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El tacto quizá sea el sentido en el que menos reparamos, pero no el menos

importante. ¿Se ha preguntado alguna vez cómo las yemas de sus dedos pueden
reconocer una moneda en el fondo del bolsillo? ¿O cómo sus dedos son capaces de
distinguir el límite entre dos teclas del ordenador y accionar la que corresponde
con precisión? Estas habilidades forman parte del llamado tacto fino, el encargado
de proporcionarnos detalles sutiles sobre la forma de los objetos sin necesidad de
que intervengan otros sentidos, como la vista, para saber qué estamos tocando.

Hasta ahora se pensaba que esta precisión en el tacto residía exclusivamente en las
terminaciones nerviosas sensoriales que llegan a la piel y transmiten estas
sensaciones al cerebro con gran celeridad. Pero cada vez más indicios apuntaban a
que otros tipos de células distintos de las nerviosas podían jugar un papel
importante en la percepción del tacto.

En concreto, la atención se centraba en las llamadas células de Merkel, descritas


por primera vez en 1875, que se localizan en la epidermis, fundamentalmente en las
áreas desprovistas de vello, y que transmiten los estímulos mecánicos a las
neuronas sensoriales cercanas. Hasta ahora se pensaba que eran meros filtros
mecánicos pasivos, análogos a la membrana basilar de la cóclea, que descompone
sonidos complejos en tonos que son transmitidos por la células ciliadas.

Ahora un equipo de investigadores literalmente “ha arrojado luz” sobre la cuestión


de si estas células Merkel tenían un papel activo o pasivo, que dividía a los
neurocientíficos. Y al parecer el debate ha terminado en tablas. Ambos bandos
tenían razón.

Luz en las células


Para “iluminar” esta debatida cuestión investigadores de la Universidad de
Columbia han utilizado una técnica relativamente nueva, la optogenética, que
permite activar y desactivar las neuronas mediante la luz. Es la primera vez que
esta técnica se utiliza en las células de la piel para determinar cómo funcionan y se
comunican entre sí.
Los mecanorreceptores proporcionan al Sistema Nervioso Central, información del tacto, vibración, tensión y presión
de la piel. Se caracterizan por presentar órganos especializados (del tipo no neuronal*) en torno al final del terminal
nervioso, y por ese motivo, se les llama mecanorreceptores encapsulados.
*Este estudio modifica esta creencia

Y el resultado ha sido muy clarificador: aunque no son neuronas propiamente


dichas, las células de Merkel se comportan como si lo fueran y trabajan codo con
codo con las terminaciones nerviosas adyacentes para lograr que percibamos los
detalles finos de los objetos que tocamos, como bordes y texturas. Al menos es lo
que ocurre en roedores.

“Esta la primera prueba directa de que las células de Merkel pueden convertir la
presión que se ejerce sobre la piel en señales nerviosas que transmite información
al cerebro sobre los objetos del mundo que nos rodea”, explica Ellen Lumpkin de la
Universidad de Columbia, que ha dirigido el trabajo.

Sus resultados se publican en “Nature” y prometen importantes aplicaciones. Y es


que patologías como la diabetes y algunos tratamientos de quimioterapia, así como
el envejecimiento normal, reducen la sensibilidad del tacto. “Las células de Merkel
comienzan a desaparecer a partir de los 20 años, al mismo tiempo que la agudeza
táctil comienza a declinar. Nadie ha probado si la pérdida de células de Merkel es la
responsable de este declive en la percepción del tacto. Podría ser una coincidencia,
pero es un interrogante que nos interesa responder”, asegura Lumpkin.

Prótesis inteligentes
En el futuro, estos resultados podrían ser útiles para el diseño de prótesis
“inteligentes” que restauren la sensación del tacto en miembros amputados, así
como introducir nuevas dianas tarapéuticas para el tratamiento de enfermedades
de la piel, como el picor crónico, auguran los investigadores.

Este trabajo se ha llevado acabo de forma conjunta con otro realizado en el


Instituto Scripps, que también aporta nuevos datos para entender en detalle cómo
se genera el tacto fino. Dirigido por Ardem Patapoutian, del Instituto Médico
Howard Hughes, este otro grupo de investigación ha averiguado que el importante
papel de las células de Merkel para la detección del tacto se debe a una proteína
llamada Piezo2.

Incrustada en la membrana celular, esta proteína se comporta como una


compuerta -o canal- que se abre con la presión sobre la piel, dejando pasar iones
positivos que provocan una corriente eléctrica que se transmite a las terminaciones
nerviosas y viaja en forma de impulso nervioso hasta el cerebro a la nada
despreciable velocidad de 70 metros por segundo. De hecho, se había observado
con anterioridad que las células de Merkel establecían contactos parecidos a las
sinapsis con las fibras nerviosas y que también tienen neurotransmisores.

Estos hallazgos pueden ayudar a comprender mejor y a tratar algunos síndromes


en los que las sensaciones táctiles ligeras, como el roce de una prenda de vestir
sobre la piel o de una sábana, desencadenan un dolor intenso, un fenómeno que se
conoce como alodinia. Y es que, el tacto y el dolor están íntimamente relacionados.

Alta precisión táctil


Estos nuevos hallazgos destacan el papel de estas células de Merkel, de las que
hasta hace poco se desconocía su función exacta en la formación de las sensaciones
táctiles. Ahora pasan a ocupar un papel destacado, ya que son esenciales para
iniciar y mantener la transmisión del impulsos en las terminaciones nerviosas de la
piel y al parecer son las responsables de la alta precisión de las sensaciones táctiles
finas.

En concreto se encargarían de transformar la presión en estímulos eléctricos que


puedan viajar al cerebro. Estas células receptoras de la piel forman un “equipo”
inseparable con las terminaciones nerviosas que hacen posible que las yemas de
nuestros dedos o nuestra boca, dos zonas ricas en células de Merkel, tengan una
sensibilidad tan acusada y precisa.

Además abre nuevas vías de investigación, ya que otro tipo de células de la piel
especializadas en la percepción del dolor y el tacto también podrían desempeñar
papeles importantes hasta ahora insospechados. Y la optogenética, una
prometedora herramienta, puede servir para sacarlos a la luz.
El sistema nervioso puede considerarse como un sistema de comunicaciones que transform
a la energía ambiental en energíaeléctrica. Esta función o proceso tiene lugar en
los receptores sensoriales. Posteriormente, las vías nerviosas transmitirán la información co
dificada en impulsos eléctricos hasta el área de proyección correspondiente del córtex cereb
ral (véase Figura 4).

FIGURA 4.- Localizaciones sensoriales.

Los seres vivos reciben información sobre el entorno en que se hallan en forma
de energía física (luminosa, mecánica, química), pero el cerebro sólo es capaz de utilizar la
energía eléctrica. Por esta razón, para poder percibir cualquier propiedaddel ambiente,
la energía lumínica, mecánica o química, debe ser transformada en impulsos bioeléctricos.
Es a estatransformación a la que denominamos transducción, la cual tiene lugar en
los receptores de los órganos de los sentidos (véaseFigura 5).

FIGURA 5.- Transmisión del impulso nervioso desde la célula receptora al córtex.
Los receptores de cada modalidad sensorial están especializados en
responder, preferentemente, a un tipo determinado de energía. Así,
los receptores visuales contienen pigmentos que modifican su estructura molecular
al ser expuestos a
la luz. Estecambio en su estructura molecular activa un proceso que concluye con
la generación de una respuesta eléctrica en el receptor.

La transmisión del impulso será efectuada por una sucesión de multitud de neuronas, enlaza
das mediante sinapsis a través de neurotransmisores químicos, cuyos axones se unen para f
ormar fibras que constituyen los nervios (véase Figura 6).

FIGURA 6.- La sinapsis.

Es importante resaltar que el cambio de intensidad estimular no afecta a la magnitud de los


impulsos nerviosos, pero si a la tasa de descarga, tasa de disparo o número de impulsos por
unidad de tiempo. Sin embargo, existe un límite superior en este número de impulsos
bioeléctricos/seg., ya que la neurona tiene un período refractario (requiere 1 msg para
recobrarse de la transmisión de un impulso antes de comenzar otro).

Más concretamente, el número de impulsos bioeléctricos/tiempo es directamente


proporcional al logaritmo de la intensidad de la luz que incide sobre el fotorreceptor. Es decir,
mientras que la intensidad de la luz crece en progresión geométrica, el NÂş impulsos/t sólo
crece en progresión aritmética. En otras palabras, un gran incremento en la intensidad de la
luz se transduce en un moderado aumento del NÂş impulsos/t (véase Figura 7).
FIGURA 7.- Codificación neural de la intensidad del estímulo.

Sin embargo, la relación entre la intensidad de la luz exterior que incide sobre los
fotorreceptores retinianos y la tasa de disparo no es tan simple. Así, cuando al despertar
(adaptación a la luz) encendemos la lámpara, el NÂş impulsos/t llega a un máximo y luego
disminuye hasta alcanzar un valor estable. Tanto el valor máximo como el valor estable están
relacionados logarítmicamente con la intensidad de la luz. Ello significa que una proporción
alta de impulsos/t indica, tan sólo, un súbito incremento en la intensidad de luz y no la
presencia de una luz muy brillante. Es decir, el S.V.H. responde a cambios relativos en la
intensidad de luz y no a cambios absolutos.

Otra consecuencia de este proceso de transducción consiste en que los cambios lentos
(graduales) de intensidad de luz no llegan a ser conocidos, pero sí los cambios bruscos. Ello
tiene un alto valor adaptativo porque el individuo, por ejemplo, no obtiene información de
las fluctuaciones de la luz al atardecer, pero sí de la sombra de un objeto que le pasa por
encima (v.g. la que produce un depredador).

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