Você está na página 1de 118

CR ISIS DE L A R E P U B L IC A

E N S A Y IS T A S -1 0 6
Título original: Crisis o f the Republic HANNAH ARENDT
© 1969, 1970, 1971, 1972 by Hannah Arendt
Publicado por acuerdo específico
con Harcourt Brace Jovanovich Inc., Nueva York
© Grupo Santillana de Ediciones, S. A., 1983, 1998
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid
Teléfono 91 744 90 60
Telefax 91 744 92 24

• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.


Beazley, 3860. 1437 Buenos Aires
CRISIS
• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. de C. V.
Avda. Universidad, 767, Col. del Valle,
México, D.F. C. P. 03100 DE LA REPUBLICA
• Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.
Calle 80, n.° 10-23
Teléfono: 635 12 00
Santafé de Bogotá, Colombia

Segunda edición: mayo de 1999

Versión española de Guillermo Solana


Diseño de cubierta: TAU Diseño
Fotografía de cubierta: © Tsuneo Nanba. Cover

ISBN: 84-306-0282-8
Dep. Legal: M-19.036-1999
Printed in Spain - Impreso en España

Todos los derechos reservados.


Esta publicación no puede ser
reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en o transmitida por,
un sistema de recuperación
de información, en ninguna forma
ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético,
electroóptico, por fotocopia,
o cualquier otro, sin el permiso previo
taurus
por escrito de la editorial.
A M ary M c C arthy
con amistad

filosofía
Y LETRAS

F~ 244753
LA MENTIRA EN POLITICA
Reflexiones sobre los Docum entos del Pentágono

«No es agradable contemplar a la mayor


superpotencia del mundo, matando o hiriendo
gravemente cada semana a millares de perso­
nas no combatientes mientras trata de some­
ter a una nación pequeña y atrasada en una
pugna cuya justificación es ásperamente discu­
tida.»

R obert S. M cN amara
I

Los Docum entos del Pentágono —como han llegado


a llam arse los cuarenta y siete volúmenes de la «Histo­
ria del Proceso de Form ulación de Decisiones de los Es­
tados Unidos acerca de la Política del Vietnam» (encar­
gada p o r el Secretario de Defensa, R obert M cNamara,
en junio de 1967 y concluida año y medio más tarde),
desde que el N ew Y ork Tim es publicó en junio de 1971
este secretísim o y copioso archivo del papel desempeña­
do por los norteam ericanos en Indochina desde el final
de la segunda guerra m undial a mayo de 1968— cuentan
historias diferentes y enseñan lecciones distintas a los
diferentes lectores. Algunos afirm an que sólo ahora han
com prendido que Vietnam era el resultado «lógico» de la
guerra fría o de la ideología anticom unista. Otros con­
sideran que ésta es una oportunidad única para conocer
los procesos de elaboración de las decisiones guberna­
m entales, pero la m ayoría de los lectores coincide en
señalar que la cuestión básica suscitada por los Docu­
m entos es la del fraude. En todo caso resulta com pleta­
m ente obvio que este punto era el predom inante a ju i­
cio de quienes com pilaron los Documentos del Pentágo­
no p ara el N ew Y ork Times y es por lo menos probable
que tam bién fuera punto im portante para el equipo de
redactores que preparó los cuarenta y siete volúmenes de
la obra o rig in a l'. El famoso foso de credibilidad que nos 1
1 En palabras de Leslie H. Gelb, que dirigió el equipo: «Re­
sulta, desde luego, predominante la cuestión crucial de la cre-

11
ha acom pañado durante seis largos años se ha tran sfo r­ pensam iento filosófico y político a su significado, de
m ado de repente en un abismo. La ciénaga de mendaces una p arte p or lo que se refiere a la naturaleza de la ac­
declaraciones de todo tipo, de engaños y de autoengaños, ción y de o tra por lo que atañe a nuestra capacidad para
es capaz de trag ar a cualquier lector deseoso de escu­ negar en pensam ientos y palabras lo que resulte ser el
d riñ ar este m aterial que, desgraciadam ente, ha de consi­ caso. E sta capacidad activa y agresiva se diferencia cla­
d erar como la in fraestru ctu ra de casi una década de po­ ram ente de nuestra pasiva inclinación a ser presa del
lítica exterior e in terio r de los Estados Unidos. error, de la ilusión, de las tergiversaciones de la memo­
A causa de las extravagantes dimensiones a que llegó ria y de cuanto pueda ser responsable de los fallos de
la insinceridad política en los más altos niveles de Go­ nuestro aparato sensitivo y m ental.
bierno y a causa tam bién de la concom itante actitud per­ Una característica de la acción hum ana es la de que
m itida a la m entira en todos los organism os guberna­ siem pre inicia algo nuevo y esto no significa que siem­
m entales, m ilitares y civiles —falsificación de las cifras pre pueda com enzar ab ovo, crear ex nihilo. Para hallar
de cadáveres en las misiones de «búsqueda y destruc­ espacio a la acción propia es necesario antes elim inar o
ción», sesudos inform es de las Fuerzas Aéreas tras los destru ir algo y hacer que las cosas experim enten un cam ­
bom bardeos 2, inform es a W ashington acerca de los «pro­ bio. Sem ejante cam bio resultaría imposible si no pudié­
gresos» realizados, elaborados «in situ» p o r subordina­ semos elim inarnos m entalm ente de donde nos hallamos
dos sabedores de que su tarea sería valorada p o r lo que físicam ente e imaginar que las cosas pueden ser tam ­
ellos mismos escrib ieran 3— siente uno fácilm ente la ten­ bién diferentes de lo que en realidad son. En otras pala­
tación de olvidar el telón de fondo de la H istoria pasa­ bras, la deliberada negación de la verdad fáctica —la
da que no es exactam ente un relato de inm aculadas vir­ capacidad de m entir— y la capacidad de cam biar los he­
tudes y ante el que este reciente episodio debe ser con­ chos —la capacidad de actuar— se hallan interconecta­
tem plado y juzgado. das. Deben su existencia a la m ism a fuente: la im agina­
El sigilo —que diplom áticam ente se denom ina «dis­ ción. En m odo alguno cabe considerar como algo obvio
creción», así como los arcana imperii, los m isterios del el que podam os decir: «El sol brilla», cuando en realidad
Gobierno— y el engaño, la deliberada falsedad y la pura está lloviendo (consecuencia de ciertas lesiones cerebra­
m entira, utilizados como medios legítimos p ara el logro les es la pérdida de esta capacidad); m ás bien indica que,
de fines políticos, nos han acom pañado desde el co­ aunque nos hallam os bien preparados, sensitiva e inte­
mienzo de la H istoria conocida. La sinceridad nunca ha lectualm ente, en el mundo, no estam os encajados o aco­
figurado entre las virtudes políticas y las m entiras han plados en él como una de sus partes inalienables. Somos
sido siem pre consideradas en los trato s políticos como libres de cam biar el m undo y de com enzar algo nuevo
medios justificables. Cualquiera que reflexione sobre es­ en él. Sin la libertad mental para negar o afi rmar la exis­
tas cuestiones sólo puede sorprenderse al advertir cuán tencia, p ara decir «sí» o «no» —no simplemente a decla­
escasa atención se ha concedido en n u estra tradición de raciones o propuestas para expresar acuerdo o desacuer­
do, sino a las cosas tal como son, más allá del acuerdo
dibilidad del Gobierno.» Véase «Today’s Lessons from the Pen- o del desacuerdo, a nuestros órganos de percepción y
tagon Papers» en Life, 17 de septiembre de 1971.
a R alph S tavins, R ichard J. B arnet y M arcus G. R askin , Wash­ cognición— no sería posible acción alguna; y la acción
ington Plans an Aggresive War, New York, 1971, pp. 185-187. es, desde luego, la verdadera m ateria prim a de la poli-
3 D aniel E llsberg , «The Quagmire Myth and the Stalemate Tica V ' ~— ----------------------------------
Machine», en Public Policy, primavera de 1971, pp. 262-263. Véase
también L eslie H. G elb, «Vietnam: The System Worked», en
Poreign Policy, verano de 1971, p. 153. * Para más consideraciones generales sobre la relación entre

12 13
Por consiguiente, cuando hablam os de la m entira, y am plio que sea el tejido de falsedades que un experto
especialm ente de la m entira de los hom bres que actúan, m entiroso pueda ofrecer jam ás resultará suficientem en­
hemos de recordar que la m entira no se desliza en la po­ te grande aunque recu rra a la ayuda de los com putado­
lítica por algún accidente de la iniquidad hum ana. Sólo res p ara ocultar la inm ensidad de lo fáctico. El m entiro­
por esta razón no es probable que la haga desaparecer so, que puede salir adelante con cualquier núm ero de
la afrenta m oral, ha falsedad deliberada atañe a los he­ m entiras individualizadas, hallará im posible im poner la
chos contingentes, esto es, a las cuestiones que rió'poseen m entira como principio. E sta es una de las lecciones que
Una verdad inherente en sí mismas ni necesitan poseerla. cabe extraer de los experim entos totalitarios y de la ate­
Las verdades fácticas nunca son obligatoriam ente ciertas. rrad o ra confianza que los líderes totalitarios sienten en
Él historiador sabe cuán vulnerable es el com pleto en­ el poder de la m entira, en su habilidad, por ejemplo,
tram ado de los hechos en los que transcurre n uestra vi­ p ara reescribir la H istoria una y o tra vez con objeto de
da diaria; ese entram ado siem pre corre el peligro de ser ad ap tar el pasado a la «línea política» del m om ento pre­
taladrado por m entiras individuales o hecho trizas por sente o p ara elim inar datos que no encajan en su ideo­
la falsedad organizada de grupos, naciones o clases, o ne­ logía. Así, en una economía socialista, negarán la exis­
gado y tergiversado, cuidadosam ente oculto tras infini­ tencia del paro, haciendo del parado alguien que carece
dad de m entiras o sim plem ente dejado caer en el olvido. de existencia real.
Los hechos precisan de un testim onio p ara ser recorda­ Los resultados de tales experiencias, cuando las em­
dos y de testigos fiables que los prueben p ara encontrar prenden quienes poseen medios de violencia, son te rri­
un lugar seguro en el terreno de los asuntos humanos. bles, pero el engaño perdurable no figura entre tales lo­
De aquí se sigue que ninguna declaración táctica pueda gros. Siem pre se llega a un punto más allá del cual la
situarse m ás allá de toda duda —tan segura y protegida m entira se torna contraproducente. Este punto se alcan­
contra los ataques, como, por ejemplo, la afirm ación de za cuando la audiencia a la que se dirigen las m entiras
que dos y dos son cuatro. se ve forzada, para poder sobrevivir, a rechazar en su
Es esta fragilidad hum ana la que hace al engaño tan totalidad la línea divisoria entre la verdad y la m entira.
fácil hasta cierto punto y tan tentador. Nunca llega a No im porta lo que sea verdadero o falso si la vida de
en trar en conflicto con la razón porque las cosas podrían cada uno depende de que actúe como si lo creyera ver­
haber sido como el m entiroso asegura que son. Las men­ dadero. La verdad en la que puede confiarse desaparece
tiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más enteram ente de la vida pública y con ella el principal
atractivas a la razón, que la realidad, dado que el que factor estabilizador en los siem pre cam biantes asuntos
miente tiene la gran ventaja de conocer de antem ano lo humanos.
que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su re­ A los muchos tipos del arte de la m entira desarrolla­
lato para el consum o público con el cuidado de hacerlo dos en el pasado debemos añadir dos recientes varieda­
verosímil m ientras que la realidad tiene la desconcer­ des. Existe, en prim er lugar, la m entira aparentem ente
tante costum bre de enfrentarnos con lo inesperado, con inocua de los especialistas de relaciones públicas al ser­
aquello para lo que no estam os preparados. vicio del Gobierno, que aprendieron su oficio en la in­
En circunstancias norm ales, el que m iente es derro­ ventiva publicitaria de Madison Avenue. Las relaciones
tado por la realidad, p ara la que no existe sucedáneo por * públicas son una variedad de la publicidad; tienen por
ello su origen en la sociedad de consum o con su desor­
verdad y política véase mi trabajo «Truth and Politics», en denado apetito de bienes distribuidos a través de la eco­
Between Past and Future, segunda edición, New York, 1968. nom ía de m ercado. El inconveniente de la m entalidad

14 15
del especialista de relaciones públicas es que él opera de la Seguridad Nacional», como han sido recientem en­
solam ente con opiniones y «buena voluntad», con la dis­ te denom inados por R ichard J. Barnet, quienes «ejercen
posición a com prar, esto es, con intangibles cuya reali­ fundam entalm ente su poder, filtrando la inform ación
dad concreta es m ínim a. Esto significa que, p o r lo que que llega h asta el Presidente y proporcionándole una in­
se refiere a su inventiva, puede llegar a considerar que terpretación del m undo exterior» 5. Se siente la tentación
no existe m ás lím ite que el cielo, puesto que carece del de decir que el Presidente, supuestam ente el hom bre más
poder del político p ara actuar, p ara «crear» hechos y, por poderoso del país m ás poderoso, es la única persona de
consiguiente, de esa sencilla realidad cotidiana que fija la nación cuya gam a de decisiones puede estar prede­
lím ites al poder y ata a tierra las fuerzas de la imagi­ term inada. N aturalm ente esto sólo puede suceder si la
nación. ram a del Ejecutivo ha cortado todos sus contactos con
La única lim itación del especialista de relaciones pú­ los poderes legislativos del Congreso en nuestro sistem a
blicas sobreviene cuando advierte que la m ism a gente de Gobierno, es la consecuencia lógica si el Senado ha
que quizá pueda ser «manipulada» p ara ad q u irir una de­ sido privado o se m uestra escasam ente inclinado a ha­
term inada clase de jabón, no puede ser m anipulada cer uso de sus poderes para p articip ar y aconsejar en
—aunque desde luego pueda forzársela p o r el t e r r o r - la gestión de la política exterior. Una de las funciones
para «adquirir» opiniones y puntos de vista políticos. del Senado, tal como sabemos, es la de proteger el pro­
Por esto la prem isa psicológica de la m anejabilidad ceso de elaboración de decisiones contra las tendencias
hum ana se ha convertido en uno de los principales a r­ y los caprichos pasajeros de la sociedad en general —en
tículos vendidos en el m ercado de la opinión com ún y este caso contra las estridencias de nuestra sociedad de
culta. Mas tales doctrinas no m odifican la form a en que consum o y de los especialistas de relaciones públicas
la gente crea sus opiniones ni le im piden actu ar confor­ que a ella la inclinan.)
me a sus propios criterios. El único método, fuera del La segunda nueva variedad del arte de m entir, aun­
sistem a del terro r, para tener una influencia real sobre que m enos frecuente en la vida diaria, desempeña un
su conducta sigue siendo el antiguo de la zanahoria al ex­ papel más im portante en los Documentos del Pentágono.
trem o de una pértiga. No es sorprendente que la reciente Resulta especialm ente efectiva con hom bres de categoría,
generación de intelectuales que creció en la insana atm ós­ con aquellos que m ás probablem ente pueden hallarse en
fera de una creciente publicidad y a la que se enseñó los puestos superiores de la A dm inistración.Civil. Son
que la m itad de la política es «fabricación de imágenes» éstos, según la afortunada frase de Neil Sheehan, «pro­
y la o tra m itad el arte de hacer creer a la gente en las fesionales de la resolución de pro b lem as^ 6 y han llega­
apariencias, retroceda casi autom áticam ente a los viejos do al Gobierno partiendo de las Universidades y de al­
trucos de la zanahoria y la pértiga en cuanto la situa­ gunos «tanques de pensamiento», pertrechados algunos
ción se torne dem asiado seria p ara la «teoría». P ara ellos, con las teorías de los juegos y los análisis de sistem as,
la peor decepción de la aventura del Vietnam debe ha­ preparados, pues, en su propia opinión, para resolver to­
ber sido el descubrim iento de que hay gente con la que dos los «problemas» de la política exterior. Un signifi­
no resultan eficaces los m étodos de la zanahoria y la
pértiga. 5 En S tavins, B arnet, R askin, op. cit., p. 199.
(Resulta curioso que la única persona que puede ser 6 The Pentagon Papers, tal como fueron publicados por The
New York Times, Nueva York, 1971, p. xiv. Mi ensayo fue prepa­
víctim a ideal de una com pleta m anipulación, sea el Presi­ rado antes de la aparición de las ediciones publicadas por la
dente de los Estados Unidos. Por obra de la inm ensidad Government Printing Office y Beacon Press, y desde luego se
de su tarea, debe rodearse de consejeros, los «Gerentes basa exclusivamente en la edición de Bantam.

16 17
cativo núm ero de autores del estudio de M cNamara per­ tad a en m uchos «m em orándum s» redactados por sus plu­
tenecen a este grupo integrado por dieciocho jefes mi­ m as creyeron tam bién que la política no era m ás que
litares y dieciocho civiles extraídos de los «tanques de una variedad de las relaciones públicas y aceptaron esta
pensam iento», las Universidades y los organism os guber­ creencia con todas las curiosas prem isas psicológicas
nam entales. No eran ciertam ente «una bandada de pa­ subyacentes.
lom as —sólo unos pocos «criticaban el com prom iso de Sin em bargo, diferían obviam ente de los habituales
los Estados Unidos» en Vietnam 7— y, sin em bargo, es a fabricantes de imágenes. La diferencia descansa en el
ellos a quienes debemos este sincero, aunque desde lue­ hecho de que eran «solucionadores de problem as». No
go incom pleto relato de lo que sucedió en el interior de sólo eran inteligentes, sino que se enorgullecían de ser
la m aquinaria gubernam ental. «racionales» y, hasta un grado bastante aterrador, llega­
Los «solucionadores de problem as» han sido caracte­ ron a estar p or encim a del «sentim entalism o» y enam o­
rizados como hom bres de gran autoconfianza que «rara rados de la «teoría», del m undo del puro esfuerzo men­
vez dudan de su capacidad p ara triunfar» y trab ajaro n tal. Ansiaban hallar fórm ulas, preferiblem ente expresa­
junto con los m iem bros de la clase m ilitar de quienes das en lenguaje seudom atem ático, que unificaran los fe­
«la H istoria señala que son hom bres acostum brados a nómenos m ás dispares con los que les enfrentaba la rea­
ganar» 8. No deberíam os olvidar que debem os al esfuer­ lidad; esto es, se m ostraban dispuestos a descubrir «le­
zo de los «solucionadores de problem as» en su im parcial yes» m ediante las cuales pudieran explicar y predecir los
autoexamen, raro entre tales personas, el hechó de que hechos políticos e históricos como si fueran necesarios
los intentos de los actores p o r ocultar su papel tras una y, por consiguiente, tan fiables como los físicos creyeron
pantalla de secreto au toprotector (al menos hasta haber antaño que eran los fenómenos naturales.
com pletado sus M emorias, el m ás engañoso género de Pero, a diferencia del científico de la N aturaleza que
literatu ra de nuestro siglo) se hayan visto frustrados. aborda m aterias que, cualesquiera que sea su origen, no
La integridad básica de quienes escribieron el inform e están hechas por el hom bre ni ordenadas por el hom bre
está más allá de toda duda. Recibieron del Secretario y que pueden, por tanto, ser observadas, com prendidas
M cNamara el encargo de redactar un inform e «enciclo­ y eventualm ente m odificadas, sólo a través de la más
pédico y objetivo» y de «dejar que las fichas cayeran en m eticulosa lealtad a la realidad dada y fáctica, el histo­
donde fuera» 9. riador como el político, aborda problem as hum anos que
Pero estas cualidades m orales que merecen adm ira­ deben su existencia a la capacidad del hom bre para la
ción no les im pidieron evidentem ente p articip ar durante acción y esto atañe a la relativa libertad del hom bre res­
muchos años en un juego de engaños y falsedades. Con­ pecto de las cosas tal como son. Los hom bres que ac­
fiados en «su puesto, en su educación y en su obra» 10 túan en la m edida en que se sienten dueños de su propio
m intieron, quizá p o r culpa de un errado patriotism o, futuro, sentirán siem pre la tentación de adueñarse del
pero lo cierto es que m intieron, no tan to p o r su país pasado. Si experim entan el apetito por la acción y están
—desde luego no p o r la supervivencia de su país que ja ­ a la vez enam orados de las teorías, difícilmente poseerán
más estuvo en entredicho— como por la «imagen» de adem ás la paciencia del científico de la N aturaleza para
su país. A pesar de su indudable inteligencia, m anifes­ esperar h asta que las teorías y explicaciones hipotéticas
sean com probadas o negadas por los hechos. En vez de
7 L eslie H. G elb, op. cit., en Life.
8 The Pentagon Papers, p. xiv. eso, experim entarán la tentación de encajar su realidad
9 L eslie H. G elb, en Life. —que, al fin y al cabo, ha sido hecha por el hom bre y,
10 The Pentagon Papers, p. xiv. por consiguiente, podría haber sido de o tra m anera— en

18 19
pesar del terrible núm ero de crím enes de guerra come­
su teoría, desprendiéndose así de su desconcertante con­ tidos en el curso de la contienda de Vietnam. Pero in­
tingencia. . . _ cluso cuando esta voluntad ha existido, como en los ca­
La aversión de la razón a la contingencia es muy sos de H itler y de Stalin, el poder para realizarla tendría
fuerte; fue Hegel, el padre de los grandiosos esquemas que haber alcanzado a la om nipotencia. P ara elim inar el
históricos, quien sostuvo que «la contem plación filosó­ papel que Trotsky desempeñó en la Revolución rusa no
fica no tiene o tro propósito que el de elim inar lo acci­ bastaba m atarle y b o rra r su nom bre de todos los archi­
dental» 11*. Desde luego, gran p arte del m oderno arsena vos rusos si no se podía m atar a todos sus contem porá­
de la teoría política - l a s teorías de los juegos y los aná­ neos y extender ese poder a todas las bibliotecas y a
lisis de sistem as, los guiones escritos p ara audiencias todos los archivos de todos los países de la Tierra.
«imaginadas» y la cuidadosa enum eración de las consa-
Wdas tres opciones, A, B, y C, en donde A y C represen­
tan los extrem os opuestos y B la solución « ogica»
térm ino medio p ara el p r o b le m a - tienen su fuente en
esta aversión profundam ente arraigada. La falacia de se­
m ejante pensam iento comienza cuando se fuerza la elec­
ción entre dilem as m utuam ente excluyentes; la realidad
nunca se nos presenta con nada tan claro como as p re­
misas p ara unas conclusiones lógicas. El tipo de pensa­
m iento que presenta a A y C como indeseables y que,
po r consiguiente, acepta a B, difícilm ente sirve p ara
fin que el de desviar la m ente y cerrar el juicio ante la
m u ltitud de posibilidades reales. Lo que estos «soluci^
nadores de problem as» tienen en com ún con los vulgares
m entirosos es su intención de desem barazarse de ios he­
chos y la confianza de lograrlo gracias a la inherente
contingencia de tales hechos.
La verdad de la cuestión es que esto jam as puede lo­
grarse m ediante ninguna teoría o m anipulación de la
opinión, como si fuera posible elim inar del m undo un
hecho sólo con que gente suficiente creyera en su inexis­
tencia. Sólo es posible gracias a una destrucción radical
—como en el caso del asesino que «afirma» que
Mrs. Sm ith ha m uerto y entonces la m ata—. En el te­
rreno político sem ejante destrucción tendría que ser to ­
tal. Es innecesario decir que jam ás ha existido a ningún
nivel de Gobierno, tal voluntad de destrucción total, a

11 Die Philosophische Weltgeschichte■Entwurf von 1830: «Die


philosophische Betrachtung hat keine andere Absicht ais das Zu-
f ’allige zu enternen.»
21
futuro» o «ayudar al país a ganar su com bate contra
la... conspiración com unista» o contener a China y evi­
ta r el efecto de la teoría de las fichas de dominó o la
protección de la reputación de N orteam érica como «fia­
dora de la contrasubversión» 13145. A estos objetivos añadió
Dean Rusk posteriorm ente el de im pedir el estallido de
la tercera guerra m undial, aunque este propósito pare­
ce no hallarse en los Documentos del Pentágono o no ha­
b er desem peñado un papel en la relación de los hechos tal
como nosotros los conocemos. La m ism a flexibilidad de­
II term ina consideraciones tácticas: Vietnam del N orte es
bom bardeado para im pedir «un colapso de la m oral n a­
cional» 13 en el S ur y, particularm ente, el derrum bam ien­
Más que sus errores de cálculo, son notas esenciales- to del Gobierno de Saigón. Pero cuando llegó el m om en­
de los Documentos del Pentágono su encubrim iento, su to de com enzar los ataques el Gobierno ya se había de­
falsedad y su condición de m entira deliberada. La con­ rrum bado, «en Saigón reinaba un pandem onio», y los
fusión que se com ete cuando se concede más im portan­ bom bardeos tuvieron que ser aplazados y buscado un
cia a los prim eros es debida probablem ente al hecho ex­ nuevo o b je tiv o 1*. Ahora el propósito era obligar a «Ha­
traño de que las decisiones erróneas y las declaraciones noi a detener al Vietcong y al Pathet Lao», finalidad que
insinceras se hallaban en contradicción consistente con ni siquiera esperaba lograr la Junta de Jefes de Estado
los precisos docum entos de los servicios de inform ación, Mayor. Tal como afirm aron éstos, «sería ocioso deducir
al menos tal como éstos aparecen en la edición de Ban- que estos esfuerzos tengan un efecto decisivo» ’5.
tam. El punto crucial no es sim plem ente que esa polí­ A p a rtir de 1965 la noción de una victoria clara se
tica de m entiras casi nunca estuviera orientada hacia el desvaneció en el panoram a y surgió un nuevo objetivo:
enemigo (los docum entos no revelan ningún secreto mi­ «convencer al enemigo de que él no podría ganar» (el
litar protegido por la Ley de Espionaje), sino que se ha­ subrayado es de la autora). Y como el enemigo no se
llaba destinada principal, si no exclusivamente, al con­ dejó convencer apareció una nueva finalidad: «evitar
sumo doméstico, a la propaganda en el in terio r del país una d erro ta hum illante» —como si la característica dis­
y especialm ente form uladas con la finalidad de engañar tintiva de una d erro ta en una guerra fuese la simple hu­
al Congreso. El incidente del golfo de Tonkín, del que m illación—. Lo que los Documentos del Pentágono de­
el enemigo conocía todos los hechos m ientras que la notan es el obsesionante miedo al im pacto de la derro­
Comisión senatorial de Asuntos Exteriores los ignoraba, ta, no sobre el bienestar de la nación, sino «en la repu­
es un ejemplo relevante en este caso. tación de los Estados Unidos y de su Presidente» (el
Más interesante aún es que casi todas las decisiones subrayado es de la autora). De la m ism a m anera, poco
de esta desastrosa em presa fueran adoptadas con com­ tiempo antes, durante las discusiones en torno a la con­
pleto conocimiento del hecho de que probablem ente no veniencia de utilizar contra Vietnam del N orte tropas
podrían ser llevadas a la práctica. Por eso tuvieron que
11 Documentos del Pentágono, p. 190.
ser constantem ente m odificados los objetivos. Al princi­
1S Ibldem, p. 312.
pio existían unos fines abiertam ente declarados: «lograr 14 Ibídem, p. 392.
que el pueblo de Vietnam del Sur pueda determ inar su 15 Ibídem, p. 240.

22 23
terrestres, el argum ento dom inante no fue el tem or a la cum plir sus prom esas, m ostrarse duros, arriesgarse, en­
d erro ta en sí m ism o ni la preocupación p o r la suerte de sangrentarse e inferir severos ataques al enem igo»20; em­
las tropas en el caso de una retirad a sino: «Una vez que plear a una «nación pequeña y retrasada», desprovista de
estén allí las tropas norteam ericanas será difícil re tira r­ cualquier im portancia estratégica «como test de la ca­
las.^. sin adm itir la derrota» (el subrayado es de la auto­ pacidad de los Estados Unidos para ayudar a una nación
ra) . Existía, finalm ente, el objetivo «político» de «mos­ que se enfrentaba contra una "guerra de liberación” co­
tra r al m undo h asta qué punto los Estados Unidos ayu­ m unista» (el subrayado es de la a u to ra )21; m antener in­
dan a un amigo» y «hacen honor a sus com prom isos» 17. tacta una imagen de om nipotencia, «nuestra posición de
Todos estos objetivos coexistieron de una form a con­ prim acía mundial» 22; dem ostrar «la voluntad y la capa­
fusa; a ninguno le fue perm itido an u lar a sus predece­ cidad de los Estados Unidos para im poner su estilo en
sores. Cada uno se dirigía a una «audiencia» diferente y los asuntos del m undo»23; exhibir «el crédito de nues­
para cada uno había de elaborarse un «guión» diferente. tras prom esas a amigos y aliados»24; en suma, «com por­
La tan tas veces citada relación de los objetivos n orte­ tarse como» (el subrayado es de la autora) «la m ayor po­
am ericanos en 1965, form ulada p o r John T. M cNaughton: tencia del mundo» por la exclusiva razón de convencer
«70 %. E vitar una derro ta hum illante (para n uestra repu­ al m undo de este «simple hecho» (en palabras de Walt
tación como fiadores). 20 %. M antener al territo rio de R ostow )25 —fue el único objetivo perm anente que, tras
Vietnam del S ur y las zonas adyacentes libres de los el comienzo de la Administración de Johnson, relegó a
chinos. 10 %. P erm itir que el pueblo de Vietnam del Sur un segundo plano a los restantes objetivos y teorías, tan­
disfrutara de un estilo de vida m ejor y m ás libre» I8, re­ to la de las fichas del dominó y la de la estrategia anti­
sulta refrescante p o r su honradez, pero fuel probablem en­ com unista de las fases iniciales del período de la guerra
te redactada p ara llevar algo de orden y de claridad a fría como la de la estrategia de la contrasubversión a la
las discusiones en torno a la conturbadora cuestión de que tan inclinada se m ostró la Adm inistración de Ken-
por qué estábam os realizando una guerra en Vietnam. nedyv-
En el b o rrad o r de un «memorándum» anterior (1964), Este últim o objetivo no representaba poder ni bene­
M cNaughton había m ostrado, quizá inconscientemente, ficio. Ni tam poco podía influir sobre el m undo para ser­
cuán escasa era su fe, incluso en aquella prim era fase de vir unos intereses particulares y tangibles, en cuyo be­
la sangrienta confrontación, en la posibilidad de lograr neficio se precisara y se persiguiera m anifiestam ente una
alguno de los objetivos sustanciales: «Si Vietnam del imagen de la «máyor potencia del mundo». El_ objetivo
S ur se desintegrara com pletam ente a nuestro lado, debe­ era ahora la imagen misma, tal como se advierte en las*,
ríam os tra ta r de m antenerlo unido el tiem po suficiente expresiones de los «solucionadores de problemas», c o n ’’*
para poder evacuar a nuestras fuerzas y convencer al sus «guiones» y «audiencias», tom ados del m undo del
m undo p ara que aceptara la singularidad (y la im posibi­ espectáculo. Al servicio de este últim o objetivo las polí­
lidad congénita) del caso sudvietnam ita» (el subrayado ticas se trocaron en recursos intercam biables a corto
es de la a u to ra )19. plazo, hasta que, finalm ente, cuando todas las señales
«Convencer al mundo»; «dem ostrar que los Estados
Unidos eran un "buen do cto r” y que estaban deseosos de 20 Ibídem, p. 255.
21 Ibídem, p. 278.
16 Ibídem, p. 437. 22 Ibídem, p. 600.
17 Ibídem, pp. 434, 436. 23 Ibídem, p. 255.
18 Ibídem, p. 432. 24 Ibídem, p. 600.
19 Ibídem, p. 368. 25 Ibídem, p. 256.

24 25
anunciaban la derro ta en una guerra de desgaste, el ob­ para un «amigo» que necesitaba ser «salvado» y para un
jetivo ya no fue el de evitar una derro ta hum illante sino «enemigo» que, hasta que no le atacam os, careció de la
el de hallar los medios para evitar adm itirlo y p ara «sal­ voluntad y del poder de serlo: Pero dado que a ellos les
var la cara». im portan las m entes del pueblo sigue siendo sorprenden­
^ e la b o r a c ió n de imágenes como política global —no te que ninguno advirtiera que el «mundo» podía sentir­
la conquista del m undo sino tan sólo la victoria en la ba­ se aterrado cuando se m ostrara «hasta qué punto llega­
talla «por ganar las mentes del pueblo»— es evidente­ ban los Estados Unidos para hacer honor a su am istad y
m ente algo nuevo en el gran arsenal de hum anas locu­ a los com prom isos contraídos»2728. Ni la realidad ni el
ras que registra la H istoria. No fue em prendida por una sentido com ún penetraron en las m entes de los «solucio-
nación de tercera categoría, siem pre dispuesta a la jac­ nadores de problem as» ffl, quienes, infatigablem ente, pre­
tancia en busca de compensaciones a la realidad ni por pararon sus guiones para «relevantes audiencias» con ob­
una de las antiguas potencias coloniales que perdieron jeto de m odificar sus opiniones— «los com unistas (que
su posición como resultado de la segunda guerra m un­ deben sentir fuertes presiones), los sudvietnam itas (cu­
dial y que podían haber sentido la tentación, como la ya m oral debe sentirse reforzada), nuestros aliados (que
sintió De Gaulle, de alardear de una vuelta a la preem i­ deben confiar en nuestra capacidad para cum plir los com­
nencia, sino por la «potencia dominante» al final de la prom isos) y el público norteam ericano (que debe respal­
guerra. Puede que sea natural que quienes ocupan car­ dar el riesgo que corren las vidas y el prestigio de los
gos electivos, que deben tanto o creen deber tanto a quie­ Estados U nidos)»29*.
nes dirigieron sus cam pañas electorales, piensen que la / Sabemos hoy hasta qué punto fueron mal juzgadas
m anipulación es quien rige las mentes del pueblo y, por esas audiencias. Según Richard J. Barnet, en su excelen­
consiguiente, quien rige verdaderam ente al mundo. (El te contribución al libro W ashington Plans an Aggresive *
rum or, recientem ente divulgado en la sección «Notes and War, «la guerra se tornó un desastre porque los responsa­
Comments» de The N ew Yorker, según el cual «la Admi­ bles de la seguridad nacional se equivocaron respecto de
nistración de Nixon-Agnew planeaba una cam paña orga­ cada au d ien cia» ^ Pero el m ayor y desde luego el básico
nizada y dirigida por H erb Klein, su Jefe de Comunica­ erro r de juicio Consistió en recu rrir a audiencias respec­
ciones, para d estru ir el crédito” de Ja prensa antes de to de la guerra para decidir cuestiones m ilitares desde
las elecciones presidenciales de 1972» se halla perfecta­ una «perspectiva política y de relaciones públicas (don­
m ente alineado con esta m entalidad de relaciones públi­ de por «política» se entiende la perspectiva de la próxim a
cas) “. J elección presidencial y por «relaciones públicas» la im a­
Lo que sorprende es el fervor de esos grupos de «in­ gen de los Estados Unidos ante el m undo) y pensar no en
telectuales» que ofrecieron su entusiástica ayuda en esta los riesgos reales sino en las «técnicas para minim izar
im aginaria em presa, quizá porque se sintieron fascinados el im pacto de los malos resultados». E ntre estas técnicas
por la m agnitud de los ejercicios m entales que parecía se recom endó la creación de «"ofensivas” de diversión
exigir. Una vez m ás puede ser sólo natural para los «só- en alguna o tra parte del mundo» ju n to con el lanzamien­
lucionadores de problem as» no percatarse de las incal­
culables m iserias que sus «soluciones» —program as de 27 Documentos del Pentágono, p. 436.
pacificación y traslado de poblaciones, defoliación, na­ 28 En palabras de L eslie H. G elb : «La comunidad de la polí­
palm y explosivos del tipo «antipersonal»— reservaban tica exterior se ha convertido en una "casa sin ventanas”», Life,
op. cit.
29 Documentos del Pentágono, p. 438.
* The New Yorker, 10 de julio de 1971. 3li En S tavin, B arnet, R askin, op. cit., p. 209. *

26 27
to de un «program a contra la pobreza en las zonas sub­ do el Ejecutivo aun creía que era necesaria la autoridad
desarrolladas» 31. Ni por un m om ento se le ocurrió a del Congreso para iniciar una guerra. Eisenhow er era lo
M cNaughton, au to r de este «memorándum» y, sin duda, suficientem ente anticuado como para creer en la Cons­
un hom bre extraordinariam ente inteligente, que sus «di­ titución. Se reunió con los dirigentes del Congreso y se
versiones» a diferencia de las del espectáculo, habrían m ostró contrario a una intervención abierta porque fue
tenido graves consecuencias totalm ente imprevisibles. Ha­ inform ado de que el Congreso no apoyaría sem ejante de­
brían alterado el m undo en el que se movían y realiza­ cisión 33*. Cuando m ás tarde, durante la Adm inistración de
ban su guerra los Estados Unidos. Kennedy se discutió la posibilidad de «abierta actividad
Es este distanciam iento de la realidad lo que obsesio­ bélica», esto es, del envío de «tropas de combate», «nun­
nará al lector de los Documentos del Pentágono que ten­ ca se suscitó seriam ente la cuestión de la autoridad del
ga la paciencia de llegar hasta su final. B am et, en el tra ­ Congreso en relación con actos de abierta guerra contra
bajo ya mencionado, dice al respecto: «El modelo buro­ una nación soberana» 3i. Incluso cuando, bajo Johnson,
crático había desplazado com pletam ente a la realidad: algunos Gobiernos extranjeros fueron enteram ente in­
se ignoraron los hechos inquebrantables e inflexibles por form ados de nuestros planes de bom bardear Vietnam
cuyo conocimiento se había pagado tanto a tantos inteli­ del N orte, parece que, por el contrario, los dirigentes del
gentes analistas» 32. No tengo la seguridad de que basten Congreso nunca fueron inform ados ni consultados 35.
para explicar la situación las calamidades de la buropra- D urante la Adm inistración de Eisenhow er se consti­
cia, aunque éstas ciertam ente facilitaron el enm ascara­ tuyó en Saigón la Misión M ilitar que m andaba el Coronel
m iento de la realidad. En cualquier caso la relación, o Edw ard Landsdale para, según se dijo, «acom eter opera­
más bien la ausencia de relación, entre hechos y decisio­ ciones param ilitares... y realizar una actividad bélica po­
nes, entre los servicios de inform ación y los servicios ci­ lítico-psicológica» 36. Esto significaba en la práctica im­
viles y m ilitares es quizá el más trascendental secreto y p rim ir pasquines que difundían m entiras falsam ente a tri­
ciertam ente el m ejor guardado de los que revelaron los buidas al o tro bando, a rro ja r «contam inantes en los mo­
Documentos del Pentágono. tores» de la Compañía de autobuses de Hanoi antes que
Sería muy interesante conocer lo que perm itió a los los franceses abandonaran el Norte, organizar «clases de
servicios de inform ación perm anecer tan próximos a la inglés... p ara las queridas de im portantes personajes» y
realidad en esta «atm ósfera de Alicia en el País de las co n tratar un equipo de astrólogos vietnam itas 37. Esta ri­
Maravillas» que los Documentos atribuyen a las extrañas dicula fase se prolongó durante los prim eros años de la
operaciones del Gobierno de Saigón, pero que ahora pa­ década de los sesenta hasta que se im pusieron los mili­
rece corresponder m ás exactam ente al m undo irreal en tares. Tras la Adm inistración de Kennedy se esfumó la
el que se form ulaban los objetivos políticos y las deci­ doctrina de la contrasubversión, quizá porque, durante el
siones m ilitares. Porque, desde el principio, el papel de
derrocam iento del Presidente Ngo Dinh Diem se supo que
tales servicios en el Sudeste asiático distaba de ser pro­
las Fuerzas Especiales V ietnam itas financiadas por la
m etedor. En el comienzo de los Documentos del Pentá­
C. I. A. «se habían convertido en realidad en el Ejército
gono hallam os tran scrita la decisión de em barcarse en
una «encubierta actividad bélica» adoptada durante los
prim eros años de la Administración de Eisenhower, cuan- 33 Documentos del Pentágono, pp. 5 y 11.
31 Ibídem, p. 268.
35 Ibídem, pp. 334-335.
31 Documentos del Pentágono, p. 438. 36 Ibídem, p. 16.
32 En S tavin , B arnet, R askin, op. cit., p. 24. 37 Ibídem, p. 15.

28 29
particular de Mr. Nhu», herm ano y consejero político de Democrática del Vietnam (del N orte)] para que ésta
Diem 3839. em prendiera acciones a las que pudiera replicarse en­
Las ram as investigadoras de los servicios de infor­ tonces con una sistem ática cam paña aérea de los E sta­
m ación fueron m antenidas al m argen de las operacio­ dos U nidos»41. Estas tácticas no pueden ser considera­
nes secretas en el cam po de batalla, lo que significó que das astucias de guerra. Son típicas de la policía secreta
sólo eran responsables de obtener inform aciones y no de y llegaron a ser tan notorias como contraproducentes
crear por sí m ism as las noticias. No necesitaban exhibir en los últim os días de la Rusia zarista, cuando los agen­
resultados positivos ni se hallaban som etidas a la pre­ tes de la O jrana, al organizar asesinatos espectaculares
sión de W ashington p ara facilitar buenas noticias con «servían, pese a ellos mismos, las ideas de aquellos a
las que alim entar a la m áquina de relaciones públicas quienes denunciaban» “.
o para inventar cuentos de hadas acerca de «continuos
progresos y adelantos virtualm ente m ilagrosos un año
tras otro» . E ran relativam ente independientes y el re­
sultado fue que dijeron la verdad un año tras otro. En
tales servicios de inform ación, al parecer, los hom bres
no decían «a sus superiores lo que creían que éstos que­
rían oír», «[no] eran los que proporcionaban los datos
quienes form ulaban las estimaciones» y ningún superior
dijo a sus agentes lo que replicó el jefe de una División
am ericana a uno de sus consejeros de d istrito que insis­
tía en señalar la persistente presencia en su zona de nú­
cleos del Vietcong: «Hijo, tú eres quien redacta nuestro
cuaderno de notas de lo que hacemos en este país. ;P o r
qué nos fallas?» 40.
Parece tam bién que quienes eran responsables de las
estim aciones de los servicios de inform ación estaban muy
alejados de los «solucionadores de problem as», del des­
dén de éstos por la realidad y del carácter accidental
de todos los hechos. El precio que pagaron p o r la ven­
taja de su objetividad fue el que sus inform es no tuvie­
ran influencia alguna en las decisiones y propuestas del
Consejo Nacional de Seguridad.
Después de 1963 el único rastro discernible del pe­
ríodo de la guerra secreta es la infam e «estrategia de
provocación», es decir, de un com pleto program a de «in­
tentos deliberados de provocar a la R. D. V. [República

38 Ibídem, p. 166.
39 Ibídem, p. 25. 41 Documentos del Pentágono, p. 313.
40 G elb en Foreign Policy, op. cit. 43 M aurice L aporte, L’histoire de l’Okhrana, París, 1935, p. 25.

30 31
se hallaba durante una generación por lo menos» 4546. Se­
gún los Documentos del Pentágono «sólo la Ju n ta de Je­
fes de Estado Mayor, Mr. (W alt W.) Rostow y el General
(Maxwell) Taylor parecen haber aceptado la teoría del
dominó en su sentido literal» “, pero lo cierto es que
aquellos que no la aceptaban siguieron utilizándola, no
sólo en sus declaraciones públicas, sino como parte de
la lógica de su razonam iento.
El relativo a la afirm ación según la cual los rebeldes
de Vietnam del S ur «eran dirigidos y apoyados desde el
III exterior» p or una «conspiración com unista»: en 1961 los
servicios de inform ación señalaban que «del 80 al 90 por
100 de los efectivos del Vietcong, estim ados en unos
Es to tal la divergencia entre los hechos —form ula­ 17.000 hom bres, habían sido reclutados localmente y
dos p o r los servicios de inteligencia y a veces p o r los eran muy escasas las pruebas de que el Vietcong depen­
mism os que decidían (como sucedió especialm ente en el diera de sum inistros exteriores» 47. Tres años más tarde
caso de M cNamara), y a m enudo accesibles al público la situación no había experim entado cambios: según un
inform ado— y.las prem isas, teorías e hipótesis según las análisis de los servicios de inform ación, redactado en
cuales se elaboraban finalm ente las decisiones. Sólo si 1964, «las fuentes prim arias de la fuerza de los comu­
tenemos bien presente la to talidad de esta divergencia nistas en Vietnam del Sur son indígenas» 48. En otras pa­
podrem os com prender el alcance de nuestros fracasos labras, el hecho elem ental de la existencia de u na gue­
y desastres a lo largo de estos años. Por esta razón re­ rra civil en Vietnam del Sur no era desconocido en los
cordaré al lector algunos destacados ejemplos. círculos de quienes elaboraban las decisiones. ¿Acaso
' El de la teoría del dom inó, enunciada por vez pri­ no había advertido a Kennedy el senador Mike Mans-
m era en 1950 43 y a la que, como ya se ha dicho, se p er­ field en fecha tan rem ota como 1962 que el envío de
m itió sobrevivir a «los m ás trascendentales aconteci­ nuevos refuerzos m ilitares a Vietnam del Sur significa­
mientos». Cuando el Presidente Johnson preguntó en ría «que los am ericanos constituirían la fuerza domi­
-r- 1964: «¿Caería necesariam ente el resto del Sudeste asiá­ nante en una guerra civil... (lo que) perjudicaría al pres­
tico si Laos y Vietnam del S u r cayeran b ajo el control tigio am ericano en Asia y no ayudaría tam poco a Viet­
de Vietnam del Norte?», la respuesta de la C. I. A. fue la nam del S ur a m antenerse en pie»? 49.
siguiente: «Con la posible excepción de Camboya, es pro­ -p[, sin em bargo, los bom bardeos de Vietnam del N or­
bable que ninguna nación de la zona sucum biría ante el te com enzaron en parte por obra de una teoría que afir­
com unismo como consecuencia de la caída de Laos y de maba que «podría desecarse una revolución, elim inando
Vietnam del Sur»J1314. Cuando cinco años m ás tarde la Ad­ las fuentes exteriores de apoyo y abastecim iento». Se
m inistración de Nixon form uló la m ism a pregunta «La
Agencia Central de Inteligencia señaló... que si (los Es­ 45 Chicago Sun-Times, en cita de la sección «The Week in
tados Unidos) se retirab an inm ediatam ente de Vietnam Review», del New York Times, del 27 de junio de 1971.
del Sur, todo el Sudeste asiático perm anecería tal como 46 Documentos del Pentágono, p. 254.
47 Ibídem, p. 98.
13 Documentos del Pentágono, p. 6. 48 Ibídem, p. 242.
“ Ibídem, pp. 253-254. 49 E llsberg, op. cit., p. 247.

32 33
suponía que los bom bardeos «destrozarían la voluntad» do con la revolución china y con la resuelta oposición
del N orte de apoyar a los rebeldes en el Sur, aunque de Stalin a ésta o como el fragm entario carácter del
los mism os elaboradores de decisiones (en este caso movimiento com unista desde el final de la segunda gue­
« M cNaughton) sabían lo suficiente de la naturaleza indí­ rra m undial— . Algunos de estos críticos han llegado in­
gena de la rebelión como p ara du d ar de que el Vjetcong cluso a d esarrollar una teoría específica: América, tras
«obedecería a un Vietnam del N orte en quiebra»X Para haber em ergido de la segunda guerra m undial como pri­
empezar, la Ju n ta de Jefes de E stado Mayor no creía m era potencia, se em barcó en una consistente política
que «estos esfuerzos tendrían un efecto decisivo sobre im perialista cuyo objetivo últim o es el dominio m undial.
la voluntad de Hanoi» 501*53./É n 1965, según un inform e de La ventaja de esta teoría es que podría explicar la au­
M cNamara, los m iem bros del Consejo Nacional de Se­ sencia del interés nacional en toda la em presa —carac­
guridad coincidían en señalar que «no era probable que terística de los propósitos im perialistas ha sido siem­
Vietnam del N orte cediera... y que, en cualquier caso, pre el de no hallarse guiados ni lim itados por los inte­
renunciarían m ás probablem ente a la guerra p o r obra reses nacionales y las fronteras territoriales—/ Difícil­
del fracaso del Vietcong en el S ur que por el "dolor", mente, sin em bargo, serviría para explicar el hecho de
producido p o r las bom bas en el Norte» 5a. í que este país haya insistido estúpidam ente «en verter
Finalm ente hay que citar, en orden de im portancia sus recursos en un lugar erróneo» (como George Ball, j
sólo precedido p o r el de la teoría del dominó, el ejem ­ subsecretario de Estado en la A dm inistración de John­
plo de la gran estrategia basada en la creencia en una son y el único consejero que se atrevió a rom per el tabú
conspiración m undial del com unismo m onolítico y la y recom endar la retirad a inm ediata, tuvo el valor de de­
existencia de un bloque chino-soviético, ju n to con la hi­ cimal Presidente en 1965)55../
pótesis del expansionismo chino. La noción de que Chi­ Claram ente éste no es u n caso de «medios lim itados
na debía de ser «contenida» ha sido refutada en 1971 para lograr fines excesivos»56. ¿E ra excesivo p ara una
por el Presidente Nixon, pero hace m ás de cuatro años «superpotencia» sum ar otro pequeño país a su sarta de
M cNamara escribió: «En la m edida en que n uestra in­ Estados clientes o ganar una victoria sobre «una nación
tervención original y nuestras acciones actuales en el pequeña y atrasada»? Este es, m ás bien, un increíble
Vietnam fueron m otivadas por la reconocida necesidad ejem plo de utilización de medios excesivos para lograr „r->
de trazar una línea contra el expansionism o chino en fines lim itados en una región de interés m arginal. Fue
Asia, nuestro objetivo ha sido ya alcanzado»“. Y sólo precisam ente esta inevitable im presión de vacilante sin­
dos años antes había afirm ado que el propósito de los razón la que llevó finalm ente al país a la convicción
' Estados Unidos en Vietnam del Sur era «no "ayudar a «extendida y firm e de que el "E stablishm ent” está loco.
un amigo" sino contener a China» 54. Sentimos que estam os tratando de im poner una imagen
Los críticos de la guerra han denunciado todas estas de los Estados Unidos a lejanos pueblos que no pode­
teorías en razón de su enfrentam iento con la realidad mos com prender... y que estam os llevando este asunto
conocida —tal como la inexistencia de un bloque chi­ hasta extrem os inconcebibles», como M cNaughton escri­
no-soviético, sabida p o r cualquiera que esté familiariza- bió en 1967 57.
En todo caso la edición de B antam de los Documen-
50 Documentos del Pentágono, p. 433.
51 Ibídem, p. 240.
“ Ibídem, p. 407. 56 Ibídem, p. 414.
53 Ibídem, p. 583. 54 Ibídem, p. 584.
54 Ibídem, p. 342. 47 Ibídem, pp. 534-535.

34 35
tos del Pentágono no contiene nada que apoye la teoría to ra )" . Es cierto; varias cartas sim ilares fueron diri­
de una grandiosa estrategia im perialista. Sólo dos veces gidas a otros países, China, Rusia y la Gran Bretaña,
se m enciona la im portancia de las bases terrestres, m a­ ninguno de los cuales, sin em bargo, hubiera podido pro­
rítim as y aéreas, tan decisivamente relevantes p ara la porcionar la protección solicitada y que habría coloca­
estrategia im perialista —una vez la cita es de la Ju n ta do a Indochina en la m ism a posición sem iautónom a de
de Jefes de Estado Mayor, que señala que «nuestra ca­ otros Estados clientes de los Estados Unidos. Un se­
pacidad en una guerra lim itada» se vería «m arcadam en­ gundo incidente, tan sorprendente como éste, mencio­
te» reducida si de la «pérdida del territo rio continental nado entonces p o r el W ashington Post, fue señalado en
del Sudeste asiático» resultara la «pérdida de las bases las «Special China Series», los docum entos publicados
aéreas, terrestres y m arítim as» 58. Y en o tra ocasión se por el D epartam ento de Estado en agosto de 1969, pero
menciona en el inform e de M cNamara de 1964 que afir­ sólo llegó a conocimiento del público cuando lo descri­
m a explícitam ente: «No exigimos que [V ietnam del Sur] bió Terence Sm ith en el N ew Y ork Times. Al parecer, «fr­
sirva como base occidental o como m iem bro de una en enero de 1945, Mao y Chu En-lai, recurrieron al Pre­
alianza occidental» (el subrayado es de la a u to ra )59. Las sidente Roosevelt, «tratando de establecer relaciones con
únicas declaraciones públicas del Gobierno am ericano los Estados Unidos para evitar una total dependencia
durante esta época, form uladas casi como si fueran el respecto de la Unión Soviética» (el subrayado es de la
Evangelio, fueron las afirm aciones a m enudo repetidas, autora). Parece que Ho Chi Minh jam ás recibió respues­
muchísimo m enos plausibles que otras nociones de re­ ta y la inform ación sobre la gestión china fue suprim ida
laciones públicas, según las cuales no buscábam os ga­ porque, como ha com entado el profesor Alien Whiting,
nancias territoriales ni otros beneficios tangibles. contradecía «la imagen de un com unism o monolítico di­
Y esto no quiere decir que tras el colapso de las rigido desde M oscú»606l.
antiguas potencias coloniales, hubiera sido imposible una Aunque los elaboradores de decisiones conocían des­
genuina política global am ericana de características im­ de luego los inform es de los servicios de inteligencia,
perialistas. Los Documentos del Pentágono, generalm en­ cuyas relaciones de hechos elim inarían de sus m entes un
te tan desprovistos de noticias espectaculares, revelan día tras otro, es enteram ente posible, en mi opinión, que
un incidente, que parece indicar cuán considerables eran no estuvieran enterados de la existencia de estos prim i­
las posibilidades de una política global, desechada para tivos docum entos que hubieran constituido un m entís a
constituir una imagen de los Estados Unidos y p ara ga­ todas sus prem isas antes de que éstas crecieran hasta
nar las mentes populares. Según un telegram a de un constituir toda una teoría y arru in ar al país. Ciertas cu­
diplom ático am ericano en Hanoi, en 1945 y 1946 Ho Chi riosas circunstancias relativas a la reciente, regular e in­
Minh escribió varias cartas al Presidente Trum an, soli­ esperada desclasificación de docum entos muy secretos,
citando de los Estados Unidos «apoyo a la idea de una apuntan en esta dirección. Es sorprendente que los Do­
independencia annam ita, conform e al ejem plo de Filipi­ cum entos del Pentágono se prepararan durante varios
nas; que exam inara el caso annam ita y que adoptara años m ientras personas de la Casa Blanca, del Departa-
las medidas necesarias para el m antenim iento de la paz
m undial, puesta en peligro por los esfuerzos franceses 60 Ibídem, pp. 4, 26.
para reconquistar Indochina» (el subrayado es de la au- 61 New York Times del 29 de junio de 1971. Smith cita el tes­
timonio acerca del documento, formulado por el profesor Whiting
ante la Comisión senatorial de Asuntos Exteriores y que aparece
58 Ibídem, p. 153. en Foreign Relations of the United States: Diplomatic Papers
59 Ibídem, p. 278. 1045, vol. II: The Far East, China, Washington D.C., 1969, p. 209.

36 37
m entó de Estado y del de Defensa ignoraban aparente­ Si los m isterios del Gobierno han oscurecido las men­
m ente este estudio; pero es aún m ás sorprendente que tes de sus ejecutantes hasta el punto de que ya no co­
después de que fueron term inados, cuando dentro de la nocen ni recuerdan la verdad tras sus encubrim ientos
burocracia gubernam ental se despacharon en todas di­ y sus m entiras, esta operación de engaño, por bien o r­
recciones ejem plares de los Documentos, tanto la Casa ganizadas que estén sus «m aratónicas cam pañas infor­
Blanca como el D epartam ento de Estado no fueran ca­ mativas», en palabras de Dean Rusk, y p o r sofisticadas
paces de localizar los cuarenta y siete volúmenes. Es una que sean las artim añas publicitarias, concluirá por en­
clara indicación de que aquellos que deberían haber es­ callar o to m arse contraproducente, esto es, llegará a
tado m ás interesados en lo que el estudio tenía que confundir sin convencer. El inconveniente de la m entira
decir jam as pusieran sus ojos en los Documentos. y del engaño es que su eficacia descansa enteram ente
Este hecho arro ja alguna luz sobre uno de los más sobre una clara noción de la verdad que el que miente
graves peligros de la calificación de secretos a un des­ y quien engaña desean ocultar. En este sentido, la ver­
medido núm ero de docum entos: no sólo se niega a las dad, incluso si no prevalece en público, posee una irra-
personas y a sus representantes elegidos el acceso a lo dicable prim acía sobre todas las falsedades.
que deben saber p ara fo rm ar una opinión y form ular En el caso de la guerra del Vietnam, nos enfrenta­
decisiones, sino que los mismos protagonistas, poseedo­ mos, adem ás de con falsedades y confusiones, con una
res de una com pleta autorización p ara conocer todos los ignorancia verdaderam ente sorprendente y enteram ente
hechos relevantes, perm anecen en la m ás feliz ignoran­ sincera de los antecedentes históricos pertinentes: quie­
cia de tales hechos. Y esto sucede así, no porque una nes form ulaban las decisiones no sólo parecían ignorar
m ano invisible les m antenga deliberadam ente apartados, todos los bien conocidos hechos de la Revolución china
snio porque trab ajan en unas circunstancias y con unos y la pugna entre Moscú y Pekín iniciada hacía una dé­
hábitos m entales que no les conceden ni tiem po ni in- cada, sino que «nadie en la cum bre conocía o conside­
c inación p ara ir en busca de los hechos pertinentes a raba im portante el hecho de que los vietnam itas hubie­
m ontañas de docum entos, el 99,5 p o r 100 de los cua- sen estado luchando contra invasores extranjeros du­
.es no deberían estar clasificados como secretos ya que rante casi dos mil añ o s» 63 y que la noción de Vietnam#.
en su m ayoría son irrelevantes p ara todos los propósi­ como una «nación pequeña y atrasada» sin interés para
tos prácticos. Incluso ahora que la prensa ha llevado a las naciones «civilizadas», desgraciadam ente com partida
dominio del público cierta proporción de este m aterial a menudo p or los críticos de la guerra, se halla en fla­
considerado como «clasificado» y cuando los m iem bros grante contradicción con la muy antigua y desarrollada
del Congreso han recibido el estudio completo, no pa- cultura de la región. De lo que Vietnam carece no es
lece que aquellos que más precisarían de esa inform a­ de «cultura» sino de im portancia estratégica (Indochina
ción hayan leído o incluso quieran leer los Documentos. está «desprovista de objetivos m ilitares decisivos», como
En cualquier caso la realidad es que, al m argen de los afirm aba en 1954 un «m em orándum » de la Junta de Je­
com piladores, «quienes leyeron los Documentos en el fes de Estado M ayor)6*, de un terreno conveniente para
Tim es fueron los prim eros que los estu d iaro n » 62. Esto los modernos Ejércitos m ecanizados y de blancos sa­
conduce a m editar sobre la firm e noción según la cual tisfactorios para las fuerzas aéreas. Lo que causó la
el Gobierno necesita los arcana im pertí p ara poder ac desastrosa derrota de la política am ericana y de la in-
tu a r adecuadamente.

“ B arnet en S tavins, B arnet, R askin, op . cit ., p. 246.


62 Tom W icker, en The New York Times del 8 de julio de 1971. w Documentos del Pentágono, p. 2.
38 39
S íU ™ í ,ím a d a no fue’„ desde luego, el trem edal («la
nrirL ^ PaS,° “ “ “ la ^ ^ ™evO paso
prornet13 siem pre el éxito que el an terio r últim o paso
am blen prom etió, pero no logró proporcionar», según
palabras de A rthur Schlesinger, Jr., citadas p o r Daniel
Ellsberg, quien certeram ente denuncia como «mito» a
esta nocion) sino el desdén voluntario y deliberado
durante m as de veinticinco años, p o r todos los hechos
históricos, políticos y geográficos. \

IV

Si el modelo del trem edal es un m ito y si no es po­


sible descubrir u na gran estrategia im perialista o una
voluntad de conquistar el mundo, si ni siquiera hay un
interés p o r ganancias territoriales, deseo de lucro o, al
menos, una preocupación por la seguridad nacional; si,
además, el lector no se siente inclinado a aceptar no­
ciones generales como la de la «Tragedia griega» (pro­
puesta p o r Max Frankel y Leslie H. Gelb), o leyendas
acerca de una puñalada por la espalda, a las que tan afi­
cionados son en la d errota los belicistas, entonces la pre­
gunta recientem ente form ulada por Ellsberg, 4¿Cómo pu­
dieron?»66 —m ás que el tem a del engaño y a é la m en­
tira p er se— llegará a ser el eje de esta desgraciada his­
toria. Porque la verdad, después de todo, es que los Es­
tados Unidos tras el final de la segunda guerra m un­
dial eran el país m ás rico y la potencia dom inante y
que hoy, tan sólo un cuarto de siglo después, la m etáfo­
ra de Mr. Nixon referente al «lastimoso y desvalido gi­
gante» constituye una descripción desagradablem ente
adecuada del «más poderoso país de la Tierra». 7
Incapaz de derrotar, durante seis años dé' guerra
abierta, con una «potencia de fuego cuya superioridad
era de 1.000 a 1»67, a una pequeña nación, incapaz de
atender a sus problem as domésticos y de detener la rá­
pida decadencia de sus grandes ciudades, tras haber de-

65 E llsberg, op . cit ., p. 219. 66 Ibídem , p. 235.


67 B arnet en S tavins, B arnet, R askin, op . cit ., p. 248.

40 41
i rochado sus recursos hasta el punto en que la inflación como trab ajab an en un país libre, donde se dispone de
y la devaluación de la m oneda am enazan tanto a su co­ todo género de inform ación, nunca triunfaron realm en­
mercio exterior como a su nivel de vida en el interior, te. A causa de su condición relativam ente elevada y de
nreten* r ^ & . Pellgro de p erder mucho más que su su posición dentro del Gobierno estaban m ejor protegi­

es J He ° de„ ° Sfu,turos
pretensión a a jefatu ra m undial. Incluso si se anticipa
historiadores que pueden ver
este desarrollo en el contexto de la historia del siglo xx
dos —pese a su privilegiado conocim iento de los «top
secrets»— contra esta inform ación pública, reveladora
tam bién m ás o m enos de los hechos, que aquellos a quie­
el que las naciones derrotadas en dos guerras m un­ nes tratab an de convencer a quienes probablem ente con­
diales consiguieron llegar a la cum bre en com petencia sideraban m eras audiencias, «mayorías silenciosas», es­
on las victoriosas (principalm ente porque fueron obli­ pectadores, al parecer de las producciones de los guio­
gadas por estas a prescindir durante un largo período nistas. El hecho de que los Documentos del Pentágono
el increíble despilfarro de los arm am entos y los gas­ apenas hayan revelado noticias espectaculares es un tes­
tos m thtares , sigue siendo difícil resignarse a la mag­ tim onio del fallo de los que m intieron en su propósito
nitud del esfuerzo invertido en m o strar la im potencia de crear una audiencia satisfecha a la que pudieran
de la grandeza, aunque pueda resu ltar grata esta in­ unirse ellos m ism os” /
esperada reedición a gran escala del triunfo de David E stá fuera de toda duda la presencia de lo que Ells-
sobre Goliat.
berg ha denom inado proceso de «autoengaño in tern o » 68,
X a prim era explicación que llega a la m ente en res­ pero se invirtió el proceso norm al del autoengaño. No se
puesta a la pregunta «¿Cómo pudieron?» es probable­ llegó a éste a través del engaño. Los engañadores em ­
m ente la de señalar la interconexión del engaño y del pezaron engañándose a sí mismos. Probablem ente por
* autoen§an°- En la pugna entre las declaraciones públi­ su elevada condición y la sorprendente seguridad en sus
cas, siem pre superoptim istas, y los inform es ciertos de decisiones, se hallaban tan convencidos de la m agnitud
los servicios de inform ación, persistentem ente fríos y del éxito, no en el cam po de batalla, sino en el terreno de
ominosos, las declaraciones públicas estaban abocadas a las relaciones públicas, y tan seguros de sus prem isas
ganar sim plem ente porque eran públicas] La gran ven­ psicológicas acerca de las ilim itadas posibilidades de m a­
ta ja que las afirm aciones públicamente" establecidas y nipulación de las personas, que anticiparon una fe ge­
aceptadas tienen sobre lo que un individuo pueda conc- neral y la victoria en la batalla por las m entes de los
hombres. Y como vivían en un m undo desasido de los
ílnrs t r ^ eíam ente y Cr6T qUe CS cierto> fue claram ente
lustrada p o r una anécdota medieval que refería cómo hechos no les fue difícil no prestar al hecho de que su
n centinela, encargado de vigilar y advertir a una po­ audiencia se negaba a dejarse convencer más atención
blación de la aproxim ación del enemigo, lanzó p o r bro­ que a otros hechos.
m a una falsa alarm a y fue después el últim o en correr El m undo interior del Gobierno, con su burocracia
a las m úra las p ara defender la ciudad de los ene­ por una parte y su vida social por otra, torna relativa­
migos que el mism o había inventado. De aquí cabe con- mente fácil el autoengaño. Ninguna to rre de m arfil de
c u i r q u e cuanto m ás éxito tenga un m entiroso y m ayor los eruditos ha preparado m ejor a la m ente para igno­
el num ero de los convencidos, más probable será que rar los hechos de la vida como prepararon los diferen­
acabara p o r creer sus propias m entiras. tes «tanques de pensam iento» a los «solucionadores de
cnnE£ l0K Docume1n tos del Pentágono nos enfrentam os problemas» y el renom bre de la Casa Blanca a los con-
con hom bres que hicieron cuanto pudieron p ara ganar
las m entes del pueblo, esto es, para m anipularle,gpero 68 Op. cit., p. 263.

42 43
sejeros del Presidente. Fue en esta atm ósfera, en la que el Gobierno de los Estados Unidos eran casi exclusiva­
derrníT A “ a ™ *™ qUe d ^ co n o cim ien to de la mente psicológicos»69, esto es, cuestiones de la mente.
tZ lT r d° ndu Se, con]cibieron las desorientadoras de­ Cuando se leen los «m emorándums», las opciones, los
claraciones sobre los desastres de la ofensiva del Tet v guiones, los diferentes potenciales atribuidos a los ries­
sobre la invasión de Camboya. Pero lo que es aún más gos potenciales y a los posibles resultados —«demasia­
im portante es que la verdad sobre m aterias tan d e T st dos riesgos p ara tan escasos resu ltad o s» 70— de accio­
vas quedara oculta en tales círculos internos, pero en nes previstas, se tiene a veces la im presión de que en el
fnrmUI\ l ° lr ° P° r las Preocupaciones relativas a la Sudeste asiático se dejó suelto, más que a u n grupo de
form a de evitar llegar a ser «el p rim er Presidente am e­ «form uladores de decisiones», a un com putador. Los «so­
ricano que perdiera una guerra» y p o r las preocupacio­ lucionadores de problem as» no juzgaban; calculaban. Su
nes siem pre presentes relativas a las próxim as e le c c L S s autoconfianza ni siquiera precisaba del autoengaño para
Pero en lo que se refiere a la solución de problem as m antenerse entre tantos errores de juicio porque des­
en contraste con la gestión de las relaciones públicas! cansaba en la evidencia de una verdad m atem ática, pu­
t o H ^ T ngan° mterno>> no es una respuesta satisfac­ ram ente racional. Pero, desde luego, esta «verdad» era
toria a la pregunta «¿Cómo pudieron?». El autoengaño enteram ente irrelevante para el «problema» de que se
p resu p one una d istin ción entre verdad y falsed ad , entre trataba. Si, p o r ejemplo, puede calcularse que son más
e h ech o y la fan tasía y por ello un co n flicto real entre «las probabilidades de que el resultado de una cierta
el m u n do real y el en gañador autoen gañ ado que desapa­ acción no sea una guerra generalizada que las probabi­
rece en un m undo en teram ente d esasid o de los hechos- lidades de que ese mismo resultado sea una guerra ge­
W ashm gton y su en orm e burocracia gubernam ental, al neralizada» 71 no se deduce, de ahí que podam os elegir­
gual que lo s d iferentes «tanques de p en sam ien to» del la, aunque la proporción sea de ochenta a veinte, en ra ­
eiaZñh[t°J¡0rC\0naf 3 los «solucionadores de problem as» zón de la enorm idad y de la incalculable calidad del
el habitat n atu ral p ara la mente y el cuerpo.J En el te­ riesgo; y otro tanto sucede cuando las probabilidades
rreno de la política, donde el secreto y el engaño deli­ de realizar reform as en el Gobierno de Saigón y las «pro­
vor d ° a i3" deS.em peñado siemPre ^ papel significati- babilidades de que acabaríam os como los franceses en
* l? ’ 61 a_utj>engano constituye el peligro p o r excelencia- 1954» son respectivam ente del setenta y del treinta por
el enganador autoengañado pierde todo contacto no só- ciento 72. Esta es una buena perspectiva para un jugador,
SU audiencia' sino c°n el m undo real, que, sin pero no lo es para un p o lític o 73 e incluso un jugador
bargo, acabara p o r atrap arle porque de ese m undo tendría que tener en cuenta lo que las ganancias y las
puede a p artar su m ente pero no su c u erp o / Los «solu- pérdidas significan realm ente para él en la vida diaria.
cionadores de problem as» conocían todos los"hechos que La pérdida puede significar una profunda ruina y la ga­
regularm ente les presentaban los inform es de los servi­ nancia tan sólo un m ejoram iento de sus asuntos finan-
cios de inform ación, no tenían más que confiar en sus
ecmcas, esto es, en las diferentes m aneras de traducir 09 B arnet en S tavins, B arnet, R askin, op. cit., p. 209.
70 Documentos del Pentágono, p. 576.
calidades y contenidos en cantidades y núm eros con los 71 Ibídem, p. 575.
mTnte Ca CU a n resultados —que después, injustificable- 72 Ibídem, p. 98.
JT aS 1Iega™n a Producirse— p ara elim inar, día 73 Leslie H. Gelb sugiere con toda seriedad que la mentalidad
tras día, lo que ellos sabían que era real. La razón de de «nuestros líderes» fue determinada «por el hecho de que
habiendo sido sus propias carreras unas series de jugadas de
que este sistem a funcionara durante muchos años es éxito, esperaban que, de alguna manera, volverían éstas a repetirse
precisam ente la de que «los objetivos perseguidos por en Vietnam», Life, op. cit.

44 45
cieros, bien recibido pero no esencial. Sólo podrá fiarse de las m entes de los hom bres, cómo soportarían las pér­
del sistem a de porcentajes cuando no esté en juego algo didas de vidas am ericanas que no deberían ser superio­
verdaderam ente im portante - u n poco más o un poco res, p o r ejem plo, a las pérdidas registradas en los ac­
menos de dinero no alterará probablem ente su nivel de cidentes de circulación. Pero, aparentem ente, jam ás se
vida . Lo malo de n uestra dirección en la guerra en les ocurrió que, incluso para este país, existen lím ites
Vietnam del S ur es que sem ejante control, dado p o r la a los recursos que pueden gastarse sin llegar a la ban­
mism a realidad, m siquiera llegó a existir en las mentes carrota.
de los «form uladores de decisiones» y de los «soluciona- La com binación m ortal de la «arrogancia del poder»
dores de problem as». —la prosecución de una simple imagen de om nipotencia,
Es, desde luego, cierto que la política am ericana no diferente del propósito de conquista m undial, que ha­
perseguía objetivos reales, buenos o malos, que hubie­ bía de obtenerse m ediante inexistentes e ilim itados re­
ran podido lim itar y controlar la pura fantasía: «En cursos— y de la arrogancia de la m ente, una confianza
íetnam no se ha buscado ninguna ventaja territorial ni profundam ente irracional en lo calculable que era la
económica.» Toda la finalidad del enorm e y costoso es- realidad, se convierte en el leitm otiv del proceso de
uerzo ha sido crear un específico estado m ental ”. Y la form ulación de decisiones a p a rtir del comienzo de la
razón por la que, para fines políticam ente tan irrelevan­ escalada en 1964. Esto, sin em bargo, no es afirm ar que
tes, se perm itió utilizar medios tan costosos en vidas los rigurosos m étodos de apartam iento de los hechos,
hum anas y recursos naturales, no debe buscarse sim­ propios de los «solucionadores de problem as» constitu­
plem ente en la infortunada superabundancia de este país yen el origen de esta im placable m archa hacia la auto-
sino en su incapacidad p ara com prender que incluso una destrucción.
gran potencia es una potencia limitada. Tras el cliché Los «solucionadores de problem as», que erraron por
constantem ente repetido de la «más poderosa potencia confiar en los poderes de cálculo de sus cerebros a ex­
de la Tierra» ha acechado el peligroso mito de la om­ pensas de la capacidad m ental para aprender de la ex­
nipotencia.
periencia, fueron precedidos por los ideólogos del pe­
De la m ism a m anera que Eisenhow er fue el últim o ríodo de la G uerra Fría. El anticom unism o —no la an­
Presidente que supo que tendría que solicitar «autori­ tigua hostilidad am ericana, a m enudo dotada de prejui­
zación del Congreso para enviar soldados norteam erica­ cios, contra el socialismo y el com unism o, tan fuerte
nos a Indochina», su Adm inistración fue la últim a en durante los años veinte y soporte principal del Partido
conocer que «la instalación en esta zona de fuerzas a r­ Republicano durante la A dm inistración de Roosevelt, si­
m adas de los Estados Unidos en núm ero superior al no la vasta ideología de la postguerra— fue originalm en­
simbólico constituiría una seria desviación de la limi- te obra de excom unistas que precisaban una nueva ideo­
a a capacidad de los Estados Unidos» (el subrayado es logía con la que explicar y predecir fiablem ente el curso
de la a u to ra )75. A pesar de todos los posteriores cálculos de la H istoria. E sta ideología es la raíz de todas las
so re «costes, íesultados y riesgos» de ciertas acciones, «teorías» elaboradas en W ashington desde el final de la
quienes realizaron esas estim aciones perm anecieron to­ segunda guerra m undial. He m encionado la am plitud con
talm ente ignorantes de cualquier lim itación absoluta, que la que la p u ra ignorancia de todos los hechos pertinen­
n° luera Pslcológica. Los límites que advertían eran los tes y el olvido deliberado de las evoluciones de la post­
guerra se convirtieron en signo distintivo de la doctri­
75 ®ARNET en S tavins, B arnet, R askin , op. cit., p. 209. na establecida dentro del Establishm ent. No necesitaban
' Documentos del Pentágono, pp. 5, 13.
hechos ni inform ación; tenían una «teoría» y todos los
46 47
rados ^ n° enCa:¡aban en ésta eran negados o igno- fuese «enciclopédica y objetiva» 77. Pero aunque no creían
en esos raciocinios generalm ente aceptados como polí­
Los m étodos de esta generación an terio r —los mé­ tica, tales raciocinios, con sus diferentes m étodos de de­
todos de Mr. Rusk, como distintos de los de Mr. Mc- sasimiento de los hechos, proporcionaron la atm ósfera
am ara eran menos complicados, menos cerebrales, y el medio en el que tuvieron que desenvolverse los «so-
pero no resu ltab an m enos eficaces que los de los «solu- lucionadores de problem as». Al fin y al cabo tenían que
cionadores de problem as» p ara proteger a los hom bres convencer a duros guerreros cuyas m entes resultaron
contra el im pacto de la realidad y el em pobrecim iento hallarse singularm ente bien preparadas para los juegos
de la capacidad de juzgar y aprender. Aquellos hom bres de abstracción que habían de ofrecerles.
S>ej U? T ban de hab er aPrendido del pasado —de la auto­ La form a en que actuaban estos duros guerreros
ridad de Stalin sobre todos los P artidos com unistas, y cuando se les dejaba en libertad, queda bien ilustrada
de ahí la nocion del «Comunismo m onolítico» y de la por el caso de una de las «teorías» de W alt Rostow, el
iniciación p o r H itler de una guerra m undial después de «intelectual dom inante» de la A dm inistración de John­
M unich, p o r lo que deducían que cada gesto de recon­ son. La «teoría» de Rostow fue uno de los principales
ciliación era un «segundo Munich»— . Se m ostraban in­ razonamientos que condujo a la decisión de bom bardear
capaces de enfrentarse a la realidad en sus propios tér­ Vietnam del N orte contra la opinión «de los entonces
minos porque tem an siem pre presentes algunos p a r a j ­ prestigiosos analistas de sistem as de M cNamara en el
ismos que les «ayudaban» a com prender esos térm inos. Departamento de Defensa». Su teoría se basaba, al pa­
Cuando Johnson, todavía vicepresidente de Kennedy re- recer, en la opinión de B ernard Fall, uno de los más
n o T v i tt ° S E!,ta,d cS UnÍd° fS tras un viaí e de inspección agudos observadores y tam bién uno de los críticos de
er a el S ? ™ m n 5 U rAe in f o r m ó alegrem ente que Diem la guerra. Este había sugerido que Ho Chi Minh «podría
era el «Churchill de Asia», podría haberse pensado que desautorizar la guerra en el Sur si algunas de sus nue­
el juego del paralelism o m oriría de puro absurdo pero vas industrias se convirtieran en objetivos» de ataques
no fue asi. Ni puede decirse que los críticos izquierdis­ aéreo s76 (el subrayado es de la autora). E ra una hipó-
tas de la guerra pensaran en térm inos diferentes. La ex­ lesis, una posibilidad real, que había de ser confirm ada
trem a izquierda tiene la desgraciada inclinación a cali- o refutada. Pero esta observación tuvo la desgracia de
bCar de, «fascista» o «nazi» a todo lo que, a m enudo con encajar muy bien en las teorías de Rostow sobre la lu­
azon, le desagrada y de denom inar genocidio a cada d ia de guerrillas y fue transform ada en «hecho»: el Pre­
m atanza, lo que, obviam ente, no es exacto; esta actitud sidente Ho Chi Minh «tiene un com plejo industrial que
ha contribuido tan solo a crear una m entalidad dispues- proteger; ya no es un jefe de guerrillas sin nada que
a a perdonar m atanzas y otros crím enes de guerra mien­ perder» 79. Retrospectivam ente éste parece ser, a los ojos
tras no constituyan genocidio. de quien lo analice, «un colosal erro r de ju icio » 80, pero
Lt° V u 0lUCj 0nf d0reS de Pr °b iemas» estaban notable­ lo cierto es que el «error de juicio» se tornó colosal sólo
m ente libres de los pecados de los ideólogos. Creían en porque nadie deseó corregirlo a tiempo. Se advirtió muy
métodos pero no en «concepciones mundiales», lo que rápidam ente que el país no se hallaba suficientem ente
m cidenta m ente es la razón por la que se les encargó industrializado para sufrir ataques aéreos en una guerra
«reunir el m aterial archivado por el Pentágono, relativo
al com prom iso americano» 76 de una form a que a la vez ” Ibídem, p. XVIII.
™ Barnet en S tavins, B arnet, R askin , op. cit., p. 212.
7* Documentos del Pentágono, p. 241.
76 Ibídem, p. XX. “° Ibídem, p. 469.

48 49
lim itada cuyo objetivo, cam biante a lo largo de los años Cuando se alcanzó esta fase del juego, la prem isa ini­
íicam enm deSírUCCÍÓn1del enem m sino, caracterísí cial según la cual nunca deberíam os considerar la re­
bTerno Z ’ 2 ° “ ? " §U Voluntad».' y la voluntad del Go- gión o el país en sí mismos, inherente a la teoría del
de Han01' ^anto si los nordvietnam itas poseían dominó, se trocó en la de «no considerar nunca al ene­
o que, en opm ion de Rostow era una necesaria cualidad migo». ¡Y precisam ente en medio de una guerra! El re­
Is te r fraca°' 1 k tenían' Se neSó a ser «rota». sultado fue que el enemigo, pobre, castigado y doliente,
6 s i b l e v Í T n en a d! s} mción entre una hipótesis plau- se fortaleció m ientras que «el m ás poderoso país» se de­
. J el hecho que debe confirm arla, es decir el ma- bilitaba a cada año que pasaba. Existen hoy historiado­
f ej° de hlP°tesis y de simples «teorías» como sí se tra ­ res que afirm an que T ram an lanzó la bom ba sobre Hi­
ta ra de hechos establecidos, tornado endémico en Tas roshim a p ara ahuyentar a los rusos de E uropa Oriental
ciencias psicológicas y sociales d u ran te el período en —con los resultados que conocemos— . Si esto es cierto,
cuestión, carece con seguridad de todo el rigor emplea como pudo haberlo sido, podem os localizar los preli­
do p o r quienes utilizaban las teorías de los juegos y los minares del desprecio por las consecuencias actuales de
análisis de sistem as. Pero la fuente de am bos fracasos una acción en pro de un objetivo calculado ulterioxmen-
s u f í r T i T n e 11^ ÍnCapaddad ° Ia repugnancia a con- te en el funesto crim en de guerra con el que concluyó
la segunda guerra m undial. La D octrina de Tram an, en
la m ís ¿ 4 y ^ 13 - cualquier caso, y como ha señalado Leslie H. Gelb, «des­
E sto nos conduce a la raíz de la cuestión que, al me- cribía un m undo lleno de fichas de dominó».
e u n t íarC1r mCnte' ,?Uede COntener Ia respuesta a la p re­
gunta ¿Como pudieron, no sólo iniciar estas políticas
sino llevarías a cabo hasta llegar a su am argo y absurdo
fm al? El apartam iento de los hechos y la fécnica de la
solución de problem as fueron recibidos porque el des­
precio a la realidad era inherente a la A « c a y a los
objetivos mismos. ¿Para qué tenían que saber cómo era
realm ente Indochina cuando sólo se tratab a de un «caso
de prueba» o de una ficha de dominó o de un medio de
«contener a China o de dem ostrar que som os la más po-
lo T b n í SUpf rP ° t - - a s? Y veamos la c u e s tió n * ,
los bom bardeos de Vietnam dei N orte como objetivo
ulterior de reforzar la m oral de Vietnam del S u r 81 sin
PrrÜP° Slt0 de lof ar una clara victoria y de ganar
la guerra, ¿com o podrían interesarse en algo tan real
como una victoria cuando realizaban una guerra, no
p ara conseguir beneficios territoriales o económ icos,'rae­
os aun p o r ayudar a un amigo o m antener un com pro­
miso y m siquiera p o r la realidad del poder, como dis­
tin ta a ia imagen de éste?

81 Ibídem, p. 312.

50
51
sucedió difícilm ente p u lo ocurrir en otro lugar. Fue
como si todos estos hom bres, envueltos en una guerra
injusta y com prom etidos en la contienda, hubieran re­
cordado súbitam ente que se debían al «decente respeto
que p o r las opiniones de la H um anidad» tuvieron sus
antepasados.
Lo que exige un estudio posterior, atento y detallado,
es el hecho, muy com entado, de que los Documentos del
Pentágono revelaran escasas noticias significativas que
no habían estado al alcance del lector medio de diarios
V y sem anarios; y el de que en la «H istoria del Proceso
de Form ulación de Decisiones de los Estados Unidos
acerca de la Política del Vietnam» no existieran docu­
Al comienzo de este análisis he tratad o de señalar mentos, a favor o en contra, que no hubiesen sido dis­
Que los aspectos de los Documentos del Pentágono c]ue cutidos públicam ente en revistas, diarios y program as
he elegido, los aspectos de engaño, autoengaño, elabora­ de televisión y de radio. (Al m argen de las posiciones
ción de imágenes, ideologización y apartam iento de los personales y de los cam bios experim entados en éstas,
hechos, no son, en absoluto, las únicas características la única m ateria generalm ente desconocida era la rela­
de los Documentos que merecen ser estudiadas y de las tiva a las opiniones que sobre tem as básicos form ula­
que cabe extraer una lección. Existe, por ejemplo, el ron los servicios de inform ación.) Que el público haya
hecho de que este esfuerzo masivo y sistem ático de au- tenido acceso durante años a unas m aterias que el Go­
toexamen fuera ordenado p o r uno de los principales eje­ bierno tra tó inútilm ente de m antener ocultas constituye
cutores, el de que pudiera hallarse a trein ta y seis hom ­ una prueba de la integridad y del poder de la prensa,
bres para com pilar docum entos y realizar sus análisis, aún m ás fuerte que la form a en que el Tim es publicó
de los cuales unos pocos habían contribuido a desarro­
t‘l relato. Se ha dem ostrado ahora lo que ya se había se­
llar o a realizar la política que ahora se les pedía juz­
ñalado a m enudo: m ientras que la prensa sea libre y no
g a r 82, el de que uno de los autores, cuando resultó claro
esté corrom pida tiene u na función enorm em ente im por­
que nadie del Gobierno deseaba utilizar o siquiera leer
los resultados, recurrió al público, proporcionándoselos tante que cum plir y puede ser justam ente denom inada
a la prensa y el de que los m ás respetables periódicos la cuarta ram a del Gobierno. Cuestión m uy distinta es
del país osaran conceder la más am plia difusión posible si la Prim era Enm ienda b astará p ara proteger esta esen-
a un m aterial calificado como «alto secreto». Neil Shee- cialísim a libertad política, este derecho a la no m anipu­
han ha dicho certeram ente que la decisión de R obert lada inform ación de los hechos, sin el cual toda liber­
M cNamara de averiguar lo que había ido mal y por qué tad de opinión se to rn a una b u rla cruel.
había sido así, «puede que resulte ser una de sus más Tienen, finalm ente, una lección que aprender quie­
im portantes decisiones durante sus siete años en el Pen­ n es, como yo m ism a, creyeron que este país se había
tágono» 83. R estauró ciertam ente, al m enos p o r un breve em barcado en una política im perialista, había olvidado
mom ento, la reputación del país en el mundo. Lo que por com pleto sus antiguos sentim ientos anticolonialistas
62 Ibídem, p. xviii.
v estaba quizá logrando establecer la Paz Americana que
83 Ibídem, p. ix. había denunciado el Presidente Kennedy. Cualesquiera

52 53
que sean los fundam entos de estas sospechas, que po- rar, como el veterano de Mr. Lang uno de los dos mi­
rían ser justificadas p o r n uestra política en América llones y medio de la nación— «que el país pueda reco­
a tin a,/si entre lo s_medios necesarios p ara lograr fines brar su m ejo r aspecto como resultado de la guerra, be
im perialistas figuran las pequeñas guerras no declara- que no cabe apostar por eso^—dijo— , pero no se me
as las operaciones de cham ada en tierras extranje­ ocurre p en sar en o tra cosa”» 87.
ras, los Estados Unidos serán probablem ente la nación
con menos posibilidades de em plearlos con éxito que
casi cualquier o tra gran potencia—. Porque aunque la
desm oralización de los soldados am ericanos ha A lcan­
zado ya proporciones sin precedentes —según Der Spie-
gel en el pasado ano fueron 89.088 los desertores, 100.000
los objetores de conciencia y decenas de m illares los
drogadictos — el proceso de desintegración del E jér­
cito comienzo m ucho antes y fue precedido p o r una evo-
c o n °u n n T i a r du™ e la guerra de C o rea?. B asta hablar
on unos pocos de los veteranos díT esta guerra o leer
el sobrio y revelador inform e de Daniel L n g en The
UniVn ^ aCerC^ dC ^ evolución de un caso muv
típico para com prender que, si se quiere realizar en este
país con éxito una política aventurera y agresiva tiene
que operarse un cam bio decisivo en el «carácter n a Z
nal» del pueblo am ericano. Lo mismo cabría deducir de
la oposición extraordinariam ente fuerte, muy calificada
y bien organizada que, de cuando en cuando, ha surgb
en e in terio r del país. Los norvietnam itas que aten­
tam ente observaron tales evoluciones a lo largo de los
anoS tem an en eHas puestas sus e anzas g0a d e ¿
cer, acertaron en su estimación. P
Todo esto puede cam biar sin duda. Pero algo se ha
deinr d Jvd a r ° J n u ° S Últimos meses: los tibios in te n to s
de ¡ n t t T 0 ^ bUrla^ aS g aran ,‘“ const*tuCionates°y
de intim idar a los que habían decidido no dejarse i mi-
Z Í T L V » “ t Ce' ^ teS de Ver « > ™ d a s sus líber-
tades. no han sido suficientes p ara d estru ir a la Renú-
bltea n, probablem ente lo serán. Hay razón p ara espe-

“ Der Spiegel, número 35, 1971


del 26 deGocAÍrTdeADÍ957RePOrter at Large*’ The New Y°'ker,
* The New Y°rker, del 4 de septiembre de 1971.
« Ibídem.
54
55
En la prim avera de 1970, el Colegio de Abogados de
la Ciudad de Nueva York celebró su centenario con un
simposio consagrado a este triste tem a: «cHa m uerto
la Ley?» Sería interesante conocer lo que inspiro definí-
dameñfe este grito de desesperacm n. ¿ Fue el d e s a l o
incremento de la delincuencia callejera o la percepción
más sutil de que «la dim ensión del m al expresado e
las tiranías m odernas ha socavado toda sencilla fe en
la im portancia radical de la fidelidad a la ley» ju n te .a
«una am plia evidencia de que las cam pañas de desobe­
diencia civil bien organizadas pueden resultar muy
caces p ara el logro de deseables cam bios en la legisla-
dón?»^ En cualquier caso los tem as sobre los que Eu-
gene V Rostow pidió a los participantes que prepararan
fus ponencias, ofrecían una muy brillante perspectiva.
Uno ^de tales participantes propuso una discusión sobie
4 a relación m oral del ciudadano con la ley en una so­
ciedad de asentim iento». Las observaciones que « f o t o
i.m a continuación son respuesta al tema. La u te rutu
sobre ía c u e s tió n se refiere, en buena parte a dos hom ­
bres famosos encarcelados —Sócrates, en Aten
reau en Concord— Su conducta enardece a los ju n s
las porque parece dem ostrar que la desobediencia a
ley sólo puede estar justificada cuando quien la vio*2

. Véase Graham Mugues «Civil


Ouestion Doctrine», en New York umversuy imw ,
2 (marzo de 1968).

59
está dispuesto a aceptar el castigo p o r su acción e in­ con una ley federal» *, puede com prenderse que, en sus
cluso lo desea. Son pocos los que no coincidirían con la prim eras fases, el movimiento de los derechos civiles,
posición del senador Philip A. H art: «Cualquier tole­ aunque se h allara claram ente en estado de desobedien­
rancia que pueda yo sentir hacia el que desobedece de­ cia con los reglam entos y leyes del Sur, no tuviera más
pende de su voluntad de aceptar cualquier castigo que que «recurrir, dentro de nuestro sistem a federal, por en­
la Ley pueda im ponerle»3. Este argum ento nos devuel­ cima de la ley y de la autoridad del estado, a la ley y *
ve a la idea popular, y quizá a la errónea concepción, la autoridad de la nación»; «no existía la m ás ligera
sobre la conducta de Sócrates, pero su aceptación en duda», se nos dijo, «de que a pesar de que durante cien
este país parece estar muy reforzada p o r «una de las años no se habían cum plido las leyes, la legislación es­
m ás firm es características de nuestro Derecho (gracias tatal quedaba invalidada por la federal» y de que «eran
a la cual un individuo) es im pulsado o en algún sentido quienes estaban al otro lado los que se enfrentaban con
obligado a ejercer un significativo derecho legal m e­ la ley» 45*; A prim era vista los m éritos de esta construc-,
diante un acto personal de desobediencia civil»3. Esta ción parecen considerables. La dificultad principal de
característica ha dado lugar a un extraño y, como ve­ un ju rista para hacer com patible la desobediencia civil
rem os, no siem pre feliz m atrim onio teórico, de la mo­ con el sistem a legal del país, es decir, el que «la ley
ralidad y de la legalidad, de la conciencia y de la ley. no pueda ju stificar la violación de la ley» °, parece inge­
Como «nuestro sistem a dual de legislación perm ite niosam ente resuelta por la dualidad de la legislación
la posibilidad de que una ley estatal sea incom patible am ericana y la identificación de la desobediencia civil
con el hecho de transgredir una ley para poner a prue­
3 En To Establish Justice, to Insure Domestic Tranquility, ba su constitucionalidad. Existe adem ás la ventaja com­
Informe fiscal de la Comisión Nacional sobre las causas y la plem entaria, o así parece, de que por su sistem a dual
prevención de la violencia, diciembre de 1969, p. 108. Por lo que el Derecho am ericano, a diferencia de otros sistem as le­
se refiere a las referencias a Sócrates y Thoreau en estas discu­
siones, véase también E ugene V. R ostow, «The Consent of the gales, h a hallado un lugar visible y real para esa «ley
Govemed», en The Virginia Quarterly, otoño de 1968. más alta» sobre la que, «de una form a o de otra, sigue
3 Así E dward H. L evi, en «The Crisis in the Nature of the insistiendo la ju risp ru d en cia» 7.
Law», en The Record of the Association of the Bar of the City Se necesitaría bastante habilidad para defender esta
of New York, marzo de 1970. Mr. Rostow, por el contrario, sos­
tiene que «es error corriente considerar tales infracciones de doctrina en el terreno de la teoría: la situación del hom ­
la ley como actos de desobediencia a la ley» (op. cit.) y W ilson bre que pone a prueba la legitim idad de una ley vio­
C arey M cW illiams , en uno de los ensayos más interesantes sobre lándola, constituye, «sólo m arginalm ente, si acaso, un
el tema —«Civil Desobedience and Contemporary Constitutiona- acto de desobediencia civil» 8; y al que desobedece fun-
lism», en Comparative Politics, vol. I, 1969— parece coincidir
por implicación. Subrayando que las «tareas (del tribunal) de­
penden, en parte, de la acción pública» concluye: «El tribunal 4 N icholas W. P uner, «Civil Desobedience; An Analysis and
actúa, en realidad, para autorizar la desobediencia a la por otra Rationale», en New York University Law Review, 43: 714 (octu­
parte legítima autoridad y depende de los ciudadanos que apro­ bre de 1968). f
vecharán su autorización» (p. 216). No logro ver cómo se puede 5 Charles L. B lack, «The Problem of the Compatibility of
remediar así el «despropósito» de Mr. Levi: el ciudadano trans- Civil Desobedience with American Institutions of Government»,
gresor de una ley, que desea convencer a los tribunales para en Texas Law Review, 43: 496 (marzo de 1975).
que decidan sobre la constitucionalidad de ese instrumento legal, e Véase en el número especial de la Rutgers Law Review
debe hallarse dispuesto a pagar el precio por ese acto, como (vol. 21, otoño de 1966), «Civil Disobedience and the Law», Cari
cualquier otro transgresor de la ley, bien hasta que los jueces Cohén, p. 8 .
se pronuncien sobre el caso, bien después, si la decisión le fuese 7 Ibíd., Harrop A. Freeman, p. 25.
contraria. 8 Véase G raham H ughes, op. cit., p . 4.

60 61
«láeyd m áse ahfr r íeS COnvicdones m orales y recu rre a una más frágil» y cuando el desafiado es el «poder legisla­
«iey m as alta» le parecerá m uy extraño que se le nida tivo nacional» y no la legislación local . ,
que acepte las decisiones distintas del Tribunal Suprem o Cualesquiera que sean las causas de este período de
d a s ^ a íl SIg ° S| C° m ° insPiradas P °r una ley superior a to- desorden —y son, desde luego, positivas y políticas
tabilfdad En e í Carf tf ística Principal es su inm u­ la actual confusión, la polarización y la creciente aspe­
lo esta d nr?. i ™ 0 dC 105 hechos' en cualquier ca­ reza de nuestras discusiones son tam bién provocadas
so esta doctrina fue im pugnada cuando los desobedien­ por un fallo teórico en la aceptación y en la com pren­
tes del m ovim iento de los derechos civiles dieron paso sión del verdadero carácter del fenómeno.! Siem pre que
a los resistentes del movimiento contra la guerra auie los letrados tra ta n de justificar al desobediente civil con
n ació n SfueedteCian d aram en te Ia ley federal La im pug­ un fundam ento m oral y legal, m ontan su caso sobie
nación fue term inante cuando el Tribunal Suprem o se la base, bien del objetor de conciencia, bien del hom ­
negó a decidir sobre la legalidad de la guerra del Viet bre que prueba la constitucionalidad de una ley. Lo
caa>m ’esaPd °r ndOSe 6n k <<d0CtrÍna de Ia cuesTidn6U S - ' malo es que la situación del desobediente civil no guar­
ca», es decir, precisam ente en la m ism a razón por la da analogía con ninguno de esos dos casos, por la sen­
que durante tanto tiem po se habían tolerado, sin el me- cilla razón de que él nunca existe como simple indivi­
o r im pedim ento, leyes anticonstitucionales. ’ duo; puede funcionar y sobrevivir sólo como m iem bro
M ientras tanto, el núm ero de desobedientes civiles o de un grupo. Rara vez se adm ite esta condición e in­
de potenciales desobedientes civiles, esto es el de “ cluso en esos pocos casos tan sólo m arginalm ente se
sonas dispuestas a m anifestarse en W ashington ha^ía menciona: «es muy poco probable que la desobedien­
cia civil practicada por un solo individuo tenga m u­
& W e m o T S ,em ente y' aS¡mÍSm° ’ la
cot s¡ fueran cho efecto. Será considerado como un excéntrico al que
resulta más interesante observar que reprim ir. La des­
obediencia civil significativa será por eso la practicada
por una com unidad de personas que posean una com u­
¿esta H ? elf p u“nto de vista de un abogado-
dem andatdesde
nidad de i n t e r e s e ^ ; Pero, una de las principales ca­
racterísticas del acto en sí mismo —evidente ya en el
«ningún abogado acudiría a un tribunal p ara decir ''Su caso de los participantes en las M archas de la Liber­
enoria, este hom bre quiere ser castig ad o "» 9 Y la in tad— y principalm ente en la «desobediencia civil», don­
sistencm sobre esta infortunada e inadecuada alterna-' de se violan leyes (como, por ejemplo, las ordenanzas
a resulta quiza solo n atu ral en un «período de des del tráfico), que el desobediente considera como irre­
orden», cuando «la distinción entre tales actos ten Inc prensibles en sí mism as, al objeto de protestar contra
leves injustas, políticas gubernam entales u órdenes eje­
S a Mi da dd)wy t Ias
s ° eVÍl‘a
l a c io la
n e ley P ara p ro bsea r tosum a m ucho
s ordinarias cutivas, presupone la existencia de un grupo de acción
( ¡imaginemos a un solo individuo violando las ordenan­
zas del trá fic o !) y ha sido adecuadam ente denom inada
menta contra la opinióifde Cari Cotem 6 C ¿ f r®eman ar^u‘ «desobediencia en su estricto sentido»12.*10
civil actúa en una estmctura l / i i , ‘Como el desobediente
castigo legal es al™ 1 g 1 CUya ^ tim id a d acepta, este
a c to gJ segS ^ fn °a c T óanZurT/°a£ZSTSF? *
i» Véase E dward H. L evi, op . cit . y N icholas W. P uner, op . cit .,
p. 702. .
n N icholas W. P uner , op . cit ., p. 714.
10 M arshall Cohén, «Civil Disobedience in a Constitutional

62 63
c a r fc e n T 'd lT 6,"? í d“ ° b=d¡« c ia indirecta,, que en este nivel no sólo será «difícil» sino imposible
d a o en í d d h„ b ” '* CaS° , d d ° bj « ° r de c o n c L - «velar p o r que la desobediencia civil sea una filosofía
™. ° 1 d 1 hom bre que vulnera una ley específica de la subjetividad... intensa y exclusivamente personal,
P a poner a prueba su constitucionalidad í que pa de form a tal que, cualquier individuo, por cualquier ra­
¡ S ¿ S T , : b Íi t S,ÍfT b,e' Por “ > d e n n o s dLta." zón, pueda desobedecer» 14.
fes civi S U>, u ? * COnciencia ? 'o* desobedien-

on para suponer que sem ejante políticaTroza del apo


aacuerao
c u e r d Hentre
n T r f eellos,
ílÍ s y esaCdÓn COncertada
este acuerdo Proviene
lo que p restadeeré
un

t V e Z T "011? SU ° r ÍÓn’ SGa CUal fuereP In fo rm a


c a n T l J d íc T 1!, a CanZad°- S° n inadecuados si se apil­
en defensa d e 'í C1VÜ los argum entos form ulados
in d iv S f d conciencia individual o de los actos
cursos a ín a 7 ^ í imPerativos m orales y los re­
cursos a una «ley m as alta», sea secular o trascendente 13;

?era0deai969.)en ^ Massachusetts Review, 10: 211-226. (Prima-

que funcionaríí 0eT c7nceD t7rd^Ulad0 ]Una SCrÍe de casos en los


cular: p de una ey superior puramente se-

y Inseguridad ^ íícom u n T d aH f guridad deI Estado soberano


nidad humana. humana, se antepone la comu-

nestar de la Humanidad"^ ante16”65^ h? la nación y el bie‘


nidad. d’ antepone el bienestar de la Huma-

y las necesidadS^d^ulteríor^5 "fcesldades de esta generación


necesidades de ulteriores generaciones™001165’ 56 anteponen Ias
rechos del hombrease ant™ l0S df rechos del Estado y los de­
Estado justifica sú existenc^Tói ° S derechos del hombre. El
derechos del hombre. SOl° S1 Slrve y saIvaguarda los

ciencia particula^se^amepone l^conc™*61^ 0 PÚb.lico y Ia con­


Si hay un conflicto , c°nciencia particular.
y la ordalía de la paz se antepone °h?°dH p d,6 la ProsPer>dad
of Life. 1963, pp. 83-84- cita d a s^ * * ord sh a de la paz» (A Matter
P 26). ’ Cltadas en Rutgers Law Review, op. cit.. superior «en términos de primeros principios» como considera
Me parece más que difícil aceptar esta comprensión de la ley Cousins a su enumeración.
14 N icholas W. P uner, op. cit., p. 708.
64
65
I

Las imágenes de Sócrates y de Thoreau aparecen


no sólo en la literatura de nuestro tema, sino también, 4
lo que es más importante, en las mentes de los mis­
mos desobedientes civiles. Para quienes han sido edu­
cados en la tradición occidental de la conciencia —¿y
quién no lo ha sido?— parece sólo natural considerar
su acuerdo con los demás secundario ante una solitaria
decisión in f o r o c o n s c i e n t i a e , como si lo que tuviera
en común con otros no fuera, en modo alguno, una
opinión o un criterio, sino una conciencia común. Y
como los argumentos utilizados para afianzar esta po­
sición son normalmente sugeridos por las reminiscen­
cias más o menos vagas de lo que Sócrates o Thoreau
tenían que decir acerca de la «relación moral del ciu­
dadano con la ley», puede que lo mejor sea comenzar
estas consideraciones con un breve examen de lo que
estos dos hombres tienen ahora que decir sobre la cues­
tión.
Por lo que se refiere a Sócrates, el texto decisivo es,
desde luego, el C r i t ó n de Platón y los argumentos allí
presentados, mucho menos inequívocos y ciertamen­
te menos útiles para demandar una alegre sumisión al
castigo de lo que nos dicen los textos legales y filosó­
ficos. Existe, en primer lugar, el hecho de que Sócra­
tes, durante su proceso, jamás desafió a las mismas le­
yes —sólo a ese específico extravío de la justicia, que

67
fe a í t o r S h t ! aCCÍdente» ^ S u d e sg ra c ia personal no Duty of Civil Disobedience», el famoso ensayo que sur­
Je a u tó m a ta a «rom per sus contratos y acuerdos» con las gió del incidente y que convirtió a la expresión «des­
leyes, su pugna no era con las leyes sino con los jueces. obediencia civil» en parte de nuestro vocabulario polí­
Ademas, como Sócrates señaló a C ritón (quien trató de tico defendió su posición, basándose no en la relación
onvencerle p ara que huyera y se exilara), en la época del moral de un ciudadano con la ley sino en la conciencia
proceso las m ism as leyes le habían ofrecido esa elección- individual y en la obligación moral de la conciencia. «No
m iem oUdp]mF0T!tnt0 ,P° drías haber hecho<con él consenti­ es deber de un hombre, como cosa corriente, dedicarse
m iento del Estado, lo que tratas de hacer ahora sin él él mismo a la extirpación de todo lo que esté mal, aun
Pero entonces te ufanabas de estar dispuesto a m o rir Di­ de lo que esté peor; puede tener lícitamente otras pre­
jiste que preferías la m uerte al exilio» [52], Tam bién sabe­ ocupaciones a las que consagrarse; pero es su deber,
m o s por la Apología que tuvo la opción de desistir del por lo menos, lavarse las manos respecto de esto, y si
fa W ° , T m un dC ° S hech° S ^ ue’ sin duda> extendió no vuelve a pensar más en ello, no proporcionarle prác­
he H af rCa dC COStumbres y creencias es­ ticamente su apoyo.» Thoreau no pretendió que el la­
tablecidas, y que de nuevo prefirió la m uerte porque vado de manos de un hombre ante esa cuestión mejo­
«no vale la pena vivir una vida clandestina». E sto es Só raría el mundo ni que un hombre tuviera obligación de
“ " J hecho honor a sus propias p a t ó mejorarlo. El «llegó a este mundo, no fundamentalmen­
ló Í I Í T ' T de escapari «i no hubiera hecho todo te para convertirlo en un buen lugar en que vivir, sino
que hizo durante su proceso, habría «confirm ado a para vivir en él, fuese bueno o malo». Además, así es
era justo ? r n t o " 1! ? ? y pareceria <!>■= su veredicto cómo llegamos al mundo. Con suerte, si el mundo y la
H n d íT [ 3‘ 6 debia 3 SÍ m ism o’ tanto “ mo a los parte de él a la que llegamos es un buen lugar para
ciudadanos a quienes se dirigió, al quedarse y m o rir vivir entonces, o al menos un lugar donde los males que
« ste es el pago de una deuda de honor, el pago Je un se cometen no son «de tal naturaleza que le obliguen a
caballero que ha perdido una apuesta y que paga por uno a convertirse en agente de la injusticia para otro».
habido H 7 f 6 ° tra m anera vivir consigo m ism o A ía Porque sólo si éste es el caso, «entonces, yo digo, viola­
habido, desde luego, un contrato y la noción de un ré la ley». Y Thoreau tenía razón: la conciencia indi­
contrato im pregna la segunda m itad del Critón, pero... vidual no exige nada m ás16.
contrato que liga es... el com prom iso involucrado Aquí, como en cualquier otra parte, la conciencia es
en et proceso» (el subrayado es de la autora) apolítica. No se halla fundamentalmente interesada en
tiro CaSO de ThoLreau ’ aun£lue m ucho m enos dramá- el mundo donde se cometen los males o en las consecuen­
t co (paso una noche en la cárcel p o r negarse a pagar cias que tales males tendrán para el curso futuro del
, capitación a un Gobierno que perm itía la esclavi- mundo. Esto no significa decir, con Jefferson: «Tiem­
-Ud' Pero Perm itió que su tía la pagara p o r él a la ma- blo p o r m i p a í s cuando pienso que Dios es justo: que Su
justicia no puede dormir siempre» 167 porque tiembla por
ennL ST em e) PareCG 3 Prim era vista * * * p e í n e n t e
• i S dlscuslones que nos ocupan porque, a diferen- el ser individual y por su integridad. Puede ser mucho
más radical y decir, con Thoreau: «Este pueblo debe
mas feve°sCrLoeS' Ia inJusticia dc las mis-
1 yeS- Lo m al° de este ejem plo es que en «On the dejar de tener esclavos y de hacer la guerra a Méjico,
a u n q u e le c u e s t e s u e x i s t e n c i a c o m o p u e b l o » (el subra­

16 Todas las citas son de «On the Duty of Civil Desobedience»


(1849) de Thoreau. V, , TTT , 1™ n as\
17 Notes on the State of Virginia, Query XVIII (1781-1/85).

68 69
yado es de la autora), mientras que para Lincoln «el ob­ tigua acusación formulada contra el «hombre bueno».
jetivo supremo», incluso en la lucha por la emancipación Afirmó explícitamente que él no era «responsable del
de los esclavos, siguió siendo, como escribió en 1862, el venturoso funcionamiento de la maquinaria de la socie­
«salvar a la Unión, y... nunca salvar o destruir la escla­ dad» porque no era «el hijo del ingeniero». El adagio
vitud» 18. Esto no significa que Lincoln ignorara «la mons­ Fiat ju stitia et pereat m u n d u s (Hágase justicia aunque
truosa injusticia de la misma esclavitud» como la deno­ el mundo perezca), que es invocado habitual y retórica­
minó ocho años antes; significa que también conocía la mente contra los defensores de la absoluta justicia, a
distinción entre su «deber oficial» y su «deseo personal menudo con el propósito de excusar males y delitos, ex­
de que todos los hombres de todas las partes puedan presa claramente el quid del dilema.
ser libres» 19. Y esta distinción, si se la despoja de las Sin embargo, la razón de que «al nivel de la morali­
siempre complejas y siempre equívocas circunstancias dad individual, sea completamente intratable el proble­
históricas es, en definitiva, la misma que la de Maquia- ma de la desobediencia a la ley»212, sigue siendo de un
velo cuando decía: «Amo a mi ciudad natal más que a orden diferente. Los dictámenes de la conciencia no sólo
mi propia alma»30. La discrepancia entre el «deber ofi­ son apolíticos sino que, además, se expresan siempre en
cial» y el «deseo personal» no indica una falta de com­ declaraciones puramente subjetivas. /Cuqndo Sócrates
promiso moral en el caso de Lincoln, como la discrepan­ afirmó que «es mejor sufrir el mal que hacer el mal»,
cia entre la ciudad y el alma tampoco indica que Ma- quería decir claramente que era mejor p a r a é l, de la
quiavelo fuera un ateo y no creyera en la salvación y en misma manera que era mejor para él «estar en desacuei-
la condenación eternas. do con multitudes que, estando sólo, hallarse en des­
Este posible conflicto entre el «hombre bueno» y el acuerdo (cansigaunismo)»**. Políticamente, por el con­
«buen ciudadano» (Según Aristóteles, el hombre bueno trario, lo que cuenta es que se haya hecho un mal, para
sólo podría ser un buen ciudadano en un buen Estado; la ley es irrelevante quien se encuentre mejor como re­
según Kant, incluso «una raza de diablos» podría resol­ sultado, el que lo ha cometido o el que lo ha sufrido.
ver con éxito el problema de establecer una constitu­ Nuestros códigos legales distinguen entre los delitos per-
ción, «sólo con que fueran inteligentes»), entre el ser seguibles de oficio, porque la comunidad como conjunto
individual, con o sin creencias en una vida posterior y el ha sido ofendida y aquellos en los que sólo se ven invo­
miembro de la comunidad o, como diríamos hoy, entre lucrados quienes los cometen y quienes los sufren, que
la moralidad y la política, es muy antiguo —más antiguo, pueden o no pueden desear perseguir a los primeros. En
incluso, que la palabra «conciencia» que, en su actual el primer caso resulta irrelevante el estado mental de los
connotación es de origen relativamente reciente— y involucrados excepto cuando el propósito es parte de un
casi tan antiguas son las justificaciones de una y otra acto abierto, o si se toman en consideración circunstan­
postura. Thoreau fue lo suficientemente consecuente con­ cias atenuantes; no existe diferencia si el que sufrió el
sigo mismo como para reconocer y admitir que estaba delito desea perdonarlo o si es enteramente improbable
expuesto a la acusación de irresponsabilidad, la más an- que quien lo cometió vuelva a repetirlo.
En G o r g i a s , Sócrates no se dirige a los ciudadanos,
18 En su famosa carta a Horace Greeley. Esta cita está tomada como en la A p o l o g í a y, en apoyo de la A p o l o g í a , en
de T h e D ü e m m a s o f P o litic s, Chicago, 1958, p. 80, de Hans Mor- G ritón. Aquí Platón deja a Sócrates hablar como filósofo
genthau.
que ha descubierto que los hombres no sólo se comuni-
v tomada de T h e A m e ric a n P o litic a l T ra d itio n , Nueva
York, 1948, p. 110, de Richard Hofstadter.
, ” Allan G ilbert, ed. T he L e tte r s o f M a c h ia v elli, Nueva York
21 T o E s ta b lis h J u stic e ..., op. cit., p. 98.
1961, carta 225. 22 G o rg ia s, pp. 482 y 489.

71
70
can con sus semejantes sino también consigo mismos semejante justificación presenta dos aspectos. En primer
y que la última forma de comunicación —con mi ser y lugar, no puede ser generalizado; para mantener su va­
realizada por mí mismo— prescribe ciertas normas a la lidez tiene que seguir siendo subjetivo. Puede que no
primera. Estas son normas de conciencia y s o n _como moleste a la conciencia de otro hombre aquello con lo
Thoreau anunció en su ensayo— enteramente negativas. que yo no puedo vivir. El resultado es que la conciencia
No señalan lo que hay que hacer; indican lo que no hay se alza contra la conciencia. «Si la decisión de violar la
que hacer. No formulan ciertos principios para la rea­ ley dependiera realmente de la conciencia individual es
lización de una acción; trazan fronteras que ningún acto difícil advertir en la ley cómo se halla el doctor King en
deberá transgredir. Afirman: No hagas mal porque en­ mejor posición que el Gobernador de Mississipi, Ross
tonces tendrás que vivir con un malhechora Platón en Barnet, quien también creía profundamente en su causa
posteriores diálogos (El Sofista y Teetetes), estudió esta y estaba resuelto a ir a la cárcel» . El segundo, y quizá
comunicación socrática del yo conmigo mismo y definió aún más serio, inconveniente es que la conciencia, aunque
el pensamiento como un diálogo mudo entre el yo y el definida en términos seculares, presupone no sólo que el
mí mismo; existencialmente hablando, este diálogo como hombre posee la facultad innata de distinguir lo que está
todos los diálogos, requiere que los participantes sean bien de lo que está mal, sino también que el hombre está
amigos. La validez de las proposiciones socráticas de­ interesado en sí mismo porque la obligación surge sola­
pende de la clase de hombre que las expresa y de la mente de este interés. Y difícilmente puede presuponerse
clase de hombre a quien se dirigen. Son verdades eviden­ este género de interés. Aunque sabemos que los seres
tes por sí mismas para un hombre en tanto que éste es un humanos son capaces de reflexionar —de tener comu­
ser que reflexiona; para quienes no reflexionan, para nicación consigo mismos— ignoramos cuántos se satis­
quienes no mantienen comunicación consigo mismos, no facen en esta empresa no lucrativa; todo lo que podemos
son evidentes en sí ni pueden ser demostradas23*. Ésos decir es que el hábito del pensamiento, de la reflexión,
hombres —y son «multitudes»— pueden lograr un adecua­ sobre lo que uno está haciendo, es independiente de la
do interes sólo en ellos mismos, según Platón, creyendo situación social, educativa o intelectual del individuo.
en un mítico futuro con premios y castigos. En este aspecto, como en muchos otros, el «hombre bue­
De aquí se deduce que las normas de la conciencia no» y el «buen ciudadano» no son en ningún aspecto el
dependan del interés por uno mismo. Señalan: cuidado mismo, y no sólo en el sentido aristotélico. Los hom­
con hacer algo con lo que no serás capaz de vivir. Es el bres buenos sólo se manifiestan en las situaciones de
mismo argumento que condujo a «Camus... a insistir emergencia, cuando de repente como si no vinieran de
sobre la necesidad de resistir a la injusticia por la propia parte alguna, aparecen en todos los estratos sociales. E.1
salud y bienestar del individuo que resiste » (el subrayado buen ciudadano, por el contrario, ha de resultar conspi­
es de la autora)21. El inconveniente político y legal de cuo; puede ser observado, con el no muy confortante
resultado de que resulta pertenecer a una pequeña mi­
i d E'ltP Se torrla completamente claro en el segundo libro de noría: tiende a ser una persona dotada de educación y
a Reptf bll^ a’ en donde los propios discípulos de Sócrates «pue­ perteneciente a las altas clases sociales26.
den defender la causa de la injusticia de la forma más elocuente Toda esta cuestión del peso político que puede con-
pero no llegan a convencerse a sí mismos» (357-367). Están y
siguen estando convencidos de la justicia como de una verdad
evidente en si misma, pero los argumentos de Sócrates no re­ cn la International Encyclopedia of the Social Sciences, 1968,
sultan convincentes y denotan que con este género de razona­ II, p. 486.
miento también puede ser «demostrada» la causa de la injusticia. 25 To Establish Justice..., op. cit., p. 99.
" Lita tomada de «Civil Desobedience», de Christian Bay, 26 W ilson C arey M cW illiams , op. cit., p. 223.

72 73
cederse a las decisiones m orales —decisiones logradas conciencias inspiradas por la Divinidad, ta n clam orosa­
in joro conscientiae— se ha visto considerablem ente com­ m ente m anifestada en los comienzos del Cristianism o.
plicada por las asociaciones originalm ente religiosas y La ley, p o r eso —m ás bien tarde y no, desde luego, en
posteriorm ente secularizadas que h a adquirido la no­ todos los países— adm itió a los objetores de conciencia
ción de conciencia bajo la influencia de la filosofía cris­ de inspiración religiosa, pero sólo cuando apelaban a
tiana. Cuando usam os ahora la palabra, tanto en cues­ una Ley Divina que era tam bién reivindicada p o r un
tiones m orales como en cuestiones legales, se presupone grupo religioso reconocido que no podía ser ignorado
que la conciencia siem pre está presente dentro de noso­ por una com unidad cristiana. La crisis actual y profunda
tros, como si fuese idéntica al sentido. (Es cierto que al de las Iglesias y el creciente núm ero de objetores que
lenguaje le costó mucho tiem po distinguir entre con­ no declaran relación alguna con ninguna institución re­
ciencia y sentido y que en algunas lenguas, el francés, ligiosa, tan to si proclam an que sus conciencias se hallan
por ejemplo, la separación entre conciencia y sentido inform adas p o r la Divinidad como si no es asi, han ciea-
jam ás ha tenido lugar) *. La voz de la conciencia fue la do m ayores dificultades. No es probable que estas difi­
voz de Dios y anunció la Ley Divina antes de llegar a ser cultades desaparezcan sustituyendo la sum isión al cas­
la lum en naturale que inform aba a los hom bres de la tigo por el recurso a u na ley superior públicam ente reco­
existencia de una ley superior. Como voz de Dios form u­ nocida y religiosam ente sancionada. «La idea de que el
laba prescripciones positivas cuya validez descansaba pago de la pena justifica la violación de la ley deriva, no
en el m andato: «Obedecerás a Dios antes que a los hom ­ de Gandhi ni de la tradición de desobediencia civil, sino
bres —m andato que ligaba objetivam ente sin ninguna de Oliver W endell Holmes y de la tradición de realism o
referencia a instituciones hum anas y que podía tornarse, legal... E sta doctrina... es sencillam ente absurda... en el
como sucedió en la Reforma, incluso contra la institu­ terreno del Derecho Penal... Es insensato suponer que
ción de la Iglesia, de la que se había afirm ado que estaba el homicidio, la violación o el incendio provocado puedan
inspirada por la Divinidad—. Para oídos m odernos esto ser justificados con tal de que uno esté dispuesto a cum ­
debe sonar como una «autocertificación», que «linda con plir la p en a» 58. R esulta muy triste que, a los ojos de
la blasfemia» —la presuntuosa pretensión de que uno muchos un «elemento de autosacrificio» sea la m ejor
conoce la voluntad de Dios y se halla seguro de su even­ prueba de la «intensidad de la preocupación»59, de la
tual ju stificació n 57—. No sonaba de esta form a al cre­ «seriedad del desobediente y de su fidelidad a la ley»30,
yente en un Dios creador, que se había revelado El m is­ porque el fanatism o sincero es habitualm ente la señal
mo a la única criatu ra que El creó a Su propia im ager. distintiva del excéntrico y, en cualquier caso, to m a im­
Pero no es posible ignorar la anárquica naturaleza de las*27 posible una discusión racional de las cuestiones en juego.
Además, la conciencia del creyente que escucha y
* Podría decirse otro tanto del español y señalar que, pese obedece la voz de Dios o los m andatos de la lum en natu­
a las definiciones modernas de Brentano, Husserl, Dilthey, Berg-
son y Scheler, aún no han sido claramente deslindadas las acep­ rale dista considerablem ente de la conciencia estricta­
ciones metafísicas, gnoseológicas, psicológicas y éticas del tér­ mente secular —de ese conocim iento y com unicación con
mino conciencia. En esta última frase, la autora emplea las pa­ uno mismo, que en lenguaje ciceroniano, m ejor que mil
labras co n sc ien ce y c o n sc io u sn e ss para designar a la conciencia testigos atestigua hechos que de o tra m anera podrían
y lo que, conforme a una de las acepciones incluidas en el
W e b s te r ’s T h ird N e w In te r n a tio n a l D ic tio n a r y puede traducirse
perm anecer siem pre ocultos— . Es esta conciencia la que
en español como sentido. (N del T.)
27 Leslie Dunbar en cita de «On Civil Desobedience in Recent * M arshall, C ohén, op. cit., p. 214.
American Democratic Thought», de P aul F. P ower, en T he Ame­ ” C arl Cohén, op. cit., p . 6.
rican P o litic a l S c ie n c e R e v ie w , marzo de 1970. " M arsall Cohén, op. cit.

74 75
hallam os con tal magnificencia en Ricardo III. No hace
más que «henchir a un hom bre de obstáculos»; no está
siem pre con él, pero aguarda a que se encuentre solo,
y pierde su dom inio cuando pasa la m edia noche y él
se reúne con sus lores. Sólo después, cuando él ya no
esté consigo mismo, dirá: «Conciencia no es m ás que una
palabra que usan los cobardes/C oncebida en un principio
para am edrentar al fuerte.» El tem or a estar solo y a
tener que enfrentarse con uno m ism o puede disuadir
de la fechoría pero este tem or, p o r su verdadera n atu­
raleza, no es persuasivo p ara otros. No hay duda de que II
incluso esta clase de objeción de conciencia pueda re­
sultar políticam ente significativa cuando llegan a coin­
cidir cierto núm ero de conciencias y los objetores de La desobediencia a la ley, civil y penal, se ha con­
conciencia decidan acudir a la plaza y hacer o ír sus vo­ vertido en un fenómeno de m asas durante los últim os
ces en público. Pero entonces ya no estam os tratan d o con años, no sólo en América sino en m uchas otras partes del
individuos o con un fenómeno cuyo criterio pueda deri­ mundo. El desafío a la autoridad establecida, religiosa
varse de Sócrates o de Thoreau. Lo que se ha decidido y secular, social y política, como fenómeno m undial, pue­
in foro conscientiae se ha convertido ahora en p arte de de muy bien ser algún día considerado como el aconte­
la opinión pública y, aunque este grupo p articu lar de cim iento prim ordial de la últim a década. «Las leyes pa­
desobedientes civiles puede proclam ar su validación ini- recen haber perdido su poder» **. Desde el exterior y con
conciencias—, cada uno de ellos ya no se la consideración de u na perspectiva histórica no cabría
^P^ya en sí mismo. En la plaza, la suerte de la conciencia im aginar m ás claro Mane, Thecel, Phares en la paied,
no es muy diferente de la suerte de la verdad del filó­ un m ás explícito signo de la inestabilidad interna y de la
sofo: se convierte en una opinión, indistinguible de otras vulnerabilidad de los Gobiernos y de los sistem as legales
opiniones. Y la fuerza de la opinión no depende de la existentes. Si la H istoria enseña algo sobre las causas de
conciencia sino del núm ero de aquellos con los que está la revolución —y la H istoria no enseña m ucho pero si
asociada —«el acuerdo unánim e sobre que "X ” es un considerablem ente m ás que las teorías de las ciencias
m al... añade crédito a la opinión de que ”X ” es un mal» 31. sociales— es que a las revoluciones precede una desinte­
gración de los sistem as políticos, que síntom a revelador
de desintegración es una progresiva erosión de la auto­
ridad gubernam ental y que esta erosión es causada por
la incapacidad del Gobierno para funcionar adecuada­
mente, de donde b ro tan las dudas de los ciudadanos
acerca de su legitim idad. Esto es lo que los m arxistas
acostum bran a llam ar una «situación revolucionaria»,
que, desde luego, en m ás de la m itad de los casos no
llega a d ar paso a una revolución.
En nuestro contexto constituye un ejem plo la grave
31 N icholas W. P uner, op. cit., p. 714. M W ilson Carey M cW illiams , op. cit., p. 211.

76 77
DE
y > mexíco
^ y
F ’ i. O S O F I A
Y l EFRAS
am enaza al sistem a judicial de los Estados Unidos. La­ E n la sociedad de hoy, ni los transgresores potencia­
m entar «el canceroso crecim iento de las desobedien­ les (esto es, los delincuentes no profesionales y no orga­
cias» no tiene m ucho sentido a m enos de que se reco­ nizados) ni los ciudadanos cum plidores de la ley precisan
nozca que d u ran te m uchos años las instituciones encar­ de estudios elaborados para señalar que los actos delic­
gadas de que se cum pliera la ley h an sido incapaces de tivos no ten d rán p ro b ab le m en te —lo que quiere decir,
im poner la observancia de los ordenam ientos legales con­ sensiblem ente— ninguna consecuencia legal. Hemos
tra el tráfico de drogas, los asaltos a m ano arm ada y los aprendido, a nuestro pesar, que es m enos terrible la
robos con escándalo. Considerando que las probabilida­ delincuencia organizada que la de los pillos no profesio­
des que los delincuentes de estas categorías tienen de nales —quienes se aprovechan de la oportunidad y su
no ser descubiertos son superiores a la proporción de enteram ente justificada «ausencia de tem or a ser casti­
nueve a uno y que sólo uno de cada cien irá a la cárcel gados»; y esta situación no queda alterada ni aclarada
hay razón p ara sorprenderse de que sem ejante situación por las investigaciones sobre la «confianza del publico
delictiva no sea peo r de lo que es (Según el Inform e de en el proceso judicial am ericano»36. No nos m anifesta­
la Comisión presidencial sobre el cum plim iento de la mos co n tra el proceso judicial sino contra el simple hecho
Ley y sobre la A dm inistración de Justicia de 1967, «mu­ de que los actos delictivos carecen norm alm ente de con­
chos m ás de la m itad de todos los delitos no son denun­ secuencia legal alguna; no son seguidos de procesos ju ­
ciados jam ás a la policía» y «de los que lo son, menos diciales. Por o tra p arte hay que preguntarse por lo que
de una cu arta p arte concluyen en una detención. Casi
la m itad de todas las detenciones term inan con una re­ 1966, d e B ernd N aumann. L os ac u sa d o s e ra n «un simpie p u ñ a d o
tirad a de os cargos form u lad o s» )34. Es como si estuvié­ de caso s in to lerab les» , seleccio n ad o s e n tre u n o s 2.000 h o m b re s
d e la S.S. q u e e stu v ie ro n d estin a d o s en el ca m p o e n tre 19 y
ram os realizando a escala nacional un experim ento para 1945. T odos ellos fu e ro n ac u sa d o s de asesin a to , el ú n ico d elito
determ inar cuántos delincuentes potenciales —es decir q u e en 1963, cu a n d o se inició el p roceso, n o q u e d a b a re sg u a r­
personas que se abstienen de com eter delitos p o r la fuer­ d ad o p o r el e s ta tu to d e lim itacio n es. A u sch w ith fue el cam p o
za disuasiva de la ley— existen actualm ente en una so­ del e x te rm in io sistem á tic o , p e ro las a tro c id a d e s q u e casi to d o s los
acu sa d o s c o m e tie ro n n o te n ía n n a d a q u e v e r con la o rd e n de
ciedad dada. Puede que los resultados no sean m uy es­ realizació n d e la «solución final»; sus crím en es e ra n castig ab le
tim ulantes p ara quienes sostienen que todos los im pul­ b aio la ley n azi y en alg u n o s ra ro s caso s q u ie n es los p e rp e tra ro n
sos delictivos son aberraciones —esto es, son los im pul­ fueron c a stig ad o s p o r el G obierno nazi. Los acu sad o s no fu ero n
sos de individuos m entalm ente enferm os que actúan bajo esp ec ialm en te escogidos p a ra c u m p lir u n a m isió n en u n cam p o
de? ex term in io ; lle g aro n a A uschw itz p o r la sim p le raz ó n d e qu e
la coacción de su enferm edad— . La simple y m ás que n o e r a n ” Üles p a r a el servicio m ilita r. A penas alguno d e ellos
aterrad o ra verdad es que, en circunstancias de toleran­ te n ía a n te c e d e n te s p en ales de n in g ú n g en ero y n in g u n o , d esd e
cia legal y social adoptará la m ás violenta conducta de­ luego p o se ía a n te c e d e n te s de sad ism o y de asesin a to . A ntes de
lictiva, gente que en circunstancias norm ales quizá ha­ r a A uschw itz y d u ra n te los dieciocho añ o s en q u e v iv iero n en
la A lem ania d e la p o stg u e rra se c o m p o rta ro n com o ciu d ad an o s
bría pensado en tales delitos pero jam ás llegó a decidir re sp e ta b le s y re sp e ta d o s, in d istin g u ib les d e sus vecinos.
su realización 35. '3 P Es alusión a la donación de un millón de dolares, hecha
por la Fundación Ford «para estudios sobre la confianza del
33 T o E s ta b lis h J u stic e ..., op. c it., p. 89. público en el proceso judicial americano» en contraste con el
i ^ L a™ a n d O rd e r R e c o n sid e re d , Report of the Task Forcé on «informe sobre los funcionarios encargados del cumplimiento de
r^ L 3ndand
nap nforcemefnt to the National Commission on the ía ley” de Freo P. G raham, del N e w Y o r k T im e s, que sin un
Causes Prevention of Violence, s. f p 266 ennino investigador, llegó a la obvia conclusión de que «la falta
“ F: l T PlZ h°"riblcs de esta verdad fueron ofrecidos du­ de temor a ser castigados de los delincuentes está provocando una
rante el llamado «Proceso de Auschwitz» en Alemania. Para el criSs grande e inmediata». Véase T om W icker «Crime ana the
conocimiento de sus sesiones puede verse A u s c h w itz , Nueva York, Courts» en el N e w Y o r k T im es, del 7 de abril de 1970.

78 79
sucedería si se restaurara el poder de la policía hasta e «instruida» que les concediera alguna atención. Claro
el punto razonable en el que del 60 al 70 por ciento de es que el hallazgo de remedio a estos defectos obvios no
todos los actos delictivos se vieran adecuadamente se­ garantizaría la solución del problema; pero olvidarlos
guidos de detenciones y adecuadamente juzgados. ¿Hay significa que el problema ni siquiera llegará a ser ade­
alguna duda de que significaría el colapso de los ya de­ cuadamente definido 38. La investigación se ha convertido
sastrosamente sobrecargados tribunales y de que tendría en una técnica de evasión y este hecho no ha contribuido
consecuencias completamente aterradoras en el igual­ precisamente a ayudar a la ya debilitada reputación de
mente sobrecargado sistema penitenciario? Lo que re­ la ciencia.
sulta tan aterrador en la presente situación no es el fallo Como la desobediencia y el desafío a la autoridad son
de la policía per se sino que, además, el que si se reme­ indicios generales de nuestro tiem po, resulta tentador
diara esta situación radicalmente, se originaría un de­ considerar a la desobediencia civil como un simple caso
sastre en esas otras igualmente importantes ramas del especial. Desde el punto de vista del ju rista, la ley es tan
sistema judicial. violada p o r el desobediente civil como por el crim inal
La respuesta del Gobierno a este colapso y a otros y es com prensible que las personas, especialm ente si son
no menos obvios de los servicios públicos ha sido inva­ hombres de leyes, sospechen que la desobediencia civil,
riablemente la creación de comisiones de estudio, cuya precisam ente porque se ejerce en público, constituye la
fantástica proliferación en los últimos años ha hecho pro­ raíz de la diversidad crim in a l39 —a pesar de que todas
bablemente de los Estados Unidos el país más investi­ las pruebas y todos los argum entos apuntan en sentido
gado de la Tierra. No hay duda de que las comisiones, contrario, porque la prueba que consiste en «dem ostrar
tras gastar mucho tiempo y mucho dinero en hallar que que los actos de desobediencia civil... conducen a... una
«cuanto más pobre es uno, más probabilidades tiene de propensión hacia el delito» no es que sea insuficiente
sufrir una grave desnutrición» (ejemplo de sabiduría sino sim plem ente inexistente40. Aunque es cierto que los
que llegó a publicar T h e N e w Y o r k T i m e s en su sección movimientos radicales, y desde luego las revoluciones,
«Quotation of the Day»)37, formulan a menudo recomen­ atraen a los elem entos delictivos, no sería prudente ni
daciones razonables. Estas, sin embargo, no suelen ser correcto igualar a am bos; los delincuentes son tan peli­
llevadas a la práctica sino que pasan a ser sometidas a un grosos p ara los movim ientos políticos como para la so­
nuevo equipo de investigadores. A todas las comisiones ciedad en conjunto. Además, m ientras que la desobedien­
les caracteriza su desesperado propósito de hallar algo cia civil puede ser considerada como indicio de una sig­
sobre las «causas más profundas» de la materia de que nificativa pérdida de la autoridad de la ley (aunque difí­
se trate, especialmente si esta materia es el problema
de la violencia. Y dado que las «causas más profundas» as Existe, por ejemplo, el bien conocido y superinvestigado
Iiccho de que los niños de las escuelas situadas en barrios mise­
se hallan, por definición, ocultas, el resultado final de rables no aprenden. Entre las causas más obvias figura el hecho
tales investigaciones en equipo se reduce, también a me­ de que muchos de tales niños llegan a la escuela sin haber des­
nudo, a hipótesis y teorías no demostradas. La clara con­ ayunado y se hallan desesperadamente hambrientos. Existe cierto
secuencia es que la investigación se ha convertido en un número de causas «más profundas» en su incapacidad para apren­
der y resulta incierto que un desayuno contribuiría a que apren­
sustituto de la acción y que las «causas más profundas» dieran. Lo que no es inseguro es que no se podría enseñar a
están ocultando a las obvias, que son frecuentemente tan una clase de genios si éstos se hallarán hambrientos.
simples que no cabría pedir a ninguna persona «seria» » El juez Charles E. Whittaker, como muchos otros de su
profesión, «atribuye la crisis a las ideas de desobediencia civil».
Véuse Wilson Carey McWilliams, op. cit., p. 211.
37 El 28 de abril de 1970. 411 To Establish Justice..., op. cit., p. 109.

80 81
cilmente puede ser estim ada como su causa), la desobe­ En otras palabras, la desobediencia civil está acom pasada
diencia crim inal no es m ás que la consecuencia inevita­ a cam bios necesarios y deseables o a la deseable preser­
ble de una desastrosa erosión del poder y de la compe­ vación o restablecim iento del status quo —la preserva­
tencia de la policía. Parecen siniestras las propuestas de ción de los derechos garantizados por la Prim era E n­
dem ostrar la existencia de una «mente crim inal» me­ m ienda o el restablecim iento del adecuado equilibrio de
diante «tests» de Rorschach o m ediante agentes infor­ poder en el Gobierno, com prom etido por el Ejecutivo
m adores, pero tales propuestas tam bién figuran entre las tanto como por el enorm e crecim iento del poder fede­
técnicas de evasión. Una incesante corriente de comple­ ral a expensas de los poderes de los Estados. En ninguno
jas hipótesis sobre la m ente —el m ás esquivo de los do­ de los casos puede equipararse la desobediencia civil con
minios del hom bre— del crim inal ahoga el sólido hecho la desobediencia crim inal. Existe toda la diferencia del
de que nadie es capaz de cap tu rar su cuerpo de la mism a m undo en tre el delincuente que evita la m irada pública
m anera que la hipotética suposición sobre las «latentes y el desobediente civil que desafía abiertam ente la ley. La
actitudes negativas» de los policías oculta su claro expe­ distinción entre una abierta violación de la ley, realizada
diente negativo acerca de la aclaración de delitos en público, y u na violación oculta, resulta tan clara que
La desobediencia civil surge cuando un significativo sólo puede ser desdeñada p o r prejuicio o por m ala vo­
núm ero de ciudadanos ha llegado a convencerse o bien luntad. Es ahora reconocida por todos los escritores se­
de que ya no funcionan los canales norm ales de cambio rios del tem a y resulta claram ente condición prim aria de
y de que sus quejas no serán oídas o no darán lugar a iodos los intentos en pro de la com patibilidad de la
acciones ulteriores, o bien, p o r el contrario, de que el desobediencia civil con la ley y las instituciones am eri­
Gobierno está a punto de cam biar y se ha em barcado canas de gobierno. Además, el transgresor común, aun­
y persiste en modos de acción cuya legalidad y constitu- que pertenezca a una organización crim inal, actúa sola­
cionalidad quedan abiertas a graves dudas. Los ejem plos mente en su propio beneficio; se niega a ser subyugado
son num erosos: siete años de guerra no declarada en por el asentim iento de todos los dem ás y se som eterá
Vietnam; la creciente influencia de los organism os secre­ únicam ente a la violencia de las organizaciones encarga­
tos en los asuntos públicos; las claras o escasam ente das de hacer que se cum pla la ley. El desobediente civil,
veladas am enazas a las libertades garantizadas p o r la Pri­ aunque norm alm ente disiente de una mayoría, actúa en
m era Enm ienda; los intentos de p riv ar al Senado de sus nombre y en favor de un grupo; desafía a la ley y a las
poderes constitucionales, seguidos p o r la invasión de autoridades establecidas sobre el fundam ento de un di­
Camboya, ordenada p o r el Presidente con claro desdén sentim iento básico y rio porque como individuo desee
por la C onstitución que requiere explícitam ente la apro­ lograr una excepción para sí mismo y beneficiarse de
bación del Congreso p ara el comienzo de una guerra, por ésta. Si el grupo al que pertenece es significativo en
no m encionar la aún m ás om inosa referencia del Vicepre­ número y posición, se siente la tentación de clasificarle
sidente a resistentes y disidentes a quienes calificó como como m iem bro de una de las «mayorías concurrentes»
« b u itr e s ’.., y 'p a rá s ito s ” (a los que) podem os perm i­ de John C. Calhoun, esto es, de sectores de la población
tirnos sep arar... de n u estra sociedad con no m ayor pena que se m uestran unánim es en su disentim iento. Desgra­
que la que sentiríam os arrojando de un tonel las m an­ ciadam ente, el térm ino está teñido de argum entos pro­
zanas podridas». Referencia que desafía no sólo a las leyes esclavistas y racistas y en la Disquisition on Government,
de los Estados Unidos, sino, incluso, a todo orden legal tó.412
tes y excelentes comentarios de The New Yorker en su sección
41 Law and Order Reconsidered, op. cit., p. 291. «Talk of the Town», relativos al casi abierto desprecio de la
42 Se recomienda especialmente la lectura de los abundan- Administración por el orden constitucional y legal de este país.

82 83
en la que aparece, oculta sólo intereses, no opiniones ni
convicciones, de m inorías que se sienten am enazadas por «Las cosas de este m undo se hallan en tan constante
«mayorías dominantes». En cualquier caso tratam os aquí fluir que nada perm anece largo tiem po en el mismo es­
de m inorías organizadas que son dem asiado im portan­ tado» t5. Si esta sentencia, escrita por Locke hace tres­
tes, no sim plem ente en núm ero, sino en su calidad de cientos años, fuese form ulada ahora, parecería una refe
opinión p ara que resulte prudente desdeñarlas. Porque rencia a este siglo. Pero hay que recordar que el cambio
Calhoun tenía ciertam ente razón cuando afirm aba que en no es un fenóm eno m oderno sino algo inherente a un
cuestiones de gran im portancia nacional la «concurren­ mundo, habitado y establecido por seres hum anos, que
cia o aquiescencia de las diversas porciones de la com u­ llegan hasta el m undo por el nacim iento como extraños
nidad», son un prerrequisito del Gobierno constitucio­ y forasteros (véoi, los nuevos, como los griegos acostum ­
nal tJ. C onsiderar a las m inorías desobedientes como re ­ braban a llam ar a los jóvenes) y que parten de él cuando
beldes y traidoras es ir contra la letra y el espíritu de precisam ente han adquirido la experiencia y la fam iliari­
una Constitución cuyos creadores se m ostraron espe­ dad que podían, en ciertos casos, perm itirles ser «sabios»
cialmente sensibles a los peligros del irrefrenado dom i­ en las peculiaridades del mundo. Los «hombres sabios»
nio de la m ayoría. han desem peñado diversos y a veces significativos pape­
De todos los medios que los desobedientes civiles pue­ les en los asuntos hum anos pero la realidad es que todos
den em plear en el curso de la persuasión y de la drama- fueron viejos, hom bres a punto de desaparecer del m un­
tización de las cuestiones, el único que puede ju stificar do Su sabiduría, adquirida en la proxim idad de su p ar­
el que se les llame «rebeldes» es el de la violencia. Por tida, no puede dirigir a un m undo expuesto a la cons­
eso la no violencia es la segunda característica general­ tante arrem etida de la inexperiencia y de la «necedad»
m ente aceptada de la desobediencia civil, y de ahí se de­ de los recién llegados, y es probable que sin esta m terre-
duce que la «desobediencia civil no es revolución... El lacionada condición de la natalidad y de la m ortahda ,
desobediente civil acepta, m ientras el revolucionario re­ que garantiza el cam bio y hace posible el dominio de la
chaza, el m arco de la autoridad establecida y la legiti­ sabiduría, la raza hum ana se hubiera extinguido hace
m idad general del sistem a de leyes» 4‘. E sta segunda dis­ largo tiem po de insoportable aburrim iento.
tinción entre el revolucionario y el desobediente civil, *E1 cam bio es constante, inherente a la condición hu­
tan plausible a prim era vista, resulta más difícil de m an­ mana, pero la velocidad del cam bio no lo es. V aría con­
tener que la distinción entre el desobediente civil y el siderablem ente de un país a otro país, de un siglo a otro
desobediente crim inal. El desobediente civil com parte siglo E n com paración con la llegada y el paso de las
con el revolucionario el deseo de «cam biar el mundo», generaciones, el fluir de las cosas del m undo se opera
y el cambio que desea realizar puede ser, desde luego, tan lentam ente que éste ofrece un habitat casi estable
drástico, como, por ejemplo, en el caso de Gandhi, que a los que llegan, perm anecen y se van. O así sucedió du­
siem pre es citado como el gran ejem plo, en este contexto, rante miles de años, incluyendo los prim eros siglos de
de la no violencia. (¿Aceptó Gandhi el «marco de la la edad m oderna, cuando hizo su aparición por vez p ri­
autoridad establecida», que era la dom inación británica mera la noción del cambio por el cambio, bajo el nom bre
de la India? ¿Respetó la «legitimidad general del sistem a de progreso. El nuestro ha sido quizá el prim er siglo en
de leyes» en la colonia?) el que la velocidad del cambio en las cosas del m undo
lia aventajado al cam bio de sus habitantes (Un síntom a
43 A Disquisition on Government (1853), Nueva York, 1947,
p. 67. 45 L ocke, The Second Treatise of Government, nú m . 157.
44 Carl Cohén, op. cit., p. 3.
85
84
alarm ante de este giro es la dim ensión siem pre decre­ para fenómenos tan diferentes como la l e x romana, el
ciente de las generaciones. De la m edida tradicional de vd|xoc griego y la t o r a h hebrea— y es que estaban conce­
tres o cuatro generaciones por siglo, que correspondía bidos para asegurar la estabilidad (Existe otra carac­
a la fosa generacional «natural» entre padres e hijos, he­ terística general de la ley: la de que no es universalmente
mos llegado ahora al punto en que cuatro o cinco años válida, o bien posee unos límites territoriales o, como
de diferencia en la edad son suficientes p ara establecer en el caso de la ley judía, se halla restringida étnicamen­
un foso entre las generaciones). Pero incluso bajo las te; pero esto no nos concirne aquí. Donde faltan ambas
exti aordinai ias condiciones del siglo xx, que hacen que características, estabilidad y validez limitada, donde las
¡a adm onición de Marx a cam biar el m undo parezca como llamadas «leyes» de la Historia o de la Naturaleza, por
una exhortación a llevar carbón a Newcastle, difícilm en­ ejemplo, interpretadas por el jefe de un Estado, mantie­
te podría decirse que el apetito de cam bio que el hom bre nen una «legalidad» que puede cambiar de día a día y
experim enta haya cancelado su necesidad de estabilidad que afirma su validez para toda la Humanidad —nos en­
Es bien sabido que el más radical de los revolucionarios frentamos, en realidad con la ilegalidad, aunque no con
se tornará conservador al día siguiente de la revolución. la anarquía, dado que el orden puede mantenerse me­
Es obvio que ni la capacidad del hom bre p ara el cam bio diante una organización coactiva. En cualquier caso, el
ni su capacidad p ara la preservación son ilim itadas, la resultado claro es la criminalización de todo el aparato
prim era está lim itada por la extensión del pasado en el gubernamental, como sabemos por el Gobierno totali­
p re s e n te —nadie comienza ab ovo— y la segunda p o r la tario).
im p a s i b i l i d a d del futuro. El ansia del hom bre p o r el Por obra del índice sin precedentes de cambio en
cam bio y su necesidad de estabilidad se han equilibrado nuestro tiempo y por obra del reto que el cambio plantea
v íefrenado siem pre y nuestro lenguaje actual, que dis­ al orden legal —del lado del Gobierno, como ya hemos
tingue entre dos facciones, los progresistas y los conser­ visto, así como del lado de los ciudadanos desobedientes,
vadores, denota una situación en la que este equilibrio se admite ahora ampliamente el que los cambios puedan
se ha descompuesto. ser efectuados por la ley, a diferencia de la primitiva
Ninguna civilización —artefacto hecho p o r el hom bre noción según la cual la «acción legal (es decir, las deci­
para albergar a sucesivas generaciones— hubiera sido siones del Tribunal Supremo) puede alterar los modos
posible sin un m arco de estabilidad, p ara facilitar el fluir de vida»47—. Ambas opiniones me parecen basadas en
del cambio. Fundam entales entre los factores estabiliza­ un error sobre lo que la ley puede realizar y lo que no
dores, más resistentes que las costum bres, las m aneras puede realizar. La ley puede, desde luego, estabilizar y
y as tradiciones, son los sistem as legales que regulan legalizar el cambio, una vez que se haya producido pero
nuestra vida en el m undo y nuestros asuntos cotidianos el cambio es siempre el resultado de una acción extra­
con los demás. E sta es la razón por la de que sea inevi­ legal En realidad, la Constitución misma ofrece una for­
table que la ley en un tiem po de rápido cam bio aparezca ma casi legal de desafiar a la ley, vulnerándola, pero,
como «una fuerza restrictiva, es decir, como una influen­ al margen por completo de si tales transgresiones son
cia negativa en un m undo que adm ira la acción positi­ o no actos de desobediencia, el Tribunal Supremo tiene
va» . La variedad de tales sistem as es grande, tan to en derecho a escoger entre los casos que se le someten,
el tiempo como en el espacio, pero todos tienen algo en y esta elección se ve inevitablemente influida por la opi-7
com ún —lo que nos autoriza a em plear la m ism a palabra 45
i7 j d Hyman «Segregation and the Fourteenth Amendment»
en E ssaysin Constitutional Law, Robert G. McCloskey, ed. Nueva
45 E dward H. L evi, op. cit.
Y ork, 1957, p. 379.

86 87
nión pública. La ley recientem ente aprobada en Massa- danos blancos. No fue la ley sino la desobediencia civil
chusetts p ara forzar un «test» sobre la legitim idad de la la que llevó a la luz el «dilema am ericano» y la que, quizá
guerra del Vietnam y sobre la que el Tribunal Suprem o por vez prim era, obligó a la nación a reconocer la enor­
se negó a decidir, constituye un ejemplo. ¿No resulta m idad del crim en, no siem pre de la esclavitud sino de
obvio que esta acción legal —muy significativa— fue el la com ercialización de la esclavitud, «único entre tales
resultado de la desobediencia civil de los que se resis­ sistem as conocidos de la civilización» 50 cuya responsabi­
tían al alistam iento y que su objetivo era legalizar la ne­ lidad había heredado el pueblo, junto con m uchas m er­
gativa de los reclutas a com batir? Todo el cuerpo de cedes, de sus antepasados.
legislación laboral —el derecho a los convenios colecti­
vos, el derecho a la sindicación y el derecho a la h u e lg a -
fue precedido p o r décadas de desobediencia, frecuente­
m ente violenta, a las que en definitiva resultaron ser
leyes anticuadas.
La H istoria de la D ecim ocuarta Enm ienda ofrece quizá
un ejem plo especialm ente instructivo de la relación entre
ley y cambio. E staba destinada a trad u cir en térm inos
constitucionales el cam bio que se había operado como
resultado de la G uerra civil. Este cam bio no fue acep­
tado p o r los Estados del Sur, con el desenlace de que
las disposiciones sobre la igualdad racial quedaron en
general incum plidas durante cien años. Aun más sor­
prendente ejem plo de la incapacidad de la ley p ara obli­
gar el cambio, es naturalm ente, la Decimoctava Enm ien­
da, relativa a la Prohibición, que hubo de ser abolida
porque dem ostró ser incum plióle48. La Enm ienda Deci­
m ocuarta, p o r o tra parte, se cum plió finalm ente p o r la
acción legal del Tribunal Suprem o pero, aunque cabe
afirm ar que siem pre fue «simple responsabilidad del
Tribunal Suprem o el enfrentarse con las leyes estatales
que niegan la igualdad racial» 49, lo cierto es que el Tri­
bunal decidió hacerlo sólo cuando los movim ientos de
derechos civiles que, p o r lo que a las leyes del S ur se
referían, eran claram ente movimientos de desobediencia
civil produjeron un cam bio drástico, tanto en las actitu ­
des de los ciudadanos negros como en las de los ciuda­

, . ., extendida desobediencia a la Enmienda de la Prohi-


bicion no tiene, sin embargo, «legítimo derecho a ser denominada 50 Sobre este importante punto, que explica por qué tuvo
desobediencia» porque no fue practicada en público. Véase Ni- la emancipación desastrosas consecuencias en los Estados Unidos,
CHOLAS W. PüNER, op. cit., p. 653. véase el espléndido estudio Slavery, de S tanley M. E lkins , Nueva
49 R obert G. M cC loskey, op. cit., p. 352. York, 1959.

88 89
como opuesta a la palabra, es (desde luego) algo endé­
mico» en la desobediencia civil»53. , ,
Sin em bargo, de lo que básicam ente aquí se tra ta no
es de si la desobediencia civil puede ser justificada por
la Prim era Enm ienda y hasta qué gra o pue a ser o,
sino, m ás bien, con qué concepto de ley es com patible
Argumentaré a continuación que, aunque el fenómeno
la desobediencia civil es hoy un fenómeno de alcance
m undial y aunque sólo recientem ente haya atraído en lo
Estados Unidos el interés de la jurisprudencia política
III y de la ciencia política, sigue siendo prim ariam ente ame­
ricano en su origen y su sustancia, que nm gun otro país
y ninguna o tra lengua, tienen siquiera una expresión para
La perspectiva de un cambio muy rápido sugiere que designarlo y que la República am ericana es el único Go­
existen «todas las probabilidades de que la desobedien­ bierno que posee al menos una posibilidad de contende
cia civil desempeñe un papel progresivam ente creciente con este fenómeno —no, quizá, de acuerdo con las dis­
en... las dem ocracias m odernas»51. Si «la desobediencia posiciones vigentes, sino conform e al espíritu de sus
civil ha venido p ara quedarse», como muchos han lle­ leyes. Los Estados Unidos deben su origen a la Revolución
gado a creer, resulta de im portancia prim ordial la cues­ am ericana y esta revolución fue realizada dentro de un
tión de su com patibilidad con las leyes; la respuesta nuevo y nunca com pletam ente articulado concepto de
puede ser muy bien decidir si las instituciones de libertad la ley que no fue el resultado de una teoría sino que
dem ostrarán o no ser suficientem ente flexibles p ara so­ resultó constituido por las extraordinarias experiencias
brevivir a la arrem etida del cambio sin una guerra civil de los prim itivos colonos. Sería un acontecim iento de
y sin una revolución. La literatu ra sobre el tem a se m ues­ eran significado hallar una hornacina constitucional a la
tra inclinada a argum entar en favor de la desobediencia desobediencia civil, de no menos significado, quiza que
civil sobre los fundam entos más bien débiles que ofrece el hecho de la fundación de la constitutio libertatis, hace
la Prim era Enm ienda, adm itiendo la necesidad de que casi doscientos años. .
sean «extendidos» y expresando la esperanza de que «las La obligación m oral del ciudadano de obedecer a las
futuras decisiones del Tribunal Supremo establecerán una leyes se h a hecho derivar tradicionalm ente de la supo-
nueva teoría en (su) lugar» 52. Pero la Prim era Enm ienda,
inequívocam ente, defiende sólo «la libertad de palabra y 53 N icholas W. P uner , op. cit., p. 694. Para el significado de
la garantía de la Primera Enmienda vease especialmente The
de prensa» m ientras que queda abierto a interpretación C o n stitu tio n and What It Means Today, Pnnce on gSS de E^
y controversia el grado hasta el cual protege la libertad wari) S. Corw in . Por lo que se refiere al grado en el que es
de acción, «el derecho del pueblo a reunirse pacífica­ protegida por la Primera Enmienda la libertad de acción, Corwm
m ente y a solicitar del Gobierno reparación a sus agra­ señala: «Históricamente el derecho de petición es un derecho
primario, el derecho a montar pacíficamente un deretho subor-
vios». Según las decisiones del Tribunal Supremo, «la linado e instrumental... Hoy, sin embargo, el derecho de reun»°n
conducta, conform e a la Prim era Enm ienda, no disfruta pacífica es "...afín a los de libertad de expresión y de prensa y
de la mism a am plitud que la palabra» y «la conducta, resulta igualmente fundamental... No puede ser Proscnta la cele_
I,ración de reuniones para una pacifica acción pohtica. Los quc
51 Christian B ay, op. cit., p. 483. ayudan a la realización de tales reuniones no pueden ser consi­
52 H arrop A. F reeman, op. cit., p. 23. derados delincuentes por tal motivo » (pp. 203-2U4).

90 91
sición de que o bien consentía en obedecerlas o, en rea­ espíritu de las leyes», que varía de país a país y que es
lidad, era su propio legislador; de esta m anera se supo­ diferente en las distintas form as de gobierno, entonces
nía que bajo el dominio de la ley los hom bres no están podrem os afirm ar que el asentim iento, no en el muy
sujetos a una voluntad extraña sino que solam ente obe­ antiguo sentido de simple aquiescencia, con su distinción
decen a sí mism os —con el resultado, naturalm ente, de entre dominio sobre súbditos voluntarios y dominio so­
que cada persona sea al mismo tiem po su propio dueño bre súbditos involuntarios, sino en el sentido de activo
y su propio esclavo y de que lo que se concebía como apoyo y continua participación en todas las cuestiones
conflicto tradicional entre el ciudadano, preocupado por de interés público, es el espíritu de la ley am ericana.
el bien com ún y el yo mismo, buscador de su propia feli­ Teóricam ente, este asentim iento ha sido construido para
cidad, se ha interiorizado. E sta es la esencia de la solu­ ser resultado de un contrato social que, en su form a más
ción rousseauniano-kantiana al problem a de la obligación común, el contrato entre un pueblo y su Gobierno es
y su defecto, desde mi punto de vista, es que traslada el fácil de denunciar como m era ficción. Sin embargo, el
conflicto a la conciencia —a la relación entre el yo y el caso es que no existía una m era ficción en la experiencia
mi m ism o 54—. Desde el punto de vista de la m oderna prerrevolucionaria am ericana con sus numerosos «co-
ciencia política el inconveniente radica en el origen fic­ venants» (pactos) y acuerdos, desde el Mayflower Com-
ticio del consentim iento: «Muchos... escriben como si pact al establecim iento de las trece colonias como una
hubiera un contrato social o alguna base sim ilar como entidad. Cuando Locke form uló su teoría del contrato
obligación política de obedecer a la mayoría» p o r lo que social que supuestam ente explicaba los comienzos origi­
el argum ento norm alm ente preferido es: en una demo­ narios de la sociedad civil, señaló en una observación
cracia nosotros tenemos que obedecer la ley porque po­ m arginal cuál era el modelo en el que pensaba: «En los
seemos derecho a v o ta r 55. Pero son precisam ente estos comienzos todo el m undo era A m érica»56.
derechos al voto, sufragio universal en elecciones libres En teoría, el siglo xvu conoció y combinó bajo el
como base suficiente p ara una dem ocracia y afirm ación nom bre de contrato social tres clases totalm ente dife­
de libertad pública, los que se ven ahora som etidos a rentes de tales acuerdos originarios. Existía, en primer
ataque. lugar, el ejem plo del pacto bíblico, contraído entre un
Me parece crucial la afirm ación form ulada p o r Euge- pueblo en conjunto y su Dios, por virtud del cual el pue­
ne Rostow, según la cual, lo que hay que considerar es blo consentía en obedecer cualesquiera leyes que pudie­
la «obligación m oral de un ciudadano a la ley en una so­ ra decidir revelarle una todopoderosa divinidad. Si hu­
ciedad de asentim iento». Si M ontesquieu tenía razón —y biese prevalecido esta versión puritana del asentim iento,
yo creo que la tenía— al decir que existe algo como «el sería, como John Cotton advirtió certeram ente, «haber
54 Hegel señaló otro importante defecto: «Ser el propio due­
establecido la teocracia como la m ejor form a de go­
ño y el propio siervo de uno puede ser mejor que ser el siervo de bierno» 57. Existía, en segundo lugar, la variedad hobbe-
otro. Sin embargo, la relación entre libertad y naturaleza, si... la siana según la cual cada individuo concluye un acuerdo
naturaleza está siendo oprimida por el propio ser de uno, es io n las autoridades estrictam ente seculares para garanti­
mucho más artificial que la relación en la ley natural, según la zar su seguridad, para cuya protección abandona todos
cual la parte dominante y ordenante se encuentra fuera del indi­
viduo vivo. En este último caso, el individuo, como entidad viva, sus derechos y poderes. Yo llam aría a ésta la versión
conserva su identidad autónoma... Se enfrenta con un poder ex­
traño... (De la otra manera) es la armonía interna la que resulta “ O p. cit., núm. 49.
destruida.» En D ifferen z. d e s F ic h te ’sc h e n u n d S c h e llin g ’sc h e n S y s ­ i.7 véase mi análisis sobre el puritanismo y su influencia en
te m s d e r P h ilo so p h ie (1801), edición de Félix Meiner, p. 70. in Revolución americana en On R e vo lu tio n , Nueva York, 1963,
55 C hristian B ay, o p . cit., p. 483.
pp. 171 y ss.
92 93
vertical del co n trato social. Es, desde luego, incom patible E sta es una nueva versión de la antigua potesta in populo,
con la com prensión am ericana del gobierno porque re­ con la consecuencia de que, en contraste con las anterio­
clam a p ara éste un m onopolio del poder en beneficio de res teorías sobre el derecho a la resistencia según las
todos los súbditos que, m ientras que esté garantizada cuales el pueblo podía actuar solam ente «cuando se le
su seguridad física, carecen de derechos y de poderes; encadene», ahora tenía el derecho, de nuevo en palabras
la República am ericana, en contraste, descansa en el po­ de Locke, de «im pedir el encadenam iento»60. Cuando los
der del pueblo —la antigua potestas in populo rom ana firm antes de la Declaración de Independencia em pena­
y el poder concedido a las autoridades es un poder dele­ ron m utuam ente «sus vidas, sus fortunas y su sagrado
gado que puede ser revocado. Hubo, en tercer lugar, el honor», pensaban precisam ente en esta vena de las ex­
contrato social originario de Locke en el que no el Go­ periencias específicam ente am ericanas tanto como en
bierno sino la sociedad —entendiendo esta p alabra en térm inos de la generalización y conceptualización que de
el sentido de la societas latina— introdujo una «alianza» estas experiencias había hecho Locke.
entre todos los m iem bros individuales quienes contratan El a se n tim ie n to —en el sentido de que ha de supo­
para gobernarse tras haberse ligado entre sí. Denominaré nerse la afiliación voluntaria de cada ciudadano a la
a ésta la versión horizontal del contrato social. Este con­ com unidad— queda obviam ente (excepto en el caso de
trato lim ita el poder de cada individuo m iem bro pero la nacionalización) tan abierto al m enos al reproche de
deja intacto el poder de la sociedad; la sociedad enton­ ser una ficción como el contrato originario. El argum en­
ces establece el gobierno «sobre la simple base de un to es correcto legal e históricam ente, pero no existencial
contrato originario entre individuos independientes»5S. v teóricam ente. Cada hom bre nace como m iem bro de una
Todos los contratos, pactos y acuerdos descansan en determ inada com unidad y sólo puede sobrevivir si es
la reciprocidad y la gran ventaja de la versión horizon­ bien recibido y se encuentra en su elemento. E n la situa­
tal del contrato social es que esta reciprocidad liga a ción de hecho de cada recién nacido hay im plicado un
cada m iem bro con sus conciudadanos. Es la única form a tipo de asentim iento; principalm ente una clase de con
de gobierno en la que los ciudadanos están ligados entre form idad a las norm as según las cuales se juega el gran
sí, no a través de recuerdos históricos o p o r homoge­ juego del m undo en el grupo particu lar al que pertene­
neidad étnica como en la Nación-Estado ni a través del ce por su nacim iento. Todos vivimos y sobrevivimos por
Leviatan de Hobbes, que «intim ida a todos» y así les una especie de consentim iento tácito, que, sin embargo,
une, sino a través de la fuerza de prom esas m utuas. En sería difícil denom inar voluntario. ¿Cómo podríam os en
el pensam iento de Locke, esto significaba que la socie­ cualquier caso denom inarlo así? Podemos, sin embargo,
dad perm anecería intacta incluso si «es disuelto el Go­ llamarlo voluntario, cuando el niño nace en una comu­
bierno» o si rom pe su acuerdo con la sociedad, evolucio­ nidad en la que el disentim iento es tam bién una posi­
nando hacia una tiranía. Una vez establecida, la socie­ bilidad legal y de jacto para él cuando llega a ser hom ­
dad, m ientras exista como tal, no puede ser devuelta bre. El disentim iento im plica el asentim iento y es la
a la ilegalidad y a la anarquía del estado de naturaleza. característica del gobierno libre. Quien sabe que puede
En palabras de Locke, «el poder que cada individuo en­ disentir sabe que, de alguna form a, asiente cuando no
trega a la sociedad cuando entra en ésta, jam ás puede disiente. . ,.
ser devuelto de nuevo al individuo m ientras la sociedad El asentim iento, como im plicado en el derecho a ai-
dure sino que perm anecerá siem pre en la com unidad» 589. scntir —el espíritu de la ley am ericana y la quintaesen­
cia del gobierno am ericano— revela y articula el asenti-
58 J ohh Adams, Novanglus. Works, Boston, 1851, vol. IV, p. 110.
59 Op. cit., núm. 220. Ibíd., núm. 243.

94
factores m uy diferentes cuya desafortunada coinciden­
m iento tácito otorgado a cam bio de la tácita bienvenida cia h a determ inado la específica aspereza tanto como la
que la com unidad da a los recién llegados, a la inm igra­ confusión general de la situación. Son frecuentes los de­
ción in terio r a través de la cual se renueva constante­ safíos de la adm inistración a la Constitución con la con­
mente. Visto en esta perspectiva, el asentim iento tácito
secuente p érdida de confianza del pueblo en los procesos
no es una ficción; es inherente a la condición hum ana.
constitucionales, es decir, de la retirad a del asentim iento.
Sin em bargo, el asentim iento tácito general —el «acuerdo
Al m ism o tiem po, h a quedado patente la repugnancia de
tácito, una especie de consensus universalis» como lo lla­
ciertos sectores de la población a reconocer el consen­
m aba T ocqueville61— tiene que ser distinguido cuida­
dosam ente del sentim iento a leyes específicas o a una sus universalis.
Hace casi ciento cincuenta años Tocqueville predijo
determ inada política, o a las que no alcanza aunque ésas
que «el m ás form idable de todos los males que am enazan
sean el resultado de decisiones m a y o ritarias62*. Se seña­
el fu tu ro de los Estados Unidos» no era la esclavitud,
la a m enudo que el asentim iento a la Constitución, el
cuya abolición previo, sino que estaba determ inado por
consensus universalis, im plica tam bién un asentim iento
la «presencia de u na población negra en su territorio» .
a las leyes que se han establecido porque en el Gobierno
Y la razón p o r la que pudo predecir el futuro de los
representativo el pueblo ha contribuido a hacerlas. Este
negros y de los indios con m ás de u n siglo de adelanto
asentim iento, creo, resulta, desde luego, enteram ente fic­
se basa en el sim ple y aterrad o r hecho de que estos pue­
ticio, en las circunstancias actuales, en cualquier caso, blos jam ás fueron incluidos en el consensus universalis
ha perdido toda su plausibilidad. El mismo Gobierno
original de la República am ericana. No había nada en
representativo se halla hoy en crisis, en p arte porque
la Constitución o en la intención de quienes la elabora­
ha perdido, en el curso del tiem po, todas las instituciones
ron cuya interpretación perm itiera la inclusión del pue­
que perm itían la participación efectiva de los ciudadanos
blo esclavo en el convenio original. Incluso quienes de­
y en p arte p o r el hecho de verse afectado p o r la enfer­
fendían la eventual em ancipación pensaban en térm inos
m edad que sufre el sistem a de partidos: la burocratiza-
de la segregación de los negros o, preferiblem ente, de su
ción y la tendencia de los dos partid o s a representar úni­
cam ente a su propia m aquinaria. deportación. E sto es cierto por lo que se refiere a Jeffer-
son —«Nada hay m ás ciertam ente escrito en el libro del
En cualquier caso el actual peligro de rebelión en los
destino como que estos pueblos tienen que ser libres; no
Estados Unidos no procede del disentim iento y de la
es menos cierto que las dos razas, igualm ente libres, no
resistencia a leyes específicas, decretos del Ejecutivo y
pueden vivir en el mism o gobierno»— como tam bién es
política nacional, ni siquiera de la denuncia del «Siste­
cierto respecto de Lincoln quien, en fecha tan tardía
ma» o «E stablishm ent» con sus característicos ataques
como 1862, trató , «cuando u na representación de hom ­
al bajo nivel m oral de quienes se hallan en puestos ele­
bres de color fue a ver(le)... de persuadirle para que es­
vados y a la protectora atm ósfera de convivencia que les
tablecieran una colonia en América C entral»64. La tra ­
rodea. Con lo que nos enfrentam os es con una crisis cons­
gedia del m ovim iento abolicionista, que en sus prim eras
titucional de prim er orden, y esta crisis es obra de dos
lases tam bién había propugnado la deportación y la co­
61 «El Gobierno republicano existe en América, sin discusión lonización (a Liberia) fue la de que sólo pudiera apelar
u oposición, sin pruebas o argumentos, por un acuerdo tácito, una a la conciencia individual y no a la ley de la tierra o a
especie de c o n se n su s u n iv ersa lis.» D e m o c ra c y in A m e ric a Nueva la opinión del país. Esto puede explicar su intenso sesgo
York, 1945, vol. I, p. 419. '
Para conocer la importancia de esta distinción véase T ru ih
a n d P o w e r, 1970, pp. 19 y ss., de H ans M orgenthau y T he N e w 63 O p . c i t ., p. 356.
R e p u b lic, 22 de enero de 1966, pp. 16-18. « H ofstadter, o p . c i t ., p. 130.

97
96
general anti-institucional, su ab stracta m oralidad, que poner sem ejante Enm ienda resulta sorprendente en com­
condenaba como u n m al a todas las instituciones porque paración con su abrum adora votación en favor de una
toleraban el m al de la esclavitud, y que, desde luego, no Enm ienda constitucional para acabar con las prácticas
contribuyó a prom over elementales m edidas de reform a discrim inatorias infinitam ente m ás benignas contra las
hum anitaria m ediante las cuales en todos los dem ás paí­ m ujeres). E n cualquier caso, los intentos de integración
ses fueron em ancipados gradualm ente los esclavos den­ hallan a m enudo la repulsa de las organizaciones negras
tro de una sociedad lib re 656. m ientras que bastantes de sus líderes se preocupan esca­
Sabem os que este delito original no pudo ser rem e­ sam ente de las reglas de la no violencia en lo que se
diado p o r las Enm iendas Decim ocuarta y Decim oquinta; refiere a la desobediencia civil, y, a menudo, tam bién
por el contrario, la exclusión tácita del asentim iento tá­ de los tem as en debate como la guerra de Vietnam o
cito resultó aún m ás evidente por la incapacidad o re­ los específicos defectos de nuestras instituciones porque
pugnancia del Gobierno federal a obligar al cum plim ien­ se hallan en abierta rebelión contra todas éstas. Y aun­
to de sus propias leyes, y cuando pasó el tiem po y ola que han sido capaces de a tra e r a su causa al sector más
tras ola de inm igrantes llegaron al país resultó aún m ás extrem ista de la desobediencia radical, que sin ellos se
obvio que los negros, ya libres, nacidos y crecidos en el hubiera extinguido hace largo tiem po, su intento les im ­
país, eran los únicos p ara quienes no era cierto, en pa­ pulsa a desem barazarse de tales defensores que, pese
labras de B ancroft que «la bienvenida de la Comunidad a su esp íritu rebelde, se hallan incluidos en el contrato
era tan am plia como su disgusto» Conocemos el resul­ original del que surgió el tácito consensus universalis.
tado y no necesitam os sorprendernos de que los actuales El asentim iento, en la com prensión am ericana del té r­
y tardíos intentos de acoger explícitam ente a la pobla­ mino, se b asa en la versión horizontal del contrato so­
ción negra, en el p o r o tra p arte tácito consensus univer- cial, y no en las decisiones de la m ayoría. (P or el contra­
salis de la nación, no hayan sido recibidos con confianza rio, gran p arte del pensam iento de los elaboradores de
(Una explícita Enm ienda constitucional, dirigida especí­ la Constitución concernía a la protección de las m ino­
ficam ente a la población negra de América, podría haber rías que disienten.) El contenido m oral de este asenti­
subrayado m ás dram áticam ente el cam bio p ara este pue­ m iento es com o el contenido m oral de todos los acuer­
blo que nunca fue bien recibido, tranquilizándole sobre dos y contratos; consiste en la obligación de cum plirlos.
su finalidad. Las decisiones del Tribunal Suprem o son E sta obligación es inherente a todas las prom esas. Toda
interpretaciones constitucionales entre las que figura la organización hum ana, sea social o política, se b asa en
de Dred Scott, la cual señalaba en 1857 que «los negros definitiva en la capacidad del hom bre para hacer prom e­
no pueden ser ciudadanos en el significado de la Cons­ sas y cum plirlas. El único deber estrictam ente m oral del
titución fed eral» 67. Este fracaso del Congreso al no p ro ­ ciudadano es esta doble voluntad de d ar y de m antener
una fiable seguridad respecto de su fu tu ra conducta que
constituye la condición prepolítica de todas las otras
65 Elkins, en la Parte IV de su libro anteriormente citado,
proporciona un excelente análisis de la esterilidad del movimiento virtudes, específicam ente políticas. La muy citada decla­
abolicionista. ración de Thoreau: «La única obligación que tengo de­
66 Véase The History of the United States, versión abreviada
por Russell B. Nye, Chicago, 1966, p. 44, de George Bancroft.
67 El caso de Dred Scott contra Sandford fue presentado libres le habían convertido en un hombre libre». El Tribunal
en apelación ante el Tribunal Supremo. Dred, un esclavo de Mis­ decidió que Scott no podía «llevar su caso a los tribunales fede­
souri, fue llevado por su propietario a Illinois y a otro territorio rales porque los negros no son ni pueden ser ciudadanos en
donde la esclavitud era ilegal. De vuelta a Missouri, Scott de­ el significado de la Constitución federal». Vease The A m eric a n
mandó a su propietario «afirmando que esos viajes a tierras S u p r im e Court, Chicago, 1966, pp. 93-95, de Robert McCloskey.

98 99
recho a asum ir es la de hacer en cualquier m om ento lo Levi Presidente de la U niversidad de Chicago con estas
que crea que es justo» puede m uy bien transform arse en palabras• «Se dice a veces que la sociedad lograra el tip
esta fórm ula: La única obligación que, com o ciudadano, de educación que merece, que el Cielo nos ayude s, llega
tengo derecho a asum ir, es la de hacer y cum plir p ro ­
mesas. 3 T E r i p 'r itu de las leyes.., como lo vio M ontesquieu,
Las prom esas son el único m odo que los hom bres tie­ es el principio p o r el cual actúan y se ven inspiradas
nen de o rd en ar el futuro, haciéndolo previsible y fiable a actu ar las personas que viven b ajo un « P e r f ic o
hasta el grado que sea hum anam ente posible. Y como tem a legal. El asentim iento, el espíritu de las leyes ame
la previsibilidad del fu tu ro nunca puede ser absoluta, rican as^ está basado en la noción de un contrato qu
las prom esas están caracterizadas p o r dos lim itaciones liga recíprocam ente, que establecieron primero. las colo­
esenciales. Estam os obligados a m antener nuestras p ro ­ nias individuales y después la Unión. Un contrato pre­
mesas con tal de que no su rjan circunstancias inespera­ supone u n a pluralidad de por lo m enos dos, y cada aso
das y con tal de que no se rom pa la reciprocidad inhe­ d ació n establecida y actuante según el principio del ase
rente a todas las prom esas. Hay gran núm ero de circuns­ tim iento, basado en la prom esa m utua, presupone una
tancias que pueden determ inar la ru p tu ra de una p ro ­ pluralidad que no se disuelve sino que se conform a en
mesa, siendo en nuestro contexto la m ás im portante la una unión - e pluribus unum - . Si los m iem bros indi­
circunstancia general de cambio. Y la violación de la viduales de la com unidad form ada decidieran no cons®^
reciprocidad inherente a las prom esas puede tam bién ser var una restringida autonom ía, si decidieran desapa -
provocada p o r m uchos factores, siendo el único relevan­ S r en una com pleta unidad tal como la umón: sacree de
te en nuestro contexto el fallo de las autoridades estable­ la nación francesa, todo lo que se pudiera decir acerca
cidas en el m antenim iento de las condiciones originales. de la relación m oral del ciudadano con la ley seria m era
Los ejem plos de tales fallos son ya dem asiado num ero­ retórica.
sos; existe el caso de una «guerra ilegal e inm oral», el
caso de una creciente reivindicación del po d er p o r la El asentim iento y el derecho a disentir se han conver­
ram a ejecutiva del Gobierno, el caso del engaño crónico, tido en los principios inspiradores y organizadores de la
junto con los deliberados ataques a las libertades garan­ acción que han enseñado a los habitantes de este con
tizadas p o r la Prim era Enm ienda cuya principal función nente e c a r t e de asociarse juntos» del que proceden esa
política ha sido siem pre la de hacer im posible el engaño asociaciones voluntarias cuyo papel fue T o c q u e v iU e d
crónico; y existe p o r últim o, aunque no sea el m enos im­ prim ero en advertir, con sorpresa, adm iración y algún
portante, el caso de las violaciones (en form a de inves­ recelo- las consideraba la fuerza peculiar del sistem
tigaciones orientadas hacia la guerra o dirigidas p o r el Kti en am erican o 69. Los pocos capítulos que les dedico
S T ^ S E t o ^ e j o r de la no muy am plia literatu ra
Gobierno) en la confianza específica en las Universida­
des que les proporcionaba una protección co n tra la in­ sobre el tem a. Las palabras con las que comenzaba. «
ningún país del m undo ha sido em pleado o utilizado el
terferencia política y la presión social. Por lo que se
principio de asociación para m ayor m ultitud de proposi
refiere a las discusiones acerca de este últim o tem a, quie­ " o en América» - n o son hoy menos ciertas de
nes atacan estos abusos y quienes los defienden se m ues­
tra n desgraciadam ente inclinados a coincidir sobre la M Point oí View. Talks on Education, Chicago, 1969, pp. 139
prem isa básicam ente equivocada de que las Universida­
des son simples «espejos de una m ás am plia sociedad» V 'I 0' Todas las citas siguientes de Tocqueville proceden de
—argum ento que ha sido apostillado p o r Edw ard H. op. cit., vol. I, cap. 12 y vol. II. libro n, cap. 5.

100 101
b r e s a is la d o s s in o q u e v i s to s d e s d e f u e r a c o n s titu y e n u n
lo que eran hace casi ciento cincuenta años; y tampoco
p o d e r , cuyas acciones sirven de ejem plo y cuyas pala­
lo es la conclusión de que «nada... m erece m ás nuestra
atención como las asociaciones m orales e intelectuales bras son escuchadas» [el subrayado es de la au to ra].
de América»—. Las asociaciones voluntarias no son p ar­ Estim o que los desobedientes civiles no son más que
tidos; son organizaciones a d h o c que persiguen objetivos la últim a form a de asociación voluntaria y que se hallan
a corto plazo y que desaparecen cuando su objetivo ha com pletam ente sintonizados con las m ás antiguas tra ­
sido alcanzado. Sólo en el caso de su prolongado fra­ diciones del país. ¿Qué podría describirles m ejor que
caso y de tratarse de un objetivo de gran im portancia pue­ las palabras de Tocqueville: «Los ciudadanos que form an
den «constituir, como si lo fueran, una nación separada la m inoría se asocian, prim ero, p ara m o strar su fuerza
en medio de la nación, un Gobierno dentro del Gobier­ num érica y dism inuir así el poder m oral de la mayoría»?
no» (E sto sucedió en 1861 *70*2, unos trein ta años después En realidad ha pasado ya m ucho tiem po desde que po­
de que Tocqueville escribiera estas palabras, y podría dían encontrarse «asociaciones m orales e intelectuales»
suceder o tra vez; el reto de la legislatura de Massachu- entre las asociaciones voluntarias —que, por el contrario,
setts a la política exterior de la Adm inistración consti­ parecen hab er sido form adas exclusivamente para la pro­
tuye una clara advertencia). Mas, b ajo las condiciones tección de intereses específicos, de grupos de presión
de la sociedad de m asas, especialm ente en las grandes y de cabildos (lobbysts) que las representan en Was­
ciudades, ya no es cierto que su espíritu «penetre cada hington. No dudo de que sea m erecida la dudosa reputa­
acto de la vida social» y m ientras que de este hecho ción de los cabilderos, como ha estado frecuentem ente
puede haber resultado una cierta dism inución en el gran justificada la dudosa reputación de los políticos de este
núm ero de asociados en la población —de B abbitts, que país. Sin em bargo, la realidad es que los grupos de pre­
son la versión específicam ente am ericana del filisteo— la sión son tam bién asociaciones voluntarias y que son re­
quizá conveniente repulsa a form ar asociaciones «con conocidos en W ashington donde su influencia es sufi­
los m ás nim ios propósitos» se corresponde con una evi­ cientem ente grande como para que sean llam ados «Go­
dente dism inución del apetito p o r la acción. Porque los bierno auxiliar» ™; además, el núm ero de cabilderos re­
gistrados supera con mucho al núm ero de congresistas ' .
am ericanos siguen considerando ju stam en te a la asocia­
No es cosa baladí este reconocim iento público aunque
ción como el único medio que tienen p ara actuar». Los
sem ejante «auxilio» no fuera m ás previsto en la Cons­
últim os años, con las masivas m anifestaciones en Was­
titución y en su Prim era Enm ienda de lo que fue la
hington, a m enudo organizadas p o r el estím ulo del mo­
libertad de asociación como form a de acción política .
mento, han dem ostrado hasta qué inesperado grado siguen
Sin duda alguna «es elem ental el peligro de la desobe­
vivas las antiguas tradiciones. Podría escribirse hoy la
diencia política» 73 pero no superior ni diferente a los pe­
observación de Tocqueville: «Tan p ronto como varios
ligros relativos al derecho de asociación libre y Tocque-
habitantes de los Estados Unidos adoptan una opinión
o un sentim iento que desean prom over en el mundo» 70 V éase Constitutionál Government and Democracy, B oston,
o han hallado alguna falta que desean corregir, «buscan 1950, p. 464, d e C arl J oachim F riedrich.
n E dward S. Corwin , op. cit.
una ayuda m utua y tan pronto como uno encuentra a 72 No dudo de que la «desobediencia civil es un procedimien­
otro, se com binan. D e s d e e s t e m o m e n t o y a n o s o n h o m ­ to adecuado para llevar ante los tribunales o al estrado de la opi­
nión pública a una ley a la que se considera injusta o invalida».
La cuestión es solamente «... si este es uno de los derechos reco­
* Aunque parezca inútil recordarlo, el 8 de febrero de 1861 nocidos por la Primera Enmienda» en palabras de H arrop A.
se constituyeron en Montgomery los Estados Confederados de
América y el 12 de abril del mismo año, con el ataque a Fort Freeman, op. cit., p. 25.
Sumter, se inició la Guerra Civil. (N. del T.) 73 N icholas W. P uner , op. cit., p. 707.

103
102
I

ville, a pesar de su adm iración, no los ignoró. John S tu art creciente infección de ideologías que experim enta el m o­
Mili, en su crítica del prim er volumen de Democracia vim iento (m aoísm o, castrism o, stalinism o, marxismo-le­
en Améiica, form uló el quid de la aprensión de Tocque- ninism o y o tras sem ejantes) que, en realidad, escinden
ville: «La capacidad de cooperación p ara un objetivo y disuelven la asociación.
común, durante tanto tiem po instrum ento de poder m o­ La desobediencia civil y la asociación voluntaria son
nopolizado en m anos de las clases superiores, es ahora fenómenos prácticam ente desconocidos en casi todas las
uno de los más form idables en m anos de las más bajas» 74. demás partes (La term inología política que les envuelve
locqueville sabía que «el control tiránico que estas so­ sólo con gran dificultad adm ite su traducción). Se ha
ciedades ejercen es a m enudo m ucho m ás insoportable dicho a m enudo que el genio del pueblo inglés es triu n ­
que la autoridad poseída sobre la sociedad p o r el Go­ far en la confusión y que el genio del pueblo am ericano
bierno al que atacan» pero tam bién sabía que «la liber­ es despreciar las consideraciones teóricas en favor de
tad de asociación se ha convertido en una garantía ne- una experiencia pragm ática y de una acción práctica. Es
cesaiia contra la tiranía de la mayoría», que «se emplea dudoso. Resulta, sin em bargo, innegable que el fenómeno
un expediente peligroso para obviar un peligro aún más de la asociación voluntaria ha sido desdeñado y que el
formidable» y, finalm ente que «por el disfrute de esta fenómeno de la desobediencia civil sólo recientem ente
peligi osa libertad los am ericanos aprenden el arte de ha­ ha obtenido la atención que merece. E n contraste con el
cer menos form idables los peligros de la libertad». En o b jetor de conciencia, el desobediente civil es m iem bro
cualquier caso, «si los hom bres han de seguir siendo civi­ de un grupo y este grupo, tanto si nos gusta como si no
lizados o han de llegar a serlo, el arte de asociarse jun­ nos gusta, está form ado de acuerdo con el mismo espí­
tos debe crecer y m ejo rar en la m ism a proporción en la ritu que ha inform ado las asociaciones voluntarias. La
que aum enta la igualdad de condiciones» [el subrayado m ayor falacia del debate actual me parece que es la pre­
es de la autora]. suposición de que estam os tratan d o de individuos que
No necesitam os introducirnos en las antiguas discu­ se lanzan subjetivam ente y conscientem ente contra las
siones acerca de las glorias y peligros de la igualdad, de leyes y costum bres de la com unidad —presuposición que
lo malo y lo bueno de la dem ocracia, p ara com prender es com partida por los defensores y los detractores de
que podrían desencadenarse todos los dem onios si el la desobediencia civil. La realidad es que tratam os con
modelo contractual originario —prom esas m utuas con el m inorías organizadas que se lanzan contra mayoi ías su­
im perativo m oral pacta sunt servanda— se perdiera. En puestam ente inarticuladas aunque difícilmente «silencio­
las circunstancias de hoy esto podría suceder si tales sas». Y creo que estas m ayorías han cam biado en modo
grupos, como sus equivalentes de otros países, hubiesen y opinión h asta un grado sorprendente bajo la presión
de su stitu ir sus actuales fines p o r com prom isos ideo­ de las m inorías. Resulta al respecto quizá infortunado
lógicos, políticos o de otro género. Cuando una asocia­ que nuestros recientes debates se hayan visto en buena
ción ya no tiene la capacidad o la voluntad de u n ir «en parte dom inados por juristas —abogados, jueces y otros
un canal los esfuerzos de las m entes divergentes» (Toc- hom bres del Derecho— porque ellos encuentran una es­
queville), ha perdido su ap titud p ara la acción. Lo que pecial dificultad en reconocer al desobediente civil como
am enaza al grupo estudiantil, principal grupo de des­ m iem bro de un grupo y prefieren verle como un trans-
obediencia civil del m om ento, no es el vandalism o, la vio­ gresor individual y, por eso, un acusado potencial ante
lencia, los m alos modos y las peores m aneras sino la un tribunal. A la grandiosidad del Derecho Procesal le
interesa hacer justicia a un individuo y no le im poita
74 Reproducida en la Introducción a la edición de bolsillo
Schocken de Tocqueville, 1961. el Zeitgeist o las opiniones que el acusado pueda com­

104 105
p artir con otros y trate de presentar al Tribunal. El úni­ una decisión política ya form ulada» 78. G raham Hughes,
co transgresor no delincuente que el Tribunal reconoce a cuyo excelente análisis sobre la doctrina de la cues­
es el objetor de conciencia y la única adherencia de tión política estoy muy agradecida, añade inm ediatam en­
grupo que com prende es la llam ada «conspiración» —tér­ te que «estas consideraciones... ciertam ente parecen im­
mino profundam ente desorientador dado que conspira­ plicar que ínter arma silent leges, y arro jan alguna duda
ción requiere no sólo resp irar juntos sino en secreto, y sobre el aforism o según el cual es una constitución lo
la desobediencia civil se produce en público. que se está interpretando». En otras palabras, la doctri­
Aunque la desobediencia civil es com patible con el na de la cuestión política es la brecha por la cual el prin­
espíritu de las leyes am ericanas, parecen prohibitivas las cipio de la soberanía y la doctrina de la razón de Estado
dificultades para incorporarla al sistem a legal am ericano se filtran en un sistem a que, en principio, los n ie g a78.
y justificarla sobre bases puram ente legales. Pero tales Cualquiera que sea la teoría los hechos de la cuestión
dificultades son consecuencia de la naturaleza de la ley señalan que precisam ente en los tem as cruciales el Tri­
en general, no del espíritu especial del sistem a legal am e­ bunal Suprem o no tiene más poder que un Tribunal in­
ricano. Es obvio que «la ley no puede ju stificar la tran s­ ternacional: am bos son incapaces de hacer cum plir sen­
gresión de la ley» aunque esta violación está encam inada tencias que afectarían decisivamente a los intereses de
a im pedir la violación de o tra le y 75. Cuestión muy dife­ los Estados soberanos y am bos saben que su autoridad
rente es la de ver si no sería posible h allar una ho rn a­ depende de su prudencia, esto es, de no suscitar temas
cina autorizada p ara la desobediencia civil en nuestras 0 de form ular decisiones que no puedan hacer cum plir.
instituciones de gobierno. Este enfoque político ha sido El establecim iento de la desobediencia civil entre nues-
intensam ente m arcado por la reciente negativa del Tri­ 1ras instituciones políticas puede ser el remedio posible
bunal Suprem o a juzgar casos de oposición a actos «ile­ para el últim o fracaso de la revisión judicial. El prim er
gales y anticonstitucionales» del Gobierno relativos a la paso consistiría en conseguir para las m inorías de des­
guerra del Vietnam porque el Tribunal halló que tales obedientes civiles el mism o reconocim iento que se o to r­
casos suponían la intervención de la llam ada «doctrina ga a num erosos grupos de intereses (grupos m inorita­
de la cuestión política», según la cual ciertos actos de rios, por definición) en el país y tra ta r con los grupos de
las otras dos ram as de gobierno, el Ejecutivo y el Legis­ desobedientes civiles de la mism a m anera que con los
lativo, «no son revisables en los tribunales. Son muy dis­ grupos de presión que, a través de sus representantes
cutidos el status preciso y la naturaleza de la doctrina» _esto es, de cabildos registrados— pueden influir y
y la doctrina en conjunto ha sido calificada como «hu­ «auxiliar» al Congreso por medio de la persuasión, de
la opinión calificada y del núm ero de sus electores. Estas
m eante volcán que puede estar a punto de cum plir su
m inorías de opinión serían entonces capaces de estable­
vieja prom esa de iniciar una erupción de flam eante con­
cerse, como un poder no sólo «visto desde el exterior»
troversia» 76. Pero hay poca duda sobre la naturaleza de durante las m anifestaciones y otras dram atizaciones de
los actos sobre los que el Tribunal no se tiene que p ro ­ sus puntos de vista, sino siem pre presente y reconocido
nunciar y que p o r eso quedan al margen de un control en los asuntos cotidianos de gobierno. El paso siguiente
legal. Estos actos son caracterizados p o r su «gravedad» 77 sería adm itir públicam ente que la Prim era Enm ienda.
y por «una anorm al necesidad de indiscutible adhesión a
78 Decisión del Tribunal en el caso de Baker contra Carr,
citada por Hughes, ibíd., p. 11.
75 Carl Cohén, op. cit., p. 7. 79 Cabe citar las palabras del juez James Wilson en 1793:
76 G raham H ughes, op. cit., p. 7. «El término soberanía le resulta totalmente desconocido a la
77 Alexander M. Bickle, en cita de Hughes, op. cit., p. 10. Constitución de los Estados Unidos.»

106 107
ni en el lenguaje ni en su espíritu, cubre el derecho de SOBRE LA VIOLENCIA
asociación tal como es actualm ente practicado en este
Paif l ~ j Se Preci° so Privilegio cuyo ejercicio ha estado en
realidad (como advirtió Tocqueville) «incorporado a las
m aneias y costum bres del pueblo» durante siglos__. Si
hay algo que requiera urgentem ente una nueva enm ienda
constitucional y que valga todos los trasto rn o s que esto
acarree, es ciertam ente esta cuestión.
Tal vez se precise una situación de em ergencia antes
de que podam os h allar un lugar cómodo p ara la desobe­
diencia civil, no sólo en nuestro lenguaje político, sino
tam bién en nuestro sistem a político. E stá desde luego
próxim a una situación de em ergencia cuando las in stitu ­
ciones establecidas de un país dejan de funcionar ade­
cuadam ente y su autoridad pierde su poder, y, en los
Estados Unidos de hoy ya existe una em ergencia que ha
trocado las asociaciones voluntarias en desobediencia
civil y transform ado el disentim iento en resistencia. Es
corrientem ente sabido que esta situación de em ergen­
cia latente o abierta prevalece en el m om ento actual —y
desde luego ha prevalecido desde hace algún tiem po— en
am plias partes del mundo, esto es, que lo que es nuevo
es que este país ya no es una excepción. Es incierto el
que nuestra form a de gobierno sobreviva a este siglo pero
tam bién es incierto que no sobreviva. W ilson Carey McWi-
lliams ha dicho prudentem ente, «Cuando las institucio­
nes fallan la sociedad política depende de los hom bres
y los hom bres son cañas que tienden a inclinarse ante la
iniquidad —si no a com eterla— » 80. Incluso desde que
el Mayflower Compact fue redactado y firm ado en un
diferente tipo de emergencia, las asociaciones volunta­
rias han sido el rem edio específicam ente am ericano ante
el fallo de las instituciones, la inseguridad en los hom ­
bres y la incierta naturaleza del futuro. A diferencia de
otros países, esta República, a pesar de la b arahúnda
del cam bio y de los fallos por que pasa en el m om ento
actual, puede que siga en posesión de sus instrum entos
tradicionales para enfrentarse al futuro con algún grado
de confianza. -
80 Op. cit., p. 226.

108
I

Estas reflexiones han sido provocadas por los acon­


tecim ientos y debates de los últim os años, vistos en la
perspectiva del siglo xx que ha resultado ser, como Lenin
predijo, un siglo de guerras y revoluciones y, por consi­
guiente, un siglo de esa violencia a la que corrientem ente
se considera su denom inador común. Hay, sin em bargo,
otro factor en la actual situación que, aunque no previsto
por nadie, resulta por lo m enos de igual im portancia.
El desarrollo técnico de los medios de la violencia ha
alcanzado el grado en que ningún objetivo político puede
corresponder concebiblem ente a su potencial destructivo
o ju stificar su em pleo en un conflicto arm ado. Por eso,
la actividad bélica —desde tiem po inm em orial árbitro
definitivo e im placable en las disputas internacionales—
ha perdido m ucho de su eficacia y casi todo su atractivo.
El ajedrez «apocalíptico» entre las superpotencias, es de­
cir entre las que se mueven en el m ás alto plano de nues­
tra civilización, se juega conform e a la regla de que «si
uno de los dos "gana” es el final de los d o s » e s un
juego que no tiene semejanza con ninguno de los juegos
bélicos que le precedieron. Su objetivo «racional» es la
disuasión, no la victoria y la carrera de arm am entos, ya
no una preparación para la guerra, sólo puede justificarse
sobre la base de que más y más disuasión es la m ejor
garantía de la paz. No hay respuesta a la pregunta rela-
1 H arvey W heeler, «The Strategic Calculators», en Unless Pea-
ce Comes, de Nigel Calder, Nueva York, 1968, p. 109.

111
tiva a la forma en que podremos ser capaces de escapar sibilidad absolutamente penetrante que hallamos en el
de la evidente demencia de esta posición. momento en que nos acercamos al dominio de la vio­
9 Como la violencia —a diferencia del poder o la fuer­ lencia, la razón principal de que la guerra siga con nos­
za— siem pre necesita herramientas (como Engels señaló otros no es un secreto deseo de muerte de la especie
hace ya mucho tiem p o )2, la revolución tecnológica, una humana, ni de un irreprimible instinto de agresión ni,
revolución en la fabricación de herram ientas, ha sido final y más plausiblemente los serios peligros económi­
especialm ente notada en la actitud bélica. La verdadera cos y sociales inherentes al desarme* sino el simple he­
sustancia de la acción violenta es regida por la categoría cho de que no haya aparecido todavía en la escena polí­
medios-fin cuya principal característica, aplicada a los tica un sustituto de este árbitro final. ¿Acaso no tema
asuntos hum anos, ha sido siem pre la de que el fin está razón Hobbes cuando dijo; «Acuerdos, sin la espada,
siem pre en peligro de verse superado por los medios a son sólo palabras»? . .
los que justifica y que son necesarios p ara alcanzarlo. Ni es probable que aparezca un sustituto mientras
Como la finalidad de la acción hum ana, a diferencia del que esté identificada la independencia nacional, es
fin de los bienes fabricados, nunca puede ser fiable­ decir, la libertad del dominio exterior, y la soberanía del
m ente previsto, los medios utilizados p ara lograr objeti­ Estado, es decir, la reivindicación de un poder írretre-
vos políticos son más a m enudo que lo contrario, de im­ nado e ilimitado en los asuntos exteriores (Los Estados
portancia m ayor p ara el m undo futuro que los objetivos Unidos de América figuran entre los pocos países donde
propuestos. es al menos teóricamente posible una adecuada separa­
Además, como los resultados de la acción del hom ­ ción de libertad y soberanía hasta el grado en que no se
bre quedan más allá del control de quien actúa, la vio­ vean los cimientos de la República americana. Según la
lencia alberga dentro de sí un elemento adicional de Constitución los Tratados con el exterior son parte y
arbitrariedad; en ningún lugar desempeña la Fortuna, la parcela de la ley de la tierra y —como el juez James Wil-
buena o la m ala suerte, un papel tan fatql dentro de los son señaló en 1793-, «El término soberanía le resulta
asuntos hum anos como en el campo de batalla, y esta completamente desconocido a la Constitución de los Es-
intrusión de lo profundam ente inesperado no desapa­
rece cuando algunos la denom inan «hecho de azar» y lo the 1980’»: La guerra sólo es ya posible «en aqueles partes de^
encuentro científicam ente sospechoso; ni puede ser eli­
m inada por situaciones, guiones, teorías de juegos y co­
sas por el estilo. No existe certidum bre en estas m ate­ guerra nuclear (En C alder, op. cit., p. S).
rias, ni siquiera una últim a certidum bre de destrucción
m utua bajo ciertas circunstancias calculadas. El verda­
dero hecho de que los com prom etidos en el perfecciona­
m iento de los medios de destrucción hayan alcanzado
s ”o— rsí,ís*..
finalm ente un nivel de desarrollo técnico en donde su
objetivo, principalm ente la guerra, está a punto de des­ to de n u e s tra sociedad qu e no n o s a tre v e re m o s a a b o liría a
m enos de q u e d escu b ram o s fo rm a s a u n m a s h o m ic id a s de a b o r
aparecer para siem pre por virtud de los medios a su dis­ d a r n u e s tro s p ro b lem as, s o rp re n d e rá solo a q u ien es h a y a n olvi
posición *3 es como un irónico recuerdo de esa imprevi- d ad o h a s ta q u é p u n to se resolvió la c risis de d esem p leo d e la
G ran D ep resió n ú n ic am e n te con el estallid o de la según a g u err
8 Herrn Eugen Diihrings Umwahung dcr Wissenschaft (1878), m u n d ial o a q u ien es co n v en ien tem en te o lv id an o rec h aza n el
Parte II, cap. 3. „ r a do del a c tu a l d esem p leo la te n te b a jo las d iferen tes fo rm a s
3 Como señala el general André Beaufre en «Battlefields of de;3 exceso de tra b a ja d o re s em p lead o s en m u c h as em p resas.

112 113
tados Unidos». Pero las épocas de sem ejante claridad sino seudociencia, el desesperado intento de las ciencias
y de orgullosa separación del m arco conceptual político sociales y del com portam iento, en palabras de Noam
de la Nación-Estado europea han pasado hace ya largo Chomsky, p o r im itar las características superficiales de
tiempo; la herencia de la Revolución am ericana ha sido las ciencias que realm ente tienen un significativo conte­
olvidada y el Gobierno am ericano, p ara bien y p ara mal, nido intelectual. Y la m ás obvia y «más profunda obje­
ha penetrado en la herencia de E uropa como si fuera ción a esta clase de teoría estratégica no es su lim itada
su patrim onio, ignorante, ay, de que el declive del poder utilidad sino su peligro, porque puede conducirnos a creer
europeo fue precedido y acom pañado p o r una bancarro­ que poseemos una com prensión de los acontecim ientos
ta política, la ban carro ta de la Nación-Estado y de su y un control sobre su fluir que no tenemos», como Richard
concepto de la soberanía). Que la guerra siga siendo la N. Goodwin señaló recientem ente en un artículo que tuvo
ultim a vatio, la vieja continuación de la política p o r me­ la rara virtud de detectar el «hum or inconsciente» ca­
dio de la violencia en los asuntos exteriores de los países racterístico de m uchas de estas pom posas teorías seudo-
subdesarrollados, no es argum ento contra la afirm ación científicas5.
de que ha quedado anticuada y el hecho de que sólo los Los acontecim ientos, por definición, son hechos que
pequeños países, sin arm as nucleares ni biológicas, pue­ interrum pen el proceso rutinario y los procedim ientos
den perm itírsela, no es ningún consuelo. P ara nadie es rutinarios; sólo en un m undo en el que nada de im por­
un secreto que el famoso hecho de azar tiene m ás proba­ tancia sucediera, podrían llegar a ser ciertas las previsio­
bilidades de surgir en aquellas partes del m undo donde nes de los futurólogosí Las previsiones del futuro no
el antiguo adagio «No hay alternativa a la victoria» con­ son nada más que proyecciones de procesos y procedi­
serva un alto grado de plausibilidad. m ientos autom áticos presentes que sería probable que
En estas circunstancias, hay, desde luego, pocas cosas sucedieran si los hom bres no actuaran y sino ocurriera
más aterradoras que el prestigio siem pre creciente de los nada inesperado; cada acción, para bien y p ara mal, y
especialistas científicos en los organism os consultivos cada accidente necesariam ente destruyen toda la tram a
del Gobierno durante las últim as décadas./L o malo no en cuyo marco se mueve la predicción y donde encuentra
es que tengan la suficiente sangre fría como p ara «pen­ su prueba. (La pasajera observación de Proudhon: «La
sar lo impensable», sino que no piensan. En vez de in­ fecundidad de lo inesperado excede con m ucho a la p ru ­
cu rrir en sem ejante actividad, anticuada e inaprensible dencia del estadista», sigue siendo p o r fortuna verda­
para los com putadores, se dedican a estim ar las conse­ dera. Supera aún m ás claram ente a los cálculos del ex­
cuencias de ciertas configuraciones hipotéticam ente su­ perto.) Llam ar a tales hechos inesperados, im previstos e
puestas sin, em pero, ser capaces de p ro b ar sus hipóte­ imprevisibles, «hechos de azar» o «últimas boqueadas del
sis con los hechos actuales. La quiebra lógica de estas pasado», condenándoles a la irrelevancia o al famoso
hipotéticas constituciones de los acontecim ientos del fu­ «basurero de la H istoria» es el m ás viejo truco del ofi­
turo es siem pre la mism a: lo que en principio aparece cio; el truco contribuye sin duda a aclarar la teoría,
como una hipótesis, con o sin sus alternativas im plica­ pero al precio de alejarla más y más de la realidad. El
das, según sea el nivel de com plejidad, se convierte en peligro es que estas teorías no sólo son plausibles, por­
el acto, norm alm ente tras unos pocos párrafos, en un que obtienen su evidencia de las tendencias actualm ente
«hecho» y entonces da nacim iento a toda una sarta de
5 N oam C homsky en American Power and the New Manda­
no-hechos sem ejantes con el resultado de que queda ol­ rais, Nueva York, 1969; crítica de Richard N. Goodwin de Arms
vidado el carácter puram ente especulativo de toda la and’ Influence, Yale, 1966, de Thomas C. Schelling, en The New
em presa. Es innecesario decir, que esto no es ciencia Yorker, 17 de febrero de 1968.

115
discernibles sino que, p o r obra de su consistencia interior, poder de un país contradiga su desarrollo económico,
poseen un efecto hipnótico; adorm ecen nuestro sentido es el poder político con sus medios de violencia el que
común, que es nada m enos que nuestro órgano m ental sufrirá la d e rro ta » 8.
p ara percibir, com prender y tra ta r a la realidad y a los Hoy todas aquellas antiguas verdades acerca de la
hechos. relación entre la guerra y la política y sobre la violencia
y el poder se han tornado inaplicables. La segunda guerra
Nadie consagrado a pensar sobre la H istoria y la Po­ m undial no fue seguida p o r la paz sino por una guerra
lítica puede perm anecer ignorante del enorm e papel que fría y p o r el establecim iento del com plejo m ilitar-indus­
la violencia ha desem peñado siem pre en los asuntos hu­ trial-laboral. H ablar de «la prioridad del potencial bé­
m anos, y a p rim era vista resulta más que sorprendente lico como principal fuerza estructuradora en la socie­
que la violencia haya sido singularizada tan escasas ve­ dad», m antener que «los sistem as económicos, las filoso­
ces para su especial co nsideración6. (En la últim a edición fías políticas y los corpora juris sirven y extienden el
de la Encyclopedia o f the Social Sciences «violencia» ni sistem a bélico, y no al revés», concluir que «la guerra
siquiera merece u n a referencia.) Esto dem uestra hasta en sí m ism a es el sistem a social básico dentro del cual
qué punto han sido presupuestas y luego olvidadas la chocan o conspiran otros diferentes modos de organiza­
violencia y su arbitrariedad; nadie pone en tela de ju i­ ción social», parece m ás plausible que las fórm ulas deci­
cio ni exam ina lo que resulta com pletam ente obvio. Aque­ monónicas de Engels o Clausewitz. Aun m ás concluyente
llos que sólo vieron violencia en los asuntos hum anos, que la simple inversión propuesta por el anónim o autor
convencidos de que eran «siempre fortuitos, no serios, de Report fro m Iron M ountain —en lugar de ser la gue­
imprecisos» (R enán) o que Dios estaba siem pre del lado rra «una extensión de la diplomacia (o de la política o de
de los batallones m ás fuertes, no tuvieron más que de­ la prosecución de objetivos económicos)», la paz es la
cir sobre la violencia o la H istoria. Cualquiera que bus­ continuación de la guerra por otros medios, es el actual
que algún tipo de sentido en los relatos del pasado, está desarrollo de las técnicas bélicas. En palabras del físico
casi obligado a ver a la violencia como un hecho m ar­ ruso Sajarov, «una guerra term onuclear no puede ser
ginal. Tanto si es Clausewitz, denom inando a la guerra considerada una continuación de la política por otros
«la continuación de la política por otros medios», medios (conforme a la fórm ula de Clausewitz). Sería un
como si es Engels, definiendo a la violencia como el ace­ medio de suicidio universal»*9.
lerador del desarrollo económico 7, siem pre se p resta re­ Además sabemos que «unas pocas arm as en unos po­
lieve a la continuidad política o económica, a la conti­ cos m om entos podrían b a rre r todas las demás fuentes
nuidad de un proceso que perm anece determ inado por de poder nacional» 10, que han sido concebidas arm as bio­
aquello que precedió a la acción violenta. Por eso los lógicas que perm itirían a «un pequeño grupo de indivi­
estudios de las relaciones internacionales afirm aban hasta duos... alterar el equilibrio estratégico» y que serían lo
hace poco que «es una máxima que una resolución m ilitar suficientem ente baratas como para poder ser fabricadas
en discordia con las más profundas fuentes culturales por «naciones incapaces de desarrollar fuerzas nuclea­
del poder nacional, no podría ser estable», o que, en pa­ res estratégicas»11, que «en unos pocos años», los solda­
labras de Engels, «dondequiera que la estru ctu ra del dos-robots habrán dejado «com pletam ente anticuados a
* W heeler, op. cit., p. 107; E ngels , ib íd e m .
' Existe desde luego amplia bibliografía sobre la guerra y las 9 Andrei D. S ajarov, P ro g re ss, C o e x iste n c e a n d I n te lle c tu a l
actividades bélicas pero se refiere exclusivamente a los instru­ F reed o m , Nueva York, 1968, p. 36.
mentos de la violencia, no a la violencia como tal. '• W heeler, ib íd e m .
7 Véase E ngels, o p . cit., Parte II, cap. 4. " N igel Calder, «The New Weapons», en op. cit., p. 239.

116 117
los soldados hum anos» 12 y que, finalm ente, en la guerra pero desde luego no causan, al hecho de un nacim iento
convencional los países pobres son m ucho m enos vulne­ orgánico. De la m ism a m anera consideró al Estado como
rables que las grandes potencias, precisam ente porque un instrum ento de violencia en m anos de la clase do­
están «subdesarrollados», y porque la superioridad téc­ m inante; pero el verdadero poder de la clase dom inante
nica puede ser «más riesgo que ventaja» en las guerras no consistía en la violencia ni descansaba en ésta. E ra
de g u e rrilla sI3*14. Lo que estas desagradables novedades definido p or el papel que la clase dom inante desempe­
añaden es una com pleta inversión en las futuras relacio­ ñaba en la sociedad o, m ás exactam ente, por su papel
nes entre las pequeñas y grandes potencias. La cantidad en el proceso de producción. Se ha advertido a menudo,
de violencia a disposición de cualquier país determ inado y a veces deplorado, que la Izquierda revolucionaria bajo
puede muy bien no ser p ronto una indicación fiable de las influencias de las enseñanzas de Marx desechara el
la potencia del país o una fiable garantía contra la des­ empleo de los medios violentos; la «dictadura del prole­
trucción a m anos de un país sustancialm ente más pe­ tariado», abiertam ente represiva en los escritos de Marx,
queño y m ás débil. Y esto aporta una om iniosa seme­ se in stau rab a después de la Revolución y era concebida,
janza con uno de los más viejos atisbos de la ciencia po­ como la d ictadura rom ana, p ara un período estrictam en­
lítica, el de que el poder no puede ser m edido en térm inos te lim itado. El asesinato político, excepto en unos pocos
de riqueza, que una abundancia de riqueza puede ero­ casos de te rro r individual perpetrado por pequeños gru­
sionar al poder, que las riquezas son particularm ente pos de anarquistas, era fundam entalm ente la prerrogativa
peligrosas p ara el poder y el bienestar de las Repúblicas de la Derecha, m ientras que las rebeliones organizadas
—atisbo que no ha perdido su validez porque haya sido y arm adas seguían siendo especialidad de los m ilitares.
olvidado, especialm ente en esta época en que esa ver­ La Izquierda perm aneció convencida de que «todas las
dad ha adquirido una nueva dim ensión en su validez conspiraciones no sólo son inútiles sino perjudiciales. (Sa­
por tornarse tam bién aplicable al arsenal de la violencia. bían) m uy bien que las revoluciones no se hacen inten­
Cuanto m ás dudoso e incierto se ha tornado en las cional y arbitrariam ente sino que son siem pre y en todas
relaciones internacionales el instrum ento de la violencia, partes resultado necesario de circunstancias enteram en­
más reputación y atractivo ha cobrado en los asuntos te independientes de la voluntad y guía de los partidos
internos, especialm ente en cuestiones de revolución. La específicos y de las clases en conjunto» M.
fuerte retórica m arxista de la Nueva Izquierda coincide Al nivel de esta teoría existen unas pocas excepcio­
con el firm e crecim iento de la convicción enteram ente nes. Georges Sorel, que al comienzo del siglo trató de
no m arxista, proclam ada p o r Mao Tsé-tung, según la com binar el m arxism o con la filosofía de Bergson —el
cual «el poder procede del cañón de un arma». En reali­ resultado, aunque en un nivel de com plejidad mucho
dad Marx conocía el papel de la violencia en la H istoria más bajo, es curiosam ente sim ilar a la actual am algam a
pero le parecía secundario; no era la violencia sino las sartrian a de existencialismo y m arxism o— consideró la
contradicciones inherentes a la sociedad antigua lo que lucha de clases en térm inos m ilitares; sin embargo, aca­
provocaba el fin de ésta. La em ergencia de una nueva bó proponiendo nada m ás violento que el famoso m ito de
sociedad era precedida, pero no causada, por violentos la huelga general, form a de acción que consideraríam os
estallidos, que él com paró a los dolores que preceden, perteneciente m ás bien al arsenal de la política de la no
violencia. Hace cincuenta años incluso esta m odesta pro­
12 M. W. T hring , «Robots on the March», en C alder, op. cit.,
p. 169. 14 Debo esta observación de Hegel, formulada en un manus­
13 V ladimir Dedijer , «The Poor Man’s Power», en Calder, crito de 1847, a J acob B arion, Hegel und die marxistiche Staats-
op. cit., p. 29. lehre, Bonn, 1963.

118 119
puesta le ganó la reputación de ser un fascista a pesar prólogo. E sta es u na sentencia que Marx jam ás podría
de su entusiástica aprobación a Lenin y a la Revolución haber escrito “.
rusa. S artre, que en su prólogo a Los m iserables de la He citado a S artre para m o stra r cómo este nuevo
Tierra de Fanón va m ucho m ás lejos en su glorificación cam bio hacia la violencia en el pensam iento de los revo­
de la violencia de lo que fue Sorel en sus fam osas Refle­ lucionarios puede perm anecer inadvertido incluso para
xiones sobre la Violencia —más incluso que el mism o uno de sus m ás representativos y prom inentes portavo­
Fanón cuya argum entación pretende llevar a su conclu­ ces 1567, y ello resulta aún más notable por no ser una no­
sión— sigue m encionando las «m anifestaciones fascistas ción ab strac ta en la historia de las ideas. (Si se derriba
de Sorel». Esto m uestra hasta qué grado ignora S artre su la concepción «idealista» del pensam iento se puede lle­
básico desacuerdo con Marx respecto de la violencia, es­ gar a la concepción «m aterialista» del trabajo; jam ás
pecialm ente cuando declara que la «violencia indom a­ se llegará a la noción de violencia.) Sin duda alguna todo
ble... es el hom bre recreándose a sí mismo», y que a esto posee u na lógica propia pero es una lógica que proce­
través de la «loca furia» es como «los m iserables de la de de la experiencia y esta experiencia resulta profunda­
Tierra» pueden «hacerse hombres». E stas nociones re­ m ente desconocida para cualquier generación anterior.
sultan especialm ente notables porque la idea del hom ­ El pathos y el élan de la Nueva Izquierda, su credi­
bre recreándose a sí m ism o se halla estrictam ente en bilidad, p o r decirlo así, se hallan íntim am ente conectadas
la tradición del pensam iento hegeliano y m arxista. Es la al fantástico y suicida desarrollo de las arm as m oder­
verdadera base de todo el hum anism o izquierdista. Pero, nas; ésta es la p rim era generación que h a crecido bajo
según Hegel, el hom bre se «produce» a sí mism o a tra ­ la som bra de la bom ba atómica. H an heredado de la
vés del pensam iento ls, m ientras que p ara Marx, que de­ generación de sus padres la experiencia de una intrusión
rribó el «idealismo» de Hegel, es el trab ajo , la form a masiva de la violencia crim inal en la política: supieron
hum ana de m etabolism o con la naturaleza, el que cum ­ en la segunda enseñanza y en la U niversidad de la existen­
ple esta función. Y aunque pueda afirm arse que todas cia de los cam pos de concentración y de exterminio, del
las nociones relativas a la recreación del hom bre p o r sí genocidio y de la to r tu r a 18, de las grandes m atanzas de
mism o tienen en com ún una rebelión contra la verdadera paisanos en guerra, sin las cuales ya no son posibles las
positividad de la condición hum ana —nada hay m ás operaciones m ilitares aunque queden restringidas a a r­
obvio que el hecho de que el hom bre, tan to como m iem ­ mas «convencionales». Su prim era reacción fue la de
bro de la especie que como individuo, no debe su exis­ una repulsión contra toda form a de violencia, un casi
tencia a sí mism o— y que p o r eso lo que S artre, Marx lógico desposorio con la política de la no violencia. El
y Hegel tienen en com ún es m ás relevante que las activi­ enorm e éxito de este movimiento, especialm ente en el
dades particulares a través de las cuales h ab ría surgido campo de los derechos civiles, fue seguido por el movi­
este no-hecho, no puede negarse que un foso separa miento de resistencia contra la guerra del Vietnam, que
lia continuado siendo un factor im portante en la deter­
las actividades esencialm ente pacíficas del pensam iento
minación del clim a de opinión en este país. Pero no es
y del trabajo, de los hechos de la violencia. «M atar a un
un secreto que las cosas han cam biado desde entonces,
europeo es m atar dos pájaros de un tiro ... quedan un
hom bre m uerto y un hom bre libre» afirm a S artre en su 16 Véase apéndice I.
17 Véase apéndice II.
18 Noam Chomsky advierte ciertamente entre los motivos para
15 Resulta muy sugestivo que Hegel hable en este contexto una rebelión abierta «la negativa a ocupar el lugar propio junto
de S ic h se lb stp ro d u zie re n . Véase V o rle su n g e n ü b e r d ie G e sc h ic h te al "buen alemán” al que todos hemos aprendido a despreciar».
d e r P h ilo so p h ie, ed. Hoffmeister, p. 114, Leipzig, 1938. O p. c it., p. 368.

120 121
que los adheridos a la no violencia se encuentran a la atru ib u id a a todo tipo de factores sociales y psicológicos.
defensiva y que sería fútil afirm ar que solam ente los «ex­ En América, a la excesiva tolerancia en su educación
trem istas» se aferran a la glorificación de la violencia y y en Alemania y Japón, a la excesiva autoridad sobre
han descubierto, como los cam pesinos argelinos de Fa­ ellos, en E uropa oriental a la falta de libertad y en Oc­
nón, que «sólo la violencia renta» 1920. cidente a la excesiva libertad, en Francia a la desastrosa
Los nuevos m ilitantes han sido denunciados como falta de empleos p ara los estudiantes de sociología y en
anarquistas, nihilistas, fascistas, rojos, nazis y, con una Estados Unidos a la superabundancia de salidas para
justificación m ás considerable, como «Ludditas destroza­ todas las carreras —todo lo cual parece suficientem ente
dores de m á q u in as» 30 *. Los estudiantes han replicado plausible a escala local pero se contradice claram ente con
con slogans igualm ente desprovistos de significado refe­ el hecho de que la rebelión estudiantil es un fenómeno
rentes al «Estado policial» o al «latente fascism o del pos­ global. Parece descartado un com ún denom inador social
tre r capitalism o», y, con una justificación m ás conside­ del m ovimiento, pero lo cierto es que esta generación
rable, a la «sociedad de consum o»21. Su conducta ha sido parece en todas partes caracterizada por su puro coraje,
por una sorprendente voluntad de acción y por una no
menos sorprendente confianza en la posibilidad de cam ­
19 F rantz F anón, The Wretched of the Earth (1961), Grove
Press edition, 1968, p. 61. Estoy utilizando esta obra en razón bios 22. Mas estas cualidades no son causas y si uno pre­
de su gran influencia sobre la actual generación estudiantil. El gunta qué es lo que ha producido esta evolución com ple­
mismo Fanón, sin embargo, se muestra respecto de la violencia tam ente inesperada en las Universidades de todo el m un­
mucho más dubitativo que sus admiradores. Parece como si do parece absurdo ignorar el factor m ás obvio y quizá
sólo el primer capítulo del libro, «Conceming Violence» hubiese
sido ampliamente leído. Fanón sabe que la «brutalidad pura y
m ás potente, para el cual no existe precedente y analo­
total (que), si no es inmediatamente combatida, conduce inva­ gía —el sim ple hecho de que el «progreso» tecnológico
riablemente a la derrota del movimiento al cabo de unas pocas está conduciendo en muchos casos directam ente al de­
semanas» (p. 147). s a s tre 23; que las ciencias enseñadas y aprendidas por
Por lo que se refiere a la reciente escalada de la violencia
en el movimiento estudiantil véase la instructiva serie «Gewalt» herramientas sin la ayuda de máquinas, aunque las máquinas,
en el semanario alemán Der Spiegel (10 de febrero de 1969 y evidentemente, realicen esta tarea con mucha más eficacia.
números siguientes) y la serie «Mit dem Lateim am Ende» (núme­ 22 Este apetito por la acción resulta especialmente observa­
ros 26 y 27, 1969). ble en empresas pequeñas y relativamente pacíficas. Los estu­
20 Véase apéndice III. diantes se alzaron con éxito contra las autoridades del campus
* De Ned Ludd, de Leicestershire, Inglaterra, quien, a co­ que en la cafetería y en otros menesteres pagaban a los emplea­
mienzos del siglo xix encabezó una revuelta para destrozar las dos sueldos inferiores al mínimo legal. Entre tales empresas,
primeras máquinas de la Revolución industrial. (N. del T.) aunque provocara la hasta ahora peor reacción de las autorida­
21 El último de estos epítetos tendría sentido si pretendiera des, debería figurar la decisión de los estudiantes de Berkeley
ser descriptivo. Tras él, sin embargo, se esconde la ilusión en de unirse a la lucha para convertir unos solares vacíos, propiedad
la sociedad marxista de productores libres, en la liberación de de la Universidad, en un «Parque del Pueblo». A juzgar por el
las fuerzas productivas de la sociedad que ha sido lograda en incidente de Berkeley parece que precisamente tales acciones
realidad, no por la revolución sino por la ciencia y la tecnolo­ «no políticas» son las que unifican al cuerpo estudiantil tras
gía. Esta liberación, además, no se ve acelerada sino seriamente una vanguardia radical. «Un referéndum estudiantil, que registró
retrasada en todos los países que han pasado por una revolu­ la mayor afluencia de votos en la Historia de las votaciones de
ción. En otras palabras, tras su denuncia del consumo, se alza estudiantes, arrojó el resultado de un 85 por 100 de casi 15.000
la idealización de la producción, y con ella la antigua adoración estudiantes, favorable al empleo de los solares» como parque
de la productividad y de la creatividad. «El júbilo de la des­ popular. Véase el excelente informe de S heldon W olin y J ohn
trucción es un júbilo creador» —sí, desde luego, si uno cree S chaar, «Berkeley: The Battle of People’s Park», New York Re-
que el «júbilo del trabajo» es productivo; la destrucción es el view of Books, 19 de junio de 1969.
único «trabajo» que resta que puede realizarse con sencillas 23 Véase apéndice IV.

122 123
esta generación no parecen capaces de deshacer las de­ de la catástrofe. No porque sean m ás jóvenes sino porque
sastrosas consecuencias de su propia tecnología sino que ésta ha sido su p rim era experiencia decisiva en el m un­
han alcanzado una fase en su desarrollo en la que «no do. (Lo que p ara nosotros son «problem as» se tra ta de
hay una m aldita cosa que hacer que no pueda ser dedi­ cuestiones «construidas en la carne y en la sangre de
cada a la guerra» 21. (En realidad nada resulta m ás im­ los jóvenes»)28. Si uno form ula a un m iem bro de esa ge­
p o rtan te p ara la integridad de las universidades —que, neración dos sencillas preguntas: «¿Cómo quieres que
según ha afirm ado el senador Fulbright, han traicionado sea el m undo dentro de cincuenta años?», y «¿cómo quie­
la confianza pública al to rn arse dependientes de los pro­ res que sea tu vida dentro de cinco años?», las respues­
yectos de investigaciones patrocinados p o r el Gobier­ tas vienen a m enudo precedidas de un «con tal de que
no 24526— como un divorcio rigurosam ente ejercido respec­ todavía haya mundo» y de un «Con tal de que yo siga
to de la investigación orientada hacia la guerra y de vivo». En palabras de George Wald, «Con lo que nos en­
todas las em presas conexas; pero sería ingenuo esperar frentam os es con una generación que no está por ningún
que este paso m odificara la naturaleza de la ciencia mo­ medio segura de poseer un futuro» "s. Porque el futuro,
derna o esto rb ara el esfuerzo bélico e ingenuo tam bién como Spender lo expresó, es «como una en terrad a bom ­
sería negar que la lim itación resultante puede m uy bien ba de relojería, que hace tic-tac en el presente». A la
conducir a una reducción del nivel universitario A lo pregunta a m enudo oída ¿Quiénes son los de la nueva
único que este divorcio no conduciría probablem ente se­ generación?, se siente la tentación de responder, los que
ría a una retirad a general de los fondos federales; p o r­ oyen el tic-tac. Y a la o tra pregunta ¿Quiénes son los que
que, como señaló recientem ente Jerom e Lettwin, del Ins­ les niegan profundam ente?, la respuesta puede ser, los
tituto Tecnológico de M assachusetts, «El Gobierno no que no saben, los que no conocen los hechos o se niegan
puede perm itirse no ayudarnos» 27 —de la m ism a m anera a enfrentarse con ellos tal como son.
que las universidades no pueden perm itirse el no acep­ La rebelión estudiantil es un fenómeno global pero sus
tar fondos federales; pero esto no significa tam poco que m anifestaciones, desde luego, varían considerablem ente
«deban aprender a esterilizar su apoyo financiero» (Hen- de país a país, a m enudo de universidad a universidad.
ry Steele Commager), u n a difícil pero no im posible tarea Esto es especialm ente cierto por lo que se refiere a la
a la vista del enorm e aum ento de poder de las universi­ práctica de la violencia. La violencia ha seguido siendo
dades en las sociedades m odernas. En sum a, la prolife­ fundam entalm ente una cuestión de teoría y retórica don­
ración aparentem ente irresistible de técnicas y de m á­ de el choque entre generaciones no ha coincidido con un
quinas, en vez de am enazar solam ente con el desempleo choque entre tangibles intereses de grupo. Así sucedió
i ciertas clases, am enaza la existencia de naciones ente­ especialm ente en Alemania donde los claustros de pi o-
as y, concebiblemente, de toda la H um anidad. fesores se beneficiaban del abarrotam iento de clases y
Es sólo n atural que la nueva generación sea m ás cons­ seminarios. En América, el m ovim iento estudiantil re­
ie n te que los de «más de trein ta años» de la posibilidad sultó seriam ente radicalizado allí donde la policía y la
b rutalidad de la policía intervinieron en m anifestaciones
esencialm ente no violentas: ocupación de edificios de la
24 J erome L ettvin , del M.I.T., en The New York Times Maga- adm inistración, sentadas, etc. La violencia seria entró
ine, 18 de mayo de 1969.
25 Véase apéndice V. sólo en escena con la aparición del Black Power en el
26 Ejemplo oportuno y muy significativo es la firme desvia-
ión de la investigación básica, de las Universidades a los labora- 28 S tephen S pender, The Year of the Young Rebels, Nueva
orios industriales. Y ork, 1969, p. 179. j
27 Loe. cit. 25 G eorge W ald, en The New Yorker, del 22 de m arzo de 1969.

124 125
campus. Los estudiantes negros, la m ayoría de los cua­ tro l social y de persuasión cuando disfrutan de un com­
les habían sido adm itidos sin la necesaria ap titud aca­ pleto apoyo p o p u la r» 33.
démica, se consideraron y se organizaron como un gru­ La nueva e innegable glorificación de la violencia por
po de intereses, representantes de la com unidad negra. el movimiento estudiantil tiene u na curiosa peculiaridad,
Su interés consistía en reducir los niveles académicos. m ientras la retórica de los nuevos m ilitantes se halla
Se m ostraron más prudentes que los rebeldes blancos claram ente inspirada por Fanón, sus argum entos teóri­
pero desde un principio resultó claro, aun antes de los cos contienen habitualm ente nada m ás que un b atib u rri­
incidentes de la Universidad Cornell y del City College llo de residuos m arxistas. Y esto resulta adem ás com ple­
de Nueva York que, con ellos, la violencia no era cues­ tam ente desconcertante para cualquiera que haya leído
tión de teoría y retórica. Además, m ientras la rebelión a Marx o a Engels. ¿Quién podría denom inar m arxista a
estudiantil en los países occidentales no puede encontrar una ideología que ha puesto su fe en los «gandules sin
en parte alguna apoyo popular fuera de las universidades clase», que cree que «en el lum penproletariado hallara
y, como norm a, halla una violenta hostilidad en el mo­ la rebelión su vanguardia» y que confía en que los «gáns-
m ento en que recurre a medios violentos, una gran mi­ ters ilum inarán el cam ino al pueblo»? 34. S artre con su
noría de la com unidad negra apoya la violencia verbal gran fo rtuna para las palabras, ha proporcionado expre­
o real de los estudiantes n e g ro s30. La violencia negra sión a la nueva fe. «La violencia», cree ahora basándose
puede com prenderse en analogía con la violencia labo­ en el libro de Fanón, «como la lanza de Aquiles, puede
ral en la América de hace una generación. Y, aunque cu rar las heridas que ha infligido». Si esto fuera cierto,
por lo que yo sé, sólo Staughton Lynd ha trazado explí­ la venganza sería una panacea para la m ayoría de nues­
citam ente la analogía entre los disturbios laborales y tros males. Este m ito es más abstracto, está más apar­
la rebelión e stu d ia n til31, parece que el Establishm ent aca­ tado de la realidad que el m ito de Sorel relativo a la
démico, en su curiosa tendencia a condescender con más huelga general. E stá a la par con los peores excesos
facilidad ante las dem andas de los negros, aun si son es­ retóricos de Fanón, tales como el de que «es preferi­
túpidas y perjudiciales 3\ que ante las desinteresadas y ble el ham bre con dignidad al pan comido en la es­
habitualm ente elevadas reivindicaciones m orales de los clavitud». No son necesarias historia o teoría algunas
rebeldes blancos, piensa tam bién en esos térm inos y se para refu tar esta declaración; el más superficial obser­
encuentra m ás a gusto cuando se enfrenta con intereses vador de los procesos que experim enta el cuerpo hum a­
más violencia que cuando es una cuestión de «dem ocra­ no sabe que no es cierto. Pero si hubiese dicho que el
cia participatoria» no violenta. La condescendencia de pan comido con dignidad era preferible al pastel comido
las autoridades universitarias a las dem andas negras ha en la esclavitud la nota retórica se habría perdido.
sido explicada a m enudo por los «sentim ientos de cul­ Leyendo estas irresponsables y grandiosas declara­
pabilidad» de la com unidad blanca; creo que es m ás p ro ­ ciones —y las que yo he citado son muy representativas,
bable que las universidades, así como los adm inistrado­ exceptuando que Fanón consigue perm anecer más cerca
res y los consejos de síndicos, sean a medias conscientes de la realidad que la m ayoría de ellos— y observándolas
de la obvia verdad de una conclusión del docum ento en la perspectiva de lo que sabemos sobre la H istoria de
oficial Report on Violence in America: «La fuerza y la las rebeliones y las revoluciones —se siente la tentación
violencia son probablem ente técnicas eficaces de con-*3
33 Véase el informe de la Comisión Nacional sobre las Causas
3U Véase apéndice VI. V la Prevención de la Violencia, junio de 1969 tal como se le
31 Véase apéndice VII. cita en The New York Times, del 6 de jumo de 1969.
33 Véase apéndice VIII. m fanón op. cit., pp. 130, 129 y 69, respectivamente.

126 127
de negar su significado, de adscribirlas a una m oda pasa­
je ra o a la ignorancia y nobleza del sentim iento de quie­
nes se ven expuestos a acontecim ientos y evoluciones sin Sigue cabiendo preguntarse por qué tantos de los nue­
precedentes, sin medios para abordarlos m entalm ente y vos predicadores de la violencia no son conscientes de su
que reviven curiosam ente pensam ientos y emociones de decisivo desacuerdo con las enseñanzas de Karl Marx o,
los que Marx había esperado liberar a la revolución de por decirlo de o tra m anera, por qué se aferran con tal
una vez por todas. ¿Quién ha llegado siquiera a dudar testarudez a conceptos y doctrinas que no solam ente se
del sueño de la violencia, de que los oprim idos «sueñan han visto refutados por la evolución de los hechos sino
al menos una vez» en colocarse en el lugar de los opre­ que son claram ente incom patibles con su propia política.
sores, que el pobre sueña con las propiedades del rico, El único slogan positivo que el nuevo movimiento ha sub­
que los perseguidos sueñan con intercam biar «el papel rayado, la reivindicación de la «dem ocracia participato-
de la presa p o r el del cazador» y el final del reinado ria» que ha tenido eco en todo el m undo y que consti­
donde «los últim os serán los prim eros, y los prim eros tuye el m ás significativo denom inador com ún de las rebe­
los últim o s» ?3536. La realidad, como la ve Marx, es que liones en el Este y en el Oeste, procede de lo m ejor de
los sueños jam ás llegan a ser ciertos 30. La rareza de las la tradición revolucionaria —el sistem a de consejos, el
rebeliones de esclavos y de las revueltas de los deshere­ siem pre derrotado pero único fruto auténtico de cada
dados y oprim idos resulta notoria; en las pocas ocasio­ revolución del siglo x v m —. Mas no puede hallarse nin­
nes en que se produjeron fue precisam ente una «loca guna referencia a este objetivo ni en las palabras ni en
furia» la que convirtió todos los sueños en pesadillas. la sustancia de las enseñanzas de Marx y de Lenin; am ­
En ningún caso, por lo que yo sé, ha sido la fuerza de bos apuntaban por el contrario a una sociedad en la
estos estallidos «volcánicos», en palabra de Sartre, «igual que la necesidad de una acción pública y de la partici­
a la presión ejercida sobre ellos». Identificar a los movi­ pación en los asuntos públicos se «esfumarían» 38*junto
m ientos de liberación nacional con tales estallidos es
profetizar su ruina, com pletam ente al m argen del hecho ligiosos y salvadores de otro mundo; también apelarían a Tito
de que esa im probable victoria no determ inaría un cam ­ si Yugoslavia estuviera más lejana y si su ideología resultara
bio en el m undo (o en el sistem a) sino sólo en las per­ menos próxima. Es diferente el caso del movimiento del Black
sonas. Pensar, finalm ente, que existe algo sem ejante a una Power; su compromiso ideológico con una inexistente «Unidad
del Tercer Mundo» no es puro desatino romántico. Ellos tienen
«Unidad del Tercer Mundo», al que podría dirigirse el un interés obvio en la dicotomía negro-blanco; esto también es,
nuevo slogan de la era de la descolonización «Nativos de desde luego, simple escapismo, una escapada a un mundo so­
todos los países subdesarrollados, unios» (S artre) es re­ ñado en el que los negros constituirían una abrumadora mayoría
p etir las peores ilusiones de Marx a una escala aun más de la población del mundo.
38 Parece como si pudiera acusarse a Marx y a Lenin de una
grande y con una menos considerable justificación. El contradición semejante ¿Acaso no glorificó Marx a la Commune
Tercer Mundo no es una realidad sino una ideología37. de París de 1871 y acaso no deseaba Lenin dar «todo el poder
a los soviets? Pero para Marx la Commua era sólo un órgano
transitorio de la acción revolucionaria, «una palanca para des­
35 F anón, op. cit., pp. 37 y ss. y 53. arraigar las bases económicas de... la clase dominante», que
36 Véase apéndice IX. Engels certeramente identificó con la también transitoria «dic­
37 Los estudiantes, entre las dos superpotencias e igualmen­ tadura del Proletariado» (Véase The Civil War in France, en
te desilusionados del Este y del Oeste «inevitablemente anhelan Selected Works, London, 1950, de Karl Marx y F. Engels, vol. I,
una tercera ideología, desde la de la China de Mao a la de la pp. 474 y 440, respectivamente). El caso de Lenin es más compli­
Cuba de Castro» (S pender, op. cit., p. 92). Sus apelaciones a Mao, cado. Pero fue Lenin quien castró a los soviets y dio todo el
Castro, Che Guevara y Ho Chi Minh son como conjuros seudorre- poder al Partido.

128 129
con el Estado. Por obra de una curiosa timidez en cues­ Marx o a Lenin. Pero Marx, como sabemos, había m arca­
tiones teóricas, en curioso contraste con su valor en la do efectivam ente como «tabús» tales emociones —si hoy
práctica, el slogan de la Nueva Izquierda, ha perm ane­ el E stablishm ent despacha los argum entos m orales como
cido en una fase declam atoria y ha sido invocado más «sentim entalism o», está m ucho m ás cerca de la ideolo­
que inarticuladam ente contra la dem ocracia representa­ gía m arxista que los rebeldes— y resolvió el problem a
tiva occidental (que se halla a punto de perd er incluso su de los dirigentes «desinteresados» con la noción de la
función sim plem ente representativa p o r ob ra de las m a­ vanguardia de la H um anidad, que encam a los intereses
quinarias de los grandes partidos, que «representan» no últim os de la H istoria h u m a n a 40.
a los afiliados sino a sus funcionarios) y contra las b u ro ­ Pero, prim eram ente habían de defender los intereses
cracias m onopartidistas orientales que descartan la p ar­ realistas y nada teóricos de la clase trab ajad o ra e iden­
ticipación como principio. tificarse con ellos; solam ente ésto les proporcionaba una
Aun m ás sorprendente en esta curiosa lealtad al pa­ firm e base fuera de su grupo. Y esto es, precisam ente, lo
sado es la aparente ignorancia de la Nueva Izquierda del que les ha faltado desde el comienzo a los rebeldes m o­
grado en que el carácter m oral de la rebelión —ahora dernos y lo que han sido incapaces de hallar fuera de
un hecho com pletam ente reconocido39— choca con su las universidades a pesar de su desesperada búsqueda.
retórica m arxista. Nada, desde luego, en el movimiento es Es característica la hostilidad de los trabajadores de todo
más sorprendente que su desinterés; Peter Steinfels, en el m undo a este m ovim iento 41 y en los Estados Unidos
un notable artículo sobre la «Revolución francesa de el com pleto colapso de cualquier cooperación con el m o­
1968» publicado en Com monwal (26 de julio de 1968) vim iento del Black Power, cuyos estudiantes se hallan
tenía toda la razón cuando escribió: «Péguy podría ha­ más firm em ente enraizados en su propia com unidad y
ber sido patrono apropiado de la revolución cultural, por eso disfrutan de una m ejor posición para negociar
con su desprecio por el m andarinato de la Sorbona [y] en las universidades, ha constituido la m ás am arga de­
su fórm ula, "La revolución social será m oral o no será” .» cepción para los rebeldes blancos. (Cuestión m uy dis­
En realidad, todo m ovim iento revolucionario ha sido di­ tinta es la de que les resulte conveniente a los m iem bros
rigido p o r revolucionarios que se veían im pulsados por del Black Power negarse a desem peñar el papel del pro­
la com pasión o por una pasión p o r la justicia, y esto, letariado respecto de líderes «desinteresados» de diferen­
desde luego, es tam bién cierto p o r lo que se refiere a te color.) No es, por eso, sorprendente que en Alemania,
39 «Su idea revolucionaria», como declara S pender (op. cit.,
antigua cuna del m ovim iento juvenil, un grupo de estu­
p. 114), «es la pasión moral». N oam Chomsky (op. cit.., p. 368) cita diantes proponga ahora enrolar en sus filas a «todos los
realidades: «El hecho es que la mayoría del millar de tarjetas grupos juveniles organizados»42. Resulta obvio lo absur­
de alistamiento y de otros documentos devueltos al Departamento do de esta propuesta.
de Justicia el 20 de octubre (de 1967) procedían de hombres que
podían escapar al servicio militar pero que insistían en com­
partir la suerte de quienes eran menos privilegiados.» Lo mismo 40 Véase apéndice X.
puede decirse de las manifestaciones de los resistentes al alista­ 41 Checoslovaquia parece ser una excepción. Sin embargo, el
miento y de las sentadas en universidades y otros centros de movimiento de reforma por el que lucharon en primera fila los
enseñanza superior. La situación en otros países es similar. Der estudiantes, fue apoyado por toda la nación, sin ninguna distin­
Spiegel describe, por ejemplo, las frustrantes y a menudo humi­ ción de clases. Hablando en términos marxistas, los estudiantes
llantes condiciones de los ayudantes de investigación en Alema­ checoslovacos, y probablemente los de todos los países del Este
nia: Angesichts dieser Verhaltnisse nimmt es geradezu wunder, tienen un apoyo excesivo, mejor que escaso, de la comunidad,
dass die Assistenten nicht in der vordersten Front der Radikalen para encajar en el esquema de Marx.
stehen (23 de junio de 1969, p. 58). Siempre es la misma historia: 42 Véase la entrevista con Christoph Ehmann en Der Spiegel,
los grupos de intereses no se unen a los rebeldes. 10 de febrero de 1969. ,

130 131
No estoy segura de que llegue eventualm ente a hacerse todo lo que podem os decir es que «hemos nacido perfec­
evidente la explicación de estas contradicciones; pero tibles pero nunca seremos perfectos» “ . La idea de Marx,
sospecho que la razón profunda de esta lealtad a una tom ada de Hegel, según la cual cada sociedad antigua
doctrina típicam ente decim onónica tiene algo que ver con alberga en su seno las semillas de sus sucesores de la
el concepto de Progreso, con una repugnancia a ap artar­ m ism a m anera que cada organism o vivo lleva en sí las
se de una noción que solía un ir al Liberalism o, el Socia­ semillas de su fu tu ra prole es, desde luego, no sólo la
lismo y el Comunismo en la «Izquierda», pero que en m ás ingeniosa sino tam bién la única garantía concep­
parte alguna alcanzó el nivel de plausibilidad y comple­ tual posible p ara la sem piterna continuidad del progreso
jidad que hallam os en los escritos de K arl Marx. (Las en la H istoria; y como se supone que el movimiento del
contradicciones han sido siem pre el talón de Aquiles del progreso surge de los choques entre fuerzas antagónicas,
pensam iento liberal; com binaba una firm e lealtad al Pro­ es posible in terp reta r cada «regreso» como un retroceso
greso con una no m enos estricta negativa a glorificar la necesario pero tem poral.
H istoria en térm inos m arxistas y hegelianos, que eran En realidad u na garantía que en su análisis final des­
los únicos que podían ju stificar y garantizar ese Pro­ cansa en poco m ás que una m etáfora no es la más sólida
greso.) base p ara construir sobre ella una doctrina, pero, des­
La noción de que existiera algo sem ejante a un pro­ graciadam ente, éste es un fallo que el marxismo com­
greso de la H um anidad en su totalidad era desconocida parte con m uchas otras grandes doctrinas filosóficas.
antes del siglo xvn, evolucionó h asta transform arse en Su gran v entaja se pone de relieve cuando se le com para
opinión corriente entre los hom m es de lettres del si­ con otros conceptos de la H istoria —tales como el de
glo xviii y se convirtió en un dogma casi universalm en­ las «eternas repeticiones», el de la aparición y caída de
te aceptado durante el siglo xix. Pero la diferencia entre los im perios, el de la secuencia fo rtu ita de acontecim ien­
las prim itivas nociones y la de su últim a fase es decisi­ tos no relacionados entre sí— todos los cuales pueden
va. El siglo xvn, en este aspecto especialm ente represen­ ser igualm ente docum entados y justificados pero nin­
tado p o r Pascal y Fontenelle, pensaba en el progreso guno de los cuales garantizará un continuum de tiem po
como en una acum ulación de conocim ientos a través de lineal y un continuo progreso en la H istoria. Y el único
los siglos, m ientras que p ara el siglo x v m la palabra com petidor en este terreno, la antigua noción de una
im plicaba una «educación de la H um anidad» (Erziehung prim itiva Edad de Oro, de la que se deriva todo lo demás,
des M enschengeschlechts de Lessing) cuyo final coinci­ im plica la desagradable certidum bre de un continuo de­
diría con la llegada del hom bre a la m ayoría de edad. clive. Desde luego existen unos pocos melancólicos efec­
El Progreso no era ilim itado y la sociedad sin clases tos m arginales en la tranquilizadora idea de que sólo
m arxista considerada como el reino de la libertad que necesitam os m archar hacia el futuro, de que no podemos
podría ser el final de la H istoria —in terp retad a a m enudo d ejar de contribuir de cualquier modo al hallazgo de un
como una secularización de la escatología cristiana o m undo m ejor. En prim er lugar existe el simple hecho de
del mesianism o judío— lleva todavía la m arca distintiva que el futuro general de la H um anidad nada tenga que
ofrecer a la vida individual, cuyo único futuro cierto es
de la Epoca de la Ilustración. Al comienzo del siglo xix,
la m uerte. Y si se prescinde de esto y se piensa sola-43
sin em bargo, tales lim itaciones desaparecieron. E nton­
ces, en p alabra de Proudhon, el m ovim iento es le fait
prim itif y «sólo las leyes del m ovim iento son eternas». 43 P. J. P roudhon, Philosophie du Progrés (1853), pp. 27-30 y 49 y
De la Justice (1858), 1930, I, p. 238, respectivamente. Véase tam­
Este movimiento no tiene ni principio ni fin: Le mouve- bién «Progressive Humanity: in the Philosophy of P. J. Proud­
m ent est; voilá tout! Por lo que se refiere al hom bre, hon», de W illiam H. H arbold, Review of Politics, enero de 1969.

132 133
m ente en generalidades, existe el argum ento obvio contra es, en p alabras de Hegel, que «nada surgirá sino lo que
el progreso según el cual, en palabras de Herzen, «El esté ya allí» 4T.
desarrollo hum ano es una form a de deslealtad cronológi­ No necesito añadir que todas nuestras experiencias
ca, dado que los últim os en llegar son capaces de bene­ en este siglo, que nos ha enfrentado siem pre con lo total­
ficiarse del trab ajo de sus predecesores sin pagar el mis­ m ente inesperado, se hallan en flagrante contradicción
mo precio» 44 o, en palabras de Kant, que «Será siempre con estas nociones y doctrinas, cuya popularidad parece
asom broso... que las generaciones prim itivas parezcan debida al hecho de que ofrecen un refugio confortable,
sufrir el peso de una tarea, sólo en beneficio de las gene­ especulativo o seudocientífico, fuera de la realidad. Una
raciones posteriores... y de que solam ente las últim as rebelión estudiantil casi exclusivamente inspirada por
tendrán la buena fortuna de h abitar en el edificio [te r­ consideraciones m orales constituye, desde luego, uno de
m inado] » 45. los acontecim ientos totalm ente im previstos de este siglo.
Sin em bargo, estas desventajas que sólo rara vez son E sta generación, form ada casi exclusivamente como las
advertidas, resultan sobrepujadas por una enorm e ven­ que le precedieron en los diferentes tipos de teorías po­
taja: la de que el progreso no sólo explica el pasado sin líticas y sociales que la im pulsaban a reclam ar su «parte
rom per el continuum tem poral sino que puede servir del pastel», nos ha enseñado una lección sobre la m ani­
como guía de actuación en el futuro. Esto fue lo que des­ pulación o, m ejor dicho, sobre sus límites, que haríam os
cubrió Marx cuando invirtió el pensam iento de Hegel; bien en no olvidar. Los hom bres pueden ser «m anipu­
cam bió la dirección de la m irada del historiador; en vez lados» a través de la coacción física, de la to rtu ra o del
de observar al pasado, él podía m irar ahora confiada­ ham bre, y es posible form ar arbitrariam ente sus opinio­
m ente hacia el futuro. El Progreso proporciona una res­ nes m ediante una deliberada y organizada aportación de
puesta a la inquietante pregunta. ¿Y qué harem os ahora? noticias falsas, pero no lo es en una sociedad libre me­
En su más bajo nivel, la respuesta señala: Vamos a tro ­ diante «persuasores ocultos», la televisión, la publicidad
car lo que tenem os en algo m ejor, más grande, etc. (La fe, y cualesquiera otros medios psicológicos. La refutación
a prim era vista irracional, de los liberales en el des­ de una teoría por la realidad ha sido siem pre, en el m ejor
arrollo, tan característica de todas nuestras actuales teo­ de los casos, una tarea larga y precaria. Los adictos a la
rías políticas y económicas, depende de esta noción.) En m anipulación, los que la tem en indebidam ente como quie­
un nivel m ás com plejo de la Izquierda la respuesta nos nes en ella ponen sus esperanzas difícilmente advierten
indica que desarrollem os las contradicciones presentes cuándo vuelven los pollos al gallinero. (Uno de los m ejo­
en su síntesis inherente. En cualquier caso, tenemos la res ejem plos del estallido de una teoría conducida al
seguridad de que no puede suceder nada nuevo y to tal­ absurdo tuvo lugar durante los recientes disturbios del
m ente inesperado, nada que no sean los resultados «ne­ «Parque del Pueblo» en Berkeley. Cuando la policía y la
cesarios» de lo que ya conocem os46. Cuán tranquilizador G uardia Nacional atacaron a la bayoneta y con gases
lanzados desde helicópteros, a los desarm ados estudian­
44 La cita de Alexander Herzen está tomada de la «Introduc-
tion» de Isaiah Berlín a Roots of Revolutions de F ranco V enturi, tes —pocos de los cuales «habían lanzado algo más pe­
Nueva York, 1966. ligroso que epítetos», algunos soldados de la Guardia
45 «Idea para una Historia Universal con designio cosmopo­ Nacional fraternizaron abiertam ente con sus «enemigos»
lita», Tercer Principio, en The Philosophy of Kant, Modera Libra- y uno de ellos arrojó sus arm as afirm ando: «No puedo
ry edition.
46 Para un excelente debate sobre las evidentes falacias de resistirlo más.» ¿Qué es lo que sucedió? En la época
esta posición, véase «The Year 2000 and All That» de R obert ilustrada en que vivimos, esta conducta sólo podía ser
A. N isbf.t , en Commentary, junio de 1968 y las malhumoradas
notas críticas en el número de septiembre. 47 H egel, op. cit., p. 100 y ss.

134 135
justificada p o r la locura: «fue som etido a un examen rificación del saber y de la ciencia, los cuales, aunque por
psiquiátrico [y] se diagnosticó que padecía a consecuen­ diferentes razones, han quedado, en su opinión grave­
cia de "agresiones reprim idas"»)*8. m ente com prom etidos. Y es cierto que no resulta en ab­
El progreso, en realidad, es el m ás serio y complejo soluto imposible que hayamos llegado en am bos casos
artículo ofrecido en la tóm bola de supersticiones de nues­ a un punto de inflexión, al punto de retorno destructivo.
tra época*9. La irracional creencia decim onónica en el Porque no sólo ha dejado de coincidir el progreso de la
progreso ilim itado ha encontrado una aceptación uni­ ciencia con el progreso de la H um anidad (cualquiera que
versal principalm ente por obra del sorprendente desarro­ sea lo que esto pueda significar) sino que ha llegado a
llo de las ciencias naturales, que, desde el comienzo de en trañ ar el fin de la Hum anidad, de la mism a m anera
la Edad M oderna, han sido ciencias «universales» y que, que el progreso del saber puede acabar muy bien con la
por eso, podían m irar hacia adelante y contem plar una destrucción de todo lo que ha hecho valioso a ese saber.
tarea inacabable en la exploración de la inm ensidad del En otras palabras, el progreso puede no servir ya como
Universo. No es en absoluto cierto que la ciencia, aun­ la m edida con la que estim ar los progresos de cambio
que ya no lim itada p o r la finitud de la Tierra y de su desastrosam ente rápidos que hemos dejado desencadenar.
naturaleza, esté sujeta a un inacabable progreso; resul­ Como lo que nos interesa fundam entalm ente es la
ta, po r definición obvio que la investigación estricta­ violencia debo prevenir aquí contra la tentación de una
m ente científica en H um anidades, la llam ada Geistes- falsa interpretación. Si consideram os a la H istoria en
wissenschaften, que se relaciona con los productos deí térm inos de un continuo proceso cronológico, cuyo pro­
espíritu hum ano, debe tener un final. La incesante e in­ greso es inevitable, la violencia, en form a de guerras
sensata dem anda de saber original en muchos campos y revoluciones puede presentarse como la única interrup­
donde ahora sólo es posible la erudición, ha conducido, ción posible. Si esto fuera cierto, si sólo el ejercicio de
bien a la p u ra irrelevancia, el fam oso conocer cada vez la violencia hiciera posible la interrupción de procesos
más acerca de cada vez menos, bien al desarrollo de un autom áticos en el dominio de los asuntos humanos, los
seudosaber que actualm ente destruye su o b je to *4950. Vale predicadores de la violencia habrían conseguido una im­
la pena señalar que la rebelión de los jóvenes, hasta el p ortante victoria. (Teóricamente, por lo que yo sé, esta
grado en que no se encuentra sólo m oral o políticam ente victoria nunca ha sido lograda, pero me parece indiscuti­
m otivada, se haya dirigido principalm ente contra la glo­ ble que las quebrantadoras actividades estudiantiles de
los últim os años se hallan basadas en esta convicción.)
18 El incidente es referido sin comentarios por Wolin y Schaar, Es función, sin embargo, de toda acción, a diferencia del
op. cit. Véase también el informe de P eter B arnes «”An O u tcry ”: simple com portam iento, in terru m p ir lo que de otra m a­
Thoughts on Being Tear Gassed», en Newsweek, del 2 de junio nera se hubiera producido autom áticam ente y, por eso,
de 1969.
previsiblemente.
49 S pender (op. cit., p. 45) señala que durante los incidentes
de mayo en París, los estudiantes franceses «se opusieron cate­
góricamente a la ideología del “rendimiento”, del “progreso” y
de las así llamadas seudofuerzas». En América éste no es toda­
vía el caso por lo que al progreso concierne. Todavía seguimos
rodeados por expresiones como las de fuerzas «progresivas» y
«regresivas» «tolerancia progresiva» y «regresiva» y otras se­
mejantes.
50 Para una espléndida ejemplificación de estas empresas,
no simplemente superfluas sino perniciosas, véase The Fruits of
the MLA, de Edmund Wilson, Nueva York, 1968.

136 137
la idea m arxista del Estado como instrum ento de opre­
sión de la clase dom inante. Vamos por eso a estudiar a los
autores que no creen que el cuerpo político, sus leyes
e instituciones, sean sim plem ente superestructuras coac­
tivas, m anifestaciones secundarias de fuerzas subyacen­
tes. Vamos a estudiar, por ejem plo a B ertrand de Jouve-
nel, cuyo libro, Poder es quizá el m ás prestigioso y, en
cualquier caso, el más interesante de los tratados re­
cientes sobre el tema. «Para quien», escribe, «contem pla
el despliegue de las épocas la guerra se presenta a sí
II m ism a como una actividad de los Estados que pertenece
a su esenciaM. Esto puede inducirnos a preguntar si el
final de la actividad bélica significaría el final de los
Contra el fondo de estas experiencias me propongo Estados. ¿A carrearía la desaparición de la violencia, en
suscitar ahora la cuestión de la violencia en el terreno las relaciones entre los Estados, el final del poder?
político. No es fácil; lo que Sorel escribió hace sesenta La respuesta, parece, dependerá de lo que entenda­
años, «Los problem as de la violencia siguen siendo muy mos p o r poder. Y el poder resulta ser un instrum ento
oscuros» 51 es tan cierto ahora como lo era entonces. He de m ando m ientras que el m ando, nos han dicho, debe
m encionado la repugnancia general a tra ta r a la violen­ su existencia «al instinto de dominación» Recordamos
cia como a un fenómeno p o r derecho propio y debo ahora inm ediatam ente lo que S artre afirm aba sobre la violen­
precisar esta afirm ación. Si comenzamos una discusión cia cuando leemos en Juovenel que «un hom bre se siente
sobre el fenóm eno del poder, descubrim os pronto que más hom bre cuando se im pone a sí mism o y convierte a
existe un acuerdo entre todos los teóricos políticos, de la otros en instrum entos de su voluntad», lo que le pro­
Izquierda a la Derecha, según el cual la violencia no es porciona «incom parable placer» 5345. «El poder —decía Vol-
sino la m ás flagrante m anifestación de poder. «Toda la taire— consiste en hacer que otros actúen como yo deci­
política es una lucha por el poder; el últim o género de da»; está presente cuando yo tengo la posibilidad «de
poder es la violencia», ha dicho C. W right Mills, hacién­ afirm ar mi propia voluntad contra la resistencia» de los
dose eco de la definición del Estado de Max Weber: «El demás, dice Max Weber, recordándonos la definición de
dominio de los hom bres sobre los hom bres basado en Clausewitz de la guerra como «un acto de violencia para
los medios de la violencia legitimada, es decir, supues­ obligar al oponente a hacer lo que querem os que haga».
tam ente legitim ada» 52. E sta coincidencia resulta muy ex­ El térm ino, como ha dicho Strausz-Hupé, significa «el po­
traña, porque eq u ip arar el poder político con «la orga­ der del hom bre sobre el hom bre» 56. Volviendo a Jouve-
nización de la violencia» sólo tiene sentido si uno acepta 53 Power: The Natural History of Its Growth (1945), Lon­
dres, 1952, p. 122.
51 G eorges S orel, Reflections on Violence, «Introduction to 54 Ibídem, p. 93.
the First Publication» (1906), Nueva York, 1961, p. 60. 55 Ibídem, p. 110.
52 The Power Elite, Nueva York, 1956, p. 171. M ax W eber en 56 Véase K arl von C lausewitz , On War (1832), Nueva York,
los primeros párrafos de Politics as a Vocation (1921). Weber 1943, cap. 1; R obert S trausz-H upé, Power and Community, Nueva
parece haber sido consciente de su coincidencia con la Izquierda. York, 1956, p. 4; la cita de M ax W eber : Machí bedeutet jede
Cita en este contexto la observación de Trotsky en Brest-Litovsky, Chance, innerhalb einer sozialen Beziehung den eigenen Willen
«Todo Estado está basado en la violencia», y añade, «Esto es auch gegen Widerstand durchzusetzen, está tomada de Strausz-
desde luego cierto». Hupé.

138 139
nel, es «M andar y ser obedecido: sin lo cual no hay Po­ Derecha a la Izquierda, de B ertrand de Jouvenel a Mao
der, y no precisa de ningún otro atrib u to p ara existir... Tsé-tung en u n punto tan básico de la filosofía política
La cosa sin la cual no puede ser: que la esencia es el como es la naturaleza del poder?
mando» 57. Si la esencia del poder es la eficacia del m an­ En térm inos de nuestras tradiciones de pensam iento
do, entonces no hay poder m ás grande que el que em ana político estas definiciones tienen m ucho a su favor. No
del cañón de un arm a, y sería difícil decir en «qué for­ sólo se derivan de la antigua noción del poder absoluto
ma difiere la orden dada p o r un policía de la orden dada que acom pañó a la aparición de la Nación-Estado sobe­
por un pistolero». (Son citas de la im portante obra The ran a europea, cuyos prim eros y m ás im portantes p o rta­
Notion o f the State, de Alexandre Passerin d'Entréves, voces fueron Jean Bodin, en la Francia del siglo xvi y Tilo­
el único au to r que yo conozco que es consciente de la m as H obbes en la Inglaterra del siglo xvn, sino que tam ­
im portancia de la distinción entre violencia y poder. bién coinciden con los térm inos em pleados desde la an­
«Tenemos que decidir si, y en qué sentido, puede el tigüedad griega para definir las form as de gobierno como
poder’ distinguirse de la "fuerza” p ara averiguar cómo el dom inio del hom bre sobre el hom bre —de uno o de
el hecho de utilizar la fuerza conform e a la ley cambia unos pocos en la m onarquía y en la oligarquía, de los m e­
la calidad de la fuerza en sí m ism a y nos presenta una jores o de m uchos en la aristocracia y en la dem ocracia.
imagen enteram ente diferente de las relaciones humanas», Hoy debem os añadir la últim a y quizá m ás form idable
dado que la «fuerza, p o r el sim ple hecho de ser califica­ form a de sem ejante dominio: la burocracia o dominio
da, deja de ser fuerza». Pero ni siquiera esta distinción, de un com plejo sistem a de oficinas en donde no cabe
con m ucho la m ás com pleja y m editada de las que caben hacer responsables a los hom bres, ni a uno ni a los m e­
hallarse sobre el tem a, alcanza a la raíz del tema. El jores, ni a pocos ni a muchos y que podría ser adecuada­
poder, en el concepto de Passerin d ’Entréves, es una fuer­ m ente definida como el dominio de Nadie. (Si, confor­
za «calificada» o «institucionalizada». En otras palabras, me el pensam iento político tradicional, identificam os la
m ientras los autores m ás arrib a citados definen a la tiran ía como el Gobierno que no está obligado a d ar cuen­
violencia como la m ás flam ante m anifestación de poder, ta de sí mism o, el dominio de Nadie es claram ente el
Passerin d'E ntréves define al p oder como un tipo de m ás tiránico de todos, dado que no existe precisam ente
violencia m itigada. En su análisis final llega a los mismos nadie al que pueda preguntarse p o r lo que se está h a­
resu ltad o s)58. ¿Deben coincidir todos los autores, de la ciendo. Es este estado de cosas, que hace imposible la
localización de la responsabilidad y la identificación del
57 Escojo mis ejemplos al azar dado que difícilmente importa enemigo, una de las causas m ás poderosas de la actual y
el autor que se elija. Sólo ocasionalmente se puede escuchar una rebelde intranquilidad difundida p o r todo el mundo, de
voz que disiente. Así, R. M. Mclver declara: «El poder coactivo su caótica naturaleza y de su peligrosa tendencia a esca­
es un criterio del Estado pero no constituye su esencia... Es p ar a todo control, al enloquecim iento.)
cierto que no existe Estado allí donde no hay una fuerza abru­
madora... Pero el ejercicio de la fuerza no hace un Estado» (En Además, este antiguo vocabulario es extrañam ente
The Modern State, Londres, 1926, pp. 222-225). Puede advertirse confirm ado y fortificado por la adición de la tradición
cuán fuerte es esta tradición en los intentos de Rousseau para hebreo-cristiana y de su «im perativo concepto de la ley».
escapar a ella. Buscando un Gobierno de no-dominación, no Este concepto no fue inventado por «políticos realistas»
halla nada mejor que une forme d'association... par laquelle
chacun s ’unissant á tous n’ohéisse pourtant qu’á lui-méme. El sino que es m ás bien el resultado de una generalización
énfasis puesto en la obediencia, y por ello en el mando, perma­ inglesa no es una simple traducción; fue redactada por el pro­
nece inalterado. pio autor como edición definitiva y apareció en Oxford en 1967.
58 The Notion of the State, An Introduction to Political Theo- Las citas están tomadas de las pp. 64, 70 y 105 de esta edición
ry fue publicada por primera vez en italiano en 1962. La versión inglesa. •

140 141
muy an terio r y casi autom ática de los «M andamientos» tirles p articip ar en la vida pública de la com unidad,
de Dios, según la cual «la simple relación del m ando donde todos eran iguales; si fuera cierto que nada es
y de la obediencia» b astab a p ara identificar la esencia más agradable que d ar órdenes y dom inar a otros, cada
de la le y 59601. Finalm ente, convicciones científicas y filo­ dueño de u na casa jam ás habría abandonado su hogar.
sóficas más m odernas respecto de la naturaleza del hom ­ Sin em bargo, existe o tra tradición y otro vocabula­
bre han reforzado aún m ás estas tradiciones legales y rio, no m enos antiguos y no menos acreditados por el
políticas. Los abundantes y recientes descubrim ientos de tiem po. Cuando la Ciudad-Estado ateniense llam ó a su
un instinto innato de dom inación y de una in n ata agre­ constitución u n a isonom ía o cuando los rom anos habla­
sividad del anim al hum ano fueron precedidos p o r de­ ban de la civitas como de su form a de gobierno, pensa­
claraciones filosóficas muy similares. Según John S tu art ban en un concepto del poder y de la ley cuya esencia
Mili, «la prim era lección de civilización [es] la de la no se b asaba en la relación mando-obediencia. Hacia
obediencia», y él habla de «los dos estados de inclina­ estos ejem plos se volvieron los hom bres de las revolu­
ciones... una es el deseo de ejercer poder sobre los de­ ciones del siglo x v m cuando escudriñaron los archivos
más; la o tra... la aversión a que el poder sea ejercido de la antigüedad y constituyeron u na form a de gobierno,
sobre un mismo» s0. Si confiáram os en nuestras propias una república, en la que el dominio de la ley, basándose
experiencias sobre estas cuestiones, deberíam os saber en el poder del pueblo, pondría fin al dominio del hom ­
que el instinto de sumisión, un ardiente deseo de obe­ bre sobre el hom bre, al que consideraron un «gobierno
decer y de ser dom inado p o r un hom bre fuerte, es p o r adecuado para esclavos». Tam bién ellos, desgraciadam en­
lo menos tan prom inente en la psicología hum ana como te, continuaron hablando de obediencia: obediencia a las
el deseo de poder, y, políticam ente, resulta quizá m ás leyes en vez de a los hom bres; pero lo que querían sig­
relevante. El antiguo adagio «Cuán apto es p ara m andar nificar realm ente era el apoyo a las leyes a las que la
quien puede tan bien obedecer», que en diferentes ver­ ciudadanía había otorgado su consentim iento62. Seme­
siones ha sido conocido en todos los siglo y en todas las jan te apoyo nunca es indiscutible y por lo que a su for­
naciones 01 puede denotar una verdad psicológica: la de m alidad se refiere jam ás puede com pararse con la «in­
que la voluntad de poder y la voluntad de sum isión se discutible obediencia» que puede exigir un acto de vio­
hallan interconectadas. La «pronta sum isión a la tira ­ lencia —la obediencia con la que puede contar un delin­
nía», por em plear una vez más las palabras de Mili, no cuente cuando me arreb ata la cartera con la ayuda de
está en m anera alguna siem pre causada p o r una «extre­ un cuchillo o cuando roba a un Banco con la ayuda de
m ada pasividad». Recíprocamente, una fuerte aversión una pistola. Es el apoyo del pueblo el que presta poder
a obedecer viene acom pañada a m enudo p o r u n a aver­ a las instituciones de un país y este apoyo no es nada
sión igualm ente fuerte a dom inar y a m andar. H istórica­ m ás que la prolongación del asentim iento que, para em­
m ente hablando, la antigua institución de la econom ía pezar, determ inó la existencia de las leyes. Se supone
de la esclavitud sería inexplicable sobre la base de la que bajo las condiciones de un Gobierno representativo
psicología de Mili. Su fin expreso era lib erar a los ciu­ el pueblo dom ina a quienes le gobiernan. Todas las ins­
dadanos de la carga de los asuntos dom ésticos y perm i­ tituciones políticas son m anifestaciones y m aterializa­
ciones de poder; se petrifican y decaen tan pronto como
59 Ibídem, p. 129. el poder vivo del pueblo deja de apoyarlas. Esto es lo
60 Considerations on Representative Government (1861), Li­
beral Arts Library, pp. 59 y 65. que M adison quería significar cuando decía que «todos
61 J ohn M. W allace, Destiny His Choice: The Loyalism of los Gobiernos descansan en la opinión no menos cierta
Andrew Marvell, Cambridge, 1968. pp. 88-89. Debo esta referencia
a la amabilidad de Gregory Desjardins. «* Véase apéndice XI.

142 143
para las diferentes form as de m onarquía como p ara las proceso académ ico se rom pe porque nadie desea alzar
dem ocracias («Suponer que el dom inio de la m ayoría algo m ás que un dedo a favor del status quo. C ontra lo
funciona sólo en la dem ocracia es una fantástica ilusión», que se alzan las universidades es contra la «inmensa uni­
como señala Jouvenel: «El rey, que no es sino un indi­ dad negativa» de que habla Stephen Spender en otro
viduo solitario, se halla m ás necesitado del apoyo gene­ contexto. Todo lo cual prueba sólo que una m inoría
ral de la Sociedad que cualquier o tra form a de Gobier­ puede ten er un poder potencial m ucho m ás grande del
no» 63. Incluso el tirano, el que m anda contra todos, nece­ que cabría suponer lim itándose a contar cabezas en los
sita colaboradores en el asunto de la violencia aunque sondeos de opinión. La m ayoría sim plem ente observa­
su núm ero pueda ser m ás bien reducido). Sin em bargo, dora, divertida p o r el espectáculo de una pugna a gritos
la fuerza de la opinión, esto es, el poder del Gobierno, entre estudiantes y profesor, es ya en realidad un aliado
depende del núm ero; se halla «en proporción con el nú­ latente de la m inoría. (P ara com prender el absurdo de
m ero de los que con él están asociados»*61 y la tiranía, que se hable de pequeñas «m inorías de m ilitantes» basta
como descubrió M ontesquieu es por eso la m ás violenta sólo im agin ar lo que hubiera sucedido en la Alemania
y m enos poderosa de las form as de Gobierno. Una de las prehitleriana si unos pocos judíos desarm ados hubieran
distinciones m ás obvias entre poder y violencia es que tratad o de in terru m p ir la clase de u n profesor antise­
el poder siem pre precisa el núm ero, m ientras que la vio­ m ita.)
lencia, hasta cierto punto, puede p rescindir del núm ero
porque descansa en sus instrum entos. Un dom inio mayo-
ritario legalmente irrestringido, es decir, una dem ocracia Es, creo, una muy triste reflexión sobre el actual es­
sin constitución, puede resu ltar muy form idable en la tado de la ciencia política, recordar que nuestra term i­
supresión de los derechos de las m inorías y muy efectiva nología no distingue entre palabras clave tales como «po­
en el ahogo del disentim iento sin em pleo alguno de la der», «potencia», «fuerza» «autoridad» y, finalm ente, «vio­
violencia. Pero esto no significa que la violencia y el po­ lencia» —todas las cuales se refieren a fenómenos dis­
der sean iguales. tintos y diferentes, que difícilm ente existirían si éstos no
La extrem a form a de poder es la de Todos contra existieran— . (E n palabras de d'Entréves, «pujanza, poder
Uno, la extrem a form a de violencia es la de Uno contra autoridad; todas éstas son palabras a cuyas im plicacio­
Todos. Y esta últim a nunca es posible sin instrum entos. nes exactas no se concede gran atención en el habla co­
Afirmar, como se hace a menudo, que una m inoría pe­ rriente; incluso los m ás grandes pensadores las em plean
queña y desarm ada, ha logrado con éxito y p o r m edio de al buen tuntún. Sin em bargo, es fácil suponer que se
la violencia —gritando o prom oviendo un escándalo— refieren a propiedades diferentes y que su significado
in terru m p ir clases en donde una ab ru m ad o ra m ayoría se debería por eso ser cuidadosam ente determ inado y exa­
había decidido porque continuaran, es p o r eso desorien­ m inado... El empleo correcto de estas palabras no es
tador. (E n un reciente caso sucedido en u n a universidad sólo u n a cuestión de gram ática lógica, sino de perspec­
alem ana, entre varios centenares de estudiantes hubo un tiva h istó rica» )65. Em plearlas como sinónim os no sólo
solo «disidente» que pudo reivindicar esa extraña vic­
toria.) Lo que sucede en realidad en tales casos es algo 65 Op. cit., p. 7. Véase también p. 171, donde, discutiendo el
significado exacto de las palabras «nación» y «nacionalidad» in­
m ucho m ás serio: la m ayoría se niega claram ente a em ­ siste acertadamente en señalar que «los únicos guías compe­
plear su poder y a im ponerse a los que interrum pen; el tentes en la jungla de tan diferentes significados son los lin­
güistas y los historiadores. A ellos debemos dirigirnos en de­
63 Op. cit., p. 98. manda de ayuda». Y, para distinguir entre autoridad y poder
61 The Federalist, núm. 49. se remite a la potestas in populo, auctoritas in senatu de Cicerón.

144 145
indica una cierta sordera a los significados lingüísticos, ellos. La potencia de, incluso, el más fuerte individuo
lo que ya sería suficientem ente serio, sino que tam bién puede ser siem pre superada por las de m uchos que a
ha tenido como consecuencia un tipo de ceguera ante las m enudo se com binarán, sin m ás propósito que el de a rru i­
realidades a las que corresponden. E n sem ejante situa­ n ar la potencia precisam ente por obra de su indepen­
ción es siem pre tentador intro d u cir nuevas definiciones, dencia peculiar. La casi instintiva hostilidad de los m u­
pero —aunque me som eta brevem ente a la tentación— chos hacia el uno ha sido siem pre, desde Platón a Nietz-
de lo que se tra ta no es sim plem ente de una cuestión de sche, atribuida al resentim iento, a la envidia de los dé­
habla descuidada. Tras la aparente confusión existe una biles respecto del fuerte, pero esta interpretación psico­
firm e convicción a cuya luz todas las distinciones serían, lógica yerra. Corresponde a la naturaleza de grupo y cons­
en el m ejor de los casos, de im portancia m enor: la con­ tituye su poder para hacer frente a la independencia, p ro ­
vicción de que la m ás crucial cuestión política es, y ha piedad de la potencia individual.
sido siem pre, la de ¿Quién m anda a Quién? Poder, poten­ La Fuerza, que utilizam os en el habla cotidiana com o
cia, fuerza, au toridad y violencia no serían m ás que pala­ sinónim o de violencia, especialm ente si la violencia sirve
bras p ara indicar los medios p o r los que el hom bre dom i­ como medio de coacción, debería quedar reservada en
na al hom bre; se em plean como sinónim os porque poseen su lenguaje term inológico, a las «fuerzas de la N atu ra­
la m ism a función. Sólo después de que se deja de reducir leza» o a la «fuerza de las circunstancias» (la forcé des
los asuntos públicos al tem a del dominio, aparecerán, chases), esto es, para indicar la energía liberada por m ovi­
o más bien, reaparecerán en su auténtica diversidad los m ientos físicos o sociales.
datos originales en el terreno de los asuntos hum anos. La Autoridad, palabra relativa al más esquivo de estos
Estos datos, en nuestro contexto, pueden ser enum e­ fenómenos y, por eso, como térm ino, el más frecuente­
rados de la siguiente m anera: m ente confu n d id o 66, puede ser atribuida a las personas
Poder corresponde a la capacidad hum ana, no sim ­ —existe algo como autoridad personal, por ejem plo, en
plem ente p ara actuar, sino p ara actu ar concertadam ente. la relación entre padre e hijo, entre profesor y alum no—
El poder nunca es propiedad de un individuo; pertenece o a las entidades como, por ejemplo, al Senado rom ano
a un grupo y sigue existiendo m ientras que el grupo se (auctoritas in senatu) o a las entidades jerárquicas de
m antenga unido. Cuando decimos de alguien que está la Iglesia (un sacerdote puede otorgar una absolución
«en el poder» nos referim os realm ente a que tiene un po­ válida aunque esté borracho). Su característica es el
der de cierto núm ero de personas p ara actu ar en su nom ­ indiscutible reconocim iento por aquellos a quienes se les
bre. En el m om ento en que el grupo, del que el poder pide obedecer; no precisa ni de la coacción ni de la per­
se ha originado (potestas in populo, sin un pueblo o un suasión. (Un padre puede perder su autoridad, bien por
grupo no hay poder), desaparece, «su poder» tam bién golpear a un hijo o bien por ponerse a discutir con él,
desaparece. En su acepción corriente, cuando hablam os es decir, bien por com portarse con él como un tira n o o
de un «hombre poderoso» o de una «poderosa personali­ bien por tratarle como a un igual.) Perm anecer investido
dad», em pleam os la palabra «poder» m etafóricam ente;
a la que nos referim os sin m etáfora es a «potencia». ® Existe algo como el Gobierno autoritario, pero ciertamente
nada tiene en común con la tiranía, la dictadura o el dominio
Potencia designa inequívocam ente a algo en una en­ totalitario. Para discutir los antecedentes históricos y el signi­
tidad singular, individual; es la propiedad inherente a ficado político del término, véanse mi trabajo «What is Autho-
un objeto o persona y pertenece a su carácter, que puede rity?», en Between Past and Future: Exercises in Political
Thought, Nueva York, 1968 y la primera parte del valioso estudio
dem ostrarse a sí mismo en relación con o tras cosas o con de K ahl H einz L übke, Auctoritas bei Augustin, Stuttgart, 1968,
otras personas, pero es esencialm ente independiente de con extensa bibliografía.

146 147
sobrevenido en Nueva York, m uestra lo que puede suce­
de la autoridad exige respeto p ara la persona o para la
der cuando se quiebra la auténtica autoridad en las rela­
entidad. El m ayor enemigo de la autoridad es, p o r eso, el
ciones sociales hasta el punto de que ya no puede operar
desprecio y el más seguro medio de m inarla es la r is a 67.
ni siquiera en su form a derivativa y puram ente funcio­
La Violencia, como ya he dicho, se distingue p o r su
nal. Una avería de escasa im portancia en el «Metro»
carácter instrum ental. Fenomenológicamente está próxi­
—las p uertas de un tren que dejaron de funcionar— de­
ma a la potencia, dado que los instrum entos de la vio­
term inó un grave bloqueo de una línea durante cuatro
lencia, como todas las demás herram ientas, son conce­
horas, que afectó a m ás de cincuenta mil pasajeros, por­
bidos y em pleados p ara m ultiplicar la potencia natural
que cuando las autoridades de la red pidieron a los ocu­
hasta que, en la últim a fase de su desarrollo, puedan
pantes del tren averiado que lo abandonasen, éstos sim­
sustituirla.
plem ente se n eg aro n )68. Además, nada, como veremos,
Quizá no sea superfluo añadir que estas distinciones,
resulta tan corriente como la com binación de violencia y
aunque en absoluto arbitrarias, difícilm ente correspon­
poder, y nada es menos frecuente como hallarlos en su
den a com partim entos estancos del m undo real, del que
form a p u ra y por eso extrema. De aquí no se deduce que
sin em bargo han sido extraídas. Así el poder institucio­
la autoridad, el poder y la violencia sean todos lo mismo.
nalizado en com unidades organizadas aparece a m enudo
Pero debe reconocerse que resulta especialm ente ten­
bajo la apariencia de autoridad, exigiendo un reconoci­
tad o r en una discusión sobre lo que es realm ente uno de
m iento instantáneo e indiscutible; ninguna sociedad po­
los tipos del poder, es decir, el poder del Gobierno, con­
dría funcionar sin él. (Un pequeño y aislado incidente,
cebir el poder en térm inos de m ando y obediencia e
igualar así al poder con la violencia. Como en las rela­
67 W olin y S chaar, en op. cit., tienen razón por completo: ciones exteriores y en las cuestiones internas aparece la
«Las normas son vulneradas porque las autoridades universita­ violencia como últim o recurso para m antener intacta
rias, los administradores y los claustros de profesores han per­
dido el respeto de muchos de los estudiantes.» Y concluyen: la estru ctu ra del poder frente a los retos individua­
«Cuando la autoridad abandona, entra el poder.» Esto también les —el enemigo extranjero, el delincuente nativo— pa­
es cierto pero, me temo, no completamente en el sentido en que rece como si la violencia fuese prerrequisito del poder
ellos pretenden que lo sea. Lo que primero penetró en Berkeley y el poder nada m ás que una fachada, el guante de ter­
fue el poder estudiantil, evidentemente el más fuerte en cada
campus, simplemente obra de la superioridad en número de los ciopelo que, o bien oculta una mano de hierro o resulta­
estudiantes. Para romper este poder, las autoridades recurrieron rá pertenecer a un tigre de papel. En un examen más
a la violencia y precisamente porque la universidad es esencial­ atento, sin em bargo, esta noción pierde gran parte de
mente una institución basada en la autoridad y por eso necesi­ su plausibilidad. P ara nuestro objetivo, el foso entre la
tada de respeto, es por lo que le resulta tan difícil tratar con
el poder en términos no violentos. La Universidad recurre hoy teoría y la realidad queda m ejor ilustrado por el fenó­
a la protección de la policía de la misma manera que solía hacer meno de la revolución.
la Iglesia católica antes de que la separación de la Iglesia y del Desde comienzos de siglo, los teóricos de la revolu­
Estado la obligara a basarse solamente en la autoridad. Quizá ción nos han dicho que las posibilidades de la revolución
no sea mera coincidencia el hecho de que las más graves han dism inuido significativam ente en proporción a la
crisis de la Iglesia como institución se hayan correspondido
con las más graves crisis en la Historia de la Universidad, la creciente capacidad destructiva de las arm as a dispo­
única institución secular todavía basada en la autoridad. Unas sición exclusiva de los G obiernos69. La H istoria de los
y otras crisis pueden ser atribuidas a la «creciente explosión del
átomo "obediencia” cuya estabilidad era supuestamente eterna», 68 Véase The New York Times, 4 de enero de 1969, pp. 1 y 29.
como Heinrich Boíl señaló a propósito de la crisis de las Iglesias. 89 Así Franz Borkenau, reflexionando sobre la derrota de
Véase «Es wird immer spater», en Antwort an Sacharow Zürich la revolución española, declara: «En este tremendo contraste
1969.

148 149
últim os setenta años, con su extraordinaria relación de respecto después de todos esos años de lucha inútil en
revoluciones victoriosas y fracasadas, nos cuenta algo Vietnam, donde durante m ucho tiem po, antes de obtener
muy diferente. ¿E staban locos quienes se alzaron contra una m asiva ayuda rusa, el Frente Nacional de Liberación
tan abrum adoras probabilidades? Y, al m argen de los luchó contra nosotros con arm as fabricadas en los Es­
ejem plos de éxitos totales. ¿Cómo pueden ser explicados tados Unidos.) Sólo después de que haya sucedido esto,
incluso los éxitos tem porales? La realidad es que el foso cuando la desintegración del Gobierno haya perm itido a
entre los medios de violencia poseídos por el Estado y los rebeldes arm arse ellos mismos, puede hablarse de un
los que el pueblo puede obtener, desde botellas de cer­ «alzamiento arm ado», que a m enudo no llega a producir­
veza a cócteles Molotov y pistolas— ha sido siem pre tan se o sobreviene cuando ya no es necesario. Donde las
enorme, que los progresos técnicos apenas significan una órdenes no son ya obedecidas, los medios de violencia
diferencia. Las instrucciones de los textos relativos a ya no tienen ninguna utilidad; y la cuestión de esta obe­
«cómo hacer una revolución», en una progresión paso a diencia no es decidida por la relación mando-obedien­
paso desde el disentim iento a la conspiración, desde la re­ cia sino por la opinión y, desde luego, por el núm ero
sistencia a la rebelión arm ada, se hallan unánim em ente de quienes la com parten. Todo depende del poder que
basados en la errónea noción de que las revoluciones son haya tras la violencia. El repentino y dram ático derrum ­
«realizadas». En un contexto de violencia contra violen­ bam iento del poder que anuncia las revoluciones revela
cia la superioridad del Gobierno ha sido siem pre abso­ en un relám pago cómo la obediencia civil —a las leyes,
luta pero esta superioridad existe sólo m ientras perm a­ los dirigentes y las instituciones— no es nada más que
nezca intacta la estru ctu ra de poder del Gobierno —es la m anifestación exterior de apoyo y asentim iento.
decir, m ientras que las órdenes sean obedecidas y el E jér­ Donde el poder se ha desintegrado, las revoluciones
cito o las fuerzas de policía estén dispuestos a em plear se tornan posibles, si bien no necesariam ente. Sabemos
sus arm as. Cuando ya no sucede así, la situación cam ­ de muchos ejem plos de regímenes profundam ente im po­
bia de form a abrupta. No sólo la rebelión no es sofocada, tentes a los que se les ha perm itido continuar existiendo
sino que las m ism as arm as cam bian de m anos —a veces, durante largos períodos de tiem po —bien porque no exis­
como acaeció durante la revolución húngara, en el espa­ tía nadie que pusiera a prueba su potencia y revelara su
cio de unas pocas horas— . (Deberíamos saber algo al debilidad, bien porque fueron lo suficientem ente afo rtu ­
nados como para no aventurarse en una guerra y sufrir
con las revoluciones anteriores queda reflejado un hecho. Antes la derrota. La desintegración a m enudo sólo se torna
de estos últimos años, la contrarrevolución habitualmente de­ m anifiesta en un enfrentam iento directo; e incluso en­
pendía del apoyo de las potencias reaccionarias que eran téc­ tonces, cuando el poder está ya en la calle, se necesita un
nica e intelectualmente inferiores a las fuerzas de la revolución. grupo de hom bres preparados p ara tal eventualidad que
Esto ha cambiado con el advenimiento del fascismo. Ahora cada
revolución sufrirá probablemente el ataque de la más moderna, recoja ese poder y asum a su responsabilidad. Hemos sido
más eficiente y más implacable maquinaria que exista. Esto recientem ente testigos del hecho de que haya bastado
significa que ya ha pasado la época de las revoluciones libres de una rebelión relativam ente pacífica y esencialm ente no
evolucionar según sus propias leyes.» Esto fue escrito hace más violenta de los estudiantes franceses para revelar la vul­
de treinta años (The Spanish Cockpit, Londres, 1937; Ann Arbor,
1963, pp. 288-289) y es ahora citado con aprobación por Chomsky nerabilidad de todo el sistem a político, que se desinte­
(op. cit., p. 310). Cree que la intervención americana y francesa gró rápidam ente ante las sorprendidas m iradas de los
en la guerra civil del Vietnam confirma el acierto de la predic­ jóvenes rebeldes. Sin saberlo lo habían puesto a prueba;
ción de Borkenau «reemplazando al "fascismo" por el "impe­ tratab an exclusivamente de reta r al osificado sistem a uni­
rialismo liberal"». Pienso que este ejemplo sirve más bien para
demostrar lo opuesto. versitario y se vino abajo el sistem a del poder guberna­

150 151
m ental ju n to con las burocracias de los grandes p a rti­ más tiene suficiente poder como para em plear la violen­
dos — une sorte de désintegration de toutes les hiérar- cia con éxito. Por eso, en las cuestiones internas, la vio­
chies 7071. Fue el típico caso de una situación revoluciona­ lencia funciona como el últim o recurso del poder contra
ria que no evolucionó h asta llegar a ser una revolución los delincuentes o rebeldes —es decir, contra los indi­
porque no había nadie, y menos que nadie los estudian­ viduos singulares que se niegan a ser superados p o r el
tes, que estuviera preparado p ara asum ir el poder y las consenso de la m ayoría. Y por lo que se refiere a la
responsabilidades que supone. Nadie, excepto, desde lue­ guerra, ya hem os visto en Vietnam cómo u na enorm e
go, De Gaulle. N ada fue más característico de la serie­ superioridad en los m edios de la violencia puede to r­
dad de la situación como su apelación al Ejército, su narse desvalida si se enfrenta con un oponente mal equi­
viaje para ver a M assu y a los generales en Alemania, pado pero bien organizado, que es m ucho m ás poderoso.
una m archa a Canossa (si es que ésta lo fue), a juzgar E sta lección, en realidad, puede aprenderse de la guerra
por lo que había sucedido unos años antes. Pero lo que de guerrillas, al menos tan antigua como la derrota en
buscaba y obtuvo fue apoyo, no obediencia y sus medios España de los hasta entonces invencibles ejércitos de
no fueron órdenes sino concesiones 72. Si las órdenes hu­ Napoleón.
bieran bastado, jam ás h ab ría tenido que salir de París. Pasemos por un m om ento al lenguaje conceptual: el
Nunca ha existido un Gobirno exclusivamente basado poder corresponde a la esencia de todos los Gobiernos,
en los medios de la violencia. Incluso el dirigente totali­ pero no así la violencia. La violencia es por naturaleza,
tario, cuyo principal instrum ento de dominio es la to r­ instrum ental; como todos los medios siem pre precisa de
tura, necesita un poder básico —la policía secreta y su una guía y una justificación hasta lograr el fin que persi­
red de inform adores— . Sólo el desarrollo de los soldados gue. Y lo que necesita justificación por algo, no puede ser
robots, que he m encionado anteriorm ente, elim inaría el la esencia de nada. El fin de la guerra —fin concebido
factor hum ano p o r com pleto y, perm itiendo que un hom ­ en su doble significado— es la paz o la victoria; pero
bre pudiera, con oprim ir un botón, d estru ir lo que él qui­ a la pregunta. ¿Y cuál es el fin de la paz?, no hay res­
siera, cam biaría esta influencia fundam ental del poder puesta. La paz es un absoluto, aunque en la H istoria que
sobre la violencia. Incluso el m ás despótico dominio que conocemos los períodos de guerra hayan sido siem pre
conocemos, el del amo sobre los esclavos, que siem pre más prolongados que los períodos de paz. El poder per­
le superarán en núm ero, no descansa en la superioridad tenece a la m ism a categoría; es, como dicen, «un fin
de los medios de coacción como tales, sino en una supe­ en sí mismo». (Esto, desde luego, no es negar que los
rior organización del poder, en la solidaridad organizada Gobiernos realicen políticas y em pleen su poder para
de los amos 73. Un solo hom bre sin el apoyo de otros ja ­ lograr objetivos prescritos. Pero la estru ctu ra del poder
en sí mism o precede y sobrevive a todos los objetos, de
70 R aymond Aron, La Révolution introuvable, 1968, p. 41.
71 S tephen S pender, op. cit., p. 56, disiente: «Lo que resultó
form a que el poder, lejos de constituir los medios para
tanto más aparente que la situación revolucionaria (fue) la no un fin, es realm ente la verdadera condición que perm ite
revolucionaria.» Puede ser «difícil pensar que se está iniciando a un grupo de personas pensar y actu ar en térm inos de
una revolución cuando... todo el mundo parece de tan buen categorías medios-fin.) Y como el Gobierno es esencial­
humor» pero esto es lo que sucede habitualmente al comienzo m ente poder organizado e institucionalizado, la pregun­
de las revoluciones —durante el gran éxtasis primitivo de fra­
ternidad. ta: ¿Cuál es el fin del Gobierno?, tam poco tiene mucho
72 Véase apéndice XII. sentido. La respuesta será, o bien la que cabría dar por
73 En la antigua Grecia, esa organización de poder era la polis,
cuyo mérito principal, según Jenofonte, era el de permitir a los clavos y criminales para que ningún ciudadano pudiera morir de
«ciudadanos actuar como protectores recíprocos contra los es- muerte violenta» (Gerón, IV, 3).

152 153
sentada —p erm itir a los hom bres vivir ju ntos— o bien te no violenta del pueblo checoslovaco es un ejem plo clá*
peligrosam ente utópica —prom over la felicidad, o rea­ sico de enfrentam iento de violencia y poder en sus están
lizar una sociedad sin clases o cualquier otro ideal no dos puros. En tal caso, el dom inio es difícil de alcanzar,
político, que si se exam inara seriam ente se advertiría que si bien no resulta im posible conseguirlo. La violencia,
sólo podía conducir a algún tipo de tiranía. es preciso recordarlo, no depende del núm ero o de la?
El poder no necesita justificación, siendo como es opiniones, sino de los instrum entos, y los instrum entos
inherente a la verdadera existencia de las comunidades de la violencia, como ya he dicho antes, al igual qu$
políticas; lo que necesita es legitimidad. El empleo de todas las herram ientas, aum entan y m ultiplican la po­
estas dos palabras como sinónim o no es menos desorien­ tencia hum ana. Los que se oponen a la violencia con el
tad o r y p ertu rb ad o r que la corriente ecuación de obe­ simple poder pronto descubrirán que se enfrentan no
diencia y apoyo. El poder surge allí donde las personas con hom bres sino con artefactos de los hom bres, cuya
se ju n tan y actúan concertadam ente, pero deriva su le­ inhum anidad y eficacia destructiva aum enta en propor­
gitim idad de la reunión inicial más que de cualquier ción a la distancia que separa a los oponentes. La vio­
acción que pueda seguir a ésta. La legitimidad, cuando lencia puede siem pre d estruir al poder; del cañón de
se ve desafiada, se basa en una apelación al pasado mien­ un arm a b ro tan las órdenes m ás eficaces que determ i­
tras que la justificación se refiere a un fin que se en­ nan la m ás instantánea y perfecta obediencia. Lo que
cuentra en el futuro. La violencia puede ser justificable nunca po drá b ro ta r de ahí es el poder.
pero nunca será legítima. Su justificación pierde plausi- En un choque frontal entre la violencia y el poder el
bilidad cuanto más se aleja en el futuro el fin propuesto. resultado es difícilm ente dudoso. Si la enorm em ente po­
Nadie discute el uso de la violencia en defensa propia derosa y eficaz estrategia de resistencia no violenta de
porque el peligro no sólo resulta claro sino que es actual Gandhi se hubiera enfrentado con un enemigo diferente
y el fin que justifica los medios es inm ediato. —la R usia de Stalin, la Alemania de H itler, incluso el
Poder y violencia, aunque son distintos fenómenos, Japón de la preguerra, en vez de enfrentarse con Ingla­
norm alm ente aparecen juntos. Siem pre que se combinan terra— , el desenlace no hubiera sido la descolonización
el poder es, ya sabemos, el factor prim ario y predom inan­ sino la m atanza y la sumisión. Sin em bargo, Inglaterra
te. La situación, sin em bargo, es enteram ente diferente en la India y Francia en Argelia tenían buenas razones
cuando tratam os con am bos en su estado puro —como, p ara ejercer la coacción. El dominio por la pura violen­
por ejemplo, sucede cuando se produce una invasión cia en tra en juego allí donde se está perdiendo el poder;
y ocupación extranjeras—. Hemos visto que la ecuación y precisam ente la dism inución de poder del Gobierno
de la violencia con el poder se basa en la concepción del ruso —interior y exteriorm ente— se tornó m anifiesta en
Gobierno como dominio de un hom bre sobre otros hom ­ su «solución» del problem a checoslovaco, de la mism a
bres por medio de la violencia. Si un conquistador ex­ m anera que la dism inución de poder del im perialism o
tranjero se enfrenta con un Gobierno im potente y con europeo se tornó m anifiesta en la alternativa entre des­
una nación no acostum brada al ejercicio del poder po­ colonización y matanza. Reem plazar al poder por la vio­
lítico, será fácil para él conseguir sem ejante dominio. lencia puede significar la victoria, pero el precio resulta
En todos los demás casos las dificultades serán muy muy elevado, porque no sólo lo pagan los vencidos;
grandes y el ocupante invasor tra ta rá inm ediatam ente de tam bién lo pagan los vencedores en térm inos de su pro­
establecer Gobiernos «Quisling», es decir, de hallar una pio poder. Esto es especialm ente cierto allí donde el ven­
base de poder nativo que apoye su dominio. El choque cedor d isfruta interiorm ente de las bendiciones del Go­
frontal entre los tanques rusos y la resistencia totalm en­ bierno constitucional. H enry Steele Commager tiene en- .

154 155
teram ente la razón al decir: «Si destruim os el orden m un­ Gobierno que llega a existir cuando la violencia, tras ha­
dial y destruim os la paz m undial debemos inevitablemen­ ber destruido todo poder, no abdica sino que, por el con­
te subvertir y destru ir prim ero nuestras propias institucio­ trario, sigue ejerciendo un com pleto control. Se ha adver­
nes políticas» 7*. El muy temido efecto de boom erang del tido a m enudo que la eficacia del te rro r depende casi
«gobierno de las razas sometidas» (Lord Cromer) sobre el enteram ente del grado de atom ización social. Todo tipo
gobierno doméstico durante la era im perialista signifi­ de oposición organizada ha de desaparecer antes de
caba que el dominio por la violencia en lejanas tierras que pueda desencadenarse con toda su fuerza el terror.
acabaría p o r afectar al gobierno de Inglaterra y que la E sta atom ización —una palabra vergonzosam ente pálida
últim a «raza sometida» sería la de los mismos ingleses. y académ ica p ara el h o rro r que supone— es m antenida
El reciente ataque con gas en el cam pus de Berkeley, don­ e intensificada m erced a la ubicuidad del inform ador,
de no sólo se empleó gas lacrimógeno, sino tam bién otro que puede ser literalm ente om nipresente porque ya no
gas «declarado ilegal p o r la Convención de Ginebra y es sim plem ente un agente profesional a sueldo de la po­
em pleado p o r el Ejército para dispersar guerrillas en licía, sino potencialm ente cualquier persona con la que
Vietnam», que fue lanzado m ientras los soldados de la uno establezca contacto. Cómo se establece un Estado
G uardia Nacional equipados con m áscaras antigás im­ policial com pletam ente desarrollado y cómo funciona —o
pedían que nadie «escapara de la zona gaseada», es un más bien cómo nada funciona allí donde existe ese ré­
excelente ejem plo de este fenómeno de «reacción». Se ha gimen—, puede conocerse a través de la lectura de El
dicho a m enudo que la im potencia engendra la violencia Primer Círculo de Aleksandr I. Solzhenitsyn, que queda­
y psicológicam ente esto es com pletam ente cierto, al menos rá como una de las obras m aestras de la literatu ra del si­
por lo que se refiere a las personas que posean una po­ glo xx y que contiene ciertam ente la m ejor docum enta­
tencia n atural, m oral o física. Políticam ente hablando ción sobre el régimen de Stalin 76. La diferencia decisiva
lo cierto es que la pérdida de poder se convierte en una entre la dom inación to talitaria basada en el te rro r y las
tentación p ara reem plazar al poder por la violencia —en tiranías y dictaduras, establecidas por la violencia, es
1968, durante la celebración de la Convención D emócrata que la prim era se vuelve no sólo contra sus enemigos,
en Chicago, pudim os contem plar este proceso por televi­ sino tam bién contra sus amigos y auxiliares, tem erosa
sión 745— y que la violencia en sí m ism a concluye en im­ de todo poder, incluso del poder de sus amigos. El clí­
potencia. Donde la violencia ya no es apoyada y sujetada max del te rro r se alcanza cuando el Estado policial co­
por el poder se verifica la bien conocida inversión en la mienza a devorar a sus propios hijos, cuando el ejecutor
estim ación de medios y fines. Los medios, los medios de de ayer se convierte en la víctim a de hoy. Y éste es tam ­
destrucción, ahora determ inan el fin, con la consecuen­ bién el m om ento en el que el poder desaparece por com­
cia de que el fin será la destrucción de todo poder. pleto. Existen ahora m uchas explicaciones plausibles de
En situación alguna es más evidente el factor autode- la desestalinización de Rusia: ninguna, creo, tan con­
rro tan te de la victoria de la violencia como en el empleo tundente como la de que los funcionarios stalinistas lle­
del te rro r p ara m antener una dom inación cuyos fan tásti­ garan a com prender que una continuación del Régimen
cos éxitos y eventuales fracasos conocemos, quizá m ejor conduciría, no a una insurrección, contra la que el terro r
que cualquier generación anterior a la nuestra. El terro r es desde luego la m ejor salvaguarda, sino a la parálisis
no es lo mismo que la violencia; es, m ás bien, la form a de de todo el país.
Para resum ir: políticam ente hablando, es insuficiente
74 «Can We Limit Presidential Power?», en The New Repu- decir que poder y violencia no son la misma cosa. El
blic, 6 de abril de 1968.
75 Véase apéndice XIII. 76 Véase apéndice XIV.

156 157
f e '
poder y la violencia son opuestos; donde uno domina DE g)
,‘SXICO <$7
absolutam ente falta el otro. La violencia aparece donde el
'% &
poder está en peligro pero, confiada a su propio im pulso
acaba p o r hacer desaparecer al poder. Esto im plica que FILOSOFIA
no es correcto pensar que lo opuesto de la violencia es y LETRAS
la no violencia; hablar de un poder no violento cons­
tituye en realidad una redundancia. La violencia puede
d estru ir al poder; es absolutam ente incapaz de crearlo.
La gran fe de Hegel y de Marx en su dialéctico «poder
de negación», en virtud del cual los opuestos no se
destruyen sino que se desarrollan m utuam ente porque III
las contradicciones prom ueven y no paralizan el des­
arrollo, se basa en un prejuicio filosófico mucho más
antiguo: el que señala que el m al no es m ás que un
m odus privativo del bien, que el bien puede proceder Debe parecer presuntuoso hablar en estos térm inos
sobre la naturaleza y las causas de la violencia, cuando
del mal; que, en suma, el mal no es más que una m ani­
ríos de dinero de las fundaciones van a p arar a diver­
festación tem poral de un bien todavía oculto. Tales opi­
sos proyectos de investigación social, cuando ya se ha
niones acreditadas por el tiempo se han tornado peligro­
sas. Son com partidas p o r muchos que nunca han oído publicado un diluvio de libros sobre la m ateria, cuando
hablar de Hegel o de Marx, por la simple razón de que científicos em inentes —biólogos, fisiólogos, estólogos y
zoólogos— han participado en un esfuerzo general por
inspiran esperanza y barren el tem or —una traicionera
esperanza em pleada p ara b a rre r un legítimo tem or—. resolver el «enigma» de la agresividad del com portam ien­
Y al decir esto no pretendo igualar a la violencia con el to hum ano y cuando, incluso, ha surgido una ciencia de
nuevo cuño, denom inada «polemología». Puedo aducir,
mal; sólo quiero recalcar que la violencia no puede de­
rivarse de su opuesto, que es el poder y que, p ara com­ sin em bargo, dos excusas.
prender cómo es, tendrem os que exam inar sus raíces y En prim er lugar, aunque me parece fascinante gran
naturaleza. parte del trabajo de los zoólogos, no consigo ver cómo
puede aplicarse a nuestro problem a. Para saber que la
gente luchará por su patria, no creo que necesitásemos
conocer los instintos del «territorialism o de grupo» de
las horm igas, los peces y los monos; y para conocer que
el hacinam iento origina irritación y agresividad, no creo
que necesitásem os experim entar con ratas. H abría bas­
tado con pasar un día en los barrios m iserables de cual­
quier gran ciudad. Me sorprende y a veces me encanta
ver que algunos animales se com portan como hombres;
no puedo discernir cómo esa conducta puede servir para
justificar o para condenar el com portam iento humano.
No consigo com prender por qué se nos exige «recono­
cer que el hom bre se conduce en gran m anera como las
especies territoriales de grupo», en vez de decirnos lo

158 159
inverso— es decir, que ciertas especies anim ales se com­ turaleza que desem peñan los instintos nutritivo y sexual
p o rtan en gran m anera como los hom bres ". (Según Adolf en el proceso de vida de los individuos y de las especies.
Portm ann, estos nuevos atisbos sobre el com portam iento Pero, a diferencia de estos instintos, que son activados
anim al no salvan el foso entre el hom bre y el animal; por aprem iantes necesidades corporales de una parte y
sólo dem uestran que «tam bién sucede en los animales por estim ulantes exteriores de otra, los instintos agresi­
m ucho m ás de lo que sabíam os que sucedía en nosotros vos parecen ser en el reino anim al independientes de se­
m ism os»)778. Por qué, tras haber «eliminado» todo an tro ­ m ejante provocación; p o r el contrario, la falta de provo­
pom orfism o del com portam iento anim al (cuestión muy cación lleva aparentem ente a una frustración del ins­
distinta es la de determ inar si lo hem os logrado), tene­ tinto, a una agresividad «reprim ida», que, según los psi­
m os que tra ta r de averiguar «cuán "terom orfo” es el cólogos, conduce a una acum ulación de «energía» cuya
h o m b re» ?79. ¿Acaso no resulta evidente que el antropo­ eventual explosión será m ucho m ás peligrosa. (Es como
m orfism o y el terom orfism o en las ciencias del com por­ si la sensación de ham bre en el hom bre aum entara con
tam iento constituyen las dos caras del mism o «error»? la dism inución del núm ero de personas h am b rien tas)80.
Además, ¿por qué tenem os que exigir del hom bre que En esta interpretación, la violencia sin provocación re­
tom e sus norm as de conducta de o tras especies animales sulta «natural»; si ha perdido su explicación, básicam en­
si le definimos como perteneciente al reino anim al? Me te su función de autoconservación, se torna «irracional»
temo que la respuesta sea muy simple: es m ás fácil ex­ y ésta es supuestam ente la razón por la que los hom bres
perim entar con animales, y no solam ente por razones pueden ser m ás «bestiales» que los otros animales. (Los
hum anitarias, como la de que no sea agradable m eter­ libros nos recuerdan constantem ente el generoso com­
nos en jaulas; lo malo de los hom bres es que pueden portam iento de los lobos que no m atan al enemigo de­
engañar. rrotado.)
En segundo lugar, los resultados de las investigacio­ Al m argen por com pleto de la desorientadora tran s­
nes tan to de las ciencias sociales como de las n atu ra­ posición de térm inos físicos tales como «energía» y «fuer­
les, tienden a considerar al com portam iento violento za» a terrenos biológicos y zoológicos, donde carecen de
como una reacción m ás «natural» de lo que estaríam os sentido puesto que no pueden ser m ed id o s81, me temo
dispuestos a adm itir sin tales resultados. Se dice que la que, tras los m ás recientes «descubrim ientos» nos acecha
agresividad, definida como im pulso instintivo, tiende a la antigua definición de la naturaleza del hom bre, la de­
realizar el mismo papel funcional en el m arco de la Na­ finición del hom bre como animal racional, según la cual

77 N ikolas T inbergen , «On War and Peace in Animáis and 80 Para contrarrestar el absurdo de esta conclusión se hace
Man», en Science, 160: 1411 (28 de junio de 1968). una distinción entre instintos endógenos y espontáneos como, por
78 Das Tier ais soziales Wesen, Zurich, 1953, pp. 237-238: Wer ejemplo, la agresión, e impulsos reactivos, como el hambre. Pero
sich in die Tatsachen vertieft... der wird feststellen, dass die una distinción entre espontaneidad y reactividad carece de sen­
neuen Einblicke in die Differenziertheit tierischen Treibens uns tido en una discusión sobre los impulsos innatos. En el mundo
zwingen, mit állzu einfachen Vorstellungen von hoheren Tieren de la Naturaleza no existe espontaneidad, propiamente hablando,
ganz entschieden aufzuráumen. Damit wird aber nicht etwa —wie y los instintos o impulsos solamente manifiestan la forma muy
zuweilen leichthin gefolgert wird— das Tierische dem Mensch- compleja por la que todos los organismos vivos, incluyendo al
lichen immer mehr genahert. Es zeigt sich lediblich, dass viel hombre, se hallan adaptados a sus procesos.
mehr von dem, was wir von uns selbst kennen, auch beim Tier 81 El carácter hipotético de On Agression de K onrad Lorenz
vorkommt. (Nueva York, 1966) queda aclarado por la interesante colección
79 Véase Zur Verhaltensphysiologie bei Tieren und Menschen, de ensayos sobre la agresión y la adaptación editados por Ale-
de E rich von H olst, Gesammelte Abhandlungen. Vol. I, Munich, xander Mitscherlich bajo el título Bis hierher und nicht weiter.
1969, p. 239. Ist die menschliche Aggression unbefriedbar?, Munich, 1968. .

160 161
sólo diferim os de las otras especies anim ales en el atri­ a escuchar a los científicos o si ignora sus últim os descu­
buto adicional de la razón. La ciencia m oderna, p artien­ brim ientos. Razonaré a continuación, en contra de estas
do a la ligera de esta antigua presunción, ha llegado tan teorías y de sus im plicaciones, que la violencia ni es
lejos como p a ra «probar» que el hom bre com parte con bestial ni es irracional, tan to si consideram os estos tér­
algunas especies del reino anim al todas las propiedades, minos en las acepciones corrientes que les prestan los
a excepción del don adicional de la «razón» que hace hum anistas, como si atendem os a los significados que le
del hom bre u n a bestia m ás peligrosa. El uso de la razón dan las teorías científicas.
nos to rn a peligrosam ente «irracionales», porque esta ra­ Es un lugar com ún el señalar que la violencia b ro ta
zón es propiedad de un «ser originariam ente instintivo» 82. a m enudo de la rabia y la rabia puede ser, desde luego,
Los científicos saben, desde luego, que el hom bre es un irracional y patológica, pero de la m ism a m anera que
fabricante de herram ientas que ha inventado esas arm as puede serlo cualquier otro afecto hum ano. Es sin duda
de largo radio de acción que le liberan de los lím ites posible crear condiciones bajo las cuales los hom bres
«naturales» que hallam os en el reino anim al, y que la sean deshum anizados —tales como los cam pos de con­
fabricación de herram ientas es una actividad m ental muy centración, la to rtu ra y el ham bre— pero esto no significa
co m p leja83. Por eso, la ciencia está llam ada a curarnos que esos hom bres se to m en anim ales; y bajo tales con­
de los efectos m arginales de la razón m anipulando y con­ diciones, el m ás claro signo de deshum anización no es
trolando nuestros instintos, habitualm ente m ediante el la rabia ni la violencia sino la evidente ausencia de am ­
hallazgo de vías pacíficas de escape, después de haber bas. La rabia no es en absoluto una reacción autom á­
desaparecido su «función de prom over la vida». Una vez tica ante la m iseria y el sufrim iento como tales; nadie
más, la n orm a de conducta se hace derivar de las de otras reacciona con rabia ante una enferm edad incurable, ante
especies anim ales en las que la función de los instintos un terrem oto o, por lo que nos concierne, ante condicio­
vitales no ha quedado destruida p o r la intervención de nes sociales que parecen incam biables. La rabia sólo b ro ­
la razón hum ana. Y la distinción específica entre el hom ­ ta allí donde existen razones p ara sospechar que podrían
bre y la bestia no es ya ahora, estrictam ente hablando, m odificarse esas condiciones y no se modifican. Sólo
la razón (la lum en naturale del anim al hum ano) sino la reaccionam os con rabia cuando es ofendido nuestro sen­
ciencia, el conocim iento de esas norm as y de las técnicas tido de la justicia y esta reacción no refleja necesaria­
para aplicarlas. Conforme a este p u nto de vista, el hom ­ m ente en absoluto una ofensa personal, tal como se ad­
bre actúa irracionalm ente y como una bestia si se niega vierte en toda la historia de las revoluciones, a las que
invariablem ente se vieron arrastrad o s m iem bros de las
82 V on H olst, op. cit., p. 283: Nicht, weil wir Verstandeswesen, clases altas que encabezaron las rebeliones de los veja­
sondern weil wir ausserdem ganz urtümliche Triebwesen sind, dos y oprim idos. R ecurrir a la violencia cuando uno se
ist unser Dasein im Zeitalter der Technik gefahrdet.
83 Las armas de largo radio de acción, que para los polemó- enfrenta con hechos o condiciones vergonzosos, resulta
logos han liberado los instintos agresivos del hombre hasta el enorm em ente tentador por la inm ediación y celeridad in­
punto de que ya no funcionen los controles de salvaguardia de herentes a aquélla. Actuar con una velocidad deliberada
la especie (véase T inbergen , op. cit.) son consideradas por Otto es algo que va contra la índole de la rabia y la violencia,
Klineberg («Fears of a Psychologist», en C alder, op. cit., p. 208)
más bien como una indicación de «que la agresividad personal pero esto no significa que éstas sean irracionales. Por el
(no) desempeñó un importante papel como motivo de una gue­ contrario, en la vida privada, al igual que en la pública,
rra». Los soldados, resulta tentador proseguir el argumento, no hay situaciones en las que el único remedio apropiado
son homicidas y los homicidas —es decir, los dotados de «agre­
sividad personal»— ni siquiera son probablemente buenos sol­ puede ser la auténtica celeridad de un acto violento. El
dados. quid no es que esto nos perm ita descargar nuestra ten­

162 163
sión emocional, fin que se puede lograr igualm ente gol­ Sabemos, p o r ejemplo, que se ha tornado muy de m oda
peando sobre una mesa o dando un portazo. El quid los liberales blancos reaccionar ante las quejas de los
está en que, bajo ciertas circunstancias, la violencia —ac­ negros con el grito, «Todos somos culpables» y que el
tuando sin argum entación ni palabras y sin consideración «Black Power» se ha aprovechado con gusto de esta «con­
a las consecuencias— es el único medio de restablecer fesión» p ara instigar una irracional «rabia negra». Donde
el equilibrio de la balanza de la justicia. (El ejem plo todos son culpables, nadie lo es; las confesiones de una
clásico es el de Billy Budd, m atando al hom bre que pres­ culpa colectiva son la m ejor salvaguardia contra el descu­
tó un falso testim onio contra él.) En este sentido, la brim iento de los culpables, y la m agnitud del delito es
rabia y la violencia, que a veces —no siem pre— la acom ­ la m ejor excusa p ara no hacer nada. En este caso p ar­
paña, figuran entre las emociones hum anas «naturales», ticu lar constituye adem ás una peligrosa y ofuscadora
y cu rar de ellas al hom bre no sería m ás que deshum a­ escalada del racism o hacia zonas superiores y m enos tan ­
nizarle o castrarle. Es innegable que actos sem ejantes gibles. La verdadera grieta entre negros y blancos no se
en los que los hom bres tom an la ley en sus propias m a­ cierra traduciéndola en conflicto aún menos reconcilia­
nos en favor de la justicia, se hallan en conflicto con las ble entre la inocencia colectiva y la culpa colectiva. El
constituciones de las com unidades civilizadas; pero su «todos los blancos son culpables» no es sólo un peligroso
carácter antipolítico, tan m anifiesto en el gran relato de disparate sino que constituye tam bién un racism o a la
Melville, no significa que sean inhum anos o «simple­ inversa y sirve muy eficazmente para d ar a las auténticas
mente» emocionales. quejas y a las emociones racionales de la población ne­
La ausencia de emociones ni causa ni prom ueve la gra una salida hacia la irracionalidad, un escape de la
racionalidad. «El distanciam iento y la ecuanim idad» fren­ realidad.
te a una «insoportable tragedia» pueden ser «aterrado­ Además, si inquirim os históricam ente las causas de
re s » 84*, especialm ente cuando no son el resultado de un probable transform ación de los engagés en enragés, no
control sino que constituyen una evidente m anifestación es la injusticia la que figura a la cabeza de ellas sino la
de incom prensión. Para responder razonablem ente uno hipocresía. Es dem asiado bien conocido p ara estudiarlo
debe, antes que nada, sentirse «afectado», y lo opuesto aquí, el breve papel de ésa en las fases posteriores de la
de lo em ocional no es lo «racional», cualquiera que sea Revolución Francesa, cuando la guerra que Robespierre
lo que signifique, sino, o bien la incapacidad p ara sen­ declaró a la hipocresía transform ó el «despotism o de la
tirse afectado, habitualm ente un fenómeno patológico, libertad» en el Reinado del T error; pero es im portante
o el sentim entalism o, que es una perversión del senti­ recordar que esta guerra había sido declarada mucho an­
miento. La rabia y la violencia se to m an irracionales tes p o r los m oralistas franceses que vieron en la hipocre­
sólo cuando se revuelven contra sustitutos, y esto, me sía el vicio de todos los vicios y hallaron que era el su
temo, es precisam ente lo que recom iendan los psiquia­ prem o dom inador de la «buena sociedad», poco después
tras y los polemólogos consagrados a la agresividad hu­ denom inada «sociedad burguesa». No han sido muchos
m ana y lo que corresponde ¡ay!, a ciertas tendencias y a los autores de categoría que hayan glorificado a la vio­
ciertas actitudes irreflexivas de la sociedad en general. lencia p o r la violencia; pero esos pocos —Sorel, Pareto,
Fanón— se encontraban im pulsados por un odio m ucho
84 Estoy parafraseando una frase de N oam Chomsky (op. cit., m ás profundo hacia la sociedad burguesa y llegaron a
p. 371) que resulta muy acertada en la exposición de la «fachada una ru p tu ra m ás radical con sus norm as m orales que la
de realismo y seudociencia» y de la «vacuidad» intelectual que Izquierda convencional, principalm ente inspirada por la
existía tras todo esto, especialmente en lo concerniente a las
discusiones sobre la guerra del Vietnam. com pasión y por un ardiente deseo de justicia. A rrancar

164 165
la m áscara de la hipocresía del ro stro del enemigo, para trallad o ra puede reducir a centenares de personas— éste,
desenm ascararle a él y a las tortuosas m aquinaciones en la violencia colectiva, destaca como su característica
y m anipulaciones que le perm iten dom inar sin em plear más peligrosam ente atractiva y no en absoluto porque
medios violentos, es decir, provocar la acción, incluso a ese núm ero aporte seguridad. Resulta perfectam ente cier­
riesgo del aniquilam iento, p ara que pueda surgir la ver­ to que en la acción m ilitar, como en la revolucionaria,
dad, siguen siendo las m ás fuertes m otivaciones de la «el individualism o es el prim er [valor] que desapare­
violencia actual en las Universidades y en las calles 85. Y ce» 87; en su lugar hallam os un género de coherencia de
esta violencia, hay que decirlo de nuevo, no es irracional. grupo, nexo m ás intensam ente sentido y que dem uestra
Como los hom bres viven en un m undo de apariencias y, ser m ucho más fuerte, aunque m enos duradero, que todas
al tra ta r con éstas, dependen de lo que se m anifiesta, las las variedades de la am istad, civil o p a rtic u la r8889. En rea­
declaraciones hipócritas —a diferencia de las astutas, lidad, en todas las em presas ilegales, delictivas o polí­
cuya naturaleza se descubre al cabo de cierto tiem po— ticas, el grupo, por su propia seguridad, exigirá «que
no pueden ser co n trarrestad as p o r el llam ado com porta­ cada individuo realice una acción irrevocable» con la que
m iento razonable. Sólo se puede confiar en las palabras rom pa su unión con la sociedad respetable, antes de ser
si uno está seguro de que su función es revelar y no ocul­ adm itido en la com unidad de violencia. Pero una vez
tar. Lo que provoca la rabia es la apariencia de racio­ que un hom bre sea adm itido, caerá bajo el intoxicante
nalidad más que los intereses que existen tras esa apa­ hechizo de «la práctica de la violencia [que] une a los
riencia. Usar de la razón cuando la razón es em pleada hom bres en un todo, dado que cada individuo constituye
como tram pa no es «racional»; de la m ism a m anera no un eslabón de violencia en la gran cadena, una parte del
es «irracional» utilizar un arm a en defensa propia. Esta gran organism o de la violencia que ha brotado» w.
violenta reacción contra la hipocresía, justificable en Las palabras de Fanón apuntan al bien conocido fe­
sus propios térm inos, pierde su raison cL’étre cuando tra ­ nómeno de la herm andad en el cam po de batalla donde
ta de desarrollar una estrategia propia con objetivos es­ diariam ente tienen lugar las acciones m ás nobles y al­
pecíficos; se to rn a «irracional» en el m om ento en que truistas. De todos los niveladores, la m uerte parece ser
se «racionaliza», es decir, en el m om ento en que la re­ el m ás potente, al menos en las escasas y extraordinarias
acción durante una pugna se torna acción y cuando co­ situaciones en las que se le perm ite desem peñar un papel
mienza la búsqueda de sospechosos acom pañada de la político. La m uerte, tanto en lo que se refiere al m orir
búsqueda psicológica de motivos u lte rio re s 86. en este m om ento determ inado como al conocimiento de
la propia m ortalidad de uno, es quizá la experiencia más
antipolítica que pueda existir. Significa que desaparece­
Aunque, como ya señalé antes, la eficacia de la vio­ rem os del m undo de las apariencias y que dejarem os la
lencia no depende del núm ero —un hom bre con una ame- com pañía de nuestros sem ejantes, que son las condicio­
nes de to d a política. Por lo que a la experiencia hum ana
85 Si se leen las publicaciones de la SDS se advierte que
frecuentemente recomendaban las provocaciones a la policía como concierne, la m uerte indica un aislam iento y una im ­
estrategia para «desenmascarar» la violencia de las autoridades. potencia extrem ados. Pero, en enfrentam iento colectivo
S pender (op. cit., p. 92) comenta que este género de violencia
«conduce a una ambigüedad en la que el provocador desempeña 87 F anón, op. cit., p. 47.
simultáneamente el papel de asaltante y de víctima». La guerra 88 J. G lenn G ray, The Warriors (Nueva York, 1959; ahora dis­
contra la hipocresía alberga cierto número de grandes peligros, ponible edición de bolsillo) resulta más penetrante e instructivo
algunos de los cuales he examinado brevemente en On Revolution, en este punto. Debería ser leído por todo el que esté interesado
Nueva York, 1963, pp. 91-101. en la práctica de la violencia.
86 Véase apéndice XV. 89 F anón, op. cit., pp. 85 y 93, respectivamente.

166 167
y en acción, la m uerte troca su talante; nada parece m ás de la H istoria, que fueron desde luego organizadas sobre
capaz de intensificar n u estra vitalidad como su proxi­ este principio y por eso denom inadas a m enudo «her­
midad. De alguna form a somos habitualm ente conscientes m andades» pueden difícilm ente ser considerados como
principalm ente de que n u estra p ropia m uerte es acom ­ organizaciones políticas. Pero es cierto que los fuertes
pañada por la inm ortalidad potencial del grupo al que sentim ientos fraternales que engendra la violencia colec­
pertenecem os y, en su análisis final, de la especie y esa tiva han seducido a m uchas buenas gentes con la espe­
com prensión se to rn a el centro de n u estra experiencia. ranza de que de allí surgiría una nueva com unidad y un
Es como si la m ism a vida, la vida inm ortal de la especie, «hom bre nuevo». La esperanza es ilusoria por la sencilla
nutrida p o r el sem piterno m o rir de sus m iem bros indi­ razón de que no existe relación hum ana m ás transitoria
viduales, «brotara», se realizara en la práctica de la que este tipo de herm andad, sólo actualizado por las
violencia. condiciones de un peligro inm ediato para la vida de cada
Sería erróneo, pienso, hablar de m eros sentim ientos. miembro.
Al fin y al cabo una experiencia adecuada halla aquí una Pero éste es sólo un aspecto de la cuestión. Fanón
de las propiedades m ás sobresalientes de la condición rem ata su elogio de la violencia señalando que en este
hum ana. En nuestro contexto, sin em bargo, lo interesante tipo de lucha el pueblo com prende «que la vida es una
es que estas experiencias, cuya fuerza elem ental existe pugna inacabable», que la violencia es un elem ento de
m ás allá de toda duda, nunca hayan encontrado una ex­ la vida. ¿No parece esto plausible? ¿Acaso los hom bres
presión institucional y política, y que la m uerte como no han equiparado siem pre a la m uerte con el «descan­
niveladora difícilm ente desempeñe papel alguno en la so eterno», y no se deduce de ahí que m ientras tengamos
filosofía política, aunque la m ortalidad hum ana —el he­ vida tendrem os pugna e intranquilidad? ¿Acaso no es
cho de que los hom bres son «mortales», como los grie­ ese descanso una clara m anifestación de ausencia de vida
gos solían decir— haya sido reconocida como el más y de vejez? ¿No es la acción violenta una prerrogativa
fuerte motivo de acción política en el pensam iento polí­ de los jóvenes, de quienes presum iblem ente se hallan
tico prefilosófico. Fue la certidum bre de la m uerte la com pletam ente vivos? ¿No son, por eso, lo mism o el elo­
que im pulsó a los hom bres a buscar fam a inm ortal en gio de la vida que el elogio de la violencia? Sorel, en cual
hechos y palabras y la que les im pulsó a establecer un quier caso, pensaba así hace sesenta años. Antes que
cuerpo político que era potencialm ente inm ortal. P or eso Spender, predijo él la «Decadencia de Occidente», tras
la política fue precisam ente un medio p o r el que escapar haber observado claros signos de abatim iento en la lu
de la igualdad ante la m uerte y lograr una distinción que cha de clases en Europa. La burguesía —aseguraba— ha
aseguraba un cierto tipo de inm ortalidad. (H obbes es bía perdido la «energía» para desem peñar un papel en
el único filósofo político en cuya ob ra la m uerte desem­ la lucha de clases; E uropa sólo podría salvarse si se po­
peña un papel crucial, en la form a del tem or a u n a m uerte día convencer al proletariado para que utilizara la vio­
violenta. Pero p ara Hobbes lo decisivo no es la igualdad lencia, reafirm ando las distinciones de clase y despertan­
ante la m uerte sino la igualdad del tem or, resu ltan te de do el instinto de lucha de la b u rg u esía9D.
una igual capacidad p ara m atar, poseída p o r cualquiera He aquí, pues, cómo mucho antes de que Konrad
y que persuade a los hom bres en estado de naturaleza Lorenz descubriera la función prom ovedora de vida que
para ligarse entre sí y constituir u n a com unidad.) En la agresión desem peña en el reino animal, era elogiada la
cualquier caso, y por lo que yo sé, no se ha fundado nin­ violencia como m anifestación de la fuerza de la vida y, es-*
gún cuerpo político sobre la igualdad ante la m uerte y
so S orel, op. cit., capítulo 2, «On Violence and the Decadence
su actualización en la violencia; las escuadras suicidas of the Middle Classes».

168 169
pecíficamente, de su creatividad. Sorel, inspirado por el ción francesa, Vilfredo Pareto. Fanón, que poseía con
élan vital de Bergson, apuntaba a una filosofía de la la práctica de la violencia una intim idad infinitam ente
creatividad concebida para «productores» y dirigida polé­ m ás grande que la de uno u otro, fue influido considera­
m icam ente contra la sociedad de consumo y sus intelec­ blem ente por Sorel y empleó sus categorías, aunque su
tuales; am bos grupos eran, en su opinión, parásitos. La propia experiencia las contradecía claram en te96. La ex­
imagen del burgués —pacífico, com placiente, hipócrita, periencia decisiva que convenció a Sorel como a Pareto
inclinado al placer, sin voluntad de poder, tardío p ro ­ p ara subrayar la im portancia del factor de la violencia
ducto del capitalism o más que representante de éste— y en las revoluciones fue el «affaire» Dreyfus en Francia,
la imagen del intelectual, cuyas teorías son «construccio­ cuando, en palabras de Pareto, se sintieron «sorprendi­
nes», en vez de «expresiones de la v o lu n tad » 91 resultan dos al ver que em pleaban [los partidarios de Dreyfus]
esperanzadoram ente contrarrestadas en su obra p o r la contra sus oponentes los mism os villanos m étodos que
imagen del trabajador. Sorel ve al trab a jad o r como el ellos habían denunciado»97. En esta coyuntura descubrie­
«productor», que creará las nuevas «cualidades m orales ron lo que hoy denom inam os el Establishm ent y que
que son necesarias para m ejorar la producción», destru ir antes se llam aba el Sistem a y fue ese descubrim iento el
«los Parlam entos [que] están atestados como juntas de que les im pulsó al elogio de la acción violenta y el que a
accionistas» 92934y que oponen a «la imagen del Progreso... Pareto, por su parte, le hizo desesperar de la clase tra ­
la imagen de la catástrofe total» cuando un «género de bajadora. (Pareto com prendió que la rápida integración
irresistible ola anegará a la antigua civilización» ". Los de los trabajadores en el cuerpo social y político de la
nuevos valores no resultan ser muy nuevos. Son un sen­ nación equivalía realm ente a «una alianza entre la bur-
tido del honor, un deseo de fam a y gloria, el espíritu de
lucha sin odio y «sin el espíritu de venganza» y la indi­ 96 Esto ha sido recientemente subrayado por Barbara De-
ferencia ante las ventajas m ateriales. Son, desde luego, ming en su alegato en favor de la acción no violenta, «On Revo-
las virtudes que se hallan evidentem ente ausentes de la lution and Equilibrium», en Revolution: Violent and Nonviolent,
reproducido de Liberation, febrero de 1968. Afirma sobre Fanón
sociedad b u rg u esa9*. «La guerra social, recurriendo al en la p. 3: «Estoy convencida de que puede ser también citado
honor que se desarrolla tan naturalm ente en todos los en favor de la no violencia... Cada vez que encuentre en sus
E jércitos organizados, puede elim inar esos malos sen­ páginas la palabra "violencia”, sustituyala por la expresión "ac­
tim ientos contra los que resultaría ineficaz la m orali­ ción radical e intransigente”. Aseguro que, a excepción de unos
pocos pasajes es posible realizar esta sustitución y que la acción
dad. Si ésta fuera la única razón... sólo esta razón me que reclama podría ser también la acción no violenta.» Aun más
parecería decisiva en favor de los apologistas de la vio­ importante para mis fines: la señorita Deming también trata
lencia» 95. de distinguir claramente entre poder y violencia y reconoce que
Mucho puede aprenderse de Sorel acerca de los mo­ el «quebrantamiento no violento» significa «ejercer fuerza... Se
tivos que im pulsan a los hom bres a glorificar la violen­ deduce incluso que puede ser denominado solamente fuerza físi­
ca» (p. 6 ). Sin embargo, curiosamente, menosprecia el efecto de
cia en abstracto. Incluso más puede aprenderse de su esta fuerza de quebrantamiento, que se detiene sólo ante la
inteligente contem poráneo italiano, tam bién de form a­ agresión física, cuando afirma, «son respetados los derechos
humanos del adversario» (p. 7). Sólo se respeta realmente el
derecho a la vida del adversario pero ninguno de sus otros dere­
91 Ibídem, «Introduction, Letter to Daniel Halévy», iv. chos humanos. Cabe decir lo mismo respecto de los que abogan
92 Ibídem, capítulo 7, «The Ethics of the Producers», I. por la «violencia contra las cosas» frente a la «violencia contra
93 Ibídem, capítulo 4, «The Proletarian Strike», II. las personas».
94 Ibídem, véase especialmente capítulo 5, III y capítulo 3, 97 Cita tomada del instructivo ensayo de S. E. F iner «Pareto
«Prejudices against Violence», III. and Pluto-Democracy: The Retreat to Galápagos», en The Ame­
95 Ibídem, Apéndice 2, «Apology for Violence». rican Political Science Review, junio de 1968.

170 171
guesía y los trabajadores», al «aburguesam iento» de sistem a de clases; por eso carecen de im pulso para o r­
los trabajadores, lo que entonces, según él, daba paso ganizarse a sí mism os y de experiencia en todas las cues­
a un nuevo sistem a, que denominó «pluto-democracia», tiones relativas al poder. Además, estando m ucho más
form a m ixta de Gobierno, ya que la plutocracia corres­ vinculados a las tradiciones culturales, una de las cuales
ponde al régim en burgués y la dem ocracia al régimen es la tradición revolucionaria, se aferran con m ás tena­
de los trabajadores.) La razón p o r la que Sorel m an­ cidad a las categorías del pasado, lo que les im pide com­
tuvo su fe m arxista en la clase trab ajad o ra, fue la de que p ren d er el presente y su propio papel en éste. Es a me­
los trabajadores eran los «productores», el único ele­ nudo em ocionante contem plar con qué nostálgicos sen­
m ento creativo de la sociedad, aquellos que, según Marx, tim ientos los m ás rebeldes entre nuestros estudiantes es­
estaban llam ados a liberar las fuerzas productivas de Ja peran que su rja el «verdadero» ím petu revolucionario
H um anidad; lo malo era que tan p ronto como los trab a­ de aquellos grupos de la sociedad que les denuncian
jadores habían alcanzado un nivel satisfactorio en sus tanto m ás vehem entem ente cuanto m ás tienen que per­
condiciones de trab ajo y de vida, se negaban tozuda­ der con algo que podría alterar el suave funcionam iento
m ente a seguir siendo proletarios y a desem peñar su de la sociedad de consumo. P ara lo m ejor y para lo peor
papel revolucionario. —y yo creo que existen razones tanto para tener miedo
Décadas después de que m urieran Sorel y Pareto se como p ara tener esperanza— la realm ente nueva y po­
tornó com pletam ente m anifiesto algo más, incom parable­ tencialm ente revolucionaria clase de la sociedad estará
m ente más desastroso p ara esta concepción. El enorm e integrada por intelectuales, y su poder potencial, toda­
crecim iento de la productividad en el m undo m oderno vía no com prendido, es muy grande, quizá dem asiado
no fue en absoluto debido a un aum ento de la produc­ grande p ara el bien de la H um anidad". Pero todo esto
tividad de los trabajadores, sino exclusivamente al des­ son especulaciones.
arrollo de la tecnología, y esto no dependió ni de la Sea lo que fuere, en este contexto nos interesa prin­
clase trab ajad o ra ni de la burguesía, sino de los cientí­ cipalm ente la extraña resurrección de las filosofías vita-
ficos. Los «intelectuales», tan despreciados p o r Sorel y listas de Bergson y Nietzsche en su versión soreliana.
Pareto, dejaron repentinam ente de ser un grupo social Todos sabem os hasta qué punto esta antigua com bina­
m arginal y surgieron como una nueva élite cuyo tra ­ ción de violencia, vida y creatividad figura en el rebelde
bajo, tras haber modificado en unas pocas décadas las estado m ental de la actual generación. No hay duda de
condiciones de la vida hum ana, casi hasta hacerlas irre­ que el énfasis prestado al puro hecho de vivir, y por
conocibles, ha seguido siendo esencial para el funciona­ eso a hacer el am or como m anifestación más gloriosa de
m iento de la sociedad. Existen m uchas razones p o r las la vida, es una respuesta a la posibilidad real de construc­
que este nuevo grupo no se ha constituido, al m enos to ­ ción de una m áquina del Juicio Final que destruya toda
davía, como una élite del poder; pero hay tam bién m u­ vida en la Tierra. Pero no son nuevas las categorías en
chas razones p ara creer, con Daniel Bell, que «no sólo las que se incluyen a sí mismos los nuevos glorificadores
los m ejores talentos sino, eventualm ente, todo el com­ de la vida. Ver la productividad de la sociedad en la
plejo de prestigio social y de status social, acabará por imagen de la «creatividad» de la vida es por lo menos
enraizarse en las com unidades intelectual y científica» 8S. tan viejo como Marx, creer en la violencia como fuerza
Sus m iem bros se hallan más dispersos y están menos prom otora de la vida es por lo menos tan viejo como
ligados p o r claros intereses que los grupos del antiguo Nietzsche y juzgar a la creatividad como el más elevado
bien del hom bre es por lo menos tan viejo como Bergson.9
98 «Notes on the Post-Industrial Society», The Public Inte-
rest, núm. 6, 1967. 99 Véase apéndice XVI.

172 173
Y esta justificación biológica de la violencia, aparen­ pueden finalm ente prom over la violencia. De esta form a,
tem ente tan nueva, está adem ás íntim am ente ligada con el debate entre quienes proponen medios violentos para
los elementos m ás perniciosos de nuestras más antiguas restau ra r «la ley y el orden» y quienes proponen reform as
tradiciones de pensam iento político. Según el concepto no violentas comienza a parecerse alarm antem ente a una
tradicional de poder, igualado como vimos a la violencia, discusión entre dos médicos que debaten las ventajas
el poder es expansionista por naturaleza. Tiene «un im pul­ de una operación quirúrgica frente al tratam iento del
so interno de crecimiento», es creativo porque «le es pro­ paciente p o r otros medios. Se supone que cuanto m ás en­
pio el instinto de crecer» uo. De la m ism a m anera que en el ferm o esté el paciente, m ás probable será que la últim a
reino de la vida orgánica todo crece o decae, se supone que p alabra corresponda al cirujano. Además, m ientras ha­
en el reino de los asuntos hum anos, el poder puede susten­ blam os en térm inos no políticos, sino biológicos, los glo-
tarse a sí mismo sólo a través de la expansión; de o tra m a­ rificadores de la violencia pueden recu rrir al innegable
nera, se reduce y muere. «Lo que deja de crecer comienza hecho de que en el dominio de la N aturaleza la destruc­
a pudrirse», afirm a un antiguo adagio ruso de la época ción y la creación son sólo dos aspectos del proceso na­
de Catalina la Grande. Los reyes, se nos ha dicho, fue­ tural de form a tal que la acción violenta colectiva puede
ron m uertos «no p o r obra de su tiran ía ni por su debi­ aparecer tan natural en calidad de prerrequisito de la
lidad.» El pueblo erige patíbulos, no como castigo m oral vida colectiva de la H um anidad como lo es la lucha por
al despotism o sino como castigo biológico a la debili­ la supervivencia y la m uerte violenta en la continuidad
dad. (El subrayado es de la autora.) Las revoluciones, por de la vida dentro del reino animal.
eso, estaban dirigidas contra los poderes establecidos El peligro de dejarse llevar por la engañosa plausibi-
«sólo desde un punto de vista exterior». Su verdadero lidad de las m etáforas orgánicas es particularm ente gran­
«efecto era d ar al Poder un nuevo vigor y un nuevo equi­ de allí donde se tra ta del tem a racial. El racism o, blan­
librio y derrib ar los obstáculos que habían obstruido co o negro, está p o r definición preñado de violencia p o r­
durante largo tiem po su d esarro llo » IM. Cuando Fanón que se opone a hechos orgánicos naturales —una piel
habla de la «locura creativa» presente en la acción vio­ blanca o una piel negra— que ninguna persuasión ni
lenta, sigue pensando en esta tradición *1002. poder puede m odificar; todo lo que uno puede hacer,
Nada, en mi opinión, podría ser teóricam ente más cuando ya están las cartas echadas, es exterm inar a sus
peligroso que la tradición de pensam iento orgánico en portadores. El racism o, a diferencia de la raza, no es un
cuestiones políticas por la que el poder y la violencia hecho de la vida, sino una ideología, y las acciones a las
son interpretados en térm inos biológicos. Según son hoy que conduce no son acciones reflejas sino actos deli­
com prendidos estos térm inos, la vida y la supuesta crea­ berados basados en teorías seudocientíficas. La violencia
tividad de la vida son su denom inador común, de tal en la lucha interracial resulta siem pre hom icida pero no
form a que la violencia es justificada sobre la base de la es «irracional»; es la consecuencia lógica y racional del
creatividad. Las m etáforas orgánicas de que está satu ­ racism o, térm ino por el que yo no entiendo una serie de
rada toda n uestra presente discusión de estas m aterias, prejuicios m ás bien vagos de una u o tra parte, sino un
especialm ente sobre los disturbios —la noción de una explícito sistem a ideológico. Bajo la presión del poder,
«sociedad enferma» de la que son síntom a los d istu r­ los prejuicios, diferenciados tanto de los intereses como
bios, como la fiebre es síntom a de enferm edad— sólo
de las ideologías, pueden ceder —como vimos que suce­
dió con el m uy eficaz movimiento de los derechos civiles,
J ouvenel, op. cit., pp. 114 y 123, resp e ctiv am e n te.
101 Ibídem, pp. 187 y 188. que era enteram ente no violento. («Hacia 1964... la m a­
102 F anón, op. cit., p. 95. yoría de los am ericanos estaban convencidos de que la

174 175
subordinación, y en m enor grado la segregación, cons­ mo, tan sonoram ente evidente en el «Manifiesto» de Ja ­
tituían un m a l» )103104. Pero aunque los boicots, las sentadas mes F orm an es probablem ente m ás una reacción a los
y las m anifestaciones tuvieron éxito en la eliminación disturbios caóticos de los últim os años que su causa.
de las leyes y reglam entos discrim inatorios del Sur, fra­ Podría, desde luego, provocar u na reacción blanca real­
casaron notoriam ente y se torn aro n contraproducentes m ente violenta, cuyo m ayor peligro consistiría en la tran s­
cuando se enfrentaron con las condiciones sociales de form ación de los prejuicios blancos en una com pleta ideo­
los grandes núcleos urbanos: las firm es necesidades de logía racista p ara la que «la ley y el orden» se conver­
los ghettos negros p o r un lado, y p o r el otro los intereses tirían en una p u ra fachada. En este caso todavía im pro­
dom inantes de los grupos blancos de ingresos más bajos, bable el clim a de opinión en el país podría deteriorarse
respecto a vivienda y enseñanza. Todo lo que este modo h asta el punto de que una m ayoría de ciudadanos de­
de acción podía hacer, y desde luego hizo, fue denunciar seara pagar el precio del te rro r invisible de un Estado
estas condiciones, llevarlas a la calle, donde quedó ex­ policíaco a cam bio de contar con la ley y el orden en
puesta peligrosam ente la irreconciliabilidad básica de los las calles. N ada de esto es lo que ahora conocemos, un
intereses. género de reacción policíaca, com pletam ente b ru tal y
Pero incluso la violencia de hoy, los disturbios negros muy visible.
y la violencia potencial de la reacción blanca no son El com portam iento y los argum entos en los conflictos
todavía m anifestaciones de ideologías racistas y de su de intereses no son notorios por su «racionalidad». Nada,
lógica homicida. (Los disturbios, se ha dicho reciente­ desgraciadam ente, ha sido tan constantem ente refutado
mente, son «protestas articuladas contra agravios genui- por la realidad como el credo del «ilustrado interés pro­
n o s» 1M; adem ás su «limitación y su selectividad —o... pio» en su versión literal igual que en su más com pleja
su racionalidad figuran ciertam ente entre [sus] rasgos variante m arxista. Alguna experiencia m ás un poco de
más cru ciales» 105*. Y lo mismo sucede con la reacción reflexión nos enseñan, por el contrario, que va contra la
blanca, fenóm eno que, contra todas las predicciones, no verdadera naturaleza del interés propio el ser ilustrado.
se ha caracterizado hasta ahora por su violencia. Es la Por to m ar un ejem plo de la vida diaria, veamos el con­
reacción perfectam ente racional de ciertos grupos de in­ flicto de intereses entre inquilino y casero: un interés
tereses que p ro testan furiosam ente de que se les singula­ ilustrado se concentraría en un edificio apto para vi­
rice p ara que sean ellos quienes paguen todo el precio de vienda hum ana; pero este interés es com pletam ente dife­
una política de integración mal concebida a cuyas con­ rente del (y en la m ayor parte de los casos opuesto al) inte­
secuencias pueden fácilm ente escapar sus autores) El rés propio del casero en elevados beneficios y al del in­
peligro m ayor proviene de la o tra dirección; como la quilino en un bajo alquiler. La respuesta corriente de un
violencia necesita siem pre justificación, una escalada de árb itro , aparentem ente portavoz de la «ilustración» se­
la violencia en las calles puede d ar lugar a una ideolo­ ría que, a largo plazo el interés del edificio es el verda­
gía verdaderam ente racista que la justifique. El racis­ dero interés del casero y del inquilino, pero esta res­
puesta no tiene en cuenta el factor tiem po, de im portan­
103 R obert M. F olcelson, «Violence as Protest», en Urban cia capital p ara todos los que intervienen en el asunto.
Riots: Violence and Social Change, Proceedings of the Academy Interés propio es interés en el yo, y el yo puede m orir
of Political Science, Universidad de Columbia, 1968.
104 Ibídem. o m udarse o vender la casa. Por obra de su cam biante
105 Ibídem. Véase también el excelente artículo «Official In- condición, es decir, en definitiva por la condición hu­
terpretation of Racial Riots» de Allan A. S ilver en la misma m ana de la m ortalidad, el yo en cuanto yo no puede
colección.
1,16 Véase apéndice XVII. calcular en térm inos de intereses a largo plazo, por ejem-

176 177
pío, el interés de un m undo que sobrevive a sus habitan­ enseñanza si los estudiantes franceses no se hubieran
tes. La deterioración de un edificio es cuestión de años; lanzado a la revuelta; si no hubiera sido por los distu r­
un aum ento del alquiler o un beneficio tem poralm ente bios de la prim avera, nadie en la U niversidad de Colum-
bajo son cosas de hoy o de mañana. Y algo sim ilar mu- bia hubiera soñado en aceptar la introducción de refor­
tatis m utandis sucede desde luego en los conflictos labo­ mas 1071089; y es probablem ente muy cierto que en Alemania
rales y de otro tipo. El interés propio, cuando se le pide occidental la existencia de «minorías disidentes ni si­
som eterse al «verdadero» interés —es decir, al interés quiera hubiese sido advertida si no hubiera sido porque
del m undo como distinto del interés del yo— siempre éstas se lanzaron a la provocación» II10. Sin duda alguna,
replicará: Cerca está mi camisa pero más cerca está mi «la violencia renta», pero lo malo es que renta indiscri­
piel. Esto puede que no sea muy razonable, pero es com­ m inadam ente, tanto para clases sobre m úsica «Soul» y de
pletam ente realista; es la no muy noble pero adecuada swahili como para reform as auténticas. Y como las tác­
respuesta a la discrepancia de tiem po entre las vidas ticas de la violencia y del quebrantam iento sólo tienen
particulares de los hom bres y la totalm ente diferente sentido cuando se em plean para lograr objetivos a corto
esperanza de vida del m undo público. E sperar que gente plazo, es m ás probable, como ha sido recientem ente el
que no tiene la más ligera noción de lo que es la res caso en los Estados Unidos, que el poder establecido
publica, la cosa pública, se com porte no violentam ente acepte dem andas estúpidas y obviam ente dañinas —como
y argum ente racionalm ente en cuestiones de interés, no las de adm itir estudiantes sin las calificaciones nece­
es ni realista ni razonable. sarias e instruirles en m aterias inexistentes— si tales
«reformas» pueden efectuarse con relativa facilidad, que
el que la violencia pueda ser efectiva con respecto al
La violencia, siendo p o r su naturaleza un instrum ento, objetivo, relativam ente a largo plazo, del cambio estruc­
es racional hasta el punto en que resulte efectiva para tural 1M. Además, el peligro de la violencia, aunque se mue­
alcanzar el fin que deba justificarla. Y dado que cuando
actuam os nunca conocemos con certeza las consecuen­ 107 «En Columbia, hasta la revuelta del último año, por ejem­
plo, habían estado llenándose de polvo en el despacho del Pre­
cias eventuales de lo que estam os haciendo, la violencia sidente un informe sobre la vida estudiantil y otro sobre las
seguirá siendo racional sólo m ientras persiga fines a viviendas del claustro de profesores», como F red H echinger
corto plazo. La violencia no promueve causas, ni la histo­ señaló en The New York Times, «The Week in Review», de 4 de
ria ni la revolución, ni el progreso ni la reacción; pero mayo de 1969.
108 R udi D utschke, citado en Dar Spiegel, 10 de febrero de
puede servir p ara dram atizar agravios y llevarlos a la 1969, p. 27. Günter Grass, manifestándose en la misma forma
atención pública. Como Conor Cruise O’Brien (en una tras el atentado contra Dutschke en la primavera de 1968, sub­
discusión sobre la legitim idad de la violencia en el «Thea- raya también la relación entre reformas y violencia: «El movi­
tre of Ideas») señaló una vez, citando a William O’Brien, miento juvenil de protesta ha revelado la fragilidad de nuestra
democracia, insuficientemente afirmada. En esto ha tenido éxito
el agrario y agitador nacionalista irlandés: A veces, «la pero dista de saberse a dónde le conducirá semejante éxito;
violencia es el único cam ino p ara lograr una audiencia a o bien conseguirá que se realicen las tan demoradas reformas...
la moderación». Pedir lo imposible para obtener lo po­ o... la incertidumbre ahora expuesta proporcionará a falsos pro­
fetas mercados prometedores y una publicidad gratuita.» Véase
sible no es siem pre contraproducente. Y desde luego, la «Violence Rehabilitated», en Speak Out!, Nueva York, 1969.
violencia, contra lo que sus profetas tratan de decirnos, 109 Otra cuestión que aquí no podemos discutir es la refe­
es más un arm a de reform a que de revolución. Francia rente al grado hasta el que es capaz de reformarse a sí mismo
no hubiera obtenido su ley más radical desde los tiem ­ Iodo el sistema universitario. Yo creo que no existe una res­
puesta general. Aunque la rebelión estudiantil es un fenómeno
pos de Napoleón para m odificar su anticuado sistem a de global, los mismos sistemas universitarios no son en absoluto

178 179
va conscientem ente dentro de un m arco no violento de tentes del Este exigen li seriad de expresión y de pensa­
objetivos a corto plazo, será siem pre el de que los medios m iento como condiciones prelim inares de la acción polí­
superen al fin. Si los fines no se obtienen rápidam ente, tica; los rebeldes del Oeste viven bajo condiciones en
el resultado no será sólo una d erro ta sino la introduc­ las que estos prelim inares ya no abren canales para la
ción de la práctica de la violencia en todo el cuerpo polí­ acción, para el ejercicio significativo de la libertad. Lo
tico. La acción es irreversible y siem pre resulta im proba­ que les im porta es, desde luego, la Praxisentzug, la sus­
ble en caso de derro ta un retorno al status quo. La pensión de la acción, como Jens Litten, un estudiante
práctica de la violencia, como toda acción, cam bia el m un­ alemán, la ha denom inado correctam ente 110. La transfor­
do, pero el cam bio m ás probable originará un m undo m ación del Gobierno en Administración, o de las Repú­
m ás violento. blicas en burocracias y la desastrosa reducción del dom i­
Finalm ente —volviendo a la prim itiva denuncia del nio público que la ha acom pañado, tiene una larga y com­
sistem a com o tal, form ulada p o r Sorel y Pareto— cuan­ plicada H istoria a través de la Edad Moderna; y este
to más grande sea la burocratización de la vida pública, proceso ha sido considerablem ente acelerado durante
m ayor será la atracción de la violencia. En una burocra­ los últim os cien años m erced al desarrollo de las buro­
cia com pletam ente desarrollada no hay nadie con quien cracias de los partidos. (Hace setenta años Pareto reco­
discutir, a quien p resen tar agravios o sobre quien puedan noció que la «libertad... por lo cual yo entiendo el po
ejercerse las presiones de poder. La burocracia es la for­ der de actuar, se reduce cada día, salvo para los delin­
m a de Gobierno en la que todo el m undo está privado cuentes, en los llam ados países libres y dem ocráticos»)111.
de libertad política, del poder de actuar; porque el do­ Lo que hace de un hom bre un ser político es su facul­
m inio de Nadie no es la ausencia de dominio, y donde tad de acción; le perm ite unirse a sus iguales, actuar
todos carecen igualm ente de poder tenemos una tiranía concertadam ente y alcanzar objetivos y em presas en los
sin tirano. La característica crucial de las rebeliones es­ que jam ás habría pensado, y aun m enos deseado, si no
tudiantiles del m undo entero ha sido el haberse dirigido hubiese obtenido este don para em barcarse en algo nue­
en todas partes contra la burocracia dom inante. Esto vo. Filosóficamente hablando, actuar es la respuesta hu­
explica lo que a prim era vista parece tan inquietante: m ana a la condición de la natalidad. Como todos lle­
que las rebeliones del Este exijan precisam ente aque­ gamos al m undo por virtud del nacim iento, en cuanto re­
llas libertades de expresión y pensam iento que los jóve­ cién llegados y principiantes somos capaces de comen­
nes rebeldes del Oeste afirm an despreciar por irrelevan­ zar algo nuevo; sin el hecho del nacim iento, ni siquiera
tes. Al nivel de las ideologías, todo es confuso; lo es sabríam os qué es la novedad, toda «acción» sería, bien
m ucho menos si partim os del hecho obvio de que las m ero com portam iento, bien preservación. Ninguna otra
m aquinarias de los grandes partidos han logrado en to ­ facultad excepto la del lenguaje, ni la razón ni la con­
das partes im ponerse a la voz de los ciudadanos, incluso ciencia, nos distingue tan radicalm ente de todas las de
en aquellos países donde siguen intactas la libertad de más especies animales. Actuar y com enzar no son lo m is­
expresión y la de asociación. Los disidentes y los resis- mo pero están íntim am ente relacionados.
Ninguna de las propiedades de la creatividad es ex­
uniformes y varían no sólo de país a país sino de institución en presada adecuadam ente por m etáforas extraídas del pro­
institución; todas las soluciones al problema deben proceder ceso de la vida. E ngendrar y p arir no son más creativos
de, y corresponder a, condiciones estrictamente locales. De esta de lo que aniquilante es el m orir; son sólo fases dife­
forma, en algunos países, la crisis universitaria puede incluso
ensancharse hasta transformarse en una crisis gubernamental,
como Der Spiegel (23 de junio de 1969) juzgó posible al referirse 110 Véase apéndice XVIII.
a la situación alemana. 111 Pareto, citado por F iner , op. cit.

180 181
rentes del m ism o y periódico ciclo al que están sujetos que p arte considerable de la actual glorificación de la
todos los seres vivos como si se hallaran en trance. Ni violencia es provocada por una grave frustración de la
la violencia ni el poder son un fenómeno natural, es de­ facultad de acción en el m undo m oderno. Es sencilla­
cir, una m anifestación del proceso de la vida; pertene­ m ente cierto que los disturbios de los ghettos y los dis­
cen al terreno político de los asuntos hum anos cuya ca­ turbios de las universidades logran que «los hom bres
lidad esencialm ente hum ana está garantizada p o r la fa­ sientan que están actuando unidos en una form a que
cultad hum ana de la acción, la capacidad de com enzar rara vez les resulta posible» u3. No sabemos si estos acon­
algo nuevo. Y creo que puede dem ostrarse que ninguna tecim ientos son los comienzos de algo nuevo —el «nuevo
o tra capacidad hum ana ha sufrido hasta tal punto a con­ ejemplo»— o los estertores de una facultad que la Hu­
secuencia del progreso de la E dad M oderna porque p ro ­ m anidad esté a punto de perder. Tal como las cosas se
greso, tal como hem os llegado a concebirlo, significa encuentran ahora, cuando vemos cómo las superpoten-
crecim iento, el im placable progreso de m ás y más, de cias encallan bajo el m onstruoso peso de su propia gran­
m ás grande y m ás grande. Cuanto m ás grande se torna deza, parece que h ab rá una posibilidad de realización
un país en térm inos de población, de objetos y de pose­ del «nuevo ejemplo», aunque sea en un pequeño país
siones, m ayor será su necesidad de adm inistración y con o en sectores reducidos y bien definidos de las socieda­
ésta m ayor el anónim o poder de los adm inistradores. des de m asas de las grandes potencias.
Pavel Kohout, un au to r checo, escribiendo en el apogeo Los procesos de desintegración que se han hecho tan
del experim ento de la libertad en Checoslovaquia, defi­ m anifiestos en los últim os años —el deterioro de los ser­
nió a un «ciudadano libre» como un «Ciudadano Co-Do- vicios públicos; escuelas, policía, distribución de la co­
m inante». Aludía nada más ni nada menos que a la «de­ rrespondencia, recogida de basuras, transportes, etc.; el
m ocracia participatoria» de la que tanto hemos oído ha­ índice de m ortalidad en las carreteras y los problem as
blar en Occidente durante los últim os años. K ohout aña­ de tráfico en las ciudades; la polución del aire y del
dió que el m undo de hoy sigue necesitando grandem ente agua— son resultados autom áticos de las necesidades
de lo que puede ser «un nuevo ejemplo» si «los próximos de las sociedades de m asas que se han tornado tan indo-
mil años no van a convertirse en una era de monos super- minables. Son acom pañados y a m enudo acelerados por
civilizados» —o, peor aún, del «hom bre convertido en el sim ultáneo declive de los diversos sistem as de p ar­
pollo o rata», dom inado por una «élite» cuyo poder se tidos, todos de más o menos reciente origen y concebi­
derive «de los sabios consejos... de auxiliares intelec­ dos para servir las necesidades políticas de las m asas de
tuales» quienes creen que los hom bres de los «tanques población —en Occidente para hacer posible el Gobierno
de pensamiento» son pensadores y que las com putadoras representativo cuando ya no lo sería a través de la de­
pueden pensar; «los consejos pueden resu ltar ser increí­ m ocracia directa porque «no hay sitio para todos en la
blem ente insidiosos y, en vez de perseguir objetivos hu­ habitación» (John Silden) y en el Este para hacer más
manos, pueden perseguir problem as com pletam ente abs­ efectivo el dominio absoluto sobre vastos territo rio s—.
tractos que han sido transform ados de m anera im pre­ La grandeza se ve afligida por la vulnerabilidad y las
vista en el cerebro artificial» m. grietas en la estru ctu ra del poder se ensanchan en todas
Este nuevo ejemplo difícilm ente será im puesto p o r la partes menos en los pequeños países. Y aunque nadie
práctica de la violencia, aunque estoy inclinada a pensar puede señalar con seguridad cuándo y dónde se llegará a!
punto de ruptura, podemos observar, casi medir, cómo
112 Véase Briefe über die Grenze, de Günter Grass y Pavel
Kohout, Hamburgo, 1968, pp. 88 y 90, respectivamente; y Andrei 113 H erbert J. G ans, «The Ghetto Rebellions and Urban Class
D. Sajarov, op. cit. Conflict», en Urban Riots, op. cit.

182 183
son insidiosam ente destruidas la fuerza y la flexibilidad basados en una gran pluralidad de poderes y en sus fre­
de nuestras instituciones como si se fueran vaciando nos y equilibrios m utuos, nos enfrentam os no sólo con
gota a gota. la desintegración de las estructuras del poder, sino con
Además, existe la reciente aparición de una curiosa el hecho de que el poder, aparentem ente todavía intacto
nueva form a de nacionalism o, usualm ente concebida y libre de m anifestarse por sí mismo, pierde su garra
como inclinación hacia la Derecha, pero que, m ás p roba­ y se torna ineficaz. H ablar de la im portancia del poder
blem ente, constituye un indicio de un resentim iento cre­ ya no es una ingeniosa paradoja. La cruzada del sena­
ciente y m undial contra la «grandeza» como tal. M ientras dor Eugene McCarthy en 1968 «para probar el sistema»
que antiguam ente los sentim ientos nacionales tendían a sacó a la luz un resentim iento popular contra las aven­
u n ir a los diferentes grupos étnicos, concentrando sus tu ras im perialistas, proporcionó un nexo de unión entre
sentim ientos políticos en la nación como conjunto, ahora la oposición del Senado y la de la calle, impuso, al
vemos cómo un nacionalism o étnico comienza a am ena­ m enos tem poralm ente, un cam bio espectacular en la po­
zar con disolver las m ás antiguas y m ejor establecidas lítica y dem ostró cuán rápidam ente podía ser desalienada
Naciones-Estados. Los escoceses y los galeses, los b re­ la m ayoría de los jóvenes rebeldes, saltando a la prim era
tones y los provenzales, grupos étnicos cuya afortunada oportunidad, no para abolir el sistem a, sino para hacerlo
asim ilación fue prerrequisito p ara la aparición de la funcionar de nuevo. Pero todo este poder pudo ser aplas­
Nación-Estado y que había parecido com pletam ente afir­ tado p or la burocracia del Partido, que, contra todas
m ada, se inclinan hacia el separatism o en rebeldía con­ las tradiciones, prefirió perder la elección presidencial
tra los Gobiernos centralizados de Londres y de París. con un candidato im popular que resultaba ser un appa-
Y ju sto cuando la centralización, b ajo el im pacto de la ratchik. (Algo sim ilar sucedió cuando Rockefeller perdió
grandeza, resultaba ser contraproducente en sus propios la candidatura ante Nixon durante la Convensión repu­
térm inos, este país, fundado, según el principio federal, blicana.)
en la división de poderes y poderoso m ientras que esta Hay otros ejem plos que dem uestran la curiosa con­
división fue respetada, se ha lanzado de cabeza, con el tradicción inherente a la im potencia del poder. Por obra
aplauso unánim e de todas las fuerzas «progresistas», a de la enorm e eficacia del trabajo científico en equipo,
un experim ento, nuevo p ara América, de adm inistración que es quizá la m ás sobresaliente contribución am ericana
centralizada: preponderancia del Gobierno federal sobre a la ciencia m oderna, podem os controlar los más com ­
los poderes de los Estados y erosión del poder del Con­ plicados procesos con una precisión tal, que los viajes a
greso p o r p arte del poder del Ejecutivo m. Es como si la la Luna son menos peligrosos que las habituales excursio­
m ás próspera colonia europea deseara com partir el des­ nes de fin de semana; pero la supuesta «mayor potencia
tino de las m adres patrias en su decadencia, repitiendo de la Tierra» es incapaz de acabar una guerra, clara­
apresuradam ente los m ism os errores que los autores de m ente desastrosa para todos los que en ella intervienen,
la C onstitución tra ta ro n de corregir y elim inar. en uno de los m ás pequeños países del globo. Es como
C ualesquiera que puedan ser las ventajas y desven­ si estuviéram os dom inados por un hechizo de cuento de
tajas adm instrativas de la centralización, su resultado hadas que nos perm itiera hacer lo «imposible» a condi­
político es siem pre el m ism o: la monopolización del po­ ción de perder la capacidad de hacer lo posible, lograr
der provoca la desecación o el filtrad o de todas las autén­
hazañas fantásticas y extraordinarias con tal de no ser ya
ticas fuentes de poder en el país. En los Estados Unidos,
capaces de atender debidam ente a nuestras necesidades
114 Véase el importante artículo de Henry Steele Commager, al cotidianas. Si el poder guarda alguna relación con el
que se alude en la nota 74 del presente texto. nosotros-gueremos-y-nosotros-podemos, a diferencia del

184 185
simple nosotros-podem os, entonces hemos de adm itir que
nuestro poder se ha tornado im potente. Los progresos
logrados por la ciencia nada tienen que ver con el Yo-
quiero; seguirán sus propias leyes inexorables, obligán­
donos a hacer lo que podemos, prescindiendo de las con­
secuencias. ¿Se han separado el Yo-quiero y el Yo-puedo?
¿Tenía Valéry razón cuando dijo hace cincuenta años:
On peut dire que tout ce que nous savons, c est-d-dire
tout que nous pouvons, a fin í par s'opposer á ce que nous
so m m es? [«Puede decirse que todo lo que sabemos, es
decir, todo lo que podemos, ha acabado por enfrentarse APENDICES
con lo que somos.»]
Una vez más, ignoram os a dónde nos conducirán estas
evoluciones, pero sabemos, o deberíam os saber, que cada I, A LA NOTA 16, DE LA PÁG. 121
reducción de poder es una abierta invitación a la violen­ El profesor B. C. Parekh, de la Universidad de Hull, Ingla­
cia —aunque sólo sea p o r el hecho de que a quienes terra, me llamó amablemente la atención sobre el siguiente pá­
tienen el poder y sienten que se desliza de sus m anos, rrafo en la sección sobre Feuerbach de La Ideología Alemana
sean el Gobierno o los gobernados, siem pre les ha sido (1846) de Marx y Engels, de la que Engels escribió más tarde:
difícil resistir a la tentación de sustituirlo p o r la violencia. «La parte concluida... sólo demuestra cuán incompleto era en
la época nuestro conocimiento de la Historia de la Economía.»
«Tanto para la producción en una escala masiva de esta con­
ciencia comunista, como para el éxito de la misma causa, es
necesaria la transformación del hombre [des Menschen] en una
escala de masas, una transformación que sólo puede operarse en
un movimiento práctico, en una revolución. Esta revolución es
necesaria por ello, no sólo porque la clase dominante no puede
ser derribada de otra manera, sino también porque el derroca­
miento de una clase en una revolución sólo puede tener éxito
desprendiéndose de todo el estiércol de los siglos y acoplándose
para formar una nueva sociedad» (Cita de la edición de R. Pas­
cal, Nueva York, 1960, pp. xv y 69). Incluso en estas manifesta­
ciones premarxistas, como en realidad eran, Marx habla de «la
transformación del hombre en una escala masiva» y de una
«producción en masa de conciencia», no de la liberación de un
individuo a través de un aislado acto de violencia. (Para el texto
alemán, véase Marx/Engels Gesamtausgabe, 1932, I. Abteilung,
vol. 5, pp. 59 y ss.)

II, A LA NOTA 17, DE LA PÁG. 121

El inconsciente deslizamiento de la Nueva Izquierda, del mar­


xismo, ha sido debidamente advertido. Véanse especialmente los
recientes comentarios sobre el movimiento estudiantil formulados
por Leonard Schapiro en New York Review of Books (5 de di­
ciembre de 1968) y por Raymond Aron en La Révolution Introuva-

186 187
ble, París 1968. Ambos consideran que el nuevo énfasis sobre la desde esta «negación» teórica a la muerte, la tortura y la escla-
violencia constituye un tipo de orientación, bien hacia el socia­ viz^ción
lismo utópico premarxista (Aron), bien al anarquismo ruso de La mayoría de las citas anteriores pertenecen a la obra de
Nechaev y Bakunin (Schapiro) que «tenían mucho que decir R D Lame y D G. Cooper, Reason and Violence. A Decade of
acerca de la importancia de la violencia como factor de unidad, Sartre's Philosophy, 1950-1960, Londres, 1964, Tercera Parte. Me
como fuerza de ligazón en una sociedad o grupo, un siglo antes parece legítimo porque Sartre en el prologo dice: J ai lu atten-
de que emergieran las mismas ideas en las obras de Jean Paul tivement l'ouvrage que vous avez bien voulu me confier et j ai
Sartre y de Frantz Fanón». Aron se manifiesta de la misma eu le grand plaisir d’y trouver un exposé tres clair et tres
manera: Les chantres de la révolution de mai croient dépasser fidéle de ma pensée.
le marxisme... ils oublient un siécle d'histoire (p. 14). Para un
no marxista, semejante salto atrás difícilmente constituiría un
argumento: pero para Sartre quien, por ejemplo, escribe: Un III, A LA NOTA 20, DE LA PÁG. 122
prétendu «dépassement» du marxisme ne sera au pis qu’un retour
au prémarxisme, au mieux que la redécouverte d’une pensée Constituyen, desde luego, un grupo muy mezclado. Los estu­
déjá contenue dans la philosophie qu’on a cru dépasser («Question diantes radicales se reúnen fácilmente con individuos que han
de Méthode», en Critique de la raison dialectique, París, 1960, p. 17) abandonado sus estudios, con hippies, drogadictos y psicópatas.
debe constituir una formidable objeción. (Vale la pena subrayar La situación se complica aún más merced a la insensibilidad
el hecho de que Sartre y Aron, encarnizados adversarios políti­ de los poderes establecidos ante las distinciones, a menudo suti­
cos, coincidan completamente en este punto. Muestra hasta qué les entre delito e irregularidad, distinciones que son de gran
grado el concepto hegeliano de la Historia domina tanto el pen­ importancia. Las sentadas y las ocupaciones de edificios no son
samiento de marxistas como de no marxistas.) lo mismo que los incendios provocados y la revuelta armada
El mismo Sartre en su Crítica de la Razón Dialéctica, propor­ v la diferencia no es simplemente de grado. (Contra la opinión
ciona un tipo de explicación hegeliana a su adhesión a la violen­ de un miembro del Consejo de Síndicos de H a rv a rd , la ocupación
cia. Su punto de partida es el de que «la necesidad y la esca­ por los estudiantes de un edificio de una Universidad no es lo
sez determinaron la base maniqueísta de acción y moral» en la mismo que la invasión por el populacho de una sucursal de
Historia presente, «cuya verdad está basada en la escasez [y] First National City Bank, por la simple razón de que los estu­
debe manifestarse a sí misma en una reciprocidad antagónica diantes penetran en una propiedad cuyo uso les pertenece tanto
entre las clases». La agresión es la consecuencia de la necesidad como al claustro de profesores y a la Administración de la Uni­
ei un mundo donde «no hay bastante para todos». En tales versidad.) Aún más alarmante es la inclinación del Claustro y
circunstancias la violencia ya no es un fenómeno marginal. «La de la Administración a tratar a los drogadictos y a los elemen­
violencia y la contraviolencia son quizá contingencias, pero son tos delictivos con mayor tolerancia que a los auténticos rebeldes.
necesidades contingentes y la consecuencia imperativa de cual­ Helmut Schelsky, el investigador social aleman, describió en
quier intento de destruir esta inhumanidad es que, al destruir fecha tan temprana como 1961 (en Der Mensch in der wissen-
en el adversario la inhumanidad del contrahombre, yo puedo schaftlichen Zivilisation, Colonia y Opladen, 1961) la posibilidad
destruir en él sólo la humanidad del hombre, y realizar en mí de un «nihilismo metafísico», por lo que él entendía la radical
su inhumanidad. Si yo mato, torturo, esclavizo... mi objeto es negación social y espiritual «de todo el proceso de reproducción
suprimir su libertad —es una fuerza ajena, de trop.» Su modelo científico-técnica del hombre», esto es, el decir no al «creciente
para una condición en la que «cada uno es demasiado. Cada mundo de una civilización científica». Llamar «nihilista» a esta
uno es redondant para el otro» es una cola de autobús, cada uno actitud presupone una aceptación del mundo moderno como único
de cuyos miembros, evidentemente «no se fija en los demás ex­ posible. El desafío de los jóvenes rebeldes se refiere precisa­
cepto como número de una serie cuantitativa». Y concluye: «Re­ mente a este punto. Tiene, por lo demás, mucho sentido el inver­
cíprocamente rehúsan cualquier relación entre cada uno de sus tir los términos y declarar, como Sheldon, Wolin y John Schaar
mundos interiores.» De aquí se deduce que la praxis «es la ne­ hicieron, en op. cit.: «El mayor peligro en la actualidad es que
gación de alteridad, que es ella misma una negación», conclu­ lo establecido y lo respetable... parecen preparados a secundar
sión muy grata dado que la negación de una negación es una la negación más profundamente nihilista que parece posible,
afirmación. o sea la negación del futuro a través de la negación de sus pro­
El fallo del argumento me parece obvio. Existe toda la dife­ pios hijos, los portadores del futuro.»
rencia del mundo entre «no fijarse» y «rehusar», entre «rehusar Nathan Glazer, en un artículo, «Student Power at Berkeley»,
cualquier relación» con alguien y «negar» su diversidad; y para en el número especial The Universities, de The Public Interest,
una persona cuerda hay una distancia considerable que recorrer otoño de 1968, escribe: «Los estudiantes radicales me recuerdan

188 189
más a los ludditas destrozadores de máquinas que a los sindi­ esta posición debería ser más corriente entre físicos y biólogos
calistas socialistas que lograron la ciudadanía y el poder para que entre los consagrados a las ciencias sociales, aunque los
los trabajadores» y de esta impresión deduce que Zbigniew (en estudiantes de las especialidades primero señaladas tardaron más
un artículo sobre Columbia publicado en The New Republic, 1 de en unirse a la rebelión que sus compañeros de Humanidades.
junio de 1968) pudo haber tenido razón en su diagnóstico: «Muy Así, Adolf Portmann, el famoso biólogo suizo, considera que el
frecuente, las revoluciones son los últimos espasmos del pasado, foso entre generaciones guarda escasa relación con un conflicto
y por eso no son realmente revoluciones sino contrarrevolucio­ entre lo Joven y lo Viejo; coincide con el desarrollo de la ciencia
nes, que actúan en nombre de las revoluciones.» ¿No resulta nuclear; «el mundo resultante es enteramente nuevo... (Esto)
muy curiosa esta inclinación a marchar hacia adelante a cual­ no puede compararse ni siquiera con la más poderosa revolu­
quier precio, en dos autores generalmente considerados como ción del pasado» (En un folleto titulado Manipulation des Men-
conservadores? ¿Y no es aún más curioso que Glazer se mos­ schen ais Schicksal und Bedrohung, Zurich, 1969). Y George Wald,
trara ignorante de las diferencias decisivas entre la maquinaria de Harvard, galardonado con el Premio Nobel, en su famoso
inglesa de comienzos del siglo xix y la técnica desarrollada a discurso del 4 de marzo de 1969 en el Instituto Tecnológico de
mediados del siglo xx, que ha resultado ser destructiva aun cuan­ Massachusetts, declaró acertadamente que tales maestros com­
do parecía la más beneficiosa: el descubrimiento de la energía prenden «las razones del desasosiego (de sus estudiantes) aun
nuclear, la automación, la Medicina cuyos poderes curativos mejor que ellos» y, aún más, que «lo comparten», op. cit.
han conducido a la superpoblación, que a su vez conducirá casi
con certeza al hambre masiva, la polución de la atmósfera, etc.?
V, A LA NOTA 25, DE LA PÁG. 124

IV, A LA NOTA 23, DE LA PÁG. 123 La actual politización de las Universidades, acertadamente
denunciada, es atribuida habitualmente a los estudiantes rebel­
Buscar precedentes y analogías donde no existen, evitar la des, a quienes se acusa de atacar a las Universidades porque éstas
información y la reflexión sobre lo que se está haciendo y di­ constituyen el eslabón más débil en la cadena del poder esta­
ciendo en términos de los mismos acontecimientos, bajo el pre­ blecido. Es perfectamente cierto que las Universidades no podrían
texto de que debemos aprender las lecciones del pasado, especial­ sobrevivir si desaparecieran el «distanciamiento intelectual y la
mente las de la época comprendida entre las dos guerras mun­ desinteresada búsqueda de la verdad»; y que, lo que resulta
diales, se ha tornado característica común a muchas grandes aún peor, es improbable que una sociedad civilizada de cual­
discusiones actuales. El espléndido y documentado informe de quier clase pueda sobrevivir a la desaparición de estas curiosas
Stephen Spender, citado más arriba, referente al movimiento instituciones cuya principal función social y política descansa
estudiantil, se halla enteramente libre de esta forma de esca­ precisamente en su imparcialidad y en su independencia de la
pismo. Es uno de los pocos hombres de su generación que vive presión social y del poder político. El poder y la verdad, ambos
completamente el presente y que recuerda lo suficiente su pro­ perfectamente legítimos por sus propios derechos, son esen­
pia juventud como para ser consciente de las diferencias en cialmente fenómenos distintos y su prosecución determina esti­
modo, estilo, pensamiento y acción. («Los estudiantes de hoy los de vida existencialmente diferentes: Zbigniew Brzezinski, en
son enteramente diferentes de los de Oxbridge, Harvard, Prin- «America in the Technotronic Age» (Encounter, enero de 1968)
ceton o Heidelberg de hace cuarenta años», p. 165.) Pero la advierte este peligro pero, o se resigna o no se muestra al menos
actitud de Spender es compartida por quienes, sea cual fuere su indebidamente alarmado por la perspectiva. La «Tecnotrónica»,
generación, se hallan verdaderamente preocupados por el futuro cree, nos conducirá a una nueva «supercultura» bajo la guía de
del mundo y del hombre, a diferencia de Jos que prefieren jugar los nuevos «intelectuales orientados a la organización e incli­
con todo eso. (Wolin y Schaar, op. cit., hablan de «el revivir de nados a la aplicación» (Véase especialmente el reciente análisis
un sentido de destino compartido» como puente entre las gene­ crítico de Noam Chomsky «Objectivity and Liberal Scholarship»,
raciones, «de nuestros comunes temores a que las armas cien­ en op. cit.). Pues bien, es mucho más probable que esta nueva
tíficas puedan destruir toda vida, a que la tecnología desfigure raza de intelectuales, anteriormente denominados tecnócratas,
crecientemente a los hombres que viven en la ciudad como ya nos conduzca a una época de tiranía y de profunda esterilidad.
ha envilecido la tierra y oscurecido el cielo»; a «que el "proceso” Sea como fuere, lo cierto es que la politización de las Uni­
de la industria destruya la posibilidad de todo trabajo interesan­ versidades por el movimiento estudiantil fue precedida por la
te; y a que las "comunicaciones” borren los últimos rastros de politización de las Universidades por los poderes establecidos.
las culturas diferenciadas que han sido herencia de todas las Los hechos son sobradamente conocidos como para que sea
sociedades, menos de las más ignorante».) Parece natural que necesario subrayarlos, pero bueno es recordar que no se trata

190 191
simplemente de una cuestión de investigación bélica. Henry Steele York Review of Books (10 de julio de 1969) lo implicó sin la
Commager denunció recientemente a «la Universidad como Agen­ Introducción. Su contenido, en realidad, es una fantasía semianal-
cia de empleos» (The New Republic, 24 de febrero de 1968). fabeta y no puede ser tomado en serio. Pero es algo más que una
Desde luego «por mucha imaginación que se derroche no puede broma y para nadie resulta un secreto que la comunidad negra
decirse que la Dow Chemical Company, los Marines o la CIA incurre ahora caprichosamente en semejantes fantasías. Es com­
sean empresas docentes» o instituciones cuya finalidad sea la prensible que las autoridades se aterraran. Lo que no puede com­
búsqueda de la verdad. El alcalde John Lindsay suscitó la cuestión prenderse ni perdonarse es su falta de imaginación. ¿Acaso no
del derecho de la Universidad a «denominarse a sí misma una resulta evidente que si Mr. Forman y sus seguidores no encuen­
institución especial, divorciada de pretensiones mundanas, mien­ tran oposición en la comunidad general y aunque reciban un
tras que interviene en especulaciones inmobiliarias y ayuda a poco de dinero apaciguador, se verán forzados a tratar de ejecu­
planear y evacuar proyectos para los militares en Vietnam» tar un programa en el que quizá ni siquiera ellos creen?
(The New York Times, «The Week in Review», 4 de mayo de
1969). Pretender que la Universidad es el «cerebro de la socie­
dad» o de la estructura de poder es un disparate peligroso y VII, A LA NOTA 31, DE LA PÁG. 126
arrogante —aunque sólo fuera por el hecho de que la sociedad
no es un «cuerpo», y menos aún, un cuerpo sin cerebro. En una carta a The New York Times (fechada el 9 de abril
Para evitar equívocos: Estoy de acuerdo con Stephen Spen- de 1969), Lynd menciona sólo «acciones quebrantadoras no vio­
der en que sería una locura que los estudiantes destrozaran las lentas, tales como huelgas y sentadas», ignorando para sus
Universidades (aunque son los únicos que podrían hacerlo efec­ fines los tumultuosos disturbios violentos de la clase traba­
tivamente, por la simple razón de que cuentan en su favor con jadora durante la década de los años veinte, y suscita la
el número, y por eso con el verdadero poder) porque el campus cuestión de por qué estas tácticas «aceptadas por una gene­
constituye no sólo su base real sino la única posible. «Sin la Uni­ ración en las relaciones trabajo-capital... son rechazadas cuan­
versidad, no habría estudiantes» (p. 22). Pero las Universida­ do se practican en el campus... Cuando un dirigente sindi­
des seguirán siendo una base para los estudiantes sólo mientras cal es expulsado del taller de una fábrica, sus compañeros aban­
proporcionen el único lugar en la sociedad donde el poder no donarán el trabajo hasta que el agravio sea satisfecho». Parece
tenga la última palabra, pese a todas las perversiones e hipo­ como si Lynd hubiera aceptado una imagen de la Universidad,
cresías en contra. En la actual situación existe el peligro de desgraciadamente no infrecuente entre síndicos y administra­
que o bien los estudiantes, o bien, como en Berkeley, el poder dores, según la cual el campus es propiedad del consejo de sín­
que sea, enloquezcan; si esto sucediera, los jóvenes rebeldes dicos, que, para gobernar su propiedad, contrata a una adminis­
habrían hilado una fibra más en lo que se ha denominado cer­ tración, la que a su vez contrata al claustro de profesores para
teramente «la trama del desastre» (Profesor Richard A. Falk, atender a sus clientes, los estudiantes. No hay realidad que corres­
de Princeton). ponda a esta «imagen». Por agudos que puedan llegar a ser los
conflictos en el mundo académico, nunca se tratará de choque
de intereses ni de guerra de clases.
VI, A LA NOTA 30, DE LA PÁG. 126
Fred M. Hechinger, en un artículo, «Campus Crisis», publicado
en The New York Times, «The Week in Review» (4 de mayo de VIII, A LA NOTA 32, DE LA PÁG. 126
1969), escribe: «Como las exigencias de los estudiantes negros
están habitualmente justificadas... la reacción es generalmente Bayard Rustin, líder negro de los derechos civiles, ha dicho
favorable. Hecho característico de la actitud presente en estas todo lo que se necesita decir sobre la materia: Los funcionarios
cuestiones es el de que el «Manifiesto a las Iglesias Cristianas universitarios deberían «dejar de capitular ante las estúpidas
Blancas, a las Sinagogas Judías y a todas las demás Institucio­ demandas de los estudiantes negros»; es un error que el «sen­
nes Racistas de los Estados Unidos», aunque hubiese sido leído timiento de culpabilidad y el masoquismo de un grupo permitan
y distribuido públicamente, y fuera por eso ciertamente, «noticia a otro segmento de la sociedad poseer armas en nombre de la
apta para ser publicada» *, no fuese publicado hasta que la New justicia»; los estudiantes negros están «sufriendo el shock de
la integración» y buscando «una salida fácil a sus problemas»;
* «News that’s fit to print», alusión al lema de The New lo que los estudiantes negros necesitan es una «preparación re­
York Times, contra el que evidentemente dirige la autora su acu­ paradora» para que «puedan conocer las Matemáticas y escribir
sación en primer término: «Al the news that’s fit to print» (To­ correctamente», no «clases de música ”soul”» (Cita del Daily
das las noticias aptas para ser publicadas). (N. del T.) News, del 28 de abril de 1969). ¡Qué reflexión supone sobre el

192 193
estado moral e intelectual de la sociedad que se requiera tanto paración con el ensayo de Andrei D. Sajarov muestra cuán mucho
valor para hablar con sentido común sobre estas cuestiones! más fácil resulta desprenderse de teorías y slogans desgastados
Aún más aterradora es la perspectiva completamente probable a aquellos que examinan el «capitalismo» desde la perspectiva
de que dentro de cinco o diez años, esa «educación» en swahili de los desastrosos experimentos del Este.
(una clase de jerga del siglo xix, hablada por los traficantes
árabes en marfil y en esclavos, híbrida mezcla de un dialecto
bantú con un enorme vocabulario de términos tomados del árabe; XI, A LA NOTA 62, DE LA PÁG. 143
véase la Encyclopaedia Britannica, 1961), en literatura africana
y en otros temas inexistentes, será interpretada como otra tram­ Las sanciones de las leyes, que, sin embargo, no constituyen
pa del hombre blanco para impedir que los negros adquieran una su esencia, están dirigidas contra los ciudadanos que, sin reti­
adecuada educación. rarles su apoyo —desean lograr una excepción en su propio
favor; el ladrón sigue esperando que el Gobierno protegerá su
recientemente adquirida propiedad. Se ha advertido que en los
IX, A LA NOTA 36, DE LA PÁG. 128 primeros sistemas legales no existían sanciones de ningún gé­
nero. (Véase Jouvenel, op. cit., p. 276). El castigo para quien
El «Manifiesto» de James Forman (adoptado por la Conferen­ violaba la ley era la expulsión o proscripción; al violar la ley,
cia nacional de Desarrollo Económico Negro), al que me he el delincuente se había colocado él mismo fuera de la comuni­
referido antes, y que presentó a las Iglesias y Sinagogas «sólo dad constituida por ésta.
como el comienzo de la reparación que nos es debida a quienes Passerin d’Entréves (op. cit., pp. 128 y ss.), tomando en cuen­
hemos sido explotados y degradados, embrutecidos, asesinados ta «la complejidad de la ley, incluso la de la ley del Estado», ha
y perseguidos», aparece como un ejemplo clásico de tales fútiles señalado que «hay desde luego leyes que son "directivas" más
sueños. Según éste, «se deduce de las leyes de la revolución que que "imperativas”, que son "aceptadas” más que "impuestas”
serán los más oprimidos quienes harán la revolución» cuyo y cuyas "sanciones” no consisten necesariamente en el posible
objetivo último es que «debemos asumir la jefatura y el con­ uso de la fuerza por parte del "soberano”». Ha comparado tales
trol total... de todo lo que existe dentro de los Estados Unidos. leyes con «las reglas de un juego, o las de mi club, o las de la
Ya ha pasado la época en que éramos los segundos en el mando Iglesia». Las acato «porque para mí, a diferencia de otros con­
y en la que el chico blanco figuraba a la cabeza». Para lograr ciudadanos míos, estas reglas son "válidas”».
esta inversión será preciso «utilizar cualesquiera métodos que Creo que la comparación de Passerin d’Entréves de la ley
sean necesarios, incluyendo el empleo de la fuerza y el poder con las «reglas válidas del juego» puede ser llevada más lejos.
de las armas para derribar al colonizador». Y mientras que él, Porque la clave de estas reglas no es que yo me someta a ellas
en nombre de la comunidad (que, desde luego, en manera alguna, voluntariamente o reconozca teóricamente su validez, sino que,
le secunda), «declara la guerra», se niega a «compartir el poder en la práctica, yo no puedo participar en el juego a menos que
con los blancos» y exige que «los blancos de este país... consien­ las acate; mi motivo para la aceptación es mi deseo de jugar
tan en aceptar la jefatura negra», al mismo tiempo apela «a y como los hombres existen sólo en pluralidad, mi deseo de
todos los cristianos y judíos para que. practiquen la paciencia, jugar es idéntico a mi deseo de vivir. Cada hombre nace en
la tolerancia, la comprensión y la no violencia» durante el pe­ una comunidad con leyes preexistentes que «obedece» en primer
ríodo que pueda ser necesario —«no importa que pueda tra­ lugar porque no hay para él otra forma de participar en el gran
tarse de mil años»— para conquistar el poder. juego del mundo. Yo puedo desear cambiar las reglas del juego,
como desea el revolucionario o lograr una excepción para mí,
como hace el delincuente; pero negarlas en principio no signi­
X, A LA NOTA 40, DE LA PÁG. 131 fica mera «desobediencia» sino la negativa a entrar en la comu­
nidad humana. El dilema corriente —o bien la ley es absolu­
Jiirgen Habermas, uno de los más profundos e inteligentes tamente válida y por eso precisa para su legitimación un legisla­
estudiosos de las ciencias sociales en Alemania, es un buen ejem­ dor inmortal y divino, o bien la ley es simplemente una orden que
plo de las dificultades que estos marxistas o ex-marxistas en­ no tiene tras de sí más que el monopolio estatal de la violencia—
cuentran al separarse de cualquier parte de la obra del maestro. es una quimera. Todas las leyes son «"directivas” más que "im­
En su reciente Technik und Wissenschft ais «Ideologie» (Franc­ perativas”». Dirigen la comunicación humana como las reglas
fort, 1968) señala varias veces que «ciertas categorías claves de la dirigen el juego. Y la garantía última de su validez está conte­
teoría de Marx, principalmente, la lucha y la ideología de clases, nida en la antigua máxima romana Pacta sunt servanda.
ya no pueden ser aplicadas sin esfuerzo (umstandlos)». Una com­

194 195
en ningún lugar ha alcanzado proporciones tan alarmantes como
en América. En París, por ejemplo, la proporción de delitos re­
XII, A LA NOTA 72, DE LA PAG. 152 sueltos descendió de un 62 por 100 en 1967, a un 56 por 100 en
1968; en Alemania, de un 73,4 por 100 en 1954 a un 52,2 por 100
Existe alguna controversia sobre el objetivo de la visita de en 1967; y en Suecia resultaron resueltos en 1967 el 41 por 100
De Gaulle. La evidencia de los acontecimientos mismos parece de todos los delitos (Véase «Deutsche Polizei», en Der Spiegel,
señalar que el precio que hubo de pagar por el apoyo del Ejér­ 7 de abril de 1967).
cito fue la rehabilitación pública de sus enemigos: amnistía de
Salan, regreso de Bidault, y también el del coronel Lacheroy,
a veces llamado «el torturador de Argelia». No parece saberse XIV, A LA NOTA 76, DE LA PÁG. 157
mucho acerca de las negociaciones. Se siente la tentación de
pensar que la reciente rehabilitación de Pétain, otra vez glorifi­ Solzhenitsyn muestra con detalles concretos cómo resultaron
cado como el «vencedor de Verdón» y, lo que es más importante, frustrados por los métodos de Stalin los intentos de realizar un
la increíble y ruidosamente falsa declaración de De Gaulle in­ desarrollo económico racional. Espero que este libro acabará
mediatamente después de su retorno, culpando al Partido Co­ con el mito de que el terror y las enormes pérdidas en vidas
munista de lo que los franceses llaman ahora te s é v é n e m e n ts, humanas fueron el precio que hubo que pagar por la rápida
fueron parte del trato. Dios sabe que el único reproche que el industrialización del país. El progreso rápido fue realizado tras
Gobierno podría haber formulado al Partido comunista y a los la muerte de Stalin, y lo que es sorprendente en la Rusia de
Sindicatos sería el de que les faltó poder para impedir le s é v é n e ­ hoy, es que el país siga atrasado en comparación no sólo con
m e n ts. Occidente, sino también con la mayoría de los países satélites.
En Rusia no parece existir mucha ilusión al respecto, si es que
queda alguna. Las generaciones más jóvenes, especialmente la
XIII, A LA NOTA 75, DE LA PÁG. 156 de los veteranos de la segunda guerra mundial, saben muy bien
que sólo un milagro salvó a Rusia de la derrota en 1941 y que
Sería interesante saber si, y hasta qué grado, la creciente pro­ ese milagro fue el hecho brutal de que el enemigo resultara ser
porción de delitos no resueltos, se equipara no sólo con el bien aún peor que el dictador nativo. Lo que alteró la balanza fue
conocido y espectacular crecimiento de delitos perpetrados, sino que el terror policíaco quedara abatido por la presión de la
también con un definido aumento de la brutalidad de la policía. situación de emergencia nacional; las gentes, entregadas a ellas
Un informe recientemente publicado, U n ifo rm C r im e R e p o r t f o r mismas, pudieron volver a reunirse y a generar poder suficiente
th e U n ited S ta te s , de J. Edgar Hoover (Federal Bureau of Inves- para derrotar al invasor extranjero. Cuando los hombres regre­
tigation, United States Department of Justice, 1967) no indica saban de los campos de prisioneros de guerra o de su servicio en
cuántos delitos quedan ahora resueltos —a diferencia de los las tropas de ocupación eran enviados inmediatamente, y por lar­
señalados como «cancelado por detención»— pero menciona en gos años, a campos de trabajo y de concentración para que se
el sumario que la resolución por la policía de delitos graves des­ rompieran en ellos los hábitos de la libertad. Es precisamente
cendió durante 1967 en un 8 por 100 ¡Sólo un 21,7 (ó 21,9) por 100 esta generación, que probó la libertad durante la guerra y el
de todos los delitos son «cancelados por detención», y de éstos terror posterior, la que está desafiando la tiranía del presente
sólo el 75 por 100 llegan a los tribunales, en donde sólo un Régimen.
60 por 100 de los acusados fueron hallados culpables! Por eso,
las probabilidades a favor del delincuente parecen tan elevadas
que resulta solamente natural el constante aumento de los deli­ XV, A LA NOTA 86, DE LA PÁG. 166
tos. Cualesquiera que sean las causas de la reducción espectacu­
lar de la eficiencia policíaca, parece evidente el declive del poder Nadie en su sano juicio puede creer, como teorizaron recien­
de la policía, y con éste, la posibilidad de que aumente su bruta­ temente ciertos grupos estudiantiles alemanes, que sólo cuando
lidad. Los estudiantes y los otros manifestantes son fáciles ob­ el Gobierno ha sido forzado «a practicar abiertamente la violen­
jetivos para una policía que casi ha perdido la costumbre de cia» serán los rebeldes capaces de «luchar contra esta puerca
capturar a un delincuente. sociedad (S c h e issg e se llsc h a ft) con medios adecuados para des­
Resulta difícil una comparación con la situación de otros truirla» (Cita de D er S p ieg e l, 10 de febrero de 1969, p. 30). Esta
países por la diferencia de los métodos estadísticos empleados. nueva versión vulgarizada lingüísticamente (aunque apenas in­
Sin embargo, aunque el crecimiento del número de delitos no telectualmente) del viejo disparate comunista de los años trein­
resueltos resulta ser un problema muy generalizado, parece que ta, según el cual la victoria del fascismo beneficiaba completa­

196 197
mente a quienes estaban en contra de éste, es, o bien pura co­ benignos en el ejercicio del poder que quienes afirman que está
media la variante «revolucionaria» de la hipocresía, o bien tes­ basado en la riqueza o en el origen aristocrático?» (Op. cit., p. 27).
timonio de la idiotez política de los «creyentes». Con la excep­ Y existe también razón para formular la pregunta complementa­
ción de que, hace cuarenta años, tras ese disparate se hallaba ria: ¿Qué fundamentos existen para suponer que el resentimien­
la deliberada política prohitleriana de Stalin y no simplemente to contra una meritocracia, cuyo dominio esté exclusivamente
una estúpida teorización. basado en los dones «naturales», es decir, en el poder de la mente,
En realidad no hay razón para mostrarse particularmente sor­ no sea más peligroso y más violento que el resentimiento de los
prendido por el hecho de que los estudiantes alemanes sean más grupos anteriormente oprimidos, quienes al menos tenían el con­
dados a teorizar y menos aptos para la acción y el discernimien­ suelo de que su condición no estaba causada por «faltas» propias.
to político que sus colegas de otros países, políticamente más ¿No es plausible suponer que este resentimiento albergará todos
afortunados; ni de que «el aislamiento de las mentes inteligentes los rasgos homicidas de un antagonismo radical, a diferencia de
y vitales... en Alemania» sea más pronunciado, la polarización los simples conflictos de clases, puesto que también se referirá a
más desesperada que en otras partes y casi nulo su impacto datos naturales que no pueden ser cambiados y por eso a una
sobre el clima político de su propio país, si se exceptúa el fenó­ condición de las que sólo podría liberarse uno mismo mediante el
meno de la reacción. Yo coincidiría también con Spender (véase exterminio de quienes resulten tener un más elevado cociente
«The Berlín Youth Model», en op. cit.) sobre el papel desem­ intelectual? Y como en semejante configuración será abruma­
peñado en esta situación por el pasado todavía reciente, de tal dor el poder numérico de los desfavorecidos y nula la movilidad
forma que los estudiantes «ofenden no sólo por su violencia social. ¿No es probable que el peligro de los demagogos, de los
sino porque son recordatorios... tienen también la apariencia líderes populares sea tan grande que la meritocracia se vea for­
de fantasmas surgidos de tumbas apresuradamente cubiertas de zada a convertirse en tiranía y despotismo?
tierra». Y, sin embargo, después de que se ha dicho y tenido
en cuenta todo esto sigue existiendo el extraño e inquietante
hecho de que ninguno de los nuevos grupos izquierdistas de Ale­ XVII, A LA NOTA 106, DE LA PÁG. 176
mania, notoriamente extremistas por su vociferante oposición
a las políticas nacionalistas o imperialistas de otros países, se Stewart Alsop, en un penetrante artículo, «The Wallace Man»,
haya preocupado seriamente del reconocimiento de la Línea Oder- en Newsweek, 21 de octubre de 1968, da la clave: «Puede ser
Neisse, que, al fin y al cabo, es el tema crucial de la política antiliberal por parte de un seguidor de Wallace no enviar a sus
exterior alemana y la piedra de toque del nacionalismo alemán hijos a malas escuelas en nombre de la integración, pero no es
desde la derrota del Régimen de Hitler. antinatural. Como tampoco lo es que le preocupe la «vejación»
de su mujer o que disminuya el valor de su casa, que es todo lo
que él tiene.» Cita también la más efectiva manifestación de la
XVI, A LA NOTA 99, DE LA PAG. 173 demagogia de George Wallace: «Son 535 los miembros del Con­
greso y muchos de esos liberales también tienen hijos. ¿Sabe
usted cuántos envían sus chicos a las escuelas publicas de Wash­
Daniel se muestra cautamente esperanzado porque sabe que
la obra científica y técnica depende del «conocimiento [que] ington? Seis.» ,. , .
Otro excelente ejemplo de una mal concebida política de m-
es buscado, probado y codificado de una forma desinteresada» tearación fue referido recientemente por Neil Maxwell en The
(op. cit.). Quizá este optimismo pueda estar justificado mientras Wall Street Journal (8 de agosto de 1968). El Gobierno federal
que los científicos y los tecnólogos estando desinteresados del promueve la integración escolar en el Sur, negando los fondos
poder y preocupados sólo del prestigio social, es decir, mientras federales en los casos de flagrante incumplimiento. En uno de
ni dominen ni gobiernen. El pesimismo de Noam Chomsky, tales casos se suspendió la entrega de una ayuda anual de
«ni la Historia, ni la Psicología, ni la Sociología nos dan razón 200 000 dólares. «Del total, 175.000 estaban directamente destina­
particular alguna para aguardar con esperanza la dominación dos a las escuelas negras... Los blancos elevaron pronto los im­
de los nuevos mandarines», puede ser excesivo; no existen toda­ puestos para reemplazar los otros 25.000 dolares.» En suma,
vía precedentes históricos y los científicos e intelectuales que, que se suponía iba a ayudar a la educación de los negros cons­
con tan deplorable regularidad, se han mostrado dispuestos a tituyó un «aplastante impacto» sobre su sistema eseoiar exis­
servir a cada Gobierno que estuviera en el poder, no han sido tente y no produjo impacto alguno en las escuelas de los blancos.
«meritócratas» sino más bien escaladores sociales. Pero Choms­
ky tiene enteramente razón al formular esta pregunta: ¿Qué fun­
damentos hay, en general, para suponer que quienes afirman que
el poder está basado en el conocimiento y en la técnica, sean más

198
XVIII, A LA NOTA 110, DE LA PÁG. 181
En el sombrío clima de expresiones ideológicas y ambigüeda­
des del debate estudiantil en occidente, estos temas rara vez han
tenido la posibilidad de ser aclarados; desde luego, en palabras
de Günter Grass, «esta comunidad, verbalmente tan radical, siem­
pre ha buscado y hallado un escape». Es también cierto que esto
resulta especialmente visible en los estudiantes alemanes y en
otros miembros de la Nueva Izquierda. «No saben nada pero PENSAMIENTOS SOBRE POLITICA
lo conocen todo», como, según Grass, lo resumió un joven histo­ Y REVOLUCION
riador de Praga. Hans Magnus Enzensberger proclama la actitud
general alemana; los checos padecen «un horizonte extremada­
mente limitado. Su sustancia política es escasa». (Véase Günter
Grass, op. cit., pp. 138-142). En contraste con esta mezcla de estu­ Un comentario
pidez e impertinencia, la atmósfera de los rebeldes del Este
resulta refrescante aunque se tiembla al pensar en el exhorbi-
tante precio que ha habido que pagar por eso. Jan Kavan, un
líder estudiantil checo, escribe: «A menudo me han dicho mis
amigos de Europa occidental que nosotros luchamos solamente
por las libertades burgueso-democráticas. Pero en cierta manera
yo no puedo distinguir entre libertades capitalistas y libertades
socialistas. Lo que yo reconozco son las libertades humanas bá­
sicas» (Ramparts, septiembre de 1968). Parece seguro suponer
que tendría una dificultad similar con la distinción entre «violen­
cia progresista y regresiva». Sin embargo, sería erróneo deducir,
como frecuentemente se hace, que los que habitan en los países
occidentales no tienen quejas legítimas, precisamente en materia
de libertad. En realidad, es sólo natural «que la actitud de los
checos hacia los estudiantes occidentales esté ampliamente co­
loreada por la envidia» (cita tomada de una publicación estu­
diantil por Spender, op. cit., p. 72); pero también es cierto que
ellos carecen de experiencias menos brutales, y, sin embargo,
decisivas, de frustración política.

Este ensayo está basado en una entrevista


de la señorita Arendt con el escritor alemán
Adelbert Reif. La entrevista tuvo lugar en el
verano de 1970. El original alemán fue tradu­
cido al inglés por Denver Lindley.

200
P r e g u n t a : En su estudio Sobre la Violencia se refie­
re usted en varias ocasiones al tem a del movimiento revo­
lucionario estudiantil en los países occidentales. Al final,
sin em bargo, hay algo que queda sin aclarar: ¿Conside­
ra usted en general al movimiento de protesta estudiantil
como un proceso históricam ente positivo?

A r e n d t : N o sé lo que usted entiende por «positivo».


Supongo que quiere saber si estoy a favor o en contra.
Pues bien, me resultan gratos algunos objetivos del mo­
vimiento, especialm ente varios del de América, con el
que estoy más fam iliarizada que con los de otras partes;
hacia otros objetivos adopto una actitud neutral y con­
sidero peligrosos disparates a algunos, como, por ejem ­
plo, la politización y el «refuncionamiento» (lo que los
alemanes denom inan um funktionieren) de las Universi­
dades, es decir, la perversión de su función y otras cosas
de ese género. Pero no el derecho a la participación, que,
dentro de ciertos límites, apruebo enteram ente. Pero no
deseo referirm e a este tem a de momento.
Si dejo a un lado todas las diferencias nacionales, que
indudablem ente son muy grandes, y tengo en cuenta que
éste es un movimiento global —algo que no ha existido
anteriorm ente en esta form a— y si considero lo que
(aparte de objetivos, opiniones y doctrinas) realm ente
distingue en todos los países a esta generación de las que

203
la precedieron, lo prim ero que descubro es su determ ina­ los em pleados de los servicios de su universidad no per­
ción de actuar, su entusiasm o por la acción, la seguridad cibían los salarios base, se declararon en huelga —con
de ser capaz de cam biar las cosas por el esfuerzo propio. éxito— . Básicam ente fue un acto de solidaridad con
Esto, desde luego, se expresa muy diferentem ente en los «su» universidad contra la política de la adm inistración.
diferentes países conform e a sus distintas situaciones po­ O, p o r ver otro ejemplo, el hecho de que en 1970 los
líticas y tradiciones históricas, que a su vez están confor­ estudiantes universitarios pidieron tiem po libre para to­
mes con sus muy diferentes talentos políticos. Pero prefe­ m ar p arte en la cam paña electoral. Cierto núm ero de
riría hablar de esto después. grandes universidades se lo otorgaron. E ra una activi­
Examinemos brevem ente los comienzos de este mo­ dad política fuera de la universidad, hecha posible por
vimiento. Surgió en los Estados Unidos de una form a la universidad, reconociendo el hecho de que los estu­
totalm ente inesperada en la década de los años cincuenta, diantes son tam bién ciudadanos. Considero claram ente
en la época de la llam ada «generación silenciosa», la positivos am bos ejemplos. Hay, sin em bargo, otras cosas
generación apática y reservada. La causa inm ediata fue que juzgo m ucho menos positivas y a las que llegaremos
el movimiento de los derechos civiles en el Sur, y los después.
prim eros en unirse a éste fueron universitarios de H ar­ La pregunta básica es la siguiente: ¿Qué sucedió en
vard, que entonces atraía a estudiantes de otras famosas realidad? Tal como yo lo veo, por vez prim era en un
universidades del Este. Fueron al Sur, brillantem ente or­ muy largo período surgió un m ovim iento político que
ganizados y durante cierto tiem po tuvieron un éxito com­ no sólo no se m antuvo sim plem ente sobre la propaganda
pletam ente extraordinario, es decir, m ientras que se trató sino que actuó y, además, actuó casi exclusivamente p ar­
sim plem ente de cam biar el clima de opinión —lo que lo­ tiendo de m otivos morales. Junto con este factor m oral,
graron claram ente en breve espacio— y de acabar con com pletam ente raro en lo que norm alm ente se considera
ciertas leyes y reglam entos de los Estados del Sur; en sim ple juego de poder o de intereses, penetró en el te­
suma, m ientras que fue cuestión de m aterias puram ente rreno de la política o tra experiencia nueva para nuestro
legales y políticas. Pero después chocaron con las enor­ tiem po: resultó que actuar es divertido. E sta generación
mes necesidades sociales de los ghettos urbanos del descubrió lo que el siglo x v m había denom inado «felici­
N orte —y allí lo pasaron mal, allí no pudieron conse­ dad pública», que significa que cuando el hom bre tom a
guir nada. p arte en la vida pública se abre p ara sí mismo una di­
Sólo más tarde, tras haber logrado lo que pudo lo­ m ensión de experiencia hum ana que de o tra form a per­
grarse m ediante acción puram ente política, se inició el manece cerrada para él y que, de alguna m anera, cons­
proceso dentro de las universidades. Comenzó en Berke- tituye una parte de la «felicidad» com pleta.
ley con el Movimiento de Expresión Libre y continuó con En todas estas m aterias yo calificaría al movimiento
el Movimiento Anti-Guerra, y o tra vez los resultados fue­ estudiantil como muy positivo. Su evolución posterior
ron com pletam ente extraordinarios. De estos comienzos ya es o tra cuestión. Nadie sabe cuánto tiem po subsistirán
y especialm ente de estos éxitos procede todo lo que se ha los llam ados factores «positivos» y si no se hallan ya en
extendido después por el mundo. proceso de ser disueltos y corroídos por el fanatism o,
En América, esta nueva confianza en que uno pueda las ideologías y un espíritu de destrucción que a m e­
cam biar lo que no le gusta resulta notable, especialm ente nudo bordea por un lado lo crim inal y por el otro el
en m ateria de poca m onta. Ejem plo típico fue un enfren­ aburrim iento. En la H istoria las cosas buenas suelen te­
tam iento, com parativam ente inofensivo, que tuvo lugar ner corta duración pero después poseen una influencia
hace algunos años. Cuando los estudiantes supieron que decisiva sobre lo que sucede en largos períodos de tiem ­

204 205
po. Considere sim plem ente cuán corto fue el verdadero naturalm ente diferentes coloraciones nacionales y que
período clásico en Grecia y el hecho de que todavía hoy estas coloraciones, sim plem ente por ser tales, son a ve­
nos estem os nutriendo de él. ces lo m ás sorprendente; es fácil, especialm ente para un
extraño, confundir lo m ás conspicuo con lo m ás im ­
portante.
P: E rn st Bloch señaló recientem ente en una confe­ Con respecto a la «próxima revolución» en la que
rencia que el m ovim into estudiantil de p ro testa no está E rn st Bloch cree y de la que yo no sé si llegará a existir
confinado a sus objetivos conocidos, sino que contiene o la estru ctu ra que pueda tener si sobreviene, me gusta­
principios derivados de la antigua ley n atural: «Hombres ría decir esto. Existe, es cierto, toda una serie de fenó­
que no adulan, que no halagan los caprichos de sus m enos de los que uno podría decir inm ediatam ente que,
amos.» Ahora Bloch afirm a que los estudiantes han to­ a la luz de n uestra experiencia (al fin y al cabo no muy
mado conciencia de «ese o tro elem ento subversivo de grande, d ata de las Revoluciones francesa y am ericana;
revolución», que debe ser diferenciado de la simple pro­ antes de éstas hubo rebeliones y coups d'état, pero no
testa ante una m ala situación económica, y al o b rar asi revoluciones) corresponden a los prerrequisitos de la
han hecho una im portante contribución «a la H istoria revolución, tales como la am enaza de ru p tu ra de la
de las revoluciones y muy probablem ente a la estru c­ m aquinaria gubernam ental, el hecho de que esté soca­
tu ra de las próxim as revoluciones». ¿Cuál es su opinión? vada, la pérdida de confianza en el Gobierno por parte
del pueblo, el fallo de los servicios públicos y diversos
A: Lo que E rn st Bloch llam a «ley natural» es a lo que otros.
yo me refería cuando hablé de la notable coloración mo­ La pérdida de poder y de autoridad de todas las gran­
ral del movimiento. Sin em bargo, añadiría —y en este des potencias resulta claram ente visible, aunque se vea
punto no estoy de acuerdo con Bloch— que algo sim ilar acom pañada por u na inm ensa acum ulación de los me­
sucede con todos los revolucionarios. Si usted examina dios de violencia en m anos de los Gobiernos, pero el
la H istoria de las revoluciones verá que nunca fueron aum ento en las arm as no puede com pensar la pérdida de
los oprim idos y los degradados quienes m o straro n el poder. Sin em bargo, esta situación no conduce necesa­
camino, sino quienes no estaban oprim idos ni degrada­ riam ente a la revolución. Porque, p o r un lado, puede
dos pero no podían soportar que otros lo estuvieran. concluir en contrarrevolución, en el establecim iento de
Sólo que les resu ltab a em barazoso ad m itir sus motivos dictaduras y, por otro, puede acabar en un anticlímax
m orales: y esta vergüenza es muy antigua. No quiero total; no es necesario que conduzca a nada. Nadie que
ahora penetrar en su historia, aunque tiene un aspecto viva hoy sabe nada respecto de la proxim idad de una
muy interesante. Pero el factor m oral ha estado siem pre revolución: el «principio de la esperanza» (E rnst Bloch)
presente aunque halla hoy su m ás clara expresión por­ no constituye ciertam ente ningún género de garantía.
que la gente no se avergüenza de poseerlo. Por el m om ento falta un prerrequisito para la proxi­
Por lo que se refiere al «no adular», desem peña como m idad de u n a revolución: un grupo de auténticos revo­
es n atu ral un papel especialm ente im portante en aque­ lucionarios. Precisam ente lo que m ás les gustaría ser a
llos países, como Japón y Alemania, donde la obsequio­ los estudiantes de la izquierda —revolucionarios— es ju s­
sidad ha alcanzado tan form idables proporciones mien­ tam ente lo que no son. No están organizados como re ­
tras en América, en donde no puedo reco rd ar a un solo volucionarios; no tienen atisbo de lo que el poder signi­
estudiante adulador, carece m ás bien de significado. Ya fica, y si el poder quedara abandonado en la calle y supie­
he señalado que este m ovim iento internacional adopta ran que estaba allí, serían ciertam ente los últim os en

206 207
agacharse a recogerlo. Esto es precisam ente lo que ha­ serán aplastados. Como si se dijeran a sí m ism os: al
cen los revolucionarios. ¡Los revolucionarios no hacen m enos querem os haber provocado nuestra derrota; no
las revoluciones! Los revolucionarios son los que saben querem os ser tan inocentes como corderos. Hay u n ele­
cuándo está el poder abandonado en la calle y cuándo m ento de enloquecim iento en estos chicos lanzadores de
pueden recogerlo. La rebelión arm ada en sí m ism a jam ás bom bas. He leído que durante los últim os disturbios —no
ha conducido a una revolución. los de 1968, sino otros m ás recientes— los estudiantes
Sin em bargo, lo que podría ab rir el cam ino p ara una franceses de N anterre escribían en los m uros Ne gáchez
revolución, en el sentido de p rep arar a los revoluciona­ pas votre pourriture («No echéis a perder vuestra podre­
rios, sería un análisis real de la situación existente, tal dum bre»). Así, nada menos. E sta convicción de que todo
como se acostum braba a hacer en otros tiem pos. En rea­ m erece ser destruido, de que todo merece irse al diablo,
lidad, estos análisis eran las más de las veces m uy ina­ este género de desesperación, puede ser advertida en
decuados pero el hecho indudable es que se hacían. En todas p artes aunque resulta menos pronunciada en Amé­
este aspecto no veo absolutam ente a nadie, ni cerca ni rica, donde «el principio de la esperanza», es, sin em bar­
lejos, en disposición de hacerlo. La esterilidad teórica go, desconocido, quizá porque los jóvenes no lo necesitan
y la estolidez analítica de este m ovim iento son tan sor­ tan desesperadam ente.
prendentes y deprim entes como grata es su alegría en la
acción. En Alemania, el movimiento carece tam bién de
eficacia en cuestiones prácticas; puede provocar algunos P: ¿C onsidera usted esencialm ente frustrado el mo­
disturbios, pero al m argen de g ritar slogans no puede vim iento estudiantil de protesta en los Estados Unidos?
organizar nada. En América, donde en ciertas ocasiones
ha llevado a W ashington p ara m anifestarse a centenares A: E n absoluto. Los éxitos que ha logrado hasta aho­
de miles, el m ovim iento resulta en este aspecto, en su ra son dem asiado grandes. Su éxito con la cuestión negra
capacidad p ara actuar, más im presionante. Pero la es­ resulta espectacular y su éxito en la cuestión de la guerra
terilidad m ental es la m ism a en am bos países —sólo que es quizá aun m ayor. Fueron prim ariam ente los estudian­
en Alemania, donde la gente se m uestra tan inclinada a tes quienes lograron dividir al país y lograron una m a­
vagas especulaciones, se dedican a perd er el tiem po con yoría, o al m enos una m inoría muy calificada y muy
conceptos y categorías anticuados que se rem ontan ge­ fuerte en todos los aspectos, co n traria a la guerra. Po­
neralm ente al siglo xix o a quién sabe qué. N ada de esto dría, sin em bargo, arruinarse muy rápidam ente si lograra
tiene relación con las condiciones m odernas. Y nada d estru ir las universidades —algo que yo considero po­
de esto tiene que ver con la reflexión. sible. E n América este peligro es quizá m enor que en
Las cosas son diferentes, en realidad, en América del o tras p artes porque los estudiantes am ericanos siguen
Sur y en E uropa oriental, principalm ente porque allí estando m ás orientados hacia las cuestiones políticas y
ha existido am pliam ente una m ás concreta experiencia m enos inclinados a los problem as internos de la univer­
práctica. Pero exam inar este aspecto en detalle nos sidad, con el resultado de que p arte del pueblo se siente
llevaría dem asiado lejos. solidarizado con ellos en m aterias esenciales. Pero tam ­
Me gustaría h ab lar sobre un punto suscitado en rela­ bién en América sigue siendo concebible la destrucción
ción con E rn st Bloch y el «principio de la esperanza». de las universidades porque la conm oción en conjunto
Lo más sospechoso de este movimiento en E uropa occi­ coincide con una crisis en las ciencias, en la fe en la cien­
dental y en América es una curiosa desesperación im ­ cia y en la fe en el progreso, es decir, con una crisis
plicada en él, como si sus adherentes ya supieran que interna, y no sim plem ente política, de las universidades.

208 209
Si los estudiantes lograran d estru ir las universidades, P: En su estudio Sobre la Violencia, hay una frase:
habrían destruido entonces su propia base de operacio­ «El tercer m undo no es una realidad sino una ideología.»
nes, y esto sería cierto en todos los países afectados por Esto suena a blasfem ia. Porque, desde luego, el tercer
el hechp, en América corno en E uropa. Y no serían capa­ m undo es una realidad; más aún, una realidad que debe
ces de h allar o tra base, sencillam ente porque no podrían su existencia en prim er lugar a las potencias coloniales
reunirse en ninguna o tra parte. De aquí se deduce que occidentales y, m ás tarde, a la cooperación de los E sta­
la destrucción de las universidades determ inaría el final dos Unidos. Y por eso no es nada sorprendente que de
de todo el m ovimiento. esta realidad producida por el capitalism o resultara,
Pero no sería el fin ni del sistem a educativo ni el b ajo la influencia de la indignación m undial y general de
de la investigación. Tanto uno como o tra pueden ser los jóvenes, una nueva ideología. Yo creo que no es la
organizados muy diferentem ente; resultan perfectam en­ ideología de la Nueva Izquierda sino sim plem ente la exis­
te concebibles otras form as e instituciones p ara la p re­ tencia del tercer m undo, la realidad del tercer mundo,
paración profesional y p ara la investigación. Pero ya la que hizo posible esa ideología.
no habría estudiantes universitarios. Vamos a ver lo que ¿T rata usted con su sorprendente frase de poner en
en realidad es la libertad estudiantil. Las universidades tela de juicio la existencia del tercer m undo como tal?
hacen posible a los jóvenes durante cierto núm ero de Posiblem ente hay aquí un m alentendido que usted podría
años el perm anecer fuera de todos los grupos y obliga­ aclarar.
ciones sociales, ser verdaderam ente libres. Si los estudian­
tes destruyen las universidades, entonces ya no existirá A: En absoluto. Soy verdaderam ente de la opinión
nada de este tipo; en consecuencia no h ab rá tam poco de que el tercer m undo es exactam ente lo que digo, una
rebelión co n tra la sociedad. En algunos países y en al­ ideología o una ilusión.
gunas épocas pueden haber estado muy bien en cam ino Africa, Asia y Sudam érica son realidades. Si usted
de co rtar la ram a en la que se sentaban. Lo que a su com para estas regiones con E uropa y América, entonces
vez equivale al enloquecim iento. De esta m anera el movi­ puede decir de ellas —pero sólo desde esta perspectiva—
m iento estudiantil de protesta podría en realidad no que están subdesarrolladas y usted sostiene por eso que
solo no lograr satisfacción a sus dem andas, sino tam bién éste es un denom inador com ún crucial de aquellos paí­
ser destruido. ses. Sin em bargo, pasa por alto las innum erables cosas
que no tienen en común y el hecho de que lo que tienen
en com ún es solam ente un contraste con otro mundo;
P: ¿Sería esto tam bién aplicable al m ovim iento es­ lo que significa que la idea del subdesarrollo como factor
tudiantil de protesta en Europa? im portante es un prejuicio europeo-am ericano. Se trata,
en sum a, de una cuestión de perspectiva; hay aquí una
A: Sí, se aplicaría a la m ayoría de los m ovim ientos es­ falacia lógica. Trate de decir alguna vez a un chino que
tudiantiles. Tam bién aquí, no en el m ism o grado en los pertenece exactam ente al mism o m undo de un m iem bro
de Sudam érica y los países de E uropa O riental donde el de una trib u bantú africana y, créame, se llevará la sor­
movimiento de protesta no depende directam ente de las presa de su vida. Los únicos que tienen un interés ob­
universidades y donde lo respalda una gran p arte de la viam ente político en afirm ar que existe un tercer m un­
población. do son, desde luego, los que perm anecen en el nivel más
bajo: es decir, los negros de Africa. En su caso es fácil
com prenderlo; todo lo dem ás es palabrería.

210 211
La Nueva Izquierda ha tom ado este reclam o del te r­ que no corresponderá r t a uno ni a otro y esperem os
cer m undo del arsenal de la Vieja Izquierda. Procedía de que así sea para nuestra sorpresa.
la distinción hecha p o r los im perialistas entre países Pero examinemos históricam ente por un mom ento,
coloniales y potencias colonizadoras. Para los im peria­ esas alternativas; con el capitalism o se inició, al fin
listas, Egipto era, naturalm ente, como la India: am bos y al cabo, un sistem a económico que nadie había planea­
caían bajo la denom inación de «razas sometidas». Este do ni previsto. Este sistem a, como se sabe generalmente,
enrasam iento im perialista de todas las diferencias ha debió su comienzo a un m onstruoso proceso de expro­
sido copiado p o r la Nueva Izquierda sin m ás que invertir piación como jam ás había sucedido anteriorm ente en
las denom inaciones. Es siem pre la m ism a y vieja histo­ la H istoria en esta form a, es decir, sin conquista m ilitar.
ria: tras la adm isión de cada reclam o existe la incapaci­ Expropiación, la acum ulación inicial de capital, que fue
dad para pensar o bien la repugnancia a ver los fenó­ la ley conform e a la cual surgió el capitalism o y confor­
menos como son, sin aplicarles categorías en la creencia me a la cual avanzó paso a paso. No conozco lo que la
de que por eso pueden ser clasificados. En esto precisa­ gente im agina por socialismo. Pero si se m ira a lo que
m ente radica la im potencia de la teorización. sucedió en Rusia, puede advertirse que el proceso de
El nuevo slogan: ¡Nativos de todas las colonias, o de expropiación fue llevado aún m ás lejos; y puede obser­
todas las antiguas colonias o de todos los países subdes­ varse que algo muy sim ilar está sucediendo en los m oder­
arrollados, u n io s!, es aun m ás estúpido que el antiguo nos países capitalistas donde parece que hubiera vuelto
del que fue copiado: ¡Trabajadores de todo el mundo, a desencadenarse el antiguo proceso de expropiación.
u n io s!, que al fin y al cabo, ha quedado com pletam ente ¿Qué son la superim posición fiscal, la devaluación de
desacreditado. No soy ciertam ente de la opinión de que jacto de la moneda, la inflación unida a la recesión, sino
pueda aprenderse m ucho de la H istoria —porque la His­ form as relativam ente suaves de expropiación?
toria nos enfrenta constantem ente con lo que es nuevo— ; Sólo que en los países occidentales hay obstáculos
pero hay unas cuantas cosas que podrían aprenderse. Lo políticos y legales que constantem ente im piden que este
que me llena de recelo es no ver en p arte alguna a los proceso de expropiación alcance un punto en el que la
m iem bros de esta generación, reconociendo las realida­ vida sería com pletam ente insoportable. En Rusia no exis­
des como tales y tom ándose la m olestia de pensar en te, desde luego, socialismo, sino socialismo de Estado
ellas. que es lo mismo que sería el capitalism o de Estado, es
decir, la expropiación total. La expropiación total sobre­
viene cuando han desaparecido todas las salvaguardias
políticas y legales de la propiedad privada. En Rusia,
P: Los filósofos y los historiadores m arxistas, y no
por ejem plo, ciertos grupos disfrutan de un muy ele­
sim plem ente quienes son considerados como tales en el
vado nivel de vida. Lo malo es sólo que todo lo que tales
sentido estricto del térm ino, opinan que en esta fase del
gentes tienen a su disposición —vehículos, residencias
desarrollo histórico de la H um anidad hay sólo dos alter­
cam pestres, muebles caros, coches con chófer, etc.— no
nativas posibles p ara el futuro: capitalism o y socialis­
es de su propiedad y cualquier día puede serles retirado
mo. ¿Existe en su opinión otra alternativa?
por el Gobierno. No hay allí un hom bre tan rico que
no pueda convertirse en mendigo de la m añana a la noche
A: No veo tales alternativas en la H istoria; ni sé qué
—y quedarse incluso sin el derecho al trabajo— en caso
es lo que hay allí disponible. Vamos a dejar de h ab lar de
de conflicto con los poderes dom inantes. (Un vistazo a la
tem as tan altisonantes como «el desarrollo histórico de
la Hum anidad»: muy probablem ente ad o p tará un giro reciente literatu ra soviética, donde se ha empezado a

213
212
decir la verdad, atestiguará estas atroces consecuencias inevitable de la sociedad industrial iniciada por el capi­
más reveladoras que todas las teorías económicas y po­ talism o. Entonces, lo que interesa es saber lo que pode­
líticas.) mos hacer p ara m antener bajo control este proceso y evi­
Todas nuestras experiencias —a diferencia de las teo­ ta r que degenere, con un nom bre u otro, en las m ons­
rías y de las ideologías— nos dicen que el proceso de ex­ truosidades en que ha caído en el Este. En algunos de
propiación, que comenzó con la aparición del capitalism o, los países llam ados «comunistas» —en Yugoslavia, por
no se detiene en la expropiación de los medios de produc­ ejem plo, pero incluso tam bién en Alemania oriental —ha
ción; sólo las instituciones legales y políticas que sean habido intentos para sustraer la econom ía a la interven­
independientes de las fuerzas económicas y de su auto­ ción del Gobierno y descentralizarla, y se han realizado
m atism o pueden controlar y refrenar las m onstruosas concesiones muy sustanciales para im pedir las m ás ho­
potencialidades inherentes a este proceso. Tales contro­ rribles consecuencias del proceso de expropiación, que,
les políticos parecen funcionar m ejor en los «Estados- afortunadam ente, tam bién habían resultado ser muy insa­
nodrizas» tan to si se denom inan a sí mismos «socialistas» tisfactorias para la producción una vez que se había al­
o «capitalistas». Lo que protege a la libertad es la divi­ canzado un determ inado grado de centralización y de
sión entre el poder gubernam ental y el económico, o, esclavización de los trabajadores.
por decirlo en lenguaje de Marx, el hecho de que el E sta­ Fundam entalm ente se tra ta de saber cuánta propie­
do y su constitución no sean superestructuras. dad y cuántos derechos podem os perm itir poseer a una
Lo que nos protege en los países llam ados «capitalis­ persona, incluso bajo las muy inhum anas condiciones de
tas» de Occidente no es el capitalism o, sino un sistem a gran parte de la econom ía m oderna. Pero nadie puede
legal que im pide que se hagan realidad los ensueños de decirme que exista algo como «la propiedad de las fá­
la dirección de las grandes em presas de penetrar en la bricas» por parte de los trabajadores. Si usted reflexiona
vida privada de sus empleados. Pero este ensueño se durante un segundo advertirá que la propiedad colectiva
torna realidad allí donde el Gobierno se convierte a sí constituye u na contradicción en sus térm inos. Pertenen­
mismo en patrono. No es un secreto que el sistem a de cia es lo que yo tengo; propiedad se refiere a lo que es
investigación que sobre sus empleados realiza el Gobier­ propio de mí por definición *. Los medios de producción
no am ericano no respeta la vida privada; el reciente ape­ de o tras personas no deberían desde luego pertenecerm e.
tito m ostrado p o r algunos organism os gubernam entales El peor propietario posible sería el Gobierno a menos de
de espiar en las casas particulares podría ser un intento que sus poderes en la esfera económica sean estricta­
del Gobierno de tra ta r a todos los ciudadanos como as­ m ente controlados y frenados por una judicatura verda­
pirantes en potencia a funcionarios públicos. ¿Y qué es deram ente independiente. N uestro problem a en la ac­
el espionaje sino una form a de expropiación? El organis­ tualidad no consiste en expropiar a los expropiadores
mo gubernam ental se establece como un género de co­ sino, m ás bien, en lograr, que las masas, desposeídas por
propietario de las viviendas y las casas de los ciudada­ la sociedad industrial en los sistem as capitalistas y so­
nos. En Rusia no se necesitan delicados m icrófonos ocul­ cialistas, puedan recobrar la propiedad. Sólo por esta
tos en las paredes; de cualquier m anera hay un espía en razón ya es falsa la alternativa entre capitalism o y so-
la vivienda de cada ciudadano.
Si tuviera que juzgar esta evolución desde un punto * La diferencia entre «property» y «ownership» que yo he
de vista m arxista, diría: Quizá la expropiación está en traducido respectivamente por «pertenencia» y «propiedad» (de
own, propio) es tan sutil que muchos y buenos diccionarios con­
la verdadera naturaleza de la producción m oderna, y el sideran cada uno de estos términos como sinónimo del otro.
socialismo, como Marx creía, no es más que el resultado (N. del T.) ,

214 215
cialismo, no sólo porque no existen en p arte alguna en ¿Cómo juzga usted las posibilidades de una nueva
, estado puro, sino porque lo que tenem os son gemelos, iniciativa del socialismo dem ocrático en el Este, orien­
cada uno con diferente som brero. tado en el espíritu de los modelos checoslovaco o yugos­
Puede contem plarse toda la situación desde una pers­ lavo, a la vista del desarrollo del arm am ento de la Unión
pectiva diferente —la de los mismos oprim idos— lo Soviética así como de la hegemonía soviética en otras
cual no m ejora el resultado. En este caso uno debe decir zonas?
que el capitalism o ha destruido los patrim onios, las cor­
poraciones, los gremios, toda la estru ctu ra de la socie­ A: Lo que usted ha comenzado diciendo me ha asom ­
dad feudal. Ha acabado con todos los grupos colectivos brado realm ente. Llam ar a la dom inación de Stalin una
que constituían una protección p ara el individuo y su «alienación» me parece un eufem ismo empleado para
pertenencia, que le garantizaban un cierto resguardo aun­ b arrer b ajo la alfom bra no sólo hechos, sino tam bién los
que no, desde luego, una com pleta seguridad. En su más horrendos crímenes. Y le digo esto sólo para llam ar
lugar puso las «clases», esencialm ente sólo dos: la de su atención sobre la form a en que esta jerga ha reto r­
Jos explotadores y la de los explotados. La clase trab a­ cido ya los hechos: llam ar «alienación» a algo que no es
jadora, sim plem ente porque era una clase y un colectivo, m ás que un crimen.
proporcionó al individuo una cierta protección y más Por lo que se refiere a los sistem as económicos y a los
tarde, cuando aprendió a organizarse, luchó p o r conse­ «modelos», con el tiempo algo saldrá de todas las expe­
guir y obtuvo considerables derechos p ara sí mism a. La riencias realizadas aquí y allá si las grandes potencias
distinción principal hoy no es entre países socialistas y dejan en paz a los países pequeños. Que esto llegue a
países capitalistas, sino entre países que respetan esos ser realidad es algo que no puede decirse en un terreno
derecho y los que no los respetan: de sobra son conoci­ que depende tanto de la práctica como la economía. Sin
dos los ejem plos de ambos. em bargo, antes que nada se realizarán experiencias con
¿Qué ha hecho entonces el socialismo o el comunismo, el problem a de la propiedad. Por la m uy escasa infor­
tom ados en su form a m ás pura? H an destruido a esta m ación de que dispongo, yo diría que esto está ya suce­
clase, sus instituciones, los sindicatos y los partidos de diendo en Alemania Oriental y en Yugoslavia con resul­
trabajadores y sus derechos: convenios colectivos, huel­ tados excelentes.
gas, seguro de paro, seguridad social. En su lugar, estos En Alemania Oriental, se ha constituido dentro del
regímenes han ofrecido la ilusión de que las fábricas sistem a económico «socialista» haciendo funcionar a éste
eran propiedad de la clase trabajadora, que como clase —un tipo de sistem a cooperativo que no se deriva en
había sido abolida, y la atroz m entira de que ya no exis­ absoluto del socialismo y que ha dem ostrado su valor en
tía el paro, m entira basada tan sólo en la muy real inexis­ D inam arca e Israel—. En Yugoslavia existe en las fábri­
tencia del seguro de paro. En esencia, el socialismo ha cas el sistem a de «autogestión», nueva versión de los an­
continuado sencillam ente y llevado a su extrem o lo que el tiguos «consejos de trabajadores», que, incidentalm ente,
capitalism o comenzó. ¿Por qué iba a ser su remedio? nunca form aron parte de la doctrina ortodoxa socialista
o com unista —a pesar de la afirm ación de Lenin relativa
P: Los intelectuales m arxistas subrayan a m enudo que a «todo el poder para los soviets». (Los consejos, la única
el socialismo, a pesar de su alienación, es capaz de rege­ consecuencia auténtica de las revoluciones mismas, a
neración m ediante su propia fuerza. Como ejem plo ideal diferencia de los partidos revolucionarios y de las ideo­
de esta regeneración existe el modelo checoslovaco de logías, fueron im placablem ente destruidos precisam ente
socialismo dem ocrático. por el P artido com unista y el propio Lenin.)

216 217
Ninguno de estos experimentos redefine la propiedad Bajo el dom inio de U lbricht, la República Democrática
legítima de una form a satisfactoria, pero puede ser un Alemana se tornó constantem ente tanto más tiránica ideo­
cam ino en esta dirección: las cooperativas de Alemania lógicamente cuanto mayores eran las concesiones eco­
Orienta], com binando la propiedad privada con la p er­ nómicas.
tenencia conjunta de los medios de producción y de dis­ La Unión Soviética debe tam bién dar en lo vivo allí
tribución; los consejos de trabajadores, proporcionando donde tem a que uno de los países satélites se separe del
una seguridad en el empleo en vez de una seguridad de Pacto de Varsovia. No lo sé, pero considero posible que
la propiedad privada. En ambos casos, los trabajadores este tem or, ciertam ente presente, se hallara justificado en
individuales ya no están atomizados, sino que pertene­ el caso de Checoslovaquia. Por o tra parte no creo que
cen a un nuevo colectivo, la cooperativa o el consejo de la Unión Soviética llegue a intervenir m ilitarm ente en
la fábrica, como un género de com pensación a su afilia­ Yugoslavia. E ncontraría allí una muy considerable opo­
ción a una clase. sición m ilitar y no puede perm itirse hoy este género de
Usted pregunta tam bién por las experiencias y las enfrentam iento. Siendo una gran potencia, esto no es
reform as. Estos nada tienen que ver con los sistem as eco­ estar firm em ente sentada en la silla.
nómicos, excepto que el sistem a económico no debería
ser em pleado p ara privar al pueblo de su libertad. Y así
se hace cuando un disidente u oponente se to rn a «inem- P: ¿Concede usted al socialismo como concepción
pleable» o cuando los bienes de consum o son tan esca­ ahora dom inante para el futuro de la sociedad hum ana,
sos y la vida tan desagradable que le resulta fácil al Go­ alguna posibilidad de realización?
bierno «comprar» a sectores enteros de la población.
Que quienes viven en el Este se preocupen de la libertad, A: Esto nos lleva naturalm ente o tra vez a la cuestión
los derechos civiles y las garantías legales. Porque éstas de lo que es en realidad el socialismo. Incluso Marx ape­
son las condiciones p ara ser libre de decir, escribir e im­ nas sabía cómo debía describirlo.
p rim ir lo que uno quiera. La Unión Soviética no penetró
en Checoslovaquia por culpa del nuevo «sistem a econó­
mico» de este país sino por las reform as políticas con P: Perdone que le interrum pa: me refiero al socialismo,
él relacionadas. No penetró en Alemania Oriental, aunque como he dicho antes, orientado en el espíritu del modelo
sus habitantes, como los de otros países satélites, vivan
checoslovaco o yugoslavo.
hoy m ejor que los de la Unión Soviética y quizá pronto
vivan tan bien e incluso m ejor que los de Alemania Occi­ A: Usted se refiere, entonces, a lo que hoy se deno­
dental. Y entonces, la diferencia será «solamente» que m ina «socialismo hum anista». Este nuevo slogan no sig­
en un país la gente puede decir y, dentro de ciertos lím i­ nifica más que el intento de deshacer la inhum anidad
tes, tam bién hacer lo que prefiere, m ientras que en el traíd a por el socialismo sin rein tro d u cir el llam ado sis­
otro no puede. Créame, esto constituye una gran dife­ tem a «capitalista», aunque la clara tendencia en Yugos­
rencia p ara cualquiera. lavia hacia una econom ía de m ercado abierto podría
La Unión Soviética está interesada en dar en lo vivo muy fácilmente, y casi ciertam ente, ser interpretada
allí donde estas experiencias económicas se unen a una así, no sólo por la Unión Soviética sino por todos los
lucha por la libertad. Este fue sin duda el caso de Che­ verdaderos creyentes.
coslovaquia. No es el caso de Alemania Oriental; por Generalmente hablando, yo diría que concedo una
eso dejaron en paz a la República D em ocrática Alemana. posibilidad a todos los países pequeños que deseen ex-

218 219
/

perim entar, tan to si se denom inan a sí mismos socia­ les sino tam bién la am enaza de descomposición del im­
lista como si no se llam an así, pero soy muy escéptica perio ruso.
respecto de las grandes potencias. Estas sociedades de
m asas ya no pueden ser controladas y menos aún gober­
nadas. Los modelos checoslovaco y yugoslavo, si usted P: Creo que el tem or de los líderes soviéticos, espe­
les tom a como ejem plo, tienen una posibilidad. También cíficamente a la oposición de los intelectuales, desem ­
incluiría quizá a Rumania, quizá a Hungría, donde la peña un papel especial. Al fin y al cabo se tra ta de una
revolución de ninguna m anera acabó catastróficam ente, oposición que se está haciendo sentir en un sector más
como podría haber acabado bajo Stalin —simplemente amplio. Hay incluso un m ovim iento de derechos civiles
con la deportación del 50 p o r 100 de la población. Algo por p arte de los intelectuales jóvenes que operan con
está sucediendo en todos estos países y será muy difícil todos los disponibles medios legales y, resulta innece­
invertir el sentido de sus esfuerzos reform adores, sus sario decirlo, con todos los ilegales, tales como periódi­
intentos de escapar a las peores consecuencias de la dicta­ cos clandestinos, etc.
dura y de resolver sus problem as económicos indepen­
diente y sensiblemente. A: Sí, soy consciente de ello. Y los dirigentes de la
Existe otro factor que deberíam os tener en cuenta. Unión Soviética se m uestran muy tem erosos. Temen in­
La Unión Soviética y, en diferentes grados, sus Estados tensam ente que si el éxito de este movimiento alcanza
satélites, no son Naciones-Estados sino que están com­ al pueblo, diferenciado de los intelectuales, podría su­
puestos de nacionalidades. En cada uno de ellos, la dicta­ ceder que los ucranianos desearan una vez m ás tener
dura está más o menos en m anos de la nacionalidad do­ su propio Estado, que les ocurriera otro tanto a los tá r­
m inante, y la oposición contra esa dictadura corre siem­ taros, que tan abom inablem ente fueron tratados, etc. Por
pre el riesgo de convertirse en un m ovim iento de libera­ eso, los dirigentes de la Unión Soviética se apoyan en
ción nacional. Esto es especialm ente cierto por lo que una base aún m ás vacilante que las de quienes dirigen
se refiere a la Unión Soviética, en donde los dictado­ los países satélites. Pero ya ve usted tam bién que Tito
en Yugoslavia se m uestra tem eroso del problem a de las
res rusos viven siem pre con el tem or a un colapso del
nacionalidades y en absoluto del llam ado «capitalismo»
im perio ruso y no sim plem ente a un cam bio de Gobierno.
E sta preocupación nada tiene que ver con el socialis­
mo: es, y ha sido siempre, una cuestión de puro poder
político. No creo que la Unión Soviética hubiera proce­ P: ¿Cómo explica usted el hecho de que el movimien­
to de reform a en el Este —y no pienso solam ente en el
dido en Checoslovaquia como procedió si no hubiese
muy citado modelo checoslovaco, sino tam bién en las
estado inquieta p o r su propia oposición interna, no sólo
diferentes obras de intelectuales soviéticos propugnando
por la oposición de los intelectuales, sino por la oposi­ la dem ocratización de la Unión Soviética y en protestas
ción latente de sus propias nacionalidades. No debería sim ilares— jam ás sugiriera form a alguna de capitalism o,
olvidarse que, durante la Prim avera de Praga, el Gobier­ aunque fuese modificado, como alternativa al sistem a
no otorgó a los eslovacos considerables concesiones que que estaban criticando?
sólo fueron canceladas después por influencia rusa. Mos­
cú teme todos los intentos de descentralización. Un nue­ A: Bien, yo diría que ellos son obviam ente de mi opi­
vo modelo significa para los rusos no sólo un m anejo nión, que de la m ism a m anera que el socialismo no es
más hum ano de las cuestiones económicas o intelectua­ un rem edio p ara el capitalism o, el capitalism o no puede

220 221
ser un rem edio ni una alternativa para el socialismo. Ninguno de estos sistem as, ni siquiera el de la Unión
Pero no porfiaré esto. La pugna no atañe simplemente Soviética, es verdaderam ente totalitario, aunque he de
a un sistem a económico. El sistem a económico sólo está adm itir que no estoy en posición de juzgar a China. En
im plicado en tan to que la dictadura impide a la econo­ la actualidad sólo quedan excluidos quienes disienten
m ía desarrollarse tan productivam ente como lo haría sin y se hallan en oposición, pero esto no significa en m anera
la trab a dictatorial. En lo demás, la pugna es una cues­ alguna que haya allí libertad. Y precisam ente es en la
tión política: se refiere a la clase de Estado, a la clase libertad política y en la seguridad de sus derechos b á ­
de Constitución, a la clase de legislación, al género de sicos en lo que están, certeram ente, interesadas las fu er­
salvaguardias p ara la libertad de palabra y de prensa zas de oposición.
que uno desea tener; es decir, se refiere a lo que nuestros
inocentes niños de Occidente denom inan «libertad b u r­
guesa». P: ¿Cómo considera usted la afirm ación de Thomas
No existe cosa tal; la libertad es la libertad tanto si Mann: «El antibolchevism o es la necedad básica de nues­
está garantizada por las leyes de un Gobierno «burgués» tra época»?
como si lo está por las de un Estado «comunista». Del
hecho de que los Gobiernos com unistas no respeten hoy A: Hay tantos absurdos en nuestra época que es di­
los derechos civiles ni garanticen la libertad de expre­ fícil asignar a uno el prim er lugar. Pero, hablando seria­
sión y de asociación no se deduce que tales derechos m ente, el antibolchevismo, como teoría, como ismo, es
y libertades sean «burgueses». La «libertad burguesa» es la invención de los excom unistas. Térm ino con el que no
con frecuencia y del todo erróneam ente equiparada con denom ino a cualquiera que haya sido bolchevique o co­
la libertad de lograr más dinero del que uno necesita. m unista, sino, m ás bien, a aquellos que «creían» y que
Porque ésta es la única «libertad» que tam bién respeta un día se sintieron personalm ente desilusionados del
el Este, donde en realidad uno puede llegar a ser extre­ señor Stalin; es decir, quienes no eran realm ente revo­
m adam ente rico. El contraste entre ricos y pobres —si lucionarios ni estaban políticam ente com prom etidos y
por una vez vamos a em plear un lenguaje claro, y no que, como ellos mismos dijeron, habían perdido un dios
una jerga— respecto de los ingresos, es más grande en y se lanzaron a la búsqueda de un nuevo dios y tam bién
el Este que en la m ayoría de los otros países, más grande de su opuesto, un nuevo diablo. Simplemente invirtieron
incluso que en los Estados Unidos si no se tom an en el marco.
consideración a unos pocos millares de m ultim illonarios.
Pero es erróneo decir que cam bió la m entalidad de
Pero éste tam poco es el caso. Repito: El caso es sen­ estas personas, que en lugar de buscar creencias vieron
cilla y únicam ente si yo puedo decir e im prim ir lo que realidades, las tuvieron en cuenta e intentaron cam biar
desee o si no puedo; si mis vecinos me espían o si no las cosas. Tanto si los antibolcheviques anuncian que el
me espían. La libertad siem pre implica la libertad de Este es el mal, como si los bolcheviques m antienen que
disentir. Ningún dirigente antes de Stalin y de Hitler América es el mal, m ientras que sus hábitos de pensa­
discutió la libertad de decir sí: H itler excluyó a judíos y m iento vayan parejos, se llega al mism o resultado. La
gitanos del derecho al asentim iento y Stalin fue el dicta­ m entalidad sigue siendo la misma. Se sigue viendo sólo
dor que segó las cabezas de sus m ás entusiásticos segui­ blanco y negro. En la realidad no existe tal cosa. Si uno
dores quizá porque pensaba que cualquiera que dijera no conoce todo el espectro de colores políticos de una
sí, tam bién podía decir no. Ningún tirano precedente fue época, si no puede distinguir entre las condiciones bá­
tan lejos como ellos, y lo que hicieron tam poco les rentó. sicas de los diferentes países, las diversas fases de des­

222 223
arrollo, género y grados de producción, tecnología, m en­ la guerra del Vietnam, que no sólo divide al pueblo de
talidad, etc., entonces uno sim plem ente no sabe cómo los Estados Unidos sino que, lo que resulta aún más
moverse ni cómo orientarse en este campo. Sólo puede im portante, ha determ inado una pérdida de confianza
hacer pedazos el m undo p ara tener finalm ente ante sus y p o r eso u na pérdida de poder. P ara ser específicos, ha
ojos algo: sim plem ente negro. producido el «foso de la credibilidad», que significa que
quienes están en el poder ya no son creídos —hecho com­
pletam ente diferente de que se esté o no se esté de acuer­
P: Al final de «Sobre la Violencia», usted escribe que do con ellos— . Sé que en E uropa los políticos jam ás han
sabemos «o deberíam os saber que cada reducción de po­ sido creídos, que, además, la gente opina que los polí­
ticos deben m entir y m ienten, como parte de su oficio.
der es una abierta invitación a la violencia —aunque por
el hecho de que a quienes tienen el poder y sienten que Pero éste no era el caso en América.
N aturalm ente, siem pre ha habido secretos de Estado
se desliza de sus m anos... siem pre les ha sido difícil re­
que necesitan ser estrictam ente guardados sobre bases
sistir a la tentación de sustituirlo p o r la violencia». ¿Qué
supone esta grave afirm ación respecto de la actual situa­ específicas de política práctica. A m enudo no se decía
la verdad pero tam poco se decían m entiras directas. Pero
ción política de los Estados Unidos?
en el presente, como usted sabe, la Resolución del Golfo
de Tonkín, que dio al Presidentes m anos libres en una
A: H ablé anteriorm ente de la pérdida de poder por guerra no declarada, fue obtenida del Congreso sobre la
parte de las grandes potencias. ¿Qué significa ello si con­ base de una presentación probablem ente im precisa de las
sideram os concretam ente a esta potencia? En todas las circunstancias. Este asunto costó a Johnson la presiden­
Repúblicas con Gobiernos representativos, el poder resi­ cia; y sin ese asunto difícilmente puede explicarse la
de en el pueblo. Esto quiere decir que el pueblo faculta aspereza de la oposición en el Senado. Desde entonces, en
a ciertos individuos p ara representarle, p ara actu ar en su círculos cada vez m ás amplios, la guerra del Vietnam ha
nom bre. Cuando hablam os de pérdida de poder, es que sido considerada ilegal —no sólo peculiarm ente inhu­
el pueblo ha retirad o su consentim iento a lo que hacen mana, ni sólo inm oral, sin ilegal—. En América, esto tiene
sus representantes, los funcionarios autorizados y ele­ un peso diferente del que podría tener en Europa.
gidos.
Quienes han sido facultados se sienten naturalm ente
poderosos; incluso cuando el pueblo retira la base de
P: Y, sin em bargo, entre los trabajadores am ericanos
ese poder, perm anece ese sentim iento del poder. Esa es
existe una m uy fuerte agitación a favor del com prom iso
la situación en América; y no sólo allí, en realidad. Este
de los Estados Unidos en Vietnam. ¿Cómo puede expli­
estado de la cuestión, incidentalm ente, nada tiene que
carse esa agitación en relación con lo que ha dicho?
ver con el hecho de que el pueblo esté dividido, sino
que, m ás bien, puede ser explicado p o r la pérdida en el
llam ado «sistema». Para m antener el sistem a, los repre­ A: El prim er ím petu de la oposición a la guerra pro­
sentantes com ienzan a actu ar como dirigentes y recurren cedió de las universidades, especialm ente del cuerpo es­
a la fuerza. Reemplazan p o r la fuerza el asentim iento del tudiantil, es decir, de los mismos grupos com prom etidos
pueblo; este es el punto decisivo. en el movimiento de los derechos civiles. E sta oposición
¿Cómo se sitúa este proceso en la América actual? estaba dirigida desde el comienzo contra el llamado «sis­
Es posible aclarar la cuestión m ediante varios ejem ­ tema», cuyos más leales puntales pueden ser hoy indis­
plos pero p referiría explicarla principalm ente m ediante cutiblem ente hallados entre los trabajadores, es decir,

224 225
en los grupos de ingresos m ás bajos. (P or eso, en Wall ciudad se torna negra como resultado de la política de
Street, los llam ados «capitalistas» se m anifestaron con­ integración, sus calles se arruinarán, las escuelas serán
tra el Gobierno, y los trabajadores de la construcción, a descuidadas y los chicos se convertirán en pequeños sal­
favor de él.) En todo esto, la p arte decisiva no ha sido vajes: en sum a, la vecindad se convertirá rápidam ente
tanto desem peñada p o r la cuestión de la guerra como por en una zona m iserable. Quienes sufren principalm ente
el problem a de color. esta situación, junto con los mism os negros, son los ita­
En las zonas orientales y septentrionales del país la lianos, los irlandeses, los polacos y otros grupos étnicos
integración de los negros en los grupos de m ás elevados que no son pobres, pero que tam poco son lo suficiente­
ingresos no ha hallado dificultades muy serias o insupe­ m ente ricos como para m udarse a o tro lugar o para en­
rables. Hoy es realm ente en todas p artes un fait accompli. viar a sus hijos a las m uy costosas escuelas privadas.
La integración en sectores residenciales de rentas relati­ Esto, sin em bargo, resulta perfectam ente posible para
vam ente altas es posible si los inquilinos negros perte­ las clases altas, aunque a m enudo a costa de un conside­
necen al mism o nivel elevado que los blancos o los am a­ rable sacrificio. La gente tiene toda la razón cuando dice
rillos (especialm ente los chinos, que en todas partes re ­ que en Nueva York sólo podrán vivir pronto los muy
sultan especialm ente gratos como vecinos). Como el nú­ pobres y los muy ricos. Casi todos los residentes blancos
m ero de em presarios negros prósperos es muy pequeño, que pueden perm itírselo envían a sus hijos, bien a las
esta situación se aplica realm ente a las profesiones acadé­ escuelas privadas, que son muy buenas, o a las escuelas
micas y liberales: médicos, abogados, profesores, actores, confesionales, principalm ente católicas. Los negros que
escritores, etc. pertenecen a los niveles superiores pueden hacer lo m is­
La m ism a integración en los niveles medio e infe­ mo. La clase trab ajad o ra y la b aja clase media no pueden
rio r de la clase media, y especialm ente entre los trab a­ perm itírselo. Lo que enfurece especialm ente a estas gen­
jadores que, respecto a sus ingresos, pertenecen al nivel tes es que los liberales de la clase m edia hayan promovido
superior de la más b aja clase media, conduce a la catás­ estas leyes cuyas consecuencias no experim entan: exigen
trofe y no solam ente porque la baja clase m edia resulte la integración de las escuelas públicas, la eliminación
ser especialm ente «reaccionaria», sino porque estas clases de las escuelas de barrio (niños negros, que en am plia
creen, no sin razón, que todas estas reform as relativas al mayoría quedaban descuidados, ahora son trasladados
problem a negro, están siendo realizadas a sus expensas. en autobuses p ara ir desde las zonas m iserables a escue­
Esta situación puede explicarse m ejor m ediante el ejem ­ las de distritos predom inantem ente blancos), y la inte­
plo del problem a escolar. Las escuelas públicas de Amé­ gración forzada de los barrios, pero envían a sus pro­
rica, incluyendo las de segunda enseñanza, son gratui­ pios hijos a las escuelas privadas y se m udan a los subur­
tas. Cuanto m ejores son estas escuelas, mayores son las bios, cosa que sólo es posible hacer a p a rtir de un cierto
posibilidades que los chicos sin medios tienen de llegar nivel económico.
a la enseñanza superior; es decir, de m ejo rar su posición A esto se sum a otro factor, tam bién presente en otros
social. En las grandes ciudades, este sistem a de la escue­ países. Marx puede haber dicho que el proletariado no
la pública, bajo el peso de un muy num eroso y casi ex­ tiene patria; pero es bien sabido que el proletariado ja ­
clusivamente negro Luinpenproletariat, ya se ha derrum ­ más ha com partido este punto de vista. Las clases socia­
bado, con muy pocas excepciones; difícilm ente pueden les inferiores son especialm ente susceptibles al nacio­
considerarse escuelas esas instituciones en las que los nalismo, al chauvinismo y a las políticas im perialistas.
chicos perm anecen durante doce años, sin llegar siquiera Como resultado de la cuestión de la guerra surgió una
a aprender a leer y escribir. Ahora, si una sección de la seria escisión en el movimiento de los derechos civiles

226 227
entre «negros» y «blancos»: los estudiantes blancos, p ro ­ obtenga nada si la Nueva Izquierda se m anifiesta «tam­
cedentes de hogares de la clase m edia acom odada, se bién» en pro del reconocim iento de la nueva frontera con
unieron inm ediatam ente a la oposición, en contraste con Polonia —como muchos buenos liberales alemanes han
los negros que se m ostraron muy rem isos a m anifestarse hecho— . El caso es que este tem a jam ás ha figurado en
contra la guerra del Vietnam. Y esto fue cierto incluso el centro de su propaganda lo que significa sim plem ente
respecto de M artin L uther King. Tam bién aquí desem­ que ellos esquivan todas las cuestiones que son reales
peñó naturalm ente un papel el hecho de que el Ejército y suponen una directa responsabilidad. Y esto es cierto
proporciona a las clases sociales inferiores ciertas opor­ tan to para sus teorías como para sus prácticas.
tunidades de educación y preparación profesional. Existen dos explicaciones posibles para la evasión
de este tem a em inentem ente práctico. He mencionado
sólo hasta ahora el nacionalism o alemán, de lo que, pese
P: Usted reprocha a la Nueva Izquierda de Alemania a toda la retórica en contrario, podría ser tam bién sos­
Occidental, entre o tras cosas, el no haberse nunca «pre­ pechosa la Nueva Izquierda. La segunda posibilidad sería
ocupado seriam ente del reconocim iento de la Línea Oder- la de que este movimiento en su versión alem ana ha
Neisse, que, al fin y al cabo, es uno de los tem as cru­ incurrido en tantos disparates teóricos de altos vuelos
ciales de la política exterior alem ana y la piedra de to ­ que no puede ver lo que tiene enfrente de sus narices.
que del nacionalism o alem án desde la d erro ta del Régi­ Este pareció ser el caso en la época de las Leyes de E m er­
men de H itler». Yo dudo de que su tesis pueda ser m an­ gencia —las Notstandgesetze—. Usted recuerda cuánto
tenida de esta form a intransigente, puesto que la Nueva tardó el movimiento estudiantil en ser consciente de que
Izquierda está exigiendo de Bonn, no sólo el reconoci­ algo de considerable im portancia estaba sucediendo en el
m iento de la Línea Oder-Neisse, sino adem ás el de la Parlam ento, ciertam ente de m ayor im portancia para Ale­
República Dem ocrática Alemana. Sin em bargo, la Nueva m ania que las visitas de potentados orientales.
Izquierda se halla aislada de la población en general Cuando los estudiantes am ericanos se m anifiestan con­
y carece de poder p ara o to rg ar realidad política p rác­ tra la guerra del Vietnam, se pronuncian contra una po­
tica a tales dem andas teóricas. Pero adem ás, ¿sufriría una lítica de interés inm ediato para su país y para ellos m is­
derro ta decisiva el nacionalism o alem án si la Nueva Iz­ mos. Cuando los estudiantes alemanes hacen lo mismo,
quierda, num éricam ente muy débil, interviniera «seria­ sucede igual que respecto del Shah de Persia; no existe
mente» en favor del reconocim iento de la Línea Oder- la m ás m ínim a posibilidad de que sean tom ados en con­
Neisse? sideración. Un interés apasionado en los asuntos inter­
nacionales en el que no haya riesgo ni responsabilidad
A: Por lo que a consecuencias políticas prácticas se im plícitos, ha sido a m enudo un pretexto para ocultar
refiere, es aún menos probable un cam bio de la política palpables intereses nacionales; en política, el idealism o
en Persia. Lo malo de la Nueva Izquierda es que eviden­ es frecuentem ente sólo una excusa para no reconocer
tem ente no se preocupa de las consecuencias eventuales realidades desagradables. El idealismo puede ser una for­
de sus m anifestaciones. En contraste con lo referente al m a de total evasión de la realidad y esto creo que es
Shah de Persia, la Línea Oder-Neisse es una cuestión de muy probable en el caso que nos ocupa. La Nueva Izquier­
responsabilidad directa de cada ciudadano alemán; m a­ da pasó por alto el tem a y eso significa que pasó por
nifestarse en favor de ese reconocim iento y dejar cons­ alto la única cuestión m oral que, en la Alemania de
tancia de esta posición tiene un sentido al m argen de sus la posguerra, sigue todavía realm ente abierta y sujeta a
consecuencias políticas prácticas. No im porta que no se discusión. Y tam bién pasó por alto uno de los pocos

228 229
y decisivos tem as de política internacional en los que las grandes potencias se ha tornado imposible debido
Alemania hubiera podido desem peñar un papel signifi­ al m onstruoso desarrollo de los medios de violencia.
cativo tras el final de la segunda guerra m undial. La ¿Qué puede ocupar el puesto de este últim o recurso?
om isión del Gobierno alemán, especialm ente bajo Ade- La guerra, por así decirlo, se ha convertido en un lu jo
nauer, del reconocim iento de la Línea Oder-Neisse con­ que sólo pueden continuar perm itiéndose las pequeñas
tribuyó considerablem ente a la consolidación del sistem a naciones; y aun así, m ientras no sean arrastrad as a las
soviético de satélites. Debería resu ltar perfectam ente cla­ esferas de influencia de las grandes potencias y mien­
ro a todo el m undo que el tem or a Alemania en las nacio­ tras no posean arm as nucleares. Las grandes potencias
nes satélites ha retrasado decisivamente, y en parte he­ intervienen en estas guerras, en parte, porque están obli­
cho im posibles, todos los m ovimientos reform istas en gadas a defender a sus clientes, y en parte, porque esa
E uropa oriental. El hecho de que ni siquiera la Izquier­ intervención se ha convertido en pieza im portante de la
da, Nueva o Vieja, se haya atrevido a tocar este muy estrategia de disuasión m utua sobre la que descansa hoy
sensible punto de la Alemania de la postguerra sólo ha la paz del mundo.
podido servir p ara reforzar considerablem ente este temor. E ntre Estados soberanos no puede haber otro últim o
recurso que no sea la guerra; si la guerra ya no sirve
p ara este propósito, el mismo hecho por sí sólo prueba
P: Volviendo una vez más a su ensayo Sobre la Vio­ que debemos tener un nuevo concepto del Estado. Este
lencia (es decir, en su versión alem ana) usted escribe: nuevo concepto del Estado, realm ente, no puede proceder
«Mientras estén identificadas la independencia nacional de la fundación de un nuevo Tribunal Internacional que
(es decir, la libertad del dominio extranjero) y la sobera­ funcione m ejor que el de La Haya, o de la de una nueva
nía del Estado (es decir, la reivindicación de un irrefre­ Sociedad de Naciones, dado que allí solam ente cabe vol­
nado e ilim itado poder en los asuntos exteriores —y nin­ ver a desplegar los mism os conflictos entre Gobiernos
guna revolución ha sido hasta ahora capaz de conm over soberanos u ostensiblem ente soberanos al nivel de dis­
este concepto del Estado), ni siquiera es concebible una cursos, lo que en realidad resulta más im portante de
solución teórica del problem a de la guerra, de la que de­ lo que se cree.
pende no tanto el futuro de la H um anidad como la cues­ Los simples rudim entos que yo vislum bro para un
tión de si la H um anidad tendrá futuro, y una paz garan­ nuevo concepto del Estado pueden ser hallados en el
sistem a federal, cuya ventaja consiste en que el poder no
tizada en la Tierra resulta tan utópica como la cuadra­
se ejerce ni desde arriba ni desde abajo, sino que es di­
tu ra del círculo.» ¿En qué o tra concepción del Estado
piensa usted? rigido horizontalm ente para que las unidades federales
frenen y controlen m utuam ente sus poderes. Porque la
verdadera dificultad en la especulación sobre estas m a­
A: Pienso no tanto en un concepto diferente del Es­
terias es que el recurso final debiera ser no supernacio-
tado como en la necesidad de cam biar éste. Lo que nos­
nal, sino internacional. Una autoridad supernacional, o
otros llamam os el «Estado» no se rem onta a antes de
los siglos xv y xvi, y lo mismo cabe decir del concepto bien resultaría ineficaz, o bien sería monopolizada por
de soberanía. La soberanía significa, entre o tras cosas, la nación que resulte ser la más fuerte, y así conduciría
que los conflictos de carácter internacional pueden ser a un Gobierno m undial, que podría convertirse en la
en últim a instancia resueltos sólo por la guerra; no exis­ más terrible tiranía imaginable, dado que no habría es­
te otro últim o recurso. Hoy, sin em bargo -—al margen de cape a su fuerza policíaca global, hasta que finalm ente
todas las consideraciones pacifistas—, la guerra entre se desintegrara.

230 231
¿Dónde hallar modelos que puedan ayudarnos a cons­ Creo que en esta dirección debe haber algo que encon­
truir, al menos teóricam ente, una autoridad internacio­ trar, un principio com pletam ente diferente de organiza­
nal como el m ás alto organism o de control? Esto puede ción, que comienza desde abajo, conduce hacia arriba
parecer una p arad o ja puesto que lo m ás alto no puede y finalm ente lleva a un Parlam ento. Pero no podem os ha­
estar bien entre (ínter), pero se trata, sin em bargo, de blar de esto ahora. Y no es necesario, ya que sobre este
la auténtica cuestión. Cuando yo digo que ninguna de tema se han publicado en los últim os años en Francia
las revoluciones, cada una de las cuales derribó una for­ y en Alemania im portantes estudios, y cualquiera que
m a de Gobierno y la reem plazó con otra, ha sido capaz esté seriam ente interesado en la cuestión puede infor­
de hacer vacilar el concepto de Estado y de su soberanía, m arse p o r sí mismo.
pienso en algo que he tratad o de elaborar un tan to en Para evitar un erro r que fácilm ente podría surgir
mi libro On Revolution. Desde las revoluciones del si­ ahora, debo decir que las com unas de hippies y des­
glo x v i i i , todo gran levantam iento ha desarrollado los ocupados nada tienen que ver con esto. Al contrario, su
rudim entos de una form a de Gobierno enteram ente nue­ fundam ento es una renuncia al conjunto de la vida pú­
va, que surgió independiente de todas las anteriores teo­ blica, de la política en general; son refugios para per­
rías revolucionarias, directam ente del curso de la m ism a sonas que han sufrido un naufragio político, y que como
revolución, es decir, de las experiencias de la acción y de tales se hallan com pletam ente justificadas por sus mo­
la resultante voluntad de los ejecutantes p ara participar tivos personales. Las form as de estas com unas me pa­
en el desarrollo p osterior de los asuntos públicos. recen muy a m enudo grotescas —tanto en Alemania como
E sta nueva form a de Gobierno es el sistem a de con­ en América— pero las com prendo y no tengo nada con­
sejos que, como sabemos, ha perecido cada vez y en cada tra ellas. Políticam ente carecen de significado. Los con­
lugar, destruido, bien directam ente p o r las burocracias sejos desean exactam ente lo opuesto, aunque partan de
de las Naciones-Estados, bien p o r las m aquinarias de muy poco: consejos de barriada, consejos profesionales,
partido. No puedo decir si este sistem a es una p u ra u to ­ consejos de fábricas, de copropietarios de casas, etc. Exis­
pía: en cualquier caso sería una utopía del pueblo, no la ten, desde luego, consejos de las más variadas clases y
utopía de los teóricos y de las ideologías. Me parece, sin no sólo consejos de trabajadores; los consejos de trab a­
em bargo, la única alternativa que ha aparecido en la jadores son un caso especial en este campo.
H istoria y que ha reaparecido una y o tra vez. La organi­ Los consejos dicen: querem os participar, querem os
zación espontánea de los sistem as de consejos se verificó discutir, querem os hacer oír en público nuestras voces
en todas las Revoluciones, en la Revolución francesa, y querem os tener una posibilidad de determ inar la tra ­
con Jefferson en la Revolución am ericana, en la Comuna yectoria política de nuestro país. Como el país es dem a­
de París, en las revoluciones rusas, tras las revoluciones siado grande para que todos nosotros nos reunam os y
en Alemania y A ustria después del final de la prim era determ inem os nuestro destino, necesitam os disponer de
guerra m undial y, finalm ente, en la Revolución húngara. cierto núm ero de espacios públicos. La cabina en la que
Aún más: jam ás llegaron a existir como consecuencia de depositam os nuestros sufragios es indiscutiblem ente de­
una tradición o teoría conscientem ente revolucionarias, masiado pequeña porque sólo hay sitio para uno. Los
sino que surgieron de form a enteram ente espontánea en partidos son com pletam ente inservibles; la m ayoría de
cada ocasión, como si jam ás hubiera existido nada seme­ nosotros sólo somos electorado manipulado. Pero si sólo
jante. Por eso, el sistem a de consejos parece correspon­ diez de nosotros nos sentam os en torno de una mesa, ex­
der a la verdadera experiencia de la acción política y sur­ presando cada uno nuestra opinión, escuchando cada uno
gir de ésta. las opiniones de los demás, entonces puede lograrse una
232 233
form ación racional de la opinión a través del intercam ­ INDICE
bio de opiniones. Allí tam bién se to rn a claro que uno de
nosotros está m ejo r preparado p ara p resen tar nuestro
punto de vista ante el siguiente consejo superior, donde
a su vez ese punto de vista será aclarado, revisado o se
revelará erróneo a través de la influencia de otros pun­
tos de vista.
En m anera alguna necesita ser m iem bro de tales con­
sejos todo residente en un país. Ni todo el m undo desea,
ni todo el m undo tiene que preocuparse de los asuntos
públicos. De esta m anera se hace posible un proceso auto-
selectivo del que se extraerá en un país una verdadera
élite política. Quien no esté interesado en los asuntos
públicos ten d rá que contentarse con que sean decididos
sin él. Pero debe darse la oportunidad a cada persona. La mentira en política. Reflexiones sobre los Documentos

En esta dirección veo yo la posibilidad de form ar un del Pentágono .......................................................................... 9


nuevo concepto del Estado. Un Consejo estatal de este D esobediencia civil ................................................................................ 57
tipo, al que debería ser com pletam ente extraño el princi­
pio de la soberanía, resultaría adm irablem ente conve­ S obre la violencia ................................................................................. 109
niente p ara federaciones de los m ás variados géneros, es­
Apéndices ................................................................................... 187
pecialm ente porque en él el poder sería constituido ho­
rizontal y no verticalm ente. Pero si usted me pregunta P ensamientos sobre política y revolución. Un comentario. 201
ahora qué posibilidades tiene de ser realizado, entonces
tengo que decirle: Muy escasas, si es que existe alguna.
Y si acaso, quizá, al fin y al cabo, tras la próxim a re­
volución.

234

Você também pode gostar