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Teorías Criminológicas

José Iván Medrano Ramírez


Nombre de la licenciatura:
Criminología y Criminalística

Nombre de la materia:
Perfil Criminológico

Nombre del docente:


Marco Antonio Romero Hernández

Nombre del alumno:


José Iván Medrano Ramírez

Semestre:
Séptimo semestre

Nombre del trabajo:


Teorías criminológicas

Fecha de entrega: 13 de diciembre del 2016

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ÍNDICE
Introducción .......................................................................................................... 4

Enfoque de las actividades rutinarias ............................................................... 5

Teoría del patrón delictivo ................................................................................ 12

Teoría del desplazamiento del crimen ............................................................ 19

Ley costo beneficio ............................................................................................ 31

Teoría del mapa mental ..................................................................................... 35

Conclusión .......................................................................................................... 36

Glosario ............................................................................................................... 37

Bibliografía .......................................................................................................... 37

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INTRODUCCIÓN

En el siguiente trabajo es realizado con la finalidad de ver cada teoría


sobre como la influencia del ambiente ejerce sobre la conducta del sujeto o sea
la relación antisocial ambiente y como tiene su formación en múltiples factores y
aspectos ambientales que lo circundan y que en su momento favorecen para que
se desarrolle el fenómeno antisocial.

El estudio de la teoría del mapa mental, Ley costo beneficio, Teoría de


la actividad ruminaria, Teoría del patrón delictivo y Teoría del desplazamiento del
crimen se ocupa de ciertos factores como el espacio, patrones o modus
operandi, el cómo se trasladan de un lugar a otro sobre la conducta antisocial
que habrá de estudiar

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ENFOQUE DE LAS ACTIVIDADES RUTINARIAS
La teoría de las actividades rutinarias cuya formulación inicial se presenta
en el trabajo de Cohen y Felson (1979), y desarrollada por el segundo, relaciona
la racionalidad de la elección delictiva al factor oportunidad, al contexto
situacional del autor. Es decir, que esta perspectiva que guarda estrecha relación
con el enfoque de la elección racional, sitúa los eventos delictivos en el contexto
de las actividades cotidianas no delictivas de la sociedad en general (García-
Pablos de Molina, 2007; Vozmediano & San Juan, 2010). Entendiendo dichas
actividades cotidianas como las actividades usuales que realiza la población
para satisfacer necesidades básicas, entre las que se incluyen, por ejemplo, el
trabajo, el ocio, la educación o las compras (Cohen & Felson, 1979).

Esta perspectiva pone el acento en los factores temporales y espaciales


y en el fracaso del control social, formal e informal. Refleja así, la relación directa
de la oportunidad para cometer hechos delictivos con la organización espacial y
temporal y las actividades sociales en la sociedad moderna que ofrece mayores
oportunidades para delinquir (García-Pablos de Molina, 2007).

A diferencia de las teorías de la criminalidad centradas en la figura del


delincuente, esta perspectiva estudia el delito como evento, limitándose a
contemplar el presente del sujeto y las variables espaciales y temporales sin
atender al pasado para encontrar las causas del crimen (Miró Linares, Agustina
Sanllehí, Medina Sarmiento, & Summers, 2015; García-Pablos de Molina, 2007).

De este modo Cohen y Felson (1979) plantean que el aumento de las


tasas delictivas guarda relación directa con el perfil y organización de las
actividades cotidianas lícitas de la sociedad. Es decir, que existe una significativa
interdependencia entre las actividades rutinarias no delictivas y las actividades
propias del infractor. Lo que puede explicar o determinar las tasas de
criminalidad, cuándo y dónde se concentran las mismas o la idoneidad de los
objetivos o víctimas (García-Pablos de Molina, 2007).

Esta teoría entiende que no basta con la existencia de un delincuente


predispuesto o motivado para que el delito llegue a cometerse, sino que es
necesario que se propicie la situación idónea para que el sujeto decida actuar.

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Es aquí donde se puede apreciar la relación del enfoque de las actividades
rutinarias con el de la elección racional (Felson, 2010; García-Pablos de Molina,
2007). Felson (2008) manifiesta que el enfoque de las actividades rutinarias se
plantea como una teoría tanto micro como macro.

Desde una perspectiva macro, a juicio de estos autores (Cohen & Felson,
1979), la sociedad actual ofrece mayores oportunidades para delinquir ya que la
organización espacial y temporal de las actividades diarias lícitas y el estilo de
vida de los ciudadanos, aumenta el número de objetivos idóneos para el infractor
motivado, y mejora los medios de este último, reduciendo de forma significativa
la efectividad del control social informal.

Por otro lado, en la estructura urbana de las grandes ciudades y en el


estilo de vida de la población se ha producido un cambio, en el que mediante la
mejora del transporte aumenta la posibilidad de desplazamiento, suponiendo
esto una menor actividad peatonal o un descenso de actividades cotidianas que
se realizaban en la calle y los contactos interpersonales son superficiales y
anónimos lo que supone un debilitamiento del control social informal que resulta
una pieza importante en la prevención de la criminalidad (García-Pablos de
Molina, 2007; Cohen & Felson, 1979).

En cuanto a la perspectiva micro, se plantea que la delincuencia común


surge cuando un potencial delincuente coincide en espacio y tiempo con un
objetivo adecuado en ausencia de un guardián capaz de evitar el delito (Felson,
2008). La presencia o ausencia de estos elementos es variable por lo que el
riesgo de ser víctima u objetivo de un hecho criminal variará dependiendo de las
circunstancias y de dónde se encuentren las víctimas o sus bienes (Akers, 2012).

En lo que al infractor se refiere, este enfoque da por supuesto la presencia


de un delincuente motivado y entiende que es más probable que este se ajuste
a un determinado perfil conocido (género, edad, situación educativa y laboral,
etc.) (Vozmediano & San Juan, 2010). En cualquier caso, de los tres elementos
mencionados, la presencia del infractor motivado es lo que menos se ha
discutido (Fundación Paz Ciudadana, 2012).

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El “objetivo”, se refiere a una persona o un objeto que por su posición en
el espacio y el tiempo es más susceptible de ser victimizado, sustraído o dañado
(por ejemplo la persona que ofrezca facilidades para el robo de sus
pertenencias). A este respecto, son cuatro elementos principales, recogidos bajo
el acrónimo VIVA los que influyen sobre dicho riesgo. El mismo hace referencia
al Valor, la Inercia, la Visibilidad y el Acceso de los objetivos que se tienen en
cuenta desde el punto de vista del infractor y cuya combinación de los mismos
es lo que determina la idoneidad de un determinado objetivo (Felson & Clarke,
1998).

El “valor” de un objetivo para el infractor puede ser tanto económico como


simbólico, de forma que estarán más interesados en aquellos blancos a los que
atribuyen un mayor valor (por ejemplo un teléfono móvil de gama alta será más
deseable que el de gama baja). La “inercia” hace referencia al peso del objeto,
de modo que un objeto de menor peso será más fácilmente desplazable y por lo
tanto más atractivo, por lo que generalmente, se sustraen los artículos pequeños
más que los grandes y pesados, exceptuando aquellos objetos provistos de
ruedas o motricidad como, por ejemplo, un coche. La “visibilidad” se refiere a
cómo de expuestos se encuentran los objetivos a los infractores, de forma que
cuanto más visible sea un blanco, más adecuado será, como, por ejemplo,
cuando se exhibe dinero en público. Finalmente, el “acceso” se refiere a cómo
de fácil se puede alcanzar a un objetivo, de forma que los blancos más
accesibles se considerarán como más adecuados. En la mayor o menor
accesibilidad influirán, por ejemplo, el diseño de las calles y estructura urbana o
la ubicación de los elementos cerca de ventanas o puertas o al alcance del
sujeto, entre otros. Aunque parezca que estas características son aplicables en
exclusiva a delitos contra la propiedad, también cabe la posibilidad de aplicarlos,
en cierto modo, a determinados objetivos humanos atendiendo a características
como el sexo o la edad (Felson & Clarke, 1998; Fundación Paz Ciudadana,
2012).

Por otro lado, en cuanto al último elemento propuesto por la perspectiva


micro, es decir, el guardián capaz, no se refiere tanto a un agente de policía o un
guardia de seguridad, pero sí alguien capaz de desalentar o disuadir al sujeto de

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la comisión del hecho delictivo. Se minimiza, así, la importancia de los
guardianes formales a favor de los informales (familiares, amigos, vecinos, etc.),
que ejercen una vigilancia y protección inadvertida en la interacción diaria y
normal, pero que tienen un importante efecto contra el delito. Lo que supone que
las actividades diarias de las víctimas potenciales pueden facilitar la
victimización, pero también pueden prevenirla, debiendo tener en cuenta que
cuando los guardianes se encuentran ausentes el objetivo se encontrará
expuesto a un posible ataque delictivo (Felson & Clarke, 1998; Fundación Paz
Ciudadana, 2012; Felson, 2008)

Por su parte, el triángulo exterior representa a tres tipos de vigilantes o


personas capaces de controlar los elementos de la figura interior: controlador,
guardián y gestor o responsable, en cuya ausencia se generan mayores
oportunidades delictivas. De esta forma el controlador supervisa o controla al
delincuente, tratándose de una persona que lo conoce, como los padres o los
amigos, que es capaz de controlar sus acciones pudiendo impedir que el
potencial infractor cometa el hecho delictivo. El guardián protege al objetivo,
evitando de esta forma su victimización, pudiendo ser también los padres, los
amigos o la misma persona que protege sus pertenencias. Y por último, el gestor
o responsable del lugar es quien controla las conductas en el lugar concreto
como por ejemplo el responsable de una discoteca, o un profesor en la escuela,
o el conductor de un autobús. La idea, por tanto, sería la de introducir los
elementos exteriores en el triángulo haciendo que se perciban más riesgos que
beneficios (Felson, 1995; Vozmediano & San Juan, 2010; Felson, 2008).

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El triángulo de la criminalidad, sugiere posibles soluciones y proporciona
un marco de análisis ante un problema concreto. De modo que identificando el
lado del triángulo de mayor importancia en el problema concreto se podrán
aumentar los controles sobre ese aspecto (Voz mediano & San Juan, 2010).

Pero además esta figura sirve para clasificar tres problemas a los que se
enfrenta la policía y una teoría respecto a su origen. Esos problemas fueron
clasificados por Eck y Spelman (en Felson & Clarke, 1998) de la siguiente
manera:

 Los problemas de delincuencia reiterada que involucran al


mismo infractor que atenta contra diferentes víctimas en diferentes
lugares, se clasificaron como problema tipo LOBO (por ejemplo un mismo
sujeto que roba en casas diferentes). Este problema surge cuando el
infractor puede localizar espacios y objetivos temporalmente vulnerables.
En este caso los guardianes del objetivo y el responsable del lugar pueden
actuar para prevenir futuros ataques delictivos pero el infractor se traslada
a otros blancos. En este caso es la falta de vigilancia o de control por parte
del controlador del infractor el que facilita este problema. Los problemas
de victimización reiterada, en los que una misma víctima u objetivo sufre
reiterados ataques por parte de distintos infractores, se clasificó como un
problema tipo PATO (por ejemplo una misma joyería en la que roban de
forma reiterada pero diferentes sujetos). Este problema surge cuando las
víctimas interactúan de forma continua con potenciales delincuentes pero
no adoptan medidas preventivas y sus guardianes no están presentes o
son ineficaces.
 Los problemas de delincuencia reiterada que se suceden en
un mismo lugar pero que involucran a diferentes infractores y a distintos
objetivos que interactúan en un mismo lugar se clasificó como un
problema tipo CUBIL (por ejemplo las peleas reiteradas en un bar). Este
problema tiene lugar cuando potenciales infractores y objetivos o victimas
convergen en un mismo lugar en el que el control ejercido por el
responsable del mismo es débil o ineficaz.

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No obstante, ha de tenerse en cuenta que encontrar cada tipo de
problema de forma pura no es lo más común. La mayor parte de los problemas
están mezclados por lo que habrá de distinguir el problema dominante en cada
caso.

Como se ha señalado anteriormente, la teoría de las actividades


cotidianas se encuentra relacionada con el enfoque de la elección racional
teniendo en cuenta que los delincuentes buscarán y escogerán victimas
adecuadas y espacios adecuados y otros elementos relacionados con la
selección de los objetivos con el fin de conseguir los mayores beneficios y
menores costos posibles. Pues bien, según la perspectiva de las actividades
cotidianas, los infractores coincidirán con esos blancos adecuados en la
realización de sus rutinas diarias. De forma que si se conoce dónde los
infractores encuentran más fácilmente a sus víctimas u objetivos adecuados, es
posible conocer en cierto modo, los lugares en los que el sujeto desarrolla sus
rutinas, teniendo en cuenta que es en las rutas entre las que los sujetos se
desplazan de forma diaria donde ocurre la actividad delictiva, proporcionando así
información sobre el perfil geográfico del infractor (Fundación Paz Ciudadana,
2012).

En concreto la investigación empírica se ha centrado en diversas


ocasiones en la relación entre el estilo de vida de la víctima, las actividades
rutinarias y la victimización. A este respecto Cohen y Felson (1979), señalan que
las posibilidades o riesgos de ser víctima de un hecho delictivo varía
dependiendo del lugar en que se encuentren las personas, o en su caso, sus
pertenencias.

Por su parte Cohen en 1981 y posteriormente Kennedy y Forde en 1990


(en Akers, 2012) tras analizar encuestas de victimización, señalan que si bien el
riesgo de victimización se ve incrementado por la exposición, la proximidad, o el
atractivo de los objetivos, dicho riesgo también varía dependiendo de la edad, el
lugar de residencia, el sexo, la tasa de actividad, los ingresos o incluso el ocio
nocturno. Respecto a esto último, según señala García-Pablos (2007), Felson
mediante una serie de entrevistas pudo observar que los hombres con vida
nocturna activa presenciaban un mayor número de actos violentos y se veían

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más frecuentemente implicados en ese tipo de sucesos contra desconocidos,
señalando que dichas situaciones no se producían contra conocidos en al ámbito
familiar o social, de modo que apreciaba la intervención del factor oportunidad
en estas situaciones.

Por otro lado Messner y Tardiff en 1985 (en Akers, 2012) señalan que las
características socio-demográficas y temporales estructuran las actividades
rutinarias, por lo que la victimización se ve afectada por la posición de las
víctimas y objetivos en el espacio físico y el número de contactos personales que
tenga el infractor. Así, señalan que esas características deben estar relacionadas
con dónde y con quién se realizan las actividades cotidianas y determinan que
cuando las rutinas se concentran alrededor del hogar de las víctimas, los
victimarios tendrán menos posibilidades de interactuar, mientras que pasar más
tiempo fuera de casa aumenta las posibilidades de victimización por parte de
desconocidos.

Por otro lado, Sherman en 1989 (Akers, 2012; Fundación Paz Ciudadana,
2012), determinó la posibilidad de que determinados espacios urbanos sean
espacios concretos de coincidencia de objetivos y víctimas a raíz de un estudio
realizado en Minneapolis sobre las zonas de alto riesgo, en el que analizó las
denuncias telefónicas, la mayoría realizadas en los mismos espacios de la
ciudad.

Un ejemplo más actual lo presentan Felson y Lemieux (2012), quienes


señalaron que la exposición al riesgo de delitos violentos se explica mejor
atendiendo a dónde se encuentran las personas, qué es lo que hacen y por
cuánto tiempo lo hacen. De esta forma, calculando la exposición a los ataques
violentos en base a las horas dedicadas a las diferentes actividades utilizando
encuestas de victimización, concluyeron que el mayor riesgo de victimización se
producía durante el viaje entre las actividades.

Finalmente en un estudio llevado a cabo en una discoteca de Canadá por


Boivin, Geoffrion, Ouellet, & Felson (2015) observaron que el número de eventos
problemáticos era mayor las noches en las que había un mayor número de
clientes y las ventas de alcohol eran superiores, mientras que la presencia de

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guardias de seguridad suponía un elemento de disuasión, resaltando así los
beneficios de una adecuada vigilancia.

Si bien aquí solo se muestran unos pocos ejemplos de la investigación


relativa al enfoque de las actividades rutinarias, cabe decir que esta perspectiva
ha mostrado tener un importante soporte empírico, siendo de utilidad
actualmente para la creación de políticas de prevención y para el análisis del
delito (Fundación Paz Ciudadana, 2012). Aunque también ha sido objeto de
críticas puesto que no atiende a las motivaciones y no muestra interés en el
origen del problema (Vozmediano & San Juan, 2010).

TEORÍA DEL PATRÓN DELICTIVO


Como se ha señalado anteriormente en este trabajo, los delitos no se
distribuyen de forma aleatoria ni uniforme en el espacio y en el tiempo, sino que
existen patrones. De esta forma hay zonas concretas que concentran gran parte
de las infracciones, hay sujetos reincidentes que cometen múltiples delitos y hay
objetivos o víctimas que lo son de forma reiterada (Brantingham & Brantingham,
Crime pattern theory, 2008).

Esta teoría que fue presentada por Brantingham y Brantingham, analiza


cómo se mueven y desplazan en el tiempo y el espacio tanto los sujetos como
los objetos que se encuentran involucrados en un hecho delictivo. Es decir, que
se pretende explicar mediante esta perspectiva cómo estos patrones delictivos
se configuran en el tiempo y el espacio (Felson & Clarke, 1998; Vozmediano &
San Juan, 2010).

De este modo, estos autores plantearon en primer lugar y coincidiendo


con el enfoque de las actividades rutinarias, que las personas infractoras pasan
la mayor parte del tiempo en la realización de actividades no delictivas, de tal
forma que, los patrones de actividad de estos en el espacio y el tiempo serán
iguales que los de cualquier otra persona, lo que facilita la convergencia espacio-
temporal de delincuentes y objetivos. Así pues, teniendo en cuenta que el resto
de la población se encuentra inmersa en la realización de sus actividades

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cotidianas y se desplaza entre las mismas, son los elementos que dan forma a
estas dinámicas de carácter lícito, los que dan forma, también, a las actividades
delictivas (Brantingham & Brantingham, 2008; Vozmediano & San Juan, 2010).

De esta forma, entienden que todas las personas, como sujetos que se
mueven a través de una serie de actividades, toman decisiones. Cuando las
actividades se repiten con frecuencia, el proceso de decisión se regulariza
generando así una especie de plantilla guía. En el caso de los infractores, la
teoría se centra en cómo los infractores seleccionan y buscan los objetivos
idóneos, entendiendo que los actos delictivos tienen más probabilidades de
ocurrir donde el espacio de actividad o conciencia se cruza con los objetivos
adecuados percibidos. Esa elección dependerá de una plantilla mental para
buscar blancos adecuados o para mejorar las características del mismo o
seleccionar el lugar adecuado con el fin de dar con un objetivo, lugar que se
encontrará en el área de conocimiento del infractor (Fundación Paz Ciudadana,
2012; Brantingham & Brantingham, 2010; Rossmo, 2000).

Para crear dicha plantilla, que le llevará hasta el objetivo adecuado, el


sujeto motivado para cometer un hecho delictivo pasará por un proceso de
decisiones de diversas etapas, en el que buscará e identificará un blanco
concreto en un espacio y tiempo determinados. Para ello el individuo utilizará las
claves que ofrece el ambiente sobre sus características físicas, espaciales,
legales y culturales, aprendiendo así sobre su entorno en la realización de sus
rutinas. Con el tiempo adquirirá experiencia, lo que le permitirá aprender e
identificar claves asociadas con buenos objetivos generando así una plantilla del
objetivo adecuado que variará según el tipo de delito, y que será estable e influirá
en futuras conductas. Y como ya se ha señalado, la distribución de los infractores
y los objetivos presenta una serie de patrones por lo que estas plantillas tendrán
ciertas similitudes pudiendo ser identificadas y estudiadas (Brantingham &
Brantingham, 2008; Vozmediano & San Juan, 2010).

Por otro lado, como ya se ha mencionado anteriormente, para que un


delito tenga lugar han de converger en un mismo tiempo y lugar un potencial
infractor y un objetivo adecuado. Teniendo en cuenta que tanto el infractor como
las víctimas se encuentran en la realización de sus actividades cotidianas, los

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patrones de actividad del infractor y de la víctima deberán coincidir en un mismo
punto para que el hecho delictivo ocurra.

Es decir, que las actividades cotidianas de un infractor, así como las de


la víctima darán forma a la distribución y patrones de la delincuencia
(Brantingham & Brantingham, 2008; Vozmediano & San Juan, 2010).

Con base en lo anterior y coincidiendo con el enfoque de las actividades


de la vida diaria, se plantean dos conceptos principales (Felson & Clarke, 1998):
los nodos y las rutas.

Los nodos son aquellos lugares donde las personas realizan de forma
regular sus actividades cotidianas, tales como el domicilio, la escuela, zonas de
ocio y compras, residencias de familiares o amigos o el lugar de trabajo, entre
otros. Mientras que las rutas son los trayectos o vías que las personas utilizan
para desplazarse entre los nodos. El conjunto de nodos y rutas de cada persona
forman el espacio de actividad, y el área que se encuentra dentro del alcance
visual constituye el espacio de conocimiento. Ambos forman parte del mapa
mental de cada individuo, donde se almacena la información espacial como las
calles, rutas o los espacios, que es construido principalmente, pero no de forma
exclusiva, por las experiencias espaciales de la persona. (Brantingham &
Brantingham, 2008; Rossmo, 2000).

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Atendiendo a estos conceptos, la teoría del patrón delictivo plantea que
la actividad probable de un hecho delictivo se encuentra cerca del espacio de
actividad y conocimiento. Es decir, que los infractores tienden a cometer los
delitos cerca de las rutas aprendidas o los nodos de actividad, siendo más
tendentes a agruparse cerca de estos últimos, manteniendo una zona de
seguridad alrededor de los principales nodos, en especial del domicilio, en la que
no actuará puesto que la vigilancia natural es mayor (Brantingham &
Brantingham, 2008; Vozmediano & San Juan, 2010).

Además, ha de tenerse en cuenta que como el infractor y la víctima deben


coincidir, el delito se producirá también en el espacio de actividad de la víctima,
teniendo en cuenta que se agruparán mayor número de delitos cuando un gran
número de personas coincidan en el espacio de actividad. Por ejemplo un lugar
de ocio, como un centro comercial, supone un nodo de actividad principal para
un gran número de personas, lo que aumenta las posibilidad de que un potencial
infractor coincida con un objetivo, generando así oportunidades de que se
produzca un hecho delictivo (Brantingham & Brantingham, 2008) .

Por otro lado Brantingham y Brantingham (2008) señalan que los hechos
delictivos tienden a agruparse en lugares concretos, en cierto modo por la
existencia de dos tipos de espacios: los generadores y los atractores.

Los espacios “generadores” son descritos como aquellos lugares que por
ser nodos de actividad para un gran número de individuos generan altos flujos
de personas y por ende oportunidades para el delito. Es decir, son espacios a
los que las personas acuden sin ninguna intención o motivación delictiva pero en
los que pueden acabar ocurriendo delitos, como zonas comerciales o zonas de
ocio, en los que se generan concentraciones importantes de personas en
entornos que favorecen la comisión de determinados actos delictivos como, por
ejemplo, el hurto. Así, personas que acuden al lugar sin intención de delinquir
pueden acabar haciéndolo aprovechando la oportunidad que se les presenta.

En cambio, “atractores” son zonas o espacios concretos que ofrecen


conocidas oportunidades para el delito y a los que los infractores acuden con
intención de cometer un delito concreto como por ejemplo los sitios usuales de

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venta de drogas (Brantingham & Brantingham, 2008; Vozmediano & San Juan,
2010).

Estos autores, también señalan la existencia de zonas neutrales que


experimentan hechos delictivos de forma ocasional. Aunque hay que tener en
cuenta que es poco probable que los espacios sean totalmente atractores,
generadores o puros. La mayoría serán lugares mixtos, en el sentido de que
pueden ser atractores para la comisión de algún tipo de delito concreto o generar
otro tipo de delincuencia o neutra respecto a otros. Esto se encuentra
estrechamente relacionado con los hot spots que son lugares en los que la
ocurrencia de delitos es mayor que en los espacios contiguos (Voz mediano &
San Juan, 2010).

Otro concepto al que hacen referencia estos autores es al del


“decaimiento con la distancia” que hace referencia a que la mayoría de los
delincuentes cometen los hechos delictivos en espacios situados relativamente
cerca de su domicilio, teniendo en cuenta que los costos del desplazamiento se
reducen y la eficiencia delictiva aumenta cerca de donde los infractores realizan
sus actividades diarias. De tal forma que, a medida que aumenta la distancia,
disminuye la frecuencia de delitos (Voz mediano & San Juan, 2010).

Brantingham y Brantingham (en Vozmediano & San Juan, 2010) como


ejemplo de lo expuesto de cómo las actividades cotidianas lícitas dan forma a
los patrones del delito, señalan cómo las conductas violentas o peleas se
producen con mayor frecuencia en las noches de fin de semana, así como los
hurtos se concentran en la franja horaria en la que los comercios se encuentran
abiertos.

Para finalizar cabe señalar que desde el punto de vista del análisis del
delito esta perspectiva reviste de gran utilidad puesto que refleja cómo existen
patrones delictivos, así como las decisiones de delinquir e incluso el proceso de
delinquir, en los que se realiza una elección racional, lo que puede resultar de
utilidad de cara a interpretar la conducta de los infractores y sus estrategias de
búsqueda y elección de espacios y objetivos para poder desarrollar

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posteriormente tácticas de investigación y estrategias preventivas (Fundación
Paz Ciudadana, 2012).

A la vista de todo lo expuesto en este apartado, queda reflejado cómo


estos tres enfoques de la oportunidad comparten ciertos presupuestos y cómo
cada una de ellas entiende que la oportunidad es un generador de delitos. Juntas
reflejan que tanto desde la sociedad en general (actividades rutinarias), como en
el ámbito local (patrón delictivo) se pueden modificar las oportunidades para
delinquir y que el infractor individual (elección racional) tomará sus decisiones
como respuesta a esos cambios (Felson & Clarke, 1998).

Finalmente, Felson y Clarke (1998) consideran que estos tres enfoques


de la oportunidad basados en la interacción entre la persona y la situación,
pueden ayudar en gran medida a la prevención del delito, de modo que
establecen diez principios de la oportunidad, basados en el contenido de los tres
enfoques arriba descritos.

 Las oportunidades desempeñan un papel crucial en la


perpetración de cualquier delito: No solo en los delitos contra la propiedad,
sino que también hacen referencia a que la violencia se encuentra muy
influenciada por la oportunidad, demostrado a través de estudios en bares
y pubs, mostrando que el diseño y la gestión, o la concentración de bares
pueden conducir a la ausencia o existencia de violencia. Incluso
mencionan cómo la venta de drogas o delitos contra la libertad sexual se
encuentran influenciados por la oportunidad.
 Las oportunidades delictivas son específicas: con ello se
refieren a que no hay un único factor de oportunidad delictiva que sea
aplicable a todos los delitos, sino que las oportunidades son específicas
para cada tipo de infracción ya que las características de cada una y las
circunstancias en las que estas se cometen son diferentes (no es lo mismo
el robo de un banco que el de un coche). De este modo, como los delitos
son distintos, la disminución de las oportunidades serán también
determinadas, por ello, habrán de tenerse en cuenta esas diferencias para
el desarrollo de estrategias preventivas dirigidas a esos delitos concretos
(Voz mediano & San Juan, 2010).

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 Las oportunidades para el delito se concentran en el tiempo
y el espacio: se refiere a que se concentran en determinados momentos
y lugares en base a las oportunidades para cometerlos. Por ello los
patrones del delito varían en función de las horas del día y los días de la
semana (Vozmediano & San Juan, 2010).
 Las oportunidades para delinquir dependen de los
movimientos de la actividad de la vida diaria: tanto las personas
infractoras como el resto de los ciudadanos tienen una serie de patrones
de movimiento en la realización de las actividades cotidianas, generando
de esta forma oportunidades para el delito. De este modo, los infractores
y objetivos coinciden en sus movimientos y las oportunidades se
desplazan con ellos. Un ejemplo de esto lo encontramos en el robo en
viviendas en horario laboral, cuando los residentes dejan la vivienda vacía
mientras se encuentran en el trabajo, generando oportunidades para el
robo.
 Un delito genera oportunidades para otros: en este caso,
cuando un sujeto comete un delito, puede verse involucrado en otros a
causa de las oportunidades que aparecen en la comisión del hecho, por
ejemplo cuando se producen lesiones o agresiones sexuales en los robos
en vivienda.
 Algunos productos brindan oportunidades más tentadoras
para el delito: se refieren con esto a que hay artículos de consumo que
ostentan mayor riesgo de sustracción. De esta forma el modelo VIVA,
procura un punto de partida para valorar qué cosas constituyen mejores
objetivos delictivos, planteando que las características que influyen en
que un objetivo sea más llamativo son su valor, la inercia, la visibilidad y
el acceso, como por ejemplo los teléfonos móviles de alta gama.
 Los cambios sociales y tecnológicos producen nuevas
oportunidades para delinquir: cuando un nuevo producto sale al mercado,
genera mayores oportunidades delictivas cuando este se vuelve más fácil
de usar, más barato y más ligero, por ejemplo un ordenador. Pero el
producto se convierte más atractivo aun cuando se venden muchas
unidades, generando un mayor riesgo de sustracción. Si bien cuando los

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precios bajan y prácticamente todo el mundo puede permitirse la compra
del producto, el riesgo baja aunque sigue presente.
 Es posible prevenir el delito reduciendo las oportunidades: el
mejor enfoque desarrollado para la reducción de las oportunidades, según
Felson y Clarke, es el de la prevención situacional mediante el incremento
del esfuerzo y del riesgo percibido, la reducción de la recompensa
esperada del delito y la eliminación de excusas, debiendo adaptar estas
estrategias a la situación concreta. La reducción de las oportunidades no
suele producir el desplazamiento del delito. El desplazamiento sería el
método por el que los infractores buscan una forma alternativa para
cometer el delito, ya sea desplazándose a otro lugar, realizándolo en otro
momento, cambiando de objetivo, de método de comisión del delito o el
mismo delito ante una intervención para el control del mismo. Si bien
cuando este ocurre, no se da de forma completa consiguiendo
importantes reducciones del delito a través de las medidas de reducción
de la oportunidad.
 La reducción de las oportunidades llevada a cabo de forma
focalizada puede tener efectos mayores de los esperados en un principio:
los autores refieren que mediante la aplicación de estrategias preventivas
de forma focalizada se puede producir el efecto contrario al
desplazamiento, es decir, que puede que los beneficios que tales medidas
generan se extiendan más allá del foco de intervención a lugares cercanos
e incluso a otras franjas horarias.

TEORÍA DEL DESPLAZAMIENTO DEL CRIMEN


Uno de los principales argumentos criminológicos en materia situacional,
es que el delito se desplaza en respuesta a los esfuerzos específicos para
combatirlo. Aunque abordemos la persuasión de diversas formas, si existe un
delincuente lo suficientemente motivado, la comisión de un delito siempre tendrá
lugar. Dicho de otro modo, la criminalidad no se previene en su totalidad, sólo se
pueden prevenir determinados delitos. Si se logra prevenir un tipo concreto de
delito, esto implicará que otro podrá cometerse de forma alternativa o como

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resultado de prevenir el anterior. O incluso el mismo delito seguirá llevándose a
cabo, pero a través de un método diferente, o acaecerá en otro lugar o en otro
momento. Esto es lo que se conoce, por “desplazamiento del delito” (Barr &
Pease, 1990, p. 279). Por supuesto, existe también la posibilidad de que el
desplazamiento del delito se produzca hacia actividades legítimas, con lo cual
hablaríamos de reducción de la delincuencia.

Una revisión de más de treinta años de literatura académica sobre este


fenómeno social, incluyendo estudios de caso, nos muestra que el
desplazamiento del delito no es necesariamente un producto derivado de la
actividad criminológica preventiva – como por ejemplo, las medidas de
prevención a través del diseño ambiental (Jeffery, 1971). Dejando a un lado la
multiplicidad de factores específicos que pueden incidir en una realidad
criminógena concreta – como por ejemplo, el clima, la motivación personal del
infractor, o la vulnerabilidad de la víctima –, existen causas estructurales que
conforman el “marco” o “contexto” social que favorecen o facilitan ciertos tipos
de criminalidad. Nos referimos aquí a factores más abstractos y endémicos,
difícilmente alterables mediante acciones a corto plazo, como lo son la
desigualdad social, la marginalización, la precariedad y la desocupación. La
inmensa mayoría de iniciativas de prevención de la delincuencia, llevadas a la
práctica en la actualidad, tienden de forma acertada a centrarse en modificar de
un modo u otro, los factores específicos que se cree impulsan o facilitan la
comisión de determinados delitos.

Puede tener más sentido, en la práctica, poner una cámara de vigilancia


en una tienda de ropa y dispositivos antirrobo en las prendas, para evitar
pérdidas, que cualquier otra forma de prevención que pueda proponerse.
Simplemente, porque tratar de influir a aquellos que roban para que no lo hagan,
es un proceso arduo y costoso, que además escapa del alcance de cualquier
negocio en particular. Del mismo modo, parece tener más sentido práctico, el
elevar las penas de prisión ante actos violentos que queremos evitar y esperar
así que sucedan con menos frecuencia, que buscar soluciones alternativas. En
definitiva, se tiende a favorecer las soluciones inmediatas y a corto plazo antes

20
que los cambios estructurales o más profundos y costosos. Es por ello que,
cuando se pone en práctica una iniciativa cuyo objetivo es reducir o prevenir un
tipo de criminalidad, es altamente probable que se produzca algún tipo de
desplazamiento. De hecho, es una consecuencia natural de la especificidad de
la intervención. Una mera traducción de sus limitaciones innatas.

En las siguientes líneas se aborda el fenómeno del desplazamiento del


delito, haciendo especial hincapié en su vertiente positiva, comúnmente
conocida como la difusión de beneficios.

1. El desplazamiento del delito: análisis de la literatura disponible

El estudio de los efectos adversos resultantes de intervenciones o


iniciativas, cuyo objetivo sea reducir la criminalidad en determinados contextos,
es algo bastante común en materia de prevención situacional. Así, las
evaluaciones que se llevan a cabo hoy día, con respecto a operaciones
policiales u otras iniciativas preventivas, suelen tener presente la posibilidad de
que se produzca un desplazamiento de la actividad delictiva. En principio,
pueden distinguirse varios tipos de desplazamiento del delito, en función de la
realidad delictiva que se trata de modificar, como resultado de la intervención.
Algunos autores consideran que este tipo de medidas producen un efecto de
“cama de agua” (waterbed effect); esto es, que la represión de la actividad
delictiva en un lugar determinado puede conducir a un incremento del mismo tipo
de criminalidad en otro lugar (Kleemans et al. 2010). Sin embargo, el
desplazamiento del delito no se limita al ámbito geográfico. Los delincuentes
pueden también cambiar de actividad y cometer un delitos totalmente distintos,
o incluso llevar a cabo los mismos delitos pero empleando diferentes métodos o
medios.

Cualquier intento de medir el desplazamiento del delito que pueda resultar


de una intervención policial o cualquier otro tipo de actividad preventiva, ha de
tener presente que el desplazamiento puede manifestarse de diversos modos
(Clarke, 1980; Cornish & Clarke, 1987; Guerette & Bowers, 2009):

21
1. Desplazamiento espacial: los delincuentes mueven sus actividades a otros
lugares.

2. Desplazamiento temporal: los delitos se llevan a cabo a diferentes horas


que con anterioridad o en otros momentos del año.

3. Desplazamiento delictivo: los delincuentes cambian de tipo de actividad.

4. Desplazamiento metódico o táctico: los delincuentes emplean nuevos


modus operandi.

5. Desplazamiento de objetivo: los delincuentes buscan nuevos objetivos o


víctimas.

6. Desplazamiento de delincuente: nuevos delincuentes surgen en el mismo


tipo de actividad que los anteriores llevaban a cabo.

Estos seis tipos de desplazamiento del delito acostumbran a verse como


una consecuencia indirecta, de las medidas llevadas a cabo por las autoridades
pertinentes, para prevenir o reducir un tipo de criminalidad. Ekblom (1997, p. 251)
compara este fenómeno con una carrera armamentística entre delincuentes y
legisladores: a medida que pasa el tiempo, ciertas formas de criminalidad que
iban poco a poco desapareciendo, como resultado de intervenciones
preventivas, terminan por reaparecer de forma gradual porque los delincuentes
descubren nuevos métodos para delinquir. Aunque en teoría, cualquier tipo de
desplazamiento de los anteriormente mencionados puede acaecer, en realidad
parece que esto no acostumbra a traducirse en la práctica. A este respecto,
Guerette & Bowers (2009) revisaron numerosas evaluaciones sobre operaciones
policiales, concluyendo que no existen estudios lo suficientemente convincentes
como para apuntar a que el desplazamiento del delito sea producto necesario de
dichas intervenciones.

Más aun, los defensores de la prevención situacional consideran que los


efectos de desplazamiento del delito son bastante limitados, puesto que los
beneficios derivados de un tipo de delito no se obtienen en la misma medida al
cambiar de delito o al trasladar la actividad criminal a un lugar diferente (Lanier
& Henry, 2004 p. 90). Incluso si el desplazamiento se da como respuesta a una

22
intervención, lo más probable es que los delitos sean de menor entidad. A
menudo, el crimen desplazado se ve afectado en cuanto a su incidencia,
ocasionando menor daño, o se da simplemente en menor escala (Guerette,
2009 p. 36). Esto es lo que se conoce como “desplazamiento benigno”. Otra
ventaja aun mayor, que puede derivarse de las intervenciones preventivas, es la
ya mencionada, difusión de beneficios. Se hace referencia aquí, a los efectos
colaterales que puedan resultar de una intervención situacional, a menudo no
intencionados y positivos (Clarke and Eck, 2005).

Es precisamente lo opuesto al desplazamiento del delito y se puede definir


como “la reducción de la criminalidad que pueda en ocasiones suceder, más allá
de aquello en lo que específicamente se centran las medidas situaciones de
prevención que se apliquen” (Clarke & Weisburd, 1994 p. 166). Un ejemplo
sencillo y visible es la introducción de cámaras en varios semáforos de una
ciudad; el número de conductores que se salten los semáforos bajará, no sólo
en los lugares donde se encuentren las cámaras, sino potencialmente en casi
cualquier lugar donde haya un semáforo. Desde luego, esto sólo ocurrirá si los
conductores en cuestión, desconocen la precisa ubicación de cada una de las
cámaras. Además de los posibles efectos positivos que se deriven de medidas
de prevención situacional, existe por supuesto la posibilidad de que se den
efectos negativos. Es decir, que el desplazamiento del delito agrave la situación
aún más. No obstante, como ya hemos mencionado con anterioridad, estudios
recientes demuestran que este tipo de desplazamiento “maligno” no acostumbra
a darse.

En cualquier caso, no es en modo alguno sencillo evaluar los efectos


derivados del desplazamiento del delito, sean positivos o negativos. Todo
depende, lógicamente, del tipo de delito que se estudie. En lo que se refiere a
los delito más “comunes”, como robos, delitos callejeros, robo de identidad,
fraude con tarjeta de crédito, etc., el grado de desplazamiento podría medirse
empleando modelos matemáticos (Bowers & Johnson, 2003; Bosse et al., 2008).
Un estudio de la Universidad de Maryland, trató de determinar si el centrar la
actividad y recursos policiales en “puntos calientes” (hot spots) de criminalidad,
generaba un desplazamiento delictivo a otros lugares de la ciudad en donde la

23
presencia policial era más escasa. Para ello, contaron con el apoyo del cuerpo
de policía de la ciudad de Jersey, al que acompañaron durante ocho semanas
en sus redadas anti-droga (Weisburd et. al, 2006). Los resultados de dicho
estudio contradicen la opinión académica generalizada, que atribuye a las
intervenciones policiales, un desplazamiento inmediato a zonas adyacentes (ver
Gabor, 1990; Eck, 1993).

Medir el desplazamiento del delito en lo que se refiere a realidades


delictivas de mayor entidad, como el crimen organizado, es una tarea que se
presume mucho más compleja. En gran medida, porque son delitos que no
acostumbran a denunciarse y en muchas ocasiones, ni siquiera se conocen sus
responsables. Von Lampe (2011), estudió la posibilidad de desplazamiento en el
mercado ilegal de anfetaminas en Holanda. Para ello, se centró en la adquisición
de precursores por grupos criminales conocidos por las autoridades holandesas
y en la actividad policial que tuvo lugar en respuesta. Al comparar los seis tipos
posibles de desplazamiento que podían darse, el desplazamiento espacial y el
metódico fueron los que sobresalieron. Los fabricantes de droga se nutrían de
nuevos países para obtener los precursores, a la par que empleaban nuevos
métodos de conversión y producción. A pesar de las limitaciones inherentes al
estudio del desplazamiento de la delincuencia de tipo organizado, Von Lampe
pudo demostrar cierto grado de desplazamiento efectivo.

El desplazamiento no es un simple movimiento de la delincuencia; se trata


de una variedad de cambios de conducta como resultado del bloqueo de las
oportunidades criminales (Eck, 1993; Barr y Pease, 1990). Cuando hay un
bloqueo de las oportunidades delictivas puede haber dos alternativas: si
está dentro de la ley se denomina reducción de la delincuencia y si está fuera de
la ley, el resultado se conoce como desplazamiento de la delincuencia. La
mayoría de autores consideran el desplazamiento como el resultado de la
aplicación de medidas eficaces contra la delincuencia. El desplazamiento ha sido
definido como “un cambio en el comportamiento del delincuente destinado a
evitar las medidas preventivas específicas o las condiciones desfavorables del
modo habitual de funcionamiento del delincuente” (Gabor, 1990). El Diccionario
de la Criminología de Garrido y Gómez (1998) define desplazamiento como el

24
fenómeno por el que el delito reaparece (“se desplaza”) después de la
introducción de medidas preventivas que incrementan la dificultad para cometer
un delito particular o el riesgo de aprehensión del delincuente.

El desplazamiento se ha entendido siempre como una visión negativa de


las consecuencias de los esfuerzos de la prevención de la delincuencia pero en
algunos casos puede considerarse productor de algunos beneficios (Guerette,
2009a). Las actuales investigaciones sobre el desplazamiento sugieren que el
desplazamiento beneficioso o “benigno” puede ocurrir cuando el daño producido
por el delito desplazado es un comportamiento problemático menor de lo que
existía antes de la intervención (Barr y Pease, 1990; Hesseling, 1995; Eck, 1993;
Bowers y Johnson, 2003; Guerette y Bowers, 2009; Guerette, 2009b). El
desplazamiento se denominará benigno tras la aplicación preventiva de un
programa cuando haya un resultado positivo para el conjunto global que
compone la delincuencia. El desplazamiento maligno produce más cambios
negativos en la delincuencia y trata de cualquier efecto que facilita su re-
ubicación y empeora la situación delictiva.

Para realizar la medición del desplazamiento y la difusión de beneficios


primero deberemos saber el lugar donde se haya podido mover la delincuencia.
Posteriormente se explicarán varios sistemas que cuantifican del
desplazamiento y la difusión de beneficios para poder analizar los resultados del
programa.

La mayoría de los métodos utilizados para la medición del desplazamiento


requiere el uso de al menos tres componentes o áreas (Guerette, 2009a; Bowers
y Johnson, 2003):

A.- Área de intervención: es el área donde se introducen las medidas


situacionales para provocar cualquier cambio de comportamiento de la
delincuencia o actitud frente a un problema. Generalmente se entiende como el
área geográfica específica pero también puede ser un sistema, como los
autobuses de una ciudad, o un grupo de instalaciones, como tiendas de una
zona, o un periodo de tiempo específico, por ejemplo los sábados por la noche.

25
B.- Área de desplazamiento/difusión: es la zona que se determina como
posible desplazamiento o difusión del delito y/o de la conducta problemática.
También se puede entender como un área geográfica que rodea el área de
intervención pero puede tener otro sistema (como el traslado de la conducta
problemática de un sistema de bus al sistema de metro) o un grupo de
instalaciones (tales como tiendas de una zona a domicilios particulares) o de
periodos de tiempo (por ejemplo de sábados por la noche a viernes por la noche).
En el desplazamiento geográfico, esta área será ubicada alrededor de la zona
de intervención y funcionará como amortiguamiento del programa preventivo.

C.- Áreas de control: son las zonas que no aplicaron el programa


preventivo y no tuvieron influencia del posible desplazamiento que puede tener
la delincuencia. El área de control debe no haber recibido la respuesta de ningún
efecto del desplazamiento ni tampoco haber sido influida por otro programa o
intervención que pueda alterar los resultados estadísticos. Bowers y Johnson
sugieren dos maneras de seleccionar áreas de control ante la posibilidad de
desplazamiento y difusión de beneficios: las áreas de control normalmente se
ubican alrededor del área de desplazamiento (Figura 1) pero también se utilizan
dos o más áreas ubicadas no alrededor del área de intervención pero alejadas
prudencialmente (Figura 2). Las áreas de control deben de tener unas
características muy parecidas de las áreas de intervención para poder comparar
los resultados tras la aplicación de las medidas situacionales (Bowers y Johnson,
2003).

C
C
B
B
A
A

Figura 1 Figura 2

26
2. Marco teórico
En la medición del desplazamiento y la difusión de beneficios se pueden
utilizar varios métodos para poder cuantificar su presencia. Los más usados y
consultados en la bibliografía especializada sobre la medición del
desplazamiento y difusión son: antes y después, cociente ponderado de
desplazamiento, cociente de localización y enfoque componente de Cohort.

2.1. Antes y después

Para determinar la presencia de los efectos del desplazamiento y la


difusión se pueden tomar medidas antes y después de la implementación de la
respuesta en cada área que se identificó en el diseño de la evaluación, explicado
en el apartado anterior. Este método permite encontrar cualquier cambio en el
comportamiento del problema después de la aplicación de la respuesta con
respecto al periodo anterior, facilitando la identificación de los efectos del
desplazamiento o la difusión de beneficios.

Se pueden usar diversas medidas para evaluar las mejoras producidas


por el proyecto preventivo y a continuación destacaremos las más usuales: (i) El
número de delitos por cada 100.000 habitantes; (ii) Los niveles de desorden
como el vandalismo o las pintadas; (iii) Analizar la detención de los delincuentes
habituales del área analizada y si han sido detenidos en el área de
desplazamiento; (iv) Accidentes de tráfico; (v) Índices de daños ocasionados; (vi)
Cuantificar los delitos graves.

2.2. Cociente de localización


El ensayo de Barr y Pease en 1990 realiza una medición entre las
desigualdades delictivas de unas áreas de estudio. La finalidad de la
medición debería ser de ayuda para diseñar políticas preventivas. Los
mencionados autores afirman en su estudio que el desplazamiento no se
puede calcular por la gran cantidad de factores que implican y lo importante
es saber en qué tipos de delitos se convierten el desplazamiento y si éstos
serán benignos o malignos.
Barr y Pease (1990) proponen una fórmula que no calcula el
desplazamiento pero facilita la posibilidad de localización de los actos

27
delictivos en un área, en comparación con el resto de las áreas de la zona.
Lo denominan cociente de localización y es un índice que mide la
sobrerrepresentación o subrepresentación de algunos fenómenos delictivos
en un área de estudio en comparación con una serie de ámbitos. La
finalidad del cociente propuesto por Barr y Pease (1990) es localizar las
zonas en que ha aumentado o disminuido los delitos después de
implementar un programa preventivo. Si el cociente es cero, indica que no
hay variabilidad con el resto; si es menos uno, muestra que hay un nivel de
delitos estudiados inferior a la media general; si es mayor a cero nos
informará que hay un aumento de delitos en la zona. El cociente de
localización nos permite evaluar la vulnerabilidad de los individuos en un
área y es útil para la evaluación de programas preventivos. Por ejemplo
para calcular el cociente de localización de robos en viviendas de un área
de estudio se emplearía la siguiente fórmula:

Xi / Yi
Q = X/Y

Dónde: Q = Cociente de localización; Xi = Número robos en vivienda en el


área; X = Número robos en vivienda en todos los ámbitos a considerar; Yi
= Número total de viviendas en el área; Y = Número total de viviendas en
todas las área a considerar

2.3. Enfoque componente de Cohort


Este modelo ha sido utilizado en demografía para predecir el futuro de la
población en un área; por ejemplo, las tasas de fertilidad o mortalidad de una
población, las influencias de la inmigración o la emigración. La ecuación
utilizada para predecir la población (P1) mediante de este enfoque ha sido:

P1 = P0 + (N – F) + (IN – EM)

28
Donde: P0: Población inicial; N: Números de nacimientos ocurridos en el
periodo 0 y 1; F: Números de fallecimientos mismo periodo; IN: Número
personas que han inmigrado entre 0 y 1; EM: Número de emigrantes mismo
periodo; N – F: Representa el natural incremento o disminución de la población
durante el periodo de estudio; IN – EM: Nos indicará la migración existente
durante el periodo de estudio y en el área donde se analice.

El enfoque componente Cohort puede servir para saber el impacto de un


programa preventivo y estimar cuantitativamente el volumen de
desplazamiento que han sufrido los delincuentes. Este enfoque ha sido
desarrollado en criminología por Brantingham y Brantingham (2003)
aplicando al método inicial las teorías de la criminología ambiental y las
investigaciones empíricas sobre los recorridos de los delincuentes. Los
mencionados autores afirman que los delitos cometidos en un área son
realizados por gente que se mueve por la zona, ya sea como residente o
por trabajo o por cualquier actividad general. La ecuación que proponen los
autores para entender la reducción de la delincuencia y el desplazamiento
tras la intervención de un programa de prevención aplicando el modelo del
componente Cohort para cuantificar la modificación de la población delictiva
(D1) es:

D1 = D0 + (N – V) + (ID – ED)

Donde: D0: Número de delincuentes que permanecen en activo


después de la aplicación del programa preventivo; N: Es la población local
que se convierte en delincuente tras la intervención; V: Número de delincuentes
que desiste de la actividad delictiva después del programa; ID: Son los
delincuente atraídos a la zona tras la intervención preventiva; ED: Son los
delincuentes habituales de la zona que se desplazan a otra parte para cometer
delitos

29
2.4. Cociente ponderado de desplazamiento (CPD)

Este método de medición del desplazamiento y la difusión de beneficios fue


sugerido por Kate J. Bowers y Shame D. Johnson en 2003. Estos autores
desarrollaron una serie de fórmulas para cuantificar los efectos del
desplazamiento y la difusión en relación con las respuestas del programa
preventivo. El CPD se basa en la división de las áreas explicadas
anteriormente y analiza los resultados de las tres zonas para calcular el
desplazamiento o la difusión de beneficios. La razón de este sistema de
medición se fundamenta en que durante el tiempo de aplicación del programa
el área de desplazamiento recibe una determinada proporción de delitos del
área de intervención; su cálculo se pondera con los delitos que se cometen en
la zona de control. Si existe desplazamiento aumentarán los delitos en el área
de desplazamiento y disminuirán en el área de intervención, pero teniendo en
cuenta que el área de control no se percibe un cambio proporcional de delitos.

Para el cálculo del desplazamiento o difusión en la fórmula propuesta


por los mencionados autores sugieren cuatro cálculos:

Primero, averiguar los cambios antes y después de la intervención,


denomina efecto bruto (EB), siendo la resta de los delitos que hubo antes y
después en la zona de intervención, área A:

EB = Aa – Ad
Si el resultado es positivo nos indicará un descenso del problema; el
resultado cero señalará que no hay cambio y un número negativo nos
mostrará que la situación empeoró.

Segundo, denominado efecto neto (EN), nos mostrará si los cambios


producidos en el área de intervención son consecuencia de la aplicación del
programa preventivo, comparándolo con los cambios ocurridos en el área
de control, área C:
Tercero, se incorporaran las infracciones ocurridas en el área de
desplazamiento/difusión, área B, antes y después de la implantación de la
medida preventiva. Y se buscará la medición del desplazamiento o la

30
difusión que ha producido el programa preventivo en el área de
desplazamiento, mediante el cálculo del Cociente ponderado de
desplazamiento (CPD):

Bd / Cd – Ba / Ca
CPD = Ad / Cd – Aa / Ca

Si el resultado de CPD es igual a cero no habrá volumen de


desplazamiento o difusión. Si el CPD es positivo, hay difusión (teniendo en
cuenta que la división de dos números (dividendo y divisor) negativos dará
un resultado con valor positivo); y si es superior a 1 nos mostrará que el
efecto de la difusión es mayor que el de la intervención. Si el resultado CPD
es negativo, habrá desplazamiento; entre 0 y -1, el desplazamiento
contrarresta algunos efectos de la intervención pero no todos. Si el CPD es
menor a -1 indicará que la respuesta empeoró la situación.

LEY COSTO BENEFICIO


EL CAMINO NO TOMADO: ANÁLISIS COSTE-EFICACIA Y COSTE-
BENEFICIO DE LA POLÍTICA CRIMINAL

La evaluación de los costes y los beneficios es algo común desde hace


algunas décadas en unos pocos Estados y en los últimos años en un número
creciente. Sin embargo, la política criminal se encuentra entre las ramas de la
política pública en las que menos evaluación se ha producido, dándose un
importante déficit incluso en países en los que la evaluación de otras políticas
públicas se lleva a cabo de un modo rutinario. Ello resulta llamativo cuando se
considera los (relativamente) elevados costes de la política criminal. La
extrañeza es aún mayor cuando se piensa en los importantes réditos que en esta
materia podrían aportar el análisis coste-eficacia y el análisis coste-beneficio.

31
En la política criminal se da una extremadamente amplia pluralidad de
herramientas preventivas, lo que tiene fundamentalmente que ver con el carácter
multi paradigmático de la disciplina que sirve como principal su-ministradora de
medidas de prevención, la criminología al que se hizo referencia al inicio del
artículo. En concreto, una vez que se formula una concreta hipótesis o teoría
sobre las causas del delito es al mismo tiempo posible extraer de ella una medida
de prevención. Así, en caso de que se afirme que la delincuencia se produce por
un déficit en la capacidad de autocontrol, como sostienen Gottfredson y Hirschi
(1990), entonces las medidas preventivas deberán dirigirse a los factores que
afectan dicha capacidad. Sin embargo, desde la criminología se ofrecen también
explicaciones muy distintas, que afirman que la delincuencia se debe
principalmente a un aprendizaje social deficitario ; o a la existencia de disparidad
entre los fines socialmente hegemónicos y los medios para lograrlos, junto a la
relajación de las normas sobre los procedimientos para alcanzar los fines ; o que
tiene que ver, al menos parcialmente, con circunstancias de carácter biológico
(23). Para estos planteamientos, las medidas preventivas deberán dirigirse a
estos otros factores, todos ellos bien distintos entre sí.

A consecuencia de esta pluralidad disciplinar y de teorías sobre los


factores asociados causalmente con el delito (sobre los que debe actuarse si
éste se quiere prevenir), en política criminal nos encontramos con medidas de
prevención que adoptan muy distintas formas: desde programas promocionales,
como los de educación preescolar hasta otros por completo punitivos, como la
imposición de elevadas penas de prisión, pasando por muy diversos tipos de
tratamiento penitenciario. En estas condiciones, existiendo muchas medidas
promovidas desde muy diversos planteamientos, todos los cuales insisten en su
superioridad conceptual, no puede extrañar que quien tiene que decidir sobre la
adopción de unas u otras medidas sufra un justificado vértigo decisional. Una
situación ante la cual el análisis de los costes y beneficios de las distintas
intervenciones puede resultar una ayuda esencial .

La historia de la resocialización en los últimos 200 años es bien conocida:


después de un siglo y medio en el que prácticamente nadie disputaba su
inclusión entre los fines de la pena (en solitario o, más usualmente, junto con la

32
disuasión y/o la retribución), a partir de me-diados de los años setenta se produjo
una tormenta perfecta en su contra. Desde el punto de vista axiológico,
conservadores, liberales y criminólogos críticos la atacaban por ilegítima, si bien,
y dado que cada uno veía la injusticia en un aspecto de la resocialización, los
candidatos a sustituirla eran bien distintos (nada o mucho menos Derecho penal,
en el caso de la criminología crítica, y un Derecho penal basado en el
merecimiento, en el caso de los críticos liberales y de los conservadores, si bien
con distintos grados de dureza). Desde el punto de vista empírico, la explicación
al uso recuerda cómo a mediados de los setenta se extendió la idea de que la
resocialización, simplemente, «no funciona». Y, se añade, nadie fue tan
influyente en este desarrollo como Robert Martinson.

En 1974, y bajo el título What Works in Prison Reform”, Martinson publicó


un artículo en The Public Interest, una publicación no especializada. La
conclusión de este artículo, basado en un análisis realizado por Martinson junto
con otros autores sobre 231 estudios de evaluación de programas de tratamiento
realizados entre1945 y 1967, quedaba condensada en su frase final: «con unas
pocas excepciones aisladas, los esfuerzos rehabilitadores de los que se tiene
noticia no han tenido un efecto apreciable sobre la reincidencia».

Esta conclusión logró un éxito tan rápido y de tal magnitud que hay que
pensar que se debió sólo secundariamente a la influencia del estudio citado y
otros parecidos y, de modo principal, a que éstos cayeron en terreno fértil. De
hecho, no tardaron en salir estudios que criticaban las conclusiones alcanzadas
por Martinson o al menos las matizaban de forma poderosa, y un sector de la
doctrina criminológica no dejó en ningún mo-mento de insistir en la existencia de
programas de re-habilitación que conseguían importantes efectos.

Uno de los trabajos más completos sobre la materia es el meta-estudio


llevado a cabo por Welsh (30), quien consiguió identificar 14 estudios que, bien
efectuaban sus propios ACB (13), bien exponían sus resultados de forma que el
mismo Welsh pudo llevar a cabo el ACB (1) (31). De estos 14, 13 arrojaron una
ratio beneficio-coste positiva (32), es decir, los beneficios (monetizados)
obtenidos eran superiores a los costes del programa, estando las ratios entre un

33
espectacular 270/1 y un mucho más modesto 1,13/1. El anterior resultado es si
cabe más relevante cuando se considera lo siguiente:

 De los 14 estudios, 4 sólo evaluaron los efectos pa-ra el sistema de


justicia penal (excluyeron incluso los efectos para las víctimas).
 De los 10 estudios que sí tuvieron en cuenta los cos-tes para las
víctimas, la mayoría se centró en los tangi-bles, prescindiendo o
restringiendo los costes intangi-bles a considerar.
 De los 14 estudios, sólo la mitad (7) cuantificó efec-tos distintos de
la reducción de la reincidencia, efec-tos sobre variables tales como
la educación, las posi-bilidades de empleo, la salud, el uso de
servicios sociales y la reducción en el uso de drogas ilegales.
 En 5 de los anteriores 7 estudios «amplios», los bene-ficios que se
obtuvieron debido a las mejoras en estas otras variables superaron
los conseguidos mediante la reducción de la reincidencia, lo que de
nuevo a punta la relevancia de considerar este tipo de efectos.

Como puede verse, en los estudios analizados los beneficios de los


programas se han calculado a la baja (en algunos estudios, mucho), mientras
que los costes se han computado por completo. Lo que significa que los positivos
resultados alcanzados suponen en realidad una importante subestimación de los
verdaderos beneficios, y por lo tanto que la ratio entre beneficios y costes sería
todavía más pronunciada en caso de incluirse tanto los beneficios intangibles
como los que recaen sobre los participantes en estos programas y su entorno.

Según ha podido verse, el análisis económico y su énfasis en comparar


los diversos costes y beneficios de las distintas alternativas ofrece un apoyo
inestimable en un campo, la política criminal, en el que tales alternativas abundan
y tienen como base planteamientos teóricos muy distintos cuando no
incompatibles entre sí.

34
TEORÍA DEL MAPA MENTAL
El mapa mental, que Bell, Fisher, Baum y Green (1996) definen como una
representación muy personal del entorno familiar que nosotros experimentamos,
es decir, una representación de nuestra, personal forma de comprender el
entorno.

Este esquema cognitivo nos permite adquirir, codificar, almacenar,


recordar y manipular información sobre nuestro entorno. (Downs y Stea, 1973).
Entre las funciones de los mapas cognitivos se encuentran la de proporcionar un
marco de referencia ambiental para movernos por nuestro entorno, la persona
que no es capaz de relacionar el lugar en el que se encuentra con su contexto
se encuentra perdida, es por tanto un dispositivo para generar decisiones acerca
de acciones de desplazamiento por nuestro entorno, contribuyendo además a
generar una sensación de seguridad emocional (Aragonés, 1998).

El mapa mental es por tanto un esquema a modo de mapa o plano que el


sujeto ha ido desarrollando con la experiencia con su entorno y que le permite
desenvolverse y desplazarse por su territorio. Todos poseemos un mapa mental
de la zona en la que residimos, de la ciudad y en general de todo el territorio por
el cual nos desplazamos a lo largo de nuestra vida.

En el tema que nos ocupa, los delincuentes usan su mapa mental para
dirigirse a determinados lugares, escoger determinadas zonas, acceder y huir
por determinadas vías, en definitiva, la relación que establece el criminal con su
entorno para cometer sus actos está condicionada por su mapa cognitivo.

La importancia de conocer este mapa mental radica en la posibilidad de


poder determinar con su análisis el punto de partida de sus desplazamientos,
lugar que generalmente suele ser su casa, aunque también puede ser su lugar
de trabajo u otro domicilio anterior. Esto es lo que se suele denominar punto de
anclaje y que más tarde se desarrollará.

El conocimiento geográfico que conforma el mapa mental como hemos


visto anteriormente es un representación personal y propia de la persona,
personas distintas pueden tener un mapa mental distinto aunque vivan en una
misma zona, ya que parten de interpretaciones personales y de la experiencia

35
particular que cada persona tiene con la zona en la que vive y por los lugares
donde transita. El criminal por tanto consulta y usa su mapa cognitivo para
analizar qué puede hacer en determinadas zonas, cómo puede llegar y salir de
allí, qué tipo de víctimas y obstáculos se puede encontrar, qué sitios le son más
cómodos y familiares para moverse, dónde se siente seguro.

Como afirma Garrido (2007) muchos asesinos en serie siguen una lógica
definida a la hora de decidir dónde cometen sus crímenes, siguiendo una lógica
de coste-beneficio: cuando invertimos un esfuerzo importante en algo, el lugar
que elegimos para realizar esa inversión ha de minimizar los costes en relación
a los beneficios que se pretenden obtener. Cabe pensar entonces que los
asesinos se desplacen hasta lugares donde creen que pueden encontrar
víctimas más vulnerables, donde pueda estar más seguro de que no serán
sorprendidos o puedan escapar con facilidad.

Es por tanto, un objetivo del perfil geográfico, hacerse con una copia de
ese mapa mental del criminal y ser capaz de entenderlo y usarlo como él lo haría
para detectar próximas zonas de actuación y acotar lo máximo posible la base
de operaciones desde la que inicia sus crímenes.

CONCLUSIÓN
Una vez analizados las teorías se puede explicar cómo el entorno físico,
las pautas sociales y el comportamiento de las víctimas aumentan las
oportunidades para el delito. La cuestión del desplazamiento del delito es vital
para la prevención de los delitos. Un hallazgo importante de las encuestas a
víctimas en que la mayoría de los intentos de cometer un delito son frustrados.
De todos los intentos de homicidio, violaciones, robos con allanamiento de
morada y robos con violencia, en la mayoría de los casos el delincuente se ve
obligado a abandonar el lugar del delito sin haberlo consumado de manera
completa.

36
GLOSARIO
Criminalidad: Se entiende el volumen de infracciones cometidas sobre la ley
penal, por individuos o una colectividad en un momento determinado y en una
zona determinada, la criminalidad es un término que tiene muchas variantes, por
ejemplo: los americanos no manejan el término criminalidad sino delincuencia.

Patrón: Es un conjunto de elementos que se repiten a lo largo del tiempo, por lo


que puede tomarse como modelo a una determinada conducta, en esta caso una
conducta delictiva.

Perfil geográfico: Es una de las herramientas para la resolución de crímenes


seriales y otros tipos de delitos que encierran patrones y tendencias
espaciotemporales potencialmente analizables y se configura como medida de
prevención situacional, de acuerdo a lo cual se orienta a la modificación de las
oportunidades delictivas para evitar la comisión de nuevos delitos y reducir la
lista de posibles sospechosos que faciliten la identificación del autor desconocido
de un crimen violento, sexual o especialmente perverso.

Victimización: Es una condición de la salud mental de una persona a partir de


la cual esa persona se observa a sí misma como centro de todos los ataques y
agresiones que pueden existir en una relación humana.

BIBLIOGRAFÍA
Penachino., A. (30 de junio de 2015). Criminalística.mx. Obtenido de Criminalística.mx:
http://criminalistica.mx/77-uncategorised/1628-teoria-de-la-actividad-rutinaria

PONCE, N. B. (2014-2015). Criminología ambiental orientada a la delincuencia juvenil.


Obtenido de Criminología ambiental orientada a la delincuencia juvenil:
https://addi.ehu.es/bitstream/10810/16091/1/Bernaola%20Ponce,%20Nagore.pdf

SEIC. (2000). Sociedad Española de Investigación Criminológica . Obtenido de


http://www.criminologia.net/

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