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LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES
Y SU PROTECCIÓN
JURISDICCIONAL
2a EDICIÓN 2017
4fc *
EDISOFER Si
LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES
Y SU PROTECCIÓN
JURISDICCIONAL
2~ EDICIÓN 2017
MADRID
2017
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ABREVIATURAS/SIGLARIO........................................................................ 27
PRÓLOGO............................................................................................ ............ 29
PRIMERA PARTE
SISTEMA CONSTITUCIONAL DE LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES
L INTRODUCCIÓN
EL ESTADO SOCIAL Y DEMOCRÁTICO DE DERECHO COMO
MARCO DEL SISTEMA CONSTITUCIONAL DE LOS DERECHOS
7
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
II
RÉGIMEN JURÍDICO DE LOS DERECHOS
LECCIÓN 3. FUNDAMENTO, NATURALEZA Y SUJETO DE LOS
DERECH OS.................................................................... 75
1. CARACTERES GENERALES DEL TÍTULO I DE LA
CONSTITUCIÓN .............................................................. 75
2. EL FUNDAMENTO DE LOS DERECHOS .................... 77
2.1. ¿Fundamento iusnaturalista o positivista?....................... 77
2.2. Fundamento plural del sistema de derechos................... 80
3. NATURALEZA JURÍDICA DE LOS DERECHOS CONS
TITUCIONALES ................................................................ 84
3.1. Planteamiento............................................................. 84
3.2. Análisis......................................................................... 84
4. EL SUJETO DE LOS DERECHOS...................................... 88
4.1. Terminología constitucional.......................................... 88
4.2. Titularidad, ejercicio y defensa de los derechos............. 89
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ÍNDICE
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LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
III
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES MATERIALES
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ÍNDICE
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LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
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■
ÍNDICE
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LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
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ÍNDICE
15
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
SE G U N D A PARTE
LO S D ERECH O S FU N D A M EN TA LES
D E IN C ID E N C IA P R O C E SA L
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ÍNDICE
17
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
18
ÍNDICE
19
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
TERCERA PARTE
LA PROTECCIÓN JURISDICCIONAL DE LOS
DERECHOS FUNDAMENTALES
TÍTULO I
TUTELA PROCESAL CIVIL DE LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES
20
ÍNDICE
21
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
TÍTULO II
TUTELA PROCESAL ADMINISTRATIVA DE LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES
LECCIÓN 30. EL AMPARO O R D IN A R IO A D M IN IST R A T IV O . . . 689
1. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO.......... 689
1.1. Concepto y notas esenciales......................................... 689
1.2. Regulación legal............................................................ 691
1.3. Procedimiento aplicable ............................................... 691
1.4. Objeto........................................................................... 693
1.5. Legitimación.................................................................. 695
1.6. Competencia ................................................................ 697
1.7. Procedimiento .............................................................. 698
22
ÍNDICE
TÍTULO III
TU TELA PROCESAL LABORAL DE LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES
TÍTULO IV
EL RECURSO DE AMPARO AN TE EL TRIBUNAL
CO N STITU CIO N A L
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LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
24
ÍNDICE
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LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
26
ABREVIATURAS/SIGLARIO
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LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
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LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
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PRÓLOGO
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LOS DERECHOS FUNDAMENTALES Y SU PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
que se dan cita el Derecho sustantivo y el Derecho procesal, a todas luces com-
plementarios para un mejor conocimiento del sistema constitucional de los dere-
chos fundamentales y de su protección jurisdiccional. Intentamos, por ende, que
puedan adquirirse con su estudio capacidades profesionales, académicas e investi
gadoras suficientes para desempeñar actividades relacionadas con los derechos
humanos.
Por eso va dirigida a un amplio abanico de personas interesadas en su objeto.
Por una parte, desde luego, a todos los estudiosos de los derechos fundamentales,
y muy especialmente a los profesionales del Derecho, los cuales pueden encontrar
en ella los cimientos teóricos y la regulación procesal, concentrada en un solo vo
lumen, de lo que usualmente se halla disperso en la bibliografía jurídica. Se trata
de conocimientos muy útiles en la práctica de su ejercicio profesional en organis
mos gubernamentales nacionales e internacionales de defensa y promoción de los
derechos humanos, bien en la actividad pública, bien en la privada, y para el de
sempeño, en el ejercicio de la abogacía y demás funciones del foro, de las corres
pondientes actividades en los distintos procedimientos de protección de los dere
chos fundamentales.
La utilidad de la obra no se ciñe, sin embargo, a dichos profesionales, sino que
se extiende a otros, como los de la información, los politólogos, los sociólogos, los
miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y, desde luego, los pro
fesores y los estudiantes de las facultades de Derecho. Cada uno, cuando supere
estas páginas prológales que mis compañeros me han hecho el honor de ceder,
obtendrá de su reposada lectura algún planteamiento, análisis, argumento o con
clusión que pueda incorporar a su bagaje de conocimientos en la materia. Los au
tores, al menos, así lo deseamos y así lo esperamos.
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
gitimidad del Estado se hace residir en la legalidad del ejercicio del poder. Max
WEBER construye con estos elementos su tipo ideal de legitimidad racional
Los derechos y libertades que intentaba garantizar esta construcción teórica
son derechos civiles y políticos, no sociales ni económicos: no requieren del Es-
tado prestaciones sociales, sino sólo vigilancia y represión de las posibles pertur-
baciones: son los derechos «naturales» de la burguesía decimonónica. De este
modo, los mecanismos constitucionales del Estado de Derecho (división de po-
deres, imperio de la ley, primacía del Parlamento, etc.) cobran todo su sentido
en función del sistema político al que vienen a justificar, sin mengua del avance
histórico que ello supuso en relación con el Estado absoluto. El único principio
más incómodo, la soberanía del pueblo, se había ya transformado, en los albores
de la Revolución, en soberanía de la nación, un ente mítico que no se identifica
con las personas que la componen, sobre lo cual volvemos en la lección 2~.
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L e c c ió n 1. EL ESTADO ESPAÑOL COMO ESTADO SOCIAL Y DEMOCRÁTICO DE DERECHO..
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4. O PCIÓ N C O N S T IT U C IO N A L PO R L A D E M O C R A C IA
R EP R E SEN T A T IV A
Si bien nuestra Constitución es pródiga en preceptos reconocedores de
formas de participación política directa, ya es menos generosa en cuanto a su
extensión e intensidad. La recepción de las instituciones de democracia direc
ta ha sido cautelosa y cicatera. Pues una cosa es que estén reconocidos casi to
dos esos instrumentos y otra que se facilite o se dificulte su utilización. Desde
esta perspectiva, los instrumentos de participación directa presentes en la
Constitución quedan muy desdibujados, y en algún pasaje esto sucede en tal
medida que queda cuestionada la titularidad de la soberanía. Porque hay que
adelantar que el anteproyecto de nuestra Constitución hacía una amplia e in
tensa recepción de estas formas de participación, pero fue ostensiblemente
mermada en el debate posterior.
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3 ST C 37/1981, de 16 de noviembre.
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L E C C IÓ N 2. V A L O R E S Y PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES.
EL PRINCIPIO DE SEGURIDAD JURÍDICA Y SU
PROYECCIÓN SOBRE LOS DERECHOS
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estén por hacer todas las jugadas, sino que hay algunas hechas, como son la
proclamación de los valores superiores del Ordenamiento o el establecimiento
de la monarquía parlamentaria.
Aunque en algunas constituciones históricas españolas y en algunas otras
de las europeas vigentes podemos hallar referencias a valores, ora en sus pre
ámbulos, ora en sus articulados, el artículo 1.1 de la Constitución española vi
gente va más allá: enuncia abiertamente tales valores, los califica como supe
riores y los precede del verbo propugnar, que es tanto como proclamar, ampa
rar, impulsar y defender. Estos valores superiores son la libertad, la justicia, la
igualdad y el pluralismo político. No es que esos valores falten en otros orde
namientos jurídicos por el hecho de que sus constituciones los silencien. Pue
den ser inducidos de los textos constitucionales y de las leyes. Pero no es «re
levante el que el artículo P de nuestra norma suprema sea tan explícito en la
materia. Los valores ganan con ello certeza y firmeza como punto de referen
cia para los operadores jurídicos y los ciudadanos.
N o obstante, la Constitución española plantea problemas de identifica
ción e interpretación de los valores que propugna o reconoce. J. V lL A S No-
GUEIRA llama la atención sobre la asimetría entre el Preámbulo y el texto arti
culado en el enunciado de los fines y de los valores. Mientras que aquél habla
de la seguridad y de la promoción del bien de los españoles como fines de la
Constitución y silencia la igualdad y el pluralismo político, el texto articulado
no recoge aquellos fines entre los valores superiores del Ordenamiento, des
plaza la seguridad, como seguridad jurídica, a los principios que dan cuerpo al
Estado de Derecho (art. 9.3) y no habla de esa promoción del bien de los es
pañoles, al menos en su literalidad.
Por otra parte, el artículo 1.1 propugna unos valores como los superiores
del Ordenamiento jurídico, expresión que invita, al parecer, a encontrar otros
de inferior rango, lo que no es fácil. El intérprete podría persuadirse de que al
gunos de éstos se hallan en el artículo 10.1, que reza del siguiente modo:
«La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el
libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los de
más son fundamento del orden político y de la paz social.»
El precepto incorpora varios conceptos como nutrientes del régimen ins
taurado, pero no los denomina valores, sino fundamentos. Sin embargo, la dig
nidad de la persona es un valor de excelencia no inferior a los del artículo 1.1,
e incluso, en una perspectiva antropofilosófica, es previo a todos ellos, salvo, a
mi juicio, al valor libertad, del que deriva directamente. En este mismo senti
do, M. A . ALEGRE sostiene que la dignidad de la persona tiene una posición
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
lo sean del orden político y de la paz social; y, de otro, que aquéllos sólo sean
propugnados, mientras que éstos son ya, según parece, el fundamento del or
den político y de la paz social españoles.
La primera incógnita no es de fácil solución. ¿La libertad tiene más que
ver con el Ordenamiento jurídico que con el orden político? ¿La igualdad y la
justicia son menos fundamento de la paz social que la dignidad humana? ¿El
pluralismo político tiene más que ver con el Ordenamiento jurídico (verbigra
cia, con la regulación de la hipoteca y de la letra de cambio) que con el orden
político? ¿El respeto a la ley y a los derechos de la persona está más alineado
con el orden político que con el jurídico? Seguramente el constituyente no se
planteó tantos problemas y las fórmulas finalmente adoptadas por estos pre
ceptos son intercambiables.
En cuanto a la segunda incógnita planteada, mientras el hombre no sea
plenamente libre y mientras no se erradiquen las desigualdades institucionales
y la injusticia de las relaciones sociales, mal podemos hablar de que la digni
dad de la persona y su libre desarrollo sean, estén siendo ya, fundamento de
esa sociedad. Todo lo más, podremos decir que son propugnados como tal fun
damento, que es lo que el artículo 1.1 dice de los otros valores.
Concluyamos: a pesar de las diferencias literales, es tal el ligamen entre los
llamados valores superiores y los calificados como fundamentos que no cabe
tutelar los primeros sin estar haciendo lo mismo con los segundos, ni cabe es
perar de éstos una sólida cimentación del régimen político y de la sociedad si
aquéllos no han pasado, en proporciones importantes, del deber-ser al ser; es
decir, si no han pasado de ser valores propugnados a valores realizados del Or
denamiento jurídico, del régimen político y del sistema social todo.
Y aún queda por despejar si la solidaridad viene reconocida constitucional
mente como un valor o como un principio. Su actual equivalencia de la míti
ca fraternidad, que en la divisa revolucionaria de 1789 se situaba junto a la li
bertad y a la igualdad, podría llevamos a defender su dimensión axiológica.
Sin embargo, su tratamiento constitucional es más bien el de un valor y/o un
principio político funcional, según los casos, que preside y dirige un cierto
tipo de situaciones y de instituciones sociales (Seguridad Social) y un cierto
patrimonio común (medio ambiente; patrimonio histórico, cultural y artísti
co), o bien se relaciona con el modelo territorial de Estado (Fondo de Com
pensación Interterritorial) y con el modelo económico (subordinación de la
riqueza al interés general, función social de la propiedad).
Como todas estas funciones de la solidaridad no están precisamente faltas
de entidad jurídica y política, algún autor, como J. TAJADURA, la erige en con
cepto identificador del constitucionalismo social frente al liberal.
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1 ST C 18/1981, de 8 de junio.
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L e c c ió n 2. VALORES Y PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES. EL PRINCIPIO DE SEGURIDAD JURÍDICA..
tercer grado, como durante mucho tiempo fueron considerados por la Teoría
de las Fuentes, debido al tratamiento que de ellos hacía el Código Civil, sino
ante auténticas normas constitucionales de aplicación inmediata y con fuerza
derogatoria de toda norma anterior que les sea contraria, incluidas las leyes.
Pero no pueden prevalecer sobre un precepto constitucional concreto y ex
preso de signo contrario o meramente diferente. Así, por ejemplo el principio
de igualdad cede ante las prerrogativas de los parlamentarios establecidas en
el artículo 71.
Finalmente, también se acostumbra a llamar principios al fundamento y na
turaleza de un régimen. Así, aludiremos en repetidas ocasiones al principio demo'
crático para reclamar todo aquello que viene exigido por la democracia instaura
da por la Constitución y rechazar lo que consideramos incompatible con ella;
igual hicieron los iuspublicistas alemanes de fines del siglo XIX cuando acuña
ron el concepto de principio monárquico. Del mismo modo, no es infrecuente ha
blar del principio de juridicidad estatal o del de socialidad estatal para referimos,
respectivamente, a las exigencias del Estado de Derecho y del Estado social.
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8 ST C 12/1982, de 31 de marzo.
9 ST C 27/1981, de 20 de julio. Reitera doctrina en ST C 26/1987, de 27 de febrero.
10 ST C 158/1987, de 20 de octubre.
11 STC 116/1987, de 7 de julio.
12 ST C 158/1987, citada.
13 ST C 20/1987, de 19 de febrero.
14 STC 150/1991, de 4 de julio.
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a otras17. Esta exigencia de claridad se hace mayor cuando, por razón del re-
parto de competencias, deben colaborar en la regulación de una materia las
Cortes Generales y los Parlamentos autonómicos18. Pero para que se entienda
infringido el principio de seguridad jurídica es preciso que la incertidumbre
que provoca la norma sea razonablemente insuperable19.
A esa predictibilidad, a esa certeza, se alinean los principios del artículo
9.3, a excepción del de responsabilidad de los poderes públicos, que, desde
otro prisma, no deja de reforzar también la seguridad jurídica que inspira el
Ordenamiento y el régimen político. Por eso dice el Tribunal Constitucional
que la seguridad jurídica, sin perjuicio del valor que tiene por sí misma, es la
suma de esos otros principios del citado precepto20. Por lo demás, el principio
de vinculación de los poderes públicos a la Constitución y al resto del Orde
namiento jurídico, establecido por el artículo 9.1, puede ser incorporado a
este mismo elenco.
Los tribunales Constitucional y Supremo han mantenido un enfoque simi
lar al arriba expuesto. Sin embargo, seguridad jurídica no equivale a petrifica
ción del Ordenamiento. En este sentido, ni la Constitución consagra el prin
cipio del respeto de los derechos adquiridos, ni la seguridad jurídica exige la
paralización de los órganos productores de normas y la petrificación del Orde
namiento jurídico21.
De otro lado, este principio, que el Tribunal Constitucional coloca «a la
par del valor justicia» y el Tribunal Supremo considera inseparable de ella22,
no debe de ser confundido ni con la seguridad ciudadana, ni con el derecho a
la seguridad personal que reconoce el artículo 17.1. La seguridad jurídica no es
un derecho, sino un principio del Ordenamiento y, como tal, no está protegi
do por el recurso de amparo23. A pesar de ello, sí lo está el principio de legali
dad penal, que no deja de ser un elemento de la seguridad jurídica, pero que,
como hemos indicado, tiene en nuestra Constitución el tratamiento de dere
cho fundamental.
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71
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II. RÉGIMEN JURÍDICO
DE LOS DERECHOS
LECCIÓN 3. FUNDAMENTO, NATURALEZA ¥ SUJETO
DE LOS DERECHOS
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En todos los casos, menos en el señalado, hay una remisión a la ley. Hay,
eso sí, una estructura normativa constitucional habilitadora y preceptiva de la
configuración legal de otros tantos derechos. No obstante, algunos de ellos
entroncan con derechos fundamentales, como ocurre con la iniciativa legisla-
tiva popular respecto del derecho de participación política.
En cuanto a la sistemática del título, la doctrina mayoritaria ha criticado
la inclusión como capítulo I de unos preceptos relativos a la mayoría de edad,
a la nacionalidad y a los extranjeros sin contener derechos propiamente di
chos. Incluso no figuraron en este título hasta un momento tardío del proceso
constituyente, ya en el Senado. La edad y la nacionalidad son más bien condi
ciones o presupuestos del estatuto jurídico de las personas en función del cual
tienen y disfrutan o no de unos derechos.
El capítulo II, dedicado a los derechos y libertades, no incluye algunas ha-
bitualmente conceptuadas así y ofrece algún contenido difícilmente califica
ble como tal. En efecto:
1) N o figura la libertad de creación de partidos políticos, que, para gozar
de las garantías que protegen a este capítulo, ha de entenderse implícita en la
libertad de asociación.
2) Claros derechos de libertad, como el derecho a contraer matrimonio, a
elegir profesión y oficio y el derecho de fundación, se encuentran en la sec
ción 2-, que se refiere, según su rótulo, a los derechos y deberes de los ciuda
danos, calificación que tampoco se corresponde con lo que en sede académica
se consideran dentro de esta categoría.
3) Y no todo lo que incluye la sección 1~, que dice contener «derechos
fundamentales y libertades públicas», lo es; así, por ejemplo, el artículo 20.3
establece un principio de política estatal acerca de los medios de comunica
ción de titularidad pública y en el artículo 27 hay varios principios de política
estatal en materia del enseñanza.
2. E L FU N D A M E N T O D E LO S D ER EC H O S
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L e c c ió n 3. FUNDAMENTO, NATURALEZA Y SUJETO DE LOS DERECHOS
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a) El elemento antropológico
Según A. E. PÉREZ LuÑO, hay en la Constitución elementos para apoyar la
tesis iusnaturalista, la positivista y la sustentadora del uso alternativo del De-
recho. La primera se ve reflejada en todos los preceptos constitucionales que
reconocen ciertos derechos. La segunda, en aquellos otros en los que se ha pre
ferido garantizar los derechos: es el Estado de Derecho el que los garantiza y
sin él no pasarían de ser pretensiones, valores éticos o filosóficos. La tercera
encuentra asidero en preceptos, como los artículos 9.2 y 40.1, que hablan de
promover las condiciones favorables y remover los obstáculos para la efectivi
dad de la libertad y de la igualdad, para el progreso social y económico y para
la justa y equitativa distribución de la renta.
Pero, por eso mismo, la Constitución no se alinea con ninguna de esas tres
posiciones, proponiendo el autor citado una fundamentación basada en lo que
llama iusnaturalismo crítico, tesis que intenta conjugar la unidad de sentido del
sistema de valores constitucionales con su dinamismo y apertura a las futuras
aportaciones que deparen las sucesivas mayorías parlamentarias plasmadas en
normas jurídicas positivas. A la postre, es el principio de soberanía popular el
que soporta todo el sistema constitucional de derechos y libertades, pues, se
gún PÉREZ LuÑO, se erige en su fundamento axiológico de legitimidad, en su
garantía sociológica de eficacia y en su parámetro formal de respeto a los pro
cedimientos jurídicos establecidos.
También habla el mismo autor de una fundamentación intersubjetiva, con
sistente en el consenso suscitado por las constantes históricas y culturales
acerca de las necesidades básicas del hombre, las cuales constituyen el soporte
antropológico objetivo que impide la caída en el mero subjetivismo. Y en tér
minos similares se ha pronunciado G. BlDART CAMPOS, cuyo iusnaturalismo
asume los datos históricos, culturales, antropológicos y políticos como expre
sión de la circunstancia en que nace y se desenvuelve cada derecho y de la si
tuación de cada pueblo.
En definitiva, este elemento antropológico de base se traduce en una de
terminada concepción del hombre según épocas y culturas. El hombre de
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L e c c ió n 3. FUNDAMENTO, NATURALEZA Y SUJETO DE LOS DERECHOS
b) El elemento axiológico
El sistema de derechos de un Estado social y democrático se inspira en va
lores -justicia, paz, libertad, seguridad...- que se erigen en fines de ese mismo
Estado. Estos fines políticos deben ser procurados de manera armónica y equi
librada, sin que ninguno de ellos quede por debajo de lo tolerable para una
vida humana digna.
El artículo 1.1 de la Constitución española enuncia los cuatro valores su
periores del Ordenamiento jurídico. El artículo 10.1 proclama unos funda
mentos también valiosos. Sobre todo ello ya nos hemos pronunciado en la
lección 1, donde concluíamos que era la libertad el auténtico valor superior
del que derivan los demás. Remito a lo allí dicho. Dejemos constancia, sin
embargo, de que la generalidad de la doctrina y la jurisprudencia constitucio
nal española, siguiendo a la Constitución y jurisprudencia alemanas, cifran en
la dignidad ese valor fontanal de los derechos. Por eso dice nuestro Tribunal
Constitucional que los derechos son «traducción normativa de la dignidad
hum ana»2 y que ésta es «un minimum invulnerable que todo estatuto jurídico
[de los derechos] debe asegurar»3.
c) El elemento jurídico
El constituyente español puso especial interés en formular como funda
mento del sistema constitucional de los derechos la dignidad humana, el libre
desarrollo de la personalidad y los derechos inviolables que le son inherentes
o innatos. Si todo hubiera quedado ahí, no habría más lectura posible del artí
culo 10.1 que la iusnaturalista. Pero el precepto dice algo más. Habla del res
peto a la ley y a los derechos de los demás, elementos mucho más tangibles
que los anteriores.
2 ST C 113/1995, de 6 de julio.
3 ST C 57/1994, de 28 de febrero.
ANTONIO TORRES DEL MORAL
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L e c c ió n 3. FUNDAMENTO, NATURALEZA Y SUJETO DE LOS DERECHOS
d) Conclusión
4 STC 21/1981, de 15 de junio. Esta doctrina ha seguido una línea constante, no exenta de al
gún altibajo. Cfr. entre otras muchas, STC 129/1989, de 17 de julio.
83
ANTONIO TORRES DEL MORAL
3.1. PLANTEAMIENTO
Es frecuente que la doctrina y la jurisprudencia hablen de la naturaleza de
los derechos constitucionales en general, como si a todos les correspondiera la
misma. Estos, sin embargo, son muy distintos entre sí: los hay de libertad, de
participación y de prestación; los hay primarios e instrumentales5; unos son
propiamente constitucionales, mientras que otros, aun reconocidos en la
Constitución, son de configuración legal6, y varían por razón de su sujeto, de
su objeto y de su fin. El sentido que tiene entonces la referencia en bloque a
todos ellos es el de poner de relieve que constituyen un sistema integrado por
diversos elementos (derechos propiamente dichos, garantías, límites, obliga-
ciones...) el cual ocupa una posición relevante en el régimen constitucional.
A partir de ahí, comienzan las diferencias puntuales entre ellos.
Pues bien, los caracteres o dimensiones que destaca el Tribunal Constitu
cional de los derechos así entendidos -como bloque, como sistema- son los de
ser derechos públicos subjetivos y elemento objetivo del Ordenamiento jurídi
co 7. A mi juicio cabe hacer una calificación algo diferente. El segundo enun
ciado puede ser formulado como elemento esencial del régimen constitucio
nal y conviene añadir dos más: ser mandatos dirigidos a los poderes públicos y
límite de la soberanía en el orden internacional.
3.2. ANÁLISIS
84
L e c c ió n 3. FUNDAMENTO, NATURALEZA Y SUJETO DE LOS DERECHOS
deres públicos, son ejercitables ante el Poder Judicial y tienen eficacia inme
diata sin necesidad de previo desarrollo legislativo8.
Esta categoría fue desenvuelta por la iuspublicística alemana de fines del
siglo XIX intentando con ella resolver el problema de las relaciones entre los
ciudadanos y los poderes públicos. En efecto, sólo considerando al Estado
como persona jurídica y, por tanto, inserta en el tráfico jurídico, puede entrar
en relación jurídica con el ciudadano y éste reclamar de aquél un determina
do comportamiento, generalmente su abstención de toda actuación, como co
rrespondía al modelo liberal de Estado.
Por eso, algunos autores estiman que dicha categoría jurídica es insuficien
te en el Estado social, por cuanto los derechos sociales exigen una actuación
estatal de promoción y de prestación. A mi modo de ver, sin embargo, basta
con reinterpretarla conforme al nuevo constitucionalismo, en el que, por una
parte, unos derechos siguen demandando principalmente la referida absten
ción estatal y otros su intervención, mientras que, por otra parte, unos dere
chos son ejercitables exclusivamente frente al Estado y otros tienen eficacia
entre particulares, aunque, a la postre, el Estado puede ser requerido para que
garantice tal eficacia, con lo que no desmienten su condición de derechos pú
blicos subjetivos. No en vano en el Estado social se difumina un tanto la línea
divisoria entre el Estado y la sociedad: el Estado se socializa y la sociedad se
incorpora a él. La clave reside, por tanto, en que el Estado social no perjudica
el carácter público de estos derechos, sino que lo enriquece con la eficacia ho
rizontal tutelada por el propio Estado.
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4. EL S U JE T O D E LO S D E R E C H O S
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L ec c ió n 3. FUNDAMENTO, NATURALEZA Y SUJETO DE LOS DERECHOS
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colectivas. Esos representantes no son otros que los sindicatos y las organiza
ciones empresariales. Del tenor del precepto se deduce que estas personas jurí
dicas no son los titulares de dicho derecho -lo son los trabajadores y los em
presarios individuales- pero sí las que lo ejercen en representación de éstos.
En fin, el Tribunal Constitucional admite a trámite recursos de ambaro
promovidos por personas jurídicas, ya un partido, ya un grupo parlamentario o
un sindicato, ora un ente de Derecho público, como una Comunidad Autó
noma o un ente local, ora personas naturales o jurídicas de nacionalidad o es
tirpe judia, en sustitución de este pueblo22, operación harto discutible, a mi
entender, desde el punto de vista técnico-jurídico.
nal es la de las garantías, a estos efectos sólo lo son los de la sección I a. Otra
cosa es que todo lo que se encuentre dentro de ella merezca tal calificación.
2. Aquellos otros derechos que, sin mengua de su importancia intrínseca,
el constituyente consideró menos vitales para la sociedad y para el Estado y
también menos factible, por su coste económico, dotarlos del mismo nivel de
tutela y de compromiso estatales. Están contenidos en la sección 2~ del capí
tulo II. Su rótulo, «Derechos y deberes de los ciudadanos», es igualmente im
preciso, pues en la sección P no deja de haber derechos ciudadanos.
3. Aquellos de los que el constituyente consideró que ni la sociedad ni el
Estado dependen perentoriamente para su subsistencia, y respecto de los cua
les, por otra parte, el Estado no está en condiciones de asumir compromisos
ciertos para asegurar su ejercicio y disfrute, están contenidos en el capítulo 111.
Su rótulo, «Principios rectores de la política social y económica», sólo expresa
esa no exigibilidad de prestaciones estatales por no ser considerados derechos
públicos subjetivos. Pero el constituyente ha incluido en el capítulo deberes
de los ciudadanos, como la de los padres respecto de sus hijos; incluye tam
bién un auténtico derecho, incluso máximamente tutelado, como es el de la
igualdad de los hijos con independencia de su filiación intra o extramatrimo-
nial, y derechos inicialmente «débiles», como el relativo al medio ambiente,
que treinta años más tarde es una de las preocupaciones más importantes de
todos los Estados del mundo.
Por último, esta clasificación de los derechos según sus garantías admite
matices y excepciones, pues hay derechos externos a la sección 1~ del capítulo
II que, por conexión con alguno de la misma, se benefician de sus garantías e
incluso de su misma calificación de derechos fundamentales, como, por ejem
plo, el derecho de huelga.
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L e c c ió n 3. FUNDAMENTO, NATURALEZA Y SUJETO DE LOS DERECHOS
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V) Derechos de prestación
1. Derecho a la igualdad, en el sentido de que ciertos sectores débiles de la
población, o que se encuentran en condiciones menos favorables (los hijos, la
juventud, la vejez, la mujer, los discapacitados, los desempleados, los usuarios
y consumidores) obtengan una atención preferente, incluso una política de
acción positiva, para superar las desiguadades de partida.
2. Derecho a la educación y a la instrucción o enseñanza, como derecho
de acceso a los centros docentes, que exige evidentemente la creación de és
tos en cantidad suficiente y calidad adecuada.
3. Derechos procesales, que comportan el derecho a las dotaciones mate
riales y personales necesarias en la Administración de Justicia.
4. Derecho del condenado a penas privativas de libertad y de los someti
dos a medidas de seguridad a que le sean facilitadas actividades de reeduca
ción y reinserción social. Derecho de los condenados a prisión a un trabajo re
munerado y a la Seguridad Social (que no pueden ser trabajos formalizados y a
tiempo completo para no hacer del condenado a prisión una persona privile
giada en la ya dilatada situación de desempleo estructural) y a medios de acce
so a la cultura y de desarrollo de su personalidad.
5. Derecho al medio ambiente y, por tanto, a una política dirigida a su
preservación y mejora.
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B IB L IO G R A F ÍA
Ver la de la lección 4.
LECCIÓN 4. PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL ESTATUTO
JURÍDICO DE LOS DERECHOS
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L e c c ió n 4 . PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL ESTATUTO JURÍDICO DE LOS DERECHOS
2.1. PLANTEAMIENTO
El Tribunal Constitucional Federal alemán ha reconocido a los derechos
constitucionales efecto de irradiación, consistente en su relevancia no sólo en el
ámbito del Derecho público, sino también en el del Derecho privado. De esta
forma, los valores expresados en los derechos constitucionales se erigen en lí-
mite -tam bién- de las actuaciones privadas, si bien en éstas no rigen los mis-
mos estándares ni exigencias que en la actuación de los poderes públicos. Por
tanto, los derechos constitucionales tienen eficacia en las relaciones jurídico-
privadas, principio también conocido como eficacia horizontal, frente a terce
ros o entre particulares. A l menos, como el Tribunal Constitucional alemán
aduce con prudencia, algunos derechos tienen tal eficacia en algunas relacio
nes privadas6.
El corolario lógico es que, como dice R. A l e x y , esos valores expresados en
los derechos constitucionales proporcionan directrices e impulsos para la le
gislación, para la administración y para la justicia. La actuación del juez a este
respecto tiene lugar cuando en una relación jurídica-privada se ha producido
supuestamente una vulneración de un derecho constitucional. La lesión, pues,
la produce un particular, pero, si el juez no repara el daño, también él lesiona
el derecho en cuestión, y es esta vulneración judicial de segundo grado la que
abre la vía de su reparación ante el Tribunal Constitucional si dicho derecho
está protegido por el recurso de amparo.
103
ANTONIO TORRES DEL MORAL
las12. Lo dicho vale igualmente, y más si cabe, respecto de los convenios co
lectivos, dado el carácter de fuente del Derecho que tienen en nuestro Orde
namiento13.
En la legislación, en la jurisprudencia y en la propia Constitución se en
cuentran muestras elocuentes de esta eficacia horizontal de los derechos cons
titucionales:
a) Unas veces se trata de garantías frente a todos (y, por tanto, también
frente a los particulares), como, por ejemplo, la no obligatoriedad de declarar
sobre la ideología, religión o creencia propias (art. 16.2), o la prohibición de
tribunales de honor en el ámbito de la Administración civil y de las organiza
ciones profesionales (art. 26).
b) Otras veces estamos en presencia de una garantía que la Constitución
eleva a categoría de derecho, como acontece con la cláusula de conciencia y
el secreto profesional en la comunicación pública (art. 20.1.d).
c) En la mayoría de los casos lo que se produce es una colisión de dere
chos, con su correspondiente limitación recíproca. A sí sucede entre la liber
tad de comunicación pública y los derechos al honor, a la intimidad y a la
propia imagen; o entre el derecho del titular de un centro docente a impri
mirle un ideario propio y la libertad de cátedra de un profesor de dicho cen
tro.
Como hemos dicho, la jurisprudencia ha desenvuelto otros ámbitos de
eficacia de los derechos, entre los que destaca el sociolaboral. He aquí algunas
tesis jurisprudenciales:
- Ilicitud del cierre empresarial como respuesta a una huelga legítima14.
- Vigencia de la libertad de expresión en el seno de la empresa15, como
también la hay en las asociaciones16 y partidos políticos17, que son entidades
privadas.
- Vigencia del derecho a la intimidad personal dentro de la empresa18.
12 ST C 19/1985, de 13 de febrero.
13 SST C 58/1985, de 30 de abril, y 177/1988, citada. Cfr. STC 28/1992, de 9 de marzo.
14 ST C 72/1982, de 2 de diciembre.
15 ST C 88/1985, de 19 de julio.
16 ST S de 24 de marzo de 1992 (RA 2283).
17 ST C 56/1995, de 6 de marzo.
18 ST S 10 de marzo de 1990 (RA 2045).
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L e c c ió n 4. PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL ESTATUTO JURÍDICO DE LOS DERECHOS
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mites de derechos. Así, pues, los valores, tanto a la hora de fundamentar los
derechos como a la hora de limitarlos, tienen la entidad jurídica que les con-
fiere la Constitución. Otra cosa es su entidad ética.
Pero si los derechos fundamentales no son absolutos, tampoco lo son sus
límites. Las normas reguladoras y las limitadoras de los derechos se integran
en un único Ordenamiento inspirado por los mismos principios, se condicio
nan recíprocamente y son igualmente vinculantes, si bien los derechos funda
mentales tienen una fuerza expansiva que restringe el alcance de sus límites;
por tanto, aquéllos deben ser interpretados extensivamente y éstos restrictiva
mente30.
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L e c c ió n 4. PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL ESTATUTO JURÍDICO DE LOS DERECHOS
33 ST C 196/1987, de 11 de diciembre.
34 ST C 26/1981, de 17 de julio. Reitera doctrina en SST C 62/1982, de 15 de octubre, 13/
1985, de 31 de enero; 72/1986, de 2 de junio; 8/1990, de 18 de enero; 50/1995, de 23 de febrero;
170/1996, de 29 de octubre, y 67/1997, de 7 de abril, entre muchas otras.
35 SST C 62/1982 y 13/1985, citadas; 53/1986, de 5 de mayo; 55 y 56/1987, de 13 y 14 de mayo,
37/1989, de 15 de febrero; 85/1994, de 14 de marzo, 49 y 54/1996, de 26 de marzo.
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L e c c ió n 4 . PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL ESTATUTO JURÍDICO DE LOS DERECHOS
5. PRINCIPIO DE IGUALDAD
Hemos tratado parcialmente de la igualdad en anteriores lecciones. Es ne
cesario, a pesar de ello, que le hagamos aquí otra detenida alusión como ele
mento principal del régimen constitucional de los derechos y libertades.
Es ya vieja la polémica de si la igualdad es un derecho o un principio. La
Constitución española complica el panorama considerándola también un va
lor. De su naturaleza axiológica no hemos de hablar otra vez. Recordemos úni-
111
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camente que no es, en rigor, valorada en sí misma, sino por los bienes y dere-
chos respecto de los cuales se predica.
Algo parecido sucede con la consideración de la igualdad como derecho.
Es decir, como derecho judicialmente exigible.
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L e c c ió n 4 . PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL ESTATUTO JURÍDICO DE LOS DERECHOS
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Así, pues, el Estado social no profesa una concepción de los derechos y li
bertades como meramente individuales, formalmente iguales y enfrentados a
los poderes públicos, sino como correspondientes a las personas en su situa
ción social real, desigual de unas a otras las más de las veces, y reclamando la
acción de los poderes públicos para alcanzar su efectividad, a veces frente a los
poderes sociales y económicos. Como dice el autor citado, el Estado no es ya
tanto el enemigo de la libertad cuanto su garante.
Hablamos de igualdad en la ley cuando es ésta misma (o cualquier norma ju
rídica) la que trata de mantener o alcanzar la igualdad. Si se trata de mantener
la, porque la hay, la ley debe ser general y no hacer acepciones de personas ni de
grupos. Si se trata de remediar una situación de desigualdad, la ley podrá intro
ducir diferentes tratamientos jurídicos que compensen esa desigualdad de base.
El Tribunal Constitucional, como también el Europeo de Derechos Hu
manos, ha utilizado desde el principio, para enjuiciar este tipo de normas, el
canon de la relevancia jurídica del elemento diferenciador. En efecto, no se tra
ta de comprobar la diferencia entre dos supuestos de hecho, sino de apreciar si
tal diferencia debe tener como consecuencia un trato jurídico diferenciado
desde el punto de vista o razón de ser de la norma en cuestión. Veamos algu
nos ejemplos:
1) La diferencia entre español y extranjero es relevante a los efectos del
derecho de sufragio en ciertas elecciones, pero no para el derecho de tutela ju
dicial efectiva52.
2) La diferencia entre funcionario y trabajador es relevante a efectos del
derecho de huelga, pero no a los de la libertad de expresión o el derecho de
sufragio53.
3) La diferencia entre Administración y administrado es relevante a efec
tos de exigir a aquélla una mayor diligencia procesal que a éste, pero no legiti
ma el que la propia Administración se coloque en situación procesal ventajo
sa obligando al administrado a la renuncia de sus derechos54.
4) La diferencia entre militar y civil es relevante, entre otras cosas, para
establecer una agravación de las penas en la legislación militar, pero no en or
den a la responsabilidad civil contractual55.
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76 SSTEDH de 23 de julio de 1968, caso lingüístico belga; 27 de diciembre de 1975, caso Sindi
cato Nacional de la Policía Belga; 13 de marzo de 1978, caso Marcks; 22 de octubre de 1981, caso
Dudgeon, y 29 de noviembre de 1983 caso Van der Mussele.
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- «Juez y ley desde el punto de vista del principio de igualdad», en su obra La for
ma..., ob. cit.
P. SANTOLAYA M a c h e t t I: Comentarios a la Ley de Extranjería, 2~ ed., M adrid,
2002 .
R. SORIANO: «¿Es iusnaturalista la Constitución española de 1978?», RCG, nQ12,
Madrid, 1987.
J. SUAY RINCÓN: El principio de igualdad en la Justicia Constitucional, Madrid, 1985.
T o rre s del M o r a l: «¿Qué igualdad?», RDP, n2 44, Madrid, 1998.
- «Fundamento del sistema constitucional de los derechos», en VV. AA.: La ex
periencia constitucional (1978-2000), Madrid, 2000.
- «Naturaleza de los derechos constitucionales», en VV. AA.: Derecho Constitu
cional y Cultura. Estudios en homenaje a Peter Haberle, Madrid, 2004.
- «La sucesión en la Corona y en los títulos nobiliarios», en A. TORRES DEL Mo
r a l (dir): Monarquía y Constitución, Madrid, 2001.
131
VICENTE GIMENO SENDRA
vés del recurso de amparo, tan sólo cabe acudir cuando los tribunales ordinarios
no han restablecido el derecho fundamental, que se reputa vulnerado.
A través del recurso de amparo, el T C asume una doble función: de un lado,
subjetiva en la medida en que se convierte en el último bastión de defensa de
los derechos fundamentales; pero también, de otro tampoco cabe desconocer la
relevante función objetiva de creación de la doctrina legal surgida con ocasión
de la aplicación e interpretación de las normas tuteladoras de tales derechos
fundamentales.
Dicha doctrina legal no sólo ostenta un valor vinculante para todos los Juz
gados y Tribunales del Poder Judicial (art. 5.1 LOPJ), sino que se convierte, en
ocasiones, en un estímulo para la reforma, por el Poder Legislativo, de nuestra
Ley de Enjuiciamiento Criminal. Y, así, por citar un ejemplo, la importante re
forma operada por la Ley 7/1988 creadora del proceso penal abreviado y de los
Juzgados de lo Penal obedeció a la publicación de la ST C 145/1988.
Junto a la doctrina legal del T C hay que hacer una mención expresa de la
doctrina legal de la Sala de lo Penal del TS, nacida con ocasión de la interpre
tación de las normas tuteladoras de los derechos fundamentales, la cual, en no
pocas ocasiones (así, por ejemplo, en materias tales como el principio acusato
rio, juez imparcial, escuchas telefónicas, etc.) es incluso más avanzada que la del
propio Tribunal Constitucional.
3. EL PRINCIPIO DE PROPORCIONALIDAD
La incidencia de los actos procesales, fundamentalmente a lo largo de la fase
instructora, sobre los derechos fundamentales ocasiona que deba aplicarse la
doctrina emanada del T C sobre el principio de proporcionalidad, según la cual
no es suficiente que el acto de investigación, lesivo de un derecho fundamental,
haya emanado de la Autoridad competente, sino que es también necesario, en
primer lugar, que esté previsto en la Ley, en segundo, que objetivamente se justifi
que y, en tercero, que la resolución judicial que ordena la limitación del derecho
fundamental esté minuciosamente motivada, de tal suerte que, en ella, se plasme
el ineludible «juicio de necesidad» del que se desprenda el sacrificio del derecho
fundamental, objeto de la medida.
Esta necesidad de justificación del acto instructorio adquiere relevancia
constitucional, si incide en el ámbito del libre ejercicio de los derechos funda
mentales.
En tal supuesto, se hace obligado cumplir con el «principio de proporciona
lidad» de la medida restrictiva con el fin perseguido.
L e c c ió n 5. LA CONSTITUCIÓN COMO NORMA SUPREMA Y EL PRINCIPIO DE PROPORCIONALIDAD
134
III. LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES MATERIALES
LECCIÓ N 6. D E R E C H O S C IV IL E S . L IB E R T A D ID E O L Ó G IC A
¥ RELIGIOSA
1. D E R E C H O A L A V ID A
1 ST C 53/1985, de 11 de abril.
137
ANTONIO TORRES DEL MORAL
ro saber en qué consiste este ejercicio y cómo puede regularse. Dicha ley, en
todo caso, debería respetar su contenido esencial, problema en el que no an
damos mejor orientados que en el anterior.
A la postre, como la vida consiste en vivir, si se me permite el pleonasmo,
nada ocioso en este punto, el contenido esencial del bien vida es que siga ha-
biéndola, y el del derecho a la vida, se cifra en poder seguir viviendo sin que na
die lo impida. De donde puede concluirse de modo sólo aparentemente sim
plista que el contenido esencial del derecho a la vida coincide con su nudo
ejercicio. Se pone de manifiesto más elocuentemente en aquellas situaciones
límites en las cuales, o, por mejor decir, más allá de las cuales este derecho, es
decir el poder alguien seguir viviendo, queda dificultado de modo irrazonable
o despojado de protección, que es tanto como apelar a los estados de necesi
dad o situaciones de legítima defensa.
De otro lado y para mayor dificultad, los derechos, hablando en términos
generales, tienen limites y su ejercicio admite grados; pero no puede decirse lo
mismo del bien vida: su limitación o graduación equivale a la desaparición de su
sujeto; o hay vida o no la hay, sin término medio posible. Ahora bien, si el obje
to del derecho no admite limitaciones ni grados, ¿lo admite el derecho mismo?
No obstante, si bien miramos, esto es algo que sucede con otros derechos,
aunque no con todos. Ciertamente, no ocurre con el derecho de propiedad,
cuyo objeto puede ser limitado, multiplicado o dividido, incluso mutado en
una compensación económica, pero el derecho no se altera en sí mismo; es
decir, se altera la propiedad-objeto, pero no la propiedad-derecho. Incluso el
derecho a la integridad física se presta a un similar planteamiento: el objeto
integridad física puede ser deteriorado, reducido o mutilado, pero el derecho a
la integridad física sigue consistiendo en lo mismo: en poder seguir teniéndola
y exigiéndola en lo que vaya quedando de ella; el derecho no es menor porque
su objeto se reduzca.
En cambio, otros derechos cuyo objeto es inmaterial presentan una faz dife
rente. Sea, por ejemplo, la libertad de expresión: la opinión se tiene o no se tie
ne, no se la puede dividir ni mutilar; en cambio, sí se puede limitar la libertad
de expresarla.
Lo que acontece con el derecho a la vida es que no se acomoda bien
en la anterior tipología. La vida no es susceptible de fraccionamiento ni
de limitación; no hay más o menos vida: hay vida, y, cuando deja de ha
berla, no hay nada que se le parezca. Es tal la identidad de la vida-objeto
con el titular de la vida-derecho que, mientras hay vida-objeto, hay titular
y derecho a la vida; viceversa: mientras hay titular, hay objeto y, por tanto
138
L e c c ió n 6. DERECHOS CIVILES. LIBERTAD IDEOLÓGICA Y RELIGIOSA
139
ANTONIO TORRES DEL MORAL
ropea tiene establecida, entre las condiciones que han de reunir los países as-
pirantes al ingreso en ella, la de la abolición de la pena de muerte, en función
de lo cual Turquía la ha suprimido recientemente.
Podemos esperar del Derecho una regulación prudente, pero, sea cual fue
re ésta, siempre dejará la insatisfacción de la opción entre dos males- Ningún
Ordenamiento admite el aborto libre. Ninguno lo penaliza igual que el homi
cidio. Los legisladores han preferido siempre caminos intermedios; como ha
estudiado J. A . MARÍN, el Derecho comparado propende a la flexibilización de
posturas en este campo.
Como dice RODRÍGUEZ MOURULLO, siempre y en todo lugar el legislador
ha previsto excepciones al respeto debido a la vida ajena, despenalizándolas.
El menor valor jurídico atribuido a la vida del feto «autoriza a la ampliación
del círculo de tales excepciones», que puede llegar hasta el aborto, el cual, por
consiguiente, enfocado desde esta perspectiva realista y jurídica, no resulta in
compatible con el artículo 15 de la Constitución.
En 1975, el Tribunal Constitucional alemán sentenció que el criterio de
los plazos para despenalizar ciertos supuestos de aborto era inconstitucional,
en tanto que no lo era el sistema de las indicaciones, en virtud del cual, dadas
unas determinadas situaciones personales y/o familiares, no podía exigirse ju
rídicamente una conducta diferente de la decisión de abortar 4; y casi veinte
años más tarde, reiteró su doctrina, exigiendo muy rigurosas garantías en el
procedimiento5. Incluso parece estar vagamente implícita en su razonamiento
la idea de la innecesariedad de esta ley y la de que, si había alguna inconstitu-
cionalidad, era la de la regulación anterior del Código Penal porque obligaba
a unas conductas constitucionalmente no exigibles.
La experiencia alemana se ha plasmado en la Ley española y en la Senten
cia del Tribunal Constitucional referida, si bien en el caso español no se reco
ge una cuarta indicación, la social, que hace referencia a los problemas econó
micos de la familia, al trabajo de la madre, etc. Por consiguiente, según nues
tro Tribunal Constitucional, no le es exigible a una mujer que sacrifique o
ponga en grave peligro su vida y su salud; ni que se resigne a ser mero instru
mento de maternidad, como puede suceder en caso de violación, en el que el
embarazo se produce con un ataque a su dignidad, a su libertad, a su integri
dad y a su intimidad personal; ni que acepte vivir (ella y el padre) en la situa
ción excepcional de permanente asistencia a un hijo con graves taras físicas o
psíquicas, sin suficientes prestaciones sociales o estatales y con la angustia de
la suerte que pueda aguardar a éste si les sobrevive.
El Tribunal no califica éticamente tales conductas. Se limita a decir que no
son punibles por no ser jurídicamente exigibles unos comportamientos diferen
141
ANTONIO TORRES DEL MORAL
tes. Tal vez esta conclusión no exigía la laboriosa premisa de distinguir entre
bienes jurídicamente tutelados y derechos, puesto que la no exigibilidad de una
conducta también se puede apreciar en caso de colisión entre derechos.
Visto todo lo anterior, una nueva ley que incorpore un cuarto supuesto de
aborto con ciertas condiciones parece tener cobijo en la doctrina del Tribunal
Constitucional, pero el problema seguirá abierto en la opinión pública.
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L e c c ió n 6. DERECHOS CIVILES. LIBERTAD IDEOLÓGICA Y RELIGIOSA
en casos y formas no previstos en las leyes. Rige en esta materia el más severo
principio de legalidad penal y procesal22; y esa ley ha de ser orgánica23. Junto a
esta garantía, el derecho a la libertad y seguridad personales incluye, dice el
Tribunal, otras previstas en diversos preceptos constitucionales. Con ello, la
Constitución sobrepasa las garantías exigidas por el Derecho internacional en
la materia. Pues, efectivamente, en éste se establecen:
1) La interdicción de la arbitrariedad de cualquier detención o prisión.
2) La presunción de inocencia.
3) La excepcionalidad de la medida cautelar de prisión.
4) La limitación temporal de la medida de prisión.
5) La justificación de la medida en el aseguramiento de la comparecencia
del acusado al juicio, o de la ejecución del fallo, o para impedir otra infrac-
ción, o para evitar la destrucción de pruebas.
Todas estas garantías y principios jurídicos se encuentran en la Constitu
ción española, la cual no se contenta con el concepto de plazo razonable, sino
que le impone al legislador la fijación de plazos máximos y efectivos24.
La exigencia de ley es reiterada en el apartado 4° del artículo 17 para la
regulación del habeas corpus. A su vez, la Ley Orgánica 6/1984, de 24 de
mayo, reguladora de este procedimiento, pone en relación tal garantía con
otras contenidas en el mismo artículo 17 de la Constitución y con los dere-
chos-garantías del artículo 24.2 de la Constitución referentes a la situación
del acusado. La Ley de Seguridad Ciudadana, de 1992, ha ensanchado el mar
gen de actuación policial en este ámbito; y el Tribunal Constitucional, que
durante muchos años ha sostenido que no hay zonas intermedias entre la li
bertad y la detención25, ha terminado admitiéndolas26.
Esta regulación legal será analizada dentro del estudio del sistema de garantías de los de
rechos que se hace en la lección 15.)
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sólo a las personas individuales, en tanto que los otros dos derechos clásicos
mencionados corresponden también a las personas jurídicas34.
Del enunciado constitucional no puede inferirse un concepto de intimi
dad y tampoco están regulados legalmente todos sus posibles contenidos.
El Tribunal Constitucional lo entiende derivado de la dignidad humana y lo
encuadra dentro de los derechos de la personalidad. La intimidad, dice, implica
«la existencia de un ámbito propio y reservado frente a la acción y el co-
nocimiento de los demás», ámbito que es «necesario según las pautas de nues
tra cultura, para mantener una calidad mínima de la vida humana»35.
Lo relaciona el Tribunal con la privacidad, término más frecuente en el Dere
cho comparado y de uso creciente entre nosotros; pero, como precisa el Preámbulo
de la Ley del Tratamiento Automatizado de Datos de Carácter Personal, no coinciden:
el área de la intimidad es más estrecha; hay aspectos de la vida privada (profesión,
datos económicos, etc.) que no son inequívocamente íntimos. Incluso, según el
Tribunal Supremo, la investigación de la paternidad lo es de una faceta de la vida
privada, pero no afecta al derecho a la intimidad personal y familiar36.
Según aprecia J. M. DE PISÓN, más que con un contenido positivo, se nos
muestra como un derecho de libertad negativa, un derecho de defensa frente a
todos (no sólo frente a los poderes públicos) y limitador de otros derechos con
los que puede colisionar, como sucede tradicionalmente con las libertades infor
mativas. Sin embargo, como ya hemos dicho en páginas anteriores, las deman
das sociales en busca de una mayor calidad de vida non cesan y algunos opera
dores jurídicos han tenido la habilidad de conectar el derecho a la intimidad
personal y/o familiar con unas condiciones de vida que rechazan molestias con
las que antes toda persona acababa transigiendo. Me refiero al medio ambiente,
sea en forma de humos nocivos, sea en forma de ruidos insoportables, etc. Existe
una Ley del Ruido, de 2003, en aplicación de una directiva de la Unión Euro
pea, de 2002, y dos recientes sentencias de sendas Salas del Tribunal Constitu
cional han resuelto en sentido dispar (favorable y no favorable a estimar afecta
da la intimidad personal y familiar por ruidos de cierta entidad)37.
A l final, los tribunales están protegiendo la vida familiar frente a estos fe
nómenos y, al conectar el derecho al medio ambiente con el de la intimidad
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38 SST S de 16 y 28 de enero de 1985 (RRA 217 y 272); 13 de junio de 1990 (RA 4779); 9 de
mayo de 1991 (RA 6601); 9 de febrero, 24 de marzo, 29 de junio y 6 de octubre de 1993 (RRA
1993, 2126, 5143 y 7221), entre otras.
39 STC 143/1994, de 9 de mayo, entre otras muchas.
40 STC 110/1984, de 26 de noviembre.
41 STCFA de 17 de julio de 1984, caso Flick.
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42 STCFA de 15 de diciembre de 1983, sobre la Ley del Censo. Cfr. la Sentencia del caso
Flick, citada.
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46 ST C 341/1993, de 18 de noviembre.
47 Cfr. SST C 86 y 181/1995, de 6 de junio y 11 de diciembre; 49 y 54/1996, de 26 de marzo.
SST S de 18 de junio, 5 de julio y 22 de octubre de 1993 (RA 5191, 5875 y 7948).
48 ST C 199/1987, citada.
49 STC 127/1996, de 9 de julio.
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Estos acuerdos necesitan aprobación por ley de las Cortes Generales. Es
tán en vigor cuatro celebrados con la Santa Sede el 3-1-1979 y ratificados el
4-XII-1979. El Tribunal Constitucional ha manifestado de modo indirecto en
una ocasión55 dudas sobre la constitucionalidad del Acuerdo Jurídico (aunque
no se pronunció formalmente sobre ello porque no le fue solicitado por quie
nes pueden hacerlo). Provienen estas dudas de que el Acuerdo mencionado
reconoce a la Iglesia Católica, entre otras, la actividad de jurisdicción y otorga
a sus decisiones de este orden eficacia civil si el tribunal civil competente las
declara ajustadas al Derecho del Estado. Curiosamente, sentencias posteriores
han omitido tales reservas56.
Sin embargo, el problema de las relaciones entre el Estado y la Iglesia C a
tólica asoma intermitentemente en la opinión pública. Las penúltimas ocasio
nes han sido con relación a la enseñanza de la religión, a su posición dentro
del currículo escolar y al estatus jurídico de los profesores de la misma, a su
nombramiento, a sus condiciones contractuales, etc. Este último asunto, muy
controvertido en la opinión pública, ha merecido varias resoluciones judicia
les muy negativas respecto de las facultades de la Iglesia Católica en cuanto a
la designación de los profesores y a la no renovación de sus contratos por mo
tivos religiosos, pero el Tribunal Constitucional las ha confirmado en varias
sentencias de 2007, primero apreciando la constitucionalidad de las mismas57
y después resolviendo diversos recursos de amparo58. Más recientemente aún,
han emergido fricciones en tomo a la enseñanza de la asignatura Educación
para la Ciudadanía en centros escolares de ideario católico.
Andando el tiempo se han formalizado acuerdos con otras confesiones, y a
buen seguro terminarán planteándose problemas semejantes, si es que no han
comenzado ya.
Por último, una consecuencia de la libertad religiosa es la obligación de
las comunidades de autofinanciar sus gastos, sin perjuicio de la cooperación
estatal que pueda establecerse. A este respecto, el Acuerdo Económico celebra
do con la Santa Sede prevé un procedimiento (efectivo desde 1988) que po
dría extenderse a las demás confesiones. Consiste en asignar a la Iglesia Cató
lica una participación en el impuesto sobre la renta cuando el contribuyente
lo hace constar así en su declaración.
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LECCIÓN 7. LIBERTADES DE COMUNICACIÓN PÚBLICA,
DE REUNIÓN Y DE PETICIÓN
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fica, claro está, «oficial», ni «relativo a los órganos de poder», sino lo contra-
puesto a lo privado y secreto. La Constitución española, como sus homologas,
reconoce la libertad de comunicación privada (telefonía, telégrafo, correspon
dencia postal, correo electrónico), libertad que sería huera si no estuviera ga
rantizado su secreto. La libertad de comunicación pública, por el contrario,
requiere ineludiblemente difusión de hechos y opiniones para que puedan lle
gar a todo lugar y a toda persona no predeterminados. Hay, sí, excepciones y
límites, pero excepciones y límites que confirman la regla expresada.
Sirvan las anteriores líneas para ilustrar lo ya sabido: la estrecha corres
pondencia entre la secular libertad de prensa, la libertad de expresión y la ac
tual libertad de comunicación pública. El panorama se ha hecho extraordina
riamente más complejo, pero la médula sigue siendo la misma: la centralidad
democrática de la libertad para difundir hechos y opiniones.
2. SISTEMÁTICA CONSTITUCIONAL
Como hemos anticipado, el contenido de la libertad de comunicación pú
blica es más rico y completo de lo que enuncia el artículo 20 constitucional.
La sistemática de este precepto no es incorrecta: regula diversos derechos y
garantías en un orden plausible, aunque susceptible de matices; pero, no obs
tante, conviene desglosar tan extenso precepto para diferenciar sus diversos
enunciados y calificarlos como derechos, como garantías, como derechos-ga-
rantías o como límites de los derechos. Veámoslo:
A) Libertades
1. Libertad de información activa, esto es, de emitir información por cual
quier medio (art. 20.1.d)).
2. Libertad de información pasiva, es decir, de recibir información por
cualquier medio (art. 20.1.d)).
3. Libertad de expresión. Esta, a su vez, viene formulada de dos modos di
ferentes:
3.1. Formulación general: libertad de expresar y difundir pensamien
tos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier
otro medio de reproducción (art. 20.1.a)). Esta libertad puede es
cindirse en dos:
3.1.1. Libertad de expresión del pensamiento.
3.1.2. Libertad de difusión del mismo.
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B) Derechos-garantías
1. Derecho al secreto profesional (que alcanza a todo informador y no sólo
a los profesionales del ramo), el cual es también una garantía de la libertad de
información, tanto activa como pasiva (art. 20.1.<á).
2. Derecho a la cláusula de conciencia, que es una garantía de los profe
sionales de la información/opinión y, a su través, de la libertad de información
activa y de expresión (art. 20.1.d).
3. Derecho de rectificación, no incluido en el texto constitucional, pero
directamente inferible de la exigencia de veracidad en la información (art.
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E) Límites
1. Exigencia de veracidad en la información (art. 20.1 .d), de donde deriva,
como hemos señalado, el derecho de rectificación y, ulteriormente, algunas
otras consecuencias.
2. Respeto a todos los derechos reconocidos en el título I de la Constitución
y en los preceptos de las leyes que lo desarrollen, especialmente el derecho al
honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (art. 20.4). Real
mente no estamos ante un límite, sino ante tantos cuantos derechos reconoce el
título I del texto fundamental y las leyes que lo desarrollan. Estos derechos-lími-
tes son muchos y obligan a precisar, puesto que no se ve fácil colisión entre la li
bertad de comunicación pública y algunos de ellos, como, por ejemplo, los dere
chos de asociación, de petición, etc., así como con la mayoría de los reconoci
dos en la sección 2E del capítulo II.
Estamos, pues, ante una formulación general y excesivamente cautelar que
debemos, por la vía de la interpretación, precisar en sus justos términos. En
efecto, el precepto menciona expresamente el derecho al honor, a la intimidad
personal y familiar y a la propia imagen, respecto de lo cual hay que aclarar:
a) Que, aunque la Constitución habla, en singular, de derecho, son tres de
rechos diferentes, o incluso cuatro si distinguimos entre la intimidad personal
y la familiar.
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2 SSTS de 14 de agosto de 1979 (RA 4676) y 30 de septiembre de 1980 (RA 1051 del año 1981).
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puede optar por no regular esta libertad de creación de medios cuando para
dicha creación es necesaria la intervención de la Administración3.
En efecto, la creación de órganos de prensa es libre, pero no lo es la de
medios que tienen que servirse de bienes de limitada utilización por razones
tecnológicas, como es la radiodifusión y la televisión, que se difunden a través
del espacio, un bien público por excelencia. Por eso el Derecho internacional
ha disciplinado la utilización de las frecuencias. Cada país cuenta exclusiva-
mente con las que le han sido atribuidas, las cuales, por ese motivo, tienen
que ser utilizadas con previa licencia 4. A sí está previsto en el Convenio Euro
peo de Derechos Humanos, artículo 10.1, el cual, tras reconocer la libertad de
expresión, dice: «El presente artículo no impide que los Estados sometan las
empresas de radiodifusión, de cinematografía o de televisión a un régimen de
autorización previa.»5.
Entendió en un principio el Tribunal Constitucional que el artículo 20 no
impone al Estado la obligación de autorizar emisoras privadas de televisión,
como tampoco su prohibición, puesto que se trata de una decisión política
que ha de tomar el legislador6. Seguramente hoy no opinaría lo mismo: el de
recho a emitir televisión privada es tan evidente como el de editar prensa; a
lo único que obliga la peculiaridad de ese medio es a disciplinar seriamente el
régimen de licencias. En todo caso y como no podía ser menos, el Tribunal
sostuvo que el legislador, al abordar ese régimen jurídico, debía respetar los
principios de libertad, igualdad y pluralismo.
El fundamento de la limitación técnica sirve a nuestro Tribunal Constitu
cional para validar el régimen de autorización previa en materia de radiodifu
sión 7 y para aclarar la competencia que en la misma corresponde al poder
central en relación con los autonómicos8. El ejercicio de las competencias en
este punto, dice el Tribunal, está sometido a condicionamientos derivados de
la naturaleza del servicio, de las competencias que el poder central se reserva
en la materia y de los compromisos internacionales asumidos.
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28 STEDH de 7 de noviembre de 1976 sobre el el Libro rojo del colé. STS de 24 de julio de
1982. sobre la misma publicación, 13 de febrero de 1981 (RA 549), 29 de octubre de 1981, 9 de
mayo de 1985 (RA 2341), etc.
29 ST C 2/1982, de 29 de enero.
30 Misma sentencia.
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(Sobre el primer supuesto volveremos por extenso en la lección 14, con ocasión de
los derechos y libertades a la educación y a la enseñanza; sobre los dos últimos insistí-
remos con brevedad en la lección 11, al estudiar el régimen electoral).
5 . L A V ER D A D COMO LÍM IT E Y EL D ER EC H O
D E R E C T IF IC A C IÓ N
El artículo 20.1.C de la Constitución reconoce y protege el derecho a co
municar o recibir libremente información verídica (el precepto dice «veraz»
de modo algo impreciso: la verdad o la falsedad deben predicarse de la infor
mación; la veracidad, o su ausencia, del informador). Ello plantea el problema
del estatuto constitucional de la información errónea y de la falsa.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos y los Tribunales españoles
Constitucional y Supremo distinguen entre información y opinión: la infor
mación de hechos relativos a una persona o cargo público debe ser probada,
llegado el caso, ante el órgano judicial, pero no así las opiniones vertidas por
el autor. Ahora bien, como dice el Tribunal Constitucional, la Constitución
también protege la información errónea o, sencillamente, no probada en jui-
L e c c ió n 7. LIBERTADES DE COMUNICACIÓN PÚBLICA, DE REUNIÓN Y DE PETICIÓN
40 STC 6/1988, citada. Reitera doctrina en SSTC 6/1988, citada, y 171/1990, de 5 de noviembre.
41 SST C 15, 232 y 336/1993, de 18 de enero, 12 de julio y 15 de noviembre; 41/1994, de 15 de
febrero; 22/1995, de 30 de enero; 190/1996, de 25 de noviembre, y 3/1997, de 13 de enero.
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para su eficaz defensa de cara a la opinión pública, por estimarse que su demo
ra frustraría en muchos casos la finalidad que persigue. Pero no debe servir
para impedir la libertad de comunicación pública; de ahí que su ejercicio deba
ajustarse a la finalidad de corregir y no extenderse en otros pormenores42.
La Ley establece unos plazos muy breves para la publicación de la rectifi
cación, variando según el medio y la periodicidad del programa en que se ver
tió la información. En caso de no obtener satisfacción, el presunto perjudica
do tiene siete días para ejercer la acción de rectificación ante el juez de prime
ra instancia; el juicio verbal tendrá lugar dentro de los siete días siguientes; y
la sentencia, en el mismo día del juicio o en el siguiente. El fallo se limitará a
denegar la rectificación o a ordenar su publicación o difusión en la forma y
plazos previstos en la ley.
Como dice el Tribunal Constitucional43, la sumariedad de este procedi
miento exime al juez de la obligación de indagar exhaustivamente la verdad
de los hechos publicados, así como la de la versión rectificada; pero tampoco
está obligado a dar curso automático a la pretensión rectificadora. El juez pue
de inadmitir tal pretensión por varios motivos:
a) porque no verse sobre hechos o sobre opiniones de terceros;
b) porque los hechos publicados no sean perjudiciales para el demandante;
c) porque la información le parezca cierta con toda evidencia, o claramen
te incierta la rectificación.
6. D ER EC H O A L A C L Á U S U L A D E C O N C IE N C IA
Y A L SE C R E T O P R O FE SIO N A L
La Constitución consagra dos derechos de los profesionales de la comuni
cación pública que refuerzan su libertad y que son, al mismo tiempo, garantías
de una opinión pública libre: la cláusula de conciencia y el secreto profesio
nal.
La libertad de empresa adquiere en este ámbito mayor fuerza y garantía
porque se reviste de libertad de comunicación, pero esta libertad doble ha de
conjugarse con el derecho de los profesionales de la empresa a comunicar y
opinar libremente sin tener que cambiar de opinión y de línea de información
42 ST C 35/1983, de 11 de mayo.
43 ST C 168/1986, de 22 de diciembre.
44 STCFA de 10 de mayo de 1983.
43 STC 85/1988, de 28 de abril.
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cada vez que cambia la titularidad de ésta. Se trata de una relación entre dos
derechos similar a la que se produce, en el ámbito de la libertad educativa,
con el derecho a dotar a los centros docentes de un ideario propio, y la liber
tad de cátedra.
La Constitución garantiza a los profesionales de la comunicación el dere
cho a la cláusula de conciencia y remite a la ley su regulación. Esta ley, que se
ha hecho esperar casi veinte años (data de 1997), parte en su preámbulo de
considerar:
a) que la información no puede ser objeto de consideraciones mercantiles;
b) que el profesional de la información no es un mercenario al margen del
mandato constitucional de veracidad y pluralismo;
c) que las empresas de comunicación son entidades que participan en el
ejercicio de un derecho constitucional necesario para la existencia de la de
mocracia.
En su virtud, la cláusula de conciencia tiene por objeto garantizar la inde
pendencia del profesional de la información, dándole derecho a solicitar la
rescisión de su contrato con la empresa (con su correspondiente indemniza
ción) cuando ésta produzca un cambio sustancial de orientación informativa
o de línea ideológica en el medio en el que aquél trabaja, o bien cuando lo
traslade a otro medio que signifique una ruptura patente con la orientación
profesional del informador. Asimismo el informador puede negarse a partici
par en la elaboración de informaciones contrarias a la ética de la comunica
ción, sin que de ello pueda derivarse sanción o perjuicio.
El punto débil de esta ortodoxa regulación reside en la dificultad del pro
fesional de la información para encontrar un nuevo empleo. Puede pronosti
carse, por tanto, con C. FERNÁNDEZ'MiRANDA que la cláusula de conciencia
tendrá escaso ejercicio por parte de la gran mayoría de los informadores.
El derecho al secreto profesional protege el acceso del profesional a las
fuentes de información, con lo cual se protege también el derecho de los ciu
dadanos a la información y, en definitiva, la formación de una opinión públi
ca libre. Como dice A. FERNÁNDEZ-MlRANDA, la ley orgánica que lo regule
(todavía inexistente a pesar de su evidente necesidad) deberá extender sus
efectos a las relaciones privadas, excluyéndose, en consecuencia, las sanciones
penal, administrativa y laboral con motivo del ejercicio de este derecho.
Ahora bien, hay que diferenciar, como hace el autor mencionado, entre la
posición del informador como testigo, en la que ejercicio de su derecho al se
creto profesional no puede depararle ningún perjuicio, y su situación como in
culpado, en la cual no puede pretender desvirtuar las pruebas que obren en su
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Como dice PÉREZ SERRANO, la reunión pública oscila entre los actos amis
tosos y los de la vida corporativa organizada, y entre la simple muchedumbre
fortuita y la formalización de una asociación. Tiene, pues, la libertad de reu
nión puntos de contacto con las de asociación y comunicación y con el fenó
meno electoral. Como la finalidad de la reunión es intercambiar ideas o de
fender intereses, ha sido tradicionalmente un instrumento de comunicación y
de formación de opinión pública; el autor citado añade que: el derecho de
reunión ha marchado muy unido a la libertad de imprenta y a la vida electo
ral, pues merced a la prensa cobró significación y relieve y es en vísperas del
ejercicio del sufragio cuando alcanza mayor importancia.
Su relación con el fenómeno asociativo ha sido tal que en no pocas oca
siones se los ha regulado en el mismo instrumento legal. Una posición inter
media entre la reunión y la asociación ocupan los clubes, que, como las asocia
ciones, con tanta frecuencia han sido inicio de partidos políticos o cobijo de
éstos en regímenes políticos monistas. Estamos, pues, como dice J. A. SANTA
MARÍA, ante algo más que una libertad pública. La libertad de reunión es ante
todo una técnica de acción política directa. Haciendo un apretado resumen,
el Tribunal Constitucional estima el derecho de reunión como una manifesta
ción colectiva de la libertad de expresión a través de una asociación transitoria45. En
parecida línea, el Tribunal Constitucional alemán dice que con el derecho de
reunión se participa en el proceso de formación de la opinión pública46.
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9. DERECHO DE PETICIÓN
Reconoce el artículo 29 de la Constitución a los españoles el derecho de
petición, individual y colectiva, tanto en el ámbito local como en el nacional,
siendo en este último donde presenta mayor importancia, y de ello se hace
eco el artículo 77, que regula las peticiones dirigidas a las Cortes. No son titu
lares del mismo los extranjeros, a pesar de que no están excepcionados por el
artículo 13, porque, al menos en la consideración del Tribunal Constitucional
(poco convincente, a mi juicio), estamos ante un derecho uti rifes, un dere
cho de ciudadanía que sólo los nacionales pueden ejercer53. Su ley reguladora
vigente es preconstitucional, de 1960.
El Tribunal Supremo caracteriza este derecho como de contenido presta-
cional y desarrollo legal54. ¿Cuál es su objeto? ¿Qué puede pedirse en ejercicio
del mismo? No, desde luego, algo a lo que se tiene derecho, pues para esto es
tán las vías ordinarias del Estado de Derecho, principalmente la judicial. Tam
poco, por igual razón, puede vehicular una reclamación administrativa, ni una
denuncia. Ha de consistir, dice el Tribunal Constitucional, en una sugerencia
o queja, «pero, en cualquier caso, ha de referirse a decisiones discrecionales o
graciables»55. Un buen abogado, sin embargo, no dejará de utilizar esta vía a
favor de su cliente cuando se le ciegan las demás.
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B IB LIO G R A F ÍA
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M. L. BALAGUER CALLEJÓN: El derecho fundamental al honor, Madrid, 1992.
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
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L e c c ió n 7. LIBERTADES DE COMUNICACIÓN PÚBLICA, DE REUNIÓN Y DE PETICIÓN
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LECCIÓN 8. DERECHOS DE ASOCIACIÓN Y DE SINDICACIÓN
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3 Voto particular concordante en la STEDH de 13 de agosto de 1981, caso Youny James y Webster.
4 STC 218/1988, de 22 de noviembre. Reitera en ST C 96/1994, de 21 de marzo.
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admitido en ellas y menos aún sin someterse el interesado a sus reglas estatu
tarias5, pero sí a crear una igual, aunque con nombre diferenciado.
Todos los problemas referidos se plantean con mayor agudeza cuando se
trata de partidos políticos y de sindicatos por las funciones públicas que la
Constitución les atribuye, lo que determina que estén regulados por leyes es
pecíficas, como antes dijimos.
5 ST C 10/1983, de 21 de febrero.
6 STC 218/1988, citada. Reitera en ST C 96/1994, citada.
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legalidad al que está sujeta, denegar la inscripción cuando así proceda en los
casos antes referidos12. N o puede valorar supuestos fines o intenciones escon-
didas, pero sí apreciar algunos extremos, como, por ejemplo, la identidad o no
del nombre respecto del de otra asociación ya registrada. A mi juicio, también
puede y debe apreciar si de una lectura de los estatutos se desprende abierta
mente, sin necesidad de interpretaciones complejas, causas de ilegalidad. Así
lo reconoce el Tribunal Supremo cuando, tras establecer que la Administra
ción no califica los estatutos sino exclusivamente por las formalidades exter
nas, añade: «sin perjuicio de los supuestos de suspensión [de la inscripción] y
traslado a la autoridad judicial en los casos de ilicitud penal» 13. Pero lo que no
podrá hacer la Administración es denegar la inscripción sin una resolución
expresa y motivada, de manera que la inactividad administrativa en este pun
to es lesiva del derecho, según el Tribunal Constitucional14.
La Ley orgánica ha dado respuesta a todos estos problemas en los términos
indicados y, por lo que se refiere al registro de la asociación, establece que el
silencio de la Administración al respecto será considerado como positivo, es
decir, hay que entender estimada la solicitud de inscripción (art. 30.1.2°).
De todos modos, la decisión final habrá de ser judicial si los solicitantes
impugnan la denegación de la inscripción ante el orden contencioso-adminis-
trativo o ante el penal, según corresponda. A mi juicio, mientras tanto, la aso
ciación sigue existiendo como asociación de hecho o, lo que es lo mismo, el
contenido esencial de la libertad asociativa queda respetado, lo que debe ha
cemos desterrar los recelos, en otro tiempo justificados, acerca de las funcio
nes administrativas de verificación en este terreno.
Esta tesis acerca del momento de constitución de las asociaciones no re
suelve, sin embargo, todos los problemas, lo cual se hace particularmente evi
dente en las relaciones jurídicas internas de la asociación de hecho no inscri
ta, es decir, en el juego de derechos y obligaciones de los miembros, cuya ga
rantía de efectividad queda muy mermada en tanto la asociación no entra
abiertamente en el tráfico jurídico mediante la publicidad registral; en cuanto
a las relaciones con terceros, será el patrimonio de los miembros el que res-
ponda, por motivos evidentes de seguridad jurídica (J. A. M ONTILLA). Uno de
los principales efectos del registro es el de deslindar el patrimonio de la aso
ciación del de sus miembros, lo que es muy importante a efectos del tráfico ju
rídico.
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
No parece sino que la Constitución declara ilegal el delito, o bien que de
clara ilegales unas asociaciones sin prohibirlas y prohíbe otras sin declararlas
ilegales. Pero en realidad, aun con su notable torpeza, dichos preceptos signifi
can:
l ° U n a limitación de la libertad de asociación por motivos penales, con
una remisión y un mandato al legislador para regular esta materia.
2° U n igual mandato al legislador para que, en todo caso, incluya en esa
regulación penal las asociaciones secretas y paramilitares.
3QDichas circunstancias no operan como límites del derecho de asocia
ción más que cuando alcanzan entidad delictiva, no cuando merezcan al juez
la calificación de meras faltas.
Hay que añadir, con M. COBO y J. BoiX, que seguramente habría bastado
con una remisión general al Código Penal para la regulación de la materia sin
otras pautas constitucionales, regulación que ineludiblemente habría de tener
presente que la existencia de los demás derechos y libertades juega siempre
como límite del derecho de asociación, cuyo ejercicio no puede ignorarlos ni
violarlos. En todo caso, una mejor sistemática habría llevado a los dos aparta
dos constitucionales a figurar como uno solo.
a) Asociaciones secretas
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b) Asociaciones paramilitares
El carácter paramilitar, o de aptitud para la violencia, de una asociación
puede determinarse por el objeto y fines, por la organización interna, por los
símbolos y otras formas de manifestación exterior de su identidad, y, final
mente, por los medios de actuación, cualificados por su violencia o por su ca
rácter de amenaza. Hay amplia coincidencia en el Derecho comparado acerca
de la prohibición de éste tipo de asociaciones.
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
(Volveremos más por extenso sobre esta materia cuando abordemos el tratamiento
de los partidos y otros entes de naturaleza política, por lo que remitimos de nuevo a la
lección siguiente.)
5» E L M ODELO S IN D IC A L D E L A C O N S T IT U C IÓ N
ESP A Ñ O LA
Los sindicatos han sido tardíamente constitucionalizados. En España, la
benemérita Constitución de 1931 dio una prueba más de su moderna factura
incorporando los sindicatos a su texto, en tanto que el régimen franquista hi-
postasió, «verticalizó», domesticó y desnaturalizó en mala hora al sindicato (en
ominoso singular). En la actualidad, tanto los sindicatos como el conjunto de
derechos que, aun correspondiendo a los trabajadores, son de habitual ejerci-
ció sindical, aparecen en la generalidad de los textos constitucionales redacta
dos a partir de 1945.
El papel de los sindicatos en la sociedad española y la libertad sindical
eran dos de los aspectos sobre los que había más amplio consenso durante la
transición política y, más en concreto, durante el periodo constituyente, bajo
el impulso no disimulado de marcar distancias respecto del régimen anterior.
Así, pues, el vigente texto fundamental enfatiza sobremanera su importancia
como institución social básica, aparentemente más allá incluso que la de los
partidos políticos, por lo menos por lo que se refiere a las referencias que el
texto les hace y a su tratamiento formal.
Pues, en efecto, los regula doblemente, lo que no ha hecho con los parti
dos políticos: como libertad pública de asociación sindical, en el artículo 28;
como institución básica del sistema político, en el 7Q. Por otra parte, frente a
los precedentes del Derecho comparado, incluye las asociaciones empresaria
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L e c c ió n 8. DERECHOS DE ASOCIACIÓN Y DE SINDICACIÓN
les entre estas instituciones básicas, si bien no las recoge también como dere
cho específico, por lo que habrán de ampararse constitucionalmente en el de
recho común de asociación del artículo 22. Así, pues, entre los artículos 7° y
28 existe una evidente relación de complementariedad, la cual se extiende al
artículo 37, en cuanto que en éste vuelven a aparecer medidas de acción sin
dical.
La doctrina ha juzgado ambiguo el modelo sindical constitucionalizado.
Acaso fuera mejor calificarlo de abierto, en el sentido de que el legislador que
da habilitado para optar por desarrollos muy distintos dentro de los márgenes
constitucionales. Tanto más cuanto que la Constitución no confiere a los sin
dicatos el monopolio de la huelga ni de la negociación colectiva, pero tampo
co impide a éstos que extiendan su acción hasta el campo de la política. Veá-
moslo.
El artículo 7~ parece acentuar el carácter defensivo típico del viejo sindi
calismo:
«Los sindicatos de trabajadores -dice- contribuyen a la defensa y promoción
de los intereses económicos y sociales que les son propios.»
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L ec c ió n 8. DERECHOS DE ASOCIACIÓN Y DE SINDICACIÓN
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Hay, pues, una reserva de ley y una previsión de que ésta disponga las pe
culiaridades de los colegios profesionales. Estos están regulados por la Ley
2/1974, de 13 de febrero, modificada por la Ley 74/1978, de 26 de diciembre.
Dicha legislación les confiere la naturaleza de corporaciones de Derecho pú
blico, en cuya virtud,
a) es obligatoria la colegiación para el ejercicio de la profesión, así como
su financiación por parte de los colegiados;
b) regulan el ejercicio de la profesión;
c) ejercen la actividad disciplinaria sobre los propios colegiados, con su
posible expulsión y correspondiente pérdida del ejercicio profesional.
Como ejercen funciones privadas y públicas, sus actos jurídico-privados
están sometidos al orden civil de la jurisdicción ordinaria y sus actos jurídico-
públicos lo están al orden contencioso-administrativo. Cuando dichos actos
atentan contra los derechos fundamentales, pueden ser recurridos en la vía
preferente y rápida prevista en el artículo 53.2 de la Constitución y, eventual
mente, en amparo ante el Tribunal Constitucional, puesto que, a estos efec
tos, los colegios profesionales son considerados poderes públicos. Igualmente,
el ejercicio de los derechos profesionales está tutelado por el Convenio de
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L e c c ió n 8. DERECHOS DE ASOCIACIÓN Y DE SINDICACIÓN
Roma, por lo que finalmente cabe el recurso ante el Tribunal Europeo de De-
rechos Humanos41.
¿Es compatible esta configuración de los colegios profesionales con las li-
bertades de asociación, de sindicación, de trabajo y de comercio? ¿Cuál es la
doctrina jurisprudencial en la materia?
El Tribunal Constitucional, examinando un caso relativo a las federado-
nes deportivas, ha sentado unos criterios generales que son de conveniente re
flexión. Se pregunta el Tribunal en qué medida puede el Estado intervenir en
los diversos sectores de la vida social regulando las asociaciones privadas de
configuración legal a las que confiere el ejercicio de funciones públicas. La
utilización generalizada de esta vía, dice el Tribunal, tendría un carácter cor
porativo incompatible con el Estado social y democrático de Derecho.
Se trata, dice, de una excepción que hay que justificar en cada caso como
medida necesaria para la consecución de fines públicos y siempre que se respe
te la libertad de asociación, tanto negativa como positiva. En estos términos,
dichas asociaciones se diferencian de las contempladas en el artículo 22 de la
Constitución. Puede el legislador regular su constitución con los requisitos
que estime pertinentes, dentro de los límites indicados. El cumplimiento de
tales requisitos es verificado por la Administración 42.
Sin embargo, el Tribunal Constitucional se muestra menos explícito en el
caso de los colegios profesionales. La remisión que el artículo 36 de la Constitu
ción hace al legislador para la regulación de las profesiones tituladas, dice el Tribu
nal, no encuentra otros límites que los derivados de la propia Constitución y, prin
cipalmente, de los derechos fundamentales. Es decir que compete al legislador:
a) determinar cuándo una profesión debe dejar de ser enteramente libre
para pasar a ser titulada y, por tanto, reglada;
b) crear nuevas profesiones tituladas, y
c) regular su ejercicio con vistas a la consecución del interés público y res
petando el contenido esencial de la libertad profesional43.
Puede, por tanto, el legislador crear colegios profesionales nuevos o recono
cer los existentes para la ordenación de las profesiones tituladas correspondien
41 SSTEDH de 28 de junio de 1978, caso Kónig, y 28 de junio de 1981, caso Le Compte, Van
Leuven y De Meyrere.
42 ST C 67/1985, de 24 de mayo. Reitera doctrina en SST C 89 y 132/1989, de 11 de mayo y 18
de julio; 35/1993, de 8 de febrero, y 179/1994, de 16 de junio.
43 ST C 42/1986, de 10 de abril. Cfr. SST S de 29 de febrero y 26 de diciembre de 1984 (RA
1102 y 6729).
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tes, colegios que vienen configurados por la legislación vigente como corpora
ciones de Derecho público 44, por lo que exceptúan la libertad de asociación45.
Les exige la Constitución que su estructura y funcionamiento sean demo
cráticos. Pero esto no empece a su necesaria unidad corporativa interna. De
modo que, aunque en su seno se creen sectores de colegiados, éstos no pueden
convertirse en corporaciones paralelas, en colegios dentro de un colegio. Aun
así, según el Tribunal Constitucional, los profesionales no tienen impedida su
libertad de asociación ni su libertad sindical, que son compatibles -pues se
ejercen por separado- con la pertenencia obligatoria al colegio oficial46.
El Tribunal Constitucional constata que los colegios cumplen funciones
privadas y algunas funciones públicas. No se pronuncia sobre las primeras por
que no fueron cuestionadas en los casos que debía resolver. Pero sería intere
sante que emitiera su opinión sobre la atribución por ley de esas funciones pri
vadas (mutualidad, servicio médico, etc.) y sobre su financiación obligatoria
por parte de los profesionales so pena de suspensión o pérdida del ejercicio
profesional. Comentando el artículo 36 de la Constitución, dice F. SAINZ M o
r e n o que la asunción de estas funciones privadas atraen a la colegiación a ti
tulados que no son profesionales -los «no ejercientes»- y que todo ello desfi
gura el sentido de los colegios.
Si la configuración legal de los colegios profesionales merece dudas sobre
su constitucionalidad, a pesar de la rotundidad con la que se expresa el Tribu
nal Constitucional, estas dudas aumentan respecto de la de otras corporacio
nes de Derecho público (como las cámaras oficiales de comercio, industria y
navegación, las cámaras agrarias, las cofradías de pescadores, las cámaras ofi
ciales de la propiedad urbana, etc.), cuya calificación de «oficiales» y su finan
ciación privada obligatoria carece de todo apoyo constitucional. Respecto de
ellas ha seguido el Tribunal Constitucional una línea errática:
a) La ley no puede exigir la pertenencia obligatoria de todos los agriculto
res a las cámaras agrarias porque sus funciones públicas pueden ser cumplidas
por asociaciones voluntarias. La adscripción obligatoria vulnera el principio
de libertad asociativa47.
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L e c c ió n 8. DERECHOS DE ASOCIACIÓN Y DE SINDICACIÓN
48 ST C 179/1994, citada. Reitera doctrina en SST C 223, 224, 225 y 226/1994, de 18 de julio;
233/1994, de 20 de julio; 284/1994, de 24 de octubre; 152/1995, de 24 de octubre; 107 y 154/1996,
de 12 de junio y 3 de octubre. SSTS de 2 de junio y 5 de octubrede1992 (RRA 5518 y 8458).
49 SST C 113/1994, de 14 de abril. Reitera en ST C 178/1994, de 16 de junio.
50 ICEDH de 13 de julio de 1983, caso Barthold.
51 STJUE de 19 de enero de 1988.
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
11. O T R A S O R G A N IZ A C IO N E S P R O F E S IO N A L E S ¥
DE DEFENSA DE USUARIOS Y CONSUMIDORES
Por lo que se refiere a las organizaciones profesionales de que habla el artí
culo 52, se trata de un precepto incluido a última hora por la Comisión Mixta
de las Cortes Constituyentes. No es un principio de política social económica,
sino el reconocimiento de una manifestación específica del derecho de asocia
ción profesional, caracterizada, negativamente, por no ser ni colegio ni sindi
cato.
Que puede haber asociaciones profesionales no sindicales ni colegiales es
evidente52. A ello lleva, de un lado, la antes comentada prohibición de sindi
catos de trabajadores autónomos o desempleados, y fuerza, de otro, la colegia
ción obligatoria de profesiones tituladas. A esta figura, en relación con el artí
culo 127.1 de la Constitución, se han acogido las asociaciones profesionales
de jueces y de fiscales53, pero no pueden hacer lo mismo los miembros de las
Fuerzas Armadas54.
Todavía la Constitución reconoce otra manifestación del pluralismo so
cial, como las organizaciones de defensa de los usuarios y consumidores.
De 1975 data el primer programa de la Unión Europea para definir una
política de protección y formación de los consumidores. De entonces acá se
han sucedido programas, resoluciones y directivas encaminadas al mismo fin.
El Acta Unica Europea estableció la necesidad de un nivel elevado de protec
ción. La Resolución del Consejo de Ministros (de la Comunidad Europea,
hoy Unión Europea) de 15 de diciembre de 1986 decidió la integración de di
cha política de protección e información en el seno de las demás políticas de
la Comunidad: medio ambiente, transportes, agricultura, competencia, etc.,
con las correspondientes consultas y representación de los consumidores a tra
vés de los organismos europeos existentes en estos ámbitos. Además, a lo lar
go de estos años, la Unión ha producido diversas directivas: sobre cláusulas
abusivas, garantías, etcétera.
En esa misma línea, la Constitución española, en su artículo 51, garantiza
la defensa de los usuarios y consumidores e insta a los poderes públicos a pro
mover su información y educación y a fomentar sus organizaciones, a las que
oirán en las cuestiones que puedan afectar a aquéllos.
226
L e c c ió n 8. DERECHOS DE ASOCIACIÓN Y DE SINDICACIÓN
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227
ANTONIO TORRES DEL MORAL
1. L A C O N S T IT U C IO N A L IZ A C IÓ N D E L O S P A R T ID O S
P O L ÍT IC O S
Desde el advenimiento del régimen liberal, hubo que esperar mucho tiem-
po hasta que los grupos parlamentarios fueran reconocidos como organizado-
nes parlamentarias estables. De otro lado, el reconocimiento constitucional
de los partidos políticos es un hecho relativamente reciente, de mediados del
siglo XX, aunque hubiera algún precedente aislado. Durante siglo y medio los
partidos fueron en dicho régimen meras fuerzas de hecho.
Primero fueron reconocidos de modo indirecto, al regularse la financia
ción pública de las elecciones y fijarse asignaciones económicas a las agrupa
ciones electorales. Más tarde, de modo expreso como tales partidos. Esta co
rrección de la primera postura habida en el régimen liberal fue debida princi
palmente a la experiencia totalitaria nazi y fascista, que obligó, como ha
expuesto R. MORODO, a un replanteamiento doctrinal sobre la función de los
partidos en la democracia, replanteamiento que dio paso a su valoración posi
tiva y acabó en la generalizada aceptación de que la democracia representati
va liberal es una democracia de partidos.
En España, el reconocimiento expreso de los partidos políticos por una
Constitución no tiene lugar hasta la vigente. La de 1931 guardaba silencio so
bre ellos, aunque hablaba de los grupos parlamentarios, como también lo ha
cían los reglamentos de las Cortes. El régimen franquista los prohibía y consa
graba el Movimiento Nacional como única organización política.
La Constitución vigente se instala en la corriente antes comentada del
constitucionalismo actual y reconoce a los partidos, a los sindicatos y a las or
ganizaciones empresariales como instrumentos fundamentales de funciona
miento del régimen que instaura. La generalidad de la doctrina ha comentado
favorablemente el rasgo de realismo que ello significa por tratarse de tres im
portantes fuerzas sociopolíticas.
El Derecho comparado presenta tres niveles de incorporación de los par
tidos al aparato estatal. En palabras de G. LoMBARDI, este nivel es máximo
en Alemania, donde al partido se le ha dado relevancia casi de órgano cons
titucional; notable en España, donde los partidos son regulados en diferen
229
ANTONIO TORRES DEL MORAL
230
L e c c ió n 9 . LIBERTAD DE PARTIDOS
grupos que son expresión también del pluralismo político; es lo que ocurre con
los grupos parlamentarios y con cualesquiera otras asociaciones que confieran a
su actividad una cierta proyección política. Pero, sin duda, la Constitución cen
tra en los partidos el pluralismo político. Así, éstos quedan investidos de ese
equívoco carácter axiológico que el artículo 1.1 atribuye a dicho principio.
A l amparo de la muy permisiva legislación española se han inscrito en el
Registro de Partidos más de millar y medio de estas formaciones, si bien es
verdad que algunos de ellos se inscriben veinte veces, una como partido na
cional, diecisiete como partido regional (una por cada Comunidad Autóno
m a)^ otras dos en Ceuta y Melilla. De todos modos, son muchos los partidos
existentes y parece, por tanto, difícil no encontrar ninguno que satisfaga la
ideología e inquietudes de un ciudadano. Sin embargo, en muchas contiendas
electorales, sobre todo en las municipales, aparecen candidaturas nuevas for
madas por agrupaciones de electores al margen de los partidos políticos.
A l conectar pluralismo político y partidos, la Constitución sólo quiere,
como comentó I. DE OTTO, establecer el marco jurídico que posibilite diversos
órdenes políticos y modelos sociales. Pero órdenes y modelos en los que, sin em
bargo, el pluralismo siga siendo un principio fundamental y, por ende, siga sien
do posible la alternancia en el poder. De aquí que, como señala J. JIMÉNEZ CAM
PO, sea en el seno de las instituciones representativas (Ayuntamientos, Cámaras
parlamentarias, etc.) donde el pluralismo político expresado por los partidos se
singulariza respecto del de otras asociaciones. El Tribunal Constitucional exige,
efectivamente que la organización interna de estas instituciones no impida a las
minorías participar en su funcionamiento1; antes bien, deben reconocer, tam
bién en el terreno funcional, el pluralismo político que las nutre.
1 ST C 32/1985, de 6 de marzo
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
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L e c c ió n 9 . LIBERTAD DE PARTIDOS
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3. P R IN C IP IO S C O N S T IT U C IO N A L E S D E L R É G IM E N
JURÍDICO DE LOS PARTIDOS
3.1. INTRODUCCIÓN
La incorporación de los partidos a los regímenes constitucionales como
organizaciones orientadas al ejercicio del poder plantea el problema de su re
gulación jurídica y de su control, el cual depende a su vez, como sugiere G. DE
V ergottini , de la concepción que el propio Ordenamiento jurídico profese
de ellos y de su relación con el Estado:
a) Si prevalece su consideración de asociaciones privadas, habrá segura
mente poco control; es lo que sucede en Italia.
b) Pero si se dota a los partidos de naturaleza institucional, como se ha he
cho en Alemania, el control aumenta inevitablemente, haciendo la legisla
ción de partidos una regulación minuciosa de su organización interna.
En el Ordenamiento español, contrariamente a la disciplina constitucio
nal en materia sindical, que, además de ser regulada en el título preliminar
entre las instituciones básicas del régimen político instaurado por la Constitu
ción, también lo está entre los derechos del título I, los partidos políticos son
aludidos únicamente entre las primeras. El Tribunal Constitucional, sin em
bargo, ha establecido que le alcanzan las garantías de la libertad de asociación
del artículo 22 porque este precepto no excluye de sus previsiones las asocia
ciones que tengan una finalidad política2. Ciertamente tampoco excluye las
asociaciones sindicales y, sin embargo, éstas son objeto de regulación constitu
cional específica; pero esta asimetría no puede llevar a dejar sin amparo (o sin
otras garantías) a ninguna forma de asociación lícita.
El artículo 6Qañade al 22, además de las funciones públicas que los parti
dos desempeñan, las condiciones que deben cumplir. Dentro del derecho de
asociación, los partidos políticos tienen, pues, un régimen especial, que puede
234
L e c c ió n 9. LIBERTAD DE PARTIDOS
235
ANTONIO TORRES DEL MORAL
eso, hoy se insta de los poderes públicos a que definan un estatuto jurídico de
los partidos y controlen su organización, su funcionamiento y sus actividades
como condición indispensable para la preservación de la democracia. De ahí
las exigencias de que se atengan al método democrático, como se prescribe en
Italia; de que respeten la soberanía nacional y la democracia, como dice la
Constitución francesa; de que se doten de una organización interna democrá
tica y no puedan perseguir fines de destrucción del régimen demoliberal ni po
ner en peligro la existencia de la República Federal, como establece la Ley Fun
damental de Bonn; de que respeten los principios de independencia nacional y
democracia política, como se lee en la Constitución de Portugal, o de que respe
ten la Constitución y la ley, además de dotarse de estructura interna y funciona
miento democráticos, como determina nuestra Constitución vigente.
Apenas hay hoy quien sostenga que, por estar regidos los partidos por el
principio de libertad asociativa, todo afiliado que no quiera sufrir su estructura
y su funcionamiento antidemocráticos puede abandonar el partido, desvane
ciéndose con ello el problema. Atendiendo al funcionamiento real y concreto
del Estado actual, la respuesta no puede ser el abstracto principio de volunta
riedad, puesto que, como dice G. LOMBARDI, los partidos ocupan todo el espa
cio político. Nada impide, desde luego, a los ciudadanos acudir a una confron
tación electoral sin la cobertura de los partidos; pero los ordenamientos jurídi
cos suelen dificultar esa opción hasta la disuasión. Y, desde el punto de vista
del derecho de sufragio activo, el ciudadano apenas puede hacer otra cosa que
escoger entre partidos y, en ocasiones, sin poder expresar sus preferencias en
tre los candidatos de un mismo partido por impedírselo el sistema de candida
turas bloqueadas.
Por otra parte, el Estado no puede permanecer indiferente a que esas im
portantes funciones políticas estén desempeñadas por unos partidos escasa
mente atraídos por los principios democráticos; no hay ninguna garantía de
que, alcanzado el poder, vayan a tratar a los ciudadanos de modo diferente
que a sus afiliados. Como dijo en sede constituyente E. TIERNO: «Se trata de
que resulte coherente lo que haya que pedirse a los partidos políticos con la
ideología general democrática que sostiene la Constitución».
Y el mismo Tribunal Constitucional hace idéntico planteamiento: con la
exigencia de democracia interna de los partidos «se pretende asegurar el efec
tivo cumplimiento de las funciones que éstos tienen constitucional y legal
mente encomendadas y, en último término, contribuir a garantizar el funcio
namiento democrático del Estado»3.
236
L e c c ió n 9 . LIBERTAD DE PARTIDOS
Una ley de partidos puede optar o bien por definir la democracia interna
que les es exigible, remitiéndola a los principios democráticos del texto consti
tucional, o bien fijarles reglas concretas de funcionamiento y de organización.
La vigente Ley Orgánica 6/2002, de 27 de junio, de Partidos Políticos ha seguido
una vía intermedia, pero algo más precisa que la antigua ley de 1978. Los artícu
los 6° a 8e les fija unos criterios que habrán de figurar en sus estatutos:
1. El órgano supremo del partido será la Asamblea General del conjunto
de sus miembros, los cuales podrán actuar directamente o por medio de com
promisarios.
2. Electividad de los cargos:
2.1. Los órganos directores se proveerán mediante sufragio libre y secreto.
2.2. Serán electores y elegibles todos los miembros del partido.
3. Los militantes tendrán:
3.1. Derecho de sufragio activo y pasivo.
3.2. Derecho de acceso a la información sobre las actividades y la situa
ción económica del partido.
3.3. Derecho a participar en las actividades del partido y en los órganos
de gobierno y representación
3.4. Derecho a ser informados acerca de la composición de los órganos
directivos y sobre las decisiones adoptadas.
3.5. Derecho a impugnar los acuerdos del partido.
3.6. Derecho a un procedimiento contradictorio y a un recurso interno
en caso de ser sometidos a sanción.
Estas pautas componen un modelo estatutario mínimo, cuyos extremos no
pueden ser silenciados por los estatutos que adopten los partidos. A partir de
él, caben opciones muy diversas, dejadas a la autonomía de cada formación
política:
a) Sistema electoral interno.
b) Duración temporal de los cargos y su carácter revocable o irrevocable.
c) Competencias del órgano supremo.
d) Reglas de funcionamiento.
e) Procedimiento para la expresión del disenso por parte de la minoría en
el seno del partido.
f) La aceptación o rechazo del pluralismo interno y, en caso de acepta
ción, la dotación de un estatuto jurídico a las corrientes o grupos internos.
237
ANTONIO TORRES DEL MORAL
238
L e c c ió n 9. LIBERTAD DE PARTIDOS
4. N A T U R A L E Z A JU R ÍD I C A D E L O S P A R T ID O S P O L ÍT IC O S
5» C O N T R O L P R E V E N T IV O D E L O S P A R T ID O S P O L ÍT IC O S
240
L e c c ió n 9 . LIBERTAD DE PARTIDOS
6 ST C 3/1981, citada.
7 STC 85/1986, de 25 de junio.
8 Misma STC. SST S de 23 de octubre de 1981, 21 de abril de 1982 (RA 2425) y 9 de mayo de
1985 (RA 2908).
241
ANTONIO TORRES DEL MORAL
dos los ciudadanos el único vínculo constitucional para el ideario de los parti-
dos políticos.
En nuestra consideración de este complicado problema, si a la expresión
democracia militante se le da el sentido habitual entre iuspublicistas de limita-
ción del pluralismo político por motivaciones ideológicas, es bien claro que
debe darse una respuesta negativa a la cuestión de si el régimen democrático
español lo es. Pero si por democracia militante se entiende una que declara
los valores en los que se asienta y su voluntad de defenderlos, puesto que de
otro modo correría el riesgo de dejar de ser democracia a manos de grupos to
talitarios y terroristas y del crimen organizado, entonces el constituyente espa
ñol instauró, acaso sin hacerse problema de ello, una democracia militante,
pues no en vano dice que el Estado español propugna (esto es, reconoce y de
fiende) unos valores superiores del Ordenamiento jurídico y proclama la dig
nidad de la persona y sus derechos inalienables como fundamento del orden
político y de la paz social. A menos que creamos que éstas son meras declara
ciones retóricas (y no se ve claramente el argumento en el que esta tesis puede
apoyarse), hemos de concluir que la española es una democracia militante.
Pero hemos de añadir algo más: la democracia española es militante como
todas, pues no hay ninguna que esté dispuesta a no defenderse de los enemigos
de la democracia y, en nombre del pluralismo, permanecer inerme ante la des
trucción de ese mismo pluralismo, lo que ciertamente evidencia una contra
dicción notable. Propugnar el pluralismo político como valor superior no sig
nifica, por tanto, defender la existencia de toda clase de organizaciones políti
cas, sino la existencia de toda clase de ideologías, lo que es bien distinto, y ello
siempre que no traspasen la línea que separa la prédica política y la participa
ción en los procesos políticos habilitados por el Ordenamiento de la violencia y
comisión sistemática de actos delictivos. Lo que equivale a decir que, a la hora
de darle forma organizativa y proyección activa a esas ideologías, comienzan los
límites del pluralismo político, puesto que no caben en él ni las organizaciones
paramilitares, ni las secretas, ni las creadas para delinquir, ni las terroristas, ni las
que sirven a éstas de cómplices, de altavoces o de tapaderas.
Lo destacable del caso es que tanto la doctrina como los tribunales Cons
titucional y Supremo cifran su criterio, contrario al aquí expuesto, en la ine
xistencia de cláusulas de intangibilidad en la Constitución española, que, por
eso, da cobijo jurídico a todas las ideologías. Mal argumento, pues una cosa es
introducir cambios en la Constitución, otra cambiar de Constitución y otra
muy distinta cambiar de un régimen constitucional a otro no constitucional;
en esta última operación está el límite de lo lícito y de lo jurídico en una de
mocracia que lo sea de verdad, la cual debe tener, para combatir tales opera
243
ANTONIO TORRES DEL MORAL
ciones y a los grupos que las intentan poner en práctica, todas las armas jurídi
cas que pone a su disposición el Estado de Derecho.
(Después de creerme solitario en la doctrina española, y aun extranjera,
en este punto, reconforta leer a A. y C. F E R N Á N D E Z -M lR A N D A , los cuales le
prestan a la tesis aquí sostenida mayor rotundidad argumental, concluyendo
que la polémica carece hoy de sentido.)
244
L e c c ió n 9. LIBERTAD DE PARTIDOS
245
ANTONIO TORRES DEL MORAL
12 ST C 112/2007, de 10 de mayo.
13 SST C 5 y 6/2004, de 15 de enero.
14 STC 110/2007, de 10 de mayo.
15 STC 99/2004, de 27 de mayo.
16 STC 68/2005, de 31 de marzo.
17 STS de 16 de diciembre de 1983 (RA 6798), que confirma una de la Audiencia Territorial
de Madrid en la que se hace el referido razonamiento.
246
L e c c ió n 9. LIBERTAD DE PARTIDOS
249
ANTONIO TORRES DEL MORAL
251
ANTONIO TORRES DEL MORAL
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especialmente los trabajos de J. J. González Encinar, P. del Castillo y A. To-
rres del Moral.
L e c c ió n 9 . LIBERTAD DE PARTIDOS
253
ANTONIO TORRES DEL MORAL
254
LECCIÓN 10. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (I) DE
RECHO DE SUFRAGIO. DESEMPEÑO DE LOS CAR
GOS PÚBLICOS Y MANDATO REPRESENTATIVO
256
L e c c ió n 10. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (I) DERECHO DE SUFRAGIO..
5 ST C 51/1984, citada.
6 SST C 39/1986, de 31 de marzo, y 85/1987, de 29 de mayo.
257
ANTONIO TORRES DEL MORAL
2» D ER EC H O D E SU FR A G IO
258
L e c c ió n 10. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (I) DERECHO DE SUFRAGIO..
2.1.2. Caracteres
El derecho de sufragio activo es, en nuestro régimen electoral, universal, li
bre, secreto y, según la Constitución, igual, aunque después, de hecho, no lo sea
tanto en algunas elecciones. También es directo, salvo para las elecciones pro
vinciales y las de una cincuentena de senadores; en las primeras la elección se
hace mediante una ponderación de los resultados de las elecciones municipales,
y las segundas las hacen los Parlamentos autonómicos. La Ley Orgánica añade
que su ejercicio es personal, si bien puede emitirse por correspondencia, y singu
lar, es decir, que sólo se puede votar una vez en cada elección.
2.1.3. Requisitos
a) Edad. Desde hace tiempo se percibe una tendencia a rebajar progresiva
mente la mayoría de edad política, coincida o no con la civil, aunque quedan
vestigios de electorados «maduros», como el del Senado italiano. En las dos
últimas décadas, la edad modal ha pasado de veintiún años a dieciocho. Espa
ña así lo ha reconocido, pues, por disposición de la propia Constitución, artí
culo 12, queda establecida la mayoría de edad, a todos los efectos, en los die
ciocho años.
b) Nacionalidad. Nos encontramos, dicen CARRERAS y VALLÉS, «ante un
requisito típicamente personal, propio del Estado liberal, que expresa ideas
hoy completamente desfasadas», puesto que presume que sólo a los nacionales
interesan los asuntos del país.
Yo creo que no se trata tanto de un principio liberal cuanto de una cues
tión de política internacional. Digo lo primero porque en el mismo siglo XIX
había algunos Estados miembros de los Estados Unidos que reconocían el de
recho de sufragio al inmigrante con cierto tiempo de residencia, y porque el
Reino Unido facilita el voto de ciudadanos de ciertos países de la Common-
wealth; en cambio, las denominadas democracias populares no admitían el
voto de los extranjeros (la U R SS sí, en los años veinte). Digo lo segundo por
que los Estados, sea cual fuere el calificativo que se les otorgue, no quieren
compartir unos derechos directamente provenientes del ejercicio de la sobera
259
ANTONIO TORRES DEL MORAL
261
ANTONIO TORRES DEL MORAL
2.2.1. Edad
En el Derecho comparado, la variación abarca desde los dieciocho años a
los treinta y, si contamos algunas Cámaras altas y Jefaturas del Estado, hasta
los cuarenta. La Constitución española consagra la igualdad de trato, a este
respecto, para el sufragio activo y pasivo en las elecciones al Congreso de los
Diputados:
«Son electores y elegibles todos los españoles que estén en pleno uso de sus
derechos políticos» (art. 68.5),
y la Ley Orgánica Electoral amplía ese criterio a toda elección: son elegi-
bles los españoles mayores de edad que posean la cualidad de elector y no se
encuentren incursos en ninguna causa de inelegibilidad.
2.2.2. Sexo
En términos generales, cabe hacer aquí una remisión a lo dicho respecto
del sufragio activo. Respecto de la igualdad varón-mujer, durante tiempo se
ha estudiado la posibilidad de introducir una política de acción afirmativa o
positiva como medio de nivelar las diferencias de origen. En este sentido, la
Ley de Igualdad de la Mujer, de 2007, obliga (y se ha hecho efectivo ya en las
elecciones municipales y autonómicas de ese mismo año) a que en las can-
didaturas figure un porcentaje no mayor del 60 por 100 ni menor del 40 por
100 de candidatos de cada sexo, extremo éste que ha sido recurrido de in-
constitucionalidad por, entre otros motivos, vulnerar la libertad de acción
política y de funcionamiento de los partidos políticos y de otras formaciones
concurrentes a las elecciones.
263
ANTONIO TORRES DEL MORAL
3. D E R E C H O A L D ESEM PEÑ O D E LO S C A R G O S P Ú B L IC O S
El artículo 23. 2 de la Constitución reconoce a los ciudadanos el derecho
a acceder, en condiciones de igualdad, a las funciones y cargos públicos, con
los requisitos que señalen las leyes. Hay que interpretar que estas locuciones
están preñadas de significado político y son expresivas todas ellas del derecho
265
ANTONIO TORRES DEL MORAL
12 ST C 193/1987, de 9 de diciembre.
13 SST C 24/1990, de 15 de febrero; 7/1992, de 16 de enero; 30/1993, de 25 de enero; 71/1994,
de 3 de marzo; 45 y 104/1995, de 14 de febrero y 3 de julio.
14 SST C 36/1990 y 167/1991, citadas
15 Cfr. SSTC citadas en la nota 24.
266
L e c c ió n 10. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (I) DERECHO DE SUFRAGIO..
267
ANTONIO TORRES DEL MORAL
4» EL MANDATO REPRESENTATIVO EN EL
ORDENAMIENTO CONSTITUCIONAL ESPAÑOL
4.1. MANDATO REPRESENTATIVO DE DIPUTADOS Y SENADORES
268
L e c c ió n 10. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (I) DERECHO DE SUFRAGIO..
269
ANTONIO TORRES DEL MORAL
Muy cercana a esta cuestión está la que algunos autores plantean acerca
de si la disolución de un partido que sea declarado ilegal comporta la deca
dencia del mandato de los diputados que fueron elegidos en sus candidaturas.
Quienes responden afirmativamente se apoyan en la constitucionalización de
la democracia de partidos. Quienes lo hacen negativamente, en el principio
del mandato representativo. La polémica fue muy viva en Alemania, con oca
sión de la disolución de los partidos neonazi y comunista en los años ‘50 de la
pasada centuria. El Tribunal Constitucional Federal decidió en ambos casos
(la diferencia jurídica estriba en que, en el segundo, la cuestión estaba ya re
gulada por ley), de igual forma: negando el escaño del Bundestag a los diputa
dos que se veían en tal situación.
L e c c ió n 10. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (I) DERECHO DE SUFRAGIO..
271
ANTONIO TORRES DEL MORAL
27 A TC de 11 de enero de 1984-
28 Mismo auto.
29 Cfr., por todas, STC 185/1993, de 31 de mayo.
273
ANTONIO TORRES DEL MORAL
que son éstas, en su conjunto, o cada Cámara, las que ostentan dicha repre
sentación30. En otras31 asegura que los electores no votan a personas, a candi
datos individuales, sino a listas de candidatos, lo que es jurídicamente erró
neo: se vota a los candidatos que figuran en una lista, lo que es manifiesta
mente distinto.
En fin, en otra ocasión32 da por buena la regulación que hace la Ley Orgá
nica del Referendo del acceso gratuito de los grupos políticos a los medios de
difusión de titularidad pública en las campañas referendales; esta Ley concede
tal derecho a los grupos políticos con representación en las Cortes y dicha re
presentación es medida por «el número de diputados obtenido en las últimas
elecciones generales»; el Tribunal Constitucional acepta el criterio y, yendo
más allá, niega toda trascendencia a los cambios de grupo parlamentario por
parte de los diputados, con lo cual, parece que fija la representación en el mo
mento electoral y niega la relación de confianza en la que consiste el mandato
representativo y que es la que permite al parlamentario su libertad de movi
mientos frente a la disciplina del grupo. N o hace falta advertir que, conforme
a los argumentos desenvueltos en esta lección, esta posición de nuestro más
alto Tribunal muestra una textura muy poco sólida.
BIBLIOGRAFÍA
Ver la de la lección siguiente.
30 ST C 101/1983, de 18 de noviembre.
31 SST C 75/1985, de 21 de junio y 31/1993, de 26 de enero.
32 ST C 63/1987, de 20 de mayo.
275
LECCIÓN 11. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA:
(II) RÉGIMEN ELECTORAL
1 ST C 38/1983, de 16 de mayo.
277
ANTONIO TORRES DEL MORAL
greso y al Senado. En cambio, cuando el artículo 140, dentro del título VIII,
dice que los concejales serán elegidos por los vecinos del municipio en la forma
establecida por la ley, no está haciendo una remisión general a «la» ley electo
ral, sino que no sería disparatado interpretar que habla de una ley electoral mu
nicipal o de una ley de régimen local en la que se regulen los aspectos electora
les, etc. Pero, en fin, aquélla es la interpretación que ha acabado imponiéndose,
entre otras cosas porque es la del intérprete supremo de la Constitución (aun
que ésta no sea siempre la técnicamente mejor fundamentada).
Acaso haya pesado mucho para hacer una ley electoral única el hecho de
que, si bien es una materia susceptible de regulación en varios cuerpos normati
vos, y así podrá hacerse en el futuro, en esta primera ocasión la Constitución
obligaba (Disposición transitoria 8-.3) a derogar de una sola vez el Decreto-ley
Electoral de 1977 y no dejarlo parcialmente vigente2.
Por lo demás, dicha ley incluiría no sólo el ejercicio del derecho de sufragio
y la duración del mandato de los representantes, sino también la organización
procesal y territorial de las elecciones3.
A todo ello ha dado cumplimiento la vigente Ley Orgánica 5/1985, de 19 de
junio, del Régimen Electoral General. Esta ley ha sido posteriormente modificada
en varias ocasiones: en 1987, para incluir la regulación de las elecciones al Par
lamento Europeo; en 1991, para añadir diversas garantías en materia de proce
dimiento y de recursos, etc.
Reconoce la Ley en su Preámbulo que no pretende un cambio radical en la
legislación electoral. Nada más cierto: se puede afirmar que no pretende ningún
cambio, sino sólo regular extensa y prolijamente toda la materia electoral. Por
lo que se refiere a las elecciones al Congreso y al Senado, es deudora del Decre-
to-ley Electoral de 1977, algunos de cuyos elementos esenciales se hallan cons-
titucionalizados; y en cuanto a las elecciones locales, recoge la legislación pro
ducida por las Cortes desde las primeras elecciones democráticas (1975).
Sistematiza la ley, en un extenso título I, las disposiciones comunes para to
das las elecciones, dejando para los subsiguientes y breves títulos las normas es
peciales de cada tipo de elección. En esta lección nos corresponde reflejar lo pri
mero y acaso alguna de esas especialidades más significativas de la opción cons
titucional por una democracia representativa. En la lección 9 hemos adelantado
el tratamiento del derecho de sufragio.
278
L e c c ió n 11. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (II) RÉGIMEN ELECTORAL
2. CIRCUNSCRIPCIONES ELECTORALES
La creación de las circunscripciones electorales suele basarse en tres princi-
pios íntimamente ligados, pero con frecuencia antagónicos, a saber:
1. La igualdad de sufragio. Cada elegido debe representar una fracción
idéntica de la población. La vieja fórmula «un hombre un voto» se completa
con la de «igual valor de cada voto». Así, pues, las circunscripciones electora
les deben tener, en lo posible, un número igual de electores -o de habitantes-
por diputado.
2. La delimitación de circunscripciones suele apoyarse en otras ya existen
tes: geográficas, administrativas o políticas.
3. La revisión periódica de los límites de las circunscripciones en función de
los movimientos de población. Cuando coinciden con límites administrativos y
el escrutinio es de lista, la revisión se hace de los escaños correspondientes a las
circunscripciones. Así se hace en España.
La división provincial de España, en su diseño actual, data de los años trein
ta del siglo XIX. Creación artificial y afrancesada de Javier de Burgos, ha mere
cido duras críticas de casi todos los iuspublicistas. Ello no obstante, puede decir
se que la división en provincias ha arraigado entre nosotros. Este arraigo es el
que seguramente ha aconsejado a nuestros legisladores, desde el pasado siglo,
conservar la Provincia como circunscripción electoral para la Cámara Baja
cuando no se optaba por los distritos uninominales.
Y así se hizo en la Ley para la Reforma Política de 1977, de donde pasó al De-
creto-ley Electoral del mismo año. Ambos cuerpos legales hacían también de la
Provincia la circunscripción en las elecciones al Senado y la Constitución ha
venido a confirmarlo todo. Así, pues:
a) La Provincia es la circunscripción en las elecciones generales, con la leve
y obvia excepción de Ceuta y Melilla y, en las elecciones senatoriales, la de las
islas (ambas excepciones se encuentran expresamente reflejadas en el artículo
69.3 y 4 de nuestra norma suprema).
b) En las elecciones municipales y en las de los Cabildos Insulares canarios,
así como en la elección indirecta de diputados provinciales, se ha optado por el
colegio único.
c) En la legislación electoral autonómica se detectan tres tipos de circuns
cripciones: la Provincia, la isla y demarcaciones subprovinciales. Para más deta
lle remito al último epígrafe de esta lección.
d) Para las elecciones al Parlamento Europeo se ha establecido como,cir
cunscripción todo el territorio nacional (colegio nacional único).
279
ANTONIO TORRES DEL MORAL
3. LA FÓRMULA ELECTORAL
La función de la fórmula electoral es interpretar los datos numéricos de la
elección como base de la distribución legítima de los escaños entre las candida
turas en competencia. Las diversas fórmulas manejadas en el Derecho compara
do pueden agruparse en dos tipos: las de mayoría y las proporcionales.
282
L e c c ió n 11. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (II) RÉGIMEN ELECTORAL
funcionamiento. Son, efectivamente, pocas las dudas que suscita entre los ciu
dadanos británicos la cuestión de si se sienten representados por la Cámara de
los Comunes, pese a que el sistema electoral que distribuye sus escaños ha sido
calificado, no sin razón, de brutal. Sencillamente, se sienten atendidos en sus de
mandas y creen que funciona correctamente.
La representación política, por consiguiente, presenta una doble vertiente,
la de reflejo de la voluntad general y la de integración de los ciudadanos en el sis
tema político en su conjunto. La primera se corresponde con una concepción
jurídica de la representación; la segunda, con una concepción política. La pri
mera es una cuestión de derecho; la segunda, una cuestión de hecho. Por eso, la
representación, en el sentido de un correcto funcionamiento del sistema repre
sentativo, requiere del Parlamento, sí, que refleje en una escala no demasiado
distorsionada la opinión pública, pero también debe aspirar a que esa opinión
pública se reconozca en dicho espejo. Dicho de otro modo: que a la pura objeti
vidad aritmética de los escrutinios electorales hay que añadirle un elemento
subjetivo consistente en la apreciación, en la íntima convicción, por parte del
electorado, de que la es emanación suya.
Se trata, pues, en esta segunda concepción (no contradictoria, sino comple
mentaria con la primera), de que el ciudadano se vea en la Cámara, de que se
reconozca a sí mismo en ella. El que germine o no en un país dicho sentimiento
de identificación, y la medida en que esto suceda, no depende únicamente de la
fórmula electoral, sino también de otras muchas variables del sistema político.
En relación con los más variados elementos de dicho sistema, la integración
e identificación del ciudadano requiere, entre otros,
- pluralismo político;
- garantías efectivas de las libertades públicas y de los derechos políticos;
- un estatuto jurídico de la Oposición, con las suficientes garantías para su
indispensable labor;
- una regulación prudente y un eficaz control de la democracia interna de
los partidos, etcétera.
A su vez, en relación con las Cámaras, no es dable alcanzar aquella identifi
cación e integración si no existe:
- un buen diseño de sus funciones legislativa y controladora para que el
ciudadano vea en ellas algo más que órganos de ratificación de la política de sus
respectivos Gobiernos;
- unos reglamentos parlamentarios ágiles y garantes de los derechos de las
minorías existentes en las Cámaras:
283
ANTONIO TORRES DEL MORAL
ña un sistema puro de proporcionalidad, puesto que ésta «es, más bien, una
orientación o criterio tendenáal», porque siempre se producen factores que la dis
torsionan, de manera que la pureza representativa «ni existe entre nosotros... ni
en el Derecho comparado en parte alguna, ni acaso en ningún sistema imagina
ble». Desde luego, imaginable sí es, aunque sea difícilmente realizable5. Lo que
no significa el aserto del Tribunal es que sea inevitable renunciar a una propor
cionalidad algo más ajustada. Insiste el supremo intérprete de la Constitución
en la misma idea en otra ocasión: «todo lo más que puede apreciarse en la sim
ple afirmación de tal sistema es una voluntad de procurar, en esencia, una cierta
adecuación entre votos recibidos y obtención de escaños» 6.
En fin, como vemos, el Tribunal parece conformarse con la mera no desvir-
tuación de la proporcionalidad; y, como ésta no se puede alcanzar aritmética
mente, basta con no incurrir en un sistema simplemente mayoritario7. Esta po
sición de nuestro intérprete supremo de la Constitución consiste en aceptar las
comas como están y no plantearse problemas.
b) De otro lado, la Ley fija un límite mínimo o barrera electoral del 3 por 100
de los sufragios de cada circunscripción, por debajo del cual ninguna de las for
maciones políticas concurrentes puede obtener un escaño. La norma, establecida
para las elecciones al Congreso y expresamente excluida para las del Parlamento
Europeo, ha sido adoptada también con diversas variantes en las restantes elec
ciones. El Tribunal Constitucional, en una sentencia técnicamente muy defec
tuosa, ha interpretado que dicho límite es compatible con la Constitución 8;
pero, como dice E J. BASTIDA, al no mencionar la Constitución tal límite de la
proporcionalidad, debería estimarse contrario al principio democrático procla
mado en ella. No obstante, esta barrera electoral es casi irrelevante en las elec
ciones al Congreso de los Diputados, en las que sólo ha operado en una ocasión
dejando sin escaño a una formación política que había alcanzado un cociente
suficiente, pero no la cifra de la mencionada barrera.
c) Por lo demás, también es conocido que las candidaturas, en todas las
elecciones españolas, salvo las del Senado, son cerradas y bloqueadas, es decir,
que no se pueden mezclar nombres de varias, ni tampoco se puede alterar el or
den de candidatos establecido en ellas. Todo lo cual le da a los partidos una
enorme influencia en la composición de las Cámaras, pues son ellos los que de
285
ANTONIO TORRES DEL MORAL
4. ADMINISTRACIÓN ELECTORAL
Para garantizar la transparencia, la objetividad y la igualdad de los procesos
electorales se crea la Administración Electoral, integrada por las Mesas y las
Juntas Electorales. Las Juntas pueden ser de ámbitos territoriales distintos: de
zona, provinciales, autonómicas (en caso de comunidades pluriprovinciales) y
central. Sólo esta última es permanente. Como señala P. SANTOLAYA, este con
cepto legal de Administración Electoral es restringido, puesto que son más los
órganos administrativos que intervienen en alguna fase del proceso electoral.
La Junta Electoral Central está integrada por trece miembros designados en
tre catedráticos de Derecho y magistrados del Tribunal Supremo dentro de los
noventa días siguientes a la sesión constitutiva del Congreso de los Diputados.
Extienden su mandato hasta la toma de posesión de la nueva Junta y son ina
movibles, salvo suspensión por delitos o faltas electorales. Participa en ella, con
voz pero sin voto, el director de la Oficina del Censo Electoral.
Las Cortes Generales y el Gobierno ponen a su disposición los medios per
sonales y materiales necesarios para el ejercicio de sus funciones. Estas son:
a) Resolver las consultas que le eleven las juntas provinciales y autonómicas.
b) Resolver las quejas, reclamaciones y recursos que se le dirijan.
c) Ejercer autoridad disciplinaria sobre todas las personas que intervengan
oficialmente en las operaciones electorales.
d) Corregir y sancionar las infracciones producidas, siempre que no sean
constitutivas de delito.
e) Unificar los criterios interpretativos de las juntas electorales provinciales
y autonómicas y revocar sus decisiones cuando proceda.
Detalla la Ley Electoral el régimen de consultas dirigidas por los electores,
partidos y coaliciones, autoridades y corporaciones públicas a la Junta Electoral
correspondiente. Los acuerdos de cada Junta son recurribles ante la Junta de su-
L e c c ió n 11. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (II) RÉGIMEN ELECTORAL
perior categoría, que resuelve en última instancia, salvo cuando la propia ley es
tablezca procedimiento judicial.
Decía taxativamente la Ley Electoral en su redacción inicial que contra esa
resolución en segunda instancia no cabe recurso administrativo o judicial algu
no (art. 21.2). Hemos de interpretar que así será salvo cuando resulte afectado
el derecho de sufragio activo y pasivo, pues este derecho está protegido por la
garantía de un procedimiento judicial preferente y sumario (artículo 53.2 de la
Constitución). Así lo hemos denunciado en este manual desde su primera edi
ción y así lo entendió en 1996 el Tribunal Constitucional, autoproponiéndose
una cuestión de inconstitucionalidad sobre dicho precepto y resolviendo final
mente que no cabe recurso administrativo, pero sí judicial9.
Las circunscripciones electorales están divididas en secciones. Cada sección
tiene una o varias mesas electorales, integradas por un presidente y dos vocales,
cargos éstos que son obligatorios, excepto si se da una incompatibilidad con la
condición de candidato, y designados por el Ayuntamiento en sorteo público
entre electores censados en la sección correspondiente, menores de sesenta y
cinco años y que sepan leer y escribir.
5. PROCEDIMIENTO ELECTORAL
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L e c c ió n 11. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (II) RÉGIMEN ELECTORAL
12 ST C 73/1995, de 12 de mayo.
13 SST C 157/1991, de 15 de julio, y 73/1995, citada.
14 SST C 76 y 86/1987, de 25 de mayo y 11 junio; 104, 151, 157 y 168/1991, de 13 de mayo, 15
de julio, y 19 de julio.
15 ST C 31/1993, de 26 de enero.
16 ST S de 14 de julio de 1982 (RA 5411).
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L e c c ió n 11. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (II) RÉGIMEN ELECTORAL
17 ST C 154/1988, de 21 de julio.
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7. FINANCIACIÓN ELECTORAL
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LECCIÓN 12. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA:
(111) INSTITUCIONES DE DEMOCRACIA DIRECTA
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3. Artículo 149.1.32a: competencia estatal (es decir, del poder central) para
autorizar la convocatoria de referendos municipales y, si llegara a haberlos, re
gionales.
4. Artículo 62. c): convocatoria regia de los referendos nacionales y de ini
ciativa, aprobación y reforma estatutaria.
5. Artículo 151.1: referendo de iniciativa autonómica.
6. Artículo 151.2.3° y 42: referendo de aprobación del Estatuto de Autono
mía elaborado por la iniciativa anterior.
7. Artículo 151. 2 .5 °: referendo de aprobación del Estatuto aprobado como
proyecto de ley orgánica por las Cortes.
8. Artículo 152.2: referendo de reforma estatutaria.
9. Artículo 167.3: referendo de reforma constitucional simple.
10. Artículo 168.3: referendo de reforma constitucional agravada.
11. Disposición transitoria 4&.l: referendo sobre la eventual incorporación
de Navarra a la Comunidad Autónoma del País Vasco.
De todo este bloque normativo, algunos preceptos han agotado su eficacia
jurídica con la consumación del proceso de construcción del Estado autonómi
co; tal sucede con los citados en quinto y sexto lugar, que son ya Derecho histó
rico. El artículo 62.c), por igual motivo, regirá en adelante sólo para los referen-
dos nacionales y los de reforma estatutaria. El último enumerado es en la actua
lidad impracticable por no haber sido establecido procedimiento alguno por la
LORARFNA o Estatuto de Autonomía de Navarra ni en la Ley Orgánica del
Referendo.
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b) Órgano convocante
Dice el artículo 62.c de la Constitución que corresponde al Rey convocar a
referendo en los casos previstos en la misma. Si hubiéramos de interpretar,
como hace E. LlNDE, que la norma se refiere a todos los casos de referendo men
cionados en la Constitución, tendríamos que concluir que incluso los municipa
les necesitan convocatoria regia. No ha sido ésa la intelección del precepto por
parte de los Estatutos de Autonomía que regulan su propia reforma por medio
de referendo. Ahora bien, la variedad de fórmulas empleadas carece de justifica
ción. Veámoslo:
L e c c ió n 12. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (III) INSTITUCIONES DE DEMOCRACIA DIRECTA
1. Los estatutos catalán y gallego disponen que la ley orgánica que apruebe
la reforma incluirá la autorización para que la Generalidad o la Comunidad Au-
tónoma de Galicia convoquen el referendo.
2. El Estatuto vasco prevé que, por delegación expresa del Estado (central),
el Gobierno vasco podrá ser facultado para convocar los referendos de reforma.
El órgano delegante ha de ser las Cortes Generales, pues la delegación de facul
tades estatales exige ley orgánica, según el artículo 150.2 de la Constitución.
Una vez obtenida la referida delegación, el Gobierno vasco no necesitará una
autorización para cada vez en tanto la delegación se mantenga.
3. El Estatuto andaluz, por su parte, dispone que la ley orgánica de reforma
«establecerá el plazo dentro del cual el Gobierno de la nación deberá autorizar
la convocatoria de referendo». Aquí no son las Cortes el órgano que autoriza,
sino el Gobierno de la nación y no se indica el órgano convocante.
Como podemos observar, y frente a una interpretación literal del artículo
62.c) de la Constitución, sólo en el caso vasco el referendo podría ser convoca
do por el Rey en el muy improbable caso de que, llegada la ocasión, no se hicie
se la delegación prevista en el Gobierno autonómico; y, contra lo que dice la
Ley Orgánica del Referendo, únicamente en el caso andaluz es el Gobierno de
la nación el que autoriza la convocatoria, pero no a propuesta de su Presidente,
sino por mandato de la ley orgánica de reforma estatutaria.
Por la índole del acto y por analogía con lo dispuesto en la Constitución para
los referendos estatales, el órgano finalmente convocante debe ser el Presidente
de la Comunidad, con refrendo del Consejero de Gobierno que corresponda.
c) Contenido de la convocatoria
El Real Decreto de convocatoria debe necesariamente contener:
1. El texto íntegro de la decisión política objeto de la consulta, del proyecto
de reforma constitucional o de reforma estatutaria, etc.
2. La pregunta o preguntas a que ha de responder el cuerpo referendal.
3. La fecha en que se celebrará la votación. Si es un referendo constitu
yente, la convocatoria se publicará dentro de los treinta días de haber recibi
do el Presidente del Gobierno la correspondiente comunicación de las Cor
tes, y la votación tendrá lugar dentro de los sesenta siguientes. En los demás
supuestos, la votación se realizará entre los treinta y los ciento veinte días si
guientes a la publicación de la convocatoria. Este último plazo, tan dilatado,
raya en la imprudencia, pues puede sumir al país en una indeseable interini
dad política.
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L e c c ió n 12. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (III) INSTITUCIONES DE DEMOCRACIA DIRECTA
2.5. CIRCUNSCRIPCIONES
El artículo 5.2 de la Ley Orgánica del Referendo, de manera igualmente
atropellada y manifiestamente errónea, afirma: «La circunscripción será, en
todo caso, la provincia. Asimismo, constituirán circunscripciones electorales las
ciudades de Ceuta y Melilla.» Anotemos:
a) No puede haber circunscripciones electorales en un proceso político no
electoral. Una cosa es que, por analogía, se tomen referencias de la legislación
electoral y otra confundir ambas operaciones políticas.
b) Acaso por esa misma confusión habla la ley de circunscripción provin
cial, cuando resulta evidente que no es así. En efecto:
1. Los referendos nacionales no pueden tener otra circunscripción que la de
todo el territorio del Estado.
2. En los de iniciativa autonómica y de aprobación de un Estatuto de Auto
nomía, la circunscripción ha sido ciertamente provincial. No obstante, la pro
pia Ley Orgánica computa regionalmente los resultados en ciertos supuestos.
3. En los de aprobación de un Estatuto de Autonomía también era provin
cial, pero, igualmente, en caso de no aprobación en alguna Provincia, se podían
computar los votos regionalmente para poder constituir la Comunidad Autóno
ma con las demás provincias.
4. En los referendos celebrados en Cataluña, País Vasco y Galicia para apro
bar sus respectivos estatutos, las circunscripciones fueron los territorios de las
proyectadas Comunidades Autónomas.
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
5. En fin, en los de reforma estatutaria hay que estar a lo que disponen los
propios estatutos, y éstos hablan de «referendo positivo de los electores» o de
«aprobación de los electores mediante referendo». Como vemos, también los
estatutos hablan erróneamente de electores; pero, por lo que a la circunscrip
ción respecta, es la Comunidad Autónoma, no la Provincia.
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L ec c ió n 12. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (III) INSTITUCIONES DE DEMOCRACIA DIRECTA
a) Requisitos y procedimiento
Aunque la Constitución remite la regulación a una ley orgánica, ya promul
gada (Ley Orgánica 3/1984, de 26 de marzo, Reguladora de la Iniciativa Legislativa
Popular), establece unos criterios-mandatos para el legislador, que éste ha desa
rrollado.
1. Por una parte, exige no menos de 500.000 firmas acreditadas de electores.
La Ley Orgánica, con buen criterio, no ha encarecido aún más este requisito,
como podía haber hecho. La cifra es menor que la de la II República, ciertamente,
pero diez veces mayor que la exigida en Italia, teniendo ésta más población.
2. El escrito de presentación debe contener:
1°. El texto articulado de la proposición de ley, precedido de una exposición
de motivos.
2°. Un documento razonado en favor de su tramitación y aprobación por las
Cortes.
3Q. La relación de miembros de la comisión promotora de la iniciativa, con
sus datos personales.
3. El escrito se presenta ante la Mesa del Congreso, que examina la docu
mentación y se pronuncia sobre su admisibilidad. Son causas de inadmisibili-
dad:
1-. Su objeto, si versa sobre materia excluida de este procedimiento o sobre
materias heterogéneas.
2 Los defectos insubsanables de la documentación presentada.
3a. La previa existencia en el Congreso o en el Senado de un proyecto o
proposición de ley sobre el mismo objeto y su situación en el trámite de en
miendas o más avanzazdo.
4~. Su igualdad o sustancial equivalencia a otra iniciativa popular presenta
da durante la misma legislatura.
5~. La preexistencia de una proposición no de ley aprobada por una Cámara
sobre la misma materia; causa ésta a la que es difícil encontrar explicación razo
nable.
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b) Materias excluidas
Las materias excluidas no son únicamente las mencionadas en el artículo
87.3 de la Constitución, sino también algunas contenidas en otros preceptos
constitucionales. Son las siguientes:
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2 Cfir. AATC de 16 de enero y 18 de septiembre de 1985 sobre sendos recursos de amparo contra la
inadmisión, por parte de la Mesa del Congreso, de dos iniciativas populares legislativas por tratarse de
materia tributaria.
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a) Materias excluidas
Aunque los Estatutos no hacen mención de este problema, debemos inter
pretar que rigen para las Comunidades Autónomas las mismas exclusiones que
la Constitución hace y recoge la mencionada Ley Orgánica, más las resultantes
de la distribución de competencias entre las Comunidades Autónomas y el po
der central.
1. En efecto, unas materias deben entenderse excluidas porque los respecti
vos Estatutos confieren la iniciativa al Gobierno autonómico, como sucede con
la Ley de Presupuestos.
2. Otras materias están reservadas al Gobierno, a los parlamentarios o a los
Ayuntamientos y Territorios Históricos, como es el caso de la reforma estatuta
ria.
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L e c c ió n 12. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (III) INSTITUCIONES DE DEMOCRACIA DIRECTA
3. Otras son competencia exclusiva del poder central: las propias de ley or
gánica, las de carácter internacional y el derecho de gracia.
Hay que entender que las referidas materias están excluidas de la iniciativa
legislativa popular con carácter general. Por su parte, las leyes autonómicas, sin
unanimidad y con diferencias terminológicas, suelen excluir:
4. La organización de las instituciones de gobierno de la Comunidad.
5. La materia tributaria.
6. Algunas añaden la organización territorial; otras, la planificación general
de la actividad económica; las leyes madrileña y vasca excluyen el procedimien
to legislativo, en tanto que la canaria, cauta pero acaso innecesariamente, ex
cluye la iniciativa popular que pretenda legislar sobre la propia iniciativa legisla
tiva popular.
b) Requisitos formales
Respecto del número necesario de firmas acreditadas para impulsar la inicia
tiva legislativa popular, únicamente el Estatuto extremeño impone un mínimo
de firmas: el 5 por 100 del censo electoral, cifra verdaderamente elevada que
viene a ser dos veces y media más de lo que requiere la Constitución española
para la iniciativa popular nacional. Las leyes autonómicas reguladoras de esta
materia en otras Comunidades Autónomas son menos disuasorias, pues las ci
fras exigidas son porcentualmente más bajas.
El resto del procedimiento (modo de acreditación de firmas, causas de inad
misión, tramitación parlamentaria, etc.) se ajusta de cerca al establecido por la
Ley Orgánica. Pero la ley aragonesa, que es técnicamente notable, prevé la de
fensa de la proposición de ley por parte de un miembro de la comisión promoto
ra de la iniciativa ante el Pleno de las Cortes de Aragón en el trámite de su
toma en consideración (garantía en la que ha sido seguida por la ley canaria) y
también la posibilidad de que la mencionada Comisión solicite la retirada de la
proposición de ley si entendiera que las enmiendas introducidas en el texto des
virtúan su objetivo.
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ción sería, pues, una federación. Pero esto, precisamente, está prohibido por la
Constitución, en su artículo 145.1.
BIBLIOGRAFÍA
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drid, 1989.
L ec c ió n 12. DERECHO DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA: (III) INSTITUCIONES DE DEMOCRACIA DIRECTA
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LECCIÓN 13. DERECHOS Y PRINCIPIOS ECONÓMKX>SOCIALES
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denar jurídicamente la realidad. Debe, pues, lograr una síntesis entre la firmeza
y claridad de sus líneas básicas y la flexibilidad en las modalidades de su puesta
en práctica. Es con esta óptica, según creo, como obtienen su interpretación
más plausible los preceptos que componen la constitución económica española.
A mi modo de ver, el modelo económico existente en el punto de partida
de la Constitución es el capitalista, muy enrarecido por el burocratismo protec
cionista del régimen anterior, aunque había evolucionado durante los quince
años finales del franquismo al compás y en dependencia de las economías euro
peas. La Constitución no lo ha transformado de raíz, sino que simplemente ha
democratizado el aparato estatal y ha garantizado ciertos derechos económicos y
sociales inexistentes entonces.
El sistema resultante es el que en otros países de nuestro entorno cultural y
político se corresponde con el modelo de Estado social que precisamente procla
ma la Constitución en su artículo 1.1. Como dice M. MORISI, el ordenamiento
constitucional económico español no difiere del italiano o del alemán. Más
aún, el ingreso en la Comunidad (hoy Unión) Europea ha exigido algunos ajus
tes, pero no una rectificación sustancial de dicho ordenamiento; incluso podría
decirse, con L. PAREJO, que la Constitución española es más garantista que el
Derecho de la Unión Europea en relación a los derechos económicos.
Ahora bien: dentro de la Constitución española caben políticas económicas
orientadas preferentemente, no exclusivamente, hacia unos objetivos u otros. A
partir de dicho sistema, el Estado tiene, la función de regulación y también de
redistribución social del producto nacional en forma de prestaciones sociales;
pero el grado de intensidad con que se ejerzan ambas funciones variará según las
fuerzas políticas que obtengan la mayoría gobernante y según también la situa
ción económica general. En estos distintos grados de intensidad están las opcio
nes que deja abiertas la Constitución, las cuales han de moverse dentro de los lí
mites del mercado, de la democracia y de la socialidad y juridicidad del Estado.
Así, pues, el sistema liberal de mercado puede ser fuertemente corregido con
la intervención de los poderes públicos y con la existencia de un sector público
al que, de acuerdo con la Constitución, se puede reservar los recursos y servicios
de todo un ámbito económico concreto, decisión que no puede adoptarse en fa
vor del sector privado. Pero esta medida es sólo una posibilidad, no una obliga
ción de los poderes públicos. De otra parte, éstos pueden (artículo 9.2) promo
ver las condiciones y remover los obstáculos para la consecución de una libertad
y una igualdad reales y efectivas, y deben hacerlo (artículo 40.1) para lograr una
más justa distribución personal y regional de la renta. Todo ello en el marco de
una política de estabilidad y de desarrollo económico (art. 40.1), con la prohibi-
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mites territoriales, puesto que, dada la fluidez de la economía actual, ello sería
tanto como privarlas de toda capacidad de actuación en este ámbito9.
Por lo demás, el hecho de que algunas de las competencias atribuidas consti
tucionalmente al poder central sean delegadas o transferidas a las Comunidades
Autónomas significa tan sólo un mayor nivel de autogobierno de éstas y un fac
tor más de flexibilidad del sistema, pero no la pérdida de las mismas, cuya titula
ridad sigue correspondiendo al poder central.
2. DERECHO DE PROPIEDAD
En el Derecho romano, la propiedad era concebida como un derecho de se
ñorío completo sobre las cosas objeto de la misma; se tenía sobre ellas un ius
utendi et abutendi, si bien la traducción correcta de este segundo término no es la
de abuso, sino de completa disposición. Este concepto es heredado por las Leyes
de Partidas, que definían la propiedad como «poder que el hombre tiene en sus co
sas de hacer con ellas y de ellas lo que quisiera, según Dios y según los fueros», con
cepto en el que ya puede apreciarse la posible limitación de este derecho por el
Ordenamiento jurídico vigente.
Como no podía ser menos, hoy esta concepción ha cambiado aún más. Dice
GARCÍA PELAYO que la propiedad privada de los medios de producción es fuente
de autoridad sobre quienes la hacen productiva con su trabajo y, por tanto,
transforma el dominio sobre las cosas en autoridad sobre las personas, la cual, de
jada a su propia dialéctica, puede ser más incisiva que la autoridad misma del Es
tado, que, al fin y al cabo, se refiere a aspectos más abstractos y menos apremian
tes de la existencia. Incluso puede afectar a la acción de los poderes públicos. Por
eso, actualmente el derecho de propiedad ha de ser conjugado con los intereses
sociales generales, y corresponde al Estado garantizar tanto aquél como éstos.
La Constitución española se instala plenamente en esta perspectiva. Dice
así su artículo 33:
«1. Se reconoce el derecho a la propiedad y a la herencia.
2. La función social de estos derechos delimitará su contenido, de acuerdo
con las leyes.
3. Nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada
de utilidad pública o interés social, mediante la correspondiente indemnización
y de conformidad con lo dispuesto en las leyes.»
Aparentemente, nada contiene el precepto muy diferente de lo que venía
entendiéndose por este derecho en el Código Civil. Pero lo hay; al menos en la
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que no carente de límites. Es posible que los fines sociales esgrimidos por la au
toridad puedan alcanzarse mejor por otros procedimientos, pero eso, además de
entrar de nuevo en lo opinable, no hace ilegítima la expropiación15.
2. En cuanto a la indemnización, puede ser previa o posterior, siendo esto úl
timo lo normal en expropiaciones urgentes. Respecto de su cuantía, debe adver
tirse que la Constitución no habla de «justo precio». Debe corresponderse, eso
sí, con el valor económico de lo expropiado, debiendo fijar la ley de expropia
ción las modalidades de valoración16. El Tribunal Europeo da un paso más y
considera que, dentro de los límites de lo razonable, la indemnización puede ser
inferior al valor de mercado; el equilibrio justo debe encontrarse conjugando la
naturaleza del bien expropiado (mueble, inmueble, valores bursátiles, empresas)
con la naturaleza de la operación expropiatoria (mera expropiación, nacionali
zación, etc.)17.
3. Finalmente, la garantía del procedimiento legal no impide que la expropia
ción se haga mediante ley singular, o incluso decretoTey singular, en atención a
la excepcionalidad del caso concreto18.
n) El estatuto de la propiedad privada es naturalmente compatible con la
existencia de bienes de dominio público (demonio) y comunales, cuyo régimen
reserva la Constitución (art. 132.1) a la ley19. Tampoco impide, claro está, la
existencia de un sector público de la producción, como veremos en un epígrafe
posterior. Pero la propiedad pública también es propiedad y, por ende, susceptible de
expropiación en términos similares a los antes expuestos (indemnización, etc.)20.
15 Misma STEDH. Cfr. SSTEDH de 25 de octubre de 1989, caso Alian Jacobson, y de 30-X-
1991, caso Wiesinget.
16 STC 166/1986, citada.
17 SSTEDH de 21 de febrero de 1986, citada, y de 8 de julio de 1986, caso Lithgow y otros.
18STC 166/1986, citada, y 6/1991, de 15 de enero.
19 SSTC 227/1988, de 29 de noviembre, y 149/1991, de 4 de julio.
20 STC 149/1991, de 4 de julio.
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4. LIBERTAD DE EMPRESA
Los dos preceptos constitucionales más directamente relacionados con la
cuestión que ahora abordamos son los artículos 38 y 128. Dicen así:
Artículo 38.- «Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la econo
mía de mercado. Los poderes públicos garantizan y protegen su ejercicio y la de
fensa de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la economía general
y, en su caso, de la planificación».
Artículo 128.- «1. Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual
fuere su titularidad está subordinada al interés general.
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29 Misma sentencia.
30 SSTS 71/1982, de 30 de noviembre, y 83/1984, de 24 de julio. SSTS de 21 de diciembre de
1981, 8 de junio de 1982 (RA 3621), 20 y 28 de septiembre de 1983 y 28 de octubre de 1983 (RRA
4524,4537 y 5258).
31 STC 83/1984, de 24 de julio.
32 STC 88/1986, citada.
33 Cfr. SSTC 83/1984, 88/1996 y 225/1993, citadas; 284/1993, de 30 de septiembre.
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5. DERECHOS ECONÓMICO^SOCIALES EN LA U N IÓ N
EUROPEA
Los tratados constitutivos y todo el Derecho comunitario (mejor, europeo)
derivado, más la Carta de Derechos de la Unión Europea, aprobada en Niza en
2000, han regulado unos derechos y libertades que configuran el estatuto jurídico
del ciudadano de la Unión. Este conjunto de derechos y libertades conforman lo
que en su día podría ser la parte dogmática de la Constitución de la Unión Euro
pea. Los de carácter social y económico son, entre otros, los siguientes:
1. Libertad de circulación de los trabajadores. Consiste en el derecho de acceso
y de residencia en el territorio de los Estados miembros sin necesidad de ningu
na norma nacional que así lo reconozca35 y sin sometimiento a autorizaciones ni
permisos especiales, que están prohibidos36.
2. Derecho de establecimiento.
3. Libertad de prestación de servicios.
4. Libertad de competencia en el mercado. Los artículos 85 y 86 del Tratado de
Roma declaran incompatibles con el Mercado Común los acuerdos entre em
presas atentatorios a la libre competencia y el abuso de la posición dominante si
afecta al comercio entre los Estados. El Reglamento n2 17 confiere a la Comi
sión facultades para ejecutar la política de competencia.
5. Igualdad de tratamiento entre el hombre y la mujer. El artículo 119.1 del Tra
tado de Roma ordena a los Estados miembros la aplicación del principio de
igualdad de retribución del hombre y de la mujer para un mismo trabajo. Con
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L e c c ió n 13. DERECHOS Y PRINCIPIOS ECONÓMICO-SOCIALES
posterioridad, y sobre todo con la Carta Social Europea y con la Carta de Dere
chos antes citada, este principio se ha generalizado hasta ser formulado como
igualdad entre el varón y la mujer en todos los ámbitos, con adopción de accio
nes positivas que vayan neutralizando las diferencias que todavía se dan entre
ambos sexos.
6. Libertad de circulación de bienes. Se prohíben los obstáculos aduaneros y las
restricciones cuantitativas de importación.
7. Libertad de circulación de capitales. Se prohíben, por una parte, las restriccio
nes de los movimientos de capitales pertenecientes a personas residentes en países
miembros de la Unión, y, por otra, las discriminaciones de trato fundadas en la
nacionalidad o residencia de la persona o en el lugar de colocación del capital.
Desde la aprobación y ratificación de los tratados de Maastricht y de
Amsterdan, el elenco de derechos de los ciudadanos de los Estados miembros
de la Unión Europea se ha incrementado con derechos civiles y políticos, en
tre los que resaltamos:
- el derecho de sufragio activo y pasivo para el Parlamento Europeo y
para las elecciones locales,
- el derecho de petición al Parlamento Europeo,
- el derecho de dirigirse al Defensor del Pueblo Europeo,
- el derecho a la protección diplomática y judicial,
- el derecho a la información,
- el derecho al medio ambiente,
- el derecho a la cultura, etc.
Desde muy temprano, D. LÓPEZ GARRIDO trazó una caracterización del tra
tamiento jurídico europeo de los derechos, principalmente referido a los de ca
rácter económico y social, que, por su enunciación general, no ha perdido valor
descriptivo. Podemos sintetizarla en cuatro puntos:
a) Son considerados esenciales para la consecución de los objetivos comuni
tarios. No son libertades abstractas, sino concretas de los sujetos económicos.
b) Las normas que los regulan tienen efectos directos para los ciudadanos,
los cuales pueden invocarlos ante las instancias y tribunales nacionales. Son, di
cho en pocas palabras, derechos subjetivos de los ciudadanos comunitarios.
c) Sus limitaciones por motivos de seguridad, sanidad u orden públicos de
ben ser interpretadas restrictivamente.
d) Su vínculo común es el principio de no discriminación (por razones de na
cionalidad, sexo, religión, etc.). El Tribunal de Justicia ha ido eliminando resi-
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configuran deberes o tareas estatales hacia la familia, los trabajadores, los secto-
res marginados y el bienestar general, bien que esta asunción de tareas está un
tanto debilitada por la índole meramente programática e informadora de tales
principios, además de por las dificultades inherentes al intento de juridificación
de preocupaciones sociales; todo lo cual se traduce a veces en preceptos técnica-
mente muy deficientes.
No obstante, nada impide que los poderes públicos, singularmente el Poder
Legislativo, den plena realización a estos principios en forma de derechos. Esta
ríamos entonces ante derechos de configuración legal, pero con fundamento
constitucional. Ejemplos elocuentes son las diversas regulaciones legales en ma
terias tan diversas como la sanidad, el consumo, el medio ambiente, los colegios
profesionales y las personas discapacitadas o dependientes. Y, como reza el artí
culo 53.3, «podrán ser alegados ante la jurisdicción ordinaria de acuerdo con lo
que dispongan las leyes que los desarrollen»
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L e c c ió n 13. DERECHOS Y PRINCIPIOS ECONÓMICO-SOCIALES
2. Los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos
naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de la vida y defender y res
taurar el medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva.»
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L e c c ió n 13. DERECHOS Y PRINCIPIOS ECONÓMICO-SOCIALES
siendo óbice para que, con lo que L. MARTÍN RETORTILLO llama acertadamente
«defensa cruzada de los derechos», el referido al medio ambiente esté siendo pro
tegido más allá de la previsión de los textos.
Pero, a mi juicio, fundamental o no en sentido técnico, no cabe dudar de su
creciente importancia y de la cada vez más incisiva vinculación de los poderes
públicos a él. Es evidente que se ha abierto una vía para incrementar sus garan
tías, aunque sea en los casos más graves y de modo indirecto, vía que la propia
Justicia española, y también el Tribunal Constitucional, utilizan cada vez más
para impedir que ciertas contaminaciones (la acústica, por ejemplo) vulneren el
derecho a la integridad física y psíquica (art. 15 de la Constitución) y la intimidad
personal y familiar; sobre todo, dice el Tribunal Constitucional, cuando esa conta
minación alcanza ciertos niveles y es objetivamente evitable e insoportable47. (En
cambio, como ya hemos adelantado en la lección 6, dos sentencias de 2004, de
sendas Salas del Tribunal, resolvieron opuestamente supuestos similares48.)
Así, pues, aunque sigue sin tener entre nosotros la condición de derecho
fundamental, encuentra garantías propias de éstos en conexión con el derecho
al derecho a la intimidad personal y familiar. Y cabe esperar que el espíritu de lo
que fue el artículo 11-37 del malogrado «Tratado Constitucional Europeo» («Las
políticas de la Unión integrarán y garantizarán con arreglo al principio de desa
rrollo sostenible un alto nivel de protección del medio ambiente y la mejora de
su calidad») tenga una adecuada traducción en el futuro Tratado de Reforma o,
por lo menos, siga inspirando la política de la Unión en la materia.
347
ANTONIO TORRES DEL MORAL
a) Protección social
En primer lugar, y como es obvio en un Estado de Derecho, la protec
ción social debe ser jurídica, ya que no es posible ningún tipo de actuación
de los poderes públicos al margen del Ordenamiento. El contenido de esta
protección podría ser acaso una acción positiva de los poderes públicos que
tendiera a revalorizar la familia como grupo social. Ahora bien, no se puede
restringir dicha protección al ámbito de la familia nuclear tradicional, ya
que, como hemos indicado, existen otros grupos familiares distintos. El Tri
bunal Constitucional, sin embargo, mezcla y confunde continuamente ma
trimonio y familia, ya en el régimen tributario, ya en las prerrogativas de
funcionarios consortes habituales en la Administración50, confusión incom
prensible dado que el matrimonio tiene un tratamiento constitucional sepa
rado, justo en el artículo 32 de nuestro texto fundamental.
b) Protección económica
También esta protección ha de hacerse por medios jurídicos. Si en algo se
caracteriza el grupo familiar es en la existencia dentro de él de miembros depen
dientes, y es este elemento el que, a nuestro juicio, determina la existencia, en
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L e c c ió n 13. DERECHOS Y PRINCIPIOS ECONÓMICO-SOCIALES
c) Protección jurídica
N o parece fácil encontrar otras facetas que, afectando a la familia, no sean
sociales o económicas. La legislación civil suele proteger a miembros determina'
dos de la familia (los hijos, por ejemplo), no a la familia misma como grupo.
Acaso pueda verse una muestra de esta protección jurídica en la legislación pe
nal (delito de abandono de familia), en la consideración de la intimidad fami
liar como límite de la libertad de comunicación pública, tal como hace el artí
culo 18.1 de la propia Constitución, y como vía de protección del derecho al
medio ambiente, como hemos visto en una página precedente.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos estima que, en consideración de
la familia, puede ser tenida como injustificada la expulsión de un extranjero del
territorio nacional, aunque pesen sobre él reiteradas condenas, si su familia resi
de con él51.
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
e) Protección de la madre
La Constitución ha recogido, en el apartado 29 del mismo artículo 39, la pro
tección de la madre, puntualizando que le corresponde con independencia de su
estado civil; esta protección debe dispensársele tanto en la fase de gestación
como en la posterior al nacimiento del hijo. La Ley de Igualdad entre Hombre y
Mujer, de 2007, ha ampliado los permisos y facilidades laborales con motivo de la
maternidad, ha dispuesto permisos de paternidad con igual ocasión y ordenado
facilidades horarias en el trabajo para mejorar la compatibilidad entre vida fami
liar y vida laboral, medidas que, en su mayoría o casi totalidad, favorecen a la
mujer por ser ésta la que hasta ahora ha visto mermadas esas posibilidades.
f) Investigación de la paternidad
Los artículos 127 y siguientes del Código Civil han desarrollado el mandato
constitucional del artículo 39.2 respecto a la investigación de la paternidad, am
pliándolo a la investigación de la maternidad. Quedan así reguladas, aunque a
mi juicio no muy satisfactoriamente, las acciones que asisten a cualquiera que
tenga un interés justificado, a los progenitores y al hijo para determinar la filia
ción en un caso concreto53,
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L e c c ió n 13. DERECHOS Y PRINCIPIOS ECONÓMICO-SOCIALES
tario del Planeta y, sin embargo, solamente 45 países tienen una legislación es
pecial sobre ellos que trate de igualar las condiciones de su vida, que ya de parti
da son desiguales. Entre ellos se encuentra España. Pero debemos hacer algunas
consideraciones al respecto.
El artículo 49 de nuestra norma suprema dice:
«Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabili
tación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que
prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente
para el disfrute de los derechos que este título otorga a todos los ciudadanos».
351
ANTONIO TORRES DEL MORAL
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L e c c ió n 13. DERECHOS Y PRINCIPIOS ECONÓMICO-SOCIALES
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353
ANTONIO TORRES DEL MORAL
354
LECCIÓN 14. DERECHOS CULTURALES
356
L e c c ió n 14. DERECHOS CULTURALES
B)La cultura es un derecho, del que hablan, directa o indirectamente, los si
guientes preceptos:
1. Artículo 44-1, como derecho de todos a su acceso.
2. Artículo 50, específicamente referido a la tercera edad.
3. Artículo 25.2, como derecho del preso.
Retengamos, no obstante, que las dos primeras manifestaciones están debili
tadas como derechos, recibiendo el tratamiento constitucional de principios de
política social, por lo que pueden insertarse en el apartado siguiente.
C) La cultura es también una función de los poderes públicos, un deber para
cuyo cumplimiento cuentan éstos con una variedad notable de instrumentos:
a) Función cultural de los poderes públicos
1. Preámbulo: protección de los derechos humanos, de las culturas, de las
tradiciones, de las lenguas, de las instituciones.
2. Artículo 3°: respeto y protección de las distintas lenguas.
3. Artículo 50, anteriormente citado.
4. Artículo 149.2: servicio (público) de la cultura; comunicación cultural
entre las Comunidades Autónomas.
b) Instrumentos de acción del poder central
1. Artículo 20: garantía de la libertad de producción y de creación literaria,
artística, científica y técnica (el art. 149.1.9“ confiere competencia exclusiva al
poder central para legislar sobre propiedad intelectual e industrial); de la liber
tad de cátedra; de la comunicación y recepción libre de información (y para ello
puede dictar, en exclusiva, las normas básicas del régimen general de todos los
medios de comunicación social, según el artículo 149.1.27", sin perjuicio de su
desarrollo y gestión por parte de las Comunidades Autónomas).
2. Artículo 27: garantía del derecho a la instrucción y del derecho y libertad
de educación. Tiene el Estado central competencia exclusiva para legislar sobre
títulos académicos y profesionales y dictar normas básicas para el desarrollo del
artículo 27 de la Constitución (art. 149.1.30-).
3. Artículo 43.3: fomento de la educación sanitaria, de la educación física y
del deporte, así como facilidades para la utilización del ocio. El artículo
149.1.23- atribuye al poder central la legislación básica sobre protección del
medio ambiente, si bien las Comunidades Autónomas pueden establecer nor
mas adicionales,
4. Artículo 44: promoción y tutela del acceso a la cultura; fomento de la in
vestigación científica y técnica, cuya coordinación general le atribuye en exclu
siva el artículo 149.1.15- al poder central.
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a) Derechos
1. Derecho a la instrucción (apartado 1°).
2. Derecho a la educación (apartado 1Q)
2. Libertad de educación (apartado 1°).
2.1. Libertad de creación de centros docentes, reconocida tanto a las perso
nas físicas como a las jurídicas (apartado 62).
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b) Principios
1. Principio de constitucionalidad como orientación y límite del sistema
educativo (apartado 2°).
2. Principios de obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza básica (apartado 4Q).
3. Principio de democracia (o de participación) en el control y gestión de
los centros sostenidos con fondos públicos (apartado 7°).
4. Principio de democracia (o de participación) en la programación general
de la enseñanza (apartado 5Q).
4. Principio de intervención pública en el sistema docente y educativo:
4.1. Creación pública de centros docentes (apartado 5°).
4.2. Programación estatal de la enseñanza (apartado 5Q).
4.3. Inspección y homologación del sistema docente y educativo (apartado 8°).
4.4. Ayuda económica a centros docentes de creación privada (apartado 9g).
No obstante, algunos de estos principios generan o son el envés de otros
tantos derechos. Así, por ejemplo, el principio de gratuidad de la enseñanza bá
sica puede ser traducido como derecho a una enseñanza básica gratuita; el prin
cipio de participación de profesores, padres y, en su caso, alumnos genera el de
recho de participación de los mismos en los centros sostenidos con fondos pú
blicos, incluso como derecho público subjetivo directamente exigible; y acaso
pudiera decirse otro tanto del principio de participación en la programación ge
neral de la enseñanza.
2.4.1. Introducción
La libertad de educación es una proyección de las libertades ideológica y de
expresión del pensamiento. Desde un punto de vista pasivo, su contenido se ex
tiende al derecho a la formación religiosa y moral deseada, que se plasma, pri-
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L e c c ió n 14. DERECHOS CULTURALES
3. LIBERTAD DE CÁ TED RA
El reconocimiento de esta libertad se hizo necesario cuando los catedráticos
universitarios adquirieron en Alemania la condición de funcionarios públicos,
porque, de una parte, se debían a la ciencia y, de otra, a su sujeción especial a la
Administración. La libertad de cátedra trataba de salvar esta contradicción cu
briendo a los dichos docentes frente a injerencias y controles de los poderes pú
blicos. Su historia en nuestro país ha sido, sin embargo, muy agitada, una suce
sión ininterrumpida de reconocimientos, conculcaciones y derogaciones. Eleva
da a rango constitucional en el texto de 1931, fue de nuevo desconocida
durante todo el régimen de Franco Bahamonde, hasta su reaparición en la
Constitución vigente.
Como ha puesto de relieve B LA N C A LOZANO, el cambio de régimen y de
cultura jurídica y política ha incidido en la libertad que estudiamos porque hoy,
en un Estado democrático de Derecho, esa condición de funcionarios de los do
centes es más bien una garantía de independencia, al menos en comparación
con los profesores de centros privados. De otro lado, ya la Constitución de 1931
extendió esta garantía institucional a los docentes de todos los niveles de la en
señanza oficial, lo cual, en el texto vigente, ha sido mantenido y ampliado a la
enseñanza privada por la interpretación que de la misma ha hecho el Tribunal
Constitucional, frente al entendimiento alemán de la misma, que, como ha es
tudiado C. V ID A L, se circunscribe propiamente a los catedráticos universitarios.
La Constitución española es extraordinariamente lacónica en su recepción
de esta libertad:
Art. 20.- «1. Se reconocen y protegen los siguientes derechos:
d) A la libertad de cátedra.»
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Sentado lo anterior, no se nos alcanza a ver qué añade esta libertad a las li
bertades de expresión y de creación científica que consagra el propio artículo 20
de la Constitución. Antes bien, más parece una especie de la libertad de expre
sión afectada por mayores límites. Pues, en efecto, como ha estudiado E. EXPÓSI
TO, le alcanzan, de un lado, todos los límites de las libertades de expresión que
estudiamos en la lección 6-, y, de otro, los límites que a la libertad de enseñanza
opone el artículo 27, como los anteriormente vistos en esta misma lección, más
el respeto ai carácter científico de la enseñanza y al contenido propio de la dis
ciplina impartida, más «el respeto a los principios democráticos de convivencia
y a los derechos y libertades fundamentales», como dispone el artículo 27.2 de
la Constitución.
Y todavía cabe oponerle otro límite, esencial además, a mi entender: la li
bertad educativa del alumno, al menos en su nivel universitario, para no some
terse a los dictados ideológicos del profesor e incluso para elegir, en función de
ello, entre los diversos programas que se imparten en el centro, aspecto este últi
mo silenciado por la Constitución y por la legislación, y muy desatendido por la
jurisprudencia.
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hecho de serlo, pero que tampoco puede dispensar sus ayudas discrecionalmen-
te; antes bien, debe regularlas legalmente18.
Por lo demás, cuando unos sectores de la ciudadanía requieren prestaciones es
tatales en orden a garantizar el derecho a la instrucción y otros en orden a garanti
zar la elección de centro escolar, el criterio estricto del Tribunal Europeo es el de la
absoluta prevalencia del derecho a la instrucción sobre el resto del precepto19.
5. AUTONOM ÍA U N IV ER SITA R IA
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L e c c ió n 14. DERECHOS CULTURALES
a los más clásicos derechos de la libre circulación de las ideas, del pluralismo in
formativo o de la igualdad de oportunidades en el acceso y utilización de los bie
nes culturales. Este planteamiento vale tanto para la comunicación de la cultura
española con la de otros países y áreas, como para, dentro del ámbito español, la
intercomunicación de las diversas culturas que componen la española. Cada
una de las culturas existentes en nuestro país debe ser permeable a la influencia
de las otras, así como a la de cualquiera de otra área del mundo. Por eso, convie
ne distinguir, a este respecto, con J. PRIETO, entre pluralidad cultural, como he
cho, y pluralismo cultural, como sistema de principios y reglas constitucionales
por medio de los cuales los poderes públicos quedan comprometidos en la ga
rantía y desarrollo de dicha pluralidad cultural.
Cuando coinciden territorialmente dos lenguas, dos culturas, hay siempre
una tensión dialéctica entre ellas, tensión que no es sólo cultural, sino también
política. Sucede así en España con las varias que enriquecen su patrimonio cul
tural y que coexisten territorialmente con la lengua oficial del Estado. Esta últi
ma, la castellana, es la hablada por la población inmigrante española de ciertas
regiones. No cabe en ningún caso la permanente división interna en dos comu
nidades sin vocación de osmosis. Estamos ante comunidades autónomas bilin
gües y su única viabilidad requiere que también lo sean las personas que las inte
gran y las instituciones que las sirven.
375
ANTONIO TORRES DEL MORAL
culturales (varios párrafos del artículo 149,1 y el 149.2) ponen de relieve la exis
tencia de competencias centrales y autonómicas al respecto24.
Por consiguiente, más que un reparto vertical de competencias, se da en este
terreno una concurrencia competencial, incluso su indistinción y correlativa
necesidad de colaboración. Porque es inherente a la Comunidad Autónoma te
ner competencias en materia cultural, pero, al mismo tiempo, el poder central
debe atender la preservación del patrimonio cultural común, dar un tratamiento
general a los problemas culturales que lo precisen y sustituir a las demás instan
cias cuando éstas no puedan lograr los bienes culturales necesarios25.
Esta concurrencia competencial se refleja de modo paradigmático en los
medios de comunicación social, que lo son también de difusión cultural, y en la
enseñanza, la cual será examinada más detenidamente en el siguiente apartado.
Dediquemos ahora unas líneas al cine y a la televisión.
La actividad cinematográfica presenta tal variedad de facetas que puede ser
clasificada en diversos apartados de los artículos 148 y 149. Es un medio de co
municación pública, instrumento de cultura, espectáculo, industria, comercio,
actividad empresarial, creación y producción de obra artística, objeto de propie
dad intelectual, medio de utilización del ocio y ámbito apropiado para la protec
ción de la infancia y de la juventud. Según se la contemple con una óptica u
otra, la competencia será del poder central o del autonómico. Y, como no se la
puede dejar de ver en toda su riqueza de matices, en ella se dan cita ambos po
deres, cada uno sobre varios de sus facetas26.
De otro lado, el Estatuto de la Radio y de la Televisión cifra como uno de
sus objetivos «la difusión de la cultura española y de sus nacionalidades y regio
nes». Es lógico, pues, que los canales autonómicos de televisión promuevan los
valores, las peculiaridades culturales y, en su caso, la lengua propia de la respec
tiva Comunidad. Para eso precisamente han sido instituidos, dice el Tribunal
Constitucional27.
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cionar los poderes públicos con competencia para ello. Como la educación es
una materia compartida, se dan cita en ella competencias centrales y autonó
micas.
Le corresponde fundamentalmente a los poderes centrales construir el arma
zón institucional del sistema docente-educativo y su ordenación general. Dicho
armazón debe ser el mismo en toda España, y dicho sistema debe estar homolo
gado en todo el territorio del Estado en todos los niveles de la enseñanza, inclui
do el universitario, aunque en éste, además, debe respetarse la autonomía de las
Universidades28.) El Tribunal Constitucional29 extrae dicha conclusión basado
en que:
a) es competencia exclusiva del poder central la regulación de las condicio
nes básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de
los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales, y el derecho
a la instrucción lo es (art. 149.1.1-, apoyado y reforzado por el art. 139.1);
b) es igualmente competencia central exclusiva regular de las condiciones
de obtención, expedición y homologación de títulos académicos y profesiona
les, así como dictar las normas básicas para el desarrollo del artículo 27 de la
Constitución a fin de garantizar el cumplimiento de las obligaciones de los po
deres públicos en esta materia (art. 149.1.30a)30.
Ciertamente, el desarrollo pormenorizado de esas normas básicas y su ejecu
ción puede ser transferido a las Comunidades Autónomas. Pero el poder central
se reserva la alta inspección del sistema docente-educativo en las Comunidades
Autónomas, en modo alguno incompatible con la colaboración de la Adminis
tración autonómica en esa misma función.
Le corresponden también a los órganos centrales del Estado competencias
normativas, cuales son el fijar propósitos, principios, objetivos y métodos31 a fin
de obtener un nivel mínimo de homogeneidad en la formación de los escola
res32, como, igualmente, la determinación del esquema básico de órganos de
participación escolar. Pero la concreción de esas normas para el territorio propio
y su ejecución puede corresponderle a los poderes autonómicos33.
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39 Misma Sentencia.
40 STC 83/1986, de 26 de junio.
41 SSTC 82 y 84/1986, de 26 de junio.
42 SSTC 30/1986, de 20 de febrero, y 74, 190 y 192/1987, de 25 de mayo, y 1 y 2 de diciembre.
L e c c ió n 14. DERECHOS CULTURALES
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381
ANTONIO TORRES DEL MORAL
1. EL PRINCIPIO DE LEGALIDAD
El clásico principio del Derecho Penal «nullum crimen, nulla poena, sine
lege», establecido, al nivel de la legalidad ordinaria, en el art. 10 CP, aparece
consagrado en el art. 25.1 de la Constitución, en cuya virtud «nadie puede ser
condenado o sancionado por acciones u omisiones que en el momento de producirse no
constituyan delito, falta o infracción administrativa, según la legislación vigente en
aquel momento».
Por dicho principio de legalidad cabe entender el derecho de toda persona a
no ser condenado a una pena privativa de libertad, que no se encuentre prevista
en una norma con rango de Ley Orgánica, anterior a la comisión del hecho pu-
nible o, en su caso, posterior, pero más favorable y que reúna la predetermina-
ción suficiente de la conducta ilícita y de la sanción aplicable para poder ser co
nocida por su autor.
Del referido concepto se infieren las siguientes notas esenciales:
«De todo ello se deduce que el principio de legalidad en el ámbito del derecho
sancionador estatal implica, por lo menos, estas tres exigencias: La existencia de
ntia ley (lex scripta); que la ley sea anterior al hecho sancionado (lex praevia), y
que la ley describa un supuesto de hecho estrictamente determinado (lex certa);
lo que significa un rechazo de la analogía como fuente creadora de delitos y penas,
e impide, como límite a la actividad judicial, que el Juez se convierta en legislador.»
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SEGUNDA PARTE
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
DE INCIDENCIA PROCESAL
LECCIÓN 16. E L D ER EC H O A L A IN T E G R ID A D FÍSIC A Y L A S
IN SPE C C IO N E S E IN TER V EN C IO N ES C O RPO RA LES
1. L A S IN S P E C C IO N E S E IN T E R V E N C IO N E S C O R P O R A L E S:
CO N CEPTO
2 . L A S IN S P E C C IO N E S C O R P O R A L E S
402
L ec c ió n 16. EL DERECHO A LA INTEGRIDAD FÍSICA Y LAS INSPECCIONES E INTERVENCIONES...
LECrim, que requiere siempre una orden expresa del Juez de Instrucción a la
policía a fin de que pueda proceder a recoger muestras de ADN, siempre y cuan
do dicha entrega no se produzca de forma voluntaria y requiera la compulsión,
debiendo en cualquier caso respetarse escrupulosamente la cadena de custodia
del material genético que únicamente podrá ser utilizado para los fines de la in
vestigación (SAN 2~, de 30 de noviembre de 2005).
N i siquiera el «desnudo de detenidos», que contempla y regula exquisi
tamente la Secretaría de Estado de Seguridad, en su Instrucción, de fecha 30
de diciembre de 1996, y a diferencia del art. 23 de la LO Penitenciaria (de
sarrollado por el RD 190/1996), goza de cobertura legal alguna que legitime
constitucionalmente a la policía restringir el derecho a la intimidad de los
detenidos.
«Así, constituye trato degradante constitucionalmente prohibido el obligar a la acu
sada, detenida en una dependencia policial, a que se desnudara y efectuase flexiones
abriendo y cerrando las piernas hasta que cayó al suelo el pequeño envoltorio que con
tenía la sustancia estupefaciente que guardaba en su vagina» (STS de 17 de febrero
de 1999).
404
L e c c ió n 16. EL DERECHO A LA INTEGRIDAD FÍSICA Y LAS INSPECCIONES E INTERVENCIONES.,
La diligencia de «cacheo»
Se entiende por diligencia de «cacheo» la inspección corporal que, previa
privación momentánea del derecho a la libertad de un sospechoso y sin ser
constitutiva de una detención policial, puede efectuar la policía judicial, al am-
paro de lo dispuesto en el art. 19.2 LOFCSE, con el único objeto de proceder a
su registro externo y recoger el cuerpo del delito.
La diligencia de cacheo es una inspección corporal que cumple con la prime-
ra exigencia del principio de proporcionalidad, cual es su previsión en un precep
to de una Ley Orgánica, cual es el art. 19.2 «in fine» LOFCSE -LO 2/1986—:
«Para el descubrimiento y detención de los partícipes en un hecho delictivo causante
de grave alarma social y para la recogida de los instrumentos, efectos o pruebas del mis
mo, se podrán... (proceder al) control superficial de los efectos personales con el fin de
comprobar que no se portan sustancias o instrumentos prohibidos o peligrosos. El resul
tado de la diligencia se pondrá de inmediato en conocimiento del Ministerio Fiscal.»
407
LECCIÓN 17. EL DERECHO A LA LXBEKIAD ¥ SUS RESTRICCIONES:
LA DETENCIÓN
1. EL DERECHO A LA LIBERTAD
Entre los derechos públicos subjetivos, que en el proceso penal se encuen
tran en conflicto, el derecho a la libertad ocupa un rango superior al derecho es
tatal de penar, pues, según nuestra Constitución (art. 1.1), la libertad constituye
un valor superior del ordenamiento jurídico y, después del derecho a la vida e
integridad física, es, sin duda, el derecho fundamental más preciado. Por esta ra
zón la Ley Fundamental le dedica expresamente un precepto, el art. 17, con una
clara función de garantía tendente a evitar las detenciones arbitrarias y a procu
rar, a través del habeos corpus, su inmediato restablecimiento.
Pero el derecho fundamental a la libertad no se podría hacer valer con efica
cia dentro del proceso, si no existieran otros derechos fundamentales de inci
dencia procesal, que, aunque no de modo exclusivo (véase al respecto el art. 18
que, entre otros, contempla la inviolabilidad del domicilio y el secreto de las co
municaciones), se encuentran contenidos esencialmente en el art. 24, de entre
los cuales el más importante de ellos es el derecho de defensa, cuya finalidad
esencial consiste en hacer valer dentro del proceso penal precisamente el dere
cho a la libertad del imputado que, por no haber sido condenado, se presume
inocente.
Por ello, de los dos párrafos que integran el art. 24 la inmensa mayoría de los
derechos fundamentales en ellos recogidos son de la exclusiva titularidad de la
defensa. Y es que, frente al omnímodo poder de los jueces de instrucción y de la
policía judicial, desde siempre las Constituciones europeas impusieron límites a
la actividad inquisitiva, tendentes a asegurar un eficaz ejercicio del derecho de
defensa, tanto pública, como privada (consagrando a este último respecto dere
chos fundamentales, tales como el derecho al silencio o a no confesarse culpa
ble de la exclusiva titularidad del imputado).
El derecho a la libertad sólo puede ser restringido en el seno de un proceso
penal y mediante una medida cautelar penal que ha de ser respetuosa con el
principio de proporcionalidad y, frente a la cual, puede reaccionar el imputado
mediante el ejercicio de su defensa privada (así, por ej., frente a una detención,
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VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
2. L A D E T E N C IÓ N
2.1. CONCEPTO
Constituye la detención una medida cautelar de naturaleza personal y provi-
sionalísima, que puede adoptar la autoridad judicial, policial e incluso los parti
culares, consistente en la limitación del derecho a la libertad del imputado con
el objeto esencial, bien de ponerlo a disposición de la Autoridad judicial, bien,
si se encuentra ya en dicha situación, de resolver sobre la misma, restableciendo
dicho derecho o adoptando una medida cautelar menos interina.
a) La detención es, ante todo, una medida cautelar del objeto procesal pe
nal, por lo que, a diferencia de las que puedan asegurar la pretensión civil, es de
carácter personal, en tanto ha de recaer sobre el derecho a la libertad de movi
mientos del imputado.
Por esta razón han de concurrir en la detención todos los presupuestos («fu-
mus boni iuris» y «periculum in mora») y elementos (jurisdiccionalidad, instru-
mentalidad, provisionalidad y homogeneidad) de las medidas cautelares, si bien
subsisten algunas detenciones «atípicas», en las que algunos o la mayoría de ta
les requisitos pudieran estar ausentes.
b) Esta medida cautelar, sin embargo, presenta dos especialidades, atinentes
a los elementos de la «jurisdiccionalidad» y de la «provisionalidad» que mani
fiestamente la diferencian de las demás. La primera especialidad consiste en que
puede ser adoptada por autoridad o persona distinta a la jurisdiccional compe
tente para disponer tales medidas y, así, veremos que la detención la pueden
practicar los particulares, la policía y los jueces diferentes al de Instrucción com
petente. Conforme a la segunda, la detención es una medida «interina o provi-
sionalísima», por cuanto su duración está constitucionalmente limitada a un es
pacio corto de tiempo, en el que la autoridad o el juez competente habrá de re
solver acerca de la situación del imputado a lo largo del procedimiento penal.
c) El objeto material sobre el que recae esta medida cautelar es la «libertad
deambulatoria» o derecho a la libertad de movimientos del art. 17 de la Consti
tución. Toda privación de libertad, pues, distinta a la pena de prisión o a la pri
sión provisional, entraña una detención, aun cuando pueda ser insignificante;
tal y como ha afirmado el T C «no pueden encontrarse zonas intermedias entre
detención y libertad» (STC 98/1986, de 10 de junio), por lo que un cambio de
«nomen iuris» de la privación de libertad («retención», «intervención perso
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L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
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L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
2.2. CLASES
Aunque la detención es, como se ha indicado, toda privación de libertad, dis
tinta a la prisión provisional, que pueda ocasionarse en función de un procedi
miento penal, forma de privación, que es la única contemplada por el artículo 17
de la Constitución, lo cierto es que existen privaciones de libertad que no respon
den a este fundamento, por lo que, una primera clasificación de tales detenciones
ha de distinguir las especiales o «atípicas», de las ordinarias o «típicas».
a) Especiales
Denominamos detenciones «especiales» a las que no se encuentran regula
das en la LECrim, ni participan con plenitud de la naturaleza de las medidas
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VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
b) Ordinarias
Por detenciones ordinarias cabe entender las que pueden disponerse al
amparo del art. 17 de la CE y arts. 489 y ss. de la LECrim. Se trata de auténti
cas medidas cautelares, realizadas en el estricto cumplimiento del mandato
constitucional de «legalidad», toda vez que, cuando el art. 17.1Qde la Cons
titución establece que «nadie puede ser privado de su libertad, sino en los ca
sos y en la forma previstos en la Ley», por «Ley» hay que entender aquí la
LECrim (cuyo art. 489 reproduce el precepto), de tal suerte que los tales su
puestos y forma de la detención han de ser los previstos en los artículos 490-
501 de nuestro Código Procesal Penal.
Conforme al régimen trazado por los citados preceptos la única causa que
legitima la detención es la presunta comisión de un delito y en aras de la incoa
ción del correspondiente proceso penal. En tal supuesto, y desde un punto de
vista subjetivo, pueden distinguirse tres clases de detenciones: las que se les au
toriza practicar a los particulares, las que deben disponer los funcionarios de po
licía y la que puede adoptar la autoridad judicial.
3» LA DETENCIÓN P O L IC IA L
3.1. CONCEPTO Y NOTAS ESENCIALES
Por detención policial cabe entender la obligación que tienen los funciona
rios de la policía judicial y demás autoridades expresamente legitimadas para pri
var de libertad a un imputado, sobre el que pueda presumirse su eventual incom-
parecencia a la autoridad judicial, durante el tiempo indispensable para practicar
las diligencias de reconocimiento e interrogatorio y dentro del plazo previsto en la
ley, poniéndolo en libertad o a disposición de la autoridad judicial.
a) Sujetos
Los sujetos que pueden practicar la detención policial son los funcionarios
de la policía judicial (arts. 29-36, 38.2.b) y 53.1.e) LO 2/1986 o LFCSE, 7-9 RD
769/1987 y RD 1668/1987 sobre Regulación de la Policía Judicial y Unidades
de Intervención Policial) y demás Autoridades, a quienes el ordenamiento ex
presamente autorice a practicar detenciones y efectuar las «diligencias de pre
vención».
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L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
b) Naturaleza
A diferencia de la detención que pudieran practicar los particulares, la de
los funcionarios de policía constituye el ejercicio de una «obligación» (art.
492.12), que les viene impuesta por su especial misión de descubrimiento de los
delitos y de sus presuntos autores (art. 282).
Sin embargo, su naturaleza jurídica no difiere de la anteriormente examinada:
se trata de una medida cautelar, realizada en el curso de un procedimiento penal o
en función de su incoación, preordenada a garantizar la futura aplicación del ius
puniendi y, de modo inmediato, a proporcionar al Juez de Instrucción el primer sus
trato fáctico para la incoación del sumario y la adopción, en su caso, de las medi
das cautelares de carácter provisional (STS 1 de febrero de 1995 -88/1995-).
c) Objeto
Pero, también se diferencia de la detención practicada por los particulares
en que a la policía le faculta el ordenamiento a practicar las «diligencias de pre
vención» y a culminar el «atestado» (arts. 284-298), para lo cual tales funciona
rios pueden realizar determinadas diligencias en el curso de la detención (art.
523). Junto al carácter cautelar de la detención se ha superpuesto otro (a partir
de la reforma a la LECrim de 1978) que la convierte también en un acto de in
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VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
d) Modalidades
Toda detención policial conlleva, pues, una privación de libertad, dirigida, de
un lado, al aseguramiento del imputado y, de otro, a la investigación del hecho y
la de su autoría. Cuando ello suceda, nos encontramos ante una detención típica
o de las contempladas en la LECrim, aunque el funcionario de policía pretenda
otorgarle una calificación distinta {vgr.: la de la «retención») con el objeto de elu
dir las garantías del detenido o, lo que es peor, la responsabilidad penal por la co
misión de un delito de detenciones ilegales (supuesto este último censurado por la
SST S 12 de julio de 2001 -2001/1125-, 12 de marzo de 2001 -2001/1937-),
pues, tal y como afirmó el TC: «debe considerarse como detención cualquier si
tuación en que la persona se vea impedida u obstaculizada para autodeterminar,
por obra de su voluntad, una conducta lícita, de suerte que la detención no es una
decisión que se adopte en el curso de un procedimiento, sino una pura situación
fáctica, sin que puedan encontrarse zonas intermedias entre detención y libertad y que
siendo admisible teóricamente la detención pueda producirse en el curso de una
situación voluntariamente iniciada por la persona» (STC 98/1986).
Por esta última razón también deben considerarse detenciones y, por tanto,
son aplicables a ellas las garantías constitucionales y procesales, las de indocu
mentados que puedan dictarse al amparo del art. 20 de la Ley de Seguridad Ciu
dadana (ST C 341/1993; ST S de 12 de diciembre de 2000 -2000/10329-).
Por el contrario, no se consideran detenciones las interrupciones momentá
neas de la libertad deambulatoria, tales como las derivadas de los controles de al-
coholemia (SST C 107/1985 y 22/1988), los «cacheos» (art. 19 LO 1/1992, sobre
Protección de la Seguridad Ciudadana; SST S 11 de noviembre de 1997
-1344/1977-, 1 de febrero de 1995 -88/1995-, 7 de julio de 1995, de 15 de abril
y 20 de diciembre de 1993...) y las resultantes de las inmovilizaciones de vehícu
los (31 de enero de 1994 -163/1994-, 20 de diciembre de 1993 (2870/1993).
3.2. PRESUPUESTOS
Los presupuestos de la detención son los propios de las medidas cautelares:
imputación (o «fumus boni iuris») y peligro de fuga (o «periculum in mora»).
a) Imputación
La procedencia de la detención policial queda legalmente condicionada a que
el detenido se encuentre en alguno de los supuestos del art. 490 de la LECrim
416
L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
(vide el art. 492.1° que remite a la detención de particulares) o del artículo 492.
El examen de todos y cada uno de tales supuestos revela un mismo común deno
minador: la detención policial exige, como presupuesto material previo, la exis
tencia de un título de imputación (condena, rebeldía, procesamiento o evidente
participación en un hecho punible) contra una persona determinada (STS 19 de
febrero de 1993 —316-bis/1993—). Sin imputación previa no existe detención le
gal, por lo que el funcionario que incumpliera este requisito incurre en la respon
sabilidad penal del tipo de detenciones ilegales arbitrarias, sancionado por el artí
culo 167 del CP (excepción hecha, claro está, de la utilización por la Policía de
las facultades que en materia de identificación le reconoce el art. 20 de la Ley de
Seguridad Ciudadana) (SST S 17 de junio de 2000 -2000X6113-, 12 de julio de
2001 -2001X7719-, 12 de marzo de 2001 -2001X1937-, 12 de diciembre de
2000 -2000 X10329-, 19 de julio de 2000 -2000 X6225-).
De forma ilustrativa la STS 12 de julio 2001 -2001X7719- reseña algunos su
puestos de detenciones ilegales: «Algunas Sentencias de esta Sala, han tratado de
casos parecidos, como la de 16 de julio de 1997 -1997X5593-, que condena a Jefe
de Policía Local que mantiene retenidas a cuatro personas por casi dos horas sin
informarles de sus derechos; la de 7 de mayo de 1997 -1997X4027-, que confirma
la condena a un «ertzaina» que detiene a un conductor de vehículo por incidente
de tráfico sin relevancia penal; la de 24 de febrero de 1997 -1997 X1375-, que tra
ta de unos guardias civiles que llevan detenida a una persona esposada al puesto de
los mismos sin motivo justificado; la de 30 de junio de 1995 —1995 X5160—:policí
as locales que privan de libertad a ciudadanos indebidamente; la de 5 de junio de
1995 -1995X4519-: policía que priva de libertad indebidamente; la de 25 de sep
tiembre de 1993 -1993X6990-: policías nacionales que detienen a sospechoso in
suficientemente indocumentado (privación de libertad durante aproximadamente
una hora).
b) Peligro de fuga
Pero, no es suficiente cualquier género de imputación, sino la de un hecho pu
nible, que revista especial gravedad o que, aun sin tenerla, pueda el funcionario de
policía, de las circunstancias del hecho o de la personalidad del imputado, presu
mir que éste se sustraerá a la actividad de la justicia. Este es el sentido, que se deduce
de la farragosa redacción de los números 2° a 42 del artículo 492 de la LECrim.
Los números 2° y 32, aunque la Ley no lo diga expresamente, contemplan los
supuestos de procesado en rebeldía puesto que, en cualquier otro caso, el Juez de
Instrucción habrá adoptado ya las oportunas medidas cautelares, distintas a la
prisión provisional, decayendo la necesidad de la detención. La diferencia estri
ba en la gravedad de la pena: en tanto que, en el primero de ellos, tal gravedad
417
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
hace subsumir el «peligro de fuga» (puesto que hay que inferir, que, imputándo
se un delito con pena superior a los tres años, el imputado hará lo posible para
ocultarse de la justicia), en el segundo de ellos (delito a que esté señalada pena
inferior) hay que fundar en indicios, basados en los antecedentes penales o en
las circunstancias agravantes del hecho, dicho peligro de fuga a fin de que proce
da la obligación de practicar la detención.
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L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
de la fase instructora, la cual puede durar meses e incluso años. Por dicho con
cepto hay que entender la práctica de aquellos actos de investigación, propios
de las diligencias policiales, que, de conformidad con lo previsto por el artículo
520 de la LECrim son exclusivamente estos dos: el reconocimiento de identidad y
la declaración del detenido.
Por consiguiente, practicadas tales diligencias de carácter urgente, la autori
dad policial ha de poner en libertad o a disposición judicial al detenido, sin que la
Constitución otorgue derecho alguno a la policía a dilatar más allá la detención,
ni mucho menos le autorice a agotar el plazo previsto en dicho precepto o en la
legislación ordinaria («no podrá durar más del tiempo estrictamente necesario»).
Establece el TC, en su sentencia 288/2000, de 27 de noviembre, que en la deten
ción preventiva operan dos plazos, uno relativo y otro máximo absoluto: «El primero
consiste en el tiempo estrictamente necesario para la realización de las averiguaciones
tendentes al esclarecimiento de los hechos, que, como es lógico, puede tener una de
terminación temporal variable en atención a las circunstancias del caso. Para la fija
ción de tal plazo habrán de tenerse en cuenta estas circunstancias y, en especial, el fin
perseguido por la medida de privación de libertad, la actividad de las Autoridades im
plicadas y el comportamiento del afectado por la medida (SSTC 31/1996, de 27 de fe
brero, 86/1996, de 21 de mayo y 224/1998, de 24 de noviembre). El plazo máximo ab
soluto presenta una plena concreción temporal y está fijado en las 72 horas computa
das desde el inicio de la detención, que no tiene que coincidir necesariamente con el
momento en el que el afectado se encuentra en dependencias policiales (STC
86/1996, de 21 de mayo).
En la hipótesis más normal de que no coincidan ambos plazos, absoluto y relati
vo, tendrá preferencia aquel que resulte más beneficioso para el detenido. El plazo
relativo se superpone, sin reemplazarlo, al plazo máximo absoluto (SSTC 31/1996,
de 27 de febrero y 86/1996, de 21 de mayo). En atención a tales plazos, la vulnera
ción del art. 17.2 CE se puede producir no sólo por rebasar el plazo máximo absolu
to, es decir, cuando el detenido sigue bajo el control de la Autoridad gubernativa o
sus Agentes una vez cumplidas las 72 horas de privación de libertad, sino también
cuando, no habiendo transcurrido ese plazo máximo absoluto, se traspasa el relati
vo, al no ser la detención ya necesaria por haberse realizado las averiguaciones ten
dentes al esclarecimiento de los hechos y, sin embargo, no se procede a la libera
ción del detenido ni se le pone a disposición de la Autoridad judicial (STC
224/1998 de 24 de noviembre)».
419
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
a) Plazos extraordinarios
Los plazos extraordinarios de la detención vienen establecidos por la Ley Orgá-
nica 4/1981, de 1 de junio, sobre estados de alarma, excepción y de sitio (art. 16) y
por el art. 520 bis.l° de la LECrim modificado por la LO 4/1988, de 25 de mayo.
Mientras en los estados de sitio la detención puede alcanzar los 10 días, en
los supuestos de terrorismo dicho plazo (que se mantenía en vigor desde el año
1975 hasta la fecha de la referida LO 4/1988) fue rebajado a cinco días, incre-
mentándose el control judicial en consonancia con la doctrina sustentada por la
STC 199/1987.
b) El plazo ordinario
Con la sola excepción de los referidos plazos extraordinarios, el plazo de la de-
tención policial se contiene en el artículo 17.2 de la Constitución, conforme al
cual la detención policial no puede exceder de setenta y dos horas. En la práctica fo
rense, la jurisprudencia viene entendiendo que dicho plazo es el vigente en nuestro
ordenamiento (STC 224/1998, de 24 de noviembre; SST S 14 de mayo de 1999
-5393/1999-, 19 de junio de 1999 -5659/1999-, 11 de abril de 2001 -2001/2978-,
18 de julio de 2002 -2002/7733- y ATS de 23 de junio de 1999 -5839/1999-).
Pero, dicho plazo fue objeto de desarrollo por parte de la legislación ordina
ria, de tal suerte que, en la actualidad sucede que, mientras el art. 520.1°.II de la
LECrim, reproduce el plazo constitucional de las setenta y dos horas, el origina
rio art. 496 LECrim mantiene, desde el año 1.882, el plazo de veinticuatro horas
como límite máximo de la detención policial.
En el momento actual, nos encontramos, pues, que, entre el artículo 496
LECrim y el artículo 17.2 de la Constitución, de un lado, y entre el artículo 496
y el 520.P.II de la LECrim, de otro, parece existir una cierta antinomia, puesto
que, mientras el primero de los enunciados preceptos cifra en veinticuatro horas
el plazo de la detención, los demás lo fijan en setenta y dos horas.
cuantitativo máximo y vinculante para el Poder Legislativo, de tal suerte que, bajo
el riesgo de la declaración jurisdiccional de inconstitucionalidad, se le ha de impe
dir al Poder Legislativo legislar por encima, y no por debajo, de dicho plazo.
En tal sentido sería inconstitucional una reforma de la LECrim que, por ejem
plo, cifrara el plazo de la detención en setenta y «tres» horas, pero ningún obstácu
lo constitucional existe para que el legislador ordinario rebaje dicho plazo de la de
tención a veinticuatro horas.
Por tal razón, ni cabe estimar abrogado (que no derogado), ni mucho menos
inconstitucional el plazo de las veinticuatro horas, preestablecido por el artículo
496 de la LECrim.
421
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
ción de los arts. 490 y 492 o por tratarse de una falta (art. 495) y el denunciado
tuviere «domicilio conocido» o, porque, concurriendo tales motivos, se hubiere
ofrecido «fianza bastante» o el detenido hubiere acreditado su inocencia, en to
dos estos casos, dispone el art. 493 que la policía tomara nota de los datos de
identificación del sospechoso y los remitirá «al juez o tribunal que conozca o
deba de conocer de la causa».
Esta nota, aunque el precepto no lo diga expresamente, se incluirá en el
atestado que ha de elaborar la policía judicial (arts. 284 y s.s.) y del cual han de
dar conocimiento de su incoación, dentro de las veinticuatro horas, a la Autori
dad Judicial (art. 295). El plazo máximo de duración de estas primeras diligen
cias no puede exceder de tres días (art. 307). Por lo tanto, la entrega del atesta
do, en el que han de constar los datos de identificación del denunciado, habrá
de efectuarse, en el plazo de tres días, al Juez de Instrucción competente.
423
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
de un día por cada veinte kilómetros de distancia entre la capital y el punto en que deban
tener lugar»).
Por esta razón, dada la obsolescencia del art. 496.1 en este extremo y la rapi
dez actual de los medios de transporte, debe interpretarse el precepto en el sen
tido de que la policía ha de entregar al detenido a disposición de la Autoridad
judicial competente, aun cuando, como es el caso de los Juzgados Centrales de
Instrucción, puedan estar geográficamente distanciados del lugar de la deten
ción. Si así se hiciera, se evitarían superfluas dilaciones en la detención judicial.
Por lugar y tiempo de la detención ha de entenderse el espacio físico y la
hora exacta en la que el particular es privado de su libertad y no, como pudiera
pensarse, la Comisaría de Policía o Depósito de detenidos en donde es ingresado
o la hora en la que es inscrito en el Libro Registro de detenidos. La determina
ción de tales circunstancias espaciales y temporales tiene su relevancia, tanto
para determinar la competencia del juez que haya de conocer de la detención
judicial, como para la determinación del cómputo del plazo de la detención a
los efectos de reputarla o no ilegal.
a) Obligación de información
Como consecuencia de la genérica obligación de información que asiste
frente a todo imputado, que no esté asistido de abogado (art. 520.2), los funcio
narios de policía han de ilustrar al detenido del ejercicio de sus derechos constitu
cionales y del contenido esencial de la imputación:
424
L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
425
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
La necesidad de que tal puesta en conocimiento lo sea «en el plazo más breve
posible» obedece a que su finalidad estriba en posibilitar la defensa privada o au
todefensa del imputado, razón por la cual dicha puesta verbal en su conocimien
to ha de realizarse en todo caso con anterioridad a su interrogatorio, a fin de
que el detenido pueda contestar la imputación sobre él existente.
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VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
modo alguno, valorados por el Tribunal sentenciador, bien sean, para condenar al
imputado, bien a cualquier otro coautor, cómplice o encubridor. La vulneración
de los artículos 297.32 y 389.3e han de obligar a estimar a dicha «prueba» como
de valoración prohibida y con efectos reflejos o indirectos (art. 11.2 LOPJ); por
consiguiente, no sólo la declaración del detenido, sino incluso la testifical del fun-
cionario de policía, no podrán ser admitidas como prueba en el juicio oral, porque
en un sistema democrático la verdad nunca puede ser obtenida a cualquier precio
y la justicia no puede fundamentar sus fallos en hechos que, al propio tiempo,
sean constitutivos de delito (SSTS 30 de enero de 2001 -2001 \ 1229-, 29 de ene-
ro de 2001 -2001 \4 05, 6 de febrero de 2002 -2002 X2236-, 27 de febrero de 2002
—2002\ 4593—, 17 de enero de 2003 -2003\926-).
b) Si el interrogatorio se ha practicado con vulneración de las demás g
rantías preestablecidas, la «confesión» del detenido no impedirá al órgano ju-
risdiccional practicar los demás medios de prueba tendentes a la averiguación
de los hechos (art. 406). En tal caso, debe regir tan sólo los efectos directos de
la prueba prohibida.
Consecuentemente, si los hechos reconocidos (y no obstante tales «regula-
ridades procesales) pueden ser acreditados a través de otros medios de prueba,
ninguna dificultad existe en que el Tribunal base en tales medios su sentencia o
que, incluso, fundamente la sentencia en los tales medios de prueba y lo reconoci
do en el atestado, porque, aun cuando se haya omitido, por ej., el «deber constitu
cional de información», no toda infracción de la Constitución ha de ocasionar la
prohibición de valoración de la prueba, sino tan sólo aquellas infracciones que,
conforme a la prueba practicada, se demuestre posteriormente que, si el Tribunal
no hubiera fundamentado exclusivamente la sentencia en dicha infracción, hu
biera sido otro el contenido del fallo pronunciado ( G ó SSEL) (SSTS 6 de mayo de
2002 -5456X2002-, 26 de febrero de 2003 -2449X2003-, 24 de abril de 2003
—4231X2003—; SAP Madrid 4 de septiembre de 2002 -2003X42-).
Ciertamente la no información al detenido de sus derechos, invalida sus de
claraciones a los efectos de constituir la base fáctica de una Sentencia condena
toria, pero esta falta de validez probatoria es consustancial a todo atestado. Lo
que hay que determinar es si el hecho reconocido en el atestado puede ser rein-
troducido en el juicio oral a través de otro medio de prueba. El T C a este res
pecto exige que la infracción procesal produzca «indefensión» (ST C 229/2003
de 18 de diciembre, ST S 25 de febrero de 2004).
De este modo, ha afirmado que no se produce indefensión, si se le informó
posteriormente al detenido de sus derechos constitucionales y tuvo ocasión de
rectificar su confesión a través de su posterior declaración ante el Juez de Ins
trucción (STC 94/1983); igualmente «la falta de asistencia letrada en la decla
434
L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
ración policial sólo podrá ser relevante en la medida en que hubiese determina
do la indefensión posterior».
Por consiguiente, la infracción de tales garantías no puede ocasionar la nuli
dad de las actuaciones (SST C 10 octubre de 1982, 26 mayo de 1984; ST S 27 de
abril de 2000), ni impedir una ulterior actividad probatoria sobre tales hechos,
en los que, respetándose el derecho de defensa, puede el Tribunal extender su
actividad cognoscitiva a tales distintos medios de prueba.
Dichas vulneraciones, ello no obstante, son susceptibles de integrar el tipo
de detenciones ilegales del artículo 167 del Código Penal, de generar la oportu
na responsabilidad disciplinaria y de fundamentar un «recurso» de habeas corpus
al amparo de lo establecido en los apartados «a» y «d» del artículo 1 de la Ley
Orgánica 6/1984.
4. LA D ETEN CIÓ N JU D IC IA L
435
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
rio, el artículo 497 distingue el supuesto de puesta a disposición del juez compe
tente y los artículos 498 y 499 contemplan los supuestos de entrega a juez in
competente.
436
L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
5.2. COMPETENCIA
Las dos autoridades que intervienen en este auténtico «proceso de extradi
ción europeo» (B A R O N A ) son: por una parte, «la autoridad judicial de emisión»,
siendo en España el Juez o Tribunal que conozca de la causa en la que proceda
tal tipo de órdenes y, por otra, «la autoridad judicial de ejecución», que son los
Juzgados Centrales de Instrucción y la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacio
nal (arts. 65.4° y 88 LOPJ, reformados por la LO 2/2003, de 14 de marzo), atri
buyéndose la condición de autoridad central al Ministerio de Justicia.
437
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
5.4. PROCEDIMIENTO
Recibida una orden de detención por el Juzgado Central de Instrucción, di
cho órgano judicial, salvo que concurra alguna de las causas de denegación tasa
438
L e c c ió n 17. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA DETENCIÓN
Una vez efectuada la detención, que se practicará en la forma y con los re
quisitos y garantías previstos en la LECrim, la persona detenida será puesta a
disposición del Juez Central de Instrucción en el plazo máximo de 72 horas,
quien le informará de la existencia de la orden europea, su contenido, la posibi
lidad de consentir con carácter irrevocable su entrega al Estado emisor, así como
del resto de derechos que le asisten.
A partir de este momento, el detenido será oído, en el plazo máximo de 72
horas desde la puesta a disposición judicial, con asistencia de su Abogado, del
Ministerio Fiscal y en su caso, de un intérprete, practicándose dicha audiencia
de conformidad con lo previsto para la declaración del detenido en la LECrim.
Si hubiera consentimiento a la entrega por el sujeto reclamado, la decisión
ha de adoptarse, mediante Auto contra el que no cabe recurso alguno, en el pla
zo máximo de 10 días a partir de la celebración de la audiencia. En caso contra
rio, previa audiencia de las partes, quienes podrán proponer las medios de prue
ba en orden a acreditar la concurrencia de causas de denegación o condiciona
miento de la entrega, se remitirán las actuaciones a la Sala de lo Penal de la
Audiencia Nacional, que resolverá, también por auto irrecurrible, en los 60 días
siguientes a la detención, prorrogables por causa justificada. En ambos casos, la
decisión de entrega, en su caso, se hará efectiva por la policía española dentro
de los 10 días siguientes a la adopción de la decisión (arts. 14, 18 y 19).
439
LECCIÓN 18. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES:
LA PRISIÓN PROVISIONAL
lo IN T R O D U C C IÓ N
2. C O N C E P T O Y N O T A S E S E N C IA L E S
De conformidad con nuestra Constitución, los Pactos Internacionales de
Derechos Humanos y la doctrina de los órganos jurisdiccionales encargados de
su aplicación (Tribunal Constitucional y Europeo de Derechos Humanos), pue
de entenderse por prisión provisional la situación nacida de una resolución ju
risdiccional, de carácter provisional y duración limitada, por la que se restringe
el derecho a la libertad de un imputado por un delito de especial gravedad y en
441
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
2.1. JURISDICCIONALIDAD
La primera nota que debe destacarse como característica de la prisión provi
sional es la de la jurisdiccionalidad, según la cual dicha medida cautelar sólo
puede ser adoptada por los órganos judiciales (art. 502.1 LECrim). El funda
mento de este requisito es evidente: la prisión provisional restringe, en primer
lugar, un derecho fundamental y, en este ámbito (en el de la tutela de los dere
chos fundamentales) la jurisdicción ha de ostentar siempre «no sólo la última,
sino la primera palabra» ( K e r n ) y, en segundo, dicho derecho fundamental es el
derecho a la libertad, que es uno de los más preciados de la persona humana
hasta el punto de que nuestra Constitución sitúa a la libertad como un valor su
perior e informador de todo el ordenamiento jurídico (art. 1.1 CE).
a) Legalidad
Con carácter general, y al igual que sucede con cualquier injerencia del poder
público en el ámbito de los derechos fundamentales y libertades públicas, la adop
ción de la prisión provisional requiere, como primer presupuesto, que haya sido
autorizada o habilitada por una disposición con rango de Ley (arts. 53.1 CE y art.
8.2° CEDH) y que la norma legal habilitadora de la injerencia reúna las condicio
nes mínimas suficientes requeridas por las exigencias de seguridad jurídica y certe
za del Derecho, para aportar al individuo una protección adecuada contra la arbi
trariedad (SSTC 49/1999, de 5 de abril, 147/2000, de 29 de mayo, 168/2001, de
16 de julio; SSTEDH de 4 de abril de 1990, Asunto Kruslin y Huvig; 30 de julio
de 1998, Asunto Valenzuela; 15 de noviembre de 1996, Asunto Domenichini
contra Italia; 23 de septiembre de 1998, Asunto Petra contra Rumania; 4 de mayo
de 2000, Asunto Rotaru; 19 de diciembre de 2002, Asunto Salapa contra Polonia.
442
L e c c ió n 18. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA PRISIÓN PROVISIONAL
b) Necesidad
En segundo lugar, no basta con que la medida y el motivo que la justifica es
tén previstos en la Ley, sino que también resulta imprescindible que objetiva
mente se justifique para obtener el cumplimiento de los fines constitucionales
que la legitiman (art. 502.2 LECrim), debiéndose adoptar, en cualquier otro
caso, la alternativa menos gravosa para el derecho fundamental.
La aplicación del principio de necesidad a la prisión provisional en un siste
ma democrático conlleva el cumplimiento de dos exigencias constitucionales,
cuales son, de un lado, su «excepcionalidad», conforme a la cual, y a diferencia
del proceso inquisitivo, en una sociedad democrática la prisión preventiva nun
ca puede convertirse en regla general (art. 9.3 PIDCP), sino que ha de adoptar
se únicamente cuando sea absoluta y estrictamente necesaria para el cumpli
miento de los fines que la justifican (SST C 47/2000, de 17 de febrero;
147/2000, de 29 de mayo; 164/2000, de 12 de junio; 165/2000, de 12 de junio)
y, de otro, su carácter «subsidiario», lo que obliga al órgano judicial a examinar,
no sólo la concurrencia de los presupuestos materiales que la posibilitan, sino
también si existe alguna otra alternativa menos gravosa para el derecho a la li
bertad que, asegurando el cumplimiento de los fines de la prisión provisional,
ello no obstante, no supongan el sacrificio de aquel derecho fundamental.
Hubiera sido deseable, con el fin de dar cumplimiento a la exigencia consti
tucional de excepcionalidad, haber aprovechado la promulgación de la LO
13/2003, de 24 de octubre, para introducir un catálogo de medidas no criminó-
genas y alternativas a la prisión provisional que, sin la plena restricción del dere
cho a la libertad, pudieran alcanzar los mismos fines de esta medida cautelar. A
tal efecto, junto a la libertad provisional con o sin fianza, sería deseable genera
lizar las medidas de alejamiento previstas únicamente para los delitos del art. 57
CP; facultar al órgano judicial a disponer la prisión atenuada en el domicilio del
imputado, mediante la adopción de las medidas de vigilancia que estime perti
nentes, no sólo cuando por razón de la enfermedad del imputado su intema-
miento entrañe un peligro para su salud, sino también ante cualquier otra cir
cunstancia legítima que permita inferir que no se sustraerá a la acción de la jus
ticia, así como cualesquiera de las medidas previstas en los arts. 83, 96 y 105.1
CP, medidas todas ellas de especial interés en atención al principio de subsidia-
443
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
c) Motivación
Atendiendo a una perspectiva formal, y como lógica consecuencia del prin
cipio material de necesidad, surge la obligación formal del Juez, consistente en
efectuar una especial motivación en las decisiones relativas a la adopción y
mantenimiento de la prisión provisional (art. 506.1 LECrim). Dicha motiva
ción ha de ser suficiente y razonada, lo que supone que el órgano judicial debe
ponderar la concurrencia de todos los extremos que justifican la adopción de di
cha medida y que esa apreciación no resulte arbitraria, debiendo entenderse por
tal aquella que no resulte acorde con las pautas del normal razonamiento lógico
y, muy especialmente, con los fines que justifican dicha medida cautelar (SSTC
29/2001, de 29 de enero; 61/2001, de 26 de febrero; 8/2002, de 14 de febrero).
En consecuencia, la suficiencia y razonabilidad de la motivación serán el re
sultado de la ponderación de los intereses en juego (de un lado, sobre la limita
ción de la libertad de una persona cuya inocencia se presume y, de otro, el cum
plimiento de los fines del proceso penal), a partir de toda la información dispo
nible en el momento en que ha de adoptarse la decisión (SST C 146/2001, de
18 de junio; 8/2002, de 14 de febrero; 23/2002, de 28 de enero), lo que permiti
rá al imputado, no sólo el conocimiento de las razones justificativas de la restric
ción de su derecho fundamental, sino también ejercitar con eficacia los recursos
devolutivos contra el auto en los que el Tribunal ad quem podrá comprobar la
justificación o no del acto (ST C 47/2000, de 17 de febrero).
3. TEM PORALIDAD
De conformidad con lo dispuesto en el art. 17.4 CE, según el cual «por Ley
se determinará el plazo máximo de duración de la prisión provisional», el art. 504 LE
Crim limita temporalmente la duración de la prisión provisional mediante la fi
jación de un sistema de plazos máximos, en función del fin perseguido y de la
duración previsible de la pena asociada al delito imputado, de tal suerte que,
una vez cumplido tales plazos, debe el Juez poner en libertad al procesado, y
ello, aun cuando el proceso continúe pendiente y subsistan las razones que mo
tivaron la adopción de la medida.
Tal y como destaca la STC 305/2000, de 11 de diciembre, «los objetivos que persi
gue la Constitución al someter la duración de la prisión provisional a un plazo máximo en
su art. 17.4 son, por un lado, ofrecer una garantía de seguridad, de manera que el afecta
444
L e c c ió n 18. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA PRISIÓN PROVISIONAL
do por la medida cautelar sepa o pueda saber que la prisión nace con un fin o término tem
poral predeterminado legalmente y, por otro, ayudar a la evitación de posibles dilaciones
indebidas». En idéntico sentido, cfr. SSTC 98/1998, de 4 de mayo; 147/2000, de 29
de mayo; 98/2002, de 29 de abril).
Ello no obstante, tal y como ha declarado el TC, ni el art. 17.4 CE es un
precepto en blanco, ni la naturaleza del derecho fundamental, en él contenido,
puede ser mecánicamente reconducido a la categoría de los derechos de confi-
guración legal. En consecuencia, si se vulneran los plazos del art. 504 LECrim se
habrá producido la lesión del derecho a la libertad contenido en el art. 17.4 CE,
pero, sin necesidad de rebasar tales limitaciones temporales máximas, puede
también lesionarse el referido derecho fundamental, si el imputado permanece
en situación de prisión provisional más allá de un plazo que pueda objetivamen
te estimarse que excede de lo razonable (ST C 147/2000, de 29 de mayo).
A los efectos de determinar si la duración de la prisión provisional ha exce
dido de dicho plazo razonable, al que se refieren los Convenios Internacionales
(art. 5.3 CEDH y art. 9.3 PIDCP), se hace obligado acudir a la doctrina de la
integración de dicho estándar jurídico elaborada por el T C y el TEDH, según la
cual el concepto de plazo razonable ha de ser integrado en cada caso concreto
mediante el examen de la naturaleza y complejidad del asunto, de la actividad
desplegada por el órgano judicial y del comportamiento del recurrente (SST C
305/2000, de 11 de diciembre, 98/2002, de 29 de abril; SSTEDH Asunto Sze-
loch contra Polonia, de 22 de febrero de 2001; Asunto Demirel contra Turquía,
28 de enero de 2003; Asunto Mihov contra Bulgaria, 31 de julio de 2003;
Asunto Goral contra Polonia, 30 de octubre de 2003).
sancionado con pena cuyo máximo sea igual o superior a dos años de prisión
(art. 503.l . l 2 LECrim). En consecuencia, y como regla general, no procede
acordar esta medida cautelar cuando los hechos que dan lugar al procedimiento
penal sean constitutivos de falta, así como cuando se infiera racionalmente que
la infracción penal, aun siendo constitutiva de delito, fue cometida concurrien-
do una causa de justificación (art. 502.4 LECrim).
La determinación del límite penológico en los dos años ha sido establecida
atendiendo a razones tanto procesales, como materiales.
Desde el punto de vista procesal, el legislador ha hecho coincidir el míni
mo punitivo que permite la adopción de la prisión con el límite a partir del
cual no es posible el juicio en ausencia del acusado, estimulando, de esta ma
nera, el cumplimiento del principio de que no pueda, como regla general, ser
adoptada esta grave medida sin la audiencia previa del imputado (art. 786.1.II
LECrim).
En segundo lugar, y sobre todo, razones sustantivas también justifican el
establecimiento del límite punitivo en dos años, ya que, tratándose de un de
lito que lleve aparejada una pena privativa de libertad inferior a dicho límite,
resultaría desproporcionado tratar de asegurar su efectividad mediante una
medida cautelar tan grave, cuando el propio CP permite en estos supuestos
tanto la suspensión (art. 81.2a), como la sustitución de las penas de prisión
(art. 88).
No obstante la regla general, en virtud de la cual el delito ha de estar san
cionado con pena cuyo máximo sea igual o superior a dos años, son tantas y, en
ocasiones, tan injustificadas las excepciones que a ella se establecen, que el re
sultado viene a ser que la regla se convierte o corre el riesgo de convertirse en la
excepción y viceversa (ASENCIO).
En efecto, de una lectura detenida del art. 503 LECrim se desprende que exis
ten hasta cuatro supuestos en donde no resulta de aplicación el mínimo punitivo
de los dos años: a) en primer lugar, cuando, con independencia del fin que se per
siga con la prisión provisional, el imputado tuviere antecedentes penales no can
celados ni susceptibles de cancelación, derivados de condena por delito doloso; b)
en segundo, si la prisión provisional tiene como fin asegurar la presencia del impu
tado en el proceso y hubieran sido dictadas al menos dos requisitorias para su lla
mamiento y busca en los dos años anteriores; c) en tercero, cuando, con dicha
medida cautelar, se pretenda evitar que el imputado pueda actuar contra bienes
jurídicos de la víctima y, por último, d) cuando la prisión provisional persiga con
jurar el riesgo de reiteración delictiva y el imputado pertenezca a una organización
criminal o realice sus actividades delictivas con habitualidad.
446
L e c c ió n 18. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA PRISIÓN PROVISIONAL
447
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
caso Neumeister), debe conjugarse con las circunstancias concretas del caso
(así, no es lo mismo un crimen pasional que un delito de terrorismo, siendo am
bos muy graves; pero, en el primero, la experiencia nos dice y así lo comprobó el
TEDH en el caso Letellier que no suele fugarse el imputado) y las personales del
imputado o circunstancias de arraigo.
En este sentido, la nueva redacción del art. 503.3Qa) LECrim, (a diferencia
de la regulación anterior, que permitía adoptar la prisión provisional de forma
automática por el mero de hecho de que el delito estuviera castigado con pena
superior a la de prisión menor (6 años, equivalentes a 3 en el actual CP), pese a
que de las circunstancias personales del imputado se dedujese que no había ries
go de fuga, exige atender no sólo a la mayor o menor gravedad de la pena que
pudiera imponerse al imputado, sino también a la naturaleza del hecho punible
y, sobre todo, a las condiciones de arraigo del procesado, tales como el número
de hijos o de personas a su cargo, su vecindad conocida, trabajo estable, reputa
ción o fama, etc, circunstancias todas ellas que, no obstante la gravedad del he
cho, permiten al Juez inferir que el imputado no se ocultará a la actividad de la
justicia y acudirá a la llamada del juicio oral.
Junto a los anteriores criterios, el legislador también incorpora, como otro
elemento más del que deducir el riesgo de fuga, la inminencia de la celebración
del juicio oral, especialmente en los supuestos en que proceda incoar el procedi
miento para el enjuiciamiento rápido de determinados delitos (Ley 38/2002, de
24 de octubre).
Su justificación aquí obedece a la escasa limitación de la libertad (máximo
15 días) y a la necesidad de asegurar la presencia del imputado en el momento
de celebración del juicio. Lo mismo acontece en el derecho comparado, que ad
mite la prisión provisional, incluso en el caso de juicios rápidos por delitos me
nos graves, cuando el Juez pueda obtener la fundada convicción de que el impu
tado no comparecerá al juicio oral. Por ejemplo, el parágrafo 113 de la StPO
alemán contempla la prisión en caso de delitos castigados con pena privativa de
libertad de hasta seis meses debido al peligro de fuga.
Ello no obstante, el legislador ha incorporado una presunción legal de que el
imputado se sustraerá de la acción de la justicia cuando, a la vista de los antece
dentes que resulten de las actuaciones, hubieran sido dictadas al menos dos re
quisitorias para su llamamiento y busca por cualquier órgano judicial en los dos
años anteriores (hubiera sido conveniente concretar el «dies a quo» a partir del
cual computar dicho plazo), supuesto en el que impone ( «procederá») la adop
ción de la prisión provisional y, además, excepciona la aplicación del límite mí
nimo punitivo de los dos años (art. 503.1.3Q.a), párrafo 2° LECrim), al igual que
acontece cuando el imputado, sin motivo legítimo, dejare de comparecer a cual
L e c c ió n 18. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA PRISIÓN PROVISIONAL
449
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
terceros a las fuentes de prueba o para influir sobre otros imputados, testigos, pe
ritos o quienes pudieran serlo.
Dispone acertadamente el precepto que dicho motivo no puede mermar
nunca el derecho de defensa, por lo que no cabe atribuir a la medida cautelar el
papel de instrumento de la investigación penal, de modo que el Juez estuviera
facultado para hacer saber al imputado que va a ordenar su ingreso en prisión
en función de la actitud que adopte en el proceso o de su disposición al esclare
cimiento de los hechos. La utilización de la prisión provisional como impulsora
del descubrimiento del delito, para obtener pruebas o arrancar una confesión
constituiría, sin duda alguna, una práctica inquisitiva que excedería los límites
constitucionales y se erigiría en un trato degradante expresamente proscrito
por el art. 15 CE.
va, si bien, debido a las graves consecuencias que comporta, su apreciación que
da condicionada, con el fin de objetivar al máximo el juicio de inferencia que
ha de realizar el órgano judicial, al cumplimiento de estrictos límites, tales como
la exigencia de que exista una naturaleza común entre el hecho delictivo pre
suntamente cometido y el que se pretende evitar, que tanto uno como otro sean
especialmente graves o, al menos, de la misma gravedad que los que autorizan
con carácter general la prisión provisional y que el imputado tenga el suficiente
grado de experiencia y capacidad para facilitar la repetición de los actos delicti
vos (SSTEDH 26 de enero de 1993, caso W. contra Suiza, 28 de marzo de 1990,
caso B. contra Austria, 16 de julio de 1971, caso Ringeisen, 10 de noviembre de
1969, caso Matznetter).
Como se habrá podido observar, no responde la reforma operada a estas exi
gencias, por cuanto el art. 503.2 LECrim, a diferencia de la doctrina emanada
del TC y TEDH, autoriza la prisión provisional ante la presencia de un riesgo de
reiteración delictiva genérico, no concreto, sin exigir relación alguna entre el
hecho cometido y el que se pretende evitar, siendo suficiente, a juicio del legis
lador, atender a criterios tan vagos e imprecisos como lo son las circunstancias
del hecho y la gravedad de los delitos que se pudieran cometer, todo ello unido a
que, cuando el imputado pertenezca a una organización criminal o realice sus
actividades delictivas con habitualidad, podrá ser acordada la prisión provisional
para evitar que el imputado cometa cualquier delito, sin importar cual sea su en
tidad, lo que puede resultar desproporcionado.
reiteración debiera arriesgar bienes jurídicos más relevantes que el que ha infringí-
do el delito efectivamente cometido, aun cuando el segundo apartado del referido
precepto permite sustentar la conclusión contraria, que, por infringir el principio
de proporcionalidad, puede generar serias dudas de inconstitucionalidad.
6. L A «A U D IE N C IA P R E V IA » A L A P R IS IÓ N P R O V IS IO N A L
Y A L A L IB E R T A D P R O V IS IO N A L
453
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
za, convocará a una audiencia en la que el MF o las partes acusadoras podrán intere-
sar que se decrete la prisión provisional del imputado o su libertad con fianza.
La celebración de la audiencia deberá tener lugar en el plazo más breve posi
ble dentro de las setenta y dos horas siguientes a la puesta del detenido a dispo
sición judicial y a ella se citará al imputado, quien deberá estar asistido de su
Abogado, por él elegido o designado de oficio, al MF y a las demás partes perso
nadas (art. 504.2).
No parece, sin embargo, que las partes civiles, como es el caso del actor civil
goce de legitimación alguna para intervenir en esta audiencia, toda vez que tan
sólo un sentimiento de vindicta o una presión «económica» podrían inducirle a
instar la prisión provisional del imputado, móviles todos ellos que, por su carác
ter espurio, no pueden ser tomados en consideración por el Derecho.
En los supuestos en que resulte de aplicación el procedimiento para el enjui
ciamiento rápido de determinados delitos («juicios rápidos»), este trámite se
sustanciará de conformidad con lo previsto en el art. 798, que establece la nece
sidad de una comparecencia de las partes ante el Juez de guardia, con la que se
inicia la fase intermedia. Dicho precepto prevé un doble contenido respecto a la
intervención de las partes en esta «audiencia preliminar»: por una parte, han de
instar lo que estimen conveniente acerca de la continuación o no de este proce
dimiento y, por otra, alegar acerca de la conveniencia de adoptar medidas cau
telares frente al imputado.
A diferencia de la regulación anterior, que tan sólo contemplaba expresa
mente la necesidad de celebración de la comparecencia previa cuando el impu
tado se encontraba detenido («desde que el detenido es puesto a disposición del
Juez....», disponía el art. 504 bis.2), la nueva regulación exige también la cele
bración de la audiencia tanto para solicitar y decretar, en su caso, la prisión del
imputado no detenido o su libertad provisional con fianza (art. 505.2 in fine),
como para agravar las condiciones de la libertad provisional que le hubiera sido
impuesta sustituyéndola por la de prisión o libertad provisional con fianza, en
ambos supuestos previa solicitud del Ministerio Fiscal o de alguna parte acusa
dora (art. 539. III).
En definitiva, la celebración de la audiencia previa deviene preceptiva para
acordar, a instancia de parte, toda medida cautelar que no sea la libertad provi
sional sin fianza, ni, obviamente, la libertad plena del imputado. Tampoco será
preceptiva siempre que el órgano judicial estime procedente la modificación de
la libertad provisional en términos más favorables al sometido a la medida (art.
539.V), supuesto en el que el órgano judicial podrá acordarla, en cualquier mo
mento, de oficio y sin someterse a la petición de parte.
454
L e c c ió n 18. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA PRISIÓN PROVISIONAL
7. D U R A C IÓ N D E L A P R IS IÓ N
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VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
456
L e c c ió n 18. EL DERECHO A LA LIBERTAD Y SUS RESTRICCIONES: LA PRISIÓN PROVISIONAL
Para el cómputo de los plazos del art. 504-4- ha de atenerse el Juez al criterio de
la «pena en abstracto» o, lo que es lo mismo, a la pena que objetivamente cabe im
poner con arreglo a una calificación que atienda a todas las circunstancias (STC
9/1994). Pero, si el preso preventivo hubiere sido condenado, el art. 504.5 obliga a
computar el período máximo de prisión provisional a partir de la pena efectiva
mente impuesta en la instancia y no desde la hipotética que pudiera imponer el Tri
bunal «ad quem». Este plazo ha sido elevado a rango constitucional por la STC
241/1994.
457
VICENTE GIMENO SENDRA - MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
458
LECCIÓN 19. EL DERECHO A UN PROCESO CON TODAS LAS
GARANTÍAS: EL PRINCIPIO ACUSATORIO Y EL
DERECHO A LA INMEDIACIÓN DEL TRIBUNAL
«AD QUEM» EN LA VALORACIÓN DE LA PRUEBA
DE CARÁCTER PERSONAL
459
VICENTE GIMENO SENDRA
2. IGUALDAD DE ARMAS
Una vez ejercitado el derecho de acción y comparecidas ambas partes, acu-
sación y defensa, en el proceso penal, se hace preciso que su postulación se efec
túe en condiciones de igualdad procesal, pues una de las garantías esenciales del
derecho fundamental que nos ocupa es el principio de «igualdad de armas»,
que ha de estimarse cumplido cuando en la actuación procesal, tanto el acusa
dor como el imputado gozan de los mismos medios de ataque y de defensa e
idénticas posibilidades de alegación, prueba e impugnación (SST C 66/1989, de
17 de abril; 186/1990, de 15 de noviembre; 268/2000, de 13 de noviembre;
185/2001, de 17 de septiembre; A TC 135/2004, de 20 de abril; SST S 16 de
marzo de 2004 -R J 2004X2712-; 8 de marzo de 2004 -R J 2004X1762-, 25 de
febrero de 2004 -R J 2004 X1843-, 2 de diciembre de 2003 -2004X306-).
2.1. FUNDAMENTO
A l igual que el principio de contradicción, tampoco, el de igualdad goza de
una explícita consagración formal en la CE y Pactos Internacionales de Dere
chos Humanos, lo que sin duda, ha motivado cierta disparidad jurisprudencial y
doctrinal en la determinación de su fundamentación jurídica.
La doctrina del TC parece mantener una buena dosis de ambigüedad. Con
forme a un primer grupo de resoluciones «...la paridad o igualdad de las partes en
el proceso, es una exigencia ínsita en el principio de contradicción...» (AATC
655, 707, 708 y 712 de 1984). Las SSTC 76/1982, de 14 de diciembre; 161/1985
29 de noviembre; 47/1987, de 22 de abril; 180/1991, de 23 de septiembre,
162/1993, de 18 de mayo; 175/1994, de 7 de junio; 51/1996, de 26 de marzo;
77/1997, de 21 de abril; 268/2000, de 13 de noviembre; 185/2001, de 17 de sep
tiembre; 199/2002, de 28 de octubre; 215/2002, de 25 de noviembre; 67/2003,
de 9 de abril; 221/2003, de 15 diciembre; 19/2004, de 23 de febrero, afirman que
«dichos principios (contradicción e igualdad) se hallan incluidos genéricamente
en el art. 24 de la CE cuando se refiere al derecho a la tutela efectiva de los jue
ces y tribunales, a la exclusión de la indefensión y al derecho defensa». Las
SSTC 27/1985 y 14/1992 añaden a esta última relación de derechos vulnerados
el de un «proceso con todas las garantías» y el ATC 783/1985, después de afir
mar que «ya se ha señalado que el principio de igualdad de partes en el proceso
no deriva del artículo 14 de la CE sino del artículo 24» declara que «dicho prin
cipio existe, y con alcance constitucional, como consecuencia de la consagra
ción del derecho de defensa».
En este sentido, el TC ha declarado, en reiterada jurisprudencia, que el dere
cho a la defensa y a la asistencia letrada consagrado en el art. 24.2 CE tiene por
finalidad asegurar la efectiva realización de los principios procesales de igualdad
de armas y de contradicción, que imponen a los órganos judiciales el deber posi
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3. EL PRINCIPIO ACUSATORIO
El principio acusatorio constituye otra de las garantías esenciales del proceso
penal que la doctrina del T C ha elevado a derecho fundamental, implícito en el
«derecho a un proceso con todas las garantías» del art. 24.2 de la CE.
Si los principios de legalidad y de oportunidad nos determinan las condicio
nes a través de las cuales se iniciará y finalizará el proceso penal, el binomio
acusatorio-inquisitivo tienen la virtualidad de indicamos mediante qué distri
bución de roles y bajo qué condiciones se realizará el enjuiciamiento del objeto
procesal penal.
En el momento actual, puede afirmarse que el principio acusatorio rige en
un determinado proceso penal cuando las fases de instrucción y de juicio oral se
encomiendan a dos distintos órganos jurisdiccionales, prohibiéndose al órgano
decisor realizar las funciones de parte acusadora, la que, mediante la deducción
de la pretensión penal, vinculará la actividad decisora del tribunal, vedándosele
también al órgano de la segunda instancia la posibilidad de gravar más al recu
rrente de lo que ya lo estaba en la primera.
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es, ningún miembro del tribunal debe tener ningún prejuicio o predisposición
personal. Pero, en segundo lugar y sobre todo, el Tribunal debe ser también im
parcial desde un punto de vista objetivo, es decir, debe ofrecer suficientes garan
tías como para excluir cualquier duda legítima a este respecto, de tal suerte que,
si de las apariencias del Juez o de sus actos puede la sociedad alcanzar serias du
das sobre su imparcialidad, se vulnera el art. 6.1 del CEDH. -
Como puede observarse, la violación del principio acusatorio, implícito en
el derecho a un proceso «con todas las garantías» del art. 24.2° CE, conlleva, al
propio tiempo, la vulneración del derecho ai juez legal imparcial, de cuya doc
trina ya nos hemos ocupado (vid supra, Lección 2).
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VICENTE GIMENO SENDRA
-RJ 1996 \ 8925-, 2 de abril de 1998 -RJ 1998 \ 2965-, 7 de octubre de 1998 -RJ
1998 \ 8050-, 23 de marzo de 2000 -RJ 2000 \ 1482—, 22 de diciembre de 2000
-RJ 2001 \501-) de tal suerte que los escritos de calificación provisional o de acu
sación han de fijar definitivamente en el proceso penal la legitimación pasiva
(SCHMIDT, KERN-ROXIN).
Hoy esta regla se encuentra establecida en el art. 24.2° CE, al disponer que
«todos tienen derecho a ser informados de la acusación formulada contra ellos» en el
art. 6.3.a) y b) del CEDH y en el art. 14 del PIDCP cuando, después de reiterar
aquel deber de información, añaden que «todo acusado tiene derecho a disponer del
tiempo y délas facilidades necesarias para la preparación de su defensa».
De la lectura de los referidos preceptos fundamentales claramente se infiere
que no es suficiente la determinación del acusado en los escritos de calificación
para entender cumplida dicha garantía, sino que se hace necesario «informarle de
la acusación con un tiempo suficiente para preparar su defensa» para lo cual, el
ordenamiento habrá de establecer las cautelas suficientes a fin de que nadie «se
siente en el banquillo» de una manera «sorpresiva» o, dicho en otras palabras, se
hace conveniente que el sujeto pasivo del proceso penal, con anterioridad a la
adquisición del «status» de acusado en el juicio oral, asuma, dentro de la instruc
ción, el de imputado (cfr. SST C 48/1984, de 4 de abril; 135/1989, de 19 de julio;
186/1990, de 15 de noviembre; 83/1992, de 28 de mayo; ST S 27 febrero 2004
-RJ 2004 \ 1973-, SAP Barcelona 13 de julio de 1998 -ARP 1998\3971—), pues
«nadie puede ser acusado sin haber sido con anterioridad judicialmente declarado impu
tado» (SST C 128/1993,129/1993,152/1993, 277/1994 y 149/1997).
b’) Objetiva: El derecho del acusado a «conocer la acusación formulada contra
él» reclama también, no sólo su determinación, sino también la información del
hecho punible, cuya comisión se le atribuye, a fin de que pueda exculparse de él,
articulando la correspondiente actividad probatoria, ejercitando, en definitiva,
su derecho de defensa (SST C 186/1990, 128/1993, 129/1993, 152/1993 y
277/1994 y 149/1997).
Por esta razón, se burlaría la referida norma fundamental, si el tribunal pu
diera extender su actividad cognoscitiva y decisora a otros hechos distintos a los
narrados en los escritos de acusación o a calificaciones distintas, con respecto a las
cuales no pudo el Abogado articular su defensa. Así lo ha entendido nuestro TC,
en su Sentencia 20/1987, quien, después de afirmar que tal práctica supondría la
vulneración del valor «justicia» del art. 1.1 y el art. 24.2 de la Constitución, ha
declarado que «...condenar a un procesado por unos hechos que no fueron objeto
de acusación constituye una violación de una de las garantías principales del pro
ceso penal (el principio acusatorio) configurada en nuestra Constitución como
L e c c ió n 19. EL DERECHO A UN PROCESO CON TODAS LAS GARANTÍAS: EL PRINCIPIO ACUSATORIO..
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VICENTE GIMENO SENDRA
Por consiguiente, existirá una vulneración del principio acusatorio y del art.
24.2 de la Constitución cuando la sentencia condene al acusado por una pena
principal o un hecho punible que no hayan sido objeto de la acusación o me
diante la aplicación de una calificación jurídica distinta y causante de inde
fensión material, lo que acontece, por ej., cuando habiéndose sostenido la acu-
sación por un delito continuado, el Tribunal condene los hechos por separado
(STS, de 12 de mayo de 2005) o, habiéndose condenado por delito contra la sa
lud pública que ocasione grave daño para la salud, el tribunal «ad quem» revo
que la anterior condena, pero condene incluso por un delito menos grave como
lo es el mismo pero cometido «mediante sustancia que no cause grave daño
para la salud», siempre y cuando este segundo hecho no haya sido objeto del es
crito de acusación y el acusado, por tanto, no haya tenido ocasión de defenderse
frente a esa nueva calificación (ST C de 10 de octubre de 2005).
Por «hecho» aquí hay que entender, sobre todo, el hecho histórico, que cons
tituye el objeto del proceso penal y de la cosa juzgada (GÓMEZ O r b a n e j a ). Tan
to el T S (SS de 30 de abril de 1981, 24 de abril de 1982, 29 de enero de 1983, 6
de abril de 1984, 28 de febrero de 1984...), como el Tribunal Constitucional (SS
12/1981, 277/1994) se manifiestan unánimes a la hora de afirmar que «la doc
trina de la congruencia es perfectamente compatible con el principio tradicio
nal «iura novit curia» (ST C 14/1985).
Por tal razón, no existe indefensión, ni vulneración del acusatorio, si el he
cho histórico fue descrito en el escrito de calificación provisional, aun cuando
las partes acusadoras, en sus calificaciones definitivas, y el tribunal, en su sen
tencia, modifique el título de condena sobre ese mismo hecho, siempre y cuan
do el bien jurídico vulnerado permanezca el mismo o, dicho en otras palabras
cuando ambos delitos sean homogéneos y dicho cambio de calificación no entra
ñe vulneración del derecho de defensa (SST C 12/1981, de 10 de abril;
104/1986, de 1 de julio; 10/1988, de 1 de febrero; 11/1992, de 27 de enero;
134/1986, 17/1988, 95/1995, de 19 de junio; 43/1997 y 225/1997; SST S 2 de
abril de 2004 -R J 2004 \ 3176-, detención ilegal y coacciones; 21 de enero de
2004 -R J 2004 \ 485-, receptación y encubridor; 9 de junio de 2003 -R
2003 \ 5614-, asesinato y amenazas; 14 de febrero de 2003 -RJ 2003 \ 2497-,
homicidio y amenazas; 22 de enero de 2003 -R J 2003 \ 677-, agresiones sexua
les y amenazas; 13 de febrero de 2003 -2003/33-, delito de contrabando y con
tra la salud pública; 13 de enero de 2003 -RJ 2003\420-, robo con fuerza y
apropiación indebida; 20 de mayo de 2002 -R J 2002 \ 6400-, robo con fuerza en
casa habitada y allanamiento de morada; 21 de marzo de 2002 -RJ
2002 \ 4438-, apropiación indebida y apropiación de cosa perdida; 18 de marzo
de 2002 -R J 2002 \ 5441-, hurto y malversación de caudales públicos; 22 de di
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b) La información de la acusación
También nuestra LECrim consagró desde siempre este derecho hoy fun
damental, subjetivamente; de un lado, mediante la instauración de una re
solución de imputación formal, como lo es el auto de procesamiento que tiene
la virtualidad de impedir que no pueda ser acusada persona alguna que no
haya sido previamente declarada procesada (art. 384) y objetivamente, de
otro, al tener que plasmar en él los «indicios racionales de criminalidad» y
al establecer la obligación para las partes acusadoras de reflejar, en sus escri
tos de calificación provisional, «los hechos punibles que resulten del suma
rio» (art. 650.1).
La reforma de 1978, por su lado, abundó en dicha línea de fortalecimiento
del acusatorio, disponiendo la obligación de poner en conocimiento del sujeto
pasivo de la instrucción la imputación sobre él existente, tan pronto como fuere
conocida (art. 118.2), prescripción que, tras la reforma operada en el art. 962.2
LECrim por la Ley 38/2002 hay que observar incluso en el juicio de faltas, en el
que su anterior redacción permitía su infracción.
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L e c c ió n 19. EL DERECHO A UN PROCESO CON TODAS LAS GARANTÍAS: EL PRINCIPIO ACUSATORIO..
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día siguiente del juicio, si alguna de las partes «no estuviere suficientemente preña-
rada» (art. 733.3° y 788.4).
b’) Pero lo que el artículo 733 no autoriza es a sugerir tesis jurídicas sobre he-
chos nuevos que no hayan sido objeto de calificación y de prueba en el juicio oral.
Cuando esta eventualidad surja, lo procedente es suscitar la suspensión del
juicio oral, al amparo del artículo 746.6, practicar una sumaria instrucción com
plementaria, conforme a lo dispuesto por el artículo 749.2, y una adicional califa
cación provisional con consiguiente juicio oral para ese nuevo hecho.
El problema, que pudiera suscitarse en la práctica forense, surgiría, si una de
fensa poco diligente no solicitara expresamente la suspensión del juicio oral
que, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 747, ha de decretarse «a ins
tancia de parte». En tal caso, se sacrificaría el derecho de defensa con respecto a
ese nuevo hecho. Por esta razón, y porque la «justicia» es un valor superior del
ordenamiento (art. 1.1) y la Constitución la primera norma que han de respetar
todos los poderes públicos (art. 9.1), se hace obligado llegar a la conclusión de
que la obligación que el tribunal tiene de garantizar el derecho del imputado «a
ser informado de la acusación» y «a utilizar, frente a ella, los medios de prueba perti
nentes», impone la necesidad de considerar a dicha causa de suspensión como
imperativa y, por tanto, vigilable «ex officio» por el órgano jurisdiccional.
c’) Junto a esta vinculación temática, ceñida al hecho punible, el motivo de
casación contenido en el artículo 851.4Qde la LECrim parece consagrar una se
gunda congruencia de índole cuantitativa, que daría cumplida exigencia al «ne
eat iudex ultra petita partium».
Dispone el referido precepto que procederá el recurso de casación «cuando
se pene un delito más grave que el que haya sido objeto de la acusación, si el tri
bunal no hubiere procedido previamente como determina el artículo 733».
Ciertamente el artículo 851.4.3, al establecer un límite cuantitativo a su actividad
decisora en perfecta correlación con la norma penal invocada por las partes en sus ca
lificaciones definitivas, viene a establecer una segunda congruencia «extra petita» en
nuestro ordenamiento procesal, pero lo que tampoco cabe desconocer es que «esta
modalidad de la congruencia» contrariamente a la opinión generalizada y sustentada
por la jurisprudencia (cfr.: SSTS 30 de junio de 1980, 19 de mayo de 1981, 9 de julio
de 1982, 28 de marzo de 1983, 26 de febrero de 1985 y SAP Valladolid 25 de marzo
de 1985) nada tiene que ver con el sistema acusatorio, por lo que no constituye una
exigencia constitucional.
En efecto, la «ratio» histórica de esta norma obedece a la institución del jurado y
más concretamente al temor del legislador de que, de no limitar cuantitativamente
la actividad decisora de la Sección de Derecho, pudiera el jurado pronunciar injus
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L e c c ió n 19. EL DERECHO A UN PROCESO CON TODAS LAS GARANTÍAS: EL PRINCIPIO ACUSATORIO...
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VICENTE GIMENO SENDRA
Anderson contra Suecia, § 28-; 29 de octubre de 1991 -caso Fejde contra Suecia,
§ 32-, de 27 de junio de 2000 -caso Constantinescu contra Rumania, §§ 54 y 55,
58 y 59-), fue reconocido por el T C en su ST C 167/2002, de 18 de septiembre y
ha sido secundado por una ya amplia jurisprudencia (SSTC 197, 198, 200, 212 y
230/2002, 41, 47, 68, 108, 189/2003, 10, 12, 94, 95, 96, 128, 192/2004...). De
conformidad con dicha doctrina, no le es dado al Tribunal «ad quem» efectuar una
revisión de la valoración de las pruebas efectuada por el tribunal de la primera ins-
tancia, que requieran la vigencia de los principios de inmediación, publicidad y
contradicción. Dichas pruebas, cuya valoración exige la inmediación del tribunal
(a fin de formarse una convicción sobre su veracidad) son las de carácter personal
y han de reconducirse a las declaraciones de las partes, testigos y peritos, sin que,
en modo alguno, alcancen a la valoración de la prueba documental, la cual sí pue
de ser revisada por el tribunal de apelación o el de casación con ocasión de la apli
cación del motivo de error en la valoración de la prueba.
Y así, en la STC 167/2002 (escuchas telefónicas con conexión de antijuricidad)
censuró ese Tribunal que la Audiencia Provincial hubiera revocado la sentencia,
sin haber prestado con inmediación declaración al imputado; en la STC 107/2002,
criticó asimismo que no prestara declaración al condenado, ni a los policías, sujetos
pasivos del delito de desobediencia; en la STC 198/2002, porque la AP revocó una
condena por lesiones a la vista exclusiva del parte de sanidad, sin prestar declara
ción a testigos y al acusado; en la STC 203/2002, porque la AP estimó la comisión
de un delito de apropiación indebida, omitiendo la inmediación en dichas declara
ciones; en la STC 41/2003, debido a la circunstancia de que tampoco tuvo en
cuenta tales declaraciones y la de los peritos en un delito de abusos sexuales; en la
STC 68/2003 se menospreció la inmediación en las declaraciones del imputado y la
de los policías en un delito de alcoholemia; lo mismo aconteció en la STC
108/2003 y 102/1994, etc.
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LECC IÓ N 20. L O S D E R E C H O S A L A P R E S U N C IÓ N
D E IN O C E N C IA Y D E D E F E N S A
L E L D E R E C H O A L A P R E S U N C IÓ N D E IN O C E N C IA
Junto al derecho a un proceso con todas las garantías, el art. 24.2 CE yuxta
pone la «presunción de inocencia» o derecho que a todo imputado asiste a que se
presuma su inocencia hasta tanto no recaiga contra él una sentencia penal fir
me de condena.
La presunción de inocencia está, pues, presente a lo largo de todas las fases
del proceso penal y de todas sus instancias.
A diferencia del proceso penal inquisitivo del Antiguo Régimen en el que una
mera denuncia, adverada por dos testigos libres, daba lugar a una mala fama en el
inquirido que permitía al juez inquisidor adoptar la prisión preventiva e incluso, en
la confesión con cargos, el uso de la tortura, una de las conquistas esenciales del
movimiento liberal consistió en elevar a rango constitucional el derecho de todo
ciudadano sometido a un proceso penal a ser presumido inocente.
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VICENTE GIMENO SENDRA
presunción de algún modo han sido subsumidas por el derecho fundamental in
fringido (el derecho a la libertad, a la inviolabilidad de domicilio, de defensa,
etc. vulnerados).
En la actualidad, dicha doctrina constitucional está reconducida exclusiva
mente a la actividad probatoria y, dentro de ella, fundamentalmente a la líbre
valoración de la prueba, en donde adquiere una singular relevancia práctica.
En efecto, dicho principio de libre valoración de la prueba, que, como es sa
bido, se encuentra establecido en el art. 741 de la LECrim, ha de ser comple
mentado con la doctrina del TC, nacida con ocasión de la interpretación de la
presunción de inocencia del art. 24.2 de la CE.
La mencionada doctrina no ha venido, ni mucho menos, a derogar o contra
decir la libre valoración (SSTS de 24 julio de 2001 -RJ 2001 \ 8417-, 13 de febre
ro de 1999 -RJ 1999\ 502-, 1 de febrero de 1999 -RJ 1999\333-, 16 de abril de
1998 -RJ 1998\ 2393-, 11 de junio de 1997 -RJ 1997V5972-, SSAP Valladolid
31 de mayo de 2004 -JU R 2004 \ 763309- y 8 de marzo de 2004 -ARP
2004\ 219-, SAP Girona de 10 de abril de 2003 -JU R 2004\67498-, SAP Ma
drid de 22 de marzo de 2003 -JU R 2003 \ 24531-, 29 de enero de 1996, 17 de
enero de 1996, 23 de diciembre de 1995, 20 de diciembre de 1995, 21 de diciem
bre de 1995, 5 de diciembre de 1995, 14 de noviembre de 1995, 8 de noviembre
de 1995), sino a dar cumplido desarrollo exegético al art. 741 de la LECrim, con
forme al cual la apreciación en conciencia ha de recaer, en primer lugar, en autén
ticas pruebas y no en meros actos instructorios, en segundo, dichas pruebas han de
ser lícitas o, lo que es lo mismo, no pueden haber sido adoptadas con violación de
los derechos fundamentales y, finalmente, tales pruebas han de haberse practicado
en el juicio oral.
El derecho a la presunción de inocencia significa, esencialmente, el derecho
de todo acusado a ser absuelto si no se ha practicado una mínima prueba válida de
cargo, acreditativa de los hechos motivadores de la acusación, desarrollada o cons
tatada y ratificada en el acto del juicio oral, con sujeción a los principios de orali-
dad, inmediación, contradicción y publicidad (SST C 174/1985, de 17 de diciem
bre; 109/1986, de 24 de septiembre ; 63/1993, de 1 de marzo; 35/1995, de 6 de fe
brero; 81/1998, de 2 de abril; 189/1998, de 28 de septiembre; 220/1998, de 16 de
noviembre; 111/1999, de 14 de junio; 33/2000, de 14 de febrero; 126/2000, de 16
de mayo; 68/2001, de 17 de marzo; 124/2001, de 4 de junio; 17/2002, de 28 de
enero; 209/2001, de 22 de octubre; 222/2001, de 5 de noviembre; 137/2002, de 3
de junio; 56/2003, de 24 de marzo y SST S de 2 de enero de 2002 -RJ
2003X12352-, 19 de diciembre de 2002 -RJ 2003 \ 322-, 18 de septiembre de
2002 -R J 2002 \ 8663-, 15 de julio de 2002 -R J 2003 \ 11-).
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L e c c ió n 20. LOS DERECHOS A LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA Y DE DEFENSA
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VICENTE GIMENO SENDRA
—RJ 2003 \4388- 30 de enero e 2003 -R J 2003 \ 983-, 27 de enero de 2003 -RJ
2003 \ 2355-, 4 de diciembre de 2003 -R J 2003 \ 545-), con lo que el T C viene
a declarar ilegítima una interpretación desmesurada del principio de investiga
ción (otrora sustentada por SlLV A M e l e r o ) y de los arts. 726 y 849.2° que facul
tarían al Tribunal a estimar como prueba cualquier manifestación vertida en un
documento sumarial.
Ahora bien, el T C admite como excepción a dicha regla también la eficacia
probatoria de las diligencias sumariales o preparatorias, siempre y cuando se re
produzcan en el juicio oral o se ratifiquen en su contenido los protagonistas o se
les dé lectura para su confrontación y se permita a las partes la posibilidad de
contradecirlas en dicho acto.
Pero una cosa es que, por razones de economía la LECrim autorice al Tribu
nal al examen de oficio de los documentos y otra muy distinta es que todo docu
mento sumarial constituya un medio de prueba.
Para que el contenido de un documento pueda ser estimado como hecho
probado se hace necesario, pues, que constituya una prueba preconstiuáda o antici
pada (arts. 448, 467.11, 471 y 476) esto es, que no pueda ser reproducida el día de
la celebración del juicio oral, haya sido intervenida por una Autoridad indepen
diente u órgano jurisdiccional, con posibilidad de contradicción y con escrupulo
so respeto del derecho de defensa y sea introducida en el juicio oral a través de la
lectura de documentos (art. 730) (STC 187/2003, de 27 de octubre).
«Cierto es que el principio de producción de pruebas en el juicio oral no es abso
luto y este Tribunal ha admitido la posibilidad de pruebas preconstituidas conforme
a la Ley procesal (arts. 6513° 6 718 LECrim) e incluso las diligencias sumariales en
casos especiales o singulares, pero siempre que se reproduzcan en el juicio oral o se
ratifiquen en su contenido los protagonistas o se dé a las partes la posibilidad de con
tradecirlas en dicho acto, no bastando la simple fórmula «por reproducidas» del uso
forense y sin más atención sobre ellas, ni aun con el asentimiento del acusado, por
que no hay que olvidar que tanto por el principio acusatorio, como por imperativo
constitucional, es al acusador, público o privado, a quien corresponde aportar las
pruebas de cargo o incriminatorias, es decir, no es el acusado el que tiene que acredi
tar su inocencia, sino la acusación su culpabilidad...» (SSTC 150/1987, 82/1988,
128/1988,161/1990,10/1992,49/1998).
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L e c c ió n 20. LOS DERECHOS A LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA Y DE DEFENSA
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VICENTE GIMENO SENDRA
puede callar parcial o totalmente e incluso mentir...» (STC 125/2002, F.J.3), ra
zón por la cual «las declaraciones de un coimputado, por sí solas, no permiten des
virtuar la presunción de inocencia...» (STC 181/2002, F.J. 3), careciendo, por
tanto, «de consistencia plena como prueba de cargo cuando, siendo únicas, no re
sultan mínimamente corroboradas por otras pruebas» (STC 207/2002), lo que
conlleva la exigencia constitucional de que «la veracidad de la declaración del
coimputado ha de estar avalada por algún hecho, dato o circunstancia externos
para que pueda estimarse corroborada» (STC 181/2002, F.J. 3).
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VICENTE GIMENO SENDRA
488
L e c c ió n 20. LOS DERECHOS A LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA Y DE DEFENSA
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L e c c ió n 20. LOS DERECHOS A LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA Y DE DEFENSA
Por consiguiente, este derecho fundamental sólo puede limitarse con oca
sión de la declaración de secreto de las actuaciones, en la medida y en los lími
tes en que resulte imprescindible; a partir de esta consideración debe afirmarse
que la ocultación de los hechos al imputado no es imprescindible por razón del
secreto ni viene exigida por dicha decisión judicial, de modo que puede convi
vir una ilustración precisa al imputado de los hechos que se le atribuyen con
una instrucción secreta durante un corto tiempo y efectiva en sus resultados. En
efecto, por más que pueda resultar más cómodo o más «eficaz» para los fines de
la instrucción, nada impide que el imputado deba conocer los hechos que se es
tán investigando aunque no sepa por dónde se encamina la investigación ni
pueda intervenir en ella.
Es claro que el imputado en un proceso cuyas actuaciones estén declaradas se
cretas tiene derecho a la defensa, que no ha sido despojado de este derecho por el
secreto de las diligencias, aunque no pueda conocer todo lo que se está haciendo,
ni pueda intervenir en todas las actuaciones como le habilita el art. 118 LECrim.
Sin embargo, para el ejercicio del derecho de defensa es preciso, como mínimo,
que conozca cuáles son exactamente los hechos que se están investigando, pues
en otro caso resultarían absolutamente falaz las posibilidades defensivas.
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VICENTE GIMENO SENDRA
nunca se produzca la situación inversa (en cuyo caso se conculcaría esta garan-
tía constitucional), de forma que se hace obligado también cumplir con el deber
de información «de la acusación formulada contra ellos» (art. 24.2 CE).
Este derecho a «ser informado de las causas de la acusación», hoy sancionado
por los artículos 14.3 .d) del PIDCP y 6.3 del CEDH, conlleva no sólo la obliga
ción de dar traslado del escrito de acusación con un tiempo prudencial para que
el acusado pueda eficazmente contestarla (ST C 54/1985), sino también el cum
plimiento de una serie de garantías:
a) La obligación de informar al imputado de todos sus derechos (art. 2 LE
Crim) en un modo que le sea comprensible y, en particular, de los efectos desfa
vorables que pueden derivarse de su sometimiento voluntario a un determinado
acto de investigación (v.gr., el no ejercicio del derecho al silencio en una decla
ración, la práctica de un control de alcoholemia, etc.)
b) La obligación de ilustración de la imputación al sujeto pasivo, con carác
ter previo a su interrogatorio policial (cfr. el deber de información de «las razo
nes de la detención» del artículo 17.3 de la CE) o judicial, a fin de que pueda efi
cazmente oponerse a ella dentro de la instrucción (art. 118.11 LECrim).
c) La puesta en conocimiento de la imputación en «una lengua que compren
da» , o a ser asistido en sus declaraciones por un intérprete, cuyos gastos habrán de
ser satisfechos por el Estado, tanto si fuere extranjero (asunto Ozturk, STEDH de
21 de febrero de 1984), como si, siendo español, desconociera absolutamente el
castellano (STC 74/1987, de 25 de mayo y SST S 1824/2002, de 7 de noviembre;
23 de mayo de 2000 -5209-); sin embargo, si se conoce el castellano no hay in
fracción alguna, SST C 2/1987, de 21 de enero y 71/1988, de 19 de abril). La obli
gación de proveer de intérprete al acusado es también extensible a los sordomu
dos, incluso en el juicio de faltas (STC 30/1989, de 7 de febrero). Como «irregula
ridad procesal» considera el T C que sea un Magistrado de la Sala el que realice la
función de intérprete (STC 188/1990, de 26 de noviembre).
d) El objeto de dicha puesta en conocimiento del imputado ha de ser el he
cho punible cuya omisión se le atribuye, para lo cual las Autoridades habrán de
transmitirle, al menos, una breve relación circunstanciada fáctica y su respecti
va calificación legal.
En un orden temporal, el deber de ilustración de la imputación ha de sur
gir tan pronto como se haya determinado el hecho y su presunto autor: si se
ha producido su detención, con anterioridad a su interrogatorio y, si se tratara
de un imputado no sometido a medida cautelar alguna, en cuanto surja contra
él algún indicio racional de criminalidad (art. 118.2 LECrim). Admitir lo
contrario significaría burlar el derecho de defensa, de modo que la demora en
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L e c c ió n 20. LOS DERECHOS A LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA Y DE DEFENSA
que el imputado, por sí mismo, lleve a cabo actuaciones defensivas, bien porque
se confíe a un técnico en derecho, a un Abogado, la tarea de plantear en el pro
cedimiento el modo en que mejor defender los derechos del imputado.
a) La autodefensa
La autodefensa consiste en la intervención directa y personal del imputado
en el proceso, realizando actividades encaminadas a preservar su libertad: impe
dir la condena u obtener la mínima sanción penal posible.
La autodefensa, como derecho a defenderse por sí mismo, aparece reconocida en
textos internacionales ratificados por España (art. 14.3 PIDCP y art. 6.3 CEDH) y
requiere, como primera exigencia, que el imputado tenga la capacidad de discerni
miento necesaria para poder hacerla valer en el proceso, de tal suerte que, si sufriera
una demencia sobrevenida, habrá de archivarse el procedimiento «ex» art. 383
(STS 669/2006, de 14 de junio).
a) Rebeldía y contumacia
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VICENTE GIMENO SENDRA
496
L e c c ió n 20. LOS DERECHOS A LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA Y DE DEFENSA
libertad en tanto que, siendo un valor superior del ordenamiento (art. 1.1 CE),
está expresamente amparada en el art. 17 CE. Esta dimensión objetiva de la de
fensa penal ocasiona que el ordenamiento otorgue al defensor un cierto grado
de autonomía que se manifiesta, en ocasiones, hasta condicionando determinadas
actuaciones de su defendido (así, en la conformidad, cuando el defensor considera
necesaria a la apertura del juicio oral en contra de la voluntad de su patrocinado,
el art. 655.1 y II hacen prevalecer la voluntad de aquél frente a la de éste).
La autonomía del defensor no significa, sin embargo, exclusión de la autode
fensa. El derecho de defensa no consiste en proveer al imputado de cualquier
Abogado, sino que guarda un orden sucesivo: el imputado tiene derecho, en pri
mer lugar, a elegir su Abogado de confianza para que le defienda en el proceso
(arts. 24.2 CE y 6 CEDH) y tan solo cuando no quiera ejercitar dicho derecho, o
sencillamente reclame expresamente el nombramiento de un Abogado del tumo
de oficio, es cuando intervendrá dicho defensor de oficio (art. 118.III y IV).
Desde esta perspectiva no es posible conceder una primacía a la figura del
Abogado (aunque doctrinalmente se haya llegado incluso a aproximar su posi
ción a la del MF, configurándolo como un funcionario público o como un órga
no de la Administración de Justicia); el Abogado viene a asistir a su defendido y
precisamente en función de sus intereses individuales, realizando una función
de apoyo técnico, sin virtualidad decisoria (el art. 1 del Estatuto General de la
Abogacía, RD 658/2001, de 24 junio, dispone que la Abogacía es una profesión
libre que se ejerce «por medio del consejo y la defensa de derechos e intereses públicos
o privados, mediante la aplicación de la ciencia y la técnica jurídicas»).
La doctrina del TEDH sobre el derecho de defensa ha supuesto avances muy
importantes en su salvaguarda y promoción, estimando un número importante
de demandas por vulneración del art. 6.3 .c) del CEDH. Conforme a esta doctri
na «el objetivo primordial del Convenio consiste en proteger derechos no teóri
cos ni ilusorios, sino concretos y efectivos» (STEDH de 9 de octubre de 1979
[caso Airey]), «de forma que el nombramiento de un Abogado no asegura, por
sí mismo, la efectividad de la asistencia que puede proporcionar al acusado»
(STEDH de 24 de noviembre de 1993 [caso Imbrioscia]), y hay que evitar en el
ordenamiento procesal la vigencia de un sistema de renuncias o excusas del
Abogado de oficio que pudiera provocar la falta de asistencia efectiva del defen
sor al acusado (STEDH de 13 de mayo de 1980 [caso Artico]), ya que no se tra
ta de un mero nombramiento de Abogado, sino que el Convenio exige la «asis
tencia» (STEDH de 25 de abril de 1983 [caso Pakelli]), por lo que las autorida
des estatales han de cuidar que ésta sea concreta y efectiva (STEDH de 21 de
abril de 1998 [caso Daud]). Ahora bien «el artículo 6.3, c) sólo obliga a las auto
ridades nacionales competentes a intervenir si la carencia del Abogado de ofi
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derecho a la defensa y asistencia letrada que le reconoce el art. 24-2 CE, pues
el carácter no preceptivo o necesario de la intervención del Abogado en cier
tos procedimientos, no obliga a las partes a actuar personalmente, sino que les
faculta para elegir entre la autodefensa o la defensa técnica, pero permanecien
do, en consecuencia, el derecho de asistencia letrada incólume en tales casos, cuyo
ejercicio queda a la disponibilidad de las partes, lo cual conlleva, en principio, el
derecho del litigante que carece de recursos económicos para sufragar un Letrado
de su elección, a que se le provea de Abogado de oficio, si así lo considera conve
niente a la mejor defensa de sus derechos, siendo procedente el nombramiento de
Abogado de oficio cuando se solicite y resulte necesario» (SSTC 130/2003, de 30
de junio; 215/2002, de 25 de noviembre; 145/2002, de 15 de julio; 22/2001, de 29
de enero y 92/1996, de 27 de mayo).
b) La reforma del art. 118 de la LECrim por la Ley 53/1978, de 4 de diciem
bre, produjo un cambio radical en la concepción del proceso penal, y muy espe
cialmente de la instrucción, al reconocer a todo aquel a quien se imputara un
acto punible el derecho de defensa desde el preciso momento en que en el curso
de un procedimiento penal apareciera una imputación pudiendo desde entonces
intervenir en él. La norma, que se había tramitado en paralelo con la discusión
parlamentaria de la propia Constitución, supuso un revulsivo en el quehacer de
los instructores e hizo desaparecer la anterior concepción, proveniente del
«Code de Procédure Pénale» napoleónico de 1808, según la cual la defensa penal
aparecía en tres estadios: la defensa prohibida en la detención, permitida en la
instrucción judicial desde un determinado momento, y obligatoria a partir de la
apertura del juicio oral.
Sin embargo, este reconocimiento a la defensa y a la asistencia de Abogado,
que se extiende desde las actuaciones policiales hasta el procedimiento judicial,
resultaba en ocasiones cuestionada en sede policial, precisamente cuando por
causa de la detención el ejercicio del derecho de defensa aparecía más necesa
rio. Ello dio lugar a denuncias de coacciones a los detenidos para que renuncia
ran a su derecho (denuncia que hizo pública en su día el Colegio de Abogados
de Madrid), lo que determinó finalmente la reforma de los arts. 520 y 527 de la
LECrim en 1983, en el sentido de convertir en obligatoria siempre la asistencia
del Abogado cuando se hubiera practicado una detención, estableciendo para
ello el correspondiente tumo de oficio en los Colegios de Abogados.
Aparecieron entonces varias defensas de oficio: la de la detención, la del jui
cio oral y las demás instancias, con Abogados diferentes en cada una de ellas.
Luego, con la Ley de Medidas Urgentes de Reforma Procesal de 1992, y el art.
31 de la Ley 1/1996, de Asistencia Jurídica Gratuita (donde se establece que los
Abogados y procuradores designados desempeñarán sus funciones de asistencia y
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LECCIÓ N 21. LOS DERECHOS A LA PUBLICIDAD DEL JUICIO,
A LOS RECURSOS Y A UN PROCESO PENAL SIN
DILACIONES INDEBIDAS
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presentes en los mismos, pudiendo tener una proyección general. Esta proyección
no puede hacerse efectiva más que con la asistencia de los medios de comunica
ción social...» (vide también SST C 13/1985, de 31 de enero; 128/1988, de 27 de
julio y 176/1988, de 4 de octubre; STS 16 de marzo de 2001 -RJ 2001/3186—).
Del mismo modo, tampoco puede privarse del también derecho constitucio
nal a «transmitir comunicación veraz» (art. 20.1.d) amparándose el órgano judi
cial en el mero principio del secreto sumarial (ST C 13/1985, de 31 de enero),
sin invocación expresa de causa legítima alguna que lo legitime.
El derecho a un proceso público es un derecho fundamental y, en dicha ca
lidad, está sometido a la vigencia del principio de proporcionalidad, por lo que
cualquier restricción del mismo exige, en primer lugar, una resolución motivada
(art. 232.2 LOPJ) (SST S 26 de septiembre de 2000 -RJ 2000/8100-, 1 de febre
ro de 2002 -R J 2002/3642- y 20 de marzo de 2003 -R J 2003/1097- y, en segun
do, la invocación de un bien o interés constitucionalmente relevante que legiti
me su restricción (STS 678/2005, de 4 de mayo).
Tal y como tiene también declarado el TC, «la publicidad del proceso no
puede restringirse sino por los motivos expresos que la ley autorice» (STC
96/1987, de 10 de junio y 65/1992, de 29 de abril).
En la actualidad, los tales motivos o causas de restricción se hallan estableci
dos por los arts. 14.1 del PIDCP y 6.1 del CEDH, conforme a los cuales puede
limitarse el principio de publicidad, por razones de «moralidad u orden público,
seguridad nacional, la protección a la vida privada de las partes y el propio interés de la
justicia», motivos todos ellos que han sido confirmados por la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional (ATC 96/1981, de 30 de septiembre, S ST C 62/1982,
de 15 de octubre; 5/1992 de 16 de enero y 65/1992, de 29 de abril, en la que el
T C legitimó los juicios «a puerta cerrada» por razones de orden público). Tam
bién ha de tenerse en cuenta el art. 8 de la LO 1/1982, de protección al honor.
En particular, y en lo que a la intervención de los medios de comunicación
de masas (fundamentalmente de la TV en los «reality show») se refiere, deben
estimarse como límites a dicha intervención la presunción de inocencia del
acusado, de un lado, y la autoridad e independencia del Tribunal de otro (cfr.
STEDH Bardford), que han de operar siempre como límites frente a los triste
mente famosos «juicios paralelos» en los que a través de un medio de comunica
ción, más que ejercitar el derecho-deber de transmitir información veraz, de lo
que se trata es lucrarse con el morbo o, lo que es más grave, difamar a la persona
acusada con el único objeto de presionar a la opinión pública a fin de minar la
independencia del Tribunal. Esta abusiva utilización de la libertad de informa
ción debiera ser objeto de sanción, pues, no sólo influye en los jueces técnicos,
sino que se puede revelar como nociva en la práctica del jurado español. Pero,
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L e c c ió n 2 1 . LOS DERECHOS A LA PUBLICIDAD DEL JUICIO, A LOS RECURSOS Y A UN PROCESO..
2 .E L D E R E C H O A L O S R E C U R S O S
Aunque no tenga una consagración explícita en nuestra Constitución, el
«derecho a los recursos» se encuentra previsto en el art. 2.1° del protocolo n g 7
al CEDH y en el artículo 14.5 del PIDCP de Nueva York, conforme al cual
«toda persona declarada culpable de un delito tendrá derecho a que el fallo condenato
rio y la pena que se le haya impuesto sean sometidos a un tribunal superior, conforme
a lo prescrito por la ley».
Dicha declaración, que forma parte de nuestro ordenamiento interno, en
virtud de lo dispuesto por el art. 10.2 de la CE, viene a integrar o interpretar las
normas relativas a los derechos fundamentales y, dentro de ellas, naturalmente
el derecho al «proceso debido» del art. 24.
Así lo ha entendido el TC, quien en reiterada jurisprudencia ha declarado
que el derecho a los recursos está implícitamente recogido en el «derecho a la tu
tela» del art. 24.1 (SST C 37/1995, de 7 de febrero F. 5; 94/2000, de 10 de abril,
F. 4; 184/2000, de 10 de julio, F. 4; 258/2000, de 30 de octubre, F. 2; y 181/2001,
de 17 de septiembre, F. 2), si bien ninguna dificultad surgiría de tipificarlo en el
derecho a un «proceso con todas las garantías», del art. 24.2 (SST C 64, 65 y
66/2001), puesto que la subsistencia de los medios de impugnación constituye la
principal garantía frente al arbitrio judicial.
Pero, con independencia del «nomen iuris» o calificación jurídica, se hace
obligado destacar que el art. 14*5° del PIDCP, conforme a la interpretación ju
risprudencial del T C opera en un doble sentido: en tanto que auténtico derecho
fundamental y como instrumento de política legislativa.
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L e c c ió n 2 1 . LOS DERECHOS A LA PUBLICIDAD DEL JUICIO, A LOS RECURSOS Y A UN PROCESO..
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cursos, sin que constituya una garantía suficiente, pues la restringida doctrina
del T S sobre el concepto de «documento» viene a desvirtuar esta segunda ins
tancia encubierta.
Afortunadamente, el legislador español, fundamentalmente ante la existen
cia de tres informes desfavorables del Comité de Derechos Humanos de la
ONU contra el Estado español por vulneración del derecho contenido en el art.
14.5 PIDCP (concretamente los casos «Hill contra España» -D 526/1993, de
23/06/97-, el dictamen n9 986/2001, de 30 de julio de 2003, emitido en el caso
«Joseph Semen» y la D 701/1996, de 11/08/2000, dictada en el caso «Gómez
Vázquez»), empieza a ser sensible a la necesidad de introducir también en nues
tro ordenamiento el principio de la doble instancia o grado de jurisdicción. Y,
así, la reforma operada a la LECrim por la LO 5/1995 del Tribunal del Jurado ya
introdujo, contra las sentencias dictadas por las AP, un recurso de «apelación»
ante la Sala de lo Civil y Penal de los TSJ (art. 846 bis a-f) y un recurso de casa
ción contra las sentencias dictadas por los TSJ (arts. 847-848); pero un estudio
más detenido de las causas que motivan aquella «apelación» revela que encie
rran un recurso extraordinario. Por otra parte, la LO 19/2003 de reforma de la
LOPJ ha previsto ya la instauración de Salas de lo Penal en los TSJ y AN que
hagan realidad en un futuro el derecho a la doble instancia en el proceso penal
por delitos graves (arts. 64 bis, y 73.3.C LOPJ), lo que sucederá, de ser aprobado
el Anteproyecto de Reforma de Leyes Procesales de junio de 2005, que tiene
preparado el Ministerio de Justicia.
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3.2. AUTONOMÍA
La autonomía de este derecho fundamental es otra de las notas que lo confi
guran. A este respecto, el T C observó una cierta actitud dubitativa: en una prime
ra jurisprudencia entendió que el referido derecho se encontraba implícito y os
tentaba un mero carácter instrumental del derecho a la tutela, del art. 24-1 (SSTC
24/1981, de 14 de julio; 26/1983, de 13 de abril; 67/1984, de 7 de junio; 68/1984,
de 11 de junio; 43/1985, de 22 de marzo y 155/1985, de 12 de noviembre).
Lógicamente, desde esta construcción jurisprudencial, el restablecimiento
del derecho fundamental del artículo 24.2Qse obtendría exclusivamente a tra
vés del restablecimiento del derecho a la tutela o, lo que es lo mismo, obligando
al órgano judicial ordinario a emitir la resolución causante de la dilación inde
bida (así, la conclusión del sumario o el sobreseimiento, si las dilaciones se apre
ciaran durante la instrucción).
Pero, posteriormente el Tribunal Constitucional modificó esta tesis inicial,
configurando ambos derechos como «distintos» y reclamando, en definitiva, la
autonomía del derecho a un proceso sin dilaciones indebidas (SST C 26/1983,
de 13 de noviembre; 36/1984, de 14 de marzo; 133/1988, de 4 de julio;
322/1994, de 28 de noviembre; 39/1995, de 13 de febrero; 125/1999, de 28 de
junio; 126/1999, de 28 de junio; 303/2000, de 11 de diciembre y 237/2001, de
18 de diciembre).
Por consiguiente, la infracción de este autónomo derecho fundamental
debiera conllevar el restablecimiento inmediato del derecho a la libertad y la
condena al órgano jurisdiccional a la inmediata emisión de la resolución cau
sante de la dilación. Pero, en lo que a este último extremo se refiere, el T C
(SST C 31, 33/1997, de 24 de febrero; 109/1997 de 2 de junio; 48/1998, de 2
de marzo; 160/2004, de 4 de octubre; 177/2004, de 18 de octubre; 220/2004,
de 29 de noviembre) reduce los fallos por la violación de este derecho a un ni
vel meramente declarativo. Dicho fallo declarativo origina el nacimiento de
la consiguiente pretensión resarcitoria que, en la actualidad, se encauza a través
de los no menos lentos procedimientos de responsabilidad civil directa del Es
tado por el «funcionamiento anormal de la Justicia» o por «error judicial»
(arts. 292 y ss. LOPJ).
Asimismo, las dilaciones indebidas son susceptibles de generar la atenuan
te analógica del art. 21.6 CP, ya que, tanto el Tribunal Europeo (STEDH, EC-
KLE, de 15 de julio de 1982), como el Tribunal Supremo (Acuerdo de Pleno no
Jurisdiccional, de 21 de mayo de 1999), tienen declarado que hay que aplicar
una «atenuación proporcionada de la pena, como forma de reparar la infracción
del derecho a ser juzgado en un plazo razonable» (ST S de 8 de febrero de 2006).
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L e c c ió n 21. LOS DERECHOS A LA PUBLICIDAD DEL JUICIO, A LOS RECURSOS Y A UN PROCESO..
3.3. CONTENIDO
Por derecho a un proceso «sin dilaciones indebidas» no cabe entender concepto
diferente al de que la causa sea oída «dentro de un plazo razonable» del art. 6.1 del
CEDH. Tal y como ha declarado el TC, «por dilación indebida no se está dicien
do cosa distinta de lo que dice el art. 6.1 de la Convención europea» (S 51/1985,
de 4 de julio, FJ 5), por lo que la doctrina del TEDH sobre la materia, una vez
más, constituye un límite mínimo que ha de ser observado por nuestros tribunales.
Desde una interpretación gramatical del artículo 24.2 claramente se deduce
que dos han de ser los requisitos genéricos que han de estimarse vulnerados: en
primer lugar, habrá de existir una dilación y, en segundo, dicha dilación habrá de
ser indebida.
a) Dilación: Por dilación no se puede entender otra cosa que el incumpli
miento de los plazos y términos preestablecidos (en contra, ATC 459/1984, de
18 de julio). Ciertamente el artículo 24.2 «no ha constitucionalizado el derecho
a los plazos» (SST C 51/1985, de 4 de julio; 133/1988, de 4 de julio; 144/1995,
de 3 de octubre; 109/1997, de 2 de junio; 99/1998, de 4 de mayo; 303/2000, de
11 de diciembre; ATC 112/2000, de 3 de mayo), ni, por tanto, su incumpli
miento (tal y como acontece, por ejemplo, con el utópico de un mes para con
cluir el sumario contemplado en el art. 324 LECrim) puede generar, por sí solo,
el nacimiento de una pretensión de amparo: pero tal infracción procesal ocasio
na una dilación que, de conformidad con el principio de impulso de oficio, ha
brá de ser vigilada y subsanada por el órgano jurisdiccional.
b) Indebida: Sin embargo, a los efectos del artículo 24.2, lo decisivo es que la
referida dilación merezca la calificación de indebida.
Para la integración de este «estándar» jurídico se hace obligado, tal y como
ya se ha señalado, acudir a la doctrina del TEDH, conforme a la cual «el tribu
nal ha de tener en cuenta la complejidad del asunto, el comportamiento de los
demandantes y el de las autoridades judiciales» (SSTEDH caso Kónig, S de 10 de
marzo de 1980 -TED H 1980/4-; Eckle, S de 15 de julio de 1982 -TEDH
1982/4-; Fotti, S de 10 de diciembre de 1982; Corigliano, S de 10 de diciembre
1982 -TEDH 1980/8—; Zimmermann-Steiner, S de 13 de julio de 1983 -JU R
1983/674-; Lechner y Hess, S de 23 de abril de 1987 -TEDH 1987/6-; Capua-
no, S de 25 de junio de 1987 -TEDH 1987/10-; Baggetta, 25 de junio de 1987
-TEDH 1987/11-; Milasi, 25 de junio de 1987 -TEDH 1987/9-; Sanders, 7 de
julio de 1989 -TEDH 1989/1—; Kara Kaya, de 26 de agosto de 1994 -TEDH
1994/6-; SST C 87/2001, de 2 de abril y 58/1999, de 12 de abril).
Para que pueda prosperar el ejercicio de este derecho fundamental se requie
re, pues, en primer lugar, que la «complejidad» del asunto no justifique un trata
519
VICENTE GIMENO SENDRA
miento más dilatado en el tiempo del objeto procesal. Si se tratara del enjui
ciamiento de delitos económicos, que requieren prolijos informes periciales o
la previa resolución de cuestiones prejudiciales, lógicamente la práctica de to
das estas diligencias puede justificar una mayor dilación de la fase instructora.
Tampoco pueden, en segundo lugar, merecer el calificativo de «indebidas»
las dilaciones que obedezcan única y exclusivamente a la dolosa conducta de
la parte recurrente en amparo, quien, mediante el planteamiento de improce
dentes cuestiones incidentales, de recursos abusivos o provocando injustifica
das suspensiones del juicio oral (i’.gr. el asunto Pérez-Mahía, recurrente ante
la entonces existente Comisión Europea, quien, cortándose las venas en ple
no juicio oral originó no pocas suspensiones, por lo que su asunto fue desesti
mado por la D 1 1.022/84), ocasiona el retraso anormal en la tramitación del
procedimiento (vide: asunto Bucholz, STEDH 6 de mayo de 1981; Pretto, S
de 8 de diciembre de 1983).
Finalmente, también se hace necesario que la dilación obedezca a la mera
inactividad, dolosa, negligente o fortuita del órgano jurisdiccional, sin que
pueda constituir causa de justificación alguna la sobrecarga de trabajo del ór
gano jurisdiccional (vide el voto reservado de TOMÁS Y VALIENTE a la STC
5/1985, de 23 enero), ya que, admitir lo contrario, significaría «dejar vacío de
contenido esencial al referido derecho fundamental». En tal sentido, una ava
lancha de procedimientos que pueda sorpresivamente sobrecargar la actividad
de un órgano jurisdiccional podría erigirse en causa de justificación para la
«alta parte contratante» ante el Tribunal Europeo; lo que no puede suceder es
que lo «normal» sea el funcionamiento «anormal» de la justicia, pues los Es
tados han de procurar los medios necesarios a sus tribunales a fin de que los
procesos transcurran en un «plazo razonable» (SSTEDH Bucholz cit., Eckle,
S de 15 de julio de 1982; Zimmerman-Steiner, S de 13 de julio de 1983; DCE
7984/77, 11 de julio; S S T C 223/1988, de 24 de noviembre y 37/1991, de 14 de
febrero).
A tal efecto, dispone el art. 324 que los jueces de instrucción, una vez trans
currido un mes desde la fecha del auto de incoación del sumario, cursarán sema
nalmente los «partes de adelanto» a las mismas Autoridades a las que hubiese
comunicado aquella resolución, es decir, al Presidente y al Fiscal de la Audien
cia Provincial (art. 308).
El contenido de dichos partes de adelanto es doble: de un lado, temporal,
debiéndose reflejar la fecha de iniciación del sumario y la del parte a fin de que
se manifieste con claridad la duración del sumario y, de otro, material, en el que
el Juez habrá de plasmar las causas que motivan la dilación, cuales son, por
ejemplo, la complejidad del asunto que obliga a practicar más diligencias, la es
pera en recibir la ejecución de los exhortos o en resolver determinados recursos,
etc.
Naturalmente todas estas prevenciones se pueden obviar, si, como suele ser
habitual en la práctica forense, se inicia el procedimiento a través de las «dili
gencias previas», en las que falta una norma similar en los arts. 757 y ss., y pos
teriormente, por la vía del art. 779.1, se reconvierten tales diligencias (en las
que se habrá realizado la práctica totalidad de la instrucción) en sumario ordi
nario, para inmediatamente dictar, en su caso, auto de procesamiento, prestar al
procesado declaración indagatoria y, acto seguido, dictar auto de conclusión del
sumario.
Pero, si el juez hubiere incoado sumario tendrá que cumplir con lo dispuesto
en el art. 324 e «inundar» a la Presidencia y a la Fiscalía de la Audiencia con ta
les partes semanales de adelanto.
a) Medidas de prevención
Si el Presidente de la Audiencia y el Tribunal competente (la Sección com
petente para conocer del juicio oral, se entiende) estimaren, a la vista de tales
partes, que el Juez incurre en dilaciones indebidas «acordarán, según sus respec
tivas atribuciones, lo que consideren oportuno para la más pronta terminación
del sumario».
b) Procedimiento
521
VICENTE GIMENO SENDRA
trarse de las causas de la dilación y proponer las medidas oportunas para corre
girlas.
Las medidas, destinadas a prevenir tales dilaciones, pueden ser de dos tipos,
procesales y disciplinarias:
a ’) Medidas procesales
Las medidas procesales constituyen una excepción (permitida por el art.
324) a la regla general de que la jurisdicción para el conocimiento de la instruc
ción hasta que el Juez dicta el auto de conclusión pertenece única y exclusiva
mente al Juez de instrucción. No concreta la Ley cuál pueda ser su contenido,
pero, dentro del estándar jurídico «lo que consideren conveniente para la más
pronta terminación del sumario», cabe reputar incluidas, bien el requerimiento
de que proceda el juez, sin mayores dilaciones, a dictar auto de conclusión del
sumario, bien podrían consistir en conceder al Juez un plazo perentorio para que
finalice la práctica de determinadas diligencias que la Sección de la Audiencia
considere procedentes y concluya el sumario.
a) Titularidad
Tal y como se ha adelantado la titularidad del derecho a la tutela, como el de la
totalidad de los contenidos en el art. 24 corresponde a «todos», es decir, a todos los
sujetos del Derecho, tanto a las personas jurídicas, privadas y públicas, tengan o no
plena capacidad jurídica (y, así, el art. 6.4 y 5 LEC otorga capacidad a las masas pa-
trimoniales y a los entes sin personalidad jurídica), como a las físicas («nasciturus»
incluido, para todo lo que le sea favorable: art. 6.2 LEC), sean nacionales, residen
tes de la Unión Europea o extranjeros, legalizados o no en España. De aquí que la
ST C 95/2003 pudo declarar la inconstitucionalidad del adverbio «legalmente»
contenido en el art. 2.a) de la Ley 1/1996, de 10 de enero, de Asistencia Jurídica
Gratuita, precepto que reconducía este derecho tan sólo a los extranjeros «que resi
dan ¡egalmente en España». Y es que el derecho a la tutela judicial, más que un dere
cho fundamental de los españoles, es un derecho humano proclamado por los Pac
tos Internacionales (así, el art. 6 del Convenio Europeo de Derechos Humanos).
Pero que la CE otorgue este derecho a todo ser humano, no significa que el
ordenamiento no pueda establecer válidamente determinadas restricciones a los
incapaces. De hecho los arts. 6 y 7 LEC o 102 LECrim distinguen entre la capa
cidad para ser parte y de actuación procesal, debiendo suplir la incapacidad y
comparecer en proceso sus legales representantes. Ahora bien, incluso en tales
casos, la titularidad del derecho a la tutela pertenece a quien ostenta la capaci
dad para ser parte, es decir, a los incapaces.
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VICENTE GIMENO SENDRA
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L e c c ió n 22. EL DERECHO A LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA Y DE ACCIÓN PENAL
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L e c c ió n 2 2 . EL DERECHO A LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA Y DE ACCIÓN PENAL
a) El Ministerio Fiscal
El Ministerio Público tiene el derecho-deber de ejercitar la acción penal
ante la sospecha de la comisión de un delito público y la obligación de compa
recer para sostener la pretensión penal en aquellos procesos penales incoados
por los ofendidos que obedezcan a la comisión de delitos semipúblicos, así como
la prohibición de solicitar la incoación o de personarse en los procesos por deli
to privado (arts. 105 y 104 LECrim y 1 EOMF).
A diferencia del derecho de acción que asiste a los particulares, el del Ministerio
Público pertenece a la categoría, acuñada por CARNELUTTI, de los «derechos-debe
res», pues, dada su especial misión de defender la legalidad (arts. 124.1 CE y 541
LOPJ), más que de un derecho se trata de una obligación que gravita sobre los
miembros del Ministerio Fiscal de defender a la sociedad, a la víctima y al principio
de legalidad, solicitando al respecto del Juez de Instrucción la apertura del proceso
penal cuando le conste la comisión de un delito público.
3.3. CONTENIDO
La acción penal se ejercita mediante la puesta en conocimiento de un órga
no jurisdiccional de una notitia criminis. Así se infiere de lo dispuesto en el art.
100 LECrim, según el cual «de todo delito o falta nace acción penal para el cas
tigo del culpable».
Por consiguiente, otros tipos de ilícitos, tales como los administrativos san-
cionadores o los civiles, no pueden ser determinados en el proceso penal. Cuan
do esto ocurra, puede el juez rechazar una denuncia o una querella por falta de
tipicidad (arts. 269 y 313 LECrim).
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L e c c ió n 2 2 . EL DERECHO A LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA Y DE ACCIÓN PENAL
3.4. FORMA
De conformidad con un sector mayoritario de la doctrina y de la jurispru
dencia, la acción penal tan solo se ejercita mediante la forma de querella.
Nuestro ordenamiento procesal conoce otros modos de iniciación del pro
ceso penal, cuales son la denuncia (arts. 259 y ss.) y la incoación de oficio (art.
308). Pero el ejercicio de la denuncia no conlleva la obligación de inadmitirla
mediante resolución motivada; el juez no está obligado a notificar esta resolu
ción al denunciante, por lo que, si el particular desea que el juez sea escrupuloso
con el cumplimiento del derecho a la tutela y, en cualquier otro caso, poder
constreñirlo a través del recurso de amparo, debe ejercitar la acción en forma de
querella. En el caso de la incoación de oficio, es obvio que no se trata de ejerci
cio alguno del derecho de acción que, en tanto que derecho fundamental, tan
solo asiste a los particulares frente a los poderes públicos. De aquí que no pueda
resultar casual que el art. 102.3 prohíba el ejercicio de la acción penal a jueces y
magistrados y de aquí también que el art. 308 LECrim deba ser reinterpretado
en el sentido de que deba el Juez trasladar la sospecha de la comisión del delito
al Juzgado de Guardia para su reparto, salvo que existiera un solo Juez en la de
marcación judicial, en cuyo caso debe ponerla en conocimiento inmediato del
MF a fin de que sostenga la pretensión penal.
3.5. OBJETO
El objeto de la acción penal, como se ha avanzado, no consiste en obtener
la actuación del derecho de penar del Estado, sino tan solo de provocar la inco
ación del proceso penal en orden a obtener una resolución motivada y fundada
que ponga fin al procedimiento.
El derecho de acción penal no conlleva, pues, la exigencia de la obtención
de una sentencia de condena con un contenido determinado (teoría concreta).
Tal y como el T C tiene afirmado, dicho derecho es un mero ius ut procedatur, no
un derecho a la condena penal, ni a la apertura del juicio oral, ni siquiera a la
incoación de la fase instructora (SST C 93/2003, de 19 de mayo; 81/2002, de 22
de abril; 115/2001, de 10 de mayo; 81/2001, de 22 de abril; 211/1994, de 13 de
julio; 40/1994 de 15 de febrero; 37/1993 de 8 de febrero; 191/1992, de 16 de di
ciembre; 83/1989 de 10 de mayo; 203/1989 de 4 de diciembre).
Ello es así porque el proceso penal es un proceso de selección, a través del
cual se van destilando las notitia criminis hasta el punto de hacer llegar al juicio
oral tan solo aquellos hechos punibles previamente determinados, con autor co
nocido y presente en los autos, y con respecto al cual no concurra la evidencia
sobre la existencia de alguna causa de extinción o incluso de determinadas de
533
VICENTE GIMENO SENDRA
Pero, si el juez opta por una resolución inadmisoria de la querella (arts. 312-
313), de archivo o de sobreseimiento (arts. 634 y ss) ha de saber que dicha reso
lución, al incidir en un derecho fundamental, como lo es el de la tutela, ha de
cumplir con las exigencias del principio de proporcionalidad, siendo la primera
la del deber de motivación. Dicha resolución no puede consistir en una fórmula
totalmente impresa; antes al contrario, en ella habrá de fundamentar la resolu
ción inadmisoria en los supuestos previstos en la Ley. En particular, si se trata de
la invocación de la ausencia de tipicidad, habrá de determinar los requisitos del
tipo que no concurren en la fundamentación fáctica de la querella.
534
L e c c ió n 22. EL DERECHO A LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA Y DE ACCIÓN PENAL
a) Fundamento
Por esta razón, el Poder Legislativo es dueño de, sin perjuicio de reconocer
su vigencia, regular los requisitos de entrada y capacidad de postulación de los
acusadores populares, que no tienen necesariamente que disponer de las mismas
«armas» procesales que el MF o el acusador particular.
535
VICENTE GIMENO SENDRA
b) Sujetos
De conformidad con lo dispuesto en los arts. 101.2 y 270 la acción penal p o
pular, en principio, aparece reservada a los ciudadanos españoles, por lo que, de
secundar una interpretación literal de tales preceptos, quedarían excluidos de su
ejercicio los extranjeros y las personas jurídicas.
a ’) Extranjeros
Por la exclusión de los extranjeros abonaría, además, la naturaleza de la acusa-
ción popular, la cual viene ligada a los derechos subjetivos públicos, cívicos y acti
vos, perteneciente a la esfera del «status activae dvitatis» (JELLINECK). Pero esta
concepción debe hoy ser revisada, si se repara en que obedece a una época de es
casa consolidación de las relaciones internacionales. En el momento actual, desde
luego, en ningún caso puede, a los efectos de ejercicio de la acción popular, esti
marse extranjero a un ciudadano de la Unión Europea, y ello por prohibirlo el
TUE. En cuanto a los demás residentes no nacionales, es dudoso que se les pueda
negar la acción popular, si se tiene en cuenta que el art. 13.1 y 2 CE permite sus
tentar la tesis contraria, si bien el tema no es nada pacífico, por cuanto, al igual
que el derecho al sufragio, el art. 125 CE lo configura como un derecho cívico.
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L e c c ió n 22. EL DERECHO A LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA Y DE ACCIÓN PENAL
c) Forma
La acción popular, como toda acción penal ha de utilizarse mediante quere
lla (art. 270), a la que el Juez podrá exigir la prestación de fianza (art. 280), la
cual habrá de ser siempre proporcionada con el patrimonio del querellante
(SST C 62/1983 de 11 de julio; 113/1984, de 29 de noviembre; 147/1985 de 29
de octubre; 202/1987, de 17 de diciembre; 326/1994, de 12 de diciembre, y
45/2002, de 25 de febrero...).
Aun cuando, desde una interpretación literal del art. 110, cabría llegar a la
conclusión de que el acusador popular no puede ejercitar la acción penal adhesi
va, por cuanto dicho precepto reserva la posibilidad de mostrarse parte en un
procedimiento ya incoado exclusivamente a los «perjudicados», la ST S 3 de ju
nio de 1995 -RJ 1995/4535- permite también la entrada en la causa del acusa
dor popular sin necesidad de deducir querella.
Pero, tratándose de una pluralidad de acusadores populares, la ST C
154/1997, de 29 de septiembre, ha legitimado «ex» art. 113 que puedan ser obli
gados por el órgano judicial a comparecer bajo una sola representación y direc
ción letrada (SAP de Barcelona de 29 de ocubre de 2001 (-JU R 2001/39929—)*
537
VICENTE GIMENO SENDRA
538
L e c c ió n 22. EL DERECHO A LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA Y DE ACCIÓN PENAL
a la renuncia de la acción (art. 106.2) o perdón del ofendido (art. 130.4 CP), y
b) las relativas, que pueden surgir ante la comisión de un delito semipúblico, en el
que, si bien el ofendido es dueño del ejercicio de la acción penal, la cual puede
ejercitarla no sólo en forma de querella, sino también de denuncia, ya no lo es
absolutamente de la pretensión penal, a la que está llamado a sostener en cual
quier caso el Ministerio Fiscal, sin que pueda el acusador particular, como regla
general, ocasionar su finalización anormal mediante el instituto de la remisión o
del perdón del ofendido.
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VICENTE GIMENO SENDRA
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L e c c ió n 22. EL DERECHO A LA TUTELA JUDICIAL EFECTIVA Y DE ACCIÓN PENAL
semipúblicos con interés público, en los que su sujeto pasivo, no sólo no goza de la
titularidad de la pretensión penal, pues está excluido el ejercicio del perdón,
sino que también puede no ostentar el monopolio de la acción penal, cuando la ac
ción delictuosa haya vulnerado un bien jurídico protegido que escapa a la titula
ridad del ofendido o, dicho en otras palabras, cuando el delito haya comprometido
también un bien o interés de carácter público.
En el CP vigente tales delitos vienen integrados por los de agresiones, aco
sos y abusos sexuales (art. 191), delitos contra la propiedad intelectual e indus
trial, el mercado y los consumidores (art. 287) y los novedosos delitos societa
rios (art. 296).
No es un delito semipúblico, sino público, el de acusación y denuncia falsa y
simulación del delito, no obstante la tortuosa redacción del art. 456.2. No lo es,
porque, aun cuando permita que el hecho «pueda también perseguirse previa
denuncia del ofendido», al precepto autoriza al Juez o Tribunal a «proceder de
oficio contra el denunciante o acusador siempre que de la causa principal resulten indi
cios bastantes de la falsedad de la imputación». La especialidad del precepto consis
te en instaurar un nuevo presupuesto, cual es la excitación judicial que impide al
ME ejercitar la acción, si no denuncia el ofendido.
a) Dispone el primero de los enunciados preceptos que «para proceder por los
delitos de agresiones, acoso o abusos sexuales, será precisa denuncia de la persona
agraviada, de su representante legal o querella del Ministerio Fiscal, que actuará pon
derando los legítimos intereses en presencia...». La novedad del nuevo art. 191
frente al art. 443 del anterior CP estriba en haber incorporado la posibilidad de
que el MF pueda interponer una querella y ello, hay que entenderlo así, fuera de
los casos en que la ofendida sea «desvalida», supuesto en el que, desde siempre ha
estado legitimado para interponer denuncia, tal y como sigue recogiendo el art.
191.1 en su segundo inciso. Aunque la norma se limite a afirmar que el MF «ac
tuará ponderando los legítimos intereses en presencia», dicho interés que ha de le
gitimar la interposición del MF de una querella, en contra incluso de la voluntad
de la ofendida, no puede ser otro sino el interés público en la prevención de la libertad
sexual en tanto bien jurídico, no sólo individual, sino también socialmente relevante.
b) En el supuesto contemplado por los arts. 287.2 y 296.2 establecen tales
preceptos, con idéntica redacción, que «no será precisa la denuncia exigida en
el apartado anterior cuando la comisión del delito afecte a los intereses genera
les o a una pluralidad de las personas». La regla general en tales delitos, así
como en el anterior, es la de que el ofendido ostenta el monopolio de la acción
penal, la cual puede hacer valer mediante denuncia, pero, cuando el interés pú
blico pueda comprometerse por la comisión del hecho punible, el delito semi
público se convierte en público y, de aquí, que la acción privada posea un mar
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VICENTE GIMENO SENDRA
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LECCIÓN 23. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA
INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO Y AL
SECRETO DE LAS COMUNICACIONES
2. LA ENTRADA
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L e c c ió n 23. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO..
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VICENTE GIMENO SENDRA
a) Sujeto activo
a ’) E l Juez de Instrucción
A falta del propio consentimiento del interesado, el órgano jurisdiccional
competente para disponer la entrada es el «Juez o Tribunal que conociere de la
causa» (art. 546 LECrim). En el proceso de menores será competente el Juzgado
de menores (art. 23.3 LO 5/2000). Y, tratándose de entradas «administrativas»,
será siempre competente el Juez de lo Contencioso-administrativo (arts. 91.2
LOPJ y 8.5 LJCA) territorialmente competente (art. 14 LJCA).
No obstante lo anterior, si el inmueble, objeto de la diligencia, se encontra-
ra fuera de la demarcación del Juez de Instrucción territorialmente competente,
puede comisionar la entrada al juez de dicha demarcación (arts. 563.2° y 310 de
la LECrim) o constituirse en las misma a fin de proceder a su práctica (arts.
268.2 de la LOPJ, 323 LECrim). Igualmente, puede el Juez de Instrucción comi
sionar al de Paz de su demarcación (art. 563.1°).
A los efectos del artículo 18.2 de la CE por «resolución judicial» no cabe en
tender resolución «del Juzgado» sino de su titular, esto es, del Juez. Por lo tanto,
ningún otro órgano colaborador está constitucionalmente legitimado para
adoptar dicha autorización. En particular, no lo está el Secretario (art. 290 «in
fine» LOPJ), ni el MF (art. 5.2° del EOMF).
Sin embargo, el Juez de Instrucción «puede encomendar la entrada» a la poli
cía judicial (art. 563) y, por tanto, también al Ministerio Fiscal, de quien aquélla
depende. Pero, nótese que, incluso en tal supuesto, la Autoridad competente
para disponer la entrada sigue siendo el Juez de Instrucción, encomendándose a
la policía su ejecución. Esta delegación habrá de ser, pues, expresa y específica,
delimitándose en el Auto, no sólo su fundamento material, sino también la de
terminación del objeto de la diligencia (art. 558). Cualquier delegación genéri
ca (v.gr. los tristemente famosos impresos de autos de entrada firmados en la
época del franquismo) violaría el artículo 18.2 de la CE.
546
L e c c ió n 23. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO...
b) Sujeto pasivo
El destinatario de esta diligencia ha de ser el «interesado o persona que legítima-
mente lo represente» (arts. 550 y 569), quien ha de ser el titular del derecho a la in-
timidad o privacidad del lugar cerrado, objeto de la entrada y quien habrá de estar
presente en la diligencia de registro, bajo sanción de nulidad del acto de prueba
(STC 239/1999, de 20 de diciembre, SST S 20 de marzo de 2003 -RJ
2003 \ 2759-, 19 de noviembre de 2003 -RJ2003\8184-, 14 de noviembre de
2003 -RJ 2003 \ 8750-, 20 de octubre de 2003 -RJ 2003 \ 7642-, 3 de abril de
2001 -RJ 2001 \ 3342-, 30 de enero de 2001 -R J 2001 \ 1229-, 13 de marzo de
2000 -R J2000X1466-, 14 de noviembre de 2000 -RJ 2000\8716—, 2 de diciem-
bre de 1998 -RJ 1998 \ 10079- y ATS 4 de marzo de 2004 -JU R 2004 \ 98458-).
La capacidad la ostentan, pues, todas las personas físicas, mayores de edad y capa-
ces y la legitimación, para esta diligencia, la ostenta el titular de la posesión de la
morada, cuya entrada se pretende (LLOR B leda ).
De conformidad con una interpretación literal de tales preceptos de la LE-
Crim parece que el «interesado» ha de revestir necesariamente la cualidad de
persona física, por lo que cabe preguntarse si las personas jurídicas pueden ser
sujetos pasivos de esta diligencia.
a’) Ciertamente, el TC , en la S 137/1985, de 17 de diciembre, admitió con
amplitud esta posibilidad, pero, atendiendo a una interpretación teleológica de
los referidos preceptos, así como del art. 18 CE, la respuesta habría de ser, en
principio, negativa, por cuanto el bien constitucionalmente protegido es la «in
timidad personal y familiar» (art. 18.12), derecho fundamental que tan sólo es
predicable de las personas físicas (en este sentido ATC de 17 de abril de 1984).
547
VICENTE GIMENO SENDRA
549
VICENTE GIMENO SENDRA
a) Motivación
Como regla general, la resolución de entrada exige un auto específicamente
fundado (art. 558) (SST C 239/1999, de 20 de diciembre y 136/2000, de 29 de
mayo; SST S 15 de marzo de 2000 -R J 2000X1197-, SSA P Almería de 10 de
noviembre de 2000 -JU R 2000X48476-; Badajoz, de 18 de febrero de 2000
-JU R 2000X26-), en el que habrán de plasmarse los indicios acerca de la exis
tencia en el lugar cerrado, del imputado, cuya detención se pretende o de los
instrumentos del cuerpo del delito, cuya recogida y custodia se interesa (art.
546) (SST C 136/2000, de 29 de mayo; 49/1999, de 5 de abril y ST S de 1 de
marzo de 1999 -R J 1999 X1941—). En el dispositivo del auto, que, de secundar lo
dispuesto en la RO de 13 de marzo de 1895 sobre prohibición de utilización de
fórmulas estampilladas tendría que ser manuscrito por el propio juez, se determi
nará el objeto y tiempo de la diligencia, así como la Autoridad encargada de su
ejecución (art. 558). Pero la ST S de 21 de febrero de 1994 consideró que esta
orden está en desuso y, dado su carácter reglamentario, no obliga a Jueces y Tri
bunales que tan sólo están vinculados a la Ley (art. 117.1 CE).
Pero, además, al incidir, como se ha dicho, la diligencia de entrada en un
derecho fundamental, cual es el contenido en el art. 18.2, y como consecuencia
de la vigencia del principio de «proporcionalidad» (SST C 62/1982, de 15 de
octubre, 13/1985, de 31 de enero; 151/1997, de 29 de septiembre; 175/1997, de
27 de octubre; 200/1997, de 24 de noviembre; 177/1998, de 14 de septiembre y
18/1999, de 22 de febrero) el auto habrá de estar motivado materialmente, de
tal suerte que, en él, habrá de plasmar el juez el correspondiente juicio de nece
sidad (SST C 136/2000, de 29 de mayo; 239/1999, de 20 de diciembre; 50/1995,
de 23 de febrero; SAP Granada de 7 de octubre de 2000 -A R P 2000X2280-)
en el que, apreciando los indicios racionales aportados por la acusación (en la
550
L e c c ió n 23. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO...
b) Procedimiento adecuado
El Título VIII de la LECrim, que disciplina la entrada y registro, se encuen
tra dentro del Libro II sobre «el sumario». Por tanto, este acto indirecto de in
vestigación exige la incoación previa de un sumario (o, al menos, de unas «dili
gencias previas» en el ámbito del proceso abreviado), sin que pueda ser dictado
en el cauce de las atípicas «diligencias indeterminadas», como, por desgracia,
acontece en la práctica forense (L lor B leda ) con el objeto de sacrificar el de
recho de defensa. Ciertamente, la urgencia de esta medida aconseja que se
adopte «inaudita parte» (no así, su práctica en la que es preceptiva la presencia
del imputado); pero, para proteger adecuadamente a la sociedad, no es nece
sario acudir a aquélla corruptela, expresamente censurada por el T C (ST C
49/1999, ST C 126/2000, de 16 de mayo, S S T S de 7 de octubre de 2002 -R J
2002\ 8875-, 28 de febrero de 1997 -R J 1997X1462-), siendo suficiente que el
Juez declare el secreto instructorio (art. 302.2). La utilización de la criticable
fórmula de las «diligencias indeterminadas» o «previas de las previas» vulnera
el principio de legalidad procesal (art. 1 LECrim) y debiera posibilitar el recurso
de amparo por vulneración del derecho «a un proceso con todas las garantías»
del art. 24.2.
551
VICENTE GIMENO SENDRA
c) Notificación
Tratándose del domicilio de un particular, el auto será notificado al interesa-
do en la forma prevenida por el art. 566, que contempla una notificación perso
nal, la cual habrá de efectuarse simultáneamente a la práctica de la diligencia,
debiendo, en cualquier otro caso, adoptar el Juez las medidas oportunas, tanto
para evitar la fuga del imputado (a través de su detención), como el ocultamien-
to de las fuentes de prueba (art. 567). Si recayere sobre un lugar público, habrán
de observarse las prescripciones contenidas en los arts. 564-565.
e) Tiempo
En cuanto al tiempo en el que puede disponerse la entrada, la regla general
es que tan sólo puede efectuarse «de día» (arts. 570, 546, 550 y 567).
Por lo tanto, «de noche», y a fin de evitar interrogatorios que pudieran re
putarse «tratos inhumanos», no puede practicarse diligencia de entrada alguna,
salvo que especiales razones de urgencia lo aconsejaren. Pero, en tal supuesto, y
con independencia de la motivación del auto, el juez en el mismo habrá de plas
mar la fundamentación de tales «razones de urgencia» (art. 550), si el interesa
do se opusiere al mandamiento de entrada (STS de 15 de marzo de 2000 -RJ
2000 \ 1197- El auto, así redactado, le habrá de ser notificado dentro del plazo
máximo de veinticuatro horas.
En cuanto a lo que deba entenderse por el concepto «noche», la jurispru
dencia no secunda una interpretación gramatical o astrofísica, sino sistemática.
Siendo la finalidad del precepto la de evitar las entradas sorpresivas cuando el
imputado está durmiendo (a la que tan acostumbradas son las policías «políti
cas» para conseguir flaquear la voluntad del detenido), hay que remitirse a las
552
L e c c ió n 2 3 . LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO...
3. LA DILIGENCIA DE REGISTRO
a) El órgano jurisdiccional
Aun cuando la diligencia de entrada la puedan disponer, en los supuestos
anteriormente examinados, y practicar los funcionarios de policía, la diligencia
553
VICENTE GIMENO SENDRA
de registro requiere la obligatoria presencia judicial. Así se infiere del art. 574,
conforme al cual la recogida de los instrumentos y efectos del delito la efectuará
el juez, quien habrá de constituirse en el lugar cerrado, objeto de la diligencia, a '
fin de dotar de «autenticidad» al acto de recogida y custodia del cuerpo del deli
to. Por consiguiente, en el supuesto de que la policía hubiera practicado la en
trada, si desea dotar al acta de registro de los efectos de la prueba preconstituida,
habrá de suspender la diligencia de registro hasta tanto comparezca la Autori
dad judicial.
Por esta razón, hay que reputar desafortunada la redacción del artículo
28.2Q.d) del Real Decreto 769/1987, de 19 de junio, conforme al cual a la policía
se le «podrá encomendar la práctica de la «recogida de pruebas» (SSTS de 17 de no
viembre de 2002 -RJ 2002 \ 8925-, 22 de noviembre de 2002 -RJ 2002\3641—).
La policía, sea o no judicial, no debe por sí misma recoger prueba alguna, pues
la prueba requiere la intervención de una Autoridad institucionalmente dotada
de independencia judicial. Sin intervención judicial, y salvo especiales razones
de urgencia (en los que el T C le ha autorizado a preconstituir la prueba), no hay
acto de prueba alguno, sino meros actos de investigación, que en ningún mo
mento pueden fundamentar, por sí solos, una sentencia condenatoria, puesto
que, en tal supuesto, se infringiría la presunción de inocencia (SAP Barcelona,
de 7 de noviembre de 1984).
No es que la policía no pueda practicar un registro. Sirviendo de base el
auto de entrada para practicar el registro, mediante dicha resolución se le puede
habilitar para efectuar el registro (y si careciere de autorización incurriría en la
responsabilidad penal de los arts. 534-536 del CP); pero, en tal caso, la recogida
de los efectos e instrumentos del delito constituirán meros actos de investiga
ción y no, de prueba. Lo mismo ha de ocurrir en los registros a los que se refiere
el art. 553 LECrim, en los que la urgencia de la situación puede legitimar la en
trada policial por delito flagrante, pero dicha urgencia desaparece cuando la po
licía puede suspender momentáneamente (o mediante el precinto del lugar) el
registro y recabar la intervención del Juez de guardia.
b) El interesado
Junto a la necesaria intervención judicial, a fin de que el registro pueda al
canzar en su día los requisitos de los actos de prueba, pretende la LECrim que
dicha diligencia sea presenciada físicamente por el interesado o la persona que
él designe, la cual, dada su condición de imputado, puede ser su propio abogado
defensor (art. 118.3). Por «interesado» aquí hay que entender, pues, la persona
a la que se imputa la probable comisión del delito que motiva la autorización ju
dicial (L lor B leda). El deseo del legislador de garantizar el contradictorio en
554
L ec c ió n 23. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO...
c) Los testigos
Si el interesado no fuere encontrado, en el momento de la práctica del regis
tro, dicha diligencia disponía el antiguo art. 569.2 que «se hará en presencia de
dos testigos, vecinos del mismo pueblo». (SSTS de 19 de noviembre de 2003 -RJ
2003 \ 8184-, 11 de septiembre de 2003 -RJ 2003 \ 6069-, 6 de mayo de 2003 -RJ
2003 \ 4716-, 20 de marzo de 2003 -RJ2003\2759-, 18 de octubre de 2002 -RJ
2002 \ 8901-, Pero la jurisprudencia (ST S 27 de abril de 1998 -577/1998-) y
Ley 22/1995 estimó superflua la presencia de los dos testigos, ante la necesaria
intervención del Secretario judicial y, en la actualidad establece el precepto que
«si aquél no fuere habido o no quisiere concurrir ni nombrar representante, se practi
cará a presencia de un individuo de su familia, mayor de edad».
d) El Secretario
En cualquier caso, y con independencia de este testigo especial, el art.
569.4° exige que todo registro se practicará a presencia del Secretario del Juzga
do que lo haya autorizado. La intervención del Secretario en la diligencia de re
gistro ha pasado por ciertos avatares en la historia de este precepto.
Siendo su intervención obligatoria en el texto originario de la LECrim, la
LO 10/1992 o de Medidas Urgentes de Reforma Procesal permitió su ausencia y
la práctica del registro por la propia policía judicial, lo que ocasionó que la juris
prudencia del T S se dividiera en punto a dotar de valor probatorio al acta efec
tuada sin la intervención del Secretario. Y, así, de un lado, las S ST C 79, 290 y
309/1994, 133/1995 y 41/1998 y las SST S de 27 de enero de 1992, 17 de julio
de 1995, ATS de 27 de septiembre de 1995, ST S de 3 de febrero de 1995, la
ST S de 10 mayo de 1995, otorgaban valor probatorio a los registros practicados
555
VICENTE GIMENO SENDRA
a) En la LECrim
Como registros especiales contempla expresamente la LECrim el de los li- ■
bros de contabilidad o de comercio (art. 573) y los protocolos de Notarios, li
bros del Registro de la Propiedad y del Registro Civil y Mercantil (art. 578).
La «ratio legis» del primero de los enunciados registros se encuentra en los
arts. 32 y 33 del Código de Comercio y la de los segundos en la oportuna legisla
ción especial (art. 32 de la Ley de constitución del notariado, de 28 de mayo de
1862 y Reglamento, de 2 de julio de 1944, reformado por RD 1209/1984, de 8
de junio; art. 241 Ley Hipotecaria, art. 31 Ley de Registro Civil, de 8 de junio
de 1957 y 101 de su Reglamento, aprobado por D 14 de noviembre de 1958).
b) En la legislación especial
Como registros regulados en la pertinente legislación especial cabe mencio
nar los de despachos de Abogados, en materia de propiedad industrial y los que,
con carácter general, contempla la legislación procesal civil.
El art. 32.2 del Estatuto de la Abogacía (RD 658/2001, de 22 de junio) pre
vé el registro de los bufetes de Abogados, en cuyo caso, y si el Juez avisara de di
cho registro al Decano del Colegio concernido (como debiera ser siempre lo re
comendable), se personará en el local cerrado en orden a vigilar que el registro
se practique con el menor perjuicio posible al secreto profesional.
Con respecto a la propiedad industrial véanse los arts. 130-131 de la Ley
11/1986, de 20 marzo, que disciplinan la «diligencia de comprobación de hechos» o
registro, efectuado por el Juez de primera instancia competente, del local cerra
do en donde puedan estar los objetos materiales de actos contrarios al Estatuto
de la Propiedad Industrial (Ley derogada por Ley 20/2003, de 7 de julio, de Pro
tección Jurídica del Diseño Industrial, no contempla dichos preceptos).
Finalmente, el art. 261.5 de la LEC 1/2000 prevé, en el ámbito de las «Dili
gencias Preliminares», la posibilidad de que el Juez civil pueda disponer una en
trada y registro civil. Asimismo, los arts. 1.1.3~ y 5 de la LO 8/2003, de 9 de ju
lio para la reforma Concursal habilita al Juez del concurso a disponer la entrada
y registro del domicilio del deudor.
557
LECCIÓN 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA
INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO Y AL
SECRETO DE LAS COMUNICACIONES (II)
1.1. NATURALEZA
Aun cuando dicho derecho claramente se relacione con el derecho funda
mental a la «intimidad» (y de aquí que no en vano sea el mismo art. 18 CE el
que, en su primer párrafo, proteja también este derecho fundamental), no se
identifica absolutamente con él, sino que posee un contenido mucho más am
plio. Mediante el art. 18.3 el constituyente no ha querido proteger exclusiva
mente el secreto de las comunicaciones «íntimas», sino cualquier clase de co
municación, y ello con independencia de su contenido material, lo que ha lle
vado a nuestra doctrina (JIMÉNEZ CAMPO, ASENCIO, LÓPEZ FRAGOSO) y
jurisprudencia (SST C 114/1984, de 29 de noviembre; 34/1996, de 11 de marzo;
127/1996, de 9 de julio; 58/1998, de 16 de marzo; 123/2002, de 20 de mayo;
70/2002, de 3 de abril; 56/2003, de 24 de marzo) a proclamar el carácter «for
mal» de este derecho fundamental.
El bien constitucionalmente protegido es, pues, el derecho de los titulares a la
privacidad de una información privada o, lo que es lo mismo, a que ningún ter
cero pueda intervenir en el proceso de comunicación y conocer de la idea, pen
samiento o noticia transmitida por el medio.
lefónica, se efectúe ésta a través del cable o del espacio radioléctrico (telefonía
digital y por satélite incluida), lo que impide distinguir, como sucede en otros
países de nuestro entorno europeo, las escuchas administrativas (sometidas a
otros tipos de control como el Parlamentario) de las judiciales o procesales pe
nales. En este sentido, si bien la ST C 127/1996, de 11 de marzo, no ha alcanza
do esta conclusión, ha afirmado que respeta el principio de legalidad la exten
sión de la conducta típica contenida en el todavía vigente art. 497 bis a la inter
ceptación de las escuchas inalámbricas.
561
I
2.1. CONCEPTO
Se entiende por intervención de las comunicaciones postales y telegráficas la
resolución judicial motivada, dictada en el curso de un proceso penal, por la que
se ordena que, por los funcionarios de la policía judicial o asimilados, se proceda a
la detención del soporte a través del cual se efectúa una determinada correspon
dencia postal o telegráfica del imputado, pertinente con el hecho punible investi
gado, con el objeto de que se efectúe su lectura con las garantías de inmediación
judicial y de contradicción suficientes para convertir a este acto de investigación,
una vez debidamente protocolizado, en un acto de prueba preconstituida.
562
L e c c ió n 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
2.3. SUJETOS
Como consecuencia de la vigencia del principio de «exclusividad jurisdic
cional» en la limitación de los derechos fundamentales (arts. 18.3 y 53.2 CE) la
anterior resolución sólo puede emanar del Juez de instrucción competente, lo
que no significa, sin embargo, que otras autoridades y funcionarios no tengan
participación alguna en esta diligencia. A tal efecto, debe distinguirse entre la
detención y la apertura de la correspondencia:
a) Detención de la correspondencia
Tal y como se ha avanzado, el auto de detención y apertura de la correspon
dencia ha de emanar del juez competente. Pero la práctica de dicha detención
puede confiarse a otros jueces, a través del auxilio judicial, a la policía judicial, a
funcionarios de la Administración de Correos y Telégrafos (art. 580 en relación
con el art. 563) e incluso, y aunque la Ley no lo diga, a empleados de empresas
de «mensajería» (M ORENO), habida cuenta de la obligación que a todos incum
be de colaborar con la Administración de Justicia (art. 118 CE).
b) Lectura de la correspondencia
Nótese, sin embargo, que la colaboración de tales funcionarios y empleados
se limita única y exclusivamente a la práctica de la detención (arts. 580.2-582)
VICENTE GIMENO SENDRA
2.4. OBJETO
El objeto genérico de esta diligencia lo integra el soporte a través del cual se
efectúa la comunicación postal o telegráfica y en concreto, las cartas, paquetes
postales y telegramas que tengan relación con la causa.
«Dentro del concepto de correspondencia postal, a efectos de la garantía consti-
tucional de su secreto, deben ser incluidos los paquetes postales por la posibilidad
de que quienes los remitan incluyan en los mismos mensajes personales dignos de
ser amparados por el derecho a la intimidad reconocido en el art. 18.1 CE, por lo
que una apertura de paquete postal no autorizada por auto motivado de la Autori-
dad judicial y no rodeada de las garantías establecidas en los arts. 583 y ss. LECrim
percutirá en el derecho al secreto de las comunicaciones reconocido en el art. 18.3
CE y no podrá surtir, de acuerdo con lo dispuesto en el art. 11.1 LOPJ, efecto pro-
batorio alguno, ni directa ni indirectamente» (SSTS de 23 de diciembre de 1994
-RJ 1994\ 10263-, 9 de mayo de 1995 -RJ 1995X3621-, 5 de octubre de 1996 -RJ
1996 \ 7144—, 5 de febrero de 1997 -RJ 1997X697-, 4 de febrero de 1999 -RJ
1999X411, 25 de septiembre de 2000 -RJ 2000X8087-).
564
L e c c ió n 2 4 . LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
Una regulación especial en el art. 263 bis se prevé para la inspección de pa
quetes sometidos a vigilancia de drogas y otras sustancias ilegales.
565
VICENTE GIMENO SENDRA
566
L e c c ió n 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
disponer que «se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las pos
tales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial» .
Esta norma constitucional (en virtud del contenido integrador de las nor
mas tuteladoras de los derechos fundamentales que ostentan los Pactos Interna
cionales de Derechos Humanos, proclamado por el art. 10.2° de nuestra Ley
Fundamental), al igual como todas las que tutelan los derechos fundamentales,
precisa ser interpretada de conformidad con lo dispuesto en el art. 8 del Conve
nio Europeo de Derechos Humanos y de su órgano jurisdiccional de aplicación,
esto es, a la luz de la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos
(TEDH, en lo sucesivo).
b) Pero, a nivel de la legalidad ordinaria, las intervenciones telefónicas, por
vez primera, se instauran, de un lado, en el ordenamiento sustantivo mediante
la L07/1984 que incorpora al Código Penal los arts. 192 bis y 497 bis regulado
res del delito de «escuchas telefónicas clandestinas», delitos que, con algunas
variaciones en el tipo y con un notable incremento de pena, han pasado a in
corporarse a los arts. 536 y 197 y 198 del Código Penal de 1995 y, posteriormen
te, de otro, en el ordenamiento procesal, a través de la LO 4/1988 que modificó
el art. 579 de nuestra Ley de Enjuiciamiento Criminal (LECrim, en lo sucesivo)
en el sentido de incluir, como acto de investigación sumarial, expresamente las
intervenciones telefónicas en un Código Procesal Penal que, como es el caso
del nuestro, por datar del año 1.882, tan sólo pudo contemplar las intervencio
nes postales y telegráficas.
Con anterioridad a tales disposiciones legislativas, las intervenciones telefónicas
aparecieron también contempladas en el art. 17 de la derogada LO 9 /1984 Antite-
rrorista y en la LO 4/1981 sobre estados de alarma, excepción y sitio. En la actuali
dad existen supuestos especiales de intervenciones telefónicas en el art. 51 de la LO
1/1979, General Penitenciaria, y arts. 89-100 de su Reglamento y en el art. 188 de
la LO 2/1989 reguladora del Código Procesal Militar.
567
VICENTE GIMENO SENDRA
568
L e c c ió n 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
3.2. CONCEPTO
De conformidad con la referida doctrina jurisprudencial mayoritaria, por in
tervención telefónica, puede entenderse todo acto de investigación, limitativo
del derecho fundamental al secreto de las comunicaciones, por el que el Juez de
Instrucción, en relación con un hecho punible de especial gravedad y en el cur
so de un procedimiento penal, decide, mediante auto especialmente motivado,
VICENTE GIMENO SENDRA
que por la policía judicial se proceda al registro de llamadas y/o a efectuar la gra
bación magnetofónica de las conversaciones telefónicas del imputado durante
el tiempo imprescindible para poder preconstituir la prueba del hecho punible y
la participación de su autor.
a) Comunes
Un presupuesto común para todo acto procesal limitativo de algún derecho
fundamental lo constituye el principio procesal de legalidad. A él se refiere el
art. 8.2Qdel CEDH al requerir que toda injerencia de la autoridad pública en la
esfera privada ha de estar «prevista por la ley», lo que exige que el ordenamien
to interno expresamente autorice a la autoridad judicial disponer tales medios
de investigación (SSTEDH «Malone», de 2 de agosto de 1984, Huvig, de 4 de
abril de 1990).
Dicho presupuesto, exigido por el art. 84.a) del Reglamento para la presta
ción de servicios de comunicaciones electrónicas, aprobado por RD 424/2005,
de 15 de abril, aparece cumplido en nuestra legislación, ya que, como se ha ade
lantado, y a diferencia de lo que acontecía en Francia cuando fue condenada
por esta causa por el TEDH en los citados casos Huvig y Krusling, la LO 4/1988
reformó el art. 579 en punto a autorizar a los Jueces de Instrucción la práctica de
todo tipo de intervención de las comunicaciones, incluidas las telefónicas. En la
actualidad, tal y como se ha indicado, el delito de escuchas telefónicas clandes
tinas se encuentra, aunque muy deficientemente regulado, previsto en los arts.
197-198 y 536 del CP de 1995.
b) Especiales
Junto al cumplimiento de los principios de jurisdiccionalidad y de legalidad,
la doctrina sobre la proporcionalidad exige también la más estricta observancia
del principio de necesidad, pues no basta con que la medida esté prevista en la
570
L e c c ió n 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
Ley y se adopte por un Juez, sino que es también imprescindible que objetiva-
mente se justifique para obtener el cumplimiento de los fines constitucionales
que la legitiman (art. 8.2 CEDH), debiéndose adoptar, en cualquier otro caso, la
alternativa menos gravosa para el derecho fundamental.
En el ámbito de las escuchas telefónicas, la doctrina mantiene que una medida
restrictiva del derecho al secreto de las comunicaciones sólo puede entenderse
constitucionalmente legítima, desde la perspectiva de este derecho fundamental, si
se realiza con estricta observancia del principio de proporcionalidad (últimamente
SSTC 202/2001 de 15 octubre, 81/1998, de 2 de abril; 121/1998, de 15 de junio;
151/1998, de 13 de julio; 49/1999, de 5 de abril; 166/1999, de 27 de septiembre;
171/1999, de 27 de septiembre, E 5; y 236/1999, de 20 de diciembre; 126/2000; en
este mismo sentido se ha pronunciado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos:
casos Klass -Sentencia de 6 septiembre de 1978 -, Malone -Sentencia de 2 de
agosto de 1984-, Kuslin y Huvig -Sentencia de 24 de abril de 1990-, Halford
-Sentencia de 25 de junio de 1997 [TEDH 1997, 37]-, Kopp -Sentencia de 25 de
marzo de 1998]—y Valenzuela -Sentencia de 30 de julio de 1998-).
La medida se autoriza por ser necesaria para alcanzar un fin constitucionalmente
legítimo (como -entre otros-, la defensa del orden y la prevención de delitos califi
cables de infracciones punibles graves) y resulta idónea e imprescindible para la in
vestigación (ATC 344/1990, de 1 de octubre; SSTC 85/1994, de 14 de marzo;
181/1995, de 11 de diciembre; 49/1996, de 26 de marzo; 54/1996, de 26 de marzo;
123/1997, de 1 de julio; 49/1999, de 5 de abril; 166/1999, de 27 de septiembre y
202/2001 de 15 de octubre.
La comprobación de la proporcionalidad de la medida ha de efectuarse analizan
do las circunstancias concurrentes en el momento de su adopción (SSTC
126/20008; 299/2000,14/2001 y 202/2001).
También incide en la legitimidad de la medida la falta de expresión o exteriori-
zación, por parte del órgano judicial, tanto de la existencia de los presupuestos ma
teriales de la intervención (investigación, delito grave, conexión de las personas
con los hechos) cuanto de la necesidad y adecuación de la medida (razones y finali
dad perseguida) (SSTC 54/1996 y 202/2001).
El presupuesto habilitante es, como hemos afirmado reiteradamente, un «prius
lógico»: «pues, de una parte, mal puede estimarse realizado ese juicio, en el mo
mento de adopción de la medida, si no se manifiesta, al menos, que concurre efecti
vamente el presupuesto que la legitima. Y, de otra, sólo a través de esa expresión,
podrá comprobarse ulteriormente la idoneidad y necesidad (en definitiva, la razo-
nabilidad) de la medida limitativa del derecho fundamental (SSTC 37/1989,
3/1992], 12/1994, 13/1994, 52/1995, 128/1995, 181/1995, 34/1996, 49/1999, de 5
de abril, F. 7, 202/2001 de 15 de octubre).
«La resolución autorizando la escucha de las conversaciones telefónicas de una
persona tiene que concederse con carácter excepcional y siempre que no exista otro
571
VICENTE GIMEMO SENDRA
a’) Material
Desde un punto de vista jurídico sustantivo la adopción de una interven
ción telefónica exige que el objeto de la instrucción lo constituya un delito gra
ve (SSTEDH «Kruslin» y «Huvig» y ATS de 18 de junio de 1992), el cual ha
de determinarse en la solicitud de la intervención (STS de 12 de enero de 1995
y ATC 344/1990, de 1 de octubre; S ST C 85/1994, de 14 de marzo; 181/1995,
de 11 de diciembre; 49/1996, de 26 de marzo; 54/1996, de 26 de marzo;
123/1997, de 1 de julio; 49/1999, 166/1999 y 14/2001, de 29 enero).
El problema, sin embargo, que suscita el art. 579.2 LECrim, en este extremo,
es que no contiene un criterio cualitativo o de listado de delitos graves que ha
bría de autorizar la práctica de este acto instructorio (sistema secundado por paí
ses como Alemania, Bélgica, Finlandia o Grecia), ni siquiera otro criterio cuanti
tativo expreso que pudiera atender a la necesidad de la intervención según un
«quantum» de pena a imponer por el delito imputado (este es el caso de ordena
mientos tales como los de Francia, Holanda, Reino Unido, Irlanda, Austria, Por
tugal, Luxemburgo, Italia y Dinamarca), por lo que el precepto ha suscitado el
mantenimiento de dos antitéticas tesis: de conformidad con la primera, la cir
cunstancia de que el art. 579 esté ubicado dentro del proceso penal común para
delitos muy graves y que su párrafo segundo contemple como destinatario de la
medida al «procesado» (esto es, al sujeto pasivo de un «auto de procesamiento»
que, como es sabido, tan solo puede dictarse en la fase instructora del proceso pe
nal para delitos muy graves) y no al mero imputado, obligan a concluir en que las
intervenciones telefónicas tan solo se justifican para la investigación de delitos
castigados con una pena privativa de libertad superior a los nueve años de priva
ción de libertad (LÓPEZ BARJA); según la segunda, el término procesado es aquí
sinónimo de «imputado», por lo que debiera reclamarse el ámbito de aplicación
de estas medidas para cualquier clase de delito (LÓPEZ FRAGOSO).
El problema ha sido zanjado por el Tribunal Supremo en su Sentencia de 14
de junio de 1993 en la que no ha secundado ninguna de las dos tesis maximalis-
572
L e c c ió n 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
tas o, para ser más exactos, ha combinado adecuadamente las dos, conjugando
tanto el criterio cuantitativo como el cualitativo: de conformidad con esta doc
trina, las intervenciones telefónicas, en principio, tan sólo se justifican para la
investigación de delitos muy graves; pero, consciente nuestro Tribunal de casa
ción de que nuestro viejo Código Penal mantenía penas irrisorias, sobre todo,
para la represión de los delitos cometidos por funcionarios, las autoriza también
para los ilícitos penales leves «con trascendencia social», como es el caso de di
chos delitos de funcionarios, los que afecten «al buen funcionamiento y al cré
dito de la Administración del Estado» y, en general (añadimos nosotros), los re
lativos a la «corrupción política» y de carácter económico.
Y a estos efectos, «si, pese a la inexistencia de una Ley que satisficiera las ge
néricas exigencias constitucionales de seguridad jurídica, los órganos judiciales,
a los que el art. 18.3 de la Constitución se remite, hubieran actuado en el marco
de la investigación de una infracción grave, para la que de modo patente hubie
ra sido necesaria, adecuada y proporcionada la intervención telefónica y la hu
biesen acordado respecto de personas presuntamente implicadas en el mismo,
respetando, además, las exigencias constitucionales dimanantes del principio de
proporcionalidad, no cabría entender que el Juez hubiese vulnerado, por la sola
ausencia de dicha Ley, el derecho al secreto de las comunicaciones telefónicas»
(SSTC 49/1999, de 5 de abril; 47/2000, de 17 de febrero; 184/2003, de 23 de oc
tubre).
La intervención de las comunicaciones telefónicas sólo puede entenderse cons
titucionalmente legítima si está legalmente prevista con suficiente precisión, si se
autoriza por la autoridad judicial en el curso de un proceso y si se ejecuta con ob
servancia del principio de proporcionalidad; es decir, si su autorización se dirige a
alcanzar un fin constitucionalmente legítimo, como acontece cuando se adopta
para la prevención y represión de delitos calificables de infracciones punibles gra
ves y es idónea e imprescindible para la investigación de ellos (SSTC 166/1999,
de 27 de septiembre; 171/1999, de 27 de septiembre; 126/2000, de 16 de mayo;
299/2000, de 11 de diciembre; 14/2001, de 29 de enero; 138/2001, de 18 de junio;
202/2001, de 15 octubre).
b’) Procesal
Junto a este presupuesto material, resulta imprescindible también cumplir
con otro de carácter procesal, cual es la exigencia de que la petición de la inter
vención telefónica se efectúe dentro de una instrucción judicial en curso, esto es,
dentro de un «sumario ordinario», en la instrucción del Jurado o en unas «dili
gencias previas» en el ámbito del proceso penal abreviado.
Por consiguiente las intervenciones telefónicas no pueden adoptarse, ni en
las diligencias policiales de prevención, ni en la investigación oficial o prelimi
573
VICENTE GIMENO SENDRA
nar a la judicial del Ministerio público (pues este órgano imparcial no es, sin
embargo, autoridad judicial), ni en el curso de las atípicas «diligencias indeter
minadas», ni, desde luego, en el juicio de faltas.
Este último requisito, aunque no haya sido establecido de forma unánime
por la jurisprudencia del TS, se nos representa como muy plausible, pues viene a
impedir la utilización de dicho acto investigatorio en las polémicas «inquisicio
nes generales» (ST S de 20 de febrero de 1995), destinadas a averiguar los deli
tos que haya podido cometer un ciudadano determinado. En un Estado demo
crático las intervenciones telefónicas, pese a la redacción del art. 579.2 LECrim
(que tan sólo condiciona la admisibilidad de la medida a que esté dirigida a «ob
tener el descubrimiento de algún hecho»), no debieran estar arbitradas para descu
brir la comisión de delitos en general, sino para preconstituir la prueba tan solo
de aquellos hechos punibles, de singular gravedad o relevancia social, y que, ha
biendo sido previamente denunciados, constituyan el objeto de una instrucción
judicial en curso. La anterior exigencia es otra manifestación del principio de
proporcionalidad, pues, para que el Juez pueda alcanzar el convencimiento so
bre la necesidad de la medida limitativa del derecho fundamental, se hace nece
sario «ponderar» previamente, de un lado, la gravedad del hecho punible impu
tado y, de otro, la imprescindibilidad del sacrificio del derecho contenido en el
art. 18.3 CE para la obtención de la prueba de tal hecho.
«No caben tampoco las escuchas predelictuales o de prospección, desligadas de
la realización de un hecho delictivo.., no cabe obviamente decretar una interven
ción telefónica para tratar de descubrir, en general, sin la adecuada precisión, ac
tos delictivos» (ATS de 18 de junio de 1992). Véase también, y sobre todo, la
STS de 14 de junio de 1993; de conformidad con la doctrina de esta última resolu
ción, la adopción de la medida requiere la existencia, contra una persona determi
nada de «indicios fundamentados y contrastados...», «no basta con la simple ma
nifestación policial de la existencia de una actividad delictiva inconcreta y difusa
cuyo protagonismo no aparece definido, sino por sospechas y conjeturas sin base
real alguna...» «No cabe decretar la intervención telefónica para tratar de descu
brir actos delictivos que sólo se perfilan en las vagas sospechas de los investigado
res policiales». Dicha doctrina es reiterada en las SSTS de 25 marzo de 1994 y 26
de octubre de 1995 (Ponente Martín Pallín). Por el contrario, las SSTS de 28 de
junio de 1993, 14 de junio de 1995, 7 de abril de 1995, 23 de octubre de 1998, 7
de marzo de 1998... estiman suficientes las «Diligencias Indeterminadas» como
cauce procesal para adoptar estas intervenciones. La STC de 24 de octubre de
2005 confiere validez a las Diligencias Indeterminadas para adoptar la resolución
judicial de intervención telefónica, si bien estima el amparo, entre otras causas,
por la circunstancia de que, dentro de dichas Diligencias, no se le notificó al MF
la pertinente resolución judicial.
574
L e c c ió n 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
a) El deber de motivación
La obligación de la autoridad judicial de motivar la resolución por la que
dispone una intervención telefónica constituye otra exigencia del principio de
«proporcionalidad», según el cual toda resolución limitativa de un derecho funda
575
VICENTE GIMENO SENDRA
576
L e c c ió n 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
a’) Subjetivos
De entre los primeros destaca la determinación del destinatario de la medi
da (ST C 49/1996), quien ha de ser el titular del derecho al secreto de las comu
nicaciones (el cual normalmente será el imputado, aunque no necesariamente,
pues en ocasiones se hace necesario intervenir el teléfono del ofendido; y, así, la
ST S de 18 de marzo de 1994 permite la intervención telefónica de persona no
imputada) y quien no tiene por qué coincidir necesariamente con el dueño del
teléfono intervenido (así, en el caso de intervención telefónica de empresas,
577
VICENTE GIMENO SENDRA
bf) Objetivos
Y, de entre los segundos, se hace necesario reflejar en el auto, de un lado, el
número de teléfono objeto de la intervención y, de otro, el delito o delitos cuyo
esclarecimiento constituyen la causa y finalidad de la intervención, sin que le
sea dado a la policía acumular a la investigación nuevos delitos, que puedan
aparecer ocasionalmente en conexión, sin solicitar inmediatamente una am
pliación de la resolución judicial de intervención.
«...resultando, por tanto, imprescindible que la resolución que acuerde la in
tervención/observación se motive, se determine su objeto, número o números de
teléfono y personas cuyas conversaciones han de ser intervenidas» (ATS de 18 de
junio de 1992). «Como es lógico la medida se proyectará únicamente sobre los te
léfonos de las personas que aparecen indiciariamente implicados con la noticia del
hecho delictivo, bien se trate del titular del número interceptado, o bien, uno de
sus usuarios habituales, sin que pueda extenderse a otros abonados que de manera
indirecta e indeterminada pudieran estar remotamente relacionados con los hechos
que son objeto de intervención» (STS de 25 de junio de 1993).
«Es claro que la resolución judicial en la que se acuerda la medida de interven
ción telefónica o su prórroga debe expresar o exteriorizar, como tiene declarado
este Tribunal Constitucional, las razones fácticas y jurídicas que apoyan la necesi
dad de la intervención, esto es, cuáles son los indicios que existen acerca de la pre
sunta comisión de un hecho delictivo grave por una determinada persona, así
como determinar con precisión el número o números de teléfono y personas cuyas
conversaciones han de ser intervenidas, que, en principio, deberán serlo las perso
nas sobre las que recaigan los indicios referidos, el tiempo de duración de la inter
vención, quiénes han de llevarla a cabo y cómo, y los períodos en los que deba de
darse cuenta al Juez para controlar su ejecución (SSTC 49/1996, 236/1999,
14/2001 de 29 de enero). Así pues, también se deben exteriorizar en la resolución
judicial, entre otras circunstancias, los datos o hechos objetivos que puedan consi
derarse indicios de la existencia del delito y la conexión de la persona o personas
investigadas con el mismo» (STC 171/1999 y 14/2001, de 29 de enero).
578
L e c c ió n 2 4 . LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
actividades laborales, viajes, etc.; tales datos son fundadas sospechas, que no
simples conjeturas sin base real alguna, siendo tales sospechas, que no indicios
racionales de criminalidad (que fundamentan una imputación formal) suficien-
tes para llegar judicialmente a autorizar una interceptación telefónica, con tal
que se valoren suficientemente, en términos de racionalidad (SST S de 12 de
marzo de 2004 -RJ 2004 \ 3404-, 7 de marzo de2003 y 4 de julio de 2003.
3.5. OBJETO
El objeto de esta diligencia lo integran todas las comunicaciones, alámbricas
e inalámbricas (ST C 34/1996; SST S de 27 de septiembre de 2006 y 8 de febrero
de 1999), ya que todas ellas aparecen previstas en el art. 18.3 CE y el art. 579
no excluye las que puedan efectuarse a través del espacio radioeléctrico.
Pero la elaboración de dicha acta no significa que sobre ella pueda el Tribu-
nal sentenciador extender de oficio, sin más, su conocimiento (al amparo de lo
dispuesto en el art. 726 LECrim), ni siquiera que, dada su naturaleza de prueba
documental preconstituida (ST S de 17 de febrero de 1995), su contenido pue
da ser introducido en el juicio oral a través de la «lectura de documentos» (art.
730 LECrim).
El resultado de la escucha telefónica, si se efectúa con estricto respeto a la
Constitución y a la LECrim, genera un acto peculiar de «prueba preconstitui-
da» que se diferencia de los demás supuestos de la prueba sumarial en que no
precisa ser leída la oportuna acta en el juicio oral, sino, antes al contrario, debe
su contenido ser reproducido directamente ante el Tribunal mediante la audi
ción (una vez comprobada pericialmente, en su caso, la paternidad y autentici
dad de las cintas magnetofónicas) de los soportes magnéticos, garantizándose,
de este modo, el más estricto cumplimiento de los principios de oralidad, inme
diación y contradicción (SST S de 4 de noviembre de 2003 -R J 2003 \ 7653-,
29 de octubre de 2003 -RJ 2003 \ 7330-, 18 de julio de 2002 -RJ 2002 \ 7999, 1
de marzo de 2001 -R J 2001 \ 1914-, 15 de junio de 1999 -RJ 1999 \ 3 888-, 14
de mayo de 2001 -R J 2001 \5507-).
Sobre la necesidad de reproducir el contenido de las cintas, la jurisprudencia del
TC y TS ha modulado tal obligación. A este respecto, en la STC 128/1988, de 27
de junio, tras reconocer que las cintas no se oyeron en el juicio, se admite como
medio de prueba las transcripciones, no impugnadas ni contradichas por nadie. En
el mismo sentido, la STC 238/1999, de 20 de diciembre, «ninguna relevancia tiene
para la eficacia probatoria de las grabaciones telefónicas el hecho de que las graba
ciones y cintas no fueran reproducidas en el juicio oral. En efecto, la audición de las
cintas no es requisito imprescindible para su validez como prueba y puede ser susti
tuida por la reproducción de los folios que incorporan las transcripciones».
En igual sentido, la STS de 3 abril de 2001 -RJ 2001 \ 3342- «La información
obtenida a través de las intervenciones telefónicas puede ser incorporada al proceso
como medio autónomo de prueba, bien por sí misma con audición directamente
por el Tribunal de las cintas, bien a través de su trascripción mecanográfica, como
documentación de un acto sumarial previo, o por medio de las declaraciones testifi
cales de los funcionarios policiales que escucharon las intervenciones telefónicas».
«...las cintas grabadas... en la medida en que perpetúan determinados sucesos
se rigen por las reglas propias de la prueba documental. De ello se derivan, al
menos, dos consecuencias. En primer lugar que tienen que ser reproducidas en el
juicio oral y en segundo lugar que el Tribunal debe haber escuchado directamen
te las cintas en el juicio oral en forma completa, pues de lo contrario sólo habría
tenido acceso a un documento incompleto...» (STS de 11 de octubre de 1993.
En el mismo sentido: STS de 29 junio 1993, 7 de julio de 1997 y 18 de abril de
581
VICENTE GIMENO SENDRA
Sin embargo, dicho plazo es más teórico que real, pues, al devenir en nues
tro ordenamiento la intervención del defensor necesaria tras el primer acto de
imputación (arts. 118.1 y 788.1) y, siendo la regla general en nuestro proceso la
«publicidad» de la instrucción para el imputado, a fin de evitar la frustración de
la escucha telefónica, el Juez de Instrucción ha de verse obligado a dictar con si
multaneidad a la adopción de la intervención telefónica, otra resolución de de
claración del secreto instructorio.
Ahora bien, dicha declaración de secreto del sumario o de las diligencias
previas no puede extender sus efectos por un plazo superior a «un mes» (art.
302.2), pues, cumplido dicho plazo, debe el Juez permitir que el imputado tome
conocimiento de todas las actuaciones practicadas, razón por la cual la utilidad
práctica de la medida queda reducida al plazo de un mes, sin que tenga sentido
alguno solicitar prórrogas a la intervención telefónica, aun cuando, según el te
nor literal del art. 579.3, podrían ser ilimitadas.
De aquí que, para obviar tales inconvenientes, la práctica forense recurra a las
«Diligencias Indeterminadas», que se efectúan a espaldas de la defensa y que
permiten prórrogas automáticas cada tres meses. Esta corruptela debiera conlle
var una reforma legislativa que armonizara ambos plazos de secreto sumarial y de
intervención de las comunicaciones.
582
L e c c ió n 24. LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
583
VICENTE GIMENO 5ENDRA
Ahora bien, para determinar si la infracción del derecho al secreto de las co-
municaciones conlleva también la de dichos derechos fundamentales se hace
preciso indagar la extensión de los efectos de aquella primera infracción, pues,
en pureza, cabe la posibilidad de que una sentencia penal no se sustente, ni en
la cinta magnetofónica inconstitucionalmente obtenida, ni en pruebas que se
deriven de ella (tal como el T C ha tenido ocasión de constatar en su ST C de
26 de marzo de 1996), en cuyo caso la única pretensión de amparo que le puede
quedar al particular es meramente declarativa, sin perjuicio de la deducción de
la correspondiente denuncia penal y de la oportuna pretensión resarcitoria que
pudiera plantear el destinatario de la escucha ilegal para exigir la reparación de
los daños ocasionados por la autoridad pública al haberse entrometido ilegítima
mente en su privacidad.
585
VICENTE GIMENO SENDRA
prueba, de tal suerte que, para extender su conocimiento a esos otros medios de
prueba, habría de comprobar la ausencia de dicha relación de causalidad o de
antijuricidad o, dicho en otras palabras, tendría que acreditarse que el hecho
punible se habría probado en cualquier caso con independencia de la prueba ilí
cita obtenida con infracción de la Constitución (V ives).
586
L e c c ió n 24- LOS DERECHOS A LA INTIMIDAD, A LA INVIOLABILIDAD DEL DOMICILIO... (II)
587
VICENTE GIMENO SENDRA
ella, podrá el Tribunal sentenciador fundar su condena sobre tales pruebas que
indirectamente se deriven de las intervenciones ilegales.
La construcción del TC, desde la ST C 81/1998 hasta la fecha, descansa sobre
la «conexión de antijuricidad», doctrina que la ST C 167/2002 resume con acier
to: «...en aquella Sentencia (la ST C 81/1998) el Tribunal Constitucional esta
bleció un criterio básico para determinar cuándo las pruebas derivadas de otras
constitucionalmente ilegítimas podían ser valoradas o no, que cifró en determinar
si, además de estar conectadas desde una perspectiva natural, entre unas y otras
existía lo que denominó conexión de antijuridicidad. Para tratar de determinar si
esa conexión de antijuridicidad existe o no, se ha de analizar, en primer término,
«la índole y características de la vulneración del derecho al secreto de las comuni
caciones, materializadas en la prueba originaria, así como su resultado, con el fin
de determinar si, desde un punto de vista interno, su inconstitucionalidad se tras
mite o no a la prueba obtenida por derivación de aquélla; pero, también, hemos
de considerar, desde una perspectiva que pudiéramos denominar externa, las ne
cesidades esenciales de tutela que la realidad y efectividad del derecho al secreto
de las comunicaciones exige. Estas dos perspectivas son complementarias, pues
sólo si la prueba refleja resulta jurídicamente ajena a la vulneración del derecho y
la prohibición de valorarla no viene exigida por las necesidades esenciales de tute
la del mismo, cabrá entender que su efectiva apreciación es constitucionalmente
legítima, al no incidir negativamente sobre ninguno de los aspectos que configu
ran el contenido del derecho fundamental sustantivo (STC 11/1981 -R TC
1981 \ 11-, F. 8)» (F. 4; también, SST C 49/1999, de 5 de abril -R TC 1999\ 49-, F.
14; 166/1999, de 27 de septiembre -R TC 1999 \ 166-, F. 4; 299/2000, de 11 de di
ciembre -R TC 2000\ 299—, F. 9). De manera que es posible que la prohibición de
valoración de pruebas originales no afecte a las derivadas, si entre ambas, en pri
mer lugar, no existe relación natural o si, en segundo lugar, no se da la conexión
de antijuridicidad (SSTC 166/1999, de 27 de septiembre -R TC 1999 \ 166—, F. 4;
171/1999, de 27 de septiembre -R TC 1999U71-, F. 4; 299/2000, de 11 de di
ciembre -R TC 2000\ 299-, F. 4)» (STC 167/2002, de 18 de septiembre).
Si el Tribunal fundara su convicción sobre otras pruebas, distintas a la de la
intervención telefónica, a causa de su ilicitud, habrá de plasmar en la Sentencia
el «juicio de desconexión» de dichas pruebas con respecto a la escucha telefóni
ca inconstitucional (STC de 24 de octubre de 2005).
589
TERCERA PARTE
LA PROTECCIÓN JURISDICCIONAL
DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
TITULO I
TUTELA PROCESAL CIVIL
DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
LECCIÓN 25. EL SISTEM A DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (I)
1. N IV E L E S G E N E R A L E S D E P R O T E C C IÓ N D E LO S '
D E R E C H O S: A R T ÍC U L O 53 D E L A C O N S T IT U C IÓ N
las garantías constitucionales como los mecanismos ju r íd i
G a l e o t t i d e f in e
cos de seguridad que el Ordenamiento constitucional establece para salvaguarda
y defensa de la integridad de su valor normativo. En esta lección nos interesan
los mecanismos de seguridad de los derechos y libertades que hacen plenamente
normativos los preceptos que los reconocen.
Un derecho vale jurídicamente lo que valen sus garantías. De ello ha habi
do conciencia desde el inicio del régimen constitucional, que f u e cifrado no
tanto en la existencia de libertades cuanto en su aseguramiento. Como dice grá
ficamente M. A. G A R C ÍA H e r r e r a , las garantías nos muestran la sinceridad del
Ordenamiento. De ahí que los textos constitucionales acompañen los derechos
y libertades con garantías tendentes a dotarlos de efectividad.
Pues bien, a este respecto, apenas hay un rasgo más señalado de la Constitu
ción española que su actitud garantista de los derechos y libertades, con la que
el constituyente buscó una vez más las distancias en relación con el régimen
precedente. Esto no significa que haya en la Constitución un sistema perfilado
de garantías; lo que hay en ella es más bien una acumulación de garantías. Por
eso haremos su tipología y exposición desde diversos ángulos para su más fácil y
completa comprensión.
En este epígrafe abordamos los tres niveles generales de protección de los
derechos que establece el artículo 53 de la Constitución. Los exponemos en or
den ascendente.
1. El capítulo III del título I contiene principios de política social y econó
mica. Estos principios sólo están protegidos por la rigidez constitucional y la co
rrelativa posibilidad de impugnar y cuestionar la inconstitucionalidad de una
norma con rango legal que los vulnere.
2. Los derechos comprendidos en la sección 2~ del capítulo II están protegi
dos por la exigencia de ley para regular su ejercicio y límites, ley que debe respe
tar en todo caso su contenido esencial. La duda sobre si dicha ley debía revestir
el carácter de orgánica fue resuelta por el Tribunal Constitucional exigiendo so
lamente ley e incluso validando el decreto-ley si se daba el requisito de una ex-
595
ANTONIO TORRES DEL MORAL
596
L e c c ió n 25. EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (I)
sus límites, como sucede con la libertad de expresión y el derecho al honor. Las
constituciones no suelen expresar las garantías específicas de cada derecho o
grupo de derechos frente a estas acciones de particulares. Los problemas que
puedan plantearse quedan diferidos a las leyes que regulan el ejercicio de los de
rechos y a la jurisdicción ordinaria, mediante el ejercicio de las acciones civiles
y penales que pudieran corresponder.
Pero en nuestra norma fundamental hay algún ejemplo de garantías frente a
particulares, como la no obligatoriedad de declarar sobre la ideología, religión o
creencias propias y la prohibición de tribunales de honor en las organizaciones
profesionales. También las hay que, por el carácter fronterizo entre garantía y
derecho, vienen formuladas de este último modo, como sucede, con la cláusula
de conciencia de los profesionales de la comunicación y su derecho al secreto
profesional. De uno y otro tipo de garantías frente a particulares puede rastrear
se también algún ejemplo en la legislación de desarrollo; éste es el caso del ser
vicio de orden que los organizadores de una manifestación pueden y deben esta
blecer como garantía de la misma, o bien del derecho de rectificación como ga
rantía de una información verídica.
Indudablemente la mayoría de las garantías constitucionales están previstas
para oponerlas a los poderes públicos. (En realidad, cuando se habla aquí de po
deres públicos, se quiere significar la Administración. Las vulneraciones de los
derechos fundamentales producidas por las Cámaras son directamente recurri
bles en amparo ante el Tribunal Constitucional.)
Algunas de ellas son elevadas a categoría de derechos, como sucede con par
te de las antes mencionadas, que también son oponibles frente a los poderes pú
blicos: el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en materia
informativa, y, en su nivel de garantía legal, el derecho de rectificación, que es
ejercitable también frente a los medios de titularidad pública y oficiales; pero es
tán así formuladas sobre todo las garantías referentes a la tutela judicial de los
derechos, recogidas en el artículo 24.2 de la Constitución.
Ahora bien, en su mayor parte, las garantías de los derechos vienen expresa
das como tales garantías. Son, entre otras:
a) Las que protegen la libertad personal en caso de detención: duración má
xima de la detención preventiva y de la prisión provisional, información de los
derechos que corresponden al detenido y de las razones de su detención, no
obligación de declarar, asistencia de abogado en las diligencias policiales y judi
ciales, habeos corpus.
b) Garantía de la libertad personal frente a la potestad sancionadora de la
Administración, que nunca puede suponer una privación de aquélla.
ANTONIO TORRES DEL MORAL
599
ANTONIO TORRES DEL MORAL
600
L e c c ió n 25. EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (I)
asegura que éste tendrá lugar. Es el derecho a la tutela efectiva de los jueces y
tribunales. Es evidente, sin embargo, que sin las garantías procesales del aparta
do segundo tampoco hay tutela judicial efectiva. Lo cual pone de manifiesto
que este artículo debe ser interpretado como dotado de un sentido global4.
El derecho a la tutela judicial efectiva ha transformado la acción, como ins
titución procesal básica, en derecho a la jurisdicción, que, siguiendo a A L M A
GRO N O SE TE, cabe definir como derecho de carácter instrumental que permite
la defensa jurídica de los derechos e intereses legítimos mediante un proceso ga
rantizado y decidido por un órgano jurisdiccional. Se trata de un derecho com
plejo y difícilmente catalogable como derecho de libertad o derecho de presta
ción5, pues es seguramente las dos cosas a la vez: derecho a una organización ju
risdiccional idónea, libertad de acceso a los jueces y tribunales y derecho a
obtener un fallo de éstos, entre otros contenidos.
Que todas estas garantías tienen naturaleza jurídica de derechos lo confirma
el Tribunal Constitucional a propósito de la presunción de inocencia con un ra
zonamiento extensible a todos los demás: «Una vez consagrada constitucional-
mente, la presunción de inocencia ha dejado de ser un principio general del de
recho que ha de informar la actividad judicial... para convertirse en un derecho
fundamental que vincula a todos los poderes públicos y que es de aplicación in
mediata» 6.
La faceta de derecho de prestación se ve acentuada en algunos de estos dere
chos-garantías, como el derecho a asistencia letrada, en el que la pasividad del
procesado, o la no aceptación por parte del letrado designado por él, pueden ser
suplidas mediante el nombramiento de uno de oficio; o como la gratuidad de las
actuaciones judiciales si se dan las condiciones legales para ello.
derecho prestacional de configuración legal, puesto que exige de los poderes pú
blicos la dotación a la Administración de Justicia de medios materiales y perso
nales suficientes para que la tutela judicial pueda hacerse efectiva, y les exige
igualmente la regulación, mediante ley, de los distintos tipos de procesos8.
La tutela judicial es garantía de los demás derechos constitucionales. Pero
no es ella misma un derecho meramente conexo, sino autónomo, con un conte
nido propio9, aunque ciertamente complejo y polivalente, puesto que comporta
muchas operaciones jurídicas10. Por su parte, el legislador, el juez y el ciudadano
son objeto de otras tantas exigencias en orden a la efectividad de este derecho:
a) El legislador -concretamente las Cortes, pues se trata de una competen
cia exclusiva del poder central-, porque debe regularlo modulándolo según sean
las jurisdicciones, los órdenes dentro de ellas, las instancias, los procesos y los re
cursos11, extendiéndolo al juicio de faltas y al régimen penitenciario12, pero no a
ámbitos extrajudiciales, como, por ejemplo, el disciplinario laboral13. Las Cáma
ras parlamentarias quedan vinculadas igualmente a este derecho, como ha seña
lado A. FlGUERUELO, cuando resuelven una solicitud de procesamiento de algu
no de sus miembros, cuya decisión finalmente adoptada no puede ser ajena por
completo al derecho a la tutela judicial efectiva de los demás ciudadanos.
b) El juez, porque debe enlazar el cumplimiento de la legalidad procesal con
la trascendencia constitucional de este derecho, debiendo interpretar siempre la
norma en el sentido más favorable al mismo.
c) El ciudadano interesado, porque, para alcanzar la efectividad de su dere
cho, debe utilizar la vía procesal adecuada14.
603
ANTONIO TORRES DEL MORAL
19STEDH de 25 de marzo de 1983, caso Silver y otros. La Sentencia remite al caso Klass y otros.
20A A TC de 30 de octubre de 1980 y 18 de noviembre de 1981; SSTC 18/1981, de 8 de junio,
41/1986, de 2 de abril y 1/1987, de 14 de enero; entre una copiosa y constante jurisprudencia.
21 STC 116/1986, de 8 octubre.
22De entre casi tres centenares de SSTC que reflejan la doctrina expuesta, cfr. las 66/1982, de 12
noviembre; 68/1983, de 26 julio; 126/1984, de 26 diciembre; 14,99, 140 y 164/1985, de 1 febrero, 30
septiembre, 21 octubre y 3 diciembre; 6 y 135/1986, de 21 enero y 31 octubre; 4 y 178/1987, de 23 ene
ro y 11 de noviembre; 201/1988, de 16 de diciembre; 217/1994, de 18 de julio; 111/1995, de 4 de julio;
76/1996, de 30 de abril, 83, 84 y 89/1996, de 20, 21 y 23 de mayo, y 149/1996, de 30 de septiembre.
23Cfr., entre otras muchas, SSTC 93, 110 y 138/1995, de 7 de febrero, 4 de julio y 25 de septiem
bre; 202/1996, de 9 de diciembre, y 9 y 76/1997, de 14 de enero y 21 de abril.
604
L e c c ió n 2 5 . EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (I)
5.3. ANTIFORMALISMO
De todo lo expuesto hasta aquí se deriva que hay que interpretar el sistema
procesal español de un modo antiformalista. Este es un principio constantemen
te reiterado tanto por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional como por la
del Supremo. Pero hemos de hacer al respecto alguna observación.
605
ANTONIO TORRES DEL MORAL
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L e c c ió n 25. EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (I)
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ANTONIO TORRES DEL MORAL
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L e c c ió n 25. EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (I)
609
ANTONIO TORRES DEL MORAL
fica una violación de este derecho56. Y la inexistencia de todo recurso puede de
parar la responsabilidad del Estado ante el Tribunal Europeo de Derechos Hu-
manos.
56 Entre una serie muy larga de sentencias, cfr. SSTC 42/1982, de 5 de julio; 3/1983, de 25 de
enero; 54/1984, de 4 de mayo; 17 y 96/1985, de 9 de febrero y 29 de julio; 7 y 30/1986, de 21 de enero
y 20 de febrero; 58, 79 y 172/1987, de 19 y 27 de mayo y 3 de noviembre; 94, 99 y 113/1988, de 24 de
mayo, 31 de mayo y 9 de junio; 49/1989, de 21 de febrero; 20/1991, de 31 de enero; 41 y 64/1992, de
30 de marzo y 29 de abril; 274/1993, de 20 de septiembre; 199 y 255/1994, de 4 de julio y 26 de sep
tiembre; 37 y 149/1995, de 7 de febrero y 16 de octubre; 142/1996, de 16 de septiembre, etc.
57Cfr. SSTC 112 y 151/1987, de 2 de julio y 2 de octubre; 237/1988, de 13 de diciembre, etc.
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MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ
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L e c c ió n 25. EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (I)
blecido términos explícitos de seis meses o dieciocho meses, según las penas co
rrespondientes a los delitos imputados, cuyo transcurso lleva automáticamente
aneja la puesta en libertad del encausado73; excepcionalmente, el juez o tribunal
podrá prolongar la prisión hasta los treinta meses en casos de especial trascen
dencia del delito o en aquellos en los que la instrucción de la causa sea de extra
ordinaria complejidad. Naturalmente, lo mismo que sucede en el Derecho y en
la jurisprudencia internacionales, también la Ley de Enjuiciamiento Criminal
advierte que no se computarán las dilaciones de la causa imputables al inculpado.
Pero el principio de que la libertad es la regla y su privación la excepción si
gue operando aun dentro de estas garantías; por eso, agotar esas duraciones má
ximas no es obligatorio, puesto que su finalidad principal, como medida caute
lar, es la de asegurar la comparecencia del inculpado en el proceso. Dicho con
otras palabras: si hay otros procedimientos de asegurarlo sin privación de liber
tad, son preferibles.
Es ciertamente muy complicado dictar normas rígidas en este ámbito. Debe
ser la autoridad judicial la que valore en cada caso todas las circunstancias para
formarse una opinión fundada de si es procedente o no la concesión de libertad.
El Tribunal Europeo suele ponderar factores tan heterogéneos como el peligro
de fuga, la gravedad de las consecuencias del delito, el peligro de reiteración de
lictiva del encausado, su estado de salud e incluso su seguridad personal74; hay
que ponderar también el peligro de destrucción de pruebas. No todo se reduce,
pues, a la mecánica fijación de una caución económica.
Finalmente, este mismo Tribunal rechaza ciertas calificaciones pseudojurídi-
cas tendentes a desviar la aplicación de la regla de la libertad. Así, por ejemplo,
la pretendida diferencia entre privación y restricción de la libertad posibilitaría la
burla de las garantías hasta aquí comentadas. La diferencia, dice el Tribunal, es
más de grado o intensidad que de naturaleza75. Hoy las formas de privación de la
libertad han evolucionado y, por eso, es necesario interpretar el Convenio en
esta materia teniendo en cuenta los conceptos que prevalecen actualmente en
los Estados democráticos76.
615
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del cual se cometió la violación; digamos que quedan reducidas a meras senten
cias en interés de Constitución.
(Estos procedimientos serán estudiados con más detenimiento en la tercera parte de la presente
obra, a la que remito.)
BIBLIOGRAFÍA
Ver la de la lección 16.
LECCIÓN 26. EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (II)
1.1. INTRODUCCIÓN
Aunque sea factible encontrar antecedentes de esta institución en nuestro
Derecho histórico, como la figura del Sahib-al-Mazalim y, sobre todo, la del Jus-
ticia de Aragón, la actual conformación del Defensor del Pueblo entronca con
la institución del Ombudsman, de origen escandinavo, constitucionalizado por
primera vez en la Constitución sueca de 1809. Adoptada prontamente por N o
ruega y Finlandia, se ha extendido a otros países, con diversas peculiaridades,
como el Comisionado Parlamentario inglés y el Mediador francés.
La Constitución española le dedica su artículo 54, en el que lo caracteriza
del siguiente modo:
«Una ley orgánica regulará la institución del Defensor del Pueblo, como alto
comisionado de las Cortes Generales, designado por éstas para la defensa de los
derechos comprendidos en el título I, a cuyo efecto podrá supervisar la actividad
de la Administración, dando cuenta a las Cortes Generales».
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2. EL MINISTERIO FISCAL
El Ministerio Fiscal es una institución que recibe un tratamiento muy varia
do en el Derecho comparado y en la doctrina, motivo por el cual no hay acuer
do a la hora de determinar su naturaleza. Los sistemas de ubicación constitucio
nal del mismo son:
a) el francés, que lo integra en el Poder Ejecutivo;
b) el de su integración en el Poder Judicial, todavía inédito en el Derecho
comparado, aunque muy apoyado por ciertos sectores doctrinales, y
c) el de su configuración como un órgano estatal independiente.
La institución fue creada en Francia, bajo la denominación de Ministerio
Público, como órgano del Gobierno cerca del Poder Judicial, por la desconfian
za que éste despertaba en los revolucionarios. Posteriormente se ha ido matizan
do esa subordinación al Ejecutivo con su función de defensa de la legalidad, lo
que parece exigir una cierta independencia; en esa línea se han orientado las
constituciones italiana y alemana. Pero nunca se ha desprendido totalmente de
ese su rasgo originario.
La Constitución española parece -sólo parece- apuntar hacia una mayor
complejidad y autonomía del Ministerio Fiscal, al que dedica el artículo 124,
cuyo apartado primero dice así:
«El Ministerio Fiscal, sin perjuicio de las funciones encomendadas a otros ór
ganos, tiene por misión promover la acción de la justicia en defensa de la legali
dad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley,
de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de
los tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social.»
Por su parte, el artículo 162.1.b le confiere legitimación para interponer el
recurso de amparo.
La Ley 2412007, de 9 de octubre, reguladora del Estatuto Orgánico del Ministe
rio Fiscal, que modifica la anterior de 1981, lo configura en detalle, pero ya la pro
pia Constitución contiene determinaciones importantes de su estatuto orgánico:
a) el ejercicio de sus funciones por medio de órganos propios;
b) los principios de su actuación, que son los de unidad, dependencia jerár
quica (interna), legalidad e imparcialidad, y
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Por lo demás, la Ley del Estatuto Orgánico tiene sumo cuidado en evitar
toda expresión que pueda interpretarse como relación de dependencia externa
respecto del Gobierno. El sistema de nombramiento y cese de su órgano supe
rior, el Fiscal General del Estado y el hecho de estar ya tasadas las causas de su
remoción y la duración de su mandato hace que su cese ya no sea discrecional
por parte del Gobierno, superándose así la larga etapa de treinta años durante la
cual el Fiscal General del Estado no pasó de ser un cargo político de confianza
del Gobierno.
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público de 1870, 1933 y 1959. En cambio, la vigente se hace cargo del problema,
puesto que, además de hacer referencia a una diversidad de situaciones y darles
un tratamiento diferenciado, modula las competencias de los órganos estatales a
tenor del estado que se declare y no las concentra en una sola magistratura.
Por otra parte, el artículo 55.1 de la Constitución determina la posibilidad
de suspensión de algunos derechos en los supuestos de estado de excepción o de
sitio y el artículo 116.1 remite a una ley orgánica la regulación de estos estados
más el de alarma. Se distinguen, pues, tres tipos de estados excepcionales, pero
no se describen las circunstancias en que procede declararlos. Si en un primer
momento hubo comentaristas que veían en ellos tres niveles o grados de un
mismo tipo de emergencia, la Ley Orgánica reguladora de dichos estados, de
1981, los ha contemplado como tres situaciones distintas. A ellos, además, hay
que añadir los «tiempos de guerra», como los llama el texto fundamental, o es
tado de guerra, al que haremos sólo una brevísima referencia.
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mentarios2. Como se percibe, hasta estas medidas tan graves se procura que ten
gan legítimo encaje en el Estado democrático de Derecho.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos reconoce la existencia de un
margen de apreciación de las circunstancias por parte de la autoridad nacional a
la hora de adoptar tan graves medidas, pero recaba para sí el control de dichas
actuaciones en el ejercicio de sus competencias3. Como también admite (aun
con límites), y más en estos tiempos de terrorismo globalizado, el refuerzo de las
medidas policiales y judiciales en relación con el crimen organizado4.
La denominada Ley Antiterrorista de 1980, la de Defensa de la Democracia,
previa a la Constitución y prorrogada de modo poco constitucional un año más
tarde, y las sucesivas reformas del Código Penal en materia de terrorismo habían
ido conformando un complejo normativo un tanto disperso y no siempre cohe
rente. La Ley Orgánica contra la Actuación de Bandas Armadas y Elementos
Terroristas de 26 de diciembre de 1984, a la que se conoció también con el
nombre de Ley Antiterrorista, refundió todos esos textos; el Tribunal Constitu
cional5 consideró contrarios a la Norma Suprema varios de sus preceptos.
El nuevo Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal han incorporado
buena parte de la referida Ley Antiterrorista, hoy derogada.
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L e c c ió n 26. EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (II)
y dilatoria, y para otros, entre los que me encuentro, una consecuencia necesa-
ria de la soberanía interna de los Estados, independientemente del juicio que
este otro principio pueda merecer. Como dice E. LlNDE, se trata de permitir que
los Estados puedan reparar el daño por sí mismos y con arreglo a su propio Dere-
cho antes de ser encausados ante el Tribunal de Estrasburgo.
El Convenio no crea por sí solo recursos inexistentes, como ningún tratado
lo hace. Así lo tiene proclamado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y
nuestro Tribunal Constitucional7. Ahora bien, aquél añade que los Estados
miembros tienen la obligación de ajustar el sistema judicial interno a las garan-
tías del Convenio8, de manera que, por ejemplo, la inexistencia de recursos ju
diciales puede significar una violación del Convenio con la correspondiente res
ponsabilidad del Estado9. Sin embargo, no entra dentro de las obligaciones asu
midas por los Estados al ratificar el Convenio el establecer un recurso de
inconstitucionalidad de las leyes10.
Las sentencias del Tribunal se adoptan por mayoría, pudiendo los magistra
dos emitir votos particulares, prácticas que han seguido en nuestro país el Tribu
nal Constitucional y, tras él, todos los tribunales. Las sentencias son obligatorias
para los Estados miembros y éstos adquieren la responsabilidad de hacerlas efec
tivas, lo que plantea la seria dificultad de remover una sentencia del órgano su
perior de su sistema judicial, o, todavía más entre nosotros, si se trata de una
sentencia del Tribunal Constitucional.
Así, pues, este sistema de protección de los derechos se caracteriza por:
a) Ser colectivo, de todos los Estados-partes conjuntamente.
b) Ser vinculante para todos estos Estados sin estar sujeto a reciprocidad.
c) El efecto directo de su norma básica, el Convenio.
d) Tener carácter subsidiario, en los términos antes dichos.
e) Dotar a las personas físicas y jurídicas de personalidad jurídica internacional.
En fin, la jurisprudencia del Tribunal sobre su propia competencia y sobre su
posición en el sistema de protección de los derechos puede ser resumida así:
13 SSTEDH de 5 de octubre de 1981, caso X contra el Reino Unido, 26 de marzo de 1982, caso
Adolf, y 6 de junio de 1986, caso Bonisch.
14SSTEDH de 28 de mayo de 1985, caso Ashingdane; 21 de febrero de 1986, caso James y otros,
y 8 de julio de 1986, caso Lithgow y otros.
15STEDH de 8 de julio de 1986, caso Lingens.
16 STEDH de 30 de septiembre de 1985, caso Can; 1 de marzo de 1990, caso Kristinsson; 26 de
abril de 1990, caso Clerc; 28-1-1994, caso Hurtado; 26 de abril de 1994, caso Díaz Ruano, y 28 de di
ciembre de 1994, caso Demai.
17STEDH de 28 de mayo de 1985, caso Abdulaziz, Cabales y Balkandali.
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6. L A P R O T E C C IÓ N D E LO S D E R E C H O S E N L A U N IÓ N
EU R O P E A
Después de los tratados de Maastricht y Amsterdam, el ciudadano europeo
no estaba ya revestido solamente de derechos sociales y económicos, sino tam
bién políticos y culturales, todos los cuales conformaban el estatuto jurídico de
la ciudadanía europea, como ya vimos en la lección 12.
En el año 2000 se aprobó en Niza una Carta de Derechos llamada a ser lo que
el Convenio Europeo es para el Consejo de Europa. Aunque no era inmediata
mente vinculante, fue después incorporada al Tratado que pretendía instituir
una Constitución para Europa. El fracaso de éste no ha significado el abandono
de aquélla, sino que se incorporará al Tratado de Reforma, actualmente en pre
paración, sin formar parte del mismo, aunque tendrá carácter vinculante. Puede
decirse entonces que la Unión Europea contará, realmente cuenta ya, con un
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L e c c ió n 26. EL SISTEMA DE GARANTÍAS DE LOS DERECHOS (II)
BIBLIOGRAFÍA
F. A s t a r l o a VlLLENA: El Defensor del Pueblo en España, Palma d e Mallorca, 1994.
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LECCIÓN 27. EL AMPARO CIVIL ORDINARIO
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cial, corresponde al T C conocer, en última instancia (o, para ser más exactos
en penúltima, pues, si fuera desestimada, todavía pueden acudir al Tribunal eu
ropeo de Derechos Humanos), de la pretensión de amparo. Cumple, de este
modo, el T C mediante el amparo constitucional una doble función: «subjetiva»
o de tutela de los derechos fundamentales, al convertirse en el último bastión Je
la defensa de tales derechos y, sobre todo, «objetiva» o nomofiláctica de la
Constitución y de creación de su doctrina legal que, en tanto que intérprete su
premo de la Ley Fundamental (art. 1.1 LOTC), le corresponde efectuar, estan
do todos los Tribunales ordinarios obligados a su más estricta observancia (art
5.1 LOPJ).
2. EL AM PARO C IV IL O R D IN A R IO
Sin embargo, las sucesivas reformas de nuestras leyes procesales han dejado
sin contenido a la mencionada LPJDF. Así, la sección 1~, relativa a la «garantía
jurisdiccional penal» (arts. 1 a 5), ha sido derogada por la Disp. Derogatoria
Unica de la Ley 38/2002, de 24 de octubre, sobre procedimiento para el enjui-
ciamiento rápido e inmediato de determinados delitos y faltas, y de modifica-
ción del procedimiento abreviado. Por otro lado, la Ley 29/1998, reguladora de
la Jurisdicción contencioso-administrativa, derogó expresamente la sección 2~
de la LPJDF (arts. 6 a 10), ordenando en su lugar el proceso especial de amparo
administrativo en sus arts. 114 a 122. Finalmente, la Ley 1/2000 de Enjuicia
miento Civil se ha encargado de derogar la sección 3-, y última, de la citada ley
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L e c c ió n 27. EL AMPARO CIVIL ORDINARIO
a) L a petición
La petición de las pretensiones de amparo ofrece la singular característica de
poseer un carácter mixto, declarativo y de condena. Así se encarga de estable
cerlo el art. 55.1 de la LOTC, en el que, no obstante los términos facultativos
en los que se pronuncia su encabezamiento («La sentencia que otorgue el amparo
contendrá alguno o algunos de los pronunciamientos siguientes»), dada la naturaleza
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b) La fundamentación fáctica
La causa petendi de la pretensión de amparo viene determinada por la vulne
ración, cometida por los particulares, de un derecho fundamental.
A l proceso de amparo tan sólo cabe acudir cuando se ha producido la viola
ción de alguno de los derechos especialmente protegidos por la Constitución,
pero no de cualquiera derechos constitucionales, sino exclusivamente de los
contemplados en el artículo 53.2 de la CE, es decir, bs previstos en los artículos
14'29 y 30.2 de la Ley Fundamental, que se erigen en el único objeto mediato
de la pretensión de amparo.
Dicho catálogo de derechos fundamentales, como objeto del amparo, se ins
tauró, sin embargo, de una manera sucesiva. El primer texto preconstitucional,
sobre la materia, lo constituyó los «Pactos de la Moncloa», de 27 de octubre de
1977. Una vez promulgada la Constitución, pero con unos días de antelación a
su vigencia, la LPJDF efectuó, por vez primera, una relación no exhaustiva, que
fue ampliada posteriormente por el RDLeg., de 20 de febrero de 1979, la cual
tampoco cerró dicho catálogo de derechos fundamentales. Habrá que esperar
hasta la promulgación de la LO TC de 1979 vigente, en cuyo párrafo segundo de
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L e c c ió n 2 7 . EL AMPARO CIVIL ORDINARIO
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PABLO MORENILLA ALLARD
c) La individualización jurídica
2.3. LEGITIMACIÓN
a) Activa
Ostentan legitimación activa para interponer la pretensión de amparo y
comparecer en el proceso en calidad de parte principal los sujetos de derecho
que ostenten un interés legítimo en el restablecimiento del derecho fundamen
tal vulnerado (art. 249.1.2QLEC, en relación con los art. 24-1 y 162.l.b) CE).
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L e c c ió n 27. EL AMPARO CIVIL ORDINARIO
b) Pasiva
La legitimación pasiva la asume el particular causante de la lesión, frente al
cual se interpone la pretensión de amparo. Es ésta una nota del amparo civil or
dinario que diferencia al amparo constitucional, en el que, como se ha visto, el
causante de la lesión ha de ser siempre un «poder público del Estado».
2.4. COMPETENCIA
La competencia objetiva la ostentan los Juzgados de Primera Instancia (art.
45 LEC), y la territorial los del «domicilio del demandante, y cuando no lo tu
viere en territorio español, el tribunal del lugar donde se hubiera producido el
hecho que vulnere el derecho fundamental de que se trate» (art. 52.1.6QLEC).
Del tenor del precepto cabe identificar dos fueros legales imperativos y de
terminantes de la competencia territorial: el fuero del domicilio del actor, siem
pre que lo tenga en España, y, en su defecto, el de la comisión del hecho lesivo
del derecho fundamental (forurn delicti commissi), esto es, el de la demarcación
judicial en cuyo lugar se haya producido la vulneración (así, una lesión del dere
cho al honor, si es efectuada con publicidad, la competencia territorial se deter
minará, en defecto del domicilio del actor, por el lugar de emisión del medio de
comunicación -cfr. STS, P , de 2 de junio de 1999-, pero, si son vertidas por es
crito y sin publicidad, dicha competencia la ostentará el Juzgado de la demarca
ción en la que se haya recibido la carta injuriosa).
2.5. PROCEDIMIENTO
El procedimiento adecuado es el del juicio ordinario de la LEC (arts.
249.1.2- y 339 y ss.) con la única, pero relevante, especialidad de la preferencia
en su tramitación y ejecución provisional (art. 524.5 LEC), a cuyo estudio remi
timos al lector.
Sin embargo, sí que es digno de destacar, por su novedad y por afectar al or
den jurisdiccional civil, la nueva tasa regulada en el art. 35 de la Ley 53/2002,
de 30 de diciembre, de Medidas Fiscales, Administrativas y del Orden Social.
Este tributo afecta a determinadas personas jurídicas (no así a las físicas, que es
tán exentas), que han de pagar el mismo y acompañar el justificante del pago de
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L E C C IÓ N 28. E L A M P A R O E S P E C IA L D E T U T E L A
DEL DERECH O A L H O N O R
1. E L P R O C E SO C IV IL D E A M PA RO E S P E C IA L D E L D E R E C H O
AL HONOR, LA INTIMIDAD Y LA PROPIA IMAGEN
La tutela de tales derechos fundamentales (y, únicamente, de ellos) consa-
grados en el artículo 18.1 de la CE se encuentra en la actualidad efectuada por
la polémica LO 1/1982, de 5 de mayo, de protección civil del derecho al honor,
a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (LODH, en lo sucesivo),
que ha incorporado no pocas especialidades, materiales y procesales.
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L e c c ió n 2 8 . EL AMPARO ESPECIAL DE TUTELA DEL DERECHO AL HONOR
1.2. LEGITIMACIÓN
a) Activa
Ostentan legitimación activa para la interposición de la pretensión de am
paro de los derechos fundamentales del artículo 18.1 los particulares titulares de
tales derechos fundamentales y, en su caso, el Ministerio Fiscal.
a ’) Los particulares
Pueden interponer la pretensión de tutela del derecho al honor, la intimi
dad y la propia imagen todos los particulares legitimados para la interposición
de la pretensión civil de amparo (a cuyo estudio remitimos al lector) que osten
ten la titularidad originaria o por sucesión testada o intestada de alguno de bs derechos
del artículo 18.2.
Esta pretensión especial de amparo ordinario se diferencia respecto a las de
más en que el «interés legítimo» requerido por el artículo 24.1 viene aquí deter
minado exclusivamente por la titularidad del derecho vulnerado o por la cuali
dad de «víctima» de la lesión. A ninguna otra persona, fuera del titular del de
recho al honor, se le puede otorgar interés legítimo para instar judicialmente su
restablecimiento. Ello es así, como consecuencia del carácter personalísimo de
los derechos del artículo 18.1, de entre los que, como señala el artículo 1.3 de la
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L e c c ió n 28. EL AMPARO ESPECIAL DE TUTELA DEL DERECHO AL HONOR
las personas jurídicas debía haberse secundado similar criterio al mantenido por
la «Grundgesetz» alemana, conforme al cual, en principio, las personas jurídicas
han de gozar de la más amplia titularidad de los derechos fundamentales con la
sola excepción de aquellos que, por su naturaleza, no les sean reclamables.
Dentro del catálogo de derechos fundamentales del artículo 18.1 es cierto
que, derechos tales como el derecho a la propia imagen o la intimidad personal
y familiar, tan sólo son predicables de las personas físicas (aunque tampoco se
nos oculta que la ST C 137/1985 afirmó que las personas jurídicas podían ser ti-
tulares del derecho a la «inviolabilidad del domicilio», tesis que, con razón, fue
criticada por Alejandro N i e t o y sobre la que posteriormente el propio T C ha
rectificado), pero tampoco lo es menos que trazar los límites entre el honor, en-
tendido como autoestima subjetiva y objetiva de las personas físicas, y la digni
dad, prestigio y autoridad moral de las personas jurídicas era una labor artificio
sa, pues también el concepto de honor engloba estos últimos atributos, predica
bles de todas las personas.
Pero es que, además, de lege data, ni la Constitución, ni las Leyes ordinarias,
no sólo no prohíben, sino que autorizan la legitimación activa de las personas
jurídicas para la defensa de su derecho al honor vulnerado. Así, la propia
LODH, en el último inciso de su artículo 4.1 faculta al testador a designar a una
«persona jurídica» para que, en caso de fallecimiento, pueda ejercitar las accio
nes de protección civil del honor (con lo que, al menos, vía sucesión y sustitu
ción procesal hay que conferirles legitimación activa) y la propia LO 1/1982 se
remite en su disposición transitoria segunda («en tanto no sean desarrolladas las
previsiones del artículo 53.2 de la Constitución... la tutela judicial del dere
cho al honor... se podrá recabar, con las peculiaridades que establece esta Ley
sobre la legitimación de las partes, por cualquiera de los procedimientos esta
blecidos en las Secciones II y III de la Ley 62/1978...») a lo dispuesto en el ar
tículo 12.1 de la LPJDF que manifiestamente confería legitimación activa a
las personas jurídicas para la interposición de la pretensión civil de amparo.
En la práctica, el TEDH, en el caso Barford (STEDH, 22 febrero 1989) otorgó
legitimación activa nada menos que a una persona jurídico pública, como lo
fue un «colegio de escabinos», y el T C en la ST C 214/1991 (luego reiterada
por la ST C 138/1995, de 26 de septiembre) había legitimado a los miembros
de etnias y colectividades de extranjeros para accionar en defensa del honor
del grupo, con lo que llegó a admitir las «acciones de grupo» (las «class ac-
tion» o «Verbandklage»), es decir, la de entes sin personalidad jurídica para la
defensa de los «intereses difusos».
Quizás hayan sido todas estas razones las que han inducido, tanto al T S
(SST S de 9 de diciembre de 1993 y 5 de abril de 1994), como al T C (SSTC
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PABLO MORENILLA ALLARD
b) Pasiva
La legitimación pasiva la tiene el causante (que ha de ser un particular, ya
sea persona física o jurídica) de la intromisión ilegítima en el derecho al honor,
intimidad o propia imagen.
Respecto de la responsabilidad de los medios de comunicación por la difusión
de informaciones atentatorias al honor, el T S ha recordado que la misma tiene ca
rácter «solidario», según el art. 65 de la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 (de
18.3), lo que supone, según el art. 1.144 CC, que el perjudicado puede demandar a
cualquiera de los solidarios o a todos ellos, a su elección (SSTS 1 de junio de 1989
y 16 de diciembre de 1994); no existe, pues, ningún litisconsorcio pasivo necesario
(STS, 1~, 28 de septiembre de 1996 y ST C 171/1990, de 12 de noviembre, F.J. 3).
1.3. PREJUDICIALIDAD
Dispone el artículo 1.2 de la LODH, en su nueva redacción dada por la LO
10/1995 del Código Penal (disposición final 4a), que «el carácter delictivo de la
intromisión no impedirá el recurso al procedimiento de tutela judicial previsto
en el art. 9 de esta Ley. En cualquier caso, serán aplicables los criterios de esta
Ley para la determinación de la responsabilidad civil derivada de delito».
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L e c c ió n 28. EL AMPARO ESPECIAL DE TUTELA DEL DERECHO AL HONOR
lares, art. 215 CP) y no los semipúblicos, que únicamente requieren la interpo
sición de denuncia por el ofendido.
En tales casos, por el mero ejercicio de la acción civil el legislador entiende
que existe una renuncia presunta del ofendido al ejercicio de la acción penal
que, por imperativo del artículo 112.2 LECrim, queda extinguida (SST S 4 y 14
ded abril de 1989, SAP Jaén 14 julio 1993).
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1.6. SENTENCIA
Junto al reconocimiento del derecho fundamental vulnerado, la Sentencia
habrá de adoptar las medidas necesarias para su restablecimiento que, si se trata
ra del derecho al honor, a la intimidad o a la propia imagen, pueden contener el
cese inmediato de la intromisión ilegítima, el reconocimiento del derecho de
réplica, la difusión de la sentencia y la condena a la indemnización de daños y
perjuicios (art. 9.2), la cual contendrá, además del daño emergente, el «daño
moral», para lo cual habrá de valorarse la «difusión o audiencia del medio a tra
vés del que se haya producido» (art. 9.3).
Con independencia de tales requisitos legales, la doctrina legal del T C exige
un peculiar deber de motivación derivado, no sólo del deber de tutela (art.
24.1) que conlleva siempre el de motivar las sentencias (art. 120.3), sino del
principio de proporcionalidad reclamable ante cualquier limitación de los dere
chos fundamentales (GoNZÁLEZ-CuÉLLAR SERRANO), cuya primera exigencia
consiste en efectuar y plasmar en la sentencia una adecuada ponderación entre
los derechos o intereses constitucionales en conflicto.
Esta ponderación (o «balancing» en la doctrina anglosajona) requiere, en
primer lugar, una calificación apropiada del derecho fundamental que pueda eri
girse en una causa de justificación del derecho al honor, esto es, de la libertad
ideológica, de expresión o de información que, en cuanto a la intensidad del sa
crificio de aquel derecho fundamental, ofrecen una valoración decreciente.
Así, en el caso de la libertad ideológica, su único límite constitucional lo
constituye «el mantenimiento del orden público protegido por la Ley» (STC
105/1990) y la dignidad e igualdad de las personas (STC 214/1991), por lo que
es insuficiente el criterio del animus iniuriandi (de este modo, la Corte Suprema
norteamericana llegó a amparar a un pacifista que, tras la guerra de Vietnam,
prendió fuego a una bandera americana, o el T C español estimó, en su ST C
20/1990, el amparo de un republicano que fue condenado por desacato por ha
ber publicado en un diario vasco un suelto periodístico injurioso contra el Rey).
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2.2. LEGITIMACIÓN
Están legitimadas activamente todas las personas, naturales y jurídicas (inclui
das las jurídico públicas, como, v.gr., una Universidad, ver SAP Valencia, 9~,
15 de septiembre de 1999) que consideren inexacta y perjudicial una determi
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2.5. COMPETENCIA
La competencia objetiva la ostentan los Jueces de Primera Instancia y la te
rritorial se determina a través del fuero del domicilio del actor o del lugar de la
dirección del medio de comunicación social, a elección de aquél (art. 4).
Una vez presentada la demanda y sin haberle dado traslado de la misma al
demandado, el Juez examinará su propia competencia objetiva y territorial, es
tando facultado para inadmitirla cuando se incumpla este presupuesto procesal
(art. 5.II).
Pero, en tal caso, el actor goza de un plazo de siete días para volver a repro
ducir su demanda ante el Juez competente (art. 5.III).
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2.6. POSTULACIÓN
En esta modalidad «especial» del juicio verbal no rige la obligatoriedad de
comparecer mediante Abogado y Procurador (art. 5.1 LODR). Esta ley, que no
olvidemos que tiene rango de Ley Orgánica y que, por tanto, no podía verse
afectada, dentro de su ámbito propio de reserva de Ley, por la LEC (que es Ley
Ordinaria) 1/2000, crea una especialidad respecto de lo previsto en la ley proce
sal común, en la que el demandante sí precisa de la capacidad de postulación
(Procurador y Abogado) en los juicios verbales por razón de la materia cuando
la cuantía es superior a 900 euros (arts. 23.2.12 y 31.2.1QLEC; por el contrario,
a favor de la derogación de esta especialidad prevista en el citado art. 5 LODR
por la nueva LEC, cfr. la SAP Secc. 1~ A Coruña de 2 de octubre de 2001).
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L e c c ió n 28. EL AMPARO ESPECIAL DE TUTELA DEL DERECHO AL HONOR
671
VICENTE GIMENO SENDRA
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L e c c ió n 29. TUTELA PROCESAL PENAL DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES..
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VICENTE GIMENO SENDRA
a) Las Partes
Las partes principales están integradas por el titular del derecho fimdamen-
tal vulnerado y por la autoridad gubernativa, funcionario, persona física o jurídi-
ca, causante de dicha violación. Junto a estas partes principales, pueden apare
cer otras secundarias, tanto en la posición actora y con una capacidad de postu-
lación limitada a la incoación del procedimiento (las personas contempladas en
el art. 3), como en la demandada (la persona bajo cuya custodia se encuentra el
detenido del art. 7.2).
a ’) Activas
La parte actora principal necesariamente ha de ser una persona física, puesto
que los derechos fundamentales tutelados (libertad, seguridad, integridad física
o moral) tan sólo son predicables de las personas físicas y no de las jurídicas. Las
personas físicas activas pueden ser, tanto nacionales, como extranjeros; estos úl-
timos pueden plantear el habeas corpus en los procedimientos de expulsión deri
vados de la Ley de Extranjería (SST C 12/1994, 21/1996, 66/1996).
Las personas jurídicas carecen, pues, de capacidad para ser parte incluso en
la incoación de este procedimiento.
En relación con las dudas que el art. 3 LOHC pudiera suscitar acerca de la le
gitimación del Abogado de la persona privada de libertad para instar la iniciación
del procedimiento de habeas corpus, el T C ha declarado que no cabe sostener falta
de legitimación alguna del Abogado a cuyo favor se otorga la representación, ya
que dicho Abogado no solicita por él mismo la incoación del procedimiento, sino
en su calidad de representante de los verdaderos interesados (la persona que ha
sido privada de libertad), cuya legitimación para instar la iniciación del procedi
miento queda fuera de toda duda, de tal suerte que en realidad quienes piden el
habeas corpus son los propios interesados, plenamente legitimados, y no su Aboga
do, quien limita su papel a asumir la representación de aquéllos (ATC 55/1996, de
marzo; SST C 61/2003, de 24 de marzo; 224/1998, de 24 de noviembre).
b’) Pasivas
Por el contrario, la parte demandada puede ser tanto una persona física,
cuanto una jurídica. Esta última posibilidad está expresamente prevista en los
arts. 1. b) y 7.2, que tienden a prevenir detenciones ilegales que pudieran come
ter personas morales (vgr.: sectas religiosas, intemamientos psiquiátricos o geriá-
tricos de la titularidad de personas jurídicas, etc.).
Asimismo el habeas corpus es procedente con independencia de la naturale
za jurídico-pública o privada del autor causante de la detención.
674
L e c c ió n 2 9 . TUTELA PROCESAL PENAL DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
b) Objeto
Para que pueda prosperar la pretensión de habeas corpus se requiere, en pri
mer lugar, que exista una detención; en segundo, que no haya sido dispuesta por
la autoridad judicial y, finalmente, que sea ilegal a los efectos de la LO 6/1984.
a ’) La detención
Presupuesto indispensable de este procedimiento es la existencia de una «de
tención», cualquiera que sea la forma que revista su calificación jurídica, de tal
suerte que si no hay privación de libertad nunca es procedente el habeas corpus
(SSTC 94/2003, de 19 de mayo; 62/1995, de 29 de marzo).
Por detención hay que entender, pues, cualquier forma de privación de la li
bertad deambulatoria del ciudadano y con independencia de la denominación
que la autoridad quiera otorgarle («retención», intervención personal, sanción
disciplinaria, etc.) (SSTC 26/1995, 62/1995, 21/1996).
«... debe considerarse como detención cualquier situación en que la persona
se vea impedida u obstaculizada para autodeterminar, por obra de su voluntad,
una conducta lícita, de suerte que la detención no es una decisión que se adopte
en el curso de un procedimiento, sino una pura situación fáctica, sin que puedan
encontrarse zonas intermedias entre detención y libertad y que siendo admisible
teóricamente la detención pueda producirse en el curso de una situación volun
tariamente iniciada por la persona» (STC 10 de julio de 1986).
Por detención hay que entender incluidas, pues, no sólo las practicadas al
amparo de la LECrim, sino también las que hemos denominado «detenciones
especiales» (así, por ejemplo, el intemamiento de un incapaz, supuesto contem
plado en la S T C 104/1990, de 4 de junio.
En la práctica forense adquieren singular relevancia en el habeas corpus las
detenciones gubernativas. De este modo, el T C ha afirmado que tiene el carác
ter de situaciones de privación de libertad no acordadas judicialmente y, por tan
to, que, con independencia de su legalidad, no pueden ser objeto de rechazo li-
minar las solicitudes de habeas corpus dirigidas contra ellas, además de las deten
ciones policiales, que resultan los supuestos más normales, las detenciones
impuestas en materia de extranjería (SST C 179/2000, de 26 de junio, 174/1999,
de 27 de septiembre, 86/1996, de 21 de mayo, si bien ha de tenerse en cuenta
que las LO 4 y 8/2000 imponen el requisito de resolución judicial de intema
miento, previa audiencia del interesado, razón por la cual si la detención no ex
cede del plazo judicialmente determinado, al ser una privación de libertad judi
cial, no es procedente el habeas corpus: ST C de 7 de diciembre de 2005) o las
sanciones de arresto domiciliario impuestas en expedientes disciplinarios por las
675
VICENTE GIMENO SENDRA
b’) No judicial
Pero el habeos corpus no es procedente cuando las tales privaciones de li
bertad fueran producidas por la Autoridad judicial, tal y como acontece con la
detención judicial de los arts. 494 y 497 y ss. LECrim, la prisión provisional o la
pena de prisión, situaciones todas ellas cuya presunta ilegalidad habrá de ser
combatida mediante la vía de los recursos (el recurso ordinario de apelación), a
través del Juez de Vigilancia Penitenciaria, en el caso de los penados, y, en últi
ma instancia, mediante el recurso constitucional de amparo que, en lo que a los
presos preventivos se refiere, también ha sido configurado como un recurso de
amparo «directo», el cual tampoco precisa del agotamiento de la vía judicial or
dinaria (SSTC 247/1994, 37/1999, ATC 173/1995...).
c ’) Ilegal
Finalmente la detención habrá de ser «ilegal», calificación que, a los efectos
de la Ley de habeos corpus, se origina por la concurrencia de alguna de estas tres
situaciones: ausencia o insuficiencia de imputación, exceso de plazo y omisión
en el curso de la detención de las garantías preestablecidas (art. 1. a-d).
Con respecto a la problemática que ocasiona el determinar los distintos su
puestos de «ilegalidad» de la detención, sea suficiente recordar aquí que dicha
calificación alcanza no sólo a los supuestos de detención ilegal, por ausencia o
insuficiencia del presupuesto material habilitante, sino también a las detencio
nes que, ajustándose originariamente a la legalidad, se mantienen o prolongan
ilegalmente o tienen lugar en condiciones ilegales (SST C 61/2003, de 24 de
marzo, 232/1999, de 13 de diciembre, 224/1998, de 24 de noviembre), por lo
que toda persona privada de libertad que considere lo ha sido ilegalmente puede
acudir al procedimiento de habeos corpus.
c) La petición
Todas las pretensiones que pueden deducirse en este procedimiento tienen
como común denominador el recaer sobre un mismo «bien litigioso», el dere
cho fundamental a la libertad, con respecto al cual se puede solicitar, bien su to
tal restablecimiento a través de la petición de puesta inmediata en libertad (art.
8.2.a), bien un cambio de custodia de la persona detenida (art. 8.2.b) o simple
mente su puesta a disposición de la autoridad judicial (art. 8.2.c). Todos estos
supuestos encierran pretensiones mixtas, declarativas y de condena, en las que,
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L e c c ió n 2 9 . TUTELA PROCESAL PENAL DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES...
2.3. LA COMPETENCIA
Las reglas de la competencia se determinan en el art. 2, de cuyo régimen
cabe distinguir las siguientes manifestaciones:
a) Objetiva
La competencia objetiva la ostentan, con carácter general y «vis atracti
va», los Juzgados de Instrucción (art. 2. 1). Pero los párrafos 2 y 3 de dicho
precepto contemplan dos fueros especiales: el del Juzgado Central y el del To
gado Militar.
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VICENTE GIMENO SENDRA
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L e c c ió n 2 9 . TUTELA PROCESAL PENAL DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES..
b) Territorial
Para la determinación de la competencia territorial establece el art. 2.1 un
fuero común y otros dos supletorios: será juez competente el de Instrucción del
lugar de custodia, pero, si no constate, el del lugar en que se produzca la deten-
ción y, en defecto de los dos anteriores, el del lugar en donde se hayan tenido
noticias sobre el paradero del detenido (cfr. también art. 17.6 LORPM).
c) Funcional
La fase declarativa transcurrirá ante el Juzgado de Instrucción (o Central o
Togado). Estos mismos órganos jurisdiccionales conocerán del procedimiento
de ejecución de los pronunciamientos inherentes al habeos corpus (art. 8.2). No
existe, sin embargo, fase de impugnación (art. 6).
VICENTE GIMENO SENDRA
a) Iniciación de oficio
Si fuera el Juez de Instrucción quien, de oficio, incoara el procedimiento (art. 3
«in fine»), en el mismo auto ordenará a la autoridad la entrega inmediata de la per-
sona privada de libertad y procederá a practicar las diligencias previstas en el art. 7.
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L e c c ió n 29. TUTELA PROCESAL PENAL DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES...
tras haber sido puesto por la policía a disposición de la Fiscalía de Menores y ha-
liándose en consecuencia bajo su custodia (art. 17. 5 LORPM), en cuyo caso el
MF se convertirá en parte demandada del procedimiento regulado en la LO
6/1984, de 24 de mayo (art. 5 LOHC).
En estos supuestos, tal y como señala la CFGE 1/2000, el representante del
MF encargado de la sección de menores habrá de cumplir sin demora alguna el
deber de comunicación impuesto en el art. 5 LOHC y se habrá de designar, a otro
Fiscal distinto, el despacho del incidente de admisión de la solicitud de habeos cor-
pus (art. 6 LOHC) y el de audiencia sobre el fondo de la cuestión (art. 7 LOHC).
El hecho de que el Fiscal pueda ser la autoridad frente a cuya decisión se ejerza
aquel derecho constitucional genera una situación sumamente perturbadora para
una institución como la del MF, de cuyo representante se exige, de un lado, que ac-
túe como defensor de la legalidad, ejerciendo, en su caso, las acciones procedentes
por un hipotético delito de detención ilegal (art. 3.b) LOHC, en relación con el
art. 3.3 EOMF) y, de otro, que defienda las razones de la detención acordada por él
mismo respecto del menor (art. 7 LOHC).
Precisamente con el fin de resolver esta situación, que ha llegado a ser calificada
de «esquizofrenia funcional», el Fiscal encargado de la instrucción de menores ha
brá de extremar la vigilancia y el control de la regularidad de las detenciones, inte
resando de la policía, tan pronto se reciba la notificación prevista en el art. 17.1
LORPM, la remisión de información puntual de los motivos y circunstancias que
han llevado a la práctica de la detención e instando la libertad del menor detenido,
si no estimara suficientemente justificado el recurso a la privación de libertad.
c) Forma
Con respecto a la forma, que deba revestir el acto postulatorio de iniciación,
distingue la Ley 6/1984 dos distintos supuestos de incoación: la del propio dete
nido (art. 5) y la de los demás legitimados (art. 4).
Aun cuando ambas formas de iniciación, y debido a la circunstancia de que
se trata de ejercitar una pretensión de amparo, están presididas por el principio
« antiformalista», pudiéndose efectuar por escrito o verbalmente mediante com
parecencia (art. 4-1), es todavía menos rígida la petición del detenido, con res
pecto a la cual es suficiente que el privado de libertad manifieste su deseo de
que sea judicialmente revisada su situación para que surja la obligación de la au
toridad de dar traslado inmediato de tal declaración de voluntad a la autoridad
judicial, bajo responsabilidad penal y disciplinaria (art. 5).
Por el contrario, si el procedimiento se incoa a instancia de parte, distinta a la
principal, es necesario que en el escrito o acta de comparecencia se hagan constar
los siguientes extremos: a) identificación del solicitante y de la persona detenida,
681
VICENTE GIMENO SENDRA
683
VICENTE GIMENO SENDRA
2.8. RESOLUCIÓN
Concluida la fase de alegaciones y practicada, en su caso, la prueba, el Juez
ha de pronunciar su resolución, la cual habrá de dictarse «sin dilación» (art.
198.1 LECrim).
La forma que deba adoptar es la de «auto motivado» (art, 8.1), la cual encie
rra en sí misma una redundancia, pues, todo auto ha de ser motivado; pero el le
gislador ha querido insistir aquí en la necesidad de motivación, como exigencia
del principio de proporcionalidad. El juez habrá de valorar libremente la prueba
y razonarla en su resolución con arreglo a las normas de la sana crítica.
El contenido de la resolución es distinto, según acceda o no a la pretensión:
a) Resolución desestimatoria
Si la resolución fuera denegatoria de la pretensión, el juez dispondrá «el ar
chivo de las actuaciones, declarando ser conforme a Derecho la privación de li
bertad y las circunstancias en que se está realizando» (art. 8.1).
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L e c c ió n 29. TUTELA PROCESAL PENAL DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES..
b) Resolución estimatoria
Si la resolución es estimatoria necesariamente habrá de contener un pro
nunciamiento declarativo, cual es la declaración de «ilegalidad de la detención»
practicada, pudiendo, sin embargo, ser diverso el pronunciamiento de condena,
el cual debe de adaptarse a la «causa petendi» de la pretensión y ha de recondu-
cirse a alguna de estas tres prestaciones: puesta inmediata en libertad del deteni
do, cambio de custodia o puesta a disposición de la autoridad judicial.
Aunque la Ley no lo diga de modo expreso, la puesta en libertad será la me
dida que habrá de adoptar el juez cuando esté plenamente ausente el presupues
to material habilitador de la privación de libertad (vgr.: la falta de imputación
contra el detenido, si la detención se hubiere practicado por causa de delito).
Por el contrario, la solución del art. 8.2.b) («cambio de custodia») está arbi
trada para los supuestos en que, estando materialmente justificada la privación
de libertad, ello no obstante, se ha cometido alguna violación de las garantías
contempladas en los extremos «a» y «d» del art. 1.
Finalmente, la puesta a disposición de la autoridad judicial del art. 8. c)
habrá de ordenarse necesariamente cuando la ilegalidad de la detención resi
diera en el exceso del plazo (art. l.e) y potestativamente cuando el Juez de
Instrucción estimara que han concluido las diligencias policiales o que deban
ser continuadas por la autoridad judicial, pues, la policía, ni tiene derecho al
guno a agotar los plazos de la detención, ni actúa en virtud de potestad admi
nistrativa alguna, sino «a prevención» hasta tanto se persone o sea requerida
por la autoridad judicial.
Eventualmente, y siempre que se haya cometido alguna detención ilegal
constitutiva de delito, habrá el juez de formalizar el oportuno «testimonio de par
ticulares» (art. 9.1).
Lo mismo sucederá cuando aprecie la comisión de un delito de denuncia
falsa o simulación de delito (art. 9.2).
Con respecto a las costas rige el criterio de la «temeridad», apreciado única
y exclusivamente en la conducta del solicitante. En caso contrario, se declara
rán de oficio (art. 9.3).
685
TÍTULO II
TUTELA PROCESAL
ADMINISTRATIVA DE LOS
DERECHOS FUNDAMENTALES
LE C C IÓ N 30. E L A M P A R O O R D IN A R IO A D M IN IS T R A T IV O
1. E L A M P A R O O R D IN A R IO A D M IN IS T R A T IV O
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PABLO MORENILLA ALLARD
octubre de 2001, 28 de abril de 2003). Las antes citadas cuestiones de mera le-
galidad habrán de tramitarse a través de los correspondientes procesos ordina
rios administrativos; no es posible, por tanto, fundar la pretensión de amparo en
normas de Derecho Administrativo y, si así lo hiciera el actor, obtendría, no
sólo una Sentencia desestimatoria de su pretensión de amparo, sino, lo que es
aún más grave, la firmeza del acto impugnado, ya que, una vez agotado el plazo
de interposición del recurso contencioso-administrativo, no es posible acudir
después de intentada la expeditiva vía del proceso de amparo a un posterior pro
ceso administrativo ordinario (sobre esta cuestión retomaremos en el epígrafe
relativo al procedimiento aplicable).
b’) El amparo administrativo es, del mismo modo, «preferente y sumario»
(en el sentido de rapidez en su tramitación) y ello, no sólo porque así lo dis
ponga el art. 53.2 CE, sino porque el legislador ha sabido desarrollar dicha nor
ma en la LJCA de 1998.
La «preferencia» en la tramitación de los amparos administrativos respec
to de los demás procesos viene expresamente prevista en el apartado tercero
del art. 114 de la Ley procesal administrativa al disponer: «A todos los efec
tos, la tramitación de estos recursos tendrá carácter preferente» (también cfr.
el art. 66, infine, LJCA).
Finalmente, y a diferencia de lo que acontece en el amparo ordinario civil,
la Ley Jurisdiccional ha dotado al amparo administrativo de una tramitación
«urgente», lo que se manifiesta al regular los plazos para la realización de los dis
tintos actos procesales, que son más breves que los previstos para los procesos
administrativos ordinarios (ver arts. 115 y ss. LJCA) y que pueden abarcar me
ses y días inhábiles (cfr. el art. 128.2 y 3 LJCA).
690
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
691
PABLO MORENILLA ALLARD
La posibilidad procesal de que el actor escoja la vía del proceso de amparo ad
ministrativo parece, en principio, evidente, al tratarse de un proceso especial pre
ferente y rápido. Sin embargo, la razón por la que no siempre se elige esta alterna
tiva estriba en la limitación de su objeto que, como sabemos, ha de ceñirse a la
vulneración de los derechos fundamentales, unido a la mayor brevedad del plazo
para el ejercicio de la acción (diez días, como regla general; art. 115.1 LJCA).
Cuando el particular sabe de la ilegalidad del acto, que le es perjudicial, pero duda
acerca del motivo de nulidad en el que el mismo incurre (puede violar un precep
to, v.gr., de una Ley administrativa y, además, un derecho fundamental), o entien
de que es más plausible desde un punto de vista probatorio que el juzgador anule
el acto impugnado por violar una norma ordinaria que por vulnerar un derecho
fundamental, lo más probable es que acuda al proceso declarativo ordinario en vez
del amparo. Y ello a pesar de las intenciones del legislador de 1998 de «suavizar»
esta rígida distinción entre derecho fundamental y legalidad ordinaria.
En este sentido, el epígrafe VI, pár. 4, de la Exposición de Motivos LJCA, dice:
«La más relevante novedad es el tratamiento del objeto del recurso -y, por tanto, de la
Sentencia- de acuerdo con el fundamento común de los procesos contencioso-ad-
ministrativos, esto es, contemplando la lesión de los derechos susceptibles de ampa
ro desde la perspectiva de la conformidad de la actuación administrativa con el or
denamiento jurídico. La Ley pretende superar, por tanto, la rígida distinción entre legali
dad ordinaria y derechos fundamentales, por entender que la protección del derecho
fundamental o libertad pública no será factible, en muchos casos, si no se tiene en cuenta
el desarrollo legal de los mismos.»
692
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
84/1987, 42/1989 y 98/1989), como el T S (SST S Sala 3~, Secc. 73, 6 de julio de
1992, 24 de noviembre de 1997, 11 de octubre de 2001, 25 de junio de 2002, ín
ter allia) sostienen de manera unánime, de un lado, la citada posibilidad de ini
ciar estos procesos al mismo tiempo (sin que, por tanto, opere rígidamente la
excepción de litispendencia; cfr. arts. 410 y 421 LEC) y, de otro, que el plazo
para el ejercicio de la acción lo es de caducidad, por lo que la interposición del
recurso de amparo administrativo no suspende (ni, menos aún, interrumpe) el
plazo para iniciar el proceso administrativo ordinario (recuérdese que este plazo,
si bien es más amplio que el del amparo, también es breve; ver art. 46 LJCA),
por lo que una vez agotada la vía del amparo no es posible, por preclusión del
plazo, acudir al proceso administrativo ordinario.
«... Cualquier otra cuestión relativa a la legalidad del acto o disposición impug
nado debe sustanciarse a través del recurso ordinario, que incluso puede seguirse si
multáneamente al proceso especial, como recuerda nuestra Sentencia 23/1984, de
20 de febrero. En el recurso ordinario puede plantearse también la eventual infrac
ción de los derechos constitucionalmente reconocidos, y asimismo constituye en su
caso, una vía judicial previa a la interposición del recurso de amparo. En conse
cuencia, los interesados deben optar entre acogerse a las ventajas de preferencia y
celeridad propias del proceso sumario de la Ley 62/1978, renunciando a pretender
la nulidad del acto por vicios de legalidad o bien plantear cualquier posible motivo
de nulidad a través del recurso ordinario, renunciando a aquellas ventajas procesa
les, o bien, por último, instar en tiempo y forma dos acciones paralelas con el mis
mo objeto y por motivos distintos. Lo que el ordenamiento procesal vigente no
contempla, ni puede afirmarse que imponga el art. 24.1 de la Constitución, es la fa
cultad de utilizar sucesivamente una y otra vía de recurso, de manera que pueda for
mularse el ordinario una vez desestimado el especial, con independencia del trans
curso de los plazos legales de caducidad de la acción. La admisión del recurso prefe
rente y sumario y su consiguiente tramitación no suspenden el cómputo de dichos
plazos ni se produce con reserva del derecho al ejercicio de la acción por la vía ordi
naria. De manera que si, una vez desestimada la demanda deducida en aquel proce
so especial, han caducado los plazos para seguir la vía del proceso contencioso ordi
nario, la eventual ausencia de tutela no es imputable a la Sentencia desestimatoria,
sino directa y exclusivamente a la opción libremente adoptada por el recurrente,
como sucede en el presente caso.» (STC 84/1987, de 29 de mayo).
1.4. OBJETO
La Ley procesal administrativa dedica dos preceptos (los arts. 114.2 y 121.2)
a la regulación del objeto del proceso de amparo administrativo. El primero de
ellos dispone que: «Podrán hacerse valer en este proceso las pretensiones a que se
refieren los artículos 31 y 32, siempre que tengan como finalidad la de restablecer
693
PABLO MORENILLA ALLARD
o preservar los derechos o libertades por razón de los cuales el recurso hubiere sido
formulado.»; mientras que la segunda de las citadas disposiciones hace referencia a
la obligación del juzgador de dictar una Sentencia estimatoria de la pretensión del
actor cuando la actuación administrativa impugnada incurra «en cualquier infrac-
ción del ordenamiento jurídico, incluso la desviación de poder, y como conse-
cuencia de la misma vulneren un derecho de los susceptibles de amparo.»
A ) Si comparamos estos preceptos con el derogado art. 6 de la LPJDF, es evi-
dente que el objeto del amparo administrativo ha sido regulado de una manera
más amplia (tal y como recuerda la Exposición de Motivos LJCA) puesto que:
Por una parte, ahora se regula expresamente, tanto las pretensiones de conde
na a prestaciones de dar (el reconocimiento de un situación jurídica individualiza-
da y, en su caso, la indemnización por los daños y perjuicios por el actor padecidos,
art. 31), como las de hacer (en los casos de la inactividad administrativa del art.
29 o de las vías de hecho; cfr. art. 32); y, por otra, también se admite que la pre
tensión de amparo se funde jurídicamente no sólo en la presunta vulneración de
los derechos fundamentales, sino, al mismo tiempo, en las normas legales que los
desarrollan (los llamados derechos fundamentales de configuración legal).
En este sentido se pronuncia tanto la STSJ de Galicia, Sala Contencioso-admi-
nistrativo, Secc. Ia, de 17 de enero de 2001, cuando sostiene: «sólo procede el exa
men de las cuestiones de legalidad ordinaria cuando de una vulneración de la mis
ma pudiera deducirse la infracción de la norma constitucional que garantiza el de
recho fundamental invocado»; como la interesante STSJ de Extremadura, Sala
Contencioso-administrativo, de 20 de diciembre de 2001: «La Ley pretende superar
la rígida distinción entre legalidad ordinaria y derechos fundamentales, por enten
der que la protección del derecho fundamental o libertad pública no será factible,
en muchos casos, si no se tiene en cuenta el desarrollo legal del mismo. Todo ello
aparece contemplado en el artículo 121 de la Ley 29/1998 ... En consecuencia, la
determinación de la existencia de una lesión en el derecho fundamental invocado
exige enjuiciar, por estar conexos, aspectos de legalidad, más, en supuestos como el
ahora enjuiciado, donde el propio precepto constitucional nos remite a la regula
ción prevista por el Legislador, de tal forma, que esa regulación forma parte del con
tenido y garantías del derecho invocado cuya protección se solicita».
694
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
1.5. LEGITIMACIÓN
La nueva Ley Jurisdiccional no dedica precepto alguno a la regulación espe
cífica de la legitimación en el proceso de amparo objeto de nuestro estudio. Ri
gen, por tanto, con carácter supletorio (art. 114.1), las normas generales dedica
das a la legitimación previstas en los arts. 19 y ss de dicha Ley. No es nuestra in
tención abundar en materia común al proceso ordinario administrativo; ello no
obstante, abordaremos el estudio de la legitimación en lo que afecta al amparo
administrativo, incidiendo en las peculiaridades de este proceso.
a) Activa
Conforme a lo previsto en el art. 19 LJCA, se encuentran activamente legi
timados para iniciar el proceso de amparo administrativo, los sujetos de dere
cho (ya sean personas físicas, jurídicas, grupos de afectados o uniones sin perso
nalidad a las que se refieren los arts. 18 y 19 LJCA) titulares de un interés legí
timo respecto de la actuación administrativa impugnada lesiva de un derecho
fundamental. Son, por tanto, de aplicación las ideas ya expuestas en esta mate
695
PABLO MORENILLA ALLARD
b) Pasiva
En todo proceso administrativo existe una parte pasivamente legitimada ne
cesaria y otra, contingente. A la primera se la suele llamar «la Administración
demandada», mientras que a la segunda, «el codemandado». La razón de esta rea
lidad está íntimamente unida al objeto de todo proceso administrativo: como ya
hemos estudiado, la pretensión administrativa ha de basarse en una previa actua
ción dictada por una Administración Pública sujeta a Derecho Administrativo. Es
lo que suele calificarse como «el carácter revisor» del orden jurisdiccional admi
nistrativo. Por ello, la Administración autora de la actuación administrativa im
pugnada es siempre parte pasivamente legitimada, no sólo en este proceso espe
cial, sino también en los demás procesos administrativos (art. 21.1.a LJCA).
La figura del codemandado que, al igual que la Administración demandada,
es parte principal, ha sido objeto de una nueva (y criticable) regulación por la
696
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
LJCA. En efecto, la anterior Ley jurisdiccional de 1956 distinguía entre dos fi
guras: el codemandado y el coadyuvante; el primero, titular de un derecho sub
jetivo, era parte principal, mientras que el segundo, titular de un mero interés,
era parte accesoria. Sin embargo, la vigente Ley procesal administrativa ha uni
ficado ambas figuras, a las que denomina de la misma manera (partes codeman
dadas -art. 21.1-b)—), tratándolas como partes principales en pie de igualdad
con la Administración demandada. No obstante lo dispuesto en el citado pre
cepto, no debería ser posible equiparar a efectos procesales a dos sujetos que os
tentan diferentes títulos de legitimación desde el punto de vista del derecho
material; si la igualdad consiste en dar a cada uno lo suyo y no en tratar a todos
por igual, de lege ferenda debería volverse a distinguir entre el titular del derecho
subjetivo (parte principal desde el punto de vista de la legitimación pasiva) y el
del interés legítimo (parte coadyuvante subordinada a las principales).
1.6. COMPETENCIA
El estudio de la competencia objetiva en el orden judicial administrativo no
es tarea sencilla, y escapa de los fines específicos de esta monografía. Ello no
obstante, y con el propósito de que el lector tenga unas nociones aproximadas
sobre esta materia, procederemos a esbozar unas ideas generales sobre la misma.
La antes mencionada dificultad es debida al criterio seguido por el legislador
a la hora de abordar este presupuesto procesal. La Ley Jurisdiccional, a diferen
cia de lo que sucede en la LPL o en la LEC, se inspira en el llamado «principio
de la jerarquía del acto» para determinar el Tribunal que, en primera o única
instancia, ha de conocer del proceso. En virtud del citado principio, conocerán
de los litigios administrativos los Juzgados de lo Contencioso-administrativo (o
los Juzgados Centrales), las Salas de lo Contencioso-administrativo de los TSJ,
la Sala de lo Contencioso-administrativo de la A N o la Sala Tercera del T S en
función del rango del órgano administrativo del que emana la actuación impug
nada. De esta forma y, por regla general, las actuaciones dictadas por el Consejo
de Ministros son enjuiciadas por el T S (art. 12 LJCA), las emanadas de los Mi
nistros por la AN (art. 11 LJCA), las procedentes de las Administraciones Au
tonómicas por los TSJ (art. 10 LJCA, que además tienen la competencia resi
dual) y, finalmente, a nivel municipal, conocerán los Juzgados de lo Contencio-
so-administrativo (art. 8 LJCA).
La competencia territorial de los Juzgados y de los TSJ (no así de la A N y
del TS, por tratarse de Tribunales únicos con jurisdicción en todo el territorio
nacional respecto de los cuales la competencia territorial se confunde con la ob
jetiva) se regula en el art. 14 LJCA. Esta disposición parte de una regla general,
para centrarse, a continuación, en una serie de supuestos especiales. En primer
697
PABLO MORENILLA ALLARD
1.7. PROCEDIMIENTO
698
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
699
PABLO MORENILLA ALLARD
700
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
701
PABLO MORENILLA ALLARD
dida cautelar, con o sin fianza, salvo que la Administración autora del acto «jus-
tifique la existencia o posibilidad de perjuicio grave para el interés general».
La Ley Jurisdiccional de 1998 ha modificado y actualizado las normas relati
vas a las medidas cautelares. Efectivamente, éstas se encuentran previstas, con
carácter general, en los arts. 129 a 136 LJC A y, en ellas, no se hace mención al
guna a la derogada especialidad (ahora inexistente), sino que se aborda el trata
miento legislativo de la tutela cautelar desde el plano general o común. El actor
puede solicitar en cualquier momento del proceso (o incluso antes de su inicia
ción, art. 136.2 LJCA) no ya la suspensión de la ejecución del acto impugnado,
sino la medida cautelar que estima más adecuada para la correcta tutela de su
concreta pretensión (art. 129.1 LJCA).
No existe, pues, ninguna norma específica sobre la tutela cautelar de la
pretensión de amparo administrativo. Las medidas cautelares en este proceso
pueden solicitarse en cualquier momento (aunque, por lo general, se solicitan
en el escrito de interposición del recurso; de ahí que las incluyamos sistemática
mente en este lugar), y están sometidas a los requisitos y presupuestos comunes,
a los que nos remitimos (sobre la tutela cautelar en el proceso civil, que, insisti
mos, rige con carácter supletorio, cfr. los arts. 721 a 747 LEC).
702
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
c) Fase de admisión
El art, 117 LJC A regula la llamada fase de admisibilidad del proceso de am
paro. Conforme a lo dispuesto en la citada norma, el Tribunal competente, una
vez recibido el expediente (o precluido el plazo para su remisión) y, en el caso
de existir codemandados, vencido el plazo para su comparecencia, resolverá so
bre la admisibilidad del amparo. Si el Tribunal, tras el estudio del escrito de in
terposición, del expediente y de las alegaciones de las partes demandadas, es
partidario de admitir el amparo, dictará auto ordenando seguir las actuaciones
legalmente previstas. Contra este auto, que no prejuzga el futuro contenido de
la Sentencia, sólo cabe interponer recurso de súplica (art. 79 LJCA).
Por el contrario, cuando el Tribunal duda acerca de la viabilidad del amparo
por el actor solicitado, comunicará a las partes el motivo en que pudiera fundar
se la inadmisión del procedimiento y las citará a una comparecencia en la que
703
PABLO MOREN1LLA ALLARD
d) Alegaciones y prueba
Tras la iniciación del proceso de amparo mediante el escrito de interposi
ción, reclamado y enviado el expediente administrativo (o, en caso contrario,
precluido el plazo para su remisión) y una vez superada la fase de admisión (con
704
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
o sin la antes examinada comparecencia), el art. 118 LJC A prevé la carga pro-
cesal del actor de formalizar su escrito de demanda en el plazo de ocho días.
La única especialidad, en este caso, consiste en la mayor brevedad del pla
zo común para la presentación de la demanda (ocho días en lugar de 20, ver
art. 52.1 LJCA). Las demás apreciaciones que realizaremos a continuación no
son, pues, especialidades del amparo, sino cuestiones comunes á cualquier de
manda en el orden jurisdiccional administrativo.
a’) La gran peculiaridad que puede llamar la atención a un profano en la
materia consiste en la fragmentación, en dos momentos procesales, distintos y
alejados en el tiempo, de los escritos de iniciación del proceso (ejercicio del de
recho de acción a través del escrito de interposición) y de introducción de la
pretensión (con la demanda). La razón que provoca esta situación radica en la
relevancia del expediente administrativo en la inmensa mayoría de los conten
ciosos; dicha importancia es debida, básicamente, a dos motivos: en primer lu
gar, porque del estudio de expediente administrativo el actor podrá fundamen
tar, con exhaustividad, los hechos de su pretensión; así podrá realizar mejor su
escrito de demanda tanto desde el punto de vista fáctico como jurídico. En se
gundo lugar, y puesto que el expediente es un conjunto de documentos, tam
bién tiene un evidente y relevante valor probatorio que, en unos casos, podrá
alcanzar el valor de documento público y, en otros, de documento oficial (cate
goría «a caballo» entre el documento público y privado; véanse arts. 317.5Qy 6°
y 319.2 LEC). Como el actor, tal y como recuerda el citado art. 118 LJCA, tie
ne la carga de acompañar a su escrito de demanda todos los documentos que es
time necesarios para la acreditación de su pretensión, es también necesario te
ner a la vista el expediente para ir indicando (y numerando) los documentos del
mismo respecto de los cuales desea el demandante introducirlos en el pleito
como medio de prueba documental. En este sentido, la nueva LEC, al equiparar
el dictamen de peritos de parte y los denominados «nuevos medios de prueba»
con la documental, desde el punto de vista del procedimiento probatorio para
su aportación (art. 265 LEC), amplía la carga procesal del actor a todos los cita
dos medios de prueba, que ha de aportar como documentos a los que acompaña
su escrito de demanda.
b’) Tras la presentación de la demanda (téngase en cuenta que de precluir el
plazo para su interposición, el Tribunal archivará el pleito, ver art. 52.2 LJCA), la
Administración demandada y, en su caso, los codemandados disponen de un
plazo «común» de ocho días para formalizar sus escritos de contestación a la de
manda, con sus documentos (art. 119 LJCA). Para ello, el Tribunal les dará tras
lado de la copia de la demanda interpuesta, con sus documentos, y del expediente
administrativo. En cuanto al contenido del escrito de contestación a la demanda
puede consultarse el art. 405 LEC. Estos mismos requisitos son aplicables al Minis
705
PABLO MORENILLA ALLARD
terio Fiscal, con la peculiaridad de que esta «parte imparcial» puede presentar un
escrito en defensa de la legalidad del acto impugnado (que vendría a ser un escrito
de contestación a la demanda) o, al contrario, a favor de la pretensión de amparo.
c’) Finalmente, respecto de la fase probatoria, columna vertebral de todo
proceso, el art. 120 LJCA dispone: «Evacuado el trámite de alegaciones o
transcurrido el plazo para efectuarlas, el órgano jurisdiccional decidirá en el si
guiente día sobre el recibimiento a prueba, con arreglo a las normas generales
establecidas en la presente Ley, y sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 57.
El período probatorio no será en ningún caso superior a veinte días comunes
para su proposición y práctica.» Dicha norma hace referencia a tres cuestiones:
En primer lugar, a la posibilidad de que se resuelva el amparo sin que haya
lugar a la fase de prueba si las partes así lo solicitan en sus escritos de alega
ciones (art. 57 LJCA). Esta innecesaria mención, puesto que rigen las normas
comunes de la Ley Jurisdiccional con carácter supletorio en el amparo adminis
trativo, tiene sentido, cuando las partes consideran inútil el recibimiento del
pleito a prueba, al considerar que el conflicto tiene estrictamente un contenido
jurídico y no fáctico o cuando entienden que los medios de prueba pertinentes
para su defensa ya han sido aportados vía documental al presentar sus respecti
vos escritos de demanda y de contestación.
En segundo lugar, cuando las partes deseen la apertura del procedimiento
probatorio, así lo han de solicitar en sus respectivos escritos de alegaciones e
indicar los hechos controvertidos objeto de la prueba (art. 60.1 LJCA). El Tri
bunal tiene la facultad de acordar o no el recibimiento del proceso a prueba, a
pesar de la unanimidad de la petición por parte de los litigantes; sólo cuando
considere que existen hechos controvertidos, pertinentes, relevantes y útiles
(arts. 60.3 LJC A y 283 LEC) para la suerte del litigio, ordenará la apertura del
procedimiento probatorio.
Por último, el plazo legalmente previsto para que las partes propongan los
medios de prueba, el Tribunal resuelva admitir los que considere pertinentes y
para que éstos se practiquen es común y breve: veinte días.
d’) Finalmente, otra de las consecuencias del carácter «urgente» de este pro
ceso, estriba en que, practicados, en su caso, los medios de prueba por el Tribu
nal admitidos, o precluido el plazo antes citado, no habrá lugar a la fase de con
clusiones o vista (arts. 120 y 121.1 LJCA).
Debido a la inexistencia de una fase de alegaciones previa, ni de conclusio
nes, el TC ha afirmado lo siguiente: «En referencia concreta a los procesos con-
tencioso-administrativos en materia de personal, este Tribunal ha venido decla
rando que, ante la inexistencia (en tales procesos) de un trámite procesal que
permita al recurrente en vía contencioso-administrativa oponerse a las causas de
706
L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
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PABLO MORENILLA ALLARD
terio Fiscal, con la peculiaridad de que esta «parte imparcial» puede presentar un
escrito en defensa de la legalidad del acto impugnado (que vendría a ser un escrito
de contestación a la demanda) o, al contrario, a favor de la pretensión de amparo.
c’) Finalmente, respecto de la fase probatoria, columna vertebral de todo
proceso, el art. 120 LJCA dispone: «Evacuado el trámite de alegaciones o
transcurrido el plazo para efectuarlas, el órgano jurisdiccional decidirá en el si
guiente día sobre el recibimiento a prueba, con arreglo a las normas generales
establecidas en la presente Ley, y sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 57.
El período probatorio no será en ningún caso superior a veinte días comunes
para su proposición y práctica.» Dicha norma hace referencia a tres cuestiones:
En primer lugar, a la posibilidad de que se resuelva el amparo sin que haya
lugar a la fase de prueba si las partes así lo solicitan en sus escritos de alega
ciones (art. 57 LJCA). Esta innecesaria mención, puesto que rigen las normas
comunes de la Ley Jurisdiccional con carácter supletorio en el amparo adminis
trativo, tiene sentido, cuando las partes consideran inútil el recibimiento del
pleito a prueba, al considerar que el conflicto tiene estrictamente un contenido
jurídico y no fáctico o cuando entienden que los medios de prueba pertinentes
para su defensa ya han sido aportados vía documental al presentar sus respecti
vos escritos de demanda y de contestación.
En segundo lugar, cuando las partes deseen la apertura del procedimiento
probatorio, así lo han de solicitar en sus respectivos escritos de alegaciones e
indicar los hechos controvertidos objeto de la prueba (art. 60.1 LJCA). El Tri
bunal tiene la facultad de acordar o no el recibimiento del proceso a prueba, a
pesar de la unanimidad de la petición por parte de los litigantes; sólo cuando
considere que existen hechos controvertidos, pertinentes, relevantes y útiles
(arts. 60.3 LJCA y 283 LEC) para la suerte del litigio, ordenará la apertura del
procedimiento probatorio.
Por último, el plazo legalmente previsto para que las partes propongan los
medios de prueba, el Tribunal resuelva admitir los que considere pertinentes y
para que éstos se practiquen es común y breve: veinte días.
d’) Finalmente, otra de las consecuencias del carácter «urgente» de este pro
ceso, estriba en que, practicados, en su caso, los medios de prueba por el Tribu
nal admitidos, o precluido el plazo antes citado, no habrá lugar a la fase de con
clusiones o vista (arts. 120 y 121.1 LJCA).
Debido a la inexistencia de una fase de alegaciones previa, ni de conclusio
nes, el TC ha afirmado lo siguiente: «En referencia concreta a los procesos con
tencioso -administrativos en materia de personal, este Tribunal ha venido decla
rando que, ante la inexistencia (en tales procesos) de un trámite procesal que
permita al recurrente en vía contencioso-administrativa oponerse a las causas de
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L e c c ió n 30. EL AMPARO ORDINARIO ADMINISTRATIVO
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PABLO MORENILLA ALLARD
factible que el Juez, después de todo un proceso, dicte una resolución absoluto-
ria en la instancia, sin entrar, por tanto, en el fondo del amparo (ver, mutatis
mutandis, la STEDH Saez Maeso c. España, de 9 de noviembre de 2004); b) es
timación o desestimación de la pretensión de amparo en función de que se haya
vulnerado o no un derecho fundamental.
No obstante la categórica afirmación prevista en el art. 121.3 LJCA,
contra la Sentencia, ya sea de inadmisión o de fondo, cabe interponer recurso
de apelación «o de casación» (cfr. Exposición de Motivos de la LJCA epígrafe
VI.2.II, y los ya citados arts. 121.3, 81.2.b) y 86.2.b) dependiendo de que el juz
gador de instancia sea un Juzgado o un TSJ o AN, respectivamente. Basta con
observar las Sentencias dictadas por la Sección 7a de la Sala Tercera del TS, al
resolver recursos de casación en materia de amparo (más de setecientas Senten
cias), para comprender el grado de imperfección de la norma prevista en el cita
do art. 121.3. Ambos recursos producirán un solo efecto, es decir, el actor favo
recido por la Sentencia estimatoria podrá solicitar la ejecución provisional de la
misma, no obstante la interposición del recurso de apelación o de casación (ver
art. 121.3 en relación con los arts. 83.1 y 91.1 LJCA).
En todo lo referente a la posibilidad de interponer recurso de casación contra
las Sentencias dictadas por los TSJ o por la AN en primera instancia, existe una
importante excepción en los litigios en los que la cuestión de fondo hace refe
rencia a cuestiones de personal (art. 86.2.a) y b), in fine, LJCA). En estos casos,
la jurisprudencia del TS se decanta por considerar inadmisible el recurso. Así, el
ATS 3a, Secc. Ia, de 23 de abril de 2001 afirma: «Esta Sala en su reciente Auto
de 26 de febrero de 2001 ... consideró que aunque la excepción prevista en el ar
tículo 86.2.b), «in fine», de la nueva LJCA -que abre el recurso de casación,
cualquiera que sea la cuantía del asunto litigioso, respecto de las Sentencias re
caídas en el procedimiento especial de defensa de los derechos fundamentales-
no es aplicable a las Sentencias que se refieran a cuestiones de personal, como
ya ha dicho esta Sala (así, entre otros, Autos de 18 de octubre de 1999, 22 de
septiembre de 2000, 6 de octubre de 2000 y 4 de diciembre de 2000)».
708
LECCIÓN 31. EL PROCESO ELECTO RAL Y EL DE DERECHO
DE REU N IÓ N
1. EL PROCESO ELECTORAL
1.1. CONCEPTO
Dentro de los tres grandes sistemas de control electoral, el parlamentario
(que fue el instaurado y secundado en España hasta la Constitución republica
na de 1931 y en la actualidad permanece todavía vigente en U SA ., Bélgica,
Dinamarca, Holanda, Italia, Luxemburgo, Noruega y Suiza), el judicial (inau
gurado en Gran Bretaña tras la «Parlamentary Elections A ct» de 1868 y vi
gente también en Austria y Grecia) y el mixto (REA., Francia y Suecia),
nuestra Constitución se ha inclinado por el segundo de ellos, esto es, por el sis
tema judicial
Así se encarga de establecerlo el art. 70.2 CE, en cuya virtud «la validez de
las actas y credenciales de los miembros de ambas Cámaras estará sometida al
control judicial, en los términos que establezca la Ley Electoral».
En cumplimiento de dicho mandato constitucional, la LO 5/1985, de 19 de
junio, del Régimen Electoral General (LOREG, en lo sucesivo) ha instaurado
diversos procedimientos de control de las elecciones, cuyo común denominador
reside, de un lado, en incidir todos estos procesos en el derecho fundamental al su
fragio, activo y pasivo, del art. 23 CE y, de otro, en residenciar las lesiones a di
cho derecho fundamental en los Tribunales.
Por esta razón, al denominado «contencioso electoral» le es de aplicación el
principio de subsidiariedad consagrado en el art. 53.2 CE, con base en el cual la
tutela del derecho al sufragio corresponde, en primer lugar, a los Tribunales ordi
narios y a través de un procedimiento «preferente y sumario» (o, lo que es lo
mismo, «rápido») y, en su caso, al Tribunal Constitucional.
Así, pues, en una primera aproximación, podemos configurar al proceso
electoral como un proceso constitucional que se dilucida ante los Tribunales
Ordinarios, sin perjuicio de que, en última instancia, pueda ser trasladado, me
diante el recurso de amparo, ante el Tribunal Constitucional, y cuyo objeto
consiste en restablecer el derecho fundamental al sufragio, activo y pasivo.
709
VICENTE GIMENO SENDRA
711
VICENTE GIMENO SENDRA
dido, en cuyo caso es competente la Sala especial del Tribunal Supremo regula-
da en el art. 61 LOPJ (art. 49.5 LOREG, modificado por la LO 6/2002, de 27 de
junio, de Partidos Políticos).
Al haberse creado los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo gracias a
la LJCA de 1998, y de conformidad con lo previsto en sus normas de determi
nación de la competencia objetiva de los Juzgados y Tribunales (arts. 8.4 y 12.3
LJCA), en la actualidad, sólo el Juzgado de lo Contencioso-Administrativo, en
cuya circunscripción tenga su sede la concreta Junta Electoral (ya sea de Zona,
Provincial o Central), cuyo acto haya sido impugnado, tiene competencia obje
tiva y territorial para conocer de este proceso (ver, en el mismo sentido, la Cir
cular 3/1998 de la Fiscalía General del Estado, epígrafe III.3.31 y las SST C 84,
85 y 86/2003, de 8 de mayo).
El art. 49 viene a establecer un procedimiento «sumarísimo» para la resolu
ción de estas controversias. La legitimación activa la ostentan los candidatos
excluidos y los representantes de las candidaturas, quienes gozan de un plazo de
«dos días», contados a partir de la correspondiente resolución de la Junta Elec
toral (ST C 108/1991, de 13 de mayo), y no de la notificación del acto (art.
49.2), para interponer el recurso contencioso-administrativo, en el cual han de
concentrar la totalidad de las alegaciones y acompañar la prueba documental,
pues no existe trámite posterior para formalizar la demanda (art. 49.1). Omite la
Ley el trámite de contestación y de informes, y además somete al Juzgado admi
nistrativo al preclusivo plazo de «dos días siguientes a la interposición del recur
so» para dictar la Sentencia. Dicho plazo es de imposible cumplimiento prácti
co, ya que, aun cuando se utilicen los medios de comunicación más rápidos,
dentro de dicho plazo el Juzgador debe: a) recabar de la correspondiente Junta
Electoral la remisión del expediente, y b) emplazar y dar audiencia a todos los
interesados, que, al menos, han de ser los demás candidatos, la Abogacía del Es
tado y, aunque la Ley nada diga, también el Ministerio Fiscal (cfr. la Instrucción
1/1999, de 5 de mayo, dada en este sentido por la Fiscalía General del Estado).
En cuanto a la fase probatoria, la dicción del art. 49.1 (alegaciones «acompaña
das de los elementos de prueba oportunos») abona por considerar que la única
prueba admisible es la documental.
Nos encontramos, pues, ante un proceso sumario, con una cognición limita
da a la exclusión indebida de candidatos y a la indebida proclamación de candi
daturas (por lo que las partes y el Juzgado habrán de abstenerse de cualquier otra
ampliación del objeto litigioso) y con una limitación de los medios de prueba a
la documental.
La «resolución judicial», que habrá de revestir la forma de Sentencia, «tiene
carácter firme e inapelable» (art. 49.3), lo que convierte a este procedimiento,
al igual que el contencioso-electoral, en un proceso de «única instancia» (así lo
712
L e c c ió n 31 . EL PROCESO ELECTORAL Y EL DE DERECHO DE REUNIÓN
a ’) Naturaleza
El recurso contencioso electoral encierra una pretensión constitucional, por
cuanto el bien litigioso, que en él se discute, no es otro, sino el derecho funda
mental al acceso a los cargos públicos en condiciones de igualdad y con los re
quisitos trazados por la LOREG, contenido en el art. 23.2 de la CE.
Pero dicho proceso constitucional, que permitiría configurarlo como un «re
curso de amparo ordinario», se dilucida a través de un procedimiento adminis
trativo especial. Se trata de un procedimiento judicial administrativo, porque el
acto impugnado -los acuerdos de las Juntas Electorales sobre proclamación de
713
VICENTE GIMENO SENDRA
714
L e c c ió n 31. EL PROCESO ELECTORAL Y EL DE DERECHO DE REUNIÓN
715
VICENTE GIMENO SENDRA
c) Competencia objetiva
En la actualidad, se hace preciso distinguir de conformidad con la naturaleza
de la elección celebrada. Tratándose de elecciones autonómicas o locales el ór
gano jurisdiccional competente es la Sala de lo contencioso del TSJ en cuya de
marcación se celebró la elección (arts. 112.2 LOREG y lO.l.f) LJCA). Pero, si
las elecciones objeto de impugnación fueran generales o se refirieran al Parla
mento europeo, la competencia objetiva la ostenta la Sala de lo Contencioso-
administrativo del Tribunal Supremo (arts. 112.2 LOREG y 12.3.a) LJCA).
d) Capacidad y legitimación
Ninguna especialidad contempla la LOREG, en punto a la determinación
de la capacidad de las partes, por lo que han de ser de aplicación las normas de
la LJCA, relativas a dicho presupuesto procesal en virtud de la cláusula de remi
sión contenida en el art. 116.2.
Las normas relativas a la legitimación, por el contrario, se encuentran ex
presamente previstas en los arts. 110 y 111, con respecto a los cuales hay que
distinguir (no obstante la confusión que suscita la redacción de ambos precep
tos) la legitimación activa, de la pasiva:
L e c c ió n 31. EL PROCESO ELECTORAL Y EL DE DERECHO DE REUNIÓN
a’) Activa
Ostentan legitimación para interponer el recurso electoral y comparecer en
calidad de parte demandante los candidatos no proclamados y los representan
tes de las candidaturas, partidos políticos, asociaciones, federaciones y coalicio
nes que hayan presentado candidaturas en la circunscripción y que hayan sufri
do un ilegítimo perjuicio electoral en virtud del acuerdo impugnado.
Este último requisito, el del perjuicio electoral indebido, no viene impuesto
por el tenor literal de dichos preceptos, sino por el art. 24-1 CE, que exige os
tentar un «interés legítimo», el cual, en material electoral, ha de cifrarse en al
gún perjuicio en el acto de la Junta sobre proclamación de electos, ya que, sin
dicho perjuicio, no hay gravamen para recurrir y los arts. 110 y 111 no consa
gran fenómeno de acción popular alguna.
Aun cuando los representantes de las candidaturas lo sean también de los
candidatos (art. 43 .3 ), el art. 110 legitima expresamente a ambos para la inter
posición del recurso contencioso electoral, ya que pueden existir entre ambos
(vgr. en supuestos de «transfuguismo») contradicción de intereses. Con todo,
no cabe olvidar que el titular del derecho fundamental vulnerado lo es exclusi
vamente el candidato indebidamente excluido y no el partido (art. 23.2 CE:
SST C 5/1983, de 4 de febrero; 10/1983, de 21 de febrero; 16/1983, de 10 de
marzo; 28/1983, de 21 de abril; 29/1983, de 26 de abril; 30/1983, de 26 de abril;
93/1989, de 22 de mayo; 167/1991, de 19 de julio; 30/1993, de 25 de enero, en
tre otras), por lo que, si bien en el proceso administrativo electoral ambos pose
en una legitimación originaria, en el eventual recurso de amparo cabe sostener
la existencia de una legitimación originaria, la del candidato, y otra desplazada
o «sustitución procesal» que asistiría al representante de la candidatura.
Pero, salvada esta eventual contradicción de intereses, también el partido
ostenta legitimación. Y, así, en la ST C 25/1990, de 19 de febrero, el Tribunal
Constitucional admitió expresamente la legitimación activa de los partidos po
líticos en el recurso de amparo: « . . .si no la titularidad del derecho (del art. 23.2
CE), sí cabe reconocer a los propios Partidos políticos un interés legítimo sufi
ciente a que se respeten las adecuadas condiciones para el ejercicio del derecho
al sufragio, atendida su condición de instrumento fundamental para la partici
pación política que les atribuye el art. 6 de la Constitución».
En cuanto a la posible legitimación activa del Ministerio Fiscal para la inter
posición del recurso, hay que negarla ante la confusión de «roles» de representan
te público y defensor de la legalidad que efectúa el art. 111. Si bien, con base en
esta segunda cualidad (arts. 125 CE, 435 LOPJ, 1 EOMF), podría interponer di
cho recurso, la simultánea asunción de la «representación pública» o, lo que es lo
717
VICENTE GIMENO SENDRA
b ’) Pasiva
Ostentan legitimación pasiva o, lo que es lo mismo, para comparecer en ca
lidad de parte demandada los candidatos proclamados, el Ministerio Fiscal y los
representantes de las candidaturas, partidos políticos, asociaciones, federaciones
y coaliciones que hayan presentado candidaturas en la circunscripción y que ha
yan resultado electoralmente favorecidos por el acuerdo impugnado.
Debido a la falta de otorgamiento de la legitimación pasiva a la Abogacía
del Estado para la defensa de la legalidad del acto, el MF ha de ostentar siempre
la cualidad de parte demandada principal, lo cual es censurable, pues el MF pue
de encontrarse ante una eventual contradicción entre su carácter de represen
tante de la Administración electoral y la defensa de la legalidad, en cuyo caso, si
se admitiera su legitimación activa, podría quebrarse el principio de contradic
ción al quedar reducida la defensa del acuerdo de la Junta Electoral a los meros
intereses partidistas. De aquí la conveniencia, «de lege ferenda», de encomen
dar esta función a la Abogacía del Estado.
Tal y como también se ha avanzado, desde el punto de vista de la relación
jurídica de las partes demandadas con el derecho constitucionalmente protegi
do, cabría distinguir, junto al Ministerio Fiscal, la existencia, de un lado, de otra
parte principal, cual es el candidato proclamado, titular del derecho fundamen
tal consagrado en el art. 23.2 CE, que habría de ser llamado al proceso en cali
dad de litisconsorte necesario, y, de otro, la de otras partes subordinadas, las des
critas en los apartados «b» y «c» del art. 110, que al ostentar la mera existencia
de un «interés legítimo» en la defensa del acuerdo impugnado, habrían de asu
mir la condición de codemandados.
En cualquier caso, la legitimación de todos estos intervinientes es siempre pa
siva, por lo que, si no han interpuesto el recurso contencioso electoral con inde
pendencia, ha de excluirse la posibilidad de que puedan aprovechar el acto de
contestación a la demanda para formular una reconvención, aunque sea implícita.
La ausencia de interposición del recurso ha de ocasionar la firmeza del acuerdo
con respecto a todas las partes que no lo hayan expresamente interpuesto.
e) Iniciación
La iniciación del proceso se efectúa mediante el acto de interposición del
recurso ante la Junta Electoral, que, en cuanto a la forma, habrá de observar los
requisitos comunes de postulación del proceso administrativo (art. 116.2) y, en
718
L e c c ió n 31. EL PROCESO ELECTORAL Y EL DE DERECHO DE REUNIÓN
719
VICENTE GIMENO SENDRA
g) Contestación
Al día siguiente de la finalización del término para la comparecencia de los
interesados -dispone el art. 112.4-, la Sala dará traslado del escrito de interposi
ción y de los documentos que lo acompañen al Ministerio Fiscal y a las partes
que se hubiesen personado en el proceso, poniéndoles de manifiesto el expe
diente electoral y el informe de la Junta Electoral, para que, en el plazo común e
improrrogable de cuatro días, puedan formular las alegaciones que estimen con
venientes.
Tal y como ya se ha indicado, a pesar de la redacción del precepto (que
emplea los términos «partes personadas» y «alegaciones»), la norma no posi
bilita la formalización de un escrito de demanda por el actor. Antes al contra
rio, sus alegaciones han de concentrarse en el escrito de interposición del re
curso (art. 112.1). Cualquier otra interpretación produciría indefensión a la
parte demandada, quien se vería privada de contestar esta segunda alegación
del demandante, dado el carácter de plazo «común» del que goza este trámite.
Lo dicho no es óbice, sin embargo, a que el actor pueda, a la vista del expe
diente, ampliar su demanda, sin que dicha ampliación suponga mutación del
objeto procesal.
N o obstante la perentoriedad de dicho plazo, si la Junta Electoral no hubie
re emplazado a los candidatos proclamados que pudieran verse afectados por la
ulterior Sentencia (nótese que el art. 112.3 tan sólo le obliga a emplazar «a los
representantes de las candidaturas»), habrá de emplazarlos directamente la Sala
con suspensión de dicho plazo común, en virtud de la doctrina del T C sobre el
«derecho de tutela» (art. 24.1 CE), que obliga a convocar al proceso a quienes
ostenten un «interés legítimo», dentro de los cuales hay que reputar incluidos a
los titulares del derecho fundamental vulnerado, dada su condición de partes
principales.
720
L e c c ió n 31 . EL PROCESO ELECTORAL Y EL DE DERECHO DE REUNIÓN
h) Prueba
Transcurrido el periodo de alegaciones, la Sala, dentro del día siguiente, po
drá acordar de oficio o a instancia de parte el recibimiento a prueba y la práctica
de las que declare pertinentes (art. 112.5).
A pesar de la redacción del precepto, que emplea el verbo «podrá», la aper
tura del periodo probatorio no es una facultad omnímoda del Tribunal adminis
trativo. Ante la solicitud de apertura de la prueba, debe el Tribunal examinar,
en primer lugar, si existe «tema probatorio» o, lo que es lo mismo, si hay hechos
controvertidos; en segundo, si la prueba propuesta es pertinente y, finalmente, si
es relevante (art. 60.3 LJCA), debiendo acordar su ejecución siempre y cuando
concurran la totalidad de estos requisitos.
Pero, además, y sin perjuicio de que no se haya solicitado dicha apertura o
se haya omitido algún medio de prueba necesario para la solución del conflic
to (‘u.gr.; las actas contempladas en el art. 108), debe el Tribunal de oficio dis
poner dicha apertura o reclamar la aportación de documentos siempre que sea
indispensable para el pleno descubrimiento de la verdad material. La doctrina
sustentada por el T C en sus Sentencias 24, 25, 26/1990 y en 131/1990, de 16
de julio, permite afirmar, en este sentido, la existencia de una obligación proce
sal del Tribunal en orden a obtener la exhaustividad del material probatorio
(Vollstandigkeitspflicht), lo que se traduce en un predominio del principio de in
vestigación sobre su principio opuesto, el de aportación.
Las normas por las que se rige la fase probatoria son las propias del proceso
administrativo (arts. 60 y 61 LJCA), si bien el plazo para su ejecución no podrá
exceder de cinco días (art. 112.5 «infine»).
i) Sentencia
La Sentencia puede ser desestimatoria o estimatoria. La Sentencia desesti-
matoria puede obedecer, en primer lugar, a haberse constatado la ausencia de al
gún presupuesto procesal, en cuyo caso contendrá el pronunciamiento del art.
113.2.a («inadmisión del recurso»), pronunciamiento que, aun cuando partici
721
VICENTE GIMENO SENDRA
722
L e c c ió n 31. EL PROCESO ELECTORAL Y EL DE DERECHO DE REUNIÓN
k) Costas
En materia de costas rige el criterio de la «temeridad», debiendo imponer
se la condena en costas «a la parte o partes que hayan mantenido posiciones
infundadas, salvo que circunstancias excepcionales, valoradas en la resolución
que se dicte, motiven su no imposición». El procedimiento, sin embargo, es
gratuito (art. 117).
VICENTE GIMENO SENDRA
2.1. INTRODUCCIÓN
El apartado primero del art. 21 CE consagra el derecho fundamental de
reunión pacífica y sin armas, y precisa que el ejercicio de este derecho no ne-
cesitará de autorización previa. Sin embargo, cuando este derecho quiere ejer
citarse en «lugares de tránsito público» y en «manifestaciones», el apartado
segundo de la citada norma constitucional lo somete al requisito de la comu
nicación previa a la autoridad «que sólo podrá prohibirlas cuando existan ra
zones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o
bienes», esto es, en este último supuesto el derecho de reunión no es absoluto
o ilimitado (ST C 66/1995), pues requiere de una previa autorización de la au
toridad competente.
La LO 9/1983, de 15 de julio, desarrolla el contenido del derecho del art. 21
CE a través de 11 preceptos, de los cuales, en lo que aquí nos interesa, tan sólo
los cuatro últimos (arts. 8 a 10) se centran en el desarrollo del art. 21.2 CE, es
decir, «De las reuniones en lugares de tránsito público y manifestaciones». Así,
los arts. 8 y 9 de la citada Ley Orgánica regulan la forma, contenido y plazo de
la comunicación previa que han remitir los promotores a la autoridad guberna
tiva; y los arts. 10 y 11 hacen referencia a los motivos en los que ha de basarse la
resolución que prohíbe o modifica la reunión o manifestación, a la necesidad de
motivar y notificar dicho acto y al control jurisdiccional del mismo.
724
L e c c ió n 31. EL PROCESO ELECTORAL Y EL DE DERECHO DE REUNIÓN
725
TÍTULO III
TUTELA PROCESAL LABORAL DE
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
LECCIÓN 3 2 . EL AMPARO LABORAL
1. INTRODUCCIÓN
La evolución de la protección judicial de los derechos fundamentales en el or
den jurisdiccional laboral es, ciertamente, «original» en comparación con lo
acontecido en los estudiados órdenes civil, penal y administrativo. En el ámbito
laboral no existió desarrollo del tantas veces citado art. 53.2 CE hasta práctica
mente la Ley de Procedimiento Laboral (LPL en adelante) de 1990, luego deroga
da por la vigente LPL de 1995 (RDLeg 2/1995, de 7 abril, por el que se aprueba el
Texto Refundido de la Ley de Procedimiento Laboral) y no sin cierta polémica.
El legislador de 1978, al elaborar la LPJDF, no tuvo a bien crear un proceso es
pecial de tutela de los derechos fundamentales en el orden laboral (hay autores
que califican esta omisión de «olvido»: ver BAYLOS G r A U /C rljz V ILLALÓn /F e r -
NÁNDEZ LÓPEZ; aunque quizá el motivo de fondo fuera la delicada situación po
lítica de España en aquél momento crucial para la instauración de la democra
cia) y, no obstante las modificaciones introducidas en aquella Ley al año si
guiente, hubo que esperar hasta la promulgación de la Ley Orgánica de
Libertad Sindical de 1985 para que, al menos, existiera una mínimo desarrollo
constitucional en el orden laboral, si bien limitado a la tutela judicial de la li
bertad sindical del art. 28 CE. Tan inexplicable omisión fue objeto de reproche
por el T C (SST C 55/1983 y 47/1985), el cual, ante la falta de desarrollo nor
mativo, estimó que el cauce procesal idóneo para la tutela de los derechos fun
damentales era el proceso laboral ordinario. Ello no obstante, dicho vacío per
sistió hasta la promulgación de la LPL.
La citada STC 55/1983, de 22 de junio, afirmaba: «... Hay que señalar al res
pecto que, no contemplando la Ley 62/1978, de 26 de diciembre, de protección
jurisdiccional de los derechos fundamentales de la persona la jurisdicción labo
ral para la protección de éstos, y extendiéndose la protección jurisdiccional del
art. 53.2 de la CE a todos los derechos y libertades reconocidos en el artículo 14
y la sección primera del capítulo II, es doctrina de este Tribunal que el cauce na
tural de dicha protección en la jurisdicción ordinaria es el procedimiento labo
ral. Con esta acción integradora con respecto a la mencionada Ley 62/1978, el
proceso laboral se convierte también en proceso de protección jurisdiccional de
los derechos laborales de carácter fundamental...». Y, más tarde, la STC 47/1985,
de 27 de marzo, confirmó la anterior doctrina al sostener que: «... los Jueces y Tri-
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PABLO MORENILLA ALLARD
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L ección 32. EL AMPARO LABORAL
731
PABLO MORENILLA ALLARD
3. REGULACIÓN LEGAL
La LPL regula el proceso de amparo laboral en los arts. 175 a 182, dentro
del Capítulo XI («De la tutela de los derechos de libertad sindical»), del
Título II («De las modalidades procesales»), del Libro II («Del proceso or
dinario y de las modalidades procesales»). Además de lo previsto en dichas
normas, para lo que no esté expresamente regulado en el citado Título II, re
girán con carácter supletorio «las disposiciones establecidas para el proceso
ordinario» (art. 102 en relación con los arts. 76 a 101 LPL); del mismo modo,
rige la cláusula residual final prevista en la DA Primera. 1 LPL y en el art. 4
LEC, esto es, en defecto de regulación específica rigen las normas comunes de
la Ley procesal civil.
Como antes apuntábamos, la imprecisión de la rúbrica del mencionado
Capítulo XI se corrige gracias a lo dispuesto en el art. 181 LPL («Demanda
de tutela de otros derechos fundamentales»), precepto que extiende las nor
mas previstas para el proceso de amparo laboral a «los demás derechos funda
mentales y libertades públicas, incluida la prohibición de tratamiento discri
minatorio».
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L e c c ió n 32. EL AMPARO LABORAL
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L e c c ió n 32. EL AMPARO LABORAL
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PABLO MORENILLA ALLARD
sultaría útil acudir a ambos procesos al mismo tiempo, tanto por el coste que le
representa iniciar dos procesos en lugar de uno solo, como por la facultad del
tribunal de acumular de oficio ambos procesos (arts. 29 y 32 LPL) o de la posibi
lidad del demandado de oponer la excepción de litispendencia en el acto del
juicio oral (arts. 410 y 421 LEC).
Sin embargo, desde un punto de vista teórico, la cuestión es discutible. Por
un lado, la propia LPL no prohíbe esta posibilidad y, así, podríamos citar, tanto
el art. 175.1 (el actor «podrá» acudir al amparo laboral), como el art. 182, en
una interpretación a contrario. En apoyo de esta tesis también podría invocarse
al respecto la examinada jurisprudencia del T C referida al proceso de amparo
administrativo (SST C 23/1984, 84/1987, 42/1989 y 98/1989). En cuanto al
problema de la litispendencia, ésta no se produciría si el actor, que insta simul
táneamente ambos procesos, se ciñera en el amparo a invocar derechos funda
mentales y, en el proceso ordinario, a fundamentar su pretensión en cuestiones
distintas de aquéllas basadas en normas de mera legalidad ordinaria laboral. Fi
nalmente, en relación con la inseguridad jurídica que provocaría el riesgo de re
soluciones contradictorias, entendemos que no existe tal riesgo, pues la causa
petendi es distinta en ambos procesos; precisamente por este motivo es posible
acudir con carácter sucesivo al proceso ordinario, pues tampoco existiría cosa
juzgada, por diferir las pretensiones esgrimidas en los dos procesos.
Lo que resulta evidente es la imposibilidad de acudir al amparo y a cualquie
ra de los procesos especiales del citado art. 182 con carácter simultáneo, ya que
esta norma lo prohíbe expresamente, siendo necesario iniciar, en todo caso, ta
les procesos especiales.
4.3. CONCLUSIÓN
En el ámbito del proceso laboral de amparo es posible sostener las tres posi
bilidades, es decir, la utilización alternativa y sucesiva (con el visto bueno de la
Sala 4“ del T S) y, por las mismas razones que admiten esta última vía, también
con carácter simultáneo del proceso de amparo y el ordinario.
Sin embargo, a efectos prácticos y lógicos, el problema del procedimiento
aplicable debería decantarse por la utilización con carácter alternativo de uno
u otro proceso. En este sentido su pronuncia un sector de la jurisprudencia que
nos parece el más correcto (SST C 116/2001 y 90/1997 y SST S, Sala 4~, de 18
de septiembre de 2001, 6 de octubre y 14 de noviembre de 1997).
La citada STC 116/2001, de 21 de mayo, dice en este sentido: «... El procedi
miento especial de tutela de la libertad sindical tiene por expresa disposición legal
(art. 176 LPL) un ámbito de cognición limitado. A esta cuestión nos hemos referi
do expresamente en STC 90/1997, de 6 de mayo..., afirmando que: «Debe recor
736
L e c c ió n 32. EL AMPARO LABORAL
5. O B JET O
La LPL dedica tres preceptos a la regulación del objeto del proceso de ampa-
ro laboral: el art. 176 (rubricado «Derecho a la libertad sindical»), el art. 181
(«Demanda de tutela de otros derechos fundamentales») y el art. 180.1 al refe
rirse al contenido de la Sentencia estimatoria de la demanda de amparo.
Como quiera que la pretensión de amparo laboral coincide con la del ampa
ro civil, a su estudio nos remitimos (ver lección P , epígrafe II.2). En este mo
mento nos limitaremos a destacar las especialidades recogidas en la Ley procesal
laboral.
1) En primer lugar, llama la atención la contradicción existente entre los
arts. 176 y 181, ya que el primero limita la individualización jurídica de la pre
tensión de amparo al derecho fundamental a la libertad sindical, mientras que
el segundo la extiende a todos los demás derechos fundamentales. Ya hemos in
sistido sobre esta materia y, por ello, podemos concluir que todos los derechos
fundamentales pueden ser tutelados a través del amparo laboral.
2) El citado art. 176 (en relación con el 181) insiste en la necesidad de
que toda pretensión de amparo se limite, tanto desde el punto de vista fácti-
co, como jurídico, a solicitar la preservación o el restablecimiento de los de
rechos fundamentales, «sin posibilidad de acumulación de acciones de otra na
turaleza o con idéntica pretensión basada en fundamentos diversos a la tutela de
la citada libertad».
737
PABLO MORENILLA ALLARD
La sanción, para el caso de que el actor incumpla esta carga procesal, será o
la inadmisión de la demanda (art. 177.4 LPL) o su desestimación mediante
Sentencia (art. 180 LPL). La jurisprudencia reitera aquella necesidad en diver-
sas Sentencias tanto del T C (SST C 116/2001 y 90/1997) como del T S (SS
Sala 4~ de 24 de abril, 10 de julio y 18 de septiembre de 2001). En particular, la
doctrina de la Sala Cuarta del T S sobre la delimitación del ámbito objetivo del
amparo laboral se expone en su Sentencia de 10 de julio de 2001, en los si-
guiente términos:
«... A) Por imperativos del art. 176 LPL, el ámbito del proceso queda limita
do al conocimiento de la lesión del derecho fundamental, sin posibilidad de acu
mulación con acciones de otra naturaleza, o con idéntica pretensión basada en
fundamentos diversos a la tutela del derecho fundamental correspondiente. Sólo
es pues utilizable, cuando la pretensión interpuesta tenga por exclusivo objeto
recabar tutela judicial efectiva para el derecho fundamental supuestamente vul
nerado y derive de conductas de violación o incumplimiento de la norma cons
titucional que lo reconoce o de las normas legales que lo desarrollan, sin com
prender las facultades que hayan podido ser adicionadas por normas infraconsti-
tucionales, a las que el art. 176 se refiere como «fundamentos diversos» a la
tutela del correspondiente derecho fundamental. De lo anterior se desprende,
que la lesión de la libertad sindical o derecho fundamental aducida haya de ser
inmediata y directa.
B) Lo decisivo, a efectos de la adecuación del procedimiento, no es que la
pretensión deducida esté correctamente fundada y deba ser estimada, sino que
formalmente se substancie como una pretensión de tutela, es decir, que se afirme
por el demandante la existencia de una violación de un derecho fundamental.
Ahora bien, el hecho de que, junto a la alegación de la vulneración de un de
recho fundamental, se introduzca en la controversia la denuncia de una infrac
ción de la legalidad ordinaria o se aleguen fundamentos diversos a la tutela, o el
órgano judicial competente considere que no se ha producido la lesión del dere
cho fundamental invocado, no afecta a la adecuación del procedimiento. La
consecuencia será, de acuerdo con el principio de cognición limitada propia de
esta modalidad procesal que deriva del artículo 176 de la Ley de Procedimiento
Laboral, la desestimación de la pretensión de tutela, sin examinar los restantes
fundamentos diversos ni enjuiciar la cuestiones de legalidad ordinaria. Pero no
la declaración de inadecuación de un procedimiento en el que formalmente se
ha instado la tutela del derecho fundamental de forma correcta. Sin perjuicio,
por supuesto, del derecho de la parte a ejercitar la acción ordinaria en el proce
dimiento correspondiente...».
738
L e c c ió n 32. EL AMPARO LABORAL
6. L E G IT IM A C IÓ N
6.1. ACTIVA
A tenor del art. 175.1 LPL, «Cualquier trabajador o sindicato que, invocan
do un derecho o interés legítimo considere lesionados los derechos de libertad
sindical podrá recabar su tutela a través de este proceso cuando la pretensión sea
de las atribuidas al orden jurisdiccional social.» Este precepto ha de relacionar
se, sin embargo, con el art. 181, que extiende el ámbito del amparo a todos los
demás derechos fundamentales. Esta ampliación tiene sus repercusiones a efec
tos de la legitimación.
a) Personas físicas
Están activamente legitimados en calidad de partes principales los trabaja
dores (art. 175 LPL), pero también cualquier otra persona que, sin ostentar
dicha condición, alegue ser titular del derecho fundamental que invoca como
violado, dentro del ámbito del derecho laboral (STSJ de Extremadura de 14 de
junio de 1994).
739
PABLO MORENILLA ALLARD
concretos afiliados. Así sucede, por ejemplo, cuando demandan «el reconoci
miento de sus prerrogativas y garantías a favor de sus representantes en el Comi
té de Empresa y, además, de todos sus trabajadores afiliados en la empresa»
(STSJ Granada Andalucía de 26 de febrero de 2001) o cuando en un conflicto
colectivo tienen «un interés genérico, abstracto, que reside en un grupo no de
terminado y no individualizable de trabajadores, que se identifica con datos ob
jetivos, como son el de tener determinada edad, estatura, visión, adecuada ima
gen y ser aspirantes a ingreso en la empresa, colectivo que es el sujeto pasivo de
la presunta conducta discriminatoria y, no se trata por tanto de la defensa de un
interés puramente individual que lesiona al trabajador en su condición de tal»
(STS 4" de 25 de enero de 1999).
El sindicato está igualmente legitimado para actuar en calidad de coadyu
vante, cuando el trabajador (actor principal) pertenezca a dicha organización
sindical, «o cualquier otro sindicato que ostente la condición de más representa
tivo» (art. 175.2). Ello significa que pueden actuar como partes activas, pero ac
cesorias o subordinadas al demandante de amparo, por ostentar un título de legi
timación distinto e inferior al de éste (un interés legítimo, qué no es confundible
con la acción popular), lo que provoca que no puedan «recurrir ni continuar el
proceso con independencia de las partes principales» (art. 175.2 infine LPL).
Los sindicatos, no sólo pueden comparecen como coadyuvantes en el ampa
ro laboral de tutela de la libertad sindical (art. 175.2 LPL), lo cual es indiscuti-
do, sino también en todos los demás amparos relativos a otros derechos fun
damentales, siempre que tengan un interés legítimo respecto del derecho fun
damental por el actor invocado; y ello, a pesar de que las específicas normas no
prevean esa posibilidad (art. 182), pues respecto de tales procesos especiales
(principalmente, por su importancia cuantitativa, el de despido) han de regir,
también, las especialidades previstas en los arts. 175 y ss. LPL.
En relación con la necesidad de armonizar las normas especiales del proceso de
despido con las propias del amparo laboral en relación con la posible actuación del
Sindicato al que pertenece el actor en calidad de parte coadyuvante, la STC
257/2000, 30 de octubre, dice: «... La consecuencia que se sigue de esta conclusión
del órgano judicial es la de que no resulta posible aplicar en el proceso de despido
una regla de legitimación adhesiva que formalmente sólo se prevé en el de tutela de
derechos fundamentales; pero aquella afirmación dota de una injustificada priori
dad a la razón formal sobre la que materialmente afecta al derecho fundamental del
Sindicato. En efecto, cuando el legislador del art. 182 LPL remite a las modalidades
procesales correspondientes el conocimiento de las demandas que allí se citan lo
hace en función justamente de la materia en litigio para una mejor atención de
aquélla y por diversas razones que justifican la propia existencia de una distinta mo
L e c c ió n 32. EL AMPARO LABORAL
dalidad procesal o la extensión del objeto de conocimiento, pero no, desde luego,
porque pueda otorgarse a un mismo derecho fundam ental u n a m enor garantía jurisdiccio
n al en función de cuál sea el acto o conducta del que pueda haberse derivado la lesión que
se alega. Desde esta perspectiva, el interés del Sindicato a intervenir como coadyu-
vante en un proceso en el que el trabajador afirma vulnerado su derecho de libertad
sindical no se altera, obviamente, según la naturaleza del acto lesivo; lo contrario
supondría, como bien afirma el recurrente, un resultado absurdo, como el de que
podría intervenir en una reclamación salarial tramitada con arreglo a la modalidad
de tutela pero no en un despido vulnerador del art. 28.1 CE de un afiliado, que vir-
tualmente afectaría de manera más grave los intereses propios del Sindicato.»
741
PABLO MORENILLA ALLARD
par que puede ser explicada porque en numerosas ocasiones dichas normas espe-
ciales silencian la necesidad de la presencia del Ministerio Fiscal en tales proce-
sos. Así, y por poner el ejemplo más frecuente, en las demandas de amparo tra
mitadas de conformidad con el proceso especial de despido, la presencia del Mi
nisterio Fiscal no es imprescindible o, según los términos de la Sala 4~ del TS,
sólo lo será cuando: «1°) el recurrente haya cumplido con el requisito inexcusa
ble de formular denuncia o petición de subsanación del quebrantamiento alega
do (la ausencia de intervención del Ministerio Fiscal en el pleito); y 2Q) se haya
producido una real indefensión para la parte que alega la infracción» (Senten
cias dictadas al resolver el recurso de casación para la unificación de la doctrina
de 27 de noviembre de 2002 y 29 de junio de 2001). Sin embargo, nos parece
más acertada la STSJ de Galicia de 12 de septiembre de 2002 que afirma el ca
rácter absoluto de la necesidad de la presencia del Ministerio Fiscal, siguiendo el
criterio de la mencionada ST C 257/2000.
El Defensor del Pueblo, pese al silencio de la LPL, está legitimado para
interponer demandas de amparo ante el orden jurisdiccional laboral (art.
126.1.b) CE), como así lo ha hecho en varias ocasiones, sobre todo durante los
años ochenta y principios de los noventa.
6.2. PASIVA
Según el art. 180.1 LPL, la Sentencia estimatoria de la demanda de amparo
declarará la nulidad radical de la conducta del «empleador, asociación patronal,
Administración Pública o cualquier otra persona, Entidad o corporación públi
ca o privada». Consiguientemente, está legitimado pasivamente la persona
causante de la lesión del derecho fundamental, que puede ser una persona fí
sica o jurídica, privada o pública, o ente sin personalidad jurídica, es decir,
un empresario, una Administración Pública (como, v.gr., una Universidad o
Ente Público RTVE, TVE, S.A. -ver SAN, Sala de lo Social, de 23 de julio de
2003-) o, incluso, un Sindicato o el Comité de Empresa (SSTSJ de Extrema
dura de 14 de junio de 1994 o de Navarra de 7 de junio de 1994).
La Sala Cuarta del Tribunal Supremo, en Sentencias, entre otras, de 11 de marzo
de 1996 y 13 de abril de 1998, ha declarado con gran acierto que: «la legitimación
deriva de la especial situación de la parte litigante con respecto a la relación jurídi
co material llevada al proceso. Se ostenta la pasiva cuando quien ha sido demanda
do es pasivamente titular de dicha relación o, dicho de otro modo, cuando en fun
ción de la posición que ocupa en una determinada situación jurídica, cabe exigirle
el contenido de la pretensión interpuesta, en tanto que titular del deber cuyo cum
plimiento con aquélla se pide».
742
L e c c ió n 32. EL AMPARO LABORAL
7» C O M P ET E N C IA
La competencia objetiva y territorial la tiene, con carácter general, el Juz
gado de lo Social en cuya circunscripción, provincial (art. 92 LOPJ), se haya
producido la lesión del derecho fundamental (arts. 6 y 10.2.Í) LPL); cuando di
cha lesión excede el ámbito provincial, pero no supera el de la Comunidad Au
tónoma en donde se ha producido, conocerá en primera y única instancia la
Sala de lo Social de ese TSJ (arts. 7.a y ll.l.d ) LPL); por último, cuando la le
sión supera los límites territoriales de la Comunidad Autónoma conocerá, tam
bién en instancia única, la Sala de lo Social de la AN (art. 8 LPL).
La competencia funcional la tienen las Salas de lo Social de los TSJ para
conocer del recurso de «suplicación» (un recurso devolutivo y extraordinario,
cfr. el art. 191 LPL) respecto de las Sentencias dictadas por los Juzgados de lo
Social de su circunscripción (arts. 7.b y 189.l.f) LPL) y la Sala Cuarta del T S
para conocer del recurso de casación contra las Sentencias dictadas en única
instancia por los TSJ y la A N (arts. 9 y 203.1 LPL).
8. PR O C ED IM IEN T O
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PABLO MORENILLA ALLARD
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L e c c ió n 3 2 . EL AMPARO LABORAL
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L e c c ió n 32. EL AMPARO LABORAL
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748
L e c c ió n 32. EL AMPARO LABORAL
Del mismo modo, insiste en que para que surja el citado agravamiento en el
onus probandi del empresario no basta con que el actor alegue la vulneración
constitucional, sino que ha de acreditarla vía indicios.
«La finalidad de la prueba indiciaría no es sino la de evitar que la imposibili-
dad de revelar los verdaderos motivos del acto empresarial impida declarar que
éste resulta lesivo del derecho fundamental (STC 38/1981), finalidad en orden
a la cual se articula el doble elemento de la prueba indiciaría. El primero, la ne
cesidad por parte del trabajador de aportar un indicio razonable de que el acto
empresarial lesiona su derecho fundamental (STC 38/1986), principio de prue
ba dirigido a poner de manifiesto, en su caso, el motivo oculto de aquél; un indi
cio que, como ha venido poniendo de relieve la jurisprudencia de este Tribunal,
no consiste en la mera alegación de la vulneración constitucional, sino que debe
permitir deducir la posibilidad de que aquélla se haya producido (así, SSTC
166/1988, 114/1989, 21/1992, 266/1993, 293/1993, 180/1994 y 85/1995, 48 y
66/2002, 98 y 111/2003)».
Una vez superada la carga probatoria del actor, recae sobre el demandado la
carga de acreditar que su actuación «tiene causas reales absolutamente extrañas
a la pretendida vulneración de derechos fundamentales, así como que aquéllas
tuvieron entidad suficiente como para adoptar la decisión, único medio de des
truir la apariencia lesiva creada por los indicios» (SST C 66/2002 y 111/2003).
En el supuesto de que el demandado no cumpla con la citada carga o que dicho
cumplimiento sea insuficiente como para desvirtuar los indicios acreditados por
el actor, el tribunal dictará Sentencia estimatoria de la vulneración por éste ale
gada (SST C 197/1990, 136/1996, entre otras).
749
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750
TÍTULO IV
EL RECURSO DE AMPARO ANTE
EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
LE C C IÓ N 33. E L A M P A R O C O N S T IT U C IO N A L
1.1. CONCEPTO
Previsto en la Constitución (arts. 53.2, lól.b ), 162.1b) y 164.1), el recurso
constitucional de amparo se encuentra con mayor minuciosidad regulado en el
Título III (arts. 41-58) de la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal
Constitucional (LOTC, en adelante). Otras disposiciones que también lo disci
plinan son las distintas leyes orgánicas (v.gr. la LO 6/2002, de Partidos Políti
cos) y ordinarias tuteladoras de los derechos fundamentales de que se trate (así,
el derecho al honor, de rectificación, de reunión, etc.), determinados Acuerdos
del Pleno del Tribunal Constitucional y, por supuesto, su propia doctrina ema
nada de su copiosa jurisprudencia.
La creación del recurso de amparo no ha sido una innovación de la vigente
Constitución; antes al contrario, el recurso de amparo ya existió en la Segunda
República (arts. 105, 121.b) y 123 de la Constitución de 1931), de donde pro
viene su denominación, a su vez extraída de la Constitución mexicana de 1917
(arts. 103 y 107). Pero, tras el simulacro de protección de los derechos funda
mentales que realizó el Estado franquista mediante la instauración del inoperan-
te «recurso de contrafuero», es con la promulgación de la Constitución de 1978
cuando vuelve a adquirir en nuestro ordenamiento plena carta de naturaleza la
protección jurisdiccional de los derechos fundamentales.
El recurso de amparo constituye un medio de impugnación extraordinario
y subsidiario, que cabe interponer ante el Tribunal Constitucional contra la
última resolución judicial definitiva emanada del Poder Judicial por haber
vulnerado dicha resolución (o la Sentencia, acto administrativo o vía de he
cho que aquella resolución viene a confirmar) algún derecho fundamental de
los contemplados en la Sección 1.s del Capítulo II del Título I de la Constitu-
ción (arts. 15-29), el principio constitucional de igualdad (art. 14) o el dere-
cho a la objeción de conciencia (art. 30.2), y dirigido a obtener la declaración
de nulidad de tales resoluciones, el reconocimiento del derecho fundamental
infringido y la adopción, en su caso, de las medidas apropiadas para su restable-
cimiento.
753
VICENTE GIMENO SENDRA
1.2. FINALIDAD
La labor de protección jurisdiccional de los derechos fundamentales es hoy
posible gracias al recurso de amparo.
El TC, en tanto que guardián e intérprete supremo de la Constitución (art.
1 LOTC), tiene como especial misión la defensa de los derechos fundamenta'
les, la cual se concreta en una doble actividad: desde el punto de vista subjeti
vo, y frente al control difuso de tales derechos por parte de los Tribunales ordi-
narios, el T C concentra en él y asume la defensa de tales derechos, con respecto
a los cuales ostenta siempre la «última palabra»; desde un punto de vista objeti
vo, y ante cualquier vulneración de una norma constitucional que tutele alguno
de tales derechos, le corresponde también la función de reinstaurar el ordena
miento constitucional vulnerado y, a través de la interpretación, crear, incluso,
la oportuna doctrina legal que ha de vincular a todos los poderes públicos.
Desde esta última perspectiva pudo afirmar el TC, en su primera Sentencia,
que «la finalidad esencial del recurso de amparo es la protección, en sede consti
tucional, de los derechos y libertades... cuando las vías ordinarias de protección
han resultado insatisfactorias. Junto a este designio, proclamado por el art. 53.2,
aparece también el de la defensa objetiva de la Constitución, sirviendo de este
modo la acción de amparo a un fin que trasciende de lo singular. Para ello el Tri
bunal Constitucional actúa como intérprete supremo (art. 1 de la LOTC), de
manera que su interpretación de los preceptos constitucionales, es decir, la defi
nición de la norma, se impone a todos los poderes públicos. Corresponde, por
ello, al Tribunal Constitucional, en el ámbito general de sus atribuciones, el afir
mar el principio de constitucionalidad, entendido como vinculación a la Consti
tución de todos los poderes públicos» (STC 1/1981, de 26 de enero).
El recurso de amparo, pues, ha de resultar procedente contra cualquier géne
ro de violación que los poderes públicos puedan cometer contra los derechos cí
vico-constitucionales que el legislador constituyente ha estimado dignos de esta
protección jurisdiccional especial.
754
L e c c ió n 33. EL AMPARO CONSTITUCIONAL
755
VICENTE GIMENO SENDRA
damental vulnerado, acerca del cual se pide del órgano jurisdiccional su recono-
cimiento y restablecimiento, sin que quepa argüir aquí la distinta fundamenta-
ción jurídica («causa petendi») de la pretensión (la primera fundada en el Dere-
cho Administrativo, y en el Constitucional la segunda), porque, sin olvidar que
los derechos fundamentales vinculan a todos los poderes públicos (art. 53.1 CE)
(incluidos los Tribunales de lo Contencioso-administrativo, por lo que el recu-
rrente es dueño en el procedimiento administrativo especial de fundamentar su
pretensión con arreglo a normas de Derecho Administrativo o directamente del
Constitucional), rige en nuestro ordenamiento la teoría de la sustanciación de
la pretensión (GUASP, PAIREN), siendo, por tanto, indiferente a los efectos de
una mutación del objeto procesal un distinto «nomen iuris» o calificación de
los hechos que fundamentan la petición de amparo, siempre y cuando, como
acontece en el presente caso, nos encontremos ante un mero fenómeno de con-
curso ideal de Leyes, subsumibles en unos mismos hechos.
También existe la misma identidad de pretensiones entre la de amparo, ejerci
tada en un procedimiento contencioso-administrativo ordinario y ante el TC, si
bien en el primero de ellos dicha pretensión aparece acumulada a otra principal,
sobre la que el T C no puede extender su competencia, porque tan solo puede co
nocer de aquellas pretensiones que se fundamenten sobre normas constitucionales
que tutelen el derecho fundamental vulnerado (arts. 43.3, 49.1, 50.2.a) LOTC).
Algo similar ocurre también con el procedimiento de amparo contra los ac
tos u omisiones del Poder Judicial (art. 44 LO TC), en el que la «petición» de
amparo aparece claramente conexa con otra principal (civil, penal, laboral o
administrativa) acerca de la cual al T C le está vedado entrar en su conocimien
to por prohibirlo expresamente el art. 44.1.b) («en ningún caso» entrará a co
nocer el T C de los hechos que dieron lugar al proceso) y 54 LO TC («... se abs
tendrá de cualquier otra consideración sobre la actuación de los órganos juris
diccionales»).
Con anterioridad a la aprobación de la LOPJ, al no incluirse como motivo
de casación en el ordenamiento español la infracción de una norma fundamen
tal (lo que habría obligado al TS, mediante una jurisprudencia casuística, a in
dicar cuál debía ser en tales casos el cauce del referido recurso), era dudosa la
existencia de una pretensión de amparo en tal procedimiento, puesto que, según
el art. 44 LOTC, el particular habría de limitarse a realizar la oportuna «protes
ta» (esto es, un acto de conocimiento y no de voluntad) y a alegar dicha infrac
ción como un vicio más in indicando o in procedendo, a acumular en la funda-
mentación del recurso. Tras la aprobación de la LOPJ, y dado el tenor de su art.
5.4, y, posteriormente, con la aprobación de las nuevas leyes procesales (laboral,
administrativa y civil, incluso la decimonónica LECrim, con su nuevo art. 852),
se hace evidente que la pretensión de amparo puede ejercitarse ante el T S «en
756
L e c c ió n 3 3 . EL AMPARO CONSTITUCIONAL
todos los casos en que, según la Ley, proceda recurso de casación», siendo «sufi
ciente para fundamentarlo la infracción del precepto constitucional».
C) Si el TC, aunque sea un órgano situado fuera del Poder Judicial, forma
parte y es el más alto órgano de nuestra Jurisdicción, y la pretensión de amparo
que ante él transcurre es la misma que la que debe recibir satisfacción de los Tri
bunales ordinarios, mal puede conceptuarse el proceso constitucional como un
proceso autónomo e independiente del que debe dilucidarse previamente ante
los Tribunales integrantes del Poder Judicial.
Subsidiariedad no significa autonomía. Ciertamente el T C no puede ser
configurado como una «tercera instancia» o «supercasación» de las resoluciones
de los Tribunales ordinarios (M a u n z - H e r z o g ) (AATC 106/1980, 275/1996,
SST C 210/1991, 151/1999), porque no es misión del T C revisar la concepción
jurídica causal de los fallos de los Tribunales o examinar si se adecúan al Dere
cho legislado, formal o material; pero lo que sí corresponde al T C es obligar a
todos los poderes públicos a la más estricta observancia de los preceptos consti
tucionales y, para ello, está expresamente autorizado por la Constitución y su
Ley Orgánica a revisar la aplicación o interpretación que los Tribunales ordina
rios han realizado de tales normas fundamentales.
Así lo declaró la ST C 50/1984, de 5 de abril, en cuya virtud «la distinción
entre la jurisdicción constitucional y la ordinaria no puede ser establecida,
como a veces se hace, refiriendo la primera al plano de la constitucionalidad y
la jurisdicción ordinaria al de la simple legalidad, pues la unidad del ordena
miento y la supremacía de la Constitución no toleran la consideración de am
bos planos como si fueran distintos e incomunicables».
En la medida en que el T C está legitimado a anular una resolución impedi
tiva del ejercicio de un derecho fundamental (art. 55.1.a) LO TC), actúa como
un Tribunal extraordinario de casación constitucional y el recurso de amparo
se convierte en una casación especial de tutela de las normas constitucionales,
reguladoras de los derechos fundamentales, únicamente limitada, y partiendo de
los hechos fijados por los Tribunales de instancia, a examinar la aplicación e in
terpretación que los Tribunales ordinarios han realizado de dichas normas cons
titucionales ( B u r m e is t e r , S t e r n , S á n c h e z A g e s t a , S a l a s ) .
Dicha tesis que configura al amparo como una «casación especial», desde visio
nes exclusivamente subjetivistas o de mera función de protección de los derechos
fundamentales, ha sido calificada de «imprecisa» (SÁNCHEZ M o r ó n ); pero si se re
cuerda que la función de la casación es, desde la Revolución francesa, la de defensa
del derecho objetivo (ius constitutionis), asegurando su interpretación uniforme me
diante la protección de los derechos subjetivos (ius litigatoris), y que el TC «garanti
za la supremacía de la Constitución» (art. 27.1 LOTC), es su «intérprete supremo»
757
VICENTE GIMENO SENDRA
(art. 1 LOTC) y, por tanto, está autorizado a crear su doctrina legal (cuyo valor a
nadie se le oculta), es evidente que este órgano actúa como un Tribunal de casa-
ción, pero no en defensa de la legalidad ordinaria sino con un techo más alto: en
defensa de la Constitución. La circunstancia de que esta función la realice median
te la protección de los derechos fundamentales en nada desvirtúa su carácter casa-
cional, pues no existe hoy Corte de casación alguna que no proteja el derecho obje
tivo sin la tutela de los derechos subjetivos.
aplicarlo (el Tribunal Europeo), en cuyo caso la resolución tiene la misma fuerza
de cosa juzgada que las Sentencias del TC, pero, en cualquier caso y ante la
eventualidad de una resolución desestimatoria del T C por la vía del art. 50.2.a
LOTC, conviene que el recurrente realice similar operación intelectiva a la re-
fiejada en el anterior apartado.
L o dicho, sin embargo, no empece a que, debido a la circunstancia de que la
jurisprudencia del TEDH vincula a todos los poderes públicos, Tribunal Consti-
tucional incluido (art. 10.2), pueda el Tribunal Europeo, a través de la interpre
tación, extender el ámbito de aplicación de los derechos fundamentales. Ello es
lo que sucedió, por ejemplo, con el caso LÓPEZ O S T R A «versus» el Reino de Es
paña, en cuya Sentencia, de 9 de diciembre de 1994, se procedió a extender el
derecho a la inviolabilidad del domicilio a los fenómenos de agresiones medio
ambientales que impidan, en el domicilio, el libre ejercicio del derecho a la vida
privada y familiar.
2.1. SUJETOS
Los sujetos de la pretensión de amparo son, de un lado, las partes y, de otro,
el Juez o Tribunal ante quien se deduce y de quien debe recibir satisfacción.
a) Las partes
Como consecuencia de la vigencia del principio de dualidad de posiciones,
en el proceso de amparo, como en cualquier proceso, necesariamente habrán de
760
L e c c ió n 3 3 . EL AMPARO CONSTITUCIONAL
b) El órgano jurisdiccional
De acuerdo con el principio de subsidiariedad, recogido en los arts. 53.2 CE
y 41.1 LOTC, la pretensión de amparo debe deducirse, en primer lugar, ante los
Tribunales ordinarios y, en su caso, ante el Tribunal Constitucional.
Recordemos que el denominado «amparo ordinario», analizado en capítulos
precedentes en sus diferentes manifestaciones civil, penal, administrativo y labo
ral, y el «amparo constitucional», no encierran dos pretensiones de distinta natu
raleza. Tanto en el procedimiento previo, que ha de transcurrir ante los Tribuna
les ordinarios, como en el que puede suscitarse ante el TC, el objeto procesal es
idéntico: la petición de que se preserve o restablezca al demandante en su dere
cho constitucional vulnerado o, lo que es lo mismo, la pretensión de amparo.
Por tanto, en tales supuestos la litispendencia constitucional no ha de surgir
en el momento de la interposición de la demanda de amparo ante el TC, sino
en el de la admisión del acto de formalización de la pretensión de amparo ante
los Tribunales ordinarios. El objeto del proceso constitucional, tras la deducción
de la pretensión por el demandante y su contestación por el demandado ante
los Tribunales ordinarios, queda ya delimitado, sin perjuicio de que dicha pre
tensión constitucional haya de dilucidarse a través del correspondiente procedi
miento especial u ordinario. Por consiguiente, para determinar si ha habido o
no una transformación cualitativa del petitum de la demanda o para fijar el de
ber de congruencia del TC, habrá que acudir a los escritos de alegaciones de las
partes en el procedimiento previo en vía ordinaria o al acto de formalización de
la protesta si la lesión procede de un órgano del Poder Judicial (art. 44.1.c)
LO TC). Si la pretensión de amparo fuere distinta, procederá su inadmisión por
761
VICENTE GIMENO SENDRA
2.2. LA FUNDAMENTACIÓN
Integra la fundamentación, junto con la petición, los requisitos objetivos de
la pretensión. Dentro de ella es obligado distinguir la fundamentación de he
cho, de la de derecho:
a) Fundamentación fáctica
La fundamentación de hecho de la pretensión de amparo viene descrita en
el art. 41.2 LOTC, conforme al cual el recurso de amparo protege a todos «fren
te a las violaciones de los derechos y libertades a que se refiere el apartado ante
rior, originadas por disposiciones, actos jurídicos, omisiones o simple vía de he
cho de los poderes públicos del Estado».
De la redacción del citado precepto claramente se infiere que la fundamen
tación de la pretensión de amparo está constituida por la concurrencia de estos
dos elementos: a) el bien litigioso sobre el que la petición se contrae ha de con
sistir en un «derecho o libertad pública» presuntamente vulnerado; b) el objeto
material a través del cual ha de cometerse dicha violación ha de ser una «dispo
sición, acto jurídico o vía de hecho» de los poderes del Estado.
a ’) E l bien litigioso
Tal y como se ha reiterado, una de las especialidades de la pretensión de am
paro estriba en que el «bien o cosa litigiosa» sobre la que recae necesariamente
ha de consistir en un derecho o libertad pública tutelado por los arts. 14 a 30.2
762
L ec c ió n 3 3 . EL AMPARO CONSTITUCIONAL
763
VICENTE GIMENO SENDRA
764
L e c c ió n 3 3 . EL AMPARO CONSTITUCIONAL
LJC A de 1956, los actos administrativos expresos, los presuntos y los actos del
Gobierno (los polémicos «actos políticos»).
A los efectos del recurso de amparo tampoco tiene relevancia que el acto
sea definitivo o de mero trámite. Las resoluciones procesales interlocutorias,
sean o no de mera tramitación, y los actos administrativos, aun cuando no go-
cen del carácter de «definitivos», si lesionan un derecho fundamental (v.gr.
en un procedimiento administrativo sancionador se le niega audiencia a un
interesado cualificado) pueden fundamentar la pretensión de amparo. En la
práctica, la S T C 13/1981, de 22 de abril, extendió el ejercicio de derechos
fundamentales, tales como el de defensa, fuera del proceso, reclamando su vi
gencia en el ámbito de la Jurisdicción voluntaria e, incluso, el T S lo afirmó
también en actos típicamente administrativos, como lo son las actuaciones
que transcurren ante el «Tribunal económico-administrativo» (ST S 3.- 2 de
junio de 1981).
c”) «Vías de hecho»: El concepto «vía de hecho», que por vez primera acu
ña en nuestro ordenamiento la LO TC en sus arts. 41*2 y 43.1, es una creación
de la jurisprudencia francesa de la que se ha hecho eco nuestra doctrina admi
nistrativa. Por vía de hecho cabe entender la vulneración por parte de la Admi
nistración de algún derecho fundamental, sin la existencia de acto administrati
vo alguno o con una omisión total de las normas de competencia o del procedi
miento administrativo.
Si el efecto fundamental de la «vía de hecho» es permitir a quien la ha sufri
do acudir a los Tribunales ordinarios para obtener su reparación, no podía suce
der de otra manera que también abriera las puertas al proceso de amparo.
Por su naturaleza, las vías de hecho tan solo son predicables de la actua
ción de la Administración. Por tal razón, ni el art. 44 ni el art. 42 LO TC
contemplan la posibilidad de que el Poder Judicial o el Legislativo pudieran
cometerlas.
Dentro del concepto de vía de hecho hay que entender las omisiones de la
Administración a la realización de una prestación, impuesta por la Constitu
ción, y de la cual depende el efectivo ejercicio de un derecho fundamental.
En la actualidad, la vía de hecho ha adquirido carta de naturaleza en la lega
lidad ordinaria por obra de la LJCA, que ya la contempla expresamente (cfr.
arts. 13.b, 25.2, 30, 32.2, 45, 46, 48. 51.3 y 115 LJCA). Tratándose de la viola
ción de un derecho fundamental, en los supuestos de vía de hecho el plazo para
la interposición del recurso contencioso-administrativo especial es más amplio
(veinte días, contados a partir de la reclamación o interposición del recurso por
VICENTE GIMENO SENDRA
b) Fundamentación jurídica
La pretensión de amparo se distingue claramente de cualquier otra por la
necesidad de estar fundada en normas de Derecho Constitucional y, como se ha
visto, no en todas ellas, sino exclusivamente en los arts. 14 a 30.2 CE. A ella se
766
L e c c ió n 33. EL AMPARO CONSTITUCIONAL
refiere el art. 43.3 LO TC al disponer que «el recurso sólo podrá fundarse en la
infracción por una resolución firme de los preceptos constitucionales que reco-
nocen los derechos o libertades susceptibles de amparo».
Sin embargo, a los efectos de la determinación del objeto procesal del recurso
de amparo, la fundamentación jurídica no es un requisito esencial de la preten
sión. También en el proceso de amparo rige la doctrina de la sustanciación de la
pretensión (G U A SP , PAIREN), de manera que la existencia o no de una pretensión
de amparo no depende tanto de la invocación del derecho constitucional pre
suntamente vulnerado, cuanto de si existió o no en realidad dicha vulneración.
Así, por ejemplo, si a la parte demandada en un proceso civil se le niega su
derecho a la reconvención, poco importa, a los efectos del recurso de amparo,
que la violación de dicho derecho haya sido calificada como vulneración del
derecho de acción (art. 24.1 CE) o de defensa (art. 24.2 CE); lo decisivo es que
un órgano judicial haya negado el ejercicio de dicha posibilidad legal al deman
dado, reconocida por el art. 24 CE. Lo mismo sucedería, si se ha impedido a al
guna de las partes proponer un medio de prueba, hecho éste que puede ser sub-
sumido en el art. 24.2 CE («todos tienen derecho a utilizar los medios de prueba
pertinentes para su defensa»), en el derecho a «un proceso con todas las garan
tías» o en el derecho a la tutela judicial efectiva del art. 24.1.
La pretensión de amparo está fundamentada, pues, en una lesión histórica
de un derecho fundamental. De aquí que, como veremos, la jurisprudencia del
T C no haya sido muy formalista o rigurosa a la hora de tratar el presupuesto de
la «invocación o protesta formal del derecho fundamental vulnerado» (art.
44.1.c LOTC), y de aquí, también, que sobre la calificación jurídica del sustrato
fáctico de la pretensión: «iura novit curia». El T C puede comunicar a las partes
la existencia de «otros motivos distintos a los alegados» (art. 84 LO TC), como
podría aplicar en sus Sentencias otros preceptos constitucionales vulnerados,
con independencia de los invocados por las partes.
2.3. LA PETICIÓN
El contenido de la pretensión de amparo queda genéricamente esbozado en
el art. 41.3 LOTC, conforme al cual ha de estar dirigida a «restablecer o preser
767
VICENTE GIMENO SENDRA
var los derechos y libertades». El art. 55.1 LOTC, por su parte, que describe el
contenido de la Sentencia, y de la cual habrá de recibir una congruente satisfac
ción, es todavía más explícito al establecer que «contendrá alguno de los pro
nunciamientos siguientes: a) Declaración de nulidad de la decisión, acto o reso
lución que haya impedido el pleno ejercicio de los derechos o libertades protegi
dos...; b) Reconocimiento del derecho o libertad pública...; e) Restablecimiento
del recurrente en la integridad de su derecho o libertad...».
De la exégesis de los mencionados preceptos se deduce que nos encontra
mos ante una pretensión de naturaleza mixta: de un lado, es declarativa, por
cuanto en ella se ha de solicitar la declaración de nulidad del acto causante de
la lesión de un derecho o libertad, así como su reconocimiento; pero de otro es
también de condena, puesto que el demandante habrá de pedir el restableci
miento de su derecho o libertad infringido «con la adopción de las medidas
apropiadas, en su caso, para su conservación (art. 55.Le LOTC).
A l igual que las denominadas «pretensiones de plena Jurisdicción» del proce
so contencioso-administrativo, la pretensión de amparo tiene un presupuesto
material o fáctico: la vulneración de un derecho por un acto, aun cuando el bien
litigioso y el objeto material estén en cuanto a su extensión en relación inversa
(en aquél se puede solicitar la declaración y restablecimiento de cualquier derecho
subjetivo, en tanto que en el amparo sólo los derechos fundamentales) y, por tan
to, una similar solicitud: la declaración de nulidad del acto lesivo y el reconoci
miento y restablecimiento al recurrente en su derecho subjetivo vulnerado.
Dos son, pues, los elementos esenciales de la pretensión de amparo: a) la
causa petendi, que viene determinada por la vulneración de un derecho funda
mental, a través de una disposición, acto, omisión o vía de hecho de los pode
res públicos, y b) el petitum, que, no obstante la dicción literal del art. 55.1
LO TC («... contendrá alguno o algunos...») necesariamente habrá de contener
la solicitud de declaración de nulidad de la disposición, acto o vía de hecho
causante de la lesión y la de reconocimiento y restablecimiento (y, por tanto,
condena al poder público a reequilibrar la situación jurídica alterada) del dere
cho o libertad pública vulnerada. Cualquier alteración de alguno de estos dos
elementos esenciales ha de producir una modificación de la pretensión.
El proceso de amparo, tal y como hemos tenido ocasión de examinar, no
puede tener por objeto una mera pretensión declarativa pura de reconoci
miento de un derecho fundamental que no haya sufrido vulneración alguna.
Sin embargo, es procedente la pretensión de amparo para la preservación (art.
41.3 LOTC) de un derecho fundamental, frente a una amenaza o temor real de
que pudieran producirse actos de perturbación de su libre ejercicio (P ER A V e r -
768
L e c c ió n 33. EL AMPARO CONSTITUCIONAL
DAGU ER). En tal caso, habrán de concretarse en el petitum las medidas a adoptar
por el órgano jurisdiccional a efectos de poder obtener la conservación del goce
pacífico del derecho.
Eventualmente podrá solicitarse también la declaración de inconstituciona-
lidad de una determinada norma del ordenamiento. En tal caso, la Sala (o, en
su caso, la Sección) podrá suscitar de oficio la correspondiente cuestión de in-
constitucionalidad (art. 55.2 LO TC). Nos encontramos aquí ante una nueva
pretensión declarativa que viene a acumularse a la originaria de amparo. Pero
esta nueva pretensión en nada altera a la del amparo porque, a los efectos del
referido recurso, lo decisivo es que un acto del poder público haya producido
una lesión de un derecho fundamental, siendo indiferente que el acto haya
sido emanado en aplicación de una norma inconstitucional o como consecuen-
cia de una errónea interpretación de un norma que esté en absoluta conformi-
dad con la Constitución (ST C 45/1982, de 12 de julio).
769
L E C C IÓ N 34. L A S P A R T E S
L L A S PA R TES
1.1. CAPACIDAD
La capacidad para ser parte en el recurso de amparo la tienen todas l a s
personas que puedan s e r titulares de derechos fundamentales (M A U N Z -
H e r z o g ). S i tales personas deban o no ser las titulares del derecho funda
mental en concreto vulnerado es una relación perteneciente a la legitima
ción que examinaremos en el siguiente apartado; sea suficiente decir aquí
que tan solo pueden sufrir los efectos materiales de las resoluciones del T C
(capacidad para ser parte) y, por tanto, tan solo pueden ante él deducir váli
damente actos procesales (capacidad de actuación procesal), los sujetos del
Derecho que sean susceptibles de ostentar la titularidad de los derechos pú
blicos constitucionales; las personas pertenecientes a los «poderes públi
cos», esto es, a los órganos del Estado encargados de tutelar y garantizar el li
bre ejercicio de tales derechos no pueden, pues, en su propio nombre, ejerci
tar el recurso de amparo.
De esta regla hay que exceptuar, ello no obstante, los derechos funda
mentales de incidencia procesal, contenidos en el art. 24, que sean reclamables
a la Administración Pública (nunca, por ejemplo, los que, como es el caso de la
presunción de inocencia o del derecho al silencio, tan sólo asisten al imputado),
en tanto que parte procesal en un proceso determinado. Así, si un tribunal ad
ministrativo negara al Abogado del Estado su contestación a la demanda o arbi
trariamente su proposición de prueba, podría recurrir ante el TC, mediante el
recurso de amparo judicial.
Aun cuando la Constitución (art. 53.2) y la LO TC (art. 41.2 en su anterior
versión a la reforma operada por la LO 6/2007, de 24 de mayo, pues, en la ac
tual, se ha suprimido de raíz la frase «a todos los ciudadanos») empleen el térmi
no «ciudadano» para referirse a los titulares del recurso de amparo, la capacidad
procesal la ostentan, tanto los nacionales, como los ciudadanos de la Unión Eu
ropea e incluso los extranjeros residentes, tanto las personas físicas, como las ju
rídicas. El carácter supletorio de la LEC (art. 80 LOTC) es enteramente recla-
mable en este presupuesto procesal. La capacidad procesal es, pues, la misma
771
VICENTE GIMENO SENDRA
a) Personas físicas
El recurso de amparo no sólo pueden ejercitarlo los españoles, sino también
los extranjeros. Estos últimos como consecuencia de la declaración contenida
en el art. 13.1 CE y de la ratificación por España de los Pactos Internacionales
de Derechos Civiles y Políticos, así como del Convenio Europeo de Derechos
Humanos (C A ST E D O Á l v a r e z ).
Sin embargo, determinados derechos públicos están reservados por la Cons-
titución exclusivamente a los españoles: de una manera clara y diáfana lo está el
derecho al sufragio activo y pasivo y el de participar en los asuntos públicos (art.
13.2 en relación con el art. 23). Más discutible parece el principio de igualdad
(art. 14), el derecho de petición individual y colectiva (art. 29) y la libertad de
residencia y circulación por el territorio nacional (art. 19). De seguir una inter
pretación literal de tales preceptos, que emplean el término «españoles», habría
que negarles la capacidad (así, por ejemplo, M e d i n a ). Sin embargo, el art. 13.1
CE reclama la vigencia para los extranjeros de todas las libertades públicas, a
excepción de los derechos contenidos en el art. 23 CE, en los términos que esta
blezcan «los Tratados y la Ley» que, por imperativo del citado precepto pasan a
esta materia a formar parte del «bloque de la constitucionalidad», por lo que, a
este respecto, es importante examinar la pertinente legislación de extranjería.
También puede ser problemática la capacidad para ser parte del «nascitu-
rus», la cual tiene gran relevancia en temas como el del aborto. Aun cuando
una interpretación amplia del art. 15 CE («todos tienen derecho a la vida...»)
podría abonar por una contestación positiva, la puesta en relación de dicho pre
cepto con el art. 2.1 CEDH («el derecho de toda persona a la vida está protegi
da por la Ley») que, conforme al art. 10.2 CE ha de informar su interpretación,
aboga por la solución contraria, afirmada por la hoy extinta Comisión Europea
de Derechos Humanos en su Decisión 8416/1979 (caso X contra el Reino Uni
do) y por el T C (SST C 53/1985, 212/1996 y 116/1999).
Por similar razón, hay que excluir la capacidad para ser parte de las personas
fallecidas. La doctrina alemana (PESTALOZZA, SPANNER, SC H M ID T -B l e i b t r e u ),
sin embargo, admite que una tercera persona ejercite el recurso de amparo con
tra la vulneración de un derecho fundamental acaecida en una persona ya
muerta, lo que, sin lugar a dudas, hay que admitir en la protección del derecho
al honor (art. 18.1 CE y art. 4 LO 1/1980, de protección al Honor; en este sen
tido, cfr. la ST C 163/2004, FJ 2). Como también debiera admitirse, en cual
quier caso, la capacidad de actuación procesal a los sucesores «mortis causa» del
772
L e c c ió n 34. LAS PARTES
b) Personas jurídicas
Su capacidad se encuentra expresamente reconocida por el art. 162.l.b)
CE, que confiere legitimación y, por tanto, capacidad para interponer el recurso
de amparo a «toda persona natural o jurídica» (cfr. art. 81.1 LO TC) (STC
53/1983, de 20 de junio).
En el caso, pues, de las personas jurídico-privadas su capacidad para ser par
te y de actuación procesal no ofrece problema alguno, rigiéndose por el art. 6
LEC en virtud de la cláusula de remisión del art. 80 LOTC. Supuestos particu
lares de personas jurídicas con capacidad limitada, tales como la «herencia ya
cente», sociedad mercantil irregular, sociedades en estado de concurso y entida
des sin personalidad jurídica deben ser solucionados con arreglo a las normas del
Derecho procesal civil común.
Más problemática resulta la capacidad de las personas jurídico-públicas
para la interposición del recurso de amparo. Dicha dificultad deriva, por una
parte, de la ausencia en la Constitución de algún precepto que expresamente les
atribuya la titularidad de derechos fundamentales, a diferencia, por ejemplo, de
lo que sucede en Alemania, donde el art. 19.3 de la Grundgesetz establece que
«Los derechos fundamentales se extienden a todas las personas jurídicas nacio
nales, en la medida en que, con arreglo a su respectiva naturaleza, aquéllos les
sean aplicables». Por otro lado, la dificultad apuntada se infiere de la remisión
indirecta del art. 46.l.b) LO TC (la necesidad de haber sido «parte» en el previo
proceso) realiza a las normas de capacidad del proceso contencioso-administra-
tivo, las cuales suelen ser en este extremo muy restrictivas (v.gr. art. 20 LJCA),
así como a la importante circunstancia de que, atendiendo al fin público que
asumen y al hecho de que formen parte de la Administración Pública (art. 2
LRJPAC) merecen ser encuadrados dentro del concepto «poderes públicos», tal
y como lo están por yuxtaposición en el art. 41.2 LOTC; es decir, más que titu
lares del recurso de amparo deben ser consideradas como potenciales sujetos pa
sivos del mismo.
Ello no obstante, cuando las tales Entidades de Derecho público actúen bajo
normas del Derecho privado (lo que inevitablemente habrá de suceder cuando
se vulnere el principio de igualdad del art. 14 CE -ver, en este sentido, SST C
237/2000 y 240/2001—), cuando invocan el art. 24 CE o cuando asumen exclu
773
VICENTE GIMENO SENDRA
1.2. LEGITIMACIÓN
Bajo el concepto «legitimación» se entiende la situación en la que se en
cuentran las partes con respecto a la relación jurídica material que se discute
en el proceso y que, por estar expuesta a la mutación consiguiente de los efectos
materiales de la cosa juzgada, les habilita para comparecer en él, bien para soste
ner la pretensión, bien para oponerse a ella. La legitimación es, pues, un requisi
to que ha de concurrir, tanto en la parte demandante (activa), como en la de
mandada (pasiva).
a) Legitimación activa
A tenor del art. 162.1.b) CE, «están legitimados para interponer el recurso
de amparo, toda persona natural o jurídica que invoque un interés legítimo, así
como el Defensor del Pueblo y el Ministerio Fiscal».
774
L e c c ió n 3 4 . LAS PARTES
775
VICENTE GIMENO SENDRA
776
L e c c ió n 3 4 . LAS PARTES
corren, ello no obstante, el riesgo de sufrir los efectos materiales de la cosa juzga
da.
También aquí la doctrina de la CoEDH, en cuanto excluye de la legitimación
colectiva («la organización no gubernamental o grupo de particulares» del art. 34
CEDH) a quienes afirman defender intereses difusos sin la oportuna representa
ción del grupo, resulta perfectamente reclamable. En el asunto Webster contra el
Reino Unido (DCoEDH 7806/1977), se afirmó que, cuando una demanda se re
fiere a hechos que afectan, además del recurrente, a otras personas, la Comisión
no debe examinarla, si el demandante no ha resultado él mismo afectado; igual
mente, en el asunto Alliance del Belges de la CEE (DCoEDH 8612/1979), afir
mó que, no habiendo justificado el demandante poderes de representación de
otras personas, bien en calidad de «organización no gubernamental», bien en
tanto que «grupo de particulares» y, siendo así que la Convención no reconoce la
acción popular, la demanda no ha de examinarse sino en la medida en que su au
tor se pretenda, él mismo, víctima de la situación denunciada.
No parece, sin embargo, que dentro del concepto de «interés legítimo» en
cuentre cabida la «acción popular», cuyo fundamento constitucional no se en
cuentra en el art. 162.l.b) sino en el art. 125. A diferencia del recurso de ampa
ro durante la Segunda República, en el que el art. 123.5 de la Constitución de
1931 confería legitimación activa a «toda persona individual o colectiva, aun
que no hubiera sido directamente agraviada», la necesidad de invocar el recu
rrente en el actual amparo un «interés legítimo» le coloca en una determinada
situación con respecto a la relación jurídico-material (cuyo alcance examinare
mos a continuación), que excluye la posibilidad de una acción quivis ex populo
en el amparo ordinario o constitucional.
777
VICENTE GIMENO SENDRA
va, tal interpretación implicaría privar de legitimación a quien le debe ser reco
nocida, y otorgársela, a quien carece de la misma: «la legitimación para recurrir
en amparo ante el T C está atribuida por el art. 162.l.b) CE a toda persona na
tural o jurídica que invoque un interés legítimo, y por el art. 46.l.b) LO TC a
quien haya sido parte en el proceso judicial correspondiente, fórmula esta úl
tima que complementa la primera pero que no debe considerarse limitativa
del texto constitucional» (ST C 196/1984, de 16 de noviembre). En el mismo
sentido ha afirmado el T C que el art. 46.l.b) LO TC «no puede ser entendido
de manera estrictamente literal... especialmente en aquellos casos en que el
proceso judicial «a quo» es el agotamiento de la vía judicial precedente a que
se refiere el art. 43.1 LOTC, de acuerdo con el art. 53.2 CE, pues ello implica
ría tanto como llegar a la conclusión tautológica de que se está legitimado
para demandar el amparo porque se ha demandado el amparo» (ST C
141/1985, de 22 de octubre).
Pero esta supuesta antinomia o contradicción entre el art. 46.1 LO TC y el
art. 162. l.b CE decae o desaparece si se piensa que, no obstante la dicción lite
ral de la norma ordinaria («están legitimados para interponer el recurso»), di
cha redacción nada tiene que ver con la legitimación, que es un requisito de la
pretensión preestablecido en una norma configuradora de una situación o rela
ción jurídica material determinada. Por el contrario, el requisito del art. 46.1
LO TC se encuadra dentro de lo que la doctrina germana denomina «derecho
de conducción procesal» (Prozessführungsrecht) y no dentro de la legitimación
(Sachlegitimation), que viene siempre determinada por una norma de naturaleza
material (L u k e , R o sen ber g -S chw ab , M u er n ig , G r u n sk y ).
El requisito de haber sido parte en el proceso previo al constitucional de
amparo es un presupuesto procesal que viene a yuxtaponerse al de haber agota
do la vía judicial ordinaria (art. 44.1.a) LOTC). De la misma manera que gene
ralmente sólo pueden acudir en casación ante el T S quienes hayan sido parte en
el proceso de instancia, tan sólo están en principio autorizados a acudir ante la
«casación constitucional» quienes hayan «conducido» el proceso previo ante
los Tribunales ordinarios (S O L C H A G A ).
La distinción no es caprichosa, sino que comporta relevantes efectos. En pu
reza, la «legitimación» no es un presupuesto procesal y, sin embargo, sí lo es el
derecho de conducción procesal: en efecto, al afectar la legitimación a la funda-
mentación de la pretensión, su ausencia en el proceso ha de originar un pro
nunciamiento sobre el fondo, en tanto que el derecho de conducción procesal
se relaciona con el concepto «formal» de parte y su omisión en el proceso impi
de un pronunciamiento sobre el fondo y origina una Sentencia absolutoria en la
instancia.
L e c c ió n 3 4 . LAS PARTES
779
VICENTE GIMENO SENDRA
b) Legitimación pasiva
El recurso de amparo, tal y como dispone el art. 41.2 LOTC, protege frente
a las violaciones de los derechos y libertades cometidas por «disposiciones, ac
tos jurídicos, omisiones o simple vía de hecho de los poderes públicos del Esta
do, las Comunidades Autónomas y demás entes públicos de carácter territorial,
corporativo o institucional, así como de sus funcionarios o agentes».
Lo que viene a establecer la redacción del precepto (un tanto farragosa, pues
el concepto «poder público» es omnicomprensivo de todos los demás entes cita
dos), es que no toda lesión de un derecho fundamental puede hacerse valer en
un recurso de amparo, sino tan sólo las dimanantes de los poderes públicos,
pues, en definitiva, el recurso de amparo está concebido para proteger al ciuda
dano de las infracciones que, contra tales derechos, pueda acometer el Estado;
frente a los demás, el particular tiene ya expedita la vía de los Tribunales ordi
narios, fundamentalmente a través de la acción penal, puesto que la práctica to
talidad de las conductas atentatorias contra el libre ejercicio de los derechos
fundamentales suelen estar incriminadas en el CP.
780
L e c c ió n 34. LAS PARTES
de una mediación más o menos larga del propio pueblo» (cfr., del mismo modo,
la ST C 90/2000 y el ATC 113/2000).
Pero, por «Estado español» hay que entender también aquí el de aquellos
Estados que, por obra de un Tratado, ejerciten dicha potestad de imperio. Ello es
lo que sucede, por ejemplo, con la Iglesia Católica, que en virtud de lo dispuesto
en el art. 16.3 CE y de los Acuerdos entre España y la Santa Sede, ostenta de
terminadas prerrogativas en materia de enseñanza; pero, cuando con ocasión
del ejercicio del derecho fundamental a la educación, pueda infringir la Consti
tución, queda también sometida al recurso de amparo.
Son portadores, pues, de los «poderes públicos», el Poder Ejecutivo, el Le
gislativo y el Judicial, entendiéndose comprendido dentro de aquéllos, tanto los
poderes ejecutivo y legislativo del Estado central, como los de las Comunidades
Autónomas.
Asimismo, dentro del Poder Ejecutivo, y a los efectos de la legitimación pa
siva en el recurso de amparo, hay que estimar incluida a toda la Administración
Pública (arts. 2 y 3 LRJPAC), en tanto actúe bajo el ejercicio de prerrogativas
administrativas. El art. 41.2 LO TC es omnicomprensivo no sólo de la Adminis
tración General del Estado, sino también de la autonómica, local e institucio
nal. En tal sentido, el T C ha tenido ocasión de afirmar el carácter de «poder pú
blico» de los Ayuntamientos (ATC 13/1980, de 24 de septiembre, y ST C
119/2001), Colegios Profesionales (ATC 93/1980, de 12 de noviembre), del
Delegado del Gobierno en RENFE (ST C 26/1981, de 17 de julio), del Instituto
Nacional de la Seguridad Social y de las Entidades Gestoras (ST C 67/1982, de
15 de noviembre), el Fondo de Garantía Salarial (STC 103/2002) o de la Tele
visión Española (ST C 35/1983, de 11 de mayo), etc.
Cuando la Administración actúa, por el contrario, bajo normas de Derecho
privado, en una actividad de gestión del dominio privado y desprovista, por tan
to, de las prerrogativas administrativas que le son propias, no debe ser concep
tuada como «poder público», pudiendo incluso ser sujeto activo del recurso de
amparo.
De esta regla general cabe exceptuar, sin embargo, los actos que puedan
emanar de la Administración con forma jurídico-privada, pero que persigan
una función pública. En tal sentido, el art. 2.b) LJCA sienta un buen punto de
partida al declarar sujetos al recurso contencioso-administrativo los contratos
administrativos. Por tal razón, la ST C 35/1983, de 11 de mayo (dictada contra
TVE), no ha de causar extrañeza sino, antes al contrario, es digna de elogio al
afirmar que «esta noción (la de poder público) no es sin duda coincidente con
la de servicio público, pero lo público establece entre ambas una conexión que
781
VICENTE GIMENO SENDRA
tampoco cabe desconocer, pues las funciones calificadas como servicios públicos
quedan colocadas por ello y con independencia de cuál sea el título (autoriza
ción, concesión, etc.) que hace posible su prestación, en una especial relación
de dependencia respecto de los poderes públicos... Cuando el servicio queda re
servado en monopolio a un establecimiento cuya creación, organización y direc
ción son determinadas exclusivamente por el poder público, no cabe duda de
que es éste el que actúa, a través de persona interpuesta, pero en modo alguno
independiente. La necesidad de hacer más flexible el funcionamiento de estos
entes interpuestos puede aconsejar el que se dé a su estructura una forma propia
del derecho privado..., pero ésta, en cuanto dirigida al público en cuanto tal, ha
de entenderse vinculada al respeto de los derechos y libertades reconocidos en
la Constitución».
782
L e c c ió n 34. LAS PARTES
783
VICENTE GIMENO SENDRA
b”) Codemandados
Del tenor literal del art. 47.1 LOTC, la intervención de los particulares en
la posición de parte demandada puede revestir dos situaciones: la de demandado
strictu sensu y la de coadyuvante.
Mediante tal distinción la LO TC, y aunque los englobe bajo el común
concepto de «personas favorecidas», ha querido discriminar la conducta de
a quienes el mantenimiento del acto presuntamente lesivo e impugnable en
amparo les produce la conservación de un derecho subjetivo público, de
784
L e c c ió n 3 4 . LAS PARTES
785
VICENTE GIMENO SENDRA
ben notificar las resoluciones judiciales y, contra ellas, podrá ejercitar la totali-
dad de los medios de impugnación, con independencia de la parte principal
( G r u n s k y , R o s e n b e r g - S c h w a b ).
c”) Coadyuvantes
A diferencia de los codemandados, quienes, por ser titulares de un derecho
fundamental, han de verse afectados por los efectos materiales de la cosa juzga-
da, dicha circunstancia no concurre en los coadyuvantes, quienes tan sólo pose
en un «interés legítimo» en la conservación del acto presuntamente lesivo de
algún derecho fundamental.
Ostenta, pues, el coadyuvante un status de parte secundaria dentro del pro
ceso, no pudiendo, por tanto, delimitar el objeto procesal, el cual viene confor
mado por la pretensión y resistencia de las partes principales, ni realizar actos
dispositivos que entrañen la alteración o extinción de la pretensión. Su posi
ción subordinada con respecto a la parte principal (en calidad de interviniente
adhesivo simple) le permite, sin embargo, realizar las alegaciones de hecho y de
Derecho, así como ejercitar todas aquellas posibilidades y cargas que contribu
yan al éxito de la parte principal.
786
LECCIÓN 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
1. PRESUPUESTOS PROCESALES
El art. 44 LO TC es un auténtico precepto compilador de los presupuestos
procesales específicos del recurso de amparo contra actos dimanantes del Poder
Judicial, sin cuya concurrencia en el momento de ejercitar dicho recurso no
puede el Tribunal Constitucional entrar en el examen del fondo de la preten
sión de amparo, debiendo pronunciar una resolución (providencia, auto o, in
cluso, Sentencia) de inadmisión; tales presupuestos procesales especiales son los
que a continuación se relacionan: a) existencia de una resolución judicial cau
sante de la lesión de un derecho fundamental; b) la invocación del derecho fun
damental vulnerado; c) el agotamiento de la vía judicial ordinaria previa, y d) el
plazo para la interposición del recurso de amparo.
787
VICENTE GIMENO SENDRA
Esta regla general tan sólo tiene una importante excepción y es la de los am
paros contra actos cometidos por los particulares, que han de ser trasladados
ante el T C como vulneraciones del derecho a la tutela, pues, si así no fuera, no
podría conocer de ellos el TC, ya que, en principio, el amparo tan sólo es proce
dente contra actos de los poderes públicos (art. 41.2). De esta manera, violacio
nes del principio constitucional de igualdad «en la ley» del art. 14, del derecho
al honor, a la libertad de expresión, etc., precisan ser residenciadas, en primer
lugar, ante los Tribunales Ordinarios a través de la utilización, en su caso, de los
procedimientos especiales de protección de tales derechos y, tan sólo en el su
puesto de que la pretensión de amparo no sea satisfecha en la vía ordinaria, es
cuando podrá reclamarse su tutela en sede constitucional como violaciones
del derecho a la tutela, por no haber dictado el Tribunal ordinario una resolu
ción fundada en la Constitución o razonada y razonable en términos constitu
cionales, si bien, tal y como se ha reiterado, si dicha inaplicación de la Cons
titución fuere absoluta, puede el particular invocar como infringido por el ór
gano judicial el derecho o libertad pública material en su día vulnerado por el
particular, porque, como indica el transcrito art. 44-1, las lesiones a los dere
chos fundamentales, realizadas por los órganos del Poder Judicial, pueden ser
cometidas, tanto por acción, como por omisión y un Juzgado o Tribunal que,
estando obligado positivamente a aplicar la Constitución (cfr. arts. 9.1 y 53.1
CE), no lo hace y deja de restablecer el derecho fundamental vulnerado, in
curre en violación, por omisión, del derecho fundamental (ST C 55/1983, de
22 de junio).
En cualquier caso la resolución judicial, para poder ser trasladada ante el T C
mediante el recurso de amparo, precisa que sea definitiva y firme dentro del Po
der Judicial: definitiva, porque la necesidad de agotamiento de la vía judicial or
dinaria (art. 44.1.a) impide que puedan ser impugnadas en amparo meras reso
luciones interlocutorias (SST C 195/1991, 94/1992, 205/1997, 100/2002), y fir
me, porque la misma necesidad de dicho agotamiento también opera en el
sentido de excluir del recurso de amparo aquellas resoluciones sobre las cuales
penda algún medio de impugnación dentro de la vía judicial ordinaria.
a) Concepto y fundamento
El presupuesto procesal contenido en el art. 44-l.c) LO TC se cumplimenta
mediante una declaración de ciencia, a la que ha de otorgarse la necesaria cons-
tancia procesal, por la que la parte gravada, y a través de los medios de impug-
nación preestablecidos, pone en conocimiento del órgano jurisdiccional autor
de la infracción, cuando la resolución no sea definitiva o, en cualquier otro
caso, del Tribunal superior, la violación del derecho fundamental que constituya
el objeto de la pretensión de amparo.
El fundamento de esta manifestación del futuro recurrente en amparo hay
que encontrarlo en el principio de «subsidiariedad» (art. 53.2 CE): otorgar a los
órganos del Poder Judicial y, dentro de ellos, y a ser posible, al propio Juzgado o
Tribunal causante de la violación, a través de la toma de conocimiento de la in-
fracción, la posibilidad de restablecer el derecho fundamental vulnerado (SSTC
29/1996, 134/1998, 90/1999, 310/2000, 158/2002...), evitándose la interposi-
ción de futuros medios de impugnación innecesarios y, en especial, de un inútil
recurso de amparo ulterior.
Naturalmente esta exigencia tan sólo puede reclamarse a quienes fueron
parte en el proceso (SST C 140/1997 y 158/2002), no a los que, como es el caso
de los litisconsortes, pudieron estar ausentes de él y a quienes, a los efectos de la
interposición independiente de un futuro recurso de amparo, no les alcanza la
«capacidad de conducción procesal» del art. 46,l.b) LO TC consistente en ha-
ber «sido parte en el proceso judicial correspondiente».
b) Contenido
De conformidad con el mencionado concepto, el contenido de esta declara-
ción de conocimiento ha de circunscribirse al relato de la infracción, de manera
que quede individualizada la «causa petendi» de la pretensión de amparo, todo
ello en orden a que, de un lado, el órgano judicial pueda conocer la violación
del derecho fundamental a fin de puntualmente restablecerlo y, de otro, no pue-
da el recurrente sustancialmente alterarla o incorporar ante el T C nuevas lesio-
nes que, en su día, no fueron invocadas ante los Tribunales ordinarios.
También en este acto rige la teoría de la sustanciación, según la cual a los
efectos de la delimitación de la pretensión de amparo lo importante no es el
«nomen iuris» o calificación jurídica, sino el relato fáctico o histórico de la vul-
neración del derecho fundamental. Por tal razón, poco importa un posible error
en la individualización de la lesión en alguno de los preceptos constitucionales
que se reputan infringidos; lo imprescindible es que el órgano judicial pueda co
nocer la violación del derecho fundamental, cuyo restablecimiento inmediato
789
VICENTE GIMENO SENDRA
c) Forma
La LO TC no exige una forma especial para efectuar la invocación, por lo
que habrá de utilizarse la del acto procesal, escrito u oral, previsto por la Ley de
Enjuiciamiento, a través del cual se posibilite por el Juzgado o Tribunal el cono
cimiento de la pretensión de amparo, siendo a tal efecto indiferente que la in
vocación se articule como manifestación principal o yuxtapuesta, mediante
«otrosí» u otras alegaciones de la práctica forense.
La acreditación de este presupuesto es, evidentemente, muy sencilla, cuan
do el acto en el cual se plasma el mismo es escrito (v.gr. en la contestación a la
demanda de juicio ordinario civil). No sucede lo propio, cuando nos encontra
mos ante un procedimiento oral (así, en una vista civil, laboral o en el juicio
oral penal), en el que la invocación habrá de efectuarse verbalmente, si bien,
eso sí, habrá el Secretario de hacer constar en el acta esta respetuosa «protesta»
(SST C 46/1986, 55/1991 o 71/1995) a fin de poder posteriormente acreditar en
la demanda de amparo el cumplimiento de este presupuesto procesal. Por otra
parte, el art. 187 LEC (de aplicación supletoria en todos los órdenes jurisdiccio
nales: art. 4 LEC) obliga al tribunal a grabar en vídeo las vistas y, si no se pudie
ran documentar de esta manera, el Secretario levantará acta.
d) Tiempo
El acto procesal a través del cual debe formalizarse la invocación ha de ser el
de alegación o impugnación inmediatamente posterior a la vulneración. La fra
se «tan pronto como, una vez conocida, hubiere lugar para ello» del art. 44-l.c
LO TC es lo suficientemente expresiva acerca de la exigencia de inmediatez
temporal entre la lesión y su denuncia por la parte gravada.
Pero, en cualquier caso, ha de existir un acto procesal preestablecido, a tra
vés del cual pueda el futuro recurrente en amparo levantar o dispensar esta car
ga procesal. Por esta razón, no es necesario efectuar la invocación a través del
«recurso de aclaración» de Sentencias, ya que, mediante este remedio procesal,
no se puede modificar el fallo de las Sentencias (ST C 203/1989), ni, en general,
es exigible este presupuesto procesal cuando la vulneración del derecho funda
mental se efectúa precisamente en la última resolución recaída en la vía judicial
(SST C 67/1988, 125/1990, 122/1996, 123/2000), con la salvedad a la que luego
790
L e c c ió n 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
a) Concepto y fundamento
El fundamento de este presupuesto procesal también reside en el principio de
subsidiariedad (SSTC 158/1995, 162/1999, 173/1999, 4/2000, 52/2000, 86/2000,
156/2000, 192/2001, 93/2002, 165/2002, entre otras), ya que, para entender ple
namente cumplido dicho principio, no sólo ha de ser necesario la invocación
formal del derecho en la primera instancia, sino también el agotamiento de los
recursos existentes contra la Sentencia desestimatoria de la pretensión de ampa
ro. De lo contrario, quedarían excluidos de la función de restablecimiento de los
791
VICENTE GIMENO SENDRA
derechos fundamentales los más altos Tribunales de la Nación, los cuales per-
manecerían desvinculados de su obligación de aplicación de la Constitución,
produciéndose, por otra parte, una impugnación «per saltum» ante el T C de pre
tensiones de amparo que pueden ser fácil y prontamente satisfechas por los ór
ganos jurisdiccionales de apelación o de casación.
Tal y como dispone el precepto, que emplea el concepto de medios de im
pugnación previstos por las normas procesales, el cumplimiento de este presu
puesto procesal no implica la interposición de todos los medios de impugnación
imaginables, sino solo de aquellos razonablemente útiles (SST C 224/1992,
352/1993, 170/1995, 43/1998, 132/1999, 267/2000) para restablecer la preten
sión de amparo por los Tribunales ordinarios.
Por consiguiente, no se le puede exigir al recurrente la interposición de re
cursos imaginarios o inexistentes (SST C 10/1998, 43/1998, 4/2000, 78/2000,
entre las más recientes), ni un desmesurado esfuerzo interpretativo dirigido a
determinar la existencia o no de un medio de impugnación determinado
(SST C 29 de octubre de 1988, 188/1990, 26/1991, 142/1992, 11/1993); en par
ticular, no se le puede requerir la interposición de un recurso acerca del cual
existen fundadas dudas sobre su derogación por una Ley especial (ST C 26 de
abril de 1983). Los recursos exigibles han de ser, pues, los que evidentemente se
manifiestan en las leyes procesales.
En segundo lugar, tampoco puede el órgano judicial inducir a error al recu
rrente en el cumplimiento de su obligación de ilustración de los recursos contra
la Sentencia. Si se le informa de la necesidad de interponer recursos improceden
tes y el particular los utiliza, ha de entenderse agotada la vía judicial aun cuando
se le inadmitiera el recurso indebidamente interpuesto (SST C 201/1998,
210/1998, 84/1999, 123/2000, 267/2000).
Pero, fuera del anterior supuesto, el recurrente tiene la carga de cumplir con
todos los presupuestos y requisitos procesales que condicionan la admisión de
los recursos, por lo que, si incumpliera alguno de ellos y el Tribunal lo inadmi-
tiera como consecuencia de dicha falta de diligencia, no puede entenderse debi
damente agotada la vía judicial ordinaria (SST C 11/1998, 92/1999, 111/2000,
93/2002; A ATC 114/1983, 215/1984).
b) Supuestos especiales
No obstante la existencia de la anterior doctrina, lo cierto es que no siempre
resulta pacífico determinar qué medio de impugnación es «útil» a los efectos de
lo determinado en el art. 44.1.a) LOTC, por lo que se hace necesario descender
al supuesto concreto e ir dilucidando, caso por caso, cuáles sean los medios de
impugnación de imprescindible utilización con carácter previo al amparo.
792
L e c c ió n 3 5 . EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
La jurisprudencia del T C nos ofrece, a este respecto, las siguientes pautas in
terpretativas:
794
L e c c ió n 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
b”) La súplica
Con respecto al recurso de súplica la jurisprudencia no se ha mantenido
siempre la misma. En un principio, el T C se inclinó por exonerar de su interpo
sición (SST C 26 de mayo de 1982, 20 de mayo y 10 de octubre de 1983), pero,
en la actualidad, mantiene una doctrina similar a la queja, de la que después nos
ocuparemos: no hay que interponerlo cuando no es procedente (lo que aconte
ce con las resoluciones firmes), ni cuando el órgano judicial no informa de su
procedencia (SST C 24 de marzo de 1988, 59, 119, 152 y 203/1989, 421/1992),
795
VICENTE GIMENO SENDRA
pero, sí que hay que ejercitarla cuando el órgano jurisdiccional cumple con di
cho deber de información (AATC 8 de octubre de 1986, 259/2001, ST C 8 de
abril de 1988).
796
L e c c ió n 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
Incluimos en este epígrafe aquellos recursos, con respecto a los cuales cabe
dudar de su naturaleza impugnatoria: nos estamos refiriendo a los denominados
«recursos» de revisión y de audiencia al rebelde.
1.4. P L A Z O P A R A L A I N T E R P O S I C I Ó N D E L R E C U R S O
a) Naturaleza
El primer problema que plantea la exégesis de la citada norma consiste en
determinar cuál sea la naturaleza, si material o procesal, de dicho plazo.
Aun cuando alguna resolución, con cita de la cláusula de remisión a la anti
gua LEC 1881 (art. 304, actual art. 133 LEC 2000) y LOPJ (art. 185) contenida
en el art. 80 LOTC, pudo reclamar la vigencia de la segunda de las enunciadas te
sis (STC 27 de octubre de 1987), la doctrina mayoritaria se pronuncia por la solu
ción contraria, esto es, por la de que se trata de un plazo material de caducidad, no
susceptible de prórroga, suspensión o de posibilidad de reapertura artificial (SSTC
217/1997,132/1999, 78/2000, 267/2000,15/2001,122/2002, A T C 287/2001).
797
VICENTE GIMENO SENDRA
b) Exenciones
Naturalmente la exigencia de dicho plazo sólo puede reclamarse a quienes
hayan sido parte previamente en el proceso judicial y no a quienes no lo han
sido, con respecto a los cuales no opera el referido plazo (SST C 228/1988,
72/1990). Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que el art. 46.l.b) LOTC, in
terpretado «a sensu contrario», niega legitimación activa a «quienes no hayan
sido parte en el proceso judicial correspondiente». La anterior doctrina no se
opone a la exigibilidad de este requisito de «conducción procesal», pues, puede
suceder que no sea llamado al proceso un litisconsorte necesario, en cuyo caso di
cha omisión es en sí misma constitutiva de una violación del derecho a la tutela,
debiéndosele otorgar a dicho litisconsorte legitimación activa en el amparo.
Si se tratara de litigantes que aspiran a la asistencia jurídica gratuita, tam
bién han de remitir un escrito (distinto a la demanda de amparo, ver infra el si
guiente epígrafe) al T C poniendo de manifiesto esta circunstancia y su voluntad
de interponer la demanda de amparo, en el citado plazo de los 30 días (cfr. el
Acuerdo del Pleno del T C de 18 de junio de 1996). Sin embargo, la ST C
35/2003 ha matizado el rigor del plazo en supuestos en los que: «el demandante
798
L e c c ió n 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
reside en una localidad lejana a la en que tiene su sede este Tribunal, y además
no cuenta con asistencia letrada y representación procesal, ... en tales casos el
día final del cómputo del plazo (dies ad quem) puede ser el de remisión por co
rreo y no el de recepción en el registro del TC...».
c ) « D ie s a q u o »
El día inicial del cómputo del examinado plazo del art. 44.2 LO TC ha de
iniciarse a partir de la notificación de la resolución judicial. Como puede obser
varse, rigen aquí las normas propias de la cosa juzgada formal, según la cual los
efectos materiales de la Sentencia sólo se despliegan tras su firmeza o, lo que es
lo mismo, una vez consentido el plazo para la interposición de los recursos tras
la publicación de la Sentencia.
Pero, por «notificación» no cabe entender aquí exclusivamente el oportuno
acto de comunicación a la parte, sino, en general, hay también que comprender
cualquier medio a través del cual pueda obtener el recurrente conocimiento
efectivo del contenido de la resolución que pretende recurrir en amparo. Como
afirma el TC, el cómputo ha de efectuarse tomando como «dies a quo» el si
guiente a aquél en el que el demandante ha tomado conocimiento de la Sen
tencia (en este sentido, las S ST C 111/1998, 1/2000 o 36/2001, sostienen que el
conocimiento ha de ser «suficiente y fehaciente, procesal o extraprocesalmente,
de la existencia de la resolución frente a la cual se impetra el amparo. Por ello,
no puede considerarse que la publicación del fallo de la Sentencia en un Bole
tín Oficial sea relevante a estos efectos»).
Naturalmente el medio ordinario de puesta en conocimiento habrá de ser la
diligencia de notificación a la representación procesal del recurrente, por lo que
el «dies a quo» comenzará normalmente a correr a partir de dicha notificación
(ATC 260/2001). Pero, aun cuando se omitiera esta notificación en forma, no
por ello permanece en suspenso el plazo de caducidad, sino que empieza a correr
desde el día que, por el medio que fuese, el recurrente es informado del conteni
do de la Sentencia, siendo, en cualquier caso, válida la notificación efectuada a
su Abogado (SST C 198/1988,122/1992).
Tampoco le es dado al recurrente dilatar artificiosamente el inicio del cóm
puto de dicho plazo mediante la presentación, contra la última Sentencia recaída
en la vía ordinaria, de recursos manifiestamente improcedentes (SST C 231/
1990, 224/1992, 99/1993, 123/2000), como el de súplica o el de aclaración de
Sentencias. Como se ha dicho más arriba, en tales supuestos, debe, «ad cante-
¡am», el recurrente interponer el recurso de amparo dentro de los veinte días pos
teriores a la notificación de la Sentencia, sin perjuicio de que el órgano judicial
pueda, con posterioridad a dicho plazo, contestar a tal recurso; lo que no debiera
799
VICENTE GIMENO SENDRA
d) «Dies ad quem»
Finalmente, nos resta por examinar el problema relativo al momento en el
cual se entiende que ha vencido (precluido) el plazo, tan citado, de los 20 días
para la interposición del amparo.
Esta cuestión no es tan sencilla como en apariencia parece, y sobre la misma
existe una copiosa jurisprudencia del TC. Este Alto Tribunal ha sostenido en
este sentido (por todos, el reciente A TC 138/2001 y la interesante STEDH Ro
dríguez Valín c. España de 11 de octubre de 2001, en la que la demanda de am
paro del recurrente llega un día después de vencido el fatídico plazo), que el dies
ad quem del mismo se cumple cuando el recurso de amparo se presenta en el
«Registro General del T C ». Así lo dispone, ahora, el art. 85.2 LOTC, tras su
modificación por la LO 6/2007 («los escritos de iniciación del proceso se pre
sentarán en la sede del T C dentro del plazo legalmente establecido»).
El referido art. 85.2 LO TC también permite, con base a lo dispuesto en el
art. 135.1 LEC, que los recursos de amparo se presenten en el día siguiente al
del vencimiento del citado plazo, concretamente «hasta las 15 horas del día
hábil siguiente al del vencimiento del plazo de interposición, en el registro del
TC, o en la oficina o registro central de los tribunales civiles de cualquier lo
calidad». Por consiguiente, tras la reforma de 2007, ya no se admite la presen
tación de recursos de amparo en el Juzgado de Guardia de Madrid (cfr. tam
bién la DT segunda de la mencionada LO 6/2007).
2. LA DEMANDA DE AMPARO
2.1. CONCEPTO
Mediante la demanda, no sólo se interpone el recurso de amparo, sino que
también se delimita en ella definitivamente el objeto procesal, erigiéndose en el
más importante acto de alegación en el proceso de amparo.
L e c c ió n 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
2.2.REQUISITOS
Los requisitos de la demanda pueden ser sistematizados en materiales y for
males:
a) Materiales
Los requisitos materiales de la demanda son los propios de la pretensión de
amparo y vienen determinados por el «petitum» y su «causa petendi».
801
VICENTE GIMENO SENDRA
a ’) La petición
La petición o «petitum» hay que reflejarla en la parte dispositiva (también
conocida como el «suplico» o, con más propiedad, «solicito») de la demanda,
en el que hay que reflejar todas y cada una de las declaraciones de voluntad
en las que se concreta la pretensión de amparo, pues, como se ha adelantado,
es la petición la que determina el deber de congruencia del T C (SST C 10 de
abril de 1985, 138/1986, 28 de octubre de 1987, 39/1999, 159/2000 y A A TC
373/1988, 212/1999), de tal suerte que el fallo de la Sentencia habrá de guar-
dar una estricta correlación con las peticiones vertidas en el «solicito» de la
demanda.
La petición ha de estar dirigida a «preservar o restablecer» un derecho fun
damental vulnerado, de lo que se infiere que las pretensiones de amparo nunca
pueden ser «declarativas puras», ya que el T C no está para declarar la existencia
de derechos constitucionales que no se hayan vulnerado, sino para obtener su
efectivo restablecimiento.
Ello no obstante, existe un supuesto en el que la pretensión de amparo es
meramente declarativa: la del derecho a «un proceso sin dilaciones indebidas»
del art. 24.2, con respecto al cual la tímida doctrina del T C ocasiona que la
Sentencia de amparo se limite a declarar la violación del derecho con reserva
de la acción al recurrente para que acuda al procedimiento administrativo por
«funcionamiento anormal de la Justicia» a fin de obtener la reparación de la
violación de su derecho (c/r., inter allia, S S T C 58/1999, 124/1999, 160/1999,
230/1999, 103/2000, 7/2002). Doctrina que estimamos censurable, pues los re
currentes pueden perder su paciencia e irse directamente al Tribunal Europeo de
Derechos Humanos ante las no poco improbables «dilaciones indebidas» que
también pueden cometerse a través de aquella vía resarcitoria.
No obstante la dicción del art. 54 que emplea el término «preservar», tam
poco el recurso de amparo es un proceso cautelar dirigido a obtener del T C la
tutela frente a hipotéticas y futuras lesiones, sino que presupone, bien la exis
tencia de una violación de un derecho fundamental, bien una amenaza o puesta
en peligro inminente, que es como ha de ser entendido el referido verbo.
La pretensión de amparo es, pues, siempre de condena, habiéndose de con
cretar en alguno de los pronunciamientos contenidos en el art. 55.1, de los que
resulta que hay que solicitar en cualquier caso la nulidad de la decisión, acto o
resolución que haya infringido el derecho fundamental, pudiéndose eventual
mente pedir el reconocimiento y las medidas apropiadas de restablecimiento del
derecho vulnerado.
802
L e c c ió n 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
b’) La fundamentación
La fundamentación de la pretensión de amparo ha de consistir en la descrip
ción de los hechos determinantes de la infracción del derecho con expresión de
las normas constitucionales vulneradas y la doctrina del T C aplicable al caso,
de lo que se infiere que la fundamentación ha de ser «fáctica» y «jurídica» o, lo
que es lo mismo, que en la demanda han de estar perfectamente separados las
alegaciones de hecho de los fundamentos de Derecho.
También en la pretensión de amparo rige la doctrina de la sustanciación de
la demanda, según la cual, a los efectos de determinar la pretensión y precisar
cualquier alteración sustancial de ella, lo decisivo son los hechos que la funda
mentan y no la correspondiente individualización a tales hechos de las nor
mas de la CE tuteladoras de los derechos fundamentales. Para el T C no basta
con exponer la cita de los preceptos de la CE que se estiman vulnerados, sino
sobre todo, es necesario exponer la fundamentación fáctica (ST C 27 de sep
tiembre de 1984), porque «iura novit curia» (SST C 65/1983, 159/2000 y ATC
108/2002) y las omisiones (SST C 27 de junio de 1984, 82/1990) e incluso erro
res de las partes en la individualización normativa (ST C 19 de mayo de 1987)
no le impiden al T C entrar a conocer de los hechos, si, naturalmente, se han
aportado al proceso a través del escrito de demanda.
En el amparo judicial, tales hechos necesariamente han de consistir en la
violación por una resolución judicial de un derecho fundamental determinado
con independencia de las distintas o varias calificaciones jurídicas que pudieran
merecer dicha violación (así, si la Sentencia de instancia ha otorgado cosa dis
tinta a lo solicitado por las partes, poco importa que esa infracción de la con
gruencia haya sido calificada como infracción del derecho a la tutela, de defensa
o a un proceso con todas las garantías, lo importante es la existencia en la Sen
tencia de una omisión con respecto a la pretensión causante de indefensión).
803
VICENTE GIMENO SENDRA
Para que exista una transformación de la demanda se hace preciso, pues, que
concurran estas dos circunstancias: en primer lugar, que la ampliación de la «cau
sa petendi» se efectúe en un acto de alegación distinto a la demanda, y, en segun
do, que esa transformación sea fáctica o, lo que es lo mismo, sea constitutiva de
una nueva lesión y no de una simple mutación en la calificación jurídica.
No debe olvidarse que, si bien la demanda es el principal acto de postula
ción y de alegación de la parte recurrente, no es el único; con posterioridad a
ella existen otros, como lo son las alegaciones en el incidente relativo a las me
didas cautelares del art. 56.4 o, sobre todo, las «conclusiones» o alegaciones del
art. 52, con respecto a los cuales tiene declarado el T C que es posible en ellos
efectuar razonamientos jurídicos e incluso corregir imprecisiones que se hayan
podido cometer en la demanda, pero en modo alguno es dado al recurrente am
pliar su demanda, porque, en tal supuesto, provocaría indefensión a las demás
partes recurridas (SSTC 74/1985, 2/1987, 30/1988, 111/1993, 211/1993,
144/1996, ATC 336/1995).
Por esta razón, resulta siempre aconsejable concentrar todas las alegaciones
en la demanda, aun a costa de ser reiterativos en el escrito de conclusiones: en
primer lugar, porque, de dicha exhaustividad depende la admisión del amparo y,
en segundo, porque, de fraccionar y aplazar la entrada de los hechos al proceso,
se produce una ampliación de la demanda, por lo que el T C habrá de ignorar ta
les nuevos hechos.
En segundo lugar, para que dicha alteración suponga un auténtico fenóme
no de transformación de la demanda, es imprescindible que dicha mutación o
aportación verse sobre nuevos hechos causantes de otras violaciones de los de
rechos fundamentales. No existe, por tanto, dicha transformación si el recurren
te omite, en la demanda, toda cita de preceptos infringidos y posteriormente los
incorpora en algún otro trámite de alegación o cuando se equivoca en la indivi
dualización normativa, en cuyo caso puede el Tribunal utilizar la tesis del art. 84
LO TC (SST C 26 de enero de 1981,169/2001 y A TC 108/2002) o sencillamen
te aplicar otra calificación jurídica, en virtud el principio «¡ura novit curia».
Mucho más problemático es el supuesto, desgraciadamente no infrecuente
en la práctica, de que el recurrente haya individualizado correctamente la lesión
(lo que suele suceder en algunos casos de reclusos «autodidactas jurídicos») y el
joven Abogado de oficio, por desidia o por ignorancia, ni la huela. En tal su
puesto, y sobre todo, cuando el T C utiliza la tesis del art. 84 y el Abogado de
oficio sigue sin enterarse y no informa, se le traslada al T C un grave problema
moral, si la vulneración existe, pues es el escrito de demanda y no los que pue
dan dirigir al Tribunal los particulares el que delimita la pretensión.
804
L e c c ió n 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
b) Formales
Con independencia de los presupuestos procesales, a los que nos hemos refe
rido con anterioridad, también puede provocar un rechazo «in limine litis» de
la demanda, el incumplimiento de los requisitos formales contemplados en el
art. 49 LO TC y que se resumen en el «defecto en el modo de proponer la de
manda» y en la aportación de documentos de inexcusable observancia. A este
catálogo de requisitos formales, y aunque no esté expresamente contemplado en
el art. 49, todavía cabe añadir la competencia funcional.
r 'i
a ’) Defecto legal en el modo de proponer la demanda
De conformidad con lo dispuesto en el art. 49.1, en la demanda «se expon
drán con claridad y concisión los hechos que la fundamenten, se citarán los pre
ceptos constitucionales que se estimen infringidos y se fijará con precisión el am
paro que se solicita... En todo caso, la demanda justificará la especial trascenden
cia constitucional del recurso».
De todos los enunciados requisitos formales, en virtud de su relevancia en or
den a determinar el objeto procesal, tal y como ha quedado expuesto, el único que
puede provocar la inadmisión de plano, con base en la causa contemplada en la
letra «a» del art. 50, mediante providencia, sin posibilidad de subsanación, es la
«exposición de los hechos que la fundamenten», también desde el punto de vista
de la trascendencia constitucional del recurso».
En efecto, de conformidad con la doctrina del T C el actor en amparo tiene la
carga de fundamentar debidamente su demanda (STC 27 de marzo de 1984 y
ATC 201/1996), debiendo determinar en ella las vulneraciones de los derechos
fundamentales cometidas por los poderes públicos (STC 3 de junio de 1986). Así,
pues, debe el demandante reflejar en su escrito de demanda el o los hechos deter
minantes de la lesión de un derecho fundamental, porque, en cualquier otro caso,
se arriesga a una providencia de inadmisión por falta de "especial trascendencia
constitucional" de la demanda (art. 50.l.b) LOTC).
La reforma de 2007 ha introducido un importante cambio en la concepción
del recurso de amparo. Tras la modificación operada por la LO 6/2007, el recurso
de amparo se ha «objetivizado». debiendo el recurrente indicar con precisión en
su demanda, no sólo los hechos relativos a la lesión de un determinado derecho
fundamental, sino, además, las razones por las cuales considera que el recurso in
terpuesto posee «especial trascendencia constitucional». El contenido de este
concepto jurídico indeterminado es, en cierta medida, indicado en el art. 50.l.b)
LOTC, al afirmar que el T C apreciará dicha trascendencia «atendiendo a su im
portancia para la interpretación de la Constitución, para su aplicación o para su
805
VICENTE GIMENO SENDRA
806
L e c c ió n 35. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (I)
Así lo corrobora la jurisprudencia del TC, en cuya virtud, aun siendo la repre
sentación procesal obligatoria como consecuencia de lo dispuesto en el art. 81.1,
no puede el TC repeler una demanda por el incumplimiento de este presupuesto
procesal, que puede ser fácilmente sanado mediante la aportación de la escritura
de poder (SSTC 6 de abril de 1981, 169/1889, AATC 770/1986, 154/1987). Lo
mismo cabe decir, cuando se ha omitido la aportación de la resolución judicial,
cuya impugnación se pretende, la cual, si fuere necesario, puede ser de oficio re
querida al órgano judicial para su inclusión en los autos del amparo por el TC
(STC 14 de noviembre de 1983).
807
LECCIÓN 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
lo LA FASE DE ADMISIÓN
1.1. CONCEPTO Y FUNDAMENTO
Por fase de admisión se entiende el conjunto de las actuaciones preliminares
del recurso de amparo dedicadas a efectuar un juicio acerca de las probabilida
des que tiene la pretensión de amparo de recibir satisfacción a través de una
Sentencia por parte del Tribunal Constitucional.
Debido a la comprensible circunstancia de que el recurso de amparo signifi
ca la última posibilidad jurisdiccional de revisar una Sentencia desfavorable
para el litigante vencido en la jurisdicción ordinaria, se usa y abusa del recurso
de amparo. El Tribunal Constitucional se ve obligado, pues, a conocer en una
fase preliminar de las probabilidades de éxito de la pretensión, de tal suerte que,
cuando exista la evidencia de que, en modo alguno, podrá ser estimada, habrá
de ser rechazada «a limine litis» a través de una resolución inadmisoria. Cumple
así la fase de admisión con una función de purga o criba de las pretensiones de
amparo, estando destinada a dejar pasar a la fase de estimación tan sólo a aque
llas pretensiones que, por cumplir con todos los requisitos y presupuestos proce
sales y estar debidamente fundadas, merecen la deliberación de la Sala.
Múltiples son las causas que producen una sobrecarga de recursos de amparo
(alrededor de 9.000 anuales; pero ese número, en perfecta correlación con el in
cremento de los recursos de amparo, parece que va en aumento, pues en el año
2006 se ingresaron 11.471 recursos de amparo y se inadmitieron 7.376); de en
tre las que me atrevería a señalar dos: de un lado, la política legislativa de des
congestión de asuntos del T S a través de la elevación de la suma de gravamen o
de una interpretación jurisprudencial restrictiva de los presupuestos de la casa
ción, observable en estos últimos años, que estimula la presentación de recursos
de amparo sobre asuntos de escasa significación económica (desahucios, juicios
de faltas, asuntos de funcionarios, etc.) y, de otro, como consecuencia de dicha
avalancha, el retraso del T C en resolver la propia fase de admisión, pieza de sus
pensión incluida, que se erige en un incentivo para la presentación de amparos
temerarios con la sola finalidad de obtener la suspensión «de facto», durante el
tiempo de tramitación de la admisión, de Sentencias dictadas con el más abso
luto respeto a la Constitución.
809
VICENTE GIMENO SENDRA
1.2. COMPETENCIA
Aunque el conocimiento de los recursos de amparo es competencia de cada
una de las dos Salas que componen el Tribunal Constitucional (art. 48), de la
fase de admisión corresponde conocer a cada una de las cuatro Secciones que
dividen a las dos Salas (art. 50.1).
La reforma de 2007 permite a la Sala «deferir la resolución del recurso, cuan-
do para su resolución sea aplicable doctrina consolidada del Tribunal Constitucional, a
una de sus Secciones» (art. 52.2 LOTC). Modificación que ha obligado a rectifi
car los arts. 6.1, 8.3, 48, 53, 54 y 56 LOTC.
Así, pues, la admisión de los recursos de amparo es decidida por los tres Ma
gistrados que integran cada una de las cuatro Secciones que componen el Tribu
nal Constitucional, bien a través del procedimiento ordinario o el simplificado.
Tales procedimientos han sido creados por la práctica del Tribunal y se dife
rencian exclusivamente por la elaboración o no del «informe de admisión». Di
cho informe lo confeccionan los letrados y es de uso interno y exclusivo de la Sec
ción. Pero, a partir del año 1993, debido a la avalancha de recursos de amparo ca
rentes absolutamente de fundamento, el Tribunal decidió extender a todas las
Secciones un «uso forense» de la Sección 2.-, consistente en obviar el informe de
admisión mediante la instauración de una «Comisión de preadmisiones» integra
da exclusivamente por Letrados del Tribunal y presidida por su Secretario. Esta
Comisión efectúa una primera calificación de todos los recursos de amparo, deci
diendo cuáles han de ser tramitados en la forma ordinaria (con informe de admi
sión) y cuáles lo han de ser a través del procedimiento simplificado (sin informe)
que permite la inadmisión del recurso de amparo en mucho menos tiempo.
1.3. CLASES
La inadmisión de un recurso de amparo puede efectuarse mediante provi
dencia, auto o incluso a través de una Sentencia.
a) Mediante Providencia
La inadmisión a través de mera Providencia está prevista en el art. 50, apar
tados 1 a 3, y, como indica el precepto, basta con el voto mayoritario de los tres
810
L e c c ió n 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
b) Mediante Auto
La citada reforma de 2007, ha suprimido de raíz el trámite de inadmisión
previsto en el antiguo art. 50.3.
Dicho tramite consistía en poner la sección de manifiesto a las partes, me
diante una providencia, la duda que le embargaba sobre la concurrencia de algu
na de las causas de inadmisión contempladas en los distintos apartados del art.
50.1 y todo ello en orden a que las partes puedan alegar lo que estimen conve
niente sobre dicha concurrencia.
c) Mediante Sentencia
Aun cuando lo deseable es que los presupuestos y requisitos que condicio
nan la admisibilidad del recurso de amparo hayan de ser examinados «a limine li
tis», esto es, en la fase de admisión, puede suceder que, debido a una actitud de
falta de probidad de la parte recurrente, consistente en silenciar o disimular el
incumplimiento de tales presupuestos o a un deficiente estudio por parte de la
811
VICENTE GIMENO SENDRA
a) Procesales
a’) Incumplimiento de presupuestos o requisitos procesales
El art. 50.1.a) recoge este genuino motivo de inadmisión al establecer que
procede la inadmisión del recurso cuando «la demanda (in)cumpla con lo dis
puesto en los arts. 41 a 46 y 49».
En lo que al amparo judicial se refiere, revisten singular importancia el exa
men, por este cauce, de los presupuestos contenidos en el art. 44 (existencia de
una resolución judicial definitiva, agotamiento de los recursos, invocación del
derecho fundamental vulnerado y cumplimiento del plazo de caducidad) que
han sido estudiados más detenidamente en la lección anterior. También puede
apreciarse, al amparo de este motivo, la falta de legitimación activa y la capaci
dad de conducción procesal previstos en el art. 46.
Los otros presupuestos procesales, tales como la representación procesal o la
defensa técnica, que se encuentran expresamente contemplados en el art. 49,
812
L e c c ió n 3 6 . EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
sólo darán lugar a la inadmisión si, tras la apertura del trámite de subsanación
«ex» art. 49.4, no fueran subsanados por el recurrente.
813
VICENTE GIMENO SENDRA
814
L e c c ió n 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
815
VICENTE GIMENO SENDRA
viar al T C todos los autos del procedimiento judicial del que ha dimanado
aquella resolución con el fin de poder integrar y, en su caso, valorar debidamen
te el material de hecho.
Aun cuando, del tenor del art. 51.1, dicho requerimiento tan sólo es proce
dente una vez que se haya admitido la demanda, no es en la práctica infrecuen
te que la Sección requiera dicho traslado con anterioridad, en la fase de admi
sión y al amparo de lo dispuesto en el art. 88.1. Ello es lo que sucederá, cuando
el recurrente ha sesgado la aportación de documentos a la demanda, de tal suer
te que, para la calificación jurídico constitucional de la fundamentación de la
pretensión, aparezca indispensable conocer con mayor exactitud las actuaciones
practicadas.
Pero lo que es potestativo con anterioridad a la admisión de la demanda, se
toma en obligatorio tras dicha admisión: debe la Sala, en cualquier caso, reque
rir la aportación de las actuaciones a fin de que puedan las partes y el Tribunal
formarse un juicio más exacto sobre los hechos que ocasionaron el amparo.
Naturalmente no es necesario remitir los originales, siendo suficiente el tes
timonio de las mismas. En la práctica dicho testimonio suele efectuarse median
te una fotocopia autenticada de los autos.
b) El emplazamiento
De una manera similar al emplazamiento en el proceso contencioso-admi-
nistrativo, la diligencia de emplazamiento no la efectúa directamente el TC,
sino el órgano judicial que es quien conoce cuáles son las partes que han com
parecido en el proceso previo y, por tanto, las que han de estar interesadas en
comparecer en el proceso de amparo.
Pero, no sólo han de ser emplazadas las partes formales, sino, en general, to
das aquellas que pueden verse afectadas por los efectos materiales de la Senten
cia de amparo (STC 10 de julio de 1985), siendo indiferente que lo hagan a tí
tulo de intervinientes litisconsorciales o simples. En el amparo pueden compa
recer todas las personas del art. 47 y, si al T C le consta que alguna de ellas no
compareció como parte, debe emplazarla, sin perjuicio de que la parte interesa
da pueda denunciar el incumplimiento de la capacidad de conducción procesal
del art. 46.l.b).
Ahora bien, una vez comparecidos en el proceso y, aun cuando lo hagan en
calidad de parte principal, no pueden incorporar al recurso de amparo nuevas
pretensiones, porque eso significaría concederles el «rol» de recurrentes con
manifiesta violación del plazo de caducidad del art. 44.2 (SST C 66/1989,
170/1990).
816
L e c c ió n 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
3. L A P IE Z A D E S U S P E N S IÓ N
3.1. CONCEPTO
Se denomina pieza de suspensión al incidente, no suspensivo del procedi
miento principal del recurso de amparo, que puede disponerse, de oficio o a
instancia de parte, como consecuencia de la admisión del recurso de amparo,
a fin de que en la misma aleguen las partes personadas lo que estimen conve
niente acerca de la suspensión de los efectos ejecutivos de la resolución judi
cial recurrida.
La pieza de suspensión es, pues, un procedimiento incidental, que normal
mente se incoa a instancia de la parte recurrente (quien tiene la carga de soli
citar su apertura en su escrito de demanda), pero que también puede ser dis
puesta de oficio por la propia Sala, si así lo estimara necesario para la preser
vación del derecho fundamental presumiblemente vulnerado. Esta última
posibilidad constituye una derogación al principio dispositivo o de justicia ro
gada, presente en todas las medidas cautelares civiles, que se justifica como
consecuencia del carácter preferente e inviolable de los derechos fundamenta
les (art. 10.1 CE).
En cualquier caso, presupuesto común de la apertura de este procedimien
to, es la existencia de una providencia de admisión (ATC 273/1982). Por consi
guiente, como regla general, no puede adoptarse con anterioridad a dicho trá
mite, ni siquiera en el trámite de admisión, a menos que exista una «urgencia
excepcional», en cuyo caso podrá adaptarse en la misma providencia de admi
sión (art. 56.3 LOTC).
En la práctica forense pueden ocasionarse problemas derivados de la sobre
carga de amparos y consiguiente ralentización de la fase de admisión, que suelen
ser obviados gracias a una suspensión «de facto» de la Sentencia en tanto se re
suelve la admisión y pieza separada. En cualquier caso, si la urgencia del asunto
lo requiere (v.gr., un lanzamiento por desahucio), debe ponerse en conocimien
to del TC, quien podrá adoptar la aceleración del procedimiento.
817
VICENTE GIMENO SENDRA
a) Presupuestos
Los presupuestos de toda medida cautelar y, por ende, de la que nos ocupa
vienen determinados por el fumus boni iuris y el periculum in mora.
818
L e c c ió n 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
de contenido constitucional (no olvidemos que más del 95% de los amparos se
inadmiten), este juicio sobre el «fumus boni iuris» que, en cierta medida, con
lleva un prejuzgamiento del fondo, se efectúa en la propia providencia de ad
misión.
El presupuesto negativo, al contrario, se encuentra expresamente previsto
en el último apartado del art. 56.2, en cuya virtud se podrá denegar la suspen
sión cuando de ésta pueda seguirse «perturbación grave a un interés constitu
cionalmente protegido, ni a los derechos fundamentales o libertades de otra
persona».
Naturalmente no se trata de cualquier género de perjuicio, pues no hay que
olvidar que en el amparo siempre hay dos partes en conflicto y, por tanto, la
suspensión de los efectos de una Sentencia siempre perjudica muy seriamente a
los intereses de la parte vencedora, quien ve dilatada en el tiempo, por obra del
recurso de amparo, la realización de su derecho, razón por la cual el T C ha rei
terado que existe un interés constitucional en la ejecución de las Sentencias,
por lo que la suspensión ha de revestir carácter excepcional (AATC 260 y
584/1984, 35 y 120/1996, 212/1997, 176/1998 y 84/2002). Dicho perjuicio,
como el precepto indica ha de consistir en una «perturbación grave» e irrever
sible (AATC 182 y 186/1998, 84/2002) de tales intereses o derechos funda
mentales de terceros.
819
VICENTE GIMENO SENDRA
b) Elementos
Los elementos de esta medida cautelar están integrados por la instrumenta-
lidad, provisionalidad y la posibilidad de eludir la medida mediante la satisfac
ción de una contracautela.
a') Instrumentalidad
La instrumentalidad de esta medida reside en su dependencia de un proceso
principal. No en vano la suspensión se adopta en una pieza separada o procedi
miento incidental del proceso principal, que es el de amparo.
La instrumentalidad de la medida se destaca, además, por la exigencia juris
prudencial de que la suspensión requiera, como presupuesto ineludible, la admi
sión del recurso de amparo (ATC 122/1981, 273 y 289/1982, 44 y 384/1983).
No obstante esta reiterada doctrina jurisprudencial somos de la opinión, sus
tentada por V EC IN A , que el art. 56.2 permite, con carácter excepcional, la sus
pensión con anterioridad a la admisión de la demanda. Esta posibilidad debiera
admitirse y reconducirse exclusivamente a los casos de evidente urgencia en la
adopción de la suspensión (así, por ej., la expulsión de un extranjero).
820
L e c c ió n 3 6 . EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
b’) Provisionalidad
La provisionalidad de la medida se concreta en la exigencia de que debe
perdurar en tanto que subsistan los presupuestos que la han motivado y, por
contra, aunque se haya desestimado, si aparecen nuevos elementos fácticos que
posibilitan su adopción, puede reiterarse la petición en cualquier estadio del
procedimiento, tal y como indica certeramente el art. 56.3.
Consecuencia de lo anterior es la sumisión de esta medida a la cláusula rebus
sic stantibus, que se resume en el art. 57, el cual permite, bien de oficio, bien a ins
tancia de parte (AATC 387/1983, 181 y 775/1985) revisar o modificar tales reso
luciones (AATC 289/1982, 384/1983, 667/1984, 834/1985, 54/1989, 201/1992,
305 y 311/2001), pudiendo reiterarse la petición cuantas veces sea preciso (ATC
553/1984).
c*) Contracautela
Aunque no se trate de un requisito esencial de las medidas cautelares, suele
concederse a su sujeto pasivo la posibilidad de eludir la medida cautelar median
te la prestación de una contracautela que, en la mayoría de las ocasiones, suele
consistir en una fianza (así, un embargo puede eludirse mediante la satisfacción
de la pertinente fianza).
También esta posibilidad se encuentra prevista en el incidente de suspen
sión, al disponer el art. 56.4 que la Sala podrá condicionar la denegación de la
suspensión en el caso de que pudiese seguirse perturbación grave de los derechos
de un tercero, a la constitución de caución suficiente para responder de los da
ños o perjuicios que pudieren originarse.
Esta posibilidad, a la que el T C recurre con bastante frecuencia, suele utili
zarse cuando, no concurriendo los presupuestos de la suspensión, puede produ
cirse, de no suspenderse la ejecutoriedad de la Sentencia, un grave perjuicio a
un tercero e incluso al propio recurrente. Su finalidad consiste en garantizar los
daños y perjuicios que puede ocasionar la ejecución o inejecución de la resolu
ción impugnada, asemejándose a la técnica de ejecución provisional de las Sen
tencias civiles.
En la práctica, se trata de una facultad discrecional del Tribunal (AATC 4 y
101/1980, 135/1996) que, cuando es acordada, se convierte en condición nece
saria para que la suspensión de la ejecución despliegue todos sus efectos (AATC
329/1981, 352/1982, 46/1986, 610/1989, 92/2000), de tal suerte que su inobser
vancia producirá el levantamiento de la suspensión (ATC 1.149/1987).
La caución, tal como indica el precepto, ha de ser «suficiente» para garanti
zar los daños y perjuicios que puede deparar a la contraparte o a la sociedad la
821
VICENTE GIMENO SENDRA
4. FASE PROBATORIA
No obstante la redacción del art. 89, que faculta a las partes a solicitar la
apertura del procedimiento de amparo a prueba, lo cierto es que reviste un carác
822
L e c c ió n 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
5. UTILIZACIÓN DE LA TESIS
5.1. CONCEPTO Y FUNDAMENTO
La utilización de la tesis es una facultad omnímoda del Tribunal que puede
ejercitar en cualquier estadio del procedimiento: en la fase de admisión o en
la de estimación, pero, si se ejercita dentro de esta última fase, han de ser em
plazadas con carácter previo todas las partes a fin de evitar situaciones de in
defensión.
Se trata de una facultad existente en otros procesos, como es el caso del ad
ministrativo (art. 33.2 LJCA) del penal (art. 733 LECrim) y ahora también del
civil (art. 433.4 LEC), consistente en poner en conocimiento de las partes la
823
VICENTE GIMENO SENDRA
5.2. LÍMITES
Lo que no puede hacer, sin embargo, el T C es, con ocasión de la utilización
de la tesis, pedir a las partes que aleguen sobre resoluciones o actos distintos al
impugnado (AATC 108 y 110/2002, 183/2001 y ST C 169/2001). El art. 84 no
contempla el planteamiento de «cuestiones» que, por introducir nuevas preten'
siones al procedimiento de amparo, producen una modificación esencial de la
demanda y del objeto procesal con grave merma al principio dispositivo. Si así
lo hiciera el TC, actuaría inquisitivamente y vulneraría el principio dispositivo,
que se encuentra implícitamente recogido en los derechos a la tutela y a un pro'
ceso con todas las garantías del art. 24 CE.
824
L e c c ió n 3 6 . EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
6.2. CLASES
Desde un punto de vista subjetivo existen tantas clases de escritos de alega-
ciones como partes se Hayan personado en el proceso, siendo diferente su rele
vancia según el «rol» que ocupen dentro del proceso:
a) Del recurrente
Para el recurrente los escritos de alegaciones no revisten importancia algu
na, pues el objeto procesal hay que delimitarlo definitiva y exhaustivamente en
el escrito de demanda.
En efecto, tal y como ya se ha adelantado en la lección anterior, el acto proce
sal idóneo para la formalización de la pretensión es la demanda, en la que ha de fi
jarse definitivamente, pues, tal y como reitera la jurisprudencia, no le es autorizado
al recurrente en el escrito de alegaciones modificar la pretensión o incorporar algu
na nueva violación de derechos fundamentales (SSTC 30 de septiembre y 29 de
octubre de 1986, 8 de junio de 1988, 209/1988, 96/1989, 291/1993, 113/1998,
159/2000); si así lo hiciera, efectuaría una «mutatio libelli» o ampliación indebida de
la demanda que podría hacer incluso a dicha conducta acreedora de una condena
en costas y multa por temeridad del art. 95.2 y 3 (STC 29 de octubre de 1986).
La función del escrito de alegaciones del recurrente es la de aclarar algún
concepto oscuro, subsanar algún requisito incumplido en la demanda o, a lo
sumo, incorporar alguna circunstancia fáctica desconocida, siempre que su apor
tación no ocasione indefensión a las demás partes, ni modifique el objeto del
proceso. Pero, si éste no fuere el caso, lo mejor será dar por reproducidas las ale
gaciones efectuadas en el escrito de demanda, ya que volver a reproducir las
mismas alegaciones es innecesario y tedioso para el Tribunal.
825
VICENTE GIMENO SENDRA
En cuanto a la forma, ningún obstáculo teórico existe para que pueda reves
tir la de contestación a la demanda o la de un escrito independiente. Ningún
formalismo determinado exige al respecto el art. 52.
6.3. PLAZO
El plazo de las alegaciones es un plazo común de veinte días para que las
partes puedan tomar conocimiento de la demanda y demás actuaciones y pue
dan presentar sus alegaciones.
Ni que decir tiene que, en virtud de la norma de remisión a la LEC del art.
80, este plazo, como todos los demás en el proceso, es un plazo procesal, por lo
que en su cómputo hay que descontar los días inhábiles.
Al tratarse de un plazo común, no es inusual que el recurrente en amparo
presente su escrito de alegaciones el último día del plazo de veinte con el objeto
de conocer, de un lado, las alegaciones de las demás partes y evitar, de otro, que
las demás partes puedan tomar conocimiento de él y proceder a efectuarle una
«segunda contestación a su demanda».
826
L e c c ió n 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
7. LA SENTENCIA
827
VICENTE GIMENO SENDRA
7.2. CLASES
Las Sentencias de amparo pueden ser sistematizadas con arreglo a diversos
criterios que exponemos a continuación.
828
L e c c ió n 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
829
VICENTE GIMENO SENDRA
7.3. REQUISITOS
Los requisitos de la Sentencia pueden ser clasificados en materiales o inter
nos y externos o formales.
a) Materiales
Aun cuando ningún precepto de la LO TC determine cuales son los requisi
tos que debe revestir una Sentencia de amparo, le son de aplicación los dispues
tos en los arts. 245.l.c) y 248.3 de la LOPJ y art. 209 LEC, todos ellos en virtud
de la norma de remisión contenida en el art. 80 LOTC, así como, naturalmen
te, la propia doctrina del T C nacida con ocasión de la interpretación del dere
cho a la tutela.
Dicha doctrina, en lo que a los requisitos internos de la Sentencia se refie
re, puede resumirse en la exigencia constitucional de que, por supuesto, tam
bién las Sentencias de amparo han de ser motivadas, fundadas en la Constitu-
ción y en la doctrina del T C y del TEDH y congruentes con la pretensión de
amparo.
Dentro del deber de motivación se plantea el todavía nada pacífico proble
ma de los límites de la actividad cognoscitiva del Tribunal o, lo que es lo mismo,
si el T C puede determinar y valorar los hechos probados en las resoluciones ju
diciales impugnadas, así como aplicar e interpretar el derecho positivo, distinto
a la Constitución.
830
L e c c ió n 36. EL PROCESO DE AMPARO CONSTITUCIONAL (II)
b) Formales
Los requisitos formales de las Sentencias de amparo, como los de todas las
Sentencias, se precisan en el art. 248.3 de la LOPJ, en cuya determinación in
tervino decisivamente la propia jurisprudencia del TC, pues, con anterioridad a
la LOPJ de 1985, regía, con toda su plenitud, el art. 372 LEC de 1881 que obli
gaba a Juzgados y Tribunales a utilizar la farragosa redacción de los «resultan
dos» y « considerandos ».
En la actualidad, las Sentencias del TC, como las de los demás órganos ju
risdiccionales, reflejan con la debida separación los «antecedentes de hecho» y
hechos probados, de un lado, y los «fundamentos de Derecho» (sin servilismo
alguno a la construcción gramatical del gerundio y consecuente oración subor
dinada) con una importante especialidad y es la de que, debido a la vigencia del
principio de «invariabilidad» de los hechos probados al que nos hemos referido
en el epígrafe anterior, las Sentencias de amparo no contienen una declaración
831
VICENTE GIMENO SENDRA
de hechos probados, sino tan sólo la clásica división entre antecedentes de he
cho, fundamentos de Derecho y fallo.
Después de un encabezamiento en el que se determinan los Magistrados in
tegrantes de la Sala, se refleja la clásica fórmula «en nombre del Rey», para de
terminar las partes intervinientes en el amparo y el Magistrado Ponente.
A continuación, en el epígrafe romano I se contienen los «antecedentes»
en los que se resumen las alegaciones de las partes (comenzando por las del es
crito de demanda y finalizando por las de las partes demandadas) y demás vicisi
tudes del procedimiento como suspensión del acto, diligencias de personación y
providencia de citación para deliberación y fallo.
En el epígrafe romano II se contienen, también en párrafos separados me
diante números cardinales, los «Fundamentos Jurídicos»: el primer de ellos suele
contener la delimitación, muy sucinta, del objeto litigioso; el segundo la contes
tación, asimismo muy resumida, a la pretensión de las partes recurridas y del
MF; el tercero puede estar dedicado a determinar la concurrencia o ausencia de
los presupuestos procesales y a partir del fundamento jurídico cuarto (o del ter
cero, si no hay que considerar la ausencia de ningún presupuesto procesal) se
van reflejando los F.J. materiales, comenzando por la exposición de la doctrina
del TC, aplicable al caso, para finalizar con la aplicación de dicha doctrina al
objeto procesal, a resultas de la cual procederá la estimación o la desestimación
del amparo.
La Sentencia finaliza con el «Fallo» en el que, si es desestimatorio, se suele
utilizar la fórmula de «denegar el presente recurso de amparo». Pero si fuere esti-
matorio, lo usual es que contenga varios pronunciamientos en distintos ordina
les en los que se concreta la parte dispositiva y en los que se procede a anular la
o las resoluciones impugnadas, a continuación se suele declarar el derecho vul
nerado y se finaliza con las medidas apropiadas para obtener el restablecimiento
del derecho fundamental vulnerado (declaración de firmeza de determinada
Sentencia, retroacción de actuaciones, etc.).
LECCIÓN 37. OBJETO DEL RECURSO INDIVIDUAL ANTE
EL TRIBUNAL EUROPEO DE DERECHOS
HUMANOS
1. INTRODUCCIÓN
La ratificación por España del llamado Convenio Europeo de Derechos Hu
manos (CEDH, en adelante) y de su Protocolo i r 11, que ha remodelado el sis
tema de protección, ha conferido a quienes se consideran víctimas de una vul
neración de los derechos fundamentales, que el Convenio reconoce, atribuible
a resoluciones o actos finales de las autoridades españolas, el recurso de acudir al
Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) con sede en Estrasburgo
(Francia) para la protección del derecho que estima conculcado. Se trata de una
forma singular de amparo de los derechos y libertades individuales que se ejerci
ta ante una instancia internacional y que se inserta en el sistema procesal espa
ñol en virtud del consentimiento del Estado prestado por la ratificación de un
Tratado internacional en materia de derechos humanos, con unos efectos deri
vados del mismo Tratado y del Ordenamiento jurídico español.
2. N O R M A TIV A D E A P LIC A C IÓ N
La fuente normativa primordial de este recurso está constituida, por tanto,
por el mencionado Convenio, que es un Tratado internacional de ámbito regio
nal europeo, cuya denominación oficial es «Convenio para la protección de los
derechos humanos y de las libertades individuales». El CEDH fue elaborado en
el seno del Consejo de Europa y ofrecido a la firma de los entonces once Estados
miembros en Roma, el 4 de noviembre de 1950, y entró en vigor en septiembre
de 1953.
En la actualidad son 47 los Estados europeos miembros, tras el ingreso de los
países del Este de Europa y el acceso de antiguas repúblicas que integraban la fe
deración de Yugoslavia y de la Unión Soviética. Está complementado por trece
protocolos (este último de fecha de 3 de mayo de 2002; existe un protocolo nQ
14 que está pendiente de entrar en vigor) que, en los cincuenta años de su vi
gencia, lo han complementado o modificado, y de los que los Protocolos núme
ros 1, 4, 6, 7, 12 y 13 amplían la lista de derechos y libertades individuales que
833
PABLO MORENILLA ALLARD
834
L e c c ió n 37. OBJETO DEL RECURSO INDIVIDUAL ANTE EL TEDH
3. C O N C E P T O Y N A T U R A L E Z A JU R ÍD IC A
El recurso ante el TEDH es, en el sistema procesal español, un instrumento
jurídico internacional para la protección de los derechos fundamentales y liber
tades que el Convenio y sus Protocolos reconocen, que opera como una garan
tía colectiva europea suplementaria del sistema de protección nacional que los
Estados miembros se autoimponen con su libre aceptación.
Nos encontramos, por tanto, ante una forma de recurso de amparo interna
cional del derecho o libertad que se alega violado por actos o decisiones de las
autoridades del Estado demandado (al igual que en el recurso de amparo ante el
835
PABLO MORENÍLLA ALLARD
4. CARACTERES
Conforme a esta naturaleza jurídica, el proceso de amparo europeo presenta
en el ordenamiento español los caracteres siguientes:
A) Es un proceso de amparo internacional de derechos fundamentales,
puesto que la demanda inicial se interpone ante una instancia internacional eu
ropea y se dirige contra el Estado cuyas autoridades o funcionarios son causa fi
nal de la violación del derecho fundamental invocada. Del mismo modo, se si
túa fuera del sistema jurisdiccional español, lo que excluye, en principio, su
naturaleza casacional e incluso de «recurso», ya que no se interpone contra las
resoluciones de los tribunales o autoridades nacionales, sino objetivamente por
la vulneración de un derecho fundamental garantizado por un Tratado interna
cional.
El sistema de protección, en efecto, viene establecido en un Tratado inter
nacional, por el que el Estado se obliga ante los demás Estados del Consejo de
Europa a respetar, en primer lugar, los derechos y libertades que se determinan
en el Título I del CEDH y en los Protocolos que lo amplían que han sido ratifi
cados por España (art. 1 CEDH); en segundo lugar, a no poner traba al ejercicio
837
PABLO MORENILLA ALLARD
eficaz del derecho al recurso (art. 34 CEDH); y finalmente a «acatar las Senten-
cias definitivas del Tribunal en los litigios en que sean partes» (art. 46.1
CEDH). Como tal amparo internacional, está sujeto a las contingencias de un
Tratado: solamente puede ser demandado el Estado Parte concernido; el Esta
do, al ratificar el Convenio o Protocolos, puede formular reservas a propósito de
una disposición del Convenio, en la forma y efectos previstos en el art. 57
CEDH, y puede acordar una derogación parcial de urgencia en caso de guerra o
de amenaza de «la vida de la nación» (art. 15 CEDH), o denunciar el CEDH,
con las limitaciones que prevé el art. 58.1 y 2 CEDH, y dejar de ser parte en el
Tratado si deja de ser miembro del Consejo de Europa (art. 58.3 CEDH).
B) Es una demanda de ámbito material delimitado, que se concreta en los
derechos y libertades consagrados en el propio Convenio y sus Protocolos ratifi
cados por España, según han sido determinados por la jurisprudencia del TEDH
con criterios flexibles que reconocen un relativo «margen de apreciación» a las
autoridades nacionales, «en razón de su contacto directo y continuo con las
fuerzas vitales de su país» (Sentencia Handyside, de 7 diciembre de 1976).
C) A l igual que el amparo ante el TC, tiene carácter subsidiario. La com
petencia del TEDH viene fijada por el presupuesto del agotamiento de los re
cursos internos por el demandante como requisito para acudir a la vía interna
cional, según el principio de derecho internacional de otorgar a las autoridades
nacionales la posibilidad de remediar la vulneración alegada ante la instancia
internacional. Si el derecho es amparable según la Constitución es, pues, preci
so agotar previamente la vía de amparo ante el T C y, si no lo fuera (v.gr. el de
recho a la propiedad), han de agotarse los recursos judiciales que confieren a la
resolución impugnada el carácter de «definitiva».
D) El amparo europeo es una garantía internacional ofrecida al individuo
para la protección de derechos y libertades in concreto. Solamente el «particu
lar», que se considere víctima, puede ejercitar el llamado «recurso individual»,
sin que se admita una actio popularis incompatible con su naturaleza (incluso en
el «recurso interestatal» que interpone un Estado parte contra otro por la viola
ción del Convenio o de sus Protocolos, el Estado recurrente alega el interés pro
pio en la preservación del espacio europeo de protección de los derechos indivi
duales garantizados).
E) La pretensión reparatoria deducida únicamente se dirige contra el Es
tado como único obligado por el CEDH por los actos realizados por sus Autori
dades o agentes dentro de los límites de su Jurisdicción. Ni el particular implica
do en la violación, ni las organizaciones no estatales, cualquiera que sea su ám
838
L e c c ió n 37. OBJETO DEL RECURSO INDIVIDUAL ANTE EL TEDH
bito territorial, son parte ante la instancia internacional, cualquiera que sea su
interés en el litigio.
F) El carácter absoluto de la protección de los derechos humanos, como in
herente a la dignidad del hombre, no impide que el amparo internacional esté
inspirado por el principio dispositivo, aunque con limitaciones, pues su inicia
ción sucece siempre a instancia de parte y cabe la terminación transaccional por
un «arreglo amistoso» entre la alegada víctima y la representación del Estado
demandado, o por un desistimiento, pero homologado por el TEDH (art. 38
CEDH).
G) Finalmente, el proceso ante el TEDH es un amparo de eficacia limitada,
conclusión a la que cabe llegar, si se repara en que la eficacia de sus Sentencias
depende de lo previsto, para su ejecución, en el ordenamiento jurídico del Esta
do demandado. Sólo cuando el Ordenamiento español no permite una «restitu-
tio in integrum» o satisfacción justa de la violación declarada por el TEDH, pue
de este Tribunal acordar esa satisfacción con la posibilidad de que señale una in
demnización en metálico que ha de ser sufragada por el Estado.
839
PABLO MORENILLA ALLARD
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L e c c ió n 37. OBJETO DEL RECURSO INDIVIDUAL ANTE EL TEDH
841
PABLO MOREMLLA ALLARD
843
PABLO MORENILLA ALLARD
1. E L T R IB U N A L E U R O P E O D E D E R E C H O S H U M A N O S
845
PABLO MORENILLA ALLARD
te de la doctrina, pues siendo un órgano político podía llegar a ejercer funciones ju-
diciales y conocer de la demanda en los supuestos -excepcionales- de que la Comi
sión o el Estado recurrido no presentaban el caso ante el Tribunal.
846
L e c c ió n 38. LOS SUJETOS DEL PROCESO
847
PABLO MORENILLA ALT,ARP
tes de las Salas, que pueden ser reelegidos; d) aprobar el Reglamento del Tribu-
nal; y e) elegir al Secretario y a los subsecretarios del Tribunal (art. 26 CEDH).
2) Los Comités se componen de tres Jueces de la misma Sección por un pe
riodo de doce meses (art. 27.1 y 2 RTEDH). Los Comités son los competentes
prima faciae en materia de inadmisibilidad de los recursos, con facultad para ar
chivar o resolver por unanimidad y con carácter final sobre la inadmisibilidad
de los recursos individuales que se presenten ante el Tribunal (art. 28 CEDH).
3) Las Salas, constituidas en el seno de cada Sección, se componen de siete
Jueces. Forma parte ex officio de la Sala el Presidente de la Sección y el Juez «na
cional» (o, más correctamente, elegido a título del Estado interesado en la cau
sa) y, si no hay ninguno o no está capacitado para actuar, la persona que el Esta
do interesado presente, quien formará parte del Tribunal con las facultades de
Juez. Como se expone más abajo, las Salas se integran por Jueces procedentes de
la Sección correspondiente designados por el Presidente de la Sección, según
un sistema rotatorio (art. 26.l.b) RTEDH). A las Salas corresponde el conoci
miento y resolución de los recursos individuales, que no hubieren sido archiva
dos o declarados inadmitidos por voto unánime del Comité y de los recursos in
terestatales, resolviendo sobre su admisibilidad, primero, y sobre el fondo, des
pués (art. 29 CEDH).
4) La Gran Sala se compone de 17 Jueces, e incluye al Presidente del Tribu
nal, a los Vicepresidentes del Tribunal, a los presidentes de Sala, remitiéndose al
Reglamento del Tribunal sobre los demás Jueces que la componen (arts. 27.3
CEDH y 24 RTEDH). La Gran Sala conoce de un recurso de revisión interno
contra las Sentencias de las Salas. Para la admisión de la solicitud de remisión
de un caso de la Sala a la Gran Sala, el art. 43.2 y 3 CEDH prevé un Colegio de
cinco Jueces de la Gran Sala.
5) Las Secciones, son las Salas a que se refiere el art. 26.b) CEDH, citado,
que establece el Pleno del Tribunal y que se constituyen a propuesta del Presi
dente por un periodo de tres años. Su número es de cuatro como «mínimo»
(art. 25.1 RTEDH; en la actualidad existen cinco Secciones, formadas por 9
Jueces cada una, dado que quedan por cubrir las plazas de Irlanda y Montene
gro). Cada Juez es miembro de una Sección, cuya composición «Deberá ser
equilibrada tanto desde el punto de vista geográfico como desde el punto de vis
ta de la representación de los sexos y tendrá en cuenta los diferentes sistemas ju
rídicos existentes en las Partes Contratantes» (art. 25.2 RTEDH).
La Secretaría, se integra por un Secretario, asistido de Secretarios adjuntos
(arts. 25 CEDH y 15-18 RTEDH), elegidos por el Pleno del Tribunal (art. 26.e
CEDH), y es una pieza clave en el funcionamiento del Tribunal, como órgano
encargado de custodiar los archivos del Tribunal y de la relación de éste con las
L e c c ió n 3 8 . LOS SUJETOS DEL PROCESO
849
PABLO MORENILLA ALLARD
Altas Partes Contratantes puede originarse a causa de «actos que emanan de sus
órganos y se produzcan en o fuera de su territorio»,
850
L ec c ió n 3 8 . LOS SUJETOS DEL PROCESO
851
PABLO MORENILLA ALLARD
El art. 59.3 del CEDH prevé para los Estados que, como España, se adhirie
ron al Convenio cuando ya había entrado en vigor que «el Convenio entrará
en vigor desde el momento del depósito del instrumento de ratificación», que se
efectúa ante el Secretario General del Consejo de Europa (art. 59.1 CEDH).
Para España, el Convenio se ratificó por instrumento que fue depositado ante
esa autoridad el 4 de octubre de 1979 (aunque publicado en el BOE del día 10 de
ese mes), sin hacerse declaración alguna sobre su vigencia. Por tanto, la Jurisdic
ción del TEDH racione temporis respecto de España comienza a partir de la fecha ci
tada del depósito, pero, para conocer demandas individuales, esa fecha no comenzó
hasta el 1 de julio de 1981, fecha en la que se hizo la declaración de aceptación del
derecho al «recurso individual», según se preveía en el CEDH original (art. 25.1).
Así lo declaró expresamente el TEDH en la citada Sentencia Unión Alimentaria
Sanders, S.A. c. España (§ 29).
852
L e c c ió n 3 8 . LOS SUJETOS DEL PROCESO
tencia Lawless c. Reino Unido, de 1 de julio de 1961, declaró (§ 28) que la situación
prevista «designa una situación de crisis o de peligro excepcional e inminente que
afecta al conjunto de la población y constituye una amenaza para la vida organiza-
da de la comunidad que integra el Estado.» Al Tribunal corresponde examinar esa
situación y el cumplimiento de los requisitos establecidos, concediendo a las autori
dades «un amplio margen de apreciación« que «no es ilimitado» (Sentencia Irlanda
c. Reino Unido, de 18 de enero de 1978, § 218).
2. LAS PARTES
2.1. CAPACID AD PARA SER PARTE Y PRO CESAL
853
PABLO MORENILLA ALLARD
do, los que fijan las condiciones para poder actuar, bien como demandante, bien
como demandado. Suprimida en la reforma del Convenio por el Protocolo n 2
11 la anterior Comisión Europea de Derechos Humanos (que en su múltiple ca-
pacidad era, además de órgano quasi jurisdiccional de admisión de la demanda,
actor ante el Tribunal para defender la llamada «legalidad del Convenio»), la
capacidad está regulada por los artículos 33 y 34 CEDH.
Según esta ordenación, tienen capacidad para ser parte y procesal en el pro
ceso de amparo:
a) Los Estados Partes en el Convenio, que podrán intervenir como deman
dantes (demandas interestatales por incumplimiento del Convenio) o como de
mandados. El Estado que no reúna esa condición no está capacitado para inter
venir en este proceso de amparo europeo en calidad de parte.
Como declaraba la anterior Comisión Europea de Derechos Humanos, «al con
cluir el Convenio, los Estados no han querido concederse derechos y obligaciones
recíprocas útiles a la obtención de sus intereses nacionales respectivos, sino realizar
los objetivos y los ideales del Consejo de Europa, según los enuncia el Estatuto, e
instaurar un orden público comunitario de las democracias libres de Europa.» (De
cisión de 11 de enero de 1961, Anuario IV).
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L e c c ió n 3 8 . LOS SUJETOS DEL PROCESO
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PABLO MORENILLA ALLARD
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PABLO MOREN1LLA ALLARD
2.3. LEGITIMACIÓN
Los citados artículos 33 y 34 CEDH fijan también, respectivamente, la legi
timación activa y pasiva de los particulares y de los Estados Partes en este proce
so, así respecto al interestatal como al individual. Su escueta redacción ha sido
completada con una amplísima jurisprudencia de la extinta Comisión Europea
de Derechos Humanos sobre la admisibilidad del llamado «recurso individual» y
del TEDH como intérprete del Convenio.
a) Activa
a ’) En las demandas individuales
En los términos del art.34 CEDH, está legitimado para acudir al Tribunal
«cualquier persona física, organización no gubernamental o grupo de particula
res que se considere víctima de una violación, por una de las Altas Partes Con
tratantes, de los derechos reconocidos en el Convenio o sus Protocolos».
858
L e c c ió n 3 8 . LOS SUJETOS DEL PROCESO
Por tanto, ratione personae, solamente están legitimados activamente los tres
sujetos que se expresan: a) las personas físicas, sin distinción de edad, ni de ca
pacidad de obrar (menores, enfermos mentales); b) una organización no guber
namental o grupo de personas, según el Derecho interno, que incluye a las per
sonas jurídicas privadas (las Administraciones Públicas carecen, pues de legi
timación) cuando ostentan derechos que el Convenio estima compatibles con
esa condición (p. ej. carecerían de legitimación respecto del derecho a la vida, a
la libertad individual, prohibición de tortura, matrimonio, etc.).
En este sentido, es interesante el estudio del citado Auto de inadmisión de la
demanda interpuesta por el Gobierno Vasco contra España, de 3 de febrero de
2004, en relación con la Ley de Partidos Políticos. El Tribunal recuerda que: «el
demandante como la Comunidad Autónoma que él representa constituyen en
España autoridades públicas ejercientes de competencias y funciones oficiales
otorgadas por la Constitución y por la ley, cualquiera que sea el grado de su au
tonomía. Es por ello que no pueden ser consideradas como organizaciones no
gubernamentales en el sentido del art. 34 del Convenio [...].
La legitimación activa exige, además, «que se pretenda víctima» de la vio
lación denunciada. La noción de «víctima», directa o indirecta, potencial o
efectiva de la vulneración de sus derechos fundamentales garantizados por el
CEDH y sus Protocolos es el título esencial de la legitimación. Por víctima ha
de entenderse el sujeto pasivo de la lesión o perjuicio sufridos por la actuación
del Estado que priva, menoscaba o amenaza el derecho o libertad reconocidos
por el Convenio y sus Protocolos. Es un concepto que viene determinado, fun
damentalmente, por una interpretación finalista, expansiva y dinámica de los
términos del Convenio de la antigua Comisión o de las Sentencias del Tribunal
(pro victima) que permite acudir a la instancia europea a quienes se sienten afec
tados restrictivamente en el disfrute de sus derechos por los actos de los poderes
públicos de un Estado.
En efecto, «víctima», en el sentido del art. 34 CEDH, es primordialmente
quien se siente lesionado, de modo efectivo y real, en el goce de su derecho fun
damental por el acto u omisión invocada, ya sea de manera directa o indirecta
mente por la existencia de un vínculo especial (familiar o afectivo próximo) en
tre la víctima directa y la indirecta, en caso de fallecimiento o incapacidad de la
víctima directa. Y también está legitimada activamente la víctima potencial
ante la inminencia e inexorabilidad del daño temido, sin tener que esperar a
que se produzca el evento lesivo.
En la Sentencia Klass y otros c. República Federal de Alemania, 6 de septiembre
1978 (§§ 34 y 36), sobre escuchas telefónicas, declara que se desprende del art. 25
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PABLO MORENILLA ALLARD
(hoy art. 34) «un derecho de recurso individual para las personas potencialmente
afectadas por una vigilancia secreta». Del mismo modo, en la Sentencia Dudgeon c.
Reino Unido, de 22 de octubre de 1981, sobre legislación represiva de actos homose-
xuales consentidos entre adultos, que esa legislación representaba «por su sola exis-
tencia» una injerencia permanente el ejercicio del derecho del recurrente al respe-
to de su vida sexual (§ 41). O en los casos de una inminente medida de expulsión
de extranjeros a un país en el que teme que estará sujeto a pena de muerte o a tratos
inhúmenos o degradantes. La realidad y actualidad de la lesión exigida al recurren
te excluyen, así, el examen in abstracto de una violación, como el de una acción po
pular por quien no ostenta esas condiciones.
Estado que considera infractor una «acción pública internacional por la violación im-
putable a otro Estado contratante» (C O H E N -JO N A T H A N ) . Las implicaciones políti-
cas de este recurso pueden explicar su escaso -aunque resonado- uso en el medio si'
glo de vigencia del Convenio.
b) Pasiva
Como Tratado internacional, las obligaciones que impone el CEDH se re-
fieren solamente a los Estados contratantes en los términos del citado art. 1. Por
ello, la legitimación pasiva en el proceso que instituye la ostenta siempre y úni
camente el Estado Parte en cuya jurisdicción se cometió la violación del dere
cho individual invocado. Como se ha expuesto, el Estado, en cuanto sujeto de
Derecho internacional, responde intemacionalmente por todas las actuaciones
de sus administraciones, autoridades y funcionarios o agentes.
El particular causante de la violación carece de legitimación pasiva en
este recurso y la víctima de esa vulneración, carece, sin embargo, según el
CEDH, de «acción internacional» contra aquél. La alegada víctima tendrá,
pues, que indirectamente demandar al Estado por la violación de su compromi-
so intemacionalmente contraído del respeto de los derechos fundamentales en
su jurisdicción y de «asegurar» el goce de esos derechos a través de su ordena-
miento jurídico. Este es el único ámbito de la aplicación a terceros de las nor
mas del CEDH (la drittwirkung del Derecho alemán) que sólo se obtiene a tra
vés del Estado, por la vía indirecta, del amparo internacional, cuando estime
que ha habido incumplimiento de las obligaciones (positivas o prohibitivas)
contraídas, según el Convenio y sus Protocolos, de adaptar a esta normativa in
ternacional su orden jurídico interno. A este respecto el art. 13 CEDH garantiza
a «toda persona cuyos derechos y libertades reconocidos en el presente Conve
nio hayan sido violados» el «derecho a la concesión de un recurso efectivo ante
una instancia nacional.»
La legitimación pasiva viene, por tanto, regulada exclusivamente por el
Convenio, que fija su ámbito, tanto de los sujetos que pueden tenerla (exclusi
vamente los Estados Partes en el Convenio), como los derechos objeto del am
paro, a la vista de las reservas que el Estado demandado hubiera formulado,
como ya se ha expuesto.
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PABLO MORENILLA ALLARD
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LECCIÓN 39. LA DEMANDA DE AMPARO ANTE EL TRIBUNAL
EUROPEO DE DERECHOS HUMANOS
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PABLO MORENILLA ALLARD
Por ello, han de ser opuestas por el Estado demandado como «excepciones
preliminares», precisamente en el escrito de observaciones relativo a la admisi
bilidad de la demanda (art. 51.3 RTEDH) y, para el caso de que la Sala acuerde
una vista, oralmente en la audiencia sobre esa admisibidad (art. 54.4 RTEDH).
Ello permitirá a la parte actora hacer las alegaciones que estime procedentes so
bre ellas en la fase de admisión de la demanda. Después de ese momento proce
sal, ya no cabe oponer esas causas de inadmisibilidad por aplicación del princi
pio de la preclusión (estoppel en el Derecho del common law).
El Tribunal ha aplicado esta doctrina, reiteradamente, desde la Sentencia citada
De Wílde, Ooms y Versyp c. Bélgica (§§ 47-54), respecto del reexamen de las excep
ciones preliminares que ya había desestimado la Comisión cuando, sin embargo,
había admitido la demanda. Los reglamentos de la Comisión y del Tribunal adopta
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PABLO MORENILLA ALLARD
ron la regla que hoy está recogida, con los necesarios matices, en el art. 55 según la
cual «cuando la Parte Contratante demandada oponga una excepción de inadmisi-
bilidad deberá hacerlo, siempre que la naturaleza de la excepción de inadmisibili-
dad y las circunstancias lo permitan, en las observaciones escritas u orales por ella
presentadas sobre la admisibilidad de la demanda» .
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L e c c ió n 39. LA DEMANDA DE AMPARO ANTE EL TRIBUNAL EUROPEO DE DERECHOS HUMANOS
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PABLO MORENILLA ALLARD
Conforme a los dos apartados citados del art. 35 CEDH, «el Tribunal no ad-
mitirá ninguna demanda individual entablada en aplicación del art. 34, cuando:
a) sea anónima, o b) sea sustancialmente la misma que una demanda examina
da anteriormente por el Tribunal o ya sometida a otra instancia internacional
de investigación o de arreglo, y no contenga hechos nuevos» (apartado 2 ) o
«cuando la estime incompatible con las disposiciones del Convenio o de sus
protocolos, manifiestamente mal fundada o abusiva» (apartado 3). Salvo la cau
sa de inadmisión por anonimato, las otras condiciones de admisibilidad no son
ya preliminares al examen del fondo, sino que exigen un conocimiento de las
pretensiones deducidas, por lo que han de ser apreciadas de oficio por el Tribu
nal en cualquier fase del procedimiento.
Estas condiciones o requisitos constituyen el filtro legal del cúmulo de de
mandas que va en aumento cada año, en la medida en que se incrementa el nú
mero de Estados Partes y, por tanto, de la población de éstos. El escaso número
de demandas que pasan la fase de admisibilidad (un 7% de media en los últimos
años) demuestra, más que la rigidez del criterio de admisión (que, como se ha
expuesto, es bastante más flexible que nuestro recurso de amparo ante el TC),
el desconocimiento del marco convencional del sistema de protección europeo
por parte de los solicitantes de protección.
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L e c c ió n 39. LA DEMANDA DE AMPARO ANTE EL TRIBUNAL EUROPEO DE DERECHOS HUMANOS
abril de 1977, BOE de 30 de abril de 1977) son Parte en el Pacto citado y han reco
nocido la competencia del Comité (España lo hizo por instrumento de 17 de enero
de 1985, BOE de 2 de abril de 1985), por lo que los particulares pueden acudir a
una u otra instancia cuando se trate de los mismos derechos o libertades. Con la
norma que se estudia del CEDH (que se corresponde con la del art. 5.2 del Protoco
Facultativo, citado) se pretende evitar una indeseada litispendencia ante ambas
instancias, al no ser admisible una demanda que haya sido sometida ya a una ins
tancia internacional. Es interesante señalar que el Comité de Ministros del Conse
jo de Europa ha urgido a los Estados a que ratifiquen el CEDH y el citado Protocolo
Facultativo, y a que hagan una declaración al tiempo de la ratificación, por la que
renuncien a la competencia del antes citado Comité de Derechos Civiles para reci
bir comunicaciones de individuos que ya han presentado, o que, simultáneamente,
presenten su demanda conforme al CEDH, a menos que los derechos invocados no
estén incluidos en el CEDH.
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PABLO MORENILLA ALLARD
1. GENERALIDADES
El nuevo mecanismo de protección de los derechos y libertades instaurado
por el protocolo n 2 11 tiene por justificación y finalidad la simplificación del
sistema original, así en sus órganos, como en los procedimientos seguidos ante
ellos, para hacerlo más accesible a la presunta víctima de una violación de los
derechos que garantiza ese sistema, a la que, por primera vez ante un Tribunal
internacional, se reconocía la plena capacidad para ser parte en el procedimien
to. La fusión de la antigua Comisión y del antiguo Tribunal en un único Tribu
nal se ha producido sin ruptura con el mecanismo anterior y con prolongación
de la vigencia de la Jurisprudencia ya establecida. El resultado de dicha fusión es
la ventaja de tener un único procedimiento a través del cual canalizar la preten
sión de amparo ante el TEDH.
Como se ha expuesto, el texto del Convenio contiene sólo las líneas maes
tras del procedimiento para el amparo de derechos fundamentales que estable
ce (arts. 19 a 46 CEDH), con una indefinida referencia al Reglamento del Tri
bunal que el Pleno había de darse (art. 26.d) CEDH). La primera tarea que
abordó el nuevo Tribunal fue la elaboración de su Reglamento, que entró en
vigor el 1 de noviembre de 1998, en el que se desarrolla el procedimiento, al
que, por tanto, es necesario referirse en tanto que fuente normativa supletoria
del procedimiento establecido.
La flexibilidad que preside la aplicación del Convenio en materia de la
protección de derechos humanos no hace, sin embargo, de esa reglamentación
un Código procesal de inexcusable aplicación por el tribunal. En casos especia
les, cuando la aplicación de una regla pudiera provocar la indefensión de una
parte, el Reglamento permite al propio Tribunal hacer «derogaciones específi
cas» de las disposiciones relativas al procedimiento «para el examen de un
asunto concreto después de haber consultado a las partes cuando lo estime ne
cesario» (art. 31). Del mismo modo, se faculta al Presidente del Tribunal para
dictar «instrucciones prácticas», especialmente en relación con cuestiones
como la comparecencia en la vista y la presentación de observaciones escritas
u otros documentos (art. 32).
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PABLO MORENILLA ALLARD
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L e c c ió n 40. EL PROCEDIMIENTO
2.2. PUBLICIDAD
La publicidad del proceso viene impuesta con unas limitaciones en atención
a la fase del procedimiento. En fase de admisión, todos los documentos del
asunto depositados en la Secretaría son accesibles al público (art. 40.2 CEDH);
pero esta norma ya admite una excepción (que se desarrolla en el art. 33 del Re
glamento) en los casos de «negociaciones llevadas para lograr un acuerdo amis
toso» o cuando el Presidente de la Sala decida lo contrario, a petición motivada
y con especificación de su alcance, de «la parte u otra persona interesada». En
la fase de vista oral, está regida por el principio de publicidad; pero la Sala, de
oficio, puede decidir lo contrario «debido a circunstancias excepcionales» (art.
33.1 RTEDH). También, excepcionalmente, el acceso a la sala de audiencia po
drá prohibirse para la prensa y el público en los mismos casos previstos en el art.
6.1 CEDH (protección de los valores o intereses de la sociedad, de los menores
o de la vida privada de las personas; cfr. art. 33.2 RTEDH).
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PABLO MORENILLA ALLARD
miento del sistema, que reclama una misma lengua de trabajo -en este caso dos
lenguas-, con la multiplicidad de idiomas de las personas que acuden al Tribu-
nal como último baluarte de sus derechos fundamentales. Para ello, la regla ge
neral se modula con un sistema de autorizaciones concedidas por el Presidente
de la Sala con base en una distinción según se trate del demandante, del Estado
demandado o interviniente y de los testigos o peritos.
a) El demandante
En la fase inicial del proceso y hasta que se dicta la resolución sobre la admi
sibilidad de la demanda, la comunicación con el demandante o su representante
y todas las observaciones por éstos realizadas, pueden hacerse o redactarse en
francés o en inglés, o «en una de las lenguas oficiales de las Partes Contratan
tes» (art. 34.2 RTEDH). Por lo que respecta a España, la lengua oficial es el cas
tellano (art. 3.1 CE), por lo que deberá utizarse esta lengua, aunque en la res
pectiva Comunidad Autónoma sea también oficial otra distinta.
Admitida la demanda, las observaciones del actor deben hacerse o redactar
se en francés o inglés, «excepto si el Presidente de la Sala autorizara continuar
utilizando la lengua oficialde una Parte Contratante», pero en este caso el Se
cretario adoptará las medidas necesarias para la interpretación o traducción de
las declaraciones u observaciones del demandante.
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L ec c ió n 4 0 . EL PROCEDIMIENTO
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PABLO MORENILLA ALLARD
4. FA SE D E A D M ISIB ILID A D
Cuando el Comité no llega a la resolución de inadmisibilidad o de archivo
provisional de la demanda, bien por no alcanzar la unanimidad, bien porque
considere que el caso requiere un examen complementario (art. 28 CEDH), re
mite la demanda a la Sala para que decida sobre su admisión y, en su caso el
fondo del asunto (arts. 29.1 CEDH y 53.4 RTEDH). La Sala conoce de la de
manda siguiendo el orden en que «están preparadas para su examen», a menos
que «otorgue prioridad a una concreta demanda» (art. 41 RTEDH).
La Sala está compuesta de siete Jueces, uno de los cuales es el «Juez nacio
nal» -el Juez elegido en consideración al Estado demandado o quien le sustituye
si estuviera impedido-, y está presidida por el Presidente de la Sección (arts.
27.1 y 2 CEDH, 26.1.a) y 28.2 RTEDH). Su competencia, diferencia de la del
Comité, es plena y se extiende al conocimiento no solo de la admisión de la de
manda sino sobre el fondo del asunto.
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L e c c ió n 40. EL PROCEDIMIENTO
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PABLO MORENILLA ALLARD
ción) exigen la decisión del Tribunal que, en cada supuesto, ha de realizar la do
ble comprobación de: 1 ) la realidad del desistimiento del proceso entablado, o si
existe cosa juzgada, o si las circunstancias del actor o de la demanda muestran la
falta de interés del demandante (su conducta procesal, el fallecimiento de la
víctima o la modificación de las circunstancias del actor, etc.).; y 2 ) de las cir
cunstancias de la violación alegada y las observaciones del Gobierno del Estado
demandado en relación con el respeto del derecho objeto de la demanda. De lo
contrario, «el Tribunal proseguirá el examen de la demanda si así lo exige el res
peto de los derechos humanos garantizado por el Convenio y sus Protocolos.»
(art. 37.1 CEDH). Lo que supone una investigación del Tribunal que ha de in
cluir la constatación de las medidas adoptadas por el Gobierno para que, en el
futuro, dichas situaciones no vuelvan a producirse.
El art. 43.3 del Reglamento exige que la resolución de archivar una deman
da declarada admisible revista la forma de Sentencia. Luego de ser firme, «el
Presidente de la Sala lo comunicará al Comité de Ministros para permitirle que
vigile . . . l a ejecución de los compromisos a los que han podido subordinarse el
desistimiento, el arreglo amistoso o la resolución del litigio.» En caso de archi
vo, las costas se fijarán discrecionalmente por el Tribunal (art. 44.3 RTEDH).
La naturaleza provisional de la cancelación se establece en el apartado 5 del
tan citado art. 43, según el cual «el Tribunal podrá acordar la reapertura del
caso cuando estime que circunstancias excepcionales lo justifiquen.» La referen
cia al Tribunal comprende la Sala o la Gran Sala, al ser las únicas con compe
tencia para enjuciar el fondo del asunto.
7. FASE DE ENJUICIAMIENTO
Cuando la Sala haya resuelto la admisión de la demanda individual, «proce
derá al examen contradictorio del caso con los representantes de las partes y, si
procede, a una indagación, para cuya eficaz realización los Estados interesados
PABLO MOREMILLA ALLARD
8. L A SE N T E N C IA ; EL P R O N U N C IA M IE N T O SO BR E
L A SA T ISFA C C IÓ N EQ U IT A T IV A
Las Sentencias de la Sala y de la Gran Sala tienen el contenido común a es-
tas resoluciones, es decir:
- un encabezamiento, con los nombres del Presidente y demás Jueces que
componen la sala y del Secretario, la fecha de la deliberación y del fallo, identi
ficación de las partes y el nombre de los Agentes, Abogados y Asesores de las
partes;
- un cuerpo con la exposición del procedimiento, los hechos del caso, que
comprenden el Derecho interno aplicable, el resumen de las conclusiones de las
partes;
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PABLO MORENILLA ALLARD
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PABLO MOREN1LLA ALLARD
9. RECURSOS
10.1. EN GENERAL
La ejecución de la Sentencia de un Tribunal internacional, como es el de
Estrasburgo, plantea siempre el problema de su encaje en el ordenamiento jurí-
dico del Estado afectado, cuando ese Tribunal carece de medios coactivos para
asegurar el cumplimiento de lo acordado. Las Sentencias «definitivas» del
TEDH son, además, según la ordenación del Convenio, «esencialmente decla
rativas y deja a los Estados la elección de los medios a utilizar en orden jurídico
interno para cumplirlas» (Sentencia Marckx c. Bélgica, de 13 de junio de 1979,
citada, § 58; en el mismo sentido cfr. inter allia los casos Olson c. Suecia (núm.
2), Sentencia de 27 de mayo de 1992, §§ 93-94; Ribermont c. Francia (aclara
ción de la Sentencia de 10 de febrero de 1995), Sentencia de 7 de agosto de
1996, §§ 19 y 21-23; Hentrich c. Francia (aclaración de la Sentencia de 3 de ju
lio de 1995), Sentencia de 3 de julio de 1997, §§ 13-16; Scozzari y Giunta c. Ita
lia, Sentencia de 13 de julio de 2000, § 249; Mehemi c. Francia (núm. 2), Sen
tencia de 10 de abril de 2003, § 43; Assanidza c. Georgia, Sentencia de 8 de
abril de 2004, § 198; Ocalan c. Turquía, Sentencia de la Gran Sala de 12 de
mayo de 2005, § 210). Hasta los pronunciamientos resarcitorios, consistentes
en el pago de sumas de dinero, así como en las Sentencias de constatación de
violación y las de archivo de la causa, cuando las partes hayan alcanzado un
arreglo amistoso, no revisten el carácter de pronunciamientos de «condena al
Estado demandado», ya que son pronunciamientos, también declarativos, que
imponen al Estado demandado el «deber» de pagar las cantidades que el Tribu
nal señala.
Sin embargo, el éxito del sistema de protección que el Convenio instituye, y
que se refleja en el número cada vez mayor de demandas de amparo de los dere
chos individuales, cuando ya no existen instancias nacionales, a las que recurrir,
y el prestigio de la antigua Comisión y del antiguo Tribunal hoy refundidos en
el único Tribunal, revelan la eficacia del mecanismo, porque, por lo general, las
Sentencias del Tribunal se vienen cumpliendo, en sus propios términos, de ma
nera satisfactoria.
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L e c c ió n 40. EL PROCEDIMIENTO
El art. 46 CEDH (que refunde en un solo precepto los arts. 53 y 54 del Tex-
to originario) constituye la única norma-marco de la ejecución de las Senten
cias. Está redactado en términos tan sucintos como genéricos, y establece, en su
apartado 1, el compromiso expreso de los Estados Partes en el Convenio de
«acatar las Sentencias definitivas del Tribunal en los litigios en que sean par
tes»; y, su apartado segundo, encomienda al Comité de Ministros del Consejo
de Europa el control de esa obligación internacional, «velando» por la ejecu
ción de la Sentencia que, a tal fin, el Tribunal ha de transmitirle.
La actuación del Comité de Ministros está regulada por unas Reglas de su
pervisión de la ejecución de las Sentencias y de los términos del arreglo amisto
so), adoptadas en la 964 Reunión de Delegados de los Ministros correspondien
tes al 10 de mayo de 2006. Conforme a estas reglas (cada vez más rigurosas y
con una clara tendencia a lograr la executio in terminis), cuando el Tribunal le da
traslado de una Sentencia, el asunto se inscribe en el orden del día del Comité,
y si en la Sentencia se constata que ha habido una violación del Convenio y
concede una satisfacción equitativa, «el Comité invita al Estado interesado a
que le informe de las medidas adoptadas como consecuencia de la Sentencia,
habida cuenta de la obligación que tiene de acatarla según el art. 46.1 del Con
venio» (Regla n2 6.1). El Comité de Ministros sólo considerará cumplidas sus
funciones tras constatar que la Alta Parte contratante concernida ha adoptado
«todas las medidas necesarias para acatar la Sentencia o que ha ejecutado lo re
suelto en el arreglo amistoso», en cuyo caso dictará una resolución concluyendo
que ha cumplido con las obligaciones previstas en los arts. 46.2 y 39.4 (CEDH
(Reglan2 17).
En cuanto a la efectividad del control del Comité de Ministros, es puramen
te de Derecho Internacional: la medida prevista de retener el asunto en el orden
del día de las reuniones periódicas del Comité (regla n2 4) es más persuasoria
que coercitiva. Las sanciones, quizás más graves, están fuera del CEDH; así, el
art. 3 del Estatuto del Consejo de Europa (de 5 de mayo de 1949) prevé que el
respeto de los derechos humanos integra un principio fundamental subyacente
en la pertenencia al Consejo, y el art. 8 del mismo Estatuto faculta al Comité de
Ministros para suspender o incluso expulsar del Consejo de Europa a cual
quier miembro culpable de graves violaciones de derechos humanos. Por ello, la
eficacia del control está en la buena fe de los Estados Partes en el cumplimiento
del Convenio y en la opinión pública nacional interesada en buen funciona
miento de esta garantía europea.
La ejecución de la Sentencia corresponde, por tanto, de manera exclusiva al
Estado demandado como obligado intemacionalmente a «acatarla», ya que el
Tribunal carece de jurisdicción para ejecutar sus propias Sentencias, limitándose
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L e c c ió n 4 0 . EL PROCEDIMIENTO
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las medidas que estima necesarias para la efectividad del pronunciamiento del
Tribunal. Estas medidas pueden incluir, además de las administrativas, si la vio-
lación se produce en el funcionamiento de las Administraciones públicas, la
iniciativa legislativa para promover la reforma legal que impida que en el futuro
vuelvan a producirse hechos similares a los de las Sentencia o una comunica
ción de la Sentencia al Consejo General del Poder Judicial, cuando la vulnera
ción se ha producido en el ámbito de los tribunales de justicia en un procedi
miento judicial terminado por resolución firme y obligatoria.
Las actuaciones realizadas, que incluyen las producidas a instancia de la vícti
ma de la violación, son comunicadas al Comité de Ministros del Consejo de Eu
ropa para su consideración; y cuando este Comité estima que la Sentencia se ha
ejecutado satisfactoriamente, dicta una Resolución sobre el cumplimiento de las
Sentencias relativas a España en la que se reflejan las medidas adoptadas por el
Gobierno español con ese fin.
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