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Garavaglia
Rentas, deuda pública y construcción estatal: la confederación argentina, 1852-1861
Presentación
No parece el Palacio San José de Justo José de Urquiza la morada de un caudillo salvaje y brutal, como decían sus
enemigos. La historiografía académica tampoco trato demasiado bien al entrerriano. Y sobre todo, decidió casi ignorar el
periodo de la confederación Argentina. La Confederación fracaso allí donde la nación triunfo no dijeron una y otra vez.
Es más, según esta visión, todo o casi todo se hizo recién a partir de Pavón y, por supuesto, desde la “Atenas del plata”.
Es muy probable que una parte de esta visión sobre el pasado argentino corresponda, en efecto, a un análisis realista de
la distancia sideral que separaba las economías de Buenos Aires y la Confederación, pero no hay dudas de que rescatar
ese tramo que fue la historia de los años 1852-61 mirada desde Paraná, quizás nos permita comprender de que modo
una parte de esa Argentina, también poseía ideas y herramientas para edificar un país posible.
Rentas de la Confederación
Los datos
El 24 de octubre de 1854, en el discurso inaugural de las sesiones del Congreso recientemente reunido en
Paraná, Urquiza comienza su exposición sobre el estado de la hacienda pública de la Confederación. El mismo enumera
cuales fueron los escasos fondos con que se inició la aventura institucional de Paraná. El panorama que pinta Urquiza
parece claro y nuestra bien el pobre estado de las finanzas de la Confederación en los dos primeros años de su corta
historia; es decir, la deuda pública fue una carga sobrellevada desde su bautismo y termino dando por tierra con esta
primera experiencia de nación confederal. Los ingresos fiscales no parecen muy altos, pero si los miramos desde una
perspectiva regional, tampoco son tan bajos. Se puede advertir con claridad que las entradas aduaneras son la clave de
las rentas del Estado y sobre todo, los impuestos sobre las importaciones. Si comparamos con Buenos Aires en la misma
época, veremos que las semejanzas son evidentes, pero también descubrimos que la tradición porteña en cuanto a los
ingresos tenía ya la antigüedad suficiente como para complementar con otros tipos de recursos en una panoplia
(armadura) más amplia. Paraná depende mucho más de las rentas de la Aduana que Buenos Aires. Para 1860,
observamos que el 92% de los ingresos aduaneros es percibido en las receptorías del Litoral, es decir, Santa Fe, Entre
Ríos y Corrientes. El problema que complicaba enormemente al sistema fiscal era el de las importaciones. Comprobamos
que, pese a lo que quiere una tradición historiográfica, Rosario si bien era la primera aduana confederada, estaba lejos
de ser la única. Los funcionarios de Hacienda habían conseguido, pese a todas las dificultades, montar una estructura
rentística bastante compleja que abarcaba todo el extenso territorio confederado.
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Deberíamos ser justicieros con la herencia de la Confederación más allá de su bancarrota final. Los hombres de Paraná
se encontraron con la cuestión del “pecado original”, es decir, de aquella deuda que había nacido antes del Estado; esta
había posibilitado el triunfo de Caseros. Había que ocuparse, antes que nada, de las rentas. Fue necesario caminar casi
todas las provincias para instruir las receptorías, los resguardos, las tesorerías y las contadurías de cada una de las
aduanas confederadas. La segunda cuestión fue el problema militar. Nada podía hacerse frente a la conflictiva relación
con Buenos Aires, si no se construía un verdadero ejército que respondiese a la Confederación. Para ello una de las
primeras tareas fue formar un cuerpo de oficiales leales. Y así fue como más de 180 oficiales de los cuerpos provinciales
pasaron a formar parte del ejército de la Confederación y más tarde, de la Nación. Paro el estado disciplinario de ese
ejército, como demostró en Pavón, no era siempre el más adecuado. Tampoco el armamento respondía a lo que eran ya
las exigencias de un autentico cuerpo armado, y en especial en la infantería. De todos modos, los esfuerzos de los
ministros del Departamento de Guerra y Marina de la Confederación dieron como resultado la puesta en pie de un
ejército de línea que incluía no solo a las provincias litorales.
Conclusiones
Decíamos en la Introducción que considera al periodo de la Confederación como una especie de paréntesis
huero de significado en el camino hacia la construcción nacional argentina, no le rendía justicia el enorme esfuerzo
tendiente a hacer realidad esta tarea desarrollada desde Paraná a partir de 1852. Se debe tomar en cuenta la realidad
de le efectivamente realizado por ese grupo de hombres, portadores de ideas bastante claras acerca de la nación posible
y que sin lugar a dudas, fueron los que pusieron los primeros cimientos de la construcción de un Estado nacional en la
Argentina.
Bragoni y Miguez
De la periferia al centro: la formación de un sistema político nacional, 1852-1880
1. En 1880 el senador bonaerense Aristóbulo del Valle señalaba con agudeza que se alineaba claramente “con los que
querían llevar la fuerza de la periferia la centro”. Esta era una expresión de la época. Hasta hace poco tiempo, el proceso
de unificación política argentino ha sido visualizado preferentemente a partir de los instrumentos montados por una
elite dirigente. Ese proceso iba a ser acompañado por el reemplazo de los perfiles políticos que habían fracasado en el
intento de asentar un principio de autoridad estable que se remontaba a la caída de Rosas. La solución, en cambio,
vendría de la mano de un nuevo tipo de liderazgo político de alcance nacional que aparecería representado en una
coalición de gobernadores de provincias que instalo a Nicolás Avellaneda en la primera magistratura del país en 1874.
2. Aunque la formación del Estado argentino no es el je de la temática, puede ser útil revisar algunos aspectos del
problema en cuanto constituye el trasfondo o sustrato del debate que proponemos en los trabajos aquí reunidos. La
caracterización de las formas institucionales previas a la formación del Estado nacional. Una rica discusión sobre la
naturaleza de los estados provinciales en la primera mitad del siglo XIX ha destacado como la concentración de atributos
soberanos en ellos hacía del Estado central más una hipótesis que una realidad. Quienes han intentado reconstruir el
proceso formativo de la nación a partir de 1852 pocas veces han prestado suficiente atención al sistema político e
institucional preexistente. ¿Qué es el Estado? Una respuesta obvia proviene de la tradición marxista. El surgimiento del
Estado está directamente asociado a la división social del trabajo, al surgimiento de una clase “ociosa” que establece
una dominación material e ideológica sobre el conjunto social, se especializa en la producción de ideología y del control
social, y que vive gracias a su capacidad de extraer excedentes mediante algún sistema tributario. También tiene el
control de los medios de coerción. Esto se hace especialmente evidente si miramos sociedades tribales carentes de ellas.
Tres argumentaciones historiográficas que tienen gran relevancia. Una tiene vínculo directo: al prestar poca
atención a las formas institucionales previas al a organización del Estado nacional, alguna literatura pareciera suponer
que la construcción del Estado se hace a partir básicamente de la sociedad civil. Una segunda se vincula de manera más
indirecta: análisis muy ricos y fecundos sobre el funcionamiento de la sociedad colonial han mostrado la debilidad de los
límites entre lo público y lo privado, y la importancia de las configuraciones de relaciones interpersonales como base
operativa del orden social. En espacios donde la supervivencia de las estructuras fue particularmente débil, la
preexistencia de las formas del Estado colonial es un antecedente que puede haber jugado un papel importante en la
construcción institucional posterior. La tercera reside concretamente en atender el proceso de unificación política no
solo como producto de coacción/cooptación del poder central sobre los poderes locales, sino en relación con dinámicas
o procesos de negociación y conflicto entre centros y periferias.
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El panorama político previo a 1852. Chiaramonte subraya que ante la disolución del poder central en 1820 el
esquema de poder que le siguió estuvo caracterizado por una confederación de “estados” independientes sujetos a
pactos interprovinciales que no consiguieron hacer de ella un Estado-nación. Serias dificultades para institucionalizar
órdenes políticos acordes a los ideales republicanos que inspiraban sus propios discursos. Los estudios sobre Buenos
Aires justamente revelan algunas características de esas limitaciones. La etapa que inicia en 1829 tendió a mostrar la
debilidad del gobierno provincial para hacer efectiva su presencia en el amplio territorio de su jurisdicción. Esta
debilidad provenía fundamentalmente de la escasez de recursos económicos y humanos. Si así ocurría en Buenos Aires,
que contaba con el más amplio comercio externo de la región y los ingresos fiscales, el problema para las demás
provincias sin duda fue mayor.
No obstante, esa precariedad institucional no fue motivo para que ningún poder provincial abandonara el
estatus jurídico-político adquirido desde 1820, ni tampoco para que alguno de ellos pudiera hacer efectivo su dominio
sobre los restantes. Esta institucionalización formal cumplía un importante papel en la legitimación de los poderes
públicos provinciales. El estudio de Ariel de la Fuente sobre Los Llanos de La Rioja muestra la incapacidad del estado
provincial para hacer efectiva su presencia en esa zona apartada y poco poblada. El orden social descansaba en la
preeminencia de notables locales, sin funciones estatales precisas, o con alguna designación en la estructura miliciana.
Pero lo fundamental era el prestigio personal del “caudillo” local. Así, cuando la constitución de 1853 vio la luz, consistía
en un programa para reunir en un solo y nuevo Estado-nación al menos catorce estructuras de dominación social
diferentes. Por consiguiente no se trataría de la emergencia de un nuevo actor (el estado nacional) que se va
imponiendo sobre la sociedad civil, sino de una nueva forma de organización central que se creó a partir de la
convergencia de al menos otras catorce formas que lo precedieron.
Lanteri
La “Confederación” desde sus actores. La conformación de una dirigencia nacional en un nuevo orden político (1852-
1862)
Durante la Confederación, las trece provincias que la conformaron vivieron la primera experiencia de
articulación en un proyecto político orgánico cuyas bases jurídicas se establecieron en la Constitución nacional de 1853.
El pensarse y organizarse como parte de un estado federal implico cambiar la naturaleza de sus poderes tras haber
actuado como unidades políticas autónomas por más de tres décadas. Analizamos tres problemáticas en forma
conjunta. La conformación de una dirigencia nacional, la articulación por parte de dicha dirigencia de sus recursos y
accionar hacia la formación de una estructura estatal y, finalmente, la manera en que dicho diseño fue retroalimentado
por las provincias.
Los estudios específicos sobre el periodo dieron poco margen de participación a las provincias y a sus
representantes, desdibujando su protagonismo en el proceso. Urquiza apareció en estos relatos asumiendo y dirigiendo
la organización nacional. Otras interpretaciones enfatizaron el fracaso de proyecto estatal nacional de la Confederación
y adujeron como una de sus principales causas la imposibilidad de sentar bases políticas e institucionales. Nuestro
argumento es que un proceso de aprendizaje y conformación político-institucional nacional se inició en la Confederación
y se consolido en las décadas siguientes. Si bien Urquiza fue una figura central, este se sostuvo gracias a un nutrido
conjunto de personas. Por ende, no fue Urquiza como representante privilegiado del poder central el que avanzo sobre
las elites políticas provinciales configurando a la Confederación, sino que estas fueron protagonistas activas del proceso.
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El poder ejecutivo nacional hizo claros esfuerzos por nuclear a la dirigencia política. A ello se sumaron otras
acciones tendientes a institucionalizar su autoridad. A los esfuerzos del ejecutivo se sumó también el
autorreconocimiento del propio personal. Los emigrados también contaban con un capital simbólico importante, su
prestigio se debió particularmente al “martirio político” que habían sufrido con Rosas. Entre los exiliados se encontraban
miembros de la generación del 37’. Asimismo la fragilidad del orden político surgido en 1820 y la correlativa precariedad
del orden institucional y fiscal había obligado a muchos de estos hombres a emprender trayectos migratorios y ofrecer
sus servicios a diversos gobiernos fuera de su lugar de origen, lo que les había dado una experiencia en la praxis política,
como es el caso de Ramón Gil Navarro, Facundo Zuviria y Santiago Derqui. Lo que interesa remarcar de esto es que la
conformación de una dirigencia nacional exigió recapitalizar y unificar un personal diverso que tenía un sustrato común
en la experiencia de los estados provinciales autónomos. Tanto por la necesidad de construir un marco administrativo
estatal como por la falta de personal para sustentarlo, las fronteras políticas sufrieron entonces una importante
ampliación que distintos actores supieron fructificar.
Conclusiones
A diferencia de los estudios que centraron su atención en la figura de Justo José de Urquiza, hemos revelado que
una nutrida red de personas sostuvo y conformo la trama político-institucional de la Confederación. Si bien Urquiza fue
una figura central, las provincias y sus representantes fueron protagonistas activos del proceso. Pensamos entonces que
debe relativizarse el fracaso que algunos autores atribuyeron al proyecto estatal nacional de la Confederación. Aunque
no fue exitoso el intento de construir un estado con dirección política en Entre Ríos, hubo un sugestivo grado de
cohesión y de referencialidad al espacio nacional. Las elites políticas provinciales tuvieron registro de que había
instituciones como el Congreso que las contenían. Por la sociabilidad de la política y por el andamiaje legislativo-
institucional construido en el Congreso, las elites provinciales comenzaron así a concebirse y a legitimarse como una
clase dirigente nacional. Su autorreconocimiento como dirigentes y una suerte de convicción de la idea de nación fueron
entonces definitorios para su conformación como una dirigencia. Gracias a dichas cualidades aglutinadoras entre la
primera y segunda mitad del siglo y a su acumulación de pericia en el manejo y gestión institucional, fueron así figuras
centrales en el camino de la profesionalización política y de la maduración de una soberanía nacional. En definitiva, la
conformación de una dirigencia nacional que integro en su seno a las elites políticas provinciales fue fundamental para la
viabilidad de la Confederación, y es una de las claves de su herencia al proceso abierto en 1862.
Paz
El gobierno de los “conspicuos”: familia y poder en Jujuy, 1853-1875
Introducción
La relación entre las familias de la elite y el poder es un tema clásico de la historiografía de América Latina.
Ligados por los negocios, las alianzas matrimoniales, la vecindad y la pertenencia a ciertas instituciones, y lo grupos
familiares constituyeron verdaderas “redes” que funcionaban como una organización social no solo en el ámbito privado
sino también el a esfera pública. Estas “redes de familias notables” proveían el marco de referencia por medio del cual
los miembros de la familia funcionaban en el dominio público. El presente artículo trata acerca de un gobierno de
familia: el de la parentela centrada en el Sánchez Bustamante en la provincia de Jujuy entre 1853 y 1875.
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red de familias emparentadas que a mediados del siglo XIX ocuparon los más prominentes cargos en la provincia. Se los
llamo “los conspicuos”. Había otros grupos familiares, el más importante era el de los Bárcena con quien los Sánchez de
Bustamante establecieron alianza. Las familias de la elite eran, por definición, ricas. A mediados del siglo XIX la fortuna
de las familias de la elite estaba basada en la propiedad de la tierra. Algunos de los integrantes de los clanes se contaban
entre los más grandes propietarios. El monopolio de la propiedad de la tierra permitía a estos grandes propietarios
ejercer un férreo control de la población rural a través del arriendo, el peonaje y la provisión de crédito. En Jujuy se
observa que los hombres que ocuparon los puestos políticos más importantes en el periodo 1853-80 no se contaban
entre los más ricos de la provincia. En este periodo, la elite policía de Jujuy se reclutaba mayoritariamente entre las
familias extensas de la elite tardocolonial que volvieron a la provincia tras la caída del rosismo. La red de familias
organizadas en torno de los Sánchez de Bustamante ocupaba el centro de la escena política. Su poder se basaba muy
limitadamente en la acumulación de riqueza. La clave para entender su posición reside en sus vastas conexiones
familiares y en su preeminencia social de antigua familia local. Son un ejemplo de lo que Halperin llamo “la elite
ilustrada”, políticos con ceirto grado de educación y experiencia relativamente independientes de las clases propietarias
y populares.
Conclusión
En 1853 una red de familias centradas en los Sánchez de Bustamante accedió al gobierno de Jujuy. Esta red
familiar se formó a fines del periodo colonial en torno de las alianzas matrimoniales establecidas entre la primera
generación jujeña de la familia e inmigrantes españoles exitosos. El régimen instaurado por los “conspicuos” tras la caída
de Rosas constituyo un verdadero gobierno de familia. Más que en la riqueza, su poder se basaba en las amplias
conexiones familiares de una red cuyos recursos se habían puesto en función de la dominación política de la provincia. El
control de la Legislatura les garantizaba la elección del gobernador y su sucesión, la designación de senadores nacionales
y al distribución de cargos públicos entre parientes y amigos. Hacia 1875 los Sánchez de Bustamante perdieron el poder.
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La combinación de tozudez en el mantenimiento de su lealtad política hacia el mitrismo y la acción de poderosos
factores que escapaban a su control, como lo era el mal disimulado apoyo que el ejército brindaba a la candidatura de
Avellaneda, precipitaron el fin de los “conspicuos”. Los Sánchez de Bustamante fueron asimismo empujados a la caída
por su complicidad en la rebelión de los campesinos de la puna que ellos no habían causado, pero que pretendían
utilizar como salvataje político. Su súbita caída marco la definitiva incorporación de Jujuy a la política nacional. Los
sucesos políticos de la década de 1870 enseñaron a la elite jujeña una lección muy importante: el Estado nacional con
sus instituciones, soldados y crecientemente con sus recursos financieros tenía cada vez mayor injerencia en el gobierno
de la provincia.
Sábato
La estructura de la población
Un extenso territorio y, sin embargo, una población relativamente pequeña ha sido un rasgo característico de la
Argentina. La provincia de Bs. As. Comparte esta característica, aunque en grado menos que otras regiones del país. A
comienzos del siglo XVIII, Azara estimo que la provincia tenía solo unos 32.000 habitantes. Hacia 1895 había casi treinta
veces más. Los factores de este crecimiento fueron la colonización de nuevas tierras, el crecimiento de la tasa de
inmigrantes y el aumento de la población urbana, entre otros.
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La población crecía de manera sistemática y se distribuía por la campaña, y sin embargo, en las primeras
décadas de expansión la tradicional escasez de brazos no parece sino agravarse. No era pues, únicamente, que la
oblación fuera pequeña, sino que una parte de asalariados potenciales continuaba gozando de formas alternativas de
subsistencia que no hacían necesaria su participación en el mercado de trabajo de manera permanente. Ante este
panorama, la creación de una oferta estable y disciplinada de fuerza de trabajo que atendiera a la demanda de esa
economía en extraordinaria expansión constituyo un aspecto central del proceso de formación del mercado de trabajo
en esta etapa. Para construir esta etapa se contó en Buenos Aires con dos recursos fundamentales. En primer lugar, con
la fuerza de trabajo provista por aquellos trabajadores locales que hasta entonces habían sido asalariados ocasionales.
En segundo término fue decisiva la incorporación de fuerza de trabajo provista por la inmigración.
Vagos y malentretenidos
El disciplina miento social de la población de la campaña fue una de las principales preocupación de las clases
propietarias y del Estado de Buenos Aires ya desde la primeras décadas del siglo XIX. Los estancieros se quejaban de las
deserciones. Para atraerlos, muchas veces los estancieros adelantaban dinero a los trabajadores. Los estancieros
reclamaban que se tomaran medidas para disciplinar y controlar a la población rural. Las sugerencias eran las de coartar
los medios de subsistencia alternativa al trabajo asalariado y las que proponen medidas concretas de control y represión
sobre esa población.
Pero el orden que se quería imponer resultaba decisivo cuando se trataba de organizar el ejército de Buenos
Aires. Desde los días de la Revolución habían contado con un ejército casi permanente. Estas levas afectaban a quienes
por otra parte eran trabajadores potenciales en la campaña. Para esto se implementó la legislación sobre vago y
malentretenidos. Esta busco a la vez disciplinar a la mano de obra y proveer de hombres al ejército: amedrentando al
trabajador y castigando al marginal se conseguía el doble propósito. Así, se definía como vago a quien carecía de
propiedades o de un trabajo estable.
Los inmigrantes
Hacia fines de la década de 1840 comenzaron a llegar al Rio de la Plata inmigrantes irlandeses, escoses y vascos,
atraídos por una tierra que les ofrecía un destino a la vez incierto y promisorio. Los recién llegados pronto demostraron
ser la mano de obra ideal para desempeñarse en la ganadería lanar. Algunos de ellos eran relativamente calificados.
Además, muchos de ellos provenían de regiones campesinas y por lo tanto estaban acostumbrados al trabajo familiar
que, como se verá más adelante, resultaría muy eficiente en el contexto de las estancias ovinas.
Estancias y estancieros
Tierra y ganado fueron los recursos esenciales sobre los que se construyó la riqueza de Buenos Aires luego de la
Independencia. Un sector mercantil urbano que rápidamente había ido perdiendo sus bases de poder económico,
encontró una fuente alternativa de riqueza en la campaña y hacia ella volcó su esfuerzo productivo. El hinterland de
Buenos Aires fue así la región clave de esta expansión productiva, que alcanzo su fase más dinámica durante el régimen
rosista. Hacia 1850, la estancia había conquistado el espacio rural, pero la formula básica siguió siendo tierra abundante,
grandes rebaños de ganado criollo, pocos brazos y muy baja inversión en activos fijos. La introducción del ovino al
principio no produjo cambio alguno en la organización de la producción rural. Hacia las décadas del 20 y 30, pocos eran
los estancieros que consideraban a la cría de ovejas como un aspecto importante de sus actividades rurales. Sin
embargo, algunos hombres de empresa comenzaron a promover el desarrollo del lanar en la provincia. Simplificando
enormemente: las estancias eran empresas capitalistas que producían para el mercado, empleando trabajo asalariado
pero combinándolo con otras formas de contratación de la mano de obra.
El estanciero: personaje controvertido pero central en el desarrollo de la sociedad argentina. No se debatirá aquí
la cuestión más general sobre su naturaleza o sobre su papel a lo largo de la historia argentina. Se tiene así la pretensión
quizá excesiva de alimentar aquella discusión más general con el análisis específico referido a una región y una época. En
la provincia de Buenos Aires la palabra estancia generalmente designa a empresas dedicadas a la producción
agropecuaria, cuya organización fue variando con el tiempo. Desde el punto de vista sincrónico, el concepto de estancia
tiene diferentes connotaciones según los periodos y las regiones en que fue usado. Las características principales de la
estancia en la etapa de expansión del lanar, se hablara de estancias ovinas. Sin embargo las estancias fueron sufriendo
cambios sucesivos y pasaron de una primera etapa en que las ovejas se incorporaron como complementarias al ganado
vacuno, a una segunda en que predominaba el ovino y a una última fase en que las actividades relacionadas con el lanar
dieron paso a la estancia mixta agrícola-ganadera. Las estancias eran de variada extensión.
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Buenos Aires Mendoza Tucumán
Djenderedjian
La colonización agrícola en Argentina, 1850 – 1900: problemas y desafíos de un complejo proceso de cambio
productivo en Santa Fe y Entre Ríos
Introducción
Uno de los fenómenos más destacados en la historia rural argentina de la segunda mitad del siglo XIX es el
proceso de expansión de la agricultura moderna. Argentina paso de ser un importador neto de cereales y harina a
constituirse en uno de los mayores exportadores mundiales de esos productos en algo menos de tres décadas. Esa
evolución tuvo un motor principal en la formación de colonias agrícolas, esencialmente con inmigrantes. La región
pampeana se había transformado al filo del siglo XX en una moderna fábrica de alimentos. Hacia 1895 la superficie
cultivada con trigo había aumentado al menos 39 veces. El desarrollo agrario pampeana, para la llamada visión
tradicional, no habría sido plenamente capitalista entre otras cosas porque las lógicas respectivas de las explotaciones
ganaderas y agrícolas eran distintas: las primeras, extensas, ineficientes y en manos de propietarios, las segundas, muy
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pequeñas y en manos de arrendatarios, estaban caracterizadas por la inestabilidad. Desde hace alrededor de un par de
décadas esta visión se ha ido resquebrajando. Se han puesto en evidencia las conductas empresariales y la
heterogeneidad de los actores rurales; y la supuesta subordinación agrícola ha sido abandonada a la luz de la fuerte
dinámica propia del sector. Sin embargo, persiste todavía la tendencia a suponer que las posibilidades de innovación e
inversión en la agricultura estaban ligadas a la pequeña propiedad colona. Se ha pensado en que general que, una vez
fundada la primera colonia, la progresión del fenómeno tendría necesariamente que ser continúa; esa visión no da
cuenta del a veces tortuoso recorrido de los emprendimientos. Nunca fue muy fácil. Santa Fe y Entre Ríos son casos
paradigmáticos: el primero, por ser aquel en el cual la colonización tuvo mayor éxito; el segundo porque por el contrario
el proceso colonizador sufrió allí constantes retrasos y problemas.
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aislamiento tendía a reforzar ese esquema. Solo en segundo lugar las colonias se orientaban a generar excedentes
comercializables.
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agrícola pampeana se orientó cada vez más intensamente por los ritmos del mercado exterior. Perdió así, por primera
vez en su historia, su centro de gravedad local.
Botana
El orden conservador
El control de la sucesión
Durante el verano que sigue a los sucesos del 80, el político indeciso cede su lugar al intelectual presa de la febril
necesidad de explicar los acontecimientos. La combinación de la forma republicana con el principio electivo de gobierno
puede adoptar múltiples traducción institucionales, desde su particular perspectiva, una distinción tajante: la republica
distingue entre la esfera pública y la esfera privada. El elector, tiene una naturaleza política diferente a la del
representante. Habrá siempre electores, poder electoral, elecciones y control, pero los electores serán los gobernantes y
no los gobernados. Lo que aquí se advierte es un problema de unificación de poderes y de concentración del control
nacional que, para algunos, es previo a la cuestión de limitar y democratizar el gobierno. Se trataba, pues, de acumular
poder. Si la capacidad electoral está concentrada en los cargos gubernamentales, el acceso a los mismos permanece
clausurado para otros pretendientes que no sean aquellos designados por el funcionario saliente. La fórmula operativa
del régimen inaugurado en el 80 adquiere, según Alberdi, un significado particular, si se la entiende como un sistema de
hegemonía gubernamental que se mantiene gracias al control de la sucesión.
La hegemonía gubernamental
¿Solo la designación y la fuerza fueron las reglas sucesorias adaptadas al régimen de la época? Si las elecciones
eran oficiales, el poder electoral residía en los gobiernos y el control se ejercía sobre los gobernados. Los único que
podían participar en el gobierno eran aquello habilitados por la riqueza, la educación y el prestigio. A partir del 80 el
extraordinario incremento de la riqueza consolido el poder económico de un grupo social cuyos miembros fueron
“naturalmente” aptos para ser designados gobernantes. El poder económico se confundía con el poder político: la
oligarquía. Tres puntos de vista que se entrecruzan acerca de la oligarquía en la Argentina: la oligarquía es una clase
social determinada por su capacidad de control económico; la oligarquía es un grupo político; la oligarquía es una clase
gobernante. Dado el carácter crítico del concepto de oligarquía, la cuestión que ocupara nuestro interés consistirá en
desentrañar la dimensión política del fenómeno oligárquico en la Argentina de ese entonces, admitiendo dos cosas: a)
que hay oligarquía cuando un pequeño número de actores se apropia de los resortes fundamentales del poder; b) que
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ese grupo está localizado en una posición privilegiada en la escala de la estratificación social. Si aceptamos como
hipótesis la relación de poder anotada en la segunda posibilidad, la oligarquía puede ser entendida como un concepto
que califica un sistema de hegemonía gubernamental. El sistema hegemónico se organizaría sobre las bases de una
unificación del origen electoral de los cargos gubernamentales. La hipótesis expuesta exige, pues, rastrear un fenómeno
de control político. En la perspectiva en la que nos ubicamos, control evoca una acción de poder, una voluntad de
potencia ejercida sobre otros desde un determinado punto del espacio político. El sentido del control y su dimensión
temporal merecen, entonces, especial atención. La fórmula prescriptiva que habían consagrado Alberdi y el Congreso
Constituyente, pretendía traducir en instituciones un conjunto de valores e intereses socioeconómicos que los actores
dominantes estaban dispuestos a defender contra hipotéticas resistencias. Es preciso tomar conciencia de algunos
riesgos teóricos, porque la hipótesis alberdiana del control de la sucesión presidencial, llevada hasta sus últimas
consecuencias, podría crear imágenes elementales en su diseño y riesgosas en sus consecuencias. Proponer una relación
simple, según la cual todos los presidentes fueron directamente designados por su antecesor, significaría violentar la
historia de un modo muy ingenuo. La constitución establecía modalidades precisas para elegir a los presidentes y a los
miembros del Senado Nacional; consagraba el voto directo en la cámara baja; reforzaba los rasgos unitarios del sistema
federativo mediante la intervención federal.
El Senado nacional
El sistema federal adoptado por la Constitución hacía del Senado una suerte de institución bisagra que contara
con el prestigio necesario para salvar contradicciones cuyas soluciones variaban según fuese la óptica formal o
substantiva en la cual se situaba el legislador. En una primera perspectiva, de carácter formal, el Senado constituía un
recinto adecuado para preservar la igualdad de los estados intervinientes en el pacto federal. Si se desciende hacia un
umbral de análisis más profundo pocas dudas caben de que el Senado estaba pensado como un eficaz vehículo de
comunicación, cuyo propósito básico consistía en nacionalizar a los gobernantes locales. Por fin, en un tercer umbral que
no cierra la marcha descendente hacia dimensiones más profundas de esta relación de poder, el Senado podía ser
entendido como un original instrumento de control al servicio de una prudente elite, ampara por la edad y la distancia
electoral sobre tumultuosas o esquivas multitudes.
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Estos umbrales tenían importancia equivalente, pero ninguno alcanzara más gravitación que el último para
definir el otro gran propósito de la Cámara de Senadores; porque, más allá del problema federal, el Senado también
daba respuesta a dos cuestiones decisivas. La primera de ellas exigía consagrar en algún cuerpo institucional el derecho
de juzgar a los ciudadanos investidos del gobierno y en concreto al presidente. La otra cuestión traducía una dificultad
derivada de la naturaleza misma del régimen presidencial. La lógica del régimen parlamentario hacía del Gobierno una
realidad dependiente del Parlamento: los representantes podían derrocar al primer ministro cuando cesaba la confianza
de la mayoría, pero también la corona podía disolver el parlamento. En el régimen presidencial la fragmentación de la
soberanía, propuesta por el sistema federal, se combinaba con una rígida separación de poderes por la cual el
Presidente no podía disolver el Congreso ni este podía hacer obligatoria la renuncia del primer magistrado y de su
gabinete. Visto en esta perspectiva el Senado era un auténtico Consejo Ejecutivo dotado de las atribuciones para ejercer
control sobre el poder judicial, el religioso y los niveles más altos del entonces embrionario sistema burocrático.
Alonso
La unión cívica radical: fundación, oposición y triunfo
Durante un cuarto de siglo, la Unión Cívica Radical fue el principal partido de la oposición en la Argentina. La UCR
tuvo un rol protagónico en la política nacional, ya que desafío el orden ideológico y político acuñado desde 1880. Nacida
formalmente en 1891, la UCR se organizó con el objetivo de revertir los cambios introducidos por las administraciones
del ochenta en la vida política, social, económica e institucional del país.
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universitarios expreso su lealtad incondicional al Presidente. El evento inspiro a Francisco Barroetaveña a escribir un
artículo condenatorio de la juventud juarista y del presidente. El texto fue pronto convertido en el puntapié inicial para
unir a la oposición universitaria en una organización llamada Unión Cívica de la juventud. Francisco Barroetaveña fue el
vínculo entre la UCJ y los políticos de más trayectoria que participaban en las reuniones de la avenida Alvear. Del Valle y
Demaria se encargaron de convencer a políticos de mayor prominencia de unirse a la iniciativa de los jóvenes. Luego de
la reunión, las conversaciones entre los miembros mayores de la UCJ se intensificaron. Se decidió que Alem presidiera la
nueva organización, ahora rebautizada como UC (unión cívica). No obstante, aplicarla a la UC el rotulo de partido político
podría llevar a equívocos ya que no fue una organización política con fines electorales. Su objetivo fue agitar a la opinión
pública contra el gobierno. La UC no fue organizada como un partido político, sino como una cortina de humo para la
preparación de una revolución para derrocar al Presidente. No había planes para que siguiera existiendo una vez que su
propósito se hubiera concretado. Los planes revolucionarios se aceleraron luego del acto de inauguración del 13 de abril
de 1890. Después de ese acto, Mitre, la figura de más renombre dentro de la nueva oposición, partió a Europa dejando
la organización de la revolución en manos de Alem y Campos. El 17 de julio tuvo lugar una reunión final. La revolución de
julio fue un asunto exclusivamente porteño. Mientras la UC se aprestaba a finalizar los preparativos revolucionarios, el
presidente recibía advertencias, pero nadie logro convencerlo, Juárez Celman subestimaba a la oposición. El día elegido
fue el sábado 26 de julio. La revolución de julio consistió en cuatro días de combate donde los rebeldes fueron vencidos.
A pesar del triunfo del gobierno nacional, Juárez Celman se vio obligado a renunciar el 6 de agosto. Esto abrió un
panorama de incertidumbre en el panorama político ya que la escena política se fragmentaba. La renuncia de Juárez
Celman convirtió la derrota militar de la UC en un triunfo político. Sin embargo se acentuaron las disputas internas
dentro de la UC. Luego de la revolución, las distintas facciones internas comenzaron a expresar distintas lecturas sobre la
situación política. El presidente Pellegrini había nombrado a tres mitristas en su gabinete como uno de los muchos
gestos conciliadores que el gobierno ofreció a la nueva oposición. Mientras los mitristas estaban dispuestos a aceptar los
ofrecimientos del nuevo gobierno, pronto quedo claro que el resto de la UC tomaba actitudes distintas. El disenso
dentro de la UC se manifestó en las contradictorias actitudes públicas que emergieron de sus principales miembros.
Dentro de la UC las discrepancias se tradujeron tanto en luchas internas por apoderarse de su dirección, como en una
fervorosa competencia entre sus facciones por apropiarse de espacios de poder en la vida pública.
La existencia de la UC después de la revolución de julio, poco prevista por sus fundadores, se encontraba no solo
amenazada por conflictos internos, sino además por la cultura política propia de un país donde los partidos políticos
tradicionalmente se articulaban alrededor de un líder indiscutido. La UC no tenía uno, sino varios. En septiembre de
1890 la UC aprobó una Carta Orgánica que establecía que la selección de los candidatos partidarios comenzaría en
convenciones seccionales, para pasar luego por convenciones por circunscripción y por provincia hasta llegar a una
convención nacional. La primera y última convención de la UC tuvo lugar en enero de 1891. Allí fue aprobada la fórmula
presidencial Mitre-Irigoyen. Mitre, sin embargo, contemplaba otras opciones. Anuncio en marzo del 91 que él y Roca
habían celebrado un acuerdo por el cual el PAN y la UC se presentarían juntos. La iniciativa provenía de Roca. En primer
lugar, porque pese a la renuncia de Juárez Celman, Roca había sido incapaz de restablecer su autoridad dentro del PAN y
del país. La delicada situación financiera por la que atravesaba el país constituía el segundo motivo por el que Roca
busco un acuerdo con Mitre. Mitre también tenía razones convincentes para negociar un acuerdo con el PAN. Era el
candidato de una organización política frágil. Un mes después de esto la UC se dividió en dos: los “antiacuerdistas”,
pronto conocidos como radicales y los “acuerdistas” que formaron la Unión Cívica Nacional. Los radicales liderados por
Alem e Irigoyen, organizaron su propia convención partidaria en agosto y eligieron la fórmula presidencial Irigoyen-
Garro. Dentro del PAN el acuerdo también provoco resistencias sobre las reparticiones de los espacios de poder con la
UC, los roquistas se resistían a compartir puestos. En octubre, Roca y Mitre abandonaron el acuerdo. Dos meses
después, sin embargo, cambiarían de opinión. El 18 de diciembre, un grupo de ex juaristas que se hacían llamar
“modernistas”, lanzo la formula Sáenz Peña-Pizarro, y contaban con el apoyo de varias provincias, que le daban la
mayoría en el colegio electoral. Mitre y Roca reaccionaron de inmediato restaurando el acuerdo. Sin embargo, el nuevo
acuerdo era insuficiente para detener a los modernistas, por lo que Roca y Pellegrini jugaron su última carta: le
ofrecieron a Sáenz Peña padre, la candidatura presidencial, por lo que fue elegido en 1892. Las elecciones fueron
llevadas a cabo en una atmosfera de gran tensión. Pocos días antes de los comicios, el presidente Pellegrini declaro el
estado de sitio y ordenó el arresto de varios miembros de la UCR. Ante el público, el episodio que rodeo a la elección de
Sáenz Peña torno al partido radical en víctima de un complot gubernamental y, más importante aún, le proporciono a la
UCR sólidas bases para cuestionar la legitimidad del presidente Luis Sáenz Peña.
Los dirigentes
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Cuando luego de la elección de Sáenz Peña se levantó el estado de sitio, los líderes radicales comenzaron a
reorganizar sus filas. Durante esta etapa fundacional de la UCR que recorre los años entre 1891 y 1897, sus principales
líderes fueron Alem e Irigoyen. La pasión política de Alem imprimió a su conducción un aura moral y a su partido una
misión: la restauración de la república. Alema e Irigoyen mantuvieron una relación cordial pero de poca intimidad. A
diferencia de Alem, Irigoyen pertenecía a una tradicional familia de Buenos Aires, disfrutaba de una gran fortuna. Ambos
diferían mucho en estilo. Alem gozaba de los actos públicos multitudinarios, le gustaban la confrontación y los absolutos.
Irigoyen, en cambio, era de modales aprendidos, tenía un aspecto conservador. En cuanto a los demás dirigentes de la
UCR, todos sus integrantes eran profesionales; los más eran abogados, terratenientes o periodistas. En términos de la
profesión de sus miembros, la UCR no difería de otros partidos.
Las palabras
A través de su diario, El Argentino, los radicales articularon un discurso de rechazo a las cambios institucionales,
políticos, económicos e ideológicos que habían tenido lugar durante las administraciones de Roca y Juárez Celman. Para
ellos, el PAN no era más que una “oligarquía de advenedizos” que había irrumpido en la escena política del país,
“adueñándose de la autoridad como si fuera propiedad exclusiva, y de los dineros públicos como si fueran propiedad de
nadie. La palabra corrupción fue una constante en su retórica. El PAN era acusado de imponer en el país “nuevas teorías
y doctrinas malsanas”. Una de ellas era la concepción “pragmática” de la política, que la reducía a una serie de
transacciones destinadas a evitar conflictos y confrontaciones abiertas. La priorización del orden y del progreso
económico de la retórica oficial incitaba a la desmovilización política. Las dos administraciones del PAN eran acusadas de
haber corrompido los principios de gobierno establecidos en la carta constitucional de 1853. La concentración de poder
en el Ejecutivo nacional que había tenido lugar durante la década del ochenta había desvirtuado el principio de división
de poderes. Más significativo aun, los radicales creían firmemente que su diagnóstico de la situación del país justificaba
el uso de la revolución para derrocar al gobierno. Es necesario enfatizar que el término revolución empleado por el
partido radical tenía un significado muy distinto del que prevalece en nuestros días. El termino revolución no implicaba
la construcción de un orden nuevo, sino el mero acto de liberación de un gobierno ilegitimo que se había extralimitado
en sus funciones. Desde sus respectivos periódicos y desde sus bancas en el Congreso Nacional, radicales y autonomistas
se enfrentaron en un debate público sobre la legitimidad del acto revolucionario. Esta no era una retórica lanzada en el
vacío: era un discurso público destinado a legitimar acción, articulado al mismo tiempo que sus líderes se aprestaban a
organizar una serie de levantamientos armados que estallaron finalmente durante julio, agosto y septiembre de 1893.
Las armas
A través de su prensa diaria el PAN tejía la imagen de una Argentina en la encrucijada y que milagrosamente
había sido salvada con la elección presidencial de Luis Sáenz Peña en abril de 1892. La presidencia de Sáenz Peña fue la
más inestable administración que el país experimento en la segunda mitad del siglo XIX. Esto se debió en gran medida al
rápido colapso del acuerdo Roca-Mitre que había hecho posible la elección del Presidente. Una vez en su puesto, este
trato de gobernar con el apoyo aislado de personalidades de diferente contextura política. En julio del 93, cuando se
estimaba que el presidente estaba a punto de renunciar, volvió a sorprender cuando le pidió a Aristóbulo del Valle que
formara un nuevo gabinete. Uno de los principales organizadores de la UC original y uno de los líderes de la revolución
de julio del 90. Decidido a poner fin a luso de guardias provinciales con propósitos políticos, Del Valle ordeno el desarme
de las provincias de buenos aires y Corriente. El nuevo gabinete y sus primeras medidas fueron determinantes para los
planes que el partido radical había venido desarrollando desde que se levantaron las medidas de seguridad impuestas
poco antes de las elecciones. En noviembre del 92 la UCR había llamado a una convención nacional. Al fin de la jornada
Bernardo de Irigoyen dio a conocer que la Convención había decidido no reconocer la legitimidad del presidente y que
seguía defendiendo la legitimidad de la acción revolucionaria. El anuncio significaba una declaración de fuera al actual
gobierno. Los planes se aceleraron con el nombramiento de Del Valle. En medio de esta agitación, revoluciones radicales
estallaron simultáneamente en las provincias de Santa Fe, San Luis y Buenos Aires. En la provincia de Buenos Aires el
levantamiento fue dirigido por Hipolito Yrigoyen y desplego un nivel de organización notable. Las tres revoluciones
fueron exitosas y por unos días las tres provincias quedaron al mando de gobiernos provisionales radicales que se
apresuraron a reemplazar las viejas autoridades en todo el territorio de las provincias. Mientras tanto, el gobierno
nacional no tardó en reaccionar, Del Valle se vio obligado a abandonar el gabinete. El congreso aprobó intervenciones
federales en las tres provincias. Quinta ocupo el lugar de Del Valle y actuó con rapidez y firmeza, convoco a la Guardia
nacional, coloco al país en estado de sitio. No obstante, las duras medidas de Quintana no disuadieron a los radicales de
planificar y llevar adelante una nueva serie de alzamientos. Estallaron insurrecciones locales en las provincias de
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Corrientes, Tucumán y Santa Fe. Los levantamientos de agosto y septiembre no fueron acompañados por tormentosas
proclamas, ni por una defensa publica de la legitimidad de la revolución.
Las revoluciones de 1893 tuvieron consecuencias significativas. En el plano de la política nacional, aceleraron la
restauración del poder de Roca ya que los temores de un colapso total del orden constitucional hicieron que roquistas y
modernistas se reunificaran para recuperar la supremacía política en cuestiones de Estado. El estallido también sirvió
para tranquilizar al gobierno sobre el nivel de disciplina interna en el Ejército. Para la UCR en particular, las
consecuencias fueron inesperadas y mixtas. La popularidad del partido en la ciudad y provincia de Buenos Aires se vio
incrementada. La firme política que el ministro Quintana desplego contra los revolucionario le imprimieron e la UCR un
carácter de víctimas de una persecución del gobierno que tuvo el resultado de aumentar el número de simpatizantes del
partido.
Los votos
El partido radical participo regularmente en elecciones a lo largo de la década del noventa en la ciudad y en la
provincia de Buenos aires. Considerando que era un partido nuevo y de oposición puede decirse que la trayectoria
electoral del partido fue relativamente exitosa. En la capital Federal, ninguno de los políticos que participaron de los
comisión durante estos años gozo de una cómoda mayoría electoral. A tal punto la UCR se convirtió en una fuerza rival
en las elecciones, que el PAN y la UCN se vieron regularmente obligado a formar coaliciones electorales en la ciudad de
Buenos Aires. Sin embargo, la actuación electoral del partido radical declino espectacularmente en 1898, la última
elección en que el partido participaría hasta la reforma de 1912. En cuanto a la base social del electorado de la UCR en la
ciudad de Buenos Aires, la escasa evidencia muestra que el partido no conquisto el apoyo de los sectores menos
calificados de la sociedad. El apoyo electoral de la UCR pareciera haber provenido de los sectores medios y altos.
La oposición parlamentaria
Las sucesivas victorias electorales de 1894 y 1895 aumentaron a 16 las bancas en la Cámara de Diputados,
mientras que en el Senado Bernardo de Irigoyen era el único representante del partido. A lo largo de su actuación en
estos años, los representantes del partido radical introdujeron seis de un total de 45 proyectos. Apuntaban a restringir
los instrumentos institucionales que podían ser (y eran con frecuencia) empleados por el gobierno nacional con fines
políticos. Luego de la derrota en las revolución de 1893, los radicales desviaron el foco de su propaganda partidaria del
ámbito institucional y político para centrarse en el económico. Desde principios de 1894, los radicales impulsaron una
campaña en favor del libre comercio y de la reducción de las tasas aduaneras poniendo el tema económico en el primer
plano de la escena política. El PAN y la UCR debatieron a lo largo de 1894 sus respectivas posturas proteccionistas y
librecambistas. Apelando a las mismas fuentes: la Constitución, la tradición económica del país, principios generales de
economía política, etc. Los debates sobre proteccionismo y libre comercio no se circunscribieron a los muros del
Congreso. La prensa partidaria venia tratado el tema y tomando posiciones también.
En la primavera de 1894, el Congreso fue escenario de un incidente entre el PAN y la UCR que atrajo tanta o más
atención que el debate sobre la política económica del país. En el Senado se enfrentaron Bernardo de Irigoyen y el
ministro del Interior, Manuel Quintana. En enero de 1895 Quintana se vio obligado a renunciar a su cargo con motivo de
nuevos enfrentamientos. Las caídas de Sáenz Peña y Quintana representaron un punto de inflexión en la política
nacional. Marcaron la victoria final de Roca en la reconstrucción de su máquina política y en el liderazgo del PAN. La
naturaleza de los proyectos que los radicales presentaron en los periodos legislativos de 1894 y 95 sugieren que la UCR
no era un partido reformista. Detrás de su retórica encendida contra la ilegitimidad del gobierno, el partido no estaba
interesado en introducir reformas institucionales profundas en el país.
Las alianzas
Si bien la UCR había inicialmente sobrevivido a sus derrotas revolucionarias de 1893 y el partido había disfrutado
del apogeo de su desempeño electoral, desde fines de 94 el partido entro en franca decadencia. Esta situación en gran
medida producto del dilema en que se encontraban sus dirigentes. La UCR s dividió internamente, a partir de 1894 ni en
el congreso ni a través de El Argentino los radicales volvieron a defender el uso de la violencia y desviaron el discurso
público de temas institucionales al ámbito económico. A partir de este año, muchos radicales de las provincias se sentían
ahora traicionados por el giro que había tomado el partido. Decepcionados por la nueva política adoptada, muchos
grupos provinciales de la UCR fueron gradualmente abandonando las viejas banderas y pactaron acuerdos con los
partidos rivales en sus provincias a pesar de las directivas contrarias que emanaban del Comité Nacional. Solo en la
Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires la UCR continuó siendo un partido de oposición independiente y
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relativamente fuerte. En la Capital Federal, los radicales tuvieron que hacer frente a una serie de dificultades que
socavaron su fuerza. La UCR porteña experimentaba fuertes dificultades financieras. La UCR de la provincia de Buenos
Aires, con la conducción de Hipólito Yrigoyen, presentaba un cuadro notablemente diferente. Yrigoyen tomo a su cargo
la dirección del partido de la provincia en 1891, después de la división de la UC. Manejaba los asuntos partidarios en la
provincia con completa independencia del Comité Nacional y del mismo Alem. SU popularidad y relevancia a nivel
nacional se acrecentó a la par que crecía la atención pública en la política bonaerense. Durante 1895, las relaciones
entre la UCR de capital y la de provincia se crisparon. La coexistencia de dos puntos de vista distintos sobre el futuro del
partido. Los miembros de la UCR porteña aspiraban a reorganizarse bajo los mismo principios intransigentes y
revolucionarios. Los de la provincia pretendía que la UCR adoptase una política más moderada y flexible, y que incluso
estableciera relaciones con otros partidos políticos.
El 1 de julio de 1896 Leandro Alem se quitó la vida pegándose un tiro dentro de un carruaje que lo conducía al
club del progreso. La mayoría de sus contemporáneos comprendieron la muerte de Alem como un suicidio político, es
decir, el acto de un hombre público que pretende hacer de su propia muerte una declaración política. Alem no dejo
detrás de sí un heredero indiscutido, lo cual potencio las divisiones. Las tensiones internas se crisparon durante un
conflicto desarrollado desde principios de 1897 y que en septiembre terminó fracturando irremediablemente al partido.
Las dos facciones nunca se reunificaron.
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una excelente organización de sus bases partidarias y un sistema de alianzas provinciales que solo en cuatro años
llevaron a Hipólito Yrigoyen a su primera presidencia en 1916.
Roy Hora
Empresarios rurales y política en la Argentina, 1880-1916
Introducción
Este trabajo analiza la relación entre empresarios rurales y orden político en la Argentina durante el periodo de
crecimiento agroexportador de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. La bibliografía sobre la relación entre
empresarios y poder ha dado lugar a dos grandes corrientes de interpretación. Un conjunto de trabajos ha insistido en
que el orden político de la Argentina en el pasaje del siglo XIX al XX se encontraba dominado por los grandes
propietarios rurales, la oligarquía terrateniente. Otro análisis es aquel que afirma que la clase dominante no estaba
compuesta por terratenientes sino por grandes empresarios diversificados, cuyos intereses económicos se desplegaban
en distintos sectores de actividad. Esta segunda presenta coincidencias notables con la primera, especialmente en lo que
se refiere a la imagen del orden político de la Argentina agroexportadora, así como del lugar de los grandes capitalistas
en ese orden. Concibe al Estado como un agente cautivo de la elite económica. Para ambas, el gran empresariado,
coloco al Estado y a los partidos políticos de la Argentina agroexportadora a su servicio. La historiografía de las últimas
tres décadas ha desmentido aspectos sustanciales de las visiones que enfatizan la unidad entre el Estado y la elite
económica, poniendo de manifiesto que la vida política del periodo no se encontraba limitada al mundo de las elites sino
que implicaba un espectro social mucho más amplio, que por cierto comprendía a miembros de las clases subalternas.
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financiero muy institucionalizado y eficiente. En síntesis, las transformaciones políticas y económicas finiseculares
impulsaron a los empresarios rurales a no diversificarse sino a especializarse. Que el gran empresariado argentino de ese
periodo fuese antes que nada una burguesía especializada en la actividad rural también debe entenderse en un segundo
sentido. Tradicionalmente se ha considerado que el control del Estado por parte de la oligarquía terrateniente
constituyo un rasgo típico del orden político del periodo 1880-1916. Esta interpretación no parece ajustarse bien a la
evidencia histórica. La importancia de estos políticos terratenientes no debería exagerarse, puesto que la mayor parte
de los grandes empresarios rurales no manifestó mayor interés en la vida política. Los grandes terratenientes argentinos
nunca fueron una clase gobernantes, y tampoco desarrollaron una clara vocación por la vida pública.
Terratenientes y política
En la década de 1880 se constituyó el Partido Autonomista Nacional (PAN), la fuerza que iba a dominar la
política argentina hasta el fin de la republica oligárquica. Este partido desplazo del centro del escenario a las agrupación
partidaria de Buenos Aires y condeno a la marginalidad a su elite gobernante. La derrota de la clase dirigente de Buenos
Aires en 1880 acentuó la independencia de la elite gobernante respecto no solo de la dirigencia porteña sino también de
los sectores que predominaban en la sociedad y la economía de la república. La nueva etapa inaugurada en 1880,
empero, no puede describirse simplemente como la de la imposición del interior o del Estado sobre Buenos Aires. Los
gobernantes sabían que la importancia del sector agrario pampeano excedía consideración meramente sectoriales. Hay
que señalar, además, que el ascendiente del gran empresariado rural se afirmaba en la medida en que no debía
enfrentar oposición alguna de otros grupos sociales. Los mayores terratenientes de la pampa formaban la cúpula de un
sector rural extremadamente diverso. Las demandas voceadas por los grandes empresarios rurales no solo concitaban
amplias adhesiones. También solían ser consideradas con atención por las autoridades. Eso se debía, en parte, a que los
recursos estatales destinados a asegurar la conquista definitiva de la paz aseguraban al nuevo orden político la adhesión,
o al menos neutralidad, de los actores económicos del sector rural. Se debía, también, a que por la propia centralidad de
la economía agraria, su expansión creaba mejores condiciones para la acumulación de capital en la totalidad de la
economía. Si se consideran esos aspectos, se entiende por qué ningún gobernante pudo mostrarse por mucho tiempo
indiferente frente a los reclamos provenientes del gran empresariado terrateniente. El poder de los grandes propietarios
derivaba de su lugar como cumbre visible y cohesionada del sector más dinámico de la economía argentina.
Estas razones parecen más satisfactorias que aquellas que ponen énfasis en que esta situación habría resultado
de la instrumentación del Estado por parte de una oligarquía que influía de modo decisivo sobre todos los aspectos de la
vida política y económica de la república y que solo atendía sus intereses particulares. Esta línea de argumentación no
debe ser, empero, totalmente descartada. El súbito enriquecimiento de algunos gobernantes de la década del ochenta
sugiere que la corrupción de la elite política no era producto de la imaginación de los críticos de ese orden. Esas
prácticas no eran nuevas. Formaban parte de una antigua tradición de acercamiento personal al favor del Estado. Pero
estas prácticas deben ponerse en perspectiva, ya que su relevancia es relativa en el periodo. Gracias en parte a las
ventajas naturales que les otorgaba la superioridad de las pampas sobre las praderas de otras regiones de agricultura
templada, las empresas agrarias argentinas producían a costos más bajos que los internacionales, lo que les aseguraba
elevados márgenes de ganancia sin necesidad de apoyo público. La renta diferencial que tenía su origen en la fertilidad y
la ubicación privilegiada del suelo pampeano, y no un orden político favorable a los estancieros, era la clave del éxito del
agro de la pampa. El ejemplo de las empresas ferroviarias es al respecto revelador. En sus inicios estas había reclamado
la asistencia estatal, pero para la década de 1880 ya no mostraban mayor interés en ella. Las características de la
economía rural argentina inhibían la participación del estado en la colocación de la producción exportable en los
mercados extranjeros. La agricultura pampeana no gozaba de posiciones monopólicas en el mercado mundial, y por lo
tanto no podía manipularlo a su favor. Su dinamismo se fundaba en su capacidad para producir a costos más bajos que
sus rivales. En lo fundamental, las necesidades de fuerza de trabajo de la economía agraria encontraron respuesta
mediante mecanismo puramente mercantiles. En conclusión, y a diferencia de lo que sucedía en otros sectores de la
economía (como el industrial) el sector agrario pampeana en su etapa de apogeo no solicitaba el apoyo del Estado más
que en sus funciones básicas de garante del orden público y de instancia superior de sanción de los contratos. Esta
visión, que refleja la creencia de que la economía pampeana no requería la asistencia del Estado, se encontraba muy
extendida entre los estancieros de ese entonces.
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capitalismo argentino. Los grandes terratenientes mostraron escaso interés en invertir en otros sectores durante el
periodo y concentraron sus recursos en la producción rural. La gran burguesía agraria no era sin embargo la única
protagonista del desarrollo del capitalismo en las pampas. Los grandes estancieros y las instituciones que los
representaban, no encontraron rivales, puesto que tanto el Estado como otras fracciones del empresariado siempre
aceptaron la preeminencia de las actividad que hacían a la economía argentina la más exitosa de América Latina. A los
ojos de la mayoría de los empresarios rurales, el sistema socioeconómico que los colocaba en una posición tan
prominente nunca estuvo seriamente amenazado. Por tanto, los motivos que podrían haberlos incitado a organizarse a
presionar al Estado no eran muchos. El único problema que genero verdaderas tenciones con el empresariado industrial
se vinculaba a las amenazas de represalias contra las exportaciones rurales por parte de algunos socios comerciales de la
Argentina. Otros motivos disuadieron a los grandes terratenientes de la necesidad de encarar una acción política más
abierta. El carácter nuevo y poco jerárquico de la sociedad pampeana hacía difícil que los grandes propietarios pudieran
traducir su poder económico y social en influencia política sobre los grupos subalternos. Al mismo tiempo, la falta de
cuestión políticas que concitaran su atención hizo que las instituciones que los representaban como productores
adoptaran un perfil poco político.
Regalsky
El proceso económico
La gran expansión (1880-1914)
Entre 1880 y 1914 la economía argentina registro una formidable expansión. La población se triplico, el valor de
las exportaciones aumento 9 veces, la red ferroviaria 14 veces. Este desempeño tuvo en común la puesta en explotación
de una amplia superficie de tierras. Estas experiencias no pueden explicarse sin una referencia al contexto internacional
en el que tuvieron lugar, signado por una ampliación sin precedentes en el comercio y las finanzas mundiales, la primera
era de la “globalización”. Entre 1880 y el inicio de la gran guerra, la suma de exportaciones aumento de 4000 a 50000
millones. Uno de los aspectos más significativos fue el cambio en la composición de los bienes comercializados. Si el
motor del comercio siguió siendo el intercambio entre las manufacturas provistas por los países industrializados, y una
gama de productos primarios, el mayor cambio se verifico al interior de estas categorías. De un lado por la incidencia,
entre las manufacturas, de los bienes intermedios y de capital, del otro por la aparición en un primer plano de una serie
de bienes agrícolas de clima templado. Estas transformaciones pueden relacionarse sin duda con los efectos a largo
plazo de la Revolución industrial. El avance de la industrialización fue incrementando sus necesidades de materias
primas y alimentos. Detrás de este fenómeno hubo otro que lo hizo posible: el abaratamiento de los costos de
transporte. En cuanto a la exportación de capitales, la magnitud de su escala se vio posibilitada por el grado de
acumulación de capital que el propio proceso de industrialización había posibilitado en los países que más
tempranamente habían accedido a la Revolución industrial.
Las herramientas de la expansión: la “migración de factores”, el papel de las inversiones y la puesta en marcha de una
infraestructura básica
Puede entender el papel decisivo que la “migración de factores” (capital y trabajo) desempeño en la puesta en
explotación de nuevos territorios. Desde entonces, la afluencia de una inmigración masiva fue uno de los fenómenos
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salientes en la economía, la vida social, política y cultural de la Argentina. Es importante destacar su incidencia en dos
planos: en la formación y ampliación de un mercado de trabajo, y en el de un mercado de consumo masivo. La Argentina
presento a lo largo de casi todo el periodo una escasez relativa de mano de obra que contribuyo a mantener elevados
niveles salariales y que estimulo la inmigración. La escasez y carestía de mano de obra permanente y de cierta
calificación influyo en la difusión de relación contractuales que sustituyeron a las salariales en buena parte del agro
pampeano. No obstante, ya a partir de la crisis del 90 algunos parámetros empezaban a cambio. A comienzo del siglo XX
otra oleada de inmigración masiva volvió a contener los índices del salario real y denotaban ya un mercado de trabajo
suficientemente abastecido. Finalmente, el ciclo de crisis e inflación durante la guerra redujo el poder adquisitivo en un
50%. En cuanto a la escala del mercado de bienes de consumo, baste decir que estos flujos migratorios permitieron
duplicar la población total entre 1870 y 1895. En lo que respecta a la “migración” de capitales, es decir, la inversión
extranjera, su papel es imposible de minimizar. Hacia 1914 el stock de capital extranjero equivale a la mitad del capital
fijo total existente en el país. El ingreso de estos capitales tuvo un marcado carácter cíclico. Y fue esta la que financio la
instalación de una infraestructura básica, sobre todo en el sector de transporte y comunicaciones, imprescindible para la
puesta en producción de las nuevas tierras.
Las transformaciones en los sectores productivos: la nueva ganadería y la emergencia de la agricultura pampeana
Las transformaciones productivas más relevantes de este periodo se verificaron en las provincias de la región
pampeana, que fueron las que suministraron la casi totalidad de las exportaciones sobre las que la Argentina sustento su
crecimiento económico. Se pueden resumir en el pasaje de una economía pastoril basada en la explotación del ovino
sobre praderas naturales, a otra basada en el cultivo masivo de cereales en todas las provincias de la región, y una
ganadera reorientada hacia la cría de bovinos refinados, alimentados con pasturas artificiales. A comienzos de los años
ochenta la cría de ovinos estaba consolidad como la actividad ganadera preponderante en la provincia de Buenos Aires y
en el sur de Santa Fe. La cuantía de los rebaños aumento poco en los años posteriores, en los que fueron los vacunos
criollos los que se transfirieron a las nuevas tierras, como ganado “colonizador”. Al iniciarse la década, la agricultura
cerealera seguía concentrada en algunos núcleos del norte y el oeste provincial próximos a la ciudad de Buenos Aires y
en el anillo de colonias que se había logrado formar en torno a la ciudad de Santa Fe. Estas colonias habían logrado
brindar al agro santafecino un nuevo eje productivo alternativo al de una ganadería tradicional. Su creación no hizo más
que multiplicarse en el curos de la década de 1880. Lo mismo el desarrollo ferroviario, que permitió una moderada
expansión agrícola en Buenos Aires, basada más centralmente en el maíz. El intento legislativo bonaerense de fines de
los años ochenta denotaba la aparición de un renovado interés oficial por articular el desarrollo ganadero y el agrícola.
Comenzaba a tomar fuerza un movimiento de renovación de la ganadería bovina tendiente a producir ejemplares de
alta calidad cárnica como para acceder a los mercados europeos de más alto consumo. Se había iniciado ya desde los
años cincuenta mediante ensayo experimentales por parte de un reducido grupo de ganaderos “progresistas”, y pasó a
avizorarse la cría del lanar como una alternativa superadora ante los mediocres rendimientos que esta última reportaba.
Obviamente esto implicó una reubicación del ganado vacuno en los mejores campos, que debieron ser implantados con
pasturas artificiales y una reorientación del ovino hacia las áreas más marginales.
El florecimiento del mercado interno y la nueva industria moderna. Actores y políticas públicas
El proceso de puesta en explotación de las nuevas tierras tuvo como otro correlato la formación de un pujante
mercado interior cuyas implicancias fueron no menos decisivas. El desarrollo ferroviario sirvió para unificar el mercado
interior. El crecimiento demográfico y la urbanización progresiva a lo largo del periodo fue otro factor impulsor del
consumo. Como fruto de esta conjunción de factores, un sector industrial dedicado al abastecimiento del mercado
interno paso a integrar el espectro de las nuevas actividades productivas. Entre 1880 y 1914 su productor habría
aumentado unas 17 veces. Su localización geográfica, exceptuando los complejos agroindustriales, tendió a concentrarse
en las grandes ciudades del litoral, y especialmente en Buenos Aires. La configuración de la industria mostraba, hacia
1914, un fuerte sesgo a favor del sector de alimentos y bebidas, que incluía, además de los complejos azucarero y
vinícola, también otras agroindustrias relacionadas con la producción pampeana. La industria frigorífica y de matadero,
la harinera y la láctea, la madera y afines. El caso de los complejos textil y metal-mecánico, el primero experimento a
partir de la crisis de 1890, y con el encarecimiento de la ropa importada, un abrupto desarrollo en la rama de la
confección. En el segundo era dable observar una multiplicación de fundiciones y herrerías y que devinieron en algunos
casos en importantes empresas metalúrgicas.
Se ha tendido a contrastar el conjunto de grandes empresas agroindustriales del interior del país, controlado por
integrantes de las elites tradicionales, y un abigarrado empresariado de origen inmigrante en las grandes ciudades, a
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cargo de pequeños talleres manufactureros. Este último sector era sin embargo más heterogéneo. La política pública
ejerció una gran influencia en el desempeño del sector. Debe hacerse notar que desde el viraje en la política arancelaria
dispuesto bajo el gobierno de Avellaneda, ya no hubo más retorno a una política librecambista. Por otro lado un nuevo
ingrediente pasaba a integrar el bagaje de las políticas públicas: la depreciación que a partir de 1885 acompaño la
decisión del gobierno de salir del régimen de convertibilidad monetaria a tasa fija.
Zalduendo
Aspectos económicos del sistema de transportes de la Argentina (1880-1914)
Introducción
El crecimiento de una economía requiere la existencia de varios sectores productores de servicios. La ausencia
de transportes mantiene cerrada cualquier economía. En el caso argentino la condición geográfica y la localización
favorable de varios puertos fluviales coincidieron para que la red ferroviaria pudiera iniciarse desde Buenos Aires,
Rosario y Concordia. Desde estos punto comenzó la ramificación de importantes redes de transporte que funcionaron
en forma independiente durante muchos años. Pero en las regiones no desarrolladas la secuencia suele invertirse:
primero llega el medio de transporte, luego los recursos humanos y solo finalmente la demanda de transporte. El
ferrocarril fue, junto con los colonos y las tierras fértiles incorporados a la producción, otro de los protagonistas del
desarrollo agropecuario durante el periodo estudiado. El ferrocarril como empresa mostro caracteres singulares, fue
primero un grandioso esfuerzo de inversión, segundo, una colosal obra civil de construcción, tercero un medio eficaz
para incorporar tecnologías permanentemente renovadas de tipo mecánico.
Entre las primeras contribuciones económicas y políticas del ferrocarril entre 1880 y 1914 debemos mencionar
que facilito el importante proceso de sustitución de importaciones de bienes de consumo que culmina con el comienzo
de las exportaciones regulares de trigo a Europa en 1876. Acelero la formación de un mercado verdaderamente de
ámbito nacional. La contribución política del ferrocarril fue que al establecerse una comunicación regular y segura se
desalentó los antes frecuentes levantamientos de caudillos locales porque ahora era posible el rápido arribo de las
fuerzas nacionales. El propósito de este artículo es destacar la importancia del sisma de transporte en el desarrollo
económico.
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El papel del Estado
El desarrollo de la red de ferrocarriles hasta 1880 tuvo lugar en un marco en el cual el sector publico desempeño
un papel destacado como promotor de empresas de capital privado y también como empresario directo. Las
condiciones que habían caracterizado las concesiones iniciales comenzaron a ser descartadas paulatinamente. El Estado
Nacional ya no estuvo dispuesto a conceder tierras como incentivo para promover la construcción y operación de
ferrocarriles. El segundo medio empleado para la promoción fue asegurar la rentabilidad de la inversión fijando una tasa
de interés: 7%. Otras modalidad de promoción fueron los subsidios por kilómetro construido, la exención de impuestos,
entre otros.
Conclusiones
La Argentina logro conformar una adecuada red de transporte entre 1880 y 1914, porque durante esos años
incorporo sin interrupción innovaciones tecnológicas que modernizaron permanentemente cada uno de los medios de
transporte. Pero entre todos ellos el ferrocarril se destacó como el medio principal. Le cupo un papel protagónico en la
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explicación de las causas del acelerado desarrollo económico de esa época. En el caso argentino, según hemos visto,
gran parte de las inversiones extranjeras, especialmente británicas y francesas, se orientaron al campo ferroviario y a
otras obras de infraestructura ligadas a él. El ferrocarril necesito, de forma imprescindible, contar con otros medios de
transporte que lo complementaran en la movilización de cargas, frutos del país y pasajeros desde los lugares de
producción a las estaciones. Por otra parte el desarrollo urbano no quedo rezagado. El sostenido crecimiento de la
población ante el arribo de una corriente permanente de inmigrantes requirió aceptar otras formas de transporte
ciudadano. Además, los ríos de la cuenca del Plata permitieron una gran actividad del transporte fluvial con bergantines,
y vapores con ruedas motrices laterales y a hélice.
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