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Venezuela
en apuros
Una gocha en la Rambla se arrimó al mar de la plata y al borde de la playa cantó canciones
desesperada. Huyó de su país para darse cuenta que solo huía de ella, enredada en la nostalgia
ha vuelto a casa.

SEPTIEMBRE DEL 2017

_________________________
Creí volar incluso amenizar,
ganar.

Con Gardel, me senté,


al río de la plata, le lloré.

Le conté a Gardel,
el afán de huir,
a luces, calles, acentos.

He sido un ciego,
¡ay! contarán mis lamentos,
susurrará el viento borracho,
sucumbirán atardeceres,
yo. A ras del mar de la plata.

Montevideo. Uruguay, 20 de febrero del 2018


11:29 p.m.

Me fumo un cigarro a ras de la frontera colombovenezolana. Sola entre calles cucuteñas


en un hotel mientras escribo esto añadiéndole cerveza. Solo estas líneas, las demás están en
diferentes momentos que indiscutiblemente me harían llegar hasta aquí. No fue mi elección,
aunque estuvo motivada por mis decisiones y hoy estoy acá a pasos de mamá. Habría muchas
cosas que contar sin embargo vacilo entre letras sobrias y ebrias para poder documentar una corta
migración venezolana que terminó en un retorno a casa.
09 de marzo del 2018. Cúcuta, Colombia.
Empezamos. El ruido avanza. Son las tres de la mañana, crepúsculos mientras; mi ello
divaga.
Caprichos de una niña amargada al borde de la cama cuestionando al tiempo tratando de
vencer los miedos. El ego del aventurero y el atardecer de un llanero. Mezclas impares pero
esenciales para trascenderle al apego un poquitito de anhelos, sueños, abrazos y besos raros. En
Barquisimeto entonces me apretaban las cuatro paredes que resguardaban la almohada a la que
le dejé retazos de sueños que buscaban solo alguno que otros momentos en los que hoy me
siento y los desecho.
Vengo a contarles un par de cuentos.
Letras saltan y estoy en el afán de atraparlas. La gocha de la rambla apagó el carrusel para
volver a su atardecer, al llano, con mamá que hace lo que viene a ser el mejor café. Porque países
crucé y no hay mejor café.
UNO,
SALÍ POR CERVEZA

12 Y 08 a.m por suerte llegué. Al borde de Yi corrí. Una calle de Montevideo; la única testigo
de mis apresuros. La que me vio cuando derramé el café y por casi tres cuadras me lamenté.
Borracha. Apenada. Desolada. Risueña. Una optimista en el afán de pertenecer a la cotidianidad
sureña. ¡Ay! Tantas hojas pisé.
Si les contara.
A la murga me sumé, a la cumbia le bailé, un mate me compré, yerba canaria para ser
exacta le agregué y el asiento del ómnibus cedí como buen residente uruguayo a una anciana. No
me arrepiento sería como golpear al ego. No les miento, aun no renuncio al sueño. —aunque
parece un lamento—
El de caminar por la Rambla con nacionalidad medio uruguaya. Quejarme por el clima,
tener frío cuando es verano y calor cuando es invierno. Criticar al porteño por su acento, pensar
—¿quién sos vos, el rey de cuál nación? ¡pará! —. Destello de cólera si al dulce de leche quieren
someterlo a juicio, luchar por Gardel porque es nuestro ¿ta?
Una torta frita para la lluvia, una cerveza en la Rambla al calor, un perro que ladre mientras
corre por Parque Rodó. Al shopping ni a palo, solo iría porque tengo que comprar algo que
obviamente no voy a usar o porque esté mamado. Asado para celebrar navidad, un cumpleaños,
la llegada de un familiar, que por fin se recibió mi hijo porque el vago no quería estudiar y de Uber
no fue a parar. Para Argentina solo iría a vacacionar y les contaría a todos como nos aman porque
es que somos tan amables los uruguayos. Al Nacional le iría por unos años para sentir la euforia y
al Peñarol otros para sentir la derrota —perdón, uno le tiene que ir al campeón—
Me acerco bastante, ¿no?

—Y… somos un país de extranjeros. A ver pará, decime un solo uruguayo que nació
acá ¿viste? sos de acá si vos querés ser de acá. —suspiró—
Me dijo un señor cincuentón pagando cerveza en la caja.

Y si, me enamoré de Uruguay, quizá escribiendo esto en la sala de una pensión en ruinas
cualquiera cuestionaría esta ideología. La de versos raros, cielo raso, cigarros baratos, vino tinto —
de cartón— caminando calle abajo.
Una gocha venezolana enamorada de la esquina del Facal porque vio la murga pasar en
carnaval, por todo 18 estaba yo con el mate bajo el brazo sin pesos para comprarme, aunque sea
un pedazo de churrasco.
¿No es así el amor?
Complicado, y es que amar al arte te hace pertenecer al desastre.

Pero aprendí algo.

Y es que… Si. Neruda. Te conocí en Montevideo mientras iba en el ómnibus, fue gracias a
un par de chilenos. Hoy, en esta sala puedo entender mejor aquel poema, porque al poco tiempo
en el que caminé por las calles de este país le gritará Pablo todos los días cuando recuerde las
calles montevideanas; cuando recuerde risas uruguayas, escucharé a Pablo. La bandera ondeará y
bajo el sol que me arrope sentiré un amor corto y un olvido tan largo Neruda. Porque si, “es tan
corto el amor y tan largo el olvido “Pablo Neruda. Veinte poemas de amor y una canción
desesperada (1924)”
Aprendí algo —les decía— esto a continuación podría ser solo un relato de amor al que
me suscribo como peón. Del que participé cuando opiné bajo efectos de desinhibición los tonos
de azul que un cuadro tenía en aquella pensión.

—No me expliqué bien Romina— (la chilena que vivía en la pensión)

Veamos si puedo escribir algo mejor de lo que dije aquel día. Se me escapó esto debajo
de la mesa —y le pongo dirección por si se desperdició cuando armé cigarros de los baratos —
Dos amantes con la fortuna de toparse en un baile. Es el lamento de uno y la euforia del
otro lo que logró aquella conexión. La risa que baila y la marea que los estanca. Sentados en la
Rambla con recortes de sueños logrando una perfecta acuarela donde reposarían las dudas por si
hace falta.
Una pausa. A los besos y a los versos para ir a trabajar, pero da igual. Al final, siempre al
final habrá pajaritos, luces de ciudad. Los árboles dirían la verdad. Las hojas anunciando el invierno
podrían agradecerles a estas letras lo que ellas mismas testifican. Un amor chileno con vasos de
pisco de por medio. La primavera siente envidia y es que ni una sola flor tendría los colores que
reflejan el prisma casi boreal de los ojos de Felipe cuando le ve a Romina cocinar.
Estaciones. Nunca las tuve y menos entre tonos azules.
Atravesando fronteras de vuelta no quisiera perderme entre la multitud y olvidar sus caras.
—quisiera aclarar— el antiguo cabello de Felipe si quisiera olvidar.
De vuelta a casa podré contar cómo sabe un Pisco de verdad. Además, subí al metro a
través de sus relatos. Me dieron la calma chicos, a ratos.
Me despido de Yi 1487 y en los bolsillos me llevo su reflejo. Al abrir mi cartera si las deudas
se dispersan y me encuentro yo con buena cerveza y con una chica que construya conmigo
fortalezas espero lograr los tonos azules del cuadro que yo misma vi. Porque a estas analogías de
una joven adulta apresurada aclararía que han sido ustedes autores de aquel cuadro, por sus risas,
por sus chistes y por compartir esa cerveza cuando sé que no queda nada en la cuenta.
Recuerden a esta tonta venezolana en los intentos de ser uruguaya, en los intentos de serle
antagonista a la risa de alguien que ame por las ocurrencias que le digo mientras caliento algunos
fideos que preparé mientras no estaba y entonces ella me ame.
Chicos, mis chilenos y a todo el Uruguay.

Sabrán de mí,
en canciones.
Al amor le cantaré,
un día,
lejos de.

Entonces impacientes,
esos versos,
queriendo ser autor,
queriéndole ser gestor,
al cuadro azul del comedor.

Montevideo, Uruguay. 21 de febrero del 2018. 1:46 a.m.


Yi 1487. Esquina Uruguay.

El cuadro azul del comedor


Salí por cerveza. Tantas ideas revoloteando en la cabeza precisaban sentir todo lo que perdí; lo
que aun no me deja despedirme de este país. Porque al ver el calendario —pensé— quince tristes
días han de ser auspiciados por cervezas y vinos de categoría cualquiera.
Entré al clearing de Uruguay. Es tan internacional que me llamará miles de veces la Rambla.
Seré buscada. Mientras entregada esté a la llanura, contabilizando vacas. Mientras atraviese
departamentos venezolanos no será suficiente posponer mis lamentos de no estar entre esa gente.
El mate se derramará en el auto quizá y cuando no encuentre una estación en la radio para
apaciguar mis deseos de escuchar una cumbia uruguaya estaré rogándole a mi teléfono para que
el audio sea paciente de esta gocha queriendo pasear Carrasco. Quien no conoció Colonia a quien
se le negó la posibilidad de pasear Rocha porque los pesos, si… pesaban y nunca sobraban.
Salí a buscar un par de cervezas —no les mentiría, no fue solo una—

Y es que necesitaba contarles todo esto.

De momento quisiera agregar un par de anécdotas más. Pero la pensión de Yi ha puesto


música para armar todo un boletín de cómo coño llegué hasta aquí.

¿Están sentados?
DOS,
CARAMELOS DE CIANURO EN LA TERRAZA.

Socopó. Ahí nací.


Un momento. — Tengo que recargar esto. ¡Uy, pronto se acaba la cerveza! —

Alumbra Venezuela desde un costado. Ella entre sus suplicios ha instalado hasta luces de
navidad por todos sus lados. En mi ego siento el llamado y entonces yo vuelvo.
Y… quizá para renunciar luego.
Nací y casi de inmediato luces alumbraron. Fueron los ojos de mamá; tan grises si llueve,
tan azules si hay enfado y tan verdes si hay encanto . Mi mamá se llama Luz y que nombre más
perfecto. Una guía cuando el mapa no responde. El abrazo que no conoce de reproches.
—Ay mamá—

El más guapetón. El espejo sostiene dicho halago, aunque si… mi mamá estaría haciendo
barra a un lado. Pero quizá me estoy desviando. Porque venía a contarles que nací en Socopó y
nada tiene que ver los reflejos del ego frente a un espejo.
Cuando subí a esa bicicleta y luego me caí no lo entendí. Frente al Boulevard me desmayé
y creo que no fue solo por haber perdido la mitad de la cara cuando rocé el asfalto. Ya en analogías
dolientes la vida que es tan presumida me decía —al volar, vas a tener que parar — sin embargo,
en la inocencia yo le respondía ¿parar? ¿ponerles un freno a los sueños? ¿no alimentar mi ego? —
lo siento vida, he de levantarme valiente y al otro día dar un discurso —
Así aprendí que realmente tenía agallas. Aunque a veces como los peces solo nada. Fui a
mi colegio y con mi cara toda rasgueada di un discurso sobre la bandera. Increíble que lo recuerde
perfectamente porque al amarillo de la bandera le recité un poema y era al oro con analogías
obsoletas a este 2018 para una Venezuela con gente que le ruega a la basura encontrar algo de
comida. ¿pero que sabía una niña de unos ocho años de infortunios venezolanos?
Agallas. —solo de agallas, quizá la definición exacta—
Yo. Una terraza. Catorce tontos años y vicios guardados bajos los brazos gracias a un papá
alcohólico que jamás se percató de que yo le observé. Aprendí a quererle y aprendí odiarlo a la
vez. Porque papá a mamá, nadie debería hacerle llorar.
Yo. Una terraza. Catorce tontos años y vicios guardados bajo los brazos gracias a un papá
alcohólico que jamás se percató que cuando engañaba a mamá todos los sentimos y almacenamos
rencor.
Yo. Una terraza. Catorce tontos años y vicios guardados bajo los brazos gracias a un papá
alcohólico que jamás se percató que cuando manejaba como un loco nadie quería estar de
copiloto. Había más miedo que admiración por lo ronco de su voz.
Yo. Una terraza. Catorce tontos años y vicios guardados bajo los brazos gracias a un papá
alcohólico que jamás se percató del daño que suman los años.
Yo. Una terraza. Catorce tontos años y vicios guardados bajo los brazos gracias a un papá
alcohólico que jamás entendió que repetir tantas veces las mismas estupideces cansa a los lectores,
cansa a los diarios. A la radio. A países. A pueblos. Cansa a las amantes y mira tú, que si a alguien
les cansa es a los de tu sangre.

Tus hijos.

Tuviste muchos ¿no?

No estoy. No estoy para estar, yo y una terraza. No están papá… catorce años a los que le
renunciaste. Vicios que creaste por estar bajo tus brazos cuando quería volar y tú no me dejaste.
Por suerte, hui, aunque no hubo mucho escape. Arrastro las penas del puño sobre la cara de mamá
que tu patrocinaste. Arrastro los insultos a la mujer que me abrazó cuando le conté que lo
heteronormico escapaba de mis anhelos porque en su lugar me había enamorado de una de
Barquisimeto.
Yo. Una terraza. Catorce tontos años y vicios guardados bajo los brazos gracias a un papá
alcohólico que jamás, jamás,

jamás,
jamás,
enttnndió. —Yo, lo escribí bajo efectos el alcohol—

Papá. —tengo que huir—


A los restos quizá lloraré. Por años. Y escribiré textos. Como un forastero porque es mi
sueño el conocer países. El conocer culturas y vacilar frente a los lugares lo que podría salir de mis
alardes. Lloraré.
Al no conocer el único país que me gustaría poder describir. Es el de tus laberintos. Tu ego
enredado en la salsa. Tú, frente a la sala mirándome.
Tu risa que no he podido entender. Celos tengo papá por el dolor que me das. Celos tengo
de no hacerte reír ni haciendo un curso de aprendiz. Celos de los únicos abrazos que me has dado
porque nunca los he sentido canción. No han sido relámpago en las llanuras de Barinas que
insistirte en darme, pero rechacé. No han sido una historia que contar, aunque este escribiendo
esto al borde del río de la plata y te eche de menos nunca se podría justificar los filos de hacha
que lanzaron cada aberrante frase que perturbaron la infancia de una de catorce y hoy a una de
veinticuatro años.

Papá. Al orgullo hay que brindarle whisky barato.


Al orgullo se le suman dolores y al recuerdo pasiones. Vos, solo cumplís uno de los
patrones.
Porque ay papá, si hablamos de reproches.

Agonía,
al querer lo que no quiero,
al poderle al no puedo,
abrazar sin brazos,
beber sin tragos,
estragos,
y al fondo,
tú,
el vivo reflejo de estos versos,
papá.

País al que no puedo llegar,


aunque boleto,
aunque deseos,
y quizá dinero,
papá.

Pasaporte negado,
el llano atrajo,
uso,
contrabando uso,
traficando tus abrazos,
husos horarios,
van a exclamar,
¿papá?

Por esto quizá me fui y si… por esto también volví.

TRES, OJOS ÁM(b)AR.

Canciones habité,
besos arribé.

La amé,
desplomada podría contar esta historia,
pero lejos se dispersan versos,
carreteras y sueños.

Madrugada tirada en la cama,


llorándole,
la nieve es aniversario,
el verano un funeral.

Torso a merced,
¡otras manos!

Quiero llorarle al regazo del vaivén,


puede de sus caderas,
puede de sus ideas.

Y vuelven,
los anhelos,
los sueños,
reía en el parque,
cuando ella me amaba,
de nuevo.

Luces invaden,
hay nuevos lugares,
ego crece y acontecen ciudades.

Despido,
al ámbar,
el amar.

Éxodos al par,
aves a la mar,
son amigos,
son forasteros,
disfrazo vicios.

Extranjera de esta cerveza,


entendí,
si.

Entendí, si,
es que al dolor le duele,
pensar en vos,
y en no,
no,
no,
volverte a amar,
lujuria de ojos ámbar.

Cerveza delira
porque los vicios son eternos y quererlos derrumban egos.

Boleto,
olvidarme de ti,
olvidarme de vos,
del ámbar.

Naufragar
Para volver y amar,
a las canciones que habité
a los besos que arribé.

Fría la cama,
risas uruguayas,
retorno a mis playas.

Efímera la derrota,
prolongada la victoria.

Retazos de un amor que en cuatro años falló solo porque nadie comprendería —ni siquiera
yo— lo que envuelve mi cabeza y la de ella cuando esta por sentirse ligera. Esta, es la razón
principal de mi arribo, aunque tenga que aclararlo luego.

5:22 a.m.
Montevideo, Uruguay.
CUATRO, SALTA

Robé un vino, pero lo hice mientras escuché a Britney.


Rechazaría un encuentro de no tener alcohol en el medio. Destruir mismos acentos y frases
escasearía de sentido si no estamos alguno de los dos balbuceando.
Mirá vos. Es ahora en diferentes ciudades, diferentes banderas con hasta ideales que no
contemplamos nunca camino a bailes.
Me enamoré primero de ti y luego de Britney Spears. Porque a las ausencias de tus abrazos
tengo one more time. Aclaro que, a la ausencia de tus risas tengo también memorias. Me sirven
cuando he caminado por calles arriba y calles abajo en el apogeo recordando eso de nosotros
diciéndonos el uno al otro que esto posiblemente no sería de nuestro agrado. Aunque tengamos
a quién culpar ¿para que teñir de rojo estos párrafos?
Al odio del rojo ya que estamos, le resiento el vacío de no poder verte los ojos achinados
por la crisis que aun mofamos, por reírnos tanto —quizá estos sean escritos más borrachos—
Advierto por si aludo algún pseudo integrante de alcohólicos anónimos. Resulta que acá
acontece una paciente residente de otro país porque lo eligió y del cual no se arrepiente. Ella (yo)
está enviando un mensaje al norte —muy al norte— con el verano de acá intento que allá arriba
la nieve afloje. Para abrazarte Aquiles, porque el dolor de no estar en tú mesa a veces hace que
pierda la cabeza.
El haberte encontrado hace que los versos no se aburran al darte halagos. Porque cuando
letras disparan estoy a la deriva para respaldar lo que nos unió a través de tragos. Mojitos,
caipiriñas, daiquiris y toda la barra sienten envidia de nosotros dos en acción.

Explico.

Con sobres de Nestea y un poquito de cordura —un poquito nada más— creamos bombas
atómicas, a las que obviamente Darwin hubiese confiado la total evolución del ser humano
resguardando en el ron.
Darwin, solo ideas. —a verdad, estás muerto.
A veces pienso Aquiles que más que conocer estados venezolanos charlando y fumando
un cigarro descubrimos el lado opuesto que ambos demostramos.
Conocimos la melodía que nos envuelve. El ruido. El llanto a través de un vaso de ron.
Un, Every Time de Britney.

El abandono de papá. Qué frustrante el ser tan niño y no haberle podido dejar un
mamaguebo pegado en la frente. Conociéndonos, no basta, porque vacilar en el mundo con
retazos de bastardo no es como para que dos hombres disfruten de la creación y el augurio de
adolescentes rebeldes que se pintan el cabello de verde. Inocencia de nuestros padres al creer que
tienen el mundo en sus manos y que estamos tu y yo, es decir, acá, vos y yo de respaldo.
La inocencia nos unió y les hizo permuta a los vasos de ron.
Sueños rebosaron almacenes cuando en nuestro país escasearon. Lo intentamos en
carreteras aledañas. Porque la compatibilidad de dos rebeldes estaba cumpliendo con sus deberes.
¿No son así las grandes historias?
Es decir, atraviesan puentes —lo hicimos— ideales —lo hicimos— costumbres, culturas,
ciudades —también lo hicimos— aunque nos faltaría el separarnos aún más. Hacer de los husos
horarios barreras, a nuestros trabajos tendríamos que ponerles fronteras, sería sumarnos a la tarea
de cambiar la moneda para entender cuánto realmente ganamos. Que se yo, saber el valor de una
cerveza, para argumentar internacionalmente y alardear nuestro buen desempeño como promotor
del alcohol.

—Les dije, esto sería borracha y así estoy—

“A veces pienso Aquiles que más que conocer estados venezolanos charlando y fumando un
cigarro descubrimos el lado opuesto que ambos demostramos.”

Mirarnos.
A merced de los espacios en un apartamento chico de Tarabana Plaza; tan chico, Aquiles.
Nuestros sueños rebosaban y ya no caben ni ahí ni en otro lugar.
Un abrazo, nos faltó. Pero da igual porque entre letras también le lloraría a ese abrazo que
nunca nos dimos. Pasa que el alcohol hace estragos y a nadie acá en el sur podría culparle a una
gocha en la rambla. Una gocha torpe en la Rambla comprando una cerveza sin alcohol porque el
color le gustó.

A continuación. Una borracha que solo se pudo comprar un ventilador para aplacar el
calor.

Podría contarles de resacas,


ciudades,
crepúsculos que matan,
dañan,
pero aviones vuelan.

Podría contarles de hazañas,


cocteles,
cabañas cruzadas,
café no tomado en la mañana,
pero boletos llaman.

Un astronauta,
una vaquera,
¡está rota la bandera!

Podría describir las orillas de la playa,


pero llora el llanto,
y se emborracha el ron.

Podría contarles de resacas,


pero la calma se apresura,
por ausencias visitadas,
tú,
yo,
extrañándonos,
a través de estúpidas ventanas,
¡ay están cerradas!

Astronautas en Walmart,
Vaqueras en la Rambla,
resaca,
tienen resaca.

Montevideo, Uruguay. 21 de febrero del 2018 5:16 a.m


Lamento no desearte un pronto feliz cumpleaños. Era yo y mi tontería celebrando
borracha escuchando Britney pesudo deprimida tú cumpleaños.

SEIS,
BALADAS TRISTES y RETORNO DE RIMAS.

Me topé con dudas, tenía una bandera a la que le hacían falta las estrellas.
Anaqueles vacíos dejaron resonar el eco —emigrar— comprendí que mientras más me alejé de
Venezuela pude acercarme más a ella. Aunque Venezuela ha sido mi relación más tóxica, sé que
no vamos hacía ningún lado, pero cuando surge hablar de ella, se nota lo enamorada que sigo —
un texto que publiqué en twitter y soltaron en otras redes, nadie me dio créditos de ello —
Aunque debo reconocerlo, no necesitaría en este momento elogios a una relación en pausa
que vive de las prisas de los cimientos; como buscándole bases genuinas para explicarle al mundo
por qué esta en la ruina.
87% de pobreza en mi país. 26.616 asesinatos en el 2017. -4000% de inflación y aun así la
economía se desplomará para este 2018 un 15% si era una competencia para ser el país menos
indicado para habitar la ganamos.
Números y cifras le son impar a los sueños que quisiera lograr, pero está mi mamá, mi
hermano, mi llano. La laguna de Mucubaji ha estado esperando y hasta la neblina se ha despejado
para que vaya una tarde a sentarme en alguno de sus bordes, no sé si para llorar o para sonreírle
a la vida el haberme llevado de vuelta a mi país.

Porque si, entre el cielo celeste caminando entre tanta gente he decidido volver.

Tengo una bandera por izar, debo abrazos en casa a mi mamá, a mi hermanito. Tengo
citas pendientes con el cardenalito y tardes de lamentos. Le debo canciones y declaraciones a mi
país. Fue mutua la negación; Venezuela quitándome los años y yo misma quitándole el lugar para
entregarme en entera reciprocidad a nuevas culturas.

Sintió envidia la bandera.

Celeste entre la gente arribé a Montevideo un 12 de septiembre o de setiembre dependería


de qué tan en el sur o que tan en al norte lo lees.
Acentos, calles nuevas y yo perdida tropezándome con las aceras. Paré en una pensión
con una pésima administración. Chiripas bailaron en la cocina mientras la heladera permanecía
vacía. Pospuse alarmas y dormí horas de más evitando comer; ideas de ahorro—por suerte digo
porque sin mucha comida aún podía comer—

Lavé tantos platos en mi primer trabajo —no importó— porque mis sueños le son
indelebles al mejor jabón ni el jane me quitó la visión, aunque chispeó y mi cornea lloró.

Limpie las mesas como si no hubiese dormido por haber estudiado cómo hacerlo, como si
hubiese suplantado libros de psicopatología por Tomo I cómo utilizar un POS. Barrí las afueras del
restaurant en Pocitos mientras en la cocina cociné enemigas a fuego lento (una venezolana que
me llamó para trabajar allí pero cuando sintió que yo me esforzaba y le agradaba al jefe terminó
brindándome los mejores empujones. Las miradas más des afanadas) su cabello desordenado, su
mal aliento y su ego han de condenar todos aquellos atropellos.
La vida ya hizo el trabajo por mí y es que ella le ama a una mujer que jamás, jamás le
corresponderá. Si en mis manos vacilara la venganza algún día rechazaría darle larga, me le es
práctico al corazón olvidarme de su voz gritándome de un piso a otro que sacara la basura del
baño. Ella. Lanzando los platos y llamándome la de la bacha. Su risa a la que nauseas provocaría
el vomito le dejo un remitente; el de mujer. Sé paciente y aplaca los gritos porque por suerte no
eres el rey de España. A tú acento modificado dale un paro y es que en banca rota están tus sueños
porque pisotear extranjeros le suma años al desespero. Un diminuto cuarto, aroma a ratonera del
que no saldrás porque la vida es un azar. Pierde el que gana y gana el más perdedor. Tú, ninguno
de los dos.
Por eso deserté de Fans en Montevideo. Fueron mas los tratos que los mismos chivitos
haciéndome sentir extranjera. Yo ustedes mejor usaría mi heladera que lechugas al lado de la
basura —por acotar, siempre es mejor cocinar—
Rocé el placar que le raciona mis deseos a mis sueños. Estaba yo, un whisky a las rocas, un
español tocando la guitarra dándole sonido a lo ronco de mi voz en un bar de Montevideo. Un
par de señoras aplaudiendo mientras la pizza se enfriaba porque a ratos le fui protagonista a su
atención. Lo lograba pensaba mientras caminaba con la guitarra sobre mi espalda.
Pero jamás me dieron un peso. Gané solo aplausos y propinas dentro de un sombrero.
Lamento contar que este estomago quizá si precise un poco el dinero para poder abonarle al carro
de supermercado ítems fundamentales solo para alimentarse y si… también para embriagarse.

Porque las letras estarían sobrias y carecerían de historias.

Supermercados, ya que estamos les cuento un rato porque he dejado mis pasos tras una
caja en Tienda Inglesa.
Conocí quizá a las personas más divinas.
Y esto es algo a lo que jamás podría hacerle una historia bajo el desenlace que he querido
proponerles a estas humildes letras que cuentan un retorno a casa. Necesitaría de muchas más
páginas para contarles los días de una gocha entre carritos de supermercado. Aunque podría
resumir un poco.

Competí con varías cajeras para tener el lugar en Tienda Inglesa y pude serle parte a las
que gozaron el beneficio de un primer filtro asumido.
Nací bajo el ritmo del peep que tiene un supermercado. Es el sustento por años de mi casa.
Aunque han cambiado los años y nuestros pasos se han visto frustrados. Se lo debemos a
ideologías políticas trucadas. Más que ideologías diría que hemos estado todo este tiempo frente
al acto más grande de egoísmo disfrazado de la izquierda. La venganza disfrazada de política.
Chávez disfrazado de cordero jamás podrá sentir empezando porque está muerto, que… tras su
afán de gobernar y de expropiarnos hasta las ganas, a mi familia y a mí terminaron quedándonos
los anaqueles vacíos.
Vacías las ganas. Años se le escurren a mi mamá entre los dedos haciéndole frente a las
consecuencias de un crío vengador de Sabaneta, quien seguramente les prometió a esas tierras
que haría lo posible por salir de allí y de hacer algo por él, por el país. Sin embargo, todo nos lleva
al inicio y Chávez jamás se curó. Así que tengo el presentimiento de que lo que le pasa a mi país
no es más que el reflejo de las dolencias de Chávez en su niñez porque repito, él jamás se curó y
cuando a uno le quiebran los sueños, cuando quieres ser un beisbolista y fracasas, cuando quieres
ser un militar y fracasas, cuando quieres amar y fracasas, cuando quieres dar un golpe de estado
que sea rememorado y fracasas solo nos lleva a un solo desenlace. Gobernar un país y también
fracasar.
Al final de todo esto la vida siendo presumida de nuevo lo puso a pelear contra el cáncer
y bajo los suplicios de un país queriendo la calma Chávez también fracasó.
Cuando todo esto pasaba en nuestras casas nos consolidamos como agentes de
inteligencia. Qué tener en cuenta para emigrar. Cuáles son las desventajas, ventajas. Cuánta plata.
Cuánto extrañaré mi casa. Mapas. Maletas. Aviones. Sueños. Nostalgia. Pena. Soledad. Derrota.
Paciencia. Victoria. Nuevo hogar.

Sin embargo, hoy quisiera contarles que siempre hago las cosas al revés como dice mi
mamá.

Nuevo hogar. Victoria al salir del país. Paciencia para llegar. Derrota, cuanta soledad habita
en mí. La pena de volver y la nostalgia que me mueve. Sueños que descubrí para meterlos en
Aviones de vuelta. Maletas y regresar a mis mapas. Ay, cuánto extrañé mi casa. Ni toda la plata
podría explicar las ventajas o desventajas. Nunca tuve en cuenta que lo primordial para emigrar es
cargarse de muchísima inteligencia emocional.
Y se preguntarán. Para volver ¿qué hace falta?

Además de todo lo que les conté, le harían falta un par de días abrumado en avenidas que
no te vieron crecer.
Gente diciéndote que todo va a estar bien, que vuelvas a casa y abrazos de ellos que son
extranjeros para ti, pero residentes de su país.
Llorar camino a lo que le podrías llamar casa en otro país solo porque no es realmente tú
casa.
Perder kilos por no comer y luego ganarlos por el estrés. Qué los demás piensen que estas
bien pero no has dormido por extrañar.
Extrañar a tus amigos que de nuevo están lejos de ti para entender que estando de vuelta
en tú país estarán de nuevo lejos de ti pero tú estarás cerca de lo que los unió; las calles
venezolanas.
Cerca de tus playas y de los crepúsculos que vacilaron aquellos inicios. Cerca de los andes
y de los amores que fueron para ti un desastre. Cerca de tú cama y de tú café por la mañana.
Entre la multitud venezolana estarás cerca quizá de muchas desgracias a las que yo le
suscribo todas las ganas, porque la sonrisa de mi mamá de tenerme en casa vale más que una foto
en Paris.

Y si… haría falta también un poco de agallas. Vencerle al miedo para regresar y después
quizá volver a emigrar. Con menos errores y con la familia a un lado imitando acentos.

SIETE, TRICOLOR, MI PAÍS

Un cuentagotas le da la rima al reloj que cantaría versos sobre tú retorno. El fracaso


pareciera que te carcome el cerebro y los días se vuelven más ligeros. La música persigue la calma
que buscas y tú podrías sumarte al intento. Sin embargo, el celo de las lenguas afiladas de otros
forasteros podría hacer que pierdas por completo el sereno; del que nadie tiene idea, pero está.

Un ocho de marzo está pautado para mi arribo y varías cosas se han de complicar. ¨Podrían
no ser tan alarmantes para cualquier otra persona que en su país tiene aeropuertos en los que
podrías sentirte bienvenido. Pero para una venezolana que cruzará el puente Simón Bolívar en la
frontera de Cúcuta – Venezuela quizá podría alarmarle el hecho de que dos días antes de su vuelo
el gobierno colombiano haya decidido cerrar la frontera por elecciones legislativas dentro.
Está bien, está bien. Pueden lamentarse conmigo, les cuento estos párrafos un siete de
marzo y ha coincidido con el deseo de ver el tricolor desgastado de mi país, aunque tenga uno
que otro problema al retornar.

Poniéndolo en letras por ser la única vía de escape que he tenido disponible para mis
conflictos podría describirlo como un naufragio. Me ahogo en este momento, quizá es por eso
que por días no he podido dormir y no he podido comer muy bien. Se siente como una pausa
porque estás perdiendo la partida que creías ganada. Se siente como una canción que no
entiendes, pero la bailas. Como una resaca que te tira en la cama mientras sientes el otoño llegar,
un otoño que siempre quisiste gozar, pero tienes que tomar aviones y entré escalas te aleja de tus
anchas.
No sé si las analogías hayan sido mi compañía en ese párrafo, pero para describirlo mejor
en palabras bien sonadas venezolanas se siente como una gran cagada y si le sumamos la idea de
una posible deportación por la migración colombiana por ser venezolano y no tener un permiso
temporal de permanencia se vendría sintiendo como un marico, estoy cagada.

Hoy no dormiré para poder montarme al taxi para ser exacta en 23 horas. Esta madrugada
me ha helado el alma porque mi maleta no está hecha y bueno, tendría que ponerme a la tarea
de por fin despojarla de la nostalgia que ella depositaba por no estar en casa y llenarla de miedos,
tendría que decirles que pesan mucho más y que pagaré sobrepeso.
Si todo sale bien. Pasaré cuatro días en Cúcuta y mis miedos se transbordarán al Norte de
Santander, un poco sola y con poco dinero con más ganas que nunca de retornar a casa.
Si todo sale mal me regresarán a Montevideo y posiblemente ese será el día que le tenga
un poco de rencor solo por el desenfreno de sentimientos de por primera vez no querer estar allí.
Si todo sale perfecto cruzaré la frontera antes del cierre y se los contaré, pero esa es la
versión más utópica de esta historia.

Ya que me están leyendo han de ser los primeros en saber que pasaré cuatro días en
Cúcuta en un motel barato con reservas de alcohol. Serán líneas bastardas a las que le escribiré
bandas sonoras con altas de alarmas, un sonido fuerte y una experiencia áspera.

07 de marzo del 2018, 5:59 a. m. Montevideo, Uruguay.


Pensión Yi 1487, frente al cuadro azul del comedor.
La verdad, tengo mucho miedo,
Si vuelven a saber de mi será en Venezuela,
O en las afueras de un Motel en Colombia un poco preocupada.

Quizá valdría la pena. Estar caminando en el centro de Cúcuta con mapas que no han sido
nunca de halagos para mí. A los acentos no me suscribo porque, aunque ustedes se alarmen nunca
me ha gustado el acento colombiano.

Así que si, la versión más utópica estuvo muy cerca pero lejos a la vez. Por suerte no salió
todo mal y les puedo escribir siendo residente pasajera desde el Norte de Santander. Solo salió
bien. Me restan dos días mientras escribo esto y quizá no podría reconocer otro momento en el
que estuve tan sola. Sin embargo, me acompañan luces de neón de un pequeño bar aledaño a la
posada donde fui a parar. Una cerveza águila y cigarros armables porque no podría darme gustos
de más.

Los pesos colombianos se me enredan en la cartera. Moneda de difícil reconocimiento para


una persona que ha pasado seis meses contando pesos de uno. Acá son de miles y me podría
sentir millonaria cuando recuerdo por segundos mi estadía en Uruguay. Por suerte no lo soy, por
ahora. Pretendo serlo, pero supongo que está en cuestiones de tiempo. Por ahora ese tiempo se
detiene y me hace ser irresponsable y gastarme el dinero que debería de gastarme en comida en
cerveza. La sencilla razón de esto es que nada más me mantendría de pie estando tan cerca de
Venezuela y tan lejos a la vez.

A ver, cerraron la frontera. Justo cuando llegué y podría tomarlo como señal. Una en la
que me dice que no retorne a casa y la otra donde me dice que al estar allá todo va a detenerse
por un momento, las fronteras estarán cerradas para mis comicios. Sin embargo, todo en la vida
siempre se ha demorado, justo lo que más quiero y en este momento lo que más quiero es estar
en casa, no era para menos pensar que iba a llegar de la manera más común. Tendría que contarles
de barreras para poder escribir esto a ras de frontera.

Una maleta llena de miedos aterriza en Bogotá y de hombro les puedo contar que me llevé
mi guitarra que jamás había pesado tanto. Sin dormir porque horas antes de montarme en el avión
me gasté los últimos pesos uruguayos en un par de vinos de cartón con Romina mi chilena favorita.
En 24 años no había visto una pasta con huevo frito, fue lo que Romina me dio de comer para
poder montarme en aquel avión y así fue.

Me despedí de dos personas increíbles, dos uruguayas que llegaron hasta casa y no
bebieron de mi vino cosa que no comprendo porque yo jamás dejaría de beber algo sobre mesa.
Ellas — lo noté — realmente solo querían despedirse de mí y de mi estúpida cara que a
veces por las tardes, luego de un café suele ser tierna.

Así que, paré en un hotel del centro de Cúcuta y nunca estuve tan aterrada. El
ruido de la ciudad realmente llegó a disparar todas las alarmas de que huyera. Quería
huir, pero había dos maneras. Una donde bebía por todos los días restantes, dormía y
comería galletitas para calmar el hambre y otra donde pasaría algo que por acá le llaman
“trocha” pasarían por allí “n” cantidad de personas que no pueden pasar la frontera,
algunas quizá como yo, pero sería pedirle mucho al señor y al mismo tiempo otras estarían
pasando cuestiones ilícitas hacía Venezuela.
Podría haber tomado la segunda opción, pero era tan arriesgada que mis versiones
de prevención se acomodaron en fila india para indicarme que no. Así que salí de vuelta
por cerveza solo para buscarle las letras.
Estaría entonces yo vacilando entre la primera opción más contundente. Le vería
la espuma a la cerveza y luego me la tomaría. Casual, es eso lo que estoy haciendo ahorita.

De fondo un repertorio de canciones de un colombiano con buen gusto por la


música por suerte. Él me sirve cervezas y yo me le sirvo a las dudas de si esto que he
tomado esta bien o mal. La decisión digo; tomar cerveza nunca me daría dudas.
Descubrí que puedo ser alguien muy decidido que no le pregunta a adyacentes
sobre sus intenciones. Descubrí que puedo atravesar países vacilando entre calles y aun
así llevar gafas de sol con un pantalón que convine con la remera o la franela depende
de donde lo leas. Descubrí que si estoy aquí es porque yo al riesgo me le fui y termino
por suerte ganándole, aunque me sienta fracasada.

Los días van sumando y me gustaría contarles sobre cómo va, por ahora, todo
marcha según mis cálculos.
Así que pediré una última cerveza para envejecer en el cuarto de hotel todo lo que
echo de menos Montevideo. Porque si alguien se enamoró del sur y de sus conflictos fue
esta humilde servidora. Quien años después le servirá ron a un vaso en un cuarto de hotel
de Montevideo. Se reirá, si… se reirá y besará las calles que le dieron la ventaja de aprender
que la vida viene, la vida va, pero entre vueltas te trae a lo que realmente amas.

09 de marzo del 2018 11:20 p. m.


Norte de Santander.
Cervezas colombianas creo que siempre las subestimé.
Suena borracho y loco de enanitos. Sin embargo, no voy a estar aquí, aunque los
viajantes ya se atrasaron mientras se peinaron.
OCHO,
CAFÉ POR LA MAÑANA, VOLVÍ A CASA

Olor a tierra mojada, ausencia de luces y ruinas me recibieron en Venezuela.

Baldosas secas, ruidos toda la madrugada el hambre se hace canción cuando vi a una
familia calentando su almuerzo a palos secos fuera de su casa. Olla pequeña sobrante de agua
alguno que otro tubérculo y mi ojo asechando desde el otro lado de la acera intentando
comprender cómo coño llegamos hasta aquí.
Se habla de mil cuando son millones los que se necesitan para comprar cosas de
importancia. Habitan las calles la soledad y al mismo tiempo la energía del que se quedó porque
le quiere remar.

Hace mas de un mes que no he vuelto a escribir acá. Desde que llegué a casa me he
sentido por fin en paz. No se trata de estar en Venezuela, se trata de poner la cabeza sobre mi
almohada, estirar los pies en mi cama, escuchar a mi mamá y reconciliarme con lo ronco de la voz
de mi papá. Se trata de mi hermanito sonriendo, de que se vuelvan a reír de mis chistes malos las
carcajadas mas necesarias para poder caminar.
Es desierta la tierra que hoy está. Mérida sin embargo aun asombra, San Cristóbal sintiendo
la derrota aun tiene el mejor pan. Los mejores atardeceres siguen permaneciendo en el llano,
Barinas lo sabe. Maracaibo intenta ignorar los gritos que da el lago, pero pasar por allí según me
han contado aun suena a gaita y hasta se baila. A Barquisimeto aun le suenan las maracas, el cuatro
hace alarde cuando son eso de las seis de la tarde y el cielo naranja invita a estar allí. Caracas se
relaja entre calles solas y neveras vacías, sin embargo, el Ávila suspira a veces con nostalgia y otras
veces con gallardía.
Si, los ves. Venezolanos aun se ríen y le bailan al fin de semana. Cervezas no faltan en
reuniones de menos participantes. Las conversaciones han cambiado, hablamos de países, de
diferentes monedas, nos hemos quedado sin contactos que agregar porque los tenemos que restar
para ponerles algún código extranjero.
Es tan grande el éxodo y tan insuficiente la nostalgia. Los que decidieron quedarse no
quieren irse jamás y más si ya salieron. Conocen mis historias y yo las de ellos.

Creemos. Creemos en un país nuevo, creemos en trabajar fuerte, aunque tengamos que
cuidarnos de tantos terceros. Abunda el dinero mal habido y abunda también el obrero soñador,
el que ha hecho raíz y que no dejaría ni por un gran amor su país.
He vuelto a mi pueblo y hasta el cielo me es diferente, yo en cambio le soy indiferente a
comentarios pesimistas e invito a los que quieran salir que lo hagan y que cuando quieran volver
lo hagan sin pensar porque estarán listos. Para volver a querer sus calles, para abrazar a su madre,
para conectarse con nuestra música y contar historias de diferentes culturas. Valoraras el acento,
los modismos, tus colores, tú comida, valoraras al mesero, al carpintero, al cajero, cederás el paso,
no querrás cometer delitos raros ni evadir impuestos, querrás conseguirlo todo por ti y volver a tú
casa, a tú almohada a estirar los pies en tú cama.

Me fui de Venezuela solo para darme cuenta que tenía que volver.

Al tricolor caí rendida por primera vez,


Me he enamorado de las caderas de mi tierra,
De las manías de Venezuela.

Llanura inmensa, amarillo el deseo de ver luz,


Azul se esconde la nostalgia por no ver mis amigos cerca de casa,
El rojo golpea y aunque a veces no lo quiera sigue estando en mi bandera.

Caí rendida a sus pies,


Al dorso, a su vaivén,
A sus misterios, de sus adversidades me hice soldado
He aprendido a querer,
Otra vez,
Otra vez la amé,
Mi tierra, mi Venezuela,
Rota descosida princesa herida, te quiero hoy más que nunca.

11 de abril del 2018 12 y 14 a. m.


A versos raros letras corridas, a colores varios tricolores del mastranto, al cielo raso le disparé esta
tarde porque el vino barato acá se ha hecho caro.

Una gocha que fue a la Rambla,


La que guarda el celeste,
Para traérselo a su gente.

Gracias Uruguay. Un país que con tan hermosa gente me dio lo que necesitaba para por fin estar
donde tengo que estar. Visiten Uruguay, tomen un vino barato en Parque Rodó porque dejé un
pedacito de mi bandera regada por esas tierras.

Gracias a vos. Por vos aprendí que, aunque hablen de morrón en vez de pimentón tiene un
precioso corazón.

Uruguay no más.
Felipe el Chileno.
Abril del 2018. Venezuela, Barinas.

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