierras. Ello significó que a partir de
entonces el aumento de la producción exportable pasara a depender deL aumento del
rendimiento por hectárea, sólo posible a través de la inversión en la mecanización y el
cambio tecnológico.
Por otra parte, hacia 1930 el país había logrado un aumento de la población y de su
economía que implicaba una demanda interna amplia y diversificada, que la estructura
productiva y el precario desarrollo industrial de la época no alcanzaba a satisfacer,
mostrando las limitaciones del modelo agroexportador y exigiendo pasar a otra etapa,
donde el agente dinámico fuera la industria. El crecimiento de la población, por otra
parte, al impulsar el consumo interno, disminuyó el saldo exportable.
En el aspecto externo, perdía dinamismo la demanda de alimentos y productos
agropecuarios, y ello se reflejaba en una sostenida caída de los precios de los mismos
frente al aumento de los precios de los productos manufacturados, ocasionando
problemas en los términos del intercambio.
Pero los elementos que señalaban las crecientes limitaciones del modelo fueron
eclipsados por los efectos de la crisis internacional del 30, que como se indicó
anteriormente habría de diferenciarse de otras por su profundidad y duración.
La contracción de la producción, y con ello, de los ingresos y del nivel de empleo en los
países desarrollados provocó la disminución de sus importaciones, derivando en un
debilitamiento del comercio internacional. Al derrumbe de los precios de los bienes
primarios se sumó el cierre de la mayoría de los mercados y de la posibilidad de obtener
créditos externos, que era el mecanismo tradicional con que se cubría la escasez de
divisas.
Las exportaciones locales entre 1928 y 1932 cayeron a la mitad, y la capacidad de
importar se redujo aún más al crecer el porcentaje de divisas que se destinaban al pago
de los servicios financieros, que del 20% de las exportaciones pasó al 33% en el mismo
período.
Ante la caída del comercio exterior, se debilitó fuertemente el ingreso de las arcas
públicas, que dependían en lo fundamental del cobro arancelario aduanero, obligando a
implementar impuestos internos para solventar el presupuesto.
Quedó así al desnudó la dependencia de nuestro país con la Gran Bretaña, nuestro
principal comprador de productos primarios (llegó a adquirir el 99% de la carne
enfriada argentina), nuestro principal vendedor de manufacturas, y también el principal
inversor extranjero.
Cuando ese país, ante la crisis, comienza a adoptar medidas proteccionistas y privilegia
su relación económica con sus colonias miembros de la Comunidad Británica de
Naciones, se quiebra el tradicional sistema de vinculación internacional de la economía
argentina.

El golpe del 30 y la “Década Infame”


Las derivaciones políticas de la crisis del modelo agroexportador, se expresaron en el
golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, con el que es destituido el presidente
constitucional Hipólito Yrigoyen.
Si bien los gobiernos radicales surgidos a partir de 1916 nunca cuestionaron el tipo de
inserción económica internacional del país, en opinión de la cite económica se hacía
necesario un gobierno desligado de compromisos electorales con las masas populares,
“fuerte” y capaz de contener, mediante la represión, las protestas de los trabajadores.
El “cuartetazo” de 1930 constituyó una verdadera restauración conservadora, y el inicio
de una etapa caracterizada por el fraude electoral, la corrupción y la represión, que
pasaría a la historia con la denominación de “década infame”.
Los primeros gobiernos del período 1930-1943, en consonancia con los criterios
neoclásicos dominantes, tuvieron la esperanza que la crisis internacional tuviera poca
duración y se superase “naturalmente”, es decir, con más liberalismo.
Esta creencia en que la crisis era pasajera, impulsó a la dirigencia a tomar medidas
“provisorias”. Cuando la situación se tomó insostenible las medidas de mayor alcance
resultaron tardías.

Precios mensuales del ganado vendido en las estancias 1929-1933


-Centavos/Kilo-
34
35 33

30 28

25 22

20
16
15 Precio

10
5
0
1929 1930 1931 1932 1933

Por otra parte, se seguía confiando en la ilimitada potencialidad de la pampa a la que se


creía atado el destino nacional.
Cuando percibieron que el problema iba para largo, sólo atinaron a atar al país aún más
al viejo esquema agroexportador, sometiéndolo hasta límites increíbles a los intereses
de la Gran Bretaña, que por entonces ya era una potencia que estaba en franca
decadencia. Así, nos atábamos más aún a quien ya no era líder industrial y no tenía el
dinamismo de otras épocas.
La crisis mundial condujo a los países centrales a tornar medidas cada vez más
proteccionistas. La Gran Bretaña decidió erigir una barrera arancelaria contra las
importaciones que no provinieses de sus colonias, y reunió a los componentes del
imperio británico en la conferencia de Otawa en 1932, privilegiando las relaciones
económicas dentro del imperio.
Esta barrera implicaba que la carne argentina, entre otros productos primarios, ya no
podría competir con la que llegaba a Inglaterra desde Australia o Nueva Zelanda. La
consecuencia directa en nuestro país fue el desplome del precio local de la carne,
amenazando los abultados ingresos durante décadas de los ganaderos argentinos.

La elite
El gobierno del general Agustín P. Justo decidió entonces enviar a Londres una
delegación presidida por el vice-presidente Julio A. Roca (h), a los efectos de negociar
una salida.
El resultado fue la firma del Tratado Roca-Runciman en 1933, por medio del cual, la
Gran Bretaña le permitía a la Argentina enviar una cierta cuota de la mejor carne
enfriada (“chilled beef”) a Londres, libre de gravámenes, a cambio de condiciones
privilegiadas en la Argentina a los intereses ingleses.
Las vacilaciones y la sumisión, patentizada en el pacto, tuvieron graves consecuencias
en nuestro posterior desarrollo industrial.
Entre otras cosas, el abastecimiento monopólico de carbón inglés usado principalmente
para el funcionamiento de los ferrocarriles, que eran ingleses; la concesión del
monopolio del transporte en la ciudad de Buenos Aires, hundiendo la competencia de
los pequeños transportistas nacionales cuyos vehículos se expropiaron al efecto;
concesiones aduaneras que permitían el libre ingreso de mercaderías británicas en
perjuicio del fisco, de la industria nacional, y de productos industriales norteamericanos
que eran más baratos; el compromiso de la Argentina a destinar al pago de las
inversiones británicas la mayor parte de los ingresos provenientes de las exportaciones a
ese país; y el buen tratamiento a las inversiones provenientes de la isla, que significó
una política de nacionalización de inversiones inglesas deficitarias, pagándolas a precio
de oro y descapitalizando al país.
Los principales beneficiarios de este pacto, fueron los terratenientes invernadores, grupo
muy poderoso y con decisivo peso en el gobierno de entonces, organizados en la
Sociedad Rural Argentina, propietarios de las mejores tierras y pasturas de la pampa
húmeda donde se llevaba a los terneros para una estadía de engorde acelerado.
Este sector, que no corría los mayores riesgos de la cría del animal, se lo vendía luego a
los frigoríficos, pertenecientes a capitales ingleses, el otro sector beneficiario del pacto,
donde el novillo era procesado para su envío a Inglaterra.
Los perjudicados por el pacto fueron muchos. Los industriales nacionales, que perdían
la protección que podían tener ante la competencia inglesa. Los exportadores de EE.UU.
y de otros países industrializados, que quedaban raleados ante el acceso preferencial de
los británicos. Los productores de carnes de inferior calidad, los criadores y productores
ganaderos ubicados en tierras no demasiado buenas y algunos de la pampa húmeda, que
quedaban fuera del negocio.
La consecuencia fue que en la misma medida en que se acentuaba el control británico
sobre la economía nacional, perdía posiciones el capital norteamericano, en medio de
una verdadera guerra entre ambos intereses, cuyo terreno era, desde el siglo pasado toda
América Latina, y que ahora encontraba a la Argentina como el último bastión
importante del capital inglés, reflejo de su partida de posiciones al nivel mundial.
Durante 1933-38 la participación de los EE.UU. en las importaciones argentinas
descendió en 40% respecto de 1925-28, mientras que la participación británica aumentó
paralelamente.
Antes del Pacto, la economía argentina, en sus relaciones externas, formaba un
problemático triángulo con Gran Bretaña y los Estados Unidos. Nuestro país exportaba
fundamentalmente alimentos a la Gran Bretaña, que tenían difícil entrada en los Estados
Unidos porque ese país también los producía y creaba barreras proteccionistas, en parte
con argumentos sanitarios relativos a la fiebre aftosa.
En cambio, la mayor parte de los bienes manufacturados y semi-manufacturados eran
importados desde los Estados Unidos, porque eran más baratos. Por eso, con el Pacto
Roca-Runciman, Gran Bretaña trató de protegerse asegurándose que las divisas
obtenidas por la Argentina a través de las ventas a la isla fueran usadas para comprar sus
productos industriales.
Así la Argentina tenía permanentes déficit con los Estados Unidos y superávit con la
Gran Bretaña. Lo primero se compensaba con la entrada de capitales norteamericanos,
cuyo peso había ido creciendo significativamente sobre el total de nuestras
importaciones.
A partir del Pacto Roca-Runciman, y por más de dos décadas, las relaciones entre la
Argentina y los Estados Unidos no cesarían de deteriorarse, caracterizándose por
continuos y violentos roces diplomáticos.
Las expresiones políticas de estos conflictos no pudieron ocultar que la causa profunda
de las contradicciones entre los dos países estaba en la incompatibilidad de sus
economías. En efecto, a diferencia de Brasil, la producción argentina no podía
complementarse con la estadounidense, ocasionando un desequilibrio comercial sobre el
que sería muy difícil construir una relación estable y duradera.

La industrialización anterior
Durante la vigencia del modelo agroexportador, la Argentina no careció de industrias.
Lentamente, a partir de 1880 se dio un despertar de la actividad fabril, que encontraría
más fuerza con el devenir del presente siglo, creándose una cierta base industrial, pero
relativamente diversificada y escasamente integrada.
Debemos mencionar en primer lugar a los frigoríficos, con instalaciones de gran tamaño,
donde se procesaba la carne que se enviaba al exterior, y que irían evolucionando
técnicamente de acuerdo a las exigencias de la demanda inglesa. La mayoría pertenecía
a capitales de esa nacionalidad, y constituían un verdadero apéndice de la Argentina
pastoril, por lo que no entraban en competencia con la estructura económica existente.
Otro caso es el de algunas industrias regionales, que contaron desde sus inicios con
proteccionismo arancelario. Tal es el caso de la industria azucarera en Tucumán, y de la
industria vitivinícola de la región cuyana.
También se fueron incorporando otras actividades industriales de la rama alimenticia,
como fábricas de galletitas, bebidas, lácteos, etc., que con el transcurso de los años se
convirtieron en grandes establecimientos cuyas marcas han perdurado hasta no hace
mucho tiempo.
Fuera ya del rubro de la alimentación, y en terreno de la industria mecánica, tuvieron un
considerable desarrollo los grandes talleres ferroviarios, creados para atender las
necesidades de ese transporte, y que por esa razón se instalaron en varios puntos del
interior del país.
En todos estos casos, se estaba ante la presencia de grandes establecimientos, algunos
con varios miles de trabajadores. Pero esto no hacía de la Argentina un país
industrializado. En realidad las industrias que se desarrollaron durante la vigencia del
modelo agroexportador, no se extendieron más allá de la rama alimenticia y de otras
imprescindibles, que no competían por razones de costo y distancias con los grandes
centros industriales mundiales.
Estas industrias generaban trabajo, acumulaban capital, creaban ciertas
especializaciones laborales, pero no equivalían a una verdadera industrialización,
debido a que no se integraban entre sí, y no eran capaces de expandirse
espontáneamente.

Política Económica durante la crisis mundial de 1930


El comercio internacional cae violentamente a partir de 1929. En 1933 el valor del
comercio era apenas el 45% del alcanzado en 1925. La recuperación no se produjo en
el transcurso de la década de 1930, hacia 1938, pese al repunte del nivel de actividad de
los centros industriales, el volumen físico del comercio mundial era el 11% inferior al
de 1929.
El Reino Unido conservaba para si la porción más significativa del comercio mundial.
Por entonces, Inglaterra tendió en la Conferencia de Ottawa de 1931, a solucionar la
crisis, estructurando un sistema autárquico, férreo, cerrado, de acuerdo con las grandes
burguesías de sus colonias y de todo el Imperio. Este pacto incidió en las relaciones
británicas con la Argentina. La firma del célebre pacto Roca-Runciman estipulo una
garantía de compra a la Argentina de una cantidad fija de carne en centenares de miles
de toneladas. Por otra parte, la Argentina se comprometía a garantizar que más del 50%
de la manufactura británica no pagara derechos de entrada al país.

Detalles del pacto Roca-Runciman


-Las carnes se fijaban con cuotas arancelarias. Los
frigoríficos nacionales recibían un pequeño porcentaje de
ellos, y la mayor parte, más del 80% beneficiaba a los
extranjeros.
-En el articulo 6° establecía “mantener libre de derechos al
carbón y todas las otras mercancías que actualmente se
importan a la Argentina libres de derechos.”

Grupo Bemberg
En torno al tratado Roca-Runciman surgió una oligarquía terrateniente estructurada,
cuyo sector más importante lo constituyó el grupo Bemberg. El consorcio llego a
poseer las siguientes empresas: Brasserie Argentina Quilmes, S.A.(sede en París),
Cervecería Argentina Quilmes S.A.(sede en Bs.As.), Compañía de Tranvías de Bs.As.
y Quilmes S.A., Cervecería Palermo S.A., Cervecería Buenos Aires S.A., Cervecería
Schilard(Rosario), Bitz S.A., Cervecería del Norte S.A.(Tucumán), Cervecería Los
Andes(Mendoza), Compañía Argentina de Inmuebles S.A., Primera Materia Argentina
S.A., Crédito Industrial y Comercial Argentino S.A., Manufacturera Algodonera
Argentina S.A., Santa Rosa Estancias S.A.

Y a excepción de los talleres ferroviarios y de las industrias regionales, se concentraban


fundamentalmente en la ciudad de Buenos Aires. En general, no estaban fuera del
modelo agroexportador, sino que lo complementaban plenamente.
Esta complementación queda manifestada en la comunidad de intereses y de políticas
que se impulsan desde instituciones como la Sociedad Rural Argentina y la Unión
Industrial Argentina.

Las medidas frente a la crisis.


Pero el impacto de la crisis del 30, seguido sin solución de continuidad por la Segunda
Guerra Mundial, deprimió el comercio internacional hasta el inicio de los años 50,
obligando a tornar decisiones fuera de los principios económicos liberales, precisamente
por gobiernos que representaban políticamente a la dite, librecambista desde la
independencia.
Estas decisiones y medidas, no tenían el objetivo de beneficiar al sector industrial, sino
más bien, defender de la crisis al sector agropecuario.
Pareciera paradójico, pero mientras se aceptaban las imposiciones del capital inglés con
el pacto Roca-Runciman, se iniciaba una política de “nacionalismo económico”. La
contradicción es aparente, ya que está motivada por una única causa: asegurar las rentas
y ganancias de la dite en la nueva etapa económica mundial.
Al mismo tiempo que los ganaderos bonaerenses impulsaban la aceptación de las
imposiciones inglesas, advertían la necesidad de fortalecer el mercado interno para
independizarse, en alguna medida, del mercado mundial en crisis. Paulatinamente se iba
pasando de un crecimiento económico basado en el mercado externo, a otro asentado en
el mercado interno.
A los primeros pasos espontáneos, le fueron siguiendo un conjunto de medidas
gubernamentales regulatorias de las actividades económicas, sumamente alejadas de la
ortodoxia liberal anti-dirigista. Lo razón era la defensa de los mismos intereses.
Así aparecieron creadas por decretos o leyes, a partir de 1931, juntas, comisiones,
direcciones nacionales, comités, consejos, etc., que fueron variando su carácter
provisorio por el de permanentes en la medida que se iba visualizando que la crisis se
instalaba mundialmente por mucho tiempo.
El ministro de hacienda del general Agustín P. Justo, Dr. Federico Pinedo, fue uno de
los mayores gestores de estas instituciones reguladoras, que tenían por finalidad
asesorar al gobierno respecto de precios, promover medidas relativas a la adopción de
modernas tecnologías, proponer normas sobre tipificación de productos, etc. En todas
ellas, primaba el concepto de regulación de la producción de bienes y servicios, en sus
relaciones con la de- manda interna y externa.
Esta política se compatibilizaba con los condicionamientos surgidos del pacto Roca-
Runciman y con el nuevo reordenamiento del mercado internacional. Así, el Estado
brindaba instituciones que como elementos de mediación permitían la articulación de
los intereses de grupos financieros internacionales y nacionales y los de los productores
y propietarios de servicios. Rara vez estaban representados los consumidores y los
trabajadores.
En consecuencia, el Estado había creado una superestructura conformada por
instituciones intermedias, que con criterio sectorial articulaba y defendía los intereses
mencionados.
Se incorporaron medidas más profundas como el control de cambios, las limitaciones de
las importaciones, el aumento de los aranceles aduaneros, sucesivas devaluaciones y el
control de divisas. Pero aún no había un plan industrial integral.
Estas medidas otorgaron privilegios a los grandes grupos económicos y a las
inversiones inglesas, en lugar de atender los requerimientos a largo plazo de la
economía nacional.
La respuesta de estos intereses ante la crisis mundial y la consiguiente caída del
comercio internacional y de la demanda interna, fue tratar de maximizar sus beneficios,
llevándose la mayor cantidad posible de ganancias y reduciendo al mínimo las
inversiones. Es decir, un verdadero vaciamiento y fuga de capitales, que dejó como
consecuencia el envejecimiento técnico y la des- capitalización de actividades como
ferrocarriles, frigoríficos, ingenios, etc.
Reflejo de esa época, y como muestra de la corrupción e impunidad oficial, fue el
desenlace trágico que tuvo la investigación del comercio de la carne realizada por el
senador Lisandro de la Torre, en 1935, con el asesinato de su correligionario y también
senador por Santa Fe, Enzo Bordabehere.

La Segunda Guerra Mundial y el Plan Pinedo.


Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los problemas económicos
argentinos se agravaron, al debilitarse aún más el comercio internacional. La caída de
las exportaciones tradicionales profundizó la crisis agraria, acelerando la migración
desde el campo a las ciudades, y aumentando en éstas, principalmente Buenos Aires,
una creciente masa de desocupados.
La notoria disminución de las divisas provenientes de las ventas al exterior, obligó a una
drástica reducción de las importaciones, apareciendo una enorme demanda insatisfecha
de bienes manufacturados. Además, la disminución de los enormes ingresos con que se
había beneficiado durante décadas la dite terrateniente, la obligó a pensar en actividades
alternativas.
De esta manera la crisis internacional había ido creando los elementos necesarios para la
expansión industrial: oferta de mano de obra disponible, un mercado insatisfecho y
existencia de capitales excedentes.
Desde 1932 se observa cómo la caída de las importaciones de bienes manufacturados,
comienza a ser reemplazada por la manufactura local. El censo que para conocer la
realidad industrial se realizó en 1935 refleja ese cambio. El sector más dinámico fue el
textil, pero también aparecen rubros nuevos como el papel, los lácteos, y algunas
máquinas y electrodomésticos.
Se iban creando condiciones para que también la actividad primaria con derivación
industrial, apareciera en nuevas regiones, disminuyendo el peso hegemónico de la
pampa húmeda, con el té, la yerba mate, el arroz, el algodón y las frutas.
Las posibilidades de expansión que tenía la producción local, eran tan grandes como
habían sido las importaciones anteriores.
Pero las exigencias del momento económico estaban por encima de todo esfuerzo
individual y se hacía necesaria la dirección y coordinación por parte del Estado.
Precisamente en dos rubros muy importantes como el siderúrgico y el petrolero, el
avance era posibilitado por la acción estatal a través de dos grandes empresas:
Fabricaciones Militares (FM), donde actuara el general Manuel Savio, con una Fábrica
Militar de Aceros en el gran Buenos Aires y un Alto Horno en Zapla (Jujuy); y
Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), donde se destacara la acción de los generales
Enrique Mosconi y Alonso Baldrich, defensores de la producción estatal de
combustibles frente a las empresas Standard Oil de Estados Unidos y Shell, holando-
inglesa.
En 1940, el ministro de Hacienda, Dr. Federico Pinedo elabora un proyecto que
contenía instrumentos keynesianos, y que pasaría a ser denominado Plan Pinedo, ‘cuyo
objetivo era estimular la industria, sobre todo la que transformaba materias primas
nacionales, con el otorgamiento de créditos baratos a largo plazo, y la construcción de
viviendas populares para impulsar la demanda y el empleo en la industria de la
construcción.
Para ello se necesitaba una protección aduanera muy alta, condición muy difícil de
aceptar por un gobierno influenciado por exportadores agropecuarios tradicionalmente
librecambistas, que desde la Sociedad Rural impulsaban la consigna de “comprar a
quien nos compra”, oponiéndose a las industrias que pudieran afectar sus exportaciones.
La realización del plan, que ha sido calificado por algunos autores como un “New
Deal”‘argentino, y por otros como el primer proyecto industrialista del país, requería de
un consenso político muy difícil de obtener en la Argentina de 1940.
Las medidas previstas favorables a la industrialización, que fueron apoyadas por los
empresarios industriales de la UIA, generaron resquemores en la Sociedad Rural
Argentina, y gran oposición en los ganaderos criadores agrupados en la CARBAP.
El acercamiento a los EE.UU. procurando su apoyo crediticio y el aumento del vínculo
comercial, deseado por los sectores industriales y financieros, fue rechazado por los
ganaderos tradicionales en la medida que debilitaba el papel d la Gran Bretaña en
nuestro país.
Si bien el plan tenía contenido industrialista, Pinedo se encargó de aclarar que no
buscaba una industrialización total del país, sino el desarrollo de las “industrias sanas”,
consumidoras de materias primas locales, sin la intención de estimular a las “industrias
artificiales” que necesitaban insumos escasos o inexistentes en el país.
En realidad, “la industrialización propuesta era, entonces, un ‘aggiornamento’
sofisticado de los intereses agropecuarios”... “pero el proyecto no contemplaba avanzar
mucho mis allá, es decir, no pretendía transformar a la Argentina en una potencia
industrial con alto grado de integración horizontal y vertical del aparato productivo.”
Esta limitación, incorporada en la ideología de los industrialistas de la época, sería una
traba al crecimiento industrial del país, que perduraría durante muchísimo tiempo.
El plan necesitaba por otra parte, de un amplio apoyo político, que se traducía en un
ineludible acercamiento a los radicales. Éstos exigían el fin del fraude electoral, que era
precisamente el mecanismo sobre el cual se asentaba el régimen.
Por lo tanto, el plan ni siquiera logra el apoyo de la oposición radical, con mayoría en la
Cámara de Diputados, pese a la orientación conservadora acuñada por Marcelo T. de
Alvear a partir de la muerte de Hipólito Yrigoyen.
En resumen, el Plan de Reactivación Económica de 1940, o Plan Pinedo, fue
seguramente la expresión temprana más sistemática de un grupo de funcionarios que, a
pesar de su pertenencia o vínculo ala oligarquía terrateniente, había comenzado a
comprender que el modelo agro exportador estaba agotado, y que el mercado interno era
una nueva fuente de demanda y mano de obra para los productos tradicionales
transformados por medio de la industria.
Resultaba evidente que aún faltaban ciertas condiciones para encarar un proyecto
industrialista con amplio consenso. El plan no es aprobado, motivo por el cual el
ministro Federico Pinedo presenta su renuncia.

Los avatares de la industria


Entre 1939 y 1946 la producción industrial se incrementó el 45%, una cifra muy
importante, pero sin que mejorara el equipamiento. Alrededor de 1941, el aporte
industrial al PBI había superado al registrado por la actividad agropecuaria.

Incidencia del sector industrial en el PBI


1936 = 14.8%
1944 = 23.1%
671 Sociedades Anónimas controlaban 2.300 establecimientos que producían el 50% de
la producción total

Siderurgia
La inminencia de la guerra amenazó la posibilidad de abastecimiento de hierro desde el
exterior.
Dos empresarios metalúrgicos -Torcuato Di Tella, de SIAM, y Ernesto Tornquist, de
TAMET- propusieron al general Savio un plan de desarrollo de la industria básica del
acero.
1937 = Se inauguró la fábrica de Aceros Especiales de Valentín Alsina
1941 = Se organizó Fabricaciones Militares.
Se promovió los yacimientos de hierro de Jujuy.
Durante la guerra, el abastecimiento de hierro si hizo crítico, y ninguno de estos
emprendimientos alcanzó a resolver los problemas creados por el conflicto mundial.
1945 = Comenzó a producir Altos Hornos Zapla, iniciando el camino de la
independencia siderúrgica.
1946 = Se aprobó la ley de constitución de SOMISA.

El general Manuel Nicolás Savio, nacido en 1892, fue considerado como el padre de la
siderurgia argentina. Primer director y fundador de Fabricaciones Militares, consideró
de absoluta prioridad la producción de acero, el suministro a la industria nacional de
terminación de acero de alta calidad, la instalación de plantas de transformación y en
definitiva, la evolución y el crecimiento de la siderurgia nacional.

Ramas de la producción con mayor cantidad de personal ocupado (1935)


N° de Establecimientos N° de Operarios
Frigoríficos 21 23.000
Panaderías 5.000 23.000
Planta de Hilados 148 24.000
Talleres de Ferrocarril 69 18.000
Elaboración de Hierro 150 10.000

Incidencia del capital extranjero


Hacia 1937 se computaba un centenar de industrias de capital extranjero, de las cuales
la mitad era de origen estadounidense.
Computando los frigoríficos y las usinas eléctricas, resultaba que los capitales
extranjeros sumaban en 1936 arriba de 2.000 millones de pesos, o sea la mitad del
capital total de la industria argentina

Año Empresas que arribaron al país


Philips (Holandesa)
1935
Osram (Alemana)
1936 Eveready (EEUU)
1937 Ducilo (EEUU)
CAPÍTULO 2
La industrialización durante el modelo nacional (1943-1955)
La nueva realidad social.
Hacia fines de la década del 30, era notoria una marcada diferenciación en la actividad
industrial:
a) Una gran concentración de la producción industrial en pocos establecimientos que
emplean a más de la mitad de la mano de obra ocupada, y que pertenecen a capitales
extranjeros o se encuentran vinculadas al mismo, estando su producción principalmente
volcada al mercado externo. Hacia 939, el 1,4% del total de los establecimientos
industriales generaba el 57,2% del valor de la producción.
b) El resto de la actividad industrial dispersada en pequeños establecimientos, con una
escasa incidencia en el total de la producción, que se va desarrollando en rubros nuevos,
como el textil y el metalúrgico, y sobre la base de la inversión de ahorros urbanos
provenientes de los sectores me- dios, muchos de ellos de origen inmigrante. Es decir,
capitales nacionales que producen principalmente para el mercado interno.
En 1939, el 82% de los establecimientos, generaban el 10,7% de la producción y el
22,8% del empleo.
Estos últimos, a pesar de su rápido crecimiento, comprueban las carencias de peso
económico y político, y visualizan como única alternativa de imponer su proyecto
industrialista la concertación de una alianza con un sector del Estado.
A su vez, el desarrollo industrial en el país implicó un crecimiento numérico
considerable de la clase obrera, muchos de ellos recién llegados del interior expulsados
por la crisis agraria, y que encuentran empleo en los pequeños establecimientos que van
surgiendo. Sin experiencia en la actividad sindical y política, y carentes de derechos
reconocidos sólo a los sindicatos tradicionales, pugnaban por un espacio bajo el sol.
Se va tejiendo sutilmente una alianza social, entre los empresarios industriales
nacionales y los trabajadores, puesto que los primeros dependían de la expansión del
mercado interno, en donde los segundos eran los principales consumidores. Por tal
motivo estos industriales no veían mal el crecimiento del nivel de vida de los obreros a
través de aumentos salariales y de otros beneficios, ya que esto significaba la
posibilidad concreta de aumentar sus ventas. Pedían a cambio de apoyar una política de
aumentos salariales, asistencia crediticia Y protección arancelaria para sus productos.
A esta alianza social de hecho, se va incorporando un sector de oficiales jóvenes del
Ejército, que coincide con los empresarios nacionales especialmente en dos temas:
a) La importancia de la industrialización del país, a los efectos de asegurar la autonomía
en la producción vinculada a la defensa nacional.
b) El temor a que, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, se retornase al viejo
esquema agroexportador y librecambista que llevara al cierre de las industrias surgidas,
con la consiguiente ola de desempleo y conflictos sociales que pudieran ser canalizados
por ideologías revolucionarias. Por el contrario, si se continuaba con el proceso de
industrialización y los trabajadores elevaban su nivel de vida, se alejarían de las mismas.
Se daba así un acercamiento entre pequeños y medianos industriales nacionales,
sectores de la oficialidad joven del Ejército, trabajadores y algunos intelectuales
vinculados al pensamiento social católico, en donde había coincidencia en el desarrollo
del proceso de industrialización, el proteccionismo y la producción de bienes que
sirvieran para la defensa nacional.
Esta alianza se articularía a través del movimiento peronista.

El mundo de posguerra
La derrota de las potencias nazi-fascistas del Eje (Alemania-Italia-Japón), marcó el fin
de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Pero en el grupo de potencias aliadas
vencedoras, el día después ponía de manifiesto situaciones muy distintas: mientras
Europa había quedado devastada, los EE.UU. no había sufrido en su territorio la
explosión de ninguna bomba.
Por otra parte, el ejército de la Unión Soviética había llegado hasta el centro de Europa,
e importantes movimientos anticolonialistas y revolucionarios se desarrollaban en Asia,
extendiendo la influencia del comunismo y formando luego un sistema de países que
llegaría a abarcar casi la mitad del planeta.
En resumen, el mundo era ahora claramente bipolar, dividido en dos sistemas sociales y
económicos enfrentados. Y además, se había modificado la correlación de fuerzas entre
los países del sistema capitalista, decayendo el papel de la Gran Bretaña y emergiendo
corno potencia hegemónica los EE.UU.
Para sostener esa hegemonía, los EE.UU. proyectaron un esquema institucional con
rasgos eminentemente liberales, que se concretaron con la creación del Fondo
Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM), y del Acuerdo general de
Aranceles y Comercio (GATT). Dentro del nuevo contexto de la “guerra fría”, se fueron
creando un conjunto de organismos regionales, de carácter político y militar, que con el
fin de contener al comunismo se complementaron con planes d colaboración económica,
como el Plan Marshall, destinado a favorecer la rápida recuperación de Europa
Occidental.

El Gobierno Peronista (1946-1955)


Cuando a fines de 1937 fue elegido como presidente Roberto M. Ortiz, mediante el
fraude como mecanismo característico iniciado en 1930, algunos sectores de la elite
comprendían que sus intereses económicos estarían en problemas si no se legitimaba el
poder político.
El nuevo presidente parecía tener la voluntad de terminar con las prácticas fraudulentas,
que tenían como objetivo impedir la llegada del radicalismo al poder. La muerte de
Irigoyen y la conducción de la UCR por el aristocratizante Marcelo T. de Alvear,
parecían bloquear la posibilidad de un desborde popular ante un triunfo radical.
Pero estos planes quedaron truncos cuando Ortiz, presionado por su enfermedad,
renuncia a la presidencia para morir poco tiempo después. Asume su vice, el
conservador Ramón R. Castillo, perteneciente a lo más tradicional de la clase dirigente,
quien revierte la opción aperturista y acentúa la defensa de los intereses de los grandes
hacendados de la pampa húmeda, de tendencia pro-inglesa.
La represión social, los escándalos económicos, la corrupción política, la claudicación
frente a la Gran Bretaña, y principalmente la falta de respuestas frente a los retos
nacionales e internacionales que afrontaba el país, aumentaron el aislamiento del
régimen conservador.
El conflicto, estalló dentro de la clase dirigente. Uno de los puntos de divergencia fue la
actitud de la Argentina frente a la Segunda Guerra Mundial. Los grandes hacendados
vinculados económicamente a Inglaterra sostenían una posición neutralista frente a la
guerra, lo cual significaba enfrentarse a la política de ruptura con e Eje (Alemania-
Italia-Japón) que exigían los EE.UU. a los países latinoamericanos.
El otro punto era el interrogante sobre la continuidad o no del proceso de
industrialización en la Argentina luego de la guerra, y sus consiguientes derivaciones
sociales y políticas.
El peligroso “vacío de poder” fue ocupado cuando el 4 de junio de 1943, un golpe
militar depone a Castillo, poniendo fin al período iniciado en 1930 y que pasó a ser
denominado “década infame”.
Si bien en sus inicios los objetivos del golpe fueron bastante vagos, y sus integrantes
provenían de diversas y hasta opuestas concepciones políticas, con el transcurrir del
tiempo fue apareciendo con mayor nitidez el papel protagónico de un conjunto de
jóvenes oficiales del Ejercito, integrantes de la logia GOU (Grupo de Oficiales Unidos),
entre los que comenzó a destacarse el coronel Juan Domingo Perón, identificados con
ideales nacionalistas e industrialistas.
Designado el coronel Perón al frente del Departamento de Trabajo, luego denominado
Secretaría de Trabajo y Previsión, comenzó a desplegar una intensa actividad dirigida al
plano laboral y social, de creciente e inesperada repercusión, demostrando un
conocimiento mucho mayor que sus colegas y. que los políticos de la época de las
transformaciones recientes de la situación social y política del país.
Muchas de las iniciativas de Perón resultaban novedosas para la Argentina de la época,
y otras simplemente tendieron al cumplimiento efectivo de normas ya existentes pero
que no se respetaban:
. Se impulsó la firma de centenares de convenios colectivos de trabajo,
. se decretaron aumentos de sueldos,
. se fijaron salarios mínimos,
. se establecieron indemnizaciones por accidentes de trabajo,
. se crearon Tribunales de Trabajo para la resolución de los conflictos laborales con
tramitación simplificada y que salvaguardaban los intereses de los obreros,
. se estableció el aguinaldo o sueldo anual complementario,
. se extendió a muchos gremios el beneficio de la jubilación, .
. se fijó la duración de la jornada laboral,
. se extendió la indemnización por despido sin causa,
. se extendió el beneficio de las vacaciones pagas.
Esta tarea, que rebasaba los límites previstos en los objetivos del gobierno militar,
generó un creciente malestar entre muchos uniformados, temerosos de la política social
que en beneficio de los trabajadores se desplegaba desde la Secretaría. Fuera de los
cuarteles, las medidas instrumentadas por Perón a favor de los trabajadores, también
provocaban cada vez mayor resistencia entre los sectores que dominaban la vida
económica del país.
Así, la Sociedad Rural Argentina rechazó airadamente la aplicación del Estatuto de
Peón Rural, que reemplazó las patriarcales relaciones entre patrones y peones rurales
por regulaciones acordadas en Convenios Colectivos de Trabajo, donde se establecían
mejoras salariales, estabilidad, vacaciones pagas, normas de seguridad en el trabajo,
condiciones dignas de alojamiento, asistencia médica y alimentación, indemnización
por despido injustificado, etc.
También los partidos políticos, tanto de derecha como de izquierda, entidades
empresariales y los medios de prensa manifestaban su desacuerdo con las medidas
sociales, a las que calificaban de demagógicas y a su impulsor de fascista. La falta de
libertades democráticas y medidas reaccionarias adoptadas por el gobierno militar en
educación y cultura, llevaban agua para el molino de la oposición.
Paralelamente iba creciendo el apoyo a Perón de los trabajadores y de muchas
organizaciones sindicales, que por primera vez veían cómo se efectivizaban en breve
tiempo muchas de las reivindicaciones por las que habían luchado durante décadas.
Las presiones de los grupos económicos dominantes, de los partidos
opositores y de integrantes del gobierno que no apoyaban la política del coronel Perón,
lograron la renuncia del mismo y su detención en la isla Martín García. Por otra parte
exigían que el gobierno fuera entregado a la Suprema Corte de Justicia, de neta
composición liberal y objetora de muchas de las medidas sociales que beneficiaban a los
trabajadores.
Pero una movilización popular, espontánea y decidida, integrada mayoritariamente por
trabajadores de la ciudad y del gran Buenos Aires, se dirigió el 17 de octubre de 1945 a
la plaza de Mayo, y exigió y logró la libertad y el retorno al poder de su líder.
Luego de esa histórica jornada, Perón retorna la iniciativa política, y comienza a
construir la coalición para las elecciones de febrero de 1946, compuesta por el Partido
Laborista que estaba integrado por dirigentes sindicales, la UCR Junta Renovadora
formada por personalidades desprendidas del radicalismo, y diversas personalidades
provenientes de FORJA (Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz), del catolicismo, del
socialismo y del conservadorismo.
La oposición constituyó la Unión Democrática, que nucleaba a todos los partidos
políticos tradicionales, de derecha, centro e izquierda (radicales, socialistas, demo-
progresistas, comunistas y conservadores) y contó con el apoyo de cámaras del
comercio y la industria, la prensa tradicional, las radios privadas, las organizaciones
profesionales y universitarias, las entidades rurales, los sindicatos controlados por la
izquierda, y los representantes de la banca y las finanzas.
Además, el nuevo embajador norteamericano, Spruille Braden, que consideraba que la
Segunda Guerra Mundial continuaba en la Argentina y que tenía que culminar con la
derrota del “coronel nazi-fascista”, se transformó en el coordinador y contribuyente de
la Unión Democrática.
Perón no desaprovechó la oportunidad, e introdujo una consigna que incorporaba un
tono anti-imperialista a la campaña electoral: “Braden o Perón”.
En unas elecciones pacíficas y ordenadas, la fórmula Perón-Quijano obtuvo el 55% de
los voto, frente al 45% de la Unión Democrática.
Se iniciaba una nueva época en la historia argentina; que Raúl Scalabrini Ortiz
vislumbró así: “Presentí que a historia estaba pasando junco a nosotros y nos acariciaba
suavemente como la brisa fresca del río. Era el subsuelo de la patria sublevada.” En las
antípodas se encuentra la apreciación que hizo el diputado radical Ernesto Sanmartino,
que llamó “aluvión zoológico” a la movilización obrera del 17 de octubre.
El proceso que se inicia con el golpe de estado de 1943,derivaría en la integración de los
trabajadores a la actividad política, hecho que fue seguramente su principal mérito
histórico.
Una sociedad como la Argentina de los años 40, caracterizada por la desigualdad y la
exclusión social, resultaba el ámbito propicio para el surgimiento de un movimiento que
centraba sus objetivos en el logro de la justicia social.
Frente a los supuestos básicos del liberalismo plasmados en la democracia política, los
derechos individuales y el sistema representativo, el peronismo, en concordancia que la
profunda modificación del rol del Estado en todo el mundo a partir de la crisis del 30,
proponía un nuevo contrato social, donde el eje era el logro de la democracia social, la
defensa de los derechos sociales, y el papel del Estado como “garantes de los mismos
mediante la regulación del mercado, y como eje del arbitraje social.
Se procuraba liberar el aparato estatal de su vínculo con la dite tradicional, para volcarlo
al servicio de los sectores más amplios de la población.
A diferencia de lo sucedido en los países industrializados, donde se enfatizaba más en lo
público que en lo privado, en la Argentina, el desconocimiento de la necesidad de
realizar un nuevo pacto social, llevó a que la justicia social fuera vista por algunos,
como imposición autoritaria.
Por ejemplo, la Sociedad Rural Argentina y la Unión Industrial Argentina, cuyos
dirigentes integraron los gabinetes de muchos gobiernos o presionaron sobre ellos para
la obtención de regulaciones del Estado que favorecieran sus intereses sectoriales pese a
la ideología liberal que practicaban, se mostraron furibundos opositores cuando por
primera vez en la historia nacional desde el Estado se intervenía en beneficio de los
trabajadores.
Para estas entidades, la legislación social constituía un ataque a los derechos de
propiedad y a la libertad de contratación. Con una visión típicamente liberal,
consideraban que el mejoramiento del nivel de vida de los trabajadores sólo podía
alcanzarse mediante la reducción de los costos de producción y el crecimiento de la
productividad.
Esta incomprensión de la nueva realidad, sumada a los errores políticos cometidos por
el gobierno peronista, profundizaron la polarización, y el consiguiente aislamiento
político de la minoría opositora.
El mayor énfasis peronista en lo resultados más que en los procedimientos, la
característica confusión entre partido, gobierno y Estado, y la declaración como doctrina
nacional de la doctrina peronista, tensionaron la escena política, donde las diferencias se
vieron como opciones negadoras a todo intento de integración.

La primera etapa.
La política económica del peronismo significó una profundización en el proceso de
industrialización por sustitución de importaciones, mucho más creciente que la llevada a
cabo a partir de los años 30 por los gobiernos precedentes. Por primera vez había un
proyecto gubernamental que se pronunciaba claramente por la industrialización del país.
Si bien este proceso estaba en consonancia con el seguido en muchos países a partir de
la posguerra, la originalidad del peronismo consistió en que le agregó la
implementación de una política social sin precedentes en la historia argentina, qué
provocó una fuerte redistribución del ingreso favorable a los trabajadores; junto a la
reducción significativa de la dependencia que nuestro país tenía con el exterior.
Todo ello coincidía con la renovación del pensamiento económico y la difusión
incontenible del keynesianismo, que destacaba la importancia de la demanda efectiva y
del papel del Estado, con lo cual la política económica del peronismo se constituyó en la
expresión práctica más próxima a las nuevas ideas que enfrentaban a los postulados
liberales.
El proyecto económico tuvo su lógica en la protección de la industria nacional para
evitar el desempleo, y en una política distributiva del ingreso, que permitiera ampliar el
mercado interno de consumo como base de esa industria. El sentimiento nacionalista se
manifestaba en la propuesta de reducir la deuda externa, nacionalizar los servicios
públicos y sostener una política exterior independiente.
El capital extranjero que en 1913 equivalía al 50% del activo fijo total existente en el
país, cayó al 5% en 1955. Las remesas al exterior de utilidades e intereses declinaron
del 58% al 2% del valor de las exportaciones entre 1910-14 y 1955.
Por primera y única ves, la Argentina liquidó su deuda externa.
Desde el inicio el gobierno tuvo que elegir entre opciones:
1) La opción por la industria liviana frente a la pesada, estuvo determinada por el escaso
capital nacional y la necesidad de utilizar intensivamente la mano de obra.
2) La opción mercado internista también fue consecuencia de la presión de los EE.UU.,
el único proveedor de posguerra de insumos y maquinarias, que bloqueó entre 1941 y
1952 la venta a nuestro país de acero, equipos, armas, locomotoras, maquinarias y
combustibles. Fue un daño decisivo a la economía nacional, a los efectos de impedir el
surgimiento de una Argentina dotada de industria pesada, competidora de los EEUU.
En la elección de esta estrategia (industria liviana y mercado internista) se encuentran
las claves del crecimiento económico de la primera etapa de gobierno peronista, pero
precisamente en ella también se hallan las limitaciones que conducirían a su
agotamiento y a la necesidad de una reformulación en la segunda etapa.

Plantas manufactureras pertenecientes a compañías norteamericanas que operaban en la


Argentina en 1964, clasificadas por fecha de instalación.
N° de Establecimientos Personal en 1964 (miles)
1900-09 4 11,9
1910-19 10 10,5a
1920-24 3 3
1925-29 8 6,8
1930-34 12 4,2b
1935-39 14 6,5a
1940-44 9 3,6
1945-49 6 1,2
1950-54 3 0,1a
1955-59 24 3,5b
1960-63 20 4,2b
a Uno de los establecimientos no suministró datos acerca de la cantidad de personal.
b Tres establecimientos no suministraron datos acerca de la cantidad de personal.

En 1944 se creó el Banco de Crédito Industrial, destinado a otorgar créditos baratos a


largo plazo las industrias, en especial pequeñas y medianas. Resultó un instrumento
muy valioso hasta que lentamente su papel comenzó a desdibujarse debido a
interferencias que obligaron al banco a dar créditos a las empresas tradicionales que no
siempre tenían el objetivo de la inversión. El Banco no tuvo una especialización
crediticia orientada hacia una determinada actividad, sino que favoreció a empresas.
En 1946 fue creado el Instituto Argentino para u Promoción del Intercambio (IAPI), que
ejerció el monopolio de las ventas agropecuarias al exterior, para enfrentar como
vendedor único al comprador único representado por el Consejo Internacional de la
Alimentación, creado por los aliados para adquirir los alimentos requeridos por Europa.
El IAPI ejerció también la condición de comprador único de la producción primaria
nacional, por la cual pagaba precios menores a los del mercado internacional y en
dinero nacional, obteniéndose así una diferencia cuyo objetivo era financiar el
desarrollo industrial.
Por la importancia de las agro exportaciones, el IAPI se transformó en uno de
principales instrumentos de la política económica peronista. Con sus recursos se
fomentó, además de la industrialización y la importación de insumos básicos, la política
de nacionalizaciones y de desarrollo de los servicios públicos.
Las interferencias políticas, las presiones sectoriales, llevaron a que el IAPI no diera los
resultados esperados en el largo plazo. Hay opiniones basadas en números, que
demuestran que no siempre la prioridad del IAPI pasó por el impulso de la industria.
La reducción de sus ingresos que representó la intermediación del IAPI, no agradó a los
propietarios agro exportadores locales, uno de los grupos más opositores al gobierno
peronista, al que también criticaban el congelamiento de los arriendos, el aumento de
los salarios rurales, y el Estatuto del Peón, vistos como una intromisión en sus negocios
y propiedades particulares.
El gobierno avanzó en el terreno poco conocido de la planificación económica, con el
lanzamiento del Primer Plan Quinquenal (1947-1951), que si bien resultó exitoso, sus
alcances estuvieron limitados por la poca experiencia mundial en la materia, y el trazado
de objetivos demasiado amplios, sin que siempre se especificaran costos ni prioridades,
y que curiosamente no contemplara al sector agrícola.
El Plan fomentó el desarrollo de las industrias livianas, en especial las que utilizaba
insumos agropecuarios que el país tenía. Si bien había una mención a la necesidad de
desarrollar las industrias básicas, quedó claro que la intención era continuar con la
sustitución de importaciones de bienes de consumo no durables, también llamada
sustitución de importaciones “fácil” (alimentos y bebidas, textiles, metalúrgicas livianas,
etc.).
Para el cumplimiento de ese objetivo se instrumentaron medidas que restringieron las
importaciones para proteger a los sectores a desarrollar, y otorgaron subsidios,
desgravaciones impositivas y créditos.
Durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, la Argentina fue acumulando un
enorme saldo comercial positivo en libras esterlinas con la Gran Bretaña que, por
razones del conflicto quedaron bloqueadas en el Banco de Inglaterra. La necesidad de la
Argentina de repatriar ese fondo en moneda inconvertible, y la imposibilidad de la Gran
Bretaña de hacer frente a su deuda, empujaron a negociaciones que llegaron al acuerdo
de saldar las cuentas con la compra de ferrocarriles, puertos, teléfonos y otras empresas
de capital británico instaladas en nuestro país.
La desinversión de décadas y el consiguiente atraso técnico y competitivo que hacía de
estas empresas verdaderas antigüedades, quedaron patentizadas en el entusiasmo
británico por venderlas.
La inexperiencia en el gerenciamiento de estas grandes empresas que pasaban a la órbita
estatal, el incremento del personal, los aumentos salariales y el retraso de las tarifas con
respecto al costo de la vida, fueron causa del déficit que pronto apareció en ellas, lo cual
retrasó aún más la modernización de los equipos, vetustos desde los años 20.
En cambio, las empresas estatales que fueron creadas durante el gobierno peronista, y
que respondían a fines específicos, mostraron un desempeño importante. Tal es el caso
de Gas del Estado, que construyó el gasoducto de Comodoro Rivadavia a Buenos Aires,
en su época uno de los más largos del mundo (1.700 Km.), y expandió la red de
abastecimiento domiciliario.
Otro caso fue Agua y Energía, productora de electricidad, que concretó la realización de
importantes obras hidroeléctricas que dieron luz y riego a grandes regiones del país
antes olvidadas (como los diques El Nihuil en Mendoza, Los Molinos en Córdoba,
Florentino Ameghino en Chubut, Las Pirquitas en Catamarca, La Florida en San Luis, y
otros en Tucumán, Santiago del Estero y Río Negro). También se construyeron usinas
térmicas en distintos lugares del país.
Por impulso del general Savio, Fabricaciones Militares se lanzó a la tarea de crear
empresas mixtas (donde el Estado estaba asociado al capital privado). Un caso
importante de mencionar es el papel pionero que tuvo la vieja Fábrica Militar de
Aviones, que se lanzó a la producción de autos, motos, utilitarios, aviones y tractores,
convirtiendo a partir de esa época a la ciudad de Córdoba en un centro industrial.
La producción de petróleo se mantuvo estancada durante una década (1940-1950), ya
que YPF se vio privada de obtener equipos y repuestos por el bloqueo norteamericano,
obligando al país a importar combustibles gastando parte de las divisas que se
conseguían con las exportaciones.
La industria petroquímica se inicia exitosamente en la ciudad de Zárate en 1945.
En 1947 se promulga la ley del Plan Siderúrgico Nacional, cuya aplicación quedaba a
cargo de Fabricaciones Militares, pero la escasez de divisas postergó el proyecto
SOMISA por muchos años.
En 1946 se inician las exploraciones geológicas en Río Turbio (Santa Cruz) que
detectan la existencia de reservas carboníferas suficientes como para sustituir las
importaciones desde la Gran Bretaña. Para facilitar la extracción y el traslado del carbón
de piedra, se construye un ferrocarril que llega hasta el puerto de la ciudad de Río
Gallegos.

Distribución del ingreso neto interno


Ingresos netos de empresarios,
Remuneración del Trabajo1 propietarios, profesionales, Total
Años intereses, etc.2
(a) (b) (c) = (a) / (b)
% %
Millones Pesos Millones Pesos Millones Pesos
1935 3.499 46,1 4.091 53,9 7.590
1936 3.757 46 4.406 54 8.163
1937 4.099 43,9 5.231 56,1 9.330
1938 4.248 46,2 4.937 53,8 9.185
1939 4.377 46,3 5.070 53,7 9.447
1940 4.449 46,4 5.145 53,6 9.594
1941 4.771 45,7 5.678 53,3 10.449
1942 5.225 43,5 6.791 56,5 12.016
1943 5.621 44,4 7.065 55,6 12.716
1944 6.588 45.2 7.973 54,8 14.561
1945 7.513 46,7 8.582 53,2 16.095
1946 10.234 46,8 11.617 53,2 21.851
1947 14.552 47,9 15.802 52,1 30.354
1948 19.820 52,4 17.987 48,5 37.807
1949 26.457 59,4 18.079 40,6 44.536
1950 31.646 60,9 20.335 39,1 51.981
1951 41.128 56,7 31.462 43,3 72.590
1952 50.577 61 32.284 39 82.861
1953 54.589 58,1 39.439 41,9 94.028
1954 64.578 60,7 41.832 39,3 106.410
1955 72.916 57,9 52.928 42,1 125.840
1956 86.396 57 65.163 43 151.559
1957 105.644 55,9 83.490 44,1 189.134
1958 153.600 57 116.100 43 269.700
1959 248.200 50,6 241.791 49,4 489.991
1 Incluye los aportes personales y patronales a las cajas de previsión social.
2 Las deducciones en concepto de provisiones para el consumo de capital están estimadas, en general, al
costo de reposición.

También en 1946, el gobierno peronista impulsó la ampliación de la Flota Mercante del


Estado, que había sido creada en 1941, con la adquisición de cuatro nuevos barcos de
transporte. Al poco tiempo, tras la adquisición por el Estado de un astillero privado, se
inició la construcción de barcos para YPF, produciéndose el primer buque tanque de
fabricación argentina.
Relativo a la navegación aérea, de gran importancia para un país de gran extensión, en
1950 se crea Aerolíneas Argentinas, que tuvo una rápida expansión con destinos
nacionales e internacionales. Paralelamente, se construyó el aeropuerto de Ezeiza, en su
momento uno de los más modernos del mundo, y aeropuertos en Río Gallegos, Ushuaia,
Comodoro Rivadavia, y Río Cuarto, entre otros.
Es de destacar la creación de la Comisión Nacional de Energía Atómica, que marcó
rumbos en la investigación científica y técnica.
En 1946 se nacionaliza el Banco Central de la República Argentina, lo cual posibilitó
orientar el crédito de acuerdo a los objetivos económicos y a través de bancos
especializados: para el comercio y el agro el Banco de la Nación Argentina, para la
construcción de viviendas el Banco Hipotecario Nacional, para la industria y la minería
el Banco de Crédito Industrial, para captar los pequeños ahorros y otorgar créditos para
el consumo la Caja Nacional de Ahorro Postal.
También fueron nacionalizados los depósitos efectuados en bancos extranjeros. Todos
los depósitos tanto en bancos nacionales como privados contaban con la garantía del
Estado. Estas iniciativas perseguían otorgar garantía total a los depositantes.
Un elemento importante de destacar es que estas medidas que posibilitaban al Estado
orientar el crédito de acuerdo a las políticas establecidas, también le daban una gran
influencia en la fijación de la tasa de interés.
Desde el inicio mismo de su gestión, el gobierno del general Perón promulgó leyes que
protegían al trabajador en caso de enfermedad, embarazo, accidentes, despido, etc. Es
cierto que muchas leyes existían desde hacía muchos años, sancionadas por iniciativa de
diputados socialistas entre los que se destacó el Dr. Alfredo Palacios, pero en general no
se aplicaban en la medida que el Estado poco se preocupaba por ello.
Precisamente un elemento importante que explica la perdurabilidad por décadas de la
relación entre clase obrera y peronismo, es que durante su periodo de gobierno (1946-
1955) las iniciativas sociales fueron una realidad que cambió la vida cotidiana de
millones de asalariados.
Los salarios reales tuvieron un crecimiento notable, que sumado a los precios
subsidiados en alimentos, tarifas públicas y alquileres de vivienda, y a los beneficios
extendidos de la jubilación, hicieron crecer la participación de los asalariados hasta el
50% del ingreso nacional. Precisamente en la política redistributiva del ingreso residía
la concepción de la justicia social.
Pese a que desde 1930 decrece notablemente el flujo de inmigrantes y disminuye la tasa
de crecimiento vegetativo de la población argentina, el impulso a la industrialización
acentúa las migraciones internas y el aumento notable de la urbanización.
Este proceso complejo y no planificado aumentó el ya importante déficit habitacional
del país, empujando a la aparición de las primeras villas miserias en a década del 30,
próximas al puerto y a las estaciones de Retiro en Buenos Aires. Un censo de la
vivienda realizado en 1943, informó que cerca de 400.000 familias vivían en viviendas
donde cuatro o más personas compartían una misma habitación.
A través de créditos hipotecarios para la vivienda propia a particulares o a través de
sindicatos y asociaciones, se concretó durante el gobierno peronista la construcción de
aproximadamente 500.000 viviendas, con materiales de gran calidad y confort. También
fueron construidos importantes complejos vacacionales que posibilitaron por primera
vez a la familia trabajadora el descanso anual.
Ningún gobierno, anterior o posterior, llevó a cabo una obra de esta magnitud
económica y significado social. La política de viviendas fue una de las realizaciones
más emblemáticas del gobierno peronista. Como se sabe, la industria de la construcción
es movilizadora de muchas otras industrias y actividades, por lo que es importantísima
para la reactivación de la economía.
Otro logro de gran significación social constituyó la política de salud, guiada por quien
fuera el primer ministro de Salud Pública de Perón, el Dr. Ramón Carrillo. El objetivo
central fue la prevención sanitaria, apoyada en una cantidad de obras como nunca se vio.
En los primeros cinco años de gobierno, se construyeron 21 hospitales públicos,
duplicándose el número de camas. Varios gremios complementaron la tarea oficial con
la construcción de policlínicos, como los ferroviarios, los bancarios, los obreros del
vidrio y los de Obras Sanitarias. En 1950 se creó la Escuela de Enfermeras.
Los resultados también fueron espectaculares: se erradicaron enfermedades endémicas
que son manifestación de la miseria, y que lamentablemente han retornado en los
recientes años 90.
La preocupación por la educación pública se expresó en la construcción de gran
cantidad de escuelas primarias y secundarias. Acorde con los objetivos económicos, se
hizo especial hincapié en la educación técnica, con las escuelas-fábricas, escuelas
profesionales para mujeres, de medio turno y de capacitación para adultos.
Por primera vez se manifestó la presencia de alumnos de familias obreras. El
analfabetismo descendió al 3%.
Referente a la educación universitaria, respondiendo a las necesidades y horarios de los
trabajadores, se creó la Universidad Obrera Nacional, que posteriormente fue
rebautizada como Universidad Tecnológica Nacional (UTN).
En 1949 se eliminaron los aranceles universitarios. Durante el gobierno peronista, la
matrícula universitaria se triplicó. El lado oscuro estuvo representado en la perdida de
parte de la autonomía universitaria. La universidad fue y continuó siendo, en
concordancia con la composición social de profesores y alumnos, un baluarte del
antiperonismo hasta la sorprendente transformación de los años 70.
Para el sector de la población argentina no comprendido en la amplia legislación laboral,
como los niños, los ancianos y los jóvenes, la Fundación Eva Perón creada en 1948,
aplicó un vasto programa de asistencia social. Se construyeron en todo el país hogares
para la atención y la orientación de mujeres jóvenes, niños abandonados y ancianos. Los
comedores escolares y hogares escuelas dieron sustento, contención y formación a miles
de personas que carecían de casi todo.
El 23 de septiembre de 1947, Eva Perón anuncia la promulgación de la Ley 13.010, que
otorgaba el derecho al voto a las mujeres argentinas.
Estas políticas fueron generando resistencia y oposición entre las entidades empresarias
tradicionales, que supieron crear entre los sectores medios más prejuiciosos un clima de
tenaz oposición.
En las elecciones de 1948, el oficialismo obtiene una aplastante mayoría del 61% de los
sufragios. Esta victoria dio pié a la iniciativa de reformar la Constitución, hecho que se
concretó en 1949. En la mima se incluyeron los Derechos del Trabajador y de la
Ancianidad, se estableció la función social de la propiedad, la inalienabilidad de los
servicios públicos, la elección directa, la unificación de los mandatos del presidente y
los senadores, y la reelección presidencial.

La segunda etapa.
Es precisamente a partir de 1949 en que comienzan a manifestarse las primeras
dificultades económicas, cuya esencia sería común a todo el período de industrialización
por sustitución de importaciones, es decir, mucho más allá de los gobiernos peronistas:
consistía en que el auge industrial aumentaba las importaciones, principalmente de
combustibles y maquinarias, y éstas encontraban un límite en la escasez de divisas,
provocando un estancamiento del ciclo.
El estímulo al desarrollo industrial basado en los precios internacionales
favorables de los productos agrarios exportables y el aumento de los salarios, fue
condición primera e importante pero no suficiente para garantizar su continuidad. Se
hacía imprescindible ahora la renovación del equipamiento industrial que ya resultaba
envejecido, y ampliar las fuentes de energía.
Se había agotado la etapa inicial de la sustitución de importaciones “fácil”, y era
necesario parar a otra superior, al desarrollo de industrias pesadas o básicas, que
permitieran el autoabastecimiento de equipos industriales e in sumos. La escasez de
divisas, originadas en el rápido crecimiento de las importaciones por el auge industrial y
el estancamiento de las exportaciones agropecuarias, limitaba la adquisición de esos
equipos e insumos.
Se agregó un problema coyuntural: las graves sequías ocurridas en 1950, 195l y 1952.
Así, frente a la necesidad de divisas, se decidió volcar los esfuerzos en la producción
agropecuaria, para aumentar las exportaciones. Pero esto significaba subordinar el
desarrollo industrial al sector externo, y en particular a los bienes primarios exportables.
Daba la sensación que todavía perduraban las concepciones gestadas en la larga etapa
agroexportadora, que vinculaban estrechamente la suerte de la Argentina al campo y
más precisamente a una buena cosecha.
En términos políticos esta situación significaba que los propietarios de la tierra tenían en
sus manos, nuevamente, la posibilidad de presionar al gobierno.
Resulta llamativo que pese a la tajante oposición al peronismo desde sus mismos
orígenes llevada a cabo por los grandes propietarios de la tierra, el gobierno nunca
intentó modificar el régimen de tenencia, caracterizado por la existencia de grandes
latifundios.
Si bien en el programa electoral del peronismo planteaba la necesidad de realizar la
reforma agraria, luego de asumir el gobierno se consideró que un cambio en el régimen
de tenencia de la tierra provocaría una caída en la producción, reduciendo los saldos
exportables y elevando los precios de los alimentos, en momentos en que el país hacía
esfuerzos para equipar ha industria.
De esta forma el peronismo, como en su oportunidad había ocurrido con el
irigoyenismo, dejaba sin tocar la principal causa estructural del atraso del país, la mayor
fuente de la desigualdad social y del privilegio, y el origen de la dependencia: la gran
propiedad de la tierra.
Dice Rapoport: “El límite á la posibilidad de incrementar en superficie las tierras
productivas, la explotación extensiva y el bajo grado de utilización de maquinarias y
agroquímicos dificultaban el incremento de la producción y, por consiguiente, de las
exportaciones. Entre tanto, el crecimiento de la población y del poder adquisitivo de los
salarios habían aumentado la demanda interna y reducido los saldos exportables. . .”
Cabe señalar que tanto la explotación extensiva como el bajísimo nivel de inversión
constituyen, desde siempre, una de las características más onerosas del latifundio.
Erróneamente, el gobierno señaló como un grave problema al minifundio, sin percibir
que éste no es más que la consecuencia del latifundio.
Los límites que encontraba el proceso de industrialización, pese al vigoroso crecimiento
experimentado, manifestaban la esencia subdesarrollada de la Argentina, ya que la base
primaria, agroexportadora, marcaba el límite de la expansión industrial.
Ante la emergencia, el gobierno estableció en 1952 el Plan de Estabilización, que
contenía una serie de medidas destinadas a aumentar la productividad como condición
del incremento de las remuneraciones, fomentar el ahorro con la restricción del
consumo, estimular la producción agropecuaria para aumentar las exportaciones, y
fomentar la inversión extranjera.
El Plan comenzó rápidamente a alcanzar los objetivos fijados. El éxito debía,
fundamentalmente, al invariable apoyo que los trabajadores daban al gobierno nacional.
Pero rápidamente el éxito del plan, con la reactivación económica, incrementó el nivel
de las importaciones, exhibiendo el talón de Aquiles de la economía argentina.
Los inconvenientes obligaron a tomar medidas que implicaron un replanteo del proceso
de industrialización. Comenzó a visualizarse a las grandes empresas extranjeras que
quisieran hacer inversiones directas, como única forma de salir del círculo vicioso. Al
mismo tiempo, este Viraje encontraba obstáculos políticos y jurídicos ya que estaba en
contradicción con los Sentimientos populares nacionalistas asumidos por el gobierno
peronista en los primeros años, y con varios artículos de la nueva Constitución de 1949.
En 1953 el gobierno promulga la ley 14.122 de Inversiones Extranjeras. Con
minuciosidad se determinaban las condiciones y los sectores promovidos. Entre las
primeras se establecía que la remisión de utilidades al exterior sólo era posible a partir
del segundo año de radicación, y no podía superar el 8% del capital registrado. Recién a
partir del décimo año se permitía la repatriación de capitales, pero en cuotas anuales del
10 al 20%.
La misma posibilitó el ingreso al país de catorce empresas extranjeras, entre otras Fiat,
Kaiser y Mercedes Bénz del rubro automotores y tractores, y Siemens, Bayer, etc.
Una mención aparte merece el esfuerzo por el autoabastecimiento petrolero. A finales
de la Segunda Guerra Mundial, la empresa estatal YPF, luego de cumplir un importante
papel en un contexto de dificultades internacionales, se encontraba con la urgente
necesidad de modernizar las desgastadas maquinarias y equipos. Estados Unidos era el
principal proveedor de estos elementos, por lo que los cambios de animosidad de ese
país con el nuestro se reflejaron en la suerte de nuestro abastecimiento petrolero.
La relación creciente con empresas inglesas y norteamericanas llevó a un aumento de su
participación en el mercado argentino, que culminó en 1955 con la firma de un contrato
con la California Argentina de Petróleo S.A., subsidiaria de la Standard Oil de
California, por medio del cual se le otorgaba por un período de cuatro años prorrogables
la exploración y explotación de un área de 50.000 Kms2. en la provincia de Santa Cruz,
con importantes exenciones impositivas y el compromiso de una inversión de
13.500.000 dólares.
La empresa se obligaba a entregarle al Estado el 50% de sus utilidades, y le vendería a
YPF la producción al precio vigente en Texas.
Los diversos grupos opositores se aglutinaron para oponerse a este contrato,
argumentando que sus condiciones eran lesivas a la soberanía nacional. El general
Perón respondió: “ahora los que han vendido al país cuando estaban en el poder van a
decir que somos nosotros los vendidos y que ellos son los libertadores”. Siempre estuvo
la sospecha que detrás de las críticas estaba la influencia inglesa, preocupada por el
crecimiento de las inversiones norteamericanas.
El Segundo Plan Quinquenal, previsto para los años 1953-1957, proyectó medidas a
largo plazo destinadas a los problemas más estructurales. Toma por primera vez en
cuenta el tema del aumento de la productividad. Facilitó fondos para el equipamiento
tecnológico del campo, propició la llegada de inversiones extranjeras y el desarrollo de
la industria pesada y del sector energético. Pero no siempre quedaba claro de dónde
procederían los fondos a utilizar.
En lo inmediato, para superar la emergencia económica se tomaron varias medidas,
entre otras, el congelamiento de los salarios y la realización de grandes obras públicas y
de viviendas populares para evitar el desempleo. Pese a las dificultades, se hizo un
esfuerzo para mantener y ampliar las políticas sanitaria y educativa destinadas a los
sectores de menores recursos.
A pesar de la crisis, en las elecciones de 1953 el peronismo aumenta su ventaja, al llegar
al 63 % de los votos emitidos. Este hecho convence a la oposición de que la alternativa
electoral le resulta inviable, fortaleciéndose la opción golpista.
Quedaba claro que no eran factores económicos sino la agudización de las tensiones
políticas las que condujeron al derrocamiento del peronismo por medio de un golpe
militar. Así queda demostrado en la dirección de las feroces críticas a que fue sometido
durante la dictadura que le continuó.
A partir d 1953 se agudizó el enfrentamiento político entre el gobierno y sus partidarios;
la inmensa mayoría de la población, con la oposición. La escalada llevaría la situación a
un punto sin retorno. Años después, desde ambos bandos se manifestarían los
arrepentimientos, pero ya era demasiado tarde.
En un multitudinario acto en Plaza de Mayo realizado el 15 de abril de 1953, estallaron
varias bombas que dejaron 7 muertos y decenas de heridos. La ira popular se dirigió
hacia los edificios de quienes constituían la expresión de la oposición, quemando las
sedes del Jockey Club, de la Unión Cívica Radical y del Partido Socialista.
En el año 1954, las relaciones entre la iglesia católica y el gobierno peronista se
encontraba en las antípodas de las que habían tenido en los primeros años de gobierno.
El enfrentamiento tuvo elementos políticos e ideológicos.

Valor de las exportaciones, según países de destino principales, 1910-1953


-millones de pesos corrientes-
Total de Exportaciones
Reino
Año mercaderías sin destino EE.UU. Alemania Francia Bélgica Italia Holanda Brasil
Unido
exportadas definidos*
1910 884 236 192 60 107 89 72 25 10 41
1911 778 83 220 58 103 95 85 33 15 43
1912 1.140 261 288 77 128 85 88 50 38 54
1913 1.180 268 294 56 141 92 80 49 55 59
1914 916 188 268 112 81 52 46 22 29 41
1915 1.323 325 391 213 - 96 - 97 45 52
1916 1.302 172 383 272 - 155 - 65 66 59
1917 1.250 70 366 367 - 165 - 66 12 52
1918 1.822 126 695 375 - 257 - 91 2 76
1919 2.343 282 669 430 24 260 135 94 127 85
1920 2.373 605 636 350 54 161 120 78 81 51
1921 1.525 385 466 135 115 71 84 51 57 65
1922 1.536 453 341 181 120 90 105 54 47 61
1923 1.753 426 429 204 145 132 106 65 70 57
1924 2.299 615 532 163 230 156 162 91 124 73
1925 1.973 505 472 163 202 145 127 79 76 76
1926 1.800 440 452 164 186 104 136 77 66 68
1927 2.294 27 649 190 377 155 227 101 253 85
1928 2.397 7 687 198 329 141 220 209 266 92
1929 2.168 4 697 212 217 154 232 124 209 85
1930 1.396 3 510 135 123 93 129 61 130 63
1931 1.456 - 567 88 120 124 135 70 154 44
1932 1.288 - 465 44 112 119 141 69 161 21
1933 1.121 - 411 87 86 72 114 44 108 49
Continuación tabla
Total de Exportaciones
Reino
Año mercaderías sin destino EE.UU. Alemania Francia Bélgica Italia Holanda Brasil
Unido
exportadas definidos*
1934 1.438 - 553 79 120 78 141 60 164 61
1935 1.569 - 538 189 108 75 137 62 139 76
1936 1.656 - 582 202 96 89 129 41 141 104
1937 2.311 - 672 295 157 96 217 143 217 132
1938 1.400 - 459 119 164 75 104 36 103 98
1939 1.573 - 565 189 90 76 111 33 128 67
1940 1.428 - 545 253 - 84 36 49 54 76
1941 1.465 - 477 543 3 2 - 4 - 87
1942 1.789 - 601 544 - - - - - 106
1943 2.192 - 780 533 - - - - 1 143
1944 2.360 - 942 536 - - - - 1 220
1945 2.498 - 649 554 - 87 79 9 38 238
1946 3.973 - 877 596 2 420 228 90 118 150
1947 5.505 - 1.651 547 30 280 293 275 262 249
1948 5.512 - 1.535 537 133 236 322 477 220 260
1949 3.719 - 849 399 152 189 163 339 161 405
1950 5.427 - 973 1.109 264 357 112 359 265 430
1951 6.713 - 1.148 1.183 459 441 98 465 386 704
1952 4.392 - 619 1.115 227 357 90 82 180 326
1953 7.139 - 1.404 1.363 262 266 240 395 304 1.116
*Exportaciones sin destino definitivo = eran aquellas cuyo destino de desconocía en el momento del embarque; los buques eran
informados sobre él una vez que abandonaban los puertos argentinos.

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