Una misión revolucionaria para la escuela: baluarte de la resistencia de lo humano
Algunas de las características de la sociedad actual amenazan con convertir a la
escuela en: • un taller de entrenamiento de la fuerza laboral. • Un escenario más del mundo centrado en el espectáculo. • Un laboratorio de las modernas tecnologías. • Una institución abierta a la vida y democrática. Esto posiblemente lleve a que la escuela tal como la hemos conocido desaparezca. Esto es lo que se denomina tragedia educativa, ya que se perderá uno de los escasos ámbitos que le están dando a la sociedad para ensayar la transmisión del entusiasmo y el respeto por el conocimiento, para desarrollar y fortalecer la razón.
¿Para qué educar?
Educar para la cultura privada, para el trabajo y también para los asuntos públicosl. El objetivo es ayudar a nuestros niños a alcanzar su máximo potencial, fundamentalmente como seres humanos. La naturaleza esencial del hombre ha cambiado poco. Seguimos siendo seres motivados por los desafíos, discutidores, sociables, orientados hacia el trabajo, dispuestos a tomar riesgos, regidos por el espíritu. Serán las habilidades “básicas” las que permitan progresar a las personas. Estas son: • la habilidad de leer textos y comprenderlos • la capacidad de pensar independientemente, de resolver problemas, de generar ideas • la posibilidad de expresar esas ideas en forma clara y simple • la capacidad de discernir • la conciencia del contexto en el que se desarrolla la vida personal • la identificación de las diferentes causas que generan el cambio. • Una percepción del equilibrio que debe caracterizar a la vida humana.
Ejemplo y disciplina para transmitir valores: se transfieren mediante el ejemplo y
cultivándolos con disciplina. Serán las habilidades específicamente umanas las que nos permitirán manejar nuestra tecnología y emplearla siempre que permitan agregar valor y no confusión a nuestra existencia. La escuela será uno de los ámbitos instirucionales en los que resultará posible que los niños y los jóvenes adquieran herramientas que les permitan encarar la aventura singularmente humana de intentar comprender el mundo, de darle un sentido a la experiencia de vivir. La escuela es la llave del futuro de nuestra civilización. Su papel debe ser contribuir a crear conciencia lingüística, conciencia histórica y conciencia moral.
¿Para qué los maestros?
Son ellos quienes encierran la clave del aprendizaje. Hay una función que será siempre conservada por el maestro: crear el clima emocional del aprendizaje. Un estudiante aprende cuando siente que su maestro es una persona auténtica, cálida y curiosa. El agotamiento del capital docente: hay un creciente desprestigio social de la tarea docente, debido a la escasa remuneración. El capital docente que hemos recibido se nos agota en cantidad y en calidad. Ocho de cada diez docentes están poco o nada satisfechos con el reconocimiento que brinda la sociedad a su actividad. Se critica también la calidad de los docentes actuales. Es socialmente imprescindible que los argentinos nos preocupemos por lo que les sucede a los maestros, lo que supone interesarnos por nosotros mismos, ya que los maestros son la educación. Si los docentes no pueden vivir decentemente de su trabajo, resultará imposible mantener la calidad de nuestro sistema educativo. La escuela son las personas y no los edificios o las herramientas didácticas.
¿Para qué la lengua?
La información instantánea y la escasez del conocimiento reflexivo ha traído como consecuencia la decadencia del lenguaje y la desvalorización del debate público. Este se desprestigia cada día más ya que la información lo hace innecesario, discutimos cuando carecemos de datos; cuando estos aparecen acaba todo tipo de debate. Solo cuando nuestras preferencias y proyectos atraviesan la prueba de la discusión llegamos a entender lo que sabemos y lo que nos falta saber. No defendemos nuestras opiniones, estas son impresiones a medio formar, llegamos a conocer nuestra propia mente cuando intentamos explicarnos a los demás. Para debatir necesitamos el lenguaje: el problema no es sólo que los jóvenes hablen mal su idioma; el problema es que, sin dominio del lenguaje no hay sistema lógico posible y, si falla la lógica, no hay capacidad de aprendizaje ni de reflexión. Las características de la nueva ignorancia son: incapacidad de hablar y de escribir, pobreza del lenguaje, expresión mediante interjecciones, frases hechas, eslóganes. A esto llamamos analfabetismo funcional (caída de la competencia verbal, a menos ideas, menor posibilidad de un pensamiento articulado)
¿Para qué la cultura?
La lengua contribuye a modelar el núcleo de nuestra identidad, es necesario que cada cultura sostenga y revitalice la lengua propia. En el mundo actual, la educación está, en gran medida, a cargo de los medios de difusión. Lo que aprenden las nuevas generaciones es que la tecnología proporciona la solución fácil y rápida a todos los problemas. La escuela encontraría su mejor justificación si se decidiera a hacer de contrapeso a la presión de esa poderosa industria enseñando todo lo que esta no propone, que es, casualmente, lo que ayuda a formar individuos libres.
¿Para qué (tanta) información?
Hoy se reúne información acerca de cualquier cosa, y todo se almacena y comunica antes de que nadie tenga tiempo de descubrir qué significa. Lo ordenado, lo establecido, lo acumulado con el paso del tiempo, en otras palabras, el conocimiento simbolizado por el libro, pierde prestigio desplazado por lo instantáneo, lo menos firme, lo más problemático, es decir, por la información vehiculizada por los medios audiovisuales y la informática. Vivimos en la era de la información: cuanta más información tenemos, menos nos significan esos datos. Es el fenómeno del “hartazgo informativo”, no sabemos qué merece ser recordado ni cómo conectar un dato con otro. Estos avances nos lleva a creer que la capacidad de transmitir más datos a más gente en menos tiempo equivale a un real progreso cultural. Pero en realidad la información adquiere relevancia para las personas sólo cuando es iluminada por alguna idea sobre la justicia, la libertad, la igualdad, la seguridad, el deber, la lealtad. Lo original de la mente humana no es su capacidad de almacenar y procesar información, sino la de generar ideas. Debido a tanto dato incoherente, las personas se vuelven incapaces de construir una visión generalizadora del mundo. Para defenderse, tienden a limitar sus intereses y a centrar su vida en sí mismas, lo que las lleva a la fragmentación. Rara vez compartimos conversaciones e información con quienes no ingresen automáticamente a nuestro grupo de interés restringido.
¿Para qué el libro?
El libro constituye una poderosa línea de defensa del conocimiento frente al avance de la información, conjunto fragmentario de experiencias no relacionadas unas con otras y sólo prestigiadas por su novedad. El libro se fortalece con el paso del tiempo, al ser un vehículo del conocimiento reflexivo. Valora nuestras experiencias por la permanencia de su significado. Es un triunfo tecnológico para la humanidad porque le permitió acumular y difundir el conocimiento y conquistar el tiempo. Sostener hoy la vitalidad del libro “es afirmar la permanencia de la civilización frente a la velocidad de lo inmediato”. El libro permite un acceso privilegiado al patrimonio de la humanidad. Si el libro hubiera aparecido después y no antes de la pantalla, seguramente se habría declarado la internet una moda costosa y pasajera. Los gobiernos subsidiarían bibliotecas en las escuelas y organizarían librerías en cada esquina. Los libros, por ser baratos, librarían a los pobres y salvarían a la cultura. Una civilización se identifica a sí misma por sus libros. Los niños y los jóvenes que no leen las grandes novelas pueden estar entrenados, pero no educados. Adquirir habilidad con la computadora es una herramienta esencial para vivir, pero no tiene nada que ver con la cultura. El libro es la invención central de la civilización moderna. La mayor parte del conocimiento complejo seguirá transmitiéndose por la cultura. Actualmente, en lugar de usar las aulas para desarrollar y mejorar los hábitos de lectura de nuestros estudiantes, y darles una formación adecuada que les permita, en el futuro, disfrutar y aprender por sí mismos leyendo, estamos introduciendo en esas aulas, con gran entusiasmo, los elementos que dominan la cultura actual: la oralidad, la superficialidad, el conformismo intelectual. Debemos comprometer a todos los ciudadanos en el esfuerzo nacional destinado a lograr que los niños lean. No hay propósito más elevado que transmitir la capacidad de leer y el amor por la lectura a las próximas generaciones porque, además de permitirles insertarse productivamente en la sociedad, estas capacidades les harán aprender más; la lectura es más que una habilidad. Despertar el interés de los niños y jóvenes por la lectura seguirá siendo una responsabilidad ineludible de la familia, y la escuela es la única institución que estará en condiciones de acompañarla.
¿Para qué el pasado?
El pasado está hoy claramente desprestigiado. La excluyente actualidad nos incita a ignorar nuestra herencia cultural. A través de las formas de la cultura, el hombre transmite a las generaciones siguientes no tanto información como, sobre todo, pensamientos y sentimientos. El próximo siglo estará cada vez más poblado de palabras, imágenes, sonidos y poesía del pasado. Las nuevas generaciones tendrán más pasado a su disposición, debemos enseñarles a reconocer y aprovechar esa riqueza. El pasado constituye también un inagotable recurso para intentar desarrollar la perdida competencia moral de las jóvenes generaciones, quienes viven en una profunda confusión moral. Son muchos los jóvenes incapaces de efectuar juicios morales, lo que se debe a que se está perdiendo la noción misma de verdades morales objetivas. Es la educación la que debe hacer a los ciudadanos civiles, considerados y respetuosos para con los demás.
¿Para qué esforzarse en aprender?
Para el ignorante, la libertad es imposible, pues no existe autonomía sin pensamiento, y no existe pensamiento sin trabajo sobre uno mismo. La escuela recibe alumnos posmodernos, con la atención superficial del telespectador de videoclips. Para enfrentar ese desafío hay que “posmodernizar la escuela”. El empecinamiento por eliminar todo esfuerzo ha acabado por convertir el aprendizaje en un proceso de consumo en el que lo único que importa es satisfacer a los estudiantes. El bagaje de experiencias, conceptos y conocimientos concretos necesario para interpretar el mundo parecería carecer ya de todo uso.
En fin, ¿Para qué la escuela?
El conocimiento es para hacernos más humanos, para darnos una dimensión más completa de nuestras posibilidades como personas. De la escuela se espera: • que constituya una importante experiencia socializadora para los niños y los jóvenes, conformándolos de acuerdo con las normas y las convenciones de la sociedad adulta. • Que les enseñe formas particulares de conocimiento capaces de generar en ellos una visión racional y realista del mundo, que garantice la correspondencia de su pensamiento con lo que es real y verdadero en el mundo, y • qe contribuya a desarrollar el potencial singular que encierra cada niño. Estos tres objetivos son complementarios, que se superponen y se apoyan uno al otro.
La “madera” de la autoridad educativa
La crisis dentro de la crisis. Uno de los subsistemas sociales de mayor importancia es la escuela. Una escuela que no está aislada del mundo exterior, sino que está penetrada de su realidad. Una realidad en crisis. Una crisis generada fundamentalmente durante las dos últimas décadas, en donde la economía “ha invadido casi todas las esferas del quehacer humano difundiendo una propuesta ideológica muy concreta y con pretensiones de abarcar la totalidad de la vida social. La escuela y la universidad deben poder adaptarse rápidamente para formar a los futuros trabajadores y consumidores. Y como las necesidades del mercado cambian de manera acelerada, es preciso adaptarnos al aprendizaje para toda la vida, objetivo fundamental de la nueva educación permanente. La escuela del mercado se sitúa al margen de lo que la sociedad necesita, reduciendo el término sociedad a los parámetros economicistas, que suponen “la sumisión de la enseñanza a los deseos de los patronos y a las necesidades del comercio digital”. Gato por liebre: frente al discurso mercantilista, el acompañamiento pedagógico el principal obstáculo que debemos superar en la educación falsamente democrática es el desarrollo pertinaz del “currículo oculto”, en función del cual se transmiten las expectativas asociadas al papel del alumno que entran en contradicción con los objetivos del currículo explícito. Esta contradicción es percibida por el alumnado. Si la comprensión es sustituida íntegramente por la repetición textual del libro de texto no habrá incorporación de la realidad social de alumnado y profesorado al análisis y comprensión del objeto de conocimiento que se trabaja y estudia. Es solo una repetición obsesiva y preconfigurada de datos para cumplir el programa. El saber sólo es interesante en la medida en que permite resolver problemas, y, la forma clásica de la transmición de saberes contribuye a inculcarles y demostrarles la convicción de que la escuela y lo que sucede dentro de ella “les es ajeno, no es para nosotros”. Tienen interiorizado que la escuela no les sirve para el desarrollo de una formación futura para su inserción social en el trabajo. La ven muy alejada de su realidad. Las escuelas intentan defenderse de los alumnos violentos recurriendo a la inmediatez de su solución: separar al culpable de los demás. Esta es una muy mala solución ya que existe un necesario proceso que el tratamiento educativo de los conflictos debe tener. Aprender es un acto de rebeldía contra todos los fatalismos y todos los aprisionamientos, es la afirmación de una libertad que permite a un ser desbordarse a sí mismo. Aprender, en el fondo, es hacerse obra de uno mismo.
Autoridad, poder, educación, vida... y mercado
Si queremos y deseamos que la escuela sea un lugar privilegiado para la convivencia y construcción de una ciudadanía crítica, creativa y solidaria a través del proceso de enseñanza y aprendizaje, sería pertinente plantearse con seriedad el hecho de que tiene que relacionarse con los problemas y la complejidad de su entorno. Intentar comprender que las personas que se relacionan dentro de ella están socializadas dentro de una determinada cultura que condiciona las formas de comunicación y de relación dentro de la escuela. Las cifras del hambre, la competitividad extrema en el acceso a un puesto de trabajo, el miedo a perderlo, la violencia simbólica de los juegos, están influyendo sobre las relaciones dentro de la escuela. La escuela es siempre un reflejo de lo que sucede fuera de sus aulas y patios de recreo. Y uno de los reflejos sociales más comentados es la crisis de autoridad en las escuelas. La autoridad es una construcción tan necesaria como compleja. Confunden la autoridad con la imposición de deberes en quienes no pueden defenderse de igual a igual. El verdadero sentido de la autoridad educativa proviene de otras fuentes, porque surge y se construye en un proceso dialógico: reconocemos autoridad en quien nos quiere y nos respeta, en quien tomamos como referencia, en quien es capaz de generar un buen clima en el aula, condición indispensable para aprender algo que reconocemos como útil en nuestra vida presente y futura, y sabe transmitirnos cuestiones interesantes de aprender. Existen profesores que suelen mostrarse de forma afectiva con su alumnado y no tienen ningún temor de que esa afectividad les haga vulnerables. Son queridos y respetados por su alumnado. Tienen autoridad. Da más fuerza pedagógica saberse querido que saberse fuerte. La autoridad educativa tiene todo que ver con un prestigio moral generado a base de mucho trabajo de información y de formación sobre quiénes son, cómo son y en qué contextos viven o sobreviven los alumnos que viven adelante. Necesitamos profesionales bien formados que quieran poner en el centro de su actividad al niño, al adolescente, conociendo sus evoluciones psicológicas y sociales, apostando por ellos. Hace falta invertir tiempo, dinero y voluntad política en la preparación de esos profesionales, además de su ya comentada vocación personal. La propuesta de ley que trata de investir de autoridad al profesor que dice no tenerla, es tan absurda como inútil. Porque una escuela no es sino el fiel reflejo de lo que sucede en la sociedad en la que se inserta, hablar de educación es hablar de la socieda que deseamos construir.