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Zadie Smith, escritora y ensayista

Nací en Londres en 1975 y vivo entre Londres y Nueva York. Casada, tengo dos hijos, Katherine
(8) y Harvey (4). Soy docente en la Universidad de Nueva York. Me preocupa la calidad de las
oportunidades. Creo que los libros sagrados son producto de los humanos, pero eso no los
hace menos válidos

Feminista femenina

Está considerada una de las escritoras más talentosas de la literatura británica actual, y
también una mujer elegante, glamurosa y exótica, asidua de las fiestas literarias neoyorquinas.
Hija de una modelo jamaicana y de un fotógrafo inglés, creció feliz en un barrio obrero y a los
24 años su primera novela, Dientes blancos, se convirtió en superventas, de hecho se pelearon
por ella los editores antes de estar terminada; y ya no volvió a descabalgarse del éxito, da
clases en la universidad, escribe artículos en los diarios top anglosajones. Su quinta novela,
Tiempos de swing (Salamandra), incluida en la lista de superventas de The New York Times, es
una nueva historia sobre la familia, la amistad y cómo nos determina la cultura.

Qué fue lo más interesante que aprendió en su infancia?

Que todas las demás personas eran tan reales como yo, porque la tentación es tratar a los
demás como si fueran objetos, problemas a superar o extensiones tuyas. Extras de una película
en la que tú eres la estrella.

¿Cuándo se dio cuenta?


A ratos, si me hubiera dado cuenta y hubiera obrado en consecuencia todo el rato,
estableciendo relaciones auténticas con todas las personas que me he cruzado sin juzgarlas,
sería una persona extraordinaria: un Buda, un Jesús.

Cierto.

La mayoría de los mortales podemos relacionarnos, incluso con nuestros hijos, y no


conocernos nunca, no entrar en relación auténtica.

Eso deja sensación de vacío.

Yo creo que las relaciones reales te arrollan y que son bastante incómodas. Con tus hijos la
mayor parte del tiempo simplemente los gestionas: “vístete”, “estudia”, “vamos aquí, allá…” Y
de vez en cuando tienes alguna experiencia en la que hay algo genuino entre ellos y tú.

Entender que los otros no son meros comparsas, ¿es la madurez?

Creo que el sufrir marca una diferencia muy grande. Los jóvenes que han pasado por una
enfermedad grave son diferentes. La enfermedad te sitúa en un mundo al que la mayoría de
gente no llega hasta los 60 o 70 años.

Muchos intelectuales son un ombligo con patas.

Al trabajar en la universidad conozco a bastantes. Las personas que filosofan sobre la moral
suelen ser grandes egoístas que engañan a sus mujeres o destierran a sus hijos a internados.
Llegan a establecer un reino hipotético sobre el que sientan cátedra pero con el que no se
comprometen.

¿Cómo es su relación con los hombres?

Crecí en un hogar feminista. No me educaron como si yo fuera un complemento del mundo


masculino, y cuando fui a la universidad me sorprendió que muchas chicas interpretaban que
ser feminista equivalía a no ser atractiva.

Le he oído decir que no fue una adolescente especialmente bonita, ¿cómo lo vivía?

Tal como está construida nuestra cultura las niñas bonitas se convierten en objetos incluso
para ellas mismas. Yo me sentía bastante afortunada por estar fuera de ese juego.

¿…?

Si nadie te desea, te centras más en desearte a ti misma. Yo me enamoraba, pero no me


preocupaba mucho si los demás lo hacían de mí.

¿Una liberación?

Mi hija, sus amigas y sus madres se concentran mucho en su aspecto. Las madres llevan a las
niñas a hacerse las uñas... ¿Por qué una madre promueve que su hija entre en este negocio tan
joven?... A mí me parece muy chocante.

Las niñas están muy pendientes de si gustan o no, de los likes, de ser populares…
Según los estudios son muy infelices, pero mi generación y la precedente somos responsables
porque no nos resistimos. Y esa enfermedad es transversal: los padres del gueto también les
dan teléfonos inteligentes a los niños.

Cierto.

Y lo entiendo, si tú estás todo el día mirándote a ti mismo en el móvil, lo más fácil es darle un
móvil a tu hijo para que no moleste, así cada uno está en su mundo. Me parece una abdicación
terrible de tu trabajo como padre. Es muy triste.

Parece que los estereotipos no cambian.

Sí, cambian. Yo crecí en los noventa y había mucha libertad, vestíamos ropa cómoda, para
divertirnos, ir a bailar... Luego se fue imponiendo la idea de que tú eres tu cuerpo. Te lo
venden con tanta potencia que es difícil resistirse.

Usted ha sido hija y ahora es madre. ¿Qué ha aprendido en ese tránsito?

Creo que las mujeres han sobreestimado crónicamente su poder sobre los hijos. Hay muchas
otras cosas que entran en juego, como el colegio, el barrio o los amigos..., por tanto yo solo
tengo un principio.

¿De qué se trata?

Intenta no hacerles demasiado daño, que sigan el curso de la infelicidad ordinaria y que no
caigan en la miseria, con eso me conformo.

Vista desde fuera es usted exitosa, bella, inteligente y glamurosa. ¿Qué hay dentro?

Hallar de niño algo que te encanta y que te va a durar toda la vida, en mi caso escribir y leer, es
extraordinario, y todo lo demás es un extra.

Volvió a sus orígenes, trabajó en Senegal, Liberia, Gambia. ¿Pertenece a dos mundos?

Cuando vas a África Occidental y ves lo que les hicieron a las familias, lo brutal de su historia,
comprendes las fuerzas históricas que han moldeado tu vida. Pero es un honor formar parte
de una de las mayores diásporas del mundo.

¿Cuál es su retrato del momento actual?

Ahora entendemos que una imagen de Stalin en cada casa creó un culto a la personalidad. La
manera que tenemos ahora de utilizar la tecnología es irreflexiva, pero lo entenderemos
dentro de 50 años, y cuando miremos atrás y veamos que un individuo de reality show acabó
de presidente de EE.UU., nos parecerá una locura.

¿Es usted antitecnológica?

Solo sugiero que pasar nueve horas al día conectados al móvil (el tiempo que pasan los
norteamericanos según los estudios) no es saludable. Amo la vida y no quiero estar en mi
lecho de muerte pensando que quince o veinte años de mi tiempo los pasé mirando Google.
No cedo mi vida a Mark Zuckerberg.

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