Você está na página 1de 560

1a

pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

a
rrú
Po
a
ueb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
NARCISO BASSOLS BATALLA

ASÍ SE QUEBRÓ
OCAMPO

a
rrú
Po
a
ueb
pr
1a
Primera edición: 1979
Primera edición en Editorial Porrúa: 2017

Copyright © 2017
Narciso Bassols Batalla

Esta obra y sus características son propiedad de


EDITORIAL PORRÚA, SA de CV ?
Av. República Argentina 15 altos, col. Centro,
06020, Ciudad de México
www.porrua.com

a
rrú
Queda hecho el depósito que marca la ley
Po
Derechos reservados
a
eb

ISBN 978-607-?-?????-?
u
pr
1a

IMPRESO EN MÉXICO
PRINTED IN MEXICO
A la memoria de Lázaro Cárdenas

a
rrú
Po
a
ueb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

a
rrú
Po
a
ueb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
Primera Jornada
México – TOLUCA

Cuando la guerra de tres años terminó, el país tuvo una sensación de alivio. Las

a
contiendas internacionales pueden ser más destructoras, aún más costosas en vidas

rrú
humanas, que las guerras civiles, pero nunca igualan a éstas en la profundidad de la
herida que causan en el ánimo nacional. Lo más perturbador de este tipo de lucha re-
side casi siempre en que todo mundo, participantes y no participantes, tienen alguien
Po
muy cercano del otro lado de la valla, en las filas del enemigo que se está haciendo
todo lo posible por destruir. Además, en 1861 existía una conciencia generalizada de
que durante el curso de la guerra habían ocurrido grandes cambios en el país. La so-
a

ciedad teocrático-militar que había estado dominada, a partir de la República, por la


eb

figura de Santa Anna, ante los ojos de la mayoría era evidente que pertenecía al pasa-
do, aunque no faltara un reducido sector que se opusiera a verlo así. El presidente de
u

la poderosa nación vecina, arrastrado por ese ejemplo, seguía hablando ante el con-
greso de su país del “general Juárez”, como si nada hubiera cambiado.
pr

Pero en realidad todo había cambiado. Las gentes no eran las mismas, las leyes
no eran las mismas, nuevas costumbres sustituían a los viejos hábitos y nuevas posi-
1a

bilidades parecían al alcance de la mano. Lentamente, la vida cotidiana se asemejaba


cada vez más a la de los tiempos de paz, a los días anteriores al suicidio político de
Comonfort, el presidente pronunciado contra su propio gobierno. Las gentes nuevas,
las gentes que la guerra había cambiado, empezaban a reanudar las rutinas ya cono-
cidas; sólo que ahora había una increíble libertad para hablar, para pensar, para mo-
verse, en comparación con el ambiente asfixiante, con la dictadura de hierro,
insensata, de los días de “su alteza serenísima”.
La prensa, por ejemplo, estaba desconocida. El gobierno de Juárez permitió la pu-
blicación de toda clase de periódicos; algunos cambiaron de nombre —como el viejo
“Ómnibus”, que se convirtió en el “Diario de Avisos”—, otros cambiaron de lugar
—como el “Trait d’ Unión”, que después de un tiempo de haber emigrado a Veracruz,
reapareció en México—, otros habían cambiado de editor —como “La Espada de don
Simplicio”—, otros iniciaron una nueva época —como el “Siglo XIX”—. Durante
años, donde había prensa liberal no había habido publicaciones conservadoras; y a la

1
2  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

inversa, en las zonas donde se imprimían los órganos conservadores no aparecían los
liberales. A partir de enero de 1861 empezaron a publicarse, primero en la ciudad de
México y después en las capitales provincianas, toda clase de periódicos. Los voceros
conservadores del Distrito central gozaron, durante algún tiempo, de tanta libertad
que daban cuenta pormenorizada de los movimientos de las gavillas enemigas del
gobierno. Estos grupos merodeaban alrededor de la capital y eran objeto de grandes
elogios en esa prensa.
Esta tranquilidad relativa no podía durar mucho tiempo; porque a medida que el
año avanzaba se veía cada vez más clara la perspectiva de una intervención extranje-
ra. Y porque, además, después de la muerte de Ocampo, Degollado y Valle, la guerra
civil se hizo presente de nuevo y todo mundo advirtió que en realidad no había termi-
nado nunca. Sólo fue el contraste con los tres años de guerra anteriores y los cinco
años de lucha que siguieron, lo que dio a esos primeros meses de 1861 una apariencia

a
de placidez.

rrú
Otra de las peculiaridades de las luchas civiles se había visto en México, patente-
mente, durante los tres años previos. Buena parte del tiempo que operó en Veracruz el
Po
gobierno de Juárez, aunque las autoridades de la capital eran desde luego conservado-
ras, el servicio de diligencias continuó funcionando entre ambas ciudades. Las con-
ductas con el producto de la minería, en su mayor parte propiedad de extranjeros,
a

pasaban de la zona conservadora al área liberal, para llegar a los puertos de embar-
que. Las mercancías de importación pagaban sus derechos de aduana en los puertos
eb

liberales y seguían hacia el interior, donde volvían a pagar alcabalas o impuestos de


otro género a las autoridades de Zuloaga o Miramón. Muchas personas que en el pri-
u

mer momento quedaron atrapadas en la ciudad de México, se dieron maña para reu-
pr

nirse con Juárez en Veracruz; algunos de ellos eran personalidades políticas bien
conocidas o altos jefes militares que se sumaron después al bando liberal. Don Benito
sostenía extensa correspondencia con algunos residentes en la capital nacional; los
1a

periódicos de México publicaban cartas e informaciones que les eran enviadas desde
el propio Veracruz y de otras ciudades dominadas por los liberales.
Dentro de este panorama de inestable pacificación, los periódicos de la capital
publicaron el día 2 de marzo un breve anuncio, por el cual pudo el público saber que
una semana después se reanudaría el servicio de diligencias entre México y Morelia.
Ocampo estuvo en México, consumada su separación del gabinete, hasta los últimos
días de enero; ya el 8 de febrero se hallaba en Pomoca. El servicio fue, sin duda, muy
irregular durante los dos primeros meses del año; don Melchor debe haber viajado en
una diligencia ocasional, o quizá haría el trayecto a caballo. En todo caso, en su co-
rrespondencia de tiempo antes con él, Manzo mencionaba un grupo de arrieros que
regularmente hacía servicios de transporte para don Melchor.
No es difícil reconstruir el cuadro de cosas que Ocampo dejaba atrás, ni imaginar-
se las ideas o reflexiones que lo acompañaban, al emprender su último viaje hacia
Pomoca.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  3

Quizá fuera definitiva, esta vez, su decisión de abstenerse en lo futuro de toda


intervención en las cuestiones públicas. El triunfo liberal tenía todas las trazas de
ser irreversible; don Melchor andaba cerca de los cincuenta años; sus intereses lo
reclamaban en Pomoca; de momento, parecía difícil ir más lejos por el camino de la
reforma, suficiente sería que no se diera marcha atrás.
En una época, Ocampo había reunido libros sobre las lenguas indígenas y había
publicado algunas notas, en el “Museo mexicano”, sobre este tema. No existen refe-
rencias de que haya sido cazador; pero, en cambio, le atrajeron las peculiaridades
geofísicas de la zona de Arará, sobre cuyos sismos y volcanes de lodo hizo un breve
informe, cuando fue nombrado consultor oficial por sugestión del general Filisola. Y
también había recorrido detalladamente las márgenes del Lerma y efectuado observa-
ciones para situar el curso del río sobre los mapas, molesto por las contradicciones de
algunos de los publicados.

a
El Lerma llamó la atención de don Melchor, seguramente desde muy joven. En el

rrú
estiaje apenas es más que un arroyo, al pasar frente a Pateo; pero en las épocas de
lluvias prolongadas, es imponente su caudal, que se derrama y convierte la ciénega en
Po
una verdadera laguna, apenas unos kilómetros más adelante. “El nacimiento mismo
del río —escribió el michoacano en 1844, en el ensayo geográfico que preparó para la
comisión de estadística militar— lo visité de intento en el año de 1839, volviendo de
a

una larga herborización en los departamentos de Veracruz, Puebla y sur de México…”


Ocampo tomó los trazos que se atribuían al Lerma en diversos mapas, los redujo a
eb

una misma escala y los completó con algunas mediciones y observaciones propias,
por cuanto se refiere en conjunto al tramo desde las fuentes hasta el lago de Chapala.
u

“Desde la hacienda de Tepuxtepec hasta las fuentes del río en Almoloyita, no he podi-
pr

do servirme —añadió— más que de los imperfectos medios de rumbos y distancias,


habidos los unos de mi propia observación, y recogidos los otros del dicho comparado
de varios prácticos…” Su interés no era puramente académico; por ello apuntó des-
1a

pués: “Todos los geógrafos cuentan este río entre los mayores de la República, y es,
sin disputa, el más importante de la mesa central. Pero exceptuando la pesca que en él
se hace y las aguas que suministra para riegos, ninguna otra ventaja se saca de él. Día
vendrá en que sus interrupciones de nivel se utilicen en mover máquinas… y en que
sus partes niveladas sirvan para económicos transportes…”
De estas investigaciones nació, sin duda, el interés de Ocampo por la “escritura
etimológica” de algunos términos geográficos de la región. Sin embargo, después de
señalar que el nombre antiguo del río citado fue Tololotlan, indica que el ponerlo hoy
en un mapa, no sería más que una especie de pedantería. Si muestra interés por estas
cuestiones, se cuida de señalar que quiere estudiarlas para beneficio y aprovecha-
miento de sus contemporáneos y sucesores. La ciencia, para Ocampo, es sólo un ins-
trumento al servicio de las necesidades humanas.
A pesar de los años transcurridos, repletos de sucesos, nada se había perdido en
su memoria. Había recorrido el camino de México a Pomoca muchas veces; “estamos
4  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

a dos días de la capital”, ponía de vez en cuando en sus cartas. Pero en ninguno de
esos viajes anteriores, su propia trayectoria se encontraba, como esta vez, en la recta
final. No podía anticipar, con certidumbre, que las circunstancias cambiarían relativa-
mente pronto y que a fines del año las tropas invasoras, de tres países, estarían frente
a Veracruz. Cuando cruzaba las poblaciones del camino, reverdecían seguramente en
él las engañosas inquietudes y preocupaciones por la toponimia. La ruta pasaba junto
a la hacienda de Jajalpa y llegaba a Ocoyoacac; de sobra conocía el michoacano que el
primer nombre significa “abundancia de arena” y el segundo “bosque ralo”. Pero ¿qué
pensaría de los dos pueblos que más adelante llevan la designación de Totoltepec,
que para algunos es decir “cerro de guajolotes”? Tepalcatepec, Zacatepec, Jocotepec, sa-
bía que estaban sobre cerros, pero aquí sólo hay una gran planicie, cruzada tranqui-
lamente por el Lerma.
El interés que Ocampo mostró por estas observaciones filológicas provino, sin

a
duda, de que observó con atención los elementos nativos en la región donde transcu-

rrú
rrió su niñez, y notó que no son esencialmente distintos a las variantes que predomi-
nan en toda la región situada al suroeste y al oeste de la ciudad de México. Si hubiera
Po
vivido siempre en esta capital —bien porque doña Francisca Javiera Tapia no lo hu-
biera adoptado, o bien porque no tuviera fundamento la relación filial que el vulgo les
atribuyó—, no habría captado el carácter mestizo de la nación con esa objetividad.
a

Mientras recorría el camino de México a Toluca, le bastaba volver la vista alrede-


dor, para atestiguar la presencia de algunos componentes étnicos predominantes
eb

también en su zona natal. A los lados de la ruta del servicio de diligencias, en esa
parte del camino, aparecen pueblos sólo con nombres mexicanos; pero el ojo avizor de
u

don Melchor había observado de seguro que gran número de las barrancas y montes
pr

llevan designaciones francamente otomíes, en las cuales la famosa “e ovejuna” delata


la presencia de otra lengua y otro pueblo. Madaté, Ja, Nhodó, Endejé, son nombres
que corresponden, además, al hecho de que buena parte de la población indígena del
1a

distrito de herma habla corrientemente el otomí. Esta situación, desde luego, se con-
firma y amplía en los alrededores de Toluca, donde ya las pequeñas rancherías llevan
nombres otomíes (Yebusibí, Potejé, Canchimí), y algunas de las poblaciones importan-
tes con nombre mexicano, como Metepec, tienen nombre propio también en otomí
(Nteguada). No es difícil percibir que empieza, desde aquí, una superposición de idio-
mas, razas, culturas, que es característica de la zona nativa de Ocampo, y que después
tendremos ocasión de ver con más detalle. La cabecera del distrito mencionado, lleva
un nombre aparentemente castellano, pero aún se conoce el nombre con que fue de-
signada, en mexicano, antes de la ocupación española (Cacamilhuacan). Como es tan
frecuente en estos casos —y como encontraremos otras veces al seguir este camino de
don Melchor—, no ha faltado, sin embargo, a pesar de su sonoridad castellana, quien
atribuyera a la palabra un origen matlatzinga-mexicano, ligado al nombre de la tribu
que dominó, en una época, los puntos más importantes de la región. Otra versión dice
que un español, conde de herma, fue quien logró del rey de España la categoría de
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  5

población para el caserío, lo cual explica suficientemente la designación que le dio el


soberano peninsular.
Porque Ocampo tuvo conocimiento de todo lo que destruyó la conquista (a través
de los registros escritos, de las crónicas y relatos de los propios españoles, en gran
parte), sin duda comprendía que fueron pisoteados, derrumbados y hechos a un lado,
todo un mundo de costumbres y de hábitos, toda una manera de vivir, es decir, toda
una cultura. Don Melchor, sin embargo, nació, creció y volvió a ella después siempre
que pudo hacerlo, en una región donde se aprecia sin dificultad que este acontecer
histórico no fue sino la última de una serie de sobreposiciones culturales, que seme-
jan los monumentos construidos unos encima de otros, tan frecuentes en las ruinas
prehispánicas. En toda esa zona, como iremos viendo, fluye una corriente en la cual
es inevitable percibir esa sobreposición. Ella se pudo manifestar a Ocampo a través de
los habitantes otomíes del valle del herma, muy cerca de sus fuentes, que vivían en

a
poblaciones con nombre azteca, pero seguían denominando a los cerros y las barran-

rrú
cas en su propia lengua. ¿Es que algún día fueron dueños de esas tierras? ¿Acaso el
conquistador mexicano dio nuevo nombre a sus asentamientos, como el español se lo
Po
dio después al río y a la población que lleva su nombre? ¿… O acaso se movilizaron
hacia allá, desde sus tierras del norte, castigadas por la sequía o la guerra, entrando
como prófugos sin patria, a vivir bajo el dominio de otros pueblos, más fuertes o más
a

adelantados? A ciencia cierta, nadie lo ha aclarado, pero aún hoy día, casi siglo y me-
dio después de que Ocampo exploró la región, siguen ahí, resistiendo la más reciente
eb

y abrumadora de las avalanchas que, pasando sobre la zona, a veces se han ido sin
dejar huella, pero otras veces se han fijado permanentemente, si cabe emplear tal
u

expresión.
pr

El dirigente liberal se retira


1a

El secuestro de que fue víctima don Melchor Ocampo, ocurrido a medio


día del 30 de mayo de 1861, en su hacienda de Pomoca, a escasos 15 kiló-
metros al oriente de Maravatío, no fue un suceso por completo inusitado,
dentro del ambiente que existió después del triunfo del ejército republicano
en Calpulálpam.1 Esta acción militar permitió, como es sabido, el retorno
casi inmediato del presidente Juárez a la ciudad de México y dio fin a la
guerra de tres años. Ocurrieron en esos meses otros apresamientos de li-
berales distinguidos y tales hechos reflejaron la violencia, salpicada de

1  La fecha del asalto a Pomoca fue embrollada por don Ángel Pola, cuando recogió por

primera vez, en una forma sistemática, los datos respectivos. Por las razones que se discu-
ten más adelante, parece definitivamente demostrado que los hechos ocurrieron el 30 de
mayo.
6  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

venganzas personales, que siguió reinando en el país durante el intervalo


que separó aquella resonante victoria de la llegada a Veracruz de las escua-
dras de España, Francia e Inglaterra. Es decir, del inicio de la guerra de in-
tervención, con su fugaz imperio y sus imperiales, como solía decir el
general Leonardo Márquez, el otro personaje de ese drama, el verdadero
realizador del secuestro y responsable de la ejecución del reformista mi-
choacano.2
El final de la trayectoria de Ocampo, visto desde la época actual, resulta
un tanto original. Contra la costumbre, había sido un político cauteloso y
reservado en sus primeras épocas, y llegó a ser de una gran firmeza y deci-
sión en sus últimos años, cuando se presentó su momento para actuar. A
muchos otros el período de la reforma les dio ocasión de iniciar brillantes

a
carreras y después hacerse dueños de haciendas, o de casas en México,

rrú
Puebla y Guadalajara. Ocampo, por su parte, estaba casi arruinado cuando
terminó la lucha reformista; a pesar de la contribución que había aportado,
todavía fue sacrificado bajo el cargo inicuo de “traición a la patria”, en con-
Po
diciones tales que el gobierno y su partido no pudieron ayudarle.3
El periódico conservador El Pájaro Verde, recién aparecido bajo la liber-
tad que daba a la prensa el gobierno liberal,4 publicó el 4 de junio de 1861,
a

cuando Ocampo ya había muerto y se esperaban las órdenes para traer su


eb

cuerpo a la ciudad de México, la siguiente información: “Los señores Ocam-


po, Schiaffino y Arrigunaga, sorprendidos por fuerzas expedicionarias, fue-
u

ron obligados por ellas a seguirlas en clase de prisioneros. El señor Ocampo


estaba en su huerta de Pomoca y los otros dos señores en la hacienda de
pr

San Joaquín. Fueron conducidos a Arroyozarco en donde se hallaba el se-


ñor Márquez, pero se ignora dónde se hallan a punto fijo”.5
1a

Las bandas conservadoras recorrían en esos días el país, entraban a las


poblaciones, donde las autoridades se hacían de la vista gorda, recababan
ayuda de los personajes prominentes, se alojaban en las fortalezas que

2  Es sabido que Márquez trató, desde el primer momento, de hacer recaer la responsa-

bilidad en Zuloaga; sin embargo, además de la confrontación de lo que ambos dejaron escri-
to al respecto, el hecho de que fuera Márquez quien contaba con la fuerza militar, indica que
fue este último quien tomó la decisión sobre la suerte de don Melchor, seguramente en con-
tacto con los conservadores de la ciudad de México.
3  Los esfuerzos que algunos liberales hicieron en favor de don Melchor se explican y

discuten más adelante.


4  Sobre la situación inusitada que disfrutó la prensa de todos los matices políticos du-

rante el primer semestre de 1861, puede consultarse el trabajo de McGowan.


5  No obstante, otros periódicos dijeron que desde el sábado 1o. se sabía en. las calles

de la capital que Ocampo estaba secuestrado. Véase: Monitor, 3-VI-1861.


PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  7

habían sido construidas para templos durante la colonia española, cuando


podían dormían en los cascos de las haciendas, robaban y ejercían vengan-
zas contra los liberales conocidos, o contra sus familias. Desde 1859 se sa-
bía —y donde menos se ignoraba el hecho era en las fortalezas medievales
de los conservadores— que el emperador francés había decidido la inva-
sión de México y sólo esperaba el estallido de la guerra civil norteamerica-
na, una vez que Lincoln sucediera al presidente Buchanan, para lo cual
contaba ya con importantes apoyos en Inglaterra y España.6
El gobierno liberal encabezado por Juárez, con las leyes de reforma ha-
bía conseguido superar en algunos aspectos el error del congreso constitu-
yente de 1856, que bajo la influencia de Comonfort se abstuvo de tomar las
medidas necesarias para modificar la situación del país y elaboró un código

a
lleno de grandes palabras y hermosos enunciados, pero que dejaba en pie la

rrú
estructura feudal del dominio económico por los “criollos señores”, como
años después diría un agudo escritor. La guerra civil, sin embargo, alteró
de tal manera las condiciones nacionales que el gobierno menos que nunca
Po
podía garantizar el orden público y las vidas de los ciudadanos pacíficos.
La culpa no era, por cierto, de las muchas facilidades que la constitución
daba al congreso (como se demostró bajo el porfirismo), sino radicaba en el
a

hecho de que el partido conservador no estaba vencido totalmente. A ratos,


eb

las fuerzas militares reaccionarias llegaban hasta las goteras mismas de la


propia capital.7
u

La circunstancia de que Ocampo se haya trasladado a su finca, casi in-


pr

mediatamente de separarse del gabinete de Juárez, así como su renuencia a


ausentarse cuando aparecieron en las cercanías de Pomoca las bandas con-
servadoras podría conducir a pensar que consideraba terminada la guerra
1a

civil y que no preveía toda la violencia que aún estaba por venir. ¿Por qué
me han de molestar, si no hago mal a nadie?, según parece decía.8
Tres días después de su separación del gobierno, sin embargo, dirigió a
los gobernadores de los estados una amplia carta en que quitaba importan-
cia a los rumores de discrepancias con Juárez y con otros miembros del go-
bierno, y pedía a los liberales que no se dividieran. No negó que las
discrepancias hubieran existido, pero las calificó de secundarias frente a la

6  La prensa liberal publicó en 1859, por ejemplo, una segunda carta de Gutiérrez Estra-

da que pone de manifiesto la decisión conservadora de provocar la intervención extranjera.


Véase: La Bandera Roja, 18-IV-1859.
7  Monitor, 13-V-1861.
8  Obras; tomo II, pp. XCVI y XCVII.
8  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

necesidad de sostener al régimen de Juárez.9 Es seguro que consideraba po-


sible la intervención extranjera; los informes de Mata y de Romero, envia-
dos desde Washington, así como los de Oseguera remitidos desde París, lo
tuvieron al tanto de las intenciones al respecto. Y por otro lado, conocía
bien la situación financiera que obligaría al gobierno a suspender pronto
los pagos de la deuda exterior y a precipitar con ello la intervención. Aun-
que la prensa liberal publicaba en esos días extravagantes proyectos de in-
versión de los cuantiosos recursos de que se esperaba disponer, Ocampo,
como lo muestra su correspondencia y como lo hizo público en el curso de
su polémica con Lerdo, no compartía esas esperanzas.10 Para el michoacano
la obra del gobierno de Veracruz había sido, más que nada, una “reforma
social” inevitable.

a
Tampoco es de creer que Ocampo menospreciara la animosidad que

rrú
existía en los círculos conservadores en contra de los principales autores de
la reforma. Antes de la renuncia del gabinete a mediados de enero de 1861,
habían circulado rumores contradictorios en México sobre los castigos que
Po
se aplicarían a los más notables conservadores, a quienes se consideraba
responsables de violencias ocurridas durante la guerra civil.11 Los propios
dirigentes liberales estuvieron divididos al respecto; aun cuando el mismo
a

Ocampo quitó importancia a tales discrepancias, como ya señalamos, es un


eb

hecho que la prensa liberal criticó muchas de sus medidas, a veces califi-
cándolas de tibias y a veces diciendo que eran excesivas. A todas luces se
u

trató de uno de esos momentos de transición, inmediatamente después del


traslado del gobierno a la capital, en que resulta difícil aplicar estrictamen-
pr

te la ley. El michoacano tuvo que dictar personalmente, como es sabido, las


órdenes administrativas para la expulsión de cuatro diplomáticos extranje-
1a

ros y de algunos sacerdotes; pero existen datos suficientes para asegurar


que después de Calpulálpam era partidario, en lo esencial, de juzgar a los
culpables dentro de la ley.12
Durante la semana en que Ocampo fue ministro de Juárez en la ciudad
de México, después de que el Presidente se trasladó a la capital, la situación
fue terriblemente inestable y cambiante. Hasta algunas personas cercanas al
michoacano se desconcertaron en esos momentos, según indica su corres-
pondencia particular. Su hija Josefina, por ejemplo, le escribió poco después

 9  Obras; tomo II, pp. 311 a 314. La carta a Plácido Vega, fue ampliamente difundida

por la prensa, incluso en inglés: The Mexican Extraordinary. 2-TV-1861.


10  Obras; tomo II, p. 195.
11  Véase, por ejemplo, Las Cosquillas; 19-1-1861.
12  Tal cosa dijo, en particular, don Ezequiel Montes en las honras fúnebres de Ocampo.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  9

de conocerse la detención del ex ministro y pariente de Miramón, Isidro


Díaz, dejándose arrastrar por completo por los acontecimientos. Le alaba
que se opusiera a la pena capital acordada contra Díaz, pero manifiesta el
deseo de que se juzgara al reo legalmente. “A lo menos procura que no se
envuelva tu nombre —le había dicho— en los actos de indelicadeza que
están cometiendo a cada paso”.13 Estos matices de Josefina, hostiles al pre-
sidente Juárez, sin embargo, deben ser vistos con un grano de sal. En pri-
mer lugar, aún estaba fresco el impacto que debe haber causado en los
esposos Mata la negativa del Presidente a ampliar el plazo de ratificación
del tratado con McLane. Y, por otra parte, conviene recordar que unos me-
ses más tarde hizo saber la prensa de la capital a don Melchor la entrada de
Mata al gabinete.14

a
La confianza que mostraba Ocampo al retirarse a Pomoca y su aparente

rrú
convicción de que estaba seguro ahí, no podían provenir de una apreciación
errónea del efecto de estos hechos sobre la actitud de los conservadores. No
podía juzgarlos capaces de ver los acontecimientos en forma objetiva y des-
Po
apasionada. En todo caso, debe recordarse que don Justo Sierra refirió con
detalles la entrevista celebrada por Ocampo con Manuel Alas en Toluca
—donde Alas fungía como gobernador durante las ausencias de Berriozá-
a

bal—, en el curso de la cual Alas insistió sobre la inconveniencia de regresar


eb

en esos momentos a Pomoca.15 Alas, como se sabe, no sólo era tenido por
pariente de Ocampo (hermano según Sierra), sino que había sido de sus
u

amistades juveniles y le había ayudado a sortear los conflictos que ocasio-


nó su viaje a Europa.
pr

Además, existían antecedentes en el mismo sentido. El 20 de enero de


1857, desde México, escribió Mata a Ocampo, que se encontraba en su fin-
1a

ca: “Después de una semana de angustias mortales ocasionadas por la fal-


ta de cartas, recibí ayer una de Josefina en que me participa lo ocurrido en
Pomoca y la necesidad en que usted se vio, para no caer en manos de los
bandidos, de ausentarse... Estos hechos han robustecido un pensamiento
que tengo hace mucho tiempo; pero que no había querido decirle. Creo que
está usted mal en Pomoca, cerca de un pueblo de enemigos de la libertad y
por consiguiente de usted. El clero, a quien ha levantado usted las faldas,
jamás se lo perdonará; y por el contrario, procurará por todos los medios
posibles, directos e indirectos, perseguir y molestar a usted. Si en la expedi-
ción que debe usted hacer para llevarme a Josefina hállase usted que en el

13  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-3-7.


14  La Independencia; 25-IV-1861.
15  Sierra; Juárez; p. 278.
10  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

estado de Veracruz le convienen los terrenos, como estoy seguro de que le


conviene el clima para la salud, y se decide a cambiar de residencia, ¡con
cuánto gusto vería yo esa determinación! Según el aspecto que presentan
las cosas, la sociedad va a continuar en una agitación violenta y sólo se
escaparán de ella, tal vez, los estados en que, como el de Veracruz, no hay
un clero dominante y rico que con su influencia y su oro haga que se estén
despedazando unos a otros los mexicanos...”16
En junio de 1853, poco antes de ser aprehendido por órdenes de Santa
Anna, don Melchor había escapado también de un grupo hostil. Tales peri-
pecias —unidas a los relatos novelescos de Manuel Payno y Ángel Pola—
despertaron en la imaginación popular un curioso prestigio de don Melchor,
a quien llegó a tenerse por hombre de misteriosas precauciones; tanto en

a
Pateo como en Pomoca, según esas pintorescas versiones, el vecindario ha-

rrú
blaba de pasadizos subterráneos y de estratégicos miradores, desde los
cuales el ilustre reformador avizoraba los peligros y las idas y venidas por
los caminos próximos a sus terrenos.17
Po
Ocampo fue, efectivamente, a llevar a su hija a Papantla en dos oca-
siones. Más tarde, mientras residía en Veracruz el gobierno de Juárez, vol-
vió dos veces a la hermosa población. Por ciertos arreglos económicos que
a

se mencionan en su correspondencia con Mata, parece claro que adquirió


eb

inclusive algunos intereses sobre terrenos de la región.18 Sin embargo, se


trasluce también que su situación financiera no era buena al terminar la
u

guerra de tres años y que dio marcha atrás en sus propósitos por tal mo-
tivo. Mata hace notar en una de sus cartas que su propia fortuna se vio
pr

seriamente comprometida; y Ocampo, que desde la época del congreso


constituyente había expresado a Juárez la necesidad en que se hallaba de
1a

residir en Pomoca para mejorar su situación económica, volvió a repetirlo


al Presidente después de su separación del gabinete en enero de 1861.19
Parece indudable, por lo tanto, que la necesidad de poner a flote de nue-
vo su propiedad agrícola de Maravatío fue uno de los factores de más peso
para decidirlo a regresar a Pomoca. Es difícil, en cambio, creer que no tuvie-
ra conciencia del peligro que corría al residir ahí; sobre todo, si se tiene en
cuenta las repetidas advertencias que sobre ese riesgo le hicieron sus alle-
gados y amigos. Él mismo, en el mes de diciembre de 1860, comentando la
aprehensión de Berriozábal, Benito Gómez Farías y Santos Degollado, que

16  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-72.


17  El Libro Rojo; pp. 160 a 168. Obras; tomo III, pp.” XIV, XXIII y XXXI.
18  INAH, legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-114, 162 y 166.
19  Juárez; correspondencia; tomo IV, p. 427.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  11

fueron detenidos en Toluca por Miramón, en un golpe de suerte, escribió


el 17 de este mes al gobernador Corzo: “Hemos tenido últimamente la des-
gracia, el día 9, de que ¡el señor Berriozábal se haya dejado sorprender en
Toluca! Esto nos ha hecho perder más de mil hombres y lo que es peor, ha
hecho caer en manos de Miramón al señor Degollado, a Farías (Benito) y
otras personas importantes, que yo creo servirán de obstáculo, como rehe-
nes, para terminar netamente la cuestión”. Y agregó este comentario: “Su-
pongo y deseo que tal golpe vuelva más cautos a nuestros demás jefes que
ya están bastante cerca de México”.20
El afortunado desenlace que tuvo esta historia de la prisión de Berrio-
zábal y de sus huéspedes, pudo quizá haber engañado un poco a los diri-
gentes liberales con respecto a las futuras violencias de la guerra civil.

a
Pero, al comparar esos hechos con la suerte que esperaba a don Melchor,

rrú
deben tenerse a la vista algunas referencias. En primer lugar, en la forma
de comportarse frente a los enemigos ideológicos y políticos, durante aquel
período, influía mucho el temperamento de los jefes que se apoderaban de
Po
personalidades enemigas, así como las circunstancias momentáneas. Mira-
món no fue, en general, un hombre sanguinario al modo de Márquez; pre-
tendía imponer al ejército sobre el país y establecer una dictadura, pero no
a

aspiraba a eliminar físicamente a todos sus adversarios.21 Además, al mo-


eb

mento de entregar la capital, en los últimos días de diciembre, aprovechó a


los presos liberales que había hecho en Toluca, cuando su propia situación
u

era desesperada por la derrota de Calpulálpam, y tal vez tuvo conciencia de


que así favorecía su fuga al extranjero.22 Por otro lado, el señor Santos De-
pr

gollado había sido destituido por Juárez, acusado por el asunto de la con-
ducta interceptada por sus tropas, pero, en realidad, por haber dado acogida
1a

a las propuestas conservadoras de buscar un armisticio a través de la inter-


vención de diplomáticos extranjeros. En tales circunstancias, no era lógico
que el “joven Macabeo” hiciera fusilar a sus prisioneros.
Leonardo Márquez era distinto y su actitud también tenía que ser otra
cosa frente a un hombre ostensiblemente solidarizado con Juárez, como lo
estaba Ocampo en los primeros meses de 1861. Los problemas suscitados
con el clero de Michoacán, aunque no pasaran de ruidosas polémicas, ha-
bían hecho exclamar a Lucas Alamán que Ocampo era el principal respon-
sable de las tendencias reformistas en 1853; las actividades contra Santa

20  Obras; tomo II, pp. 310 y 311.


21  Ocampo nunca fue militar, ni fue apresado con las armas en la mano, por lo que no
cabía aplicarle las disposiciones excepcionales que ambos bandos aplicaban en tales casos.
22  The Mexican Extraordinary; 25-1-1861.
12  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Anna desde Nueva Orleans y Brownsville, en 1854 y 55; la separación del


gabinete de don Juan Álvarez por incompatibilidad con el espíritu de tran-
sacción de Comonfort; las intervenciones en el congreso constituyente pi-
diendo la reforma social y económica, así como la negativa a declararse
satisfecho con lo logrado en la constitución, por considerarla débil e incom-
pleta; la prisa en acudir al llamado de Juárez después del golpe de Tacuba-
ya; la colaboración decisiva para formular, explicar y poner en vigor las
leyes de reforma; el sacrificio de su prestigio y de algunas de sus conviccio-
nes al firmar el tratado con McLane, a cambio de garantizar la ayuda diplo-
mática yanqui y la subsistencia del régimen de Juárez; todo esto y la vida
entera de Ocampo que lo había enfrentado definitivamente con los intere-
ses de los grandes latifundistas, lo convertían en 1861 en una presa dema-

a
siado valiosa para que la dejara ir Márquez. El canje que quería Zuloaga,

rrú
de Ocampo por algunos personajes importantes del partido conservador, de
seguro no interesó al “tigre de Tacubaya”; entre otras cosas porque para
ellos la guerra civil había significado algo muy distinto que para Márquez.23
Po
Se dice que Leandro Valle, al caer prisionero en el monte de las Cruces,
tres semanas después del asesinato de don Melchor, pregunta a sus capto-
res quién era el jefe de las fuerzas que lo sacrificaban, y al saber que esta-
a

ba en poder de Márquez, exclamó: “Entonces no hay remedio’”.24 El hecho


eb

es que en unas líneas, escritas pocos minutos antes de morir, dejó dicho:
“No hay que lamentar mi suerte; son peripecias de la guerra. Van a hacer
u

conmigo lo que yo haría con ellos”. El joven militar no podía prever que su
enemigo sería perdonado por el partido liberal, años más tarde, y viviría
pr

algún tiempo, tranquilamente, cerca del teatro de sus más connotadas


hazañas.
1a

La necesidad de rehabilitar su hacienda fue pues el elemento deter-


minante de la decisión de Ocampo de regresar a Pomoca, de inmediato,
después de su separación del gabinete de Juárez. No era hombre que apro-
vechara la situación de alto funcionario, para proteger sus intereses perso-
nales; ya en otras ocasiones había salido adelante de fuertes apuros
económicos, como un Cincinato, regresando a laborar sus tierras de las
márgenes del Lerma. Para comprender en qué condiciones dio este paso en
1861, el último de su carrera política, es indispensable recordar el marco de
su intervención en la guerra civil, los antecedentes de sus relaciones con

23  Márquez, al igual que Zuloaga, se había adherido al plan de Ayutla, pero se rebe-

ló con Haro y Tamariz al año siguiente, en tanto que Zuloaga apoyó a Comonfort en ese
momento.
24  Juárez; correspondencia; tomo IV, p. 482.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  13

Juárez, la colaboración que había prestado al Presidente esos tres años y su


posición dentro del grupo liberal, en realidad muy anterior a esa amistad.
Ocampo se incorporó de lleno a la política activa, como gobernador de
su estado, durante la presidencia de facto de don José Mariano Salas, bajo
la bendición de Manuel Gómez Pedraza y Valentín Gómez Farías. Como
ocurrió respecto a tantas otras cosas durante el primer tercio de siglo de
vida independiente, el doctor jalisciense fijó su mirada en Ocampo cuando
éste acudió, en 1842, como diputado al congreso constituyente y se pro-
nunció contra el militarismo desde la tribuna de la cámara, en pleno apo-
geo de Santa Anna. Al ser designado por segunda vez gobernador de
Michoacán, en 1852, Ocampo se dirigió a Gómez Farías diciéndole: “Aquí
me tiene usted en su barataria y con deseo de que en algo me ocupe. Llamó-

a
la su porque usted fue el primero que a ella me envió. Gracias otra vez. De-

rrú
seo que con plena confianza, con aquella benevolencia que siempre me ha
manifestado y de que me envanezco, me diga cuándo acaba su período de
senador y si aceptaría el nombramiento que de usted hiciere Michoacán”.25
Po
Durante la primera gubernatura desempeñada por don Melchor, como
es sabido, por una serie de circunstancias políticas que neutralizaron de
momento a Santa Anna, fue Gómez Farías el elemento decisivo en el go-
a

bierno federal. El 6 de octubre de 1846, también desde Morelia, Ocampo


eb

escribió a Gómez Farías, quien estaba próximo a ocupar la presidencia: “No


tenga usted cuidado sobre elecciones en cuanto a buena voluntad: es nece-
u

sario que yo sea sincero; casi nada he hecho por ellas, porque muy al tanto
pr

de cuanto pasaba puedo decir que en todo y por todas partes han presenti-
do mis deseos. Tampoco hay aquí peligro ni de que nos dividamos ni de que
nos dejemos engañar. Cada vez que ha asomado algún mal síntoma he pro-
1a

curado reprimirlo luego. El gran mal de que ahora adolecemos es la absolu-


ta, la increíble escasez de personas, tales cuales deseamos. Yo quisiera que
nuestros diputados tuvieran principios fijos, independencia para sostener-
los a todo trance, energía con qué hacerlos adoptar, algún patrimonio que
les hiciese suplir las escaseces en que acaso vamos a ponerlos y sobre todo
decencia y probidad para cualquier asunto... Me apesadumbra igualmente
saber que usted continúa en cama; el cielo me oiga y haga que el más celo-
so, el más desinteresado, el más noble sostén de la federación pueda ayu-
dar a los hijos de ésta en los terribles días de prueba que han pasado y que
aún serán largos!”26

25  Archivo de don V.G.F., doc 1046 (2-VII-1852).


26  Archivo de don V.G.F.; doc. 1997.
14  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Las expresiones de Ocampo no corresponden a simples cortesías para el


viejo reformista; ni pueden considerarse como meras fórmulas literarias.
El país estaba en vísperas de sufrir el golpe de mano que, sin alcanzar las
dimensiones de una campaña militar en forma, costó no obstante la pérdi-
da de más de la mitad del territorio nacional. Salvo dos o tres acciones béli-
cas, puede decirse que el ejército norteamericano logró dispersar a las
tropas mandadas por Santa Anna sin que éstas ofrecieran una verdadera
resistencia.27 Puede imaginarse la reacción de Ocampo, unos meses des-
pués, cuando la rebelión de liberales moderados y conservadores dio por
tierra con el régimen incipiente de Gómez Farías. Unos quince días antes de
la carta citada en el párrafo anterior, Ocampo había escrito a Gómez Farías
en los términos que siguen: “Anoche fuimos alarmados con varias noticias,

a
que, para decir la verdad, algo me han desvelado; ellas son, que iban a qui-

rrú
tarnos de comandante al señor Cela, que en su lugar nos enviaban a don
Gregorio Gómez, y, lo que es peor que todo, que usted iba a dejar el ministe-
rio para presidir un nuevo consejo. Debe usted figurarse cuán amargas han
Po
sido para nosotros, especialmente la última. Usted es ahí nuestra garantía,
usted la única persona en cuya pureza y energía tenemos fe, y usted por
último quien, con sólo verlo puesto en el gobierno federal, me decidió a
a

aceptar éste. Considéreme pues, como su hijo político, y acójome a usted


eb

como a mi padre. Usted ha de hacer que ni se hable de remoción del señor


Cela, presentándolo a Santa Anna como único capaz de neutralizar mi exal-
u

tación... No se nos vaya usted señor, o renuncie a la federación y a toda es-


pr

peranza de bien para la República”.28


Después de su separación del gabinete de don Juan Álvarez, Ocampo
escribió a Gómez Farías desde Pomoca, el 3 de noviembre de 1855, de esta
1a

manera: “Me fue muy sensible venirme de esa ciudad sin poder ver a usted,
aunque lo intenté, porque tenía una especie de alborozo pueril de contarle a
usted cuanto me había pasado, seguro de que oyéndome se dignaría usted
aprobar mi renuncia y salida del ministerio. Creo sin embargo que bastará
decir a usted que el señor Comonfort proponía en su programa: que en el
consejo hubiera dos clérigos, como garantía para su clase; que se declarara
derecho el ser guardia nacional, pero no deber, de manera que el gobierno
no pudiera obligar a tal servicio a quien no quisiera prestarlo; que la guardia
se dividiera en móvil y sedentaria, y entiende por la primera la compuesta

27  Ocampo, como se explica más adelante, estaba convencido de que el resultado de la

guerra sólo podía explicarse por una traición del dictador.


28  Archivo V.G.F.; doc. 1929.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  15

de proletarios y por segunda la de los ricos; que el ministerio se compusiera


por mitad de moderados y puros, sin reflexionar que en la ejecución el me-
nor roce retarda, cuando no impide del todo el movimiento. ¿Podía yo se-
guir? Yo no tenía más derecho que la voluntad del señor Presidente y ésta
me faltó. ¿En qué podía yo apoyarme? Lo dejo al buen criterio de usted”.29
Como se recordará, en el escrito publicado después de la ruptura con
Comonfort, que Ocampo tituló “Mis quince días de ministro”, aparecen al-
gunos comentarios sobre la composición del gobierno fallido, que resulta
interesante comparar con estos puntos de vista emitidos en privado para
Gómez Farías.
“Comprendo más clara y fácilmente —decía Ocampo en su opúsculo—
estas tres entidades políticas: progresistas, conservadores y retrógrados,

a
que no el papel que en la práctica desempeñan los moderados... Los conser-

rrú
vadores, consintiendo el movimiento y regularizándolo, serían la prudencia
de la humanidad, si reconociesen la necesidad del progreso y en la práctica
se conformasen con ir cediendo gradualmente; única condición, la de con-
Po
sentir en ser sucesivamente vencidos, que volvería sus aspiraciones y su
misión, legítimas, como lógicas y racionales; pero en la práctica nunca con-
sienten en ser vencidos... con sólo conservar el estado de actualidad (statu
a

quo) se convierten en retrógrados. Estos son unos ciegos voluntarios que


eb

reniegan la tradición de la humanidad y renuncian al buen uso de la razón.


¿Qué son en todo esto los moderados? Parece que deberían ser el eslabón
u

que uniese a los puros con los conservadores, y este es su lugar ideológico,
pr

pero en la práctica no son más que conservadores más despiertos, porque


para ellos nunca es tiempo de hacer reformas, considerándolas siempre
1a

como inoportunas o inmaturas; o si por rara fortuna las intentan, sólo es a


medias o imperfectamente. Fresca está, muy fresca todavía la historia de
sus errores, de sus debilidades y de su negligencia... Por otra parte, en to-
dos los partidos hay buenos y malos, exagerados y simplemente entusias-
tas, moderados y tibios, atrasados y morosos. Las mismas calificaciones de
puros y moderados son presuntuosas e inadecuadas. La moderación y la
pureza son dos virtudes: poseerlas una ventaja, y despreciarlas un extra-
vío. ¡Cuántos moderados hay con pureza! ¡Cuántos puros con moderación!”30
Todos los incidentes importantes de la trayectoria política de Ocampo,
vistos pues en sus motivaciones internas, contribuyen a demostrar que su

29  Archivo V.G.F.; doc. 3818.


30  Obras; tomo II, pp. 84 a 86.
16  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

separación del gobierno liberal, durante los primeros meses del año 61,
correspondió a una necesidad transitoria; fue una peripecia en un largo ca-
mino de solidaridad con los empeños de ese partido. Ni siquiera cabe la
duda sobre la actitud que habría tomado el michoacano a fines del año, al
convertirse en un hecho la intervención extranjera. Puede señalarse, inclu-
sive, que la maniobra iniciada por Aguirre desde la tribuna del congreso el
29 de mayo, estuvo sincronizada con el secuestro del reformista y formó
parte ya de las escaramuzas que prepararon la intervención, en la medida
en que trató de hacer volver al primer plano la cuestión del tratado con
McLane. En efecto, este tema constituyó uno de los leit motiv de la propa-
ganda conservadora en los años siguientes; y si perdió su eficacia como
argumento político durante mucho tiempo, fue porque Juárez lo neutralizó

a
y le dio su dimensión exacta de expediente transitorio, al enterrar definiti-

rrú
vamente el tratado en 1860.
Desde la serenidad y altura de su posición política, Ocampo daba sin
duda una importancia secundaria a los rozamientos y dificultades que sur-
Po
gieron, inevitablemente, en el curso de su acción práctica. Y si la causa na-
cional que encabezó don Benito en los años siguientes, tuvo fuerza de
atracción suficiente para reunir de nuevo en las filas liberales a muchos
a

disidentes, como Comonfort, Doblado, Negrete, etc., es indudable que ha-


eb

bría contado también con la participación de Ocampo, que siempre fue libe-
ral consecuente.
u

Por otra parte, puede observarse que la posición de don Melchor tiene
pr

un aspecto pragmático: la época fue de grandes cambios económicos, polí-


ticos y en consecuencia, sociales. Al examinar la conducta del grupo en el
poder y de sus dirigentes, teniendo a la vista los resultados de su actividad
1a

y la aspiración de realizar la reforma, Ocampo prodiga a Gómez Farías su


adhesión y el entusiasmo que le inspira el papel destacado que desempeña
en la causa común, pero sin duda los extiende a Juárez, a Santos Degollado
y a otros liberales. No acepta la participación o militancia en un grupo es-
trecho y cerrado como medida de la contribución a la lucha reformista. Puso
en peligro hasta su propia seguridad, en apoyo de una de sus más sólidas y
profundas convicciones: quienes ocupan el poder, sin usarlo para llevar al
cabo las transformaciones que la época requiere, son retrógrados o conser-
vadores vergonzantes, clama don Melchor. Si son aconsejables la pruden-
cia y la seguridad al conmover el edificio social, quienes todo lo dejan para
mañana y nunca encuentran madura la situación para los cambios que, en
su fuero interno, reconocen como inevitables, son dañosos como la peste
bubónica; engañan, disimulan y traicionan sus responsabilidades. Asimismo,
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  17

se aprecia en Ocampo otra arraigada convicción; la actividad política y el


devenir histórico no constituyen un proceso mecánico, predeterminado,
en donde el reloj anuncie la llegada de los cambios, como los cantos de los
gallos anuncian el amanecer. Con mucha frecuencia, las circunstancias es-
tán maduras para efectuar las transformaciones esperadas, pero es la vo-
luntad y la determinación de quienes tienen en sus manos el poder, lo que
frustra e imposibilita su ejecución. Los hombres no son autómatas que obe-
dezcan ciegamente la acción de leyes o de fuerzas que, por sí mismas, de-
terminen lo que es posible realizar y el momento en que se llevará al cabo.
Siempre habrá manera de encontrar inoportunas, precipitadas o peligrosas
las reformas por las cuales luchamos, dice Ocampo, y quienes hacen de esa
actitud su ocupación fundamental, quienes se desviven inventando obs-

a
táculos y buscando demoras, arreglos y compromisos, sólo son retrógrados

rrú
disimulados, que trabajan solapadamente para la conservación de los inte-
reses existentes. Po
Viaje a Francia en 1840
a

La rica imaginación de Ocampo transformó una huida de amistades pe-


ligrosas para su tranquilidad y fortuna personales, en una novela de aven-
eb

turas. A principios de 1840, el joven hacendado está lleno de deudas y


dedicado a echar por tierra la sólida situación económica que le dejara doña
u

Francisca Javiera.31 Existen testimonios documentales de sus quebrantos


pr

económicos, así como de la salida de México sin autorización de su “padre


adoptivo”, el licenciado Ignacio Alas, y de la ayuda que para partir le dieran
1a

algunos amigos. En todo caso, no parece que Alas se disgustara muy seria-
mente por el alejamiento de su descarriado pupilo, pues fue el propio Alas
quien finalmente consiguió un empleo a Ocampo en la legación de París;
por cierto que el joven hacendado debe haberse desempeñado bien en ese
modesto empleo, ya que al año siguiente será la recomendación de Max
Garro, el ministro mexicano en Francia, lo que habrá de permitirle conocer
a Gómez Pedraza y llegar de inmediato a formar parte del congreso consti-
tuyente que se reunió en México en junio de 42.

31  Ocampo salió del país año y medio antes de la caída de Bustamante, resultado tardío

de la revolución federalista que llevó finalmente a Santa Anna al poder, a continuación de


los convenios militares de “La Estanzuela”. El ambiento de México en esos días está descri-
to animadamente en La Vida en México, pp. 91 a 168.
18  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El licenciado Alas, que llevó gran amistad con doña Francisca Javiera
—la cual murió en su casa— fue albacea de su herencia. Alas había partici-
pado en la guerra de independencia, al lado de don José Ma. Morelos; más
tarde fue diputado y ministro de hacienda de los presidentes Melchor Múz-
quiz y Manuel Gómez Pedraza. Al disolver el congreso de 1842, Santa Anna
lo quiso colocar en el consejo de notables, pero no hay indicios de que acep-
tara. Murió poco después en la ciudad de México. Tuvo un hermano, padre
del luchador liberal Manuel Alas, muy amigo este último de Ocampo, y se-
gún Justo Sierra, su hermano.
El 15 de marzo de 1840 salió Ocampo de Veracruz, a bordo del “Sala-
mandra”, y desembarcó el 5 de mayo en Burdeos.32 Este viaje dejó un ex-
traordinario impacto en Ocampo; guardó copias de las cartas que dirigiera

a
a México a lo largo de más de un año y trató de hacer con sus observacio-

rrú
nes, en París, una publicación que no logró realizar. Los comentarios que
expresó en sus cartas tuvieron un carácter bastante general y objetivo; se
refieren, más que a las cuestiones políticas, a las costumbres y las noveda-
Po
des que suponía de interés para sus amigos y parientes —si cabe usar en su
caso la expresión—. Habla de hechos y poco de opiniones, critica costum-
bres y maneras populares y casi no menciona a las personalidades políticas
a

del momento. En ninguna de ellas hace referencia a los sucesos agitados y


eb

violentos, que suponía probablemente conocidos en México y que ocuparon


a la prensa durante los 15 meses de su estancia en Francia, Italia y Suiza.33
u

Al regresar a París, declaró a Alas que había “visto” Sens, Dijón, Chalons,
Lyon, Valence, Avinón, Marsella, Tolón, Génova, Liorna, Roma, Ñapóles,
pr

Florencia y Pisa, Bolonia y Ferrara, Padua, Venecia, Mantua, Verona, Milán,


1a

32 Véase Courrier de Bordeaux; 6 y 7-V-1840. El “Salamandra” era un “koff” francés,

de 175 toneladas, que llevaba carga y pasajeros (la carga era en esa ocasión principalmen-
te cochinilla y plata amonedada). En la p. 33 del tomo III de sus Obras, habla Ocampo de
algunas costumbres do los “caraqueños”; esto hace pensar que el “Salamandra” pudo ha-
ber tocado La Guaira, en su travesía de 50 días. Sin embargo, la ruta normal era: Veracruz-
Habana-Santiago y tocando Haití-Puerto Rico-Santo Tomás-Guadalupe-Martinica, se
llegaba a Burdeos. Véase Le Constitutionnel, 20-V-1840. De Martinica, a veces, los barcos
franceses iban a La Guaira, Santa Marta y Cartagena.
33  Ocampo regresó en el mismo barco. Desembarcó en Veracruz el 20-IX-1841 (Obras;

tomo III, p. 4). El desarrollo de los ferrocarriles puede medirse por el hecho de que en 1840
había en Francia ya más de 140 locomotoras. A consecuencia del abaratamiento y simpli-
ficación de los transportes era común en esa época que se publicaran y encontraran buena
acogida abundantes relatos de viaje, una de las formas literarias más socorridas desde
entonces. Es explicable pues, que don Melchor se aventurara a hacer un ensayo de esa
naturaleza.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  19

Turín, Ginebra, Morez y Chambery.34 Parece que viajó con poco dinero y mu-
chas veces a pie; se sabe que en su pasaporte figuró la firma de Garibaldi y
es muy conocida su visita al doctor José Ma. Luis Mora, que vivía en los al-
rededores de París. El retrato que trazó de Mora, muy divulgado, fue incisi-
vo y agudo: “es sentencioso como un Tácito, parcial como un reformista y
presumido como un escolástico; pero habla con una facilidad y elegancia
extraordinarias, manifiesta sin esfuerzo una gran literatura, y clasifica y
metodiza sus ideas con una precisión sorprendente no lo frecuentaré, sin
embargo —comentó al licenciado Alas—, porque me parece un apóstol de-
masiado ardiente para creerlo desinteresado en sus doctrinas, y un partida-
rio tan exclusivo que no ha de hacer largas migas, sino con quien en todas
sus conversaciones se .sujeto a no tener opinión propia…”.35

a
El 12 de abril de 1850, a los cuarenta días de ocupar la secretaría de

rrú
hacienda, Ocampo dirigió a Mora, entonces en Londres, una extensa carta
en que le explicó con singular franqueza las dificultades con que estaba
tropezando su gestión, principalmente por la poca colaboración del congre-
Po
so. Remitió a Mora un dictamen sobre arreglo de la deuda y añadió: “Cree-
mos que sea posible hacer aceptar a los acreedores de esa plaza el nuevo
convenio, porque tenemos la convicción de que la República no puede pro-
a

meter más; pero sí puede, de seguro, cumplir esas promesas. Por lo mismo,
eb

esperamos que ustedes; y principalmente usted, con su fina táctica y gran-


des alcances, contribuirán poderosamente a hacer aceptar el nuevo conve-
u

nio”. Menciona el acuerdo celebrado por Arrangoiz, por virtud del cual
México resultaría muy perjudicado en caso de no poder pagar los intereses,
pr

y agrega: “Pero es inútil que a persona de la instrucción de usted pretenda


yo demostrar cosas que sabe mejor que yo mismo”. Le agradeció a Mora, a
1a

nombre del presidente Herrera, su comunicación sobre los asuntos de Méxi-


co en Inglaterra, y exclamó: “Ojalá que siempre hubiera tenido México en
esa corte personas que hubieran comprendido sus intereses públicos como
usted los entiende!”36 Años más tarde, cuando Matías Romero sirvió de se-
cretario a Ocampo durante los años de 1858 y 1859, se ocuparía en leer y
releer “México y sus Revoluciones” y es de suponer que tal hecho no fuera
ajeno a la influencia de don Melchor.37

34  Obras; tomo III, pp. 84 y 85.


35  Estuvo con Mora el 5-VII-1840; Obras; tomo III, pp. 41 y 42. Mora tenía entonces 46
años y Ocampo poco más de 26.
36  Papeles inéditos y obras selectas de Mora; pp. 153 a 157.
37  Memorias de Romero; p. 188.
20  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Sobre las circunstancias en que Ocampo planeó y realizó su viaje a Eu-


ropa, escribió entre octubre y noviembre de 1840, antes de dejar París para
recorrer Italia, una extensa carta-confesión, redactada con notable fran-
queza y sinceridad, para quien había sido su tutor y era albacea de su he-
rencia. Esta contrita explicación reconoce que Ocampo, entre la muerte de
doña Francisca Javiera, ocurrida en marzo de 1831, su regreso a Pateo en
1835, y su novelesca desaparición de 1840, no administró razonablemente
sus bienes. Aunque declara que la suma de 17 mil pesos, que Alas encuen-
tra como total de sus deudas, le parece exagerada; de memoria reconoce,
sin embargo, deber 9 mil 500 pesos a diversas personas o instituciones. No
obstante, si atendemos a la extensión que Pateo tenía, previamente a los
repartos agrarios de la revolución de 10, cuando ya se habían separado

a
las fracciones que constituyeron Buenavista y Pomoca, y si recordamos que

rrú
su valor fue estimado en 125 mil pesos antes de la división de la propiedad,
se comprende que el daño causado por don Melchor a sus intereses econó-
micos no era, ni con mucho, definitivo.38
Po
Psicológicamente, Ocampo estaba en una situación delicada, en cam-
bio. “Preveía la burla de mis mismos favorecidos —dice a Alas en su larga
carta—, el desprecio de las personas sensatas, la justa persecución de mis
a

acreedores y todo el ridículo y toda la amargura que esto debía causarme.


eb

Era pues, indispensable, evitar con tiempo todo esto, y el único medio que
mi acalorada razón encontró fue venirme”.39 Ciertos aspectos de esta carta
u

de Ocampo, a decir verdad, apoyan indirectamente la idea sostenida años


después por Fernando Iglesias Calderón, pariente lejano de doña Francisca
pr

Javiera Tapia, en el sentido de que la familia de ésta y por lo tanto el propio


Ocampo, heredero y albacea de su sucesión testamentaria, no lo reconocían
1a

como hijo de la rica hacendada, sino sólo como heredero y administrador


de sus bienes, ya que existían también otros hijos adoptivos de doña Javiera.
En todo caso, es indiscutible que Ocampo escribió en 1840, sobre la forma
en que había aprovechado los bienes de la difunta: “No hay, señor, peor
tormento que el desprecio fundado de sí mismo”.40

38  Se estima que Pateo tenía 6,200 hectáreas. Hist. de la Rev. en Mich, p. 39. La deuda

de Ocampo equivaldría a poco más de un millón de pesos de 1978.


39  Obras; tomo III, pp. 45 a 75. Payno, cuya imaginación se equiparaba con la de Ocampo,

consigna la versión de un duelo, sostenido por don Melchor en Francia, que le habría costado
un mes de cama, a causa del comentario cáustico, surgido do un grupo vecino ocasionalmente,
en el sentido de que: “Todos los mexicanos son ladrones” (El Libro Rojo; p. 160).
40  Idem; p. 50. En la correspondencia con Manzo, quien le ayudó a localizar y obtener

copia del testamento de doña Javiera, Ocampo se refiere a ésta como “su madrina”. Véase:
INAH, legajo 8, 2a. serie, papeles sueltos, doc. XXX
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  21

En esa época, por otro lado, Ocampo muestra una clara reluctancia a
dedicarse a la administración de Pateo. En diversos momentos propuso dar
Pateo en propiedad a una persona que reconociera las deudas contraídas
hasta entonces y aceptara separar algunas partes de ella, para construir
propiedades de menor extensión que don Melchor conservara para sí.41
El espectáculo de la agricultura francesa —tan distinta del régimen la-
tifundista de las “haciendas” mexicanas— ejerció una influencia poderosa
para apartar a Ocampo de sus proyectos encaminados a deshacerse de Pa-
teo. “Subdividida la propiedad hasta un punto de que apenas tenemos idea
—escribe desde París, al regresar de Italia—, la agricultura toda reposa en
el método de abonar, cosechar, alternar; los animales, subdivididos igual-
mente, están todos bajo la mano del propietario, que no desperdicia ni su

a
orina, y las heredades, merced a la inmensa población, pueden considerarse

rrú
como otros tantos jardines…Si vivimos 10 años —dice a Alas—, usted verá
a Pateo con un valor cuádruplo y con un aspecto enteramente europeo, en
cuanto a la perfección y multiplicidad de los cultivos…”.
Po
A fines de 1844, cuando Pateo quedó reconstruido, en la forma que hoy
puede verse casi en ruinas, don Melchor había avanzado en su propósito.
Alas, quien vivió hasta 1843, no pudo ver en cambio la terminación de la
a

obra.42
eb

Los contrastes sociales existentes en Francia, agravados durante el ré-


gimen de Luis Felipe, no escaparon a la observación de don Melchor. “Pan y
u

queso, pan y mantequilla, pan y alguna fruta barata, pan y cerveza, pan y
vino, son el diario de las gentes pobres”, dice en carta sin fecha, probable-
pr

mente dirigida a doña Ana María Escobar, que fue madre de sus hijas.43
En cambio, observa que la cocina francesa había llegado a refinamien-
1a

tos exagerados, como el comer las carnes medio descompuestas, para que
se suavizaran, a pesar del aviso elocuente del olfato. Se muestra asom-
brado por la variedad del almuerzo francés y, reconociendo su indiferencia
por la buena mesa y los buenos vinos, concluye que representan “una re-
trogradación en filosofía, aunque (sean) al mismo tiempo un adelanto en
civilización”.44 Una sola debilidad manifiesta al respecto; dice que en cuan-
to a postres y golosinas sí puede dar un voto, y reconoce la superior calidad
de los productos franceses, a pesar de que dice, se cuenta para su fabricación

41  Idem; p. 65.


42  Idem; pp. 85 a 88.
43  Idem; p. 31.
44  Idem; pp. 36 y 26.
22  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

con una reducida variedad de materias primas, mucho más pobre que la
multiplicidad de las frutas tropicales.
La curiosidad de Ocampo era inagotable y se expresaba en observacio-
nes, bien concretas, sobre los procedimientos usados en las artesanías y en
las cocinas. Se declara sorprendido de que conservaran por meses los ali-
mentos preparados en forma doméstica, en frascos de lámina soldada o en
recipientes herméticos de otros materiales; envía a Pateo la receta para ha-
cerlo y declara que sus instrucciones seguramente no fueron seguidas al
pie de la letra, cuando le informan que la leche se descompone en Pateo de
todos modos. Hizo ingeniosas observaciones sobre los primeros intentos
de reproducir piezas metálicas por métodos electroquímicos y sobre otras
novedades semejantes empleadas por los artesanos franceses. Sus comenta-

a
rios reflejan la situación de las grandes propiedades de su época, las cuales,

rrú
contando con recursos de cierta importancia, tendían a ser casi autosufi-
cientes en materia de servicios, y se proporcionaban a sí mismas, no sólo la
alimentación, sino también los muebles, carruajes, artículos domésticos, o
Po
por lo menos les daban conservación con sus propios medios.
Ocampo se manifestó francamente herido por algunos comentarios ma-
liciosos que le llegaron desde Maravatío, en relación con su voluntaria
a

“huida” a Europa.45 En realidad, dada la torpeza con que había actuado,


eb

apenas tenía motivo para sorprenderse. Tal vez por esa razón fue un tanto
parco al describir los aspectos de París, que suele llamarse mundanos. En
u

realidad, sólo se extendió hablando del teatro.46 Señaló que durante la tem-
porada de invierno se encontraban funcionando 22 teatros al mismo tiem-
pr

po; los clasificó, analizó sus excelencias y sus debilidades, de donde resulta
evidente que les dedicó por lo menos tanto tiempo y atención como a los
1a

secretos, de los artesanos y de la cocina franceses.


Durante su estancia en Roma, a pesar de ciertos esfuerzos por contener-
se, le brota a raudales el disgusto por las manifestaciones de superstición y

45  Idem; p. 59. “No perdió el tiempo —dico Pola—, en París” cursó la cátedra de agri-

cultura práctica en el Jardín de Plantas, asistió a la de trigonometría, agrimesura y «forma-


ción de mapas»…trabó amistad con…Brongniart, director del museo de historia natural, a
quien regaló algunas «frioleras» a cambio de semillas de plantas raras, y presentó a la aca-
demia de ciencias una teoría ingeniosa sobre construcción de puentes…” (Liberales ilustres;
p. 67). Sus observaciones sobre la galvanoplastía revelan que se mantenía al tanto de las
novedades científicas, pues este arte nuevo era objeto, entonces, de la atención de toda Eu-
ropa, después de la publicación de los resultados de Jacobi en la academia de ciencias de
San Petersburgo (Le Constitutionnel; 4-VIII-1840).
46  Lo impresionó fuertemente la costumbre de que el voto del público decidiera la acep-

tación de los artistas, que aún subsiste parcialmente en los países que visitó.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  23

fanatismo. Le molesta el descuido y la suciedad que existen, por todas


partes, en la “ciudad eterna”. En particular, lo irritan los mendigos y las
ruinas abandonadas, con excepción de los monumentos romanos, desde
luego, sobre los cuales dijo haber tomado minuciosos y extensos apuntes.
Aunque no llega a decirlo, se aprecia que abomina de la administración de
la ciudad; no puede dejarse de observar que su visita precedió sólo unos
años a la rebelión del municipio romano y la expulsión temporal del Papa,
por obra de la revolución de Mazzini y de Garibaldi.47
Pero, además, es evidente que a Ocampo le preocupan y le interesan
otros aspectos de las cuestiones que atraen la atención europea en la época
de su viaje. El 20 de junio, apenas mes y medio después de su llegada y aún
antes de que tenga tiempo de visitar al padre Mora, escribe una carta al li-

a
cenciado Alas en que resume las impresionas de su visita al poblado llama-

rrú
do Bicetre, antiguo hospital para inválidos de Luis XIII y asilo de mendigos
de Luis XIV, donde funcionaba bajo Luis Felipe una casa de retiro para an-
cianos, una verdadera población de 4,300 almas —dice el propio Ocam-
Po
po—, “a quienes se alimenta, en común, cuyas ropas se lavan en común y
cuyos servicios, en general, se atienden en común”. “Las camas —escribe
don Melchor son 3,127, constan de dos colchones, almohada, dos sábanas,
a

dos frazadas, todo rigurosamente limpio. Lo más curioso es la lingerie o


eb

depósito de lienzos: éste es una gran sala cuadrilonga con treinta y ocho
estantes que la llenan toda y contiene ropa por más de 302 mil francos: uno
u

de los artículos curiosos que constan en el inventario es: camisas 18,000.


Análogos a ésto, pero retirados hasta el fondo de la casa, están los lavade-
pr

ros, cuatro enormes tinas capaces para 13,000 piezas de ropa; reciben por
una abertura hecha en el fondo, el vapor de una grande caldera…y al lado
1a

de ella, dos salas para planchar con un mecanismo muy sencillo…La coci-
na tiene 24 calderas —apunta Ocampo—, de las que diez y seis están des-
tinadas a cocer diariamente y condimentar 1,800 libras de carne y 2,000
libras de sopa”. Al final, surge en Ocampo la afición lingüística y señala que
el nombre de Bicetre fue derivando, por corrupción del nombre de Juan,
obispo de Vincester, cuya casa de campo fuera esa propiedad en el siglo XV.48
No es muy difícil darse cuenta de cómo se despertó el interés del viajero
michoacano. Desde Saint-Simón, Fourier y Owen, todas las personas de res-
peto en Francia meditaron hondamente sobre la forma de organizar la vida
colectiva, a modo de librar a las masas que se aglomeran en las ciudades,

47  Obras, tomo III; pp. 81 a 84.


48  Idem; pp. 39 a 41.
24  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

no sólo de las consecuencias de la miseria y la insalubridad, sino también


de la frustración y el desequilibrio mental que las acompañan. Las grandes
obras públicas propuestas por los sansimonianos y los falansterios de Fou-
rier, como New Harmony y New Lamark requerían de centros de servicio
común, en mucho semejantes al gran retiro de Bicetre que Ocampo visitó.
Los cambios de terminología, que no tuvieron límite, no deben desconcer-
tarnos: unas veces se les llamó “sistemas de armonía”, otras “asociacio-
nes”, en ocasiones se les designó como “aldeas de cooperación”, o bien como
“sociedades racionalistas” o “talleres nacionales” (ateliers nationaux), en
algunas variantes.49
Entre los lectores y comentaristas mexicanos de las cartas de Ocampo
desde Europa, ha causado desconcierto a veces la observación que en una

a
de ellas hizo sobre un suceso ocurrido en París durante los días de su per-

rrú
manencia ahí. “El famoso abate Lamennais —dice en una carta cuyo desti-
natario no se conoce—, que nos quería encajar el embudo por lo ancho
pretendiendo que la autoridad es la única regla de criterio, está ahora en-
Po
causado por cierto mamarracho publicado contra el gobierno (se trató del
escrito titulado “Le Pays et le Gouvernement”). Aquí tiene usted al campeón
de los papas y los concilios, al defensor del Magister dixit convertido en
a

oclócrata desesperado…” “Si yo estuviera desocupado —concluye—, com-


eb

pondría un Esaai sur aveuglement en matiére de religión et de politique,


que haría imprimir en una nueva edición de Essai sur l’ indifférence en
u

matiére de religion y esta obra tendría entonces la nueva ventaja de ser do-
blemente pesada, pues constaría de ocho tomos, en vez de cuatro que tiene
pr

ahora”.50 Estos comentarios, que han sido un enigma para algunos co-
mentaristas de Ocampo, nos ponen ante la evidencia de que, para situar
1a

cabalmente la influencia de su viaje a Europa sobre su pensamiento y su


actuación en las dos décadas siguientes, es necesario tener en cuenta la si-
tuación política y social que encontró en Francia, a mediados del reinado de
Luis Felipe.
Entre las revoluciones de 1830 y 1848, Francia pareció moverse en un
círculo cerrado. Los dos movimientos populares lograron la participación
de grandes sectores obreros y de la clase media de las ciudades, no te-
niendo ya la importancia que tuvo el elemento campesino en la revolu-
ción de 1789. Sin embargo, en ambos casos la participación popular carecía

49  En los días en que Ocampo llegaba a París, la prensa hacía saber que Víctor Considé-

rant acababa de fundar una sociedad comercial para sostener un falansterio. Véase: Le
Constitutionnel. 3-VII-1840.
50  Obras; tomo III, pp. 79 y 80. La obra estaba a la venta, recién publicada en París.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  25

de objetivos definidos en cuanto a la organización económica y social; las


metas más claras y accesibles, como ocurrió en el cartismo inglés, estuvie-
ron relacionadas con el sufragismo, la separación de la iglesia y el estado,
las libertades personales y algunos vagos intentos de experimentación
económica y social derivados de los utopistas. Una vez que la actividad
popular en las calles había logrado sacudir y hacer retroceder al poder reac-
cionario, sustentado en los ricos propietarios de tierras e inmuebles urba-
nos, dando entrada sucesivamente a los banqueros y financieros y después
a la burguesía industrial, las grandes masas que tomaron parte en las lu-
chas del ,30 y de 48, fueron reprimidas sin misericordia y sus aspiraciones
hechas a un lado sin contemplaciones.
Tanto en el caso de Francia como en el de Italia, el predominio político y

a
económico de Inglaterra resultó incontrastable; hasta desde un punto de

rrú
vista financiero las principales fuentes de recursos, los suscriptores de los
empréstitos, se encontraron siempre en Inglaterra y en Holanda. Thiers se
convirtió en el símbolo de la época, en la medida en que nunca vaciló para
Po
usar la fuerza militar en la represión del descontento, en cuanto llegaba el
momento de sofocar la inquietad popular en las calles.51
Nacido de una revolución y destinado a perecer en otra, debe reconocer-
a

se que el régimen do Luis Felipe se caracterizó, a diferencia de los reinados


eb

de Luis XVIII y Carlos X, por una cierta libertad de expresión y un margen de


actividad —bien limitado— para los espíritus inconformes de la época. En
u

lugar de la férrea tiranía sobre las conciencias y los cuerpos, cuyo carácter
inquisitorial había sido desesperante durante varias décadas, es extendie-
pr

ron poco a poco las tendencias románticas que aflojaron la dura opresión
ideológica.52
1a

No obstante, desde este punto de vista, aún no se había avanzado mu-


cho cuando el michoacano llegó a París, justo en el período central del régi-
men de Luis Felipe. El socialismo francés, desde luego, estaba ya en plena
marcha; pero aún se limitaba a los grandes sistemas utópicos que se aso-
cian a los nombres de Saint-Simon, Fourier, Pecqueur, Cabet, Considérant y
Luis Blanc. Como hace notar un historiador contemporáneo de esta tenden-
cia ideológica, aún a mediados del siglo, cuando John Stuart Mill resumió,
con cierto retraso y evidentes omisiones, las tendencias socialistas del

51  Cuando llegó Ocampo, Thiers tenía pocas semanas de ser primer ministro; sucedió a

Guizot, que se fue de embajador a Inglaterra.


52  En conjunto, sin embargo, la época fue francamente conservadora. Aun Víctor Hugo,

en 1840, era rechazado en la academia francesa (Le Constitutionnel; 21-H-1840) y Heine


retrocedía ante la idea de que se le considerara de acuerdo con Thiers (Idem; 9-VI-1840).
26  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

continente, examinó casi exclusivamente las diversas escuelas utopistas


francesas.53 Todo esto, desde luego, no quiere decir que careciera de impor-
tancia y de interés para el futuro, el desarrollo incipiente de las asociacio-
nes obreras, contando en forma limitada hasta con prensa propia, que
produjo acontecimientos tan importantes como la insurrección de Lyon, ya
en 1831. Sin embargo, debe considerarse, para calibrar el impacto que reci-
biría Ocampo de su viaje, que aún restaban en pie en el ambiente de los so-
cialistas, fuertes tendencias para actuar como los carbonari de las décadas
anteriores, a través de sociedades secretas, entre ellas una de las más des-
tacadas, la masonería.
No fue una simple coincidencia sin trascendencia que la llegada de
Ocampo hubiera coincidido con el asalto de Luis Napoleón a Boulogne.54 En

a
realidad, la segunda mitad del reinado de Luis Felipe fue ya, en forma cre-

rrú
ciente, la época de preparación de las diversas tendencias que brotarían a
la luz en el 48. Resultaría injusto, por el carácter incipiente que el proceso
tenía aún en 1840, pedirle a Ocampo que hubiera anticipado el carácter fi-
Po
nal de la década. Por otro lado, no debe perderse de vista que la actividad
de los “golpistas” como Barbés y Blanqui, que ya habían tenido una seria
intervención en 1830, carente sin embargo, de una actitud y un programa
a

generales que superaran el horizonte de los utopistas, por un lado, y de la


eb

política práctica burguesa, por el otro, se encontraba en un verdadero calle-


jón sin salida, del cual no podía sacarla la sola demanda de cosas como los
u

“ateliers nationaux”.55
“En esta época —dice un historiador— todos los teóricos del socialismo
pr

eran soñadores que dejaban a otros la tarea de actuar. Saint-Simon sólo se


había dado cuenta de uno de los papeles que desempeña la industria, Fou-
1a

rier había sido profético pero olvidando lo esencial, Pecqueur y Cabet revi-
vían a Babeuf a través del cristianismo, Pierre Leroux buscaba aún la
cuestión social, Considérant y Luis Blanc copiaban a Fourier y a Saint-Si-
món”. “El examen y la condena de los excesos del capitalismo —agrega
poco después— habían sido realizados, en todas sus formas. Se habían
denunciado las infamias de la explotación del hombre por el hombre, y al

53  G.D.K. Cole; tomo I, p. 306.


54  En los meses que pasó don Melchor en París, antes de salir para Italia, ocupaba la
atención el inminente traslado de las cenizas de Napoleón I, que aún estaban en Santa Elena.
55  Ocampo pudo percibir algunos ecos de los sucesos de 1839, en los comentarios de la

prensa. Véase, por ejemplo, el editorial de Le Constitutionnel, 5-VII-1840, respecto a los uto-
pistas y los comunistas, que comenta sobre todo la “abolición de la propiedad y la “organi-
zación del trabajo”.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  27

cabo de veinte años se enfriaba un tanto la literatura social. Se habían


aportado al problema innumerables sugerencias y se habían propuesto mu-
chas soluciones. Pero nadie había entrevisto todavía en Francia las verda-
deras perspectivas de la lucha, cuando surgió del medio obrero la fórmula
que se hizo célebre: «Trabajadores de todos los países, uníos»”.56
Un año antes de la llegada de Ocampo a Burdeos, el 12 de mayo de 1839,
la muchedumbre aglomerada alrededor del Palais-Bourbon, esperaba nue-
vas sobre una prolongada crisis ministerial; por las calles se escuchaba la
Marsellesa. Las sociedades secretas (Société des Saisons y Fédération des
Justes), bajo el influjo de Barbés y de Blanqui intentaron dirigir a la muche-
dumbre al asalto de la prefectura de policía y del Hotel de Ville. Pero un mi-
llar de conjurados no pudieron movilizar a todo el pueblo, el intento fracasó

a
y sus dirigentes apenas se libraron de la condena a muerte, gracias a la

rrú
opinión pública favorable. Aun la propia burguesía francesa sintió en esa
hora que sería necesaria la reglamentación de las condiciones de trabajo y
la organización legal del mismo. Se habló de limitar su duración, por medio
Po
de la ley, y hasta nuestros días se discute aún si el propio gobierno no dio
cierto impulso a los acontecimientos de mayo de 1839. En tanto los diri-
gentes del golpe de mano blanquista se encontraban detenidos en el monte
a

Saint-Michel, entre cambios y cambios de ministerios, “la agitación conti-


eb

núa, progresa, se precisa”. En estos días, dice el historiador citado, “la


política de inmobilidad de Luis Felipe y sus ministros acentuó la unión de
u

las clases medias con el pueblo. Los impuestos directos no aumentaron


apreciablemente, en plena prosperidad industrial. Por el contrario, los im-
pr

puestos indirectos pasaron en diez años de 560 a 892 millones (de fran-
cos). Los comerciantes sufrían los efectos de una política aduanera cuyos
1a

beneficios no les alcanzaban. Los campesinos seguían pagando muy cara


su utilería, sufrían por la usura e hipotecaban las tierras”.57
¿Hasta qué punto vio el joven Ocampo estos aspectos de la situación
francesa en 1840? No podemos sino inferirlo, ya que, buen conocedor de la
situación existente en su propia patria, se cuidó mucho de hacer comenta-
rios en su correspondencia, aún privada. Pero basta observar los detalles de
su actuación, durante los meses siguientes a su regreso a México, para
comprender el impacto que había sufrido.58

56  Ribard, pp. 229 a 231.


57  Idem; p. 230.
58  A México llegaban, aunque lentamente, los reflejos de esta situación. Un año y me-

ses después del regreso de Ocampo, el Siglo XIX (5-I-43) publicó una larga traducción sobre
la propiedad, glosa del ensayo de Proudhon. Por su tono, este comentario, aunque cauteloso,
28  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Preocupaciones de un viajero singular

Si se recuerdan los principales eventos de la vida de Ocampo hasta el


momento de su viaje a Europa de 1840-41, tiene que otorgarse al michoa-
cano un lugar aparte entre los relativamente numerosos viajeros de la épo-
ca. Sus propiedades de los alrededores de Maravatío, valuadas según
dijimos en unos 125 mil pesos, constituían un ejemplo característico de la
concentración de la propiedad rural en México, bajo el sistema de las “ha-
ciendas”. En su cuadro estadístico de 1856, basándose en los datos ofi-
ciales sobre contribuciones, Miguel Lerdo de Tejada estimó en 13 mil el
número de haciendas existentes en México y les atribuyó un valor total de
720 millones de pesos. En promedio, por lo tanto, las haciendas mexicanas

a
de mediados del siglo XIX eran unidades productivas semejantes a Pateo, o
quizá algo más pequeñas. Pero Ocampo no puede ser ubicado, ni siquiera

rrú
en los años anteriores a su actuación pública, desde un punto de vista men-
tal y psicológico, por esta sola circunstancia. En muchos sentidos, el joven
Po
de 26 años que el “Salamandra” transportó a Francia era bastante más que
un hacendado; en otros aspectos, por fortuna, estaba lejos de ser propia-
mente eso.
a

Los hacendados mexicanos que no salían del país exclusivamente a


eb

pasear, solían proveerse con una respetable cantidad de cartas de reco-


mendación, que les daban acceso a las oficinas de los más altos funciona-
rios de las naciones que visitaban. La prensa publicaba ocasionalmente su
u

correspondencia, en la década de los años cuarentas, con las opiniones


pr

y comentarios de altos diplomáticos, hombres de negocio influyentes o per-


sonalidades literarias. La originalidad de las cartas de viaje de Ocampo
1a

consiste en haber seguido el camino precisamente opuesto; para nada nos


habla de Guizot y de Thiers, o de Palmerston y Espartero, ni siquiera men-
ciona a Luis Napoleón —quien intentó la fracasada aventura de invasión
de Francia por Boulogne, el 6 de agosto, cuando Ocampo tenía unas sema-
nas de residir en París—, no hace referencia a Lamartine o a Hugo, ni pre-
tende estar al tanto de los secretos de la diplomacia y de la política
europea.59 Se limitó a observar cómo vivían las gentes comunes y corrien-
tes, trató de interpretar sus preocupaciones y de comparar sus actos de la
vida diaria con los que privaban en su propia tierra natal de Michoacán.

es bien distinto que los editoriales de Le Constitutionnel (5-VII-1840, 24-VII-40) que Ocampo
seguramente leyó en París.
59  Véanse como contraste, la carta que un rico hacendado publicó en varios periódicos,

sobre la actitud de los funcionarios yanquis hacia México; en El Monitor (10-III-1848).


PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  29

Encontró, desde luego, muchas cosas encomiables y dignas de imitarse o


de estudiar su adaptación a nuestro medio; como también señaló otras
erróneas o criticables. El resultado es que todavía en la actualidad, después
de casi siglo y medio, sus cartas conservan la naturalidad y el interés; en
tanto que otras eruditas o alambicadas crónicas, que en sus días atraían la
atención por los nombres de muy destacados personajes con que había
hablado el viajero, son hoy textos totalmente muertos y, aun como infor-
mación histórica, de valor reducido.
Aun cuando se sabe que Ocampo escribió en alguna publicación liberal
de Morelia antes de su viaje, lo cierto es que aparecieron en forma anónima
esos escritos. Sin embargo, es un hecho que en un sentido estricto no for-
maba parte, y no sólo por las circunstancias que rodearon su nacimiento,

a
de la casta latifundista que constituían las 10 mil familias propietarias de

rrú
las haciendas. El más destacado rasgo original que se conoce a ciencia cier-
ta de don Melchor, hasta el año do 1840, es el viaje a Veracruz, detenido en
Jalapa, del cual decía a veces que había sido una expedición para “herbori-
Po
zar”; pero que sus familiares, según tradición que recogió Pola, describían
como un intento de alistarse en las fuerzas mexicanas que combatieron en
la llamada “guerra de los pasteles”.60 Tan original como el viaje mismo, fue
a

el registro de sus impresiones en un diario de viaje, conservado inédito has-


eb

ta la fecha de su muerte.61 Ocampo llegó a Puebla el 18 de marzo de 1839.


Si atendemos al hecho de que el tratado de paz se firmó el 9 de marzo,
u

cuando Ocampo estaba en camino debió haberse enterado de la suspensión


de hostilidades.
pr

En su diario habla del corto número de viajeros que ha encontrado; y


atribuye el hecho al bloqueo, previendo que cambiaría, “luego que se ratifi-
1a

que la paz tratada hace cuatro días por Pakenham y Gorostiza”.62


El propio día 9 se temía en México que la lucha se prolongara; nada de
difícil tiene, por ello, que don Melchor hubiera salido de Pateo días antes
con el propósito de ir al puerto y tuviera que abandonarlo ante el anuncio
de la paz. El hecho es que siguió de todas maneras hasta Jalapa y que pro-
longó extensamente su viaje de regreso, según él mismo explicó en otro de
sus escritos.63

60 Véase El Filógrafo, 11-II-1838, así como: INAH, doc 17-3-9-18. Liberales ilustres;
p. 59.
61  Obras; tomo III, pp. 583 a 624. Fue reproducido parcialmente en Viajes en México,

Crónicas Mexicanas; pp. 27 a 45.


62  Idem; p. 585.
63  Idem; p. 344.
30  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

La tradición oral —que examinaremos más adelante— relacionó siem-


pre el nacimiento y la infancia de Ocampo con las vicisitudes de la guerra
de independencia. A don Antonio Ma. Uraga, cura de Maravatío que pasaba
en la población por ser su progenitor, se le mencionó en relación con la
conspiración de Valladolid, dirigida por el padre Michelena; de don Ignacio
Alas se dijo que había vivido como insurgente en la zona de los montes es-
pesos del Cóporo; la propia doña Javiera —que era sin duda mujer de consi-
derables alcances, pues fue albacea de la herencia de su padre, teniendo
hermanos varones — simpatizó con el movimiento. Don Miguel Hidalgo
pasó por Maravatío, como se recordará, el día 23 de octubre de 1810; desde
entonces, hasta la muerte de Morelos en 1815, la paz en la región central
del país estuvo en muy precarias condiciones, ya que los grupos rebeldes

a
siguieron actuando, y de acuerdo con la misma tradición, doña Javiera

rrú
guardó amistad con varios de sus dirigentes.64
Las calaveradas que Alas le señalaba a Ocampo en su carta previa a la
“confesión” de fecha 22 de octubre de 1840, puede presumirse que corres-
Po
pondían también al rechazo de don Melchor frente a la perspectiva de una
vida apasible entre las 10 mil familias privilegiadas.65
La vida familiar de Ocampo tuvo ciertos rasgos de aislamiento; en los
a

enormes latifundios, donde la voluntad de los dueños era la ley, quedaban


eb

en la oscuridad las vidas de los señores, trascendiendo tan sólo a través de


los comentarios, que en el caso de Ocampo no fueron, seguramente, ni po-
u

cos ni bien intencionados. Sin dar fe a versiones que no se pudieron com-


probar en una época más cercana a los hechos, resulta indudable que hacia
pr

1840 Ocampo se resistía tenazmente a convertirse en un propietario rural


típico.
1a

No era el único, sin duda, pues existieron otros hacendados de pensa-


miento e ideología liberal; como los Echaiz, dueños de Apeo, una de las
propiedades vecinas a Pateo; además de que muchos dirigentes liberales se
convirtieron en hacendados con el tiempo.
En su “Viaje a Veracruz” Ocampo confirma esa posición liberal, de modo
un tanto agudo, aunque indirecto. En varias ocasiones, lanza sus dardos
contra las supervivencias coloniales. Hablando de un convento de monjas
situado en una población cercana a Puebla, comenta que ahí se confirmó
“la buena idea que yo había formado de los recursos del pueblo, porque
esta especie de zánganos no viven sino de colmenas bien abastecidas”.66

64  Idem; tomo II, pp. VII y VIII.


65  Idem; tomo III, pp. 45 a 75.
66  Idem; p. 584.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  31

Más adelante comenta que en la ultramontana Puebla lo asaltaron los ven-


dedores de literatura pornográfica disimulada, y añade: “Habíanme ya re-
comendado a estos vendedores como espías de la policía eclesiástica de
Puebla; y aunque me parece imposible que lo sean, por la inutilidad y ridi-
culez de semejantes medidas, la idea es muy conforme con el fanatismo
que domina la mayor parte de la población”.67
Al hablar de Amozoc escribió el joven Ocampo, con vehemencia: “Bien
pueden las iglesias considerarse por la policía como un lazo de estabilidad
y un punto de unión para los habitantes de un pueblo…el que verdadera-
mente desea los adelantos de la especie humana, ve con dolor esa multitud
de peajes espirituales que esquilman el rebaño sin provecho alguno…” In-
dica que la multiplicación de iglesias en pueblos que apenas podían con

a
una, multiplicaba las fiestas, mantenía a media docena de viejas molestan-

rrú
do continuamente al director espiritual, hacía que las gabelas espirituales
arruinaran a las pequeñas fortunas y que las “vísperas y misas de soplo y
sorbo” engrosaran a los curas.68
Po
Es evidente, pues, que al llegar a Francia don Melchor llevaba ya dentro
un espíritu liberal bien claro y definido. Sin tener a la vista este anteceden-
te, sus comentarios sobre el abate Lamennais parecerían inopinados. Lo
a

menos que puede decirse, como ya hicimos notar, es que son justos y reve-
eb

lan un conocimiento sólido de la evolución que sufrió el predicador francés.


La obra que cita Ocampo, publicada entre 1815 y 1824, por entregas, es el
u

“Essai sur l’indifférenre en matiére de religion” y constituye, según un his-


toriador inglés contemporáneo, “un ataque tremendo contra la tradición
pr

del pensamiento liberal y contra el derecho al juicio particular, exaltado por


el protestantismo y por la filosofía cartesiana”. En este libro según el misi-
1a

no escritor— “Lamennais censura la tolerancia, y pide sumisión universal


a la autoridad de la iglesia”.69 Después de publicada la obra, le fue ofrecido a
su autor un lugar en el sacro colegio le Roma, aunque no lo aceptó.
La otra obra de Lamennais que Ocampo cita en su carta del 12 de no-
viembre de 1840, se publicó el propio año, con el título de “Le pays et le
gouvernement”. Es seguro que en tanto la primera obra la leyó Ocampo en
México, tal vez varios años antes de su viaje, la segunda la conoció en París
y lo que debe haber advertido, sobre todo, fue el escándalo que causó la
condena a un año de prisión que aplicaron a Lamennais los ministros de
Luis Felipe. Entre una y otra, claro está, el abate había dado a la luz su

67  Idem; p. 588.


68  Idem; pp. 591 y 593.
69  GD.H. Cole; tomo I, pp. 192 y 193.
32  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

apasionado libro “Paroles d’un croyant” y había roto con la autoridad ecle-
siástica. Resulta pues natural que a un observador socarrón como don Mel-
chor, la pirueta ideológica del famoso abate le causara una regocijada
reacción, que dio lugar a sus bromas en la correspondencia citada.70
Se piensa que Juárez y Ocampo conocieron algunas obras de Pedro José
Proudhon en 1854, pues llegaron a Nueva Orleáns hacia el mes de diciem-
bre anterior. Parece ser, aunque no está demostrado, que Ocampo —a quien
acompañó al destierro su hija Josefina— se encontró con Juárez, Arriaga y
José Ma. Mata, en La Habana, en el mes de noviembre. Juárez tenía pasa-
porte para viajar a Europa; del grupo de expulsados, quien ya conocía Nueva
Orleáns era Mata, prisionero de los norteamericanos en 1847 y desterrado
a Nueva Orleáns en su calidad de médico.71 Es muy probable, por lo tanto,

a
que la idea de trasladarse a Estados Unidos partiera de Mata y fuera acogi-

rrú
da por los demás.
De todas maneras, aparte de los libros de Proudhon, esperaba a Ocam-
po una interesante compensación histórica al llegar a Nueva Orleáns. En
Po
efecto, debe recordarse que don Melchor, gobernador al iniciarse el año en
el estado de Michoacán, se había negado a participar en las maniobras po-
líticas contrarias al presidente Arista, en las cuales tomaron parte algunos
a

liberales, entre ellos el michoacano Juan B. Ceballos.72 Lanzado a la obten-


eb

ción del poder, colaborando en el derrumbe de Arista —que se vio maniata-


do por el congreso—, entre maniobras cuyos hilos movían desde la sombra
u

los partidarios de Santa Anna, Ceballos dio muerte al congreso, que a su


vez, había servido para dar muerte al régimen de Arista, en una de esas ge-
pr

niales piruetas que había enseñado a sus partidarios el dictador refugiado


en Turbaco (una finca que también había sido residencia de Bolívar en al-
1a

gún momento de sus últimos meses de vida). Ocampo se negó terminante-


mente a participar en las maniobras de Ceballos y mandó al “Siglo XIX”,
algunos años más tarde, una carta (12-VII-57) rechazando la transacción
(palabra que siempre fue odiosa para Ocampo) que el error de don Juan

70  Obras; tomo III, pp. 79 y 80. Lamennais fue bastante leído en México durante esa

década; la prensa liberal publicó traducciones de varias de sus obras (El Siglo XIX; 21-IX-
1861). Ocampo pudo ver la defensa de Lamennais en Le Constitutionnel, 27-XII-1840. Ter-
minó diciendo: “A mis ojos, la familia y la propiedad, íntimamente ligadas a las creencias
morales sin las que nadie vive, son las bases fundamentales de toda sociedad”. Sin embar-
go, el abate estuvo detenido algún tiempo.
71  Diccionario biográfico, p. 895.
72  El 21 de septiembre de 1852, Ceballos puso una carta a Ocampo, en la cual trató de

convencerlo para que cuando menos viera con indiferencia el próximo golpe de Estado.
INAH; cartas personales, doc. 50-C-36-7.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  33

Bautista facilitó a los militares santanistas. “Yo soy —dice en esa misiva
don Melchor— del número de los necios, que se rompen antes que doblarse,
y que se sienten con vocación de mártires, por poco lucrativa y aun estúpi-
da que sea tal vocación”.73 El estado de ánimo de don Melchor, está esplén-
didamente resumido en la carta que el 8 de marzo de 1853 enviara al señor
A. García, donde dijo: “Ser liberal en todo, cuesta trabajo, porque se necesi-
ta el ánimo de ser hombre en todo”.74
Aunque no existieran otras razones para pensarlo, es de creer que un
hombre que habría de tener en 1842 una destacada actuación en defensa
del federalismo, contra la pena de muerte y contra el militarismo, no deja-
ría pasar desapercibida la publicación del libro de Proudhon “¿Qué es la
propiedad?”, ocurrida en 1840, encontrándose ya el michoacano estableci-

a
do en París por algunos meses. Independientemente de la evolución que

rrú
Pedro José Proudhon habría de sufrir en los años siguientes, hasta su muer-
te en 1865; y de importantes cambios y desarrollos de sus ideas que lo ale-
jaron del socialismo durante la revolución alemana, austríaca y francesa de
Po
1848; no puede desconocerse el profundo impacto que causó en 1840 su
genial ensayo sobre la propiedad. “La obra de Proudhon «¿Qué es la propie-
dad?», tiene para la economía política moderna —escribió en 1844 Carlos
a

Marx— la misma importancia que la obra de Sieyés «¿Qué es el tercer Esta-


eb

do?» ha tenido para la política moderna”.75 Para fundar esta opinión, el es-
critor alemán señaló en esa ocasión lo siguiente: “En todos sus desarrollos
u

la economía política parte del hecho de la propiedad privada, que considera


como un axioma, como un hecho que lleva su justificación en sí mismo y al
pr

cual no somete a examen crítico alguno…Pero he aquí que Proudhon acaba


de someter a la base do la economía política, la propiedad privada, a un
1a

examen crítico y a decir verdad al primer examen crítico total y científico.


Ahí reside el gran progreso científico que ha realizado, progreso que ha
transformado la economía política y ha hecho posible su conversión en una
verdadera ciencia”. En los días de París de Ocampo se publicó inclusive la
segunda memoria de Proudhon; no parece posible que un lector atento y

73 Véase Don Melchor Ocampo en el Congreso Constituyente; p. 23 y Obras, tomo II,

pp. 106 y 107.


74  Obras; tomo II, pp. 290 a 294. Véase: El Siglo XIX; 18-VII-1857.
75  La Sagrada Familia; p. 50. Proudhon imprimió su primera memoria en Besancon, en

julio de 1840, y la distribuyó después en París; sin embargo, es posible que no haya sido fá-
cil conocerla en la época en que Ocampo estuvo ahí. Lo que probablemente vio el michoa-
cano fue la publicación parcial del informe de Blanqui que apareció en el Moniteur, el
7-IX-1840. La persecución de la obra de Proudhon tuvo lugar en 1842 y fue lo que la hizo
verdaderamente célebre. Véanse: Correspondencia, tomo VIII, p. 333.
34  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

crítico certero de Lamennais, permaneciera indiferente, si se enteró de esos


hechos.
Hasta entonces, Proudhon sólo había publicado un par de ensayos so-
bre temas de los cuales no parece haber estado suficientemente informado,
aunque ya mostrara el vigor y la fuerza que lo convertirían después en uno
de los personajes más destacados de la vida intelectual e ideológica de
Francia en el segundo tercio del siglo XIX. No conocemos la respuesta que
el impacto prudoniano causó inicialmente en Ocampo; entre sus escritos no
se conservó nada que refleje su opinión sobre la crítica de la propiedad he-
cha por Proudhon. Pero en 1854 y 55, durante su estancia en Nueva Or-
leáns, Ocampo compartió con Juárez —y seguramente con Arriaga, Mata y
tal vez Ceballos—, el descubrimiento de las siguientes obras de Proudhon.

a
Para entonces, ya se habían publicado: “De la creación del orden en la huma-

rrú
nidad” (1848), la famosa “Filosofía de la Miseria” (1846), la “Solución del
problema social” (1848) y la “Idea general de la revolución en el Siglo XIX”
(1851), entre otras obras, pues el escritor de Besancon hacía aparecer todos
Po
los años un libro nuevo. El fragmento que Ocampo tradujo en Tampico, el
domingo 19 de abril de 1860, corresponde al “Sistema de las contradiccio-
nes económicas” o “Filosofía de la miseria”, aparecida catorce años antes
a

en París, aunque la edición que Ocampo utilizó fuera de 1850.76


eb

El fragmento traducido por Ocampo sin duda fue escogido con pene-
tración y conocimiento de los aspectos positivos de Proudhon. Si nos pre-
u

guntamos qué distinguía la obra de este autor entre toda la abundante


pr

literatura que en la época se denominó socialista y comunista en Francia, o


sea, si tratamos de establecer qué lo separaba —como resultado de su nota-
ble crítica a la propiedad privada— de la masa enorme de escritos sansimo-
1a

nianos, fourieristas, icaristas, etc., que circulaban profusamente en París


cuando Ocampo puso sus plantas ahí, la respuesta no es dudosa. Desde
Saint Simón hasta George Sand, pasando por Cabet, Buonarroti y Blanc,
esa literatura se dirigía a construir sistemas utopistas de organización
social. En cambio, dice un escritor contemporáneo, “lejos de ser un uto-
pista, Proudhon se avoca la crítica del régimen de propiedad privada y
causa profunda de la miseria obrera. En su crítica de la sociedad burguesa
Proudhon parte de la cuestión de saber si la miseria, que constituye en esta

76  El socialismo en México; pp. 270 y 271, contiene una tercera parte de la traducción

hecha por Ocampo. Otra parte del documento puede verse en: INAH, 1a. serie, caja 12, docu-
mento 17-3-3-3. La traducción fue hecha hasta 1860, lo cual apoya la Idea de que Ocampo
no conocía la obra cuando llegó exiliado a Nueva Orleáns.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  35

sociedad la suerte de la mayoría de los hombres, es una necesidad natural e


ineluctable…el hecho de que la propiedad privada engendre, a un tiempo
que la desigualdad social entre los hombres, la riqueza para unos y la mise-
ria para otros, lo lleva a estudiar las relaciones entre la propiedad privada y
la miseria y a concluir que la abolición de la miseria exige la de la propie-
dad privada”.77
Hablando de Rousseau, dice Proudhon en el fragmento traducido por
Ocampo: “este admirable dialéctico había sido conducido a negar la socie-
dad bajo el punto de vista de la justicia, a pesar de que se veía forzado a
admitirla como necesaria; del mismo modo que nosotros que creemos en su
progreso indefinido, no cesamos de negar, como normal y definitiva la con-
dición actual de la sociedad…” La crítica de la literatura utopista inspira a

a
Proudhon estas palabras, que iluminan el interés que el fragmento tuvo

rrú
para Ocampo, es decir, el hombre que más importancia había tenido, diez
meses antes, para dar a la legislación de reforma promulgada por Juárez,
algunos de sus aspectos prácticos más señalados: “Es un espectáculo cu-
Po
rioso el ver a (los) seudoinnovadores que condenan, siguiendo a Rousseau,
monarquía, democracia, propiedad, comunidad, tuyo y mío, monopolio,
salario, policía, impuesto (contribución), lujo, comercio, dinero, en una pa-
a

labra, todo lo que forma la sociedad, y sin lo que la sociedad no puede con-
eb

cebirse, y después, acusan de misantropía y de paralogismo a este mismo


Juan Jacobo, porque, después de haber percibido la nada de todas las uto-
u

pías, al mismo tiempo que señalaba el antagonismo de la civilización, ha-


pr

bía rigurosamente concluido contra la sociedad, reconociendo sin embargo,


que fuera de la sociedad no hay humanidad”.78
Es indudable, a la vista de estos hechos, que el michoncano, ayudado
1a

por un probable contacto inicial con la literatura do Proudhon durante su


viaje de 1840, percibió con claridad, al revivirse el contacto con sus obras en
1854, durante el destierro en Nueva Orleáns, el papel innovador que jugó la
aportación del escritor de Besancon en el ambiente intelectual e ideológico
de Francia, durante los años inmediatamente previos a la revolución de

77  Véase en: G.D.H. Cole; tomo I, pp. 202 y 219, un amplio desarrollo de este punto de

vista. La obra, sin embargo, no penetra en las debilidades del pensamiento prudoniano.
78  El socialismo en México; p. 271. En su correspondencia con Ocampo, Oseguera dice

haberle remitido dos colecciones completas de las obras de Proudhon, una para Juárez y otra
para el michoacano. Oseguera tuvo algunas dificultades para conseguir varias obras del
pensador de Besancon, porque estaban prohibidas en Francia y tuvo que encargarlas a Bél-
gica. Se ignora el destino que tuvieron esos libros. INAH, cartas personales, docs. 50-0-20-11,
42 y 48.
36  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

mayo de 1848. Por un lado, sintió quizá Ocampo que por primera vez el so-
cialismo francés superaba la etapa de elaboración de escritos que preconi-
zan la reforma social presentando una organización ideal, un esquema de
sociedad perfecta, en el cual han sido eliminadas las contradicciones y as-
pectos deleznables de la realidad de la época de Luis Felipe y sus predeceso-
res. No puede ponerse en duda, sin embargo, que tales escritos —y desde
luego, los intentos de Owen, Cabet y los fourieristas por traducirlos en
experimentos concretos— fueron un primer paso inevitable, sobre el cual
habría de apoyarse lo que se llamaba entonces la crítica científica de la eco-
nomía política, tarea ideológica que abrió al socialismo todo un mundo
nuevo de posibilidades, derramadas hacia todas partes.
Ocampo llegó a Europa exactamente en el momento de transición. Su

a
arribo coincidió también con la publicación de los últimos escritos utopis-

rrú
tas importantes: “El Viaje a Icaria” de Etienne Cabet y “De la humanidad”
de Pierre Leroux; no sólo con el primer ensayo de una crítica do la econo-
mía política, calificado así por el propio Marx. Al año siguiente de su vuelta
Po
a México, empezaría, con la “Unión Obrera” de Flora Tristán, la caudalosa
corriente de publicaciones socialistas que nadie podía confundir ya con los
escritos sansimonianos y fourieristas. Nada dice en contra de esto, el hecho
a

de que siguieran apareciendo también, durante muchas décadas, multitud de


eb

escritos de un socialismo confuso, sentimental y pueril, en lo cual llegó a


caer el propio Produhon, a quien más le hubiera valido quedarse en su ge-
u

nial ensayo de 1840.


pr

En el agudo y vibrante folleto de 1855, donde Ocampo relata su partici-


pación en el gobierno de Juan Álvarez, sus desavenencias con Comonfort y
el choque final que produjo su separación, obra clásica de la literatura polí-
1a

tica mexicana en el siglo XIX, hay una interesante conversación entre el


michoacano y el general que llevara al triunfo la revolución de Ayutla.
Esta conversación, interpretada a la luz de una más amplia información,
arroja mucha luz sobre la posición política e histórica de Ocampo. “Cuando
el señor Comonfort me había dicho, hallándose en pie, «pues no señor, la
revolución sigue el camino de las transacciones» le interrumpí parándo-
me también, y dije: «Ahora sí nos entendemos; encuentro en lo que acaba
usted de asegurar una razón más para que me separe yo, yo que puedo
considerarme aquí como intruso. Había creído que se trataba de una revo-
lución radical, a la Quinet: yo no soy propio para transacciones». El señor
Comonfort repuso: «Esas doctrinas son las que han perdido a Europa», y yo,
en vez de manifestar mi asombro por oír de su boca semejantes palabras, en
vez de contestar que ni la Europa está perdida, ni son idénticas las doctrinas
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  37

de Quinet y las de Cabet, Proudhon, Luis Blanc, etc., me contenté con repe-
tir: «Pues yo no soy propio para transacciones»”.79
Si se revisa la historia de los años —cuatro décadas—. durante los cua-
les predominaron en el socialismo francés las escuelas utopistas, salta de
inmediato a la vista un hecho paradójico, pero en el fondo perfectamente
lógico. Entre los banqueros y propietarios de tierras que ocupaban el poder,
admitiendo en lo esencial la estructura que dio a Francia el bonapartismo,
no sólo no era raro, sino que resultaba muy frecuente encontrar sansimo-
nianos y fourieristas, que entre uno y otros sueños utópicos, participaban
de la práctica política y financiera dentro del régimen de Luis XVIII y de
Carlos X. Aun bajo Luis Felipe, distaba mucho el régimen francés de consti-
tuir un gobierno de todo el tercer estado; las revoluciones de 1830 y 1848

a
ampliaron considerablemente la base del régimen, introduciendo a la bur-

rrú
guesía comercial e industrial, gradualmente, a los escalones del poder. El
hecho de que muchas veces, los recién llegados tuvieran que comprar títu-
los de nobleza, que no engañaban ciertamente a nadie, para poder alternar
Po
con la oleada anterior de “parvenus”, no cambia un ápice de esa situación.
El pueblo en general, participó en varias revoluciones violentas y golpes de
mano, que ampliaron cada vez más la base de sustentación del régimen
a

sobre el tercer estado, con la aspiración de lograr, no la implantación de los


eb

sueños de los utopistas —aunque hubo algunos limitados ensayos en tal


sentido—, sino una estructura social más abierta y democrática. No sólo se
u

trataba de obtener una legislación en materia de trabajo, sobre jornadas,


pr

salarios y condiciones de seguridad; sino también una verdadera democra-


cia política, en un tiempo en que el voto estaba restringido a los alfabetiza-
dos y, dentro de ellos, a los propietarios; así como derechos elementales de
1a

expresión, organización política, movimiento de personas, etcétera.


Y resultaba sorprendente que, dentro de este cuadro general, los socia-
listas de las diversas escuelas se las ingeniaran para hacer compatible esa
posición ideológica con la participación en los regímenes que se oponían a
dar al país, al mismo tiempo que un gobierno de base más amplia, una es-
tructura social más democrática y popular. Cabet, Proudhon y Luis Blanc, a
quienes mencionó Ocampo en su réplica no expresada a Comonfort, no son
malos ejemplos de esa “política de transacciones”, con la cual Ocampo se
manifestó incompatible siempre. A pesar de su conducta durante los suce-
sos de 1848, los dos últimos buscaron después un entendimiento con

79  Obras; tomo II, p. 104.


38  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Napoleón III.80 No debe extrañar que don Melchor haya tomado como ejem-
plo de la línea contraria a las “transacciones”, precisamente a Edgar Qui-
net, cuyo interés por el papel social de las religiones dio a sus obras un
carácter un tanto diverso del socialismo. Debe tenerse en cuenta que en ello
no se versaba un problema ideológico, sino una cuestión de congruencia
política. Quinet se negó a transigir con Napoleón y fue privado por éste de
su cátedra; desde este punto de vista, no fue sorprendente que Quinet to-
mara la pluma, pocos meses después de iniciada la intervención francesa,
para condenar la política de Napoleón respecto a México.81

La tribu del 42

a
Los sucesos ocurridos durante el primer año siguiente al regreso de

rrú
Ocnmpo, después de su viaje a Europa, contenían en germen todo el cua-
dro dentro del cual se habría de desenvolver la labor política de don Mel-
chor a lo largo de los veinte años siguientes. Por esta razón, sin duda, dijo
Po
en alguna ocasión para situarse entre sus contemporáneos, “soy de la tribu
del 42”.
Lo ocurrido en México durante ese año tiene los caracteres de una reno-
a

vación frustrada y apenas es descrito de pasada en nuestras obras de histo-


eb

ria, opacado por la tragedia nacional que sobrevino un lustro más tarde,
con la derrota que padecimos en la guerra de intervención norteamericana.
u

Pero no fue Ocampo, por cierto, la única figura destacada que surgió a la
pr

vida pública en ese año. Bastará recordar las páginas de Prieto —imagina-
tivo y poco veraz en los detalles, exacto sin embargo al describir los am-
bientes y las impresiones perdurables— donde da cuenta de la llegada de
1a

Otero a México, y retrata otros bizoños diputados del congreso constituyen-


te, convocado por Santa Anna el 10 de diciembre de 1841, de acuerdo con
las “bases” de Tacubaya.82 Fue un hecho curioso que además de Otero y
Ocampo (tres años mayor que el jaliscience) otros diputados lo hayan sido
gracias a una modificación introducida por Santa Anna, no a las citadas

80  El emperador Napoleón encargó a Proudhon, en enero de 1853, lo siguiente: “Encon-

trar el medio, a través de reformas económicas, para satisfacer las justas exigencias del
proletariado, sin lastimar los derechos adquiridos de la clase burguesa” Correspondencia;
tomo VII, p. 356. Proudhon ofreció buscar una fórmula general para ello.
81  La expedición a México; pág, 37. En sus escritos, también Proudhon se manifestó

opuesto a la intervención en México y previo su fracaso, así como el éxito rotundo de Juárez.
Véase Correspondencia; tomo XII, pp. 53 y 133. Du Principe Fédératif, p. 93.
82  Memorias de mis tiempos; pp. 345 a 350.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  39

“bases” sino a la legislación electoral acostumbrada en casos previos: re-


ducir de 30 a 25 años la edad mínima para ser electo.83
El eminente político y jurisconsulto jaliscience Mariano Otero, vino a la
ciudad de México como representante estatal al consejo de diciembre de
1841, y después al congreso constituyente. A pesar de su edad, tenía ya
una extensa cultura política y jurídica. Buen orador, se relacionó en el me-
dio político rápidamente, bajo la protección de Gómez Pedraza. En el con-
greso de 42, defendió el federalismo de los propósitos centralistas de
Fernando Ramírez; volvió a ser diputado al año siguiente y fue encarcelado
brevemente por Santa Anna, con otros liberales moderados. Publicó un im-
portante ensayo sobre la cuestión social y política de México a poco de
establecerse en la capital. Desarrolló una destacada labor en el congreso

a
constituyente de 1847, dando forma al acta de reformas de ese año, de gran

rrú
importancia jurídica. Se unió a Alamán y Gómez Pedraza para organizar la
rebelión de los “polkos” que derribó al régimen de Gómez Farías con una
bandera reaccionaria y antipatriótica, pues la realizó la guardia nacional
Po
requerida para salir a combatir al invasor a Veracruz. Durante algunos me-
ses, fue después ministro de relaciones interiores y exteriores de Herrera,
pero tropezó con muchas dificultades para poner en vigor el tratado de
a

Guadalupe Hidalgo, al cual se había opuesto durante las negociaciones;


eb

promulgó también una ley de imprenta autoritaria.


Otero volvió al senado en 1849 y murió de cólera al año siguiente, de-
u

jando a su familia en la pobreza. Puede asegurarse que los acontecimientos


de la siguiente década habrían constituido para él una difícil prueba, pues
pr

habría tenido que radicalizar su pensamiento y su actitud política al sobre-


venir la reforma.
1a

Sin duda el dictador que se preparaba para su sexta presidencia, sintió


en el retiro al que lo habían obligado los sucesos de Texas y de Veracruz,
que una nueva generación, un relevo de jóvenes, dotados de notables capa-
cidades y con preparación sorprendente dada su edad, estaba irrumpiendo
en la vida pública. Por lo pronto, a reserva de prepararles la trampa, Santa
Anna abre a estos jóvenes las puertas del congreso que debería revisar la
obra del constituyente de 1824. Al ser electos, Melchor Ocampo cuenta 28
años, Otero no llega a los 25, Juan B. Ceballos tiene 33, Lafragua 29, Gon-
zález Urueña 40, Muñoz Ledo 27, Luis de la Rosa 38, Olaguíbel 36, Chico
Sein 32, Comonfort 30, Ignacio Cumplido 31, sólo Juan Bautista Morales
llega a los 56 y don Manuel Gómez Pedraza a los 53. Una docena de jóvenes

83  La convocatoria apareció en La Esperanza; 14-XII-1841.


40  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

diputados dominará sin duda el congreso; en el cual tienen asiento tam-


bién Mariano Riva Palacio, que cuenta 39, y José Fernando Ramírez, con
38. Es bien conocida la recelosa actitud que los moderados adoptaron fren-
te al grupo radical, reflejo de las discrepancias que provocaban el entusias-
mo y los ardores juveniles de la nueva generación.
Sin ser propiamente un militar de carrera, Gómez Pedraza combatió a
los insurgentes durante la guerra de independencia. Provenía de la aristo-
cracia colonial, pero, al igual que Arista, abrazó el liberalismo bajo el im-
pacto de las ideas políticas y sociales de Morelos. Fue amigo y partidario de
Iturbide; después quiso suceder a Victoria, de quien había sido ministro de
la guerra, más el ejército se lo impidió y tuvo que salir del país. En los años
siguientes fue sucesivamente ministro de relaciones, diputado y senador.

a
Poco antes de morir negoció el tratado con Letcher, ministro americano,

rrú
que rechazó el gobierno yanqui y que, modificado, fue a su vez rechazado
por el congreso mexicano. Disputó a Arista la presidencia en las elecciones
de 1850 y murió poco después, cuando dirigía el Monte de Piedad. Ejerció
Po
una considerable influencia por sus amplias relaciones como dirigente libe-
ral, que utilizó para dar impulso a Otero, Prieto, Lacunza, Ocampo y otros
jóvenes. Su personalidad era fuerte y decidida y, según testigos de la época,
a

tenía una gran objetividad para juzgar las cuestiones políticas y reconocer
eb

sus equivocaciones. En algunos casos, combatió al partido conservador


con valentía y decisión; sin embargo, su actuación, aunque limpia, tuvo
u

todas las limitaciones del partido liberal moderado que Ocampo criticó
con dureza, sin nombrar a Gómez Pedraza. La arraigada creencia de que el
pr

país podía evitarse los cambios repentinos y profundos, lo llevó a apoyar


siempre medidas a medias, y aún a oponerse en ciertos casos a las medidas
1a

radicales. Nunca se liberó de su origen colonial ni de sus relaciones pinto-


rescas con la aristocracia criolla, que sin embargo, toda su vida lo hostilizó
y despreció.
El país había vivido, no puede olvidarse, tras el fracaso nacional que
fue la separación de Texas, seis años de centralismo, con muchas misas y
Tedeums, y una concentración agraria creciente. Cinco dictaduras de Santa
Anna, el recuerdo de la interrumpida administración liberal del año 33 y
la ominosa perspectiva de una intervención norteamericana, abierta por la
guerra con Francia que demostró nuestra debilidad, eran otros tantos as-
pectos que polarizaban la atención pública. No había transcurrido un mes
desde la llegada de Ocampo a Veracruz, cuando las campanas echadas a
vuelo en todas las iglesias, anunciaron la sexta presidencia (esta vez pro-
visional) de Antonio López de Santa Anna, producto de un arreglo entre
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  41

generales, apoyado por los liberales y bendecido por el clero.84 Apenas se


celebran las elecciones se pone en evidencia lo que anticipara el ojo perspi-
caz del dictador. En el seno de la minoría que sabe leer y escribir, que tiene
recursos económicos para venir a la capital como diputados al congreso,
sin esperanza de cobrar las dietas, impera un liberalismo radical.85 No sólo
se quiere que vuelva a regir el código de 24 (el único que ha tenido México,
exclaman impacientes los jóvenes diputados), sino que se aspira a refor-
marlo, para limitar los abusos del ejército y poner coto a la tiranía económi-
ca y moral del clero. La discusión, como es bien sabido, giró alrededor una
palabra: federalismo, rica en implicaciones, como se cuidaron de señalarlo
los dirigentes de la ola renovadora.86
Las fuerzas centrífugas habían producido ya la separación de Yucatán,

a
inconforme con el centralismo. Al día siguiente de la publicación de la

rrú
convocatoria del congreso, la península se reincorpora por unos meses;
violentada la situación al año siguiente por Santa Anna, Yucatán insistirá
en su separación, una vez fracasado el intento conciliador de don Andrés
Po
Quintana Roo.87
Con su habitual maestría, el presidente provisional maneja un escena-
rio de luces artificiales, proclamas en que abundan las palabras sonoras,
a

los embutes a los amigos (tres meses antes de la sesión inaugural, uno de los
eb

favoritos, don José de Garay, recibe la concesión para abrir un camino en el


istmo de Tehuantepec, peligrosa medida que casi habría de producir poste-
u

riormente una segunda intervención norteamericana), las fiestas y fiesteci-


tas.88 La más importante entre ellas, la feria del juego y de los gallos en San
pr

Agustín de las Cuevas, hoy Tlalpan. En la inauguración del mercado del


“Volador”, el verbo florido del general Tornel, viejo servidor de Santa Anua,
1a

derrama adulaciones indignas.89 Cuando, entre incienso y oficiales cubier-


tos de medallas, se trae a México la pierna que el dictador perdió en 1838
en Veracruz, tiene lugar una increíble ceremonia oficial. Mientras tanto,
ante la incapacidad del erario para sostener un sistema nacional de edu-
cación gratuita, grupos de particulares forman sociedades de apoyo a las
escuelas lancasterianas, donde se piensa que un maestro podrá enseñar

84 México a través de los siglos; tomo IV, pp. 473 y 474.


85 Véase La Esperanza; 14-XII-41, 25-X-42 y el Siglo; 7-I-43, 14-I-43 y 15 I-43.
86  En el Siglo puede verse el interesante comentario del Correo Francés (7-1-43).
87  México a través de los siglos; tomo IV, pp. 481 y 482.
88 Véase el importante comentario del Siglo, 5-III-1842, sobre la concesión de Te-

huantepec.
89  México a través de los siglos, tomo IV, pp. 486 y 488.
42  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

rudimentariamente hasta a 800 niños o mayores analfabetas.90 Don Mel-


chor se ha comprometido en Morelia, antes de salir a ocupar su curul en el
congreso, con un donativo de $1.00 mensual destinado a ese propósito.
Forma parte de la sociedad de apoyo, ni más ni menos que con el obispo
Juan Cayetano de Portugal.91
Las elecciones celebradas el 10 de abril de 1842 fueron indirectas; los
electores departamentales seleccionaron finalmente a los miembros del con-
greso. Por recomendación de don Manuel Gómez Pedraza, para quien como
dijimos, trajo de París una carta de Garro don Melchor, éste entra al congreso,
en compañía de González Urueña, Ceballos, Ladrón de Guevara, Alcaraz,
Navarro, etc.92 Cuando Santa Anna pronuncia el discurso inaugural, el 10
de junio, arremete abiertamente contra el federalismo; la contestación se la

a
dan los diputados del departamento de México, que a través de Espinoza de

rrú
los Monteros rechazan discretamente la advertencia.93
En efecto, militarismo y federalismo serán los dos grandes temas del
congreso, desde un punto de vista político general. En los dos, el recién lle-
Po
gado Ocampo, como si presintiera que la actuación del congreso ha de ser
breve, se apresura a participar.
Los jóvenes liberales están conscientes de la amenaza que representa
a

Santa Anna, el escritor Juan Bautista Morales (que firma artículos cos-
eb

tumbristas con el seudónimo de “El Gallo Pitagórico”) abre el fuego en


“El Siglo XIX”, diario de Ignacio Cumplido, en contra del militarismo.94
u

Morales había sido constituyente en 1824, había estado contra Iturbide


pr

y había reclamado la vigencia del patronato. Defendió al federalismo, poco


después del gobierno de Gómez Farías de 1833; estuvo preso unos días en
1842, por haber criticado las intrigas de Santa Anna contra el congreso.
1a

Fue periodista incansable y polemizó, a lo largo de 30 años, prácticamente


con todos los escritores del partido conservador. Atacó en la prensa los orí-
genes de la rebelión de Haro y Tamariz en 1855 y defendió extensamente la
ley Juárez, única de las de reforma que alcanzó a conocer. Ocupó la guber-
natura de Guanajuato y varias veces la presidencia de la suprema corte.
Precursor de Zarco en el periodismo político y de Prieto en la literatura cos-
tumbrista, era sin duda el escritor liberal más destacado al llegar la época

90  Historia de México Salvat; tomo VII, pp. 242 y 243.


91  Enciclopedia de México; tomo IX, p. 1078.
92  Romero Flores, p. 87. Ceballos lo apoyó en esa ocasión.
93  Siglo XIX; 14-VI-1842.
94  Siglo XIX; 4 y 5-VII-1842. Comentario editorial 8-VII-42.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  43

de la reforma. De origen humilde y de carácter sencillo, había tenido una


niñez en condiciones de miseria, que sobrepuso con dificultad.
El famoso impresor y publicista Cumplido publicó durante más de me-
dio siglo su periódico, donde aparecieron varias cartas, colaboraciones y
discursos de Ocampo. Además de diputado fue también senador. En gene-
ral, su periódico fue órgano del grupo liberal moderado, pero cambiaba de
orientación considerablemente, según la persona a quien Cumplido encar-
gaba la dirección. Durante un tiempo, se acercó al partido conservador y
atacó fuertemente a los liberales radicales como Ocampo; pero la última
dictadura santanista lo empujó a la oposición y salió desterrado. Durante el
constituyente, bajo la dirección de Zarco, el “Siglo” recogió muchas opinio-
nes de los liberales avanzados; dejó de publicarse durante la guerra de tres

a
años y fue después prácticamente vocero oficial del gobierno de Juárez.
Entre el “Diario Oficial” y la nueva publicación de Cumplido se cambian

rrú
los golpes a partir de la tercera semana de sesiones.95 Para principios de
agosto, las posiciones políticas están claramente definidas: de un lado los
Po
servidores de Santa Anna, del otro el periodismo liberal amenazado, y en
medio una mayoría de “moderados”, cautelosos e indecisos. Dentro de este
marco se sitúa el discurso de Ocampo del día 3, que constituye su primer
a

acto público, cuando aún no cumple un año de permanencia en el país.96


eb

Como sucederá siempre en las cuestiones de importancia, Ocampo no


rehuyó el problema: “manteniendo un ejército permanente —dice al con-
greso— se cree ceder a una necesidad, cuando probablemente sólo se obe-
u

dece a una preocupación…un pueblo libre y un ejército permanente son


pr

elementos de pugna y de conflicto: el gran problema es mantener su equili-


brio…la fuerza es una cosa necesaria, pero del modo con que se halla orga-
1a

nizada entre nosotros, es también una cosa temible. La milicia ha llegado


entre nosotros a ser casi el único objeto de la sociedad…El actual gobier-
no…yo no (lo) considero sino el representante de la fuerza armada…Si el
(magistrado) que hoy gobierna el país no estuviera animado de ese fatal
espíritu militar si no hubiera tantas autoridades militares, si tantas de las
civiles no estuviesen en manos que hacen ilusorios su nombre y objeto,
nada más justo, nada más racional, nada más conveniente, que conceder al
gobierno y a todas las autoridades el derecho reconocido a todos los ciuda-
danos”. Estas son las razones por las que se opuso al artículo del reglamento
del congreso que permitía a las autoridades, corporaciones y personas par-
ticulares presentar proyectos ante la comisión de constitución.

95  Idem; 6-VIII-42.


96  Idem; 28-VITI-48. También: Obras; tomo II, p. 329.
44  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Santa Anna desea una ley básica centralista; pero Ocampo, con el .gru-
po radical, quiere que la mayoría de los diputados se encuentre en libertad
para recoger y mejorar el espíritu federalista del código de 24.97
Como es sabido, un mes más tarde la comisión presentó al congreso el
proyecto de constitución, junto con un voto particular de tres miembros de
la misma: Espinoza de los Monteros, Otero y Muñoz Ledo, que deseaban
establecer mecanismos de protección contra los atropellos frecuentemente
cometidos en los bienes y las personas de los civiles.98
Muñoz Ledo procedía de una adinerada familia de Guanajuato; muy jo-
ven se hizo abogado y se dedicó a los negocios. En 1848 era senador y de-
fendió el tratado de paz con Estados Unidos; durante la administración de
Arista fue gobernador de su estado, reprimió una rebelión de tendencia

a
santanista y clerical, y se separó del puesto, al caer el Presidente, igual que

rrú
Ocampo y que López Portillo. Para entonces, se le consideraba casi conser-
vador; sus negocios lo ligaron cada vez más a esta tendencia y Miramón lo
hizo ministro de fomento y de relaciones en 1859. Se opuso al tratado
Po
McLane y se separó del gobierno después do la fuga de Zuloaga, no vol-
viendo a intervenir activamente en las cuestiones públicas. Participó en
los intentos iniciales de construir líneas telegráficas, ferrocarriles y obras
a

públicas, ligado a intereses económicos del clero. Políticamente, siempre


eb

titubeó entre un espíritu práctico progresista y los lazos con el tradiciona-


lismo conservador.
u

Ambas proposiciones fueron refundidas más tarde en un nuevo proyec-


to, donde la minoría del “voto particular” sacrificaba sin duda más innova-
pr

ciones de las que lograba hacer aceptar por la mayoría. Esta transacción,
que apenas representaba un paso adelante respecto al código vigente los
1a

primeros once años de la República, excedió sin embargo los límites que
estaban dispuestos a tolerar Santa Anna y los clericales.99 Para reunir fuer-
zas en su contra, la cuestión religiosa se hizo el punto central del ataque al
proyecto de constitución. El código de 24 prohibía todo culto de otra reli-
gión que la católica; el “Diario Oficial” promovió el escándalo contra el pro-
yecto de 1842, porque éste sólo prohibía el culto público de otras religiones.
¡Entonces —exclamaron los sectores de la sociedad mexicana que vivían
mentalmente en la época colonial— eso quiere decir que se permitirá el cul-
to privado de otras confesiones religiosas!100 En el acto, bajo la protección

 97  Idem; 3-IX-42.


 98  Idem; 17-XI-42.
 99  Idem; 7-XI-42.
100  Idem; alcance al número 428, 13-XII-42.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  45

del gobierno santanista, que llegó hasta el extremo de mandar al congreso


las actas de los pronunciados, surgieron por todas partes las guarniciones
en rebeldía. El 25 de octubre, don Nicolás Bravo fue designado presidente
substituto; y no tuvo empacho en manchar sus lauros de insurgente, disol-
viendo el congreso el 19 de diciembre.101
Cuando las cartas están echadas y el choque con Santa Anna y los cleri-
cales es ya claramente inevitable, Ocampo pronuncia el 10 de octubre un
largo discurso sobre el federalismo. Ese mismo día se conoce el decreto que
permitirá a Santa Anna retirarse para dar el golpe desde la sombra. El con-
greso está condenado a muerte.102
“Ya que no nos es dado hacer que los actuales abusos no existan, debe-
mos todos presentar aquí nuestra conciencia y nuestros esfuerzos, aún

a
cuando sólo sirviere ésto como una protesta contra aquellos”. Con tales
palabras había terminado Ocampo su intervención del 3 de agosto; la del

rrú
10 de octubre, la inicia subrayando las hipócritas alabanzas del sistema
federal que algún miembro de la comisión había entonado en otra ocasión,
Po
sin que ahora le impidieran deformarlo en el proyecto que se estaba votan-
do. Como se había dicho que era absurdo que los estados fueran soberanos,
Ocampo analiza brevemente el significado real de la federación, la determi-
a

nación de las cosas que han de resolver los gobiernos locales y el general. Y
eb

luego va directamente al centro del problema quo ha planteado la comisión


con su proyecto: “Nos han asegurado —dice— que lo que más cuidadosa-
mente debe examinarse son los elementos de vida con que hoy cuenta Mé-
u

xico y…se han designado como tales el clero, la milicia y el pueblo”. “¿Será
pr

cierto —se pregunta a continuación— que los diputados de 1842, somos


representantes del clero y la milicia, y que hemos venido aquí para consti-
1a

tuir sus intereses?” “No señor —se responde a sí mismo— nosotros no de-
bemos considerar al clero y la milicia como enemigos, sino como a partes
de la nación”. Señaló entonces el orador que había otras clases sociales
cuyos intereses no estaban identificados con la nación. “Personal conozco
—añadió, pensando quizá en sus amigos y conocidos hacendados, cada vez
más prósperos— que se tendrían por deshonrados si se les viera en una
casilla al tiempo de las elecciones. Podría también decirse —agregó— que
hay una clase comerciante con sus intereses particulares, con una grande
influencia, con una especie de fuero: ¿y se sostendrá por esto que el congre-
so de 42 debe ser muy circunspecto, atendiendo de preferencia los intereses
del comercio?”

101  Idem; 18-XII-42.


102  Idem; 19-X-42.
46  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

En 1842 Ocampo muestra ciertas dudas sobre el curso que (tomaría el


conflicto social en México, durante los años próximos. “No, —dice— el cle-
ro y la milicia no son nuestros enemigos, y el que esto afirme, él es quien
siembra la división y atiza la tea de la discordia”. Lo orienta, sin embargo,
su honestidad política, su aprecio por la verdad y su deseo evidente de pro-
clamarla. En efecto, analiza sin piedad la transacción que propone la comi-
sión. “A la verdad, señores —dice al congreso—, yo veo en esta transacción
lo que nos quitan, pero no lo que (las llamadas clases) cedan. Veo que se
nos arrebata la soberanía de los estados, pero no que las clases sacrifiquen
sus fueros y privilegios”. Una situación semejante ponía siempre a Ocampo
sobre aviso y despertaba su tendencia al sarcasmo y a la burla. “Seamos
justos —les hace oír—, si la comisión animada del mismo puro y ardiente

a
patriotismo que nos inflama a todos no ha conseguido fijar los medios que
mejor convenga al objeto que todos nos proponemos, no debemos atribuirlo

rrú
a miras innobles…La comisión ha sacrificado no sus convicciones, no su
conciencia, como alguno ha dicho, sino sus afectos, su corazón…”.
Po
“En toda transacción —dice este hombre que toda su vida fue enemigo
de ellas, pero tuvo que hacer algunas muy serias— si se sacrifica una parte
es para asegurar el resto…Si ponemos el mando en las clases privilegiadas,
a

nosotros, pobre pueblo, ¿qué garantía tenemos?…en esto que se ha queri-


eb

do llamar transacción, nosotros somos los solos que ceden y la parte que se
nos deja, nadie asegura que nos sería conservada”. Años más tarde volve-
ría Ocampo, en su célebre discusión con Comonfort, sobre esta cuestión de
u

las transacciones. En esta ocasión se quería mejorar la propuesta de la co-


pr

misión, inspirada por José Fernando Ramírez, que había sido rechazada por
el congreso. El ambiente era contrario a los propósitos de Santa Anna,
1a

quien ya había hostilizado a los diputados por el juramento de las bases de


Tacubaya y con las amenazas a Cumplido y a Juan Bautista Morales. Los
espíritus realistas sin duda anticipaban que el general Santa Anna disolve-
ría el congreso si persistían los propósitos federalistas.103 Después del re-
chazo del voto de la mayoría dirigida por Ramírez, tuvo lugar la transacción;
ya para entonces, principios de noviembre, Santa Anna había elevado a las
nubes el escándalo por el federalismo del congreso, y esperaba en Manga
de Clavo que sus lugartenientes lo frustraran. Los sucesos posteriores de-
mostraron que la muerte de la asamblea estaba decidida desde el 10 de oc-
tubre en que don Antonio solicitara su permiso. Hoy día, es evidente que
no tenían fundamento las sugestiones en favor de una transacción, para
salvar el congreso. Toda la moderación del mundo no impediría que Santa

103 Véase La Esperanza; 25-X-42. Contesta editorialmente las críticas del Siglo.


PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  47

Anna liquidara el compromiso del ejército, sellado en La Estanzuela, de dar


al país una nueva constitución. Era inevitable la muerte del constituyente
de 42; y nada podían lograr las transacciones. Los intentos en ese sentido,
realizados al año siguiente, obligaron a los liberales moderados a retroce-
der de las posiciones del 42 y a reconocer las bases orgánicas, centralistas
y conservadoras.104
Don Melchor mandó a la imprenta el texto de su discurso del 10 de oc-
tubre; sobre la versión taquigráfica escribió una larga nota que muestra
bien claro el saldo político que para Ocampo se desprendía de este congreso
constituyente. Había dicho que el clero y el ejército no eran los enemigos
de la nación; en su nota —seguramente para reforzar lo dicho ante el con-
greso— se preguntó: “¿Y si lo fueran?” Su respuesta cayó, como hierro fun-

a
dido: “Sería una razón de más para no consentir en sus pretensiones.
Entonces es necesario persuadirse de que aún no suena la hora de consti-

rrú
tuir establemente a México. Entonces es necesario resignarse a continuar
esa sangrienta lucha que ha tiempo comenzó la humanidad defendiendo la
Po
libertad contra el despotismo, la igualdad contra los privilegios, la sana
razón contra las preocupaciones. Si México se hallara por desgracia en esta
situación, en vez de pensar en constituirse, sólo debía prepararse de nuevo
a

para el combate, y nosotros…debíamos dejar nuestras sillas, tirar de nue-


eb

vo el guante, combatir en favor de nuestros pósteros y levantar por bandera


esa misma federación que hará nuestra gloria…”105
Pero, si Ocampo está claramente consciente de lo que significa el fraca-
u

so del congreso, que no podía remediarse a través de ninguna componenda,


pr

ni del acceso a los ministerios bajo la bandera de la moderación; también


don Melchor está lúcidamente consciente del peligro que representa la furia
1a

desatada de los militares, de los clericales y los hombres de orden, de los


comerciantes establecidos y las beatas.106
En efecto, cuando para todos es ya evidente que los días del congreso
están contados, Ocampo pide la palabra, al discutirse el 30 de noviembre la
pena de muerte, que el artículo 13 de la nueva constitución proponía abolir
gradualmente. Su discurso es un llamado humanista a la razón y al buen
sentido, cuando todos están esperando las próximas tropelías de Santa
Anna, secundado por los Lombardinis,107 los Tórneles y los Canalizos.

104  México a través de los siglos; tomo IV, p. 510.


105  La nota ya aparece en los periódicos que publicaron el discurso.
106  Para juzgar de la moderación del proyecto aprobado parcialmente por el congreso,

puede verse el texto publicado por el Siglo; 14-1-43.


107  El Siglo XIX; 16-XII-42. Los discursos de Ocampo y de otros diputados fueron publi-

cados también por La Esperanza.


48  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Ocampo se esfuerza por atraer la atención del congreso hacia los aspec-
tos lamentables que toman a veces los conflictos políticos; señala que los
sistemas de represión y de castigo han variado mucho a lo largo de la histo-
ria. No parece interesarle, sin embargo, la discusión de las ventajas e in-
convenientes, en abstracto, que implica la inclusión de la pena capital en el
derecho penal. Lo que quiere, probablemente, es reforzar los obstáculos que
encontrará la administración militar, consumado el golpe que todos espe-
ran en breve contra el congreso, en caso de desatar la violencia contra las
personas y los intereses de los diputados y los periodistas. “A los seres bas-
tante viles para buscarse un amo, para procurarse un tirano —expresa des-
de la tribuna de la asamblea— déjeseles en buena hora vender su abyección
al que quiera mandarlos, al que no se avergüence de tenerlos por esclavos;

a
pero a los amantes del verdugo, ¡en nombre la humanidad!, quíteseles el

rrú
funesto poder de derramar sangre, lo mismo que se quitan de las manos de
un insensato las armas de que puede hacer tan mal uso…” En efecto, si en
un principio Morales y Cumplido fueron amenazados por la administración
Po
santanista, debe recordarse que al año siguiente, como consecuencia de
una denuncia fabricada, Manuel Gómez Pedraza, Mariano Riva Palacio,
José Ma. Lafragua y Mariano Otero fueron detenidos. Así se realizó la repre-
a

sión violenta que Ocampo invocó ante la agitada asamblea, cuando estaba
eb

a punto de desaparecer. En forma de cautelosas parábolas sobre los sufri-


mientos que trajo a Europa la época de campañas napoleónicas, especuló
u

incluso si no es más digno de muerte el “tirano brillante” que el criminal


producido por la miseria, el error, las malas costumbres sociales o el vicio,
pr

cuando ya está aislado por la fuerza del estado y se encuentra a merced


del castigo.
1a

Este episodio de la vida nacional se había iniciado con las proclamas


cambiadas entre Bustamante y Santa Anna, el dictador que se iba y el dic-
tador que volvía, al iniciarse el último tercio de 1841, justo cuando don
Melchor ponía pie en tierra, después de sus casi dos años en Europa. “Mi
corazón, había dicho Santa Anna el 5 de octubre, se conmueve cada vez
que me veo en el caso de tener que hacer uso de las armas contra unos
compañeros que en otras épocas hemos militado juntos por la causa santa
de la independencia y de los derechos de la nación; y aunque con el ejérci-
to de mi mando, compuesto de nueve mil veteranos…no puede ser dudosa
la victoria…quiero aún extender una mano amiga a V.E. y a cuantos le
obedecen…”.108 Al día siguiente, el presidente depuesto le contestaba: “Nos

108  México a través de los siglos; tomo IV, p. 471.


PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  49

hallábamos frente a frente del peligro y mi corazón se destrozaba viendo


que nuestra contienda era de hermanos…Reuní a los señores generales,
jefes y oficiales, y con su acuerdo se nombraron los comisionados que fir-
man el convenio, en que aseguradas vuestras garantías, en que respetadas
vuestras personas y empleos, se considera vuestro valor eminente y se es-
tablecen las bases de una reconciliación sincera…”.109
El “plan de bases de Tacubaya”, levantado por Santa Anna el 28 de sep-
tiembre, establecía que el ejecutivo provisional, en un plazo de dos meses,
convocaría a un nuevo congreso constituyente, el cual se reuniría seis me-
ses después y no se ocuparía de otra cosa que de elaborar la ley fundamen-
tal. Para dar una apariencia de legalidad al cuartelazo que despojaba a
Bustamante del poder, Santa Anna se vio obligado a ofrecer una nueva

a
constitución y a derogar la centralista de 1836, que había estado criticando

rrú
desde su retiro a Manga de Clavo en 1839.110
Una vez consolidado en la presidencia, su problema era librarse de los
liberales reunidos en el congreso, que se empeñaban en modestas reformas
Po
federalistas. Ninguna duda cabía sobre sus intenciones a partir del momen-
to en que dejó la presidencia a Bravo, con Tornel como ministro de la gue-
rra. “El pronunciamiento de Huejotzingo —decía el “Siglo XIX”— no es más
a

que el relámpago precursor de una tempestad que va a sumir al congreso en


eb

las aguas de la desgracia, pero nunca en las de la ignominia”.111 Esto últi-


mo era absolutamente cierto, desde luego para don Melchor.
u

El 19 de diciembre la tropa bloqueó el acceso al sitio de reunión de los


diputados, quienes se trasladaron a la casa de su presidente Elorrlaga y
pr

expidieron un manifiesto anunciando que la fuerza armada había impedido


la continuación de sus trabajos.112 Ocampo no tenía más que hacer en la
1a

ciudad de México y el año nuevo lo encuentra ya en Pateo; otras personas


más flexibles, sin embargo, encontraron el modo de ser incluidas en la co-
misión encargada por la junta designada por los militares para hacer un
nuevo código. “Don Fernando Ramírez, autor del primer proyecto constitu-
cional de 1843 —dice “México a través de los siglos”— pretendió plantear
en él un régimen federal práctico, desfigurando su teoría para hacerle posi-
ble y aceptable, pero ni aun este término medio pudo merecer la benevolen-
cia de los conservadores, cuyas retrógradas exigencias, más que los rudos
embates de los liberales exaltados, hicieron imposible en México la existencia

109  Idem; p. 472.


110  Idem; p. 466.
111  Alcance al número 428; 13-XII-42.
112  Puede verse el manifiesto en el Sifflo; 19-XII-42.
50  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

y progreso de un partido moderado…”.113 Ocampo no será nunca de esos


engañados; en la nota que añadió al texto de su discurso del 10 de octubre,
hablando del federalismo, concluye: “Bajo este signo vencerás”.
Los dos años y medio que pasa Ocampo, a partir de entonces, en sus
propiedades de Maravatío, son sin duda los más tranquilos y prósperos
desde su punto de vista personal. En este lapso publica comunicaciones
científicas de varias índoles: una memoria sobre las cactáceas (leída en la
Sociedad Filoiátrica el 30 de noviembre de 1843),114 otra sobre una varie-
dad de encino (enviada a la misma sociedad en abril del año siguiente),115
un ensayo sobre las frutas (aparecido en el “Museo mexicano” en 1844)
aplicadas a la higiene y a la terapéutica,116 y otros tres sobre un lobo rabio-
so y un supuesto remedio para la enfermedad (publicados en el “Diario” del

a
gobierno en 1843).117 Con el título de “Viaje de un mexicano a Europa”, pu-

rrú
blica también en el “Museo mexicano” (de 1843) parte de las cartas envia-
das desde Europa, entre mayo de 1840 y mediados de 1841, a varios amigos
y familiares;118 además, en marzo de 1843 y en enero de 1845 publica sus
Po
observaciones sobre dos cometas, realizadas en el valle de Maravatío.119
Entre 1839 y 1844 lleva a cabo también una rectificación del curso del río
Lerma y poco después acude a la población de Araró, para investigar las
a

causas de los frecuentes temblores de tierra que ahí ocurren, y determinar


eb

la naturaleza de las erupciones de lodo (hervideros, las llaman los habi-


tantes de la región) que existen en el sitio.120 De esta época, sin duda, es
u

también el fragmento de descripción del salto del Lerma en Tepuxtepec,


encontrado entre sus papeles a su muerte, así como la traducción de un
pr

fragmento de las memorias de Chateaubriand, que apareció en el “Museo


mexicano” en 1843 y ha sido atribuida también a Mariano Otero.121 En esa
1a

misma publicación, hizo aparecer Ocampo, el mismo año, una nota sobre
los jardines mexicanos antiguos y otra más sobre una planta que tiene un
movimiento espontáneo, que llamó “edísaro girador”, cuya semilla trajo de
Europa.122

113  México a través de los siglos; tomo IV, p. 496.


114  Obras; tomo III, pp. 384 a 406. INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-6-2.
115  Idem; tomo III, pp. 407 a 420.
116  Idem; pp. 421 a 562. Se ha dudado que sea obra de Ocampo.
117  Idem; pp. 563 a 580.
118  Idem; pp. 3 a 88.
119  Idem; pp. 370 a 373.
120  Idem; pp. 331 a 348 y 361 a 369. INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-8-6-8.
121  Idem; pp. 246 a 250 y 257 a 263.
122  Idem; pp. 374 a 377 y 378 a 383.
PRIMERA JORNADA.  MÉXICO – TOLUCA  51

También en este lapso preparó el señor Ocampo sus estudios sobre las
lenguas indígenas: el libro llamado “Idiotismos hispano-mexicanos” en-
contrado póstumamente entre sus papeles, la “Bibliografía mexicana” que
apareció en el “Museo Mexicano” en 1843 y 1844; así como la “Consulta a
los estudiosos sobre la lengua mexicana”, recogida por esa publicación en
1843, que sin base ha sido atribuida también a don Mariano Otero.123 De
esta época fue asimismo la proposición enviada por Ocampo a las autori-
dades de Morelia, bajo el título “Proyecto de una grandiosa mejora”, con
fecha 28 de marzo de 1845, cediendo Ocampo una casa de su propiedad
en Maravatío y los seis mil pesos recolectados para ese fin entre los veci-
nos, con objeto de edificar una cárcel penitenciaria de 50 celdas, oficinas
públicas, una escuela y un pequeño hospital. En 1844 reedifica los edifi-
cios de Pateo y publica en el “Ateneo Mexicano” su interesantísimo estu-

a
dio, titulado “Sobre un error que perjudica a la agricultura y a la moralidad

rrú
de los trabajadores” alrededor del cual habremos de extendernos en otra
parte de este trabajo.124
Po
De estos años son también, probablemente, algunos fragmentos litera-
rios y de crítica —si son obra suya—, que se encontraron entre sus papeles,
después de su muerte; un poco anterior es un fragmento de comedia que
a

presenta un personaje ridículo y afeminado. A principios de 1845 sostuvo


una discusión pública, pero anónima, sobre el servicio militar.125
eb

Pero don Melchor no ha olvidado las cuestiones públicas; sin duda pre-
siente que tendrá aún mucho que ver con ellas, y el 1o. de septiembre del 43
u

escribe al “Siglo XIX” esta carta: “Hablando con un amigo sobre la voluntad
pr

que manifiestan el gobernador y junta departamental de Tamaulipas, para


que se nombre presidente constitucional al mismo que actualmente lo es por
mientras, lo oí una reflexión, que en mi concepto merece tenerse presente.
1a

Hay cierto artículo, decía, en las bases de Tacubaya, que ha servido de base a
las bases orgánicas, cuyo tenor obliga al actual presidente a dar cuenta de
sus actos ante el primer congreso constitucional. Ahora, ¿cómo se le podrá
pedir esta cuenta, si continúa en el mismo alto destino? Y si no la dá, o no se
le pide, ¿qué viene a ser la única garantía que le quedaba a la República so-
bre el uso de las facultades amplísimas concedidas en Tacubaya? Meditando
yo en esto, he creído que si no se quiere volver efímera dicha garantía, si lo
prometido se ha de cumplir, es indispensable que se excluya de la presiden-
cia próxima, al que hoy la ejerce…”.126

123  Idem; pp. 89 a 231, 271 a 317 y 318 a 328. INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-8-6-6.
124  Idem; pp. 882 a 386 (tomo II) y tomo I, pp. 110 a 118.
125  Idem; tomo III, pp. 232 a 245, 251 a 256 y tomo II, pp. 315 a 318, 325 y 326.
126  Idem; tomo II, pp. 283 y 284.
52  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Lo ocurrido ha sido más o menos lo siguiente: Santa Anna se ha desem-


barazado del general Valencia, que fuera su instrumento para derribar a
Bustamante, y de don Nicolás Bravo, que lo fuera para asesinar el congreso
constituyente, ha promulgado, por sí y ante sí las bases orgánicas y confor-
me a ellas ha citado a elecciones. Cierto número de liberales, a quienes hizo
creer Santa Ana que podría volver a dar su apoyo al federalismo, prestan de
nuevo su colaboración al dictador. Fue ante esas debilidades de una parte
de “la tribu del 42”, que Ocampo quiso dejar bien clara su abstención y su
alejamiento; por eso rechazó esta vez el entendimiento con Santa Anna,
quien más tarde le cobró su cuenta y lo envió al destierro.127

a
rrú
Po
a
u eb
pr
1a

127  Sin embargo, en carta a Otero de fecha 21-VI-1847, le sugiere juzgar a Santa Anna

haciendo a un lado los sentimientos personales.


Segunda Jornada
TOLUCA – POMOCA

Don Justo Sierra relata el paso de Ocampo por Toluca, en su último viaje hacia ese

a
rincón de Michoacán, tierra de purépechas, donde probablemente nació y donde trans-

rrú
currieron, sin duda, buena parte de sus años de infancia y muchos períodos de su ju-
ventud y edad adulta. Los viajeros que salían de México a mediados del siglo XIX, en
su mayoría se movían hacia Morelia sobre lo que fuera, cincuenta años antes, el cami-
Po
no de Hidalgo hacia la capital. Solamente las tropas y los guerrilleros se apartaban
sensiblemente de esa ruta, que es descrita en los testimonios de algunos acompañan-
tes del padre de la patria. En el trayecto que Hidalgo siguió se le agregaron no sólo
a

indios rebeldes, desocupados de Guanajuato, curas que colgaban la sotana, licencia-


eb

dos y rábulas sin empleo, sino también gentes provenientes de otros estratos de la
sociedad colonial. Así, se le sumaron algunos letrados que dejarían después el relato
de ese dramático y fabuloso recorrido; inclusive, varios de los prisioneros hechos en el
u

camino escribieron después testimonios, por desgracia no siempre fidedignos y que


pr

por ello han contribuido a confundir a los historiadores.


La ciénega de Lerma era entonces un enorme pantano de difícil cruce, salvo a tra-
1a

vés de la calzada que ligaba la capital estatal con el pueblo que da nombre al río. Se
recuerda que Hidalgo, enterado de que Trujillo estaba atrincherado al final de esta
calzada, la que había cortado junto al puente, se movió por la orilla de la ciénega,
pasó al lado de Santiago Tianguistengo y amenazó el flanco de los españoles, quienes
se retiraron apresuradamente al monte de las Cruces. Cuando Ocampo pasó en 1861,
las diligencias seguían por la calzada hasta Toluca, y algunas veces, en él mismo día,
continuaban hasta Ixtlahuaca. Degollado y Zaragoza, después de la derrota de Tacu-
baya en abril de 1859, atravesaron directamente por Villa del Carbón, rumbo a la ha-
cienda de Niginí y de ahí para Atlacomulco; un camino mucho más corto, pero que
cruza una sierra bastante áspera, que hoy ya puede hacerse en automóvil. El rumbo
natural lo había dejado marcado desde 1810, la gran marea humana que acompaña-
ba a don Miguel. De Toluca a Ixtlahuaca, sólo se cruza una vez el herma, justamente
donde los españoles trataron de detener a Hidalgo, a medio camino rumbo a la prime-
ra ciudad. Se recordará que la marea los sobrepasó sin combatir en el puente de don
Bernabé, dado lo fácil que era cruzar el río, por lo que fueron a situarse en Lerma.
53
54  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Docenas de veces, sin duda, pasó don Melchor por esa larga planicie que se ex-
tiende desde Toluca hasta Atlacomulco, y que el viajero moderno puede recorrer con
absoluta facilidad, gracias al ferrocarril de Acámbaro, o bien, a su lado, por algunos
caminos carreteros. En Toluca estaba en 1861, con fuerte influencia en el gobierno
local, don Manuel Alas. Para todos era evidente el grave error que cometía el michoa-
cano al regresar a su rancho de Pomoca, apenas unas semanas después del gran com-
bate de Calpulálpam, en que participaron algo menos de veinte mil hombres, con unos
50 cañones, un poco al norte del camino de Morelia, sobre la ruta que lleva a Queré-
taro. Se lo habían escrito Mata y Manzo, como seguramente se lo dijo todo aquel con
quien habló a partir de la separación del gabinete: volver a Pomoca era un error, una
provocación a los conservadores, casi un suicidio.
Pero la situación económica de Ocampo se había ido deteriorando a lo largo
de dos décadas. Algunos años después de su regreso de Europa, que ocurrió a fines de

a
1841, reconstruyó Pateo, hizo muchas innovaciones, mejoró muchos métodos de cul-

rrú
tivo, y su prestigio como agricultor creció rápidamente. Llamó la atención su labor no
sólo en Michoacán; Lucas Alamán, que encabezaba la junta de industria, andaba en
Po
busca de un director para la nueva escuela de agricultura, en 1845, y el candidato
ideal le pareció Ocampo. Alamán se lo propuso en forma sobria, amistosa y directa;
don Melchor aceptó y redactó un esbozo de programa para la institución educativa
que se le quería encomendar, he llamó el “prólogo” de un libro sobre la agricultura en
a

nuestro país, pero más bien es una disertación interesante, influida en su base por
eb

Rousseau y por Proudhon, sobre la, pequeña agricultura que ha sido el ideal de tantos
pensadores a lo largo de la historia. Algunos conflictos económicos y problemas de
u

linderos y sobre uso de aguas, hicieron a Ocampo fraccionar las tierras heredadas
pr

de doña Francisca Javiera; cuando en 1851 vende Pateo, ya lo había hecho con Buena-
vista; reconstruye entonces su casa en un rincón de la vieja propiedad, que había, sido
llamado “de Tafolla”, y lo bautiza con el nombre de Pomoca, el anagrama del suyo
1a

que haría conocidísimo. Mas las dificultades económicas siguieron; poco antes de par-
tir para el exilio a que lo obligó la dictadura de Santa Anna, se vio en la necesidad de
vender parte de sus libros, en un momento de apuros. Nunca fue el michoacano un
hombre previsor y cauteloso en el uso de sus recursos; basta leer la carta de contrición
que escribió a don Ignacio Alas desde París, para comprender de inmediato que su
naturaleza era de las que se sublevan cuando los medios que el hombre ha creado, se
convierten en fines y lo dominan; sin duda fue siempre reacio a hacer al hombre a la
medida del sábado, contrariando la sentencia bíblica. Manzo, previsor, lo instó a pro-
ceder con cautela, a no hacer público que quiere vender los libros, pues le hace notar
que si no consigue compradores de inmediato, después tendría que malbaratarlos. En
definitiva, consiguió venderlos y por el tono en que se lo comunicó, es de creer que
logró hacer una operación no mala y que debe haber sido un lote de cierta importan-
cia. Pero el hecho indica que el imperio feudal de los Tapia estaba muy reducido en los
últimos años de don Melchor.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  55

Para juzgar estos problemas económicos de Ocampo, debe tenerse en mente que
aquellas grandes propiedades constituían el patrimonio de un grupo de personas,
cuya seguridad y condición social garantizaban. Cualquiera que haya sido la historia
real del nacimiento de Ocampo —hijo de los amores de una rica hacendada con un
insurgente que luchaba al lado de Morelos, fruto silencioso y disimulado de las visitas
del cura párroco a la diligente y enérgica administradora de los bienes familiares,
expósito recogido en la ciudad de México, apenas pasado el susto que dieron los in-
surgentes al llegar a Cuajimalpa—, el hecho es que para el trato público don Melchor
sólo era, entre los varios favorecidos por doña Francisca Javiera, quien quedó encar-
gado de defender, acrecentar y gobernar la heredad familiar, una de la docena de
fracciones en que él valle purépecha había sido distribuido entre españoles. A este
respecto existe el testimonio de Fernando Iglesias Calderón, que si no es importante
para resolver la incógnita del nacimiento de Ocampo, es definitivo para ilustrarnos

a
sobre la posición que el michoacano ocupaba en el grupo social que le dio recursos

rrú
materiales para el desarrollo de su innato genio. Con este grupo que lo rodeaba, Ocam-
po estaba en deuda en 1861; una deuda, si se quiere decirlo así, más que justificada
Po
por las condiciones que atravesaba el país como resultado de la historia de los últimos
años. Sin duda era buena la causa a la que Ocampo había hecho ese sacrificio, como
eran altas y desinteresadas sus intenciones. Pero el hecho estaba ahí; las bancarrotas
económicas no esperan y suelen tomar un ritmo acelerado en sus últimos momentos.
a

En 1859 Ocampo había escrito que Pomoca no reconocía deudas; sin embargo, des-
eb

pués de su muerte, la legislatura de Michoacán relevó a los herederos de una capella-


nía que gravitaba sobre la finca, no comparable con el valor de ésta, pero tampoco
u

despreciable en una época en que las propiedades rurales, por falta de infraestructura
pr

económica nacional, no tenían el valor que hoy tienen.


Esta situación constituía para Ocampo un compromiso que difícilmente eludiría.
Por integridad personal, le era imposible utilizar su posición política para favorecer
1a

sus actividades de agricultor; el porvenir era incierto, si se repasa su correspondencia


de los últimos años aparece muy a menudo la palabra “intervención”. Cuando sobre-
vino en 1853 su expulsión del país, Ocampo había formado una sociedad, de palabra,
con uno de sus viejos empleados de Pateo, que lo siguió a Pomoca. Se recordará que
una de las medidas tomadas por Santa Anna, en 1854, en cuanto tuvo conocimiento
de las actividades de los refugiados en Nueva Orleáns, consistió en despojar a Ocam-
po de sus propiedades.
El socio de Ocampo parece que previó estas dificultades de su antiguo patrón, o
por lo menos, pensó que podría, aprovecharlas para ocupar indefinidamente la pro-
piedad. Cuando Ayutla triunfó, se vio desconcertado y tuvo que devolver a Ocampo lo
suyo, pero no logró disimular su despecho y, finalmente, amenazó con demandarlo
ante la justicia y obtuvo un ventajoso arreglo.
Cuando Manzo le escribe a Veracruz, en los plenos días de la reforma, le dice que
las cosas en Pomoca no andan bien, hay dificultades que como amigo intenta resolver;
56  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

pero se aprecia a leguas, que hacía falta la mano de don Melchor. Sus cabalgaduras,
como pasa en general a los propietarios rurales, necesitaban el ojo del amo para
engordar.
Ocampo no había estado en Pomoca desde que en enero de 1858 recibió ahí el
llamado de Juárez para incorporarse al gobierno, más de tres años antes. El camino
que seguía hacia su finca, a través de la extensa planicie, sobre la cual el río describe
un serpenteo, deja ver a lo lejos, de ambos lados, grupos de cerros que casi son mon-
tañas. Desde otro punto de vista, el viajero se mueve también sobre el lecho de un
gran río cultural, entre dos vertientes muy semejantes en apariencia. Los montes de la
derecha están ocupados por otomíes y mazahuas; pero del lado poniente los habitan-
tes son, aunque muy parecidos, de una rama más francamente mazahua. Estos indios
mazahuas hablan una lengua que juzgan los otomíes corrompida, pero semejante a la
suya propia. A lo largo de toda la extensa planicie, las poblaciones más importantes

a
llevan nombres aztecas; empezando por Almoloya (“lugar do fundes”) y por Ixtlahua-

rrú
ca, que significa precisamente “en la llanura”. Así sucede también con Jiquipilco (“lugar
de bolsas”), Tepexpan (“sobre peñascos”), Jocotitlán (“entre ciruelos”), Atlacomulco
Po
(“en los pozos”), hasta llegar a Acambay, sobre una segunda planicie, nombre que se
presume ya tarasco y significa “magueyal”.
A los lados del valle, sin embargo, los nombres de las poblaciones son, al ponien-
te, casi todos mazahuas, al oriente, unos mazahuas y otros otamíes. Pero muchos de
a

ellos llevan un nombre náhuatl, y sin embargo, se habla en ellos mazahua; o bien lle-
eb

van nombre otomí, pero se habla mazahua. Almoloya, por ejemplo, es nombre propio
mexicano, sin embargo, la población en la época de Ocampo hablaba mazahua. En
u

Jocotitlán, pasaba lo mismo; muchos poblados tienen, por ello, nombres otomíes
pr

y mexicanos, o bien mazahuas y mexicanos. El valle parece haber sido un señorío


mexicano, edificado sobre un fondo de población otomí y mazahua. El hecho de que
los otomíes, a su vez, consideren a los mazahuas como hombres rudos y primitivos,
1a

que “hablan mal”; sugiere un pasado de mayor prosperidad y preeminencia otomí, que
vino a ser quebrantado por el predominio azteca. Humboldt sostuvo que en realidad
fueron los españoles quienes llevaron población azteca para subyugar a los habitan-
tes originales, después de la conquista. A juzgar solamente por los nombres, resulta
un poco difícil creerlo; pues algunas de las poblaciones cercanas figuran en las listas
de tributarios del imperio azteca.
Si en los distritos de Lerma y de Tenango, como ya señalamos, la supremacía az-
teca es evidente, al grado de que los afloramientos de idiomas más primitivos son
aislados y se refieren sobre todo a accidentes geográficos (a lomas, barrancas, arro-
yos, etc.), en los alrededores de Ixtlahuaca, el substrátum anterior es evidente y cubre
toda la nomenclatura de poblados. Para don Melchor, estos hechos, que aún hoy día
puede notar el menos observador, no pasaron desapercibidos, sin duda alguna. Si a
ellos se agrega la superposición de nombres castellanos; de tal modo que un Santiago
se une a Citendejé, un San José a Pathé, o un San Francisco a Chehé, se tiene a la vista
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  57

una vasta geografía humana, una geología toponímica, que revela un mosaico de cul-
turas, lenguas indígenas, razas, influencias, que subsisten en parte, se desmoronan,
afloran aquí y allá, desaparecen en ciertas áreas y predominan en otras.
Dentro de este cuadro material, por enésima vez, va moviéndose Ocampo, des-
pués de su renuncia, rumbo a la vieja heredad de los Tapia.
Don Melchor conocía también, aunque no haya escrito nada sobre ello, cómo eran
en sus días esas aldeas indígenas, que cultivaban maíz, frijol y chile, cuidaban unas
cuantas ovejas y los poco abundantes magueyes. Si bien en la planicie se formaron,
durante los años de desarrollo latifundista, grandes haciendas, en lo alto de los cerros
las comunidades indígenas comparten la tierra. A ella tienen derecho todos los adul-
tos, en cuanto tienen familia que mantener.
Las poblaciones de origen tarasco, a lo largo del camino de Ixtlahuaca a Pomoca,
no aparecen hasta que se inicia el descenso hacia el valle de Maravatío. Tepetongo

a
(“cerro con bosque”) es todavía un nombre mexicano, como han sido hasta aquí, des-

rrú
de Toluca, los de la mayor parte de las poblaciones de los valles. Lo rodean Ixtapa
(“sobre la sal”), Contepec (que sería “sitio de ollas”) y Tepuxtepec (“lugar donde hay
cobre”). Algunos nombres son tan castizos como Tenoxticlán o Coajomulco (“tras el
Po
agua buena”). No se hace sino penetrar a la prolongación del valle que el río Lerma
bordea por el norte, y aparecen los nombres propios distintamente tarascos, como son
Ziritzícuaro (“sitio de mezquites”), Tupátaro (“sitio de tules”), Tarímbaro (de etimolo-
a

gía evidente) y Tungareo (un fúnebre “cementerio”).


eb

Todas las etimologías de esta naturaleza, por autorizada que sea su fuente, es
necesario tomarlas con precaución. A nadie debe sorprender que otros eruditos en-
u

cuentren más adecuado que Coajomulco signifique “rinconada con culebras”, que
pr

Acambay sea, simplemente una adulteración otomí de Acámbaro, y que Tepetongo


deba traducirse modestamente como “cerrito”. De cualquier manera, subsiste el fondo
de los hechos, que fue familiar a Ocampo desde sus años juveniles.
1a

Cuando el viajero llega a la orilla del Lerma —que desde La Jordana se aparta ha-
cia el norte, y que regresa al fin atrás de Pateo—, sólo ha caminado unos veinte kiló-
metros en esa nueva tierra purépecha. Por lo tanto, la región natal de Ocampo es una
frontera donde confluyen, como salta a la vista, por lo menos cuatro leguas, aparte
del español. Y se trata de lenguas tan distintas que quien sólo habla una de ellas, no
entiende prácticamente nada de las demás, con excepción de alguna que otra palabra
mazahua muy semejante a su equivalente otomí. Trátase, luego, de un pequeño crisol
de razas, de lenguas y de culturas.

El lápiz afilado del yanqui

La revolución de agosto de 1846 llevó a Melchor Ocampo al gobierno


provisional de Michoacán y lo incluyó entre los diputados que formaron
parte del congreso extraordinario, reunido en diciembre del mismo año.
58  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

En octubre del año anterior, durante la administración del presidente


Herrera, don Melchor fue electo diputado.
Dos grandes cuestiones dividían entonces a la opinión nacional, en
uno do los momentos más difíciles y preñados de consecuencias que ha
atravesado nuestro país. La primera era una cuestión interna, pero vital
para la estructura que tendrá la nación en lo porvenir: Después de diez
años, el sistema centralista, con las “bases orgánicas”, ha demostrado ser
apenas algo más que una trampa reaccionaria para congelar la sociedad
colonial, que subsiste bajo el nuevo nombre de “República Mexicana”, se-
gún decía don Melchor.1 Los federalistas obtuvieron una clara mayoría y
para cualquier persona con sentido común, era evidente que les pertenecía
el futuro político. Los años de 1846 y 47, desde este ángulo, son los años

a
de la reconstrucción del sistema federal; se trata de un amplio movimiento

rrú
político que llevará de nuevo a los liberales “puros” al poder y producirá, en
varias etapas, las instituciones con las que habrá de vivir el México moder-
no, hasta nuestros días, con la sola interrupción de la última dictadura de
Po
Santa Anna.
La otra cuestión que turba el horizonte y ennegrece las perspectivas de
la nación, justo cuando Ocampo llega a Morelia como gobernador, es una
a

cuestión exterior. La pérdida de Texas, a la que no fueron ajenos los nor-


eb

teamericanos, había dejado las relaciones de nuestro país con los Estados
Unidos abiertas a futuros conflictos. Meses antes de la restauración del fe-
u

deralismo, principal resultado de los sucesos de agosto de 1846, la admi-


nistración del presidente Herrera se había derrumbado, pues su actitud
pr

frente a la cuestión texana no era comprendida por la opinión pública. No


existía en México, salvo en algunas contadas personas de espíritu perspi-
1a

caz y de información amplia, una adecuada comprensión de lo que signifi-


caba un conflicto militar con los Estados Unidos. El presidente Herrera
encabezó el llamado “partido de la paz”, pero ese hecho minó su populari-
dad de tal manera que perdió el poder, sobrepasado por una ola de entu-
siasmo que no comprendía que una guerra es, ante todo, una cuestión de
organización, acopio de recursos, disciplina, trabajo sistemático, orden,
etc. Es decir, precisamente todas las cosas que hacían falta a los mexicanos
a la mitad del siglo XIX. El pueblo tenía, de sobra, estoicismo e indiferencia
bastante para hacerse matar sin proferir una queja, pero las clases dirigen-
tes de la nación no tenían la capacidad indispensable para construir la ma-
quinaria que requiere una guerra moderna.

1  Obras; t. I, p. 302.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  59

Tras el gobierno sin prestigio de Paredes, el ejército recurrió al viejo dic-


tador Santa Anna, cuya mentalidad, según un historiador clásico no iba
mucho más allá de los hábitos del oficial que se pronuncia y se alza con la
caja del regimiento;2 había servido a todos los partidos y los había traicio-
nado a todos, su gran virtud era saber el momento oportuno para rebelarse
y sus proclamas no contenían sino palabras vacías y zalamerías a sus
“compañeros de armas”. Muchos oficiales y civiles dieron muestras de va-
lor a toda prueba; pero las columnas norteamericanas, según los testimo-
nios, penetraron como un cuchillo a través de una barra de mantequilla, a
pesar de la desproporción numérica. El clero, por su parte, se aferraba a sus
riquezas; no quería ni podía luchar, porque no se sentía responsable ni
solidario de la lucha. Cuando la segunda columna yanqui se preparaba a

a
desembarcar en Veracruz, según ya dijimos, los liberales moderados, enca-

rrú
bezados por Gómez Pedraza y Otero, se unieron con Alamán y los conserva-
dores, para provocar la rebelión de la guardia nacional, en la ciudad de
México, conocida como “revolución de los polkos”, que arrastró a un buen
Po
número de liberales, la mayor parte de los cuales reconoció después este
“pecado de juventud”.3 El motivo de la sublevación, como es bien sabido,
fue la ley de 11 de enero de 1847, dictada por Gómez Farías para disponer
a

de los bienes de “manos muertas”, una forma de contar con fondos para la
eb

resistencia; así como la orden dada a la guardia nacional, de partir a com-


batir al invasor a Veracruz.
u

Cuando llegó a la gubernatura de su estado natal, Ocampo había com-


prendido perfectamente el carácter de la época y los sacrificios que le exigi-
pr

ría. Son los meses de junio y julio de 1846, cuando vuelve a Pateo, con el
propósito de arrendar su finca para estar en condiciones de moverse con li-
1a

bertad.4 Mientras que para incontables figuras políticas de la época, los


años siguientes son los de formación de fortunas, compras de casas y ad-
quisiciones de haciendas; para don Melchor estos son los años en que se
arruinan sus propiedades de Maravatío. Un hacendado vecino, también
liberal, el dueño de la hacienda de Apeo, don Mateo Echaiz, le toma en arren-
damiento una parte. La heredad no volverá completa a manos de don Mel-
chor; en 1851, ante la perspectiva de un nuevo santanismo, la vende a
otras personas, conservando lo que bautiza como Pomoca, que seguirá
siendo suyo, con algún gravamen, hasta su muerte.5

2  La evolución política; p. 294.


3  Memorias de mis tiempos, p. 392.
4  Valadés; p. 70.
5  INAH; Cartas personales, docs. 50-S-20-2 y 50-S-20-3.
60  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Entre enero y agosto, durante el régimen de Paredes, Ocampo ve venir


las dos crisis que se avecinan. El 25 de abril se inician las hostilidades y el
8 de mayo se pierde la primera batalla. El 16 de agosto regresa Santa Anna
al país, acompañado de Crescencio Rejón, pues esta vez viene comprometi-
do con los liberales “puros”, a controlar el ejército y apartarlo de la política.
La situación y los propósitos de Santa Anna, como siempre, no son
nada claros; en su regreso lo acompaña también Antonio de Haro y Tama-
riz, miembro de una acaudalada familia de Puebla, propietaria de fábricas
textiles. Antes de ser ministro de hacienda en 1846, Haro lo había sido en
44 y lo sería de nuevo en 53, con motivo del último retorno de Santa Anna,
que también ayudó a realizar. En esta última vez, después de su separa-
ción, debida a la reserva que mostraba el dictador hacia los planes monár-

a
quicos, fue perseguido y conspiró contra el gobierno, que lo obligó a

rrú
ocultarse. Al triunfar la revolución de Ayutla, de acuerdo con el gobernador
de San Luis y con la guarnición de México, proclamó un plan semejante
al de “la ciudadela”. Era amigo de Comonfort y ello facilitó los convenios
Po
de Lagos, en que tanto él como Doblado reconocieron la autoridad de Álva-
rez momentáneamente. Comprometido en el levantamiento de Zacapoaxtla,
fue preso en México, pero se fugó cuando se le deportaba. Perdida la batalla
a

de Ocotlán, engañó a Comonfort, se escapó de nuevo y se refugió en Puebla.


eb

Apoyó al partido conservador en la guerra de tres años y después al impe-


rio. Originalmente, pasaba por liberal moderado; pero se desplazó cada vez
u

más hacia los conservadores, como otros industriales y comerciantes de


mentalidad colonial.
pr

Don Melchor, que había desempeñado el papel de mediador en el ajuste


político, fue nombrado gobernador el 12 de agosto y toma posesión el día 5
1a

del mes siguiente, con carácter de interino;6 unos días antes de que Taylor
ocupe Monterrey y, también, de que Juárez sea designado gobernador de
Oaxaca. Como gobernador, Ocampo demostró su acostumbrada laboriosi-
dad y un gran espíritu de iniciativa. A las seis semanas de encontrarse en
Morelia, crea la dirección de agricultura del Estado;7 a fines del año, apro-
vechando el cambio hacia el federalismo, propone modificaciones en el ré-
gimen fiscal para beneficiar al gobierno local;8 en enero de 47, mientras los
“polkos” se preparan para tirar a Farías, reabre el colegio de San Nicolás.9

6  INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-7-15. Valadés; pp. 71 y 72.
7  Romero Flores, p. 99.
8  Archivo Gómez Farías; doc. 2127.
9  Historia del Colegio; pp. 206 y 208.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  61

Casi al tiempo que los yanquis ocupaban Tampico, en noviembre de


1846, Ocampo fue declarado gobernador constitucional.10 La guerra se acer-
caba al centro del país y la cuestión vital era la organización de la lucha; el
23 de febrero, en los últimos días de la administración Farías, el batallón
“activo de Morelia”, organizado y enviado por el gobierno de Michoacán,
peleó en La Angostura.11 Poco después del desembarco yanqui en Veracruz
y del regreso de Santa Anna a la presidencia, la cuestión de la paz volvió a
plantearse; pero esta vez, Ocampo ya no la consideró posible.
“Hubo un tiempo —dijo en un manifiesto dirigido al pueblo el 3 de abril
de 47— en que una sensata previsión aconsejaba se transase con Texas
porque se decía que, aun recobrado, más iba a costamos que a servirnos;
hubo un tiempo en que la fría razón de algunos pocos veía como necesario

a
hacer la paz con Norteamérica en un día cualquiera y con cualquier sacrifi-

rrú
cio, porque preveía que al día siguiente la necesidad sería la misma y el
sacrificio mayor”. “Pero hoy —continuaba— ya no es el momento de tran-
sar; hoy ya no hay convenio posible. Dueño el enemigo de dos tercios de
Po
nuestro territorio, posesionado de nuestras costas y en marcha para la ca-
pital, si no lo resistimos tendremos que sujetarnos a su ley de vencedor…y,
¡qué vencedor, Dios mío! Norteamérica se distingue…por su grosero cinis-
a

mo, y la parte de hombres armados que sobre nosotros envía es el desecho


eb

de la misma escoria…”.12
El gobierno del presidente interino, don Pedro Ma. Anaya, realizó una
u

consulta nacional, en abril de 1847, para decidir el rumbo que debería dar-
se a la lucha contra el invasor.13 Ocampo ya había señalado públicamente
pr

algunos de los requisitos que consideraba indispensables para llevar ade-


lante una lucha fructífera. Al tomar posesión de la gubernatura constitucio-
1a

nal, dijo a los habitantes del Estado: “Hoy que se ha difundido la saludable
persuasión de que el ejército no es más que aquella parte del pueblo que se
ha armado para sostener los derechos de la comunidad…debemos auxi-
liarlo con hombres y recursos, y en abundancia, porque somos nosotros
mismos los que combatimos en la frontera”.14 Por otro lado, en el manifies-
to de principios de abril que ya citamos, decía al clero: “¡Sacerdotes del Al-
tísimo! Representantes de él sobre la tierra! ¿No es cierto que debemos
defender nuestras creencias y nuestras imágenes tutelares?…Decidlo así a

10  Los gobernadores de Michoacán; p. 33 (27-XI-1846).


11  Recuerdos de la invasión; t. II, p. 196.
12  Obras; t. II, p. 366.
13  Idem; t. II, p. 275.
14  Idem; t. II, p. 365.
62  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Michoacán: hacedle comprender la negra ingratitud de abandonar nuestros


altares y nuestros cultos a hombres que se ríen de uno y otro”.15
Al contestar la consulta del gobierno federal, Ocampo sostiene la acti-
tud del estado de que la guerra debe llevarse adelante.16 El día anterior, di-
rigiéndose al congreso local, explicó detalladamente que en ese momento la
paz es imposible: “La paz no sería para México, sino al tiempo mismo que
el sello de una indeleble ignominia la condición mal ventajosa para su nue-
vo conquistador. Examinemos por un momento, ¿cuáles serían las condi-
ciones de éste? Coger de nuestro territorio tal y tal parte que le permitiese
establecerse sobre el Pacífico, por comunicaciones directas…hacerse pagar
los gastos de la guerra, procurando aumentarlos más con intereses y pre-
mio de anticipaciones y cambios de plazas; y, por último, coger una garan-

a
tía para el pago puntual de tal demanda…conservar intervenidos todos

rrú
nuestros puertos. Ahora bien; todo esto para México significaría perder
hasta la esperanza de satisfacer su enorme deuda nacional…sería en una
palabra, volvernos a una condición peor que la de los mismos esclavos…
Po
porque esos, al menos, sólo dan a sus amos el producto de su trabajo, mien-
tras nosotros les daríamos el del nuestro y el de nuestras propiedades”17
Ocampo se dirigía al congreso local inmediatamente después de la bata-
a

lla de Cerro Gordo, y, por lo tanto, antes del ascenso de los invasores al
eb

valle de México; es decir, antes de Padierna, Churubusco, el Molino del Rey


y Chapultepec.
u

Pero no creía el gobernador de Michoacán que lo adecuado fuera centrar


la lucha en la defensa de la ciudad de México, donde a su juicio residen
pr

muchos de los grandes males de la nación. “La situación de la República


—dijo al responder al gobierno federal— impide que se haga la guerra de
1a

masas, que se den batallas y que así se pueda destruir un ejército compac-
to, bien disciplinado y mejor asistido…” “Hagamos pues la guerra —conti-
núa diciendo—; pero del único modo que nos es posible. Organicemos un
sistema de guerrillas, ya que no las ha formado el entusiasmo popular…
abandonaremos nuestras grandes ciudades salvando en los montes lo que
de ellas pueda sacarse…” Admitía don Melchor que no era posible incen-
diar la capital al abandonarla, pero creía que al menos, podría repetirse la
resistencia que el pueblo español opuso a Napoleón, y que contribuyó en
forma importante al derrumbe de éste.18

15  Idem; t. II, p. 369.


16  Idem; t. II, p. 275.
17  Idem; t. II, p. 268.
18  Idem; t. II, p. 275.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  63

Bien sabido es el rumbo que los acontecimientos tomaron, tan opuesto


a las previsiones y los puntos de vista de don Melchor. Sin embargo, éste no
toma pie en ellos para rehuir la contribución de su Estado para la lucha,
aunque no se siga el camino que le parece más convincente. El batallón
“Matamoros” y el “activo de Morelia” participan de Heno en las operacio-
nes que se realizan en el valle de México, siendo citados varias veces por
los historiadores de las batallas del Molino del Rey y de Chapultepec.19
Cuando se realizó el armisticio de Tacubaya, un historiador (Iglesias, según
Prieto), describió de esta manera el ambiente que existía: “El patriotismo
exaltado y suspicaz exclamaba: «he aquí el desenlace de la más inicua trai-
ción»; el egoísmo y la indiferencia veían con placer acercarse el momento
de su deseada aunque ignominiosa tranquilidad; el interés y el espíritu de

a
revolución, que consideraban también que la lucha exterior había llegado a

rrú
su término, gritaban a voz en cuello, pero con punible mala fe «¡guerra!
¡guerra sin tregua!» Y por último, los hombres sensatos y amantes sinceros
de su patria, computando los inconvenientes de la paz y los peligros de la
Po
guerra, veían con imparcialidad y desinterés los sacrificios que una y otra
exigían de la nación, y después de profundas y amargas reflexiones, consi-
deraban preferible que México sucumbiera a la fuerza, antes que consentir
a

en una paz oprobiosa; paz firmada en las más terribles circunstancias, que
eb

indudablemente la reduciría a un estado de debilidad y miseria, que más


tarde sería la causa da su total ruina”.20
u

Los hechos dieron a Ocampo la razón. De acuerdo con el proyecto


de tratado presentado por Mr. Nicholas Trist el 27 de agosto de 1847, antes de
pr

las batallas de Molino del Rey y de Chapultepec, México perdía parte de lo


que entonces eran Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua y Sonora, así como
1a

ambas Californias y el dominio del golfo de California.21 Como es sabido, la


lucha se reanudó el 6 de septiembre y una semana después, completamente
derrotado el ejército mexicano, Santa Anna abandonó sus responsabilida-
des. Ocampo tomó entonces una medida desesperada: propuso al congreso
local la ruptura del pacto federal y la continuación de las hostilidades con-
tra el invasor; renunció a la gubernatura cuando se le negaba la formación
de una junta de guerra que levantara un ejército popular.22 Sin embargo,
aceptó continuar al frente del Estado, al saber que se había organizado un
nuevo gobierno federal en Querétaro.

19  Recuerdos de la invasión; t. II, p. 153, 235 y 267.


20  Apuntes para la historia; p. 264.
21  Recuerdos de la invasión; t. II, pp. 86 y 87.
22  Textos políticos; p. 55.
64  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

La derrota era ya entonces evidente; sin embargo, Ocampo —al igual


que Otero, Gómez Farías, Rejón, Prieto, Ramírez y muchos otros— piensa que
se debe seguir combatiendo. El ejército de Scott llegó hasta la capital con
un total de efectivos que se ha calculado eran poco más o menos 12 mil
hombres.23 Un esfuerzo nacional que hubiera obtenido en una batalla la
victoria, habría posiblemente mejorado en forma importante las condicio-
nes de paz. La mejor prueba de ello, es el hecho de que la resistencia en el
valle de México, con cuatro batallas importantes que costaron a los yan-
quis algunos miles de bajas, trajo como consecuencia24 la salvación de la
península de Baja California y aun parte de la Alta California, así como del
derecho de tránsito por el istmo de Tehuantepec.
La lucha, sin embargo, era extraordinariamente difícil; en buena parte,

a
porque no se habían dado las condiciones que Ocampo consideraba indis-

rrú
pensable para sostenerla. Con tal de impedir las medidas reformistas de
Gómez Farías, los liberales moderados y los conservadores se unieron rápi-
damente al ejército, para entregar el poder a Santa Anna, quien abandonó
Po
la lucha contra el invasor para venir a la ciudad de México a apoderarse
de la presidencia, violando sus compromisos con los liberales “puros”.25 A
través pues, de un “pronunciamiento” más, el ejército renunció a su papel
a

de sostén y guardián de las instituciones y se adueñó del poder político.


eb

Toda la situación nacional daba así, una vuelta completa hacia atrás.26
Pero eso no es todo. En una situación tan crítica, se unieron los esfuer-
u

zos de sectores de muy diversas posiciones políticas e ideológicas. En las


cuatro batallas del valle de México, significativamente, toman parte mu-
pr

chos futuros dirigentes del partido conservador: entre ellos Osollo, Miramón,
Márquez, Robles Pezuela, que eran militares, y otros que eran civiles, como
1a

Haro y Tamariz, Alamán, Gorostiza. También toman parte muchos de los


militares que en el futuro destacarán en el partido liberal: Álvarez, Villa-
rreal, Comonfort, Quijano; así como civiles que serán liberales destacados
Baz, García Torres, Ramírez, Doblado, Prieto. Sin embargo, es indudable
que la idea de quienes, como Ocampo, proponían continuar las hostilidades
habría requerido una movilización nacional, en la cual participaran no sólo
las minorías conscientes y educadas de las ciudades, sino también las
grandes masas de campesinos. Sólo en esta forma, es de pensar que habría

23  Recuerdos de la invasión; t. II, p. 320.


24 La prensa, de la época estimaba difícil calcular las bajas norteamericanas; sin em-
bargo, véase: Recuerdos de la invasión; pp. 321 y 322. Apuntes para la historia; p. 276.
25  Consideraciones: p. 124.
26  Evolución política; pp. 273 y 274.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  65

tenido un desarrollo amplio la guerra de guerrillas que recomendaba don


Melchor. Para esta movilización, habría que haber contado con el apoyo del
clero, que en aquella época ejercía una gran influencia, aun cuando su po-
der sobre las conciencias empezara a disminuir. Ocampo lo comprendía
perfectamente bien; por esa razón, comparó con agudeza la situación na-
cional con la lucha llevada a cabo en España, contra las tropas de Napo-
león, a partir de 1808.27
El gran movimiento nacional que expulsó a Bonaparte y devolvió el po-
der a la dinastía de Carlos IV, no pudo ser detenido por las autoridades de
todas clases —militares, eclesiásticas, judiciales y administrativas— que
trataron de orientar al pueblo hacia la sumisión frente a los invasores.
Porque, habiendo roto la estructura tradicional de España, los france-

a
ses desencadenaron un sinnúmero de fuerzas populares, que de otro modo

rrú
habrían sido contenidas por la burocracia, el ejército y los aristócratas, y
sujetadas con firme mano. La reacción en contra de los afrancesados fue
abrumadora y colocó al invasor extranjero en una situación desesperada.
Po
En ese movimiento participaron elementos conservadores y aun reaccio-
narios; el clero mismo tomó parte en el esfuerzo nacional, en interés de su
propia conservación, y contribuyó a avivar el entusiasmo patriótico, que
a

alcanzó extremos muy notables. El recuerdo de lo ocurrido en Francia sir-


eb

vió de acicate a los curas españoles que participaron en este movimiento, y


en parte lo dirigieron.28
u

La situación en México, por desgracia para la resistencia contra el inva-


sor, era muy distinta. El clero no tenía el carácter nacional necesario para
pr

reaccionar, en México, como había reaccionado en España ante las tropas


de Murat. Se trataba de una iglesia colonial, comprometida con la estructu-
1a

ra política y social de ese virreinato que subsistía bajo el nombre, ahora, de


“República Mexicana” En tales condiciones, era un tanto ilusorio pedirle
que arriesgara su ventajosa situación y sus intereses para defender un te-
rritorio despoblado, desértico, en el que la labor de sus propias misiones
civilizadoras no era ya sino un recuerdo perdido en las nubes del pasado.29
Ocampo acudió a la junta de gobernadores que se celebró en Querétaro,
donde el gobierno se restableció después de la ocupación de la ciudad de
México. Según el testimonio de Prieto, que actuó como secretario de la reu-
nión, se distinguió por su empeño en reunir la mayor cantidad posible de
armas y de otros recursos para continuar la guerra. Cuando el gobernador

27  Obras; t. II, p. 275.


28 Véase: La revolución española; p. 93.
29  La cuestión social y política, pp. 29 a 34. Consideraciones, pp. 120 a 125.
66  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de un estado vecino al suyo, ofrece una contribución insignificante y en


mal estado, dice a Prieto: “Ponga usted que Querétaro contribuye con la
carabina de Ambrosio”.30
Su carrera pública la inició Prieto31 siendo muy joven, al lado de Gómez
Farías y de Bustamante. Desde 1836 hasta la guerra del 47 se ocupó princi-
palmente de trabajos literarios, mientras ocupaba puestos de segunda fila
en la administración pública. Durante la guerra mencionada, por su amis-
tad con Alamán y con Otero, participó en la rebelión (de los “polkos” contra
el gobierno de Farías. Se trasladó al año siguiente, con la cámara, hasta
Querétaro; votó por la continuación de la guerra y desde entonces participó
activamente en la política nacional. Fue diputado y senador de 48 a 52;
dejó el último puesto al ser designado ministro de hacienda de Arista, poco

a
antes de la caída de éste. Santa Anna lo desterró a Tequisquiapan, donde

rrú
coincidió con Manzo; después fue movilizado a Cadereyta y Tehuacán. Re-
gresó a la capital en agosto de 1855 y fue ministro de hacienda de Álvarez,
a proposición de Ocampo. Tuvo importante participación en las labores del
Po
congreso constituyente, al año siguiente. Se unió a Juárez en Guanajuato y
lo acompañó hasta Veracruz, pero se separó del gobierno algún tiempo, por
su mala salud. Al ser ocupada la ciudad de México fue de nuevo ministro de
a

hacienda; como fundador de la administración central de correos, la dirigió


eb

en varias ocasiones. Fue diputado, otra vez, en 1862-63, y acompañó a Juá-


rez hasta la frontera; pero se separó de él cuando se prorrogó el período
u

presidencial, y tomó el bando de González Ortega. Regresó a México a la


caída del imperio, se reconcilió con Juárez y fue diputado desde 1867 hasta
pr

su muerte, casi sin interrupción. Designado por Iglesias ministro de gober-


nación, lo acompañó brevemente al exilio. Como historiador exagera y fan-
1a

tasea sin medida sobre los hechos reales, aunque puede tenérsele confianza
en las cuestiones generales. Como hombre público, estaba habituado a vivir
del presupuesto y se comprometió en empresas aventuradas, varias veces,
por sus relaciones personales. Trató prácticamente a todos los hombres des-
tacados del siglo XIX y dejó de ellos expresivos y agudos retratos literarios.
La suerte del país está decidida para entonces. El 2 de febrero tienen
listo el tratado los comisionados mexicanos Couto, Cuevas y Atristain, y el
10 de marzo lo aprueba rápidamente el senado yanqui. El día 13 de este
mes renuncia don Melchor a la gubernatura, explicando a la legislatura local
que habiendo sido totalmente opuesto a la suspensión de las hostilidades,

30  Memorias de mis tiempos; p. 453.


31 1818-1897.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  67

y conteniendo el acuerdo de armisticio términos inaceptables para él, lo


único que le queda es separarse del gobierno y retirarse a la vida privada.
Con este motivo tiene un cambio de pareceres con Otero, que examinare-
mos con algún detalle, más adelante.
La actividad política de Bernardo Couto,32 distinguido hombre de letras
veracruzano, tiene dos épocas de tendencia casi opuesta. Inició su activi-
dad profesional de abogado en el despacho del doctor Mora y sufrió una
fuerte influencia de éste. Siendo diputado local escribió una refutación a la
encíclica del Papa León XII sobre la independencia de las colonias america-
nas y colaboró, más tarde, con la administración Farías en 1833; en su
casa estuvo refugiado Mora, antes de partir al extranjero. Couto fue des-
pués diputado o senador durante muchos años y ministro de justicia de

a
Herrera por algunos meses, en el año de 1845. Designado por el Presidente,

rrú
participó en las conversaciones con los yanquis en la casa de Alfaro, ne-
goció al año siguiente el tratado y escribió una amplia defensa de su ac-
tuación, ya muy combatida por los liberales “puros”: Santa Anna le dio la
Po
orden de Guadalupe y se definió, cada vez más, como conservador. A pesar
de ser diputado, no acudió al constituyente de 56, aplaudió a los empleados
que se negaron a jurar la carta, y atacó violentamente las leyes Juárez y
a

Lerdo, en una especie de polémica con Manuel Baranda, con apoyo en el


eb

origen y naturaleza sobrenaturales de la iglesia. Daba a la reforma la inter-


pretación de una persecución religiosa; como director de la academia de
u

San Carlos tomó una actitud esteticista y extranjerizante. Se retractó de sus


escritos y opiniones liberales de juventud, llevaba gran amistad con Pesa-
pr

do, de quien era pariente, y con otros intelectuales conservadores. Pasó la


guerra de tres años en la capital, ligado al gobierno reaccionario; fue una
1a

suerte para su trayectoria política que muriera antes del imperio.


Luis Gonzaga Cuevas33 ingresó muy joven al servicio diplomático y as-
cendió hasta llegar a encargado de negocios en Prusia y en Francia. Fue
ministro de relaciones de Bustamante y por ello negoció con los franceses
durante la “guerra de los pasteles”; en 1848 firmó el tratado de Guadalupe
Hidalgo. Volvió a ser ministro de relaciones con Herrera y con Zuloaga; co-
laboró con Santa Anna en su última dictadura, pero se alejó del gobierno
por los excesos de éste. Mostró cierta simpatía hacia el régimen de Comon-
fort y se opuso a los actos represivos al principio de la guerra civil; al termi-
nar ésta fue procesada, pero no quiso después colaborar con el imperio.

32 1803-1862.
33 1799-1867.
68  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Dotado de un espíritu profundamente conservador, sólo podía concebir el


porvenir de México sobre la base del predominio del clero, único centro, a
su juicio, de orden, de paz y de respeto a la ley. Admiraba la obra de Iturbi-
de y consideraba funesta la intervención de las logias y del ejército en la
política; pero, respecto de ésta, era esencialmente pesimista y escéptico,
por la empleomanía, los malos sistemas administrativos y la imitación del
extranjero. Su ideal habría sido una política europeizante, a base de la
alianza de Zuloaga y Comonfort, con apoyo de Vidaurri y Doblado.
¿Por qué no fue posible en México una resistencia nacional, semejante
a la lucha española contra Napoleón? En la península, la abdicación de las
clases dirigentes frente al invasor extranjero produjo, durante los primeros
meses, un levantamiento global de la población, que encontró su vehículo

a
de expresión en las juntas provinciales. Se ha discutido, como el lector

rrú
sabe, si éste fue o no un movimiento revolucionario, pero basta leer algu-
nas de las proclamas dirigidas a la población por las juntas, para encontrar
la evidencia de un empuje renovador, de una clara decisión de sustituir el
Po
viejo sistema tradicionalmente aplicado por los Borbones. De otro modo,
además, resultaría inexplicable no sólo el llamamiento a las cortes de Cádiz,
sino, sobre todo, el carácter mismo de la constitución de 1812. Este docu-
a

mento, según todos los testimonios de la época, produjo en la Nueva Espa-


eb

ña un verdadero trauma a las clases dirigentes, que por supuesto no la


aplicaron durante el tiempo que estuvo en vigor.
En nuestro país, el movimiento liberal de 1846, que restauró el federa-
u

lismo, se mantuvo totalmente dentro de los márgenes legales y no introdu-


pr

jo modificaciones revolucionarias a la constitución de 1824, al ponerla de


nuevo en vigor. Fue, además, una rebelión de los “cívicos” de las ciudades
1a

más importantes, en la cual participó en forma mínima la gran masa cam-


pesina, que sin embargo, hacía sentir su descontento por la situación agra-
ria, a través de sublevaciones periódicas y hasta uno que otro plan político.34
La guerra de guerrillas española, surgida de la sublevación nacional, no
podía reproducirse en México, donde faltaba el elemento básico que en la
península le dio origen y la sostuvo hasta que se empozaron, poco a poco, a
organizar tropas regulares, propiamente hablando.
La situación de México, en 1847, por cuanto se refería a la contienda
entre liberales y conservadores, aún no estaba madura para la gran crisis
que ocurrió diez años después. Solamente que la guerra de tres años so hu-
biera adelantado una década, podría haberse originado una resistencia na-
cional, no estrictamente militar, a la invasión extranjera.

34  México a través de los siglos; t. IV, p. 567.


SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  69

Al separarse de la gubernatura, Ocampo expresó al congreso local, el 27


de marzo de 1848; que se “había separado del gobierno porque no quería
servir ni un día más a la administración que iba a tener que apoyarse en los
enemigos de la patria”.35 Don Melchor estaba convencido, como el que más,
de la necesidad y conveniencia de la cooperación con los yanquis para man-
tener la paz, que estipulaba el convenio militar de armisticio, celebrado
poco después del tratado de paz. “Pero no por eso quería ser actor en sus
consecuencias, al modo que no sería ni soldado, ni soplón, ni verdugo, por
más persuadido que estuviera de que la sociedad necesitaba que tales ofi-
cios se desempeñaran por alguno”. Sin saber que Otero había sido el autor
de la cláusula mencionada (Núm. 16) del convenio de armisticio, Ocampo
comunicó lo anterior a Otero y obtuvo como respuesta una larga y digna

a
carta del jalisciense. “Respecto al artículo 16 —dijo en ella a Ocampo—, se

rrú
presentó luego el temor de que, verificado el armisticio, fuera violado por
algunas fuerzas pronunciadas, y los americanos presentaron luego un
artículo para que en ese caso cualquiera de las dos partes quedara autori-
Po
zada para destruirlas y tratarlas conforme al derecho de la guerra. Las ins-
trucciones del gobierno eran muy terminantes y prevenían que nada se
estipulara sobre ese punto y en ese sentido trabajamos; pero inútilmente,
a

porque el armisticio no podía tener otra garantía y alegaban principios in-


eb

concusos del derecho de gentes…¿Qué quería usted que se hiciera no te-


niendo ni derecho que abogar, ni fuerza que oponer? A mí me pareció que;
u

el gobierno daría una gran prueba de humanidad, de moderación y genero-


sidad si consiguiera, primero, que los americanos no pudiesen dirigirse
pr

contra todo sublevado, sino única y exclusivamente contra los sublevados


que los hostilizaran; segundo, que no pudieran obrar, si no es cuando el go-
1a

bierno mexicano no pudiera reprimir por sí la insurrección; tercero, que en


este caso, las fuerzas sublevadas no fueran destruidas, palabra sostenida
por ellos, sino dispersadas, y cuarto, que en este caso, los revolucionarios
gozaran de la protección del derecho de gentes. Con excepción de la segun-
da, las otras tres condiciones se lograron…”.36 Ocampo insistió a Otero en el
sentido de que, de todos modos, el acuerdo, por muy hábilmente que estu-
viera redactado, creaba un interés común entre el gobierno de México y las
fuerzas invasoras, para combatir juntos “por la conservación de la paz”.37
El congreso de Michoacán, por inspiración de Ocampo, había expedido,
el 24 de septiembre de 1847, el decreto número 44 por el cual el Estado

35  Textos políticos; p. 56.


36  Otero; t. II, p. 598.
37  Cartas a M. Otero; p. 40.
70  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

rompía el pacto federal; posteriormente, al organizarse el gobierno presidi-


do por Peña y Peña, esa medida quedó sin efecto, y como señalamos antes,
Ocampo concurrió, con permiso del congreso, a la junta de gobernadores
que después se celebró en Querétaro.38 Las cosas pudieron tomar, por lo
tanto, un curso bien diferente, si la oposición al tratado hubiera sido gene-
ral. Cuando se realizó el convenio de armisticio, el tratado no había sido
aprobado por el congreso, que ni siquiera .se había reunido, por lo tanto
aquel convenio operaba de lucho como una medida para imponer el tratado
y evitar toda resistencia, que sería reprimida conjuntamente con las fuer-
zas americanas. El propio Otero, como es sabido, no sólo votó contra el
tratado al discutirse éste en el senado, sino que polemizó al respecto con
Muñoz Ledo.39

a
En su carta del 8 de abril de 1848, Otero examina las razones de Ocam-

rrú
po para separarse de la gubernatura de Michoacán. “La paz —le dice— en
ninguna manera ponía a usted en el compromiso de dejar el puesto; porque
usted no tenía la menor responsabilidad de ese desenlace. En un ministro,
Po
en un funcionario del gobierno general tal consecuencia de principios hu-
bieran sido un deber inexcusable de conciencia y decoro. En el gobernador
de un estado que no tiene sobre los negocios generales más que el derecho de
a

iniciativa, yo no comprendo qué deber haya de separarse, cuando se resuel-


eb

ven en un sentido contrario. Piense usted bien —le agrega— si su máxima


no es atentatoria contra la soberanía de los estados y la independencia de
u

éstos. Yo me atrevo a creer que cuando los poderes generales se extravían


es precisamente cuando los estados tienen mayor necesidad de ponerse en
pr

guarda para evitar que la constitución sucumba”. Y le añade al final de


su misiva: “Juan (B. Ceballos) me escribe que usted será senador por Mi-
1a

choacán; acá lo queremos también para nuestro tercio”.40


Este intercambio epistolar entre Otero y Ocampo, tenía antecedentes
que conviene reseñar. Entre junio de 1845 y mayo de 1850 (o sea, durante
el quinquenio que precedió a la muerte de Otero) Ocampo le envió 24 cartas
que demuestran profunda estimación mutua y ponen al descubierto el con-
traste entre ambas personalidades. La única carta de Otero a Ocampo que

38  Véase la carta de Ocampo a Peña y Peña en Monitor, 2-X-47, Núm. 874, donde expli-

ca los hechos. Sobre la reunión de gobernadores, véase: Monitor, 24-XI-47. Núm. 927, Otros
gobernadores tomaron una actitud semejante a la de Ocampo. Monitor, 26-XI-47 Núm. 937.
39  Sobre la posición general de los liberales “puros”, véase el programa de los dipu-

tados de este grupo, en Monitor; 23-XII-47, Núm. 956, donde también se discute la actitud
de Otero.
40  Otero; t. II, pp. 597 a 600.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  71

se conoce es pulida, cortés, está construida con mucha habilidad, emplea


argumentos sólidos, manejados con gran soltura y en un estilo fácil y natu-
ral. Las cartas de Ocampo son desiguales, improvisadas, salpicadas de agu-
dezas y rasgos de ingenio, con un estilo atropellado, impulsivo y disparejo.
En ambos corresponsales es evidente la sinceridad y de los dos lados abun-
dan las muestras de confianza y el interés por la opinión opuesta.
Cuando Ocampo acaba de, ser designado diputado y se está gestando el
golpe liberal que volverá al país al federalismo, en momentos en que aún
no se inician las hostilidades con los Estados Unidos, don Melchor escribe
al jalisciense: “Cree usted que de veras haya locos que se alucinen con la
posibilidad de una monarquía; sea exótica, sea indígena?…si alguno se
encuentra de buena fe, no ha de hallarse entre nuestros directores, y aun

a
sospecho con usted que, si de ellos, alguno afecta o hace circular estas
ideas, es más bien con el objeto de distraer la atención de los manejos más

rrú
inmediatos, y con el de hacer después alguna concesión o un eminente
servicio, librándonos de un monarca, y reduciéndonos a rebaño de una ri-
Po
dícula oligarquía…Temo sin embargo, que el país no mejore pronto. La In-
teligencia está tan sin fuerzas, tan diluida, perdone usted la expresión, en
el océano de opiniones distintas, que no puede por sí tener grande influjo;
a

la fuerza física sólo está regularizada en lo que se llama ejército, y la ma-


eb

yor, la de las masas, sólo existe en potencia por falta (de) convicciones,
único resorte que la pondría en acto; debe decirse lo mismo de la riqueza: la
que está en numerario, que es la poderosa para la acción, se halla en las
u

peores manos…”.41 Estos comentarios de Ocampo, nos revelan las principa-


pr

les razones por las cuales consideraba insensata la guerra con los Estados
Unidos, aun cuando, paradójicamente, resultó de los últimos en aceptar el
1a

tratado de paz.
En momentos tan aciagos, hasta estos corresponsales eminentes tuvie-
ron desfallecimientos o, por lo menos, dudas sobre la oportunidad y posibi-
lidad de que el país encontrara su rumbo. “Yo voy perdiendo mis creencias
—escribe Ocampo a mediados de marzo—, no en la parte ideológica, que
me presenta la evidencia de un principio y la naturalidad de sus conse-
cuencias, sino en la parte práctica de nuestra situación, en la aplicación
de aquellos. De veras, no comprendo lo que somos, ni a dónde vamos, ni de
qué modo podríamos ir a donde mi razón me dice que debemos dirigirnos”.42
Es evidente que Otero abundaba en las mismas negras ideas y senti-
mientos, porque dos meses más tarde, don Melchor le escribe: “Debe usted

41  Cartas a Otero; pp. 13 y 14.


42  Idem; pp. 15 y 16.
72  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

levantar su ánimo abatido por la adversidad, y por grande y justo que sea el
sentimiento que le ha causado su nueva desgracia, debe pensar en la Repú-
blica; en que ella necesita de aquellos de sus hijos que nos le hemos mante-
nido fieles y en que si la vida es un fardo y deseamos tirarlo, que al menos
sea después de haber agotado nuestros esfuerzos en aplastar bajo de él a
los enemigos de México…”.43
Según se deduce de la correspondencia, Otero fue invitado por campo a
participar en el movimiento liberal que restableció el federalismo. Sin em-
bargo, tuvo escrúpulos de carácter legal y moral que hicieron retroceder a
Ocampo. El 30 de octubre, semanas después de haber tomado posesión
como gobernador y apenas dos meses más tarde del regreso de Santa Anna
al país, cuando se está cocinando el acuerdo con éste que llevará a Gómez

a
Farías a la presidencia, y cuando ya se han perdido las primeras batallas

rrú
ante los norteamericanos, le envía una misiva en estos términos: “Estoy
muy conforme con la resolución de ustedes porque sus razones me conven-
cen, y confieso que me había cegado la conveniencia, y que la excentricidad
Po
y plan de la Ciudadela deben restringirse lo más posible. Agradezco a uste-
des muchísimo el miramiento con que se han dignado tratarme con esta
negativa, y agradezco la negativa misma, porque nos conserva en la vía de
a

la legalidad y la decencia. No me queda sino el sentimiento de haberme alu-


eb

cinado hasta el punto de pedir cosa desarreglada; pero pido a ustedes que
me lo perdonen, porque al pedirlo no lo creía así…”.44 En particular, Otero
u

era notablemente reacio a aceptar la colaboración con Santa Anna; era,


como suele decirse, alérgico a don Antonio, contra el cual escribió una de
pr

sus pocas obras apasionadas, con motivo de la conducción de la guerra


americana. “Siento sobre todo —le escribió Ocampo en junio, cuando las
1a

tropas yanquis han ocupado Puebla, están a punto de entrar al valle de


México y Santa Anna acaba de tomar la presidencia— que se vuelva usted
sensible a los procedimientos de don Antonio; analice usted mejor sus sen-
timientos y piense en que si no se hace (aprecio) de don Antonio por el
lugar que ocupa no hay motivo alguno para estimarlo. Y bien, si aquella
consideración del lugar no es ostensible, porque se sabe que no es el mérito
lo que se lo procuró, ¿qué le importan a usted las acciones de tal bicho?”.45
Cuando se produjo la ruptura de las negociaciones de la casa de Alfaro,
el ánimo de don Melchor distaba mucho desde luego, de ser optimista. Pero
las derrotas militares coinciden en el país con cierta reanimación del espíritu

43  Idem; p. 18.


44  Idem; p. 19.
45  Idem; p. 22.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  73

nacional y patriótico; se da cuenta de que, en la guerra americana, no es el


pueblo el que es derrotado. La que está en bancarrota y se ha revelado to-
talmente incapaz de conducir al país es la sociedad colonial, es el mundo
novohispano que subsiste de milagro y a falta de otra cosa mejor. El 6 de
septiembre escribe a Otero: “Comenzaré por decir que no soy de los que
creen que ya México no puede por sí mismo…un instinto noble que nunca
me ha engañado…me asegura que México, más tarde o más temprano, con
más o menos angustias, logrará ser, en nuestros días, lo que la naturaleza
le manda que sea. En medio de dos civilizaciones igualmente poderosas,
aunque por caracteres distintos, la europea y la asiática…en un suelo con
todos los climas botánicos y zoológicos; con una población desmoralizada,
pero no degenerada del todo; México debe ser, México puede ser, México

a
será una nación grande…”.46 Ocampo reflexionó ampliamente, en esta carta,

rrú
sobre los peligros que para nuestro país representaban, en aquellos días,
Europa y los Estados Unidos. Acaba por conceder más seriedad, desde lue-
go a este último riesgo.
Po
Siguieron, como es bien sabido, las últimas dos batallas que dejaron al
país completamente inerme, desde el punto de vista militar. Fue entonces
un momento de grandes decisiones; Ocampo, al saber el derrumbe de Santa
a

Anna, producto inevitable de sus torpezas, más que de la derrota misma,


eb

escribe el 24 de septiembre a Otero: “Partiendo del hecho incuestionable


de que no existe gobierno general, he pedido al Congreso y alcanzado de-
u

clare, que Michoacán reasume su soberanía. Usted dispensará si con esto


(hemos) hecho algún disparate; por supuesto que protestamos nuestra
pr

amistad a los demás Estados y nuestra unión al centro constitucional luego


que se restablezca…”. Para tener recursos con qué seguir la guerra, Ocam-
1a

po decretó un préstamos forzoso.47


Una vez firmada la paz y suspendidas las hostilidades, Ocampo no
quiere quedarse un momento más. En carta escrita los días 4 y 6 de marzo,
resume su actitud de los últimos meses en esta forma. “El Sr. (Ross o Mora)
me había escrito que desesperaba de los tratados y que convendría mover
todos los recursos posibles a fin de caer sobre los americanos…La Legisla-
tura se negó a admitir mi renuncia, y luego hubo diputado que pidiera la
derogación del préstamo. Yo lo derogué y mandé se devolvieran las canti-
dades existentes, luego que supe de la paz…Después, y porque no me gusta
lo que se hizo, ni lo que se hace, he presentado nueva renuncia, y si no me

46 Idem; p. 28.
47  Sobre el préstamo, véase el Monitor, 12-III-48, que hace referencia al periódico de
Morelia El Ingenuo, 5-III-48.
74  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

la admiten deserto. Pienso publicar todo lo que hice…”.48 Por fin, el 24 se le


admitió la renuncia; pero poco después resultó electo senador; circunstan-
cia en cierto modo desafortunada, porque tal vez a ella debamos que don
Melchor no haya cumplido su ofrecimiento de publicar los documentos de
su actuación en Michoacán durante la guerra con los Estados Unidos. Dejó
en el poder local, como se sabe, al señor Santos Degollado”.49
Nacido en Guanajuato, este eminente liberal fue hijo de un hacendado
español que la guerra de independencia arruinó, por haber chocado con el
gobierno virreinal. Trabajó como empleado de la administración eclesiásti-
ca en Morelia. Desde 1835 conoció a Ocampo, Ceballos y González Urueña;
era autodidacta, pero colaboró en la reapertura del colegio de San Nicolás.
En 1851 publicó una réplica a Munguía, por el asunto del juramento; en

a
sus escritos se manifestó nacionalista, enemigo de las supervivencias colo-

rrú
niales, de los abusos del clero y del ejército. Propugó por la libertad política
y comercial, y fue partidario de una enseñanza popular y científica. Fue
designado gobernador de Jalisco al iniciarse el régimen de Álvarez; chocó
Po
con Comonfort, se retiró de Jalisco y acudió al constituyente, después de un
sonado incidente con dos cónsules extranjeros. Presidió el congreso duran-
te el debate de la libertad religiosa y elaboró la ley electoral. Volvió de go-
a

bernador a Michoacán en 1857 y Juárez lo designó al año siguiente ministro


eb

de guerra, con amplias facultades en otros ramos, a sugerencia de Ocampo.


Realizó una notable labor de organización militar; en condiciones muy
u

adversas, a base de un gran dinamismo. Se presentó en Veracruz, a fines de


pr

junio de 1859, y presionó en favor de la promulgación de la reforma. Al año


siguiente, cometió el grave error de proponer un plan de pacificación que se
basaba en la intervención de los diplomáticos extranjeros y el reemplazo de
1a

Juárez; apoyó también a Doblado por la toma de una conducta con fondos y
fue destituido por el Presidente, a propuesta de Ocampo, por ambas cues-
tiones, pues el partido liberal, en masa, rechazó su plan. Salió a batir a
Márquez, pocos días después del asesinato de Ocampo, y fue apresado y
fusilado. Sus propósitos fueron siempre inmejorables; pero perdía la cabe-
za en cuestiones políticas, por el apasionamiento con que participaba y por
el encono de los ataques de que era objeto.
Otero tenía incuestionable razón, desde un punto de vista estrictamen-
te formal y legal, al decir a Ocampo que no tenía por qué separarse del go-
bierno de Michoacán. Sin embargo, la posición de Ocampo fue muy distinta

48  Cartas a Otero, p. 40.


49 1811-1861.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  75

desde un punto de vista político. Otero no podía concebir otro modo de con-
ducir la guerra que a través de lo que llamaba “la unidad nacional”; bien
que hubiera guerrillas, siempre que obedecieran las instrucciones y siguie-
ran los planes marcados desde el centro, donde el grupo de liberales mode-
rados, del que formaba parte el propio Otero, señalaran el rumbo y
condujeran la guerra. Por eso, una acción como la de Gómez Farías en ene-
ro de 47, encaminada a secularizar los bienes eclesiásticos para financiar
las necesidades del ejército, le parece una provocación inaceptable, hasta el
punto de unirse a los oficiales de Santa Anna y tomar físicamente las ar-
mas, bajo la dirección de Alamán, para poner fin —aunque al principio se
negara a reconocerlo— al gobierno del gran reformista. Otero razonaba
dentro de la vieja tradición de la política española, en que se pronunciaban

a
grandes discursos en las cortes, pero se tenía miedo al pueblo y temor a

rrú
toda acción independiente e “indisciplinada” de las masas, a quienes se
supone torpes e incapaces de encontrar por sí mismas su camino. El punto
de vista de Ocampo es muy distinto; son los liberales “puros”, que vienen
Po
reclamando desde hace quince años la reforma de la sociedad colonial, que
quieren una educación moderna, un país sin órdenes monásticas, sin cape-
llanías ni legados de obras pías, abierto al comercio, pero cuidadoso de sus
a

intereses, que aspiran a construir un nuevo país, en suma, no a perpetuar


eb

la sociedad novohispana modernizándola sólo por fuera, en lo accesorio y


aparente; son ellos quienes pueden conducir la guerra, si el pueblo se iden-
u

tifica con la obra reformista y les presta su apoyo.50


pr

La actitud de Ocampo, producto de una clara conciencia do la situación


del país y de la necesidad de hacer la reforma, no lo lleva, sin embargo, a
aprobar mecánicamente todos los intentos de oposición a los regímenes de
1a

Peña y Peña y de su sucesor, el presidente Herrara. Algunos liberales, como


por ejemplo Manuel Doblado, caen en el garlito y se suman a la rebelión del
pintoresco fraile Jarauta, secundada por Paredes Arrillaga en el Bajío.
Ocampo nunca perdonó a Paredes esto disparate; en un post scriptum que
añadió a su carta a Otero del 7 de julio, dice expresivamente: “Por Dios,
ahorquen a Paredes y compañía”.51
Los 18 meses que había ocupado don Melchor la gubernatura de Mi-
choacán, incluyendo su interinato inicial, le dieron ya claramente una esta-
tura nacional. Es por ello que fue llevado, de inmediato, al senado; en un
régimen que había de cumplir, por primera vez, su período sin ser derribado

50  Véase el documento de Farías y Rejón en Monitor, 23-XII-47.


51  Cartas a Otero; p. 54.
76  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

por otra rebelión militar, como lo habían sido, hasta entonces, todos los
que se había dado el país por elecciones. Cuando se hace la selección del
presidente en Querétaro, en octubre de 47, por el sistema indirecto que en-
tonces se usaba, obtuvo el voto del estado de México para ocupar ese cargo.52
En diciembre de 1846 había obtenido 8 de los 20 votos electorales para
ocupar la vicepresidencia.

No hay nación, sin rentas

A fines de 1849, el senador Ocampo llevaba un año y meses en la ciu-


dad de México, con varias interrupciones que lo mantuvieron relativamente
en contacto con Michoacán, después de su separación del gobierno local

a
—don Melchor fue pertinaz inconforme— por el tratado de paz y por toda la

rrú
política de las clases dirigentes durante la guerra del 47.
En México, reanudó entre otras cosas la amistad con Otero, a quien ha-
bía conocido en el congreso constituyente de 1842, cuya descripción pinto-
Po
resca por don Guillermo Prieto ya la mencionamos.53 La situación de
Ocampo en el senado no fue tampoco fácil; en la correspondencia con Otero
se percibe el eco de algunas incompatibilidades con los otros senadores.54
a

Varias veces quiso retirarse, pero tal vez durante algún tiempo no le fuera
eb

agradable volver a situarse en Michoacán, ni al gobierno central le parecie-


ra adecuado alejar a un liberal tan conocido. Debe tenerse presente que la
u

actitud de Ocampo con motivo del tratado de Guadalupe, fue compartida


pr

por muchos otros liberales; no sólo por quienes votaron en contra en el


seno de las cámaras, sino también, entre otros, por varios de los redactores
de los “Apuntes para la historia de la guerra”, que, al igual que Ocampo,
1a

serían perseguidos después por Santa Anna.


Ocampo fue electo senador en mayo de 1848 y prestó juramento el 29
del propio mes; pero había tenido la intención de renunciar “a su nueva
dignidad”, fastidiado, según escribió a Otero, con el servicio público y con
poco ánimo de volver a él.55 En una carta que dirigió a El Pueblo en junio de
1857, dijo al respecto lo siguiente: “Cuando fui nombrado miembro del se-
nado, por un número de votos que considero como el más grande honor
que se me ha hecho en mi vida (intenté) los convenientes medios más fami-

52  Monitor; 24-X-1847, Núm. 896. México a través de los siglos; t. IV, p. 601.
53  Memoria de mis tiempos; pp. 346 a 350.
54  Cartas a Mariano Otero; p. 56.
55  Idem, p. 52.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  77

liares y amistosos para recomendar a los amigos que debían creerme since-
ro, no me eligiesen. Nada conseguí; después supe que muchos decían:
«nombrémoslo, que ya nombrado no se atreverá a no servir». Así fue, serví
lo menos que pude, pidiendo sucesivas y largas licencias. Tenía entonces,
entre otros motivos, la razón muy poderosa, de no saber qué hacer, y así lo
expliqué a varios amigos”.56 Uno de estos amigos fue Otero, a quien escri-
bió el 18 de diciembre de 1848: “El senado me denegó una petición bien
justa —no quería permanecer don Melchor en la comisión de industria y
hacienda, sintiéndose humillado por sus compañeros—, y no es éste ni el
único ni el mayor de los motivos que tengo para no volver, aunque en otras
circunstancias bastaría. El principal es que no sé qué haría, ya no puedo ser
ministerial desde que el gobierno ha protegido a Paredes contra la nación y

a
la razón, y cuando cada día me disgusta más su marcha. No puedo volver-

rrú
me a ser de la oposición, porque creo que consolidar un gobierno cualquier,
y éste más que otros, es la primera necesidad del país…”.
Se sabe que Ocampo propuso en el senado la adopción del sistema
Po
métrico,57 un año después de incorporarse a la cámara; con lo cual se ade-
lantó 9 años al gobierno de Comonfort y 13 años a Juárez e Ignacio Ramírez,
que lo restablecieron definitivamente en 1861. Por esos días, el prestigio
a

del michoacano era grande en la capital. El 30 de mayo de 1848, poco des-


eb

pués de instalado el senado, se llevó a cabo en Querétaro la elección del


presidente de la república, pues el gobierno se había trasladado ahí duran-
u

te la ocupación norteamericana. Nueve estados votaron por don José Joa-


quín de Herrera, tres por Santa Anna, uno por Ángel Trías, otro por Gómez
pr

Pedraza y uno por Ocampo.58 Herrera lo atraía, por su honestidad y sus vir-
tudes cívicas; “varón de Plutarco” lo llamaría después Sierra.59
1a

Herrera (1792-1854) era cadete del ejército español al estallar la guerra


de independencia; peleó pues, muy joven, contra Hidalgo y Morelos. Pidió
su retiro después y se radicó en Perote, donde abrió una botica. La lucha
de los insurgentes lo había impresionado fuertemente y se unió al plan de
Iguala, con parte de la guarnición de Perote; entró a la ciudad de México
con el ejército trigarante. Chocó con Iturbide y fue apresado; siendo dipu-
tado en 1823, votó en favor de la abdicación. A partir de entonces fue mili-
tar y ocupó puestos públicos, que desempeñó con absoluta honradez; llegó

56  Historias del primer congreso constitucional; p. 32.


57  The military and political carreer of J. J. Herrera; p. 296. INAH; 1a. serie, caja 12.
doc. 17-3-6-1.
58  The military and political carreer of J. J. Herrera; p. 169.
59  La evolución política; pp. 282 y 287.
78  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

a la presidencia tres veces: en 1844, por designación de Santa Anna, quien


sin embargo, lo había hostilizado en 1842; en 1845, siendo depuesto, en
parte—, por su oposición a la guerra contra los Estados Unidos; en 1848,
por elección, hasta terminar su período en 1851. Fue ministro de la guerra
de Gómez Farías, en tres de las primeras presidencias del reformador. Enca-
bezó la comisión que discutió el armisticio con Mr. Trist y murió, poco des-
pués de la caída de Arista, hostilizado de nuevo por Santa Anna. Se hizo
liberal al observar el carácter popular y nacionalista de la guerra de inde-
pendencia; su instrucción era pobre, sin embargo. Los liberales moderados,
del tipo de Pedraza y Otero, ejercían sobre Herrera un completo control. Re-
presenta, junto con Arista, el tipo de militar colonial que fue transformado
por la guerra; más tarde demostró un claro propósito de emplear las fuer-

a
zas y recursos gubernamentales para dar una nueva organización al país.

rrú
En su época fue cuando surgió la idea de la secretaría de fomento, que ya
tenía algunos antecedentes, y que fue muy criticada por Ocampo, quien la
llamaba “secretaría de la felicidad”.
Po
Como gobernante, sin embargo, Herrera se enfrentó en 1848 a una si-
tuación económica y financiera desastrosa. Pudo cumplir íntegramente su
período constitucional, en gran parte, por el prestigio nacional que había
a

alcanzado el antiguo boticario de Perote; pero agonizó dos años y medio,


eb

ahogado por las deudas, la falta de recursos, la desorganización y el derro-


che incontenible de los escasos medios existentes. Durante su gobierno
u

cambió dos veces al ministro de relaciones: empezó con Otero, lo sustituyó


con Cuevas y acabó con Lacunza. En justicia tuvo dos ministros: José Ma.
pr

Jiménez y Marcelino Castañeda. En guerra mantuvo siempre a Arista, que


habría de ser su sucesor; pero en hacienda hizo 15 cambios en 30 meses, de
1a

lo cual resulta que los ministros o encargados le duraron 2 meses, en pro-


medio.60 Los más destacados en este ramo fueron: Mariano Riva Palacio,
que abrió plaza por seis semanas; Manuel Pina y Cuevas, quien soportó
cinco meses; Francisco Arrangoiz por otro período igual; Bonifacio Gutié-
rrez, dos veces ministro con un total de cuatro meses; Francisco Elorriaga,
quien resistió cuatro meses y entregó la cartera a Ocampo; y finalmente
don Manuel Payno, quien inició durante esta administración la organiza-
ción de nuestra hacienda, en una gestión de breves, pero laboriosos seis
meses, y dejó, sin embargo, pocos resultados permanentes.
Payno (1810-94), alternaba las funciones públicas con la atención de
un buen despacho privado. Enfermo de la vista, escribió sin embargo,

60  Memorias de hacienda (1870); p. 1047 y 1048.


SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  79

extensamente; entre otras cosas, dejó una biografía breve e incompleta de


Ocampo, a quien estimaba mucho y trataba con muchas consideraciones.61
Fue hacendista destacado, aunque no logró el apoyo del congreso para sus
proyectos financieros. Su actuación política más relevante la tuvo durante
los últimos días del gobierno de Comonfort, en el cual fue ministro de ha-
cienda otra vez. Sirvió a Zuloaga para presionar a Comonfort, de por sí ya
muy desorientado y vacilante, volviéndolo contra la constitución de 1857
que los tres hablan jurado respetar.62 Escribió un relato interesante y pinto-
resco de esta singular aventura política, por la cual fue detenido y procesa-
do al triunfo de los liberales después de la guerra de tres años. Literato do
mérito, llegó a ser más que un simple costumbrista, en escritos que pintan
con indudable acierto el ambiente nacional.

a
El paso de Melchor Ocampo por la secretaría de hacienda también fue
breve. Lo designó Herrera el 1o. de marzo de 1850 y renunció el 14 de mayo

rrú
siguiente, después de otro intento de irse que fue rechazado por el Presi-
dente. La razón ostensible de su renuncia fue la introducción de una cierta
Po
cantidad de cereales al país, libres de impuestos, contra la opinión de la
secretaría.63 Sin embargo, el verdadero problema que Ocampo tuvo que
afrontar fue la cuestión de la deuda pública, que se encontraba en una si-
a

tuación de increíble desorden e impedía la formulación de presupuestos, la


eb

disminución del déficit y toda posibilidad de dar impulso a las actividades


industriales. Era una situación que había venido gestándose poco ti poco,
creciendo constantemente, desde los primeros días de vida independiente.
u

Don Mariano Riva Palacio informó al congreso durante su breve ges-


pr

tión, que la deuda pública ascendía en 1848 a un total aproximado de 144


millones de pesos, cantidad fabulosa para la época.64 Debo tenerse en cuen-
1a

ta que en los mejores tiempos, en víspera de la invasión norteamericana, los


ingresos reales del erario apenan habían sido superiores a 13.4 millones, en
tanto que los gastos comunes se estimaban en 18 millones anuales.65 Se ha-
cían cifran y no barajaban presupuestos, estimaciones y correcciones; pero el
hecho fue que durante la década fatídica de los años 40, el déficit acumulado
llegó a más de 70 millones de pesos, en parte como consecuencia de la
guerra, pero en parte por la angustiosa escasez de recursos.66

61  El libro rojo; pp. 160-168.


62  Memoria sobre la revolución de diciembre de 1857.
63  The military and political carreer of J. J. Herrera; p. 215. Zamacois, XIII, p. 378.
64  Memoria de hacienda; p. 304.
65  Idem; p. 233.
66  Idem; ingresos de las pp. 207. 220, 233, 252. 258, 269, 294, 316. 331 y 362; gastos

de las pp. 233, 282, 311 y 362.


80  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Ocampo fue el noveno de los ministros de hacienda de Herrera, y el 81o.


en ocupar el puesto desde la independencia, según las cuentas de don Ma-
tías Romero.67 Su gestión correspondió a la última parte del 25o. año fiscal,
de acuerdo con la mencionada recopilación. El anterior ministro había pre-
sentado al congreso la cuenta del 24o. año, en febrero de 1850; pero no
pudo acompañarla con el presupuesto para el período siguiente, así de in-
cierto aparecía el porvenir.68
A partir de 1828, la situación del país había sido constantemente ines-
table y turbulenta, al grado de que, para mediados del siglo, muchas perso-
nas se encontraban convencidas de la incapacidad de la nación mexicana
para vivir en paz mediante el trabajo de sus habitantes y la explotación de
sus recursos. Los ingresos eran francamente insuficientes y los gastos se

a
veían periódicamente incrementados por las guerras exteriores; de estas

rrú
últimas, contando la separación de Texas, había habido a partir de la inde-
pendencia dos con Norteamérica, una con Francia y una expedición hostil
de España. Como veremos en seguida, hacia 1850 ni las más estrictas eco-
Po
nomías podían permitir nivelar los ingresos ordinarios con los gastos co-
munes, aun excluyendo de éstos el pago de la deuda interior y exterior.69 La
bancarrota se volvía, por ello, cada vez más evidente; la indemnización
a

americana, derivada del tratado de paz, apenas alcanzó para sostener al


eb

erario por un período de cinco años, sin que la deuda dejara de crecer.70
Como las rentas no alcanzaban para pagar los gastos, cada nuevo gobierno
u

pedía prestada una nueva suma, con intereses y descuentos más o menos
altos, según las circunstancias del momento y la honestidad de la adminis-
pr

tración en turno.
“En los más grandes apuros —dijo Manuel Payno al respecto, se ha en-
1a

sayado también el expediente de suspender totalmente los pagos y exigir


nuevas cantidades de dinero, que se han llamado refacciones, para volver
a poner al corriente las primeras asignaciones”.71 Al cabo de cierto tiempo,
como era natural e inevitable con tal sistema de finanzas públicas, se tenía
comprometida de antemano una parte muy considerable de los ingresos
futuros; los recursos realmente disponibles se veían aún mermados en
una proporción cada vez mayor; y un empréstito era seguido por otro, sin
solución de continuidad. Se comprende fácilmente que esos métodos

67  Idem; p. 1047.


68  Idem; p. 325. Véase: Memoria de hacienda (1849).
69  Memoria de hacienda (1870); p. 311.
70  Idem; pp. 327 y 345.
71  Idem; p. 319.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  81

hacendarios, si puede llamárseles así, tenían que impedir no sólo que se


atendiera regularmente la deuda del estado, sino que fuera difícil y aun
imposible, conocer con certeza su monto.72
No faltaron personas de buena voluntad que trataron de poner orden en
este caos financiero. La deuda exterior había sido objeto de un arreglo par-
cial, sin duda desfavorable dada la debilidad nacional, pero al menos esa
parte estaba controlada y se tenían previstos los Ingresos que deberían ser-
vir para atenderla. Se había hecho también un intento en ese sentido, res-
pecto a la deuda interior, creando un fondo con el 26% de los derechos de
importación, con lo cual se quiso unificarla y controlar su monto. Pero el
desorden siguió; posteriores administraciones se vieron obligadas, o sim-
plemente aprovecharon oportunidades para obtener nuevos empréstitos,

a
para cuyo pago se asignaron nuevas rentas aduanales y otros ingresos se

rrú
fueron también separando para ciertos acreedores. “Los títulos que acredi-
tan las deudas del erario —decía el propio Payno— consistían y consisten
todavía, en escrituras de fechas antiquísimas, en simples órdenes expedi-
Po
das por los diversos ministros de hacienda, en certificados librados por las
oficinas de la federación, y en bonos expedidos por la tesorería; pero, ha-
blando en general, la deuda interior no ha tenido contabilidad ni orden en
a

el pago de réditos, ni regularidad en la amortización, siendo todo esto…de


eb

consecuencias fatales para el erario, que ha pedido prestado sin saber, con
qué pagar, y ha pagado muchas veces sin previa liquidación y aún sin
u

deber satisfacer lo que se ha cobrado”.73 Quien se consideraba acreedor del


gobierno, buscaba una influencia política, dentro del bando que estuviera
pr

en el poder, ya fuera éste conservador, moderado —lo más frecuente en


este período— o liberal “puro”, y compartía los pagos, que a veces no esta-
1a

ban ni siquiera justificados. Una situación así tenía que llevar, sin remedio,
al crecimiento constante y acelerado de la deuda pública, que llegó a repre-
sentar una suma equivalente a 30 veces los ingresos anuales disponibles
para los gastos de la administración, en la época en que Ocampo fue nom-
brado ministro. Y ello, a pesar de que durante muchos años se había dedi-
cado gran parte de las rentas a los acreedores del erario.74
La situación era perfectamente comprendida desde entonces. Hombres
como José Ignacio Esteva —que había sido ministro de hacienda varias ve-
ces a lo largo de treinta años—, Riva Palacio, Iturbe, Arrangoiz, Elorriaga,
Pina y Cuevas, y entre los más jóvenes Payno, Ocampo y Prieto, conocían al

72  Idem; p. 319.


73  Idem; p. 319.
74  Véase la referencia 14.
82  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

dedillo el mecanismo que había llevado a esta condición, Como una de sus
causas era la anarquía y la inmoralidad, todos estaban de acuerdo en la
necesidad de poner en orden las finanzas.75 A ello se oponían principalmen-
te dos tendencias; por una parte, el hecho de que todo mundo intervenía en
el manejo de los fondos, pues la suprema corte ordenaba pagos, las dos cá-
maras hacían lo propio, y cuando el presidente y los funcionarios no eran
honestos, prevalecían sus intereses también.76 Por otro lado, no podían to-
carse, como veremos a continuación, los dos grandes sectores privilegia-
dos, que consumían una gran parte de las rentas de la nación: el clero y el
ejército.
El contacto de Ocampo con esta parte de la situación nacional, tuvo un
efecto muy notable para radicalizar su pensamiento y para acelerar su in-

a
corporación a las grandes luchas políticas de la década que se iniciaba.

rrú
Todavía cuando era miembro del senado, según vimos, escribía a Otero ma-
nifestándose desilusionado del servicio público y con poca voluntad para
reincorporarse de lleno a las contiendas políticas.77 Después de su breve,
Po
pero aleccionadora gestión en el ministerio de hacienda, Ocampo sufrió
una evolución muy marcada. El liberal que tantos amigos y relaciones te-
nía entre los moderados, y que se consideraba, según él mismo dijo en
a

1855, uno de ellos,78 comprendió In naturaleza de la transformación que


eb

ocurría en el país y los cambios económicos y sociales que para realizarla


eran indispensables. Debe rundirse tributo a su honestidad intelectual y a
u

su sinceridad política por haberlo hecho así, sabiendo que sus intereses
pr

personales se verían seriamente afectados.


Mas continuemos la exposición de los hechos. Al referirse al año econó-
mico que abarcó del 1o. de julio de 1849 al 30 de junio siguiente, a cuya
1a

última parte corresponde la gestión hacendaría de Ocampo, don Matías Ro-


mero escribió años después que los principales asuntos relacionados con la
hacienda pública fueron como sigue:
I. El arreglo de la hacienda federal que intentó hacer la ley de 24 de noviem-
bre de 1849.
Los pasos dados para obtener la consolidación de la deuda interior de la
República.
II. Los incidentes ocurridos respecto de la deuda contraída en Londres.

75  Memoria de hacienda (1870); pp. 311, 313, 317, 318 y 319.
76  Idem; pp. 317, 319 y 322.
77  Carta a Mañano Otero; p. 52.
78  Obras; t. II, p. 84.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  83

III. El incremento del contrabando a consecuencia del tratado de Guadalupe-


Hidalgo.
V. La manera como se gastó el tercer entero de la indemnización de los Esta-
dos Unidos.
VI. El pago de créditos mandado hacer por sentencias de la suprema corte de
justicia.79
Para obtener un panorama de lo que Ocampo intentó hacer, conviene
precisar y analizar su intervención en cada uno de estos capítulos y dis-
cutir también algunos puntos que al ilustre funcionario porfirista no le
pareció necesario mencionar, en una consideración de conjunto sobre un
período más amplio que el abarcado por la gestión de don Melchor. Con ob-
jeto de facilitar la comprensión de los intentos esbozados por el michoaca-

a
no, principiaremos estableciendo algunas referencias cuantitativas sobre la

rrú
situación, cuyos caracteres generales ya mencionamos, al principiar el año
económico de 1849-50, al cual corresponde esa actuación.
Francisco Iturbe fue ministro de hacienda sólo durante una semana, a
Po
fines de 1849;80 sin embargo, con apoyo evidente en los datos reunidos por
sus predecesores, Iturbe tuvo tiempo de enviar al congreso, el 3 de noviem-
bre, una iniciativa en que manifestaba que no existía otro recurso a que
a

acudir, para cubrir el déficit, que disponer de los tres millones de pesos de
eb

la indemnización, que se vencían en mayo de 1850. A continuación mostra-


mos al lector el resumen do la situación financiera que, para justificar tal
u

medida, trazó el ministro de hacienda al congreso:


pr

Todas las rentas actuales de la Federación no punan do 8 millones al año; de


éstos hay que deducir cerca de cuatro, consignados a diversos acreedores, se-
gún la ley de 14 de junio de 1848, y no pudiéndose hacer los gastos públicos
1a

indispensables con menos de 8 millones, aun reduciendo a tres cuartas partes


todos los sueldos (con excepción de la tropa en servicio activo), viene a resul-
tar un déficit de 4 millones. Se debe parte del presupuesto del pasado mes de
octubre, y para el presente mes de noviembre sólo se cuenta con 240 mil pesos
de libranzas pagaderas en el interior, procedentes del contrato de 500 mil pe-
sos celebrado a virtud de la última autorización, siendo de notar que por esto
quedan ya empeñados los productos de las aduanas marítimas hasta el próxi-
mo mes de diciembre…Los derechos que debían cobrarse en este mes, en el si-
guiente y en el de enero del año entrante están ya gastados; los que se causen
de enero en adelante deberán percibirse hasta tres meses después, y si enton-
ces, para proporcionarnos fondos, apelamos a otra anticipación, será ésta más

79  Memoria de hacienda (1870); p. 317.


80  Idem; pp. 1047 y 311.
84  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

desventajosa que la presente…La cámara conocerá desde luego —concluía


Iturbe— la crítica situación del gobierno; con gastos decretados y sin medios
de cubrirlos; con compromisos vigentes, con la responsabilidad legal y de opi-
nión y sin rentas bastantes al tamaño de sus atenciones. En tan penosa situa-
ción no le queda otro recurso que pedir al cuerpo legislativo le permita disponer
de los tres millones que por la indemnización americana tiene que percibir el
año que entra.81
Como consecuencia de estas gestiones del ejecutivo, la ley de 24 de no-
viembre de 1849 dispuso, entre otras cosas, que a partir del 1o. de diciem-
bre siguiente, los gastos totales de la administración pública, que se había
presupuestado en poco menos de 8 millones para ese año, se redujeran a
500 mil pesos mensuales. De acuerdo con la decisión del congreso, dos ter-

a
ceras partes de las erogaciones se destinarían al ramo de guerra y marina,

rrú
con lo que el presupuesto mensual quedaría como sigue:

Congreso de la unión $ 33,482 6.6%


Po
Poder ejecutivo 2,250 0.4%
Ramo de relaciones 53,810 10.7%
Ramo de justicia 18,993 3.8%
a

Ramo de hacienda 61,273 12.2%


eb

Ramo de guerra y marina 333,333 66.3%


503,141 100.0%
u
pr

Por lo tanto, al año $ 6,037,692.82


Con semejante presupuesto, la federación no podía pensar en progra-
1a

mas educativos y, menos aún en inversiones para mejorar las condiciones


sanitarias, abrir vías de comunicación, hacer obras de riego, etc. El depar-
tamento de instrucción pública del ramo de justicia, germen de lo que hoy
es el núcleo central de la secretaría de educación, constaba en aquellos
tiempos de un oficial con sueldo de 200 pesos mensuales y un escribiente
que devengaba 50.83 El total de fondos del presupuesto federal que se asig-
naba directamente a fines educativos, ascendía a no más de 1.8% (aún sin
contar en los gastos la deuda pública).84 Resultaba prácticamente imposi-
ble crear nuevos institutos educativos centrales, ni el sistema de escuelas

81  Memoria de hacienda (1870); p. 311.


82  Idem; p. 314.
83  La administración pública en la época de Juárez; t. I, p. 277.
84  Idem; pp. 670 y 671.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  85

primarias de que carecían los estados. Por ese camino, en el país no habría,
hasta donde era posible prever, sino muchos uniformes y muchas sotanas.
De momento, sin embargo, no se vislumbraba otra cosa.
Ocampo trató de cumplir, desde luego, el presupuesto citado; pero, para
ello, tuvo que conseguir autorización del congreso para tomar de la indem-
nización americana todo lo necesario. Los gastos rebasaron la ley, y se dis-
puso de una cantidad todavía mayor de la indemnización.85
El desorden presupuestal y el desconocimiento de la deuda pública eran
de tal magnitud, que no quedó una noticia exacta de la aplicación dada al
tercer abono de la indemnización.86 Poco antes de entrar Ocampo a la secre-
taría, la casa norteamericana de Luis Hargous cobró, casi en su totalidad,
un crédito originado en tiempo de la administración provisional, con im-

a
porte de más de 200 mil pesos. Romero comentó al respecto: “Llama mucho

rrú
la atención que en circunstancias tan difíciles para oí erario se hubiese pa-
gado…un crédito, perteneciente a un ciudadano de los Estados Unidos,
cuyo pago evidentemente correspondía al gobierno de los mismos Estados
Po
Unidos, con arreglo al artículo 13 del tratado de Guadalupe Hidalgo”.87
Esta situación general explica que, apenas ocupó Ocampo el ministerio,
reglamentara la ley de 19 de febrero anterior, clasificando los créditos que
a

entonces existían contra el erario, en 17 categorías.88 Esta clasificación fue


eb

utilizada en los meses siguientes por Payno, en su intento de reforma fi-


nanciera que tampoco tuvo éxito, por la resistencia del congreso.
u

“Comenzaron en efecto las conferencias —relató después el propio


pr

Payno—, quedando establecido de común acuerdo entro lo mayoría de


acreedores y el gobierno, como bases comunes…la comunidad en el fondo,
la uniformidad en el rédito y la conversión total de los diversos títulos a
1a

una sola clase de bonos. También se estipuló como base general, el que
los acreedores intervinieran en el manejo del fondo, y en la dirección de las
aduanas marítimas y fronterizas. Estas delicada operaciones las comenzó
el señor…Ocampo, las continuó el señor…(Gutiérrez, y muy natural y jus-
tamente las seguí yo; de manera quo cuando el congreso se reunió…el go-
bierno pudo darle inmediatamente cuenta con los arreglos hechos…”.89 El
congreso no aprobó otras proposiciones de Payno, dejando para el futuro

85  Memoria de hacienda (1870); p. 317.


86  Idem; p. 321.
87  Idem; p. 323.
88  Idem; p. 318.
89  Idem; p. 319.
86  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

una verdadera reorganización de las finanzas, apenas iniciada con la con-


solidación de las deudas.90
Ocampo se vio sujeto a fuertes presiones diplomáticas para que autori-
zara el pago de algunos créditos, cuyos dueños eran extranjeros y tenían
sentencias de la suprema corte en su favor. El ministro francés, señor Le-
vasseur, se entrevistó varias veces con don Melchor, en presencia de La-
cunza, ministro de relaciones. Hubo que comprometer la mitad del derecho
de conductas para el pago de uno de ellos, y a otro acreedor, además del
capital y los réditos, fue necesario darle 80 mil pesos de indemnización.91
“El mismo señor Levasseur —contó después Payno— me exponía con fre-
cuencia que no sabría cómo manifestar al gabinete francés (en caso de no
cumplirse lo pactado) que había sido violada la palabra de dos ministros

a
de hacienda y hasta cierto punto la del de relaciones…”.92 Durante la ges-
tión de Ocampo, para reducir al mínimo este tipo de situaciones, el congre-

rrú
so determinó, el 17 de abril de 1850, que la suprema corte se limitaría a
“declarar el derecho de las partes”, sin emitir “mandamientos de ejecu-
Po
ción” ni dictar “procedimientos de embargo”, como lo venía haciendo hasta
entonces.
Las condiciones desfavorables que existían en aquella época, para todo
a

intento de poner orden en las finanzas públicas, se comprenden de inme-


eb

diato con sólo recordar que tan pronto como se divulgó que iba a gastarse
anticipadamente el tercer abono de la indemnización, los tenedores de bo-
nos mexicanos en Londres trataron de que se aplicara a su crédito una par-
u

te de los fondos.93 Vino a México un comisionado, señor Robertson, quien


pr

celebró un acuerdo con Arrangoiz basado en el argumento de que ese crédi-


to constituía una hipoteca sobre el territorio nacional y que, por lo tanto, al
1a

cederse terrenos a los Estados Unidos, parte de la indemnización les corres-


pondía a los acreedores de Londres.94
Francisco de Paula Arrangoiz fue un prominente monarquista y con-
servador; protegido por Peña y Peña y por Alamán, ocupó el ministerio-de
hacienda poco antes de Ocampo. Realizó un convenio ruinoso con los acree-
dores de México, especialmente por haber aceptado que el incumplimiento
de cualquier pago se tradujera en la reanudación de las obligaciones ante-
riores. Este convenio fue muy criticado en el congreso, y puesto en evidencia
por Ocampo. Siendo uno de los regidores del ayuntamiento de México,

90  Idem; p. 334.


91  Idem; p. 323.
92  Idem; p. 323.
93  Idem; p. 319.
94  Idem; p. 320.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  87

Arrangoiz ayudó mucho a Alamán en la campaña contra Arista. Santa Anna


lo envió a Nueva Orléans como cónsul, donde hostilizó a los emigrados Juá-
rez, Arriaga, Ceballos, Arrioja y Ocampo, acusándolos de contratar merce-
narios para una invasión del territorio nacional. Poco después, comisionado
por Diez de Bonilla para cobrar los 7 millones de la indemnización de La
Mesilla, fue a Nueva York, recibió casi la totalidad de la suma de Almonte,
y se apoderó de una comisión de 68 mil pesos, con los que se fue a Europa,
dejando al gobierno de Santa Anna lleno de rabia. Participó en las gestio-
nes para la creación del imperio y fue más tarde representante de Maximi-
liano en Londres, pero renunció cuando éste aplicó una cierta política
liberal, de acuerdo con los franceses. Publicó en la prensa europea una car-
ta abierta a Maximiliano, muy agresiva, en que lo acusa de haber engañado

a
a los reaccionarios mexicanos. También sacó a la luz una historia de México
independiente, donde no mencionó sus picarescas fechorías con la indem-

rrú
nización en 1855, que le ganaron el sobrenombre de “gota de agua”.
Es interesante observar que en aquellos días había tomado dimensio-
Po
nes extraordinarias el contrabando en los puertos y en las fronteras terres-
tres. Este fenómeno se atribuía al alza de prohibiciones y baja de derechos
que hicieron los yanquis durante la ocupación. El ministro Elorriaga mani-
a

festó entonces que no creía que existieran medios represivos suficientes


eb

para detener el contrabando: “el levantamiento de las prohibiciones y la


baja de los derechos de arancel. Es preciso que (se adopten), como único
medio para salvar al erario de la ruina completa que lo amenaza”.95 Estos
u

puntos de vista estaban entonces muy generalizados; los compartían con


pr

Elorriaga otros ministros de hacienda y deben tenerse en cuenta para valo-


rizar las cláusulas comerciales del tratado con McLane, que Bulnes juzgó a
1a

la luz de situaciones posteriores.


Por todas las razones mencionadas, es evidente que los tres meses es-
casos de permanencia de Ocampo en hacienda, no dejaron ninguna huella
permanente. Al salir del ministerio, don Melchor se trasladó a Pomoca,
donde, como veremos más adelante, libró poco después una de sus más en-
conadas disputas, por todos conceptos cargada de consecuencias para el
porvenir.
Entre tanto, la situación económica del erario seguía de mal en peor. El
9 de agosto, es decir, dos meses después de la renuncia de Ocampo, Payno
describió las condiciones reinantes en estos términos:
Los soldados de la guarnición de México, que perecen de hambre si el gobierno
no les paga sus asignaciones, están sin recibir completa la última quincena de

95  Idem; p. 320.


88  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

julio y los días que van corridos de agosto. A las demás clases que dependen
del erario y que forman parte muy esencial de la administración, no se les han
completado las tres cuartas partes de junio, debiéndoseles todo el haber de ju-
lio. Veracruz, invadido del vómito y del cólera al mismo tiempo, está en el ma-
yor conflicto. A los funcionarios civiles se les deben los meses de junio y julio,
y a las tropas todo el haber de julio. Las tropas que manda el señor general
Micheltorena, que se halla en Yucatán operando contra los indios, hace tres
meses que reciben solamente el rancho En Durango y Chihuahua se están reu-
niendo numerosas partidas de indios salvajes, que en el invierno van a destro-
zar aquellos estados.96
Poco después de la renuncia de Ocampo, don Valentín Gómez Farías
escribía a su hijo Benito, que se encontraba en Londres, lo siguiente: “Ha
renunciado y aún no se sabe quién será su sucesor. Se dice que la causa de

a
esta renuncia ha sido un fuerte disgusto que tuvo con Mier y Terán y otros

rrú
de los acreedores que se resistieron a firmar los convenios que habían he-
cho de palabra…”,97 Desde que don Melchor tomara posesión, un amigo le
Po
había escrito a don Mariano Riva Palacio, prediciendo al michoacano una
corta duración en el puesto, por “su genio susceptible y algo violento”.98
Otero, por su parte, le escribió a Mora, también a Londres, el mismo día de
a

la renuncia: “Teníamos, pues, ya solamente que arreglar las dificultades


eb

que producía la resistencia de la casa de Martínez del Río, y trabajábamos


en ello con buenas esperanzas de allanar las dificultades cuando el señor
Ocampo, de antemano muy disgustado con sus compañeros, se separó del
u

ministerio, sin que después hubieran bastado súplicas, ni reflexiones (para)


pr

persuadirlo que volviese a concluir un negocio tan importante…”.99


Algo más directo de que también disponemos para conjeturar las razo-
1a

nes que llevaron a Ocampo a separarse, está en la carta que dirigió, a Mora
a mediados de abril:
Sin el descrédito que causa a la República el sistema de cataplasmas (perdone
usted la frase) en hacienda, es decir, este cambio semanario, o al menos men-
sual de ministros en este ramo, ya me habría ido yo a mi casa, desalentado
por el sinnúmero de tropiezos que se me presenta diariamente. No hay convic-
ción profunda ni voluntad firme que baste a superarlos, si no está unida a una

96  Idem; p. 335.


97  Archivo Gómez Farías; doc. 3273. Véase también INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-
3-7-15.
98  Archivo Riva Palacio; doc. 3915.
99  Papeles inéditos y obras de Mora, p. 160. Ocampo confirma la versión de Gómez Fa-

rías en sus fragmentarias memorias. Véase: INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-715.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  89

verdadera abnegación de que yo no me creía capaz, y que sin embargo siento


en mí.
El congreso, poco contento con lo que ha hecho esta administración, que
ciertamente ha tenido facilidades de hacer mucho más, sin otro elemento que
el de una voluntad ilustrada, ha erigídose en tutor del gobierno. Pero la pereza
le ha hecho olvidar el compromiso que de este modo adquiría ante su concien-
cia y ante el mundo, de regir los negocios, y aunque ya le he dicho de palabra y
por escrito que la casa cuyos negocios no se despachan ni por el tutor ni por el
tutoreado, se arruina infaliblemente, apenas he conseguido que a los cuarenta
días de mi entrada al ministerio, se presenten dos dictámenes: uno sobre arre-
glo de la deuda, que oficialmente remito a usted, y otro sobre recursos, bien
triste en verdad, puesto que resucita el establecimiento de las alcabalas.
Dios quiera que, convocadas las cámaras a sesiones extraordinarias, ni con-

a
tinúen el escándalo de cerrar las diarias, una hora después de abiertas porque
dizque no hay asunto que tratar, ni se ocupen en las pocas horas que trabajan,

rrú
pues la convocatoria se los impedirá, de dispensar cursos, edades y penas de
sentencia. Tal es, al menos, mi deseo y aún puedo decir mi esperanza, pues sin
Po
ella habríame retirado ya.100
En esta carta Ocampo criticó fuertemente el convenio firmado por Arra-
goiz con el representante de los acreedores de Londres, como también lo
a

haría a su hora Payno, y como lo hizo el congreso. Este convenio, decía don
eb

Melchor, había dejado la deuda de México en más malas condiciones que


las ya existentes: “en efecto —explicó a Mora—, si al primer pago que deja-
u

ra de hacerse hubiéramos de cargar nuevamente con el enorme peso de


pr

obligaciones que hoy tenemos; si el perdón de réditos caídos, la absolución


de la hipoteca y la baja del interés anual hubieran de perderse a la primera
falta de abono, México volvería a la impotencia de cubrir sus compromisos,
1a

y no tendría ni el triste recurso de afrontar con el precio de su vergüenza los


peligros en que la han puesto su imprevisión y su ignorancia, y la maldad
de algunos de sus hijos. Ya no habría millones de indemnización, y, por lo
mismo, ninguna posibilidad de un fuerte desembolso”.
Ocampo proyectaba que, mediante la entrega de tres millones y medio a
los acreedores de Londres, éstos aceptaran renunciar a todas las reclama-
ciones que pudieran hacer “por la hipoteca perdida en la guerra”, así como
a la condición aceptada por Arrangoiz. No tuvo tiempo, ni apoyo del con-
greso, para realizar sus planes; y se separó el 18 de mayo, llevándose una
amarga sensación de disgusto o impotencia. La más somera considera-
ción de las condiciones del país, recaía en dos hechos básicos: el ejército

100  Idem; pp. 153-155.


90  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

consumía dos terceras partes de los fondos, aún con los presupuestos más
ajustados; y el clero no estaba dispuesto a pagar mayores impuestos, sien-
do como era el principal propietario y banquero del país.101
Pocos meses después de la salida de Ocampo del ministerio, el presi-
dente Arista se jugó su situación política entera, en un intento suicida por
abordar ambos problemas, consciente de que, de otro modo, quizás habría
terminado pacíficamente su período, pero habría entregado las finanzas
nacionales en una bancarrota aún más espantosa. De hecho, arriesgó la
presidencia y la perdió. Sus fallidos intentos, que lo llevaron a llamar a los
liberales “puros” al final de su gestión, en las personas de Arriaga y de
Prieto, constituyen un antecedente histórico directo de la celebérrima polé-
mica de Ocampo con “un cura de Michoacán”; por ello, conviene examinar-

a
los, siquiera sea brevemente.
“La ley de 22 de abril de 1851 organizó el ejército —escribió Romero en

rrú
1870—, que debería componerse en su totalidad de 12,382 hombres, con
un costo de $3,646,356 al año. Esta ley es notable, porque es la que consi-
Po
guió hacer una reducción más considerable en el ejército de la República, y
porque sus prevenciones no se quedaron escritas como ha sucedido con
otras muchas…esta considerable reducción debilitó de tal manera a la ad-
a

ministración que la llevó a cabo, que no pudo resistir con buen éxito los
eb

esfuerzos de los sediciosos por derrocarla…”102


En realidad, no era cosa del otro mundo lo que Arista intentaba. Según
el presupuesto decretado por el congreso para el año que comprende la ges-
u

tión de Ocampo, el ramo de guerra se llevaba dos terceras partes del to-
pr

tal.103 Sin embargo, las cuentas indicaron que ese ramo gastó 4,934,048
pesos, o sea un 69% del total de los ingresos efectivos.104 En el año fiscal
1a

siguiente (1850-51), como consecuencia de los planes de Arista, el gasto


del ramo de guerra representó un 56% de los egresos.105 De tal modo que
puede decirse que el presidente Arista perdió el poder a manos de Santa
Anna, por haber reducido la participación del ejército en el presupuesto, de
un 70%, en números redondos, a un 55%. Las consecuencias de este tropie-
zo las pagó el país con dos años de la dictadura más absurda y ridícula de
su historia.
No debe creerse que sólo los radicales como Ocampo percibieran las
raíces del mal. Los problemas financieros empeoraron durante la adminis-

101  Cuadro sinóptico; p. 49.


102  Memoria de Hacienda; p. 351.
103  Idem; p. 314.
104  Idem; p. 315.
105  Idem; p. 327.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  91

tración de Arista; por lo tanto, siguieron los cambios frecuentes en ha-


cienda, que disfrazaban la impotencia del régimen frente a los colosos que
dominaban la sociedad teocrático-militar. En uno de estos cambios, llegó
de nuevo a hacienda don José Ignacio Esteva, hombre de espíritu conser-
vador y profundamente religioso.106 Arista lo hizo ministro durante un mes,
para que sometiera al congreso un plan de reforma financiera basado en la
colaboración del capital y el crédito del clero. Poco después entró al minis-
terio, como oficial mayor, Miguel Lerdo de Tejada, quien renunció pronto,
cuando el congreso rechazó aún una forma simplificada del plan.107 Era la
misma idea de la administración de Gómez Farías y Mora en 1833: el úni-
co modo de conseguir el arreglo de la hacienda pública consistía en movi-
lizar el gran volumen de riqueza pública amortizado en manos del clero.

a
Sólo que —como señaló Romero con toda justicia— Esteva creía que este

rrú
propósito era compatible con los derechos y privilegios del clero, y hasta
consideraba necesaria su colaboración en el plan.108 Describió éste amplia-
mente, en un documento que publicó anexo a la exposición dirigida a las
Po
cámaras:
Pensé que no era imposible conciliar todas las ideas e intereses…que se podía
hacer un arreglo con el venerable clero, para que, sin desmembrar su riqueza,
a

salvara los apuros actuales del estado, poniendo en circulación, por lo mismo,
eb

toda la deuda interior . Para esto formé un plan en el cual se hacían al clero
importantes concesiones, siempre que en retribución se prestara a garantizar
u

el pago de bonos que debían emitirse, pagaderos…con el producto de una con-


tribución nueva, cuya administración debía entregarse al clero con interven-
pr

ción del gobierno. Estos bonos servirían para pagar a los acreedores la parte
necesaria para la conversión de sus créditos. El gobierno para cubrir su defi-
1a

ciente, debería también recibir cantidades periódicas del mismo clero, que se
reintegrarían más tarde con los productos del impuesto…Bien sé que muchas
personas hubieran juzgado este proyecto de irrealizable, porque creen que el
venerable clero es intratable, en todo negocio en que sus bienes se compliquen
en las operaciones del gobierno; pero ni yo tengo esa opinión, ni en mi plan
existía esa complicación, porque se dejaba al mismo clero una completa liber-
tad de acción en el negocio…109
Cualesquiera que hayan sido las buenas intenciones del extravagante y
candoroso intento de Esteva, el hecho es que su separación del ministerio a

106  Idem; p. 335.


107  Idem; p. 335. El Universal; 31-III-1851.
108  Idem; p. 336.
109  Idem; p. 336.
92  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

los pocos días de haber entrado, y el conocimiento público de sus opiniones


y de los cálculos que revelaban la situación de bancarrota total en que se
encontraba el erario, contribuyeron a extender y a afianzar grandemente,
en opinión de Romero, “las dificultades de la situación hacendaría, y a ha-
cer casi imposible su solución”.110
El oficial mayor de hacienda asesoró unas semanas después ni nuevo
ministro, José María Aguirre, para simplificar el plan de Esteva. Miguel Ler-
do de Tejada había sido regidor del ayuntamiento de la ciudad de México
durante la guerra con los yanquis, acusado de haber colaborado con ellos,
se defendió diciendo que intervino sólo para ayudar a la población que ha-
bía quedado desamparada. Regresó al ayuntamiento en 1852 y fue desig-
nado por los liberales para recibir a Santa Anna en Veracruz; le dirigió una

a
carta bastante franca y de criterio independiente, en la cual mencionó de

rrú
nuevo el asunto de la desamortización. El dictador lo hizo oficial mayor
de fomento, puesto que aceptó después de consultarlo con algunos libera-
les; más tarde fue encargado del despacho con Carrera y Díaz de la Vega y
Po
pasó a formar parte, con ese carácter, del gabinete de Álvarez. Hasta enton-
ces se decía liberal, sin participación en el gobierno más que en puestos
técnicos. Comonfort lo hizo, en 1856, secretario de hacienda y de relacio-
a

nes. Se separó por diferencias con Lafragua, después de haber elaborado y


eb

aplicado durante algunos meses, la ley de desamortización. Era magistrado


de la suprema corte cuando el golpe de Tacubaya y se refugió en la casa del
u

ministro yanqui Forsyth, al perseguirlo Zuloaga. Salió de la ciudad de Mé-


xico a mediados de octubre de 1858, hacia Morelia, de donde se fue a Gua-
pr

dalajara y Zacatecas, y finalmente se trasladó a Veracruz. Juárez lo hizo


ministro de hacienda y le encomendó la elaboración de la ley reglamentaria
1a

de la nacionalización de bienes eclesiásticos, trató de obtener recursos y


armas en Estados Unidos, pero tuvo poco éxito. En 1860, después de algu-
nos meses de haberse separado del gabinete, presentó su candidatura con-
tra la de Juárez, lo cual motivó su distanciamiento del Presidente y de
Ocampo. Tomó participación importante en la preparación del manifiesto
que precedió a las leyes de reforma de 1859. Había publicado antes una
historia del puerto de Veracruz, un folleto sobre la situación económica y
social al terminar la guerra con los yanquis (fuertemente nacionalista y li-
beral), así como algunos trabajos estadísticos sobre la historia del comercio
exterior y sobre las condiciones del país en vísperas de la reforma. Por con-
tar con notable preparación, fuerte personalidad política y muchas simpatías

110  Idem; p. 336.


SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  93

entre los liberales, era visto con buenos ojos por los diplomáticos norteame-
ricanos; pero siempre declaró que se oponía a la anexión de México al veci-
no país y, en general, a la intervención de las potencias extranjeras en
nuestros asuntos internos.111
En 1851, Aguirre y Lerdo proponían negociar un préstamo por 5 y medio
millones de pesos, destinado a complementar la indemnización americana y
permitir la reorganización de la deuda interior. El rédito de este capital se
aseguraría comprometiendo alguna renta de la Federación, o el producto
de los bienes del clero, si éste aceptaba colaborar en la operación.112 La si-
tuación ya era insostenible, existía un déficit anual de más de 5 millones y
se necesitaban 6 millones además, para la conversión de la deuda interior,
de acuerdo con convenios celebrados con anterioridad, en un momento de

a
optimismo, que “debían haber restaurado el crédito nacional, pero vinieron

rrú
a darle el golpe de gracia”.113
Dentro de este marco de imprevisión, ilusiones y bancarrota nacional,
que podían desanimar a cualquiera, fue que Ocampo tomó la pluma para
Po
poner, como era siempre su deseo, el dedo sobre la llaga más dolorosa del
exánime cuerpo del país.
a

Una disputa de apariencia escolástica


eb

La participación de Ocampo en el gobierno de Herrera, como ministro de


u

hacienda, es indudable que no fue un éxito; las circunstancias no permitie-


pr

ron al michoacano llevar a la práctica casi nada de lo que reclamaba la si-


tuación, a pesar de que, en su fuero interno, la decisión reformista estaba
1a

ya madura y de que otros muchos hombres públicos de su época habían


llegado a compartir ese propósito. La idea de derrumbar la vieja sociedad
colonial seguía pareciendo utópica a los ojos de la mayoría; el poder teocrá-
tico-militar se consideraba intocable, como lo demuestra el que personali-
dades valiosas e independientes, que no estaban comprometidas con los
intereses dominantes, se prestaran a colaborar con Santa Anna y Alamán,
todavía en 1853, y vieran dentro de ese régimen una posible solución para
los problemas nacionales.

111  Carta al Siglo XIX; La Verdad: 1o.-X-1855. La declaración de Lerdo fue contunden-

te: no haber jamás “opinado, ni he de opinar, por qué mi país se anexe a los Estados Unidos
del Norte, ni por que sea protegido por esa u otra potencia extranjera”.
112  Memoria de hacienda (1870); p. 387.
113  Idem; p. 343.
94  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Don Melchor se retiró de inmediato a Pomoca, después de su renuncia,


de fecha 14 de mayo de 1850.114 Siguió siendo senador hasta que entró al
gobierno de su estado natal; poco después cambió el congreso y empezaron
las funciones del que debería ser disuelto más tarde por Ceballos, del cual
Ocampo ya no formaba parte.115 Fue llamado a Morelia, para ocupar por
tercera y última vez la gubernatura de Michoacán, a partir del 14 de junio
de 1852.116 Por lo tanto, transcurrió un período de dos años durante el cual,
si bien hizo algunos viajes y formalmente era senador, residió en forma
permanente en su propiedad, de las afueras de Maravatío. El suceso más
destacado de la actividad del michoacano en este período fue indudable-
mente su polémica con “un cura de Michoacán”, sobre el tema de los aran-
celes parroquiales.117

a
Esta época de la actividad intelectual de Ocampo tiene cierta semejanza

rrú
con el período que siguió a la disolución del congreso constituyente de
1842; recluido en Pomoca, don Melchor tiene tiempo y ambiente favorable
para dar forma a sus preocupaciones e inquietudes. Pero en 1850-52,
Po
Ocampo da muestras de un interés más definido por las cuestiones políti-
cas y sociales del país, a diferencia de lo ocurrido en los años 1843-45, du-
rante los cuales los problemas científicos y aun literarios absorbieron una
a

proporción importante de su tiempo. Ahora ya no es dueño de Pateo que


eb

como otras fracciones de la vieja heredad de los Tapia, al venderse tenía


diversos acreedores, incluso parientes con derechos hereditarios sobre las
u

fincas.118 Como agricultor, no sólo posee ya menos tierras, sino que éstas
no pueden ser adecuadamente cultivadas, por falta de agua. De esta época
pr

son varios litigios por este motivo, que cuestan a don Melchor algunas vie-
jas amistades.119
1a

Pero, además, es don Melchor mismo quien ha cambiado. Ahora es un


hombre público prominente; la actividad política lo ha puesto en contacto
con casi todos los hombres destacados, tanto del partido liberal como del

114  Monitor; 14-V-1850 y 11-V-1850.


115 Véase El Universal; 19-VII-1852.
116  Monitor; 27-VI-1852.
117  Esta polémica fue impresa en folletos. De ahí la reprodujo ampliamente la prensa de

la época, en la capital y en algunos estados, por lo que alcanzó enorme difusión. Véase:
Obras; t. I.
118  INAH; primera serie, caja 12. Gravámenes de Pateo, doc. 17-3-11-7. Pola confunde

lamentablemente los hechos en sus notas biográficas sobre Ocampo.


119  INAH; cartas personales. Campos a Ocampo, 21-X-56, 50-C-14-4. El agua y los peo-

nes habían sido ya los elementos básicos para el aprovechamiento de Pateo; véase: INAH;
cartas personales, Serrano a Ocampo. 50-S-20-1 a 3.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  95

conservador. No debe creerse que estaba alejado, en lo personal, de todos


los hombres del partido contrario; educado en seminario, tuvo relaciones
cordiales con algunas de las cabezas del grupo conservador, como Ignacio
Aguilar y Marocho, Clemente de Jesús Munguía, así como antes con Juan
Cayetano Gómez de Portugal. La personalidad de Ocampo era tan vigorosa
que tuvo siempre buenas relaciones con hombres destacados de todas las
ideologías y tendencias políticas, cosa relativamente común en su época,
hasta la gran crisis de la reforma.120
En particular, Ocampo llevó cierta amistad personal con Clemente Mun-
guía, que muchos historiadores han creído ver tras la figura del “cura de
Michoacán”. “El pobre Munguía —le escribió Manzo desde Morelia, el 1o.
de octubre de 1849— me encarga que diga a usted que le escribió una carta

a
pidiéndole su opinión sobre el estado político del país…que aún no recibe

rrú
contestación de usted y desea saber si recibió la suya”.121
Parece que cuando el incidente ocurrido poco después, con motivo del
juramento de Munguía, Ocampo había tomado la medida ya a la actitud
Po
del sector más agresivo del clero y se había alejado personalmente de Mun-
guía. El hecho es que el 13 de febrero del año 51 Manzo escribió a Ocampo,
desde México: “Me agrada lo que usted dice sobre Munguía porque son las
a

mismas mis convicciones respecto a lo que aquel obispo será en lo sucesi-


eb

vo…”.122 Todavía en ese momento, se especulaba sobre el castigo que apli-


caría el gobierno a Munguía, aunque principiaba a comprenderse que
u

saldría impune del incidente.


Entre las figuras notables del clero michoacano sobresale Clemente de
pr

Jesús Munguía,123 por su capacidad literaria y dialéctica. Siendo joven fue


abogado durante algún tiempo, pero a partir de 1841 se dedicó por comple-
1a

to al sacerdocio; con ello, según Prieto, mejoró su condición económica,


pues había sido estudiante y litigante pobre. Antes de profesar había sido
considerado liberal y había participado en las empresas literarias de los jó-
venes liberales. Sostuvo más tarde que la iglesia, como institución de ori-
gen divino, se encontraba por encima del estado, que debía acrecentarle y
respetarle sus bienes materiales. Munguía fue uno de los principales oposi-
tores que encontraron la constitución de 1857 y las leyes de reforma que

120  Ocampo se muestra reservado en su correspondencia; sólo se le ve una solidaridad

militante en algunas cartas a Gómez Farías: Arch. V. F. G.; docs. 1929, 1997 y 8818.
121  INAH; legajo 8, seg. serie, papeles sueltos. 1o.-X-1849.
122  INAH; Idem, 18-II-1850. Véase también el comentario diáfano y definitivo de Ocampo

sobre la conducta de Munguía, en: INAH; cartas personales, doc. 50-0-3-10.


123 1810-1868.
96  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

juzgaba como un despojo impío. Juárez y Ocampo lo expulsaron en 1861,


para evitar las incertidumbres y riesgos de un proceso legal. Propició des-
pués la venida a México de Maximiliano, al cual fue a visitar a Miramar;
regresó al país en 1863, pero se opuso a la aplicación de las leyes de refor-
ma por el imperio y fue expulsado dos años después, yendo a morir a Roma.
Constantemente estaba publicando escritos de marcada tendencia reaccio-
naria; según Guillermo Prieto, que lo trató bastante, era “disputador y sus-
ceptible”, por su carácter bilioso e intransigente. Fue obispo y arzobispo en
Morelia. Sobre el asunto de su juramento publicó un escrito increíblemente
largo124 y escribió mucho sobre otros temas.
Lo ocurrido con motivo de su juramento, en breves palabras, fue como
sigue: “Desde el 11 de diciembre de 1850 el senado había dado el pase a las

a
bulas que asignaban el arzobispado de México a don Lázaro de la Garza, y

rrú
la silla episcopal de Michoacán al señor Munguía …El segundo pudo desde
luego entrar en el desempeño de su prelacía, y para darle posesión de ella,
le citó el gobernador del estado a prestar el juramento constitucional ¿Juráis
Po
guardar y hacer guardar la constitución y leyes generales de los Estados
Unidos Mexicanos, sujetándoos desde ahora a las que arreglen el patronato
en toda la Federación?”125 Munguía contestó, en presencia de las diversas
a

autoridades locales: “No, porque esta fórmula compromete los derechos y


eb

libertades de la iglesia”. Aunque Munguía se retractó después, el incidente


fue muy sonado; aparentemente, correspondieron estos hechos al disgusto
u

que provocó en el clero el que, alrededor de un proyecto de ley de coloniza-


ción, se defendiera públicamente la tolerancia de cultos; el proyecto fue
pr

enviado al congreso por el presidente Herrera a principios de 1849. Ade-


más, el clero no estaba satisfecho con la ley de 16 de abril de 1850 que es-
1a

tableció las reglas para la provisión de mitras vacantes, pues, dice Olavarría,
“estaba empeñado en desligarse de toda dependencia del poder civil, y en
sostener que la nación no había heredado el patronato ejercido por los re-
yes de España”.126
El ambiente estaba tenso, como consecuencia de estos hechos, entre
conservadores y liberales, al iniciarse la administración de Arista en enero
de 1851.127 Otros incidentes habían contribuido a polarizar la opinión alre-
dedor de esas tendencias: la lucha en el ayuntamiento de México, dominado

124  Apareció en El Universal; entre el 23-III-1852 y el 28-V-1852.


125  México a través de los siglos; t. IV, pp. 749 y 750.
126  Véase la referencia 11, también.
127  A lo largo de todo el año 1851, se aprecia en la prensa una enorme presión en favor

de la reforma, aunque confusa y a veces contradictoria. El número de artículos sobre nacio-


SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  97

por los conservadores, los negocios que se hacían con los fondos de la in-
demnización americana, el carácter débil y contradictorio de Arista, etc.
Dentro de este marco, era natural que causara gran impresión la circula-
ción de una traducción castellana de la canción de Béranger titulada “Le
Bon Dieu”, cuyo tono irreverente fue tomado a mal por los conservadores.
De inmediato se atribuyó la versión a Ocampo, tal vez porque, efectivamen-
te, solía divertirse con las canciones de ese autor;128 pero además, Manzo
reaccionó haciendo circular la canción y atribuyéndose la divulgación de
la supuesta traducción de Ocampo. “Ha de saber usted —escribió a este
último— que creyendo yo que usted era el traductor, les había contado a
varios amigos…que yo conservaba la traducción hasta que me vino gana
de publicarla”.129 Parece que esta humorada de Manzo le causó algunas

a
dificultades.130

rrú
En realidad, en marzo de 1851, Ocampo estaba preocupado por cues-
tiones más serias que las bufonadas de Béranger. Así fue como el día 8 de
ese mes, se dirigió a la legislatura local de Michoacán, acogiéndose al dere-
Po
cho de petición para enviar una “representación sobre reforma de aranceles
y obvenciones parroquiales”, que hizo suya el diputado Ignacio Cuevas.131
En su escrito, Ocampo indicó que no enviaba a la legislatura un proyecto de
a

arancel nuevo, “por carecer del derecho de iniciativa en esa asamblea”. Sin
eb

embargo, el ayuntamiento de Maravatío envió a la legislatura un proyecto


de ley, obra de Ocampo.132
u

Esta iniciativa de Ocampo dio origen, como es sabido, a la muy extensa


y erudita polémica con “un cura de Michoacán”, cuya identidad nunca se
pr

hizo pública. A reserva de dar más detalles al lector sobre las diversas per-
sonalidades a quienes se ha atribuido participación en la polémica con
1a

Ocampo, diremos por ahora que José Ma. Manzo, en abril de 1851, cuando
la polémica acababa de iniciarse, escribió a Ocampo que el reverendo Due-
ñas, cura de Maravatío, era su contradictor en materia de obvenciones.133
Sin embargo, la polémica siguió hasta mediados de noviembre de ese año;

nalización de bienes eclesiásticos y obvenciones parroquiales es grande. No sólo los periódi-


cos de la capital, también los de los estados toman parte en el debate.
128  El Universal; 25-III-51. La carta aclaratoria de Ocampo apareció en este periódico el

31-III-51.
129  INAH; legajo 8, 2a. serie, papeles sueltos, 31-III-51.
130  Idem; 1o.-IV-1851.
131  Obras; t. I, pp. 1 a 17.
132  Idem; pp. 18 a 32. Apareció también en el Monitor, 17-V-1851. Otros ayuntamientos

promovieron leyes en el mismo sentido; véase: Monitor; 5-VI-1851, 25-VI-51 y 14-IX-51.


133  INAH; legajo 8, 2a. serie, papeles sueltos, 6-IV-51.
98  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

hoy se piensa que otras cabezas acudieron en ayuda de Dueñas, ya iniciada


la controversia.134 Según se deduce de la correspondencia entre Manzo y
Ocampo, el primero arregló en México la publicación de los comunicados
de Ocampo, en tanto que la prensa conservadora publicaba los escritos del
“cura de Michoacán”.135
La lectura de la controversia de Ocampo, y todavía más su adecuada
comprensión, dentro del marco de la situación política e intelectual de la
época, es una labor complicada y difícil hoy día. No sólo porque, en conjun-
to, los escritos de ambas partes forman un libro de unas 400 páginas;136
sino, además y sobre todo, porque las ideas y concepciones circulantes en
la actualidad en materia de separación de la iglesia y el estado, de toleran-
cia religiosa, de libertad de cultos, de enseñanza laica, y, desde luego, toda

a
la cuestión de aranceles y obvenciones, son completamente distintas de las

rrú
que prevalecían en México, a mediados del siglo pasado, antes de la gue-
rra de reforma y de la derrota de la intervención extranjera. Fácilmente se
puede caer en una apreciación errónea y superficial que convierte la con-
Po
troversia, o bien en una escolástica y hoy vacía discusión de derecho ca-
nónico, o, lo que quizá es peor, la transforma en una disputa política
momentánea, sin contenido permanente. En ninguno de ambos casos se
a

conseguirá entender cuál fue la materia de la discusión de Ocampo con el


eb

presbítero de su diócesis.
Vale la pena, aunque sea con brevedad, hacer un examen de la celebé-
u

rrima discusión, que sin pretender sustituir su conocimiento detallado, ex-


traiga las principales ideas que se controvirtieron, explique la forma
pr

escogida por los contendientes para exponer las propias y para refutar las
del contrario, todo ello con el ánimo de situar lo que la polémica representó
1a

en el ambiente político e intelectual de la época.137


Como ya indicamos, lo ocurrido entre el clero conservador y el gobierno
liberal durante los tres años siguientes a la guerra con los Estados Unidos,
giró alrededor de la cuestión del patronato. Es bien sabido que este problema
se arrastraba desde la independencia, habiéndose resuelto periódicamente,

134 Véase: ¿Quién se amparó en el seudónimo de “un cura de Michoacán”? Aparte de

Dueñas y Munguía, se menciona a José Ma. Gutiérrez y a un hacendado no identificado.


135  Las respuestas de Ocampo aparecieron completas en El Monitor, en tanto que las

impugnaciones se publicaron íntegras en El Universal.


136  Obras; t. I.
137  El Monitor publicó editoriales sobre la controversia, en varios números: 11-V-1851;

24-V-51; 2-VI-51 en adelante. 30-VI-52. El Universal la comentó los días: 8 y 9-IX-51, repro-
duciendo artículos del Regenerador, de Morelia.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  99

a base de acuerdos de naturaleza más o menos transitoria y circunstancial.


El gobierno era reconocido a veces; en otras ocasiones, como hizo Munguía
en 1850, su autoridad era puesta en duda. Al mismo tiempo, como es evi-
dente, las cuestiones más importantes sobre la vida de las personas: cuán-
do nacían, cómo se les llamaba, dónde se educaban, quiénes se casaban,
dónde y cómo morían, estaban manejadas y controladas por el clero, en
virtud de un acuerdo originado en Europa, en la época de la reforma religio-
sa, entre los príncipes y la iglesia.138 Dentro de este marco, de sobra conoci-
do y descrito innumerables veces, la argumentación de Ocampo es evidente
que enfocó el punto más débil de la peculiar y anómala situación en que se
encontraba la sociedad teocrático-militar.
Un ejemplo concreto, relatado por un contemporáneo, puede dar idea

a
del panorama ideológico —digamos— de aquella época, sin duda una de

rrú
las más inestables y peligrosas del siglo XIX para nuestro país.
La exposición del proyecto de colonización de enero de 1849, provocó
representaciones, protestas, pastorales y manifestaciones de todo especie
Po
contra la tolerancia, por un párrafo que decía: “La cuestión de intolerancia
es de los intolerantes de escuela, no de los hombres de estado; es de los
tiempos que han quedado atrás, no del siglo que une a los hombres de di-
a

versas creencias…” “La tolerancia —agregaba ese documento— es un dog-


eb

ma práctico del mundo civilizado, y México no puede ser intolerante si


quiere ser poblado sin demora” La prensa conservadora arguyó entre otras
u

cosas, que era tal la ignorancia de las grandes masas que, una vez admiti-
da la tolerancia, los indios volverían al culto de sus antiguos ídolos y qui-
pr

zás a los sacrificios humanos”.139


Sin embargo, aunque el ataque de Ocampo no fue directo, la cuestión de
1a

la tolerancia de cultos figuró en la controversia en una forma lateral. “Re-


conocido hoy el natural derecho que cada hombre tiene para adorar a Dios,
según las intuiciones de su conciencia; relegados al rincón de las escuelas
los paralogismos en que se había fundado la intervención del gobierno civil
en la salvación de las almas; y sentido por todos, aunque confesado por

138  En este sentido, la representación enviada por Ocampo al congreso local fue la res-

puesta liberal más definida a la actitud de Munguía. El gobernador Gregorio Cevallos mostró
una debilidad absoluta, que rayaba en la complicidad. (Véase El Universal, 19-III-1851).
Ocampo fue designado gobernador desde febrero, pero no acudió a tomar posesión hasta
junio, cuando la revolución de Jalisco y Michoacán era ya inminente. (Monitor. 18-III-52 y
30-VI-52). Por la debilidad de Arista, la revolución fue descaradamente fomentada por el
Omnibus, de Segura, El Universal santanista, El Regenerador de Morelia, y en general toda
la prensa conservadora.
139  México a través de los siglos; t. IV, p. 721.
100  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

pocos, como principio, el respeto a la conciencia ajena —comienza diciendo


la representación que don Melchor envió al congreso local—, debiera dejar-
se, si las costumbres pudieran caminar tan rápidamente como la ciencia,
que el venerable clero se sostuviera con las oblaciones voluntarias de los
fieles”.140 La República era regida entonces por la constitución de 1824, con
el acta constitutiva y el acta de reformas de 47; por lo tanto, no existía la
libertad de cultos. En 1851, Ocampo se limitó a proponer “que al menos no
continúen los abusos de la actual situación, puesto que haya de durar toda-
vía por algún tiempo”.141
La petición de don Melchor se limitaba pues a pugnar por un nuevo
arancel, en lugar del vigente en la diócesis de Michoacán dude 1781, que
por no haberse reformado en 120 años no correspondía ya a la situación de

a
la sociedad mexicana y el carácter de la época. “En el arancel —decía Ocam-

rrú
po— se conservan las clases de españoles, mestizos, mulatos, negros e in-
dios. Quien hoy pretendiera comprender en ellas a los habitantes de la
República, emprendería un trabajo imposible. Varios ricos hay ya que no
Po
son españoles, y muchos españolea que no son ricos; negros no hay ya en
la condición de entonces, y en cuanto a mulatos y mestizos, los plebeyos
hemos visto con tan poca veneración las genealogías, que ya apenas habrá
a

quien sepa distinguirlos”.142 Esta situación había originado que a muchos


eb

“causantes” se les cobrara el máximo de derechos fijados en el arancel, o


sea el determinado para los españoles. El aumento de población, la dismi-
u

nución de los precios de las subsistencias y vestidos, la simplificación de


las obligaciones de los párrocos, que se habían librado de atender muchos
pr

asuntos recomendados a ellos en la época del arancel, justificaban la dis-


minución de las cuotas del mismo. Don Melchor señalaba además, la con-
1a

veniencia de facilitar el matrimonio entre las personas de pocos recursos y


de aliviar el peso de sus gastos entre las gentes del campo, que en muchas
regiones se encontraban en condiciones de verdadera servidumbre, para
evitar que contrajeran deudas con sus patrones. “Uno entre ciento llega a
quitarse la deuda —señaló Ocampo—; lo común es que ésta crezca con la
familia, y que al morir dejen a su viuda e hijos su responsabilidad por toda
herencia”. El pago de los entierros también era causa de la formación y el
crecimiento de esas deudas.143

140  Obras; t. I, p. 2.
141  Idem; t. I, p. 3.
142  Idem; t. I, p. 5.
143  Idem; t. I, pp. 13, 14 y 15.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  101

La exposición del proyecto de ley sobre obvenciones parroquiales que


propuso el ayuntamiento de Maravatío, obra también de Ocampo, indica que
una reunión del cabildo determinó que se presentara la iniciativa. La exposi-
ción critica el sistema de castas colonial, base del arancel de 1731, y llega a
la conclusión de que las cuotas deberían ser uniformes, incrementándose
sólo por los gastos que se llaman de “pompa”, a modo de que una misa o un
bautismo básicamente lo mismo costasen al opulento que al miserable,
aunque, teniendo por medida lo consumido, cada quien pagara lo que pu-
diera o quisiera pedir. Por cuanto a las cuotas que proponía el ayuntamien-
to de Maravatío, baste con señalar que el señor Ocampo calculaba en 17
pesos el costo de un casamiento, de acuerdo con el arancel de 1731; y que
la iniciativa de esa corporación lo establecía en tres pesos. “En los simples

a
entierros bastaría que se pagase un peso para compensar la molestia del

rrú
sacerdote…y dar un cuarto, para fomentar el fondo de fábrica”. Los pobres
de solemnidad se sepultarían de limosna.144 Debe observarse que a lo largo
de la polémica, no fue objeto de objeciones fundadas en números este pro-
Po
yecto de arancel elaborado por Ocampo, pues, como veremos, la controver-
sia se orientó en otros sentidos.
Es obvio que don Melchor veía en sus proposiciones un acto político; no
a

sólo por haberlas dirigido a la legislatura local a través de uno de sus


eb

miembros, sino también por la reunión del cabildo celebrada en Maravatío


y el hecho de que el ayuntamiento de esta población recurriera a la facultad
u

de proponer proyectos de ley, cosa de por sí inusitada. Una comisión de la


legislatura, además, se ocupó del asunto, aunque no hay noticias de que se
pr

tomara resolución alguna al respecto. Ocampo dijo que al informarse de


ello, tomó la resolución de lanzar su iniciativa.145
1a

Parece ser que la publicación de un folleto por don Melchor, titulado


“Representación sobre reforma de aranceles”,146 fue lo que determinó la im-
pugnación fechada en Morelia tres semanas más tarde, cuyo propósito se
resume bien en su último párrafo:
Los papeles incendiarios causan no pocas veces una gran conflagración; esto
es, la revolución de ideas mal dirigidas, suele ser precursora de una revolución
de armas, y no se olvide usted de que un sacudimiento social de este género,
puede envolver en sus ruinas a su autor, como sucedió a varios de los agentes

144  Obras; t. I, pp. 27, 28, 29 y 30. Apareció en Monitor, 17-V-51.


145  En la proclama que Ocampo dirigió a las tropas que restablecieron el orden en Pátz-
cuaro, fechada 4-XI-1852, indicó que las reformas necesarias se harían en cuanto la paz se
hubiera logrado (Universal, 10-XI-1852).
146  Obras; t. I, pp. 33 a 59. Apareció también en la prensa de Morelia (La ley).
102  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

que figuraron en la revolución francesa. Experimentemos en cabeza ajena, y


si queremos procurar la felicidad de la patria, tengamos presente que este bien
es inseparable del amor y respeto a nuestra santa religión. No hay conceptos
suficientes en el hombre para manifestar la inmensa responsabilidad que con-
trae seduciendo a un pueblo, que como el nuestro, ha vivido inocente por tres
siglos del crimen de infidelidad a nuestra santa religión. Ya que por desgracia
estamos en lo civil tan abatidos, déjesenos vivir en lo religioso sin los halagos
de osas novedades perniciosas; y que sólo los ministros de Dios sean los que
nos emitan su voz en materias de dogma y de culto, pues para esto los ha des-
tinado al Fundador Supremo de la Iglesia.147
El contradictor de Ocampo destacó los términos del exordio con que se
inicia la representación y señaló, en un tono casi triunfal, que reconocer el
derecho de cada quien “para adorar a Dios de acuerdo con las intuiciones

a
de su conciencia”, era lo mismo que predicar “la libertad de cultos” y la “li-

rrú
bertad de conciencia”, “dos programas tan impíos como funestos, que ac-
tualmente sirven de estandarte al socialismo en Europa”.148 Reclamó
Po
también a don Melchor que se hubiera dirigido a la legislatura del estado y
que hubiera dado publicidad a su iniciativa. Casi admitió, en su primera
impugnación, que Ocampo tenía razón en el fondo, pero dijo que debió diri-
a

girse a las autoridades eclesiásticas para que ellas resolvieran los males.
eb

Sostuvo que la situación de los curatos no era tan buena como en la época
colonial y que no se cobraba tanto como don Melchor pretendía, sino acaso
la mitad, lo cual de todos modos era mucho más que lo correspondiente al
u

arancel que éste proponía. Volvía una y otra vez sobre este tema: “Lo que
pr

parece se quiere es fomentar un incendio que nos absorba, y un cambio


horrible que nos sepulte en el abismo…el medio favorito para atacar a la
1a

iglesia, es empobrecer al clero…” Sin embargo, reconocía que “muchas pa-


rroquias (eran) sostenidas con un culto brillante (estando) aumentada en
ellas la frecuencia de los sacramentos, y en todas, cuando menos, socorri-
das las primeras necesidades…”.149 Los argumentos usados en esta prime-
ra impugnación, como se aprecia, no son de mucho aliento; en general,
tiene el tono de la reconvención de un párroco a uno de sus fieles, que ha
caído en el error por insubordinación. A lo más que llega es a amenazar a
don Melchor con el regreso de los sacrificios humanos y el derrumbe de la
sociedad, al faltar el auxilio de la religión. Sin embargo, el escrito fue fe-
chado en Morelia y es de creerse, por lo tanto, que tuvo la aprobación de las

147  Obras; t. I, p. 58. Lo publicó El Universal, del 6-V-1851 al 9-V-1851.


148  Obras; t. I, pp. 41 y 42.
149  Idem; t. I, pp. 53 y 54.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  103

autoridades eclesiásticas de la diócesis. Menciona dos o tres veces a Lute-


ro, por más que el alegato de Ocampo no tocaba cuestiones dogmáticas.150
Ocampo respondió con tres escritos, fechados respectivamente el 20 de
abril, el 21 de mayo y el 10 de junio.151 En el primero, señala ante todo con
cuidado las afirmaciones que inexactamente le atribuyó la primera impug-
nación de su contradictor, y resume en 5 puntos concretos sus inconformi-
dades con la aplicación del arancel vigente. Refiere Ocampo que desde su
primera gubernatura trató de que el obispo Gómez de Portugal le remitiera
el arancel, y que discutiera con él la cuestión, sin conseguirlo. Pero precisa el
carácter de impuesto o contribución que tiene toda obligación que recae
sobre los habitantes, por encima de su voluntad, y hace notar que el aran-
cel de 1731 fue aprobado por el virrey, no en virtud del patronato, sino

a
“como soberano”. Por lo tanto, concluye, corresponde al congreso legislar

rrú
en esta materia, como lo hace en general sobre impuestos y contribuciones.
De otro modo, las obvenciones tendrían que ser voluntarias, sin que exis-
tiera coacción para su cobro. En cuanto a las famosas “intuiciones de la
Po
propia conciencia”, aclara Ocampo que no quiere referirse a dogmas religio-
sos, sino, de acuerdo con la filosofía trascendental, a la ley interior que en
toda conciencia normal impone el imperativo de obrar bien y de juzgar
a

como tal la recta conducta de los demás.152 Por lo tanto, rechaza las referen-
eb

cias a Lutero, a la idolatría y al derrumbe del orden social, causado según


su impugnador, por los artesanos con deseo de robar al prójimo. “¿Qué
u

cree que convendrá que hagamos con toda esa desgraciada parte de la hu-
manidad a la que Dios no concede aún el beneficio del catolicismo?” “¿Qué
pr

debo hacer —pregunta—, cuando veo que se danza y grita en la iglesia;


qué, cuando vea a algún protestante encerrarse con su familia para leer la
1a

Biblia; que, si veo que el rabino abre la sancta-sanctorum en una sinago-


ga, qué cuando vea a algún musulmán hacer sus abluciones, etc.?” Hasta
hoy, dice Ocampo, yo juzgaba que no debía irles a la mano, e impedírselos;
porque debía respetar la conciencia ajena. “Ha cegado a usted la pasión,
señor”, repite.153
Juan Cayetano Gómez de Portugal154 era obispo de Michoacán durante
la primera gubernatura de Ocampo. Dotado de una singular personalidad

150  Idem; t. I, p. 54. Lleva fecha 29-III-51.


151  Obras; t. I, pp. 60 a 79, 80 a 95 y 96 a 118. Se pueden ver también en Monitor; 8 y
9-V-51, 14 y 15-VI-51 y 2 y 3-VII-51, respectivamente.
152  Obras; t. I, pp. 77 y 78.
153  Idem; t. I , pp. 75 y 65.
154 1783-1850.
104  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

y de fuerte carácter, chocó con el gobierno de Gómez Farías en 1833, poco


después de haber sido designado obispo. Dirigió la campaña contra el in-
tento reformista y se opuso abiertamente a la desamortización, por lo cual
fue desterrado. Sin embargo, Santa Anna le levantó el castigo a poco y lo
hizo ministro de justicia y negocios eclesiásticos; pero chocó también con el
dictador por la cuestión del patronato. Escribió una pastoral célebre, “en
defensa de los derechos de la Iglesia”; había sido designado cardenal poco
antes de morir. Como la gran mayoría del clero de su época pretendía que se
subordinara el poder civil, en virtud del origen divino que atribuía a su au-
toridad. Fue un prelado muy popular, que participó en el constituyente de
1823 y en el senado de 1830.
Ocampo dejó transcurrir un mes, antes de enviar su segunda respuesta,

a
en este documento, habiendo sido tratado de “mentiroso”, anuncia que re-

rrú
currirá a un juicio por injurias, en caso de que no se le conteste. Hizo tam-
bién algunas aclaraciones: “arbitrio e intuición de la conciencia” no son
sinónimos; es imposible saber la impresión que sobre la conciencia divina
Po
hacen las circunstancias de una acción, los aranceles han sido sometidos al
gobierno civil, para que se sirviese aprobarlos y mandar que se observasen,
etc. Finalmente, resume en 16 puntos sus principales afirmaciones y con-
a

mina a su contradictor, para que demuestre que había mentido; repite que
eb

escribió contra los abusos y pide que sólo se hablara de aranceles, sin invo-
lucrar otros temas.155
u

La tercera respuesta de don Melchor tuvo por objeto subrayar dos as-
pectos mencionados en su representación inicial; el primero, que el arancel
pr

no se aplicaba tal cual, sino que había sido modificado, por los cambios
ocurridos en más de un siglo, pero que la modificación había sido hecha
1a

arbitrariamente por los párrocos y, ciertamente, no en su perjuicio; por


ejemplo, al considerar como indígenas solamente a los indios que vivían en
comunidades y excluyendo de tal categoría —que debía pagar menos— a
los jornaleros de las haciendas y ranchos. El segundo aspecto de que se
ocupó en este escrito, fue el examen de lo que representaba su deuda perso-
nal para estos jornaleros, una categoría social cada vez más numerosa con
el desarrollo del latifundismo, a lo largo de la colonia y del siglo XIX. Se
comprende que en el período inicial de la colonia, los indios “encomenda-
dos” no podían pagar mucho a los evangelizadores; pero a medida que se
convirtieron en jornaleros de las propiedades privadas de los españoles,
tuvieron que pagar según categorías del arancel más gravosas para ellos.

155  Obras; t. I, pp. 93 a 95.


SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  105

Ocampo incluyó en esta respuesta, como una nota, el artículo que había
publicado en 1844, con el título de “Sobre un error que perjudica a la agri-
cultura y a la moralidad de los trabajadores”. Este extenso artículo, demos-
tró con números que los peones se endeudaban, principalmente al contraer
matrimonio, pero también con motivo de las celebraciones y fiestas, en una
forma que nunca podían saldar, que las deudas se heredaban y constituían
una verdadera servidumbre. Don Melchor analizó los efectos que esta si-
tuación tenía, como vemos con más detalle en otra parte, sobre las relacio-
nes entre los hacendados y rancheros con sus peones y jornaleros, con
graves inconvenientes para ambas partes, pero con daños serios sobre todo
para la parte débil, el indígena asalariado.156
La segunda impugnación la recibió Ocampo fechada 27 de mayo, pero

a
llegó a sus manos hasta mediados de julio; había transcurrido, por lo tanto,

rrú
un mes desde su tercera respuesta y es posible que el michoacano empeza-
ra a pensar, para entonces, si su polémica no habría terminado.157 Firmado
por “el mismo cura de Michoacán”, este documento tiene un carácter com-
Po
pletamente distinto al de la primera impugnación; empieza declarando que
no contesta todavía, por falta de tiempo, a las respuestas segunda y tercera
de Ocampo, y reconoce que en éstas don Melchor aclara algunos puntos de
a

su representación inicial. Se trata de un escrito mucho más elaborado, más


eb

bien hecho y de mayores alcances que la primera impugnación. Ya no es el


párroco provinciano que llama la atención a una de sus ovejas, descarriada
u

por meterse a tratar asuntos peligrosos y ajenos a su competencia; ahora es


el maestro que argumenta para que el público no sufra la desorientación
pr

y el influjo de un punto de vista errado y apartado de la verdad que le fue


enseñada. Ocampo se ha convertido en vocero de los liberales; el “cura de
1a

Michoacán”, su contradictor, es ahora la voz del partido conservador. Esta


segunda impugnación está plagada de citas literarias, escogidas con inge-
nio y acierto, justamente de Voltaire, D’Alembert, Rousseau, Lamennais,
Diderot, Montesquieu, Lamartine, etc.; autores gratos a los liberales, que
cita para hacerles decir lo contrario que Ocampo y, sin duda, para que se

156  El 13 de diciembre de 1851, antes de que Ocampo fuera gobernador la tercera vez,

la legislatura local aprobó una ley para el reparto de las tierras de comunidades. El día de la
toma de posesión se le acercaron algunos indígenas para objetar la disposición; Ocampo
la suspendió de inmediato, diciendo que rehusaba y condenaba que se quisiera civilizar a
los indígenas “oprimiéndoles o robándoles sus antiguas y legítimas propiedades” (véase el
Universal, 16-VIII-1852).
157  La segunda impugnación apareció en el Universal, a partir del 16-IX-1851, en nue-

ve números del periódico.


106  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

vea que también conoce los autores favoritos del michoacano. Con refi-
namiento, recuerda el incidente de la canción de Béranger; hace alguna re-
ferencia a Proudhon —esta última imprecisa—, menciona a Sue y a Dumás;
y concluye recomendando la lectura de Aristóteles, Platón, Bousset, Féne-
lon, Chateaubriand, Balmes, Donoso Cortés y otros autores, aún más gratos
a los hombres de iglesia. Una verdadera pieza literaria, en suma, como se
estilaba entre los eruditos europeizantes de nuestro siglo XIX. Contiene al-
gunos granos de sal, bajo la forma de referencias veladas a las cuestiones
personales de don Melchor, vistas desde ángulos bastante injustos y con-
vencionales.158
El redactor o los redactores de la segunda impugnación no se tomaron
la molestia de disfrazar el cambio de manos; al leerla, podría decirse que

a
casi pasa por alto al primer documento. Es una nueva respuesta a la repre-

rrú
sentación original, hecha con otra técnica y para otros fines; se encuentra
dividida en numerosos capítulos (llega al XXIV) y pretende “ir examinando
los errores e inexactitudes” de aquel documento. Las opiniones humanas
Po
son tan variables y contradictorias, dice la segunda impugnación, que no
es posible sostener que cada quien vea su deber. “¿Quién acierta, usted o
yo?, ¿nosotros o los que opinan contra nosotros? Si somos infalibles en
a

nuestras intuiciones, ¿por qué tanto engaño? Si por nuestras intuiciones


eb

vemos nuestro deber, ¿por qué discrepamos y nos contradecimos en cuanto


a los deberes más principales?” La doctrina de la iglesia es consuelo de los
u

pueblos, freno de las arbitrariedades, luz de la administración pública, base


pr

y garantía de todo orden social. A ella se opone una política que quiere do-
minar sola en la tierra, eliminando a la religión; es la política que demolió
los templos y adoró a la razón “bajo el ídolo de una mujer perdida”; que
1a

estableció las garantías en una guillotina, el orden en la subversión, la


prosperidad en la devastación. Cada quien es libre en sus cosas de concien-
cia, siempre que éstas no trasciendan a la sociedad, “¿o pretende usted
—pregunta a Ocampo— que también los hechos externos han de merecer el
respeto debido a la conciencia?” Esto fuera una indiferencia estólida en
cuanto al bien y al mal. Si so cree que adorar a Dios es una obligación, no
un derecho, que debemos a Dios el culto que su divina majestad prescribe,
no puede dejarse do reconocer lo funesto de aprobar cuanto el hombre repu-
te como actos de su conciencia. “Yo creo que no desconocerá usted —dice a
don Melchor— la necesidad de la religión, ni negará usted a Dios el poder
de prescribirnos un culto y al hombre, la obligación de tributárselo, exclu-

158  Obras; t. I, pp. 119 a 182.


SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  107

yendo todo otro”. Los particulares y los gobiernos no deben perseguir a los
que yerran en asuntos de religión, “mientras de palabra, con hechos o con
escritos no los propaguen”. “No todos los lectores tienen ciencia y juicio
bastantes para librarse del error y de sus consecuencias; la mayor parte
creen sin examen lo que se les enseña. El vulgo no adopta las opiniones
nuevas por convicción, sino por sumisión a la palabra de otro”.159
A partir de este punto, examina las ideas de Ocampo, comparándolas
con las suyas propias y rechazándolas cuando no concuerdan. Las obliga-
ciones son voluntarias, porque no hay coacción civil, ni para el diezmo; lo
cual, en cierta forma, es como si se dijera que los impuestos sobre el tabaco
son voluntarios, pues el que quiere fuma y el que no, no lo hace. La igle-
sia no puede depender del estado; es una, los estados son muchos. La igle-

a
sia administra mejor sus bienes de lo que podría hacerlo el estado; es una

rrú
sociedad que no exige sus impuestos por violencia, que no protege la em-
pleomanía, que no dilapida recursos, que no contrae deudas, que paga con
fidelidad, que sirve al fomento de los giros, que socorre a los pobres y am-
Po
para a los necesitados, fomenta las artes y el ornato de las poblaciones. No
a todos se cobra, sin excepción, las cuotas máximas que fija el arancel; no
en todos los casos se modifica arbitrariamente éste; los sermones panegíri-
a

cos no son lo único que se escucha en los templos; es correcto que se niegue
eb

a los ignorantes de solemnidad el matrimonio; la juventud debe más educa-


ción al clero que al estado; párrocos y feligreses faltan a sus obligaciones;
u

no está mandado que los párrocos asistan de gratis a los entierros de po-
pr

bres; los antiguos indios tenían un tratamiento especial, porque daban ser-
vicios particulares a las parroquias; la ceremonia de velación es una para
varios matrimonios, pero se aplican tantas misas cuantos son éstos; el que
1a

falta a sus obligaciones debe ser castigado, pero no puesto a ración de ham-
bre; el casarse, ni es urgente, ni no previsto, hay tiempo para reunir el fon-
do que ha de sufragar los gastos; la concupiscencia de la carne es la causa
de las malas costumbres; a ello contribuyen los libros y escritos impíos; los
amos impiden que los peones se vayan sin pagarles o garantizarles sus
deudas, pero no que se vayan de la heredad; “contemple usted la iglesia
como institución divina y no como institución humana”; la iglesia y no el
estado debe señalar la clase y cuantía de sus rentas; ¿qué intervención debe
tener en esto el estado? poner la coacción civil; “esta es señor, la doctrina

159  Poco después de publicar la segunda impugnación, el Universal hizo aparecer un

largo editorial, titulado “Los Comunistas”, donde discutió superficialmente las teorías de
Babeuf, Blanc, Cabet, Proudhon, Owen, etcétera.
108  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

filosófica y jurídica, es la reconocida por la iglesia, es la que como católico,


debe usted admitir”.160
La “segunda impugnación” concluye con una larga cita de Lamennais
contra la revolución francesa de 1789, cuyo último párrafo es el siguiente:
“toda filosofía irreligiosa conduce apresuradamente a destruir el orden so-
cial, la felicidad de los pueblos y a los pueblos mismos”.
En su cuarta respuesta, don Melchor insistió en señalar que no conocía,
a ciencia cierta, la identidad de su contradictor y repite varias veces que
dudaba, inclusive, de que fuera sacerdote y no abogado, o “labrador como
él mismo”. Advierte además, la insistencia de su interlocutor en llevar la
discusión fuera de la cuestión de aranceles. Indica también que ha estado
enfermo, lo cual podemos hoy comprobar por las cartas de Manzo, quien,

a
como se sabe, ejercía la medicina. Manzo no parece convencido del origen
infeccioso que Ocampo suponía a sus males, y los atribuye, más bien, al

rrú
abuso de algunos medicamentos y a tratamientos inadecuados que el pro-
pio don Melchor se recetaba.161 Puede conjeturarse que influyó la tensión
Po
nerviosa de la controversia; otro de sus amigos indicó a Ocampo que no
abusara del uso de las sanguijuelas, al cual era afecto según testimonio de
Romero, y que probablemente sólo lo debilitaban. En varias ocasiones, es
a

lo menos que puede decirse, los médicos y amigos registraron en la corres-


eb

pondencia con él, una clara tendencia a rehuir los tratamientos médicos y
sujetarse a experiencias autocontroladas, que es muy dudoso que pudiera
realizar como es debido. Manzo habla de sus “hábitos antihigiénicos” y le
u

dice que, si se pone en sus manos, se compromete a curarlo completa-


pr

mente.162 Por otro lado, la vida del campo y sus costumbres moderadas
favorecían su buena salud, por lo menos así lo expresaron algunos de sus
1a

amigos.163 Algún tiempo después de esta polémica, forzado a vivir en el


extranjero, ocupados sus bienes por Santa Anna, cuando la revolución de
Ayutla Aún era de porvenir totalmente incierto, tuvo varios ataques de con-
gestión, según el juicio de Mata, que era médico también.164 Se dice que

160  Al morir Gómez Podraza, no sólo se le negó sepultura, sino que se objetó la erección

de un monumento en su memoria (Universal, 21-V-1851).


161  INAH; legajo 8, 2a. serie, papeles sueltos. 2-IX-1851 (?). A mediados del siglo pasa-

do eran muy comunes, en Francia, los bárbaros tratamientos a que don Melchor se sujetó,
suponiendo su mal infeccioso. Véase la nota respecto al libro de Barthélemy sobre las enfer-
medades venéreas publicada por Le Constitutionnel; en la época del viaje de Ocampo.
162  Idem; 14-1-56 y 3-II-56.
163  INAH; cartas personales, Villanueva a Ocampo, 30-V-55, doc. 50-V-20-2. Uno de

ellos describió a las hijas de Ocampo como “cedros del Líbano”.


164  INAH; legajo 8, 2a serie, papeles sueltos, 21-IV-1855, doc. 8-4-15, y 3-II-1857,

doc. 8-4-77.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  109

convalecía de una erisipela cuando fue secuestrado por Cajiga; pero, desde
Veracruz, atribuía al clima cálido algunos males de la piel.165 Debe tenerse
en cuenta que en aquella época, sobre todo en las poblaciones, las condicio-
nes higiénicas eran detestables.166
La primera parte de este escrito contiene un resumen —extraído de una
obra más extensa, dice Ocampo— sobre su teoría de que deberes y derechos
son una sola cosa.167 Una relación, dice al respecto, puede verse desde di-
versos ángulos; “adorar a Dios es un derecho, tanto como una obligación
natural”, y quienes impiden a otros cumplir con esa obligación, atacan sus
derechos. Aún la relación misma, dice al “cura de Michoacán”, puede des-
aparecer, como ocurre con los ateos, que no creyendo que haya Dios, “no
creen que haya con él relaciones necesarias”. Encuentra que la definición

a
de intuición que usa su contradictor, es incongruente, y le reprocha que no

rrú
responda al problema práctico de cómo ha de adorar a Dios el creyente.168
A continuación, expresa francamente que los gobiernos civiles no están
instituidos “para hacer que se cumplan los deberes religiosos: su misión es
Po
toda terrestre”.169 Aboga pues, explícita y claramente, por la completa sepa-
ración entre la iglesia y el estado, aparte de otras razones, por ser la única
forma de evitar conflictos, abusos y excesos en el uso del poder público. Sin
a

negar la importancia de la revolución de 1789, subraya que se trata de una


eb

tendencia del derecho mucho más extensa y de mayores alcances que esa
situación histórica particular. Si el estado interviene en la salvación de las
u

almas, por paralelismo la iglesia intervendrá también en lo más importante


de esta vida: “la alta y baja policía”.170 Como le fuera citado el caso de Mun-
pr

guía, cuya conciencia no le había permitido jurar, responde: “Si nuestra


discusión durara siquiera diez años (¡Dios nos los dé de vida!), no desespe-
1a

ro de que usted seguiría progresando hasta el punto de que también confe-


sara, que algunos actos dictados por la conciencia son tan respetables, y

165  Obras; t. II, p. XLIX.


166  No sólo en Veracruz era endémica la fiebre amarilla, sino que en la propia ciudad de
México eran frecuentes las epidemias de cólera y vómito.
167  Original incompleto: INAH, 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-6-8. Obras; t. I, pp. 187

a 189.
168  Obras; t. I, p. 194. La cuarta respuesta apareció en el Monitor, 14-IX, 15-IX, 16-IX y

18-IX-1851.
169  Obras; t. I, p. 195.
170  En cuanto pasaron las bulas de Munguía, apareció un periódico en Morelia, El Re-

generador, que tomó parte muy activa para dirigir la revolución santanista en Michoacán.
Sobre la participación del obispo en la entrada del gobernador Ugarte, véase El siglo XIX,
1o.-III-1853.
110  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

aún respetados, como el juicio interno de ella”. Mencionó Ocampo, a este


respecto, que el tono do farsa dado a las “impugnaciones”, infundió temo-
res por su vida a personas amigas suyas. El hecho es que, efectivamente,
murió don Melchor cuando estaban por cumplirse los diez años que pedía
para realizar su tarea histórica, y justamente a manos de las principales
cabezas del partido conservador, en medio de una vasta maniobra nacional
para amedrentar al grupo liberal.171
Ocampo señalaba, desde luego, que no pudiendo los hombres abstener-
se de nacer, casarse y morir, era irrisorio decir que las obvenciones eran
voluntarias. Muy niño debía ser su contradictor —razona—, si nunca había
visto emplear la coacción para exigir su pago; y señala que las coacciones
morales son tan efectivas como las simplemente físicas. “Si obedeces la ley,

a
provecho te haga; pero si no, ya te tengo para esta vida la cárcel, y para la

rrú
otra el infierno”.172
En aquella época, don Melchor pensaba que una solución al problema
de la iglesia y el estado en México, podría ser parecida a la incluida en el
Po
concordato celebrado por España, en esos días, por virtud del cual se seña-
laría sueldo al clero; pero insistió en loa graves inconvenientes de una si-
tuación semejante. Menciona en particular, sin entrar en detalles, algunas
a

irregularidades recientes, de las quo había hablado la prensa, en la admi-


eb

nistración de los bienes eclesiásticos. Insistió también en rechazar la falsa


generalización de sus afirmaciones, a todas partes y a todas las situacio-
u

nes, cuando él sólo había hablado do quo se daban casos de irregularida-


des. Y precisa que consideraba muy deficiente la instrucción religiosa, en
pr

las condiciones creadas, pero que no había sostenido que fuera esa la única
causa de los males sociales del país.173
1a

Sobre la situación de los peones de las haciendas, don Melchor volvió a


señalar en este documento que no “se les llamaba herencia ni efectos ven-
dibles”, pero que de hecho constaban en los inventarios y se pagaba su
deuda como precio, en las operaciones de compraventa. Por su parte, él ha-
bía perdonado cuatro veces la deuda a todos sus peones y se jactaba de
haber dulcificado las costumbres existentes. En cuanto al carácter de las
obvenciones, citó Ocampo opiniones de teólogos respetados, en el sentido
de que constituyen honorarios y no limosnas. Rechazó, en cambio, la idea

171  Véase en el Monitor de 30-X-1851, el anónimo con la amenaza de que “si por des-

gracia fuere usted gobernador, esté entendido de que muy poco ha de durar su vida, porque
más de cuatro puñales están prevenidos para asesinarlo…”.
172  Obras; t. I, p. 207.
173  Idem; p. 224.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  111

de que los obispos y arzobispos fueran soberanos, que serían en verdad so-
beranías simultáneas y por ello contradictorias.174
“Un poco más de encono y descomedimiento, un poco más de estudio y
erudición, un poco menos de razón fría y método; pero las mismas injurias,
los mismos extravíos…los mismos descuidos”. Tenía razón en rechazar
Ocampo que su polémica se quedara en ese terreno de áspera y amenazado-
ra reprimenda, con el que se había iniciado. La mano que ayudó a elevar en
algunas partes el tono y la forma de la segunda impugnación, volvió a in-
tervenir de nuevo. De suerte que al recibir la tercera impugnación, Ocampo
mismo advirtió un estilo y una actitud que llamó “comedidos y atentos”.
¿Qué había sucedido? Fracasado el intento de amedrentarlo, derrotada la
pretensión de someterlo como un escolar indisciplinado, se había llegado al

a
tema real de la discusión. De ninguna manera, porque se hubieran refutado
cuestiones dogmáticas o doctrinarias, ni siquiera se habían debatido, en

rrú
una forma ordenada y sistemática, doctrinas de derecho, alternativas jurí-
dicas o cuestiones de principio formales; tampoco los datos estadísticos se
Po
habían precisado o las referencias históricas concretado y analizado a fon-
do. Pero ni llegar la tercera impugnación, Ocampo había conquistado el de-
recho de ser tratado con razones y no con dicterios, de escuchar argumentos
a

y no regaños; desde un punto de vista puramente dialéctico, no era una


eb

victoria despreciable. Sin embargo, los antecedentes de Ocampo nos autori-


zan a pensar que no había aceptado la discusión con un propósito digamos
deportivo, con pretensiones de polemista que goza y da valor al conflicto
u

verbal, por sí mismo. Ya en esos momentos, don Melchor era un hombre


pr

público que hacía frente a la responsabilidad de definir el porvenir de su


país y el rumbo que tomarían sus destinos inmediatos.
1a

México se ahogaba, se asfixiaba en una camisa de fuerza que le impe-


día ejercer sus funciones vitales; esa camisa de fuerza era la subsistencia
de la sociedad colonial, formidable obstáculo para el desarrollo económico
que traerían los ferrocarriles, las obras de comunicación, de riego, los puer-
tos, el crecimiento de la población y la modernización de las ciudades. Has-
ta aquí, Ocampo había alimentado cierta esperanza, o simplemente no
había podido despejar la incertidumbre, respecto a la posibilidad de hacer
cambios pacíficos, de que los intereses dominantes aceptaran, así fuera a
regañadientes, introducir gradualmente las modificaciones de la estructura
nacional necesarias para superar el punto muerto, para que el país no vi-
viera completando el presupuesto con las indemnizaciones americanas a
cambio de territorio.

174  Idem; pp. 281 y 282.


112  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

La tercera impugnación trajo a don Melchor el convencimiento de que


esa posibilidad, o esas esperanzas, carecían de base social y política. La
sociedad colonial no moriría sin hacer antes correr ríos de sangre. Esta cer-
tidumbre causó a Ocampo un impacto extraordinario; podría decirse que
vio, anticipadamente, todo el esfuerzo y la violencia, los crímenes y los
abusos, las tragedias y la destrucción, que esperaban a México en las dos
décadas siguientes. En un hombre de su temperamento —para quien, como
él decía de sí mismo, las amenazas y los castigos usualmente producen la
reafirmación de los propósitos y del empeño en realizarlos—, tal impresión
no era producto del miedo o de la preocupación.
Pero Ocampo tampoco era un inconsciente, que no midiera la profundi-
dad del conflicto que se avecinaba, o no se diera cuenta del costo que la

a
nación habría de pagar en esa próxima etapa de su devenir.
El propio autor de la tercera impugnación define el asunto de ésta del

rrú
siguiente modo: “La cuestión sobre competencia de la H. legislatura, para
reformar el arancel de obvenciones parroquiales”. Así como la primera fue
Po
una reprimenda del sacerdote al fiel, y como la segunda fue un panfleto de
propaganda, que iba dirigido tanto al público como al contradictor, la ter-
cera resulta pues un resumen de la actitud eclesiástica ante la posibilidad
a

de que las autoridades civiles llevaran a cabo la propuesta reforma del


eb

arancel.175
“Trátase de usurpar a la iglesia su soberanía, de secularizar la sociedad
religiosa —dice el documento—, de sobreponer el poder civil a la jurisdic-
u

ción divina de los obispos Si la reforma se hiciera por la autoridad eclesiás-


pr

tica, y en fuerza de razones poderosas, yo me sometiera gustoso. Pero


tratándose de que el César gobierna la iglesia, mi religión y los deberes de
1a

mi estado requieren combatir esa pretensión atentatoria”. “Toda sociedad


tiene un gobierno esencial agrega más adelante—, que cuida de la conser-
vación de ella y de que camino hacia su verdadero fin. A este gobierno com-
pete el uso de los medios necesarios para su conservación; y como en la
sociedad católica las obvenciones parroquiales son uno de esos medios, al
gobierno de la iglesia corresponde hacer uso de ellos, determinando su du-
ración y suficiencia…luego al gobierno eclesiástico corresponde dictar el
arancel de obvenciones parroquiales. Y como en buena jurisprudencia la
derogación o reforma de una ley corresponde al que la dio, también se infie-
re que al poder eclesiástico, ejercido por los obispos, corresponde la deroga-
ción o reforma del arancel…176

175  Apareció en El Universal, 7-X-51 al 12-X-51.


176  Obras; t. I, pp. 240 a 247.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  113

La constitución de Michoacán decía, en aquel entonces, que el estado


protegería el catolicismo; pero también decía que el congreso, previo Infor-
mo del gobierno, aprobaría los aranceles de cualquier clase. “A mi Juicio
—explicaba el “cura de Michoacán”—, aquí se trata de aranceles de cual-
quier especie, que versen sobre materia civil…para todo aquello que está
sujeto a la potestad civil. Los aranceles parroquiales no lo están…” “El
artículo 5o. de la constitución (local) declaró que la reunión del estado ha
de ser perpetuamente la católica, apostólica, romana…todo funcionario,
ciudadano y habitante de Michoacán debe pensar, hablar y obrar en lo
externo como cristiano católico, apostólico, romano. De suerte que no se
puede atacar ni el dogma, ni la moral, ni la disciplina de la iglesia, sin co-
meter un crimen contra el estado…(por ello), debe concluirse que (esa)

a
fracción no habla de los aranceles parroquiales.177

rrú
Por una interpretación muy particular de una ley dada por el congreso
en 1824, la tercera impugnación sostuvo también que las legislaturas lo-
cales tenían prohibido ocuparse de los asuntos de rentas eclesiásticas
Po
cuando, en realidad, lo único que estipulaba esa disposición era que las
resoluciones de las legislaturas, cuando el clero no estuviera de acuerdo,
deberían someterse al congreso general. Y también por una singular inter-
a

pretación del régimen jurídico de facultades expresas, aceptado en el acta


eb

de reformas de 1847, concluía que el congreso general no estaba autori-


zado para reformar los aranceles. “Nada consigue usted con defender que
u

obvención y contribución es una misma cosa” —dice a don Melchor—; los


obispos son soberanos de su diócesis, y por ello pueden imponer contribu-
pr

ciones, según el carácter de la sociedad por ellos gobernada. Se rehusa tam-


bién a tomar en cuenta que, durante la colonia, los obispos presentaban a
1a

la audiencia el arancel para su aprobación. “Un ejemplo es un hecho; y un


hecho no produce derecho”.178
Cuando aquel arancel se formó, sigue diciendo la tercera impugnación,
los reyes de España ejercían el patronato en la iglesia mexicana, por haber
edificado y dotado las iglesias y monasterios. La audiencia aprobó ese
arancel; pero se puede aprobar de igual a igual; la audiencia dio su aproba-
ción para que el arancel tuviere carácter de ley civil, para que con acción
civil se pudiese demandar por él ante los tribunales y exigir las cuotas fija-
das en él con coacción física.

177  Véase, a este respecto, El Universal, 1o.-III-52. Obras; t. I, pp. 249 a 251.
178  En su pastoral del 24-II-1852, el obispo de Morelia dijo que se habían manifestado
en su favor los gobernadores de Guanajuato, Michoacán, San Luis y Guerrero, así como las
legislaturas locales de Guanajuato y San Luis.
114  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Como conclusión, termina así el argumento de la tercera impugnación:


“la H. legislatura tendrá sin duda bastante juicio, moralidad y circunspec-
ción para no redactar en dos horas un decreto absurdo, anticatólico, anti-
constitucional, impolítico y que atrajera sobre los señores diputados el
tremendo anatema de la iglesia…Recuerde usted cómo siempre que un po-
der ha traspasado sus límites, ha sido para su destrucción…que por ley
constante de la naturaleza, siempre que el poder obra contra la sociedad, la
sociedad hace reacción irresistible contra el poder”. “Que se tenga entendi-
do cómo el favorecer esa reforma ilegal, se castiga en la iglesia con la pena
de perder todo bien espiritual, de ser excluido del seno de la sociedad cató-
lica”, y transcribe al respecto un decreto del concilio de Trento.179
Cuando Ocampo conoció este documento, según explicó más tarde, su

a
primera reacción fue que ni siquiera respondería. Después pensó que tal

rrú
cosa sería interpretada, fatalmente, como una “deserción” del campo de la
discusión y elaboró una quinta respuesta, que publicó en dos partes, fecha-
das respectivamente los días 20 de octubre y 15 de noviembre.180 La polémi-
Po
ca, pues, tuvo una duración de poco más de 8 meses.
“El arancel sobre el que discutimos —dice en su quinta respuesta, pri-
mera parte—, es una contribución, no oblación u oferta voluntaria…es ley
a

civil, el pago de sus cuotas no es voluntario, el fin de los servicios que con
eb

ellas se remuneran es en su mayor parte civil…Bautismos, casamientos y


entierros es la parte más considerable del arancel. En todos se lleva el re-
u

gistro civil por el cual se establece el estado de las personas, se arregla la


distribución de la propiedad por sucesión o abintestato, se conceden pen-
pr

siones y montepíos, se distribuyen los bienes matrimoniales, etc. Rara es la


aplicación que la iglesia tiene que hacer de estos registros, si se compara
1a

con las muy numerosas que hace de ellos la sociedad. Si ésta abriese su re-
gistro civil…podía muy bien cobrar el obispo lo que más prudente le parecie-
se; pero dudo que pudiera excusarse entonces el reproche de simonía…“181
Por otra parte, Ocampo indicó en ese documento que las obvenciones obli-
gaban a todos, aunque no formaran parte del clero o ni siquiera fueran
cristianos, porque emanaban del poder civil. Adujo varios ejemplos históri-
cos para poner en evidencia que los aranceles parroquiales se mandaron
formar por los reyes españoles, que prometían la cooperación del “brazo del
siglo” para cobrar las cuotas respectivas. Así mismo, indicó que a su juicio

179  Obras; t. I, pp. 273 a 278.


180  Idem; pp. 279 a 337 y 338 a 360. Aparecieron en el Monitor, 8 al 12-I-1851 y 22 al
25-I-51.
181  Obras, t. I, p. 285.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  115

la legislatura de Michoacán era el patrono natural de la misma diócesis en


el territorio que comprendía ese estado. “La sociedad novohispana —expli-
có— no ha dejado de existir por haber cambiado su nombre y organización
política…muchas de sus obligaciones y derechos son unos mismos, aun-
que hoy se llame a todo esto mexicano. Suyo es igualmente el patronato,
porque no se le ha quitado el título ni la realidad de haber dotado y funda-
do el culto”.182 “Cuando la República Mexicana no tuviese más título que el
de ser dueño de los terrenos en que están edificadas sus iglesias, bastábale
éste, para ser verdadero patrono”.
En 1851, no obstante, Ocampo no era partidario todavía de una com-
pleta separación entre el estado y la iglesia. No creía el reformador que pu-
diera conservarse así la religión, que le parecía necesaria para la moralidad

a
pública. “Los que, al mismo tiempo que deseamos la corrección de los abu-

rrú
sos, aspiramos a la conservación de la religión, no podríamos consentir
—dijo en su quinta respuesta—, ni menos aún podríamos proponer, que
hoy se dotasen el culto y sus ministros por solas las dichas oblaciones”.183
Po
“Desengáñese usted, pues, señor cura de Michoacán, o quien usted sea…
crea que no bastarían las excomuniones, ni aún los entredichos, para ase-
gurar el pago de los aranceles, si consentida la quimérica soberanía de los
a

obispos, diesen estos aranceles como leyes eclesiásticas…” Mediante algu-


eb

nas citas históricas, don Melchor bosquejó la evolución del papel desempe-
ñado por los obispos, y llega a la conclusión de que “volver de derecho
u

divino los aranceles parroquiales” sería regresar “a los dichosos tiempos…


de la edad media”.184
pr

La primera parte del último documento publicado por Ocampo con mo-
tivo de esta polémica, nos muestra a don Melchor ya de salida de la discu-
1a

sión, con buen humor, mucho dominio de sí mismo y perfecta conciencia da


lo que ha obtenido en el curso del año, razonando públicamente contra un
vocero conservador. Cuidadosamente, va recogiendo una por una las frases
hirientes con que su interlocutor quiso punzarlo y las analiza, les da vuel-
tas, y las muestra vacías, apoyadas sólo por suposiciones infundadas a su
vez. Es quizá la parte más estrictamente polémica de su controversia; refle-
ja una mejoría de la salud física del michoacano y la resolución de algunos
de sus problemas económicos. Es la época en que vende Pateo, en condicio-
nes difíciles, que ocasionaron fuertes conflictos entre el arrendatario Echaiz
y el comprador de la finca, ya que el contrato de arrendamiento daba a

182  Idem; p. 302.


183  Obras; t. I, p. 317.
184  Idem; p. 336.
116  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Echaiz derecho a usar los recursos de Pateo en beneficio de Apeo, su propia


finca vecina.185
“He procurado —concluye Ocampo—, del mejor modo que ha estado a
mi alcance, presentar las razones que he tenido (a lo menos la parte de
ellas que por ahora creí que bastaba) para haber pedido al H. C. de Mi-
choacán que reforme los aranceles de obvenciones parroquiales. Yo no he
pretendido que se haga sin consultar al gobierno diocesano…” A continua-
ción explica que la legislatura acordó dirigirse al vicario capitular, en de-
manda de informes sobre la cuestión, sin obtener hasta entonces respuesta.
Indica que decidió poner fin a la polémica, en vista de la “inflexible resis-
tencia” que su iniciativa había encontrado por parte del clero. “En la situa-
ción actual de México, dar yo pretexto para que volvamos a las vías de

a
hechos, no es cosa que se aviene con mis deseos —dice— de no empeorar,

rrú
ya que remediar no pude, esa situación”. Y como comentario final, rechaza
los cargos de precipitado y ligero: “¡Eso sí que no señor cura! Diga usted
que nada he aprendido y lo confieso; pero que no he estudiado, eso sí que
Po
no. He pasado sobre los libros una buena parte de mi vida”. “No medito
para escribir, es cierto, pero en cambio procuro no escribir sino sobre lo que
tengo meditado. Una vez que sobre esto tomo la pluma, la dejo ir; reconozco
a

los inconvenientes de este desorden, pero me siento incapaz de remediarlo.


eb

Volver a leer, rehacer el borrador, etc., son para mí, cosas insufribles”. Y
puso punto final con este párrafo: “No tratándose en todo este negocio ni
u

de usurpar sus bienes a la iglesia ni de invadir sus derechos, pues ninguno


tiene para imponer contribuciones, es un simple extravío de celo o un mali-
pr

cioso intento de aterrorizar el haber citado la excomunión con que usted


concluye”.186
1a

“Me quebró, pero no me dobló”

En el opúsculo que publicó Ocampo sobre su participación en el gobier-


no de Juan Álvarez, hizo algunas consideraciones que conviene repetir, so-
bre su posición política dentro del grupo liberal. “Nunca tuvo ocasión ni
voluntad —dijo en ese escrito— de meditar ni estudiar los puntos de dife-
rencia entre puros y moderados. Había sí, creído distinguir, aunque de un
modo vago, que aquellos eran, si más activos y más impacientes, más

185  INAH; cartas personales. Serrano a Ocampo, 17-IX-51 y 26-IX-51.


186  Obras; t. I, pp. 356 a 360. Un mes más tarde de ser publicadas en el Monitor estas
frases, la legislatura local designó a Ocampo gobernador.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  117

cándidos y más atolondrados, mientras que los otros eran, si más cuerdos y
más mañosos, más negligentes y tímidos. Mis amistades políticas, sin em-
bargo, habían sido siempre las de los llamados moderados, y mi conducta
pública y privada, sin habérmelos propuesto nunca por modelo, más pareci-
da a la de éstos”.187
Las circunstancias que rodearon la salida del presidente Arista del po-
der y el regreso de Santa Anna a ejercer su undécima y última presidencia,
sin embargo de que corresponden al período de la actuación do Ocampo
que precedió en dos años a esta descripción, lo alejaban ya rápidamente de
los moderados. Don Melchor no tenía una verdadera vinculación política
con Arista, militar profesional desde los últimos años de la colonia españo-
la y, aunque hombre honesto y respetable, totalmente opuesto al michoa-

a
cano en temperamento, concepción de la vida pública, preocupaciones

rrú
intelectuales, personalidad y carácter. Habían sido compañeros en el gabi-
nete de Herrera, cuando don Melchor desempeñó la cartera de hacienda y
Arista la de guerra;188 pero a Ocampo tenían que repugnarle algunos aspec-
Po
tos de la actuación del General) quien mostraba una tendencia napoleónica
a dar impulso a una incipiente policía política y atendía a sus espías perso-
nalmente, aun en momentos en que ocupaba la presidencia.189 Además,
a

Arista tuvo algunos problemas con la prensa, desde luego que sin llegar a
eb

los extremos lastimosos en que caía Santa Anna, cuando gobernaba para los
conservadores.190
u

El mismo Ocampo relató sucintamente una parte de los hechos: “Cuan-


do se trataba de elegir presidente al señor Arista, me opuse cuanto pude a
pr

su nombramiento, especialmente ante el señor Pedraza, a quien pronosti-


qué que si Arista era electo, volvíamos a las vías de hecho: puede atesti-
1a

guarlo el señor Haro y Tamariz…quien accidentalmente entró a visitar al


señor Pedraza, pocos momentos después de que lo había dejado…De esa
administración hice yo parte en el senado y en el gobierno de Michoacán,
también por compromiso que no es del caso explicar…”.191

187  Obras; t. II, pp. 83 y 84.


188  La prensa dijo que Arista había tratado de influir sobre Ocampo, en esa ocasión
para que no se retirara del gabinete. Véase Monitor, 12-V-1850.
189  México a través de los siglos; t. IV, p. 779.
190  El decreto de Aguirre sobre la prensa, que sólo duró dos semanas en vigor, más

que nada fue un error táctico, pues la administración tenía a la opinión en contra y se en-
frentaba a un congreso hostil. Sin embargo, las provocaciones de algunos periódicos eran
evidentes.
191  Obras; t. II, p. 105.
118  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

En realidad, como hemos señalado en otra parte, la administración de


Arista tuvo tres etapas. Por breve tiempo, se llegó a pensar que sería una
administración progresista, que gobernaría con un gabinete de radicales,
pero durante más de un año, gobernó en realidad con un gabinete domina-
do por José Fernando Ramírez, quien se retiró a causa de los problemas
financieros, la falta de apoyo del congreso y las constantes rebeliones, a
principios de septiembre de 52. El presidente Arista, según ya se dijo, inten-
tó apoyarse en los liberales “puros” y llamó a colaborar a Ponciano Arriaga
y a Guillermo Prieto.192 En esta época Ocampo ocupó de nuevo la guberna-
tura de su estado, que desempeñó del 14 de junio de 52 al 24 de enero de
53.193 La rebelión de Blancarte contra el gobernador López Portillo se inició
el 26 de julio de suerte que Ocampo se encontró en una situación anormal e

a
inestable durante casi toda su tercera gubernatura, que apenas duró siete

rrú
meses.194
Para nadie era un secreto, en aquellos días, el carácter santanista y
conservador del movimiento que se iniciaba contra Arista. No obstante,
Po
muchos liberales participaron en los hechos que produjeron la renuncia de
Arista, haciendo el juego de Santa Anna, consciente o inconscientemen-
te.195 Ocampo se oponía a otro golpe militar, y más por ello que por otra
a

cosa, se empeñó en apoyar a Arista. “Apoyé al señor Arista —dice en el


eb

mismo escrito citado más arriba—cuanto me fue posible, por el mismo te-
mor de que, de lo contrario, volveríamos a las vías de hecho. Quién acertó y
u

quién erró entre los que combatían y defendíamos tal administración, nos
pr

lo ha dicho ya una triste experiencia”.196


Cuando Arista se retiró y Ceballos fue designado presidente interino,
1a

por su cargo de presidente de la suprema corte, trató este último do satisfa-


cer a los pronunciados del plan del Hospicio, disolviendo el congreso y ofre-

192  Sobre el carácter vacilante de la política de Arista, véase: El Universal, 8-IX-1852.

Se llegó a decir que el propio gobierno central inició la revolución de Jalisco, para contener
las críticas que el gobernador López Portillo le hacía.
193  El congreso local lo designó desde el 27 de febrero, pero Ocampo no acudió a tomar

posesión hasta junio. Véase el Monitor, 13-III-1852, 19-VI-1852 y 27-VI-52.


194 El Monitor, 18-III-1852. El gobernador de Jalisco duró en el poder aproximadamente

el mismo tiempo. Sobre la sustitución de Ocampo, puede verse el acuerdo de la legislatura


en el Monitor, 28-1V-62.
195 Véase el capítulo No hay nación sin rentas.
196  Obras; t. II, p. 106. Otra carta anterior de Ceballos que trataba de apartar a Ocampo

de Arista se encuentra en: INAH; cartas personales, doc. 50-C-36-7. Ocampo define su acti-
tud en el documento 50-0-3-13.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  119

ciéndoles que no serían castigados.197 Ocampo se opuso categóricamente a


esta política que desde entonces llamaba “de transacciones”. “El señor Ce-
ballos —escribió Ocampo— tuvo la bondad, en la misma tarde del día de su
elección, de escribirme una carta, en la que me recomendaba que avisáse-
mos el señor Zincúnegui (comandante general de Michoacán) y yo a los
pronunciados, que bien podían volverse pacíficamente a sus casas sin te-
mor de que se les persiguiese, porque, agregaba, que la revolución no debía
terminarse con las armas. Lo contesté que yo no veía, como S.E., ni creía
que los pronunciados so fuesen a sus casas: que puesto que la revolución
no había de castigarse, yo no era el hombre a propósito para el caso, por-
que no había de transigir con ella: que mi carácter era tal, que prefería que-
brarme a doblarme, y que, en consecuencia, iba a dejar inmediatamente el

a
gobierno. La otra parte beligerante transigió, y ya vimos todo lo quo la Re-

rrú
pública adelantó y ganó en el camino de las transacciones”.198 Aunque ha-
bía nacido en Durango, Juan Bautista Ceballos199 vivió desde niño en
Morelia. Fue diputado al congreso constituyente de 1842 y secretario de
Po
gobierno durante la primera gestión de Ocampo en el estado (1846-1848).
De nuevo fue diputado en 1847; electo presidente de la suprema corte de
justicia en mayo de 1852, sucedió a Arista al renunciar éste en enero si-
a

guiente. Durante los breves días do su gobierno autorizó el contrato Sloo


eb

para la construcción de un camino en el istmo de Tehuantepec, por una


compañía mixta, con objeto de evitar que se utilizara la concesión de Garay
u

(5-II-1853). Tres días después, los militares santanistas le quitaron el po-


der; había debilitado su posición legal al disolver las cámaras —a pesar de
pr

que éstas le dieron facultades extraordinarias— en un acto torpe y arbitra-


rio quo Ocampo se negó a secundar. Formó su gobierno con liberales mode-
1a

rados, santanistas y agentes conservadores, alejando a los liberales “puros”


que había llamado Arista en sus últimos meses. Regresó a la suprema cor-
te; pero fue destituido por Santa Anna, por haberle negado a aceptar la
orden de Guadalupe. Se exilió a Nueva Orleáns donde se encontró con
Ocampo; poco después se marchó a Europa, Fue diputado constituyente en
1856-57 y regresó a Europa; murió en París en 1859. Muy amigo de Otero,
Ocampo y Santos Degollado, se le tenía por hombre bilioso que perdía la
cabeza en las situaciones difíciles y no toleraba oposición a sus medidas,
en general bien intencionadas. Sin duda alguna, no entendió la situación

197  La revolución, 15-I-53; desde enero había salido el coronel Manuel Escobar a prepa-

rar el regreso de Santa Anna, La Revolución, 12-III-53.


198  Obras; t. II, p. 107.
199 1811-1859.
120  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

política en que le tocó ser presidente, que no era ya sino un preámbulo a la


dictadura de Santa Anna.
Es cierto que la falta de cooperación del congreso determinó en gran
parte la caída de Arista; pero cuando éste se retiró, en enero de 1853, la re-
volución era incontenible y dominaba una gran parte de la República. No
sólo era la capital y el estado de Jalisco; Tampico, Durango, Mazatlán, algu-
nos pueblos de Michoacán, Guanajuato, varias poblaciones de Hidalgo y
Veracruz estaban en poder de partidarios del plan del Hospicio. Según ya
explicamos, durante la administración de Arista el ejército había sido redu-
cido a menos de 15 mil hombres, en un esfuerzo por hacer economías y
alejar el peligro de un pronunciamiento.200
Las guarniciones de México y Puebla apoyaban decididamente a Arista,

a
a quien la oposición conservadora pensó primero aprovechar empujándolo

rrú
a la instalación de una dictadura, que el viejo militar no quiso establecer.
En los discursos que pronunció ante el congreso, Arista no ofrecía sin em-
bargo, ninguna perspectiva. “El caos de que habla la Biblia, escribió Olava-
Po
rría sobre este período, fue una futileza comparado con el de la política de
México en 1852”.201
En realidad, el dilema que el gobierno de Arista no pudo resolver fue
a

afrontar la decisión de iniciar las reformas que en esa década se realizarían


eb

en el país, lo cual habría ahorrado a éste, quizá, la guerra de tres años. Al


tomar el poder, no quiso gobernar con los liberales “puros” ni promover
u

cambios de ninguna especie. “En el congreso, escribió el historiador citado,


el partido conservador tenía una representación numerosa que con suma
pr

eficacia apoyaba la revolución (contra Arista), estorbando el despacho de


toda iniciativa del gobierno, para presentarle débil y sin prestigio u obligar-
1a

le a dar un golpe de estado…”.202 El Presidente y sus ministros comparecían


ante el congreso con sólo verdaderas lamentaciones, pero no se atrevían a
proponen- cambios de fondo. “El gobierno —decía Arista el 24 de mayo de
1851, ante el congreso— no ha pedido facultades de ninguna clase”.203 Un
año más tarde, Ramírez enviaba una nota cuando se suspendían de nuevo
las sesiones sin tomar disposición alguna, en la que indicaba: “Hoy, en los
momentos mismos en que van a cerrarse las sesiones (el gobierno) excita
de nuevo a las augustas cámaras para que recuerden una resolución cual-
quiera que (lo) salve de la difícil posición en que va a encontrarse, sin

200  Véase el capítulo No hay nación sin rentas.


201  México a través de los siglos; t. IV, p. 775.
202  Idem; p. 776.
203  Idem; p. 755.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  121

facultades ni recursos…”.204 Y en enero de 53, al retirarse del poder, mani-


festaba a las propias cámaras: “Al tomar una resolución de carácter tan
extremo, no cedo ni las emergencias que amenazan al gobierno y a las
instituciones, ni a los peligros que presentan, ni menos a sentimientos de
que, por favor divino, siempre me he encontrado libre; cedo, si, a la falta
total de medios pura dominarlas, y cedo, sobre todo, ante la imposibilidad
legal de adquirirlos”.205 El propio Guillermo Prieto, ya en la última fase de
ese gobierno, cuando Arista había llamado en su auxilio, demasiado tarde
y sin programa a los liberales, expresaba ante los diputados que, en caso
de que se concedieran a Arista facultades extraordinarias, “no haría cam-
bios en el arancel, ni alzaría las prohibiciones, ni contraería préstamos
forzosos, ni ocuparía los bienes eclesiásticos, limitándose a aumentar las

a
contribuciones”.206

rrú
No faltaron a Arista, sin embargo, quienes le señalaron caminos y posi-
bles soluciones para la crisis financiera. Sólo que para tomarlos, era nece-
sario dar pasos que tocaban, así fuera ligeramente, intereses Intocables.
Po
Desde abril de 1851, el ministro interino de hacienda, asesorado por Miguel
Lerdo, como ya explicamos, había propuesto una autorización para pedir
un préstamo de 5 y medio millones de pesos, con hipoteca de rentas de la
a

federación o de bienes del clero, “si este daba su consentimiento”, modifi-


eb

car impuestos, cerrar puertos, cambiar aranceles, cerrar oficinas y despedir


empleados. El plan fracasó rotundamente en el congreso, donde el gobierno
u

lo presentó en forma tímida y vacilante.207 Entonces, Arista, “justificando


las dudas que desde el primer instante se tuvieron de él, en vez de arrostrar
pr

resuelto la tormenta y llamar a su lado a los puros —dice Olavarría— prefi-


rió inclinarse a la opuesta banda” y llevó a la secretaría de hacienda a un
1a

conservador desacreditado, “quien le pagó como dicen que paga el diablo a


quien le sirve, aumentando sus disgustos y orillándole a su pedición”.208
Honra en cambio, a la administración de Arista, el haberse negado a
dar un golpe de estado que todavía el 5 de enero de 1853 era perfectamente
viable, según Olavarría. El congreso estaba bastante desprestigiado, por la
manía que tenían los congresistas de pronunciar discursos; aunque es ver-
dad que a Ceballos le concedieron facultades extraordinarias en cuanto lo

204  Idem; p. 775.


205  El Siglo XIX; 9-I-1853.
206  México a través de los siglos, t. IV, p. 789.
207  El Universal; 11-IV-1851. En realidad, estaba previsto expresamente contar con el

asentimiento eclesiástico.
208  México a través de los siglos; t. IV, p. 756.
122  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

pidió. Santa Anna resolvió situaciones como ésta con las cámaras, en poco
tiempo y con menos dificultades; pero ni Arista ni José Fernando Ramírez
fueron en 1852, ante el nuevo país que estaba surgiendo, capaces de come-
ter un atropello. Abstenerse de usar la fuerza fue difícil para Arista, que en
alguna ocasión lo había hecho y era soldado.
Estos simples y breves trazos sitúan históricamente la tercera gestión
de Ocampo en la gubernatura de su estado. Para entonces, la hostilidad que
había creado la polémica sobre observaciones parroquiales era ya muy con-
siderable. A fines de octubre de 1851, según ya señalamos, la prensa publi-
có un anónimo que decía así al michoacano. “Es usted un pícaro, impío,
inmoral, que quiere entrometerse en asuntos que nada le importan, como
verbi gratia en los de obvenciones y derechos parroquiales; pero si por des-
gracia del estado fuese usted gobernador, esté usted entendido que muy

a
poco ha de durar su vida…”.209 Ocampo tomó posesión el 14 de junio del 52,

rrú
cinco semanas después estalló la rebelión contra López Portillo y el 9 de
septiembre se extendió a Michoacán con el levantamiento de Cosío Baha-
Po
monde en La Piedad. Desde el primer momento, don Melchor fue partidario
de no transigir con la rebelión conservadora y santanista, cuyo programa
había sido anticipado con bastante claridad, por la sublevación ocurrida en
a

Guanajuato en julio de 1851, que puede ser resumido en estos dos puntos,
sobre los cuales giró la situación nacional hasta el triunfo de la reforma.
eb

a) Dictadura militar, con Santa Anna, Bravo u otro general.


b) Seguirán “como hasta aquí los bienes del clero secular y regular de la
u

República”.210
pr

A fines de octubre de 52, poco después de la proclamación del plan del


Hospicio, Ocampo dirigió un manifiesto a los habitantes de su estado, en
1a

donde rechazó la sublevación y defendió la moralidad y orden que Arista


había pretendido lograr durante su administración. “Echad la vista sobre
los hombres que acaudillan la revolución —les decía—, ya que no podéis
extenderla sobre los viles y cobardes que en las tinieblas la protegen y que
serán, si ella triunfara, los que recogerían los frutos…Soldados infamados
en nuestra guerra nacional, aspirantes que desean ser algo, astutas rapo-
sas que buscan lobo que les cace la presa, gente perdida que no tiene ocu-
pación honesta o personas irreflexivas que sin sano criterio son el maniquí
de bastardos intereses: he aquí a los reformadores de México”.211

209 El Ómnibus dijo que la revolución de Michoacán era “el resultado natural y legítimo

del Tata Dios de Béranger”; El Universal, 21-XI-1852.


210  México a través de los siglos; t. IV, pp. 757 y 758.
211  Obras; t. II, pp. 2 y 3. Véase también la carta de Ocampo al gobernador nombrado por

los pronunciados, en El Universal, 16-XI-52; así como el discurso de don Melchor dirigido a la
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  123

Pero consciente del origen profundo de la inquietud que sacudía al país


y de la causa de la debilidad del gobierno añadió: “La revolución pide refor-
mas: esperadlas más bien de la discusión que del combate…¡ Creedme!
Sean cuales fueran los males que en el orden legal resentimos, peores sin
comparación son los que vendrán de la guerra civil. Con aquel podemos
aun convalecer de ellos; con ésta nos perdemos sin remedio…”.
Cuando Ocampo se mostró claramente opuesto a una transacción entre
el gobierno de Ceballos y los sublevados del plan del Hospicio —cuyo obje-
tivo era el regreso de Santa Anna, como se vio efectivamente en el gobierno
de Lombardini—, las fuerzas federales dejaron do apoyarlo y se vio obliga-
do a separarse de la gubernatura el 24 de enero del 53. En una nota que
agregó al texto de “Mis quince días de ministro”, relata los hechos en esta

a
forma: “El señor Ceballos, indignado acaso de que me atreviese a ver de

rrú
modo distinto que S.E., al leer mi carta dijo: Pues que se quiebro y dio or-
den al señor Pérez Palacios, para que inmediatamente dejase a Morelia, sin
duda con el fin de que los pronunciados, que se hallaban en Pátzcuaro, vi-
Po
nieran a quebrantarme y conmigo a toda aquella desgraciada ciudad, que
ningún delito tenía en mi falta de elasticidad”.212
Ocampo tuvo en estos momentos la convicción de que antes que nada
a

dobla evitarse el golpe de estado, Es seguro que si el propio Arista hubiera


eb

tomado esa arbitraria decisión, el gobernador de Michoacán habría renun-


ciado también. Tenía don Melchor, como lo prueba el discurso que pronun-
u

ció el 16 de septiembre de 1852 por la mañana, perfecta conciencia de la


pr

gravedad de la situación que atravesaba el país. Ante un auditorio que in-


cluía al director del colegio seminario, don Pelagio Antonio de Labastida y
Dávalos, dijo el gobernador estas palabras que a juicio de otro testigo, cau-
1a

saron profunda sensación, por la convicción y la energía que puso en ellas:


“¡La Patria está en peligro!”, y lo repitió varias veces. “Pero unidos lo con-
juraremos. Es hablando, no matándonos, como habremos de entendernos…
En nombre de nuestra religión, de vuestras familias, de vuestra dignidad,
de vuestros intereses todos, os ruego que permanezcáis unidos”.213 Todo
era inútil; tres días antes, en Guadalajara se pedía abiertamente el regreso
de Santa Anna; y un mes después, en un edificio situado en los alrededores

legislatura local el 1o. de enero de 1853, en el Siglo XXI; 23-I-53. En estos documentos ex-
plica que si tuvo cierto éxito al contener locamente la rebelión, fue por sus medidas demo-
cráticas y por su firmeza ante los sublevados.
212  Obras; t. II, p. 107.
213  Idem; p. 22.
124  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de la misma ciudad, una junta de notables entregaba los destinos de México


al dictador que, desde lejos, había tirado de los hilos de toda la intriga.214
Lacunza presidía el senado y Montes la cámara de Diputados antes de
ser disuelto el congreso. José Ma. Lacunza215 nació en la ciudad de México,
sus estudios fueron brillantes y se inició en la política bajo la protección de
Gómez Pedraza. Participó en la academia de Letrán y se le consideraba cul-
to y buen diplomático. Fue ministro de relaciones en el gobierno de Herrera,
durante el tiempo que Ocampo estuvo en hacienda. Confió a Gómez Pedraza
la negociación del tratado con Letcher; cuando los norteamericanos lo qui-
sieron modificar, se retiró del ministerio, dejando el problema a la adminis-
tración siguiente. En la administración de Juárez participó en el estudio de
la deuda exterior (1861); pero al retirarse los franceses aceptó la secretaria

a
de estado del imperio, en marzo de 1867. Murió poco después en La Habana.

rrú
Prieto dijo de él, sin negar sus cualidades, que era un hombre frío y escépti-
co, sin fe en los principios ni en las personas. Gustaba de las discusiones
por el puro placer de controvertir; era excesivamente calculador y afecto a
Po
las intrigas y maniobras de gabinete. Sus dos gestiones políticas fueron
desafortunadas, pero las veía sólo como combinaciones que le habían sali-
do mal por falta de datos o por mala suerte.
a

Ezequiel Montes216 fue profesor en San Ildefonso; muy joven había sido
eb

diputado federal y como presidente de la cámara trató de oponerse a su di-


solución en 1853. Mostró siempre una firme adhesión al programa liberal y
u

una clara comprensión de la necesidad de la reforma. Sin embargo, se ligó


al presidente Comonfort, en cuyo gobierno fue ministro de relaciones y jus-
pr

ticia, habiendo polemizado con los arzobispos Labastida y De la Garza, so-


bre la desamortización de bienes eclesiásticos. Comonfort lo envió a Europa
1a

en abril de 1857 y a su regreso, en 1860, Montes trató de convencer a los


principales líderes liberales sobre la conveniencia de que aquél regresara al
poder, como modo de pacificar al país. Fue varias veces diputado después
de 1861; en representación del congreso pronunció el elogio fúnebre en ho-
nor de Ocampo. Participó en la oposición política en contra de Juárez; fue
desterrado por Maximiliano, sin embargo. El presidente González lo hizo
secretario de justicia en 1881.
En la votación celebrada en el congreso para elegir al sucesor de Arista,
Ocampo obtuvo el voto de un par de delegaciones estatales.217 Renunció al

214  Véase la referencia 11; constituye un buen ejemplo de la demagogia santanista.


215 1809-1869.
216 1820-1883.
217  México a través de los siglos; t. IV, p. 795.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  125

gobierno de Michoacán tres semanas más tarde, y poco después el general


Pérez Palacios disolvió el congreso local, como Ce-ballos había hecho unos
días antes con la asamblea que le diera el poder. El 8 de marzo don Melchor
escribía a otro liberal, desde Po-moca: “Cuando vi que en Morelia ya nada
útil podía hacer, me retiré a la hacienda de un amigo que por afecto me
obligó a ello, y poco después a ésta su casa, donde vi pasar las tropas ven-
cedoras…” Ofreció a su corresponsal trabajar en lo particular para que la
nueva administración tomara en cuenta los votos de los pueblos de Mi-
choacán, emitidos antes de la sublevación. Y resumió el golpe militar de
este modo: “juego de cubiletes por el que unos cuantos soldados se pose-
sionaron de la revolución, diciendo a sus cofrades y a la República lo que
cuentan del cura que barajaba y corría el albur bajo la mesa: «perdieron,

a
hijitos»”. Se manifestó de acuerdo con la publicación de un periódico bise-

rrú
manal en cada estado, “corto y muy barato”, para observar la conducta de
las siguientes administraciones, que consideró seguramente “compuestas
de personas interesadas en la conservación del privilegio”. Convendría mu-
Po
cho, agregó, “hacer ver que la administración pasada, con todo y sus con-
gresistas, como ellos dicen, era en el conjunto menos dispendiosa que los
soldados que ahora se establecerán, e insistir sobre que en ellos se tenía el
a

plantel en que podrían formarse los hombres de estado, y en éstos se tiene


eb

un semillero de déspotas inmorales. Sólo por la instrucción nos salvaremos


—concluyó—”.218
u

Empezó entonces la locura santanista; pero, como muchas situaciones


de este tipo, que llegan después a extremos lastimosos, empezó poco a
pr

poco, no faltando liberales que se dejaran engañar y aceptaran la colabora-


ción con el dictador. La posición de quienes eran franca y abiertamente
1a

opuestos al general de Manga de Clavo y de Lencero, fue pronto muy difícil.


A la hostilidad contra Herrera y Arista siguió la prisión de Juárez y de
Ocampo;219 sin embargo, otros liberales, como Miguel Lerdo y en un princi-
pio Juan B. Ceballos, figuraron prominentemente en la administración diri-
gida por Alamán.220 Para que no cupieran dudas, este último denunció a

218  Obras; t. II, pp. 290 a 294.


219  Ocampo fue aprehendido en Pomoca, según dejó escrito, el 4 de junio de 1853. Estu-
vo algún tiempo en Tulancingo y en Veracruz (preso en Ulúa); pasó en seguida a La Habana
y de ahí a Nueva Orleans. Véase: Obras; t. II, pp. LVI a LIX; Liberales Ilustres, pp. 54 a 67.
Debe haber llegado a Nueva Orleans en diciembre o enero. En todo caso, el 23 de febrero de
1854 le escribe Comonfort al último punto. INAH; cartas personales, doc. 50-C-45-1.
220  El editorial de El Siglo XIX. 1o.-III-1853, muestra claramente el desencanto de los

moderados, cuando empezaron a ver realizarse el rumbo que Ocampo había previsto para la
revolución de Jalisco y Michoacán.
126  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

don Melchor personalmente —lo cual, además de ser un ataque político te-
nía ribetes de delación policíaca— en la carta que le hizo llegar a Santa
Anna al desembarcar éste en Veracruz. En este conocido documento, sin
rubor, decía el político conservador: “Estando relacionados todos los que
siguen la misma opinión de manera que nos entendemos y obramos de
acuerdo de un extremo a otro de la República, puede usted oír todo lo que le
diga (Haro y Tamariz) como la expresión abreviada de toda la gente propie-
taria, el clero y todos los que quieren el bien de su patria…. Quien impulsó
la revolución, en verdad, fue el gobernador de Michoacán don Melchor
Ocampo, con los principios impíos que derramó en materias de fe, con las
reformas que intentó en aranceles parroquiales y con las medidas alarman-
tes que anunció contra los dueños de terrenos, con lo que se sublevó al cle-

a
ro y propietarios de aquel estado; y una vez comenzado el movimiento por

rrú
Bahamonde, estalló por un accidente casual lo de Guadalajara…”.221
Conviene hacer algunas observaciones sobre este texto. En primer lu-
gar, Alamán deforma varios hechos para hacer recaer la responsabilidad de
Po
la revuelta en Ocampo; porque la polémica de éste sobre obvenciones parro-
quiales fue sostenida cuando estaba fuera del gobierno estatal; aun la ini-
ciativa de reforma al arancel, como hemos dicho ya, tuvo que dirigirla al
a

congreso local a través de un diputado amigo, pues Ocampo no tenía posi-


eb

ción en el gobierno del estado, en ese momento, que le permitiera proponer


iniciativas directamente. De modo que el ilustre Alamán movilizaba aquí a
u

Santa Anna para castigar las ideas de don Melchor, “sus principios im-
pr

píos”, no sus actos como gobernante. En segundo lugar, la rebelión de


Blancarte estalló en Guadalajara el 26 de julio y Cosío Bahamonde se suble-
vó en La Piedad el 9 de septiembre. Es cierto que Blancarte aparentó, al
1a

principio, que su movimiento era sólo de carácter local, pero como ya indi-
camos, desde la sublevación de Ortiz en Guanajuato, en julio del año ante-
rior, que Octaviano Muñoz Ledo pudo contener, se sabían perfectamente
los móviles conservadores y santanistas del movimiento contra Arista. Por
último, vale la pena señalar que Alamán oculta y disimula el papel decisivo
jugado por el ejército para asegurar el poder a Santa Anna; es evidente que
se hacía ilusiones de manejar a éste.222
Los generales López Uraga y Robles Pezuela, una vez disuelto el con-
greso por error de Ceballos, se reunieron en Arroyozarco y entregaron la

221 
Arrangoiz; pp. 421 a 423.
222  Lasublevación había comenzado en Veracruz desde fines de 1851. Véase un co-
mentario sobre la actitud torpe y tortuosa de Arista, en El Universal, 8-IX-1852.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  127

presidencia al exiliado de Turbaco. José López Uraga223 había estudiado la


carrera militar en Europa y había participado en la guerra de 47. Después
de la caída de Santa Anna se sumó al plan de Ayutla; intentó rebelarse
contra la ley Juárez, se fugó de México, proclamó con Mejía un plan reaccio-
nario en Sierra Gorda y posteriormente salió al extranjero. Se presentó en
Veracruz en marzo de 1858 y Gutiérrez Zamora le dio acogida por su presti-
gio militar. Ocampo luchó tenazmente por evitar que se incorporara el ejér-
cito liberal; pero las difíciles condiciones militares hicieron que Juárez le
diera mando de fuerzas y logró algunas victorias contra los conservadores.
Finalmente, perdió una pierna en combate y fue hecho prisionero en Gua-
dalajara. Exigió fuertes sumas de dinero y salió de nuevo del país; ofreció
sus servicios al morir Ocampo, Valle y Degollado. Combatió contra los fran-

a
ceses un tiempo, pero se entendió más tarde con Bazaine y fue enviado a

rrú
Europa con la escolta de Carlota. No tenía principios políticos y cometió
una serie de contrasentidos que le granjearon fama de hombre limitado y
sin escrúpulos, ambicioso y aventurero. Nunca estuvo a gusto en el ejército
Po
liberal.
Muy semejante fue la trayectoria de Manuel Robles Pezuela.224 Había
hecho carrera en el ejército, bajo la protección de Arista; sostuvo durante
a

unas semanas a Ceballos y luego se declaró por Santa Anna. A la salida de


eb

éste, se pronunció por el plan de Ayutla, pero participó en la rebelión mili-


tar contra Álvarez, así como en el movimiento dirigido por Haro y Tamariz
u

al año siguiente. Sin embargo, Comonfort lo envió de embajador a Wash-


ington; Ocampo lo removió y le propuso enviarlo a otra legación, pero Ro-
pr

bles se declaró en favor de Zuloaga. A fines de 1858, se sumó al plan de


Ayotla del general Echeagaray y aceptó tener conversaciones con los libera-
1a

les, aparentemente en un intento de mediación; sin embargo, terminó en-


tregando la capital a Miramón. Participó en las conversaciones de marzo de
1860 entre éste y Degollado, así como en el plan de pacificación del último.
Al triunfar los liberales se refugió en la legación francesa y fue fusilado
poco después, cuando se dirigía a unirse con las tropas invasoras. Por su
falta de principios, tomó parte en toda clase de pronunciamientos militares,
con el propósito evidente de obtener ascenso y puestos políticos.
El dictador apenas necesitaba la habilidosa denuncia de Alamán
—que se anticipó en propósitos al golpe de Zuloaga y Márquez en 1861—,
para proceder en contra de Ocampo. Tanto éste como Juárez se encontraban

223 1810-1885.
224 1817-1862.
128  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

viviendo pacíficamente, como simples particulares, cuando cayeron sobre


ellos las fuerzas de Santa Anna, a principios de junio y fines de mayo de
1853, respectivamente.225 Después de perseguirlos y humillarlos durante
varios meses, los dos ex gobernadores liberales salieron del país, según
dispuso la dictadura, en diciembre y octubre del propio año. Sin embargo,
dado que Alamán murió a principios de junio, Haro y Tamariz se separó del
gobierno a principios de agosto, Tornel murió en septiembre, y Suárez Na-
varro rompió con Santa Anna en esos días, es bien probable que personal-
mente el dictador fuera responsable de los excesos y arbitrariedades de la
segunda mitad del año 53. Debe tenerse en cuenta que estos aspectos de
la dictadura final de Santa Anna, chocaban claramente con el despertar
cultural y material que se hacía sentir por todas partes, en un país que em-

a
pezaba a pensar con libertad, a tender sus primeros ferrocarriles, instalar

rrú
sus primeras líneas telegráficas, leer su primera prensa libre y que afirmá-
base, por primera vez, como una nación moderna, por muy incipiente que
aun estuviese ésta.
Po
He aquí como resume don Ángel Pola la labor desarrollada por Ocampo,
durante los seis meses de su tercera gubernatura, a pesar de las agitadísi-
mas condiciones políticas que vivían Michoacán y el país entero: “Mejoró el
a

colegio de San Nicolás de Hidalgo…mandado traer a Europa, costeado de


eb

sus bolsillos, instrumentos y aparatos de física, química y astronomía, que


importaron más de tres mil pesos; exigió examen privado y público para ser
u

profesor de primeras letras, creó las carreras de agricultura e ingeniería ci-


vil; estableció que la teoría del derecho se estudiara en cuatro años; regla-
pr

mentó el gobierno interior del supremo tribunal de justicia; se costearon


por el tesoro público los alimentos de los presos; persiguió a los vagos e
1a

hizo que los revolucionarios fuesen juzgados conforme a los trámites que
para los ladrones señalaba la ley. Había en las arcas del estado más de
80,000 pesos, acopió maderas para la penitenciaría, reconociéndose el río
Lerma para ver si podía ser navegable…reorganizó los municipios, prohi-
bió la portación de armas…No se puso a la imprenta más trabas que a la
manifestación de la palabra o del pensamiento”.226
Con relación a la libertad de imprenta, cabe repetir que el gobierno de
Arista, por inspiración del ministro de justicia, don José Ma. Aguirre, cometió
un gran error con la promulgación del decreto de 21 de septiembre de 1852.

225  Se observará que también en esto existe contradicción entre las diversas fechas que

Pola menciona, véase la referencia 33. En una nota, Ocampo dijo haber sido apresado el
4-VI-1853. INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-11-8.
226  Obras; t. II, pp. L y LI.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  129

Al mismo tiempo que las tropas enviadas a Guadalajara prácticamente se


adherían al plan del Hospicio, el decreto de Arista establecía que “nadie
podrá escribir por la prensa cosa alguna que pueda directa o indirectamen-
te favorecer las pretensiones de los sublevados”. Este decreto le ganó una
censura de la suprema corte y tuvo que ser derogado tres semanas después
de su publicación; los periódicos conservadores, en el ínterin, aparecieron
con grandes espacios en blanco, para hacer burla del gobierno, pues el de-
creto hacía responsable al editor de la localización de los autores de los
artículos.227
Ocampo, por su parte, el 26 de julio del propio año, o sea dos meses an-
tes del desgraciado decreto de Aguirre, se había dirigido al congreso gene-
ral proponiéndole que se autorizara a los estados para conceder indulto

a
sobre los delitos de imprenta, conforme a sus leyes particulares. Al fundar

rrú
esta iniciativa, el gobernador de Michoacán analizaba la naturaleza del in-
dulto, se negaba a considerarlo como un “derecho de origen divino” de los
soberanos, y sugería aceptarlo como un manera de hacer excepciones acon-
Po
sejadas por las circunstancias, en la aplicación de las leyes que obviamente
no son perfectas. Y añadía: “en las convicciones de este gobierno está, que
a la imprenta no se le pongan más trabas que a la manifestación de la pala-
a

bra, o del pensamiento, que es la fuente de esa manifestación…”228 a conti-


eb

nuación explicaba que sería un error aplicar penas de prisión a los autores
de delitos de imprenta, dado el estado de las cárceles y la falta de peniten-
u

ciarías. Terminaba sugiriendo exactamente lo contrario de lo que se hizo:


que el congreso iniciara la reforma de las leyes de imprenta, “que en verdad
pr

no corresponden —decía su exposición— ni al desarrollo del espíritu hu-


mano que debe protegerse, ni a la destrucción de los abusos que deben
1a

combatirse, ni a las exigencias y situación de la República”.


En resumen, la caída de Arista ocurrió cuando el fracaso de la gestión
hacendaría de Ocampo y su polémica sobre obvenciones lo habían conven-
cido ya de la necesidad imperiosa de llevar al cabo la reforma. En el quin-
quenio relativamente pacífico que siguió al tratado de Guadalupe, don
Melchor se había transformado de liberal moderado y partidario de los
cambios cautelosos, en dirigente del ala radical y enemigo de las transac-
ciones. Su participación en el gobierno de Michoacán resultó obligada, ante
la necesidad de impedir el golpe de Estado santanista; había chocado ya
con el dictador durante la guerra del 47, por la ineptitud que demostró éste.

227  México a través de los siglos; t. IV, p. 783. Véase El Universal, 11-X-1852.
228  Obras; t. II, pp. 277 a 282.
130  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El plan político de Alamán y los conservadores se resumía en traer a Santa


Anna a la presidencia y sostener a toda costa los privilegios del ejército y la
iglesia. Ocampo temía que una guerra civil diera margen a una nueva inter-
vención extranjera, cuyas consecuencias creía nefastas para el país. Los li-
berales debían mantener las libertades cívicas, mientras estuvieran en el
poder, así como una administración de origen democrático indiscutible y
evitar los arreglos y componendas con el bando contrario. Si perdían la
presidencia, deberían seguir su lucha por medios pacíficos, hasta que las
circunstancias cambiaran en su favor.

Un debate cifrado (Ocampo y Alamán)

a
Los liberales de mediados del siglo XIX, quizá sin advertirlo, convirtie-

rrú
ron en una tribuna ideológica la celebración del aniversario de la indepen-
dencia nacional, los días 16 de septiembre de cada año. Esto ocurrió ante la
resistencia que oponían los conservadores a considerar a Hidalgo como
Po
principal promotor de esa gesta histórica. Así, Mariano Otero dijo en Méxi-
co el discurso oficial en esa fecha del año 43, Gómez Pedraza lo había he-
cho en 42, León Guzmán lo haría en 1848, aprovechando la ocasión para
a

enjuiciar al partido conservador, Arriaga en 1852, Prieto en 1855, Ramírez


eb

lo haría tiempo después en 1872, e incontables liberales lo hicieron en


otros años. Ocampo, por su parte, contribuyó dos veces a esa celebración:
u

en 1852, en Morelia, como gobernador de Michoacán, y en 1858, como jefe


pr

del gabinete del señor Juárez, en la alameda de Veracruz.229


Lucas Alamán se opuso siempre a esta tendencia de las ceremonias
cívicas nacionales. Pero fue en particular en el tomo V de su historia de
1a

México, aparecido en 1852, donde relata la aparición del plan de Iguala,


que don Lucas se esforzó por lograr para Iturbide el reconocimiento como
principal causante de la independencia. Ya desde tomos anteriores, apare-
cidos en 1850, la imagen que Alamán trataba de crear respecto a los suce-
sos de la guerra de independencia, empezó a definirse, a través del relato
desfavorable y hostil que hizo de la sublevación de Hidalgo y de las luchas
del cura Morelos.230 La obra de Alamán tuvo una gran resonancia en el me-
dio intelectual e ilustrado, sobre todo entre las filas de los conservadores,
pues venía a contradecir las obras más conocidas hasta entonces sobre el
período que produjo la separación de España: los trabajos de Zavala, Mora,

229  Obras; t. II, pp. 7 a 45.


230  Historia de México; t. II, pp. 208 a 226.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  131

Bustamante, etc.231 El fondo de la polémica era evidente: estaban por justi-


ficar la revolución de Hidalgo quienes creían que México independiente de-
bía desembarazarse de la sociedad novohispana; favorecían la obra de
Iturbide quienes creían que debía subsistir esa estructura social y consti-
tuir para siempre la base del país. La primera versión de la guerra de inde-
pendencia era la historia liberal, la segunda versión era la conservadora.
La diferencia entre ambas concepciones sobre la historia de la segunda
década del siglo XIX no residía en la descripción de las violencias ocurridas
durante la guerra civil; tampoco estribaba en los juicios críticos sobre la
forma de conducir la revolución y sobre los errores cometidos por sus cau-
dillos. Alamán se mostró impresionado por los actos de venganza y las ar-
bitrariedades de Calleja, así como los escritores liberales opinaron muy

a
desfavorablemente sobre la dirección de la guerra por Hidalgo, desde diver-

rrú
sos puntos de vista. El conflicto desencadenado por don Miguel, en la medi-
da en que se negaba la existencia de una nueva nación, de base indígena,
por lo menos para Ocampo, formada lentamente en el interior de la socie-
Po
dad colonial, tomaba el aspecto de una desafortunada aventura, de una
pesadilla de violencia y atropellos, originados en la imprudencia y la ligereza
de un pequeño grupo de exaltados. Lo que separaba las dos escuelas histo-
a

riográficas era precisamente su concepción del estado en que se encontraba


eb

la sociedad mexicana a principios del siglo.


Nadie puede sorprenderse, con tales antecedentes, de que Ocampo
u

reaccionara desfavorablemente ante la obra de Alamán. Este historiador


estaba convencido de que conseguiría modificar la versión liberal, que
pr

empezaba a convertirse en una tradición. Así, escribió en el prólogo de su


último tomo, salido a la luz a fines de 1852: “Si el efecto que una obra pro-
1a

duce bastase para lisonjear el amor propio de un autor, debería manifestar-


me contento de la mía, pues ella ha causado un cambio completo en la
opinión y abierto el camino para que otros escriban con la libertad que no
se habían animado a hacerlo hasta ahora…(algunos) me han escrito feli-
citándome por haber presentado (los hechos) tales como ellos los vieron;
para otros ha sido un mundo desconocido que se ha descubierto a sus
ojos…”.232
La sensibilidad política de Lucas Alamán233 quedó marcada en 1810, al
presenciar la ocupación de Guanajuato por el ejército de Hidalgo; la familia

231  Ensayo histórico; t. I, pp. 35 a 37. México y sus revoluciones, t. IV, pp. 1 a 7. Cuadro

histórico, t. I, pp. 184 a 196.


232  Historia de México, t. V, p. VI.
233 1792-1853.
132  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de Alamán, que llevó amistad con el intendente Riaño, resultó arruinada


por la guerra de independencia. Más tarde don Lucas administró los bienes
del marquesado del valle de Oaxaca, a cuyo último beneficiario explicó, en
algunas cartas, la utilidad que sus gestiones políticas tenían para los pro-
pietarios y comerciantes. Fue diputado a cortes en 1821 y vivió 7 u 8 años
en Europa, en dos épocas; adquirió ahí amplia cultura y preparación.
Sobresalió como historiador de pretensiones y como político conservador.
Su gestión pública se divide en tres períodos: al regresar de España, en
1824, el triunvirato Bravo, Victoria, Negrete le confió durante 3 meses la
secretaría de relaciones y poco después Victoria lo llamó al mismo puesto
por otros 9 meses. En la segunda ocasión, 5 años después, formó parte del
triunvirato que entregó el poder a Bustamante y volvió al puesto por 2 años

a
y 4 meses. Finalmente, prestó desde el ayuntamiento de la capital y desde

rrú
el congreso un fuerte apoyo al regreso de Santa Anna, en 1852 y 53, y fue
durante 2 meses secretario de relaciones, hasta su muerte. Su programa
político, expuesto en la conocida carta a Santa Anna, de ese último año, se
Po
resume diciendo que para Alamán la nación se basaba en la unión del clero
y el ejército, como medio de sostener la paz y el orden, con apoyo de los paí-
ses europeos. Al aplicar este programa demostró estar dispuesto a llegar a
a

cualquier extremo; se le acusó, incluso, de haber favorecido el rapto y ase-


eb

sinato de Guerrero.
En el discurso que Ocampo pronunció en 52, en circunstancias muy di-
u

fíciles para el gobierno estatal, llevó a cabo una crítica indirecta de la obra
pr

de Alamán, de la cual estaba por salir el último tomo. Aunque no lo había


mencionado, como veremos, el guanajuatense se dio por aludido y le dio
respuesta, poco después, en el prólogo del mencionado último tomo.234
1a

Aunque Ocampo aceptara la importancia de la obra de Alamán, es seguro


que no habría hecho de ella el tema central de su intervención, si no hubie-
ra existido un cuadro general de hechos políticos, en el último trimestre de
1852, en el cual jugaba un papel decisivo el historiador conservador, con
consecuencias terriblemente lamentables para el porvenir de la República,
a la cual impuso un régimen nefasto que acabaron por rechazar hasta los
propios conservadores.235
“La Patria está en peligro” decía Ocampo ese 16 de septiembre; pero es
obvio que no la ponían en tan crítica situación las elucubraciones históri-
cas de Alamán, sino la labor política de zapa que el guanajuatense venía

234  Historia de México; t. V, pp. VII a IX.


235  Sobre el papel preminente de Alamán en los hechos, véase Arrangoiz, pp. 421 a 423.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  133

desarrollando desde el gobierno de Herrera, pero que había alcanzado viru-


lencia extrema durante el régimen de don Mariano Arista.236 Desde que los
norteamericanos desalojaron el país en mayo de 1848, cobró bríos en Méxi-
co la corriente monarquista, apoyada en una supuesta incapacidad nacio-
nal para conservar al país como nación independiente. Alamán era el
director de esta vasta maniobra, en la cual se había conseguido involucrar
a varios eclesiásticos eminentes y para cuya realización se confiaba en
atraer a Santa Anna, que rumiaba su despecho en su finca colombiana.
Alamán había presidido el ayuntamiento de la ciudad de México en 1849,
había entrado después al congreso y desde ahí libraba una guerra sin cuar-
tel contra Arista. De tal modo que, sin duda, para Ocampo se trataba no
sólo de rebatir una interpretación reaccionaria de la guerra de indepen-

a
dencia, sino fundamentalmente de rechazar una peligrosa maniobra polí-

rrú
tica, orquestada y manejada por Alamán. Por otro lado, el gobierno de
Michoacán veía su existencia misma en peligro, pues, como señalamos, la
rebelión de Jalisco se había extendido hacia allá. En realidad, el régimen
Po
de Ocampo tenía sus días contados, ya que las guarniciones militares se
estaban declarando santanistas una tras otra, y las fuerzas existentes en el
estado no tardarían mucho en sumarse a la tendencia general.237 Lo más
a

grave, por lo demás, era la incomprensión de muchos liberales, tanto en el


eb

plano nacional como en la política local, que no sintiendo mayores simpa-


tías por el régimen de Arista, a causa de algunas torpezas graves cometidas
u

por éste, estaban dispuestos a participar en el golpe de estado que era ya


inminente.238
pr

A Ocampo se le propuso insistentemente, que sumara a Michoacán a la


maniobra de Santa Anna y Alamán. Se negó una y otra vez, y prefirió re-
1a

nunciar a fines de enero de 1853. En su discurso de septiembre anterior, se


perciben bien algunos ecos de esta situación que, como dijimos, dividía a
los liberales michoacanos, pues nada menos que uno de ellos serviría de
puente entre Arista y el santanismo.239
“La España de 1521 —dice Ocampo— era más hábil, más fuerte, más
poderosa que el carcomido imperio de Moctezuma, y cuando la providen-
cia puso en contacto estos dos pueblos, el uno quedó naturalmente sujeto
al otro. Pero esa misma vieja España ya no conservaba su prepotencia

236 Véase México a través de los siglos; t. IV, pp. 724 y 759.


237  Idem; t. IV, p. 783.
238  INAH; Cartas personales, doc. 50-C-36-7. (Carta de Ceballos a Ocampo, de fecha 21-

IX-1852) y doc. 50-1-27-1 (Carta de J. López Portillo, 20-VII-1852).


239  Véase el capítulo Me quebró, pero no me dobló.
134  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

trescientos años más tarde, y la Nueva España, después de tres siglos de


instruirse y fortificarse, pudo manumitirse del tutor que la oprimía…” La
razón de este cambio la encuentra don Melchor en el hecho de que la colo-
nia se había convertido en una nación, y las naciones no pueden realizarse
a sí mismas, si sus funciones básicas las tienen que realizar, a su vez, a
través de otras naciones. Muchas veces se ha expresado esto, continúa di-
ciendo, “yo me limitaré a manifestaros que si continuamos en la senda
fatal en que nuestras discordias nos han metido, se acaba el gran bien de
nuestra independencia”.240
Ocampo se esfuerza por hacer sentir a sus escuchas, en esta ocasión,
que carece de fundamento la idea de que en 1810 los mexicanos aún no
constituían una nación, por el atraso y las carencias materiales en que se

a
encontraban. “El número de los opresores era en 1810 —sigue diciendo—

rrú
mayor con mucho que el de los oprimidos, respecto a la proporción en que
unos y otros se encontraron en 1520; pero los elementos artificiales de po-
der eran inmensurablemente mayores por parte de nosotros cuando en el
Po
pueblo de Dolores comenzaron a ensayarse. Recursos mentales, recursos
artísticos, recursos financieros estaban en Nueva España en mayoría de
nuestra parte”. Y señala que inclusive, de no ser por la alarma que produ-
a

jeron los desórdenes inevitables en una revolución, la independencia se


eb

habría efectuado desde los primeros meses que siguieron al llamado de


Hidalgo.241
u

Ocampo, como dijimos, sin nombrar al guanajuatense, declara una in-


gratitud que Alamán llame a juicio a los autores de la independencia. “Hay
pr

quien cuestione —escribe—, si la independencia de México fue un benefi-


cio para nosotros”. “Sujetadlo a la voluntad de un extraño —se contesta a
1a

sí mismo—; no discutáis con él…Bajo los reyes no hay patriotismo, sino


fidelidad al soberano; no hay ciudadanos sino vasallos…Y cuando a algu-
no veáis que teniendo patria ultraja a esta santa madre, que abusando de
funestos talentos, los emplea en desacreditar y maldecir a sus padres, que
desconociendo su origen oscuro y plebeyo quiere alzarse a mayores y re-
niega su humilde prosapia, compadecedlo o despreciadlo…” Se acusa a
los héroes de la patria —continúa el michoacano— “de haber empleado los
únicos medios que en (su) mano estaban…de no haber sabido lo que hoy se
sabe…de los abusos cometidos en (su) nombre…” Hasta se les culpa de
haber obrado contra designios divinos. Y señala el desarrollo de las ciencias,

240  Obras; t. II, pp. 8 a 10.


241  Obras; t. II, pp. 13 y 14. Este último hecho fue reconocido por Alamán.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  135

las artes, la industria y el comercio que siguió a la independencia y que


desmiente el punto de vista de Alamán, a su juicio.242
En particular, don Melchor dedicó la última parte de esta pieza oratoria
a examinar el desarrollo de la política nacional desde la salida de México
del invasor yanqui; un proceso en el cual Alamán estaba teniendo una
participación decisiva, al frente del grupo conservador. Menciona los pro-
blemas que creaba un ejército numeroso e indisciplinado, los gastos del
gobierno que superaban a los recursos públicos, la deuda que crecía y los
esfuerzos de las administraciones de Herrera y Arista por hacer frente a la
situación. La labor de Alamán y su grupo la describe así: “Comenzaban a
cicatrizarse las heridas más peligrosas y cuando debiera ponerse la mano
sobre tantas como faltan que curar, murmuraciones que al principio se

a
veían con disgusto por todas las personas sensatas…fueron gradualmente

rrú
haciendo perder la confianza, aumentando los desaciertos y el disgusto,
y de simples aspiraciones al mejor estar se convirtieron en críticas ciegas y
apasionadas del estado actual y han despertado la discordia que por unos
Po
cuantos meses parecía aletargada entre nosotros…La fuerza dividida igual-
mente y desorganizada piensa resolver por la desolación y el exterminio
una cuestión que aún no se formula, un problema cuyos datos aún no se
a

completan…¡La Patria está en peligro! Pero unidos lo conjuraremos. Es ha-


eb

blando, no matándonos, como habremos de entendernos”.243


Don Lucas Alamán reaccionó con violencia; el discurso del gobernador
u

de Michoacán —escribió al terminar su texto, apenas dos meses después—,


está “expresamente dirigido contra éste”. Siguiendo “los progresos de las
pr

sociedades según los principios de la fisiología —dice en su réplica—, pre-


tende remediar los males de la República por las reglas de la higiene y de la
1a

ortopedia, o por lo menos hallar alguna compensación de ellos en las de


la gimnástica y quiere encontrar la explicación natural de todos los aconte-
cimientos políticos en los fenómenos del cuerpo humano”. Le reclama a
Ocampo que disminuya el valor y la importancia de la conquista, al señalar
las debilidades internas de las sociedades indígenas, que exageraron la su-
perioridad de los conquistadores; declara que la revolución de Hidalgo fue
“un sistema atroz, en el que la matanza y el saqueo constituían el objeto y
medios de la revolución misma”; y finalmente, recrimina a don Melchor por
no haber mencionado en su discurso a Iturbide, “que procuró a la nación
mexicana el inmenso beneficio de la independencia”. Lo atribuye al deseo

242  Obras; t. II, pp. 14 a 17.


243  Idem; pp. 18 a 21.
136  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de persuadir a los oyentes de “que el mérito de la empresa consistió en ha-


ber dado el primer paso, aunque de una manera tal que fue el obstáculo que
impidió el buen éxito de ella, y (de negarlo) al que con el mayor tino y felici-
dad ejecutó lo que aquellos intentaron y no pudieron llevar al cabo”. El 18
de noviembre de 1852, arreglado ya el regreso de Santa Anna a México,
Alamán consideró que el partido de que Ocampo era un eco, “había caído
desbaratado para no restablecerse jamás”.244
Al instaurarse la dictadura, cinco meses después, los puntos básicos del
programa de Alamán eran en esencia, los siguientes: conservar la religión;
que el gobierno tenga la fuerza necesaria; contra la federación y el sistema
representativo; una nueva división territorial; una fuerza armada en nú-
mero competente; y nada de congreso. “Contamos —dijo a Santa Anna, al

a
explicarle sus condiciones— con la fuerza moral que da la uniformidad del

rrú
clero, de los propietarios y de toda la gente sensata…Creemos que la ener-
gía de carácter de usted, contando con estos apoyos, triunfará de todas las
dificultades…luego que usted se decida a combatirlas, y para ello ofrece-
Po
mos a usted todos los recursos que tenemos a nuestra disposición…En ma-
nos de usted, señor general, está el hacer feliz a su patria, colmándose
usted de gloria y de bendiciones”.245 Un testigo insospechable de toda sim-
a

patía hacia los liberales, Arrangoiz, describe así las primeras semanas de la
eb

gestión que Ocampo tanto había temido. “Se expidieron decretos…refre-


nando la prensa; organizando el ejército; suprimiendo la milicia nacional;
u

mandando que no pudieran tener ayuntamientos las poblaciones de menos


de diez mil almas; restableciendo los jesuitas…y otra porción de órdenes y
pr

reglamentos que hacía ver que la República había entrado en una era de
orden”.246
1a

Y mientras los conservadores se embarcaban en la aventura con Santa


Anna, que acabaría por hacerse llamar “alteza serenísima” y por vender La
Mesilla en 10 millones, rodeándose —como dice el propio Arrangoiz— de
su antigua camarilla de 1841 a 1844 y poniendo en marcha las negociacio-
nes para traer un príncipe español; los jefes liberales se embarcaron para el
destierro y la revolución se propagó por el sur y se reprodujo en el norte.
La rueda había dado una vuelta completa cuando Ocampo continuó
esta polémica cifrada, en la oración pública que pronunció en la alameda
de Veracruz seis años después. Entre ambos discursos habían quedado la
sangrienta mascarada de su alteza serenísima, la revolución de Ayutla,

244  Historia de México; t. V, pp. VII a IX.


245  México a través de los siglos; t. IV, p. 808.
246  Arrangoiz; p. 423.
SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  137

las profundas discrepancias entre los propios liberales, los pronunciamien-


tos que no tenían fin, el congreso constituyente y finalmente la guerra civil,
una guerra siniestra, oscura, violenta, cuyo término no se percibía aún.
Deliberadamente, don Melchor reanudó en Veracruz la exposición inte-
rrumpida la ocasión anterior. “Independencia, religión y unión” fueron las
tres palabras clave de ese plan de Iguala —dice—, de lo que quiso ese movi-
miento en 1821 que Alamán exaltaba con tanto empeño. “Fue la primera
transacción de nuestra política —agrega—, el primer ardid con que la inte-
resada astucia de los vencidos estafó…el triunfo a la ignorancia y magná-
nimo candor de los vencedores, volviéndolo estéril”. El gran ideal que había
sido la independencia, en la realidad de las circunstancias, se convertía en
el medio para que los españoles no recibiesen de España ni corrección, ni

a
dirección, ni jefes que los mandaran. Los principios religiosos que el pueblo

rrú
había recibido y que debían servirle para darse una vida mejor, se tradu-
cían tan sólo en que el clero se hiciese dueño y señor de sí mismo, se sintie-
se en libertad para cometer impunemente toda especie de abusos, hasta
Po
llegar al extremo de que un príncipe de la iglesia mexicana quisiese tratar
con el poder civil, como un poder independiente, de potencia a potencia. La
unión, la proclamada unidad nacional, serviría de pretexto para que la ab-
a

yecta humildad de los antes conquistados perdonara su envilecimiento y la


eb

opresión de que fueron objeto durante tres siglos, para que los conquista-
dores siguieran siéndolo y continuaran proclamando con orgullo su supe-
u

rioridad sobre los hijos del país.247


Al reproche que Alamán le había dirigido en 1852, en forma de una bur-
pr

da caricatura de sus palabras, por haber comparado las necesidades nacio-


nales con las del organismo humano, Ocampo responde señalando que
1a

podía extenderse sobre la necesidad de desarrollar en la sociedad de su


tiempo el entendimiento de los principios políticos, el sentimiento del bien
colectivo y el impulso de la industria para dominar a la naturaleza y supe-
rar las limitaciones materiales que la constreñían; así como el hombre ha
desarrollado la cabeza, el corazón y la mano. “Porque se ha descuidado
nuestra educación civil —resume—, no somos ni justos, ni consecuentes,
ni laboriosos”; es por ello que existía el riesgo de perder la independencia y
la libertad. Don Melchor se esfuerza por demostrar a sus oyentes que una
sociedad basada en el dogma político de la soberanía del pueblo, no tiene
por qué ser inferior, ni menos equitativa o justa, que la tradicional sociedad

247  Obras; t. II, pp. 24 y 25. Este análisis histórico representa un paso adelante, com-

parado con la presentación, un tanto convencional, que Mora hizo en México y sus revolu-
ciones.
138  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

teocrática. Hay que instruir al hombre en sus primeros años, y luego que
esté formada su conciencia, dejarlo que arregle conforme a ella las relacio-
nes sociales. La fe en este camino para nuestro país, agrega, es una fe na-
ciente, a la que faltan las profundas convicciones que da el tiempo, a pesar
de los sacrificios que el pueblo había hecho y seguía haciendo desinteresa-
damente, al perseguir esos principios. Si se debilita la esperanza, dice
Ocampo, es por lo contradictorio y lo variable de los sucesos políticos que
han llevado a la guerra civil; si no se comprenden las razones del conflicto,
es porque la intolerancia religiosa se ha trasladado a la cuestión política.
Pero debe observarse, insiste el michoacano, que el propio bando que se le-
vantó contra el principio de la soberanía del pueblo, cuando anuncia sus
decisiones y medidas de gobierno, se encuentra imposibilitado por la reali-

a
dad para basarlas en la gracia de Dios, y apela al voto de la mayoría, aun-

rrú
que por error lo suponga de su parte. Su conclusión es definitivamente
optimista, dado el momento en que la enuncia, cuando la guerra civil se
inclina en contra del gobierno constitucional: “Las oscilaciones que la vo-
Po
luntad nacional ha tenido entre la consagración de los privilegios y la ad-
quisición de la igualdad legal, van siendo cada día menores en duración y
en importancia, lo que augura un feliz término…”248
a

A lo largo de estos meses inciertos de 1858, en que la espada de Osollo,


eb

Miramón, Márquez, etc., estaba obteniendo grandes triunfos militares, don


Melchor no sintió duda ninguna sobre la forma en que terminaría la lucha
u

civil. Sin embargo, expresa muchas y graves reservas sobre el futuro nacio-
nal en los años inmediatos. La razón que generaba este impedimento para
pr

avanzar, la señaló con una frase que repite varías veces en su alocución:
“Nosotros estamos mal educados señores”. El alimento espiritual de nues-
1a

tra infancia, de nuestra juventud y edad madura, ha sido, explica, la tradi-


ción del despotismo teocrático y militar. “Recordad señores, que durante
muchos años, siglos enteros, la prudencia de nuestros mayores estaba en-
cerrada en esta villana fórmula: ¡Con el rey y la inquisición…Chitón!” Se
nos ha enseñado, como parte del “evangelio chiquito” de los proverbios
populares, a venerar sobre todas la máxima que dice: “piensa mal y acerta-
rás”; nos han educado, también, “en la adoración del yo y héchonos creer
que el yo es el todo y el prójimo es el simple medio de alcanzar tal o cual
satisfacción, tal o cual ventaja”. Todo mundo espera que la administración
pública camine con la misma regularidad que los astros, a condición de que
yo (dice cada quien) no tenga que contribuir con nada que moleste ni mi

248  Obras; t. II, pp. 26 a 32.


SEGUNDA JORNADA.  TOLUCA – POMOCA  139

fortuna, ni mi persona. “El trabajo, la fuente de la independencia perso-


nal, de la acumulación de la riqueza, de la prosperidad y poderío de las
naciones”, se encuentra maldecido entre nosotros; clases enteras de la
sociedad han hallado el modo de eludirlo y la maña para que el sudor de
otras los sostenga. Y en cambio, dice Ocampo, tenemos sobra de redento-
res: “Cuando de repente amanece un libertador, un regenerador, un res-
taurador, un inspirado de lo alto…se lleva al país a un punto de delirio
frenético que le hace consumir la mayor parte de sus recursos en destruir el
mayor número posible de prójimos…” “Es ejecutivo, preminente, que de-
mos a nuestros hijos una buena educación civil, honrosas y productivas
ocupaciones; que consideremos los destinos públicos como cargos de con-
ciencia y de temporal desempeño y no como sinecuras y patrimonios explo-

a
tables; que por estrictas economías y justas distribuciones, gastemos

rrú
menos de lo que ganamos para ir cubriendo nuestras deudas”.249
Para ayudarlo a salir adelante, es la conclusión a que don Melchor lle-
ga, nuestro país tiene “la tradición de los pueblos más cultos de este conti-
Po
nente sembrado de las colosales ruinas de su tesón (y) la aptitud para las
artes y el trabajo de (sus) razas indígenas”, así como “el desprendimiento y
la imaginación de la raza latina” que se cruzó con ellos; le falta la laborio-
a

sidad y energía, que se encuentran entre los sajones. El núcleo de la huma-


eb

nidad futura, lo resume en esta fórmula: “Ciencia, Justicia, Industria”, que


anuncia ya el positivismo y participa de las debilidades e insuficiencias de
u

esa gran escuela de pensamiento que habría de dominar el siguiente medio


siglo de la vida nacional.250
pr

La conclusión, pues, de Ocampo es diametralmente opuesta al punto de


vista de Alamán, porque su punto de partida es también opuesto. El plan
1a

de Iguala, lejos de representar una solución para todos los elementos de la


nacionalidad, constituía la primera transacción de nuestra historia, según
el michoacano. Era la base de la prolongación de la sociedad colonial en el
México independiente que apenas iniciaba su vida propia. Significaba que
la casta dominante en la Nueva España se desprendía de la península euro-
pea, con objeto de poder resistir mejor las tendencias de cambio que allá
mismo se hacían sentir y que amenazaban su predominio y sus privilegios.

249  Idem; pp. 35 a 41.


250  Idem; pp. 42 y 43.
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
Tercera Jornada
POMOCA – MARAVATÍO

“Sin tomar la sopa” salió Ocampo de Pomoca, ya secuestrado por Cajiga. Sobre la con-

a
ducta de este individuo con respecto a Ocampo, hay versiones contradictorias; según

rrú
Pola, el propio Cajiga declaró a un amigo que trató a Ocampo con toda clase de consi-
deraciones; sin embargo, en México se publicaron varias noticias en la prensa sobre el
fusilamiento de algunas personas de la finca, que intentaron oponer resistencia. Clara
Po
Campos, que sería madre del hijo póstumo de Ocampo —recogido y educado por el
doctor Manzo— no se encontraba en Pomoca; estaba en Maravatío con las tres hijas
solteras del reformador. Josefina, la mayor, se encontraba en México con su esposo.
a

Doña Ana María Escobar, madre de por lo menos tres de las hijas de Ocampo, tenía
eb

meses de muerta.
No obstante, la cuadrilla de Cajiga realizó un registro minucioso de las habitacio-
u

nes de Ocampo, y de ello existe hoy día un testigo mudo. Un comerciante en libros de
pr

la ciudad de México, conserva el original de una carta de Iturbide a su mujer Ana, es-
crita poco antes del fusilamiento de don Agustín, que se dice fue adquirida por Carlos
Ma. Bustamante y cedida por éste a Ocampo. En la última página escrita, hay una
1a

nota anónima que da noticia de lo anterior y añade que Cajiga tomó la carta al regis-
trar la casa de Ocampo y la entregó después a Tabeada, quien la regaló a otra persona
no identificada. La hacienda de Pateo colindaba con Apeo, una propiedad de Agustín
de Iturbide al tiempo de su muerte. Durante años, esta finca fue administrada y des-
pués rentada por Mateo Echaiz, quien estaba casado con una pariente cercana de
Iturbide y era amigo de Ocampo y de ideas liberales como éste. Quizá de tales circuns-
tancias se haya derivado que la carta llegara a manos de Ocampo, en vez de la proble-
mática intervención de Bustamante. Hacia mediados del siglo, la familia Echaiz tuvo
sonadas dificultades con otros herederos de Iturbide, por la propiedad de la finca que
originó un juicio ante los tribunales.
Al salir de Pomooa, la comitiva tenía que cruzar el arroyo que pasa por sus terre-
nos, sobre el cual Ocampo había construido un puente de diseño original, quo sería
capaz de resistir cualquier avenida según don Melchor. Cuando Pola estuvo en Po-
moca dijo haber encontrado aún el puente en pie; poro hoy día ya no existen sino

141
142  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

algunos rastros. El tiempo, pues, ha resultado más destructor que las avenidas del
arroyo. Tras el puente, un cuarto de hora de camino, al paso, y se llega frente a la ha-
cienda de Pateo. Las ruinas del casco de la hacienda sugieren, todavía en la actuali-
dad, lo que fue en sus buenos tiempos la heredad de los Tapia: grandes almacenes,
caballerizas, corrales; a la izquierda la casa reconstruida por Ocampo en 1844, con un
soberbio mirador de cuatro arcos sobre el valle; algunos árboles en confuso manchón,
como también rodean a Pomoca. Al fondo, una gran capilla de construcción posterior;
y atrás, la huerta, también muy celebrada en su época.
Para pasar a Paquizihuato, donde fue a estacionarse la gavilla de Cajiga durante
un par de horas, el camino desfila frente a las construcciones de Pateo y medio kiló-
metro después llega a la orilla del rio, bordeada de sauces como están hoy la mayor
parte de las márgenes del Lerma en esta región. La corriente se cruza sobre un viejo
puente, actualmente casi en ruinas; ya sobre la margen derecha el camino corre para-

a
lelo al río; entre éste y el cerro Paquizihuato, y se aparta, al salir al valle de Maravatío,

rrú
hacia la hacienda de aquel nombre.
¿Qué fue a hacer Cajiga, con un preso tan peligroso, hasta Maro-vatio, que queda-
Po
ba situado justo detrás de las propiedades de Ocampo? Es obvio que esperó en Paqui-
zihuato el momento en que le avisaran de Maravatío que podía entrar a la población;
y parece evidente que aguardó ahí instrucciones de Zuloaga y Márquez. De otro modo,
se hubiera ido directamente a Toxi con su presa; algún escritor ha conjeturado que tal
a

vez temió el español sufrir una confusión y llevó a Ocampo a Maravatío para que lo
eb

identificaran sin dejar lugar a dudas. Pero don Melchor había sido ya plenamente
identificado por la familia Urquiza, que lo encontró en Pateo y le obsequió algunos
u

implementos para el viaje. En una de las muchas versiones, se cuenta que Ocampo
pr

tenía un huésped en Pomoca y que éste trató de hacerse pasar por él, pero que el pro-
pio Ocampo destruyó la artimaña y se presentó ante sus secuestradores. Otras versio-
nes, confirmadas por un acta levantada posteriormente, indican que Cajiga fue
1a

precedido la noche anterior por un desconocido que se hospedó en la Venta de Pomo-


ca, con intención evidente de averiguar si el patricio estaba en su finca. Mucho se ha
escrito también sobre la intervención de gentes de Maravatío en el secuestro; a varias
de ellas se atribuye responsabilidad en el atropello. En realidad, estas especulaciones
no tienen mayor significación; el hecho es que de la hacienda de Niginí salió Cajiga
con el encargo de atrapar a Ocampo, hasta ese momento sin órdenes de asesinarlo, y
en relación todo el plan del secuestro con una gran maniobra política nacional contra
Juárez y el michoacano.
Diversas versiones existen, del mismo modo, sobre el impacto causado en Mara-
vatío por la prisión de Ocampo, quien tenía muchos amigos en esa población, y donde
las autoridades que funcionaban dependían del gobierno de México. En el camino de
su finca a la población, como ya se dijo, Ocampo encontró varios amigos; éstos le ob-
sequiaron algunas prendas de ropa, viéndolo poro preparado para una cabalgata. Es
de creerse que entró, con la gavilla de Cajiga, en pleno jueves de Corpus, estando las
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  143

calles Urnas de gente y ocasionando con su presencia un escándalo fenomenal. Lo


alojaron en un mesón, situado entonces en el ángulo noroeste de la plaza principal
del pueblo, y allí pasó la primera, noche de su cautiverio.
Antes de que estallara la guerra de tres años, Morelia había quedado ligada con
Toluca y, por lo tanto, con la ciudad de México mediante una línea telegráfica. Al
tiempo de la prisión de Ocampo en el mesón de Maravatío, el gobierno liberal no había
aún podido organizar la administración de los telégrafos y, provisionalmente, los ha-
bía dejado en manos de los empleados de la época de Miramón, según se explica en
otra parte. Es muy probable, entonces, que tanto los conservadores de la capital como
el grupo de Zuloaga y Márquez, recibieran por telégrafo la noticia del secuestro y die-
ran, por la misma vía, instrucciones a Cajiga para llevar al preso a la venta de Hua-
pango. El día 31 de mayo, en que Cajiga llevaba a su preso de Maravatío a Toxi, el
presidente Juárez ordenó que se arreglara con el juez la designación de depositario

a
del telégrafo de Querétaro, que pertenecía a Muñoz Ledo y seguía siendo manejado

rrú
por la empresa que el guanajuatense organizó.
En las notas geográficas que escribió sobre Maravatío, Ocampo dice que en taras-
co significa “lugar de pesca”. Otros autores más recientes, no estando de acuerdo con
Po
esta etimología, le atribuyen el significado de “lugar precioso”. Ambas interpretacio-
nes, en realidad, no se oponen en forma absoluta y, desde luego, la población está si-
tuada en un hermoso valle. El Lerma pasa unos cuatro kilómetros al noreste del
a

pueblo; pero hay una extensa zona que en época de lluvias se convierte en una lagu-
eb

na; una parte de esta ciénega nunca se secaba, por lo menos en la época de Ocampo.
Más suerte han tenido otras etimologías de don Melchor, confirmadas por algunos
u

autores: Paquizihuato, “cerro de codornices’’; y Tziritzícuaro o “lugar de mezquites”.


La designación de su posible lugar natal, Pateo, es una palabra de origen confuso: al-
pr

gunas autoridades se inclinan por derivarlo de la palabra otomí “patné”; existen tam-
bién varias poblaciones otomíes llamadas Pathé. De ser verdad esta interpretación, el
1a

sitio natal de Ocampo sería el único con nombre otomí en todo al rincón de Michoacán
que comprende Maravatío; los nombres de los pueblos del distrito son todos de origen
tarasco o castellano, incluso las otras haciendas del distrito tienen nombres tarascos
o francamente castellanos. La hacienda de Apeo, vecina de Pateo, toma su nombre, de
la palabra tarasca que significa “matar”. Se dice que Ocampo hizo a unos conocidos
que encontró al paso, una broma fúnebre sobre su situación, mientras se ponía tinas
chaparreras que le prestaron: “En Michoacán hasta los curas que llevan el viático
usan chaparreras”.
Don Melchor tuvo siempre una singular preferencia por Maravatío. Varias ocasio-
nes vivió en ese pueblo; en 1845 se ofreció como voluntario para vigilar a los presos
que pretendían fugarse de la cárcel del pueblo, y con ese motivo se dio cuenta de las
pésimas condiciones del establecimiento. Donó entonces su casa de Maravatío para
que se ampliara y modernizara la cárcel, se erigieran algunas oficinas, una escuela y
un pequeño hospital, con objeto de iniciar las obras, realizó además una colecta que
reunió 6,000 pesos (quizás un medio millón de pesos de 1977).
144  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El viaje de Cajiga a Maravatío, después de apresar a Ocampo, sigue siendo uno de


los aspectos enigmáticos del secuestro. Se comprende que Márquez no diera la orden,
simple y llana, de asesinar a don Melchor en cuanto estuviera detenido, en cuyo caso
no habría podido rehuir la responsabilidad del crimen. Pero pudo hacer que Cajiga lo
alcanzara con el preso sin demoras; en vez de hacer publicidad al secuestro del mi-
choacano antes de estar en condiciones de decidir personalmente su suerte. No es difí-
cil que la idea original haya consistido en canjear a Ocampo en Maravatío, a cambio
de los presos que Juárez tenía en México. Esta operación, si estuvo prevista, se vio
impedida probablemente por la negativa del propio Ocampo a solicitar el canje y por el
despecho de los conservadores al fallar la maniobra de. Aguirre en la cámara. Según
la prensa de la época, algunos liberales moderados, entre los que se contó Doblado,
favorecían la idea de “dar otro giro a la revolución” a fines de mayo de 1861.

a
rrú
Los señores De la Vega del Lerma

Con su característica imprecisión sobre fechas, Ángel Pola escribió en


Po
1890 que doña Francisca Javiera luego a Pateo, llevando públicamente al
pequeño Melchor, al terminar la semana santa de 1816.1 Dada la ligera im-
precisión que existe también en nuestros conocimientos sobre la fecha
a

exacta del nacimiento de Ocampo, ignoramos por qué margen su edad era
eb

entonces mayor de dos años.


La hacienda de Pateo comprendía en aquella época hasta Buenavista y
u

él rincón de Tafolla, que después sería Pomoca. Era una de las 11 fraccio-
pr

nes en que se había dividido la planicie donde se encuentra Maravatío, se-


gún ya se dijo, que se prolonga hacia el valle situado detrás del estrecho
paso entre los cerros Paquizihuato y San Miguel. El padre de doña Francis-
1a

ca compró la hacienda en él siglo XVIII.2 “Su temperamento —escribió en


1822 Juan José Martínez de Lejarza— es húmedo y templado, y en sus cer-
canías se da con abundancia el maíz y el trigo”.3 En la estadística de Lejar-
za no se desglosaron los datos de población de las haciendas, “por haberlos
confundido en la planilla de Maravatío” el ayuntamiento que remitió la in-
formación. Sin embargo, la población total del distrito constaba en aquel
año, incluyendo la cabecera, de 9,189 almas. Una nota geográfica, escrita
por Ocampo antes de 1840, indica que la población era ya de 10,155 habi-
tantes, de los cuales correspondían a la propiedad de doña Javiera 787,

1  Obras; tomo II, p. VIII. Liberales ilustres; p. 54.


2  INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-8-9.
3  Análisis estadístico de la provincia de Michoacán; p. 126.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  145

siendo, por tanto, la hacienda más poblada del futuro municipio,4 que com-
prende hoy 53 mil hectáreas.
La producción agrícola promedio de la zona, la calculaba Ocampo en
1435 toneladas de trigo al año, 1,348 toneladas de maíz, 46 de cebada y
unas 15 de frijol. Había 10 ,25 cabezas de ganado mayor, 4,761 de ganado
lanar, 1,974 de pelo y unas 800 de cerda. La superficie de cultivo era de
poco menos de 17% del total, 10% de riego y 7% de temporal. Asumiendo
que tanto la población como la producción se encontraran distribuidas uni-
formemente sobre las áreas agrícolas, con excepción de los 3,000 habitan-
tes de la cabecera, alrededor de una décima parte de esas cantidades debe
haber correspondido a la heredad que los Tapia poseían y que administraba
doña Francisca Javiera en 1816. El río Lerma bordea por el norte las tierras

a
que fueron la hacienda de Pateo, y las separa de las que formaron las ha-

rrú
ciendas vecinas de Paquizihuato y de San Nicolás.
Maravatío —dice Ocampo— (lugar do pesca en tarasco) se halla situa-
do a 1°11’ de longitud occidental del meridiano de México y a 19°34’ de la-
Po
titud boreal.5 Antiguamente, el valle fue llamado Uripitío de los pescadores.
Dejando al margen una primitiva industria textil y cierta producción do
madera, la única actividad productiva era en 1840 la agricultura. Habla
a

una pequeña escuda, para un centenar de muchachos, en la cabecera del


eb

distrito, y otra para 80 niñas. Los pueblos y las haciendas contaban con
rudimentarios planteles; en Pateo existía uno, que sostenía el dueño. La
u

temperatura media en la región es de 22 a 23°C, la situación topográfica


pr

malsana, a causa de las ciénegas, el polvo y los vientos. “Casi no hay mes
alguno en que no se encuentren muertos de hidropesía, fiebre, fríos y
pulmonía”.6
1a

Desde esa lejana época, llamaron la atención de Ocampo las irregulares


relaciones existentes entre la iglesia y la población. Hizo notar que durante
la colonia, el curato de Maravatío era considerado del segundo orden, pues
dejaba hasta 8 mil pesos libres en cada año. Pero agrega: “Hoy es cosa muy
diferente. Dejado en libertad el rebaño, por un decreto diocesano, para pa-
gar diezmos o derechos parroquiales, escogen el primer extremo los infeli-
ces, que no pudiendo satisfacer los aranceles de estola, se libran de ellos

4  Obras; tomo III, p. 647.


5  Obras; tomo III, p. 647. Las cartas geográficas modernas indican 1°18’44” y
19°53’33”, respectivamente; la aproximación no es mala, si se tiene en cuenta que los ma-
pas de la época solían tener errores de medio grado. Véase: Historia de México; tomo II, carta
general.
6  Obras; tomo III, p. 651.
146  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

comprando una o dos ovejas y pagando al diezmo su aprecio; pero el hacen-


dado que debiera pagar por el diezmo uno o más miles de pesos, paga su
casamiento, o el bautismo o entierro de los miembros de su familia; y de
este modo una renta, antes pingüe, apenas da hoy para el plato de los que
disfrutan”.7 Siendo ya menos joven, Ocampo profundizaría en esta cues-
tión; pero vale la pena señalar que, desde este instante inicial, descubrió
que las clases pudientes se libraban del pago de importantes cantidades de
dinero, lo cual repercutía sobre las clases humildes.
Según la información que el propio Ocampo proporciona, podemos tra-
zar un cuadro de su condición social y económica —aún a riesgo de come-
ter algunos errores, que seguramente por pequeños serán secundarios—,
cuando muere doña Javiera, dejándole sus bienes, el 29 de marzo de 1831.

a
La propiedad que hereda —desde luego, compartiéndola con otros parien-

rrú
tes y algunos acreedores— tenía un valor de 125 mil pesos8 y producía hol-
gadamente más de una decena de miles de pesos al año. Es una hacienda
con 10 ó 12 mil hectáreas de tierras, una buena parte de ellas propias para
Po
un posible regadío, por más que el agua está limitada, y cuenta con 300 ó
400 peones de fijo, más los eventuales de las épocas de cosecha. Dispone de
650 cabezas para engorda, mil ovejas y otras tantas cabras, más unos 500
a

caballos y mulas.9
eb

Los datos que el propio Ocampo se preocupó en recoger —que pueden


ser más o menos precisos, pero que seguramente son correctos en general,
u

pues vienen de un agricultor reconocido como competente—, indican que


pr

las haciendas de los alrededores de Maravatío, antes de la guerra con los


Estados Unidos, eran de una fertilidad relativamente baja, dentro de las
zonas agrícolas productivas en el territorio de la República. En efecto, re-
1a

sulta que del trigo se obtenían 15 granos por cada uno sembrado, el maíz
rendía 85 granos por cada uno, la cebada 18 por uno, y el frijol 12 por
uno.10 Para hacer una comparación adecuada, dados los cambios que han
ocurrido después, tal vez una buena forma consista en acudir a Humboldt.
En su celebérrimo “Ensayo Político”, este autor que fue tan apreciado y ce-
lebrado por Ocampo, dice sobre el trigo: “De todas las gramíneas cultivadas
ninguna presenta un producto tan desigual. Este producto varía en un mis-
mo terreno de 40 a 200 ó 300 granos por uno, según las mudanzas de

 7  Idem; p. 654.


 8  Enciclopedia de México; tomo IX, p. 538.
 9  INAH; 1a. serie, caja 12; documento 17-3-11-7.
10  Obras; tomo III, p. 648.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  147

humedad y temperatura media del año”.11 Indica después que el producto


medio en toda la Nueva España era de 22 a 25 por uno; pero hace notar que
Abad y Queipo le corrigió la cifra, y le indicó que podría andar entre 25 y 30
En el Bajío, Humboldt cita rendimientos de trigo de 35 a 60; y concluye:
“Un campo se reputa por poco fértil cuando una fanega de trigo sembrada
no da unos años con otros más de 16 fanegas”.12 Por cuanto se refiere al
maíz, el Barón indica que en los hermosos llanos que se extienden desde
San Juan del Río hasta Querétaro, una fanega de maíz producía a veces 800
fanegas. En los parajes en que el suelo es más estéril, agrega, todavía se
cuentan 60 u 80 granos, por uno. El promedio, en la zona equinoccial de la
Nueva España, lo estima en 150 por uno.13
Desde el punto de vista agrícola, por lo tanto, la tierra natal de don Mel-

a
chor era en aquel entonces una zona de fertilidad más bien baja para nues-

rrú
tro país. Pero puede comprenderse fácilmente que a Ocampo no le pareciera
así, durante su visita a Francia; porque en esos días el trigo, el principal
cereal que cultivaba en su hacienda de Pateo, sólo rendía en aquel país,
Po
donde las condiciones eran muy distintas, un promedio de 5 a 6 granos por
uno.14
En cambio, según los rendimientos por unidad de superficie cultivada
a

que Humboldt señalaba, una extensión de más de 9 mil hectáreas, de la


eb

que sólo se obtenía una cosecha de no más de 3,000 toneladas, era segura-
mente objeto de un uso extensivo o parcial, limitado sobre todo por la can-
u

tidad de agua disponible.15 En la correspondencia de don Melchor son


pr

repetidas las referencias a este problema.


Las cosechas de granos de la región de Maravatío no componían aproxi-
madamente de partes iguales de trigo y maíz; de suerte que, en promedio, a
1a

los precios que usó Humboldt, el valor total de la cosecha debería estar en-
tre 50 mil y 165 mil pesos, según las oscilaciones de aquellos. Podemos es-
timar, por lo tanto, que el valor noto de la cosecha de una hacienda como
Pateo oscilaría entre 5 y 16 mil pesos, de un año al otro. De hecho, en un
presupuesto quo Ocampo elaboró para Pateo, probablemente al tiempo de
rentarla a Echaiz, estimó que la cosecha valía unos 13 mil pesos y los in-
gresos brutos ascendían, a plena capacidad, a 27,600 pesos anuales. Como

11  Ensayo político; p. 251. De la Rosa; Museo Mexicano, 1844.


12  Ensayo político; pp. 257 y 258.
13  Idem; pp. 250 y 251.
14  Idem; p. 263.
15  Idem; p. 264.
148  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

calculaba gastos en 14,120 pesos y el pago de gravámenes en 2,240, le atri-


buyó ingresos netos por casi 11,180 pesos anuales.16
Obviamente, resulta muy aventurado hacer comparaciones entre canti-
dades monetarias de aquella época y de la nuestra, por la distinta evolu-
ción de los precios de diversos artículos y del consumo de los mismos.
Haciendo una consideración aproximada de los diferentes niveles de vida
—que se reflejaban en el hecho de que el presidente de la República ganara
36 mil pesos al año, un gobernador 4,500, un escribiente 800 y un peón de
campo 30—, se llega a la conclusión de que puede utilizarse una conver-
sión de 75 por 1 para comparar, en forma muy gruesa, los poderes adquisi-
tivos de la moneda en aquella época y en 1977, cuando menos en orden de
magnitud.17 El kilogramo de maíz tenía entonces, por ejemplo, un precio

a
que en las zonas agrícolas generalmente era inferior a 2 centavos.

rrú
Se comprende entonces, que un establecimiento agrícola de este tipo
obtenía en los buenos años pingües utilidades; pero en las malas épocas,
en que el tiempo o los disturbios políticos no permitían un trabajo normal,
Po
se presentaban verdaderas catástrofes, de las cuales Humboldt menciona
algunos ejemplos: “El hambre horrible del año 1784 provino de una helada
terrible que hubo el 28 de agosto, época en que menos debía esperarse bajo
a

la zona tórrida y a la altura poco considerable de 1,800 metros sobre el ni-


eb

vel del océano”.18 En esos casos, el valor de la cosecha no alcanzaba ni para


pagar el reducido sueldo de diez centavos diarios a los peones. Y por otro
u

lado, es de imaginarse lo que costaban todos los artículos manufacturados,


recargados con impuestos y alcabalas, transportados desde los países euro-
pr

peos casi siempre y comercializados en muy pequeña escala. Aunque es


cierto que no era mucho lo que las haciendas consumían del exterior, por-
1a

que esos artículos quedaban fuera del alcance de casi todos sus habitantes.
Ocampo se preocupó siempre por diversificar los productos de sus fin-
cas. Es muy posible que además de las cosechas de granos que mencionó
en su estadística de los años treintas, que de seguro representaba la pro-
ducción comercial, se obtuvieran también otros cultivos, en pequeña escala
o para consumo interno de las haciendas. En 1856, cuando don Melchor
reside algún tiempo en México asistiendo a las sesiones del constituyente,
Esteban Campos le informa al respecto desde Pomoca; además del maíz, del
frijol y de dos variedades de trigo, menciona siembras de cebada, linaza,
tabaco, chile, alpiste y hace alusión a diversos árboles frutales: membrillos,

16  INAH; 1a. serie, caja 12; documento 17-3-11-7.


17  La administración pública en la época de Juárez; tomo I, p. 654.
18  Ensayo político, p. 251.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  149

nogales, etc.; así como a ganado de diversas clases: bueyes, toros, novillos,
borregos, etc., y le da datos sobre varias plantas florales: ranúnculos, dalias,
etc. Esa correspondencia indica que se utilizaban algunas obras de riego
en pequeña escala, pues, como se dijo, el agua disponible era el límite de
las posibilidades de cultivo.19
Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos en que puso mucho em-
peño Ocampo, se aprecia que la extensión de sus propiedades se fue redu-
ciendo, fundamentalmente por la falta de recursos económicos. En general,
la situación en el campo mexicano fue bastante precaria e insegura, desde
que comenzaron los pronunciamientos militares hacia 1830. Por lo que se
refiere a las propiedades de Ocampo en los alrededores de Maravatío, no
sólo Santa Anna se apoderó por un tiempo incluso de las que estaban ren-

a
tadas, sino que fueron frecuentes los robos y las violencias que padecieron.

rrú
En varias ocasiones, estando ausente don Melchor, sus hijas tuvieron que
refugiarse a toda prisa en Taximaroa, con el doctor Manzo.20
El conjunto de datos mencionados hasta aquí, nos permite concebir en
Po
términos generales la situación social y económica de la clase en que nació,
o por lo menos en la que creció y se educó don Melchor. Por su parte, nunca
intentó disfrazar o disimular la condición en que se encontraban los peones
a

de las haciendas, ni cubrirlas con velos convencionales o con palabras


eb

caritativas. “Un hombre —escribió en 1844, cuando estaba dedicado por


completo a la agricultura, en Pateo— que se degrada hasta no comer ni
u

vestir, sino cuando otro quiere que vista y coma; un hombre que al fin del
año no ha podido, ni aún pensado hacer la más pequeña economía; un
pr

hombre que ve el trabajo, no como la condición indispensable para conser-


var el organismo, no como la fuente de la tranquilidad del espíritu, de la
1a

moral, de la riqueza y de la consideración y comodidades que todo esto pro-


cura, sino como su martirio perpetuo y su anatema, es el ser más desgracia-
do que puede concebirse…”.21 Y en cuanto al reverso de esta medalla dice
en la misma ocasión: “¿Y el amo de tales peones? Seguro de que nada se
hará bien y a veces no se hará ni aún mal, si no vigila constantemente, tie-
ne que volverse un Argos, a más ¡de pagar mayor número de mandones que
el necesario; no puede emprender mejoras, porque sabe que aún las prácti-
cas más sencillas de la rutina se desempeñan mal, ni contar con que siquie-
ra salgan al trabajo todos sus peones, no puede en fin adelantar; y que
suponiendo siempre que los peones sean fieles, no quiero hablar de robos,

19  INAH; cartas personales, doc. 50-C-14-4.


20  Idem; 1a. serie, caja 12; doc. 17-3-8-2.
21  Obras; tomo I, p. 115.
150  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

etc.”. Lo cual lo lleva de la mano a esta recomendación final: “¡Hacenda-


dos!…no deis a la cuenta a vuestros peones…hacedles ver el pupilaje ver-
gonzoso en que, de lo contrario, caen para siempre, e inspiradles el amor al
trabajo…”
Dentro de la clase dominante que formaban los hacendados, existían
también, por supuesto, muchos desniveles. Si bien la extensión de Pateo
corresponde, en forma aproximada, al promedio estadístico para las ha-
ciendas de todo el país, las propiedades situadas en zonas más fértiles pro-
ducían varias veces más, y había hacendados que eran dueños de dos o
más propiedades.
El origen de esta situación social era bien claro, a los ojos de Ocampo.
“La sociedad novohispánica no ha dejado de existir por haber cambiado su

a
nombre y organización política. Su suelo, su clima, sus producciones, sus

rrú
habitantes, parte de sus costumbres, parte de sus errores y preocupaciones,
su industria, muchas de sus obligaciones y derechos son unos mismos,
aunque hoy se llame a todo esto mexicano”,22 No pretende que, ni siquiera
Po
en lo personal, se le pueda considerar ajeno a esta situación; aun cuando sí
reclama que su conducta ha sido humana y razonable, dentro de las cir-
cunstancias. En su famosa polémica con el cura michoacano escribió: “En
a

ésta su casa me cuestan algunos peones lo que les tengo prestado, otros lo
eb

que por ellos pagué y otros nada. Cuando alguno se me huía en Pateo —que
ya para entonces no era suyo—, sólo que hubiese falta especial lo perse-
u

guía y reclamaba; cuatro veces perdoné la deuda a todos mis peones (to-
davía puedo mostrar los libros, y estoy seguro de que ni aquellos ni mis
pr

vecinos dirían que los he, no digo ya tiranizado, pero ni aún tratado
ásperamente)”.23 “¿Qué importa —había dicho poco antes— que no se lla-
1a

men herencia ni efecto vendible los peones, si de hecho constan en los in-
ventarios y se paga su deuda como precio?”.24
Un escritor contemporáneo, al tratar de las aparentes contradicciones
del pensamiento de Lucas Alamán, señala el hecho evidente de que coexis-
ten en éste, por un lado cierto espíritu de iniciativa, cierto ánimo construc-
tivo, cierto impulso progresista “burgués”, al tiempo que, por otro, aparece
claramente un tradicionalismo feroz, que en el caso suyo lo llevó a extre-
mos tan lamentables como sus oscuras relaciones con el asesinato de Vi-
cente Guerrero y su denuncia ante Santa Anna, casi policíaca, de la labor de
Ocampo en Michoacán, que corresponde a la actitud de los elementos más

22  Obras; tomo I, p. 502.


23  Obras, tomo I, p. 229.
24  Idem, tomo I, p. 228.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  151

“feudales”.25 Es indudable que muchos hombres públicos de la primera mi-


tad del siglo XIX muestran esta doble raíz, porque muchos de ellos tenían
un origen social derivado, de un modo o de otro, de los estratos dominantes
durante la colonia: la pequeña élite de españoles, unas cuantas decenas de
miles de personas entre millones de indios y mestizos. Al configurarse el
pensamiento político de Alamán, se reconoce hace largo tiempo el influjo
evidente de su experiencia personal durante la guerra de independencia.
“Todavía me parece oír —escribió alguna vez— el grito horrendo de: Viva
la virgen de Guadalupe y mueran los gachupines”.26
A su modo, con unas consecuencias diametralmente opuestas, sobre
Ocampo no pesaban menos que sobre Alamán las cadenas sociales de la
época colonial. Como demuestran los hechos relativos a su fortuna perso-

a
nal y a su posición social, era miembro prominente de la casta novohispana

rrú
que él mismo describió con tanta claridad. Pero, es muy diferente la forma
como reaccionan ambos personajes. No faltará quien encuentre fácil atri-
buir todo al origen irregular de Ocampo, a su nacimiento rodeado de enig-
Po
mas y de misterio. Sin embargo, los datos históricos indican que nada le
hubiera impedido asimilarse a las clases tradicionalistas, como lo hicieron
muchos otros en sus días, aún en condiciones más desfavorables. Cuantos
a

hombres conservadores eminentes lo trataron, empezando por el propio


eb

Alamán, atraídos por su talento y sus indiscutibles dotes, estuvieron siem-


pre más que dispuestos a aceptarlo, a condición de que renunciara a lo que
u

llamaban sus “extravagancias”. Entre sus amigos se contaron varias per-


sonalidades de iglesia y del partido reaccionario, que hablaban con respeto
pr

de un hombre que había aprendido en París a corregir los mapas, que cono-
cía los detalles de la flora de su región y se interesaba en las lenguas indí-
1a

genas, en una época en que las tres cosas resultaban inusitadas en México.
Es un hecho que las raíces embebidas en el medio novohispano produ-
jeron, sin embargo, frutos diametralmente opuestos en Ocampo y en Ala-
mán. Para explicarlo, se puede destacar el impacto de sus días de infancia,
muy distintos en ambos personajes; pero el empeño nos parece bien secun-
dario, frente a otras influencias y corrientes que la experiencia histórica
nos muestra obrando sobre el espíritu del joven Melchor. Antes que nada,
salta a la vista un contraste evidente. Ocampo nació, igual que Alamán, en
el seno mismo de la región de la Nueva España donde ocurrió la fase ini-
cial de la guerra de independencia y por donde fluyó esa impresionante

25  Lucas Alamán. Semblanzas e Ideario, pp. XIV, XVII, XVIII y XXXIII.
26  Véase también: Historia de México, tomo II, pp. 50 a 60.
152  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

procesión que, rodeando a Hidalgo, llegó cerca de la capital. Pero casi to-
das las gentes ligadas a Ocampo —a diferencia de lo que ocurrió con don
Lucas— estaban también vigorosamente ligadas a los insurgentes. En su
mayor parte, como ya se indicó antes, eran criollos de segunda o tercera
generación y ardientes partidarios de la independencia: el párroco de Ma-
ravatío, don Antonio María Uraga, se dice que fue electo diputado a cor-
tes después de haber participado en la conspiración de Michelena en
Valladolid;27 don Ignacio Alas fue un distinguido insurgente, respetado du-
rante la República, en la cual llegó al gabinete de José Justo Corro;28 de la
propia doña Francisca Javiera se sabe que recibía en su hacienda a los par-
tidarios de la independencia;29 ya se dijo que otros hacendados vecinos de
Pateo fueron también figuras destacadas del partido liberal, años más tar-

a
de.30 Sólo en este sentido, en tanto lo alejaron de los grupos de hacendados

rrú
españoles y lo acercaron a las capas criollas y mestizas, es de creerse que
las circunstancias de su nacimiento Influyeron en forma seria sobre su con-
formación ideológica y política.
Po
Ocampo y la revolución de Ayutla
a

Desde que don Andrés Molina Enríquez lo señaló en 1906, es un lugar


eb

común decir que la historia del siglo XIX de México se divide en dos perío-
dos: antes y después del plan de Ayutla.31 Puede observarse que para Ocam-
u

po, como para Juárez, la actividad desarrollada después del exilio en Nueva
pr

Orleáns, tiene también caracteres acusadamente diferentes a la desarrolla-


da en el período anterior. Hasta 1855, ninguno de los dos había encontrado
la ocasión de promover proyectos de transformación nacional de gran al-
1a

cance. Don Melchor regresó del destierro a echarse de cabeza en el torbelli-


no que desencadenó la revolución, iniciada por Florencio Villarreal el 1o. de
marzo de 1854. Llegó con su hija y con Mata a Veracruz el 17 de septiem-
bre; pasó de ahí a México, aunque lo reclamara su finca de Pomoca, a la
que no pudo conceder algunos días. Ya el 4 de octubre asiste, como repre-
sentante de Michoacán, a la junta que Álvarez ha convocado en Cuernavaca.
La actuación de Ocampo al lado del presidente Álvarez, como se sabe, fue

27  Romero F., p. 17 Diccionario biográfico, p. 1513.


28  Memorias de Hacienda 1870, p. 1025.
29  Obras; tomo II, p. 80.
30  V.g. Mateo Echaiz, que administró y después adquirió una propiedad de Iturbide,

pariente político suyo, según ya indicamos.


31  La Reforma y Juárez; p. 1.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  153

bien breve, según se refleja en el título del escrito que publicara en diciembre
siguiente: “Mis quince días de ministro”.32
La brevedad de esta colaboración tiende a dar una idea falsa del papel
político desempeñado por Ocampo durante la formación del régimen que
sucedió a la última dictadura de Santa Anna. Este se había retirado hacia
Veracruz desde el 9 de agosto; engañando a la opinión pública, salió rodea-
do de varios cientos de elegantes oficiales a caballo, hasta la fortaleza de
Perote. Ahí lanzó un cínico y melancólico manifiesto a la nación, pasó a
Orizaba y acompañado de sus jinetes, hizo en una jornada 160 kilómetros
hasta Veracruz.33 Al término de una semana, estaba ya embarcado hacia La
Habana, cuando aún no volvían a la patria los hombres que él había deste-
rrado y que no se habían acogido al perdón condicional otorgado en junio.34

a
Si se recuerda cómo se gestó la combinación de políticos conservadores,

rrú
clero y ejército que fue a traer a Santa Anna de Colombia, donde vivía en su
finca, se comprende mejor los acontecimientos ocurridos en la ciudad de
México, inmediatamente después de la salida de Santa Anna. El plan origi-
Po
nal de Ayutla tenía un tono federalista, pero prácticamente podía ser sus-
crito por toda persona o fuerza política que estuviera de acuerdo en que
cayera Santa Anna.35 Llamaba, como se recordará, a los generales Bravo,
a

Álvarez y Moreno a encabezar el movimiento. Aunque después casi se atri-


eb

buía la paternidad, Comonfort se sumó formalmente al plan el día 11, en


Acapulco, haciendo algunas modificaciones.36 Como ocurrió al plan de Gua-
u

dalupe, no hay paralelo entre la dimensión de los cambios económicos,


políticos y sociales que seguirían al de Ayutla y la concisión y brevedad de
pr

sus términos. Según Olavarría, Eligió Romero estuvo en Acapulco a princi-


pios del año 54, después de tener contacto con los exiliados en Estados
1a

Unidos, que por lo demás apenas se acababan de reunir en Nueva Orleáns;


por tal circunstancia, se ha sostenido siempre que hubo algún acuerdo
entre Álvarez y el grupo que después formaría la junta revolucionaria de

32  La Revolución; 22/XI y 4/XII/1855, Núms. 96 y 108.


33  El texto de este manifiesto, atribuido a Lares, se puede ver resumido en México a
través de los siglos; tomo V, p. 69.
34  Los emigrados de Nueva Orleáns regresaron al país en distintas fechas; uno de los

primeros fue Juárez, quien se unió a Álvarez en Acapulco desde julio; uno de los últimos,
Arriaga, que llegó a la ciudad de México hasta diciembre.
35  El Plan de Ayutla tuvo una enorme difusión; no sólo lo publicó la prensa después de

la huida de Santa Anna, sino que circuló por correo durante su dictadura. Véase la carta de
Esparza, administrador general de correos, en: La Patria; Núm. 114, 8/XII/1855.
36  Lo habitual, durante el período de Álvarez, era que la prensa publicara ambas ver-

siones del plan, símbolo de la unión de los grupos liberales. Véase Monitor; 21-VIII-1855.
154  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Brownsville.37 El hecho es que los considerandos del plan original, dentro


de su concisión, contienen una aguda crítica de la administración santanis-
tat por haberse convertido en dictadura, haber firmado el tratado de La
Mesilla, recargado al pueblo de contribuciones, restringido la libertad de
prensa y andar en tratos para el establecimiento de una monarquía. Se su-
ponía que en cada estado o territorio se formaría una fuerza militar, con las
personas que se adhirieran al plan; después de] triunfo de éste, los repre-
sentantes de esos grupos, constituidos en consejo de gobierno elegirían al
presidente interino y el presidente convocaría a un congreso extraordina-
rio, quince días después. Los estados y territorios tendrían un estatuto pro-
visional, elaborado por el jefe de las fuerzas revolucionarias locales con el
auxilio de algunas personas designadas por él mismo.38

a
Las reformas que Comonfort hizo al plan de Ayutla el 11 de marzo, ten-

rrú
dieron a quitarle su carácter federalista, con el argumento de que “todo lo
relativo a la forma en que definitivamente hubiere de constituirse la Nación
deberá sujetarse al congreso…. haciéndolo así notorio muy explícitamente”.39
Po
Donde el plan original decía “estados”, se puso “departamentos”; además,
se suprimió la mención al tratado de “La Mesilla” y se reforzaron, en cam-
bio, los argumentos antimonárquicos. La intención de Comonfort está bien
a

clara: eliminó los obstáculos para que los jefes militares santanistas pudie-
eb

ran sumarse al plan de Ayutla, dejando abierta la posibilidad de que la ad-


hesión de parte del ejército inclinara a la revolución por un régimen
u

centralista. Como además se limitaban las facultades del presidente interi-


no y se establecía que el congreso revisaría sus actos, quedaba dentro de lo
pr

posible que el ejército santanista se sumara a un plan políticamente indefi-


nido, que sólo exigía la salida del dictador.40
1a

37  México a través de los siglos; tomo IV, p. 829.


38  Aunque acabó entregando el poder a Comonfort, el general Álvarez hizo uso de esa
facultad para integrar con liberales “puros” la junta de representantes y los gobiernos de los
estados, lo cual explica la presencia de un grupo importante de ellos en el congreso constitu-
yente de 56.
39  Álvarez había mantenido buenas relaciones con Santa Anna, hasta que éste lo hosti-

lizó, según explicó en la proclama que lanzó el 24 de febrero de 1854.


40  Sobre la confusión que así se creó, véase Le Trait d’Union; 16-1X-1855, o La Verdad,

del día siguiente: “¡El plan de Ayutla! ¿quién da este grito? Vidaurri, que pide la extinción del
ejército, cuya conservación proclama el plan de Ayutla. Haro y Tamariz, que se apoya en el
clero y el ejército, las dos palancas del despotismo que ha querido derrocar el plan de Ayutla.
Comonfort que sigue aplicando el plan de Ayutla, pero modificado en Acapulco. La Llave,
que garantiza al clero sus bienes, cuando el plan de Ayutla no dice una palabra acerca de
esto. Los partidarios del gobierno de México, que siguen el plan de Ayutla, pero modificado
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  155

En las horas difíciles en que se forma un movimiento de esta naturale-


za, parece inoportuno empezar a dividir a quienes están de acuerdo con el
objetivo fundamental, iniciando una polémica ideológica.41 Estos fueron,
como es sabido, los argumentos de Carranza cuando se negó a incluir en el
plan de Guadalupe promesas o indicaciones de reforma de las condiciones
sociales y económicas dejadas por el porfirismo. A Comonfort no le falta-
ban, tampoco, argumentos en este sentido; debe recordarse que atrajo a
Zuloaga y que después muchos militares se sumaron al plan de Ayutla,
cuando era ya imposible la subsistencia de Santa Anna en el poder.42
Félix Zuloaga (1813-1898) era casi de la misma edad de Ocampo, habían
sido compañeros de colegio en la ciudad de México. Se inició en el ejército a
través de la milicia civil y combatió contra los americanos en Monterrey;

a
después mandó tropas en operaciones contra los comanches y apaches, así

rrú
como contra los mayas en Yucatán. Se sublevó con Santa Anna contra Bus-
tamante en 1841; después de la intervención americana se retiró un tiempo
del ejército. Santa Anna lo envió contra Comonfort, quien lo rodeó y obtuvo
Po
su rendición en Ñuzco; por un momento fue liberal y llevó la representación
de Chihuahua a la junta convocada por Álvarez en Cuernavaca. Subordina-
do a Comonfort, combatió las rebeliones de Puebla; en diciembre de 1857
a

lanzó el plan de Tacubaya y fue hecho presidente por los sublevados el 22


eb

de enero siguiente. De inmediato anunció un programa reaccionario: anuló


la ley de desamortización, la de obvenciones parroquiales y la ley Juárez;
u

repuso en sus empleos a quienes se habían negado a jurar la constitución


de 57. Depuesto por el plan de Ayotla, volvió a la presidencia por un mo-
pr

mento, para dejarla a Miramón; apresado por éste, se escapó después de la


derrota de Silao. Fue puesto fuera de la ley por el fusilamiento de Ocampo;
1a

salió del país antes de la intervención francesa y ofreció sus servicios a los
dos partidos. No era militar de carrera como Victoriano Huerta, pero sus acti-
tudes políticas fueron semejantes; ambos combatieron las rebeliones indí-
genas y se convirtieron en partidarios del establecimiento de una dictadura.
Regresó a México, amnistiado, en el gobierno del presidente Lerdo.

por la guarnición. Los «puros» exaltados, que no saben ellos mismos lo que quieren, pero
que se inclinan a favor de Vidaurri y desean la destrucción del ejército, garantizado por el
plan de Ayutla. Los prohibicionistas…que impugnan el arancel Ceballos, cuyo restableci-
miento está proclamado en el plan de Ayutla. Los conservadores, quienes, a juzgar por las
proclamas que ha dado el señor Mesa en Querétaro, invocan el plan de Ayutla, cuyo plan no
quieren poner en vigor”.
41  Contra esta idea, precisamente, luchó Ocampo en 1855.
42  Márquez, Osollo y Zuloaga, fueron después dirigentes del bando conservador duran-

te la guerra de tres años.


156  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Estos cambios del planteamiento político inicial del movimiento de


Ayutla, trajeron consecuencias incalculables sobre todo el desenvolvimien-
to de la revolución. En los primeros meses, la prensa de la capital atribuía a
Ocampo la jefatura política del movimiento;43 quizá recordando la denuncia
que Alamán hizo en su contra, en la bien conocida carta que Haro y Tama-
riz llevó a Santa Anna cuando llegaba a México en abril de 1853.44 El diario
oficial del régimen, seguramente para amedrentar a las beatas y los conser-
vadores, decía que el próximo presidente sería don Melchor. Posteriormente
se adhirieron al plan de Ayutla, por lo menos en las palabras, corrientes
francamente conservadoras, en un claro intento de captar la dirección del
movimiento y frustrar sus propósitos.45 Santa Anna no se embarcó hasta
que supo que la guarnición de la ciudad de México, encabezada por Rómulo

a
Díaz de la Vega, se había adherido al plan de Ayutla, consumando las mo-

rrú
dificaciones de Acapulco al posponer dos meses más la reunión del congre-
so constituyente. El mismo día, por invitación de Haro y Tamariz, las
autoridades locales y el ejército de San Luis Potosí daban también por ter-
Po
minada la administración de Santa Anna, “para salvar a los pueblos de los
desastres de la anarquía”. El plan de San Luis, por lo menos en apariencia,
no tenía color político; lo firmó, en primer lugar, Anastasio Parrodi, pero
a

fue fraguado por Haro. Por su parte, Manuel Doblado proclamó un plan re-
eb

volucionario en Guanajuato donde pedía “nada de discordia, nada de ven-


ganza, nada de partidos y que los hombres honrados…concurran con sus
u

luces y su influencia a dar a la República la forma de gobierno que más le


convenga”.46 Vidaurri, por su parte, desde mayo, se había declarado en
pr

Monterrey contra Santa Arma, diciendo que el estado de Nuevo León reasu-
mía su soberanía.47 Sin mencionar explícitamente el plan de Ayutla, el go-
1a

bierno local interino encabezado por Vidaurri se declaró dispuesto a


participar en el congreso constituyente.
Al plan de Doblado se sumó Leonardo Márquez, quien no fue propia-
mente un hombre de ideas políticas, sino más bien un militar conservador.
Participó en las guerras de Texas y de intervención yanqui; acudió con Do-
blado a las conferencias de Lagos con Comonfort, pero al año siguiente se
exilió por su participación en la sublevación de Haro y Tamariz. A media-

43  Universal; 12-IV-1854.


44  Médico o través de los siglos; tomo IV, pp. 807 a 809.
45  Santa Anna tomó parte en la preparación de esta maniobra, que facilitó con su

retirada.
46  Planes políticos; tomo I, pp. 281 a 286. Juárez, correspondencia; tomo II, pp. 50 a 65.
47  México a través de los siglos; tomo V, pp. 75 a 78.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  157

dos de 1858 se unió a Zuloaga; combatió después bajo las órdenes de Mira-
món y ordenó el fusilamiento de los prisioneros de Tacubaya en 1859.
Miramón lo destituyó y lo tuvo preso, pero lo dejó libre para que combatiera
a González Ortega, quien lo derrotó en Zapotlanejo. Reconoció a Zuloaga
después de la caída de Miramón, pero lo abandonó al llegar los franceses, a
quienes se unió desde luego. El emperador Maximiliano lo envió al extran-
jero; pero volvió después de la salida de las tropas de Bazaine y fue hecho
lugarteniente del imperio. Salió con algunas tropas de Querétaro, durante
el sitio, y se sostuvo durante más de dos meses en la ciudad de México. Se
ocultó y a fines del año 67 huyó a La Habana. Publicó algunos escritos en
su defensa, pero no pudo librarse de culpa en el asesinato de Ocampo. Díaz
lo admitió indultado en 1895; se regresó a Cuba al caer la dictadura. Hom-

a
bre torvo, sin escrúpulos ni respeto al enemigo, tenía una habilidad para

rrú
ocultar sus responsabilidades, a juzgar por sus escritos, semejante a la de
Rodolfo Herrera, el asesino de Carranza.
Los hechos antes descritos arrojan mucha luz sobre la afirmación de
Po
Molina Enríquez de que el plan de Ayutla tomó cinco formas diferentes.48 A
su juicio, como se sabe, el plan original representaba los intereses de la po-
blación mestiza, cada vez más numerosa, reunida en los pueblos y ciuda-
a

des; el plan de Haro correspondía a los intereses del clero; el movimiento de


eb

México, que puso momentáneamente en la presidencia al general Martín


Carrera, los intereses del ejército; al plan de Doblado lo interpretó como un
u

movimiento de lo que llamaba los “criollos laicos” que políticamente eran,


para él, el partido liberal moderado. En realidad, detrás de Doblado y de
pr

Vidaurri hay elementos de caciquismo y de política local.49


Esta diversidad de aspectos que tomó el panorama político al triunfo de
1a

la revolución de Ayutla, sugerida a don Andrés por el padre Rivera, fue el


resultado, por lo tanto, de un esfuerzo desesperado del partido conservador
por confundir y desorientar al movimiento triunfante, por arrancarle de las
manos la posibilidad de realizar sus propósitos.50 Hay que tomar también
con un grano de sal la interpretación “etnológica” de Molina Enríquez, que
en algunos aspectos lo conduce a producir un verdadero galimatías.
Recordemos como construye esa versión. Se basa en el papel preponde-
rante que jugaba la propiedad territorial dentro de la sociedad colonial, que

48  La reforma y Juárez; p. 96.


49  Vidaurri pretendía tratar con los diplomáticos yanquis y legislar sobre aranceles.
Véase: La Verdad; 29-XI-55 y El Heraldo; 15-IX-55. Vidaurri publicó en 1855 el periódico La
Blusa; para expresar sus puntos de vista.
50  La reforma y Juárez; p. 97.
158  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

en realidad subsistía intocada hasta la época de la revolución de Ayutla.


“Cuando vino el acomodamiento entre los españoles y los indígenas, como
consecuencia de la abolición de la esclavitud de éstos, la legislación, to-
mando como punto de partida los derechos patrimoniales de los reyes de
España, sancionó el estado de cosas establecido, consagrando las adquisi-
ciones hechas por medio de mercedes”.51 Tanto valía que el ilustre escritor
hubiera dicho, simplemente, que el hecho brutal de la conquista fue sancio-
nado por el régimen que menciona, y al cual atribuye los caracteres siguien-
tes: “Las tierras de los españoles tomaron la forma de la propiedad privada
y las de los indígenas, la forma de la propiedad comunal. La propiedad pri-
vada de los españoles se dividió a su vez en dos ramas, la individual y la de
las personas morales”, esta última, fundamentalmente en manos de la igle-

a
sia.52 Don Andrés subraya que esta situación tuvo un carácter dinámico, en

rrú
el que “cada una de esas propiedades siguió una evolución distinta”. Por
un lado, dentro de la propiedad privada el centro de gravedad, sobre todo
después de la independencia, se trasladó hacia el sector poseído por el cle-
Po
ro; “poco a poco, dice, el grupo eclesiástico se iba sobreponiendo al grupo
laico”.53 Por el otro lado, la propiedad en manos de las comunidades indíge-
nas, se defendió con considerable tenacidad; pero se vio también constan-
a

temente erosionada por las adquisiciones de tierras de los pueblos que iban
eb

a dar al sector eclesiástico, unas veces, y otras a los propietarios laicos, los
que en una mayoría creciente, dice don Andrés, eran de origen criollo.
u

“La propiedad comunal consistente en la del fundo legal de las pobla-


ciones indígenas, en la de los ejidos, y en la de los terrenos de repartimiento,
pr

aunque continuamente invadida y menguada por los españoles, y aunque


compuesta de tierras pobres, ha mantenido la vida de los indígenas de un
1a

modo admirable”; concluye sobre este aspecto de la evolución.54


Sin duda que esta forma abreviada de describir los hechos puede corre-
girse en muchos aspectos, ampliarse en muchos detalles y enriquecerse en
su contenido. “En el estudio que hemos hecho —dice el propio Molina Enrí-
quez— habremos olvidado muchas circunstancias, habremos interpretado
mal muchos juicios y habremos falseado muchos hechos al agruparlos en
generalizaciones, tal vez demasiado amplias y poco precisas…”.55 El uso de
un esquema tan simple, correspondía al propósito de situar la participación

51  Idem; p. 25.


52  Idem; p. 26.
53  Idem; p. 27.
54  Idem; p. 30.
55  Idem; p. 95.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  159

de Juárez en la guerra de tres años y en la intervención francesa, etapas


básicas del desarrollo de la nacionalidad mexicana. Por extensión, sirvió a
Molina para analizar la situación política que los exiliados de Nueva Or-
léans encontraron en nuestro país a su regreso, después de la salida de
Santa Anna. Pero conviene, como ya dijimos, al considerar las generaliza-
ciones de Molina Enríquez, tomar con ciertas precauciones los elementos
étnicos que introduce y lleva a lo largo de su análisis, mucho más lejos de
lo justificado.
Ante todo, debe tenerse presente que, no digamos los individuos, ni si-
quiera los grupos de ellos caracterizados por una misma situación frente a
la propiedad, tenían la uniformidad étnica que les atribuye don Andrés. Al-
gún biógrafo de Ocampo, llevado por razonamientos similares a los de Mo-

a
lina Enríquez, lo clasifica socialmente entre los pequeños “rancheros”

rrú
cuyas propiedades surgían al lado de los latifundios.56 En realidad, la pro-
piedad que heredó don Melchor era una hacienda típica, que correspondía
aproximadamente a la extensión y la población que tenían tales unidades
Po
de producción, en su zona.57
Cuando se contempla la rivera izquierda del río Lerma, poco antes de su
paso entre los cerros de San Miguel y Paquizihuato, desde el manchón de
a

árboles que aún sugiere el sitio donde estuvo, en Pomoca, la propiedad de


eb

Ocampo; se puede ver enfrente las ruinas de la vieja construcción de Pateo


y hacia la derecha, algo más lejos, lo que fuera la hacienda de Buenavista.
u

En conjunto, es una heredad de que pudo vanagloriarse más de un grande


de España y, desde luego, la casi totalidad de los 500 mil nobles que exis-
pr

tían a mediados del siglo XIX en la península. ¿Es posible decir que el due-
ño era un “ranchero”? Cuando Ocampo regresó a México, en septiembre de
1a

1855, había vivido en la miseria durante dos años; pero ello se debió a que
sus propiedades fueron intervenidas por el gobierno de Santa Anna.58 Tam-
poco es una cosa clara que Ocampo haya sido mestizo, siendo como son
oscuras las circunstancias de su nacimiento. De doña Francisca Javiera,
quien le heredó las tierras, se sabe que era criolla.
Molina Enríquez señala también que la situación de la iglesia en Nueva
España sufrió un cambio radical, y buscado intencionalmente por el clero,
para sacudirse el patronato que ejercía la corona. “La elevación de los crio-
llos al poder —explica—, entrañaba el principio de una grave cuestión con

56  Si se usara el criterio de Molina Enríquez, habría que poner a Ocampo entre los “crio-

llos señores”.
57  Véase el capítulo “Los señores de la vega del Lerma”.
58  INAH; Cartas personales, doc. 50-V-20-1.
160  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

la iglesia”.59 Debe tenerse presente que mientras el patronato fue aceptado


por ésta, “la iglesia en Nueva España no reconoció otro superior que el rey”
y “estaba casi excluida de la autoridad pontificia”. Por lo tanto, concluye
don Andrés, “la aspiración a libertarse del patronato tenía que extremarse
hasta la rebelión, y el patronato tenía que ser, como fue, la cuestión princi-
pal por debatir” entre los criollos laicos y la iglesia.60
Para ilustrar la lucha por el poder que existía entre los dos grupos de
propietarios, a través de las instituciones que los representaban, respecti-
vamente la iglesia y el poder público, cita este escritor a don Jacinto Palla-
res; quien asentó en un trabajo jurídico: “Teniendo el clero un capital que
ascendía a más de 150 millones de pesos; con rentas que ascendían a 8
millones anuales; con dignatarios que tenían sueldos de $130 mil el obispo

a
de México, $110 mil el de Puebla, $110 mil el de Michoacán, $90 mil el de

rrú
Jalisco, $35 mil el de Durango, etc., etc.; con una organización privilegiada
y con fueros que lo sustraían a la soberanía nacional, no era posible que
el gobierno mexicano se hicieron obedecer de esa clase poderosa, cuando él
Po
apenas tenía un presupuesto anual (¡federal!), de $24 millones y sus presi-
dentes o jefes de la nación jamás han ganado más de $36 mil”.61
Los generales Díaz de la Vega y Carrera al hacerse cargo de la capital
a

inmediatamente después de la salida de Santa Anna, anunciaron al pueblo


eb

mexicano que, con los brillantes oficiales del regimiento de lanceros que
acompañó al dictador hasta Veracruz, desaparecieron también los últimos
u

restos de los 7 millones de pesos de la indemnización americana por el tra-


tado de La Mesilla.62 Al tiempo que don Antonio volvía a México de Turba-
pr

co, aún quedaba millón y medio de la anterior indemnización yanqui; pero


la triste realidad era que, descontando los dispendios de la dictadura, el
1a

gobierno tenía un déficit de varios millones al año,63 después de recurrir a


todos los orígenes viables de fondos y de hacer todas las economías posibles.
“El santanismo —dice Molina Enriquez— fue el verdadero florecimiento
del gobierno de los criollos”;64 la causa de su desaparición debe buscarse en
el hecho de que “no tocaba el elemento étnico de los criollos, débil, poco
numeroso y demasiado embuido de las preocupaciones coloniales, fundar

59  La reforma y Juárez; p. 40.


60  Idem; p. 41.
61  Idem; p. 43.
62  Después resultó que Santa Anna, antes de salir, había dispuesto también de otros 3

millones, mediante documentos que dio a norteamericanos. Véase: La Patria, 8-XII-1855.


63  Véase el capítulo “No hay nación, sin rentas”.
64  La reforma y Juárez; p. 47.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  161

la nacionalidad mexicana”. Sin embargo, en otra etapa de su análisis, don


Andrés sostiene que el imperio era un proyecto viable, como pretendía Bul-
nes. “Esta es, dice, una verdad monumental…Pero esto requería deshacer
de un modo absoluto, lo hecho a virtud de las leyes de desamortización y de
nacionalización…”.65 Es decir, pretende, siguiendo al formidable polemis-
ta, que era un proyecto viable, a condición de haber dado marcha atrás
completamente a la obra reformista.
Sin embargo, toda la información disponible indica que el santanismo
—a pesar de su precio alto: la represión política, las expulsiones del país a
granel, los impuestos por las ventanas y los perros, etc., etc.,— no era un
proyecto de país económicamente viable.
Don Justo Sierra opinaba, como se sabe, que el criterio personal de San-

a
ta Anna no iba más allá de la mentalidad del oficial que se pronuncia para

rrú
hacerse de la caja del regimiento y lograr un ascenso.66 El santanismo de
1853, sin embargo, contaba con el tinte intelectual de Alamán, Haro, Lares,
etc. aplicado a las botas de Tornel, Canalizo, Lombardini, etc.; no puede ol-
Po
vidarse con tanta sencillez, además, que tomaron parte en él Munguía y
Labastida, por lo menos en su etapa inicial.67
Santa Anna aumentó el ejército de 14 mil soldados a 90 mil en unos
a

cuantos meses; como guardia pretoriana para decorar una sociedad teocrá-
eb

tico-militar, puede afirmarse que era un proyecto económicamente imposi-


ble de sostener.68 Esto lo comprendió más tarde Maximiliano, cuando se
u

hallaba bajo la influencia de Bazaine.69


A mediados de 1855, como consecuencia de estos hechos, estaban ya
pr

en contra de Santa Anna todos los sectores de la opinión nacional. Aún es


dudoso que un príncipe extranjero, como el solicitado en los tratados de
1a

Córdoba, hubiera podido organizar en México un nuevo orden de cosas al


tiempo de lograrse la independencia, no digamos ya a mediados del siglo,
sin tocar la distribución de la propiedad raíz, la única casi que existía. Este
problema económico, en sí mismo, no escapó a Molina Enríquez, quien se-
ñaló con todo género de detalles que las condiciones de la principal zona
agrícola del país, por él llamada “zona de los cereales”, “eran de tal manera
malas, a causa por una parte de la pobreza general del medio, y por otra a

65  Idem; p. 92.


66  La evolución política; pp. 298 a 301.
67  Hasta la muerte de Alamán, todo el partido conservador apoyaba a Santa Anna. Véase:

Distribución de los 7 millones de La Mesilla, en La Revolución; 14-XI-55 y siguientes.


68  Véase el capítulo: “No hay nación, sin rentas”.
69  De ahí su alejamiento transitorio de los conservadores.
162  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

causa de la desastrosa repartición que hizo de (la propiedad) la administra-


ción colonial, que no podían dar lugar a un crecimiento de la población, a
un aumento del trabajo industrial, y a un desarrollo general de los nego-
cios, capaces de permitir la formación de un ejército numeroso…y hacer
costeable la apertura o construcción de grandes vías de comunicación”.70
Conviene ampliar un poco el cuadro de las condiciones económicas del
país, única forma que nos permitirá comprender la disyuntiva que existía y
que, desde el punto de vista político, se manifestaba en el enfrentamiento
de los liberales puros, los llamados moderados y la masa de intereses crea-
dos que representaba el partido conservador. Para este fin, reconociendo la
insuficiencia de buena parte de los datos, convendrá repasar rápidamente
el cuadro estadístico que trazó en 1856 Miguel Lerdo de Tejada, formado

a
con datos oficiales y otras noticias fidedignas, según el mismo autor afirmó.

rrú
La producción agropecuaria la estimó Lerdo en 260 millones de pesos
anuales; en tanto que dio al producto de la minería el valor de 26 millones,
y a la producción de la industria “fabril y manufacturera” le asignó un total
Po
de 90 o 100 millones anuales.71 Con datos de la oficina de contribuciones,
calculó que el valor de la propiedad raíz ascendía a 1,355 millones de pe-
sos, de los cuales 720 millones correspondían a las 13 mil fincas rústicas
a

de existentes en toda la República. Es evidente que no da valor alguno a las


eb

tierras de las comunidades indígenas, cuyo número y extensión segura-


mente era del orden de lo correspondiente a las fincas que pagaban impues-
u

tos, de las cuales la mayor superficie la representaban las haciendas. De los


635 millones en que estima el valor de las fincas urbanas, sostiene que 250
pr

ó 300 millones consistían en los edificios de las principales poblaciones.72


A pesar de la gran exportación que se hacía de oro y plata, el dinero en cir-
1a

culación lo estimaba en 100 millones, señalando que con frecuencia era


escaso. “Si se toman por base los productos de la agricultura, de las artes,
de la industria, de la minería y de la ganadería, así como las traslaciones de
fincas rústicas y urbanas, y finalmente el monto de las mercancías extran-
jeras…parece fuera de toda duda —indica en su “Cuadro sinóptico”— que
el valor total del comercio interior de la República…asciende hoy anual-
mente, a más de 400 millones de pesos”.73 “El giro de cambio por medio de
libranzas” a pesar de que no se hacían operaciones sino entre la capital, los
principales puertos habilitados para el comercio exterior y las más grandes

70  La reforma y Juárez; p. 46.


71  Cuadro sinóptico; pp. 35, 37 y 43.
72  Idem; p. 43.
73  Idem; p. 45.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  163

poblaciones interiores, lo hizo ascender a 30 ó 40 millones de pesos al año.


“El giro de banco por préstamos a interés, con hipoteca de bienes o sin ella,
o por descuentos de libranzas o pagarés a cortos términos”, lo estimó en
sólo la ciudad de México, en 8 ó 10 millones de pesos y en otro tanto en el
resto de la República.74
“El valor de las importaciones anuales de mercancías extranjeras en la
República” lo sitúa Lerdo en unos 26 millones de pesos, “y el de las expor-
taciones en 28 millones”. La diferencia la hace consistir en los pagos de la
deuda exterior, los gastos del servicio diplomático y las utilidades “que lle-
van consigo algunos extranjeros”.75
Tratándose pues, de un país cuyas dimensiones económicas, en sus tra-
zos más generales, se resumían del modo anterior, resulta de la mayor uti-

a
lidad establecer puntos de referencia que indiquen, aunque sólo sea de un

rrú
modo esquemático, lo que representaban comparativamente la iglesia y el
estado.
El número de personas que dependían económicamente del gobierno
Po
federal y de los estatales, en forma directa, lo estimó Lerdo de Tejada
aproximadamente en 30 mil. El ejército permanente, incluyendo los milita-
res retirados, lo consideró formado por 15 mil 500 personas. Los gastos
a

estrictamente necesarios del gobierno federal los estimó en 14 millones


eb

228 mil pesos anuales; y los de los estados en 4 millones 819 mil pesos;
pero advierte que en realidad, tan sólo los del gobierno general “no bajarán
u

mucho de 20 millones de pesos”. Ahora bien, todos los impuestos estableci-


dos no producían más de 15 millones de pesos, por lo cual resume la situa-
pr

ción fiscal en la siguiente comparación:


Gastos $24,819,203
1a

Rentas   15,000,000
Diferencia   9,819,203
Nada de extrañar resultaba, por lo tanto, que la deuda exterior ascen-
diera a 55 millones 817 mil pesos, y la deuda interior a 61 millones 950 mil
pesos; o sea, un total de 117 millones 767 mil pesos. Ni tampoco que los
intereses y amortizaciones representaran anualmente 3 millones 584 mil
pesos.76
Por su parte, el clero estaba formado por 3,320 eclesiásticos seculares y
1,295 regulares, a los cuales debían añadirse 1,484 religiosas. Había ade-

74  Idem; p. 49.


75  Idem; p. 55.
76  Idem; pp. 89 y 84.
164  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

más 533 niñas y 1,266 criadas en los conventos, así como 37 profesas y 41
novicias en los establecimientos de hermanas de la caridad. Digamos que
un total de 8,000 personas dependían económicamente de los ingresos del
clero, de un modo directo.
Ricardo García Granados calculó en 1906 que el número de miembros
del clero regular y secular ascendía, en vísperas de la reforma, a 9,300
personas.77
“Las rentas generales destinadas al sostenimiento del clero y del culto
en la República —dice Miguel Lerdo en su cuadro—, pueden subdividirse
en cuatro grandes clases, a saber: primera, las que corresponden a los obis-
pos y a los canónigos que forman los cabildos de las respectivas catedrales;
segunda, las que pertenecen a los eclesiásticos particulares o capellanes;

a
tercera, las de los curas y vicarios; y cuarta, las de las diversas comunida-

rrú
des religiosas de ambos sexos”. Las primeras, compuestas principalmente
del impuesto llamado “diezmos y primicias”, había bajado mucho desde el
decreto de 1833, que les quitó el carácter obligatorio; pero aún eran de
Po
consideración. “El monto total de lo que hoy colecta el clero en toda la
extensión de la República, por rentas procedentes de diezmos, derechos pa-
rroquiales, limosnas, misas, funciones eclesiásticas, y por la venta de
a

diversos objetos de devoción, asciende por lo bajo a 6 u 8 millones de pesos


eb

anuales”. “El monto total de la propiedad del clero…excede hoy todavía de


250 ó 300 millones” —calcula este autor—. Por todo ello, concluyó que
u

“unidos los productos de estos bienes a los de los diezmos, derechos parro-
quiales, etc., etc., puede muy bien asegurarse que el total de las rentas que
pr

con diversos títulos y por todos los objetos indicados percibe el clero en la
República, pasa de 20 millones de pesos al año”.78
1a

Según Ricardo García Granados el valor de los bienes raíces del clero en
la ciudad de México ascendía a 17 millones de pesos; en toda la República
estimó que ascendían a 150 ó 200 millones, lo que significaba entre 1/2
y 1/4 de toda la propiedad raíz.79 Humboldt había dicho que la iglesia po-
seía 4/5 de toda la propiedad raíz y tenía rentas por 40 millones, hacia fines
de la época colonial.
Dentro de este cuadro general, puede señalarse que el clero era, en sí
mismo, un gigantesco banco, “al que reconoce —dice Lerdo— la propiedad
raíz en la República más de 80 ó 100 millones de pesos impuestos a rédito”,
en una época en que el valor total de las operaciones bancarias de este tipo

77  La constitución de 1857 y las leyes de reforma; p. 69.


78  Cuadro sinóptico; p. 83.
79  La constitución de 1857 y las leyes de reforma; p. 69.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  165

que se hacían anualmente se estimaba en 16 ó 20 millones. Algunos escri-


tores sostenían entonces que las propiedades del clero representaban la mi-
tad de los bienes raíces de la nación; según se dijo otros hacían ascender
esa proporción a nada más un tercio. “Sólo en la ciudad de México —escri-
bió Lerdo en su “Cuadro sinóptico”—, cuyas 5,000 casas, unidas a los tem-
plos y demás edificios públicos, no pueden estimarse hoy en menos de 80
millones de pesos, más de la mitad de ellas pertenecen al clero”. Algo seme-
jante ocurría en Guadalajara, Puebla y otras ciudades del país.80
Algunos escritores contemporáneos han manifestado dudas sobre la
precisión de las cifras estimadas en la época, respecto al valor y distribu-
ción de los bienes eclesiásticos, por Mora, Otero, Lerdo de Tejada, Pallares,
etc. Sin embargo, las correcciones que introducen, si bien cambian las ci-

a
fras, no alteran el orden de magnitud. Debe reconocerse, por lo tanto, que

rrú
en 1855 la reforma era inaplazable, porque la enorme riqueza de “manos
muertas” estaba sustraída al comercio e impedía el desarrollo de nuevas
actividades, y porque el estado vivía en permanente quiebra, explotado por
Po
la usura, sin realizar plenamente sus funciones por falta de recursos.81
Los escritores conservadores sostenían que la iglesia era el sostén del
orden y del estado; en realidad lo había sido en cierta forma durante la co-
a

lonia, pero entonces estaba plenamente subordinada a la corona. Luis G.


eb

Cuevas, por ejemplo, escribía en la época de la reforma: “Diseminadas en


un territorio que no guarda proporción con su población las diversas razas
u

de que se compone la nuestra, sin ningún género de conocimientos, y care-


ciendo de todas aquellas prendas que llamamos civilización, en multitud
pr

de pueblos y sin excepción ninguna en todos los indígenas, no se encuentra


otro centro, ni de orden, ni de paz en las familias, ni de respeto a las leyes y
1a

autoridades establecidas, sino el párroco que les enseña las verdades cris-
tianas…”82 Sin embargo, no pretende examinar la conveniencia y solidez
de prolongar indefinidamente este orden colonial. “Doloroso es cierta-
mente para cualquier escritor católico —confiesa—, ocuparse de estas
materias, y examinarlas alguna vez bajo el aspecto político o social, cuan-
do no debiera invocarse ni otra razón ni otro principio que los que están
comprendidos en esta regla: la iglesia lo prohibe”.83 No es necesario poner
en duda lo que Cuevas afirma respecto a la obra de la iglesia, cuando es-
cribe: “Allí están los templos, los asilos de la virtud, los establecimientos

80  Cuadro sinóptico; p. 83.


81  Véase, por ejemplo, Los bienes de la Iglesia; pp. 13, 103, 144 y 293.
82  El porvenir de México; p. 406.
83  Idem; p. 410.
166  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

piadosos, y la magnificencia del culto que pudo hacer creer a algún viajero
que visitase estas regiones que en México se hallaba la capital del mundo
cristiano”.84
Pero, ¿cuál era la situación cultural de la población? De acuerdo con los
datos del “Cuadro sinóptico”, el número de habitantes era ligeramente infe-
rior a 8 millones, de los cuales solamente unos 700 mil vivían en las princi-
pales 30 ciudades. “Comparado el número de (alumnos de primaria) con la
población total de las localidades a que corresponden, resultan en la pro-
porción de uno por cada 37 habitantes”, de modo que en esas poblaciones
no había más de 18 ó 19 mil niños inscritos en escuelas primarias.85 En la
ciudad de México, Lerdo menciona nueve colegios de educación superior
cuyos alumnos sumados no llegaban a 1,500; y sólo registra siete becados

a
en Europa (alumnos de bellas artes). Los seminarios conciliares, en número

rrú
de 10, tenían más de 3,050 alumnos que estudiaban latinidad, filosofía,
derecho canónico, derecho romano, teología escolástica, dogmática y mo-
ral, y en algunos casos derecho natural, civil y de gentes, francés e inglés.
Po
En los tres principales colegios laicos se estudiaban en cambio gramática,
filosofía, matemáticas, física, cosmografía, geografía, jurisprudencia, his-
toria, literatura clásica, historia natural, química, anatomía, fisiología, far-
a

macia, patología, clínica, medicina operatoria y legal, lógica, mineralogía,


eb

geología, zoología, botánica, topografía, geodesia, astronomía y dibujo.86


En los estados morían de hambre unos 30 colegios laicos de educación su-
u

perior, cuyos planes de estudios eran semejantes a los de los colegios laicos
de la capital.
pr

Para el conjunto de la República, quince años atrás de la reforma se cal-


culó que sólo existían poco más de 1,300 escuelas, con un gran total de
1a

60,000 alumnos; de este sistema escolar sólo 21 planteles, con 2,000 alum-
nos, eran sostenidos por fondos del clero mexicano.87
A pesar de la guerra civil y de la intervención extranjera, bueno es re-
cordar que en 1874 ya existirán más de 8,100 escuelas en el país, sosteni-
das por el estado, más unas 2,000 particulares, con un total de cerca de 350
mil alumnos. A fines del siglo habrá poco menos de 12 mil escuelas, con
unos 750 mil alumnos; y es bueno señalar que aún la instrucción de las
369 escuelas del clero, incluía ya cerca’ de 28 mil alumnos. Entre 1843 y
1900, el número de escuelas se multiplicó por 9 y el número de alumnos

84  Idem; p. 407.


85  Cuadro sinóptico; p. 67.
86  Idem, pp. 69 y 70.
87  La constitución de 1857 y las leyes de reforma, p. 113.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  167

por 13.88 Una expansión semejante, a pesar de las enormes insuficiencias


que aún persistían, habría sido materialmente imposible sin la desamorti-
zación de los bienes eclesiásticos, pues el gobierno general y los estatales
jamás habrían contado con ingresos suficientes, si el país hubiera seguido
congelado en el estado teocrático-militar en que lo tenían los conservado-
res y Santa Anna en 1854. “Desde que amanece hasta que anochece”, decía
un viajero extranjero en aquella época, “se oye en México el sordo redoble
de los tambores, el agudo toque de los clarines y el destemplado repique de
las campanas, como signos patentes del régimen religioso-militar que opri-
me al desgraciado pueblo de esta llamada República”.89
Tan pronto estuvo Ocampo en el territorio nacional, se enteró sin duda
de los detalles que rodearon la salida de Santa Anna. Con un ejército de 90

a
mil hombres, el dictador pudo haber resistido mucho tiempo, ya que la re-

rrú
volución de Ayutla no dominaba en agosto de 1855, sino en los estados de
Jalisco, Guerrero, México y Veracruz. La larga experiencia de los dueños del
poder económico radicados en la ciudad de México, les hizo ver que entre
Po
más se prolongara la lucha militar, más fuerza tomaría el grupo revolucio-
nario del sur. Antes de desaparecer, sin embargo, Santa Anna dejó armada
la trampa al designar como sus sucesores al magistrado José Ignacio Pavón
a

y los generales Mariano Salas y Martín Carrera. Uno de los suplentes del
eb

triunvirato, el general Rómulo Díaz de la Vega, es el alma del plan de México


de 13 de agosto y Carrera es el presidente que resulta electo por una junta
u

de notables al día siguiente. Respecto a la composición de la junta que de-


signó a Carrera, escribió el “Siglo XIX”: “Por una irrisión inconcebible, por
pr

un contrasentido monstruoso, en la lista de los representantes de ayer en-


contramos nombres que son el emblema de ideas, de sistemas, de conducta
1a

diametralmente opuestos a los que han triunfado. Allí ha tenido cabida el


elemento conservador; allí el elemento santanista; hasta los jesuitas han
estado allí representados”.90 Unos días después, el periódico “La Revolu-
ción”, recién aparecido en la capital, declaraba a Carrera y Díaz de la Vega
comprometidos en el santanismo, y otro diario, “El Monitor Republicano”
exhibía las maniobras conservadoras encaminadas a falsear la revolución
de Ayutla.91
A este movimiento, sin embargo, lo volvió incontenible el repudio general
contra Santa Anna, a quien antes de salir sus abusos lo habían enfrentado

88  Idem; p. 114.


89  Idem; p. 9.
90  México a través de los siglos; tomo V, p. 72.
91  La Revolución: 19-VIII-1855.
168  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

con casi todos sus amigos conservadores y con un sector importante del
clero. La indignación estalló en las calles y volvió necesario procesar al
propio hijo del dictador depuesto; algunos periódicos fueron saqueados
y también las casas de connotados santanistas, incluyendo la de Diez de
Bonilla. La opinión pública, los éxitos militares de Comonfort y Santos De-
gollado, la oposición de Haro y Tamariz, Vidaurri, Doblado y de Ignacio de
la Llave hicieron imposible la subsistencia del gobierno de Carrera.
Ocampo desembarcó al día siguiente del convenio de Lagos, donde se
reunieron Comonfort, Haro y Tamariz y Doblado (quien llegó acompañado
de Leonardo Márquez) y tomaron la decisión de mantener el plan reforma-
do en Acapulco, mientras los agasajaba el aristocrático dueño de una ha-
cienda. Las maniobras y las contemporizaciones siguen, sin embargo.

a
Sintiéndose autor del triunfo, Comonfort manda a Álvarez una lista de los

rrú
miembros que deberían integrar la junta encargada de elegir presidente en
Cuernavaca; en esta lista, desde luego, no está Ocampo. El viejo caudillo,
que se encuentra rodeado de liberales en Iguala, modifica la lista de Co-
Po
monfort e incluye a don Melchor. El juicio de Vigil sobre ambas listas no es
ambiguo: “en la de Álvarez dominó el elemento puro, en la de Comonfort el
moderado”.92
a

Bajo la presidencia del patriarca liberal, don Valentín Gómez Farías, se


eb

instala la reunión el 4 de octubre; Ocampo es elegido vicepresidente y los


secretarios son: Juárez, Cendejas, Diego Álvarez y Joaquín Moreno. Juan
u

Álvarez obtiene 16 votos, Comonfort y Ocampo, tres cada uno, Vidaurri el


pr

voto restante. Comonfort, Ocampo, Juárez y Gómez Farías votan por Álvarez;
por Ocampo votan Guillermo Prieto, Alcaraz y González. Se forma más tarde
un consejo de gobierno, presidido por Gómez Farías, del cual forman parte
1a

Yáñez, Cardoso, Prieto, Lafragua y Silíceo. Se afirmó entonces que Álvarez


se rehusaba a aceptar la presidencia, por su edad, su estado de salud y la
idea, difundida por la prensa, de que sus costumbres rústicas y sencillas
no eran adecuadas para el puesto; pero se dice que Ocampo lo convenció.
De otro modo, era inevitable la entrada de Comonfort.93
Fue grande el desconcierto en la ciudad de México, cuando se conoció el
resultado de la junta de Cuernavaca. Las maniobras contra los liberales
“puros” estaban en su apogeo; el periódico “Le Trait d’Union” publicó en
México el texto de un supuesto tratado entre las autoridades mexicanas y
el ministro americano Gadsden; para establecer un protectorado sobre

92  México a través de los siglos: tomo V, p. 88. Historia mexicana; vol. X, pp. 72 a 98.
93  El Monitor Republicano; 6-X-1855 (McGowan; p. 96).
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  169

México.94 El golpe iba claramente contra el grupo de quienes estuvieron exi-


liados en Nueva Orléans; el anciano caudillo denunció la impostura, indig-
nado, y el ministro americano reconoció: “En conversaciones habidas con
individuos del mismo partido (pronunciados por el plan de Ayutla) en esta
ciudad (México), nunca dieron éstos el menor indicio de que una alianza de
protectorado o anexión pudiera ser admitida ni aun deseada”.95 Los indios
de Álvarez, muy mal vestidos “pero todos con sus fusiles limpios”, acampa-
ron en el Zócalo y en el interior del Palacio Nacional, lo cual produjo un
verdadero choque psicológico en los sectores pudientes de la Capital. Juárez
describe en sus memorias la incómoda situación que rodeó al presidente
Álvarez durante sus días en la ciudad de México y la manera artera en que
Comonfort se prestaba a las intrigas en su contra. La verdad, sin embargo,

a
fue que muchos liberales participaron en esta innoble campaña, como lo

rrú
muestra la siguiente carta que José Ma. Arteaga dirigió a Jesús Terán, el 24
de noviembre de 1855: Po
Por México sigue el mismo descontento que anuncié a usted en mi última car-
ta, pues en las cosas más triviales se ve el desagrado con que han recibido la
permanencia en el poder del señor Álvarez…todo lo motivan las exageraciones
de los que (lo) rodean, que creen que nuestro pueblo está en su educación al
a

nivel de Inglaterra…no se han convencido todavía, como debieran, de que es


eb

impracticable en un pueblo sin educación, la democracia…96


En la literatura política del siglo pasado nacional, el pequeño escrito
u

que Ocampo publicó en las últimas semanas de 1855, con el relato de su


pr

fugaz participación en el gabinete del presidente Álvarez, ocupa sin duda


un lugar muy destacado. Su contenido tuvo una gran difusión, por haberlo
publicado un periódico de la ciudad de México.97 No se encuentra algo pare-
1a

cido, ni siquiera en la extensa producción del padre Mora, don Carlos Ma.
Bustamante, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala o el propio Juárez, entre
otros altos funcionarios que escribieron sobre los acontecimientos que les
tocó vivir. Representa, con respecto a la crisis política del gobierno de Álvarez,

94  La Patria; 20-IX-1855.


95  La Verdad; 27-IX-1855. Sobre la actitud doble y calculada de Comonfort en este
asunto, puede verse su proclama, aparecida el 3-X-1855 en ese mismo periódico. La noticia
del tratado, dice en ella, “me ha sido comunicada por un leal y constante amigo de la liber-
tad y de la independencia de México, asegurando que no sólo ha oído ese rumor, sino que ha
tenido en sus manos la copia de ese fatal tratado”. Mata aclaró por completo los hechos en
La Patria, 21-X-1855.
96  Corresp. y papeles de D. Jesús Terán; p. 7.
97  La Revolución; 22-XI-1855 y 4-XII-1855.
170  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

con que se inició la reforma, lo que Mora hizo en la “Revista Política” con
relación a la administración Gómez Farías de 1833. Con la diferencia de
que Ocampo no hace sólo un análisis ideológico, sino que, para influir en la
opinión pública, relata en detalle lo ocurrido durante las dos semanas en
que ocupó el ministerio de relaciones interiores y exteriores, en el gobier-
no que se estableció en Cuernavaca el 4 de octubre de 1855. Lo verdadera-
mente notable de su escrito, que recogió después en un folleto, fue el que
apareciera unos cuantos días después de ocurridos los hechos; no era pues,
una remembranza histórica, sino uno de esos poco frecuentes intentos de
usar la literatura política como instrumento de acción pública.
Ocampo empleó buena parte de su escrito para disipar malos entendi-
dos, que era de esperar que surgieran, tratándose de la renuncia de un alto

a
funcionario. Explica que fue designado consejero en el Distrito y renunció,

rrú
que vaciló mucho antes de aceptar la designación de representante por Mi-
choacán, que no daba gran valor a las clasificaciones sectarias de los libe-
rales, aún cuando se consideraba, a su manera, del grupo “puro”. Después
Po
de describir el ambiente que encontró en Cuernavaca, lo ocurrido en la jun-
ta de representantes y su designación como jefe del gabinete, con un estilo
nervioso y ágil, traza un cuadro, que ya hemos mencionado, de las corrien-
a

tes fundamentales que presionaban sobre la orientación de la revolución


eb

triunfante. “Comprendo más clara y fácilmente estas tres entidades polí-


ticas: progresistas, conservadores y retrógrados, que no el papel que en la
u

práctica desempeñan los moderados”. En realidad, agrega, “no son más


que conservadores más despiertos, porque para ellos nunca es tiempo de
pr

hacer reformas, considerándolas siempre como inoportunas o inmaturas; o


si por rara fortuna las intentan, sólo es a medias e imperfectamente”. Pen-
1a

sando de seguro en las administraciones honestas, pero titubeantes; pa-


trióticas, pero ineficaces; que hicieron los liberales moderados gobernando
como ministros de los generales Herrera y Arista, don Melchor agrega:
“Fresca está, muy fresca todavía la historia de sus errores, de sus debili-
dades y de su negligencia”. Insiste en que no se trata, en ese momento, de
una estricta cuestión de grupos o de personalidades. “La moderación y la
pureza son dos virtudes —indica—: poseerlas una ventaja, y despreciar-
las un extravío. ¡Cuántos moderados hay con pureza! ¡Cuántos puros con
moderación”! Pero siente Ocampo que deben llevarse a la práctica los
cambios que desembaracen el camino del país, cambios que en teoría mu-
chos aceptan como necesarios y útiles, pero que vienen retrasándose y
posponiéndose con el argumento de unos de que todavía no les ha llegado
su hora, con la esperanza de otros de que nunca les llegue. “¿Es acaso im-
posible, se pregunta, reunir en la política una convicción bastante profunda
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  171

para que muera sin transigir y bastante prudente para contenerse en lími-
tes racionales?”
Se empeñó Ocampo en explicar que no vio un enemigo en Lafragua,
sino un hombre inadecuado para realizar los fines del movimiento de
Ayutla. Lafragua había sido, como Ocampo, diputado al congreso constitu-
yente de 1842; era otro de “la tribu” de aquel año. Colaborará, después de la
renuncia de Álvarez, con el gobierno de Comonfort en el ministerio de go-
bernación; de ahí salió a Francia, donde Ocampo deseó enviarlo desde
1855, y pasó en España toda la guerra de tres años, prestando servicios
inestimables a la República. Escribió extensamente para poner en claro el
verdadero carácter del tratado Mon-Almonte. Había sido senador, en el con-
greso que disolvió Ceballos, y magistrado de la suprema corte; Juárez lo

a
hizo después ministro de relaciones exteriores y continuó con Lerdo de Te-

rrú
jada. Era un jurista laborioso y eficiente y un diplomático patriota y sagaz;
pero no tenía alma de reformador. Ocampo reconoce con abierta franque-
za que pensó en 1855 que se le daban los honores de jefe del gabinete, para
Po
que fuera Lafragua y no él quien gobernara la política interior durante el
constituyente y el gobierno interino, con objeto de impedir que la presión
reformista se desbordara. La actuación de Lafragua como vocero de Comon-
a

fort en las sesiones del congreso, en muchos de los momentos clave de la


eb

asamblea, prueba suficientemente que era hombre sin fe en el pueblo, teme-


roso de los cambios y enemigo de las reformas profundas y decididas.
u

Lafragua se opuso a que la constitución de 57 contuviera una declara-


ción sobre libertad de cultos; era partidario de que el estado sostuviera los
pr

gastos del culto y escéptico respecto a los recursos que produciría la nacio-
nalización de los bienes eclesiásticos. No estuvo de acuerdo con la ley del
1a

matrimonio civil expedida en Veracruz, aunque reconocía la necesidad de


librar al estado de la mediatización del clero.
La verdadera lucha, sin embargo, durante sus quince días de ministe-
rio en 1855, la sostiene Ocampo con el propio Comonfort. Apenas llegado
éste a Cuernavaca, se inician las entrevistas, largas, agotadoras y en el
fondo estériles. Comonfort aceptó sin discutir a Juárez y Prieto, propuestos
por Ocampo para justicia y hacienda. Comonfort había sido diputado en
1847 junto a Juárez, a Prieto lo conocía y lo apreciaba como todo mundo; y
finalmente, tomó la cartera de guerra, se marchó a México y no volvió has-
ta que llegó la hora del choque final con don Melchor. Sin embargo, le ha-
bló con franqueza a éste último; el gabinete debe estar formado, mitad y
mitad, por moderados y puros. Ocampo replicaba: “Toda coalición entorpe-
ce, cuando no paraliza, el movimiento; en la economía del poder público…
aún en un régimen constitucional el ejecutivo es el movimiento, la acción;
172  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

en una dictadura —tal como la que por la naturaleza de las circunstancias


íbamos a ejercer, dice Ocampo—, el ejecutivo debía ser todo movimiento y
vida, si no quería suicidarse o perder la ocasión de ser útil; el equilibrio es
justamente una de las ideas opuestas a la de movimiento, etc.”. La discu-
sión se llevó al cabo con plena libertad y absoluta franqueza, inmejorables
intenciones, desprendimiento y desinterés perfectos, según don Melchor,
pero no llegaba a ninguna parte. El ojo agudo del michoacano había calado
bien hondo en el conflicto psicológico que toda su vida paralizó a Comon-
fort: “Me pareció notar que, sin que él lo advirtiera, sin que pudiera formu-
larse siquiera interiormente su pensamiento, quería ser y no ser director
de la cosa pública, cumplir y no cumplir ciertos compromisos personales,
tener la gloria, si alguna había, y no la responsabilidad de la situación; me

a
pareció notar en su ánimo ciertas miradas retrospectivas que hubiera de-

rrú
seado borrar con ciertas aspiraciones (no personales) del porvenir”. Lo cali-
fica, aún después de la ruptura, como patriota sincero y ardiente, hombre
generoso y probo. Su deficiencia, deja entender, no era del entendimiento
Po
ni del corazón, sino de la voluntad.
Juárez hizo un esfuerzo por evitar la ruptura, y cuando ésta sobrevino,
tanto él como Prieto acompañaron a Ocampo en la renuncia* “El señor Juá-
a

rez —dice éste último— me dijo cosas que me enternecieron y me cortaron


eb

la palabra”. Pero la revolución de Ayutla estaba en manos de Comonfort, de


quien dijo alguien a Ocampo, cuando el general regresó de México: “Es el
u

casero que viene por las llaves”. Al discutir el programa que presentó Co-
monfort, Ocampo señaló inmediatamente los dos aspectos básicos que, en
pr

ese momento crucial separaban a los moderados de los “puros”, calificativo


que aceptaba un poco a regañadientes. El primero se refirió a la guardia
1a

nacional, que debería sustituir al ejército reclutado mediante la leva, tradi-


cional desde la independencia; el segundo, a la posición política que debía
darse al clero. Ocampo pensaba en una guardia nacional integrada por to-
dos los ciudadanos, obligatoriamente; en tanto Comonfort quería un ejército
profesional de voluntarios, en la cual los proletarios —dijo textualmente—
serían la parte móvil, y los propietarios la parte sedentaria. Además Co-
monfort quería que dos eclesiásticos entraran a formar parte del consejo de
gobierno. “¿Y las otras clases, ya que clases se habían de nombrar —pre-
guntaba don Melchor— y los otros intereses, qué garantía tenían?”. “Cual-
quiera que tenga la razón fría —agregaba— convendría en que el consejo
formado según el plan de Ayutla, era de representantes, no de clases, sino
de departamentos considerados como entidades políticas”.
El fondo de la cuestión no podía estar más claro. La revolución de Ayutla
había sido un movimiento nacional para derribar la dictadura de Santa
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  173

Anna, personificación de los peores defectos del ejército de la época, a quien


había traído a México la coalición de conservadores y clero, representada
por Alamán, Haro, Tornel, López Uraga y Robles Pezuela. El programa de
Comonfort se basaba en la subsistencia de esa alianza tácita, substituyen-
do el propio Comonfort al dictador repudiado, y bendiciendo la alianza los
liberales moderados, que para este fin —decía Ocampo— podían conside-
rarse “conservadores más despiertos”. Siguió un apretado forcejeo, ya que
don Melchor trataba de conseguir que su renuncia indicara abiertamente al
movimiento liberal que “la revolución estaba tomando el camino de las
transacciones”. Al final, la renuncia dijo, con fecha 20 de octubre: “Por las
últimas y muy dilatadas conferencias que he tenido con el señor ministro
de la guerra, he sabido, entre otras cosas, el verdadero camino que sigue la

a
presente revolución. Yo lo suponía ya, pero no puedo dudarlo cuando el

rrú
mismo señor ministro me lo ha explicado. Entonces, y muy detenida y
fríamente, hemos discutido nuestros medios de acción, y yo he reconocido
que son inconciliables, aunque el fin que nos proponemos sea el mismo…
Po
Como en la administración los medios son el todo, una vez que se ha cono-
cido y fijado el fin, he creído de mi deber, llegado como he al terreno de las
imposibilidades, separarme del ministerio de relaciones (interiores y exte-
a

riores), reconociendo que no es esta mi ocasión de obrar…”.98


eb

Al enviar a la prensa su escrito, Ocampo explicó que lo hacía para refu-


tar los comentarios periodísticos que explicaban el conflicto como origina-
u

do por la decisión de Comonfort de conservar el sentido del plan de Ayutla.


Sin embargo, a pesar de sus explicaciones, durante décadas no se compren-
pr

dieron los hechos; todavía .en 1906, don Andrés Molina Enríquez juzgaba
así el dilema político de octubre de 1855: “Si Morelos fue la encarnación del
1a

elemento mestizo en la independencia, Ocampo lo fue en la reforma. Lleva-


ba, pues, este último al gobierno, todas las ideas y todos los proyectos de
renovación…. pero llevaba a la vez los defectos del elemento mestizo que
representaba. Falto como Álvarez,” de verdaderas dotes de gobierno no
pudo organizar éste. No era posible organizarlo solamente con unidades
mestizas, por la falta de experiencia y representación política de éstas…De
haber seguido los mestizos la línea de conducta que indicaba Ocampo, en
lugar de haber llegado a constituir un gobierno superior a todos los intere-
ses en lucha…habrían hecho el gobierno violento e irritante de un solo

98  La Verdad; 27-X-1855. Álvarez dio muestra de gran debilidad al sobrevenir la crisis

entre Ocampo y Comonfort. Véase en La Revolución; 1o.-XI-55, el editorial sobre la carta de


Zerecero, secretario particular del Presidente, en que rechazó públicamente que Álvarez fue-
ra liberal “puro”.
174  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

partido…No dejan lugar a duda acerca de la verdad de esta afirmación, las


opiniones públicamente expuestas entonces por el propio Ocampo…. El go-
bierno de los mestizos se suicidaba”.99 “La administración tenía que hacer-
se por los criollos. Así fue. La elección de Comonfort al poder, permitió la
formación de un ministerio criollo”.100
En realidad, Molina Enríquez sabía bien que la administración de Co-
monfort hizo avanzar al país otro paso más hacia la quiebra económica
absoluta, preparó el golpe reaccionario de Tacubaya —que salió de su
seno—, entregó el ejército a manos de Osollo, Zuloaga, Márquez y Mira-
món, y desembocó en la guerra civil más sangrienta y destructora que co-
nociera México. Sólo un esfuerzo prolongado, el derramamiento de mucha
sangre y la expedición de las leyes de reforma pudieron dar fin a las nefas-

a
tas consecuencias del régimen de Comonfort, de esa administración que

rrú
Molina llama “criolla”, pero que debió haber reconocido como un contu-
bernio disfrazado del clero con el ejército. El mismo dice, en otra parte de
su ensayo sobre la reforma: “El partido moderado…ha representado siem-
Po
pre los intereses de la gran propiedad individual…Por sus recursos, por su
experiencia de gobierno, y por su educación social, ha sido el partido de
los hombres de negocios, el partido de los grandes políticos, el partido de los
a

cultos y de los refinados, el partido que ha creído siempre necesaria…la


eb

ayuda (o la sanción)…de los altos poderes extranjeros”.101 Vencido este


partido en 1861, aún tuvo fuerza para colaborar con el invasor extranjero.
u

En cuanto a la traición de Comonfort en 57, el mismo escritor indica contra-


dictoriamente que fue por completo inútil, “porque desde el plan de Ayutla,
pr

los mestizos eran los amos del país”.102 No es exagerado afirmar que todo
su análisis y su explicación de la reforma están en lo fundamental viciados
1a

por una deformación profesional: interpretar los hechos a la luz de los fac-
tores étnicos. Sólo cuando las explicaciones de Molina Enríquez se despo-
jan de este elemento turbador y confusionista, las cosas vuelven a su forma
natural y resulta posible comprender este período histórico.
Breve como fue la participación de Ocampo en el gobierno de Álvarez,
alcanzó sin embargo a dejar una huella importante. En su escrito refiere el
michoacano que al tiempo de renunciar llevó al Presidente, en presencia de
Comonfort, los últimos nombramientos de gobernadores de los estados y al-
gunas supresiones y reformas en las legaciones. No mencionó don Melchor

 99  La reforma y Juárez; p. 110.


100  Idem; p. 111.
101  Idem; p. 101.
102  Idem; p. 114.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  175

en su escrito, sin embargo, la convocatoria para el congreso constituyente,


fechada el 17 de octubre, o sea tres días antes de su renuncia y conocida en
todo el país para entonces. En este decreto, que tuvo por base otra convoca-
toria semejante, expedida en diciembre de 1841, con ciertas modificacio-
nes, por primera vez se llamó a votar a todos los habitantes mayores de 18
años, supieran o no leer, cualquiera que fuera su posición económica. Por
primera vez, también, en la historia electoral de nuestro país, Ocampo in-
trodujo, en el artículo 9o. de su decreto, una cláusula que privaba del dere-
cho de votar, en las elecciones primarias, a “los que pertenezcan al clero
secular y regular”.103 Así mismo, se estableció que los electores primarios
y secundarios, así como los diputados electos, “pertenecerían al estado se-
glar”. Según parece por un deseo de don Juan Álvarez, se suponía que el

a
congreso constituyente se reuniría en Dolores Hidalgo; esta disposición,

rrú
como se sabe resultó impráctica y la asamblea se realizó en la ciudad de
México. En un esfuerzo por ser realista, si bien la convocatoria de Ocampo
admitió al mayor número de ciudadanos posible para participar como elec-
Po
tores en las votaciones primarias, secundarias y de estado; para los dipu-
tados sí conservó el requisito de que poseyeran “un capital (físico o moral),
giro o industria honesta que le (s) produjeran con que subsistir”. Se abrió
a

también el cargo a los funcionarios civiles y militares, cosa importante en


eb

una situación del erario que hacía problemático que los diputados cobraran
las dietas.
u

En aquella época, como lo expresa claramente el decreto, las elecciones


primarias las organizaban los ayuntamientos, en su mayoría designados
pr

desde luego por los gobernadores. La prohibición de que el clero secular to-
mara parte en las elecciones, como veremos en seguida, produjo un enorme
1a

disgusto en el partido conservador y ocasionó que éste prácticamente sabo-


teara las elecciones para el congreso constituyente del 56, con el resultado
de que esta asamblea se integrara con liberales moderados y “puros”, en su
totalidad. Aunque Ocampo no lo dice en su escrito de 1855, salta a la vista
que tal fue la razón real de que Comonfort, que se había estado negando a
hacerlo, regresara a Cuernavaca inmediatamente después de que apareció
la convocatoria y provocara sin demora la renuncia de Ocampo.104
La prensa conservadora acusó a los liberales de haber excluido al parti-
do conservador de la elección, y publicó varias series de editoriales, una de

103  La Verdad; 22-X-1855. Este periódico dijo el 9-X-55, que Ocampo, Prieto y José de la

Bárcena fueron encargados de redactar la convocatoria.


104 Véase Obras; tomo II, pp. XLVII a LXXII. Sí le fue aceptada su renuncia, contra lo

que dice Pola.


176  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

ellas con el título: “Un cargador vale más que un arzobispo”.105 A su vez, la
prensa liberal contestó diciendo que el congreso constituyente no se ocupa-
ría de teología, que habiendo vencida la revolución, los derrotados no te-
nían cabida en el congreso, pues otra cosa sería “el suicidio del movimiento
de Ayutla”.106 Un estudia sobre los periódicos de la época, resume la discu-
sión del siguiente-modo: “En sus argumentos los periódicos conservadores
tienen toda, la razón de su lado…Pero por más lógica que sea la argumen-
tación, la cuestión es ¿cuáles fueron las intenciones detrás de dicha argu-
mentación? Y la única respuesta es: desvirtuar ya no el plan de Ayutla sino
la revolución liberal”. “Esta política que no tiende necesariamente a elegir
conservadores al congreso, se orienta hacia la exclusión de los puros en
favor de los moderados”.107

a
La creación de este ambiente en el país —pues, como se aprecia, todo

rrú
mundo comprendió el carácter que tendría el próximo congreso— dio un
fuerte impulso, a los propósitos del partido liberal. Así se explica que antes
de la separación de Álvarez se haya podido expedir la llamada después “ley
Po
Juárez”, con la que se abre el ciclo de las leyes de reforma. La expedición de
este decreto ocurrió el 23 de noviembre, cuando Ocampo se encontraba
ya en Pomoca, pero, sin duda, reflejó el ambiente creado por la convocato-
a

ria al congreso. Quince días más tarde, quien tuvo que dejar el poder, ante
eb

la rebelión promovida por Doblado en Guanajuato, fue el propio Álvarez. La


confabulación política heredada de Santa Anna, seguía produciendo sus
u

frutos.
En efecto, el 17 de diciembre de 1855 escribió Doblado a Comonfort,
pr

desde Guanajuato: “Sabe usted bien que el plan de Guanajuato tuvo por
objeto principal la variación en el personal del presidente, ministerio y con-
1a

sejo. Sabe usted también que la actitud que tenían los puros en principios
del mes era tal y tan amenazante, que se temía y con fundamento que usted
fuese sacrificado a ellos, y que excluido del ministerio quedase el señor
Álvarez entregado a los exaltados, sin freno ninguno que moderase su ím-
petu reformador o mejor dicho destructor. Usted comprende que en seme-
jante situación era preciso incluir en el plan ideas que le proporcionasen
apoyo…en esa especie de documentos se mezclan conciliándose elementos
de todas las comunicaciones políticas dominantes, sin conceder a ninguna
un exclusivismo peligroso…El desprendimiento del general Álvarez, y la reti-
rada sin resistencia de los puros, que se contentaron con hacer un miserable

105  La Verdad; 26-X-55.


106  El Monitor; 28-X-55, El Siglo; 22-XI-55 y 30-X-55; El Republicano; 11-X-55.
107  McGowan; p. 102.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  177

motín, han dejado sin objeto aquellas precauciones mías, y hoy se encuen-
tra logrado el fin prominente de mis aspiraciones, porque usted está en la
presidencia y los liberales moderados y de orden se encuentran ocupando
los ministerios”.108 No se exagera un ápice, teniendo a la vista esta carta, al
decir que Ocampo luchaba por la vida política de Álvarez, al enfrentarse a
Comonfort; pero, lo que es más importante, sus esfuerzos tendían a mante-
ner los propósitos del plan de Ayutla y crear una situación que los llevara
a la práctica. Esta segunda parte, en la medida en que el congreso de 56
abrió las vías para que viniera después la reforma, no tuvo un fracaso tan
completo como la primera.
En el breve escrito referente a su actuación en el gobierno de Álvarez,
Ocampo se autocalifica de “intruso en una revolución en la que sólo de

a
lejos y muy secundaria e imperfectamente había tomado yo parte”. Nunca

rrú
quiso, el michoacano, convertirse en militar, como tantos otros lo hicieron
durante la guerra de tres años, algunos de ellos, por ejemplo González Orte-
ga, para llegar a obtener grandes éxitos, otros como Santos Degollado, para
Po
sufrir mil derrotas amargas, sólo justificadas por el triunfo final. Puede
afirmarse que no hubo, en esa decisión, nada de temor, inconcebible en un
hombre que bajó del caballo para hacer una adición a su testamento, en el
a

portal de una hacienda, con la mano tan firme como cuando despachaba
eb

nombramientos en Cuernavaca. Era una decisión que resulta perfectamente


razonada y lógica, si se considera el carácter de la parte militar de las gue-
u

rras de reforma; para aceptar ser ministro de la guerra, no dudó don Mel-
chor un minuto; pero 1a guerra de guerrillas exigía, si había de ser efectiva,
pr

una dedicación total que excluía la participación efectiva en la lucha políti-


ca. El mismo Molina Enriques describe de este modo la lucha militar en la
1a

época de la reforma: “La notoria inferioridad en número y en medios de ac-


ción de los mestizos, fue admirablemente suplida por el conocimiento y
aprovechamiento del medio físico. En efecto, ya he demostrado a mi pare-
cer, suficientemente, que la estabilidad y fuerza de todo gobierno, depende
de su mayor o menor dominio de la mesa central y de la parte norte de la
mesa del sur, es decir de la zona de los cereales. Si el gobierno de Juárez
hubiera permanecido en esa zona, y en ella hubiera procurado combatir,
teniendo allí sus fuerzas, habría inevitablemente sucumbido. Su inspira-
ción más feliz, fue haber salido de la zona expresada y haberse situado en
Veracruz”.109 La base económica del gobierno mexicano en 1855, no era

108  Corresp. y papeles de Jesús Terán; p. 40.


109  La reforma y Juárez; p. 86.
178  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

solamente el dominio de la zona de los cereales; ampliando los conceptos


del ilustre polígrafo, habría que señalar la importancia indudable de las
aduanas. Las autoridades que controlaran las aduanas tendrían, en aque-
lla época, el dominio sobre la mayor parte de los recursos con que contaba
el erario. De modo que el éxito liberal en la guerra de tres años, no puede
atribuirse sólo a la magistral dirección de la guerra de guerrillas por Santos
Degollado, sino también, al haber conseguido ese gobierno sostenerse en
Veracruz, y por lo menos la mayor parte del tiempo, en Tampico, Campeche,
Progreso, Salina Cruz, Acapulco, Mazatlán, Topolobampo y Guaymas.
Tanto González Ortega como Santos Degollado, por el aislamiento y la
deformación de las imágenes que les producían las semanas y los meses
absorbidos por la actividad frente al enemigo, cometieron errores políticos

a
imperdonables que algunas veces pusieron en peligro a la causa liberal.

rrú
Los dirigentes liberales tenían que escoger; y Ocampo escogió la lucha ideo-
lógica y política contra los conservadores. Una vez tomada esta decisión, se
atuvo a ella con firmeza; regresó a México en el momento en que, ya sin la
Po
presencia del dictador, el panorama nacional empezaba a precisarse y de
inmediato puso todo su empeño en aclararlo.
Bien conocidas son las difíciles circunstancias en que vivieron, con in-
a

contables privaciones materiales, los exiliados que se reunieron en Nueva


eb

Orleáns a fines de 1853 y principios de 1854. Ocampo las compartió ple-


namente, pues estando sus propiedades intervenidas por el régimen santa-
u

nista, dejaron de llegarle recursos económicos desde la patria. Sin embargo,


cuantas veces pudo, ayudó con lo que estaba a su alcance para fomentar la
pr

revolución contra Santa Anna; entretanto, trabajó incluso como alfarero


para subsistir.110
1a

Sin embargo, es evidente que el grupo de Nueva Orleáns seguía con


toda atención lo que ocurría en México; debe tenerse presente que apenas
habían transcurrido unos meses de la prisión y deportación de varios de
sus componentes, cuando apareció, el 24 de febrero de 1854, el manifiesto
del general Álvarez contra Santa Anna con que se inicia la revolución. Ola-
varría, que escribió cuando aún vivían muchos testigos y actores de estos
hechos, dice específicamente que hubo contacto entre el grupo de Nueva
Orleáns y don Juan Álvarez, a través de Eligió Romero, quien estuvo en
Acapulco a principios de 1854.111 Esta información la corroboran el “Diario
Oficial” de Santa Anna, al atribuir la dirección de la revolución a Ocampo y

110  Obras; tomo II, p. LIX.


111  El Monitor; 21-VIII-1855.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  179

los demás exiliados; así como los ataques de “El Universal”, periódico con-
servador de la ciudad de México, contra el grupo de Nueva Orleáns, en abril
de 1854. El incidente con Arrangoiz, fue narrado por los exiliados en el fo-
lleto que Ceballos, Arrioja, Arriaga y Ocampo, publicaron ahí en mayo del
mismo año.112
Arrangoiz hizo aparecer, años más tarde, un voluminoso y unilateral
relato histórico sobre medio siglo de la vida nacional, donde pasó por alto
sus problemas como cónsul, con los exiliados.
Un interesante documento que se encuentra en la correspondencia de
don Valentín Gómez Farías, aporta alguna luz sobre las relaciones entre los
emigrados de Nueva Orleáns y la revolución de Ayutla. El 30 de abril de
1854, desde Londres, Benito Gómez Farías escribía a su padre: “De Nueva

a
York me ha enviado Arrangoiz dos impresos, obra de los expulsos que se

rrú
encuentran en aquella ciudad (sic), entre los que figura en primera línea
Ocampo. Uno de ellos es el «plan de revolución” que han enviado a Álvarez
y el otro contiene los «puntos sobre que se llama la atención de las juntas
Po
que deben formarse conforme al plan»”. Las observaciones de Benito
Gómez Farías demuestran sin duda que no tenían una gran penetración
política, pues agrega: “Si usted ha llegado a leer ambos documentos, al
a

momento habrá observado que son un despropósito, una monstruosidad y


eb

un grave riesgo político…Es en suma, un esfuerzo provocando la anarquía


y queriendo organizarla…Hay mil contradicciones sobre lo que pasa en el
u

sur. Yo por mi parte, no puedo menos de desear el triunfo del gobierno. Es


preciso ser imbécil o malvado para apoyar una revolución dirigida por
pr

Álvarez”.113 Ya hemos señalado, en otra parte, la solidaridad que unía a los


dos grandes reformadores que en 1855 se expresó en la carta de Ocampo a
1a

Valentín Gómez Farías, escrita después de la ruptura con Comonfort. Cuan-


do éste se apoderó de la presidencia, Gómez Farías se negó a que el consejo
de gobierno le recibiera el juramento que en aquella época se acostumbraba.
Juárez manifestó también claramente su apoyo a Ocampo, en la renuncia al
ministerio de justicia, publicada simultáneamente con la de Prieto; el últi-
mo también se solidarizó específicamente con Ocampo. Es obvio, pues, que
la separación del michoacano no fue inútil.
En el folleto de mayo de 54 se reconoce sin duda alguna, la mano de
Ocampo. Por ejemplo, contiene este magistral y conocido retrato político de
Santa Anna, que transcribimos al lector: “Fidelísimo al muy amado rey don

112  Sobre una pretendida traición a México; 9 anexos. Véase también, la minuta de la

reunión con Arrangoiz, en: INAH; 1a. serie, caja 29, docs. 50-0-3-16 y 17.
113  Archivo V. Gómez Farías; doc. 3549.
180  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Fernando VII, hasta la época en que continuar siéndolo le habría costado


dejar la nueva e ir a la madre patria, como lo hicieron el arzobispo Fonte,
don Manuel Regules y otros que no quisieron reconocer la independencia.
Fidelísimo a su majestad ilustrísima don Agustín I, hasta que, encontrando
mayor ventaja en ayudar a su caída, se proclamó la república. Fidelísimo a
la federación, hasta que, por destruirla, pudo captarse las buenas gracias
de los poderosos enemigos de ella, que siempre lo habían despreciado.
Fidelísimo a la causa de México, hasta que, caído prisionero en San Jacinto,
por su pericia y modestia firmó el convenio secreto del 14 de mayo de 1836,
en que se comprometía a reconocer y hacer reconocer por México la inde-
pendencia de Texas…Fidelísimo a las promesas que entonces hizo a los
presidentes Houston y Jackson, hasta que se vio en Manga de Clavo, libre

a
de las manos de los texanos. Fidelísimo a las Siete Leyes, hasta las Bases de

rrú
Tacubaya. Fidelísimo a éstas, hasta disolver el congreso convocado por
ellas. Fidelísimo al centralismo, hasta que por resucitar la traicionada fede-
ración, pudo volver al país de donde lo había arrojado la justicia nacional…
Po
Fidelísimo a la federación, hasta que, por derrocarla, de nuevo se le volvía
a permitir la entrada a la República. Fidelísimo a la causa de la indepen-
dencia, hasta que, de acuerdo con el capitán general de Cuba, don Lucas
a

Alamán y comparsa, recibió la Orden Carlos III…Fidelísimo a la integridad


eb

del territorio, mientras no hubo comprador que ahorrara organizar la ha-


cienda pública. Fidelísimo, en fin, a las promesas que al volver hizo, hasta
u

que, amagado por todos los espectros de una mala conciencia…ha hecho
salir de la República a personas que la han servido honrada y concienzu-
pr

damente…” Este retrato se complementa con el párrafo siguiente, quizá de


otra mano: “El general Santa Anna ama a la patria con la misma solicitud y
1a

ternura con que un gastrónomo ceba un capón para saborearlo después;


con la misma solicitud y ternura con que el mismo gastrónomo abona,
poda, protege y vigila un árbol de sabrosos frutos…Sí, Santa Anna ama a
la patria, pero a condición de que ésta no tenga más voluntad que la de
obedecer los caprichos de su vergonzosa y supina ignorancia; Santa Anna
ama a la patria y quisiera verla rica, grande y próspera, pero a condición de
que sea su patrimonio; y los que hasta hoy hubieran podido conservar al-
guna duda en esto, no tienen, para desengañarse, más que reflexionar so-
bre el cínico pronunciamiento que en su favor mandó hacer para que se le
declarara dueño de por vida de la República mexicana; y el derecho de
poderla legar por testamento…”114

114  Sobre una pretendida traición a México. INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-8-7-8.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  181

Estos ataques al régimen; sin embargo, no dejaban de ser consecuencia


de la impotencia que maniataba a los emigrados de Nueva Orleáns. Fue la
torpeza del dictador lo que tejió la cuerda que lo victimaría, enajenándole
una tras otra a las diversas corrientes políticas, incluso las que apoyaron
su regreso tras la caída de Arista. A partir de la muerte de Alamán, que
soñó en utilizarlo para traer un príncipe extranjero y de haber vivido se ha-
bía pegado chasco, uno por uno lo abandonaron Ceballos, Haro y Tamariz,
Suárez y Navarro, Munguía, Zuloaga, Cumplido, Segura Arguelles, Cuevas,
etc. En sus últimos momentos sólo le quedaba el regimiento de lanceros y
algunos fieles como don Teodosio Lares. A Álvarez lo agredió hasta empu-
jarlo a la rebelión, a Villarreal lo hostilizó, a Comonfort lo acusó de desfal-
co, a Prieto lo apresó, a Juárez, Ocampo, Arriaga, Mata y otros muchos sin

a
más los expulsó del país, a Ceballos lo provocó hasta que prefirió exiliarse,

rrú
a Arista y Herrera los hostilizó, Bravo desapareció en circunstancias miste-
riosas; en menos de dos años unificó al país en su contra, a través de erro-
res, abusos, torpezas y crímenes.
Po
El santanismo sostenido de Teodosio Lares es explicable por su espíritu
conservador. Se inició Lares, sin embargo, bajo la protección del goberna-
dor García, como director del instituto de Zacatecas, figurando como liberal
a

moderado. En México trabajó con Cumplido, quien lo relacionó ampliamen-


eb

te. Durante la última dictadura de Santa Anna fue ministro de gobernación


y, como tal, responsable de la ley de imprenta y de la ley de conspiradores.
u

Estuvo con el dictador hasta el fin del régimen y redactó su proclama de


pr

despedida. Después fue ministro de justicia y de relaciones durante el go-


bierno de Miramón, y formó parte de la junta de notables que ofreció la co-
rona a Maximiliano. A fines de 1864 fue hecho consejero del imperio, pero
1a

se alejó cuando éste quiso tomar medidas liberales. Volvió con los conser-
vadores al gabinete y ocupó la presidencia del consejo y el ministerio de
justicia. Cuando el intento de abdicación del Emperador, se abstuvo de vo-
tar en el consejo de notables; pero, en lo personal, aconsejó a Maximiliano
marchar a Querétaro y ponerse al frente del ejército. Se exilió en mayo de
1867 y regresó poco antes de morir. Hombre de poca voluntad política, te-
nía una especie de supersticiosa subordinación a los personajes notables,
como Alamán, Santa Anna y el Emperador, a quienes nunca fue capaz de
contradecir en serio. No sólo veneraba y seguía fielmente a estas figuras
de relumbrón, sino que consideraba lícita y conveniente cualquier medida de
fuerza, y aún la dictadura, si apoyaba el orden y el sistema establecido. Fue
una especie de franquista de mediados del siglo pasado, cuyos pecados li-
berales “de juventud” le sirvieron para iniciar la carrera burocrática.
182  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El folleto de Nueva Orleáns se atribuye principalmente a Arriaga y


Ocampo; en todo caso, es indudable que el fuego graneado contra Santa
Anna fue obra sobre todo de este último, por varias circunstancias. En pri-
mer lugar, su estilo inconfundible; luego, porque desarrolla las ideas del
prólogo escrito por Ocampo para el anexo 8, donde se publicaron la carta
de Santa Anna a Sam Houston y la de Almonte al secretario de estado de
Texas. Se recordará que estos documentos fueron presentados después, por
don Melchor y Mata, al congreso constituyente, en un esfuerzo por hacerlo
cumplir la disposición, del plan de Ayutla que asignó a esa asamblea, entre
otras funciones, la de revisar los actos de la administración santanista.
Dada la trayectoria que siguió después, no es extraño que Juan Nepo-
muceno Almonte, hijo del gran insurgente Morelos, acompañara a Santa

a
Anna en el desastre de San Jacinto. Había sido enviado a Estados Unidos

rrú
en 1815 y regresó después del plan de Iguala; más tarde, fue ministro de
guerra de Bustamante y ocupó puestos diplomáticos en Londres, Sudaméri-
ca y Estados Unidos, donde se encontraba al aprobar el congreso yanqui la
Po
adhesión de Texas a la Unión Americana. Pidió sus pasaportes y regresó
para ocupar de nuevo el ministerio do guerra; por unos días fue ministro de
Gómez Farías, pero se opuso a la ley de bienes de manos muertas. Había
a

sido considerado liberal federalista, mas a partir de 1850 se definió como


eb

conservador, no obstante, en uno de sus actos contradictorios, Comonfort


lo mandó de ministro a Londres y después a París. Al comenzar la guerra de
u

tres años reconoció a Zuloaga y firmó después el tratado con España, que
abrió la puerta a la expedición tripartita. Tomó parte muy activa en las ges-
pr

tiones para establecer el imperio; regresó a México en 1862 y quiso decla-


rarse presidente, aunque los franceses no lo reconocieron. Fue miembro de
1a

la junta de gobierno y de la “regencia”; luchó al lado de los invasores y


Maximiliano lo hizo lugarteniente y mariscal. Finalmente lo envió a Fran-
cia, donde murió poco después del fin del imperio. Publicó algunos trabajos
estadísticos y geográficos, pero se alejó sin remedio de su origen popular y
se manejó con torpeza, convertido en simple instrumento de los intereses
conservadores.
Parece ser, de acuerdo con el texto del anexo 9 del citado folleto, que
Ocampo se opuso inicialmente a la proposición de contestar los cargos lan-
zados por “El Universal”, con el argumento de que tal clase de incidentes
son inevitables y, hasta cierto punto, naturales en una lucha política impor-
tante. Sin embargo, por lo que se dice en otras partes del folleto, es evidente
que lo decidió a participar en su edición, junto a los demás calumniados, el
hecho de comprobar que las acusaciones hubieran partido del “Diario Ofi-
cial” santanista. Dirigió contra el propio dictador, en consecuencia, el grueso
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  183

de sus argumentaciones, para lo cual encontró un terreno muy fértil en la


contradictoria y desvergonzada historia política de don Antonio.
El ministro de gobernación de Santa Anna era Ignacio Aguilar y Maro-
cho, que había sido compañero de Ocampo en el seminario conciliar de Mo-
relia y diputado federal en 1846. Cuando el gobierno levantó la expulsión
de alguno de los emigrados en Nueva Orleáns, después de que éste publicó
declaraciones en el sentido de que no colaboraría en el supuesto intento de
contratar mercenarios, algunas personas sugerían a Ocampo que hiciera lo
mismo. Aguilar participó, en 1856, en la rebelión de Zacapoaxtla, y formó
parte después de la comisión que ofreció a Maximiliano la corona; durante
el imperio fue embajador en España y ante la Santa Sede. Se distinguió por
sus escritos sarcásticos en contra de los liberales, entre ellos un “Diálogo

a
entre McLane y don Melchor Ocampo”; su estilo era ácido, burlón y despec-

rrú
tivo. Buen escritor, se le considera el prototipo del periodista conservador
de mediados del siglo XIX. Empezó como liberal moderado y ocupó algunos
puestos secundarios después del “cerro de las campanas”.
Po
La junta revolucionaria de Brownsville se fundó poco más de un año
más tarde. Ocampo se trasladó a esta ciudad por un conjunto de razones
diversas; de un lado, intentó hacer algunos negocios comerciales, asociado
a

con José Ma. Mata, para obtener recursos con qué subsistir; por otra parte,
eb

le interesaba estar más cerca de la frontera, con objeto de recibir con mayor
facilidad informes desde la República; y finalmente, parece haberse encon-
u

trado mal de salud. En la correspondencia de los emigrados, por lo demás,


se aprecia con claridad que hubo discrepancias sobre la actitud que conve-
pr

nía tomar frente a la situación de México, y en particular ante el plan de


Ayutla.115
1a

José María Mata fue hijo de un militar de la época colonial, estudió me-
dicina y participó en la lucha contra los americanos, en ocasión de la bata-
lla de Cerro Gordo; fue hecho prisionero y desterrado a Nueva Orleáns.
Intentó oponerse a la última dictadura de Santa Anna y fue de nuevo deste-
rrado. Parece que, coincidió en La Habana con Juárez, Ocampo y Arriaga, y
quizá por su iniciativa se trasladó el grupo a Nueva Orleáns. Cuando Vidau-
rri pidió ayuda a los exiliados, figuró como secretario de la junta revolucio-
naria formada para el efecto. Al regresar a México fue diputado al congreso
constituyente y luchó con los cívicos en contra de la rebelión de Haro. En
1856 casó con la hija mayor de Ocampo. Se unió a Juárez en Guanajuato
en 1858 y fue designado ministro en Estados Unidos; regresó a Veracruz en

115  INAH; doc. 8-4-13 (Legajo 8. 2a. serie, papeles sueltos).


184  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

1860 y por unos días fue ministro de hacienda de Juárez, presentando su


renuncia, al parecer, por el definitivo retiro del tratado McLane. Al año si-
guiente, don Benito se empeñó en que ocupara de nuevo el puesto por va-
rias semanas; era diputado cuando murió Ocampo. Se dice que ayudó a
Díaz durante el imperio; al llegar al poder, don Porfirio lo hizo pronto secre-
tario de relaciones, en sustitución de Vallaría, pero tuvo dificultades con el
Presidente y se retiró a la vida privada. Murió siendo edil en Martínez de la
Torre. Aparte de la colaboración inestimable que prestó a Ocampo, desem-
peñó un destacado papel como dirigente de los diputados “puros” en el
congreso constituyente, donde pronunció innumerables discursos. Hombre
singularmente sincero y honesto, no carecía de ambiciones políticas; en
cambio, le faltaba malicia y tuvo algunas reacciones elementales y aún

a
pueriles. Su cultura política era amplia, pero superficial.

rrú
La comunicación que Juárez, Mata y Gómez dirigieron a Ocampo y
Arriaga, el 28 de febrero de 1855, ha sido sin duda mal interpretada; la
junta revolucionaria no se constituyó hasta fines de mayo, por lo tanto, no
Po
tiene ese documento nada que ver con este organismo. Por otra parte, el
párrafo básico del documento, en que los firmantes comunican que “hemos
acordado unánimemente trasladarnos al campo de la revolución para allí
a

prestar los servicios que estén a nuestro alcance”, expresa un propósito que
eb

Ocampo, Arriaga y Mata, uno de los firmantes, no realizarían. Puede conje-


turarse que los cambios introducidos por Comonfort al plan de Ayutla no
u

habrán sido bien acogidos por los exiliados de Nueva Orleáns, cuyo pensa-
miento, en conjunto, se encontraba más cerca del tono federalista del docu-
pr

mento original, en el cual se dice que tuvieron la indirecta parte que las
circunstancias les permitían tomar. Como quiera, pronto el norte del país
1a

empezó también a movilizarse contra Santa Anna; desde principios de julio


de 1854 Juan José de la Garza había secundado en Ciudad Victoria el plan de
Ayutla.116Y es interesante constatar que fue con él que Ocampo, Arriaga,
Gómez y Mata, formaron el 22 de mayo de 1855 la junta de Brownsville al
tener conocimiento de la sublevación de Vidaurri en Lampazos.117
Ocampo comprendió de inmediato el carácter regional del movimiento
de Vidaurri y la dificultad de darle una orientación política adecuada. Por
ello, quiso mantener la junta revolucionaria de Brownsville como un ins-
trumento para fines concretos, que definió así: a) formar un proyecto de
plan para el movimiento del norte, y b) remitir los recursos y hombres

116  México a través de los siglos; tomo IV, p. 848.


117  Juárez, correspondencia; tomo II, pp. 31 a 46.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  185

armados que se pudiera enviar a Vidaurri. Como es sabido, Ponciano


Arriaga se encargó del primer punto y redactó el plan que fue enviado a
Monterrey; pero Vidaurri lo rechazó, pues ya estaba comprometido con el
plan adoptado en esa ciudad el 23 de mayo. Para la realización del segun-
do, la junta hizo grandes esfuerzos: indicó a J. Ma. Carvajal que se sumara
a Vidaurri, lo cual aceptó aquel con mucha reluctancia, y proporcionó los
elementos necesarios a Garza para trasladarse a Monterrey con un contin-
gente importante.
Santiago Vidaurri fue una de las personalidades políticas más contra-
dictorias del siglo pasado. Nativo de Lampazos, hizo una rápida carrera
burocrática en Monterrey. Tres meses antes de la caída de Santa Anna se
pronunció en su ciudad natal en favor del plan de Ayutla; se dirigió enton-

a
ces a los exiliados de Brownsville solicitando ayuda. Arriaga elaboró un

rrú
plan que diplomáticamente rechazó Vidaurri. Buen organizador, sus tropas
tomaron Monterrey y Saltillo. Apoyaba al gobierno central mientras éste no
intervenía en los asuntos de su región; ocasionalmente hacía arreglos, aún
Po
en cuestiones de dinero, pasando sobre la autoridad central. Siempre se
opuso a las medidas administrativas de ésta, a la presencia de tropas fede-
rales en su área y a los nombramientos de funcionarios federales que no
a

fueran incondicionales suyos. Por estas razones chocó con Comonfort y


eb

tuvo discrepancias con Juárez; sin embargo, apoyó la reforma en sus prime-
ras etapas. La derrota que Miramón le infligió en Ahualulco lo retiró casi de
u

la guerra de tres años; pero formó buenos militares, como Zaragoza y Zua-
zua. Chocó con Degollado por indisciplina y fue sometido por Zaragoza, con
pr

notable sangre fría; pasó a Texas un tiempOj restableció más tarde su po-
der local y trató de usar a Comonfort contra Juárez, al dar asilo al primero
1a

en Nuevo León. Rechazó cargos de pretender fundar una república de la


Sierra Madre, originados por haber unido los estados de Coahuila y Nuevo
León. A partir de la elección de Juárez se mostró cada vez más rebelde; fue
designado comandante militar de Tamaulipas, después de la invasión, pero
se opuso a Juárez cuando el gobierno se trasladó a Monterrey. Finalmente,
se entendió con el imperio, del que llegó a ser ministro de hacienda y jefe
del gabinete. Vidaurri tenía la inestabilidad de los caciques y su estrechez
de miras, aunque era astuto y calculador. Fue fusilado al tomar los libera-
les la ciudad de México.
Existen razones para creer que Arriaga se hizo algunas ilusiones sobre
la posibilidad de que la junta de Brownsville continuara trabajando en for-
ma útil para la revolución; pero al recibir la carta de Vidaurri de 1o. de ju-
nio, en que pedía a los miembros de la junta que se reunieran con él en
Monterrey, con carácter individual, estuvo de acuerdo en la disolución de
186  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

ella, que se realizó el 21 de junio. Sus trabajos se llevaron a cabo durante


un mes, por lo tanto, y además de las actividades ya mencionadas, publicó
un manifiesto, reimprimió el folleto sobre el asunto de Arrangoiz, emitió
tres números de un periódico llamado “El Noticioso del Bravo” y proporcio-
nó ayuda económica a Juárez para trasladarse a Acapulco, si así lo juzgaba
conveniente.
Ponciano Arriaga se había iniciado en las cuestiones políticas de San
Luis, su ciudad natal; fue diputado estatal y secretario de gobierno. Des-
pués fue diputado federal, en 1843 y en 1846; se opuso al tratado de Gua-
dalupe Hidalgo y Arista lo nombró secretario de justicia, por menos de un
mes, cuando su gobierno estaba a punto de caer. Fue detenido y más tarde
expulsado por Santa Anna, habiéndose reunido con los demás exiliados en

a
Nueva Orleáns. Después del triunfo de la revolución de Ayutla, Álvarez lo

rrú
hizo ministro de gobernación durante unos días. Su actuación más impor-
tante ocurrió en el congreso constituyente, al cual fue nombrado diputado
por siete estados y del cual fue presidente y encabezó la comisión de consti-
Po
tución. Desempeñó un activo papel para impedir que se restaurara, sin
cambios de fondo, la constitución de 1824; en el seno de la asamblea leyó
un famoso voto particular sobre la propiedad. Se quedó en México después
a

del golpe de estado y participó en el plan de Ayutla. Durante la guerra de


eb

intervención fue gobernador de Aguascalientes y del Distrito; enfermó y


volvió al país, desde los Estados Unidos, en 1865 para morir en su ciudad
u

natal. Sus grandes ideas reformadoras, expresadas en su proyecto de pro-


curaduría de pobres, en sus propuestas reformas penitenciarias y en su
pr

voto particular de 1856, proponen medidas urgentes para mejorar la condi-


ción económica y social de las grandes masas mexicanas, que juzgaba in-
1a

frahumana. Fue el más eminente y claro precursor de la reforma agraria, y


dio fuerte impulso al derecho de amparo; no obstante, tuvo poca visión
como político práctico y aceptó colaboraciones efímeras con algunos go-
biernos contradictorios y vacilantes.
La reserva que la junta de Brownsville guardó respecto al plan de Ayutla
—el cual no fue mencionado en el proyecto de plan que se le envió a Vidau-
rri— es muy probable que haya sido también consecuencia de la conserva-
da a su vez por Comonfort, respecto a los exiliados de Nueva Orleáns,
durante los seis meses que pasó en los Estados Unidos, de junio a diciem-
bre de 1854, reuniendo recursos para remitirlos a Acapulco. En la obra que
Anselmo de la Portilla preparó para Comonfort, cuando éste ocupaba la pre-
sidencia interina, no hay huellas de que durante ese viaje se interesara
mucho por obtener la colaboración del grupo de Nueva Orleáns, integrado
por políticos mexicanos perfectamente caracterizados como liberales del
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  187

ala “pura” o radical, según diría el propio Comonfort más tarde. Se sabe,
sin embargo, que estuvo en contacto con Ceballos y Arrioja, con quienes
habló de sus gestiones para conseguir elementos materiales destinados a
apoyar la revolución del sur.118
El conflicto que surgió entre Comonfort y Ocampo durante la presiden-
cia de don Juan Álvarez, por lo tanto, tuvo su origen en la indecisión que
caracterizó, desde sus primeras etapas, a la revolución de Ayutla, por cuanto
a sus objetivos una vez que se hubiera logrado la expulsión de. Santa Anna.
Federalista y radical en sus primeros momentos, ese movimiento aceptó
después la adhesión de muchos militares conservadores que celebraron
arreglos con Comonfort. Ocampo se opuso abiertamente a esta tendencia,
que llamó “de transacciones”; tuvo que retirarse, pero antes de salir del

a
gabinete dejó organizados los gobiernos locales y convocada la asamblea

rrú
constituyente que habría de representar el triunfo definitivo del federalis-
mo y abriría las puertas a la reforma. Po
Congreso constituyente

Si se consideran, en conjunto, los datos de que disponemos sobre la


a

participación de Ocampo en el congreso constituyente de 1858-57, no que-


eb

da duda alguna de que fue una actitud precavida y reticente. Su considera-


ción cuidadosa de las posibilidades del congreso, según vimos, se inició
u

desde la elaboración de la convocatoria, en su calidad de ministro de rela-


pr

ciones interiores de don Juan Álvarez.119 En una carta que publicó poste-
riormente, don Melchor menciona este documento como obra personal
suya; y ya relatamos la participación que tuvo en la designación de los go-
1a

bernadores de los estados, elementos clave para las elecciones de aquella


época. Incluso, Comonfort manifestó a Ocampo, en carta que le dirigió el 14
de octubre, que aceptaría los acuerdos tomados por él: “Sobre el nombra-
miento de gobernadores —le escribió en esa fecha— he dado a usted fran-
camente mi opinión y pensaba explicarme más con usted a nuestra vista
la semana que entra, más supuesto que hoy deben de haber quedado nom-

118  Ceballos se embarcó a Europa el 3 de junio. INAH; Cartas personales, doc. 50-C-38-8.

En febrero de 1854, cuando aún no se proclamaba el plan de Ayutla. Comonfort invitó a


Ocampo a unirse al movimiento del sur; probablemente, como ya indicamos, fue la reforma
centralista del plan en Acapulco, lo que ocasionó la reserva de los emigrados de Nueva Or-
leáns. Véase: INAH; cartas personales, doc. 50-C-45-1 (carta de 23/11/54, enviada desde
Acapulco por Comonfort a Ocampo, que se hallaba en Nueva Orleáns).
119  Véase el capítulo anterior.
188  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

brados, réstame sólo apoyar la determinación de usted”.120 Congruente con


su modo de entender la ideología liberal, según ya explicamos en otra par-
te, Ocampo hizo que el punto V del plan de Ayutla se adaptara a principios
más democráticos, al eliminar toda limitación basada en la posición econó-
mica o social de los votantes primarios. Esto no constituía una innovación
absoluta de Ocampo, pues es bien sabido que ya la constitución de Apatzin-
gán proclamaba el sufragio universal; pero sí puede decirse del 56, que fue
la primera vez en que una elección tuvo ese carácter en México. Puede re-
cordarse que todavía al terminar la revolución en 1920, Calero, Esquivel
Obregón, J. Flores Magón, etc. consideraban desdeñosamente que sólo de-
bía admitirse el voto de quienes supieran leer y escribir, puestos a reflexionar
sobre la reconstrucción de México.

a
No faltará quien arguya que debe haber sido escaso el efecto práctico de

rrú
una medida así. Y en cierto sentido, a la observación no le falta razón; dado
el atraso de los medios de comunicación, contando sólo con una prensa de
circulación reducidísima, sin tradiciones democráticas, sin organismos po-
Po
líticos que no fueran las logias masónicas y los clubes electorales, una bue-
na parte de la población, que no sabía leer, es posible que no se enterara
de las innovaciones de don Melchor. Pero no debe olvidarse que hay vías de
a

acceso a la mente colectiva que pueden superar en cierta medida todas esas
eb

limitaciones. La revolución llegaba al poder dando el voto a todo mundo,


exceptuando sólo a los culpables —no por arrepentidos, algunos de ellos,
u

menos culpables— de la instauración de la dictadura santanista; aún sin


poderlo formular en palabras, el pueblo entero comprendió lo que aspiraba
pr

a hacer el movimiento triunfante. Los periódicos de la época dicen que los


conservadores sabotearon las elecciones; tal vez se debiera a ello que nadie
1a

en el congreso ostentó abiertamente esa bandera política.


El lado débil de la asamblea —cualquiera lo veía cuando estaba por
reunirse, y Ocampo seguramente, más que otros— era el carácter contra-
dictorio del gobierno de Comonfort y la presencia de muchos, incluso de
una mayoría de liberales “moderados”, de aquellos que Ocampo había lla-
mado públicamente “conservadores más despiertos”.121 El peligro, para la
realización de los cambios que el país demandaba, residía en ese “querer y
no querer hacer las cosas”, ese afán por “la gloria” y ese desdén por “las difi-
cultades”, que Ocampo había leído en los ojos de Comonfort en Cuernavaca.

120  Obras; tomo II, p. 93. En carta del 12 del propio mes, sin embargo, Comonfort había

manifestado a Ocampo dudas sobre las facultades del ejecutivo para hacer esos nombra-
mientos; véase: INAH, cartas personales, documento 50-C-45-8.
121  Obras; tomo II, p. 85.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  189

Sin ser pesimista, podía creerse que los titubeos gubernamentales, el pruri-
to de hacer “transacciones” provechosas para la comodidad, encontrarían
un eco peligrosísimo en las filas de los prudentes, que dudaban si “había
llegado el tiempo” de emprender una transformación de semejantes propor-
ciones. En sólo un año, los hechos dieron a Ocampo la razón.
Pero el michoacano comprendía que estaba abierta, de todos modos,
una oportunidad histórica que el grupo liberal no podía desperdiciar. Para
él, más que para casi nadie, era una obligación política y moral prestar al
congreso toda la ayuda que estuviera a su alcance. Se comprende que tres
años más tarde, cuando el grupo liberal tuvo que completar la reforma en
Veracruz, no habría podido sustituir fácilmente la labor del congreso e im-
provisar al mismo tiempo una constitución.122

a
Ocampo va pues, al congreso de 56; pero va con toda clase de precau-

rrú
ciones. No queremos sugerir, con esto, que no fuera sincera su declaración
de que le resultaba casi imposible, después de dos años de ausencia sepa-
rarse de sus propiedades de Pomoca. Manzo, gobernador del estado en esos
Po
días, le escribía el 4 de enero de 56, a punto de celebrarse las elecciones,
“Aunque con modo, he procurado que usted no sea electo diputado, pues
veo, en efecto, que usted no podrá ir al congreso sin graves perjuicios; pero
a

tanto valdría tumbar la torre a frentazos como combatir la candidatura de


eb

usted…”. Y tres días más tarde le comunicó: “Salieron por unanimidad us-
ted, Degollado y Sabás (Iturbide)…”123 No había remedio, don Melchor ten-
u

dría que ir al congreso; porque, además, lo mandaban el estado de México y


el Distrito; es sabido que escogió la representación de Michoacán, “por ra-
pr

zón de su nacimiento”, que dejó mal parada a su acta da bautizo.124


Sin embargo, trató aún de escabullirse. En efecto, tres días antes de que
1a

se iniciaran las labores de la asamblea, Mata le escribía desde México: “Es


universal (sic) el sentimiento entre los diputados porque usted no concurre.
¿No ha variado usted de resolución y está dispuesto a concurrir? Sería ésta
la noticia más agradable que pudiera comunicarme…”.125
Manzo dejó en esos días la gubernatura, por dificultades políticas loca-
les. El 12 de enero hizo frente a un motín en Morelia, que reprimió con éxi-
to, aunque con moderación. “Hoy estoy abrumado por la opinión —escribió
dos días después a Ocampo—, que algunos me dicen es general, porque no

122  En la carta citada mes arriba, Ocampo declaró en junio de 1857 que nunca gozó de

sueldo en sus licencias. Véase Historia del primer congreso constitucional; tomo I, p. 82.
123  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos.
124  Zarco; p. 48,
125  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-30.
190  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

dicté órdenes de prisiones, destierros, etc., y que por eso hubo el pronuncia-
miento…como de la escuela de Ocampo, no soy a propósito para gobernar
en estos tiempos…”.126 Sobre lo que Ocampo y Manzo pensaban en cuanto
a la situación política del país y las tareas que tendría que cumplir el con-
greso constituyente, nos da una idea la respuesta del segundo a don Anto-
nio Haro y Tamariz, fechada el 4 de febrero, cuyo original se encontró junto
a loa papeles de don Melchor. “Invoca usted la religión que supone perse-
guida —dice el documento—, y no reflexiona que la religión ha sufrido
mucho por los abusos que se han hecho de ella para sostener intereses bas-
tardos y contrarios al país… ¿Qué hubiera usted podido hacer, si en vez de
dejar en pie ese ejército, se hubiera destruido; si en vez de respetar las ri-
quezas del clero, único medio eficaz que tiene hoy para influir en los nego-

a
cios públicos, se le hubieran quitado? La pasada revolución contra Santa

rrú
Anna no tenía por único objetivo, como algunos creyeron, la caída de ese
tirano; su fin era más grande, destruir en el país toda especie de tiranía…
era preciso destruir ese ejército, que sólo ha servido para oprimirlos y tener-
Po
los en constantes agitaciones; reducir al clero al ejercicio de su misión, en-
teramente divina…no haber dejado impunes tantos crímenes como se
cometieron…”. “No se procedió con este método —añade el escrito— y la
a

revolución quedó incompleta…”.127


eb

Estas eran, sin duda alguna, las ideas de Ocampo cuando se iniciaron
las sesiones del congreso constituyente. No acudió a las primeras reunio-
u

nes, pero se presentó el 22 de febrero, habiendo sido muy cordialmente


acogido. “A algunos de ustedes —escribió Ocampo a los redactores de El
pr

Siglo XIX, el 7 de abril de 1857— consta oficialmente que, habiendo tenido


yo el honor de ser electo diputado, no asistí a las juntas preparatorias ni me
1a

presenté en el congreso sino cuando por los periódicos y cartas de algunos


amigos llegué a creer que no hubiese quorum”.128
La asamblea se inició en medio de un torbellino de corrientes encontra-
das. En una de las primeras juntas preparatorias fue electo presidente del
congreso don Ponciano Arriaga, para el mes de febrero, y presidente de la
comisión de constitución el 21 de febrero. Al día siguiente se presentó Ocam-
po y fue agregado a la comisión de constitución. El 29 de febrero Ocampo
fue designado presidente del congreso para el mes de marzo y asistió a las
sesiones hasta el día 10, o sea un total de 12 sesiones públicas. “Instalado

126  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, (14-I-1856).


127  Idem; doc. 8-1-3.
128  El Siglo XIX; 13-IV-1857, con una nota confirmatoria de Zarco. Véase en: Textos

políticos; pp. 129 a 132.


TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  191

el congreso, y cuando ya tuvo mayor número de miembros de los estricta-


mente necesarios, presenté mi dimisión del cargo —dice don Melchor en la
carta citada—…Decía yo entonces al congreso, y era cierto, que si conti-
nuaba en su seno ni sabía que habría de comer mientras mi familia, ni
como había de corresponder a la espontánea generosidad con que algunas
almas nobles de entre mis amigos me habían socorrido en la desgracia…”
Ya en la sesión del día 20 de febrero, antes de concurrir Ocampo, había sido
presentada, más tarde rechazada por un voto, la proposición del diputado
Marcelino Castañeda que ponía en vigor de nuevo la carta constitucional de
1824, con el acta constitutiva y el acta de reformas de 1847, o sea declara-
ba vigente en todas sus partes el último sistema constitucional.129
Castañeda130 fue uno de los políticos poco liberales a quienes se permi-

a
tió entrar al congreso constituyente, quizá por el prestigio que le dio su

rrú
oposición a Santa Anna en 1854. Como gobernador de su estado se había
distinguido por su reaccionarismo, pues se negó a acatar el decreto de des-
amortización en 1847, y por su espíritu autoritario contra los indios “bár-
Po
baros”. Estuvo en el mismo gabinete del presidente Herrera en el que estuvo
Ocampo, el año 50. Apoyó las pretensiones clericales de establecer un “ín-
dice” de libros prohibidos y de reprimir la prensa liberal; hizo propaganda
a

monarquista, cuando se acababa de integrar el gobierno de Arista y tuvo


eb

por ello un incidente público con Lacunza. Su idea de volver a la constitu-


ción de 1824, con modificaciones superficiales, llegó a ser aprobada por el
u

congreso en 1856, pero sólo se remitió a la comisión que presidía Arriaga.


Castañeda temía sobre todo los cambios en materia de derechos humanos,
pr

tolerancia religiosa, votos monásticos y fueros, comercio y enseñanza libre,


prisiones y jurados; fue probablemente instrumento de Comonfort y de sus
1a

ministros. Maniobró hábilmente para atraer a los liberales moderados en


apoyo de sus ideas.
El 21 de febrero, el congreso aprobó el decreto que nombró al señor Co-
monfort presidente sustituto, que había sido rechazado por el consejo de
gobierno que presidió Gómez Farías.131 Durante las doce sesiones públicas
a las que asistió Ocampo en esta fase del congreso, el asunto más impor-
tante que se trató fue la revisión de los actos de gobierno realizados en
tiempo de Santa Anna; el congreso se ocupó del tratado de La Mesilla y se
declaró que sería revisado a posteriori, aunque la medida no tuviera efectos
prácticos.

129  Zarco; pp. 35 a 39.


130 1800-1877.
131  Ocampo por lo tanto, no votó esta medida, pues se presentó hasta el día siguiente.
192  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

También tuvo conocimiento el congreso de la formación, que comunicó


el gobernador de Jalisco, de una coalición de estados que salvara la unidad
nacional y las libertades públicas, en caso de que fuera Imposible que fun-
cionara el gobierno federal. Esta coalición, como se sabe, prestó más tarde
su apoyo al gobierno de Juárez.
En relación con su retiro de las sesiones, a partir del 11 de marzo, don
Melchor dijo en la carta que ya citamos: “Yo mismo, como primer ministro
que fui del actual gobierno de Ayutla, temiendo el cáncer fatal del no hay
número, había declarado en la convocatoria que el cargo de diputado no era
renunciable. El congreso no podía exonerarme, pero me hizo la justicia de
creerme y tuvo la bondad de darme una licencia…” Sin embargo, es eviden-
te que Ocampo estuvo de acuerdo con los resultados a que llegó la comisión

a
de constitución, pues más adelante añade: “Ustedes saben que cuando vol-

rrú
ví a las sesiones lo primero que hice fue suplicar al congreso que me permi-
tiera firmar el original del proyecto de constitución, aunque no hubiese
estado yo en la capital al tiempo de presentarse; que aceptaba yo su res-
Po
ponsabilidad porque, si tenía errores, eran en su mayor parte los mismos
de que yo estaba imbuido; que, si como miembro de su comisión no había
discutido todos los artículos, había, sí, concurrido a las primeras conferen-
a

cias de ésta, y procurado establecer las bases de su trabajo y llevado cuanto


eb

minuciosamente pude sus actas; que los pocos puntos en que disentí no
valían la pena para formular un voto particular; que los explanaría en los
u

debates”.
pr

Si se atiende al hecho de que Ocampo asistió tres semanas a las sesio-


nes del congreso, durante el principio del período en que se elaboró el pro-
1a

yecto de constitución, no cabe atribuirle una gran participación en esta


primera fase del trabajo. Pero su declaración posterior no deja lugar a du-
das; el proyecto presentado al congreso le pareció aceptable, bien porque
haya tenido manera de hacer llegar sus ideas a la comisión después de con-
cedida su licencia, o bien porque simplemente se haya sentido de acuerdo
con el texto cuando lo conoció. Mata se lo envió, encuadernado junto con el
voto particular de Arriaga, el 5 de julio a Pomoca. “General es el sentimien-
to de que usted no concurra a las discusiones del proyecto —le decía en esa
ocasión—, y habiendo manifestado a muchos diputados que usted está
conforme con él, me han excitado a que suplique a usted que me haga co-
nocer su opinión por medio de una carta con el fin de que se publique. Con-
forme yo con semejante deseo cumplo gustoso el encargo, porque nos
ayudará mucho en la opinión pública el que se conozca la aprobación de
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  193

usted a nuestro proyecto”.132 Don Melchor no mandó en ese momento la


carta, pero el hecho es que hizo suyo el proyecto ante el congreso.133
“Acaso no hubiera vuelto al congreso —dijo Ocampo en la carta citada
más arriba— si algunos amigos no me hubieran escrito exhortándome a
que fuese, y suponiendo la posibilidad de que yo ayudara a impedir que
continuasen las desavenencias que por desgracia comenzaban a notarse
entre el congreso y el gobierno…” En efecto, Ocampo volvió a presentarse
en la sesión del 13 de octubre; como su permiso vencía al terminar junio,
había enviado su renuncia al congreso, que no le fue aceptada aunque lo
pidió; pero no logró que se ampliara por dos meses más la licencia de que
gozaba, por lo cual figura como ausente, sin licencia, desde el 28 de julio.134
En la sesión secreta del día 14 de octubre, como ya se dijo, don Melchor

a
declaró al congreso que, en su calidad de miembro de la comisión de consti-

rrú
tución suscribía el proyecto presentado por ésta a la asamblea.
Durante la segunda época en que don Melchor concurrió a las sesiones,
no faltó nunca. Entre el 13 de octubre y el 13 de diciembre —cuarenta y
Po
ocho sesiones, de ellas siete secretas— tomó una parte bastante activa en
la defensa de varios de los artículos del proyecto presentado a la asamblea.
En la sesión secreta, del día 5 de diciembre, Ramírez presentó una iniciati-
a

va para que se nombrara “una comisión que manifestara al excelentísimo


eb

señor presidente el desagrado con que el congreso ha visto la capitulación


de Puebla”.135 Ocampo intervino en la discusión de la proposición y estuvo
u

en contra de la actitud del gobierno ante los sublevados. He aquí como rela-
tó más tarde los hechos: “La segunda capitulación de Puebla exaltó el dis-
pr

gusto que yo sentí ya desde la salida del señor Fuente por el modo con que
se terminó el negocio pendiente con Inglaterra por los cónsules de Tepic, y
1a

por la salida también del señor Lerdo de Tejada…tuve la imprudencia de


calificar, no sólo dura sino aún acerba, y aún tal vez indecorosamente, ante
el congreso la conducta del gobierno…tuve miedo, lo reconozco y confieso,
de hacer caer sobre el congreso, al en él permanecía, toda la predisposición
que contra mí me había yo renovado…Por esto me volví a mi casa, y sin
licencia”.136
Posteriormente, sus amigos insistieron ante Ocampo para que regresa-
ra y firmara la constitución aprobada. Mata, por ejemplo, le decía el 23 de

132  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-36.


133  Zarco; p. 952.
134  Actas; p. 298. Véase INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-82.
135  Zarco; p. 1089.
136  Véase la referencia (10).
194  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

diciembre: “¿Vendrá usted a firmar la constitución? Tal es la pregunta que


me hacen muchos amigos”. Y añadía en carta posterior, fechada el 1o. de
febrero: “Tiene la constitución a mi juicio varios defectos capitales; pero
aún así es lo más liberal que México ha tenido, y respecto de ciertas liberta-
des que no han podido consignarse en ella, hemos siquiera dejado sembra-
da la semilla que probablemente germinará y fructificará muy pronto,
¡Cuánto he sentido no tener a usted entre nosotros ayer! Don Valentín
Gómez Farías asistió durante toda la sesión presidiendo al congreso…”137
Por su parte, Ocampo escribió a Mata el 3 de enero: “También Sabás me
dice que probablemente pronto se terminará la constitución. Ojalá y que así
sea; pero no iré a firmarla”.138
Para comprender el origen de esta actitud de don Melchor, es necesario

a
recordar brevemente el desarrollo de las relaciones entre el congreso y el

rrú
gobierno de Comonfort, a lo largo del año escaso que duraron las delibera-
ciones de la asamblea. Esas relaciones fueron siempre difíciles, desde la
sesión inicial en que el discurso de Comonfort fue escuchado en silencio, en
Po
tanto que recibía grandes aplausos la contestación de Arriaga, a nombre
del congreso.139 La prensa conservadora trató de sacar provecho de esta
situación y realizó constantes esfuerzos por dividir aún más a los libera-
a

les. Periódicamente, reaparecía en la asamblea la idea de volver a la cons-


eb

titución de 1824 y sólo hacerle algunas reformas a ésta. El gobierno de


Comonfort acogió a Lerdo de Tejada en abril y promulgó el decreto de desa-
u

mortización en julio; pero casi simultáneamente surgió el estatuto orgáni-


co, cuya tendencia centralista ocasionó protestas de los estados, entre otras
pr

la de Juárez por Oaxaca. Pronto se vio que la discusión política tendría uno
de sus puntos claves en el artículo XV del proyecto de constitución. Este
1a

artículo decía: “No se expedirá en la república ninguna ley ni orden de au-


toridad que prohiba o impida el ejercicio de ningún culto religioso; pero,
habiendo sido la religión exclusiva del pueblo mexicano la católica, apostó-
lica, romana, el congreso de la unión cuidará, por medio de leyes justas y
prudentes, de protegerla en cuanto no se perjudiquen los intereses del pue-
blo ni los derechos de la soberanía nacional”.140
Comonfort141 fue de origen humilde; por haber muerto su padre cuando
iniciaba sus estudios, los interrumpió e ingresó al ejército, después de haber

137  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-67 y 8-4-76.
138  Obras; tomo II, p. LXXXIV.
139  Zarco; pp. 30 a 32. McGowan; p. 187.
140  Idem; p. 331.
141 1812-1868.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  195

desempeñado labores muy modestas. Estuvo varias veces en el congreso,


como diputado y senador, junto a Ocampo, Juárez y Otero, quien se dice que
tenía influencia sobre él. Se le consideraba liberal moderado cuando el go-
bierno lo envió como administrador a la aduana de Acapulco; ahí se rela-
cionó con don Juan Álvarez. Su participación en diversos congresos reveló,
a pesar de las deficiencias de su formación, que se expresaba con sobriedad
y claridad; gozaba de una fuerte personalidad. Santa Anna lo destituyó y
siguió a Álvarez cuando éste se pronunció en favor del plan de Ayutla; sin
embargo, sus ideas moderadas contribuyeron mucho a despojar al plan de
su carácter federalista inicial. La campaña militar mostró que era buen
caudillo y buen organizador; pasó un tiempo a Estados Unidos, donde con-
siguió recursos. Después de la salida de Santa Anna, consiguió unificar al

a
ejército en apoyo del plan de Ayutla y se convirtió en árbitro de la situación.

rrú
En octubre de 1855, Álvarez lo hizo ministro de guerra; después del choque
con Ocampo, los liberales moderados lo ayudaron a ocupar la presidencia.
Reprimió con éxito la sublevación clerical de Haro y Tamariz; sostuvo des-
Po
pués al congreso constituyente hasta la promulgación del código. La coali-
ción de gobiernos estatales lo hostilizó y, bajo la presión de Zuloaga y los
consejos de Payno, reaccionó desconociendo la constitución que había ju-
a

rado respetar. Al comprender las consecuencias de esa medida, entregó el


eb

poder a Juárez y salió del país. Regresó a luchar contra el imperio y fue
muerto cerca de Chamacuero.
u

La redacción del artículo XV que formuló la comisión encargada del


proyecto, no satisfacía a varios grupos. El clero estaba descontento porque
pr

se toleraban otros cultos religiosos; algunos liberales “puros” no la acepta-


ban porque imponía al estado la obligación de proteger una religión en par-
1a

ticular; el gobierno de Comonfort, por boca de sus ministros, se movilizó


activamente contra este artículo, por considerar que el pueblo no estaba
preparado para la tolerancia religiosa, y anunció que habría desórdenes y
motines si el artículo era aprobado.142 En realidad, como afirmó el periódico
Los Padres del Agua Fría, el 23 de septiembre, “si el gobierno no se hubiese
opuesto hubiera sido insignificante la oposición”.143 El hecho de que Co-
monfort pudiera hacer pasar en el congreso sus contemporizaciones con los
reaccionarios de Puebla, era una prueba definitiva, para los partidarios de
la libertad de conciencia, como Ocampo, de que la constitución saldría a
este respecto trunca, como efectivamente ocurrió.144 Resultó inevitable esta

142  Zarco; pp. 608 a 614.


143  McGowan; p. 177.
144  Zarco; p. 1218.
196  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

derrota del congreso, ante la oposición cerrada del gobierno de Comonfort.


La decisión final la tomó el congreso el 25 de enero de 1857, a punto de
terminar su labor. He aquí cómo juzgó el resultado Zarco en el “Siglo XIX”:
“En la sesión de antes de ayer se hizo la pregunta de si se permitía a la co-
misión de constitución retirar definitivamente al artículo 15. Se concedió el
permiso por 57 señores contra 22. A tan escaso número quedaron reduci-
dos los que no abandonaron la causa de la libertad de conciencia…pero la
misma causa quedó triunfante en la opinión. La votación fue triste. No pa-
recía sino que el congreso se arrepentía de haber discutido el principio;
pero en este mea culpa había algo de timidez, de confusión y, digámoslo
todo, de vergüenza”.145
A lo largo de su vida, relativamente corta, Zarco146 fue ante todo perio-

a
dista liberal. Sin estudios académicos, aprendió idiomas y se instruyó por

rrú
su cuenta, habiendo desarrollado un sistema personal de taquigrafía. En
1848 fue redactor de las actas del consejo durante las negociaciones del
tratado de paz; se opuso activamente al gobierno de Arista y apoyó al régi-
Po
men de Santa Anna en sus primeros meses, pero fue después perseguido.
Se inició en 1852 en el periodismo político, como colaborador del “Siglo
XIX”, del cual fue director, con algunas ausencias, hasta su muerte. Duran-
a

te la guerra de tres años permaneció en la ciudad de México, pero en con-


eb

tacto con el gobierno de Juárez; al final fue apresado por Miramón. Siendo
diputado al congreso constituyente en 1857, escribió las crónicas en el “Si-
u

glo XIX”, que le sirvieron después para hacer una historia de la labor del
pr

congreso. Por sugestión de Ocampo, Juárez lo llamó al gobierno al regresar


a México. Durante la intervención fue diputado y siguió al gobierno al norte
de la república; se exilió durante un tiempo.
1a

Para Ocampo, que comprendía perfectamente el propósito de las clases


dirigentes del país de oponerse, costara lo que costara, a la libertad de con-
ciencia en México, desde el año 51, con motivo de su polémica sobre obven-
ciones parroquiales, esta última transacción del gobierno de Comonfort
resultaba particularmente dolorosa. La región donde Ocampo vivía era tes-
tigo, todavía en esa época, de increíbles actos de intolerancia; en el propio
congreso uno de los diputados relató que, en Maravatío, en el jueves santo
de 1855, una señora y algunos jóvenes fueron conducidos a la cárcel por
comer carne.147

145  Crónicas; p. 905.


146 1829-1869.
147  Zarco; p. 602. Lo mencionó el diputado Joaquín García Granados.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  197

Ocampo probó sus fuerzas ante el congreso en el asunto de la segunda


capitulación de Puebla; “temo —dijo don Melchor— que el gabinete quiera
descargar la impopularidad de su ineptitud en el congreso, haciendo que
los diputados, de cuyas personas puede disponer, reciban la consigna de no
asistir a las sesiones para que así no llegue a darse la constitución”.148 Pero
el gobierno consiguió dominar la situación y el congreso no aprobó la cen-
sura propuesta; unos días más tarde, un periódico liberal que se publicaba
en francés escribía: “Triunfaron loa moderados…Con ellos, la revolución
desaparecerá, y la desaparición de la revolución, es la reacción”.149
Que el fondo de todo el problema era la actitud del gobierno de Comon-
fort, lo veían bien claro los diputados liberales “puros”. Mata, por ejemplo,
escribía el 24 de agosto a Ocampo: “Para vengarse de los que queremos re-

a
formas, han resucitado el pensamiento de que se adopte la constitución de

rrú
24 con ciertas disparatadas reformas que propone el señor Ariscorreta.
Cuanta sea la inconsecuencia de esta conducta y la rechifla que por ella
debe caer sobre el congreso, es cosa bien clara; pero el resultado es, que
Po
apoyados los autores de la idea, que son bastantes, con la influencia del
gobierno que conspira hace muchos días en este sentido, sin que yo conoz-
ca la causa, creo que tienen “mayoría…150 Por esta razón, es evidente que
a

Ocampo no tenía otro camino que retirarse, cuando los sucesos de Puebla
eb

pusieron en claro que la mayoría del congreso aceptaría las transacciones


de Comonfort y su gabinete. Y en ello debe encontrarse la causa general
u

para que se negara a firmar una constitución, por la cual había sentido, por
lo demás, no sólo un gran interés sino también una activa solidaridad a lo
pr

largo de muchos meses.


Durante el tiempo que Ocampo concurrió a las sesiones del congreso
1a

(53 sesiones ordinarias, en el total de los dos períodos en que concurrió),


no sólo fue muy puntual, sino que prestó particular atención a los procedi-
mientos de trabajo de la asamblea. En la tercera lesión en que estuvo pre-
sente, sugirió que las proposiciones o asuntos sometidos a la consideración
del congreso, no pudieran ser retirados sin autorización del mismo, sin
duda para hacer que las proposiciones fueran suficientemente meditadas
antes de ser presentadas, y tal vez previendo lo que ocurrió con el artículo
15. En la primera sesión en que fue presidente del congreso, sugirió tam-
bién que se pasara lista de asistencia a la hora precisa en que estaba convo-
cada la reunión, y que la relación de los diputados faltantes, cuando no

148  Zarco; p. 1090.


149  McGowan; p. 154.
150  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-53.
198  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

hubiera quórum, se publicara en los periódicos del día siguiente. Una se-
mana después de haber sido incorporado a la comisión de constitución, in-
formó al congreso sobre los trabajos de la mencionada comisión, que se
reunía todas las mañanas en el local de la cámara para que asistieran a sus
discusiones los diputados que lo quisieran. La comisión llevaba un libro
de actas, había nombrado a Ocampo secretario, trabajó también por las
noches y, en la primer semana, ya había acordado sus procedimientos de
trabajo.151
En ausencia de Ocampo, Mata presentó al congreso el 28 de marzo,
cuando éste revisaba los actos de la administración santanista, los origina-
les autógrafos de las cartas enviadas por Santa Anna y Al-monte al general
Houston y al secretario de estado de Texas, respectivamente, en que estos

a
personajes reconocieron la existencia del convenio secreto de 14 de mayo

rrú
de 1836, por el cual don Antonio se comprometía a “influir de una manera
decisiva en el reconocimiento de la independencia de Texas”. Según comen-
tó Zarco en “El Siglo XIX”, muchas personas habían creído hasta entonces
Po
que el convenio fuese apócrifo, por lo que el congreso acordó que los docu-
mentos permanecieran quince días sobre la mesa, para que los diputados
pudieran examinarlos.152
a

Cuando Ocampo se reincorporó al congreso, en octubre de 56, una de


eb

las razones que lo convencieron para volver, aparte de su conformidad


general con el proyecto elaborado por la comisión de constitución, fue la
u

existencia de serias dificultades entre el gobierno de Comonfort y las auto-


ridades de Nuevo León. Como esta situación coincidía con el descontento
pr

reaccionario por la ley de desamortización, que produjo la sublevación de


Puebla de 20 de octubre, resultaba, peligrosa para la estabilidad del régi-
1a

men liberal. Ese mismo día, Ocampo fue designado miembro de una comi-
sión del congreso que se entrevistó con Comonfort, “en ausencia del
ministro —informó más tarde Ocampo al congreso—, para que hubiera ma-
yor franqueza”, y envió a dos diputados para que influyeran en el ánimo de
Vidaurri y lo hicieran desistir de sus pretensiones. Como es sabido, poco
después se firmó un convenio, en la Cuesta de los Muertos, entre los en-
viados de Comonfort y Vidaurri, que puso fin, por el momento, a las difi-
cultades entre el gobierno federal y el de Nuevo León. Cuando el congreso
designó a Ocampo miembro de la comisión de estilo que debería revisar la

151 Zarco; pp. 46 y 47.


152 Zarco; pp. 75 y 76. Los documentos mencionados forman parte del folleto publicado
por Ocampo en Nueva Orleáns, en 1854. Véase: Sobre una pretendida traición a México,
anexo 8.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  199

redacción final del texto de la constitución, el michoacano se opuso y pidió


que se le exonerara de esa obligación. Se declaró incompetente para desem-
peñarla, por la extrema dificultad que encontraba para ponerse de acuerdo
con otras personas en cuestiones de estilo. El congreso no quiso acceder a
la petición de Ocampo; pero con la retirada de éste, a partir del 13 de di-
ciembre, la comisión se encontró desintegrada. En realidad, no hay cons-
tancias de que haya operado en algún momento.153
La participación de Ocampo en las actividades del congreso evolucionó
durante los dos meses de su segunda etapa de concurrencia a las sesiones.
Por tal motivo, es útil examinar sus intervenciones hasta cierto punto en
un orden cronológico, ya que, de esta manera se revela por sí misma tal
evolución.

a
Dos días después de haberse reincorporado a las labores de la asam-

rrú
blea, el 15 de octubre, don Melchor se dirigió a ella en un tono un tanto
sentencioso —él que criticaba esa actitud en un Mora— a propósito del
artículo 78 del proyecto presentado por la comisión. “La presidencia —dijo
Po
en esa ocasión— no debe considerarse como recompensa por éstos o aque-
llos servicios, sino como una magistratura que requiere inteligencia y
moralidad”.154 El comentario, es imposible no verlo, llevaba una intención
a

política, pues Comonfort era considerado como el forjador de la victoria so-


eb

bre Santa Anna y, en tal condición, se daba por supuesto en muchos círcu-
los que sería el presidente de la república que pondría en vigor la nueva
u

constitución.
El proyecto del siguiente artículo decía: “La elección del presidente será
pr

indirecta en primer grado y en escrutinio secreto…” “Esto dio motivo a que


Ocampo mostrara, desde luego, su espíritu inquieto y disidente; que en la
1a

práctica no podía hacerse otra cosa, el propio don Melchor lo reconoció de


hecho, al aceptar la elección indirecta en la convocatoria al congreso y reco-
nocer, inclusive, la necesidad de pedir ciertos requisitos a los electores se-
cundarios, por lo demás, en buena parte, empleados públicos. Sesenta años
se tardaría aún para celebrar en México una elección directa para elegir
presidente, que sería otro revolucionario triunfante como Comonfort. Pero
Ocampo no quiso dejar pasar la ocasión de señalar que el sistema indirecto,
por antidemocrático y abierto a las cábalas y confabulaciones políticas,
tendría una vida transitoria y terminaría por ser sustituido por la votación

153  Zarco; p. 1273. Sin embargo, como se explica después, un acta no firmada de la se-

sión del 31-I-57 dice que Guzmán “dio lectura al voto particular que como individuo de la
comisión de estilo presentó el señor Ocampo”. Actas, p. 629.
154  Idem; p. 952.
200  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

directa. Se declaró en desacuerdo con la comisión de la que formaba parte,


por considerar que la elección directa es el único medio para conocer real-
mente la voluntad de los votantes. A un país que acababa de padecer la
dictadura, vergonzosa y ridícula, de su “alteza serenísima”, no tenía que
insistirle mucho para que comprendiera que la fórmula del despotismo con-
siste en decir: “Sólo yo soy sabio, sólo yo soy bueno, y los demás deben
obedecer en razón de su inferioridad”. El comentario de don Melchor, por lo
demás, no dejaba de llevar un grano extra de sal; porque, bien vistas las
cosas, ¿quién era el que decía “sólo yo soy sabio”, mientras Santa Anna se
dedicaba a escoger los uniformes de sus lanceros? El dardo iba más bien,
por lo tanto, contra Alamán, contra Lares, hasta contra Tornel y Suárez Na-
varro, y también, un poco, contra los funcionarios, Joaquín Velázquez de

a
León o incluso el propio Lerdo de Tejada, que cerraron los ojos ante la evi-

rrú
dente descomposición del santanismo, con tal de que los dejaran gobernar,
en cierta medida. La democracia, comentaba don Melchor, dice por lo con-
trario: “Todos saben algo, todos son normalmente buenos”. Por supuesto
Po
que, no queriendo idealizarla, señalaba también que el pueblo yerra algu-
nas veces; y en realidad, no se hubiera negado a aceptar que el camino de-
mocrático pasa por más errores que aciertos. Pero, agrega de inmediato, si
a

el pueblo se equivoca, si no acierta el camino, esto no es motivo para arran-


eb

carle sus derechos; “es el dueño de la casa —dice agudamente— y pondrá a


administrar a quien juzgue más a propósito”. Zarco y Ramírez hablaron en
u

favor de la elección directa; pero aunque Arriaga, el presidente de la comi-


sión, reconociendo la intención de Ocampo, elogió su punto de vista, el con-
pr

greso, por las mismas razones que habían predominado en su convocatoria,


dejó subsistir la elección indirecta en la constitución.155
1a

Una semana más tarde surgió en las sesiones un tema semejante, cuya
solución es quizá menos evidente e indiscutible. El artículo 95 del proyecto,
había sido presentado así: “Para ser electo individuo de la suprema corte de
justicia se necesita estar instruido en la ciencia del derecho, a juicio de los
electores, ser mayor de 35 años y ciudadano mexicano por nacimiento, en
ejercicio de sus derechos”. La discusión de este artículo reveló que, por un
lado, existía un considerable disgusto público, al triunfar la revolución de
Ayutla, en contra de los profesionales —del derecho, de la milicia, de la ad-
ministración pública— que habían presenciado con indiferencia los abusos,
las arbitrariedades y hasta las sandeces de la dictadura. Se había visto, por
ejemplo, a un presidente de la suprema corte que se prestaba a justificar un

155  Idem; p. 958.


TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  201

golpe de estado, para ocupar a su vez la presidencia de la República, disol-


ver arbitrariamente el congreso desde ella, ponerse así de acuerdo con los
militares, ser prácticamente echado por éstos; y regresarse tranquilamente
a la suprema corte, de donde, a su tiempo, lo echaría el dictador por no
aceptar —eso sí ya le pareció mucho-la orden de Guadalupe que se acababa
de renovar. Para convencerse de que no es garantía la ciencia oficial —dice
Ocampo al congreso—, basta ver lo que ha sido la corte.156
Sin embargo, Ramírez impugnó la proposición, con sobra de razones;
consideró “El Nigromante” que era un sistema híbrido, porque un jura-
do, compuesto por personas que no son profesionales del derecho, “falla
conforme a la conciencia”, mientras que un tribunal profesional lo hace con-
forme al derecho común, a la ley escrita. Debe recordarse que cuando se

a
supo que el congreso pensaba admitir en la corte a quienes fueran compe-

rrú
tentes, “a juicio de los electores”, se desató una verdadera polémica en la
prensa; la inconformidad llegó, más tarde, hasta el punto de que algunos
diplomáticos extranjeros protestaran públicamente por el hecho.
Po
Ocampo subió a la tribuna, a defender el artículo por su valor político;
pero poco convencido de su eficacia y su acierto. “Los impugnadores —ma-
nifestó— han cumplido con la mitad del deber de los críticos, han dicho que
a

lo que se propone es malo, les falta cumplir con la otra mitad, diciendo lo
eb

que será bueno”.157 Como no hubo proposiciones, pues la verdad era que el
problema no radicaba en el método empleado para la selección de los jue-
u

ces, sino en la realidad social del país, el artículo pasó a la constitución.


pr

Pero Ocampo se sacó la espina, más tarde. En efecto, a mediados del


año siguiente, su nombre era muy mencionado en Michoacán, entre otras
cosas, para ocupar un puesto en la suprema corte, cuya elección estaba a
1a

punto de realizarse, en aplicación del artículo constitucional que se había


llamado de las “transacciones”, tema tan poco grato al reformador. Este se
dirigió entonces al periódico “El Pueblo” de Morelia, pidiéndole la publica-
ción de una carta en que deja claramente sentada su posición. “Aprovecho
también esta oportunidad —expresó en ella— para renunciar la candidatu-
ra a la suprema corte de justicia…Si bien es cierto —añade, recordando sin
duda la sesión del congreso constituyente—, que para ser buen juez, como
jurado, basta un sentido común y una conciencia recta, no lo es menos que
para fallar conforme a la ley escrita, es necesario saber cuál es ésta, y tener
además todos los conocimientos accesorios e indispensables. Yo ni soy

156  Idem; p. 978.


157  Idem; p. 978.
202  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

abogado, ni aún aficionado a esos estudios que dejé a los 22 años, y por lo
mismo no podría aceptar, aun cuando no hubiera otro motivo, semejante
cargo”. Por cierto que don Santos Degollado rechazó también la candidatu-
ra, por razones muy semejantes.158
Es bien sabido que en el congreso de 57 fue ampliamente discutida la
cuestión de lo que hoy se llama “el juicio de amparo”, que estaba contenida
en los artículos 102 y siguientes del proyecto presentado a consideración
de la asamblea. Todavía entonces, se le consideraba una innovación contra
la cual rompían lanzas muchos liberales de prestigio. No cabe intentar aquí
siquiera, un examen de un punto técnico complicado sobre el cual tanto se
ha escrito desde entonces; pero no podemos dejar de registrar las ideas de
Ocampo al respecto y el significado político que el reformador les daba.

a
Lo que el proyecto de constitución contenía en media docena de artícu-

rrú
los, quedó reducido, en definitiva, a los artículos 101 y 102 del código de
57. El asunto era entonces tan confuso para el público general, que algunos
diputados tuvieron que recordar a sus colegas que el acta de reformas de
Po
1847 ya había contenido algo semejante a lo que ahora se proponía en esos
artículos. En el curso de la reducción que sufrió el texto propuesto por la
comisión, desaparecieron varias cuestiones que habían sido muy discuti-
a

das: la intervención de los tribunales de los estados, la excepción que origi-


eb

nalmente se hacía de lo propiamente contencioso y la disposición de que


los jueces federales resolvieran de acuerdo con un jurado. Durante la discu-
u

sión, se indicó que estas cuestiones correspondían mejor al contenido de


una ley de justicia; ya en ausencia de Ocampo, se eliminó del texto consti-
pr

tucional la intervención del jurado, que don Melchor había defendido larga-
mente y que constituye un caso ilustrativo —a pesar de que no se haya
1a

aplicado, en definitiva— de sus ideas políticas, por lo cual conviene exami-


narlo con algún detalle.159
Ocampo intervino ampliamente en el congreso, para defender la propo-
sición de la comisión, principalmente de los ataques de Ignacio Ramírez y
las observaciones técnicas de algunos diputados. El Nigromante interpreta-
ba el texto del proyecto como una posibilidad de que los tribunales deroga-
ran, cuando menos parcialmente, las leyes que se suponía que debían
aplicar. Don Melchor insistió en su posición democrática; explicó su convic-
ción de que las leyes no sólo no son perfectas, sino que no son algo ajeno a
los hombres a quienes se aplican, algo que les caiga de lo alto, como las

158  Historia del primer congreso constitucional; tomo I, p. 32.


159  Zarco; pp. 994 y 995.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  203

tablas de Moisés. Puso el ejemplo de la vestimenta de un batallón de solda-


dos: se hacen uniformes de tres tamaños, chico, mediano y grande; el bata-
llón quedaría mejor vestido si a cada soldado se le hiciera un uniforme a su
medida; pero eso no es posible. Entonces, las leyes necesitan ajustes y co-
rrecciones. “Hasta ahora aquí, dijo al congreso don Melchor, en cuanto a
infracciones de la constitución, el sistema ha sido que el agraviado se queje
a gritos con el fin de desprestigiar a la autoridad, que el desprestigio se ex-
tienda de corrillo en corrillo, y de playa en playa, que al fin se propague una
opinión y se recurra a una revolución. Si toda revolución es la expresión de
una necesidad no satisfecha, los legisladores constituyentes deben propor-
cionar el medio de satisfacer las necesidades públicas sin que sean necesa-
rias la insurrección y la guerra”.160

a
No escapaba a Ocampo que la proposición de la comisión daría margen

rrú
a que se modificaran, en su aplicación, o se corrigieran ciertos aspectos de
la legislación. Pero señaló que le parecía preferible hacerlo poco a poco, en
vez de hacer revoluciones para cambiarla. La intervención del jurado la de-
Po
fendió diciendo que no era una copia de las instituciones norteamericanas,
sino una tendencia moderna del derecho. “El hombre —dijo en la tribuna—
se va manumitiendo de toda clase de tutelas. Antes, si no había jurados, se
a

apelaba en todo a otra conciencia, al director espiritual para toda clase de


eb

negocios, y ahora se ve que muy pocos se sujetan a ese yugo porque tienen
confianza en su propia conciencia y ya sólo recurren a aquel arbitrio algu-
u

nas señoras y unas cuantas personas. El jurado viene a ser pues, una espe-
cie de término medio entre el legislador y el director espiritual”. Lo comparó
pr

con lo que se conocía en la curia como apelar contra el papa mal informado,
al papa bien informado.161
1a

En conjunto, la intervención de Ocampo en esta materia revela la acti-


tud cautelosa de la comisión. No intervino durante el primer día de la dis-
cusión; los aspectos jurídicos los refirió a los argumentos de los diputados
oradores; en realidad, hizo un resumen de toda la discusión. La refutación
de Ramírez la realizó, más bien, Arriaga; pero sí mostró el michoacano un
interés innegable por dar impulso al sistema de jurados. Parece haberlo
concebido como una amplia escuela pública de democracia, una especie de
ágora en que se discutieran y solventaran las cuestiones que afectaran a
las comunidades, apelando a la conciencia de los ciudadanos ordinarios.
Aunque parece una concepción relativamente utópica, no puede negarse

160  Idem; pp. 996, 997 y 995.


161  Idem; p. 996.
204  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

a Ocampo que el problema que pretende resolver existe y es mal resuelto a


través de una prensa comercializada y sujeta a la presión de intereses, con-
fesables unos y otros no.
A continuación, el congreso se ocupó de otro asunto en el cual la solu-
ción final se alcanzó también cuando Ocampo ya no participaba en las deli-
beraciones. El artículo 105 de] proyecto fue presentado para su discusión el
último día de octubre; de acuerdo con el texto quedaban sujetos al juicio
político los secretarios de estado, los jueces y el presidente de la República,
por cualquier falta o abuso. En esta ocasión, don Melchor opinó, en contra
de lo propuesto por la comisión de que era miembro, calificando el texto de
vago y considerando que no debía estar abierta la posibilidad de que se exi-
giera responsabilidad simultánea a los secretarios de estado y al presidente

a
de la República. Temía Ocampo que un texto impreciso diera lugar a fre-

rrú
cuentes ataques contra los funcionarios públicos, incluso por causas se-
cundarias o sin importancia. Mata y Arriaga defendieron la proposición y
aparentemente convencieron a don Melchor, quien llegó a calificar de
Po
“irreflexivos” algunos de los comentarios que había hecho en la tribuna.
Sin embargo, el texto fue retirado por la comisión, modificado y aprobado
sin objeciones un mes más tarde.162
a

Cosa semejante ocurrió con el artículo 107 del proyecto, que fue pre-
eb

sentado a la asamblea para su examen, a continuación. La comisión se


propuso mejorar el sistema inglés del “impeachment”, explicó Ocampo, fa-
u

cilitando un medio para destituir a un funcionario cuando ya no mereciera


pr

la confianza pública; de acuerdo con la proposición, el congreso actuaría


como jurado de acusación, pero sólo suspendería al acusado, degradándolo
al fuero común. En definitiva, como se sabe, se aprobó un sistema propues-
1a

to por el diputado Castañeda, en el que los delitos oficiales, después de la


resolución del congreso eran objeto de una sentencia de la suprema corte.
A don Melchor esta segunda parte no le parecía posible, pues cuando un
funcionario pierde la confianza popular, la corte, a su juicio, no podría dic-
tar la sentencia, ya que no existe pena aplicable por ese hecho. El diputado
Olvera se opuso a lo que consideró una innecesaria innovación, y la forma
del juicio político se resolvió, en definitiva, a fines de diciembre, ya en au-
sencia de Ocampo.163
Poco antes, el 21 de noviembre, en la discusión del artículo 34 del pro-
yecto, Zarco pidió que la comisión lo modificara para que el presidente de

162  Zarco; p. 1000.


163  Idem; p. 1083.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  205

la República pudiera suspender sólo las garantías individuales, en los ca-


sos de grave peligro. Para defender la proposición, Ocampo recurrió a un
símil médico: el estado normal es la salud, la ley es el método higiénico,
los casos de perturbación, las enfermedades y la dictadura el remedio. Zar-
co comentó en la crónica que la defensa había sido hecha “con bastante
habilidad”.164
Un asunto muy discutido en el congreso, la cuestión de los impuestos
que correspondería aplicar a la federación y a los estados, motivó también
varias intervenciones de Ocampo. El artículo 120 del proyecto de constitu-
ción, decía que los estados sólo podrían establecer contribuciones directas,
en tanto que la federación establecería las indirectas y percibiría los ingre-
sos por enajenaciones de baldíos. Mata, Ocampo y Prieto defendieron la

a
idea del artículo como una medida transitoria; sin embargo, don Melchor

rrú
señaló que la constitución no debería clasificar las rentas. El argumento
consistía en que los estados se encuentran en mejores condiciones para co-
nocer los ingresos netos de los contribuyentes, en tanto que para la federa-
Po
ción es más simple gravar los consumos. La discusión de los días 12, 13 y
14 de noviembre, confusa y contradictoria en las actas y la crónica, no im-
pidió que el congreso rechazara el artículo.165
a

En los últimos días del mismo mes, se discutió el procedimiento que


eb

debería seguirse para aprobar reformas a la constitución. El artículo 125


del proyecto sugería que dos terceras partes del congreso dieran su aproba-
u

ción a los cambios, y que éstos fueran ratificados por los electores en la
elección de diputados del congreso siguiente. Fue desde luego evidente que
pr

la mayoría de los participantes en la asamblea consideraban el procedi-


miento lento y preveían que serían necesarias numerosas reformas. Ocam-
1a

po defendió la idea de que el pueblo interviniera directamente para aprobar


las reformas. “Si, considerando la cuestión en abstracto —manifestó
Ocampo—, se puede exagerar la ignorancia del pueblo, hablando de refor-
mas constitucionales, de cuestiones políticas y administrativas, cuando se
desciende a la práctica se ve que la dificultad no es tan grave como se pre-
senta. Una vez iniciada la reforma, la explicará la prensa y la tribuna, la
imprenta sobre todo la pondrá al alcance del espíritu de los electores, se las
presentará ya digeridas, por decirlo así, para que ellos resuelvan, por ejem-
plo, si es conveniente que el primer magistrado del país sea electo por mu-
chos o por pocos. Entonces para fallar sobre las reformas bastará lo que los

164  Idem; p. 1041.


165  Idem; pp. 1021 y 1022.
206  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

franceses llaman grueso buen sentido y nada más. Cuando el orador —si-
guió diciendo don Melchor— no sabía lo que era triángulo, ni hipotenusa,
ni catetos, no comprendía cómo era que el cuadrado de la hipotenusa fuera
igual a la suma de los de los catetos; pero cuando se le explicó lo que ésto
quiere decir, le pareció casi verdad de Pero Grullo. Así en las reformas,
cuando se explique lo que ellas importan, el elector será apto para resol-
ver…Decir —repitió— sólo yo sé, sólo yo mando, y debo ser superior al pue-
blo porque es ignorante, no es en verdad la doctrina de la democracia.
Además, el pueblo no es necio, ¿qué son sus escogidos sino hombres del
pueblo?…Nosotros no somos más que parte del pueblo, y, por muy escogi-
dos que hayamos sido, no dejamos de ser pueblo. De un cesto de peras o de
bellotas, por más que se escoja, no puede salir más que peras o bellotas”.166

a
En la discusión de este tema, los argumentos de más sólida práctica

rrú
estuvieron del lado de Zarco y otros oradores, dada la frecuencia indudable
con que son modificados los textos constitucionales. “El principal defecto
del artículo —dijo Zarco— consiste en que una vez establecido el sistema
Po
representativo, se apela a la democracia pura hasta donde cabe en el siste-
ma de la comisión”.167 En realidad, por mucho tiempo serían más realistas
y efectivos los razonamientos de este tipo, aplicados a México, que los de-
a

seos de dar participación a las mayorías; pero Ocampo resulta un precursor


eb

a muy largo plazo, con su insistencia en abrir, siempre que fuera posible,
vías de acceso a esas mayorías hacia las cuestiones públicas. El camino de
u

la democracia —diría don Melchor— es sin duda prolongado; pero el modo


más seguro de no recorrerlo es no dar en él pasos hacia adelante.
pr

Hubo después una interesante discusión entre Prieto y Ocampo, en que


el primero calificó, apenas veladamente, de ilusas y demagógicas las pre-
1a

tensiones democráticas del michoacano; don Guillermo explicó los graves y


complicados problemas económicos de que dependen “el malestar del obre-
ro y la situación del pueblo”. Discurrir como si fuera más importante para
la nación determinar el número de magistrados de la corte que poner coto a
los gastos públicos y arreglar el presupuesto de ingresos —añadió respon-
diendo tanto a Mata como a Ocampo— “es hacer poesía sobre los intereses
más positivos del mundo, y no mirar que el siglo tiende al bienestar mate-
rial, a consumar la emancipación del hombre por medio del trabajo y de la
libertad”.168 Ocampo repuso que nunca estuvo de acuerdo en excluir de las
elecciones a los que no supieran leer y escribir, “porque saber leer y escribir

166  Idem; p. 1057.


167  Idem; p. 1057.
168  Idem; pp. 1069 y 1070.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  207

es muy poca cosa; que estas dos facultades que se adquieren no son más
que medios de saber, que de nada sirven si no se estudia, y porque (creía) que
la tradición oral comunica grandes conocimientos, como lo prueba lo difun-
dido que estaban en la antigüedad, antes de la invención de la imprenta”.
Luego indicó: “El señor Prieto ha abogado por el desarrollo de la mano, de
este instrumento prodigioso sin el que la humanidad no hubiera salido
de la barbarie. Pero hay tres cosas que necesitan desarrollo —continuó di-
ciendo—: el corazón, la facultad de sentir, la moral; el entendimiento, la fa-
cultad de conocer la verdad, la razón; y la mano, la industria, la actividad, el
medio de hacer efectivas las conquistas de la inteligencia. Pero no es
la mano lo preeminente, no vale más que la inteligencia y el sentimiento. El
señor Prieto se equivoca al ponderar lo que llama intereses positivos; la vida

a
del hombre no se reduce a la materia; su misión no es comer y dormir, y na-

rrú
die puede negar que es positivo amar y conocer”.169 Zarco dice en su “Histo-
ria” que este debate causó sensación en el congreso; el artículo fue rechazado
y la comisión presentó, de inmediato, el texto que finalmente quedó en la
Po
constitución de 57.
Ocampo no opinó sobre la pena de muerte en el congreso; sin embargo,
Mata leyó en su ausencia el libro de actas de la comisión de constitución,
a

en una de cuyas reuniones el michoacano se declaró contrario a ese casti-


eb

go, pero hizo notar que no se podía suprimirlo de un golpe, pues para ello
se requería contar con sistemas penitenciarios, recursos de policía y de or-
u

ganización de justicia que aún no existían en México. A punto de clausu-


pr

rarse las sesiones del congreso, León Guzmán explicó a la asamblea que
había quedado como miembro único de la comisión de estilo, por ausencia
de Ocampo y de Ruiz; manifestó que sólo hizo un número reducido de cam-
1a

bios, que el congreso aceptó. De acuerdo con el acta de la sesión (31 de


enero de 1857), Guzmán leyó un voto particular de Ocampo, cuyo texto no
fue recogido por Zarco en su crónica, pero, probablemente, contenía los co-
mentarios hechos por Ocampo ante la asamblea, con motivo de su designa-
ción para ese propósito.170
El congreso se ocupó también, a lo largo del año que duraron sus sesio-
nes, de algunos temas sobre los cuales habría causado extrañeza que don
Melchor no hubiera opinado, de estar presente. Fuente, por ejemplo, pre-
sentó el 26 de junio un dictamen referente a lo que llamó “la empresa de
reparación y desagravio nacional encomendada por el pueblo mexicano al

169  Idem; pp. 1071 y 1072.


170  Idem; pp. 757 y 1273.
208  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

congreso”, que invalidó el decreto171 en que se prorrogó la dictadura de


Santa Anna (16 de diciembre de 1853). A continuación, otra comisión, pre-
sidida esta vez por Castañeda, dictaminó que Santa Anna y su ministro de
hacienda Parres tenían responsabilidad, como la tuvo por otros negocios
inmorales, según el congreso, por el pago que hubo que hacer de más de
323 mil pesos, en virtud de que dispusieron de los fondos de la indemniza-
ción norteamericana que estaban comprometidos para ese fin.172 Asimismo,
el 28 de junio el congreso ratificó en todas sus partes y aprobó el decreto
sobre desamortización de fincas rústicas y urbanas de las corporaciones
civiles y religiosas de la República, expedido por el gobierno el día 25 y con-
siderado, con justicia, como una de las leyes de reforma.173 Todas estas
cuestiones y otras muchas de importancia, se presentaron cuando Ocampo

a
no estaba acudiendo a las sesiones del congreso.

rrú
Pero, aún en Pomoca, Ocampo se mantenía atento a lo que ocurría en el
congreso, como lo muestra, en particular, su correspondencia con Mata.
Con respecto a la revisión de los abusos, atropellos y actos inmorales de la
Po
dictadura, ya hemos visto que don José Ma. presentó a nombre de ambos,
las cartas de Santa Anna y Almonte que muestran los ofrecimientos que
hicieron en el delicado asunto de Texas. Con respecto a la ley de desamor-
a

tización, Mata le escribía el 27 de julio: “Comienza a surtir sus efectos, a


eb

pesar de las maldiciones de las viejas y de las excomuniones (circuladas


clandestinamente) de los clérigos. Creo como usted que las conquistas he-
u

chas hasta hoy, valen la revolución…”.174 Y le agregaba el siguiente co-


pr

mentario, unos días más tarde: “Muchos temen que Doblado haga algún
mitote en Guanajuato, atendida su cordialidad con el obispo; pero hasta
1a

ahora nada hay de positivo. Creo —continuaba Mata con sobra de optimis-
mo— que si los conserva-sotanas no hacen la reacción en el término de
dos meses, después nada podrán hacer, porque quedarán reducidos a la
impotencia. Cumplida la ley de desamortización y planteada la de obven-
ciones parroquiales, dudo mucho que encuentren bastantes secuaces y
dudo más que quieran continuar gastando el dinero como lo están hacien-
do ahora. El gabinete tiene un juego de tira y afloja que me desagrada;
pero a trueque de que marche, todo le perdono. Lo más malo para nosotros
es la falta absoluta de dinero; pero si podemos mantenernos durante dos

171  Idem; p. 420.


172  Idem; p. 422.
173  Idem; pp. 423 a 435.
174  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos; doc. 8-4-44.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  209

meses habrá después algún desahogo con los recursos de la alcabala de


las fincas enajenadas…”.175
Hay varios asuntos respecto de los que, aunque no se puede apreciar
directamente la intervención de don Melchor, es casi indudable que tuvo
una influencia indirecta, lo cual dejó una huella considerable en los resul-
tados históricos que produjo la asamblea de 1856-57. En el dictamen de la
comisión de constitución, Arriaga dijo al congreso que los encargados de
presentar el proyecto de ley fundamental tuvieron que contestarse algunas
difíciles interrogantes, al dar principio a sus trabajos. Don Ponciano, en
una referencia indudable a Ocampo, se quejó de que “una fracción respeta-
ble de la comisión” se había separado desde el principio de los trabajos de
la misma y había asistido a muy pocas de sus laboriosas y dilatadas confe-

a
rencias. Sin embargo, como el michoacano manifestó que había concurrido

rrú
a aquellas en que se fijó el plan de trabajo de la comisión, debemos concluir
que estuvo de acuerdo y aceptó la forma en que se resolvieron las más im-
portantes cuestiones: “¿Debía la comisión proponer al país un código fun-
Po
damental enteramente nuevo, condenando al olvido todas las tradiciones
de nuestro derecho constitucional, ensayando teorías y formas absolutamen-
te desconocidas y aplicando principios que no estuviesen perfectamente re-
a

lacionados con nuestras necesidades y costumbres? ¿Debía proponer una


eb

constitución puramente política sin considerar en el fondo los males pro-


fundos de nuestro estado social, sin acometer ninguna de las radicales
u

reformas que la triste situación del pueblo mexicano reclama(ba) como ne-
pr

cesarias y aún urgentes? ¿Debía, en fin, limitarse a formar un compendio


de bases genéricas, en que, circunscritas las facultades de los poderes ge-
nerales, quedase libre, extensa y expedita la esfera de las autoridades loca-
1a

les en lo concerniente a la legislación civil y penal y en todo lo que interesa


la vida y el progreso del país?”176
El primer punto, como explicó Arriaga, lo resolvió la comisión en el sen-
tido de que “el proyecto de ley fundamental sería basado en el mismo prin-
cipio federativo que entrañaba la constitución de 1824 y que su texto (le)
senaria de plan y dechado para introducir en ella las debidas reformas”. En
cuanto al segundo, don Ponciano, con notable franqueza, declaró que la
mayoría de los individuos de la comisión, “quisieron abstenerse de incluir
en el cuerpo del proyecto los pensamientos y proposiciones que pudieran te-
ner una trascendencia peligrosa; si bien consintieron en que se explicasen y

175  Idem; doc. 8-4-51.


176  Zarco; pp. 307 y 308.
210  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

fundasen en (la) parte expositiva o en un dictamen separado”. El propio


Arriaga, como es sabido, presentó a la asamblea un voto particular sobre la
propiedad agraria, y otros miembros de la comisión hicieron lo propio. Pero,
respecto a este género de cuestiones, el dictamen dijo sin ninguna vague-
dad: “algunas de las que tenían por objeto introducir importantes reformas
en el orden social fueron aceptadas por la mayoría (de la comisión) y figu-
ran como partes del proyecto que se somete a la deliberación del congreso;
pero en general fueron desechadas todas las conducentes a definir y fijar el
derecho de propiedad, a procurar de un modo indirecto la división de los
inmensos terrenos que se encuentran hoy acumulados en poder de muy po-
cos poseedores, a corregir los infinitos abusos que se han introducido y se
practican todos los días invocando aquel sagrado e inviolable derecho, y a

a
poner en actividad y movimiento la riqueza territorial y agrícola del país,
estancada y reducida a monopolios insoportables, mientras que tantos

rrú
pueblos y ciudadanos laboriosos están condenados a ser meros instrumen-
tos pasivos de producción en provecho del capitalista, sin que ellos gocen
Po
ni disfruten más que una parte muy ínfima del fruto de su trabajo…”.
Por lo que se refiere a la tercera interrogante que se planteó la comisión
de que Ocampo formaba parte, el dictamen manifiesta que la reforma más
a

importante del proyecto trató “de las controversias que se susciten por le-
eb

yes o actos de la federación o de los estados que ataquen sus respectivas


facultades o que violaren las garantías otorgadas por la constitución”. Se-
gún se explica en ese documento, fue el propósito del proyecto que no hu-
u

biera, en lo de adelante, “aquellas iniciativas ruidosas, aquellos discursos


pr

y reclamaciones vehementes en que se ultrajaba la soberanía federal o la de


los estados con mengua y descrédito de ambas y notable perjuicio de las
1a

instituciones; ni aquellas reclamaciones públicas y oficiales que muchas


veces fueron el preámbulo de los pronunciamientos. Habrá, sí —prosigue el
documento—, un juicio pacífico y tranquilo, y un procedimiento en formas
legales que se ocupe de pormenores y que, dando audiencia a los interesa-
dos, prepare una sentencia que, si bien deje sin efecto en aquel caso la ley
de que se apela, no ultraje ni deprima al poder soberano de que ha nacido,
sino que le obligue por medios indirectos a revocarla…”.
Se recordará que la comisión de constitución se formó originalmente
con Arriga, Yáñez, Olvera, Romero Díaz, Cardoso, Guzmán y Escudero y
Echánove, llevando como suplentes a Mata y Cortés Esparza.177 Casi inme-
diatamente, se agregaron Ocampo y Castillo Ve-lasco, como miembros pro-
pietarios adicionales. Además de Ocampo se retiró Cardoso de la comisión y

177  Zarco; pp. 43 y 44.


TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  211

otros dos miembros de la misma, Guzmán y Romero Díaz, suscribieron el


proyecto con reservas, pero sin presentar voto particular. Es sabido que, ade-
más de Arriaga, sobre la cuestión de la propiedad Castillo Velasco presentó
un voto particular y Olvera un proyecto de ley. Puede conjeturarse, por lo
tanto, que la mayoría sobre el derecho de propiedad a que Arriga hizo refe-
rencia en el dictamen la compusieron Yáñez, Romero Díaz, Escudero, Cortés
Esparza y Guzmán; quedaron en la minoría pues, Arriga, Olvera, Castillo
Velasco y Mata; aunque éste último no formuló voto particular, al enviar el
proyecto a Ocampo, se lo mandó encuadernado con el voto de Arriaga.178
El análisis que Arriaga hizo en ese documento sobre la propiedad agra-
ria, no fue comentado por Ocampo, pero debe haberle sido de gran interés,
como asiduo lector de Proudhon que fue el michoacano. En efecto, don Pon-

a
ciano deja traslucir poco las fuentes de su pensamiento más profundo y

rrú
verdadero sobre la cuestión de la propiedad en general, y de la agraria en
particular. Cita extensamente un documento de tendencia muy reacciona-
ria, elaborado para la academia de ciencias de Francia, por una comisión de
Po
que formaban parte Blanqui y Thiers; pero su intención es evidente, quiere
llegar a concluir que ni siquiera los defensores de la propiedad originada
en la “primera ocupación”, podrían llegar a justificar moral o económica-
a

mente los abusos que el sistema feudal de las haciendas llevaba consigo
eb

en México. Cita al padre Mier y pone de relieve que la legislación de Indias


no se cumplió y después fue inclusive derogada. Se pregunta: “¿Por qué no
u

se cumplieron?” (las leyes de Indias); y hace notar que otros autores, como
Zavala, han sostenido que fueron, aunque en apariencia un baluarte de
pr

protección, sólo “un sistema de esclavitud, un método de dominación opre-


sora que otorgaba garantías por gracia y no por justicia y que tomaba toda
1a

clase de precauciones para que los protegidos no entrasen jamás en el


mundo racional…”. También citó Arriaga a un economista español, don
Ramón de la Sagra, quien escribió: “desde que un mecanismo económico es
insuficiente para su objeto preciso, debe perecer. La reforma para ser verda-
dera debe ser una fórmula de la era nueva, una traducción de la nueva faz
del trabajo, un nuevo código del mecanismo económico de la sociedad futu-
ra. El sistema de organización en el período de la ignorancia no podía ser
otro que el despotismo…La humanidad en el segundo período de su exis-
tencia no puede ser regida por el despotismo…. La organización social en-
tonces no puede ser fundada sino sobre la libertad”.179

178  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-36.


179  Zarco; pp. 392 a 400.
212  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Para concluir su voto particular, Arriaga hizo la siguiente cita: “Existe


una contradicción chocante entre las leyes y las necesidades sociales….
Las masas no pueden aprovechar los derechos políticos que se les han acor-
dado, porque a esto se oponen las actuales contradicciones del trabajo….
La mayoría, sometida hoy a la regla general de trabajar para vivir, está im-
pedida con el mismo ejercicio del trabajo, con la satisfacción de sus necesi-
dades que se aumentan con la civilización, con la adquisición de los medios
intelectuales y morales para producir, con el ejercicio de los derechos civi-
les y con el cumplimiento de los deberes del ciudadano.
La organización económica fundada en la razón debe facilitar el ejercicio del
pensamiento y su aplicación sobre la materia a un grado tal que jamás el tra-
bajador encuentre obstáculo alguno para producir.

a
La organización racional debe poner al productor en posesión de todo el fru-

rrú
to de su trabajo a fin de que pueda aumentar los goces físicos y morales en re-
lación con el desarrollo sucesivo de su inteligencia.
La organización racional debe asegurar al trabajador el cumplimiento de
Po
sus derechos civiles y políticos, como deberes sociales, y sin que este cum-
plimiento ponga obstáculo a sus derechos individuales como productor y
consumidor.
a

La organización racional, en fin, debe garantizar al trabajador los goces so-


ciales que resultan del progreso de la civilización, y de los cuales le hace copar-
eb

ticipante la unidad en la ley y la igualdad de derechos.


Hasta hoy el trabajo, es decir, la actividad inteligente y libre ha estado a
u

disposición de la materia; en lo sucesivo es indispensable derribar esta ley y


pr

que la materia quede a disposición del trabajo.


La sociedad no ha sido constituida sobre la propiedad bien entendida, es
decir, sobre el derecho que tiene el hombre de gozar y disponer del fruto de su
1a

trabajo; al contrario, la sociedad ha sido fundada sobre el principio de la apro-


piación, por ciertos individuos, del trabajo de los otros individuos; en una
palabra, sobre el principio de la explotación del trabajo de la mayoría por la
minoría privilegiada…Bajo este régimen, el fruto del trabajo pertenece, no al
trabajo, sino a los señores.
La sociedad, pues, no está basada sobre la propiedad bien entendida. La
sociedad está basada sobre el privilegio de la minoría y la explotación de la
mayoría…¿Esta máxima es justa? ¿La sociedad debe continuar establecida so-
bre la misma base que limita el derecho de la propiedad del suelo a una mino-
ría?…No, porque la sociedad no puede reposar sobre un principio relativo a la
minoría, sino sobre un principio absoluto que represente la universalidad…En
consecuencia, será preciso adoptar el que consagra que el fruto del trabajo es
una propiedad de los trabajadores…¿Qué es necesario hacer para que el tra-
bajador sea propietario de todo el fruto de su trabajo y para que del actual
sistema de la propiedad ilusoria, porque acuerda el derecho solamente a una
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  213

minoría, la humanidad pase al sistema de la propiedad real, que acordará el


fruto de sus obras a la mayoría hasta hoy explotada? Es necesario no destruir
la propiedad, esto sería absurdo, sino, por el contrario generalizarla, aboliendo
el privilegio antiguo, porque este privilegio hace imposible el derecho racio-
nal…Y, como ese privilegio está fundado no sobre el indestructible principio
de la propiedad sino en la organización social de la propiedad que concede el
suelo a un pequeño número de individuos, será necesario cambiar solamente
la organización de la propiedad, que es por su naturaleza variable como expre-
sión del orden social en cuanto a la materia.
Esta transformación económica no necesita de la violencia para operarse…
Se puede realizar pacíficamente, sin producir ningún desorden brusco ni vio-
lento en los intereses creados, ninguna pérdida en los derechos adquiridos…
Pero para esto se necesita que los mismos interesados en sostener el orden

a
antiguo, participando de la convicción incontestable de que su sostén es impo-
sible, contribuyan ardientemente a la reforma racional a fin de que se verifique

rrú
sin perturbaciones ni desórdenes.180
Con el voto de Arriaga, el congreso constituyente llegó a su punto más
Po
alto, porque en él se planteó el problema básico de la estructura económica
y social de México durante el siglo y medio que siguió a la independencia.
Lo que don Andrés Molina Enriquez llamaba la revolución agraria de nues-
a

tro país está planteado claramente en el documento que Arriaga presentó,


eb

pero que no fue discutido en el congreso. Ya en la exposición del dictamen


sobre el proyecto de constitución, don Ponciano señaló varias veces que
estas cuestiones eran más importantes para el destino del país que las
u

cuestiones formales de que se ocupó tan extensamente la asamblea.181


pr

El voto de Arriaga está muy influido por las críticas al derecho de pro-
piedad que se hicieron en Francia a mediados del siglo XLX. En particular,
1a

refleja las conclusiones a que llegó Proudhon como resultado de sus varios
escritos sobre el problema. Por desgracia, este aspecto del voto de Arriaga
no ha sido comprendido bien, entre otras cosas porque se conoce mal a
Proudhon y a sus teorías sobre la propiedad. Fuera de algunas frases extraí-
das de la “Primera Memoria”, como la famosa de “la propiedad es el robo”,
se han expuesto muypoco las ideas del pensador francés y menos se com-
prende su evolución, que abarca un buen cuarto de siglo.182

180  Zarco; pp. 401 y 402. Es evidente la influencia del pensamiento prudoniano en estas

consideraciones sobre la propiedad. No puede dejarse de percibir, como Oseguera se lo co-


menta a Ocampo en una carta, la debilidad de estos razonamientos que deriva de la incom-
prensión de la dialéctica hegeliana, que Proudhon no conoció hasta años después de
elaboradas sus ideas básicas al respecto. Véase: INAH; cartas personales, doc. 50-0-20-29.
181  Zarco; p. 313.
182  Casi la única obra que ha circulado en México sobre Proudhon es la de Cuvillier.
214  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Si se comparan las ideas del voto de Arriaga con el pensamiento del


economista de Besancon, no pueden dejar de observarse las raíces comu-
nes. Por un lado, prepondera en ambos el estudio de la propiedad .de la
tierra, pues aunque las observaciones que hacen en cierta forma pueden
aplicarse a la propiedad de los bienes industriales y a la propiedad urbana,
los dos análisis se centran en la consideración de la propiedad agraria. Y
aún puede señalarse que, si bien por razones distintas, ambos corresponden
al propósito de defender la pequeña propiedad campesina. Por esa razón,
como es sabido, el sistema de Proudhon ha sido llamado, impropiamente,
“un socialismo para campesinos”. Según se sabe, Proudhon empezó some-
tiendo al derecho de propiedad a un examen basado, como hacía el pensa-
dor francés antes de conocer a Hegel y su dialéctica, en una serie de

a
comparaciones planteadas todas en función del más justo y equitativo re-

rrú
parto de los frutos de la tierra, producto de la fertilidad de la misma y de los
recursos técnicos y organizativos que la sociedad en su conjunto tiene a su
disposición. Estos recursos, como la tierra misma, no están vinculados ori-
Po
ginariamente —no pertenecen— a los individuos particulares, sino que son
un resultado social en el que se acumulan incontables descubrimientos y
progresos logrados a lo largo de siglos. El desarrollo de esa serie, en el caso
a

de la propiedad, como puede verse en los trabajos de Proudhon, conduce a


eb

definir la propiedad individual como el derecho de aubana, o sea un dere-


cho feudal por virtud del cual el príncipe se apropiaba los bienes de los ex-
u

tranjeros muertos en su feudo. Por ello, dice ese autor, la propiedad es


imposible, la propiedad no es nada, es el robo. Después de conocer a Hegel
pr

y de estudiar las críticas que le dirigieron algunos hegelianos de izquierda,


sobre todo Marx, el economista de Besancon cambió la presentación de sus
1a

ideas, dándole forma menos original y fue derivando cada vez más hacia la
defensa de la propiedad; no hay en ello tanta contradicción como podía
pensarse, pues en el fondo sigue defendiendo la suerte de los pequeños pro-
pietarios del campo francés, de esos pequeños burgueses que, como Marx
señaló con mucho acierto, Proudhon representaba en lo ideológico.183

183  Sobre la evolución de las ideas de Proudhon respecto a la propiedad, puede verse

con provecho una obra no muy reciente: Proudhon et la proprieté. La crítica de Marx a las
teorías del pensador de Bensanepn se encuentra básicamente en. La Sagrada Familia, pp.
39 a 79; cartas a P. V. Annenkov y a J. B. Schweitzer; en su Correspondencia escogida, pp. 39
a 51 y 185 a 192; así como en la obra expresamente dedicada a ello: Miseria de la filosofía.
Otro punto de vista puede encontrarse en Gurvitch. Engels escribió dos artículos sobre la
actuación de Proudhon para Neue Rheinische Zeitung (No. 66; 5-VIII-1848; el segundo quedó
inédito).
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  215

Al final de su vida, en el tratado póstumo que dejó sobre la propiedad,


Proudhon había abandonado su defensa de la posesión, sin los aspectos
perjudiciales de la propiedad plena, para postular una propiedad absoluta
—con herencia y toda la cosa—, pero regulada a la extensión que, en su
época, podía cultivar una familia campesina. Es casi innecesario recordar
que este aspecto del pensamiento de Proudhon dio origen a una larga polé-
mica sobre la productividad de ambos sistemas de cultivo, el individual y el
colectivo, de la cual se desprende que, sobre todo por la tecnificación y me-
canización de la agricultura, el cultivo de parcelas de unas cuantas hectá-
reas como quería Proudhon, resulta problemático frente al trabajo colectivo
en unidades mucho mayores.
Lo dicho hasta aquí, desde luego, es independiente del análisis de los

a
procedimientos concretos que Proudhon llegó a proponer como medios para

rrú
conseguir la disolución de los latifundios, por ejemplo a través de la trans-
formación de la renta en adquisición de la tierra, mediante el crédito terri-
torial (credit foncier). Estos aspectos del pensamiento de Proudhon no
Po
tienen influencia alguna sobre el voto de Arriaga, en parte porque corres-
ponden a la evolución posterior de su pensamiento, y en parte, porque el
problema se planteaba en México en términos muy distintos que en Fran-
a

cia. Debe recordarse que en nuestro país había entonces una cantidad enor-
eb

me de terrenos baldíos y un número muy reducido de pequeños propietarios;


en cambio subsistían múltiples extensiones, en propiedad común de los
u

pueblos indígenas, junto a varios miles de enormes latifundios que trata-


ban de engullirlas.184
pr

El Proudhon que influyó sobre Arriaga, es por lo tanto, fundamental-


mente, el defensor de la pequeña propiedad campesina, cuando aún some-
1a

tía a una violenta crítica al terrateniente ausentista. Proudhon se ligó más


tarde con intereses económicos de la burguesía francesa, se interesó en los
aspectos financieros de la economía de su país y llegó a estudiar en detalle
los mecanismos de la bolsa de valores. Cuando se dice, por lo tanto, que el
voto de Arriaga está fuertemente influido por las doctrinas de Proudhon,
debe entenderse a qué parte de su pensamiento se hace referencia. Arriaga

184  En época de Ocampo, eran relativamente comunes en México las publicaciones de

prensa sobre la cuestión de la propiedad; particularmente durante el congreso constituyen-


te, los periódicos liberales y conservadores se ocuparon del tema. Véase: La Patria, 16 y 17-
VI-1856; La Nación. 13, 14, 15, 16, 18 y 20-VIII-1856; El Monitor, a partir de 5-V-1856;
Idem, del 10-VII-1856; El Siglo XIX, del 18-VIII-1856 al 3-1-1857 (una referencia general se
puede ver en: McGowan, p. 203). Pero, como se indicó antes, desde 1842 el Siglo publicó
extensos materiales sobre el asunto (vg. 5I1-43).
216  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

ve los perjuicios sociales y las injusticias económicas que produce la con-


centración de la tierra, el trabajo de los latifundios con peones, y la forma-
ción de una oligarquía apoyada en el sistema de haciendas; Proudhon
expresaba la insatisfacción y las inquietudes para el futuro, de los peque-
ños propietarios creados por la distribución de los latifundios que ocasionó
en Francia la gran revolución, víctimas del crédito usurario, amenazados
siempre por la absorción de la gran propiedad y la pulverización de sus par-
celas hasta límites antieconómicos. Proudhon dio a esas preocupaciones
una formulación muy radical —sobre todo en sus primeras épocas—, y fue
esa formulación, que derivaría después hacia una teoría social bastante
inocua, la que influyó sobre el sector radical de los diputados que formaron
el congreso de 56-57.

a
Como la influencia de Proudhon se inició tal vez en Ocampo desde su

rrú
viaje a Francia de los años 40 y 41; y como hay testimonios de que se reani-
mó en don Melchor y trascendió a los demás miembros del grupo de emi-
grados en Nueva Orleáns, durante el exilio de los años 54 y 55, alcanzando
Po
a Juárez, a Arriaga y a Mata, es conveniente que examinemos el voto de
Arriaga a la luz de las ideas generales que presentan las líneas anteriores.
No puede afirmarse, desde luego, que Ocampo estuviera totalmente de
a

acuerdo con Arriaga; en particular, parece dudoso que hubiera aprobado la


eb

forma excesivamente cautelosa en que Arriaga planteó sus ideas ante el


congreso, haciendo largas citas con las que evidentemente no está de acuer-
u

do, exponiendo puntos de vista contradictorios sin analizarlos ni tomar


partido entre ellos, etc. Pero dada la colaboración que existía entre ambos
pr

en la comisión de constitución, lo reciente que estaba su exilio común en


Nueva Orleáns y el trabajo en la junta revolucionaria de Brownsville, resul-
1a

ta de interés examinar el trabajo de Arriaga y a través de ese examen obte-


ner alguna luz sobre las ideas de Ocampo respecto al problema de la
propiedad y en particular, sobre el papel que esas ideas —si no directamen-
te por su intervención, cuando menos a través de quienes se encontraban
más cerca de él— desempeñaron en un momento crucial de la conforma-
ción del pensamiento político de nuestro país.
Aunque resulte paradójico, puede afirmarse que lo más importante del
voto particular de Arriaga, desde el punto de vista que aquí nos interesa, es
el primer punto de su proposición: “El derecho de propiedad consiste en la
ocupación o posesión, teniendo los requisitos legales; pero no se declara,
confirma y perfecciona sino por medio del trabajo y la producción. La acumu-
lación en poder de una o pocas personas de grandes posesiones territoriales
sin trabajo, cultivo ni producción, perjudica el bien común y es contraria a la
índole del gobierno republicano y democrático”. Sin duda, Ocampo debe
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  217

haberse sentido de acuerdo con esta idea central de Arriaga: la propiedad


es un hecho histórico, pretender convertirla además en un derecho, supe-
rior a la sociedad misma, tiene consecuencias monstruosas y ocasiona
enormes perjuicios. No puede subsistir una categoría jurídica que se tradu-
ce en que unos cuantos individuos “ocupan” gigantescas extensiones que
muchas veces ni siquiera conocen bien. La injusticia y las aberraciones del
sistema social que resulta, en esas condiciones, están demostrando que es
necesario un cambio hacia algo distinto que la sociedad teocrático-militar,
única en que puede subsistir. Pero, desde el punto de vista de Ocampo, la
lucha contra la sociedad teocrático-militar de sus días se expresaba en
la necesidad de secularizar la sociedad, antes que en la pretensión de dictar
leyes que, al no corresponder a la realidad, seguirían siendo como decía el

a
propio Arriaga, “teorías bellísimas, pero impracticables, en consecuencia
del absurdo sistema económico de la sociedad” “Mientras que en las regio-

rrú
nes de una política puramente ideal y teórica los hombres públicos piensan
en organizar cámaras, en dividir poderes, en señalar facultades y atribu-
Po
ciones, en promediar y dilucidar soberanías, otros hombres más grandes
se ríen de todo esto, porque saben que son dueños de la sociedad, que el
verdadero poder está en sus manos, que son ellos los que ejercen la real
a

soberanía”.185 Sin duda, la concepción teórica de la propiedad como una


eb

función social, sin la práctica en los hechos, admite las mismas críticas que
Arriaga hacía a sus compañeros del congreso que planteaban la necesidad
del senado u otras cuestiones semejantes.
u

Las seis siguientes proposiciones de Arriaga, vistas bajo esta luz, eran
pr

notoriamente insuficientes. Aun cuando hubiera sido imposible a los pro-


pietarios cercar o cultivar las haciendas de más de 26 mil hectáreas, el
1a

hecho de que pasaran a manos del fisco no habría transformado el latifun-


dismo mexicano, que constituido con heredades de esa extensión seguiría
teniendo un carácter feudal, con la mayor parte de las nefastas consecuen-
cias que se le atribuían. Sólo la 8a. proposición de Arriaga constituye un
antecedente de la transformación agraria que ocurrió medio siglo más tar-
de; y con ella, es seguro, se habría sentido solidario don Melchor. En efecto
cabe recordar que al repasar la situación de Michoacán ante la legislatura
local, mencionó sus esfuerzos en ese sentido: “Creo pudiera también gas-
tarse algo en facilitar el reparto de tierras, que por desgracia no se ha veri-
ficado, sino en los pueblos que constan en el adjunto cuadro, que suplico a
vuestra honorabilidad tenga muy presente cuando vuelva a ocuparse de
este negocio, como por cuenta separada se lo pedirá este gobierno, que cree

185  Zarco; pp. 387 y 391.


218  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

malo el estado que hoy guarda el tal reparto”.186 En las últimas dos propo-
siciones de Arriaga, además, se contienen también antecedentes induda-
bles de la muy posterior legislación mexicana del trabajo, con las cuales
concuerda el pensamiento de Ocampo que conocemos. Baste con mencionar
que uno de los aspectos del latifundismo que Ocampo examinó y cuyos no-
civos efectos rechazó calurosamente, fue la esclavitud por deudas —que
seguía siendo una realidad 50 años después— en muchas de las grandes
haciendas.187
Recordemos que en 1844 don Melchor publicó en el “Ateneo Mexicano”
un breve ensayo sobre el “error” de suponer que “si no se tiene dinero ade-
lantado a los peones, no se encuentran brazos para el trabajo o no se pue-
den aprovechar los que hay”. “Los peones se endrogan, dijo Ocampo en esa

a
ocasión, por su casamiento o por la muerte de alguno de los suyos, o por

rrú
sus vestidos: éstas son las causas más generales, aunque no las únicas”.
Aún suponiendo que el peón fuera cumplido, formal y de buenas costum-
bres, don Melchor saca las cuentas y encuentra que no puede pagar, y tiene
Po
que faltar o rehuir sus compromisos. Esto produce inevitablemente hostili-
dad y animadversión entre el patrón y sus peones, hasta convertirlos en
enemigos. “El peón, según Ocampo, dice: No hay que apurarse, no me debo
a

matar en un día; si el amo quiere, me aguanta y si no quiere, me sufre, que


eb

al fin no ha de echarme y perder así lo que le debo. Y no trabaja o lo hace


muy mal…El amo dice: Puesto que no sientes o desconoces tus deberes,
u

sentirás el hambre y la intemperie; la necesidad y el palo te harán trabajar.


pr

Y no procura instruirlo, ni siente sino pena en socorrerlo…” “Sería muy


mortificante —señala don Melchor en su opúsculo— entrar en los porme-
nores que patentizaran, cómo el peón procura así trabajar lo menos y pedir
1a

lo más posible, y cómo el amo tiene contra el peón el programa contrario”.


Situación que un proverbio de la época resumía así: el indio hace como que
trabaja; y el español hace como que le paga. Ocampo examinó la degrada-
ción que a ambas partes produce esta condición social, y terminó su escrito,
como se sabe, pidiendo: “¡Peones! No os endroguéis, si deseáis conservar
vuestra libertad y hacer mejor vuestra condición. ¡Hacendados! ¡Jefes de
labor! ¡No deis a la cuenta a vuestros peones!” Finalizó declarándose con-
tra “esas almas duras que apoyan y defienden el metalicismo infame de
nuestro siglo, pervirtiendo el espíritu de la economía predicada por el buen
hombre, Ricardo”.

186  Obras; tomo II, p. 66.


187  Idem; tomo I, pp. 110 a 118.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  219

Es un hecho, además, que otros participantes en el congreso tenían


preocupaciones similares a las de Arriaga y Ocampo, sobre la cuestión de la
propiedad, y sufrieron asimismo, como lo registran diversos historiado-
res contemporáneos, la influencia de las críticas de los socialistas utópicos,
constructores de sistemas ideales, y de los trabajos de Proudhon sobre la
materia. En la redacción definitiva del artículo 27 del código de 57, como es
obvio, no quedó nada del voto particular de Arriaga; y sin duda, a pesar de
que no existe constancia del hecho, esto debe haberse sumado a la falta
de una definición sobre la libertad de conciencia para hacer decir a Ocam-
po, según misiva que ya citamos, cuando supo que la carta estaba terminada:
“No iré a firmarla”.

a
Ocampo reformista

rrú
“Quien impulsó la revolución fue Ocampo —dicho conocidísimo de
Alamán—, con los principios impíos que derramó en materias de fe, con las
Po
reformas que intentó en los aranceles parroquiales y con las medidas alar-
mantes que anunció contra los dueños de terrenos”.188 Estas eran, por de-
cirlo así, cartas credenciales de don Melchor Ocampo cuando la demanda
a

nacional en favor de la reforma, empujó a Juárez para dar a la publicidad el


eb

manifiesto de 7 de julio de 1859 en que se anunció al país ese profundo in-


tento por cambiar la estructura social y económica del país.
u

Sin embargo, poca intervención había podido tener el michoacano en


pr

las disposiciones legislativas que hasta entonces se habían dictado y que,


en cierta medida pertenecen a la reforma, como movimiento de transforma-
ción. No estaba ya en el gobierno el 23 de noviembre de 1855, cuando Álva-
1a

rez firmó la ley Juárez, que afectó por primera vez los fueros del clero y del
ejército. Se acababa de retirar de nuevo a sus propiedades de Michoacán,
con permiso del congreso constituyente, en los momentos en que Comon-
fort, desesperado por la rebelión de Haro y Tamariz, decretó la intervención
de los bienes eclesiásticos de esa diócesis, el 31 de marzo de 1856, que tres
meses más tarde sería reglamentada, y suspendida, por lo demás, antes de
que terminara el año 57. No opinó Ocampo en el congreso, pues no asistía a
las sesiones, cuando se trató del decreto de Comonfort que revocó al de
Santa Anna que había restablecido a su vez la coacción civil en los casos
de votos monásticos, ni en relación con la proposición de suspender la

188  Arrangoiz; p. 421. Véase el capítulo “Ocampo y la revolución de Ayutla”, donde

analizamos lo ocurrido.
220  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

coacción para el pago de obvenciones. Tampoco tuvo parte don Melchor,


por encontrarse ausente del congreso, cuando éste derogó el decreto de
Santa Anna que restableció en México a los jesuitas y les devolvió las pro-
piedades que habían tenido, el 6 de junio del año 56. En su finca de
Pomoca, con satisfacción según escribió Mata, se enteró de la expedición
del decreto de Comonfort sobre desamortización de fincas rústicas y urba-
nas, que aprobado por el congreso el 28 del mismo mes, se convirtió en ley
Lerdo. “Lo que se ha logrado —declaró entonces Ocampo— bien vale la
revolución”.189
Es sabido que más tarde, ya en Veracruz, Ocampo hizo severas críticas
a la ley Lerdo, influyó para que se cambiaran algunos de los aspectos de
ella en la legislación posterior y tuvo expresiones desfavorables para esa

a
primera etapa reformista. Sin embargo, también es un hecho que en julio de
1856 tanto él como Mata consideraban el decreto de Comonfort como una

rrú
piedra miliar en el camino que deberían recorrer los liberales, a partir de la
revolución de Ayutla. Tendremos ocasión, más adelante, al examinar la in-
Po
tervención de Ocampo en las leyes de 12 y 13 de julio de 1859, de ver con
algún detalle las diferencias que surgieron en el michoacano, respecto a lo
realizado por Lerdo en 56.
a

No existe noticia histórica alguna sobre participación de don Melchor


eb

en la elaboración de la ley de registro civil que Lafragua elaboró para Co-


monfort en enero de 1857. Dada la reiterada divergencia entre don Ignacio
y Ocampo, parece poco probable que Lafragua le haya consultado al respec-
u

to. En cambio, se conocen las observaciones que Ocampo hizo al proyecto


pr

de ley sobre obvenciones parroquiales que Montes preparó en agosto de 56;


en este caso, dada la polémica pública que Ocampo había sostenido con un
1a

cura de Michoacán, se fe reconocía autoridad sobre el tema y seguramente


por ello, Montes tuvo interés en conocer su punto de vista.190
La primera intervención directa de Ocampo en cuanto a la aplicación de
la ley Lerdo, se encuentra en la circular enviada a los gobernadores, con
fecha 20 de agosto de 1858, por virtud de la cual difería la aplicación de
esta ley en los casos de fincas devueltas voluntariamente por los adjudica-
tarios, de acuerdo con las disposiciones del gobierno de Zuloaga, cuando
no hubieran sido denunciadas después al gobierno de Veracruz.191

189  INAH; legajo 8. 2a. serie, papeles sueltos, carta de Mata, doc. 8-4-44.
190  INAH; 1a. serie, caja 12. doc. 17-3-9-17. La carta de Montes en que solicita a Ocam-
po su punto de vista, se encuentra en: INAH; 1a. serie, caja 29, doc. 50-M-47-2 (12-VIII-56).
El texto incompleto de la respuesta de Ocampo, en Idem; caja 12, doc. 17-3-10-s/n. La ley se
publicó el II-IV-1857, por Iglesias.
191  Obras; tomo II, p. 175.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  221

Ocampo explicó más tarde, que habiendo sustituido a Prieto durante


algún tiempo en el ministerio de hacienda, se enteró de las devoluciones de
bienes del clero por los adjudicatarios y que temió que, a la sombra de esa
situación, se realizaran fáciles negocios. Sin duda, desde entonces empezó
a pensar en que esos bienes serían nacionalizados al triunfo de la adminis-
tración liberal.192
Por la importancia de ese documento, conviene examinar la participa-
ción de Ocampo en la redacción del manifiesto de 7 de julio de 1859, en que
Juárez anunció a la República el programa de la reforma.193 En la edición
que Pola hizo en 1900 de las obras del michoacano, atribuyó en principio a
éste la redacción del documento; sin embargo, la prensa que apoyaba en
1861 la candidatura presidencial de Lerdo, sostuvo que la redacción inicial

a
fue elaborada por don Miguel en Zacatecas, durante el viaje de éste hacia

rrú
Veracruz, a donde llegó en los primeros días de 1859.194 Existe el testimo-
nio irrecusable de Manuel Ruiz, quien explicó, con motivo de la polémica
entre Lerdo y Ocampo, que efectivamente Lerdo llevó consigo a Veracruz
Po
un proyecto que leyó al consejo de ministros al tiempo de incorporarse al
gobierno de Juárez; Ruiz indicó también que la redacción definitiva fue
encomendada al propio Lerdo, después de prolongadas discusiones en el
a

gabinete.195 Como se sabe, Lerdo renunció dos veces en los días previos a la
eb

publicación del manifiesto; los escritores antijuaristas, como Bulnes, sos-


tienen que Juárez se oponía a la publicación inmediata de la legislación re-
u

formista y que sólo se decidió a hacerla, bajo la presión de Santos Degollado,


pr

Gutiérrez Zamora, Ocampo y Lerdo.196 Parece que en esa etapa, Ocampo in-
sistió mucho en que Lerdo no se separara del gobierno, para que se llegara
a algún arreglo y se publicara la legislación; por lo menos, así lo dijo en
1a

vida de don Miguel, la prensa lerdista.197 Es sabido también que Ruiz expli-
có la reticencia de Juárez atribuyéndola al deseo de aclarar todos los puntos
legales, inclusive el reconocimiento implícito de que la propiedad de esos
bienes correspondía al clero, derivado de la ley de 1856.

192  Idem; p. 173.


193  Idem; pp. 113 a 142.
194  El Heraldo; 20, 22, 23 y 25-I-1861.
195  Juárez, Correspondencia; tomo IV, pp. 235 a 242.
196  Juárez y las revoluciones de Ayutla y de reforma; p. 384.
197  Véase la referencia (7). En una carta enviada por Oseguera, se explica efectivamen-

te que Ocampo habría renunciado, si Juárez no hubiera aprobado la aplicación de la refor-


ma. Véase: INAH; cartas personales, doc. 50-0-20-4.
222  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El político oaxaqueño Manuel Ruiz198 mantuvo una limpia trayectoria


liberal como secretario de gobierno en su estado natal, bajo muchas admi-
nistraciones. Santa Anna lo persiguió durante su última presidencia; al
triunfo de Ayutla fue diputado constituyente y, en los últimos meses del
gobierno de Comonfort, ministro de justicia. Con tal carácter, fue el único
miembro del gabinete que siguió a Juárez a Guanajuato y lo acompañó a
Veracruz; desempeñó un papel importante en la elaboración y aplicación de
las leyes de reforma, de las cuales firmó dos muy importantes: la de nacio-
nalización de bienes eclesiásticos y la del matrimonio civil. Defendió a Juá-
rez y Ocampo cuando se les atacó por el tratado McLane; siguió figurando
en el gobierno hasta que lo distanció del presidente Juárez el hecho de ha-
ber apoyado las pretensiones de González Ortega. Fue procesado y se retiró

a
a la vida privada; murió ocupando un puesto secundario. Era hombre de
ideas y propósitos claros; sin embargo, nunca concibió la acción política

rrú
fuera de los puestos oficiales, ni tomó la iniciativa sino como parte del gru-
po en el poder. Puede considerársele un típico representante de la burocracia
Po
juarista.
Para tratar de situar la participación de Ocampo, es necesario hacer una
comparación general del planteamiento contenido en el decreto ratificado
a

por el congreso en 56, con respecto al programa que anunció el manifiesto


eb

de la administración de Juárez tres años después.


Cuando Miguel Lerdo leyó su proyecto inicial —escribió Ruiz en varios
periódicos, a mediados de febrero de 1861— se encontraron dos diferencias
u

esenciales con las ideas del resto del gabinete, respecto a las cuales se ha-
pr

bló largamente y con franqueza. “El señor Lerdo en sus apuntes establecía
la dotación del culto y del clero y la intervención de la autoridad civil en los
1a

asuntos eclesiásticos. El señor Presidente y sus ministros que, en otras va-


rias conferencias habían dilucidado estas cuestiones y que respecto de
ellas, habían aceptado el pensamiento de la independencia absoluta entre
la iglesia y el estado, pensamiento enunciado y sostenido por el señor
Presidente, manifestaron las razones que tenían para no estar conformes
con la dotación del culto, etc., etc.”.199 Estas cuestiones ya habían sido dis-
cutidas en el congreso constituyente y entre los liberales en general, aún
antes de la sublevación de Zuloaga; predominaba la idea de lograr una se-
paración completa entre iglesia y estado, que por demás la iglesia parecía
desear y aceptar, aunque por supuesto rechazara la nacionalización de sus
bienes y la libertad de cultos.

198 1822-1871.
199  Véase la referencia (8).
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  223

Por su parte, Ocampo no hizo un análisis expreso del manifiesto redac-


tado por Lerdo, en el extenso documento que dirigió a Juárez en Veracruz,
sobre las leyes de desamortización y nacionalización de los bienes del cle-
ro, pero sí corroboró en general las afirmaciones de Ruiz, en estos térmi-
nos: “Una vez resuelta la formación y promulgación de las leyes de la
reforma, reunimos y leímos la mayor parte de todos los materiales, que así
el Excmo. señor ministro de justicia (Ruiz), como V.E. (Juárez) mismo y yo
(Ocampo), teníamos escritos desde el mes de junio de 1858…Aunque no se
discutieron uno a uno nuestros proyectos, de todos se fue tomando lo que
pareció conveniente y la parte de la reforma que consiste en la separación
del gobierno civil de toda intervención eclesiástica, en la supresión de mo-
nasterios y establecimiento del estado civil de las personas, fueron obra de

a
nuevas y largas discusiones, como lo había sido la mayor parte de los pun-

rrú
tos del manifiesto…”.200 Habiéndose publicado ambos documentos en vida
de Lerdo y antes de su enfermedad, sin que éste los recusara, es de creer
que los consideró verídicos, por lo menos en términos generales. En conse-
Po
cuencia, resulta infundada la afirmación de Pola de que el manifiesto de 7
de julio fue obra de Ocampo, cosa que reconoce contradictoriamente el pro-
pio Pola en la nota puesta al final del texto que incluyó en el segundo tomo
a

de su publicación de obras de Ocampo.201


eb

Pero, al mismo tiempo, queda en claro que los seis puntos que Juárez
creyó indispensable anunciar en el documento, como base para la futura
u

relación pacífica en la República, fueron agregados a un proyecto inicial


que no los contenía. Ocampo dice que esta “parte de la reforma…fue obra
pr

de nuevas y largas discusiones” en el gabinete, y apenas cabe dudar que en


ellas don Melchor tuvo la parte principal, sin duda con apoyo de Juárez
1a

mismo.202
Otro tanto puede decirse, desde luego, del anuncio sobre la creación del
registro civil, “una de las medidas que con urgencia reclama nuestra socie-
dad —dijo el manifiesto—, para quitar al clero esa forzosa y exclusiva in-
tervención que hasta ahora ejerce en los principales actos de la vida de los
ciudadanos”.203 También muestra una clara influencia de Ocampo, enton-
ces ministro de relaciones, el párrafo del manifiesto que anuncia el nom-
bramiento de sólo dos ministros en el extranjero, uno en los Estados Unidos
y otro en Europa. En efecto, algún apunte de don Melchor de fecha anterior,

200  Obras; tomo II, pp. 168 y 169.


201  Idem; p. 142.
202  Idem; p. 169.
203  Idem; p. 123.
224  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

dice a la letra: “Se suprimirán todas las legaciones exceptuando acaso la de


Washington; y excuso ésta por respeto a la América y a las Repúblicas,
pues bien podría desempeñarse por un simple encargado…Cuando se tenga
(por desgracia) miedo a algún fantasmón tenido por personaje, como al
traidor Almonte o al tonto como Robles, se les echará del país, pero sin gran-
des sacrificios pecuniarios…”.204
Todo el párrafo del manifiesto de 7 de julio que se refiere a la clasifica-
ción de rentas, y concluye asignando a los estados los impuestos directos y
a la federación los indirectos, es un eco de la discusión en el congreso, en la
cual tomaron parte destacada Prieto, Mata y Ocampo.205 Para favorecer
la subdivisión de la propiedad territorial el documento citado anunció que
se facultaría a los dueños de fincas rústicas hipotecadas, para dividir estas,

a
de modo que el valor de la hipoteca se distribuyera proporcionalmente en-

rrú
tre las fracciones; pero, además de esta medida, se anunció que el gobierno
promovería las ventas y arrendamientos de los dueños de grandes propie-
dades para mejorar la situación de los pueblos de labradores. En esta últi-
Po
ma parte, se aprecia claramente que don Melchor no quitaba el dedo del
renglón, desde su informe a la legislatura de Michoacán en 1852.206
Por lo demás, el tono general de este manifiesto acusa también una
a

evolución notable si se le compara, en sus aspectos políticos, con la circular


eb

explicativa que Lerdo envió a los gobernadores con motivo de la expedición


de la ley de desamortización, en 1856.207 No sólo porque se había evapo-
u

rado la referencia al “libertador Iturbide”, sino además porque el aliento


general es de mucho mayores perspectivas, como correspondía a la tarea de
pr

transformación nacional que estaban realizando los liberales de Veracruz.


Desde luego, está redactado en un lenguaje pulido, que contrasta con el es-
1a

tilo disparejo, atropellado y directo que usaba Ocampo aún en los docu-
mentos diplomáticos que se conocen de su mano. Debe observarse que ni
don Melchor ni Ruiz dicen que entre los puntos que se añadieron al mani-
fiesto estuviera la cuestión de la nacionalización; puede afirmarse, por ello,
que después del golpe de estado de Tacubaya, por caminos diferentes, los
principales liberales llegaron al convencimiento de que la nacionalización
de los bienes eclesiásticos era inevitable, si se querían lograr la pacifica-
ción nacional y la reforma. También debe observarse que ya no se mencio-
na la cuestión de la desamortización de bienes de corporaciones civiles,

204  Idem; pp. 125 y 406.


205 Véase Zarco; pp. 1021 y 1022.
206  Obras; tomo II, p. 138.
207  Juárez, correspondencia; tomo II, pp. 203 a 206.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  225

cuya inclusión en la ley de 56, como se sabe, causó algunos daños a los pue-
blos agricultores y dio origen, complicada con otras cuestiones, a los levan-
tamientos de algunas comunidades indígenas en contra de la aplicación de
la ley, en algunos estados de la altiplanicie y hasta en el Distrito. Sin em-
bargo, este punto no es mencionado por Ocampo en el documento sobre las
leyes de desamortización y nacionalización. De hecho, si bien los disturbios
agrarios son indudables, para juzgar de la importancia que en ellos haya
tenido la legislación reformista, debe tenerse en cuenta que desde la inde-
pendencia nunca dejaron de presentarse, periódicamente, ese tipo de situa-
ciones violentas en el campo. El atribuirlos exclusivamente a la legislación
de reforma ha sido una moda entre los historiadores, implantada muchos
años después. En las respuestas que Lerdo daba a las consultas sobre apli-

a
cación de la ley de 1856, es cierto que no retrocedía al aplicar el criterio de

rrú
desamortización a las propiedades de los ayuntamientos; pero, así mismo,
en cuanto se dio cuenta de que resultaban afectadas algunas tierras de uso
común para los pueblos, se tomaron disposiciones para sustraer los ejidos
Po
a la ley de 56, prohibiendo que se distribuyeran entre los vecinos y dando
facilidades para que los arrendatarios pobres resultaran beneficiados por
la ley.208
a

Las medidas reformadoras de 1859, según puede apreciarse, encon-


eb

traron varios antecedentes legales que en algunos aspectos tuvieron que


superar. Ocampo, quien prácticamente no había tenido hasta entonces in-
u

tervención directa en la elaboración de las leyes de reforma, hizo en par-


ticular una crítica aguda de la ley de desamortización de 1856, en el docu-
pr

mento que dirigió a Juárez el 22 de octubre de 1859, cuyo objeto central era
la ley del 13 de julio de este último año. “La ley de 25 de junio de 1856
1a

—empezó diciendo—, que trató (los bienes eclesiásticos) como propiedad


del clero, no solamente ha sido uno de los obstáculos más graves en la re-
gión de la inteligencia para dirigir el espíritu público a donde habría conve-
nido, sino que fijó a esos bienes un carácter que sólo abusivamente habían
ido tomando”.209 Ocampo consideraba que las donaciones entre vivos y por
testamento que formaron esos bienes, estaban lejos del uso común y de la
verdadera propiedad, que eran propiamente de nadie, aunque las usufruc-
tuaran personas determinadas. Debieron ser declarados de alguien, sigue
su razonamiento, pero este alguien no debió ser el clero. Esta cuestión, se-
gún Ruiz explicó, fue planteada personalmente por Juárez en las reuniones

208  Véase, por ejemplos, algunas circulares en: La administración pública en la época

de Juárez; tomo I, pp. 732, 734, 743 y 744.


209  Obras; tomo II, p. 153.
226  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

del gabinete; aquí Ocampo, sin atribuirse la exclusiva, redondea el razona-


miento en un documento que iba dirigido, tres meses después, al propio
Juárez. Es obvio, por lo tanto, que fue, no el único, pero cuando menos el
principal promotor de la idea, si cabe la expresión.
Ocampo hizo notar también que no era muy ventajoso para los adjudi-
catarios, adquirir las fincas bajo las condiciones de la ley de 25 de junio de
1856, tanto por la alcabala impuesta a la translación de dominio que gra-
vaba el valor de la finca y no sus productos, así como porque la reparación
y conservación de las propiedades después de la desamortización quedaban
a su cargo. “Por el solo hecho de haberse adjudicado a los inquilinos las
fincas urbanas del clero éste se volvió más rico y los inquilinos quedaron
más gravados”. Todo esto lo lleva a concluir que “si la insolencia y espíritu

a
de dominación del clero no hubieran sido para él superiores a toda conside-

rrú
ración económica, habría debido no sólo aceptar sin murmurar unas dispo-
siciones que tanto lo beneficiaban”, sino aún agradecer a quienes le habían
asegurado y saneado su propiedad.210
Po
Cuando Lerdo había explicado los objetivos de su ley en la circular que
envió a los gobernadores el 28 de junio, le atribuía dos propósitos fundamen-
tales. Por un lado, decía, movilizará la propiedad raíz; por el otro, siendo esta
a

la base de todo buen sistema de impuestos, permitirá el establecimiento de


eb

un sistema tributario arreglado a los principios de la ciencia.211 Es este se-


gundo punto de vista el que Ocampo no compartía; “el inventario social,
u

explicaba, cuando la finca es de A, en nada se altera, ni menos ha produ-


cido, cuando al instante después, la finca es de B”.212 Es claro que Lerdo
pr

reconocía que tal había sido el carácter de su ley, y en cierta forma lo consi-
deraba como una de sus principales ventajas. Decía, por ejemplo, en la
1a

mencionada circular: “Muy lejos de seguir las ideas que en otras épocas se
han pretendido poner en planta…expropiando absolutamente a las corpo-
raciones poseedoras de esos bienes en provecho del gobierno (éste) ha que-
rido más bien asegurarles ahora la percepción de las mismas rentas que de
ellas sacaban; porque bien persuadido de que el aumento de las rentas del
erario no puede esperarse sino de la prosperidad de la nación, ha preferido
a unos ingresos momentáneos en el tesoro público, el beneficio general de
la sociedad…”.213 Podría quizás objetarse que el poner en circulación la

210  Idem; p. 163.


211  Juárez, correspondencia; tomo II, pp. 203 a 206.
212  Obras; tomo II, p. 161. La idea de Ocampo se inclina por lo que hoy se llama im-

puesto sobre el valor agregado.


213  Véase la referencia (24).
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  227

enorme masa de bienes raíces, puesto que el volumen de los recursos reales
era limitado, produciría un desarrollo muy lento si el país seguía gravado
con un volumen de rentas eclesiásticas, semejante o aún mayor que el exis-
tente antes de la reforma. De cualquier manera, es evidente que el pensa-
miento de Miguel Lerdo sufrió una evolución, a lo largo de la década de los
años cincuentas, semejante a la que sufrió el pensamiento de otros muchos
liberales. En 1851, como hemos señalado, cuando trabajó un tiempo con
Aguirre en la secretaría de hacienda, propuso que el clero voluntariamente
diera la garantía de parte de sus bienes para que el gobierno pudiera conse-
guir los recursos que lo habrían salvado, no se le oyó y se retiró a su casa.
En 1856 logró que Comonfort aprobara una desamortización forzosa que
dejaba al clero tan rico como antes, pero creaba fuertes intereses económi-

a
cos ajenos a él, la aplicación de la ley fue detenida por la revolución de Ta-

rrú
cubaya, y Lerdo fue a sumarse al gobierno de Veracruz. En 1859, como todo
el partido liberal, se había convencido de que el único camino viable era la
nacionalización que proponía en su bosquejo de programa.
Po
Debe también mencionarse que Ocampo, al comentar la ley de 56, in-
sistió repetidas veces en señalar que, después del golpe de estado reaccio-
nario, se puso poco a poco en claro —incluso a través de los anuncios
a

aparecidos en la prensa— que muchos adjudicatarios pretendían haber de-


eb

nunciado las propiedades sólo para evitar que pasaran a otras manos y de
hecho, en muchos casos, las devolvieron al clero. En realidad, en la medida
u

en que no fue ese el caso general, la sociedad teocrático-militar en su con-


junto, sí resultaba afectada por la desamortización, que hacía retroceder la
pr

tendencia al predominio económico del sector eclesiástico, patente desde


la independencia.
1a

En el escrito que Manuel Ruiz envió a la prensa, con motivo de la polé-


mica entre Ocampo y Lerdo, en febrero de 1861, hizo una relación de las
principales leyes de reforma e indicó sus autores. En esa relación, atribuyó
cada una de las mencionadas leyes al funcionario que la presentó al conse-
jo de ministros y que la firmó, después de Juárez, para su publicación.214
Ruiz atribuye a Ocampo la ley de 28 de julio sobre registro civil, la de 31 del
mismo mes sobre panteones y cementerios y de 11 de agosto siguiente so-
bre supresión de días festivos. Pola, por su parte, sin indicar cuál fue la
fuente de sus informes, dice que don Melchor fue el autor de “la separación
del gobierno civil de toda intervención eclesiástica, la supresión de monas-
terios y el establecimiento del estado civil de las personas” (incluyendo el

214  Véase la referencia (8).


228  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

artículo 15 de la ley de 23 de julio, según declaración expresa de Ocampo).215


Pero Pola, como ya indicamos, con su característica imprecisión incluyó el
manifiesto de 7 de julio entre las obras de Ocampo, aunque le agregó al fi-
nal una nota suya diciendo que en forma inicial había sido obra de Lerdo.
Don Francisco Bulnes, por su parte, emitió uno de sus sonoros “fallos
de la justicia”, en que dijo que debía llamarse leyes de Ocampo a las del
matrimonio y registro civil, a las de secularización de cementerios, limita-
ción de días festivos y prohibición de asistencia oficial a ceremonias reli-
giosas, pero añade la de libertad de cultos (ley Fuente).216 Aparte de las
leyes que mencionó Ruiz como obras de don Melchor, debe recordarse que
existe otra, la de 12 de julio, sobre nacionalización de bienes, separación de
la iglesia y el estado, y supresión de órdenes religiosas, que fue firmada por

a
todos los ministros, incluyendo a Ocampo como presidente del gabinete,

rrú
ministro de gobernación, encargado del despacho de relaciones exteriores y
del de guerra y marina.217
La exposición de motivos de esta ley muestra claramente la mano de
Po
Ocampo, si no fuera por otras cosas, cuando menos por la referencia que
hace a la discusión sobre obvenciones parroquiales y a la ley que posterior-
mente se dio sobre la materia. Hay en ella reminiscencias de la terminolo-
a

gía que Ocampo usó durante la discusión sobre obvenciones con “un cura
eb

de Michoacán”.218
En realidad, la principal controversia entre Lerdo y Ocampo se refirió al
u

reglamento de la ley de nacionalización, firmado por Juárez y Lerdo con fe-


pr

cha 13 de julio. Ese mismo día, don Miguel salió hacia los Estados Unidos,
con el propósito de obtener recursos, que una vez aprobada la ley tendrían
por base les bienes eclesiásticos nacionalizados. Esta gestión, como es bien
1a

conocido, no tuvo éxito, en parte por la actitud que el propio McLane sugi-
rió a su gobierno, consistente en no aprobar un préstamo hasta que se fir-
mara el tratado de tránsitos, y en parte, porque las condiciones de guerra
civil existentes en México no lo permitieron. En ausencia de Lerdo ocupó la
secretaría de hacienda don Melchor, quien envió a los gobernadores de los
estados que apoyaban al gobierno de Veracruz, una serie de circulares acla-
ratorias. Cuando Lerdo se enteró sobrevino un choque con Ocampo, fue así

215  Obras; tomo II, p. LXXXVII.


216  Juárez y las revoluciones de Ayutla y de reforma; pp. 382 y 383.
217  Leyes de Reforma; pp. 101 a 108.
218  Leyes de Reforma; pp. 101 y 102. Incluso hay una franca crítica a la actitud del clero

sobre la ley Lerdo.


TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  229

que este último redactó su informe a Juárez, de fecha 22 de octubre, a peti-


ción del propio Presidente.219
Don Melchor expidió, una semana después de publicado el reglamento,
una disposición para que los gobernadores supieran cómo debería pagarse
a los comisionados y peritos que intervenían en la aplicación de la ley.220
Otra semana más tarde, dispuso que no se publicaran los nombres de quie-
nes quisieran hacer compras de fincas situadas en las zonas ocupadas por
los reaccionarios, con objeto de proteger a los adjudicatarios; simultánea-
mente dispuso que en esos casos no contara el plazo de un mes para que
los interesados se presentaran y les aumentó de 3/5 a 13/20 del total, la
cantidad que se les recibiría en bonos. También acordó la circular de Ocam-
po que la condonación de réditos vencidos hasta la publicación de la ley,

a
sólo se aplicara a quienes hicieran pago de sus deudas, antes de los 30

rrú
días de plazo, por considerar que, de otro modo, se premiaba a los moro-
sos, que obtenían un beneficio no logrado por quienes habían pagado
oportunamente.221
Po
Al mismo tiempo, Ocampo hizo extensiva a quienes denunciaron ante
el gobierno de Veracruz las fincas devueltas y pagaron la alcabala corres-
pondiente, la posibilidad de pagar 13/20 del capital en bonos, para redimir-
a

lo. Insistió también en subrayar que el gobierno no sólo no aceptaría las


eb

transacciones que se hiciera bajo las autoridades de la zona reaccionaria,


con bienes eclesiásticos, sino que se proponía castigar a los que hubieran
u

participado en esas operaciones. Don Melchor comentó a los gobernadores


pr

que, sobre todo en la ciudad de México, se estaban haciendo grandes nego-


cios con esos bienes y al respecto dijo a Juárez: “El becerro de oro es el últi-
mo Dios que le falta a la humanidad que combatir y desacreditar…el dinero
1a

no es Dios, y si es útil para muchas cosas, nada tiene de respetable”.222


Después de otra semana más, el 3 de agosto, Ocampo amplió el plazo,
mediante fianza, para que los interesados pudieran exhibir bonos, con ob-
jeto de que tuvieran tiempo para obtener con ese fin bonos de la deuda ex-
terior. Al día siguiente, Ruiz dictó también otras disposiciones para que las
capellanías llamadas de sangre y los edificios de los curatos, obispados,
escuelas, etc., fueran incluidos en la aplicación de la ley de 13 de julio,

219  Obras; tomo II, p. 152.


220  Idem: pp. 154 y 155.
221  Idem; pp. 156 y 157.
222  Idem; pp. 177 y 178. Esta metáfora la tomó Ocampo de Proudhon. Véase: Cuvillier;

p. 26.
230  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

continuando en poder de los ocupantes, si éstos así lo solicitaban a las


autoridades.223
A la semana siguiente, dispuso don Melchor que los redentores de capi-
tales y adjudicatarios de fincas proporcionaran la información necesaria
para hacer una relación del origen y estado de las capellanías que recono-
cían; simultáneamente, se definió la forma en que se haría la desvincula-
ción de las capellanías laicas o de sangre, y el modo de redimir los capitales,
según las condiciones en que se hubieran contratado los préstamos. Quedó
establecido, además, que los capellanes presentaran en las oficinas de ha-
cienda sus títulos y que los adjudicatarios no seguirían pagándoles directa-
mente los intereses. Por razones de justicia, Ocampo estimó adecuado que
los intereses atrasados, anteriores a la ley de desamortización, se pagaran

a
con bonos. Las observaciones que hizo sobre este último punto, son de in-

rrú
terés, porque ilustran el concepto que el reformista tenía de la situación de
la propiedad en México durante la primera mitad del siglo XIX, así como
de la administración de justicia.
Po
“Durante la primera guerra que México tuvo que sostener para adquirir
su independencia —escribió Ocampo—, una parte de la fortuna pública se
arruinó…aun cuando no se hayan hecho avalúos, sí es notoria tal destruc-
a

ción…el clero declaró por sus hechos, aunque sin atreverse a formularlo
eb

con palabras, que él no era mexicano, sino ciudadano de la Luna o de Sa-


turno, y que si bien le tocaban, y aceptaba y disfrutaba con gusto los bienes
u

de la independencia, las costas debían solamente lastarse por los hijos de


pr

Nueva España; que en consecuencia, sus capitales deberían considerarse


como intactos…Y luego vino la piedad de los juzgados de testamentos,
que en calidad de jueces y partes declararon, que era obra pía que los cen-
1a

sualistas en nada contribuyesen al bien público del país y que los censata-
rios reportasen por sí solos éste que parece en justicia que debiera ser cargo
común.
“Por el solo decurso de estos once años (1810-1821), cuyo promedio
importa veintisiete y medio por ciento, al cinco anual, los censatarios que-
daron gravados en un cuarto más de sus adeudos…
“Vergüenza es decirlo, pero es cierto, para mengua de lo que entre noso-
tros se ha llamado administración de justicia, y para baldón eterno de esos
antros de ladrones que se llaman juzgados de testamentos, capellanías y
obras pías; es cierto, repito, que las más claras disposiciones de nuestras
leyes sobre prescripción fueron siempre eludidas por el clero y que los plazos

223  Idem; pp. 178 a 180.


TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  231

de diez y veinte años se redujeron siempre por el más notorio abuso de


poder a la gran prescripción de cien años llamada contra la iglesia…el
convencimiento que el clero había adquirido de ser el único arbitro de toda
la propiedad del país y su insolente cinismo habían llegado hasta el punto
de no dar a ninguno de los propietarios el título de tal, sino que a todos se
dirija llamándonos simplemente poseedores. Tenía la conciencia de que
no éramos más que administradores sin sueldo de sus bienes. Era, pues,
indispensable, ser muy considerado respecto a los deudores de tales rédi-
tos…”.224
El 22 de agosto, Ocampo hizo distribuir a los gobernadores de los esta-
dos una circular aclaratoria sobre la forma como deberían proceder en rela-
ción con los conventos de monjas. Como es bien conocido, la ley de 13 de

a
julio disponía que se fijaran recursos que deberían servir para mantener los

rrú
conventos de religiosas; cuando no hubiera datos sobre el número de per-
sonas dotadas, la oficina de hacienda, con las autoridades locales, fijaría la
suma que debería quedar a cada comunidad. Los gobernadores no sabían
Po
cómo aplicar la ley; y la circular de Ocampo tuvo por objeto proteger a las
religiosas, como lo muestra claramente el hecho de que pospusiera la apli-
cación de la ley a “los capitales reconocidos por dichos conventos”, mien-
a

tras se hacía una estadística adecuada. “Si llegase el caso de que los
eb

rendimientos de dichas fincas sean tan escasos que no basten para cubrir
los gastos habituales de los monasterios —señalaba la circular—, se harán
u

aquellos por cuenta del tesoro público”. La medida fue explicada por Ocam-
po en la forma que sigue:
pr

“Esta medida de verdadera filantropía que siempre recomendará a V.E.


—escribió a Juárez—, era además de diestra, política, porque debía probar
1a

que no había encono ni animosidad de ninguna especie en el gobierno de


V.E., como tanto se ha procurado propalar por sus detractores y malque-
rientes, ni contra la religión, ni mucho menos contra las víctimas inocentes
de uno de sus extravíos. Era, aunque muy remoto, posible, sin embargo,
que las malas pasiones de los beatos, quienes por desgracia abrigan de las
peores y más exacerbadas, llevasen a éstos hasta el extremo de negar las li-
mosnas y demás medios comunes de subsistencia a las comunidades po-
bres, para excitar el fanatismo en unos y en todos mover contra el gobierno
de V.E. la compasión, que naturalmente excitaría el saber la miseria a que
estas pobres señoras llegaran a ser reducidas”.225

224  Idem; pp. 181 a 189.


225  Idem; pp. 189 a 191.
232  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Quince días después, Ocampo tomó medidas para evitar que resultaran
perjudicados los indígenas por denuncias de terrenos de los llamados de
cofradías; para ello, reiteró a los gobernadores la circular de Lerdo de 20
de diciembre de 1856, “tanto por ser justo que se atienda debidamente a la
benemérita y trabajadora clase indígena, como porque la hacen acreedora a
estas consideraciones su misma infeliz debilidad y el deber que el supremo
gobierno tiene de procurar su feliz reposo y mejora”.226
Poco después, el 10 de septiembre, don Melchor prolongó los plazos para
el pago de réditos y de redención de capitales, tanto en la parte que debía
hacerse en dinero como en la que debía exhibirse bonos, con objeto de vol-
ver más cómoda la adjudicación de bienes eclesiásticos y no dar margen a
maniobras especulativas y al agio. Autorizó que, tratándose de personas

a
verdaderamente necesitadas, las cantidades que abonaban mensualmente

rrú
fueran reducidas hasta en la mitad de su importe. Con este motivo Ocampo
hizo observaciones muy interesantes sobre la forma en que pudo haberse
llevado a cabo la nacionalización, con un costo económico y social mucho
Po
más bajo, de no haberla tenido que realizar bajo la presión de la guerra civil
y de la bancarrota del erario. Sobre ello, escribió así a Juárez:
“Muchísimos censualistas conozco, para quienes aún antes de esta
a

guerra era sumamente difícil pagar los cinco duodécimos mensuales por
eb

ciento que les correspondía por los antiguos capitales reconocidos al cinco.
Con cuanta más razón no les debiera ser difícil, y para algunos casi imposi-
u

ble, exhibir un poco más del uno por ciento mensual que conforme a la ley
(de nacionalización) tendrían que pagar…Vista la tendencia general de la
pr

ley, conocido el espíritu que la dictó y consultada la conveniencia pública


sobre ello, es evidente para mí, que su carácter de recurso pecuniario debe
1a

subordinarse del todo ante un gran carácter de reforma social. Yo no quiero


echarla de profeta, pero tal vez llegará vuestra excelencia a tener ocasión
de ver que de los ponderados millones del clero, será bien poco lo que el
gobierno civil llegue a aprovechar y aún a conocer, porque son también in-
feriores y con mucho a las exageraciones que de ellos se han hecho. De eso
adolecía principalmente la ley de 25 de junio, de considerar como arbitrio lo
que debiera ser reforma de la sociedad, y de sacrificar al deseo de adquirir
algunos recursos la suposición de que el clero era propietario de esos bie-
nes, la mejora y saneamiento de ellos para él, y el principio económico de
que no debe hacerse ninguna imposición que hiera el capital”.227

226  Idem; p. 192.


227  Idem; pp. 193 a 195.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  233

Considerados a la distancia de más de un siglo, estos puntos de vista de


Ocampo, se antojan un tanto dogmáticos. No lo eran en su época, y han re-
sultado comprobados por estudios históricos recientes, en algunos de sus
aspectos principales. Por ejemplo, un autor contemporáneo escribe:
A mediados del siglo pasado, las fincas rústicas de la Iglesia mexicana eran
arrendadas unas veces a agricultores y otras a comerciantes de la ciudad…En
su economía, una hacienda eclesiástica se asemejaba a una hacienda particu-
lar. Con la desamortización y la nacionalización, cambió su economía en la
medida en que un arrendatario hecho propietario o dueño de una hacienda li-
berada de los gravámenes hipotecarios, empieza a hacer mejoras que hasta
entonces no hacía. Así se creó una base sobre la cual la agricultura pudo evo-
lucionar después, como una consecuencia del establecimiento de un gobierno

a
estable, del aumento de la población, de la introducción de los ferrocarriles y
las industrias modernas, y del crecimiento del mercado. En este sentido, la na-

rrú
cionalización de los bienes clericales condujo a la postre al progreso econó-
mico. En cuanto a las ciudades «en la compraventa de los bienes urbanos
Po
liberados se acumularon capitales» que fueron invertidos después en la indus-
trialización del país.
En las ciudades, la iglesia tenía hasta la reforma una gran cantidad de ca-
sas; éstas pasaron a lo menos en parte, a manos de muchas personas de me-
a

dianos recursos. En el campo, la situación era diversa: en vez de muchas


eb

pequeñas fincas rústicas, la iglesia tenía, como regla general, pocas y grandes
haciendas; éstas pasaron a manos de un número reducido de personas, excep-
u

to en el Bajío, donde algunos latifundios lograron fraccionarse…


Si la desamortización y la nacionalización hubiera (n) tenido lugar en un
pr

ambiente de paz interna y externa y si, por tanto, el erario no hubiera tenido
egresos extraordinarios, entonces los bienes nacionalizados se habrían vendi-
1a

do despacio, en fracciones y en condiciones de pago atractivas a los necesita-


dos de tierras, y a precios elevados a los capitalistas. Así se habría no sólo
realizado una reforma agraria, con una paz social como resultado, sino que se
habría puesto en orden la hacienda pública y evitado el endeudamiento exter-
no posterior, quizás demasiado grande; más aún, con los excedentes presu-
puéstales, el estado habría fomentado a la economía nacional y evitado así las
excesivas inversiones extranjeras de la época porfiriana. Sin duda, este pro-
grama vislumbrado por los liberales, a lo menos por algunos de ellos, estaba
dentro de lo lógico y lo posible.228
El propio Ocampo hizo notar, sin embargo, que había fincas, principal-
mente rústicas que debían al clero (que le reconocían, como en aquella épo-
ca se decía) todo su valor nominal, o la mayor parte de él. De suerte que no

228  Los bienes de la iglesia; p. 315.


234  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

es fácil saber cuál era, en realidad, la parte de la propiedad rural y urbana


que se encontraba en manos del clero. Como la guerra civil había perjudica-
do a los agricultores, don Melchor consideró que no bastaban los tres años
y un tercio que la ley concedía para redimir capitales, aun cuando se reba-
jaba un 50 por ciento de su valor. “¿Los quieren, pues, dados? —pregunta-
ban algunos, al decir de Ocampo—. Y yo digo, contestaba, que no habría
inconveniente en remitirlos del todo, repartiéndolos entre los tenedores y
no tenedores de ellos, si el tesoro público no estuviera como todos sabe-
mos. En un periódico de Puebla…he visto que se tacha la marcha que yo
traté de imprimir al desarrollo de esta ley, de demasiado lenta, y en con-
traste se dice que el señor Lerdo quiso que fuese rápida. Reconozco que el
cargo es justo. Muy diverso sistema habría yo seguido (y conservo los bo-

a
rradores que para explicarlo hice en Veracruz en junio de 58) en la ocupa-

rrú
ción de los bienes del culto. Habría, por ejemplo, bajado los réditos de los
capitales impuestos antes del 25 de junio de 1856, al tres por ciento, apli-
cando su monto a la deuda o a la capitalización de empleos, y después de
Po
un plazo que no bajaría de 5 años, habría hecho una quita en los capitales
y exigido su redención…”229
Este sintético y breve resumen de los más importantes pasos de Ocampo
a

para llevar a la práctica la ley de nacionalización, no pretende, desde luego,


eb

otra cosa que hacer observar al lector que correspondió al michoacano resol-
ver buena parte de las dificultades concretas que planteó al gobierno de Ve-
u

racruz, la aplicación de la reforma. La polémica con Lerdo, en realidad,


estaba ligada a las pretensiones políticas de éste y, en particular, a la lucha
pr

del partido de Juárez contra la candidatura presidencial de don Miguel en


1861. Ocampo decía que, en Veracruz, había hecho grandes esfuerzos por
1a

facilitar la colaboración política con Lerdo; pero resultaba natural, y aún


inevitable, que esos esfuerzos tuvieran como límite la aspiración de Lerdo
de sustituir a Juárez en la presidencia, mediante una campaña electoral
basada en llevar al desprestigio a la administración de Veracruz.
El resumen de la labor de Ocampo, como presidente del gabinete, indi-
ca que tuvo que limar las asperezas de una legislación, meditada durante
largo tiempo, pero llevada a la práctica en medio de una guerra civil muy
violenta y ante la amenaza, múltiple y creciente, de la intervención extran-
jera. En particular, puso don Melchor toda su atención para evitar que a la
sombra de la reforma se cometieran abusos, violencias innecesarias, espe-
culaciones y negocios fáciles. Se esforzó en facilitar los beneficios de la

229  Obras; tomo II, 196 y 197.


TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  235

nacionalización para las comunidades indígenas, los agricultores que


debían dinero al clero, los arrendatarios de casas, etc.; así como quiso evi-
tar el agio, la ruina de las propiedades a causa de la guerra y de las deudas,
los negocios de los extranjeros y el enriquecimiento de quienes, hasta en-
tonces, eran en realidad ajenos a los bienes nacionalizados. Esto provocó,
sin duda, una gran parte de la hostilidad que había contra Juárez y Ocampo
en 1861. Si se tiene en cuenta que, a partir de la nacionalización de julio de
59, Ocampo sólo estuvo en el gobierno de Juárez durante poco más de 10
meses, se comprende fácilmente que fue una labor infatigable y apresura-
da, para lograr, en tan corto tiempo, una verdadera transformación social
en el país.
No debe confundirse, sin embargo, la afirmación de Ocampo de que la

a
reforma debía ser, y no podía ser otra cosa que una gran transformación

rrú
social, más que un modo de arbitrarse fondos para sostener la guerra civil,
con el dicho, tan común en estos tiempos, de que no era imprescindible na-
cionalizar los bienes de la iglesia. El nudo férreo que ahogaba a la nación al
Po
comenzar la guerra de tres años, no era exclusivamente la situación de la
propiedad, como no se explica tampoco sólo por el predominio social de un
grupo y el control que ejercía sobre de las conciencias. Se había constituido
a

una compleja situación, derivada de la sociedad colonial, en que el poder


eb

económico se reforzaba con la intolerancia y el fanatismo; al mismo tiempo


que los prejuicios y el oscurantismo se veían multiplicados por el predomi-
u

nio económico de una oligarquía reducida. Lograr la transformación de Mé-


pr

xico exigía romper ambos lados de la tiranía colonial; no era posible liberar
las conciencias sin destruir el monopolio económico, como tampoco ha-
brían tenido resultado las leyes reformistas si se hubiera dejado en pie el
1a

control espiritual del clero sobre la sociedad mexicana.


En este otro aspecto se encuentra la segunda parte de la labor reformis-
ta de Ocampo. El 23 de julio publicó el gobierno de Juárez la ley sobre el
matrimonio civil, cuyo artículo 15 es la conocida “epístola” del michoaca-
no. El 28 del propio mes apareció la ley que estableció los jueces del estado
civil; el 31 se secularizaron los camposantos y cementerios. El 3 de agosto
se retiró la legación en la Santa Sede, y el día 11 del propio mes se limita-
ron los días festivos oficiales. Esta legislación fue obra personal de Ocam-
po, a quien, desde luego, no se ocultaba la animadversión y los rencores
que despertaría en su contra.230

230  Leyes de reforma; pp. 115 a 148.


236  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

En la circular que Ocampo envió a los gobernadores de los estados, con


fecha 6 de agosto de 1859, resumió las razones que hicieron obligada la
expedición de las leyes sobre matrimonio y registro civil, una vez declarada
“la perfecta independencia entre el estado y la iglesia”. Eran éstas funcio-
nes importantes que se habían encargado al clero y que afectaban actos
esenciales de la vida social. Desde el momento en que se encontraba reali-
zada la separación entre ambas entidades, era necesario proveer un medio
para que, sin intervención del propio clero, se “hiciera constar de un
modo respetable y auténtico que el matrimonio se había contraído”, entre
personas y con las circunstancias que no contrariaban lo estipulado por la
sociedad. En el documento mencionado, don Melchor reconoció que en épo-
cas históricas anteriores, “las gentes de la iglesia eran las únicas” que es-

a
taban en condiciones de cumplir esa función. Ello explica, a su juicio, que

rrú
se les haya convertido en árbitros únicos del matrimonio.
“Como por fortuna la sociedad civil tiene hoy más adelantado de lo que
siempre lo ha tenido el grado de ilustración y respetabilidad necesarias,
Po
para que pueda bastarse a sí misma, puede y debe intervenir en este acto
—continuó diciendo—, tan importante de la vida, a fin de que le conste,
como la más interesada en este mundo, lo que en tal acto pasa respecto de
a

los cónyuges…
eb

“Cuando hemos llegado hasta el punto de que un ciudadano, honesto y


perfecto hombre de bien, no puede unirse con su pretensa, porque ha jurado
u

obedecer la ley fundamental de la República; cuando la intolerancia y des-


potismo crecientes del clero han reducido a los buenos ciudadanos a la tris-
pr

te alternativa de abnegar todo el sistema de sus creencias políticas…porque


los ministros de la iglesia en México dicen que no es lícito obedecer a Méxi-
1a

co, soberano temporal, aun cuando estatuye sobre cosas temporales, si no


ha pedido permiso al clero; cuando se ha llegado, digo, hasta tal punto, es
necesario no consentir que las cosas sigan más allá, como tiempo ha que
se necesitaba impedir que llegaran hasta aquí…
“México en su calidad de soberano, libre e independiente, puede y debe
establecer, como lo ha hecho, que el matrimonio sea contraído entre perso-
nas legalmente hábiles, ante la autoridad, que sea público y perpetuo. Bien
se entiende, que en nada obsta esto para que los cónyuges, después de
cumplir con lo que la sociedad manda y a la sociedad y a ellos importa, pue-
dan ocurrir a los ministros del culto cuya creencia tengan, para que estos
les distribuyan la gracia divina de la manera que cada uno sabe invocar al
padre de las luces y de las misericordias; pero que el soberano sepa cuándo
nace y muere un hombre, cómo este hombre es hijo, habitante, ciudadano y
padre…
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  237

“Poco habrá que decir sobre la necesidad, no sólo conveniencia, de que


la autoridad tenga noticia directa del nacimiento, del matrimonio y de la
muerte de sus súbditos, puesto que todos los efectos mundanos de estos
actos son civiles, y que de las constancias de ellos parten los ciudadanos y
los tribunales civiles para aplicar a los hombres las leyes también civiles….
Cuando se presente la facilidad de ello, este gobierno cuidará de que en
la ciudad de México se dediquen a tan piadoso objeto, como son los pan-
teones civiles, los lugares y fondos que fueren necesarios. Se podrá así
desagraviar a la buena memoria de los eminentes liberales y honrados ciu-
dadanos Manuel Gómez Pedraza y Valentín Gómez Farías, a cuyos cadáve-
res negó el clero sepultura…”.231
En esta parte de la circular de don Melchor, hizo referencia franca a su

a
polémica del año 51, al referirse a los casos de sórdida indiferencia con que

rrú
frecuentemente eran tratados los miserables que no podían pagar dere-
chos por el entierro de un pariente, y a quienes llegábase hasta el extremo
de contestarles “comételo”, cuando preguntaban qué podrían hacer enton-
Po
ces con el difunto; abusos que a don Melchor, con toda razón, le parecían
bárbaros y repugnantes.
Ocampo señaló en el documento mencionado, sin dejar lugar a dudas,
a

que la separación de las cosas terrestres de la influencia y control eclesiás-


eb

ticos, era necesaria para hacer una realidad la libertad de las conciencias.
Con la aplicación de las nuevas leyes, subrayó que se quitaría “la especie de
u

anatema, el olor de infamia que en el vulgo, persigue aún más allá del se-
pulcro, al desgraciado que no se enterró en donde el clero había echado sus
pr

bendiciones; y la familia de tales infelices no reportará la especie de afrenta


que hoy hereda por acciones las más veces inocentes y casi siempre extra-
1a

ñas y por lo mismo inculpables a ella”.


“De todo lo que ahora se haga para practicar estas leyes —concluía di-
ciendo la circular a los gobernadores— depende el que probemos que noso-
tros los legos, los hombres civiles, somos más capaces que el actual clero
de la República de consultar y hacer el bien de los pueblos y de conducirlos
por un camino de tolerancia y orden, de moralidad y de justicia”.
Puede observarse que las cuestiones referentes al registro civil están
comprendidas implícitamente, en el manifiesto del 7 de julio, dentro de
las consecuencias inevitables de la separación entre los negocios del estado
y los negocios puramente eclesiásticos. Sin embargo, para la inmensa
mayoría de la población, que no estaba en condiciones económicas para

231  Obras; tomo II, pp. 229 a 239.


238  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

denunciar bienes eclesiásticos, el otro aspecto de la reforma era el que per-


sonalmente la afectaba más y en forma más directa. Como además, Ocam-
po intervino particularmente sobre este aspecto de la legislación reformista,
conviene examinar con algún detalle su intervención. Si se repasa el texto
de la ley del 28 de julio, que Ocampo autorizó como ministro de goberna-
ción, salta a la vista que, a pesar de su novedad, tenía un antecedente: la
ley de 27 de enero de 1857, expedida por Lafragua en la época de Comon-
fort. Esta última disposición, sin embargo, aunque contuvo algunas medi-
das semejantes a la ley de 59, y por más que aspiró a un fin parecido (o sea,
el control gubernamental de los actos civiles), se quedó a medias hasta el
punto de no mencionar la separación de estas funciones respecto a las
funciones eclesiásticas, y de incluir entre aquellas un registro de los vo-

a
tos religiosos.232

rrú
Una notable particularidad que Ocampo introdujo en esta legislación,
se encuentra en el artículo 15 de la ley de matrimonio expedida 5 días an-
tes por Ruiz. Es bien conocida bajo el nombre de “Epístola de Ocampo” y se
Po
lee, hasta la fecha, si no en todas las ceremonias, por lo menos en la mayor
parte de ellas. Independientemente del valor literario e histórico de esta
epístola, constituye un elemento importante del pensamiento del refor-
a

mador, cuyo origen y sentido conviene precisar. Desde luego, cabe hacer la
eb

observación de que este aspecto de la legislación reformista y la interven-


ción de Ocampo en su elaboración, suelen pasarse por alto en las obras
u

históricas sobre la reforma.


Toda la obra reformista, desde los primeros pasos que dio la adminis-
pr

tración de Gómez Farías en 1833-34, estuvo concebida como una labor bá-
sicamente educativa. Sin duda, una de las principales deficiencias de la
1a

sociedad colonial, a los ojos de todos los observadores imparciales, era el


lamentable atraso educativo que se traducía en la ignorancia reinante entre
capas muy amplias del pueblo. Si se recuerda que esta sociedad surgió
como producto de la conquista, en que una reducida minoría de raza blanca
se impuso sobre una población de millones de indígenas, se explica que
después de cientos de años la inmensa mayoría de los habitantes siguiera
ignorando las mismas bases de la cultura que estaba al alcance general en
otras partes. Es evidente, por lo tanto, que la nueva República no consegui-
ría superar esta situación sino impartiendo una educación cada vez más
amplia y generalizada. En la intervención que Ocampo tuvo en la legislación

232  La ley de 27-1-1857 puede verse en: La administración pública en la época de Juá-

rez; tomo II, p. 779.


TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  239

del matrimonio y del registro civil, es evidente que intentó señalar una
meta de esa labor educativa que, por el espíritu de la legislación, debía ser
laica, esto es, ajena a cuestiones religiosas y principios sobrenaturales. Me-
ses antes de formular las leyes de reforma, como ya señalamos, Ocampo se
anticipaba al positivismo con su lema de “Ciencia, Justicia, Industria”. Pue-
de observarse, por cierto, que el lema de Ocampo, sin duda compartido en
espíritu por muchos liberales de la generación de la reforma, tiene menos
sentido político y más orientación educadora que el lema positivista que
algunos años después alcanzaría amplísima difusión en México: “Libertad,
Orden, Progreso”.
Cuando Ocampo examinaba la situación nacional heredada de la colo-
nia, su reacción, según vimos, gravitaba sobre todo en las condiciones de la

a
educación nacional: “Estamos mal educados, señores”, repetía una y otra

rrú
vez. Desde su punto de vista, por ello, era lógico y necesario que los gran-
des cambios introducidos por una legislación que venía a dar fin a la socie-
dad teocrático-militar, fueran acompañados de orientaciones educativas
Po
para las grandes masas, casi analfabetas por completo. La enorme mayoría
de la población vivía entonces del campo y para el campo; por ello, a las
familias de esa época cabía señalar como aspiración la imagen ideal del
a

pequeño propietario rural. Poco importaba, para este propósito, que una
eb

buena parte de esos propietarios sólo lo fueran de manera insuficiente o


precaria; aún los peones podían aspirar a emanciparse en el futuro y com-
u

partirían desde ahora esa meta. Según vimos en otra parte, Ocampo había
sido fuertemente impresionado por el espectáculo de la gran masa de pe-
pr

queños propietarios rurales del este de Francia, casi dos décadas antes.
Comparando las condiciones de las haciendas mexicanas con las reinantes
1a

en las zonas de Francia que recorrió, el michoacano tenía que llegar a una
aspiración social, por lo menos transitoria, de esa naturaleza. México care-
cía casi por completo de una industria como la que entonces existía en al-
gunos países europeos y en parte de los Estados Unidos; si en un futuro a
plazo largo, no podía escapar a Ocampo que nuestro país también habría de
sufrir la industrialización, este proceso no tenía una aplicación inmediata.
Sería una exigencia absurda pedirle que en tales condiciones se planteara
los propósitos de una lucha tan concreta y cercana como la reformista, en
función de un futuro aún problemático e incierto.
Esto explica que los escritos de Proudhon y otros pensadores franceses,
que desarrollaron precisamente una teoría social cuyas bases, más o me-
nos implícitas, residían en la pequeña propiedad rural de esa época, hayan
logrado una boga tan rápida en aquellos días, a pesar de la evidente dife-
rencia de condiciones entre México y Francia. Y por otro lado, ello explica
240  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

también el carácter momentáneo, circunstancial y transitorio que tuvo la


boga de esas doctrinas. El hecho ha sido mal comprendido, o no ha sido
comprendido en absoluto, en primer lugar por desconocimiento de la verda-
dera naturaleza de las doctrinas prudonianas, y además, por una falsa con-
cepción del papel histórico de Ocampo y de la propia revolución de reforma.
Justo Sierra percibió este aspecto del pensamiento del reformista y es-
cribió: “Ocampo habría querido que la nacionalización hubiese producido
en México los mismos efectos que en Francia: la creación o por lo menos la
consumación del movimiento que llevó la riqueza rural francesa a una cla-
se numerosa de pequeños propietarios…”. Sierra indica también que don
Melchor contribuyó a la labor reformista”con su espíritu social y humani-
tario”, y agrega que “la clarividencia de Ocampo, se empeñaba en trazar el

a
derrotero social” de esa revolución. Lo clasifica, sin mayores explicaciones,

rrú
como “un socialista un poco lírico, un poco inconsecuente, como eran casi
todos los engendrados por la revolución de 48”. Sin embargo, estas obser-
vaciones generales no explican la actitud concreta adoptada por don Mel-
Po
chor en la “epístola” sobre el matrimonio; para dar cuenta de este aspecto
de su pensamiento, es preciso situar adecuadamente su “socialismo” y va-
lorizar y explicar la influencia de Proudhon. El “socialismo” de este último,
a

ha sido llamado justificada aunque impropiamente un “socialismo para


eb

campesinos”, y con mayor precisión, podría decirse que fue una “doctrina
para pequeños propietarios rurales”.
u

Las tendencias anarquizantes de Proudhon, que se desarrollaron a me-


dida que no pudo resolver las contradicciones de una doctrina semejante,
pr

encontraron también su reflejo en ciertos aspectos iconoclastas y radicales


de las concepciones de Ocampo, que de ningún modo estaban limitados a
1a

su persona. Cuando el grupo de emigrados de Nueva Orleáns conoció la


obra del pensador de Besancon, probablemente a través de Ocampo que ha-
bría tenido un contacto inicial con ella en 1841, poco después de la apari-
ción de la primera “Memoria sobre la Propiedad”, despertó en todos ellos
un gran interés y dejó huellas precisas en las “Notas” de Juárez y en la obra
legislativa de Arriaga. Para la comprensión de la forma como influyó Prou-
dhon sobre ese grupo de emigrados, arroja alguna luz el comentario que
aparece en una carta de Oseguera a quien Ocampo había enfriado un poco
su entusiasmo por Robespierre y Saint-Just: “Presumo —le dijo en una carta
de fines de 1859— que el admirable, pero celoso Proudhon, celoso no sólo de
Luis Blanc y de Leroux, sino de glorias póstumas, ha desviado a usted un
poco del camino que yo he seguido para llegar hasta la admiración de (es-
tos) dos hombres abstracción…”. No reside el interés del comentario, desde
luego, en los celos personales que atribuye al de Besangon, sino en el hecho
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  241

de que dentro de la lógica de Proudhon, a medida que era cada vez más par-
tidario de la “pequeña propiedad” (que ya no consideraba “un robo”), tenía
que ser, cada vez más también, enemigo de las etapas revolucionarias vio-
lentas y de los líderes del tipo de los citados.
Paradójicamente, por lo tanto, encontramos que el Proudhon que aquí
influyó sobre los liberales fue el menos revolucionario y original. No fue el
Proudhon que en 1840 sometió el concepto de propiedad al extraordinario
análisis que parecía una anticipación, aún incompleta, del socialismo cien-
tífico de Marx y Engels; sino el Proudhon que había sido llevado, hacia
1860, por sus contradicciones y por las limitaciones de su pensamiento
dialéctico, a la posición de teórico del “socialismo para pequeños propieta-
rios rurales”. Dada la situación social de México en aquella época y, en

a
particular, dado el problema agrario que subsistiría por medio siglo más,

rrú
no fue el Proudhon de la primera época quien alcanzó en esto influencia
real sobre los liberales mexicanos de mediados del siglo pasado; sus obras
de esa etapa, como las de otros autores europeos que Ocampo leyó (Lamme-
Po
nais, Quinet, Michelet, etc.), no dejaron una huella honda sobre esta fase de
su trayectoria.
En cambio, aún si no tuviéramos el dato de que Ocampo hizo una tra-
a

ducción de “Amor y Matrimonio” de Proudhon, de la cual su biógrafo Ruiz


eb

tuvo un ejemplar y otro llegó a Proudhon, resultaría evidente la influencia


del pensador francés sobre la “epístola” de don Melchor y sobre su ley orgá-
u

nica del registro civil. En este sentido, aunque la ley que contiene la “epís-
tola” —siguiendo un procedimiento que en general usó Juárez con toda la
pr

legislación reformista— no fue obra de Ocampo, sino que fue reclamada


por Manuel Ruiz públicamente, debe concederse la razón a Bulnes, que
1a

quería llamarla “ley Ocampo”. Porque lo más importante de ella, desde un


punto de vista político e histórico, no son los aspectos jurídicos; sino la in-
fluencia que traduce de un pensamiento reformista, que si hoy puede ser
objeto de una crítica más profunda, en su momento resultaba renovador y
tenía propósitos educativos dentro de una sociedad anquilosada mental-
mente. Por cierto que también es de apoyar la sugestión de Bulnes —aun-
que la ley de diciembre de 1860 fuera obra de Fuente— de que se llamara a
la de libertad de cultos “ley Ocampo”, por la memorable batalla de 1851
sobre el “derecho de cada quien a adorar a Dios de acuerdo con su propia
conciencia”.
Muchos liberales moderados, como Lafragua y Comonfort, estaban de
acuerdo, ya en 3860, con la obra reformista en sus aspectos principales,
con una excepción, a la que consideraban hija del apasionamiento de
Ocampo: la cuestión del matrimonio civil. “Yo sé perfectamente —escribía,
242  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

por ejemplo, Oseguera a Ocampo a principios de marzo de ese año, en mo-


mentos en que el michoacano estaba fuera del gobierno—, porque me lo ha
dicho el señor Comonfort, que en cuanto a la expropiación de los eclesiásti-
cos y demás medidas tomadas por usted y el señor Juárez sobre el particu-
lar, seguiría su misma línea de conducta; más de ninguna manera adoptaría
la ley del matrimonio civil”. En esos momentos era una ingenuidad de
Comonfort pensar en su regreso al poder, pero su actitud correspondía a un
punto de vista generalizado entre los liberales “del centro”. Sin duda,
Ocampo encontró fuerte resistencia al tratar de orientar las conciencias,
desde un punto de vista laico; pero puede observarse que esa resistencia no
tuvo que ver con los aspectos contradictorios de Proudhon.
Menos justificada parece, en cambio, la idea de Sierra que atribuye “al

a
espíritu jacobino de Ocampo”, lo prescrito por la ley de nacionalización de
12 de julio, en el sentido de que los eclesiásticos regulares de las órdenes

rrú
suprimidas quedarían sujetos al eclesiástico ordinario respectivo. Esta ley,
como es sabido, contenía varias disposiciones encaminadas a proteger a
Po
los monjes —y en particular a las monjas— que podían resultar perjudica-
dos por la exclaustración. Como los bienes nacionalizados quedaban en sus
manos, momentáneamente, don Melchor —si es que de veras fue el autor
a

de la disposición— habría pensado en los innumerables problemas prácti-


eb

cos que se presentarían durante la etapa de transición.


Ya completamente disparatada se tiene que considerar la crítica que
don Francisco Bulnes hiciera sobre la comunicación dirigida por Ocampo al
u

presbítero Díaz, el 25 de octubre de 1859, nombrándolo agente general del


pr

gobierno de Veracruz para ponerse en contacto con el clero. El documento


de Ocampo sólo pidió al presbítero dos cosas:
1a

a) Hacer conocer al clero “la buena voluntad del gobierno y sus rectas in-
tenciones”, una vez realizada la separación de funciones civiles y religiosas.
b) “Mostrar a los pastores la ninguna oposición que (existía) entre la
constitución política y los dogmas del cristianismo, entre las leyes nuevas y
las primitivas doctrinas de la iglesia”.
La ayuda que Ocampo ofrece a Díaz, y a través suyo a los eclesiásticos
que aceptaran los dos puntos anteriores, dependía sólo de la aceptación, de
esos dos puntos. Es completamente infundado hablar de cisma, porque
como dice bien Sierra: “Aceptar los grandes principios de la constitución
y la reforma…sería todavía la magna opus del siglo XX en México, la más
cristiana, la más patriótica”. Sólo la pasión que cegaba a Bulnes pudo ha-
cerle considerar que la intención de la carta de Ocampo era otra que la ex-
plícita y claramente establecida en ella que Sierra calificó de “perfectamente
recta y buena”.
TERCERA JORNADA.  POMOCA – MARAVATÍO  243

Respecto a la ley sobre días festivos, que Sierra consideró “una conce-
sión, inevitable acaso”, nos parece que no hay tal. No debe olvidarse que el
estado mexicano llevaba décadas haciendo inútiles gestiones en Roma para
que se limitara el número de las festividades religiosas; cuyo exceso había
sido ya duramente criticado por Mora desde la época del primer gobierno de
Gómez Farías. La separación entre el estado y la iglesia, no era obstáculo,
ni en la época de Ocampo ni después, para reconocer la existencia de ciertas
festividades de observancia general, que en nada alteran el funcionamiento
normal de las actividades civiles, por su breve número y su generalidad en
los países occidentales, por más que tengan un origen claramente cristia-
no, o sea religioso. Lo que a este respecto quería lograr la reforma, no era
otra cosa que limitar el número de ellas, a las que tienen esas característi-

a
cas, para evitar su proliferación, como “fiestas y fiestecitas” decía Mora, en

rrú
las diversas poblaciones y sus barrios, evitando de ese modo un desorden
perjudicial para la vida nacional.
Así como Ocampo insistía en que era tan importante para la reforma
Po
lograr la transformación social, como obtener una fuente de recursos para
el erario; en el bando conservador Miramón señalaba que los intereses eco-
nómicos de la iglesia no debían poner en peligro la estabilidad del régimen
a

que se estableció en el país después de la independencia. Al promulgar las


eb

leyes de reforma el gobierno de Veracruz, Miramón233 publicó un largo ma-


nifiesto en el cual ofreció hacer cambios en la situación de los bienes ecle-
u

siásticos, a cambio de conservar la estructura social que Ocampo objetaba.


El presidente conservador creía que la iglesia y el ejército eran indispensa-
pr

bles para la tranquilidad nacional; pero no se oponía en forma absoluta a la


secularización, que ofrecía realizar sin perjuicio de los intereses económi-
1a

cos de la iglesia. Esta actitud de Miramón era consecuente con su trayecto-


ria fundamentalmente militar, ya que incluso provenía de una familia de
militares. Había estado en Chapultepec en 1847 y había caído prisionero;
había sido oficial del ejército de “su alteza serenísima” y se había pronun-
ciado contra Comonfort. Su ascenso a la presidencia se había facilitado por
la muerte de Osollo, cuya formación era semejante a la suya.

233 1831-1867.
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
Cuarta Jornada
MARAVATIO – TOXI

Durante la noche que Ocampo pasó preso en el mesón de Santa Teresa, en Maravatío,

a
se realizaron frenéticos esfuerzos por sus amigos para librarlo de la gavilla secuestra-

rrú
dora. Varias informaciones indican que Cajiga, de buena o de mala fe, hizo creer a don
Melchor que se trataba de una cuestión de dinero; en aquellos días agitados era muy
frecuente que las bandas conservadoras, y a veces los grupos de liberales, obtuvieran
Po
dinero o avituallamientos de las personalidades del partido contrario que caían en sus
manos. Al contrario de lo que suele pensarse, no era muy común que los políticos des-
tacados fueran asesinados por los grupos militares que en ocasiones los apresaban. Si
a

se repasan las biografías de los liberales civiles del siglo pasado, son muy escasos los
eb

ejemplos de aquellas que terminan con una muerte violenta en manos de los conser-
vadores. Y desde luego, son aún menos numerosas las vidas de conservadores desta-
u

cados que fueron terminadas por el ejército o los irregulares liberales. Casos como el
pr

de Ocampo o del doctor Herrera y Cairo fueron sonadísimos, precisamente porque no


era común que se asesinara a los civiles. Otra cosa ocurrió, por supuesto, con quienes
caían prisioneros combatiendo, o participando en la lucha armada, pues ambos go-
1a

biernos habían autorizado a sus tropas para ejecutar a los oficiales enemigos apre-
sados con las armas en la mano. Cuando Segura, Arguelles perdió la cabeza y recibió
a tiros a la policía, que según Manuel Payno ni siquiera sabía con precisión de quién
se trataba, los liberales se esforzaron por aclarar las circunstancias que rodearon a su
muerte. Cuando Márquez trató de justificar los asesinatos de civiles en Tacubaya, en
abril de 1859, Miramón rechazó la culpa indicando que era cosa bien sabida, la de a
quienes se aplicaba la pena capital en esos casos. Como después Zuloaga rechazó que
él hubiera ordenado, o siquiera aprobado, ni la comisión que se dio a Cajiga ni el fusi-
lamiento de Ocampo, que hubo de ser atribuido por Márquez a una confusión con un
guerrillero apresado casualmente el mismo día del crimen.
Montes dijo en México, hablando a nombre del congreso, que efectivamente sus
raptores ofrecieron a Ocampo la libertad, seguros de que obtendrían a cambio que pi-
diera a Juárez la libertad de los presos conservadores. El discurso mencionado, ya lo
hemos dicho, fue pronunciado en presencia de Juárez y es de creerse que los hechos,

245
246  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de una manera u otra, correspondieron a esa versión. Pero también hay indicios de
que Cajiga no estaba autorizado para negociar con Ocampo su libertad. Es de dudar que
le haya dado una orden escrita Márquez, según hemos visto; pero todas las circuns-
tancias indican que Ocampo salió de Maravatío, entre las 6 y las 9 de la mañana, con
la idea de que iba a ser llevado ante la presencia de Márquez y de Zuloaga.
Poco más de una hora después, pasó la comitiva de largo frente a las haciendas
de Apeo, Pateo y Pomoca, esta vez por el camino que corre sobre la margen sur del
herma. El 31 de mayo de 1861 estaban por iniciarse las lluvias; lleva puestas el refor-
mador las chaparreras amarillas que le obsequiara su amigo Urquiza, al pasar por
Pateo. Antes de salir de Pomoca, se había vestido para el viaje; parte de esa ropa pue-
de verse aún en la “sala Ocampo” de la Universidad en Morelia. Un testigo, personal-
mente describió a don Nicolás León su aspecto en esta forma: “Montaba un caballo
mapano; vestía un saco de alpaca aplomado y con un fuetecito iba acariciando la crin

a
del caballo y de cuando en cuando pasaba la mano por la melena”.

rrú
El camino es casi recto, desde Maravatío hasta que tuerce a la derecha un par de
kilómetros antes de llegar a Tepetongo. Muy cerca de su inicio presenta una ligera
Po
subida y algunas ondulaciones al aproximarse al cerro de San Miguel, lado sur de la
garganta que da paso al herma. Poco a poco se asciende, sobre una loma muy larga en
cuyo extremo se llega a contemplar otro largo valle cerrado al fondo por una cadena
montañosa. El río no volverá a encontrarlo él viajero, sino hasta que llegue al Manto,
a

al otro lado del valle de Atlacomulco, frente a la Jordana.


eb

Después de algunas vueltas y un descenso corto, el camino vuelve a ser una vía
recta, cada vez más ascendente. Se pasa frente a la misma puerta de la hacienda de
u

Tepetongo, donde se detenía la diligencia, sitio al que parece haber llegado la comitiva
pr

ya bien pasado el mediodía. Fue en este lugar en donde el dueño de la hacienda, un


señor Cuevas, mandó preguntar al prisionero si en algo podía ayudarlo y le envió una
taza de chocolate, pues Cajiga no lo dejó entrar al edificio. Siguieron el camino que
1a

atraviesa una zona boscosa y quebrada de varios kilómetros hasta llegar a Venta del
Aire, a partir de dónde corre sobre el costado derecho de una montaña, durante una
legua, para llegar al puerto en que hoy se encuentra la estación del ferrocarril llamada
Bassoco. Ahí se abre a la vista el valle de Atlacomulco, en su extremo norte, que es
una extensa planicie cultivada de maíz hace siglos, por la cual serpentea el Lerma con
sus riveras hoy bordeadas de sauces. El extremo norte de este valle está limitado por
una enorme falla del terreno, cuyo lado sur se eleva unos doscientos metros, respecto
al labio norte que está desplomado y forma el valle de la hacienda de Toxi. El río des-
ciende de un valle al otro por una cadena de rápidos que se retuerce, y continúa
después dando suavemente la vuelta hasta apoyarse en el lado norte sobre la falda de
la montaña. El camino de los viajeros desciende junto al rio y atraviesa directamen-
te la planicie para desembocar en la hacienda de Toxi.
Apenas serán un par de kilómetros los que el viajero recorría, por un camino recto,
hasta llegar al casco de la hacienda. Puede observarse, diremos de pasada, que los
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  247

nombres de los poblados en el valle de Atlacomulco son predominantemente aztecas,


algunos tan claramente castizos como Tenoxtitlán, Tepeolulco y Coajomulco, al que
los españoles agregaron sendos y postizos San Miguel, San Francisco y San Juan;
Toxi, en cambio, así como las poblaciones que forman caseríos en la cañada que des-
emboca hacia el valle de Acambay, es un nombre típicamente otomí, aún cuando su
significado sea objeto de algunas especulaciones. Para algunos se deriva de la palabra
otomí que designa las “camas” para otros de la que denomina las “trompetas”. El he-
cho es que las poblaciones otomíes que rodean a la hacienda, también ostentan deno-
minaciones postizas en español, como Santiago Casandejé (derivado de una palabra
mazahua que significa “yerba del agua”). Algún autor, inclusive, deriva el nombre de
la hacienda de una palabra azteca que nombra a “los conejos” y otros aún lo refieren
al nombre de un saúco y de un pasto que crece en el monte.
El valle que se originó en la falla geológica que mencionamos, da salida al río por

a
su extremo poniente; y siendo una extensión relativamente reducida, estaba regado

rrú
magníficamente por el Lerma, que en sus avenidas debe haberlo inundado, según lo
indican los bordos construidos para contener las aguas. Sin las dimensiones de un
castillo feudal europeo, pero imponente para los estándares de la región, se encuentra
Po
en el centro el casco, de cuyas viejas construcciones aún se aprecia hoy día una parte.
Reducida a la “pequeña propiedad” que creó la revolución de 1910, la hacienda ocu-
paba una superficie más pequeña que el inmenso valle que rodea a Tepetongo, pero
a

desde el punto de vista agrícola, tenía la gran ventaja de las aguas del río.
eb

Ahí durmió Ocampo la segunda noche de su cautiverio. Testigos presenciales re-


lataban en 1890 que la comitiva llegó tarde, ya avanzada la noche. Don Melchor era
u

conocido y fue bien atendido por el personal de la hacienda. El recorrido de Cajiga in-
pr

dica que se esforzó en evitar tanto un encuentro con las tropas liberales del estado de
Querétaro, al mando de Arteaga, que con frecuencia llegaban hasta Acambay y Arro-
yozarco, como con los grupos que operaban desde Toluca y ocupaban periódicamente
1a

Ixtlahuaca y Atlacomulco. La madriguera de los guerrilleros conservadores, jefatura-


dos por Márquez, Zuloaga, Negrete, Taboada, etc., se extendía más al oriente, sobre la
cadena montañosa que se prolonga desde el monte de las Cruces hasta Jilotepec.
Cuando la presión de las fuerzas liberales los empujó fuera de esta zona, meses más
tarde, dieron vuelta completa al valle de México y fueron a terminar, deshechos,
junto a Jalatlaco, ya en los confines de lo que hoy es el estado de Morelos, a manos de
González Ortega.
Dada la situación geográfica de Toxi, la banda de Cajiga estaba ahí relativamente
segura. Debe tenerse en cuenta que contra los guerrilleros que operaban en esa zona
cercana a la capital, operaban a las órdenes de Ignacio Mejía cerca de seis mil hom-
bres del ejército liberal, aunque sin duda muy desperdigados por la naturaleza del
terreno y su enorme extensión. Ocampo en Toxi seguía tranquilo y seguro de sí mis-
mo, según los testimonios de varios testigos que sobrevivían en 1890. Como ya indi-
camos, Cajiga comandaba un grupo de cien hombres, se dice que en su mayoría
248  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

españoles de la zona de Arroyozarco, donde había iniciado su carrera de salteador


él asturiano.
La región recorrida por Ocampo y sus secuestradores en esta segunda ocasión,
era perfectamente conocida por el reformador. En alguno de sus escritos menciona
que fue en la hacienda de Tepetongo donde oyó hablar por primera vez del “Quercus
Melliferus”, la variedad de encino que describió en una de sus memorias científicas.
Del valle de Toxi sale el Lerma, cuyo curso recorrió Ocampo varias veces, para entrar a
un cañón del cual desemboca al llegar a Temascalcingo hacia el valle de la hacienda
de Solís. Temascalcingo, como todas las poblaciones grandes, lleva nombre azteca, de
etimología evidente.
Además, Ocampo había vivido en Tlalpujahua, en su infancia, junto a un sacer-
dote pariente de Ignacio Alas, por el cual guardó siempre una gran estimación. En esa
región, según explica en uno de los papeles que se encontraron después de su muerte,

a
le fue transmitido el relato de las aventuras del cura García Rendan, que dejó inédito y

rrú
que se refiere a sucesos ocurridos en Villa del Carbón durante la guerra de indepen-
dencia. Este relato tiene una curiosa semejanza con la aventura que en esos mo-
mentos estaba corriendo el reformador.
Po
Dado que a fines del siglo aún existía en Toxi el edificio donde estuvo detenido
Ocampo, al lado poniente de la finca, es probable que formara parte del grupo de vie-
jas construcciones que todavía hoy están en pie, dentro de lo que fue casco de la ha-
a

cienda; esto se infiere de las informaciones que diera a Pola don Antonio de Bassoco y
eb

Peredo, administrador en esa época. Según los empleados que lo atendieron, dos de
los cuales todavía vivían entonces, llegó vestido de negro, con un sombrero hongo y
u

una corbata café; montaba el mismo caballo “mapano” en que se refiere que salió al
sitio del asesinato, tres días después. Este animal, para entonces, estaba ya muy lasti-
pr

mado, por lo cual no resultaba muy gallarda la figura del reformador.


1a

Novecientos treinta y tres días de ministro

Don Melchor Ocampo colaboró con tres presidentes de la república: con


José Joaquín Herrera del 1o. de marzo de 1850 al 13 de mayo del propio
año, en el ministerio de hacienda;1 con Juan Álvarez del 5 de octubre de
1855 al día 20 del mismo mes, en el ministerio de relaciones interiores y
exteriores;2 y con Benito Juárez, en dos ocasiones, del 21 de enero de 1858
al 22 de enero de 18603 y del 25 de septiembre de este último año al 17 de

1  El Monitor; 2-III-1850 y 14-V-1850.


2  La Verdad; 8-X-1855 y 23-X-1855. La renuncia la publicó El Heraldo; 26-X-1855; los
detalles de la designación constan en Obras; tomo II, p. 88.
3  Obras; tomo II, p. LXXXV; el texto de la renuncia lo publicó el Trait d’Union. Véase

Diario de Avisos; 11-II-1860. Ruiz confirma la fecha del nombramiento en Historia del pri-
mer congreso constitucional; tomo IV, p. 60.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  249

enero de 1861,4 ocupando todos los ministerios, en algún momento de es-


tos dos períodos, salvo el de justicia. Se dice que el presidente Juárez dispu-
so en Guadalajara, durante su camino hacia Manzanillo y Veracruz, que
siempre que quedara vacante un ministerio, durante su gestión como presi-
dente interino, lo ocuparía Ruiz o el michoacano mientras se designaba
otra persona.5 Dejando a un lado dos breves períodos, en que don Melchor,
cumpliendo ese acuerdo, fungió momentáneamente como ministro de ha-
cienda de Juárez, ocupó en dos ocasiones la cartera de gobernación, en tres
la de relaciones exteriores, en dos la de fomento, así como en dos períodos
de un par de meses, la de hacienda y en dos la de guerra y marina.6
La colaboración de Ocampo con la administración de Herrera se prolon-
gó por 73 días; cinco años más tarde vinieron sus famosos 15 días de mi-

a
nistro con el guerrillero sureño; y, por último, colaboró 2 años exactos con

rrú
el presidente Juárez, en la primera ocasión, y 115 días en la segunda, hasta
que el gobierno reformista se asentó en la ciudad de México.
Su posición política fundamental la describió Ocampo, como ya vimos,
Po
en una carta a Otero, cuando se encontraba en el senado después de la gue-
rra de intervención yanqui, con la diáfana claridad que siempre tuvo para
definirse: “Ya no puedo ser ministerial —escribió al jalisciense el 18 de di-
a

ciembre de 1848— desde que el gobierno ha protegido a Paredes contra la


eb

nación y la razón (no perdonaba Ocampo la defección del general Mariano


Paredes durante la guerra con Estados Unidos), y cuando cada día me dis-
u

gusta más su marcha. No puedo volverme a ser de la oposición, porque creo


pr

4 Véase Juárez, correspondencia; tomo II, p. 766. Respecto a la renuncia, véase Idem,
1a

tomo IV, p. 147.


5  Ocampo ocupó la secretaría de hacienda, según sus propias palabras, con motivo del

viaje de Lerdo a Estados Unidos, en julio de 1859. Véase Obras; tomo II, p. 154. Sin embar-
go, Ocampo menciona otra ocasión anterior en que desempeñó las funciones; véase Obras;
tomo II, pp. 176 y 210; en agosto de 1858. Por el carácter momentáneo de estas gestiones
administrativas, sin duda, no se han considerado en algunas relaciones de los ministerios
del señor Juárez; compárese Memoria de hacienda (1870), pp. 1056 y 1057 y Enciclopedia de
México; tomo VII, p. 24.
6  El manifiesto del 7 de julio no indica los cargos de los firmantes; la ley de 12 de julio

fue firmada por Ocampo como jefe del gabinete y ministro de relaciones, gobernación y gue-
rra; la ley de 27 de julio la avaló como ministro de gobernación; las circulares a los goberna-
dores, de diversas fechas, las firmó como ministro de hacienda, gobernación y relaciones
exteriores. Una relación completa en los ministerios del señor Juárez, pero que no coincide
con otras más modernas, puede verse en la Memoria de hacienda (1870), que elaboró don
Matías Romero. Las cuatro ocasiones que estuvo durante esta administración en hacienda,
Romero lo considera “encargado”; otro tanto ocurre con la última ocasión que desempeñó la
cartera de fomento. Véase: Memoria de hacienda (1870); pp. 1052 a 1058.
250  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

que consolidar un gobierno cualquiera, y éste más que otros, es la primera


necesidad del país…”.7
Algunos escritores, siguiendo a Justo Sierra, han dicho que Ocampo no
fue un estadista, sino un “revolucionario jacobino”.8 Sin embargo, en el
primer gobierno de Juárez nadie prestó una colaboración tan amplia y múl-
tiple como Ocampo. A pesar de las condiciones irregulares creadas por el
golpe de estado de Comonfort, la administración de Veracruz fue una de las
más respetuosas de los derechos individuales que garantizaba la constitu-
ción de 1857; además, como veremos en seguida, se esforzó por establecer
el principio de que México era ya una nacionalidad formada, que los demás
países debían respetar y tratar en pie de igualdad. La obra misma de la re-
forma, el aspecto más revolucionario de esa gestión, era indispensable para

a
la consolidación del estado mexicano. Es claro, sin embargo, que Ocampo

rrú
no era un simple burócrata, que hubiera hecho de la política un modo de
vivir y que no pudiera concebir apartarse de la administración pública
cuando su colaboración no fuera útil o necesaria.
Po
Con un espíritu esencialmente rebelde, inquieto y contradictorio, Ocam-
po había dado pruebas en el fallido congreso constituyente de 1842, en la
gubernatura de Michoacán durante los años de 46 a 48, y en el senado
a

después, de una perspicaz intransigencia con las componendas y arreglos


eb

políticos con los conservadores, en que tan fácilmente caían los liberales
moderados. Había demostrado ser hombre decidido y peligroso, que no du-
u

daba en manifestar su discrepancia con aquellas medidas de que estaba


convencido que resultaban inconvenientes. Además contaba con un presti-
pr

gio considerable; durante la elección del vicepresidente que debía acompañar


a Santa Anna a fines del 46, su nombre se había escuchado repetidamente
1a

y, de hecho, obtuvo ocho votos a su favor, de un total de 23.9


Las administraciones de José Joaquín Herrera y de Mariano Arista,
como se vio en otra parte, representaron un eclipse del favor popular res-
pecto a Santa Anna y fueron administraciones liberales moderadas, regí-
menes bastante honestos que se vieron paralizados por la dificultad de
obtener el apoyo del congreso para las medidas de reorganización financie-
ra inevitables. Desde lejos, el dictador recurrente atizaba la hoguera y espe-
raba el momento de volver; poco le importaba si volvía de acuerdo con los
conservadores, en caso de que la mayoría del ejército se sintiera desconten-
to con los liberales; o bien, si regresaba otra vez con los “puros” de su lado,

7  Cartas a Otero; p. 56.


8  Sierra; pp. 100-102.
9  México a través de los siglos; tomo IV, p. 601.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  251

habiendo prometido de nuevo fidelidad al federalismo y mano dura contra


el clero y la reacción. La penuria del erario era permanente y aun aumenta-
ba con el tiempo; el propio don Justo habría de redactar, a su tiempo, pági-
nas muy claras donde describe el callejón financiero, sin salida, en que
entraron los gobiernos nacionales una vez que se acabaron los fondos de la
indemnización norteamericana.10
Dentro de este cuadro general, se vislumbraba la creciente amenaza de
una nueva intervención extranjera. En el tratado de Guadalupe, a cuya fir-
ma se había opuesto Ocampo, la frontera con el vecino del norte había que-
dado imprecisa, por falta de mapas adecuados. Los Estados Unidos
necesitaban construir un ferrocarril hacia el oeste y habían manifestado
que el paso más favorable atravesaba el territorio de México; los estados

a
fronterizos eran incursionados sin respeto al compromiso —lo único bueno

rrú
que tenía el tratado de Guadalupe, según don Melchor— de que las tropas
norteamericanas impidieran tales excursiones. En realidad, las propias tro-
pas yanquis entraban, cada vez con más frecuencia, al espacio nacional y,
Po
como se sabe, acabaron por ocupar el llamado territorio de “La Mesilla”.
Don Manuel Gómez Pedraza venía celebrando conversaciones, a nombre del
gobierno mexicano, para arreglar los problemas derivados de la aplicación
a

del tratado de Guadalupe y de las ambiciones yanquis, cada vez más claras.
eb

Ante la presión incontenible de la diplomacia norteamericana, el gobierno


de Herrera se preparaba para firmar el tratado Letcher-Gómez Pedraza, en
u

su último año de gobierno, aun cuando sabía que sería impopular, por las
concesiones injustificadas que contenía. Al mismo tiempo, se percibían sín-
pr

tomas de consolidación. El año 50 se inicia con una gran exposición indus-


trial en la ciudad de México; la plaza de la constitución lució por primera
1a

vez durante unos días iluminación eléctrica; se probó el telégrafo electro-


magnético entre Palacio y Minería, los capitalinos se regocijaron con un
pequeño ferrocarril que recorría en diez minutos la distancia entre la ciu-
dad y la villa de Guadalupe-Hidalgo. Pero no faltaban tampoco graves pro-
blemas: durante cinco meses el cólera azotó la ciudad, cuyas condiciones
sanitarias eran por completo lamentables.
La época era políticamente inestable, como ya explicamos. Los conser-
vadores, encabezados y dirigidos por Alamán, se apoderaron del ayunta-
miento de la capital, logrando obtener para ello el apoyo de algunos
“puros”. Estos últimos, sin embargo, descubren a poco andar que el verda-
dero propósito de los conservadores era monarquista; al mismo tiempo, la

10  La evolución política; pp. 288 a 290.


252  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

prensa liberal empieza a señalar el acuerdo, cada vez más evidente, de Ala-
mán con los generales santanistas. La coalición conservadores-ejército que
obtendría el triunfo en los últimos meses de 1852 y lo consumaría, al año
siguiente, trayendo como gobernante, por última vez, al dictador dueño de
Manga de Clavo, está ya en marcha. Algunos elementos del clero, como el
obispo de Michoacán, Clemente Munguía, alimentan pretensiones verdade-
ramente insólitas. El gobierno tiene toda clase de consideraciones hacia la
iglesia y repite diariamente su sumisión ideológica a ella; cuando el Papa
se retira a Gaeta, por ejemplo, después de haber perdido la administración
temporal de la ciudad de Roma; cuyos efectos Ocampo había reseñado ve-
hementemente durante su viaje a Europa, el gobierno de Herrera se dirige
consternado a la Santa Sede e invita al Papa a venir a radicar a México.

a
Nada de esto, sin embargo, satisface los ímpetus teocráticos; en diciembre

rrú
de 50, monseñor Munguía se niega a jurar con motivo de su designación
como obispo; sin decirlo francamente, quiere que el poder civil se subordine
al eclesiástico. Tal era, en muy breves palabras, el panorama nacional al
Po
ser designado Ocampo ministro de hacienda, el 1o. de marzo de 50. Herrera
persiguió con ello varios fines evidentes, dentro de ese cuadro político.
En primer lugar, Ocampo saldría así del senado, del cual ha intentado
a

retirarse varias veces, pero en el cual lo retiene su popularidad entre los


eb

liberales, extendida desde Otero y Gómez Pedraza hasta los “puros” de


Gómez Farías. En segundo lugar, después de la renuncia de Elorriaga al
u

ministerio, obstaculizado por las cámaras y atacado fuertemente por la


prensa, tal vez Ocampo lograra obtener autorización para renegociar
pr

la deuda externa y organizara la recaudación de recursos internos. Final-


mente, si Ocampo se engolosina con el ministerio, quedará solidarizado
1a

con el tratado Letcher-Gómez Pedraza, por su permanencia en el gobierno,


cuando éste se firme a mediados del año.
La situación general era peligrosa; como resultado de la catástrofe del 47,
el gobierno había perdido prestigio y los problemas políticos locales, origi-
nados en su mayor parte por cuestiones de tierras, amenazaban su autori-
dad y presentaban síntomas de desintegración nacional. Los años de 1848,
1849 y 1850 son años de grandes disturbios agrarios; en San Luis Potosí,
en Querétaro, en Guerrero, en la Huasteca y en el estado de México, surgen
planes políticos con reivindicaciones de tierras, verdaderas revoluciones
campesinas que, por su parte, el gobierno de Herrera está totalmente im-
preparado para atender, y mucho menos puede resolver. Además, como lo
demostrarían antes de mucho los casos de los aventureros Raousset y
Walker, fuera del país se piensa en una inminente desintegración del
mismo. Parecen dar apoyo a estos temores las crecientes incursiones de los
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  253

“bárbaros”, que se lanzan desde territorio norteamericano y llegan hasta


Saltillo, Monterrey y otras ciudades del norte, como en los días que prece-
dieron a la separación de Texas.
En la administración de Herrera, Ocampo encuentra como secretario de
relaciones interiores y exteriores a José Ma. de Lacunza. Este abogado vera-
cruzano, intelectual distinguido, según hemos dicho evolucionó a lo largo
de su vida desde un liberalismo progresista, con ciertos ribetes de avanza-
do, hacia las filas de los moderados y finalmente, se incorporó a la reacción
conservadora. Cuando formaba parte del gabinete de Herrera se hallaba a
la mitad de su camino; defendía entonces con poca fortuna los derechos
nacionales frente a las pretensiones norteamericanas, pero acabó aceptan-
do el tratado que negoció Gómez Pedraza. Es sabido que en los últimos días

a
del imperio, cuando los franceses se habían retirado dejando solo a Maxi-

rrú
miliano, participó en el grupo de antiguos liberales que se prestaron a for-
mar al Emperador un gobierno, encabezados por Santiago Vidaurri.
El ministerio de justicia de Herrera lo ocupaba en 1850 Marcelino Cas-
Po
tañeda, con fama de hombre honesto, nacionalista y emprendedor, antiguo
gobernador de Durango y enemigo de las medidas reformistas, que se opu-
so toda su vida, según se dijo, a la secularización de los bienes eclesiásti-
a

cos. En el ministerio de guerra se encontraba don Mariano Arista, militar


eb

del tipo de Santa Anna, del propio Herrera y de don Pedro Ma. Anaya, anti-
guos oficiales del ejército español que habían combatido a los insurgentes
u

hasta 1821, pero a partir de entonces se unieron a Iturbide y apoyaron el


pr

primer imperio. Casi todos ellos tuvieron dificultades con Iturbide y se con-
virtieron en republicanos. Con excepción de Santa Anna y su grupo, estos
militares dieron muestra de notable honradez personal y de sincero espíritu
1a

de servicio público; pero nunca fueron capaces de superar el conflicto ideo-


lógico con la iglesia, por lo cual pretendían, de hecho, mantener el país sin
ningún cambio importante de carácter social o político. Tuvieron periódica-
mente dificultades con Santa Anna, especialmente en 1834, 1842 y 1847,
por las arbitrariedades y latrocinios del dictador, quien logró, casi siempre,
imponerles su voluntad. Apreciaban la honradez, el patriotismo y las lu-
ces de muchos verdaderos liberales y trataban de utilizarlos contra Santa
Anna. Arista, en la última fase de su gobierno, como es sabido, llamó a
Ponciano Arriaga y a Guillermo Prieto a su gabinete, en un vano intento de
última hora por cerrarle al dictador recurrente el camino de su última presi-
dencia. Por este gesto, y por haber chocado con Santa Anna en cuanto éste
empezó a ejercer el poder en esa ocasión, los revolucionarios de Ayutla lo
consideraron un precursor y lo declararon benemérito.
254  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

No es imposible que Ocampo haya aprovechado el ofrecimiento de He-


rrera de ocupar un puesto en el gabinete para separarse del senado, donde
había tenido fuertes choques con otros senadores. En la correspondencia
con Otero, ya citada, hizo referencia el michoacano a varios intentos pre-
vios de retirarse y manifestó sentirse humillado por sus compañeros de co-
misión. La verdad es que Ocampo resultaba perjudicado económicamente,
cada vez que tenía que alejarse de sus propiedades, vecinas a Maravatío.
Como consecuencia de haberlas abandonado durante el período comprendi-
do entre septiembre de 1846 y mayo de 1850, sabemos que Ocampo tuvo
que vender Pateo y que fue entonces cuando reconstituyó su propiedad en
una parte de la antigua hacienda.
Al iniciarse la década de los años cincuentas, Ocampo contaba con un

a
prestigio considerable y no resultaba dudoso pensar que participaría en for-

rrú
ma prominente en los acontecimientos políticos próximos. Desde 1848, en
su correspondencia con Otero, que ya mencionamos, habló el michoacano de
ser “ministeriable”; sin embargo, expresó entonces dudas muy serias res-
Po
pecto a la posibilidad de formar parte de regímenes que celebraban acuerdos
vergonzosos con los militares del tipo de Santa Anna. “Este sujeto”, dice
del dictador periódico, no tiene importancia, sino por el puesto que ocupa y
a

el poder que se deja en sus manos.11 La verdad, no obstante, es que su co-


eb

laboración con los regímenes santanistas resultó casi imposible, como tam-
bién lo resultó para Juárez.
u

Cuando Ocampo regresó de Nueva Orleáns, en compañía de Mata y de


su hija Josefina, a mediados de septiembre de 1855, a través de Veracruz,
pr

entró pronto en contacto con don Juan Álvarez.12 El antiguo caudillo insur-
gente, hombre rústico y de poca preparación, como se sabe, lo llamó a Cuer-
1a

navaca para formar parte de la junta de representantes departamentales,


como preveía el plan de Ayutla. Las designaciones las hizo Álvarez, aleján-
dose bastante del criterio de Comonfort, que era el militar más destacado de
la revolución del sur. La colaboración con Álvarez, figura política dominan-
te durante muchos años en la costa del actual estado de Guerrero, planteó a
don Melchor problemas de índole muy distinta a los que habían surgido
durante los breves meses de su gestión en hacienda, con el presidente

11  Cartas a Otero; p. 22. Véase también las alusiones a sus choques con Santa Anna,

en sus apuntes autobiográficos, mutilados e incompletos: INAH; doc. 17-3-7-15 (1a. serie,
caja 12).
12  Sin embargo, debe recordarse que no llegó a Cuernavaca hasta el día 3 de octubre; en

su relato de los hechos, dice Ocampo que no estuvo presente antes de eso día. Véase: Obras;
tomo II, p. 76.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  255

Herrera. Ahora no había un congreso que obstaculizara la gestión del go-


bierno central y además, existían condiciones propicias para restringir los
poderes de los estados, que constituían a veces verdaderos cacicazgos.
Ocampo resultó vicepresidente de la junta establecida en Cuernavaca y reci-
bió la tarea, inmediatamente, de formar el gabinete, en cuanto fue nombra-
do el presidente de la República por la propia junta.
Álvarez era un hombre de buena fe, pero demasiado susceptible por su
impreparación; sus tropas se componían de indígenas o mestizos de la cos-
ta, muchos de ellos enfermos de “mal del pinto”, con un aspecto por ello
llamativo que era el escándalo de los capitalinos. El gobierno era producto
de una sublevación popular, favorecida por el desprestigio en que cayó el
régimen santanista, cuyo caudillo había degenerado, a través de los largos

a
períodos de ejercer la dictadura. “Las clases económicamente favorecidas,

rrú
dueños de la tierra y de las propiedades urbanas, monopolistas del comer-
cio interior y de las importaciones que hacían falta prácticamente para
todo, extranjeros que explotaban minas y algunos otros recursos, estaban
Po
a la defensiva. Habían dado en la torpe idea de traer un gobernante ex-
tranjero, con apoyo de tropas también extranjeras, pues consideraban que
el pueblo, por su ignorancia y su atraso, no estaba en condiciones de darse
a

un régimen democrático, apenas aceptable —se decía— para países ricos y


eb

cultos como los Estados Unidos y los europeos.13


En esta ocasión, por lo tanto, Ocampo se enfrentaba a la posibilidad de
u

encabezar un gobierno sin compromisos, que llevara al cabo las transfor-


maciones económicas y políticas que era ya urgente realizar y cuya primera
pr

consecuencia sería el fortalecimiento del gobierno nacional. Para esta ta-


rea, propuso a Álvarez un gabinete integrado por él mismo, como ministro
1a

de relaciones interiores y exteriores, Benito Juárez como ministro de justi-


cia, Guillermo Prieto en el ministerio de hacienda, y en guerra el caudillo
militar de la revolución, Comonfort, que había conseguido importantes vic-
torias sobre los ejércitos profesionales de Santa Anna. Miguel Lerdo de Te-
jada quedaría como oficial mayor encargado del ministerio de fomento.14
Vista a la luz de los años transcurridos, la idea de don Melchor no parece
mala; pero reposaba en un punto de apoyo, sin el cual caía lamentablemen-
te por tierra. Para que el gabinete de Ocampo hubiera funcionado, habría sido
necesario que Comonfort, en vez de ser un hombre ambicioso y titubeante,

13  El primer manifiesto monarquista de Gutiérrez Estrada había circulado desde la presi-

dencia de Bustamante en 1840. Véase: México a través de los siglos; tomo IV, pp. 455 y 456.
14  Ocampo opinaba que una sola secretaría podría despachar los asuntos de relaciones

exteriores y gobernación. Véase: Obras; tomo II, pp. 81 y 82.


256  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

hubiera dado un apoyo pleno a las instituciones que habrían de surgir de la


revolución del sur. En las condiciones en que se formó, los liberales que
Ocampo encabezaba en el gabinete no podían lograr muchas cosas. Dos de
ellos, sin embargo, utilizaron el poder, en el breve tiempo que lo ejercieron,
para dar, cada uno por su parte, un golpe de gran trascendencia a las fuer-
zas conservadoras. Don Melchor sólo ocupa el ministerio de gobernación
dos semanas, pero antes de irse deja publicada la convocatoria para el
congreso constituyente que se reunirá al año siguiente y elaborará el códi-
go de 57.
Juárez tenía buena amistad personal con Comonfort, ambos habían for-
mado parte de la cámara de diputados en 1846; en esta ocasión, don Benito
siguió como ministro de Álvarez hasta el retiro del viejo caudillo en diciem-

a
bre, pero en escasos dos meses elaboró un proyecto de reforma judicial que

rrú
eliminó el fuero militar y eclesiástico en los asuntos civiles. Así surgió la
primera ley de reforma. Don Guillermo Prieto, además de literato fecundo,
era buen conocedor de las finanzas de los gobiernos mexicanos de media-
Po
dos del siglo XIX, gozaba de gran simpatía personal y tenía ideas amplias y
avanzadas, pero al mismo tiempo grandes compromisos de amistad con
personajes destacados, en lo político y en lo económico. Prieto habló de po-
a

ner orden en la hacienda pública, tropezó con resistencias invencibles y re-


eb

nunció antes de la salida de Álvarez. Don Miguel Lerdo, que había sido un
funcionario ajeno a la política hasta la revolución de Ayutla, pero había
u

ocupado puestos en la administración pública al lado de otros funcionarios


prestigiados y eficientes, se había ganado una gran popularidad, a pesar de
pr

sus relaciones con Santa Anna, por la forma lógica, organizada y clara en
que defendía públicamente la necesidad de cambiar la estructura económi-
1a

ca y social del país, sacudiendo el dominio del clero.15


Los más ambiciosos sueños que don Melchor pudiera haber tenido, pa-
recían todavía más al alcance de la mano cuando Juárez lo llamó, poco más
de dos años después, invitándolo a unirse al gobierno que se estaba organi-
zando en Guanajuato.16 Todo lo que el país había cambiado en ese tiempo,
así como la magnitud exacta del derrumbe político de Comonfort, se puso
en evidencia en el hecho de que haya sido Doblado, el mismo don Manuel
Doblado que ayudara a arrojar del poder a Juan Álvarez, quien diera acogida

15  Véase su Cuadro sinóptico; pp. 80 a 83.


16  Contra lo alegado por Forsyth, para justificar el reconocimiento de Zuloaga, la pren-
sa de la capital informó amplia y oportunamente de la organización del gobierno de Juárez.
Se publicó, incluso, el texto completo de su manifiesto de 19 de enero; véase: Le Courrier
Francais; 27-I-1858.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  257

al gobierno apresuradamente rehecho por Juárez, unos días después de ser


dejado libre por Comonfort el 11 de enero. No era mucho, a pesar del cam-
bio, lo que podía esperarse de Doblado; pocas semanas después, llegaría a
un acuerdo con los conservadores, se retiraría de la lucha y tomaría el ca-
mino de los Estados Unidos.
El nuevo gobierno, ante esa situación trató, como es sabido, de soste-
nerse en Guadalajara, pero tuvo que salir por Manzanillo hacia Panamá, La
Habana, Nueva Orleáns y Veracruz. Por la época corría un torrente de acon-
tecimientos; sólo habían pasado escasos cinco años de la reunión del grupo
de expulsados por Santa Anna en Nueva Orleáns. El viaje fue tan precipita-
do que, años después, de paso por ese puerto, ya ni Prieto pudo localizar
con certeza la casa en que, en esta segunda ocasión, se alojaron los diez

a
mexicanos que encabezaba don Benito.17

rrú
Cuando Ocampo se presentó en Guanajuato el día 19, Juárez había cu-
bierto momentáneamente todos los puestos del gabinete encargándolos a
don Manuel Ruiz. Este paisano suyo, que ya había participado junto a él en
Po
la política local y había recibido de sus manos el Instituto de Ciencias y
Artes, ocupó después un puesto destacado en el gobierno de Comonfort
y fue miembro del constituyente. Salió de México con Juárez en enero de 58 y
a

fue su ministro de justicia hasta fines de septiembre de 1860, cuando se


eb

formó lo que podríamos llamar el sexto equipo de colaboradores de Juárez,


durante su interinato. Manuel Ruiz tuvo importante participación, como ya
u

hemos visto, en la elaboración de las leyes de reforma, según todas las pro-
babilidades en estrecha colaboración con Ocampo. Ruiz defendió a Juárez
pr

hábilmente, del mismo modo que lo hizo el michoacano, cuando las can-
didaturas de Lerdo y de González Ortega amenazaban su elección en los
1a

primeros meses de 1861.18 Sin embargo, era hombre independiente y cuan-


do Juárez prolongó su período constitucional, en las horas más difíciles e
inciertas de la intervención extranjera, Ruiz se declaró en favor de su susti-
tución por González Ortega y nunca volvió a colaborar políticamente con
don Benito.
En estas primeras semanas del gobierno de Juárez, don Melchor tuvo
un acierto genial; su vieja relación con Santos Degollado lo hizo intuir el
gigantesco papel que éste último podía desempeñar durante la guerra de
reforma. No sólo le cedió la secretaría de gobernación y le encargó la de gue-
rra, sino que obtuvo de Juárez que se le dieran facultades en las materias

17  Véase las Memorias de Romero; pp. 170 y 171 y Roeder; pp. 240 y 241. Romero dice

que se alojaron en el hotel “Verandah Conti”, pero según Prieto fue en “Barranda House” (?).
18  Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 454 a 456.
258  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

propias de las demás secretarías, lo cual hizo de Degollado el dirigente na-


cional en todo el territorio que no podía fácilmente comunicarse con Vera-
cruz.19 Don Santos devolvió a Ocampo los ministerios al año siguiente, pero
conservó el ascendiente que aquellos cargos le habían dado.
Unos días después de Ocampo, se incorporaron al gobierno de Juárez:
León Guzmán y Guillermo Prieto, el primero en el ministerio de fomento y el
segundo en el de hacienda. Los dos eran personas cercanas a Juárez, como
Manuel Ruiz; aunque los dos, como Ruiz, estarían del lado de González
Ortega cuando éste reclamó la presidencia en 1865.
Guzmán20 era un abogado nativo del estado de México, se había inicia-
do en la política como diputado al congreso federal en 1852 y era vicepresi-
dente de la cámara cuando Ceballos disolvió el congreso. Montes era el

a
presidente del organismo, pero hizo mutis y fue Guzmán quien se enfrentó

rrú
a las tropas. Santa Anna lo desterró y al triunfo de Ayutla volvió a ser dipu-
tado, esta vez en el constituyente; formó parte de la comisión de constitu-
ción, donde apoyó a Arriaga contra las presiones del gobierno de Comonfort.
Po
Acompañó a don Benito hasta Veracruz; pero se separó del gabinete a fines
de 1858 para tomar parte en la guerra. Parece que Juárez tuvo algún recelo
sobre su actitud, relacionándola con la posición favorable a Comonfort que
a

fue adoptada por Montes al regresar de Europa. Guzmán se separó enton-


eb

ces por completo y se retiró a un rancho en Nuevo León; fue designado


diputado al primer congreso constitucional en 1861 y se reconcilió con Juá-
u

rez, que lo designó ministro de gobernación y después de relaciones. Se


opuso a la suspensión de pagos de la deuda exterior y se separó de nuevo
pr

en junio del mismo año. Una vez restaurada la república, siendo goberna-
dor interino en Guanajuato fue destituido por su oposición a la llamada
1a

“convocatoria” de 1867. Contrario a Lerdo, participó en la campaña porfi-


rista de 1871; pero no siguió a Díaz en el plan de La Noria; posteriormente
ocupó sólo puestos secundarios y vivió retirado en Nuevo León. Formado
en la época de las revoluciones de Ayutla y de reforma, Guzmán no acepta-
ba la política burocrática y ello lo alejó de Juárez, en cierta forma como
ocurrió a Mata, Ramírez, Ruiz y el propio Ocampo. Envió al congreso el ex-
pediente del tratado McLane, pero hasta el fin de su vida se manifestó ad-
mirador de don Melchor; presidía el gabinete de Juárez cuando Márquez
cometió el atropello en contra del michoacano.

19  Idem; tomo II, pp. 306, 307, 310 y 311. Don Justo Sierra pasa por alto estos hechos

en su análisis del aspecto exterior que presentaba el gobierno de Juárez en Guanajuato. Véase:
Sierra, p. 122.
20 1821-1884.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  259

Con Ocampo y Degollado, por lo tanto, más tres cercanos amigos, go-
bierna Juárez prácticamente todo el año 58. En este equipo ministerial, don
Melchor es el alter ego del Presidente; con satisfacción contó más tarde
Ocampo, que Juárez dio el acuerdo por virtud del cual lo designaba de ante-
mano para sustituir temporalmente a cualquier ministro que, por una cau-
sa u otra, no pudiera seguir desempeñando el puesto.21 Por primera vez,
Ocampo no se enfrenta ahora a un régimen de transacciones, como había
sido su pesadilla política hasta entonces; desde que se realizan las prime-
ras juntas del gobierno en Guadalajara, los colaboradores coinciden con
don Benito en las limitaciones que tiene la constitución y en la necesidad
de complementarla con nuevas medidas legislativas que cambien el carác-
ter militar y teocrático de la sociedad mexicana.22

a
Pero, como el propio don Melchor diría a fines del año en un manifiesto

rrú
del gobierno, “primero es ser, y luego el modo de ser”.23 Resultó imposible
permanecer en el altiplano y el gobierno, para el 4 de mayo, está ya en Ve-
racruz. En un país donde siempre se había pensado que “fuera de la ciudad
Po
de México, todo es Cuautitlán”, Juárez y sus ministros tendrán que vivir,
durante 2 años y 8 meses, en el puerto. A través del año 58, los liberales
sufren varias derrotas militares importantes; pero el balance del año, que
a

es también el balance del gabinete inicial juarista, resulta enormemente


eb

positivo. Hacia fines de diciembre, los conservadores han depuesto a Zu-


loaga, los Estados Unidos se aprestan a reconocer al gobierno de Juárez y
u

los ejércitos liberales resurgen cada vez más numerosos y organizados,


después de los combates con Miramón.
pr

El segundo gabinete de Juárez es propiamente el gobierno que hace y


promulga la legislación reformista. Don Santos deja a Ocampo los ministe-
1a

rios de guerra y gobernación, Miguel Lerdo de Tejada entra a sustituir a


Guzmán y a Prieto que habían dejado tiempo atrás los ministerios de fo-
mento y hacienda.
El enviado yanqui Churchwell informaría al departamento de estado,
cuando el segundo gabinete se encontraba ya en plena acción, que había
aconsejado la inclusión de Lerdo en el gobierno de Juárez.24 Es posible que
así haya sido, pues don Miguel se encontraba en buenas relaciones con los
diplomáticos de Buchanan; pero el hecho indudable es que Lerdo se había

21  Esta disposición dio origen a ciertas confusiones sobre la integración de los gabine-

tes en Veracruz. Véase la nota (5).


22  Obras; tomo II, p. 168.
23  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 401.
24  Idem; tomo III, p. 510.
260  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

ganado este sitio entre los liberales reformistas, por su ley de 1856, que
había sido incorporada a la constitución del año siguiente, y por su gestión
en el ministerio de hacienda, donde defendió y guió enérgicamente la apli-
cación de la ley.25 Sin duda alguna que la incorporación de un partidario
entusiasta de la reforma, en este segundo gabinete de Juárez, puso a su
gobierno políticamente a la ofensiva y favoreció la expedición de las leyes
de reforma de mediados del año 59. Lerdo era, sin embargo, hombre bas-
tante difícil, con una gran confianza en sí mismo; un poco mareado ya por
la popularidad se había sentido contrincante de Comonfort en las eleccio-
nes de 1857. Tenía la tendencia a resumir un tanto esquemáticamente los
problemas del país y a defender soluciones de apariencia simple, con argu-
mentos fuertes y lógicos, pero a veces un poco superficiales y demasiado

a
breves o sintéticos. Las relaciones de Lerdo con Ocampo y con Juárez fueron

rrú
complicadas y difíciles, los tres tuvieron que realizar grandes esfuerzos
para hacer posible la colaboración y, a la postre, estos rozamientos alejaron
a Ocampo y produjeron más tarde la separación de Lerdo.26
Po
El tercer gabinete de Juárez, propiamente hablando, cubrió parte del
segundo semestre de 1859. Después de que las conversaciones con el mi-
nistro yanqui llegaron a un callejón sin salida, Ocampo tuvo que dejar el
a

ministerio de relaciones exteriores, que entró a ocupar Juan Antonio de la


eb

Fuente. Degollado se había regresado a los campos de batalla, ante la ame-


naza de los conservadores, que habían logrado obtener, apoyados tras el
u

prestigio de Miramón, una serie de victorias que ponían en peligro al go-


bierno de Juárez; lo había sustituido como ya dijimos, el propio don Mel-
pr

chor en los ministerios de guerra y gobernación. Lerdo gestionaba los


créditos en Norteamérica, que esperaba lograr con la garantía de los bienes
1a

eclesiásticos, y fue sustituido también por Ocampo en hacienda. Ocupando


además la secretaría de fomento, Ocampo se encuentra no obstante a la
defensiva, por la falta de recursos del gobierno y por la falta de un acuerdo
con los Estados Unidos que permita a los liberales dar el golpe de gracia a
Miramón. En este gabinete de Juárez Ocampo ocupó pues, hasta cuatro mi-
nisterios simultáneamente.
El 1o. de diciembre de 1859, poco después de que los liberales de Vera-
cruz se enteraron de la firma del tratado Mon-Almonte en París (16-X-
1859), Juan Antonio de la Fuente devuelve a Ocampo la secretaría de
relaciones exteriores y al poco tiempo Ignacio de la Llave se encarga de la

25  Memoria de hacienda (1856).


26  Véase la renuncia de Lerdo en: Juárez, correspondencia; tomo II, p. 712.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  261

de gobernación. El señor Fuente se había encargado de la secretaría de ha-


cienda y ahora Juárez confía fomento a Emparan. Es pues este tercer gabi-
nete modificado de Juárez el que autoriza el 14 de diciembre, el tratado con
McLane. El mismo día que hace su designación, Juárez había dado a Ocam-
po plenos poderes para “celebrar con el representante de Estados Unidos de
América los tratados que a juicio del gobierno constitucional mexicano,
fueren convenientes a fin de estrechar y consolidar los vínculos de amistad
y buena inteligencia que existen entre ambos países”.27 La salida de Fuente
de la secretaría de relaciones, según puede afirmarse por los testimonios y
documentos que examinaremos más adelante, se volvió inevitable después
de que McLane, al regresar de los Estados Unidos, le comunicó que su con-
traproyecto de tratado del 30 de agosto, representaba para Estados Unidos

a
prácticamente lo mismo que el proyecto de Ocampo de 20 de junio de 59, y

rrú
seguía siendo inaceptable para ellos. En esa ocasión, McLane dio práctica-
mente por concluidas las negociaciones (24-XI-59).28
El polémico asunto del tratado de tránsito se complicó, además, por las
Po
dificultades de carácter militar; a mediados de febrero volvió a salir de la
ciudad de México el ejército encabezado por Miramón, cuya meta era Vera-
cruz. Esta vez, por si fuera poco, los conservadores, apoyados en el tratado
a

Mon-Almonte, logran que España les permita adquirir y artillar en La Ha-


eb

bana algunas embarcaciones (los buques “Miramón” y “Marqués de La


Habana”, la barcaza la “Concepción”, adquiridos en unos 120 mil pesos y
u

con un total aproximado de 160 tripulantes), que amenazaban atacar el


puerto desde el mar, mientras las tropas de Miramón lo sitiaban por tie-
pr

rra.29 La prensa conservadora, y aún una parte de la liberal, se colocó con-


tra el tratado McLane apenas se supo su firma, aún cuando no se conocían
1a

sus términos exactos. Como es sabido,Ocampo se separó del gabinete a fi-


nes de enero; “usted ha podido observar con mejores datos que yo”, se dice
que manifestó a Juárez, “ciertos síntomas de impopularidad accidental de
mi persona”. Inmediatamente fue designado para una misión especial
en Washington y Londres, que debería haber culminado con la reanudación
de relaciones con Inglaterra, previendo lo cual ya estaba nombrado minis-
tro en Londres.30

27  Idem; tomo III, p. 740.


28  Idem; tomo III, pp. 739 y 742.
29 Véase: Villaseñor; p. 16.
30  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 578. Sobre la renuncia de Ocampo, el periódico

Bandera Roja, de Morelia. que dirigía J. J. Baz, publicó la siguiente nota el 6-II-1860: “No
habiendo podido arreglarse el señor Ocampo con sus demás compañeros de ministerio, sobre
262  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El cuarto gabinete de Juárez en Veracruz, vino a quedar integrado a fi-


nes de enero de 1860. De este gabinete como se indicó líneas más arriba, en
buena parte por las dificultades con Lerdo, ya no formó parte don Melchor.31
Al terminar enero, el gabinete lo integran Ignacio de la Llave, en gober-
nación; Santos Degollado, en relaciones; Miguel Lerdo de Tejada, en ha-
cienda; Manuel Ruiz sigue en justicia y José Gil Partearroyo en Guerra.
Ocampo permanece en el puerto durante el sitio del mes de marzo: en abril
acompaña a Santos Degollado que llevó auxilios al puerto de Tampico; y en
agosto va con la familia de Juárez que, en busca de un mejor clima, se ins-
tala durante algunas semanas en Huatusco.32
Parece ser que Miguel Lerdo de Tejada pensó en una rápida ratificación
del tratado McLane-Ocampo; inclusive llegó a considerar que, aún antes de

a
ser ratificado el tratado, le sería posible obtener créditos en el país o en

rrú
Norteamérica, por cuenta de la indemnización por derechos aduanales ce-
didos a norteamericanos en el mismo, para atender a las necesidades de la
guerra. Poco se tardó en comprender, tanto en México como en Veracruz,
Po
que el tratado no sería ratificado y que por lo tanto, no habría créditos nor-
teamericanos de consideración para el gobierno de Juárez; Lerdo abandonó
el ministerio de hacienda a fines de mayo por diferencias de criterio con el
a

Presidente.33 Poco antes, se habían retirado José Gil Partearroyo del minis-
eb

terio de guerra, sustituyéndolo el general Pedro Ampudia, así como Santos


u
pr

el modo de seguir la guerra, ha hecho dimisión de la cartera que estaba a su cargo, y entrado
1a

en su lugar el señor Degollado. Los papeles reaccionarios comentan de mil maneras este
acontecimiento que nada tiene de notable, y menos en un sistema democrático…Autoriza-
dos competentemente para ello, podemos asegurar a nuestros lectores que la salida del se-
ñor Ocampo ha sido un acto de convicción de dicho señor…pues viendo que no estaba de
acuerdo con la mayoría de sus compañeros y que de esto podían resultar obstáculos en la
marcha de la administración, creyó mejor separarse de un puesto que jamás consideró su
patrimonio…” El Diario de Avisos publicó en México, el 11-II-1860, diciendo que lo tomaba
de la prensa de Veracruz, el texto de la renuncia de Ocampo, dirigida a Llave. Tiene fecha
20-1-60. Ocampo expresó su gratitud al Presidente y manifiesta que podía contar con “su
firme adhesión a los principios” liberales.
31  La prensa de la ciudad de México publicaba documentos, con frecuencia deformados

con mala intención, que se suponían interceptados a los liberales. Después de la derrota de
Degollado en la Estancia de las Vacas, publicó cartas de Ocampo cuyo contenido es dudoso;
sin embargo, las discrepancias con Lerdo no son dudosas. Véase: Diario de Avisos; 13-1-
1860 y 28-1-1860.
32 Véase: INAH; doc. 17-3-6-7 (1a. serie, caja 12) y Obras; tomo III, p. 576.
33  Véase la referencia (26).
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  263

Degollado del ministerio de relaciones exteriores, que fue ocupado enton-


ces por José de Emparan.34
Se abrió así un período de transición, acompañado de las primeras de-
rrotas decisivas aplicadas a Miramón por González Ortega y otros genera-
les del ejército liberal. Juárez gobernó entonces con un gabinete incompleto
(el quinto en Veracruz), durante un trimestre, hasta que se vio a la puerta el
triunfo militar. Este período fue acompañado de varios intentos de la Gran
Bretaña y Francia, encaminados a ganar el apoyo de los líderes liberales
para una transacción entre los dos grupos contendientes, con participa-
ción de los representantes de esos países. Se recordará que fueron invita-
dos Miguel Lerdo, González Ortega, Manuel Doblado y finalmente Santos
Degollado; Lord Russell destacó a México al capitán W. C. Aldham, y tanto

a
el ministro inglés Mathew como el represente francés de Gabriac colabora-

rrú
ron con él para gestionar un arreglo político de la guerra civil.
A fines de mayo, además, se presentó en Veracruz un embajador de la
reina Isabel, con autorización de su gobierno para reanudar relaciones,
Po
quien fue dejado pasar hacia la ciudad de México por el gobierno juarista.
El embajador Pacheco intervino activamente para ayudar a Miramón y
planteó después un serio problema que Ocampo resolvió expulsándolo del
a

país.35
eb

El tercer trimestre del año 60, cuando era clara la amenaza de algunas
defecciones entre las filas liberales —que finalmente ocurrieron cuando
u

Santos Degollado aceptó entrar en conversaciones con Mathew, el 21 de


septiembre— el gabinete de Juárez consta solamente de Ignacio de la Llave
pr

en gobernación, Ruiz en justicia, Pedro Ampudia en guerra y José de Empa-


ran en relaciones y fomento; la secretaría de hacienda estuvo en manos de
1a

Pedro de Garay y de un oficial mayor, encargado del despacho.


Juárez rechazó la propuesta de mediación del ministro inglés Mathew el
día 22 de septiembre de 1860. Dos días más tarde, al mismo tiempo que se
enteraba de las conversaciones de Degollado con los ingleses, llamó a
Ocampo de nuevo al ministerio. Con esto se formó el último (y sexto) gabi-
nete de Juárez en Veracruz; aparte de don Melchor, que se encargó de rela-
ciones y ocupó también durante un par de meses el ministerio de hacienda,
integran el gabinete de la Llave en gobernación y guerra, Emparan al frente
de fomento, y Juan Antonio de la Fuente sustituyendo por fin a Manuel
Ruiz en justicia. Este era el gobierno de Juárez cuando se aproximaba la

34  Ocampo siguió algún tiempo fuera del gabinete.


35  Una amplia documentación sobre el incidente con Pacheco, puede verse en Historia
del primer congreso constitucional; tomo IV, pp. 19 a 202.
264  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

derrota definitiva de Miramón en Calpulálpam y el regreso a la ciudad de


México. Este gabinete de la victoria, tuvo también la honra de ser el que
aprobó la última ley de reforma que se dio en Veracruz, la ley Fuente sobre
libertad de cultos.
Juárez mismo explica en sus memorias la forma en que llevó a cabo una
completa reorganización de su gobierno, inmediatamente que llegó a la ca-
pital, que había sido ocupada por las tropas republicanas quince días an-
tes.36 Don Benito despachó por delante a Ocampo y a Llave, con instrucciones
precisas sobre la forma en que debería organizarse el gobierno en la ciudad
de México. El gabinete discutió las instrucciones respectivas y en ellas se
previeron las grandes dificultades políticas que acompañarían a la ocupa-
ción de la capital.37 El gobierno de Veracruz acordó que la convocatoria a

a
elecciones, que había sido expedida el 6 de noviembre de 1860, se aplicaría
en las zonas que fueran liberadas de los ejércitos conservadores. Este pun-

rrú
to no estaría sujeto a negociación de ninguna especie, entendiéndose su
aplicación como una simple reanudación del orden constitucional. Sin em-
Po
bargo, como la convocatoria preveía la celebración de las elecciones prima-
rias el primer domingo de enero de 1861, a nadie podía escapar que la
ciudad de México, apenas ocupada por los liberales se precipitaría en una
a

frenética agitación política; el gobierno que se instaló en México el 11 de


eb

enero, por lo tanto, se enfrentaría, desde el primer día, a una intensa pre-
sión. Desde luego, los enviados no deberían aceptar intervenciones diplo-
máticas ni celebrar armisticios, sino sólo capitulaciones por necesidades
u

de guerra.
pr

El 2 de enero escribió Guillermo Prieto a Manuel Doblado y le decía:


“Ocampo ejerce el ministerio de hacienda; Llave el de guerra; Iglesias tiene
1a

la inspección accidental de las oficinas y la administración de la aduana;


Justino Fernández es el gobernador del Distrito. Lerdo, en un eclipse par-
cial, no sale de su casa; pero sus partidarios trabajan infatigables por su
candidatura…Varios liberales hacen guerra sin disimulo al señor Ocampo
quien, por su parte, afronta la grita y sigue su programa inflexible”.38 Como
ejemplo de esta decisión de Ocampo, Prieto menciona la reorganización ad-
ministrativa que emprendió de inmediato, al llegar a la capital, provocando
el inevitable descontento.
Iglesias39 fue originario de la capital y estaba casado con una parienta de
doña Javiera Tapia, la madrina de Ocampo. Siendo regidor del ayuntamiento

36  Datos autobiográficos; pp. 276 y 277.


37  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 102 a 104.
38  Archivo de Doblado; p. 269.
39 1823-1891.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  265

de la ciudad de México, se trasladó a Querétaro en 1846 y participó en la


elaboración de un relato histórico de la guerra americana desfavorable a
Santa Anna; por ello fue, más tarde, perseguido por Aguilar y Marocho. Co-
laboró con Miguel Lerdo en la aplicación de la ley de desamortización de
1856 y publicó, al año siguiente, la ley de obvenciones parroquiales que
Ezequiel Montes consultó con Ocampo, siendo ministro de justicia de Co-
monfort. Tuvo participación también en la aplicación de la ley Juárez y en
la elaboración de otras leyes importantes, más adelantado ya el siglo XIX.
En septiembre de 1857 entró por primera vez a la suprema corte y más tar-
de colaboró dentro de la secretaría de hacienda; durante siete años formó
parte después del gabinete de don Benito. Por ser presidente de la suprema
corte cuando Sebastián Lerdo se reeligió en 1876, Iglesias se proclamó pre-

a
sidente de la república, alentado por los porfiristas, que sin embargo, lo

rrú
hicieron salir del país, el 23 de enero del año siguiente. Regresó en octubre
del mismo año; en Nueva York publicó un relato de los hechos. Desde en-
tonces vivió separado de las cosas públicas. En cierta forma, su aparta-
Po
miento de la lucha liberal durante la guerra de tres años no fue una
casualidad; perteneció al grupo de liberales que sirvieron indiscriminada-
mente a las administraciones de Comonfort, Juárez y Lerdo, pero se abstu-
a

vieron de actuar cuando no ocupaban puestos oficiales.


eb

Dejemos la palabra al propio señor Juárez: “El señor de la Llave —escri-


bió don Benito en sus efemérides el 11 de enero—, me manifestó que en la
u

ciudad se trataba, en varios círculos liberales, de pedir la remoción del mi-


nisterio, según le había dicho don Ezequiel Montes al señor de la Fuente. El
pr

señor Ocampo me propuso que lo más conveniente sería que los actuales
ministros presentaran su dimisión para que yo quedará en libertad de for-
1a

mar un nuevo gabinete, pues de ninguna manera quería que el personal del
ministerio fuese un obstáculo para la marcha del gobierno en las presentes
circunstancias. Los señores de la Llave, de la Fuente y Emparan fueron de
la misma opinión. No accedí a esta pretensión de los señores ministros por-
que consideré injusta la exigencia áe los que pedían el cambio de gabinete,
pues los señores ministros que en los días aciagos habían trabajado con
lealtad y constancia para sostener con honor al gobierno, no habían dado
motivo alguno, el más leve, que los hiciere indignos de la confianza pública
y del jefe del estado”.40
Sin embargo, es evidente que para esa fecha el sexto gabinete formado
en Veracruz estaba muerto, y que con sus reticencias, don Benito sólo quería

40  Véase la referencia (36).


266  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

enterrarlo con todas las ceremonias del caso. En efecto, por una variedad
de razones era totalmente cierta la observación de Ocampo: la gente quería
“nuevas caras”.41
Las razones eran múltiples. Por un lado, no debe subestimarse el des-
gaste sufrido por el país durante tres años de guerra civil. Los recursos
económicos y financieros habían prácticamente desaparecido; la única so-
lución al problema financiero, lo habían subrayado Juárez y Ocampo en
varias ocasiones, era un período de paz que permitiera la reanimación eco-
nómica. A ello se oponía una situación política tensa por la campaña presi-
dencial; la popularidad de Lerdo era grande, para detenerlo no había más
camino que arrebatarle la bandera de la reforma, que el veracruzano consi-
deraba casi cosa personal suya. Nadie mejor que Ocampo para esa tarea,

a
pero necesitaba al hacerla estar fuera del gobierno, ya que en otras condi-

rrú
ciones los ataques beneficiarían a Lerdo, quien contaba con buena parte de
la prensa a su favor. Si don Melchor abría la brecha, como simple particular
y sin ocupar puesto oficial, ya podrían otros exministros de Juárez colabo-
Po
rar a la lucha contra Lerdo, y después la maquinaria juarista daría cuenta
de las últimas esperanzas que hubieran quedado a don Miguel. No debe
perderse de vista que Lerdo había sido atacado sin razón desde 1848, a
a

causa de mantener buenas relaciones con los ocupantes norteamericanos


eb

de la capital, cuando formaba parte del ayuntamiento de la misma.42 El


fuerte carácter nacionalista y antiyanqui de la prensa durante los primeros
u

meses de 1861, no podía sino favorecer a Juárez, pues su contrincante más


fuerte era, con mucho, Miguel Lerdo.43
pr

Por otro lado, la guerra de tres años había sido un tremendo proceso
catártico; la violencia política de los discursos de Altamirano en 1861 ha-
1a

bría sido inconcebible en la época de Comonfort, cuando hasta don Juan


José Baz participaba en las intrigas de Payno, Doblado, Zuloaga y el Presi-
dente, dentro de una confusión ideológica inimaginable, a la cual no fueron
totalmente inmunes ni siquiera de la Llave, Gutiérrez Zamora y otros vera-
cruzanos.44 Habían surgido nuevas cabezas, tanto en la lucha militar como

41  Obras; tomo II, p. XCIV.


42  Lerdo publicó, como ya dijimos, varias cartas en la prensa negando las imputaciones
de esta naturaleza. Véase: La Revolución; 30-IX-1855.
43  A pesar de que murió antes de la elección. Lerdo obtuvo más de 20% de los votos

de los electores secundarios. Véase: Historia del primer congreso constitucional; tomo IV,
p. 121.
44  Un pintoresco relato de los hechos, redactado por el propio Baz, puede leerse en su

opúsculo aparecido en La Bandera Roja; 10-1-1859 y siguientes. Véase, además: Memoria


sobre la revolución de diciembre de 1857.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  267

en la discusión política; ya para entonces, Alamán, F. Ramírez, Cuevas, etc.,


es decir, los dirigentes conservadores o moderados que se habían opuesto a
los inicios de la reforma, diez años antes, muertos o no, eran cosa del pasa-
do. El mismo Santa Anna, aunque creía posible una vuelta más al poder,
estaba totalmente desprestigiado y repugnaba sobre todo a las nuevas ge-
neraciones. Esta nueva situación política se personalizaba en el joven y
brillante general González Ortega. “Caras nuevas” en el gabinete quería
decir ante todo que el zacatecano debía formar parte del gobierno. En efec-
to, Juárez estaba tan presionado en este sentido que la entrada de González
Ortega se adelantó una semana. Pero de inmediato lo siguieron Francisco
Zarco, que se encargó de gobernación y relaciones, Ignacio Ramírez que
tomó fomento y justicia, así como, por un breve tiempo, el comodín de Juá-

a
rez en hacienda, don Guillermo Prieto.45

rrú
Zarco se había quedado en México en 1858, había ido a Veracruz, se-
gún parece; había sido detenido después de un tiempo de lucha subterrá-
nea en la capital contra los conservadores y fue sacado, literalmente, de
Po
una celda de la cárcel de Belén cuando los ejércitos de González Ortega en-
traron a México. Hombre de un considerable prestigio, muy razonable y
equilibrado, representaba lo que modernamente se ha llamado “la resisten-
a

cia” y respetaba en lo personal mucho a Juárez. Poco necesita decirse, si se


eb

recuerda el prestigio intelectual de Ignacio Ramírez entre los liberales, ga-


nado por su intransigencia y la altura de sus miras, para explicar su presen-
u

cia en este séptimo gabinete de Juárez, que abría las puertas del gobierno a
lo más granado de una nueva generación surgida de la guerra.46
pr

Es imposible saber cuál habría sido la suerte de Ocampo, de haberse li-


brado de la pasión conservadora, por el simple camino de escapar de las
1a

manos de Lindoro Cajiga; habría tenido que acudir al congreso, para el cual
había sido electo pero al que no quería presentarse, aún a riesgo de ser con-
denado por ello. Porque resulta inconcebible que no respondiera a los ata-
ques de Aguirre, hombre de muy dudosa reputación política, como liberal.
Pero queda la duda de si, al hacerlo, se habría ligado de nuevo con la admi-
nistración de Juárez, con quien mantenía buenas relaciones en lo personal.47

45  Prieto, el único que ya había estado en el gabinete, fue objeto de fuertes ataques, al-

gunos de ellos hasta difamatorios, como previo Ocampo.


46  Desde un punto de vista estrictamente político I. Ramírez destacó desde 1850 por el

proceso que las autoridades del estado de México hicieron a su artículo “A los Indios”, pu-
blicado en la revista Themis y Deucalión de Toluca. Véase: El Demócrata; 9-V-1850 y
siguientes. El jurado absolvió a Ramírez.
47  Véase el capítulo: “Un dirigente liberal se retira”.
268  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El hecho es, sin embargo, que Ocampo salió de México inmediatamente


después de la polémica contra Lerdo. Al saber la muerte de éste último, dos
meses después, viendo a González Ortega en el gabinete de Juárez hasta
celebradas las elecciones y estando a punto de reunirse el congreso, Ocam-
po tiene que haber considerado su retiro como algo definitivo. Si preveía o
no la intervención extranjera, es pregunta que carece de sentido, porque no
fue hasta octubre del año 61 que Lord Russell, Javier Izturiz y Flahaut fir-
maron la convención de Londres que la desencadenó. No es creíble tampoco
que pensara en una etapa prolongada de paz; pero a su familia le dijo, cate-
góricamente, que se retiraba de los negocios públicos.48 Don Benito, en el
último momento intentó retenerlo para que se hiciera cargo del Monte de
Piedad, que el gobierno administraba en ejercicio de un patronato que ha-
bía sido del rey de España. Aunque Ocampo aceptó en un principio, llegan-

a
do hasta hacer algunos planes para la modernización y expansión de la

rrú
institución, ocho días después rehusó el cargo, que pasaba por ser ventajo-
so desde que años antes habían sido designados para ocuparlo personajes
Po
tan distinguidos como don Manuel Gómez Pedraza, Jone Joaquín de Herrera
y Mariano Arista.49 Poco después se revivió el rumor de que sería ministro
en Inglaterra, pero la cosa no se formalizó.50 A fines de abril, Juárez se em-
a

peñó en tener a Mata en el gabinete, aunque sólo fuera por unos días, en-
cargándole el ministerio de hacienda, entre tanto el congreso lograba
eb

reunirse. Todavía en mayo, cuando en la cámara se criticó a los jueces que


no daban trámite al juicio de Isidro Díaz, don Melchor escribió a Juárez para
u

decirle que los acontecimientos estaban justificando así la expulsión de los


pr

obispos acordada en enero. “¿Qué dirá ahora el señor Fuente?” preguntó a


don Benito. La señora Juárez envía a Ocampo algunos regalos para su fami-
lia y don Melchor corresponde enviándole dulces, frutas y vinos de la re-
1a

gión de Michoacán donde vive.51

Ocampo diplomático

Como hemos señalado, el señor Ocampo ocupó la secretaría o ministe-


rio de relaciones en cuatro ocasiones, la primera de ellas bajo el gobierno

48  INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-3-12 (20-I-1861).
49  En cada ocasión, la prensa conservadora había atacado al gobierno, presentando el
puesto como una canongía. Aún Mata felicitó a Ocampo por no haber aceptado; véase:
INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-162 (9-II-1861). También El siglo
XIX; 10-11-1861, sobre los planes de Ocampo.
50  La Independencia; 11 y 18-III-1861.
51  Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 431 y 435.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  269

del presidente Álvarez, surgido de la revolución de Ayutla, y las otras tres


durante el gobierno de don Benito Juárez, quien había sido reconocido
como presidente interino, por el partido liberal, al salir Comonfort del país,
en vista de que era presidente de la suprema corte de justicia.
La tarea más importante que correspondió a don Melchor en sus cuatro
actuaciones al frente del ministerio de relaciones fue sin duda el manejo de
los tratos con Estados Unidos que condujeron, finalmente, a la firma del
famoso tratado con McLane, del cual nos ocuparemos ampliamente en ca-
pítulo aparte. Por razones de simplicidad en el tratamiento del tema, en ese
capítulo se examinan otros aspectos de las relaciones con los Estados Uni-
dos, que no corresponden propiamente a las negociaciones del tratado. Sin
embargo, en el curso de sus gestiones diplomáticas, Ocampo hizo frente a

a
otros incidentes de las relaciones internacionales de México, que es conve-

rrú
niente analizar también.
La primera gestión de Ocampo en la secretaría de relaciones exteriores
se limita a quince días, comprendidos entre el 5 de octubre de 1855 y el 20
Po
del propio mes.52 Su segunda intervención en el campo de las relaciones
internacionales abarca del 21 de enero de 1858, al 17 de agosto del año si-
guiente, o sea un período de 574 días.53 Por tercera vez ocupó el cargo del
a

1o. de diciembre de 1859 al 22 de enero de 1860: lo cual comprende un lap-


eb

so de 53 días.54 Finalmente, su cuarta gestión se desarrolló del 25 de sep-


tiembre de 1860 al 17 de enero de 1861, y tuvo por lo tanto una duración de
u

115 días.55
En resumen, resulta que Ocampo dirigió la política exterior de nuestro
pr

país durante 742 días, es decir de hecho durante 2 años de la administra-


ción juarista, además de sus “quince días de ministro” con Álvarez.
1a

En el gobierno surgido de la revolución de Ayutla, Ocampo fue práctica-


mente jefe del gabinete que Álvarez nombró al día siguiente de su propia

52  Sobre este período consúltese: Obras; tomo II, pp. 205, 206, 251 y 252; La Verdad;

20 y 27-IX, 1o. y 3-X-1855; La Revolución; 27 y 30-IX-55; La Patria; 20. 25. 26. 28 y 29-IX-
55, 21-X-55. Juárez, correspondencia; tomo III, p. 333.
53  Los documentos básicos de esta época, se encuentran en: La administración pública

en la época de Juárez; tomo II, pp. 229 a 234 Juárez, correspondencia; tomo II, pp. 297. 343,
344. 347. 349, 350, 353, 355, 358. 385, 398. 425, 432. 444, 560 y 562; y tomo III, pp. 460,
461. 478. 481. 497. 514, 540, 548, 550, 554, 561, E72, 575. 582, 588, 589, 617, 653 y 655.
Obras; tomo II, pp. 216 a 229.
54  Para las referencias documentales sobre este período, véase el capítulo sobre el tra-

tado McLane.
55  Respecto a este lapso, puede consultarse: Juárez, correspondencia; tomo II, p. 766 y

tomo III, pp. 75 y 92; El Heraldo; 17 y 25-I-1861.


270  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

designación como presidente, acordada por los representantes de los depar-


tamentos el día 4 de octubre.56 Ocampo como se recordará, fue vicepresi-
dente de la junta de representantes.57 En el movimiento contra Santa Anna
habían participado muchos otros liberales; en el propio grupo de exiliados
de Nueva Orleáns figuraban no sólo personas que, como Juárez y Arriaga,
habían ocupado puestos políticos de similar jerarquía que los ocupados por
Ocampo, sino también Juan B. Ceballos, que había sido presidente de la re-
pública. Sin duda, la vertical actuación de Ocampo durante los meses in-
ciertos del plan del Hospicio —un período complicado y oscuro en que,
como hemos indicado, muchos liberales sirvieron, consciente o inconscien-
temente, los planes de Santa Anna y de Alamán, es decir, de una confabula-
ción del ejército y los conservadores— marcó un franco contraste en su

a
favor. El hecho es que obtuvo en Cuernavaca 3 votos para ocupar la presi-
dencia, entre los 23 de los delegados departamentales.

rrú
Los titubeos y vacilaciones de otros liberales, explican que a don Mel-
chor se le encargara la integración del primer gabinete de Juan Álvarez. El
Po
“me quiebro, pero no me doblo” de 1853, había clarificado su estatura mo-
ral y su ersonalidad política.
James Gadsden informaba a Washington ni 19 de octubre de 1855: “el 6
a

del presente el presidente Álvarez comunicó a todas las legaciones extran-


eb

jeras la organización de su gobierno y el mismo día el ministro de relacio-


nes, Ocampo, ratificó los preparativos para reanudar las relaciones con los
gobiernos extranjeros…Esta legación respondió rápidamente a la invita-
u

ción formulada por el ministro…y me dirigí a Cuernavaca a felicitar al nuevo


pr

gobierno por el triunfo de la causa por la que luchó en apoyo de una tole-
rancia civil y religiosa”.58
1a

Dificultades de orden político general, según ya dijimos, separaron a


Ocampo del gobierno de Álvarez y antes de dos meses separaron al propio
Álvarez de la presidencia. No tuvo oportunidad el michoacano de realizar
prácticamente gestión alguna en materia de relaciones exteriores. Como se
sabe, en aquella época, antes de las leyes de reforma, la secretaría de rela-
ciones se ocupaba también de los asuntos relacionados con la Santa Sede;

56  Véase el decreto de Álvarez en que nombró la junta, en: La Revolución; 28-IX-1855.

Ocampo llevó como suplente a Octaviano Ortiz.


57 Véase: La Revolución; 6-X-1855. El suplente de Ocampo debió entrar a la junta, se-

gún el mismo periódico (10-X-55).


58  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 333. Ocampo dirigió a Gadsden, poco antes de

renunciar, una protesta enérgica por la invasión de territorio mexicano que realizaron 300
norteamericanos, contando con “tolerancia culpable” de las autoridades de Texas. Obras;
tomo II, p. 252.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  271

ya para entonces los autores conservadores consideraban a Ocampo un li-


beral extremista y peligroso, como se refleja en la opinión expresada por
Alamán en su carta a Santa Anna de 1853. Otro ejemplo similar, se puede
ver en la correspondencia de don Mariano Riva Palacio, en la carta que le
dirigió el 23 de diciembre de 1855 Antonio Ma. de Rivera, donde éste dice:
“Cuando vi de ministro de relaciones al señor Ocampo, perdí toda esperan-
za; más hoy la tengo muy grande por el concepto que me merece el señor
Comonfort y porque en todos los miembros del actual gabinete supongo
principios verdaderamente liberales y suficientemente religiosos…hágame
favor de decirme con toda franqueza, después de hablar con el señor presi-
dente, si se concluirá o no pronto tan importante como antiguo negocio”.59
El señor Rivera había arreglado en la época en que don Mariano era minis-

a
tro de negocios eclesiásticos de José J. Herrera, que se estableciera una villa

rrú
episcopal en el estado de Veracruz, para ¡o cual había obtenido ya un acuer-
do favorable del Papa quedando pendiente tan sólo la designación del obis-
po. Los liberales habían procedido hasta entonces con mucha circunspección
Po
—hay que recordar el trato cuidadoso que el propio Juárez había dado a los
problemas con el clero, siendo gobernador de su estado natal, cuando no se
había promulgado aún la legislación reformista—; pero el señor Rivera qui-
a

so pensar que los hombres de Ayutla tenían divergencias respecto a estas


eb

cuestiones.
Cuando vuelve a ocupar la cartera de relaciones exteriores, llamado
u

ahora por don Benito a Guanajuato, lo primero que tiene que hacer Ocam-
po, como en 1855, es tratar de lograr que continúen los tratos diplomáticos
pr

con los representantes de los países extranjeros. Según parece, desde el


mismo día de su designación, Ocampo se dirigió a Forsyth, el ministro de
1a

los Estados Unidos, manifestándole por escrito la voluntad del gobierno


de Juárez de continuar las relaciones normales con ese país.60 Como se sabe,
sin embargo, los Estados Unidos reconocieron al gobierno de Zuloaga y
Ocampo tuvo que defender la legalidad del régimen de Juárez, en una co-
municación enviada tres días después, en la cual declara temer que la ante-
rior no se hubiera recibido. “Fundándose en la ley y en derecho, este
gobierno —escribe Ocampo— se dirige a S.E. el señor ministro de los Esta-
dos Unidos, confiando en que seguirá entendiéndose únicamente con el
infrascrito para continuar las buenas relaciones de amistad que por su parte

59  Archivos de Mariano Riva Palacio; doc. 5631.


60  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 297. Cuando Forsyth recibió esta carta, la pren-
sa de la ciudad de México ya había publicado el manifiesto de Juárez en que anunció el esta-
blecimiento del gobierno en Guanajuato; véase: Le Courrier Frangais; 27-I-58.
272  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

desea conservar con los Estados Unidos”.61 La respuesta privada de Forsyth


demostró que Ocampo se había equivocado; su carta del 22 sí había si Jo
recibida, pero el 27 el ministro Forsyth había escrito a Cuevas, ministro de
relaciones de Zuloaga, reconociendo a su gobierno.62 La reacción de Ocam-
po es diáfana: “Sin duda —escribe en lo particular a Forsyth— no ignora
usted que el Excmo. señor presidente de la suprema corte de justicia, que
era la persona llamada por la ley al ejercicio de la suprema autoridad, des-
pués que el señor Comonfort rompió sus títulos legales para ejercerla, se
encontraba preso en el mismo palacio de México…tan pronto como el
Excmo. señor Juárez pudo presentarse en esta ciudad, fue reconocido por
los estados…y llamado yo a su gabinete, mi primer acto fue dirigirme al
cuerpo diplomático para notificarle quedaba instalado en esta ciudad el go-

a
bierno general del país”. “Dice usted —añadía Ocampo— haber sabido que
la costumbre del cuerpo diplomático ha sido reconocer al gobierno de la

rrú
capital. Permítame usted le recuerde que, al triunfar la revolución conocida
con el nombre de Ayutla, el representante de los Estados Unidos fue el
Po
primero en marchar a Cuernavaca para felicitar y reconocer en su carácter
oficial, al Excmo. señor general don Juan Álvarez…entonces también se
llamaba gobierno general de la nación el que se había establecido en la ca-
a

pital y a cuyo frente se había colocado el general don Martín Carrera”.63


eb

Una semana después, Ocampo se dirigió al general Manuel Robles Pe-


zuela —el ministro anterior a Mata en Washington—, a quien ya había in-
formado en enero 26 sobre la instalación del gobierno constitucional en
u

Guanajuato, ordenándole entrevistarse con el secretario de estado para pe-


pr

dirle que se dieran nuevas instrucciones a Forsyth.64 Simultáneamente,


Ocampo escribió, ya en forma oficial, al ministro norteamericano diciéndole:
1a

“Según el derecho público universalmente reconocido y observado por todas


las naciones civilizadas, no puede considerarse gobierno «de hecho» de una
nación al que se quiere llamar así porque ocupa una ciudad aunque sea la
capital…El infrascrito cree que el Excmo. señor Forsyth podía muy bien ha-
ber demorado el reconocimiento del titulado gobierno de México hasta saber
si ese gobierno podía hablar en nombre de la nación mexicana…El infrascri-
to no seguirá discutiendo con S.E…dejará que los acontecimientos que se
van desarrollando rápidamente hagan patente a todos cuál es el verdadero
gobierno «de hecho» y de derecho de la nación mexicana…”65

61  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 344.


62  Idem; p. 349, con los comentarios de Ocampo.
63  Idem; p. 347.
64  Idem; p. 349.
65  Idem; p. 350.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  273

La posición básica que sostuvo Ocampo fue el carácter legal y legítimo


del gobierno organizado en Guanajuato por Juárez. El “me quiebro, pero no
me doblo”, ahora en otro sentido; ya no era sólo la negativa a reconocer un
golpe de estado que carecía de propósitos políticos claros y de justificación
histórica, como había ocurrido el 5 de enero de 53; esta vez se trataba de
sostener y sacar adelante una solución legal y viable que rectificara el cuar-
telazo de diciembre de 57.
Este principio vuelve a aparecer, un año más tarde, cuando las intrigas
del ministro francés en México —el señor de Gabriac—, amenazan lanzar a
la flota extranjera contra Veracruz, con el pretexto del cobro de intereses de
la deuda exterior, al tiempo que Miramón preparaba su ejército para sitiar
la ciudad. El 3 de febrero, por instrucciones de Juárez, aprobó Ocampo la

a
convención celebrada con la marina inglesa por las autoridades del puerto,

rrú
que puso punto final a la intriga del ministro francés.66 En esta convención
(artículo 10) se debería indicar, según las instrucciones del ministro de re-
laciones, que en el caso de que Juárez ocupara la capital de la república se
Po
respetarían los términos de la convención, pero “en cuanto a que estas esti-
pulaciones (sirvieran) de base a una futura convención diplomática (el pre-
sidente Juárez) se reservaba el derecho natural de discutir cuál y cómo debe
a

ser ésta, cuando se (entablara) por los medios regulares y debidos la solici-
eb

tud respectiva”.67 “En estas negociaciones —escribía Ocampo a sus repre-


sentantes en el exterior— se ha prescindido absolutamente de las fórmulas
u

y solemnidades comunes, porque se deseaba, como se ha conseguido, lle-


gar a un avenimiento que aleje, por algún tiempo al menos, la proximidad
pr

de las hostilidades”.68
El gobierno de Juárez luchaba por su vida con el mar a la espalda; si se
1a

repasan los términos de esta convención, queda de relieve otro de los pun-
tos de apoyo de la gestión diplomática de don Melchor. Amenazado de
muerte, el gobierno se consideraba autorizado para ceder cualquier suma
de dinero o garantizar algún beneficio futuro; por más que el trato se hacía
en condiciones tales que no podía esperarse equidad y probablemente tam-
poco justicia.
El señor de Gabriac, comentó Ocampo en una carta que no llegó a cursar,
“es bastante profundo en diplomacia para haber hecho que el pobre mon-
sieur Pénaud (el contralmirante francés), ignorante de los hechos, se metiese

66 Los datos que sobre la actitud antipatriótica de los conservadores hizo públicos

Echeagaray más tarde, pueden verse en Pasquel; pp. 57 y 58.


67  La administración pública en la época de Juárez; tomo II, p. 231.
68  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 482.
274  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

en tal algarabía de reclamaciones, que yo no tuve que hacer más que aflo-
jar en los pedidos que hacían…”.69 Las condiciones en que el producto de la
aduana de Veracruz se destinaba al pago de la deuda extranjera, eran tan
desfavorables ya que la nueva reclamación resultó poco importante: “¡De
quince (por ciento) que tenían para un solo artículo, exigen ocho para va-
rios!”, comentó burlonamente Ocampo. Lo que no se cedió, en cambio, fue
el derecho natural de utilizar las facultades del gobierno, como soberano,
cuando la situación se regularizara en el futuro.
Este punto de vista había sido desarrollado con amplitud por Ocampo
en un manifiesto del presidente interino, dirigido a la nación con motivo
del viaje hostil de la flota española hacia puertos mexicanos, el día último
de octubre de 1858. “La mayor parte de los males de México son de fácil

a
remedio —dijo ese documento—. Su falta de industria cesará con la paz; su

rrú
falta de rentas con la moralidad en la recaudación y la economía en distri-
buirlas, su falta de costumbres, con unos cuantos años de un gobierno pro-
bo, enérgico y justiciero. Todos los hombres de buena fe convienen en la
Po
facilidad con que nuestra situación puede cambiarse, con sólo que alguna
vez se entre en el camino de la justicia…El modo de ser es accesorio y aun
accidental al ser; y como de que sucumbamos en la guerra con España deja-
a

remos de ser y no porque ésta vuelva a dominarnos, sino porque nos des-
eb

truiremos y dividiremos nosotros mismos, el único deber de todo mexicano


que se sienta tal, es combatir al enemigo común”.70 A la luz de los hechos
u

ocurridos en el medio siglo siguiente, los términos de este manifiesto, que


corresponden a la línea diplomática básica de la segunda gestión de Ocam-
pr

po en relaciones, resultan apoyados de sobra, por cuanto al riesgo que co-


rría la nacionalidad y la existencia misma del país. No puede dejarse de
1a

percibir un cierto optimismo exagerado, que esa propia experiencia demos-


tró bien cuan infundado era, respecto a la posibilidad de evitar cambios y
reformas violentos en los nuevos senderos que tomaba el país. “Para causa
tan sagrada, el gobierno constitucional no hace excepciones de opinión, ni
de antecedentes de partido. Llama para la defensa de la nacionalidad a
todos los hijos de México…” Más de dos años de guerra civil y casi de inme-
diato, otros cinco de guerra extranjera, demostraron que en realidad la
división era muy profunda en el país.
Los principios básicos de la diplomacia de Ocampo aparecen también
en el manejo de otros incidentes —que se examinan adelante—, durante el

69  Roeder; p. 268. Véase la circular de Ocampo al respecto, en: México a través de los

siglos; tomo V, p. 372.


70  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 398.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  275

curso de la negociación del tratado McLane. Por lo pronto, conviene recor-


dar brevemente los aspectos más destacados del resto de la labor diplomá-
tica de Ocampo; en todos los casos, sin excepción, se verán confirmadas las
líneas directrices que se han señalado.
En su informe al congreso, de diciembre de 1858, el presidente Bucha-
nan amenazó abiertamente con intervenir en México, si ese organismo lo
autorizaba para hacerlo. Ante tal situación, Ocampo se dirigió a José María
Mata, quien hacía gestiones en Washington para obtener créditos y trataba
de ser reconocido como ministro mexicano, indicándole que Juárez había
visto “con pena que tras de las palabras de aparente benevolencia, ese go-
bierno tiene la idea de intervenir a mano armada sobre nuestro territorio,
aprovechando como pretexto la inseguridad en que se hallan sus límites

a
con nosotros por la parte de Sonora y Chihuahua”. Le enviaba también ins-

rrú
trucciones para retirar la legación, si los funcionarios de Washington se-
guían dando largas al reconocimiento oficial; “pero no sin protestar
contra el abuso de poder por el cual (se) pretende ocupar a mano armada
Po
parte de nuestro territorio”. Y terminaba comentándole secamente: “que
cuide en buena hora de su terreno e intereses; pero que no se introduzca en
el ajeno”.71
a

Ocampo consideraba de vital importancia para el gobierno de Juárez,


eb

una vez que el ministro Forsyth había suspendido las relaciones con el go-
bierno conservador en los últimos días de junio de 1858, lograr el reconoci-
u

miento por parte de la administración de Buchanan. Pero, aun en los días


en que era inminente la llegada a Veracruz del agente especial William A.
pr

Churchwell, que preparó esa decisión norteamericana, repetía a Mata sus


recomendaciones anteriores. El 7 de enero de 1859 le decía: “Se recomien-
1a

da a V.E. no olvide las últimas prevenciones que se le hicieron por el correo


anterior y, en caso de que no obstante los acontecimientos que acaban de
verificarse en México (Ocampo hacía alusión así al plan de Ayotla y la caída
de Zuloaga)…aún se dieran largas indefinidas a su reconocimiento, se retire
V.E. según se le tiene prevenido”.72
El manifiesto de octubre de 1858 contenía, a este respecto, una idea re-
petida insistentemente. Los enemigos de México —se dijo en él— actúan
como si aún no existiera en nuestro territorio una nación. Algunos porque
están ligados en muchas formas con quienes oprimieron y dominaron a sus

71  El discurso de Buchanan se puede ver en: Messages and Papers of the Presidents

(1789-1897); Vol. V, p. 511 a 514 y 517. Los comentarios de Ocampo, en: Juárez, correspon-
dencia; tomo III, p. 461.
72  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 478.
276  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

habitantes durante varios siglos, porque pretenden seguir utilizando la re-


ligión como un medio de control, más que de las conciencias, de sus rentas
y sus riquezas; porque, aunque nadie ya lo cree, siguen pensando en el ori-
gen divino de sus derechos a la posesión de las Américas; otros, porque
suspiran con volver atrás de la forma republicana de gobierno, porque de-
sean mantener un centralismo imposible en un país donde no hay vías fáci-
les de comunicación. La negociación es imposible porque se trata a México
como un país sin autoridades y se envían tropas de desembarco a un punto
donde se sabe que no encontrarán funcionarios competentes para satisfa-
cer demandas internacionales.73 “Entonces, a los amagos de la fuerza debe
contestarse con la fuerza, porque no queda otro arbitrio que salve el decoro
nacional”. Al llamar a las armas al pueblo, el gobierno de Juárez reiteraba

a
su deseo de poner fin a las luchas internas, en defensa de la independencia

rrú
nacional. Una lucha así —sugiere el manifiesto citado— no será estéril, si
prueba que no estamos degenerados ni somos incapaces de formar una
nación.
Po
En ninguna forma, como se vio pronto, esta actitud exageraba las posi-
bilidades de intervención extranjera. Aun en España, que por haber domi-
nado durante tres siglos había dejado resentimiento y hostilidad, había un
a

partido intervencionista. Este partido no progresó porque las opiniones, en


eb

el caso de España, estaban muy divididas; algunas voces influyentes y au-


torizadas se levantarían, con motivo de este incidente y de otros más en el
u

futuro, francamente opuestas a una intervención en México. El propio


Ocampo, sin embargo, ya había dicho que otros intereses y otros cálculos
pr

estaban al acecho y eran tal vez igualmente difíciles de contener y rechazar.


En abril del año siguiente, llegó a Veracruz McLane llevando en el bolsi-
1a

llo la autorización para reconocer al gobierno de Juárez; y empezó por inter-


pelar al propio Ocampo, en los siguientes términos: “Al dar principio a las
relaciones diplomáticas con la República Mexicana, el presidente de Esta-
dos Unidos no cumpliría fielmente con los deberes del ramo ejecutivo del
gobierno si dejara de verificar por sí mismo:
1. Que un gobierno existe en México, el cual posee el derecho político de a
justar, de una manera honrosa y satisfactoria, las cuestiones pendientes cuan-
do las relaciones entre los dos países se suspendieron.
2. Que dicho gobierno está dispuesto a ejercer su derecho y poder político
sobre los puntos mencionados, con un espíritu de lealtad y de amistad.74

73 Véase: Idem; tomo II, p. 398.


74 
Manning; doc. 4369, anexo C. La expresión inglesa “in the premises”, usada por
McLane, no figura en la traducción de la respuesta de Ocampo: doc. 4369, anexo D.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  277

Como es sabido, Ocampo respondió al día siguiente, manifestando que


era exacta la información transmitida al presidente de Estados Unidos por
su anterior representante, en tanto había asegurado:
1. Que existe en México un gobierno en posesión del derecho político de a
justar de una manera honrosa y satisfactoria las cuestiones que estaban pen-
dientes cuando se suspendieron las relaciones de los dos países.
2. Que dicho gobierno estaba dispuesto a ejercer su derecho político con un
espíritu de lealtad y de amistad.75
Ocampo reiteró que la situación no había cambiado desde entonces.
El documento de McLane que dio origen a esta respuesta, contenía —sin
duda— una serie de otras afirmaciones del enviado Churchwell, referentes
a la Baja California, el tránsito por el istmo de Tehuantepec y otros tránsi-

a
tos o derechos de vía del río Bravo al golfo de California. Sin embargo, es

rrú
indiscutible que el texto de la respuesta de Ocampo se limitó a reafirmar
dos puntos básicos de la política exterior que en esos momentos él dirigía:
Po
que existía en México un gobierno y que ese gobierno estaba dispuesto a
tratar con su poderoso vecino para beneficio mutuo de las dos repúblicas.
Las consecuencias de la posición básica de Ocampo, en el sentido de
a

que México debería negociar con los países extranjeros sobre una base de
estricta igualdad cíe trato y de leal respeto a las obligaciones contraídas,
eb

por ambas partes, no fueron sencillas ni siquiera al inicio de su gestión. En


primer lugar, salta a la vista que no se trataba de una posición rígida, que
u

pretendiera pasar por alto las diferencias inevitables entre países fuertes y
pr

países débiles. Tampoco pretendía Ocampo, con esta actitud, ignorar los
propósitos de los fuertes sobre la base de una justicia abstracta, alejada de
1a

la realidad e inoperante. México debía reclamar trato de nación soberana,


dentro de la realidad de los compromisos y tratados que tenía contraídos,
oír y discutir las demandas de las potencias con quienes tenía que tratar.
La existencia de derechos propios evidentes no debía impedir que se discu-
tieran los propósitos de otras potencias, ni podría dejarse de cumplir lo que
la propia nación se había comprometido a hacer. De otro modo, las negocia-
ciones sólo perjudicarían a la parte débil. No habían pasado quince días a
partir del reconocimiento del gobierno de Juárez, cuando ya estaba fran-
camente a flor de tierra un problema de esta naturaleza.
“En relación con las negociaciones para tránsitos y derechos de paso
desde el golfo de California al río Grande y al territorio de Arizona —escri-
bía McLane al secretario de estado, el 21 de abril—, llamé la atención del

75  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 441.


278  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

gobierno mexicano en relación al artículo 32 del «Tratado de amistad, co-


mercio y navegación entre los Estados Unidos de América y los Estados
Unidos Mexicanos», concertado en México el 5 de abril de 1831 y propuse
se hiciera una enmienda al mencionado artículo, asentando que cualquiera
de las dos repúblicas puede proporcionar escoltas para protección de las
caravanas que atraviesan la frontera en dirección al interior de cualquiera
de ambos países”.76
En abril de 1859, a pesar de que ambas naciones eran independientes y
soberanas, las condiciones existentes en Estados Unidos y en México dista-
ban mucho de ser siquiera semejantes. El primer país se encontraba en paz,
funcionaban todos sus órganos de gobierno, uniformemente sobre todo su
territorio; el país era rico y prosperaba continuamente. México, en cambio,

a
se hallaba en plena guerra civil, la autoridad suprema había defeccionado y

rrú
el congreso federal no podía reunirse; los recursos económicos más impor-
tantes estaban intervenidos por potencias extranjeras para el pago de la
deuda externa; por ello, la carencia de medios económicos era angustiosa.
Po
Para tratar con el gobierno de Veracruz, los representantes norteamerica-
nos le habían exigido que se comprometiera a resolver todas las cuestiones
que se suscitaran ejerciendo en forma completa el poder político sobre el
a

país y a nombre de éste. La disyuntiva era muy delicada para el gobierno de


eb

Juárez, que se empeñaba en salvar la legalidad comprometida por un cuar-


telazo. No podía, por ello, desconocer sin más el tratado de 1831, negociado y
u

firmado por Alamán —a nombre de la dictadura de Anastasio Bustamante,


que sostenía la sociedad teocrático-militar— tras el asesinato traidor de
pr

don Vicente Guerrero. Tampoco contaba con recursos para establecer las
vías de comunicación y escoltar las caravanas comerciales que las recorrie-
1a

ran, garantizando su seguridad y la de quienes las utilizaran.


Esta situación se reflejó claramente en el convenio, firmado el 20 de
abril por McLane y Ocampo, en el cual éste último quiso sacar de la situa-
ción el máximo provecho posible. No hubo modificación al tratado de 1831,
como lo pedían los Estados Unidos; el número de rutas se limitó a dos; se
dejó para una decisión posterior, que podría tomarse en mejores condicio-
nes por el gobierno de México, la selección de la parte de las rutas que pro-
tegerían las escoltas de cada uno de los países contratantes; se fijó un plazo
mínimo de un mes entre dos caravanas sucesivas y eso, sólo que el comer-
cio lo justificara, pues de no ser así, el plazo sería hasta de dos meses.77

76  Manning; doc. 4375, p. 1056.


77  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 561.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  279

En las instrucciones que Ocampo dio al coronel Zerega, comisionado para


recorrer los caminos propuestos en compañía de un oficial yanqui, le decía:
“Explicará a las autoridades locales la obligación en que está México, por el
tratado de 1831, de asegurar el tránsito de ese camino y les pedirá todos
los datos que tengan sobre facilidad de pasos, aguajes, caseríos, pueblos,
carácter de los habitantes, costumbres, etc. Se informará del número de
expediciones, valor de mercancías, épocas más convenientes de hacerlas
caminar, medios de transporte, costumbre de consumo, inconvenientes de
las estaciones y todo cuanto crea que conviene conocer para formar juicio
exacto del negocio. Anotará cuidadosamente y, aunque no tengan variedad
ni interés, todos los pormenores de su viaje en un diario que de él formará”.78
Salta a la vista el propósito de Ocampo de posponer una resolución real

a
hasta el momento en que mejoraran las condiciones de México, como resul-

rrú
tado de la terminación de la guerra civil. El oficial norteamericano designa-
do para acompañar a Zerega estaba ya en Veracruz y no había manera de
rehuir las responsabilidades imprudentemente contraídas por Alamán
Po
en 1831.
Una buena comprobación adicional de que el convenio celebrado entre
McLane y Ocampo el 20 de abril, no introducía nuevos elementos perjudi-
a

ciales por encima de la situación ya existente desde 1831, es el hecho de


eb

que no trajo ninguna consecuencia práctica. Ya para el 19 de julio del pro-


pio año de 1859, el secretario de estado Lewis Cass, había detenido la apli-
u

cación del convenio y lo había declarado, de hecho, inexistente. “Si el


tratado de tránsito que está negociando —dijo a McLane— tuviera buen
pr

éxito, sería innecesario un convenio de ese tipo. De lo contrario, fácilmente


—decía Cass— podría arreglarse en el futuro”.79 La verdadera concesión
1a

peligrosa se había hecho en la época de Bustamante y Alamán al establecer


que se fijarían caminos por donde se regularizara el comercio terrestre por
la frontera norte y que las caravanas que se formaran recibirían protección
de fuerzas militares “de ambos gobiernos”, quedando por determinar en el
futuro el punto de cambio de “las escoltas de tropas de las dos naciones”.80
En aquel momento Ocampo tenía buenas razones para pensar que la
guerra civil se resolvería pronto en favor de los liberales. Las tropas del go-
bierno conservador, después de las disenciones que se presentaron entre
ellas a fines de 1858, solamente ocupaban México, Puebla, Orizaba y Cór-
doba entre las ciudades más pobladas del país. Cuando Diez de Bonilla,

78  Idem; tomo III, p. 575.


79  Manning; doc. 3941, Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 665 y 666.
80  Idem; tomo III, p. 137.
280  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

ministro de relaciones de Miramón, canceló el exequátur a los cónsules y


vicecónsules americanos, bajo el influjo de la cólera causada por el recono-
cimiento del gobierno de Veracruz, se percibieron algunos acentos optimis-
tas en la comunicación de Ocampo de acuerdo con la cual se confirmó la
autorización a los cónsules por órdenes de Juárez.81
Aún era temprano, sin embargo, para que los liberales pudieran pensar
en serio sobre su triunfo; los éxitos militares de Miramón y la reactivación
de la lucha que siguió a la promulgación de las leyes de reforma, tres meses
más tarde del incidente de los cónsules, prolongarían la guerra civil por
casi dos años más.
Este momento de éxito pasajero fue escogido por Ocampo para colocar
al enviado norteamericano frente a una iniciativa suya, que recogió nueva-

a
mente el espíritu de su política al frente del ministerio de relaciones. En

rrú
efecto, el 22 de abril le preguntó formalmente si “podían entrar en la discu-
sión y formación de un tratado sobre puntos de guerra o de alianza defensi-
va y ofensiva entre los Estados Unidos y México”. A solicitud de McLane,
Po
como es sabido, Ocampo dio forma a su proposición el 18 de junio, remi-
tiéndole un proyecto de texto, para cuya plena inteligencia es necesario
traer a la vista algunos antecedentes.82
a

En el tratado de La Mesilla, ratificado por Santa Anna después de algu-


eb

na oposición tan titubeante como inútil, el 20 de julio de 1854, se incluyó


(artículo VIII) la estipulación de que, “habiendo autorizado el gobierno
u

mexicano, el 5 de febrero de 1853, la pronta construcción de un camino de


madera y de un ferrocarril en el istmo de Tehuantepec”, ninguno de los dos
pr

gobiernos pondría obstáculo alguno al tránsito de personas y mercancías


de ambas naciones, tampoco se impondrían cargas por el tránsito de perso-
1a

nas y propiedades de ciudadanos yanquis, ni se transferirían intereses en


dichas vías de comunicación a otros gobiernos.83
“Estados Unidos —dijo ese tratado— tendrá derecho de transportar,
por el Istmo, por medio de sus agentes y en valijas cerradas, las «malas» de

81  Idem; tomo III, p. 182.


82  En estos días muchos liberales eran partidarios inclusive de aceptar la ayuda de vo-
luntarios o tropas extranjeras. Zarco, por ejemplo, lo reconoció así en 1861 (El siglo XIX;
3-VI-1861); Ruiz menciono también esa circunstancia en el congreso (Idem; I0.-VI-6I); el
estado de ánimo general puede juzgarse por las reacciones de Oseguera, que escribió a
Ocampo el 31-VII-1859: “la alianza es una necesidad”, y de Manzo que le dijo el 25-VI-59:
“me alegro de que usted piense en alianzas, es el único modo de terminar esta guerra, ver-
gonzosa y desastrosa para el país”. Véase: INAH; cartas personales, doc. 50-0-20-27 y lega-
jo 8, segunda serie, papeles sueltos.
83  Cue Cánovas; pp. 76 a 78, Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 313 y 314.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  281

los Estados Unidos…y también los efectos del gobierno de Estados Unidos
y sus ciudadanos, que sólo vayan de tránsito y no para distribuirse en el
Istmo, estarán libres de los derechos de aduana…No se exigirá a las perso-
nas que atraviesen el Istmo y no permanezcan en el país, pasaportes ni
cartas de seguridad…Los dos gobiernos celebrarán un arreglo para el pron-
to tránsito de tropas y municiones de Estados Unidos, que este gobierno
tenga ocasión de enviar…habiendo convenido el gobierno mexicano en
proteger con todo su poder la construcción, conservación y seguridad de la
obra, Estados Unidos de su parte podrá impartible su protección, siempre
que fuere apoyado y arreglado al derecho de gentes”.
Por otra parte, como tendremos ocasión de ver en detalle al discutir las
negociaciones del tratado McLane-Ocampo, debe tenerse en cuenta que

a
unos días después de la presentación por Ocampo de su proyecto de tratado

rrú
de amistad, el ministro norteamericano comunicaría al presidente Bucha-
nan la negativa última y final de Juárez y Ocampo a ceder la Baja California
a los Estados Unidos. Al hacerlo saber al secretario de estado, McLane le
Po
comunicó también el 25 de junio que el ministro de hacienda, Miguel Lerdo
de Tejada, se oponía asimismo terminantemente a la cesión de territorio en
ese momento, aun recibiendo una suma exorbitante como compensación.84
a

Desde este punto de vista, el proyecto que elaboró Ocampo en ese mes de
eb

junio era, en cierta medida, una actitud diplomática encaminada a impedir


la ruptura con Estados Unidos, que en caso de ocurrir, se habría presentado
u

en el momento más inoportuno, casi en forma simultánea con la firma del


tratado Mont-Almonte, realizada en París el 26 de septiembre del mismo
pr

año, por España y el gobierno de la ciudad de México.


Ocampo pretendía que su proyecto contribuiría a cimentar la amistad
1a

entre ambos países, a formar el derecho público de América, a diseminar y


arraigar los principios democráticos y que se opondría a la perpetuación de
los abusos feudales. La esencia de su idea reside en tres proposiciones que
deberían operar en forma simultánea: ambos países se comprometerían a
no hacerse la guerra en lo futuro; y en caso de que alguno de ellos se viera
envuelto en una guerra o disturbio interno, sería obligación del otro darle
ayuda eficaz y oportuna. Ninguna de las dos repúblicas, finalmente, estaría
autorizada para situar tropas, armas ni municiones, o hacerlas pasar por el
territorio de la otra, sino con su previo consentimiento.85

84 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 647 y 648.


85 Idem; pp. 617 a 629. Debe tenerse en cuenta que la política exterior del vecino país
se basaba entonces en el principio de no contraer compromisos militares ni diplomáticos
fuera del continente americano.
282  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Pueden hacerse algunas observaciones interesantes sobre la presenta-


ción general que Ocampo dio a su proyecto de tratado. La idea básica del
secretario de estado Cass, al elaborar sus instrucciones para McLane, con-
sistía evidentemente en obtener ventajas territoriales para los Estados
Unidos aprovechando los compromisos imprudentemente contraídos por
Alamán y Diez de Bonilla, en las administraciones conservadoras de Busta-
mante y Santa Anna. Ocampo principia por establecer los límites de los de-
rechos de paso y de las facilidades para ejercer la libertad general del
comercio; que esas administraciones habían reconocido a los Estados Uni-
dos, no es creíble que sin percibir la trascendencia de los tratados que fir-
maban. Desde este punto de vista, si los Estados Unidos persistían en basar
reclamaciones territoriales y establecer limitaciones a la soberanía de los

a
países latinoamericanos, apoyándose en concesiones formales obtenidas
por la fuerza en muchos casos, resultaría imposible organizar en el Conti-

rrú
nente una convivencia pacífica y democrática. Podría aceptarse que quien
ha venido usando una vía de comunicación, por ejemplo, dando con ello
Po
origen a intereses legítimos, tiene derecho a que no se le prive injustificada
y arbitrariamente de su uso. Pero la utilización de este tipo de “derechos”,
dice Ocampo, como servidumbres impuestas por las circunstancias o por la
a

fuerza política y militar, representaría una supervivencia del feudalismo,


eb

época histórica durante la cual, como es sabido, los abusos de los barones
de la tierra se disfrazaron muchas veces como servidumbres y derechos,
que limitaron la libertad individual y sujetaron inclusive a las personas al
u

cultivo de la tierra. La convivencia en América se vería convertida en una


pr

desigual supeditación de los débiles a los fuertes, si prevalecieran los pro-


cedimientos de esta naturaleza en el trato de las naciones americanas. Pa-
1a

rece ser que McLane tenía otras perspectivas mentales, ya que se limitó a
escribir unas breves notas informativas, en el reverso de la copia del memo-
rándum de Ocampo que propuso el tratado de amistad, al enviarla al secre-
tario de estado.86
No es de extrañar que la respuesta de Cass haya sido evasiva y suma-
mente fría. Sin embargo, autorizó a McLane a pedir un texto del proyecto;
cuando este texto fue conocido en Washington, el Secretario de Estado,
ante la insistencia de McLane, se limitó a encontrar innecesario el 30 de
julio el artículo 3o., de acuerdo con el cual la ayuda a Juárez y su gobierno
era obligatoria para la parte yanqui. “No veo que pueda ser fundamento
para cualquier convenio positivo”, declaró Cass.87 En ese momento, como

86  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 581. Véase: Manning; doc. 4391.
87  Idem; tomo III, p. 672. Manning; doc. 3942, p. 275.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  283

se recordará estaban por romperse las conversaciones y Ocampo se encon-


traba a punto de separarse del ministerio de relaciones, que entregó a Juan
Antonio de la Fuente el 17 del mes siguiente.
El pleno significado del artículo 3o. del proyecto de tratado elaborado
por don Melchor, requiere la consideración de algunos aspectos de la acti-
tud norteamericana. Después de los sucesos de Tacubaya de abril de 1859,
el ministro norteamericano empezó a presionar al gobierno de Veracruz
para que “reconociera su obligación de solicitar la ayuda del gobierno de
los Estados Unidos, cuando se ve en la imposibilidad de desempeñar las
funciones propias de un gobierno”, y declaró a Ocampo que “más o menos
tarde el gobierno de los Estados Unidos tomaría sus disposiciones, sin ate-
nerse a él o a cualquier otro gobierno o autoridad, en defensa de sus dere-

a
chos reconocidos y para proteger a sus ciudadanos”. El comentario final de

rrú
Lewis Cass, respecto al texto preparado por Ocampo, que un tanto arriesga-
damente McLane pretendía que podría ser usado por el gobierno yanqui
para sus fines de intervención, fue el siguiente: “No encuentro objeción a lo
Po
estipulado si sólo se pretende prever que nuestro gobierno tendrá plena li-
bertad de entrar a México, a petición de sus autoridades, para protección de
nuestros conciudadanos y los derechos de nuestro tratado. Pero aun sin la
a

existencia de un tratado puede ser concedida dicha libertad en todo mo-


eb

mento…Tenemos la seguridad de que sin el previo consentimiento de Méxi-


co nuestra intervención no sería permitida para los propósitos generales
u

referidos, pero no necesito decir que no será requerida ni tolerada la inter-


vención mexicana en nuestro país…”. De este modo, su propio gobierno
pr

desinfló las ilusiones que McLane se había forjado al respecto.


Las excepciones que Ocampo propuso a la aplicación de su tratado, refe-
1a

rentes a los caminos de la frontera norte y al paso y protección del istmo de


Tehuantepec, están relacionadas con la discusión del tratado propuesto por
Estados Unidos y serán examinadas, por ello, en el capítulo correspondiente.
A fines de enero de 1860, pocos días después de la separación completa
de Ocampo del gabinete de Juárez, entrando a sustituirlo en esa ocasión el
señor Santos Degollado, el presidente aprobó la designación de don Mel-
chor como ministro en Inglaterra, con poderes suficientes para negociar la
reanudación de las relaciones entre ambos países. En el curso de su viaje a
Londres, que no llegó a efectuarse. Ocampo habría pasado por Washington,
con objeto de entrevistarse con Buchanan, gozando de “amplios poderes
para arreglar y concluir los tratados pendientes entre ambas repúblicas”.88

88  Idem; tomo II, pp. 578 y 597 a 599.


284  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El propósito del nombramiento, que don Melchor aceptó el 25 de enero, fue


descrito por Santos Degollado a Lord Russell,, ministro de relaciones de
Gran Bretaña, en una carta que evidentemente no se llegó a entregar. “El
gobierno constitucional de México —decía en esa ocasión Degollado— (se
ha inclinado) a enviar a Londres, con carácter de agente confidencial…al
Excmo. señor don Melchor Ocampo, persona que por su probidad, ilustra-
ción y patriotismo y por haber desempeñado durante dos años la secretaría
de estado y del despacho de negocios extranjeros, es sin duda la más a pro-
pósito para dar todas las explicaciones que sean necesarias a fin de extin-
guir las impresiones de duda que en el circunspecto gobierno de la Gran
Bretaña hayan podido crearse…siendo de esperarse que…se reanudarán
las relaciones suspensas accidentalmente con el gobierno constitucional, el

a
mismo Excmo. señor Ocampo está nombrado enviado extraordinario y mi-

rrú
nistro plenipotenciario…”.
Las circunstancias no favorecieron la realización de esta misión de
Ocampo. Por un lado, desde el primer momento en que el senado norteame-
Po
ricano se avocó el examen del tratado de tránsito, los observadores de to-
dos los matices se dieron cuenta de que no era probable que otorgara la
aprobación requerida. Por otra parte, debe tenerse presente que el 8 de fe-
a

brero salió Miramón de la ciudad de México para emprender su segundo


eb

ataque contra Veracruz, ciudad que estuvo sitiada del 26 de febrero al 21


de marzo siguiente. Además, casi el mismo día en que Ocampo recibió de
u

Santos Degollado sus credenciales y las cartas para Buchanan y el canciller


Russell, este último, en una extensa carta a Mathew, ministro inglés en
pr

México, le dio instrucciones para iniciar su gestión mediadora entre los go-
biernos de México y Veracruz, de la cual se desprendieron con el tiempo
1a

graves consecuencias para Juárez y los liberales, incluyendo la ruptura con


Santos Degollado.89 El hecho es que Ocampo permaneció en Veracruz du-
rante el sitio, aunque sin puesto oficial ninguno, y poco después de levan-
tado éste, acompañó a Degollado a Tampico.
Durante la última gestión de Ocampo como ministro de relaciones exte-
riores, el incidente de mayor importancia aparte de la decisión de Juárez de
prescindir del tratado McLane, fue la expulsión de los ministros de España,
Guatemala y Ecuador, así como del nuncio apostólico. En verdad, este inci-
dente no tuvo gran trascendencia; pero como el ministro español, Pacheco,
pronunció sobre esos hechos un largo discurso ante las cortes de España, y
en vista de la animosidad que demostraron, en contra de Ocampo, algunos

89  Idem; tomo II, pp. 585 y 586.


CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  285

grupos de españoles que combatían contra los liberales en los primeros me-
ses de 1861, es conveniente precisar lo ocurrido y las condiciones en que
actuó Ocampo en esa ocasión, para una mejor comprensión de los hechos.
En su discurso ante el senado español, don Joaquín F. Pacheco se exten-
dió ampliamente, los días 22 y 23 de noviembre de 1861, respecto al inci-
dente de expulsión de los diplomáticos y sobre la intervención de Ocampo.
Tradujo, primero, una carta que envió el ministro francés Saligny a su go-
bierno, a fines de noviembre de 1860, en que decía al canciller, señor Thou-
venel: “Yo sé que el señor ministro de relaciones de Juárez, señor Ocampo,
que pasa por un hombre entendido y de grande habilidad, es el primero a
reírse de los rumores que han circulado acerca de (la misión del señor em-
bajador de España), y los calificó ayer de fábulas ridículas, sirviéndose de

a
una palabra más trivial, pero muy expresiva, y que indica un conocimiento

rrú
muy profundo de la lengua francesa”. El propio Pacheco, sin embargo, rela-
tó en esa ocasión las proposiciones que había hecho al gobierno de Juárez,
que se reducían en esencia a reconocer el tratado Mont-Almonte, pagar in-
Po
demnizaciones por haber decomisado la barcaza “La Concepción”, así como
por los daños causados a propiedades de españoles, tanto por las tropas de
Miramón como por las suyas propias.90 Se recordará, además, que Pacheco
a

se apresuró a reconocer al gobierno de Miramón, unos días después de la


eb

derrota sufrida por los conservadores en Silao, con la intención marcada de


reanimar a su gobierno. El 12 de enero, al día siguiente de la entrada
u

de Juárez a México, Ocampo dirigió a Pacheco una comunicación pidiéndole


que abandonara el país. La medida fue acordada la noche anterior, en una
pr

junta del gabinete presidida por Juárez.


A este respecto, Juárez escribió en las notas para su diario: “Se trató de
1a

la responsabilidad de los cabecillas reaccionarios y la manera de proceder


contra ellos. El señor Ocampo, lo mismo que el señor Llave opinaron que
debían ser expulsados de la República los obispos, así como los señores
Pacheco, Neri del Barrio y Pastor, y que los demás cabecillas fueran juzga-
dos conforme a la ley de conspiradores. El señor Fuente opinó que los obis-
pos y cabecillas debían sujetarse a juicio y castigarse conforme a las leyes…
Quedó pendiente la discusión y sólo quedó acordado, que se diera la orden
respectiva a los ministros referidos y a monseñor Clementi…”. Unos días
después, el nuevo ministro de relaciones exteriores, Francisco Zarco, expli-
có en los siguientes términos la expulsión del ministro español: “Respecto
del señor Pacheco, se tuvo por razón para despedirlo, el hecho manifiesto

90  Historia del primer congreso constitucional; tomo V, pp. 19 a 58.


286  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de que al entrar en la República…lejos de dar a conocer su carácter público


y de mantenerse en debida neutralidad…se dirigió a esta capital…y…se
apresuró a presentarse como embajador de España, reconociendo…(a) Mi-
ramón precisamente en los momentos en que…no quedaba de su poder
más que una sombra…La opinión pública, por otra parte —añadió Zarco—,
repugnaba la presencia del señor Pacheco”.91
Entre Pacheco y otros ministros del cuerpo diplomático acreditado en
México, existió una hostilidad apenas disimulada. En su discurso ante el
senado, Pacheco dijo de uno de ellos: “Cuando hay un encargado de nego-
cios de una potencia extranjera, que envía a don Santos Degollado un plan
para que tome a México…, es necesario que el gobierno mexicano pueda
poner en la costa a la persona a quien aludo”. Debe tomarse, por lo tanto,

a
con un grano de sal el comunicado que un miembro del cuerpo diplomático

rrú
envió a Pacheco al día siguiente de que le fuera comunicada su expulsión,
cuyo tenor fue el siguiente: “El señor Ocampo sale en este momento de mi
casa. Hemos tenido una conversación de más de media hora…A vista de
Po
las monstruosidades de estas últimas veinticuatro horas, que bastarían
para matar veinte gobiernos más sólidos que el de Juárez, el señor Ocampo
permanece en una seriedad asombrosa. No comprende que acaban de ha-
a

cerse culpables del más sanguinario ultraje contra S.M. la reina de España
eb

y persiste en no ver en ello sino un asunto personal del señor Pacheco. Y lo


que hay más admirable…me ha repetido lo que me había dicho primero en
u

Veracruz…no hallaba términos bastante expresivos para hacer justicia a la


moderación, al perfecto tacto, a la extrema reserva, al espíritu de concilia-
pr

ción de que no ha cesado de dar pruebas el señor Pacheco…”.92 Como si


quisiera confirmar irrefutablemente la opinión que sus colegas de la ciudad
1a

de México se formaron sobre su carácter y su habilidad diplomática, Pache-


co manifestó a su auditorio: “¿Sabéis, señores senadores, por qué se respe-
ta a los franceses? Porque el príncipe de Joinville ocupó el castillo de San
Juan de Ulúa a la fuerza. ¿Sabéis por qué se respeta a los angloamerica-
nos? Porque fueron a México. ¿Sabéis por qué se respeta ahí a los ingleses?
Porque a cualquier incidente…la escuadra de Jamaica se presenta inmedia-
tamente en Veracruz…”.93
Con estos antecedentes, no puede sorprender que el ministro de estado
Saturnino Calderón Collantes, al contestar a Pacheco en el senado el día 1o.
de febrero, se preguntara: “¿Qué resultado ni qué ventajas podría traer para

91  Idem; p. 41.


92  Idem; p. 43.
93  Idem; p. 41.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  287

el gobierno de la reina de España, que el señor Pacheco se separase de la


opinión de la mayoría de los individuos que componían el cuerpo diplomá-
tico de México…?” Como muestra de la actitud de su embajador en México,
Calderón Collantes transcribió a los senadores un párrafo de una comunica-
ción que Pacheco le dirigió, la que no tiene precio como premonición de lo
que habría de venir y como retrato de su autor: “Yo anuncio al gobierno de
la Reina, que si se pretende únicamente una acción amistosa, que si sólo
se quiere crear en México un gobierno por medio de buenos oficios, esa me-
diación amistosa no producirá resultado alguno. Es necesario imponer un
gobierno en México”.94 A la luz de estos hechos, el lector convendrá con
nosotros en que tampoco esta vez erró el blanco don Melchor.
Sin embargo, años después de la intervención francesa, cuando empe-

a
zaron a examinarse los principales aspectos de la política exterior del go-

rrú
bierno de Veracruz, se formularon duras críticas a la gestión de Ocampo.
Los escritores conservadores que se ocuparon del asunto han objetado fun-
damentalmente dos aspectos de esa labor: por un lado, desde luego el tra-
Po
tado McLane, sobre el cual nos extenderemos más adelante; pero, también,
la actitud adoptada frente a las amenazas de guerra de España hacia fines
del año 1858.
a

Sobre esta última cuestión, los escritores contrarios a la labor de Ocam-


eb

po se han apoyado básicamente en las observaciones de don Justo Sierra,


pretendiendo con ello dar un aspecto irrefutable a sus afirmaciones, como
u

avaladas por la autoridad del eminente historiador liberal. Don Justo no


escribió nada importante sobre el incidente de la expedición española con-
pr

tra Tampico, ocurrido en octubre de 1858, en su obra “Evolución Política


del Pueblo Mexicano” que como se sabe formó parte de “México: su Evolu-
1a

ción Social”, publicación aparecida con motivo del centenario de 1910. Las
expresiones que se mencionan, en el sentido de que el gobierno de Veracruz
reflejó “una pasión personal de indígena de Juárez” al contestar a la ame-
naza contra Tampico, y en general, en su deseo de convertir la guerra de
tres años en una guerra antiespañola, son de carácter subjetivo exclusi-
vamente. Corresponden a la parte elaborada por Justo Sierra del trabajo
hecho en colaboración con Carlos Pereyra, bajo el título “Juárez; su obra y
su tiempo”.95 El hecho de que don Justo haya emitido estas afirmaciones

94  Idem; p. 155.


95  Sierra; p. 302. En el manifiesto de 31-X-1858, se llama a España “nación cuerda y
prudente” que se dejó llevar de “tribunos irreflexivos”. Se menciona el panel de los españo-
les y criollos en la casta teocrátíco-militar que se creía “explotadora nata de las riquezas y
rentas” del país, y fomentaba la idea de que éste no podía regirse por sí mismo. Se postula,
288  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

indemostrables, sugiere que, si era grande la distancia entre Pereyra y Sie-


rra, en ciertos momentos por lo menos, no era menor entre Juárez y Sierra.
También han sido expresadas, por ciertos historiadores, agudas críticas
en contra del artículo 3o. del proyecto de tratado de amistad propuesto por
Ocampo. Ya vimos que el propio McLane interpretó mal sus posibles alcan-
ces y fue llamado fríamente a la razón por el departamento de estado. Se ha
llegado a decir que la proposición de Ocampo establecía un “protectorado”
yanqui sobre México; pero la afirmación no resiste el más somero análisis.
Las obligaciones que establece el artículo 3o. del proyecto presentado
por Ocampo el 18 de junio de 1859, son perfectamente simétricas y recípro-
cas. Una relación de protectorado, en cambio, es por su esencia una rela-
ción asimétrica que se engendra de obligaciones no recíprocas. El protector

a
imparte precisamente la protección, en tanto que el protegido sólo la recibe.

rrú
Razonablemente, es de esperar que el lado que recibe la protección retribu-
ya de alguna otra manera el servicio que le presta el protector; ya que si
fuera capaz de proteger a su protector, no necesitaría la protección de éste.
Po
En realidad, desde un punto de vista de simple lógica, si se imagina una
protección estrictamente mutua, cesa de ser protección y la relación entre
las partes se convierte en una alianza ofensiva y defensiva, justamente
a

como llamaba a su proyecto don Melchor. La objeción que se hace al artícu-


eb

lo 3o. de este proyecto —que fue presentado en condiciones y por razones


que ya examinamos— sólo podría tener validez si no hubieran existido, en
u

1859, condiciones en que cada una de las partes pudiera “ayudar a soste-
ner el orden y la seguridad en el territorio de la otra”. Pero basta echar una
pr

ojeada a los documentos diplomáticos cruzados en aquella época, para ve-


rificar que tanto del lado norteamericano de la frontera pasaban a México
1a

grupos merodeadores, como en ocasiones salían de nuestro territorio gru-


pos que hostilizaban a los habitantes norteamericanos en su territorio. Es
más, en el tratado de Guadalupe-Hidalgo, los Estados Unidos se habían
obligado a reprimir esas incursiones, cuando se originaran desde su país.
Nunca cumplieron estrictamente el tratado en este aspecto; hasta el punto
de que se estimaban de mayor consideración, en 1859, las reclamaciones
de mexicanos por daños causados por merodeadores provenientes de Esta-
dos Unidos, que las reclamaciones yanquis contra México —estimadas por

pues era evidente, el carácter mestizo de la nacionalidad, casi india, y por lo tanto de la re-
sistencia posible a una invasión extranjera. Debe tomarse en cuenta que el espíritu de este
análisis impresionó al mismo Zuloaga, pues, como indica el propio Sierra, se reflejó más
tarde en el manifiesto que emitió en Ixmiquilpan al iniciarse la expedición tripartita contra
México. Sierra, p. 368.
CUARTA JORNADA.  MARAVATÍO – TOXI  289

el propio gobierno yanqui en menos de “dos millones de duros”—.96 Y por si


fuera poco, todo mundo reconocía que el origen del problema residió en las
incursiones de los indios bárbaros al interior de México, después de firma-
do el tratado de Guadalupe-Hidalgo. Algunos grupos de mexicanos incur-
sionaban hacia Texas y otros estados fronterizos, como consecuencia del
resentimiento causado por la incapacidad del gobierno yanqui de cuidar la
frontera. Los derechos de México a este respecto, fueron seriamente perju-
dicados por Santa Anna en 1853, cuando al firmar el tratado de La Mesilla
relevó unilateralmente a Estados Unidos de las obligaciones que a este res-
pecto les fijaba el tratado de Guadalupe-Hidalgo. Es extraño que algunos
historiadores reaccionarios no hayan querido reparar en este aspecto del
proyecto de don Melchor, a pesar de las acusaciones sin fundamento que

a
le hacen.

rrú
El argumento contra el artículo 3o. del proyecto de tratado de “Alianza
ofensiva y defensiva” sugerido por Ocampo en junio de 1859, queda reduci-
do, por lo tanto, como la mayor parte de los “cargos” que se lanzan contra
Po
el reformador, a una simple suposición sin fundamento. Si el gobierno
mexicano de Veracruz, bajo el supuesto de la vigencia del tratado, lo hubie-
ra utilizado para pedir a Estados Unidos ayuda militar directa en la lucha
a

contra los conservadores, evidentemente podría habérsele acusado —bajo


eb

esa suposición— de hacer uso de la convención para ser sostenido en el


poder con ayuda de fuerzas militares de una nación extranjera. Pero ante
u

las numerosas constancias históricas que existen, sobre las reiteradas ne-
gativas de Juárez y Ocampo a permitir, no digamos la participación de tro-
pr

pas extranjeras, sino ni siquiera la de voluntarios no mexicanos, resulta


infantil o mal intencionado ese pueril cargo.97
1a

Otra alambicada especulación que se ha hecho alrededor del artículo


3o. del proyecto citado, pretende que al estar obligada cualquiera de las dos
repúblicas ayudar a la otra a mantener el orden dentro de su territorio, en
caso de agresión de otra potencia, siempre que se lo solicitara un gobierno
legítimo, reconocido y obedecido, la propia nacionalidad mexicana estuvo
en peligro de desaparecer. Podríamos preguntarnos: ¿Y por qué no se dice
que estuvo en peligro de desaparecer la nacionalidad norteamericana? Evi-
dentemente, porque los Estados Unidos eran mucho más poderosos que

96 Carreño; pp. 65 y 66.


97  En la época, hasta la prensa conservadora de la ciudad de México reconocía que
Ocampo no era merecedor de esa imputación; véase por ejemplo, los comentarios publicados
al separarse del ministerio de relaciones en 1860 (La Sociedad: 1o.-II-1860 y Diario de
Avisos; 26-1-1860).
290  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

México y no estábamos nosotros en condiciones de realizar esa hazaña.


Pero, entonces, ¿qué es lo que realmente se quiere decir? Se pretende que
estando al alcance de la mano para los norteamericanos, por su enorme
fuerza militar, ocupar a nuestro país y anexarlo o declararlo protectorado,
una cláusula que requería la petición expresa de México para operar —ade-
más de la agresión de un tercer país, según el artículo 2o.—, podría ser
usada para desencadenar esa invasión y establecer ese protectorado, sin
petición de México y sin agresión de un tercer país.
En cambio, piénsese por un momento en lo ocurrido en diciembre de
1861, al presentarse frente a Veracruz los españoles que preludiaban la in-
tervención francesa. Si hubiera estado en vigor una alianza de esa natura-
leza, tal vez México habría sido apoyado por los Estados Unidos, que si

a
bien estaban en guerra civil no por ello quedarían liberados de las obliga-

rrú
ciones del tratado. Obviamente, en una época en que se especulaba tanto
sobre una intervención europea en México, era prudente y razonable que el
gobierno de Veracruz se preocupara por buscar aliados que lo ayudaran en
Po
las comprometidas situaciones que se avecinaban y para prevenir las cuales
eran aconsejables todas las precauciones.
a
u eb
pr
1a
Quinta Jornada
TOXI – HUAPANGO

De la hacienda de Toxi se pasa sin mayor problema al valle de “los Espejos”. Este valle

a
se comunica, a su vez, con la extensa planicie que cubre, en parte, la laguna de Hua-

rrú
pango, a través de una angosta cañada, que lleva el nombre otomí de Caxñé. No es,
desde luego, el único camino que permite pasar de una a otra de las grandes llanuras.
Hacia el norte de Acambay la sierra es agreste; de Oxtotoxhie, por ejemplo, puede ba-
Po
jarse hacia Arroyozarco sin mayores dificultades, pero el tramo de ascenso desde el
valle de “los Espejos” hasta Oxtotoxhie es difícil. Un grupo de un centenar de jinetes,
por buenos caballos que llevaran, o por mucho que temieran encontrarse con las par-
a

tidas militares republicanas que recorrían los principales caminos, no podían encon-
eb

trar aconsejable el acceso por el norte hacia la estancia de Huapango. Esta formó
parte de la hacienda de Arroyozarco, poseída por los jesuitas en él siglo XVIII y traspa-
sada a manos laicas después de la expulsión de la orden; disposición de Carlos III que
u

en cierta forma inició el proceso de desamortización de bienes eclesiásticos que tanta


pr

boga alcanzaría en el siglo siguiente.


El valle de “los Espejos” es una franja alargada, de unos veinte kilómetros de lar-
1a

go por seis u ocho de ancho, con grandes secciones casi planas por las que corre con
dificultad él agua de las lluvias. Después de los aguaceros, como resultado de esa
particularidad del terreno y de cierta impermeabilidad relativa, se forman extensos
charcos; estas lagunas momentáneas, vistas desde las lomas y montañas que rodean
el valle, cuando el cielo se despeja reflejan su brillo como enormes espejos. Aún se re-
cordaba, treinta años después, a la comitiva de Cajiga y su prisionero, atravesándola
al galope, desde el suroeste hacia el oriente.
Los lomeríos que bordean el valle en esta parte no son muy elevados y hoy día
carecen casi de vegetación; por ello se antoja que debe haber sido relativamente fácil
cruzarlos a caballo. Pero, además, a la altura del pueblo otomí llamado Pathé, existe
una hendidura por la cual se puede pasar al pequeño valle que rodea a San Juanico,
sin subir más de un centenar de metros, entre incipientes o residuales arboledas.
Pathé debe su nombre a la existencia de aguas termales, a través de las que llega has-
ta la superficie, por uno de esos milagros de la geología, el calor de las profundidades
terrestres, transportado por el agua.
291
292  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El rincón de suelo plano que hoy está en parte ocupado por la presa de San Juani-
co, desembocaba en la época de Ocampo hacia el valle de Huapango, que contiene a
su vez la mucho más extensa laguna de ese nombre. Si la comitiva había detenido un
poco el paso al subir por la cañada, debe haberlo soltado de nuevo al desembocar al
pequeño valle. Otros testigos, algunos de los cuáles conocían a Cajiga y lo habían
acompañado en sus correrías, recordaban en 1890 la polvareda levantada por el tro-
pel de cien caballos que cruzaron la llanura en plena época de secas.
En Huapango es la cita de Cajiga e Ibarguren con el “presidente” Zuloaga y, en
realidad, con el general Leonardo Márquez, quien recogió a éste cuando salía huyendo
de la ciudad de México, poco antes de la entrada de las tropas victoriosas de González
Ortega. “Huapango —escribió Pola a fines del siglo pasado— semeja una fortaleza”.
En realidad, está situado como una pesada mole de piedra en unas ligeras prominen-
cias del terreno que separan el valle de Jilotepec de las tierras que formaron la hacien-

a
da jesuita, extensa zona cerealera dedicada por los españoles a abastecer el gran

rrú
molino de la hacienda, cuyas ruinas aún pueden atisbarse a lo lejos, hoy en día, desde
la moderna carretera a Querétaro.
El valle de Huapango es mucho más abierto y más extenso que el de Acambay.
Po
En la actualidad lo ocupa en buena parte él agua de la presa; a mediados del siglo
pasado, sin embargo, debe haber existido una extensa zona inundada permanente-
mente. Si don Melchor hubiera recapitulado sus investigaciones sobre toponimia, no
a

obstante las condiciones en que llegaba a Huapango, sin duda recordaría que él ori-
eb

gen de este nombre es oscuro, pues si bien no falta quien lo derive de la palabra ná-
huatl que significa “extensión grande cubierta de agua”, otras autoridades en la
materia informan al curioso, que también en mexicano se pudo derivar de la existen-
u

cia de “bosques maderables”. De aceptar lo primero, los jeroglíficos que se conser-


pr

van dan claramente la idea de una laguna extensa. Además, no todas las obras de
irrigación son recientes; algunas existen que fueron construidas por los Jesuitas en
1a

el siglo XVIII, para mejorar el aprovechamiento de estas aguas, que ya no corren


hacia el océano Pacífico, como lo hacen las de la hacienda de Toxi, donde había dor-
mido Ocampo la noche anterior.
Hacia el sur el valle de Huapango lo cierra una cadena de montañas; por el orien-
te existen elevaciones mucho menos considerables y, además, hay una amplia abertu-
ra que encamina hacia el valle de México. Resulta explicable, por lo tanto, que Jilotepec
lleve una denominación francamente mexicana y que tradicionalmente haya sido una
zona dominada por el pueblo guerrero de Tenoxtitlán. En una elevada prominencia
del terreno, un templo reciente destaca como un centinela sobre toda la región, desde
los llanos que Ocampo atravesó a caballo hasta la planicie de Calpulálpam, que sus
captores no podían olvidar, y hasta las montañas que por el sur cierran la meseta y la
franja que recorre el camino de la capital a Arroyozarco. En tiempos prehispánicos,
sin duda fue un mirador de los indígenas.
Mientras se aproximaba a Huapango, don Melchor no tenía mucho que dudar so-
bre el ambiente de su próxima entrevista con Márquez y Zuloaga. Este último, como si
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  293

no quisiera dejar lugar a ambigüedades, describió la reacción que tuvieron los dirigen-
tes conservadores al confirmarse la captura de Ocampo por la cuadrilla que enviaron
en su busca. “A Ocampo hay que fusilarlo” declaró Márquez de inmediato, “él fue
quien firmó el tratado McLane”; sin embargo, Zuloaga se opuso y entregó el preso al
coronel Taboada, con instrucciones expresas de respetarle la vida. Juárez, según
explicó más tarde Zuloaga, tenía en su poder a numerosos prisioneros en la ciudad de
México y en otras poblaciones, entre ellos a Isidro Díaz, cuñado de Miramón, pues
este último que había estado oculto en la ciudad de México, había podido salir al
extranjero bajo el ojo tolerante del gobierno liberal y con ayuda de los diplomáticos
franceses. La suerte de Díaz había sido objeto de enconada controversia durante las
primeras semanas del año; condenado a muerte, finalmente había sido perdonado por
don Benito. En el gabinete de Juárez, Ocampo había votado por la expulsión, cuando
el gobierno juarista se veía arrinconado por las multitudes exaltadas que en los clubes

a
políticos pedían la cabeza de Díaz.

rrú
“Siento mucho —había escrito Josefina a don Melchor, desde Jalapa, el 16 de ene-
ro anterior— que tú hayas consentido en que decapiten a Isidro Díaz, o por lo menos
el que no te hayas separado del Presidente, luego que dio ese paso tan en falso, por-
Po
que aunque él es criminal y yo deseo que lo ahorquen, pero que esto se haga por me-
dio de los tribunales a fin de que no se hollaran las leyes que ustedes defienden y que
parecía que los liberales deberían acatar más. No importan las amenazas de los ingle-
a

ses, primero es la justicia y luego lo demás. Siento mucho, muchísimo que tú estés en
eb

el gobierno éste, después de dada esta medida. Estoy (segura) de que tú te has opues-
to, pero no basta en mi concepto…”
Efectivamente, según ya dijimos, don Melchor se había opuesto. El día 14 de ene-
u

ro apuntaba Juárez en su diario: “Vino la esposa de Miramón a suplicar que no se fu-


pr

silase inmediatamente a Díaz, sino que se le sujetase a juicio. La trajo don Benito
Gómez Farías, quien expuso que Díaz había tomado empeño para que ni a él ni al se-
1a

ñor Degollado se les fusilara cuando cayeron prisioneros en Toluca. Di cuenta de esto
en junta de ministros, compuesta de los señores Ocampo, Ortega, Llave, Emparan y
Fuente, y se acordó por unanimidad que se diese orden para que Díaz fuera desterrado
por cinco años fuera de la República…Al día siguiente los clubes y la prensa se decla-
raron contra esta medida y en consecuencia se acordó que se revocara la orden y se
previniera la prisión de Díaz y su remisión a esta capital para ser juzgado conforme a
la ley”. Como puede verse, don Melchor no sólo fue partidario de la aplicación de la
ley, sino que aprobó una medida más benigna para el enemigo ya derrotado.
Al día siguiente, el gabinete de Juárez empezó a discutir la ley de amnistía; al tra-
tarse el caso de los obispos expulsados, de la Fuente se manifestó inconforme y pre-
sentó su renuncia, “que le fue aceptada”, comentó don Benito. Ocampo, a su vez,
renunció el 17 y la voz pública asoció su retiro a la oposición de un grupo de liberales
a los castigos violentos contra los conservadores. Vigil, por ejemplo, atribuye la re-
nuncia de Fuente tanto al asunto de Díaz, como a la suspensión de algunos magistra-
dos de la suprema corte y a la expulsión de los obispos.
294  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

“Hoy expidió Ocampo una circular para que sean despedidos de sus empleos to-
dos los que sirvieron a la reacción”, escribió Prieto a Manuel Doblado, según dijimos,
el 2 de enero de 1861. “La medida es justísima —añadía— pero tiene conmovida a
esta sociedad de pancistas y de empleados”. En el caso de la suprema corte, existía la
circunstancia de que varios de sus miembros habían ocupado puestos en los gobier-
nos de Zuloaga y Miramón. Se recogieron en las columnas de la prensa algunos detalles
de este asunto; que parece haber quedado terminado, cuando se cambió el gabinete de
Juárez sin que formalmente se declarara su destitución. El segundo congreso constitu-
cional designó después una nueva corte.
De esta suerte, Ocampo tenía tranquila su conciencia cuando se acercaba el mo-
mento de enfrentarse a Zuloaga y a Márquez. Debe, recordarse que Ocampo se trasla-
dó violentamente a México, en cuanto se recibió en Veracruz la noticia del triunfo
liberal en Calpulálpam, con instrucciones de hacer que se impusiera él orden legal al

a
entrar el ejército de González Ortega. El diputado Ezequiel Montes, en la oración fúne-

rrú
bre que a nombre del congreso pronunciara unos días más tarde del asesinato de
Ocampo, explicó que éste propuso enviar a los ministros de Miramón ante sus jueces y
Po
que, como alguien declarara que había temores por su vida: “¿Se han figurado —ha-
bía replicado Ocampo con viveza— que soy verdugo?” El día U de mayo, menos de un
mes antes de su secuestro, Ocampo comentaba en carta a Juárez, que tampoco había
sido partidario de una pena menor que el destierro, que siguió al indulto de los obis-
a

pos acordado en enero. Según los términos de esta carta, parece haber compartido sin
eb

reservas la posición justiciera adoptada por Juárez; que ocasionara la renuncia de


Juan Antonio de la Fuente.
u

No obstante, la prensa partidaria de la candidatura de Juárez atacó fuertemente a


pr

Ocampo, en forma apenas velada, inmediatamente después de la separación de éste


del gobierno. En estos ataques participaron, por lo menos indirectamente, Zarco y
Prieto. Por el tono acre y personal de los ataques, se desprende que la separación de
1a

don Melchor ocurrió con una fuerte tirantez entre el Presidente y el ministro renun-
ciante. El periódico satírico de Zarco, por ejemplo, trazó el siguiente relato de la pri-
mera crisis ministerial del gobierno de don Benito, al regresar a la ciudad de México:
“El horticultor guarda y cuida con cariño la planta exótica en el invernáculo; pero
cuando llega a transportarla al aire libre, si no da flores, si no da frutos, se arrepiente
de sus tareas, y prefiere cualquier planta robusta, llena de savia y de vida, aunque sea
menos curiosa en la historia natural. Una cosa así es lo que acaba de suceder al mi-
nisterio Ocampo-Emparan…”
Ocampo no podía adivinar que él secuestro de que era víctima formaba parte de
una gran conspiración, que parecía capaz quizá de impedir el acceso de don Benito a
la presidencia. En los primeros días de junio, como ya se indicó, el congreso habría de
calificar las elecciones, que se sabe arrojaron un total de 5,289 votos a favor de Juárez,
1,989 en favor de Lerdo (muerto en marzo) y 1,846 en favor de González Ortega, dan-
do un total de 9,636.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  295

Al día siguiente de que Cajiga e Ibarguren fueron despachados de la cercanía de


Ixtlahuaca para apresar a Ocampo, se levantó en el congreso su presidente, el dipu-
tado José Ma. Aguirre, como es sabido, para atacar violentamente a Juárez con motivo
del tratado McLane. Lo acusó de ineptitud y de traición a la patria; a pesar de que se
había expresado muy favorablemente del presidente en la sesión inaugural del con-
greso. Un mes después, tan sólo, Aguirre se opuso a dar un voto de confianza a Juárez
y afirmó que él ejecutivo “olvidó el decoro nacional hasta el punto de ponerlo a los
pies de los norteamericanos por medio del tratado McLane, en que se permitía la
introducción de tropas extrajeras al territorio nacional, y se autorizaba al gobierno de
Washington para, el arreglo de los aranceles mexicanos”. Desgraciadamente, no
se conoce lo ocurrido en la sesión secreta del congreso, que tuvo lugar a continuación,
a pedimento del secretario de relaciones, León Guzmán; como tampoco se sabe lo ocu-
rrido en la siguiente sesión secreta, también celebrada antes de la muerte de Ocampo.

a
Pero es sabido que la explicación dada por Manuel Ruiz en la sesión pública del mis-

rrú
mo día, contuvo la agresión antijuarista y encontró ecos en la prensa, por la pluma de
Zarco, que hicieron a un lado el intento de cerrar el camino del poder a don Benito, tal
Po
vez en beneficio de González Ortega o de Comonfort.
Ocampo y sus secuestradores llegaron a Huapango “a la hora en que el sol cae a
plomo”, el 1o. de junio de 1861. Para entonces, Márquez y Zuloaga de seguro estaban
enterados del fracaso de la maniobra contra Juárez. Arroyozarco, hacienda de la que
a

Cajiga había sido administrador antes de incorporarse a las tropas de Márquez, se en-
eb

cuentra a menos de un par de horas a caballo, de Huapango, y era estación de la línea


telegráfica de México a León, propiedad en esos momentos de Octaviano Muñoz Ledo
u

y administrada por la compañía particular que él fundó, bajo una muy relativa vigi-
pr

lancia gubernamental.
“Es el autor del tratado McLane”, había dicho Márquez a Zuloaga, al comunicarle
la aprehensión de Ocampo. Nadie podría dudar que la sesión del congreso del día 29
1a

de mayo, tanto como contra Juárez, a quien pudo costarle la presidencia, estaba
dirigida contra Ocampo, a quien habría de costarle la vida.
Los rumores que corrían en la ciudad de México —según la prensa, desde el
viernes 31— sobre el secuestro de don Melchor, son perfectamente explicables.
Como Morelia estaba también ligado con la ciudad de México telegráficamente, es casi
seguro que en la mañana del día 31 la noticia había pasado ya por Toluca y llegado
a la capital. De suerte que los conspiradores, al enfrentar de nuevo a Aguirre contra
Juárez y Ocampo en la sesión del 31, ya sabían que el michoacano no acudiría a de-
fenderse, como Zarco lo pediría desde las columnas del “Siglo XIX”. Es evidente que la
serenidad de Juárez deshizo la conspiración, o bien que ésta no prosperó, por sí mis-
ma, ante la evidente victoria de don Benito en las elecciones, que el congreso no podía
razonablemente modificar, sin dar un verdadero golpe de estado.
Parece probable que el grupo de Cajiga ascendiera y descendiera por la cañada de
Caxñé y pasara junto a San Juanico a mediodía del sábado 1o. Existen otros pasos
296  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

practicables, a través de la sierra de poca elevación que se extiende hacia el sur de la


cañada; estos pasos habrían permitido al grupo de secuestradores llegar en forma
más directa al valle de Huapango. Con su característica imprecisión, Pola escribió a
fines del siglo que atravesaron la cañada de Endeje y pasaron al galope junto a San
Juanico; de esto último obtuvo testimonio directo. En aquella época, la laguna natural
de Huapango durante el estiaje se reducía considerablemente. Con frecuencia debe
haber sido posible el paso directo desde San Juanico hasta Huapango, cosa que ahora,
sucede todavía en forma ocasional. Pola sólo dice que “rodearon la laguna”.
Aun desconociendo lo ocurrido en México el día 29, no se podía ocultar a Ocampo
que la concertación del tratado con McLane sería el cargo principal que los conserva-
dores le harían, en cualquier circunstancia en que pudieran hostilizarlo. Muñoz Ledo,
apenas 5 días después de la firma del tratado, había hecho circular entre los agentes
diplomáticos extranjeros que residían en México, la protesta del gobierno conservador

a
ante los Estados Unidos, elaborada sin conocer, desde luego, los términos reales del

rrú
convenio, pero suponiendo que correspondía a las proposiciones norteamericanas he-
chas al gobierno de Zuloaga en abril de 1858. Al derrumbarse la maniobra contra
Po
Juárez, el michoacano quedó indefenso, a merced de los conservadores.

El tratado con McLane


a
eb

Como sucedió a otros liberales destacados, Melchor Ocampo tuvo en


varias ocasiones un contacto relativamente cercano con el delicado proble-
ma que planteó a nuestro país, durante veinte años, la ambición norteame-
u

ricana sobre Tehuantepec. Sin embargo, el michoacano no había tenido


pr

participación directa en ninguna de las decisiones que se habían tomado al


respecto, hasta que se hizo cargo de la secretaría de relaciones exteriores
1a

al formarse el gobierno de Juárez en Guanajuato. La mayor parte del tiempo,


don Melchor había estado, si no francamente en la oposición, cuando me-
nos alejado y en situación independiente respecto a los gobiernos centrales
que habían manejado el problema. Para precisar totalmente las ideas, con-
viene recordar cuáles fueron las más importantes decisiones tomadas antes
de 1858, aunque sea con la mayor brevedad.
Fue Santa Anna quien inició el capítulo, el 1o. de marzo de 1842, al
conceder a don José Garay el derecho de abrir una vía de tránsito por el Ist-
mo.1 Pero no hacía con ello ningún descubrimiento; desde la publicación
del libro de Humboldt en 1822, se conocían perfectamente en todas partes
los antecedentes de la cuestión y las posibilidades de comunicar por ahí,

1  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 143 a 146.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  297

con facilidad, el golfo de México y el océano Pacífico.2 Los observadores


atentos habían señalado ya, inclusive, los principales aspectos políticos
que rodearían al problema, en cuanto se iniciara la realización del pro-
yecto. En sus conversaciones con Eckermann,3 por ejemplo, Goethe había
expresado lo siguiente: “Es indudable que si se lograse construir un canal
que permitiese a todos los barcos de cualquier carga y desplazamiento pa-
sar del golfo de México al Pacífico se producirían incalculables resultados
para el mundo civilizado y para el no civilizado. Mucho me admiraría que
los Estados Unidos dejaran pasar la ocasión de apropiarse una obra como
esa. Es de prever que ese juvenil estado americano, en su decidido impulso
hacia el oeste, llegue en treinta o cuarenta años a ocupar y poblar los terri-
torios que se extienden más allá de las montañas Rocallosas…Lo repito,

a
pues, es absolutamente imprescindible para los Estados Unidos construir

rrú
una salida del golfo de México al océano Pacífico, y estoy seguro de que lo
conseguirán…”
Don Melchor está entonces recién llegado de Europa; tiene grandes pro-
Po
yectos para desarrollar la agricultura en las tierras cercanas a Maravatío y,
para beneficio de sus propiedades, cuenta con el próximo viaje a México de
un experto francés. Pero, a pesar de que Santa Anna había vuelto al poder
a

con el apoyo de los liberales, Ocampo manifiesta desde el primer momento


eb

grandes recelos frente al dictador, quien no cumplió la promesa de man-


tener al ejército apartado de la política y se opone, en cambio, a que el
u

congreso apruebe una constitución federalista y termina por disolverlo.


La responsabilidad por la concesión, cuyos derechos podían ser transferi-
pr

dos a extranjeros, recae totalmente sobre Santa Anna, quien de seguro olfa-
teaba el negocio. Cuando don Antonio otorgó a Garay la concesión, su
1a

régimen empezaba a tomar los aspectos dictatoriales y ridículos que en la


última presidencia llevaría al colmo. Es la época en que sacerdotes y fun-
cionarios solemnes acompañan a los oficiales de gran gala que trajeron de
Manga de Clavo la pierna perdida en la guerra de los pasteles, le dieron se-
pultura en la capital y escucharon un discurso lleno de elogios literarios,
pronunciado por uno de los aduladores oficiales.4
Ocampo hace sus primeras armas en la política nacional, por esos días.
Pero después del atropello cometido por el ejército contra el congreso de
que forma parte, el michoacano se retira, indignado, a sus propiedades y
por más de dos años se ocupa exclusivamente de cuestiones científicas o

2  Ensayo político; pp. 9, 10, 173 y 467 a 471.


3  Conversaciones con Goethe; p. 164.
4  Véase el capítulo “La tribu del 42”.
298  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

literarias, labra la tierra y hace renacer y prosperar sus sembradíos. Los


discursos que había pronunciado en el congreso lo oponían abiertamente a
la conducta del dictador; por lo demás, el alejamiento de la asamblea res-
pecto a Santa Anna fue evidente desde la primera sesión. “Yo no considero
al actual gobierno —dice Ocampo en la tribuna— sino el representante de
la fuerza armada”.5 El michoacano, que no llegaba todavía a los treinta
años, tuvo hasta un incidente personal, “breve pero acalorado”, con un mi-
litar de alta graduación, como ya explicamos, momentos después de pro-
nunciar su discurso. De suerte que podemos asegurar que reprobaba, en su
fuero interno, la granjería otorgada por Santa Anna, como parte de la nefasta
política puesta en práctica por la dictadura.
En enero de 1843 Ocampo regresó a Pateo y allá se encontraba, inician-

a
do su época más fecunda como naturalista, agricultor y hombre de ciencia,

rrú
cuando el 9 de febrero Bravo prorrogó la concesión de Garay.6 A fines del
año, otro instrumento de Santa Anna, Canalizo, repitió la prórroga ante el
fracaso de los esfuerzos que había realizado el concesionario por poner en
Po
marcha la empresa, hasta entonces sin dar intervención a intereses nor-
teamericanos.7 Don Melchor no volvió a participar en las cuestiones públi-
cas hasta pasados varios meses de la caída de Santa Anna del poder, que
a

tuvo lugar en diciembre de 1844. Por lo tanto, ni en forma indirecta tuvo


eb

Ocampo participación alguna en el régimen del inconsciente dictador, que


abrió la puerta a las ambiciones sobre el tránsito por el Istmo. Garay se des-
u

alentó después de hacer algunos reconocimientos y exploraciones; finalmen-


te, vendió la concesión a un grupo extranjero que encabezaba el cónsul
pr

inglés Mackintosh, el 21 de agosto de 1846, poco antes de que Ocampo


fuera designado gobernador de Michoacán, con carácter interino, por la ad-
1a

ministración del presidente Salas. En Morelia se encontraba, pues, cuando


la concesión fue ratificada al poco tiempo.
El siguiente acontecimiento decisivo en la cuestión del Istmo, como es
sabido, ocurrió a mediados de agosto de 1847, cuando las tropas norteame-
ricanas estaban preparándose para ocupar la ciudad de México. El secreta-
rio de estado Buchanan dio entonces instrucciones a su enviado, Mr. Trist,
para pedir la inclusión del derecho de tránsito en el tratado de paz que se
discutía.8 Como un grupo inglés poseía en esos momentos los derechos de
la concesión de Garay, los representantes mexicanos en las pláticas de paz,

5  Obras; tomo II, p. 334.


6  Cue Cánovas; p. 21.
7  Idem; p. 17.
8  Idem; p. 25.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  299

con apoyo en esa situación, lograron finalmente que se eliminara la cláusu-


la correspondiente en el tratado de Guadalupe-Hidalgo. Según vimos al
examinar los sucesos de la guerra de intervención americana, las relativas
mejorías que nuestro país pudo lograr respecto a las condiciones que origi-
nalmente proponía Mr. Trist, se lograron después de la resistencia militar
presentada a las tropas invasoras en el valle de México.9 Ya señalamos que
el gobierno de Michoacán colaboró activamente en esos esfuerzos y envió
tropas que participaron en varios encuentros. Ocampo se opuso al trata-
do, antes y después de dejar la gubernatura en marzo; se incorporó al se-
nado cuando éste ya había aprobado el convenio, que siempre consideró
un error.10
Es sabido que el 27 de octubre de 1848 un grupo de intereses norteame-

a
ricanos compró a los ingleses los derechos de la concesión de Garay. A par-

rrú
tir de entonces, el gobierno mexicano hizo frente a una doble presión; por
una parte se trataba de impedir que la concesión fuera declarada caduca,
por no haberse realizado las obras en el plazo previsto; en tanto que, por
Po
otro lado, se revivía el espíritu de la cláusula sobre tránsito por el Istmo,
que había sido eliminada del tratado de paz.11
Como resultado de esta doble presión, el gobierno del presidente Herre-
a

ra se vio obligado a iniciar negociaciones para la celebración de un conve-


eb

nio “sobre protección de un camino en el Istmo”.12 Las pláticas se realizaron


en México, concurrió, como representante nuestro, Gómez Pedraza y por
u

parte de Estados Unidos acudió el embajador Letcher. La firma del proyecto


tuvo lugar el 22 de junio de 1850, cuando Ocampo ya había renunciado al
pr

ministerio de hacienda, sin haberse reincorporado al senado, donde lo con-


sideraban como ausente con licencia.13
1a

El texto no fue sometido al proceso normal de ratificación, porque el


gobierno norteamericano lo desautorizó y propuso modificaciones que obli-
garon a abrir de nuevo las negociaciones.14 El secretario de relaciones La-
cunza, en una conversación sostenida con el embajador Letcher a mediados
de octubre de 1850, pocas semanas después de la separación de Ocampo
del gobierno, le manifestó que el gobierno de Herrera “había sido severa y
vergonzosamente criticado” por haber convenido en el proyecto del tratado

 9  Véase el capítulo “El lápiz afilado del yanqui”.


10  Ocampo coincidió con la posición de los diputados “puros”.
11  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 148 y 149, 155 a 159.
12  Idem; pp. 159 a 170.
13 Véase El Monitor; 18-111-1852. Hasta entonces Ocampo se mantenía al margen.
14  Cue Cánovas; p. 47.
300  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de 22 de junio. Debemos convenir, por lo tanto, en que don Melchor fue aje-
no a la responsabilidad contraída por el gobierno de Herrera; y hasta resul-
ta posible pensar que la amenaza del tratado no fuera en cambio ajena a su
separación.15
Años después, en su correspondencia con Mata cuando éste se encon-
traba en Washington, Ocampo trató el tema del tratado Letcher-Gómez
Pedraza y su rechazo. El 14 de abril de 1859, don José Ma. le consultó: “El
tratado que había celebrado Pedraza me pareció bueno cuando lo leí, pero
hace tanto tiempo que esto fue, que no recuerdo los pormenores. Desearía
saber la opinión de usted acerca de ésto”.16 En septiembre volvió sobre el
asunto, evidentemente por haber encontrado reticencia en Ocampo, del si-
guiente modo: “Me causa pena saber que el Presidente ha sido mal infor-

a
mado acerca de los motivos por qué en 1851 hubo tan fuerte y decidida

rrú
oposición al tratado Letcher-Pedraza; pues no es exacto que el artículo 4o.
en los términos en que quedó, fuera causa de oposición. Esta la hubo, por-
que el gobierno americano procuraba por medio de aquel tratado hacer que
Po
México reconociera la validez del privilegio Garay, y esto y sólo esto fue lo
que ocasionó el desacuerdo final entre los dos gobiernos y lo que hizo que
el congreso rechazara el tratado…He entrado en estos pormenores por es-
a

pecial encargo del señor McLane, quien se puso muy contento de oírme
eb

referir la historia de la convención Letcher…” En realidad, otro motivo de


discrepancia con el tratado fue, desde el principio, la protección norteame-
u

ricana al concesionario del privilegio y a sus empleados y propiedades; se


temía que se extendiera a los compradores de tierras y a colonos no autori-
pr

zados por el gobierno mexicano.17 Aunque la correspondencia entre Mata y


Ocampo apenas rozó el asunto, se percibe que este último tuvo, desde el
1a

principio, clara conciencia de esta clase de riesgos.


El 25 de enero de 1851, ya bajo el gobierno de Arista, fue firmada por
Gómez Pedraza y Letcher una versión revisada del tratado. Esa versión fue
finalmente rechazada por el congreso mexicano el 7 de abril de 1852, cuan-
do Ocampo continuaba en Michoacán. En junio siguiente ocupó de nuevo la
gubernatura de su estado natal y en septiembre del mismo año, en un sona-
do discurso pronunciado en Morelia con motivo de las fiestas patrias, de-
claró lo siguiente: “¡Dios mío! Si el arrojo de Hidalgo, si el genio de Morelos,
si el indomable valor y ejemplar constancia de tantos de nuestros héroes
sólo han de servir para que por contraste nuestra conducta parezca más

15  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 184.


16  INAH; 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos.
17  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 202 y 206.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  301

ignominiosa, si la sangre vertida y las destruidas riquezas sólo han de ser


un medio para que nuestra raza pierda su nombre y la angloamericana se
enseñoree de nuestro territorio, haciéndonos perder nuestro culto, nuestra
libertad, nuestra lengua, nuestra historia, destrúyenos, destrúyenos, Se-
ñor, antes de que nos volvamos más indignos de ti”.18
Fue bien conocida la oposición de Ocampo, gobernador como dijimos de
su estado natal nuevamente a partir de 1852, con motivo de las maniobras
políticas realizadas para traer de nuevo a Santa Anna al país, a principios
de 1853. Otros liberales destacados, como Miguel Lerdo de Tejada y Juan B.
Ceballos, se tragaron el anzuelo y aceptaron la realización del plan del
Hospicio, o sea la undécima presidencia del dictador de Manga de Clavo
y Lencero. Ocampo pronuncia entonces el famoso “Me quiebro, pero no me

a
doblo”, se ve obligado a dejar la gubernatura y a marchar al destierro; cosa

rrú
semejante ocurre también a Juárez en Oaxaca. Finalmente, como es sabido,
los dos ex gobernantes locales coinciden en Nueva Orleáns. Hacia allá, ha-
cia la desembocadura del Mississippi, se encamina Juárez cuando las tro-
Po
pas yanquis, al mando del general Garland, ocupan La Mesilla a mediados
de noviembre de 1853; Ocampo estaba preso en Ulúa, camino al exilio. El
20 de julio del año siguiente se conoce en la ciudad de México el tratado
a

Gadsden-Bonilla, en el cual, sin muchas ceremonias, se incluye a última


eb

hora por los Estados Unidos una cláusula que otorga a ese país el derecho
de tránsito por el Istmo.19 Para entonces, Ocampo se había trasladado a
u

Brownsville con objeto de encontrarse más cerca de los grupos liberales


fronterizos. Años más tarde, Diez de Bonilla será ministro de relaciones de
pr

Miramón y publicará una violenta protesta, después del reconocimiento del


gobierno de Veracruz por los Estados Unidos. Con tal motivo, Ocampo se
1a

expresó así, en una comunicación dirigida a los gobernadores que apoya-


ban a Juárez: “No hay, pues, que atender a los que con un hipócrita celo del
honor nacional, aparentan escandalizarse, horripilarse de la idea de dismi-
nuir el territorio, cuando a sus torpezas se debe la separación de Guatemala
y de Texas, los actos que prepararon el tratado de paz de Guadalupe y el
negocio todo de La Mesilla, en que se perdieron las únicas ventajas del de
Guadalupe y que fue obra del imprudente señor Bonilla”.20 Resulta obvio
que los desterrados de 1854 recibieron la noticia del tratado aceptado por
Santa Anna, con disgusto y desaprobación, interpretándolo como otro des-
atino más de la nefasta dictadura contra la cual luchaban.

18  Obras; tomo II, p. 20.


19  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 310 a 315.
20  Obras; tomo II, pp. 221 y 222.
302  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El ministro norteamericano Gadsden rompió relaciones con el gobierno


de Santa Anna a principios de julio de 1855, cuando la revolución de Ayutla
se extendía por todo el país, después del fracaso de la segunda expedición
del dictador hacia el sur. Los exiliados participan activamente en la revolu-
ción; Juárez viaja en esos días desde Nueva Orleáns hasta Acapulco; Ocampo,
Arriaga y Mata hacen funcionar del 22 de mayo al 21 de junio la junta revo-
lucionaria de Brownsville.
A partir del 5 de octubre, Ocampo es secretario de relaciones interiores
y exteriores del gobierno presidido por don Juan Álvarez, que obtiene el re-
conocimiento de Gadsden el día 6 del propio mes. Durante los últimos días
de septiembre, como ya se indicó, un periódico que se publica en francés en
la ciudad de México (“Le Trait d’Union”) hace circular la noticia de que el

a
régimen emanado de la revolución de Ayutla está en tratos con Gadsden

rrú
para la celebración de un nuevo tratado que revise el trazo de la frontera
entre ambos países. Álvarez desmiente los informes y Gadsden se ve obli-
gado a reconocer los hechos.21 No puede caber, por lo tanto, ni la más remo-
Po
ta duda de que Ocampo obtuvo el reconocimiento norteamericano en 1855,
como lo había de obtener en 1859, sin compromiso alguno, ni promesa de
cesión territorial, o de nuevas ventajas para el vecino país.
a

El sucesor de Mr. Gadsden, el ministro Forsyth, sin embargo, llegó a


eb

plantear al gobierno de Comonfort la modificación del trazo de la frontera


norte, aspirando a obtener la Baja California para los Estados Unidos, así
u

como ampliar el derecho de paso, el derecho de tránsito para la fuerza ar-


mada y la protección yanqui sobre el Istmo.
pr

Recién llegado a México, el ministro Forsyth tuvo conversaciones con


Miguel Lerdo, a la sazón ministro de relaciones, y convino en celebrar tres
1a

tratados que rechazó Washington; el secretario de estado tuvo que dar nue-
vas instrucciones a su ministro, superado por la habilidad de Lerdo en esta
ocasión.22
Sobre el origen de los tratados mencionados, Forsyth escribió a fines de
1856, al departamento de estado, lo siguiente: “Puedo afirmar que la opi-
nión pública está tan imbuida de estas ideas (la necesidad de la reforma) y
de la absoluta necesidad de la poderosa ayuda de Estados Unidos que les
proporcionará la paz y la seguridad de un gobierno estable, que corren ru-
mores en esta capital de que yo he venido aquí con instrucciones de hacer

21  Véase el capítulo “Ocampo y la revolución de Ayutla”. Ocampo no estaba ya en el

gobierno de Álvarez, cuando se reconoció a Falconnet los derechos sobre la concesión de


Garay, aun cuando no se aceptara el traspaso de ella a manos de intereses norteamericanos.
22  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 344 y 345.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  303

propuestas de este tipo (lo que fue materia de los tratados), ofreciéndole un
préstamo de…millones de dólares”.23 En una extensa conversación que
Forsyth tuvo con Miguel Lerdo el 16 de diciembre, el ministro de hacienda
y relaciones de Comonfort “concretó la situación —según el informe de
Forsyth a Washington— expresando que la asistencia requerida por Méxi-
co era simplemente pecuniaria y que podría entablarse una negociación por
el préstamo de una cantidad de poca importancia para Estados Unidos pero
de gran provecho para México…” Se deduce de este informe que el ministro
yanqui fue enviado a México sin instrucciones especiales sobre ayuda pe-
cuniaria al gobierno mexicano; los Estados Unidos consideraban entonces
que el tratado de La Mesilla los había relevado de las obligaciones del
de Guadalupe y estaban interesados en celebrar un tratado postal y otro de

a
extradición. Resulta de este documento, también, que Miguel Lerdo sugirió

rrú
que cada gobierno se hiciera cargo de las reclamaciones de sus nacionales
contra el otro, cubriendo los Estados Unidos el saldo de la deuda de la con-
vención británica, como compensación a México por lo inequitativo del
Po
trato.24 Poco después, no siendo ya Miguel Lerdo ministro de relaciones
para entonces, se convino que todos los convenios serían aprobados o recha-
zados en conjunto, lo cual determinó su rechazo por el presidente Jefferson
a

Davis primero y luego por Buchanan.25


eb

Después del rechazo de los tratados de 1857 y de las nuevas instruccio-


nes que recibió el ministro Forsyth, que incluían la cesión de territorio a
u

cambio de dinero y pretendían que México sería beneficiado por los trán-
sitos, y por lo tanto no debería recibir compensación por este concepto,
pr

las perspectivas de que el gobierno liberal recibiera un préstamo norteame-


ricano, sin condiciones políticas, eran bien pobres.26 No sólo los liberales,
1a

sino también los conservadores y el propio Santa Anna, de aquí en adelante


recibieron ofertas pecuniarias sólo a cambio de territorio y de ampliaciones
de los derechos ya obtenidos por los norteamericanos en anteriores trata-
dos. Las gestiones en otro sentido encontraron una respuesta negativa
del gobierno.
El 12 de septiembre de 1857, don Sebastián Lerdo de Tejada, ministro
de relaciones exteriores de Comonfort, rechazó categóricamente las preten-
siones yanquis. Con respecto a la Baja California declaró “inadmisible
cualquier plan que (estuviera) basado en la cesión de alguna fracción de

23  Idem; p. 339.


24  Idem; pp. 342 y 343.
25  Idem; p. 345.
26  Idem; pp. 361 a 365.
304  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

territorio nacional”.27 Respecto al segundo proyecto, decía don Sebastián


en su nota: “México no puede admitir estas estipulaciones, ya que ello cer-
cenaría sus derechos de soberanía en este territorio (el Istmo)”. Cuando el
gobierno de México envió esta nota, Ocampo se encontraba en Pomoca y
Juárez en Oaxaca; el primero estaba desligado por completo del gobierno
de Comonfort y el segundo se encontraba al frente del ejecutivo local. Pero
la posición política fundamental de ambos era muy semejante; Ocampo
había prestado su ayuda para la elaboración de la carta constitucional,
pero no quiso firmarla porque las vacilaciones del congreso no permitieron
incorporar a ella las demandas reformistas. Juárez había defendido el fede-
ralismo de las incertidumbres del rumbo de Comonfort, acababa de ser
electo presidente de la suprema corte de justicia y se preparaba para acudir

a
a México, nombrado ministro de gobernación por el Presidente, quien le

rrú
había insinuado que tal vez tuviera que retirarse del poder y dejarlo como
su sucesor.28
Pero si, hasta 1859, Ocampo no había tenido injerencia en las gestiones
Po
diplomáticas relacionadas con los derechos de paso por el istmo de Tehuan-
tepec y entre los estados fronterizos y el golfo de California, es indudable
que estaba al tanto de todo lo ocurrido. El 12 de enero de 58, Juárez salió
a

de México a Cuautitlán a caballo, ahí tomó el “guayín” y llegó a Querétaro


eb

en la noche del día 13. Indudablemente que el gobierno establecido en Gua-


najuato por quince días, avecindado en Guadalajara por dos meses, trasla-
u

dado a toda prisa a Colima y Manzanillo, embarcado en el “Stephens”,


luego en el “Filadelfia” y finalmente en el “Tennessee”, no pudo aportar
pr

consigo archivos diplomáticos de ninguna clase, y es de creer que tampoco


pudo formarlos muy completos durante su estancia en Veracruz.
1a

Pero no hay que olvidar que Romero, quien había trabajado en la secre-
taría de relaciones en la época en que Sebastián Lerdo rechazó las proposi-
ciones yanquis, era autor de un cuadro resumido de los tratados celebrados
por México desde la independencia, cuadro que había sometido a la revi-
sión de don Sebastián y de otros funcionarios.29 Romero partió a Guanajuato,
como es sabido, al conocer la libertad de Juárez y ser informado de que el
gobierno se establecería allí; tuvo la precaución de cargar en sus maletas
con su trabajo sobre los tratados, que había estado intentando publicar en
México. Romero fue sin duda muy laborioso; puede asegurarse que cono-
cía perfectamente los convenios celebrados por México hasta entonces.

27  Idem; pp. 387 y 388.


28  Idem; tomo II, p. 269.
29  Memorias de Romero; pp. 118 a 121.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  305

En Colima trató de lograr que se publicara su estudio en el periódico oficial


local; más adelante lo publicó en Veracruz y en lugares remotos como San
Juan Bautista, ahora Villahermosa.
Juárez, con singular acierto, designó a Romero algo así como secretario
de Ocampo; el oaxaqueño ayudó a don Melchor eficientemente durante casi
dos años, e hizo con él una buena amistad personal.30 Al principio, se dice
que Ocampo lo llamaba burlonamente su “plumífero”; pero llegó a estimar
pronto su seriedad y aplicación, y lo apoyó en algunos conflictos burocráti-
cos con otros protegidos de Juárez. Tiempos curiosos aquellos, en que don
Melchor firmaba algunas leyes de reforma como ministro de gobernación,
relaciones exteriores, guerra y marina, al tiempo que reclamaba a su “plu-
mífero” no haberle pedido dinero, para comprar unas sanguijuelas que el

a
médico le había recomendado. “Cuando yo no he tenido dinero, se lo he pe-

rrú
dido a usted”, dijo Ocampo a Matías Romero.31
Además, como hemos señalado más arriba, Ocampo fue casi dos años
senador en el régimen de Herrera y parte de ese tiempo ministro de hacien-
Po
da. Por encargo de Herrera, acabando de ocupar el ministerio, encargó a
José Ma. Luis Mora la revisión del estado de la deuda inglesa y a Mariano
Otero la de la convención de 17 de julio de 1847 con España, para el pago y
a

arreglo de reclamaciones. Durante su colaboración con Herrera se elaboró


eb

el convenio Letcher-Gómez Pedraza, se supo en México de la firma del tra-


tado Clayton-Bulwer por el cual los norteamericanos y los ingleses llegaron
u

a un acuerdo sobre las vías de tránsito en América Central, y se creó en


Nueva Orleáns la “Tehuantepec Railroad Co.”.32 Desde Pomoca, donde pasó
pr

de mayo de 1850 a junio de 1852, supo cuando el gobierno de Arista revisó


el convenio Letcher-Gómez Pedraza y lo presentó al congreso, que lo discu-
1a

tió y lo rechazó. Previamente, el propio congreso había declarado caduca la


concesión de Garay y después autorizó una nueva empresa constructora
para el Istmo (grupo Sloo).33 Ocampo conocía, por lo tanto, la presión que el
presidente Fillmore había hecho sobre Arista; sin duda no dejó de relacio-
nar la caída de Arista, antes de un año, con su digna y patriótica respuesta
a Fillmore. El tratado de La Mesilla fue conocido por los asilados de Nueva
Orleáns, quienes supieron perfectamente la brutal forma en que fue recha-
zado el tratado Tornel-Conkling y fue impuesto, poco después, el tratado de
Gadsden a Santa Anna. El grupo de Nueva Orleáns protestó por el tratado

30  Memorias de Romero; pp. 145 y 271.


31  Idem; pp. 212 y 204.
32  Cue Cánovas; pp. 29 y 34.
33  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 230 a 235.
306  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de La Mesilla y sin duda estuvo al tanto de la presión renovada de Estados


Unidos sobre Santa Anna para obtener nuevas modificaciones de la fron-
tera norte, durante los últimos meses del gobierno del dictador.34 Ocampo
conoció a Gadsden en Cuernavaca, cuando encabezaba el gabinete de Álva-
rez, y supo indiscutiblemente de su retiro como ministro de Estados Unidos,
unos meses después, a petición de De la Fuente, el ministro de relaciones
de Comonfort en mayo de 1856.
En octubre de 1855, según ya hicimos notar, Ocampo escribió una pro-
testa, dirigida a Santiago Gadsden, a propósito de la entrada a Coahuila de
un grupo de 300 norteamericanos, donde afirmó: “El infrascrito cree que
sin una tolerancia culpable, por parte de las autoridades locales de los Es-
tados Unidos en el de Texas, no podría haberse verificado violación tan

a
injusta…”.

rrú
Antes de salir de Pomoca para reunirse con Juárez, Ocampo tuvo toda-
vía oportunidad de conocer el programa expansionista presentado al con-
greso por el presidente Buchanan, en su mensaje del 7 de enero de 1858,35
Po
con motivo de la expedición de Walker.
De esta suerte, sería imposible sostener que Juárez y Ocampo no esta-
ban perfectamente al tanto, como lo estaban los mexicanos enterados y
a

cultos, de todos los detalles de las relaciones entre los dos países a lo largo
eb

de cuatro décadas de vida independiente. Pero, además, si antes de 1847


grandes sectores de la población mexicana no calibraban adecuadamente el
u

riesgo que constituía el expansionismo yanqui, después del tratado de Gua-


dalupe-Hidalgo la situación era ya muy distinta. El propio Ocampo, en va-
pr

rios de sus discursos públicos había hecho referencia al problema. En el 47,


siendo gobernador de Michoacán, como ya vimos, don Melchor había hecho
1a

un llamamiento público en los siguientes términos: “Hubo un tiempo en


que una sensata previsión aconsejara se transase con Texas…pero hoy ya
no es momento de transar…¿Queréis salvaros y salvar a la República? Pues
a la obra…sin soldados no se puede hacer la guerra; sin armas no puede
haber soldados; sin dinero no se pueden tener aquellas ni mantener és-
tos…Si la letal e inexplicable apatía que hasta hoy se ha mantenido sobre
el centro de la República no hubiera escaseado los recursos…México, no se
vería hoy en la angustia que sobre todos pesa…los que hoy se llaman mexi-
canos, la raza que hoy cubre el terreno hasta hoy nombrado República de
México, si no se unen, si no tienen valor para mostrarse hombres, si no

34 
Idem; pp. 321 a 326.
35 
Messages and Papers of the Presidents (1789-1897); Vol. V, pp. 466 a 469. Cue
Cánovas; p. 83.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  307

tienen cordura, si no se desentienden de pequeñas y mezquinas pasiones,


ya no tendrán posteridad…”.36 Cinco años más tarde, hablando en Morelia
el 16 de septiembre de 1852, había dicho sus ya citadas palabras “Si la san-
gre vertida y las destruidas riquezas sólo han de ser un medio para que
nuestra raza pierda su nombre y la angloamericana se enseñoree de nues-
tro territorio, haciéndonos perder nuestro culto, nuestra libertad, nuestra
lengua, nuestra historia, destrúyenos Señor…La flecha mortífera del salvaje,
el lápiz calculador del yanqui nos amenazan por todas partes”.37
Estas apasionadas palabras, dirigidas a la plaza pública por Ocampo,
hacen resaltar que, al igual que otros muchos liberales distinguidos, había
hecho advertencias al pueblo en general sobre la amenaza expansionista
del poderoso país vecino y contaba con que existiera la conciencia más

a
extendida posible de ese hecho, como recurso indispensable para que el go-

rrú
bierno nacional pudiera hacer frente con éxito a esa amenaza.
La situación no era, sin embargo, nada favorable cuando Ocampo, poco
más de seis años después del fervoroso llamamiento del aniversario patrió-
Po
tico, siendo ministro de relaciones de un gobierno arrinconado en Veracruz,
tuvo noticia de que el presidente Buchanan y el secretario de estado Cass,
después de aprobar la suspensión de relaciones diplomáticas con el gobier-
a

no de Miramón, acordada por Forsyth el 21 de junio de 1858, al terminar el


eb

año habían designado un agente confidencial cerca del gobierno de Juárez.


Ante todo, era imposible no comprender el significado de la recomendación
u

hecha al congreso por el presidente Buchanan, en su informe de 6 de di-


ciembre de ese año, para que lo autorizara a ocupar el norte de Sonora
pr

y Chihuahua, tan sólo tres semanas antes de la salida de su representante


Churchwell hacia Veracruz.38 El próximo reconocimiento yanqui del gobier-
1a

no juarista, correspondía obviamente a una situación militar favorable. Los


liberales consideraban en esos momentos tener el control de Tamaulipas,
Nuevo León, Coahuila, Sonora, Michoacán, Baja California, Durango, Chi-
huahua, Sinaloa, Guerrero, Tlaxcala, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche,
Yucatán, Zacatecas y gran parte de Veracruz. En cambio, reconocían que
los conservadores predominaban en San Luis Potosí, Querétaro, Guanajuato,
México, parte de Puebla, Jalisco y Aguascalientes.39 Había habido también
una considerable mejoría política de la posición del gobierno de Veracruz,
El 23 de diciembre de 1858 los generales Echeagaray y Robles Pezuela se

36  Obras; tomo II, pp. 366 a 370.


37  Idem; pp. 7 a 22.
38  Messages and Papers of the Presidenta (1789-1897); Vol. V, pp. 511 a 519.
39  México a través de los siglos; tomo V, p. 369.
308  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

sublevaron en el valle de México contra Zuloaga, en tanto Miramón comba-


tía en Jalisco.40
Por lo demás, no fue seguramente una sorpresa para Ocampo y los libe-
rales de Veracruz la declaración del gobierno de Miramón en el sentido de
que la ruptura de relaciones diplomáticas entre Zuloaga y los Estados
Unidos se había debido a la negativa de Cuevas, ministro de relaciones en
México, ante los tratados propuestos por Forsyth que incluían cesiones de
territorio y reafirmaban los derechos de tránsito por el Istmo. La prensa
conservadora era ampliamente leída en las zonas dominadas por los libera-
les y el gobierno de México había divulgado esta versión de los hechos. Es
sabido que Forsyth propuso a Cuevas una nueva frontera, que partiendo del
río Bravo a la altura del paralelo 30 llegaba hasta el río Yaqui, seguía el

a
curso de éste y terminaba en el mar, aproximadamente a la mitad del golfo

rrú
de California. Esta modificación se realizaría, ofreció Forsyth, a cambio de
una compensación en dinero. Además de la satisfacción de las reclamacio-
nes pendientes contra México por parte de ciudadanos norteamericanos, se
Po
propuso “asegurar” a los ciudadanos y propiedades de los Estados Unidos
el derecho perpetuo de tránsito a través del Istmo y algunos otros conve-
nios de menor trascendencia.41
a

“Estados Unidos —dijo la propuesta yanqui— quiere unas declaracio-


eb

nes más específicas y determinantes de los derechos que ya le concedió


México en el artículo 8 del tratado Gadsden y a cambio se ofrecen como
u

aliados de México para preservar la neutralidad del Istmo, y al mismo tiem-


po dar garantías de seguridad y el capital necesario para construir inmedia-
pr

tamente un ferrocarril”.
El ministro Forsyth aseguró a su gobierno que el general Zuloaga, en
1a

una entrevista personal, le indicó que los impuestos extraordinarios no ha-


bían proporcionado lo necesario para poder proseguir la guerra y que, por
lo tanto, reformaría su gabinete para contar con apoyo para vender territo-
rio a los Estados Unidos.42 Cuevas tendría que irse, había dicho Zuloaga
a Forsyth, o aceptar el tratado propuesto; sin embargo, es sabido que las
conversaciones no prosperaron y las relaciones fueron suspendidas por
Forsyth el 21 de junio. Al darse cuenta de que sus proposiciones serían re-
chazadas, este último resumió la situación a su gobierno en los términos
usuales de los diplomáticos extranjeros: “No vislumbro ni un rayo de espe-
ranza para este país; me parece que está inevitablemente perdido, pues sus

40  Planes políticos; tomo II, pp. 559 a 564.


41  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 407 a 413.
42  Idem; tomo III, pp. 406, 409 y 418 a 421.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  309

mandatarios no poseen honestidad ni sentido común. Su regeneración, si


la logra, sólo puede esperarse del exterior, en forma de nuevas ideas y san-
gre nueva. Mientras más pronto sea, tanto mejor para México, para sus ve-
cinos y para todos aquellos que se interesen en su destino”.43
Forsyth informó al departamento de Estado que tanto el arzobispo Lá-
zaro de la Garza y Ballesteros, como el obispo Clemente de Jesús Munguía y
don Joaquín Pesado estuvieron interesados en el proyecto de tratado,44 y el
ministro yanqui se declaró convencido de que “si Comonfort lo hubiese
firmado un año antes, habría continuado en el poder”.
Para poder estimar con justicia cada uno de los pasos que el gobierno
de Juárez dio en las conversaciones que condujeron al tratado McLane-
Ocampo, es conveniente recapitular la situación que existía, a mediados de

a
1858, en las relaciones entre nuestro país y el vecino del norte. Por un lado,
debe recordarse que las reclamaciones de ciudadanos mexicanos contra los

rrú
Estados Unidos, basadas en el tratado de Guadalupe-Hidalgo en su mayor
parte, excedían considerablemente al monto de las reclamaciones de nor-
Po
teamericanos contra el gobierno mexicano; ello explica que no hubiera in-
terés yanqui por el manejo de los productos de las aduanas, como lo había
en las potencias europeas.45 Además, como resultado de las medidas pro-
a

teccionistas tomadas por administraciones mexicanas anteriores, así como


eb

por la tremenda guerra civil que existía en México, el comercio con Estados
Unidos había disminuido en los últimos años, hasta el punto de poderse
considerar de segunda importancia.46 La frontera no podía ser defendida en
u

forma adecuada por el gobierno mexicano y el norteamericano, con razón o


pr

sin ella, desde el tratado de La Mesilla se negaba a impedir las incursiones


hacia México; algunos grupos de mexicanos, ocasionalmente, incursiona-
1a

ban desde México hacia territorio norteamericano. En el tratado de amis-


tad, comercio y navegación, firmado en 1831 por los conservadores, se
estableció el compromiso de permitir el paso de caravanas comerciales es-
coltadas por tropas de ambos países, desde un número indefinido de pun-
tos de la frontera norte hasta el golfo de California, estando pendiente
reglamentar el tránsito y el uso de las escoltas.47 Finalmente, el tratado de

43  Idem; p. 421 (Nota).


44  Idem; pp. 405 y 406.
45  El gobierno norteamericano sostenía que sólo había contraído el compromiso do rea-

lizar iguales esfuerzos que los destinados a pacificar su territorio; pero, al mismo tiempo,
reconocía que los hechos ocurrían en territorio mexicano, causados por partidas que prove-
nían de Estados Unidos. Véase: Juárez, correspondencia; tomo III, p. 260.
46  Comercio exterior de México; documento número 41.
47  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 573.
310  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

La Mesilla, producto de la última administración de Santa Anna, estable-


cida por una confabulación del ejército y los conservadores, había conce-
dido el derecho de paso a las valijas del gobierno yanqui por el istmo de
Tehuantepec, con carácter permanente, y el derecho de que los artículos y
ciudadanos norteamericanos de paso por el Istmo, no fueran gravados ni
requirieran pasaportes, respectivamente.48 El gobierno yanqui consideraba
ambos tratados en pleno vigor y exigía, para tratar con cualquier gobierno
mexicano, que este reconociera sus compromisos y se mostrara favora-
blemente dispuesto a ponerlos en práctica.49
Por otro lado, Santa Anna había otorgado en 1842 a un particular
mexicano, autorización para construir un ferrocarril y un camino de madera
a través del Istmo;50 esta concesión había pasado a manos de un grupo in-

a
glés en 184651 y finalmente, estaba en poder de norteamericanos desde

rrú
1848.52 El gobierno norteamericano reclamaba que se reconociera la vali-
dez de esta concesión; y a su vez el congreso mexicano había autorizado la
constitución de otra empresa para construir las vías transístmicas. La con-
Po
cesión original había sido fuertemente criticada en el congreso yanqui, ya
que influyentes políticos norteamericanos se oponían a su reconocimiento
y apoyaban al grupo contrario. En sus últimos días de gobernante, Santa
a

Anna había otorgado a intereses norteamericanos la autorización para


eb

construir un ferrocarril del Bravo al Pacífico, pero no se habían dado pasos


en ese sentido. A punto de estallar la guerra civil, en septiembre de 1857, se
u

había reforzado la segunda concesión otorgada respecto al Istmo, medida


que fue confirmada por el gobierno de Juárez ya en Veracruz, después de la
pr

visita del agente confidencial de Buchanan.53


Las razones de la inseguridad norteamericana respecto de sus derechos
1a

derivados del artículo 32 del tratado de amistad, comercio y navegación, y


del artículo VIII del tratado de La Mesilla, son bien claras. Habían transcu-
rrido 28 años desde el primero y 5 años desde el segundo; se encontraba en
disputa la concesión para construir las vías del Istmo; y no obstante, hasta
entonces no se habían dado pasos firmes para realizar lo previsto en aque-
llos convenios, a este respecto. Los funcionarios norteamericanos, por ello,

48  Idem; pp. 313 y 314.


49  Idem; pp. 536 y 537.
50  Idem; pp. 143 a 146.
51  Idem; pp. 209 y 210.
52  Idem; p. 118.
53  Idem; pp. 368 a 379, contiene una exposición general de las pretensiones norteame-

ricanas en los últimos meses del gobierno de Comonfort.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  311

se daban perfecta cuenta de que podía ocurrir lo que en efecto finalmente


ocurrió, es decir, que ante la inexistencia de obras materiales que los lleva-
ran a la práctica, las partes correspondientes de aquellos tratados podrían
morir de muerte natural, por falta de una realidad sustantiva que las apo-
yara. Era perfectamente lógico pensar que los posteriores gobiernos mexi-
canos encontrarían siempre la forma de aplazar la realización de esas
obras, hasta que llegara un momento en que la política internacional de
ambas naciones hiciera aconsejable y posible, para ambas partes, dar fin a
los compromisos contraídos. Hasta podía suceder, como en parte ocurrió
realmente, que la situación de hecho cambiara tan a fondo que perdieran
su sentido práctico y su realidad las condiciones previstas. Lo primero,
como sabemos, ocurrió en 1937 durante las administraciones de Roosevelt

a
y Cárdenas, con respecto al artículo VIII del tratado de La Mesilla; lo segun-

rrú
do, es obvio que ha ocurrido al artículo 32 del tratado de 1831, pues proba-
blemente a nadie se le ocurriría hoy día formar caravanas con escoltas para
el comercio en la zona norte de México; en donde, en cambio han surgido
Po
otros problemas de extraordinaria magnitud.
Tratándose de asuntos que han sido tan controvertidos, vale la pena
examinar estos hechos con toda atención, ya que constituyen el marco his-
a

tórico dentro del cual se llegó al tratado McLane-Ocampo. Los gobiernos


eb

mexicanos podían, desde luego, desconocer unilateral-mente ambos conve-


nios; pero tropezarían, en ese caso, sin duda alguna, con la decidida oposi-
u

ción del gobierno norteamericano. En 1852 el presidente Arista se negó a


forzar la aprobación por el congreso del convenio Letcher-Gómez Pedraza,
pr

en el mismo año cayó del poder y volvió Santa Anna con el apoyo yanqui.
En 1854, después de haber firmado el tratado de La Mesilla, Santa Anna se
1a

negó a revisar de nuevo la frontera; al año siguiente Gadsden reconoció de


inmediato al gobierno de la triunfante revolución de Ayutla. En 1857, el
gobierno liberal de Comonfort rechazó los proyectos de tratados presenta-
dos por el ministro Forsyth, cuatro meses más tarde Forsyth reconoció ins-
tantáneamente al gobierno que había surgido de un cuartelazo conservador
contra Comonfort, cualquiera que haya sido la culpa que el propio don Ig-
nacio haya tenido en su caída. En mayo de 1858 Zuloaga, probablemente
bajo la amenaza del ejército jefaturado por Osollos —según dijo el propio
Forsyth—, no pudo hacer que su gobierno aceptara las proposiciones yan-
quis; un mes después era desconocido por Forsyth y abiertamente hostili-
zado por éste. Ninguno de estos gobiernos había cometido la insensatez
de denunciar unilateralmente convenios firmados con los Estados Unidos, de
los que este país reclamara el cumplimiento. Con excepción del gobierno
de Arista, único que había llegado al poder en condiciones normales, al
312  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

vencerse el período del presidente Herrera, todos los demás fueron producto
de rachas armadas entre las fracciones del ejército y entre éstas y el pueblo.
No sería cuerdo afirmar que el apoyo y el reconocimiento norteameri-
canos determinaban —a mediados del siglo XIX— la suerte de los gobier-
nos mexicanos, que dependía más de algunos otros factores; pero sí debe
aceptarse que medidas mucho menos hostiles hacia el vecino país que un
desconocimiento unilateral de obligaciones contraídas voluntariamente,
determinaron en el pasado reacciones inmediatas de hostilidad por parte de
los representantes diplomáticos acreditados del vecino país. No debe olvi-
darse, tampoco, que en 1859 culminó en México la etapa de inseguridad y
cambios violentos que fueron característicos del primer tercio de vida inde-
pendiente, con una de las guerras civiles más feroces de la historia del con-

a
tinente, sin excluir a la guerra de secesión norteamericana.

rrú
Desde otro punto de vista, tampoco resulta razonable desconocer que
algunos funcionarios norteamericanos manifestaban simpatía hacia los es-
fuerzos de las administraciones mexicanas por lograr la pacificación del
Po
país, organizar la hacienda pública, sanear y modernizar el ambiente social
y cultural, eliminar la influencia del clero en asuntos civiles, disminuir los
privilegios del ejército, etc., esfuerzos todos que habrían de condensarse en
a

el movimiento de reforma. Puede decirse, hoy día, que resultaron infunda-


eb

das las esperanzas de algunos liberales, quienes llegaron a creer que podría
obtenerse de los Estados Unidos préstamos no condicionados políticamen-
u

te ni ligados a cambios de trazo de la frontera, pero es indudable —y mu-


chos liberales lo reconocieron en la época— que parecía posible la ayuda
pr

para la causa reformista, no sólo bajo la forma del reconocimiento diplomá-


tico, sino aun a través de la venta de algunos armamentos y otras facilida-
1a

des militares.54
A fines de 1858, la prudencia más elemental aconsejaba a los liberales
negociar las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos sobre la base
del respeto a los tratados firmados entre ambas naciones, la búsqueda de
bases para ampliar y mejorar las relaciones amistosas y, de ser posible, la

54  La correspondencia de Ocampo registra, en forma indirecta, la idea de algunos diri-

gentes liberales de que podría obtenerse la venta de armas y parque en Estados Unidos. Es
sabido que Comonfort obtuvo recursos en 1854, de algunos amigos personales y que pudo
comprar implementos militares que envió a Acapulco para apoyar la revolución de Ayutla.
Véase las cartas de Mata en: INAH; 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos; de fechas 19-11-1859
(doc. 8-4-114). 15-VIII 1859 (8-4-134) y 19-IX-1859 (8-4-140); de Manzo del 26-XII-1859; de
Vidaurri a Mata del 2-VI-1859 (50-V-17-1) en: INAH; cartas personales; también Rivera
Cambas; tomo II, p. 567, quien no da pruebas de sus exageradas afirmaciones.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  313

obtención de ayuda norteamericana para la causa del gobierno de Veracruz


—tanto pecuniaria como de otras índoles— desde luego que sin condicio-
nes políticas perjudiciales, sin intervención yanqui en la guerra civil y sin
merma del territorio y la soberanía de México. Pedir más habría sido colo-
carse fuera de la realidad; el momento no permitía modificar o corregir las
imprudentes concesiones que los gobiernos conservadores de Bustamante
y Santa Anna, bajo la dirección de Alamán y de Diez de Bonilla, habían hecho
en 1831 y 1854.
Esta fue, como veremos detalladamente a continuación, la política
que se fijaron Juárez y Ocampo al tener conocimiento de la designación de
Mr. William M. Churchwell como agente especial del presidente Buchanan
cerca del gobierno de Veracruz.

a
Para juzgar de una manera objetiva y desapasionada la participación de

rrú
Ocampo en el desarrollo de la política exterior del gobierno de Veracruz, y
en particular su intervención en la elaboración del tratado de tránsitos de
1859, conviene poner en claro algunos aspectos de la situación existente
Po
durante la guerra de tres años. Tanto en las relaciones con los diplomáticos
de países extranjeros, como en el curso de las luchas entre liberales y con-
servadores, el gobierno de Veracruz tuvo que aceptar, repetidas veces, la
a

discusión de cuestiones que no era aceptable resolver en la forma que el


eb

bando contrario proponía inicialmente. Mucho después del reconocimiento


norteamericano, por ejemplo, Miramón de nuevo se presentó frente a Vera-
u

cruz, puso sitio a la plaza y propuso conversaciones de paz, apoyadas por el


representante de Lord Russell. En esa ocasión, Juárez y su gabinete autori-
pr

zaron que Emparan y Santos Degollado se encontraran con Isidro Díaz y


Manuel Robles Pezuela en busca de una solución pacífica para la guerra ci-
1a

vil. A Juárez, tomando como base las proposiciones de Miramón, le fue pre-
sentado un acuerdo de 6 puntos, después de la primera conversación; pero
el 15 de marzo de 1860, Juárez rechazó la intervención de los diplomáticos
extranjeros y declaró que sólo un congreso electo de acuerdo con la consti-
tución de 1857 podría resolver los puntos en disputa.55 “El gobierno consti-
tucional —decía unos días después don Santos Degollado al enviado de
Lord Russell, comentando el fracaso de estas negociaciones— tiene ade-
más límites legales que no puede traspasar, sin traicionar a sus deberes ni
burlar las esperanzas de los pueblos. Ceder al apremio de la fuerza y al te-
mor de las consecuencias de una guerra que no ha provocado, sería hacerse
indigno de la confianza de sus comitentes y caer en la vergonzosa debilidad

55  Juárez, correspondencia; tomo II, pp. 646 y 647.


314  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

que derribó al ex presidente Comonfort”.56 El hecho de que sus comisiona-


dos recibieran las proposiciones de Miramón, regresaran a reunirse con los
comisionados conservadores y levantaran un acta haciendo constar el re-
chazo de Juárez, en modo alguno implicó que el Presidente hubiera traicio-
nado la causa liberal y pensara tomar el camino de Comonfort. Ni en el sitio
del año anterior, ni en esta ocasión, ni en las instrucciones que dio a Ocam-
po y a Llave al trasladarse éstos a la ciudad de México, que había caído un
año después en manos del ejército liberal, era aconsejable cerrar la puerta a
la celebración de posibles armisticios militares, para lo cual era necesario
escuchar las proposiciones del bando conservador.
“Sin embargo, de todos los inconvenientes y deseoso de S.E. el señor
Juárez de allanar por su parte las dificultades para ensayar el amistoso
consejo del H. Lord John Russell —escribió Degollado al representante in-

a
glés— acordó por el voto unánime de su gabinete aceptar un armisticio

rrú
bajo las bases que desea el gobierno británico, de que se procediese du-
rante la suspensión de hostilidades a elegir presidente de la República, a
Po
nombrar los miembros de una asamblea nacional que se ocupase preferen-
temente de resolver la cuestión sobre los puntos constitucionales y a esta-
blecer como punto convenido e invariable la tolerancia civil y religiosa”.57
a

El hecho de que Emparan y Degollado se hayan sentado ante la misma


mesa con los representantes de Miramón, llevando la plena representa-
eb

ción de Juárez, no significa que el gobierno de Veracruz estuviera dis-


puesto a llevar a la práctica el plan del capitán Aldham, propuesto en su
u

comunicación del 5 de marzo, abandonando las bases legales de su go-


pr

bierno. Ocurrió, únicamente, que Díaz y Robles Pezuela tuvieron ocasión


de oír personalmente de boca de los representantes liberales que todas las
cuestiones en disputa sólo podían someterse a la resolución de un congreso
1a

elegido de acuerdo con la constitución de 1857. Con todo el respeto a las


formas y todas las cortesías del caso, la respuesta al capitán Aldham termi-
naba diciendo: “Los enemigos de la constitución han preferido que las ar-
mas decidan la cuestión de existencia política de la República; y al gobierno
constitucional no le alcanza ninguna responsabilidad, porque es toda de
sus adversarios. Mas si inculpable como es, la Gran Bretaña lo juzga digno
de censura y le hace cargos inmerecidos, S.E. el señor Juárez descansa en el
juicio imparcial del mundo civilizado, y sabrá mantener una actitud decoro-
sa y firme, por difíciles y complicadas que sean las circunstancias en que lo
coloque la suerte de las armas”.58

56  Idem; p. 657.


57  Idem; p. 658.
58  Idem; p. 659.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  315

Las conversaciones que se iniciaron a partir del 20 de enero de 1859,


con el enviado confidencial del presidente Buchanan, nos dan la ocasión de
observar un caso semejante. William M. Churchwell tuvo repetidas entre-
vistas informales con el presidente Juárez y su gabinete, se trasladó a la
ciudad de México y presenció ahí tres cambios del gobierno conservador
(el restablecimiento del plan de Tacubaya, la designación de Miramón para
suceder a Zuloaga y su ascenso como presidente sustituto), regresó a Vera-
cruz, y redactó un largo e interesante informe sobre la situación de México,
en el breve lapso de veinte días. Posteriormente en una carta confidencial
sal presidente Buchanan, mr. Churchwell trazó relatos breves del presiden-
te Juárez, de Ocampo y de Miguel Lerdoy resumió sus conclusiones sobre la
misión que le había sido encomendada.59

a
A juzgar por los documentos del enviado especial del presidente yanqui,

rrú
sus conclusiones tuvieron un carácter marcadamente contradictorio, ade-
más de estar salpicadas de observaciones superficiales respecto a puntos
difíciles de juzgar para un extranjero en tan corto tiempo. “La permanencia
Po
de los liberales en el poder es una meta que justifica la más vehemente ayu-
da moral de nuestro gobierno”; esta primera conclusión fue sin duda favo-
rable al gobierno de Veracruz; pero inmediatamente después agregó el
a

agente especial: “México perderá inevitablemente su nacionalidad, será bo-


eb

tín de gobernantes despóticos o menos que los males que tanto daño hacen
sean rápidamente eliminados. Dejado a sí mismo, las cosas no pueden con-
u

tinuar mucho tiempo como están y de empeorar sólo un milagro lo salvará


de perderse totalmente”.
pr

Ha sido señalado por varios autores, que aun más patente resulta la
contradicción de Mr. Chrchwell respecto a la política que sugiere a su go-
1a

bierno. Su exposición se inicia con una larga tirada de inobjetables propósi-


tos: “Tendiéndole la mano cordialmente podremos elevar (a México) a un
punto en el que nuevamente brillará en la senda de las naciones, lleno de
vida nueva y espíritu nacional. Si manifestamos un generoso interés en su
bienestar, ahora que tanto lo necesita, si los tranquilizamos haciéndoles
ver que no intentamos despojarlos de su territorio, si les hacemos creer que
somos demasiado justos para aprovecharnos de un pueblo tan dividido y
debilitado, que no somos tan egoístas y sin escrúpulos como para perjudi-
carlos con tal de salir beneficiados, nos adoptarán como su virtual protec-
tor y, progresando con nuestro asesoramiento, so dejarán de realizar
ningún esfuerzo para imitar nuestro buen ejemplo”. Para resolver el problema

59  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 483 a 494 y 499 a 512.
316  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

mexicano —resume— debemos hacer uso del más sano patriotismo, junto
a las más nobles miras liberales sólo limitadas por a constitución de
nuestro país”.
Casi sin interrupción, no obstante, Mr. Chrchwell resume en un párrafo
las ventajas que su país podría obtener de México en aquellos comprometi-
dos momentos. Tal vez por última vez, dice sin embargo, estamos en condi-
ciones de concluir un tratado que nos asegure la soberanía sobre Baja
California, el perpetuo derecho de vía desde El Paso hasta Guaymas, y
desde otro punto del río Bravo al golfo de California, junto con las vastas
cesiones de territorio a las compañías estadunidenses que construyan el
ferrocarril que atraviese Sonora y Chihuahua, así como el mismo derecho
perpetuo de tránsito a través del istmo de Tehuantepec.60 Se ha publicado

a
también un extracto de las sugerencias con que Mr. Chrchwell acompañó la

rrú
carta enviada al presidente Buchanan el 2 de febrero. Los doce puntos con-
tenidos en ese documento son los siguientes: 1) Cesión de la Baja California;
2) El tránsito o derecho de vía desde el río Grande hasta el golfo de California
Po
y el derecho de vía, perpetuo, por el istmo de Tehuantepec; 3) Una parte del
dinero con que se hiciera la compra de aplicaría a rescatar los bonos de la
deuda inglesa; 4) Comisionados de ambas partes para adjudicar los recla-
a

mos de Estados Unidos contra el gobierno mexicano, que se pagarían del


eb

mismo dinero; 5) Reciprocidad comercial; 6) Ningún derecho de tránsito


recaudaría México; 7) Los privilegios comerciales que se concediesen a
u

iotras naciones se concederían a Estados Unidos; 8) Protección eficaz a los


pr

ciudadanos de ambos países; 9) México tendría derecho a tratar con otras


naciones sobre los asuntos antecedentes; 10) Entrada libre de efectos y de
mercancías de ciudadanos o súbditos de todos los países, en tránsito bona-
1a

fide por el territorio de México, cuando no estuvieran destinados al consu-


mo interior; 11) Un convenio para proteger y defender los tránsitos; 12)
Otro derecho de vía entre el golfo de California y la frontera sur de Estados
Unidos.61
Frente a esta actitud del representante confidencial del presidente Bu-
chanan, obviamente se ofrecían pocos caminos ante Juárez, Ocampo y el
resto del gabinete, que estaba absolutamente enterado del curso de las
conversaciones. Los ministros de Juárez y en particular Lerdo, escucharon
personalmente de boca de Chrchwell las pretensiones del gobierno nor-
teamericano, como volvió a ocurrir después durante las conversaciones

60  Idem; p. 486.


61  Idem; p. 512.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  317

con McLane.62 Lerdo murió en marzo de 1861 si haber tenido ocasión de


externar públicamente sus puntos de vista; pero Ruiz, en mayo del propio
año, presentó a la cámara un amplio informe sobre el tratado McLane,
sin que en ninguna forma expresara que las decisiones de Juárez y Ocam-
po hubieran sido desconocidas por el resto del gabinete.63 Pero no sólo
eso; liberales destacados como Zarco, y León Guzmán, analizaron públi-
camente el tratado o participaron en su discusión por el congreso, sin em-
bargo, de que no formaban parte del gabinete cuando el pacto se firmó, y
muchos de ellos ni siquiera se encontraban en Veracruz.64 Ello prueba,
además de la evidencia documental que veremos más adelante, que el
contenido de los acuerdos al respecto fue ampliamente conocido entre los
dirigentes liberales, sin abrir una brecha importante, en 1860, entre ellos

a
y Juárez y Ocampo.

rrú
Las tres posibilidades que lógicamente se ofrecían al gobierno de Vera-
cruz, antes de que Mr. Churchwell diera por terminada su misión, eran en
realidad bien simples:
Po
a) Denunciar los tratados firmados por los conservadores en 1831 y
1854, dar sus pasaportes a Mr. Churchwell y cerrar la puerta al ofrecimien-
to de ser reconocidos por los Estados Unidos. Esto, sin duda alguna, fue lo
a

que habría deseado Miramón.


eb

b) Ceder Baja California a los Estados Unidos, confirmar los tránsitos y


admitir su protección, y obtener la mayor cantidad de dinero posible a cam-
u

bio de la cesión y de las franquicias comerciales que se concedieran. Esto,


pr

también sin duda alguna, era lo que habrían querido los Estados Unidos.
El gobierno de Veracruz no hizo, desde luego, ni una ni otra cosa. Juá-
rez y Ocampo se trazaron al respecto una línea política que contó con apoyo
1a

mayoritario del grupo liberal, y que consistió en lo siguiente :


c) Aprovechar las contradicciones y debilidades de la actitud norteame-
ricana para desarmar la amenaza implícita en esa actitud; reconocer las
obligaciones contraídas en los tratados anteriores y cumplir, en lo estricta-
mente necesario, los compromisos que hasta entonces no se habían llevado
a la práctica, ampliándolos sólo en aspectos secundarios, que no represen-
taran ni precedentes ni nuevas complicaciones peligrosas.
Esta última línea de acción, era sin duda la que aconsejaba el buen sen-
tido y la que esperaba de ellos la causa liberal. No carece de importancia

62  Idem; pp. 485 y 542.


63  El siglo XIX; 1o.-VI-1861.
64  Idem; 3-VI-1861.
318  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

examinar los datos de que disponemos, con el ánimo de establecer hasta


qué punto pudieron mantener sin variaciones sustanciales estos propósitos
básicos. En la medida en que encontremos que no haya sido así, convendrá
mucho también analizar el grado de importancia de la separación entre sus
compromisos y la línea que se habían trazado.
No puede dejar de tenerse en consideración, al seguir el hilo de las dis-
cusiones que llevaron al tratado, el hecho de que las circunstancias adver-
sas imponían mucha reserva para firmar nuevos compromisos, pero cierta
flexibilidad para conducir unas negociaciones celebradas contando con po-
cos medios para resistir. Antes de la guerra civil norteamericana y de que
México rechazara la intervención francesa, los Estados Unidos —como
puede verse en las notas de Cass, Forsyth, Churchwell y McLane, así como en

a
los discursos de Buchanan— veían a México como un terreno abierto para

rrú
su política expansionista. Las consecuencias de esa actitud no se podían
evitar —lo habían demostrado las guerras de Texas y del 47—, sino con
mucha precaución unida a mucha firmeza. El menor desliz conducía a la
Po
pérdida de territorio; errores que en otras condiciones habrían podido repa-
rarse con facilidad, seguían causando daño después de mucho tiempo; sólo
la persistencia y la cautela podían sacar a la causa liberal de la difícil situa-
a

ción en que se encontraba.


eb

La primera contradicción de la posición norteamericana consistía en el


hecho de que Churchwell era un agente no diplomático, cuya gestión tenía
u

un carácter francamente irregular.65 El gobierno de Vera-cruz podía discutir


con un agente especial, quien no contaba con autorización para entablar
pr

negociaciones y cuya misión era sólo informativa, prácticamente cual-


quier tema; ello no podía originar compromisos que afectaran al país o,
1a

simplemente, al gobierno de Veracruz. Si el gobierno yanqui reconocía a


Juárez sin que previamente se hubiera celebrado un acuerdo, por lo menos
se habría ganado el tiempo necesario para que posteriormente se celebra-
ran conversaciones ya formales. Si el secretario de Estado mandaba des-
pués, como en efecto sucedió, un diplomático acreditado y éste se hubiera
negado —cosa que McLane intentó, pero no pudo lograr— a reconocer al
gobierno de Veracruz sin la satisfacción de algunas condiciones previas,
en el peor de los casos el reconocimiento no se habría realizado, y todo el
asunto habría quedado en la situación inicial. Este hecho fue percibido

65  Las instrucciones dadas a Churchwell decían que debería “investigar el estado y las

posibilidades de los diversos partidos” y dar opiniones que guiaran “futuras relaciones con
México”. Juárez, correspondencia; tomo III, p. 475. Manning; vol. IX, p. 255, doc. 3933. ¡Pero
no debía mostrarlas, si no era necesario!
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  319

claramente por Buchanan, cuando designó a Churchwell; por ello le dijo


que, en realidad, había decidido reconocer al gobierno de Juárez, pero que
necesitaba un documento en el cual apoyarse en caso de que los miembros
del congreso criticaran esa decisión. Tal es la intención evidente de las car-
tas dirigidas por su enviado a Buchanan, con fechas 8 y 21 de febrero.66 Por
eso también, el propio Churchwell reconocía el carácter secundario y limita-
do de su papel, cuando expresaba al secretario Cass: “Personas mayores y
más capaces que yo, decidirán qué es lo que debemos y nos conviene hacer
en las presentes circunstancias”.
El segundo aspecto débil y contradictorio de las cartas que vino a poner
sobre la mesa el enviado confidencial, ya fue señalado más arriba. Sólo un
hombre poco cuidadoso podía pensar que los ofrecimientos de amistad y de

a
generosa ayuda eran compatibles, sin que nadie lo notara, con el atraco

rrú
que se proponía realizar respecto a la Baja California. Churchwell salía al
paso de esta objeción, indicando que la situación financiera del gobierno de
Veracruz era desesperada —lo cual era cierto— y que, por lo tanto, si no
Po
obtenía fondos de otra parte, Juárez tendría que convencer a su grupo de la
necesidad de vender Baja California y de permitir que las tropas nor-
teamericanas ocuparan los tránsitos —en relación a esta segunda parte, es
a

evidente el non se-quitur—.


eb

Finalmente, resultaba insostenible también que al mismo tiempo se di-


jera que la causa liberal representaba la causa del porvenir de México, y por
u

otro lado se le hiciera el daño enorme que resultaría de obligar al gobierno


de Juárez a cercenar el territorio nacional y aceptar la ocupación de los
pr

tránsitos por una potencia extranjera. Juárez, Ocampo y Lerdo eran para
Churchwell incorruptibles, honestos, de elevadas miras, rectos, prudentes y
1a

dignos de confianza. “Diariamente aumenta el prestigio de los principios


del gobierno constitucional —escribió a Buchanan su enviado— y se cree
que el reconocimiento de los Estados Unidos lo colocará pronto en posesión
de la capital. El acto más importante que ha decidido realizar es separar,
con la mayor diligencia, la corrupta iglesia del estado y nacionalizar sus
vastas propiedades de $300 millones. Hasta que esto se realice, ningún go-
bierno opuesto al clero puede esperar permanecer algún tiempo en el poder
en la capital”. ¿Cómo podía, razonablemente, sostenerse que a estos impor-
tantes fines, cuya consecución se hallaba en manos adecuadas y confia-
bles, iba a contribuir la cesión de Baja California, primer punto de los doce
que acompañaban a la carta confidencial dirigida al presidente Buchanan?

66  Idem; pp. 1024 y 1030, doc. 4364 y 4365.


320  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

En resumen, la misión de Churchwell no podía producir ningún docu-


mento oficial o acuerdo entre los gobiernos de ambos países, pues el agente
especial sólo había sido designado para “investigar el estado y las posibili-
dades de sus diversos grupos y partidos e informar al departamento de es-
tado sobre el resultado de su investigación”. “Deberá usted —le había dicho
Mr. Cass— ser preciso y diligente para investigar los hechos que nos permi-
tan establecer opiniones correctas que sirvan de guía en nuestras futuras
relaciones con ese país”. En tales condiciones, aún suponiendo sin conce-
der que Ocampo hubiera firmado la lista de sugestiones que Churchwell
envió al presidente Buchanan, que no podían tener otro carácter que el de
temas para futuras negociaciones, es evidente que el gobierno de Juárez y
su ministro de relaciones no habían contraído, hasta ese momento, ningún

a
compromiso sobre el resultado de esas negociaciones, de acuerdo con las

rrú
reglas de trato entre naciones soberanas.
Quien primero reconoció esto fue el secretario de estado Mr. Cass. En
las instrucciones que dio por escrito a Mr. Robert M. McLane, al designarlo
Po
ministro en México, refiriéndose a Mr. Churchwell sólo dice lo siguiente:
“Sus comunicaciones de 8 y 21 de febrero —las cuales usted ha visto— nos
proporcionan las últimas noticias que tenemos acerca de la situación políti-
a

ca de México. Según ellas, la causa del partido liberal de Juárez está ganan-
eb

do terreno firmemente y sugiere que sea reconocido por Estados Unidos


como el verdadero presidente de la República. Sin embargo, nos hace una
u

triste descripción del país sobre el cual ningún gobierno parece ejercer un
riguroso control”.67 Ni una palabra de que el gobierno de Juárez hubiera
pr

contraído ya compromisos con los Estados Unidos, a través de su enviado


especial. Mucho menos algo que remotamente equivalga a una descripción
1a

de ofrecimientos hechos por Ocampo al caballero de Tennessee. La carta del


22 de febrero no se menciona.
Era natural que ante esta situación, Mr. McLane tampoco recibiera ins-
trucciones definitivas en el sentido de reconocer al gobierno de Juárez, a su
llegada a Veracruz. Al contrario, se le dijo que la cuestión de si existe o no
gobierno en un país, no es una cuestión de derecho sino de hecho, y que la
investigación respectiva, en cuanto al caso de México, se dejaba en gran
parte a su discreción. Cuando el ministro norteamericano hubiera encontra-
do que existía un gobierno establecido en México, estaba autorizado para
reconocerlo; a continuación y a reserva de recibir posteriores instruccio-
nes, Mr. McLane estaba autorizado también para negociar con el gobierno

67  Manning; vol. IX, p. 256, doc. 3934.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  321

mexicano que hubiera reconocido, un tratado de comercio y límites con los


Estados Unidos, basándose en términos generales en las proposiciones he-
chas anteriormente por Mr. Forsyth a los gobiernos liberal y conservador.68
“Su atención —decían las instrucciones que recibió McLane— deberá
concentrarse, primordialmente, en lograr un derecho de tránsito a través
del territorio norte de México y otro que atraviese el istmo de Tehuantepec,
dando a Estados Unidos la facultad para desembarcar tropas, si fuera nece-
sario, con el objeto de asegurar dichos tránsitos. Si, a más de estas conce-
siones, se pudiera obtener también una cesión de la provincia de la Baja
California, usted podría estipular el pago de todo ello en la suma de 10 mi-
llones de dólares. En todo caso, una parte de dicha suma debería ser reser-
vada a un fondo para la satisfacción de las reclamaciones estadunidenses

a
contra México. Con este despacho —agregaba el pliego de instrucciones—

rrú
se incluye adjunto un pleno poder”. Al mismo tiempo, se reiteraba al recién
designado ministro que las simpatías de los Estados Unidos se inclinaban
fuertemente en favor del gobierno de Juárez.
Po
Mr. McLane, sin embargo, aunque sus instrucciones escritas no hacían
referencia a ello, llegó a Veracruz con el propósito expreso de supeditar el
reconocimiento a la formalización de acuerdos sobre los puntos menciona-
a

dos en las conversaciones con Churchwell. Inmediatamente conoció a


eb

Ocampo, Ruiz, Juárez y Lerdo. Este último se apresuró a manifestarle que


estaba totalmente en contra de la cesión de la Baja California, confirmando
u

con ello, en la tarde, lo que Ocampo le había declarado en la mañana del


mismo día.69 En su informe al departamento de estado, de fecha 7 de abril,
pr

McLane dijo que Ocampo, al conocer sus pretensiones le había pedido que
redactara un memorándum con las sugestiones que Churchwell había
1a

acompañado a su informe. En ese memorándum, recibido por Ocampo el


día 9, se puede leer lo siguiente: “Representó además el Sr. Churchwell y,
muy particularmente, que (el gobierno de Juárez) estaba pronto a negociar
con el gobierno de Estados Unidos sobre un cambio en la línea divisoria al
norte entre México y Estados Unidos, de modo que se incluyera el territorio
de la Baja California dentro de los límites de Estados Unidos e igualmente
sobre un derecho de vía perpetuo, desde el golfo de México hasta el Pacífico,
por vía del istmo de Tehuantepec y también otros tránsitos o derechos de
vía desde puntos sobre el ríe Grande hasta el golfo de California”. El ministro

68  Idem; p. 258. Debe notarse que las cartas del enviado especial norteamericano al se-

cretario Cass y al presidente Buchanan, no dicen que Ocampo hubiera hecho ningún ofreci-
miento a cambio del reconocimiento.
69  Idem; pp. 1037 a 1044.
322  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

norteamericano describió a continuación, en términos generales, los otros


puntos resumidos en el pliego de sugestiones de Mr. Churchwell, y envió a
Ocampo los proyectos de tratados propuestos por el señor Forsyth al go-
bierno de Comonfort. Repetiremos que el memorándum de 4 de abril termi-
naba diciendo: “Al dar principio a las relaciones diplomáticas con la
República Mexicana, el presidente de Estados Unidos no cumpliría fiel-
mente con los deberes del ramo ejecutivo del gobierno si dejara de verificar
por sí mismo:70
1. Que un gobierno existe en México, el cual posee el derecho político de
ajustar, dé una manera honrosa y satisfactoria, las cuestiones pendientes
cuando las relaciones entre los dos países se suspendieron.
2. Que dicho gobierno está dispuesto a ejercer su derecho y poder político

a
sobre los puntos mencionados, con un espíritu de lealtad y de amistad.

rrú
Al resolver estos dos puntos, el presidente de Estados Unidos no admite (o
reconoce) otra influencia que los principios bien reconocidos del derecho de
gentes y un interés profundo y encarecido por el bienestar y la prosperidad mu-
Po
tuos de las dos Repúblicas.
La respuesta de Ocampo, que ya transcribimos también, fue entregada
a McLane el día 5 y fue seguida, al día siguiente, por el reconocimiento del
a

gobierno de Veracruz. Ocampo, como sabemos, se limitó a manifestar que


eb

Churchwell había informado con exactitud al presidente Buchanan al ase-


gurarle los dos puntos arriba citados y agregó: “Los sucesos posteriores
u

nada han cambiado ni contra la existencia y poder de este gobierno, ni en


pr

la buena voluntad que conserva de terminar, amistosa y lealmente, los


puntos pendientes entre México y Estados Unidos de manera que resulten
en bien y ventajas mutuas de ambos países”.71
1a

Puesto que los dirigentes liberales habían ya manifestado clara y uná-


nimemente a McLane que no cederían la Baja California, información trans-
mitida de inmediato al departamento de estado, queda en evidencia que el
reconocimiento no estuvo supeditado a la aceptación de las pretensiones
norteamericanas contenidas en la hoja de sugestiones de Churchwell.72

70  Idem; p. 1040. Véase: Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 563 y 537.
71  La respuesta de Ocampo, base y asunto principal de las conversaciones, fue comuni-
cada al secretario Cass con la noticia del reconocimiento del gobierno de Veracruz, que fue
aprobado totalmente por aquel funcionario. Puede afirmarse, por lo tanto, que no hubo
otros compromisos de don Melchor previos a esa medida. Véase: Manning; vol. IX, p. 259,
doc. 3935.
72  Idem; p. 1043. Aparte de la respuesta de Ocampo del 5-IV-1859. McLane sólo men-

ciona el ofrecimiento de “negociar dentro del más amplio sentido liberal, una revisión de las
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  323

Debe tenerse presente que la cesión de la península era precisamente el pri-


mer punto de esa lista de sugestiones. Hasta aquí, una consideración obje-
tiva de las conversaciones con McLane lleva a la conclusión de que Ocampo
había logrado su primer objetivo, el reconocimiento yanqui, sin contraer
por su parte nuevos compromisos. Pero, eso sí, ahora tendría que discutir
un tratado con los Estados Unidos, cuyas pretensiones, como se ha visto,
no eran nada tranquilizadoras para el gobierno de Veracruz.
Dos elementos, sin duda, deben haber preocupado a Ocampo, al llegar a
este punto de las negociaciones. Por una parte, estaban las amenazas di-
rectas de usar la fuerza contra México a las cuales no habían renunciado en
ningún momento las autoridades norteamericanas. Un ejemplo típico de
esta clase de actitudes, lo constituye la moción presentada ante el senado

a
yanqui por Sam Houston, cuyo papel en la separación de Texas fue bien

rrú
conocido, para que México fuera convertido en un protectorado de los Esta-
dos Unidos.73 En efecto, el 20 de abril de 1858, el senador de Texas hizo
una proposición del tenor siguiente: “Se resuelve: Que se nombre una comi-
Po
sión especial compuesta de siete individuos para que examine y dé cuenta
al senado si es o no conveniente al gobierno de los Estados Unidos de Amé-
rica declarar y mantener un protectorado sobre la llamada República de
a

México, de tal forma y hasta donde sea necesario para asegurar a la Unión
eb

una buena vecindad y al pueblo de dicho país, los beneficios de un gobierno


republicano bien ordenado y arreglado”.74 Aunque el senado no aprobó
u

de inmediato la proposición y rechazó ocuparse de nuevo del asunto el 3 de


junio, no se trataba de una simple baladronada del antiguo presidente de la
pr

república de Texas. Houston estaba en relación con los tenedores de bonos


de México que se reunieron en Londres el 28 de mayo del mismo año. Aun-
1a

que se hizo notar en aquella ocasión que el senado yanqui no tiene faculta-
des expresas para tomar una medida de la naturaleza de lo que proponía
Houston, salieron a relucir, con tal motivo, algunas cuestiones que juga-
rían después un papel importante en el rechazo del tratado McLane-Ocampo,
cuando fue puesto a consideración de esa asamblea.
La prensa del norte de los Estados Unidos, con motivo de la singular
proposición de Houston, se extendió ampliamente sobre varias cuestiones

reglamentaciones comerciales y de tránsito y de los pasos del río Grande al golfo de Califor-
nia, juntamente con el tránsito del golfo de California a algún punto de la línea fronteriza
de Arizona”.
73  Houston presentó su moción mientras el grupo de Juárez y Ocampo viajaba de Panamá

a La Habana.
74  Documentos inéditos relativos a la reforma; p. 110.
324  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de trascendencia referentes a las relaciones entre ambos países. Antes de


nada, los comentarios subrayaron que no convenía a Norteamérica contra-
riar la recomendación tradicional del presidente Washington, contrayendo
compromisos o alianzas con otros países, que limitarían su libertad de
acción en el continente americano. Se señaló también que la ocupación
de territorios mexicanos obligaría al mantenimiento de un gran ejército per-
manente, del tipo de los sostenidos durante siglos por las potencias euro-
peas para preservar los privilegios feudales, lo cual tendría consecuencias
negativas en el ambiente político de una república joven. No escaparon a los
comentarios de prensa, las conexiones evidentes de la maniobra de Houston
con las pretensiones de los tenedores ingleses de bonos sobre México, deuda
cuyo carácter usurario era bien conocido. Se recordaba, todavía entonces, la

a
oposición que provocó la guerra contra México en 1846, y parecía probable
que una agresión sin motivo provocaría, sin duda, críticas y comentarios

rrú
muy desfavorables, además de que requeriría un aumento de impuestos en
los Estados Unidos, medida que nunca es popular. Parecía probable, asimis-
Po
mo, que nuevas ocupaciones de territorios traerían problemas con Inglate-
rra, España y Francia que tenían posesiones valiosas en América.
A nadie escapaba, por lo demás, que los intereses económicos de los es-
a

tados norteños se contraponían, en cada uno de los puntos cuya discusión


eb

provocó la sugestión sui generis del senador texano, con los propósitos de
los estados sureños, dedicados a la agricultura con base en el régimen es-
clavista. No era por tanto, ninguno de los dos gobiernos que operaban en
u

México quien había derrotado y desprestigiado la proposición de Houston;


pr

fueron las propias divergencias internas de la política norteamericana —a


escasos tres años de la iniciación de la guerra de secesión— lo que dejó en
1a

el aire al senador texano. Su proposición se vio nulificada y desarmada


por el carácter agudo e irresoluble, por el momento, de esas divergencias.
Pero el incidente Houston, seis meses antes del arribo de Churchwell a
Veracruz, había dado, aún a observadores menos interesados y atentos
que Juárez y Ocampo, una medida bien clara de los obstáculos con que tro-
pezaría, en su propio país, una gestión como la encomendada al caballero
de Tennessee.
Debe recordarse, también, que el propio presidente Buchanan había dicho,
en su informe de diciembre de 1858, que la única consideración que lo detenía
para pedir autorización al congreso con objeto de ocupar “temporalmente”
la parte norte de la República Mexicana, era la incertidumbre sobre la for-
ma en que se resolvería la guerra civil de México.75 Esta afirmación tenía

75  Messages and Papers of the Presidents; vol. V, p. 514.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  325

un carácter ominoso, pues no se veía término al conflicto interno, ya que el


clero tomaba una parte cada vez más activa en apoyo y sostén del gobierno
conservador. La actitud norteamericana alcanzaba, por momentos, el as-
pecto de una presión apenas disimulada para obtener ventajas materiales
aprovechando la guerra civil mexicana.
Por otro lado, saltaba también a la vista que los diplomáticos de Esta-
dos Unidos no estaban muy seguros de la validez práctica de los compromi-
sos que habían arrancado a los conservadores mexicanos, en parte a
cambio de dinero y en parte a través de una brutal presión política, como
había ocurrido con el tratado de La Mesilla en 1854. Desde la independen-
cia hasta la intervención francesa de 1862-67, México tuvo que ceder en
varias ocasiones a una diplomacia extranjera que recurría, sin muchos

a
preámbulos y discusiones previas, a la presión militar para conseguir sus

rrú
fines. En aquella etapa, cualquier reclamación se convertía en pretexto
para que una escuadra extranjera cañoneara nuestros puertos o para la
ocupación militar de una parte del territorio. Después de la guerra de sece-
Po
sión, no se consumaron agresiones de esta naturaleza, con excepción de los
incidentes ocurridos durante la revolución mexicana de 1910-20. Por ello,
una mínima previsión del futuro aconsejaba a los diplomáticos de Estados
a

Unidos no dejar las concesiones que habían obtenido en 1831 y 1853, con
eb

el carácter que originalmente se les dio, pero que tal vez las volvería inope-
rantes en un ambiente internacional más pacífico y tranquilo. En 1858, no
u

era difícil ver dónde estaba el lado débil de esas concesiones, desde el punto
pr

de vista de quienes quisieran hacerlas efectivas en el futuro. Hasta enton-


ces, según ya indicamos, no se habían traducido en situaciones materiales,
que involucraran comercio o intereses concretos de otra índole; no existían
1a

individuos cuyas actividades estuvieran centradas en el aprovechamiento


de esos privilegios; haciendo a un lado consideraciones geopolíticas —como
hoy se dice— de un orden muy vago e insustancial, no había intereses rea-
les, ciertos y positivos, de los Estados Unidos que se vieran comprometidos
o contradichos si se desconocían o no se daba curso a la aplicación y uso de
los privilegios. Una gran potencia siempre puede, claro, imponer por la
fuerza su voluntad y sus intereses a otro país que militarmente no esté en
condiciones de impedirlo; estas cosas han sucedido hasta ahora periódi-
camente. Pero, en general, tales acontecimientos no son consecuencia de
la aplicación de tratados legítimos entre las naciones; constituyen, más
bien, transgresiones o rupturas del orden internacional y de la convivencia
pacífica, realizadas, casi siempre, cuando se encuentran comprometidos
intereses vitales de las grandes potencias.
326  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Si se toma en cuenta, finalmente, que el gobierno de Veracruz tenía en-


frente un ejército bien organizado, dirigido por jefes competentes que ha-
bían logrado espectaculares victorias, aprovisionado con recursos de un
“estado dentro del estado” que era dueño de una buena parte de las propie-
dades urbanas y de la tierra agrícola del país, resulta inescapable la conclu-
sión de que el primero de los objetivos de la diplomacia encomendada a
Ocampo tenía que ser el aplazamiento de la solución de las reclamaciones
norteamericanas. Ahora bien, sólo era posible aplazar iniciando las nego-
ciaciones; los diplomáticos de Estados Unidos distaban mucho de perma-
necer inactivos y no tenían las manos atadas. El gran problema de la
gestión de Ocampo, en 1858 era encontrar la forma menos peligrosa para
obtener el aplazamiento de las demandas yanquis sin hacer concesiones

a
que agravaran la situación del lado mexicano en forma importante.

rrú
A fin de comprender el estado de los derechos de tránsito en 1858, por
cuanto se refiere al istmo de Tehuantepec, conviene hacer un paralelo con
la situación que existía hace poco respecto al canal de Panamá, cuyo trata-
Po
do acaba de sufrir como el lector sabe, un proceso de revisión. Los Estados
Unidos obtuvieron de la naciente república de Panamá, en 1903 «a perpe-
tuidad “el uso, ocupación y control” de la zona del canal, con anchura de
a

diez millas; “el uso, ocupación y control de otras tierras y aguas fuera de la
eb

zona arriba descrita, que puedan ser necesarias y convenientes para la cons-
trucción, conservación, servicio, sanidad y protección de la empresa”, tam-
u

bién a perpetuidad; y “del mismo modo y a perpetuidad, todas las islas que
se encuentran dentro de los límites de la zona, y además el grupo de peque-
pr

ñas islas situadas en la bahía de Panamá, conocidas con los nombres de


Perico, Naos, Culebra y Flamenco”. Los Estados Unidos —decía el conve-
1a

nio—, por supuesto, tendrán en esas tierras y aguas “todos los derechos,
poder y autoridad que poseerían y ejecutarían si fuesen soberanos del te-
rritorio en que dichas tierras y aguas se encuentran situadas, con entera
exclusión de la República de Panamá en el ejercicio de tales derechos sobe-
ranos, poder o autoridad”. (Venían) luego las concesiones, igualmente per-
petuas, de derechos subsidiarios: sobre ríos, aguas, lagos, navegación,
provisión de fuerza motriz y cuanto sea necesario y conveniente para la
empresa, así como “el monopolio de cualquier sistema de comunicación,
por medio de canal o ferrocarril, a través de su territorio entre el mar Caribe
y el Océano Pacífico”»76 Además Panamá tuvo que ceder los derechos que le
correspondían, en lugar de Colombia, sobre los productos del futuro canal,

76  Nuestras vías interoceánicas; p. 49 y pp. 175 a 186.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  327

de acuerdo con un tratado anterior. «Otros términos del articulado, parecie-


ran tener por finalidad restarle medios de vida al pueblo panameño…En el
artículo X, por ejemplo, se le veda a Panamá el cobro de cualquier clase
de contribuciones, “ya sean nacionales, municipales o departamentales”,
en todo aquello que directa o indirectamente tenga relación con el canal o
con el ferrocarril, incluso dentro de las ciudades de Panamá y Colón. Y por
el artículo XIII…“los Estados Unidos podrán importar a la zona y tierras
auxiliares, en cualquier tiempo y sin ninguna restricción”, todo lo que
juzguen conveniente y necesario para la empresa interoceánica, libre ab-
solutamente de derechos de aduana, o de cualquier otro pago por concepto
de tributos o gravámenes. La lista de exención de impuestos cubre práctica-
mente toda importación norteamericana…A cambio de todo eso y mucho

a
más, como compensación (artículo XIV), “el gobierno de los Estados Unidos

rrú
conviene en pagar a la República de Panamá la suma de diez millones de
dólares en moneda de oro de los Estados Unidos, al efectuarse el canje
de ratificaciones de este convenio; y también una anualidad de doscientos
Po
cincuenta mil dólares en la misma moneda de oro, comenzando nueve años
después de la fecha arriba expresada”.77 Esta anualidad, por cierto, se pa-
gaba ya a Colombia por el uso del ferrocarril, construido en 1855, por el
a

cual Juárez y su comitiva atravesaron el Istmo.


eb

Si el lector tiene en mente las amplias discusiones registradas en la


prensa, cuando Panamá y Estados Unidos revisaron el tratado del canal en
u

1977, convendrá en reconocer que aún si el convenio original se encontrara


en vigor hasta la fecha, sus implicaciones y consecuencias dañosas para
pr

Panamá no serían comparables con los perjuicios que aún tendrá que pade-
cer ese país, derivados de la existencia de la zona y de la construcción del
1a

canal. Supongamos, por un momento, que los Estados Unidos no hubieran


ocupado la zona hasta la fecha, por cualquier motivo —entre otros pudiera
ser porque el canal se hubiera construido en otra parte—, y que por lo tanto
no hubieran construido el canal en Panamá. Como el tratado de 1903 no
concedía plazo para la ocupación, ni para la realización de las obras, podría
haber seguido indefinidamente en vigor. No se necesita pensar mucho so-
bre el asunto, para comprender que sin la existencia de la zona ocupada y
sin un canal construido y funcionando, la revisión del convenio que se llevó
a cabo en 1977 habría tenido frutos muy distintos. Toda la oposición que el
nuevo tratado encontró en el interior de los Estados Unidos, así como las
cláusulas del mismo que prolongan, indefinidamente, la posibilidad de

77  Idem; p. 50.


328  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

intervención norteamericana en la zona del canal, se derivan de la existen-


cia física de la región ocupada y de la presencia material del canal. Puede
asegurarse, confiadamente, que los Estados Unidos habrían renunciado sin
dificultad a los supuestos “derechos” que les concedió el tratado de 1903,
en las hipotéticas condiciones que hemos planteado, para librarse, sin
costo alguno, de la imagen pública de país poderoso que extorsiona a una
nación débil.
Desde otro ángulo, la misma situación salta a la vista si se considera, a
su vez, el tratado celebrado entre Nicaragua y los Estados Unidos, relativo
a la construcción de un canal en el primer país, conocido como tratado
Bryan-Chamorro de 1914. Se sabe que este convenio internacional fue obje-
tado por afectar derechos de terceros países —Costa Rica, El Salvador y

a
Honduras— que no tuvieron parte en su elaboración. Sin embargo, el he-

rrú
cho decisivo que lo convirtió en letra virtualmente muerta, consistió en su
falta de aplicación durante los 63 años que han transcurrido desde que fue
firmado ese bochornoso documento, a pesar de haber sido ratificado por el
Po
senado estadunidense en 1916.
Sería muy difícil, por no decir imposible, que si Estados Unidos se de-
cidiera a construir otro canal entre el Pacífico y el Atlántico en Centroa-
a

mérica, pudiera hacerlo en Nicaragua, apoyándose en este desprestigiado


eb

convenio, cuyo artículo 2o. termina diciendo: “Expresamente queda conve-


nido que el territorio arrendado y la base naval que se mantenga por la
u

mencionada concesión, estarán sujetos exclusivamente a las leyes y sobe-


pr

ranía de los Estados Unidos durante el período del arriendo y de la conce-


sión, y el de su renovación o renovaciones”.78
El artículo VIII del tratado de La Mesilla, como ya se ha mencionado y
1a

es ampliamente sabido, estableció que “ninguno de los dos gobiernos (fir-


mantes) pondrá obstáculo alguno al tránsito de personas y mercancías de
ambas naciones (a través de la vía de comunicación del Istmo) y que, en
ningún tiempo, se impondrán cargos por el tránsito de personas y propieda-
des de ciudadanos de los Estados Unidos, mayores que las que se impon-
gan a las personas y propiedades de otras naciones extranjeras, ni ningún
interés en dicha vía de comunicación o en sus productos se transferirá a un
gobierno extranjero”. México se comprometía además, a permitir el paso de
las valijas y de los efectos del gobierno yanqui o sus ciudadanos, que sólo
fueran de tránsito, sin cobrar derechos de aduana ni impuestos. A las per-
sonas que atravesaran el Istmo no se les exigirían pasaportes: se construiría

78  Idem; p. 188.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  329

un puerto de entrada en el golfo de México y se celebraría un arreglo para el


pronto tránsito de tropas y municiones de los Estados Unidos. Los Estados
Unidos podrían impartir su protección a la vía de tránsito, siempre proce-
diendo de acuerdo con el derecho de gentes.79
De hecho, como el lector sabe, el ferrocarril del Istmo no fue construido
sino hasta principio del siglo actual, más de cincuenta años después de fir-
mado el tratado de La Mesilla; el gobierno mexicano construyó no sólo el
puerto de Coatzacoalcos, sino también el de Salina Cruz, en los que funcio-
naron durante muchos años puertos libres. El convenio para el tránsito de
tropas y municiones nunca se celebró y durante la primera guerra mundial
nuestro país permaneció neutral, nunca se pusieron obstáculos al tránsito
de las personas y mercancías de cualquier país ni se les aplicaron cargas

a
especiales; la transferencia de efectos de uno a otros puertos se llevó a cabo

rrú
por medio del ferrocarril, y el gobierno yanqui nunca le impartió su protec-
ción. Hasta su derogación en 1937, esa parte del tratado firmado por Santa
Anna en 1853, se encontró en la situación en que todavía se encuentra el
Po
firmado por Bryan y Chamorro en 1914. De hecho, ese artículo formaba
parte del numeroso grupo de acuerdos que encontramos a lo largo de la his-
toria, firmados entre dos o más países, que sin ser anulados no se traducen
a

en consecuencias prácticas.
eb

El ministro de relaciones hizo circular de inmediato sus puntos de vista


sobre la reanudación del contacto diplomático con los Estados Unidos. “Se
u

inician de esta manera —decía Ocampo a los funcionarios del régimen libe-
pr

ral—, con la dignidad debida, las relaciones exteriores de la administración


del presidente Juárez…S.E. el Presidente, habiendo determinado entrar en
una nueva, franca y honorable política con Estados Unidos, se opondrá a la
1a

difusión del furioso espíritu de antagonismo entre nosotros, que el astuto y


maquiavélico jesutismo ha conseguido propagar…”.80 La circular de Ocam-
po estaba animada de los mejores propósitos; pero era evidente que la di-
plomacia norteamericana no había renunciado a sus ambiciosas metas, a
pesar de haber reanudado relaciones con el gobierno de Veracruz, sin com-
promisos formales previos. Ocampo —informó McLane a su gobierno el 7
de abril— “se mostró todavía renuente (el día 5) a comprometerse a alguna
cesión efectiva de territorio; pero le recordé su obligación implícita de en-
tregarnos Baja California, si así lo deseábamos”. Sin embargo —añadía
McLane—, “hay que confesar que la situación de depresión y de bancarrota

79  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 313 y 314.


80  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 540.
330  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

por la que atraviesa el erario nacional, constituyen el incentivo funda-


mental que lo impele a actuar en cualquier negociación que en el futuro se
lleve al cabo…”.81 Se comprende que ni McLane ni Cass se hacían muchas
ilusiones sobre el valor de los compromisos que Churchwell pretendía ha-
ber obtenido.
La posición diplomática de Ocampo, al aceptar la agenda de Churchwell
durante las conversaciones previas a la reanudación de relaciones con el
gobierno de Buchanan, fue sin duda arriesgada. No, desde luego, porque
hubiera comprometido en alguna forma la cesión de la Baja California; tal
compromiso, como hemos visto en detalle más arriba, no era posible con-
traerlo con Churchwell, quien no tenía poderes para celebrar compromisos
de esa naturaleza; sino porque la reacción de los Estados Unidos podía

a
ser de enojo y simple suspensión de las negociaciones, al llegar McLane a

rrú
Veracruz con plenos poderes para obtener la cesión, y encontrar a todos los
liberales opuestos a la pérdida de territorio. Sin embargo, conociendo hoy
las instrucciones que traía McLane, sabemos que Ocampo no se había com-
Po
prometido; ya que Cass, desde el primer momento, previo que no fuera posi-
ble obtener la cesión de la península y no supeditó el reconocimiento al
logro de este punto de las demandas norteamericanas. McLane informó de
a

la reluctancia a ceder territorio al departamento de estado; pero no suena


eb

muy sincera su declaración de estar convencido de que los liberales darían


marcha atrás en este punto, bajo la presión de la miseria del erario público.
u

De hecho, como veremos más adelante, manifestó un paradójico convenci-


pr

miento, en documento oficial a Cass, cuando finalmente Ocampo rechazó la


cesión de territorio. Se puede intuir, de esta correspondencia, que el secre-
tario de estado —a diferencia del presidente Buchanan, quien había sido
1a

secretario de estado a su vez durante la gestión de Polk en 1847— no ali-


mentaba grandes esperanzas de lograr la posesión de la península para
Estados Unidos.
El reconocimiento del gobierno de Veracruz por los Estados Unidos dio
lugar a una protesta del gobierno de Miramón, quien con tal motivo canceló
el exequátur al cónsul yanqui en la ciudad de México. La protesta de Diez
de Bonilla —basada en la suposición gratuita e infundada de que el gobier-
no de Veracruz había aceptado las condiciones propuestas a Cuevas por
Forsyth en abril del año anterior, asumiendo que habían sido presentadas
por Churchwell como requisito previo al reconocimiento— terminaba di-
ciendo: “México continúa en pleno goce de sus derechos, tanto en lo que se

81  Idem; p. 547.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  331

refiere a la integridad de su territorio, de acuerdo con los lineamientos mar-


cados en el tratado de Guadalupe-Hidalgo el 2 de febrero de 1848 y el trata-
do de 30 de diciembre de 1853, como a cualquier otro asunto en el que los
intereses y la soberanía de México sean afectados”.82
Comentando la protesta del gobierno de Miramón, vimos que Ocampo
dijo a los gobernadores de los estados: “Cuando la República haya conse-
guido, por un esfuerzo más, sujetar o convencer a aquellos de sus hijos
extraviados que no quieren, con el pretexto de orden, sino regirla por una
voluntad caprichosa, inspirada por las antiguas máximas de explotación de
los muchos por los pocos, o del sostenimiento de fueros, exenciones y privi-
legios sobre la opresión y esquilmo de la generalidad, sabrá distinguir los
actos que la salvan de los que la destruyen y consagrar los que le sean úti-

a
les. No hay, pues, que atender a los que con un hipócrita celo del honor na-

rrú
cional, aparentan escandalizarse, horripilarse de la idea de disminuir el
territorio, cuando a sus torpezas se debe la separación de Guatemala y de
Texas, los actos que prepararon el tratado de paz de Guadalupe y el negocio
Po
todo de La Mesilla, en que se perdieron las únicas ventajas del de Guadalu-
pe y que fue obra del imprudente señor Bonilla”.83
En vista de que muchos años después siguen sosteniendo los escritores
a

conservadores que Mr. Churchwell había obtenido compromisos definiti-


eb

vos, como condiciones previas al reconocimiento, es interesante observar


que McLane, en la carta que dirigió a Ocampo el 26 de abril, reconoció
u

expresamente que esa correspondencia debe interpretarse como se hizo en


líneas anteriores; es decir, que el reconocimiento no tuvo condiciones di-
pr

plomáticas previas y que Juárez y Ocampo, hasta esa fecha, no habían con-
traído compromiso alguno con los Estados Unidos. “Para tomar una
1a

determinación —escribió Mr. McLane en esa ocasión— el gobierno de Esta-


dos Unidos, sólo tuvo que asegurarse de que este gobierno constitucional
(bajo las órdenes del señor presidente Juárez) existía realmente en México,
con poder y autoridad suficientes para acordar los puntos que se habían
planteado entre las dos repúblicas cuando se suspendieron las relaciones
y que estaría dispuesto a ejercer ese poder y autoridad con espíritu leal y
amistoso”.84 Si McLane tuvo en algún momento otros propósitos, para esta
fecha los había abandonado.
De acuerdo con estos antecedentes, las discusiones entre McLane y
Ocampo se iniciaron tomando como base el “Proyecto de tratado referente a

82  Idem; p. 557.


83  Obras; tomo II, pp. 216 a 222.
84  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 585.
332  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Tehuantepec” que el ministro Forsyth había presentado al gobierno de Co-


monfort, con dos artículos adicionales redactados por McLane.85 La propo-
sición inicial del ministro yanqui, por lo tanto, consistía esencialmente en
lo siguiente:
a) México cedería a perpetuidad a Estados Unidos el derecho de tránsito
a través del istmo de Tehuantepec, por cualquier camino de tablones, ferro-
carril u otra vía de comunicación que se construyera en el futuro, reserván-
dose nuestro país la soberanía sobre el Istmo.
b) Los Estados Unidos protegerían las citadas vías de comunicación y
garantizarían su neutralidad. México establecería dos puertos libres, uno
en el Golfo y el otro en el Pacífico. Se cobrarían iguales derechos de tránsito
a los extranjeros que a los ciudadanos nacionales, y no se gravarían los

a
efectos que pasaran de uno al otro puerto.

rrú
c) El gobierno mexicano mantendría el orden en la vía de comunica-
ción; pero, en caso de que no pudiera lograrlo, el gobierno americano, a su
propia discreción, emplearía la fuerza para ese y no otro objeto y se retira-
Po
rían sus fuerzas cuando cesara la necesidad.
d) No se cobrarían derechos de paso a las tropas y materiales de guerra
mexicanos por las vías de comunicación, ni a las norteamericanas que pa-
a

saran del Pacífico al Atlántico o viceversa.


eb

e) La compañía que operara la vía de comunicación a través del Istmo


no daría dividendos por más del 15% de los derechos colectados.
u

f) En los puertos libres establecidos respectivamente en el Golfo y Pací-


fico, no se cobrarían derechos a las mercancías en tránsito, sino en el caso
pr

de que fueran vendidas y consumidas dentro del territorio mexicano.


g) México cedería también derechos de tránsito, a perpetuidad, desde
1a

Camargo (o algún otro punto conveniente) por Monterrey, Saltillo y Duran-


go hasta Mazatlán, así como desde Nogales (o algún punto de la frontera
cerca del meridiano 111° de longitud oeste de Greenwich), por Magdalena y
Hermosillo hasta Guaymas; a través de cualquier ruta de comunicación
que existiera o existiese en el futuro, en igualdad de condiciones con el
tránsito por Tehuantepec y reservándose México también la soberanía so-
bre el territorio.
Las pláticas entre Ocampo y McLane se llevaron a cabo en Veracruz los
días 13 y 15 de abril; el 18 del mismo mes presentó el ministro mexicano,
por primera vez, proposiciones de acuerdo sobre los temas que interesaban
al gobierno estadunidense. McLane resumió la situación a que se había

85  Manning; vol. IX, pp. 1050 a 1056, doc. 4374.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  333

llegado en esta primera etapa, a través de un extenso comunicado que con


fecha 21 de abril envió a su gobierno, donde comenta ampliamente las pro-
posiciones de Ocampo, que, por supuesto, no hicieron referencia a la Baja
California.
Por su interés para precisar con toda claridad la posición de Ocampo
durante las negociaciones del tratado McLane, se transcriben a continua-
ción, textualmente, las proposiciones iniciales con que dio respuesta a las
demandas norteamericanas, retraducidas del texto inglés que publicó el
doctor Manning, por no conocerse los originales en castellano:86
Sobre el istmo de Tehuantepec.
Art. 1o. Como una ampliación al artículo VIH del tratado de 30 de diciembre
de 1853, la República Mexicana cede a los Estados Unidos y sus ciudadanos y

a
bienes, en perpetuidad, el derecho de tránsito por el istmo de Tehuantepec, de

rrú
uno a otro océano, por cualquier camino que actualmente exista o que pueda
existir en lo sucesivo, sirviéndose de él ambas repúblicas y sus ciudadanos.
Po
Art. 2o. Ambas repúblicas convienen en proteger dicha ruta y en garantizar
su neutralidad; también acuerdan usar su influencia para que otras potencias
garanticen esa neutralidad.
a

Art. 3o. Tan pronto como esté terminada la vía de ferrocarril, la República
eb

de México establecerá dos puertos de depósito, uno al este y otra al oeste del
Istmo. El gobierno de México no deberá imponer derechos sobre los efectos ex-
tranjeros o sobre las mercancías que pasen bona fide por dicho Istmo, y que no
u

estén destinados al consumo de la República Mexicana. No se impondrá a los


pr

extranjeros y sus bienes que pasen por ese camino, contribuciones o derechos
mayores que los que se imponga a las personas y bienes de los mexicanos.
1a

La República de México continuará permitiendo el tránsito libre y des-


embarazado de las malas —valijas de correos— de los Estados Unidos con
tal de que pasen en valijas cerradas y que no hayan de distribuirse en el
camino. En ningún caso podrán ser aplicables a dichas malas, ninguna de
las cargas impuestas o que en lo sucesivo se impusieren.
Art. 4o. México se hará cargo de proteger a las personas y propiedades que
puedan pasar por dicha ruta.
Art. 5o. Todo lo relativo al paso de tropas, municiones y efectos militares,
vía el Istmo, será especificado en un tratado, en caso de guerra, ya sea entre
los Estados Unidos y México, o entre cualquiera de estas dos repúblicas con
otras naciones.

86  Idem; pp. 1051 y 1052.


334  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Derechos de paso.
Art. …La República Mexicana permite al gobierno de Estados Unidos, y a
sus ciudadanos y bienes el tránsito libre por las dos rutas que de aquí en ade-
lante se definen: de la ciudad de Camargo o cualquier otro punto conveniente
del río Grande, en el estado de Tamaulipas, pasando por las ciudades de Mon-
terrey, Saltillo y Durango hasta el puerto de Mazatlán a la entrada del golfo de
California, en el estado de Sinaloa, y del rancho de Nogales o cualquier otro
punto conveniente de la línea fronteriza entre la República de México y los Es-
tados Unidos, cerca del 111° de longitud oeste, de Greenwich, pasando por las
ciudades de Magdalena y Hermosillo hasta el puerto de Guaymas, en el golfo
de California, estado de Sonora; por ferrocarril o cualquier otra ruta de comu-
nicación, natural o artificial, que exista actualmente o existiere en lo sucesivo
o fuere construido para uso y disfrute de ambas Repúblicas.

a
Art. …La República Mexicana exime desde ahora al gobierno de los Estados

rrú
Unidos y a sus ciudadanos y bienes, de todo cargo por el tránsito, asimilando
esas rutas, sólo para los efectos de simple tránsito, al istmo de Tehuantepec,
Po
pudiendo ser aplicadas a estas rutas las mismas estipulaciones que por trata-
dos y la concesión del 7 de septiembre de 1857, se han hecho para ese Istmo y
regulando sobre estas bases el tránsito mencionado anteriormente. Pero la Re-
pública de México, como compensación a las rentas que renuncia y por el défi-
a

cit que ocasionara esto a sus ingresos, recibirá…millones de dólares que la


eb

tesorería de los Estados Unidos pondrá a disposición del gobierno constitucio-


nal de México en la ciudad de Nueva York y serán entregado al último —Méxi-
u

co— o a sus representantes, tan pronto como sea ratificado el presente tratado
por el senado de los Estados Unidos.
pr

Los autores que han escrito en contra de Ocampo, por su participación


en las negociaciones del tratado McLane, no han presentado objeciones de
1a

tomarse en cuenta respecto a este primer proyecto de tratado de tránsitos,


con el cual, de hecho, el gobierno de Veracruz abrió las negociaciones (el 18
de abril de 1859), una vez que McLane repitiera las propuestas hechas por
Forsyth al gobierno de Comonfort en 1857, con las adiciones que ya resu-
mimos en líneas anteriores. Tiene interés, como primer paso para evaluar
las proposiciones de Ocampo, examinar los comentarios que sobre ellas
transmitió a su gobierno el ministro McLane, en su memorándum de 21 de
abril de 1859.87 La proposición mexicana, a juicio de McLane, cubría sus-
tancialmente los artículos 1o. y 2o. de la proposición norteamericana, cam-
biando tan sólo los “puertos libres” en “puertos de depósito” para las
mercancías en tránsito. En cuanto al artículo 3o. de su propuesta, el ministro

87  Véase la referencia (85).


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  335

McLane indica que no era aceptado por México el derecho de Estados


Unidos de proteger el tránsito por el Istmo; cosa igual sucedía con el artícu-
lo 4o. de aquella propuesta, que concedía el paso libre de tropas y municio-
nes de guerra norteamericanas. El último artículo del proyecto yanqui,
tampoco era aceptado, pues el gobierno mexicano tenía participación en los
dividendos de la compañía que operaría en el futuro la vía del Istmo, y por
ello no aceptaba comprometerse a limitar esos dividendos al 15% de las
cuotas recolectadas. Respecto a los dos artículos sin número propuestos
por Ocampo, McLane los consideraba equivalentes a sus propias sugestio-
nes; además, indicó al departamento de estado que Ocampo consideraba
aceptables algunos cambios secundarios en sus proposiciones, como esta-
blecer un plazo de 2 años para la construcción de los “puertos de depósito”.

a
Si comparamos detalladamente la proposición de Ocampo —como se

rrú
dijo, entregada el 18 de abril al ministro norteamericano— con los tratados
vigentes en esa fecha, podemos constatar algunos hechos interesantes.
El tratado de La Mesilla hacía referencia expresa a la concesión otorgada el
Po
5 de febrero de 1853 (contrato concedido por el presidente Ceballos a la em-
presa norteamericana-mexicana llamada “grupo Sloo”); en cambio la pro-
puesta de Ocampo no hacía mención del compromiso con ese grupo y, a
a

cambio de ello, ampliaba el compromiso del tratado de La Mesilla a “cual-


eb

quier camino que actualmente exista o pudiera existir en lo sucesivo”. Es


decir, recuperaba para nuestro país la libertad de construir la vía de comu-
u

nicación en el Istmo en la forma que considerara más conveniente, sin estar


comprometido por un tratado a entregar la construcción y administración
pr

del canal o ferrocarril precisamente al llamado “grupo mixto” que había


obtenido la concesión después del golpe de estado santanista contra el pre-
1a

sidente Arista.
No está de más recordar que el gobierno de Veracruz, en el intervalo que
transcurrió entre la llegada del enviado especial Churchwell y el reconoci-
miento por el gobierno de Buchanan, había reafirmado el decreto de 7 de
septiembre de 1857 por el cual se había otorgado a la compañía Louisiana
de Tehuantepec el privilegio para construir la vía interoceánica por el Ist-
mo.88 Esta compañía se había formado con los poseedores de los derechos
del grupo Sloo, pero había tropezado con muchas dificultades para adelantar
en las obras, cuyos plazos de iniciación previstos se habían cumplido sin que
aquellas estuvieran en marcha. El texto de Ocampo, por lo tanto, hacía a un
lado al gobierno yanqui, respecto al otorgamiento de la concesión y concedía,

88  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 531 a 533.


336  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

a cambio, el derecho de tránsito por la vía ístmica, quienquiera que fuera la


empresa constructora. Por esta razón —y no por que la cesión del tránsito
fuera a perpetuidad— es por lo que el artículo 1o. habla de “ampliación”
del tratado de La Mesilla, cuyo artículo 8o. no señaló límite de tiempo a los
derechos de tránsito que concedió a los Estados Unidos.89
La proposición de Ocampo era terminante, por cuanto se refiere a la
protección de las personas y propiedades que pudieran pasar por la ruta
interoceánica. Se recordará, también, que en 1853 se había convenido en
celebrar un tratado para el tránsito de tropas, compromiso que constituye
el artículo 5o. del texto sugerido por Ocampo. Es cierto, en cambio, que
ahora se aceptaba construir dos puertos de depósito, uno en el Golfo y otro
en el Pacífico; pero no debe olvidarse que ese compromiso, si bien no con el

a
gobierno norteamericano, ya se había establecido en el contrato del grupo
Sloo que sí se menciona en el artículo 8o. del tratado de La Mesilla.90 En

rrú
resumen, podemos decir que en los cinco artículos del proyecto de tratado
de tránsitos entregado por Ocampo a McLane el 18 de abril de 1859, no se
Po
concedía a los Estados Unidos nada que no estuviera nuestro gobierno
obligado a darles, por virtud de los tratados ya en vigor. La perpetuidad de
los derechos estaba contenida ya en el tratado de La Mesilla; los dos puer-
a

tos en ambos extremos de la ruta estaban convenidos ya en el contrato de


eb

1853 con el grupo Sloo, que a su vez estaba mencionado en aquel tratado;
los derechos de tránsito eran los mismos cedidos en 1853, sólo se libraba el
gobierno mexicano de la obligación de contratar las obras y operación de la
u

vía con una empresa determinada.


pr

No es verdad —según el texto publicado por el doctor Manning— que


en los artículos adicionales, sin número, Ocampo hubiera propuesto expre-
1a

samente la perpetuidad de los derechos de paso de la frontera norte al golfo


de California. Estos derechos, sin embargo, habían sido cedidos sin límite de
tiempo por el tratado de 1831, firmado por Alamán a nombre del gobierno
conservador de Bustamante. En el primero de esos artículos, las rutas se
limitan a dos, en tanto que su número no tenía límite en el tratado de Amis-
tad y Comercio de ese año; en el segundo artículo se asimilan esas rutas,
pero sólo para los efectos de tránsito, a la ruta del Istmo. Podemos entonces
afirmar también que en los dos artículos adicionales, con la sola excepción
que se discute enseguida, no sólo no se amplían los derechos que ya se ha-
bían concedido en tratados anteriores, sino que se precisan y limitan esos
compromisos. Es cierto, sin embargo, que se eximía a los Estados Unidos, y

89  Idem; p. 313.


90  Idem; p. 320 (artículo 4o.).
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  337

sus ciudadanos y bienes, de todo cargo por el tránsito a través de las rutas
de la frontera norte. Esta era una concesión económica; pero no debe olvi-
darse que el propio artículo último establecía que los Estados Unidos com-
pensarían a México, mediante una suma que debería negociarse, “como
compensación a las rentas” que nuestro país renunciaba a percibir.91
En esta segunda etapa de las negociaciones que condujeron al proyecto
de tratado McLane-Ocampo, se puede por lo tanto asegurar que el minis-
tro de relaciones de Juárez se atuvo escrupulosamente a las metas directri-
ces de la política internacional del gobierno de Veracruz. Estas metas, es
conveniente repetirlo, se resumían en los siguientes objetivos:
a) Tratar con los Estados Unidos como países soberanos ambos, guar-
dando siempre las reglas de reciprocidad, equidad y buena fe que norman

a
ese trato.

rrú
b) Respetar escrupulosamente los convenios en vigor con el vecino país
del norte; procurar limitar y precisar los alcances de los compromisos con-
traídos, en la medida en que fuera posible y conveniente.
Po
c) Dejar al tiempo y a la evolución natural de las cosas, aquellos puntos
de las relaciones entre ambos países, sobre los cuales no pudiera llegarse a
acuerdos satisfactorios, según los principios anteriores. Estos últimos de-
a

berían también ser la base de cualquier arreglo de carácter económico.


eb

Al llegar a este punto, es indicado preguntarnos si, a pesar de todo, se-


guían existiendo graves riesgos ante el gobierno de Veracruz, no obstante
u

el empeño de basar su política internacional en estos principios, que, en sí


pr

mismos, son desde luego inobjetables. El conocimiento de la forma en que


se desarrollaron las relaciones entre las naciones del continente americano
durante los ciento veinte años transcurridos, nos coloca en mucho mejor
1a

posición que aquella en que se encontraban Juárez y Ocampo, en 1858, para


percibir la magnitud de esos riesgos.
El tratado de amistad, comercio y navegación que firmó don Lucas
Alamán en 1831, en cuanto a la regulación del comercio en la frontera nor-
te, prácticamente no había tenido consecuencias objetivas hasta la inicia-
ción de la guerra de tres años. Es fácil comprender cuál fue la razón de que
no se aplicara; cuando se incluyó el artículo 32, con sus disposiciones so-
bre caravanas y escoltas militares, el comercio a través de la frontera no
era de gran volumen, ni estaba organizado lo suficiente para reclamar la
protección que se le ofrecía. Por lo tanto, el tratado de Alamán no fue, en
este aspecto, sino un sondeo, una finta norteamericana destinada a abrir

91  Manning; vol. IX, p. 1052.


338  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

perspectivas que permitieran a las fuerzas militares de ese país, cuyo con-
trol del territorio venía avanzando hacia el oeste, a base del rechazo y la
expulsión de los indígenas, iniciar ese control sobre los territorios que en-
tonces eran de México. Debe tenerse en cuenta que en la fecha en que se
firmó el tratado al que aludimos, ni siquiera se había realizado la separa-
ción de Texas. Es un hecho poco mencionado, pero cierto, que después de la
guerra con los Estados Unidos algunas caravanas comerciales que partían
de Coahuila, Chihuahua, Nuevo León y Tamaulipas, gozaban de derechos
de tránsito, semejantes a los que obtuvieron los Estados Unidos en el trata-
do de 1831, y llegaban escoltadas hasta puntos situados muy atrás de la
frontera norte. Los norteamericanos aceptaron esa situación, porque les fa-
vorecía el comercio con nuestra población del norte. Las zonas que México

a
perdió después del 47, obviamente estaban muy poco pobladas; aun Texas,

rrú
que quizá lo estaba bastante más que las otras zonas, con los criterios ac-
tuales podría considerarse como un desierto. Se estima que al separarse de
México la antigua provincia de Texas, solamente quedaron detrás de la
Po
frontera unos quince mil mexicanos.
El intento de aplicar el tratado de 1831, ya en 1858 se enfrentaba a una
situación bien distinta. En primer lugar, la frontera con los Estados Unidos
a

había sufrido el desplazamiento que se consagró con el tratado de 1848


eb

(Guadalupe); en segundo lugar, la colonización interior del territorio yan-


qui había progresado considerablemente. Ya la costa del Pacífico no era el
mundo aislado de la época de las misiones; a partir de la llamada “fiebre
u

del oro” era evidente un poderoso flujo de población que sólo esperaba,
pr

para su consumación plena, la llegada de las vías de ferrocarril. Sin embar-


go, un tratado hecho, en este aspecto, para reglamentar la actividad comer-
1a

cial a través de los desiertos era la única norma vigente entre un poderoso y
expandente país, por un lado, y una nación débil, cuya tierra estaba acapa-
rada en unas cuantas manos, en buena parte extranjeras, cuyo comercio
estaba basado en el monopolio, cuyo crédito era la usura, y donde la iglesia
era más rica que el estado. “Entre tanto se establecen las reglas que han de
regir —decía el mencionado convenio— el comercio terrestre entre las dos
naciones, las comunicaciones comerciales entre el estado de Missouri de
los Estados Unidos de América y el territorio de Nuevo México en los Esta-
dos Unidos Mexicanos continuará como hasta aquí, concediendo cada go-
bierno la protección necesaria a los ciudadanos de la otra parte”.92
Nadie ignoraba, para entonces, que Missouri estaba ya muy lejos de la
frontera de México; pero no era sólo eso lo que había cambiado. Alamán

92  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 137 (artículo 32).


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  339

probablemente no se imaginó que su tratado, intencionalmente vago, de pro-


pósito incompleto y confuso, habría de servir de apoyo 25 años después
para reclamar la salida al Pacífico de la más joven, vigorosa y creciente na-
ción del mundo capitalista, la única que para fines prácticos se hacía sentir
en la región. El grito de angustia de Ocampo, como encargado de la política
exterior de Juárez, era señalar que no había apoyos para esa política como
no había apoyos para nada, porque los comerciantes, los generales, los ha-
cendados y los curas, más la “gente decente” de la ciudad de México, du-
rante medio siglo sólo habían vivido para anhelar las cosas del extranjero,
la ropa, las bebidas, la comida, los libros, etc., y tratando de apartarse de la
ignorancia, la miseria y, en algunos sectores, la degradación de nuestras
grandes masas. No había tratados, porque no había habido política inter-

a
nacional de México hasta entonces, a pesar de tres guerras extranjeras y la

rrú
pérdida de la mitad del territorio. No había caravanas comerciales, ni escol-
tas con qué protegerlas, porque no había dinero con qué pagarlas; pero se
habían celebrado convenios insensatos, basados en el miedo y la desespe-
Po
ración, con la única esperanza que nos quedaba; que el desierto nos si-
guiera separando de los Estados Unidos para proteger lo que no podíamos
proteger nosotros mismos.
a

De un punto tan bajo tenía que partir el ascenso; era inevitable, como
eb

sucede después de un naufragio, improvisarlo todo. No tenía pues, muchos


alcances la decisión de respetar y cumplir nuestros compromisos; en rigor,
u

el compromiso del artículo 32 del tratado de Alamán se había gestado en


unas condiciones que muy poco tenían que ver con la situación de México y
pr

sus relaciones con los Estados Unidos, ya en la guerra de reforma. Lo más


fácil hubiera sido para Ocampo demostrarlo; pero, ¿con qué argumentos
1a

quedaba entonces, frente a la petición descarnada y fría de unos tránsitos,


destinados a comunicar al gigante con el mayor océano? Primero el ser, de-
cía don Melchor, y después la manera de ser. El gobierno de Veracruz, ante
esa nueva situación, cuyos peligros eran evidentes, en cierta forma debe
haber respirado al ver que la negativa a discutir la cesión de la Baja Califor-
nia no era seguida de la suspensión indefinida de las pláticas. No puede
reprochársele que respirara de nuevo cuando McLane sólo agregó la regla-
mentación del artículo 32 del tratado de Alamán, a las peticiones presentadas
a Comonfort dos años antes. A cambio de no pedir la Baja California, el tra-
to no era desventajoso; porque, ¿había tenido alguna consecuencia, hasta
entonces, esa fracción del convenio de 1831? Si la situación no empeoraba, o
sea, si no se concedían nuevos privilegios a los norteamericanos, por lo me-
nos era viable que durante cierto tiempo no se presentaran esas consecuen-
cias. Para comprender esto, basta ver la reacción de Cass y de Buchanan
340  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

cuando McLane les comunicó que había arreglado el asunto de las carava-
nas comerciales que debían atravesar los desiertos del norte de México. Ya
se había decidido que los ingenieros militares empezaran a recorrer esas
rutas, en busca de los aguajes, los pasos de algunos ríos, los ranchos con
pastos para las cabalgaduras, los informes sobre el tiempo, los vientos,
etc.93 Cass deja ver que los oficiales del ejército se habían reído de la propo-
sición; y muy secamente, comunica a McLane el 19 de julio, que su conve-
nio “no ha sido tomado en cuenta debido a que su cumplimiento dependía
fundamentalmente de un reconocimiento de ambos gobiernos sobre el te-
rreno” y que el comisionado yanqui, coronel Johnston, declaró que resulta-
ba “impractible que entraran en vigor las disposiciones del convenio; y que
además de esa dificultad, el departamento de guerra no pensaba darle la

a
comisión”. Y suavemente le recordó a McLane que “la más importante” de

rrú
esas cosas, se suponía que el ministro la conocía. La aguja había bajado
en busca del hilo; no consiguió ensartar y hasta parece que quien la mane-
jaba se pinchara las yemas de los dedos.
Po
El problema pues, para el gobierno de Veracruz, no consistía simple-
mente en poner en claro que no era responsable de ciertos antecedentes,
como el tratado de 1831, que los conservadores le habían dejado al primer
a

gobierno liberal estable —aunque esto último estuviera por demostrar to-
eb

davía—. Con esas armas tenía que defenderse y salvar la integridad del
país; esto era inevitable, por la sencilla razón de que no existían otras, ni
u

había tiempo para forjarlas ni recursos con qué hacerlo.


El incidente diplomático de las caravanas y sus escoltas, muestra tam-
pr

bién que por dispar que fuera la situación de ambos países, las condiciones
de reciprocidad en el trato podían servir para detener, en cierta medida, las
1a

ambiciones y los apetitos norteamericanos. En efecto, en el mismo comuni-


cado de Cass citado en líneas anteriores, el secretario de estado hace notar
a McLane, como de pasada, que el convenio firmado con Ocampo era apli-
cable en ambos sentidos, ya que “estipulaba escoltas militares para las ca-
ravanas que crucen las fronteras, tanto hacia México como hacia Estados
Unidos”. Habría sido de ver a las escoltas mexicanas, de nueva cuenta, re-
corriendo los territorios que habíamos perdido después del 47, en caso de
que el comercio fronterizo se hubiera desarrollado en esa forma.
Es justo señalar, por lo tanto, que las bases de la política internacional
del gobierno de Veracruz no tenían que ver sólo con una cuestión estricta-
mente jurídica, no dependían únicamente de la defensa de nuestros derechos,

93  Manning; vol. IX, pp. 268 y 269 (doc. 3941).


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  341

que si estaban maltrechos en muy buena medida era porque nosotros los
habíamos abandonado. El departamento de guerra yanqui podía tal vez en-
contrar insensato un plan para recorrer los desiertos, en parejas de ingenie-
ros militares, con vistas a establecer rutas para las caravanas comerciales;
pero, el congreso norteamericano había escuchado, seis meses antes, la au-
torización que pedía Buchanan para ocupar parte de Chihuahua y Sonora,
para pacificar la zona y garantizar sus intereses. El tratado de 31 era im-
prudente, sin duda; pero igualmente imprudente era no tener voluntad ni
designios claros para trazar el rumbo del país, seguir deteniendo su trans-
formación con el eterno argumento del “no es tiempo todavía”.
Si la situación que recibió el gobierno del señor Juárez respecto a los
tránsitos a través de la frontera norte, no fue nada favorable, menos aún lo

a
eran las condiciones creadas en el istmo de Tehuantepec por las medidas
que adoptaron los gobiernos anteriores. En efecto, para iniciar el trazo de

rrú
un panorama histórico de la región, nada mejor que citar las conocidas pa-
labras de Mr. W. Seward, pronunciadas en el senado norteamericano por el
Po
futuro secretario de estado del presidente Lincoln, el 8 de febrero de 1853:
“En 1842 —dijo el entonces senador «whig» por Nueva York, el hombre que
vio que una nación no podía vivir mitad libre, mitad esclava—, antes de la
a

guerra entre los Estados Unidos y México, el general Santa Anna, soldado
eb

valiente, de talento y energía, que durante su carrera política ha sabido dar


un asentimiento forzado al principio federal, pero parece haber sido siem-
pre centralista de corazón; ejerció el poder ejecutivo provisional. Durante
u

su administración, don José de Garay, ciudadano de México y favorito del


pr

dictador, porque todos los dictadores tienen favoritos, y siento decir que
Santa Anna está muy lejos de ser excepción de la regla general, obtuvo, en
1a

unión de otras personas de su familia, a más del monopolio de abrir el trán-


sito en el istmo de Tehuantepec, otros cuatro monopolios. Primero, el dere-
cho exclusivo de navegar en el río Grande (Bravo). Segundo, el derecho
exclusivo de navegar en el río Panuco. Tercero, el derecho de navegar en el
Mezcala o Zacatula. Cuarto, el derecho exclusivo de comunicar a Veracruz
con la ciudad de México por medio de un ferrocarril. A esos cuatro puede
agregarse, como quinto, el derecho de avería sobre el puerto de Veracruz,
cuyos productos han pasado, según los informes que tengo, de un millón
de pesos. Con esa crecida suma se ha hecho un ferrocarril que no ha pasado de
trece millas en el espacio de diez años”.94
Cuando Santa Anna concedió sus privilegios a Garay, según se deduce
del preámbulo de la concesión, el propósito del gobierno mexicano consistía

94  Cue Cánovas; p. 22.


342  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

en establecer una vía de tránsito por Tehuantepec, que se creyó sería rela-
tivamente simple y barata, empleando el río Coatzacoalcos en toda su
porción navegable y construyendo, para el resto de la ruta, un camino de
tablones o un ferrocarril de vapor. Confiaban Santa Anna y Garay en que el
éxito de esta empresa llamaría la atención, en todas partes del globo, sobre
la posibilidad de construir un canal que comunicara ambos océanos.95
“En el caso de que fuere practicable la comunicación de los dos mares
—decía la concesión— y se hicieren proposiciones para realizarla por algu-
na persona o compañía, no podrán ser admitidas en los 50 años del privile-
gio concedido al señor Garay, sin su previo consentimiento o el de los que
sus derechos representaren”.96 El uso de la ruta se declaraba abierto a to-
das las naciones que estuvieran en paz con México; la vía de tránsito sería

a
neutral. El concesionario tendría derecho a ocupar los terrenos federales y

rrú
particulares que necesitara para la obra, hasta una distancia de un cuarto
de milla de la vía de comunicación, pero pagaría por los terrenos de pro-
piedad particular. Se le cedían los terrenos baldíos que se encontraran
Po
hasta 10 leguas del camino o canal del tránsito; y se permitía el libre acce-
so de extranjeros “para adquirir propiedad raíz y dedicarse a todo género
de industrias, sin exclusión de la minería”, en una franja de 100 leguas de
a

ancho cuyo eje fuera la vía de tránsito. Las mercancías y pasajeros en


eb

tránsito, durante los 50 años del privilegio, no pagarían ninguna contri-


bución ni renta al gobierno; la empresa no pagaría impuestos y tendría
u

derecho a cobrar por sí misma los de tránsito, de los cuales, una vez des-
contados los gastos, entregaría al gobierno la cuarta parte. De Garay no
pr

cumplió, pero tres presidentes le renovaron la concesión, antes de que la


vendiera a un grupo de intereses ingleses, encabezados por el cónsul de
1a

esa nacionalidad.97
Los privilegios que Santa Anna otorgó pasaron después a manos de un
grupo norteamericano. Siendo presidente el general Arista, se declaró ca-
duca la concesión y un año más tarde se autorizó la formación de una em-
presa mixta para la construcción de la vía de tránsito en el Istmo; los
derechos de la concesión de Garay fueron comprados por un grupo de Nueva
Orleáns y este grupo obtuvo un contrato —firmado por el presidente Ceba-
llos dos días antes de que Lombardini lo hiciera a un lado—, de acuerdo

95 Este plan reflejaba la concepción de la época de Humboldt y la experiencia del

transporte del añil sudamericano durante la época colonial. Véase: Ensayo político;
pp. 469 a 471.
96  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 143 a 146.
97  Cue Cánovas; pp. 17 y 18.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  343

con las disposiciones aprobadas por el congreso.98 Esta concesión no conte-


nía ya referencias a un futuro canal de océano a océano, pero ampliaba y
consolidaba los privilegios de la antigua concesión de Santa Anna. El plazo
de vigencia seguía siendo de 50 años, los pagos al gobierno se rebajaban a
la quinta parte de los rendimientos líquidos, la empresa podría importar
materiales y útiles necesarios para la construcción sin pagar derechos, el
gobierno abriría, por lo pronto, como puertos de altura y cabotaje para
el servicio de la vía de comunicación, el de Veracruz en el Golfo y el de la
Ventosa en el Pacífico. A cambio de esto, la empresa contraía una serie de
compromisos y daba una serie de garantías, incluyendo fuertes depósitos
en dinero, con objeto de lograr que la obra se realizara dentro de ciertos
plazos y tuviera las características que en el contrato se establecían. Los

a
derechos del contrato no podrían ser traspasados sin permiso del gobierno

rrú
mexicano; en la empresa no podría ser socio un gobierno extranjero. Las
diferencias que afectaran a mexicanos se ventilarían ante tribunales nacio-
nales. Se preveía dar oportunidad a los inversionistas mexicanos para par-
Po
ticipar en la empresa”.99
Durante el gobierno de Comonfort, el grupo Sloo se encontró empanta-
nado en la realización de su contrato; las obras no habían avanzado, pero
a

la necesidad de hacer los depósitos en efectivo había obligado a la empresa


eb

a contraer deudas. Se reorganizó la compañía, nuevamente en Nueva Orleáns,


incorporando a los deudores; en esta forma consiguió un nuevo contrato, en
u

el cual el retraso de la construcción y los intereses del dinero invertido,


obligaron a dar nuevas ventajas a la empresa concesionaria.100 Por una par-
pr

te, se amplió el plazo del contrato a 60 años; además, se abandonaba la


idea de un camino de tablones, se fijaban nuevos plazos —que resultaron
1a

tan irrealizables como los anteriores— para arreglar la navegación del río,
construir el ferrocarril, los muelles y los diques; se volvía expreso el dere-
cho de la compañía de ocupar terrenos del gobierno; se fijaban tarifas y
cuotas para el gobierno según el movimiento de la vía de comunicación; se
disminuía la participación gubernamental al 15% de las utilidades; la em-
presa se obligaba a transportar el correo y las tropas, empleados y agentes
del gobierno general y de los estados; el gobierno tendría participación en
la dirección de la empresa, aunque minoritaria; todas las cuestiones con-
tenciosas se decidirían por tribunales nacionales; se transportaría en vali-
jas cerradas la correspondencia extranjera; con excepción de las necesidades

 98  Idem; pp. 34. 50 y 72.


 99  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 230 a 235.
100  Idem; pp. 382 a 387.
344  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de los propietarios ribereños, la empresa tendría derecho exclusivo de na-


vegación sobre el río, y podría cobrar, como flete fluvial, hasta tres cuartos
de la tarifa del ferrocarril; se podría usar también el puerto de Acapulco en
el Pacífico, etcétera.
Cuando el gobierno de Juárez se encontró establecido en Veracruz, la
empresa concesionaria de la vía de comunicación en el Istmo había trope-
zado con muchísimas dificultades; seguramente muy empeoradas por la
guerra civil que rugía sobre el territorio nacional. Las conversaciones con
Churchwell hicieron patente, muy pronto, que el asunto de la vía de tránsi-
to en el Istmo sería reanimado por el gobierno norteamericano en cuanto se
reanudaran las conversaciones sobre un tratado amistoso. La máxima de-
fensa que el gobierno de Veracruz podía hacer de los intereses nacionales,

a
en tan apuradas circunstancias, era revivir la concesión dada por Comon-
fort, ya que la empresa concesionaria había adquirido los derechos del con-

rrú
trato aprobado por el presidente Ceballos, que los Estados Unidos aceptaron
en el tratado de La Mesilla.101 “Considerando —decía el decreto correspon-
Po
diente, fechado el 28 de marzo de 1859— que es del mayor interés para el
porvenir de la República la pronta ejecución de una obra tan importante, lo
cual no podrá conseguirse sino estimulando por medio de concesiones ge-
a

nerosas a los capitalistas nacionales y extranjeros, que han de facilitar los


eb

fondos que para ella son necesarios”, se modificó el decreto de Comonfort


de este modo: los plazos se ampliaron y se empezaron a contar a partir del
1o. de abril de 1859; se concedieron a la compañía los terrenos oficiales
u

en una legua cuadrada de cada dos. a orillas del camino; fue establecido un
pr

derecho de vía sobre el camino carretero; sobre el río se concedieron a la


empresa los terrenos del gobierno en una legua cuadrada de cada tres, en
1a

ambas orillas; la duración del privilegio se amplió a 75 años, a partir de la


conclusión del ferrocarril; y se señaló un puerto a la compañía para almace-
nar carbón y reparar sus naves fluviales. Este decreto, firmado por Lerdo de
Tejada, fue la razón de que Ocampo suprimiera en su proyecto la mención que
existía en el tratado de La Mesilla respecto al decreto de Ceballos de 1853.
Como ya se señaló más arriba, Ocampo proponía que prevalecieran es-
tas condiciones, en lo aplicable a los tránsitos por la frontera norte. Salta a
la vista que a lo largo de los 17 años transcurridos, si bien a la concesión
de Garay se le había eliminado algunos de sus aspectos más extravagantes
y lesivos, en cambio habían tenido que ampliarse y renovarse sus plazos,
así como se habían concretado y ampliado otros privilegios de la empresa
constructora.

101  Idem; pp. 531 a 533.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  345

Teniendo a la vista estos hechos, no puede ponerse en duda que si el


tratado de los tránsitos se hubiera celebrado con los Estados. Unidos en la
forma en que Ocampo lo propuso el 18 de abril de 1859, al término de
la segunda serie de conversaciones con McLane, aunque hubiera sido ratifi-
cado por ambos gobiernos y alcanzara, por lo tanto, una plena validez, no
habría ocasionado sino mínimas consecuencias prácticas sobre las relacio-
nes entre ambos gobiernos y sobre el comercio entre ambos países. En el
caso del Istmo cabe asegurar que la empresa contratista —cosa que efecti-
vamente sucedió— no habría cumplido las obligaciones contraídas; y aun-
que se le hubiera concedido una o varias prórrogas —como efectivamente
se le concedieron— habría acabado por dejar libre —como finalmente ocu-
rrió— al gobierno de México para construir el ferrocarril al través del Istmo

a
en la forma que considerara conveniente.102 Por cuanto se refiere a las cara-

rrú
vanas comerciales y sus escoltas a través de la frontera norte, ya hemos
visto lo que opinó el departamento de estado, después de consultar al de
guerra cuando tuvo conocimiento del convenio celebrado entre McLane y
Po
Ocampo, que Cass, por cierto, se había apresurado a calificar de “proyecto”.103
Como señalamos ya en un capítulo anterior,104 pocos días después de
presentar al ministro norteamericano su contrapropuesta del 18 de abril,
a

Ocampo le planteó la posibilidad de celebrar una alianza ofensiva y defen-


eb

siva entre los Estados Unidos y México. Esta proposición de Ocampo, sur-
gió porque algunos ciudadanos norteamericanos fueron perjudicados por
u

las fuerzas conservadoras y el ministro McLane planteó a Ocampo la nece-


sidad de que “reivindicara la dignidad y derechos de nuestros respectivos
pr

gobiernos”.105 Debe tenerse en cuenta que apenas en marzo anterior, el go-


bierno de Veracruz se había visto casi sitiado por las fuerzas de Miramón y,
1a

obviamente, no podía hacérsele responsable de lo que ocurriera en el área


dominada por los conservadores; por otro lado, es sabido que en tiempos de
disturbios generalizados, los gobiernos constituidos no pueden responder
por los actos de violencia aislada que se realizan al amparo de esa situa-
ción irregular. “He explicado muy claramente a este gobierno (el de Vera-
cruz) —decía Me Lañe en su informe a Cass del mismo día 21—, mi opinión
de que, a menos de que las vidas y propiedades de nuestros ciudadanos en
la República Mexicana sean respetadas, toda relación entre ambos países

102  Cue Cánovas; p. 20. Véase también: El istmo de Tehuantepec y los Estados Unidos;

pp. 224 y 225.


103  Manning, vol. IX, p. 259.
104  Ocampo diplomático.
105  Manning; vol. IX, p. 1050.
346  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

deberá ser suspendida, o que Estados Unidos, actuando en defensa propia


o en alianza con el gobierno constitucional, veríase obligado a castigar al
poder establecido en la ciudad de México, que ha violado las más sagradas
obligaciones de la ley de las naciones”.106 No se esgrime en modo alguno
una argucia dialéctica, por lo tanto, cuando se afirma que la proposición de
Ocampo sobre un tratado de alianza ofensiva y defensiva con el vecino
país, surgió directamente de una amenaza de intervención militar nor-
teamericana, suscitada a su vez por las tropelías, imprudencias y torpezas
de las llamadas autoridades conservadoras adueñadas de la ciudad de
México. Ante la amenaza, Ocampo planteo de inmediato a McLane la posi-
bilidad de celebrar el tratado.
Aunque Ocampo no había dicho una palabra en su proposición, con res-

a
pecto a la cesión de la Baja California, el ministro McLane —que en este

rrú
aspecto no parece haber estado muy contento con las instrucciones que
había recibido— al dirigirse al secretario Cass para hacerle conocer la acti-
tud del gobierno de Veracruz, transmitió la proposición de celebrar dos tra-
Po
tados, “uno para los tránsitos y otro para la adquisición de la Baja
California”.107 “A mi juicio y discreción —añadía el ministro en su infor-
me—, fijaría 5 millones de dólares para los tránsitos, reservando 2 millo-
a

nes para las reclamaciones futuras de los ciudadanos estadunidenses


eb

contra la República de México, destinando los 5 millones restantes (de los


10 millones que se le habían autorizado) a la compra de la Baja Califor-
u

nia— ó 3 millones para los tránsitos y 7 millones a la Baja California y las


reclamaciones, si se considerara más conveniente. Si fuera de vital impor-
pr

tancia actuar antes de recibir noticias suyas en respuesta al presente des-


pacho, haré esta distribución de la suma en cuestión”.
1a

En resumen, por lo tanto, después de las proposiciones preliminares y de


carácter informal que se discutieron con el agente especial Churchwell, que
contenían la petición totalmente inaceptable para el gobierno de Veracruz,
de ceder la Baja California, este gobierno se enfrentó en 1859 a una renovada
presión en apoyo del proyecto de tratado presentado a Comonfort en 1857,
ampliado con la reglamentación de los dos puertos libres en el Istmo, más
una situación similar en dos derechos de paso de la frontera norte al Pacífi-
co. La respuesta de Ocampo se limitó a proponer un tratado, que no men-
cionó en absoluto a la Baja California, pero reconocía algunos compromisos
derivados de tratados anteriores, firmados por gobiernos conservadores, y

106  Idem; p. 1060.


107  Idem; p. 1055.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  347

a cambio de una compensación pecuniaria ampliaba a los pasos del norte


la franquicia arancelaria aplicada al Istmo en el tratado de La Mesilla.
Se abrió entonces la tercera etapa de las conversaciones con el ministro
McLane. Entre tanto, sin embargo, la presión norteamericana, originada en
los daños causados por los conservadores a ciudadanos de ese país, y las
amenazas de intervención militar, llevaron a Ocampo a presentar la idea
general de un tratado de alianza ofensiva y defensiva entre ambos países.
La cesión de la Baja California fue rechazada, en forma discreta, a través de
la exclusión de toda referencia a ese territorio y a cualquier cambio de las
fronteras existentes.
En la correspondencia del gobierno de Veracruz existen repetidas men-
ciones a la cuestión de la Baja California; en los poderes para negociar un

a
empréstito que se dieron a Mata al designarlo ministro en los Estados Uni-

rrú
dos, estando todavía en Guadalajara, el gobierno le impuso la limitación
expresa y categórica, de que no podría negociar la venta o hipoteca, ni de
algún modo enajenar ninguna parte del territorio nacional.108 Sin embargo,
Po
tanto el propio Mata como Ocampo y Miguel Lerdo de Tejada examinaron
en varias ocasiones la idea;109 Lerdo, por su parte, sugería —según el pro-
pio McLane— que el proyecto fuera hecho a un lado, pidiendo por el territo-
a

rio una cantidad muchas veces superior a lo que Estados Unidos estaba
eb

dispuesto a dar. Juárez y Ocampo, a su vez, aunque no se negaron a discu-


tir la idea con los enviados norteamericanos, afirmaron siempre que no es-
u

taba entre las medidas que podrían realizarse, por consideraciones políticas
obvias. La cesión de la Baja California no se mencionó en ninguno de los
pr

documentos oficiales que el gobierno de Veracruz presentó a McLane du-


rante las conversaciones del tratado, y el ministro mexicano en Washing-
1a

ton, como hemos visto, tenía expresamente prohibido negociar asuntos de


esa índole.
El proyecto de tratado que Ocampo entregó a McLane el 18 de abril, no
fue mal recibido por el departamento de estado y el presidente Buchanan.
Este último, sin embargo, dio instrucciones categóricas para que se reiterara

108  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 357.


109  INAH; 2a. serie, legajo 8, doc. 8-4-114. Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 441,
545, 600 y 649. La minuta de un protocolo entre Ocampo, Lerdo y Churchwell que el señor
Carreño encontró en el archivo de la secretaría de relaciones, tiene que considerarse carente
de validez como compromiso, pues en las instrucciones que Cass dio después a McLane ha-
bló de la cesión de Baja California como cuestión problemática: ‘Si se pudiera obtener…po-
dría usted estipular el pago de todo ello en la suma de 10 millones de dólares”. Véase: Idem;
pp. 513 a 516 y 519. También: Manning; vol. IX, p. 258.
348  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

la petición sobre cesión de la Baja California y se insistiera en que el trata-


do debería autorizar la intervención militar estadunidense, cuando el go-
bierno mexicano no pudiera proteger los caminos, ya fuera cruzando el
Istmo o cualquier otra parte de la República.110 Además, se instruyó a McLane
para que sostuviera un límite máximo de 15% para las ganancias de los ac-
cionistas de las empresas que construyeran las vías de comunicación. “De-
seamos prever la época —escribió Cass a su representante—, no distante,
en que estas rutas conduzcan de océano a océano un gran número de pasa-
jeros junto con una cantidad inmensa de propiedades y peajes”. Por cuanto
se refería a la intervención militar, el secretario Cass resumió sus propósi-
tos en esta forma: “Todo lo que deseamos es que las rutas se conserven li-
bres e ininterrumpidas para Estados Unidos y todas las otras naciones

a
comerciales. Si esto fuera logrado por México mismo, Estados Unidos no

rrú
tendrá ni el derecho ni la necesidad de interferir, pero, en caso contrario, la
intervención de este país se hace indispensable”.
Sería pueril y torpe pretender, ante los datos que ya se vieron, que el
Po
curso seguido por las negociaciones entre Ocampo y McLane no era conoci-
do por los demás miembros del gobierno liberal, empezando por el propio
Juárez. Es posible que McLane notara en Ocampo alguna tendencia a mane-
a

jar con cierta independencia las conversaciones sobre el tratado; por lo me-
eb

nos eso sugiere el párrafo siguiente de su comunicado a Ocampo de fecha


20 de junio de 1859, junto con el cual le envió el nuevo proyecto de tratado:
u

“Suplico a usted se sirva presentar mi borrador al señor Presidente y al ga-


binete, en unión de cualquiera otro que usted tenga a bien proponer”.111
pr

Pero, de cualquier modo que fuera, Juárez tuvo varias conversaciones con
McLane y no era hombre capaz de despreocuparse aún respecto a asuntos
1a

de mucha menor trascendencia; debe recordarse también que Ruiz, Dego-


llado y Lerdo de Tejada habían participado en algunas de las más impor-
tantes conversaciones, junto con el ministro de relaciones. Además, Juan
Antonio de la Fuente habría de sustituir en el término de algunas semanas
a Ocampo, de modo que puede concluirse que todo el gabinete y el Presi-
dente a su cabeza, estuvo al tanto de las pretensiones norteamericanas y de
la fórmula que adoptó Ocampo para hacerles frente. Por si fuera poco, salta
a la vista que hasta la suspensión de las negociaciones, en agosto de 1859,
no existieron compromisos de ninguna naturaleza, entre Ocampo y McLane,
que implicaran ni cesión territorial ni cambios importantes en los tratados

110  Idem; pp. 261 y 263.


111  Idem; p. 1088, doc. 4390.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  349

ya firmados, como lo han pretendido sostener los escritores conservadores.


En la comunicación mencionada antes, Me Lañe agregó una postdata en
que pide a Ocampo comparar el texto de su proyecto con el artículo 8 del
tratado de 30 de diciembre de 1853, que ya concedía el tránsito a través
del Istmo, sin límite de tiempo, para la correspondencia, los ciudadanos y
mercancías de los Estados Unidos, así como estipulaba la celebración de un
convenio para el paso de tropas.112
Las instrucciones de Cass fueron recibidas por McLane el 6 de junio y
transmitido su contenido a Ocampo dos días más tarde.113 Después de expli-
car con cierto detalle los puntos de vista del departamento de estado sobre
el proyecto redactado por Ocampo, el ministro yanqui le pidió exponer con
mayor amplitud la proposición que había hecho el 22 de abril respecto a la

a
firma de una alianza ofensiva y defensiva. Diez días después entregó Ocam-

rrú
po su proyecto, que ha sido también muy criticado por historiadores que
toman el bando conservador; ya tuvimos ocasión de examinar esas críticas
y demostrar su carácter infundado, pues parten de una petición de princi-
Po
pio, al atribuir al gobierno de Veracruz la intención de traer tropas yanquis
a participar en la guerra civil, lo cual de ningún modo se desprende del texto
propuesto y contradice, tanto los hechos históricos conocidos, como la evi-
a

dencia documental de que el gobierno de Juárez rechazó la participación de


eb

militares extranjeros en la guerra de tres años.


Era natural que los jefes militares, ante las acometidas de Osollos, Mi-
u

ramón y Márquez, se sintieran inclinados a aceptar cualquier ayuda para


pr

abreviar la guerra civil; pero las instrucciones de Veracruz no permitían si-


quiera la colaboración de voluntarios extranjeros, ni aún a título personal.
El 18 de octubre de 1859. por ejemplo, Degollado escribía a Doblado desde
1a

San Luis Potosí, en estos términos: “Me he decidido a emplear al general


Lamberg y me parece que puede servirle a usted como jefe de la caballería,
pero no lo mandaré si usted tiene algún inconveniente, o le desagrada este
jefe…Extrañará usted esta indicación sabiendo la repugnancia del gobier-
no; pero sépase usted que el señor Ocampo va rectificando su ánimo en este
punto y me ha autorizado para que haga lo que me parezca…Su confianza
en mí es ilimitada y yo debo agradecerle que venza sus repugnancias por
complacerme”.114

112 El texto de Manning no incluye la postdata.


113 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 612 a 614. Este resumen no lo publicó el Dr.
Manning.
114  Archivo de Doblado; p. 134 (S.L.P.; 18-X-1859).
350  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El ministro McLane presentó el 20 de junio un nuevo proyecto que, en


lo esencial, incorporaba al texto propuesto por Ocampo el 18 de abril, los
puntos indicados por el secretario Cass en sus comentarios, resumidos en
líneas anteriores. La situación empezó a ponerse tirante, pues McLane sa-
bía que no podría obtener la cesión de Baja California y, sin embargo, al
entregar el texto de su propuesta a Ocampo, le decía: “No me es permitido
desviarme materialmente de esas órdenes”.115 Esa propuesta contenía un
artículo adicional referente al trato legal y la seguridad personal de los ciu-
dadanos norteamericanos en México y a la libertad de que gozarían para
practicar su religión. Al departamento de estado, McLane le decía poco des-
pués: “No pienso ceder en ninguno de los puntos que abarca mi proyecto”.116
Sin embargo, el ministro norteamericano hizo un intento por convencer

a
al secretario Cass de que no era factible la cesión de la Baja California. “La

rrú
cesión de territorio —escribió el 25 de junio— es el acto más grave e impor-
tante de lesa soberanía que pueda ejecutar un gobierno; por lo tanto es de
dudar si deba hacerse en momentos en que está en conflicto con otro go-
Po
bierno por asumir el poder…y esta consideración es muy importante tanto
para la parte compradora como para la que cede el territorio. Lo demás in-
volucrado en el proyecto que sometí al ministro de relaciones exteriores,
a

cubre puntos que han sido en cierto modo regulados por tratados existen-
eb

tes entre México y Estados Unidos, y un tratado referente a ellos, en el pre-


sente, puede considerarse propiamente como una simple amplificación de
u

lo ya existente, y es precisamente en este sentido que yo he negociado con


ellos”.117 También comunicó McLane a su gobierno que tanto Juárez como
pr

su gabinete habían sido informados de que los Estados Unidos no podrían


contraer una alianza de orden general con México que pudiera arrastrarlos
1a

a una guerra con países europeos, ni tampoco podrían garantizar la integri-


dad territorial de nuestro país. En el mismo comunicado, hizo saber a Cass
que Miguel Lerdo estaba absolutamente en contra de la cesión de territorio,
en ese momento.
Conviene examinar detalladamente los cambios que se encuentran pre-
sentes en el nuevo texto que Ocampo entregó al ministro norteamericano el
10 de julio, comparándolo con la propuesta original del 18 de abril ante-
rior.118 El artículo 1o. no sufría modificación alguna; el artículo 2o., como

115  Manning. vol. IX, p. 1088 (doc. 4390).


116  Idem; p. 1092.
117  Idem; pp. 1093 y 1094.
118  Manning; vol. IX, pp. 1100 a 1104. Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 653

a 657.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  351

lo había pedido McLane, hacia ahora extensiva la protección de ambas Re-


públicas a todos los caminos que existieran o se construyeran en el Istmo,
así como la neutralidad se extendía a todos ellos; el artículo 3o. y 4o. mo-
dificados, establecían que los puertos de depósito a ambos lados del Istmo
se abrirían “simultáneamente con el primer uso regularizado y constante
de cualquier ruta” a través del mismo, en vez de esperar a la terminación de
la vía del ferrocarril, y también incluían una descripción más detallada de la
forma como operarían los puertos de depósito; pero esencialmente equiva-
lían al artículo 3o. anterior; el nuevo artículo 5o. (que sustituía al 4o. del
primer texto) decía a la letra: “La República Mexicana reconoce la obliga-
ción en que se haya de proteger las personas y propiedades que pasen por el
Istmo, conservándolas en seguridad y empleando para ello, cuando fuere

a
preciso, la fuerza armada que sea necesaria. Pero cuando México, por cual-

rrú
quier motivo, no conserve tal seguridad, Estados Unidos, previo permiso
del gobierno mexicano, podrá emplear su fuerza armada para el mismo fin,
retirándola luego que se concluya la necesidad. Para tal caso, será obliga-
Po
ción de Estados Unidos pagar esas tropas, conservarlas neutrales respecto
de las demás naciones, someterlas a las leyes y autoridades de la República
de México en todo lo que no sea la economía interior de dichas tropas, no
a

ejercer ningún acto de jurisdicción ni sobre los habitantes del país ni sobre
eb

los transeúntes, si no es la represión del delito in fraganti y la aprehensión


de los criminales para entregarlos inmediatamente a la autoridad local,
u

respetando en un todo y conservando ilesa la soberanía de México sobre el


pr

Istmo”. A su vez, el nuevo artículo 6o. decía textualmente: “La República


Mexicana concede a Estados Unidos el simple tránsito de sus tropas, per-
trechos y municiones de guerra por el istmo de Tehuantepec, precediendo
1a

en todo caso aviso inmediato a las autoridades locales, entendiéndose re-


petidas y con más razón las restricciones que tiene el anterior (artículo)
sobre el uso de la fuerza armada y agregando las dos siguientes: en ningún
caso harán mansión o residencia en el Istmo, sino que pasarán solamente
como simples transeúntes que no se demoran; en ningún caso tampoco ni
nunca podrá el gobierno de Estados Unidos formar cuarteles ni construcción
de ninguna especie”.
En esta forma, se llevaba a la práctica lo previsto en el artículo 5o.
anterior, eliminando la mención al “caso de guerra”. Debe recordarse que
en las conversaciones de Ocampo y Lerdo con Mr. Churchwell, México se
había reservado el derecho de formular un tratado especial aplicable a los
derechos de vía en caso de guerra. El nuevo artículo 6o. habría permitido
el paso de tropas en tiempo de paz, según la propuesta hecha por McLane
352  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

el 20 de junio, que estaba presentada como una cuestión de tarifas, pero


estaba implícita en el tratado de La Mesilla.
El artículo VII del tratado propuesto por Ocampo el 10 de julio, que esta-
mos comparando con su proposición del 18 de abril anterior, incorpora
esencialmente el contenido de los artículos sin número de estas últimas,
junto con el monto de la indemnización que McLane había ofrecido para
México; que ascendía a 5 millones de pesos, de los cuales 2 millones serían
destinados al pago de reclamaciones contra el gobierno de México. A su
vez, el artículo VIII del nuevo texto de Ocampo, recogía la proposición de
McLane sobre el libre ejercicio de su religión por los ciudadanos norteame-
ricanos; pero, de acuerdo con las leyes de reforma, prohibía a las corpora-
ciones religiosas comprar o poseer capillas o lugares para el culto.

a
El ministro McLane, en vista de que la proposición de Ocampo no incluía

rrú
la cesión de Baja California, que reclamaba Buchanan, se limitó a transcribir
el proyecto de tratado a su gobierno, aun cuando se permitió hacer algunos
comentarios interesantes: “Estoy convencido —escribió a Cass el mismo día
Po
que recibió el documento— de que no se puede en la actualidad hacer ningu-
na negociación con el gobierno constitucional que se refiera a la cesión de la
Baja California y, con referencia a otros puntos que han sido puestos a discu-
a

sión, también estoy convencido de que no se puede hacer ningún otro arre-
eb

glo que no sea el que aquí se somete y que es el mejor, teniendo sólo que
agregar que puedo reducir la suma de 5 millones a cuatro, reservando siem-
u

pre 2 millones para las reclamaciones de los ciudadanos estadunidenses


contra México, no me parece que sea demasiado elevada esta cantidad en
pr

vista de las grandes ventajas que el libre tránsito de mercancías, de Guaymas


a Arizona, ofrece a Estados Unidos dentro de este territorio, tanto para pro-
1a

porcionar abastos y pertrechos de guerra a nuestro ejército, independien-


temente de otros artículos que se mencionan en el proyecto del istmo de
Tehuantepec y al paso de tropas del Atlántico al Pacífico…”119 Como puede
verse, el ministro norteamericano estaba convencido de haber obtenido
para su país dos cosas que, a su juicio, justificaban ampliamente la canti-
dad de 4 millones de pesos que proponía como compensación:
a) El paso de Guaymas a Arizona en las mismas condiciones proyecta-
das para el istmo de Tehuantepec.
b) La reglamentación del paso de tropas del Atlántico al Pacífico.
McLane no pretendía, porque sabía que el departamento de estado no
reconocería tales pretensiones, haber obtenido los derechos de paso a perpe-

119  Idem; pp. 658 y 659. Manning; vol. IX, pp. 1105 y 1106.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  353

tuidad por el Istmo o por las rutas comerciales de la frontera norte, conce-
siones que ya habían obtenido los Estados Unidos de gobiernos mexicanos
anteriores de tendencia claramente conservadora. Al tiempo que enviaba a
su gobierno estos comentarios, el diplomático estadounidense insistía en
sugerir que se aceptara el artículo 3o. del proyecto de tratado de alianza
ofensiva y defensiva propuesto por Ocampo el 18 de junio, como base para
garantizar y defender los derechos obtenidos por su país, así como a los
ciudadanos norteamericanos residentes en México. Según ya indicamos, el
departamento de estado rechazó, por considerarlas inconvenientes para
su país, tanto el acuerdo referente a las vías de tránsito por el norte como el
proyecto de alianza ofensiva y defensiva.120 Además, Cass repitió a McLane
que debería insistir en la cesión de la Baja California; “carezco de faculta-

a
des para sugerirle alguna modificación del «proyecto» que tiene encomen-
dado, en caso de que el gobierno mexicano eluda aceptar los elementos

rrú
contenidos en el tratado propuesto” —le dijo finalmente, el 19 de julio. En
instrucciones detalladas que le mandó poco después, Cass reiteró la deci-
Po
sión del gobierno norteamericano de no firmar ningún tratado si el go-
bierno de Veracruz no aceptaba sus demandas. La diferencia entre lo que
pedían los Estados Unidos, en ese momento —fines da julio de 1859—, y lo
a

que estaban dispuestos a aceptar los liberales de Veracruz, consistía en


eb

lo siguiente:
a) La cesión del territorio de la Baja California (frontera en el río Colorado).
b) La entrada de tropas estadunidenses, sin mediar petición expresa del
u

gobierno mexicano, para proteger a las personas y propiedades que transi-


pr

taran por las vías, cuando el gobierno norteamericano considerara que


México no daba la protección.
1a

c) Los derechos de portazgo no podrían ser mayores que lo necesario


para que las empresas administradoras de las vías de comunicación obtu-
vieran utilidades máximas del 15% al año.
d) En las vías de tránsito de la frontera norte al Pacífico, Estados Uni-
dos podría utilizar trazos alternativos en vez de los trazos únicos que
Ocampo quería fijar.
e) Las corporaciones religiosas podrían comprar capillas o lugares para
el culto ejercido por ciudadanos yanquis.
f) Habría procedimientos judiciales especiales, aplicables a los ciudada-
nos de esa nacionalidad.
Sin embargo, con fecha 30 de julio, Cass manifestó a su ministro, con
bastante claridad, que el punto básico de discrepancia residía en la cesión

120  Manning; vol. IX, pp. 268 y 269.


354  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de la Baja California. Si esto último fuera logrado por McLane, “habría des-
aparecido —según el secretario de Estado— el obstáculo principal” y las
negociacione¿ podrían concluirse en corto plazo.121
En el proyecto del tratado de alianza ofensiva y defensiva que fue entre-
gado por Ocampo, según se indicó ya, el 18 de junio al ministro estaduni-
dense, después del 5o. y último artículo se agregó un párrafo que permitía
el paso de escoltas por los caminos de la frontera norte, de acuerdo con el
reglamento que se había convenido elaborar, compromiso del que se retrac-
taron los Estados Unidos. Se autorizaba igualmente, en este párrafo, la
presencia de tropas regulares norteamericanas en el istmo de Tehuantepec,
cuando México no hubiera podido conservar ahí la seguridad y sólo duran-
te el tiempo que no la hiciera efectiva. Esta presencia militar sólo tendría

a
por objeto mantener la policía de seguridad; los Estados Unidos pagarían
las tropas, las conservarían neutrales, las someterían a las leyes y autori-

rrú
dades mexicanas en todo lo que no fuera su economía interior, y no ejerce-
rían con ellas ningún acto de jurisdicción sobre los habitantes o los
Po
transeúntes. México conservaría ilesa la soberanía sobre el Istmo; pero
las tropas y avituallamientos que pasaran por él no pagarían derechos ni
impuestos.
a

Ocampo explicó a McLane, al tiempo que le enviaba su último proyecto


eb

de tratado sobre los tránsitos, el 10 de julio de 1859, que para nuestro país,
en caso de existir una vía a través del Istmo, los ingresos provenientes del
derecho de portazgo en la ruta, serían una fuente de ingresos que, sin per-
u

judicar a la población local que no era el principal usuario, podrían alcan-


pr

zar un nivel más alto al 15%. Además le hizo notar que, debido a la escasez
de recursos, era frecuente en México que las inversiones produjeran hasta
1a

el 21/2 por ciento mensual. También le indicó que el establecimiento de una


averiguación y un examen judicial inmediatos, en los casos en que fueran
detenidos extranjeros iría contra las tradiciones y los textos constituciona-
les de nuestro país; era el estado anormal de la cosa pública y no deficien-
cias legales, lo que ocasionaba los penosos incidentes que ocurrían en esa
época a los extranjeros.122
Este último proyecto, redactado cuando el departamento de estado ya
había hecho saber a McLane que rechazaba el tratado de alianza, no men-
cionó en absoluto la presencia de tropas norteamericanas en el Istmo, en-
viadas sin previo permiso del gobierno de México. Dos días después, se
anunció la expedición de las leyes de reforma y la salida de don Miguel

121  Idem; p. 269 (doc. 3942).


122  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 653 y 654.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  355

Lerdo hacia los Estados Unidos, con el propósito de obtener recursos con la
garantía de las propiedades de la iglesia. “Si llegara a lograr un préstamo
en Estados Unidos dando en garantía (esas) propiedades —comentó McLa-
ne al secretario Cass—, es muy seguro que ni él ni sus colegas estén dis-
puestos a ceder la Baja California en las actuales condiciones del gobierno
constitucional; por otra parte, si llegara a fracasar en esta empresa, estoy
seguro de que ya no se opondrá, sino, por el contrario, apoyará la idea de
la cesión”.123
Justo al tiempo que Lerdo de Tejada llegaba a Nueva York para iniciar
ahí sus gestiones financieras, el departamento de estado daba a su repre-
sentante en México las instrucciones finales respecto al convenio que se
discutía con nuestro país. En definitiva, McLane fue autorizado para sus-

a
cribir un tratado que no incluyera la cesión de Baja California, si esto último

rrú
se demostraba imposible de obtener; pero se le instruía para no apresurar
la firma del convenio en esas condiciones, dentro de la idea de que la situa-
ción financiera obligaría al gobierno de Veracruz a ceder. En cambio, se le
Po
precisó que no podría firmar un documento que sólo autorizara a las tropas
norteamericanas a desembarcar en el Istmo para garantizar su seguridad,
en caso de ser requeridas por el gobierno de México. “Por tanto —dijo el
a

secretario Cass en su comunicación de 30 de julio— no es posible aceptar la


eb

modificación propuesta por México respecto a este punto. No obstante, pue-


de modificarse el artículo teniendo en cuenta el asentimiento de México
excepto en situaciones de crítica emergencia, dándole aviso en todos los
u

casos con la mayor rapidez posible”.124 Finalmente, se dijo a McLane que


pr

podía ofrecer 4 millones de dólares, por los tránsitos y los demás derechos
propuestos por Ocampo; 2 millones serían reservados para el pago de las
1a

reclamaciones contra México.


El 15 de agosto de 1859 dejó Ocampo la secretaría de relaciones exte-
riores, conservando los ministerios de gobernación, fomento, guerra y ha-
cienda. Fue sucedido por Juan Antonio de la Fuente, que había llegado a
Veracruz, procedente de México, un poco antes. Si se repasan los puntos
que el gobierno de Buchanan había propuesto al de Veracruz, en el proyecto
de tratado presentado por McLane, se aprecia que durante algún tiempo las
conversaciones girarían alrededor de la seguridad del tránsito a través del
Istmo, ya que los otros puntos que Ocampo no había aceptado, el gobierno
norteamericano estaba dispuesto a abandonarlos. Fuente, sin embargo,
al no haber participado en las negociaciones anteriores, es de creer que no

123  Manning; vol. IX, p. 1109.


124  Idem; vol. IX, pp. 269 a 275.
356  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

veía las perspectivas de arreglo con claridad, por lo menos en el primer mo-
mento. Sin embargo, ya el 27 de agosto, después de varias conversaciones
con el nuevo ministro de relaciones, el ministro estadunidense sintetizaba
a Fuente las diferencias con toda concisión y claridad: “El gobierno de Es-
tados Unidos cree que el derecho de emplear sus fuerzas para proteger el
tránsito y derechos de vía sería más apreciado en caso de una repentina
emergencia y antes que el gobierno fuera consultado e investigara las cir-
cunstancias, el uso de la fuerza podría ser inútil para prevenir el peligro o
el daño amenazador. Por esta razón considero mi deber perseverar en la
objeción presentada a este artículo y, a menos que la obligación de dar no-
ticia previa al gobierno de México pueda ser dispensada en casos de emer-
gencia repentina, no puedo consumar la negociación sobre las bases del

a
proyecto del señor Ocampo.125 Por su parte, en una larga nota que contuvo

rrú
amplias expiraciones, Fuente describió claramente las diversas razones por
las que el gobierno de Veracruz se oponía a modificar el texto propuesto
por Ocampo. “No sólo la entrada de tropas extranjeras en un país —escribió
Po
a McLane el 30 de agosto—, no sólo las relaciones con otros gobiernos,
sino en general todos los actos públicos de los jefes a quienes un pueblo
confía su administración, están cercados de reglas y restricciones que no se
a

atribuyen con razón a desconfianzas injuriosas, sino al impulso natural y


eb

justo de conservación y dignidad”.126


Simultáneamente, el ministro estadunidense comentaba a su gobierno
u

la probable ruptura de las negociaciones, desde un ángulo que es conve-


pr

niente examinar. “Lo que realmente existe detrás de todo lo relativo a la


cesión territorial y de mucha mayor importancia que cualquier otro punto
que puedan argüir —escribió el 27 de agosto al secretario Cass—, es el de
1a

la consideración pecuniaria. El señor Ocampo propuso en su contrapro-


yecto que lo que se pagara a México en consideración a las estipulaciones
del tratado, debería ser entregado de inmediato, tan pronto como el senado
de Estados Unidos ratificara dicho tratado, y preguntó si sería posible reci-
bir una parte como anticipo antes de la ratificación”. “Sin embargo, —co-
mentó más adelante McLane en ese comunicado— fue imposible darle,
sobre este punto, la seguridad que el ministro Fuente deseaba (y Fuente
dijo) que a menos que el gobierno pudiera recibir de inmediato las fuentes
económicas necesarias para organizar su poder militar, sería derribado por
una revolución antes de que pudiera ratificar el tratado y, en conclusión,

125  Idem; pp. 1122.


126  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 689 a 693.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  357

dijo que en estas circunstancias, no estaba dispuesto a ceder ni ante el últi-


mo, ni ante el primero (de los puntos en discusión)”.127
Es obvio que el gobierno de Veracruz se encontraba en una situación
militar, no sólo difícil sino apurada, cuando los Estados Unidos insistie-
ron en la concertación de un tratado sobre límites y tránsitos con nuestro
país. Es evidente también que la guerra civil pudo haberse abreviado si el
régimen constitucional hubiera contado con recursos para someter a los
militares del plan de Tacnbaya. No es dudoso tampoco que los liberales ha-
brían recurrido a medidas extremas para conseguir esos recursos, tal vez a
medidas que no estarían justificadas en otras condiciones, más pacíficas y
tranquilas. Pero el resultado final al que se llegó en diciembre de 1859, así
como el curso todo de las negociaciones que hemos examinado con algún

a
detalle, demuestra sin dejar lugar a dudas que la diplmacia norteamericana

rrú
se equivocó al creer que la desesperación financiera llevaría al gobierno de
Veracruz a aceptar la cesión de la Baja California. En toda la documenta-
ción oficial emitida por Ocampo, no aparece por ninguna parte un propósito
Po
semejante; los liberales aceptaron discutir el asunto con el gobierno de Bu-
chanan, cuando tuvieran relaciones diplomáticas con los Estados Unidos;
pero, a riesgo de no obtenerlas, dijeron claramente a McLane, al momento
a

de llegar éste a Veracruz, que no accederían al deseo de su gobierno en ese


eb

sentido. Es más, puede afirmarse que comprendieron la posición yanqui


mucho más a fondo de lo que presumía McLane, puesto que concluyeron
u

con él un tratado que no contuvo uno solo de los puntos que el ministro
norteamericano estaba autorizado por su gobierno a retirar del proyecto
pr

presentado a los negociadores mexicanos.


Algún tiempo después de muerto Ocampo, cuando la amenaza de la in-
1a

tervención tripartita renovó la atención prestada al tratado Mon-Almonte, y


poco después del incidente provocado en la cámara de diputados por José
Ma. Aguirre a propósito del tratado McLane, se publicaron algunos comen-
tarios en la prensa de la ciudad de México sobre la participación del señor
Fuente en las discusiones diplomáticas de la segunda mitad de 1859. Al
parecer, al llegar Fuente a París como ministro de México, se encontró la
idea generalizada de que el tratado negociado con McLane había sido puesto
en vigor. Fuente combatió la idea y explicó que no llegó a existir tal tratado,
que quedó entre los llamados convenios imperfectos, pues habiéndose
llegado a un texto que convino a los negociadores, ni los jefes de estado
lo firmaron, ni el congreso norteamericano lo ratificó. Los comentarios

127  Véase la referencia (125).


358  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

publicados en México indican que Fuente afirmó en Francia que se había


opuesto abiertamente a toda discusión relativa al tratado con McLane.128
En realidad, los documentos que hoy se conocen muestran una decidida
oposición de Fuente a que se autorizara, en el tratado, la entrada de tropas
yanquis al territorio mexicano sin permiso previo de nuestro gobierno; pero
esta cláusula, que estaba implícita en el tratado de La Mesilla, no figuraba
en el proyecto que Ocampo presentó a McLane antes de renunciar al minis-
terio de relaciones exteriores. Fuente y McLane coincidieron, durante una
de sus primeras conversaciones, en que el punto de partida de las discusio-
nes sería el proyecto de Ocampo, el cual, repetimos, no contenía la cláusula
citada.129 Sin embargo, McLane declaró inmediatamente a Fuente que la
proposición de Ocampo había sido declarada inadmisible por Buchanan y

a
Cass; entonces, Fuente aceptó que se discutieran las diferencias entre las

rrú
proposiciones norteamericanas y el proyecto de Ocampo, para no romper de
inmediato las negociaciones.130 Fue en esta forma como McLane re-introdu-
jo la cuestión de la entrada de tropas sin previo permiso, que ya había sido
Po
eliminada por Ocampo en las conversaciones anteriores. Los alegatos del
señor Fuente, ciertamente vigorosos y apasionados, no representaron, por
lo tanto, objeciones o desacuerdos con el proyecto de Ocampo, que por el
a

contrario Fuente había hecho suyo ante McLane desde el primer momento.
eb

Fue el intento de McLane —quien, como sabemos ahora, tenía instruccio-


nes de dar largas al asunto— de presentar de nuevo las aspiraciones esta-
u

dunidenses, lo que provocó las discusiones con el señor Fuente y condujo


las negociaciones a un punto muerto, antes del regreso de Ocampo a la se-
pr

cretaría de relaciones, que se realizó el 1o. de diciembre de 1859.


Estos hechos han sido mal interpretados por algunos escritores que
1a

asumen el punto de vista conservador, quizá tratando de aprovechar las


expresiones ambiguas del propio Fuente. En el comunicado que el ministro
yanqui envió a Cass el 27 de agosto, le dijo que en la primera conversación
con Fuente, “durante toda la conferencia (el ministro de relaciones) se man-
tuvo a favor del contra-proyecto del señor Ocampo y lo defendió”. El propio
Fuente, por su parte, al escribir a McLane tres días después, le dijo: “Recor-
dará usted que habiendo tomado primero como punto de partida en nuestras
discusiones el contra-proyecto del señor Ocampo, acordamos, sin embargo,
al fin de nuestra primera conferencia, que tomaría yo en consideración el

128  El siglo XIX; 5-XI-1861, reprodujo un artículo de la “Revista de las razas latinas”,

en ese sentido.
129  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 675 a 679.
130  Manning; vol. IX, pp. 1118 a 1122.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  359

proyecto de usted…“131 No hay evidencia, en absoluto, de que Fuente haya


sugerido modificación alguna al proyecto redactado por Ocampo antes de
retirarse del ministerio de relaciones, en agosto de 1859.
Es interesante analizar la forma como juzgaron la situación, al llegar a
su término esta etapa de la labor diplomática de Ocampo, diversos observa-
dores interesados en la cuestión. El secretario de estado Cass dirigió el 13
de septiembre al ministro McLane, quien se encontraba ya en Washington
para esa fecha, una breve comunicación en que le decía: “El Presidente la-
menta que el gobierno mexicano no se haya encontrado en condiciones de
concluir un tratado de acuerdo con las instrucciones que se dieron a usted,
pero aprueba la decisión que usted tomó de no renunciar al derecho pedido
por este gobierno de proteger los tránsitos en caso de presentarse una emer-

a
gencia súbita…Se tiene la esperanza de que el gobierno mexicano pueda en

rrú
el futuro estar en condiciones que le permitan, mejor que hoy día, aproxi-
marse a los puntos de vista de los Estados Unidos tanto sobre los tránsitos
como sobre el cambio del límite entre los dos países…”132
Po
Por su parte, José María Mata escribió a Ocampo ese mismo día en estos
términos: “El señor McLane estuvo a verme anoche y me refirió el estado en
que había dejado la negociación. Lo he sentido mucho porque creía firme-
a

mente que traería el tratado. Después de hablar con él, se ha hecho más in-
eb

tenso el disgusto producido por la separación de usted del ministerio de


relaciones. Hoy temprano se ha ido el señor McLane para Nueva York y yo
u

me iré esta tarde para que hablemos con el señor Lerdo…Estoy persuadido
de que el señor Lerdo nada conseguirá en Nueva York. Todas sus esperan-
pr

zas y las mías se fundaban en la venida del tratado. Voy pues, a indicarle la
conveniencia de su regreso, puesto que ahora ni pretexto le queda ya para
1a

permanecer, habiéndose suspendido todo paso en la negociación…”.133


El representante de Miramón en Washington, Gregorio Barandiarán,
que contaba con buena información y en general, aún siendo parte, era ob-
jetivo en sus juicios, resumió los hechos para el ministro de relaciones en la
ciudad de México, en forma similar: “El recibimiento que el señor Lerdo ha
tenido, tanto de los particulares como de los funcionarios públicos, le hizo
concebir las más halagüeñas esperanzas por el buen éxito de su misión;
pero bien pronto se convenció de que para conseguir dinero se necesita algo
más que la garantía efímera que traía…Quedaba pues, al señor Lerdo, la
esperanza de que el llamado gobierno de Juárez hubiese celebrado un tratado

131  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 690.


132  Manning. vol. IX, p. 276 (doc. 3943).
133  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 696 y 697.
360  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

con el representante de este país, bajo las bases que este gobierno quería,
pero pronto se desvaneció esta última esperanza a la llegada del señor
McLane, que volvió a este país sin haber celebrado tratado alguno, porque
los de Veracruz no quisieron pasar por la cláusula de cesión de territorio…
No se puede ocultar a V. E. que los especuladores que adelanten algunos
fondos serán otros tantos interesados en que el tratado pase en el senado…
Conozco a algunos de los especuladores y no me cabe duda que, si se cele-
bra el tratado bajo las (nuevas) bases, adelantarán una cantidad respetable
o descontarán el todo de los 2 millones, pues la única garantía que han
exigido hasta ahora, para entrar en arreglos con Lerdo, es que se celebre un
tratado con este gobierno…”.134
A través de la correspondencia de Ocampo con José María Mata, quien

a
como se sabe fue su yerno, puede lograrse algún atisbo más de la forma en

rrú
que concebía el michoacano las cuestiones básicas que se discutían en las
conversaciones con Churchwall y McLane.135 Cuando el enviado confiden-
cial de Cass se encontraba todavía en Veracruz, Mata decía a Ocampo el 19
Po
de febrero de 1859, desde Nueva York: “…creo que si por la cesión de la
Baja California se fijasen 20 millones de pesos, no se puede considerar alto
el precio, atendiendo su extensión, puertos, riqueza mineral y tierras públi-
a

cas, pues aunque hay cedida una tercera parte de éstas por el contrato de
eb

deslinde, y hay además, otras concesiones, siempre queda una parte consi-
derable a disposición del gobierno…” Poco después de que Ocampo dejase
la secretaría de relaciones, sin embargo, sus comentarios a Mata hicieron a
u

éste escribir el comentario que sigue: “…en efecto, individualmente, la con-


pr

ducta que han observado los yanquis en Texas y la Alta California con los
mexicanos, no es para alabarse, y éste es el más eficaz medio que tenemos
1a

para prevenir el desarrollo del sentimiento anexionista en nuestra fron-


tera…” Finalmente, como hemos explicado en líneas anteriores, el departa-
mento de estado autorizó a su ministro para ofrecer a Ocampo 5 millones
por la Baja California y Cass le recordó que Forsyth había ofrecido 3 millo-
nes; salta a la vista, además, que don Melchor le recordó a su yerno que no
era nada más una cuestión de cuánto dinero podía obtenerse, sino que ha-
bía de por medio intereses humanos, esto es, patrióticos.
Sobre la cuestión de los derechos de tránsito desde la frontera norte al
Pacífico, el ministro de relaciones y su colaborador y amigo cambiaron tam-
bién algunos puntos de vista ilustrativos. En la carta de febrero de 59 ya
citada, Mata decía: “estoy completamente de acuerdo con usted en lo relativo

134  Idem; pp. 707 a 710.


135  INAH; 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  361

a la vía de tránsito por Sonora, y aún creo que el gobierno puede sacar
algunos recursos por esta concesión”. En el mes de septiembre, en la otra
comunicación que ya mencionamos, comentaba Mata la cuestión de la pro-
tección de las rutas de tránsito. En el texto original del acuerdo obtenido en
junio de 1850; que esencialmente fue el mismo en el convenio revisado del
año siguiente, se preveía la entrada de tropas norteamericanas para prote-
ger la vía, “únicamente en el caso de ser requeridas para ello por el gobier-
no de México”. Durante la revisión del texto original del convenio, que
solicitaron los Estados Unidos, surgió la proposición de situar “un comisio-
nado del gobierno de los Estados Unidos, que pudiera por sí pedir el auxilio
de fuerza armada de su gobierno”.136 Esta proposición fue rechazada por
México con el argumento de que “la entrada de fuerzas militares extranje-

a
ras en el territorio de una nación se ha tenido siempre como un atentado

rrú
a su soberanía, a menos de que se verifique en virtud de una petición expre-
sa de esa misma nación; el derecho de hacer esta petición, es de tal manera
inherente a la soberanía, que no puede delegarse en ningún otro y, mucho
Po
menos, en el representante de la nación quo debe suministrar la fuerza
armada”.137
En el momento en que Ocampo planteó esta cuestión a Mata, de acuer-
a

do con las explicaciones que hemos dado, el ministro McLane estaba, auto-
eb

rizado por su gobierno para renunciar a todas las peticiones que había
planteado al gobierno de Veracruz, y que Ocampo primero y después Fuente
u

se habían negado a conceder, con una sola excepción. Esta excepción era
precisamente la autorización para que tropas norteamericanas protegie-
pr

ran la vía de tránsito en el Istmo, sin contar con una autorización previa
del gobierno mexicano. En 1851 se habían rehusado las modificaciones del
1a

artículo 4o., que, a través de una mecánica diferente, tenían el mismo pro-
pósito que en 1859 pretendía lograr McLane.138 Se aprecia, por lo tanto, que
Juárez y Ocampo, después de la suspensión de las pláticas con Fuente, esta-
ban convencidos de que en ese punto residía la oposición estadunidense a
firmar el tratado. Es sabido que Mata llegó a proponer a Ocampo en carta
particular del 4 de octubre —pues en ese momento don Melchor no ocupaba
la cartera de relaciones— un artículo para el tratado, con el siguiente texto:
“En los casos imprevistos y repentinos de perturbación de la paz pública
en algún punto de las vías de tránsito, en que (sea) necesaria una acción
pronta y decisiva para proteger la seguridad de la vía de comunicación, el

136  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 188.


137  Idem; p. 188.
138  Idem; p. 661.
362  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

comisionado del gobierno mexicano encargado de mantener la tranquilidad


y la seguridad de la vía de comunicación, deberá, cuando los medios de ac-
ción que estuvieren en su poder fueren ineficaces o insuficientes para pro-
teger el tránsito, pedir directamente auxilio a las fuerzas navales o de tierra
de los Estados Unidos…Y, si por ausencia del referido comisionado, por
hallarse imposibilitado de dar el aviso o por cualquiera otra circunstancia,
sucediere que pasaren diez días después de que la paz hubiese sido inte-
rrumpida sin haberse ésta restablecido y sin que se pida el auxilio de las
fuerzas de Estado3 Unidos, las referidas fuerzas podrán marchar al punto
del tránsito en que su presencia fuere necesaria…. a condición de dar parte
al comisionado del gobierno mexicano…. y de retirarse tan pronto como…
no fuere necesaria la presencia de las mismas fuerzas”.139 Comentando su

a
propia proposición, Mata agregaba el siguiente párrafo, que es suficiente-
mente explícito: “en todas mis consideraciones yo parto de un principio

rrú
necesario; los dos gobiernos proceden con la mejor buena fe y con los de-
seos más sinceros de realizar la importante obra de las vías de comunica-
Po
ción. Si no fuese así y hubiese temor de que la buena fe no presidiese a las
estipulaciones del tratado, en este caso la consecuencia es muy sencilla,
no se debería tratar”. Mata, de haber sido otro hombre, se tendría que ha-
a

ber preguntado, trasladándose mentalmente a Veracruz: ¿acaso se podía


eb

dejar de tratar? Quien hubiera presentado a Juárez y a Ocampo, a princi-


pios de 1859, la proposición de rechazar sin más a McLane, así como la
oferta de reconocimiento yanqui, simplemente no habría sido considerado
u

en sus cabales.
pr

Sobre la delicada cuestión de la ayuda de extranjeros en la guerra civil,


Ocampo y Mata tuvieron también un cambio de puntos de vista, originado
1a

al parecer por la resistencia que el primero mostraba ante la idea. “Creo que
no nos hemos puesto de acuerdo o entendido —le escribió Mata, desde
Washington, el 15 de agosto de 1859, mismo día de su separación del mi-
nisterio de relaciones— respecto del principio de llevar gente armada como
auxiliares nuestros. Usted habla de elementos filibusteros, cuando yo no
sólo no los menciono, sino que si hubiera quien quisiera emplearlos en el
país, me opondría con todas mis fuerzas a semejante acto, que si se realiza-
ra traería sobre el partido liberal un desprestigio terrible y sobre el país ca-
lamidades espantosas…Si creemos útil, lícito y aún necesario tomar las
ideas que conducen al adelanto social de un pueblo; sea cual fuere su ori-
gen; si no sólo no rechazamos sino que procuramos llevar ansiosamente
la industria agrícola, manufacturera y minera existente en otros países al

139  Idem; pp. 702 a 707.


QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  363

nuestro…y si, por último, estamos haciendo esfuerzos extraordinarios para


procurarnos de fuera todos los elementos de guerra de que nosotros carece-
mos, si estos se llaman cañones, fusiles, balas y pólvora; yo no hallo razón
por qué hemos de rechazar un elemento de guerra que se llama hombres
instruidos en el arte de hacerla…”.140
Y no era sólo Mata. Ruiz describió los hechos al congreso, el 31 de mayo
de 1861, con meridiana claridad: “El gobierno constitucional llegó a Vera-
cruz en estado de verdadera derrota, y en tales circunstancias, se le hicie-
ron por conducto del gobernador de aquel estado, y por algunos patriotas
que creían que todo era lícito para salvar los principios liberales; se le hicie-
ron, digo, grandes ofrecimientos de dinero y tropas, a condición de pagar
el uno con terrenos baldíos, y de que los otros vendrían a combatir bajo

a
nuestra bandera. El gobierno, que creyó que a los mexicanos, y sólo a los

rrú
mexicanos tocaba reconquistar su usurpada libertad, desechó estas seduc-
toras ofertas contra el voto de muchos miembros culminantes del partido
liberal”.141 Zarco, que pasó la guerra civil en la ciudad de México y terminó
Po
por ser apresado, reconoció en esos días que, como muchos otros, él tam-
bién había sido partidario de aceptar la ayuda militar de los Estados Uni-
dos para vencer a la reacción, o la presencia de particulares que siguieran
a

la bandera constitucional. Pero subrayó que Juárez “mereció entonces de


eb

muchos de sus amigos la calificación de obstinado y pertinaz”, por su con-


fianza ilimitada en que el pueblo mexicano, por sí solo, había de recobrar
u

sus derechos, sin la mengua del auxilio extranjero.142 En este punto, como
en otros muchos, la posición de Ocampo resulta próxima a la del Presi-
pr

dente; otro político liberal próximo a Juárez, Ignacio Mejía, describió los
hechos, en la prensa, del siguiente modo: “En las discusiones de negocios
1a

examinados por todo el gabinete, el señor Juárez es dócil, y aún sabe ceder,
mientras que no se versa la violación de la ley o de los principios, porque
entonces o cuando hay que preservar grandes intereses públicos o de los
particulares, sus opiniones son incontrastables, su firmeza sin ejemplo.
Lo es de esto, la que mostró en Veracruz respecto del tratado Ocampo-
McLane. Desechado por primera vez por los Estados Unidos, volvió a pre-
sentarse con interés al gabinete del gobierno del señor Juárez: había en
aquél mayoría para aceptarlo; pero por la firme negativa del mismo señor
Juárez, quedó definitivamente desechado”.143

140  INAH; 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos (doc. 8-4-134).


141  El siglo XIX; 1o.-VI-1861.
142  Idem; 3-VI-1861.
143  La independencia; 7-III-1861.
364  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El ministro McLane se embarcó en Nueva York, rumbo a Veracruz, el 5


de noviembre de 1859; el 24 del propio mes se hallaba ya en el puerto. Para
entonces, el secretario Cass había declarado “fuera de norma” y contrario
al interés de los Estados Unidos, el tratado de Alianza propuesto por don
Melchor.144 La opinión corriente en los medios oficiales norteamericanos,
tal como la recogió por ejemplo Barandiarán en sus informes al gobierno de
Miramón, insistía particularmente en dos puntos: primero, los norteameri-
canos habían decidido firmar un tratado, pues Buchanan estaba siendo du-
ramente criticado por haber reconocido al gobierno de Juárez, “sin haber
obtenido nada a cambio”; segundo, si el presidente Juárez y quienes se opo-
nían a conceder las peticiones yanquis, seguían obstinados en su negativa,
habría una crisis en el gobierno liberal, y probablemente Lerdo sustituiría a

a
Juárez.145 El hecho es que apenas una semana después del regreso de McLa-
ne, Ocampo ocupó de nuevo el ministerio de relaciones y poco después dejó

rrú
la secretaría de gobernación a Ignacio de la Llave. McLane transmitió al
secretario Cass, desde su punto de vista, una relación de lo ocurrido: “El
Po
señor Lerdo de Tejada, ministro de hacienda del gobierno del presidente
Juárez —escribió el 7 de diciembre—, aún no ha reasumido el desempeño
de los deberes de su puesto y me ha advertido que no lo hará a menos que
a

se concluya un tratado entre ese gobierno y el de Estados Unidos, basado


eb

en las instrucciones que me fueron enviadas en agosto pasado, y el señor


Fuente, ministro de relaciones exteriores, ha sido obligado por el señor Pre-
sidente, a abandonar su gabinete a consecuencia de su persistente oposi-
u

ción a las cláusulas del propuesto tratado…El señor Ocampo ha reasumido


pr

el cargo de ministro de relaciones exteriores y espero poder terminar un


arreglo…Independientemente de este tratado de comercio y tránsitos, so-
1a

meteré a consideración del Presidente (Buchanan), de acuerdo con el go-


bierno constitucional, algunas medidas que tendrán por objeto la protección
y la seguridad de los ciudadanos estadunidenses…. y la debida ejecución
de las cláusulas del tratado…” En líneas anteriores hicimos notar que el
único punto de discrepancia que subsistía a mediados de agosto, era la pro-
tección de los tránsitos por fuerzas armadas estadunidenses, sin el requisi-
to de haber sido solicitada su intervención por nuestro país. Ahora surgía,
además, la cuestión de ceder “valiosos privilegios comerciales, especial-
mente en la frontera interior”, para usar las propias palabras del ministro
McLane. Y, por último, la idea de Ocampo de un tratado de alianza revivía
bajo la forma de un convenio que garantizara la ejecución de las cláusulas

144  Manning; vol. IX, p. 277.


145  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 711, 723. 724, 726 y 727.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  365

de tratados vigentes.146 En efecto, apenas habían transcurrido ocho días del


primer informe de McLane a su gobierno, cuando el tratado sobre comercio
y tránsitos, así como la convención anexa, estaban ya firmados. Con res-
pecto a las proposiciones hechas por Ocampo al ministro norteamericano el
10 de julio anterior, el tratado y la convención firmados el 14 de diciembre,
contuvieron las siguientes modificaciones de fondo:147
Artículo I. Quedó esencialmente igual.
Artículo II. Se eliminó, a petición de McLane, la obligación de influir para
que otras potencias garantizaran la neutralidad del Istmo.
Artículo III. Se integró con parte del artículo III y parte del artículo IV ante-
riores, sin cambios significativos.

a
Artículo IV. También se formó con las partes restantes de los artículos III

rrú
y IV del texto anterior, sin modificaciones importantes.
Artículo V. Desapareció el segundo párrafo, que establecía el pago de las
Po
tropas yanquis por su gobierno y las limitaciones con que actuarían en la Re-
pública, sustituyéndose por la simple adición de que no entrarían para “nin-
gún otro objeto” que la seguridad y protección de las personas y propiedades
de paso por el Istmo. Se agregó un segundo párrafo que decía textualmente:
a

“En el caso excepcional, sin embargo, de un peligro imprevisto o inminente


eb

para las vidas o propiedades de los ciudadanos de los Estados Unidos, las fuer-
zas de dicha República tendrán facultad de obrar para la protección de ellos,
u

sin que dicho previo consentimiento haya sido obtenido, y tales fuerzas se reti-
rarán cuando concluya la necesidad para su empleo”.
pr

Artículo VI. La autorización para el tránsito de tropas por el istmo de Te-


huantepec, se amplió a la ruta Guaymas-Nogales; las restricciones que se im-
1a

ponían a estas tropas durante el tránsito, fueron eliminadas. Por otro lado, se
estableció que pagarían la mitad de lo que pagaran los pasajeros o mercancías
que pasaran sobre dichos tránsitos; si los concesionarios no aceptaran esta
cuota reducida, no serían protegidos por los Estados Unidos.
Artículo VII. Se eliminó la restricción de que los tránsitos fueran, en cada
caso, a lo largo de una sola línea, así como la mención del convenio de 20 de
abril. Se eliminó la última parte del artículo original, que pasó a integrar, mo-
dificada, el nuevo artículo X.

146  Manning; vol. IX, p. 1136.


147  Los textos respectivos aparecen en: Manning; vol. IX, pp. 1100 a 1102 y 1137 a
1141; y en: Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 655 a 657 y 751 a 766 (reproducción fac-
similar del convenio en pp. 769 a 825).
366  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Artículo VIII. Contuvo un convenio comercial, con el texto que sigue: “Con-
vienen igualmente ambas Repúblicas, en que, de la lista de mercancías aquí
adjunta, elija el congreso de los Estados Unidos las que, siendo producto natu-
ral, industrial o manufacturado de cualquiera de las dos Repúblicas sean ad-
mitidas para su venta y consumo en cualquiera de los dos países, bajo
condiciones de una reciprocidad perfecta, sea que se les considere libres de de-
rechos, o con tal cuota como sea fijada por el congreso de los Estados Unidos,
puesto que la intención de la República Mexicana es admitir los artículos de
que se trata a los más bajos derechos, y aún libres, si el congreso de los Esta-
dos Unidos consintiere en ello. Su introducción de una u otra República se
hará por los puntos que los gobiernos de ambas Repúblicas determinen en los
límites o términos de ellas, cedidos y concedidos para los tránsitos y en perpe-
tuidad por este convenio, ya al través del istmo de Tehuantepec, ya desde el

a
golfo de California hasta la frontera interior entre México y los Estados Uni-
dos. Si algunos privilegios semejantes fueren concedidos por México a otras

rrú
naciones, en los términos de los antedichos tránsitos, sobre los golfos de Méxi-
co y California y el océano Pacífico, será en consideración de las mismas condi-
Po
ciones y estipulaciones de reciprocidad que son impuestas a los Estados
Unidos por los términos de esta convención”. La lista comprendía desde ani-
males de todns clases, hasta todo tipo de tejidos de algodón (con excepción de
la manta trigueña), pasando por granos panificables de toda especie.
a
eb

Artículo IX. Quedó esencialmente igual que el anterior artículo VIII, con una
adición: a los ciudadanos de Estados Unidos no se les impondrían préstamos
forzosos.
u

Artículo X. Se redujo a 4 millones la cantidad que pagarían los Estados Uni-


pr

dos; este país se comprometía a pagar sólo el importe de aquellas reclamacio-


nes justificadas y a devolver a México el resto de los 2 millones aportados para
1a

ese fin.
Artículo XI. El procedimiento para la ratificación por ambos presidentes y el
senado de Estados Unidos, así como para la aceptación de posibles enmiendas
propuestas por la parte norteamericana, establecía un término máximo de seis
meses, a partir del 14 de diciembre de 1859.
Con la firma de la convención anexa, se agregó lo siguiente, a los com-
promisos contraídos, sujetándolo al mismo procedimiento de ratificación:
“Si cualesquiera de las estipulaciones de los tratados vigentes entre México
y los Estados Unidos fueren violadas, o el resguardo y seguridad de los ciu-
dadanos de cualquiera de las dos Repúblicas fueren arriesgados dentro del
territorio de la otra, y que el gobierno legítimo y reconocido de ella no pue-
da, por cualquier motivo, ejecutar tales estipulaciones o prevenir tal res-
guardo y seguridad, será obligación de aquel gobierno solicitar el socorro
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  367

del otro para mantener la debida ejecución de ellas, y también el orden y


la seguridad en el territorio de aquella República en donde tal violación
y desorden sucedan; y en cada caso especial semejante, los gastos serán
pagados por el tesoro de la nación dentro de cuyo territorio semejante in-
tervención se haga necesaria; y si el desorden sucediere sobre la frontera de
las dos Repúblicas, las autoridades de ambas Repúblicas más inmediatas
al lugar donde el desorden exista, obrarán de acuerdo y en cooperación
para el arresto y castigo de los criminales que han interrumpido la tranqui-
lidad y seguridad pública de cualquiera de las dos Repúblicas, y con este fin
los reos de estas faltas podrán ser arrestados dentro de cualquiera de las
dos Repúblicas, y entregados a las autoridades de aquella República dentro
de la cual el crimen haya sido cometido: el género y el carácter de tal inter-

a
vención como también los gastos de la misma y la manera de prender y so-

rrú
meter al castigo los dichos criminales, serán determinados y arreglados por
un convenio entre los ramos ejecutivos de los dos gobiernos”.
No tardó mucho en desatarse la ola de recriminaciones y protestas de
Po
los conservadores, y aún de algunos liberales, con motivo de la firma del
tratado. De acuerdo con los usos diplomáticos, el texto del mismo no debía
hacerse público hasta que fueran canjeadas las ratificaciones correspon-
a

dientes; sin embargo, aunque el gobierno de Veracruz se atuvo a tales nor-


eb

mas, el hecho fue que en la prensa norteamericana se publicó parcialmente


su texto, con lo cual aumentó la confusión y, en ciertos sectores, se creó
alarma por los compromisos, reales o supuestos, que contenía el conve-
u

nio.148 Ocampo no era hombre que se aferrara a un puesto político, de modo


pr

que se apresuró a renunciar el día 20 de enero siguiente, por las dificulta-


des con Lerdo. Preparó un escrito para Juárez, cuyo texto se conoce muti-
1a

lado, en el que decía: “V.E. ha podido observar con mejores datos que yo,
ciertos síntomas de impopularidad accidental de mi persona, que me hacen
creer conveniente a la causa y aún a la persona misma de V.E. mi separa-
ción del gabinete”.149
Así pues, sería un error creer que fue la cuestión del tratado con McLa-
ne lo que influyó en la salida de Ocampo del gobierno en enero de 1860.

148  El periódico Reforma Social, 14-XII-1859, informó de inmediato sobre la firma del

tratado, en el propio puerto de Veracruz En la misma ciudad, El Progreso, 28-1-1860, dio


también un resumen de su contenido. El primer artículo fue reproducido por la prensa con-
servadora de la ciudad de México (22 al 24-XII-1859; La Sociedad). El primer texto deta-
llado, pero incompleto apareció en el Picayune, de Nueva Orleans, el 21-XII-1859 y fue
traducido y reproducido por La Sociedad, 7-I-1860.
149  Obras; tomo II, pp. 408 y 409. La renuncia que apareció en el Trait d’Union fue

reproducida por el Diario de Avisos; 11-II-1860.


368  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Había reanudado sus funciones Miguel Lerdo de Tejada, con quien había
tenido serias diferencias; desde otro extremo, se le responsabilizaba por la
expedición de las leyes de reforma y se le combatía por su carácter franco y
sus actividades políticas desenvuelta y poco convencionales. He aquí, por
ejemplo, cómo especulaba Manuel Balbontín sobre su renuncia, en una car-
ta dirigida a Nueva Orleáns a Manuel Doblado, el 26 del propio enero de 60,
desde Veracruz: “Con relación a la guerra el gobierno adoptará una política
diametralmente opuesta a la seguida hasta aquí, porque el mayor obstácu-
lo ha caído al fin. Me refiero a la salida del ministerio del señor Ocampo.
Los mil contratiempos sobrevenidos a consecuencia de la derrota de La Es-
tancia se compensan ahora de alguna manera…Por fortuna el señor Dego-
llado tenía en su equipaje algunas cartas del señor Ocampo, en las que este
señor se complacía en criticar atrabiliaria y sabrosamente ya al señor Ler-

a
do, ya al señor Uraga, ya a otros señores del gobierno o del ejército, descu-

rrú
briendo además en ellas esa política tenebrosa y raquítica que ha causado
tantos males al país y tantas desgracias al partido liberal. El enemigo…
Po
tuvo el candor de publicar las dichas cartas en sus periódicos…La Sociedad
y el Diario de Avisos cayeron en Veracruz como un rayo y produjeron desde
luego una gran crisis ministerial que terminó con la salida del señor Ocampo.
a

Un grito de júbilo resonó desde Santiago hasta Concepción y desde Ulúa


hasta Puerta Nueva, y el coloso en su ruina no ha excitado ni la pena ni
eb

la compasión…El señor Degollado entró a servir el ministerio vacante…”.150


En su carta de renuncia, Ocampo mencionó a Juárez el hecho de que ha-
u

bía tomado tal decisión después de consultarlo con algunas personas afi-
pr

nes; sin duda que entre ellas se encontraba Degollado. De cualquier modo,
el hecho de que Ocampo renunciara casi inmediatamente después de la con-
certación del tratado con McLane, así como “la impopularidad accidental de
1a

su persona” que Juárez había podido constatar, son independientes de la


circunstancia de que las primeras reacciones públicas que produjo la firma
del documento, fueran en general desfavorables al mismo; esta reacción
fue, por lo demás, muy justificada y comprensible si se tiene en cuenta que
Buchanan envió el texto al senado el 4 de enero de 1860, con el informe de
McLane sobre la firma del tratado, y de inmediato se supo que una mayoría
de senadores se oponían resueltamente a su ratificación.151 El senado se
ocupó del tratado el día 10 y dos días más tarde Buchanan le envió toda la
documentación sobre las negociaciones y sobre el gobierno de Juárez.152

150  Archivo de Doblado; p. 178.


151  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 834. El senador Benjamín lo dijo así a Baran-
diarán inmediatamente después de la firma del documento.
152  Idem; tomo IV, pp. 21, 22 y 23.
QUINTA JORNADA.  TOXI – HUAPANGO  369

Cinco días después de la firma del tratado, Buchanan dirigió su tercer


informe anual al congreso, que presentó dos aspectos relativos a México
que resultan de la mayor utilidad para justipreciar las condiciones reales
en que el documento se firmó. En primer lugar, el Presidente solicitó del
congreso autorización para hacer entrar a México tropas militares nor-
teamericanas, con o sin autorización del gobierno de Veracruz, para obte-
ner satisfacción por hechos pasados y seguridad para el futuro (“indemnity
for the past and security for the future”).153 Explicó que podrían ser tropas
regulares o voluntarios y declaró que con su ayuda el gobierno constitucio-
nal podría instalarse pronto en la ciudad de México. En segundo lugar, sa-
lió al paso de las críticas que esta medida originaría, sin duda, por ser
manifiestamente contraria a la pretendida política norteamericana de no

a
interferir en los asuntos domésticos de otras naciones. Declaró que el caso

rrú
de México en 1860 ameritaba hacer una excepción, y terminó diciendo que
si los Estados Unidos no lo hacían, alguna otra potencia lo haría y, en últi-
mo término, la intervención yanqui sería obligada y tendría lugar en condi-
Po
ciones más desventajosas. Reiteró también su petición del año anterior
para que se le autorizara a colocar puestos militares en territorio mexicano,
al sur de la frontera, en Sonora y Chihuahua.
a

Desde hace muchos años, escritores enemigos del gobierno liberal de


eb

Veracruz, como Alejandro Villaseñor y Villaseñor y Francisco Bulnes, han


interpretado a su gusto la situación existente al iniciarse el año de 1860,
u

afirmando sin más que la firma del tratado McLane fue realizada por Ocam-
po y autorizada por Juárez, como parte del plan de Buchanan para interve-
pr

nir militarmente en México y lograr de ese modo la derrota del gobierno de


Miramón. No existe ninguna evidencia histórica que apoye tales afirmacio-
1a

nes; por lo tanto se reducen estas a simples suposiciones. En cambio, hay


muy fuertes razones para sostener lo contrario de lo que pretende esta in-
terpretación reaccionaria y tendenciosa. Ante todo, el testimonio no sólo de
Manuel Ruiz —quien, como los hechos demostraron con el tiempo, distaba
mucho de ser un incondicional de Juárez—, sino de todos los asistentes al
congreso en 1861 que reconocieron la constante oposición de don Benito
al famoso plan de los voluntarios norteamericanos y a cualquier interven-
ción extranjera en la guerra civil. El propio McLane en su informe al depar-
tamento de estado, hizo notar que había encontrado en los funcionarios de
Veracruz mucha resistencia a aceptar la cláusula de la convención anexa al
tratado, referente a la obligación de solicitar el socorro de la otra nación

153  Message and Papers of the Presidenta; vol. V, pp. 563 a 568.
370  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

cuando un país no pudiera mantener el orden en su territorio 154 Debe con-


cluirse, por lo tanto, que en este punto Juárez y Ocampo procedieron en
forma similar a como lo hicieron cuando Churchwell pidió que se incluyera
la cesión de Baja California, entre los asuntos a discutir; aceptaron incluir la
sugestión, sin comprometerse en definitiva y sin el propósito de llevarla a
la práctica. De haberse embarcado en la realización de una expedición con-
tra México, aún en el supuesto de que hubiera obtenido la autorización del
congreso de su país, Buchanan —y él mismo lo preveía— la habría hecho
sin la petición del gobierno de Veracruz y, seguramente, contra la voluntad
de éste. No existen hechos comprobados que permitan suponer otra cosa.
Los miembros del senado norteamericano que se oponían a la política de
Buchanan, habrían de formar la siguiente administración de ese país; fue

a
natural, por lo tanto, que al tener conocimiento de la firma del tratado

rrú
McLane, reaccionaran con disgusto contra el gobierno de Juárez, por una
medida que momentáneamente fortalecía a la administración de Bucha-
nan; pero es mucho pedir a Juárez y Ocampo que no solamente lucharan
Po
contra Miramón, el clero y la reacción mexicana, sino que también lo hicie-
ran contra la administración del vecino país. Quienes tuvieron entereza su-
ficiente para no ceder la Baja California —que era lo que verdaderamente
a

quería dejar Buchanan como huella de su paso por la Casa Blanca—, la ha-
eb

brían tenido sin duda para no llamar a las tropas estadunidenses, llegado
el caso, a ocupar partes del territorio nacional.
u
pr
1a

154  Manning; vol. IX, p. 1144.


Sexta Jornada
HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN

“Ahí viene Ocampo”, fue el grito con que se recibió en Huapango al grupo encabezado

a
por Cajiga e Ibarguren, que traía su preso para entregarlo en las manos de Márquez. El

rrú
templo—fortaleza estaba rodeado en aquellos días por un conjunto de bodegas y ha-
bitaciones, de las cuales sólo quedan ruinas; Taboada había acomodado en los edifi-
cios a sus tropas, con sus caballos y las escasas pertenencias que una partida militar
Po
lleva consigo en ese tipo de situaciones. Ahí quedó detenido Ocampo; Zuloaga dijo
más tarde que habló con él en muchas ocasiones y que tenía decidido canjearlo por-
algunos conservadores presos en México. Como parte de la indecorosa comedia que el
a

“presidente” y Márquez representaron después, éste último negó que Zuloaga hubiera
eb

hablado con Ocampo y que tuviera el propósito de hacer un canje. Sin embargo, Már-
quez mismo indicó que no era difícil plantear el canje a las autoridades de la capital, a
u

través del telégrafo que pasaba por Arroyozarco, donde existía una estación, “que
pr

funcionaba perfectamente”.
Es posible que Ocampo y Zuloaga se encontraran alguna vez en México, después
de la junta de Cuernavaca, en que el afán que alimentaba Comonfort de hacer compo-
1a

nendas con los conservadores, se tradujo en que Zuloaga resultara representante por
Chihuahua. Don Melchor pasó algunas temporadas en la capital, durante el congreso
constituyente, en tanto Zuloaga era comandante de las tropas que guarnecían la ciu-
dad. Asimismo, Márquez también subió momentáneamente a última hora, al tren de
Ayutla; de modo que no se excluye la posibilidad de que se haya visto frente al refor-
mador en algún momento, después de la entrada de Ocampo a México.
La versión del canje circuló también en los cuarteles improvisados en Huapango;
esa misma idea la registró la prensa de la capital, antes de que se conociera el fusila-
miento efectuado en Caltengo. Además, esa versión la repitió el vocero oficial en las
honras fúnebres del 6 de junio. Asimismo, se comprende que era la mejor salida para
el pequeño grupo de fuerzas que encabezaban Márquez y Zuloaga. Integrando a su
alrededor un conjunto importante de dirigentes conservadores, los dos militares pu-
dieron pensar hasta en salir al extranjero, como había ocurrido a Miramón. Y el hecho
de que hayan emprendido el viaje acercándose a la capital con su prisionero, inclina a

371
372  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

creer que fueron a Tepexi con el propósito de efectuar ahí el arreglo con el gobierno
para realizar el canje. Tepexi, conviene recordarlo, era también estación del telégrafo
de Muñoz Ledo. Al partir de Huapango, a la mañana siguiente, el grupo conservador
se separó de todo contacto posible con México; pues Villa del Carbón, que fue durante
mucho tiempo un destacamento de españoles remontado en la sierra, en aquellos agi-
tados días no tenía otra comunicación que los caminos de herradura. No es verosímil,
por lo tanto, que Márquez y Zuloaga tomaran la decisión de bajar con Ocampo a
Tepexi, como no fuera para intentar un canje.
Al descender de la pequeña prominencia sobre la cual se encuentra situado Hua-
pango, rumbo al sur, se alcanza pronto la extensa planicie, tradicionalmente sembra-
da de maíz, a cuyo lado izquierdo se encuentra Jilotepec. Esta planicie se prolonga en
un amplio triángulo hacia el sureste; el vértice de éste viene a quedar en Chapa de
Mota. Caminando en línea recta desde Huapango hacia esta última población, se cru-

a
za entre Ximojay y Doxichó; el camino más recto llevaba, antes de la construcción de

rrú
las pequeñas represas que hoy existen, por el centro del triángulo hasta el puerto en
que termina el valle. En esta región, las poblaciones del lado oriental llevan nombres
Po
mexicanos; las del centro del valle y las del lado opuesto son predominantemente oto-
míes. Al salir al valle destaca a la izquierda la pequeña nariz del cerro de Xidenxhi,
subrayada por el templo que corona este diminuto Tepeyac otomí.
a

Jilotepec (de etimología náhuatl evidente), tiene su equivalente otomí, que aún
se menciona: Madonxí. Huantepec derivó según algunos de Huatenco; también es
eb

mexicano y significa “al borde de las acacias”. Soyaniquilpan y Calpulálpan, del mis-
mo origen, indican con sus nombres un “sitio de plantas con hojas recortadas” y un
u

lugar donde existe un “barrio” o poblado. Los nombres otomíes con frecuencia son de
pr

etimología muy dudosa y abundan las interpretaciones contradictorias; entre las que
son generalmente aceptadas se cuentan las de Doxichó (piedra en el sauz), Ximojay
(vaso de barro) y Xidenxhi (flor pequeña), puntos destacados a lo largo de la ruta se-
1a

guida por la comitiva de los guerrilleros conservadores y su prisionero.


El hecho de observar que su camino seguía la frontera entre ambas zonas cultura-
les, seguramente revivía en Ocampo, durante las cuatro o cinco horas empleadas en
atravesar el valle, sus viejas preocupaciones lingüísticas. Chapa de Mota tiene un
nombre muy castellano; sin embargo, este es uno de los pocos casos en que las auto-
ridades reconocen el mismo origen indígena. Chiapa fue la designación de este sitio en
idioma mexicano, a pesar de haber sido lugar reverenciado por los otomíes como cuna
de su raza. Más tarde encomienda de un conquistador llamado de la Mota, la pobla-
ción, otomí como dijimos en sus orígenes, lleva hoy esa denominación híbrida. El
nombre mexicano derivó de los cultivos de chía y se vuelve evidente, por ello, el signi-
ficado de su jeroglifo.
Ocampo invirtió mucho tiempo y buena cantidad de recursos para conocer las
lenguas que se hablaban en su región natal, principiando por el español. El catálogo
de obras que publicó en el “Museo Mexicano”, dividido en tres partes, durante el año
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  373

de 1844, fue precedido él año anterior por una “consulta a los estudiosos sobre len-
gua mexicana”, en donde intentó hacer una clasificación de los sonidos usados en
castellano y una comparación con los sonidos de la lengua mexicana.
Don Melchor explicó en este primer trabajo que durante algún tiempo se propuso
“consultar de viva voz a cuantas personas supiesen el mexicano” y tuviese ocasión de
entrevistar, con objeto de establecer con toda exactitud los sonidos que se emplean en
esa lengua. Las tres obras sobre el náhuatl que menciona en esa consulta (Molina.
Vetancourt y Gastelu) son precisamente las tres primeras obras de la bibliografía que
publicó al año siguiente. Los recuerdos del viaje a Italia aún estaban muy frescos en
Ocampo, cuando envió a la imprenta de Cumplido su consulta a los estudiosos del
mexicano, pues relata que en Florencia había visto una edición de Terencio, publicada
en 1471, con la interjección Hui, escritura insólita en caracteres latinos. Y agrega: “En
la antigua copia que hemos visto en el Vaticano, hecha en tiempos de Alejandro Seve-

a
ro, no recordamos haberla visto escrita así, sin embargo de que, ocupados desde en-

rrú
tonces de esa especie de indagaciones, parece natural que nos hubiera llamado la
atención”. La bibliografía de 1844 comprende varias obras más sobre la lengua
Po
mexicana —como prefería decir Ocampo—, entre las 29 de su propiedad que describe.
La consulta hecha por Ocampo en 1843, se redujo a considerar quince sonidos
ciertos e indudables y plantear dudas sobre otros seis. Robelo aceptaría a no dudar los
a

quince, recogería con don Melchor dos más entre los dudosos y dejaría fuera los de-
más, incluyendo uno que Ocampo creía oír en algunas palabras del náhuatl.
eb

El hecho de que don Melchor recurriera a otras personas para puntualizar los so-
nidos que se emplean en mexicano, hace creer que su propio conocimiento de la len-
u

gua haya sido superficial. En el artículo de 1843, él mismo indica: “de las lenguas que
pr

hemos citado, sólo muy imperfectamente conocemos algunas, cuando de las otras
apenas tenemos fas ligeras noticias que bastan para la cita”. No obstante, debe recor-
darse que aún en su época el conocimiento de lenguas indígenas era muy poco fre-
1a

cuente entre las personas cultas de nuestro país. Olaguíbel y Orozco y Berra que
escribieron sobre la distribución de las lenguas indígenas y los nombres de poblacio-
nes, tampoco las conocían sino imperfectamente.
En la “Bibliografía Mexicana” explicó con alguna extensión Ocampo fas raíces de
su interés por las lenguas indígenas. “Sería de mucha importancia para fas ciencias,
que renaciese aquella laboriosidad…que produjo los numerosos materiales que hoy
facilitan tanto el conocimiento de muchas de las lenguas del país”. “Esas lenguas
—continúa diciendo— vivos monumentos e intachables testigos de cuanto sabían
(nuestros antepasados), no sólo hacían confesar sus numerosos y variados conoci-
mientos, sino la perfección a que habían llevado muchos de ellos, no menos que fa
elegancia, la precisión, la cultura de ellas mismas…”.
Expresó don Melchor su preocupación por la carencia de un censo detallado de
las lenguas indígenas, así como un catálogo de los impresos y manuscritos que al
respecto existían. Se dolía también del vandalismo con que se habían hecho salir
374  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

al extranjero verdaderos tesoros en cuanto a lenguas del país. Mencionó, con indigna-
ción, haber visto a un italiano que se llevaba a Europa cuarenta y tantos volúmenes
sobre la materia y a un francés que llegaba a París “con dos baúles de impresos, ma-
nuscritos, mapas) títulos, etc.”.
Aunque Ocampo se manifestó impresionado por el largo tiempo que se estima
como necesario para que las lenguas alcancen su fijeza y regularidad, así como por fa
cantidad de conocimientos que en ellas se encierra, su propósito tendía a un fin bas-
tante inmediato. “Lo que ahora deseo —dice— es invitar a que se facilite el estudio de
nuestras lenguas indígenas, y a que se den para ello los primeros pasos”. Lo más
esencial le parecía formar cátedras en los establecimientos científicos oficiales y en los
seminarios eclesiásticos. Estas cátedras podrían cubrirse, al menos en parte, con ca-
pellanes dotados por los obispos. También le parecía importante levantar un censo
nacional de lenguas y premiar los trabajos, especialmente etnográficos, que resulta-

a
ran de importancia.

rrú
Además de estas dos publicaciones, el michoacano elaboró una extensa lista de
palabras, no registradas en su época en el diccionario de la academia española, cuyo
uso era frecuente en México. Los llamó “idiotismos hispano-mexicanos” y dijo que
Po
formaban un apunte para un suplemento al diccionario citado, por cuanto a las pala-
bras que se usaban en México como parte del dialecto castellano hablado aquí. Desde
París había escrito a don Ignacio Alas, el 11 de octubre de 1840: “Lo que no tiene duda
a

que publicaré es un «.Suplemento al diccionario de la lengua castellana por las voces


eb

que se usan en la República de México”; tengo ya recogidas más de 1200 voces y tra-
bajada la definición de unas 400, y como le doy día y noche, no acabará el invierno
u

sin que lo vea cumplido”. Ángel Pola incluyó este trabajo, aproximadamente de la
pr

extensión mencionada por Ocampo, en el tercer tomo de las “Obras completas” del
michoacano, tomándolo de un borrador que se encontró a su muerte, entre sus pape-
les. Sin embargo, una carta dirigida al “Siglo XIX” que existe entre esos documentos,
1a

hace pensar que Ocampo publicó el índice de las palabras contenidas en lo que llama-
ba su “idioticen”; parece que la publicación fue objeto de una crítica ortográfica y que
la carta al “Siglo” tuvo por propósito explicar la finalidad del trabajo, que no se había
comprendido bien.
Esta obra d-e Ocampo contiene una introducción, que no fue publicada en el
periódico; como resumen figura en la carta en borrador. Algunas ideas del michoa-
cano, que veremos más adelante, son de interés por cuanto ilustran su concepción
del proceso de formación de nuestra habla nacional, a partir de sus raíces indígenas
y españolas. “Nos ha sido necesario separarnos un tanto de la ortografía usual, a fin
de que nunca se dude sobre el valor de los signos que empleamos” —explicó Ocam-
po, en su introducción—. Como objeto principal de estos cambios propone la simpli-
ficación de la escritura, con el propósito de escribir —dice— “como se habla”. Esta
regla, lo lleva a escribir “fracmasonería”, “guacal”, “igueriya”, “moyeja”, “piyastrón”
y algunas otras grafías que ciertamente no han prevalecido. En sus manuscritos
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  375

conservó Ocampo la costumbre de usar en algunos casos la i latina en lugar de la y,


lo cual permite identificarlos con facilidad, pues no era costumbre muy usual en
su época.
La idea de Ocampo —cuya simple mención provocó inconformidad al publicarse
el extracto de su trabajo— es que nosotros en México hablamos una cosa distinta de
la lengua propiamente castellana. Varias son las clases de argumentos que el michoa-
cano usó en apoyo de su tesis: por una parte, indicó las diferencias de pronunciación
en las sílabas za, ce, ci, zo, zu, lia, lie, lli, lio, llu; añadió el uso común de la partícula
ti, desconocido en Castilla; así como cierto número de idiotismos y la carencia de nom-
bres castellanos para gran número de cosas comunes; factores todos ellos que unidos
a diferencias notables de pronunciación general justificaban, a sus ojos, afirmar que
en México se habla un dialecto de la lengua castellana.
En la época en que aparecieron estos trabajos lingüísticos de Ocampo había muy

a
poca información sobre los habitantes del país que hablaban lenguas nativas. Puede

rrú
medirse hasta qué punto las condiciones han variado, si se recuerda que sólo vivían
unos 8 mil extranjeros en el territorio nacional; la población se consideraba formada
Po
de 1 millón 275 mil “europeos” 3 millones 830 mil “indios puros” y 2 millones 540
mil “mestizos”. Esta situación, naturalmente, producía un panorama lingüístico muy
diferente al actual; como es sabido, hoy día el número de personas que hablan alguna
a

lengua indígena es aproximadamente igual al de entonces, aunque la población se ha


multiplicado unas ocho o nueve veces. Si no se pierde de vista que la proporción de
eb

analfabetas, que era muy alta, ha disminuido a menos de una tercera parte, y se re-
cuerda que la circulación de material impreso ha crecido inconmensurablemente, se
u

comprende desde luego que los puntos de vista de Ocampo fueron expresados respec-
pr

to a una realidad diferente al México de nuestros días.


Veinte años después que don Melchor, sin embargo, Orozco y Berra escribió: “Los
descendientes de los españoles no pronuncian bien el castellano; en todo México se
1a

confunden los sonidos de la 11 con el de la y, y los de las s, la c y la z entre sí…ningún


caso se hace tampoco de la diferencia de pronunciación entre la. b y la v, y se han
puesto en olvido las aspiraciones de la h. El pueblo bajo…conserva exagerando la as-
piración de la h…y persevera en usar de palabras anticuadas, como agora, mesmo,
ansí. De aquí resulta…no ser el idioma hablado el mismo que el escrito. .. Han sido
introducidas en él habla muchas palabras de la lengua mexicana y de otros idiomas
indígenas…De las voces, las hay que han perdido la antigua acepción que gozaban
para adquirir en la conversación otra nueva…el castellano hablado en México cuenta
con los sonidos de la ti, en las articulaciones directa e inversa…los habitantes de los
departamentos distantes de la capital tienen cierto acento al hablar…El pueblo menu-
do añade en sus conversaciones las palabras de una jerigonza de su invención…los
indios estropean miserablemente el idioma por falta de enseñanza…”.
Los hechos que Ocampo señalaba son, pues, incuestionables. Y ante esa realidad,
el propósito del michoacano —”hacer constar cómo hablaban los mexicanos de 1844”—
376  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

no sólo resulta legítimo, sino también un servicio evidente, hecho como fue en la
etapa de formación del país. Sin embargo, cuando compara el dialecto de México con
lenguas como el portugués y aún el chino, podría pensarse en su evolución futura y
en una eventual transformación hacia una nueva lengua. Ocampo mismo, en algunas
observaciones un tanto casuales que hizo desde sus primeros estudios de esta natura-
leza, reconoció, con la mismo, perspicacia con que había señalado las transformacio-
nes que venía sufriendo el idioma en nuestro país, los elementos permanentes en
ciertas estructuras básicas, que hacen muy difícil creer en una evolución de ese tipo.
Habló, incluso, de una lengua que hoy no conocemos, que se ha perdido totalmente,
pero que tiene que haber existido, dice don Melchor, para que de ella se hayan podido
colgar los harapos del latín, del vascuence, del griego, del árabe, con que se formó el
castellano sobre un maniquí que se fue vistiendo y engalanando. Reconoce que fue
muy corto el fondo de esa lengua que ha llegado hasta nosotros, pero argumenta que

a
el castellano carece de tantas cosas fundamentales que poseen las lenguas mencio-

rrú
nadas, que declara inconcebible la inexistencia de esa lengua básica y original.
Don Melchor no amplió mucho su argumento, que dejó solamente bosquejado.
Po
“Yo hablo —dijo— de esa lengua matriz, que ni tenía sus nombres invariables y sus
artículos pospuestos como el vascuence, ni declinaciones como el latín, ni duales
ni aoristos como el griego, ni sus verbos reducidos al presente, futuro e imperativo, ni
a

sus artículos indeclinables como el árabe”. Podría pensarse, pues, que consideró su-
mamente improbable que las lenguas mencionadas se hubieran mezclado, en distin-
eb

tas proporciones, para dar origen al castellano, sin el soporte de una lengua, quizá
muy simple y elemental, que se hablara en el centro de España. Lo que se antoja un
u

poco más discutible, es el supuesto, implícito en sus palabras, de la larga precedencia


pr

en el tiempo de esa raíz original; todos los grandes sistemas económicos y políticos
han señalado, o tendido a hacerlo, su propia lengua como característica racial. No
parece estar demostrado, sin embargo, que en las lenguas exista nada innato o congé-
1a

nito, por virtud de lo cual cada uno de los pueblos históricos que Ocampo menciona
tendiera orgánicamente a expresarse empleando las formas específicas que él indica,
como resultado de factores de esa naturaleza. La solución, es de creerse, sólo pudo
haberla obtenido don Melchor de un conocimiento histórico, muy detallado y concre-
to, de las circunstancias y condicione» en que se formó la nueva lengua, cuyas carac-
terísticas lo intrigaban. Sin embargo, podemos concluir que el reconocimiento de esa
estructura básica, que sólo es lentamente afectada por el transcurso del tiempo, impe-
día a Ocampo derivar hacia una interpretación superficialmente nacionalista, es decir,
afirmar que estaba formándose una nueva lengua en nuestro país.
Con toda razón, en cambio, se indignaba el michoacano ante la pretensión —casi
siempre ligada a un predominio de otra naturaleza—, de fijar para siempre las carac-
terísticas de una lengua. “Si la pureza de una lengua —escribió Ocampo— puede
depender de tal o tal pronunciación tradicional sola y aislada, no hay hoy lengua al-
guna pura, porque todas han modificado más o menos sus antiguas pronunciaciones”.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  377

“Sin ces ni lles pueden llegarse a adquirir y transmitir todos los conocimientos, todos
los adelantos posibles, y…si un pueblo tiene derecho para establecer lo que mejor le
plazca sobre sus creencias, sobre sus instituciones, sobre sus costumbres, es el colmo
del ridículo…que no tenga este derecho sobre los usos de su pronunciación”. “Varia
ha sido —preguntaba— la pronunciación de lo que se ha llamado castellano en dife-
rentes épocas, y varia su escritura ¿hase por ésto dejado de transmitir la lengua?”.
Los propósitos que animaron a don Melchor para emprender una tarea tan com-
plicada, ingrata y difícil como la que abordó en sus trabajos lingüísticos, resultan
perfectamente razonables, cuando nos tomamos la molestia de ver lo que intentó en
realidad y las ideas que sustentaron su impulso. Que puso empeño en la tarea, se
pone en evidencia si consideramos que las 1600 palabras de su “idioticen”, no son
mucho menos numerosas que las contenidas en algunos de los modernos diccionarios
de aztequismos, aunque obras más generales y variadas contengan decenas de miles

a
de voces. Ocampo fue el primero en reconocer, desde luego, que a su trabajo le falta-

rrú
ron etimologías, correspondencias técnicas y otros refinamientos; en la carta que re-
dactó para el “Siglo XIX”, hace hincapié en que lo publicado sólo era el índice de una
Po
obra que podría llevar a su fin, como compilador, si lo auxiliaran los conocedores del
habla usual en otras provincias diferentes a la suya.
Si la comitiva que conducía al michoacano esa mañana del 2 de junio, al atrave-
a

sar la planicie comprendida entre Huapango y Chapa de Motat sólo había encontrado
ligeras ondulaciones del terreno, uno que otro arroyo, seco en esa época del año, mil-
eb

pas y pastizales, el panorama iba a cambiar totalmente a partir de la segunda pobla-


ción. Según todas las probabilidades, el grupo de jinetes debe haber pasado por Chapa
u

de Mota, o quizá a un costado de la población, antes de mediodía. Tal vez se detuvie-


pr

ron algún tiempo ahí, pues no encontrarían ya poblado alguno de significación hasta
llegar a Villa del Carbón, seis o siete horas más tarde.
El viaje de Chapa de Mota en adelante, habría de hacer la segunda mitad de ese
1a

día, penosa y agotadora. Los caminos de herradura en terreno montañoso, cuando no


pueden deslizarse a lo largo de los valles, ascienden constantemente a las cumbres y
descienden inevitablemente al fondo de las barrancas, para franquearlas. El bosque
de esta zona, avanzando por la ruta que siguió Ocampo prisionero, está formado fun-
damentalmente de grandes encinares, a los que sustituyen, en las partes más altas,
los pinares. Grandes secciones del terreno se encuentran evidentemente erosionadas.
A la izquierda del camino se alcanza a ver, en algunos intervalos, el valle de Tepexi
que se prolonga entre grupos de colinas, casi hasta el pie de lo que es hoy la presa de
Taximay. En total, no median más de unos veinte kilómetros entre ambos extremos
del trayecto; pero lo agreste de la región y los constantes ascensos y descensos hicie-
ron, sin duda, mucho más pesada la parte final de esta jornada, que sería la última
completa en la vida de don Melchor.
En un sentido generaly Ocampo debe haber alimentado pocas dudas sobre la for-
ma en que terminaría su aventura, desde el momento en que se vio en manos de los
378  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

guerrilleros conservadores. Sin embargo, el hecho de que Cajiga lo llevara hasta


Huapango y lo dejara en poder de Márquez y Zuloaga, así como la forma en que los
integrantes de la partida comentaban el asunto, debe también haberlo hecho creer
que podría ser canjeado. Resulta todavía más probable que la idea se reforzara, al
ver que un grupo, ya numeroso> emprendía el camino hacia puntos más próximos
a la capital.
De haber ocurrido un encuentro con las tropas del gobierno liberal, el michoacano
se habría visto en situación muy comprometida. Podía ser liberado, pero también era
posible que los conservadores, en una situación apurada, se deshicieran de su prisio-
nero asesinándolo. Ocampo tenía la convicción de haber concurrido a realizar la
transformación política que estaba al alcance de su época; varias veces dijo que mori-
ría tranquilo después de ver publicadas las leyes de reforma. A lo largo de su actua-
ción pública, nunca han podido sus enemigos demostrar que fuera instigador o

a
responsable de hechos violentos o derramamientos de sangre; cuando se enteró del

rrú
apresamiento de otros dirigentes liberales, manifestó de inmediato el temor de que
sirviera de escudo a los conservadores, para prolongar la lucha que sufría el país. Más
Po
que probable resulta, por lo tanto, que se negara a tomar parte, sólo para evitar su
propia muerte, en cualquier intento que obstaculizara el triunfo, ya casi logrado por la
causa liberal. Márquez había sido implacable con enemigos indefensos y militarmente
a

venados; pero, al emprender la marcha hacia Villa del Carbón, sólo lo acompañaban
unos cientos de soldados, con los que debía remontar la sierra diariamente, por rum-
eb

bos inaccesibles. No es aventurado creer, por lo tanto, que don Melchor fue durante
los cuatro días que estuvo prisionero, el principal enemigo de un convenio entre sus
u

captores y el gobierno para canjearlo por alguno de los conservadores detenidos en


pr

México. En contra de lo que afirmó Zuloaga, puede asegurarse que hizo lo posible por
obstaculizar un arreglo de esa naturaleza.
En Villa del Carbón se inicia un curioso relato que Ocampo escribió —con base en
1a

datos transmitidos oralmente—, durante una larga enfermedad del licenciado Ignacio
Alas, en que permaneció cerca del enfermo. Describe ahí la hostilidad que llegó a for-
marse en contra del cura del pueblo, por sus rancias ideas realistas, durante la época
de la guerra de independencia. Las circunstancias en que ocurre la historia de “El Cura
Renden”, guardan ciertas semejanzas curiosas con la llegada de don Melchor a Villa
del Carbón, en la noche del 2 de junio de 1861, como preso de Márquez. “Si bien era
hombre muy capaz de exponer ante un superior un metódico análisis de los funda-
mentos de sus convicciones —dice del personaje de su relato— y si bien tenía la fibra
necesaria para sostenerlas aún con peligro, la violencia de carácter, el puesto que
ocupaba y el bajísimo concepto que tenía de sus feligreses le impedían entrar en expli-
caciones racionales con éstos, y sólo se servía del sarcasmo, del mandato y del tono
más absoluto en la manifestación de su voluntad”. La trama del cuento consiste en el
rapto del cura Rendón por un coronel liberal, en vista de la creciente hostilidad que
demostraba hacia los insurgentes que combatían en la región, sin abstenerse siquiera
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  379

de interferir los servicios religiosos que otros sacerdotes prestaban a esas tropas. No
hay una palabra, en el relato de Ocampo, que haga suponer que la vida del cura Ren-
dón estaba en peligro, en manos de sus captores; se menciona, tan sólo, una gratifica-
ción de cincuenta pesos ofrecida al resuelto que hiciera prisionero al padre. Pero en el
curso de la travesía que realiza la partida liberal con su preso, tropieza con un grupo
de españoles; la situación comprometida que así se crea, sin embargo, pone en peligro
la vida del cura Rendón, ya que sus captores no están dispuestos a dejarlo ir.
Al describir la llegada del nuevo cura a Villa del Carbón, Ocampo escribió: “Ape-
nas despuntaba la aurora y ya los habitantes se movían en todas direcciones, regando
las calles, levantando arcos y terminando todas las disposiciones convenientes para
la inmediata solemnidad…la entrada fue tan solemne como las circunstancias locales
lo permitían, pero no todos los vecinos quedaron igualmente contentos…habiendo
creído notar en su carácter una arrogancia y una presunción tan insultantes que los

a
hacían presentir amargos días…”. Sin embargo, no describe de su personaje otros ac-

rrú
tos concretos que le enajenaran la voluntad de sus feligreses, que el hecho de impedir
una misa celebrada por un capellán del ejército insurgente.
Po
Cuando las tropas libertadoras ocupan momentáneamente la población, lo regis-
tra con las siguientes palabras: “Los nuevos huéspedes se distribuyeron tan violenta y
ordenadamente por el lugar, como si cada uno no hiciera más que entrar a su casa.
a

Hacia la media noche ya no quedaba ni cena que tomar, ni pastura que distribuir, ni
persona que no estuviera obsequiosamente hospedada y durmiendo en profunda paz.
eb

Nadie que no estuviera avisado podría adivinar que media hora antes una multitud de
hombres armados y hambrientos habían venido a interrumpir el sueño de los habitan-
u

tes; tan grande así era el entusiasmo que se tenía por nuestra causa y tanta así la be-
pr

nevolencia y facilidad con que se auxiliaba en todo a los defensores de nuestra


nacionalidad”.
Don Ángel Pola llegó a Villa del Carbón en el curso de su recorrido por la ruta de
1a

Márquez y Zuloaga; indicó más tarde que sus investigaciones lo llevaron al sitio don-
de Ocampo pasó la noche. El mesón de “Los Fresnos” lo describió como un edificio del
estilo arquitectónico común en las poblaciones pequeñas, con su amplio patio, sus
cuartos destartalados, el tejado de caballete y el portal corrido. El preso durmió en una
pieza lateral al zaguán, en la que se abrió posteriormente otra puerta hacia la calle.
Encontró algunos conocidos que le llevaran alimentos; y aún vivían testigos presen-
ciales de ello a fines del siglo pasado.
Aunque Pola no mencionó el hecho, la prensa de 1861 sí dijo que la entrada del
grupo de Márquez y Zuloaga a Villa del Carbón, con don Melchor en calidad de prisio-
nero, fue acompañada de actos de violencia contra la población, a la cual los conser-
vadores hicieron objeto de muchos atropellos.
Esta fue, pues, la última noche que vivió Ocampo. Desde luego, no lo sabía con
certidumbre, pero estaba ya a sólo unas horas de la muerte. Tampoco lo había sabido,
pero nunca estuvo más seguro que en las 48 horas que pasó con Cajiga; porque, como
380  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

las instrucciones que éste había recibido eran en el sentido de llevarlo vivo a Hua-
pango, los cien españoles que lo acompañaban constituían una a modo de enorme
escolta protectora. No es probable, entonces, que en Villa del Carbón hiciera el refor-
mador ese ajuste final de cuentas consigo mismo, que sólo se hace una vez, y no siem-
pre, por una economía elemental de los esfuerzos humanos. Sin tener ese carácter, no
obstante, por fuerza sus reflexiones habían tenido, al volver sobre temas abandona-
dos por tanto tiempo, una buena dosis de recapitulación y de examen de cosas que se
han dejado atrás.
Hoy día es frecuente encontrar, por ejemplo, quienes aceptarían fácilmente las
actitudes básicas de Ocampo frente a la lengua nacional. Se reconoce que ésta es un
organismo vivo, dotado de estructuras y caracteres permanentes, así como de elemen-
tos más variables; hay en ella, se dice, cosas que cambian en meses, otras que duran
décadas y algunas que apenas se modifican en siglos. En un momento dado, si hace-

a
mos, por decirlo así, un corte de caja, encontraremos adquisiciones recientes, valores

rrú
aún dudosos, elementos inútiles que no han sido desechados sólo por amor a la ruti-
na; junto a ellos, subsistirán siempre en el haber cosas de muy larga historia, herra-
mientas básicas sin las cuales el conjunto no funciona ni adelanta.
Po
Don Melchor, sin embargo, no dice solamente que ha comprobado que el castella-
no de México es diferente del que se habla en Buenos Aires, o en Madrid. Su pregunta
no fue ¿por qué hablan de modo variable las gentes de diversos lugares? Lo que le in-
a

teresa precisar es ¿cómo hablaban los mexicanos de 1844? Fue en todo momento un
eb

hombre de su tiempo y de su país.


u

La controversia secular
pr

Aún no se secaba la tinta con que se había escrito el tratado que Ocampo
y McLane firmaron el 14 de diciembre, cuando ya la prensa conservadora
1a

atacaba, en todos los tonos, una convención diplomática cuyo texto exacto
era, por lo demás, desconocido del público. Sorprendentemente, el mismo
día 14, un periódico de Veracruz publicó ya una carta de protesta y un artícu-
lo en defensa del citado acuerdo.1 Recordando sin duda, las proposiciones
hechas por Forsyth a Cuevas el año anterior, “la prensa reaccionaria” —de-
cía esa publicación— suponía que el gobierno legal “había prometido con-
ceder alguna parte de nuestro territorio en cambio de la protección de la
poderosa República”. Con toda razón, se preguntaba y contestaba ese pe-
riódico, respecto al contenido del convenio: “¿Se enajena alguna parte del
territorio mexicano? No. ¿Se conviene en que venga alguna legión americana?

1  La Reforma Social; 14-XII-1859. La aparición de esta publicación era muy reciente;

su editor, José A. Godoy, fue después partidario de Lerdo y criticó el convenio.


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  381

No”. Y resumiéndolo en unas líneas, decía: “Se conceden franquicias a su


comercio que han de redundar necesariamente en ventaja del nuestro. Se
concede la apertura de caminos y el tránsito por ellos de sus caravanas,
mercancías, etc. Se concede, cuando esos caminos sean transitables, la
apertura de puertos de depósito”. Luego, insistía la nota en señalar que los
beneficios no serían sólo para la nación vecina; y subrayaba que en el tra-
tado únicamente se habían renovado “concesiones que ya habían sido otor-
gadas por el celebrado en 30 de diciembre de 1853”.
En esos días, la prensa del puerto jarocho publicaba en forma de folleto
la obra de Matías Romero sobre los tratados celebrados por México desde la
independencia. De ahí extraía el periódico una larga cita que demostraba,
sin dejar lugar a dudas, que Santa Anna y Diez de Bonilla, en el tratado de

a
La Mesilla, habían concedido el tránsito por el Istmo, habían otorgado
la franquicia de derechos a las mercancías de paso, habían autorizado el

rrú
transporte de correspondencia cerrada, la construcción del puerto en el Gol-
fo, el arreglo para el tránsito de tropas y municiones, el cruce de pasajeros
Po
sin pasaporte ni cartas de seguridad, la limitación a las cuotas de peaje y la
protección de la vía por el gobierno de Estados Unidos, una vez que estuvie-
ra construido el ferrocarril o canal.2
a

“Nuestro gobierno —concluía diciendo la información—, sin compro-


eb

meter en nada nuestra nacionalidad, ha logrado celebrar un tratado que al


mismo tiempo que concede franquicias a nuestros vecinos, que aumenta-
rán nuestras relaciones políticas y comerciales con ellos, nos proporciona
u

una suma que se empleará en terminar la guerra civil que está arruinando
pr

nuestro rico país”.


Pero la ola de críticas y de ataques no se detuvo; por el contrario tanto
1a

la prensa de Jalapa como la de Orizaba, publicaron enconados artículos en


los meses siguientes. Los nuevos argumentos de la prensa conservadora
pueden resumirse así: los extranjeros están aprovechando en su favor la
guerra civil de México; el tratado ocasionará un conflicto con Inglaterra,
Francia y España. “Se desea saber —se preguntaba un periódico de Oriza-
ba— si la nación podrá sostener una guerra extranjera sin apelar a la ayuda
de otra potencia más fuerte”.3

2  Idem; 14-XII-1859.
3  Los artículos que publicó el Orizabeño en 1859, fueron escritos por Joaquín Arróniz y
publicados al año siguiente en forma de folleto. Arróniz interpretaba la guerra civil de Méxi-
co como una lucha “de la raza latina contra la raza sajona” (p. 20); decía que a los conserva-
dores no les quedaba “otro recurso que solicitar la ayuda de otra potencia más fuerte…un
auxilio de la Europa” (p. 29), y pedía “una mano fuerte” para México (p. 34). Véase: Artícu-
los para el Orizabeño.
382  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

La prensa del gobierno constitucional —donde Ocampo y otros minis-


tros de Juárez, o gobernadores de otros estados que apoyaban al gobierno
de Veracruz, publicaban los documentos oficiales, traducciones de periódi-
cos extranjeros, textos que juzgaban importantes para entender la reforma
y orientar a sus partidarios, etc.—, tomó en un principio un tono festivo y
burlón, para contestar y rebatir a la prensa reaccionaria. Los trataba de es-
critores chabacanos, decía que gritaban a la luna; señalaba que su época
había pasado, que manejaban simplemente la diatriba y la calumnia. Estas
han sido siempre las armas del partido reaccionario, decía una nota apare-
cida en Veracruz. “El gobierno constitucional, circunspecto y austero, no
debía nunca responder sino con la pureza de sus actos…Pero, cuando el
llamado Presidente de México…ha recurrido al miserable pretexto de enga-

a
ñar a la nación, dando el grito de alarma contra el tratado celebrado en di-

rrú
ciembre último con los Estados Unidos; cuando de dicho tratado se habla
sin conocerlo; y cuando, en fin, se habla de traición, el gobierno legítimo
debe levantar la voz, no para satisfacer a sus enemigos, porque son impla-
Po
cables, no para atenuar su responsabilidad en ese negocio, porque no la
tiene, sino para calmar los ánimos de aquellos ciudadanos que por involun-
taria ignorancia y justo afecto a la independencia de la patria, hayan toma-
a

do el silencio del gobierno constitucional como un acto significativo de


eb

dudosa conducta”.4
En efecto, el silencio respecto al tratado, representó un enorme error
u

táctico; porque, cuando más tarde se conoció su texto, ya estaba fijada en


el ánimo, no sólo del bando conservador, sino también de muchos liberales,
pr

la interpretación que durante meses habían estado difundiendo los periódi-


cos enemigos suyos. “Estamos autorizados para decir —afirmaba el mismo
1a

periódico— que el gobierno legítimo preferiría caer a los golpes de la reac-


ción antes que sostenerse con ignominia”. Sin embargo, el público en gene-
ral no conocía la magnitud exacta de los compromisos contraídos; el hecho
mismo de que hubiera oposición al tratado en los Estados Unidos no era
comprendido con claridad; la prensa europea, por su parte, deformó grotes-
camente sus términos, dentro de la campaña, que ya se estaba gestando,
para poner en marcha la intervención en México.5 “Ni ahora ni nunca —re-
petía la prensa liberal— podrán nuestros enemigos probar que se haya ven-
dido un palmo de terreno. En cuanto a concesiones sobre las vías de
tránsito, no se han hecho más de aquellas que la naturaleza misma de las

4  El Progreso; 4-II-1860. Este periódico lo dirigía Rafael de Zayas Enríquez.


5  Véase, por ejemplo; la nota del Times de Londres, reproducida por el Diario de Avisos
el 11-I-1860.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  383

cosas indicaba, salvando siempre la integridad de la República y su sobera-


nía”. Estas afirmaciones vagas y generales no podían disipar los efectos de
la campaña conservadora.
La campaña no cedía; y no cedería durante más de un siglo. Aún des-
pués de negarse a prolongar el plazo de ratificación, el gobierno no publicó
el texto completo; cuando Manuel Ruiz subió a la tribuna del congreso, en
la sesión del 31 de mayo de 1961, sólo leyó el artículo 5o. No conocemos lo
ocurrido en las sesiones secretas, pero es indudable que subsistieron mu-
chas dudas, alimentadas y acrecentadas más tarde por los escritores porfi-
ristas. Hasta 1937 cuando publicó el gobierno norteamericano la obra del
doctor Manning, fue que se conocieron realmente los hechos que rodearon
este aspecto de la gestión diplomática de Ocampo, pues es sabido que el

a
expediente que Juárez envió al congreso en junio de 1861, se perdió en un

rrú
incendio de los archivos de ese organismo, ocurrido algunos años más tar-
de. Finalmente, en 1965, la abundante documentación publicada por algu-
nos organismos oficiales, ya en español, al acercarse el centenario de la
Po
muerte de Juárez, puso al alcance de todo mundo esa información.6 No obs-
tante, es obvio que los cien años transcurridos han dejado una huella que
no resulta fácil remover, ya que la documentación es extensa, complicada y
a

no siempre clara; pasará tiempo antes de que sea divulgado y asimilado su


eb

contenido y, entretanto, subsisten en parte las ideas erróneas que se hicie-


ron circular durante largo tiempo.
u

A fines de mayo de 1860 no cabía ya la menor duda respecto a la suerte


que esperaba al tratado en el senado de los Estados Unidos. Para fortalecer
pr

la impresión, falsa por completo desde luego, de que el tratado no sería


aprobado por las concesiones a Estados Unidos que contenía, la prensa es-
1a

pañola empezó a atacarlo enconadamente. En México, la prensa liberal


repetidas veces lo había comparado con el tratado firmado en París, en sep-
tiembre de 1859, por el embajador de Miramón, Juan N. Almonte, y el mi-
nistro español Alejandro Mon. Otros periódicos —como algunos escritores
liberales lo hicieron años después— sin mucho análisis empezaron a divul-
gar la versión de que los dos bandos en pugna, ante lo prolongado e indeci-
so de la guerra civil, habían buscado la ayuda de potencias extranjeras con
el fin de estar en condiciones de imponerse sobre el contrario.7

6 Juárez, correspondencia.
7 Puede verse, al respecto, la serie de artículos publicados por el Diario Oficial de Mira-
món. Estos artículos describieron el tratado en forma tan notoriamente falsa y deformada
como lo siguiente: “los Estados Unidos pueden penetrar a toda la República con sus mer-
cancías y sus tropas; poner depósitos de mercancías en los puntos principales de comercio;
384  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Algunos meses después, la prensa de Veracruz había abandonado en


parte el tono festivo y polémico, pero un tanto superficial, con que reaccio-
nó ante los ataques iniciales que siguieron a la firma del tratado. Todavía a
principios de febrero, podían leerse los párrafos que entresacamos en se-
guida: “¡Pobre América! ¡Adiós democracia! La Europa entera va a suble-
varse contra el coloso americano, contra el monstruo que amenaza tragarse
al nuevo mundo! Así pretende demostrarlo el fraile de Orizaba…Habla de
los proyectos de apoderarse de Cuba y de Nicaragua…Hace una recapitula-
ción de supuestas aspiraciones de la República vecina para cogerse toda la
América, a fin de deducir la conclusión de que para apoderarse de México
es que pretende posesionarse del istmo de Tehuantepec, y que a esto preci-
samente tiende el tratado McLane”.8 La pretensión de defender en esta for-

a
ma al convenio, llevó a la prensa liberal a juzgar con suma ligereza el

rrú
delicado tema de las intervenciones extranjeras en Latinoamérica: “¿Y en
qué época —dijo la misma nota citada—, en qué circunstancias hace este
político de sacristía tales declamaciones y evoca la intervención de las po-
Po
tencias europeas? Cuando el gran interés de los norteamericanos, su inva-
riable política de hoy, para mantener indisoluble la grande unión, está
basada en la no adquisición de nuevos territorios”.
a

Es difícilmente comprensible, desde el punto de vista de la gestión di-


eb

plomática de Ocampo, que no haya realizado ningún intento por defender y


explicar el incidente del convenio con McLane. Existía una prensa oficial en
u

Veracruz y varias publicaciones semioficiales;9 el puerto era paso obligado


de los viajeros que venían a la ciudad de México, de las mercancías que se
pr

importaban y cuyos derechos constituían casi el único ingreso del gobierno


de Juárez, de las remesas de metales preciosos que los extranjeros remitían
1a

al exterior, y por ello llegaban a él también las publicaciones conservado-


ras de la ciudad de México y de algunas ciudades de provincia, según se
observa en las citas de la prensa de Veracruz. Como era inevitable dadas

conducir los efectos sin causar derechos, y fijar ellos mismos los impuestos que han de cau-
sar sus efectos cuando se consuman en la república…en términos que no puedan competir
con ellos las casas europeas. Estas grandísimas ventajas comerciales, concedidas por Méxi-
co, destruyen la obligación de igualdad y reciprocidad…que nuestra república tiene conve-
nidas con otras naciones…” (Diario de Avisos; 25-I-1860). La entrada de tropas y mercancías
yanquis no era admitida en forma irrestricta; los depósitos de mercancías los establecía y el
transporte de las mismas lo realizaba también una compañía que se reportaba mexicana;
los impuestos perdidos tenían una compensación económica y las franquicias concedidas
a los artículos norteamericanos se daban también a los productos de las demás naciones.
8  El Progreso; 4-II-1860.
9  El Progreso. La Reforma Social, Guillermo Tell, Le Trait d’Union, etcétera.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  385

las condiciones que atravesaba esa población, las notas publicadas en los
periódicos oficiales y semioficiales reflejaron la actitud deliberada del go-
bierno constitucional de no defender detalladamente el tratado, sino con-
testar en forma despectiva y burlona los ataques de que era objeto por la
prensa conservadora, por lo menos mientras seguía su curso el proceso de
ratificación.
En mayo de 60, cuando los ataques al convenio de diciembre de 1859
aparecían también en la prensa española, como ya indicamos, el resumen
que se ofrecía al público de su contenido correspondía aún a esa actitud
oficial. “El gobierno liberal celebra un tratado —decía una nota, cuando
Ocampo ya estaba fuera del gobierno—, por el que no cede una pulgada de
terreno, sino sólo garantiza a los Estados Unidos el derecho de tránsito por

a
el istmo de Tehuantepec; y para la seguridad de ese tránsito, pueden aque-

rrú
llos, caso necesario, emplear sus propias fuerzas; y otra vía de comunica-
ción por la frontera del norte, que arrancando del valle de La Mesilla va a
salir al golfo de Cortés, bajo la misma condición. En remuneración de aquel
Po
derecho de tránsito, los Estados Unidos deben abonar a la República
Mexicana 4 millones de pesos, dos en efectivo y dos que quedan deposita-
dos para responder a las reclamaciones pendientes…El tratado estipula
a

además franquicias comerciales para ambos países…El objeto principal


eb

del tratado McLane, el origen de la remuneración concedida al gobierno


mexicano, es facilitar las comunicaciones al mundo en general y a las
u

partes contratantes, en particular”.10 “Examinemos ahora —continuaba di-


ciendo la misma nota periodística— con la misma rapidez el tratado
pr

Mon-Almonte. Unos ciudadanos españoles son asesinados; el gobierno


mexicano inicia la averiguación sumaria, continúa el juicio por todos los
1a

trámites marcados por las leyes, e impone el merecido castigo a los que re-
sultan culpables, con lo que satisface a la vez a la vindicta pública y a las
obligaciones que le impone el derecho de gentes. Pero la España no se da
por satisfecha; exige indemnizaciones injustificables, reclama en términos
fuertes, amenaza con la guerra, caso que no se haga lo que solicita. Y el
gobierno de México, a la vez que se niega a las primeras, se prepara para la
segunda. Estalla una revolución, el gobierno legítimo tiene que abandonar
la capital de la República; y unos individuos, sin más título que su volun-
tad, establecen un simulacro de gobierno…tomando la voz del pueblo
mexicano, celebran un tratado con la España, cuya base aparente son los
asesinatos llamados de San Vicente…El gobierno reaccionario sienta por

10  El Progreso; 18-V-1860.


386  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

principio que el de España no tiene derecho para exigir indemnización al-


guna, pero en obsequio de la paz, por pura generosidad, la concede, dejando
a la Francia y a la Inglaterra el encargo de fijarla…”
El periódico liberal se preguntaba entonces respecto al convenio con
McLane: “¿Dónde está pues, la venta de territorio nacional? ¿Dónde el des-
honor para los que, en las críticas circunstancias de una guerra civil, obtie-
nen un tratado de ventajas recíprocas y una fuerte remuneración en dinero
por conceder un derecho que ha de redundar en beneficio de los mismos
mexicanos?” Debe tenerse en cuenta que en 1858, cuando Juárez, Ocampo
y el grupo de liberales que viajó con ellos, atravesaron el istmo de Panamá,
para ello abordaron un ferrocarril americano que, con permiso de Colombia
(Nueva Granada) funcionaba hacía dos o tres años y pagaba a este país los

a
mismos 250 mil dólares anuales que después se pagaron a Panamá por el

rrú
canal. Esto explica que el periódico de Veracruz se preguntara a continua-
ción: “¿No es éste el mismo derecho concedido por las repúblicas limítrofes
que tenían algún interés en el istmo de Panamá? ¿Se han deshonrado éstas
Po
por ello? ¿Han perdido su prestigio? ¿Han visto disminuir sus rentas o
mancillarse su nacionalidad?”
En una forma paralela, se subrayaban los más deleznables aspectos del
a

convenio Mon-Almonte: “El gobierno reconoce que no debe abonar un cen-


eb

tavo; y sin embargo, se compromete por generosidad a disponer de lo que


no es suyo, a regalar al extranjero el fruto del sudor mexicano. Esto sí es
u

deshonroso y degradante…pero el deshonor de aceptar semejante condi-


ción era tal que…los que celebraron el tratado buscaron un modo de paliar-
pr

lo…Cuidado, dijeron, que esta concesión que hacemos ahora no podrá


nunca citársenos como un antecedente; es un hecho aislado que en nada
1a

altera el principio indudable de que las naciones no tienen derecho a ser


indemnizadas por crímenes particulares”. Y finamente se preguntó ese pe-
riódico: “¿Cómo la España se apresura…a aceptar y ratificar sin modifica-
ción de ninguna especie el tratado celebrado con ella…y cómo, por el
contrario, los Estados Unidos se niegan a ratificar (el) otro…?”
La prensa del gobierno de Miramón repitió sus críticas del tratado
McLane, en esta época, cuando ya se sabía que no sería aprobado; la discu-
sión se hizo un poco más detallada, sin perder el tono polémico y superfi-
cial que esa prensa le dio desde la concertación del convenio. No fueron
muchos los datos que llegaron al público liberal sobre el contenido del tra-
tado McLane; ni tampoco muy detallados los argumentos que en su defen-
sa manejó el gobierno constitucional. Más arriba se indicó que durante los
primeros meses del año fue divulgado con amplitud el contenido del trata-
do de La Mesilla y del acuerdo comercial de 1831; al dar a la luz de nuevo
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  387

estos convenios, la prensa liberal insistía en que, de hecho, varias de las


concesiones obtenidas por Me Lañe —afirmación en la que habría estado
de acuerdo el ministro yanqui— fueron solamente reiteraciones de lo pac-
tado por Santa Anna y Bustamante, bajo el consejo de Diez de Bonilla y
Alamán. Se subrayaba, además, que estos pactos habían sido firmados
en tiempo de paz, “cuando no había tanta necesidad de dinero”, y que en el
caso del pacto de La Mesilla, los recursos habían sido mal utilizados, “sin
que la deuda de México disminuyera en un centavo”.11
La conclusión a que llegaban estas explicaciones, se resume en forma
general del modo siguiente: “Entonces fue cuando se vendió el territorio
nacional. No gritéis, pues, tan alto señores conservadores, porque gritáis
contra vosotros mismos…Y no culpéis, por último, al partido liberal, que

a
justamente para salvar la honra de México ha hecho lo que vosotros os
comprometisteis a hacer, cuando aun no habíais recibido el precio de vues-

rrú
tras concesiones, y lo que os negasteis a ejecutar una vez que lo hubisteis
malversado”.
Po
Los primeros dos artículos del tratado McLane —según se informaba
al público liberal— no requerían comentarios ni explicaciones. Respecto al
tercero, se decía: “la mente del artículo no fue sólo proteger a los america-
a

nos, sino a los hombres de todos los países; en otros términos, no lo ha


eb

dictado el mezquino interés nacional, sino el general de la humanidad…


todos los pueblos son hermanos, todos son miembros de la gran familia
humana, todos deben disfrutar de los mismos privilegios”. México no po-
u

dría oponerse al derecho de tránsito, si había estado disfrutando “durante


pr

quince años del mismo derecho respecto de los Estados Unidos; pues desde
el 4 de mayo de 1845, se publicó en aquel pueblo la ley en virtud de la cual
1a

las mercancías destinadas a Nuevo México, entonces perteneciente a esta


República, Chihuahua y Coahuila, podrían atravesar la americana, y em-
barcarse en cualquier puerto de ella, libres de todo derecho”. Como si anti-
cipara lo que ocurriría después, la prensa liberal señalaba que se acusaba
de traición al gobierno de Veracruz, por conceder a los Estados Unidos el
mismo privilegio, aunque más restringido. “¡Traición! Es una palabra muy
sonora, de mucho efecto en una discusión parlamentaria, cuando el orador
se propone arrastrar al pueblo a impulsos de la pasión; pero que pierde
todo su valor, si no tiene base en qué descansar, en las discusiones diplo-
máticas, en las que sólo tienen entrada la razón y el sano juicio”.
Las disposiciones del artículo 4o. se describieron, en esos días, como
una especie de política general de libre cambio, como el principio de una

11  El Progreso; 25, 26 y 27-V-1860.


388  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

unión universal. “El comercio del mundo tendrá que agradecer a los Esta-
dos Unidos la apertura de nuevas vías de comunicación y a México las fran-
quicias y garantías que conceda a los efectos y a las personas”. Se citaban
las facilidades que Francia e Inglaterra se habían propuesto prestar mutua-
mente, para el comercio entre ambas naciones. “Si en teoría no hay exclusi-
vismo alguno, es imposible que lo haya en la práctica; con su carácter
emprendedor, los comerciantes de todas partes aprovecharán los beneficios
que el tratado les brinda”.
Desde entonces, se señalaba en especial el artículo 5o. como el que ha-
bía merecido mayores y más graves objeciones. El texto publicado por la
prensa conservadora no era incorrecto; por ello, se le citaba textualmente;
pero sin dejar de atribuirlo al “Boletín de Jalapa”. El gobierno de Veracruz

a
no deseaba publicar el tratado, sino únicamente refutaba los ataques que

rrú
había merecido de la prensa de Miramón. Las disposiciones de este artículo
estaban limitadas —a juicio de la prensa oficial de Veracruz— a prever si-
tuaciones molestas para el gobierno mexicano, derivadas de la inseguridad
Po
evidente de los caminos del país en aquella época. El 25 de mayo se men-
cionó el incidente originado por la entrada de tropas norteamericanas en
persecución de Cortina, que incursionaba periódicamente hacia el vecino
a

país. El tratado, se explicaba, evitaría que este tipo de incidentes pudieran,


eb

en el futuro, provocar desacuerdos duraderos entre ambas naciones, inclu-


so la iniciación física de hostilidades por error o a causa de la excitación
u

momentánea que se genera en estos casos. “Hechos que de otro modo pu-
dieran ser de lamentables consecuencias, producirán, por el contrario, con-
pr

solidación de la paz y de la buena armonía entre las dos Repúblicas”. “Más


vale evitar el daño que remediarlo después de causado”. Respecto al segun-
1a

do párrafo, el más objetado del artículo y de todo el tratado, se decía: “Nó-


tese en primer lugar, la manera más que escrupulosa en que está redactado
este período: «en el caso excepcional de peligro inminente o imprevisto»,
dice, y emplea otros calificativos, de los cuales el primero, por lo menos,
habría sido su-perfluo en un documento que no tuviera la importancia (de
éste)…(demuestra) palpablemente que se ha querido prever todos los casos
posibles y sólo en una circunstancia extrema, cuando el peligro sea inme-
diato, inminente, cuando no dé lugar para recurrir a las autoridades mexi-
canas a que presten su consentimiento, es cuando se permite prescindir de
un requisito que en ese caso sería absurdo exigir, porque nulificaría todos
los esfuerzos hechos para evitar el conflicto”. El tratado, además, podría
evitar reclamaciones contra México, pues si los Estados Unidos no usan
sus fuerzas, pudiendo hacerlo, para proteger a sus ciudadanos, nada po-
drían reclamar después a México. “La cláusula pues, lejos de ser deshonrosa
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  389

y perjudicial para nuestro país, tiene por el contrario el noble y digno obje-
to de evitar nuevos conflictos”. Se hizo notar también que el derecho de
proteger nacionales era recíproco, por lo cual México también estaba en
condiciones de usarlo para proteger a los mexicanos, cuando estuvieran en
peligro del otro lado de la frontera, sin que las fuerzas norteamericanas
pudieran o quisieran protegerlos. La idea de que si los Estados Unidos lle-
garan a la decisión de conquistar a México, habrían de recurrir a esta cláu-
sula del tratado McLane para cruzar la frontera, y una vez dentro de México
la violarían abiertamente para obtener sus fines, se calificaba de tan absur-
da que no ameritaba refutación; pues en tal caso, dice, más conveniente
sería a sus intereses no recurrir a un tratado que da derecho a México para
pedirles que se retiren del territorio nacional una vez terminados los tras-

a
tornos momentáneos.

rrú
En cuanto a los artículos 6o. y 7o., se subrayó, sobre todo, el hecho de
que la República Mexicana se reservaba siempre el derecho de soberanía
“que al presente tiene sobre todos los tránsitos mencionados en este trata-
Po
do”. Sólo por mala fe, se podía acusar a los autores del tratado, después de
leer esta clara estipulación, de haber vulnerado el honor nacional.
El artículo 8o. era uno de los más combatidos. ¿Cómo consentía Méxi-
a

co en que sus derechos de aduanas fueran fijados por el congreso de Esta-


eb

dos Unidos? Tal presentación constituía una afirmación sin fundamento,


si se recuerda que en Estados Unidos el congreso fija los derechos adua-
u

nales, igual que ocurría en México de acuerdo con la constitución de 1857.


Pero no estando reunido el congreso mexicano, esa situación, que debía
pr

ser recíproca, no podía cumplirse sino a través de un acuerdo entre ambos


gobiernos, sujeto a la confirmación del congreso yanqui. Si ambos congre-
1a

sos hubieran estado funcionando, tendrían que haber operado de común


acuerdo.
La posibilidad de que las franquicias concedidas en el tratado pudieran
ocasionar la ruina de la industria o la agricultura de México, se consideró
un sofisma, empleando para ello argumentos que han sido usados por los
librecambistas en todas las épocas. Si el consumidor obtiene mercancías
baratas, aunque el monopolista o el productor privilegiado deje de ganar lo
que antes obtenía, tanto mejor para el país. “El pueblo ganará en ello, y
cuando el pueblo gana, la nación gana”.
El artículo 9o., se dijo, pone en ejecución los artículos XIV y XV del trata-
do de 1831. Sancionada por el gobierno la libertad de cultos —dentro de la
legislación de reforma—, este artículo no sería en realidad necesario. Y en
cuanto al 10o., se explica que el pago de 4 millones de pesos corresponde a la
baja que ocasionaría en las entradas aduanales, al principio, la aplicación
390  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de las franquicias que concede el tratado; así como al propósito de no dejar


los derechos cedidos sujetos a una decisión unilateral mexicana.
La conclusión de la prensa liberal se resume así: “Este tratado no es
más que la reducción a un documento auténtico, de la alianza ofensiva y
defensiva de las dos Repúblicas de América contra las naciones del conti-
nente europeo”. Aunque esa prensa mencionaba la convención anexa al
tratado, no se hacía referencia a su contenido. Para esas fechas como ya se
señaló, era evidente el rechazo del tratado por el senado yanqui.12
Con objeto de facilitar la comprensión de los sucesos posteriores, con-
viene recapitular, antes de seguir adelante, esta discusión periodística en-
tre conservadores y liberales, que tuvo lugar poco después de la firma del
convenio.

a
Los principales argumentos de los opositores fueron:

rrú
a) Que se cedía territorio nacional.
b) Que se concedían los tránsitos por el Istmo y a través de la frontera
norte.
Po
c) Que se ocasionaría un conflicto con países europeos, cuyo comercio
resultaba perjudicado.
d) Que se estipulaba la ayuda militar yanqui al gobierno de Juárez para
a

resolver la guerra civil.


eb

e) Que el congreso yanqui fijaría las concesiones arancelarias.


f) Que el gobierno de Veracruz no estaba autorizado para ratificar el
u

convenio.
g) Que se afectaba la soberanía nacional al permitir la entrada de tropas.13
pr

La prensa liberal señaló inmediatamente que los cuatro primeros pun-


tos eran falsos. Se explicó que, por las condiciones anormales del país, el
1a

congreso mexicano no podía reunirse y por ello no participaba en el acuer-


do. Las concesiones arancelarias se defendieron con argumentos librecam-
bistas, muy aceptados en la época. No habiendo congreso en funciones,
sólo el Presidente podía avocarse la ratificación del convenio. La entrada de
tropas que pudiera surgir de éste, sólo obedecería a situaciones transitorias
y excepcionales; además, cesaría al pedirlo México.
Se señaló, también, que México había disfrutado, en épocas anteriores,
de derechos de tránsito por territorio yanqui, semejantes a los que ahora se
concedían al vecino país y a las demás naciones.

12  Es sabido que Juárez había sido informado por Mata, desde marzo de 1860, en el

sentido de que no habría convenio. Véase: Juárez, correspondencia, tomo IV, p. 47.
13  La Sociedad; 1-I-1860. Artículos para el Orizabeño.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  391

En la siguiente ocasión en que el tratado McLane se convirtió en centro


de la atención pública, Ocampo no intervino, pues coincidió como explica-
mos en páginas anteriores, con su secuestro y su casi inmediato sacrificio.
Hasta entonces, es decir, hasta fines de mayo de 1861, el presidente Juárez
no había expresado públicamente ningún punto de vista sobre este conve-
nio. Ante el espectáculo provocado en la cámara por el diputado Aguirre, se
pensó por un momento que sería don Melchor quien, contra sus deseos
de no presentarse a ocupar su curul en el congreso, tendría que hacer las
aclaraciones necesarias para la defensa de esa etapa tan importante de su
labor diplomática.14 Ocampo no pudo enterarse de lo ocurrido en México el
mismo día que la gavilla de Cajiga lo secuestraba en Pomoca; el grupo de
liberales cercanos a Juárez se vio en la necesidad de dar las explicaciones

a
bajo su dirección. Si la maniobra política de Aguirre afectaba a Ocampo,

rrú
todavía era más seria para Juárez, cuya elección debía ser considerada en el
congreso, en los primeros días de junio.
Al igual que ocurrió en otras crisis serias que sorteó Juárez, tanto la
Po
concepción de la actitud del gobierno como la realización de ésta, fueron
llevadas al cabo con firmeza. Debe recordarse que don Benito, a fines de
1860, había repuesto a Ocampo en el ministerio de relaciones —y después
a

le confió el de hacienda, por unas semanas— cuando se iniciaba el enfren-


eb

tamiento con Degollado. Es seguro por ello, que el gobierno hubiera apoya-
do a Ocampo, si éste se hubiera presentado en el congreso, a defender su
u

actuación diplomática. Pero el hecho histórico es que al desaparecer Ocam-


po, el grupo liberal ya no intentó defender más el tratado McLane. Las ex-
pr

plicaciones, a partir de entonces, fueron de otro orden; no se trató ya de


discutir las ventajas de una posible unión aduanera, ni siquiera de limitar
1a

el peligro, reteniendo la soberanía, que podía representar la entrada de


fuerzas extranjeras para fines de policía interna, mientras podía actuar el
gobierno nacional. El tratado, se dijo, fue producto de negociaciones inicia-
das en momentos muy difíciles para el gobierno de Veracruz; pues las victo-
rias de Miramón durante todo el año de 1859, hicieron más complicada su
condición. Hoy sabemos que a mediados del año, los liberales proponían
a Estados Unidos un tratado que no contenía el segundo párrafo del artícu-
lo 5o., ni el artículo 8o. que finalmente quedaron incluidos; en pocas pala-
bras, el tratado McLane fue un compromiso impuesto por las circunstan-
cias. El gobierno de Juárez, al explicar estos hechos a la opinión pública en

14  El Siglo XIX; 3-VI-1861. El artículo de Zarco, en que pedía la presencia de Ocampo en

la cámara, apareció en el mismo número del periódico que daba la noticia del secuestro.
392  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

junio de 1861, implícitamente comparaba el tratado McLane con los conve-


nios tácitos que todos los días hacían los pasajeros de las diligencias —en
Río Frío, el Monte de las Cruces, o donde quiera se encontraban una gavilla
decidida a desvalijarlos—, cuyo contenido tenía sólo dos cláusulas: por la
primera, los miembros de la gavilla respetaban la vida de los pasajeros;
por la segunda, los pasajeros cedían sus pertenencias de valor, sin ofrecer
resistencia.
Pero, además, Juárez daba una prenda. Ante el congreso, Manuel Ruiz
explicó que el tratado no había sido rechazado por el senado en forma defi-
nitiva en mayo de 1860; señaló que había quedado abierta la posibilidad de
que Buchanan insistiera ante esa asamblea, al volverse a encontrar reuni-
da en diciembre del propio año15 Para ello, era necesario que el plazo para

a
la ratificación —el cual ya había sido ampliado una vez, por seis meses—

rrú
fuera nuevamente ampliado por ambos gobiernos. “Desoyendo a su gabine-
te —dijo Ruiz—, el Presidente constitucional se opuso a secundar las
pláticas”. Este hecho, no podía ser ignorado, pues era ya conocido desde
Po
marzo por el público.
Zarco, por su parte, en su extenso artículo publicado el 3 de junio en su
periódico, insistió además en que Juárez conservaba hasta el final el dere-
a

cho de hacer modificaciones al tratado McLane, antes de ratificarlo.16 Se-


eb

gún se sabe, después de la primera presentación ante el senado yanqui, el


ministro Emparan autorizó a Mata a ratificar el tratado, inmediatamente
u

después de su aprobación, siempre que no hubiera sufrido cambios que per-


judicaran a México. El presidente Juárez firmó el poder correspondiente
pr

para Mata; aunque el artículo 11o. no prevé posibles modificaciones por el


lado mexicano, antes de la ratificación, es indudable que México conserva-
1a

ba ese derecho pues de otro modo la ratificación perdería su sentido. Lo


menos que puede decirse es que el gobierno mexicano conservó el derecho
de no firmar el documento, aun cuando lo hubieran ratificado el senado y el
presidente de los Estados Unidos. De hecho, estando en trámite en Estados
Unidos el proceso de ratificación —pues Buchanan quería presentarlo al

15  Idem; 1o.-VI-I86I. El senado aprobó, en las sesiones del 31 de mayo y del 27 de ju-

nio, volver a considerar el tratado; de tal suerte, la decisión de Juárez, en todos sentidos, fue
la liquidación del convenio (5-XT-1860). El presidente Buchanan quería que el senado yan-
qui lo aprobara, todavía el 3 de diciembre, según Romero (Juárez, correspondencia; tomo IV,
pp. 80, 92, y 95). Messages and papers of the Presidenta; vol, V pp. 644 y 646. I. Mejía había
señalado públicamente, ya artes, que Juárez fue (Ocampo era secretario de relaciones) quien
desechó en definitiva el convenio (La Independencia; 7-III-1861).
16  El Siglo XIX.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  393

senado, de nuevo, en diciembre—, fue la negativa de Juárez a ampliar el


plazo de ratificación, lo que dio muerte en definitiva al tratado McLane.
Hablando como si se tratara de un jurado, en que daba a Aguirre el papel de
fiscal, Zarco se preguntó: “¿Cómo sabe el señor Aguirre, cómo puede saber
el jurado, cuáles eran las intenciones del señor Juárez acerca del tratado
McLane, cuáles las modificaciones que hubiera propuesto si se hubiera
reanudado la negociación, cuáles los artículos a que habría negado su rati-
ficación?”. En realidad, pudo haber ido más lejos Zarco; pudo haber dicho
que al rechazar la posibilidad de reanimar el tratado, Juárez había demos-
trado que sólo circunstancias adversas, de carácter transitorio, lo habían
hecho posible.
Muerto Ocampo, comentó Zarco unos días después, renovar los ataques

a
al tratado, era más que una irreverencia, era “ultrajar su memoria, una vez

rrú
que él fue quien con el doble carácter de ministro de relaciones exteriores y
de plenipotenciario de la República, siguió la negociación con el señor
McLane, y llegó a convenir el tratado…Como el tratado no llegó a ser ratifi-
Po
cado por ninguno de los dos gobiernos, y por lo mismo el presidente de la
República no llegó a firmarlo, la responsabilidad, si la hubiera, era toda del
negociador o del ministro de relaciones; y como el señor Ocampo reunía
a

este doble carácter, insistir hoy en el ataque del señor Aguirre, es no espe-
eb

rar ni que se enfríen las cenizas de la víctima para denigrar su memoria…


Hace poco que al ocuparnos de este mismo asunto, contábamos con que el
u

señor Ocampo no dejaría pasar desapercibidas las especies vertidas por el


señor Aguirre, y así no es ahora la vez primera que decimos que en el trata-
pr

do la responsabilidad principal era la del señor Ocampo…”.


Con este motivo, un periódico orteguista publicó una nota titulada “A
1a

moro muerto, gran lanzada”.17 Lo cual motivó la siguiente contestación de


Zarco. “Nosotros hemos estado defendiendo al gobierno que negoció aquel
tratado, defendiendo al señor Juárez y al señor Ocampo, antes de que este
señor falleciera. Nosotros fuimos los que tuvimos a mal que otro periódico
insistiera en el cargo de traición por esta negociación el mismo día de los
funerales del señor Ocampo. No hay lanzada al moro muerto por nuestra
parte. Lejos de eso, creemos que cuando en calma reflexionen los espíritus
imparciales sobre la historia del gobierno constitucional en estos tres años,
será un título de honor para la memoria del señor Ocampo el haber firmado
el tratado McLane”.

17  Véase el editorial de Zarco en: El siglo XIX; 6-VI-1861. El Movimiento; hizo su co-

mentario cáustico al día siguiente. Zarco contestó en El Siglo; 8-VI-1861.


394  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Dentro del espíritu de la defensa adoptada por Juárez y sus amigos al


ser promovido el asunto del tratado McLane, sólo cabe una interpretación
de estas palabras de Zarco. Don Melchor se sacrificó, por decirlo así, acep-
tando sobre sus hombros la responsabilidad del tratado, cuando, en reali-
dad, era un trago amargo impuesto por las circunstancias a todo el grupo
liberal. En todo caso, los comentarios sobre este aspecto de la controversia
no pasaron de las líneas mencionadas; no se ampliaron estos aspectos de
la discusión en la prensa liberal.
La afirmación de Zarco en el sentido de que Ocampo tuvo toda la res-
ponsabilidad por el tratado McLane, tiene que tomarse con un grano de sal.
En las condiciones en que se encontraba el gobierno de Veracruz en di-
ciembre de 1859, era imposible que Juárez ignorara el curso de las nego-

a
ciaciones; como además el Presidente autorizó la ratificación en mayo

rrú
siguiente— cuando Ocampo estaba fuera del gobierno—, si el texto no su-
fría cambios perjudiciales para México, es inevitable la conclusión de que
participó, en ese momento, del convencimiento pleno de que era un paso
Po
amargo, pero necesario. Lo sucedido en junio de 1861, inmediatamente
después del asesinato del michoacano, fue que éste se convirtió en un már-
tir de la causa liberal y Zarco trató de aprovechar esa popularidad para
a

acallar los ataques contra el tratado. La responsabilidad histórica y política


eb

es prácticamente la misma para el Ministro que lo firmó y para el Presiden-


te que lo admitió. Nadie puede quitar a Juárez el mérito de haber liquidado
u

al tratado McLane en noviembre de 1860; pero es obvio que el convenio se


negoció, en diciembre anterior, con su pleno conocimiento y aceptación. Si
pr

la situación existente al momento de las negociaciones, como todo hace


creer, justificaba correr el riesgo de firmarlo, el tratado estaba justificado
1a

por las circunstancias.


Las cartas de Manzo indican que Ocampo se separó del gobierno en
enero de 1860, después de una seria crisis política causada por sus roza-
mientos con Lerdo; esta situación es confirmada por las cartas de Osegue-
ra; un poco posteriores puesto que este último se encontraba en Europa.
Pero no se conoce base documental ninguna que sustente la idea de que la
reorganización del gobierno implicaba, en esa fecha, un cambio de actitud
frente al tratado.18
Después de la muerte de Ocampo, la actitud de Juárez frente al tratado
se volvió más fría. Habiendo dicho públicamente que no tenía nada que

18  INAH; cartas personales, doc. 50-0-20-38; y 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos

(Manzo a Ocampo 1-II-60 y 20-VII-60). Véase asimismo el informe de Mata al gobierno en:
Juárez, correspondencia; vol. IV, pp. 36 y 37.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  395

reprocharse al respecto y habiendo subrayado que tuvo conciencia clara de


los aspectos deleznables del convenio, hasta el punto de que personalmen-
te intervino para liquidarlo, y tratándose además, de un pacto que no llegó
a tener validez, Juárez volvió la página. Según parece, por su corresponden-
cia, vio muy pronto que éste sería el final de la cuestión, cuando menos por
un tiempo. Desde el 19 de junio de 60 escribió a Romero en tal sentido:
“Supuesto lo ocurrido con el tratado, poca esperanza debe tenerse ya en
este negocio. Preciso es pensar en otra cosa”.19 Cuando en febrero de 1863,
atribuían Calderón Collantes y O’Donnell alcances erróneos a las negocia-
ciones con Estados Unidos, el Presidente mexicano se limitó a emplazarlos
a demostrar sus afirmaciones, publicando las pruebas que tuvieran de que
se había puesto en peligro la integridad territorial de México.20

a
Durante el año de 1860 se publicaron, en la prensa norteamericana y

rrú
europea, varios artículos que describieron el tratado McLane en términos
muy desfavorables, haciéndose eco de los comentarios y ataques de la
prensa conservadora y del gobierno de Miramón. Aparte de contener grue-
Po
sos errores respecto al contenido del tratado, esos comentarios se caracte-
rizaron por un desconocimiento absoluto de la forma en que se habían
desarrollado las negociaciones. En aquella época, desde luego, no se cono-
a

cían los documentos decisivos para comprender el curso de las pláticas;


eb

todo lo que servía de apoyo a las especulaciones, eran las versiones abre-
viadas y mutiladas del convenio —que todavía en 1906 era manejado in-
u

completo por Bulnes—21 aparecidas en la propia prensa norteamericana,


una vez que el convenio estaba a punto de firmarse, y difundidas más am-
pr

pliamente después que se imprimieron los materiales respectivos para uso


de los senadores norteamericanos. Estos comentarios de la prensa extran-
1a

jera fueron muy utilizados por los escritores conservadores de los últimos
años del porfirismo; en épocas más recientes, suelen ser reproducidos en
apoyo de las críticas y ataques al tratado y a la diplomacia del gobierno de
Veracruz.
Una revista mensual de Boston dijo que el convenio “destruía la inde-
pendencia” de México;22 el “Times” de Londres aseguró que “toda la parte
septentrional del país (sería) abierta a los colonos, quienes tendrían el pri-
vilegio de introducir efectos libremente”,23 y dijo también que “las vías de

19  Juárez, correspondencia; tomo IV, p. 79.


20  Idem; tomo VII, p. 40. México a través de los siglos; tomo V, p. 587.
21  Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma; pp. 642 y 648.
22  El Atlántico; 1o.-IV-1860.
23  La Sociedad; 1o.-I-1860.
396  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

tránsito cedidas…estarán exclusivamente bajo la inspección de los nor-


teamericanos”; un periódico de Nueva Orleáns afirmó: “Tenemos ahora el
derecho de tránsito por Tehuantepec, y un dominio tan completo sobre
otras dos vías, como pudiéramos tenerlo si hubiéramos comprado el
territorio”;24 y una publicación católica norteamericana sostuvo: “Podrá ser
que México esté destinado a perder su nacionalidad; pero habríamos desea-
do que al menos la perdiese noblemente”.25 Al seguir detalladamente las
gestiones diplomáticas que condujeron al tratado, hemos visto que, tras
rechazar la cesión de territorio, el gobierno liberal se atrincheró primero en
las concesiones que ya tenían los norteamericanos, obtenidas previamente
de gobiernos tan conservadores como el de Bustamante-Alamán y el de
Santa Anna-Díez Bonilla, para acabar, tras meses de discusión, concedien-

a
do algunas ampliaciones realmente secundarias de esos derechos otorgados

rrú
con anterioridad; v que sólo al final, ante los informes sobre la expedición
que se preparaba en la Habana, agregaron un acuerdo comercial, admitie-
ron celebrar el acuerdo convenido en el tratado de La Mesilla para el paso
Po
de tropas y lo hicieron extensivo a la vía de tránsito entre Nogales y Guay-
mas. La confusión se originó, en parte, porque el gobierno de Miramón cre-
yó, o aparentó creer, que en el tratado estaba incluida la cesión de territorio
a

que a Zuloaga habían pedido los norteamericanos el año anterior. Pero es


eb

obvio, a la vista del texto completo del convenio, que no contuvo nada de lo
que dijo la prensa extranjera en los párrafos que transcribimos antes.
u

La sombra de la intervención francesa cubrió con un velo, durante va-


rios decenios, la cuestión del tratado McLane y, por lo tanto, dejó en sus-
pr

penso un juicio crítico sobre la labor de Ocampo como ministro de relaciones


de Juárez. Hemos señalado que en 1862, cuando se discutía en Estados
1a

Unidos el proyecto de tratado Corwin-Doblado, se revivió transitoriamente


el interés por el proyecto de 1859; sin embargo, antes de mucho tiempo el
incidente había quedado de nuevo olvidado. El hecho es que cuando Bulnes
recapituló las opiniones desfavorables expresadas por algunos historiado-
res liberales, aparecidas hasta 1897, a pesar de los evidentes esfuerzos que
realizó por engrosar su cosecha —incluyendo entre ella hasta a la viuda de
Miramón—, no pudo mencionar sino las cautelosas palabras de José Ma.
Vigil y las no tan cautelosas del ingeniero Rivera Cambas. Todo lo demás
que menciona es posterior al conocimiento de los artículos publicados en
ese año por don Alejandro Villaseñor y Villaseñor, quien revivió a través de

24  Picayune; citado en: Estudios históricos; p. 302.


25  Le Propagateur Catholique; citado en: Estudios históricos; p. 143.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  397

ellos la discusión del tratado y los ataques contra el gobierno de Veracruz.


Vigil, como es sabido, en el tomo que le tocó escribir de “México a través de
los siglos”, se manifestó en forma esquemática contrario al convenio, que
consideró “una imprudencia” capaz de poner en peligro nuestras relaciones
con los Estados Unidos.26 Rivera Cambas, por su parte, sostuvo infundada-
mente que el tratado “quitaba a México el derecho de arreglar sus divisio-
nes intestinas sin intervención extranjera”.27
Hacia fines del siglo sucedió lo inevitable, dada la forma en que habían
quedado las cosas. Tras los artículos de Villaseñor vinieron los escritos de
Sierra en “México, su evolución social”, después los dos libros de Bulnes
contra Juárez y por último, el libro de Sierra “Juárez, su obra y su tiempo”.
Para la comprensión de las gestiones diplomáticas durante la guerra de tres

a
años, nada contribuyó este período. Todos los participantes en la controver-

rrú
sia, tanto los adversarios citados como los defensores que surgieron —no
pocos, por cierto—, desconocían en parte la correspondencia que se cursó
entre ambos gobiernos, antes, durante y después de la concertación del
Po
tratado McLane. Por ello, se dieron las interpretaciones al gusto de cada
quien; sin embargo, los defensores de Juárez siguieron la pauta que el pro-
pio don Benito había señalado, a través del manejo que dio a los ataques
a

de 1860 y 1861. Es decir, no defendieron el convenio y éste fue calificado de


eb

indefendible.
Esta conclusión era favorecida por el régimen porfirista. Los derechos
u

de tránsito por el norte nunca llegaron a constituir un problema práctico,


pues la única vía de ferrocarril que se construyó fue la de Nogales a Guay-
pr

mas, que no quedó terminada sino hasta finales del período. Cosa semejan-
te ocurrió con la vía del ferrocarril transístmico; tras dos o tres intentos
1a

fracasados, el gobierno porfirista dio la concesión a Pearson, un empresa-


rio inglés ligado a los intereses petroleros.28 Díaz alentó sin duda la campa-
ña contra el tratado McLane, firmado durante una violenta guerra civil en
condiciones muy distintas a las de su administración; por lo menos, no
puede negarse que participaron en esa campaña altos funcionarios de su
gobierno.
Cuando Villaseñor abrió de nuevo el fuego en 1897, sin embargo, toda-
vía estaban relativamente frescos los términos usados en 1861 por Juárez,
al defenderse de los cargos lanzados por Aguirre y repetidos por la prensa

26  México a través de los siglos; tomo V, p. 419.


27  Rivera Cambas; tomo II, p. 567. Este autor externó aún otras afirmaciones más dis-
paratadas.
28  El istmo de Tehuantepec y los Estados Unidos; pp. 224 y 225.
398  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

enemiga de su candidatura presidencial. Por ello, este escritor arrancó del


análisis de la posición adoptada por el gobierno de Juárez, quien logró con-
vencer al congreso y ser declarado Presidente unos días después del inci-
dente. Debe reconocerse que había en ella un lado débil; siendo un convenio
impuesto por las circunstancias, que no firmaron los liberales voluntaria-
mente, era desconocido en algunos detalles, al mismo tiempo; por lo tanto,
quedaba al libre juego de la imaginación suponer que contenía toda clase
de errores y concesiones. La prensa liberal había intentado esclarecer los
propósitos del gobierno de Veracruz en 1860; se había publicado el estudio
de Romero sobre los tratados de México, se había sostenido que el convenio
con McLane era defendible. Juárez declaró implícitamente que no creía po-
sible tal cosa; recordó a los liberales que en su mayoría eran partidarios, en

a
el segundo semestre de 18.59, de recurrir a la ayuda de voluntarios y aún

rrú
de tropas yanquis, para decidir la guerra civil. El único punto en que puso
en evidencia a los críticos del convenio, fue el asunto de las “cesiones de
territorio”; esta cuestión fue torpemente mencionada por Muñoz Ledo en
Po
su protesta dirigida al secretario Cass, pero tuvo que ser rápidamente aban-
donada por los críticos del pacto, al resultar que el texto no contenía nada
de esa naturaleza.29
a

Considérese, por ejemplo, lo que Villaseñor dice de la misión de Mata a


eb

los Estados Unidos: “Es seguro que llevaba instrucciones para dar toda cla-
se de seguridades a Buchanan de que se arreglaría un tratado que colmase
u

los deseos de éste”, y agrega a continuación: “Este paso de Juárez no cabe


duda que es bastante vituperable”.30 Dos páginas antes, había dicho Villa-
pr

señor que Buchanan quería ocupar Sonora y Chihuahua; y más adelante


firma que “la verdadera tendencia de los Estados Unidos y los fines que se
1a

proponían (eran) adelantar rápidamente en la absorción de nuestro territo-


rio, procurando que gran parte de él quedara abierto a sus tropas de una
manera permanente y buscando la ocasión de mezclarse en nuestras cues-
tiones interiores”. ¿Tuvo alguna base Villaseñor para asegurar que esto
contenían las instrucciones de Mata? No la tuvo, y la información anterior
demuestra que no la podía tener; pero tranquilamente afirmó que este paso
fue bastante vituperable de parte de Juárez. Repite las afirmaciones de Ri-
vera Cambas de que Estados Unidos permitió la venta de armas y municio-
nes al gobierno de Veracruz, pero no da, porque tampoco la tenía, la menor
idea de la magnitud real de esas ventas. A continuación, critica los términos

29  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 826 a 829.


30  Estudios históricos; p. 79.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  399

del tratado diciendo que “se constituían” servidumbres de tránsito, cuando


la verdad era que se reconocían servidumbres que ya estaban constituidas
con anterioridad. Contra lo que demostró después la experiencia, dice Villa-
señor que la neutralidad de Tehuantepec “era una palabra vacía de sentido
y que no podía llevarse a la práctica jamás”.
Este escritor sostuvo también, repitiendo los argumentos del gobierno
de Miramón, que Juárez y Ocampo no estaban autorizados para celebrar el
tratado, sin permiso del congreso. “Al triunfar los liberales, afirma, los pri-
meros que deberían haberse sentado en el banquillo de los acusados, a res-
ponder por el tratado McLane, eran don Benito Juárez y don Melchor
Ocampo”. Villaseñor parte de la base de que Juárez no era Presidente y los
liberales de Veracruz no formaban un gobierno legítimo; “sólo los hemos

a
tenido —afirma— como un Directorio de la revolución constitucionalista”.

rrú
Defiende incluso el tratado de La Mesilla, sosteniendo equivocadamente
que México “quedaba en libertad” de imponer cargas al paso de extranje-
ros, incluyendo los norteamericanos. Respecto del convenio comercial in-
Po
cluido en el tratado, olvida que no tenía límite de tiempo y dice que “México
no estaba en posibilidad de exportar nada”; incluso dice que no compren-
día por qué se limitaba la introducción de mercancías a los puntos de los
a

tránsitos. No explica por qué razones resultaría desastroso para México un


eb

convenio que ponía a nuestra disposición, sin impuestos, mercancías que


reconoce no se producían aquí. Como otros escritos que se ocuparían des-
u

pués de este aspecto de la cuestión, no hace ningún intento por cuantificar


el importe de los derechos que se perderían por la importación libre; pero
pr

declara, sin más, que los 2 millones de pesos representaban una compensa-
ción insuficiente.
1a

No obstante su animosidad, Villaseñor reconoció que el artículo 1o. de


la convención anexa al tratado, estaba más relacionado con los disturbios
fronterizos que con los planes de expansión norteamericana. “Estas estipu-
laciones —sostiene— no tenían otro objeto que procurar la captura y casti-
go del famoso Cortina, que tomando represalias por las depredaciones que
los yanquis habían cometido en personas de su familia y en sus propieda-
des, era el terror del sur de Texas y cometía toda clase de actos vandálicos
sin que jamás hubiera sido apresado por las tropas enviadas en su persecu-
ción, y el que casi siempre encontraba asilo seguro en Tamaulipas”. Supo-
ne, sin dar razones para ello, que Lerdo y Emparan “obligaron” a Juárez y
Ocampo a aceptar el convenio; pero reconoce que la situación militar había
empeorado mucho para los liberales en el curso de 1859.
Cuando se publicaron originalmente los artículos de este escritor, desde
luego, ya se sabía que los Estados Unidos habían indicado claramente al
400  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

gobierno de Veracruz, que con su permiso o sin él, entrarían a México si


continuaban los disturbios fronterizos o los actos violentos contra sus na-
cionales en las zonas ocupadas por los conservadores. En resumen, por lo
tanto, este primer ataque de la segunda época contra el tratado McLane,
que sólo contenía de nuevo la idea del condominio, debe considerarse como
un globo de prueba que lanzó la administración porfirista para sondear el
ánimo público ante el caso de que el convenio fuera condenado oficialmen-
te en México, como lo fue poco después. Tiene el mérito, es cierto, de ser un
punto de vista desembozadamente conservador; en el fondo, es el alegato
antijuarista de un partidario de Miramón y Zuloaga.
Después de la publicación del tomo V de “México a través de los siglos”
y de los artículos de Alejandro Villaseñor, los escritores liberales no omitie-

a
ron ya, en general, breves referencias al tratado McLane-Ocampo en sus

rrú
obras históricas. Hasta Guillermo Prieto, que fue ministro de hacienda an-
tes y después de que se firmara el tratado, ya en 1901 decía que “felizmente
quedó sin efecto” y que la responsabilidad fue del partido liberal.31 Sin em-
Po
bargo, había en los comentarios una especie de reserva; natural desde el
momento en que prevaleció la explicación de 1861, que fue dada por Ruiz y
Zarco, pero indudablemente aceptada por Juárez. Se giraba en un círculo; el
a

convenio había sido impuesto por las circunstancias, pero los liberales se
eb

habían desecho de él tan pronto como habían podido. Nadie explicaba cómo
se firmó; aunque todo mundo recordaba que no fue el único convenio sus-
u

crito por los liberales contra su voluntad, y ni siquiera el único rechazado


pr

por el senado norteamericano.


El siguiente paso lo dio don Justo Sierra Méndez al iniciarse el siglo, en
las monografías que escribió para “México, su evolución social”.32 Después
1a

de explicar el contrato celebrado por Miramón con el banquero Jecker, por el


cual se recibió menos de un millón de pesos, firmando documentos por
quince, añade Sierra: “El gobierno constitucional celebró otro contrato te-
rrible: el tratado McLane. Los Estados Unidos se disponían a intervenir en
México, y con motivo de la inseguridad de nuestras fronteras, el presidente
Buchanan, en un mensaje, había consultado al congreso la intervención
armada, para ayudar al gobierno constitucional. Con objeto, sin duda, de
impedirla, el gobierno, que había estado hacía tiempo procurando encon-
trar recursos pecuniarios en los Estados Unidos, pero que estaba resuelto a
evitar la intervención, negoció por cuatro millones de pesos, que en efectivo

31  Lecciones de historia patria; p. 585. INAH; doc. 50-P-25-43.


32  La evolución política.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  401

se reducían a dos, un convenio que cedía a la Unión Norteamericana tales


franquicias en Tehuantepec y en una zona de la frontera del norte, que
equivalían al condominio, a la cesión de una parte de la soberanía de la
República sobre el territorio nacional. Que un pacto semejante haya pareci-
do hacedero siquiera a hombres del temple patriótico de Juárez y Ocampo,
es un hecho pasmoso, y nadie vacilaría en calificarlo de crimen político, si
la alucinación producida por la fiebre política en su período álgido no ate-
nuara las responsabilidades”.33
El tratado decía claramente que el dinero que entregaría el gobierno
norteamericano, era una “compensación a las rentas a que renuncia Méxi-
co, permitiendo el transporte de mercancías libre de derechos por el territo-
rio de la República”. Por otro lado, los únicos mensajes de Buchanan al

a
congreso que hacían referencia a México, cuando se negoció el tratado

rrú
McLane, eran el de 7 de enero de 1858, dirigido al senado, y el de 6 de di-
ciembre del mismo año, dirigido a ambas cámaras. El primero lo envió el
presidente Buchanan cuando se aprestaba a reconocer a Zuloaga, y la úni-
Po
ca referencia que hace a nuestro país es en relación con la necesidad de
asegurar la protección del tránsito a través de las rutas de América Central,
que incluían Tehuantepec. El segundo fue pronunciado también antes de
a

reconocer al gobierno de Juárez, y la única referencia que contuvo al gobier-


eb

no de Veracruz es la siguiente: “Si el partido constitucional prevalece y su


autoridad se establece sobre toda la República, existe base para esperar
que estará animado de un espíritu menos inamistoso y hará objeto a los
u

ciudadanos americanos de un trato justiciero en cuanto esté a su alcance.


pr

Si no fuera por esta expectativa, habría recomendado al congreso que con-


cediera al Presidente los poderes necesarios para tomar posesión de una
1a

porción suficiente del agitado y remoto territorio mexicano, conservándola


como garantía hasta que fueran reparados nuestros perjuicios y satisfechas
nuestras justas demandas”.34 Es decir, Buchanan dijo exactamente lo con-
trario que le atribuyó Sierra: nada de intervención militar para ayudar al
gobierno de Veracruz. Veremos más adelante que Bulnes cometió, años
después, una inexactitud semejante con respecto a este pasaje del discurso
de Buchanan.
Pero el golpe estaba dado. A partir de entonces se repiten como hongos
las condenas aplicadas al tratado McLane. La siguiente fue instrumentada,
para toda la orquesta, por Francisco Bulnes en su segundo libro antijuarista,
aparecido en 1905. Aún hoy día puede leerse con provecho las 75 páginas

33  Idem; p. 339.


34  Messages and papers of the Presidente; vol. V, pp. 466 a 469 y 511 a 538.
402  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

que Bulnes dedicó al tratado McLane en esa obra; constituyen una amplia
recopilación de documentos que habría sido definitiva de no estar viciada
por el propósito de utilizarla, a como diera lugar, para empequeñecer la fi-
gura de Juárez. Ocampo resulta casi ajeno al tratado, cuya responsabilidad
se atribuye al Presidente por completo. A este respecto, Bulnes omite deli-
beradamente el hecho, bien conocido desde 1861, de haber sido Juárez
quien liquidó el tratado al negarse a ampliar el plazo para su ratificación,
cuando Buchanan se proponía insistir ante el congreso que no había dicho
aún la última palabra. Como Sierra lo señaló poco después, el Presidente
nunca ratificó el tratado; simplemente dio poderes a Mata para hacerlo en
su nombre, el 15 de mayo de 1860, cuando el tratado estaba más muerto
que vivo y eso lo reconocían hasta los propios conservadores.35 Con justa

a
razón señala Sierra: “el hecho sobre la ratificación, sobre el cual no podía

rrú
haber ni aproximaciones ni distingos, tenía que ser un acto claro, expreso,
formal y calzado con la firma del presidente de la República; ni existe, ni ha
existido jamás semejante documento”. Además, Bulnes omitió, en el texto
Po
del segundo mensaje de Buchanan al congreso, las palabras “si no fuera
por esa expectativa” (“But for this expectation”) que cambian completa-
mente el párrafo que transcribe.36 Buchanan explicó al congreso que no
a

pedía la autorización para intervenir en México; de ningún modo puede


eb

decirse que la estaba solicitando. Cuando más adelante recomienda al con-


greso establecer puestos militares en Chihuahua y Sonora, establece que
u

tal medida sólo tendría que ver con los gobiernos locales y la población
fronteriza.37
pr

“En muy pocas palabras —dice Bulnes— voy a presentar las atrocida-
des pactadas en el tratado McLane-Ocampo”. Y las enumera como sigue:38
1a

a) Tres servidumbres de paso a perpetuidad, que hacían descender a


México del rango de nación soberana al de nación semisoberana.
b) La facultad concedida a Estados Unidos para invadirnos cada vez
que con o sin fundamento manifestacen creer que sus súbditos o sus inte-
reses estaban en peligro.
c) El compromiso de establecer dos puertos de depósito, uno al este y
otro al oeste del Istmo.

35  Véase los informes del agente conservador Barandiarán, de fechas 10-II-1860 y 10-

V-1860, en: Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 33. 43 y 69.


36  Juárez y las revoluciones de Ayutla y de reforma; p. 424. Compárese con el texto en:

Messages and papers of the Presidents; vol. V, p. 514.


37  Idem; p. 514.
38  Juárez y las revoluciones de Ayutla y de reforma; pp. 468 a 478.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  403

d) La autorización de pasar mercancías por el Istmo sin pagar derechos,


cuando no estuvieran destinadas al consumo interior.
e) La aplicación, a los tránsitos entre el golfo de California y la frontera
norte, de las estipulaciones y reglamentos aplicables a Tehuantepec.
f) El cobro de 50% de las cuotas ordinarias a las tropas, efectos milita-
res y pertrechos que pasaran por los tránsitos.
g) La lista de mercancías que podrían entrar, libres de derechos, a am-
bas Repúblicas.
h) La obligación de recurrir cada gobierno al otro cuando no pudiera
garantizar la seguridad de los ciudadanos del segundo, o no pudiese hacer
cumplir los tratados vigentes entre los dos, para que le ayudase a ejecutar
lo pactado y a conservar el orden y la seguridad, pagando los gastos que se

a
derivaran de su solicitud de ayuda.

rrú
Examinaremos nosotros, brevemente, hasta qué punto pueden aceptar-
se, a la luz de la información completa de que hoy se dispone, los argumen-
Po
tos del distinguido y vitriólico polemista de principios del siglo actual.
En relación con las llamadas servidumbres de tránsito, debe señalarse
que en el informe anual de 1858 al congreso, del presidente Buchanan, que
Bulnes citó ampliamente, hay un párrafo en el que dice: “Con respecto a la
a

ruta de Tehuantepec, que fue abierta recientemente bajo los más favorables
eb

auspicios, nuestro tratado con México de 30 de diciembre de 1853 asegura


a los ciudadanos de los Estados Unidos el derecho de tránsito a través suyo,
u

para sus personas y mercancías, y estipula que ninguno de esos gobiernos


pr

interpondrá ningún obstáculo para ello”.39 En otra parte hemos visto ya


que una pretensión semejante presentó McLane ante el gobierno de Vera-
cruz, por lo que se refería a los tránsitos entre el golfo de California y la
1a

frontera norte. Puede tenerse, desde luego, la opinión que se quiera sobre
esta cuestión, desde el punto de vista del derecho internacional; lo impor-
tante es recordar que el gobierno norteamericano interpretaba así los trata-
dos anteriores y, por lo tanto, no consideraba que los tránsitos fueran
nuevas concesiones cedidas por el tratado McLane. No puede olvidarse que,
como decía el general Obregón, el derecho internacional es el menos dere-
cho de todos los derechos.
La experiencia enseña que todos los convenios pueden ser mal interpre-
tados o mal usados, en cierta medida; pero no parece muy razonable, como
ya indicamos, sostener que un país decidido a invadir a otro, por razones
totalmente ajenas a los tratados existentes entre ellos, pudiera recurrir a

39  Messages and papers of the Presidents; vol. V, p. 517.


404  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

simular una situación falsa de emergencia, para utilizar la autorización de


un convenio que, precisamente, le enfrentaba a la obligación de retirar sus
fuerzas cuando el otro país se lo solicitara. En efecto, la parte final del pri-
mer párrafo del artículo 5o. —que, por cierto, Bulnes omite citar cuando
discute este artículo— dice a la letra: “El gobierno de los Estados Unidos….
podrá emplear tal fuerza con éste y no con otro objeto; y cuando, en la opi-
nión del gobierno de México, cese la necesidad, inmediatamente se retirará
dicha fuerza”.40 Si los Estados Unidos hubieran invadido a México, apoyán-
dose en el tratado McLane, este convenio, en lugar de facilitarles su opro-
biosa empresa, habría sido un arma de nuestro país para hacerlos salir.
¿Qué cosa era más difícil?, debió haberse preguntado Bulnes, ¿cons-
truir la vía de tránsito a través del Istmo, o habilitar los dos puertos en sus

a
extremos? El distinguido escritor no supo, o no lo dijo sabiéndolo, que

rrú
la construcción de los puertos formaba parte de la concesión otorgada a la
“Louisiana de Tehuantepec”.41 Por lo demás, Ocampo evitó contraer un
compromiso a plazo fijo y subordinó la construcción de los puertos, que era
Po
lo razonable, al primer uso bona fide de la vía de tránsito. Cuando, final-
mente, se construyó el ferrocarril y se hicieron los puertos, los hechos le
dieron la razón.
a

El segundo mensaje anual de Buchanan, en el párrafo que menciona-


eb

mos más arriba, continúa diciendo: (el tratado con México de 30 de diciem-
bre de 1853) “concede también el derecho de transportar a través del Istmo,
u

en valijas cerradas, la correspondencia de los Estados Unidos no destinada


a ser distribuida a lo largo del tránsito; y también, libres de derechos adua-
pr

nales o cualquier otro cargo del gobierno mexicano, los efectos del gobierno
de Estados Unidos y de sus ciudadanos, que no estén destinados a distri-
1a

buirse en el Istmo, sino únicamente lo crucen”. Puede verse, pues, que fue
totalmente injusto el cargo, levantado por Bulnes, de que el tratado McLa-
ne-Ocampo habría costado centenares de millones de pesos al gobierno
mexicano; en esos centenares de millones el cáustico escritor incluyó dere-
chos y cargos que el gobierno mexicano no podía cobrar, como resultado
del vergonzoso tratado de La Mesilla.42
Ya hemos explicado, por otra parte, que en un sentido estricto, el conve-
nio Alamán de 1831 correspondía a una situación histórica superada en
1859, que por lo tanto no era honesto ni legítimo interpretarlo como lo ha-
cía el gobierno norteamericano en este último año. El gobierno de Veracruz,

40  Manning; vol. IX, p. 1138.


41  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 382 y 383.
42  Véase la referencia (39).
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  405

sin embargo, se enfrentó al hecho de que el secretario Cass y el presidente


Buchanan, así lo interpretaban. No está de más recordar que en el tratado
McLane se redujo a dos tránsitos —y en uno de ellos no se admitió el paso
de tropas y pertrechos de guerra—, un derecho que el poderoso vecino se
arrogaba a todo lo largo de la frontera norte, en virtud del imprudente con-
venio de 1831.
Es cierto que el tratado McLane-Ocampo estableció tarifas especiales,
rebajadas en 50%, aplicables a las tropas y materiales de guerra que cruza-
ran los dos tránsitos autorizados para ello; pero, igualmente cierto es que
se conservó, a pesar de la insistencia del gobierno norteamericano, la liber-
tad de establecer esas tarifas a modo de que dejaran, globalmente conside-
radas, ingresos importantes al gobierno mexicano. Como ya se explicó, los

a
negociadores yanquis deseaban que las utilidades de la empresa —en la

rrú
que participaba México— no excedieran en ningún caso del 15% de los
ingresos por cuotas aplicadas al tránsito.43
En tanto no se precisa en qué época se sitúa una imaginaria aplicación
Po
del tratado McLane, no es posible saber si habría resultado conveniente o
perjudicial para las finanzas del estado mexicano. Bulnes hace cuentas ale-
gres sobre los impuestos que perdería el propio gobierno de Juárez por las
a

importaciones de telas de algodón; pero omite decir que el 85% de esos in-
eb

gresos estaban intervenidos para el pago de la deuda exterior, de suerte


que puede asegurarse la evidente conveniencia del convenio, como medio
u

para obtener de inmediato fondos destinados a poner fin a la guerra civil.


Es cierto que, en épocas posteriores, el tratado habría sido perjudicial
pr

para la industria nacional, como en general lo hubiera sido una política


librecambista sin restricciones. Pero tampoco debe seguirse a Bulnes para
1a

olvidar que la duración de esta cláusula del tratado —en parte por las obje-
ciones de los países europeos— se había convenido, antes de su conside-
ración final por el senado, que no excedería de diez años. Si se discute un
tratado que nunca operó, en cuanto a sus posibles efectos; no se ve por qué
no tomar en consideración los cambios que estaban acordados ya en el cur-
so del proceso de ratificación.44
La convención anexa al tratado McLane fue separada del resto del con-
venio, entre otras razones, porque estaba destinada a tener validez sola-
mente en tanto durara la guerra de tres años. Es verdad que la paz no llegó
a conseguirse en 1861; pero esto fue consecuencia del convenio de Londres

43  Manning; vol. IX, pp. 271 y 272.


44  Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 52 a 63.
406  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

y la aparición consiguiente de las fuerzas españolas frente a Veracruz. No


es honesto, por lo tanto, considerar los efectos que la convención habría
tenido, sino en los únicos dos supuestos que podían tomar en cuenta los
liberales en 1860: la pacificación nacional en el plazo de uno o dos años, o
la intervención militar de las potencias europeas. En el primer caso, la con-
vención habría extinguido sus efectos, probablemente sin ser aplicada; en
el segundo —y, aparte de las consideraciones económicas, esta fue la prin-
cipal causa de su rechazo por el senado en el primer período de sesiones de
1860— habría sido un poderoso auxiliar de la política exterior del gobierno
de Juárez, para detener la ocupación del territorio nacional, quizá en las
condiciones existentes al firmarse los convenios de La Soledad, o en una
situación parecida. Esto es lo que Bulnes deforma maliciosamente cuando

a
afirma que en la convención anexa al tratado (los Estados Unidos) se com-

rrú
prometían a restablecer a Juárez en la ciudad de México como presidente”.45
¿Dónde está el compromiso? No en el texto del artículo 1o. adicional, por-
que ahí no se lee. Está en las suposiciones del señor Bulnes de que Juárez
Po
llamaría a las tropas yanquis para ese fin, cuando llevaba meses de oponer-
se a la participación de extranjeros en la guerra civil y empezaba a vislum-
brarse que la ganaría sin su ayuda. Es un mal uso del tratado —y un mal
a

uso hijo de su imaginación— lo que objeta Bulnes, no el texto mismo de la


eb

convención.
La condena de la época porfirista contra el tratado McLane remató en la
u

obra de Sierra sobre Juárez, aparecida en 1906 y escrita con la colaboración


de don Carlos Pereyra. De acuerdo con investigaciones recientes, como es
pr

sabido, la mayor parte de este trabajo fue debida a la pluma del señor Sie-
rra; en realidad, de todas las referencias que en él se hacen al tratado McLa-
1a

ne, casi la única que puede atribuirse a Pereyra, por cierto, es una alusión
ambigua a la campaña conservadora sobre “las ventas de territorio”, que
no compagina con el análisis del convenio que Sierra hace en el resto de la
obra.46 Este análisis se inicia con lo que llama su autor “una declaración
previa”: “el tratado o pseudo tratado McLane-Ocampo, no es defendible;
todos cuantos lo han refutado, lo han refutado bien; casi siempre han teni-
do razón y formidablemente contra él. Estudiándolo hace la impresión de
un pacto, no entre dos potencias iguales, sino entre una potencia dominan-
te y otra sirviente; es la constitución de una servidumbre interminable”.47
Debe observarse un hecho curioso; en ningún momento, en más de 20

45  Juárez y las revoluciones de Ayutla y de reforma; p. 477.


46  Sierra; pp. 432 y 464.
47  Idem; p. 193.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  407

páginas donde don Justo se ocupa del tratado McLane, hace referencia al-
guna al hecho evidente de que las servidumbres que menciona habían sido
constituidas en los tratados de 1831 y de 1853 entre México y los Estados
Unidos, o por lo menos, de que así lo sostenían los dirigentes de este último
país. Esta omisión de Sierra es doblemente grave, porque toda su argumen-
tación sobre el tratado McLane se viene a reducir, como veremos, a soste-
ner que les fue impuesto a Juárez y Ocampo por las circunstancias aciagas
que atravesaba México. Y, si se vieron obligados los liberales, por esa de-
rrota de Degollado en la Estancia de las Vacas, a hacer un tratado en el cual
se cedían a los norteamericanos cosas de importancia, ¿no era mejor ceder-
les lo que ya era de ellos? ¿Por qué dejar creer al lector —incluso cuando
Sierra habla específicamente de ese convenio— que el tratado de La Mesilla

a
no contenía nada perjudicial para el país, en este aspecto? Otro punto oscu-

rrú
ro está en el hecho de que Sierra diga que el informe de Buchanan fue pro-
nunciado el 15 de diciembre de 1859, con lo cual el lector queda en la
impresión de que corresponde a su actitud antes de contar con el tratado;
Po
cuando la verdad es que fue dicho el 19, y habiendo salido La Reintrie con
el texto el día 14 de Veracruz, en ese momento Buchanan sabía que el go-
bierno de Veracruz había firmado.48
a

En forma muy resumida y breve, puede decirse que don Justo considera-
eb

ba que el gobierno de Veracruz estaba autorizado, por la situación de he-


cho, para celebrar el tratado; pero consideraba también que no era correcto
u

que lo ratificara y que habría tenido que hacerlo el congreso, una vez reu-
nido. Por lo tanto, no era un tratado, era un compromiso de Juárez, era un
pr

acto de audacia destinado a impedir a un tiempo, la intervención yanqui y


la europea. Lo que le parece menos grave son las concesiones económicas;
1a

lo que considera menos aceptable son los derechos de tránsito y el pacto de


reciprocidad de auxilios. Con respecto a esto último, sin embargo, omite
decir que estaba relacionado directamente con la situación creada por la
guerra civil; pero sí señala que “las condiciones en que los Estados Unidos
podían poner en actividad su alianza”, dependían de la iniciativa de nues-
tro gobierno. Resume su juicio sobre el convenio en esta forma: “Quienes
tal cosa pactaban no nos obligaban legalmente a nada, pero preparaban un
formidable conflicto para el porvenir. Cierto; mas primero era ser; o el ani-
quilamiento del corazón de la resistencia constitucionalista, y probable-
mente la protección europea y la monarquía, o la preparación de una
gravísima situación en nuestras relaciones con los Estados Unidos. Juárez

48  Messages and papers of the Presidents; vol. V, p. 552.


408  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

y sus ministros optaron resueltamente por esto…”,49 Aunque don Justo de-
clara, en forma muy retórica, que fue un honor para los ministros de Juárez
compartir con él la responsabilidad del tratado, insinúa que Ocampo fir-
mó en el documento su sentencia de muerte. Sin embargo, su conclusión
final es: “Juárez y los reformistas lograron que la intervención americana,
momentáneamente efectiva, no llegara a organizarse nunca en México; los
reaccionarios lograron organizar con propósitos permanentes la interven-
ción europea”.50
Después de los ataques lanzados a principios de siglo en contra del pac-
to McLane-Ocampo, pasaron varias décadas sin que se aportaran elemen-
tos nuevos a la discusión. El documento que publicó en 1922 don Alberto
María Carreño, copiado de los archivos de la secretaría de relaciones, co-

a
rresponde a un supuesto protocolo resultado de las pláticas entre el envia-

rrú
do especial Churchwell, el ministro de relaciones Ocampo y el de hacienda
Lerdo de Tejada. Este documento, sin duda, está relacionado con la infor-
mación presentada al presidente Buchanan sobre la situación y la actitud
Po
del gobierno de Juárez, o sea, con el objeto específico de la misión del
agente especial. Pero es evidente que —aunque no sepamos cómo— fue
desechado ese documento de trabajo, pues McLane tuvo que redactar un
a

memorándum, resumen de la información dada a Buchanan, que lo susti-


eb

tuyó.51 Por lo demás, corresponde a una etapa muy inicial de las negocia-
ciones, en la cual el gobierno de Veracruz había aceptado incluir, entre los
u

temas de la agenda para las próximas pláticas, la cesión de Baja California


que le había sido solicitada por Buchanan, como ya había ocurrido al go-
pr

bierno de Comonfort y al de Zuloaga.


La situación siguió más o menos estacionada hasta que, hacia 1930,
1a

el gobierno norteamericano comisionó al doctor W. R. Manning para reco-


lectar y seleccionar la correspondencia diplomática del departamento de
estado durante el período 1831-1860, cuyo volumen IX se refiere a México
(1848-1860) y apareció en 1937. Con apoyo en la documentación publica-
da por el doctor Manning analizamos, en páginas anteriores, el desarrollo
de las negociaciones que condujeron al tratado McLane, a lo largo de las
cuales Ocampo y Fuente defendieron, hasta donde era posible en vista de
las circunstancias adversas, los intereses de México. Esta documentación
fue utilizada en 1951 por el señor Carreño, y en 1954 por el licenciado Ge-
naro Fernández MacGregor para hacer nuevos cargos al gobierno constitu-

49  Sierra; p. 562.


50  Idem; p. 207.
51  Manning; tomo IX, pp. 1039 a 1041.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  409

cionalista y a la diplomacia de Juárez y Ocampo. Resulta curioso comprobar


que estos autores omitieron señalar el hecho más importante que resalta de
la lectura de la documentación citada. Aunque el gobierno conservador
hizo pública, con motivo de la firma del pacto con McLane, la petición he-
cha por Forsyth a Cuevas en 1858 sobre cesión de la Baja California, no fue
sino hasta la aparición de la obra del doctor Manning que se conoció al de-
talle la presión ejercida por Cass, a través del ministro McLane, para obte-
ner esa cesión del gobierno de Veracruz en 1859. Los autores mencionados
no hacen referencia al proyecto de tratado de Forsyth —que incluía en pri-
mer término esa cesión— y fue presentado por McLane como base inicial de
las negociaciones; de este modo, ocultan al lector que el primer paso del
gobierno de Veracruz fue hacer a un lado en su contraproyecto la preten-

a
sión norteamericana, que quería presentarse como un hecho consumado.

rrú
Es sabido que el propio ministro McLane reconoce esto, con toda franque-
za, en su libro de “Memorias” publicado privadamente años después.52
Otros hechos importantes, que resultan de la documentación mencionada,
Po
tampoco fueron tenidos en cuenta por estos autores. Son los siguientes:
a) La declaración de que los Estados Unidos contaban con el derecho de
tránsito, sin límite de tiempo, a partir de 1853.53
a

b) La afirmación del departamento de estado de que el tratado de Amis-


eb

tad de 1831, les daba los derechos de tránsito desde la frontera con México
hacia el sur.54
u

c) La aceptación del paso de tropas por el Istmo, en el tratado de La


Mesilla.55
pr

d) La reglamentación del auxilio; que estaba prevista en el tratado


McLane, y abarcaba el género, carácter y procedimiento de la intervención
1a

que sería autorizada.56


e) El derecho del gobierno mexicano de pedir en cualquier momento el
retiro de las tropas extranjeras, haciéndose cargo de la seguridad en los
tránsitos, que, por lo demás, ya había sido señalado por otros escritores.57
f) La desautorización del convenio de protección a las caravanas, por
parte del departamento de estado, con la opinión del de guerra.58

52  Memorias; pp. 272 a 276.


53  Manning; vol. IX, p. 1090.
54  Idem; p. 1056.
55  Idem; pp. 223 y siguientes.
56  Idem; p. 1141.
57  Idem; p. 1138.
58  Idem; pp. 268 y 269.
410  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Por otra parte, estos autores omiten también la información, conocida


desde 1861, en el sentido de que Juárez se negó a ampliar el plazo de ratifi-
cación del tratado, plazo que vencía en diciembre de 1860, cuando era soli-
citado de nuevo por el gobierno de los Estados Unidos. El segundo de ellos,
aparte de cometer errores geográficos secundarios, confunde varias veces
las funciones que Ruiz, Ocampo y Lerdo ocuparon en el gobierno de Juárez,
en distintas épocas. En la actualidad, la información correspondiente a las
negociaciones del tratado está al alcance de todo mundo, en publicaciones
oficiales traducidas al español, con lo cual menos aún se justifica este tipo
de omisiones en los estudiosos de la cuestión.59
Podemos advertir, por lo tanto, una cadena de omisiones básicas en
cuanto a la presentación pública de los orígenes y el contenido del tratado

a
celebrado en 1859 entre Ocampo y McLane. La cadena se inició inmediata-

rrú
mente después de muerto don Melchor, cuando el gobierno liberal abando-
nó la defensa del convenio, lo presentó como una necesidad impuesta por
las circunstancias, no publicó ni explicó totalmente su contenido ni sus
Po
antecedentes, y subrayó públicamente que había repudiado el tratado en
cuanto lo permitieron los azares de la guerra civil. Los contados y poco co-
nocidos intentos, realizados en 1860 en la prensa liberal, de justificar el
a

acuerdo dentro de las circunstancias en que se firmó, quedaron olvidados y


eb

no volvieron a ser mencionados ni siquiera por los historiadores liberales.


Bajo el porfirismo, los intereses del régimen se oponían a una clarificación
u

honesta y completa de lo sucedido; se aceptó la canonización civil de Ocam-


po, diciendo que se había sacrificado para ayudar al gobierno de Veracruz.
pr

Cuando se mencionaba el texto incompleto del tratado, las referencias que


en él se hacen al convenio de 1853, eran pasadas por alto, en calidad de
1a

simples antecedentes. Al ser conocidos los documentos relativos a las ne-


gociaciones efectuadas en Veracruz en 1859, la enormidad de las pretensio-
nes norteamericanas se presentó como la enormidad de las concesiones
liberales. Aunque ya se había dicho, desde 1860, que el gobierno de Vera-
cruz no sólo no aceptó las demandas —cabe decir exigencias— de ceder te-
rritorio nacional, sino que sólo amplió en medida limitada las concesiones
hechas en 1831 y 1853, estos hechos pasaron desapercibidos.
Los historiadores reaccionarios han sacado un gran partido de esta con-
fusión, desde que el tratado empezó a ser discutido. Pero es una realidad,
que nadie puede negar, que el presidente Buchanan, el secretario de estado
Cass y, desde luego, el ministro McLane interpretaban aquellos tratados

59  Juárez, correspondencia; tomos II, III y IV.


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  411

como antecedentes directos del convenio celebrado en Veracruz. ¿Por qué,


entonces, nunca se discutieron las relaciones entre ellos para clarificar lo
que momentáneamente obtuvieron los negociadores yanquis en el proyecto
de 1859? No es posible comprender el desarrollo de un incidente diplomáti-
co importante, si se somete a tales deformaciones. Todavía hoy, con toda la
documentación en las bibliotecas, el público no comprende que fue Juárez y
no el senado yanqui, quien dio fin a las negociaciones en noviembre de
1860, con la aceptación implícita de Ocampo, nuevamente ministro de rela-
ciones. Pudiera argüirse que cuando esto ocurrió, las posibilidades de que
fuera aprobado por el senado norteamericano eran casi nulas; pero, en tal
caso, lo eran también cuando Juárez dio poderes a Mata para ratificarlo, en
mayo de 1859.

a
No tiene objeto discutir los ataques de los historiadores reaccionarios

rrú
contra Juárez y Ocampo, en la medida en que están basados en atribuir al
gobierno constitucional los siguientes propósitos, que no pueden demos-
trarse y contradicen la evidencia histórica:
Po
a) Usar el tratado McLane para traer tropas yanquis que les ayudaran
en la guerra civil.
b) Usar el tratado McLane para traer voluntarios extranjeros con el mis-
a

mo fin.
eb

c) Permitir el paso de tropas y elementos militares norteamericanos en


tiempo de guerra, a través del territorio nacional.
u

d) Llamar tropas extranjeras con fines de intervención en los asuntos


internos de México, o permitirles permanecer en él con tales fines.
pr

Los Estados Unidos podían usar indebidamente el tratado; México po-


día cometer errores al aplicarlo; pero ambas cosas originarían responsabili-
1a

dades nuevas y ajenas a la convención en sí misma. No debe olvidarse que


el tránsito se concedía no sólo a los individuos yanquis y sus propiedades,
sino también a los extranjeros de cualquier nacionalidad y a las suyas.
Tampoco debe perderse de vista que el Istmo quedaba neutralizado, en una
forma semejante a como está neutralizado el canal de Suez por las Nacio-
nes Unidas.
Un punto de vista reciente sobre el tratado McLane, expresado por el his-
toriador José Fuentes Mares, se resume en el siguiente párrafo global:
El Presidente de los Estados Unidos renunció finalmente a todo género de ce-
siones territoriales, …pero obtuvo en cambio no sólo los derechos de tránsito
a perpetuidad en el Istmo…sino además los de Nogales a Guaymas…y los
de un punto sobre el río Grande al puerto de Mazatlán…Igualmente logró que
se consignara la facultad discrecional de los Estados Unidos para proteger
412  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

militarmente las vías ístmicas, en casos de emergencia, contando o sin contar


con el consentimiento previo del gobierno de México. Pero también Juárez se
salió en parte con la suya, pues si por un lado no cedía la Baja California ni te-
rritorio alguno, por el otro enredaba a los Estados Unidos en la obligación de
mantener el orden y la seguridad en el territorio mexicano…La convención
fincaba el protectorado perpetuo de los Estados Unidos sobre México.60
A este respecto, comenta el escritor citado:
“Si la convención y el tratado no hubieran sido rechazados por el se-
nado americano, Juárez sería hoy la figura más negra de la historia de
México”.61
Sobre otros aspectos del convenio, se expresa de este modo:
El contenido de los artículos 3o 4o. y 8o. del tratado, que se refiere exclusiva-

a
mente a materias de comercio, y que pudiendo haber sido mejores o peores

rrú
desde el punto de vista económico, como dice Sierra, no envuelven favor o pri-
vilegio, ni merman en rigor la soberanía, ni constituyen una intervención, ni
son en puridad, anticonstitucionales. Otro tanto cabría decir del artículo 9o.,
Po
sólo una extensión de los artículos 14o. y 15o. del tratado del 5 de abril de
1831…Todos ellos son artículos normales en un tratado de comercio y amis-
tad, por más que un estudio a fondo de sus estipulaciones podría llevarnos a
a

suscribir la opinión de Esquivel Obregón en el sentido de que, en los tratados


eb

de comercio y amistad celebrados entre ambos países, México recibía la amis-


tad, toda la amistad, y dejaba el comercio a los Estados Unidos.62
u

En cuanto al artículo 2o., declara que “establece el condominio de am-


pr

bas Repúblicas sobre las vías de tránsito existentes, o que llegaren a existir
entre uno y otro mares por Tehuantepec”. Pero después agrega: “El artículo
5o., que primero resulta compatible, y aún aminora los efectos del 2o., fi-
1a

nalmente resuelve el condominio en el beneficio exclusivo de una de las


partes, o sea que establece el dominio de los Estados Unidos”.63
Dos conceptos resultan pues, las claves de esta interpretación histórica:
protectorado de un país sobre el otro, y dominio de Estados Unidos sobre
las vías de tránsito. Sin embargo, como la convención que “fincaba el pro-
tectorado” estaba sujeta a una reglamentación, como se sabe, parece que
este historiador apresuró un poco su juicio. Y por otro lado, ¿cómo está eso
del dominio por un país sobre las vías de tránsito, a través de otro país que
retiene la soberanía sobre ellas? Si hay soberanía de México, no hay con-

60  Juárez y los Estados Unidos; p. 144.


61  Idem; p. 144.
62  Idem; p. 146.
63  Idem; p. 148.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  413

dominio con Estados Unidos, ha dicho con toda razón una opinión autori-
zada.64 O, en las palabras del propio Ocampo, los tránsitos cedidos no
sujetarían a nuestro país “en aquellas cosas que contribuyesen inmedia-
tamente a su conservación y perfección”.65
Por lo demás este punto de vista comparte el olvido de que el tránsito
por el Istmo sin límite de tiempo no era concedido en el tratado McLane,
pues el tratado de La Mesilla estaba en vigor; y tan lo estaba que su artícu-
lo VIII siguió siendo reconocido por ambos gobiernos hasta 1937. Otro tan-
to puede decirse de los tránsitos por rutas comerciales desde la frontera
norte. Y también de la obligación de Estados Unidos de retirar sus tropas a
pedimento del gobierno mexicano; además, todavía en 1897 Villaseñor se-
ñalaba que el artículo 1o. de la Convención estaba destinado a aplicarse en

a
la frontera, lo corrobora la prensa liberal de la época, que además lo hace

rrú
depender, cual es la interpretación correcta, del estado de guerra civil exis-
tente en México.
Quizá una comparación con hechos recientes bien conocidos, ayude a
Po
ilustrar la diferencia entre lo que se quiere hacer creer sobre el tratado
McLane y lo que fue realmente esta imperfecta convención. Como se sabe,
el canal construido en Panamá por los Estados Unidos está situado en el
a

centro de una zona cedida a este país, donde existen varias bases militares
eb

y centros de entrenamiento establecidos por las fuerzas norteamericanas;


el cual es operado por una compañía yanqui que, prácticamente, no ha pa-
u

gado nada al gobierno panameño; en la zona del canal existe una poderosa
concentración de recursos financieros fundamentalmente norteamerica-
pr

nos, un gran número de ciudadanos yanquis trabajan ahí como podrían


hacerlo en su país, bajo tribunales y autoridades fiscales y administrativas
1a

del mismo. Desaparézcase la zona del canal; elimínense las autoridades


yanquis de todas clases; quítese la compañía del canal; ciérrense los ban-
cos y financieras yanquis; hágase ir a las fuerzas norteamericanas que ahí
residen; instálese una compañía panameña para operar el canal; ocúpese la
zona bajo la soberanía de Panamá, con autoridades y fuerzas militares de
este país; cóbrense las cuotas necesarias para que la nación donde está la
vía de tránsito obtenga un provecho razonable; y déjese pasar a todo barco,
yanqui o no yanqui, aún con tropas, que lo solicite. Hágase todo esto y se
tendrá una idea de lo que el gobierno liberal de Veracruz admitió, por un
momento, para el istmo de Tehuantepec. A nadie debe extrañar que los

64  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 738.


65  Obras; tomo II, p. 340.
414  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Estados Unidos rechazaran el “dominio” de la zona, que se les ofrecía en


esta forma y con estas limitaciones.
Conviene que ahora volvamos al análisis de las negociaciones de 1859
y veamos qué fue, en definitiva, lo que aconteció durante la última etapa de
las mismas; es decir, lo ocurrido después de que Ocampo sustituyó a Fuen-
te, el 1o. de diciembre de ese año.

El acto final

Vimos ya, en otra parte, lo que contenía de nuevo el tratado firmado por
McLane y Ocampo el 14 de diciembre, comparado con el texto propuesto
por el gobierno de Veracruz y defendido, después de la separación de don

a
Melchor de la secretaría de relaciones, por el siguiente ministro, Juan Anto-

rrú
nio de la Fuente.
Ante todo, vale la pena hacer notar que aún libros y publicaciones muy
recientes, mutilan por diversas razones el texto de esta convención diplo-
Po
mática. Desde que “México a través de los siglos” publicó un texto incom-
pleto en 1889, desgraciadamente se ha vuelto costumbre incluir el tratado
McLane en publicaciones, por otro lado serias, quitando los considerandos,
a

fusionando el tratado con la convención anexa, eliminando la lista de mer-


eb

cancías anexa al artículo VIII, o con otras alteraciones semejantes. Casi to-
dos los autores que han escrito sobre este incidente de nuestras relaciones
u

diplomáticas con los Estados Unidos, han incurrido en estas omisiones. Es


pr

de lamentar que la afirmación anterior deba hacerse extensiva a José Ma.


Vigil.66 Justo Sierra67 y Francisco Bulnes.68 En época reciente (1959), Agus-
tín Cue Cánovas, quien lo copió del original, omite en su meritorio trabajo,69
1a

que por lo demás inició la consideración científica del asunto, transcribir el


preámbulo que subraya la dependencia del documento respecto a los trata-
dos de 1831 y 1853. Este preámbulo ha sido publicado en otras obras, pero
estimamos conveniente iniciar nuestro examen transcribiéndolo:
Considerando, que las ratificaciones de un Tratado de Amistad, Comercio y
Navegación fueron canjeadas entre los Estados Unidos Mejicanos y los Esta-
dos Unidos de América á los cinco días de Abril, del año de mil ochocientos
treinta y uno, y por cuanto que las ratificaciones de un Tratado para la altera-
ción de los linderos y los reglamentos de un tránsito o derecho de vía al través

66  México a través de los siglos; tomo V, pp. 419 a 422.


67  La evolución política; p. 339. Sierra; pp. 193 a 203, 562 y 563.
68  Juárez y las revoluciones de Ayutla y de reforma; pp. 641 a 648.
69  Cue Cánovas; pp. 163 a 169.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  415

del Istmo de Tehuantepec fueron canjeadas entre las mismas dos Repúblicas, á
los treinta días de Junio del año de mil ochocientos cincuenta y cuatro; y por
cuanto se juzga conveniente amplificar y extender algunas de las estipulacio-
nes de los antedichos Tratados, y de esta manera volver más sólida e inviola-
ble la verdadera y sincera amistad que ahora existe entre Méjico y los Estados
Unidos.
Por lo tanto, las estipulaciones siguientes han sido convenidas por medio de
un Tratado de Tránsitos y Comercio:70
A continuación se explica que los respectivos países dieron plenos po-
deres para celebrar esa convención, a Ocampo y McLane, quienes verifica-
ron e intercambiaron esos poderes.
Este preámbulo indica, sin dejar lugar a ninguna duda, que las estipu-

a
laciones del tratado de tránsito y comercio deben interpretarse como am-
pliaciones y extensiones de los dos convenios anteriores citados. Esto es

rrú
justamente lo contrario de lo que se ha venido haciendo durante un siglo,
especialmente por los escritores reaccionarios, pero también, en parte, por
Po
los propios escritores liberales. El lector recordará que, a lo largo de las ne-
gociaciones, Ocampo siguió el camino de reconocer a los Estados Unidos lo
que ambos tratados ya les habían concedido, y negociar, a partir de ahí, las
a

ampliaciones y extensiones que solicitaban —puede decirse, sin exagerar,


eb

que exigían— los Estados Unidos.


El segundo paso de Ocampo, según vimos detalladamente en otra parte,
consistió en proponer un tratado de alianza ofensiva y defensiva, que in-
u

corporaba los tránsitos con carácter de excepciones, y volvía casi innecesa-


pr

rio el tratado sobre ellos que proponía McLane.71 Estaba incluida, asimismo,
una breve reglamentación —prevista por el tratado de La Mesilla— sobre el
1a

tránsito de tropas a través del Istmo. En esta reglamentación tuvo cuidado


Ocampo de incluir la declaración expresa de que México se reservaba “ilesa
la soberanía sobre el Istmo como en todo su territorio reconocido por los
anteriores tratados”.
La tercera etapa de las negociaciones, como se recordará, desde el pun-
to de vista del gobierno de Veracruz consistió en la presentación de un nue-
vo texto, en el cual se renunciaba al tratado de alianza ofensiva y defensiva,
y se aceptaban algunas de las exigencias norteamericanas.72 Una vez en
servicio la ruta a través del Istmo se abrirían dos puertos, uno en el Golfo y

70  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 769 y 770. Se ha conservado la ortografía del

original.
71  Idem; pp. 617 a 629.
72  Idem; pp. 655 a 657.
416  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

otro en el Pacífico, con las instalaciones necesarias para el tránsito de mer-


cancías. La reglamentación del paso de tropas y de la protección de los
tránsitos —que formaban parte del proyecto de tratado de alianza— se in-
corporaban como sendos artículos en el nuevo texto. Además, se cedían
derechos de tránsito por los dos caminos que habían sido objeto ya de un
convenio temporal en abril de 1859, en condiciones similares a las estable-
cidas en el Istmo, “para sólo los efectos del simple tránsito”. Y finalmente,
se garantizaba el ejercicio de su religión a los norteamericanos residentes
en México, dentro del espíritu de las leyes de reforma.
En esta situación había dejado Ocampo las cosas, cuando renunció al
ministerio de relaciones. Durante las pláticas sostenidas por su sucesor con
McLane, los Estados Unidos insistieron fundamentalmente en lo siguiente:
La entrada de tropas norteamericanas para garantizar la seguridad de

a
los tránsitos, aún sin haberlo solicitado el gobierno de México.73

rrú
Esta pretensión fue rechazada por Juan Antonio de la Fuente, lo cual
provocó una parálisis total de las negociaciones, hasta el regreso de McLa-
Po
ne de un viaje a los Estados Unidos que terminó el 24 de noviembre de
1859.74 Ocampo regresó al ministerio de relaciones el 1o. de diciembre y ese
mismo día recibió plenos poderes para celebrar el tratado con McLane, que
a

fue firmado el 14 del propio mes.75


Examinaremos, uno por uno, los diversos artículos del convenio a que
eb

se llegó, con el ánimo de precisar en detalle lo nuevo que en él obtenían los


Estados Unidos y lo que, simplemente, formaba parte de los compromisos
u

que ya existían entre nuestro país y su vecino del norte. Tal cosa nos permi-
pr

tirá considerar el convenio como lo que fue en verdad: el fruto de la deci-


sión de soportar esos compromisos anteriores, seguida de la imposibilidad
de no hacer concesiones nuevas, que a su vez derivó de la precaria situa-
1a

ción militar y política en que se vieron los liberales en Veracruz, año y me-
dio después de establecido el gobierno constitucional en esa ciudad.
El artículo I dice así:
Como amplificación del Artículo 8o. del Tratado de 30 de Diciembre de 1853, la
República Mejicana cede á los Estados Unidos en perpetuidad, y a sus ciudada-
nos y propiedades el Derecho de vía por el Istmo de Tehuantepec, desde un
Océano hasta el otro, por cualquier camino que exista hoy o existirá en lo de
adelante, gozando de ello ambas Repúblicas y sus ciudadanos.76

73  Manning; vol. IX, p. 1122 (doc. 4403).


74  McLane regresó prácticamente con las mismas instrucciones. Véase: Juárez, corres-
pondencia; tomo III, pp. 720 y 721.
75  Idem; pp. 751 a 825.
76  Idem; p. 771. Se conserva la ortografía del original.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  417

Lo anterior es, efectivamente, una simple extensión, para aplicarse a


cualquier otro camino en el Istmo, de lo concedido en el tratado de La Mesi-
lla respecto a la vía de tránsito cuya construcción autorizó el contrato de 5
de febrero de 1853 del llamado “grupo Sloo”. Se recordará que Comonfort
había reemplazado este contrato por otro, fechado el 7 de septiembre de
1857, concedido a la “Compañía de la Louisiana de Tehuantepec”, contrato
que fue renovado por Juárez y Lerdo de Tejada el 28 de marzo de 1859, en
Veracruz, por considerarlo del mayor interés para la República. El tratado
de 1853 decía que “en ningún tiempo se impondrían cargas por el tránsito de
personas y propiedades”; por lo cual, para fines prácticos el compromiso
resultaba ilimitado en el tiempo. Si bien en 1859 se amplió a otros contra-
tos que el citado en 1853, puede decirse que se trata esencialmente del

a
reconocimiento y aceptación de lo pactado en ese último año, sin duda im-

rrú
prudentemente, por Santa Anna y Diez de Bonilla.
Este último, originario de la ciudad de México, participó en las cuestio-
nes públicas durante varias décadas, como miembro del partido conserva-
Po
dor. Se inició en el servicio diplomático y llegó a ser secretario de hacienda
y de relaciones, en 1835, con el presidente Barragán. Santa Anna lo hizo
ministro de gobernación y después de relaciones; se dice que aconsejó la
a

creación de la orden de Guadalupe, que le fue conferida a él mismo. Trató


eb

con los norteamericanos la venta de La Mesilla y modificó el tratado de


Guadalupe, relevando así al vecino país de la obligación de reprimir las in-
u

vasiones provenientes de su territorio y liberándolo de las reclamaciones ya


existentes en 1854. Después de la muerte de Alamán se convirtió en el per-
pr

sonaje más influyente del gobierno; en agosto de 1855 su casa fue asaltada
por el pueblo de la capital. Miramón volvió a nombrarlo ministro de relacio-
1a

nes; ocupando este puesto protestó por el reconocimiento del gobierno de


Veracruz por los Estados Unidos. Se le acusó por haber permitido el tráfico
de indígenas esclavizados de Yucatán a la isla de Cuba. A pesar de su des-
tacada posición dentro del partido conservador, actuó de hecho como un
instrumento burocrático de Santa Anna y de Miramón, sucesivamente.
El texto del artículo II es como sigue: “Ambas Repúblicas convienen en
proteger todos los caminos que existen hoy o existan en lo de adelante y en
garantizar la neutralidad de los mismos”.77
El tratado de 1853 autorizaba a los Estados Unidos a impartir su protec-
ción, “siempre que fuere apoyado y arreglado al derecho de gentes”, a la vía
de tránsito en el Istmo. La mención al derecho internacional fue sustituida

77  Idem; p. 772. Misma observación.


418  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

por la neutralidad de la vía; pero lo esencial es el reconocimiento de un


compromiso que nuestro país ya tenía con el vecino: o sea, permitirle im-
partir su protección a la vía.
El artículo III dice así:
Simultáneamente con el primer uso bona fide de cualquiera ruta por medio de
dicho Istmo, con motivos del tránsito efectivo del mismo, la República de Méji-
co establecerá dos puertos de depósito, el uno al Este y el otro al Oeste del Ist-
mo. Ningún derecho se recaudará por el Gobierno de Méjico sobre los efectos y
mercancías extrangeras que pasen bona fide por dicho Istmo, y que no sean
destinados para el consumo de la República Mejicana. Ningún gravamen ó de-
rechos de portazgo se impondrá a las personas y propiedades extranjeras, que
pasen por este camino, más de los que se impongan á las personas y propieda-

a
des mejicanas. La República de Méjico continuará permitiendo el franco y libre
tránsito de las balijas de correo de los Estados Unidos, siempre que pasen en

rrú
sacos cerrados y que no sean para repartirse en el camino. Sobre tales balijas
ningunos de los gravámenes impuestos ni de los que en lo sucesivo se impon-
Po
gan se aplicarán en ningún caso.78
Como el tratado de 53 liberaba a las mercancías yanquis que se encon-
traran de paso, de los derechos de aduana y otros impuestos, sólo se cam-
a

bia el límite fijado a las cargas por concepto de tránsito igualándolos a las
eb

que se apliquen a las personas y propiedades mexicanas. El tránsito de las


valijas de correo también estaba autorizado en el tratado de La Mesilla; y la
construcción de otro puerto en el Pacífico, por lo demás bien razonable y
u

lógica, formaba parte del contrato del grupo Sloo, mencionado en ese trata-
pr

do. Por lo tanto, es inescapable la conclusión de que el artículo no contiene


nada de importancia que no hubiera sido cedido a los Estados Unidos con
1a

anterioridad.
El texto del artículo IV, en la versión original de los archivos norteame-
ricanos, es:
La República Mejicana conviene en establecer, para cada uno de los dos puer-
tos de depósito, el uno al Este y el otro al Oeste del Istmo, los reglamentos que
permitan la entrada y el almacenaje de los efectos y mercancías pertenecientes
a los ciudadanos ó á los subditos de los Estados Unidos o de cualquier país
estrangero, libres de todo gravamen de tonelada ú otro derecho cualquiera,
con escepción de los gastos necesarios para el acarreo y almacenaje de dichos
efectos, para los cuales se construirán almacenes propios; los dichos efectos y
mercancías podrán ser sacados del Depósito para el tránsito de dicho Istmo,
así como para embarcarlos desde cualquiera de los dos puertos de depósito,

78  Idem; pp. 772 y 773. Misma observación.


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  419

con destino á cualquier puerto del extranjero quedando siempre libres de todo
derecho de tonelada ú otro impuesto cualquiera, igualmente podrán ser sa-
cados de dichos almacenes para ser vendidos y consumidos dentro del territo-
rio de la República Mejicana, previo el pago de derechos é impuestos que tenga
por bien decretar el dicho Gobierno Mejicano.79
Sin el establecimiento de estos almacenes, ya previstos en el contrato
de la compañía mixta de 1853, y sin una reglamentación adecuada de su
uso, no se comprende cómo podría llevarse a la práctica lo aceptado en el
artículo anterior. Por ello, es razonable considerarlo como una aceptación
amistosa de las obligaciones y compromisos previos contenidos en pactos
ya celebrados entre ambos gobiernos.
Por cuanto se refiere al artículo V, encontramos la siguiente versión ori-

a
ginal en español:

rrú
La República de Méjico conviene en que si fuere necesario, en cualquier tiem-
po, el emplear fuerzas militares para la seguridad y protección de las personas
y propiedades que transiten por cualesquiera de las rutas antedichas, ella em-
Po
pleará la fuerza necesaria con este fin; pero en caso de omisión en hacerlo por
cualquier motivo que fuere, el Gobierno de los Estados Unidos, podrá con el
consentimiento, ó á pedimento del Gobierno de Méjico, ó al de su Ministro en
a

Washington, ó al de las autoridades locales competentes y legalmente nom-


eb

bradas, sean civiles ó militares, emplear tal fuerza para este efecto y no para
ningún otro; y cuando en el juicio del Gobierno de Méjico cese esa necesidad, la
tal fuerza se retirará inmediatamente.
u

En el caso escepcional sin embargo, de un peligro imprevisto ó inminente


pr

para las vidas ó propiedades de los ciudadanos de los Estados Unidos, las fuer-
zas de dicha República tendrán facultad de obrar para la protección de ellos,
1a

sin que dicho previo consentimiento haya sido obtenido, y tales fuerzas se reti-
rarán cuando concluya la necesidad para su empleo.80
El párrafo 5o. del artículo VIII del tratado de 1853 daba autorización a
los Estados Unidos para “impartir su protección a la obra” del Istmo, “siem-
pre que fuere apoyado y arreglado al derecho de gentes”. Es obvio, pues,
que contaban desde entonces con autorización para usar sus fuerzas con
ese fin; toda la cuestión depende, para precisar lo que obtuvieron en el tra-
tado McLane, de establecer en qué medida el segundo párrafo del artículo V
de este pacto va de acuerdo con el derecho internacional. Y decimos que el
segundo párrafo, pues el primero no parece ser objetable desde este punto
de vista. Sin entrar a discutir este punto, cuya naturaleza es estrictamente

79  Idem; pp. 773 y 774. Misma observación.


80  Idem; pp. 775 y 776. Misma observación.
420  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

jurídica; podemos, sin embargo, estimar las consecuencias prácticas del


cambio introducido por el pacto de 1859. La situación existente, era que
México había admitido que los Estados Unidos protegieran la vía del Istmo
(“construcción, conservación y seguridad de la obra”) dentro de las prácti-
cas del derecho internacional. El proyecto de pacto de 1859, en cambio, les
autorizaba para obrar exclusivamente en protección de sus ciudadanos y
sus propiedades en tránsito, cuando ese país juzgara que estaban en “peli-
gro imprevisto ó inminente”.
Por un lado, se observa que la autorización es más restringida, pues ya
no se trata de dar protección “a la obra”, sino sólo a las vidas de los ciuda-
danos norteamericanos y a sus propiedades en tránsito. Por otra parte, se
acepta el derecho de Estados Unidos de intervenir, por su propia decisión,

a
para dar esta última protección. Pero la situación era tal que los Estados

rrú
Unidos, en Veracruz y en Washington, habían declarado, en público y en
privado, que si México no podía proteger a los ciudadanos yanquis y a sus
propiedades que por cualquier razón se encontraban en México, ellos inter-
Po
vendrían para hacerlo, con o sin autorización de México.81 Aunque esta de-
cisión no fuera de acuerdo con el derecho internacional, o si no se realizaba
de acuerdo con él, nuestro país no tenía la menor posibilidad de impedirla.
a

Al firmar el pacto, como suele decirse, hacíamos de la necesidad virtud;


eb

pero, al mismo tiempo, como demostraron los hechos posteriores, hacía-


mos lo más que podía hacerse para evitar la intervención yanqui. No ten-
u

drían que ocupar, como pedía con insistencia el presidente Buchanan, en


forma semipermanente —lo cual sí era muy peligroso— las zonas septen-
pr

trionales de Chihuahua, Sonora, Tamaulipas, etc., puesto que estaban au-


torizados a entrar para proteger a sus ciudadanos, siempre que se retiraran
1a

inmediatamente después de haberlo hecho. La nueva redacción, por su-


puesto, no daba autorización a los Estados Unidos para intervenir en las
cuestiones interiores de México; las fuerzas de ese país entrarían, según el
proyecto de tratado McLane, para proteger a sus ciudadanos y sus propie-
dades, “y no para ningún otro fin”. La intervención para proteger las obras
de un eventual canal o ferrocarril, también era peligrosa.
El texto del artículo VI es el siguiente:
La República Mejicana concede á los Estados Unidos el simple tránsito de sus
tropas, pertrechos y municiones de guerra por el Istmo de Tehuantepec, y por
el tránsito o ruta de comunicación de que se habla en este convenio, desde la
ciudad de Guaymas sobre el Golfo de California, hasta el Rancho de Nogales,

81  Idem; pp. 717 y 718. Manning; vol. IX, p. 1133 (doc. 4410).
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  421

ú otro punto conveniente sobre la frontera entre la República de Méjico y los


Estados Unidos, cerca del grado 111° de longitud oeste de Greenwich, dándose
aviso de ello á las autoridades locales de la República de Méjico. Y las dos Re-
públicas convienen igualmente en que será estipulación espresa con las com-
pañías ó empresas á las que en lo sucesivo se conceda el acarreo y transporte,
por cualesquiera ferrocarriles ú otros medios de comunicación, en los antedi-
chos tránsitos, que el precio de conducción de las tropas, pertrechos y municio-
nes de guerra de las dos Repúblicas será cuando más la mitad del precio común
que paguen los pasajeros ó las mercancías que pasen sobre dichos tránsitos;
entendiéndose que si los concesionarios de privilegios ya acordados ó que en
lo sucesivo se acordaren sobre ferrocarriles ú otros medios de conducción en
dichos tránsitos rehúsan recibir por mitad del precio de conducción las tropas,
armas, pertrechos y municiones de los Estados Unidos, este último Gobierno

a
no les impartirá la protección de que hablan los artículos II y V de este Tratado,
ni ninguna otra.82

rrú
En el convenio de La Mesilla, México se había comprometido a “cele-
brar un arreglo para el pronto tránsito de tropas y municiones de Estados
Po
Unidos”, que el gobierno de éste último país tuviera “ocasión de enviar de
una parte de su territorio a otra, situadas en lados opuestos del continen-
te”. Este párrafo del artículo 8o. del convenio citado no se había cumplido
a

hasta 1859; lo que hizo el gobierno de Veracruz fue darle cumplimiento. Al


eb

hacerlo así, los tránsitos se redujeron a dos y las cuotas pagadas por el
transporte de tropas y de efectos militares se redujeron al 50% de las cuotas
u

normales. Esta última concesión económica no tenía mayor trascendencia,


pr

porque el proyecto de tratado no fijaba, a pesar de que insistentemente lo


habían pedido los Estados Unidos, límite alguno a las cuotas que podrían
establecerse en los tránsitos. Debe observarse que se concedía “el simple
1a

tránsito” a través de las vías de comunicación y que éstas estaban “neutra-


lizadas”, por virtud del propio convenio.
En cuanto al artículo VII, su texto fue:
La República Mejicana por este artículo cede á los Estados Unidos en perpetui-
dad y á sus ciudadanos y propiedades, el derecho de vía ó tránsito por el Terri-
torio de la República Mejicana, desde las ciudades de Camargo y Matamoros ú
otro punto conveniente del Río Grande en el Estado de Tamaulipas, por vía de
Monterrey, hasta el puerto de Mazatlán á la entrada del Golfo de California,
Estado de Sinaloa; y desde el Rancho de Nogales, u otro punto conveniente
sito en las fronteras entre la República de Méjico y los Estados Unidos, cerca al
111° grado de longitud oeste de Greenwich, por vía de Magdalena y Hermosillo

82  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 776 a 778. Se conserva la ortografía original.
422  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

hasta la ciudad de Guaymas sita en el Golfo de California, Estado de Sonora,


por cualquier ferrocarril ó vía de comunicación, natural ó artificial, que por
ahora ó en lo venidero existiere ó que se construyere para el uso y goce mutuo,
y bajo las mismas condiciones, de ambas Repúblicas y sus respectivos ciuda-
danos; reservándose siempre para sí la República Mejicana el derecho de sobe-
ranía que hoy tiene sobre todos los tránsitos de que habla el presente Tratado.
Todas las estipulaciones y reglamentos de cualquier clase aplicables al dere-
cho de vía ó tránsito por el Istmo de Tehuantepec, y sobre los cuales están de
acuerdo y se han convenido entre las dos Repúblicas, por este artículo se es-
tienden y se aplican a los antedichos tránsitos ó derechos de vía, á escepción
del derecho de pasar tropas, pertrechos y municiones de guerra, desde el Río
Grande hasta el Golfo de California.83
El antecedente de este artículo era el artículo 32o. del tratado de amis-

a
tad, comercio y navegación de 1831. En este convenio, anterior a la época

rrú
de los ferrocarriles en esa región, se estableció que el comercio fronterizo se
llevaría a cabo mediante caravanas, escoltadas por tropas de las dos nacio-
Po
nes que se cambiarían en algún punto de la ruta. Para fijar las rutas, la
frecuencia de las caravanas y los sitios de cambio de las escoltas se cele-
braría un convenio entre ambas naciones; este convenio nunca llegó a con-
a

certarse, hasta que el gobierno de Veracruz, en abril de 1859, intentó


hacerlo con los Estados Unidos, que finalmente no lo aceptaron y lo decla-
eb

raron innecesario. En el tratado McLane, en vez de una situación indefinida


que cubría toda la frontera, los tránsitos cedidos se reducían a dos, de
u

acuerdo con el artículo que estamos examinando, haciéndose extensivas a


pr

ellos las condiciones establecidas para el Istmo, con excepción del paso de
tropas desde el río Grande al golfo de Cortés. Los Estados Unidos sostenían
1a

que estos tránsitos eran asuntos de conveniencia mutua, pero que no te-
nían un gran valor pecuniario; sin embargo, en la correspondencia interna
de McLane con Cass, publicada por Manning, se les atribuye un gran valor
para Arizona y Texas.
El artículo VIII del tratado McLane dijo así:
Convienen igualmente ambas Repúblicas, en que, de la lista de mercancías
aquí adjunta, elija el Congreso de los Estados Unidos las que, siendo producto
natural, industrial o manufacturado de cualquiera de las dos Repúblicas sean
admitidas para su venta y consumo en cualquiera de los dos países, bajo con-
diciones de una reciprocidad perfecta, sea que se les considere libres de dere-
chos, o con tal cuota como sea fijada por el Congreso de los Estados Unidos,
puesto que la intención de la República Mejicana es admitir los artículos de

83  Idem; pp. 778 a 780. Misma observación.


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  423

que se trata a los más bajos derechos, y aún libres, si el Congreso de los Esta-
dos Unidos consintiere en ello. La introducción de una a otra República se hará
por los puntos que los Gobiernos de ambas Repúblicas determinen en los lími-
tes o términos de ellas, cedidos y concedidos para los tránsitos y en perpetui-
dad por este convenio, ya al través del Istmo de Tehuantepec, ya desde el Golfo
de California hasta la frontera interior entre Méjico y los Estados Unidos. Si
algunos privilegios semejantes fueren concedidos por Méjico á otras naciones,
en los términos de los antedichos tránsitos sobre los Golfos de Méjico y Califor-
nia y el Océano Pacífico, será en consideración de las mismas condiciones y
estipulaciones de reciprocidad que son impuestas á los Estados Unidos por los
términos de esta Convención.
Lista indicada en este Artículo VIII.
Animales de todas clases Mapas geográficos, náuticos y cartas

a
Arados y rejas sueltas topográficas

rrú
Arroz Mármol labrado y en bruto
Aves y huevos frescos Máquinas y aparatos para la agricul-
Azogue tura, la industria, la minería, las
Po
Carbón de piedra artes y la ciencia y sus partes suel-
Carnes frescas, ahumadas y saladas tas o piezas de refacción
Casas de madera y de fierro Palo de tinte
a

Cueros al pelo Pez, alquitrán, trementina y cenizas


Cuernos Plantas, árboles y arbustos
eb

Chile Pizarra para techos


Diseños y modelos de bulto de máqui- Sal común
u

nas, edificios, monumentos y em- Sillas de montar


pr

barcaciones Sombreros de palma


Embarcaciones de todos tamaños y Yeso
clases para navegar en los ríos de Vegetales
1a

la frontera Talcas
Escobas y material para hacerlas Granos de toda especie que sirvan
Frenos para hacer pan
Frutas frescas, secas y cubiertas Harina
Letra, escudos, espacios, placas, viñe- Lana
tas y tinta de imprenta Manteca
Libros impresos de todas clases a la Sebo
rústica Cuero y manufacturas de cuero
Lúpulo Toda especie de tejidos de algodón,
Madera sin labrar y leña esceptuando al llamado manta tri-
Mantequilla y queso gueña.84

84  Idem; pp. 780 a 784. Misma observación.


424  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Esta parte del convenio McLane, de carácter comercial, no derivó de


ningún pacto o acuerdo que estuviera en vigor entre los dos países. Sin
embargo, el propio ministro norteamericano informó al departamento de
estado lo siguiente: “Consideré oportuno ampliar y aumentar la demanda
hecha por mí y relacionada con los privilegios comerciales a disfrutar al
término de los tránsitos. Con este propósito sugerí que de común acuerdo
elaborásemos una lista de artículos y productos o manufacturas de ambas
Repúblicas para ser presentada al congreso de Estados Unidos para que de
ella fueran seleccionados a su arbitrio los artículos que podrían importarse
hacia ambos países usando estas vías de tránsito, ya sea libres de derechos
o sujetos al pago de derechos aduanales fijos, todo ello bajo términos de
perfecta reciprocidad. En esta lista incluí todos los artículos comprendidos

a
en el proyecto de tratado de reciprocidad negociado anteriormente entre
México y Estados Unidos. A esta lista se agregaron nuevos artículos de

rrú
suma importancia, especialmente en lo referente a cereales, materias pri-
mas para la elaboración del pan y manufacturas de algodón y piel. Conside-
Po
ro este último arreglo de suma importancia, sobre todo si se le toma en
cuenta en conexión con la reglamentación del almacenaje…85
El periódico oficial de Miramón, según dijimos, en enero de 1860 objetó
a

fuertemente este aspecto del convenio, que resumió así: “Los Estados Uni-
eb

dos pueden penetrar a toda la República con sus mercancías…poner depó-


sitos de mercancías en los puntos principales de comercio…y fijar ellos
mismos los impuestos que han de causar sus efectos cuando se consuman
u

en la República. Es decir, que pudiendo introducir libremente los efectos a


pr

título de conducción o depósito sin causar derechos, los venderán en los


lugares de tránsito en precios en que no pueden competir los efectos de las
1a

otras naciones; y que si los Estados Unidos han de fijar los impuestos a sus
propias mercaderías, lo harán en términos que no puedan competir con
ellos las casas europeas. Estas grandísimas ventajas comerciales, concedi-
das por México, destruyen la obligación de igualdad y reciprocidad en las
relaciones mercantiles que nuestra República tiene convenidas con otras
naciones, y refluyen en perjuicio del comercio de las naciones europeas y
americanas…” Como ejemplo de pactos de esta naturaleza, que incluían la
cláusula de la nación más favorecida, señalamos que este periódico men-
cionó los tratados celebrados en 1823 con Colombia, Chile y Perú; en 1827
con Inglaterra; en 1833 con Sajonia; y en diversas fechas con los Países
Bajos, Francia y España.86

85  Idem; p. 744.


86  Diario de Avisos; 25-I-60 (transcripción del Diario Oficial).
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  425

Sin embargo, de la lectura del artículo se deduce que el espíritu con que
Ocampo trató la cuestión, era otro. Lo que México se proponía —dice el pac-
to proyectado— consistió en admitir las mercancías de la lista, provenien-
tes de los Estados Unidos o de cualquier otro país como los mencionados,
sin pago de derechos para el tránsito a través de las vías o para su depósito
y venta en los sitios designados para ello. Es posible que no siempre fuera
benéfico para nuestros intereses, conceder una franquicia semejante, pero
desde luego no cabe la objeción que formuló el Diario Oficial de Miramón,
ya que no era obligatorio conceder ese privilegio sólo a los Estados Unidos,
sino que podía otorgarse también a las otras naciones mencionadas más
arriba. El argumento de la prensa de Veracruz, según vimos, era el siguien-
te: “la mente del artículo (III) no fue sólo proteger a los americanos, sino a

a
los hombres de todos los países; en otros términos, que no lo ha dictado el

rrú
mezquino interés nacional, sino el general de la humanidad en masa…lo
mismo que el anterior (el artículo IV) no establece privilegio alguno exclusi-
vo para los americanos, lo mismo que él, abraza a los ciudadanos y a las
Po
mercancías de todos los países, y el comercio del mundo tendrá que agra-
decer a los Estados Unidos la apertura de nuevas vías de comunicación y
a México las franquicias y garantías que conceda a los efectos y a las
a

personas…”87
eb

El texto del artículo IX fue el siguiente: “Como amplificación de los


artículos 14o. y 15o. del Tratado de 5 de Abril de 1831, en que se estipuló lo
u

relativo al ejercicio de la religión para los ciudadanos de la República de Mé-


jico, se permitirá a los ciudadanos de los Estados Unidos que ejerzan libre-
pr

mente en Méjico su religión en público ó en privado dentro de sus casas ó en


los templos y lugares que se destinen al culto, como consecuencia de la per-
1a

fecta igualdad y reciprocidad que el artículo II del mismo Tratado dice que se
tomaba por base de él. Las capillas ó lugares para el culto divino podrán ser
comprados y serán poseídos como propiedad de quienes los compren como
se compra y posee cualquier otra propiedad común, esceptuándose sin em-
bargo á las comunidades ó corporaciones religiosas á las que las actuales
leyes de Méjico han prohibido del todo y para siempre obtener y conservar
nada en propiedad. En ningún caso quedarán los ciudadanos de los Esta-
dos Unidos sujetos á que se les cobren préstamos forzosos”.88
Esta parte del convenio, no hacía sino aplicar a los ciudadanos nor-
teamericanos en México, las mismas condiciones que el tratado de 1831

87  El Progreso; 25, 26 y 27 de mayo de 1860.


88  Juárez, correspondencia; pp. 785 y 786. Ortografía original.
426  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

estableció para los ciudadanos mexicanos que residían en los Estados Uni-
dos. La prensa conservadora de Miramón sostuvo que ahora podrían ejercer
libremente otras religiones distintas de la católica, pero, desde la legisla-
ción de reforma, esa situación existe en México. Mucho tiempo después,
por mala información, se tachó este artículo de parcial en favor de los nor-
teamericanos, por darles permiso para el culto en público; sin embargo, la
verdad es que, cuando se concertó, no existía prohibición en ese sentido en
la República Mexicana.
La cuestión de los préstamos forzosos también ha sido considerada, por
algunos críticos del tratado, como una concesión indebida y parcial a los
norteamericanos. La verdad del asunto no es tan simple. En virtud de un
viejo tratado, en vigor en 1859, con Inglaterra, se había concedido una ga-

a
rantía semejante a los súbditos ingleses. Debe recordarse que la deuda ex-

rrú
terior de México estaba formada principalmente por los compromisos
financieros con ellos. Los Estados Unidos consideraban que los convenios
de reciprocidad hacían extensiva esa garantía a los ciudadanos yanquis; lo
Po
que se hizo en 1859, fue en realidad tan sólo poner explícitamente a los
norteamericanos en igualdad de condiciones con los ingleses.
El artículo X fue como sigue: “En consideración de las anteriores esti-
a

pulaciones, y en compensación de las rentas á las cuales renuncia Méjico


eb

sobre los efectos y mercancías transportadas libres de derecho por el terri-


torio de dicha República, al Gobierno de los Estados Unidos conviene pagar
u

al Gobierno de Méjico la suma de cuatro millones de peses, de los cuales,


dos millones se pagarán luego que se verifique el cange de las ratificacio-
pr

nes de este Tratado, y los dos millones restantes serán reservados por el
Gobierno de los Estados Unidos en pago de las reclamaciones de los ciuda-
1a

danos de los Estados Unidos contra el Gobierno de la República de Méjico,


por perjuicios que se les hayan causado, y que sea probado que son justas
conforme a la ley y uso de las naciones y á los principios de la equidad; las
cuales serán adjudicadas y pagadas pro rata hasta donde alcance la dicha
suma de los dos millones, de conformidad con una ley que será de cretada
por el Congreso de los Estados Unidos para la adjudicación de esas mismas
reclamaciones, y devuelta á Méjico la parte que sobre en el caso de que pa-
gadas las reclamaciones justas quede algún sobrante”.89
Obviamente, la situación financiera del gobierno de Veracruz, era muy
apurada a fines del año 59; pero además, los liberales esperaban obtener
fondos en Estados Unidos tan pronto se firmara el tratado y usarlos para

89  Idem; pp. 786 a 788. Misma observación.


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  427

poner fin a la guerra civil. No obstante, la prensa liberal declaró siempre


que el tratado era favorable, en última instancia, independientemente de la
cantidad que darían los Estados Unidos.
La prensa liberal de Veracruz se preguntaba por qué, siendo el tratado
un convenio perfectamente recíproco, los Estados Unidos hacían un des-
embolso de 4 millones de pesos. Dos razones se mencionaron para este he-
cho: el que los derechos de reciprocidad no quedaran sujetos a la voluntad
de los gobiernos nuestros, sino que tuviéramos que respetarlos; y además,
el compensar a México por la baja de sus ingresos de aduanas, que el trata-
do “habría de producir en un principio”. “He aquí —decían— el gran paso
dado con el tratado McLane-Ocampo: el principio de libre cambio, la gran
conquista económica del siglo, ante la cual los hombres del progreso no

a
deben nunca retroceder, queda sancionada de una manera auténtica y

rrú
terminante”.90
Se ha dicho también, sobre ello insistió en especial don Francisco Bul-
nes, que el congreso americano habría seguramente aprobado la inclusión
Po
en el tratado de aquellos artículos de la lista adjunta al artículo VIII, que
resultaran favorables para los Estados Unidos, con lo cual nos veríamos
obligados a aceptar las mercancías que a ellos les conviniera y, en cambio,
a

ellos no aceptarían las que fuera benéfico para México exportar. Los perió-
eb

dicos del gobierno de Veracruz insistían en señalar que, en circunstancias


ordinarias el convenio habría dicho: “las mercancías que designen los
u

congresos de ambos países, teniendo los dos organismos que proceder de


completo acuerdo”, como se hace en la negociación de cualquier tratado
pr

comercial bajo estas circunstancias. Por lo tanto, las modificaciones a la


lista cuando se presentaron, las principió a negociar el congreso yanqui con
1a

los diplomáticos mexicanos, antes de la ratificación del convenio. La lista


misma, como ya se indicó, provenía en su mayor parte de una negociación
celebrada entre Méjico y los Estados Unidos, antes de 1859.
El artículo XI se refirió al proceso de ratificación del tratado y dijo así:
“Este Tratado será ratificado por el Presidente de Méjico en virtud de sus
funciones ejecutivas extraordinarias actuales, y por el Presidente de los
Estados Unidos de América, con la anuencia y consentimiento del Senado
de los Estados Unidos, y las ratificaciones respectivas cangeadas en la
ciudad de Washington, ó en la residencia del Gobierno Constitucional si se
propusieren algunas alteraciones ó enmiendas por el Presidente y el Sena-
do de los Estados Unidos, y se aceptaren por el Presidente de la República

90  Véase la referencia (22).


428  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

de Méjico, en el preciso término de seis meses contados desde el día en que


se firme ó antes si fuere posible”.91 Seguía la fecha de firma.
Ocampo llamaba funciones ejecutivas extraordinarias a las que venía
ejerciendo el gobierno de Veracruz, y en uso de las cuales, por ejemplo, ha-
bía decretado la legislación de reforma, que desbordaba la constitución
de 57. No puede discutirse que, en condiciones normales, el presidente Juá-
rez no podía celebrar así un tratado con otro país; pero el hecho era que no
podía reunirse el congreso mexicano para ratificarlo —como no eran nor-
males las condiciones del país en muchos otros aspectos—, lo cual no ex-
cluía que la administración de Veracruz tratara de gobernar en la medida
de lo posible. Don Justo Sierra, por ejemplo, reconoce que era inconcebible
otra cosa.92

a
La “Convención para ejecutar las estipulaciones de los Tratados y con-

rrú
servar el orden y la seguridad en el territorio de las Repúblicas de México y
de los Estados Unidos”, fue firmada simultáneamente con el tratado McLa-
ne. Su preámbulo y el artículo I dicen así: “Considerando que por resulta de
Po
la guerra civil que existe en Méjico, y en vista particularmente del estado
desordenado de la frontera del interior entre Méjico y los Estados Unidos,
puedan suscitarse ocasiones en que las fuerzas de ambas Repúblicas se
a

vean necesitadas de obrar de acuerdo y en cooperación para ejecutar las


eb

estipulaciones de los Tratados y para conservar el orden y la seguridad en


el territorio de cualquiera de las dos Repúblicas, por cuyo motivo se ha con-
u

venido en la siguiente convención:


Artículo I. Si cualesquiera de las estipulaciones de los Tratados vigen-
pr

tes entre Méjico y los Estados Unidos fueren violadas, ó el resguardo y se-
guridad de los ciudadanos de cualquiera de las dos Repúblicas fueren
1a

arriesgados dentro del territorio de la otra, y que el gobierno legítimo y re-


conocido de ella no pueda, por cualquier motivo, ejecutar tales estipulacio-
nes ó prevenir tal resguardo y seguridad, será obligación de aquel gobierno
solicitar el socorro del otro para mantener la debida ejecución de ellas, y
también el orden y la seguridad en el territorio de aquella República en
donde tal violación y desorden sucedan; y en cada caso especial semejante,
los gastos serán pagados por el Tesoro de la nación dentro de cuyo territo-
rio semejante intervención se haga necesaria; y si el desorden sucediere
sobre la frontera de las dos Repúblicas, las autoridades de ambas Repúbli-
cas más inmediatas al lugar adonde el desorden exista, obrarán de acuerdo

91  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 788 y 789. Se conserva la ortografía original.
92  Sierra; pp. 196 y 197.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  429

y en cooperación para el arresto y castigo de los criminales que han inte-


rrumpido la tranquilidad y seguridad pública de cualquiera de las dos Re-
públicas, y con este fin los reos de estas faltas podrán ser arrestados dentro
de cualquiera de las dos Repúblicas, y entregados a las autoridades de
aquella República dentro de la cual el crimen haya sido cometido; el género
y el carácter de tal intervención como también los gastos de la misma, y la
manera de prender y someter al castigo los dichos criminales, serán deter-
minados y arreglados por un convenio entre las Ramas Ejecutivas de los
dos gobiernos”.93
El procedimiento para la ratificación de esta convención, constaba en el
artículo II de la misma y era idéntico al establecido para el tratado.
En el artículo I de la convención anexa vino a parar el artículo III del

a
proyecto de tratado de alianza ofensiva y defensiva de Ocampo. Se recor-

rrú
dará que McLane estaba colocado en una situación embarazosa por los
conflictos entre ciudadanos de su país y las fuerzas o autoridades conser-
vadoras, o simplemente grupos armados fuera del área controlada por el
Po
gobierno de Veracruz. Un incidente de esta naturaleza había sido ya el ori-
gen de la ruptura de Forsyth con el gobierno de Zuloaga; y después del re-
conocimiento del gobierno de Veracruz se presentaron otras situaciones
a

semejantes94 Hubo conflicto también entre autoridades liberales y ciudada-


eb

nos norteamericanos o fuerzas militares de este país; pero, en general, en el


tiempo que residió McLane en Veracruz, las dificultades ocurrían en la fron-
u

tera o en el área dominada por los conservadores. El ministro yanqui se


veía en el caso, en tales ocasiones, de entrar en contacto con el gobierno de
pr

Miramón, lo cual obviamente fortalecía a éste. En el mes de noviembre


de 1859 fueron muy comentadas las incursiones de Juan Cortina (o Corti-
1a

nas) hacia México, refugiándose de la persecución de las fuerzas norteame-


ricanas. Cortina era un ciudadano norteamericano, de origen mexicano,
que se había sublevado contra las autoridades de Texas, como consecuen-
cia de los atropellos que sufría la población de origen mexicano. Además,
como lo había señalado el Presidente americano ante el congreso de su
país, estaba en pie el problema de la población india desarraigada por la
colonización de los blancos, contra los cuales libraba, en ocasiones una
verdadera guerra. Todavía a fines del siglo pasado, don Alejandro Villaseñor,
en sus conocidos trabajos históricos contra los liberales, reconocía que la
convención anexa al tratado McLane tuvo estos orígenes.95 Posteriormente,

93  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 790 a 796. Ortografía original.
94  Véase la referencia (16).
95  Villaseñor; p. 202.
430  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

se puso de moda atribuirle el propósito de atraer la intervención yanqui,


como la planteaba el presidente Buchanan; pero, al examinarla, no pueden
hacerse a un lado varios hechos:
a) El preámbulo indica que estaba destinado a operar mientras durara
la guerra civil en México y los desórdenes en la frontera.
b) Para pedir el socorro de la otra parte, la nación donde ocurrieran los
problemas tendría que celebrar un convenio con la rama ejecutiva del otro
país, referente al género y carácter de la intervención de ayuda, los gastos
de la misma y la manera de prender y castigar a los criminales.
c) Por su parte, los Estados Unidos habían solicitado la ayuda de Méxi-
co para detener a algunos participantes en disturbios ocurridos en aquel
país. Los diplomáticos yanquis aparentaban no ver este aspecto; pero in-

a
cuestionablemente era una situación real.

rrú
Por lo tanto, una interpretación apoyada en los hechos históricos com-
probados, a diferencia de las especulaciones arbitrarias sobre cosas que no
Po
se realizaron, concluye que la convención citada no habría causado daños
ni a la soberanía ni a los intereses de México; y, en cambio, pudo haber sido
un elemento auxiliar para evitar conflictos y resolver los que se presenta-
ran entre los dos países, antes de que tomaran dimensiones exageradas o
a

se volvieran incontrolables. “Los hechos —decía el órgano del gobierno de


eb

Veracruz en mayo de 1860—, que hablan mucho más alto que las palabras,
acaban de demostrar (lo) con su lógica de hierro…toda la buena fe, la inte-
u

ligencia y el sano juicio de las autoridades, así de los Estados Unidos como
pr

de México, ha sido necesaria para evitar un conflicto entre ambas naciones;


gracias a aquellas circunstancias, un hecho que los enemigos de este país
quisieron pintar con los más negros colores, no produjo otro resultado que
1a

afianzar la buena armonía entre ambas naciones”.96 Pero, ¿sucedería siem-


pre lo mismo? ¿Quién podía prever la conducta de los funcionarios que in-
tervinieran en un conflicto futuro? Más valía evitar el daño, que remediarlo
después de causado.
Si se recuerdan las peripecias de las negociaciones diplomáticas mante-
nidas por Ocampo, durante la primera mitad de 1859 y los últimos días de
ese año, no puede dejarse de reconocer un eco de esas gestiones en el párra-
fo siguiente, que apareció en el órgano oficial de Veracruz, en mayo del año
inmediato: “En nuestro concepto, ese tratado (McLane) no es más que la
reducción a un documento auténtico de la alianza ofensiva y defensiva de
las dos Repúblicas de América contra las naciones del Continente Europeo;

96  Véase la referencia (22).


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  431

el abrazo que se dan el águila del Capitolio y el águila de Anáhuac, jurándo-


se eterno apoyo contra los ataques del águila francesa, el león de España y
el leopardo inglés”.97 Dieciocho meses después, cuando Ocampo no vivía ya
para verlo, sus temores se vieron desgraciadamente confirmados; por más
que las vicisitudes de la situación interna yanqui impidieran varios años el
apoyo que previo con sus proyectos de alianza, imponiéndose así a México
una larga guerra contra el invasor.
En resumidas cuentas, si se realiza un balance retrospectivo sobre la
gestión diplomática de Ocampo en el gobierno de Veracruz, una vez estable-
cidos los hechos con precisión y seguidas las negociaciones paso a paso,
nos queda algo bien distinto de lo que ha sido repetido, durante más de cien
años, por la literatura histórica, antijuarista y antiliberal en este aspecto.

a
Hay que concederle la razón a Ocampo, por cuanto no podía, el gobierno de

rrú
Juárez, desconocer los tratados y compromisos contraídos por las adminis-
traciones anteriores. En buena medida, no sólo en las negociaciones del
tratado con McLane, sino también en la cuestión más importante de los
Po
tratos con los acreedores extranjeros, ese gobierno tuvo que cumplir com-
promisos que no había contraído sino heredado. En medio de la guerra ci-
vil, por ejemplo, habría sido un error suspender los pagos de la deuda
a

exterior y desencadenar la intervención europea. Igualmente erróneo ha-


eb

bría sido desconocer el tratado de La Mesilla, cuando los Estados Unidos


buscaban un pretexto para intervenir; o negarse a reconocer la reciproci-
u

dad de la tolerancia religiosa que debían nuestros vecinos a los mexica-


nos, por virtud del tratado de Alamán de 1831, o las facilidades comerciales
pr

que en este convenio se habían ofrecido. Esta fue la posición de principio


adoptada por Ocampo; fue realista y correcta, dada la situación del gobier-
1a

no de Veracruz.
La fortuna de la guerra fue adversa a los liberales en el mes de no-
viembre de 1859. En menos de quince días, sus tropas sufrieron 5 derro-
tas importantes, en Córdoba, Teotitlán, Tepic, La Estancia de las Vacas y
Tulancingo; además, tuvieron que desalojar los estados de Aguascalien-
tes, Zacatecas, San Luis Potosí y Oaxaca.98 Violentos incidentes fronterizos
amenazaban con una nueva guerra contra los Estados Unidos, que sólo
doce años antes nos habían despojado de la mitad del territorio; por otro
lado, muchos liberales, desesperados por la prolongación de la guerra ci-
vil, reclamaban la ayuda de las tropas norteamericanas o, por lo menos,

97  Idem.
98  México a través de los siglos; tomo V, pp. 407 a 410.
432  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

la intervención masiva de voluntarios, como propuso en forma abierta el


presidente Buchanan.
A este respecto, un testimonio importante habría sido el de Matías Ro-
mero.99 Este abogado oaxaqueño, como es sabido, fue amigo y protegido de
Juárez y lo acompañó a Veracruz en 1858; en calidad de ayudante de Ocam-
po, asistió a las negociaciones del tratado con McLane y fue designado se-
cretario de la legación en Washington, inmediatamente antes de la firma
del documento. Más tarde fue ministro en Estados Unidos y funcionario
destacado en los gobiernos de Juárez y Díaz, a partir del segundo período de
éste. Durante la época de Lerdo, había sido diputado y senador suplente; se
ha mencionado que participó en la masonería, pero, como sucede en el caso
de Ocampo, no se ha comprobado el hecho. En sus últimos años sostuvo y

a
divulgó varias ideas importantes sobre las relaciones de nuestro país con
los Estados Unidos, que influyeron en la política exterior mexicana. Rome-

rrú
ro pensaba que la guerra de 1847 y la pérdida de territorio se habían debido
a la presión de los estados sureños; estaba convencido de que el resultado
Po
de la guerra de secesión excluía la idea de otra guerra contra México. Aun-
que pensaba que México podría recibir fuerte ayuda económica de Estados
Unidos para desarrollarse, aún sin admitir una inmigración considerable,
a

temía que los intereses de México chocaran con los de Estados Unidos en
eb

las cuestiones centroamericanas, a las que daba gran importancia para


nuestro país. Tenía buena disposición para captar las implicaciones y sig-
nificado de los hechos diplomáticos; se expresaba sobre estas cuestiones
u

con concisión, claridad y buen sentido. Desde el inicio de su carrera, según


pr

ya mencionamos, había estudiado el asunto de los tratados de México con


el exterior; sin embargo, no quiso ser explícito respecto al convenio con
1a

McLane. No lo aprobaba; pero, en desacuerdo con Santacilia, opinaba que


era conveniente publicar toda la literatura sobre la cuestión e incluyó algu-
nos materiales entre los documentos de la legación en Washington que
hizo públicos.
Las circunstancias explican, pues, que el gobierno liberal haya acepta-
do la entrada de fuerzas norteamericanas, en caso de peligro inminente
para los ciudadanos yanquis y sus propiedades, sin previa solicitud del go-
bierno mexicano. Bien poco se concedía; hubieran entrado de todos modos,
si esa situación llega a persistir. Ocampo tuvo también que aceptar —con-
tra toda su voluntad, según el propio negociador yanqui— el compromiso
de pedir ayuda para mantener el orden en el país, si tal cosa no la lograba
el gobierno mexicano por sí mismo. Y se añadieron algunos artículos a una

99 1837-1898.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  433

lista de mercancías negociada previamente, para obtener algunos fondos


sobre derechos de aduana que se cedían, en un principio indefinidamente y
después por diez años.
Nada de esto, lamentable como fue e impuesto por la fuerza de las cir-
cunstancias, habría tenido consecuencias de trascendencia. La soberanía
quedaba expresamente reservada para México en todos los casos; los com-
promisos y concesiones deben entenderse a la luz de esa situación y, lo que
es más, no habrían podido funcionar de otro modo. Con o sin el tratado po-
dían cometerse injusticias y arbitrariedades; pero el convenio, en sí mismo,
no las justificaba ni legitimaba. Y no era imposible que ayudara a México a
detener la intervención europea que estaba en puerta.
Este es el sentido histórico que debe darse, repetimos, a las palabras de

a
Zarco, quien después de muerto Ocampo escribió: “Cuando en calma re-
flexionen los espíritus imparciales sobre la historia del gobierno constitu-

rrú
cional en estos tres años (de la guerra civil), será un título de honor para la
memoria del señor Ocampo el haber firmado el tratado McLane”.
Po
Saínete en Veracruz, con orquesta en México
a

Justo al tiempo que el ministro McLane regresaba a Veracruz, un perió-


eb

dico de la ciudad de México hizo un resumen de la situación existente, en-


tre nuestro país y los Estados Unidos, que alcanzó profusa difusión en los
u

medios conservadores. “Cartas de Washington, Nueva Orleáns y Veracruz


—decía esa nota—, consignan un rumor de mucha gravedad. Dos de esas
pr

correspondencias que nos han sido franqueadas, aseguran que el gobierno


de los Estados Unidos se propone traer la guerra a territorio de México.
1a

Agregan que Mr. McLane…trae instrucciones para intimar a Juárez que ra-
tifique el tratado firmado en Washington y le notifique, dado caso que se
rehuse, que se hará la guerra sin él y contra él. Aseguran que Juárez, sabe-
dor desde hace 15 días de las intenciones de Mr. Buchanan, le ha dirigido al
general Presidente pliegos que contienen un programa de fusión y de unión
común. Sea cual fuere la exageración y la realidad de estos rumores, no
puede dejar de conocerse cuan grave y cuan inminente es la actitud hostil
que en estos últimos tiempos han tomado los hombres de estado de Washing-
ton. Los sucesos de que han sido teatro últimamente las orillas del río Bra-
vo, han contribuido en mucha parte a agravar el estado que guardan las
relaciones internacionales de ambos países”.100

100  L’Estafette; citado en: Diario de Avisos; 24-XI-1859. Buchanan era abogado; el co-

mentario, tal vez, fue irónico.


434  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Este antecedente fue una de las razones inmediatas de la violencia con


que atacó el tratado la prensa conservadora; algunos liberales se vieron
desorientados y en la propia ciudad de Veracruz se registraron protestas.
Sin embargo, la situación de los liberales evidentemente mejoraba al no
producirse un enfrentamiento con Estados Unidos, y la unidad del grupo
parecía asegurada. Al terminar el año, la prensa indicaba en Veracruz que
ésta era la composición del gabinete de Juárez: en relaciones, Ocampo; en
hacienda, Lerdo de Tejada; en gobernación, de la Llave; en fomento, Empa-
ran; en justicia, seguía Ruiz; y estaba por cubrirse la cartera de guerra.101
Los liberales habían tratado de atraer, inclusive, a algunos conservadores
que, como Robles Pezuela habían dejado ver claramente su descontento por
el rumbo que tomaba el gobierno de México. Ocampo le escribió a principios

a
de septiembre, sin éxito; casi simultáneamente, don Melchor hizo tenaces

rrú
esfuerzos por apartar al general José López Uraga, quien tenía algún tiem-
po en Veracruz y quería que se le diera entrada en el ejército liberal.102 Eran
bien conocidos los antecedentes de López Uraga, quien había sido propues-
Po
to para Presidente, en una conspiración fraguada en Puebla, nada menos
que por el padre Miranda, en los días en que la guarnición de la ciudad
de México vacilaba en reconocer la dirección del plan de Ayutla en manos de
a

Juan Álvarez.103
eb

Al margen de este tipo de problemas, el grupo que rodeaba a Juárez pare-


cía firmemente unido; las relaciones de Ocampo eran excelentes con Juá-
u

rez y su familia, con Ruiz, Llave, Emparan, Degollado, Prieto, Ampudia, Baz,
Fuente y García Torres.104 Sin embargo se sabía que era tenso su trato con
pr

Miguel Lerdo. Muchas cosas separaban a ambos liberales ilustres; desde


luego, la neutralidad política mantenida por Lerdo hasta el plan de Tacu-
1a

baya, que le había permitido trabajar con Santa Anna en su última presi-
dencia, habiendo sido colaborador de Velázquez de León en Fomento, y
encargado después del despacho a la huida del dictador interminente.105
Influían además, en cierta medida el papel que Miguel Lerdo desempeñó en
el gobierno de Comonfort, las discrepancias de concepto sobre lo que debía
y podía ser la reforma, así como la candidatura presidencial de Lerdo que

101  Guillermo Tell; Idem, 26-XII-59.


102  Diario de Avisos; 13-I-1860.
103  Planes políticos; tomo I, p. 293.
104  Véase en: Le Trait d’Union; la crónica del festejo efectuado en honor de Ocampo, en

la loma de San Juan, el 6-I-1860 (Diario de Avisos; 30-I-60).


105  Lerdo consultó con algunos liberales la participación en el gobierno de Santa Anna.

Véase: El Heraldo; 29-I-1861.


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  435

ya se perfilaba claramente durante su viaje de 59 a Estados Unidos; había


hasta cierta incompatibilidad de temperamento y distinta ubicación social.
Lerdo era criollo por los cuatro costados, con muchos amigos y de modales
bastante arrogantes; y chocaba casi infaliblemente con Ocampo, por esas
diferencias en formación y sensibilidad. Los extranjeros que los trataron
expresaron de ambos los mayores elogios, por sus idiomas extranjeros, su
talento y su cultura. Pero había mucho más pueblo en Ocampo, quien sin
duda había tenido mayor contacto con otros sectores de la sociedad mexica-
na, distintos de la clase dirigente.
Gracias a la correspondencia de McLane, sabemos que una de las pocas
cosas comunes de Lerdo con Ocampo era la negociación del tratado con el
ministro yanqui.106 No debe olvidarse que en el gobierno de Comonfort, du-

a
rante su breve actuación en el ministerio de relaciones, Miguel Lerdo llegó

rrú
con Forsyth a un acuerdo —un fallido tratado, como el de McLane—, nego-
ciado en términos muy amistosos, pero finalmente rechazado por Washing-
ton, por no servir a sus propósitos, cuando ya Luis de la Rosa había
Po
sustituido a Lerdo.107 Y conviene tener presente también que Sebastián Ler-
do, su hermano, fue quien rechazó, a nombre de Comonfort, la petición de
ceder Baja California en 1857. El Presidente dijo a Forsyth: “El sistema
a

de don Antonio (López de Santa Anna) era vender el territorio; el mío es


eb

conservarlo”.108 Como el antagonismo político contra Juárez era grande,


dentro de los propios liberales, según se demostró más tarde en el segundo
u

congreso constitucional Lerdo le resultaba peligroso para el futuro: había


hecho evidentes servicios a la causa liberal, había tratado con los Estados
pr

Unidos sin ceder y con éxito, gozaba de popularidad y no se le calumniaba


diciendo que era ambicioso.109
1a

Ocampo hacía la guerra a Lerdo, casi sin disimulo. Cuando don Miguel
llegó a Washington, después de la nacionalización de los bienes del clero,
hizo buenas relaciones con Mata, por un momento. Pronto previno a éste
Ocampo, quien le explicó la difícil situación con Juárez. El 6 de octubre de
1859, don Melchor escribía a Degollado desde Veracruz: “He entregado hoy
el ministerio de hacienda al señor Fuente, habiendo sabido ayer que el

106  En su correspondencia, Oseguera, cuando se gestionaba el convenio con McLane

mencionó el “tratado de Lerdo”. INAH, cartas personales, doc. 50-0-20-37 (11-I-60).


107  El presidente de Estados Unidos no aprobó los tratados concertados por Forsyth.

Manning; vol. IX, p. 219.


108  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 391.
109  Un buen ejemplo de la actitud de la prensa lerdista durante la campaña presidencial

puede verse en: El Heraldo; 20-I-61 a 24-II-1861.


436  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

señor Lerdo no vendrá todavía en mucho tiempo. Nada tiene ya que hacer
en Nueva York, habiéndose convencido de que nada nos prestarán sobre los
dichos bienes nacionalizados; pero como no quiere confesar que su nombre
no produjo tan mágico efecto como se pensaba él, dice que esperará la con-
clusión de algún tratado (Mr. McLane volverá al fin de este mes) que procu-
re medios seguros. Se queda, pues, allá para…que no le chiflen al venir,
porque lo que sea para recibir el dinero que nos den por algún tratado, me
parece que mi hijo el rabón podría hacerlo. Al cabo se mandó abonar antes
de irse su sueldo como ministro, que dejaba de ser…¡Aprenda usted modo-
rro! ¡ Eso sí es sacrificarse! …110
Dos días más tarde se extendía nuevamente don Melchor sobre el asun-
to. “Conté ya a usted —decia a Degollado— que el señor Lerdo se queda en

a
los Estados Unidos…No quiere venirse con las manos vacías, y como sabe

rrú
que la generalidad juzga por las apariencias, se le da un pito el hacer de
dependiente contador…Ya lo creo, que estar de préstamo forzoso, es lo mis-
mo que estar de purga, aún podría decirse que estar de parto…” 111
Po
En su correspondencia con Vidaurri, por otro lado, con mucha mayor
circunspección, pero no dejaba Ocampo de señalar también los lados flacos
de Lerdo. Como Vidaurri le hubiera comentado festivamente que calificara,
a

al pacto que proponían los norteamericanos, de “pacto con el diablo”, le


eb

contesta el 15 de julio de 59: “Creo que ya no será necesario darme al dia-


blo, como me recuerda usted en su grata última que dije en mi anterior,
u

para que podamos activar la guerra. El señor Lerdo salió antier de esta ciu-
dad para los Estados Unidos con el deseo y la esperanza de sacar ahora de
pr

aquellos capitalistas el provecho posible de la fresca y favorable impresión


que van a hacer esos decretos, que oficialmente remito a usted. ¡Ánimo
1a

pues! ¡Que por fortuna no le falta usted!…Ahora le recomiendo especial-


mente que mande a las fuerzas de su estado que obedezcan al señor Dego-
llado. Dicen que les va mal con él porque no triunfa, y se olvidan de que
ellos mismos tienen la culpa, como Zaragoza que salió de Chapultepec sin
disparar siquiera los fusiles…”112
En otras ocasiones expuso Ocampo simpatía hacia Zaragoza; y cabe
señalar que no pocas veces las cartas de los liberales aparecían alteradas
en la prensa de México. Zaragoza había nacido en Texas, cuando era pro-
vincia mexicana; se adhirió al plan de Ayutla y apoyó al gobierno de Juárez
en 1858. Combatió bajo las órdenes de Zuazua, López Uraga, Degollado y

110  Diario de Avisos; 13-I-1860.


111  Idem; 17-I-60.
112  Idem; 24-I-60.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  437

González Ortega durante la guerra de tres años. Fue ministro de guerra de


Juárez, luchó contra los franceses y logró derrotarlos en Puebla, pero murió
al poco tiempo. Su actuación política se inició con Vidaurri; sin embargo,
combatió las tendencias separatistas de los estados norteños y se esforzó
por ganarse la simpatía de la población civil. Cuando Vidaurri, que le había
dado la mayor parte de sus ascensos en el ejército, se insubordinó contra
Degollado en septiembre de 1859, Zaragoza dio muestras de notable san-
gre fría y lo expulsó de Monterrey.
La correspondencia citada fue tomada por los conservadores en la de-
rrota que Degollado sufrió en La Estancia de las Vacas, cerca de Celaya, a
mediados de noviembre de 1859. Los periódicos conservadores de la ciudad
de México dieron extensa difusión a las cartas, lo cual desencadenó una

a
verdadera tormenta sobre Ocampo. Esos diarios publicaron la siguiente

rrú
crónica de los hechos ocurridos en Veracruz: “Lerdo presentó su renuncia, y
exigió que Ocampo le diese satisfacción por los periódicos. Juárez creyó que
el asunto podría arreglarse pacíficamente; pero Lerdo y Ocampo se insulta-
Po
ron mutuamente en consejo de ministros; Juárez no quiso aceptar la renun-
cia de Lerdo, y como éste para continuar en el ministerio puso por condición
la salida de Ocampo, fue sacrificado don Melchor…”113
a

Es muy difícil reconstruir con exactitud lo ocurrido. Sin embargo, puede


eb

señalarse que en la prensa de la época no existen indicios de que la salida


de Ocampo del gabinete de Juárez, casi exactamente dos años después de
u

haberse unido al gobierno constitucional en Guanajuato, se hubiera debido


al tratado con McLane. La prensa liberal lo consideró, hasta la muerte de
pr

Ocampo, como una medida discutible que era violentamente atacada por
los conservadores, pero obviamente atribuible al gobierno en su conjunto.
1a

No fueron pocos los artículos que en esa prensa aparecieron, como hemos
señalado con detalle, hasta mediados del año 60, en defensa y con explica-
ciones sobre el convenio.
“Le Trait d’Unión” publicó en Veracruz el texto de la renuncia enviada
por Ocampo a Llave, el 20 de enero de 1860. Entre los papeles de Ocampo
publicados en sus Obras, según ya dijimos, apareció un texto diferente, diri-
gido al propio Juárez, que obviamente no fue cursado. La renuncia dice así:
Excmo. Señor.—Juzgando conveniente en la situación actual separarme del
gabinete y creyendo que lo exigen mi dignidad y mi sincero patriotismo, supli-
co a V.E. tenga a bien presentar a S.E. el Presidente constitucional la dimisión
que hago de la cartera de relaciones exteriores, manifestándole la profunda

113  Idem; 28-I-60.


438  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

gratitud con que me retiro de su respetable persona y del gabinete, con motivo
de las señales particulares de consideración y de confianza que me ha prodi-
gado durante dos años que he tenido la honra de servir las diversas secretarías
de estado que tuvo a bien encargarme y la primera de las cuales renuncio hoy.
En mi condición de ciudadano, y de cuantos modos pueda, estoy resuelto a
seguir cooperando por mis esfuerzos a la defensa de la causa constitucional y
del gobierno legítimo que se ha dado la nación. S.E. el Presidente puede contar
con mi firme adhesión a los principios que representa la administración.
Espero que V.E. tendrá a bien darle conocimiento de esta nota y comunicarme
el resultado, aceptando para sí las seguridades de mi consideración y aprecio.114
En su contestación, Ignacio de la Llave dijo a Ocampo que el Presidente
le aceptaba la renuncia por la fuerza de las razones en que la apoyaba y
porque deseaba darle otra comisión. Como se recordará, Juárez pensó man-

a
dar a Ocampo como ministro a Londres y encargarle que, a su paso por los

rrú
Estados Unidos, tratara de obtener la ratificación del tratado McLane. El
segundo bloqueo de Veracruz por Miramón, así como las negociaciones con
Po
el capitán Aldham, el enviado de Lord Russell, y por último, la certidumbre
que pronto se impuso, de que el tratado no sería ratificado en Washington,
volvieron innecesaria y poco oportuna esa comisión asignada a Ocampo,
a

que por lo tanto nunca se realizó. Se abrió así un paréntesis de ocho meses
eb

en la labor diplomática de don Melchor.


Con todas las reservas con que debe tomarse un comentario de esta na-
turaleza, no está de más conocer el artículo que publicó el Boletín de Jala-
u

pa, que había roto lanzas tantas veces contra Ocampo, en relación con la
pr

forma en que se separó del gabinete al iniciarse el año 60. Dice así:
El gran acontecimiento del día es la salida del gabinete constitucional de Ocam-
1a

po, después de su ruidosa reyerta con Lerdo y el nombramiento de Degollado…


Don Melchor Ocampo representaba el partido puro, en su exaltación inconside-
rada, en sus extravíos, en su furor contra el ejército, en su impiedad y en sus
ideas comunistas; pero también Ocampo era sincero y consecuente en sus opi-
niones que de buena fe profesaba, honrado en el manejo de caudales, y aunque
decidido a perder el país antes que ceder en sus ideas, rechazaba el filibusteris-
mo yanqui, y quería ganar o perder mexicanamente, era su expresión…115 Yo
me creo —decía el propio Ocampo, en una de las cartas interceptadas— con
derecho a ser creído, porque siempre he andado un mismo camino desintere-
sadamente…116

114  Idem; 11-II-60.


115  Idem; 30-I-1860.
116  Idem; 24-1-60. Esta carta fue reproducida por Leopoldo Archivero en: El Universal;

21-II-1928. A Degollado se le interceptó una copia.


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  439

También es útil conservar en la mente, para hacer el balance de la labor


diplomática de Ocampo en esta fase tan complicada y difícil, que ni siquie-
ra entre los conservadores y el ejército era unánimemente aceptada la ver-
sión que hacía circular el Diario Oficial de Miramón, con respecto al tratado
de los tránsitos. El 20 de enero, según informó la prensa de México, ingresó
a la prisión militar de Santiago el general Benito Quijano quien se negó a
firmar un documento de protesta contra el tratado, que Miramón envió
a los oficiales del ejército con mando en la ciudad, dando instrucciones de
suscribirlo.117
No puede decirse, por lo tanto, que don Melchor se haya retirado de la
secretaría de relaciones, en enero de 1860, por discrepar seriamente del
Presidente, ni porque hubiera sido repudiada su labor diplomática. Ya

a
transcribimos, en páginas anteriores, la explicación que la prensa liberal

rrú
dio de su separación, así como el testimonio de algunos funcionarios del
gobierno de Veracruz que apoya, en términos generales, si no en los deta-
lles, la versión del incidente con Lerdo que publicaron los periódicos de
Po
México. Poco después de separarse, Ocampo escribió a Manzo una carta
donde le relataba lo sucedido; este último, al responderle, manifestó temo-
res de que las intrigas políticas consiguieran después separar a Degollado
a

del gobierno y agregaba: “Juárez será la siguiente víctima”.118 Los hechos


eb

ocurridos en los meses siguientes demostraron que Manzo, a su manera,


no carecía de perspicacia, aunque, finalmente, la crisis política de mayo de
u

1861 lograra Juárez sortearla sin dificultad.


pr

La mayoría de los liberales conservó probablemente con respecto a la


renuncia de Ocampo en 1860, la impresión que refleja el artículo del perió-
dico de Morelia que dirigía Juan José Baz, ya mencionado en páginas ante-
1a

riores. Baz119 había tenido una larga actuación en el partido liberal, desde
las manifestaciones de indignación que provocó el manifiesto monarquis-
ta de Gutiérrez Estrada, en 1840. Gómez Farías lo nombró gobernador del
distrito en 1847, y publicó la ley de desamortización el 13 de enero; volvió
al cargo en repetidas ocasiones y fue también diputado en el congreso
constituyente de 1856. Después de participar en los preparativos del golpe
de estado de Zuloaga, denunció los hechos ante el congreso y se sumó al
bando liberal durante la guerra civil. Colaboró más tarde con Juárez y con
Sebastián Lerdo.

117 Diario de Avisos; 31-I-1860.


118 INAH; 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos (1-II-1860).
119 1820-1887.
440  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Un momento de triunfo

Cuando Juárez llamó a Ocampo, en enero de 1858, invitándolo para in-


corporarse a su gobierno, nadie habría dudado sobre la respuesta que daría
don Melchor. Hasta entonces, el reformador había tropezado siempre, en el
curso de sus breves gestiones oficiales, con resistencias y obstáculos insu-
perables. He aquí que, por primera vez, lo llamaba un gobierno que no esta-
ba maniatado por los compromisos y las transacciones; no era dudoso pues
que Ocampo estaría en la primera fila para participar en la lucha política
que se libraría simultáneamente con la guerra civil.
En septiembre de 1860, sin embargo, Ocampo hacía frente a una situa-
ción ya muy distinta, cuando recibió en Orizaba la carta de Emparan,120 en

a
la cual se le invitaba a asumir de nuevo la jefatura de las relaciones exte-
riores. Manzo, por lo menos, no tenía dudas al respecto. El 20 de julio le

rrú
escribía desde Taximaroa: “Así pues, véngase usted. Véngase. Después de
lo que pasó a usted en el gobierno, después de desechado el tratado con el
Po
norte, creo concluida su misión política o diplomática, y como el estado de
las cosas, y sobre todo los hombres que las manejan, no son para entender-
se con usted, creo también concluida su misión patriótica. Ha hecho usted
a

lo que podía y creo que aunque usted dice hacer más, no lo podrá…”121 Tres
eb

meses más tarde, cuando ya don Melchor está de lleno reincorporado al


mundo político de Juárez, el doctor Manzo no quita, sin embargo, su dedo
del renglón: “Si triunfan los liberales —le escribió, después de una larga y
u

pesimista tirada, en que campean el desaliento y la desilusión—, será del


pr

mismo modo y con los mismos resultados. Y en esta bacanal usted está de
más. Si no se quita usted, lo quitarán…”122
1a

A pesar de tan desanimados comentarios, objetivamente la verdad era


que la situación estaba evolucionando con rapidez en un sentido muy favo-
rable para don Melchor. En primer lugar, influían en ello los éxitos milita-
res. El 24 de abril López Uraga logró derrotar a Rómulo Díaz de la Vega,
cerca de San Luis Potosí; aunque cometió el error de echarse, sin más, so-
bre Guadalajara y fue derrotado y preso, su éxito demostró que la estrate-
gia de resistir y organizar un nuevo ejército después de cada derrota,
empezaba a dar sus primeros frutos.4 En efecto, apenas tres semanas des-
pués Silverio Ramírez fue completamente derrotado en Peñuelas, por Gon-
zález Ortega. La situación política interna de los conservadores, a su vez,

120  INAH; 1a. serie, caja 12. doc. 17-3-11-17 (20-IX-1860).


121  Idem; 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos, Exp. 8-5.
122  Idem; doc. 8-5 (29-X-1860).
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  441

estaba también haciendo crisis; los dos o tres golpes militares sufridos oca-
sionaron la ruptura de Zuloaga con Miramón. El 10 de agosto, éste último
sufrió una grave derrota en Silao; el partido conservador decidió entonces
unir definitivamente su suerte con el “joven Macabeo”, y lo hizo elegir pre-
sidente unos días después, por la junta de notables reunida en México.123
Ocampo vio seguramente lo que el desaliento y el cansancio impidieron ver
al doctor Manzo: la guerra civil iba a terminar con un éxito estruendoso del
gobierno de Veracruz.
Para Juárez, sin embargo, el panorama era oscuro y complicado; en
cierta forma, se repetiría la resbaladiza situación que ocasionó, en 1855, el
tropiezo político de la revolución de Ayutla que trajo la caída de Juan Álva-
rez. Ahora son los diplomáticos extranjeros, los ministros de Francia, In-

a
glaterra y España, quienes tratan de impedir, con habilidosas maniobras,

rrú
la derrota plena del bando conservador. Por desgracia, el agotamiento físi-
co y moral causado por dos años y medio de guerra civil, predispuso a mu-
chos liberales a buscar un pronto fin de las hostilidades, a través de la
Po
transacción que se ofrecía. Hombres como Lerdo, Degollado y González Or-
tega son sondeados por los finos diplomáticos, con pretextos humanitarios,
para que brinden su apoyo a una solución negociada que haga a un lado la
a

constitución de 57, la legislación de reforma y el gobierno de Juárez. Al re-


eb

cibir la invitación del Presidente, Ocampo captó sin duda, de un golpe, todo
el alcance de la situación. Era para defender esas tres cosas que don Benito
u

lo necesitaba en Veracruz. El mismo día que Miramón recibe confirmado el


poder, Mata se embarca de regreso a México; el agente conservador en Es-
pr

tados Unidos informó escuetamente a su gobierno que la impresión general


era en el sentido de que no regresaría.124 Además de la maniobra diplomáti-
1a

ca en auxilio de Miramón, los liberales tienen pendientes tanto el tratado


celebrado con McLane, como un aspecto de la legislación reformista que
había quedado inconcluso. Se recordará que la presión decidida del gobier-
no de Comonfort impidió la aprobación de la libertad de cultos en el seno
del congreso constituyente; por tal razón, la constitución había salido, en
este punto, con un vacío. La reforma no podía considerarse terminada, ra-
zonablemente hablando, mientras este principio no pasara a formar parte
de la base legal de la nación. Para don Melchor, por lo tanto, no se trata de
un desquite político personal, después del tropiezo de enero; llegó segura-
mente a Veracruz en septiembre con tanta conciencia como Manzo de los

123  Idem; p. 442.


124  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 750.
442  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

aspectos negativos del gobierno liberal, pero convencido de que era posible,
gracias a la situación militar favorable, salvar la constitución y la reforma.
Hubo algunos antecedentes inmediatos del retorno de Ocampo. El 9 de
septiembre Degollado había dado un paso en falso; con el pretexto de que
era necesario concluir la guerra a cualquier costo, don Santos aceptó la pro-
posición de Doblado para apoderarse de una fuerte suma de dinero particu-
lar que era escoltada por un destacamento de sus tropas. Con este motivo,
el principal caudillo del ejército liberal entró en pláticas con los diplomáti-
cos extranjeros y los jefes conservadores, a quienes propuso dos semanas
después un plan de pacificación nacional.125 Es bien sabido que Degollado
ponía como condición que se conservara la legislación reformista; pero al
dar participación a los diplomáticos extranjeros en la aplicación del plan y

a
al admitir la reunión de un nuevo congreso constituyente, haciendo a un

rrú
lado al gobierno de Veracruz, abría la puerta a la temida transacción con un
partido vencido políticamente y cuya derrota militar no estaba lejana.126
Al día siguiente que Degollado expuso a Juárez su plan de pacificación,
Po
don Melchor aceptó reintegrarse al gabinete.127 Para el día 1o. de octubre
estaba ya en Veracruz y tres días más tarde era rechazado por el gobierno el
plan de don Santos.128 A mediados del mes Degollado fue destituido, a pro-
a

posición de Ocampo; un año más tarde, cuando ambos dirigentes reformis-


eb

tas ya habían muerto, Joaquín Degollado leyó en el congreso una carta de


don Melchor, en que éste escribió: “Si hace algunos meses me hubieran di-
u

cho que don Santos Degollado se había de pronunciar, y que yo tendría que
pedir su destitución, habría abofeteado a quien me lo hubiera dicho. Sin
pr

embargo, ayer he tenido que pedir esa destitución”.129


Mata había llegado a Veracruz en la última semana de agosto; a fines
1a

de octubre el Presidente lo designó secretario de hacienda, cargo que aceptó


señalando la magnitud de los obstáculos que se oponían n la estabilización
de las finanzas del errante gobierno de don Benito.130 Debe tenerse presente
que el tratado con McLane había sido vigorosamente promovido por Mata
ante los funcionarios y políticos estadunidenses. En varias ocasiones, con

125  México a través de los siglos; tomo V, p. 449. Ambas medidas causaron estupefac-

ción en el bando liberal; respecto a la primera, sin embargo, Juárez reaccionó inicialmente
con calma notable. Véase la carta de Prieto a Ocampo, escrita al enterarse de lo ocurrido a la
conducta: INAH; cartas personales, doc. 50-P-25-51.
126  Juárez, correspondencia; tomo II, p. 773.
127  Idem; p. 766.
128  Idem; pp. 793 a 795.
129  Historia del primer congreso constitucional; tomo II, p. 262.
130  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 27 y 28.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  443

discresión, Ocampo había enfriado su entusiasmo, señalándole las expe-


riencias negativas del trato dado a nuestros nacionales que quedaron en el
territorio perdido en 48, o se trasladaban a los Estados Unidos en busca de
trabajo.131 Al entrar a hacienda, Mata empezó a participar en las sesiones
del gabinete, que en esos momentos, aparte de Ocampo y él mismo, incluía
a Emparan, Llave y Fuente. La situación militar continuaba mejorando,
pues el armisticio de Guadalajara, conseguido el 30 de octubre, dejó libre al
ejército liberal para movilizarse sobre la ciudad de México.132 De inmediato,
el ejército de Márquez fue derrotado, casi sin combatir, en Tepatitlán.
Hijo de españoles, Ignacio de la Llave había nacido en Orizaba;133 ahí
realizó sus estudios, que terminó con una pasantía de abogado en la ciudad
de México. En 1841 regresó a su ciudad natal para ejercer su profesión;

a
pronto se relacionó con los grupos liberales y tres años después participó

rrú
en la revolución contra Santa Anna. Fue juez durante algunos años y coo-
peró en la defensa de Veracruz cuando la invasión americana; durante cier-
to tiempo, vivió después retirado en una hacienda del centro del país. En
Po
junio de 1855 se levantó en Orizaba contra el régimen santanista; entró al
puerto de Veracruz en septiembre de ese año y fue reconocido como gober-
nador. Combatió el levantamiento de Zacapoaxtla a las órdenes de Comon-
a

fort; se retiró a la vida privada durante algunos meses, pero volvió para
eb

batir a Osollo. A principios de 1857 Comonfort lo hizo secretario de gober-


nación; un año después, no estuvo de acuerdo con el golpe de estado, pero
u

acompañó al Presidente hasta Veracruz. A continuación desempeñó un pa-


pel importante en la defensa del estado; había resultado buen militar y co-
pr

mandó las tropas que defendieron al gobierno del puerto. Al firmarse el


tratado con McLane, Juárez lo hizo ministro de gobernación; como Ocampo,
1a

regresó al gobierno en septiembre de 1860 y esperó al Presidente en la ciu-


dad de México, al iniciarse enero de 61. A la muerte de Gutiérrez Zamora
fue designado gobernador nuevamente; intentó propiciar el reparto de los
terrenos de comunidad de los pueblos, con el argumento de que la propie-
dad comunal perjudicaba a los indígenas, por los constantes pleitos judi-
ciales por cuestiones de tierras. Estuvo en Puebla durante el sitio de 1863 y
se fugó de manos de los franceses en Orizaba; fue herido para robarle fon-
dos del ejército, cuando acompañaba a González Ortega cerca de Guanajuato
y murió el 23 de junio de ese año.

131 INAH; 2a. serie, legajo 8, doc. 8-4-138.


132 México a través de los siglos; tomo V, pp. 453 y 454.
133 1818-1863.
444  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El carácter pragmático y el espíritu práctico de Llave contrastan fuerte-


mente con la naturaleza reflexiva y cuidadosa de José de Emparan.134 Naci-
do de padre español y madre veracruzana, fue llevado por su familia, niño
aún, a vivir a La Habana, después de la independencia. La posición promi-
nente de su padre y sus muchos recursos le permitieron instalarse en Cuba
hasta 1841, año en que regresó a Veracruz. Se inició pronto en las cuestio-
nes públicas como jefe político en el puerto y más tarde fue diputado local.
A la caída de Arista ocupó el cargo de gobernador del estado; pero pidió a
Santa Anna la conservación del sistema federal y el dictador lo destituyó.
Miguel Lerdo lo designó encargado de la agencia del ministerio de fomento
en Veracruz; al triunfo de Ayutla fue designado alcalde del puerto y des-
pués diputado en el congreso constituyente. Hablaba con facilidad y correc-

a
ción; Félix Romero lo consideró “hombre de carácter apacible, que parecía
ser débil sin serlo, a fin de cumplir su programa de autoridad paternal”,

rrú
pero agregó que sabía resistir a las autoridades superiores con más carác-
ter y temple de lo que se esperaba. Simpatizó con Ocampo en Veracruz; no
Po
obstante, Mata dijo de él que “si como tenía entendimiento y deseos de
hacer el bien, hubiera tenido valor, su mérito habría sido inestimable”.
Probablemente influido por Lerdo, según la prensa de la época, consideró
a

inevitable la firma del tratado con McLane y extendió las autorizaciones


eb

para que Mata prorrogara el plazo de ratificación y ratificara el documento,


de haber sido aprobado por el senado yanqui. Se había opuesto al golpe de
estado de Gutiérrez Zamora en diciembre de 1857; desempeñó un papel im-
u

portante en el retorno de Lerdo al gabinete de Juárez en diciembre de 59 y


pr

se opuso decididamente al plan de Degollado, al año siguiente. Rechazó


varios puestos públicos destacados, no quiso servir al Imperio y murió
1a

arruinado poco antes del triunfo de la República. Había sido ministro de


fomento de Juárez por breve tiempo; ocupó la secretaría de relaciones desde
marzo de 60 hasta el retomo de Ocampo y acompañó a don Benito en el re-
greso a la capital siendo ministro de gobernación.
Juan Antonio de la Fuente135 era un brillante abogado de Coahuila, cuya
apariencia modesta y aire reservado ocultaban una sólida cultura, acompa-
ñada de gran firmeza de principios. Ceballos lo introdujo en la vida pública,
al designarlo ministro de gobernación en su efímero gobierno. En el congre-
so constituyente destacó pronto por la claridad de sus ideas y la habilidad
para exponerlas; se alineó con los liberales moderados y manifestó muchas
dudas sobre la conveniencia y posibilidades de la reforma. Defendió con

134 1814-1866.
135 1814-1866.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  445

abundancia de argumentos la ley Juárez, que explicó diáfanamente en el


congreso; pero se opuso, con el apoyo de Comonfort y todo el grupo mode-
rado, a que la constitución consignara la libertad religiosa, ni siquiera con
reservas. El Presidente lo llevó al gabinete, a mediados del año 56; pero re-
nunció por la debilidad con que se negociaron con los ingleses algunas
cuestiones pendientes. Cuando el golpe de estado de diciembre de 1857 era
secretario de relaciones; renunció, pero no siguió a Juárez a Veracruz, hasta
agosto de 1859. Cierto espíritu conservador lo había llevado a apoyar en el
constituyente la idea de restablecer la carta de 1824, con algunas reformas
relativamente secundarias; sin embargo, la guerra de tres años lo conven-
ció de la necesidad de la legislación reformista, que terminó por apoyar con
decisión. Después del regreso del gobierno a la capital volvió dos veces al

a
gabinete de Juárez y representó también a la nación en Francia, al tiempo

rrú
del rompimiento con Napoleón III.
Al terminar octubre de 1860, por lo tanto, el gabinete de Juárez estaba
integrado por Ocampo y Mata, más un liberal moderado de larga y conocida
Po
trayectoria, junto a dos miembros del grupo de Vera-cruz, al que en forma
más o menos indirecta pertenecía Miguel Lerdo de Tejada. El día 4 de no-
viembre, éste último transmitió al Presidente la invitación que le había cur-
a

sado el embajador español para acudir a la ciudad de México a sostener


eb

pláticas de avenimiento, “salvando el principio de la constitución y la


reforma”.136 Después de lo ocurrido con Degollado, esta gestión era sin
u

duda otro paso en falso, que fue rechazado de inmediato por el gobierno de
Veracruz, pero que, fatalmente tenía que producir un acercamiento de Llave
pr

y Emparan hacia las posiciones de Juárez y Ocampo.


Ese mismo día, en reunión del gabinete, Ocampo y Mata plantearon la
1a

cuestión del tratado McLane, que el presidente Buchanan quería presentar


de nuevo al senado al mes siguiente, una vez reanudado el período de se-
siones.137 Propusieron ambos ministros que se ampliara nuevamente el pla-
zo para la ratificación, que ya había sido ampliado por seis meses y vencía,
por lo tanto, el 14 de diciembre.138 En realidad, México había manifestado
su anuencia para esa prórroga; pero, en vista de que era difícil la aprobación

136  Juárez, correspondencia; tomo III, p. 31.


137  Idem; tomo IV, p. 82 (carta de Juárez a Romero, 7-VIII-1860). Como Juárez dice: “4
Domingo”, es evidente que la reunión se celebró en noviembre; Mata fue nombrado hasta
el 29 de octubre.
138  Datos autobiográficos, p. 273. El borrador del documento para ampliar el plazo de

ratificación por otros tres meses, se encuentra entre los papeles de Ocampo: INAH; 1a. serie,
caja 12, doc. 17-3-1-7.
446  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

del senado, Mata y Cass convinieron en hacer formalmente la ampliación del


plazo, sólo en caso de que el convenio llegara a aprobarse.139 Mata había
regresado a México y era, en esos momentos, secretario de hacienda; en
su lugar había quedado Romero, quien ya conocía la opinión de Juárez
contraria al convenio: “preciso es pensar en otra cosa”, le había escrito el
Presidente.140
En la reunión del gabinete celebrada el 4 de noviembre, Fuente mani-
festó su desconocimiento de los hechos posteriores a su salida de relacio-
nes, que tuvo lugar el 1o. de diciembre de 1859. Pidió pues el expediente
del tratado y se acordó que al día siguiente continuaría la reunión para to-
mar una resolución sobre el asunto.141 Para Ocampo y don Benito no era
difícil prever la reacción que tendría Fuente, tanto por el antecedente de su

a
renuncia a causa del asunto Barrón-Forbes en 1857, como por la forma en

rrú
que había llevado las negociaciones con McLane después de la salida de
Ocampo de relaciones, en agosto de 1859.
Parece ser que Mata no se dio cuenta de lo que, fatalmente, tenía que
Po
ocurrir al día siguiente. En primer lugar, había pasado la mayor parte del
año 60 en los Estados Unidos, donde su principal ocupación consistió, en
ese lapso, en tratar de convencer a los senadores yanquis de la convenien-
a

cia del tratado. No había, por lo tanto, apreciado de cerca la reacción que se
eb

produjo en muchos liberales cuando conocieron lo que se incluyó en el con-


venio por la presión norteamericana; tampoco podía medir la confusión que
u

existía sobre los alcances reales del tratado, que la historia demostró des-
pués cuán difícil era eliminar. Por otro lado, Mata no tenía una buena opi-
pr

nión del espíritu reformista de Fuente; en septiembre de 59 había escrito a


Ocampo: “el señor Fuente, en el congreso constituyente fue enemigo de la
1a

libertad religiosa, del juicio por jurados, etc. Como yo lo creo honrado y juz-
go que procedió entonces con arreglo a sus convicciones…en este caso, us-
tedes tienen en vez de un auxiliar en la grande obra de la reforma del país,
un obstáculo para esa misma reforma…en una de mis conversaciones con
este señor…le dije que le tenía miedo al diablo”.142
Esta vez, sin embargo, Fuente tenía a la mano, para fundamentar su
posición, otro género de razones. La reacción que manifestó la prensa libe-
ral en mayo del año siguiente, ante los ataques de Aguirre en el congreso
contra el tratado McLane, indicó claramente que el convenio no era popular.

139  Juárez, correspondencia; tomo IV, p. 79.


140  Idem, (carta de Juárez a Romero, 19-VI-1860).
141  Véase referencia (20).
142  Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 694 y 695.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  447

Es cierto que mucho de ello se debía al desconocimiento de sus alcances


reales, de los antecedentes que lo explican en muchos de los aspectos más
objetados y a las falsedades divulgadas por la prensa conservadora; pero,
en noviembre de 1860, era ya evidente, como Juárez decía, “la necesidad de
pensar en otra cosa”. Y existían, además, otras circunstancias que hacían
conveniente y posible un cambio de rumbo. El presidente Buchanan salía
del poder en unos cuantos meses, la amenaza de una guerra civil en los Es-
tados Unidos no era un secreto para nadie, y en otro orden de ideas, se veía
al alcance de la mano la derrota de Miramón.
En otras palabras, para la administración de Veracruz el convenio con
McLane había cumplido sus objetivos. Por un lado, había permitido conser-
var relaciones amistosas con el gobierno de Buchanan, a pesar de las ame-

a
nazas públicas que el Presidente norteamericano profería en contra de

rrú
nuestro país; por otra parte, había bloqueado la intervención de las escua-
dras europeas estacionadas en Veracruz, dando tiempo a que la guerra civil
se resolviera “mexicanamente”, según la frase que la prensa conservadora
Po
atribuía a don Melchor. Además, había impedido que los grupos liberales
hostiles a Juárez provocaran su desplazamiento de la presidencia, ponien-
do en entredicho así la legalidad del gobierno de Veracruz y la obra toda de
a

la reforma. Al llegar noviembre de 1860 todos estos eran ya hechos consu-


eb

mados; por lo tanto, las objeciones en contra de los aspectos introducidos


en diciembre de 1859, sobre el proyecto original de Ocampo, objeciones que
u

habían sido superadas momentáneamente por las razones de carácter polí-


tico, recuperaban toda su validez. Fuente se había reintegrado al gabinete
pr

quince días antes del ingreso de Mata y una semana escasa después del re-
torno de don Melchor. El grupo de Veracruz, que había sido el factor más
1a

importante, en lo interno, para la firma del tratado, tropezaría ahora con la


definitiva y categórica desautorización de Juárez.143
Todo esto estaba muy claro; pero era imposible que Mata lo compren-
diera. ¿Lo comprendió a su vez Ocampo? Los hechos demuestran, por lo
menos, que lo aceptó a posteriori. Don Melchor había también calificado el
convenio de “pacto con el diablo”; y cuando se separó de relaciones en
agosto de 59, como ya vimos, indicó a los líderes liberales “que ya no sería

143  Véase en El Heraldo; 23-1-1861, la presión que Lerdo ejerció en diciembre de 1859

para “procurar por medios pacíficos algún arreglo que diera por resultado el triunfo de los
dos grandes principios de nuestra bandera, esto es, el de que sólo en la nación reside el de-
recho de constituirse como mejor le convenga y el de la reforma ya dictada y sancionada por
ella misma o seguir la guerra con otra energía que hasta entonces…” Sobre la versión del
tratado que Lerdo envió con Díaz Mirón desde Estados Unidos, véase: Blázquez, p. 154.
448  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

necesario hacerlo”. Tenemos derecho a pensar, por lo tanto, que compartió


con Juárez todo el manejo del problema; pero no puede dejarse de ver que
tuvo que guardar ciertas consideraciones a Mata. La reacción de éste fue
completamente negativa: presentó en el acto su renuncia y se negó a regre-
sar a los Estados Unidos, donde Juárez creía útil su presencia en las nuevas
condiciones.144
La determinación tomada por Juárez el 5 de noviembre, en el sentido de
no prorrogar el término de la ratificación del tratado, trascendió pronto en
Veracruz. En efecto, quince días después la prensa publicaba ya en los Es-
tados Unidos la renuncia del ministro norteamericano, casi al mismo tiem-
po que Juárez aceptaba la renuncia de Mata. Este último, durante algún
tiempo, no ocultaba su descontento contra el Presidente, como tampoco lo

a
hacía McLane antes de regresar a su país.145 Según consignan los apuntes

rrú
de Juárez para su diario, Ocampo habló también de separarse del gabinete;
no obstante, su desacuerdo estuvo ligado a una petición concreta de Llave
contra un empleado de hacienda, de filiación conservadora, y no parece ha-
Po
ber estado relacionada con el asunto del tratado.146 En todo caso, la cues-
tión se resolvió ocupando Ocampo la secretaría de hacienda, con carácter
de encargado, a proposición del propio don Melchor.
a

Simultáneamente con la decisión de Juárez respecto al tratado, se cono-


eb

ció también la convocatoria a elecciones para designar diputados y presi-


dente de la República, que en esta vez se celebrarían de acuerdo con la ley
u

electoral aprobada por el congreso en 57. A principios del mes siguiente fue
promulgada, asimismo, la ley sobre libertad de cultos, firmada por Fuente y
pr

obra suya, según el testimonio de Manuel Ruiz. Para Juárez y Ocampo la


aprobación de esta Ley representó una victoria, de gran importancia histó-
1a

rica, sobre la resistencia que los liberales moderados habían manifestado


desde el congreso constituyente, respecto a la introducción de la libertad
religiosa en la legislación. El propio Juan Antonio de la Fuente, que ahora
aprobaba la idea como ministro de justicia, había dicho a los diputados,
poco antes de ingresar al gobierno de Comonfort: “Si todo nos hace recono-
cer que con la tolerancia religiosa disgustaríamos profundamente al pue-
blo, si con ella introduciríamos en el país un experimentado elemento de

144  Datos autobiográficos; p. 274. Parece que Mata recibió la orden, pero creyó ser más

útil en Veracruz y viajó a Nueva Orleans sólo para recoger a su familia. INATI; cartas perso-
nales, doc. 50-R-29-10.
145  Véase la carta de Mata a Ocampo, de fecha 25-XI-1860: 1NAH; 2a. serie legajo 8,

papeles sueltos.
146  Datos autobiográficos; p. 274. Memoria de hacienda (1870); p. 1056.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  449

discordia, de turbulencias y proscripciones, si esta providencia ha de forti-


ficar las antipatías entre mexicanos y extranjeros…. si el único lazo de
unión entre los mexicanos…. va a desatarse con esta novedad ¿cuál pue-
de ser la razón para que la adoptemos o para que alarmemos al pueblo
anunciándosela?”.147 “Las leyes —decía ahora el artículo 1o. de la nueva
disposición— protegen el ejercicio del culto católico y de los demás que se
establezcan en el país, como la expresión y efecto de la libertad religiosa,
que siendo un derecho natural del hombre no tiene ni puede tener más lími-
tes que el derecho de tercero y las exigencias del orden público”.148 Los as-
pectos más destacados de la ley Fuente, tradujeron a medidas prácticas el
propósito de reducir la autoridad de las asociaciones religiosas a las cues-
tiones de esa naturaleza, sin coacción alguna de otra clase; en lo futuro, los

a
actos religiosos no podrían verificarse fuera de los templos sin permiso de

rrú
las autoridades, y desde luego deberían realizarse de acuerdo con lo esta-
blecido por las demás leyes de reforma.
Al terminar el año, cuando el gobierno se disponía a trasladarse a la
Po
capital, como consecuencia de la derrota final de los ejércitos conservado-
res, era evidente, por lo tanto, que la gestión de Ocampo estaba de hecho
terminada. Sin embargo durante el breve período de tres semanas que toda-
a

vía permaneció don Melchor en el gabinete, se vio envuelto en algunas


eb

complicaciones de carácter político, que ya hemos relatado. Conviene seña-


lar que la entrada de los liberales a la ciudad de México fue relativamente
u

tranquila y pacífica; no se ejercieron venganzas ni se aplicaron castigos al


margen de la ley durante el período que precedió a la llegada de Juárez, en
pr

que Ocampo era la autoridad política más importante en la capital.


Uno de los escasos hechos de sangre que ocurrieron en la ciudad de Mé-
1a

xico en esos días, fue la muerte del periodista Vicente Segura Arguelles.149
Este destacado escritor había colaborado, a partir de 1845, con Ignacio Ra-
mírez y Guillermo Prieto en la edición de un periódico satírico, que criticó
las costumbres y los vicios políticos de la época del presidente Paredes.
Posteriormente, Segura evolucionó hacia posiciones cada vez más conser-
vadoras, bajo la influencia de personalidades literarias como Pesado, el
médico Carpio y don Bernardo Couto. Durante la última dictadura de Santa
Anna y durante la guerra de tres años, dirigió periódicos de extrema dere-
cha, como el “Ómnibus” y el “Diario de Avisos”. Después de Calpulálpam

147  Zarco; p. 614 (sesión del 31-VI-1856).


148  Leyes de Reforma; pp. 190 a 198. Circular anexa, pp. 163 a 189.
149  Véase la versión de Manuel Payno, en: Buenrostro; tomo IV, p. 135. Asimismo, la

versión de un testigo presencial, en La Bandera Roja; 4-1-61.


450  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

temía ser objeto de represalias al ocupar los liberales la capital; cuando la


policía se presentó en su casa, según ya explicamos, disparó algunos tiros,
mató a un policía y fue muerto a su vez.
Ya hemos mencionado, en otra parte, que Ocampo promulgó el 2 de
enero de 1861 un decreto, a nombre de Juárez, destituyendo a todos los
funcionarios que habían colaborado con los gobiernos de Zuloaga y Mira-
món. Como secretario de hacienda por otra parte, dictó también otra medi-
da que seguramente le atrajo todavía mayor número de activas y poderosas
enemistades. Envió una circular en cuyo texto señaló la culpabilidad del
clero en la rebelión de Tacubaya y en la desastrosa guerra que a ella siguió.
“Habiendo tal guerra ocasionado a naturales y extraños multitud de graví-
simos perjuicios —dijo en ese documento—, siendo responsables, confor-

a
me a nuestras leyes, con su persona y bienes, los autores de las revueltas,

rrú
el clero pagará con sus bienes los perjuicios ocasionados al país por la últi-
ma guerra”.150 Para este fin, Ocampo ordenó intervenir los diezmatorios y
los emolumentos de los párrocos.
Po
El tiempo habría de aportar nuevas pruebas en apoyo de estas aprecia-
ciones de don Melchor. Se recordará que uno de los principales puntos de
discrepancia con Fuente, al regresar el gobierno a la ciudad de México, fue
a

el relativo a la expulsión de los obispos. La cuestión se planteó el 14 de


eb

enero, en el seno del gabinete, y según se deduce de la correspondencia


de Ocampo, éste apoyó la medida, que fue ejecutada por los ministros que
u

tomaron posesión ocho días más tarde.151 A fines del mes salieron del país
los obispos Munguía, Madrid, Espinoza y Barajas, así como el arzobispo de
pr

la Garza Ballesteros. Se recordará que desde 1856 había sido ya expulsado


el obispo de Puebla, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos,152 por el apoyo
1a

que había prestado a la rebelión de la sierra norte de ese estado. El papel


activo que estos dirigentes eclesiásticos tuvieron después en la organiza-
ción de la expedición tripartita y en la formación del Imperio, justificó a
posteriori la medida, ya claramente necesaria en 1861, que fue una de las
últimas que aprobó el gabinete Ocampo.
Labastida nació en Michoacán y estudió en el seminario de Morelia, del
cual llegó a ser rector. Regresó a México en 1863, ya como arzobispo y for-
mó parte de la regencia del Imperio; sin embargo, apenas duró un mes en el
cargo, pues fue destituido a consecuencia de las discrepancias que tuvo con
los franceses sobre los derechos de la iglesia. Según Oseguera, comprendía

150 Leyes de Reforma; pp. 199 y 200.


151 Datos autobiográficos; p. 277. Juárez, correspondencia; tomo IV, p. 396.
152 1816-1891.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  451

la necesidad de la desamortización y tuvo el proyecto de apoyarla, sobre la


base de la ley Lerdo, aplicada ésta de tal manera que la iglesia conservara
sus riquezas; pero no logró nada en ese sentido, antes de que se promulga-
ra la ley de nacionalización de 1859.153 La dificultad con los franceses se
originó en el apoyo que éstos dieron a los adjudicatarios de bienes eclesiás-
ticos, de acuerdo con el programa de Napoleón III. Labastida volvió a opo-
nerse en 1865 a la legislación liberal de Maximiliano en materia de cultos,
que en parte dejaba en pie las leyes de reforma. Junto con Munguía, se le
consideró, además de su jerarquía eclesiástica, como uno de los principales
dirigentes del partido conservador.
Ocampo, que ya había propuesto a Juárez que cambiara el gabinete el
día 11, entregó formalmente la renuncia de los ministros el 17 de enero.154

a
A la salida de Fuente, ya se había incorporado González Ortega, como mi-

rrú
nistro de guerra, y el propio Ocampo trató de que lo hiciera Zarco, pero éste
se rehusó durante algunos días.155 El Siglo explicó así la primera etapa del
cambio: “Al llegar el señor Presidente a la capital de la República, creyó
Po
conveniente completar el gabinete y nombró ministro de la guerra y mari-
na, al señor general don Jesús González Ortega, y de relaciones exteriores
al señor don Francisco Zarco. El primero está ya en posesión de su cartera; el
a

segundo renunció por razones particulares, manifestando que su renuncia


eb

no nace de falta de conformidad con la política del gobierno. Queda pues


organizado el gabinete del modo siguiente: Relaciones, el señor don Mel-
u

chor Ocampo, interinamente; justicia e instrucción pública, el señor don


Juan Antonio de la Fuente; fomento, el señor don José Emparan; goberna-
pr

ción, el señor don Ignacio de la Llave, hacienda, el señor don Melchor


Ocampo; y guerra, el señor general don Jesús González Ortega”.156 La se-
1a

gunda parte la explicó así el Monitor: “La cuestión que ha tenido agitados
los ánimos hace dos días es la del indulto o conmutación de pena de don
Isidro Díaz, y el rumor muy válido de que iba a concederse un perdón gene-
ral…De aquí esa grita contra el ministerio, acusándolo de debilidad y de
inconsecuencia; de aquí esas muestras de desconfianza que se han repetido

153  INAH; legajo 50 (cartas personales), docs. 50-0-20-33 y 50-0-20-41.


154  Véase el texto de las renuncias de Fuente y de todo el gabinete, en El Heraldo; 20-
VI-1861. El original de la respuesta de J. de D. Arias, en nombre de Juárez, está en: INAH; 1a.
serie, caja 12 doc. 17-3-5-9.
155  Él nombramiento de Ortega y Zarco, firmado por Ocampo, aparece en El Heraldo;

15-1-1861. Zarco envió una carta de agradecimiento a don Melchor: INAH; legajo 50 (cartas
personales), doc. 50-2-6-2.
156  El Siglo XIX; 15-I-1861.
452  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

bastante…El señor Fuente, ministro de justicia, que como tal firmó la or-
den de conmutación de pena, ha presentado su renuncia; y el señor Presi-
dente ha creído deber admitírsela como una satisfacción a la opinión
pública…los ministros todos creen que deben retirarse; todos, aun cuando
se dice generalmente que el señor Ocampo, firme y valiente, ha defendido el
principio de la justicia en el caso actual. El señor Presidente ha manifesta-
do que en el caso de renunciar el ministerio todo, él también se retiraría…
Es preciso que se aclaren todas las cosas, para que se pueda juzgar con co-
nocimiento de causa…Pero que se publique todo, para que la nación sepa
lo que debe dar a cada uno…”.157
El periódico de Vicente García Torres (1811-1893) fue el más objetivo e
imparcial para reseñar los sucesos políticos de enero de 1861. Este impre-

a
sor y periodista había publicado, a lo largo de los años, varias cartas de
Ocampo. García Torres fue de origen humilde, pero lo protegió un aristócra-

rrú
ta que lo llevó consigo a Europa cuando aún era muy joven; supo mante-
nerse independiente y sostener ideas avanzadas en sus publicaciones,
Po
cuyas finanzas progresaron con el tiempo. Fue ardiente partidario de la de-
fensa nacional durante la intervención americana. En general, recogió los
puntos de vista del partido liberal “puro”, pero no vaciló en contradecir a
a

Arista y a Juárez, en algunas ocasiones. No se le consideró como un hombre


eb

muy instruido; sin embargo, tuvo el acierto de rodearse de muchas de las


mejores cabezas del liberalismo.
Aún hoy dista mucho de estar completamente claro lo que ocurrió en
u

enero de 1861, al regresar el gobierno a la ciudad de México. Sin embargo,


pr

el tipo de personas que integraron los siguientes gabinetes de Juárez indica


que don Melchor tenía razón en creer que eran necesarias “caras nuevas”
1a

en el gobierno. Jesús González Ortega,158 por ejemplo, era casi desconocido


en 1853, al sobrevenir el golpe de estado contra Arista. Desempeñaba un
puesto secundario en el gobierno de Zacatecas; sin embargo, se opuso a
Santa Anna y fue perseguido por la dictadura. Cuando la rebelión de Tacu-
baya, no quiso desconocer la constitución de 57, siendo diputado local en
su estado. Fue designado gobernador por los liberales y organizó activa-
mente la resistencia al aproximarse las tropas conservadoras; en la guerra
civil destacó con rapidez, pues logró enfrentarse con éxito a los generales
Woll, Silverio Ramírez y Miramón. Como militar de origen civil se opuso
siempre al uso de la fuerza del ejército para resolver los conflictos políticos
entre los liberales; se consideró del bando de los “puros” y organizó la

157  Monitor; 18-I-1861.


158 1822-1881.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  453

persecución de Zuloaga y Márquez, después de las muertes de Ocampo, De-


gollado y Valle, hasta destruir sus fuerzas en Jalatlaco. En 1861 el congre-
so lo hizo presidente de la suprema corte; apoyado por Doblado y otros
liberales, trató años más tarde de hacer que Juárez le entregara la presiden-
cia. Dirigió la defensa de Puebla; posteriormente salió del país y fue encar-
celado a su regreso. Poco antes de morir, le fue reconocido su grado por el
presidente González, pues sus méritos militares son indudables. Aun cuan-
do aceptó parlamentar con los conservadores durante la guerra de tres años
y expidió un manifiesto, durante la intervención, en que reclamaba la pre-
sidencia, nunca llegó realmente a sublevarse.
Juárez llamó también al gobierno en 1861, al separarse Ocampo, a una
de las personalidades intelectuales más destacadas del siglo pasado, en

a
nuestro país. Ignacio Ramírez,159 nacido en el seno de una familia liberal,
combatió toda su vida los prejuicios y el fanatismo. En la academia de Le-

rrú
trán defendió, siendo muy joven, una tesis titulada: “No hay Dios, los seres
de la naturaleza se sostienen por sí mismos”; su brillante disertación, como
Po
es sabido, causó gran conmoción en la época y ha dado motivo después a
sonados incidentes. Se inició en el periodismo político en 1845, en un órga-
no satírico que renovó la vena del Pensador Mexicano y el “Gallo Pitagóri-
a

co”. Colaboró después con los gobiernos locales de Sinaloa y el estado de


eb

México; fue encarcelado por Santa Anna y tomó parte muy activa, a la
caída de éste, en el congreso constituyente. Trató de unirse con Juárez,
después del golpe de Tacubaya, pero fue apresado en el camino y estuvo
u

detenido hasta fines de 1858; posteriormente se trasladó a Veracruz. Fue


pr

ministro de justicia e instrucción pública, durante algunos meses en 1861;


más tarde fue diputado y siguió al gobierno hacia el norte. Regresó a la ca-
1a

pital después de la amnistía de 1864; pero pronto fue desterrado a Yucatán.


Se opuso a Juárez, ásperamente, a partir de la prolongación de su gobierno
por decreto; en 1876 combatió la reelección de Lerdo y fue ministro de jus-
ticia de Díaz, por un corto tiempo. Murió siendo ministro de la suprema
corte. Liberal “puro”, con tendencias socializantes, criticó la preocupación
por los aspectos formales de la legislación y señaló la condición lamentable
de los indígenas y de los trabajadores. Comprendió la importancia de la co-
muna de París y presintió la trascendencia del movimiento obrero. Orador,
literato, educador, vulgarizador científico, sin embargo, mostró cierta ani-
madversión o escepticismo respecto a la política burocrática, en parte quizá
por su absoluta honradez personal e intelectual. Siempre hizo grandes elo-
gios de Ocampo.

159 1818-1879.
454  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

El acuerdo de don Melchor, expedido el día 3 de enero, sobre interven-


ción de diezmatorios y emolumentos parroquiales fue recibido con recelo,
incluso por la prensa liberal. En los momentos en que el ejército de Gonzá-
lez Ortega acababa de ocupar la capital, no era discutible la imperiosa nece-
sidad de exigir responsabilidades a los causantes de la guerra civil. Pero no
teniendo existencia legal los diezmatorios y siendo difícil de entender la
forma de intervenir los ingresos eclesiásticos, en buena parte provenientes
de limosnas, algunos periódicos propusieron en cambio que se secuestra-
ran los bienes particulares de los obispos y de otros eclesiásticos. De aquí,
era fácil pasar a las persecuciones contra los funcionarios de Zuloaga y
Miramón.160 Por otro lado, la reacción distaba mucho de estar vencida; al
amparo de la libertad de prensa que Juárez estableció, resurgieron de inme-

a
diato los periódicos conservadores, que no ocultaban ni el apoyo económico

rrú
que recibían, ni la solidaridad política que los unía con los regímenes que
habían gobernado en la capital durante tres años.161 El acuerdo de 3 de ene-
ro estaba destinado a operar con el decreto de 17 de diciembre anterior, ex-
Po
pedido por Juárez todavía en Veracruz, que establecía un fondo especial
para el pago de reclamaciones originadas con motivo de la guerra.162 Pero
en cierta forma, el tono de esa disposición reflejaba el período en que el go-
a

bierno, refugiado en Veracruz, hacía uso constante de las facultades ejecu-


eb

tivas extraordinarias que, según señalaba con razón don Melchor, le habían
otorgado las circunstancias creadas por el golpe de estado de Tacubaya. A
u

pesar de la intensa agitación política que reinaba en la ciudad de México en


pr

enero de 1861, era evidente que esas circunstancias habían cambiado y que
el presidente Juárez tendría que prescindir de algunas de las facultades
que transitoriamente había ejercido. Esto saltó a la vista, por ejemplo, en la
1a

circular que Zarco dirigió a los gobernadores el 20 de enero, al integrarse


un nuevo gobierno.163 “Una vez vencido el bando retrógrado, no sólo por las
armas —decía Zarco—, sino también por la reprobación nacional, cesa la
triste necesidad de obrar discrecionalmente y el gobierno está en el deber
de no omitir esfuerzo para que el país vuelva al régimen constitucional”.
Es probable que Ocampo estuviera momentáneamente de acuerdo con esta
necesidad; quizás era ella una de las principales razones por las que creía

160  Monitor; 13-I-1861.


161  Véase, por ejemplo, la nota publicada por el Monitor; 15-1-61, con motivo de la apa-
rición de El Pájaro Verde, subvencionado por Munguía.
162  La administración pública en la época de Juárez; tomo II, p. 318.
163  Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 149 a 160.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  455

necesario un cambio total del gabinete y por las que consideraba terminada
su actuación pública.164
El cambio de rumbo y de métodos del gobierno, sin embargo, por fuerza
originó una fuerte hostilidad de una parte de la prensa liberal hacia Ocam-
po. Como de inmediato estalló la polémica con Lerdo, que desde luego le
atrajo los ataques de los partidarios de la candidatura de don Miguel, no
resulta difícil explicar que se publicara cierto número de artículos contra el
michoacano, en el curso de los meses siguientes, a pesar de su retiro a Po-
moca. No obstante, conviene examinar brevemente algunos aspectos de
esta campaña de prensa, por la relación que guarda con aspectos importan-
tes de la gestión anterior de Ocampo, realizada durante los años que el
gobierno pasó en Veracruz.

a
Al publicarse la ley Prieto, el 10 de febrero de 1861, quedaron deroga-

rrú
das las circulares de Ocampo que eran objeto de los ataques de la prensa
lerdista.165 Además, el propio Prieto criticó la situación creada en relación
con los bienes nacionalizados, al tomar posesión del ministerio de hacien-
Po
da. Con respecto a la nacionalización de los bienes del clero, decía don Gui-
llermo en su carta a los gobernadores de los estados: “La iniciativa de esta
revolución, cuya gloria inmortal pertenece al señor Lerdo de Tejada, lanzó
a

el pensamiento rico en gérmenes precisos, pero inseguro, tímido, porque lo


eb

contagió la duda de Comonfort: dejó la propiedad indefinida el hombre de


estado; no se fijó en los pormenores, y hasta que ya en Veracruz en medio
u

de la fiebre de la lucha, no se publicación las leyes de reforma, no cobró


una fisonomía marcada y decidida la revolución…”
pr

Más adelante añadía, en relación con las circulares aclaratorias que


eran discutidas por la prensa lerdista: “Las circulares que sucedieron a la
1a

ley de reforma, y que no podían ser sino la expresión de deseos de su expe-


dita realización en medio del tumulto de la guerra, confundieron más a la
ley misma de dos maneras, o rompiendo la unidad del pensamiento…. o
adoleciendo de mil accidentes transitorios que convertían en ley de circuns-
tancias una ley que debe ser profundamente radical…Las leyes del señor
Lerdo y las circulares del señor Ocampo…todos son contrastes, todo ambi-
güedad, todo embarazos”.166
En realidad, como la guerra civil había terminado, ya no existía ningu-
no de los problemas derivados de la autoridad ejercida sobre una extensa
zona por el gobierno conservador; una buena parte de las disposiciones que

164  Véase la carta a Plácido Vega, en Obras; tomo II, pp. 311 a 314.
165  Heraldo; 31-I-1861. El Progreso; 1o.-II-I861, 2-II-1861.
166  Monitor; 8-II-1861.
456  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

contenían las circulares de Ocampo, se habían vuelto con ello innecesarias.


Además, había transcurrido año y medio a partir de la expedición de las
circulares; por lo tanto, muchos de los plazos que en ellas se habían fijado,
para dar oportunidad de acogerse a los beneficios de la ley en las difíciles
circunstancias de la guerra civil, habían transcurrido o carecían ya de inte-
rés para los adjudicatarios. En suma, la derogación de las circulares, en las
nuevas condiciones producidas al pacificarse el país, casi nada dice, en rea-
lidad, contra su necesidad en los difíciles momentos en que el gobierno
operaba en Veracruz. Desde luego que la ley o reglamento Prieto no satisfi-
zo los múltiples intereses que se habían creado y que ninguna ley podía
satisfacer por completo. Los ataques en la prensa contra el gobierno no sólo
no disminuyeron, sino que se hicieron más violentos.

a
Poco antes de separarse del gabinete, Ocampo dictó una disposición

rrú
para que no se pagaran las rentas del mes de enero, con algunas excepcio-
nes, por los arrendatarios de bienes sujetos a la desamortización; la prensa
objetó que al presentarse los adjudicatarios en la oficina de desamortiza-
Po
ción a hacer la redención, tendrían que pagar réditos por el mes corriente,
pero no recibirían el producto del capital o sea la renta de las casas. En
realidad, muchos adjudicatarios no tenían derechos, porque no habían se-
a

guido los trámites legales adecuados, para obtener los títulos de propiedad;
eb

la disposición pretendía darles una oportunidad para legalizar esos dere-


chos, pero los castigaba por morosos o renuentes.167 Sin embargo, tales trá-
u

mites prolongaban la inestable situación existente y despertaban peligrosos


apetitos de quienes querían hacer fáciles negocios. “La ley —decía Prieto a
pr

los gobernadores— quiso emancipar al inquilino y al arrendatario y al sier-


vo, volviéndolos señores, y el tráfico quiere que esta clase desheredada
1a

cambie de dueño y se resigne con el yugo que le imponen las pasiones más
bastardas; quiso la ley la redención de los menesterosos, la glorificación
del trabajo, la extinción de los dolores sociales por medio de la caridad ma-
ternal, de la justicia; y se pretende con la usurpación de los títulos de la re-
volución, desnaturalizarla y frustrar sus miras…”.168
Los negocios fáciles estaban a la orden del día. Poco después de apare-
cido el reglamento de Prieto, la prensa describió el caso de un rico persona-
je, “nada liberal”, que por 20 mil pesos se hizo de casas del clero, valuadas
en 54 mil pesos y que en realidad valían 74 mil.169 Con relación al citado
reglamento, decía un editorial a mediados de febrero: “Ni los denunciantes,

167  Monitor; 20-I-1861.


168  Monitor; 8-II-1861.
169  Heraldo; 21-II-1861.
SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  457

ni los adjudicatarios han quedado contentos; ni los que han contratado con
el gobierno legítimo, ni los que hicieron negocio con los usurpadores, están
satisfechos, pues para todos es perjudicial el reglamento-embrollo del se-
ñor Prieto…”.170
Después de la renuncia de Prieto, que tuvo por fecha el 27 de marzo, los
ataques en su contra se extremaron, hasta el punto de que publicó una de-
fensa conjunta con José Ma. Iglesias, sobre la forma en que se habían ma-
nejado las partidas de viáticos durante su gestión en hacienda. Aunque los
ataques no mencionaban específicamente a don Melchor, el documento de
Prieto e Iglesias señaló que los viáticos “asignados al señor Ocampo fueron
(como los de Prieto) por la travesía de Guadalajara, Manzanillo, Habana,
los Estados Unidos, hasta Veracruz, de un viaje lleno de penalidades y peli-

a
gros. El señor Ocampo no solicitó esa suma —seguía diciendo el documen-

rrú
to—, ni hizo indicación alguna sobre ella, se la concedió el ministerio muy
espontáneamente y casi a excusas, porque el señor Ocampo es una de las
personas que merecen veneración en materias de delicadeza y probidad, y
Po
se la concedió porque era justo, porque el señor Ocampo ha sacrificado una
rica fortuna por servir al país, etc.”.171 En realidad, Ocampo había recibido
algo menos de 900 pesos de viáticos, en esa ocasión.172
a

Como Prieto e Iglesias hicieron referencia, en su documento, a la asig-


eb

nación al denunciante de una parte de la plata encontrada en la catedral de


México al entrar el ejército liberal, Justino Fernández publicó unos días des-
u

pués una carta al Siglo, en donde explicaba la intervención de Ocampo.173


Don Melchor ordenó tratar de convencer al denunciante para que aceptara
pr

una cantidad menor que el tercio que le daba la ley; en esos trámites anda-
ba la cuestión, cuando Ocampo se separó del ministerio y Juárez dio ins-
1a

trucciones para que Prieto se hiciera cargo del problema.


Este ambiente de suspicacias y recelos, que acompañó a la realización
de la reforma durante los primeros meses del gobierno restaurado en la ca-
pital, no sorprendió seguramente a Ocampo, como lo demuestra el espíritu
de sus circulares de Veracruz. Tampoco es de creer que causara sorpresa a
Lerdo, por más que éste veía la cuestión desde el ángulo opuesto. “Hace
tiempo —decía una nota editorial, cuando Prieto llamó a Lerdo para que
diera al gobierno sus observaciones sobre la aplicación de las leyes de des-
amortización —que habíamos observado que en materia tan grave y delicada

170  Heraldo; 15-II-1861.


171  Monitor; 25-IV-1861.
172  El Siglo XIX; 20-IV-1861.
173  Monitor; 8-V-1861 (la carta de Fernández es de fecha 27-IV).
458  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

había…dos cuerpos de leyes. La de Lerdo y las de Ocampo, dos polos opues-


tos. Las primeras propendían rápidamente a la nacionalización de los bie-
nes de manos muertas, y las segundas a destruir y detener el movimiento,
la impulsión dada por el reformador”.174 Otra nota de la prensa, esta vez de
Veracruz, dejaba ver con mayor claridad la fuerza del impulso que trató
de controlar y dirigir Ocampo: “La aclaración hecha por el señor Ocampo
—escribió El Progreso— al principio del párrafo segundo de su nota circu-
lar de 27 de julio de 1859, privó a esa ley de su resorte político, de su acción
contra el gobierno reaccionario y de su interés fiscal. Si el plazo fijado por
dicha ley corría en los puntos ocupados por el enemigo, es claro que en las
ciudades de México y Puebla los interesados en la compra de fincas y re-
dención de capitales, quedaban obligados por su propia conveniencia, a ha-

a
cer todo género de esfuerzos para derrocar al gobierno farsante de esa

rrú
manera se abría la puerta a grandes especulaciones que aseguraban al go-
bierno (liberal) un gran recurso para salir de la situación verdaderamente
aflictiva en que se hallaba…”.175 Las disposiciones de Ocampo, con sus
Po
preocupaciones porque los plazos no resultaran imposibles de cumplir para
los adjudicatarios, con sus facilidades para admitir bonos de la deuda inte-
rior y exterior, con sus excepciones, sus dispensas y sus reconocimientos
a

de derechos perdidos por falta de trámites oportunos, estaban destinadas a


eb

promover el gran propósito social de la reforma: beneficiar en todo lo posi-


ble a los arrendatarios y deudores, así como evitar que los denunciantes y
u

redentores de capitales hicieran pingües negocios.


Dentro de estas circunstancias se comprende perfectamente la actitud
pr

de Mata, al separarse del gobierno en los primeros días de mayo. Zarco lo


llamó a la capital el 9 de abril, con objeto de que sustituyera a Prieto en ha-
1a

cienda; tal vez, al decidirlo así don Benito recordó las circunstancias, tan
sorpresivas, en que Mata había recibido el mismo encargo en octubre del
año anterior. Al separarse, esta segunda vez, don José Ma. tuvo un rasgo
quijotesco y donó al erario público, cuya difícil situación le constaba como
secretario del ramo, los 14 mil pesos de sueldos atrasados que se le de-
bían176 y que entonces constituían una pequeña fortuna.
En víspera de que el congreso declarara presidente electo a don Benito,
la situación en la capital era confusa y contradictoria. La prensa publicaba
los manifiestos de los jefes conservadores, cuyas tropas, según vimos,

174  El Heraldo; 31-I-1861.


175 Véase: Idem; 16-11-1861.
176  Puede verse el texto de la renuncia en: Juárez, correspondencia; tomo IV, p. 374.

Mata aceptó el puesto hasta el 21 de abril: La Independencia; 25-IV-61.


SEXTA JORNADA.  HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN  459

llegaban con frecuencia hasta las garitas de la ciudad; era público y notorio
que el expresidente Comonfort estaba en contacto con Vidaurri y quería re-
gresar al país; repetidas veces se dijo en los periódicos que don Manuel Do-
blado “estaba en convivencia con algunos personajes para dar otro giro a la
revolución…”.177
En este breve intermedio que precedió a la intervención, tal parecía, en
efecto, que Doblado178 era el hombre del futuro. Ya lo había parecido, en los
días en que se derrumbaba Comonfort; en efecto, el 28 de diciembre de 57,
Prieto le escribía desde México: “Yo tenía y tengo en mi conciencia, que na-
die puede ser presidente más que usted; pero en vista de este conflicto, opi-
no porque la legalidad sea la consigna de esta lucha por el movimiento, sin
invocar nombre alguno que despierte celos, vendrá el poder a manos de

a
Juárez y Parrodi, Llave y Zamora, usted, todos tendrán que seguir ese em-

rrú
puje moral que está en el instinto público…”. Por cierto que en esta carta
don Guillermo menciona un interesante documento de Ocampo —donde de-
finía su posición frente al golpe de Tacubaya— que por desgracia se ha
Po
perdido: “Deseando yo poner alrededor de usted lo que conozco de más leal
y de más ilustre en el partido liberal, vi al señor don Melchor Ocampo y con-
ferencié sobre la situación; su opinión para que la transmitiese a usted se
a

la adjunto en un papel firmado de su puño. Con él estoy de acuerdo, menos


eb

en el artículo 2o. que yo modificaría, diciendo que se llame al presente con-


greso y que si al mes no se reúne, se convoque otro, reformante ad hoc y
u

que tenga la facultad de elegir presidente…”.179


pr

Originario de Guanajuato y de origen modesto, Doblado tenía una fuer-


te y dominante personalidad, que usaba hábilmente, combinada con una
extraordinaria imaginación y una simpatía innata. Desde muy joven desta-
1a

có en la política local; siendo diputado en 1848 se opuso al tratado de paz y


participó en el movimiento del padre Jarauta y Paredes Arrillaga. En 1855
ayudó a Comonfort, asociado con Leonardo Márquez, para consolidar el
triunfo del plan de Ayutla; se rebeló después contra Álvarez. Era goberna-
dor cuando el golpe de Tacubaya; aconsejó a Comonfort que reformara la
constitución, pero después de algunos titubeos apoyó a Juárez. Tomó parte
en la guerra de tres años, aunque salió del país durante un tiempo. En 1861
fue designado otra vez gobernador y, más tarde, llamado por Juárez al
ministerio de relaciones, negoció los preliminares de La Soledad. Luchó

177 Véase: La Prensa; 14 y 22-V-1861, El Movimiento; 17-VII-61.


178 1818-1865.
179  Archivo de Doblado; p. 54.
460  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

contra el Imperio y acompañó a Juárez al norte; trató de convencer al Presi-


dente de que debía entregar el poder y, al no lograrlo, salió de nuevo del
país en 1864. Murió en Nueva York. Su trayectoria política consiste en una
larga serie de intentos de “transacción” y de “compromiso” entre las ten-
dencias liberales y conservadoras.

a
rrú
Po
a
u eb
pr
1a
Séptima Jornada
VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO

La mañana en que Ocampo abandonó Villa del Carbón, enmedio de centenares de gue-

a
rrilleros y tropas irregulares, restos de los ejércitos del partido conservador, fue sin

rrú
duda una mañana límpida como otra cualquiera, como aquella de 1813 en que la po-
blación madrugó inquieta y levantó sus arcos de flores para esperar la entrada del
cura Rendón. Las informaciones de prensa, según dijimos, indicaron que la ocupación
Po
del pueblo fue acompañada de violencias contra sus habitantes; no faltaron, sin em-
bargo, algunos vecinos que llevaran a don Melchor alimentos y uno que otro de los
utensilios que puede necesitar un prisionero, aún en su última noche entre los vivos.
a

El 4 de noviembre de 1855 —es decir, sólo cinco años y meses antes— la revolu-
eb

ción triunfal de Ayutla celebraba en Cuernavaca una magna reunión, cuyo objeto cen-
tral era designar al presidente de la República y poner en sus manos el gobierno del
u

país. “Hasta ayer tarde —escribió desde México un amigo a Mariano Riva Palacio, que
pr

se encontraba en la hacienda de la Asunción— no se supo aquí (el resultado) por los


pasajeros de la diligencia. Salió electo don Juan por 17 votos, tres (tuvo) Comonfort,
tres Ocampo y uno Vidaurri; la votación fue pública. En seguida, nombró a Ocampo
1a

para que formara el ministerio…Muñoz Ledo acaba de contarme como cosa segura
que los ministros son Ocampo en relaciones, Comonfort en gobernación, Juárez en
justicia, Zuloaga en guerra y Prieto en hacienda “Sólo en un error cayó Muñoz Ledo:
Zuloaga no habría de entrar al gabinete encabezado por Ocampo.
El país había vivido tanto en esos cinco densos años, que no parecía nadie sor-
prenderse de que el fallido y contradictorio ministro de guerra de la revolución refor-
mista triunfante fuera, en esa mañana, el presidente de la república del bando
contrario, derrotado ya, que llevaba como prisionero al jefe del gabinete en que no se
le había dado entrada.
El camino de Villa del Carbón a Tepexi corre sobre una larga loma, cubierta con
bosque tan decadente que no evita ya en absoluto la erosión. A un lado y otro de la
colina, el agua ha excavado pequeñas vías que se reúnen formando gargantas cada
vez mayores hasta desembocar en las dos profundas hendeduras que forman sus bor-
des. Es muy posible que ciento veinte años atrás, la vegetación secundaria y aun algunos

461
462  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

árboles altos dieran al paisaje un contraste menor con las zonas francamente arbola-
das que hoy existen de Villa del Carbón hacia arriba.
Desde algunos puntos del trayecto la vista sobre el valle resulta espectacular; tal
vez lo haya sido desde hace siglos, por la ausencia de bosque que cubriera el panora-
ma. Sobre la colina paralela al camino que siguió don Melchor, por ejemplo, se en-
cuentra una construcción precortesiana, ya en ruinas, en la cima de una ligera
prominencia del terreno. Hoy día se le llama “El Mogote”, pero a todas luces fue un
observatorio que dominaba una considerable extensión de la planicie. Quizá combi-
nación de templo con fortaleza militar, su posición y sus dimensiones indican la
riqueza agrícola que era vigilada y protegida, natural y sobrenaturalmente, desde lo
alto de la colina.
La ruta no es casi sino un prolongado descenso, hasta llegar a la antigua pobla-
ción de San Luis Taximay, cubierta hoy por las aguas de la presa, entre las cuales so-

a
bresale, solitario, él extremo superior del campanario de la iglesia del pueblo

rrú
abandonado. Al pie de ésta pasaron las tropas, todavía muy de mañana, pues Taxi-
may es casi matemáticamente la mitad del camino. Es ya el cuarto día que Ocam-po
Po
pasa prisionero, desde el jueves de Corpus, en que la suerte le dio una inopinada “ta-
rascada”, al hacerlo caer en las manos de Cajiga. Poco después de Taximay, donde el
cauce de las aguas torrenciales que hoy detiene la presa se empieza a abrir hacia un
a

valle más amplio, dispuesto casi de sur a norte, el paraje lleva al melancólico nombre
de “Golondrinas”. A partir de ahí, se camina por trechos entre filas de árboles, como
eb

era común en los caminos reales, y se cruzan periódicamente pequeños puentes bajo
los cuales, en junio, sólo corren hilos de agua. Sobre uno de ellos se detuvo la comiti-
u

va; entre tantas versiones contradictorias y dudosas, corre una de que don Melchor
pr

tomó ahí de su cintura una limeta y pidió a otro preso que bajara a llenarla al arroyo:
“No te preocupes hijo —le habría dicho—. Aquí nos van a canjear”.
A partir de San Luis Taximay principian las tierras cultivadas. Para un hombre de
1a

campo, como lo era don Melchor, debe haber sido un gran placer, después de la sole-
dad de los bosques y del espectáculo angustioso y deprimente de las tierras erosiona-
das, mordidas por el desgaste de las aguas y los vientos, entrar a la simetría y la
limpieza de los cultivos, los pequeños bordos para riego, los canales y las bardas de
los huertos ocasionales a los lados del camino. Las milpas apenas estaban apuntan-
do, pues todavía no caían las primeras aguas.
Desde el momento en que Ocampo renunció a su profesión de abogado, mostró
una evidente vocación por la agricultura. “En 1835 —dicen sus apuntes autobiográ-
ficos— dejé la carrera para ir a cuidar mis bienes, que consistían en la hacienda de
Pateo”. A lo largo de los cinco años siguientes, don Melchor recorrió detallada y cui-
dadosamente la región cercana a su propiedad, siguió el curso de los ríos, subió a los
minerales de El Oro y Tlalpujahua, estudió botánica, hizo observaciones astronómi-
cas. En esos años nació Josefina, quien creyó ser huérfana durante algún tiempo, tal
vez porque una peculiar situación legal orillara a Ocampo a no contraer matrimonio;
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  463

en la prensa de la capital, sin embargo, publicó la correspondencia que enviara desde


Europa, donde mostró el respeto y la consideración con que trataba a la madre, que
murió poco antes de la terminación de la guerra de tres años. Varios de los más desta-
cados dirigentes moderados o conservadores, por encima de las profundas diferencias
políticas que los separaban de Ocampo, reconocieron sus virtudes de buen padre y
hombre caballeroso y cortés.
Fue en esta época que se desarrolló su interés por la agricultura; recogió estadísti-
cas sobre la producción de la zona, sobre su población, sus recursos y sus principales
problemas. Cuando regresó de Europa, la participación que tuvo en el congreso consti-
tuyente de 1842 alejó a Ocampo momentáneamente del trabajo de sus propiedades;
en 1843 ya estaba de vuelta y dedicado de lleno a poner en práctica las enseñanzas
recibidas. Tres años después, dejadas atrás las peripecias políticas del congreso, su
prestigio como agricultor se había extendido. Entre protestas de amistad Alamán lo

a
propuso para dirigir la nueva escuela de agricultura que intentaba formar; con este

rrú
motivo, Ocampo presentó a la “Dirección General de la Industria Nacional” un plan
para la enseñanza de la agricultura, del cual se conoce una copia conservada por
Po
Mariano Riva Palacio.
“Multiplicar, perfeccionar y aprovechar algunas plantas y animales es el objeto de
la agricultura —escribió don Melchor—, considerada simplemente como un arte, aun-
a

que sea la más necesaria entre ellas, puesto que es la que alimenta a la especie huma-
na, hace la prosperidad de las naciones y ministra a todas las otras artes ocupación y
eb

materiales”. Cuando redactó estas líneas, se encontraba en un país cuya producción


agrícola era calculada en “más de 220 millones de pesos anuales”, a los cuales debía
u

agregarse todavía “40 millones a que por lo bajo ascendía el valor de la reproducción
pr

del ganado y las aves”, según diría poco más tarde un celebrado manual estadístico.
Como al mismo tiempo se estimaba el producto total de la minería en 26 millones de
pesos al año, y como el resto de la industria nacional producía “de 90 a 100 millones
1a

de pesos” en un período igual, venía a resultar que la riqueza básica obtenida en el


país provenía casi en un 70% del campo y en no más de un 25% de la producción in-
dustrial, siendo el resto obtenido por la minería. Pero además, la industria fabril y
manufacturera, al igual que los buenos establecimientos artesanales y que práctica-
mente toda la minería, se encontraban dirigidos por extranjeros y eran propiedad
suya. Aunque no faltaban tierras agrícolas poseídas y explotadas también por extran-
jeros, en conjunto, este sector de la actividad económica era preponderante-mente
manejado por nacionales. Los puntos de vista de Ocampo, por lo tanto, correspondían
a la realidad de su época, terreno abonado para que prosperaran sus lecturas de enci-
clopedistas y otros escritores del siglo de la ilustración.
“Sembrar, dirigir, cosechar y utilizar; he aquí los cuatro puntos cardinales a que
deben reducirse todos los conocimientos agrícolas sobre las plantas”, proseguía di-
ciendo el plan de enseñanza de don Melchor. En el desarrollo de estos principios se
superaban los tradicionales esquemas del sistema colonial, basado en el trabajo
464  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

primitivo de grandes masas de indios semiesclavos, que comían exclusivamente tor-


tillas, chile, frijoles y uno que otro guiso menos simple en los días de gran fiesta, be-
biendo pulque desde que dejaban el pecho de las madres y trabajando de sol a sol.
Respecto a las siembras, agregaba, hay que estudiar y planear “la naturaleza del te-
rreno, su situación y posición, el clima que de ellas resulta; las preparaciones que él
exige, las sustancias con que se mejora…la calidad de la semilla o de las partes prolí-
feras de las plantas, las condiciones atmosféricas en que deben confiarse a la tierra;
las proporciones en que deben distribuirse, la oportunidad en que han de sucederse
y las previas preparaciones cuando algunas necesiten”.
En suma, lo que don Melchor propone podría resumirse así: introducir principios
científicos en la agricultura mexicana. Un propósito en que encuentra aspectos muy
diversos: “la subministración de los alimentos por los riegos y el modo de hacérselos
llegar y conservar por las nuevas modificaciones del terreno”; respecto a las cosechas,

a
atender “al grado conveniente de madurez, el momento oportuno, el modo económico

rrú
de recolección y los métodos más expeditos de limpieza y más seguros de conserva-
ción”. Subraya, además, que existen muchos productos agrícolas “que no pueden en-
Po
tregarse en bruto al consumo y cuyas primeras preparaciones gravarían a la sociedad
si no se hiciesen por la mano misma que ha cuidado la producción”.
“A todos estos puntos —añadió Ocampo— conviene el conocimiento pormenori-
a

zado de la construcción, costo y uso de los instrumentos (de trabajo), así como el de
las varias potencias de que nos servimos para mover algunos de ellos, especialmente
eb

el de los animales cuyo empleo es más frecuente”. “Es de tal manera grande la conve-
niencia de reunir al cuidado de las plantas el de los animales —indica después— que
u

ni aun se concebiría lo que hoy vale la agricultura si hubiera de separarse del todo la
pr

cría de algunos animales”. “En cuanto a ellos —concluye— (los objetivos generales)
se recapitulan en estas tres palabras: criar, educar y aprovechar”, propósitos que de-
sarrolla brevemente, como hizo con referencia a la agricultura.
1a

Esta apretada síntesis nos permite comprender, en todo su alcance, el nuevo


concepto del agricultor que germinaba en el plan de enseñanza bosquejado por don
Melchor. Lo cual era casi como decir el nuevo tipo de mexicano, si se considera que
más del 90% de la población vivía en esa época en el campo. Porque, se preguntaba:
¿”quién cuida los animales?, ¿quién cultiva las plantas?…El hombre. Y esta sola
palabra —añadía— recuerda la necesidad que hay de procurar su educación civil y
religiosa, la formación de su moralidad, el desarrollo de su inteligencia, la enseñan-
za de sus ejercicios, la conservación de su salud; y la distribución del trabajo y la
economía de la mano de obra, y la preparación gradual de la perfección humanita-
ria…enseñar la económica distribución de los capitales, los ahorros de las ganan-
cias, el empleo del tiempo…y sobre todo —concluye— la íntima persuasión de sus
obligaciones y derechos”.
Podemos decir pues, que para Ocampo el verdadero y más noble objeto de la agri-
cultura consistía en enseñar las virtudes de la vida familiar y fundar las costumbres
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  465

de la nación: “por la necesidad del trabajo inspirar el amor a él y formar su hábito, por
la necesidad de la economía crear la riqueza y dirigirla a objetos útiles, por el goce de la
independencia producir el sentimiento de la dignidad personal y con él la integridad y
el valor civil”. El michoacano creía que los agricultores, alejados de la corrupción de
las ciudades, anidarían sentimientos de benevolencia y estarían predispuestos para la
beneficencia mutua. Rechazaba el concepto “de algunos economistas modernos”, que
consideran a la agricultura como una simple explotación, encaminada a producir lo
más, lo mejor y lo más barato posible. Además de ello, reclamaba que persiguiera
“desterrar la idolatría del •oro” y formara hombres eminentes, como en la antigüe-
dad, animados de una “benevolencia patriarcal”.
Los propósitos del plan de enseñanza agrícola de Ocampo, vistos a la luz de los
ciento treinta y tres años transcurridos, tal vez parezcan un tanto utópicos y alejados
de la realidad. Sin embargo, debe tenerse presente que un siglo más tarde de cuando

a
fueron escritos se estaba realizando en nuestro país una enorme transformación de la

rrú
propiedad de la tierra y por consecuencia de la agricultura; esta transformación, cuyo
objetivo central consistió en distribuir la tierra entre los hombres que la trabajan, te-
Po
nía implícitas las metas del plan de enseñanza de Ocampo, que no son sino sencillas y
clarividentes realizaciones del nuevo tipo de hombre que es indispensable crear para
convertir el cultivo del campo en una aplicación científica. Desde este ángulo, don
a

Melchor es un precursor de problemas muy actuales: hoy vemos que si no se forman


los hombres que realicen ese programa, antes de muchos años será evidente el fracaso
eb

de la nueva organización que se quiso crear y no quedará sino regresar a los agriculto-
res a la condición de asalariados de una moderna explotación capitalista, tan despia-
u

dada como lo fue la vieja hacienda feudal. Hay en el campo de nuestro país, hoy día,
pr

millones de agricultores a quienes se entregó un pedazo de tierra, pero que necesitan


obtener justamente la formación que Ocampo resumió en su plan de enseñanza. A
menos que se les dote también de otros recursos materiales e intelectuales, no serán
1a

capaces de organizar una explotación científica de la tierra y resultarán arrollados por


las necesidades inaplazables del propio país.
Es verdad que Ocampo, en 1845, tenía muy a la vista él espectáculo de las zonas
de Francia donde prepondera la pequeña agricultura —una región en que la tierra y
los recursos, según don Melchor, estaban “subdivididos hasta un punto del que ape-
nas tenemos idea”—, en tanto que eran dudosas las posibilidades concretas de una
profunda transformación agraria en nuestro país. Pero no perdía de vista, sin duda,
que la situación de esas regiones que visitó fue el resultado de una intensa y dramáti-
ca conmoción social; y en su fuero interno, viviendo una época también de grandes
cambios, no descontaría la aparición de nuevas formas de convivencia humana en el
campo de México, en las cuales perdiera su programa el carácter utópico que de mo-
mento podía atribuírsele.
Ocampo no fue, desde luego, el único en concebir y en recomendar, a mediados
del siglo XIX, la introducción de un plan basado en principios científicos para renovar
466  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

la agricultura nacional. Alamán y otras personas, en cierta forma buscaban lo mismo;


pero los partidarios de mantener incólume la organización social y el régimen de pro-
piedad que subsistía de la época colonial, querían mejores arados que superaran él
tipo romano que aún se usaba aquí, deseaban más grandes y mejores obras de riego,
introducir los abonos, mejorar las variedades, etc., todo ello dentro del régimen lati-
fundista que predominaba en forma indiscutible. A partir de la época en que escribió
Ocampo su plan de enseñanza, ese régimen aún se extendió y se fortaleció durante
setenta años; la transformación de la agricultura no ocurrió y la población siguió divi-
dida entre una gran masa de peones y campesinos pobres, igualmente atrasados y
miserables que en la colonia española, y una reducida minoría que bajo el porfirismo
llegó a sentirse aristocrática. La originalidad de las ideas de Ocampo consistió en re-
conocer que para cambiar la agricultura era necesario cambiar a los agricultores, para
lo cual, a su vez, era imprescindible reformar la propiedad y la organización social

a
del país.

rrú
Cuando el colegio de San Gregorio decidió, en 1850, el establecimiento de la carre-
ra de agricultura teórica y práctica en su hacienda de San José Acolman, elaboró una
exposición de las bases de su plan de estudios que resulta interesante comparar con el
Po
plan que redactó Ocampo para la “Dirección de Industria”. Ambos documentos, desde
luego, coinciden en el enfoque inicial: lo que hace falta a la agricultura —dicen los
dos— es una guía y dirección científicas. Es más, en la descripción de las ventajas
a

económicas y de la conveniencia nacional de dar ese impulso al cultivo del campo, si-
eb

guen sendas también paralelas; en cambio, destaca de inmediato que el plan de estu-
dios del colegio de San Gregorio no consideró necesaria una nueva relación de los
u

agricultores con la tierra. “La agricultura —dice esa exposición— mantiene a la po-
pr

blación sana y contenta”, porque, subraya, las tierras pasan intactas “a través de las
injurias del cielo y del fuego a las revoluciones”. A nadie puede escapar que un pro-
grama educativo de esta naturaleza, en la época en que fue elaborado el que ahora
1a

nos ocupa, difícilmente podía hacer énfasis en el problema social existente en el cam-
po; conviene subrayar, sin embargo, que el plan de Ocampo cobra una dimensión
nueva a la luz de sus ideas sobre la necesidad tanto del reparto de tierras a los pue-
blos, como de acabar con el peonaje, que al sumir a los agricultores en la miseria y la
abyección, frustra de antemano cualquier propósito de educación científica.
Don Melchor no pudo dejar de observar, a medida que se acercaba con sus capto-
res a Tepexi del Río, que esta región muestra ya claramente la cercanía al centro polí-
tico y económico del país. Las poblaciones indígenas se encuentran mucho más
asentadas en la zona que rodea a Pateo y Pomoca, donde pueden trazarse todavía
fronteras entre las áreas tarasca, otomí, mazahua y mexicana, y entre éstas y las zo-
nas francamente incorporadas a la vida urbana. Tal hecho se puede constatar, por
ejemplo, observando la distribución de los nombres de poblaciones de esos diversos
orígenes. Una cercanía mayor a la capital del país, confunde en el área de Tepexi las
fronteras, modifica y trastoca la situación relativa de los estratos originales. De Taximay
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  467

para arriba, hasta Chapa de Mota, Ocampo podía verificar que las poblaciones son
pequeñas y carecen casi totalmente de nombres indígenas. Villa del Carbón, la más
importante de ellas, constituye una muestra de lo acontecido en toda la región; a pe-
sar de su situación poco accesible, esa villa se formó como un asentamiento de espa-
ñoles, animados por las favorables perspectivas de la producción del combustible que
consumía la capital. Los asentamientos incipientes que la rodean, desde San Francis-
co de las Tablas hasta Las Moras, pasando por Las Animas, La Cañada, San Salvador
de la Laguna y Los Oratorios, son rancherías con nombre castellano. Existen, desde
luego, ruinas prehispánicas; pero la huella de la población que las construyó, no se
percibe ya en la toponimia regional.
Desde Taximay hacia el valle reaparecen los nombres indígenas de las poblacio-
nes; pero la confusión es muy grande y en no pocos casos se ha perdido por completo
el significado original, cosa que se manifiesta en las interpretaciones más opuestas y

a
aun contradictorias. Está en duda, para empezar, si este último nombre es de origen

rrú
otomí o mexicano, lo cual, por supuesto, no ha impedido que estén asentadas sendas
interpretaciones para ambos casos. Quienes se inclinen por el otomí, pueden invocar
Po
autoridades en su apoyo y decir que significa “lugar de pastores de ovejas blancas”;
pero quienes prefieren el mexicano, pueden a su vez decir que es una especie de pobla-
ción hermana de la antigua Taximaroa, “lugar de carpinterías”. Sin embargo, a nadie
a

debe sorprender que esas mismas autoridades atribuyan a la palabra un origen taras-
co. Más abajo, ya cerca de Tepexi, el camino seguido por la comitiva de don Melchor
eb

pasa a un lado de otra pequeña ranchería de nombre con inconfundible sabor otomí;
Tax-hido, cuyo significado se ha perdido, pero puede conjeturarse que alude a algo así
u

como “arbustos entre las piedras”.


pr

Muy cerca del último lugar mencionado, el camino pasa junto a Santiago Tlapa-
naloya, acerca de cuyo nombre existe una confusión no menor. Para algunos entendi-
dos, es también lugar fraternal de la familiar Tlaxpana, bien conocida en la ciudad de
1a

México, y por ello significa “lugar donde barren”; otras autoridades, sin duda llevadas
por un débil hilo de conjeturas, traducen en cambio: “donde se hacen techos o azo-
teas”. Poco antes, la senda seguida por la banda conservadora se desliza entre dos
poblados, cuyos nombres no ameritan interpretación: Santa María Quelites y San Ig-
nacio Nopala. Y finalmente, esa senda desemboca en Tepexi del Río, unánimemente
traducido por “lugar peñascoso” y cuyo símbolo prehispánico, un cerro hendido o
partido hasta su mitad, puede verse en alguno de los contados códices precortesianos,
con la palabra Tepexic al lado, en una transcripción posterior castellanizada.
“Nos dirigimos —relató más tarde Zuloaga— a Tepexi del Río, que es una larga
calle con casas a los lados y un puente a la entrada”. La comitiva llegó a la población
un poco antes de las once de la mañana, desfiló por la calle real hasta el mesón de
“Las Palomas”, edificio de mampostería de un solo piso, situado unos 200 metros
antes de llegar a la plaza. El interior del mesón, según una vieja fotografía que corres-
ponde con las descripciones que se conservan, constaba de un gran patio, rodeado de
468  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

puertas hacia las habitaciones; en la esquina noroeste, en el cuarto número 8, fue


puesto en capilla don Melchor. Inmediato al edificio del mesón se encuentra hoy una
construcción de dos pisos, donde existía a mediados del siglo pasado el hotel de las
diligencias, pues Tepexi era estación en la ruta que llevaba a Querétaro, 19 kilómetros
después de San Miguel de los Jagüeyes y 8 antes de la hacienda de La Cañada.
En el hotel de las diligencias se alojaron Márquez y Zuloaga; apenas estaban aco-
modándose cuando entraron a avisarles que en una diligencia había llegado a la po-
blación, sin saber que estaba ocupada por los sublevados, el guerrillero liberal León
Ugalde, que fue aprehendido de inmediato. Zuloaga ordenó el fusilamiento de Ugalde
a solicitud de Márquez; pero un grupo de vecinos del pueblo, entre ellos el cura y el
administrador del mesón y del hotel, intercedieron ante Márquez y el condenado se
libró de la ejecución. Inmediatamente después, Ocampo fue notificado de su inminen-
te fusilamiento; la voz corrió de nuevo en el pueblo y él grupo de vecinos se acercó,

a
otra vez, a Zuloaga y Márquez con el propósito de librar al michoacano de la pena ca-

rrú
pital. Encontraron a Márquez en compañía de Zuloaga y otros militares, pero la solici-
tud fue denegada por el primero, con un: “No hay remedio”.
Po
¿Qué esperaban los conservadores encontrar en Tepexi? ¿Cómo fue que decidie-
ron fusilar a Ocampo? Una respuesta clara a estas preguntas es muy difícil de formu-
lar; pero existen datos que dan alguna luz. De acuerdo con la prensa de la ciudad de
a

México, el domingo 2 por la noche salió un correo extraordinario que llevaba a Tepexi
dos cartas de la señora Zuloaga, fechadas en la prisión del arzobispado y dirigidas a
eb

los generales Zuloaga y Márquez. En ellas, la señora transmitía una solicitud perso-
nal del ministro francés y otra de su gobierno para que Ocampo fuera puesto en liber-
u

tad; dejó la prisión, el domingo 2 por la noche, según consta en las efemérides escritas
pr

por el señor Juárez.


También escribió a Márquez, verosímilmente por el mismo conducto, un antiguo
socio suyo en algunos negocios agrícolas, don Nicanor Carrillo, llamándolo a la cor-
1a

dura y pidiéndole que no se diera muerte a Ocampo.


Es inescapable la conclusión de que Márquez y Zidoaga, antes de salir de Hua-
pango rumbo a Villa del Carbón comunicaron al gobierno de México que llegarían a
Tepexi el lunes 3 por la mañana, llevando prisionero a Ocampo; pues estando presa,
la señora Zuloaga no pudo hacer nada ni enterarse de nada, sin conocimiento de las
autoridades de la capital. Por el camino de las diligencias, Tepexi se encuentra a 63
kilómetros de la ciudad de México; sin embargo, el día U a las 7 de la mañana Guiller-
mo Prieto tenía en su poder la contestación de Márquez a la carta de Nicanor Carrillo,
pues ya había regresado uno de los mozos que fue al campo enemigo. Sólo habían
pasado H horas del fusilamiento.
No contamos, por desgracia, con más datos que los anteriores para dar respuesta
a las preguntas que nos ocupan. Sin embargo, es incuestionable que Ocampo no quiso
solicitar al gobierno el eventual canje que mencionaron, tanto Zuloaga en repetidas
ocasiones a lo largo de más de treinta años, como Ezequiel Montes en el discurso
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  469

oficial pronunciado a nombre del congreso en las honras fúnebres de Ocampo. Lo más
que podemos decir, por lo tanto, es que al llegar a Tepexi, por un mecanismo que no
conocemos, se puso en claro que no habrá canje; ante esa situación, Zuloaga y Már-
quez ordenaron la ejecución de inmediato. Sería ingenuo creer que pudo haberlos de-
tenido el hecho de recibir las pulidas cartas que los esperaban en Tepexi. La carta de
Márquez que llegó a México a la mañana siguiente del crimen, no deja al respecto
duda alguna: “Mientras se asesine a personas como el señor Trejo, en la ciudadela, los
jefes y oficiales del Monte de las Cruces y los demás que en estos últimos días han co-
rrido la misma suerte y, sobre todo, mientras se atente a las familias, que es lo más
sagrado del hombre, no sólo es imposible terminar la lucha, sino por el contrario, es-
tableciéndose el espantoso sistema de las represalias, Dios sabe a dónde iremos a
parar”. Ocampo, desde luego, fue totalmente ajeno a los hechos que Márquez mencio-
nó en su carta.

a
Poco después de llegar al mesón de “Las Palomas”, don Melchor fue notificado de

rrú
su inminente fusilamiento; lo visitó el cura del pueblo y el michoacano pidió pluma,
papel y tinta para redactar su testamento. Un mozo de la pensión le llevó agua para
beber y a mediodía se le sirvió de comer. El documento que escribió no tiene correccio-
Po
nes ni tachaduras; el aspecto del preso era tranquilo y no mostraba huellas del largo
recorrido a caballo que estaba por terminar. Ocampo reconoció a sus cuatro hijas na-
turales, adoptó a Clara Campos también como hija y dividió sus bienes entre todas
a

ellas; nombró por albaceas al doctor Manzo, a don Estanislao Martínez y al licenciado
eb

Benítez, y terminó diciendo: “muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país
cuanto he creído en conciencia, que era bueno”.
u

Entre 2 y 3 de la tarde, el michoacano fue sacado a la calle real; un grupo de más


pr

de 50 soldados sin uniforme lo esperaba, tomaron hacia el norte y pasaron frente al


hotel de las diligencias, donde se encontraban los jefes rebeldes. Caminando a lo largo
de la calle, el grupo pasó junto a la plaza del pueblo; “ahí va Ocampo, lo van a fusi-
1a

lar”, fue el comentario general, pues se había extendido la noticia de la negativa dada
por Márquez al grupo de vecinos que intercedió por don Melchor. Al salir de la pobla-
ción, la calle real se continuaba en el camino que va a Tula, daba una ligera vuelta a
la derecha y luego enderezaba hacia el norte, a orillas casi de una laguna natural que
ha sido convertida en presa. Aproximadamente a cuatro kilómetros del centro de Te-
pexi, el camino pasaba frente al casco de la hacienda de Caltengo. Este es un fuerte
edificio de dos pisos, en el centro de cuya fachada se encuentra una gran puerta de
madera; en los dos extremos se han agregado sendos torreones, provistos de troneras
y coronados por almenas, que dan al conjunto un aspecto casi militar. Al llegar a este
punto, Ocampo recordó seguramente que cuando regresó a Pomoca, a principios de
febrero, le fue entregado el testamento de doña Ana María Escobar; en este documen-
to la señora reconocía como hijas suyas a Josefa y, por lo menos, otras dos de las hijas
de don Melchor. Pidió permiso entonces para hacer una adición a su testamento; el
personal de la hacienda facilitó los medios para escribir y Ocampo agregó dos párrafos,
470  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

en el portal del edificio. Además de indicar el lugar de su biblioteca donde había colo-
cado el testamento de doña Ana María, pidió en una cláusula que sus libros fueran
entregados al colegio de San Nicolás, después de que los albaceas tomaran los que
gustaren.
Don Melchor indicó que hacía su adición al texto del testamento en la hacienda de
Jaltengo. Esta palabra, como el nombre real del lugar, Caltengo, es de origen mexica-
no; pero en tanto que la primera significa, según los entendidos, “lugar en la orilla de
la arena”, a la segunda se atribuye el sentido de “en la orilla de las casas”. Es posible
que Ocampo considerara que el uso había corrompido la palabra y la escribiera como a
su juicio era correcto. Escribió también que redactaba su agregado “alrededor de las 2
de la tarde”; pero parece que ya no llevaba reloj y de acuerdo con dos o tres testimo-
nios de vecinos de Tepexi, algunos de los cuales siguieron de lejos a la escolta, en
realidad eran ya cerca de las 4.

a
Doscientos metros adelante del casco de la hacienda, el grupo se detuvo y Ocam-

rrú
po bajó de nuevo del caballo. No quiso que le vendaran los ojos; antes de ser fusilado
repartió algunas monedas y dos o tres prendas personales entre los miembros de la
Po
escolta. Esperó la descarga de pie y le fue dado el tiro de gracia en la sien derecha. De
acuerdo a las órdenes de Márquez, el oficial que dirigió la ejecución hizo pasar una
cuerda bajo las axilas del cadáver y lo colgó de un árbol de pirú que se encontraba a
a

unos diez pasos de distancia. La cabeza quedó inclinada sobre el pecho, mirando ha-
cia el poniendo y la abundante cabellera de don Melchor cayó sobre la cara, ocultán-
eb

dola a medias. Aparte del tiro de gracia, recibió Ocampo dos proyectiles en la cabeza y
otro en el pecho.
u

En 1893 se inauguró un monumento, en el sitio donde se había realizado la eje-


pr

cución, que fue posteriormente sustituido por él que hoy se encuentra ahí. Las fuerzas
rebeldes abandonaron Tepexi al día siguiente, poco después de las 4 de la tarde; inme-
diatamente fue descolgado el cuerpo de don Melchor y trasladado a la vecina pobla-
1a

ción, donde estuvo hasta las 8. Cuando las autoridades locales recibieron órdenes de
enviarlo a Cuautitlán, ya iba viajando en hombros de un grupo de vecinos. En Cuautit-
lán fue subido sobre el techo de una diligencia y transportado de inmediato a México,
despertando gran expectación a todo lo largo del camino. Antes de mediodía del 5 lle-
gó el vehículo a la capital; Ocampo fue velado en un salón del Ayuntamiento y las
honras fúnebres se celebraron el jueves 6 a las 3 y media de la tarde, en San Fernando.
No existe duda alguna de que don Melchor había nacido en 1814, pues él mismo
declaró: “voy corriendo él cuadragésimo octavo año de mi vida” en la carta que envió
a Francisco Zarco el 18 de febrero de 1861, tres meses y medio antes de morir. El pro-
pio Ocampo afirmó también que había nacido en Michoacán, contradiciendo así al
acta de nacimiento que se le atribuye. La fecha exacta no se conoce, pues aunque
festejaba el 6 de enero como “día de su santo”, tal cosa no implica por fuerza que
haya nacido en ese día; sin embargo, sus familiares no rectificaron él dato cuando lo
conocieron.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  471

Crónica de un plagio homicida

El registro historiográfico de lo ocurrido a Ocampo en los días inmedia-


tamente previos al 3 de junio de 1861, cuando fue fusilado en la hacienda
de Caltengo, por las fuerzas irregulares que acompañaban a los generales
Leonardo Márquez y Félix Zuloaga, este último supuesto presidente de la
República al salir del país Miramón, había avanzado poco hasta 1889, año
en que apareció a la venta el tomo final de “México a través de los siglos”,
cuya redacción la realizó el polígrafo jaliscience José María Vigil.
Antes de eso, desde luego, se encuentran situadas, cronológicamente,
las noticias aparecidas en la prensa nacional durante el lapso del plagio
homicida y en las semanas siguientes, así como con motivo de las ceremo-

a
nias luctuosas conmemorativas que tuvieron lugar en algunos aniversa-
rios, a partir de entonces, tanto en la ciudad de México como en el estado

rrú
de Michoacán, del cual se consideraba originario a la víctima.
Dado el retiro de Ocampo del gabinete de Juárez, apenas cuatro meses
Po
antes y, teniendo en cuenta la importante participación que había cabido a
don Melchor en la gestión de ese gobierno durante la guerra de tres años,
así como en virtud de la popularidad y amplias simpatías de que gozaba el
a

michoacano entre los liberales de su época, resulta de gran interés históri-


eb

co establecer, con la mayor exactitud posible, lo acontecido durante el tiem-


po en que Ocampo estuvo preso por los conservadores. La precisa relación
de lo ocurrido servirá, sin duda, para la mejor comprensión de la forma en
u

que actuaron quienes participaron en los hechos: el propio Ocampo, los


pr

funcionarios del gobierno de Juárez, el grupo liberal como conjunto políti-


co, por un lado y en calidad de víctimas; Márquez, Zuloaga y los conserva-
1a

dores, por el otro y en calidad de victimarios.


Ya hemos señalado en otra parte de esta obra que la prensa de la época
dio una relación muy sucinta y, en ciertos aspectos, imprecisa de los he-
chos. Los dos periódicos liberales más importantes de la capital, que no
habían publicado nada hasta entonces, aparecieron el lunes 3 de junio con
sendas notas breves en que informaban del secuestro. “Desde anteayer (o
sea, desde el sábado 1o. de junio) circuló un rumor —dijo una de esas noti-
cias—, que no habíamos querido ni aun consignar en nuestras columnas;
pero al ver que desde ayer se da como positivo, lo estampamos llenos del
más profundo sentimiento. Se dice que el señor don Melchor Ocampo, ha
sido sorprendido en su hacienda de Pomoca, por una gavilla de Márquez,
que llegó en el momento en que el ilustre patricio estaba comiendo, y se lo
ha llevado. Si esta noticia se realiza, la consideramos como una gran des-
gracia; porque la reacción que no respeta ni el talento, ni la honradez, ni la
472  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

pureza de costumbres, querrá hacer sufrir al señor Ocampo…” Inmediata-


mente después aparecía una apostilla del tenor siguiente: “Más sobre el
señor Ocampo. —Se sabe que el cabecilla de la banda que fue a aprehender
a este ilustre ciudadano, es el español Lindoro Cajiga. Nos han contado que
anteayer ese religionero tuvo la gloria de poner al señor Ocampo en manos
de Márquez, en Arroyozarco”.1 La otra noticia, bajo el título “Hazañas reac-
cionarias” daba esencialmente la misma información.2
Durante los tres días inmediatos siguieron apareciendo informes impre-
cisos y vagos, aun cuando, desde las primeras horas del día 4, a través de
la carta enviada por Márquez al señor Nicanor Carrillo —momentos des-
pués del fusilamiento, según se dijo— se sabía que el asesinato estaba con-
sumado. Algunos periódicos liberales aprovecharon la ocasión para insistir

a
en sus críticas al gobierno de Juárez, continuando así la campaña que ha-

rrú
bía de producir el rechazo de la ley de amnistía y ya había dado lugar a la
formación de la “comisión de salud pública” en la cámara, el 25 de mayo
anterior: “Se asegura que el señor Melchor Ocampo —escribió un diario li-
Po
beral—…ha sido capturado por una guerrilla de don Leonardo Márquez…
Estos acontecimientos que revelan una confianza sin límites en la clemencia
del gobierno, nos hace (decirle) …¡hasta cuando comisión!”.3 La prensa con-
a

servadora, por su parte, comentó los hechos, una vez que la noticia resultó
eb

confirmada por los periódicos liberales. “Los señores Ocampo, Schiaffino y


Arrigunaga —dijo un órgano conservador—, sorprendidos por partidas ex-
u

pedicionarias fueron obligados por ellas a seguirlas en clase de prisioneros.


El señor Ocampo estaba en su huerta de Pomoca, y los otros dos señores en
pr

la hacienda de San Joaquín…Por ese motivo el Siglo pide que se haga la


guerra como a los comanches, y que se usen verdaderas represalias…Si no
1a

hubiera otros medios que la amenaza para salvar a los prisioneros, se acep-
taría ésta como dura necesidad; pero sobrando como sobran, el terror está
lejos de producir efecto saludable…Sobre todo, el consejo debiera llevar por
objeto salvar a los prisioneros; y su adopción no sería sino perderlos. Mal
los querría quien no pensara en esto”.4 La hipocresía del comentario salta a
la vista, si se tiene en cuenta que cuando se imprimió, Ocampo ya había
sido fusilado.
El mismo día 4 de junio, un periódico liberal —pero que en ese momen-
to tenía una actitud hostil a Ocampo y a Juárez, pues había sido el principal

1  El Monitor; 3-VI-1861.
2  El Siglo XIX; 3-VI-1861.
3  Guillermo Tell; 4-VI-1861.
4  El Pájaro Verde; 4-VI-1861.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  473

vocero de la campaña presidencial de don Miguel Lerdo—, dio a su vez la


información en los siguientes términos: “El señor don Melchor Ocampo ha
sido sacado con violencia de su hacienda…por una partida de reacciona-
rios…Se decía que por el señor Ocampo pedía Márquez la entrega de los
presos Díaz y Casanova, y por el señor Schiaffino pedían los que lo habían
capturado como rescate $50,000…Nos aseguraron antenoche que se había
despachado un extraordinario con una carta del señor ministro francés, di-
rigida al jefe reaccionario, en favor del señor Ocampo…”.5 Como veremos
más adelante, no existió la carta que este periódico menciona; el tono de la
nota, que casi daba por consumado el sacrificio, se comprende al leer la in-
formación que dos días después incluyó en sus columnas ese diario: “A las
doce del domingo último (día 2) supimos, a no dudarlo, que el señor don

a
Melchor Ocampo había sido sacado violentamente de su hacienda…El mar-

rrú
tes (día 4) al amanecer, ya circulaba la noticia de su muerte…”.6
A mediados de 1861, se publicaban en la capital un periódico en fran-
cés y otro en inglés, que dieron desde luego la noticia del plagio homicida.
Po
El editor de la primera de estas publicaciones, Rene Masson, era un liberal
avanzado que residió en Veracruz cuando el gobierno estuvo ahí y la hizo
aparecer algún tiempo en el puerto. “No se tienen informes positivos sobre
a

las circunstancias que acompañaron a la muerte del señor Ocampo —infor-


eb

mó Masson—. Todo lo que se sabe sobre el particular se reduce a la rela-


ción del correo que trajo la triste nueva, y que no vio nada, ni refiere más
u

que lo que oyó decir. De ahí vienen las supersticiones y las conjeturas a que
ha dado lugar la naturaleza de las heridas que han causado la muerte. Se-
pr

gún unos, los soldados se negaron a hacer fuego, y los jefes, acaso los mis-
mos Zuloaga y Márquez, hicieron el oficio de verdugos. Según otros, el
1a

señor Ocampo, cuyo valor y noble franqueza eran tan bien conocidos, dijo a
aquellas fieras duras verdades que los exasperaron, y los asesinos se ven-
garon vilmente descargando sus pistolas sobre el prisionero desarmado.
Repetimos que éstas no son sino conjeturas más o menos avanzadas; pero
es preciso convenir, reflexionando maduramente sobre las circunstancias
de este horrible asesinato, en que ha debido pasar algún drama espantoso
cuyos pormenores se ignoran. El señor Ocampo, que anteponía a todo su
dignidad personal, ha debido sufrir mucho en los actos de humillaciones y
ultrajes que le hicieron pasar sus asesinos. Quizá triunfó por fin su altivez
característica y volvió ultraje por ultraje y humillación por humillación.

5  El Heraldo; 4-VI-1861.
6  Idem; 6-VI-1861.
474  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Así se explicaría la muerte precipitada del señor Ocampo. De otro modo,


aún tomando en cuenta la ferocidad natural del tigre de Tacubaya, admira
que no haya procurado sacar partido pecuniario para sí y para sus amigos,
de tan preciados rehenes…”.7
Por su parte, el trisemanario que aparecía en inglés, dirigido por William
Moran, informó a sus lectores del siguiente modo: “El último domingo los
habitantes de México se vieron lanzados a un estado de gran agitación por
virtud del anuncio de que don Melchor Ocampo, distinguido ciudadano y
uno de los dirigentes del partido puro, había sido secuestrado en Arroyo-
zarco por Cajiga, un español desesperado al servicio del clero y a las órde-
nes de Márquez…Tales reportes no crearon en un principio temores serios
por las vidas de los capturados, pues se creyó que, aunque Márquez es un

a
monstruo, no les quitaría la vida por temor de excitar así al gobierno para
condenar a muerte a sus socios que actualmente están presos en la capi-

rrú
tal…y se alimentaban esperanzas de que en ambos casos los jefes clerica-
les sólo quisieran llenar sus bolsillos con el importe de los rescates de sus
Po
prisioneros. El martes por la mañana se disiparon esas ilusiones al recibir-
se informes definitivos de que Zuloaga había condenado a muerte al señor
Ocampo, después de hacerlo pasar todas las indignidades imaginables…El
a

cuerpo del señor Ocampo fue traído ayer a esta ciudad, aún no se anuncia
eb

el día de los funerales. Márquez, en una carta dirigida a un caballero de


esta población, niega toda complicidad en el asesinato del señor Ocampo.
Dice que todo se hizo por órdenes de Zuloaga. Aquí se llevaron a cabo mu-
u

chos arrestos. La esposa de Zuloaga estuvo detenida algún tiempo. Lo cual


pr

no fue muy caballeroso, desde nuestro punto de vista…”.8 Lo curioso, como


hemos señalado, fue que la señora Zuloaga resultó ser una de las pocas
1a

personas que hicieron algo positivo para ayudar a Ocampo, a quien había
tratado en lo personal.9
La prensa liberal publicó, desde luego, muchos editoriales respecto al
plagio homicida de que fue víctima Ocampo; sin embargo, estos artículos
agregan poco a la información que ya hemos citado.10 En varios periódicos
de los estados, aparecieron algunas notas informativas que no será inútil

 7  Le Trait d’Union; traducción aparecida en El Monitor; 9-VI-1861.


 8  Mexican Extraordinary; 6-VI-1861.
 9  Dubois de Saligny no escribió a Márquez, pero sí le envió la carta que redactó la se-

ñora Zuloaga en favor del preso. Véase la carta en El Siglo XIX; 5-VI-6T: donde está también
la de Márquez a Carrillo.
10 Véase: El Heraldo; 5-VT-1861. El Monitor; 5 y 6-VI-1861 El Siglo XIX; 6-VI-1861.

El Movimiento; 7-VI-1861. El Constitucional y Unión Federal (reproducidos en El Siglo;


7-VI-61). La Orquesta; 8-VI-61.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  475

resumir. Recientes todavía los hechos, un periódico de Toluca, escribió lo


que sigue: “…El español Cajiga se apodera de ciudadano tan esclarecido, que
retirado a la vida privada, yacía en su finca en Pomoca y se lo presenta al
sanguinario Márquez. Este, al momento, le exige un fuerte rescate. Ocampo
manifiesta que no tiene dinero, pero que aunque lo tuviera no lo daría. El
asesino se complace y le previene que será fusilado…”.11 Debe recordarse
que Manuel Alas, quien era hermano de Ocampo según Sierra, durante
mayo de 1861 era presidente del congreso local en Toluca y sustituyó al
gobernador Berriozábal varias veces cuando éste tuvo que abandonar la
capital estatal. También un periódico de Puebla dio cabida a algunas infor-
maciones sobre los pasos de los secuestradores y su versión de lo ocurrido:
“En una carta escrita en Atlixco el día 13 (de junio) en que se habla de la

a
entrada de los reaccionarios, leemos: Hablando (Zuloaga) del horrendo

rrú
asesinato de Ocampo dijo, que se lava las manos, y que nada supo del he-
cho, ni siquiera de la prisión, hasta que todo estuvo concluido. Se manifies-
ta asombrado de la calma y sangre fría con que estuvo Ocampo hasta morir.
Po
Con mano firme hizo su testamento, y ya para tirarle quiso hacer una adi-
ción que verificó inmutable…”.12
El presidente Juárez, de acuerdo con las notas de su diario, se enteró de
a

la noticia del plagio el domingo 2 a mediodía, y supo del asesinato, a través


eb

de Guillermo Prieto, en las primeras horas de la mañana del día 4.13 Según
él mismo explicó, la detención de la señora Zuloaga se debió a un intento
u

precipitado de Zaragoza, quien quiso así ayudar a Ocampo. En su sesión


del día 3, el congreso aprobó por abrumadora mayoría una proposición de
pr

Montes en el sentido de que fueran declarados reos de plagio todos los que
se apoderaran de personas para exigir rescate, y les fuera aplicada la ley de
1a

6 de diciembre de 1856. A este respecto, un diario comentó. “La ley de ayer


nos trae a la memoria la receta del chalán que vendía polvos para matar
chinches: se atrapa la chinche, se le abre la boca, se le echa dentro los pol-
vos, y de seguro que el insecto muere…”.14
Bien conocida es la sesión que tuvo lugar al día siguiente en el congre-
so, en que Santos Degollado se presentó para pedir autorización, no obs-
tante que estaba sujeto a proceso, con objeto de salir entre las tropas que
combatirían a los asesinos del michoacano.15 Hubo algunas proposiciones

11  Estrella Roja; reproducido en El Monitor; 11-VI-1861.


12  Purismo; reproducido en El Monitor; 20-VI-1861.
13  Datos autobiográficos; pp. 287 a 289.
14  El Siglo XIX; 4-VI-61.
15  Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 491 a 499.
476  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

para que fueran dictadas disposiciones represivas, pero la actitud del go-
bierno la expresó bien el comentario editorial de Zarco: “No queremos que
en estos momentos se extravíe el espíritu público, ni se abandone la senda
de la legalidad”.16 El propio don Benito explicó en su diario algunos inci-
dentes que ocurrieron en estos días, a causa de la indignación motivada
por el asesinato de Ocampo, que el Presidente, muy razonablemente, se
empeñó en contener dentro de los límites que marcan las leyes.17 Después
de algún tiempo de preparativos, como se sabe, el general González Ortega
salió en persecución de las gavillas encabezadas por Márquez y las derrotó
completamente en Jalatlaco; por desgracia, en acciones anteriores mal or-
ganizadas habían perdido la vida Degollado y Valle.
El comentario oficial más destacado fue el discurso que a nombre del

a
congreso pronunció el diputado Ezequiel Montes, en las honras fúnebres

rrú
del 6 de junio. Conviene recordar que Ocampo había sido electo miembro
del congreso, aunque no se había presentado a tomar posesión. Por cuanto
se refiere a los hechos ocurridos, Montes dijo lo siguiente: “Se dice —y la
Po
especie es muy probable— que los asesinos le proponían que escribiese al
supremo gobierno, pidiendo la soltura de los presos políticos, brindándole
con el recobro de la libertad. ¡Qué tentación, señores, para un alma débil!
a

La superior de Ocampo la resiste y la vence; no quiso poner a su gobierno


eb

en lucha entre el deber y el sentimiento; y juzgando al jefe del estado por


las reglas que normaron la conducta de la víctima, no quiso prolongar su
u

agonía ni que de ella participaran sus amigos…”.18 Estas palabras fueron


pronunciadas ante la plana mayor liberal, encabezada por Juárez.
pr

A causa de las versiones que habían circulado sobre malos tratos sufri-
dos por don Melchor de manos de sus verdugos, los cirujanos que hicieron
1a

el reconocimiento médico del cadáver, recibieron instrucciones de ampliar


su dictamen inicial, sin que hubieran agregado nada sustancial. La orden,
como se sabe, produjo el documento de 10 de junio suscrito, como el inicial,
por Manuel Carpió y José Cerrato.19 El contenido de ambos dictámenes se
reduce, para fines prácticos, a la constatación de cuatro heridas causadas
por arma de fuego y una quemadura de tercer grado, del mismo origen; así
como las equimosis (rozaduras) producidas por las cuerdas pasadas debajo
de las axilas del cadáver, al ser colgado de un árbol de pirú, en la hacien-
da de Caltengo.

16  El Siglo XIX; 5-VI-61.


17  Datos autobiográficos; p. 290.
18  El Monitor; 9-VI-1861.
19  Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 509 a 513.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  477

Con respecto a los movimientos realizados por las fuerzas irregulares


que encabezaba Márquez, durante los días que precedieron al secuestro de
Ocampo, se pueden leer algunas informaciones en la prensa de la capital.
Se recordará que Zuloaga abandonó la ciudad de México poco antes de la
entrada de González Ortega, en diciembre de 1860; se unió a las fuerzas de
Márquez, que lo reconocieron como presidente de la República. “Todo lo
hace Márquez —dijo un periódico de Puebla— para dejarle la responsabili-
dad a Zuloaga”.20 A principios de mayo, los conservadores ocupaban la se-
rranía que se encuentra al poniente de la ciudad de México, desde el monte
de las Cruces, sobre el camino a Toluca, hasta Villa del Carbón; periódica-
mente caían sobre Ixtlahuaca y en ocasiones se desplazaban hacia el norte,
rumbo a Arroyozarco y San Juan del Río. A mediados de mayo, Márquez fue

a
derrotado por Arteaga y Mejía en Cazadero; pasó por Arroyozarco, donde

rrú
tomó un préstamo forzoso de 20 mil pesos y se llevó con él a Lindoro Caji-
ga, que había sido administrador de esa hacienda.21 El sábado 25 se reunie-
ron diversos grupos de sublevados en la hacienda de Niginí, según se dijo
Po
con un total de 1,500 hombres; las tropas de Márquez fueron estimadas en
400 hombres, las de Negrete en 300 y, según parece, para entonces Cajiga
se les había unido con un grupo de 100 españoles; otros jefes mandaban el
a

resto de los hombres en armas de que disponían los conservadores.22 Los


eb

rodeaba una fuerza de 6,300 hombres extendidos por el gobierno liberal


alrededor de la zona, bajo el mando de Ignacio Mejía.23
u

La prensa de la capital daba informes muy detallados acerca de los mo-


vimientos de los sublevados, hasta el punto de que anunció la salida de
pr

Márquez hacia Arroyozarco, cuando fue a encontrarse con Cajiga, después


del secuestro de don Melchor.24 También apareció en los diarios la noticia
1a

de la entrada de Márquez a Villa del Carbón, el domingo 2 de junio, llevando


ya consigo al michoacano, aunque la nota no lo dijera.25 La información
sobre la reunión de las gavillas en Niginí, según la prensa, fue proporcio-
nada por “un correo extraordinario” que volvió de allá el domingo 26.26
Fue después de esta concentración de rebeldes que salió desde Ixtlahuaca
el grupo de Cajiga, para ir a secuestrar al señor Ocampo.

20  Purismo; 16-VI-1861 (citado en: El Monitor; 20-VI-61).


21  El Pájaro Verde; 25-V-1861; 3-VI-61; 15-V-61
22  El Pájaro Verde; 28-V-61, 15-V-61. El Monitor; 3-VI-61; 1o.-VI-6I.
23  El Pájaro Verde; 28-V-61 y 27-V-61.
24  L’Estafette; 31-V-1861 (citado por: El Pájaro Verde; 1o.-VI-6I).
25  El Pájaro Verde; 4-VI-61.
26  Idem; 28-VI-61.
478  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Los documentos contemporáneos a los sucesos, como se aprecia fácil-


mente, sólo mencionaron con exactitud el sitio y la fecha del fusilamiento;
por lo pronto, nadie hizo constar otros datos respecto a la aprehensión de
don Melchor en Pomoca, el trayecto seguido de este punto hasta Arroyo-
zarco y Tepexi, y los planes o propósitos que animaban a los autores del
atentado. Se supo que Ocampo había escrito su testamento poco antes de
morir y algunas semanas más tarde el documento cayó en manos de Nico-
lás Romero, cuando éste derrotó a Taboada cerca de Tepozotlán.27 Entre los
testigos que suscribían el documento figuraba Miguel Negrete; pero este
militar, que después llegó a ser ministro de guerra de Juárez durante la in-
tervención francesa, negó siempre haber tenido mayores datos sobre la for-
ma en que se realizó el secuestro de don Melchor.28

a
Entre 1861 y 1891, o sea, durante 30 años, Márquez y Zuloaga repre-

rrú
sentaron una comedia poco decorosa, tratando de arrojarse mutuamente la
responsabilidad por el asesinato. Zuloaga no había desmentido las afirma-
ciones de Márquez en su carta a Carrillo; pero la triste fama que habían
Po
dado al “tigre de Tacubaya” los sucesos de abril de 1859 inclinaba a poner
en duda sus afirmaciones.29 En Morelia se llevaron al cabo algunas diligen-
cias, por el juez segundo de letras, para tratar de determinar la responsabi-
a

lidad de algunos residentes en Maravatío respecto al plagio de don Melchor,


eb

en el curso de las cuales declararon los empleados de Pomoca; sin embargo,


no se hizo público ningún resultado.30
u

Pasada la intervención francesa y restablecida la República, el general


Márquez publicó en 1868, en Nueva York, un folleto en que trató de expli-
pr

car su actuación en el ejército de Maximiliano; en este documento no tocó


el asunto de la muerte de Ocampo.31 Algunos años después, explicó Már-
1a

quez que se había puesto de acuerdo con Zuloaga, para no mencionar la


cuestión por considerar que no convenía a los intereses de ambos.32 Sin
embargo, a fines de aquel año, apareció en París un libro del general del
Imperio Manuel Ramírez de Arellano que, aparte de contradecir las afirma-

27  Márquez; p. 323. En 1870 el original estaba en poder de Manzo; el calígrafo Manuel

Bala hizo 2,000 ejemplares de un facsímil.


28  Obras; tomo II, p. CIX.
29  Es muy conocido el hecho de que Márquez había intentado hacer recaer la responsa-

bilidad de los asesinatos de civiles en Tacubaya, sobre Miramón. México a través de los si-
glos; tomo V, pp. 378 y 379.
30  El Siglo XIX; 6-X-1861.
31  El folleto apareció fechado el 20 de abril, con el título: “Manifiesto que dirige a la

nación el general de división Leonardo Márquez”. Véase: Márquez; pp. 1 a 83.


32  Idem; p. 288.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  479

ciones de Márquez sobre la guerra de intervención y los sucesos subsecuen-


tes, lo acusó, basándose en afirmaciones de Zuloaga, de haber ordenado la
prisión de Ocampo, de haber pedido su muerte y de haber simulado una
confusión para hacerlo ejecutar. Márquez resultaba, pues, el único y total
responsable del asesinato del michoacano.33
El libro de Arellano provocó una respuesta hábil de Leonardo Márquez
; en ella negó las acusaciones y relató que había escrito a Zuloaga y había
obtenido de éste una carta, “en que explicaba las cosas a su modo”, sin
hacerle cargos directos. No obstante, Zuloaga insistía en su carta sobre la
afirmación de que había ordenado el proceso de los culpables y había sido
desobedecido por Márquez.34 Aunque no aparecía ninguna prueba directa
de la orden impartida a Cajiga, era obvio que éste hacía armas bajo las ór-

a
denes de Márquez; Zuloaga decía que al preso lo había puesto en manos de

rrú
Taboada, “quien le respondería de su vida”; quedaba sólo en duda, por lo
tanto, la cuestión de la confusión ocurrida en Tepexi, según se decía, con el
guerrillero Ugalde, en cuyo lugar habría sido fusilado don Melchor. Pero
Po
tampoco en su segunda publicación se extiende mucho Márquez sobre la
espinosa cuestión; solamente dice lo siguiente: “No es cierto que yo man-
dase prender a don Melchor Ocampo; ésta fue una arbitrariedad del guerri-
a

llero don Lindoro Cajiga, que ejecutó de propia autoridad, sin conocimiento
eb

de nadie. Tampoco es cierto que yo pidiese al general Zuloaga la orden para


fusilarlo. No es verdad que yo previniese a la guardia que vigilaba a Ocam-
u

po, que cuando uno de mis oficiales de órdenes fuese a dar aviso para fusi-
lar al prisionero, se ejecutara al ministro de Juárez. Todo esto es una charla
pr

inventada por Arellano…”35


Con motivo del libro de este militar, en forma indirecta, se supo pues,
1a

en 1869, que Zuloaga no aceptaba la versión de Márquez; pero pasarían


veinte años antes de que se hicieran públicos nuevos datos que permitieran
dilucidar mejor cómo debía distribuirse la responsabilidad entre ambos ge-
nerales. Por lo pronto, muerto Cajiga a fines de 1861, nadie pudo demostrar
que Márquez le hubiera dado la orden de ejecutar el secuestro; es indudable
que la precipitación del congreso al declarar a los plagiarios fuera de la ley,

33  Últimas horas del imperio; véase la parte referente a Ocampo en Obras: tomo II, pp.

CXVI a CXVIII.
34  El segundo folleto de Márquez se tituló: “Refutación hecha por el general de división

Leonardo Márquez al libelo del general de brigada don Manuel Ramírez de Arellano, publi-
cado en París el 30 de diciembre de 1868”. Véase: Márquez; pp. 84 a 280. El folleto está fe-
chado en Nueva York, el 12 de octubre de 1869.
35  Idem; p. 112.
480  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

y establecer un premio para quien los eliminara, frustró las posibilidades


de hacer una investigación al capturar al cabecilla en Acambay, el 26 de
diciembre de ese año.36 Puesto que Zuloaga decía haberse sorprendido al
conocer la muerte de Ocampo, pero no hizo tampoco una investigación ante
la renuencia de Márquez, lo ocurrido en Tepexi quedaba en la oscuridad.
Parecía evidente que ambos generales se habían puesto de acuerdo para
hacer pasar la muerte del michoacano, confundiéndola entre las muchas
violencias de una prolongada guerra civil. Nadie creía esa versión, desde
luego; pero, ni los escritores liberales ni los conservadores, pensaban que
pudiera hacerse algo más para aclarar tan afrentosa responsabilidad.37
Fue en esta época cuando publicó don Vicente Riva Palacio la primera
versión de “El Libro Rojo”, en la cual incluyó una biografía de Ocampo, ela-

a
borada por Manuel Payno, y un grabado, surgido de la imaginación de un
dibujante, sobre la escena del fusilamiento del patricio. Payno se dio cuen-

rrú
ta de las muchas cosas que no se habían aclarado, para entonces, respecto
a don Melchor y a las circunstancias que rodearon su plagio y asesinato; en
Po
una breve nota explicó que no le era posible, por falta de tiempo, recolectar
más información. Sin embargo, ya incluyó el texto del testamento y dio al-
gunos datos sobre Cajiga; había tratado a Ocampo, pero le atribuyó casi
a

diez años más edad.38


eb

De cualquier manera, una cosa sí estaba aclarada desde 1869: Lindoro


Cajiga, originario de Santander, de unos 25 años de edad cuando secuestró
a Ocampo, fue un simple ejecutor material de la primera fase del atropello y
u

no había tenido nada que ver con el asesinato del michoacano. El crimen
pr

había sido totalmente político y había sido ordenado por las más destaca-
das cabezas del partido conservador, incluyendo la más alta autoridad re-
1a

conocida por ellos.


Causa sorpresa, por lo tanto, ver que en 1889, al aparecer el tomo V de
“México a través de los siglos”, Cajiga figura en él entre los firmantes del
testamento, evidentemente por un error; pero este error contribuyó a ex-
tender la idea de que los secuestradores habían intervenido en la segunda
parte del crimen.39 Vigil resumió en la obra los datos aportados hasta el
momento sobre el secuestro, y concluyó que el principal responsable fue

36  El Siglo XIX, 27-XII-1861.


37  Véanse, por ejemplo, la primera versión de la biografía de Ocampo publicada por
Eduardo Ruiz en 1875; o la obra de Arrangoiz, aparecida en 1870-71, en Madrid: Ruiz; p. 55
y Arrangoiz; pp. 450 y 451. La supuesta confusión con Ugalde fue la versión oficial durante
el porfirismo; véase: Barbosa; p. 157.
38  El Libro Rojo: pp. 160 a 168.
39  México a través de los siglos; tomo V, p. 476.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  481

Márquez: “El 1o. de junio, don Melchor Ocampo…fue aprehendido a la hora


de comer, por el guerrillero conservador Lindoro Cajiga, y conducido a una
estancia de la hacienda de Arroyozarco…Zuloaga (dijo) que se le sometería
a un consejo de guerra…quedando el prisionero bajo la custodia del gene-
ral don Antonio Taboada…en la hacienda de La Cañada. El día 3 los reac-
cionarios aprehendieron…al coronel liberal don León Ugalde, que había
fusilado recientemente a varios oficiales conservadores…Zuloaga dio or-
den a Márquez para que…fuese pasado por las armas…habiendo sido fusi-
lado el señor Ocampo…como no se había dicho el nombre al ayudante y no
había más prisionero que Ocampo, en poder de Taboada, éste al recibir la
orden verbal procedió a cumplirla…Zuloaga ordenó que inmediatamente
fuesen sometidos a juicio, tanto el ayudante Andrade como el general Ta-

a
boada…pero Márquez desobedeció aquella disposición…” A la pregunta

rrú
¿quién fue el verdadero responsable del asesinato?, Vigil contesta: “la con-
secuencia no es difícil y la dejamos a cargo del lector”.40
El lector observará, sin duda, que se registraba por primera vez el 1o. de
Po
junio como fecha del plagio, y que se precisaba que había ocurrido a medio-
día. Estos datos los dio Zuloaga probablemente; pues aparecen en la entre-
vista que concedió al periodista Ángel Pola y a un reportero del diario “El
a

Nacional”, también en 1889. La entrevista de Zuloaga ha sido muy repro-


eb

ducida después; en ella, reafirmó la versión que había dado Arellano en


1868. Pero agrega un dato, que confirma las versiones registradas en la
u

prensa inmediatamente después de la muerte de Ocampo: Zuloaga pensaba


hacer un canje de Ocampo por algunos dirigentes conservadores, como Zal-
pr

dívar, Helguero y Cuevas, que Juárez tenía presos en México.41 Además,


Zuloaga precisó en esta vez que Ocampo había sido entregado por Cajiga,
1a

“en Guacalco”.
Para entonces, habían regresado a México muchos exiliados políticos
de las guerras de reforma y de la intervención francesa. El propio Santa
Anna había muerto en 1876, después de residir dos años en el país, y Zu-
loaga se había también acogido a la amnistía. Estaba escribiéndose ya la
historia de la época de Ocampo y resultaba evidente que los escasos datos
recogidos sobre su asesinato, necesitaban ser precisados y ampliados. El
momento era propicio para que se divulgara una versión más creíble.
Esta situación fue, aparentemente, el origen de la entrevista que Zu-
loaga concedió a Pola. Divulgada por la prensa, esta entrevista fue además

40 
Idem; pp. 475 y 476.
41  Dosversiones de esta entrevista pueden verse en: Liberales ilustres; pp. 66 y 67.
Márquez; pp. 281 y 282.
482  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

incluida por Pola en la biografía de Ocampo que forma parte de una obra
sobre vidas de liberales ilustres, publicada en 1890.42 Para este trabajo, el
periodista chiapaneco dijo haber recogido información de la nieta de Ocam-
po, de José Ma. Mata, de Manuel Alas y otras personas que conocieron al
reformador, además de los generales Epitacio Huerta, Zuloaga y Negrete.
Desgraciadamente, con esta biografía inició Pola el sistema de imprimir los
resultados de sus investigaciones sin precisar la fuente de sus datos, salvo
en esta forma global o colectiva. No explica el origen de su información so-
bre los hechos ocurridos entre Tepexi y Caltengo, aún cuando hace aparecer
diálogos con carácter textual, en que participan el oficial Aldama que ejecu-
tó el fusilamiento, algunos vecinos del pueblo y el propio Ocampo. Contra-
diciendo la entrevista con Zuloaga, incluye declaraciones muy burdas que

a
arrojan la culpa sobre éste último. Sin embargo, da algunos datos sobre lo

rrú
ocurrido el día 3, entre Ocampo y la escolta que lo fusiló. Se deduce que don
Melchor no había sido objeto de violencias o malos tratos, hasta que fue
asesinado.
Po
Márquez contestó desde La Habana, hasta el 5 de agosto de 1891.43 Su
folleto, además de contradecir las afirmaciones de Zuloaga, constituyo el
primer paso de Márquez para obtener el permiso de regresar a México; sin
a

duda alguna, el crimen cometido con don Melchor era todavía entonces un
eb

obstáculo difícil de superar para ello. “Sabido es —dice Márquez— que el


guerrillero Lindoro Cajiga, por sí y ante sí, sin orden alguna, procediendo
u

de propia autoridad, y de la manera más arbitraria, el 31 de mayo de 1861


redujo a prisión al licenciado don Melchor Ocampo, en su hacienda de Po-
pr

moca, y lo condujo hasta entregarlo al general Zuloaga, que, casualmente


se encontraba de tránsito, con parte de mis fuerzas, mandadas por mí, en la
1a

estancia de Huapango…Cajiga se retiró, nosotros continuamos nuestra


marcha; el 3 de junio por la mañana entramos en Tepexi del Río; poco des-
pués una escolta condujo a un preso a la hacienda de Caltengo, el cual fue
ahí pasado por las armas…”.44 En esta ocasión, Márquez reiteró la afirma-
ción de que la orden de fusilamiento había sido dada por Zuloaga; negó
todo lo expresado por este último en la entrevista de 1889 y, poniendo en
evidencia sus deseos de volver a México, mencionó, como quien no quiere

42  Liberales ilustres; pp. 54 a 67.


43  El folleto de Márquez se tituló: ‘’Reminiscencias sobre el fusilamiento de don Mel-
chor Ocampo. Rectificación de los errores en que se ha incurrido al tratar este asunto. Men-
tís al general don Félix Zuloaga dado por el general Leonardo Márquez”. Véase: Márquez;
pp. 281 a 320.
44  Idem; p. 287.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  483

la cosa, que de acuerdo con el código la acción penal ya había prescrito.45


Zuloaga, dice Márquez, no habló nunca con Ocampo durante el tiempo que
este estuvo secuestrado; y añade lo siguiente: “No puede creerse que desea-
ra conservar la vida de Ocampo para canjearlo con los presos que había en
México, porque si así lo hubiera querido, bien pudo hacerlo, pues tuvo
tiempo sobrado para ello, y tanto más, cuanto que nos encontrábamos cer-
ca de la capital, y el telégrafo funcionaba con regularidad”.46
A principios del mes de septiembre siguiente, la prensa mexicana di-
fundió ampliamente el folleto de Márquez, que vino a dar fin al intercam-
bio de acusaciones entre los dos generales conservadores. Zuloaga se
contentó con publicar una breve carta, en que sostuvo que no dio la orden
para prender a Ocampo y que el michoacano había sido fusilado sin su

a
consentimiento.47

rrú
El 3 de junio de 1892 —31 años después del asesinato de don Mel-
chor— Pola acudió a Tepexi y redactó un largo escrito sobre sus pesquisas
acerca de la aprehensión y fusilamiento del michoacano. En este documen-
Po
to incluyó una segunda entrevista con Zuloaga, en la cual este general ya
no aportó datos de significación. Además Pola incluyó testimonios de va-
rias personas que habían participado en el secuestro y de varios testigos
a

ocasionales.48 Las principales informaciones nuevas que Pola aportó en


eb

esta ocasión, fueron el dato de que Ocampo estuvo preso en el cuarto 8 del
mesón de Las Palomas en Tepexi y la transcripción de la versión de Cajiga
u

sobre el buen trato que dio a Ocampo, recogida por otro guerrillero conser-
vador. De acuerdo con esta versión, Ocampo no pensó que fueran a fusilar-
pr

lo; creyó que sería cuestión de dinero. Por otra parte, los vecinos de Tepexi
que fueron testigos casuales de los hechos, afirmaron a Pola que no hubo
1a

equivocación alguna en el caso de Ugalde; dijeron que un grupo de ellos


obtuvo de Márquez el perdón para Ugalde y que poco después habían sabi-
do, los integrantes de ese grupo, que Ocampo sería fusilado y habían regre-
sado de nuevo con este general, encontrándolo con Zuloaga, Taboada y
otros jefes, habiéndose negado esta vez Márquez a acceder a la petición.
En 1900, el historiador Nicolás León —que había estado ejerciendo su
profesión de médico en Tepexi del Río— publicó con fecha 3 de junio una
amplia versión de lo ocurrido en 1861, en esa población, con respecto al
fusilamiento de Ocampo. A pesar de los cuarenta años transcurridos hasta

45  Idem; p. 293.


46  Idem; p. 295.
47  Idem; p. 296.
48  Márquez; pp. 320 a 339.
484  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

entonces, existían aún dos testigos de los hechos; uno de ellos había dado
su versión a Pola y don Nicolás León recogió la versión del otro.49 “Como
de cosa bien averiguada y perfectamente sabida, al leer las narraciones de
«cómo murió el señor Ocampo», jamás me ocurrieron dudas tocante a ese
punto de nuestra historia contemporánea —principia diciendo el investiga-
dor michoacano—. No es esa hoy mi creencia, pues colocado durante algún
tiempo en el teatro de ese acontecimiento, creo poder esclarecer y definir,
con la mayor garantía de exactitud posible, uno de los actos más censura-
bles de nuestras luchas fratricidas”.
Lo más notable del relato que recogió don Nicolás León es el hecho de
que no menciona para nada la cuestión de la confusión con Ugalde. Indica
que Ocampo redactó su testamento antes de las 12 horas e inmediatamente

a
después comió; según el testamento, Ocampo estaba notificado cuando lo

rrú
escribió, de que pronto sería fusilado. Don Melchor habría salido, de acuer-
do con esta versión, hacia la hacienda de Caltengo, más de tres horas des-
pués de haber escrito el documento, lo cual hace muy poco probable la
Po
confusión con Ugalde. Estos datos, unidos a los que Pola recogió en sus
pesquisas de 1892, conducen a creer que Ocampo llegó a Tepexi creyendo
que ahí sería canjeado, que inmediatamente se definió en esta población que
a

no habría canje y que, por lo tanto, don Melchor fue notificado de su próxi-
eb

mo fusilamiento. La aprehensión de Ugalde habría sido, en ese caso, algo


completamente casual y ajeno por completo a la suerte del michoacano.
u

El relato contenido en la publicación de Nicolás León confirmó, en tér-


minos generales, los datos que Pola menciona en sus “pesquisas” de 1892.
pr

Agregó el hecho de que el codicilo final fue agregado por Ocampo en la


puerta de la hacienda de Caltengo y dijo, equivocadamente, que esa misma
1a

noche fue transportado el cadáver a Cuautitlán; más tarde se averiguaría


que fue llevado en hombros, al día siguiente, por los vecinos de Tepexi.50
También se conocieron a través de esa publicación, las circunstancias de
que el árbol de pirú se había secado y de que su tronco había sido deposita-
do en la sala municipal de Tepexi. La hacienda conservaba, entonces, la
mesa y el tintero usados por Ocampo para agregar la anotación final a su
testamento. Según este relato, Ocampo fue fusilado entre 4 y 41/2 de la tar-
de. Don Nicolás León confirmó la versión de la entrevista entre el preso y el

49  Detalles sobre la muerte de Ocampo; apareció en la revista de la “Sociedad A. Álza-

te”; pp. 22 a 24.


50  Juárez, correspondencia; pp. 489 y 490. Puede observarse que los telegramas recibi-

dos por la secretaría de guerra confirman plenamente la idea de que no hubo confusión con
Ugalde.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  485

cura del pueblo, según la cual le dijo a éste: “No se moleste usted, yo estoy
bien con Dios y lo está conmigo”. El relato insiste en señalar la tranquili-
dad y el aspecto sereno de Ocampo, quien no parecía estar corriendo la trá-
gica aventura que estaba por terminar.
En octubre y noviembre de 1900, Ángel Pola y Aurelio J. Vene-gas,
acompañados del fotógrafo Adalberto Maya recorrieron la ruta seguida por
los plagiarios de Ocampo hasta entregar el preso a Márquez y Zuloaga, así
como el camino de éstos hasta Tepexi del Río y el breve espacio que separa
esta población de la hacienda de Caltengo.51 También fueron a San Miguel
Acambay, sitio de la captura y fusilamiento de Cajiga. Al hacer este recorri-
do, fueron auxiliados por las autoridades de las poblaciones que se encuen-
tran sobre esa ruta; a pesar de los 40 años transcurridos, encontraron un

a
buen número de testigos aún sobrevivientes; pero, como ya hemos señala-

rrú
do, dejaron sin resolver algunas cuestiones sobre la duración total del pe-
ríodo que el reformador pasó como preso de sus secuestradores. Don Ángel
anunció poco después la edición de un “álbum Ocampo”, con las fotogra-
Po
fías de Maya y el texto elaborado por él y Venegas.
Al publicar el tomo II de las Obras, en 190, Pola incluyó en él una bio-
grafía de don Melchor, que es una ampliación de la aparecida años antes en
a

“Liberales Ilustres”, con datos de la expedición realizada sobre la ruta del


eb

plagio y de las “pesquisas” efectuadas en 1892. Transcribe además el tes-


tamento, un párrafo de unas memorias inéditas de Negrete, la parte del li-
u

bro de Arellano que se refiere a Ocampo y algunas notas con información


pr

complementaria. Afirma que Ocampo y su familia vivían en la venta de Po-


moca, junto al mesón, en un edificio que describe detalladamente. Relata
1a

las versiones que escuchó, pero no dice, en cada caso, quién le dio las infor-
maciones. En cuanto a lo ocurrido en Tepexi, principia por reproducir, en
términos generales, el cuadro trazado el año anterior, en el relato recogido
por don Nicolás León y después reproduce la entrevista de 1889 con Zuloa-
ga, incluyendo la versión de la confusión entre Ugalde y Ocampo. Al final
pone una nota donde repite la lista de informantes que había puesto en la
biografía de 1890; pero agrega al informante de don Nicolás León, a Clara
Campos y algunas otras personas. Por último, coloca una nota donde dice:
“Tengo la firme convicción de que el general Leonardo Márquez, con toda
premeditación, a entera conciencia, mandó aprehender a don Melchor
Ocampo, le trazó su calvario y ordenó su asesinato y la profanación de su

51  Véase la nota sobre la “Biblioteca Reformista”, en: Obras; tomo II.
486  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

cadáver”.52 Incluso, afirma que Cajiga llevaba una orden escrita de Már-
quez, aunque no da la fuente del dato.
Poco después salió a la luz el tercer tomo de las Obras. De este libro for-
ma parte el relato titulado: “En Peregrinación de Pomoca a Tepexi del Río”,
donde don Ángel presentó el resultado de sus investigaciones en el terreno,
a lo largo del camino que siguieron los plagiarios después de apresar a
Ocampo. En la mayor parte de los casos, Pola menciona a las personas que
le dieron información; sin embargo, no especifica quién le dio los datos so-
bre lo ocurrido en Pomoca. Como había hecho en el tomo anterior, incluye
en parte la información publicada por el doctor León; en algunos párrafos
toma un tono de patetismo eclesiástico con claras referencias a la pasión de
Jesucristo. Resulta curioso verificar que en este tercer tomo de las obras

a
completas del michoacano, don Ángel Pola eliminó las referencias a una

rrú
confusión entre los presos y se atuvo, casi totalmente, a la versión de un
fusilamiento fríamente determinado por Márquez y Zuloaga, poco después
de llegar con su preso a Tepexi del Río. No obstante, como veremos en se-
Po
guida, Pola habría de volver sobre sus pasos en algunos aspectos.53
El general Márquez había regresado al país en 1895, indultado por el
general Díaz. Para la opinión pública, seguía siendo el principal responsa-
a

ble de los sucesos de Tepexi y, por lo tanto, tenía interés en que no se olvi-
eb

daran sus afirmaciones en contrario. Pola había tenido alguna participación


en el regreso de Márquez a México, puesto que se adelantó a recibirlo en el
u

camino y había mantenido correspondencia con él cuando estaba en La Ha-


pr

bana. En 1904, don Ángel publicó un libro con los escritos de Márquez y
algunas rectificaciones suyas.54 Además de los 3 folletos de Márquez que se
han mencionado ya, el libro incluye las “pesquisas” de Pola en 1892 sobre
1a

la muerte de Ocampo, un documento testimonial —muy confuso y lleno de


errores— fechado en 1904, así como algunas notas suyas. El nuevo testi-
monio es de lo más desafortunado, por sus toscas equivocaciones geográfi-
cas y las imposibilidades materiales que presenta; se trata de un relato
escrito de memoria más de 40 años después de los hechos.55
En el año de 1906, don Ángel hizo también una nueva edición de “El
Libro Rojo” de Riva Palacio; en esta versión quitó el grabado que había re-
sultado imaginario y añadió unas “amplificaciones” suyas, que consisten,

52  Obras; tomo II, pp. XCVII, CVT a CXXI.


53  Obras; tomo III, pp. XLI a XLVI.
54 Véase: Márquez.
55  Idem; p. 335.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  487

respecto a Ocampo, esencialmente en la “peregrinación” publicada en 1902,


al aparecer el tercer tomo de las obras completas del michoacano.56
La fecha de la aprehensión del señor Ocampo ha sido modificada de di-
versas maneras. En 1900, cuando el edificio del mesón de Santa Teresa, en
Maravatío, se encontraba prácticamente en ruinas, ostentaba en uno de los
muros, una placa colocada por el ayuntamiento del pueblo, con el texto si-
guiente: “En esta casa estuvo prisionero el ilustre ciudadano Melchor
Ocampo la noche del 1o. de junio de 1861”.57 Posteriormente, se colocó una
nueva placa sobre una de las paredes del nuevo edificio que se construyó
en ese lugar; la fecha se cambió y quedó como está en la actualidad: “31 de
mayo”. El propio Pola, cuando ya conocía la afirmación de Márquez en ese
sentido, al publicar en 1901 el tomo II de las obras completas, sostuvo que

a
el patricio había sido detenido el 30 de mayo (jueves de Corpus de 1861);

rrú
pero al año siguiente volvió a cambiar, acogido a la autoridad de Márquez
—quien por lo demás no estuvo presente y fácilmente pudo haber olvidado
que Ocampo durmió en el camino dos noches, antes de llegar a Huapan-
Po
go—, y repite, en el tomo tercero, que la aprehensión se había realizado el
31 de mayo.58 En relación con esta ambigüedad en la fecha, no se conoce
información documental de la época de los sucesos; sin embargo, como ya
a

indicamos antes, en varios periódicos de la capital se publicó información,


eb

dada por Guillermo Prieto como administrador de correos, en el sentido de


que una gavilla de reaccionarios interceptó la correspondencia que debería
u

haber llegado a Maravatío el jueves 30, despachada de México la noche del


28.59 De acuerdo con los avisos que aparecían diariamente en los periódicos
pr

de aquellos días, la semana del 27 de mayo al 2 de junio se despachó co-


rrespondencia a Maravatío todos los días; sin embargo, sólo se publicó el
1a

aviso de haber sido interceptada, el día 30, la correspondencia salida de


México el 28.
Como referencia, no está de más recordar que el servicio de diligencias
a Maravatío fue reanudado el día 8 de marzo, después de la ocupación de
la capital por el ejército liberal. Los vehículos salían de México a las 7 de la
mañana, llegaban a Toluca en la tarde; al día siguiente, se salía de Toluca a
las 4 de la mañana y se llegaba a Maravatío en la noche. El recorrido de
209 kilómetros se hacía en 22 horas de camino; algunas diligencias hacían
una jornada de México a Ixtlahuaca y la siguiente a Maravatío. Se deduce

56  El Libro Rojo: pp. 325 a 359.


57  Obras; tomo III, p. XXXVI.
58  Idem; tomo II, pp. CI a CVI; tomo III, p. XXXI.
59 Véase: El Monitor Republicano; 6-VI-61; Mexican Extraordinary; 12-VI-1861.
488  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

que la gavilla de Cajiga, que llegó a las 6 de la tarde a Maravatío —si lo


hizo el día 30— probablemente tropezó con el correo en el camino de Paqui-
zihuato a Maravatío, o bien ocupaba ya la población cuando llegó el correo
de México.60
En obras ya más recientes se reproducen indistintamente las fechas de
30 de mayo, 31 del propio mes o de 1o. de junio.61 Es claro que, no estando
bien definida la fecha en que Ocampo fue plagiado, menos aún se puede
conocer con precisión las fechas en que, primero en manos de Cajiga y des-
pués en las de Márquez, el patriota michoacano fue llevado a los diversos
puntos en que se detuvo durante su recorrido a Caltengo. Con la informa-
ción de que se dispone hasta ahora, puede intentarse una reconstrucción
del recorrido de Ocampo, en poder de sus plagiarios, que permita establecer
con la mayor verosimilitud, la fecha en que fue detenido por la banda que

a
lo apresó. Esta reconstrucción tal vez dé alguna luz sobre las interrogantes

rrú
que don Ezequiel Montes dejó implícitas en su discurso de San Fernando,
durante la ceremonia fúnebre de Ocampo: ¿Por qué no fue canjeado Ocam-
Po
po a cambio de alguno, o varios de los presos conservadores que el gobier-
no liberal tenía en México? ¿Qué ocurrió en Tepexi, como causa directa del
fusilamiento?
a

Según ya se explicó en páginas anteriores, Ocampo fue llevado de Po-


moca a Pateo. Pola habló en octubre de 1900 con varias personas que ha-
eb

bían presenciado el paso de la comitiva entre Pateo y Maravatío; de acuerdo


con las informaciones que recogió, estuvieron en el primer sitio alrededor
u

de las tres de la tarde y llegaron al mesón de Santa Teresa, con una deten-
pr

ción momentánea en Paquizihuato, aproximadamente a las 6 de la tarde.


Don Ángel Pola escribió en alguna parte que salieron de Maravatío a las 6
de la mañana, pero en otra ocasión dice que partieron de ahí tres horas más
1a

tarde; no menciona la hora en que pasaron de nuevo por Pomoca, pero dice
que llegaron a Tepetongo alrededor de las cuatro de la tarde, aunque al año
siguiente dijo que fue una hora después. En el primer caso, habrían hecho
unas diez horas de camino; en el segundo, serían ocho nada más. Como la
distancia que separa Maravatío de Tepetongo, por el camino que seguían
los viajeros en el siglo XIX, antes de la construcción del ferrocarril, es de
poco menos de 33 kilómetros, resulta que en terreno llano los secuestrado-
res alcanzaron a hacer entre 3 y medio y poco más de 4 kilómetros por
hora; iban, por lo tanto, al paso largo de sus cabalgaduras.62

60 Véase: La Independencia; 27-V-61 al 2-VI-61.


61 Romero Flores, Enciclopedia de México y Valadés dan 30 de mayo; Roeder dice que el
31 de mayo; y Juárez, correspondencia, repite que fue el 1o. de junio.
62 Véase: Obras; tomo II, pp. CIV, CV; tomo III, pp. XXXIII a XXXVIII.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  489

Entre Tepetongo y Toxi la distancia es casi la misma que ya habían re-


corrido ese día; se deduce que la comitiva había llegado alrededor de me-
dianoche, o quizá un poco antes, si apretaron el paso antes de oscurecer. A
la madrugada siguiente, salió el grupo muy temprano para cruzar el valle
de Acambay, según los testigos que pudo localizar Pola, “al galope”. Entre
Toxi y San Juanico hay poco más de 20 kilómetros, por lo que resulta que
los secuestradores y su presa habrían pasado, por esta ranchería, temprano
por la mañana. De ahí a Huapango median casi 15 kilómetros, de suerte
que resulta perfectamente razonable que llegaran a este último punto alre-
dedor de mediodía, o como dijo uno de los testigos con quien habló Pola,
“cuando el sol caía como plomo”. El grupo había recorrido, tal vez en unas
seis horas de carrera, algo más de 35 kilómetros, alcanzando por lo tanto

a
una velocidad promedio de casi 6 kilómetros por hora.63
En este punto existe un embrollo de don Ángel Pola. En efecto, en 1901

rrú
dio por terminada la tercera jornada en la estancia de Huapango. Esto re-
sultaba completamente congruente con los datos que había reunido en
Po
1892, incluyendo las conversaciones con algunos testigos de los hechos. El
coronel Agustín Díaz, jefe de las fuerzas del general Zuloaga, afirmó por
ejemplo: “Ocampo estuvo preso (en Huapango) en uno de los cuarteles de
a

los cuerpos que formaban la brigada del general Taboada”. Al año siguien-
eb

te, el propio Pola plantea el asunto en forma por completo diferente: “Al
atardecer de ese mismo día arribaron Márquez y Zuloaga” —en cuyas manos
quedó el prisionero a partir de Huapango— al pueblo de Villa del Carbón,
u

dice en esta vez Pola, y agrega: “Esta jornada, casi toda de serranías, fue la
pr

más penosa, a pesar de su hermoso horizonte, a cada paso renovado”.64


Sin embargo, de Huapango a Villa del Carbón median más de 45 kiló-
1a

metros, siguiendo aproximadamente la ruta de las líneas de fuerza tendi-


das muchos años después, que obviamente tratan de ir por el camino más
corto entre ambos puntos. Como Cajiga había recorrido en la mañana
más de 35 kilómetros, llevando preso a Ocampo, de aceptarse la segunda
versión dada por Pola sobre esta parte del trayecto, resultaría que don Mel-
chor habría cabalgado en ese día alrededor de 90 kilómetros. En contra de
lo que afirmó Pola, la jornada no habría sido “casi toda de serranías”, des-
cripción que sólo es aproximadamente exacta si se refiere, no a todo el tra-
yecto, sino sólo al tramo Chapa de Mota-Villa del Carbón, que atraviesa
efectivamente montaña boscosa, muy pesada para la caballería pues se
cruzan varias barrancas.

63 Véase: Obras; tomo II, pp. CVI; tomo III, pp. XXXIX a XLI.
64  Idem.
490  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Entre Villa del Carbón y Tepexi del Río existe una distancia, por las bre-
chas actuales, de menos de 27 kilómetros; el terreno es quebrado y el cami-
no va cuesta abajo, la arboleda casi ha desaparecido, por lo tanto, esta
parte es más fácil de recorrer que el tramo entre Chapa de Mota y Villa del
Carbón. Los testigos con quienes hablaron don Ángel Pola en 1892 y don
Nicolás León en 1900 afirmaron unánimemente que las tropas de Márquez
y Zuloaga llegaron a Tepexi, con su prisionero, más o menos a las 11 horas
del día 3 de junio. Sin embargo, el telegrama enviado por la autoridad de
Tepexi al ministro de guerra de Juárez al día siguiente, a las 4 horas y 35
minutos de la tarde, dijo textualmente: “Ayer como a las 10 de la mañana
se presentó intempestivamente en esta población una partida de reacciona-
rios a las órdenes de Zuloaga y Márquez”. Se deduce que el grupo encabe-

a
zado por ellos debe haber salido antes del amanecer de Villa del Carbón y

rrú
habrá hecho unas cuatro o cinco horas de camino, con una velocidad pro-
medio de cinco a siete kilómetros por hora.65
La última parte de su recorrido, la realizó don Melchor en manos de un
Po
grupo de tropa irregular comandado por un oficial de apellido Aldama. Vigil
indicó que el fusilamiento tuvo lugar a un lado de la hacienda de la Caña-
da; pero tanto a Pola como al doctor León, múltiples testigos les confirma-
a

ron que ocurrió en la hacienda de Caltengo, entre las 16 y las 16:30 horas.
eb

El propio Ocampo, como puede leerse en el codicilo adicionado a su testa-


mento en el portal de la hacienda que llama Jaltengo, indica que lo hizo al-
u

rededor de las dos de la tarde. Entre Tepexi y Caltengo media una distancia
menor a cuatro kilómetros.66
pr

Dentro del propósito de precisar los datos más sobresalientes respecto a


la ruta seguida por don Melchor en esos contados días, cabe pues estable-
1a

cer algunos puntos de referencia. El sacrificio se realizó a 200 metros del


casco de la hacienda de Caltengo, a las 16 horas del 3 de junio, en el sitio
donde hoy existe el monumento erigido en 1958 por el general Cárdenas y
el gobierno del estado de Hidalgo. Retrocediendo en el tiempo, podemos
decir que Ocampo permaneció en Tepexi de las 11 a las 15 horas del propio
día, incomunicado en el mesón de “Las Palomas” que se encontraba en la
“calle real” del pueblo. Hacia las seis de la mañana, los plagiarios y su víc-
tima habían salido de Villa del Carbón, donde Ocampo durmió en el mesón
de “Los Fresnos”. La comitiva había llegado ahí el día anterior, domingo 2
de junio, después del atardecer; habían salido de la llamada estancia de

65 Véase: Obras; tomo III pp. XLI y XLII Juárez, correspondencia; tomo IV, p. 489.
66  Obras; tomo III, pp. XLIII y XLIV. Detalles sobre la muerte de Ocampo; p. 23. Obras;
tomo II, p. CVIII.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  491

Huapango, en la mañana de ese día, después de pasar la noche Ocampo


prisionero en el cuartel improvisado para sus tropas por el general Antonio
Taboada. Cajiga había entregado su prisionero a Márquez poco después del
mediodía del 1o. de junio; la noche del 31 de mayo, la durmió el guerrillero
con la partida y su preso en la hacienda de Toxi, de donde salió al amanecer
rumbo a Acam-bay y San Juanico, en apresurada marcha. La noche del 30
de mayo la durmió Ocampo en el mesón de Santa Teresa de Maravatío, ya
preso; había llegado a esa población a las seis de la tarde de ese día. La de-
tención del reformador tuvo lugar en su finca de Pomoca, hacia la una de la
tarde del propio día 30.
La pérdida del correo de México dirigido a Maravatío, ocurrió precisa-
mente el día 30, lo cual, si no es una prueba completa de que esa haya sido

a
la fecha en que Cajiga ocupó la población, si es una coincidencia que apoya

rrú
tal hipótesis; sobre todo, porque no existen referencias de que se haya perdi-
do la correspondencia en los días inmediatamente anteriores o posteriores.
En esta forma, se llega a la conclusión de que Ocampo recorrió secues-
Po
trado poco más de 200 kilómetros y fue obligado por sus captores a cabal-
gar 36 y media horas; estuvo en manos de los conservadores 4 días y 3
horas. El jueves 30 caminó don Melchor 15 kilómetros en 3 horas; el vier-
a

nes, hizo 67 kilómetros en 12 horas; el sábado recorrió 36 kilómetros en 7


eb

horas; el domingo 46 kilómetros en 11 horas; y el lunes, primero 27 kiló-


metros en 4 y media horas, y finalmente 4 kilómetros en una hora.
u

No debe considerarse como descabellada la suposición de que un grupo


de jinetes, sobre todo si llevan buenos caballos, pueda recorrer más de 90
pr

kilómetros en una sola jornada; tal cosa habría sido necesaria para que
Ocampo fuera, en un solo día, desde Toxi hasta Villa del Carbón, pasando
1a

por Huapango. Recorridos semejantes han sido comunes, por lo que se


sabe, cuando se establecen puestos para cambiar caballos, como hicieron
los mongoles en los “yams” de la época de Gengis Kan; los correos podían
entonces hacer 80 ó 90 kilómetros durante el día (ni en tales condiciones
ha sido nunca usual viajar de noche, por la falta de luz que resulta un obs-
táculo definitivo para caminar aprisa en malos caminos). Se dice, incluso,
que algunos correos mongoles, aprovechando circunstancias favorables,
llegaban a hacer hasta 200 kilómetros en un día.67 Pero es obvio que el gru-
po de secuestradores de Ocampo se encontraban en condiciones muy dife-
rentes, tanto por la conformación del terreno como por las cabalgaduras
que usaban.

67  Lamb; pp. 199, 204 y 206.


492  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Durante nuestras guerras del siglo XIX, se conocen algunos casos en


que grupos de jinetes o jinetes aislados recorrieron distancias muy conside-
rables, en tiempos breves. Por ejemplo: el correo que el general González
Ortega despachó de la hacienda de San Francisco —próxima al campo de
batalla de Calpulálpam— alrededor de las 11 de la mañana del 22 de di-
ciembre de 1860, llegó al puerto de Veracruz, como es sabido, cuando Juá-
rez se encontraba en el teatro por la noche, el día 23 del propio mes. Este
emisario, de nombre José Ma. Machuca, apremiado por el interés de que
Juárez recibiera la noticia, hizo un recorrido de aproximadamente 450 kiló-
metros, viajando unas 28 horas con velocidad media de 16 kilómetros por
hora, sin duda con caballos de repuesto proporcionados por las tropas libe-
rales. El ministro Forsyth escribió al departamento de estado que cuando

a
Santa Anna huyó, en 1855, lo acompañaron mil lanceros, 160 kilómetros

rrú
(de Orizaba a Veracruz) en un solo día.68 Sin embargo, los datos disponibles
indican que la comitiva de Ocampo y sus captores no se movilizaba a velo-
cidades superiores a 5 ó 6 kilómetros por hora.
Po
Por otro lado, una vez apresado don Melchor y entregado a Márquez,
¿qué objeto hubiera tenido —desde el punto de vista de sus captores— em-
prender una loca carrera con su víctima, movilizándose de inmediato a una
a

zona tan expuesta como Tepexi, para terminar fusilándolo al día siguiente?
eb

Debe tenerse en cuenta que Villa del Carbón había sido ocupada el día 29,
justo al tiempo que Cajiga salía de Ixtlahuaca rumbo a Pomoca; que Már-
u

quez había tenido un serio descalabro en la llanura de Cazadero, dos sema-


nas antes; y que Negrete acaba de sostener un violento combate en el monte
pr

de las Cruces. Las gavillas conservadoras, que no sumaban más de 1,500


hombres, se fraccionaban constantemente para hacer frente a 6,300 hom-
1a

bres del gobierno liberal que las rodeaban. Los enfrentamientos con estas
tropas eran diarios y, en tales condiciones, resultaba insensato que se ex-
pusieran a perder en una escaramuza la presa que al fin y al cabo habrían
de fusilar 24 horas después.

Así se quebró Ocampo

Se conservan alrededor de una docena de retratos y pinturas de Ocampo


que muestran una evolución bien marcada de la imagen externa del refor-
mador. Los hombres públicos de su tipo, que no persiguen la satisfacción
de ambiciones o propósitos de carácter esencialmente personal, se ven

68  Zayas Enríquez; p. 148. Juárez, correspondencia; tomo III, p. 339.


SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  493

colocados en una especie de foro o escenario, donde desarrollan una actua-


ción cuyo público es todo el medio en que viven. Con espíritu de escepticismo
o de incredulidad, esa representación es tomada no pocas veces como algo
falso por completo, cuya naturaleza, en alguna forma teatral, se confunde
casi con la simulación. Sin embargo, las trayectorias congruentes y anima-
das de impulsos honrados, aunque ciertamente sean escasas y no constitu-
yan la regla general, son como el buen teatro, en cierto sentido más real y
verdadero que muchos aspectos de la vida diaria y común. La trayectoria
política de Ocampo fue relativamente breve; entre el congreso de 1842 y la
terminación de la guerra de tres años no median ni siquiera dos décadas
completas. Otros hombres públicos que fueron sus contemporáneos —Gó-
mez Farías, Juárez, Alamán, Santa Anna— tuvieron por lo menos actuacio-

a
nes doblemente prolongadas. No obstante, el cuadro de elementos en que

rrú
se desenvolvió la trayectoria de don Melchor cambió considerablemente de
su principio a su fin. Poco antes de morir, comentó en su correspondencia:
“Hace 18 años que el servicio público no me permite pensar en mí”.69 A lo
Po
largo de este período, las condiciones y dimensiones de su participación
en la cosa pública se modificaron mucho, reflejándose tal evolución, de
modo inevitable, en la imagen exterior del michoacano.
a

En el congreso de 42, Ocampo mostró toda la iniciativa y la determina-


eb

ción que saltan a la vista en los daguerrotipos que le fueron tomados en la


época. Si repasamos una por una las diversas etapas de su intervención en
u

la asamblea, es evidente su deseo de contribuir a dar congruencia y lógica


a las decisiones del congreso. Cuando los congresistas titubearon, por ejem-
pr

plo, para defender al ilustre periodista Morales, amenazado por Santa Anna,
Ocampo preparó un discurso donde decía: “No, no más prudencia, si por
1a

ella se entiende el consentimiento ciego a cuanto disponga el gobierno…


Importa que libertemos al señor Morales de los procedimientos parciales
que contra él se siguen, por el bien mismo del gobierno y por la estabilidad
de la futura constitución…”.70 Ya antes había expresado “Vuestro deber es
dar una constitución; pero lo es igualmente conservar la dignidad (del)
pueblo. Vuestro deber es dar una constitución, pero no una constitución
cualquiera, sino la que pueda hacer su felicidad y darle honor…”

69 Juárez, correspondencia; tomo IV, p. 272.


70 INAH, 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-9-1. Ocampo agregó a] final de este borrador una
breve narración de las circunstancias que aparentemente detuvieron en este caso su inter-
vención en el congreso. Por desgracia, el borrador está recortado, de tal modo que la nota no
puede leerse.
494  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

Sin embargo, se puede apreciar cierta hosquedad y dureza en el gesto


un tanto brusco del Ocampo de esa época. El 30 de julio de ese mismo año,
redactó una proposición para que un grupo de diputados se comprometiera
a “no aceptar cosa alguna pública del gobierno”, por un tiempo determina-
do y a fin de conservar la independencia política de la reunión.71 Hizo tam-
bién depositar en la mesa del congreso otra proposición encaminada a
comunicar al ejecutivo la lista de diputados que “renunciaban a sus dietas
y viáticos”, para no agravar aún más la precaria situación del erario.72 Debe
comprenderse el efecto que estas actitudes de Ocampo causaban en un am-
biente en que abundaban, según Prieto, los empleados “pancistas”; y no
resulta sorprendente que algunas gentes, incluso de buena fe, encontraran
insufribles tales posturas de parte de un rico hacendado. Porque la verdad

a
era que la pobreza del país propiciaba que los hombres honestos con gran

rrú
frecuencia no tuvieran de qué vivir. Después de la muerte de Otero, que dejó
a su familia en la miseria, Ocampo solicitó como favores personales ciertas
ayudas para los deudos; de un modo semejante, la ayuda acordada por
Po
Juárez para la familia de Lerdo poco después de la muerte de don Miguel,
debe verse a la luz del hecho, que la prensa lerdista subrayó unos días an-
tes del deceso, de que el reformista vivía y había vivido “exclusivamente de
a

sus sueldos”.73 Es claro que Ocampo no ignoraba tales hechos; su intransi-


eb

gencia en estas cuestiones de provecho o beneficio personal hay que bus-


carla por el otro lado de la medalla; en una nota fechada en mayo de 1851,
u

don Melchor indica que “algunos sinvergüenzas se aprovecharon” en 1842.


Parece como si hubiera sentido, al agregar su nota al borrador escrito diez
pr

años antes, la necesidad de explicar esa intransigencia.74


La mejor justificación de estos rasgos de austeridad de Ocampo la en-
1a

contramos en la fuerza moral que le dieron. El viejo dictador, que no vacila-


ba en esos días para hacer celebrar solemnes honras fúnebres en honor de
la pierna perdida en Veracruz, que acababa de agredir a Cumplido y a Mora-
les por federalistas, que en ese año había otorgado a Garay la concesión en
el istmo de Tehuantepec y le daría también las de navegación del Panuco, el
Mezcala y el Bravo, así como una más sobre el derecho de avería que paga-
ban los barcos en Veracruz, dejó pasar íntegros, sin embargo, los discursos
de Ocampo en el congreso y los esfuerzos que el michoacano realizaba por
obtener para éste cierta independencia. Cinco años después, según cuenta

71  Idem; doc. 17-3-9-5.


72  Idem; doc. 17-3-9-6.
73  El Heraldo; 17-II-1861.
74  INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-9-5.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  495

el propio don Melchor en sus apuntes autobiográficos, tuvo un grave dis-


gusto con el general Santa Anna, pues éste, “con la audacia que la ignoran-
cia acostumbra”, se atrevió a facultar “a varios bribones del estado para
levantar gente y reclutar caballos y armas”, con pretexto de la guerra de
intervención yanqui.75 “Me opuse, como debía —sigue diciendo el docu-
mento—; le dije oficialmente que siendo yo el responsable de lo que pasaba
en el estado, nada se haría sin mi conocimiento y consentimiento; que no
consentiría…que los ladrones que había nombrado merodeasen bajo su
nombre…” Más adelante, explica Ocampo que tuvo también “otro disgusto
confidencial” con el dictador, pues no contestó una carta que éste le envió
después del asunto de los polkos (“infame aberración”), y al recibir una se-
gunda misiva aprovechó la oportunidad para “pedirle que nos diera un jefe

a
inteligente y responsable, contentándose con la presidencia, que por sí sola

rrú
podía honrar a cualquiera” que dignamente la desempeñara. “Lo exhortaba
—añade— a salvarse y a salvarnos, y le decía que si no lo consideraba yo
traidor, sí lo consideraba inepto. Fue tal el enoje que le causó mi carta que
Po
(aún) tuvo el fatuo candor de preguntarme, ¿quién me había facultado para
escribirle?”
Las imágenes de Ocampo que se conocen, en daguerrotipos y fotogra-
a

fías de la época en que estaba retirado en Pateo, dedicado a la agricultura y


eb

a sus estudios científicos, muestran con claridad un cambio en su actitud.


El gesto se volvió mucho más natural y espontáneo, sin la rigidez y la ten-
u

sión que existía en los meses que siguieron a su regreso de Europa y su


incorporación a las filas de la nueva juventud liberal, cuyo radicalismo re-
pr

cogió y expresó don Melchor en esa ocasión. En tanto que pasó a lo largo de
toda su vida una buena parte de su tiempo “sobre los libros”, como él mis-
1a

mo decía, no parece haber sido ni hombre recluido ni dado al buen vivir. En


un ensayo de cierto corte literario, que dejó inconcluso, explica que trataba
de llevar una vida higiénica, dentro de las limitaciones que le imponía el
clima de su región, y a ella atribuye, “tal vez más que a mis veintitrés
años…mi agilidad y mi salud”.76 “No soy nada gran señor”, comentó de sí
mismo algún tiempo más tarde.77
Sin embargo, la actitud de Ocampo en esa época de fecundo trabajo in-
telectual, dista mucho de ser la de un hombre satisfecho. Se percibe una
chispa de inquietud en sus ojos, una como preocupación de abandonarse

75  Idem; doc. 17-3-7-15, que se amplía con el texto del doc. 17-3-11-1, archivado-por

error en otro expediente.


76  Obras; tomo III, p. 246.
77  El Siglo XIX; 13-IV-1857.
496  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

a la situación confortable y tranquila en la que pudo haber transcurrido, de


haberlo querido así, toda su existencia. Sus trabajos sobre botánica, lin-
güística y geografía los publicó en general anónimos; sólo se ha reconocido
la paternidad, en años posteriores, gracias a que los originales y borradores
aparecieron entre sus papeles, que en parte se salvaron del registro que Ca-
jiga llevó a cabo en Pomoca. La inquietud que lo roe tiene, en esos años, un
origen diferente; no se trataba de que su interés científico fuera sólo de di-
letante o aficionado superficial. Ocampo creyó siempre —lo dijo y repitió en
todos los tonos, en cuantas ocasiones tuvo para ello— que sólo la aplica-
ción de principios estrictamente científicos podía renovar y regenerar lo
mismo la agricultura que la educación nacional, tanto hacer conocer nues-
tros antecedentes, como trazar la ruta del país para el porvenir. Su intran-

a
quilidad, muy distinta del gesto áspero de los primeros años, provenía más

rrú
bien de los obstáculos insalvables que veía acumularse a lo largo de esa
ruta. De esta época, probablemente, son las ideas del fragmento de discur-
so que se conserva junto a sus papeles del año 42, pero que según Pola fue
Po
pronunciado en San Nicolás en 1852: “Desde los tiempos a que alcanza la
historia de la humanidad presenta ésta, en todos los siglos, una bien mar-
cada división: hombres que por cordura o por conveniencia, por pereza o
a

por miedo, aprueban y sostienen el estado presente, temiendo el porvenir y


eb

venerando el pasado; y hombres que por filantropía o por ambición, por


cálculo o por descontento, intentan variar este presente, despreciando el
u

pasado y apresurando el porvenir…”.78 Debe observarse que no hay en su


comentario nada de pueril maniqueísmo, pues reconoce la multiplicidad de
pr

los móviles humanos y su carácter contradictorio y variable; pero tampoco


se deja llevar por un relativismo fácil y superficial, ya que agrega: “Entre
1a

unos y otros hay una mayoría ingenua, sincera, bien intencionada que as-
pira a no seguir más que el dictamen de la sana razón, y una minoría in-
quieta, turbulenta, que no atiende sino a sus pasiones, traducidas todas
por las palabras interés individual”. ¿Optimismo? ¿Pesimismo? Ni una ni
otra cosa; el lector juzgará: “La marcha del espíritu humano es lenta, pero
segura…y de creer es que en pocos miles de años llegue al uso pleno de
la razón”.
Los retratos de Ocampo correspondientes a los días de su primera ges-
tión como gobernador de Michoacán muestran ya cuánto había ganado en
madurez. Había quedado atrás la brusquedad y desconfianza de los prime-
ros intentos de actividad política, así como la figura un tanto académica del

78  INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-9-2.


SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  497

naturalista, el filólogo y el historiador. Don Melchor es entonces un hombre


adusto, temido y criticado en los ambientes frívolos en que se desenvuelven
la mayor parte de las funciones oficiales; pero conquista fácilmente a las
personas de buena fe y empiezan a volverse proverbiales su desinterés y su
generosidad. “El 9 de septiembre (de 1846) juré ante los magistrados de la
corte y las demás autoridades (de Morelia)”, indica en sus apuntes autobio-
gráficos.79 Había sido diputado por breve tiempo en 1845, según ya explica-
mos, pero fracasó en sus intentos de convencer al general Herrera para que
autorizara a los liberales a oponerse al golpe de estado de Paredes. El presi-
dente Salas —en cuyo favor dictaminó, al año siguiente, con motivo del
conflicto con Lemus— logró convencerlo para gobernar su estado. “Me re-
solví, explica en sus apuntes autobiográficos, viendo que no era tan difícil

a
gobernar. Otra cosa, añade, es gobernar bien. Yo no sabía siquiera lo que

rrú
era (un) acuerdo”.
Al ser designado gobernador, según ya dijimos, Ocampo llevó como
secretario de gobierno a Juan B. Ceballos. Conservó con éste una intermi-
Po
tente relación política hasta que terminó el gobierno del presidente Herre-
ra. La correspondencia cruzada entre los dos michoacanos pone de relieve
una gran confianza; se percibe que a lo largo de este período trabajaron
a

muy unidos en la solución de las cuestiones políticas de su estado, que


eb

discutían y analizaban punto por punto, cambiándose información en lar-


gas y detalladas cartas.80 Ocampo se muestra seco y cortante para juzgar a
u

las personas; pero está siempre dispuesto a rectificar sus juicios, a la luz
de mejores y más completas informaciones. A través de docenas de casos
pr

concretos, jamás se le aprecia una animosidad personal, un espíritu de re-


yerta o de venganza. Sin embargo, cuando Ceballos se dejó llevar por las
1a

sirenas políticas conservadoras y aceptó participar en el golpe de estado

79  INAH; 1a. serie, caja 12, docs. 17-3-7-15 y 17-3-11-1. Los apuntes, obviamente por

error, dicen “1847”. Ocampo reconoció en alguna ocasión que no le gustaba revisar sus
escritos.
80  Idem; cartas personales, expediente 50-C-36. Véase también: Archivo VGF; docs.

1997 y 1929. Es interesante comparar las respuestas de Ocampo (doc. 1997) y de Juárez (en
1849), a las respectivas cartas de Gómez Farías en que el ilustre reformador les solicitó ayu-
da para que las diputaciones de sus estados al congreso general se integraran “de hombres
concienzudos y amigos del progreso”. “No tenga usted cuidado sobre elecciones en cuanto a
buena voluntad —dice Ocampo—; es necesario que yo sea sincero: casi nada he hecho por
ellas, porque muy al tanto de cuanto pasaba puedo decir que en todo y por todas partes han
presentido mis deseos”. “Las ideas que usted manifiesta en su apreciable —responde Juárez
dos años después— son las mías también, en cuyo concepto debe usted estar seguro de que
haré cuanto esté de mi parte para que aquellas se realicen”.
498  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

contra Arista, como ya explicamos con detalle, Ocampo rompió con él in-
flexiblemente.
La experiencia que proporcionó a don Melchor el período de 18 meses
que gobernó su estado, se refleja en sus retratos al iniciarse la década de
los años cincuentas. Pero debe tenerse en cuenta que el michoacano no ha-
bía prácticamente vivido en el centro político del país, sino por cortos perío-
dos de su infancia y adolescencia, y durante las breves y entrecortadas
actividades políticas de los años 42 y 45. De esta suerte, su imagen conser-
vaba, a pesar del viaje a Europa, cierto aspecto rústico y provinciano; en
sus ojos flotaba la maliciosa pero amable ironía del hombre de campo y el
gesto tiene aún cierta rudeza y tosquedad.
A partir de su incorporación al senado en 1848, Ocampo se mantuvo en

a
contacto constante con los más destacados dirigentes de la política nacional,

rrú
aunque periódicamente intentara escaparse a su refugio de Pomoca. Como
funcionario, el michocano fue bastante irritable y susceptible, sobre todo
cuando tropezaba con el obstáculo, muchas veces infranqueable, de intere-
Po
ses personales de naturaleza inconfesable. Para entonces, era un hombre de
presencia arrogante y sofisticada, muy popular e influyente entre los libera-
les. Se mostró impaciente y propuso medidas radicales cuando llegó a con-
a

vencerse de que sus opositores carecían de razón y de autoridad moral. Por


eb

falta de recursos, durante la guerra con los Estados Unidos, el gobierno de


Michoacán no pudo pagar puntualmente los sueldos de los funcionarios. La
u

recaudación de rentas, según Ocampo, estaba en manos corrompidas y tuvo


que recurrir a medidas enérgicas para evitar que siguieran disipándose los
pr

recursos. Los perjudicados buscaron recomendaciones que don Melchor no


atendió y finalmente el tribunal superior de justicia declaró disuelto el po-
1a

der judicial, en vista de que no se pagaban los sueldos.81 Ocampo propuso a


la legislatura local que se dieran por presentadas y aceptadas las renuncias
de los jueces; aunque éstos volvieron avergonzados a sus puestos, la legis-
latura no apoyó por completo al gobernador. En el senado, el michoacano
tuvo conflictos con otros senadores, cuya causa residió en el fondo, en la
inconformidad que sentía por la inactividad que reinaba en esa cámara;
Ocampo renunció a formar parte de algunas comisiones como consecuencia
de tales choques, y no quiso regresar a su curul después de separarse de la
secretaría de hacienda. Su correspondencia de esos años, inclusive, mues-
tra algunos signos de desaliento, en particular a medida que se configuraba
el nuevo golpe de estado militar. También durante las breves dos semanas

81  INAH; 1a. serie, caja 12. docs. 17-3-7-15 y 17-3-11-1.


SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  499

de colaboración con Comonfort, en el gabinete de Álvarez, se mostró la im-


paciencia de Ocampo, que obviamente temía permanecer en el gobierno,
envuelto en los compromisos y transacciones del secretario de la guerra;
pues éste le enviaba largas y pulidas comunicaciones al tiempo que se to-
maba atribuciones que correspondían al Presidente.82 En el último año que
residió en Veracruz el gobierno de Juárez, Ocampo se encontró de nuevo en
el centro de una maraña de relaciones difíciles y tensas, cuyos orígenes
provenían de las ambiciones políticas de algunos colaboradores del Presi-
dente y de las dificultades con que tropezaba la aplicación de las medidas
reformistas. Este conjunto de hechos explica los rasgos un tanto recelosos
y susceptibles que se perciben en la imagen de Ocampo, registrada en los
retratos que se le hicieron en esa época.

a
Sin embargo, estas tensiones y controversias quedaban sólo en la su-

rrú
perficie de la personalidad de Ocampo. Apenas se desligaba de la posición
oficial volvía a manifestarse su verdadero modo de ser, que había ido enri-
queciendo la experiencia de dos décadas de fructífera labor. En definitiva,
Po
el gesto que nos muestran sus últimos retratos es notablemente sereno,
quizá un poco triste, pero de ninguna manera amargo. La tensión y la irri-
tabilidad desaparecieron al alejarse del pequeño mundo de ambiciones y
a

recelos en que se gestó el nuevo gobierno al regresar a la capital los libera-


eb

les. Una conocida carta, dirigida a algunos gobernadores al separarse, expre-


sa perfectamente el dominio de sí mismo y la diáfana claridad de propósitos
u

a que había llegado el michoacano: “Los incidentes que han venido a moti-
var la separación del gabinete son, en verdad, harto pequeños al respecto de
pr

las altas cosas hechas y en vía de hacerse…si para salvar importantes prin-
cipios o para llegar a magníficos fines es forzoso atravesar por periodos de
1a

prueba y correr graves peligros, los liberales debemos hacer, todos y cada
uno, ambas cosas sin vacilar”.83
Si bien el camino había sido relativamente breve, Ocampo había conse-
guido realizar, en efecto, una buena parte de las cosas entrevistas; pero no

82  Las horas negras y difíciles pasadas en la emigración, cuando Santa Anna negociaba

la entrega de 10 millones de pesos con los Estados Unidos, a cambio de La Mesilla, en tanto
que había despojado a Ocampo de sus propiedades, llevaron la susceptibilidad y desconfian-
za del michoacano hasta extremos inesperados Como puede verse en una carta cuyo borra-
dor se conserva, don Melchor se causó serios perjuicios y se embarcó en una disputa tonta,
por causa de su hija Josefina, que se encontraba con él en Brownsville. ÍNAH; 1a. serie, caja 29,
doc. 50-0-3-18. Sobre la forma en que Comonfort se dirigía a Ocampo cuando el gobierno
estaba en Cuernavaca, véase: Idem; cartas personales, doc. 50-C-45-3.
83  El original de esta carta se encuentra en: TNAH; cartas personales, doc. 50-0-3-31.

La respuesta de uno de los gobernadores en: Idem; doc. 50-P-3-1.


500  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

se percibe en su actitud nada de complacencia o de cansancio, su imagen


tiene el mismo gesto rebelde e inconforme de sus primeros años. “Estamos
mal educados, señores”, había dicho una noche de norte en la alameda de
Veracruz; y seguramente seguía pensando igual de sus contemporáneos en
1861. Por muchos años, tal seguirá siendo la última palabra que se le escu-
che, a medida que su imagen se precisa con el transcurrir del tiempo.
Hemos seguido a don Melchor a lo largo de ese camino, tratando de
mostrar lo que realmente hizo y las razones básicas que determinaron sus
pasos decisivos. Al mismo tiempo, procuramos reunir los datos que existen
sobre la forma en que se realizó su secuestro y se llevó a cabo su asesinato.
Sin mucho esfuerzo se percibe que hay una clara disparidad entre un as-
pecto y otro de la vida y la trayectoria de Ocampo. No se trata, en su caso,

a
de un hombre público destacado que por imprudencia o por azar cayera en

rrú
manos del bando contrario y fuera ejecutado por un grupo a quien hubiera
cegado la pasión partidaria. La responsabilidad de Cajiga, como la de la
escolta que realizó el crimen, resulta mínima frente a la del bando conser-
Po
vador en su conjunto, con sus más destacadas cabezas al frente, que or-
questaron toda la maniobra, a través de sus hilos telegráficos, concentrando
todas las fuerzas que les quedaban en una remota hacienda, provocando un
a

escándalo nacional en el congreso, como si se tratara de dar la última bata-


eb

lla importante de la tremenda guerra civil que terminaba.


Ya señalamos que en el grupo liberal moderado reunido en París, alre-
u

dedor de Comonfort, las leyes de reforma fueron en general bien aceptadas


y aún predominó la opinión de que contribuirían decididamente para acele-
pr

rar y asegurar la victoria del gobierno de Veracruz. Sin embargo, hicimos


notar que varios de los más destacados miembros de ese grupo expresaron
1a

considerable resistencia a aceptar la parte de esa legislación que estableció


el matrimonio civil. Estimaron que constituía un grave error y hasta se
aventuraron a predecir que inclinaría la balanza de la guerra en contra del
bando liberal. Aunque estos pronósticos resultaron por completo falsos, es
conveniente examinar un poco más en detalle la participación que tuvo
Ocampo en la configuración de este aspecto de las leyes de reforma.
Es sabido que don Melchor tradujo al español y publicó en Veracruz una
parte de un libro de Proudhon, aparecido el año anterior, en que el pensa-
dor francés desarrolló sus ideas respecto al matrimonio.84 Posteriormente,

84  Se trata de parte de los capítulos X y XI de la obra titulada De la Justice dans la Révo-

lution et dans l’Église, publicada en París, el 22 de abril de 1858. El libro fue secuestrado
por las autoridades, casi inmediatamente; lo cual le dio cierta notoriedad en su época. Inclu-
ye el conocido “Catecismo del matrimonio”.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  501

cuando se perfilaba ya la intervención tripartita de las potencias europeas,


Ocampo envió un ejemplar de su traducción al autor, previendo seguramen-
te que los intelectuales franceses de ideología avanzada podrían ayudar a
México en su desigual lucha contra la posible invasión. Proudhon expresó
severas críticas a la política de Napoleón III, en sus libros y en su corres-
pondencia privada; también, como ya se sabe, Quinet y posteriormente
Víctor Hugo y otros escritores, así lo hicieron.
De cualquier manera, es un hecho que los puntos de vista prudonia-nos
influyeron sobre Ocampo en la época en que intervino en la redacción de
esta parte de la legislación reformista. Para valorizar esas ideas de Proud-
hon debe tenerse presente que constituyen uno de los aspectos más contro-
vertibles de un pensamiento que, de por sí, lo es mucho. En la región del

a
Franco Condado, de donde era originario el escritor, según señala aguda-

rrú
mente uno de sus críticos, “a principios del siglo XIX el campesino conser-
vaba algo del pater familias romano”.85 Sin duda, esta situación de hecho
explica mejor que cualquier otra cosa el comentario que el mismo autor
Po
añade después. “Repitamos que su idea, su sueño dorado, que no aban-
donó jamás hasta el fin de su vida, consistía en la existencia del pequeño
campesino independiente, señor absoluto de su tierra y señor absoluto
a

también de su familia…”
eb

Proudhon conocía muy bien las debilidades y los vicios de quienes


forman esta clase social, su egoísmo y falta de generosidad, su interés des-
u

mesurado por las cosas materiales, su hipocrecía y sus furiosos deseos de


obtener y conservar la propiedad. Pero, el hecho de que constituyera una
pr

gran mayoría en la sociedad de su época, lo hacía creer que subsistiría su


concepto de la propiedad y de la familia, todavía por mucho tiempo.
1a

Debe tenerse presente, para no cometer anacronismos, que la publica-


ción de estudios científicos sobre la evolución histórica de la organización
familiar se inició precisamente en el año de 1861, en que murió Ocampo. El
trabajo de Proudhon pertenece a una etapa anterior; hasta entonces el pro-
blema se abordaba con una gran pobreza de datos históricos y se manejaba
a través de menciones literarias y citas jurídicas libremente interpretadas.
La conclusión a que llega ese trabajo, poco más o menos, puede resumirse
diciendo que considera el matrimonio a lo largo de la historia como un con-
junto desordenado de tanteos, equivocaciones y aciertos parciales encami-
nados hacia el matrimonio monógamo del tipo que predicaba Proudhon.
Simplemente, resulta obvio que le faltó información, como era por lo demás

85  Cuvillier; p. 22. Ansart; p. 73.


502  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

natural escribiendo en 1858, antes de la divulgación de las investigaciones


de Darwin, Wallace y Bachofen. Por lo tanto, Ocampo tuvo que apoyarse
—a consecuencia de las limitaciones inevitables que tenía su época, como
todas las épocas las tienen— en un punto de vista que pertenece todavía a
la etapa precientífica de la consideración del problema del origen y evolu-
ción del hombre y la sociedad humana.
Sin embargo, don Melchor buscó lo mejor que estaba a su alcance, da-
das las condiciones difíciles del gobierno refugiado en Veracruz, una plaza
que acababa de estar sitiada por Miramón. “En las mentes superiores de la
antigüedad aparece el pensamiento del origen social del hombre —dice un
historiador contemporáneo sobre la materia—. Pero con la ruina de la cul-
tura antigua surgió de nuevo el mito primitivo de la pareja única, primige-

a
nia y predominó ya a través de los siglos…todavía Schiller mismo sentía de

rrú
tal manera la sugestión de este punto de vista…que llegó a esta conclu-
sión: «Por descender de una pareja única tiene el hombre necesariamente
que haber sido monógamo, y el ejemplo de la primera pareja tiene que ha-
Po
ber tenido para la segunda fuerza de ley.»”86
Cuando menos, el pensador francés había conseguido superar esta acti-
tud tradicional que oscureció la mente de incontables generaciones. Con
a

todas sus insuficiencias —de muchas de las cuales Proudhon es el único


eb

responsable—, tienen razón quienes afirman que representó una etapa im-
portante en el desarrollo del pensamiento avanzado de su país. “Si hay una
u

obra —explica Cuvillier— en que resalte «el esfuerzo por definir una con-
pr

ducta humana más digna y más justa», sin recurrir de algún modo a móvi-
les trascendentes al hombre, sin invocar recompensa en otra vida; así como
«el esfuerzo por ligar esta elevación de la conducta individual con una re-
1a

forma de las instituciones» en la vida económica y política; y finalmente, la


confianza en la razón por contraposición a la religión, enemiga tanto de
la ciencia como de la justicia, para coadyuvar a la reforma de la sociedad
y la emancipación del individuo; es esa la obra de Proudhon”.87
No deja de tener razón otro comentarista, al subrayar que el escritor de
Besangon no abordó el estudio del sistema capitalista tan sólo como “un
conjunto de procedimientos y de técnicas destinado a la producción y circu-
lación de la riqueza”, sino que intentó verlo como un conjunto económico-
social, cuyas partes sufren una constante interacción. Asimismo, cuando
critica al estado no se limita a realizar un examen jurídico y político, aspira

86  F. Müller-Lyer; p. 18.


87  Cuvillier; p. 81. Ansart; pp. 14 y 15.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  503

a llevar a cabo una crítica social de la vida política real: “su finalidad no con-
siste en analizar las formas constitucionales ni en definir el mejor gobierno
posible, trata de considerar a las estructuras políticas en el seno del conjunto
social; de poner en relación la dominación económica y la dominación políti-
ca…” Cuando examina, en particular, el cristianismo no lo hace para señalar
únicamente lo que contiene de verdad o de error, lo que busca en las jerar-
quías sagradas es el reflejo de la realidad social. Es cierto que faltaba mucho
a Proudhon, como lo hizo notar Oseguera a Ocampo en alguna ocasión,
para comprender realmente las relaciones entre las estructuras políticas y
la organización económica —que obviamente no es una simple interac-
ción—; así como, aún reconociendo el crecimiento industrial, no supo pre-
ver todo el alcance que tendría en el siglo siguiente.

a
Resultaría injusto y absurdo, sin embargo exigir hoy día que los refor-
mistas liberales de Veracruz hubieran apoyado sus esfuerzos, en 1859, so-

rrú
bre progresos y resultados de la investigación científica que no se conocían
aún con amplitud en los círculos más avanzados del continente europeo.
Po
Proudhon —diremos en una síntesis muy apretada— deduce la necesi-
dad y la conveniencia del pater familias romano, de la inferioridad que
atribuye a la mitad del género humano que constituye el bello sexo. ¿En
a

qué se diferencian entre sí el hombre y la mujer?, se pregunta; y la respues-


eb

ta a que llega es bien concisa: “El hombre es más fuerte, la mujer más débil.
Eso es todo”.88 Ya desde la segunda “Memoria sobre la propiedad” (1842)
había sostenido que las relaciones entre los sexos son de una naturaleza
u

completamente distinta a las relaciones entre los individuos homólogos.


pr

“Esto significa que la mujer, por naturaleza y por destino, no es ni asocia-


da, ni ciudadana, ni funcionario público, sino que forma con el hombre, con
1a

el esposo del que es complemento anímico y fisiológico, un todo en dos


personas…”.89 Es inevitable observar que fueron simples prejuicios lo
que impidió al escritor francés reconocer que en las sociedades evoluciona-
das de la actualidad, las diferencias que menciona entre los sexos, en la
medida en que realmente existen, como las diferencias de fuerza física en-
tre los individuos del mismo sexo, no tienen las consecuencias prácticas
que les atribuye. Una vez embarcado a defender al pater familias romano,
se ve llevado a apoyar las diferencias existentes en la legislación sobre el
adulterio de ambos sexos, la tiranía económica de los padres y su derecho a
escoger los esposos para sus hijas,90 y otras tradiciones históricas reinantes

88  De la Jiistice dans la Révolution; p. 295.


89  Avertissement aux propriétaires, pp. 64 y 65.
90  Systeme des Contradictions Economiques; pp. 408 y 409. De la Justice dans la Révo-

lution; p. 305.
504  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

todavía en su época. Considera que el divorcio convierte el contrato matrimo-


nial en “un concubinato” y en forma paradójica, preconiza, como mejor solu-
ción, la eclesiástica: que no pueda ser disuelto, pero que, “en ciertos casos
se declare, por una ficción, que no existe más, que ha dejado de existir”.91 Un
crítico de Proudhon señala con acierto que estas concepciones retrógradas,
inoperantes e inhumanas sobre la constitución de la familia y la condición
de la mujer fueron producidas por un exagerado desconocimiento de los
hechos históricos.92
Por lo demás, en la propia obra que Ocampo tradujo parcialmente, el
escritor francés explica con toda claridad que sus ideas sobre el matrimo-
nio no tenían absolutamente nada de avanzadas, en 1858, con relación a
la situación existente en su país. En efecto, el sistema legal creado por

a
Napoleón I a este respecto, le parece a Proudhon perfecto. A riesgo de can-

rrú
sar al lector, pero en beneficio de la claridad, transcribiremos otro párrafo
más de su obra: “El Código Civil que interpreta la Revolución, es admirable
a este respecto. Dice así: Art. 212. Los esposos se deben mutuamente fideli-
Po
dad, socorro, ayuda. Art. 213. El marido debe protección a la mujer, la mu-
jer obediencia a su marido. Art. 214. La mujer está obligada a vivir con el
marido, y debe seguirlo a cualquier parte donde él juzgue conveniente resi-
a

dir. El marido está obligado a recibirla y debe proporcionarle los medios


eb

para satisfacer sus necesidades ordinarias, de acuerdo con su condición


y sus posibilidades. Art. 203. Los esposos contraen juntos, por el simple
u

hecho de casarse, la obligación de nutrir, sostener y educar a sus hijos.


pr

Art. 146 y 165. El matrimonio no existe cuando no ha habido consenti-


miento expresado en público…”.93
Ocampo tomó de la obra de Proudhon varias de las ideas que desarrolló
1a

en la legislación sobre el matrimonio civil. Entre otras, puede señalarse sin


dificultad la concepción de que la sociedad sólo se realiza a través de las
parejas;94 la descripción de las virtudes que corresponden a ambos sexos;95
la afirmación de que los esposos son como una sola persona;96 la importan-
cia de un trato mutuo civilizado y correcto;97 la concepción de la mujer como

91  Idee Genérale de la Révolution; p. 59 y siguientes.


92  Cuvillier; p. 61.
93  De la Justice dans la Révolution; p. 291.
94  Idem; pp. 264 y 277.
95  Idem; pp. 266. 268, 269. 270 y 276.
96  Idem; p. 278.
97  Idem; p. 279.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  505

ama de la casa;98 la indisolubilidad del contrato matrimonial;99 etc. En forma


un tanto lírica, el escritor del Franco Condado resume así su teoría: “El
hombre y la mujer forman, en lo moral como en lo físico, un conjunto orgá-
nico, cuyas partes se complementan mutuamente; se trata de una persona
compuesta de dos personas, de un alma dotada de dos inteligencias y dos
voluntades. Este organismo tiene por fin crear la justicia mediante el im-
pulso de la conciencia, y hacer posible el perfeccionamiento de la humani-
dad por sí misma, o sea la civilización y todos sus éxitos extraordinarios.
¿Cómo se realiza este propósito? Por la excitación del ideal, de lo que los
teólogos llaman la gracia y los poetas el amor”.100
Cuando Proudhon escribió el párrafo anterior, su país estaba sufriendo
una acelerada transformación, producto de la concentración industrial en

a
que se manifestaba el desarrollo capitalista de Francia. Una encuesta reali-

rrú
zada en la época en que Ocampo vivió en París, puso de relieve que grandes
cantidades de niños y de mujeres estaban ya formando parte del creciente
ejército del trabajo que era reclamado —y periódicamente rechazado— por
Po
el nuevo sistema económico y social. De cerca de 1 millón 58 mil obreros
que trabajaban en establecimientos con más de 10 empleados, en 63 depar-
tamentos de Francia, sobre un 12% eran niños y alrededor de 24% mujeres.
a

Si Proudhon no hubiera estado ciego, a causa de los prejuicios y las apasio-


eb

nadas polémicas con los socialistas, se habría dado cuenta de que la reali-
dad estaba haciendo una crítica práctica de sus teorías, que pronto no
u

habría de dejar piedra sobre piedra de su edificio.


pr

En particular, desde mediados del siglo pasado existía una fuerte opo-
sición, en Francia, respecto al artículo 213 del código civil que entusiasma-
1a

ba al escritor de Besancon. Proudhon cometió, sin duda, un grave error al


exponer sus doctrinas sobre la organización familiar, sin tomar plenamen-
te en cuenta el hecho de que las funciones tradicionales del sistema de pro-
piedad —que constituye la base económica de la familia y de la herencia,
“su sentido profundo”, como decía Proudhon—, se desarrollaron en la
Francia campesina y fueron sacudidas, como ella, por el crecimiento ace-
lerado de la industria y el comercio. “La unidad orgánica y las relaciones
de subordinación que caracterizan a la familia (tradicional) —comenta un
crítico que simpatiza mucho con Proudhon—, fueron el modelo de las

98 Idem; p. 304.
99 Idem; p. 297.
100  Idem; p. 277.
506  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

sociedades antiguas y feudales que se fundaban en principios de soberanía


y de autoridad, pero la democracia moderna tiende precisamente a arruinar
ese tipo de organización”.101
La situación de nuestro país, como nos hemos esforzado por mostrar en
las páginas anteriores, era sin embargo muy distinta. La revolución de re-
forma había planteado a Ocampo, como a la inmensa mayoría de los libe-
rales de su época, la necesidad de separar la iglesia del estado y dar a éste
una organización y una estructura laicas. Para ello era indispensable or-
ganizar el registro civil y dar al contrato matrimonial este carácter. Don
Melchor no podía ir más allá de eso, ya que era evidente que la sociedad
mexicana no tenía aún en su seno los elementos de transformación que, en
Francia, estaban ya dando al traste con las teorías de Proudhon. Estas, por

a
lo demás, no representaban sino una idealización romántica de la realidad

rrú
configurada en el régimen de Napoleón, como consecuencia del fortaleci-
miento del estado después de la revolución iniciada en 1789.
Puede observarse, por otra parte, que la mayoría de los problemas que
Po
en la actualidad se mencionan respecto a la organización familiar en nues-
tro país, provienen de la aparición de factores semejantes a los que convir-
tieron este aspecto del código napoleónico, con un siglo de anticipación, en
a

un conjunto de preceptos de imposible o difícil aplicación. No obstante,


eb

nada importante ha surgido entre nosotros que ponga en entredicho el pro-


pósito fundamental que animó a los liberales reformistas en 1859, es decir,
u

llevar a sus últimas consecuencias el principio de la completa separación


pr

entre la iglesia y el estado. Con relación a este propósito, el aprovechamien-


to que hizo Ocampo de la literatura de Proudhon constituye un elemento
circunstancial y un tanto aleatorio.
1a

El michoacano no era muy afecto a publicar, sin un objeto político pre-


ciso, comentarios críticos sobre la situación social de su época. No obstan-
te, entre sus papeles se encuentra un escrito sobre “los males de México”,
del cual no se conoce la fecha precisa, pero probablemente corresponde a
mediados de la década de los años cincuentas.102 Las calamidades que afli-
gían al país, las separó en ese documento en dos grupos: las que provenían
de vicios y deficiencias de la vida cívica, por un lado, y las que correspon-
dían a la estructura económica y social de la nación. Entre las primeras,
menciona cuatro sobre las que no se extiende mucho: el despego general

101 Cuvillier; p. 12. Ansart; pp. 35, 36 y 49.


102 La primera parte se encuentra junto a una carta de 1854 y la segunda entre papeles
del año 1851: INAH; cartas personales, doc. 50-0-3-15 y la serie, caja 12, doc. 17-3-10-s/n.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  507

por la cosa pública, el egoísmo con que algunos la explotan, la debilidad


frente a los abusos y la falta de instrucción. Respecto a las segundas, señala
también cuatro que analiza brevemente: “1) La propiedad sacada de sus
bases naturales y enfeudada al clero. 2) La riqueza y consiguiente insolen-
cia de éste. 3) La falta de probidad y previsión en los gastos públicos, re-
caudación de impuestos y satisfacción de las deudas. 4) La prostitución de
la llamada administración de justicia”.
De este documento se deduce, sin dejar lugar a dudas, que don Melchor
consideraba la concentración de la propiedad raíz, y la riqueza en general
acumulada en manos del clero, como el mal del siglo para la nación. “El
hecho que más profundamente hiere al observador es ver la absorción que
el clero ha hecho de todos los capitales” —dice a este respecto—. Estimaba

a
que era dueña esa corporación, si no de los 3 cuartos cuando menos de los

rrú
2 tercios de los valores raíces de la República y de la mayoría de los otros
“bienes habidos y por haber”. Concluía de ello que en México la nacionali-
dad, los intereses del país, el honor y el bien de la patria se confundían con
Po
la comodidad, provecho y honra de los clérigos. No se podía promover la
industria, construir caminos, atraer inmigración, desarrollar el comercio,
la agricultura ni las manufacturas, porque los propietarios no eran en reali-
a

dad tales, sino simples administradores de bienes que en cualquier mo-


eb

mento podían perder. “Renovadas muchas de las antiguas escrituras al


moderno seis por ciento —agrega a continuación—, el primer cuidado del
u

clero es ahora abstraerías a las cargas públicas y si pasados unos cuantos


pr

años logra renovarlas todas…el cuarto de capitales libres será el que (las)
soporte todas…”.
En particular, sobre la situación de la agricultura, que llama “fuente
1a

principal de la riqueza estable de las naciones”, explica que pagaba seis por
ciento por sus capitales, diez por ciento de los productos y la congrua sus-
tentación de los clérigos por la administración de los sacramentos, a lo que
habría que añadir las contribuciones civiles de toda especie que debían co-
rresponder a los capitales impuestos por el clero. “De aquí, concluye, que
muy raros labradores prosperen, que no puedan aumentar los salarios de
sus peones, que no desarrollen los medios de progreso…y que se necesitan
siglos para introducir mejoras…”.
Es evidente, sin embargo que estas ideas que don Melchor sintetizaba
para su uso particular, pertenecían al dominio público en su época y habían
sido ampliamente desarrolladas en escritos muy difundidos de las más re-
levantes personalidades del bando liberal y de algunos extranjeros ilustra-
dos. “La gloriosa administración de 33 —dice Prieto—, concibió la ley de
508  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

desamortización bajo las siguientes bases: 1o.—Dejar como propietarios


a inquilinos, arrendatarios y tenedores de capitales del clero sin más res-
tricción que no poder enajenar las fincas… 2a. Dotar el culto y el clero.
3a. La renta de esas capitales recogerla en un banco de depósito y cambio…
Toda esta reforma inmensa en sus consecuencias, partía del principio de
que los bienes son nacionales, de la subordinación del clero al gobierno,
de la dispersión de las cuotas en distintas manos y la abolición de la clien-
tela clerical…”.103 Otero había escrito desde el año 42, siguiendo a Abad y
Queipo, Maldonado, Espinosa de los Monteros y el doctor Mora, que la pro-
piedad estaba estancada en favor del clero y había calculado los bienes
útiles de éste en unos 90 millones. La acción del clero —escribió en esa
ocasión— “se hacía sentir en las grandes ciudades y en las pequeñas po-

a
blaciones, en los más miserables pueblos, y en los campos mismos apenas

rrú
cultivados; pues a más de estar sus bienes raíces diseminados en toda la
República, y de que los capitales impuestos se habían repartido en todo
su territorio, el cobro de la contribución decimal y de las obvenciones parro-
Po
quiales, hacía que no hubiera un sólo hombre en el más pequeño rincón de
la tierra que estuviese exento de tener relaciones personales y precisas res-
pecto de la propiedad eclesiástica, y representada ésta por una multitud de
a

agentes seculares y eclesiásticos perfectamente organizados, podía decir


eb

que en todas partes mantenía fieles representantes de sus intereses y de su


influencia”.104 Lerdo, por su parte, en 1847 había asentado que el clero era
u

“dueño de la mayor parte de la propiedad raíz de la República, a lo cual


pr

debe ese grande y funesto influjo que ha ejercido en la sociedad”;105 y agre-


gaba que “el provecho de esas riquezas y de los abusos consiguientes, sólo
los disfruta una parte de esta clase privilegiada, mientras que el mayor nú-
1a

mero de sus individuos tiene apenas lo necesario para subsistir”. Mayer, un


diplomático extranjero, había escrito en 1844: “La acumulación de grandes
bienes así reales como personales en las manos de una clase unida que
obra mediante el influjo espiritual, bajo la dirección de una cabeza única,
debe ser poderosa en cualquier país; pero ciertamente es mucho más de te-
mer en una República en que a las secretas influencias eclesiásticas se aña-
de el natural poderío de una riqueza extraordinaria…Con sus 90 ó 100
millones de pesos en dinero y propiedades, bien puede la iglesia cubrir la

103  INAH; cartas personales, doc. 50-P-25-17 (de fecha 16-VII-1858).


104  Otero; tomo 1, pp. 29 y 30.
105  Consideraciones; pp. 120 y 123.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  509

deuda nacional de 88 millones y dejar todavía amplios recursos para sus 7


mil miembros, o, cuando menos, para su clero secular”.106
Puede decirse, por lo tanto, que Ocampo fue, entre las personas de pen-
samiento liberal de su época, más bien medido que aventurado al emitir
juicios públicos sobre las reformas que resultaba necesario hacer respecto a
las propiedades eclesiásticas. Hasta la promulgación de las leyes de 1859
no había hecho afirmaciones más llamativas que otros dirigentes liberales;
por lo que se conoce de sus ideas en cuanto a esa materia, es de creer que
expresaba aproximadamente los mismos propósitos y finalidades que va-
rios ministros de los sucesivos gobiernos de Juárez. El michoacano no llegó
a desarrollar sus ideas sobre el último de los grandes males de México, que
menciona en su escrito de los días previos a la reforma liberal: “la prostitu-

a
ción de la llamada administración de justicia”. Pero es indudable que la

rrú
forma como procedió en su contra el derrotado gobierno conservador, agre-
ga un nuevo capítulo a la lista de los vicios y depravaciones de esa rama de
los negocios públicos. Después de un examen detallado de los diversos as-
Po
pectos de la trayectoria política de don Melchor, desde que llevó a Gómez
Pedraza en 1841 la carta de presentación que Max Garro le había dado en
París, hasta que Juárez accedió a principios de 1861 a sus reiterados deseos
a

de retirarse del gabinete, no encontramos nada que explique esa conducta


eb

del desvaneciente gobierno conservador. Debe tenerse en cuenta que Zuloaga


había ocupado el palacio nacional durante muchos meses y que, conjunta-
u

mente con Miramón, a quien él había escogido por sucesor, presidió un ré-
pr

gimen que gobernó buena parte de México durante más de tres años. Los
países más importantes del planeta —con excepción de Estados Unidos—
reconocieron ese régimen y le acreditaron en forma ostentosa solemnes repre-
1a

sentantes. Lo que hicieron con don Melchor los dos generales conservadores,
por lo tanto, no fue la obra de un grupo de facinerosos sino que constituyó
un atropello instigado y solapado por ese régimen, que en realidad se inició
en 1853 con el gobierno de Santa Anna.
Ya señalamos en páginas anteriores que Ocampo nunca fue militar,
pues ocupó el ministerio de guerra en su carácter de civil, cosa frecuente
en otras partes, por lo demás. De acuerdo con la legislación excepcional
promulgada por los conservadores con motivo de la guerra civil —cuya
vigencia, desde luego, era ya dudosa en junio de 1861—, no habiendo
sido apresado con las armas en la mano, aún siendo pública su condición
de dirigente liberal, no podía ser ejecutado legalmente por el régimen

106  Mayer; p. 427.


510  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

conservador. Los dos generales lo sabían, lo dijeron y lo escribieron así re-


petidas veces, a lo largo de treinta años; estos elementos confieren al caso
de Ocampo aspectos únicos en la historia de las persecuciones políticas de
nuestro siglo XIX.107
Si meditamos un poco sobre las circunstancias que rodearon el asesina-
to del michoacano, salta a la vista que constituye un ejemplo evidente de
ese fenómeno de acción colectiva en que los participantes, sabiendo que lo
que hacen es ilegal, se consideran justificados para usar la violencia, en
nombre de una conciencia pública que se supone ultrajada. En semejantes
casos, el acusador o los acusadores casi siempre permanecen en el anóni-
mo y el delito que se imputa a la víctima es suficientemente vago o impre-
ciso como para que no le pueda ser demostrado. El lector sabe bien que

a
en infinidad de ocasiones los cargos que han servido de base a los lincha-

rrú
mientos han consistido en “brujerías”, “pactos con el diablo”, “mal de ojo”
y otras cosas igualmente pintorescas, aunque no resulten, en definitiva, ni
inocentes ni inocuas. Otras veces, también es público, se utilizan motivos
Po
como la “lectura de libros exóticos” o la “divulgación de ideas perjudicia-
les”, que no están definidos y analizados como delitos en las leyes, pero
impresionan fuertemente el prejuicio popular y son capaces de arrastrar a
a

grupos numerosos a cometer el crimen.


eb

En las sociedades civilizadas, normalmente ocurre que la ejecución de


un linchamiento requiere cuando menos la simulación de un juicio, pues
u

los participantes, por muy obnubilados que se encuentren, no dejan de dar-


pr

se cuenta de que sin esa justificación no pueden evitar su responsabilidad


personal. Pretenden así convencerse de que intervienen en los hechos, cier-
tamente como verdugos, pero no como asesinos. Y con tal de que el grupo
1a

que proporciona la fuerza para realizar la ejecución sea suficientemente


numeroso, pretenden ignorar también que un vago tribunal, constituido en
esa forma anómala, no reúne los requisitos para dictar una sentencia legal.
En el caso de Ocampo, es sabido que no hubo juicio alguno; fungió como
tribunal, en ausencia del acusado, la reunión de guerrilleros y militares, en-
cabezada por Zuloaga y Márquez, que decidió en Niginí enviar a Cajiga para
secuestrar a don Melchor.
No obstante que todo lo anterior es evidente, basta en estos casos que
el seudo tribunal emita de algún modo su sentencia para que de inmediato,
con un automatismo macabro, la multitud que lo rodea se convierta en un

107  Lo que se ha llamado el “bandolerismo social” tiene otros orígenes, distintas moti-

vaciones y una estructura diferente. Véase: Hobsbawm, pp. 9 a 27.


SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  511

verdugo de mil cabezas. Pacíficos ciudadanos, que la semana o el mes ante-


rior estaban realizando sus labores normales, toman las armas y, cuando
no las tienen, son capaces de realizar la ejecución con sus propias manos.
La realización del crimen, sin embargo, nunca es verdaderamente imperso-
nal y automática; así como de un modo más o menos torcido se improvisa
un tribunal que emita una seudo sentencia, la situación exige que quienes
gozaron de autoridad para hacer tal cosa, en alguna forma participen y diri-
jan su ejecución. De una lectura sin prejuicios del testamento de Ocampo,
cualquier persona sensata deduce que el general Taboada acompañó a
Ocampo por lo menos hasta la hacienda de Caltengo y que Miguel Negrete
firmó ahí el documento.
Una vez que el crimen está consumado, se rompe el hechizo que mante-

a
nía reunido al grupo ejecutor, entre cuyos miembros la participación se di-

rrú
vide, desde luego, en forma muy desigual; algunos causan materialmente
la muerte de la víctima, otros dan alguna ayuda, quién sólo acerca piadosa-
mente los elementos para su ejecución, quién sólo mira y se considera has-
Po
ta ajeno a los hechos. Como nadie desea dejar constancia de su intervención,
los despojos de la víctima quedan generalmente abandonados, pues todo
mundo se aleja y trata de convencerse a sí mismo de que sólo fue especta-
a

dor y no actor de lo sucedido. Es posible que en este aspecto de la situación


eb

haya residido la causa de que el cadáver de Ocampo haya permanecido 24


horas colgado del árbol de pirú. Hasta que la vida vuelve a su ritmo normal,
u

es cuando pueden ya ser recogidos esos restos para dárseles el destino que
pr

marca la costumbre.
Históricamente, la mayor parte de los sucesos de este género pueden
asociarse, en forma bien clara, con una vergonzante justificación de índo-
1a

le política. Las brutalidades del tráfico de esclavos y sus consecuencias a


plazo más o menos largo, los efectos de las derrotas militares que dan
origen a un ambiente de desquite, intereses materiales muy fuertes que se
disfrazan como rivalidades religiosas, guerras de conquista que someten
poblaciones enteras, y otras muchas situaciones semejantes se cuentan
entre las fuentes de violencias colectivas aparentemente inexplicables,
como las que hemos venido examinando. Cada época tiene su orden legal;
pero lo pisotea y lo hace a un lado bajo la presión de fuerzas suficiente-
mente poderosas. Cuando esta situación se polariza en un individuo, se
produce un linchamiento.
En páginas anteriores señalamos que en los días del congreso consti-
tuyente de 1856-57, cuando Arriaga suscitó el asunto de la propiedad
agraria, entre el grupo numeroso de hacendados laicos que defendieron el
512  ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO

latifundismo públicamente, aparecieron los nombres de muchos liberales,


sobre todo de la tendencia moderada. La correspondencia de Ocampo, du-
rante el período en que el gobierno residió en Veracruz, casi no hace refe-
rencia a recursos obtenidos en el extranjero para comprar las armas o
pertrechos que tanto necesitaban las tropas de Degollado. Sin embargo, fi-
guran en ella referencias a algunas operaciones importantes basadas en los
bienes desamortizados; también aparecen múltiples menciones de las me-
didas tomadas por los gobernadores en relación con esas propiedades, así
como por los principales jefes militares.108
Aunque parece haber habido cierto desorden en la desamortización, no
pocos abusos y algunas irregularidades, ante las cuales el gobierno de Ve-
racruz se hacía de la vista gorda por la necesidad de proseguir la guerra, es

a
indudable que ésta fue, tal vez después de los recursos que dejaban las

rrú
aduanas, la principal fuente de financiamiento de las operaciones milita-
res. Estos intereses favorables al triunfo de la causa reformista fueron se-
ñalados en repetidas ocasiones por los propios dirigentes liberales —en
Po
particular por Miguel Lerdo y sus partidarios—; pero a partir de la termina-
ción de la guerra de tres años, tales intereses empezaron a obrar en contra
de cualquier posibilidad de continuación de la tarea reformista. Este proce-
a

so de transformación social estaba muy lejos de haber llegado a su término


eb

lógico y natural en 1861; si se recuerda la crítica que Ocampo hacía del la-
tifundismo eclesiástico, se convendrá en reconocer que el latifundismo lai-
u

co, aunque era en algunos aspectos menos dañinos, conservaba muchos de


los vicios de aquél.
pr

En consecuencia, la sustitución masiva de un sistema de concentración


de la tierra por el otro, no podía producir sino un país social-mente petrifi-
1a

cado, como lo fue, en muchos aspectos, el régimen porfirista. El hecho de


que éste no haya podido subsistir y diera origen a una época de violentas
convulsiones sociales, apoya fuertemente los argumentos que Ocampo uti-
lizaba para pedir que la reforma fuera acompañada de una “transformación
de la estructura social”.
Las posibilidades de un proceso semejante, aun haciendo a un lado el
efecto terriblemente negativo que tuvo la intervención extranjera, eran muy
reducidas en 1861. Las mismas fuerzas que habían hecho posible la refor-
ma, operaban ya entonces para detenerla y paralizarla. No fue una simple
casualidad que después de la muerte del michoacano, el aspecto innovador

108  Véase las cartas de Perriquet a Ocampo, de 31-VIII y 12-IX-1839, en INAH; cartas

personales, documentos 50-P-14-1 y 2. También, varias de las cartas de Prieto, en Idem;


legajo 50-P-25.
SÉPTIMA JORNADA.  VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO  513

de la reforma se haya visto prácticamente agotado. Con excepción de la


exclaustración de las religiosas, acordada en febrero de 1863, no se toma-
ron ya nuevas medidas de trascendencia. Aun esta disposición, en cierta
forma estaba prevista en la ley de 1859, que simplemente no quiso precipi-
tar en este aspecto su aplicación. En 1855 Ocampo había dicho a don Juan
Álvarez, al separarse del gabinete, que todavía “no era esa su ocasión de
obrar”; desde un punto de vista objetivo, seis años después bien hubiera
podido decir el michoacano que esa ocasión había pasado ya.

a
rrú
Po
a
u eb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
50 Escritos publicados por Melchor Ocampo
como particular

Carta aparecida en El Filógrafo; 11-11-1838. El original se encuentra en INAH, 1a.


serie, caja 12, doc. 17-3-9-18. Se publicó firmada por “Un centralista”.
La escuela de Lord Byron. (Fragmento de las memorias de Cluiteaubriand). El Mu-

a
seo Mexicano; tomo I, pp. 16 y 17, 1843. Obras; tomo III, pp. 257 a 263.

rrú
Sobre un caso de lobo rabioso; comunicación fechada el 18-11-1843 y publicada en
el ütario del Gobierno; número 2810. Obras; tomo III, pp. 563 a 569 (Nota).
Jardines antiguos de México; comunicación fechada el 14-111-1843 y aparecida en
Po
El Museo Mexicano; tomo I, p. 179. Obras; tomo III, pp. 374 a 377.
Observaciones acerca del cometa que apareció en 1S4S; comunicación aparecida
en El Siglo XIX; número 472, y reproducida en El Museo Mexicano; tomo I, p.
a

189. Obras; tomo III, pp. 370 y 371.


El Jardín del rey [fragmento del “Viaje de un mexicano a Europa (1840-1841)”]. El
eb

Museo Mexicano; tomo I, pp. 241 a 243. 1843. Obras; tomo III, pp. 3 a 15.
Consulta a los estudiosos sobre la lengua mexicana; fechada 30-111-1843 y publi-
u

cada en El Museo Mexicano; tomo I, pp. 251 a 253, 1843. Obras; tomo III, pp.
pr

318 a 328.
Sobre un remedio para la rabia; comunicación fechada 29-V-1843 y dirigida al Dia-
rio del Gobierno. Obras; tomo III, pp. 563-576.
1a

Un escrito de Lejarza sobre el oso de Michoacán; El Museo Mexicano; tomo I, p.


344, 1843.
Movimiento espontáneo de una planta; fechado l-VII-1843 y publicado en El Museo
Mexicano; tomo II, pp. 133 y 134, 1843. Obras tomo III, pp. 378 a 383.
Carta de Burdeos (fragmento del “Viaje de un mexicano a Europa”). El Museo
Mexicano; tomo II, pp. 217 y 218, 1843. Obras; tomo III, págn. lo a 23.
Carta al Siglo XIX sobre las “bases de Tacubaya”; fechada 1o.-IX-1843. Obras,
tomo II, pp. 283 y 284.
Sobre los esfuerzos de curación de la rabia; comunicación fechada el 12-IX-1843 y
dirigida al Diario del Gobierno. Obras; tomo III, pp. 577 a 580.
Memoria sobre cactáceas; fechada 30-XI-1843 y publicada por el periódico de la
Sociedad Filoiátrica. Obras; tomo III, pp. 384 a 406. El borrador puede verseen:
INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-6-2.
Cocina francesa (fragmento del “Viaje de un mexicano a Europa”). El Museo
Mexicano; tomo II, pp. 399 a 402, 1843. Obras; tomo III, pp. 24 a 38.

515
516  50 ESCRITOS PUBLICADOS POR MELCHOR OCAMPO COMO PARTICULAR

Sobre un error que perjudica a la agricultura y a la moralidad de los trabajadores;


comunicación fechada el 10-IV-1844 y publicada por el Ateneo Mexicano; tomo
I, pp. 70 y 71. Obras; tomo I, pp. 110 a 118 (nota).
Memoria sobre el quercus mellifera; fechada 20-IV-1844 y publicada en el periódico
de la Sociedad Filoiátrica. Obras; tomo III, pp. 407 a 420.
Bibliografía mexicana; fechada el 20-VI-1844 y publicada en El Museo Mexica-
no; tomo III, pp. 268 a 271, 433 a 438 y 536 a 539. Obras; tomo III, pp. 271
a 317.
Rectificación de algunos datos sobre el Río Grande; fechada 15-VIII-1844 y
publicada por el Ateneo Mexicano (1844); pp. 385-388. Obras; tomo III,
pp. 331 a 348. El borrador se encuentra en INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-
3-6-3 (bis).
Ensayo de una carpología. El Museo Mexicano; tomo III, 4 inserciones entre las pp.

a
131 y 499; tomo IV, 8 inserciones entre las pp. 14 y 541; 2a. época, tomo I, 7

rrú
inserciones entre las pp. 153 y 352. Obras; tomo III, pp. 421 a 562.
Carta enviada al Siglo XIX; con focha 3-1-1845, sobre el cometa aparecido en esos
días. Obras; tomo III, pp. 372 y 373.
Po
Carta enviada al Siglo XIX, con fecha 8-1-1845, sobre el servicio militar. Obras;
tomo II, pp. 315 a 318.
Carta enviada al Siglo XIX, con fecha 8-1-1845, sobre versos ajenos publicados en
a

El Museo Mexicano. Obras; tomo II, pp. 284 y 285.


eb

Respuesta a un amigo de la justicia; comunicación enviada al Siglo XIX, con fecha


2-II-1845. Obras; tomo II, pp. 325 y 326.
Reconocimiento de Arará; comunicación dirigida al gobierno estatal con fecha 30-
u

V-1845, y publicada en La Voz de Michoacán, el 8-VI-1845. Obras; tomo III, pp.


pr

361 a 369.
Carta a los electores, enviada conjuntamente con José Serrano, con fecha 31-X-
1845. Obras, tomo II, pp. 285 a 287.
1a

Representación sobre reforma de aranceles y obvenciones parroquiales; fechada 8-III-


1851 y publicada en La Ley. Obras; tomo I, pp. 1 a 17. Monitor; 26-111-1851.
Carta a El Universal, fechada 27-111-1851 y publicada el 31-111-1851, donde
negó ser el autor de la traducción de Béranger que le fue atribuida. El borrador
está en INAH. cartas personales, doc. 50-0-3-11.
Exposición y proyecto de ley sobre reforma de las obvenciones parroquiales; elabo-
rada por Ocampo y hecha suya por el ayuntamiento de Maravatío. Apareció en
El Monitor; 17-V-1851. Obras; tomo I, pp. 18 a 32.
Respuesta primera a la impugnación de la representación; fechada el 20-IV-1851 y
aparecida en El Monitor; 8 y 9-V-1851. Obras; tomo I, pp. 60 a 79.
Respuesta segunda a la impugnación de la representación; fechada 21-V-1851
y publicada en El Monitor; 14 y 15-VI-1851. Obras; tomo I, pp. 80 a 95.
Respuesta tercera a la impugnación de la representación; fechada 10-VI-1851 y
publicada en El Monitor; 2 y 3-VII-1851. Obras; tomo I, pp. 96 a 118.
50 ESCRITOS PUBLICADOS POR MELCHOR OCAMPO COMO PARTICULAR  517

Respuesta cuarta a la impugnación de la representación; fechada 15-VIII-1851


y aparecida en El Monitor los días 14, 15, 16 y 18 de IX-1851. Obras; tomo I,
pp. 183 a 238.
Respuesta quinta a la impugnación de la representación; fechada 20-X-1851 y
publicada en El Monitor; 7, 8, 9, 10, 11 y 12-1-1852. Obras; tomo I, pp. 279
a 337.
Continuación de la respuesta quinta a la impugnación de la representación; fe-
chada 15-XI-1851 y aparecida en El Monitor; 22, 23, 24 y 25-1-1852. Obras;
pp. 338 a 360.
Carta a Antonio García; fechada 8-III-1853; publicada en el número 14 de La Res-
tauración, periódico oficial del gobierno michoacano (IV-] 853).
Descripción de un nuevo instrumento de óptica; fechada el 8-IX-1853 y publicada
en La Ilustración Mexicana, pp. 328-329. Obras. T. III, pp. 353 a 360.

a
Sobre una pretendida traición a México; folleto publicado en Nueva Orleáns con

rrú
fecha 10-V-1854, por Ocampo, Ceballos, Arrioja y Arriaga. Imp. de J. Lamarre.
Los borradores se encuentran en INAH; 1a. serie, caja 12, docs. 17-3-7-3, 17-3-
7-10 y 17-3-7-16.
Po
El Noticioso del Bravo; periódico publicado en Brownsville, en los meses de mayo y
junio de 1855, por la junta revolucionaria mexicana. Ocampo redactó parte de
los materiales aparecidos en esta publicación. Véase Juárez, correspondencia;
a

tomo II, pp. 34, 38. 40 y 46.


eb

Carta a los redactores de La Revolución, fechada 28-X-1855, dando cuenta de los


resultados de la colecta “para la mejora de la raza indígena”, que propuso Luis
de la Rosa en un banquete dado en honor de Ocampo Apareció en el periódico
u

el 1o.-XI-1855.
pr

Mis quince días de ministro; fechado 18-XI-1855 y aparecido en La Revolución;


22-XI- y 4-XII-1855. Obras; tomo II, pp. 73 a 112.
Carta dirigida a Le Trait d’Union, con fecha 26 de febrero de 1856, solidarizándose
1a

con los desterrados franceses. Apareció el 10.-III-1856 (en francés).


Caria enviada al Siglo XIX, fechada el 7-IV-1857 y publicada el 13-IV-1857, sobre
las razones que motivaron sus ausencias del congreso constituyente. Véase el
borrador en INAH; 1a. serie, caja 29, doc. 50-0-3-25.
Carta enviada a El Pueblo, con fecha 1o.-VI-1857, renunciando a la candidatura
para diputado al congreso general y para otros puestos públicos. Buenrostro,
tomo I, p. 32.
Carta enviada al Siglo XIX; fechada 2-VII-1857 y publicada el 18-VII, donde explica
por qué dijo que el partido liberal era “esencialmente anárquico”. Incluye una
Carta a La Restauración (IV-1853) y otra a El Espectador, de Morelia.
Comunicado a La Trihvna sobre Miguel Lerdo; fechado 19-1-1861 y publicado en El
Monitor; 23-1-1861. Obras; tomo II, pp. 143 a 146.
Carta dirigida a Plácido Vega y otros gobernadores, con fecha 19-1-1861, sobre su
separación del gabinete del presidente Juárez. La Independencia; 3-IV-1861
518  50 ESCRITOS PUBLICADOS POR MELCHOR OCAMPO COMO PARTICULAR

(transcripción de La Opinión de Sinaloa) Copia del original puede verse en:


INAH; 1a. serie, caja 29. doc. 50-0-3-31.
Carta dirigida a Francisco Zarco; declina encargarse del Monte de Piedad. El Siglo
XIX, 4-III-1861. Juárez, correspondencia, tomo IV, p. 271.
Proyecto para el cultivo y el beneficio de la vainilla; según Nicolás León (Biblioteca
Botánico-Mexicana) apareció en El Progreso; en 1860 ó 1861.
Exposición sobre las circulares de Don Melchor Ocampo (con notas relativas a
Miguel Lerdo de Tejada); fechada 28-11-1861. México. Imp. de I. Cumplido, 1861.
Obras; tomo II, pp. 151 a 204.

a
rrú
Po
a
u eb
pr
1a
Bibliografía consultada

Bibliotecas, hemerotecas y archivos


Archivo General de la Nación (A. G. N.).
Archivo histórico de la B, N. A. H. (I.N.A.H.).
Biblioteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

a
Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada.

rrú
Biblioteca Nacional UNAM.
Hemeroteca Nacional UNAM.
Biblioteca de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
Po
Hemeroteca de la Universidad Michoacana.
Biblioteca del Museo de Morelia.
Biblioteca de la Universidad Michoacana.
a

British Newspaper Library.


eb

Biblioteca del Ateneo de Madrid (B.A.M.).


Biblioteca Nacional de España.
Bibliothéque de L’Arsenal, Paría
u

Bibliothéque Nationale de France.


pr

Bibliothéque Sainte - Geneviéve. Paría.


Library of Congress, Washington
New York Public Library (N.Y.C.P.L.).
1a

The Library. The University of Texas at Austin (Latin American Collection).


Archivo de Mariano Riva Palacio (M.R.P.).
Archivo de don Valentín Gómez Farías (V.G-F.).
Correspondencia y papeles de Jesús Terán.
Archivo de don Manuel Doblado.

Periódicos y revistas
Boletín de Noticias. Diario. México 6-III-1861 a 30-IV-1861.
Boletín Oficial del Ejército. Diario. México. 18-XI-1860 a 22-XII-1860.
Courrier de Bordeaux. Diario. Burdeos. 1o.-I-1840 a 30-VI-1840.
Diario de Avisos. México. 1o.-VII-1859 a 30-VI-1860.
Diario Oficial. México. 1860. En Diario de Avisos, 1860.
El Atlántico. Rev. mensual. En Juárez y las Rev., p. 429.
El Cangrejo. Bisemanario, México. 9-1-1848 a 21-VI-1848.

519
520  BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

El Constitucional. Diario. México, 1861.


El Demócrata. Trisemanario. México. 12-111-1850 al 8-VIII-1850.
El Fénix. Semanario. Campeche. 1o.-XI-1848 a 25-X-1851.
El Filógrafo. Semanario. Morelia. 1838.
El Heraldo. Diario. México. 1o.-III-1854 a 8-V-1858. 11-1-1861 a 30-V-1863.
El Huracán. Bisemanario. México 8-V-1850 a 17-VIII-1850.
El Ingenuo. Periódico de Morelia citado en El Monitor, (12 y 25-111-1848).
El Monitor Republicano. Diario. México, 28-IX-1847 a 30-V-1863.
El Movimiento. Periódico publicado en la ciudad de México en 1861.
El Pájaro Verde. Diario. México, 1861.
El Progreso. Diario. Veracruz, 1859-1860.
El Progreso. Bisemanario. Querétaro. 5-III-1848 al 2-IV-1848.
El Pueblo. Periódico de Morelia, citado en Buenrostro; tomo I, p. 32 .

a
El Purismo. Periódico publicado en Puebla, en 1861. Citado en El Monitor; 20-VI-
1861.

rrú
El Regenerador. Periódico de Morelia, citado en El Universal, repetidas veces, du-
rante el año 1851. Con el mismo nombre se publicó otro en México. 12-VII-
Po
1859 a 20-VII-1859.
El Republicano. Periódico de la ciudad de México. Citado en McGowan, p. 354.
El Siglo XIX. Diario. México. 8-X-1841 a 30-V-1863.
El Universal. Diario. México 16-XI-1848 a 13-VIII-1855.
a

El Vapor. Diario. México. 3Ó-XII-1858 a 28-11-1859.


eb

Estrella Roja. Periódico publicado en Toluca en 1861. Citado en el Monitor, 11-VI-


1861.
u

Garibaldi. Periódico publicado en San Luis Potosí, en 1861- Citado en el Siglo XIX.
22-VIII-1861.
pr

Guillermo Tell. Diario. México, 1861.


Historia Mexicana, trimestral, 1951 en adelante.
1a

La Aurora. Diario México. 10-V-1858.


La Bandera de Ocampo. Semanario. Morelia. 1875-1876.
La Bandera Roja. Bisemanario Morelia. 10-1-1859 a 14-XI-1862.
La Blusa. Diario. México. 22-XI-1855 a 10-XII-1855.
La Espada de Damocles. Bisemanario. México. 1o.-IX-1850 a 28-IX-1850.
La Esperanza. Bisemanario (Mar. y viernes). México. 23-XI-1841 a 4-XI-1842.
La Independencia. Diario. México, 1861.
La Ley. Morelia. Citado en el Monitor, 11-V-1851.
La Nación. Diario. México. Citado por McGowan, p. 351.
La Orquesta. Bisemanario México, 1o.-III-1861 a 27-V-1863.
La Palanca. Diario. México. 1o.IX-1848 al 30-XI-1848. 1o.-V-1349 al 16-XI-1850.
La Patria. Diario. México. 17-VIII-1855 a 26-VII-1856.
La Prensa. Diario. México. 15-11-1861 al 1o.-VI-1861.
La Reforma Social. Trisemanario. Veracruz, 1859.
La Revolución. Diario. México 19-VIII-1855 al 4-XII-1855.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA  521

La Revolución. Bisemanario. México. 15-1-1853 al 19-111-1853.


Las Cosq7iillas. Bisemanario. México. 16-1-1861 al 27-IV-1861.
La Sociedad. Diario. México. 1o.-XII-1855 a 12-VII-1856. 27-XII-1857 a 23-XII-
1860.
La Verdad. Diario. México. 1o.-VII-1854 a 1o.-I-1855, 15-VIII-1855 a 1o.-I-1856.
La Voz de Michoacán. Bisemanario. Morelia. 1842, 44 y 45.
Le Constitutionnel. Diario. París. 1o.-I-1840 a 31-VI-1841.
Le Courrier Francais. Diario. México. 26-1-1858 al 10-VI-1858.
Le Moniteur. Diario. París 7-IX-1840.
L’Estafette. Diario. México. 1859-1862. Citado en Diario de Avisos. 24-XI-1859.
Le Trait d’Union. Bisemanario. México. 5-1-1856 a 30-IV-1856.
Los Debates. Bisemanario. Querétaro. 1o.-I-1848 a 3-VI-1848.
Mexican Extraordinary. Trisemanario. México. 5-VII-1856 al 30-VII-1856, 29-1-

a
1857 al 25-11-1857, 30-111-1858. I0.-I-I86I al 28-XI-1861.

rrú
El Museo Mexicano o Miscelánea pintoresca de amenidades curiosas e instructivas.
Semanario. México. 1843-1845.
Neue Rheinische Zeitung. Colonia. 1847-1849. En Collected Works de Marx y En-
Po
gels. Vol. VII, VIII y IX.
El Ómnibus. Diario. México. 2-1-1854 a 5-XI-1856. En McGowan, p. 351.
Picayune. Periódico de Nueva Orleáns (21-XII-1859), reproducido en La Sociedad;
7-I-1860.
a

Revista Científica y Bibliográfica - Sociedad Científica “Antonio Álzate”. México,


eb

1900-1901.
Semanario artístico para la educación y progreso de los artesanos 9-II-1844 a 10-
u

1-1846. México.
Themis y Deucalión. Revista publicada en Toluca en 1850. (Véase: El Demócrata;
pr

9-V-1850 y siguientes).
The North American. Trisemanario. México. 29-IX-1847 a 29-11-1848.
1a

Líbeos y folletos
Gorham D., Abbot: México and the United States. Nueva York. Putnam, 1869.
Actas Oficiales del Congreso Constituyente (1856-1857). México. El Colegio de Mé-
xico. 1957. (Citado como Actas).
Melesio Aguilar Ferreira: Los gobernadores de Michoacán. Morelia. Talleres Gráfi-
cos del Estado. 1950.
Lucas Alamán: Historia de México, desde los primeros movimientos que prepararon
su independencia, etc. Tomos II a V. México. J. M. Lara. 1850-1852. (Citado
como Historia de México).
Ramón Alcaraz, etc.: Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Esta-
dos Unidos. México. Tipografía de Manuel Payno (hijo), 1848.
Juan N. Almonte: Guía de forasteros, etc. México. Cumplido, 1852.
522  BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Ignacio M. Altamirano: Historia y política de México. México. Empresas Editoriales,


1958.
José J. Álvarez y Rafael Duran: Itinerarios y derrotas de la República Mexicana.
México. Imprenta de José A. Godoy, 1856.
Anónimo: Don Melchor Ocampo y su obra. Morelia. Universidad Michoacana, 1961.
Anónimo: Hombres de la Reforma. Toluca. Gobierno del Estado de México, 1957.
Anónimo: Melchor Ocampo. México. Dirección de Acción Cívica, 1930.
Anónimo: Melclior Ocampo, una sencilla semblanza. Pátzcuaro. C.R.E.F.A.L. 1957.
Pierre Ansart: Sociologie de Proudhon. París. Presses Universitaires de Fran-ce,
1967.
Arturo Arnáiz y Freg (Prol. y Selec.): Lucas Alamán. Semblanzas e ideario. México,
UNAM, 1939.
Francisco de Paula de Arrangoiz: México desde 1808 hasta 1867. México. Ed. Po-

a
rrúa, 1974.
Raúl Arreóla Cortés: La obra científica y literaria de don Melchor Ocampo. Tesis.

rrú
Morelia. Universidad Michoacana. 1966.
Raúl Arreóla Cortés: Melchor Ocampo. Textos políticos. México. Sep-setentas, 1975.
Po
Raúl Arreóla Cortés: ¿Quién se amparó con el seudónimo de “un cura de Mi-
choacán”? Sobretiro de “Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de
México”. Vol. V. México, 1976.
Joaquín J. Arróniz: Tratado McLane. Artículos escritos para el Orizabeño. Oriza-ba,
a

Aburto, editor, 1860.


eb

Rene Aviles: Francisco Zarco, héroe del periodismo mexicano. México. S.EJP., 1966.
Miguel Bakunin: La Liberté. Utrecht. J .J. Pauvert, 1965.
u

Manuel Balbás: Los detractores de Juárez. México. Victoria, 1916.


Manuel Barbosa: Apuntes para la historia de Michoacán. Morelia. Talleres de la
pr

E.I.M. “Porfirio Díaz”. 1905.


Jan Bazant: Desamortización y nacionalización de los bienes de la Iglesia. En: La
1a

economía mexicana en la época de Juárez. México. Sep.-setentas, 1976.


Jan Bazant: Los bienes de la Iglesia en México (1856-1875). México. El Colegio de
México. 1971.
Enrique Beltrán: Las ciencias naturales en Michoacán. Morelia. “Erandi”, 1962.
Fernando Benítez: La ruta de la libertad. México. Publicaciones Herrerías, 1960.
Luis Berlandier y Rafael Chovel: Diario de viajes de la comisión de límites. México.
Tipografía de Navarro, 1850.
Harry Bernstein: Matías Romero. 1837-1898. México. F.C.E., 1973.
Federico Berrueto Ramón: Ignacio Zaragoza. México. S.E.P., 1966.
Aimé Berthod: P. J. Proudhon et la propriété. Un socialisme pour les paysans. V.
Giard & E. Briére, 1910.
Carmen Blázquez: Miguel Lerdo de Tejada: un liberal veracruzano en la política
nacional. México. El Colegio de México, 1978.
Julián Bonavit y R. Arreóla Cortés: Historia del Colegio Primitivo Nacional de San
Nicolás de Hidalgo. Morelia. Universidad Michoacana, 1958.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA  523

José Bravo Ugarte: Historia sucinta de Michoacán. Tomo III (1821-1962). JUS. Mé-
xico, 1964.
Alberto Bremauntz: Material histórico. De Obregón a Cárdenas- Melchor Ocampo.
México, 1973.
Felipe Buenrostro: Historia del primero y segundo Congresos Constitucionales de la
República Mexicana. 5 tomos. México. Cumplido y Mata. 1874-1881. (Citado
como: Buenrostro o Historia del primer congreso constitucional).
Francisco Bulnes: El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el Impe-
rio. México. Vda. de Ch. Bouret, 1904.
Francisco Bulnes: Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma. México. Anti-
gua Imprenta de Murguía, 1905.
Carlos María do Bustamante: Cuadro histórico de la Revolución Mexicana. 1810. 5
tomos. México. Talleres Linotipográficos “Soria”, 1926.

a
Marquesa Calderón de la Barca: La vida en México. 2 tomos. México. Ed. His-pano-
Mexicana, 1945.

rrú
Wilfrid Hardy Callcot:” Church and State in México, 1822-1857. Durham, N. C.
Duke University Press, 1926.
Po
Manuel Cambre: La guerra de tres años. Apuntes para la historia de la Reforma.
Guadalajara. José Cabrera, 1904.
Juan R. Campuzano: Juan Alvares y el plan de Ayutla. México, S.E.P., 1966.
Alberto María Carreño: La diplomacia extraordinaria entre México y los Estados
a

Unidos. México. Ed. JUS, 1951. (Citado como: Carreño).


eb

Alberto María Carreño: México y los Estados Unidos de América México. Imp. Victo-
ria, 1922. (Citado como: México y los Estados Unidos).
u

Carlos E. Castañeda, editor: La guerra de reforma según el archivo del general D.


Manuel Doblado (1857-1860). San Antonio Texas. Casa editorial Lozano.
pr

1930.
Carlos E. Castañeda y Jack Autrey Dabbs: Guide to the Latín American Ma-nus-
1a

cripts in the University of Texas Library. Cambridge-Mass. Harvard University


Press, 1939.
Juan B. Ceballos, Miguel Ma. Arrioja. Ponciano Arriaga y M. Ocampo: Sobre una
pretendida traición a México. N. Orleáns. Imp. de Lamarre, 1854.
Emilio M. Cirios: Itinerarios y derroteros de la- República Mexicana. México. Secre-
taría de Guerra y Marina, T.G.N., 1923.
G. D. H Colé: Historia del pensamiento socialista. Tomo I. Los precursores 1789-
1850. México. F.C.E., 1957.
Tomás Contreras Estrada: Melchor Ocampo: el agrarista de la reforma. México. Ga-
leza, 1960.
Augusto Cornu. Karl Marx et Friedrich Engels. Tome III. Marx a París. París. Pres-
ses Universitaires de France. 1962.
Thomas Ewing Cotner: The military and political carreer of José Joaquín Herrera.
1792-185U. Austin. Univ. of Texas Press, 1949.
524  BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Agustín Cué Cánovas: El tratado McLane-Ocampo. Juárez, los Estados Unidos y


Europa. México. Ediciones Centenario, 1959.
Luis G. Cuevas: Porvenir de México. México. Ed. JUS, 1954.
Mariano Cuevas: Historia de la Iglesia en México. Tomo V. El Paso, Tex. Ed. “Revis-
ta Católica”. 1928.
Armand Cuvillicr: Proudhon. París. Editions Sociales Internationales, 1937.
Richard E. Chism: Una contribución a la historia masónica de México. México. Ed.
Masónico “Memphis”, 1958.
Jack Autrey Dabbs. (A Guide to the) Latín American Collection. University of Texas
Library. México. Ed. JUS.. 1967.
Víctor Darán: El general Miguel Miramón. México. El Tiempo, 1887.
Diccionario Porrúa de Historia. Biografía y Geografía de México. México. Ed. Po-
rrúa. 1964 (Suplemento 1966). (Citado como Diccionario biográfico).

a
Juan Pedro Eckermann: Conversaciones con Goethe. Buenos Aires. Espasa-Calpe,
Argentina. 1950.

rrú
Enciclopedia de México. 12 tomos. México, 1977.
Enciclopedia Espasa. 70 tomos. Madrid. Hijos de Espasa. 1905-1933.
Po
Escuelas laicas. Textos y Documentos. México. Empresas editoriales, 1948.
Ing. Gilberto Fabila: Los ejidos del estado de México. Catálogo. Toluca. Gobierno del
estado de México, 1958.
Joaquín Fernández de Córdoba. ¿En dónde están los libros de la biblioteca de Ocam-
a

po?; en Estampa, 3-VIII-1943. México.


eb

Joaquín Fernández de Córdoba. Rectificaciones bibliográficas o un erudito. México.


Arana, 1961.
u

Joaquín Fernández de Córdoba: La biblioteca de don Melchor Ocampo. En Bol. Bibl.


de la SHCP No. 156, p. 5. (VI-1959).
pr

Lie. Genaro Fernández MacGregor. El Istmo de Tehuantepec y los Estados Unidos.


México. ELEDE, 1954.
1a

Gabriel Ferry: Les Révolutions du Mexique. París. E. Dentu, 1864.


Romeo Flores Caballero: Etapas del desarrollo industrial, en La economía mexica-
na en la época de Juárez.
Enrique Florescano y Ma. del Rosario Lanzagorta: Política económica. Anteceden-
tes y consecuencias. En: La economía mexicana en la época de Juárez.
Hilarión Frías y Soto: Juárez glorificado. México. Ed. Nacional, 1972.
Vicente Fuentes Díaz: Santos Degollado. México. SEP, 1967.
José Fuentes Mares: Juárez y los Estados Unidos. México. Ed. JUS, 1972.
Genaro García: Juárez, Refutación a don Francisco Bulnes. México. Vda. de Ch.
Bouret, 1904.
Gastón García Cantú: El socialismo en México, siglo XIX. México. Era, 1969.
Ricardo García Granados: La Constitución de 1857 y las leyes de Reforma en Méxi-
co. México. Tipografía Económica, 1906.
Jesús García Tapia: Tratados Ocampo-McLane. México, 1961.
Alejandro Gertz Mañero: Guillermo Prieto. México. SEP, 1967.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA  525

Luis González, etc.: La economía mexicana en la época de Juárez. México. Sep-Se-


tenta, 1976.
Francisco González de Cossío: Ezequiel Montes, etc. México, SEP, 1966.
Manuel González Ramírez: Los tratados McLane-0campo. Ignominia y realidad.
Chetumal. Rev, de América, 1944.
Fernando González Roa: El aspecto agrario de la Revolución Mexicana. México.
Probl. Agrie, e Ind. de Méx., 1953.
Fernando González Roa y José Covarrubias: El problema rural de México. México.
Of. Imp. de la Sría de Hacienda, 1917.
Eli de Gortari: La ciencia en la reforma. Imp. Universitaria. México, 1957.
Georgij Davidovich Gurtvitch: Proiidhon y Marx: una confrontación. Barcelona. Oi-
kos-tan. 1976.
Raúl Gutiérrez García: Manuel Doblado. El patriota. México. SEP, 1966.

a
Jesús Guzmán y Raz Guzmán: Bibliografía de la Reforma, la Intervención y el Impe-
rio. 2 tomos. New York. Burt Franklin. 1973.

rrú
Charles A. Hale: El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-185S. México.
Siglo XXI, 1972.
Po
Ángel J. Hermida Ruiz: Juárez y el tratado McLane-0campo. México. SEP, 1972.
Manuel Herrera Angeles: El pensamiento de Ponciano Arriaga, etc. México. SEP.
1966.
Inés Herrera Canales: Comercio exterior. En: La economía mexicana en la época de
a

Juárez.
eb

E. J. Hobsbawm: Bandidos. Barcelona. Ariel, 1976.


Daniel Huacuja: Gentilicios del Estado de México. México. Bibl. Ene. del Estado de
u

México, 1968.
Alejandro de Humboldt: Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. México.
pr

Ed. Porrúa, 1966.


Fernando Iglesias Calderón: Las supuestas traiciones de Juárez. México. F.C.E.,
1a

1972.
William Jay: Causas y consecuencias de la guerra del 47. México, Polis, 1948.
Richard A. Johnson: The Mexican Revolution of Ayutla. 1854-1855. Rock Island,
Illinois. Augustana College Library. 1939.
Benito Juárez. Datos autobiográficos. Reproducidos en Archivos privados de don
Benito Juárez y don Pedro Santacilia. México. SEP. 1928. (Citado como .Datos
autobiográficos).
Harold Lamb. Genghis Khan. Madrid. Rev. de Occidente, 1928.
J. A. Langlois: Notice sur Proudhon. (En: Correspondence, tomo 1.).
Juan José Martínez de Lejarza: Análisis estadístico de la Provincia de Michua-cán
en 1822. Morelia. Anales del Museo Michoacano. 1975.
Dr. Nicolás León: Detalles sobre la muerte del ilustre michoacano don Melchor
Ocampo. En: Revista de la Sociedad A. Álzate. México, 1900-1901.
Miguel León Portilla (Coord.): Historia de México. 13 tomos. México. Salvat Mexica-
na de Ediciones, 1978.
526  BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Miguel M. Lerdo de Tejada: Apuntes históricos de la heroica ciudad de Vera-cruz.


Tomo II. México. S.E.P., 1940.
Miguel Lerdo de Tejada. Consideraciones sobre la situación política y social de la
República Mexicana en el año 1847. México. Valdés y Redondas, Impresores,
1848. (Reproducido en Otero.)
Miguel Lerdo de Tejada. Cuadro sinóptico de la República Mexicana en 1856. _ Mé-
xico. Imprenta de Ignacio Cumplido, 1856.
Miguel Lerdo de Tejada: Memoria presentada al Excmo. Sr. Presidente Sustituto de
la República, dando cuenta de la marcha que han seguido los negocios de la
Hacienda Pública. México. Imp. de V. García Torres, 1857.
M. Lerdo de Tejada: Comercio Exterior de México. México. BNCE, 1967.
Leyes de Reforma. México. Empresas Editoriales. 1955.
Francisco López Cámara: La estructura económica y social de México en la época de

a
la Reforma. México. Siglo XXI, 1967.
Francisco López Cámara: La génesis de la conciencia liberal en México. El Colegio

rrú
de México. 1954.
Santiago Magariños Torres: El problema de la tierra en México, etc. Madrid. Berme-
Po
jo, Impresor. 1932.
William R. Manning, Selec. y editor.: Diplomatic correspondence of the United Sta-
tes. Inter-American Affairs 1831-1860. Vol. IX - México; 1848 (Mid-Year) -
1860. Washington. Carnegie Endowment for ínter. Peace, 1937.
a

Leonardo Márquez: Manifiestos (El Imperio y los imperiales). México. F. Vázquez,


eb

editor, 1904.
Antonio Martínez Báez: Don Melchor Ocampo en el congreso constituyente de 1856
u

y 1857. Morelia. Universidad Michoacana, 1958.


Carlos Marx y Federico Engels: Collected Works, Vols. 7, 8 y 9. Londres. Law-rence
pr

and Wishart, 1977.


Carlos Marx: La revolución española. Madrid. CÉNIT, 1929.
1a

Carlos Marx y Federico Engels: La Sagrada Familia. Buenos Aires. Claridad, 1938.
Carlos Marx: Manuscrits de 1844-. París. Editions Sociales, 1962.
Carlos Marx: Misére de la philosophie. París. Editions Sociales, 1947.
Carlos Marx y F. Engels: Selected correspondence. Londres. Lawrence and Wishart.
1956.
José Ma. Mateos: Historia de la masonería en México, desde 1806 hasta 1884. Mé-
xico, 1884.
Brantz Mayer: México, lo que fue y lo que es. México. F.C.E., 1953.
Francisco de la Maza: Melchor Ocampo, literato y bibliófilo. En: Historia mexicana.
Vol. XI. 1961, pp. 104-118.
Gerald L. McGowan: Prensa y poder. México. El Colegio de México, 1978.
Robert M. McLane: Memorias (Reminiscencias) 1827-1897. Edición bilingüe. Pue-
bla. Cajica. 1972.
José Luis Melgarejo Vivanco: Juárez en Veracruz. Jalapa. Gob. del Edo. de Veracruz,
1972.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA  527

Mario A. Mena P.: Melchor Ocampo. México. JUS, 1959.


Manuel Mestre Ghigliazza: Una formidable carta de Melchor Ocampo a Santiago
Vidaurri. El Universal, 21-11-1928. México.
Andrés Molina Enríquez: La Reforma y Juárez. Estudio histórico-sociológico. Méxi-
co. Tip. de la Vda. de Díaz de León, 1906.
José María Luis Mora: Méjico y sus revoluciones. 3 tomos. París. Librería de Rosa,
1836.
José María Luis Mora: Obras sueltas. 2 tomos. París. Rosa, 1837.
José María Luis Mora: Papeles inéditos y obras selectas. México. Vda. de Bou-ret.
1906.
Daniel Moreno: Ignacio Ramírez, libertador del espíritu. México, S.E.P., 1957.
F. Müller-Lyer: La familia. Madrid. Rev. de Occ. 1931.
Rafael F. Muñoz: Santa Anna. México. México Nuevo, 1937.

a
Daniel Muñoz Pérez: Ensayos biográficos. México. Sin editor, 1961.
Daniel Muñoz y Pérez: Leandro del Valle. México. S.E.P., 1967.

rrú
New York Public Library: List of works relating to México. New York. N.Y.C.P.L.,
1909.
Po
Melchor Ocampo: Obras completas. 3 tomos. México. Biblioteca Reformista. F. Váz-
quez, editor. 1900, 1901, sin fecha. (Citado como Obras). Por fortuna, hay edi-
ción reciente, también.
Melchor Ocampo: Cartas a Mariano Otero. Morelia. Antonio Martínez Báez. 1969.
a

(Citado como Cartas a Otero).


eb

Melchor Ocampo: La religión, la Iglesia y el clero. México. Empresas Editoriales,


1958.
u

Melchor Ocampo y A. Pola: (Selección). Depto. de Coord. de Act. Educ. y Cult. del
Gob. de Mich. Morelia. Talleres Gráficos del Edo., 1964.
pr

Manuel de Olaguíbel: Memoria para una bibliografía científica de México en el Si-


glo XIX. México, 1889.
1a

Manuel de Olaguíbel: Onomatología del Edo. de México. México. B. Ene. del Edo. de
Méx. (Facsimilar), 1975.
Enrique Olavarría y Ferrari: México a través de los siglos. Tomo IV. México indepen-
diente, 1821-1855. México. Ballescá, 1888. (Citado como México a través de
los siglos, tomo IV).
Octavio Ortiz Melgarejo: Ocampo, hombre de estudio: constructor de México. Rev.
de la Univ. Mich. (IV-IX-1969). Pp. 25-39.
Mariano Otero: Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política
que se agita en la república mexicana. En: Otero; tomo I, pp. 3 a 94.
Alberto Oviedo Mota: Los libros de don Melchor Ocampo. Jiquilpan. Imprenta More-
los, 1953.
Alberto Oviedo Mota: Nombres de algunos poblados aborígenes del estado de Mi-
choacán. Morelia. Tip. de la E.T.I., 1935.
Henry Bamford Parkes: Histoire du Mexique. París. Payot. 1939.
Porfirio Parra: Sociología de la Reforma. México. Empresas Editoriales, 1967.
528  BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Leonardo Pasquel: Juárez en el baluarte de la Reforma. México. Citlaltépetl,


1973. Manuel Payno: Memoria sobre la revolución de diciembre de 1857 y enero de
1858. México. Cumplido, 1860.
Antonio Peñafiel: Nombres geográficos de México, México. Cosmos (Facsimilar),
1977.
Antonio Peñafiel: Nomenclatura geográfica de México. México. Sría. de Fomento,
1897. Carlos Pereyra: Juárez discutido como dictador y estadista. México. Tip.
Económica, 1904. Carlos Pereyra: México falsificado. 2 tomos. México. Polis,
1949.
Héctor Pérez Martínez: Juárez, el impasible. México. Espasa Calpe Mexicana, 1972.
Luis Pérez Verdía: Compendio de historia de México. México. Vda. de Ch. Bouret.
1892.
Salvador Pineda: Morelos. Ocampo, Cárdenas. México. Libro-Mex, 1959.

a
Salvador Pineda: Vida y pasión de Ocampo. Ocho estampas del reformador. Méxi-
co. Libro-Mex., 1959.

rrú
Nicolás Pizarro Suárez: Siete crisis políticas de Benito Juárez. México. Diana. 1972.
Planes políticos. 1809-1860. 2 tomos. Boletín de la Sría. de Gobernación. México.
Po
Sin fecha.
Antonio Pompa y Pompa (Coord.): Colección de documentos inéditos o muy raros
relativos a la Reforma en México. I. México. INAH, 1957.
Guillermo Prieto: Lecciones de historia patria. México. Sría. de Fomento, 1886.
a

Guillermo Prieto: Memorias de mis tiempos. México. Patria, 1964.


eb

Guillermo Prieto: Viajes de orden suprema. México. Patria, 1970.


P. J. Proudhon: Amor y matrimonio (catecismo del matrimonio). Primera versión
u

castellana por Francisco Lombardía. Valencia. F. Sempere y Cía., 1911. (?) Pie-
rre Joseph Proudhon: El amor y el matrim,onio. Adaptación y traducción de
pr

Ramón Campmany. 9a. edición. Barcelona. Colección Edita, 1931.


P. J. Proudhon: Correspondance. 14 tomos. París. A. Lacroix, 1875.
1a

P. J. Proudhon: Oeuvres completes. 27 volúmenes. París. A. Lacroix, 1868-1876.


P. J. Proudhon: Ouvrages posthumes. 6 tomos. París. A. Lacroix, 1875.
Pierre Joseph Proudhon: ¿Qué es la propiedad? Barcelona. Tusquets, editor, 1977.
Edgar Quinet: L’Expedition du Mexique. Londres. J. E. Taylor, 1862.
Martín Quirarte: Relaciones entre Juárez y el Congreso. México. Cámara de Dipu-
tados, 1973.
Alberto Quirozz: Lucas Atamán. México, S.E.P., 1967.
Alfonso Francisco Ramírez: Matías Romero. México. S.E.P., 1966.
Manuel Ramírez Arriaga: Pcnciano Arriaga, el desconocido. México. S.MG.E., 1965.
Joaquín Ramírez Cabanas: Las relaciones entre México y el Vaticano. México. Sría.
de Relaciones Exteriores, 1928.
Roberto Ramos: Bibliografía de la historia de México. México. Talleres de Impre-
sión de Estampillas y Valores, 1956.
Elisco Rangel Gaspar: Jesús González Ortega, etc. México. S.E.P., 1966.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA  529

Jesús Reyes Heroles: El liberalismo mexicano. 3 tomos México. U.N.A.M., 1957-


1961.
Jesús Reyes Heroles (Est. Prel. y Recop): Mariano Otero. Obras. 2 tomos. México.
Ed. Porrúa. 1967. (Citado como Otero).
James D. Richardson: A compilation of the messages and papers of the pre-sidents
(1789-1897) Vol. V. Washington. Government Printing Office, 1897.
Enrique M. de los Ríos, etc.: Liberales ilustres mexicanos de la Reforma y la Inter-
vención. México. Edición de Daniel Cabrera, 1890.
J. Fred Rippy: Historical evolution of Hispanic America. Binghamton, N. Y. Basil
Blackwell. Oxford, 1932.
André Ribard: La France. Histoire d’un peuple. París. Editions Sociales In-ternatio-
nales, 1938.
Vicente Riva Palacio, etc.: El libro rojo (1520-1807). 2 tomos. México. Pola, editor.

a
1906 (Citado como El libro rojo).
Vicente Riva Palacio, etc.: El libro rojo. México. Editorial Leyenda, S. A., 1946.

rrú
Agustín Rivera: La Reforma y el segundo imperio. México. Comisión para las con-
memoraciones de 1963, 1963.
Po
Manuel Rivera Cambas: Historia antigua y moderna de Jalapa y de las revoluciones
del Estado de Veracruz. México. Cumplido. 1869-1871. 5 tomos.
Manuel Rivera Cambas: Los gobernantes de México. Citado en Villaseñor. p. 81,
104. (Citado como Rivera Cambas).
a

José M. Roa Barcena: Recuerdos de la invasión norteamericana 18Í6-18Í8. 2 to-


eb

mos. México. Agüeros, 1901.


Cecilio A. Róbelo: Nombres geográficos indígenas del estado de México. México. B.
u

Ene. del Edo. de México. (Facsimilar), 1974.


Cecilio A. Róbelo: Toponimia Tarasco-Hispano-Ñahoa. México. Museo Nac. de Ar-
pr

queología, Historia y Etnología. 1913.


Cecilio A. Róbelo, Manuel de Olaguíbel y Antonio Peñafiel: Nombres geográficos
1a

indígenas del estado de México. Bibl. Ene. del Edo. de México, 1966.
Ralph Roeder: Juárez y su México. 2 tomes. México, s/e, 1958.
Félix Romero: Apuntes biográficos del liberal constituyente D. José de Em-paran.
México. Imp. de E. Duran, 1903.
Matías Romero: Correspondencia de la legación mexicana en Washington (1860-
1868). México. Imp. del Gobierno. 10 vols. 1870-1892.
Matías Romero: Diario personal (1855-1865). México. El Colegio de México, 1960.
(Citado como Memorias).
Matías Romero: Memoria de Hacienda y Crédito Público. 16-IX-1870. México. Im-
prenta del Gobierno. 1870 (Facsimilar, 1967). (Citado como Memoria dé Ha-
cienda).
Javier Romero Quiroz: La ciudad de herma. H. Ayuntamiento de Lerma, 1970-1972.
Jesús Romero Flores (Recop.) : Don Melchor Ocampo. Documentos relativos a su
sacrificio. Morelia, 1970.
530  BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Jesús Romero Flores: Don Melchor Ocampo. El filósofo de la Reforma. México. Bo-
tas. 1959. (Morelia, Univ. Mich. 1953).
Jesús Romero Flores: Nomenclatura geográfica de Michoacán. Morelia. S.G-H.M.
1939.
Luis de la Rosa: Ensayo sobre el cultivo del maíz en México. En El museo mexicano,
varias inserciones de la p. 131 a la 568. Año de 1844.
Eduardo Ruiz: Biografía del C. Melchor Ocampo. Morelia. Universidad Mi-choaca-
na. (Reprod. de la edic. de 1875). Con un apéndice de Juan de Dios Arias, 1945.
Eduardo Ruiz: Biografía del C. Melchor Ocampo. México. I. Paz, 1893.
Ma. del Carmen Ruiz Castañeda: La prensa periódica en torno a la Constitución de
1857. México. U.N.A.M., 1959.
María del Carmen Ruiz Castañeda: Periodismo político de la Reforma en la ciudad
de México, 1854-1861. México, U.N.A.M., 1954.

a
Vicente Sáenz: Nuestras vías interoceánicas. México. América Nueva, 1957.
Ramón de la Sagra: Catálogo de sus obras. Madrid. B.A.M.

rrú
Ramón de la Sagra: Mis debates contra la anarquía de la época, etc. Madrid, lmp
del Colegio de Sordomudos. 1849.
Po
Ramón de la Sagra: Revista de los intereses materiales y morales. Madrid. Imp. de
D. Hidalgo. 1844.
Victoriano Salado Álvarez: Episodios nacionales. Tomos V y VII. México. Málaga.
1945.
a

Walter V. Scholes: Política mexicana durante el régimen de Juárez (1855-1872).


eb

México. F.C.E., 1957.


Secretaría de la presidencia: La administración pública en la época de Juárez.
u

Tomo I, 1851-1857. Tomo II. 1858-1867. Tomo III, 1867-1871. México. Dir.
Gral. de Est. Admvos., 1974.
pr

Justo Sierra: Evolución política del pueblo mexicano. México. La Casa de España en
México. 1940. (Citado como Evolución política).
1a

Justo Sierra: Juárez. Su obra y su tiempo. México. U.N.A.M. 1956. (Citado como
Sierra).
Alfonso Sierra Partida: Ignacio Ramírez. México. S.E.P., 1966.
Jorge L. Tamayo (Selec. y notas) : Benito Juárez, documentos, discursos y corres-
pondencia. 15 tomos. México.^ Sría. del Patrimonio Nacional. 1965. (Citado
como Juárez, correspondencia).
Guillermo Tellez Girón: Estudio crítico sobre el matrimonio, etc. México. U.N.A.M.
(Tesis). 1939.
1855-1865. 2 volúmenes: Correspondencia y papeles de D. Jesús Terán. Latín Ame-
rican Collection (G. U7S Ms). University of Texas Library. Austin, Texas.
Ernesto de la Torre Villar, etc.: Historia documental de México. Tomo II. México.
U.N.A.M.. 1964.
Alfonso Toro: La Iglesia y el Estado en México, etc. México. T.G.N., 1927.
Un contemporáneo: Ligeros apuntes para la biografía del benemérito C. general
Ignacio de la Llave. Orizaba. Tip. del Hospicio, 1874.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA  531

José C. Valadés: Don Melchor Ocampo, reformador de México. México. Editorial Pa-
tria, 1954.
José C. Valadés: Melchor Ocampo, reformador de México. México. Cámara de Dipu-
tados, 1972.
José C. Valadés: El presidente Ignacio Comonfort. México. S.E.P., 1966.
Viajes en México. Crónicas mexicanas. México. S.O.P., 1964.
José M. Vigil: México a través de los siglos. Tomo V. La Reforma 1855-1861. Méxi-
co. Herrerías (Facsimilar). s/f.
Alejandro Villaseñor y Villaseñor: Antón Lizardo. El tratado McLane-0campo. El
brindis del desierto. México. JUS, 1962. (Citado como Villaseñor o Est. históri-
cos. Ed. Agüeros).
Luis Weckmann: Las relaciones franco-mexicanas. Tomo II. 1839-1867. México.
Sría. de Relaciones Exteriores, 1962.

a
John B. William: La Iglesia y el Estado en Veracruz, 18U0-19U0. México. Sep-Se-
tentas, 1976.

rrú
Pablo Max Ynsfran: Catálogo de los manuscritos del archivo de don Valentín Gó-
mez Farías. Univ. de Texas. México. Ed. JUS, 1968.
Po
Salvador Ysunza Uzeta: Juárez y el tratado McLane-0campo. México. Libros de Mé-
xico, 1964.
Silvio Zavala: Apuntes de historia nacional. México. Sep-Setentas, 1975.
Silvio Zavala: Lecturas mexicanas en la Biblioteca Nac. de París; en Historia
a

mexicana. Vol. VIII, Núm. 3, págs. 325-351.


eb

Lorenzo de Zavala: Ensayo histórico de las revoluciones de México, desde 1808


hasta 1880. 2 tomos. México. Oficina Impr. de Hacienda, 1918.
u

Niceto de Zamacois: Historia de México, desde sus tiempos más remotos hasta
nuestros días. Barcelona. Parres y Cía. 1876-1882.
pr

Francisco Zarco: Crónicas del Congreso Extraordinario Constituyente (1856-1857).


México. El Colegio de México. 1957. (Citado como Crónicas).
1a

Francisco Zarco: Historia del Congreso Extraordinario Constituyente (1856-1857).


México. El Colegio de México, 1956. (Citado como Zarco).
Rafael de Zayas Enríquez: Benito Juárez, su vida y su obra. México. Sep-Setentas,
1971.
Rafael de Zayas Enríquez: Historia de la Reforma en México, Mérida, Yuc. Diario de
Yucatán (Ed. Priv.). 1926.
Ricardo J. Zevada: El pensamiento de Ponciano Arriaga. 2 tomos. México, Nuestro
Tiempo, 1968.
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
ÍNDICE ONOMÁSTICO

A Bachofen, Juan Jacobo,


Bala, Manuel,
Abad y Queipo, Manuel,
Balbontín, Manuel,
Aguilar y Marocho, Ignacio,

a
Balmes, Jaime Luciano,
Aguirre, José María,

rrú
Barajas, Pedro,
Alamán, Lucas,
Baranda, Manuel,
Alas, Ignacio,
Barandiarán, Gregorio,
Alas, Manuel,
Po
Barbes, Armando,
Alcaraz, Ramón I,
Barcena, José de la,
Aldama (Coronel),
Barragán, Miguel,
Aldham, W. Cornwallis,
a

Barrón, Eustaquio,
Alejandro Severo,
Barthélemy, (médico),
eb

Almonte, Juan Nepomuceno,


Bassoco y Peredo, Antonio,
Altamirano, Ignacio,
Baz, Juan José,
Álvarez, Diego,
u

Bazaine, Aquiles,
Álvarez, Juan,
pr

Benítez, Francisco,
Ampudia, Pedro,
Benjamín, Judah P,
Anaya, Pedro María,
Béranger, Pedro Juan de,
Andrade, Antonio,
1a

Berriozábal, Felipe,
Annenkov, Pavel Vasilyevich,
Blanc, Luis,
Arias, Juan de Dios
Blancarte, José María,
Ariscorreta, Mariano,
Blanqui, Adolfo,
Arista, Mariano,
Blanqui, Luis Augusto,
Aristóteles,
Bolívar, Simón,
Arrangoiz, Francisco de Paula,
Bossuet, Jacobo Benigno,
Arriaga, Ponciano,
Bravo, Nicolás,
Arrio ja, Miguel María,
Brongniart, Adolfo Teodoro,
Arróniz, Joaquín,
Bryan, William Jennings,
Arteaga, José María,
Buchanan, James,
Atristain, Miguel,
Bulnes, Francisco,
Bulwer, Sir Henry Lvtton,
B
Buanorroti, Felipe Miguel,
Babeuf, Graco, Bustamante, Anastasio,

533
534  ÍNDICE ONOMÁSTICO

Bustamante, Carlos María, Corro, José Justo,


Cortés Esparza, José María,
C Cortina (o Cortinas), Juan,
Corwin, Tomás,
Cabet, Etienne,
Corzo, Ángel,
Cajiga, Lindoro,
Cosío Bahamonde, Francisco,
Calderón Collantes, Saturnino,
Couto, Bernardo,
Calero, Manuel,
Cue Cánovas, Agustín,
Calleja, Félix María,
Cuevas, Ignacio,
Campos, Clara,
Cuevas, Juan,
Campos, Esteban,
Cuevas, Luis Gonzaga,
Canalizo, Valentín,
Cumplido, Ignacio,
Cárdenas, Lázaro,
Cuvillier, Armando,
Cardoso, Joaquín,

a
Carlos III, Rey de España,
D

rrú
Carlos IV, Rey de España,
Carlos X, Rey de Francia, D’Alembert, Juan Le Rond,
Carlota, Emperatriz de México, Darwin, Carlos,
Po
Carranza, Venustiano, Davis. Jefferson,
Carreño, Alberto María, Degollado, Joaquín,
Carrera, Martín, Degollado, Santos,
a

Carrillo, Nicanor, Díaz, Agustín,


eb

Carpió, Manuel (doctor), Díaz, Isidro,


Carpió, Manuel Eulogio (doctor y litera- Díaz, Porfirio,
to), Díaz de la Vega, Rómulo,
u

Carvajal, José María J, Díaz Martínez, Rafael,


pr

Casanova, Francisco, Díaz Mirón, Manuel,


Cass, Lewis, Diderot, Dionisio,
Castañeda, Marcelino, Diez de Bonilla, Manuel,
1a

Castillo Velasco, José María, Doblado, Manuel,


Ceballos, Gregorio, Donoso Cortés, Juan Francisco,
Ceballos, Juan Bautista, Dueñas, Agustín,
Cela, Manuel Rodríguez de, Dumás, Alejandro,
Cendejas, Francisco de Paula,
Cerrato, José, E
Chamorro, Emiliano,
Echaiz, Mateo,
Chateaubriand, Renato,
Echeagaray, Miguel María de,
Churchwell, Guillermo,
Elorriaga, Francisco,
Clayton, John M,
Emparan, José de,
Clementi, Luis,
Engels, Federico,
Comonfort, Ignacio,
Escobar, Ana María,
Conkling, Alfredo,
Escobar, Manuel,
Considérant, Víctor,
Escudero y Echánove, Pedro,
ÍNDICE ONOMÁSTICO  535

Esquivel Obregón, Toribio, Gil Partearroyo, José,


Espartero, Baldomero, Godoy, José A.,
Esparza, Marcos de, Goethe, Wolfgang,
Espinoza, Pedro, Gómez, Gregorio,
Espinoza de los Monteros, Juan José, Gómez, José María,
Esteva, José Ignacio, Gómez de Portugal, Juan Cayetano,
Gómez Farías, Benito,
F Gómez Farías, Valentín,
Gómez Pedraza, Manuel,
Falconnet, Francisco P.,
González, Francisco,
Fénelon, Francisco de Salignac de la
González, Manuel,
Mothe,
González Ortega, Jesús,
Fernández, Justino,
González Urueña, Jesús,
Fernández MacGregor, Genaro,

a
Gorostiza, Manuel Eduardo,
Fernando VII, Rey de España,
Guerrero, Vicente,

rrú
Filisola, Vicente,
Guizot, Francisco,
Fillmore, Millard,
Gutiérrez, Bonifacio,
Flahaut, José Conde de,
Po
Gutiérrez, José María,
Flores Magón, Jesús,
Gutiérrez Estrada, Manuel,
Forbes (Cónsul norteamericano), Gui-
Gutiérrez Zamora, Manuel,
llermo,
Guzmán, León,
a

Forsyth, John,
eb

Fourier, Carlos,
H
Fuente, Juan Antonio de la,
Fuentes Mares, José, Hargous, Luis,
u

Haro y Tamariz, Antonio,


pr

G Hegel, Jorge Guillermo Federico,


Heine, Enrique,
Gabriac, Alexis de,
Helguero, Hilario,
1a

Gadsden, James,
Herrera, José Joaquín,
Garay, José de,
Herrera y Cairo, Ignacio,
Garay, Pedro,
Herrero, Rodolfo,
García, Antonio,
Hidalgo y Costilla, Miguel,
García Granados, Joaquín,
Houston, Sam,
García Granados, Ricardo,
Huarte de Iturbide, Ana María,
García Rendón, Pedro,
Huerta, Epitacio,
García Torres, Vicente,
Huerta, Victoriano,
Garibaldi, José,
Hugo, Víctor,
Garland (general),
Humboldt, Alejandro,
Garro, Max,
Garza, Juan José de la,
I
Garza, Lázaro de la,
Gastelu, Antonio Vázquez, Iglesias, José María,
Gengis Kan, Iglesias Calderón, Fernando,
536  ÍNDICE ONOMÁSTICO

Isabel II, Reina de España, Luis Felipe, Rey de Francia,


Iturbe, Francisco, Luis XIII, Rey de Francia,
Iturbide, Agustín, Luis XIV, Rey de Francia,
Iturbide, Sabás, Luis XVIII, Rey de Francia,
Lutero, Martín,
J
M
Jackson, Andrew,
Jacobi, Carlos, Machuca, José María,
Jarauta, Celedonio Dómeco de, Mackintosh, (Cónsul inglés),
Jecker, Juan B., Madrid, Joaquín,
Jiménez, José María, Maldonado, Francisco Severo,
Joinville, Francisco de Borbón-Orleáns, Manning, Guillermo R.,
Príncipe de, Manzo, José María,

a
Johnston, José E., Márquez, Leonardo,

rrú
Juárez, Benito, Martínez, Estanislao,
Martínez de Lejarza, Juan José,
L Martínez del Río, José Pablo,
Po
Marx, Carlos,
Labastida y Dávalos, Pelagio Antonio,
Masson, Renato,
Lacunza, José María,
Mata, José María,
Ladrón de Guevara, Joaquín,
a

Mathew, Jorge B.,


Lafragua, José María,
eb

Maximiliano, Emperador,
Lamartine, Alfonso,
Maya, Adalberto,
Lamennais, Felicidad,
Mayer, Brantz,
u

Langberg, Emilio,
Maza de Juárez, Margarita,
La Reintrie, Enrique Roy de,
pr

Mazzini, José,
Lares, Teodosio,
McLane, Roberto,
Lemus, Pedro,
Mejía, Ignacio,
1a

León XII, Papa,


Mejía, Tomás,
León, Nicolás,
Mestre Ghigliazza, Manuel,
Lerdo de Tejada, Miguel,
Michelena, José Mariano,
Lerdo de Tejada, Sebastián,
Michelet, Julio,
Lerma, (Conde de),
Micheltorena, José Manuel,
Leroux, Pedro,
Mier, Fray Servando Teresa de,
Letcher, Roberto P.,
Mier y Terán, Gregorio,
Levasseur, Andrés,
Miramón, Miguel,
Lincoln, Abraham,
Miranda, Francisco Javier,
Llave, Ignacio de la,
Moctezuma, Xocoyotzin,
Lombardini, Manuel María,
Molina, Fray Alonso de,
López de Santa Anna, Antonio,
Molina Enríquez, Andrés,
López Portillo, Jesús,
Mon, Alejandro,
López Uraga, José,
Montes, Ezequiel,
ÍNDICE ONOMÁSTICO  537

Montesquieu, Carlos de Secondat, Ba- Pallares, Jacinto,


rón, Palmerston, Enrique, Lord,
Mora, José María Luis, Paredes Arrillaga, Mariano,
Morales, Juan Bautista, Parres, Luis,
Moran, William, Parrodi, Anastasio,
Morelos, José María, Pastor, Francisco de P.,
Moreno, Joaquín, Pavón, José Ignacio,
Moreno, Tomás, Payno, Manuel,
Munguía, Clemente de Jesús, Pearson, Weetman,
Muñoz Ledo, Octaviano, Pecqueur, Constantino,
Murat, Joaquín, Pénaud (almirante francés),
Múzquiz, Melchor, Peña y Peña, Manuel,
Pereyra, Carlos,

a
N Pérez Palacios, Ángel,
Perriquet, Pedro,

rrú
Napoleón I,
Pesado, José Joaquín,
Napoleón III,
Pina y Cuevas, Manuel,
Navarro, Juan N.,
Po
Platón,
Negrete, Miguel,
Pola, Ángel,
Negrete, Pedro Celestino,
Polk, James Knox,
Neri del Barrio, Felipe,
Portilla, Anselmo de la,
a

Portugal, Juan Cayetano de,


eb

O
Prieto, Guillermo,
Obregón, Alvaro, Proudhon, Pedro José,
u

Ocampo de Mata, Josefina,


O’Donnell, Leopoldo, Q
pr

Olaguíbel, Francisco,
Quijano, Benito,
Olaguíbel, Manuel,
Quinet, Eduardo,
1a

Olavarría y Ferrari, Enrique,


Quintana Roo, Andrés,
Olvera, Isidro,
Orozco y Berra, Manuel,
R
Ortiz, Eligió,
Ortiz, Octaviano, Ramírez, Ignacio,
Oseguera, Andrés, Ramírez, José Fernando,
Osollo, Luis Gonzaga, Ramírez, Silverio,
Otero, Mariano, Ramírez de Arellano, Manuel,
Owen, Roberto, Raousset-Boulbon, Gastón Raúl,
Regules, Manuel,
P Rejón, Crecencio,
Riaño, Agustín,
Pacheco, Joaquín Francisco,
Ricardo, David,
Pakenham, Ricardo,
Riva Palacio, Mariano,
Palafox de Zuloaga, Carmen,
Riva Palacio, Vicente,
538  ÍNDICE ONOMÁSTICO

Rivera, Agustín, T
Rivera, Antonio María de,
Taboada, Antonio,
Rivera Cambas, Manuel,
Tapia, Francisca Javiera,
Robelo, Cecilio,
Taylor, Zacarías,
Robertson, Guillermo,
Terán, Jesús,
Robespierre, Maximiliano,
Terencio,
Robles Pezuela, Manuel,
Thiers, Adolfo,
Romero, Eligió,
Thouvenel, Eduardo de,
Romero, Félix,
Tornel, José María,
Romero, Matías,
Trejo, Anastasio,
Romero, Nicolás,
Trías, Ángel,
Romero Díaz, José María,
Trist, Nicolás,
Roosevelt, Franklin D.,
Tristán, Flora,

a
Rosa, Luis de la,
Trujillo, Torcuato,
Rousseau, Juan Jacobo,

rrú
Ruiz, Eduardo,
U
Ruiz, Manuel,
Po
Russell, Lord John, Ugalde, León,
“Un cura de Michoacán”,
S Uraga, Antonio María,
Urquiza, Francisco,
a

Saint-Just, Luis de,


eb

Saint-Simón, Claudio Enrique,


V
Sagra, Ramón de la,
Salas, José Mariano, Valencia, Gabriel,
u

Saligny, Alfonso Dubois de, Vallarta, Ignacio Luis,


pr

Sand, Jorge, Valle, Leandro,


Santacilia, Pedro, Vega, Plácido,
Schiaffino, Francisco, Velázquez de León, Joaquín,
1a

Schiller, Federico, Venegas, Aurelio J.,


Schweitzer, Juan Bautista de, Vetancourt, Agustín de,
Scott, Winfield, Victoria, Guadalupe,
Segura Arguelles, Vicente, Vidaurri, Santiago,
Serrano, José, Vigil, José María,
Seward, Guillermo H., Villanueva, Blas,
Sierra Méndez, Justo, Villarreal, Florencio,
Sieyés, Manuel José, Villaseñor y Villaseñor, Alejandro,
Silíceo, Manuel, Vincester, Juan Obispo de,
Sloo, A. G, Voltaire, Francisco María Arouet,
Stuart Mili, John,
Suárez Navarro, Juan, W
Sue, Eugenio,
Walker, Guillermo,
Wallace, Alfredo Russel,
ÍNDICE ONOMÁSTICO  539

Washington, Jorge, Zavala, Lorenzo de,


Woll, Adrián, Zayas Eríquez, Rafael de,
Zerecero, Anastasio,
Z Zerega, Francisco,
Zincúnegui, Miguel,
Zaldívar, José María,
Zuazua, Juan,
Zaragoza, Ignacio,
Zuloaga, Félix María,
Zarco, Francisco,

a
rrú
Po
a
ueb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
Índice

Primera Jornada
México – TOLUCA

El dirigente liberal se retira . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

a
Viaje a Francia en 1840 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

rrú
Preocupaciones de un viajero singular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
La tribu del 42 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Po 38

Segunda Jornada
TOLUCA – POMOCA
a
eb

El lápiz afilado del yanqui . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57


NO HAY NACIÓN, SIN RENTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
Una disputa de apariencia escolástica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
u

“Me quebró, pero no me dobló” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116


pr

Un debate cifrado (Ocampo y Alamán) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130


1a

Tercera Jornada
POMOCA – MARAVATÍO

Los señores De la Vega del Lerma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144


Ocampo y la revolución de Ayutla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152
Congreso constituyente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
Ocampo reformista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219

Cuarta Jornada
MARAVATIO – TOXI

Novecientos treinta y tres días de ministro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248


Ocampo diplomático . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 268
541
542  ÍNDICE

Quinta Jornada
TOXI – HUAPANGO

El tratado con McLane . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 296

Sexta Jornada
HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN

La controversia secular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 380


El acto final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 414
Saínete en Veracruz, con orquesta en México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 433
Un momento de triunfo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 440

a
rrú
Séptima Jornada
VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO
Po
Crónica de un plagio homicida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 471
Así se quebró Ocampo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 492
a
eb

50 Escritos publicados por Melchor Ocampo como particular . . . . . . . . . . . . . 515


u

Bibliografía consultada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 519


pr

Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 533


1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
Esta obra se terminó de componer, imprimir y encuadernar

a
el ¿? de ¿? de 2017 en los talleres
Castellanos Impresión, SA de CV,

rrú
Ganaderos 149, col. Granjas Esmeralda,
09810, Iztapalapa, Ciudad de México
Po
La tipografía se realizó con
fuente Caxton Bk BT en cuerpo de 11/13 pts.
y caja de 30 x 45 picas
a
u eb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a

Você também pode gostar