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(*) Conferencia Dictada En Asociación Latinoamericana De Filosofía Seminario "versiones Del Habla". Agosto 2002.
Patricia Leyack
Comienzo por un aforismo lacaniano: "...El inconsciente está estructurado como un lenguaje".
Los analistas nos dedicamos a la lengua, pero no a la de los lingüistas. Nos dedicamos a la
lengua en funcionamiento, la que, en su movimeinto, produce equívocos, sufre de lapsus, de
repeticiones y de retornos. Nos dedicamos a la singularidad con la que se le habló a cada
sujeto, con la que se armó "lalangue", ese sustrato caótico primario de la polisemia de nuestra
lengua materna.
En años posteriores Lacan completa su aforismo: "... El inconsciente está estructurado como
un lenguaje que, en medio de su decir, produce su propio escrito...".
El inconsciente produce, entonces, escrituras. El asunto, para los analistas, es cómo acceder
a esas escrituras, cómo descifrarlas y cómo operar sobre ellas para modificar la posición del
sujeto. La posición del sujeto en relación al goce. Y si operamos sobre estas escrituras
inconscientes, es porque ,como dice Lacan en AUN, Seminario XX: "...No solo ustedes
suponen que el sujeto del inconsciente sabe leer; suponen también que puede aprender a
leer".
Es en las "formaciones del inconsciente", productos del inconsciente, donde se pueden leer
privilegiadamente, esas escrituras del inconsciente. Los sueños, los síntomas, los lapsus, las
acciones sintomáticas, el chiste. Y las leemos aún en el discurso en general, que se despliega
en la experiencia del análisis, que excede las propias formaciones. ¿Qué leemos?. Leemos la
letra del sujeto que retorna en su discurso.
Un texto de referencia que tomo es: "La instancia de la letra en el inconsciente o la razón
desde Freud". Los títulos en Lacan, y esto lo aprendió de Freud, no son antojadizos. Aquí
"instancia" es, por un lado, autoridad con poder de decisión. De donde la letra domina, rige.
Por otro lado, salvo por una sílaba, "instancia" es insistencia, insistencia de la letra. La letra
insiste hasta que es leída.
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La segunda parte del título alude al "acontecimiento Freud". El logos no es el mismo a partir
de Freud. Con el inconsciente que Freud descubre – inventa, le inflige una herida narcisista,
como él decía, a la razón occidental: descentra el saber. El saber –a esto lo llamo el
"acontecimiento Freud"- es del inconsciente. Es un saber que no se sabe. Habrá que darle la
oportunidad, en el análisis, de que se despliegue como discurso. Es, en el discurso de un
sujeto en análisis, que el saber del inconsciente retorna y se hace audible, para quien lo sabe
escuchar, como letra.
"Letra" designará en primer lugar, entonces, la estructura del lenguaje en tanto en ella está
concernido, a nivel del discurso, un sujeto. Implicará a un sujeto literalizado, tomado en la
letra.
La letra escribe a un sujeto en un discurso, pero en una paradójica temporalidad: habrá sido
letra una vez leída.
El analista es –en su praxis clínica- un lector: lee a la letra. Equivoca la ortografía, con lo que
da a leer "...algo que está más allá de lo que se ha incitado al sujeto a decir" (Seminario
"AUN"). Al equivocar y cortar, el psicoanalista "escribe sobre lo escrito (1)". Su lectura al
retornar en la interpretación es una escritura sobre el discurso del analizante. Si esta
operación de lectura no se produce, la letra estará en suspenso, o mejor, suspendida, en
espera.
Conecto, ahora, con otro texto de Lacan: "Lituraterre". Otra vez el título llama a una
deconstrucción. Lacan juega con la inclusión de "litter" (en inglés: basura), dentro de la
palabra "literatura". Señala, así, una conexión entre letra y basura. El título juega, además,
con "rature", en francés: tachadura, y "terre".
Dice allí Lacan que la letra es litoral entre significante y goce; entre saber, dominio de lo
simbólico y goce, dominio de lo real; entre inconsciente y libido.
Una frontera es atravesable, un litoral hace borde a los dos territorios, o dominios, que en él
se encuentran. Decimos, entonces, que la letra tiene un costado significante y un costado real,
de goce.
Momento productivo en un análisis es aquel en el que se toca, se lee esa letra del sujeto. En
el que el significante se quiebra y al quebrar su apariencia, aquello que en él hace sentido,
arroja el goce que marca al sujeto. Es la intervención analítica, su efecto de reescritura, la que
opera esta ruptura, lo cual la configura como un acto analítico: acto de corte.
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Que el analista no se aturda con el sentido común que los significantes portan, que lea en
ellos las cicatrices edípicas, es lo que produce esta ruptura de lo fenoménico, de la apariencia,
del sentido de los signficantes. Esta ruptura del significante, de su apariencia, hace posible el
goce. Y es la intervención analítica la que hace posible el goce encerrado en el síntoma. Lo
real es lo imposible, lo imposible de ser dicho, aquello que no cesa de no escribirse. Siendo
así, "...Qué significa –recuerda Hector Yanquelevich en su libro "Del padre a la letra" – que el
goce deje de ser imposible. Cuando el paciente cuenta su síntoma, el analista, frente a este
relato, puede, en algún momento, producir una respuesta. Hay un objeto, hay un sentido, no
pre existente sino a efectuar. Y esta intervención del analista hace posible el goce encerrado
que habita como parásito en el síntoma. Jouissance: "J´ouïs sens": goce en homofonía con
"oigo sentido". Hay un sentido que se puede oír. Y aquello que se puede oír, hace que ese
goce se vuelva posible. El goce abandona lo real y pasa a lo imaginario. Puede ser retomado,
ya que hay sentido..."
Hay presentaciones clínicas en las que la intervención analítica inscribe una letra ahí donde se
la porta muda. No se la lee en el discurso porque el sujeto del inconsciente no la leyó, pero "se
da a leer": rasgos de carácter, por ejemplo; o fenómenos psicosomáticos, donde no hubo
sujeto para leer, hubo un goce que –sin dialéctica- se implantó en el cuerpo.
Dejemos por un momento esta forma de la letra retornando en el discurso, y pasemos a las
clásicas formaciones del inconsciente para poder abordar en detalle cómo escribe el
inconsciente, puntualizando que el concepto "formación" puede ser entendido, también, como
genitivo objetivo en la medida en que la intervención analítica "forma" al inconsciente.
Un sueño es una escritura en imágenes, dice Freud. Un rébus o adivinanza, que mal
llamamos jeroglífico, basado en analogías fonéticas que utiliza dibujos o símbolos.
Sueño, rébus, que hay que entender al pie de la letra, nos recuerda Lacan, porque en él la
instancia literante, la instancia de la letra toma al significante como cosa.
La puesta en escena, medio figurativo por excelencia del sueño, transforma al significante en
letra. Produce una escritura que es necesario asociar en la sesión, para que esa letra se haga
presente en el decir, trabajada por las leyes del significante: la metáfora y la metonimia.
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Para el inconsciente, la palabra no es sino un elemento de puesta en escena como los otros.
Freud diferenció en el sueño el contenido manifiesto que el relato del soñante hace presente,
del contenido latente, que se alcanza por las asociaciones. La escritura en imágenes, que es
el sueño, es una escritura en una lengua particular: la que habla el soñante. Y las ideas
latentes, que se alcanzan por las asociaciones, informan qué segmentos de esa lengua lo han
marcado, le han dejado cicatrices edípicas.
Cuando Freud dice que el sueño es una realización de deseos, entiendo que dice que el
sueño articula esas marcas en escenas oníricas. Eso es la realización. El juego infantil cumple
la misma función. Para Freud el deseo es siempre infantil, inconsciente, incestuoso. Por eso
digo: marcas edípicas. Marcas del Otro, que el sujeto del inconsciente lee, que al realizarse
escénicamente, es decir, articularse llaman a la asociación. Es al escuchar el relato y las
asociaciones que la intervención analítica leerá el relato de las imágenes del sueño como letra
del sujeto, letra que el sujeto del inconsciente ya había escrito pero que será necesario que la
interpretación en transferencia las subraye, las recorte, las equivoque, para que el sujeto sepa
de su saber no sabido. Digo con esto, de paso, que el deseo es su interpretación.
En el relato de un sueño, la letra no está reconocida como letra, está en suspenso, no entregó
aún su mensaje, está ahí como instrumento meramente descriptivo de una escena onírica. Es
la interpretación la que la revela como letra del sujeto. La que le da a la letra su paradójico
estatuto temporal: habrá sido letra una vez leída en transferencia. Aludo aquí a toda la
concepción del après coup o efecto retardado: lo que estaba antes al sujeto le llega después,
con retardo. Esto abre la cuestión del estatuto ontológico del inconsciente. El sujeto del
inconsciente lee marcas, articula, pero es en transferencia donde se realiza, porque es ahí
donde el analista lee la lectura del sujeto del inconsciente, lee lo escrito. Decimos entonces,
que el inconsciente no es del orden del ser ni del no ser, es del orden de lo no realizado,
evasivo en su manifestación óntica. Si hay un estatuto del inconsciente, éste es ético en
Lacan: apunta al deseo.
Es el eje de la separación lo que, según mi lectura, propone Isidoro Vegh en su libro "Enlaces
y desenlaces del goce", para ordenar los distintos tipos de sueño: en las pesadillas, el sujeto
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está arrasado, los movimientos se lentifican, el clima es de asfixia, el soñante no puede
despertar: predomina el Otro.
Pasemos ahora al síntoma. Se trata, para Lacan, de una metáfora. Lo cito en "La instancia de
la letra en el inconsciente o la razón desde Freud": "...Entre el significante enigmático del
trauma sexual y el término que lo sustituye metafóricamente en una cadena significante
actual, pasa la chispa que fija en un síntoma: metáfora donde la carne o la función están
tomadas como elementos significantes, la significación inaccesible para la conciencia del
sujeto".
Un analizante con dos hijos y dos divorcios a cuestas, consulta por sus dificultades para hacer
pareja, vincularse bien con una mujer a la cual amar y con la cual convivir. Digamos entonces:
función de hacer pareja, fallida.
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se derrama como goce sobre el sujeto. El padre de esta historia, la función padre, no ha
interdictado este exceso, que el sujeto hoy porta como síntoma. Pero, no es una mera víctima:
ha habido una respuesta por parte del sujeto, él se ha fijado a esta posición. Él se ha dejado
ser –muy tempranamente- objeto de ese goce incestuoso. Es en la adultez que esto le vuelve
como angustia: señal en el yo que le informa que se ha separado de ese lugar, pero esa
separación es aún incompleta. En la mujer, las mujeres actuales, retorna algo de aquel goce
parasitario que debe cortar, análisis mediante. El síntoma se revela así como palabra
amordazada, que produce un mensaje cifrado.
También el chiste, como formación, es una escritura del inconsciente. Como dice Freud: "...Un
pensamiento preconsciente es entregado por un momento a la elaboración inconsciente, y su
resultado es aprehendido enseguida por la percepción consciente..." .
Es el caso del novio que, junto con el casamentero, acude a la primera visita a casa de la
novia seleccionada. El casamentero, tratando de entusiasmar al candidato, le señala una
vitrina con preciosos objetos de plata. El novio, desconfiado, sospecha que la familia ha
tomado en préstamo esos objetos para producir una buena impresión. "¡Qué ocurrencia!
–responde el casamentero- ¿Quién prestaría algo a esta gente?". La gracia de este chiste es
que la escritura que retorna, al modo de una torpeza, está dicha por el personaje que debiera
callarla.
O este otro, como el anterior, citado por Freud: "La vida humana se descompone en dos
mitades, en la primera uno desea que llegue la segunda, y en la segunda uno desea volver a
la primera".
Qué escribe en apretada y graciosa síntesis este chiste: que la vida humana está hecha de
ilusiones y desencantos.
Los lapsus, los actos sintomáticos son también efectos de escritura inconsciente.
Lo genial de Freud, fue reparar en los restos de la civilización (y no sólo porque le interesaba
la arqueología) y apoyar ahí los indicios de su descubrimiento. Y digo más. Digo: la civilización
en sí misma circunscribe un resto porque se funda en una pérdida. En una pérdida de goce.
Para ser humanos el "todo goce" nos fue prohibido: ley de prohibición del incesto que, como
operatoria simbólica, funda ese vacío y permite el lenguaje, la civilización, la cultura. Pero no
borra la pérdida estructural. Su marca se indica, precisamente, entre otras cosas, en el
ombligo del sueño, punto en que el sueño no arroja más asociaciones. Punto que indica que
TODO no puede ser dicho, que hay algo perdido para siempre. Y que es esta pérdida la que
pondrá en marcha al aparato psíquico. Otra forma de decirlo: es por la operatoria simbólica de
la castración (del incesto), que el deseo es posible. Y esto no sólo en tiempos instituyentes.
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Justamente, si el análisis opera es porque propicia cortes de aquellos goces que parasitan al
sujeto, que lo mantienen atado a algún objeto incestuoso, impidiendo este goce no cortado la
función sujeto.
Es necesario llevar al sujeto a que realcance el goce, pero el goce enlazado al deseo. Lacan
lo dice así: "...que rechace el goce para realcanzarlo en la escala invertida de la ley del
deseo..."
En el sueño o en el discurso, la verdad como TODA no puede ser dicha, es, como el incesto,
lógicamente imposible. La censura onírica –equivalente discursivo de esta ley de prohibición
del incesto, según Silvia Amigo en su libro "De la práctica analítica, escrituras"- así como las
distintas formas discursivas, metáfora, metonimia, mentan, aluden a la verdad, verdad del
sujeto, pero en una estructura de ficción, a entender como de lenguaje. Es lo que Lacan dice
con su conocido aforismo: "...La verdad tiene estructura de ficción".
Si bien los niños hablan, están en el lenguaje, hasta pueden hacer juegos significantes, su
palabra aún no escribe. Es una palabra que no terminó todos los movimientos represivos del
conflicto edípico. El niño, además, por su dependencia, está sujeto a goces actuales, quiero
decir, que lo afectan y lo determinan en la actualidad de su vida. No constan aún como
historia, en el acervo del saber inconsciente.
Con lo que el niño, su inconsciente escribe, es con la grafía y con el juego. Y es ahí, en ese
nivel, donde se debe localizar la intervención analítica. Sostener una cura de niños sólo en la
palabra es, por tanto, violentar al niño. Su síntoma está representa una articulación fallida de
los padres entre sí y respecto a ese niño. La cura propiciará el juego y el dibujo mediante los
cuales, con trazo propio, trazo subjetivo, el niño articulará su malestar –función que antes
había señalado para los sueños- y pondrá en juego también, intervención analítica mediante,
una vía de salida.
Finalmente, hay presentaciones clínicas diversas, tomaré sólo la psicosomática, en las que el
sujeto del inconsciente está salteado, fuera de juego, y lo que se produce, se produce en la
carne, en lo real del tejido. Para esto debo hacer un breve rodeo: el sujeto se constituye en el
campo del Otro. Es del Otro, del Otro Primordial, sede del significante, del lenguaje, de donde
se desprenderá el sujeto. Hay dos momentos en la constitución subjetiva. El primero, de
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alienación y el segundo, de separación. La teoría lacaniana camina sobre dos ejes: la retórica
y la lógica. Una acota a la otra. Lacan hizo un esfuerzo para matematizar sus conceptos. Para
transmitirles cómo es esto de que el inconsciente no funcione, por ejemplo en el caso de las
afecciones psicosomáticas, apelaré a una forma de notación que trae Lacan en el Seminario
XI "Los cuatro conceptos". Representa, con la intersección de los dos círculos de Euler, estos
movimientos constitutivos:
Con la separación, el sujeto extrae signficantes del campo del Otro y produce un sin sentido
(zona de intersección en el gráfico): sin sentido para el Otro, pero pleno de sentido para él. Es
un "pas de sense", en su doble acepción en francés, nada de sentido para el Otro y paso al
sentido para el sujeto.
Para que la separación, como movimiento constitutivo del sujeto se dé, es necesario que éste
pueda interrogar los significantes de la demanda del Otro. El sujeto por venir, se recuperará
del eclipsamiento en el Otro interrogando el deseo del Otro, en los intervalos de su demanda.
En las afecciones psicosomáticas, para un cierto tramo de la red, falta afanisis (otra forma de
decir alienación), falta letra a cuenta del sujeto para la alienación: el inconsciente del sujeto no
la puede leer, que la lea lo constituye como sujeto del inconsciente. No podrá extractar
significantes para la separación, ésta fallará también. Es lo que en ciertos lugares de su obra,
Lacan llama la holofrase: los significantes que vehiculizan las demandas del Otro no
presentan intervalos, se trata de demandas inequívocas, renegatorias de la falta: producen en
el sujeto perplejidad orgánica. Alguna zona del cuerpo del sujeto afectada por esta alienación
fallida, queda como rehén del Otro. Se trata de una falla a nivel de lo simbólico: al no operar el
inconsciente, eso que viene del Otro como exceso se incrusta en la carne produciendo la
lesión.
Una hermosa muchacha de quince años presenta un incipiente vitiligo en el rostro. Algo
empieza a suceder en las consultas cuando se puede hacer una operación de lectura sobre el
nombre familiar que se le daba a la afección, despegado del diagnóstico médico, que sólo
sellaba la cuestión. Se la designaba como "las manchas". Letra que se pudo articular con una
cargada historia familiar, entrevista y renegada por la niña. La madre había tenido una hija
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antes de casarse; esto constituía para ella una mancha que temía, se repitiese en su hija
legal, cuya incipiente sexualidad resultaba así, para la madre, altamente peligrosa.
NOTAS:
Bibliografía
1980.
Lacan, J.J.: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo. Escritos I. Siglo XXI
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Lacan, J.J.: Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Intervenciones y textos
Yankelevich, H.: Del padre a la letra. Homo sapiens ediciones, Rosario 1998.
Vegh, I.: Enlaces y desenlaces del goce. Paidós, Buenos Aires 2000.
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