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CONTENIDO
Libro I:
Lucio habla de un adivino caldeo, llamado Diófanes, y que le dijo que sería
el héroe de una gran historia, de una leyenda inverosímil, de una obra de varios
libros.
Lucio acude una noche a la lujosa cena que da Birrena en su casa. Relato
que cuenta Telifrón: Salió de Mileto para asistir a los juegos Olímpicos y llegó
a Larisa, ciudad de Tesalia. Como tenía poco dinero decide quedarse de
guardián de un cadáver —para que las brujas por la noche no lo mutilaran; si le
ocurría algo él debería reponerlo con sus propios miembros— por mil
sestercios. La vela sale bien y a la mañana siguiente le pagan lo establecido. Él
se pone a disposición de la viuda para prestarle más servicios, pero los amigos
de ésta lo echan de la casa, después de darle una paliza, por agorero.
Cuando llega el ataúd por las calles, un anciano, tío del joven muerto, acusa
a la viuda de ser la culpable de la muerte, con un envenenamiento, y ya todos
quieren matar a la mujer. Gracias a un egipcio llamado Zatclas, profeta de
primer orden, consiguen sacar de la muerte por un instante al joven para que
revele la verdad: dice que ha sido envenenado por su esposa; cuenta también
cómo Telifrón ha sido mutilado de orejas y nariz por las brujas, que le han
puesto otras de cera. Telifrón, al oír esto, se las toca y se le caen. De este modo
tiene que huir.
Al regresar a casa, Lucio se encuentra con tres salteadores a los que mata.
Libro III:
—Unos bandoleros asaltan la casa de Milón y se llevan este asno con las
otras caballerías (28-29).
Fotis explica a Lucio lo de los pellejos: Pánfila había hecho conjuros con
unos pelos de cabra que ella pensaba que eran del joven Beocio, del que estaba
enamorada. Al echar al fuego los pelos, los pellejos empiezan a andar y a querer
entrar en la casa, para unirse a su pelo. En este momento llegó Lucio de la cena
y, pensando que eran ladrones, los mató.
Lucio pide a Fotis que le muestre a su señora cuando ésta se entrega a una
operación de magia. Un día observan a Pánfila: se desnuda, coge una caja y se
unta todo el cuerpo con la pomada que contenía; empiezan a salirle alas y se
convierte en buho. Lucio pide a Fotis que le convierta también en pájaro; ésta
le da una cajita, se unta, pero por una confusión se convierte en burro en vez de
pájaro. El remedio para recobrar la forma humana es masticar unas rosas, pero
ha de esperar al día siguiente. Aunque tenía la forma de asno, conserva la
sensibilidad de hombre.
Libro IV:
Palizas que propinan a Lucio por haber comido las verduras de una huerta.
Salen por la noche y se dirigen a la cueva de los ladrones; allí se bañan y cenan
y llega otro grupo de bandoleros que relatan sus atracos en las ciudades de
Beocia: Tebas —rico banquero llamado Crísero—: atraco frustrado; atraco a
casa de una vieja. Platea: con la piel de un oso, Trasileón se disfraza para entrar
en casa de Demócares, el más rico de la ciudad; lo llevan como si fuera un
regalo de Nicanor, amigo Tracio de Demócares: al principio todo resulta bien,
pero Trasileón termina muriendo; los demás escapan con el botín.
Libro V:
Libro VI:
—Psique, en su desgracia, va por todo el mundo en busca del esposo
perdido. Invoca a Ceres, a Juno y a cuantas divinidades encuentra a su paso,
pero ninguna le socorre por no querer disgustar a Venus. Por último, se presenta
a la misma Venus: ésta la somete a duras pruebas por ver si se desespera y pone
fin a sus días, pero la piedad y bondad de la joven enternecen al cielo. Venus
acaba perdonándola y el Olimpo celebra con gran solemnidad la boda de Psique
y Cupido (1-24).
2. Manda que le traiga un mechón de pelo de unas ovejas que se ven desde
el palacio. La Caña del río indica a Psique que espere al atardecer y encontrará
fácilmente pelo de las ovejas suelto por el suelo;
3. Manda que vaya a la cumbre de una montaña y coja en una jarrita agua
que nace allí. Aparece el águila de Júpiter y le coge el agua;
Libro VII:
Termina el relato y les entrega dos mil monedas de oro, como dote. Los
ladrones, por unanimidad, le confieren el mando. Dice Hemo que es mejor
vender a la joven que matarla y decide irse con diez hombres a asaltar un castillo
vecino. Regresan cargados de vino y comida y se dedica a emborracharlos a
todos. Hemo es realmente Tlepólemo, el prometido de la joven. Cuando están
todos los ladrones dormidos, los ata y se marchan llevándose el asno. Llegan en
triunfo a la ciudad y Tlepólemo, con el asno y otros ciudadanos, regresan a la
cueva, recogen todas las riquezas, que ponen a disposición del Estado, y
despeñan o decapitan a los dormidos ladrones.
Libro VIII:
Uno de los siervos de Gracia relata los trágicos sucesos que han ocurrido a
la familia de sus amos. Trasilo, joven de buena familia pero entregado al vicio,
se enamora de Gracia y decide matar a Tlepólemo. En una cacería se enfrentan
a un jabalí y Trasilo arroja una lanza al caballo de Tlepólemo; éste cae y es
desgarrado por el jabalí y, finalmente, atravesado por la lanza de Trasilo.
Termina el relato del siervo y deciden todos los campesinos escaparse, ante
la muerte de sus amos. Van andando por la noche y unos labradores los
confunden con bandoleros y los apedrean y les sueltan perros. Llegan a unas
praderas y paran para descansar. Allí un anciano les pide que socorran a su
nietecito que ha caído en un foso cubierto de zarzas. El más joven y robusto de
todos los siervos acude a salvar al niño; el joven tarda en regresar y lo
encuentran cuando lo está devorando un inmenso dragón. Huyen todos
despavoridos de aquel lugar. Llegan a una aldea, donde descansan toda la
noche. Lucio nos cuenta una historia allí ocurrida: un esclavo, casado con una
esclava de la misma casa, estaba perdidamente enamorado de una mujer libre.
Su mujer quemó el granero y se tiró de cabeza a un pozo llevándose detrás a un
hijo. El amo untó de miel al esclavo y lo ató a un árbol donde había un
hormiguero. Las hormigas lo mordisquearon hasta que acabaron con él.
Llegan por fin a una rica ciudad y deciden instalarse allí. Venden las
caballerías y Lucio es comprado por un sacerdote de la diosa Siria —Artagatis,
hermana de Cibeles—, llamado Filebo, por diecisiete denarios —estos
sacerdotes eran invertidos y afeminados y se dedicaban a la mendicidad por las
calles—.
Libro IX:
—Lucio escapa de dos inminentes peligros de muerte: una vez iba a morir
a manos de un cocinero; la segunda vez se sospechaba que tenía rabia (1-4).
Al día siguiente sale Lucio de aquella casa con los sacerdotes y llegan a
una aldea, donde se hospedan en una posada. Allí conocen una historia, y nos
la cuenta Lucio: una vez llega un hombre pobre a su casa después del trabajo y
se la encuentra cerrada y atrancada. Llama y su mujer esconde al amante con el
que estaba en una tinaja vacía. Su marido iba a vender la tinaja por seis denarios,
pero la mujer la ha vendido por siete y está el comprador —el amante— dentro
de ella para examinarla. Termina la historia llevando el marido la tinaja al
domicilio del galán.
Los sacerdotes, para embaucar a la gente con sus profecías, elaboran una
nueva idea: dan una respuesta única a todas las consultas: "Por eso trabajan la
tierra los bueyes uncidos para que en el futuro surjan ricas mieses". Los
sacerdotes son cogidos en el robo de un cántaro de oro y encerrados en el
calabozo del lugar.
—El gran festival artístico en el teatro. Lucio se escapa cuando iba a llegar
el turno de su abominable actuación con la mujer condenada por criminal (29-
35).
El soldado que había sufrido la paliza se queda con el asno y van andando
hasta que llegan a una pequeña ciudad. Allí se hospedan en casa de un decurión.
A los pocos días se fraguó en aquella casa un horrendo crimen. Lucio nos lo
cuenta: el dueño de la casa tenía un hijo, muy culto y de ejemplar piedad y
modestia. El señor se había quedado viudo y contraído nuevas nupcias. La
nueva mujer le había dado otro hijo. La señora se enamora de su hijastro, pero
éste no corresponde a su amor y decide envenenarlo ayudada por un esclavo. El
hijo de la señora tiene sed; ve la copa con el vino envenenado y, sin sospechar
nada, se lo bebe y muere al instante. La mujer cuenta a su marido que el asesino
es su hijo mayor, que la había intentado violar y ella no se había dejado.
Después de las honras fúnebres el padre se dirige al foro y acusa a su hijo de
incesto y fraticidio. Sin hacer juicio, el senado decide lapidarlo en la plaza
pública. Algunos magistrados apuntan que no se puede condenar a nadie sin
oírlo y piden un examen imparcial de las razones alegadas. Empieza el juicio.
Se interroga al esclavo, que cuenta una mentira, acusando al joven de lo
ocurrido. Al oír esta declaración, todos consideran culpable al muchacho y
deciden condenarlo a muerte. Ya iban a recogerse las papeletas en una urna de
bronce —después de esta operación la sentencia era irrevocable— cuando se
levanta un senador de gran prestigio y reconocida moralidad, a parte de su
solvencia como médico, y revela la verdad del asunto: hacía unos días el esclavo
le había pedido una pócima venenosa; él se la vendió, pero hizo que el dinero
del pago lo metiera en una bolsa y la sellara con su anillo. Traen la bolsa y se
comprueba que ambos sellos coinciden. El senador sigue diciendo que lo que
vendió al esclavo era un soporífero, no un veneno, hecho con la mandrágora.
Acuden todos en masa a la sepultura del niño y descubren que se estaba
despertando del sueño. Se condena a la madrastra a destierro perpetuo y al
esclavo a morir en cruz.
Viaja con el señor, llamado Tiaso, hasta Corinto, su tierra natural y capital
de la provincia de Acaya. Allí todo el mundo quiere ver al asno y una señora
distinguida y de gran posición se enamora de Lucio, pasando unas noches con
él. El liberto cuenta todo al amo, que decide dar un espectáculo uniendo al asno
con una vil criatura, condenada a las bestias. Nos cuenta Lucio la historia de
esta mujer: esta mujer se había casado con un joven. Su suegro, es decir, el
padre del joven, tuvo que salir de viaje. Dijo a su mujer, que estaba encinta, que
si tenía una hija la matara. Nació una niña, pero la madre no la mató, sino que
la entregó a unos vecinos para que la cuidaran. Cuando ya era mayor la niña, la
madre reveló a su hijo —el marido de la mujer ahora condenada— el secreto.
Éste acogió a su hermana en su casa y le dio una espléndida dote para casarla
con un íntimo amigo suyo. La mujer del joven empieza a tener celos de la
hermana —pues no sabía del secreto— y acaba determinando matarla: roba el
anillo de su marido y manda a un esclavo que comunique a la hermana que el
joven la está esperando en la casa de campo y que vaya sola, y como prueba le
enseña el anillo. La hermana va allí y la mujer la hace desnudarse y la acribilla
a latigazos y para rematarla le clava entre las piernas un tizón al rojo vivo. El
hermano se ve profundamente afectado por esta muerte y enferma con mucha
fiebre. La mujer va a visitar a un médico conocido por su falta de escrúpulos y
le compra un veneno por cincuenta mil sestercios para matar a su marido. Le
ofrece el veneno con una medicina. Antes, la abominable mujerzuela obliga al
médico a que tome también él la medicina; el médico, desconcertado, la tiene
que tomar y acto seguido la toma el marido. El médico quiere marchar a su casa
para tomar el antídoto, pero la mujer no le deja. Al médico le da tiempo de
llegar a su casa y contar todo a su mujer y luego muere. Al poco tiempo muere
también el joven, entre los lamentos de su esposa. Unos días después se presenta
la viuda del médico en la casa de la mujer para cobrar el dinero prometido y la
mujer le pide que le dé un poco más de veneno. Esta mujer tenía una hija a la
que también decide matar para quedarse con toda la herencia. Sirve en un
banquete el veneno a la niña y a la mujer del médico. La niña muere antes y la
viuda del médico acude corriendo a casa del gobernador a narrar lo ocurrido.
Muere antes de terminar, pero se sonsaca a las esclavas la verdad y la peligrosa
víbora y sanguinaria mujer es condenada a las bestias. Aquí termina el relato de
Lucio.
Libro XI:
—Fiesta de Isis. En la magna procesión, Lucio come las rosas que el sumo
sacerdote llevaba en la mano y recobra su condición de hombre (7-13).
Llegan a la orilla del mar y el sumo sacerdote purifica la nave. Se hacen las
ofrendas votivas, se sueltan las amarras y la nave se aleja; todos marchan hacia
el templo. Allí, un escriba lee una serie de oraciones y, terminado el ritual, todos
regresan a sus casas.