Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Pero está claro que sin ese paso que cambió definitivamente el eje de las relaciones de poder, y
que permitió el tránsito hacia la práctica democrática, lo ocurrido en1982 era simplemente
impensable.
Las acciones basadas en la violencia que tuvieron una larga saga expresada en el círculo
permanente y aparentemente cerrado desde 1952, de levantamiento-masacre, la lucha frontal
entre los movimientos gremiales primero, y sindicales después, sobre todo en la minería y la
consecuente sucesión de masacres de mineros en el período 1920-1950, marcaron una realidad
en que lo democrático no era parte de la historia. La sociedad boliviana no concibió la
resolución de su futuro a través del diálogo ni sobre la base del orden constitucional, en tanto el
orden constitucional había sido capturado por las élites para la legitimación de poder absoluto.
Esta constatación sigue siendo hoy parte constitutiva de nuestra estructura política. No se trata,
por tanto, de la discusión de una filosofía, de una mirada conceptual sobre cómo construir la
sociedad, sino de revertir la práctica que excluye a la base de la sociedad y la reivindicación de
la democracia que, a título de cambio “revolucionario”, está controlada y capturada por nuevas
élites autocráticas.
A partir de la Revolución, a la par que se agudizaba el debate sobre las diferentes concepciones
de lo democrático, sobre todo con la idea de las democracias populares de corte marxista que
parecían opciones importantes y posibles como alternativa al liberalismo clásico, la sociedad
boliviana se reconfiguró y las mayorías excluídas sistemáticamente del banquete comenzaron a
integrarse a la sociedad. Paradójicamente, la brecha campo-ciudad no sólo en tanto implica
grandes diferencias sociales y económicas, sino en tanto el mundo rural mantuvo aislada su
visión de cultura y práctica política casi sin cambios, planteó una fuerte discusión de tono
culturalista que desembocó en las transformaciones iniciadas en 2003.
Los hechos terminaron por demostrar que la confrontación de las ideas a lo largo de varias
décadas había prescindido de un ingrediente central: intentar comprender la realidad del otro,
pero no sólo en tanto ese otro tenía necesidades y carencias, no sólo en tanto el otro debía ser
también un ciudadano, sino en tanto ese otro no funcionaba en la lógica de un modelo de
pensamiento, de un conjunto de valores y de una visión determinada del tiempo y del espacio.
La compulsa de poder en Bolivia estuvo siempre bajo el paraguas de un paradigma claramente
occidental: el paradigma del progreso. La idea del progreso determina una visión del tiempo y
de la historia y, por supuesto, de la construcción del futuro; tiene que ver con los valores
básicos de la vida cómo la concebimos. Este dislocamiento aún no resuelto puso en el tapete el
ingrediente de la visión de la cultura y forzó a la sociedad boliviana a intentar una respuesta que
fuera capaz de combinar ambas visiones sobre la base de una Constitución única rabiosamente
liberal en sus principios (1967), aunque claramente teñida de las ideas de la responsabilidad
social a partir de 1938 y los hechos consecuentes de 1952.