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EL PAPEL DE LA EDUCACIÓN
SECUNDARIA EN EL DESARROLLO DE
LOS ADOLESCENTES
Una educación para el cambio
Reinventar la educación de los adolescentes
Andy Hargreaves Lorna Earl Jim Ryan
Biblioteca del Normalista
Capítulo 9
Enseñanza y aprendizaje
Si se han de transformar las escuelas para satisfacer las necesidades de los adolescentes,
la reforma del currículum y de la evaluación no son más que una pieza del rompecabezas.
En último término, el único currículum y evaluación que cuentan son los experimentados
por el estudiante, es decir, los que se utilizan efectivamente. ¿Cómo transforman los 2
profesores y estudiantes los recursos, horarios e ideas en la enseñanza y el aprendizaje? Tal y
como hemos mencionado, y de acuerdo con otros muchos autores, los modelos de
cambio sobre el agrupamiento, la organización escolar o los resultados del currículum es
probable que no tengan ningún impacto positivo relevante sobre las aulas o los
estudiantes, a menos que incluyan también cambios en la forma que tienen de enseñar los
profesores (Leithwood et al., 1988; Slavin, 1987c; Epstein, 1990).
A medida que conocemos más acerca de cómo aprende la gente y qué hace
que la enseñanza sea efectiva, también encontramos modos mejores de abordar las
necesidades de los adolescentes, que se encuentran con un mundo sumido en la
confusión y la crisis. Este capítulo describe algunos de los conceptos emergentes y más
influyentes sobre los procesos de aprendizaje en los adolescentes, explora sus
implicaciones en la enseñanza y la práctica en el aula, y también considera hasta qué
punto pueden contribuir estas estrategias a prepararlos para una realidad social
cambiante en un mundo postmoderno de naturaleza compleja e incierta. No
pretendemos hacer que los profesores se sientan culpables por definir un conjunto
«perfecto» de estrategias de enseñanza, que luego resultan ser inviables en sus clases. Las
estrategias creativas de enseñanza no arraigarán bien allí donde las pruebas
estandarizadas exigen que los profesores enseñen de un modo determinado, que
trabajen aislados en sus clases, o donde los horarios obliguen a los profesores a limitar la
extensión de sus lecciones, lo cual supone dedicar demasiado tiempo a iniciar y despejar
el camino, sin la flexibilidad necesaria para trabajar más allá del sonido del timbre que
anuncia el fin de las clases. Resulta triste que se siga repitiendo la vieja historia. Se exhorta
a los profesores a aprender y a poner en práctica nuevas estrategias de enseñanza abo-
cadas al fracaso porque las estructuras de la escolarización se mantienen incólumes. Para
que pueda acometerse con éxito un cambio en las prácticas aplicadas en el aula, es
imperativo que se produzca en las escuelas unos cambios estructurales y culturales que
resulten útiles a los adolescentes. En cualquier caso, la enseñanza y el aprendizaje no
mejorarán a menos que sepamos con claridad cuáles son las prácticas que parecen
mejores, y se comprendan los principios que hicieron posible que tal enseñanza y
aprendizaje funcionaran. Así pues, no incluiremos aquí una lista interminable de estrategias
alternativas de enseñanza y aprendizaje, sino que abordaremos en todo caso, los
principios que deberían adoptar los profesores a la hora de considerar las alternativas
pedagógicas.
Durante los últimos treinta años, sin embargo, una sutil revolución que ha tenido
lugar en las ciencias sociales ha desafiado el modelo de aprendizaje mantenido por
nuestras escuelas. Los psicólogos cognitivos han propuesto una visión constructivista del
aprendizaje, al que ya no se concibe lineal, sino interactivo. Afirman que existe un mundo
real que experimentamos pero que el significado que le damos viene impuesto por
nosotros, en lugar de ser algo que existe en el mundo, independiente de nosotros. Existen
muchas formas de estructurar el mundo, y para cualquier acontecimiento o concepto
hay muchos significados o perspectivas (Duffy y Jonassen, 1992). Ateniéndose al principio 4
de que las cosas deberían tener sentido, los constructivistas han sugerido que el
aprendizaje es un proceso en el que los estudiantes absorben información, la interpretan, la
conectan con lo que ya saben y, si es necesario, reorganizan su comprensión para
acomodarla (She- pard, 1991). Esto significa que los estudiantes elaboran su propia
comprensión basándose en nuevas experiencias que aumentan sus conocimientos.
Gardner (1985) lo describe del siguiente modo:
... los sujetos humanos no realizan tareas como quien llena pizarras vacías: tienen
expectativas y esquemas bien estructurados, dentro de los cuales abordan diversos
materiales..., el organismo, con sus estructuras ya predispuestas al estímulo, manipula y
reordena la información nueva que encuentra (pág. 126).
...en la escuela, esos grabados están recubiertos con un polvo muy fino, la materia que la
escuela trata de enseñar. Si en la escuela se observa la mente, parece, a primera vista,
bastante adecuado, porque sólo se ve el polvo. Pero, por debajo del polvo, el grabado
no se ha visto afectado en lo más mínimo. Y cuando se deja la escuela y se cierra la
puerta de golpe por última vez, el polvo se disipa y el grabado inicial sigue allí (pág. 27).
El conocimiento previo
En el caso de que los estudiantes puedan elaborar su propia comprensión del material y
de las ideas nuevas, su conocimiento previo será esencial para determinar cómo lo hacen
y las estrategias que utilizan. El impacto del conocimiento previo no es una cuestión de
preparación o de fases de desarrollo de la comprensión. Es más un tema que tiene que
ver con la interconexión, el acceso y la profundización (Leinhardt, 1992). El conocimiento y
las creencias sostenidas por un estudiante configuran una compleja red de ideas, datos,
principios y acciones que constituyen algo más que simples bloques de información.
Pueden facilitar, inhibir o transformar el aprendizaje en formas productivas o
disfuncionales. Cuando son precisas, las convicciones preexistentes de los estudiantes
sobre un tema facilitan el aprendizaje y proporcionan un punto de partida natural para la
enseñanza. Las concepciones falsas de los estudiantes, sin embargo, pueden distorsionar el
nuevo aprendizaje de forma espectacular (Brophy, 1992).
Una de las teorías más radicales surgidas del enfoque constructivista en la enseñanza y el
aprendizaje es la naturaleza social de estos ámbitos. La psicología, tal y como se ha
desarrollado en las culturas occidentales, funciona bajo la suposición de que su objeto de
estudio es el individuo, que opera en un vacío sociocultural. Como quiera que en
psicología estos enfoques, fundamentados en el individualismo, han terminado por
imponerse, pocas son las teorías que han explicado de qué manera se encuentran los
procesos mentales inherentemente vinculados al entorno cultural, histórico e institucional
(Wertsch, 1991). La investigación más reciente en este ámbito se ha inspirado en los
hallazgos del notable científico social ruso Vygotsky, quien defendió la teoría de que el
aprendizaje humano se produce en las distintas situaciones sociales que jalonan la vida de
la gente. Desde su punto de vista, el aprendizaje no es un proceso solitario, ni viene
prescrito por condiciones genéticas o de desarrollo. Es el resultado de la actividad que se
genera en las condiciones externas de la vida. Los jóvenes aprenden porque constit uyen y
conforman la cultura colectiva que les rodea y funden su comprensión personal en esta
visión cultural más amplia (Davydov, 1995). Cuando las personas interactúan entre sí,
aprenden del grupo y también influyen sobre él. Su comprensión se encuentra en
constante proceso de creación y transformación, al compartir ideas con los miembros del
grupo (Leinhardt, 1992). El conocimiento colectivo del grupo es mayor que el
conocimiento individual de cualquiera de sus miembros, y juega un importante papel en
la configuración del pensamiento, las actividades y habilidades de sus miembros. Como
quiera que el aprendizaje en los individuos es producto del contexto social en el que viven,
mediatizado por los signos y símbolos de la cultura que los rodea, los estudiantes son
potencialmente más inteligentes en grupo de lo que puedan serlo individualmente.
Aprenden mejor cuando se acostumbran a pensar juntos, a cuestionar las suposiciones del
otro y a elaborar nuevas comprensiones. Esto plantea a los profesores muchos tipos de
desafíos. En su función de directores y orientadores del aprendizaje, los profesores
necesitarán utilizar el ambiente social en el que vive la gente joven para propiciar una
mejor comprensión (Davydov, 1995). Pero los grupos de adolescentes, con toda su
energía, sexualidad y prepotencia, asustan con frecuencia a los profesores, que quizá
tengan que esforzarse por superar sus propios temores y que, en ocasiones, detestan tener
que desprenderse del poder que e ercen sobre el grupo para ganarse su confianza. Al
mismo tiempo, las escuelas acogen a estudiantes que reflejan muchos ámbitos sociales y
culturales diversos, cada uno de ellos con su propio historial, valores e idioma. Los
profesores necesitan encontrar fórmulas que les permitan tender puentes entre las
diferencias y ayudar a los estudiantes a establecer conexiones
A estas alturas ya debería haber quedado claro que los estudiantes son los arquitectos,
ingenieros y constructores de su propia comprensión. Pero la enseñanza y la escolarización
no han sido organizadas fundamentalmente para reconocer y destacar la forma que la
gente joven tiene de aprender. La construcción de su propia comprensión por parte de los
chicos y la chicas ha sido erigida sobre unos cimientos débiles, asentados sobre la roca
inapelable de nuestro sistema escolar actual. Los jóvenes y, de hecho, toda la gente,
aprende de forma adecuada cuando presta atención a su aprendizaje, controla su
propia comprensión, pone de manifiesto sus cualidades y trata de solventar sus carencias
(White, 1992; Perkins y Blythe, 1994). Las escuelas tienen que buscar métodos adecuados
que les permitan tener un papel activo en este tipo de aprendizaje.
Los estudiantes tienen opiniones distintas cuando se trata de explicar el motivo que
les hace fracasar o tener éxito en el cumplimiento de sus objetivos (por ejemplo, habilidad,
suerte, esfuerzo, dificultad de la tarea). Estas opiniones influyen sobre su motivación. En
ocasiones, las creencias de los estudiantes están profundamente arraigadas en valores
culturales. En la sociedad estadounidense, por ejemplo, a los estudiantes «brillantes- se les
supone la capacidad mínima para comprender cierto material, cosa que no sucede con
los estudiantes «mediocres». Las sociedades asiáticas, por su parte, plantean el
aprendizaje como algo gradual, que se incrementa y se adquiere a lo largo de un
prolongado periodo de tiempo, mediante un esfuerzo considerable y gracias a la
constancia (Stevenson y Stigler, 1991).
Puesto que los profesores, al igual que sus estudiantes, captan el sentido de la nueva
información integrándola en lo que ya saben, hemos preferido no lanzarnos a una serie de
recomendaciones acerca de los valiosos cambios que podrían acometer los profesores
en sus métodos de enseñanza. En lugar de eso, revisaremos cómo se plasman en la
realidad algunos de los elementos necesarios para que los profesores cambien su
práctica, antes de identificar algunas prácticas prometedoras que los profesores pueden
considerar, a medida que empiecen a transformar o expandir su enfoque con respecto a
la enseñanza.
Los profesores son quienes en definitiva reforman la escuela. Los intentos por
cambiar las escuelas tendrán poco o ningún impacto- sobre los estudiantes, a menos que
afecten a la manera de enseñar de los profesores y a la forma de aprender de los jóvenes.
Para que eso suceda, los profesores tienen que elaborar su propia comprensión de los
diversos intentos de reforma llevados a cabo. Al igual que los estudiantes, los profesores se
ven influidos en su aprendizaje por sus propios enfoques con respecto al pensamiento, su
base de conocimientos, sus modelos de inteligencia, su proceso de aprendizaje, su
ambiente social y su voluntad y posibilidad de participar activamente en cualquier tipo de
aprendizaje nuevo. Si los esfuerzos de reforma descuidan las necesidades de aprendizaje
activo y de comprensión constructivista de los profesores, las consecuencias serán tan
graves como las resultantes de descuidar en el aula los estilos de aprendizaje de los
estudiantes y sus necesidades de aprendizaje. Peterson y Knapp (1993) argumentan que:
Al poner los profesores en práctica las reformas sugeridas, éstas se ven profundamente
influidas por las teorías y creencias que mantienen actualmente..., así que interpretan las
recomendaciones de reforma, a la luz de sus suposiciones y marcos mentales. Si no están
enterados de las suposiciones y comprensiones subyacentes del autor, los profesores
pueden intentar incorporar la -nueva información- sin analizar su comprensión previa.
Aquellos educadores a los que únicamente se exige que pongan en práctica aspectos
superficiales de las reformas constructivistas, sin darles tiempo ni oportunidad para
considerar e interpretar por sí mismos las suposiciones e Ideas sobre el aprendizaje que
subyacen en en las mismas, pueden pasar por alto el principal significado de la reforma, y
atenerse a la descripción de los procedimientos sugeridos (págs. 137-138).
12
Un ejemplo elocuente de la cantidad considerable de tiempo, y alto nivel de
compromiso y desarrollo del personal docente necesarios para cambiar las prácticas de
los profesores mediante los principios del aprendizaje activo y de la comprensión
constructivista, surgió a partir de las iniciativas planteadas recientemente para transformar
la enseñanza de las matemáticas impartida a los estudiantes, pasando de la
memorización a una comprensión profunda de su funcionamiento. Pronto se puso de
manifiesto que tal proceso exigiría un notable esfuerzo de aprendizaje por parte de los
profesores de la escuela elemental. El simple hecho de producir nuevos libros de texto y
aportar nuevos recursos (aunque no hubieran sido probados por los profesores) no sería
suficiente. La mayoría de profesores de los primeros cursos sabían muy poco de
matemáticas, y lo que sabían era de carácter rutinario y algorítmico, y no poseían una
comprensión IP profunda sobre el tema. De modo que no cabía esperar que fueran |
capaces de ayudar a los niños y las niñas a desarrollar una comprensión más profunda y
compleja de las matemáticas, a menos que ellos i' mismos la adquirieran (Cohén y Barnes,
1992).
Este ejemplo nos permite echar un fugaz vistazo a los cambios y r dilemas con los
que se encuentran los profesores en sus esfuerzos de reforma. Si tienen que -enseñar para
estimular la comprensión», los profesores tienen que aceptar que sus estudiantes,
adolescentes, son pensadores reflexivos y dignos de tener en cuenta, capaces de trabajar
activamente y de utilizar su inteligencia para ampliar e intensificar su comprensión.
Considerado de este modo, muchos profesores se enfrentan a la coyuntura de adoptar
un enfoque completamente nuevo en la enseñanza, convirtiéndose en orientadores,
preparadores, mentores y canalizadores del aprendizaje de sus estudiantes, al plantear
preguntas, desafiar el pensamiento de los estudiantes, estimularlos a examinar ideas y
relaciones, y centrar su atención en la comprensión conceptual (McLaughlin y Talbert,
1993). Este tipo de enseñanza resulta mucho más difícil que atiborrar a los estudiantes de
contenidos extraídos del libro de texto. Los profesores no sólo tienen que aprender una
nueva forma de enseñar, sino también -olvidar lo aprendido» y dejar de lado buena parte
de lo que sabían y que con tanta seguridad exponían en el aula hasta ese momento
(Cohén y Barnes, 1992). El desafío para los profesores es que ahora tienen que aprender a
enseñar mediante formas que nadie les había enseñado (McLaughlin y Talbert, 1994). Está
claro que efectuar cambios de esta magnitud no es una tarea rápida ni fácil, y que no
existen sendas doradas que conduzcan de inmediato al éxito. Los profesores deambu-
larán de un lado a otro, tropezarán, avanzarán tres pasos para retroceder dos, en su
intento por asimilar e integrar estas nuevas ideas y convertirlas en prácticas funcionales
dentro del aula.
No hay un camino ideal. Tal y como observó Smith (1987): -Siempre que se intente
reducir la enseñanza a un modelo, aparecerán problemas porque los modelos nos dan
fórmulas, y las fórmulas extraen la vida de la enseñanza». Cada uno de los aspectos que
se incluyen a continuación describe una estrategia o enfoque pedagógico surgidos de la
tradición constructivista y que contribuye al establecimiento de una -enseñanza para la
comprensión». Esta selección no es en modo alguno exhaustiva y los enfoques no se
presentan como modelos incuestionables a seguir. Se trata más b ien de opciones
esperanzado- ras o de estrategias útiles que han sido desarrolladas para uso de los
profesores. Si no se ponen en práctica con sabiduría y reflexión, de forma que respeten y
aprecien la complejidad del aprendizaje y la diversidad de antecedentes, experiencias e
inteligencias de los adolescentes a los que se enseña, lo más probable es que conduzcan
a un aprendizaje superficial y a una interpretación errónea, en lugar de conseguir un
aprendizaje y una autodirección auténticos.
Si aceptamos que el pensamiento de orden superior es esencial para todos los estudiantes y
que se puede enseñar y aprender, las aulas de los adolescentes son los lugares más
apropiados para reivindicar y generar entusiasmo por aprender formas nuevas y más
complejas de pensamiento. La curiosidad natural y el rápido crecimiento intelectual de los
estudiantes en estas edades proporcionan un trampolín idóneo para intentar alcanzar (y
conseguir) nuevas metas en el pensamiento.
Existen una serie de libros, materiales y recursos para enseñar a pensar mediante la
utilización de una amplia variedad de enfoques. Aunque se ha debatido si enseñar a
pensar como elemento complementario de las clases normales es más importante que
infundir tal enseñanza en todo un currículum (White, 1992), los diversos enfoques se
fundamentan en la creencia de que el pensamiento se puede mejorar con
entrenamiento y una enseñanza explícita y práctica. Costa (1991) describe un proceso de
enseñanza «para» pensar, enseñanza «del» pensamiento y enseñanza «sobre» el
pensamiento. En lugar de definir un programa prescrito, aporta esta estructura triple,
además de una amplia gama de cuestiones, ejemplos y recursos destinados a ayudar a
los profesores a establecer un programa de pensamiento. Marzano (1992) ofrece lo
mismo: una estructura clara con cinco «dimensiones de aprendizaje» y una serie de
preguntas y ejemplos a utilizar cuando se planifica una unidad de trabajo. Barell (1991)
aporta una visión general conceptual, ejemplos y muchas estrategias detalladas a
emplear en el aula para intensificar el desarrollo intelectual. Otros sistemas, como el de 14
Bono (1990) o el de Fogarty (1994) presentan enfoques más estructurados con respecto a la
enseñanza del pensamiento en las aulas. Independientemente de los materiales que se
utilicen, el propósito común estriba en realizar un esfuerzo consciente para desarrollar las
habilidades cognitivas y metacognitivas de los estudiantes, ayudándoles a tomar
responsabilidades sobre su propio aprendizaje.
Puesto que los estudiantes tienen que convertirse en pensadores críticos, capaces de
solucionar problemas y de utilizar sus talentos y conocimientos en situaciones inesperadas,
se ven obligados a desarrollar habilidades de autovaloración y reajuste. No pueden
esperar a que sea el profesor el que decida cuál es la respuesta correcta, sino que deben
adquirir una mayor seguridad en sí mismos y acostumbrarse a emitir sus propios juicios (Earl
y Cousins, 1995). Hemos mostrado cómo desarrollar la independencia es particularmente
importante en la preadolescencia, cuando los estudiantes abandonan la seguridad de la
escuela elemental para ingresar en el ámbito más impersonal de la escuela secundaria.
Pero no es éste el momento adecuado para arrojar los corderos a los lobos, sino para
estimular la asunción de riesgos, afinar las habilidades, extender los horizontes y celebrar el
éxito.- Según describen Purkey y Novak (1984), es el momento de emprender una
educación que podríamos denominar de invitación» en la que el profesor crea las
condiciones ideales de aprendizaje adoptando una -actitud invitadora» y fomentando
una sensación de confianza, implicándose con los estudiantes para atraerlos hacia el
proceso de aprendizaje.
Utilización de la tecnología
Es imposible imaginar el futuro sin una tecnología todavía más avanzada, fácil de
manejar y transportar. Para muchos niños y niñas de cinco años el funcionamiento de los
ordenadores, hornos microondas y videos resulta más familiar y presenta menos
problemas que para la mayoría de los adultos. Muchos preadolescentes se pasan horas
«navegando por la red» y han establecido contactos y desarrollado intereses mucho más
allá de los límites de su propia comunidad (Cummins y Sayer, 1995). Las comunidades de
aprendizaje ya no tendrán por qué quedar confinadas al aula, también podrán
constituirse a través del espacio virtual de la tecnología (Hargreaves, en prensa). La
tecnología es un componente aceptado en el mundo de los estudiantes, porque capta su
imaginación y les asusta mucho menos que a sus profesores.
Todos queremos que los niños experimenten una interacción humana cálida, la emoción
del descubrimiento y la solidez de unos fundamentos en aquellos aspectos que
consideramos esenciales: la lectura, las relaciones con los demás, la formación en los
valores cívicos... La inspiración necesaria sólo puede encontrarse en la figura de un
profesor en clase, no en un orador, un televisor o una pantalla de ordenador (pág. 116).
A pesar de estos problemas, la tecnología, quizá más que ninguna otra innovación, es
un poderoso recurso para acometer una profunda reestructuración de las escuelas.
Debería ser utilizada no sólo para realizar mejor el trabajo habitual, sino para crear
experiencias de aprendizaje completamente nuevas. Apenas si hemos empezado a
explorar las posibilidades que este terreno nos brinda.
PELIGROS Y DIFICULTADES
La velocidad mata
Sería injusto, poco realista e inútil esperar que los profesores cambien
espectacularmente su forma de enseñar, y que lo hagan, además, en un corto espacio
de tiempo. Pero lo que sí es justo, realista y, probablemente, demostrará ser más efectivo,
es esperar que se comprometan a procurar una continua mejora en su comunidad de
cumpa ñeros, y que sean capaces de experimentar con las nuevas estrategias de
enseñanza como parte de ese compromiso. Al tratar de mejorar las estrategias de
enseñanza, a menudo nos inclinamos de manera entusiasta hacia la conversión, cuando
hacerlo hacia la extensión sería un objetivo mucho más práctico y productivo.
CONCLUSIÓN
En este capítulo hemos resaltado que, una vez liberada de todo lo que la cubre, la
escolarización trata sobre el aprendizaje y la enseñanza. Pero no sirve cualquier tipo de
enseñanza y aprendizaje. Si queremos preparar a los adolescentes para el próximo siglo, su
aprendizaje tiene que ir mucho más allá de un aprendizaje superficial y una
memorización de algoritmos, y basarse en un profundo y duradero «aprendizaje para la
comprensión». Este tipo de aprendizaje profundo encuentra su premisa en diferentes
visiones del conocimiento, la inteligencia, los resultados del aprendizaje, la participación de
los estudiantes y, más en particular, los modos de enseñar.