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LA PERSONA DEL TERAPEUTA

EL ESPACIO INTERRELACIONAL Y LA
PERSONA DEL TERAPEUTA

Fecha: 14 de marzo de 2018


LA PERSONA DEL TERAPEUTA

El espacio interrelacional y la persona del terapeuta

En la actualidad, no existen dudas acerca de la importancia del rol que cumple el


vínculo entre paciente y terapeuta dentro de un contexto de psicoterapia; no obstante,
la manera en que éste es concebido y desarrollado, tendrá diferencias significativas en
relación a una serie de factores tales como: el enfoque o teoría en que se fundamenta
la psicoterapia, las características personales del terapeuta y paciente; experiencias
de vida, expectativas, motivaciones, entre otros. Este vínculo se desarrolla en la
intersubjetividad o la “tercera mente” del espacio terapéutico, que involucra
características personales de ambos actores; siendo el lugar propicio para generar
instancias donde reciban la contención necesaria y el espacio de autoconocimiento
que faciliten el cambio o la mejora de aspectos psicológicos y emocionales.

Esta intersubjetividad, está siempre vinculada a un contexto dotado de sentido por los
actores que establecen esta relación cara a cara y que sintonizan en un tiempo
compartido y vivido simultáneamente (Cabrolié, 2010). En otras palabras hace
referencia a “lo nuestro”, a lo que se crea entre ambos a partir de sus propias
subjetividades y que vendría siendo lo medular dentro de la psicoterapia.

Lo anterior, nos lleva inevitablemente a cuestionar las características esenciales de un


terapeuta, capaz de generar este vínculo y de comprender la intersubjetividad o
relación, como parte esencial del proceso psicoterapéutico, en donde no haya cabida
para las concepciones de neutralidad u objetividad. No existe a la fecha, un perfil único
que defina la idoneidad de un terapeuta; diversos estudios han determinado que más
allá de la experiencia, conocimientos o enfoque teórico que posea; son las variables
inespecíficas las que harán posible generar un ambiente cálido y contenedor, basado
en el respeto, aceptación, comprensión, calidez y ayuda; que estimulen la
autoexploración y el cambio (Winkler, M; Cáceres, C; Fernández, I.; Sanhueza, J,
1989).

La importancia de esta intersubjetividad radica en que los avances terapéuticos y sus


efectos tienen cabida sólo cuando la construcción de mundo del terapeuta tiene un
desfase o no encaja perfectamente con la construcción de mundo del paciente,
(Goldbeter-Merinfeld, 2003). Se podría llegar a pensar que lo anterior conduciría
inevitablemente a la ruptura del vínculo paciente-terapeuta, no obstante si existe una
alianza y una apertura genuina de este último, sería una instancia propicia para
enmendar las dificultades que pudieran surgir dentro del proceso relacional. En
relación a ésto, Riera (2001) plantea la necesidad de entender que la relación
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terapéutica es una relación humana y, como tal, el volverse un terapeuta neutro es un


atentado violento contra la naturaleza de esa relación.

De acuerdo a lo anterior, ¿Qué sucedería en el caso de que el terapeuta se sienta


inhabilitado para atender a cierto tipo de pacientes o problemáticas, generando en él
un malestar significativo que le impida desarrollar su labor? ¿Sería ético derivarlo o
correspondería priorizar en la “salud del paciente” continuando la terapia y trabajando
en sus propias dificultades de manera paralela; entendiendo que aun cuando no sea
derivado (con el fin de no exponerlo a una situación de rechazo) podría ser una
amenaza para éste, ya que un desacierto en la intervención, generaría un efecto
iatrogénico en el mismo? Ante ésto, es necesario comprender la importancia de la
persona del terapeuta, quien está al servicio de la intervención en su totalidad, y su
bienestar resulta tan o más importante que la del mismo paciente; ya que las
develaciones del terapeuta forman parte de este espacio intersubjetivo y siempre se
verán expuestas en él. El autoconocimiento, la empatía y la capacidad reflexiva del
terapeuta, le permitirán distinguir cuándo una develación es o no un aporte a la
relación terapéutica, favoreciendo avances en ambos y no exclusivamente en él
mismo o en desmedro de su paciente.

Podríamos pensar entonces, que es fundamental que un terapeuta no solo sea


supervisado por otro profesional idóneo o adecuado, sino también que reciba un apoyo
psicoterapéutico; a fin de obtener un mayor autoconocimiento que le permita resolver
dificultades personales que pudieran afectar su labor. En el caso contrario, ¿será
posible recibir esta “terapia” a partir del mismo quehacer profesional, logrando
conocerse a sí mismo y al mismo tiempo sanando las áreas problemáticas? Ante ésto
cabe la duda, si resulta un mejor profesional quien recibe apoyo terapéutico del que
no. No obstante, la labor del psicólogo es de gran responsabilidad, pudiendo ser un
gran aporte o generar daños significativos en un otro, y no cualquier otro, un otro
vulnerable, dañado y expuesto. Es por ello, que la salud mental y emocional del
terapeuta no debe quedar al azar de la contingencia de su quehacer profesional, sino
que deben trabajarse de tal manera que le permitan tanto su crecimiento personal
como profesional.
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Bibliografía

Cabrolié, M (2010). La intersubjetividad como sintonía en las relaciones sociales.


Redescubriendo a Alfred Schütz. Revista de la Universidad Bolivariana, Volumen 9, Nº
27, p. 317.

Szmulewicz, T.: La persona del terapeuta: eje fundamental de todo proceso


terapéutico.Rev Chil Neuro-Psiquiat 2013; 51 (1): 61-69, 2013.

Winkler, M; Cáceres, C; Fernández, I.; Sanhueza, J (1989). Factores Inespecíficos de


la Psicoterapia y su Efectividad del Proceso Terapéutico: Una Sistematización. Revista
Terapia Psicológica, N° 11, p. 34-40.

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