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POLÍTICOS
PARA REPRESENTAR LOS INTERESES DEL
PUEBLO?
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¿SON LEGÍTIMOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS
PARA REPRESENTAR LOS INTERESES DEL PUEBLO?
I PARTE
Legitimar deriva del latín Legitimus y se refiere al modo de hacer algo conforme a la ley
(Mungia, 2003: 450). Pero limitarnos a definir tal concepto desde su raíz nos reduce a
una interpretación que se estanca en los terrenos del positivismo; es decir, quedar
atrapados en la idea que todo aquello que se realice en sintonía con la ley es válido y
todo lo que se atreve a contrariarlo no lo es.
La legitimidad busca que una población determinada ceda por voluntad y no por la
fuerza. Al ser así, las personas han llegado al convencimiento de que tal situación o
decisión les es beneficiosa y justa, por eso la avalan. En palabras más elocuentes: “El
más fuerte no es nunca bastante fuerte para ser señor, si no transforma su fuerza en
derecho y la obediencia en deber…” (Rousseau, 2001: 13-14).
De tal suerte, el poder y, más específicamente el poder político, requiere siempre una
forma de reconocimiento que lo legitime o lo justifique ante todo sobre los que se
ejerce; esto, con el fin de asegurarse, por medio de la persuasión o la amenaza de la
fuerza, la obediencia y acatamiento de éstos.
Con lo dicho, podemos hacer referencia a uno de los canales a través del cual el poder
es reconocido y justificado, materializando así su legitimación: los partidos políticos.
Podemos asentar, con algunas discrepancias, que estas organizaciones han cumplido
un papel de importancia en la legitimación del sistema político y del Estado.
“Los partidos existen precisamente para propagar una concepción del mundo junto con
la actividad práctica que les corresponde. Intentan unir en una colectividad a todos
aquéllos que comparten una misma concepción del mundo y se dedican a difundirla. Su
papel consiste en homogeneizar a la masa de individuos influenciados por varias
ideologías e intereses” (Harman, 1969: 15).
Harman describe muy bien la piedra angular sobre la cual se sostiene la existencia de
los partidos políticos: la participación. Este es el elemento que le da a las referidas
organizaciones el aval social para servir como instrumentos, a través del cual, se
adquiere el poder y se implementa.
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Superando la visión meramente representativa, en donde los líderes políticos acceden a
los poderes del Estado para “representar” los intereses de la población, la participación
permite que la ciudadanía sea parte activa de la toma de decisiones que le afectarán.
Dando un paso adelante en la evolución del sistema democrático, se deja atrás, de esa
forma, el período electoral como única forma de expresión política de los ciudadanos de
un Estado.
La Democracia Participativa requiere, según Adrián Gil del Gallego, de dos elementos
esenciales: (1) Que la conciencia de la gente pase de verse a sí misma y de actuar
como esencialmente consumidores a verse y actuar como personas que ejercitan sus
propias capacidades y gozan con el ejercicio de éstas; y (2) Una reducción de la
desigualdad social y económica (Del Gallego, 2002: 76). Aunque es preciso acotar que
es el segundo elemento el que determina al primero, ya que como bien lo expresa Marx
y Engels: “No es la conciencia la que determina la realidad; sino al contrario, son las
condiciones objetivas la que determinan a la primera” (Marx y Engels, 1846: 12). Para el
caso de El Salvador, según lo manda el artículo 85 de la Constitución de la República,
debemos limitarnos a la Democracia Representativa.
Cabe recordar las palabras de Max Weber: “La dominación o sea la probabilidad de
hallar obediencia a un mandato determinado, puede fundarse en diversos motivos:
puede depender directamente de una constelación de intereses, o sea de
consideraciones utilitarias de ventajas o de inconvenientes del que obedece o puede
depender también de la mera ‘costumbre’, de la ciega habituación a un comportamiento
inverterado, o puede fundarse, por fin, en el puro afecto, en la mera inclinación personal
del súbdito. Sin embargo, la dominación que sólo se fundara en tales móviles sería
relativamente inestable. En las relaciones entre dominante y dominados, la dominación
suele apoyarse interiormente en motivos jurídicos, en motivos de ‘legitimidad’, de tal
manera que la conmoción de esa creencia en la legitimidad suele, por lo regular,
acarrear graves consecuencias” (Weber, 1977: 706-707).
Para Gramsci, la hegemonía de un grupo social, para el caso los Partidos Políticos, se
manifiesta por dos formas: (1) como dominio y (2) como dirección intelectual y moral.
Expresa que “Un grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a
“liquidar” o a someter…, y es dirigente de los grupos afines o aliados. Un grupo social
puede y también debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernativo (y esta
es una de las condiciones principales para la misma conquista del poder); después
cuando ejerce el poder y cuando lo tenga fuertemente en un puño, se convierte en
dominante, pero debe continuar siendo también ‘dirigente’” (Gramsci, 1934-1935: 2011).
En ese sentido, los partidos políticos poseen una hegemonía legitimada, ya que las
sociedades modernas, en su mayoría, les reconoce su instrumentalización para que las
personas que participan en la política puedan obtener el poder de dirigir el Estado, o al
menos, parte de éste. Según el autor italiano, debe primar la capacidad de dirección en
todo grupo social que desee poder. Su rol de dominante queda en segundo plano por el
de dirigente.
Y es que no puede ser de otra forma, los partidos políticos deben de poseer la
capacidad de dirigir a la sociedad, ser instrumentos a través de los cuales las personas
puedan desarrollar propuestas de ideas que les sean beneficiosas. No puede dominar
nada más. Al hacerlo, desembocaría en los modelos políticos que el siglo XX conoció
muy bien: el Nacionalsocialismo Alemán y el Estalinismo Soviético, o en fases insípidas
de los mismos, pero que mucho mal le hacen a toda sociedad.
Cuando un partido político logra alcanzar un alto nivel de poder, olvidando su capacidad
de dirigir y acabando con todo mecanismo de control, viene el declive. Con las reglas
de la Democracia se puede destruir a la Democracia. A fin de cuentas, “es la sociedad
misma la que cesa de existir en el plano de las relaciones humanas; o más bien, su
existencia se manifiesta en lo sucesivo bajo una nueva forma, según la cual cada
individuo no se vincula a los otros, sino al Estado y a sus dirigentes que se han
convertido en la encarnación del Estado” (Sheridan, 1967: 256-257).
Con Stalin, no sólo murió el ideal marxista-leninista de crear una sociedad más justa y
equitativa, sino también millones de personas a las cuales se les negó el derecho de
participar en una verdadera democracia, en donde por fin la clase proletaria podía ver
realizado su sueño. “El Padre de todos los Pueblos”, mermó las ideas de partido como
vanguardia de la clase obrera a un modelo de corrupción y violencia que superó al
zarismo.
Por tanto, podemos asentar que la naturaleza de los partidos políticos debe estar
sustentada en la participación de las personas y en la dirección de las mismas a la
creación de mejores condiciones objetivas que les permitan realizar una vida plena, en
donde las necesidades básicas sean suplidas de forma total.
Ser canales para obtener el poder político y con éste llegar a otorgarle a la sociedad un
sistema de salud y educación de calidad, empleos y salarios dignos, respeto a todos los
derechos civiles, políticos, sociales y culturales, son fines que deben verse realizados;
en fin, los partidos políticos para gozar de legitimidad deben de tener en su trabajo
diario el respeto a los derechos humanos y el cumplimiento de los mismos.
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¿SON LEGÍTIMOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS
PARA REPRESENTAR LOS INTERESES DEL PUEBLO?
III PARTE
Sobre la función de los partidos políticos en relación con la representación política, tal
disposición expresa que es a través de los partidos políticos que se ejerce la
representación del pueblo dentro del Gobierno. Lo anterior destaca la existencia del
régimen de democracia representativa en El Salvador, en donde es el pueblo quien
designa a sus gobernantes; sin que ello implique que fuera de los partidos políticos las
opiniones de los diferentes sectores de la sociedad, como parte del sistema político, no
sean válidas, pues las diferentes manifestaciones del derecho general de libertad de
que gozan los ciudadanos son formas por las cuales se coadyuva en la formación de la
voluntad estatal, propia de un sistema político pluralista.
En El Salvador, el sistema de partidos políticos tuvo su real parto en 1992 con la firma
de los Acuerdos de Paz y el ingreso del Frente Farabundo Martí para la Liberación
Nacional (FMLN) en la escena política. Ello significó el inicio de una nueva etapa para
nuestro país.
“La firma de los Acuerdos de Paz en 1992 permitió la instauración de una democracia
electoral en El Salvador, en la cual los Partidos Políticos se convirtieron en sus
principales protagonistas. Transcurridos 17 años de la firma de la paz, se celebraron en
el año 2009 las segundas elecciones generales, es decir, elecciones municipales,
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legislativas y presidenciales, situación que se produce cada 15 años. Sin embargo, el
Tribunal Supremo Electoral decidió separar la fecha de realización de ambas
elecciones: el 18 de enero las legislativas y municipales, y el 15 de marzo las
presidenciales” (FUNDAUNGO, 2009: 5).
La legitimidad con la que gozan estas organizaciones puede verse en las diversas
encuestas realizadas antes, durante y después de las elecciones del año 2009. El 3
diciembre del año antes señalado, el periódico “La Prensa Gráfica” publicó los
resultados de una investigación que midió el grado de aceptación de los partidos
políticos en la población.
Ante la pregunta: “¿usted con cuál partido político simpatiza? El 41.6% respondió que
con el FMLN; el 19%, con ARENA; y el 2.1% con el resto de partidos políticos. El 37.3%
se declaró neutral en términos políticos 1”. Sumados los tres primeros resultados,
podemos observar que el 62.7% de la población encuestada simpatiza con un partido
político; lo cual muestra el grado de aceptación que tales organizaciones poseen.
Pero, aunque los partidos políticos posean legitimidad, no quiere decir que los mismos
tengan una buena imagen. “Existe un amplio consenso en que los partidos son
esenciales para el funcionamiento de la democracia; sin embargo, simultáneamente, la
opinión pública se caracteriza por la permanente insatisfacción y desconfianza en los
partidos políticos. De este modo, los partidos políticos salvadoreños son una de las tres
instituciones peor valoradas en el país, después de la Asamblea Legislativa (cuya
imagen está íntimamente asociada a la suya) y al Tribunal Supremo Electoral 2”.
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4. A manera de conclusión
Los partidos políticos gozan de legitimidad, ya que son concebidos como la vía a través
de la cual las personas pueden llegar a ostentar cargos de poder político. Tales
organizaciones son herramientas, instrumentos que se encuentran a disposición de las
personas para la creación de condiciones objetivas que le sean más favorables.
Pero aún tan importante suceso, únicamente cumple con el formalismo derivado del
artículo 85 de la Constitución de la República; es decir, mantener el status quo de la
Democracia Representativa. Para pasar al sistema de participación ciudadana o
Democracia Directa, en donde la población sea un ente activo en la toma de decisiones,
falta algo más.
En segundo lugar, el poder de conocimiento es vital para ser un sujeto activo en la toma
de decisiones. Saber es tener poder, si hay conocimiento se tienen las herramientas
idóneas para crear y desarrollar propuestas que le sean beneficiosas a la sociedad. Ser
entes racionales y no pasionales es la clave para que una Democracia Participativa sea
exitosa.
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Por último, el poder redistributivo es un elemento esencial en toda Democracia
Participativa. En otras palabras, brindarle más capacidad de decisión a otros elementos
del Estado, como los Gobiernos Locales, es una tarea de imperiosa necesidad. Para
ello, es necesario fortalecerlos económicamente. Ninguna resolución puede ser tomada
si una organización no cuenta con los recursos económicos necesarios para ello. Por tal
motivo, robustecer a los Gobiernos Locales con la asignación de más presupuesto
proveniente del erario público es una tarea que no se puede pasar por alto.
Ahora bien, si participación significa en principio “tomar parte, convertirse uno mismo en
parte de una organización que reúne a más de una sola persona. Pero también significa
"compartir" algo con alguien o, por lo menos, hacer saber a otros alguna noticia. De
modo que la participación es un acto social" (Merino, 1995: 9), entonces quiere decir
que las personas deben organizarse a través de un mecanismo de participación.
Por ello, la propuesta inmediata para que en nuestro país pueda existir una
participación política-ciudadana, en los términos previos descritos, es adoptar el
mecanismo de plebiscito y el referéndum.
El primero, por ser una herramienta que “sirve para que los ciudadanos decidan entre
aceptar o rechazar una propuesta que concierne a la soberanía” (Francois, 1997: 24);
además de ser una “consulta al cuerpo electoral sobre un acto de naturaleza
gubernamental o constitucional, es decir político, en el genuino sentido de la palabra,
que no gira en torno a un acto legislativo, sino a una decisión política, aunque
susceptible quizá de tomar forma jurídica” (Arteaga, 1999: 90).
Pero para utilizar tales mecanismos como una forma de participación, debe de utilizarse
una herramienta que es primaria para la instauración de una Democracia Directa: la
iniciativa popular. Ésta es definida como “el derecho que permite a los votantes
proponer una modificación legislativa o una enmienda constitucional, al formular
peticiones que tienen que satisfacer requisitos predeterminados” (Francois, 1997: 25);
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BIBLIOGRAFÍA
Del Gallego, A. (2002), “El Poder y su Legitimidad”, Primera Edición, Editorial Marfil,
S.A., p.p. 5, 76.
Rousseau, J.J, (2001), “El Contrato Social”, Décimo Quinta Edición, Editorial Antonia
Novo, p.p. 13-14)
Harman, C. (1969), “Partido y Clase”. Gran Bretaña (web en línea) Disponible desde
internet en (http://www.scribd.com/doc/29067811/Partido-y-clase-1969-Chris-Harman)
(con acceso el 11-4-2010).
Gramsci, A., (1934-1935), “Cuadernos de la Cárcel - Tomo 2”, Turín, Italia (web en
línea) Disponible en internet (http://www.scribd.com/doc/27805986/Gramsci-Cuadernos-
de-la-carcel-tomo-2). p. 2011.
Sheridan, W. (1967), “Une Ptite Ville Nazie” Editorial Baillièr, París, Francia pp. 256-
257.
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Merino, M. (1995), "La participación ciudadana en la democracia", cuadernos de
divulgación de la cultura democrática, IFE, México, 1995, pág. 9.
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