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ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
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NARCISO BASSOLS BATALLA
ASÍ SE QUEBRÓ
OCAMPO
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Primera edición: 1979
Primera edición en Editorial Porrúa: 2017
Copyright © 2017
Narciso Bassols Batalla
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Queda hecho el depósito que marca la ley
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Derechos reservados
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ISBN 978-607-?-?????-?
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IMPRESO EN MÉXICO
PRINTED IN MEXICO
A la memoria de Lázaro Cárdenas
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Primera Jornada
México – TOLUCA
Cuando la guerra de tres años terminó, el país tuvo una sensación de alivio. Las
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contiendas internacionales pueden ser más destructoras, aún más costosas en vidas
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humanas, que las guerras civiles, pero nunca igualan a éstas en la profundidad de la
herida que causan en el ánimo nacional. Lo más perturbador de este tipo de lucha re-
side casi siempre en que todo mundo, participantes y no participantes, tienen alguien
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muy cercano del otro lado de la valla, en las filas del enemigo que se está haciendo
todo lo posible por destruir. Además, en 1861 existía una conciencia generalizada de
que durante el curso de la guerra habían ocurrido grandes cambios en el país. La so-
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figura de Santa Anna, ante los ojos de la mayoría era evidente que pertenecía al pasa-
do, aunque no faltara un reducido sector que se opusiera a verlo así. El presidente de
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la poderosa nación vecina, arrastrado por ese ejemplo, seguía hablando ante el con-
greso de su país del “general Juárez”, como si nada hubiera cambiado.
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Pero en realidad todo había cambiado. Las gentes no eran las mismas, las leyes
no eran las mismas, nuevas costumbres sustituían a los viejos hábitos y nuevas posi-
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2 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
inversa, en las zonas donde se imprimían los órganos conservadores no aparecían los
liberales. A partir de enero de 1861 empezaron a publicarse, primero en la ciudad de
México y después en las capitales provincianas, toda clase de periódicos. Los voceros
conservadores del Distrito central gozaron, durante algún tiempo, de tanta libertad
que daban cuenta pormenorizada de los movimientos de las gavillas enemigas del
gobierno. Estos grupos merodeaban alrededor de la capital y eran objeto de grandes
elogios en esa prensa.
Esta tranquilidad relativa no podía durar mucho tiempo; porque a medida que el
año avanzaba se veía cada vez más clara la perspectiva de una intervención extranje-
ra. Y porque, además, después de la muerte de Ocampo, Degollado y Valle, la guerra
civil se hizo presente de nuevo y todo mundo advirtió que en realidad no había termi-
nado nunca. Sólo fue el contraste con los tres años de guerra anteriores y los cinco
años de lucha que siguieron, lo que dio a esos primeros meses de 1861 una apariencia
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de placidez.
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Otra de las peculiaridades de las luchas civiles se había visto en México, patente-
mente, durante los tres años previos. Buena parte del tiempo que operó en Veracruz el
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gobierno de Juárez, aunque las autoridades de la capital eran desde luego conservado-
ras, el servicio de diligencias continuó funcionando entre ambas ciudades. Las con-
ductas con el producto de la minería, en su mayor parte propiedad de extranjeros,
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pasaban de la zona conservadora al área liberal, para llegar a los puertos de embar-
que. Las mercancías de importación pagaban sus derechos de aduana en los puertos
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mer momento quedaron atrapadas en la ciudad de México, se dieron maña para reu-
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nirse con Juárez en Veracruz; algunos de ellos eran personalidades políticas bien
conocidas o altos jefes militares que se sumaron después al bando liberal. Don Benito
sostenía extensa correspondencia con algunos residentes en la capital nacional; los
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periódicos de México publicaban cartas e informaciones que les eran enviadas desde
el propio Veracruz y de otras ciudades dominadas por los liberales.
Dentro de este panorama de inestable pacificación, los periódicos de la capital
publicaron el día 2 de marzo un breve anuncio, por el cual pudo el público saber que
una semana después se reanudaría el servicio de diligencias entre México y Morelia.
Ocampo estuvo en México, consumada su separación del gabinete, hasta los últimos
días de enero; ya el 8 de febrero se hallaba en Pomoca. El servicio fue, sin duda, muy
irregular durante los dos primeros meses del año; don Melchor debe haber viajado en
una diligencia ocasional, o quizá haría el trayecto a caballo. En todo caso, en su co-
rrespondencia de tiempo antes con él, Manzo mencionaba un grupo de arrieros que
regularmente hacía servicios de transporte para don Melchor.
No es difícil reconstruir el cuadro de cosas que Ocampo dejaba atrás, ni imaginar-
se las ideas o reflexiones que lo acompañaban, al emprender su último viaje hacia
Pomoca.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 3
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El Lerma llamó la atención de don Melchor, seguramente desde muy joven. En el
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estiaje apenas es más que un arroyo, al pasar frente a Pateo; pero en las épocas de
lluvias prolongadas, es imponente su caudal, que se derrama y convierte la ciénega en
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una verdadera laguna, apenas unos kilómetros más adelante. “El nacimiento mismo
del río —escribió el michoacano en 1844, en el ensayo geográfico que preparó para la
comisión de estadística militar— lo visité de intento en el año de 1839, volviendo de
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una misma escala y los completó con algunas mediciones y observaciones propias,
por cuanto se refiere en conjunto al tramo desde las fuentes hasta el lago de Chapala.
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“Desde la hacienda de Tepuxtepec hasta las fuentes del río en Almoloyita, no he podi-
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pués: “Todos los geógrafos cuentan este río entre los mayores de la República, y es,
sin disputa, el más importante de la mesa central. Pero exceptuando la pesca que en él
se hace y las aguas que suministra para riegos, ninguna otra ventaja se saca de él. Día
vendrá en que sus interrupciones de nivel se utilicen en mover máquinas… y en que
sus partes niveladas sirvan para económicos transportes…”
De estas investigaciones nació, sin duda, el interés de Ocampo por la “escritura
etimológica” de algunos términos geográficos de la región. Sin embargo, después de
señalar que el nombre antiguo del río citado fue Tololotlan, indica que el ponerlo hoy
en un mapa, no sería más que una especie de pedantería. Si muestra interés por estas
cuestiones, se cuida de señalar que quiere estudiarlas para beneficio y aprovecha-
miento de sus contemporáneos y sucesores. La ciencia, para Ocampo, es sólo un ins-
trumento al servicio de las necesidades humanas.
A pesar de los años transcurridos, repletos de sucesos, nada se había perdido en
su memoria. Había recorrido el camino de México a Pomoca muchas veces; “estamos
4 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a dos días de la capital”, ponía de vez en cuando en sus cartas. Pero en ninguno de
esos viajes anteriores, su propia trayectoria se encontraba, como esta vez, en la recta
final. No podía anticipar, con certidumbre, que las circunstancias cambiarían relativa-
mente pronto y que a fines del año las tropas invasoras, de tres países, estarían frente
a Veracruz. Cuando cruzaba las poblaciones del camino, reverdecían seguramente en
él las engañosas inquietudes y preocupaciones por la toponimia. La ruta pasaba junto
a la hacienda de Jajalpa y llegaba a Ocoyoacac; de sobra conocía el michoacano que el
primer nombre significa “abundancia de arena” y el segundo “bosque ralo”. Pero ¿qué
pensaría de los dos pueblos que más adelante llevan la designación de Totoltepec,
que para algunos es decir “cerro de guajolotes”? Tepalcatepec, Zacatepec, Jocotepec, sa-
bía que estaban sobre cerros, pero aquí sólo hay una gran planicie, cruzada tranqui-
lamente por el Lerma.
El interés que Ocampo mostró por estas observaciones filológicas provino, sin
a
duda, de que observó con atención los elementos nativos en la región donde transcu-
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rrió su niñez, y notó que no son esencialmente distintos a las variantes que predomi-
nan en toda la región situada al suroeste y al oeste de la ciudad de México. Si hubiera
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vivido siempre en esta capital —bien porque doña Francisca Javiera Tapia no lo hu-
biera adoptado, o bien porque no tuviera fundamento la relación filial que el vulgo les
atribuyó—, no habría captado el carácter mestizo de la nación con esa objetividad.
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también en su zona natal. A los lados de la ruta del servicio de diligencias, en esa
parte del camino, aparecen pueblos sólo con nombres mexicanos; pero el ojo avizor de
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don Melchor había observado de seguro que gran número de las barrancas y montes
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distrito de herma habla corrientemente el otomí. Esta situación, desde luego, se con-
firma y amplía en los alrededores de Toluca, donde ya las pequeñas rancherías llevan
nombres otomíes (Yebusibí, Potejé, Canchimí), y algunas de las poblaciones importan-
tes con nombre mexicano, como Metepec, tienen nombre propio también en otomí
(Nteguada). No es difícil percibir que empieza, desde aquí, una superposición de idio-
mas, razas, culturas, que es característica de la zona nativa de Ocampo, y que después
tendremos ocasión de ver con más detalle. La cabecera del distrito mencionado, lleva
un nombre aparentemente castellano, pero aún se conoce el nombre con que fue de-
signada, en mexicano, antes de la ocupación española (Cacamilhuacan). Como es tan
frecuente en estos casos —y como encontraremos otras veces al seguir este camino de
don Melchor—, no ha faltado, sin embargo, a pesar de su sonoridad castellana, quien
atribuyera a la palabra un origen matlatzinga-mexicano, ligado al nombre de la tribu
que dominó, en una época, los puntos más importantes de la región. Otra versión dice
que un español, conde de herma, fue quien logró del rey de España la categoría de
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 5
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poblaciones con nombre azteca, pero seguían denominando a los cerros y las barran-
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cas en su propia lengua. ¿Es que algún día fueron dueños de esas tierras? ¿Acaso el
conquistador mexicano dio nuevo nombre a sus asentamientos, como el español se lo
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dio después al río y a la población que lleva su nombre? ¿… O acaso se movilizaron
hacia allá, desde sus tierras del norte, castigadas por la sequía o la guerra, entrando
como prófugos sin patria, a vivir bajo el dominio de otros pueblos, más fuertes o más
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adelantados? A ciencia cierta, nadie lo ha aclarado, pero aún hoy día, casi siglo y me-
dio después de que Ocampo exploró la región, siguen ahí, resistiendo la más reciente
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y abrumadora de las avalanchas que, pasando sobre la zona, a veces se han ido sin
dejar huella, pero otras veces se han fijado permanentemente, si cabe emplear tal
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expresión.
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1 La fecha del asalto a Pomoca fue embrollada por don Ángel Pola, cuando recogió por
primera vez, en una forma sistemática, los datos respectivos. Por las razones que se discu-
ten más adelante, parece definitivamente demostrado que los hechos ocurrieron el 30 de
mayo.
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carreras y después hacerse dueños de haciendas, o de casas en México,
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Puebla y Guadalajara. Ocampo, por su parte, estaba casi arruinado cuando
terminó la lucha reformista; a pesar de la contribución que había aportado,
todavía fue sacrificado bajo el cargo inicuo de “traición a la patria”, en con-
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diciones tales que el gobierno y su partido no pudieron ayudarle.3
El periódico conservador El Pájaro Verde, recién aparecido bajo la liber-
tad que daba a la prensa el gobierno liberal,4 publicó el 4 de junio de 1861,
a
2 Es sabido que Márquez trató, desde el primer momento, de hacer recaer la responsa-
bilidad en Zuloaga; sin embargo, además de la confrontación de lo que ambos dejaron escri-
to al respecto, el hecho de que fuera Márquez quien contaba con la fuerza militar, indica que
fue este último quien tomó la decisión sobre la suerte de don Melchor, seguramente en con-
tacto con los conservadores de la ciudad de México.
3 Los esfuerzos que algunos liberales hicieron en favor de don Melchor se explican y
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lleno de grandes palabras y hermosos enunciados, pero que dejaba en pie la
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estructura feudal del dominio económico por los “criollos señores”, como
años después diría un agudo escritor. La guerra civil, sin embargo, alteró
de tal manera las condiciones nacionales que el gobierno menos que nunca
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podía garantizar el orden público y las vidas de los ciudadanos pacíficos.
La culpa no era, por cierto, de las muchas facilidades que la constitución
daba al congreso (como se demostró bajo el porfirismo), sino radicaba en el
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civil y que no preveía toda la violencia que aún estaba por venir. ¿Por qué
me han de molestar, si no hago mal a nadie?, según parece decía.8
Tres días después de su separación del gobierno, sin embargo, dirigió a
los gobernadores de los estados una amplia carta en que quitaba importan-
cia a los rumores de discrepancias con Juárez y con otros miembros del go-
bierno, y pedía a los liberales que no se dividieran. No negó que las
discrepancias hubieran existido, pero las calificó de secundarias frente a la
6 La prensa liberal publicó en 1859, por ejemplo, una segunda carta de Gutiérrez Estra-
a
Tampoco es de creer que Ocampo menospreciara la animosidad que
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existía en los círculos conservadores en contra de los principales autores de
la reforma. Antes de la renuncia del gabinete a mediados de enero de 1861,
habían circulado rumores contradictorios en México sobre los castigos que
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se aplicarían a los más notables conservadores, a quienes se consideraba
responsables de violencias ocurridas durante la guerra civil.11 Los propios
dirigentes liberales estuvieron divididos al respecto; aun cuando el mismo
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hecho que la prensa liberal criticó muchas de sus medidas, a veces califi-
cándolas de tibias y a veces diciendo que eran excesivas. A todas luces se
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9 Obras; tomo II, pp. 311 a 314. La carta a Plácido Vega, fue ampliamente difundida
a
La confianza que mostraba Ocampo al retirarse a Pomoca y su aparente
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convicción de que estaba seguro ahí, no podían provenir de una apreciación
errónea del efecto de estos hechos sobre la actitud de los conservadores. No
podía juzgarlos capaces de ver los acontecimientos en forma objetiva y des-
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apasionada. En todo caso, debe recordarse que don Justo Sierra refirió con
detalles la entrevista celebrada por Ocampo con Manuel Alas en Toluca
—donde Alas fungía como gobernador durante las ausencias de Berriozá-
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en esos momentos a Pomoca.15 Alas, como se sabe, no sólo era tenido por
pariente de Ocampo (hermano según Sierra), sino que había sido de sus
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Pateo como en Pomoca, según esas pintorescas versiones, el vecindario ha-
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blaba de pasadizos subterráneos y de estratégicos miradores, desde los
cuales el ilustre reformador avizoraba los peligros y las idas y venidas por
los caminos próximos a sus terrenos.17
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Ocampo fue, efectivamente, a llevar a su hija a Papantla en dos oca-
siones. Más tarde, mientras residía en Veracruz el gobierno de Juárez, vol-
vió dos veces a la hermosa población. Por ciertos arreglos económicos que
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guerra de tres años y que dio marcha atrás en sus propósitos por tal mo-
tivo. Mata hace notar en una de sus cartas que su propia fortuna se vio
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Pero, al comparar esos hechos con la suerte que esperaba a don Melchor,
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deben tenerse a la vista algunas referencias. En primer lugar, en la forma
de comportarse frente a los enemigos ideológicos y políticos, durante aquel
período, influía mucho el temperamento de los jefes que se apoderaban de
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personalidades enemigas, así como las circunstancias momentáneas. Mira-
món no fue, en general, un hombre sanguinario al modo de Márquez; pre-
tendía imponer al ejército sobre el país y establecer una dictadura, pero no
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gollado había sido destituido por Juárez, acusado por el asunto de la con-
ducta interceptada por sus tropas, pero, en realidad, por haber dado acogida
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siado valiosa para que la dejara ir Márquez. El canje que quería Zuloaga,
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de Ocampo por algunos personajes importantes del partido conservador, de
seguro no interesó al “tigre de Tacubaya”; entre otras cosas porque para
ellos la guerra civil había significado algo muy distinto que para Márquez.23
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Se dice que Leandro Valle, al caer prisionero en el monte de las Cruces,
tres semanas después del asesinato de don Melchor, pregunta a sus capto-
res quién era el jefe de las fuerzas que lo sacrificaban, y al saber que esta-
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es que en unas líneas, escritas pocos minutos antes de morir, dejó dicho:
“No hay que lamentar mi suerte; son peripecias de la guerra. Van a hacer
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conmigo lo que yo haría con ellos”. El joven militar no podía prever que su
enemigo sería perdonado por el partido liberal, años más tarde, y viviría
pr
23 Márquez, al igual que Zuloaga, se había adherido al plan de Ayutla, pero se rebe-
ló con Haro y Tamariz al año siguiente, en tanto que Zuloaga apoyó a Comonfort en ese
momento.
24 Juárez; correspondencia; tomo IV, p. 482.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 13
a
la su porque usted fue el primero que a ella me envió. Gracias otra vez. De-
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seo que con plena confianza, con aquella benevolencia que siempre me ha
manifestado y de que me envanezco, me diga cuándo acaba su período de
senador y si aceptaría el nombramiento que de usted hiciere Michoacán”.25
Po
Durante la primera gubernatura desempeñada por don Melchor, como
es sabido, por una serie de circunstancias políticas que neutralizaron de
momento a Santa Anna, fue Gómez Farías el elemento decisivo en el go-
a
sario que yo sea sincero; casi nada he hecho por ellas, porque muy al tanto
pr
de cuanto pasaba puedo decir que en todo y por todas partes han presenti-
do mis deseos. Tampoco hay aquí peligro ni de que nos dividamos ni de que
nos dejemos engañar. Cada vez que ha asomado algún mal síntoma he pro-
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que, para decir la verdad, algo me han desvelado; ellas son, que iban a qui-
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tarnos de comandante al señor Cela, que en su lugar nos enviaban a don
Gregorio Gómez, y, lo que es peor que todo, que usted iba a dejar el ministe-
rio para presidir un nuevo consejo. Debe usted figurarse cuán amargas han
Po
sido para nosotros, especialmente la última. Usted es ahí nuestra garantía,
usted la única persona en cuya pureza y energía tenemos fe, y usted por
último quien, con sólo verlo puesto en el gobierno federal, me decidió a
a
manera: “Me fue muy sensible venirme de esa ciudad sin poder ver a usted,
aunque lo intenté, porque tenía una especie de alborozo pueril de contarle a
usted cuanto me había pasado, seguro de que oyéndome se dignaría usted
aprobar mi renuncia y salida del ministerio. Creo sin embargo que bastará
decir a usted que el señor Comonfort proponía en su programa: que en el
consejo hubiera dos clérigos, como garantía para su clase; que se declarara
derecho el ser guardia nacional, pero no deber, de manera que el gobierno
no pudiera obligar a tal servicio a quien no quisiera prestarlo; que la guardia
se dividiera en móvil y sedentaria, y entiende por la primera la compuesta
27 Ocampo, como se explica más adelante, estaba convencido de que el resultado de la
a
que no el papel que en la práctica desempeñan los moderados... Los conser-
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vadores, consintiendo el movimiento y regularizándolo, serían la prudencia
de la humanidad, si reconociesen la necesidad del progreso y en la práctica
se conformasen con ir cediendo gradualmente; única condición, la de con-
Po
sentir en ser sucesivamente vencidos, que volvería sus aspiraciones y su
misión, legítimas, como lógicas y racionales; pero en la práctica nunca con-
sienten en ser vencidos... con sólo conservar el estado de actualidad (statu
a
que uniese a los puros con los conservadores, y este es su lugar ideológico,
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separación del gobierno liberal, durante los primeros meses del año 61,
correspondió a una necesidad transitoria; fue una peripecia en un largo ca-
mino de solidaridad con los empeños de ese partido. Ni siquiera cabe la
duda sobre la actitud que habría tomado el michoacano a fines del año, al
convertirse en un hecho la intervención extranjera. Puede señalarse, inclu-
sive, que la maniobra iniciada por Aguirre desde la tribuna del congreso el
29 de mayo, estuvo sincronizada con el secuestro del reformista y formó
parte ya de las escaramuzas que prepararon la intervención, en la medida
en que trató de hacer volver al primer plano la cuestión del tratado con
McLane. En efecto, este tema constituyó uno de los leit motiv de la propa-
ganda conservadora en los años siguientes; y si perdió su eficacia como
argumento político durante mucho tiempo, fue porque Juárez lo neutralizó
a
y le dio su dimensión exacta de expediente transitorio, al enterrar definiti-
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vamente el tratado en 1860.
Desde la serenidad y altura de su posición política, Ocampo daba sin
duda una importancia secundaria a los rozamientos y dificultades que sur-
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gieron, inevitablemente, en el curso de su acción práctica. Y si la causa na-
cional que encabezó don Benito en los años siguientes, tuvo fuerza de
atracción suficiente para reunir de nuevo en las filas liberales a muchos
a
bría contado también con la participación de Ocampo, que siempre fue libe-
ral consecuente.
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Por otra parte, puede observarse que la posición de don Melchor tiene
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táculos y buscando demoras, arreglos y compromisos, sólo son retrógrados
rrú
disimulados, que trabajan solapadamente para la conservación de los inte-
reses existentes. Po
Viaje a Francia en 1840
a
algunos amigos. En todo caso, no parece que Alas se disgustara muy seria-
mente por el alejamiento de su descarriado pupilo, pues fue el propio Alas
quien finalmente consiguió un empleo a Ocampo en la legación de París;
por cierto que el joven hacendado debe haberse desempeñado bien en ese
modesto empleo, ya que al año siguiente será la recomendación de Max
Garro, el ministro mexicano en Francia, lo que habrá de permitirle conocer
a Gómez Pedraza y llegar de inmediato a formar parte del congreso consti-
tuyente que se reunió en México en junio de 42.
31 Ocampo salió del país año y medio antes de la caída de Bustamante, resultado tardío
El licenciado Alas, que llevó gran amistad con doña Francisca Javiera
—la cual murió en su casa— fue albacea de su herencia. Alas había partici-
pado en la guerra de independencia, al lado de don José Ma. Morelos; más
tarde fue diputado y ministro de hacienda de los presidentes Melchor Múz-
quiz y Manuel Gómez Pedraza. Al disolver el congreso de 1842, Santa Anna
lo quiso colocar en el consejo de notables, pero no hay indicios de que acep-
tara. Murió poco después en la ciudad de México. Tuvo un hermano, padre
del luchador liberal Manuel Alas, muy amigo este último de Ocampo, y se-
gún Justo Sierra, su hermano.
El 15 de marzo de 1840 salió Ocampo de Veracruz, a bordo del “Sala-
mandra”, y desembarcó el 5 de mayo en Burdeos.32 Este viaje dejó un ex-
traordinario impacto en Ocampo; guardó copias de las cartas que dirigiera
a
a México a lo largo de más de un año y trató de hacer con sus observacio-
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nes, en París, una publicación que no logró realizar. Los comentarios que
expresó en sus cartas tuvieron un carácter bastante general y objetivo; se
refieren, más que a las cuestiones políticas, a las costumbres y las noveda-
Po
des que suponía de interés para sus amigos y parientes —si cabe usar en su
caso la expresión—. Habla de hechos y poco de opiniones, critica costum-
bres y maneras populares y casi no menciona a las personalidades políticas
a
Al regresar a París, declaró a Alas que había “visto” Sens, Dijón, Chalons,
Lyon, Valence, Avinón, Marsella, Tolón, Génova, Liorna, Roma, Ñapóles,
pr
de 175 toneladas, que llevaba carga y pasajeros (la carga era en esa ocasión principalmen-
te cochinilla y plata amonedada). En la p. 33 del tomo III de sus Obras, habla Ocampo de
algunas costumbres do los “caraqueños”; esto hace pensar que el “Salamandra” pudo ha-
ber tocado La Guaira, en su travesía de 50 días. Sin embargo, la ruta normal era: Veracruz-
Habana-Santiago y tocando Haití-Puerto Rico-Santo Tomás-Guadalupe-Martinica, se
llegaba a Burdeos. Véase Le Constitutionnel, 20-V-1840. De Martinica, a veces, los barcos
franceses iban a La Guaira, Santa Marta y Cartagena.
33 Ocampo regresó en el mismo barco. Desembarcó en Veracruz el 20-IX-1841 (Obras;
tomo III, p. 4). El desarrollo de los ferrocarriles puede medirse por el hecho de que en 1840
había en Francia ya más de 140 locomotoras. A consecuencia del abaratamiento y simpli-
ficación de los transportes era común en esa época que se publicaran y encontraran buena
acogida abundantes relatos de viaje, una de las formas literarias más socorridas desde
entonces. Es explicable pues, que don Melchor se aventurara a hacer un ensayo de esa
naturaleza.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 19
Turín, Ginebra, Morez y Chambery.34 Parece que viajó con poco dinero y mu-
chas veces a pie; se sabe que en su pasaporte figuró la firma de Garibaldi y
es muy conocida su visita al doctor José Ma. Luis Mora, que vivía en los al-
rededores de París. El retrato que trazó de Mora, muy divulgado, fue incisi-
vo y agudo: “es sentencioso como un Tácito, parcial como un reformista y
presumido como un escolástico; pero habla con una facilidad y elegancia
extraordinarias, manifiesta sin esfuerzo una gran literatura, y clasifica y
metodiza sus ideas con una precisión sorprendente no lo frecuentaré, sin
embargo —comentó al licenciado Alas—, porque me parece un apóstol de-
masiado ardiente para creerlo desinteresado en sus doctrinas, y un partida-
rio tan exclusivo que no ha de hacer largas migas, sino con quien en todas
sus conversaciones se .sujeto a no tener opinión propia…”.35
a
El 12 de abril de 1850, a los cuarenta días de ocupar la secretaría de
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hacienda, Ocampo dirigió a Mora, entonces en Londres, una extensa carta
en que le explicó con singular franqueza las dificultades con que estaba
tropezando su gestión, principalmente por la poca colaboración del congre-
Po
so. Remitió a Mora un dictamen sobre arreglo de la deuda y añadió: “Cree-
mos que sea posible hacer aceptar a los acreedores de esa plaza el nuevo
convenio, porque tenemos la convicción de que la República no puede pro-
a
meter más; pero sí puede, de seguro, cumplir esas promesas. Por lo mismo,
eb
nio”. Menciona el acuerdo celebrado por Arrangoiz, por virtud del cual
México resultaría muy perjudicado en caso de no poder pagar los intereses,
pr
a
las fracciones que constituyeron Buenavista y Pomoca, y si recordamos que
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su valor fue estimado en 125 mil pesos antes de la división de la propiedad,
se comprende que el daño causado por don Melchor a sus intereses econó-
micos no era, ni con mucho, definitivo.38
Po
Psicológicamente, Ocampo estaba en una situación delicada, en cam-
bio. “Preveía la burla de mis mismos favorecidos —dice a Alas en su larga
carta—, el desprecio de las personas sensatas, la justa persecución de mis
a
Era pues, indispensable, evitar con tiempo todo esto, y el único medio que
mi acalorada razón encontró fue venirme”.39 Ciertos aspectos de esta carta
u
38 Se estima que Pateo tenía 6,200 hectáreas. Hist. de la Rev. en Mich, p. 39. La deuda
consigna la versión de un duelo, sostenido por don Melchor en Francia, que le habría costado
un mes de cama, a causa del comentario cáustico, surgido do un grupo vecino ocasionalmente,
en el sentido de que: “Todos los mexicanos son ladrones” (El Libro Rojo; p. 160).
40 Idem; p. 50. En la correspondencia con Manzo, quien le ayudó a localizar y obtener
copia del testamento de doña Javiera, Ocampo se refiere a ésta como “su madrina”. Véase:
INAH, legajo 8, 2a. serie, papeles sueltos, doc. XXX
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 21
En esa época, por otro lado, Ocampo muestra una clara reluctancia a
dedicarse a la administración de Pateo. En diversos momentos propuso dar
Pateo en propiedad a una persona que reconociera las deudas contraídas
hasta entonces y aceptara separar algunas partes de ella, para construir
propiedades de menor extensión que don Melchor conservara para sí.41
El espectáculo de la agricultura francesa —tan distinta del régimen la-
tifundista de las “haciendas” mexicanas— ejerció una influencia poderosa
para apartar a Ocampo de sus proyectos encaminados a deshacerse de Pa-
teo. “Subdividida la propiedad hasta un punto de que apenas tenemos idea
—escribe desde París, al regresar de Italia—, la agricultura toda reposa en
el método de abonar, cosechar, alternar; los animales, subdivididos igual-
mente, están todos bajo la mano del propietario, que no desperdicia ni su
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orina, y las heredades, merced a la inmensa población, pueden considerarse
rrú
como otros tantos jardines…Si vivimos 10 años —dice a Alas—, usted verá
a Pateo con un valor cuádruplo y con un aspecto enteramente europeo, en
cuanto a la perfección y multiplicidad de los cultivos…”.
Po
A fines de 1844, cuando Pateo quedó reconstruido, en la forma que hoy
puede verse casi en ruinas, don Melchor había avanzado en su propósito.
Alas, quien vivió hasta 1843, no pudo ver en cambio la terminación de la
a
obra.42
eb
queso, pan y mantequilla, pan y alguna fruta barata, pan y cerveza, pan y
vino, son el diario de las gentes pobres”, dice en carta sin fecha, probable-
pr
mente dirigida a doña Ana María Escobar, que fue madre de sus hijas.43
En cambio, observa que la cocina francesa había llegado a refinamien-
1a
tos exagerados, como el comer las carnes medio descompuestas, para que
se suavizaran, a pesar del aviso elocuente del olfato. Se muestra asom-
brado por la variedad del almuerzo francés y, reconociendo su indiferencia
por la buena mesa y los buenos vinos, concluye que representan “una re-
trogradación en filosofía, aunque (sean) al mismo tiempo un adelanto en
civilización”.44 Una sola debilidad manifiesta al respecto; dice que en cuan-
to a postres y golosinas sí puede dar un voto, y reconoce la superior calidad
de los productos franceses, a pesar de que dice, se cuenta para su fabricación
con una reducida variedad de materias primas, mucho más pobre que la
multiplicidad de las frutas tropicales.
La curiosidad de Ocampo era inagotable y se expresaba en observacio-
nes, bien concretas, sobre los procedimientos usados en las artesanías y en
las cocinas. Se declara sorprendido de que conservaran por meses los ali-
mentos preparados en forma doméstica, en frascos de lámina soldada o en
recipientes herméticos de otros materiales; envía a Pateo la receta para ha-
cerlo y declara que sus instrucciones seguramente no fueron seguidas al
pie de la letra, cuando le informan que la leche se descompone en Pateo de
todos modos. Hizo ingeniosas observaciones sobre los primeros intentos
de reproducir piezas metálicas por métodos electroquímicos y sobre otras
novedades semejantes empleadas por los artesanos franceses. Sus comenta-
a
rios reflejan la situación de las grandes propiedades de su época, las cuales,
rrú
contando con recursos de cierta importancia, tendían a ser casi autosufi-
cientes en materia de servicios, y se proporcionaban a sí mismas, no sólo la
alimentación, sino también los muebles, carruajes, artículos domésticos, o
Po
por lo menos les daban conservación con sus propios medios.
Ocampo se manifestó francamente herido por algunos comentarios ma-
liciosos que le llegaron desde Maravatío, en relación con su voluntaria
a
apenas tenía motivo para sorprenderse. Tal vez por esa razón fue un tanto
parco al describir los aspectos de París, que suele llamarse mundanos. En
u
realidad, sólo se extendió hablando del teatro.46 Señaló que durante la tem-
porada de invierno se encontraban funcionando 22 teatros al mismo tiem-
pr
po; los clasificó, analizó sus excelencias y sus debilidades, de donde resulta
evidente que les dedicó por lo menos tanto tiempo y atención como a los
1a
45 Idem; p. 59. “No perdió el tiempo —dico Pola—, en París” cursó la cátedra de agri-
tación de los artistas, que aún subsiste parcialmente en los países que visitó.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 23
a
cenciado Alas en que resume las impresionas de su visita al poblado llama-
rrú
do Bicetre, antiguo hospital para inválidos de Luis XIII y asilo de mendigos
de Luis XIV, donde funcionaba bajo Luis Felipe una casa de retiro para an-
cianos, una verdadera población de 4,300 almas —dice el propio Ocam-
Po
po—, “a quienes se alimenta, en común, cuyas ropas se lavan en común y
cuyos servicios, en general, se atienden en común”. “Las camas —escribe
don Melchor son 3,127, constan de dos colchones, almohada, dos sábanas,
a
depósito de lienzos: éste es una gran sala cuadrilonga con treinta y ocho
estantes que la llenan toda y contiene ropa por más de 302 mil francos: uno
u
ros, cuatro enormes tinas capaces para 13,000 piezas de ropa; reciben por
una abertura hecha en el fondo, el vapor de una grande caldera…y al lado
1a
de ella, dos salas para planchar con un mecanismo muy sencillo…La coci-
na tiene 24 calderas —apunta Ocampo—, de las que diez y seis están des-
tinadas a cocer diariamente y condimentar 1,800 libras de carne y 2,000
libras de sopa”. Al final, surge en Ocampo la afición lingüística y señala que
el nombre de Bicetre fue derivando, por corrupción del nombre de Juan,
obispo de Vincester, cuya casa de campo fuera esa propiedad en el siglo XV.48
No es muy difícil darse cuenta de cómo se despertó el interés del viajero
michoacano. Desde Saint-Simón, Fourier y Owen, todas las personas de res-
peto en Francia meditaron hondamente sobre la forma de organizar la vida
colectiva, a modo de librar a las masas que se aglomeran en las ciudades,
a
de ellas hizo sobre un suceso ocurrido en París durante los días de su per-
rrú
manencia ahí. “El famoso abate Lamennais —dice en una carta cuyo desti-
natario no se conoce—, que nos quería encajar el embudo por lo ancho
pretendiendo que la autoridad es la única regla de criterio, está ahora en-
Po
causado por cierto mamarracho publicado contra el gobierno (se trató del
escrito titulado “Le Pays et le Gouvernement”). Aquí tiene usted al campeón
de los papas y los concilios, al defensor del Magister dixit convertido en
a
matiére de religion y esta obra tendría entonces la nueva ventaja de ser do-
blemente pesada, pues constaría de ocho tomos, en vez de cuatro que tiene
pr
ahora”.50 Estos comentarios, que han sido un enigma para algunos co-
mentaristas de Ocampo, nos ponen ante la evidencia de que, para situar
1a
49 En los días en que Ocampo llegaba a París, la prensa hacía saber que Víctor Considé-
rant acababa de fundar una sociedad comercial para sostener un falansterio. Véase: Le
Constitutionnel. 3-VII-1840.
50 Obras; tomo III, pp. 79 y 80. La obra estaba a la venta, recién publicada en París.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 25
a
económico de Inglaterra resultó incontrastable; hasta desde un punto de
rrú
vista financiero las principales fuentes de recursos, los suscriptores de los
empréstitos, se encontraron siempre en Inglaterra y en Holanda. Thiers se
convirtió en el símbolo de la época, en la medida en que nunca vaciló para
Po
usar la fuerza militar en la represión del descontento, en cuanto llegaba el
momento de sofocar la inquietad popular en las calles.51
Nacido de una revolución y destinado a perecer en otra, debe reconocer-
a
lugar de la férrea tiranía sobre las conciencias y los cuerpos, cuyo carácter
inquisitorial había sido desesperante durante varias décadas, es extendie-
pr
ron poco a poco las tendencias románticas que aflojaron la dura opresión
ideológica.52
1a
51 Cuando llegó Ocampo, Thiers tenía pocas semanas de ser primer ministro; sucedió a
a
realidad, la segunda mitad del reinado de Luis Felipe fue ya, en forma cre-
rrú
ciente, la época de preparación de las diversas tendencias que brotarían a
la luz en el 48. Resultaría injusto, por el carácter incipiente que el proceso
tenía aún en 1840, pedirle a Ocampo que hubiera anticipado el carácter fi-
Po
nal de la década. Por otro lado, no debe perderse de vista que la actividad
de los “golpistas” como Barbés y Blanqui, que ya habían tenido una seria
intervención en 1830, carente sin embargo, de una actitud y un programa
a
“ateliers nationaux”.55
“En esta época —dice un historiador— todos los teóricos del socialismo
pr
rier había sido profético pero olvidando lo esencial, Pecqueur y Cabet revi-
vían a Babeuf a través del cristianismo, Pierre Leroux buscaba aún la
cuestión social, Considérant y Luis Blanc copiaban a Fourier y a Saint-Si-
món”. “El examen y la condena de los excesos del capitalismo —agrega
poco después— habían sido realizados, en todas sus formas. Se habían
denunciado las infamias de la explotación del hombre por el hombre, y al
prensa. Véase, por ejemplo, el editorial de Le Constitutionnel, 5-VII-1840, respecto a los uto-
pistas y los comunistas, que comenta sobre todo la “abolición de la propiedad y la “organi-
zación del trabajo”.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 27
a
y sus dirigentes apenas se libraron de la condena a muerte, gracias a la
rrú
opinión pública favorable. Aun la propia burguesía francesa sintió en esa
hora que sería necesaria la reglamentación de las condiciones de trabajo y
la organización legal del mismo. Se habló de limitar su duración, por medio
Po
de la ley, y hasta nuestros días se discute aún si el propio gobierno no dio
cierto impulso a los acontecimientos de mayo de 1839. En tanto los diri-
gentes del golpe de mano blanquista se encontraban detenidos en el monte
a
puestos indirectos pasaron en diez años de 560 a 892 millones (de fran-
cos). Los comerciantes sufrían los efectos de una política aduanera cuyos
1a
ses después del regreso de Ocampo, el Siglo XIX (5-I-43) publicó una larga traducción sobre
la propiedad, glosa del ensayo de Proudhon. Por su tono, este comentario, aunque cauteloso,
28 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
de mediados del siglo XIX eran unidades productivas semejantes a Pateo, o
quizá algo más pequeñas. Pero Ocampo no puede ser ubicado, ni siquiera
rrú
en los años anteriores a su actuación pública, desde un punto de vista men-
tal y psicológico, por esta sola circunstancia. En muchos sentidos, el joven
Po
de 26 años que el “Salamandra” transportó a Francia era bastante más que
un hacendado; en otros aspectos, por fortuna, estaba lejos de ser propia-
mente eso.
a
es bien distinto que los editoriales de Le Constitutionnel (5-VII-1840, 24-VII-40) que Ocampo
seguramente leyó en París.
59 Véanse como contraste, la carta que un rico hacendado publicó en varios periódicos,
a
de la casta latifundista que constituían las 10 mil familias propietarias de
rrú
las haciendas. El más destacado rasgo original que se conoce a ciencia cier-
ta de don Melchor, hasta el año do 1840, es el viaje a Veracruz, detenido en
Jalapa, del cual decía a veces que había sido una expedición para “herbori-
Po
zar”; pero que sus familiares, según tradición que recogió Pola, describían
como un intento de alistarse en las fuerzas mexicanas que combatieron en
la llamada “guerra de los pasteles”.60 Tan original como el viaje mismo, fue
a
60 Véase El Filógrafo, 11-II-1838, así como: INAH, doc 17-3-9-18. Liberales ilustres;
p. 59.
61 Obras; tomo III, pp. 583 a 624. Fue reproducido parcialmente en Viajes en México,
a
siguieron actuando, y de acuerdo con la misma tradición, doña Javiera
rrú
guardó amistad con varios de sus dirigentes.64
Las calaveradas que Alas le señalaba a Ocampo en su carta previa a la
“confesión” de fecha 22 de octubre de 1840, puede presumirse que corres-
Po
pondían también al rechazo de don Melchor frente a la perspectiva de una
vida apasible entre las 10 mil familias privilegiadas.65
La vida familiar de Ocampo tuvo ciertos rasgos de aislamiento; en los
a
a
una, multiplicaba las fiestas, mantenía a media docena de viejas molestan-
rrú
do continuamente al director espiritual, hacía que las gabelas espirituales
arruinaran a las pequeñas fortunas y que las “vísperas y misas de soplo y
sorbo” engrosaran a los curas.68
Po
Es evidente, pues, que al llegar a Francia don Melchor llevaba ya dentro
un espíritu liberal bien claro y definido. Sin tener a la vista este anteceden-
te, sus comentarios sobre el abate Lamennais parecerían inopinados. Lo
a
menos que puede decirse, como ya hicimos notar, es que son justos y reve-
eb
apasionado libro “Paroles d’un croyant” y había roto con la autoridad ecle-
siástica. Resulta pues natural que a un observador socarrón como don Mel-
chor, la pirueta ideológica del famoso abate le causara una regocijada
reacción, que dio lugar a sus bromas en la correspondencia citada.70
Se piensa que Juárez y Ocampo conocieron algunas obras de Pedro José
Proudhon en 1854, pues llegaron a Nueva Orleáns hacia el mes de diciem-
bre anterior. Parece ser, aunque no está demostrado, que Ocampo —a quien
acompañó al destierro su hija Josefina— se encontró con Juárez, Arriaga y
José Ma. Mata, en La Habana, en el mes de noviembre. Juárez tenía pasa-
porte para viajar a Europa; del grupo de expulsados, quien ya conocía Nueva
Orleáns era Mata, prisionero de los norteamericanos en 1847 y desterrado
a Nueva Orleáns en su calidad de médico.71 Es muy probable, por lo tanto,
a
que la idea de trasladarse a Estados Unidos partiera de Mata y fuera acogi-
rrú
da por los demás.
De todas maneras, aparte de los libros de Proudhon, esperaba a Ocam-
po una interesante compensación histórica al llegar a Nueva Orleáns. En
Po
efecto, debe recordarse que don Melchor, gobernador al iniciarse el año en
el estado de Michoacán, se había negado a participar en las maniobras po-
líticas contrarias al presidente Arista, en las cuales tomaron parte algunos
a
70 Obras; tomo III, pp. 79 y 80. Lamennais fue bastante leído en México durante esa
década; la prensa liberal publicó traducciones de varias de sus obras (El Siglo XIX; 21-IX-
1861). Ocampo pudo ver la defensa de Lamennais en Le Constitutionnel, 27-XII-1840. Ter-
minó diciendo: “A mis ojos, la familia y la propiedad, íntimamente ligadas a las creencias
morales sin las que nadie vive, son las bases fundamentales de toda sociedad”. Sin embar-
go, el abate estuvo detenido algún tiempo.
71 Diccionario biográfico, p. 895.
72 El 21 de septiembre de 1852, Ceballos puso una carta a Ocampo, en la cual trató de
convencerlo para que cuando menos viera con indiferencia el próximo golpe de Estado.
INAH; cartas personales, doc. 50-C-36-7.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 33
Bautista facilitó a los militares santanistas. “Yo soy —dice en esa misiva
don Melchor— del número de los necios, que se rompen antes que doblarse,
y que se sienten con vocación de mártires, por poco lucrativa y aun estúpi-
da que sea tal vocación”.73 El estado de ánimo de don Melchor, está esplén-
didamente resumido en la carta que el 8 de marzo de 1853 enviara al señor
A. García, donde dijo: “Ser liberal en todo, cuesta trabajo, porque se necesi-
ta el ánimo de ser hombre en todo”.74
Aunque no existieran otras razones para pensarlo, es de creer que un
hombre que habría de tener en 1842 una destacada actuación en defensa
del federalismo, contra la pena de muerte y contra el militarismo, no deja-
ría pasar desapercibida la publicación del libro de Proudhon “¿Qué es la
propiedad?”, ocurrida en 1840, encontrándose ya el michoacano estableci-
a
do en París por algunos meses. Independientemente de la evolución que
rrú
Pedro José Proudhon habría de sufrir en los años siguientes, hasta su muer-
te en 1865; y de importantes cambios y desarrollos de sus ideas que lo ale-
jaron del socialismo durante la revolución alemana, austríaca y francesa de
Po
1848; no puede desconocerse el profundo impacto que causó en 1840 su
genial ensayo sobre la propiedad. “La obra de Proudhon «¿Qué es la propie-
dad?», tiene para la economía política moderna —escribió en 1844 Carlos
a
do?» ha tenido para la política moderna”.75 Para fundar esta opinión, el es-
critor alemán señaló en esa ocasión lo siguiente: “En todos sus desarrollos
u
julio de 1840, y la distribuyó después en París; sin embargo, es posible que no haya sido fá-
cil conocerla en la época en que Ocampo estuvo ahí. Lo que probablemente vio el michoa-
cano fue la publicación parcial del informe de Blanqui que apareció en el Moniteur, el
7-IX-1840. La persecución de la obra de Proudhon tuvo lugar en 1842 y fue lo que la hizo
verdaderamente célebre. Véanse: Correspondencia, tomo VIII, p. 333.
34 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
Para entonces, ya se habían publicado: “De la creación del orden en la huma-
rrú
nidad” (1848), la famosa “Filosofía de la Miseria” (1846), la “Solución del
problema social” (1848) y la “Idea general de la revolución en el Siglo XIX”
(1851), entre otras obras, pues el escritor de Besancon hacía aparecer todos
Po
los años un libro nuevo. El fragmento que Ocampo tradujo en Tampico, el
domingo 19 de abril de 1860, corresponde al “Sistema de las contradiccio-
nes económicas” o “Filosofía de la miseria”, aparecida catorce años antes
a
El fragmento traducido por Ocampo sin duda fue escogido con pene-
tración y conocimiento de los aspectos positivos de Proudhon. Si nos pre-
u
76 El socialismo en México; pp. 270 y 271, contiene una tercera parte de la traducción
hecha por Ocampo. Otra parte del documento puede verse en: INAH, 1a. serie, caja 12, docu-
mento 17-3-3-3. La traducción fue hecha hasta 1860, lo cual apoya la Idea de que Ocampo
no conocía la obra cuando llegó exiliado a Nueva Orleáns.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 35
a
Proudhon estas palabras, que iluminan el interés que el fragmento tuvo
rrú
para Ocampo, es decir, el hombre que más importancia había tenido, diez
meses antes, para dar a la legislación de reforma promulgada por Juárez,
algunos de sus aspectos prácticos más señalados: “Es un espectáculo cu-
Po
rioso el ver a (los) seudoinnovadores que condenan, siguiendo a Rousseau,
monarquía, democracia, propiedad, comunidad, tuyo y mío, monopolio,
salario, policía, impuesto (contribución), lujo, comercio, dinero, en una pa-
a
labra, todo lo que forma la sociedad, y sin lo que la sociedad no puede con-
eb
77 Véase en: G.D.H. Cole; tomo I, pp. 202 y 219, un amplio desarrollo de este punto de
vista. La obra, sin embargo, no penetra en las debilidades del pensamiento prudoniano.
78 El socialismo en México; p. 271. En su correspondencia con Ocampo, Oseguera dice
haberle remitido dos colecciones completas de las obras de Proudhon, una para Juárez y otra
para el michoacano. Oseguera tuvo algunas dificultades para conseguir varias obras del
pensador de Besancon, porque estaban prohibidas en Francia y tuvo que encargarlas a Bél-
gica. Se ignora el destino que tuvieron esos libros. INAH, cartas personales, docs. 50-0-20-11,
42 y 48.
36 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
mayo de 1848. Por un lado, sintió quizá Ocampo que por primera vez el so-
cialismo francés superaba la etapa de elaboración de escritos que preconi-
zan la reforma social presentando una organización ideal, un esquema de
sociedad perfecta, en el cual han sido eliminadas las contradicciones y as-
pectos deleznables de la realidad de la época de Luis Felipe y sus predeceso-
res. No puede ponerse en duda, sin embargo, que tales escritos —y desde
luego, los intentos de Owen, Cabet y los fourieristas por traducirlos en
experimentos concretos— fueron un primer paso inevitable, sobre el cual
habría de apoyarse lo que se llamaba entonces la crítica científica de la eco-
nomía política, tarea ideológica que abrió al socialismo todo un mundo
nuevo de posibilidades, derramadas hacia todas partes.
Ocampo llegó a Europa exactamente en el momento de transición. Su
a
arribo coincidió también con la publicación de los últimos escritos utopis-
rrú
tas importantes: “El Viaje a Icaria” de Etienne Cabet y “De la humanidad”
de Pierre Leroux; no sólo con el primer ensayo de una crítica do la econo-
mía política, calificado así por el propio Marx. Al año siguiente de su vuelta
Po
a México, empezaría, con la “Unión Obrera” de Flora Tristán, la caudalosa
corriente de publicaciones socialistas que nadie podía confundir ya con los
escritos sansimonianos y fourieristas. Nada dice en contra de esto, el hecho
a
de Quinet y las de Cabet, Proudhon, Luis Blanc, etc., me contenté con repe-
tir: «Pues yo no soy propio para transacciones»”.79
Si se revisa la historia de los años —cuatro décadas—. durante los cua-
les predominaron en el socialismo francés las escuelas utopistas, salta de
inmediato a la vista un hecho paradójico, pero en el fondo perfectamente
lógico. Entre los banqueros y propietarios de tierras que ocupaban el poder,
admitiendo en lo esencial la estructura que dio a Francia el bonapartismo,
no sólo no era raro, sino que resultaba muy frecuente encontrar sansimo-
nianos y fourieristas, que entre uno y otros sueños utópicos, participaban
de la práctica política y financiera dentro del régimen de Luis XVIII y de
Carlos X. Aun bajo Luis Felipe, distaba mucho el régimen francés de consti-
tuir un gobierno de todo el tercer estado; las revoluciones de 1830 y 1848
a
ampliaron considerablemente la base del régimen, introduciendo a la bur-
rrú
guesía comercial e industrial, gradualmente, a los escalones del poder. El
hecho de que muchas veces, los recién llegados tuvieran que comprar títu-
los de nobleza, que no engañaban ciertamente a nadie, para poder alternar
Po
con la oleada anterior de “parvenus”, no cambia un ápice de esa situación.
El pueblo en general, participó en varias revoluciones violentas y golpes de
mano, que ampliaron cada vez más la base de sustentación del régimen
a
Napoleón III.80 No debe extrañar que don Melchor haya tomado como ejem-
plo de la línea contraria a las “transacciones”, precisamente a Edgar Qui-
net, cuyo interés por el papel social de las religiones dio a sus obras un
carácter un tanto diverso del socialismo. Debe tenerse en cuenta que en ello
no se versaba un problema ideológico, sino una cuestión de congruencia
política. Quinet se negó a transigir con Napoleón y fue privado por éste de
su cátedra; desde este punto de vista, no fue sorprendente que Quinet to-
mara la pluma, pocos meses después de iniciada la intervención francesa,
para condenar la política de Napoleón respecto a México.81
La tribu del 42
a
Los sucesos ocurridos durante el primer año siguiente al regreso de
rrú
Ocnmpo, después de su viaje a Europa, contenían en germen todo el cua-
dro dentro del cual se habría de desenvolver la labor política de don Mel-
chor a lo largo de los veinte años siguientes. Por esta razón, sin duda, dijo
Po
en alguna ocasión para situarse entre sus contemporáneos, “soy de la tribu
del 42”.
Lo ocurrido en México durante ese año tiene los caracteres de una reno-
a
ria, opacado por la tragedia nacional que sobrevino un lustro más tarde,
con la derrota que padecimos en la guerra de intervención norteamericana.
u
Pero no fue Ocampo, por cierto, la única figura destacada que surgió a la
pr
vida pública en ese año. Bastará recordar las páginas de Prieto —imagina-
tivo y poco veraz en los detalles, exacto sin embargo al describir los am-
bientes y las impresiones perdurables— donde da cuenta de la llegada de
1a
trar el medio, a través de reformas económicas, para satisfacer las justas exigencias del
proletariado, sin lastimar los derechos adquiridos de la clase burguesa” Correspondencia;
tomo VII, p. 356. Proudhon ofreció buscar una fórmula general para ello.
81 La expedición a México; pág, 37. En sus escritos, también Proudhon se manifestó
opuesto a la intervención en México y previo su fracaso, así como el éxito rotundo de Juárez.
Véase Correspondencia; tomo XII, pp. 53 y 133. Du Principe Fédératif, p. 93.
82 Memorias de mis tiempos; pp. 345 a 350.
PRIMERA JORNADA. MÉXICO – TOLUCA 39
a
constituyente de 1847, dando forma al acta de reformas de ese año, de gran
rrú
importancia jurídica. Se unió a Alamán y Gómez Pedraza para organizar la
rebelión de los “polkos” que derribó al régimen de Gómez Farías con una
bandera reaccionaria y antipatriótica, pues la realizó la guardia nacional
Po
requerida para salir a combatir al invasor a Veracruz. Durante algunos me-
ses, fue después ministro de relaciones interiores y exteriores de Herrera,
pero tropezó con muchas dificultades para poner en vigor el tratado de
a
a
Poco antes de morir negoció el tratado con Letcher, ministro americano,
rrú
que rechazó el gobierno yanqui y que, modificado, fue a su vez rechazado
por el congreso mexicano. Disputó a Arista la presidencia en las elecciones
de 1850 y murió poco después, cuando dirigía el Monte de Piedad. Ejerció
Po
una considerable influencia por sus amplias relaciones como dirigente libe-
ral, que utilizó para dar impulso a Otero, Prieto, Lacunza, Ocampo y otros
jóvenes. Su personalidad era fuerte y decidida y, según testigos de la época,
a
tenía una gran objetividad para juzgar las cuestiones políticas y reconocer
eb
todas las limitaciones del partido liberal moderado que Ocampo criticó
con dureza, sin nombrar a Gómez Pedraza. La arraigada creencia de que el
pr
a
inconforme con el centralismo. Al día siguiente de la publicación de la
rrú
convocatoria del congreso, la península se reincorpora por unos meses;
violentada la situación al año siguiente por Santa Anna, Yucatán insistirá
en su separación, una vez fracasado el intento conciliador de don Andrés
Po
Quintana Roo.87
Con su habitual maestría, el presidente provisional maneja un escena-
rio de luces artificiales, proclamas en que abundan las palabras sonoras,
a
los embutes a los amigos (tres meses antes de la sesión inaugural, uno de los
eb
huantepec.
89 México a través de los siglos, tomo IV, pp. 486 y 488.
42 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
dan los diputados del departamento de México, que a través de Espinoza de
rrú
los Monteros rechazan discretamente la advertencia.93
En efecto, militarismo y federalismo serán los dos grandes temas del
congreso, desde un punto de vista político general. En los dos, el recién lle-
Po
gado Ocampo, como si presintiera que la actuación del congreso ha de ser
breve, se apresura a participar.
Los jóvenes liberales están conscientes de la amenaza que representa
a
Santa Anna, el escritor Juan Bautista Morales (que firma artículos cos-
eb
a
años y fue después prácticamente vocero oficial del gobierno de Juárez.
Entre el “Diario Oficial” y la nueva publicación de Cumplido se cambian
rrú
los golpes a partir de la tercera semana de sesiones.95 Para principios de
agosto, las posiciones políticas están claramente definidas: de un lado los
Po
servidores de Santa Anna, del otro el periodismo liberal amenazado, y en
medio una mayoría de “moderados”, cautelosos e indecisos. Dentro de este
marco se sitúa el discurso de Ocampo del día 3, que constituye su primer
a
Santa Anna desea una ley básica centralista; pero Ocampo, con el .gru-
po radical, quiere que la mayoría de los diputados se encuentre en libertad
para recoger y mejorar el espíritu federalista del código de 24.97
Como es sabido, un mes más tarde la comisión presentó al congreso el
proyecto de constitución, junto con un voto particular de tres miembros de
la misma: Espinoza de los Monteros, Otero y Muñoz Ledo, que deseaban
establecer mecanismos de protección contra los atropellos frecuentemente
cometidos en los bienes y las personas de los civiles.98
Muñoz Ledo procedía de una adinerada familia de Guanajuato; muy jo-
ven se hizo abogado y se dedicó a los negocios. En 1848 era senador y de-
fendió el tratado de paz con Estados Unidos; durante la administración de
Arista fue gobernador de su estado, reprimió una rebelión de tendencia
a
santanista y clerical, y se separó del puesto, al caer el Presidente, igual que
rrú
Ocampo y que López Portillo. Para entonces, se le consideraba casi conser-
vador; sus negocios lo ligaron cada vez más a esta tendencia y Miramón lo
hizo ministro de fomento y de relaciones en 1859. Se opuso al tratado
Po
McLane y se separó del gobierno después do la fuga de Zuloaga, no vol-
viendo a intervenir activamente en las cuestiones públicas. Participó en
los intentos iniciales de construir líneas telegráficas, ferrocarriles y obras
a
ciones de las que lograba hacer aceptar por la mayoría. Esta transacción,
que apenas representaba un paso adelante respecto al código vigente los
1a
primeros once años de la República, excedió sin embargo los límites que
estaban dispuestos a tolerar Santa Anna y los clericales.99 Para reunir fuer-
zas en su contra, la cuestión religiosa se hizo el punto central del ataque al
proyecto de constitución. El código de 24 prohibía todo culto de otra reli-
gión que la católica; el “Diario Oficial” promovió el escándalo contra el pro-
yecto de 1842, porque éste sólo prohibía el culto público de otras religiones.
¡Entonces —exclamaron los sectores de la sociedad mexicana que vivían
mentalmente en la época colonial— eso quiere decir que se permitirá el cul-
to privado de otras confesiones religiosas!100 En el acto, bajo la protección
a
cuando sólo sirviere ésto como una protesta contra aquellos”. Con tales
palabras había terminado Ocampo su intervención del 3 de agosto; la del
rrú
10 de octubre, la inicia subrayando las hipócritas alabanzas del sistema
federal que algún miembro de la comisión había entonado en otra ocasión,
Po
sin que ahora le impidieran deformarlo en el proyecto que se estaba votan-
do. Como se había dicho que era absurdo que los estados fueran soberanos,
Ocampo analiza brevemente el significado real de la federación, la determi-
a
nación de las cosas que han de resolver los gobiernos locales y el general. Y
eb
xico y…se han designado como tales el clero, la milicia y el pueblo”. “¿Será
pr
tuir sus intereses?” “No señor —se responde a sí mismo— nosotros no de-
bemos considerar al clero y la milicia como enemigos, sino como a partes
de la nación”. Señaló entonces el orador que había otras clases sociales
cuyos intereses no estaban identificados con la nación. “Personal conozco
—añadió, pensando quizá en sus amigos y conocidos hacendados, cada vez
más prósperos— que se tendrían por deshonrados si se les viera en una
casilla al tiempo de las elecciones. Podría también decirse —agregó— que
hay una clase comerciante con sus intereses particulares, con una grande
influencia, con una especie de fuero: ¿y se sostendrá por esto que el congre-
so de 42 debe ser muy circunspecto, atendiendo de preferencia los intereses
del comercio?”
a
patriotismo que nos inflama a todos no ha conseguido fijar los medios que
mejor convenga al objeto que todos nos proponemos, no debemos atribuirlo
rrú
a miras innobles…La comisión ha sacrificado no sus convicciones, no su
conciencia, como alguno ha dicho, sino sus afectos, su corazón…”.
Po
“En toda transacción —dice este hombre que toda su vida fue enemigo
de ellas, pero tuvo que hacer algunas muy serias— si se sacrifica una parte
es para asegurar el resto…Si ponemos el mando en las clases privilegiadas,
a
do llamar transacción, nosotros somos los solos que ceden y la parte que se
nos deja, nadie asegura que nos sería conservada”. Años más tarde volve-
ría Ocampo, en su célebre discusión con Comonfort, sobre esta cuestión de
u
misión, inspirada por José Fernando Ramírez, que había sido rechazada por
el congreso. El ambiente era contrario a los propósitos de Santa Anna,
1a
a
dido: “Sería una razón de más para no consentir en sus pretensiones.
Entonces es necesario persuadirse de que aún no suena la hora de consti-
rrú
tuir establemente a México. Entonces es necesario resignarse a continuar
esa sangrienta lucha que ha tiempo comenzó la humanidad defendiendo la
Po
libertad contra el despotismo, la igualdad contra los privilegios, la sana
razón contra las preocupaciones. Si México se hallara por desgracia en esta
situación, en vez de pensar en constituirse, sólo debía prepararse de nuevo
a
Ocampo se esfuerza por atraer la atención del congreso hacia los aspec-
tos lamentables que toman a veces los conflictos políticos; señala que los
sistemas de represión y de castigo han variado mucho a lo largo de la histo-
ria. No parece interesarle, sin embargo, la discusión de las ventajas e in-
convenientes, en abstracto, que implica la inclusión de la pena capital en el
derecho penal. Lo que quiere, probablemente, es reforzar los obstáculos que
encontrará la administración militar, consumado el golpe que todos espe-
ran en breve contra el congreso, en caso de desatar la violencia contra las
personas y los intereses de los diputados y los periodistas. “A los seres bas-
tante viles para buscarse un amo, para procurarse un tirano —expresa des-
de la tribuna de la asamblea— déjeseles en buena hora vender su abyección
al que quiera mandarlos, al que no se avergüence de tenerlos por esclavos;
a
pero a los amantes del verdugo, ¡en nombre la humanidad!, quíteseles el
rrú
funesto poder de derramar sangre, lo mismo que se quitan de las manos de
un insensato las armas de que puede hacer tan mal uso…” En efecto, si en
un principio Morales y Cumplido fueron amenazados por la administración
Po
santanista, debe recordarse que al año siguiente, como consecuencia de
una denuncia fabricada, Manuel Gómez Pedraza, Mariano Riva Palacio,
José Ma. Lafragua y Mariano Otero fueron detenidos. Así se realizó la repre-
a
sión violenta que Ocampo invocó ante la agitada asamblea, cuando estaba
eb
a
constitución y a derogar la centralista de 1836, que había estado criticando
rrú
desde su retiro a Manga de Clavo en 1839.110
Una vez consolidado en la presidencia, su problema era librarse de los
liberales reunidos en el congreso, que se empeñaban en modestas reformas
Po
federalistas. Ninguna duda cabía sobre sus intenciones a partir del momen-
to en que dejó la presidencia a Bravo, con Tornel como ministro de la gue-
rra. “El pronunciamiento de Huejotzingo —decía el “Siglo XIX”— no es más
a
a
gobierno en 1843).117 Con el título de “Viaje de un mexicano a Europa”, pu-
rrú
blica también en el “Museo mexicano” (de 1843) parte de las cartas envia-
das desde Europa, entre mayo de 1840 y mediados de 1841, a varios amigos
y familiares;118 además, en marzo de 1843 y en enero de 1845 publica sus
Po
observaciones sobre dos cometas, realizadas en el valle de Maravatío.119
Entre 1839 y 1844 lleva a cabo también una rectificación del curso del río
Lerma y poco después acude a la población de Araró, para investigar las
a
misma publicación, hizo aparecer Ocampo, el mismo año, una nota sobre
los jardines mexicanos antiguos y otra más sobre una planta que tiene un
movimiento espontáneo, que llamó “edísaro girador”, cuya semilla trajo de
Europa.122
También en este lapso preparó el señor Ocampo sus estudios sobre las
lenguas indígenas: el libro llamado “Idiotismos hispano-mexicanos” en-
contrado póstumamente entre sus papeles, la “Bibliografía mexicana” que
apareció en el “Museo Mexicano” en 1843 y 1844; así como la “Consulta a
los estudiosos sobre la lengua mexicana”, recogida por esa publicación en
1843, que sin base ha sido atribuida también a don Mariano Otero.123 De
esta época fue asimismo la proposición enviada por Ocampo a las autori-
dades de Morelia, bajo el título “Proyecto de una grandiosa mejora”, con
fecha 28 de marzo de 1845, cediendo Ocampo una casa de su propiedad
en Maravatío y los seis mil pesos recolectados para ese fin entre los veci-
nos, con objeto de edificar una cárcel penitenciaria de 50 celdas, oficinas
públicas, una escuela y un pequeño hospital. En 1844 reedifica los edifi-
cios de Pateo y publica en el “Ateneo Mexicano” su interesantísimo estu-
a
dio, titulado “Sobre un error que perjudica a la agricultura y a la moralidad
rrú
de los trabajadores” alrededor del cual habremos de extendernos en otra
parte de este trabajo.124
Po
De estos años son también, probablemente, algunos fragmentos litera-
rios y de crítica —si son obra suya—, que se encontraron entre sus papeles,
después de su muerte; un poco anterior es un fragmento de comedia que
a
Pero don Melchor no ha olvidado las cuestiones públicas; sin duda pre-
siente que tendrá aún mucho que ver con ellas, y el 1o. de septiembre del 43
u
escribe al “Siglo XIX” esta carta: “Hablando con un amigo sobre la voluntad
pr
Hay cierto artículo, decía, en las bases de Tacubaya, que ha servido de base a
las bases orgánicas, cuyo tenor obliga al actual presidente a dar cuenta de
sus actos ante el primer congreso constitucional. Ahora, ¿cómo se le podrá
pedir esta cuenta, si continúa en el mismo alto destino? Y si no la dá, o no se
le pide, ¿qué viene a ser la única garantía que le quedaba a la República so-
bre el uso de las facultades amplísimas concedidas en Tacubaya? Meditando
yo en esto, he creído que si no se quiere volver efímera dicha garantía, si lo
prometido se ha de cumplir, es indispensable que se excluya de la presiden-
cia próxima, al que hoy la ejerce…”.126
123 Idem; pp. 89 a 231, 271 a 317 y 318 a 328. INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-8-6-6.
124 Idem; pp. 882 a 386 (tomo II) y tomo I, pp. 110 a 118.
125 Idem; tomo III, pp. 232 a 245, 251 a 256 y tomo II, pp. 315 a 318, 325 y 326.
126 Idem; tomo II, pp. 283 y 284.
52 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
rrú
Po
a
u eb
pr
1a
127 Sin embargo, en carta a Otero de fecha 21-VI-1847, le sugiere juzgar a Santa Anna
Don Justo Sierra relata el paso de Ocampo por Toluca, en su último viaje hacia ese
a
rincón de Michoacán, tierra de purépechas, donde probablemente nació y donde trans-
rrú
currieron, sin duda, buena parte de sus años de infancia y muchos períodos de su ju-
ventud y edad adulta. Los viajeros que salían de México a mediados del siglo XIX, en
su mayoría se movían hacia Morelia sobre lo que fuera, cincuenta años antes, el cami-
Po
no de Hidalgo hacia la capital. Solamente las tropas y los guerrilleros se apartaban
sensiblemente de esa ruta, que es descrita en los testimonios de algunos acompañan-
tes del padre de la patria. En el trayecto que Hidalgo siguió se le agregaron no sólo
a
dos y rábulas sin empleo, sino también gentes provenientes de otros estratos de la
sociedad colonial. Así, se le sumaron algunos letrados que dejarían después el relato
de ese dramático y fabuloso recorrido; inclusive, varios de los prisioneros hechos en el
u
vés de la calzada que ligaba la capital estatal con el pueblo que da nombre al río. Se
recuerda que Hidalgo, enterado de que Trujillo estaba atrincherado al final de esta
calzada, la que había cortado junto al puente, se movió por la orilla de la ciénega,
pasó al lado de Santiago Tianguistengo y amenazó el flanco de los españoles, quienes
se retiraron apresuradamente al monte de las Cruces. Cuando Ocampo pasó en 1861,
las diligencias seguían por la calzada hasta Toluca, y algunas veces, en él mismo día,
continuaban hasta Ixtlahuaca. Degollado y Zaragoza, después de la derrota de Tacu-
baya en abril de 1859, atravesaron directamente por Villa del Carbón, rumbo a la ha-
cienda de Niginí y de ahí para Atlacomulco; un camino mucho más corto, pero que
cruza una sierra bastante áspera, que hoy ya puede hacerse en automóvil. El rumbo
natural lo había dejado marcado desde 1810, la gran marea humana que acompaña-
ba a don Miguel. De Toluca a Ixtlahuaca, sólo se cruza una vez el herma, justamente
donde los españoles trataron de detener a Hidalgo, a medio camino rumbo a la prime-
ra ciudad. Se recordará que la marea los sobrepasó sin combatir en el puente de don
Bernabé, dado lo fácil que era cruzar el río, por lo que fueron a situarse en Lerma.
53
54 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
Docenas de veces, sin duda, pasó don Melchor por esa larga planicie que se ex-
tiende desde Toluca hasta Atlacomulco, y que el viajero moderno puede recorrer con
absoluta facilidad, gracias al ferrocarril de Acámbaro, o bien, a su lado, por algunos
caminos carreteros. En Toluca estaba en 1861, con fuerte influencia en el gobierno
local, don Manuel Alas. Para todos era evidente el grave error que cometía el michoa-
cano al regresar a su rancho de Pomoca, apenas unas semanas después del gran com-
bate de Calpulálpam, en que participaron algo menos de veinte mil hombres, con unos
50 cañones, un poco al norte del camino de Morelia, sobre la ruta que lleva a Queré-
taro. Se lo habían escrito Mata y Manzo, como seguramente se lo dijo todo aquel con
quien habló a partir de la separación del gabinete: volver a Pomoca era un error, una
provocación a los conservadores, casi un suicidio.
Pero la situación económica de Ocampo se había ido deteriorando a lo largo
de dos décadas. Algunos años después de su regreso de Europa, que ocurrió a fines de
a
1841, reconstruyó Pateo, hizo muchas innovaciones, mejoró muchos métodos de cul-
rrú
tivo, y su prestigio como agricultor creció rápidamente. Llamó la atención su labor no
sólo en Michoacán; Lucas Alamán, que encabezaba la junta de industria, andaba en
Po
busca de un director para la nueva escuela de agricultura, en 1845, y el candidato
ideal le pareció Ocampo. Alamán se lo propuso en forma sobria, amistosa y directa;
don Melchor aceptó y redactó un esbozo de programa para la institución educativa
que se le quería encomendar, he llamó el “prólogo” de un libro sobre la agricultura en
a
nuestro país, pero más bien es una disertación interesante, influida en su base por
eb
Rousseau y por Proudhon, sobre la, pequeña agricultura que ha sido el ideal de tantos
pensadores a lo largo de la historia. Algunos conflictos económicos y problemas de
u
linderos y sobre uso de aguas, hicieron a Ocampo fraccionar las tierras heredadas
pr
de doña Francisca Javiera; cuando en 1851 vende Pateo, ya lo había hecho con Buena-
vista; reconstruye entonces su casa en un rincón de la vieja propiedad, que había, sido
llamado “de Tafolla”, y lo bautiza con el nombre de Pomoca, el anagrama del suyo
1a
que haría conocidísimo. Mas las dificultades económicas siguieron; poco antes de par-
tir para el exilio a que lo obligó la dictadura de Santa Anna, se vio en la necesidad de
vender parte de sus libros, en un momento de apuros. Nunca fue el michoacano un
hombre previsor y cauteloso en el uso de sus recursos; basta leer la carta de contrición
que escribió a don Ignacio Alas desde París, para comprender de inmediato que su
naturaleza era de las que se sublevan cuando los medios que el hombre ha creado, se
convierten en fines y lo dominan; sin duda fue siempre reacio a hacer al hombre a la
medida del sábado, contrariando la sentencia bíblica. Manzo, previsor, lo instó a pro-
ceder con cautela, a no hacer público que quiere vender los libros, pues le hace notar
que si no consigue compradores de inmediato, después tendría que malbaratarlos. En
definitiva, consiguió venderlos y por el tono en que se lo comunicó, es de creer que
logró hacer una operación no mala y que debe haber sido un lote de cierta importan-
cia. Pero el hecho indica que el imperio feudal de los Tapia estaba muy reducido en los
últimos años de don Melchor.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 55
Para juzgar estos problemas económicos de Ocampo, debe tenerse en mente que
aquellas grandes propiedades constituían el patrimonio de un grupo de personas,
cuya seguridad y condición social garantizaban. Cualquiera que haya sido la historia
real del nacimiento de Ocampo —hijo de los amores de una rica hacendada con un
insurgente que luchaba al lado de Morelos, fruto silencioso y disimulado de las visitas
del cura párroco a la diligente y enérgica administradora de los bienes familiares,
expósito recogido en la ciudad de México, apenas pasado el susto que dieron los in-
surgentes al llegar a Cuajimalpa—, el hecho es que para el trato público don Melchor
sólo era, entre los varios favorecidos por doña Francisca Javiera, quien quedó encar-
gado de defender, acrecentar y gobernar la heredad familiar, una de la docena de
fracciones en que él valle purépecha había sido distribuido entre españoles. A este
respecto existe el testimonio de Fernando Iglesias Calderón, que si no es importante
para resolver la incógnita del nacimiento de Ocampo, es definitivo para ilustrarnos
a
sobre la posición que el michoacano ocupaba en el grupo social que le dio recursos
rrú
materiales para el desarrollo de su innato genio. Con este grupo que lo rodeaba, Ocam-
po estaba en deuda en 1861; una deuda, si se quiere decirlo así, más que justificada
Po
por las condiciones que atravesaba el país como resultado de la historia de los últimos
años. Sin duda era buena la causa a la que Ocampo había hecho ese sacrificio, como
eran altas y desinteresadas sus intenciones. Pero el hecho estaba ahí; las bancarrotas
económicas no esperan y suelen tomar un ritmo acelerado en sus últimos momentos.
a
En 1859 Ocampo había escrito que Pomoca no reconocía deudas; sin embargo, des-
eb
despreciable en una época en que las propiedades rurales, por falta de infraestructura
pr
pero se aprecia a leguas, que hacía falta la mano de don Melchor. Sus cabalgaduras,
como pasa en general a los propietarios rurales, necesitaban el ojo del amo para
engordar.
Ocampo no había estado en Pomoca desde que en enero de 1858 recibió ahí el
llamado de Juárez para incorporarse al gobierno, más de tres años antes. El camino
que seguía hacia su finca, a través de la extensa planicie, sobre la cual el río describe
un serpenteo, deja ver a lo lejos, de ambos lados, grupos de cerros que casi son mon-
tañas. Desde otro punto de vista, el viajero se mueve también sobre el lecho de un
gran río cultural, entre dos vertientes muy semejantes en apariencia. Los montes de la
derecha están ocupados por otomíes y mazahuas; pero del lado poniente los habitan-
tes son, aunque muy parecidos, de una rama más francamente mazahua. Estos indios
mazahuas hablan una lengua que juzgan los otomíes corrompida, pero semejante a la
suya propia. A lo largo de toda la extensa planicie, las poblaciones más importantes
a
llevan nombres aztecas; empezando por Almoloya (“lugar do fundes”) y por Ixtlahua-
rrú
ca, que significa precisamente “en la llanura”. Así sucede también con Jiquipilco (“lugar
de bolsas”), Tepexpan (“sobre peñascos”), Jocotitlán (“entre ciruelos”), Atlacomulco
Po
(“en los pozos”), hasta llegar a Acambay, sobre una segunda planicie, nombre que se
presume ya tarasco y significa “magueyal”.
A los lados del valle, sin embargo, los nombres de las poblaciones son, al ponien-
te, casi todos mazahuas, al oriente, unos mazahuas y otros otamíes. Pero muchos de
a
ellos llevan un nombre náhuatl, y sin embargo, se habla en ellos mazahua; o bien lle-
eb
van nombre otomí, pero se habla mazahua. Almoloya, por ejemplo, es nombre propio
mexicano, sin embargo, la población en la época de Ocampo hablaba mazahua. En
u
Jocotitlán, pasaba lo mismo; muchos poblados tienen, por ello, nombres otomíes
pr
que “hablan mal”; sugiere un pasado de mayor prosperidad y preeminencia otomí, que
vino a ser quebrantado por el predominio azteca. Humboldt sostuvo que en realidad
fueron los españoles quienes llevaron población azteca para subyugar a los habitan-
tes originales, después de la conquista. A juzgar solamente por los nombres, resulta
un poco difícil creerlo; pues algunas de las poblaciones cercanas figuran en las listas
de tributarios del imperio azteca.
Si en los distritos de Lerma y de Tenango, como ya señalamos, la supremacía az-
teca es evidente, al grado de que los afloramientos de idiomas más primitivos son
aislados y se refieren sobre todo a accidentes geográficos (a lomas, barrancas, arro-
yos, etc.), en los alrededores de Ixtlahuaca, el substrátum anterior es evidente y cubre
toda la nomenclatura de poblados. Para don Melchor, estos hechos, que aún hoy día
puede notar el menos observador, no pasaron desapercibidos, sin duda alguna. Si a
ellos se agrega la superposición de nombres castellanos; de tal modo que un Santiago
se une a Citendejé, un San José a Pathé, o un San Francisco a Chehé, se tiene a la vista
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 57
una vasta geografía humana, una geología toponímica, que revela un mosaico de cul-
turas, lenguas indígenas, razas, influencias, que subsisten en parte, se desmoronan,
afloran aquí y allá, desaparecen en ciertas áreas y predominan en otras.
Dentro de este cuadro material, por enésima vez, va moviéndose Ocampo, des-
pués de su renuncia, rumbo a la vieja heredad de los Tapia.
Don Melchor conocía también, aunque no haya escrito nada sobre ello, cómo eran
en sus días esas aldeas indígenas, que cultivaban maíz, frijol y chile, cuidaban unas
cuantas ovejas y los poco abundantes magueyes. Si bien en la planicie se formaron,
durante los años de desarrollo latifundista, grandes haciendas, en lo alto de los cerros
las comunidades indígenas comparten la tierra. A ella tienen derecho todos los adul-
tos, en cuanto tienen familia que mantener.
Las poblaciones de origen tarasco, a lo largo del camino de Ixtlahuaca a Pomoca,
no aparecen hasta que se inicia el descenso hacia el valle de Maravatío. Tepetongo
a
(“cerro con bosque”) es todavía un nombre mexicano, como han sido hasta aquí, des-
rrú
de Toluca, los de la mayor parte de las poblaciones de los valles. Lo rodean Ixtapa
(“sobre la sal”), Contepec (que sería “sitio de ollas”) y Tepuxtepec (“lugar donde hay
cobre”). Algunos nombres son tan castizos como Tenoxticlán o Coajomulco (“tras el
Po
agua buena”). No se hace sino penetrar a la prolongación del valle que el río Lerma
bordea por el norte, y aparecen los nombres propios distintamente tarascos, como son
Ziritzícuaro (“sitio de mezquites”), Tupátaro (“sitio de tules”), Tarímbaro (de etimolo-
a
Todas las etimologías de esta naturaleza, por autorizada que sea su fuente, es
necesario tomarlas con precaución. A nadie debe sorprender que otros eruditos en-
u
cuentren más adecuado que Coajomulco signifique “rinconada con culebras”, que
pr
Cuando el viajero llega a la orilla del Lerma —que desde La Jordana se aparta ha-
cia el norte, y que regresa al fin atrás de Pateo—, sólo ha caminado unos veinte kiló-
metros en esa nueva tierra purépecha. Por lo tanto, la región natal de Ocampo es una
frontera donde confluyen, como salta a la vista, por lo menos cuatro leguas, aparte
del español. Y se trata de lenguas tan distintas que quien sólo habla una de ellas, no
entiende prácticamente nada de las demás, con excepción de alguna que otra palabra
mazahua muy semejante a su equivalente otomí. Trátase, luego, de un pequeño crisol
de razas, de lenguas y de culturas.
a
de la reconstrucción del sistema federal; se trata de un amplio movimiento
rrú
político que llevará de nuevo a los liberales “puros” al poder y producirá, en
varias etapas, las instituciones con las que habrá de vivir el México moder-
no, hasta nuestros días, con la sola interrupción de la última dictadura de
Po
Santa Anna.
La otra cuestión que turba el horizonte y ennegrece las perspectivas de
la nación, justo cuando Ocampo llega a Morelia como gobernador, es una
a
teamericanos, había dejado las relaciones de nuestro país con los Estados
Unidos abiertas a futuros conflictos. Meses antes de la restauración del fe-
u
1 Obras; t. I, p. 302.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 59
a
desembarcar en Veracruz, según ya dijimos, los liberales moderados, enca-
rrú
bezados por Gómez Pedraza y Otero, se unieron con Alamán y los conserva-
dores, para provocar la rebelión de la guardia nacional, en la ciudad de
México, conocida como “revolución de los polkos”, que arrastró a un buen
Po
número de liberales, la mayor parte de los cuales reconoció después este
“pecado de juventud”.3 El motivo de la sublevación, como es bien sabido,
fue la ley de 11 de enero de 1847, dictada por Gómez Farías para disponer
a
de los bienes de “manos muertas”, una forma de contar con fondos para la
eb
ría. Son los meses de junio y julio de 1846, cuando vuelve a Pateo, con el
propósito de arrendar su finca para estar en condiciones de moverse con li-
1a
a
quicos, fue perseguido y conspiró contra el gobierno, que lo obligó a
rrú
ocultarse. Al triunfar la revolución de Ayutla, de acuerdo con el gobernador
de San Luis y con la guarnición de México, proclamó un plan semejante
al de “la ciudadela”. Era amigo de Comonfort y ello facilitó los convenios
Po
de Lagos, en que tanto él como Doblado reconocieron la autoridad de Álva-
rez momentáneamente. Comprometido en el levantamiento de Zacapoaxtla,
fue preso en México, pero se fugó cuando se le deportaba. Perdida la batalla
a
del mes siguiente, con carácter de interino;6 unos días antes de que Taylor
ocupe Monterrey y, también, de que Juárez sea designado gobernador de
Oaxaca. Como gobernador, Ocampo demostró su acostumbrada laboriosi-
dad y un gran espíritu de iniciativa. A las seis semanas de encontrarse en
Morelia, crea la dirección de agricultura del Estado;7 a fines del año, apro-
vechando el cambio hacia el federalismo, propone modificaciones en el ré-
gimen fiscal para beneficiar al gobierno local;8 en enero de 47, mientras los
“polkos” se preparan para tirar a Farías, reabre el colegio de San Nicolás.9
6 INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-7-15. Valadés; pp. 71 y 72.
7 Romero Flores, p. 99.
8 Archivo Gómez Farías; doc. 2127.
9 Historia del Colegio; pp. 206 y 208.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 61
a
hacer la paz con Norteamérica en un día cualquiera y con cualquier sacrifi-
rrú
cio, porque preveía que al día siguiente la necesidad sería la misma y el
sacrificio mayor”. “Pero hoy —continuaba— ya no es el momento de tran-
sar; hoy ya no hay convenio posible. Dueño el enemigo de dos tercios de
Po
nuestro territorio, posesionado de nuestras costas y en marcha para la ca-
pital, si no lo resistimos tendremos que sujetarnos a su ley de vencedor…y,
¡qué vencedor, Dios mío! Norteamérica se distingue…por su grosero cinis-
a
de la misma escoria…”.12
El gobierno del presidente interino, don Pedro Ma. Anaya, realizó una
u
consulta nacional, en abril de 1847, para decidir el rumbo que debería dar-
se a la lucha contra el invasor.13 Ocampo ya había señalado públicamente
pr
nal, dijo a los habitantes del Estado: “Hoy que se ha difundido la saludable
persuasión de que el ejército no es más que aquella parte del pueblo que se
ha armado para sostener los derechos de la comunidad…debemos auxi-
liarlo con hombres y recursos, y en abundancia, porque somos nosotros
mismos los que combatimos en la frontera”.14 Por otro lado, en el manifies-
to de principios de abril que ya citamos, decía al clero: “¡Sacerdotes del Al-
tísimo! Representantes de él sobre la tierra! ¿No es cierto que debemos
defender nuestras creencias y nuestras imágenes tutelares?…Decidlo así a
a
tía para el pago puntual de tal demanda…conservar intervenidos todos
rrú
nuestros puertos. Ahora bien; todo esto para México significaría perder
hasta la esperanza de satisfacer su enorme deuda nacional…sería en una
palabra, volvernos a una condición peor que la de los mismos esclavos…
Po
porque esos, al menos, sólo dan a sus amos el producto de su trabajo, mien-
tras nosotros les daríamos el del nuestro y el de nuestras propiedades”17
Ocampo se dirigía al congreso local inmediatamente después de la bata-
a
lla de Cerro Gordo, y, por lo tanto, antes del ascenso de los invasores al
eb
masas, que se den batallas y que así se pueda destruir un ejército compac-
to, bien disciplinado y mejor asistido…” “Hagamos pues la guerra —conti-
núa diciendo—; pero del único modo que nos es posible. Organicemos un
sistema de guerrillas, ya que no las ha formado el entusiasmo popular…
abandonaremos nuestras grandes ciudades salvando en los montes lo que
de ellas pueda sacarse…” Admitía don Melchor que no era posible incen-
diar la capital al abandonarla, pero creía que al menos, podría repetirse la
resistencia que el pueblo español opuso a Napoleón, y que contribuyó en
forma importante al derrumbe de éste.18
a
revolución, que consideraban también que la lucha exterior había llegado a
rrú
su término, gritaban a voz en cuello, pero con punible mala fe «¡guerra!
¡guerra sin tregua!» Y por último, los hombres sensatos y amantes sinceros
de su patria, computando los inconvenientes de la paz y los peligros de la
Po
guerra, veían con imparcialidad y desinterés los sacrificios que una y otra
exigían de la nación, y después de profundas y amargas reflexiones, consi-
deraban preferible que México sucumbiera a la fuerza, antes que consentir
a
en una paz oprobiosa; paz firmada en las más terribles circunstancias, que
eb
a
porque no se habían dado las condiciones que Ocampo consideraba indis-
rrú
pensable para sostenerla. Con tal de impedir las medidas reformistas de
Gómez Farías, los liberales moderados y los conservadores se unieron rápi-
damente al ejército, para entregar el poder a Santa Anna, quien abandonó
Po
la lucha contra el invasor para venir a la ciudad de México a apoderarse
de la presidencia, violando sus compromisos con los liberales “puros”.25 A
través pues, de un “pronunciamiento” más, el ejército renunció a su papel
a
Toda la situación nacional daba así, una vuelta completa hacia atrás.26
Pero eso no es todo. En una situación tan crítica, se unieron los esfuer-
u
chos futuros dirigentes del partido conservador: entre ellos Osollo, Miramón,
Márquez, Robles Pezuela, que eran militares, y otros que eran civiles, como
1a
a
ses desencadenaron un sinnúmero de fuerzas populares, que de otro modo
rrú
habrían sido contenidas por la burocracia, el ejército y los aristócratas, y
sujetadas con firme mano. La reacción en contra de los afrancesados fue
abrumadora y colocó al invasor extranjero en una situación desesperada.
Po
En ese movimiento participaron elementos conservadores y aun reaccio-
narios; el clero mismo tomó parte en el esfuerzo nacional, en interés de su
propia conservación, y contribuyó a avivar el entusiasmo patriótico, que
a
a
antes de la caída de éste. Santa Anna lo desterró a Tequisquiapan, donde
rrú
coincidió con Manzo; después fue movilizado a Cadereyta y Tehuacán. Re-
gresó a la capital en agosto de 1855 y fue ministro de hacienda de Álvarez,
a proposición de Ocampo. Tuvo importante participación en las labores del
Po
congreso constituyente, al año siguiente. Se unió a Juárez en Guanajuato y
lo acompañó hasta Veracruz, pero se separó del gobierno algún tiempo, por
su mala salud. Al ser ocupada la ciudad de México fue de nuevo ministro de
a
tasea sin medida sobre los hechos reales, aunque puede tenérsele confianza
en las cuestiones generales. Como hombre público, estaba habituado a vivir
del presupuesto y se comprometió en empresas aventuradas, varias veces,
por sus relaciones personales. Trató prácticamente a todos los hombres des-
tacados del siglo XIX y dejó de ellos expresivos y agudos retratos literarios.
La suerte del país está decidida para entonces. El 2 de febrero tienen
listo el tratado los comisionados mexicanos Couto, Cuevas y Atristain, y el
10 de marzo lo aprueba rápidamente el senado yanqui. El día 13 de este
mes renuncia don Melchor a la gubernatura, explicando a la legislatura local
que habiendo sido totalmente opuesto a la suspensión de las hostilidades,
a
Herrera por algunos meses, en el año de 1845. Designado por el Presidente,
rrú
participó en las conversaciones con los yanquis en la casa de Alfaro, ne-
goció al año siguiente el tratado y escribió una amplia defensa de su ac-
tuación, ya muy combatida por los liberales “puros”: Santa Anna le dio la
Po
orden de Guadalupe y se definió, cada vez más, como conservador. A pesar
de ser diputado, no acudió al constituyente de 56, aplaudió a los empleados
que se negaron a jurar la carta, y atacó violentamente las leyes Juárez y
a
32 1803-1862.
33 1799-1867.
68 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
de expresión en las juntas provinciales. Se ha discutido, como el lector
rrú
sabe, si éste fue o no un movimiento revolucionario, pero basta leer algu-
nas de las proclamas dirigidas a la población por las juntas, para encontrar
la evidencia de un empuje renovador, de una clara decisión de sustituir el
Po
viejo sistema tradicionalmente aplicado por los Borbones. De otro modo,
además, resultaría inexplicable no sólo el llamamiento a las cortes de Cádiz,
sino, sobre todo, el carácter mismo de la constitución de 1812. Este docu-
a
a
carta del jalisciense. “Respecto al artículo 16 —dijo en ella a Ocampo—, se
rrú
presentó luego el temor de que, verificado el armisticio, fuera violado por
algunas fuerzas pronunciadas, y los americanos presentaron luego un
artículo para que en ese caso cualquiera de las dos partes quedara autori-
Po
zada para destruirlas y tratarlas conforme al derecho de la guerra. Las ins-
trucciones del gobierno eran muy terminantes y prevenían que nada se
estipulara sobre ese punto y en ese sentido trabajamos; pero inútilmente,
a
a
En su carta del 8 de abril de 1848, Otero examina las razones de Ocam-
rrú
po para separarse de la gubernatura de Michoacán. “La paz —le dice— en
ninguna manera ponía a usted en el compromiso de dejar el puesto; porque
usted no tenía la menor responsabilidad de ese desenlace. En un ministro,
Po
en un funcionario del gobierno general tal consecuencia de principios hu-
bieran sido un deber inexcusable de conciencia y decoro. En el gobernador
de un estado que no tiene sobre los negocios generales más que el derecho de
a
38 Véase la carta de Ocampo a Peña y Peña en Monitor, 2-X-47, Núm. 874, donde expli-
ca los hechos. Sobre la reunión de gobernadores, véase: Monitor, 24-XI-47. Núm. 927, Otros
gobernadores tomaron una actitud semejante a la de Ocampo. Monitor, 26-XI-47 Núm. 937.
39 Sobre la posición general de los liberales “puros”, véase el programa de los dipu-
tados de este grupo, en Monitor; 23-XII-47, Núm. 956, donde también se discute la actitud
de Otero.
40 Otero; t. II, pp. 597 a 600.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 71
a
sospecho con usted que, si de ellos, alguno afecta o hace circular estas
ideas, es más bien con el objeto de distraer la atención de los manejos más
rrú
inmediatos, y con el de hacer después alguna concesión o un eminente
servicio, librándonos de un monarca, y reduciéndonos a rebaño de una ri-
Po
dícula oligarquía…Temo sin embargo, que el país no mejore pronto. La In-
teligencia está tan sin fuerzas, tan diluida, perdone usted la expresión, en
el océano de opiniones distintas, que no puede por sí tener grande influjo;
a
yor, la de las masas, sólo existe en potencia por falta (de) convicciones,
único resorte que la pondría en acto; debe decirse lo mismo de la riqueza: la
que está en numerario, que es la poderosa para la acción, se halla en las
u
les razones por las cuales consideraba insensata la guerra con los Estados
Unidos, aun cuando, paradójicamente, resultó de los últimos en aceptar el
1a
tratado de paz.
En momentos tan aciagos, hasta estos corresponsales eminentes tuvie-
ron desfallecimientos o, por lo menos, dudas sobre la oportunidad y posibi-
lidad de que el país encontrara su rumbo. “Yo voy perdiendo mis creencias
—escribe Ocampo a mediados de marzo—, no en la parte ideológica, que
me presenta la evidencia de un principio y la naturalidad de sus conse-
cuencias, sino en la parte práctica de nuestra situación, en la aplicación
de aquellos. De veras, no comprendo lo que somos, ni a dónde vamos, ni de
qué modo podríamos ir a donde mi razón me dice que debemos dirigirnos”.42
Es evidente que Otero abundaba en las mismas negras ideas y senti-
mientos, porque dos meses más tarde, don Melchor le escribe: “Debe usted
levantar su ánimo abatido por la adversidad, y por grande y justo que sea el
sentimiento que le ha causado su nueva desgracia, debe pensar en la Repú-
blica; en que ella necesita de aquellos de sus hijos que nos le hemos mante-
nido fieles y en que si la vida es un fardo y deseamos tirarlo, que al menos
sea después de haber agotado nuestros esfuerzos en aplastar bajo de él a
los enemigos de México…”.43
Según se deduce de la correspondencia, Otero fue invitado por campo a
participar en el movimiento liberal que restableció el federalismo. Sin em-
bargo, tuvo escrúpulos de carácter legal y moral que hicieron retroceder a
Ocampo. El 30 de octubre, semanas después de haber tomado posesión
como gobernador y apenas dos meses más tarde del regreso de Santa Anna
al país, cuando se está cocinando el acuerdo con éste que llevará a Gómez
a
Farías a la presidencia, y cuando ya se han perdido las primeras batallas
rrú
ante los norteamericanos, le envía una misiva en estos términos: “Estoy
muy conforme con la resolución de ustedes porque sus razones me conven-
cen, y confieso que me había cegado la conveniencia, y que la excentricidad
Po
y plan de la Ciudadela deben restringirse lo más posible. Agradezco a uste-
des muchísimo el miramiento con que se han dignado tratarme con esta
negativa, y agradezco la negativa misma, porque nos conserva en la vía de
a
cinado hasta el punto de pedir cosa desarreglada; pero pido a ustedes que
me lo perdonen, porque al pedirlo no lo creía así…”.44 En particular, Otero
u
a
será una nación grande…”.46 Ocampo reflexionó ampliamente, en esta carta,
rrú
sobre los peligros que para nuestro país representaban, en aquellos días,
Europa y los Estados Unidos. Acaba por conceder más seriedad, desde lue-
go a este último riesgo.
Po
Siguieron, como es bien sabido, las últimas dos batallas que dejaron al
país completamente inerme, desde el punto de vista militar. Fue entonces
un momento de grandes decisiones; Ocampo, al saber el derrumbe de Santa
a
46 Idem; p. 28.
47 Sobre el préstamo, véase el Monitor, 12-III-48, que hace referencia al periódico de
Morelia El Ingenuo, 5-III-48.
74 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
sus escritos se manifestó nacionalista, enemigo de las supervivencias colo-
rrú
niales, de los abusos del clero y del ejército. Propugó por la libertad política
y comercial, y fue partidario de una enseñanza popular y científica. Fue
designado gobernador de Jalisco al iniciarse el régimen de Álvarez; chocó
Po
con Comonfort, se retiró de Jalisco y acudió al constituyente, después de un
sonado incidente con dos cónsules extranjeros. Presidió el congreso duran-
te el debate de la libertad religiosa y elaboró la ley electoral. Volvió de go-
a
Juárez; apoyó también a Doblado por la toma de una conducta con fondos y
fue destituido por el Presidente, a propuesta de Ocampo, por ambas cues-
tiones, pues el partido liberal, en masa, rechazó su plan. Salió a batir a
Márquez, pocos días después del asesinato de Ocampo, y fue apresado y
fusilado. Sus propósitos fueron siempre inmejorables; pero perdía la cabe-
za en cuestiones políticas, por el apasionamiento con que participaba y por
el encono de los ataques de que era objeto.
Otero tenía incuestionable razón, desde un punto de vista estrictamen-
te formal y legal, al decir a Ocampo que no tenía por qué separarse del go-
bierno de Michoacán. Sin embargo, la posición de Ocampo fue muy distinta
desde un punto de vista político. Otero no podía concebir otro modo de con-
ducir la guerra que a través de lo que llamaba “la unidad nacional”; bien
que hubiera guerrillas, siempre que obedecieran las instrucciones y siguie-
ran los planes marcados desde el centro, donde el grupo de liberales mode-
rados, del que formaba parte el propio Otero, señalaran el rumbo y
condujeran la guerra. Por eso, una acción como la de Gómez Farías en ene-
ro de 47, encaminada a secularizar los bienes eclesiásticos para financiar
las necesidades del ejército, le parece una provocación inaceptable, hasta el
punto de unirse a los oficiales de Santa Anna y tomar físicamente las ar-
mas, bajo la dirección de Alamán, para poner fin —aunque al principio se
negara a reconocerlo— al gobierno del gran reformista. Otero razonaba
dentro de la vieja tradición de la política española, en que se pronunciaban
a
grandes discursos en las cortes, pero se tenía miedo al pueblo y temor a
rrú
toda acción independiente e “indisciplinada” de las masas, a quienes se
supone torpes e incapaces de encontrar por sí mismas su camino. El punto
de vista de Ocampo es muy distinto; son los liberales “puros”, que vienen
Po
reclamando desde hace quince años la reforma de la sociedad colonial, que
quieren una educación moderna, un país sin órdenes monásticas, sin cape-
llanías ni legados de obras pías, abierto al comercio, pero cuidadoso de sus
a
por otra rebelión militar, como lo habían sido, hasta entonces, todos los
que se había dado el país por elecciones. Cuando se hace la selección del
presidente en Querétaro, en octubre de 47, por el sistema indirecto que en-
tonces se usaba, obtuvo el voto del estado de México para ocupar ese cargo.52
En diciembre de 1846 había obtenido 8 de los 20 votos electorales para
ocupar la vicepresidencia.
a
—don Melchor fue pertinaz inconforme— por el tratado de paz y por toda la
rrú
política de las clases dirigentes durante la guerra del 47.
En México, reanudó entre otras cosas la amistad con Otero, a quien ha-
bía conocido en el congreso constituyente de 1842, cuya descripción pinto-
Po
resca por don Guillermo Prieto ya la mencionamos.53 La situación de
Ocampo en el senado no fue tampoco fácil; en la correspondencia con Otero
se percibe el eco de algunas incompatibilidades con los otros senadores.54
a
Varias veces quiso retirarse, pero tal vez durante algún tiempo no le fuera
eb
52 Monitor; 24-X-1847, Núm. 896. México a través de los siglos; t. IV, p. 601.
53 Memoria de mis tiempos; pp. 346 a 350.
54 Cartas a Mariano Otero; p. 56.
55 Idem, p. 52.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 77
liares y amistosos para recomendar a los amigos que debían creerme since-
ro, no me eligiesen. Nada conseguí; después supe que muchos decían:
«nombrémoslo, que ya nombrado no se atreverá a no servir». Así fue, serví
lo menos que pude, pidiendo sucesivas y largas licencias. Tenía entonces,
entre otros motivos, la razón muy poderosa, de no saber qué hacer, y así lo
expliqué a varios amigos”.56 Uno de estos amigos fue Otero, a quien escri-
bió el 18 de diciembre de 1848: “El senado me denegó una petición bien
justa —no quería permanecer don Melchor en la comisión de industria y
hacienda, sintiéndose humillado por sus compañeros—, y no es éste ni el
único ni el mayor de los motivos que tengo para no volver, aunque en otras
circunstancias bastaría. El principal es que no sé qué haría, ya no puedo ser
ministerial desde que el gobierno ha protegido a Paredes contra la nación y
a
la razón, y cuando cada día me disgusta más su marcha. No puedo volver-
rrú
me a ser de la oposición, porque creo que consolidar un gobierno cualquier,
y éste más que otros, es la primera necesidad del país…”.
Se sabe que Ocampo propuso en el senado la adopción del sistema
Po
métrico,57 un año después de incorporarse a la cámara; con lo cual se ade-
lantó 9 años al gobierno de Comonfort y 13 años a Juárez e Ignacio Ramírez,
que lo restablecieron definitivamente en 1861. Por esos días, el prestigio
a
Pedraza y uno por Ocampo.58 Herrera lo atraía, por su honestidad y sus vir-
tudes cívicas; “varón de Plutarco” lo llamaría después Sierra.59
1a
a
zas y recursos gubernamentales para dar una nueva organización al país.
rrú
En su época fue cuando surgió la idea de la secretaría de fomento, que ya
tenía algunos antecedentes, y que fue muy criticada por Ocampo, quien la
llamaba “secretaría de la felicidad”.
Po
Como gobernante, sin embargo, Herrera se enfrentó en 1848 a una si-
tuación económica y financiera desastrosa. Pudo cumplir íntegramente su
período constitucional, en gran parte, por el prestigio nacional que había
a
a
El paso de Melchor Ocampo por la secretaría de hacienda también fue
breve. Lo designó Herrera el 1o. de marzo de 1850 y renunció el 14 de mayo
rrú
siguiente, después de otro intento de irse que fue rechazado por el Presi-
dente. La razón ostensible de su renuncia fue la introducción de una cierta
Po
cantidad de cereales al país, libres de impuestos, contra la opinión de la
secretaría.63 Sin embargo, el verdadero problema que Ocampo tuvo que
afrontar fue la cuestión de la deuda pública, que se encontraba en una si-
a
a
veían periódicamente incrementados por las guerras exteriores; de estas
rrú
últimas, contando la separación de Texas, había habido a partir de la inde-
pendencia dos con Norteamérica, una con Francia y una expedición hostil
de España. Como veremos en seguida, hacia 1850 ni las más estrictas eco-
Po
nomías podían permitir nivelar los ingresos ordinarios con los gastos co-
munes, aun excluyendo de éstos el pago de la deuda interior y exterior.69 La
bancarrota se volvía, por ello, cada vez más evidente; la indemnización
a
erario por un período de cinco años, sin que la deuda dejara de crecer.70
Como las rentas no alcanzaban para pagar los gastos, cada nuevo gobierno
u
pedía prestada una nueva suma, con intereses y descuentos más o menos
altos, según las circunstancias del momento y la honestidad de la adminis-
pr
tración en turno.
“En los más grandes apuros —dijo Manuel Payno al respecto, se ha en-
1a
a
para cuyo pago se asignaron nuevas rentas aduanales y otros ingresos se
rrú
fueron también separando para ciertos acreedores. “Los títulos que acredi-
tan las deudas del erario —decía el propio Payno— consistían y consisten
todavía, en escrituras de fechas antiquísimas, en simples órdenes expedi-
Po
das por los diversos ministros de hacienda, en certificados librados por las
oficinas de la federación, y en bonos expedidos por la tesorería; pero, ha-
blando en general, la deuda interior no ha tenido contabilidad ni orden en
a
consecuencias fatales para el erario, que ha pedido prestado sin saber, con
qué pagar, y ha pagado muchas veces sin previa liquidación y aún sin
u
ban ni siquiera justificados. Una situación así tenía que llevar, sin remedio,
al crecimiento constante y acelerado de la deuda pública, que llegó a repre-
sentar una suma equivalente a 30 veces los ingresos anuales disponibles
para los gastos de la administración, en la época en que Ocampo fue nom-
brado ministro. Y ello, a pesar de que durante muchos años se había dedi-
cado gran parte de las rentas a los acreedores del erario.74
La situación era perfectamente comprendida desde entonces. Hombres
como José Ignacio Esteva —que había sido ministro de hacienda varias ve-
ces a lo largo de treinta años—, Riva Palacio, Iturbe, Arrangoiz, Elorriaga,
Pina y Cuevas, y entre los más jóvenes Payno, Ocampo y Prieto, conocían al
dedillo el mecanismo que había llevado a esta condición, Como una de sus
causas era la anarquía y la inmoralidad, todos estaban de acuerdo en la
necesidad de poner en orden las finanzas.75 A ello se oponían principalmen-
te dos tendencias; por una parte, el hecho de que todo mundo intervenía en
el manejo de los fondos, pues la suprema corte ordenaba pagos, las dos cá-
maras hacían lo propio, y cuando el presidente y los funcionarios no eran
honestos, prevalecían sus intereses también.76 Por otro lado, no podían to-
carse, como veremos a continuación, los dos grandes sectores privilegia-
dos, que consumían una gran parte de las rentas de la nación: el clero y el
ejército.
El contacto de Ocampo con esta parte de la situación nacional, tuvo un
efecto muy notable para radicalizar su pensamiento y para acelerar su in-
a
corporación a las grandes luchas políticas de la década que se iniciaba.
rrú
Todavía cuando era miembro del senado, según vimos, escribía a Otero ma-
nifestándose desilusionado del servicio público y con poca voluntad para
reincorporarse de lleno a las contiendas políticas.77 Después de su breve,
Po
pero aleccionadora gestión en el ministerio de hacienda, Ocampo sufrió
una evolución muy marcada. El liberal que tantos amigos y relaciones te-
nía entre los moderados, y que se consideraba, según él mismo dijo en
a
su sinceridad política por haberlo hecho así, sabiendo que sus intereses
pr
75 Memoria de hacienda (1870); pp. 311, 313, 317, 318 y 319.
76 Idem; pp. 317, 319 y 322.
77 Carta a Mañano Otero; p. 52.
78 Obras; t. II, p. 84.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 83
a
no, principiaremos estableciendo algunas referencias cuantitativas sobre la
rrú
situación, cuyos caracteres generales ya mencionamos, al principiar el año
económico de 1849-50, al cual corresponde esa actuación.
Francisco Iturbe fue ministro de hacienda sólo durante una semana, a
Po
fines de 1849;80 sin embargo, con apoyo evidente en los datos reunidos por
sus predecesores, Iturbe tuvo tiempo de enviar al congreso, el 3 de noviem-
bre, una iniciativa en que manifestaba que no existía otro recurso a que
a
acudir, para cubrir el déficit, que disponer de los tres millones de pesos de
eb
a
ceras partes de las erogaciones se destinarían al ramo de guerra y marina,
rrú
con lo que el presupuesto mensual quedaría como sigue:
primarias de que carecían los estados. Por ese camino, en el país no habría,
hasta donde era posible prever, sino muchos uniformes y muchas sotanas.
De momento, sin embargo, no se vislumbraba otra cosa.
Ocampo trató de cumplir, desde luego, el presupuesto citado; pero, para
ello, tuvo que conseguir autorización del congreso para tomar de la indem-
nización americana todo lo necesario. Los gastos rebasaron la ley, y se dis-
puso de una cantidad todavía mayor de la indemnización.85
El desorden presupuestal y el desconocimiento de la deuda pública eran
de tal magnitud, que no quedó una noticia exacta de la aplicación dada al
tercer abono de la indemnización.86 Poco antes de entrar Ocampo a la secre-
taría, la casa norteamericana de Luis Hargous cobró, casi en su totalidad,
un crédito originado en tiempo de la administración provisional, con im-
a
porte de más de 200 mil pesos. Romero comentó al respecto: “Llama mucho
rrú
la atención que en circunstancias tan difíciles para oí erario se hubiese pa-
gado…un crédito, perteneciente a un ciudadano de los Estados Unidos,
cuyo pago evidentemente correspondía al gobierno de los mismos Estados
Po
Unidos, con arreglo al artículo 13 del tratado de Guadalupe Hidalgo”.87
Esta situación general explica que, apenas ocupó Ocampo el ministerio,
reglamentara la ley de 19 de febrero anterior, clasificando los créditos que
a
una sola clase de bonos. También se estipuló como base general, el que
los acreedores intervinieran en el manejo del fondo, y en la dirección de las
aduanas marítimas y fronterizas. Estas delicada operaciones las comenzó
el señor…Ocampo, las continuó el señor…(Gutiérrez, y muy natural y jus-
tamente las seguí yo; de manera quo cuando el congreso se reunió…el go-
bierno pudo darle inmediatamente cuenta con los arreglos hechos…”.89 El
congreso no aprobó otras proposiciones de Payno, dejando para el futuro
a
de hacienda y hasta cierto punto la del de relaciones…”.92 Durante la ges-
tión de Ocampo, para reducir al mínimo este tipo de situaciones, el congre-
rrú
so determinó, el 17 de abril de 1850, que la suprema corte se limitaría a
“declarar el derecho de las partes”, sin emitir “mandamientos de ejecu-
Po
ción” ni dictar “procedimientos de embargo”, como lo venía haciendo hasta
entonces.
Las condiciones desfavorables que existían en aquella época, para todo
a
diato con sólo recordar que tan pronto como se divulgó que iba a gastarse
anticipadamente el tercer abono de la indemnización, los tenedores de bo-
nos mexicanos en Londres trataron de que se aplicara a su crédito una par-
u
a
a los reaccionarios mexicanos. También sacó a la luz una historia de México
independiente, donde no mencionó sus picarescas fechorías con la indem-
rrú
nización en 1855, que le ganaron el sobrenombre de “gota de agua”.
Es interesante observar que en aquellos días había tomado dimensio-
Po
nes extraordinarias el contrabando en los puertos y en las fronteras terres-
tres. Este fenómeno se atribuía al alza de prohibiciones y baja de derechos
que hicieron los yanquis durante la ocupación. El ministro Elorriaga mani-
a
julio y los días que van corridos de agosto. A las demás clases que dependen
del erario y que forman parte muy esencial de la administración, no se les han
completado las tres cuartas partes de junio, debiéndoseles todo el haber de ju-
lio. Veracruz, invadido del vómito y del cólera al mismo tiempo, está en el ma-
yor conflicto. A los funcionarios civiles se les deben los meses de junio y julio,
y a las tropas todo el haber de julio. Las tropas que manda el señor general
Micheltorena, que se halla en Yucatán operando contra los indios, hace tres
meses que reciben solamente el rancho En Durango y Chihuahua se están reu-
niendo numerosas partidas de indios salvajes, que en el invierno van a destro-
zar aquellos estados.96
Poco después de la renuncia de Ocampo, don Valentín Gómez Farías
escribía a su hijo Benito, que se encontraba en Londres, lo siguiente: “Ha
renunciado y aún no se sabe quién será su sucesor. Se dice que la causa de
a
esta renuncia ha sido un fuerte disgusto que tuvo con Mier y Terán y otros
rrú
de los acreedores que se resistieron a firmar los convenios que habían he-
cho de palabra…”,97 Desde que don Melchor tomara posesión, un amigo le
Po
había escrito a don Mariano Riva Palacio, prediciendo al michoacano una
corta duración en el puesto, por “su genio susceptible y algo violento”.98
Otero, por su parte, le escribió a Mora, también a Londres, el mismo día de
a
nes que llevaron a Ocampo a separarse, está en la carta que dirigió, a Mora
a mediados de abril:
Sin el descrédito que causa a la República el sistema de cataplasmas (perdone
usted la frase) en hacienda, es decir, este cambio semanario, o al menos men-
sual de ministros en este ramo, ya me habría ido yo a mi casa, desalentado
por el sinnúmero de tropiezos que se me presenta diariamente. No hay convic-
ción profunda ni voluntad firme que baste a superarlos, si no está unida a una
rías en sus fragmentarias memorias. Véase: INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-715.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 89
a
tinúen el escándalo de cerrar las diarias, una hora después de abiertas porque
dizque no hay asunto que tratar, ni se ocupen en las pocas horas que trabajan,
rrú
pues la convocatoria se los impedirá, de dispensar cursos, edades y penas de
sentencia. Tal es, al menos, mi deseo y aún puedo decir mi esperanza, pues sin
Po
ella habríame retirado ya.100
En esta carta Ocampo criticó fuertemente el convenio firmado por Arra-
goiz con el representante de los acreedores de Londres, como también lo
a
haría a su hora Payno, y como lo hizo el congreso. Este convenio, decía don
eb
consumía dos terceras partes de los fondos, aún con los presupuestos más
ajustados; y el clero no estaba dispuesto a pagar mayores impuestos, sien-
do como era el principal propietario y banquero del país.101
Pocos meses después de la salida de Ocampo del ministerio, el presi-
dente Arista se jugó su situación política entera, en un intento suicida por
abordar ambos problemas, consciente de que, de otro modo, quizás habría
terminado pacíficamente su período, pero habría entregado las finanzas
nacionales en una bancarrota aún más espantosa. De hecho, arriesgó la
presidencia y la perdió. Sus fallidos intentos, que lo llevaron a llamar a los
liberales “puros” al final de su gestión, en las personas de Arriaga y de
Prieto, constituyen un antecedente histórico directo de la celebérrima polé-
mica de Ocampo con “un cura de Michoacán”; por ello, conviene examinar-
a
los, siquiera sea brevemente.
“La ley de 22 de abril de 1851 organizó el ejército —escribió Romero en
rrú
1870—, que debería componerse en su totalidad de 12,382 hombres, con
un costo de $3,646,356 al año. Esta ley es notable, porque es la que consi-
Po
guió hacer una reducción más considerable en el ejército de la República, y
porque sus prevenciones no se quedaron escritas como ha sucedido con
otras muchas…esta considerable reducción debilitó de tal manera a la ad-
a
ministración que la llevó a cabo, que no pudo resistir con buen éxito los
eb
tión de Ocampo, el ramo de guerra se llevaba dos terceras partes del to-
pr
tal.103 Sin embargo, las cuentas indicaron que ese ramo gastó 4,934,048
pesos, o sea un 69% del total de los ingresos efectivos.104 En el año fiscal
1a
a
Sólo que —como señaló Romero con toda justicia— Esteva creía que este
rrú
propósito era compatible con los derechos y privilegios del clero, y hasta
consideraba necesaria su colaboración en el plan.108 Describió éste amplia-
mente, en un documento que publicó anexo a la exposición dirigida a las
Po
cámaras:
Pensé que no era imposible conciliar todas las ideas e intereses…que se podía
hacer un arreglo con el venerable clero, para que, sin desmembrar su riqueza,
a
salvara los apuros actuales del estado, poniendo en circulación, por lo mismo,
eb
toda la deuda interior . Para esto formé un plan en el cual se hacían al clero
importantes concesiones, siempre que en retribución se prestara a garantizar
u
ción del gobierno. Estos bonos servirían para pagar a los acreedores la parte
necesaria para la conversión de sus créditos. El gobierno para cubrir su defi-
1a
ciente, debería también recibir cantidades periódicas del mismo clero, que se
reintegrarían más tarde con los productos del impuesto…Bien sé que muchas
personas hubieran juzgado este proyecto de irrealizable, porque creen que el
venerable clero es intratable, en todo negocio en que sus bienes se compliquen
en las operaciones del gobierno; pero ni yo tengo esa opinión, ni en mi plan
existía esa complicación, porque se dejaba al mismo clero una completa liber-
tad de acción en el negocio…109
Cualesquiera que hayan sido las buenas intenciones del extravagante y
candoroso intento de Esteva, el hecho es que su separación del ministerio a
a
carta bastante franca y de criterio independiente, en la cual mencionó de
rrú
nuevo el asunto de la desamortización. El dictador lo hizo oficial mayor
de fomento, puesto que aceptó después de consultarlo con algunos libera-
les; más tarde fue encargado del despacho con Carrera y Díaz de la Vega y
Po
pasó a formar parte, con ese carácter, del gabinete de Álvarez. Hasta enton-
ces se decía liberal, sin participación en el gobierno más que en puestos
técnicos. Comonfort lo hizo, en 1856, secretario de hacienda y de relacio-
a
entre los liberales, era visto con buenos ojos por los diplomáticos norteame-
ricanos; pero siempre declaró que se oponía a la anexión de México al veci-
no país y, en general, a la intervención de las potencias extranjeras en
nuestros asuntos internos.111
En 1851, Aguirre y Lerdo proponían negociar un préstamo por 5 y medio
millones de pesos, destinado a complementar la indemnización americana y
permitir la reorganización de la deuda interior. El rédito de este capital se
aseguraría comprometiendo alguna renta de la Federación, o el producto
de los bienes del clero, si éste aceptaba colaborar en la operación.112 La si-
tuación ya era insostenible, existía un déficit anual de más de 5 millones y
se necesitaban 6 millones además, para la conversión de la deuda interior,
de acuerdo con convenios celebrados con anterioridad, en un momento de
a
optimismo, que “debían haber restaurado el crédito nacional, pero vinieron
rrú
a darle el golpe de gracia”.113
Dentro de este marco de imprevisión, ilusiones y bancarrota nacional,
que podían desanimar a cualquiera, fue que Ocampo tomó la pluma para
Po
poner, como era siempre su deseo, el dedo sobre la llaga más dolorosa del
exánime cuerpo del país.
a
111 Carta al Siglo XIX; La Verdad: 1o.-X-1855. La declaración de Lerdo fue contunden-
te: no haber jamás “opinado, ni he de opinar, por qué mi país se anexe a los Estados Unidos
del Norte, ni por que sea protegido por esa u otra potencia extranjera”.
112 Memoria de hacienda (1870); p. 387.
113 Idem; p. 343.
94 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
Esta época de la actividad intelectual de Ocampo tiene cierta semejanza
rrú
con el período que siguió a la disolución del congreso constituyente de
1842; recluido en Pomoca, don Melchor tiene tiempo y ambiente favorable
para dar forma a sus preocupaciones e inquietudes. Pero en 1850-52,
Po
Ocampo da muestras de un interés más definido por las cuestiones políti-
cas y sociales del país, a diferencia de lo ocurrido en los años 1843-45, du-
rante los cuales los problemas científicos y aun literarios absorbieron una
a
fincas.118 Como agricultor, no sólo posee ya menos tierras, sino que éstas
no pueden ser adecuadamente cultivadas, por falta de agua. De esta época
pr
son varios litigios por este motivo, que cuestan a don Melchor algunas vie-
jas amistades.119
1a
la época, en la capital y en algunos estados, por lo que alcanzó enorme difusión. Véase:
Obras; t. I.
118 INAH; primera serie, caja 12. Gravámenes de Pateo, doc. 17-3-11-7. Pola confunde
nes habían sido ya los elementos básicos para el aprovechamiento de Pateo; véase: INAH;
cartas personales, Serrano a Ocampo. 50-S-20-1 a 3.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 95
a
pidiéndole su opinión sobre el estado político del país…que aún no recibe
rrú
contestación de usted y desea saber si recibió la suya”.121
Parece que cuando el incidente ocurrido poco después, con motivo del
juramento de Munguía, Ocampo había tomado la medida ya a la actitud
Po
del sector más agresivo del clero y se había alejado personalmente de Mun-
guía. El hecho es que el 13 de febrero del año 51 Manzo escribió a Ocampo,
desde México: “Me agrada lo que usted dice sobre Munguía porque son las
a
militante en algunas cartas a Gómez Farías: Arch. V. F. G.; docs. 1929, 1997 y 8818.
121 INAH; legajo 8, seg. serie, papeles sueltos. 1o.-X-1849.
122 INAH; Idem, 18-II-1850. Véase también el comentario diáfano y definitivo de Ocampo
a
bulas que asignaban el arzobispado de México a don Lázaro de la Garza, y
rrú
la silla episcopal de Michoacán al señor Munguía …El segundo pudo desde
luego entrar en el desempeño de su prelacía, y para darle posesión de ella,
le citó el gobernador del estado a prestar el juramento constitucional ¿Juráis
Po
guardar y hacer guardar la constitución y leyes generales de los Estados
Unidos Mexicanos, sujetándoos desde ahora a las que arreglen el patronato
en toda la Federación?”125 Munguía contestó, en presencia de las diversas
a
tableció las reglas para la provisión de mitras vacantes, pues, dice Olavarría,
“estaba empeñado en desligarse de toda dependencia del poder civil, y en
sostener que la nación no había heredado el patronato ejercido por los re-
yes de España”.126
El ambiente estaba tenso, como consecuencia de estos hechos, entre
conservadores y liberales, al iniciarse la administración de Arista en enero
de 1851.127 Otros incidentes habían contribuido a polarizar la opinión alre-
dedor de esas tendencias: la lucha en el ayuntamiento de México, dominado
por los conservadores, los negocios que se hacían con los fondos de la in-
demnización americana, el carácter débil y contradictorio de Arista, etc.
Dentro de este marco, era natural que causara gran impresión la circula-
ción de una traducción castellana de la canción de Béranger titulada “Le
Bon Dieu”, cuyo tono irreverente fue tomado a mal por los conservadores.
De inmediato se atribuyó la versión a Ocampo, tal vez porque, efectivamen-
te, solía divertirse con las canciones de ese autor;128 pero además, Manzo
reaccionó haciendo circular la canción y atribuyéndose la divulgación de
la supuesta traducción de Ocampo. “Ha de saber usted —escribió a este
último— que creyendo yo que usted era el traductor, les había contado a
varios amigos…que yo conservaba la traducción hasta que me vino gana
de publicarla”.129 Parece que esta humorada de Manzo le causó algunas
a
dificultades.130
rrú
En realidad, en marzo de 1851, Ocampo estaba preocupado por cues-
tiones más serias que las bufonadas de Béranger. Así fue como el día 8 de
ese mes, se dirigió a la legislatura local de Michoacán, acogiéndose al dere-
Po
cho de petición para enviar una “representación sobre reforma de aranceles
y obvenciones parroquiales”, que hizo suya el diputado Ignacio Cuevas.131
En su escrito, Ocampo indicó que no enviaba a la legislatura un proyecto de
a
arancel nuevo, “por carecer del derecho de iniciativa en esa asamblea”. Sin
eb
hizo pública. A reserva de dar más detalles al lector sobre las diversas per-
sonalidades a quienes se ha atribuido participación en la polémica con
1a
Ocampo, diremos por ahora que José Ma. Manzo, en abril de 1851, cuando
la polémica acababa de iniciarse, escribió a Ocampo que el reverendo Due-
ñas, cura de Maravatío, era su contradictor en materia de obvenciones.133
Sin embargo, la polémica siguió hasta mediados de noviembre de ese año;
31-III-51.
129 INAH; legajo 8, 2a. serie, papeles sueltos, 31-III-51.
130 Idem; 1o.-IV-1851.
131 Obras; t. I, pp. 1 a 17.
132 Idem; pp. 18 a 32. Apareció también en el Monitor, 17-V-1851. Otros ayuntamientos
a
la cuestión de aranceles y obvenciones, son completamente distintas de las
rrú
que prevalecían en México, a mediados del siglo pasado, antes de la gue-
rra de reforma y de la derrota de la intervención extranjera. Fácilmente se
puede caer en una apreciación errónea y superficial que convierte la con-
Po
troversia, o bien en una escolástica y hoy vacía discusión de derecho ca-
nónico, o, lo que quizá es peor, la transforma en una disputa política
momentánea, sin contenido permanente. En ninguno de ambos casos se
a
presbítero de su diócesis.
Vale la pena, aunque sea con brevedad, hacer un examen de la celebé-
u
escogida por los contendientes para exponer las propias y para refutar las
del contrario, todo ello con el ánimo de situar lo que la polémica representó
1a
24-V-51; 2-VI-51 en adelante. 30-VI-52. El Universal la comentó los días: 8 y 9-IX-51, repro-
duciendo artículos del Regenerador, de Morelia.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 99
a
del panorama ideológico —digamos— de aquella época, sin duda una de
rrú
las más inestables y peligrosas del siglo XIX para nuestro país.
La exposición del proyecto de colonización de enero de 1849, provocó
representaciones, protestas, pastorales y manifestaciones de todo especie
Po
contra la tolerancia, por un párrafo que decía: “La cuestión de intolerancia
es de los intolerantes de escuela, no de los hombres de estado; es de los
tiempos que han quedado atrás, no del siglo que une a los hombres de di-
a
cosas, que era tal la ignorancia de las grandes masas que, una vez admiti-
da la tolerancia, los indios volverían al culto de sus antiguos ídolos y qui-
pr
138 En este sentido, la representación enviada por Ocampo al congreso local fue la res-
puesta liberal más definida a la actitud de Munguía. El gobernador Gregorio Cevallos mostró
una debilidad absoluta, que rayaba en la complicidad. (Véase El Universal, 19-III-1851).
Ocampo fue designado gobernador desde febrero, pero no acudió a tomar posesión hasta
junio, cuando la revolución de Jalisco y Michoacán era ya inminente. (Monitor. 18-III-52 y
30-VI-52). Por la debilidad de Arista, la revolución fue descaradamente fomentada por el
Omnibus, de Segura, El Universal santanista, El Regenerador de Morelia, y en general toda
la prensa conservadora.
139 México a través de los siglos; t. IV, p. 721.
100 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
la sociedad mexicana y el carácter de la época. “En el arancel —decía Ocam-
rrú
po— se conservan las clases de españoles, mestizos, mulatos, negros e in-
dios. Quien hoy pretendiera comprender en ellas a los habitantes de la
República, emprendería un trabajo imposible. Varios ricos hay ya que no
Po
son españoles, y muchos españolea que no son ricos; negros no hay ya en
la condición de entonces, y en cuanto a mulatos y mestizos, los plebeyos
hemos visto con tan poca veneración las genealogías, que ya apenas habrá
a
140 Obras; t. I, p. 2.
141 Idem; t. I, p. 3.
142 Idem; t. I, p. 5.
143 Idem; t. I, pp. 13, 14 y 15.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 101
a
entierros bastaría que se pagase un peso para compensar la molestia del
rrú
sacerdote…y dar un cuarto, para fomentar el fondo de fábrica”. Los pobres
de solemnidad se sepultarían de limosna.144 Debe observarse que a lo largo
de la polémica, no fue objeto de objeciones fundadas en números este pro-
Po
yecto de arancel elaborado por Ocampo, pues, como veremos, la controver-
sia se orientó en otros sentidos.
Es obvio que don Melchor veía en sus proposiciones un acto político; no
a
a
de su conciencia”, era lo mismo que predicar “la libertad de cultos” y la “li-
rrú
bertad de conciencia”, “dos programas tan impíos como funestos, que ac-
tualmente sirven de estandarte al socialismo en Europa”.148 Reclamó
Po
también a don Melchor que se hubiera dirigido a la legislatura del estado y
que hubiera dado publicidad a su iniciativa. Casi admitió, en su primera
impugnación, que Ocampo tenía razón en el fondo, pero dijo que debió diri-
a
girse a las autoridades eclesiásticas para que ellas resolvieran los males.
eb
Sostuvo que la situación de los curatos no era tan buena como en la época
colonial y que no se cobraba tanto como don Melchor pretendía, sino acaso
la mitad, lo cual de todos modos era mucho más que lo correspondiente al
u
arancel que éste proponía. Volvía una y otra vez sobre este tema: “Lo que
pr
a
“como soberano”. Por lo tanto, concluye, corresponde al congreso legislar
rrú
en esta materia, como lo hace en general sobre impuestos y contribuciones.
De otro modo, las obvenciones tendrían que ser voluntarias, sin que exis-
tiera coacción para su cobro. En cuanto a las famosas “intuiciones de la
Po
propia conciencia”, aclara Ocampo que no quiere referirse a dogmas religio-
sos, sino, de acuerdo con la filosofía trascendental, a la ley interior que en
toda conciencia normal impone el imperativo de obrar bien y de juzgar
a
como tal la recta conducta de los demás.152 Por lo tanto, rechaza las referen-
eb
cree que convendrá que hagamos con toda esa desgraciada parte de la hu-
manidad a la que Dios no concede aún el beneficio del catolicismo?” “¿Qué
pr
a
en este documento, habiendo sido tratado de “mentiroso”, anuncia que re-
rrú
currirá a un juicio por injurias, en caso de que no se le conteste. Hizo tam-
bién algunas aclaraciones: “arbitrio e intuición de la conciencia” no son
sinónimos; es imposible saber la impresión que sobre la conciencia divina
Po
hacen las circunstancias de una acción, los aranceles han sido sometidos al
gobierno civil, para que se sirviese aprobarlos y mandar que se observasen,
etc. Finalmente, resume en 16 puntos sus principales afirmaciones y con-
a
mina a su contradictor, para que demuestre que había mentido; repite que
eb
escribió contra los abusos y pide que sólo se hablara de aranceles, sin invo-
lucrar otros temas.155
u
La tercera respuesta de don Melchor tuvo por objeto subrayar dos as-
pectos mencionados en su representación inicial; el primero, que el arancel
pr
no se aplicaba tal cual, sino que había sido modificado, por los cambios
ocurridos en más de un siglo, pero que la modificación había sido hecha
1a
Ocampo incluyó en esta respuesta, como una nota, el artículo que había
publicado en 1844, con el título de “Sobre un error que perjudica a la agri-
cultura y a la moralidad de los trabajadores”. Este extenso artículo, demos-
tró con números que los peones se endeudaban, principalmente al contraer
matrimonio, pero también con motivo de las celebraciones y fiestas, en una
forma que nunca podían saldar, que las deudas se heredaban y constituían
una verdadera servidumbre. Don Melchor analizó los efectos que esta si-
tuación tenía, como vemos con más detalle en otra parte, sobre las relacio-
nes entre los hacendados y rancheros con sus peones y jornaleros, con
graves inconvenientes para ambas partes, pero con daños serios sobre todo
para la parte débil, el indígena asalariado.156
La segunda impugnación la recibió Ocampo fechada 27 de mayo, pero
a
llegó a sus manos hasta mediados de julio; había transcurrido, por lo tanto,
rrú
un mes desde su tercera respuesta y es posible que el michoacano empeza-
ra a pensar, para entonces, si su polémica no habría terminado.157 Firmado
por “el mismo cura de Michoacán”, este documento tiene un carácter com-
Po
pletamente distinto al de la primera impugnación; empieza declarando que
no contesta todavía, por falta de tiempo, a las respuestas segunda y tercera
de Ocampo, y reconoce que en éstas don Melchor aclara algunos puntos de
a
156 El 13 de diciembre de 1851, antes de que Ocampo fuera gobernador la tercera vez,
la legislatura local aprobó una ley para el reparto de las tierras de comunidades. El día de la
toma de posesión se le acercaron algunos indígenas para objetar la disposición; Ocampo
la suspendió de inmediato, diciendo que rehusaba y condenaba que se quisiera civilizar a
los indígenas “oprimiéndoles o robándoles sus antiguas y legítimas propiedades” (véase el
Universal, 16-VIII-1852).
157 La segunda impugnación apareció en el Universal, a partir del 16-IX-1851, en nue-
vea que también conoce los autores favoritos del michoacano. Con refi-
namiento, recuerda el incidente de la canción de Béranger; hace alguna re-
ferencia a Proudhon —esta última imprecisa—, menciona a Sue y a Dumás;
y concluye recomendando la lectura de Aristóteles, Platón, Bousset, Féne-
lon, Chateaubriand, Balmes, Donoso Cortés y otros autores, aún más gratos
a los hombres de iglesia. Una verdadera pieza literaria, en suma, como se
estilaba entre los eruditos europeizantes de nuestro siglo XIX. Contiene al-
gunos granos de sal, bajo la forma de referencias veladas a las cuestiones
personales de don Melchor, vistas desde ángulos bastante injustos y con-
vencionales.158
El redactor o los redactores de la segunda impugnación no se tomaron
la molestia de disfrazar el cambio de manos; al leerla, podría decirse que
a
casi pasa por alto al primer documento. Es una nueva respuesta a la repre-
rrú
sentación original, hecha con otra técnica y para otros fines; se encuentra
dividida en numerosos capítulos (llega al XXIV) y pretende “ir examinando
los errores e inexactitudes” de aquel documento. Las opiniones humanas
Po
son tan variables y contradictorias, dice la segunda impugnación, que no
es posible sostener que cada quien vea su deber. “¿Quién acierta, usted o
yo?, ¿nosotros o los que opinan contra nosotros? Si somos infalibles en
a
y garantía de todo orden social. A ella se opone una política que quiere do-
minar sola en la tierra, eliminando a la religión; es la política que demolió
los templos y adoró a la razón “bajo el ídolo de una mujer perdida”; que
1a
yendo todo otro”. Los particulares y los gobiernos no deben perseguir a los
que yerran en asuntos de religión, “mientras de palabra, con hechos o con
escritos no los propaguen”. “No todos los lectores tienen ciencia y juicio
bastantes para librarse del error y de sus consecuencias; la mayor parte
creen sin examen lo que se les enseña. El vulgo no adopta las opiniones
nuevas por convicción, sino por sumisión a la palabra de otro”.159
A partir de este punto, examina las ideas de Ocampo, comparándolas
con las suyas propias y rechazándolas cuando no concuerdan. Las obliga-
ciones son voluntarias, porque no hay coacción civil, ni para el diezmo; lo
cual, en cierta forma, es como si se dijera que los impuestos sobre el tabaco
son voluntarios, pues el que quiere fuma y el que no, no lo hace. La igle-
sia no puede depender del estado; es una, los estados son muchos. La igle-
a
sia administra mejor sus bienes de lo que podría hacerlo el estado; es una
rrú
sociedad que no exige sus impuestos por violencia, que no protege la em-
pleomanía, que no dilapida recursos, que no contrae deudas, que paga con
fidelidad, que sirve al fomento de los giros, que socorre a los pobres y am-
Po
para a los necesitados, fomenta las artes y el ornato de las poblaciones. No
a todos se cobra, sin excepción, las cuotas máximas que fija el arancel; no
en todos los casos se modifica arbitrariamente éste; los sermones panegíri-
a
cos no son lo único que se escucha en los templos; es correcto que se niegue
eb
no está mandado que los párrocos asistan de gratis a los entierros de po-
pr
bres; los antiguos indios tenían un tratamiento especial, porque daban ser-
vicios particulares a las parroquias; la ceremonia de velación es una para
varios matrimonios, pero se aplican tantas misas cuantos son éstos; el que
1a
falta a sus obligaciones debe ser castigado, pero no puesto a ración de ham-
bre; el casarse, ni es urgente, ni no previsto, hay tiempo para reunir el fon-
do que ha de sufragar los gastos; la concupiscencia de la carne es la causa
de las malas costumbres; a ello contribuyen los libros y escritos impíos; los
amos impiden que los peones se vayan sin pagarles o garantizarles sus
deudas, pero no que se vayan de la heredad; “contemple usted la iglesia
como institución divina y no como institución humana”; la iglesia y no el
estado debe señalar la clase y cuantía de sus rentas; ¿qué intervención debe
tener en esto el estado? poner la coacción civil; “esta es señor, la doctrina
largo editorial, titulado “Los Comunistas”, donde discutió superficialmente las teorías de
Babeuf, Blanc, Cabet, Proudhon, Owen, etcétera.
108 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
como se sabe, ejercía la medicina. Manzo no parece convencido del origen
infeccioso que Ocampo suponía a sus males, y los atribuye, más bien, al
rrú
abuso de algunos medicamentos y a tratamientos inadecuados que el pro-
pio don Melchor se recetaba.161 Puede conjeturarse que influyó la tensión
Po
nerviosa de la controversia; otro de sus amigos indicó a Ocampo que no
abusara del uso de las sanguijuelas, al cual era afecto según testimonio de
Romero, y que probablemente sólo lo debilitaban. En varias ocasiones, es
a
pondencia con él, una clara tendencia a rehuir los tratamientos médicos y
sujetarse a experiencias autocontroladas, que es muy dudoso que pudiera
realizar como es debido. Manzo habla de sus “hábitos antihigiénicos” y le
u
mente.162 Por otro lado, la vida del campo y sus costumbres moderadas
favorecían su buena salud, por lo menos así lo expresaron algunos de sus
1a
160 Al morir Gómez Podraza, no sólo se le negó sepultura, sino que se objetó la erección
do eran muy comunes, en Francia, los bárbaros tratamientos a que don Melchor se sujetó,
suponiendo su mal infeccioso. Véase la nota respecto al libro de Barthélemy sobre las enfer-
medades venéreas publicada por Le Constitutionnel; en la época del viaje de Ocampo.
162 Idem; 14-1-56 y 3-II-56.
163 INAH; cartas personales, Villanueva a Ocampo, 30-V-55, doc. 50-V-20-2. Uno de
doc. 8-4-77.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 109
convalecía de una erisipela cuando fue secuestrado por Cajiga; pero, desde
Veracruz, atribuía al clima cálido algunos males de la piel.165 Debe tenerse
en cuenta que en aquella época, sobre todo en las poblaciones, las condicio-
nes higiénicas eran detestables.166
La primera parte de este escrito contiene un resumen —extraído de una
obra más extensa, dice Ocampo— sobre su teoría de que deberes y derechos
son una sola cosa.167 Una relación, dice al respecto, puede verse desde di-
versos ángulos; “adorar a Dios es un derecho, tanto como una obligación
natural”, y quienes impiden a otros cumplir con esa obligación, atacan sus
derechos. Aún la relación misma, dice al “cura de Michoacán”, puede des-
aparecer, como ocurre con los ateos, que no creyendo que haya Dios, “no
creen que haya con él relaciones necesarias”. Encuentra que la definición
a
de intuición que usa su contradictor, es incongruente, y le reprocha que no
rrú
responda al problema práctico de cómo ha de adorar a Dios el creyente.168
A continuación, expresa francamente que los gobiernos civiles no están
instituidos “para hacer que se cumplan los deberes religiosos: su misión es
Po
toda terrestre”.169 Aboga pues, explícita y claramente, por la completa sepa-
ración entre la iglesia y el estado, aparte de otras razones, por ser la única
forma de evitar conflictos, abusos y excesos en el uso del poder público. Sin
a
tendencia del derecho mucho más extensa y de mayores alcances que esa
situación histórica particular. Si el estado interviene en la salvación de las
u
a 189.
168 Obras; t. I, p. 194. La cuarta respuesta apareció en el Monitor, 14-IX, 15-IX, 16-IX y
18-IX-1851.
169 Obras; t. I, p. 195.
170 En cuanto pasaron las bulas de Munguía, apareció un periódico en Morelia, El Re-
generador, que tomó parte muy activa para dirigir la revolución santanista en Michoacán.
Sobre la participación del obispo en la entrada del gobernador Ugarte, véase El siglo XIX,
1o.-III-1853.
110 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
provecho te haga; pero si no, ya te tengo para esta vida la cárcel, y para la
rrú
otra el infierno”.172
En aquella época, don Melchor pensaba que una solución al problema
de la iglesia y el estado en México, podría ser parecida a la incluida en el
Po
concordato celebrado por España, en esos días, por virtud del cual se seña-
laría sueldo al clero; pero insistió en loa graves inconvenientes de una si-
tuación semejante. Menciona en particular, sin entrar en detalles, algunas
a
las condiciones creadas, pero que no había sostenido que fuera esa la única
causa de los males sociales del país.173
1a
171 Véase en el Monitor de 30-X-1851, el anónimo con la amenaza de que “si por des-
gracia fuere usted gobernador, esté entendido de que muy poco ha de durar su vida, porque
más de cuatro puñales están prevenidos para asesinarlo…”.
172 Obras; t. I, p. 207.
173 Idem; p. 224.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 111
de que los obispos y arzobispos fueran soberanos, que serían en verdad so-
beranías simultáneas y por ello contradictorias.174
“Un poco más de encono y descomedimiento, un poco más de estudio y
erudición, un poco menos de razón fría y método; pero las mismas injurias,
los mismos extravíos…los mismos descuidos”. Tenía razón en rechazar
Ocampo que su polémica se quedara en ese terreno de áspera y amenazado-
ra reprimenda, con el que se había iniciado. La mano que ayudó a elevar en
algunas partes el tono y la forma de la segunda impugnación, volvió a in-
tervenir de nuevo. De suerte que al recibir la tercera impugnación, Ocampo
mismo advirtió un estilo y una actitud que llamó “comedidos y atentos”.
¿Qué había sucedido? Fracasado el intento de amedrentarlo, derrotada la
pretensión de someterlo como un escolar indisciplinado, se había llegado al
a
tema real de la discusión. De ninguna manera, porque se hubieran refutado
cuestiones dogmáticas o doctrinarias, ni siquiera se habían debatido, en
rrú
una forma ordenada y sistemática, doctrinas de derecho, alternativas jurí-
dicas o cuestiones de principio formales; tampoco los datos estadísticos se
Po
habían precisado o las referencias históricas concretado y analizado a fon-
do. Pero ni llegar la tercera impugnación, Ocampo había conquistado el de-
recho de ser tratado con razones y no con dicterios, de escuchar argumentos
a
a
nación habría de pagar en esa próxima etapa de su devenir.
El propio autor de la tercera impugnación define el asunto de ésta del
rrú
siguiente modo: “La cuestión sobre competencia de la H. legislatura, para
reformar el arancel de obvenciones parroquiales”. Así como la primera fue
Po
una reprimenda del sacerdote al fiel, y como la segunda fue un panfleto de
propaganda, que iba dirigido tanto al público como al contradictor, la ter-
cera resulta pues un resumen de la actitud eclesiástica ante la posibilidad
a
arancel.175
“Trátase de usurpar a la iglesia su soberanía, de secularizar la sociedad
religiosa —dice el documento—, de sobreponer el poder civil a la jurisdic-
u
a
fracción no habla de los aranceles parroquiales.177
rrú
Por una interpretación muy particular de una ley dada por el congreso
en 1824, la tercera impugnación sostuvo también que las legislaturas lo-
cales tenían prohibido ocuparse de los asuntos de rentas eclesiásticas
Po
cuando, en realidad, lo único que estipulaba esa disposición era que las
resoluciones de las legislaturas, cuando el clero no estuviera de acuerdo,
deberían someterse al congreso general. Y también por una singular inter-
a
177 Véase, a este respecto, El Universal, 1o.-III-52. Obras; t. I, pp. 249 a 251.
178 En su pastoral del 24-II-1852, el obispo de Morelia dijo que se habían manifestado
en su favor los gobernadores de Guanajuato, Michoacán, San Luis y Guerrero, así como las
legislaturas locales de Guanajuato y San Luis.
114 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
primera reacción fue que ni siquiera respondería. Después pensó que tal
rrú
cosa sería interpretada, fatalmente, como una “deserción” del campo de la
discusión y elaboró una quinta respuesta, que publicó en dos partes, fecha-
das respectivamente los días 20 de octubre y 15 de noviembre.180 La polémi-
Po
ca, pues, tuvo una duración de poco más de 8 meses.
“El arancel sobre el que discutimos —dice en su quinta respuesta, pri-
mera parte—, es una contribución, no oblación u oferta voluntaria…es ley
a
civil, el pago de sus cuotas no es voluntario, el fin de los servicios que con
eb
con las muy numerosas que hace de ellos la sociedad. Si ésta abriese su re-
gistro civil…podía muy bien cobrar el obispo lo que más prudente le parecie-
se; pero dudo que pudiera excusarse entonces el reproche de simonía…“181
Por otra parte, Ocampo indicó en ese documento que las obvenciones obli-
gaban a todos, aunque no formaran parte del clero o ni siquiera fueran
cristianos, porque emanaban del poder civil. Adujo varios ejemplos históri-
cos para poner en evidencia que los aranceles parroquiales se mandaron
formar por los reyes españoles, que prometían la cooperación del “brazo del
siglo” para cobrar las cuotas respectivas. Así mismo, indicó que a su juicio
a
pública. “Los que, al mismo tiempo que deseamos la corrección de los abu-
rrú
sos, aspiramos a la conservación de la religión, no podríamos consentir
—dijo en su quinta respuesta—, ni menos aún podríamos proponer, que
hoy se dotasen el culto y sus ministros por solas las dichas oblaciones”.183
Po
“Desengáñese usted, pues, señor cura de Michoacán, o quien usted sea…
crea que no bastarían las excomuniones, ni aún los entredichos, para ase-
gurar el pago de los aranceles, si consentida la quimérica soberanía de los
a
nas citas históricas, don Melchor bosquejó la evolución del papel desempe-
ñado por los obispos, y llega a la conclusión de que “volver de derecho
u
La primera parte del último documento publicado por Ocampo con mo-
tivo de esta polémica, nos muestra a don Melchor ya de salida de la discu-
1a
a
hechos, no es cosa que se aviene con mis deseos —dice— de no empeorar,
rrú
ya que remediar no pude, esa situación”. Y como comentario final, rechaza
los cargos de precipitado y ligero: “¡Eso sí que no señor cura! Diga usted
que nada he aprendido y lo confieso; pero que no he estudiado, eso sí que
Po
no. He pasado sobre los libros una buena parte de mi vida”. “No medito
para escribir, es cierto, pero en cambio procuro no escribir sino sobre lo que
tengo meditado. Una vez que sobre esto tomo la pluma, la dejo ir; reconozco
a
Volver a leer, rehacer el borrador, etc., son para mí, cosas insufribles”. Y
puso punto final con este párrafo: “No tratándose en todo este negocio ni
u
cándidos y más atolondrados, mientras que los otros eran, si más cuerdos y
más mañosos, más negligentes y tímidos. Mis amistades políticas, sin em-
bargo, habían sido siempre las de los llamados moderados, y mi conducta
pública y privada, sin habérmelos propuesto nunca por modelo, más pareci-
da a la de éstos”.187
Las circunstancias que rodearon la salida del presidente Arista del po-
der y el regreso de Santa Anna a ejercer su undécima y última presidencia,
sin embargo de que corresponden al período de la actuación do Ocampo
que precedió en dos años a esta descripción, lo alejaban ya rápidamente de
los moderados. Don Melchor no tenía una verdadera vinculación política
con Arista, militar profesional desde los últimos años de la colonia españo-
la y, aunque hombre honesto y respetable, totalmente opuesto al michoa-
a
cano en temperamento, concepción de la vida pública, preocupaciones
rrú
intelectuales, personalidad y carácter. Habían sido compañeros en el gabi-
nete de Herrera, cuando don Melchor desempeñó la cartera de hacienda y
Arista la de guerra;188 pero a Ocampo tenían que repugnarle algunos aspec-
Po
tos de la actuación del General) quien mostraba una tendencia napoleónica
a dar impulso a una incipiente policía política y atendía a sus espías perso-
nalmente, aun en momentos en que ocupaba la presidencia.189 Además,
a
Arista tuvo algunos problemas con la prensa, desde luego que sin llegar a
eb
los extremos lastimosos en que caía Santa Anna, cuando gobernaba para los
conservadores.190
u
que nada fue un error táctico, pues la administración tenía a la opinión en contra y se en-
frentaba a un congreso hostil. Sin embargo, las provocaciones de algunos periódicos eran
evidentes.
191 Obras; t. II, p. 105.
118 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
inestable durante casi toda su tercera gubernatura, que apenas duró siete
rrú
meses.194
Para nadie era un secreto, en aquellos días, el carácter santanista y
conservador del movimiento que se iniciaba contra Arista. No obstante,
Po
muchos liberales participaron en los hechos que produjeron la renuncia de
Arista, haciendo el juego de Santa Anna, consciente o inconscientemen-
te.195 Ocampo se oponía a otro golpe militar, y más por ello que por otra
a
mismo escrito citado más arriba—cuanto me fue posible, por el mismo te-
mor de que, de lo contrario, volveríamos a las vías de hecho. Quién acertó y
u
quién erró entre los que combatían y defendíamos tal administración, nos
pr
Se llegó a decir que el propio gobierno central inició la revolución de Jalisco, para contener
las críticas que el gobernador López Portillo le hacía.
193 El congreso local lo designó desde el 27 de febrero, pero Ocampo no acudió a tomar
de Arista se encuentra en: INAH; cartas personales, doc. 50-C-36-7. Ocampo define su acti-
tud en el documento 50-0-3-13.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 119
a
gobierno. La otra parte beligerante transigió, y ya vimos todo lo quo la Re-
rrú
pública adelantó y ganó en el camino de las transacciones”.198 Aunque ha-
bía nacido en Durango, Juan Bautista Ceballos199 vivió desde niño en
Morelia. Fue diputado al congreso constituyente de 1842 y secretario de
Po
gobierno durante la primera gestión de Ocampo en el estado (1846-1848).
De nuevo fue diputado en 1847; electo presidente de la suprema corte de
justicia en mayo de 1852, sucedió a Arista al renunciar éste en enero si-
a
197 La revolución, 15-I-53; desde enero había salido el coronel Manuel Escobar a prepa-
a
a quien la oposición conservadora pensó primero aprovechar empujándolo
rrú
a la instalación de una dictadura, que el viejo militar no quiso establecer.
En los discursos que pronunció ante el congreso, Arista no ofrecía sin em-
bargo, ninguna perspectiva. “El caos de que habla la Biblia, escribió Olava-
Po
rría sobre este período, fue una futileza comparado con el de la política de
México en 1852”.201
En realidad, el dilema que el gobierno de Arista no pudo resolver fue
a
a
contribuciones”.206
rrú
No faltaron a Arista, sin embargo, quienes le señalaron caminos y posi-
bles soluciones para la crisis financiera. Sólo que para tomarlos, era nece-
sario dar pasos que tocaban, así fuera ligeramente, intereses Intocables.
Po
Desde abril de 1851, el ministro interino de hacienda, asesorado por Miguel
Lerdo, como ya explicamos, había propuesto una autorización para pedir
un préstamo de 5 y medio millones de pesos, con hipoteca de rentas de la
a
asentimiento eclesiástico.
208 México a través de los siglos; t. IV, p. 756.
122 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
pidió. Santa Anna resolvió situaciones como ésta con las cámaras, en poco
tiempo y con menos dificultades; pero ni Arista ni José Fernando Ramírez
fueron en 1852, ante el nuevo país que estaba surgiendo, capaces de come-
ter un atropello. Abstenerse de usar la fuerza fue difícil para Arista, que en
alguna ocasión lo había hecho y era soldado.
Estos simples y breves trazos sitúan históricamente la tercera gestión
de Ocampo en la gubernatura de su estado. Para entonces, la hostilidad que
había creado la polémica sobre observaciones parroquiales era ya muy con-
siderable. A fines de octubre de 1851, según ya señalamos, la prensa publi-
có un anónimo que decía así al michoacano. “Es usted un pícaro, impío,
inmoral, que quiere entrometerse en asuntos que nada le importan, como
verbi gratia en los de obvenciones y derechos parroquiales; pero si por des-
gracia del estado fuese usted gobernador, esté usted entendido que muy
a
poco ha de durar su vida…”.209 Ocampo tomó posesión el 14 de junio del 52,
rrú
cinco semanas después estalló la rebelión contra López Portillo y el 9 de
septiembre se extendió a Michoacán con el levantamiento de Cosío Baha-
Po
monde en La Piedad. Desde el primer momento, don Melchor fue partidario
de no transigir con la rebelión conservadora y santanista, cuyo programa
había sido anticipado con bastante claridad, por la sublevación ocurrida en
a
Guanajuato en julio de 1851, que puede ser resumido en estos dos puntos,
sobre los cuales giró la situación nacional hasta el triunfo de la reforma.
eb
República”.210
pr
209 El Ómnibus dijo que la revolución de Michoacán era “el resultado natural y legítimo
los pronunciados, en El Universal, 16-XI-52; así como el discurso de don Melchor dirigido a la
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 123
a
forma: “El señor Ceballos, indignado acaso de que me atreviese a ver de
rrú
modo distinto que S.E., al leer mi carta dijo: Pues que se quiebro y dio or-
den al señor Pérez Palacios, para que inmediatamente dejase a Morelia, sin
duda con el fin de que los pronunciados, que se hallaban en Pátzcuaro, vi-
Po
nieran a quebrantarme y conmigo a toda aquella desgraciada ciudad, que
ningún delito tenía en mi falta de elasticidad”.212
Ocampo tuvo en estos momentos la convicción de que antes que nada
a
legislatura local el 1o. de enero de 1853, en el Siglo XXI; 23-I-53. En estos documentos ex-
plica que si tuvo cierto éxito al contener locamente la rebelión, fue por sus medidas demo-
cráticas y por su firmeza ante los sublevados.
212 Obras; t. II, p. 107.
213 Idem; p. 22.
124 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
de estado del imperio, en marzo de 1867. Murió poco después en La Habana.
rrú
Prieto dijo de él, sin negar sus cualidades, que era un hombre frío y escépti-
co, sin fe en los principios ni en las personas. Gustaba de las discusiones
por el puro placer de controvertir; era excesivamente calculador y afecto a
Po
las intrigas y maniobras de gabinete. Sus dos gestiones políticas fueron
desafortunadas, pero las veía sólo como combinaciones que le habían sali-
do mal por falta de datos o por mala suerte.
a
Ezequiel Montes216 fue profesor en San Ildefonso; muy joven había sido
eb
a
hijitos»”. Se manifestó de acuerdo con la publicación de un periódico bise-
rrú
manal en cada estado, “corto y muy barato”, para observar la conducta de
las siguientes administraciones, que consideró seguramente “compuestas
de personas interesadas en la conservación del privilegio”. Convendría mu-
Po
cho, agregó, “hacer ver que la administración pasada, con todo y sus con-
gresistas, como ellos dicen, era en el conjunto menos dispendiosa que los
soldados que ahora se establecerán, e insistir sobre que en ellos se tenía el
a
moderados, cuando empezaron a ver realizarse el rumbo que Ocampo había previsto para la
revolución de Jalisco y Michoacán.
126 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
don Melchor personalmente —lo cual, además de ser un ataque político te-
nía ribetes de delación policíaca— en la carta que le hizo llegar a Santa
Anna al desembarcar éste en Veracruz. En este conocido documento, sin
rubor, decía el político conservador: “Estando relacionados todos los que
siguen la misma opinión de manera que nos entendemos y obramos de
acuerdo de un extremo a otro de la República, puede usted oír todo lo que le
diga (Haro y Tamariz) como la expresión abreviada de toda la gente propie-
taria, el clero y todos los que quieren el bien de su patria…. Quien impulsó
la revolución, en verdad, fue el gobernador de Michoacán don Melchor
Ocampo, con los principios impíos que derramó en materias de fe, con las
reformas que intentó en aranceles parroquiales y con las medidas alarman-
tes que anunció contra los dueños de terrenos, con lo que se sublevó al cle-
a
ro y propietarios de aquel estado; y una vez comenzado el movimiento por
rrú
Bahamonde, estalló por un accidente casual lo de Guadalajara…”.221
Conviene hacer algunas observaciones sobre este texto. En primer lu-
gar, Alamán deforma varios hechos para hacer recaer la responsabilidad de
Po
la revuelta en Ocampo; porque la polémica de éste sobre obvenciones parro-
quiales fue sostenida cuando estaba fuera del gobierno estatal; aun la ini-
ciativa de reforma al arancel, como hemos dicho ya, tuvo que dirigirla al
a
Santa Anna para castigar las ideas de don Melchor, “sus principios im-
pr
principio, que su movimiento era sólo de carácter local, pero como ya indi-
camos, desde la sublevación de Ortiz en Guanajuato, en julio del año ante-
rior, que Octaviano Muñoz Ledo pudo contener, se sabían perfectamente
los móviles conservadores y santanistas del movimiento contra Arista. Por
último, vale la pena señalar que Alamán oculta y disimula el papel decisivo
jugado por el ejército para asegurar el poder a Santa Anna; es evidente que
se hacía ilusiones de manejar a éste.222
Los generales López Uraga y Robles Pezuela, una vez disuelto el con-
greso por error de Ceballos, se reunieron en Arroyozarco y entregaron la
221
Arrangoiz; pp. 421 a 423.
222 Lasublevación había comenzado en Veracruz desde fines de 1851. Véase un co-
mentario sobre la actitud torpe y tortuosa de Arista, en El Universal, 8-IX-1852.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 127
a
ceses un tiempo, pero se entendió más tarde con Bazaine y fue enviado a
rrú
Europa con la escolta de Carlota. No tenía principios políticos y cometió
una serie de contrasentidos que le granjearon fama de hombre limitado y
sin escrúpulos, ambicioso y aventurero. Nunca estuvo a gusto en el ejército
Po
liberal.
Muy semejante fue la trayectoria de Manuel Robles Pezuela.224 Había
hecho carrera en el ejército, bajo la protección de Arista; sostuvo durante
a
223 1810-1885.
224 1817-1862.
128 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
pezaba a pensar con libertad, a tender sus primeros ferrocarriles, instalar
rrú
sus primeras líneas telegráficas, leer su primera prensa libre y que afirmá-
base, por primera vez, como una nación moderna, por muy incipiente que
aun estuviese ésta.
Po
He aquí como resume don Ángel Pola la labor desarrollada por Ocampo,
durante los seis meses de su tercera gubernatura, a pesar de las agitadísi-
mas condiciones políticas que vivían Michoacán y el país entero: “Mejoró el
a
hizo que los revolucionarios fuesen juzgados conforme a los trámites que
para los ladrones señalaba la ley. Había en las arcas del estado más de
80,000 pesos, acopió maderas para la penitenciaría, reconociéndose el río
Lerma para ver si podía ser navegable…reorganizó los municipios, prohi-
bió la portación de armas…No se puso a la imprenta más trabas que a la
manifestación de la palabra o del pensamiento”.226
Con relación a la libertad de imprenta, cabe repetir que el gobierno de
Arista, por inspiración del ministro de justicia, don José Ma. Aguirre, cometió
un gran error con la promulgación del decreto de 21 de septiembre de 1852.
225 Se observará que también en esto existe contradicción entre las diversas fechas que
Pola menciona, véase la referencia 33. En una nota, Ocampo dijo haber sido apresado el
4-VI-1853. INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-3-11-8.
226 Obras; t. II, pp. L y LI.
SEGUNDA JORNADA. TOLUCA – POMOCA 129
a
sobre los delitos de imprenta, conforme a sus leyes particulares. Al fundar
rrú
esta iniciativa, el gobernador de Michoacán analizaba la naturaleza del in-
dulto, se negaba a considerarlo como un “derecho de origen divino” de los
soberanos, y sugería aceptarlo como un manera de hacer excepciones acon-
Po
sejadas por las circunstancias, en la aplicación de las leyes que obviamente
no son perfectas. Y añadía: “en las convicciones de este gobierno está, que
a la imprenta no se le pongan más trabas que a la manifestación de la pala-
a
nuación explicaba que sería un error aplicar penas de prisión a los autores
de delitos de imprenta, dado el estado de las cárceles y la falta de peniten-
u
227 México a través de los siglos; t. IV, p. 783. Véase El Universal, 11-X-1852.
228 Obras; t. II, pp. 277 a 282.
130 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
Los liberales de mediados del siglo XIX, quizá sin advertirlo, convirtie-
rrú
ron en una tribuna ideológica la celebración del aniversario de la indepen-
dencia nacional, los días 16 de septiembre de cada año. Esto ocurrió ante la
resistencia que oponían los conservadores a considerar a Hidalgo como
Po
principal promotor de esa gesta histórica. Así, Mariano Otero dijo en Méxi-
co el discurso oficial en esa fecha del año 43, Gómez Pedraza lo había he-
cho en 42, León Guzmán lo haría en 1848, aprovechando la ocasión para
a
a
desfavorablemente sobre la dirección de la guerra por Hidalgo, desde diver-
rrú
sos puntos de vista. El conflicto desencadenado por don Miguel, en la medi-
da en que se negaba la existencia de una nueva nación, de base indígena,
por lo menos para Ocampo, formada lentamente en el interior de la socie-
Po
dad colonial, tomaba el aspecto de una desafortunada aventura, de una
pesadilla de violencia y atropellos, originados en la imprudencia y la ligereza
de un pequeño grupo de exaltados. Lo que separaba las dos escuelas histo-
a
231 Ensayo histórico; t. I, pp. 35 a 37. México y sus revoluciones, t. IV, pp. 1 a 7. Cuadro
a
y 4 meses. Finalmente, prestó desde el ayuntamiento de la capital y desde
rrú
el congreso un fuerte apoyo al regreso de Santa Anna, en 1852 y 53, y fue
durante 2 meses secretario de relaciones, hasta su muerte. Su programa
político, expuesto en la conocida carta a Santa Anna, de ese último año, se
Po
resume diciendo que para Alamán la nación se basaba en la unión del clero
y el ejército, como medio de sostener la paz y el orden, con apoyo de los paí-
ses europeos. Al aplicar este programa demostró estar dispuesto a llegar a
a
sinato de Guerrero.
En el discurso que Ocampo pronunció en 52, en circunstancias muy di-
u
fíciles para el gobierno estatal, llevó a cabo una crítica indirecta de la obra
pr
a
dencia, sino fundamentalmente de rechazar una peligrosa maniobra polí-
rrú
tica, orquestada y manejada por Alamán. Por otro lado, el gobierno de
Michoacán veía su existencia misma en peligro, pues, como señalamos, la
rebelión de Jalisco se había extendido hacia allá. En realidad, el régimen
Po
de Ocampo tenía sus días contados, ya que las guarniciones militares se
estaban declarando santanistas una tras otra, y las fuerzas existentes en el
estado no tardarían mucho en sumarse a la tendencia general.237 Lo más
a
a
encontraban. “El número de los opresores era en 1810 —sigue diciendo—
rrú
mayor con mucho que el de los oprimidos, respecto a la proporción en que
unos y otros se encontraron en 1520; pero los elementos artificiales de po-
der eran inmensurablemente mayores por parte de nosotros cuando en el
Po
pueblo de Dolores comenzaron a ensayarse. Recursos mentales, recursos
artísticos, recursos financieros estaban en Nueva España en mayoría de
nuestra parte”. Y señala que inclusive, de no ser por la alarma que produ-
a
a
veían con disgusto por todas las personas sensatas…fueron gradualmente
rrú
haciendo perder la confianza, aumentando los desaciertos y el disgusto,
y de simples aspiraciones al mejor estar se convirtieron en críticas ciegas y
apasionadas del estado actual y han despertado la discordia que por unos
Po
cuantos meses parecía aletargada entre nosotros…La fuerza dividida igual-
mente y desorganizada piensa resolver por la desolación y el exterminio
una cuestión que aún no se formula, un problema cuyos datos aún no se
a
a
explicarle sus condiciones— con la fuerza moral que da la uniformidad del
rrú
clero, de los propietarios y de toda la gente sensata…Creemos que la ener-
gía de carácter de usted, contando con estos apoyos, triunfará de todas las
dificultades…luego que usted se decida a combatirlas, y para ello ofrece-
Po
mos a usted todos los recursos que tenemos a nuestra disposición…En ma-
nos de usted, señor general, está el hacer feliz a su patria, colmándose
usted de gloria y de bendiciones”.245 Un testigo insospechable de toda sim-
a
patía hacia los liberales, Arrangoiz, describe así las primeras semanas de la
eb
reglamentos que hacía ver que la República había entrado en una era de
orden”.246
1a
a
dirección, ni jefes que los mandaran. Los principios religiosos que el pueblo
rrú
había recibido y que debían servirle para darse una vida mejor, se tradu-
cían tan sólo en que el clero se hiciese dueño y señor de sí mismo, se sintie-
se en libertad para cometer impunemente toda especie de abusos, hasta
Po
llegar al extremo de que un príncipe de la iglesia mexicana quisiese tratar
con el poder civil, como un poder independiente, de potencia a potencia. La
unión, la proclamada unidad nacional, serviría de pretexto para que la ab-
a
opresión de que fueron objeto durante tres siglos, para que los conquista-
dores siguieran siéndolo y continuaran proclamando con orgullo su supe-
u
247 Obras; t. II, pp. 24 y 25. Este análisis histórico representa un paso adelante, com-
parado con la presentación, un tanto convencional, que Mora hizo en México y sus revolu-
ciones.
138 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
teocrática. Hay que instruir al hombre en sus primeros años, y luego que
esté formada su conciencia, dejarlo que arregle conforme a ella las relacio-
nes sociales. La fe en este camino para nuestro país, agrega, es una fe na-
ciente, a la que faltan las profundas convicciones que da el tiempo, a pesar
de los sacrificios que el pueblo había hecho y seguía haciendo desinteresa-
damente, al perseguir esos principios. Si se debilita la esperanza, dice
Ocampo, es por lo contradictorio y lo variable de los sucesos políticos que
han llevado a la guerra civil; si no se comprenden las razones del conflicto,
es porque la intolerancia religiosa se ha trasladado a la cuestión política.
Pero debe observarse, insiste el michoacano, que el propio bando que se le-
vantó contra el principio de la soberanía del pueblo, cuando anuncia sus
decisiones y medidas de gobierno, se encuentra imposibilitado por la reali-
a
dad para basarlas en la gracia de Dios, y apela al voto de la mayoría, aun-
rrú
que por error lo suponga de su parte. Su conclusión es definitivamente
optimista, dado el momento en que la enuncia, cuando la guerra civil se
inclina en contra del gobierno constitucional: “Las oscilaciones que la vo-
Po
luntad nacional ha tenido entre la consagración de los privilegios y la ad-
quisición de la igualdad legal, van siendo cada día menores en duración y
en importancia, lo que augura un feliz término…”248
a
civil. Sin embargo, expresa muchas y graves reservas sobre el futuro nacio-
nal en los años inmediatos. La razón que generaba este impedimento para
pr
avanzar, la señaló con una frase que repite varías veces en su alocución:
“Nosotros estamos mal educados señores”. El alimento espiritual de nues-
1a
a
tables; que por estrictas economías y justas distribuciones, gastemos
rrú
menos de lo que ganamos para ir cubriendo nuestras deudas”.249
Para ayudarlo a salir adelante, es la conclusión a que don Melchor lle-
ga, nuestro país tiene “la tradición de los pueblos más cultos de este conti-
Po
nente sembrado de las colosales ruinas de su tesón (y) la aptitud para las
artes y el trabajo de (sus) razas indígenas”, así como “el desprendimiento y
la imaginación de la raza latina” que se cruzó con ellos; le falta la laborio-
a
“Sin tomar la sopa” salió Ocampo de Pomoca, ya secuestrado por Cajiga. Sobre la con-
a
ducta de este individuo con respecto a Ocampo, hay versiones contradictorias; según
rrú
Pola, el propio Cajiga declaró a un amigo que trató a Ocampo con toda clase de consi-
deraciones; sin embargo, en México se publicaron varias noticias en la prensa sobre el
fusilamiento de algunas personas de la finca, que intentaron oponer resistencia. Clara
Po
Campos, que sería madre del hijo póstumo de Ocampo —recogido y educado por el
doctor Manzo— no se encontraba en Pomoca; estaba en Maravatío con las tres hijas
solteras del reformador. Josefina, la mayor, se encontraba en México con su esposo.
a
Doña Ana María Escobar, madre de por lo menos tres de las hijas de Ocampo, tenía
eb
meses de muerta.
No obstante, la cuadrilla de Cajiga realizó un registro minucioso de las habitacio-
u
nes de Ocampo, y de ello existe hoy día un testigo mudo. Un comerciante en libros de
pr
la ciudad de México, conserva el original de una carta de Iturbide a su mujer Ana, es-
crita poco antes del fusilamiento de don Agustín, que se dice fue adquirida por Carlos
Ma. Bustamante y cedida por éste a Ocampo. En la última página escrita, hay una
1a
nota anónima que da noticia de lo anterior y añade que Cajiga tomó la carta al regis-
trar la casa de Ocampo y la entregó después a Tabeada, quien la regaló a otra persona
no identificada. La hacienda de Pateo colindaba con Apeo, una propiedad de Agustín
de Iturbide al tiempo de su muerte. Durante años, esta finca fue administrada y des-
pués rentada por Mateo Echaiz, quien estaba casado con una pariente cercana de
Iturbide y era amigo de Ocampo y de ideas liberales como éste. Quizá de tales circuns-
tancias se haya derivado que la carta llegara a manos de Ocampo, en vez de la proble-
mática intervención de Bustamante. Hacia mediados del siglo, la familia Echaiz tuvo
sonadas dificultades con otros herederos de Iturbide, por la propiedad de la finca que
originó un juicio ante los tribunales.
Al salir de Pomooa, la comitiva tenía que cruzar el arroyo que pasa por sus terre-
nos, sobre el cual Ocampo había construido un puente de diseño original, quo sería
capaz de resistir cualquier avenida según don Melchor. Cuando Pola estuvo en Po-
moca dijo haber encontrado aún el puente en pie; poro hoy día ya no existen sino
141
142 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
algunos rastros. El tiempo, pues, ha resultado más destructor que las avenidas del
arroyo. Tras el puente, un cuarto de hora de camino, al paso, y se llega frente a la ha-
cienda de Pateo. Las ruinas del casco de la hacienda sugieren, todavía en la actuali-
dad, lo que fue en sus buenos tiempos la heredad de los Tapia: grandes almacenes,
caballerizas, corrales; a la izquierda la casa reconstruida por Ocampo en 1844, con un
soberbio mirador de cuatro arcos sobre el valle; algunos árboles en confuso manchón,
como también rodean a Pomoca. Al fondo, una gran capilla de construcción posterior;
y atrás, la huerta, también muy celebrada en su época.
Para pasar a Paquizihuato, donde fue a estacionarse la gavilla de Cajiga durante
un par de horas, el camino desfila frente a las construcciones de Pateo y medio kiló-
metro después llega a la orilla del rio, bordeada de sauces como están hoy la mayor
parte de las márgenes del Lerma en esta región. La corriente se cruza sobre un viejo
puente, actualmente casi en ruinas; ya sobre la margen derecha el camino corre para-
a
lelo al río; entre éste y el cerro Paquizihuato, y se aparta, al salir al valle de Maravatío,
rrú
hacia la hacienda de aquel nombre.
¿Qué fue a hacer Cajiga, con un preso tan peligroso, hasta Maro-vatio, que queda-
Po
ba situado justo detrás de las propiedades de Ocampo? Es obvio que esperó en Paqui-
zihuato el momento en que le avisaran de Maravatío que podía entrar a la población;
y parece evidente que aguardó ahí instrucciones de Zuloaga y Márquez. De otro modo,
se hubiera ido directamente a Toxi con su presa; algún escritor ha conjeturado que tal
a
vez temió el español sufrir una confusión y llevó a Ocampo a Maravatío para que lo
eb
identificaran sin dejar lugar a dudas. Pero don Melchor había sido ya plenamente
identificado por la familia Urquiza, que lo encontró en Pateo y le obsequió algunos
u
implementos para el viaje. En una de las muchas versiones, se cuenta que Ocampo
pr
tenía un huésped en Pomoca y que éste trató de hacerse pasar por él, pero que el pro-
pio Ocampo destruyó la artimaña y se presentó ante sus secuestradores. Otras versio-
nes, confirmadas por un acta levantada posteriormente, indican que Cajiga fue
1a
a
del telégrafo de Querétaro, que pertenecía a Muñoz Ledo y seguía siendo manejado
rrú
por la empresa que el guanajuatense organizó.
En las notas geográficas que escribió sobre Maravatío, Ocampo dice que en taras-
co significa “lugar de pesca”. Otros autores más recientes, no estando de acuerdo con
Po
esta etimología, le atribuyen el significado de “lugar precioso”. Ambas interpretacio-
nes, en realidad, no se oponen en forma absoluta y, desde luego, la población está si-
tuada en un hermoso valle. El Lerma pasa unos cuatro kilómetros al noreste del
a
pueblo; pero hay una extensa zona que en época de lluvias se convierte en una lagu-
eb
na; una parte de esta ciénega nunca se secaba, por lo menos en la época de Ocampo.
Más suerte han tenido otras etimologías de don Melchor, confirmadas por algunos
u
gunas autoridades se inclinan por derivarlo de la palabra otomí “patné”; existen tam-
bién varias poblaciones otomíes llamadas Pathé. De ser verdad esta interpretación, el
1a
sitio natal de Ocampo sería el único con nombre otomí en todo al rincón de Michoacán
que comprende Maravatío; los nombres de los pueblos del distrito son todos de origen
tarasco o castellano, incluso las otras haciendas del distrito tienen nombres tarascos
o francamente castellanos. La hacienda de Apeo, vecina de Pateo, toma su nombre, de
la palabra tarasca que significa “matar”. Se dice que Ocampo hizo a unos conocidos
que encontró al paso, una broma fúnebre sobre su situación, mientras se ponía tinas
chaparreras que le prestaron: “En Michoacán hasta los curas que llevan el viático
usan chaparreras”.
Don Melchor tuvo siempre una singular preferencia por Maravatío. Varias ocasio-
nes vivió en ese pueblo; en 1845 se ofreció como voluntario para vigilar a los presos
que pretendían fugarse de la cárcel del pueblo, y con ese motivo se dio cuenta de las
pésimas condiciones del establecimiento. Donó entonces su casa de Maravatío para
que se ampliara y modernizara la cárcel, se erigieran algunas oficinas, una escuela y
un pequeño hospital, con objeto de iniciar las obras, realizó además una colecta que
reunió 6,000 pesos (quizás un medio millón de pesos de 1977).
144 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
rrú
Los señores De la Vega del Lerma
exacta del nacimiento de Ocampo, ignoramos por qué margen su edad era
eb
él rincón de Tafolla, que después sería Pomoca. Era una de las 11 fraccio-
pr
siendo, por tanto, la hacienda más poblada del futuro municipio,4 que com-
prende hoy 53 mil hectáreas.
La producción agrícola promedio de la zona, la calculaba Ocampo en
1435 toneladas de trigo al año, 1,348 toneladas de maíz, 46 de cebada y
unas 15 de frijol. Había 10 ,25 cabezas de ganado mayor, 4,761 de ganado
lanar, 1,974 de pelo y unas 800 de cerda. La superficie de cultivo era de
poco menos de 17% del total, 10% de riego y 7% de temporal. Asumiendo
que tanto la población como la producción se encontraran distribuidas uni-
formemente sobre las áreas agrícolas, con excepción de los 3,000 habitan-
tes de la cabecera, alrededor de una décima parte de esas cantidades debe
haber correspondido a la heredad que los Tapia poseían y que administraba
doña Francisca Javiera en 1816. El río Lerma bordea por el norte las tierras
a
que fueron la hacienda de Pateo, y las separa de las que formaron las ha-
rrú
ciendas vecinas de Paquizihuato y de San Nicolás.
Maravatío —dice Ocampo— (lugar do pesca en tarasco) se halla situa-
do a 1°11’ de longitud occidental del meridiano de México y a 19°34’ de la-
Po
titud boreal.5 Antiguamente, el valle fue llamado Uripitío de los pescadores.
Dejando al margen una primitiva industria textil y cierta producción do
madera, la única actividad productiva era en 1840 la agricultura. Habla
a
distrito, y otra para 80 niñas. Los pueblos y las haciendas contaban con
rudimentarios planteles; en Pateo existía uno, que sostenía el dueño. La
u
malsana, a causa de las ciénegas, el polvo y los vientos. “Casi no hay mes
alguno en que no se encuentren muertos de hidropesía, fiebre, fríos y
pulmonía”.6
1a
a
La propiedad que hereda —desde luego, compartiéndola con otros parien-
rrú
tes y algunos acreedores— tenía un valor de 125 mil pesos8 y producía hol-
gadamente más de una decena de miles de pesos al año. Es una hacienda
con 10 ó 12 mil hectáreas de tierras, una buena parte de ellas propias para
Po
un posible regadío, por más que el agua está limitada, y cuenta con 300 ó
400 peones de fijo, más los eventuales de las épocas de cosecha. Dispone de
650 cabezas para engorda, mil ovejas y otras tantas cabras, más unos 500
a
caballos y mulas.9
eb
sulta que del trigo se obtenían 15 granos por cada uno sembrado, el maíz
rendía 85 granos por cada uno, la cebada 18 por uno, y el frijol 12 por
uno.10 Para hacer una comparación adecuada, dados los cambios que han
ocurrido después, tal vez una buena forma consista en acudir a Humboldt.
En su celebérrimo “Ensayo Político”, este autor que fue tan apreciado y ce-
lebrado por Ocampo, dice sobre el trigo: “De todas las gramíneas cultivadas
ninguna presenta un producto tan desigual. Este producto varía en un mis-
mo terreno de 40 a 200 ó 300 granos por uno, según las mudanzas de
a
chor era en aquel entonces una zona de fertilidad más bien baja para nues-
rrú
tro país. Pero puede comprenderse fácilmente que a Ocampo no le pareciera
así, durante su visita a Francia; porque en esos días el trigo, el principal
cereal que cultivaba en su hacienda de Pateo, sólo rendía en aquel país,
Po
donde las condiciones eran muy distintas, un promedio de 5 a 6 granos por
uno.14
En cambio, según los rendimientos por unidad de superficie cultivada
a
que sólo se obtenía una cosecha de no más de 3,000 toneladas, era segura-
mente objeto de un uso extensivo o parcial, limitado sobre todo por la can-
u
los precios que usó Humboldt, el valor total de la cosecha debería estar en-
tre 50 mil y 165 mil pesos, según las oscilaciones de aquellos. Podemos es-
timar, por lo tanto, que el valor noto de la cosecha de una hacienda como
Pateo oscilaría entre 5 y 16 mil pesos, de un año al otro. De hecho, en un
presupuesto quo Ocampo elaboró para Pateo, probablemente al tiempo de
rentarla a Echaiz, estimó que la cosecha valía unos 13 mil pesos y los in-
gresos brutos ascendían, a plena capacidad, a 27,600 pesos anuales. Como
a
que en las zonas agrícolas generalmente era inferior a 2 centavos.
rrú
Se comprende entonces, que un establecimiento agrícola de este tipo
obtenía en los buenos años pingües utilidades; pero en las malas épocas,
en que el tiempo o los disturbios políticos no permitían un trabajo normal,
Po
se presentaban verdaderas catástrofes, de las cuales Humboldt menciona
algunos ejemplos: “El hambre horrible del año 1784 provino de una helada
terrible que hubo el 28 de agosto, época en que menos debía esperarse bajo
a
que esos artículos quedaban fuera del alcance de casi todos sus habitantes.
Ocampo se preocupó siempre por diversificar los productos de sus fin-
cas. Es muy posible que además de las cosechas de granos que mencionó
en su estadística de los años treintas, que de seguro representaba la pro-
ducción comercial, se obtuvieran también otros cultivos, en pequeña escala
o para consumo interno de las haciendas. En 1856, cuando don Melchor
reside algún tiempo en México asistiendo a las sesiones del constituyente,
Esteban Campos le informa al respecto desde Pomoca; además del maíz, del
frijol y de dos variedades de trigo, menciona siembras de cebada, linaza,
tabaco, chile, alpiste y hace alusión a diversos árboles frutales: membrillos,
nogales, etc.; así como a ganado de diversas clases: bueyes, toros, novillos,
borregos, etc., y le da datos sobre varias plantas florales: ranúnculos, dalias,
etc. Esa correspondencia indica que se utilizaban algunas obras de riego
en pequeña escala, pues, como se dijo, el agua disponible era el límite de
las posibilidades de cultivo.19
Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos en que puso mucho em-
peño Ocampo, se aprecia que la extensión de sus propiedades se fue redu-
ciendo, fundamentalmente por la falta de recursos económicos. En general,
la situación en el campo mexicano fue bastante precaria e insegura, desde
que comenzaron los pronunciamientos militares hacia 1830. Por lo que se
refiere a las propiedades de Ocampo en los alrededores de Maravatío, no
sólo Santa Anna se apoderó por un tiempo incluso de las que estaban ren-
a
tadas, sino que fueron frecuentes los robos y las violencias que padecieron.
rrú
En varias ocasiones, estando ausente don Melchor, sus hijas tuvieron que
refugiarse a toda prisa en Taximaroa, con el doctor Manzo.20
El conjunto de datos mencionados hasta aquí, nos permite concebir en
Po
términos generales la situación social y económica de la clase en que nació,
o por lo menos en la que creció y se educó don Melchor. Por su parte, nunca
intentó disfrazar o disimular la condición en que se encontraban los peones
a
vestir, sino cuando otro quiere que vista y coma; un hombre que al fin del
año no ha podido, ni aún pensado hacer la más pequeña economía; un
pr
a
nombre y organización política. Su suelo, su clima, sus producciones, sus
rrú
habitantes, parte de sus costumbres, parte de sus errores y preocupaciones,
su industria, muchas de sus obligaciones y derechos son unos mismos,
aunque hoy se llame a todo esto mexicano”,22 No pretende que, ni siquiera
Po
en lo personal, se le pueda considerar ajeno a esta situación; aun cuando sí
reclama que su conducta ha sido humana y razonable, dentro de las cir-
cunstancias. En su famosa polémica con el cura michoacano escribió: “En
a
ésta su casa me cuestan algunos peones lo que les tengo prestado, otros lo
eb
que por ellos pagué y otros nada. Cuando alguno se me huía en Pateo —que
ya para entonces no era suyo—, sólo que hubiese falta especial lo perse-
u
guía y reclamaba; cuatro veces perdoné la deuda a todos mis peones (to-
davía puedo mostrar los libros, y estoy seguro de que ni aquellos ni mis
pr
vecinos dirían que los he, no digo ya tiranizado, pero ni aún tratado
ásperamente)”.23 “¿Qué importa —había dicho poco antes— que no se lla-
1a
men herencia ni efecto vendible los peones, si de hecho constan en los in-
ventarios y se paga su deuda como precio?”.24
Un escritor contemporáneo, al tratar de las aparentes contradicciones
del pensamiento de Lucas Alamán, señala el hecho evidente de que coexis-
ten en éste, por un lado cierto espíritu de iniciativa, cierto ánimo construc-
tivo, cierto impulso progresista “burgués”, al tiempo que, por otro, aparece
claramente un tradicionalismo feroz, que en el caso suyo lo llevó a extre-
mos tan lamentables como sus oscuras relaciones con el asesinato de Vi-
cente Guerrero y su denuncia ante Santa Anna, casi policíaca, de la labor de
Ocampo en Michoacán, que corresponde a la actitud de los elementos más
a
nal y a su posición social, era miembro prominente de la casta novohispana
rrú
que él mismo describió con tanta claridad. Pero, es muy diferente la forma
como reaccionan ambos personajes. No faltará quien encuentre fácil atri-
buir todo al origen irregular de Ocampo, a su nacimiento rodeado de enig-
Po
mas y de misterio. Sin embargo, los datos históricos indican que nada le
hubiera impedido asimilarse a las clases tradicionalistas, como lo hicieron
muchos otros en sus días, aún en condiciones más desfavorables. Cuantos
a
de un hombre que había aprendido en París a corregir los mapas, que cono-
cía los detalles de la flora de su región y se interesaba en las lenguas indí-
1a
genas, en una época en que las tres cosas resultaban inusitadas en México.
Es un hecho que las raíces embebidas en el medio novohispano produ-
jeron, sin embargo, frutos diametralmente opuestos en Ocampo y en Ala-
mán. Para explicarlo, se puede destacar el impacto de sus días de infancia,
muy distintos en ambos personajes; pero el empeño nos parece bien secun-
dario, frente a otras influencias y corrientes que la experiencia histórica
nos muestra obrando sobre el espíritu del joven Melchor. Antes que nada,
salta a la vista un contraste evidente. Ocampo nació, igual que Alamán, en
el seno mismo de la región de la Nueva España donde ocurrió la fase ini-
cial de la guerra de independencia y por donde fluyó esa impresionante
25 Lucas Alamán. Semblanzas e Ideario, pp. XIV, XVII, XVIII y XXXIII.
26 Véase también: Historia de México, tomo II, pp. 50 a 60.
152 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
procesión que, rodeando a Hidalgo, llegó cerca de la capital. Pero casi to-
das las gentes ligadas a Ocampo —a diferencia de lo que ocurrió con don
Lucas— estaban también vigorosamente ligadas a los insurgentes. En su
mayor parte, como ya se indicó antes, eran criollos de segunda o tercera
generación y ardientes partidarios de la independencia: el párroco de Ma-
ravatío, don Antonio María Uraga, se dice que fue electo diputado a cor-
tes después de haber participado en la conspiración de Michelena en
Valladolid;27 don Ignacio Alas fue un distinguido insurgente, respetado du-
rante la República, en la cual llegó al gabinete de José Justo Corro;28 de la
propia doña Francisca Javiera se sabe que recibía en su hacienda a los par-
tidarios de la independencia;29 ya se dijo que otros hacendados vecinos de
Pateo fueron también figuras destacadas del partido liberal, años más tar-
a
de.30 Sólo en este sentido, en tanto lo alejaron de los grupos de hacendados
rrú
españoles y lo acercaron a las capas criollas y mestizas, es de creerse que
las circunstancias de su nacimiento Influyeron en forma seria sobre su con-
formación ideológica y política.
Po
Ocampo y la revolución de Ayutla
a
común decir que la historia del siglo XIX de México se divide en dos perío-
dos: antes y después del plan de Ayutla.31 Puede observarse que para Ocam-
u
po, como para Juárez, la actividad desarrollada después del exilio en Nueva
pr
bien breve, según se refleja en el título del escrito que publicara en diciembre
siguiente: “Mis quince días de ministro”.32
La brevedad de esta colaboración tiende a dar una idea falsa del papel
político desempeñado por Ocampo durante la formación del régimen que
sucedió a la última dictadura de Santa Anna. Este se había retirado hacia
Veracruz desde el 9 de agosto; engañando a la opinión pública, salió rodea-
do de varios cientos de elegantes oficiales a caballo, hasta la fortaleza de
Perote. Ahí lanzó un cínico y melancólico manifiesto a la nación, pasó a
Orizaba y acompañado de sus jinetes, hizo en una jornada 160 kilómetros
hasta Veracruz.33 Al término de una semana, estaba ya embarcado hacia La
Habana, cuando aún no volvían a la patria los hombres que él había deste-
rrado y que no se habían acogido al perdón condicional otorgado en junio.34
a
Si se recuerda cómo se gestó la combinación de políticos conservadores,
rrú
clero y ejército que fue a traer a Santa Anna de Colombia, donde vivía en su
finca, se comprende mejor los acontecimientos ocurridos en la ciudad de
México, inmediatamente después de la salida de Santa Anna. El plan origi-
Po
nal de Ayutla tenía un tono federalista, pero prácticamente podía ser sus-
crito por toda persona o fuerza política que estuviera de acuerdo en que
cayera Santa Anna.35 Llamaba, como se recordará, a los generales Bravo,
a
primeros fue Juárez, quien se unió a Álvarez en Acapulco desde julio; uno de los últimos,
Arriaga, que llegó a la ciudad de México hasta diciembre.
35 El Plan de Ayutla tuvo una enorme difusión; no sólo lo publicó la prensa después de
la huida de Santa Anna, sino que circuló por correo durante su dictadura. Véase la carta de
Esparza, administrador general de correos, en: La Patria; Núm. 114, 8/XII/1855.
36 Lo habitual, durante el período de Álvarez, era que la prensa publicara ambas ver-
siones del plan, símbolo de la unión de los grupos liberales. Véase Monitor; 21-VIII-1855.
154 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
Las reformas que Comonfort hizo al plan de Ayutla el 11 de marzo, ten-
rrú
dieron a quitarle su carácter federalista, con el argumento de que “todo lo
relativo a la forma en que definitivamente hubiere de constituirse la Nación
deberá sujetarse al congreso…. haciéndolo así notorio muy explícitamente”.39
Po
Donde el plan original decía “estados”, se puso “departamentos”; además,
se suprimió la mención al tratado de “La Mesilla” y se reforzaron, en cam-
bio, los argumentos antimonárquicos. La intención de Comonfort está bien
a
clara: eliminó los obstáculos para que los jefes militares santanistas pudie-
eb
del día siguiente: “¡El plan de Ayutla! ¿quién da este grito? Vidaurri, que pide la extinción del
ejército, cuya conservación proclama el plan de Ayutla. Haro y Tamariz, que se apoya en el
clero y el ejército, las dos palancas del despotismo que ha querido derrocar el plan de Ayutla.
Comonfort que sigue aplicando el plan de Ayutla, pero modificado en Acapulco. La Llave,
que garantiza al clero sus bienes, cuando el plan de Ayutla no dice una palabra acerca de
esto. Los partidarios del gobierno de México, que siguen el plan de Ayutla, pero modificado
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 155
a
después mandó tropas en operaciones contra los comanches y apaches, así
rrú
como contra los mayas en Yucatán. Se sublevó con Santa Anna contra Bus-
tamante en 1841; después de la intervención americana se retiró un tiempo
del ejército. Santa Anna lo envió contra Comonfort, quien lo rodeó y obtuvo
Po
su rendición en Ñuzco; por un momento fue liberal y llevó la representación
de Chihuahua a la junta convocada por Álvarez en Cuernavaca. Subordina-
do a Comonfort, combatió las rebeliones de Puebla; en diciembre de 1857
a
salió del país antes de la intervención francesa y ofreció sus servicios a los
dos partidos. No era militar de carrera como Victoriano Huerta, pero sus acti-
tudes políticas fueron semejantes; ambos combatieron las rebeliones indí-
genas y se convirtieron en partidarios del establecimiento de una dictadura.
Regresó a México, amnistiado, en el gobierno del presidente Lerdo.
por la guarnición. Los «puros» exaltados, que no saben ellos mismos lo que quieren, pero
que se inclinan a favor de Vidaurri y desean la destrucción del ejército, garantizado por el
plan de Ayutla. Los prohibicionistas…que impugnan el arancel Ceballos, cuyo restableci-
miento está proclamado en el plan de Ayutla. Los conservadores, quienes, a juzgar por las
proclamas que ha dado el señor Mesa en Querétaro, invocan el plan de Ayutla, cuyo plan no
quieren poner en vigor”.
41 Contra esta idea, precisamente, luchó Ocampo en 1855.
42 Márquez, Osollo y Zuloaga, fueron después dirigentes del bando conservador duran-
a
Díaz de la Vega, se había adherido al plan de Ayutla, consumando las mo-
rrú
dificaciones de Acapulco al posponer dos meses más la reunión del congre-
so constituyente. El mismo día, por invitación de Haro y Tamariz, las
autoridades locales y el ejército de San Luis Potosí daban también por ter-
Po
minada la administración de Santa Anna, “para salvar a los pueblos de los
desastres de la anarquía”. El plan de San Luis, por lo menos en apariencia,
no tenía color político; lo firmó, en primer lugar, Anastasio Parrodi, pero
a
fue fraguado por Haro. Por su parte, Manuel Doblado proclamó un plan re-
eb
Monterrey contra Santa Arma, diciendo que el estado de Nuevo León reasu-
mía su soberanía.47 Sin mencionar explícitamente el plan de Ayutla, el go-
1a
retirada.
46 Planes políticos; tomo I, pp. 281 a 286. Juárez, correspondencia; tomo II, pp. 50 a 65.
47 México a través de los siglos; tomo V, pp. 75 a 78.
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 157
dos de 1858 se unió a Zuloaga; combatió después bajo las órdenes de Mira-
món y ordenó el fusilamiento de los prisioneros de Tacubaya en 1859.
Miramón lo destituyó y lo tuvo preso, pero lo dejó libre para que combatiera
a González Ortega, quien lo derrotó en Zapotlanejo. Reconoció a Zuloaga
después de la caída de Miramón, pero lo abandonó al llegar los franceses, a
quienes se unió desde luego. El emperador Maximiliano lo envió al extran-
jero; pero volvió después de la salida de las tropas de Bazaine y fue hecho
lugarteniente del imperio. Salió con algunas tropas de Querétaro, durante
el sitio, y se sostuvo durante más de dos meses en la ciudad de México. Se
ocultó y a fines del año 67 huyó a La Habana. Publicó algunos escritos en
su defensa, pero no pudo librarse de culpa en el asesinato de Ocampo. Díaz
lo admitió indultado en 1895; se regresó a Cuba al caer la dictadura. Hom-
a
bre torvo, sin escrúpulos ni respeto al enemigo, tenía una habilidad para
rrú
ocultar sus responsabilidades, a juzgar por sus escritos, semejante a la de
Rodolfo Herrera, el asesino de Carranza.
Los hechos antes descritos arrojan mucha luz sobre la afirmación de
Po
Molina Enríquez de que el plan de Ayutla tomó cinco formas diferentes.48 A
su juicio, como se sabe, el plan original representaba los intereses de la po-
blación mestiza, cada vez más numerosa, reunida en los pueblos y ciuda-
a
a
sia.52 Don Andrés subraya que esta situación tuvo un carácter dinámico, en
rrú
el que “cada una de esas propiedades siguió una evolución distinta”. Por
un lado, dentro de la propiedad privada el centro de gravedad, sobre todo
después de la independencia, se trasladó hacia el sector poseído por el cle-
Po
ro; “poco a poco, dice, el grupo eclesiástico se iba sobreponiendo al grupo
laico”.53 Por el otro lado, la propiedad en manos de las comunidades indíge-
nas, se defendió con considerable tenacidad; pero se vio también constan-
a
temente erosionada por las adquisiciones de tierras de los pueblos que iban
eb
a dar al sector eclesiástico, unas veces, y otras a los propietarios laicos, los
que en una mayoría creciente, dice don Andrés, eran de origen criollo.
u
a
lina Enríquez, lo clasifica socialmente entre los pequeños “rancheros”
rrú
cuyas propiedades surgían al lado de los latifundios.56 En realidad, la pro-
piedad que heredó don Melchor era una hacienda típica, que correspondía
aproximadamente a la extensión y la población que tenían tales unidades
Po
de producción, en su zona.57
Cuando se contempla la rivera izquierda del río Lerma, poco antes de su
paso entre los cerros de San Miguel y Paquizihuato, desde el manchón de
a
tían a mediados del siglo XIX en la península. ¿Es posible decir que el due-
ño era un “ranchero”? Cuando Ocampo regresó a México, en septiembre de
1a
1855, había vivido en la miseria durante dos años; pero ello se debió a que
sus propiedades fueron intervenidas por el gobierno de Santa Anna.58 Tam-
poco es una cosa clara que Ocampo haya sido mestizo, siendo como son
oscuras las circunstancias de su nacimiento. De doña Francisca Javiera,
quien le heredó las tierras, se sabe que era criolla.
Molina Enríquez señala también que la situación de la iglesia en Nueva
España sufrió un cambio radical, y buscado intencionalmente por el clero,
para sacudirse el patronato que ejercía la corona. “La elevación de los crio-
llos al poder —explica—, entrañaba el principio de una grave cuestión con
56 Si se usara el criterio de Molina Enríquez, habría que poner a Ocampo entre los “crio-
llos señores”.
57 Véase el capítulo “Los señores de la vega del Lerma”.
58 INAH; Cartas personales, doc. 50-V-20-1.
160 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
de México, $110 mil el de Puebla, $110 mil el de Michoacán, $90 mil el de
rrú
Jalisco, $35 mil el de Durango, etc., etc.; con una organización privilegiada
y con fueros que lo sustraían a la soberanía nacional, no era posible que
el gobierno mexicano se hicieron obedecer de esa clase poderosa, cuando él
Po
apenas tenía un presupuesto anual (¡federal!), de $24 millones y sus presi-
dentes o jefes de la nación jamás han ganado más de $36 mil”.61
Los generales Díaz de la Vega y Carrera al hacerse cargo de la capital
a
mexicano que, con los brillantes oficiales del regimiento de lanceros que
acompañó al dictador hasta Veracruz, desaparecieron también los últimos
u
a
ta Anna no iba más allá de la mentalidad del oficial que se pronuncia para
rrú
hacerse de la caja del regimiento y lograr un ascenso.66 El santanismo de
1853, sin embargo, contaba con el tinte intelectual de Alamán, Haro, Lares,
etc. aplicado a las botas de Tornel, Canalizo, Lombardini, etc.; no puede ol-
Po
vidarse con tanta sencillez, además, que tomaron parte en él Munguía y
Labastida, por lo menos en su etapa inicial.67
Santa Anna aumentó el ejército de 14 mil soldados a 90 mil en unos
a
cuantos meses; como guardia pretoriana para decorar una sociedad teocrá-
eb
a
con datos oficiales y otras noticias fidedignas, según el mismo autor afirmó.
rrú
La producción agropecuaria la estimó Lerdo en 260 millones de pesos
anuales; en tanto que dio al producto de la minería el valor de 26 millones,
y a la producción de la industria “fabril y manufacturera” le asignó un total
Po
de 90 o 100 millones anuales.71 Con datos de la oficina de contribuciones,
calculó que el valor de la propiedad raíz ascendía a 1,355 millones de pe-
sos, de los cuales 720 millones correspondían a las 13 mil fincas rústicas
a
a
lidad establecer puntos de referencia que indiquen, aunque sólo sea de un
rrú
modo esquemático, lo que representaban comparativamente la iglesia y el
estado.
El número de personas que dependían económicamente del gobierno
Po
federal y de los estatales, en forma directa, lo estimó Lerdo de Tejada
aproximadamente en 30 mil. El ejército permanente, incluyendo los milita-
res retirados, lo consideró formado por 15 mil 500 personas. Los gastos
a
228 mil pesos anuales; y los de los estados en 4 millones 819 mil pesos;
pero advierte que en realidad, tan sólo los del gobierno general “no bajarán
u
Rentas 15,000,000
Diferencia 9,819,203
Nada de extrañar resultaba, por lo tanto, que la deuda exterior ascen-
diera a 55 millones 817 mil pesos, y la deuda interior a 61 millones 950 mil
pesos; o sea, un total de 117 millones 767 mil pesos. Ni tampoco que los
intereses y amortizaciones representaran anualmente 3 millones 584 mil
pesos.76
Por su parte, el clero estaba formado por 3,320 eclesiásticos seculares y
1,295 regulares, a los cuales debían añadirse 1,484 religiosas. Había ade-
más 533 niñas y 1,266 criadas en los conventos, así como 37 profesas y 41
novicias en los establecimientos de hermanas de la caridad. Digamos que
un total de 8,000 personas dependían económicamente de los ingresos del
clero, de un modo directo.
Ricardo García Granados calculó en 1906 que el número de miembros
del clero regular y secular ascendía, en vísperas de la reforma, a 9,300
personas.77
“Las rentas generales destinadas al sostenimiento del clero y del culto
en la República —dice Miguel Lerdo en su cuadro—, pueden subdividirse
en cuatro grandes clases, a saber: primera, las que corresponden a los obis-
pos y a los canónigos que forman los cabildos de las respectivas catedrales;
segunda, las que pertenecen a los eclesiásticos particulares o capellanes;
a
tercera, las de los curas y vicarios; y cuarta, las de las diversas comunida-
rrú
des religiosas de ambos sexos”. Las primeras, compuestas principalmente
del impuesto llamado “diezmos y primicias”, había bajado mucho desde el
decreto de 1833, que les quitó el carácter obligatorio; pero aún eran de
Po
consideración. “El monto total de lo que hoy colecta el clero en toda la
extensión de la República, por rentas procedentes de diezmos, derechos pa-
rroquiales, limosnas, misas, funciones eclesiásticas, y por la venta de
a
“unidos los productos de estos bienes a los de los diezmos, derechos parro-
quiales, etc., etc., puede muy bien asegurarse que el total de las rentas que
pr
con diversos títulos y por todos los objetos indicados percibe el clero en la
República, pasa de 20 millones de pesos al año”.78
1a
Según Ricardo García Granados el valor de los bienes raíces del clero en
la ciudad de México ascendía a 17 millones de pesos; en toda la República
estimó que ascendían a 150 ó 200 millones, lo que significaba entre 1/2
y 1/4 de toda la propiedad raíz.79 Humboldt había dicho que la iglesia po-
seía 4/5 de toda la propiedad raíz y tenía rentas por 40 millones, hacia fines
de la época colonial.
Dentro de este cuadro general, puede señalarse que el clero era, en sí
mismo, un gigantesco banco, “al que reconoce —dice Lerdo— la propiedad
raíz en la República más de 80 ó 100 millones de pesos impuestos a rédito”,
en una época en que el valor total de las operaciones bancarias de este tipo
a
fras, no alteran el orden de magnitud. Debe reconocerse, por lo tanto, que
rrú
en 1855 la reforma era inaplazable, porque la enorme riqueza de “manos
muertas” estaba sustraída al comercio e impedía el desarrollo de nuevas
actividades, y porque el estado vivía en permanente quiebra, explotado por
Po
la usura, sin realizar plenamente sus funciones por falta de recursos.81
Los escritores conservadores sostenían que la iglesia era el sostén del
orden y del estado; en realidad lo había sido en cierta forma durante la co-
a
autoridades establecidas, sino el párroco que les enseña las verdades cris-
tianas…”82 Sin embargo, no pretende examinar la conveniencia y solidez
de prolongar indefinidamente este orden colonial. “Doloroso es cierta-
mente para cualquier escritor católico —confiesa—, ocuparse de estas
materias, y examinarlas alguna vez bajo el aspecto político o social, cuan-
do no debiera invocarse ni otra razón ni otro principio que los que están
comprendidos en esta regla: la iglesia lo prohibe”.83 No es necesario poner
en duda lo que Cuevas afirma respecto a la obra de la iglesia, cuando es-
cribe: “Allí están los templos, los asilos de la virtud, los establecimientos
piadosos, y la magnificencia del culto que pudo hacer creer a algún viajero
que visitase estas regiones que en México se hallaba la capital del mundo
cristiano”.84
Pero, ¿cuál era la situación cultural de la población? De acuerdo con los
datos del “Cuadro sinóptico”, el número de habitantes era ligeramente infe-
rior a 8 millones, de los cuales solamente unos 700 mil vivían en las princi-
pales 30 ciudades. “Comparado el número de (alumnos de primaria) con la
población total de las localidades a que corresponden, resultan en la pro-
porción de uno por cada 37 habitantes”, de modo que en esas poblaciones
no había más de 18 ó 19 mil niños inscritos en escuelas primarias.85 En la
ciudad de México, Lerdo menciona nueve colegios de educación superior
cuyos alumnos sumados no llegaban a 1,500; y sólo registra siete becados
a
en Europa (alumnos de bellas artes). Los seminarios conciliares, en número
rrú
de 10, tenían más de 3,050 alumnos que estudiaban latinidad, filosofía,
derecho canónico, derecho romano, teología escolástica, dogmática y mo-
ral, y en algunos casos derecho natural, civil y de gentes, francés e inglés.
Po
En los tres principales colegios laicos se estudiaban en cambio gramática,
filosofía, matemáticas, física, cosmografía, geografía, jurisprudencia, his-
toria, literatura clásica, historia natural, química, anatomía, fisiología, far-
a
perior, cuyos planes de estudios eran semejantes a los de los colegios laicos
de la capital.
pr
60,000 alumnos; de este sistema escolar sólo 21 planteles, con 2,000 alum-
nos, eran sostenidos por fondos del clero mexicano.87
A pesar de la guerra civil y de la intervención extranjera, bueno es re-
cordar que en 1874 ya existirán más de 8,100 escuelas en el país, sosteni-
das por el estado, más unas 2,000 particulares, con un total de cerca de 350
mil alumnos. A fines del siglo habrá poco menos de 12 mil escuelas, con
unos 750 mil alumnos; y es bueno señalar que aún la instrucción de las
369 escuelas del clero, incluía ya cerca’ de 28 mil alumnos. Entre 1843 y
1900, el número de escuelas se multiplicó por 9 y el número de alumnos
a
mil hombres, el dictador pudo haber resistido mucho tiempo, ya que la re-
rrú
volución de Ayutla no dominaba en agosto de 1855, sino en los estados de
Jalisco, Guerrero, México y Veracruz. La larga experiencia de los dueños del
poder económico radicados en la ciudad de México, les hizo ver que entre
Po
más se prolongara la lucha militar, más fuerza tomaría el grupo revolucio-
nario del sur. Antes de desaparecer, sin embargo, Santa Anna dejó armada
la trampa al designar como sus sucesores al magistrado José Ignacio Pavón
a
y los generales Mariano Salas y Martín Carrera. Uno de los suplentes del
eb
con casi todos sus amigos conservadores y con un sector importante del
clero. La indignación estalló en las calles y volvió necesario procesar al
propio hijo del dictador depuesto; algunos periódicos fueron saqueados
y también las casas de connotados santanistas, incluyendo la de Diez de
Bonilla. La opinión pública, los éxitos militares de Comonfort y Santos De-
gollado, la oposición de Haro y Tamariz, Vidaurri, Doblado y de Ignacio de
la Llave hicieron imposible la subsistencia del gobierno de Carrera.
Ocampo desembarcó al día siguiente del convenio de Lagos, donde se
reunieron Comonfort, Haro y Tamariz y Doblado (quien llegó acompañado
de Leonardo Márquez) y tomaron la decisión de mantener el plan reforma-
do en Acapulco, mientras los agasajaba el aristocrático dueño de una ha-
cienda. Las maniobras y las contemporizaciones siguen, sin embargo.
a
Sintiéndose autor del triunfo, Comonfort manda a Álvarez una lista de los
rrú
miembros que deberían integrar la junta encargada de elegir presidente en
Cuernavaca; en esta lista, desde luego, no está Ocampo. El viejo caudillo,
que se encuentra rodeado de liberales en Iguala, modifica la lista de Co-
Po
monfort e incluye a don Melchor. El juicio de Vigil sobre ambas listas no es
ambiguo: “en la de Álvarez dominó el elemento puro, en la de Comonfort el
moderado”.92
a
voto restante. Comonfort, Ocampo, Juárez y Gómez Farías votan por Álvarez;
por Ocampo votan Guillermo Prieto, Alcaraz y González. Se forma más tarde
un consejo de gobierno, presidido por Gómez Farías, del cual forman parte
1a
92 México a través de los siglos: tomo V, p. 88. Historia mexicana; vol. X, pp. 72 a 98.
93 El Monitor Republicano; 6-X-1855 (McGowan; p. 96).
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 169
a
fue que muchos liberales participaron en esta innoble campaña, como lo
rrú
muestra la siguiente carta que José Ma. Arteaga dirigió a Jesús Terán, el 24
de noviembre de 1855: Po
Por México sigue el mismo descontento que anuncié a usted en mi última car-
ta, pues en las cosas más triviales se ve el desagrado con que han recibido la
permanencia en el poder del señor Álvarez…todo lo motivan las exageraciones
de los que (lo) rodean, que creen que nuestro pueblo está en su educación al
a
cido, ni siquiera en la extensa producción del padre Mora, don Carlos Ma.
Bustamante, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala o el propio Juárez, entre
otros altos funcionarios que escribieron sobre los acontecimientos que les
tocó vivir. Representa, con respecto a la crisis política del gobierno de Álvarez,
con que se inició la reforma, lo que Mora hizo en la “Revista Política” con
relación a la administración Gómez Farías de 1833. Con la diferencia de
que Ocampo no hace sólo un análisis ideológico, sino que, para influir en la
opinión pública, relata en detalle lo ocurrido durante las dos semanas en
que ocupó el ministerio de relaciones interiores y exteriores, en el gobier-
no que se estableció en Cuernavaca el 4 de octubre de 1855. Lo verdadera-
mente notable de su escrito, que recogió después en un folleto, fue el que
apareciera unos cuantos días después de ocurridos los hechos; no era pues,
una remembranza histórica, sino uno de esos poco frecuentes intentos de
usar la literatura política como instrumento de acción pública.
Ocampo empleó buena parte de su escrito para disipar malos entendi-
dos, que era de esperar que surgieran, tratándose de la renuncia de un alto
a
funcionario. Explica que fue designado consejero en el Distrito y renunció,
rrú
que vaciló mucho antes de aceptar la designación de representante por Mi-
choacán, que no daba gran valor a las clasificaciones sectarias de los libe-
rales, aún cuando se consideraba, a su manera, del grupo “puro”. Después
Po
de describir el ambiente que encontró en Cuernavaca, lo ocurrido en la jun-
ta de representantes y su designación como jefe del gabinete, con un estilo
nervioso y ágil, traza un cuadro, que ya hemos mencionado, de las corrien-
a
para que muera sin transigir y bastante prudente para contenerse en lími-
tes racionales?”
Se empeñó Ocampo en explicar que no vio un enemigo en Lafragua,
sino un hombre inadecuado para realizar los fines del movimiento de
Ayutla. Lafragua había sido, como Ocampo, diputado al congreso constitu-
yente de 1842; era otro de “la tribu” de aquel año. Colaborará, después de la
renuncia de Álvarez, con el gobierno de Comonfort en el ministerio de go-
bernación; de ahí salió a Francia, donde Ocampo deseó enviarlo desde
1855, y pasó en España toda la guerra de tres años, prestando servicios
inestimables a la República. Escribió extensamente para poner en claro el
verdadero carácter del tratado Mon-Almonte. Había sido senador, en el con-
greso que disolvió Ceballos, y magistrado de la suprema corte; Juárez lo
a
hizo después ministro de relaciones exteriores y continuó con Lerdo de Te-
rrú
jada. Era un jurista laborioso y eficiente y un diplomático patriota y sagaz;
pero no tenía alma de reformador. Ocampo reconoce con abierta franque-
za que pensó en 1855 que se le daban los honores de jefe del gabinete, para
Po
que fuera Lafragua y no él quien gobernara la política interior durante el
constituyente y el gobierno interino, con objeto de impedir que la presión
reformista se desbordara. La actuación de Lafragua como vocero de Comon-
a
gastos del culto y escéptico respecto a los recursos que produciría la nacio-
nalización de los bienes eclesiásticos. No estuvo de acuerdo con la ley del
1a
a
pareció notar en su ánimo ciertas miradas retrospectivas que hubiera de-
rrú
seado borrar con ciertas aspiraciones (no personales) del porvenir”. Lo cali-
fica, aún después de la ruptura, como patriota sincero y ardiente, hombre
generoso y probo. Su deficiencia, deja entender, no era del entendimiento
Po
ni del corazón, sino de la voluntad.
Juárez hizo un esfuerzo por evitar la ruptura, y cuando ésta sobrevino,
tanto él como Prieto acompañaron a Ocampo en la renuncia* “El señor Juá-
a
casero que viene por las llaves”. Al discutir el programa que presentó Co-
monfort, Ocampo señaló inmediatamente los dos aspectos básicos que, en
pr
a
presente revolución. Yo lo suponía ya, pero no puedo dudarlo cuando el
rrú
mismo señor ministro me lo ha explicado. Entonces, y muy detenida y
fríamente, hemos discutido nuestros medios de acción, y yo he reconocido
que son inconciliables, aunque el fin que nos proponemos sea el mismo…
Po
Como en la administración los medios son el todo, una vez que se ha cono-
cido y fijado el fin, he creído de mi deber, llegado como he al terreno de las
imposibilidades, separarme del ministerio de relaciones (interiores y exte-
a
dieron los hechos; todavía .en 1906, don Andrés Molina Enríquez juzgaba
así el dilema político de octubre de 1855: “Si Morelos fue la encarnación del
1a
98 La Verdad; 27-X-1855. Álvarez dio muestra de gran debilidad al sobrevenir la crisis
a
tas consecuencias del régimen de Comonfort, de esa administración que
rrú
Molina llama “criolla”, pero que debió haber reconocido como un contu-
bernio disfrazado del clero con el ejército. El mismo dice, en otra parte de
su ensayo sobre la reforma: “El partido moderado…ha representado siem-
Po
pre los intereses de la gran propiedad individual…Por sus recursos, por su
experiencia de gobierno, y por su educación social, ha sido el partido de
los hombres de negocios, el partido de los grandes políticos, el partido de los
a
los mestizos eran los amos del país”.102 No es exagerado afirmar que todo
su análisis y su explicación de la reforma están en lo fundamental viciados
1a
por una deformación profesional: interpretar los hechos a la luz de los fac-
tores étnicos. Sólo cuando las explicaciones de Molina Enríquez se despo-
jan de este elemento turbador y confusionista, las cosas vuelven a su forma
natural y resulta posible comprender este período histórico.
Breve como fue la participación de Ocampo en el gobierno de Álvarez,
alcanzó sin embargo a dejar una huella importante. En su escrito refiere el
michoacano que al tiempo de renunciar llevó al Presidente, en presencia de
Comonfort, los últimos nombramientos de gobernadores de los estados y al-
gunas supresiones y reformas en las legaciones. No mencionó don Melchor
a
congreso constituyente se reuniría en Dolores Hidalgo; esta disposición,
rrú
como se sabe resultó impráctica y la asamblea se realizó en la ciudad de
México. En un esfuerzo por ser realista, si bien la convocatoria de Ocampo
admitió al mayor número de ciudadanos posible para participar como elec-
Po
tores en las votaciones primarias, secundarias y de estado; para los dipu-
tados sí conservó el requisito de que poseyeran “un capital (físico o moral),
giro o industria honesta que le (s) produjeran con que subsistir”. Se abrió
a
una situación del erario que hacía problemático que los diputados cobraran
las dietas.
u
desde luego por los gobernadores. La prohibición de que el clero secular to-
mara parte en las elecciones, como veremos en seguida, produjo un enorme
1a
103 La Verdad; 22-X-1855. Este periódico dijo el 9-X-55, que Ocampo, Prieto y José de la
ellas con el título: “Un cargador vale más que un arzobispo”.105 A su vez, la
prensa liberal contestó diciendo que el congreso constituyente no se ocupa-
ría de teología, que habiendo vencida la revolución, los derrotados no te-
nían cabida en el congreso, pues otra cosa sería “el suicidio del movimiento
de Ayutla”.106 Un estudia sobre los periódicos de la época, resume la discu-
sión del siguiente-modo: “En sus argumentos los periódicos conservadores
tienen toda, la razón de su lado…Pero por más lógica que sea la argumen-
tación, la cuestión es ¿cuáles fueron las intenciones detrás de dicha argu-
mentación? Y la única respuesta es: desvirtuar ya no el plan de Ayutla sino
la revolución liberal”. “Esta política que no tiende necesariamente a elegir
conservadores al congreso, se orienta hacia la exclusión de los puros en
favor de los moderados”.107
a
La creación de este ambiente en el país —pues, como se aprecia, todo
rrú
mundo comprendió el carácter que tendría el próximo congreso— dio un
fuerte impulso, a los propósitos del partido liberal. Así se explica que antes
de la separación de Álvarez se haya podido expedir la llamada después “ley
Po
Juárez”, con la que se abre el ciclo de las leyes de reforma. La expedición de
este decreto ocurrió el 23 de noviembre, cuando Ocampo se encontraba
ya en Pomoca, pero, sin duda, reflejó el ambiente creado por la convocato-
a
ria al congreso. Quince días más tarde, quien tuvo que dejar el poder, ante
eb
frutos.
En efecto, el 17 de diciembre de 1855 escribió Doblado a Comonfort,
pr
desde Guanajuato: “Sabe usted bien que el plan de Guanajuato tuvo por
objeto principal la variación en el personal del presidente, ministerio y con-
1a
sejo. Sabe usted también que la actitud que tenían los puros en principios
del mes era tal y tan amenazante, que se temía y con fundamento que usted
fuese sacrificado a ellos, y que excluido del ministerio quedase el señor
Álvarez entregado a los exaltados, sin freno ninguno que moderase su ím-
petu reformador o mejor dicho destructor. Usted comprende que en seme-
jante situación era preciso incluir en el plan ideas que le proporcionasen
apoyo…en esa especie de documentos se mezclan conciliándose elementos
de todas las comunicaciones políticas dominantes, sin conceder a ninguna
un exclusivismo peligroso…El desprendimiento del general Álvarez, y la reti-
rada sin resistencia de los puros, que se contentaron con hacer un miserable
motín, han dejado sin objeto aquellas precauciones mías, y hoy se encuen-
tra logrado el fin prominente de mis aspiraciones, porque usted está en la
presidencia y los liberales moderados y de orden se encuentran ocupando
los ministerios”.108 No se exagera un ápice, teniendo a la vista esta carta, al
decir que Ocampo luchaba por la vida política de Álvarez, al enfrentarse a
Comonfort; pero, lo que es más importante, sus esfuerzos tendían a mante-
ner los propósitos del plan de Ayutla y crear una situación que los llevara
a la práctica. Esta segunda parte, en la medida en que el congreso de 56
abrió las vías para que viniera después la reforma, no tuvo un fracaso tan
completo como la primera.
En el breve escrito referente a su actuación en el gobierno de Álvarez,
Ocampo se autocalifica de “intruso en una revolución en la que sólo de
a
lejos y muy secundaria e imperfectamente había tomado yo parte”. Nunca
rrú
quiso, el michoacano, convertirse en militar, como tantos otros lo hicieron
durante la guerra de tres años, algunos de ellos, por ejemplo González Orte-
ga, para llegar a obtener grandes éxitos, otros como Santos Degollado, para
Po
sufrir mil derrotas amargas, sólo justificadas por el triunfo final. Puede
afirmarse que no hubo, en esa decisión, nada de temor, inconcebible en un
hombre que bajó del caballo para hacer una adición a su testamento, en el
a
portal de una hacienda, con la mano tan firme como cuando despachaba
eb
rras de reforma; para aceptar ser ministro de la guerra, no dudó don Mel-
chor un minuto; pero 1a guerra de guerrillas exigía, si había de ser efectiva,
pr
a
imperdonables que algunas veces pusieron en peligro a la causa liberal.
rrú
Los dirigentes liberales tenían que escoger; y Ocampo escogió la lucha ideo-
lógica y política contra los conservadores. Una vez tomada esta decisión, se
atuvo a ella con firmeza; regresó a México en el momento en que, ya sin la
Po
presencia del dictador, el panorama nacional empezaba a precisarse y de
inmediato puso todo su empeño en aclararlo.
Bien conocidas son las difíciles circunstancias en que vivieron, con in-
a
los demás exiliados; así como los ataques de “El Universal”, periódico con-
servador de la ciudad de México, contra el grupo de Nueva Orleáns, en abril
de 1854. El incidente con Arrangoiz, fue narrado por los exiliados en el fo-
lleto que Ceballos, Arrioja, Arriaga y Ocampo, publicaron ahí en mayo del
mismo año.112
Arrangoiz hizo aparecer, años más tarde, un voluminoso y unilateral
relato histórico sobre medio siglo de la vida nacional, donde pasó por alto
sus problemas como cónsul, con los exiliados.
Un interesante documento que se encuentra en la correspondencia de
don Valentín Gómez Farías, aporta alguna luz sobre las relaciones entre los
emigrados de Nueva Orleáns y la revolución de Ayutla. El 30 de abril de
1854, desde Londres, Benito Gómez Farías escribía a su padre: “De Nueva
a
York me ha enviado Arrangoiz dos impresos, obra de los expulsos que se
rrú
encuentran en aquella ciudad (sic), entre los que figura en primera línea
Ocampo. Uno de ellos es el «plan de revolución” que han enviado a Álvarez
y el otro contiene los «puntos sobre que se llama la atención de las juntas
Po
que deben formarse conforme al plan»”. Las observaciones de Benito
Gómez Farías demuestran sin duda que no tenían una gran penetración
política, pues agrega: “Si usted ha llegado a leer ambos documentos, al
a
112 Sobre una pretendida traición a México; 9 anexos. Véase también, la minuta de la
reunión con Arrangoiz, en: INAH; 1a. serie, caja 29, docs. 50-0-3-16 y 17.
113 Archivo V. Gómez Farías; doc. 3549.
180 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
de las manos de los texanos. Fidelísimo a las Siete Leyes, hasta las Bases de
rrú
Tacubaya. Fidelísimo a éstas, hasta disolver el congreso convocado por
ellas. Fidelísimo al centralismo, hasta que por resucitar la traicionada fede-
ración, pudo volver al país de donde lo había arrojado la justicia nacional…
Po
Fidelísimo a la federación, hasta que, por derrocarla, de nuevo se le volvía
a permitir la entrada a la República. Fidelísimo a la causa de la indepen-
dencia, hasta que, de acuerdo con el capitán general de Cuba, don Lucas
a
que, amagado por todos los espectros de una mala conciencia…ha hecho
salir de la República a personas que la han servido honrada y concienzu-
pr
114 Sobre una pretendida traición a México. INAH; 1a. serie, caja 12, doc. 17-8-7-8.
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 181
a
más los expulsó del país, a Ceballos lo provocó hasta que prefirió exiliarse,
rrú
a Arista y Herrera los hostilizó, Bravo desapareció en circunstancias miste-
riosas; en menos de dos años unificó al país en su contra, a través de erro-
res, abusos, torpezas y crímenes.
Po
El santanismo sostenido de Teodosio Lares es explicable por su espíritu
conservador. Se inició Lares, sin embargo, bajo la protección del goberna-
dor García, como director del instituto de Zacatecas, figurando como liberal
a
se alejó cuando éste quiso tomar medidas liberales. Volvió con los conser-
vadores al gabinete y ocupó la presidencia del consejo y el ministerio de
justicia. Cuando el intento de abdicación del Emperador, se abstuvo de vo-
tar en el consejo de notables; pero, en lo personal, aconsejó a Maximiliano
marchar a Querétaro y ponerse al frente del ejército. Se exilió en mayo de
1867 y regresó poco antes de morir. Hombre de poca voluntad política, te-
nía una especie de supersticiosa subordinación a los personajes notables,
como Alamán, Santa Anna y el Emperador, a quienes nunca fue capaz de
contradecir en serio. No sólo veneraba y seguía fielmente a estas figuras
de relumbrón, sino que consideraba lícita y conveniente cualquier medida de
fuerza, y aún la dictadura, si apoyaba el orden y el sistema establecido. Fue
una especie de franquista de mediados del siglo pasado, cuyos pecados li-
berales “de juventud” le sirvieron para iniciar la carrera burocrática.
182 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
Anna en el desastre de San Jacinto. Había sido enviado a Estados Unidos
rrú
en 1815 y regresó después del plan de Iguala; más tarde, fue ministro de
guerra de Bustamante y ocupó puestos diplomáticos en Londres, Sudaméri-
ca y Estados Unidos, donde se encontraba al aprobar el congreso yanqui la
Po
adhesión de Texas a la Unión Americana. Pidió sus pasaportes y regresó
para ocupar de nuevo el ministerio do guerra; por unos días fue ministro de
Gómez Farías, pero se opuso a la ley de bienes de manos muertas. Había
a
tres años reconoció a Zuloaga y firmó después el tratado con España, que
abrió la puerta a la expedición tripartita. Tomó parte muy activa en las ges-
pr
a
entre McLane y don Melchor Ocampo”; su estilo era ácido, burlón y despec-
rrú
tivo. Buen escritor, se le considera el prototipo del periodista conservador
de mediados del siglo XIX. Empezó como liberal moderado y ocupó algunos
puestos secundarios después del “cerro de las campanas”.
Po
La junta revolucionaria de Brownsville se fundó poco más de un año
más tarde. Ocampo se trasladó a esta ciudad por un conjunto de razones
diversas; de un lado, intentó hacer algunos negocios comerciales, asociado
a
con José Ma. Mata, para obtener recursos con qué subsistir; por otra parte,
eb
le interesaba estar más cerca de la frontera, con objeto de recibir con mayor
facilidad informes desde la República; y finalmente, parece haberse encon-
u
José María Mata fue hijo de un militar de la época colonial, estudió me-
dicina y participó en la lucha contra los americanos, en ocasión de la bata-
lla de Cerro Gordo; fue hecho prisionero y desterrado a Nueva Orleáns.
Intentó oponerse a la última dictadura de Santa Anna y fue de nuevo deste-
rrado. Parece que, coincidió en La Habana con Juárez, Ocampo y Arriaga, y
quizá por su iniciativa se trasladó el grupo a Nueva Orleáns. Cuando Vidau-
rri pidió ayuda a los exiliados, figuró como secretario de la junta revolucio-
naria formada para el efecto. Al regresar a México fue diputado al congreso
constituyente y luchó con los cívicos en contra de la rebelión de Haro. En
1856 casó con la hija mayor de Ocampo. Se unió a Juárez en Guanajuato
en 1858 y fue designado ministro en Estados Unidos; regresó a Veracruz en
a
pueriles. Su cultura política era amplia, pero superficial.
rrú
La comunicación que Juárez, Mata y Gómez dirigieron a Ocampo y
Arriaga, el 28 de febrero de 1855, ha sido sin duda mal interpretada; la
junta revolucionaria no se constituyó hasta fines de mayo, por lo tanto, no
Po
tiene ese documento nada que ver con este organismo. Por otra parte, el
párrafo básico del documento, en que los firmantes comunican que “hemos
acordado unánimemente trasladarnos al campo de la revolución para allí
a
prestar los servicios que estén a nuestro alcance”, expresa un propósito que
eb
habrán sido bien acogidos por los exiliados de Nueva Orleáns, cuyo pensa-
miento, en conjunto, se encontraba más cerca del tono federalista del docu-
pr
mento original, en el cual se dice que tuvieron la indirecta parte que las
circunstancias les permitían tomar. Como quiera, pronto el norte del país
1a
a
ces a los exiliados de Brownsville solicitando ayuda. Arriaga elaboró un
rrú
plan que diplomáticamente rechazó Vidaurri. Buen organizador, sus tropas
tomaron Monterrey y Saltillo. Apoyaba al gobierno central mientras éste no
intervenía en los asuntos de su región; ocasionalmente hacía arreglos, aún
Po
en cuestiones de dinero, pasando sobre la autoridad central. Siempre se
opuso a las medidas administrativas de ésta, a la presencia de tropas fede-
rales en su área y a los nombramientos de funcionarios federales que no
a
tuvo discrepancias con Juárez; sin embargo, apoyó la reforma en sus prime-
ras etapas. La derrota que Miramón le infligió en Ahualulco lo retiró casi de
u
la guerra de tres años; pero formó buenos militares, como Zaragoza y Zua-
zua. Chocó con Degollado por indisciplina y fue sometido por Zaragoza, con
pr
notable sangre fría; pasó a Texas un tiempOj restableció más tarde su po-
der local y trató de usar a Comonfort contra Juárez, al dar asilo al primero
1a
a
Nueva Orleáns. Después del triunfo de la revolución de Ayutla, Álvarez lo
rrú
hizo ministro de gobernación durante unos días. Su actuación más impor-
tante ocurrió en el congreso constituyente, al cual fue nombrado diputado
por siete estados y del cual fue presidente y encabezó la comisión de consti-
Po
tución. Desempeñó un activo papel para impedir que se restaurara, sin
cambios de fondo, la constitución de 1824; en el seno de la asamblea leyó
un famoso voto particular sobre la propiedad. Se quedó en México después
a
ala “pura” o radical, según diría el propio Comonfort más tarde. Se sabe,
sin embargo, que estuvo en contacto con Ceballos y Arrioja, con quienes
habló de sus gestiones para conseguir elementos materiales destinados a
apoyar la revolución del sur.118
El conflicto que surgió entre Comonfort y Ocampo durante la presiden-
cia de don Juan Álvarez, por lo tanto, tuvo su origen en la indecisión que
caracterizó, desde sus primeras etapas, a la revolución de Ayutla, por cuanto
a sus objetivos una vez que se hubiera logrado la expulsión de. Santa Anna.
Federalista y radical en sus primeros momentos, ese movimiento aceptó
después la adhesión de muchos militares conservadores que celebraron
arreglos con Comonfort. Ocampo se opuso abiertamente a esta tendencia,
que llamó “de transacciones”; tuvo que retirarse, pero antes de salir del
a
gabinete dejó organizados los gobiernos locales y convocada la asamblea
rrú
constituyente que habría de representar el triunfo definitivo del federalis-
mo y abriría las puertas a la reforma. Po
Congreso constituyente
ciones interiores de don Juan Álvarez.119 En una carta que publicó poste-
riormente, don Melchor menciona este documento como obra personal
suya; y ya relatamos la participación que tuvo en la designación de los go-
1a
118 Ceballos se embarcó a Europa el 3 de junio. INAH; Cartas personales, doc. 50-C-38-8.
a
No faltará quien arguya que debe haber sido escaso el efecto práctico de
rrú
una medida así. Y en cierto sentido, a la observación no le falta razón; dado
el atraso de los medios de comunicación, contando sólo con una prensa de
circulación reducidísima, sin tradiciones democráticas, sin organismos po-
Po
líticos que no fueran las logias masónicas y los clubes electorales, una bue-
na parte de la población, que no sabía leer, es posible que no se enterara
de las innovaciones de don Melchor. Pero no debe olvidarse que hay vías de
a
acceso a la mente colectiva que pueden superar en cierta medida todas esas
eb
120 Obras; tomo II, p. 93. En carta del 12 del propio mes, sin embargo, Comonfort había
manifestado a Ocampo dudas sobre las facultades del ejecutivo para hacer esos nombra-
mientos; véase: INAH, cartas personales, documento 50-C-45-8.
121 Obras; tomo II, p. 85.
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 189
Sin ser pesimista, podía creerse que los titubeos gubernamentales, el pruri-
to de hacer “transacciones” provechosas para la comodidad, encontrarían
un eco peligrosísimo en las filas de los prudentes, que dudaban si “había
llegado el tiempo” de emprender una transformación de semejantes propor-
ciones. En sólo un año, los hechos dieron a Ocampo la razón.
Pero el michoacano comprendía que estaba abierta, de todos modos,
una oportunidad histórica que el grupo liberal no podía desperdiciar. Para
él, más que para casi nadie, era una obligación política y moral prestar al
congreso toda la ayuda que estuviera a su alcance. Se comprende que tres
años más tarde, cuando el grupo liberal tuvo que completar la reforma en
Veracruz, no habría podido sustituir fácilmente la labor del congreso e im-
provisar al mismo tiempo una constitución.122
a
Ocampo va pues, al congreso de 56; pero va con toda clase de precau-
rrú
ciones. No queremos sugerir, con esto, que no fuera sincera su declaración
de que le resultaba casi imposible, después de dos años de ausencia sepa-
rarse de sus propiedades de Pomoca. Manzo, gobernador del estado en esos
Po
días, le escribía el 4 de enero de 56, a punto de celebrarse las elecciones,
“Aunque con modo, he procurado que usted no sea electo diputado, pues
veo, en efecto, que usted no podrá ir al congreso sin graves perjuicios; pero
a
usted…”. Y tres días más tarde le comunicó: “Salieron por unanimidad us-
ted, Degollado y Sabás (Iturbide)…”123 No había remedio, don Melchor ten-
u
122 En la carta citada mes arriba, Ocampo declaró en junio de 1857 que nunca gozó de
sueldo en sus licencias. Véase Historia del primer congreso constitucional; tomo I, p. 82.
123 INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos.
124 Zarco; p. 48,
125 INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-30.
190 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
dicté órdenes de prisiones, destierros, etc., y que por eso hubo el pronuncia-
miento…como de la escuela de Ocampo, no soy a propósito para gobernar
en estos tiempos…”.126 Sobre lo que Ocampo y Manzo pensaban en cuanto
a la situación política del país y las tareas que tendría que cumplir el con-
greso constituyente, nos da una idea la respuesta del segundo a don Anto-
nio Haro y Tamariz, fechada el 4 de febrero, cuyo original se encontró junto
a loa papeles de don Melchor. “Invoca usted la religión que supone perse-
guida —dice el documento—, y no reflexiona que la religión ha sufrido
mucho por los abusos que se han hecho de ella para sostener intereses bas-
tardos y contrarios al país… ¿Qué hubiera usted podido hacer, si en vez de
dejar en pie ese ejército, se hubiera destruido; si en vez de respetar las ri-
quezas del clero, único medio eficaz que tiene hoy para influir en los nego-
a
cios públicos, se le hubieran quitado? La pasada revolución contra Santa
rrú
Anna no tenía por único objetivo, como algunos creyeron, la caída de ese
tirano; su fin era más grande, destruir en el país toda especie de tiranía…
era preciso destruir ese ejército, que sólo ha servido para oprimirlos y tener-
Po
los en constantes agitaciones; reducir al clero al ejercicio de su misión, en-
teramente divina…no haber dejado impunes tantos crímenes como se
cometieron…”. “No se procedió con este método —añade el escrito— y la
a
Estas eran, sin duda alguna, las ideas de Ocampo cuando se iniciaron
las sesiones del congreso constituyente. No acudió a las primeras reunio-
u
a
tió entrar al congreso constituyente, quizá por el prestigio que le dio su
rrú
oposición a Santa Anna en 1854. Como gobernador de su estado se había
distinguido por su reaccionarismo, pues se negó a acatar el decreto de des-
amortización en 1847, y por su espíritu autoritario contra los indios “bár-
Po
baros”. Estuvo en el mismo gabinete del presidente Herrera en el que estuvo
Ocampo, el año 50. Apoyó las pretensiones clericales de establecer un “ín-
dice” de libros prohibidos y de reprimir la prensa liberal; hizo propaganda
a
a
de constitución, pues más adelante añade: “Ustedes saben que cuando vol-
rrú
ví a las sesiones lo primero que hice fue suplicar al congreso que me permi-
tiera firmar el original del proyecto de constitución, aunque no hubiese
estado yo en la capital al tiempo de presentarse; que aceptaba yo su res-
Po
ponsabilidad porque, si tenía errores, eran en su mayor parte los mismos
de que yo estaba imbuido; que, si como miembro de su comisión no había
discutido todos los artículos, había, sí, concurrido a las primeras conferen-
a
minuciosamente pude sus actas; que los pocos puntos en que disentí no
valían la pena para formular un voto particular; que los explanaría en los
u
debates”.
pr
a
declaró al congreso que, en su calidad de miembro de la comisión de consti-
rrú
tución suscribía el proyecto presentado por ésta a la asamblea.
Durante la segunda época en que don Melchor concurrió a las sesiones,
no faltó nunca. Entre el 13 de octubre y el 13 de diciembre —cuarenta y
Po
ocho sesiones, de ellas siete secretas— tomó una parte bastante activa en
la defensa de varios de los artículos del proyecto presentado a la asamblea.
En la sesión secreta, del día 5 de diciembre, Ramírez presentó una iniciati-
a
en contra de la actitud del gobierno ante los sublevados. He aquí como rela-
tó más tarde los hechos: “La segunda capitulación de Puebla exaltó el dis-
pr
gusto que yo sentí ya desde la salida del señor Fuente por el modo con que
se terminó el negocio pendiente con Inglaterra por los cónsules de Tepic, y
1a
a
recordar brevemente el desarrollo de las relaciones entre el congreso y el
rrú
gobierno de Comonfort, a lo largo del año escaso que duraron las delibera-
ciones de la asamblea. Esas relaciones fueron siempre difíciles, desde la
sesión inicial en que el discurso de Comonfort fue escuchado en silencio, en
Po
tanto que recibía grandes aplausos la contestación de Arriaga, a nombre
del congreso.139 La prensa conservadora trató de sacar provecho de esta
situación y realizó constantes esfuerzos por dividir aún más a los libera-
a
la de Juárez por Oaxaca. Pronto se vio que la discusión política tendría uno
de sus puntos claves en el artículo XV del proyecto de constitución. Este
1a
137 INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-67 y 8-4-76.
138 Obras; tomo II, p. LXXXIV.
139 Zarco; pp. 30 a 32. McGowan; p. 187.
140 Idem; p. 331.
141 1812-1868.
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 195
a
ejército en apoyo del plan de Ayutla y se convirtió en árbitro de la situación.
rrú
En octubre de 1855, Álvarez lo hizo ministro de guerra; después del choque
con Ocampo, los liberales moderados lo ayudaron a ocupar la presidencia.
Reprimió con éxito la sublevación clerical de Haro y Tamariz; sostuvo des-
Po
pués al congreso constituyente hasta la promulgación del código. La coali-
ción de gobiernos estatales lo hostilizó y, bajo la presión de Zuloaga y los
consejos de Payno, reaccionó desconociendo la constitución que había ju-
a
poder a Juárez y salió del país. Regresó a luchar contra el imperio y fue
muerto cerca de Chamacuero.
u
a
dista liberal. Sin estudios académicos, aprendió idiomas y se instruyó por
rrú
su cuenta, habiendo desarrollado un sistema personal de taquigrafía. En
1848 fue redactor de las actas del consejo durante las negociaciones del
tratado de paz; se opuso activamente al gobierno de Arista y apoyó al régi-
Po
men de Santa Anna en sus primeros meses, pero fue después perseguido.
Se inició en 1852 en el periodismo político, como colaborador del “Siglo
XIX”, del cual fue director, con algunas ausencias, hasta su muerte. Duran-
a
tacto con el gobierno de Juárez; al final fue apresado por Miramón. Siendo
diputado al congreso constituyente en 1857, escribió las crónicas en el “Si-
u
glo XIX”, que le sirvieron después para hacer una historia de la labor del
pr
a
formas, han resucitado el pensamiento de que se adopte la constitución de
rrú
24 con ciertas disparatadas reformas que propone el señor Ariscorreta.
Cuanta sea la inconsecuencia de esta conducta y la rechifla que por ella
debe caer sobre el congreso, es cosa bien clara; pero el resultado es, que
Po
apoyados los autores de la idea, que son bastantes, con la influencia del
gobierno que conspira hace muchos días en este sentido, sin que yo conoz-
ca la causa, creo que tienen “mayoría…150 Por esta razón, es evidente que
a
Ocampo no tenía otro camino que retirarse, cuando los sucesos de Puebla
eb
para que se negara a firmar una constitución, por la cual había sentido, por
lo demás, no sólo un gran interés sino también una activa solidaridad a lo
pr
hubiera quórum, se publicara en los periódicos del día siguiente. Una se-
mana después de haber sido incorporado a la comisión de constitución, in-
formó al congreso sobre los trabajos de la mencionada comisión, que se
reunía todas las mañanas en el local de la cámara para que asistieran a sus
discusiones los diputados que lo quisieran. La comisión llevaba un libro
de actas, había nombrado a Ocampo secretario, trabajó también por las
noches y, en la primer semana, ya había acordado sus procedimientos de
trabajo.151
En ausencia de Ocampo, Mata presentó al congreso el 28 de marzo,
cuando éste revisaba los actos de la administración santanista, los origina-
les autógrafos de las cartas enviadas por Santa Anna y Al-monte al general
Houston y al secretario de estado de Texas, respectivamente, en que estos
a
personajes reconocieron la existencia del convenio secreto de 14 de mayo
rrú
de 1836, por el cual don Antonio se comprometía a “influir de una manera
decisiva en el reconocimiento de la independencia de Texas”. Según comen-
tó Zarco en “El Siglo XIX”, muchas personas habían creído hasta entonces
Po
que el convenio fuese apócrifo, por lo que el congreso acordó que los docu-
mentos permanecieran quince días sobre la mesa, para que los diputados
pudieran examinarlos.152
a
men liberal. Ese mismo día, Ocampo fue designado miembro de una comi-
sión del congreso que se entrevistó con Comonfort, “en ausencia del
ministro —informó más tarde Ocampo al congreso—, para que hubiera ma-
yor franqueza”, y envió a dos diputados para que influyeran en el ánimo de
Vidaurri y lo hicieran desistir de sus pretensiones. Como es sabido, poco
después se firmó un convenio, en la Cuesta de los Muertos, entre los en-
viados de Comonfort y Vidaurri, que puso fin, por el momento, a las difi-
cultades entre el gobierno federal y el de Nuevo León. Cuando el congreso
designó a Ocampo miembro de la comisión de estilo que debería revisar la
a
Dos días después de haberse reincorporado a las labores de la asam-
rrú
blea, el 15 de octubre, don Melchor se dirigió a ella en un tono un tanto
sentencioso —él que criticaba esa actitud en un Mora— a propósito del
artículo 78 del proyecto presentado por la comisión. “La presidencia —dijo
Po
en esa ocasión— no debe considerarse como recompensa por éstos o aque-
llos servicios, sino como una magistratura que requiere inteligencia y
moralidad”.154 El comentario, es imposible no verlo, llevaba una intención
a
bre Santa Anna y, en tal condición, se daba por supuesto en muchos círcu-
los que sería el presidente de la república que pondría en vigor la nueva
u
constitución.
El proyecto del siguiente artículo decía: “La elección del presidente será
pr
153 Zarco; p. 1273. Sin embargo, como se explica después, un acta no firmada de la se-
sión del 31-I-57 dice que Guzmán “dio lectura al voto particular que como individuo de la
comisión de estilo presentó el señor Ocampo”. Actas, p. 629.
154 Idem; p. 952.
200 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
León o incluso el propio Lerdo de Tejada, que cerraron los ojos ante la evi-
rrú
dente descomposición del santanismo, con tal de que los dejaran gobernar,
en cierta medida. La democracia, comentaba don Melchor, dice por lo con-
trario: “Todos saben algo, todos son normalmente buenos”. Por supuesto
Po
que, no queriendo idealizarla, señalaba también que el pueblo yerra algu-
nas veces; y en realidad, no se hubiera negado a aceptar que el camino de-
mocrático pasa por más errores que aciertos. Pero, agrega de inmediato, si
a
Una semana más tarde surgió en las sesiones un tema semejante, cuya
solución es quizá menos evidente e indiscutible. El artículo 95 del proyecto,
había sido presentado así: “Para ser electo individuo de la suprema corte de
justicia se necesita estar instruido en la ciencia del derecho, a juicio de los
electores, ser mayor de 35 años y ciudadano mexicano por nacimiento, en
ejercicio de sus derechos”. La discusión de este artículo reveló que, por un
lado, existía un considerable disgusto público, al triunfar la revolución de
Ayutla, en contra de los profesionales —del derecho, de la milicia, de la ad-
ministración pública— que habían presenciado con indiferencia los abusos,
las arbitrariedades y hasta las sandeces de la dictadura. Se había visto, por
ejemplo, a un presidente de la suprema corte que se prestaba a justificar un
a
supo que el congreso pensaba admitir en la corte a quienes fueran compe-
rrú
tentes, “a juicio de los electores”, se desató una verdadera polémica en la
prensa; la inconformidad llegó, más tarde, hasta el punto de que algunos
diplomáticos extranjeros protestaran públicamente por el hecho.
Po
Ocampo subió a la tribuna, a defender el artículo por su valor político;
pero poco convencido de su eficacia y su acierto. “Los impugnadores —ma-
nifestó— han cumplido con la mitad del deber de los críticos, han dicho que
a
lo que se propone es malo, les falta cumplir con la otra mitad, diciendo lo
eb
que será bueno”.157 Como no hubo proposiciones, pues la verdad era que el
problema no radicaba en el método empleado para la selección de los jue-
u
abogado, ni aún aficionado a esos estudios que dejé a los 22 años, y por lo
mismo no podría aceptar, aun cuando no hubiera otro motivo, semejante
cargo”. Por cierto que don Santos Degollado rechazó también la candidatu-
ra, por razones muy semejantes.158
Es bien sabido que en el congreso de 57 fue ampliamente discutida la
cuestión de lo que hoy se llama “el juicio de amparo”, que estaba contenida
en los artículos 102 y siguientes del proyecto presentado a consideración
de la asamblea. Todavía entonces, se le consideraba una innovación contra
la cual rompían lanzas muchos liberales de prestigio. No cabe intentar aquí
siquiera, un examen de un punto técnico complicado sobre el cual tanto se
ha escrito desde entonces; pero no podemos dejar de registrar las ideas de
Ocampo al respecto y el significado político que el reformador les daba.
a
Lo que el proyecto de constitución contenía en media docena de artícu-
rrú
los, quedó reducido, en definitiva, a los artículos 101 y 102 del código de
57. El asunto era entonces tan confuso para el público general, que algunos
diputados tuvieron que recordar a sus colegas que el acta de reformas de
Po
1847 ya había contenido algo semejante a lo que ahora se proponía en esos
artículos. En el curso de la reducción que sufrió el texto propuesto por la
comisión, desaparecieron varias cuestiones que habían sido muy discuti-
a
tucional la intervención del jurado, que don Melchor había defendido larga-
mente y que constituye un caso ilustrativo —a pesar de que no se haya
1a
a
No escapaba a Ocampo que la proposición de la comisión daría margen
rrú
a que se modificaran, en su aplicación, o se corrigieran ciertos aspectos de
la legislación. Pero señaló que le parecía preferible hacerlo poco a poco, en
vez de hacer revoluciones para cambiarla. La intervención del jurado la de-
Po
fendió diciendo que no era una copia de las instituciones norteamericanas,
sino una tendencia moderna del derecho. “El hombre —dijo en la tribuna—
se va manumitiendo de toda clase de tutelas. Antes, si no había jurados, se
a
negocios, y ahora se ve que muy pocos se sujetan a ese yugo porque tienen
confianza en su propia conciencia y ya sólo recurren a aquel arbitrio algu-
u
nas señoras y unas cuantas personas. El jurado viene a ser pues, una espe-
cie de término medio entre el legislador y el director espiritual”. Lo comparó
pr
con lo que se conocía en la curia como apelar contra el papa mal informado,
al papa bien informado.161
1a
a
de la República. Temía Ocampo que un texto impreciso diera lugar a fre-
rrú
cuentes ataques contra los funcionarios públicos, incluso por causas se-
cundarias o sin importancia. Mata y Arriaga defendieron la proposición y
aparentemente convencieron a don Melchor, quien llegó a calificar de
Po
“irreflexivos” algunos de los comentarios que había hecho en la tribuna.
Sin embargo, el texto fue retirado por la comisión, modificado y aprobado
sin objeciones un mes más tarde.162
a
Cosa semejante ocurrió con el artículo 107 del proyecto, que fue pre-
eb
a
idea del artículo como una medida transitoria; sin embargo, don Melchor
rrú
señaló que la constitución no debería clasificar las rentas. El argumento
consistía en que los estados se encuentran en mejores condiciones para co-
nocer los ingresos netos de los contribuyentes, en tanto que para la federa-
Po
ción es más simple gravar los consumos. La discusión de los días 12, 13 y
14 de noviembre, confusa y contradictoria en las actas y la crónica, no im-
pidió que el congreso rechazara el artículo.165
a
ción a los cambios, y que éstos fueran ratificados por los electores en la
elección de diputados del congreso siguiente. Fue desde luego evidente que
pr
franceses llaman grueso buen sentido y nada más. Cuando el orador —si-
guió diciendo don Melchor— no sabía lo que era triángulo, ni hipotenusa,
ni catetos, no comprendía cómo era que el cuadrado de la hipotenusa fuera
igual a la suma de los de los catetos; pero cuando se le explicó lo que ésto
quiere decir, le pareció casi verdad de Pero Grullo. Así en las reformas,
cuando se explique lo que ellas importan, el elector será apto para resol-
ver…Decir —repitió— sólo yo sé, sólo yo mando, y debo ser superior al pue-
blo porque es ignorante, no es en verdad la doctrina de la democracia.
Además, el pueblo no es necio, ¿qué son sus escogidos sino hombres del
pueblo?…Nosotros no somos más que parte del pueblo, y, por muy escogi-
dos que hayamos sido, no dejamos de ser pueblo. De un cesto de peras o de
bellotas, por más que se escoja, no puede salir más que peras o bellotas”.166
a
En la discusión de este tema, los argumentos de más sólida práctica
rrú
estuvieron del lado de Zarco y otros oradores, dada la frecuencia indudable
con que son modificados los textos constitucionales. “El principal defecto
del artículo —dijo Zarco— consiste en que una vez establecido el sistema
Po
representativo, se apela a la democracia pura hasta donde cabe en el siste-
ma de la comisión”.167 En realidad, por mucho tiempo serían más realistas
y efectivos los razonamientos de este tipo, aplicados a México, que los de-
a
a muy largo plazo, con su insistencia en abrir, siempre que fuera posible,
vías de acceso a esas mayorías hacia las cuestiones públicas. El camino de
u
es muy poca cosa; que estas dos facultades que se adquieren no son más
que medios de saber, que de nada sirven si no se estudia, y porque (creía) que
la tradición oral comunica grandes conocimientos, como lo prueba lo difun-
dido que estaban en la antigüedad, antes de la invención de la imprenta”.
Luego indicó: “El señor Prieto ha abogado por el desarrollo de la mano, de
este instrumento prodigioso sin el que la humanidad no hubiera salido
de la barbarie. Pero hay tres cosas que necesitan desarrollo —continuó di-
ciendo—: el corazón, la facultad de sentir, la moral; el entendimiento, la fa-
cultad de conocer la verdad, la razón; y la mano, la industria, la actividad, el
medio de hacer efectivas las conquistas de la inteligencia. Pero no es
la mano lo preeminente, no vale más que la inteligencia y el sentimiento. El
señor Prieto se equivoca al ponderar lo que llama intereses positivos; la vida
a
del hombre no se reduce a la materia; su misión no es comer y dormir, y na-
rrú
die puede negar que es positivo amar y conocer”.169 Zarco dice en su “Histo-
ria” que este debate causó sensación en el congreso; el artículo fue rechazado
y la comisión presentó, de inmediato, el texto que finalmente quedó en la
Po
constitución de 57.
Ocampo no opinó sobre la pena de muerte en el congreso; sin embargo,
Mata leyó en su ausencia el libro de actas de la comisión de constitución,
a
go, pero hizo notar que no se podía suprimirlo de un golpe, pues para ello
se requería contar con sistemas penitenciarios, recursos de policía y de or-
u
rarse las sesiones del congreso, León Guzmán explicó a la asamblea que
había quedado como miembro único de la comisión de estilo, por ausencia
de Ocampo y de Ruiz; manifestó que sólo hizo un número reducido de cam-
1a
a
no estaba acudiendo a las sesiones del congreso.
rrú
Pero, aún en Pomoca, Ocampo se mantenía atento a lo que ocurría en el
congreso, como lo muestra, en particular, su correspondencia con Mata.
Con respecto a la revisión de los abusos, atropellos y actos inmorales de la
Po
dictadura, ya hemos visto que don José Ma. presentó a nombre de ambos,
las cartas de Santa Anna y Almonte que muestran los ofrecimientos que
hicieron en el delicado asunto de Texas. Con respecto a la ley de desamor-
a
mentario, unos días más tarde: “Muchos temen que Doblado haga algún
mitote en Guanajuato, atendida su cordialidad con el obispo; pero hasta
1a
ahora nada hay de positivo. Creo —continuaba Mata con sobra de optimis-
mo— que si los conserva-sotanas no hacen la reacción en el término de
dos meses, después nada podrán hacer, porque quedarán reducidos a la
impotencia. Cumplida la ley de desamortización y planteada la de obven-
ciones parroquiales, dudo mucho que encuentren bastantes secuaces y
dudo más que quieran continuar gastando el dinero como lo están hacien-
do ahora. El gabinete tiene un juego de tira y afloja que me desagrada;
pero a trueque de que marche, todo le perdono. Lo más malo para nosotros
es la falta absoluta de dinero; pero si podemos mantenernos durante dos
a
rencias. Sin embargo, como el michoacano manifestó que había concurrido
rrú
a aquellas en que se fijó el plan de trabajo de la comisión, debemos concluir
que estuvo de acuerdo y aceptó la forma en que se resolvieron las más im-
portantes cuestiones: “¿Debía la comisión proponer al país un código fun-
Po
damental enteramente nuevo, condenando al olvido todas las tradiciones
de nuestro derecho constitucional, ensayando teorías y formas absolutamen-
te desconocidas y aplicando principios que no estuviesen perfectamente re-
a
reformas que la triste situación del pueblo mexicano reclama(ba) como ne-
pr
a
poner en actividad y movimiento la riqueza territorial y agrícola del país,
estancada y reducida a monopolios insoportables, mientras que tantos
rrú
pueblos y ciudadanos laboriosos están condenados a ser meros instrumen-
tos pasivos de producción en provecho del capitalista, sin que ellos gocen
Po
ni disfruten más que una parte muy ínfima del fruto de su trabajo…”.
Por lo que se refiere a la tercera interrogante que se planteó la comisión
de que Ocampo formaba parte, el dictamen manifiesta que la reforma más
a
importante del proyecto trató “de las controversias que se susciten por le-
eb
a
ciano deja traslucir poco las fuentes de su pensamiento más profundo y
rrú
verdadero sobre la cuestión de la propiedad en general, y de la agraria en
particular. Cita extensamente un documento de tendencia muy reacciona-
ria, elaborado para la academia de ciencias de Francia, por una comisión de
Po
que formaban parte Blanqui y Thiers; pero su intención es evidente, quiere
llegar a concluir que ni siquiera los defensores de la propiedad originada
en la “primera ocupación”, podrían llegar a justificar moral o económica-
a
mente los abusos que el sistema feudal de las haciendas llevaba consigo
eb
se cumplieron?” (las leyes de Indias); y hace notar que otros autores, como
Zavala, han sostenido que fueron, aunque en apariencia un baluarte de
pr
a
La organización racional debe poner al productor en posesión de todo el fru-
rrú
to de su trabajo a fin de que pueda aumentar los goces físicos y morales en re-
lación con el desarrollo sucesivo de su inteligencia.
La organización racional debe asegurar al trabajador el cumplimiento de
Po
sus derechos civiles y políticos, como deberes sociales, y sin que este cum-
plimiento ponga obstáculo a sus derechos individuales como productor y
consumidor.
a
a
antiguo, participando de la convicción incontestable de que su sostén es impo-
sible, contribuyan ardientemente a la reforma racional a fin de que se verifique
rrú
sin perturbaciones ni desórdenes.180
Con el voto de Arriaga, el congreso constituyente llegó a su punto más
Po
alto, porque en él se planteó el problema básico de la estructura económica
y social de México durante el siglo y medio que siguió a la independencia.
Lo que don Andrés Molina Enriquez llamaba la revolución agraria de nues-
a
El voto de Arriaga está muy influido por las críticas al derecho de pro-
piedad que se hicieron en Francia a mediados del siglo XLX. En particular,
1a
refleja las conclusiones a que llegó Proudhon como resultado de sus varios
escritos sobre el problema. Por desgracia, este aspecto del voto de Arriaga
no ha sido comprendido bien, entre otras cosas porque se conoce mal a
Proudhon y a sus teorías sobre la propiedad. Fuera de algunas frases extraí-
das de la “Primera Memoria”, como la famosa de “la propiedad es el robo”,
se han expuesto muypoco las ideas del pensador francés y menos se com-
prende su evolución, que abarca un buen cuarto de siglo.182
180 Zarco; pp. 401 y 402. Es evidente la influencia del pensamiento prudoniano en estas
a
comparaciones planteadas todas en función del más justo y equitativo re-
rrú
parto de los frutos de la tierra, producto de la fertilidad de la misma y de los
recursos técnicos y organizativos que la sociedad en su conjunto tiene a su
disposición. Estos recursos, como la tierra misma, no están vinculados ori-
Po
ginariamente —no pertenecen— a los individuos particulares, sino que son
un resultado social en el que se acumulan incontables descubrimientos y
progresos logrados a lo largo de siglos. El desarrollo de esa serie, en el caso
a
ideas, dándole forma menos original y fue derivando cada vez más hacia la
defensa de la propiedad; no hay en ello tanta contradicción como podía
pensarse, pues en el fondo sigue defendiendo la suerte de los pequeños pro-
pietarios del campo francés, de esos pequeños burgueses que, como Marx
señaló con mucho acierto, Proudhon representaba en lo ideológico.183
183 Sobre la evolución de las ideas de Proudhon respecto a la propiedad, puede verse
con provecho una obra no muy reciente: Proudhon et la proprieté. La crítica de Marx a las
teorías del pensador de Bensanepn se encuentra básicamente en. La Sagrada Familia, pp.
39 a 79; cartas a P. V. Annenkov y a J. B. Schweitzer; en su Correspondencia escogida, pp. 39
a 51 y 185 a 192; así como en la obra expresamente dedicada a ello: Miseria de la filosofía.
Otro punto de vista puede encontrarse en Gurvitch. Engels escribió dos artículos sobre la
actuación de Proudhon para Neue Rheinische Zeitung (No. 66; 5-VIII-1848; el segundo quedó
inédito).
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 215
a
procedimientos concretos que Proudhon llegó a proponer como medios para
rrú
conseguir la disolución de los latifundios, por ejemplo a través de la trans-
formación de la renta en adquisición de la tierra, mediante el crédito terri-
torial (credit foncier). Estos aspectos del pensamiento de Proudhon no
Po
tienen influencia alguna sobre el voto de Arriaga, en parte porque corres-
ponden a la evolución posterior de su pensamiento, y en parte, porque el
problema se planteaba en México en términos muy distintos que en Fran-
a
cia. Debe recordarse que en nuestro país había entonces una cantidad enor-
eb
a
Como la influencia de Proudhon se inició tal vez en Ocampo desde su
rrú
viaje a Francia de los años 40 y 41; y como hay testimonios de que se reani-
mó en don Melchor y trascendió a los demás miembros del grupo de emi-
grados en Nueva Orleáns, durante el exilio de los años 54 y 55, alcanzando
Po
a Juárez, a Arriaga y a Mata, es conveniente que examinemos el voto de
Arriaga a la luz de las ideas generales que presentan las líneas anteriores.
No puede afirmarse, desde luego, que Ocampo estuviera totalmente de
a
a
propio Arriaga, “teorías bellísimas, pero impracticables, en consecuencia
del absurdo sistema económico de la sociedad” “Mientras que en las regio-
rrú
nes de una política puramente ideal y teórica los hombres públicos piensan
en organizar cámaras, en dividir poderes, en señalar facultades y atribu-
Po
ciones, en promediar y dilucidar soberanías, otros hombres más grandes
se ríen de todo esto, porque saben que son dueños de la sociedad, que el
verdadero poder está en sus manos, que son ellos los que ejercen la real
a
función social, sin la práctica en los hechos, admite las mismas críticas que
Arriaga hacía a sus compañeros del congreso que planteaban la necesidad
del senado u otras cuestiones semejantes.
u
Las seis siguientes proposiciones de Arriaga, vistas bajo esta luz, eran
pr
malo el estado que hoy guarda el tal reparto”.186 En las últimas dos propo-
siciones de Arriaga, además, se contienen también antecedentes induda-
bles de la muy posterior legislación mexicana del trabajo, con las cuales
concuerda el pensamiento de Ocampo que conocemos. Baste con mencionar
que uno de los aspectos del latifundismo que Ocampo examinó y cuyos no-
civos efectos rechazó calurosamente, fue la esclavitud por deudas —que
seguía siendo una realidad 50 años después— en muchas de las grandes
haciendas.187
Recordemos que en 1844 don Melchor publicó en el “Ateneo Mexicano”
un breve ensayo sobre el “error” de suponer que “si no se tiene dinero ade-
lantado a los peones, no se encuentran brazos para el trabajo o no se pue-
den aprovechar los que hay”. “Los peones se endrogan, dijo Ocampo en esa
a
ocasión, por su casamiento o por la muerte de alguno de los suyos, o por
rrú
sus vestidos: éstas son las causas más generales, aunque no las únicas”.
Aún suponiendo que el peón fuera cumplido, formal y de buenas costum-
bres, don Melchor saca las cuentas y encuentra que no puede pagar, y tiene
Po
que faltar o rehuir sus compromisos. Esto produce inevitablemente hostili-
dad y animadversión entre el patrón y sus peones, hasta convertirlos en
enemigos. “El peón, según Ocampo, dice: No hay que apurarse, no me debo
a
a
Ocampo reformista
rrú
“Quien impulsó la revolución fue Ocampo —dicho conocidísimo de
Alamán—, con los principios impíos que derramó en materias de fe, con las
Po
reformas que intentó en los aranceles parroquiales y con las medidas alar-
mantes que anunció contra los dueños de terrenos”.188 Estas eran, por de-
cirlo así, cartas credenciales de don Melchor Ocampo cuando la demanda
a
rez firmó la ley Juárez, que afectó por primera vez los fueros del clero y del
ejército. Se acababa de retirar de nuevo a sus propiedades de Michoacán,
con permiso del congreso constituyente, en los momentos en que Comon-
fort, desesperado por la rebelión de Haro y Tamariz, decretó la intervención
de los bienes eclesiásticos de esa diócesis, el 31 de marzo de 1856, que tres
meses más tarde sería reglamentada, y suspendida, por lo demás, antes de
que terminara el año 57. No opinó Ocampo en el congreso, pues no asistía a
las sesiones, cuando se trató del decreto de Comonfort que revocó al de
Santa Anna que había restablecido a su vez la coacción civil en los casos
de votos monásticos, ni en relación con la proposición de suspender la
analizamos lo ocurrido.
220 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
primera etapa reformista. Sin embargo, también es un hecho que en julio de
1856 tanto él como Mata consideraban el decreto de Comonfort como una
rrú
piedra miliar en el camino que deberían recorrer los liberales, a partir de la
revolución de Ayutla. Tendremos ocasión, más adelante, al examinar la in-
Po
tervención de Ocampo en las leyes de 12 y 13 de julio de 1859, de ver con
algún detalle las diferencias que surgieron en el michoacano, respecto a lo
realizado por Lerdo en 56.
a
189 INAH; legajo 8. 2a. serie, papeles sueltos, carta de Mata, doc. 8-4-44.
190 INAH; 1a. serie, caja 12. doc. 17-3-9-17. La carta de Montes en que solicita a Ocam-
po su punto de vista, se encuentra en: INAH; 1a. serie, caja 29, doc. 50-M-47-2 (12-VIII-56).
El texto incompleto de la respuesta de Ocampo, en Idem; caja 12, doc. 17-3-10-s/n. La ley se
publicó el II-IV-1857, por Iglesias.
191 Obras; tomo II, p. 175.
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 221
a
fue elaborada por don Miguel en Zacatecas, durante el viaje de éste hacia
rrú
Veracruz, a donde llegó en los primeros días de 1859.194 Existe el testimo-
nio irrecusable de Manuel Ruiz, quien explicó, con motivo de la polémica
entre Lerdo y Ocampo, que efectivamente Lerdo llevó consigo a Veracruz
Po
un proyecto que leyó al consejo de ministros al tiempo de incorporarse al
gobierno de Juárez; Ruiz indicó también que la redacción definitiva fue
encomendada al propio Lerdo, después de prolongadas discusiones en el
a
gabinete.195 Como se sabe, Lerdo renunció dos veces en los días previos a la
eb
Gutiérrez Zamora, Ocampo y Lerdo.196 Parece que en esa etapa, Ocampo in-
sistió mucho en que Lerdo no se separara del gobierno, para que se llegara
a algún arreglo y se publicara la legislación; por lo menos, así lo dijo en
1a
vida de don Miguel, la prensa lerdista.197 Es sabido también que Ruiz expli-
có la reticencia de Juárez atribuyéndola al deseo de aclarar todos los puntos
legales, inclusive el reconocimiento implícito de que la propiedad de esos
bienes correspondía al clero, derivado de la ley de 1856.
a
a la vida privada; murió ocupando un puesto secundario. Era hombre de
ideas y propósitos claros; sin embargo, nunca concibió la acción política
rrú
fuera de los puestos oficiales, ni tomó la iniciativa sino como parte del gru-
po en el poder. Puede considerársele un típico representante de la burocracia
Po
juarista.
Para tratar de situar la participación de Ocampo, es necesario hacer una
comparación general del planteamiento contenido en el decreto ratificado
a
esenciales con las ideas del resto del gabinete, respecto a las cuales se ha-
pr
bló largamente y con franqueza. “El señor Lerdo en sus apuntes establecía
la dotación del culto y del clero y la intervención de la autoridad civil en los
1a
198 1822-1871.
199 Véase la referencia (8).
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 223
a
nuevas y largas discusiones, como lo había sido la mayor parte de los pun-
rrú
tos del manifiesto…”.200 Habiéndose publicado ambos documentos en vida
de Lerdo y antes de su enfermedad, sin que éste los recusara, es de creer
que los consideró verídicos, por lo menos en términos generales. En conse-
Po
cuencia, resulta infundada la afirmación de Pola de que el manifiesto de 7
de julio fue obra de Ocampo, cosa que reconoce contradictoriamente el pro-
pio Pola en la nota puesta al final del texto que incluyó en el segundo tomo
a
Pero, al mismo tiempo, queda en claro que los seis puntos que Juárez
creyó indispensable anunciar en el documento, como base para la futura
u
mismo.202
Otro tanto puede decirse, desde luego, del anuncio sobre la creación del
registro civil, “una de las medidas que con urgencia reclama nuestra socie-
dad —dijo el manifiesto—, para quitar al clero esa forzosa y exclusiva in-
tervención que hasta ahora ejerce en los principales actos de la vida de los
ciudadanos”.203 También muestra una clara influencia de Ocampo, enton-
ces ministro de relaciones, el párrafo del manifiesto que anuncia el nom-
bramiento de sólo dos ministros en el extranjero, uno en los Estados Unidos
y otro en Europa. En efecto, algún apunte de don Melchor de fecha anterior,
a
de modo que el valor de la hipoteca se distribuyera proporcionalmente en-
rrú
tre las fracciones; pero, además de esta medida, se anunció que el gobierno
promovería las ventas y arrendamientos de los dueños de grandes propie-
dades para mejorar la situación de los pueblos de labradores. En esta últi-
Po
ma parte, se aprecia claramente que don Melchor no quitaba el dedo del
renglón, desde su informe a la legislatura de Michoacán en 1852.206
Por lo demás, el tono general de este manifiesto acusa también una
a
tilo disparejo, atropellado y directo que usaba Ocampo aún en los docu-
mentos diplomáticos que se conocen de su mano. Debe observarse que ni
don Melchor ni Ruiz dicen que entre los puntos que se añadieron al mani-
fiesto estuviera la cuestión de la nacionalización; puede afirmarse, por ello,
que después del golpe de estado de Tacubaya, por caminos diferentes, los
principales liberales llegaron al convencimiento de que la nacionalización
de los bienes eclesiásticos era inevitable, si se querían lograr la pacifica-
ción nacional y la reforma. También debe observarse que ya no se mencio-
na la cuestión de la desamortización de bienes de corporaciones civiles,
cuya inclusión en la ley de 56, como se sabe, causó algunos daños a los pue-
blos agricultores y dio origen, complicada con otras cuestiones, a los levan-
tamientos de algunas comunidades indígenas en contra de la aplicación de
la ley, en algunos estados de la altiplanicie y hasta en el Distrito. Sin em-
bargo, este punto no es mencionado por Ocampo en el documento sobre las
leyes de desamortización y nacionalización. De hecho, si bien los disturbios
agrarios son indudables, para juzgar de la importancia que en ellos haya
tenido la legislación reformista, debe tenerse en cuenta que desde la inde-
pendencia nunca dejaron de presentarse, periódicamente, ese tipo de situa-
ciones violentas en el campo. El atribuirlos exclusivamente a la legislación
de reforma ha sido una moda entre los historiadores, implantada muchos
años después. En las respuestas que Lerdo daba a las consultas sobre apli-
a
cación de la ley de 1856, es cierto que no retrocedía al aplicar el criterio de
rrú
desamortización a las propiedades de los ayuntamientos; pero, así mismo,
en cuanto se dio cuenta de que resultaban afectadas algunas tierras de uso
común para los pueblos, se tomaron disposiciones para sustraer los ejidos
Po
a la ley de 56, prohibiendo que se distribuyeran entre los vecinos y dando
facilidades para que los arrendatarios pobres resultaran beneficiados por
la ley.208
a
mento que dirigió a Juárez el 22 de octubre de 1859, cuyo objeto central era
la ley del 13 de julio de este último año. “La ley de 25 de junio de 1856
1a
208 Véase, por ejemplos, algunas circulares en: La administración pública en la época
a
de dominación del clero no hubieran sido para él superiores a toda conside-
rrú
ración económica, habría debido no sólo aceptar sin murmurar unas dispo-
siciones que tanto lo beneficiaban”, sino aún agradecer a quienes le habían
asegurado y saneado su propiedad.210
Po
Cuando Lerdo había explicado los objetivos de su ley en la circular que
envió a los gobernadores el 28 de junio, le atribuía dos propósitos fundamen-
tales. Por un lado, decía, movilizará la propiedad raíz; por el otro, siendo esta
a
reconocía que tal había sido el carácter de su ley, y en cierta forma lo consi-
deraba como una de sus principales ventajas. Decía, por ejemplo, en la
1a
mencionada circular: “Muy lejos de seguir las ideas que en otras épocas se
han pretendido poner en planta…expropiando absolutamente a las corpo-
raciones poseedoras de esos bienes en provecho del gobierno (éste) ha que-
rido más bien asegurarles ahora la percepción de las mismas rentas que de
ellas sacaban; porque bien persuadido de que el aumento de las rentas del
erario no puede esperarse sino de la prosperidad de la nación, ha preferido
a unos ingresos momentáneos en el tesoro público, el beneficio general de
la sociedad…”.213 Podría quizás objetarse que el poner en circulación la
enorme masa de bienes raíces, puesto que el volumen de los recursos reales
era limitado, produciría un desarrollo muy lento si el país seguía gravado
con un volumen de rentas eclesiásticas, semejante o aún mayor que el exis-
tente antes de la reforma. De cualquier manera, es evidente que el pensa-
miento de Miguel Lerdo sufrió una evolución, a lo largo de la década de los
años cincuentas, semejante a la que sufrió el pensamiento de otros muchos
liberales. En 1851, como hemos señalado, cuando trabajó un tiempo con
Aguirre en la secretaría de hacienda, propuso que el clero voluntariamente
diera la garantía de parte de sus bienes para que el gobierno pudiera conse-
guir los recursos que lo habrían salvado, no se le oyó y se retiró a su casa.
En 1856 logró que Comonfort aprobara una desamortización forzosa que
dejaba al clero tan rico como antes, pero creaba fuertes intereses económi-
a
cos ajenos a él, la aplicación de la ley fue detenida por la revolución de Ta-
rrú
cubaya, y Lerdo fue a sumarse al gobierno de Veracruz. En 1859, como todo
el partido liberal, se había convencido de que el único camino viable era la
nacionalización que proponía en su bosquejo de programa.
Po
Debe también mencionarse que Ocampo, al comentar la ley de 56, in-
sistió repetidas veces en señalar que, después del golpe de estado reaccio-
nario, se puso poco a poco en claro —incluso a través de los anuncios
a
nunciado las propiedades sólo para evitar que pasaran a otras manos y de
hecho, en muchos casos, las devolvieron al clero. En realidad, en la medida
u
a
todos los ministros, incluyendo a Ocampo como presidente del gabinete,
rrú
ministro de gobernación, encargado del despacho de relaciones exteriores y
del de guerra y marina.217
La exposición de motivos de esta ley muestra claramente la mano de
Po
Ocampo, si no fuera por otras cosas, cuando menos por la referencia que
hace a la discusión sobre obvenciones parroquiales y a la ley que posterior-
mente se dio sobre la materia. Hay en ella reminiscencias de la terminolo-
a
gía que Ocampo usó durante la discusión sobre obvenciones con “un cura
eb
de Michoacán”.218
En realidad, la principal controversia entre Lerdo y Ocampo se refirió al
u
cha 13 de julio. Ese mismo día, don Miguel salió hacia los Estados Unidos,
con el propósito de obtener recursos, que una vez aprobada la ley tendrían
por base les bienes eclesiásticos nacionalizados. Esta gestión, como es bien
1a
conocido, no tuvo éxito, en parte por la actitud que el propio McLane sugi-
rió a su gobierno, consistente en no aprobar un préstamo hasta que se fir-
mara el tratado de tránsitos, y en parte, porque las condiciones de guerra
civil existentes en México no lo permitieron. En ausencia de Lerdo ocupó la
secretaría de hacienda don Melchor, quien envió a los gobernadores de los
estados que apoyaban al gobierno de Veracruz, una serie de circulares acla-
ratorias. Cuando Lerdo se enteró sobrevino un choque con Ocampo, fue así
a
sólo se aplicara a quienes hicieran pago de sus deudas, antes de los 30
rrú
días de plazo, por considerar que, de otro modo, se premiaba a los moro-
sos, que obtenían un beneficio no logrado por quienes habían pagado
oportunamente.221
Po
Al mismo tiempo, Ocampo hizo extensiva a quienes denunciaron ante
el gobierno de Veracruz las fincas devueltas y pagaron la alcabala corres-
pondiente, la posibilidad de pagar 13/20 del capital en bonos, para redimir-
a
p. 26.
230 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
con bonos. Las observaciones que hizo sobre este último punto, son de in-
rrú
terés, porque ilustran el concepto que el reformista tenía de la situación de
la propiedad en México durante la primera mitad del siglo XIX, así como
de la administración de justicia.
Po
“Durante la primera guerra que México tuvo que sostener para adquirir
su independencia —escribió Ocampo—, una parte de la fortuna pública se
arruinó…aun cuando no se hayan hecho avalúos, sí es notoria tal destruc-
a
ción…el clero declaró por sus hechos, aunque sin atreverse a formularlo
eb
sualistas en nada contribuyesen al bien público del país y que los censata-
rios reportasen por sí solos éste que parece en justicia que debiera ser cargo
común.
“Por el solo decurso de estos once años (1810-1821), cuyo promedio
importa veintisiete y medio por ciento, al cinco anual, los censatarios que-
daron gravados en un cuarto más de sus adeudos…
“Vergüenza es decirlo, pero es cierto, para mengua de lo que entre noso-
tros se ha llamado administración de justicia, y para baldón eterno de esos
antros de ladrones que se llaman juzgados de testamentos, capellanías y
obras pías; es cierto, repito, que las más claras disposiciones de nuestras
leyes sobre prescripción fueron siempre eludidas por el clero y que los plazos
a
julio disponía que se fijaran recursos que deberían servir para mantener los
rrú
conventos de religiosas; cuando no hubiera datos sobre el número de per-
sonas dotadas, la oficina de hacienda, con las autoridades locales, fijaría la
suma que debería quedar a cada comunidad. Los gobernadores no sabían
Po
cómo aplicar la ley; y la circular de Ocampo tuvo por objeto proteger a las
religiosas, como lo muestra claramente el hecho de que pospusiera la apli-
cación de la ley a “los capitales reconocidos por dichos conventos”, mien-
a
tras se hacía una estadística adecuada. “Si llegase el caso de que los
eb
rendimientos de dichas fincas sean tan escasos que no basten para cubrir
los gastos habituales de los monasterios —señalaba la circular—, se harán
u
aquellos por cuenta del tesoro público”. La medida fue explicada por Ocam-
po en la forma que sigue:
pr
Quince días después, Ocampo tomó medidas para evitar que resultaran
perjudicados los indígenas por denuncias de terrenos de los llamados de
cofradías; para ello, reiteró a los gobernadores la circular de Lerdo de 20
de diciembre de 1856, “tanto por ser justo que se atienda debidamente a la
benemérita y trabajadora clase indígena, como porque la hacen acreedora a
estas consideraciones su misma infeliz debilidad y el deber que el supremo
gobierno tiene de procurar su feliz reposo y mejora”.226
Poco después, el 10 de septiembre, don Melchor prolongó los plazos para
el pago de réditos y de redención de capitales, tanto en la parte que debía
hacerse en dinero como en la que debía exhibirse bonos, con objeto de vol-
ver más cómoda la adjudicación de bienes eclesiásticos y no dar margen a
maniobras especulativas y al agio. Autorizó que, tratándose de personas
a
verdaderamente necesitadas, las cantidades que abonaban mensualmente
rrú
fueran reducidas hasta en la mitad de su importe. Con este motivo Ocampo
hizo observaciones muy interesantes sobre la forma en que pudo haberse
llevado a cabo la nacionalización, con un costo económico y social mucho
Po
más bajo, de no haberla tenido que realizar bajo la presión de la guerra civil
y de la bancarrota del erario. Sobre ello, escribió así a Juárez:
“Muchísimos censualistas conozco, para quienes aún antes de esta
a
guerra era sumamente difícil pagar los cinco duodécimos mensuales por
eb
ciento que les correspondía por los antiguos capitales reconocidos al cinco.
Con cuanta más razón no les debiera ser difícil, y para algunos casi imposi-
u
ble, exhibir un poco más del uno por ciento mensual que conforme a la ley
(de nacionalización) tendrían que pagar…Vista la tendencia general de la
pr
a
estable, del aumento de la población, de la introducción de los ferrocarriles y
las industrias modernas, y del crecimiento del mercado. En este sentido, la na-
rrú
cionalización de los bienes clericales condujo a la postre al progreso econó-
mico. En cuanto a las ciudades «en la compraventa de los bienes urbanos
Po
liberados se acumularon capitales» que fueron invertidos después en la indus-
trialización del país.
En las ciudades, la iglesia tenía hasta la reforma una gran cantidad de ca-
sas; éstas pasaron a lo menos en parte, a manos de muchas personas de me-
a
pequeñas fincas rústicas, la iglesia tenía, como regla general, pocas y grandes
haciendas; éstas pasaron a manos de un número reducido de personas, excep-
u
ambiente de paz interna y externa y si, por tanto, el erario no hubiera tenido
egresos extraordinarios, entonces los bienes nacionalizados se habrían vendi-
1a
a
rradores que para explicarlo hice en Veracruz en junio de 58) en la ocupa-
rrú
ción de los bienes del culto. Habría, por ejemplo, bajado los réditos de los
capitales impuestos antes del 25 de junio de 1856, al tres por ciento, apli-
cando su monto a la deuda o a la capitalización de empleos, y después de
Po
un plazo que no bajaría de 5 años, habría hecho una quita en los capitales
y exigido su redención…”229
Este sintético y breve resumen de los más importantes pasos de Ocampo
a
otra cosa que hacer observar al lector que correspondió al michoacano resol-
ver buena parte de las dificultades concretas que planteó al gobierno de Ve-
u
a
reforma debía ser, y no podía ser otra cosa que una gran transformación
rrú
social, más que un modo de arbitrarse fondos para sostener la guerra civil,
con el dicho, tan común en estos tiempos, de que no era imprescindible na-
cionalizar los bienes de la iglesia. El nudo férreo que ahogaba a la nación al
Po
comenzar la guerra de tres años, no era exclusivamente la situación de la
propiedad, como no se explica tampoco sólo por el predominio social de un
grupo y el control que ejercía sobre de las conciencias. Se había constituido
a
xico exigía romper ambos lados de la tiranía colonial; no era posible liberar
las conciencias sin destruir el monopolio económico, como tampoco ha-
brían tenido resultado las leyes reformistas si se hubiera dejado en pie el
1a
a
taban en condiciones de cumplir esa función. Ello explica, a su juicio, que
rrú
se les haya convertido en árbitros únicos del matrimonio.
“Como por fortuna la sociedad civil tiene hoy más adelantado de lo que
siempre lo ha tenido el grado de ilustración y respetabilidad necesarias,
Po
para que pueda bastarse a sí misma, puede y debe intervenir en este acto
—continuó diciendo—, tan importante de la vida, a fin de que le conste,
como la más interesada en este mundo, lo que en tal acto pasa respecto de
a
los cónyuges…
eb
a
polémica del año 51, al referirse a los casos de sórdida indiferencia con que
rrú
frecuentemente eran tratados los miserables que no podían pagar dere-
chos por el entierro de un pariente, y a quienes llegábase hasta el extremo
de contestarles “comételo”, cuando preguntaban qué podrían hacer enton-
Po
ces con el difunto; abusos que a don Melchor, con toda razón, le parecían
bárbaros y repugnantes.
Ocampo señaló en el documento mencionado, sin dejar lugar a dudas,
a
ticos, era necesaria para hacer una realidad la libertad de las conciencias.
Con la aplicación de las nuevas leyes, subrayó que se quitaría “la especie de
u
anatema, el olor de infamia que en el vulgo, persigue aún más allá del se-
pulcro, al desgraciado que no se enterró en donde el clero había echado sus
pr
a
tos religiosos.232
rrú
Una notable particularidad que Ocampo introdujo en esta legislación,
se encuentra en el artículo 15 de la ley de matrimonio expedida 5 días an-
tes por Ruiz. Es bien conocida bajo el nombre de “Epístola de Ocampo” y se
Po
lee, hasta la fecha, si no en todas las ceremonias, por lo menos en la mayor
parte de ellas. Independientemente del valor literario e histórico de esta
epístola, constituye un elemento importante del pensamiento del refor-
a
mador, cuyo origen y sentido conviene precisar. Desde luego, cabe hacer la
eb
tración de Gómez Farías en 1833-34, estuvo concebida como una labor bá-
sicamente educativa. Sin duda, una de las principales deficiencias de la
1a
232 La ley de 27-1-1857 puede verse en: La administración pública en la época de Juá-
del matrimonio y del registro civil, es evidente que intentó señalar una
meta de esa labor educativa que, por el espíritu de la legislación, debía ser
laica, esto es, ajena a cuestiones religiosas y principios sobrenaturales. Me-
ses antes de formular las leyes de reforma, como ya señalamos, Ocampo se
anticipaba al positivismo con su lema de “Ciencia, Justicia, Industria”. Pue-
de observarse, por cierto, que el lema de Ocampo, sin duda compartido en
espíritu por muchos liberales de la generación de la reforma, tiene menos
sentido político y más orientación educadora que el lema positivista que
algunos años después alcanzaría amplísima difusión en México: “Libertad,
Orden, Progreso”.
Cuando Ocampo examinaba la situación nacional heredada de la colo-
nia, su reacción, según vimos, gravitaba sobre todo en las condiciones de la
a
educación nacional: “Estamos mal educados, señores”, repetía una y otra
rrú
vez. Desde su punto de vista, por ello, era lógico y necesario que los gran-
des cambios introducidos por una legislación que venía a dar fin a la socie-
dad teocrático-militar, fueran acompañados de orientaciones educativas
Po
para las grandes masas, casi analfabetas por completo. La enorme mayoría
de la población vivía entonces del campo y para el campo; por ello, a las
familias de esa época cabía señalar como aspiración la imagen ideal del
a
pequeño propietario rural. Poco importaba, para este propósito, que una
eb
partirían desde ahora esa meta. Según vimos en otra parte, Ocampo había
sido fuertemente impresionado por el espectáculo de la gran masa de pe-
pr
queños propietarios rurales del este de Francia, casi dos décadas antes.
Comparando las condiciones de las haciendas mexicanas con las reinantes
1a
en las zonas de Francia que recorrió, el michoacano tenía que llegar a una
aspiración social, por lo menos transitoria, de esa naturaleza. México care-
cía casi por completo de una industria como la que entonces existía en al-
gunos países europeos y en parte de los Estados Unidos; si en un futuro a
plazo largo, no podía escapar a Ocampo que nuestro país también habría de
sufrir la industrialización, este proceso no tenía una aplicación inmediata.
Sería una exigencia absurda pedirle que en tales condiciones se planteara
los propósitos de una lucha tan concreta y cercana como la reformista, en
función de un futuro aún problemático e incierto.
Esto explica que los escritos de Proudhon y otros pensadores franceses,
que desarrollaron precisamente una teoría social cuyas bases, más o me-
nos implícitas, residían en la pequeña propiedad rural de esa época, hayan
logrado una boga tan rápida en aquellos días, a pesar de la evidente dife-
rencia de condiciones entre México y Francia. Y por otro lado, ello explica
240 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
derrotero social” de esa revolución. Lo clasifica, sin mayores explicaciones,
rrú
como “un socialista un poco lírico, un poco inconsecuente, como eran casi
todos los engendrados por la revolución de 48”. Sin embargo, estas obser-
vaciones generales no explican la actitud concreta adoptada por don Mel-
Po
chor en la “epístola” sobre el matrimonio; para dar cuenta de este aspecto
de su pensamiento, es preciso situar adecuadamente su “socialismo” y va-
lorizar y explicar la influencia de Proudhon. El “socialismo” de este último,
a
campesinos”, y con mayor precisión, podría decirse que fue una “doctrina
para pequeños propietarios rurales”.
u
de que dentro de la lógica de Proudhon, a medida que era cada vez más par-
tidario de la “pequeña propiedad” (que ya no consideraba “un robo”), tenía
que ser, cada vez más también, enemigo de las etapas revolucionarias vio-
lentas y de los líderes del tipo de los citados.
Paradójicamente, por lo tanto, encontramos que el Proudhon que aquí
influyó sobre los liberales fue el menos revolucionario y original. No fue el
Proudhon que en 1840 sometió el concepto de propiedad al extraordinario
análisis que parecía una anticipación, aún incompleta, del socialismo cien-
tífico de Marx y Engels; sino el Proudhon que había sido llevado, hacia
1860, por sus contradicciones y por las limitaciones de su pensamiento
dialéctico, a la posición de teórico del “socialismo para pequeños propieta-
rios rurales”. Dada la situación social de México en aquella época y, en
a
particular, dado el problema agrario que subsistiría por medio siglo más,
rrú
no fue el Proudhon de la primera época quien alcanzó en esto influencia
real sobre los liberales mexicanos de mediados del siglo pasado; sus obras
de esa etapa, como las de otros autores europeos que Ocampo leyó (Lamme-
Po
nais, Quinet, Michelet, etc.), no dejaron una huella honda sobre esta fase de
su trayectoria.
En cambio, aún si no tuviéramos el dato de que Ocampo hizo una tra-
a
nica del registro civil. En este sentido, aunque la ley que contiene la “epís-
tola” —siguiendo un procedimiento que en general usó Juárez con toda la
pr
a
espíritu jacobino de Ocampo”, lo prescrito por la ley de nacionalización de
12 de julio, en el sentido de que los eclesiásticos regulares de las órdenes
rrú
suprimidas quedarían sujetos al eclesiástico ordinario respectivo. Esta ley,
como es sabido, contenía varias disposiciones encaminadas a proteger a
Po
los monjes —y en particular a las monjas— que podían resultar perjudica-
dos por la exclaustración. Como los bienes nacionalizados quedaban en sus
manos, momentáneamente, don Melchor —si es que de veras fue el autor
a
a) Hacer conocer al clero “la buena voluntad del gobierno y sus rectas in-
tenciones”, una vez realizada la separación de funciones civiles y religiosas.
b) “Mostrar a los pastores la ninguna oposición que (existía) entre la
constitución política y los dogmas del cristianismo, entre las leyes nuevas y
las primitivas doctrinas de la iglesia”.
La ayuda que Ocampo ofrece a Díaz, y a través suyo a los eclesiásticos
que aceptaran los dos puntos anteriores, dependía sólo de la aceptación, de
esos dos puntos. Es completamente infundado hablar de cisma, porque
como dice bien Sierra: “Aceptar los grandes principios de la constitución
y la reforma…sería todavía la magna opus del siglo XX en México, la más
cristiana, la más patriótica”. Sólo la pasión que cegaba a Bulnes pudo ha-
cerle considerar que la intención de la carta de Ocampo era otra que la ex-
plícita y claramente establecida en ella que Sierra calificó de “perfectamente
recta y buena”.
TERCERA JORNADA. POMOCA – MARAVATÍO 243
Respecto a la ley sobre días festivos, que Sierra consideró “una conce-
sión, inevitable acaso”, nos parece que no hay tal. No debe olvidarse que el
estado mexicano llevaba décadas haciendo inútiles gestiones en Roma para
que se limitara el número de las festividades religiosas; cuyo exceso había
sido ya duramente criticado por Mora desde la época del primer gobierno de
Gómez Farías. La separación entre el estado y la iglesia, no era obstáculo,
ni en la época de Ocampo ni después, para reconocer la existencia de ciertas
festividades de observancia general, que en nada alteran el funcionamiento
normal de las actividades civiles, por su breve número y su generalidad en
los países occidentales, por más que tengan un origen claramente cristia-
no, o sea religioso. Lo que a este respecto quería lograr la reforma, no era
otra cosa que limitar el número de ellas, a las que tienen esas característi-
a
cas, para evitar su proliferación, como “fiestas y fiestecitas” decía Mora, en
rrú
las diversas poblaciones y sus barrios, evitando de ese modo un desorden
perjudicial para la vida nacional.
Así como Ocampo insistía en que era tan importante para la reforma
Po
lograr la transformación social, como obtener una fuente de recursos para
el erario; en el bando conservador Miramón señalaba que los intereses eco-
nómicos de la iglesia no debían poner en peligro la estabilidad del régimen
a
233 1831-1867.
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
Cuarta Jornada
MARAVATIO – TOXI
Durante la noche que Ocampo pasó preso en el mesón de Santa Teresa, en Maravatío,
a
se realizaron frenéticos esfuerzos por sus amigos para librarlo de la gavilla secuestra-
rrú
dora. Varias informaciones indican que Cajiga, de buena o de mala fe, hizo creer a don
Melchor que se trataba de una cuestión de dinero; en aquellos días agitados era muy
frecuente que las bandas conservadoras, y a veces los grupos de liberales, obtuvieran
Po
dinero o avituallamientos de las personalidades del partido contrario que caían en sus
manos. Al contrario de lo que suele pensarse, no era muy común que los políticos des-
tacados fueran asesinados por los grupos militares que en ocasiones los apresaban. Si
a
se repasan las biografías de los liberales civiles del siglo pasado, son muy escasos los
eb
ejemplos de aquellas que terminan con una muerte violenta en manos de los conser-
vadores. Y desde luego, son aún menos numerosas las vidas de conservadores desta-
u
cados que fueron terminadas por el ejército o los irregulares liberales. Casos como el
pr
biernos habían autorizado a sus tropas para ejecutar a los oficiales enemigos apre-
sados con las armas en la mano. Cuando Segura, Arguelles perdió la cabeza y recibió
a tiros a la policía, que según Manuel Payno ni siquiera sabía con precisión de quién
se trataba, los liberales se esforzaron por aclarar las circunstancias que rodearon a su
muerte. Cuando Márquez trató de justificar los asesinatos de civiles en Tacubaya, en
abril de 1859, Miramón rechazó la culpa indicando que era cosa bien sabida, la de a
quienes se aplicaba la pena capital en esos casos. Como después Zuloaga rechazó que
él hubiera ordenado, o siquiera aprobado, ni la comisión que se dio a Cajiga ni el fusi-
lamiento de Ocampo, que hubo de ser atribuido por Márquez a una confusión con un
guerrillero apresado casualmente el mismo día del crimen.
Montes dijo en México, hablando a nombre del congreso, que efectivamente sus
raptores ofrecieron a Ocampo la libertad, seguros de que obtendrían a cambio que pi-
diera a Juárez la libertad de los presos conservadores. El discurso mencionado, ya lo
hemos dicho, fue pronunciado en presencia de Juárez y es de creerse que los hechos,
245
246 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
de una manera u otra, correspondieron a esa versión. Pero también hay indicios de
que Cajiga no estaba autorizado para negociar con Ocampo su libertad. Es de dudar que
le haya dado una orden escrita Márquez, según hemos visto; pero todas las circuns-
tancias indican que Ocampo salió de Maravatío, entre las 6 y las 9 de la mañana, con
la idea de que iba a ser llevado ante la presencia de Márquez y de Zuloaga.
Poco más de una hora después, pasó la comitiva de largo frente a las haciendas
de Apeo, Pateo y Pomoca, esta vez por el camino que corre sobre la margen sur del
herma. El 31 de mayo de 1861 estaban por iniciarse las lluvias; lleva puestas el refor-
mador las chaparreras amarillas que le obsequiara su amigo Urquiza, al pasar por
Pateo. Antes de salir de Pomoca, se había vestido para el viaje; parte de esa ropa pue-
de verse aún en la “sala Ocampo” de la Universidad en Morelia. Un testigo, personal-
mente describió a don Nicolás León su aspecto en esta forma: “Montaba un caballo
mapano; vestía un saco de alpaca aplomado y con un fuetecito iba acariciando la crin
a
del caballo y de cuando en cuando pasaba la mano por la melena”.
rrú
El camino es casi recto, desde Maravatío hasta que tuerce a la derecha un par de
kilómetros antes de llegar a Tepetongo. Muy cerca de su inicio presenta una ligera
Po
subida y algunas ondulaciones al aproximarse al cerro de San Miguel, lado sur de la
garganta que da paso al herma. Poco a poco se asciende, sobre una loma muy larga en
cuyo extremo se llega a contemplar otro largo valle cerrado al fondo por una cadena
montañosa. El río no volverá a encontrarlo él viajero, sino hasta que llegue al Manto,
a
Después de algunas vueltas y un descenso corto, el camino vuelve a ser una vía
recta, cada vez más ascendente. Se pasa frente a la misma puerta de la hacienda de
u
Tepetongo, donde se detenía la diligencia, sitio al que parece haber llegado la comitiva
pr
atraviesa una zona boscosa y quebrada de varios kilómetros hasta llegar a Venta del
Aire, a partir de dónde corre sobre el costado derecho de una montaña, durante una
legua, para llegar al puerto en que hoy se encuentra la estación del ferrocarril llamada
Bassoco. Ahí se abre a la vista el valle de Atlacomulco, en su extremo norte, que es
una extensa planicie cultivada de maíz hace siglos, por la cual serpentea el Lerma con
sus riveras hoy bordeadas de sauces. El extremo norte de este valle está limitado por
una enorme falla del terreno, cuyo lado sur se eleva unos doscientos metros, respecto
al labio norte que está desplomado y forma el valle de la hacienda de Toxi. El río des-
ciende de un valle al otro por una cadena de rápidos que se retuerce, y continúa
después dando suavemente la vuelta hasta apoyarse en el lado norte sobre la falda de
la montaña. El camino de los viajeros desciende junto al rio y atraviesa directamen-
te la planicie para desembocar en la hacienda de Toxi.
Apenas serán un par de kilómetros los que el viajero recorría, por un camino recto,
hasta llegar al casco de la hacienda. Puede observarse, diremos de pasada, que los
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 247
a
su extremo poniente; y siendo una extensión relativamente reducida, estaba regado
rrú
magníficamente por el Lerma, que en sus avenidas debe haberlo inundado, según lo
indican los bordos construidos para contener las aguas. Sin las dimensiones de un
castillo feudal europeo, pero imponente para los estándares de la región, se encuentra
Po
en el centro el casco, de cuyas viejas construcciones aún se aprecia hoy día una parte.
Reducida a la “pequeña propiedad” que creó la revolución de 1910, la hacienda ocu-
paba una superficie más pequeña que el inmenso valle que rodea a Tepetongo, pero
a
desde el punto de vista agrícola, tenía la gran ventaja de las aguas del río.
eb
conocido y fue bien atendido por el personal de la hacienda. El recorrido de Cajiga in-
pr
dica que se esforzó en evitar tanto un encuentro con las tropas liberales del estado de
Querétaro, al mando de Arteaga, que con frecuencia llegaban hasta Acambay y Arro-
yozarco, como con los grupos que operaban desde Toluca y ocupaban periódicamente
1a
a
le fue transmitido el relato de las aventuras del cura García Rendan, que dejó inédito y
rrú
que se refiere a sucesos ocurridos en Villa del Carbón durante la guerra de indepen-
dencia. Este relato tiene una curiosa semejanza con la aventura que en esos mo-
mentos estaba corriendo el reformador.
Po
Dado que a fines del siglo aún existía en Toxi el edificio donde estuvo detenido
Ocampo, al lado poniente de la finca, es probable que formara parte del grupo de vie-
jas construcciones que todavía hoy están en pie, dentro de lo que fue casco de la ha-
a
cienda; esto se infiere de las informaciones que diera a Pola don Antonio de Bassoco y
eb
Peredo, administrador en esa época. Según los empleados que lo atendieron, dos de
los cuales todavía vivían entonces, llegó vestido de negro, con un sombrero hongo y
u
una corbata café; montaba el mismo caballo “mapano” en que se refiere que salió al
sitio del asesinato, tres días después. Este animal, para entonces, estaba ya muy lasti-
pr
Diario de Avisos; 11-II-1860. Ruiz confirma la fecha del nombramiento en Historia del pri-
mer congreso constitucional; tomo IV, p. 60.
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 249
a
nistro con el guerrillero sureño; y, por último, colaboró 2 años exactos con
rrú
el presidente Juárez, en la primera ocasión, y 115 días en la segunda, hasta
que el gobierno reformista se asentó en la ciudad de México.
Su posición política fundamental la describió Ocampo, como ya vimos,
Po
en una carta a Otero, cuando se encontraba en el senado después de la gue-
rra de intervención yanqui, con la diáfana claridad que siempre tuvo para
definirse: “Ya no puedo ser ministerial —escribió al jalisciense el 18 de di-
a
4 Véase Juárez, correspondencia; tomo II, p. 766. Respecto a la renuncia, véase Idem,
1a
viaje de Lerdo a Estados Unidos, en julio de 1859. Véase Obras; tomo II, p. 154. Sin embar-
go, Ocampo menciona otra ocasión anterior en que desempeñó las funciones; véase Obras;
tomo II, pp. 176 y 210; en agosto de 1858. Por el carácter momentáneo de estas gestiones
administrativas, sin duda, no se han considerado en algunas relaciones de los ministerios
del señor Juárez; compárese Memoria de hacienda (1870), pp. 1056 y 1057 y Enciclopedia de
México; tomo VII, p. 24.
6 El manifiesto del 7 de julio no indica los cargos de los firmantes; la ley de 12 de julio
fue firmada por Ocampo como jefe del gabinete y ministro de relaciones, gobernación y gue-
rra; la ley de 27 de julio la avaló como ministro de gobernación; las circulares a los goberna-
dores, de diversas fechas, las firmó como ministro de hacienda, gobernación y relaciones
exteriores. Una relación completa en los ministerios del señor Juárez, pero que no coincide
con otras más modernas, puede verse en la Memoria de hacienda (1870), que elaboró don
Matías Romero. Las cuatro ocasiones que estuvo durante esta administración en hacienda,
Romero lo considera “encargado”; otro tanto ocurre con la última ocasión que desempeñó la
cartera de fomento. Véase: Memoria de hacienda (1870); pp. 1052 a 1058.
250 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
la consolidación del estado mexicano. Es claro, sin embargo, que Ocampo
rrú
no era un simple burócrata, que hubiera hecho de la política un modo de
vivir y que no pudiera concebir apartarse de la administración pública
cuando su colaboración no fuera útil o necesaria.
Po
Con un espíritu esencialmente rebelde, inquieto y contradictorio, Ocam-
po había dado pruebas en el fallido congreso constituyente de 1842, en la
gubernatura de Michoacán durante los años de 46 a 48, y en el senado
a
políticos con los conservadores, en que tan fácilmente caían los liberales
moderados. Había demostrado ser hombre decidido y peligroso, que no du-
u
a
fronterizos eran incursionados sin respeto al compromiso —lo único bueno
rrú
que tenía el tratado de Guadalupe, según don Melchor— de que las tropas
norteamericanas impidieran tales excursiones. En realidad, las propias tro-
pas yanquis entraban, cada vez con más frecuencia, al espacio nacional y,
Po
como se sabe, acabaron por ocupar el llamado territorio de “La Mesilla”.
Don Manuel Gómez Pedraza venía celebrando conversaciones, a nombre del
gobierno mexicano, para arreglar los problemas derivados de la aplicación
a
del tratado de Guadalupe y de las ambiciones yanquis, cada vez más claras.
eb
su último año de gobierno, aun cuando sabía que sería impopular, por las
concesiones injustificadas que contenía. Al mismo tiempo, se percibían sín-
pr
prensa liberal empieza a señalar el acuerdo, cada vez más evidente, de Ala-
mán con los generales santanistas. La coalición conservadores-ejército que
obtendría el triunfo en los últimos meses de 1852 y lo consumaría, al año
siguiente, trayendo como gobernante, por última vez, al dictador dueño de
Manga de Clavo, está ya en marcha. Algunos elementos del clero, como el
obispo de Michoacán, Clemente Munguía, alimentan pretensiones verdade-
ramente insólitas. El gobierno tiene toda clase de consideraciones hacia la
iglesia y repite diariamente su sumisión ideológica a ella; cuando el Papa
se retira a Gaeta, por ejemplo, después de haber perdido la administración
temporal de la ciudad de Roma; cuyos efectos Ocampo había reseñado ve-
hementemente durante su viaje a Europa, el gobierno de Herrera se dirige
consternado a la Santa Sede e invita al Papa a venir a radicar a México.
a
Nada de esto, sin embargo, satisface los ímpetus teocráticos; en diciembre
rrú
de 50, monseñor Munguía se niega a jurar con motivo de su designación
como obispo; sin decirlo francamente, quiere que el poder civil se subordine
al eclesiástico. Tal era, en muy breves palabras, el panorama nacional al
Po
ser designado Ocampo ministro de hacienda, el 1o. de marzo de 50. Herrera
persiguió con ello varios fines evidentes, dentro de ese cuadro político.
En primer lugar, Ocampo saldría así del senado, del cual ha intentado
a
a
del imperio, cuando los franceses se habían retirado dejando solo a Maxi-
rrú
miliano, participó en el grupo de antiguos liberales que se prestaron a for-
mar al Emperador un gobierno, encabezados por Santiago Vidaurri.
El ministerio de justicia de Herrera lo ocupaba en 1850 Marcelino Cas-
Po
tañeda, con fama de hombre honesto, nacionalista y emprendedor, antiguo
gobernador de Durango y enemigo de las medidas reformistas, que se opu-
so toda su vida, según se dijo, a la secularización de los bienes eclesiásti-
a
del tipo de Santa Anna, del propio Herrera y de don Pedro Ma. Anaya, anti-
guos oficiales del ejército español que habían combatido a los insurgentes
u
primer imperio. Casi todos ellos tuvieron dificultades con Iturbide y se con-
virtieron en republicanos. Con excepción de Santa Anna y su grupo, estos
militares dieron muestra de notable honradez personal y de sincero espíritu
1a
a
prestigio considerable y no resultaba dudoso pensar que participaría en for-
rrú
ma prominente en los acontecimientos políticos próximos. Desde 1848, en
su correspondencia con Otero, que ya mencionamos, habló el michoacano de
ser “ministeriable”; sin embargo, expresó entonces dudas muy serias res-
Po
pecto a la posibilidad de formar parte de regímenes que celebraban acuerdos
vergonzosos con los militares del tipo de Santa Anna. “Este sujeto”, dice
del dictador periódico, no tiene importancia, sino por el puesto que ocupa y
a
laboración con los regímenes santanistas resultó casi imposible, como tam-
bién lo resultó para Juárez.
u
entró pronto en contacto con don Juan Álvarez.12 El antiguo caudillo insur-
gente, hombre rústico y de poca preparación, como se sabe, lo llamó a Cuer-
1a
11 Cartas a Otero; p. 22. Véase también las alusiones a sus choques con Santa Anna,
en sus apuntes autobiográficos, mutilados e incompletos: INAH; doc. 17-3-7-15 (1a. serie,
caja 12).
12 Sin embargo, debe recordarse que no llegó a Cuernavaca hasta el día 3 de octubre; en
su relato de los hechos, dice Ocampo que no estuvo presente antes de eso día. Véase: Obras;
tomo II, p. 76.
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 255
a
períodos de ejercer la dictadura. “Las clases económicamente favorecidas,
rrú
dueños de la tierra y de las propiedades urbanas, monopolistas del comer-
cio interior y de las importaciones que hacían falta prácticamente para
todo, extranjeros que explotaban minas y algunos otros recursos, estaban
Po
a la defensiva. Habían dado en la torpe idea de traer un gobernante ex-
tranjero, con apoyo de tropas también extranjeras, pues consideraban que
el pueblo, por su ignorancia y su atraso, no estaba en condiciones de darse
a
13 El primer manifiesto monarquista de Gutiérrez Estrada había circulado desde la presi-
dencia de Bustamante en 1840. Véase: México a través de los siglos; tomo IV, pp. 455 y 456.
14 Ocampo opinaba que una sola secretaría podría despachar los asuntos de relaciones
a
bre, pero en escasos dos meses elaboró un proyecto de reforma judicial que
rrú
eliminó el fuero militar y eclesiástico en los asuntos civiles. Así surgió la
primera ley de reforma. Don Guillermo Prieto, además de literato fecundo,
era buen conocedor de las finanzas de los gobiernos mexicanos de media-
Po
dos del siglo XIX, gozaba de gran simpatía personal y tenía ideas amplias y
avanzadas, pero al mismo tiempo grandes compromisos de amistad con
personajes destacados, en lo político y en lo económico. Prieto habló de po-
a
nunció antes de la salida de Álvarez. Don Miguel Lerdo, que había sido un
funcionario ajeno a la política hasta la revolución de Ayutla, pero había
u
sus relaciones con Santa Anna, por la forma lógica, organizada y clara en
que defendía públicamente la necesidad de cambiar la estructura económi-
1a
a
mexicanos que encabezaba don Benito.17
rrú
Cuando Ocampo se presentó en Guanajuato el día 19, Juárez había cu-
bierto momentáneamente todos los puestos del gabinete encargándolos a
don Manuel Ruiz. Este paisano suyo, que ya había participado junto a él en
Po
la política local y había recibido de sus manos el Instituto de Ciencias y
Artes, ocupó después un puesto destacado en el gobierno de Comonfort
y fue miembro del constituyente. Salió de México con Juárez en enero de 58 y
a
hemos visto, en la elaboración de las leyes de reforma, según todas las pro-
babilidades en estrecha colaboración con Ocampo. Ruiz defendió a Juárez
pr
hábilmente, del mismo modo que lo hizo el michoacano, cuando las can-
didaturas de Lerdo y de González Ortega amenazaban su elección en los
1a
17 Véase las Memorias de Romero; pp. 170 y 171 y Roeder; pp. 240 y 241. Romero dice
que se alojaron en el hotel “Verandah Conti”, pero según Prieto fue en “Barranda House” (?).
18 Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 454 a 456.
258 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
presidente del organismo, pero hizo mutis y fue Guzmán quien se enfrentó
rrú
a las tropas. Santa Anna lo desterró y al triunfo de Ayutla volvió a ser dipu-
tado, esta vez en el constituyente; formó parte de la comisión de constitu-
ción, donde apoyó a Arriaga contra las presiones del gobierno de Comonfort.
Po
Acompañó a don Benito hasta Veracruz; pero se separó del gabinete a fines
de 1858 para tomar parte en la guerra. Parece que Juárez tuvo algún recelo
sobre su actitud, relacionándola con la posición favorable a Comonfort que
a
en junio del mismo año. Una vez restaurada la república, siendo goberna-
dor interino en Guanajuato fue destituido por su oposición a la llamada
1a
19 Idem; tomo II, pp. 306, 307, 310 y 311. Don Justo Sierra pasa por alto estos hechos
en su análisis del aspecto exterior que presentaba el gobierno de Juárez en Guanajuato. Véase:
Sierra, p. 122.
20 1821-1884.
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 259
Con Ocampo y Degollado, por lo tanto, más tres cercanos amigos, go-
bierna Juárez prácticamente todo el año 58. En este equipo ministerial, don
Melchor es el alter ego del Presidente; con satisfacción contó más tarde
Ocampo, que Juárez dio el acuerdo por virtud del cual lo designaba de ante-
mano para sustituir temporalmente a cualquier ministro que, por una cau-
sa u otra, no pudiera seguir desempeñando el puesto.21 Por primera vez,
Ocampo no se enfrenta ahora a un régimen de transacciones, como había
sido su pesadilla política hasta entonces; desde que se realizan las prime-
ras juntas del gobierno en Guadalajara, los colaboradores coinciden con
don Benito en las limitaciones que tiene la constitución y en la necesidad
de complementarla con nuevas medidas legislativas que cambien el carác-
ter militar y teocrático de la sociedad mexicana.22
a
Pero, como el propio don Melchor diría a fines del año en un manifiesto
rrú
del gobierno, “primero es ser, y luego el modo de ser”.23 Resultó imposible
permanecer en el altiplano y el gobierno, para el 4 de mayo, está ya en Ve-
racruz. En un país donde siempre se había pensado que “fuera de la ciudad
Po
de México, todo es Cuautitlán”, Juárez y sus ministros tendrán que vivir,
durante 2 años y 8 meses, en el puerto. A través del año 58, los liberales
sufren varias derrotas militares importantes; pero el balance del año, que
a
21 Esta disposición dio origen a ciertas confusiones sobre la integración de los gabine-
ganado este sitio entre los liberales reformistas, por su ley de 1856, que
había sido incorporada a la constitución del año siguiente, y por su gestión
en el ministerio de hacienda, donde defendió y guió enérgicamente la apli-
cación de la ley.25 Sin duda alguna que la incorporación de un partidario
entusiasta de la reforma, en este segundo gabinete de Juárez, puso a su
gobierno políticamente a la ofensiva y favoreció la expedición de las leyes
de reforma de mediados del año 59. Lerdo era, sin embargo, hombre bas-
tante difícil, con una gran confianza en sí mismo; un poco mareado ya por
la popularidad se había sentido contrincante de Comonfort en las eleccio-
nes de 1857. Tenía la tendencia a resumir un tanto esquemáticamente los
problemas del país y a defender soluciones de apariencia simple, con argu-
mentos fuertes y lógicos, pero a veces un poco superficiales y demasiado
a
breves o sintéticos. Las relaciones de Lerdo con Ocampo y con Juárez fueron
rrú
complicadas y difíciles, los tres tuvieron que realizar grandes esfuerzos
para hacer posible la colaboración y, a la postre, estos rozamientos alejaron
a Ocampo y produjeron más tarde la separación de Lerdo.26
Po
El tercer gabinete de Juárez, propiamente hablando, cubrió parte del
segundo semestre de 1859. Después de que las conversaciones con el mi-
nistro yanqui llegaron a un callejón sin salida, Ocampo tuvo que dejar el
a
a
prácticamente lo mismo que el proyecto de Ocampo de 20 de junio de 59, y
rrú
seguía siendo inaceptable para ellos. En esa ocasión, McLane dio práctica-
mente por concluidas las negociaciones (24-XI-59).28
El polémico asunto del tratado de tránsito se complicó, además, por las
Po
dificultades de carácter militar; a mediados de febrero volvió a salir de la
ciudad de México el ejército encabezado por Miramón, cuya meta era Vera-
cruz. Esta vez, por si fuera poco, los conservadores, apoyados en el tratado
a
Bandera Roja, de Morelia. que dirigía J. J. Baz, publicó la siguiente nota el 6-II-1860: “No
habiendo podido arreglarse el señor Ocampo con sus demás compañeros de ministerio, sobre
262 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
ser ratificado el tratado, le sería posible obtener créditos en el país o en
rrú
Norteamérica, por cuenta de la indemnización por derechos aduanales ce-
didos a norteamericanos en el mismo, para atender a las necesidades de la
guerra. Poco se tardó en comprender, tanto en México como en Veracruz,
Po
que el tratado no sería ratificado y que por lo tanto, no habría créditos nor-
teamericanos de consideración para el gobierno de Juárez; Lerdo abandonó
el ministerio de hacienda a fines de mayo por diferencias de criterio con el
a
Presidente.33 Poco antes, se habían retirado José Gil Partearroyo del minis-
eb
el modo de seguir la guerra, ha hecho dimisión de la cartera que estaba a su cargo, y entrado
1a
en su lugar el señor Degollado. Los papeles reaccionarios comentan de mil maneras este
acontecimiento que nada tiene de notable, y menos en un sistema democrático…Autoriza-
dos competentemente para ello, podemos asegurar a nuestros lectores que la salida del se-
ñor Ocampo ha sido un acto de convicción de dicho señor…pues viendo que no estaba de
acuerdo con la mayoría de sus compañeros y que de esto podían resultar obstáculos en la
marcha de la administración, creyó mejor separarse de un puesto que jamás consideró su
patrimonio…” El Diario de Avisos publicó en México, el 11-II-1860, diciendo que lo tomaba
de la prensa de Veracruz, el texto de la renuncia de Ocampo, dirigida a Llave. Tiene fecha
20-1-60. Ocampo expresó su gratitud al Presidente y manifiesta que podía contar con “su
firme adhesión a los principios” liberales.
31 La prensa de la ciudad de México publicaba documentos, con frecuencia deformados
con mala intención, que se suponían interceptados a los liberales. Después de la derrota de
Degollado en la Estancia de las Vacas, publicó cartas de Ocampo cuyo contenido es dudoso;
sin embargo, las discrepancias con Lerdo no son dudosas. Véase: Diario de Avisos; 13-1-
1860 y 28-1-1860.
32 Véase: INAH; doc. 17-3-6-7 (1a. serie, caja 12) y Obras; tomo III, p. 576.
33 Véase la referencia (26).
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 263
a
el ministro inglés Mathew como el represente francés de Gabriac colabora-
rrú
ron con él para gestionar un arreglo político de la guerra civil.
A fines de mayo, además, se presentó en Veracruz un embajador de la
reina Isabel, con autorización de su gobierno para reanudar relaciones,
Po
quien fue dejado pasar hacia la ciudad de México por el gobierno juarista.
El embajador Pacheco intervino activamente para ayudar a Miramón y
planteó después un serio problema que Ocampo resolvió expulsándolo del
a
país.35
eb
El tercer trimestre del año 60, cuando era clara la amenaza de algunas
defecciones entre las filas liberales —que finalmente ocurrieron cuando
u
a
elecciones, que había sido expedida el 6 de noviembre de 1860, se aplicaría
en las zonas que fueran liberadas de los ejércitos conservadores. Este pun-
rrú
to no estaría sujeto a negociación de ninguna especie, entendiéndose su
aplicación como una simple reanudación del orden constitucional. Sin em-
Po
bargo, como la convocatoria preveía la celebración de las elecciones prima-
rias el primer domingo de enero de 1861, a nadie podía escapar que la
ciudad de México, apenas ocupada por los liberales se precipitaría en una
a
enero, por lo tanto, se enfrentaría, desde el primer día, a una intensa pre-
sión. Desde luego, los enviados no deberían aceptar intervenciones diplo-
máticas ni celebrar armisticios, sino sólo capitulaciones por necesidades
u
de guerra.
pr
a
sidente de la república, alentado por los porfiristas, que sin embargo, lo
rrú
hicieron salir del país, el 23 de enero del año siguiente. Regresó en octubre
del mismo año; en Nueva York publicó un relato de los hechos. Desde en-
tonces vivió separado de las cosas públicas. En cierta forma, su aparta-
Po
miento de la lucha liberal durante la guerra de tres años no fue una
casualidad; perteneció al grupo de liberales que sirvieron indiscriminada-
mente a las administraciones de Comonfort, Juárez y Lerdo, pero se abstu-
a
señor Ocampo me propuso que lo más conveniente sería que los actuales
ministros presentaran su dimisión para que yo quedará en libertad de for-
1a
mar un nuevo gabinete, pues de ninguna manera quería que el personal del
ministerio fuese un obstáculo para la marcha del gobierno en las presentes
circunstancias. Los señores de la Llave, de la Fuente y Emparan fueron de
la misma opinión. No accedí a esta pretensión de los señores ministros por-
que consideré injusta la exigencia áe los que pedían el cambio de gabinete,
pues los señores ministros que en los días aciagos habían trabajado con
lealtad y constancia para sostener con honor al gobierno, no habían dado
motivo alguno, el más leve, que los hiciere indignos de la confianza pública
y del jefe del estado”.40
Sin embargo, es evidente que para esa fecha el sexto gabinete formado
en Veracruz estaba muerto, y que con sus reticencias, don Benito sólo quería
enterrarlo con todas las ceremonias del caso. En efecto, por una variedad
de razones era totalmente cierta la observación de Ocampo: la gente quería
“nuevas caras”.41
Las razones eran múltiples. Por un lado, no debe subestimarse el des-
gaste sufrido por el país durante tres años de guerra civil. Los recursos
económicos y financieros habían prácticamente desaparecido; la única so-
lución al problema financiero, lo habían subrayado Juárez y Ocampo en
varias ocasiones, era un período de paz que permitiera la reanimación eco-
nómica. A ello se oponía una situación política tensa por la campaña presi-
dencial; la popularidad de Lerdo era grande, para detenerlo no había más
camino que arrebatarle la bandera de la reforma, que el veracruzano consi-
deraba casi cosa personal suya. Nadie mejor que Ocampo para esa tarea,
a
pero necesitaba al hacerla estar fuera del gobierno, ya que en otras condi-
rrú
ciones los ataques beneficiarían a Lerdo, quien contaba con buena parte de
la prensa a su favor. Si don Melchor abría la brecha, como simple particular
y sin ocupar puesto oficial, ya podrían otros exministros de Juárez colabo-
Po
rar a la lucha contra Lerdo, y después la maquinaria juarista daría cuenta
de las últimas esperanzas que hubieran quedado a don Miguel. No debe
perderse de vista que Lerdo había sido atacado sin razón desde 1848, a
a
Por otro lado, la guerra de tres años había sido un tremendo proceso
catártico; la violencia política de los discursos de Altamirano en 1861 ha-
1a
de los electores secundarios. Véase: Historia del primer congreso constitucional; tomo IV,
p. 121.
44 Un pintoresco relato de los hechos, redactado por el propio Baz, puede leerse en su
a
rez en hacienda, don Guillermo Prieto.45
rrú
Zarco se había quedado en México en 1858, había ido a Veracruz, se-
gún parece; había sido detenido después de un tiempo de lucha subterrá-
nea en la capital contra los conservadores y fue sacado, literalmente, de
Po
una celda de la cárcel de Belén cuando los ejércitos de González Ortega en-
traron a México. Hombre de un considerable prestigio, muy razonable y
equilibrado, representaba lo que modernamente se ha llamado “la resisten-
a
cia en este séptimo gabinete de Juárez, que abría las puertas del gobierno a
lo más granado de una nueva generación surgida de la guerra.46
pr
manos de Lindoro Cajiga; habría tenido que acudir al congreso, para el cual
había sido electo pero al que no quería presentarse, aún a riesgo de ser con-
denado por ello. Porque resulta inconcebible que no respondiera a los ata-
ques de Aguirre, hombre de muy dudosa reputación política, como liberal.
Pero queda la duda de si, al hacerlo, se habría ligado de nuevo con la admi-
nistración de Juárez, con quien mantenía buenas relaciones en lo personal.47
45 Prieto, el único que ya había estado en el gabinete, fue objeto de fuertes ataques, al-
proceso que las autoridades del estado de México hicieron a su artículo “A los Indios”, pu-
blicado en la revista Themis y Deucalión de Toluca. Véase: El Demócrata; 9-V-1850 y
siguientes. El jurado absolvió a Ramírez.
47 Véase el capítulo: “Un dirigente liberal se retira”.
268 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
do hasta hacer algunos planes para la modernización y expansión de la
rrú
institución, ocho días después rehusó el cargo, que pasaba por ser ventajo-
so desde que años antes habían sido designados para ocuparlo personajes
Po
tan distinguidos como don Manuel Gómez Pedraza, Jone Joaquín de Herrera
y Mariano Arista.49 Poco después se revivió el rumor de que sería ministro
en Inglaterra, pero la cosa no se formalizó.50 A fines de abril, Juárez se em-
a
peñó en tener a Mata en el gabinete, aunque sólo fuera por unos días, en-
cargándole el ministerio de hacienda, entre tanto el congreso lograba
eb
Ocampo diplomático
48 INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-3-12 (20-I-1861).
49 En cada ocasión, la prensa conservadora había atacado al gobierno, presentando el
puesto como una canongía. Aún Mata felicitó a Ocampo por no haber aceptado; véase:
INAH; legajo 8, segunda serie, papeles sueltos, doc. 8-4-162 (9-II-1861). También El siglo
XIX; 10-11-1861, sobre los planes de Ocampo.
50 La Independencia; 11 y 18-III-1861.
51 Juárez, correspondencia; tomo IV, pp. 431 y 435.
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 269
a
otros incidentes de las relaciones internacionales de México, que es conve-
rrú
niente analizar también.
La primera gestión de Ocampo en la secretaría de relaciones exteriores
se limita a quince días, comprendidos entre el 5 de octubre de 1855 y el 20
Po
del propio mes.52 Su segunda intervención en el campo de las relaciones
internacionales abarca del 21 de enero de 1858, al 17 de agosto del año si-
guiente, o sea un período de 574 días.53 Por tercera vez ocupó el cargo del
a
115 días.55
En resumen, resulta que Ocampo dirigió la política exterior de nuestro
pr
52 Sobre este período consúltese: Obras; tomo II, pp. 205, 206, 251 y 252; La Verdad;
20 y 27-IX, 1o. y 3-X-1855; La Revolución; 27 y 30-IX-55; La Patria; 20. 25. 26. 28 y 29-IX-
55, 21-X-55. Juárez, correspondencia; tomo III, p. 333.
53 Los documentos básicos de esta época, se encuentran en: La administración pública
en la época de Juárez; tomo II, pp. 229 a 234 Juárez, correspondencia; tomo II, pp. 297. 343,
344. 347. 349, 350, 353, 355, 358. 385, 398. 425, 432. 444, 560 y 562; y tomo III, pp. 460,
461. 478. 481. 497. 514, 540, 548, 550, 554, 561, E72, 575. 582, 588, 589, 617, 653 y 655.
Obras; tomo II, pp. 216 a 229.
54 Para las referencias documentales sobre este período, véase el capítulo sobre el tra-
tado McLane.
55 Respecto a este lapso, puede consultarse: Juárez, correspondencia; tomo II, p. 766 y
a
favor. El hecho es que obtuvo en Cuernavaca 3 votos para ocupar la presi-
dencia, entre los 23 de los delegados departamentales.
rrú
Los titubeos y vacilaciones de otros liberales, explican que a don Mel-
chor se le encargara la integración del primer gabinete de Juan Álvarez. El
Po
“me quiebro, pero no me doblo” de 1853, había clarificado su estatura mo-
ral y su ersonalidad política.
James Gadsden informaba a Washington ni 19 de octubre de 1855: “el 6
a
gobierno por el triunfo de la causa por la que luchó en apoyo de una tole-
rancia civil y religiosa”.58
1a
56 Véase el decreto de Álvarez en que nombró la junta, en: La Revolución; 28-IX-1855.
renunciar, una protesta enérgica por la invasión de territorio mexicano que realizaron 300
norteamericanos, contando con “tolerancia culpable” de las autoridades de Texas. Obras;
tomo II, p. 252.
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 271
a
tro de negocios eclesiásticos de José J. Herrera, que se estableciera una villa
rrú
episcopal en el estado de Veracruz, para ¡o cual había obtenido ya un acuer-
do favorable del Papa quedando pendiente tan sólo la designación del obis-
po. Los liberales habían procedido hasta entonces con mucha circunspección
Po
—hay que recordar el trato cuidadoso que el propio Juárez había dado a los
problemas con el clero, siendo gobernador de su estado natal, cuando no se
había promulgado aún la legislación reformista—; pero el señor Rivera qui-
a
cuestiones.
Cuando vuelve a ocupar la cartera de relaciones exteriores, llamado
u
ahora por don Benito a Guanajuato, lo primero que tiene que hacer Ocam-
po, como en 1855, es tratar de lograr que continúen los tratos diplomáticos
pr
a
bierno general del país”. “Dice usted —añadía Ocampo— haber sabido que
la costumbre del cuerpo diplomático ha sido reconocer al gobierno de la
rrú
capital. Permítame usted le recuerde que, al triunfar la revolución conocida
con el nombre de Ayutla, el representante de los Estados Unidos fue el
Po
primero en marchar a Cuernavaca para felicitar y reconocer en su carácter
oficial, al Excmo. señor general don Juan Álvarez…entonces también se
llamaba gobierno general de la nación el que se había establecido en la ca-
a
a
convención celebrada con la marina inglesa por las autoridades del puerto,
rrú
que puso punto final a la intriga del ministro francés.66 En esta convención
(artículo 10) se debería indicar, según las instrucciones del ministro de re-
laciones, que en el caso de que Juárez ocupara la capital de la república se
Po
respetarían los términos de la convención, pero “en cuanto a que estas esti-
pulaciones (sirvieran) de base a una futura convención diplomática (el pre-
sidente Juárez) se reservaba el derecho natural de discutir cuál y cómo debe
a
ser ésta, cuando se (entablara) por los medios regulares y debidos la solici-
eb
de las hostilidades”.68
El gobierno de Juárez luchaba por su vida con el mar a la espalda; si se
1a
repasan los términos de esta convención, queda de relieve otro de los pun-
tos de apoyo de la gestión diplomática de don Melchor. Amenazado de
muerte, el gobierno se consideraba autorizado para ceder cualquier suma
de dinero o garantizar algún beneficio futuro; por más que el trato se hacía
en condiciones tales que no podía esperarse equidad y probablemente tam-
poco justicia.
El señor de Gabriac, comentó Ocampo en una carta que no llegó a cursar,
“es bastante profundo en diplomacia para haber hecho que el pobre mon-
sieur Pénaud (el contralmirante francés), ignorante de los hechos, se metiese
66 Los datos que sobre la actitud antipatriótica de los conservadores hizo públicos
en tal algarabía de reclamaciones, que yo no tuve que hacer más que aflo-
jar en los pedidos que hacían…”.69 Las condiciones en que el producto de la
aduana de Veracruz se destinaba al pago de la deuda extranjera, eran tan
desfavorables ya que la nueva reclamación resultó poco importante: “¡De
quince (por ciento) que tenían para un solo artículo, exigen ocho para va-
rios!”, comentó burlonamente Ocampo. Lo que no se cedió, en cambio, fue
el derecho natural de utilizar las facultades del gobierno, como soberano,
cuando la situación se regularizara en el futuro.
Este punto de vista había sido desarrollado con amplitud por Ocampo
en un manifiesto del presidente interino, dirigido a la nación con motivo
del viaje hostil de la flota española hacia puertos mexicanos, el día último
de octubre de 1858. “La mayor parte de los males de México son de fácil
a
remedio —dijo ese documento—. Su falta de industria cesará con la paz; su
rrú
falta de rentas con la moralidad en la recaudación y la economía en distri-
buirlas, su falta de costumbres, con unos cuantos años de un gobierno pro-
bo, enérgico y justiciero. Todos los hombres de buena fe convienen en la
Po
facilidad con que nuestra situación puede cambiarse, con sólo que alguna
vez se entre en el camino de la justicia…El modo de ser es accesorio y aun
accidental al ser; y como de que sucumbamos en la guerra con España deja-
a
remos de ser y no porque ésta vuelva a dominarnos, sino porque nos des-
eb
69 Roeder; p. 268. Véase la circular de Ocampo al respecto, en: México a través de los
a
con nosotros por la parte de Sonora y Chihuahua”. Le enviaba también ins-
rrú
trucciones para retirar la legación, si los funcionarios de Washington se-
guían dando largas al reconocimiento oficial; “pero no sin protestar
contra el abuso de poder por el cual (se) pretende ocupar a mano armada
Po
parte de nuestro territorio”. Y terminaba comentándole secamente: “que
cuide en buena hora de su terreno e intereses; pero que no se introduzca en
el ajeno”.71
a
una vez que el ministro Forsyth había suspendido las relaciones con el go-
bierno conservador en los últimos días de junio de 1858, lograr el reconoci-
u
71 El discurso de Buchanan se puede ver en: Messages and Papers of the Presidents
(1789-1897); Vol. V, p. 511 a 514 y 517. Los comentarios de Ocampo, en: Juárez, correspon-
dencia; tomo III, p. 461.
72 Juárez, correspondencia; tomo III, p. 478.
276 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
su deseo de poner fin a las luchas internas, en defensa de la independencia
rrú
nacional. Una lucha así —sugiere el manifiesto citado— no será estéril, si
prueba que no estamos degenerados ni somos incapaces de formar una
nación.
Po
En ninguna forma, como se vio pronto, esta actitud exageraba las posi-
bilidades de intervención extranjera. Aun en España, que por haber domi-
nado durante tres siglos había dejado resentimiento y hostilidad, había un
a
a
tos o derechos de vía del río Bravo al golfo de California. Sin embargo, es
rrú
indiscutible que el texto de la respuesta de Ocampo se limitó a reafirmar
dos puntos básicos de la política exterior que en esos momentos él dirigía:
Po
que existía en México un gobierno y que ese gobierno estaba dispuesto a
tratar con su poderoso vecino para beneficio mutuo de las dos repúblicas.
Las consecuencias de la posición básica de Ocampo, en el sentido de
a
que México debería negociar con los países extranjeros sobre una base de
estricta igualdad cíe trato y de leal respeto a las obligaciones contraídas,
eb
pretendiera pasar por alto las diferencias inevitables entre países fuertes y
pr
países débiles. Tampoco pretendía Ocampo, con esta actitud, ignorar los
propósitos de los fuertes sobre la base de una justicia abstracta, alejada de
1a
a
se hallaba en plena guerra civil, la autoridad suprema había defeccionado y
rrú
el congreso federal no podía reunirse; los recursos económicos más impor-
tantes estaban intervenidos por potencias extranjeras para el pago de la
deuda externa; por ello, la carencia de medios económicos era angustiosa.
Po
Para tratar con el gobierno de Veracruz, los representantes norteamerica-
nos le habían exigido que se comprometiera a resolver todas las cuestiones
que se suscitaran ejerciendo en forma completa el poder político sobre el
a
don Vicente Guerrero. Tampoco contaba con recursos para establecer las
vías de comunicación y escoltar las caravanas comerciales que las recorrie-
1a
a
hasta el momento en que mejoraran las condiciones de México, como resul-
rrú
tado de la terminación de la guerra civil. El oficial norteamericano designa-
do para acompañar a Zerega estaba ya en Veracruz y no había manera de
rehuir las responsabilidades imprudentemente contraídas por Alamán
Po
en 1831.
Una buena comprobación adicional de que el convenio celebrado entre
McLane y Ocampo el 20 de abril, no introducía nuevos elementos perjudi-
a
a
mente el espíritu de su política al frente del ministerio de relaciones. En
rrú
efecto, el 22 de abril le preguntó formalmente si “podían entrar en la discu-
sión y formación de un tratado sobre puntos de guerra o de alianza defensi-
va y ofensiva entre los Estados Unidos y México”. A solicitud de McLane,
Po
como es sabido, Ocampo dio forma a su proposición el 18 de junio, remi-
tiéndole un proyecto de texto, para cuya plena inteligencia es necesario
traer a la vista algunos antecedentes.82
a
los Estados Unidos…y también los efectos del gobierno de Estados Unidos
y sus ciudadanos, que sólo vayan de tránsito y no para distribuirse en el
Istmo, estarán libres de los derechos de aduana…No se exigirá a las perso-
nas que atraviesen el Istmo y no permanezcan en el país, pasaportes ni
cartas de seguridad…Los dos gobiernos celebrarán un arreglo para el pron-
to tránsito de tropas y municiones de Estados Unidos, que este gobierno
tenga ocasión de enviar…habiendo convenido el gobierno mexicano en
proteger con todo su poder la construcción, conservación y seguridad de la
obra, Estados Unidos de su parte podrá impartible su protección, siempre
que fuere apoyado y arreglado al derecho de gentes”.
Por otra parte, como tendremos ocasión de ver en detalle al discutir las
negociaciones del tratado McLane-Ocampo, debe tenerse en cuenta que
a
unos días después de la presentación por Ocampo de su proyecto de tratado
rrú
de amistad, el ministro norteamericano comunicaría al presidente Bucha-
nan la negativa última y final de Juárez y Ocampo a ceder la Baja California
a los Estados Unidos. Al hacerlo saber al secretario de estado, McLane le
Po
comunicó también el 25 de junio que el ministro de hacienda, Miguel Lerdo
de Tejada, se oponía asimismo terminantemente a la cesión de territorio en
ese momento, aun recibiendo una suma exorbitante como compensación.84
a
Desde este punto de vista, el proyecto que elaboró Ocampo en ese mes de
eb
a
países latinoamericanos, apoyándose en concesiones formales obtenidas
por la fuerza en muchos casos, resultaría imposible organizar en el Conti-
rrú
nente una convivencia pacífica y democrática. Podría aceptarse que quien
ha venido usando una vía de comunicación, por ejemplo, dando con ello
Po
origen a intereses legítimos, tiene derecho a que no se le prive injustificada
y arbitrariamente de su uso. Pero la utilización de este tipo de “derechos”,
dice Ocampo, como servidumbres impuestas por las circunstancias o por la
a
época histórica durante la cual, como es sabido, los abusos de los barones
de la tierra se disfrazaron muchas veces como servidumbres y derechos,
que limitaron la libertad individual y sujetaron inclusive a las personas al
u
rece ser que McLane tenía otras perspectivas mentales, ya que se limitó a
escribir unas breves notas informativas, en el reverso de la copia del memo-
rándum de Ocampo que propuso el tratado de amistad, al enviarla al secre-
tario de estado.86
No es de extrañar que la respuesta de Cass haya sido evasiva y suma-
mente fría. Sin embargo, autorizó a McLane a pedir un texto del proyecto;
cuando este texto fue conocido en Washington, el Secretario de Estado,
ante la insistencia de McLane, se limitó a encontrar innecesario el 30 de
julio el artículo 3o., de acuerdo con el cual la ayuda a Juárez y su gobierno
era obligatoria para la parte yanqui. “No veo que pueda ser fundamento
para cualquier convenio positivo”, declaró Cass.87 En ese momento, como
86 Juárez, correspondencia; tomo III, p. 581. Véase: Manning; doc. 4391.
87 Idem; tomo III, p. 672. Manning; doc. 3942, p. 275.
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 283
a
chos reconocidos y para proteger a sus ciudadanos”. El comentario final de
rrú
Lewis Cass, respecto al texto preparado por Ocampo, que un tanto arriesga-
damente McLane pretendía que podría ser usado por el gobierno yanqui
para sus fines de intervención, fue el siguiente: “No encuentro objeción a lo
Po
estipulado si sólo se pretende prever que nuestro gobierno tendrá plena li-
bertad de entrar a México, a petición de sus autoridades, para protección de
nuestros conciudadanos y los derechos de nuestro tratado. Pero aun sin la
a
a
mismo Excmo. señor Ocampo está nombrado enviado extraordinario y mi-
rrú
nistro plenipotenciario…”.
Las circunstancias no favorecieron la realización de esta misión de
Ocampo. Por un lado, desde el primer momento en que el senado norteame-
Po
ricano se avocó el examen del tratado de tránsito, los observadores de to-
dos los matices se dieron cuenta de que no era probable que otorgara la
aprobación requerida. Por otra parte, debe tenerse presente que el 8 de fe-
a
México, le dio instrucciones para iniciar su gestión mediadora entre los go-
biernos de México y Veracruz, de la cual se desprendieron con el tiempo
1a
grupos de españoles que combatían contra los liberales en los primeros me-
ses de 1861, es conveniente precisar lo ocurrido y las condiciones en que
actuó Ocampo en esa ocasión, para una mejor comprensión de los hechos.
En su discurso ante el senado español, don Joaquín F. Pacheco se exten-
dió ampliamente, los días 22 y 23 de noviembre de 1861, respecto al inci-
dente de expulsión de los diplomáticos y sobre la intervención de Ocampo.
Tradujo, primero, una carta que envió el ministro francés Saligny a su go-
bierno, a fines de noviembre de 1860, en que decía al canciller, señor Thou-
venel: “Yo sé que el señor ministro de relaciones de Juárez, señor Ocampo,
que pasa por un hombre entendido y de grande habilidad, es el primero a
reírse de los rumores que han circulado acerca de (la misión del señor em-
bajador de España), y los calificó ayer de fábulas ridículas, sirviéndose de
a
una palabra más trivial, pero muy expresiva, y que indica un conocimiento
rrú
muy profundo de la lengua francesa”. El propio Pacheco, sin embargo, rela-
tó en esa ocasión las proposiciones que había hecho al gobierno de Juárez,
que se reducían en esencia a reconocer el tratado Mont-Almonte, pagar in-
Po
demnizaciones por haber decomisado la barcaza “La Concepción”, así como
por los daños causados a propiedades de españoles, tanto por las tropas de
Miramón como por las suyas propias.90 Se recordará, además, que Pacheco
a
a
con un grano de sal el comunicado que un miembro del cuerpo diplomático
rrú
envió a Pacheco al día siguiente de que le fuera comunicada su expulsión,
cuyo tenor fue el siguiente: “El señor Ocampo sale en este momento de mi
casa. Hemos tenido una conversación de más de media hora…A vista de
Po
las monstruosidades de estas últimas veinticuatro horas, que bastarían
para matar veinte gobiernos más sólidos que el de Juárez, el señor Ocampo
permanece en una seriedad asombrosa. No comprende que acaban de ha-
a
cerse culpables del más sanguinario ultraje contra S.M. la reina de España
eb
a
zaron a examinarse los principales aspectos de la política exterior del go-
rrú
bierno de Veracruz, se formularon duras críticas a la gestión de Ocampo.
Los escritores conservadores que se ocuparon del asunto han objetado fun-
damentalmente dos aspectos de esa labor: por un lado, desde luego el tra-
Po
tado McLane, sobre el cual nos extenderemos más adelante; pero, también,
la actitud adoptada frente a las amenazas de guerra de España hacia fines
del año 1858.
a
ción Social”, publicación aparecida con motivo del centenario de 1910. Las
expresiones que se mencionan, en el sentido de que el gobierno de Veracruz
reflejó “una pasión personal de indígena de Juárez” al contestar a la ame-
naza contra Tampico, y en general, en su deseo de convertir la guerra de
tres años en una guerra antiespañola, son de carácter subjetivo exclusi-
vamente. Corresponden a la parte elaborada por Justo Sierra del trabajo
hecho en colaboración con Carlos Pereyra, bajo el título “Juárez; su obra y
su tiempo”.95 El hecho de que don Justo haya emitido estas afirmaciones
a
imparte precisamente la protección, en tanto que el protegido sólo la recibe.
rrú
Razonablemente, es de esperar que el lado que recibe la protección retribu-
ya de alguna otra manera el servicio que le presta el protector; ya que si
fuera capaz de proteger a su protector, no necesitaría la protección de éste.
Po
En realidad, desde un punto de vista de simple lógica, si se imagina una
protección estrictamente mutua, cesa de ser protección y la relación entre
las partes se convierte en una alianza ofensiva y defensiva, justamente
a
1859, condiciones en que cada una de las partes pudiera “ayudar a soste-
ner el orden y la seguridad en el territorio de la otra”. Pero basta echar una
pr
pues era evidente, el carácter mestizo de la nacionalidad, casi india, y por lo tanto de la re-
sistencia posible a una invasión extranjera. Debe tomarse en cuenta que el espíritu de este
análisis impresionó al mismo Zuloaga, pues, como indica el propio Sierra, se reflejó más
tarde en el manifiesto que emitió en Ixmiquilpan al iniciarse la expedición tripartita contra
México. Sierra, p. 368.
CUARTA JORNADA. MARAVATÍO – TOXI 289
a
le hacen.
rrú
El argumento contra el artículo 3o. del proyecto de tratado de “Alianza
ofensiva y defensiva” sugerido por Ocampo en junio de 1859, queda reduci-
do, por lo tanto, como la mayor parte de los “cargos” que se lanzan contra
Po
el reformador, a una simple suposición sin fundamento. Si el gobierno
mexicano de Veracruz, bajo el supuesto de la vigencia del tratado, lo hubie-
ra utilizado para pedir a Estados Unidos ayuda militar directa en la lucha
a
las numerosas constancias históricas que existen, sobre las reiteradas ne-
gativas de Juárez y Ocampo a permitir, no digamos la participación de tro-
pr
a
bien estaban en guerra civil no por ello quedarían liberados de las obliga-
rrú
ciones del tratado. Obviamente, en una época en que se especulaba tanto
sobre una intervención europea en México, era prudente y razonable que el
gobierno de Veracruz se preocupara por buscar aliados que lo ayudaran en
Po
las comprometidas situaciones que se avecinaban y para prevenir las cuales
eran aconsejables todas las precauciones.
a
u eb
pr
1a
Quinta Jornada
TOXI – HUAPANGO
De la hacienda de Toxi se pasa sin mayor problema al valle de “los Espejos”. Este valle
a
se comunica, a su vez, con la extensa planicie que cubre, en parte, la laguna de Hua-
rrú
pango, a través de una angosta cañada, que lleva el nombre otomí de Caxñé. No es,
desde luego, el único camino que permite pasar de una a otra de las grandes llanuras.
Hacia el norte de Acambay la sierra es agreste; de Oxtotoxhie, por ejemplo, puede ba-
Po
jarse hacia Arroyozarco sin mayores dificultades, pero el tramo de ascenso desde el
valle de “los Espejos” hasta Oxtotoxhie es difícil. Un grupo de un centenar de jinetes,
por buenos caballos que llevaran, o por mucho que temieran encontrarse con las par-
a
tidas militares republicanas que recorrían los principales caminos, no podían encon-
eb
trar aconsejable el acceso por el norte hacia la estancia de Huapango. Esta formó
parte de la hacienda de Arroyozarco, poseída por los jesuitas en él siglo XVIII y traspa-
sada a manos laicas después de la expulsión de la orden; disposición de Carlos III que
u
go por seis u ocho de ancho, con grandes secciones casi planas por las que corre con
dificultad él agua de las lluvias. Después de los aguaceros, como resultado de esa
particularidad del terreno y de cierta impermeabilidad relativa, se forman extensos
charcos; estas lagunas momentáneas, vistas desde las lomas y montañas que rodean
el valle, cuando el cielo se despeja reflejan su brillo como enormes espejos. Aún se re-
cordaba, treinta años después, a la comitiva de Cajiga y su prisionero, atravesándola
al galope, desde el suroeste hacia el oriente.
Los lomeríos que bordean el valle en esta parte no son muy elevados y hoy día
carecen casi de vegetación; por ello se antoja que debe haber sido relativamente fácil
cruzarlos a caballo. Pero, además, a la altura del pueblo otomí llamado Pathé, existe
una hendidura por la cual se puede pasar al pequeño valle que rodea a San Juanico,
sin subir más de un centenar de metros, entre incipientes o residuales arboledas.
Pathé debe su nombre a la existencia de aguas termales, a través de las que llega has-
ta la superficie, por uno de esos milagros de la geología, el calor de las profundidades
terrestres, transportado por el agua.
291
292 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
El rincón de suelo plano que hoy está en parte ocupado por la presa de San Juani-
co, desembocaba en la época de Ocampo hacia el valle de Huapango, que contiene a
su vez la mucho más extensa laguna de ese nombre. Si la comitiva había detenido un
poco el paso al subir por la cañada, debe haberlo soltado de nuevo al desembocar al
pequeño valle. Otros testigos, algunos de los cuáles conocían a Cajiga y lo habían
acompañado en sus correrías, recordaban en 1890 la polvareda levantada por el tro-
pel de cien caballos que cruzaron la llanura en plena época de secas.
En Huapango es la cita de Cajiga e Ibarguren con el “presidente” Zuloaga y, en
realidad, con el general Leonardo Márquez, quien recogió a éste cuando salía huyendo
de la ciudad de México, poco antes de la entrada de las tropas victoriosas de González
Ortega. “Huapango —escribió Pola a fines del siglo pasado— semeja una fortaleza”.
En realidad, está situado como una pesada mole de piedra en unas ligeras prominen-
cias del terreno que separan el valle de Jilotepec de las tierras que formaron la hacien-
a
da jesuita, extensa zona cerealera dedicada por los españoles a abastecer el gran
rrú
molino de la hacienda, cuyas ruinas aún pueden atisbarse a lo lejos, hoy en día, desde
la moderna carretera a Querétaro.
El valle de Huapango es mucho más abierto y más extenso que el de Acambay.
Po
En la actualidad lo ocupa en buena parte él agua de la presa; a mediados del siglo
pasado, sin embargo, debe haber existido una extensa zona inundada permanente-
mente. Si don Melchor hubiera recapitulado sus investigaciones sobre toponimia, no
a
obstante las condiciones en que llegaba a Huapango, sin duda recordaría que él ori-
eb
gen de este nombre es oscuro, pues si bien no falta quien lo derive de la palabra ná-
huatl que significa “extensión grande cubierta de agua”, otras autoridades en la
materia informan al curioso, que también en mexicano se pudo derivar de la existen-
u
van dan claramente la idea de una laguna extensa. Además, no todas las obras de
irrigación son recientes; algunas existen que fueron construidas por los Jesuitas en
1a
no quisiera dejar lugar a ambigüedades, describió la reacción que tuvieron los dirigen-
tes conservadores al confirmarse la captura de Ocampo por la cuadrilla que enviaron
en su busca. “A Ocampo hay que fusilarlo” declaró Márquez de inmediato, “él fue
quien firmó el tratado McLane”; sin embargo, Zuloaga se opuso y entregó el preso al
coronel Taboada, con instrucciones expresas de respetarle la vida. Juárez, según
explicó más tarde Zuloaga, tenía en su poder a numerosos prisioneros en la ciudad de
México y en otras poblaciones, entre ellos a Isidro Díaz, cuñado de Miramón, pues
este último que había estado oculto en la ciudad de México, había podido salir al
extranjero bajo el ojo tolerante del gobierno liberal y con ayuda de los diplomáticos
franceses. La suerte de Díaz había sido objeto de enconada controversia durante las
primeras semanas del año; condenado a muerte, finalmente había sido perdonado por
don Benito. En el gabinete de Juárez, Ocampo había votado por la expulsión, cuando
el gobierno juarista se veía arrinconado por las multitudes exaltadas que en los clubes
a
políticos pedían la cabeza de Díaz.
rrú
“Siento mucho —había escrito Josefina a don Melchor, desde Jalapa, el 16 de ene-
ro anterior— que tú hayas consentido en que decapiten a Isidro Díaz, o por lo menos
el que no te hayas separado del Presidente, luego que dio ese paso tan en falso, por-
Po
que aunque él es criminal y yo deseo que lo ahorquen, pero que esto se haga por me-
dio de los tribunales a fin de que no se hollaran las leyes que ustedes defienden y que
parecía que los liberales deberían acatar más. No importan las amenazas de los ingle-
a
ses, primero es la justicia y luego lo demás. Siento mucho, muchísimo que tú estés en
eb
el gobierno éste, después de dada esta medida. Estoy (segura) de que tú te has opues-
to, pero no basta en mi concepto…”
Efectivamente, según ya dijimos, don Melchor se había opuesto. El día 14 de ene-
u
silase inmediatamente a Díaz, sino que se le sujetase a juicio. La trajo don Benito
Gómez Farías, quien expuso que Díaz había tomado empeño para que ni a él ni al se-
1a
ñor Degollado se les fusilara cuando cayeron prisioneros en Toluca. Di cuenta de esto
en junta de ministros, compuesta de los señores Ocampo, Ortega, Llave, Emparan y
Fuente, y se acordó por unanimidad que se diese orden para que Díaz fuera desterrado
por cinco años fuera de la República…Al día siguiente los clubes y la prensa se decla-
raron contra esta medida y en consecuencia se acordó que se revocara la orden y se
previniera la prisión de Díaz y su remisión a esta capital para ser juzgado conforme a
la ley”. Como puede verse, don Melchor no sólo fue partidario de la aplicación de la
ley, sino que aprobó una medida más benigna para el enemigo ya derrotado.
Al día siguiente, el gabinete de Juárez empezó a discutir la ley de amnistía; al tra-
tarse el caso de los obispos expulsados, de la Fuente se manifestó inconforme y pre-
sentó su renuncia, “que le fue aceptada”, comentó don Benito. Ocampo, a su vez,
renunció el 17 y la voz pública asoció su retiro a la oposición de un grupo de liberales
a los castigos violentos contra los conservadores. Vigil, por ejemplo, atribuye la re-
nuncia de Fuente tanto al asunto de Díaz, como a la suspensión de algunos magistra-
dos de la suprema corte y a la expulsión de los obispos.
294 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
“Hoy expidió Ocampo una circular para que sean despedidos de sus empleos to-
dos los que sirvieron a la reacción”, escribió Prieto a Manuel Doblado, según dijimos,
el 2 de enero de 1861. “La medida es justísima —añadía— pero tiene conmovida a
esta sociedad de pancistas y de empleados”. En el caso de la suprema corte, existía la
circunstancia de que varios de sus miembros habían ocupado puestos en los gobier-
nos de Zuloaga y Miramón. Se recogieron en las columnas de la prensa algunos detalles
de este asunto; que parece haber quedado terminado, cuando se cambió el gabinete de
Juárez sin que formalmente se declarara su destitución. El segundo congreso constitu-
cional designó después una nueva corte.
De esta suerte, Ocampo tenía tranquila su conciencia cuando se acercaba el mo-
mento de enfrentarse a Zuloaga y a Márquez. Debe, recordarse que Ocampo se trasla-
dó violentamente a México, en cuanto se recibió en Veracruz la noticia del triunfo
liberal en Calpulálpam, con instrucciones de hacer que se impusiera él orden legal al
a
entrar el ejército de González Ortega. El diputado Ezequiel Montes, en la oración fúne-
rrú
bre que a nombre del congreso pronunciara unos días más tarde del asesinato de
Ocampo, explicó que éste propuso enviar a los ministros de Miramón ante sus jueces y
Po
que, como alguien declarara que había temores por su vida: “¿Se han figurado —ha-
bía replicado Ocampo con viveza— que soy verdugo?” El día U de mayo, menos de un
mes antes de su secuestro, Ocampo comentaba en carta a Juárez, que tampoco había
sido partidario de una pena menor que el destierro, que siguió al indulto de los obis-
a
pos acordado en enero. Según los términos de esta carta, parece haber compartido sin
eb
don Melchor ocurrió con una fuerte tirantez entre el Presidente y el ministro renun-
ciante. El periódico satírico de Zarco, por ejemplo, trazó el siguiente relato de la pri-
mera crisis ministerial del gobierno de don Benito, al regresar a la ciudad de México:
“El horticultor guarda y cuida con cariño la planta exótica en el invernáculo; pero
cuando llega a transportarla al aire libre, si no da flores, si no da frutos, se arrepiente
de sus tareas, y prefiere cualquier planta robusta, llena de savia y de vida, aunque sea
menos curiosa en la historia natural. Una cosa así es lo que acaba de suceder al mi-
nisterio Ocampo-Emparan…”
Ocampo no podía adivinar que él secuestro de que era víctima formaba parte de
una gran conspiración, que parecía capaz quizá de impedir el acceso de don Benito a
la presidencia. En los primeros días de junio, como ya se indicó, el congreso habría de
calificar las elecciones, que se sabe arrojaron un total de 5,289 votos a favor de Juárez,
1,989 en favor de Lerdo (muerto en marzo) y 1,846 en favor de González Ortega, dan-
do un total de 9,636.
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 295
a
Pero es sabido que la explicación dada por Manuel Ruiz en la sesión pública del mis-
rrú
mo día, contuvo la agresión antijuarista y encontró ecos en la prensa, por la pluma de
Zarco, que hicieron a un lado el intento de cerrar el camino del poder a don Benito, tal
Po
vez en beneficio de González Ortega o de Comonfort.
Ocampo y sus secuestradores llegaron a Huapango “a la hora en que el sol cae a
plomo”, el 1o. de junio de 1861. Para entonces, Márquez y Zuloaga de seguro estaban
enterados del fracaso de la maniobra contra Juárez. Arroyozarco, hacienda de la que
a
Cajiga había sido administrador antes de incorporarse a las tropas de Márquez, se en-
eb
y administrada por la compañía particular que él fundó, bajo una muy relativa vigi-
pr
lancia gubernamental.
“Es el autor del tratado McLane”, había dicho Márquez a Zuloaga, al comunicarle
la aprehensión de Ocampo. Nadie podría dudar que la sesión del congreso del día 29
1a
de mayo, tanto como contra Juárez, a quien pudo costarle la presidencia, estaba
dirigida contra Ocampo, a quien habría de costarle la vida.
Los rumores que corrían en la ciudad de México —según la prensa, desde el
viernes 31— sobre el secuestro de don Melchor, son perfectamente explicables.
Como Morelia estaba también ligado con la ciudad de México telegráficamente, es casi
seguro que en la mañana del día 31 la noticia había pasado ya por Toluca y llegado
a la capital. De suerte que los conspiradores, al enfrentar de nuevo a Aguirre contra
Juárez y Ocampo en la sesión del 31, ya sabían que el michoacano no acudiría a de-
fenderse, como Zarco lo pediría desde las columnas del “Siglo XIX”. Es evidente que la
serenidad de Juárez deshizo la conspiración, o bien que ésta no prosperó, por sí mis-
ma, ante la evidente victoria de don Benito en las elecciones, que el congreso no podía
razonablemente modificar, sin dar un verdadero golpe de estado.
Parece probable que el grupo de Cajiga ascendiera y descendiera por la cañada de
Caxñé y pasara junto a San Juanico a mediodía del sábado 1o. Existen otros pasos
296 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
ante los Estados Unidos, elaborada sin conocer, desde luego, los términos reales del
rrú
convenio, pero suponiendo que correspondía a las proposiciones norteamericanas he-
chas al gobierno de Zuloaga en abril de 1858. Al derrumbarse la maniobra contra
Po
Juárez, el michoacano quedó indefenso, a merced de los conservadores.
a
pues, es absolutamente imprescindible para los Estados Unidos construir
rrú
una salida del golfo de México al océano Pacífico, y estoy seguro de que lo
conseguirán…”
Don Melchor está entonces recién llegado de Europa; tiene grandes pro-
Po
yectos para desarrollar la agricultura en las tierras cercanas a Maravatío y,
para beneficio de sus propiedades, cuenta con el próximo viaje a México de
un experto francés. Pero, a pesar de que Santa Anna había vuelto al poder
a
dos a extranjeros, recae totalmente sobre Santa Anna, quien de seguro olfa-
teaba el negocio. Cuando don Antonio otorgó a Garay la concesión, su
1a
a
do su época más fecunda como naturalista, agricultor y hombre de ciencia,
rrú
cuando el 9 de febrero Bravo prorrogó la concesión de Garay.6 A fines del
año, otro instrumento de Santa Anna, Canalizo, repitió la prórroga ante el
fracaso de los esfuerzos que había realizado el concesionario por poner en
Po
marcha la empresa, hasta entonces sin dar intervención a intereses nor-
teamericanos.7 Don Melchor no volvió a participar en las cuestiones públi-
cas hasta pasados varios meses de la caída de Santa Anna del poder, que
a
a
ricanos compró a los ingleses los derechos de la concesión de Garay. A par-
rrú
tir de entonces, el gobierno mexicano hizo frente a una doble presión; por
una parte se trataba de impedir que la concesión fuera declarada caduca,
por no haberse realizado las obras en el plazo previsto; en tanto que, por
Po
otro lado, se revivía el espíritu de la cláusula sobre tránsito por el Istmo,
que había sido eliminada del tratado de paz.11
Como resultado de esta doble presión, el gobierno del presidente Herre-
a
de 22 de junio. Debemos convenir, por lo tanto, en que don Melchor fue aje-
no a la responsabilidad contraída por el gobierno de Herrera; y hasta resul-
ta posible pensar que la amenaza del tratado no fuera en cambio ajena a su
separación.15
Años después, en su correspondencia con Mata cuando éste se encon-
traba en Washington, Ocampo trató el tema del tratado Letcher-Gómez
Pedraza y su rechazo. El 14 de abril de 1859, don José Ma. le consultó: “El
tratado que había celebrado Pedraza me pareció bueno cuando lo leí, pero
hace tanto tiempo que esto fue, que no recuerdo los pormenores. Desearía
saber la opinión de usted acerca de ésto”.16 En septiembre volvió sobre el
asunto, evidentemente por haber encontrado reticencia en Ocampo, del si-
guiente modo: “Me causa pena saber que el Presidente ha sido mal infor-
a
mado acerca de los motivos por qué en 1851 hubo tan fuerte y decidida
rrú
oposición al tratado Letcher-Pedraza; pues no es exacto que el artículo 4o.
en los términos en que quedó, fuera causa de oposición. Esta la hubo, por-
que el gobierno americano procuraba por medio de aquel tratado hacer que
Po
México reconociera la validez del privilegio Garay, y esto y sólo esto fue lo
que ocasionó el desacuerdo final entre los dos gobiernos y lo que hizo que
el congreso rechazara el tratado…He entrado en estos pormenores por es-
a
pecial encargo del señor McLane, quien se puso muy contento de oírme
eb
a
doblo”, se ve obligado a dejar la gubernatura y a marchar al destierro; cosa
rrú
semejante ocurre también a Juárez en Oaxaca. Finalmente, como es sabido,
los dos ex gobernantes locales coinciden en Nueva Orleáns. Hacia allá, ha-
cia la desembocadura del Mississippi, se encamina Juárez cuando las tro-
Po
pas yanquis, al mando del general Garland, ocupan La Mesilla a mediados
de noviembre de 1853; Ocampo estaba preso en Ulúa, camino al exilio. El
20 de julio del año siguiente se conoce en la ciudad de México el tratado
a
hora por los Estados Unidos una cláusula que otorga a ese país el derecho
de tránsito por el Istmo.19 Para entonces, Ocampo se había trasladado a
u
a
régimen emanado de la revolución de Ayutla está en tratos con Gadsden
rrú
para la celebración de un nuevo tratado que revise el trazo de la frontera
entre ambos países. Álvarez desmiente los informes y Gadsden se ve obli-
gado a reconocer los hechos.21 No puede caber, por lo tanto, ni la más remo-
Po
ta duda de que Ocampo obtuvo el reconocimiento norteamericano en 1855,
como lo había de obtener en 1859, sin compromiso alguno, ni promesa de
cesión territorial, o de nuevas ventajas para el vecino país.
a
tratados que rechazó Washington; el secretario de estado tuvo que dar nue-
vas instrucciones a su ministro, superado por la habilidad de Lerdo en esta
ocasión.22
Sobre el origen de los tratados mencionados, Forsyth escribió a fines de
1856, al departamento de estado, lo siguiente: “Puedo afirmar que la opi-
nión pública está tan imbuida de estas ideas (la necesidad de la reforma) y
de la absoluta necesidad de la poderosa ayuda de Estados Unidos que les
proporcionará la paz y la seguridad de un gobierno estable, que corren ru-
mores en esta capital de que yo he venido aquí con instrucciones de hacer
propuestas de este tipo (lo que fue materia de los tratados), ofreciéndole un
préstamo de…millones de dólares”.23 En una extensa conversación que
Forsyth tuvo con Miguel Lerdo el 16 de diciembre, el ministro de hacienda
y relaciones de Comonfort “concretó la situación —según el informe de
Forsyth a Washington— expresando que la asistencia requerida por Méxi-
co era simplemente pecuniaria y que podría entablarse una negociación por
el préstamo de una cantidad de poca importancia para Estados Unidos pero
de gran provecho para México…” Se deduce de este informe que el ministro
yanqui fue enviado a México sin instrucciones especiales sobre ayuda pe-
cuniaria al gobierno mexicano; los Estados Unidos consideraban entonces
que el tratado de La Mesilla los había relevado de las obligaciones del
de Guadalupe y estaban interesados en celebrar un tratado postal y otro de
a
extradición. Resulta de este documento, también, que Miguel Lerdo sugirió
rrú
que cada gobierno se hiciera cargo de las reclamaciones de sus nacionales
contra el otro, cubriendo los Estados Unidos el saldo de la deuda de la con-
vención británica, como compensación a México por lo inequitativo del
Po
trato.24 Poco después, no siendo ya Miguel Lerdo ministro de relaciones
para entonces, se convino que todos los convenios serían aprobados o recha-
zados en conjunto, lo cual determinó su rechazo por el presidente Jefferson
a
cambio de dinero y pretendían que México sería beneficiado por los trán-
sitos, y por lo tanto no debería recibir compensación por este concepto,
pr
a
a México, nombrado ministro de gobernación por el Presidente, quien le
rrú
había insinuado que tal vez tuviera que retirarse del poder y dejarlo como
su sucesor.28
Pero si, hasta 1859, Ocampo no había tenido injerencia en las gestiones
Po
diplomáticas relacionadas con los derechos de paso por el istmo de Tehuan-
tepec y entre los estados fronterizos y el golfo de California, es indudable
que estaba al tanto de todo lo ocurrido. El 12 de enero de 58, Juárez salió
a
Pero no hay que olvidar que Romero, quien había trabajado en la secre-
taría de relaciones en la época en que Sebastián Lerdo rechazó las proposi-
ciones yanquis, era autor de un cuadro resumido de los tratados celebrados
por México desde la independencia, cuadro que había sometido a la revi-
sión de don Sebastián y de otros funcionarios.29 Romero partió a Guanajuato,
como es sabido, al conocer la libertad de Juárez y ser informado de que el
gobierno se establecería allí; tuvo la precaución de cargar en sus maletas
con su trabajo sobre los tratados, que había estado intentando publicar en
México. Romero fue sin duda muy laborioso; puede asegurarse que cono-
cía perfectamente los convenios celebrados por México hasta entonces.
a
médico le había recomendado. “Cuando yo no he tenido dinero, se lo he pe-
rrú
dido a usted”, dijo Ocampo a Matías Romero.31
Además, como hemos señalado más arriba, Ocampo fue casi dos años
senador en el régimen de Herrera y parte de ese tiempo ministro de hacien-
Po
da. Por encargo de Herrera, acabando de ocupar el ministerio, encargó a
José Ma. Luis Mora la revisión del estado de la deuda inglesa y a Mariano
Otero la de la convención de 17 de julio de 1847 con España, para el pago y
a
a
injusta…”.
rrú
Antes de salir de Pomoca para reunirse con Juárez, Ocampo tuvo toda-
vía oportunidad de conocer el programa expansionista presentado al con-
greso por el presidente Buchanan, en su mensaje del 7 de enero de 1858,35
Po
con motivo de la expedición de Walker.
De esta suerte, sería imposible sostener que Juárez y Ocampo no esta-
ban perfectamente al tanto, como lo estaban los mexicanos enterados y
a
cultos, de todos los detalles de las relaciones entre los dos países a lo largo
eb
34
Idem; pp. 321 a 326.
35
Messages and Papers of the Presidents (1789-1897); Vol. V, pp. 466 a 469. Cue
Cánovas; p. 83.
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 307
a
extendida posible de ese hecho, como recurso indispensable para que el go-
rrú
bierno nacional pudiera hacer frente con éxito a esa amenaza.
La situación no era, sin embargo, nada favorable cuando Ocampo, poco
más de seis años después del fervoroso llamamiento del aniversario patrió-
Po
tico, siendo ministro de relaciones de un gobierno arrinconado en Veracruz,
tuvo noticia de que el presidente Buchanan y el secretario de estado Cass,
después de aprobar la suspensión de relaciones diplomáticas con el gobier-
a
a
curso de éste y terminaba en el mar, aproximadamente a la mitad del golfo
rrú
de California. Esta modificación se realizaría, ofreció Forsyth, a cambio de
una compensación en dinero. Además de la satisfacción de las reclamacio-
nes pendientes contra México por parte de ciudadanos norteamericanos, se
Po
propuso “asegurar” a los ciudadanos y propiedades de los Estados Unidos
el derecho perpetuo de tránsito a través del Istmo y algunos otros conve-
nios de menor trascendencia.41
a
tamente un ferrocarril”.
El ministro Forsyth aseguró a su gobierno que el general Zuloaga, en
1a
a
1858, en las relaciones entre nuestro país y el vecino del norte. Por un lado,
debe recordarse que las reclamaciones de ciudadanos mexicanos contra los
rrú
Estados Unidos, basadas en el tratado de Guadalupe-Hidalgo en su mayor
parte, excedían considerablemente al monto de las reclamaciones de nor-
Po
teamericanos contra el gobierno mexicano; ello explica que no hubiera in-
terés yanqui por el manejo de los productos de las aduanas, como lo había
en las potencias europeas.45 Además, como resultado de las medidas pro-
a
por la tremenda guerra civil que existía en México, el comercio con Estados
Unidos había disminuido en los últimos años, hasta el punto de poderse
considerar de segunda importancia.46 La frontera no podía ser defendida en
u
lizar iguales esfuerzos que los destinados a pacificar su territorio; pero, al mismo tiempo,
reconocía que los hechos ocurrían en territorio mexicano, causados por partidas que prove-
nían de Estados Unidos. Véase: Juárez, correspondencia; tomo III, p. 260.
46 Comercio exterior de México; documento número 41.
47 Juárez, correspondencia; tomo III, p. 573.
310 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
glés en 184651 y finalmente, estaba en poder de norteamericanos desde
rrú
1848.52 El gobierno norteamericano reclamaba que se reconociera la vali-
dez de esta concesión; y a su vez el congreso mexicano había autorizado la
constitución de otra empresa para construir las vías transístmicas. La con-
Po
cesión original había sido fuertemente criticada en el congreso yanqui, ya
que influyentes políticos norteamericanos se oponían a su reconocimiento
y apoyaban al grupo contrario. En sus últimos días de gobernante, Santa
a
a
y Cárdenas, con respecto al artículo VIII del tratado de La Mesilla; lo segun-
rrú
do, es obvio que ha ocurrido al artículo 32 del tratado de 1831, pues proba-
blemente a nadie se le ocurriría hoy día formar caravanas con escoltas para
el comercio en la zona norte de México; en donde, en cambio han surgido
Po
otros problemas de extraordinaria magnitud.
Tratándose de asuntos que han sido tan controvertidos, vale la pena
examinar estos hechos con toda atención, ya que constituyen el marco his-
a
en el mismo año cayó del poder y volvió Santa Anna con el apoyo yanqui.
En 1854, después de haber firmado el tratado de La Mesilla, Santa Anna se
1a
vencerse el período del presidente Herrera, todos los demás fueron producto
de rachas armadas entre las fracciones del ejército y entre éstas y el pueblo.
No sería cuerdo afirmar que el apoyo y el reconocimiento norteameri-
canos determinaban —a mediados del siglo XIX— la suerte de los gobier-
nos mexicanos, que dependía más de algunos otros factores; pero sí debe
aceptarse que medidas mucho menos hostiles hacia el vecino país que un
desconocimiento unilateral de obligaciones contraídas voluntariamente,
determinaron en el pasado reacciones inmediatas de hostilidad por parte de
los representantes diplomáticos acreditados del vecino país. No debe olvi-
darse, tampoco, que en 1859 culminó en México la etapa de inseguridad y
cambios violentos que fueron característicos del primer tercio de vida inde-
pendiente, con una de las guerras civiles más feroces de la historia del con-
a
tinente, sin excluir a la guerra de secesión norteamericana.
rrú
Desde otro punto de vista, tampoco resulta razonable desconocer que
algunos funcionarios norteamericanos manifestaban simpatía hacia los es-
fuerzos de las administraciones mexicanas por lograr la pacificación del
Po
país, organizar la hacienda pública, sanear y modernizar el ambiente social
y cultural, eliminar la influencia del clero en asuntos civiles, disminuir los
privilegios del ejército, etc., esfuerzos todos que habrían de condensarse en
a
das las esperanzas de algunos liberales, quienes llegaron a creer que podría
obtenerse de los Estados Unidos préstamos no condicionados políticamen-
u
des militares.54
A fines de 1858, la prudencia más elemental aconsejaba a los liberales
negociar las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos sobre la base
del respeto a los tratados firmados entre ambas naciones, la búsqueda de
bases para ampliar y mejorar las relaciones amistosas y, de ser posible, la
gentes liberales de que podría obtenerse la venta de armas y parque en Estados Unidos. Es
sabido que Comonfort obtuvo recursos en 1854, de algunos amigos personales y que pudo
comprar implementos militares que envió a Acapulco para apoyar la revolución de Ayutla.
Véase las cartas de Mata en: INAH; 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos; de fechas 19-11-1859
(doc. 8-4-114). 15-VIII 1859 (8-4-134) y 19-IX-1859 (8-4-140); de Manzo del 26-XII-1859; de
Vidaurri a Mata del 2-VI-1859 (50-V-17-1) en: INAH; cartas personales; también Rivera
Cambas; tomo II, p. 567, quien no da pruebas de sus exageradas afirmaciones.
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 313
a
Para juzgar de una manera objetiva y desapasionada la participación de
rrú
Ocampo en el desarrollo de la política exterior del gobierno de Veracruz, y
en particular su intervención en la elaboración del tratado de tránsitos de
1859, conviene poner en claro algunos aspectos de la situación existente
Po
durante la guerra de tres años. Tanto en las relaciones con los diplomáticos
de países extranjeros, como en el curso de las luchas entre liberales y con-
servadores, el gobierno de Veracruz tuvo que aceptar, repetidas veces, la
a
vil. A Juárez, tomando como base las proposiciones de Miramón, le fue pre-
sentado un acuerdo de 6 puntos, después de la primera conversación; pero
el 15 de marzo de 1860, Juárez rechazó la intervención de los diplomáticos
extranjeros y declaró que sólo un congreso electo de acuerdo con la consti-
tución de 1857 podría resolver los puntos en disputa.55 “El gobierno consti-
tucional —decía unos días después don Santos Degollado al enviado de
Lord Russell, comentando el fracaso de estas negociaciones— tiene ade-
más límites legales que no puede traspasar, sin traicionar a sus deberes ni
burlar las esperanzas de los pueblos. Ceder al apremio de la fuerza y al te-
mor de las consecuencias de una guerra que no ha provocado, sería hacerse
indigno de la confianza de sus comitentes y caer en la vergonzosa debilidad
a
glés— acordó por el voto unánime de su gabinete aceptar un armisticio
rrú
bajo las bases que desea el gobierno británico, de que se procediese du-
rante la suspensión de hostilidades a elegir presidente de la República, a
Po
nombrar los miembros de una asamblea nacional que se ocupase preferen-
temente de resolver la cuestión sobre los puntos constitucionales y a esta-
blecer como punto convenido e invariable la tolerancia civil y religiosa”.57
a
a
A juzgar por los documentos del enviado especial del presidente yanqui,
rrú
sus conclusiones tuvieron un carácter marcadamente contradictorio, ade-
más de estar salpicadas de observaciones superficiales respecto a puntos
difíciles de juzgar para un extranjero en tan corto tiempo. “La permanencia
Po
de los liberales en el poder es una meta que justifica la más vehemente ayu-
da moral de nuestro gobierno”; esta primera conclusión fue sin duda favo-
rable al gobierno de Veracruz; pero inmediatamente después agregó el
a
tín de gobernantes despóticos o menos que los males que tanto daño hacen
sean rápidamente eliminados. Dejado a sí mismo, las cosas no pueden con-
u
Ha sido señalado por varios autores, que aun más patente resulta la
contradicción de Mr. Chrchwell respecto a la política que sugiere a su go-
1a
59 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 483 a 494 y 499 a 512.
316 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
mexicano —resume— debemos hacer uso del más sano patriotismo, junto
a las más nobles miras liberales sólo limitadas por a constitución de
nuestro país”.
Casi sin interrupción, no obstante, Mr. Chrchwell resume en un párrafo
las ventajas que su país podría obtener de México en aquellos comprometi-
dos momentos. Tal vez por última vez, dice sin embargo, estamos en condi-
ciones de concluir un tratado que nos asegure la soberanía sobre Baja
California, el perpetuo derecho de vía desde El Paso hasta Guaymas, y
desde otro punto del río Bravo al golfo de California, junto con las vastas
cesiones de territorio a las compañías estadunidenses que construyan el
ferrocarril que atraviese Sonora y Chihuahua, así como el mismo derecho
perpetuo de tránsito a través del istmo de Tehuantepec.60 Se ha publicado
a
también un extracto de las sugerencias con que Mr. Chrchwell acompañó la
rrú
carta enviada al presidente Buchanan el 2 de febrero. Los doce puntos con-
tenidos en ese documento son los siguientes: 1) Cesión de la Baja California;
2) El tránsito o derecho de vía desde el río Grande hasta el golfo de California
Po
y el derecho de vía, perpetuo, por el istmo de Tehuantepec; 3) Una parte del
dinero con que se hiciera la compra de aplicaría a rescatar los bonos de la
deuda inglesa; 4) Comisionados de ambas partes para adjudicar los recla-
a
a
y Juárez y Ocampo.
rrú
Las tres posibilidades que lógicamente se ofrecían al gobierno de Vera-
cruz, antes de que Mr. Churchwell diera por terminada su misión, eran en
realidad bien simples:
Po
a) Denunciar los tratados firmados por los conservadores en 1831 y
1854, dar sus pasaportes a Mr. Churchwell y cerrar la puerta al ofrecimien-
to de ser reconocidos por los Estados Unidos. Esto, sin duda alguna, fue lo
a
también sin duda alguna, era lo que habrían querido los Estados Unidos.
El gobierno de Veracruz no hizo, desde luego, ni una ni otra cosa. Juá-
rez y Ocampo se trazaron al respecto una línea política que contó con apoyo
1a
a
los discursos de Buchanan— veían a México como un terreno abierto para
rrú
su política expansionista. Las consecuencias de esa actitud no se podían
evitar —lo habían demostrado las guerras de Texas y del 47—, sino con
mucha precaución unida a mucha firmeza. El menor desliz conducía a la
Po
pérdida de territorio; errores que en otras condiciones habrían podido repa-
rarse con facilidad, seguían causando daño después de mucho tiempo; sólo
la persistencia y la cautela podían sacar a la causa liberal de la difícil situa-
a
65 Las instrucciones dadas a Churchwell decían que debería “investigar el estado y las
posibilidades de los diversos partidos” y dar opiniones que guiaran “futuras relaciones con
México”. Juárez, correspondencia; tomo III, p. 475. Manning; vol. IX, p. 255, doc. 3933. ¡Pero
no debía mostrarlas, si no era necesario!
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 319
a
generosa ayuda eran compatibles, sin que nadie lo notara, con el atraco
rrú
que se proponía realizar respecto a la Baja California. Churchwell salía al
paso de esta objeción, indicando que la situación financiera del gobierno de
Veracruz era desesperada —lo cual era cierto— y que, por lo tanto, si no
Po
obtenía fondos de otra parte, Juárez tendría que convencer a su grupo de la
necesidad de vender Baja California y de permitir que las tropas nor-
teamericanas ocuparan los tránsitos —en relación a esta segunda parte, es
a
tránsitos por una potencia extranjera. Juárez, Ocampo y Lerdo eran para
Churchwell incorruptibles, honestos, de elevadas miras, rectos, prudentes y
1a
a
compromiso sobre el resultado de esas negociaciones, de acuerdo con las
rrú
reglas de trato entre naciones soberanas.
Quien primero reconoció esto fue el secretario de estado Mr. Cass. En
las instrucciones que dio por escrito a Mr. Robert M. McLane, al designarlo
Po
ministro en México, refiriéndose a Mr. Churchwell sólo dice lo siguiente:
“Sus comunicaciones de 8 y 21 de febrero —las cuales usted ha visto— nos
proporcionan las últimas noticias que tenemos acerca de la situación políti-
a
ca de México. Según ellas, la causa del partido liberal de Juárez está ganan-
eb
triste descripción del país sobre el cual ningún gobierno parece ejercer un
riguroso control”.67 Ni una palabra de que el gobierno de Juárez hubiera
pr
a
contra México. Con este despacho —agregaba el pliego de instrucciones—
rrú
se incluye adjunto un pleno poder”. Al mismo tiempo, se reiteraba al recién
designado ministro que las simpatías de los Estados Unidos se inclinaban
fuertemente en favor del gobierno de Juárez.
Po
Mr. McLane, sin embargo, aunque sus instrucciones escritas no hacían
referencia a ello, llegó a Veracruz con el propósito expreso de supeditar el
reconocimiento a la formalización de acuerdos sobre los puntos menciona-
a
McLane dijo que Ocampo, al conocer sus pretensiones le había pedido que
redactara un memorándum con las sugestiones que Churchwell había
1a
68 Idem; p. 258. Debe notarse que las cartas del enviado especial norteamericano al se-
cretario Cass y al presidente Buchanan, no dicen que Ocampo hubiera hecho ningún ofreci-
miento a cambio del reconocimiento.
69 Idem; pp. 1037 a 1044.
322 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
sobre los puntos mencionados, con un espíritu de lealtad y de amistad.
rrú
Al resolver estos dos puntos, el presidente de Estados Unidos no admite (o
reconoce) otra influencia que los principios bien reconocidos del derecho de
gentes y un interés profundo y encarecido por el bienestar y la prosperidad mu-
Po
tuos de las dos Repúblicas.
La respuesta de Ocampo, que ya transcribimos también, fue entregada
a McLane el día 5 y fue seguida, al día siguiente, por el reconocimiento del
a
70 Idem; p. 1040. Véase: Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 563 y 537.
71 La respuesta de Ocampo, base y asunto principal de las conversaciones, fue comuni-
cada al secretario Cass con la noticia del reconocimiento del gobierno de Veracruz, que fue
aprobado totalmente por aquel funcionario. Puede afirmarse, por lo tanto, que no hubo
otros compromisos de don Melchor previos a esa medida. Véase: Manning; vol. IX, p. 259,
doc. 3935.
72 Idem; p. 1043. Aparte de la respuesta de Ocampo del 5-IV-1859. McLane sólo men-
ciona el ofrecimiento de “negociar dentro del más amplio sentido liberal, una revisión de las
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 323
a
yanqui por Sam Houston, cuyo papel en la separación de Texas fue bien
rrú
conocido, para que México fuera convertido en un protectorado de los Esta-
dos Unidos.73 En efecto, el 20 de abril de 1858, el senador de Texas hizo
una proposición del tenor siguiente: “Se resuelve: Que se nombre una comi-
Po
sión especial compuesta de siete individuos para que examine y dé cuenta
al senado si es o no conveniente al gobierno de los Estados Unidos de Amé-
rica declarar y mantener un protectorado sobre la llamada República de
a
México, de tal forma y hasta donde sea necesario para asegurar a la Unión
eb
que se hizo notar en aquella ocasión que el senado yanqui no tiene faculta-
des expresas para tomar una medida de la naturaleza de lo que proponía
Houston, salieron a relucir, con tal motivo, algunas cuestiones que juga-
rían después un papel importante en el rechazo del tratado McLane-Ocampo,
cuando fue puesto a consideración de esa asamblea.
La prensa del norte de los Estados Unidos, con motivo de la singular
proposición de Houston, se extendió ampliamente sobre varias cuestiones
reglamentaciones comerciales y de tránsito y de los pasos del río Grande al golfo de Califor-
nia, juntamente con el tránsito del golfo de California a algún punto de la línea fronteriza
de Arizona”.
73 Houston presentó su moción mientras el grupo de Juárez y Ocampo viajaba de Panamá
a La Habana.
74 Documentos inéditos relativos a la reforma; p. 110.
324 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
oposición que provocó la guerra contra México en 1846, y parecía probable
que una agresión sin motivo provocaría, sin duda, críticas y comentarios
rrú
muy desfavorables, además de que requeriría un aumento de impuestos en
los Estados Unidos, medida que nunca es popular. Parecía probable, asimis-
Po
mo, que nuevas ocupaciones de territorios traerían problemas con Inglate-
rra, España y Francia que tenían posesiones valiosas en América.
A nadie escapaba, por lo demás, que los intereses económicos de los es-
a
provocó la sugestión sui generis del senador texano, con los propósitos de
los estados sureños, dedicados a la agricultura con base en el régimen es-
clavista. No era por tanto, ninguno de los dos gobiernos que operaban en
u
a
preámbulos y discusiones previas, a la presión militar para conseguir sus
rrú
fines. En aquella etapa, cualquier reclamación se convertía en pretexto
para que una escuadra extranjera cañoneara nuestros puertos o para la
ocupación militar de una parte del territorio. Después de la guerra de sece-
Po
sión, no se consumaron agresiones de esta naturaleza, con excepción de los
incidentes ocurridos durante la revolución mexicana de 1910-20. Por ello,
una mínima previsión del futuro aconsejaba a los diplomáticos de Estados
a
Unidos no dejar las concesiones que habían obtenido en 1831 y 1853, con
eb
el carácter que originalmente se les dio, pero que tal vez las volvería inope-
rantes en un ambiente internacional más pacífico y tranquilo. En 1858, no
u
era difícil ver dónde estaba el lado débil de esas concesiones, desde el punto
pr
a
que agravaran la situación del lado mexicano en forma importante.
rrú
A fin de comprender el estado de los derechos de tránsito en 1858, por
cuanto se refiere al istmo de Tehuantepec, conviene hacer un paralelo con
la situación que existía hace poco respecto al canal de Panamá, cuyo trata-
Po
do acaba de sufrir como el lector sabe, un proceso de revisión. Los Estados
Unidos obtuvieron de la naciente república de Panamá, en 1903 «a perpe-
tuidad “el uso, ocupación y control” de la zona del canal, con anchura de
a
diez millas; “el uso, ocupación y control de otras tierras y aguas fuera de la
eb
zona arriba descrita, que puedan ser necesarias y convenientes para la cons-
trucción, conservación, servicio, sanidad y protección de la empresa”, tam-
u
bién a perpetuidad; y “del mismo modo y a perpetuidad, todas las islas que
se encuentran dentro de los límites de la zona, y además el grupo de peque-
pr
nio—, por supuesto, tendrán en esas tierras y aguas “todos los derechos,
poder y autoridad que poseerían y ejecutarían si fuesen soberanos del te-
rritorio en que dichas tierras y aguas se encuentran situadas, con entera
exclusión de la República de Panamá en el ejercicio de tales derechos sobe-
ranos, poder o autoridad”. (Venían) luego las concesiones, igualmente per-
petuas, de derechos subsidiarios: sobre ríos, aguas, lagos, navegación,
provisión de fuerza motriz y cuanto sea necesario y conveniente para la
empresa, así como “el monopolio de cualquier sistema de comunicación,
por medio de canal o ferrocarril, a través de su territorio entre el mar Caribe
y el Océano Pacífico”»76 Además Panamá tuvo que ceder los derechos que le
correspondían, en lugar de Colombia, sobre los productos del futuro canal,
a
más, como compensación (artículo XIV), “el gobierno de los Estados Unidos
rrú
conviene en pagar a la República de Panamá la suma de diez millones de
dólares en moneda de oro de los Estados Unidos, al efectuarse el canje
de ratificaciones de este convenio; y también una anualidad de doscientos
Po
cincuenta mil dólares en la misma moneda de oro, comenzando nueve años
después de la fecha arriba expresada”.77 Esta anualidad, por cierto, se pa-
gaba ya a Colombia por el uso del ferrocarril, construido en 1855, por el
a
Panamá no serían comparables con los perjuicios que aún tendrá que pade-
cer ese país, derivados de la existencia de la zona y de la construcción del
1a
a
Honduras— que no tuvieron parte en su elaboración. Sin embargo, el he-
rrú
cho decisivo que lo convirtió en letra virtualmente muerta, consistió en su
falta de aplicación durante los 63 años que han transcurrido desde que fue
firmado ese bochornoso documento, a pesar de haber sido ratificado por el
Po
senado estadunidense en 1916.
Sería muy difícil, por no decir imposible, que si Estados Unidos se de-
cidiera a construir otro canal entre el Pacífico y el Atlántico en Centroa-
a
a
especiales; la transferencia de efectos de uno a otros puertos se llevó a cabo
rrú
por medio del ferrocarril, y el gobierno yanqui nunca le impartió su protec-
ción. Hasta su derogación en 1937, esa parte del tratado firmado por Santa
Anna en 1853, se encontró en la situación en que todavía se encuentra el
Po
firmado por Bryan y Chamorro en 1914. De hecho, ese artículo formaba
parte del numeroso grupo de acuerdos que encontramos a lo largo de la his-
toria, firmados entre dos o más países, que sin ser anulados no se traducen
a
en consecuencias prácticas.
eb
inician de esta manera —decía Ocampo a los funcionarios del régimen libe-
pr
a
ser de enojo y simple suspensión de las negociaciones, al llegar McLane a
rrú
Veracruz con plenos poderes para obtener la cesión, y encontrar a todos los
liberales opuestos a la pérdida de territorio. Sin embargo, conociendo hoy
las instrucciones que traía McLane, sabemos que Ocampo no se había com-
Po
prometido; ya que Cass, desde el primer momento, previo que no fuera posi-
ble obtener la cesión de la península y no supeditó el reconocimiento al
logro de este punto de las demandas norteamericanas. McLane informó de
a
a
les. No hay, pues, que atender a los que con un hipócrita celo del honor na-
rrú
cional, aparentan escandalizarse, horripilarse de la idea de disminuir el
territorio, cuando a sus torpezas se debe la separación de Guatemala y de
Texas, los actos que prepararon el tratado de paz de Guadalupe y el negocio
Po
todo de La Mesilla, en que se perdieron las únicas ventajas del de Guadalu-
pe y que fue obra del imprudente señor Bonilla”.83
En vista de que muchos años después siguen sosteniendo los escritores
a
plomáticas previas y que Juárez y Ocampo, hasta esa fecha, no habían con-
traído compromiso alguno con los Estados Unidos. “Para tomar una
1a
a
efectos que pasaran de uno al otro puerto.
rrú
c) El gobierno mexicano mantendría el orden en la vía de comunica-
ción; pero, en caso de que no pudiera lograrlo, el gobierno americano, a su
propia discreción, emplearía la fuerza para ese y no otro objeto y se retira-
Po
rían sus fuerzas cuando cesara la necesidad.
d) No se cobrarían derechos de paso a las tropas y materiales de guerra
mexicanos por las vías de comunicación, ni a las norteamericanas que pa-
a
a
bienes, en perpetuidad, el derecho de tránsito por el istmo de Tehuantepec, de
rrú
uno a otro océano, por cualquier camino que actualmente exista o que pueda
existir en lo sucesivo, sirviéndose de él ambas repúblicas y sus ciudadanos.
Po
Art. 2o. Ambas repúblicas convienen en proteger dicha ruta y en garantizar
su neutralidad; también acuerdan usar su influencia para que otras potencias
garanticen esa neutralidad.
a
Art. 3o. Tan pronto como esté terminada la vía de ferrocarril, la República
eb
de México establecerá dos puertos de depósito, uno al este y otra al oeste del
Istmo. El gobierno de México no deberá imponer derechos sobre los efectos ex-
tranjeros o sobre las mercancías que pasen bona fide por dicho Istmo, y que no
u
extranjeros y sus bienes que pasen por ese camino, contribuciones o derechos
mayores que los que se imponga a las personas y bienes de los mexicanos.
1a
Derechos de paso.
Art. …La República Mexicana permite al gobierno de Estados Unidos, y a
sus ciudadanos y bienes el tránsito libre por las dos rutas que de aquí en ade-
lante se definen: de la ciudad de Camargo o cualquier otro punto conveniente
del río Grande, en el estado de Tamaulipas, pasando por las ciudades de Mon-
terrey, Saltillo y Durango hasta el puerto de Mazatlán a la entrada del golfo de
California, en el estado de Sinaloa, y del rancho de Nogales o cualquier otro
punto conveniente de la línea fronteriza entre la República de México y los Es-
tados Unidos, cerca del 111° de longitud oeste, de Greenwich, pasando por las
ciudades de Magdalena y Hermosillo hasta el puerto de Guaymas, en el golfo
de California, estado de Sonora; por ferrocarril o cualquier otra ruta de comu-
nicación, natural o artificial, que exista actualmente o existiere en lo sucesivo
o fuere construido para uso y disfrute de ambas Repúblicas.
a
Art. …La República Mexicana exime desde ahora al gobierno de los Estados
rrú
Unidos y a sus ciudadanos y bienes, de todo cargo por el tránsito, asimilando
esas rutas, sólo para los efectos de simple tránsito, al istmo de Tehuantepec,
Po
pudiendo ser aplicadas a estas rutas las mismas estipulaciones que por trata-
dos y la concesión del 7 de septiembre de 1857, se han hecho para ese Istmo y
regulando sobre estas bases el tránsito mencionado anteriormente. Pero la Re-
pública de México, como compensación a las rentas que renuncia y por el défi-
a
co— o a sus representantes, tan pronto como sea ratificado el presente tratado
por el senado de los Estados Unidos.
pr
a
Si comparamos detalladamente la proposición de Ocampo —como se
rrú
dijo, entregada el 18 de abril al ministro norteamericano— con los tratados
vigentes en esa fecha, podemos constatar algunos hechos interesantes.
El tratado de La Mesilla hacía referencia expresa a la concesión otorgada el
Po
5 de febrero de 1853 (contrato concedido por el presidente Ceballos a la em-
presa norteamericana-mexicana llamada “grupo Sloo”); en cambio la pro-
puesta de Ocampo no hacía mención del compromiso con ese grupo y, a
a
sidente Arista.
No está de más recordar que el gobierno de Veracruz, en el intervalo que
transcurrió entre la llegada del enviado especial Churchwell y el reconoci-
miento por el gobierno de Buchanan, había reafirmado el decreto de 7 de
septiembre de 1857 por el cual se había otorgado a la compañía Louisiana
de Tehuantepec el privilegio para construir la vía interoceánica por el Ist-
mo.88 Esta compañía se había formado con los poseedores de los derechos
del grupo Sloo, pero había tropezado con muchas dificultades para adelantar
en las obras, cuyos plazos de iniciación previstos se habían cumplido sin que
aquellas estuvieran en marcha. El texto de Ocampo, por lo tanto, hacía a un
lado al gobierno yanqui, respecto al otorgamiento de la concesión y concedía,
a
gobierno norteamericano, ya se había establecido en el contrato del grupo
Sloo que sí se menciona en el artículo 8o. del tratado de La Mesilla.90 En
rrú
resumen, podemos decir que en los cinco artículos del proyecto de tratado
de tránsitos entregado por Ocampo a McLane el 18 de abril de 1859, no se
Po
concedía a los Estados Unidos nada que no estuviera nuestro gobierno
obligado a darles, por virtud de los tratados ya en vigor. La perpetuidad de
los derechos estaba contenida ya en el tratado de La Mesilla; los dos puer-
a
1853 con el grupo Sloo, que a su vez estaba mencionado en aquel tratado;
los derechos de tránsito eran los mismos cedidos en 1853, sólo se libraba el
gobierno mexicano de la obligación de contratar las obras y operación de la
u
sus ciudadanos y bienes, de todo cargo por el tránsito a través de las rutas
de la frontera norte. Esta era una concesión económica; pero no debe olvi-
darse que el propio artículo último establecía que los Estados Unidos com-
pensarían a México, mediante una suma que debería negociarse, “como
compensación a las rentas” que nuestro país renunciaba a percibir.91
En esta segunda etapa de las negociaciones que condujeron al proyecto
de tratado McLane-Ocampo, se puede por lo tanto asegurar que el minis-
tro de relaciones de Juárez se atuvo escrupulosamente a las metas directri-
ces de la política internacional del gobierno de Veracruz. Estas metas, es
conveniente repetirlo, se resumían en los siguientes objetivos:
a) Tratar con los Estados Unidos como países soberanos ambos, guar-
dando siempre las reglas de reciprocidad, equidad y buena fe que norman
a
ese trato.
rrú
b) Respetar escrupulosamente los convenios en vigor con el vecino país
del norte; procurar limitar y precisar los alcances de los compromisos con-
traídos, en la medida en que fuera posible y conveniente.
Po
c) Dejar al tiempo y a la evolución natural de las cosas, aquellos puntos
de las relaciones entre ambos países, sobre los cuales no pudiera llegarse a
acuerdos satisfactorios, según los principios anteriores. Estos últimos de-
a
perspectivas que permitieran a las fuerzas militares de ese país, cuyo con-
trol del territorio venía avanzando hacia el oeste, a base del rechazo y la
expulsión de los indígenas, iniciar ese control sobre los territorios que en-
tonces eran de México. Debe tenerse en cuenta que en la fecha en que se
firmó el tratado al que aludimos, ni siquiera se había realizado la separa-
ción de Texas. Es un hecho poco mencionado, pero cierto, que después de la
guerra con los Estados Unidos algunas caravanas comerciales que partían
de Coahuila, Chihuahua, Nuevo León y Tamaulipas, gozaban de derechos
de tránsito, semejantes a los que obtuvieron los Estados Unidos en el trata-
do de 1831, y llegaban escoltadas hasta puntos situados muy atrás de la
frontera norte. Los norteamericanos aceptaron esa situación, porque les fa-
vorecía el comercio con nuestra población del norte. Las zonas que México
a
perdió después del 47, obviamente estaban muy poco pobladas; aun Texas,
rrú
que quizá lo estaba bastante más que las otras zonas, con los criterios ac-
tuales podría considerarse como un desierto. Se estima que al separarse de
México la antigua provincia de Texas, solamente quedaron detrás de la
Po
frontera unos quince mil mexicanos.
El intento de aplicar el tratado de 1831, ya en 1858 se enfrentaba a una
situación bien distinta. En primer lugar, la frontera con los Estados Unidos
a
del oro” era evidente un poderoso flujo de población que sólo esperaba,
pr
cial a través de los desiertos era la única norma vigente entre un poderoso y
expandente país, por un lado, y una nación débil, cuya tierra estaba acapa-
rada en unas cuantas manos, en buena parte extranjeras, cuyo comercio
estaba basado en el monopolio, cuyo crédito era la usura, y donde la iglesia
era más rica que el estado. “Entre tanto se establecen las reglas que han de
regir —decía el mencionado convenio— el comercio terrestre entre las dos
naciones, las comunicaciones comerciales entre el estado de Missouri de
los Estados Unidos de América y el territorio de Nuevo México en los Esta-
dos Unidos Mexicanos continuará como hasta aquí, concediendo cada go-
bierno la protección necesaria a los ciudadanos de la otra parte”.92
Nadie ignoraba, para entonces, que Missouri estaba ya muy lejos de la
frontera de México; pero no era sólo eso lo que había cambiado. Alamán
a
nacional de México hasta entonces, a pesar de tres guerras extranjeras y la
rrú
pérdida de la mitad del territorio. No había caravanas comerciales, ni escol-
tas con qué protegerlas, porque no había dinero con qué pagarlas; pero se
habían celebrado convenios insensatos, basados en el miedo y la desespe-
Po
ración, con la única esperanza que nos quedaba; que el desierto nos si-
guiera separando de los Estados Unidos para proteger lo que no podíamos
proteger nosotros mismos.
a
De un punto tan bajo tenía que partir el ascenso; era inevitable, como
eb
cuando McLane les comunicó que había arreglado el asunto de las carava-
nas comerciales que debían atravesar los desiertos del norte de México. Ya
se había decidido que los ingenieros militares empezaran a recorrer esas
rutas, en busca de los aguajes, los pasos de algunos ríos, los ranchos con
pastos para las cabalgaduras, los informes sobre el tiempo, los vientos,
etc.93 Cass deja ver que los oficiales del ejército se habían reído de la propo-
sición; y muy secamente, comunica a McLane el 19 de julio, que su conve-
nio “no ha sido tomado en cuenta debido a que su cumplimiento dependía
fundamentalmente de un reconocimiento de ambos gobiernos sobre el te-
rreno” y que el comisionado yanqui, coronel Johnston, declaró que resulta-
ba “impractible que entraran en vigor las disposiciones del convenio; y que
además de esa dificultad, el departamento de guerra no pensaba darle la
a
comisión”. Y suavemente le recordó a McLane que “la más importante” de
rrú
esas cosas, se suponía que el ministro la conocía. La aguja había bajado
en busca del hilo; no consiguió ensartar y hasta parece que quien la mane-
jaba se pinchara las yemas de los dedos.
Po
El problema pues, para el gobierno de Veracruz, no consistía simple-
mente en poner en claro que no era responsable de ciertos antecedentes,
como el tratado de 1831, que los conservadores le habían dejado al primer
a
gobierno liberal estable —aunque esto último estuviera por demostrar to-
eb
davía—. Con esas armas tenía que defenderse y salvar la integridad del
país; esto era inevitable, por la sencilla razón de que no existían otras, ni
u
bién que por dispar que fuera la situación de ambos países, las condiciones
de reciprocidad en el trato podían servir para detener, en cierta medida, las
1a
que si estaban maltrechos en muy buena medida era porque nosotros los
habíamos abandonado. El departamento de guerra yanqui podía tal vez en-
contrar insensato un plan para recorrer los desiertos, en parejas de ingenie-
ros militares, con vistas a establecer rutas para las caravanas comerciales;
pero, el congreso norteamericano había escuchado, seis meses antes, la au-
torización que pedía Buchanan para ocupar parte de Chihuahua y Sonora,
para pacificar la zona y garantizar sus intereses. El tratado de 31 era im-
prudente, sin duda; pero igualmente imprudente era no tener voluntad ni
designios claros para trazar el rumbo del país, seguir deteniendo su trans-
formación con el eterno argumento del “no es tiempo todavía”.
Si la situación que recibió el gobierno del señor Juárez respecto a los
tránsitos a través de la frontera norte, no fue nada favorable, menos aún lo
a
eran las condiciones creadas en el istmo de Tehuantepec por las medidas
que adoptaron los gobiernos anteriores. En efecto, para iniciar el trazo de
rrú
un panorama histórico de la región, nada mejor que citar las conocidas pa-
labras de Mr. W. Seward, pronunciadas en el senado norteamericano por el
Po
futuro secretario de estado del presidente Lincoln, el 8 de febrero de 1853:
“En 1842 —dijo el entonces senador «whig» por Nueva York, el hombre que
vio que una nación no podía vivir mitad libre, mitad esclava—, antes de la
a
guerra entre los Estados Unidos y México, el general Santa Anna, soldado
eb
dictador, porque todos los dictadores tienen favoritos, y siento decir que
Santa Anna está muy lejos de ser excepción de la regla general, obtuvo, en
1a
en establecer una vía de tránsito por Tehuantepec, que se creyó sería rela-
tivamente simple y barata, empleando el río Coatzacoalcos en toda su
porción navegable y construyendo, para el resto de la ruta, un camino de
tablones o un ferrocarril de vapor. Confiaban Santa Anna y Garay en que el
éxito de esta empresa llamaría la atención, en todas partes del globo, sobre
la posibilidad de construir un canal que comunicara ambos océanos.95
“En el caso de que fuere practicable la comunicación de los dos mares
—decía la concesión— y se hicieren proposiciones para realizarla por algu-
na persona o compañía, no podrán ser admitidas en los 50 años del privile-
gio concedido al señor Garay, sin su previo consentimiento o el de los que
sus derechos representaren”.96 El uso de la ruta se declaraba abierto a to-
das las naciones que estuvieran en paz con México; la vía de tránsito sería
a
neutral. El concesionario tendría derecho a ocupar los terrenos federales y
rrú
particulares que necesitara para la obra, hasta una distancia de un cuarto
de milla de la vía de comunicación, pero pagaría por los terrenos de pro-
piedad particular. Se le cedían los terrenos baldíos que se encontraran
Po
hasta 10 leguas del camino o canal del tránsito; y se permitía el libre acce-
so de extranjeros “para adquirir propiedad raíz y dedicarse a todo género
de industrias, sin exclusión de la minería”, en una franja de 100 leguas de
a
derecho a cobrar por sí misma los de tránsito, de los cuales, una vez des-
contados los gastos, entregaría al gobierno la cuarta parte. De Garay no
pr
esa nacionalidad.97
Los privilegios que Santa Anna otorgó pasaron después a manos de un
grupo norteamericano. Siendo presidente el general Arista, se declaró ca-
duca la concesión y un año más tarde se autorizó la formación de una em-
presa mixta para la construcción de la vía de tránsito en el Istmo; los
derechos de la concesión de Garay fueron comprados por un grupo de Nueva
Orleáns y este grupo obtuvo un contrato —firmado por el presidente Ceba-
llos dos días antes de que Lombardini lo hiciera a un lado—, de acuerdo
transporte del añil sudamericano durante la época colonial. Véase: Ensayo político;
pp. 469 a 471.
96 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 143 a 146.
97 Cue Cánovas; pp. 17 y 18.
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 343
a
derechos del contrato no podrían ser traspasados sin permiso del gobierno
rrú
mexicano; en la empresa no podría ser socio un gobierno extranjero. Las
diferencias que afectaran a mexicanos se ventilarían ante tribunales nacio-
nales. Se preveía dar oportunidad a los inversionistas mexicanos para par-
Po
ticipar en la empresa”.99
Durante el gobierno de Comonfort, el grupo Sloo se encontró empanta-
nado en la realización de su contrato; las obras no habían avanzado, pero
a
tan irrealizables como los anteriores— para arreglar la navegación del río,
construir el ferrocarril, los muelles y los diques; se volvía expreso el dere-
cho de la compañía de ocupar terrenos del gobierno; se fijaban tarifas y
cuotas para el gobierno según el movimiento de la vía de comunicación; se
disminuía la participación gubernamental al 15% de las utilidades; la em-
presa se obligaba a transportar el correo y las tropas, empleados y agentes
del gobierno general y de los estados; el gobierno tendría participación en
la dirección de la empresa, aunque minoritaria; todas las cuestiones con-
tenciosas se decidirían por tribunales nacionales; se transportaría en vali-
jas cerradas la correspondencia extranjera; con excepción de las necesidades
a
en tan apuradas circunstancias, era revivir la concesión dada por Comon-
fort, ya que la empresa concesionaria había adquirido los derechos del con-
rrú
trato aprobado por el presidente Ceballos, que los Estados Unidos aceptaron
en el tratado de La Mesilla.101 “Considerando —decía el decreto correspon-
Po
diente, fechado el 28 de marzo de 1859— que es del mayor interés para el
porvenir de la República la pronta ejecución de una obra tan importante, lo
cual no podrá conseguirse sino estimulando por medio de concesiones ge-
a
en una legua cuadrada de cada dos. a orillas del camino; fue establecido un
pr
a
en la forma que considerara conveniente.102 Por cuanto se refiere a las cara-
rrú
vanas comerciales y sus escoltas a través de la frontera norte, ya hemos
visto lo que opinó el departamento de estado, después de consultar al de
guerra cuando tuvo conocimiento del convenio celebrado entre McLane y
Po
Ocampo, que Cass, por cierto, se había apresurado a calificar de “proyecto”.103
Como señalamos ya en un capítulo anterior,104 pocos días después de
presentar al ministro norteamericano su contrapropuesta del 18 de abril,
a
siva entre los Estados Unidos y México. Esta proposición de Ocampo, sur-
gió porque algunos ciudadanos norteamericanos fueron perjudicados por
u
102 Cue Cánovas; p. 20. Véase también: El istmo de Tehuantepec y los Estados Unidos;
a
pecto a la cesión de la Baja California, el ministro McLane —que en este
rrú
aspecto no parece haber estado muy contento con las instrucciones que
había recibido— al dirigirse al secretario Cass para hacerle conocer la acti-
tud del gobierno de Veracruz, transmitió la proposición de celebrar dos tra-
Po
tados, “uno para los tránsitos y otro para la adquisición de la Baja
California”.107 “A mi juicio y discreción —añadía el ministro en su infor-
me—, fijaría 5 millones de dólares para los tránsitos, reservando 2 millo-
a
a
empréstito que se dieron a Mata al designarlo ministro en los Estados Uni-
rrú
dos, estando todavía en Guadalajara, el gobierno le impuso la limitación
expresa y categórica, de que no podría negociar la venta o hipoteca, ni de
algún modo enajenar ninguna parte del territorio nacional.108 Sin embargo,
Po
tanto el propio Mata como Ocampo y Miguel Lerdo de Tejada examinaron
en varias ocasiones la idea;109 Lerdo, por su parte, sugería —según el pro-
pio McLane— que el proyecto fuera hecho a un lado, pidiendo por el territo-
a
rio una cantidad muchas veces superior a lo que Estados Unidos estaba
eb
taba entre las medidas que podrían realizarse, por consideraciones políticas
obvias. La cesión de la Baja California no se mencionó en ninguno de los
pr
a
comerciales. Si esto fuera logrado por México mismo, Estados Unidos no
rrú
tendrá ni el derecho ni la necesidad de interferir, pero, en caso contrario, la
intervención de este país se hace indispensable”.
Sería pueril y torpe pretender, ante los datos que ya se vieron, que el
Po
curso seguido por las negociaciones entre Ocampo y McLane no era conoci-
do por los demás miembros del gobierno liberal, empezando por el propio
Juárez. Es posible que McLane notara en Ocampo alguna tendencia a mane-
a
jar con cierta independencia las conversaciones sobre el tratado; por lo me-
eb
Pero, de cualquier modo que fuera, Juárez tuvo varias conversaciones con
McLane y no era hombre capaz de despreocuparse aún respecto a asuntos
1a
a
firma de una alianza ofensiva y defensiva. Diez días después entregó Ocam-
rrú
po su proyecto, que ha sido también muy criticado por historiadores que
toman el bando conservador; ya tuvimos ocasión de examinar esas críticas
y demostrar su carácter infundado, pues parten de una petición de princi-
Po
pio, al atribuir al gobierno de Veracruz la intención de traer tropas yanquis
a participar en la guerra civil, lo cual de ningún modo se desprende del texto
propuesto y contradice, tanto los hechos históricos conocidos, como la evi-
a
a
al secretario Cass de que no era factible la cesión de la Baja California. “La
rrú
cesión de territorio —escribió el 25 de junio— es el acto más grave e impor-
tante de lesa soberanía que pueda ejecutar un gobierno; por lo tanto es de
dudar si deba hacerse en momentos en que está en conflicto con otro go-
Po
bierno por asumir el poder…y esta consideración es muy importante tanto
para la parte compradora como para la que cede el territorio. Lo demás in-
volucrado en el proyecto que sometí al ministro de relaciones exteriores,
a
cubre puntos que han sido en cierto modo regulados por tratados existen-
eb
a 657.
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 351
a
preciso, la fuerza armada que sea necesaria. Pero cuando México, por cual-
rrú
quier motivo, no conserve tal seguridad, Estados Unidos, previo permiso
del gobierno mexicano, podrá emplear su fuerza armada para el mismo fin,
retirándola luego que se concluya la necesidad. Para tal caso, será obliga-
Po
ción de Estados Unidos pagar esas tropas, conservarlas neutrales respecto
de las demás naciones, someterlas a las leyes y autoridades de la República
de México en todo lo que no sea la economía interior de dichas tropas, no
a
ejercer ningún acto de jurisdicción ni sobre los habitantes del país ni sobre
eb
a
El ministro McLane, en vista de que la proposición de Ocampo no incluía
rrú
la cesión de Baja California, que reclamaba Buchanan, se limitó a transcribir
el proyecto de tratado a su gobierno, aun cuando se permitió hacer algunos
comentarios interesantes: “Estoy convencido —escribió a Cass el mismo día
Po
que recibió el documento— de que no se puede en la actualidad hacer ningu-
na negociación con el gobierno constitucional que se refiera a la cesión de la
Baja California y, con referencia a otros puntos que han sido puestos a discu-
a
sión, también estoy convencido de que no se puede hacer ningún otro arre-
eb
glo que no sea el que aquí se somete y que es el mejor, teniendo sólo que
agregar que puedo reducir la suma de 5 millones a cuatro, reservando siem-
u
119 Idem; pp. 658 y 659. Manning; vol. IX, pp. 1105 y 1106.
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 353
tuidad por el Istmo o por las rutas comerciales de la frontera norte, conce-
siones que ya habían obtenido los Estados Unidos de gobiernos mexicanos
anteriores de tendencia claramente conservadora. Al tiempo que enviaba a
su gobierno estos comentarios, el diplomático estadounidense insistía en
sugerir que se aceptara el artículo 3o. del proyecto de tratado de alianza
ofensiva y defensiva propuesto por Ocampo el 18 de junio, como base para
garantizar y defender los derechos obtenidos por su país, así como a los
ciudadanos norteamericanos residentes en México. Según ya indicamos, el
departamento de estado rechazó, por considerarlas inconvenientes para
su país, tanto el acuerdo referente a las vías de tránsito por el norte como el
proyecto de alianza ofensiva y defensiva.120 Además, Cass repitió a McLane
que debería insistir en la cesión de la Baja California; “carezco de faculta-
a
des para sugerirle alguna modificación del «proyecto» que tiene encomen-
dado, en caso de que el gobierno mexicano eluda aceptar los elementos
rrú
contenidos en el tratado propuesto” —le dijo finalmente, el 19 de julio. En
instrucciones detalladas que le mandó poco después, Cass reiteró la deci-
Po
sión del gobierno norteamericano de no firmar ningún tratado si el go-
bierno de Veracruz no aceptaba sus demandas. La diferencia entre lo que
pedían los Estados Unidos, en ese momento —fines da julio de 1859—, y lo
a
lo siguiente:
a) La cesión del territorio de la Baja California (frontera en el río Colorado).
b) La entrada de tropas estadunidenses, sin mediar petición expresa del
u
de la Baja California. Si esto último fuera logrado por McLane, “habría des-
aparecido —según el secretario de Estado— el obstáculo principal” y las
negociacione¿ podrían concluirse en corto plazo.121
En el proyecto del tratado de alianza ofensiva y defensiva que fue entre-
gado por Ocampo, según se indicó ya, el 18 de junio al ministro estaduni-
dense, después del 5o. y último artículo se agregó un párrafo que permitía
el paso de escoltas por los caminos de la frontera norte, de acuerdo con el
reglamento que se había convenido elaborar, compromiso del que se retrac-
taron los Estados Unidos. Se autorizaba igualmente, en este párrafo, la
presencia de tropas regulares norteamericanas en el istmo de Tehuantepec,
cuando México no hubiera podido conservar ahí la seguridad y sólo duran-
te el tiempo que no la hiciera efectiva. Esta presencia militar sólo tendría
a
por objeto mantener la policía de seguridad; los Estados Unidos pagarían
las tropas, las conservarían neutrales, las someterían a las leyes y autori-
rrú
dades mexicanas en todo lo que no fuera su economía interior, y no ejerce-
rían con ellas ningún acto de jurisdicción sobre los habitantes o los
Po
transeúntes. México conservaría ilesa la soberanía sobre el Istmo; pero
las tropas y avituallamientos que pasaran por él no pagarían derechos ni
impuestos.
a
de tratado sobre los tránsitos, el 10 de julio de 1859, que para nuestro país,
en caso de existir una vía a través del Istmo, los ingresos provenientes del
derecho de portazgo en la ruta, serían una fuente de ingresos que, sin per-
u
zar un nivel más alto al 15%. Además le hizo notar que, debido a la escasez
de recursos, era frecuente en México que las inversiones produjeran hasta
1a
Lerdo hacia los Estados Unidos, con el propósito de obtener recursos con la
garantía de las propiedades de la iglesia. “Si llegara a lograr un préstamo
en Estados Unidos dando en garantía (esas) propiedades —comentó McLa-
ne al secretario Cass—, es muy seguro que ni él ni sus colegas estén dis-
puestos a ceder la Baja California en las actuales condiciones del gobierno
constitucional; por otra parte, si llegara a fracasar en esta empresa, estoy
seguro de que ya no se opondrá, sino, por el contrario, apoyará la idea de
la cesión”.123
Justo al tiempo que Lerdo de Tejada llegaba a Nueva York para iniciar
ahí sus gestiones financieras, el departamento de estado daba a su repre-
sentante en México las instrucciones finales respecto al convenio que se
discutía con nuestro país. En definitiva, McLane fue autorizado para sus-
a
cribir un tratado que no incluyera la cesión de Baja California, si esto último
rrú
se demostraba imposible de obtener; pero se le instruía para no apresurar
la firma del convenio en esas condiciones, dentro de la idea de que la situa-
ción financiera obligaría al gobierno de Veracruz a ceder. En cambio, se le
Po
precisó que no podría firmar un documento que sólo autorizara a las tropas
norteamericanas a desembarcar en el Istmo para garantizar su seguridad,
en caso de ser requeridas por el gobierno de México. “Por tanto —dijo el
a
podía ofrecer 4 millones de dólares, por los tránsitos y los demás derechos
propuestos por Ocampo; 2 millones serían reservados para el pago de las
1a
veía las perspectivas de arreglo con claridad, por lo menos en el primer mo-
mento. Sin embargo, ya el 27 de agosto, después de varias conversaciones
con el nuevo ministro de relaciones, el ministro estadunidense sintetizaba
a Fuente las diferencias con toda concisión y claridad: “El gobierno de Es-
tados Unidos cree que el derecho de emplear sus fuerzas para proteger el
tránsito y derechos de vía sería más apreciado en caso de una repentina
emergencia y antes que el gobierno fuera consultado e investigara las cir-
cunstancias, el uso de la fuerza podría ser inútil para prevenir el peligro o
el daño amenazador. Por esta razón considero mi deber perseverar en la
objeción presentada a este artículo y, a menos que la obligación de dar no-
ticia previa al gobierno de México pueda ser dispensada en casos de emer-
gencia repentina, no puedo consumar la negociación sobre las bases del
a
proyecto del señor Ocampo.125 Por su parte, en una larga nota que contuvo
rrú
amplias expiraciones, Fuente describió claramente las diversas razones por
las que el gobierno de Veracruz se oponía a modificar el texto propuesto
por Ocampo. “No sólo la entrada de tropas extranjeras en un país —escribió
Po
a McLane el 30 de agosto—, no sólo las relaciones con otros gobiernos,
sino en general todos los actos públicos de los jefes a quienes un pueblo
confía su administración, están cercados de reglas y restricciones que no se
a
a
detalle, demuestra sin dejar lugar a dudas que la diplmacia norteamericana
rrú
se equivocó al creer que la desesperación financiera llevaría al gobierno de
Veracruz a aceptar la cesión de la Baja California. En toda la documenta-
ción oficial emitida por Ocampo, no aparece por ninguna parte un propósito
Po
semejante; los liberales aceptaron discutir el asunto con el gobierno de Bu-
chanan, cuando tuvieran relaciones diplomáticas con los Estados Unidos;
pero, a riesgo de no obtenerlas, dijeron claramente a McLane, al momento
a
con él un tratado que no contuvo uno solo de los puntos que el ministro
norteamericano estaba autorizado por su gobierno a retirar del proyecto
pr
a
Cass; entonces, Fuente aceptó que se discutieran las diferencias entre las
rrú
proposiciones norteamericanas y el proyecto de Ocampo, para no romper de
inmediato las negociaciones.130 Fue en esta forma como McLane re-introdu-
jo la cuestión de la entrada de tropas sin previo permiso, que ya había sido
Po
eliminada por Ocampo en las conversaciones anteriores. Los alegatos del
señor Fuente, ciertamente vigorosos y apasionados, no representaron, por
lo tanto, objeciones o desacuerdos con el proyecto de Ocampo, que por el
a
contrario Fuente había hecho suyo ante McLane desde el primer momento.
eb
128 El siglo XIX; 5-XI-1861, reprodujo un artículo de la “Revista de las razas latinas”,
en ese sentido.
129 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 675 a 679.
130 Manning; vol. IX, pp. 1118 a 1122.
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 359
a
gencia súbita…Se tiene la esperanza de que el gobierno mexicano pueda en
rrú
el futuro estar en condiciones que le permitan, mejor que hoy día, aproxi-
marse a los puntos de vista de los Estados Unidos tanto sobre los tránsitos
como sobre el cambio del límite entre los dos países…”132
Po
Por su parte, José María Mata escribió a Ocampo ese mismo día en estos
términos: “El señor McLane estuvo a verme anoche y me refirió el estado en
que había dejado la negociación. Lo he sentido mucho porque creía firme-
a
mente que traería el tratado. Después de hablar con él, se ha hecho más in-
eb
me iré esta tarde para que hablemos con el señor Lerdo…Estoy persuadido
de que el señor Lerdo nada conseguirá en Nueva York. Todas sus esperan-
pr
zas y las mías se fundaban en la venida del tratado. Voy pues, a indicarle la
conveniencia de su regreso, puesto que ahora ni pretexto le queda ya para
1a
con el representante de este país, bajo las bases que este gobierno quería,
pero pronto se desvaneció esta última esperanza a la llegada del señor
McLane, que volvió a este país sin haber celebrado tratado alguno, porque
los de Veracruz no quisieron pasar por la cláusula de cesión de territorio…
No se puede ocultar a V. E. que los especuladores que adelanten algunos
fondos serán otros tantos interesados en que el tratado pase en el senado…
Conozco a algunos de los especuladores y no me cabe duda que, si se cele-
bra el tratado bajo las (nuevas) bases, adelantarán una cantidad respetable
o descontarán el todo de los 2 millones, pues la única garantía que han
exigido hasta ahora, para entrar en arreglos con Lerdo, es que se celebre un
tratado con este gobierno…”.134
A través de la correspondencia de Ocampo con José María Mata, quien
a
como se sabe fue su yerno, puede lograrse algún atisbo más de la forma en
rrú
que concebía el michoacano las cuestiones básicas que se discutían en las
conversaciones con Churchwall y McLane.135 Cuando el enviado confiden-
cial de Cass se encontraba todavía en Veracruz, Mata decía a Ocampo el 19
Po
de febrero de 1859, desde Nueva York: “…creo que si por la cesión de la
Baja California se fijasen 20 millones de pesos, no se puede considerar alto
el precio, atendiendo su extensión, puertos, riqueza mineral y tierras públi-
a
cas, pues aunque hay cedida una tercera parte de éstas por el contrato de
eb
deslinde, y hay además, otras concesiones, siempre queda una parte consi-
derable a disposición del gobierno…” Poco después de que Ocampo dejase
la secretaría de relaciones, sin embargo, sus comentarios a Mata hicieron a
u
ducta que han observado los yanquis en Texas y la Alta California con los
mexicanos, no es para alabarse, y éste es el más eficaz medio que tenemos
1a
a la vía de tránsito por Sonora, y aún creo que el gobierno puede sacar
algunos recursos por esta concesión”. En el mes de septiembre, en la otra
comunicación que ya mencionamos, comentaba Mata la cuestión de la pro-
tección de las rutas de tránsito. En el texto original del acuerdo obtenido en
junio de 1850; que esencialmente fue el mismo en el convenio revisado del
año siguiente, se preveía la entrada de tropas norteamericanas para prote-
ger la vía, “únicamente en el caso de ser requeridas para ello por el gobier-
no de México”. Durante la revisión del texto original del convenio, que
solicitaron los Estados Unidos, surgió la proposición de situar “un comisio-
nado del gobierno de los Estados Unidos, que pudiera por sí pedir el auxilio
de fuerza armada de su gobierno”.136 Esta proposición fue rechazada por
México con el argumento de que “la entrada de fuerzas militares extranje-
a
ras en el territorio de una nación se ha tenido siempre como un atentado
rrú
a su soberanía, a menos de que se verifique en virtud de una petición expre-
sa de esa misma nación; el derecho de hacer esta petición, es de tal manera
inherente a la soberanía, que no puede delegarse en ningún otro y, mucho
Po
menos, en el representante de la nación quo debe suministrar la fuerza
armada”.137
En el momento en que Ocampo planteó esta cuestión a Mata, de acuer-
a
do con las explicaciones que hemos dado, el ministro McLane estaba, auto-
eb
rizado por su gobierno para renunciar a todas las peticiones que había
planteado al gobierno de Veracruz, y que Ocampo primero y después Fuente
u
se habían negado a conceder, con una sola excepción. Esta excepción era
precisamente la autorización para que tropas norteamericanas protegie-
pr
ran la vía de tránsito en el Istmo, sin contar con una autorización previa
del gobierno mexicano. En 1851 se habían rehusado las modificaciones del
1a
artículo 4o., que, a través de una mecánica diferente, tenían el mismo pro-
pósito que en 1859 pretendía lograr McLane.138 Se aprecia, por lo tanto, que
Juárez y Ocampo, después de la suspensión de las pláticas con Fuente, esta-
ban convencidos de que en ese punto residía la oposición estadunidense a
firmar el tratado. Es sabido que Mata llegó a proponer a Ocampo en carta
particular del 4 de octubre —pues en ese momento don Melchor no ocupaba
la cartera de relaciones— un artículo para el tratado, con el siguiente texto:
“En los casos imprevistos y repentinos de perturbación de la paz pública
en algún punto de las vías de tránsito, en que (sea) necesaria una acción
pronta y decisiva para proteger la seguridad de la vía de comunicación, el
a
propia proposición, Mata agregaba el siguiente párrafo, que es suficiente-
mente explícito: “en todas mis consideraciones yo parto de un principio
rrú
necesario; los dos gobiernos proceden con la mejor buena fe y con los de-
seos más sinceros de realizar la importante obra de las vías de comunica-
Po
ción. Si no fuese así y hubiese temor de que la buena fe no presidiese a las
estipulaciones del tratado, en este caso la consecuencia es muy sencilla,
no se debería tratar”. Mata, de haber sido otro hombre, se tendría que ha-
a
en sus cabales.
pr
al parecer por la resistencia que el primero mostraba ante la idea. “Creo que
no nos hemos puesto de acuerdo o entendido —le escribió Mata, desde
Washington, el 15 de agosto de 1859, mismo día de su separación del mi-
nisterio de relaciones— respecto del principio de llevar gente armada como
auxiliares nuestros. Usted habla de elementos filibusteros, cuando yo no
sólo no los menciono, sino que si hubiera quien quisiera emplearlos en el
país, me opondría con todas mis fuerzas a semejante acto, que si se realiza-
ra traería sobre el partido liberal un desprestigio terrible y sobre el país ca-
lamidades espantosas…Si creemos útil, lícito y aún necesario tomar las
ideas que conducen al adelanto social de un pueblo; sea cual fuere su ori-
gen; si no sólo no rechazamos sino que procuramos llevar ansiosamente
la industria agrícola, manufacturera y minera existente en otros países al
a
nuestra bandera. El gobierno, que creyó que a los mexicanos, y sólo a los
rrú
mexicanos tocaba reconquistar su usurpada libertad, desechó estas seduc-
toras ofertas contra el voto de muchos miembros culminantes del partido
liberal”.141 Zarco, que pasó la guerra civil en la ciudad de México y terminó
Po
por ser apresado, reconoció en esos días que, como muchos otros, él tam-
bién había sido partidario de aceptar la ayuda militar de los Estados Uni-
dos para vencer a la reacción, o la presencia de particulares que siguieran
a
sus derechos, sin la mengua del auxilio extranjero.142 En este punto, como
en otros muchos, la posición de Ocampo resulta próxima a la del Presi-
pr
dente; otro político liberal próximo a Juárez, Ignacio Mejía, describió los
hechos, en la prensa, del siguiente modo: “En las discusiones de negocios
1a
examinados por todo el gabinete, el señor Juárez es dócil, y aún sabe ceder,
mientras que no se versa la violación de la ley o de los principios, porque
entonces o cuando hay que preservar grandes intereses públicos o de los
particulares, sus opiniones son incontrastables, su firmeza sin ejemplo.
Lo es de esto, la que mostró en Veracruz respecto del tratado Ocampo-
McLane. Desechado por primera vez por los Estados Unidos, volvió a pre-
sentarse con interés al gabinete del gobierno del señor Juárez: había en
aquél mayoría para aceptarlo; pero por la firme negativa del mismo señor
Juárez, quedó definitivamente desechado”.143
a
Juárez.145 El hecho es que apenas una semana después del regreso de McLa-
ne, Ocampo ocupó de nuevo el ministerio de relaciones y poco después dejó
rrú
la secretaría de gobernación a Ignacio de la Llave. McLane transmitió al
secretario Cass, desde su punto de vista, una relación de lo ocurrido: “El
Po
señor Lerdo de Tejada, ministro de hacienda del gobierno del presidente
Juárez —escribió el 7 de diciembre—, aún no ha reasumido el desempeño
de los deberes de su puesto y me ha advertido que no lo hará a menos que
a
a
Artículo IV. También se formó con las partes restantes de los artículos III
rrú
y IV del texto anterior, sin modificaciones importantes.
Artículo V. Desapareció el segundo párrafo, que establecía el pago de las
Po
tropas yanquis por su gobierno y las limitaciones con que actuarían en la Re-
pública, sustituyéndose por la simple adición de que no entrarían para “nin-
gún otro objeto” que la seguridad y protección de las personas y propiedades
de paso por el Istmo. Se agregó un segundo párrafo que decía textualmente:
a
para las vidas o propiedades de los ciudadanos de los Estados Unidos, las fuer-
zas de dicha República tendrán facultad de obrar para la protección de ellos,
u
sin que dicho previo consentimiento haya sido obtenido, y tales fuerzas se reti-
rarán cuando concluya la necesidad para su empleo”.
pr
ponían a estas tropas durante el tránsito, fueron eliminadas. Por otro lado, se
estableció que pagarían la mitad de lo que pagaran los pasajeros o mercancías
que pasaran sobre dichos tránsitos; si los concesionarios no aceptaran esta
cuota reducida, no serían protegidos por los Estados Unidos.
Artículo VII. Se eliminó la restricción de que los tránsitos fueran, en cada
caso, a lo largo de una sola línea, así como la mención del convenio de 20 de
abril. Se eliminó la última parte del artículo original, que pasó a integrar, mo-
dificada, el nuevo artículo X.
Artículo VIII. Contuvo un convenio comercial, con el texto que sigue: “Con-
vienen igualmente ambas Repúblicas, en que, de la lista de mercancías aquí
adjunta, elija el congreso de los Estados Unidos las que, siendo producto natu-
ral, industrial o manufacturado de cualquiera de las dos Repúblicas sean ad-
mitidas para su venta y consumo en cualquiera de los dos países, bajo
condiciones de una reciprocidad perfecta, sea que se les considere libres de de-
rechos, o con tal cuota como sea fijada por el congreso de los Estados Unidos,
puesto que la intención de la República Mexicana es admitir los artículos de
que se trata a los más bajos derechos, y aún libres, si el congreso de los Esta-
dos Unidos consintiere en ello. Su introducción de una u otra República se
hará por los puntos que los gobiernos de ambas Repúblicas determinen en los
límites o términos de ellas, cedidos y concedidos para los tránsitos y en perpe-
tuidad por este convenio, ya al través del istmo de Tehuantepec, ya desde el
a
golfo de California hasta la frontera interior entre México y los Estados Uni-
dos. Si algunos privilegios semejantes fueren concedidos por México a otras
rrú
naciones, en los términos de los antedichos tránsitos, sobre los golfos de Méxi-
co y California y el océano Pacífico, será en consideración de las mismas condi-
Po
ciones y estipulaciones de reciprocidad que son impuestas a los Estados
Unidos por los términos de esta convención”. La lista comprendía desde ani-
males de todns clases, hasta todo tipo de tejidos de algodón (con excepción de
la manta trigueña), pasando por granos panificables de toda especie.
a
eb
Artículo IX. Quedó esencialmente igual que el anterior artículo VIII, con una
adición: a los ciudadanos de Estados Unidos no se les impondrían préstamos
forzosos.
u
ese fin.
Artículo XI. El procedimiento para la ratificación por ambos presidentes y el
senado de Estados Unidos, así como para la aceptación de posibles enmiendas
propuestas por la parte norteamericana, establecía un término máximo de seis
meses, a partir del 14 de diciembre de 1859.
Con la firma de la convención anexa, se agregó lo siguiente, a los com-
promisos contraídos, sujetándolo al mismo procedimiento de ratificación:
“Si cualesquiera de las estipulaciones de los tratados vigentes entre México
y los Estados Unidos fueren violadas, o el resguardo y seguridad de los ciu-
dadanos de cualquiera de las dos Repúblicas fueren arriesgados dentro del
territorio de la otra, y que el gobierno legítimo y reconocido de ella no pue-
da, por cualquier motivo, ejecutar tales estipulaciones o prevenir tal res-
guardo y seguridad, será obligación de aquel gobierno solicitar el socorro
QUINTA JORNADA. TOXI – HUAPANGO 367
a
vención como también los gastos de la misma y la manera de prender y so-
rrú
meter al castigo los dichos criminales, serán determinados y arreglados por
un convenio entre los ramos ejecutivos de los dos gobiernos”.
No tardó mucho en desatarse la ola de recriminaciones y protestas de
Po
los conservadores, y aún de algunos liberales, con motivo de la firma del
tratado. De acuerdo con los usos diplomáticos, el texto del mismo no debía
hacerse público hasta que fueran canjeadas las ratificaciones correspon-
a
lado, en el que decía: “V.E. ha podido observar con mejores datos que yo,
ciertos síntomas de impopularidad accidental de mi persona, que me hacen
creer conveniente a la causa y aún a la persona misma de V.E. mi separa-
ción del gabinete”.149
Así pues, sería un error creer que fue la cuestión del tratado con McLa-
ne lo que influyó en la salida de Ocampo del gobierno en enero de 1860.
148 El periódico Reforma Social, 14-XII-1859, informó de inmediato sobre la firma del
Había reanudado sus funciones Miguel Lerdo de Tejada, con quien había
tenido serias diferencias; desde otro extremo, se le responsabilizaba por la
expedición de las leyes de reforma y se le combatía por su carácter franco y
sus actividades políticas desenvuelta y poco convencionales. He aquí, por
ejemplo, cómo especulaba Manuel Balbontín sobre su renuncia, en una car-
ta dirigida a Nueva Orleáns a Manuel Doblado, el 26 del propio enero de 60,
desde Veracruz: “Con relación a la guerra el gobierno adoptará una política
diametralmente opuesta a la seguida hasta aquí, porque el mayor obstácu-
lo ha caído al fin. Me refiero a la salida del ministerio del señor Ocampo.
Los mil contratiempos sobrevenidos a consecuencia de la derrota de La Es-
tancia se compensan ahora de alguna manera…Por fortuna el señor Dego-
llado tenía en su equipaje algunas cartas del señor Ocampo, en las que este
señor se complacía en criticar atrabiliaria y sabrosamente ya al señor Ler-
a
do, ya al señor Uraga, ya a otros señores del gobierno o del ejército, descu-
rrú
briendo además en ellas esa política tenebrosa y raquítica que ha causado
tantos males al país y tantas desgracias al partido liberal. El enemigo…
Po
tuvo el candor de publicar las dichas cartas en sus periódicos…La Sociedad
y el Diario de Avisos cayeron en Veracruz como un rayo y produjeron desde
luego una gran crisis ministerial que terminó con la salida del señor Ocampo.
a
bía tomado tal decisión después de consultarlo con algunas personas afi-
pr
nes; sin duda que entre ellas se encontraba Degollado. De cualquier modo,
el hecho de que Ocampo renunciara casi inmediatamente después de la con-
certación del tratado con McLane, así como “la impopularidad accidental de
1a
a
interferir en los asuntos domésticos de otras naciones. Declaró que el caso
rrú
de México en 1860 ameritaba hacer una excepción, y terminó diciendo que
si los Estados Unidos no lo hacían, alguna otra potencia lo haría y, en últi-
mo término, la intervención yanqui sería obligada y tendría lugar en condi-
Po
ciones más desventajosas. Reiteró también su petición del año anterior
para que se le autorizara a colocar puestos militares en territorio mexicano,
al sur de la frontera, en Sonora y Chihuahua.
a
afirmando sin más que la firma del tratado McLane fue realizada por Ocam-
po y autorizada por Juárez, como parte del plan de Buchanan para interve-
pr
153 Message and Papers of the Presidenta; vol. V, pp. 563 a 568.
370 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
natural, por lo tanto, que al tener conocimiento de la firma del tratado
rrú
McLane, reaccionaran con disgusto contra el gobierno de Juárez, por una
medida que momentáneamente fortalecía a la administración de Bucha-
nan; pero es mucho pedir a Juárez y Ocampo que no solamente lucharan
Po
contra Miramón, el clero y la reacción mexicana, sino que también lo hicie-
ran contra la administración del vecino país. Quienes tuvieron entereza su-
ficiente para no ceder la Baja California —que era lo que verdaderamente
a
quería dejar Buchanan como huella de su paso por la Casa Blanca—, la ha-
eb
brían tenido sin duda para no llamar a las tropas estadunidenses, llegado
el caso, a ocupar partes del territorio nacional.
u
pr
1a
“Ahí viene Ocampo”, fue el grito con que se recibió en Huapango al grupo encabezado
a
por Cajiga e Ibarguren, que traía su preso para entregarlo en las manos de Márquez. El
rrú
templo—fortaleza estaba rodeado en aquellos días por un conjunto de bodegas y ha-
bitaciones, de las cuales sólo quedan ruinas; Taboada había acomodado en los edifi-
cios a sus tropas, con sus caballos y las escasas pertenencias que una partida militar
Po
lleva consigo en ese tipo de situaciones. Ahí quedó detenido Ocampo; Zuloaga dijo
más tarde que habló con él en muchas ocasiones y que tenía decidido canjearlo por-
algunos conservadores presos en México. Como parte de la indecorosa comedia que el
a
“presidente” y Márquez representaron después, éste último negó que Zuloaga hubiera
eb
hablado con Ocampo y que tuviera el propósito de hacer un canje. Sin embargo, Már-
quez mismo indicó que no era difícil plantear el canje a las autoridades de la capital, a
u
través del telégrafo que pasaba por Arroyozarco, donde existía una estación, “que
pr
funcionaba perfectamente”.
Es posible que Ocampo y Zuloaga se encontraran alguna vez en México, después
de la junta de Cuernavaca, en que el afán que alimentaba Comonfort de hacer compo-
1a
nendas con los conservadores, se tradujo en que Zuloaga resultara representante por
Chihuahua. Don Melchor pasó algunas temporadas en la capital, durante el congreso
constituyente, en tanto Zuloaga era comandante de las tropas que guarnecían la ciu-
dad. Asimismo, Márquez también subió momentáneamente a última hora, al tren de
Ayutla; de modo que no se excluye la posibilidad de que se haya visto frente al refor-
mador en algún momento, después de la entrada de Ocampo a México.
La versión del canje circuló también en los cuarteles improvisados en Huapango;
esa misma idea la registró la prensa de la capital, antes de que se conociera el fusila-
miento efectuado en Caltengo. Además, esa versión la repitió el vocero oficial en las
honras fúnebres del 6 de junio. Asimismo, se comprende que era la mejor salida para
el pequeño grupo de fuerzas que encabezaban Márquez y Zuloaga. Integrando a su
alrededor un conjunto importante de dirigentes conservadores, los dos militares pu-
dieron pensar hasta en salir al extranjero, como había ocurrido a Miramón. Y el hecho
de que hayan emprendido el viaje acercándose a la capital con su prisionero, inclina a
371
372 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
creer que fueron a Tepexi con el propósito de efectuar ahí el arreglo con el gobierno
para realizar el canje. Tepexi, conviene recordarlo, era también estación del telégrafo
de Muñoz Ledo. Al partir de Huapango, a la mañana siguiente, el grupo conservador
se separó de todo contacto posible con México; pues Villa del Carbón, que fue durante
mucho tiempo un destacamento de españoles remontado en la sierra, en aquellos agi-
tados días no tenía otra comunicación que los caminos de herradura. No es verosímil,
por lo tanto, que Márquez y Zuloaga tomaran la decisión de bajar con Ocampo a
Tepexi, como no fuera para intentar un canje.
Al descender de la pequeña prominencia sobre la cual se encuentra situado Hua-
pango, rumbo al sur, se alcanza pronto la extensa planicie, tradicionalmente sembra-
da de maíz, a cuyo lado izquierdo se encuentra Jilotepec. Esta planicie se prolonga en
un amplio triángulo hacia el sureste; el vértice de éste viene a quedar en Chapa de
Mota. Caminando en línea recta desde Huapango hacia esta última población, se cru-
a
za entre Ximojay y Doxichó; el camino más recto llevaba, antes de la construcción de
rrú
las pequeñas represas que hoy existen, por el centro del triángulo hasta el puerto en
que termina el valle. En esta región, las poblaciones del lado oriental llevan nombres
Po
mexicanos; las del centro del valle y las del lado opuesto son predominantemente oto-
míes. Al salir al valle destaca a la izquierda la pequeña nariz del cerro de Xidenxhi,
subrayada por el templo que corona este diminuto Tepeyac otomí.
a
Jilotepec (de etimología náhuatl evidente), tiene su equivalente otomí, que aún
se menciona: Madonxí. Huantepec derivó según algunos de Huatenco; también es
eb
mexicano y significa “al borde de las acacias”. Soyaniquilpan y Calpulálpan, del mis-
mo origen, indican con sus nombres un “sitio de plantas con hojas recortadas” y un
u
lugar donde existe un “barrio” o poblado. Los nombres otomíes con frecuencia son de
pr
etimología muy dudosa y abundan las interpretaciones contradictorias; entre las que
son generalmente aceptadas se cuentan las de Doxichó (piedra en el sauz), Ximojay
(vaso de barro) y Xidenxhi (flor pequeña), puntos destacados a lo largo de la ruta se-
1a
de 1844, fue precedido él año anterior por una “consulta a los estudiosos sobre len-
gua mexicana”, en donde intentó hacer una clasificación de los sonidos usados en
castellano y una comparación con los sonidos de la lengua mexicana.
Don Melchor explicó en este primer trabajo que durante algún tiempo se propuso
“consultar de viva voz a cuantas personas supiesen el mexicano” y tuviese ocasión de
entrevistar, con objeto de establecer con toda exactitud los sonidos que se emplean en
esa lengua. Las tres obras sobre el náhuatl que menciona en esa consulta (Molina.
Vetancourt y Gastelu) son precisamente las tres primeras obras de la bibliografía que
publicó al año siguiente. Los recuerdos del viaje a Italia aún estaban muy frescos en
Ocampo, cuando envió a la imprenta de Cumplido su consulta a los estudiosos del
mexicano, pues relata que en Florencia había visto una edición de Terencio, publicada
en 1471, con la interjección Hui, escritura insólita en caracteres latinos. Y agrega: “En
la antigua copia que hemos visto en el Vaticano, hecha en tiempos de Alejandro Seve-
a
ro, no recordamos haberla visto escrita así, sin embargo de que, ocupados desde en-
rrú
tonces de esa especie de indagaciones, parece natural que nos hubiera llamado la
atención”. La bibliografía de 1844 comprende varias obras más sobre la lengua
Po
mexicana —como prefería decir Ocampo—, entre las 29 de su propiedad que describe.
La consulta hecha por Ocampo en 1843, se redujo a considerar quince sonidos
ciertos e indudables y plantear dudas sobre otros seis. Robelo aceptaría a no dudar los
a
quince, recogería con don Melchor dos más entre los dudosos y dejaría fuera los de-
más, incluyendo uno que Ocampo creía oír en algunas palabras del náhuatl.
eb
El hecho de que don Melchor recurriera a otras personas para puntualizar los so-
nidos que se emplean en mexicano, hace creer que su propio conocimiento de la len-
u
gua haya sido superficial. En el artículo de 1843, él mismo indica: “de las lenguas que
pr
hemos citado, sólo muy imperfectamente conocemos algunas, cuando de las otras
apenas tenemos fas ligeras noticias que bastan para la cita”. No obstante, debe recor-
darse que aún en su época el conocimiento de lenguas indígenas era muy poco fre-
1a
cuente entre las personas cultas de nuestro país. Olaguíbel y Orozco y Berra que
escribieron sobre la distribución de las lenguas indígenas y los nombres de poblacio-
nes, tampoco las conocían sino imperfectamente.
En la “Bibliografía Mexicana” explicó con alguna extensión Ocampo fas raíces de
su interés por las lenguas indígenas. “Sería de mucha importancia para fas ciencias,
que renaciese aquella laboriosidad…que produjo los numerosos materiales que hoy
facilitan tanto el conocimiento de muchas de las lenguas del país”. “Esas lenguas
—continúa diciendo— vivos monumentos e intachables testigos de cuanto sabían
(nuestros antepasados), no sólo hacían confesar sus numerosos y variados conoci-
mientos, sino la perfección a que habían llevado muchos de ellos, no menos que fa
elegancia, la precisión, la cultura de ellas mismas…”.
Expresó don Melchor su preocupación por la carencia de un censo detallado de
las lenguas indígenas, así como un catálogo de los impresos y manuscritos que al
respecto existían. Se dolía también del vandalismo con que se habían hecho salir
374 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
al extranjero verdaderos tesoros en cuanto a lenguas del país. Mencionó, con indigna-
ción, haber visto a un italiano que se llevaba a Europa cuarenta y tantos volúmenes
sobre la materia y a un francés que llegaba a París “con dos baúles de impresos, ma-
nuscritos, mapas) títulos, etc.”.
Aunque Ocampo se manifestó impresionado por el largo tiempo que se estima
como necesario para que las lenguas alcancen su fijeza y regularidad, así como por fa
cantidad de conocimientos que en ellas se encierra, su propósito tendía a un fin bas-
tante inmediato. “Lo que ahora deseo —dice— es invitar a que se facilite el estudio de
nuestras lenguas indígenas, y a que se den para ello los primeros pasos”. Lo más
esencial le parecía formar cátedras en los establecimientos científicos oficiales y en los
seminarios eclesiásticos. Estas cátedras podrían cubrirse, al menos en parte, con ca-
pellanes dotados por los obispos. También le parecía importante levantar un censo
nacional de lenguas y premiar los trabajos, especialmente etnográficos, que resulta-
a
ran de importancia.
rrú
Además de estas dos publicaciones, el michoacano elaboró una extensa lista de
palabras, no registradas en su época en el diccionario de la academia española, cuyo
uso era frecuente en México. Los llamó “idiotismos hispano-mexicanos” y dijo que
Po
formaban un apunte para un suplemento al diccionario citado, por cuanto a las pala-
bras que se usaban en México como parte del dialecto castellano hablado aquí. Desde
París había escrito a don Ignacio Alas, el 11 de octubre de 1840: “Lo que no tiene duda
a
que se usan en la República de México”; tengo ya recogidas más de 1200 voces y tra-
bajada la definición de unas 400, y como le doy día y noche, no acabará el invierno
u
sin que lo vea cumplido”. Ángel Pola incluyó este trabajo, aproximadamente de la
pr
extensión mencionada por Ocampo, en el tercer tomo de las “Obras completas” del
michoacano, tomándolo de un borrador que se encontró a su muerte, entre sus pape-
les. Sin embargo, una carta dirigida al “Siglo XIX” que existe entre esos documentos,
1a
hace pensar que Ocampo publicó el índice de las palabras contenidas en lo que llama-
ba su “idioticen”; parece que la publicación fue objeto de una crítica ortográfica y que
la carta al “Siglo” tuvo por propósito explicar la finalidad del trabajo, que no se había
comprendido bien.
Esta obra d-e Ocampo contiene una introducción, que no fue publicada en el
periódico; como resumen figura en la carta en borrador. Algunas ideas del michoa-
cano, que veremos más adelante, son de interés por cuanto ilustran su concepción
del proceso de formación de nuestra habla nacional, a partir de sus raíces indígenas
y españolas. “Nos ha sido necesario separarnos un tanto de la ortografía usual, a fin
de que nunca se dude sobre el valor de los signos que empleamos” —explicó Ocam-
po, en su introducción—. Como objeto principal de estos cambios propone la simpli-
ficación de la escritura, con el propósito de escribir —dice— “como se habla”. Esta
regla, lo lleva a escribir “fracmasonería”, “guacal”, “igueriya”, “moyeja”, “piyastrón”
y algunas otras grafías que ciertamente no han prevalecido. En sus manuscritos
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 375
a
poca información sobre los habitantes del país que hablaban lenguas nativas. Puede
rrú
medirse hasta qué punto las condiciones han variado, si se recuerda que sólo vivían
unos 8 mil extranjeros en el territorio nacional; la población se consideraba formada
Po
de 1 millón 275 mil “europeos” 3 millones 830 mil “indios puros” y 2 millones 540
mil “mestizos”. Esta situación, naturalmente, producía un panorama lingüístico muy
diferente al actual; como es sabido, hoy día el número de personas que hablan alguna
a
analfabetas, que era muy alta, ha disminuido a menos de una tercera parte, y se re-
cuerda que la circulación de material impreso ha crecido inconmensurablemente, se
u
comprende desde luego que los puntos de vista de Ocampo fueron expresados respec-
pr
no sólo resulta legítimo, sino también un servicio evidente, hecho como fue en la
etapa de formación del país. Sin embargo, cuando compara el dialecto de México con
lenguas como el portugués y aún el chino, podría pensarse en su evolución futura y
en una eventual transformación hacia una nueva lengua. Ocampo mismo, en algunas
observaciones un tanto casuales que hizo desde sus primeros estudios de esta natura-
leza, reconoció, con la mismo, perspicacia con que había señalado las transformacio-
nes que venía sufriendo el idioma en nuestro país, los elementos permanentes en
ciertas estructuras básicas, que hacen muy difícil creer en una evolución de ese tipo.
Habló, incluso, de una lengua que hoy no conocemos, que se ha perdido totalmente,
pero que tiene que haber existido, dice don Melchor, para que de ella se hayan podido
colgar los harapos del latín, del vascuence, del griego, del árabe, con que se formó el
castellano sobre un maniquí que se fue vistiendo y engalanando. Reconoce que fue
muy corto el fondo de esa lengua que ha llegado hasta nosotros, pero argumenta que
a
el castellano carece de tantas cosas fundamentales que poseen las lenguas mencio-
rrú
nadas, que declara inconcebible la inexistencia de esa lengua básica y original.
Don Melchor no amplió mucho su argumento, que dejó solamente bosquejado.
Po
“Yo hablo —dijo— de esa lengua matriz, que ni tenía sus nombres invariables y sus
artículos pospuestos como el vascuence, ni declinaciones como el latín, ni duales
ni aoristos como el griego, ni sus verbos reducidos al presente, futuro e imperativo, ni
a
sus artículos indeclinables como el árabe”. Podría pensarse, pues, que consideró su-
mamente improbable que las lenguas mencionadas se hubieran mezclado, en distin-
eb
tas proporciones, para dar origen al castellano, sin el soporte de una lengua, quizá
muy simple y elemental, que se hablara en el centro de España. Lo que se antoja un
u
en el tiempo de esa raíz original; todos los grandes sistemas económicos y políticos
han señalado, o tendido a hacerlo, su propia lengua como característica racial. No
parece estar demostrado, sin embargo, que en las lenguas exista nada innato o congé-
1a
nito, por virtud de lo cual cada uno de los pueblos históricos que Ocampo menciona
tendiera orgánicamente a expresarse empleando las formas específicas que él indica,
como resultado de factores de esa naturaleza. La solución, es de creerse, sólo pudo
haberla obtenido don Melchor de un conocimiento histórico, muy detallado y concre-
to, de las circunstancias y condicione» en que se formó la nueva lengua, cuyas carac-
terísticas lo intrigaban. Sin embargo, podemos concluir que el reconocimiento de esa
estructura básica, que sólo es lentamente afectada por el transcurso del tiempo, impe-
día a Ocampo derivar hacia una interpretación superficialmente nacionalista, es decir,
afirmar que estaba formándose una nueva lengua en nuestro país.
Con toda razón, en cambio, se indignaba el michoacano ante la pretensión —casi
siempre ligada a un predominio de otra naturaleza—, de fijar para siempre las carac-
terísticas de una lengua. “Si la pureza de una lengua —escribió Ocampo— puede
depender de tal o tal pronunciación tradicional sola y aislada, no hay hoy lengua al-
guna pura, porque todas han modificado más o menos sus antiguas pronunciaciones”.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 377
“Sin ces ni lles pueden llegarse a adquirir y transmitir todos los conocimientos, todos
los adelantos posibles, y…si un pueblo tiene derecho para establecer lo que mejor le
plazca sobre sus creencias, sobre sus instituciones, sobre sus costumbres, es el colmo
del ridículo…que no tenga este derecho sobre los usos de su pronunciación”. “Varia
ha sido —preguntaba— la pronunciación de lo que se ha llamado castellano en dife-
rentes épocas, y varia su escritura ¿hase por ésto dejado de transmitir la lengua?”.
Los propósitos que animaron a don Melchor para emprender una tarea tan com-
plicada, ingrata y difícil como la que abordó en sus trabajos lingüísticos, resultan
perfectamente razonables, cuando nos tomamos la molestia de ver lo que intentó en
realidad y las ideas que sustentaron su impulso. Que puso empeño en la tarea, se
pone en evidencia si consideramos que las 1600 palabras de su “idioticen”, no son
mucho menos numerosas que las contenidas en algunos de los modernos diccionarios
de aztequismos, aunque obras más generales y variadas contengan decenas de miles
a
de voces. Ocampo fue el primero en reconocer, desde luego, que a su trabajo le falta-
rrú
ron etimologías, correspondencias técnicas y otros refinamientos; en la carta que re-
dactó para el “Siglo XIX”, hace hincapié en que lo publicado sólo era el índice de una
Po
obra que podría llevar a su fin, como compilador, si lo auxiliaran los conocedores del
habla usual en otras provincias diferentes a la suya.
Si la comitiva que conducía al michoacano esa mañana del 2 de junio, al atrave-
a
sar la planicie comprendida entre Huapango y Chapa de Motat sólo había encontrado
ligeras ondulaciones del terreno, uno que otro arroyo, seco en esa época del año, mil-
eb
ron algún tiempo ahí, pues no encontrarían ya poblado alguno de significación hasta
llegar a Villa del Carbón, seis o siete horas más tarde.
El viaje de Chapa de Mota en adelante, habría de hacer la segunda mitad de ese
1a
a
responsable de hechos violentos o derramamientos de sangre; cuando se enteró del
rrú
apresamiento de otros dirigentes liberales, manifestó de inmediato el temor de que
sirviera de escudo a los conservadores, para prolongar la lucha que sufría el país. Más
Po
que probable resulta, por lo tanto, que se negara a tomar parte, sólo para evitar su
propia muerte, en cualquier intento que obstaculizara el triunfo, ya casi logrado por la
causa liberal. Márquez había sido implacable con enemigos indefensos y militarmente
a
venados; pero, al emprender la marcha hacia Villa del Carbón, sólo lo acompañaban
unos cientos de soldados, con los que debía remontar la sierra diariamente, por rum-
eb
bos inaccesibles. No es aventurado creer, por lo tanto, que don Melchor fue durante
los cuatro días que estuvo prisionero, el principal enemigo de un convenio entre sus
u
México. En contra de lo que afirmó Zuloaga, puede asegurarse que hizo lo posible por
obstaculizar un arreglo de esa naturaleza.
En Villa del Carbón se inicia un curioso relato que Ocampo escribió —con base en
1a
datos transmitidos oralmente—, durante una larga enfermedad del licenciado Ignacio
Alas, en que permaneció cerca del enfermo. Describe ahí la hostilidad que llegó a for-
marse en contra del cura del pueblo, por sus rancias ideas realistas, durante la época
de la guerra de independencia. Las circunstancias en que ocurre la historia de “El Cura
Renden”, guardan ciertas semejanzas curiosas con la llegada de don Melchor a Villa
del Carbón, en la noche del 2 de junio de 1861, como preso de Márquez. “Si bien era
hombre muy capaz de exponer ante un superior un metódico análisis de los funda-
mentos de sus convicciones —dice del personaje de su relato— y si bien tenía la fibra
necesaria para sostenerlas aún con peligro, la violencia de carácter, el puesto que
ocupaba y el bajísimo concepto que tenía de sus feligreses le impedían entrar en expli-
caciones racionales con éstos, y sólo se servía del sarcasmo, del mandato y del tono
más absoluto en la manifestación de su voluntad”. La trama del cuento consiste en el
rapto del cura Rendón por un coronel liberal, en vista de la creciente hostilidad que
demostraba hacia los insurgentes que combatían en la región, sin abstenerse siquiera
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 379
de interferir los servicios religiosos que otros sacerdotes prestaban a esas tropas. No
hay una palabra, en el relato de Ocampo, que haga suponer que la vida del cura Ren-
dón estaba en peligro, en manos de sus captores; se menciona, tan sólo, una gratifica-
ción de cincuenta pesos ofrecida al resuelto que hiciera prisionero al padre. Pero en el
curso de la travesía que realiza la partida liberal con su preso, tropieza con un grupo
de españoles; la situación comprometida que así se crea, sin embargo, pone en peligro
la vida del cura Rendón, ya que sus captores no están dispuestos a dejarlo ir.
Al describir la llegada del nuevo cura a Villa del Carbón, Ocampo escribió: “Ape-
nas despuntaba la aurora y ya los habitantes se movían en todas direcciones, regando
las calles, levantando arcos y terminando todas las disposiciones convenientes para
la inmediata solemnidad…la entrada fue tan solemne como las circunstancias locales
lo permitían, pero no todos los vecinos quedaron igualmente contentos…habiendo
creído notar en su carácter una arrogancia y una presunción tan insultantes que los
a
hacían presentir amargos días…”. Sin embargo, no describe de su personaje otros ac-
rrú
tos concretos que le enajenaran la voluntad de sus feligreses, que el hecho de impedir
una misa celebrada por un capellán del ejército insurgente.
Po
Cuando las tropas libertadoras ocupan momentáneamente la población, lo regis-
tra con las siguientes palabras: “Los nuevos huéspedes se distribuyeron tan violenta y
ordenadamente por el lugar, como si cada uno no hiciera más que entrar a su casa.
a
Hacia la media noche ya no quedaba ni cena que tomar, ni pastura que distribuir, ni
persona que no estuviera obsequiosamente hospedada y durmiendo en profunda paz.
eb
Nadie que no estuviera avisado podría adivinar que media hora antes una multitud de
hombres armados y hambrientos habían venido a interrumpir el sueño de los habitan-
u
tes; tan grande así era el entusiasmo que se tenía por nuestra causa y tanta así la be-
pr
Márquez y Zuloaga; indicó más tarde que sus investigaciones lo llevaron al sitio don-
de Ocampo pasó la noche. El mesón de “Los Fresnos” lo describió como un edificio del
estilo arquitectónico común en las poblaciones pequeñas, con su amplio patio, sus
cuartos destartalados, el tejado de caballete y el portal corrido. El preso durmió en una
pieza lateral al zaguán, en la que se abrió posteriormente otra puerta hacia la calle.
Encontró algunos conocidos que le llevaran alimentos; y aún vivían testigos presen-
ciales de ello a fines del siglo pasado.
Aunque Pola no mencionó el hecho, la prensa de 1861 sí dijo que la entrada del
grupo de Márquez y Zuloaga a Villa del Carbón, con don Melchor en calidad de prisio-
nero, fue acompañada de actos de violencia contra la población, a la cual los conser-
vadores hicieron objeto de muchos atropellos.
Esta fue, pues, la última noche que vivió Ocampo. Desde luego, no lo sabía con
certidumbre, pero estaba ya a sólo unas horas de la muerte. Tampoco lo había sabido,
pero nunca estuvo más seguro que en las 48 horas que pasó con Cajiga; porque, como
380 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
las instrucciones que éste había recibido eran en el sentido de llevarlo vivo a Hua-
pango, los cien españoles que lo acompañaban constituían una a modo de enorme
escolta protectora. No es probable, entonces, que en Villa del Carbón hiciera el refor-
mador ese ajuste final de cuentas consigo mismo, que sólo se hace una vez, y no siem-
pre, por una economía elemental de los esfuerzos humanos. Sin tener ese carácter, no
obstante, por fuerza sus reflexiones habían tenido, al volver sobre temas abandona-
dos por tanto tiempo, una buena dosis de recapitulación y de examen de cosas que se
han dejado atrás.
Hoy día es frecuente encontrar, por ejemplo, quienes aceptarían fácilmente las
actitudes básicas de Ocampo frente a la lengua nacional. Se reconoce que ésta es un
organismo vivo, dotado de estructuras y caracteres permanentes, así como de elemen-
tos más variables; hay en ella, se dice, cosas que cambian en meses, otras que duran
décadas y algunas que apenas se modifican en siglos. En un momento dado, si hace-
a
mos, por decirlo así, un corte de caja, encontraremos adquisiciones recientes, valores
rrú
aún dudosos, elementos inútiles que no han sido desechados sólo por amor a la ruti-
na; junto a ellos, subsistirán siempre en el haber cosas de muy larga historia, herra-
mientas básicas sin las cuales el conjunto no funciona ni adelanta.
Po
Don Melchor, sin embargo, no dice solamente que ha comprobado que el castella-
no de México es diferente del que se habla en Buenos Aires, o en Madrid. Su pregunta
no fue ¿por qué hablan de modo variable las gentes de diversos lugares? Lo que le in-
a
teresa precisar es ¿cómo hablaban los mexicanos de 1844? Fue en todo momento un
eb
La controversia secular
pr
Aún no se secaba la tinta con que se había escrito el tratado que Ocampo
y McLane firmaron el 14 de diciembre, cuando ya la prensa conservadora
1a
atacaba, en todos los tonos, una convención diplomática cuyo texto exacto
era, por lo demás, desconocido del público. Sorprendentemente, el mismo
día 14, un periódico de Veracruz publicó ya una carta de protesta y un artícu-
lo en defensa del citado acuerdo.1 Recordando sin duda, las proposiciones
hechas por Forsyth a Cuevas el año anterior, “la prensa reaccionaria” —de-
cía esa publicación— suponía que el gobierno legal “había prometido con-
ceder alguna parte de nuestro territorio en cambio de la protección de la
poderosa República”. Con toda razón, se preguntaba y contestaba ese pe-
riódico, respecto al contenido del convenio: “¿Se enajena alguna parte del
territorio mexicano? No. ¿Se conviene en que venga alguna legión americana?
a
La Mesilla, habían concedido el tránsito por el Istmo, habían otorgado
la franquicia de derechos a las mercancías de paso, habían autorizado el
rrú
transporte de correspondencia cerrada, la construcción del puerto en el Gol-
fo, el arreglo para el tránsito de tropas y municiones, el cruce de pasajeros
Po
sin pasaporte ni cartas de seguridad, la limitación a las cuotas de peaje y la
protección de la vía por el gobierno de Estados Unidos, una vez que estuvie-
ra construido el ferrocarril o canal.2
a
una suma que se empleará en terminar la guerra civil que está arruinando
pr
2 Idem; 14-XII-1859.
3 Los artículos que publicó el Orizabeño en 1859, fueron escritos por Joaquín Arróniz y
publicados al año siguiente en forma de folleto. Arróniz interpretaba la guerra civil de Méxi-
co como una lucha “de la raza latina contra la raza sajona” (p. 20); decía que a los conserva-
dores no les quedaba “otro recurso que solicitar la ayuda de otra potencia más fuerte…un
auxilio de la Europa” (p. 29), y pedía “una mano fuerte” para México (p. 34). Véase: Artícu-
los para el Orizabeño.
382 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
ñar a la nación, dando el grito de alarma contra el tratado celebrado en di-
rrú
ciembre último con los Estados Unidos; cuando de dicho tratado se habla
sin conocerlo; y cuando, en fin, se habla de traición, el gobierno legítimo
debe levantar la voz, no para satisfacer a sus enemigos, porque son impla-
Po
cables, no para atenuar su responsabilidad en ese negocio, porque no la
tiene, sino para calmar los ánimos de aquellos ciudadanos que por involun-
taria ignorancia y justo afecto a la independencia de la patria, hayan toma-
a
dudosa conducta”.4
En efecto, el silencio respecto al tratado, representó un enorme error
u
a
expediente que Juárez envió al congreso en junio de 1861, se perdió en un
rrú
incendio de los archivos de ese organismo, ocurrido algunos años más tar-
de. Finalmente, en 1965, la abundante documentación publicada por algu-
nos organismos oficiales, ya en español, al acercarse el centenario de la
Po
muerte de Juárez, puso al alcance de todo mundo esa información.6 No obs-
tante, es obvio que los cien años transcurridos han dejado una huella que
no resulta fácil remover, ya que la documentación es extensa, complicada y
a
6 Juárez, correspondencia.
7 Puede verse, al respecto, la serie de artículos publicados por el Diario Oficial de Mira-
món. Estos artículos describieron el tratado en forma tan notoriamente falsa y deformada
como lo siguiente: “los Estados Unidos pueden penetrar a toda la República con sus mer-
cancías y sus tropas; poner depósitos de mercancías en los puntos principales de comercio;
384 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
ma al convenio, llevó a la prensa liberal a juzgar con suma ligereza el
rrú
delicado tema de las intervenciones extranjeras en Latinoamérica: “¿Y en
qué época —dijo la misma nota citada—, en qué circunstancias hace este
político de sacristía tales declamaciones y evoca la intervención de las po-
Po
tencias europeas? Cuando el gran interés de los norteamericanos, su inva-
riable política de hoy, para mantener indisoluble la grande unión, está
basada en la no adquisición de nuevos territorios”.
a
conducir los efectos sin causar derechos, y fijar ellos mismos los impuestos que han de cau-
sar sus efectos cuando se consuman en la república…en términos que no puedan competir
con ellos las casas europeas. Estas grandísimas ventajas comerciales, concedidas por Méxi-
co, destruyen la obligación de igualdad y reciprocidad…que nuestra república tiene conve-
nidas con otras naciones…” (Diario de Avisos; 25-I-1860). La entrada de tropas y mercancías
yanquis no era admitida en forma irrestricta; los depósitos de mercancías los establecía y el
transporte de las mismas lo realizaba también una compañía que se reportaba mexicana;
los impuestos perdidos tenían una compensación económica y las franquicias concedidas
a los artículos norteamericanos se daban también a los productos de las demás naciones.
8 El Progreso; 4-II-1860.
9 El Progreso. La Reforma Social, Guillermo Tell, Le Trait d’Union, etcétera.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 385
las condiciones que atravesaba esa población, las notas publicadas en los
periódicos oficiales y semioficiales reflejaron la actitud deliberada del go-
bierno constitucional de no defender detalladamente el tratado, sino con-
testar en forma despectiva y burlona los ataques de que era objeto por la
prensa conservadora, por lo menos mientras seguía su curso el proceso de
ratificación.
En mayo de 60, cuando los ataques al convenio de diciembre de 1859
aparecían también en la prensa española, como ya indicamos, el resumen
que se ofrecía al público de su contenido correspondía aún a esa actitud
oficial. “El gobierno liberal celebra un tratado —decía una nota, cuando
Ocampo ya estaba fuera del gobierno—, por el que no cede una pulgada de
terreno, sino sólo garantiza a los Estados Unidos el derecho de tránsito por
a
el istmo de Tehuantepec; y para la seguridad de ese tránsito, pueden aque-
rrú
llos, caso necesario, emplear sus propias fuerzas; y otra vía de comunica-
ción por la frontera del norte, que arrancando del valle de La Mesilla va a
salir al golfo de Cortés, bajo la misma condición. En remuneración de aquel
Po
derecho de tránsito, los Estados Unidos deben abonar a la República
Mexicana 4 millones de pesos, dos en efectivo y dos que quedan deposita-
dos para responder a las reclamaciones pendientes…El tratado estipula
a
trámites marcados por las leyes, e impone el merecido castigo a los que re-
sultan culpables, con lo que satisface a la vez a la vindicta pública y a las
obligaciones que le impone el derecho de gentes. Pero la España no se da
por satisfecha; exige indemnizaciones injustificables, reclama en términos
fuertes, amenaza con la guerra, caso que no se haga lo que solicita. Y el
gobierno de México, a la vez que se niega a las primeras, se prepara para la
segunda. Estalla una revolución, el gobierno legítimo tiene que abandonar
la capital de la República; y unos individuos, sin más título que su volun-
tad, establecen un simulacro de gobierno…tomando la voz del pueblo
mexicano, celebran un tratado con la España, cuya base aparente son los
asesinatos llamados de San Vicente…El gobierno reaccionario sienta por
a
mismos 250 mil dólares anuales que después se pagaron a Panamá por el
rrú
canal. Esto explica que el periódico de Veracruz se preguntara a continua-
ción: “¿No es éste el mismo derecho concedido por las repúblicas limítrofes
que tenían algún interés en el istmo de Panamá? ¿Se han deshonrado éstas
Po
por ello? ¿Han perdido su prestigio? ¿Han visto disminuir sus rentas o
mancillarse su nacionalidad?”
En una forma paralela, se subrayaban los más deleznables aspectos del
a
a
justamente para salvar la honra de México ha hecho lo que vosotros os
comprometisteis a hacer, cuando aun no habíais recibido el precio de vues-
rrú
tras concesiones, y lo que os negasteis a ejecutar una vez que lo hubisteis
malversado”.
Po
Los primeros dos artículos del tratado McLane —según se informaba
al público liberal— no requerían comentarios ni explicaciones. Respecto al
tercero, se decía: “la mente del artículo no fue sólo proteger a los america-
a
quince años del mismo derecho respecto de los Estados Unidos; pues desde
el 4 de mayo de 1845, se publicó en aquel pueblo la ley en virtud de la cual
1a
unión universal. “El comercio del mundo tendrá que agradecer a los Esta-
dos Unidos la apertura de nuevas vías de comunicación y a México las fran-
quicias y garantías que conceda a los efectos y a las personas”. Se citaban
las facilidades que Francia e Inglaterra se habían propuesto prestar mutua-
mente, para el comercio entre ambas naciones. “Si en teoría no hay exclusi-
vismo alguno, es imposible que lo haya en la práctica; con su carácter
emprendedor, los comerciantes de todas partes aprovecharán los beneficios
que el tratado les brinda”.
Desde entonces, se señalaba en especial el artículo 5o. como el que ha-
bía merecido mayores y más graves objeciones. El texto publicado por la
prensa conservadora no era incorrecto; por ello, se le citaba textualmente;
pero sin dejar de atribuirlo al “Boletín de Jalapa”. El gobierno de Veracruz
a
no deseaba publicar el tratado, sino únicamente refutaba los ataques que
rrú
había merecido de la prensa de Miramón. Las disposiciones de este artículo
estaban limitadas —a juicio de la prensa oficial de Veracruz— a prever si-
tuaciones molestas para el gobierno mexicano, derivadas de la inseguridad
Po
evidente de los caminos del país en aquella época. El 25 de mayo se men-
cionó el incidente originado por la entrada de tropas norteamericanas en
persecución de Cortina, que incursionaba periódicamente hacia el vecino
a
momentánea que se genera en estos casos. “Hechos que de otro modo pu-
dieran ser de lamentables consecuencias, producirán, por el contrario, con-
pr
y perjudicial para nuestro país, tiene por el contrario el noble y digno obje-
to de evitar nuevos conflictos”. Se hizo notar también que el derecho de
proteger nacionales era recíproco, por lo cual México también estaba en
condiciones de usarlo para proteger a los mexicanos, cuando estuvieran en
peligro del otro lado de la frontera, sin que las fuerzas norteamericanas
pudieran o quisieran protegerlos. La idea de que si los Estados Unidos lle-
garan a la decisión de conquistar a México, habrían de recurrir a esta cláu-
sula del tratado McLane para cruzar la frontera, y una vez dentro de México
la violarían abiertamente para obtener sus fines, se calificaba de tan absur-
da que no ameritaba refutación; pues en tal caso, dice, más conveniente
sería a sus intereses no recurrir a un tratado que da derecho a México para
pedirles que se retiren del territorio nacional una vez terminados los tras-
a
tornos momentáneos.
rrú
En cuanto a los artículos 6o. y 7o., se subrayó, sobre todo, el hecho de
que la República Mexicana se reservaba siempre el derecho de soberanía
“que al presente tiene sobre todos los tránsitos mencionados en este trata-
Po
do”. Sólo por mala fe, se podía acusar a los autores del tratado, después de
leer esta clara estipulación, de haber vulnerado el honor nacional.
El artículo 8o. era uno de los más combatidos. ¿Cómo consentía Méxi-
a
a
Los principales argumentos de los opositores fueron:
rrú
a) Que se cedía territorio nacional.
b) Que se concedían los tránsitos por el Istmo y a través de la frontera
norte.
Po
c) Que se ocasionaría un conflicto con países europeos, cuyo comercio
resultaba perjudicado.
d) Que se estipulaba la ayuda militar yanqui al gobierno de Juárez para
a
convenio.
g) Que se afectaba la soberanía nacional al permitir la entrada de tropas.13
pr
12 Es sabido que Juárez había sido informado por Mata, desde marzo de 1860, en el
sentido de que no habría convenio. Véase: Juárez, correspondencia, tomo IV, p. 47.
13 La Sociedad; 1-I-1860. Artículos para el Orizabeño.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 391
a
bajo su dirección. Si la maniobra política de Aguirre afectaba a Ocampo,
rrú
todavía era más seria para Juárez, cuya elección debía ser considerada en el
congreso, en los primeros días de junio.
Al igual que ocurrió en otras crisis serias que sorteó Juárez, tanto la
Po
concepción de la actitud del gobierno como la realización de ésta, fueron
llevadas al cabo con firmeza. Debe recordarse que don Benito, a fines de
1860, había repuesto a Ocampo en el ministerio de relaciones —y después
a
tamiento con Degollado. Es seguro por ello, que el gobierno hubiera apoya-
do a Ocampo, si éste se hubiera presentado en el congreso, a defender su
u
14 El Siglo XIX; 3-VI-1861. El artículo de Zarco, en que pedía la presencia de Ocampo en
la cámara, apareció en el mismo número del periódico que daba la noticia del secuestro.
392 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
la ratificación —el cual ya había sido ampliado una vez, por seis meses—
rrú
fuera nuevamente ampliado por ambos gobiernos. “Desoyendo a su gabine-
te —dijo Ruiz—, el Presidente constitucional se opuso a secundar las
pláticas”. Este hecho, no podía ser ignorado, pues era ya conocido desde
Po
marzo por el público.
Zarco, por su parte, en su extenso artículo publicado el 3 de junio en su
periódico, insistió además en que Juárez conservaba hasta el final el dere-
a
15 Idem; 1o.-VI-I86I. El senado aprobó, en las sesiones del 31 de mayo y del 27 de ju-
nio, volver a considerar el tratado; de tal suerte, la decisión de Juárez, en todos sentidos, fue
la liquidación del convenio (5-XT-1860). El presidente Buchanan quería que el senado yan-
qui lo aprobara, todavía el 3 de diciembre, según Romero (Juárez, correspondencia; tomo IV,
pp. 80, 92, y 95). Messages and papers of the Presidenta; vol, V pp. 644 y 646. I. Mejía había
señalado públicamente, ya artes, que Juárez fue (Ocampo era secretario de relaciones) quien
desechó en definitiva el convenio (La Independencia; 7-III-1861).
16 El Siglo XIX.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 393
a
al tratado, era más que una irreverencia, era “ultrajar su memoria, una vez
rrú
que él fue quien con el doble carácter de ministro de relaciones exteriores y
de plenipotenciario de la República, siguió la negociación con el señor
McLane, y llegó a convenir el tratado…Como el tratado no llegó a ser ratifi-
Po
cado por ninguno de los dos gobiernos, y por lo mismo el presidente de la
República no llegó a firmarlo, la responsabilidad, si la hubiera, era toda del
negociador o del ministro de relaciones; y como el señor Ocampo reunía
a
este doble carácter, insistir hoy en el ataque del señor Aguirre, es no espe-
eb
17 Véase el editorial de Zarco en: El siglo XIX; 6-VI-1861. El Movimiento; hizo su co-
a
ciaciones; como además el Presidente autorizó la ratificación en mayo
rrú
siguiente— cuando Ocampo estaba fuera del gobierno—, si el texto no su-
fría cambios perjudiciales para México, es inevitable la conclusión de que
participó, en ese momento, del convencimiento pleno de que era un paso
Po
amargo, pero necesario. Lo sucedido en junio de 1861, inmediatamente
después del asesinato del michoacano, fue que éste se convirtió en un már-
tir de la causa liberal y Zarco trató de aprovechar esa popularidad para
a
18 INAH; cartas personales, doc. 50-0-20-38; y 2a. serie, legajo 8, papeles sueltos
(Manzo a Ocampo 1-II-60 y 20-VII-60). Véase asimismo el informe de Mata al gobierno en:
Juárez, correspondencia; vol. IV, pp. 36 y 37.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 395
a
Durante el año de 1860 se publicaron, en la prensa norteamericana y
rrú
europea, varios artículos que describieron el tratado McLane en términos
muy desfavorables, haciéndose eco de los comentarios y ataques de la
prensa conservadora y del gobierno de Miramón. Aparte de contener grue-
Po
sos errores respecto al contenido del tratado, esos comentarios se caracte-
rizaron por un desconocimiento absoluto de la forma en que se habían
desarrollado las negociaciones. En aquella época, desde luego, no se cono-
a
todo lo que servía de apoyo a las especulaciones, eran las versiones abre-
viadas y mutiladas del convenio —que todavía en 1906 era manejado in-
u
jera fueron muy utilizados por los escritores conservadores de los últimos
años del porfirismo; en épocas más recientes, suelen ser reproducidos en
apoyo de las críticas y ataques al tratado y a la diplomacia del gobierno de
Veracruz.
Una revista mensual de Boston dijo que el convenio “destruía la inde-
pendencia” de México;22 el “Times” de Londres aseguró que “toda la parte
septentrional del país (sería) abierta a los colonos, quienes tendrían el pri-
vilegio de introducir efectos libremente”,23 y dijo también que “las vías de
a
do algunas ampliaciones realmente secundarias de esos derechos otorgados
rrú
con anterioridad; v que sólo al final, ante los informes sobre la expedición
que se preparaba en la Habana, agregaron un acuerdo comercial, admitie-
ron celebrar el acuerdo convenido en el tratado de La Mesilla para el paso
Po
de tropas y lo hicieron extensivo a la vía de tránsito entre Nogales y Guay-
mas. La confusión se originó, en parte, porque el gobierno de Miramón cre-
yó, o aparentó creer, que en el tratado estaba incluida la cesión de territorio
a
obvio, a la vista del texto completo del convenio, que no contuvo nada de lo
que dijo la prensa extranjera en los párrafos que transcribimos antes.
u
a
años, nada contribuyó este período. Todos los participantes en la controver-
rrú
sia, tanto los adversarios citados como los defensores que surgieron —no
pocos, por cierto—, desconocían en parte la correspondencia que se cursó
entre ambos gobiernos, antes, durante y después de la concertación del
Po
tratado McLane. Por ello, se dieron las interpretaciones al gusto de cada
quien; sin embargo, los defensores de Juárez siguieron la pauta que el pro-
pio don Benito había señalado, a través del manejo que dio a los ataques
a
indefendible.
Esta conclusión era favorecida por el régimen porfirista. Los derechos
u
mas, que no quedó terminada sino hasta finales del período. Cosa semejan-
te ocurrió con la vía del ferrocarril transístmico; tras dos o tres intentos
1a
a
el segundo semestre de 18.59, de recurrir a la ayuda de voluntarios y aún
rrú
de tropas yanquis, para decidir la guerra civil. El único punto en que puso
en evidencia a los críticos del convenio, fue el asunto de las “cesiones de
territorio”; esta cuestión fue torpemente mencionada por Muñoz Ledo en
Po
su protesta dirigida al secretario Cass, pero tuvo que ser rápidamente aban-
donada por los críticos del pacto, al resultar que el texto no contenía nada
de esa naturaleza.29
a
los Estados Unidos: “Es seguro que llevaba instrucciones para dar toda cla-
se de seguridades a Buchanan de que se arreglaría un tratado que colmase
u
a
tenido —afirma— como un Directorio de la revolución constitucionalista”.
rrú
Defiende incluso el tratado de La Mesilla, sosteniendo equivocadamente
que México “quedaba en libertad” de imponer cargas al paso de extranje-
ros, incluyendo los norteamericanos. Respecto del convenio comercial in-
Po
cluido en el tratado, olvida que no tenía límite de tiempo y dice que “México
no estaba en posibilidad de exportar nada”; incluso dice que no compren-
día por qué se limitaba la introducción de mercancías a los puntos de los
a
declara, sin más, que los 2 millones de pesos representaban una compensa-
ción insuficiente.
1a
a
ron ya, en general, breves referencias al tratado McLane-Ocampo en sus
rrú
obras históricas. Hasta Guillermo Prieto, que fue ministro de hacienda an-
tes y después de que se firmara el tratado, ya en 1901 decía que “felizmente
quedó sin efecto” y que la responsabilidad fue del partido liberal.31 Sin em-
Po
bargo, había en los comentarios una especie de reserva; natural desde el
momento en que prevaleció la explicación de 1861, que fue dada por Ruiz y
Zarco, pero indudablemente aceptada por Juárez. Se giraba en un círculo; el
a
convenio había sido impuesto por las circunstancias, pero los liberales se
eb
habían desecho de él tan pronto como habían podido. Nadie explicaba cómo
se firmó; aunque todo mundo recordaba que no fue el único convenio sus-
u
a
congreso que hacían referencia a México, cuando se negoció el tratado
rrú
McLane, eran el de 7 de enero de 1858, dirigido al senado, y el de 6 de di-
ciembre del mismo año, dirigido a ambas cámaras. El primero lo envió el
presidente Buchanan cuando se aprestaba a reconocer a Zuloaga, y la úni-
Po
ca referencia que hace a nuestro país es en relación con la necesidad de
asegurar la protección del tránsito a través de las rutas de América Central,
que incluían Tehuantepec. El segundo fue pronunciado también antes de
a
que Bulnes dedicó al tratado McLane en esa obra; constituyen una amplia
recopilación de documentos que habría sido definitiva de no estar viciada
por el propósito de utilizarla, a como diera lugar, para empequeñecer la fi-
gura de Juárez. Ocampo resulta casi ajeno al tratado, cuya responsabilidad
se atribuye al Presidente por completo. A este respecto, Bulnes omite deli-
beradamente el hecho, bien conocido desde 1861, de haber sido Juárez
quien liquidó el tratado al negarse a ampliar el plazo para su ratificación,
cuando Buchanan se proponía insistir ante el congreso que no había dicho
aún la última palabra. Como Sierra lo señaló poco después, el Presidente
nunca ratificó el tratado; simplemente dio poderes a Mata para hacerlo en
su nombre, el 15 de mayo de 1860, cuando el tratado estaba más muerto
que vivo y eso lo reconocían hasta los propios conservadores.35 Con justa
a
razón señala Sierra: “el hecho sobre la ratificación, sobre el cual no podía
rrú
haber ni aproximaciones ni distingos, tenía que ser un acto claro, expreso,
formal y calzado con la firma del presidente de la República; ni existe, ni ha
existido jamás semejante documento”. Además, Bulnes omitió, en el texto
Po
del segundo mensaje de Buchanan al congreso, las palabras “si no fuera
por esa expectativa” (“But for this expectation”) que cambian completa-
mente el párrafo que transcribe.36 Buchanan explicó al congreso que no
a
tal medida sólo tendría que ver con los gobiernos locales y la población
fronteriza.37
pr
“En muy pocas palabras —dice Bulnes— voy a presentar las atrocida-
des pactadas en el tratado McLane-Ocampo”. Y las enumera como sigue:38
1a
35 Véase los informes del agente conservador Barandiarán, de fechas 10-II-1860 y 10-
a
derivaran de su solicitud de ayuda.
rrú
Examinaremos nosotros, brevemente, hasta qué punto pueden aceptar-
se, a la luz de la información completa de que hoy se dispone, los argumen-
Po
tos del distinguido y vitriólico polemista de principios del siglo actual.
En relación con las llamadas servidumbres de tránsito, debe señalarse
que en el informe anual de 1858 al congreso, del presidente Buchanan, que
Bulnes citó ampliamente, hay un párrafo en el que dice: “Con respecto a la
a
ruta de Tehuantepec, que fue abierta recientemente bajo los más favorables
eb
frontera norte. Puede tenerse, desde luego, la opinión que se quiera sobre
esta cuestión, desde el punto de vista del derecho internacional; lo impor-
tante es recordar que el gobierno norteamericano interpretaba así los trata-
dos anteriores y, por lo tanto, no consideraba que los tránsitos fueran
nuevas concesiones cedidas por el tratado McLane. No puede olvidarse que,
como decía el general Obregón, el derecho internacional es el menos dere-
cho de todos los derechos.
La experiencia enseña que todos los convenios pueden ser mal interpre-
tados o mal usados, en cierta medida; pero no parece muy razonable, como
ya indicamos, sostener que un país decidido a invadir a otro, por razones
totalmente ajenas a los tratados existentes entre ellos, pudiera recurrir a
a
extremos? El distinguido escritor no supo, o no lo dijo sabiéndolo, que
rrú
la construcción de los puertos formaba parte de la concesión otorgada a la
“Louisiana de Tehuantepec”.41 Por lo demás, Ocampo evitó contraer un
compromiso a plazo fijo y subordinó la construcción de los puertos, que era
Po
lo razonable, al primer uso bona fide de la vía de tránsito. Cuando, final-
mente, se construyó el ferrocarril y se hicieron los puertos, los hechos le
dieron la razón.
a
mos más arriba, continúa diciendo: (el tratado con México de 30 de diciem-
bre de 1853) “concede también el derecho de transportar a través del Istmo,
u
nales o cualquier otro cargo del gobierno mexicano, los efectos del gobierno
de Estados Unidos y de sus ciudadanos, que no estén destinados a distri-
1a
buirse en el Istmo, sino únicamente lo crucen”. Puede verse, pues, que fue
totalmente injusto el cargo, levantado por Bulnes, de que el tratado McLa-
ne-Ocampo habría costado centenares de millones de pesos al gobierno
mexicano; en esos centenares de millones el cáustico escritor incluyó dere-
chos y cargos que el gobierno mexicano no podía cobrar, como resultado
del vergonzoso tratado de La Mesilla.42
Ya hemos explicado, por otra parte, que en un sentido estricto, el conve-
nio Alamán de 1831 correspondía a una situación histórica superada en
1859, que por lo tanto no era honesto ni legítimo interpretarlo como lo ha-
cía el gobierno norteamericano en este último año. El gobierno de Veracruz,
a
negociadores yanquis deseaban que las utilidades de la empresa —en la
rrú
que participaba México— no excedieran en ningún caso del 15% de los
ingresos por cuotas aplicadas al tránsito.43
En tanto no se precisa en qué época se sitúa una imaginaria aplicación
Po
del tratado McLane, no es posible saber si habría resultado conveniente o
perjudicial para las finanzas del estado mexicano. Bulnes hace cuentas ale-
gres sobre los impuestos que perdería el propio gobierno de Juárez por las
a
importaciones de telas de algodón; pero omite decir que el 85% de esos in-
eb
olvidar que la duración de esta cláusula del tratado —en parte por las obje-
ciones de los países europeos— se había convenido, antes de su conside-
ración final por el senado, que no excedería de diez años. Si se discute un
tratado que nunca operó, en cuanto a sus posibles efectos; no se ve por qué
no tomar en consideración los cambios que estaban acordados ya en el cur-
so del proceso de ratificación.44
La convención anexa al tratado McLane fue separada del resto del con-
venio, entre otras razones, porque estaba destinada a tener validez sola-
mente en tanto durara la guerra de tres años. Es verdad que la paz no llegó
a conseguirse en 1861; pero esto fue consecuencia del convenio de Londres
a
afirma que en la convención anexa al tratado (los Estados Unidos) se com-
rrú
prometían a restablecer a Juárez en la ciudad de México como presidente”.45
¿Dónde está el compromiso? No en el texto del artículo 1o. adicional, por-
que ahí no se lee. Está en las suposiciones del señor Bulnes de que Juárez
Po
llamaría a las tropas yanquis para ese fin, cuando llevaba meses de oponer-
se a la participación de extranjeros en la guerra civil y empezaba a vislum-
brarse que la ganaría sin su ayuda. Es un mal uso del tratado —y un mal
a
convención.
La condena de la época porfirista contra el tratado McLane remató en la
u
sabido, la mayor parte de este trabajo fue debida a la pluma del señor Sie-
rra; en realidad, de todas las referencias que en él se hacen al tratado McLa-
1a
ne, casi la única que puede atribuirse a Pereyra, por cierto, es una alusión
ambigua a la campaña conservadora sobre “las ventas de territorio”, que
no compagina con el análisis del convenio que Sierra hace en el resto de la
obra.46 Este análisis se inicia con lo que llama su autor “una declaración
previa”: “el tratado o pseudo tratado McLane-Ocampo, no es defendible;
todos cuantos lo han refutado, lo han refutado bien; casi siempre han teni-
do razón y formidablemente contra él. Estudiándolo hace la impresión de
un pacto, no entre dos potencias iguales, sino entre una potencia dominan-
te y otra sirviente; es la constitución de una servidumbre interminable”.47
Debe observarse un hecho curioso; en ningún momento, en más de 20
páginas donde don Justo se ocupa del tratado McLane, hace referencia al-
guna al hecho evidente de que las servidumbres que menciona habían sido
constituidas en los tratados de 1831 y de 1853 entre México y los Estados
Unidos, o por lo menos, de que así lo sostenían los dirigentes de este último
país. Esta omisión de Sierra es doblemente grave, porque toda su argumen-
tación sobre el tratado McLane se viene a reducir, como veremos, a soste-
ner que les fue impuesto a Juárez y Ocampo por las circunstancias aciagas
que atravesaba México. Y, si se vieron obligados los liberales, por esa de-
rrota de Degollado en la Estancia de las Vacas, a hacer un tratado en el cual
se cedían a los norteamericanos cosas de importancia, ¿no era mejor ceder-
les lo que ya era de ellos? ¿Por qué dejar creer al lector —incluso cuando
Sierra habla específicamente de ese convenio— que el tratado de La Mesilla
a
no contenía nada perjudicial para el país, en este aspecto? Otro punto oscu-
rrú
ro está en el hecho de que Sierra diga que el informe de Buchanan fue pro-
nunciado el 15 de diciembre de 1859, con lo cual el lector queda en la
impresión de que corresponde a su actitud antes de contar con el tratado;
Po
cuando la verdad es que fue dicho el 19, y habiendo salido La Reintrie con
el texto el día 14 de Veracruz, en ese momento Buchanan sabía que el go-
bierno de Veracruz había firmado.48
a
En forma muy resumida y breve, puede decirse que don Justo considera-
eb
que lo ratificara y que habría tenido que hacerlo el congreso, una vez reu-
nido. Por lo tanto, no era un tratado, era un compromiso de Juárez, era un
pr
y sus ministros optaron resueltamente por esto…”,49 Aunque don Justo de-
clara, en forma muy retórica, que fue un honor para los ministros de Juárez
compartir con él la responsabilidad del tratado, insinúa que Ocampo fir-
mó en el documento su sentencia de muerte. Sin embargo, su conclusión
final es: “Juárez y los reformistas lograron que la intervención americana,
momentáneamente efectiva, no llegara a organizarse nunca en México; los
reaccionarios lograron organizar con propósitos permanentes la interven-
ción europea”.50
Después de los ataques lanzados a principios de siglo en contra del pac-
to McLane-Ocampo, pasaron varias décadas sin que se aportaran elemen-
tos nuevos a la discusión. El documento que publicó en 1922 don Alberto
María Carreño, copiado de los archivos de la secretaría de relaciones, co-
a
rresponde a un supuesto protocolo resultado de las pláticas entre el envia-
rrú
do especial Churchwell, el ministro de relaciones Ocampo y el de hacienda
Lerdo de Tejada. Este documento, sin duda, está relacionado con la infor-
mación presentada al presidente Buchanan sobre la situación y la actitud
Po
del gobierno de Juárez, o sea, con el objeto específico de la misión del
agente especial. Pero es evidente que —aunque no sepamos cómo— fue
desechado ese documento de trabajo, pues McLane tuvo que redactar un
a
tuyó.51 Por lo demás, corresponde a una etapa muy inicial de las negocia-
ciones, en la cual el gobierno de Veracruz había aceptado incluir, entre los
u
a
sión norteamericana, que quería presentarse como un hecho consumado.
rrú
Es sabido que el propio ministro McLane reconoce esto, con toda franque-
za, en su libro de “Memorias” publicado privadamente años después.52
Otros hechos importantes, que resultan de la documentación mencionada,
Po
tampoco fueron tenidos en cuenta por estos autores. Son los siguientes:
a) La declaración de que los Estados Unidos contaban con el derecho de
tránsito, sin límite de tiempo, a partir de 1853.53
a
tad de 1831, les daba los derechos de tránsito desde la frontera con México
hacia el sur.54
u
a
celebrado en 1859 entre Ocampo y McLane. La cadena se inició inmediata-
rrú
mente después de muerto don Melchor, cuando el gobierno liberal abando-
nó la defensa del convenio, lo presentó como una necesidad impuesta por
las circunstancias, no publicó ni explicó totalmente su contenido ni sus
Po
antecedentes, y subrayó públicamente que había repudiado el tratado en
cuanto lo permitieron los azares de la guerra civil. Los contados y poco co-
nocidos intentos, realizados en 1860 en la prensa liberal, de justificar el
a
a
No tiene objeto discutir los ataques de los historiadores reaccionarios
rrú
contra Juárez y Ocampo, en la medida en que están basados en atribuir al
gobierno constitucional los siguientes propósitos, que no pueden demos-
trarse y contradicen la evidencia histórica:
Po
a) Usar el tratado McLane para traer tropas yanquis que les ayudaran
en la guerra civil.
b) Usar el tratado McLane para traer voluntarios extranjeros con el mis-
a
mo fin.
eb
a
mente a materias de comercio, y que pudiendo haber sido mejores o peores
rrú
desde el punto de vista económico, como dice Sierra, no envuelven favor o pri-
vilegio, ni merman en rigor la soberanía, ni constituyen una intervención, ni
son en puridad, anticonstitucionales. Otro tanto cabría decir del artículo 9o.,
Po
sólo una extensión de los artículos 14o. y 15o. del tratado del 5 de abril de
1831…Todos ellos son artículos normales en un tratado de comercio y amis-
tad, por más que un estudio a fondo de sus estipulaciones podría llevarnos a
a
bas Repúblicas sobre las vías de tránsito existentes, o que llegaren a existir
entre uno y otro mares por Tehuantepec”. Pero después agrega: “El artículo
5o., que primero resulta compatible, y aún aminora los efectos del 2o., fi-
1a
dominio con Estados Unidos, ha dicho con toda razón una opinión autori-
zada.64 O, en las palabras del propio Ocampo, los tránsitos cedidos no
sujetarían a nuestro país “en aquellas cosas que contribuyesen inmedia-
tamente a su conservación y perfección”.65
Por lo demás este punto de vista comparte el olvido de que el tránsito
por el Istmo sin límite de tiempo no era concedido en el tratado McLane,
pues el tratado de La Mesilla estaba en vigor; y tan lo estaba que su artícu-
lo VIII siguió siendo reconocido por ambos gobiernos hasta 1937. Otro tan-
to puede decirse de los tránsitos por rutas comerciales desde la frontera
norte. Y también de la obligación de Estados Unidos de retirar sus tropas a
pedimento del gobierno mexicano; además, todavía en 1897 Villaseñor se-
ñalaba que el artículo 1o. de la Convención estaba destinado a aplicarse en
a
la frontera, lo corrobora la prensa liberal de la época, que además lo hace
rrú
depender, cual es la interpretación correcta, del estado de guerra civil exis-
tente en México.
Quizá una comparación con hechos recientes bien conocidos, ayude a
Po
ilustrar la diferencia entre lo que se quiere hacer creer sobre el tratado
McLane y lo que fue realmente esta imperfecta convención. Como se sabe,
el canal construido en Panamá por los Estados Unidos está situado en el
a
centro de una zona cedida a este país, donde existen varias bases militares
eb
gado nada al gobierno panameño; en la zona del canal existe una poderosa
concentración de recursos financieros fundamentalmente norteamerica-
pr
El acto final
Vimos ya, en otra parte, lo que contenía de nuevo el tratado firmado por
McLane y Ocampo el 14 de diciembre, comparado con el texto propuesto
por el gobierno de Veracruz y defendido, después de la separación de don
a
Melchor de la secretaría de relaciones, por el siguiente ministro, Juan Anto-
rrú
nio de la Fuente.
Ante todo, vale la pena hacer notar que aún libros y publicaciones muy
recientes, mutilan por diversas razones el texto de esta convención diplo-
Po
mática. Desde que “México a través de los siglos” publicó un texto incom-
pleto en 1889, desgraciadamente se ha vuelto costumbre incluir el tratado
McLane en publicaciones, por otro lado serias, quitando los considerandos,
a
cancías anexa al artículo VIII, o con otras alteraciones semejantes. Casi to-
dos los autores que han escrito sobre este incidente de nuestras relaciones
u
del Istmo de Tehuantepec fueron canjeadas entre las mismas dos Repúblicas, á
los treinta días de Junio del año de mil ochocientos cincuenta y cuatro; y por
cuanto se juzga conveniente amplificar y extender algunas de las estipulacio-
nes de los antedichos Tratados, y de esta manera volver más sólida e inviola-
ble la verdadera y sincera amistad que ahora existe entre Méjico y los Estados
Unidos.
Por lo tanto, las estipulaciones siguientes han sido convenidas por medio de
un Tratado de Tránsitos y Comercio:70
A continuación se explica que los respectivos países dieron plenos po-
deres para celebrar esa convención, a Ocampo y McLane, quienes verifica-
ron e intercambiaron esos poderes.
Este preámbulo indica, sin dejar lugar a ninguna duda, que las estipu-
a
laciones del tratado de tránsito y comercio deben interpretarse como am-
pliaciones y extensiones de los dos convenios anteriores citados. Esto es
rrú
justamente lo contrario de lo que se ha venido haciendo durante un siglo,
especialmente por los escritores reaccionarios, pero también, en parte, por
Po
los propios escritores liberales. El lector recordará que, a lo largo de las ne-
gociaciones, Ocampo siguió el camino de reconocer a los Estados Unidos lo
que ambos tratados ya les habían concedido, y negociar, a partir de ahí, las
a
rio el tratado sobre ellos que proponía McLane.71 Estaba incluida, asimismo,
una breve reglamentación —prevista por el tratado de La Mesilla— sobre el
1a
70 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 769 y 770. Se ha conservado la ortografía del
original.
71 Idem; pp. 617 a 629.
72 Idem; pp. 655 a 657.
416 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
los tránsitos, aún sin haberlo solicitado el gobierno de México.73
rrú
Esta pretensión fue rechazada por Juan Antonio de la Fuente, lo cual
provocó una parálisis total de las negociaciones, hasta el regreso de McLa-
Po
ne de un viaje a los Estados Unidos que terminó el 24 de noviembre de
1859.74 Ocampo regresó al ministerio de relaciones el 1o. de diciembre y ese
mismo día recibió plenos poderes para celebrar el tratado con McLane, que
a
que ya existían entre nuestro país y su vecino del norte. Tal cosa nos permi-
pr
ción militar y política en que se vieron los liberales en Veracruz, año y me-
dio después de establecido el gobierno constitucional en esa ciudad.
El artículo I dice así:
Como amplificación del Artículo 8o. del Tratado de 30 de Diciembre de 1853, la
República Mejicana cede á los Estados Unidos en perpetuidad, y a sus ciudada-
nos y propiedades el Derecho de vía por el Istmo de Tehuantepec, desde un
Océano hasta el otro, por cualquier camino que exista hoy o existirá en lo de
adelante, gozando de ello ambas Repúblicas y sus ciudadanos.76
a
reconocimiento y aceptación de lo pactado en ese último año, sin duda im-
rrú
prudentemente, por Santa Anna y Diez de Bonilla.
Este último, originario de la ciudad de México, participó en las cuestio-
nes públicas durante varias décadas, como miembro del partido conserva-
Po
dor. Se inició en el servicio diplomático y llegó a ser secretario de hacienda
y de relaciones, en 1835, con el presidente Barragán. Santa Anna lo hizo
ministro de gobernación y después de relaciones; se dice que aconsejó la
a
sonaje más influyente del gobierno; en agosto de 1855 su casa fue asaltada
por el pueblo de la capital. Miramón volvió a nombrarlo ministro de relacio-
1a
a
des mejicanas. La República de Méjico continuará permitiendo el franco y libre
tránsito de las balijas de correo de los Estados Unidos, siempre que pasen en
rrú
sacos cerrados y que no sean para repartirse en el camino. Sobre tales balijas
ningunos de los gravámenes impuestos ni de los que en lo sucesivo se impon-
Po
gan se aplicarán en ningún caso.78
Como el tratado de 53 liberaba a las mercancías yanquis que se encon-
traran de paso, de los derechos de aduana y otros impuestos, sólo se cam-
a
bia el límite fijado a las cargas por concepto de tránsito igualándolos a las
eb
lógica, formaba parte del contrato del grupo Sloo, mencionado en ese trata-
pr
anterioridad.
El texto del artículo IV, en la versión original de los archivos norteame-
ricanos, es:
La República Mejicana conviene en establecer, para cada uno de los dos puer-
tos de depósito, el uno al Este y el otro al Oeste del Istmo, los reglamentos que
permitan la entrada y el almacenaje de los efectos y mercancías pertenecientes
a los ciudadanos ó á los subditos de los Estados Unidos o de cualquier país
estrangero, libres de todo gravamen de tonelada ú otro derecho cualquiera,
con escepción de los gastos necesarios para el acarreo y almacenaje de dichos
efectos, para los cuales se construirán almacenes propios; los dichos efectos y
mercancías podrán ser sacados del Depósito para el tránsito de dicho Istmo,
así como para embarcarlos desde cualquiera de los dos puertos de depósito,
con destino á cualquier puerto del extranjero quedando siempre libres de todo
derecho de tonelada ú otro impuesto cualquiera, igualmente podrán ser sa-
cados de dichos almacenes para ser vendidos y consumidos dentro del territo-
rio de la República Mejicana, previo el pago de derechos é impuestos que tenga
por bien decretar el dicho Gobierno Mejicano.79
Sin el establecimiento de estos almacenes, ya previstos en el contrato
de la compañía mixta de 1853, y sin una reglamentación adecuada de su
uso, no se comprende cómo podría llevarse a la práctica lo aceptado en el
artículo anterior. Por ello, es razonable considerarlo como una aceptación
amistosa de las obligaciones y compromisos previos contenidos en pactos
ya celebrados entre ambos gobiernos.
Por cuanto se refiere al artículo V, encontramos la siguiente versión ori-
a
ginal en español:
rrú
La República de Méjico conviene en que si fuere necesario, en cualquier tiem-
po, el emplear fuerzas militares para la seguridad y protección de las personas
y propiedades que transiten por cualesquiera de las rutas antedichas, ella em-
Po
pleará la fuerza necesaria con este fin; pero en caso de omisión en hacerlo por
cualquier motivo que fuere, el Gobierno de los Estados Unidos, podrá con el
consentimiento, ó á pedimento del Gobierno de Méjico, ó al de su Ministro en
a
bradas, sean civiles ó militares, emplear tal fuerza para este efecto y no para
ningún otro; y cuando en el juicio del Gobierno de Méjico cese esa necesidad, la
tal fuerza se retirará inmediatamente.
u
para las vidas ó propiedades de los ciudadanos de los Estados Unidos, las fuer-
zas de dicha República tendrán facultad de obrar para la protección de ellos,
1a
sin que dicho previo consentimiento haya sido obtenido, y tales fuerzas se reti-
rarán cuando concluya la necesidad para su empleo.80
El párrafo 5o. del artículo VIII del tratado de 1853 daba autorización a
los Estados Unidos para “impartir su protección a la obra” del Istmo, “siem-
pre que fuere apoyado y arreglado al derecho de gentes”. Es obvio, pues,
que contaban desde entonces con autorización para usar sus fuerzas con
ese fin; toda la cuestión depende, para precisar lo que obtuvieron en el tra-
tado McLane, de establecer en qué medida el segundo párrafo del artículo V
de este pacto va de acuerdo con el derecho internacional. Y decimos que el
segundo párrafo, pues el primero no parece ser objetable desde este punto
de vista. Sin entrar a discutir este punto, cuya naturaleza es estrictamente
a
para dar esta última protección. Pero la situación era tal que los Estados
rrú
Unidos, en Veracruz y en Washington, habían declarado, en público y en
privado, que si México no podía proteger a los ciudadanos yanquis y a sus
propiedades que por cualquier razón se encontraban en México, ellos inter-
Po
vendrían para hacerlo, con o sin autorización de México.81 Aunque esta de-
cisión no fuera de acuerdo con el derecho internacional, o si no se realizaba
de acuerdo con él, nuestro país no tenía la menor posibilidad de impedirla.
a
81 Idem; pp. 717 y 718. Manning; vol. IX, p. 1133 (doc. 4410).
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 421
a
no les impartirá la protección de que hablan los artículos II y V de este Tratado,
ni ninguna otra.82
rrú
En el convenio de La Mesilla, México se había comprometido a “cele-
brar un arreglo para el pronto tránsito de tropas y municiones de Estados
Po
Unidos”, que el gobierno de éste último país tuviera “ocasión de enviar de
una parte de su territorio a otra, situadas en lados opuestos del continen-
te”. Este párrafo del artículo 8o. del convenio citado no se había cumplido
a
hacerlo así, los tránsitos se redujeron a dos y las cuotas pagadas por el
transporte de tropas y de efectos militares se redujeron al 50% de las cuotas
u
82 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 776 a 778. Se conserva la ortografía original.
422 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
tad, comercio y navegación de 1831. En este convenio, anterior a la época
rrú
de los ferrocarriles en esa región, se estableció que el comercio fronterizo se
llevaría a cabo mediante caravanas, escoltadas por tropas de las dos nacio-
Po
nes que se cambiarían en algún punto de la ruta. Para fijar las rutas, la
frecuencia de las caravanas y los sitios de cambio de las escoltas se cele-
braría un convenio entre ambas naciones; este convenio nunca llegó a con-
a
ellos las condiciones establecidas para el Istmo, con excepción del paso de
tropas desde el río Grande al golfo de Cortés. Los Estados Unidos sostenían
1a
que estos tránsitos eran asuntos de conveniencia mutua, pero que no te-
nían un gran valor pecuniario; sin embargo, en la correspondencia interna
de McLane con Cass, publicada por Manning, se les atribuye un gran valor
para Arizona y Texas.
El artículo VIII del tratado McLane dijo así:
Convienen igualmente ambas Repúblicas, en que, de la lista de mercancías
aquí adjunta, elija el Congreso de los Estados Unidos las que, siendo producto
natural, industrial o manufacturado de cualquiera de las dos Repúblicas sean
admitidas para su venta y consumo en cualquiera de los dos países, bajo con-
diciones de una reciprocidad perfecta, sea que se les considere libres de dere-
chos, o con tal cuota como sea fijada por el Congreso de los Estados Unidos,
puesto que la intención de la República Mejicana es admitir los artículos de
que se trata a los más bajos derechos, y aún libres, si el Congreso de los Esta-
dos Unidos consintiere en ello. La introducción de una a otra República se hará
por los puntos que los Gobiernos de ambas Repúblicas determinen en los lími-
tes o términos de ellas, cedidos y concedidos para los tránsitos y en perpetui-
dad por este convenio, ya al través del Istmo de Tehuantepec, ya desde el Golfo
de California hasta la frontera interior entre Méjico y los Estados Unidos. Si
algunos privilegios semejantes fueren concedidos por Méjico á otras naciones,
en los términos de los antedichos tránsitos sobre los Golfos de Méjico y Califor-
nia y el Océano Pacífico, será en consideración de las mismas condiciones y
estipulaciones de reciprocidad que son impuestas á los Estados Unidos por los
términos de esta Convención.
Lista indicada en este Artículo VIII.
Animales de todas clases Mapas geográficos, náuticos y cartas
a
Arados y rejas sueltas topográficas
rrú
Arroz Mármol labrado y en bruto
Aves y huevos frescos Máquinas y aparatos para la agricul-
Azogue tura, la industria, la minería, las
Po
Carbón de piedra artes y la ciencia y sus partes suel-
Carnes frescas, ahumadas y saladas tas o piezas de refacción
Casas de madera y de fierro Palo de tinte
a
la frontera Talcas
Escobas y material para hacerlas Granos de toda especie que sirvan
Frenos para hacer pan
Frutas frescas, secas y cubiertas Harina
Letra, escudos, espacios, placas, viñe- Lana
tas y tinta de imprenta Manteca
Libros impresos de todas clases a la Sebo
rústica Cuero y manufacturas de cuero
Lúpulo Toda especie de tejidos de algodón,
Madera sin labrar y leña esceptuando al llamado manta tri-
Mantequilla y queso gueña.84
a
en el proyecto de tratado de reciprocidad negociado anteriormente entre
México y Estados Unidos. A esta lista se agregaron nuevos artículos de
rrú
suma importancia, especialmente en lo referente a cereales, materias pri-
mas para la elaboración del pan y manufacturas de algodón y piel. Conside-
Po
ro este último arreglo de suma importancia, sobre todo si se le toma en
cuenta en conexión con la reglamentación del almacenaje…85
El periódico oficial de Miramón, según dijimos, en enero de 1860 objetó
a
fuertemente este aspecto del convenio, que resumió así: “Los Estados Uni-
eb
otras naciones; y que si los Estados Unidos han de fijar los impuestos a sus
propias mercaderías, lo harán en términos que no puedan competir con
ellos las casas europeas. Estas grandísimas ventajas comerciales, concedi-
das por México, destruyen la obligación de igualdad y reciprocidad en las
relaciones mercantiles que nuestra República tiene convenidas con otras
naciones, y refluyen en perjuicio del comercio de las naciones europeas y
americanas…” Como ejemplo de pactos de esta naturaleza, que incluían la
cláusula de la nación más favorecida, señalamos que este periódico men-
cionó los tratados celebrados en 1823 con Colombia, Chile y Perú; en 1827
con Inglaterra; en 1833 con Sajonia; y en diversas fechas con los Países
Bajos, Francia y España.86
Sin embargo, de la lectura del artículo se deduce que el espíritu con que
Ocampo trató la cuestión, era otro. Lo que México se proponía —dice el pac-
to proyectado— consistió en admitir las mercancías de la lista, provenien-
tes de los Estados Unidos o de cualquier otro país como los mencionados,
sin pago de derechos para el tránsito a través de las vías o para su depósito
y venta en los sitios designados para ello. Es posible que no siempre fuera
benéfico para nuestros intereses, conceder una franquicia semejante, pero
desde luego no cabe la objeción que formuló el Diario Oficial de Miramón,
ya que no era obligatorio conceder ese privilegio sólo a los Estados Unidos,
sino que podía otorgarse también a las otras naciones mencionadas más
arriba. El argumento de la prensa de Veracruz, según vimos, era el siguien-
te: “la mente del artículo (III) no fue sólo proteger a los americanos, sino a
a
los hombres de todos los países; en otros términos, que no lo ha dictado el
rrú
mezquino interés nacional, sino el general de la humanidad en masa…lo
mismo que el anterior (el artículo IV) no establece privilegio alguno exclusi-
vo para los americanos, lo mismo que él, abraza a los ciudadanos y a las
Po
mercancías de todos los países, y el comercio del mundo tendrá que agra-
decer a los Estados Unidos la apertura de nuevas vías de comunicación y
a México las franquicias y garantías que conceda a los efectos y a las
a
personas…”87
eb
fecta igualdad y reciprocidad que el artículo II del mismo Tratado dice que se
tomaba por base de él. Las capillas ó lugares para el culto divino podrán ser
comprados y serán poseídos como propiedad de quienes los compren como
se compra y posee cualquier otra propiedad común, esceptuándose sin em-
bargo á las comunidades ó corporaciones religiosas á las que las actuales
leyes de Méjico han prohibido del todo y para siempre obtener y conservar
nada en propiedad. En ningún caso quedarán los ciudadanos de los Esta-
dos Unidos sujetos á que se les cobren préstamos forzosos”.88
Esta parte del convenio, no hacía sino aplicar a los ciudadanos nor-
teamericanos en México, las mismas condiciones que el tratado de 1831
estableció para los ciudadanos mexicanos que residían en los Estados Uni-
dos. La prensa conservadora de Miramón sostuvo que ahora podrían ejercer
libremente otras religiones distintas de la católica, pero, desde la legisla-
ción de reforma, esa situación existe en México. Mucho tiempo después,
por mala información, se tachó este artículo de parcial en favor de los nor-
teamericanos, por darles permiso para el culto en público; sin embargo, la
verdad es que, cuando se concertó, no existía prohibición en ese sentido en
la República Mexicana.
La cuestión de los préstamos forzosos también ha sido considerada, por
algunos críticos del tratado, como una concesión indebida y parcial a los
norteamericanos. La verdad del asunto no es tan simple. En virtud de un
viejo tratado, en vigor en 1859, con Inglaterra, se había concedido una ga-
a
rantía semejante a los súbditos ingleses. Debe recordarse que la deuda ex-
rrú
terior de México estaba formada principalmente por los compromisos
financieros con ellos. Los Estados Unidos consideraban que los convenios
de reciprocidad hacían extensiva esa garantía a los ciudadanos yanquis; lo
Po
que se hizo en 1859, fue en realidad tan sólo poner explícitamente a los
norteamericanos en igualdad de condiciones con los ingleses.
El artículo X fue como sigue: “En consideración de las anteriores esti-
a
nes de este Tratado, y los dos millones restantes serán reservados por el
Gobierno de los Estados Unidos en pago de las reclamaciones de los ciuda-
1a
a
deben nunca retroceder, queda sancionada de una manera auténtica y
rrú
terminante”.90
Se ha dicho también, sobre ello insistió en especial don Francisco Bul-
nes, que el congreso americano habría seguramente aprobado la inclusión
Po
en el tratado de aquellos artículos de la lista adjunta al artículo VIII, que
resultaran favorables para los Estados Unidos, con lo cual nos veríamos
obligados a aceptar las mercancías que a ellos les conviniera y, en cambio,
a
ellos no aceptarían las que fuera benéfico para México exportar. Los perió-
eb
a
La “Convención para ejecutar las estipulaciones de los Tratados y con-
rrú
servar el orden y la seguridad en el territorio de las Repúblicas de México y
de los Estados Unidos”, fue firmada simultáneamente con el tratado McLa-
ne. Su preámbulo y el artículo I dicen así: “Considerando que por resulta de
Po
la guerra civil que existe en Méjico, y en vista particularmente del estado
desordenado de la frontera del interior entre Méjico y los Estados Unidos,
puedan suscitarse ocasiones en que las fuerzas de ambas Repúblicas se
a
tes entre Méjico y los Estados Unidos fueren violadas, ó el resguardo y se-
guridad de los ciudadanos de cualquiera de las dos Repúblicas fueren
1a
91 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 788 y 789. Se conserva la ortografía original.
92 Sierra; pp. 196 y 197.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 429
a
proyecto de tratado de alianza ofensiva y defensiva de Ocampo. Se recor-
rrú
dará que McLane estaba colocado en una situación embarazosa por los
conflictos entre ciudadanos de su país y las fuerzas o autoridades conser-
vadoras, o simplemente grupos armados fuera del área controlada por el
Po
gobierno de Veracruz. Un incidente de esta naturaleza había sido ya el ori-
gen de la ruptura de Forsyth con el gobierno de Zuloaga; y después del re-
conocimiento del gobierno de Veracruz se presentaron otras situaciones
a
93 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 790 a 796. Ortografía original.
94 Véase la referencia (16).
95 Villaseñor; p. 202.
430 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
cuestionablemente era una situación real.
rrú
Por lo tanto, una interpretación apoyada en los hechos históricos com-
probados, a diferencia de las especulaciones arbitrarias sobre cosas que no
Po
se realizaron, concluye que la convención citada no habría causado daños
ni a la soberanía ni a los intereses de México; y, en cambio, pudo haber sido
un elemento auxiliar para evitar conflictos y resolver los que se presenta-
ran entre los dos países, antes de que tomaran dimensiones exageradas o
a
Veracruz en mayo de 1860—, que hablan mucho más alto que las palabras,
acaban de demostrar (lo) con su lógica de hierro…toda la buena fe, la inte-
u
ligencia y el sano juicio de las autoridades, así de los Estados Unidos como
pr
a
Hay que concederle la razón a Ocampo, por cuanto no podía, el gobierno de
rrú
Juárez, desconocer los tratados y compromisos contraídos por las adminis-
traciones anteriores. En buena medida, no sólo en las negociaciones del
tratado con McLane, sino también en la cuestión más importante de los
Po
tratos con los acreedores extranjeros, ese gobierno tuvo que cumplir com-
promisos que no había contraído sino heredado. En medio de la guerra ci-
vil, por ejemplo, habría sido un error suspender los pagos de la deuda
a
no de Veracruz.
La fortuna de la guerra fue adversa a los liberales en el mes de no-
viembre de 1859. En menos de quince días, sus tropas sufrieron 5 derro-
tas importantes, en Córdoba, Teotitlán, Tepic, La Estancia de las Vacas y
Tulancingo; además, tuvieron que desalojar los estados de Aguascalien-
tes, Zacatecas, San Luis Potosí y Oaxaca.98 Violentos incidentes fronterizos
amenazaban con una nueva guerra contra los Estados Unidos, que sólo
doce años antes nos habían despojado de la mitad del territorio; por otro
lado, muchos liberales, desesperados por la prolongación de la guerra ci-
vil, reclamaban la ayuda de las tropas norteamericanas o, por lo menos,
97 Idem.
98 México a través de los siglos; tomo V, pp. 407 a 410.
432 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
divulgó varias ideas importantes sobre las relaciones de nuestro país con
los Estados Unidos, que influyeron en la política exterior mexicana. Rome-
rrú
ro pensaba que la guerra de 1847 y la pérdida de territorio se habían debido
a la presión de los estados sureños; estaba convencido de que el resultado
Po
de la guerra de secesión excluía la idea de otra guerra contra México. Aun-
que pensaba que México podría recibir fuerte ayuda económica de Estados
Unidos para desarrollarse, aún sin admitir una inmigración considerable,
a
temía que los intereses de México chocaran con los de Estados Unidos en
eb
99 1837-1898.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 433
a
Zarco, quien después de muerto Ocampo escribió: “Cuando en calma re-
flexionen los espíritus imparciales sobre la historia del gobierno constitu-
rrú
cional en estos tres años (de la guerra civil), será un título de honor para la
memoria del señor Ocampo el haber firmado el tratado McLane”.
Po
Saínete en Veracruz, con orquesta en México
a
Agregan que Mr. McLane…trae instrucciones para intimar a Juárez que ra-
tifique el tratado firmado en Washington y le notifique, dado caso que se
rehuse, que se hará la guerra sin él y contra él. Aseguran que Juárez, sabe-
dor desde hace 15 días de las intenciones de Mr. Buchanan, le ha dirigido al
general Presidente pliegos que contienen un programa de fusión y de unión
común. Sea cual fuere la exageración y la realidad de estos rumores, no
puede dejar de conocerse cuan grave y cuan inminente es la actitud hostil
que en estos últimos tiempos han tomado los hombres de estado de Washing-
ton. Los sucesos de que han sido teatro últimamente las orillas del río Bra-
vo, han contribuido en mucha parte a agravar el estado que guardan las
relaciones internacionales de ambos países”.100
100 L’Estafette; citado en: Diario de Avisos; 24-XI-1859. Buchanan era abogado; el co-
a
de septiembre, sin éxito; casi simultáneamente, don Melchor hizo tenaces
rrú
esfuerzos por apartar al general José López Uraga, quien tenía algún tiem-
po en Veracruz y quería que se le diera entrada en el ejército liberal.102 Eran
bien conocidos los antecedentes de López Uraga, quien había sido propues-
Po
to para Presidente, en una conspiración fraguada en Puebla, nada menos
que por el padre Miranda, en los días en que la guarnición de la ciudad
de México vacilaba en reconocer la dirección del plan de Ayutla en manos de
a
Juan Álvarez.103
eb
rez y su familia, con Ruiz, Llave, Emparan, Degollado, Prieto, Ampudia, Baz,
Fuente y García Torres.104 Sin embargo se sabía que era tenso su trato con
pr
baya, que le había permitido trabajar con Santa Anna en su última presi-
dencia, habiendo sido colaborador de Velázquez de León en Fomento, y
encargado después del despacho a la huida del dictador interminente.105
Influían además, en cierta medida el papel que Miguel Lerdo desempeñó en
el gobierno de Comonfort, las discrepancias de concepto sobre lo que debía
y podía ser la reforma, así como la candidatura presidencial de Lerdo que
a
rante su breve actuación en el ministerio de relaciones, Miguel Lerdo llegó
rrú
con Forsyth a un acuerdo —un fallido tratado, como el de McLane—, nego-
ciado en términos muy amistosos, pero finalmente rechazado por Washing-
ton, por no servir a sus propósitos, cuando ya Luis de la Rosa había
Po
sustituido a Lerdo.107 Y conviene tener presente también que Sebastián Ler-
do, su hermano, fue quien rechazó, a nombre de Comonfort, la petición de
ceder Baja California en 1857. El Presidente dijo a Forsyth: “El sistema
a
Ocampo hacía la guerra a Lerdo, casi sin disimulo. Cuando don Miguel
llegó a Washington, después de la nacionalización de los bienes del clero,
hizo buenas relaciones con Mata, por un momento. Pronto previno a éste
Ocampo, quien le explicó la difícil situación con Juárez. El 6 de octubre de
1859, don Melchor escribía a Degollado desde Veracruz: “He entregado hoy
el ministerio de hacienda al señor Fuente, habiendo sabido ayer que el
señor Lerdo no vendrá todavía en mucho tiempo. Nada tiene ya que hacer
en Nueva York, habiéndose convencido de que nada nos prestarán sobre los
dichos bienes nacionalizados; pero como no quiere confesar que su nombre
no produjo tan mágico efecto como se pensaba él, dice que esperará la con-
clusión de algún tratado (Mr. McLane volverá al fin de este mes) que procu-
re medios seguros. Se queda, pues, allá para…que no le chiflen al venir,
porque lo que sea para recibir el dinero que nos den por algún tratado, me
parece que mi hijo el rabón podría hacerlo. Al cabo se mandó abonar antes
de irse su sueldo como ministro, que dejaba de ser…¡Aprenda usted modo-
rro! ¡ Eso sí es sacrificarse! …110
Dos días más tarde se extendía nuevamente don Melchor sobre el asun-
to. “Conté ya a usted —decia a Degollado— que el señor Lerdo se queda en
a
los Estados Unidos…No quiere venirse con las manos vacías, y como sabe
rrú
que la generalidad juzga por las apariencias, se le da un pito el hacer de
dependiente contador…Ya lo creo, que estar de préstamo forzoso, es lo mis-
mo que estar de purga, aún podría decirse que estar de parto…” 111
Po
En su correspondencia con Vidaurri, por otro lado, con mucha mayor
circunspección, pero no dejaba Ocampo de señalar también los lados flacos
de Lerdo. Como Vidaurri le hubiera comentado festivamente que calificara,
a
para que podamos activar la guerra. El señor Lerdo salió antier de esta ciu-
dad para los Estados Unidos con el deseo y la esperanza de sacar ahora de
pr
a
verdadera tormenta sobre Ocampo. Esos diarios publicaron la siguiente
rrú
crónica de los hechos ocurridos en Veracruz: “Lerdo presentó su renuncia, y
exigió que Ocampo le diese satisfacción por los periódicos. Juárez creyó que
el asunto podría arreglarse pacíficamente; pero Lerdo y Ocampo se insulta-
Po
ron mutuamente en consejo de ministros; Juárez no quiso aceptar la renun-
cia de Lerdo, y como éste para continuar en el ministerio puso por condición
la salida de Ocampo, fue sacrificado don Melchor…”113
a
Ocampo, como una medida discutible que era violentamente atacada por
los conservadores, pero obviamente atribuible al gobierno en su conjunto.
1a
No fueron pocos los artículos que en esa prensa aparecieron, como hemos
señalado con detalle, hasta mediados del año 60, en defensa y con explica-
ciones sobre el convenio.
“Le Trait d’Unión” publicó en Veracruz el texto de la renuncia enviada
por Ocampo a Llave, el 20 de enero de 1860. Entre los papeles de Ocampo
publicados en sus Obras, según ya dijimos, apareció un texto diferente, diri-
gido al propio Juárez, que obviamente no fue cursado. La renuncia dice así:
Excmo. Señor.—Juzgando conveniente en la situación actual separarme del
gabinete y creyendo que lo exigen mi dignidad y mi sincero patriotismo, supli-
co a V.E. tenga a bien presentar a S.E. el Presidente constitucional la dimisión
que hago de la cartera de relaciones exteriores, manifestándole la profunda
gratitud con que me retiro de su respetable persona y del gabinete, con motivo
de las señales particulares de consideración y de confianza que me ha prodi-
gado durante dos años que he tenido la honra de servir las diversas secretarías
de estado que tuvo a bien encargarme y la primera de las cuales renuncio hoy.
En mi condición de ciudadano, y de cuantos modos pueda, estoy resuelto a
seguir cooperando por mis esfuerzos a la defensa de la causa constitucional y
del gobierno legítimo que se ha dado la nación. S.E. el Presidente puede contar
con mi firme adhesión a los principios que representa la administración.
Espero que V.E. tendrá a bien darle conocimiento de esta nota y comunicarme
el resultado, aceptando para sí las seguridades de mi consideración y aprecio.114
En su contestación, Ignacio de la Llave dijo a Ocampo que el Presidente
le aceptaba la renuncia por la fuerza de las razones en que la apoyaba y
porque deseaba darle otra comisión. Como se recordará, Juárez pensó man-
a
dar a Ocampo como ministro a Londres y encargarle que, a su paso por los
rrú
Estados Unidos, tratara de obtener la ratificación del tratado McLane. El
segundo bloqueo de Veracruz por Miramón, así como las negociaciones con
Po
el capitán Aldham, el enviado de Lord Russell, y por último, la certidumbre
que pronto se impuso, de que el tratado no sería ratificado en Washington,
volvieron innecesaria y poco oportuna esa comisión asignada a Ocampo,
a
que por lo tanto nunca se realizó. Se abrió así un paréntesis de ocho meses
eb
pa, que había roto lanzas tantas veces contra Ocampo, en relación con la
pr
forma en que se separó del gabinete al iniciarse el año 60. Dice así:
El gran acontecimiento del día es la salida del gabinete constitucional de Ocam-
1a
a
transcribimos, en páginas anteriores, la explicación que la prensa liberal
rrú
dio de su separación, así como el testimonio de algunos funcionarios del
gobierno de Veracruz que apoya, en términos generales, si no en los deta-
lles, la versión del incidente con Lerdo que publicaron los periódicos de
Po
México. Poco después de separarse, Ocampo escribió a Manzo una carta
donde le relataba lo sucedido; este último, al responderle, manifestó temo-
res de que las intrigas políticas consiguieran después separar a Degollado
a
riores. Baz119 había tenido una larga actuación en el partido liberal, desde
las manifestaciones de indignación que provocó el manifiesto monarquis-
ta de Gutiérrez Estrada, en 1840. Gómez Farías lo nombró gobernador del
distrito en 1847, y publicó la ley de desamortización el 13 de enero; volvió
al cargo en repetidas ocasiones y fue también diputado en el congreso
constituyente de 1856. Después de participar en los preparativos del golpe
de estado de Zuloaga, denunció los hechos ante el congreso y se sumó al
bando liberal durante la guerra civil. Colaboró más tarde con Juárez y con
Sebastián Lerdo.
Un momento de triunfo
a
la cual se le invitaba a asumir de nuevo la jefatura de las relaciones exte-
riores. Manzo, por lo menos, no tenía dudas al respecto. El 20 de julio le
rrú
escribía desde Taximaroa: “Así pues, véngase usted. Véngase. Después de
lo que pasó a usted en el gobierno, después de desechado el tratado con el
Po
norte, creo concluida su misión política o diplomática, y como el estado de
las cosas, y sobre todo los hombres que las manejan, no son para entender-
se con usted, creo también concluida su misión patriótica. Ha hecho usted
a
lo que podía y creo que aunque usted dice hacer más, no lo podrá…”121 Tres
eb
mismo modo y con los mismos resultados. Y en esta bacanal usted está de
más. Si no se quita usted, lo quitarán…”122
1a
estaba también haciendo crisis; los dos o tres golpes militares sufridos oca-
sionaron la ruptura de Zuloaga con Miramón. El 10 de agosto, éste último
sufrió una grave derrota en Silao; el partido conservador decidió entonces
unir definitivamente su suerte con el “joven Macabeo”, y lo hizo elegir pre-
sidente unos días después, por la junta de notables reunida en México.123
Ocampo vio seguramente lo que el desaliento y el cansancio impidieron ver
al doctor Manzo: la guerra civil iba a terminar con un éxito estruendoso del
gobierno de Veracruz.
Para Juárez, sin embargo, el panorama era oscuro y complicado; en
cierta forma, se repetiría la resbaladiza situación que ocasionó, en 1855, el
tropiezo político de la revolución de Ayutla que trajo la caída de Juan Álva-
rez. Ahora son los diplomáticos extranjeros, los ministros de Francia, In-
a
glaterra y España, quienes tratan de impedir, con habilidosas maniobras,
rrú
la derrota plena del bando conservador. Por desgracia, el agotamiento físi-
co y moral causado por dos años y medio de guerra civil, predispuso a mu-
chos liberales a buscar un pronto fin de las hostilidades, a través de la
Po
transacción que se ofrecía. Hombres como Lerdo, Degollado y González Or-
tega son sondeados por los finos diplomáticos, con pretextos humanitarios,
para que brinden su apoyo a una solución negociada que haga a un lado la
a
cibir la invitación del Presidente, Ocampo captó sin duda, de un golpe, todo
el alcance de la situación. Era para defender esas tres cosas que don Benito
u
aspectos negativos del gobierno liberal, pero convencido de que era posible,
gracias a la situación militar favorable, salvar la constitución y la reforma.
Hubo algunos antecedentes inmediatos del retorno de Ocampo. El 9 de
septiembre Degollado había dado un paso en falso; con el pretexto de que
era necesario concluir la guerra a cualquier costo, don Santos aceptó la pro-
posición de Doblado para apoderarse de una fuerte suma de dinero particu-
lar que era escoltada por un destacamento de sus tropas. Con este motivo,
el principal caudillo del ejército liberal entró en pláticas con los diplomáti-
cos extranjeros y los jefes conservadores, a quienes propuso dos semanas
después un plan de pacificación nacional.125 Es bien sabido que Degollado
ponía como condición que se conservara la legislación reformista; pero al
dar participación a los diplomáticos extranjeros en la aplicación del plan y
a
al admitir la reunión de un nuevo congreso constituyente, haciendo a un
rrú
lado al gobierno de Veracruz, abría la puerta a la temida transacción con un
partido vencido políticamente y cuya derrota militar no estaba lejana.126
Al día siguiente que Degollado expuso a Juárez su plan de pacificación,
Po
don Melchor aceptó reintegrarse al gabinete.127 Para el día 1o. de octubre
estaba ya en Veracruz y tres días más tarde era rechazado por el gobierno el
plan de don Santos.128 A mediados del mes Degollado fue destituido, a pro-
a
cho que don Santos Degollado se había de pronunciar, y que yo tendría que
pedir su destitución, habría abofeteado a quien me lo hubiera dicho. Sin
pr
125 México a través de los siglos; tomo V, p. 449. Ambas medidas causaron estupefac-
ción en el bando liberal; respecto a la primera, sin embargo, Juárez reaccionó inicialmente
con calma notable. Véase la carta de Prieto a Ocampo, escrita al enterarse de lo ocurrido a la
conducta: INAH; cartas personales, doc. 50-P-25-51.
126 Juárez, correspondencia; tomo II, p. 773.
127 Idem; p. 766.
128 Idem; pp. 793 a 795.
129 Historia del primer congreso constitucional; tomo II, p. 262.
130 Juárez, correspondencia; tomo III, pp. 27 y 28.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 443
a
pronto se relacionó con los grupos liberales y tres años después participó
rrú
en la revolución contra Santa Anna. Fue juez durante algunos años y coo-
peró en la defensa de Veracruz cuando la invasión americana; durante cier-
to tiempo, vivió después retirado en una hacienda del centro del país. En
Po
junio de 1855 se levantó en Orizaba contra el régimen santanista; entró al
puerto de Veracruz en septiembre de ese año y fue reconocido como gober-
nador. Combatió el levantamiento de Zacapoaxtla a las órdenes de Comon-
a
fort; se retiró a la vida privada durante algunos meses, pero volvió para
eb
a
ción; Félix Romero lo consideró “hombre de carácter apacible, que parecía
ser débil sin serlo, a fin de cumplir su programa de autoridad paternal”,
rrú
pero agregó que sabía resistir a las autoridades superiores con más carác-
ter y temple de lo que se esperaba. Simpatizó con Ocampo en Veracruz; no
Po
obstante, Mata dijo de él que “si como tenía entendimiento y deseos de
hacer el bien, hubiera tenido valor, su mérito habría sido inestimable”.
Probablemente influido por Lerdo, según la prensa de la época, consideró
a
134 1814-1866.
135 1814-1866.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 445
a
gabinete de Juárez y representó también a la nación en Francia, al tiempo
rrú
del rompimiento con Napoleón III.
Al terminar octubre de 1860, por lo tanto, el gabinete de Juárez estaba
integrado por Ocampo y Mata, más un liberal moderado de larga y conocida
Po
trayectoria, junto a dos miembros del grupo de Vera-cruz, al que en forma
más o menos indirecta pertenecía Miguel Lerdo de Tejada. El día 4 de no-
viembre, éste último transmitió al Presidente la invitación que le había cur-
a
duda otro paso en falso, que fue rechazado de inmediato por el gobierno de
Veracruz, pero que, fatalmente tenía que producir un acercamiento de Llave
pr
ratificación por otros tres meses, se encuentra entre los papeles de Ocampo: INAH; 1a. serie,
caja 12, doc. 17-3-1-7.
446 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
renuncia a causa del asunto Barrón-Forbes en 1857, como por la forma en
rrú
que había llevado las negociaciones con McLane después de la salida de
Ocampo de relaciones, en agosto de 1859.
Parece ser que Mata no se dio cuenta de lo que, fatalmente, tenía que
Po
ocurrir al día siguiente. En primer lugar, había pasado la mayor parte del
año 60 en los Estados Unidos, donde su principal ocupación consistió, en
ese lapso, en tratar de convencer a los senadores yanquis de la convenien-
a
cia del tratado. No había, por lo tanto, apreciado de cerca la reacción que se
eb
existía sobre los alcances reales del tratado, que la historia demostró des-
pués cuán difícil era eliminar. Por otro lado, Mata no tenía una buena opi-
pr
libertad religiosa, del juicio por jurados, etc. Como yo lo creo honrado y juz-
go que procedió entonces con arreglo a sus convicciones…en este caso, us-
tedes tienen en vez de un auxiliar en la grande obra de la reforma del país,
un obstáculo para esa misma reforma…en una de mis conversaciones con
este señor…le dije que le tenía miedo al diablo”.142
Esta vez, sin embargo, Fuente tenía a la mano, para fundamentar su
posición, otro género de razones. La reacción que manifestó la prensa libe-
ral en mayo del año siguiente, ante los ataques de Aguirre en el congreso
contra el tratado McLane, indicó claramente que el convenio no era popular.
a
nazas públicas que el Presidente norteamericano profería en contra de
rrú
nuestro país; por otra parte, había bloqueado la intervención de las escua-
dras europeas estacionadas en Veracruz, dando tiempo a que la guerra civil
se resolviera “mexicanamente”, según la frase que la prensa conservadora
Po
atribuía a don Melchor. Además, había impedido que los grupos liberales
hostiles a Juárez provocaran su desplazamiento de la presidencia, ponien-
do en entredicho así la legalidad del gobierno de Veracruz y la obra toda de
a
quince días antes del ingreso de Mata y una semana escasa después del re-
torno de don Melchor. El grupo de Veracruz, que había sido el factor más
1a
143 Véase en El Heraldo; 23-1-1861, la presión que Lerdo ejerció en diciembre de 1859
para “procurar por medios pacíficos algún arreglo que diera por resultado el triunfo de los
dos grandes principios de nuestra bandera, esto es, el de que sólo en la nación reside el de-
recho de constituirse como mejor le convenga y el de la reforma ya dictada y sancionada por
ella misma o seguir la guerra con otra energía que hasta entonces…” Sobre la versión del
tratado que Lerdo envió con Díaz Mirón desde Estados Unidos, véase: Blázquez, p. 154.
448 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
hacía McLane antes de regresar a su país.145 Según consignan los apuntes
rrú
de Juárez para su diario, Ocampo habló también de separarse del gabinete;
no obstante, su desacuerdo estuvo ligado a una petición concreta de Llave
contra un empleado de hacienda, de filiación conservadora, y no parece ha-
Po
ber estado relacionada con el asunto del tratado.146 En todo caso, la cues-
tión se resolvió ocupando Ocampo la secretaría de hacienda, con carácter
de encargado, a proposición del propio don Melchor.
a
electoral aprobada por el congreso en 57. A principios del mes siguiente fue
promulgada, asimismo, la ley sobre libertad de cultos, firmada por Fuente y
pr
144 Datos autobiográficos; p. 274. Parece que Mata recibió la orden, pero creyó ser más
útil en Veracruz y viajó a Nueva Orleans sólo para recoger a su familia. INATI; cartas perso-
nales, doc. 50-R-29-10.
145 Véase la carta de Mata a Ocampo, de fecha 25-XI-1860: 1NAH; 2a. serie legajo 8,
papeles sueltos.
146 Datos autobiográficos; p. 274. Memoria de hacienda (1870); p. 1056.
SEXTA JORNADA. HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN 449
a
actos religiosos no podrían verificarse fuera de los templos sin permiso de
rrú
las autoridades, y desde luego deberían realizarse de acuerdo con lo esta-
blecido por las demás leyes de reforma.
Al terminar el año, cuando el gobierno se disponía a trasladarse a la
Po
capital, como consecuencia de la derrota final de los ejércitos conservado-
res, era evidente, por lo tanto, que la gestión de Ocampo estaba de hecho
terminada. Sin embargo durante el breve período de tres semanas que toda-
a
xico en esos días, fue la muerte del periodista Vicente Segura Arguelles.149
Este destacado escritor había colaborado, a partir de 1845, con Ignacio Ra-
mírez y Guillermo Prieto en la edición de un periódico satírico, que criticó
las costumbres y los vicios políticos de la época del presidente Paredes.
Posteriormente, Segura evolucionó hacia posiciones cada vez más conser-
vadoras, bajo la influencia de personalidades literarias como Pesado, el
médico Carpio y don Bernardo Couto. Durante la última dictadura de Santa
Anna y durante la guerra de tres años, dirigió periódicos de extrema dere-
cha, como el “Ómnibus” y el “Diario de Avisos”. Después de Calpulálpam
a
me a nuestras leyes, con su persona y bienes, los autores de las revueltas,
rrú
el clero pagará con sus bienes los perjuicios ocasionados al país por la últi-
ma guerra”.150 Para este fin, Ocampo ordenó intervenir los diezmatorios y
los emolumentos de los párrocos.
Po
El tiempo habría de aportar nuevas pruebas en apoyo de estas aprecia-
ciones de don Melchor. Se recordará que uno de los principales puntos de
discrepancia con Fuente, al regresar el gobierno a la ciudad de México, fue
a
tomaron posesión ocho días más tarde.151 A fines del mes salieron del país
los obispos Munguía, Madrid, Espinoza y Barajas, así como el arzobispo de
pr
a
A la salida de Fuente, ya se había incorporado González Ortega, como mi-
rrú
nistro de guerra, y el propio Ocampo trató de que lo hiciera Zarco, pero éste
se rehusó durante algunos días.155 El Siglo explicó así la primera etapa del
cambio: “Al llegar el señor Presidente a la capital de la República, creyó
Po
conveniente completar el gabinete y nombró ministro de la guerra y mari-
na, al señor general don Jesús González Ortega, y de relaciones exteriores
al señor don Francisco Zarco. El primero está ya en posesión de su cartera; el
a
gunda parte la explicó así el Monitor: “La cuestión que ha tenido agitados
los ánimos hace dos días es la del indulto o conmutación de pena de don
Isidro Díaz, y el rumor muy válido de que iba a concederse un perdón gene-
ral…De aquí esa grita contra el ministerio, acusándolo de debilidad y de
inconsecuencia; de aquí esas muestras de desconfianza que se han repetido
15-1-1861. Zarco envió una carta de agradecimiento a don Melchor: INAH; legajo 50 (cartas
personales), doc. 50-2-6-2.
156 El Siglo XIX; 15-I-1861.
452 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
bastante…El señor Fuente, ministro de justicia, que como tal firmó la or-
den de conmutación de pena, ha presentado su renuncia; y el señor Presi-
dente ha creído deber admitírsela como una satisfacción a la opinión
pública…los ministros todos creen que deben retirarse; todos, aun cuando
se dice generalmente que el señor Ocampo, firme y valiente, ha defendido el
principio de la justicia en el caso actual. El señor Presidente ha manifesta-
do que en el caso de renunciar el ministerio todo, él también se retiraría…
Es preciso que se aclaren todas las cosas, para que se pueda juzgar con co-
nocimiento de causa…Pero que se publique todo, para que la nación sepa
lo que debe dar a cada uno…”.157
El periódico de Vicente García Torres (1811-1893) fue el más objetivo e
imparcial para reseñar los sucesos políticos de enero de 1861. Este impre-
a
sor y periodista había publicado, a lo largo de los años, varias cartas de
Ocampo. García Torres fue de origen humilde, pero lo protegió un aristócra-
rrú
ta que lo llevó consigo a Europa cuando aún era muy joven; supo mante-
nerse independiente y sostener ideas avanzadas en sus publicaciones,
Po
cuyas finanzas progresaron con el tiempo. Fue ardiente partidario de la de-
fensa nacional durante la intervención americana. En general, recogió los
puntos de vista del partido liberal “puro”, pero no vaciló en contradecir a
a
a
nuestro país. Ignacio Ramírez,159 nacido en el seno de una familia liberal,
combatió toda su vida los prejuicios y el fanatismo. En la academia de Le-
rrú
trán defendió, siendo muy joven, una tesis titulada: “No hay Dios, los seres
de la naturaleza se sostienen por sí mismos”; su brillante disertación, como
Po
es sabido, causó gran conmoción en la época y ha dado motivo después a
sonados incidentes. Se inició en el periodismo político en 1845, en un órga-
no satírico que renovó la vena del Pensador Mexicano y el “Gallo Pitagóri-
a
México; fue encarcelado por Santa Anna y tomó parte muy activa, a la
caída de éste, en el congreso constituyente. Trató de unirse con Juárez,
después del golpe de Tacubaya, pero fue apresado en el camino y estuvo
u
159 1818-1879.
454 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
diato los periódicos conservadores, que no ocultaban ni el apoyo económico
rrú
que recibían, ni la solidaridad política que los unía con los regímenes que
habían gobernado en la capital durante tres años.161 El acuerdo de 3 de ene-
ro estaba destinado a operar con el decreto de 17 de diciembre anterior, ex-
Po
pedido por Juárez todavía en Veracruz, que establecía un fondo especial
para el pago de reclamaciones originadas con motivo de la guerra.162 Pero
en cierta forma, el tono de esa disposición reflejaba el período en que el go-
a
tivas extraordinarias que, según señalaba con razón don Melchor, le habían
otorgado las circunstancias creadas por el golpe de estado de Tacubaya. A
u
enero de 1861, era evidente que esas circunstancias habían cambiado y que
el presidente Juárez tendría que prescindir de algunas de las facultades
que transitoriamente había ejercido. Esto saltó a la vista, por ejemplo, en la
1a
necesario un cambio total del gabinete y por las que consideraba terminada
su actuación pública.164
El cambio de rumbo y de métodos del gobierno, sin embargo, por fuerza
originó una fuerte hostilidad de una parte de la prensa liberal hacia Ocam-
po. Como de inmediato estalló la polémica con Lerdo, que desde luego le
atrajo los ataques de los partidarios de la candidatura de don Miguel, no
resulta difícil explicar que se publicara cierto número de artículos contra el
michoacano, en el curso de los meses siguientes, a pesar de su retiro a Po-
moca. No obstante, conviene examinar brevemente algunos aspectos de
esta campaña de prensa, por la relación que guarda con aspectos importan-
tes de la gestión anterior de Ocampo, realizada durante los años que el
gobierno pasó en Veracruz.
a
Al publicarse la ley Prieto, el 10 de febrero de 1861, quedaron deroga-
rrú
das las circulares de Ocampo que eran objeto de los ataques de la prensa
lerdista.165 Además, el propio Prieto criticó la situación creada en relación
con los bienes nacionalizados, al tomar posesión del ministerio de hacien-
Po
da. Con respecto a la nacionalización de los bienes del clero, decía don Gui-
llermo en su carta a los gobernadores de los estados: “La iniciativa de esta
revolución, cuya gloria inmortal pertenece al señor Lerdo de Tejada, lanzó
a
164 Véase la carta a Plácido Vega, en Obras; tomo II, pp. 311 a 314.
165 Heraldo; 31-I-1861. El Progreso; 1o.-II-I861, 2-II-1861.
166 Monitor; 8-II-1861.
456 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
Poco antes de separarse del gabinete, Ocampo dictó una disposición
rrú
para que no se pagaran las rentas del mes de enero, con algunas excepcio-
nes, por los arrendatarios de bienes sujetos a la desamortización; la prensa
objetó que al presentarse los adjudicatarios en la oficina de desamortiza-
Po
ción a hacer la redención, tendrían que pagar réditos por el mes corriente,
pero no recibirían el producto del capital o sea la renta de las casas. En
realidad, muchos adjudicatarios no tenían derechos, porque no habían se-
a
guido los trámites legales adecuados, para obtener los títulos de propiedad;
eb
cambie de dueño y se resigne con el yugo que le imponen las pasiones más
bastardas; quiso la ley la redención de los menesterosos, la glorificación
del trabajo, la extinción de los dolores sociales por medio de la caridad ma-
ternal, de la justicia; y se pretende con la usurpación de los títulos de la re-
volución, desnaturalizarla y frustrar sus miras…”.168
Los negocios fáciles estaban a la orden del día. Poco después de apare-
cido el reglamento de Prieto, la prensa describió el caso de un rico persona-
je, “nada liberal”, que por 20 mil pesos se hizo de casas del clero, valuadas
en 54 mil pesos y que en realidad valían 74 mil.169 Con relación al citado
reglamento, decía un editorial a mediados de febrero: “Ni los denunciantes,
ni los adjudicatarios han quedado contentos; ni los que han contratado con
el gobierno legítimo, ni los que hicieron negocio con los usurpadores, están
satisfechos, pues para todos es perjudicial el reglamento-embrollo del se-
ñor Prieto…”.170
Después de la renuncia de Prieto, que tuvo por fecha el 27 de marzo, los
ataques en su contra se extremaron, hasta el punto de que publicó una de-
fensa conjunta con José Ma. Iglesias, sobre la forma en que se habían ma-
nejado las partidas de viáticos durante su gestión en hacienda. Aunque los
ataques no mencionaban específicamente a don Melchor, el documento de
Prieto e Iglesias señaló que los viáticos “asignados al señor Ocampo fueron
(como los de Prieto) por la travesía de Guadalajara, Manzanillo, Habana,
los Estados Unidos, hasta Veracruz, de un viaje lleno de penalidades y peli-
a
gros. El señor Ocampo no solicitó esa suma —seguía diciendo el documen-
rrú
to—, ni hizo indicación alguna sobre ella, se la concedió el ministerio muy
espontáneamente y casi a excusas, porque el señor Ocampo es una de las
personas que merecen veneración en materias de delicadeza y probidad, y
Po
se la concedió porque era justo, porque el señor Ocampo ha sacrificado una
rica fortuna por servir al país, etc.”.171 En realidad, Ocampo había recibido
algo menos de 900 pesos de viáticos, en esa ocasión.172
a
una cantidad menor que el tercio que le daba la ley; en esos trámites anda-
ba la cuestión, cuando Ocampo se separó del ministerio y Juárez dio ins-
1a
a
cer todo género de esfuerzos para derrocar al gobierno farsante de esa
rrú
manera se abría la puerta a grandes especulaciones que aseguraban al go-
bierno (liberal) un gran recurso para salir de la situación verdaderamente
aflictiva en que se hallaba…”.175 Las disposiciones de Ocampo, con sus
Po
preocupaciones porque los plazos no resultaran imposibles de cumplir para
los adjudicatarios, con sus facilidades para admitir bonos de la deuda inte-
rior y exterior, con sus excepciones, sus dispensas y sus reconocimientos
a
cienda; tal vez, al decidirlo así don Benito recordó las circunstancias, tan
sorpresivas, en que Mata había recibido el mismo encargo en octubre del
año anterior. Al separarse, esta segunda vez, don José Ma. tuvo un rasgo
quijotesco y donó al erario público, cuya difícil situación le constaba como
secretario del ramo, los 14 mil pesos de sueldos atrasados que se le de-
bían176 y que entonces constituían una pequeña fortuna.
En víspera de que el congreso declarara presidente electo a don Benito,
la situación en la capital era confusa y contradictoria. La prensa publicaba
los manifiestos de los jefes conservadores, cuyas tropas, según vimos,
llegaban con frecuencia hasta las garitas de la ciudad; era público y notorio
que el expresidente Comonfort estaba en contacto con Vidaurri y quería re-
gresar al país; repetidas veces se dijo en los periódicos que don Manuel Do-
blado “estaba en convivencia con algunos personajes para dar otro giro a la
revolución…”.177
En este breve intermedio que precedió a la intervención, tal parecía, en
efecto, que Doblado178 era el hombre del futuro. Ya lo había parecido, en los
días en que se derrumbaba Comonfort; en efecto, el 28 de diciembre de 57,
Prieto le escribía desde México: “Yo tenía y tengo en mi conciencia, que na-
die puede ser presidente más que usted; pero en vista de este conflicto, opi-
no porque la legalidad sea la consigna de esta lucha por el movimiento, sin
invocar nombre alguno que despierte celos, vendrá el poder a manos de
a
Juárez y Parrodi, Llave y Zamora, usted, todos tendrán que seguir ese em-
rrú
puje moral que está en el instinto público…”. Por cierto que en esta carta
don Guillermo menciona un interesante documento de Ocampo —donde de-
finía su posición frente al golpe de Tacubaya— que por desgracia se ha
Po
perdido: “Deseando yo poner alrededor de usted lo que conozco de más leal
y de más ilustre en el partido liberal, vi al señor don Melchor Ocampo y con-
ferencié sobre la situación; su opinión para que la transmitiese a usted se
a
a
rrú
Po
a
u eb
pr
1a
Séptima Jornada
VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO
La mañana en que Ocampo abandonó Villa del Carbón, enmedio de centenares de gue-
a
rrilleros y tropas irregulares, restos de los ejércitos del partido conservador, fue sin
rrú
duda una mañana límpida como otra cualquiera, como aquella de 1813 en que la po-
blación madrugó inquieta y levantó sus arcos de flores para esperar la entrada del
cura Rendón. Las informaciones de prensa, según dijimos, indicaron que la ocupación
Po
del pueblo fue acompañada de violencias contra sus habitantes; no faltaron, sin em-
bargo, algunos vecinos que llevaran a don Melchor alimentos y uno que otro de los
utensilios que puede necesitar un prisionero, aún en su última noche entre los vivos.
a
El 4 de noviembre de 1855 —es decir, sólo cinco años y meses antes— la revolu-
eb
ción triunfal de Ayutla celebraba en Cuernavaca una magna reunión, cuyo objeto cen-
tral era designar al presidente de la República y poner en sus manos el gobierno del
u
país. “Hasta ayer tarde —escribió desde México un amigo a Mariano Riva Palacio, que
pr
para que formara el ministerio…Muñoz Ledo acaba de contarme como cosa segura
que los ministros son Ocampo en relaciones, Comonfort en gobernación, Juárez en
justicia, Zuloaga en guerra y Prieto en hacienda “Sólo en un error cayó Muñoz Ledo:
Zuloaga no habría de entrar al gabinete encabezado por Ocampo.
El país había vivido tanto en esos cinco densos años, que no parecía nadie sor-
prenderse de que el fallido y contradictorio ministro de guerra de la revolución refor-
mista triunfante fuera, en esa mañana, el presidente de la república del bando
contrario, derrotado ya, que llevaba como prisionero al jefe del gabinete en que no se
le había dado entrada.
El camino de Villa del Carbón a Tepexi corre sobre una larga loma, cubierta con
bosque tan decadente que no evita ya en absoluto la erosión. A un lado y otro de la
colina, el agua ha excavado pequeñas vías que se reúnen formando gargantas cada
vez mayores hasta desembocar en las dos profundas hendeduras que forman sus bor-
des. Es muy posible que ciento veinte años atrás, la vegetación secundaria y aun algunos
461
462 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
árboles altos dieran al paisaje un contraste menor con las zonas francamente arbola-
das que hoy existen de Villa del Carbón hacia arriba.
Desde algunos puntos del trayecto la vista sobre el valle resulta espectacular; tal
vez lo haya sido desde hace siglos, por la ausencia de bosque que cubriera el panora-
ma. Sobre la colina paralela al camino que siguió don Melchor, por ejemplo, se en-
cuentra una construcción precortesiana, ya en ruinas, en la cima de una ligera
prominencia del terreno. Hoy día se le llama “El Mogote”, pero a todas luces fue un
observatorio que dominaba una considerable extensión de la planicie. Quizá combi-
nación de templo con fortaleza militar, su posición y sus dimensiones indican la
riqueza agrícola que era vigilada y protegida, natural y sobrenaturalmente, desde lo
alto de la colina.
La ruta no es casi sino un prolongado descenso, hasta llegar a la antigua pobla-
ción de San Luis Taximay, cubierta hoy por las aguas de la presa, entre las cuales so-
a
bresale, solitario, él extremo superior del campanario de la iglesia del pueblo
rrú
abandonado. Al pie de ésta pasaron las tropas, todavía muy de mañana, pues Taxi-
may es casi matemáticamente la mitad del camino. Es ya el cuarto día que Ocam-po
Po
pasa prisionero, desde el jueves de Corpus, en que la suerte le dio una inopinada “ta-
rascada”, al hacerlo caer en las manos de Cajiga. Poco después de Taximay, donde el
cauce de las aguas torrenciales que hoy detiene la presa se empieza a abrir hacia un
a
valle más amplio, dispuesto casi de sur a norte, el paraje lleva al melancólico nombre
de “Golondrinas”. A partir de ahí, se camina por trechos entre filas de árboles, como
eb
era común en los caminos reales, y se cruzan periódicamente pequeños puentes bajo
los cuales, en junio, sólo corren hilos de agua. Sobre uno de ellos se detuvo la comiti-
u
va; entre tantas versiones contradictorias y dudosas, corre una de que don Melchor
pr
tomó ahí de su cintura una limeta y pidió a otro preso que bajara a llenarla al arroyo:
“No te preocupes hijo —le habría dicho—. Aquí nos van a canjear”.
A partir de San Luis Taximay principian las tierras cultivadas. Para un hombre de
1a
campo, como lo era don Melchor, debe haber sido un gran placer, después de la sole-
dad de los bosques y del espectáculo angustioso y deprimente de las tierras erosiona-
das, mordidas por el desgaste de las aguas y los vientos, entrar a la simetría y la
limpieza de los cultivos, los pequeños bordos para riego, los canales y las bardas de
los huertos ocasionales a los lados del camino. Las milpas apenas estaban apuntan-
do, pues todavía no caían las primeras aguas.
Desde el momento en que Ocampo renunció a su profesión de abogado, mostró
una evidente vocación por la agricultura. “En 1835 —dicen sus apuntes autobiográ-
ficos— dejé la carrera para ir a cuidar mis bienes, que consistían en la hacienda de
Pateo”. A lo largo de los cinco años siguientes, don Melchor recorrió detallada y cui-
dadosamente la región cercana a su propiedad, siguió el curso de los ríos, subió a los
minerales de El Oro y Tlalpujahua, estudió botánica, hizo observaciones astronómi-
cas. En esos años nació Josefina, quien creyó ser huérfana durante algún tiempo, tal
vez porque una peculiar situación legal orillara a Ocampo a no contraer matrimonio;
SÉPTIMA JORNADA. VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO 463
a
propuso para dirigir la nueva escuela de agricultura que intentaba formar; con este
rrú
motivo, Ocampo presentó a la “Dirección General de la Industria Nacional” un plan
para la enseñanza de la agricultura, del cual se conoce una copia conservada por
Po
Mariano Riva Palacio.
“Multiplicar, perfeccionar y aprovechar algunas plantas y animales es el objeto de
la agricultura —escribió don Melchor—, considerada simplemente como un arte, aun-
a
que sea la más necesaria entre ellas, puesto que es la que alimenta a la especie huma-
na, hace la prosperidad de las naciones y ministra a todas las otras artes ocupación y
eb
agregarse todavía “40 millones a que por lo bajo ascendía el valor de la reproducción
pr
del ganado y las aves”, según diría poco más tarde un celebrado manual estadístico.
Como al mismo tiempo se estimaba el producto total de la minería en 26 millones de
pesos al año, y como el resto de la industria nacional producía “de 90 a 100 millones
1a
a
atender “al grado conveniente de madurez, el momento oportuno, el modo económico
rrú
de recolección y los métodos más expeditos de limpieza y más seguros de conserva-
ción”. Subraya, además, que existen muchos productos agrícolas “que no pueden en-
Po
tregarse en bruto al consumo y cuyas primeras preparaciones gravarían a la sociedad
si no se hiciesen por la mano misma que ha cuidado la producción”.
“A todos estos puntos —añadió Ocampo— conviene el conocimiento pormenori-
a
zado de la construcción, costo y uso de los instrumentos (de trabajo), así como el de
las varias potencias de que nos servimos para mover algunos de ellos, especialmente
eb
el de los animales cuyo empleo es más frecuente”. “Es de tal manera grande la conve-
niencia de reunir al cuidado de las plantas el de los animales —indica después— que
u
ni aun se concebiría lo que hoy vale la agricultura si hubiera de separarse del todo la
pr
cría de algunos animales”. “En cuanto a ellos —concluye— (los objetivos generales)
se recapitulan en estas tres palabras: criar, educar y aprovechar”, propósitos que de-
sarrolla brevemente, como hizo con referencia a la agricultura.
1a
de la nación: “por la necesidad del trabajo inspirar el amor a él y formar su hábito, por
la necesidad de la economía crear la riqueza y dirigirla a objetos útiles, por el goce de la
independencia producir el sentimiento de la dignidad personal y con él la integridad y
el valor civil”. El michoacano creía que los agricultores, alejados de la corrupción de
las ciudades, anidarían sentimientos de benevolencia y estarían predispuestos para la
beneficencia mutua. Rechazaba el concepto “de algunos economistas modernos”, que
consideran a la agricultura como una simple explotación, encaminada a producir lo
más, lo mejor y lo más barato posible. Además de ello, reclamaba que persiguiera
“desterrar la idolatría del •oro” y formara hombres eminentes, como en la antigüe-
dad, animados de una “benevolencia patriarcal”.
Los propósitos del plan de enseñanza agrícola de Ocampo, vistos a la luz de los
ciento treinta y tres años transcurridos, tal vez parezcan un tanto utópicos y alejados
de la realidad. Sin embargo, debe tenerse presente que un siglo más tarde de cuando
a
fueron escritos se estaba realizando en nuestro país una enorme transformación de la
rrú
propiedad de la tierra y por consecuencia de la agricultura; esta transformación, cuyo
objetivo central consistió en distribuir la tierra entre los hombres que la trabajan, te-
Po
nía implícitas las metas del plan de enseñanza de Ocampo, que no son sino sencillas y
clarividentes realizaciones del nuevo tipo de hombre que es indispensable crear para
convertir el cultivo del campo en una aplicación científica. Desde este ángulo, don
a
de la nueva organización que se quiso crear y no quedará sino regresar a los agriculto-
res a la condición de asalariados de una moderna explotación capitalista, tan despia-
u
dada como lo fue la vieja hacienda feudal. Hay en el campo de nuestro país, hoy día,
pr
a
del país.
rrú
Cuando el colegio de San Gregorio decidió, en 1850, el establecimiento de la carre-
ra de agricultura teórica y práctica en su hacienda de San José Acolman, elaboró una
exposición de las bases de su plan de estudios que resulta interesante comparar con el
Po
plan que redactó Ocampo para la “Dirección de Industria”. Ambos documentos, desde
luego, coinciden en el enfoque inicial: lo que hace falta a la agricultura —dicen los
dos— es una guía y dirección científicas. Es más, en la descripción de las ventajas
a
económicas y de la conveniencia nacional de dar ese impulso al cultivo del campo, si-
eb
guen sendas también paralelas; en cambio, destaca de inmediato que el plan de estu-
dios del colegio de San Gregorio no consideró necesaria una nueva relación de los
u
agricultores con la tierra. “La agricultura —dice esa exposición— mantiene a la po-
pr
blación sana y contenta”, porque, subraya, las tierras pasan intactas “a través de las
injurias del cielo y del fuego a las revoluciones”. A nadie puede escapar que un pro-
grama educativo de esta naturaleza, en la época en que fue elaborado el que ahora
1a
nos ocupa, difícilmente podía hacer énfasis en el problema social existente en el cam-
po; conviene subrayar, sin embargo, que el plan de Ocampo cobra una dimensión
nueva a la luz de sus ideas sobre la necesidad tanto del reparto de tierras a los pue-
blos, como de acabar con el peonaje, que al sumir a los agricultores en la miseria y la
abyección, frustra de antemano cualquier propósito de educación científica.
Don Melchor no pudo dejar de observar, a medida que se acercaba con sus capto-
res a Tepexi del Río, que esta región muestra ya claramente la cercanía al centro polí-
tico y económico del país. Las poblaciones indígenas se encuentran mucho más
asentadas en la zona que rodea a Pateo y Pomoca, donde pueden trazarse todavía
fronteras entre las áreas tarasca, otomí, mazahua y mexicana, y entre éstas y las zo-
nas francamente incorporadas a la vida urbana. Tal hecho se puede constatar, por
ejemplo, observando la distribución de los nombres de poblaciones de esos diversos
orígenes. Una cercanía mayor a la capital del país, confunde en el área de Tepexi las
fronteras, modifica y trastoca la situación relativa de los estratos originales. De Taximay
SÉPTIMA JORNADA. VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO 467
para arriba, hasta Chapa de Mota, Ocampo podía verificar que las poblaciones son
pequeñas y carecen casi totalmente de nombres indígenas. Villa del Carbón, la más
importante de ellas, constituye una muestra de lo acontecido en toda la región; a pe-
sar de su situación poco accesible, esa villa se formó como un asentamiento de espa-
ñoles, animados por las favorables perspectivas de la producción del combustible que
consumía la capital. Los asentamientos incipientes que la rodean, desde San Francis-
co de las Tablas hasta Las Moras, pasando por Las Animas, La Cañada, San Salvador
de la Laguna y Los Oratorios, son rancherías con nombre castellano. Existen, desde
luego, ruinas prehispánicas; pero la huella de la población que las construyó, no se
percibe ya en la toponimia regional.
Desde Taximay hacia el valle reaparecen los nombres indígenas de las poblacio-
nes; pero la confusión es muy grande y en no pocos casos se ha perdido por completo
el significado original, cosa que se manifiesta en las interpretaciones más opuestas y
a
aun contradictorias. Está en duda, para empezar, si este último nombre es de origen
rrú
otomí o mexicano, lo cual, por supuesto, no ha impedido que estén asentadas sendas
interpretaciones para ambos casos. Quienes se inclinen por el otomí, pueden invocar
Po
autoridades en su apoyo y decir que significa “lugar de pastores de ovejas blancas”;
pero quienes prefieren el mexicano, pueden a su vez decir que es una especie de pobla-
ción hermana de la antigua Taximaroa, “lugar de carpinterías”. Sin embargo, a nadie
a
debe sorprender que esas mismas autoridades atribuyan a la palabra un origen taras-
co. Más abajo, ya cerca de Tepexi, el camino seguido por la comitiva de don Melchor
eb
pasa a un lado de otra pequeña ranchería de nombre con inconfundible sabor otomí;
Tax-hido, cuyo significado se ha perdido, pero puede conjeturarse que alude a algo así
u
Muy cerca del último lugar mencionado, el camino pasa junto a Santiago Tlapa-
naloya, acerca de cuyo nombre existe una confusión no menor. Para algunos entendi-
dos, es también lugar fraternal de la familiar Tlaxpana, bien conocida en la ciudad de
1a
México, y por ello significa “lugar donde barren”; otras autoridades, sin duda llevadas
por un débil hilo de conjeturas, traducen en cambio: “donde se hacen techos o azo-
teas”. Poco antes, la senda seguida por la banda conservadora se desliza entre dos
poblados, cuyos nombres no ameritan interpretación: Santa María Quelites y San Ig-
nacio Nopala. Y finalmente, esa senda desemboca en Tepexi del Río, unánimemente
traducido por “lugar peñascoso” y cuyo símbolo prehispánico, un cerro hendido o
partido hasta su mitad, puede verse en alguno de los contados códices precortesianos,
con la palabra Tepexic al lado, en una transcripción posterior castellanizada.
“Nos dirigimos —relató más tarde Zuloaga— a Tepexi del Río, que es una larga
calle con casas a los lados y un puente a la entrada”. La comitiva llegó a la población
un poco antes de las once de la mañana, desfiló por la calle real hasta el mesón de
“Las Palomas”, edificio de mampostería de un solo piso, situado unos 200 metros
antes de llegar a la plaza. El interior del mesón, según una vieja fotografía que corres-
ponde con las descripciones que se conservan, constaba de un gran patio, rodeado de
468 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
otra vez, a Zuloaga y Márquez con el propósito de librar al michoacano de la pena ca-
rrú
pital. Encontraron a Márquez en compañía de Zuloaga y otros militares, pero la solici-
tud fue denegada por el primero, con un: “No hay remedio”.
Po
¿Qué esperaban los conservadores encontrar en Tepexi? ¿Cómo fue que decidie-
ron fusilar a Ocampo? Una respuesta clara a estas preguntas es muy difícil de formu-
lar; pero existen datos que dan alguna luz. De acuerdo con la prensa de la ciudad de
a
México, el domingo 2 por la noche salió un correo extraordinario que llevaba a Tepexi
dos cartas de la señora Zuloaga, fechadas en la prisión del arzobispado y dirigidas a
eb
los generales Zuloaga y Márquez. En ellas, la señora transmitía una solicitud perso-
nal del ministro francés y otra de su gobierno para que Ocampo fuera puesto en liber-
u
tad; dejó la prisión, el domingo 2 por la noche, según consta en las efemérides escritas
pr
oficial pronunciado a nombre del congreso en las honras fúnebres de Ocampo. Lo más
que podemos decir, por lo tanto, es que al llegar a Tepexi, por un mecanismo que no
conocemos, se puso en claro que no habrá canje; ante esa situación, Zuloaga y Már-
quez ordenaron la ejecución de inmediato. Sería ingenuo creer que pudo haberlos de-
tenido el hecho de recibir las pulidas cartas que los esperaban en Tepexi. La carta de
Márquez que llegó a México a la mañana siguiente del crimen, no deja al respecto
duda alguna: “Mientras se asesine a personas como el señor Trejo, en la ciudadela, los
jefes y oficiales del Monte de las Cruces y los demás que en estos últimos días han co-
rrido la misma suerte y, sobre todo, mientras se atente a las familias, que es lo más
sagrado del hombre, no sólo es imposible terminar la lucha, sino por el contrario, es-
tableciéndose el espantoso sistema de las represalias, Dios sabe a dónde iremos a
parar”. Ocampo, desde luego, fue totalmente ajeno a los hechos que Márquez mencio-
nó en su carta.
a
Poco después de llegar al mesón de “Las Palomas”, don Melchor fue notificado de
rrú
su inminente fusilamiento; lo visitó el cura del pueblo y el michoacano pidió pluma,
papel y tinta para redactar su testamento. Un mozo de la pensión le llevó agua para
beber y a mediodía se le sirvió de comer. El documento que escribió no tiene correccio-
Po
nes ni tachaduras; el aspecto del preso era tranquilo y no mostraba huellas del largo
recorrido a caballo que estaba por terminar. Ocampo reconoció a sus cuatro hijas na-
turales, adoptó a Clara Campos también como hija y dividió sus bienes entre todas
a
ellas; nombró por albaceas al doctor Manzo, a don Estanislao Martínez y al licenciado
eb
Benítez, y terminó diciendo: “muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país
cuanto he creído en conciencia, que era bueno”.
u
lar”, fue el comentario general, pues se había extendido la noticia de la negativa dada
por Márquez al grupo de vecinos que intercedió por don Melchor. Al salir de la pobla-
ción, la calle real se continuaba en el camino que va a Tula, daba una ligera vuelta a
la derecha y luego enderezaba hacia el norte, a orillas casi de una laguna natural que
ha sido convertida en presa. Aproximadamente a cuatro kilómetros del centro de Te-
pexi, el camino pasaba frente al casco de la hacienda de Caltengo. Este es un fuerte
edificio de dos pisos, en el centro de cuya fachada se encuentra una gran puerta de
madera; en los dos extremos se han agregado sendos torreones, provistos de troneras
y coronados por almenas, que dan al conjunto un aspecto casi militar. Al llegar a este
punto, Ocampo recordó seguramente que cuando regresó a Pomoca, a principios de
febrero, le fue entregado el testamento de doña Ana María Escobar; en este documen-
to la señora reconocía como hijas suyas a Josefa y, por lo menos, otras dos de las hijas
de don Melchor. Pidió permiso entonces para hacer una adición a su testamento; el
personal de la hacienda facilitó los medios para escribir y Ocampo agregó dos párrafos,
470 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
en el portal del edificio. Además de indicar el lugar de su biblioteca donde había colo-
cado el testamento de doña Ana María, pidió en una cláusula que sus libros fueran
entregados al colegio de San Nicolás, después de que los albaceas tomaran los que
gustaren.
Don Melchor indicó que hacía su adición al texto del testamento en la hacienda de
Jaltengo. Esta palabra, como el nombre real del lugar, Caltengo, es de origen mexica-
no; pero en tanto que la primera significa, según los entendidos, “lugar en la orilla de
la arena”, a la segunda se atribuye el sentido de “en la orilla de las casas”. Es posible
que Ocampo considerara que el uso había corrompido la palabra y la escribiera como a
su juicio era correcto. Escribió también que redactaba su agregado “alrededor de las 2
de la tarde”; pero parece que ya no llevaba reloj y de acuerdo con dos o tres testimo-
nios de vecinos de Tepexi, algunos de los cuales siguieron de lejos a la escolta, en
realidad eran ya cerca de las 4.
a
Doscientos metros adelante del casco de la hacienda, el grupo se detuvo y Ocam-
rrú
po bajó de nuevo del caballo. No quiso que le vendaran los ojos; antes de ser fusilado
repartió algunas monedas y dos o tres prendas personales entre los miembros de la
Po
escolta. Esperó la descarga de pie y le fue dado el tiro de gracia en la sien derecha. De
acuerdo a las órdenes de Márquez, el oficial que dirigió la ejecución hizo pasar una
cuerda bajo las axilas del cadáver y lo colgó de un árbol de pirú que se encontraba a
a
unos diez pasos de distancia. La cabeza quedó inclinada sobre el pecho, mirando ha-
cia el poniendo y la abundante cabellera de don Melchor cayó sobre la cara, ocultán-
eb
dola a medias. Aparte del tiro de gracia, recibió Ocampo dos proyectiles en la cabeza y
otro en el pecho.
u
cución, que fue posteriormente sustituido por él que hoy se encuentra ahí. Las fuerzas
rebeldes abandonaron Tepexi al día siguiente, poco después de las 4 de la tarde; inme-
diatamente fue descolgado el cuerpo de don Melchor y trasladado a la vecina pobla-
1a
ción, donde estuvo hasta las 8. Cuando las autoridades locales recibieron órdenes de
enviarlo a Cuautitlán, ya iba viajando en hombros de un grupo de vecinos. En Cuautit-
lán fue subido sobre el techo de una diligencia y transportado de inmediato a México,
despertando gran expectación a todo lo largo del camino. Antes de mediodía del 5 lle-
gó el vehículo a la capital; Ocampo fue velado en un salón del Ayuntamiento y las
honras fúnebres se celebraron el jueves 6 a las 3 y media de la tarde, en San Fernando.
No existe duda alguna de que don Melchor había nacido en 1814, pues él mismo
declaró: “voy corriendo él cuadragésimo octavo año de mi vida” en la carta que envió
a Francisco Zarco el 18 de febrero de 1861, tres meses y medio antes de morir. El pro-
pio Ocampo afirmó también que había nacido en Michoacán, contradiciendo así al
acta de nacimiento que se le atribuye. La fecha exacta no se conoce, pues aunque
festejaba el 6 de enero como “día de su santo”, tal cosa no implica por fuerza que
haya nacido en ese día; sin embargo, sus familiares no rectificaron él dato cuando lo
conocieron.
SÉPTIMA JORNADA. VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO 471
a
nias luctuosas conmemorativas que tuvieron lugar en algunos aniversa-
rios, a partir de entonces, tanto en la ciudad de México como en el estado
rrú
de Michoacán, del cual se consideraba originario a la víctima.
Dado el retiro de Ocampo del gabinete de Juárez, apenas cuatro meses
Po
antes y, teniendo en cuenta la importante participación que había cabido a
don Melchor en la gestión de ese gobierno durante la guerra de tres años,
así como en virtud de la popularidad y amplias simpatías de que gozaba el
a
a
en sus críticas al gobierno de Juárez, continuando así la campaña que ha-
rrú
bía de producir el rechazo de la ley de amnistía y ya había dado lugar a la
formación de la “comisión de salud pública” en la cámara, el 25 de mayo
anterior: “Se asegura que el señor Melchor Ocampo —escribió un diario li-
Po
beral—…ha sido capturado por una guerrilla de don Leonardo Márquez…
Estos acontecimientos que revelan una confianza sin límites en la clemencia
del gobierno, nos hace (decirle) …¡hasta cuando comisión!”.3 La prensa con-
a
servadora, por su parte, comentó los hechos, una vez que la noticia resultó
eb
hubiera otros medios que la amenaza para salvar a los prisioneros, se acep-
taría ésta como dura necesidad; pero sobrando como sobran, el terror está
lejos de producir efecto saludable…Sobre todo, el consejo debiera llevar por
objeto salvar a los prisioneros; y su adopción no sería sino perderlos. Mal
los querría quien no pensara en esto”.4 La hipocresía del comentario salta a
la vista, si se tiene en cuenta que cuando se imprimió, Ocampo ya había
sido fusilado.
El mismo día 4 de junio, un periódico liberal —pero que en ese momen-
to tenía una actitud hostil a Ocampo y a Juárez, pues había sido el principal
1 El Monitor; 3-VI-1861.
2 El Siglo XIX; 3-VI-1861.
3 Guillermo Tell; 4-VI-1861.
4 El Pájaro Verde; 4-VI-1861.
SÉPTIMA JORNADA. VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO 473
a
Melchor Ocampo había sido sacado violentamente de su hacienda…El mar-
rrú
tes (día 4) al amanecer, ya circulaba la noticia de su muerte…”.6
A mediados de 1861, se publicaban en la capital un periódico en fran-
cés y otro en inglés, que dieron desde luego la noticia del plagio homicida.
Po
El editor de la primera de estas publicaciones, Rene Masson, era un liberal
avanzado que residió en Veracruz cuando el gobierno estuvo ahí y la hizo
aparecer algún tiempo en el puerto. “No se tienen informes positivos sobre
a
que lo que oyó decir. De ahí vienen las supersticiones y las conjeturas a que
ha dado lugar la naturaleza de las heridas que han causado la muerte. Se-
pr
gún unos, los soldados se negaron a hacer fuego, y los jefes, acaso los mis-
mos Zuloaga y Márquez, hicieron el oficio de verdugos. Según otros, el
1a
señor Ocampo, cuyo valor y noble franqueza eran tan bien conocidos, dijo a
aquellas fieras duras verdades que los exasperaron, y los asesinos se ven-
garon vilmente descargando sus pistolas sobre el prisionero desarmado.
Repetimos que éstas no son sino conjeturas más o menos avanzadas; pero
es preciso convenir, reflexionando maduramente sobre las circunstancias
de este horrible asesinato, en que ha debido pasar algún drama espantoso
cuyos pormenores se ignoran. El señor Ocampo, que anteponía a todo su
dignidad personal, ha debido sufrir mucho en los actos de humillaciones y
ultrajes que le hicieron pasar sus asesinos. Quizá triunfó por fin su altivez
característica y volvió ultraje por ultraje y humillación por humillación.
5 El Heraldo; 4-VI-1861.
6 Idem; 6-VI-1861.
474 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
monstruo, no les quitaría la vida por temor de excitar así al gobierno para
condenar a muerte a sus socios que actualmente están presos en la capi-
rrú
tal…y se alimentaban esperanzas de que en ambos casos los jefes clerica-
les sólo quisieran llenar sus bolsillos con el importe de los rescates de sus
Po
prisioneros. El martes por la mañana se disiparon esas ilusiones al recibir-
se informes definitivos de que Zuloaga había condenado a muerte al señor
Ocampo, después de hacerlo pasar todas las indignidades imaginables…El
a
cuerpo del señor Ocampo fue traído ayer a esta ciudad, aún no se anuncia
eb
personas que hicieron algo positivo para ayudar a Ocampo, a quien había
tratado en lo personal.9
La prensa liberal publicó, desde luego, muchos editoriales respecto al
plagio homicida de que fue víctima Ocampo; sin embargo, estos artículos
agregan poco a la información que ya hemos citado.10 En varios periódicos
de los estados, aparecieron algunas notas informativas que no será inútil
ñora Zuloaga en favor del preso. Véase la carta en El Siglo XIX; 5-VI-6T: donde está también
la de Márquez a Carrillo.
10 Véase: El Heraldo; 5-VT-1861. El Monitor; 5 y 6-VI-1861 El Siglo XIX; 6-VI-1861.
a
entrada de los reaccionarios, leemos: Hablando (Zuloaga) del horrendo
rrú
asesinato de Ocampo dijo, que se lava las manos, y que nada supo del he-
cho, ni siquiera de la prisión, hasta que todo estuvo concluido. Se manifies-
ta asombrado de la calma y sangre fría con que estuvo Ocampo hasta morir.
Po
Con mano firme hizo su testamento, y ya para tirarle quiso hacer una adi-
ción que verificó inmutable…”.12
El presidente Juárez, de acuerdo con las notas de su diario, se enteró de
a
de Guillermo Prieto, en las primeras horas de la mañana del día 4.13 Según
él mismo explicó, la detención de la señora Zuloaga se debió a un intento
u
Montes en el sentido de que fueran declarados reos de plagio todos los que
se apoderaran de personas para exigir rescate, y les fuera aplicada la ley de
1a
para que fueran dictadas disposiciones represivas, pero la actitud del go-
bierno la expresó bien el comentario editorial de Zarco: “No queremos que
en estos momentos se extravíe el espíritu público, ni se abandone la senda
de la legalidad”.16 El propio don Benito explicó en su diario algunos inci-
dentes que ocurrieron en estos días, a causa de la indignación motivada
por el asesinato de Ocampo, que el Presidente, muy razonablemente, se
empeñó en contener dentro de los límites que marcan las leyes.17 Después
de algún tiempo de preparativos, como se sabe, el general González Ortega
salió en persecución de las gavillas encabezadas por Márquez y las derrotó
completamente en Jalatlaco; por desgracia, en acciones anteriores mal or-
ganizadas habían perdido la vida Degollado y Valle.
El comentario oficial más destacado fue el discurso que a nombre del
a
congreso pronunció el diputado Ezequiel Montes, en las honras fúnebres
rrú
del 6 de junio. Conviene recordar que Ocampo había sido electo miembro
del congreso, aunque no se había presentado a tomar posesión. Por cuanto
se refiere a los hechos ocurridos, Montes dijo lo siguiente: “Se dice —y la
Po
especie es muy probable— que los asesinos le proponían que escribiese al
supremo gobierno, pidiendo la soltura de los presos políticos, brindándole
con el recobro de la libertad. ¡Qué tentación, señores, para un alma débil!
a
A causa de las versiones que habían circulado sobre malos tratos sufri-
dos por don Melchor de manos de sus verdugos, los cirujanos que hicieron
1a
a
derrotado por Arteaga y Mejía en Cazadero; pasó por Arroyozarco, donde
rrú
tomó un préstamo forzoso de 20 mil pesos y se llevó con él a Lindoro Caji-
ga, que había sido administrador de esa hacienda.21 El sábado 25 se reunie-
ron diversos grupos de sublevados en la hacienda de Niginí, según se dijo
Po
con un total de 1,500 hombres; las tropas de Márquez fueron estimadas en
400 hombres, las de Negrete en 300 y, según parece, para entonces Cajiga
se les había unido con un grupo de 100 españoles; otros jefes mandaban el
a
a
Entre 1861 y 1891, o sea, durante 30 años, Márquez y Zuloaga repre-
rrú
sentaron una comedia poco decorosa, tratando de arrojarse mutuamente la
responsabilidad por el asesinato. Zuloaga no había desmentido las afirma-
ciones de Márquez en su carta a Carrillo; pero la triste fama que habían
Po
dado al “tigre de Tacubaya” los sucesos de abril de 1859 inclinaba a poner
en duda sus afirmaciones.29 En Morelia se llevaron al cabo algunas diligen-
cias, por el juez segundo de letras, para tratar de determinar la responsabi-
a
27 Márquez; p. 323. En 1870 el original estaba en poder de Manzo; el calígrafo Manuel
bilidad de los asesinatos de civiles en Tacubaya, sobre Miramón. México a través de los si-
glos; tomo V, pp. 378 y 379.
30 El Siglo XIX; 6-X-1861.
31 El folleto apareció fechado el 20 de abril, con el título: “Manifiesto que dirige a la
a
denes de Márquez; Zuloaga decía que al preso lo había puesto en manos de
rrú
Taboada, “quien le respondería de su vida”; quedaba sólo en duda, por lo
tanto, la cuestión de la confusión ocurrida en Tepexi, según se decía, con el
guerrillero Ugalde, en cuyo lugar habría sido fusilado don Melchor. Pero
Po
tampoco en su segunda publicación se extiende mucho Márquez sobre la
espinosa cuestión; solamente dice lo siguiente: “No es cierto que yo man-
dase prender a don Melchor Ocampo; ésta fue una arbitrariedad del guerri-
a
llero don Lindoro Cajiga, que ejecutó de propia autoridad, sin conocimiento
eb
po, que cuando uno de mis oficiales de órdenes fuese a dar aviso para fusi-
lar al prisionero, se ejecutara al ministro de Juárez. Todo esto es una charla
pr
33 Últimas horas del imperio; véase la parte referente a Ocampo en Obras: tomo II, pp.
CXVI a CXVIII.
34 El segundo folleto de Márquez se tituló: “Refutación hecha por el general de división
Leonardo Márquez al libelo del general de brigada don Manuel Ramírez de Arellano, publi-
cado en París el 30 de diciembre de 1868”. Véase: Márquez; pp. 84 a 280. El folleto está fe-
chado en Nueva York, el 12 de octubre de 1869.
35 Idem; p. 112.
480 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
borada por Manuel Payno, y un grabado, surgido de la imaginación de un
dibujante, sobre la escena del fusilamiento del patricio. Payno se dio cuen-
rrú
ta de las muchas cosas que no se habían aclarado, para entonces, respecto
a don Melchor y a las circunstancias que rodearon su plagio y asesinato; en
Po
una breve nota explicó que no le era posible, por falta de tiempo, recolectar
más información. Sin embargo, ya incluyó el texto del testamento y dio al-
gunos datos sobre Cajiga; había tratado a Ocampo, pero le atribuyó casi
a
no había tenido nada que ver con el asesinato del michoacano. El crimen
pr
había sido totalmente político y había sido ordenado por las más destaca-
das cabezas del partido conservador, incluyendo la más alta autoridad re-
1a
a
boada…pero Márquez desobedeció aquella disposición…” A la pregunta
rrú
¿quién fue el verdadero responsable del asesinato?, Vigil contesta: “la con-
secuencia no es difícil y la dejamos a cargo del lector”.40
El lector observará, sin duda, que se registraba por primera vez el 1o. de
Po
junio como fecha del plagio, y que se precisaba que había ocurrido a medio-
día. Estos datos los dio Zuloaga probablemente; pues aparecen en la entre-
vista que concedió al periodista Ángel Pola y a un reportero del diario “El
a
“en Guacalco”.
Para entonces, habían regresado a México muchos exiliados políticos
de las guerras de reforma y de la intervención francesa. El propio Santa
Anna había muerto en 1876, después de residir dos años en el país, y Zu-
loaga se había también acogido a la amnistía. Estaba escribiéndose ya la
historia de la época de Ocampo y resultaba evidente que los escasos datos
recogidos sobre su asesinato, necesitaban ser precisados y ampliados. El
momento era propicio para que se divulgara una versión más creíble.
Esta situación fue, aparentemente, el origen de la entrevista que Zu-
loaga concedió a Pola. Divulgada por la prensa, esta entrevista fue además
40
Idem; pp. 475 y 476.
41 Dosversiones de esta entrevista pueden verse en: Liberales ilustres; pp. 66 y 67.
Márquez; pp. 281 y 282.
482 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
incluida por Pola en la biografía de Ocampo que forma parte de una obra
sobre vidas de liberales ilustres, publicada en 1890.42 Para este trabajo, el
periodista chiapaneco dijo haber recogido información de la nieta de Ocam-
po, de José Ma. Mata, de Manuel Alas y otras personas que conocieron al
reformador, además de los generales Epitacio Huerta, Zuloaga y Negrete.
Desgraciadamente, con esta biografía inició Pola el sistema de imprimir los
resultados de sus investigaciones sin precisar la fuente de sus datos, salvo
en esta forma global o colectiva. No explica el origen de su información so-
bre los hechos ocurridos entre Tepexi y Caltengo, aún cuando hace aparecer
diálogos con carácter textual, en que participan el oficial Aldama que ejecu-
tó el fusilamiento, algunos vecinos del pueblo y el propio Ocampo. Contra-
diciendo la entrevista con Zuloaga, incluye declaraciones muy burdas que
a
arrojan la culpa sobre éste último. Sin embargo, da algunos datos sobre lo
rrú
ocurrido el día 3, entre Ocampo y la escolta que lo fusiló. Se deduce que don
Melchor no había sido objeto de violencias o malos tratos, hasta que fue
asesinado.
Po
Márquez contestó desde La Habana, hasta el 5 de agosto de 1891.43 Su
folleto, además de contradecir las afirmaciones de Zuloaga, constituyo el
primer paso de Márquez para obtener el permiso de regresar a México; sin
a
duda alguna, el crimen cometido con don Melchor era todavía entonces un
eb
a
consentimiento.47
rrú
El 3 de junio de 1892 —31 años después del asesinato de don Mel-
chor— Pola acudió a Tepexi y redactó un largo escrito sobre sus pesquisas
acerca de la aprehensión y fusilamiento del michoacano. En este documen-
Po
to incluyó una segunda entrevista con Zuloaga, en la cual este general ya
no aportó datos de significación. Además Pola incluyó testimonios de va-
rias personas que habían participado en el secuestro y de varios testigos
a
esta ocasión, fueron el dato de que Ocampo estuvo preso en el cuarto 8 del
mesón de Las Palomas en Tepexi y la transcripción de la versión de Cajiga
u
sobre el buen trato que dio a Ocampo, recogida por otro guerrillero conser-
vador. De acuerdo con esta versión, Ocampo no pensó que fueran a fusilar-
pr
lo; creyó que sería cuestión de dinero. Por otra parte, los vecinos de Tepexi
que fueron testigos casuales de los hechos, afirmaron a Pola que no hubo
1a
entonces, existían aún dos testigos de los hechos; uno de ellos había dado
su versión a Pola y don Nicolás León recogió la versión del otro.49 “Como
de cosa bien averiguada y perfectamente sabida, al leer las narraciones de
«cómo murió el señor Ocampo», jamás me ocurrieron dudas tocante a ese
punto de nuestra historia contemporánea —principia diciendo el investiga-
dor michoacano—. No es esa hoy mi creencia, pues colocado durante algún
tiempo en el teatro de ese acontecimiento, creo poder esclarecer y definir,
con la mayor garantía de exactitud posible, uno de los actos más censura-
bles de nuestras luchas fratricidas”.
Lo más notable del relato que recogió don Nicolás León es el hecho de
que no menciona para nada la cuestión de la confusión con Ugalde. Indica
que Ocampo redactó su testamento antes de las 12 horas e inmediatamente
a
después comió; según el testamento, Ocampo estaba notificado cuando lo
rrú
escribió, de que pronto sería fusilado. Don Melchor habría salido, de acuer-
do con esta versión, hacia la hacienda de Caltengo, más de tres horas des-
pués de haber escrito el documento, lo cual hace muy poco probable la
Po
confusión con Ugalde. Estos datos, unidos a los que Pola recogió en sus
pesquisas de 1892, conducen a creer que Ocampo llegó a Tepexi creyendo
que ahí sería canjeado, que inmediatamente se definió en esta población que
a
no habría canje y que, por lo tanto, don Melchor fue notificado de su próxi-
eb
dos por la secretaría de guerra confirman plenamente la idea de que no hubo confusión con
Ugalde.
SÉPTIMA JORNADA. VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO 485
cura del pueblo, según la cual le dijo a éste: “No se moleste usted, yo estoy
bien con Dios y lo está conmigo”. El relato insiste en señalar la tranquili-
dad y el aspecto sereno de Ocampo, quien no parecía estar corriendo la trá-
gica aventura que estaba por terminar.
En octubre y noviembre de 1900, Ángel Pola y Aurelio J. Vene-gas,
acompañados del fotógrafo Adalberto Maya recorrieron la ruta seguida por
los plagiarios de Ocampo hasta entregar el preso a Márquez y Zuloaga, así
como el camino de éstos hasta Tepexi del Río y el breve espacio que separa
esta población de la hacienda de Caltengo.51 También fueron a San Miguel
Acambay, sitio de la captura y fusilamiento de Cajiga. Al hacer este recorri-
do, fueron auxiliados por las autoridades de las poblaciones que se encuen-
tran sobre esa ruta; a pesar de los 40 años transcurridos, encontraron un
a
buen número de testigos aún sobrevivientes; pero, como ya hemos señala-
rrú
do, dejaron sin resolver algunas cuestiones sobre la duración total del pe-
ríodo que el reformador pasó como preso de sus secuestradores. Don Ángel
anunció poco después la edición de un “álbum Ocampo”, con las fotogra-
Po
fías de Maya y el texto elaborado por él y Venegas.
Al publicar el tomo II de las Obras, en 190, Pola incluyó en él una bio-
grafía de don Melchor, que es una ampliación de la aparecida años antes en
a
las versiones que escuchó, pero no dice, en cada caso, quién le dio las infor-
maciones. En cuanto a lo ocurrido en Tepexi, principia por reproducir, en
términos generales, el cuadro trazado el año anterior, en el relato recogido
por don Nicolás León y después reproduce la entrevista de 1889 con Zuloa-
ga, incluyendo la versión de la confusión entre Ugalde y Ocampo. Al final
pone una nota donde repite la lista de informantes que había puesto en la
biografía de 1890; pero agrega al informante de don Nicolás León, a Clara
Campos y algunas otras personas. Por último, coloca una nota donde dice:
“Tengo la firme convicción de que el general Leonardo Márquez, con toda
premeditación, a entera conciencia, mandó aprehender a don Melchor
Ocampo, le trazó su calvario y ordenó su asesinato y la profanación de su
51 Véase la nota sobre la “Biblioteca Reformista”, en: Obras; tomo II.
486 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
cadáver”.52 Incluso, afirma que Cajiga llevaba una orden escrita de Már-
quez, aunque no da la fuente del dato.
Poco después salió a la luz el tercer tomo de las Obras. De este libro for-
ma parte el relato titulado: “En Peregrinación de Pomoca a Tepexi del Río”,
donde don Ángel presentó el resultado de sus investigaciones en el terreno,
a lo largo del camino que siguieron los plagiarios después de apresar a
Ocampo. En la mayor parte de los casos, Pola menciona a las personas que
le dieron información; sin embargo, no especifica quién le dio los datos so-
bre lo ocurrido en Pomoca. Como había hecho en el tomo anterior, incluye
en parte la información publicada por el doctor León; en algunos párrafos
toma un tono de patetismo eclesiástico con claras referencias a la pasión de
Jesucristo. Resulta curioso verificar que en este tercer tomo de las obras
a
completas del michoacano, don Ángel Pola eliminó las referencias a una
rrú
confusión entre los presos y se atuvo, casi totalmente, a la versión de un
fusilamiento fríamente determinado por Márquez y Zuloaga, poco después
de llegar con su preso a Tepexi del Río. No obstante, como veremos en se-
Po
guida, Pola habría de volver sobre sus pasos en algunos aspectos.53
El general Márquez había regresado al país en 1895, indultado por el
general Díaz. Para la opinión pública, seguía siendo el principal responsa-
a
ble de los sucesos de Tepexi y, por lo tanto, tenía interés en que no se olvi-
eb
bana. En 1904, don Ángel publicó un libro con los escritos de Márquez y
algunas rectificaciones suyas.54 Además de los 3 folletos de Márquez que se
han mencionado ya, el libro incluye las “pesquisas” de Pola en 1892 sobre
1a
a
el patricio había sido detenido el 30 de mayo (jueves de Corpus de 1861);
rrú
pero al año siguiente volvió a cambiar, acogido a la autoridad de Márquez
—quien por lo demás no estuvo presente y fácilmente pudo haber olvidado
que Ocampo durmió en el camino dos noches, antes de llegar a Huapan-
Po
go—, y repite, en el tomo tercero, que la aprehensión se había realizado el
31 de mayo.58 En relación con esta ambigüedad en la fecha, no se conoce
información documental de la época de los sucesos; sin embargo, como ya
a
a
lo apresó. Esta reconstrucción tal vez dé alguna luz sobre las interrogantes
rrú
que don Ezequiel Montes dejó implícitas en su discurso de San Fernando,
durante la ceremonia fúnebre de Ocampo: ¿Por qué no fue canjeado Ocam-
Po
po a cambio de alguno, o varios de los presos conservadores que el gobier-
no liberal tenía en México? ¿Qué ocurrió en Tepexi, como causa directa del
fusilamiento?
a
de las tres de la tarde y llegaron al mesón de Santa Teresa, con una deten-
pr
tarde; no menciona la hora en que pasaron de nuevo por Pomoca, pero dice
que llegaron a Tepetongo alrededor de las cuatro de la tarde, aunque al año
siguiente dijo que fue una hora después. En el primer caso, habrían hecho
unas diez horas de camino; en el segundo, serían ocho nada más. Como la
distancia que separa Maravatío de Tepetongo, por el camino que seguían
los viajeros en el siglo XIX, antes de la construcción del ferrocarril, es de
poco menos de 33 kilómetros, resulta que en terreno llano los secuestrado-
res alcanzaron a hacer entre 3 y medio y poco más de 4 kilómetros por
hora; iban, por lo tanto, al paso largo de sus cabalgaduras.62
a
una velocidad promedio de casi 6 kilómetros por hora.63
En este punto existe un embrollo de don Ángel Pola. En efecto, en 1901
rrú
dio por terminada la tercera jornada en la estancia de Huapango. Esto re-
sultaba completamente congruente con los datos que había reunido en
Po
1892, incluyendo las conversaciones con algunos testigos de los hechos. El
coronel Agustín Díaz, jefe de las fuerzas del general Zuloaga, afirmó por
ejemplo: “Ocampo estuvo preso (en Huapango) en uno de los cuarteles de
a
los cuerpos que formaban la brigada del general Taboada”. Al año siguien-
eb
te, el propio Pola plantea el asunto en forma por completo diferente: “Al
atardecer de ese mismo día arribaron Márquez y Zuloaga” —en cuyas manos
quedó el prisionero a partir de Huapango— al pueblo de Villa del Carbón,
u
dice en esta vez Pola, y agrega: “Esta jornada, casi toda de serranías, fue la
pr
63 Véase: Obras; tomo II, pp. CVI; tomo III, pp. XXXIX a XLI.
64 Idem.
490 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
Entre Villa del Carbón y Tepexi del Río existe una distancia, por las bre-
chas actuales, de menos de 27 kilómetros; el terreno es quebrado y el cami-
no va cuesta abajo, la arboleda casi ha desaparecido, por lo tanto, esta
parte es más fácil de recorrer que el tramo entre Chapa de Mota y Villa del
Carbón. Los testigos con quienes hablaron don Ángel Pola en 1892 y don
Nicolás León en 1900 afirmaron unánimemente que las tropas de Márquez
y Zuloaga llegaron a Tepexi, con su prisionero, más o menos a las 11 horas
del día 3 de junio. Sin embargo, el telegrama enviado por la autoridad de
Tepexi al ministro de guerra de Juárez al día siguiente, a las 4 horas y 35
minutos de la tarde, dijo textualmente: “Ayer como a las 10 de la mañana
se presentó intempestivamente en esta población una partida de reacciona-
rios a las órdenes de Zuloaga y Márquez”. Se deduce que el grupo encabe-
a
zado por ellos debe haber salido antes del amanecer de Villa del Carbón y
rrú
habrá hecho unas cuatro o cinco horas de camino, con una velocidad pro-
medio de cinco a siete kilómetros por hora.65
La última parte de su recorrido, la realizó don Melchor en manos de un
Po
grupo de tropa irregular comandado por un oficial de apellido Aldama. Vigil
indicó que el fusilamiento tuvo lugar a un lado de la hacienda de la Caña-
da; pero tanto a Pola como al doctor León, múltiples testigos les confirma-
a
ron que ocurrió en la hacienda de Caltengo, entre las 16 y las 16:30 horas.
eb
rededor de las dos de la tarde. Entre Tepexi y Caltengo media una distancia
menor a cuatro kilómetros.66
pr
65 Véase: Obras; tomo III pp. XLI y XLII Juárez, correspondencia; tomo IV, p. 489.
66 Obras; tomo III, pp. XLIII y XLIV. Detalles sobre la muerte de Ocampo; p. 23. Obras;
tomo II, p. CVIII.
SÉPTIMA JORNADA. VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO 491
a
la fecha en que Cajiga ocupó la población, si es una coincidencia que apoya
rrú
tal hipótesis; sobre todo, porque no existen referencias de que se haya perdi-
do la correspondencia en los días inmediatamente anteriores o posteriores.
En esta forma, se llega a la conclusión de que Ocampo recorrió secues-
Po
trado poco más de 200 kilómetros y fue obligado por sus captores a cabal-
gar 36 y media horas; estuvo en manos de los conservadores 4 días y 3
horas. El jueves 30 caminó don Melchor 15 kilómetros en 3 horas; el vier-
a
kilómetros en una sola jornada; tal cosa habría sido necesaria para que
Ocampo fuera, en un solo día, desde Toxi hasta Villa del Carbón, pasando
1a
a
Santa Anna huyó, en 1855, lo acompañaron mil lanceros, 160 kilómetros
rrú
(de Orizaba a Veracruz) en un solo día.68 Sin embargo, los datos disponibles
indican que la comitiva de Ocampo y sus captores no se movilizaba a velo-
cidades superiores a 5 ó 6 kilómetros por hora.
Po
Por otro lado, una vez apresado don Melchor y entregado a Márquez,
¿qué objeto hubiera tenido —desde el punto de vista de sus captores— em-
prender una loca carrera con su víctima, movilizándose de inmediato a una
a
zona tan expuesta como Tepexi, para terminar fusilándolo al día siguiente?
eb
Debe tenerse en cuenta que Villa del Carbón había sido ocupada el día 29,
justo al tiempo que Cajiga salía de Ixtlahuaca rumbo a Pomoca; que Már-
u
bres del gobierno liberal que las rodeaban. Los enfrentamientos con estas
tropas eran diarios y, en tales condiciones, resultaba insensato que se ex-
pusieran a perder en una escaramuza la presa que al fin y al cabo habrían
de fusilar 24 horas después.
a
nes doblemente prolongadas. No obstante, el cuadro de elementos en que
rrú
se desenvolvió la trayectoria de don Melchor cambió considerablemente de
su principio a su fin. Poco antes de morir, comentó en su correspondencia:
“Hace 18 años que el servicio público no me permite pensar en mí”.69 A lo
Po
largo de este período, las condiciones y dimensiones de su participación
en la cosa pública se modificaron mucho, reflejándose tal evolución, de
modo inevitable, en la imagen exterior del michoacano.
a
plo, para defender al ilustre periodista Morales, amenazado por Santa Anna,
Ocampo preparó un discurso donde decía: “No, no más prudencia, si por
1a
a
era que la pobreza del país propiciaba que los hombres honestos con gran
rrú
frecuencia no tuvieran de qué vivir. Después de la muerte de Otero, que dejó
a su familia en la miseria, Ocampo solicitó como favores personales ciertas
ayudas para los deudos; de un modo semejante, la ayuda acordada por
Po
Juárez para la familia de Lerdo poco después de la muerte de don Miguel,
debe verse a la luz del hecho, que la prensa lerdista subrayó unos días an-
tes del deceso, de que el reformista vivía y había vivido “exclusivamente de
a
a
inteligente y responsable, contentándose con la presidencia, que por sí sola
rrú
podía honrar a cualquiera” que dignamente la desempeñara. “Lo exhortaba
—añade— a salvarse y a salvarnos, y le decía que si no lo consideraba yo
traidor, sí lo consideraba inepto. Fue tal el enoje que le causó mi carta que
Po
(aún) tuvo el fatuo candor de preguntarme, ¿quién me había facultado para
escribirle?”
Las imágenes de Ocampo que se conocen, en daguerrotipos y fotogra-
a
cogió y expresó don Melchor en esa ocasión. En tanto que pasó a lo largo de
toda su vida una buena parte de su tiempo “sobre los libros”, como él mis-
1a
75 Idem; doc. 17-3-7-15, que se amplía con el texto del doc. 17-3-11-1, archivado-por
a
quilidad, muy distinta del gesto áspero de los primeros años, provenía más
rrú
bien de los obstáculos insalvables que veía acumularse a lo largo de esa
ruta. De esta época, probablemente, son las ideas del fragmento de discur-
so que se conserva junto a sus papeles del año 42, pero que según Pola fue
Po
pronunciado en San Nicolás en 1852: “Desde los tiempos a que alcanza la
historia de la humanidad presenta ésta, en todos los siglos, una bien mar-
cada división: hombres que por cordura o por conveniencia, por pereza o
a
unos y otros hay una mayoría ingenua, sincera, bien intencionada que as-
pira a no seguir más que el dictamen de la sana razón, y una minoría in-
quieta, turbulenta, que no atiende sino a sus pasiones, traducidas todas
por las palabras interés individual”. ¿Optimismo? ¿Pesimismo? Ni una ni
otra cosa; el lector juzgará: “La marcha del espíritu humano es lenta, pero
segura…y de creer es que en pocos miles de años llegue al uso pleno de
la razón”.
Los retratos de Ocampo correspondientes a los días de su primera ges-
tión como gobernador de Michoacán muestran ya cuánto había ganado en
madurez. Había quedado atrás la brusquedad y desconfianza de los prime-
ros intentos de actividad política, así como la figura un tanto académica del
a
gobernar. Otra cosa, añade, es gobernar bien. Yo no sabía siquiera lo que
rrú
era (un) acuerdo”.
Al ser designado gobernador, según ya dijimos, Ocampo llevó como
secretario de gobierno a Juan B. Ceballos. Conservó con éste una intermi-
Po
tente relación política hasta que terminó el gobierno del presidente Herre-
ra. La correspondencia cruzada entre los dos michoacanos pone de relieve
una gran confianza; se percibe que a lo largo de este período trabajaron
a
las personas; pero está siempre dispuesto a rectificar sus juicios, a la luz
de mejores y más completas informaciones. A través de docenas de casos
pr
79 INAH; 1a. serie, caja 12, docs. 17-3-7-15 y 17-3-11-1. Los apuntes, obviamente por
error, dicen “1847”. Ocampo reconoció en alguna ocasión que no le gustaba revisar sus
escritos.
80 Idem; cartas personales, expediente 50-C-36. Véase también: Archivo VGF; docs.
1997 y 1929. Es interesante comparar las respuestas de Ocampo (doc. 1997) y de Juárez (en
1849), a las respectivas cartas de Gómez Farías en que el ilustre reformador les solicitó ayu-
da para que las diputaciones de sus estados al congreso general se integraran “de hombres
concienzudos y amigos del progreso”. “No tenga usted cuidado sobre elecciones en cuanto a
buena voluntad —dice Ocampo—; es necesario que yo sea sincero: casi nada he hecho por
ellas, porque muy al tanto de cuanto pasaba puedo decir que en todo y por todas partes han
presentido mis deseos”. “Las ideas que usted manifiesta en su apreciable —responde Juárez
dos años después— son las mías también, en cuyo concepto debe usted estar seguro de que
haré cuanto esté de mi parte para que aquellas se realicen”.
498 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
contra Arista, como ya explicamos con detalle, Ocampo rompió con él in-
flexiblemente.
La experiencia que proporcionó a don Melchor el período de 18 meses
que gobernó su estado, se refleja en sus retratos al iniciarse la década de
los años cincuentas. Pero debe tenerse en cuenta que el michoacano no ha-
bía prácticamente vivido en el centro político del país, sino por cortos perío-
dos de su infancia y adolescencia, y durante las breves y entrecortadas
actividades políticas de los años 42 y 45. De esta suerte, su imagen conser-
vaba, a pesar del viaje a Europa, cierto aspecto rústico y provinciano; en
sus ojos flotaba la maliciosa pero amable ironía del hombre de campo y el
gesto tiene aún cierta rudeza y tosquedad.
A partir de su incorporación al senado en 1848, Ocampo se mantuvo en
a
contacto constante con los más destacados dirigentes de la política nacional,
rrú
aunque periódicamente intentara escaparse a su refugio de Pomoca. Como
funcionario, el michocano fue bastante irritable y susceptible, sobre todo
cuando tropezaba con el obstáculo, muchas veces infranqueable, de intere-
Po
ses personales de naturaleza inconfesable. Para entonces, era un hombre de
presencia arrogante y sofisticada, muy popular e influyente entre los libera-
les. Se mostró impaciente y propuso medidas radicales cuando llegó a con-
a
a
Sin embargo, estas tensiones y controversias quedaban sólo en la su-
rrú
perficie de la personalidad de Ocampo. Apenas se desligaba de la posición
oficial volvía a manifestarse su verdadero modo de ser, que había ido enri-
queciendo la experiencia de dos décadas de fructífera labor. En definitiva,
Po
el gesto que nos muestran sus últimos retratos es notablemente sereno,
quizá un poco triste, pero de ninguna manera amargo. La tensión y la irri-
tabilidad desaparecieron al alejarse del pequeño mundo de ambiciones y
a
a que había llegado el michoacano: “Los incidentes que han venido a moti-
var la separación del gabinete son, en verdad, harto pequeños al respecto de
pr
las altas cosas hechas y en vía de hacerse…si para salvar importantes prin-
cipios o para llegar a magníficos fines es forzoso atravesar por periodos de
1a
prueba y correr graves peligros, los liberales debemos hacer, todos y cada
uno, ambas cosas sin vacilar”.83
Si bien el camino había sido relativamente breve, Ocampo había conse-
guido realizar, en efecto, una buena parte de las cosas entrevistas; pero no
82 Las horas negras y difíciles pasadas en la emigración, cuando Santa Anna negociaba
la entrega de 10 millones de pesos con los Estados Unidos, a cambio de La Mesilla, en tanto
que había despojado a Ocampo de sus propiedades, llevaron la susceptibilidad y desconfian-
za del michoacano hasta extremos inesperados Como puede verse en una carta cuyo borra-
dor se conserva, don Melchor se causó serios perjuicios y se embarcó en una disputa tonta,
por causa de su hija Josefina, que se encontraba con él en Brownsville. ÍNAH; 1a. serie, caja 29,
doc. 50-0-3-18. Sobre la forma en que Comonfort se dirigía a Ocampo cuando el gobierno
estaba en Cuernavaca, véase: Idem; cartas personales, doc. 50-C-45-3.
83 El original de esta carta se encuentra en: TNAH; cartas personales, doc. 50-0-3-31.
a
de un hombre público destacado que por imprudencia o por azar cayera en
rrú
manos del bando contrario y fuera ejecutado por un grupo a quien hubiera
cegado la pasión partidaria. La responsabilidad de Cajiga, como la de la
escolta que realizó el crimen, resulta mínima frente a la del bando conser-
Po
vador en su conjunto, con sus más destacadas cabezas al frente, que or-
questaron toda la maniobra, a través de sus hilos telegráficos, concentrando
todas las fuerzas que les quedaban en una remota hacienda, provocando un
a
84 Se trata de parte de los capítulos X y XI de la obra titulada De la Justice dans la Révo-
lution et dans l’Église, publicada en París, el 22 de abril de 1858. El libro fue secuestrado
por las autoridades, casi inmediatamente; lo cual le dio cierta notoriedad en su época. Inclu-
ye el conocido “Catecismo del matrimonio”.
SÉPTIMA JORNADA. VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO 501
a
Franco Condado, de donde era originario el escritor, según señala aguda-
rrú
mente uno de sus críticos, “a principios del siglo XIX el campesino conser-
vaba algo del pater familias romano”.85 Sin duda, esta situación de hecho
explica mejor que cualquier otra cosa el comentario que el mismo autor
Po
añade después. “Repitamos que su idea, su sueño dorado, que no aban-
donó jamás hasta el fin de su vida, consistía en la existencia del pequeño
campesino independiente, señor absoluto de su tierra y señor absoluto
a
también de su familia…”
eb
a
nia y predominó ya a través de los siglos…todavía Schiller mismo sentía de
rrú
tal manera la sugestión de este punto de vista…que llegó a esta conclu-
sión: «Por descender de una pareja única tiene el hombre necesariamente
que haber sido monógamo, y el ejemplo de la primera pareja tiene que ha-
Po
ber tenido para la segunda fuerza de ley.»”86
Cuando menos, el pensador francés había conseguido superar esta acti-
tud tradicional que oscureció la mente de incontables generaciones. Con
a
responsable—, tienen razón quienes afirman que representó una etapa im-
portante en el desarrollo del pensamiento avanzado de su país. “Si hay una
u
obra —explica Cuvillier— en que resalte «el esfuerzo por definir una con-
pr
ducta humana más digna y más justa», sin recurrir de algún modo a móvi-
les trascendentes al hombre, sin invocar recompensa en otra vida; así como
«el esfuerzo por ligar esta elevación de la conducta individual con una re-
1a
a llevar a cabo una crítica social de la vida política real: “su finalidad no con-
siste en analizar las formas constitucionales ni en definir el mejor gobierno
posible, trata de considerar a las estructuras políticas en el seno del conjunto
social; de poner en relación la dominación económica y la dominación políti-
ca…” Cuando examina, en particular, el cristianismo no lo hace para señalar
únicamente lo que contiene de verdad o de error, lo que busca en las jerar-
quías sagradas es el reflejo de la realidad social. Es cierto que faltaba mucho
a Proudhon, como lo hizo notar Oseguera a Ocampo en alguna ocasión,
para comprender realmente las relaciones entre las estructuras políticas y
la organización económica —que obviamente no es una simple interac-
ción—; así como, aún reconociendo el crecimiento industrial, no supo pre-
ver todo el alcance que tendría en el siglo siguiente.
a
Resultaría injusto y absurdo, sin embargo exigir hoy día que los refor-
mistas liberales de Veracruz hubieran apoyado sus esfuerzos, en 1859, so-
rrú
bre progresos y resultados de la investigación científica que no se conocían
aún con amplitud en los círculos más avanzados del continente europeo.
Po
Proudhon —diremos en una síntesis muy apretada— deduce la necesi-
dad y la conveniencia del pater familias romano, de la inferioridad que
atribuye a la mitad del género humano que constituye el bello sexo. ¿En
a
ta a que llega es bien concisa: “El hombre es más fuerte, la mujer más débil.
Eso es todo”.88 Ya desde la segunda “Memoria sobre la propiedad” (1842)
había sostenido que las relaciones entre los sexos son de una naturaleza
u
lution; p. 305.
504 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
Napoleón I a este respecto, le parece a Proudhon perfecto. A riesgo de can-
rrú
sar al lector, pero en beneficio de la claridad, transcribiremos otro párrafo
más de su obra: “El Código Civil que interpreta la Revolución, es admirable
a este respecto. Dice así: Art. 212. Los esposos se deben mutuamente fideli-
Po
dad, socorro, ayuda. Art. 213. El marido debe protección a la mujer, la mu-
jer obediencia a su marido. Art. 214. La mujer está obligada a vivir con el
marido, y debe seguirlo a cualquier parte donde él juzgue conveniente resi-
a
a
que se manifestaba el desarrollo capitalista de Francia. Una encuesta reali-
rrú
zada en la época en que Ocampo vivió en París, puso de relieve que grandes
cantidades de niños y de mujeres estaban ya formando parte del creciente
ejército del trabajo que era reclamado —y periódicamente rechazado— por
Po
el nuevo sistema económico y social. De cerca de 1 millón 58 mil obreros
que trabajaban en establecimientos con más de 10 empleados, en 63 depar-
tamentos de Francia, sobre un 12% eran niños y alrededor de 24% mujeres.
a
nadas polémicas con los socialistas, se habría dado cuenta de que la reali-
dad estaba haciendo una crítica práctica de sus teorías, que pronto no
u
En particular, desde mediados del siglo pasado existía una fuerte opo-
sición, en Francia, respecto al artículo 213 del código civil que entusiasma-
1a
98 Idem; p. 304.
99 Idem; p. 297.
100 Idem; p. 277.
506 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
lo demás, no representaban sino una idealización romántica de la realidad
rrú
configurada en el régimen de Napoleón, como consecuencia del fortaleci-
miento del estado después de la revolución iniciada en 1789.
Puede observarse, por otra parte, que la mayoría de los problemas que
Po
en la actualidad se mencionan respecto a la organización familiar en nues-
tro país, provienen de la aparición de factores semejantes a los que convir-
tieron este aspecto del código napoleónico, con un siglo de anticipación, en
a
a
que era dueña esa corporación, si no de los 3 cuartos cuando menos de los
rrú
2 tercios de los valores raíces de la República y de la mayoría de los otros
“bienes habidos y por haber”. Concluía de ello que en México la nacionali-
dad, los intereses del país, el honor y el bien de la patria se confundían con
Po
la comodidad, provecho y honra de los clérigos. No se podía promover la
industria, construir caminos, atraer inmigración, desarrollar el comercio,
la agricultura ni las manufacturas, porque los propietarios no eran en reali-
a
años logra renovarlas todas…el cuarto de capitales libres será el que (las)
soporte todas…”.
En particular, sobre la situación de la agricultura, que llama “fuente
1a
principal de la riqueza estable de las naciones”, explica que pagaba seis por
ciento por sus capitales, diez por ciento de los productos y la congrua sus-
tentación de los clérigos por la administración de los sacramentos, a lo que
habría que añadir las contribuciones civiles de toda especie que debían co-
rresponder a los capitales impuestos por el clero. “De aquí, concluye, que
muy raros labradores prosperen, que no puedan aumentar los salarios de
sus peones, que no desarrollen los medios de progreso…y que se necesitan
siglos para introducir mejoras…”.
Es evidente, sin embargo que estas ideas que don Melchor sintetizaba
para su uso particular, pertenecían al dominio público en su época y habían
sido ampliamente desarrolladas en escritos muy difundidos de las más re-
levantes personalidades del bando liberal y de algunos extranjeros ilustra-
dos. “La gloriosa administración de 33 —dice Prieto—, concibió la ley de
508 ASÍ SE QUEBRÓ OCAMPO
a
blaciones, en los más miserables pueblos, y en los campos mismos apenas
rrú
cultivados; pues a más de estar sus bienes raíces diseminados en toda la
República, y de que los capitales impuestos se habían repartido en todo
su territorio, el cobro de la contribución decimal y de las obvenciones parro-
Po
quiales, hacía que no hubiera un sólo hombre en el más pequeño rincón de
la tierra que estuviese exento de tener relaciones personales y precisas res-
pecto de la propiedad eclesiástica, y representada ésta por una multitud de
a
a
ción de la llamada administración de justicia”. Pero es indudable que la
rrú
forma como procedió en su contra el derrotado gobierno conservador, agre-
ga un nuevo capítulo a la lista de los vicios y depravaciones de esa rama de
los negocios públicos. Después de un examen detallado de los diversos as-
Po
pectos de la trayectoria política de don Melchor, desde que llevó a Gómez
Pedraza en 1841 la carta de presentación que Max Garro le había dado en
París, hasta que Juárez accedió a principios de 1861 a sus reiterados deseos
a
mente con Miramón, a quien él había escogido por sucesor, presidió un ré-
pr
gimen que gobernó buena parte de México durante más de tres años. Los
países más importantes del planeta —con excepción de Estados Unidos—
reconocieron ese régimen y le acreditaron en forma ostentosa solemnes repre-
1a
sentantes. Lo que hicieron con don Melchor los dos generales conservadores,
por lo tanto, no fue la obra de un grupo de facinerosos sino que constituyó
un atropello instigado y solapado por ese régimen, que en realidad se inició
en 1853 con el gobierno de Santa Anna.
Ya señalamos en páginas anteriores que Ocampo nunca fue militar,
pues ocupó el ministerio de guerra en su carácter de civil, cosa frecuente
en otras partes, por lo demás. De acuerdo con la legislación excepcional
promulgada por los conservadores con motivo de la guerra civil —cuya
vigencia, desde luego, era ya dudosa en junio de 1861—, no habiendo
sido apresado con las armas en la mano, aún siendo pública su condición
de dirigente liberal, no podía ser ejecutado legalmente por el régimen
a
en infinidad de ocasiones los cargos que han servido de base a los lincha-
rrú
mientos han consistido en “brujerías”, “pactos con el diablo”, “mal de ojo”
y otras cosas igualmente pintorescas, aunque no resulten, en definitiva, ni
inocentes ni inocuas. Otras veces, también es público, se utilizan motivos
Po
como la “lectura de libros exóticos” o la “divulgación de ideas perjudicia-
les”, que no están definidos y analizados como delitos en las leyes, pero
impresionan fuertemente el prejuicio popular y son capaces de arrastrar a
a
107 Lo que se ha llamado el “bandolerismo social” tiene otros orígenes, distintas moti-
a
nía reunido al grupo ejecutor, entre cuyos miembros la participación se di-
rrú
vide, desde luego, en forma muy desigual; algunos causan materialmente
la muerte de la víctima, otros dan alguna ayuda, quién sólo acerca piadosa-
mente los elementos para su ejecución, quién sólo mira y se considera has-
Po
ta ajeno a los hechos. Como nadie desea dejar constancia de su intervención,
los despojos de la víctima quedan generalmente abandonados, pues todo
mundo se aleja y trata de convencerse a sí mismo de que sólo fue especta-
a
es cuando pueden ya ser recogidos esos restos para dárseles el destino que
pr
marca la costumbre.
Históricamente, la mayor parte de los sucesos de este género pueden
asociarse, en forma bien clara, con una vergonzante justificación de índo-
1a
a
indudable que ésta fue, tal vez después de los recursos que dejaban las
rrú
aduanas, la principal fuente de financiamiento de las operaciones milita-
res. Estos intereses favorables al triunfo de la causa reformista fueron se-
ñalados en repetidas ocasiones por los propios dirigentes liberales —en
Po
particular por Miguel Lerdo y sus partidarios—; pero a partir de la termina-
ción de la guerra de tres años, tales intereses empezaron a obrar en contra
de cualquier posibilidad de continuación de la tarea reformista. Este proce-
a
lógico y natural en 1861; si se recuerda la crítica que Ocampo hacía del la-
tifundismo eclesiástico, se convendrá en reconocer que el latifundismo lai-
u
108 Véase las cartas de Perriquet a Ocampo, de 31-VIII y 12-IX-1839, en INAH; cartas
a
rrú
Po
a
u eb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
50 Escritos publicados por Melchor Ocampo
como particular
a
seo Mexicano; tomo I, pp. 16 y 17, 1843. Obras; tomo III, pp. 257 a 263.
rrú
Sobre un caso de lobo rabioso; comunicación fechada el 18-11-1843 y publicada en
el ütario del Gobierno; número 2810. Obras; tomo III, pp. 563 a 569 (Nota).
Jardines antiguos de México; comunicación fechada el 14-111-1843 y aparecida en
Po
El Museo Mexicano; tomo I, p. 179. Obras; tomo III, pp. 374 a 377.
Observaciones acerca del cometa que apareció en 1S4S; comunicación aparecida
en El Siglo XIX; número 472, y reproducida en El Museo Mexicano; tomo I, p.
a
Museo Mexicano; tomo I, pp. 241 a 243. 1843. Obras; tomo III, pp. 3 a 15.
Consulta a los estudiosos sobre la lengua mexicana; fechada 30-111-1843 y publi-
u
cada en El Museo Mexicano; tomo I, pp. 251 a 253, 1843. Obras; tomo III, pp.
pr
318 a 328.
Sobre un remedio para la rabia; comunicación fechada 29-V-1843 y dirigida al Dia-
rio del Gobierno. Obras; tomo III, pp. 563-576.
1a
515
516 50 ESCRITOS PUBLICADOS POR MELCHOR OCAMPO COMO PARTICULAR
a
131 y 499; tomo IV, 8 inserciones entre las pp. 14 y 541; 2a. época, tomo I, 7
rrú
inserciones entre las pp. 153 y 352. Obras; tomo III, pp. 421 a 562.
Carta enviada al Siglo XIX; con focha 3-1-1845, sobre el cometa aparecido en esos
días. Obras; tomo III, pp. 372 y 373.
Po
Carta enviada al Siglo XIX, con fecha 8-1-1845, sobre el servicio militar. Obras;
tomo II, pp. 315 a 318.
Carta enviada al Siglo XIX, con fecha 8-1-1845, sobre versos ajenos publicados en
a
361 a 369.
Carta a los electores, enviada conjuntamente con José Serrano, con fecha 31-X-
1845. Obras, tomo II, pp. 285 a 287.
1a
a
Sobre una pretendida traición a México; folleto publicado en Nueva Orleáns con
rrú
fecha 10-V-1854, por Ocampo, Ceballos, Arrioja y Arriaga. Imp. de J. Lamarre.
Los borradores se encuentran en INAH; 1a. serie, caja 12, docs. 17-3-7-3, 17-3-
7-10 y 17-3-7-16.
Po
El Noticioso del Bravo; periódico publicado en Brownsville, en los meses de mayo y
junio de 1855, por la junta revolucionaria mexicana. Ocampo redactó parte de
los materiales aparecidos en esta publicación. Véase Juárez, correspondencia;
a
el 1o.-XI-1855.
pr
a
rrú
Po
a
u eb
pr
1a
Bibliografía consultada
a
Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada.
rrú
Biblioteca Nacional UNAM.
Hemeroteca Nacional UNAM.
Biblioteca de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
Po
Hemeroteca de la Universidad Michoacana.
Biblioteca del Museo de Morelia.
Biblioteca de la Universidad Michoacana.
a
Periódicos y revistas
Boletín de Noticias. Diario. México 6-III-1861 a 30-IV-1861.
Boletín Oficial del Ejército. Diario. México. 18-XI-1860 a 22-XII-1860.
Courrier de Bordeaux. Diario. Burdeos. 1o.-I-1840 a 30-VI-1840.
Diario de Avisos. México. 1o.-VII-1859 a 30-VI-1860.
Diario Oficial. México. 1860. En Diario de Avisos, 1860.
El Atlántico. Rev. mensual. En Juárez y las Rev., p. 429.
El Cangrejo. Bisemanario, México. 9-1-1848 a 21-VI-1848.
519
520 BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
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El Purismo. Periódico publicado en Puebla, en 1861. Citado en El Monitor; 20-VI-
1861.
rrú
El Regenerador. Periódico de Morelia, citado en El Universal, repetidas veces, du-
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El Siglo XIX. Diario. México. 8-X-1841 a 30-V-1863.
El Universal. Diario. México 16-XI-1848 a 13-VIII-1855.
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Garibaldi. Periódico publicado en San Luis Potosí, en 1861- Citado en el Siglo XIX.
22-VIII-1861.
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pr
a
Balmes, Jaime Luciano,
Aguirre, José María,
rrú
Barajas, Pedro,
Alamán, Lucas,
Baranda, Manuel,
Alas, Ignacio,
Barandiarán, Gregorio,
Alas, Manuel,
Po
Barbes, Armando,
Alcaraz, Ramón I,
Barcena, José de la,
Aldama (Coronel),
Barragán, Miguel,
Aldham, W. Cornwallis,
a
Barrón, Eustaquio,
Alejandro Severo,
Barthélemy, (médico),
eb
Bazaine, Aquiles,
Álvarez, Juan,
pr
Benítez, Francisco,
Ampudia, Pedro,
Benjamín, Judah P,
Anaya, Pedro María,
Béranger, Pedro Juan de,
Andrade, Antonio,
1a
Berriozábal, Felipe,
Annenkov, Pavel Vasilyevich,
Blanc, Luis,
Arias, Juan de Dios
Blancarte, José María,
Ariscorreta, Mariano,
Blanqui, Adolfo,
Arista, Mariano,
Blanqui, Luis Augusto,
Aristóteles,
Bolívar, Simón,
Arrangoiz, Francisco de Paula,
Bossuet, Jacobo Benigno,
Arriaga, Ponciano,
Bravo, Nicolás,
Arrio ja, Miguel María,
Brongniart, Adolfo Teodoro,
Arróniz, Joaquín,
Bryan, William Jennings,
Arteaga, José María,
Buchanan, James,
Atristain, Miguel,
Bulnes, Francisco,
Bulwer, Sir Henry Lvtton,
B
Buanorroti, Felipe Miguel,
Babeuf, Graco, Bustamante, Anastasio,
533
534 ÍNDICE ONOMÁSTICO
a
Carlos III, Rey de España,
D
rrú
Carlos IV, Rey de España,
Carlos X, Rey de Francia, D’Alembert, Juan Le Rond,
Carlota, Emperatriz de México, Darwin, Carlos,
Po
Carranza, Venustiano, Davis. Jefferson,
Carreño, Alberto María, Degollado, Joaquín,
Carrera, Martín, Degollado, Santos,
a
a
Gorostiza, Manuel Eduardo,
Fernando VII, Rey de España,
Guerrero, Vicente,
rrú
Filisola, Vicente,
Guizot, Francisco,
Fillmore, Millard,
Gutiérrez, Bonifacio,
Flahaut, José Conde de,
Po
Gutiérrez, José María,
Flores Magón, Jesús,
Gutiérrez Estrada, Manuel,
Forbes (Cónsul norteamericano), Gui-
Gutiérrez Zamora, Manuel,
llermo,
Guzmán, León,
a
Forsyth, John,
eb
Fourier, Carlos,
H
Fuente, Juan Antonio de la,
Fuentes Mares, José, Hargous, Luis,
u
Gadsden, James,
Herrera, José Joaquín,
Garay, José de,
Herrera y Cairo, Ignacio,
Garay, Pedro,
Herrero, Rodolfo,
García, Antonio,
Hidalgo y Costilla, Miguel,
García Granados, Joaquín,
Houston, Sam,
García Granados, Ricardo,
Huarte de Iturbide, Ana María,
García Rendón, Pedro,
Huerta, Epitacio,
García Torres, Vicente,
Huerta, Victoriano,
Garibaldi, José,
Hugo, Víctor,
Garland (general),
Humboldt, Alejandro,
Garro, Max,
Garza, Juan José de la,
I
Garza, Lázaro de la,
Gastelu, Antonio Vázquez, Iglesias, José María,
Gengis Kan, Iglesias Calderón, Fernando,
536 ÍNDICE ONOMÁSTICO
a
Johnston, José E., Márquez, Leonardo,
rrú
Juárez, Benito, Martínez, Estanislao,
Martínez de Lejarza, Juan José,
L Martínez del Río, José Pablo,
Po
Marx, Carlos,
Labastida y Dávalos, Pelagio Antonio,
Masson, Renato,
Lacunza, José María,
Mata, José María,
Ladrón de Guevara, Joaquín,
a
Maximiliano, Emperador,
Lamartine, Alfonso,
Maya, Adalberto,
Lamennais, Felicidad,
Mayer, Brantz,
u
Langberg, Emilio,
Maza de Juárez, Margarita,
La Reintrie, Enrique Roy de,
pr
Mazzini, José,
Lares, Teodosio,
McLane, Roberto,
Lemus, Pedro,
Mejía, Ignacio,
1a
a
N Pérez Palacios, Ángel,
Perriquet, Pedro,
rrú
Napoleón I,
Pesado, José Joaquín,
Napoleón III,
Pina y Cuevas, Manuel,
Navarro, Juan N.,
Po
Platón,
Negrete, Miguel,
Pola, Ángel,
Negrete, Pedro Celestino,
Polk, James Knox,
Neri del Barrio, Felipe,
Portilla, Anselmo de la,
a
O
Prieto, Guillermo,
Obregón, Alvaro, Proudhon, Pedro José,
u
Olaguíbel, Francisco,
Quijano, Benito,
Olaguíbel, Manuel,
Quinet, Eduardo,
1a
Rivera, Agustín, T
Rivera, Antonio María de,
Taboada, Antonio,
Rivera Cambas, Manuel,
Tapia, Francisca Javiera,
Robelo, Cecilio,
Taylor, Zacarías,
Robertson, Guillermo,
Terán, Jesús,
Robespierre, Maximiliano,
Terencio,
Robles Pezuela, Manuel,
Thiers, Adolfo,
Romero, Eligió,
Thouvenel, Eduardo de,
Romero, Félix,
Tornel, José María,
Romero, Matías,
Trejo, Anastasio,
Romero, Nicolás,
Trías, Ángel,
Romero Díaz, José María,
Trist, Nicolás,
Roosevelt, Franklin D.,
Tristán, Flora,
a
Rosa, Luis de la,
Trujillo, Torcuato,
Rousseau, Juan Jacobo,
rrú
Ruiz, Eduardo,
U
Ruiz, Manuel,
Po
Russell, Lord John, Ugalde, León,
“Un cura de Michoacán”,
S Uraga, Antonio María,
Urquiza, Francisco,
a
a
rrú
Po
a
ueb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
Índice
Primera Jornada
México – TOLUCA
a
Viaje a Francia en 1840 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
rrú
Preocupaciones de un viajero singular . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
La tribu del 42 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Po 38
Segunda Jornada
TOLUCA – POMOCA
a
eb
Tercera Jornada
POMOCA – MARAVATÍO
Cuarta Jornada
MARAVATIO – TOXI
Quinta Jornada
TOXI – HUAPANGO
Sexta Jornada
HUAPANGO – VILLA DEL CARBÓN
a
rrú
Séptima Jornada
VILLA DEL CARBÓN – TEPEXI – CALTENGO
Po
Crónica de un plagio homicida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 471
Así se quebró Ocampo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 492
a
eb
a
el ¿? de ¿? de 2017 en los talleres
Castellanos Impresión, SA de CV,
rrú
Ganaderos 149, col. Granjas Esmeralda,
09810, Iztapalapa, Ciudad de México
Po
La tipografía se realizó con
fuente Caxton Bk BT en cuerpo de 11/13 pts.
y caja de 30 x 45 picas
a
u eb
pr
1a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a
1a
pr
ueb
a
Po
rrú
a