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EL BARROCO
Del por qué se pasa al cómo de los hechos. De la síntesis del empirismo (ligado
al método inductivo: Francis Bacon) y el racionalismo (unido al método deductivo:
René Descartes) surge el método experimental como instrumento para que la
ciencia permita al hombre ser “el dueño y señor de la naturaleza”; de esta
manera, se inicia un nuevo modo de hacer ciencia y se abre una época de
constantes descubrimientos y enunciados de las leyes universales, que tratan de
dar una respuesta clara y lógica a muchos de los grandes misterios que la
humanidad tenía planteados desde la Antigüedad.
LA NUEVA MENTALIDAD CIENTÍFICA
Sin duda, el gran referente, el “creador de la modernidad”, fue el científico
italiano Galileo Galilei, quien sentó las bases del método experimental. Para
Galileo, lo primero es la observación de hechos aislados suficientemente
significativos, a partir de los cuales (también de alguna intuición racional) hay que
formular una hipótesis explicativa provisional, que, finalmente, debe ser
comprobada experimentalmente y establecidas sus consecuencias.
El elixir de Garus (un compuesto a base de tinturas de aloe, mirra, canela, vainilla,
azafrán y otras especies), El remedio provenzal (de composición desconocida
hasta ahora), El elixir de quina, El bálsamo tranquilo, Las píldoras escocesas,
El agua de Rabel (preparada a base de ácido sulfúrico, alcohol y pétalos de
adormidera), El agua de Alibour (una disolución de sales de cobre, azafrán y
alcanfor), y El agua mistela (para combatir la flatulencia y aerofagia).
En los demás países del área mediterránea la situación fue muy similar a la de
España. En Francia, la farmacia estuvo regulada por las Comunidades o
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Corporaciones, necesitando los aspirantes a boticarios superar un examen y
haber demostrado sus capacidades durante varios años de aprendizaje.
Para hacernos una idea de cómo eran las oficinas de farmacia en esta época, hay
que volver a utilizar el recurso del arte y la literatura .Por ellos se puede apreciar
que las boticas apenas variaron en aspecto en relación al Renacimiento.
Generalmente existía una separación entre el lugar donde se despachaba al
público y el lugar de preparación de los medicamentos, disponiendo muchas
farmacias de su propio jardín de plantas medicinales. En los grabados de la
época se puede observar, según los diferentes lugares y los diversos tipos de
farmacia, los utensilios más clásicos y otros más modernos, la incorporación de
algunos de los instrumentos recién inventados, como el termómetro, la constante
presencia del farmacéutico con el recetario en la mano y la de algunos ayudantes
dedicados a la elaboración de los medicamentos, así como escenas variadas de la
atención a los clientes. Muchas farmacias aparecen presididas por motivos
religiosos y en no pocas se aprecia la presencia de elementos supersticiosos, como
el caimán (y más raramente otros animales) colgados del techo.
LA ILUSTRACIÓN
Con la Ilustración nace una nueva manera de vivir fundamentada en la
razón: “¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!” es el lema que utiliza
Emmanuel Kant para sintetizar el sentimiento ilustrado.
INTRODUCCION
La Ilustración supone al tiempo que un movimiento cultural verdaderamente
revolucionario, que afectó a todos los aspectos de la vida humana, un período
cronológico que, para quienes aplican un criterio amplio, abarca desde la
revolución parlamentaria inglesa de 1688 hasta la derrota de Napoleón en
Waterloo, en 1815, mientras que para los de criterio más restringido, comprende
la segunda y tercera parte del siglo XVIII.
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En cualquier caso, se trata de una etapa histórica, más o menos prolongada,
marcada por los siguientes hechos clave:
Entre las novedades procedentes del reino vegetal conviene distinguir otras plantas
exóticas introducidas en la farmacia europea, principalmente tras las nuevas
expediciones naturalistas a tierras americanas. Entre las primeras merecen
señalarse el acónito, el beleño, el estramonio, la cicuta y el cólchico, la
belladona, el cornezuelo, el helecho macho y la digital, sin duda la planta
terapéutica por excelencia del siglo XVIII. Conocedor del uso popular que se hacía
de esta planta contra la hidropesía, el médico inglés William Withering dilucidó sus
propiedades terapéuticas y sus efectos tóxicos, pero no pudo establecer si su acción
se desarrollaba sobre el corazón o el pulmón.
El notable incremento de los remedios secretos trajo consigo, por un lado, la
necesaria regulación de los mismos por parte de las autoridades (su control
raramente recayó en organizaciones e instituciones propiamente farmacéuticas,
siendo los estamentos médicos o las comisiones o grupos de expertos de carácter
mixto quienes se harían cargo del mismo); por otro lado, dio lugar al desarrollo
de las patentes y, con ellas, la posibilidad de explotación comercial a sus
inventores.
En España, una Real Cédula de Carlos III obligaba a los creadores de remedios
secretos a presentar al Protomedicato la composición de los mismos en un pliego
cerrado, comprometiéndose dicha institución a no hacerla pública hasta varios
años después de la muerte del inventor. Para verificar la eficacia se llegaron incluso
a plantear la realización de “estudios clínicos”, lo que supone un claro precedente
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de las disposiciones de autorización de especialidades farmacéuticas de la época
actual. La mayoría de los remedios secretos fueron planteados por médicos,
farmacéuticos y clérigos, aunque no faltaron solicitudes de patentes por parte de
personas en principio ajenas al mundo farmacéutico.
Resumiendo lo dicho hasta ahora, podemos concluir que durante el siglo XVIII
continuaron empleándose medicamentos propios de la terapéutica galenista,
los remedios vegetales exóticos (principalmente los procedentes de América) y la
farmacia popular, todo ello unido al cada día mayor número de medicamentos
químicos y remedios secretos. La situación era de clara insatisfacción puesto
que la eficacia y la seguridad de las diferentes alternativas terapéuticas dejaba
mucho que desear y los partidarios de cada sistema terapéutico se aferraban más
a sus ideas preconcebidas que a los resultados diarios de la práctica terapéutica
LA BOTÁNICA Y LA QUÍMICA, PILARES DE LA FARMACIA
Entre las disciplinas científicas auxiliares de la medicina y de la farmacia, son dos
a las cuales vale la pena referirse por la interesante evolución que cada una de ellas
mostraron durante el período ilustrado: se trata de la botánica y de la química.
En relación a la Botánica, son varios los hechos a significar: en primer lugar, los
avances en los estudios de la fisiología vegetal llevaron a determinar la
universalidad del fenómeno de la fotosíntesis (J. Senebier) y la explicación de
su mecanismo (J. Ingenhousz y T.de Sansurre);en segundo lugar, se demostró
de manera definitiva la reproducción sexual de los vegetales; en tercer lugar, se
estableció un método de clasificación, ordenación y nomenclatura de los
vegetales por parte del médico sueco Carl von Linné, Linneo, que todavía
perdura hoy y que, desde el punto de vista de la farmacia, permitió disponer de
un lenguaje común para los simples vegetales y, así, evitar los frecuentes errores
que se producían en las formulaciones o las posibles sustituciones; en cuarto
lugar, en la mayoría de las grandes ciudades europeas (y también en muchas de
las del Nuevo Mundo) se erigieron jardines botánicos, públicos y privados,
dedicados tanto a la investigación y las enseñanzas botánicas como a la
aclimatación de las plantas llegadas de ultramar.
En cuanto a la Química, cabe decir que la mayor parte del siglo XVIII estuvo
dominada por la Teoría del Flogisto, desarrollada por el popular médico y químico
alemán George E. Stahl, del que ya hemos hablado con anterioridad. Este autor
considera al Flogisto como el principio inflamable que se desprendía de los
cuerpos durante el proceso de combustión produciendo luz y calor y dejando
un residuo o ceniza. Por ello, cuando la combustión de un metal lo convertía en
un óxido, éste perdía su flogisto, mientras que, cuando el óxido se convertía en
metal, volvía a adquirir su flogisto. En cierto modo, se trataba de una explicación
de la combustión a la inversa de cómo se produce el fenómeno realmente: en lugar
de adicionar la materia inflamable, se producía la sustracción de la misma,
planteando Stahl que el flogisto era un elemento constituyente de la mayoría de los
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cuerpos, los cuales eran tanto más combustibles cuanto más flogisto tenían
(flogisto + cal/ceniza = materia).
LA FARMACIA EN LA ILUSTRACIÓN
La Botánica y la Química fueron la base de la farmacia durante la Ilustración y
tanto al desarrollo de ambas como a su profesionalización contribuyeron
decisivamente los farmacéuticos. En lo que se refiere a España, ya ha sido
comentada la labor de Casimiro Gómez Ortega en el impulso de las expediciones
naturalistas al otro lado del Atlántico, pero su tarea a favor de del mejor
conocimiento y difusión de los estudios botánicos fue mucho más allá: completó la
obra de Francisco Hernández, introdujo el sistema de clasificación linneano,
publicó diversas obras que tuvieron una gran acogida y tradujo otras de gran
influencia en la farmacia europea, participó muy activamente en la redacción
de la primera Farmacopea hispánica (1794), siendo en buena parte responsable
de su alabada claridad, concisión y sencillez, tradujo la Nueva Farmacopea del
Real Colegio de Médicos de Londres y su análisis, por ser una de las más exactas
y arregladas a “los últimos adelantos de la química, de la botánica y de la historia
natural”, en fin, fue el responsable del traslado del Jardín Botánico de Madrid
a su ubicación actual, permaneciendo treinta años como catedrático del mismo y
contribuyendo decisivamente al esplendor alcanzado por dicha institución en las
últimas décadas del siglo XVIII.
Sin embargo, donde sí se dejó ver claramente la influencia de los farmacéuticos
europeos fue en el desarrollo de la química, alcanzando algunos de ellos una talla
científica considerable. Este fue el caso del sueco Carl Wilhelm Scheele, los
estudios realizados durante el siglo XVIII para averiguar la naturaleza del fuego
y la composición del aire, del que llegó a la conclusión que estaba formado por
un “aire puro” o “aire del fuego”, identificado luego por Lavoisier como oxígeno, y
un “aire inútil” o viciado, que él mismo identificó como nitrógeno. Pero sus
aportaciones a la química fueron más allá, identificando o descubriendo elementos
como el cloro (poco más tarde comenzaría a utilizarse como desinfectante) y el
manganeso, compuestos, como el amonio, la magnesia, la glicerina o
“principio dulce de los aceites”(de gran repercusión en la farmacia, la
alimentación y otros muchos sectores industriales), la caseína y un buen número
de ácidos inorgánicos y orgánicos (entre los que sus ácidos de frutas resultaron
de gran importancia en la fabricación de bebidas).
LA PROFESIÓN: DEL BOTICARIO AL FARMACÉUTICO