Você está na página 1de 2

Eugenia, a través de las montañas

Luis Brun

Eugenia atraviesa un paisaje accidentado, idílico en algún momento, extraño y árido ahora. Las
serranías atravesadas por ríos, valles que se agolpan y aplanan como el fondo difuso de un lienzo,
ese paisaje del sur que ha fascinado a Martín Boulocq por varios años, sirve como una especie de
continuidad en su cine, al menos en el espacio, con personajes encerrados en coches que no avanzan
y frente a caminos truncados. La nueva película de Boulocq empieza con una contundencia visual
inquietante, conmovedora más por lo que esconde que por lo revelado, una constante en la puesta
en escena del director cochabambino. Los minutos avanzan y poco a poco se va configurando una
historia, un personaje, se va abriendo una realidad a través de una puesta en escena que, en “Los
Viejos” (2011), su segundo largometraje, se había reusado a la levedad, en “Eugenia” (2017) fluye y
hasta se disuelve y vuelve a surgir, más o menos como en “Lo más bonito y mis mejores años” (2005).
En común, ambas películas tienen a Cochabamba, que presta su atmosfera, algo entre melancólica,
sosegada e enigmática: no pasa nada y pasa todo.

Considero a Eugenia como un paso importante en la filmografía de Boulocq, película mucho más
accesible y al mismo tiempo madura, afinada en los ritmos y con una suerte de ironía inteligente en
la que se sustenta su lado cómico. Si hay algo que es constante desde el inicio de la obra del director,
es la honestidad, esa necesidad de abundar en su mundo, de leer su entorno, de ver la realidad a
través de un espectro social y cultural que le es familiar, eso, que en algún caso podría considerarse
limitante, es sin duda una estrategia discursiva muy fuerte, efectiva y que finalmente da sentido a
una obra muy intimista y al mismo tiempo reflexiva sobre nuestra realidad. En Eugenia el contexto
de la Bolivia del “proceso de cambio” es parte del relato y, de manera muy sutil y elegante en
algunos casos, y en otros de manera más obvia, va irrumpiendo en la intimidad de los personajes, a
través de las pantallas de TV, en los letreros, en las ventanas de los taxis, en las conversaciones más
triviales. Nuevamente, no pasa nada y pasa todo, porque ese es el espacio natural de los personajes,
en este caso, no es el extremo caustico y descarnado que configura el imaginario de las periferias o
la pobreza, o el pálido retrato de la decadente élite, en cambio, es ese espacio de grises que a veces
se reúsa explorar en nuestro cine. Si hay una forma de aproximarse a la llamada “clase media”, tan
de moda hoy, es a través del cine de Boulocq. Lo que revela entonces, es igual o más importante,
porque al moverse entre los grises y evitar los extremos descubre, explora, y llega más lejos.

Un tema, inevitable de analizar en Eugenia, es la figura de la mujer y la feminidad. El director no ha


sido demagógico al abordar el tema en las entrevistas que ha dado, la película va más o menos en
ese tono. Los elementos narrativos se van acoplando sin sentirse forzados, el personaje de Eugenia
evoluciona creíble, honesto y sin trampas. Sobre ella recae esta figura de la mujer a contracorriente,
amenazada por enemigos visibles e invisibles, lindando peligrosamente con la victimización, algo
que en el tratamiento de la película se va esquivando en la medida de lo posible, plateando matices:
Eugenia dice sobre su divorcio “no es empezar de cero, hay que seguir no más” intentando
relativizar algo que, inevitablemente es difícil de sobrellevar, mientras tanto, en el televisor María
Galindo, activista, dice enfáticamente, “el divorcio es una victoria de las mujeres”. Finalmente,
Boulocq evita el dogmatismo y se inclina por lo más fuerte y cinematográfico, la feminidad. Una
visión fémina que ha sido construida entre el director y la actriz, Andrea Camponovo, sumamente
generosa con su personaje y con la historia, su participación en la película, que va más allá de la
interpretación, es clave para definir los mejores momentos de la película, en los que se desnuda
realidades como la de un mundo masculino aún prepotente, pero ya en franca decadencia, por otro
lado, la caricatura de un artista pretensioso de ciudad pequeña o los pincelazos de otra historia, la
de Tanya “la guerrillera”, que al final sirve como pieza dentro de esa búsqueda de una identidad a
partir de la crisis que sufre Eugenia, todo eso en torno a los fragmentos que queda de una familia.
Por ahí también se intentan plantear otros tópicos como la violencia de género o la diversidad
sexual, aunque, el último más que el primero, quedan a medio camino.

Estos, que podríamos denominar cavos sueltos, nos indican que estamos ante una película hecha
de momentos más que de una macro historia estructurada, estos momentos tienen una
peculiaridad o extrañeza que contribuyen a generar una atmósfera, sensaciones y texturas. Esta
forma de contar responde a un estilo de producción característico de Boulocq desde su primera
película, un estilo de rodaje extendido, cuasi documental, en el que se construye en base a una idea
ficcional, pero con pedazos muy íntimos, reales, extractados de las propias vivencias del director,
de sus actores o de cualquier miembro del equipo, estas historias se van solapando y generando
sentido sobre la marcha, en montajes previos, mientras, se graba en fines de semana o días
especiales, cual reunión de amigos que se dan tiempo para charlar y ponerse al día. Evidentemente
el modelo de producción influye en el resultado final de la película, por un lado, se hace frágil en la
narración, no por débil, sino porque llega al público de a poco, sutil, tal vez con detalles que al
principio parecen intranscendentes. Se cuestiona y exige al público, sí, pero el golpe no es
contundente. Por otro lado, esta lógica de producción y apuesta cinematográfica potencia a la
película en la interpretación de sus actores y en el ritmo dramático de cada escena, los actores y sus
personajes son afines, casi alter-egos, el texto del guion no existe o es bastante flexible, logrando
actuaciones fluidas y creíbles. Importante revelación: una de las falencias más grandes en el cine
boliviano, los diálogos acartonados, recitados o cantados, la sobreactuación y demás males, parece
que pueden superarse.

Las películas de Boulocq son nuevamente necesarias, a más de 12 años de su primer largo, que,
aunque de escasa difusión, ha influido bastante en las nuevas generaciones de cineastas. Son
necesarias porque nos dicen que aún hay miles de historias que no hemos contado de nuestro país,
que hay formas distintas de producir películas y concebirlas, también nos dice que es posible superar
nuestras obsesiones simbólicas de origen, hablar desde otros espacios, desde otras voces y buscar
nuevas obsesiones. Eugenia, como muchos de los personajes ficcionales y documentales en nuestro
cine, busca, viaja, cuestiona su identidad, pero en este caso, ella opta por otros caminos para
enfrentar esas problemáticas, se plantea otras preguntas, abraza su desarraigo, sus heridas, la
podemos ver a través de las montañas, esas que son como un fetiche en nuestro cine, la vemos
atravesar los riscos por el borde del precipicio, porque hay que seguir no más, hay que romper,
trastocar, y seguir.

Você também pode gostar