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Nombre del estudiante: Carlos Daniel Álvarez Muñoz.

Contexto del escrito: en el momento de publicación del artículo, Juan Carlos Jaramillo Estrada

era un psicólogo con una maestría en Psicología, y Diego Alveiro Restrepo Ochoa un psicólogo

con un PhD en Salud Pública; ambos eran Docentes Investigadores de la Universidad CES

(Jaramillo y Restrepo, 2015). Actualmente Diego Restrepo se desempeña como decano de la

Facultad de Psicología de la Universidad CES, y Juan Jaramillo está en la Coordinación Maestría

en Psicología Clínica de la misma universidad (Universidad CES, 2018).

Descripción del texto: el concepto de normalidad tiene, como mínimo, cuatro (4) perspectivas

o maneras de definirlo: 1) la social o interpersonal, 2) la médica, 3) la estadística y 4) la

interpersonal o subjetiva. Cada una agrupa la normalidad en dos categorías, donde se

evidencia una dicotomía, con unos intereses particulares y unos efectos en la realidad bastante

diferentes.

El objetivo del artículo es discutir la relación entre las categorías de normalidad y salud mental

a partir de estas cuatro perspectivas, señalando unas implicaciones teóricas y prácticas que

surgen en cada una.

Análisis del texto: la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido la importancia de

la salud mental en el bienestar y el desarrollo de los individuos y de la sociedad, siendo

necesario integrar el concepto en todos los aspectos de la salud y la política social.

Varias entidades han intentado definir la salud mental, entre ellas la OMS, el Ministerio de

Salud y Bienestar de Canadá, y el Congreso de Colombia en 2013. La OMS habla de bienestar,

estado, capacidades y trabajo; el Ministerio de Salud y Bienestar de Canadá también habla de

capacidad, bienestar, pero le agrega las potencialidades cognitivas afectivas y relacionales; y


por último, el Congreso de Colombia en 2013 menciona las palabras estado dinámico,

potencialidades psicológicas, trabajo y relaciones significativas.

Jaramillo y Restrepo (2015) dirán que las anteriores definiciones tienen tres problemas de

base: “el eclecticismo conceptual, la dificultad operacional y la brecha entre los conceptos y la

práctica” (p.38) Con el eclecticismo conceptual se refieren a esa mezcla indiferenciada de

diversos enfoques que abordan la salud mental (como el socioeconómico o el

comportamental), para no entrar en conflictos teóricos. Pero si bien esto parece una posición

“pacífica” e ideal, tiene sus consecuencias. La primera es el segundo problema que se

mencionaba anteriormente, la dificultad operacional, pues resulta muy complicado evaluar e

intervenir, sobre todo para un Estado, el bienestar o las capacidades de una persona, aspectos

tan subjetivos del ser humano. Lo que demuestra que, si bien suena muy bonito lo que

escriben sobre el papel, a la hora de aplicar lo que dice se quedan cortos. El tercer problema

surge de la anterior dificultad, ya que pone en evidencia la brecha teórica que existe entre la

noción de salud mental y las prácticas en el campo de la salud mental. Finalmente, dirán

Jaramillo y Restrepo de cierta manera, que el término “salud mental” pasó a ser un velo

socialmente aceptado para las investigaciones, políticas, intervenciones y servicios que se

ocupan de la enfermedad mental, como si solo fuera posible abordar la salud a través de la

enfermedad.

Acto seguido, los autores realizan un esbozo histórico de lo que ha significado la salud mental

en diferentes momentos, no sin antes aclarar que todas las definiciones de lo sano y lo

enfermo están ligadas a factores sociales, económicos, culturales, políticos y religiosos; es

decir, a condiciones contextuales de cada momento histórico (p.39).

Por ejemplo, muchas comunidades aborígenes, según sus relatos e historias, comprendían

muchos eventos a través de rituales que hoy no serían calificados de ‘sanos’ (como la magia o
la posesión). Así, lo que para las personas de esas comunidades sería normal, para nosotros

no; en la Edad Media lo normal giraba alrededor de la religión, en especial del cristianismo. Por

lo tanto, todo lo enfermo era asociado con el pecado; y en las culturas predominantemente

científicas, la normalidad se entendía como un promedio estadístico y la no-normalidad como

una desviación.

Ahora comienzan a definir las diferentes perspectivas; es decir, la social, la biomédica, la

estadística y la subjetiva.

En la perspectiva social o interpersonal, lo normal/anormal se entiende en términos de

adaptación/inadaptación, estando muy relacionados no tanto con la dimensión biológica, sino

especialmente con el orden institucional. Como dirán en la pág. 40: “se considera “adaptado”

socialmente a aquel que puede reproducir el orden social”. Lo normal es lo aceptado

socialmente, aquello que no entra en conflicto con los órdenes del colectivo. Un aspecto a

destacar es que bajo este enfoque no se específica ´la intervención profesional que tendrían

los sujetos calificados de no-sanos mentalmente.

La perspectiva biomédica descansa bajo el supuesto de que la enfermedad es universal y

objetiva, sea física o mental (pues resultaría siendo lo mismo), lo que hace posible

diagnosticarla e intervenirla. El tratamiento para las personas enfermas se realiza “a través de

guías y protocolos estandarizados, objetivamente definidos y con el apoyo fundamental de la

psicofarmacología […]” (p.41).

Desde la perspectiva estadística, todo sujeto que esté por fuera del promedio y la desviación

estándar es considerado un defecto en la salud mental, ya sea por exceso o por defecto de

este atributo. Contrario a lo que se pensaría, y como afirman Jaramillo y Restrepo: “lo “sano”

se define por concordancia con los comportamientos de la mayoría de la población […], lo que

se considera como anormal es aquello que se desvía del promedio estadístico del

comportamiento o las características generales de un grupo” (p.42). Así, por raro que suene, la
estadística cree implícitamente en la polivalencia de lo sano/enfermo, de acuerdo a la

sociedad o la cultura.

La última perspectiva, la intrapersonal, individual o subjetiva, tiene como criterio la valoración

que realiza el sujeto de sí mismo y de su vida, ya sea a través del placer/displacer, o desde la

integridad personal. La intervención bajo este enfoque es muy clínico en el sentido en que “las

intervenciones no pueden ser estandarizadas, sino que deben ser formuladas de manera

emergente, según la evaluación que se haga de cada caso” (Castullo y Castro, 2000, citados por

Jaramillo y Restrepo, p.42)

Por último, los autores reúnen las cuatro perspectivas en una tabla donde las relacionan. Así se

evidencia que, en lo referente a la categoría de análisis adaptado/inadaptado, el criterio de

salud/enfermedad mental es el contexto social, el marco referencial es social y el objetivo de la

intervención es adaptar al sujeto a los cánones de su grupo; desde la categoría sano/enfermo,

el criterio lo define la comunidad científica de la época en un marco referencial científico, y el

objetivo de intervención es cumplir los protocolos y curar a los enfermos; respecto a la

categoría estadística, el criterio es meramente estadístico sobre un marco referencial

matemático y el objetivo es modificar los índices; finalmente, la perspectiva

bienestar/malestar utiliza como criterio la vivencia subjetiva bajo un marco referencial

hermenéutico que tiene como objetivo hacer que el sujeto recupere su sentido existencial.

Reflexión: cuando terminé de analizar el artículo, recordé que, de cierta manera, es posible

aplicar los cuatro criterios al mismo tiempo para confirmar la existencia de una psicopatología.

Torres et al. (2015), afirman que: “Todos estos criterios son necesarios, pero ninguno es

suficiente por sí mismo para dar explicación de la diferencia entre la normalidad y anormalidad

en el ámbito de la psicopatología (p.11). Con lo anterior se evidencia la posibilidad de integrar


las cuatro perspectivas (criterios) de las que hablaban Jaramillo y Restrepo, aunque espero que

no de una forma ecléctica, sino selectiva.

Así, supongo que se podrá descartar el reduccionismo del mundo interior del conductismo,

pero conservar los estilos de vida como factor importante en la salud; del biomédico la

determinante objetivación refutada ya por el modelo social e incluso estadístico, pero dejar la

sistematización de signos y síntomas para construir cuadros clínicos. Y así sucesivamente.

Estoy de acuerdo en el tema de la operacionalización de los supuestos, pues de nada sirve un

discurso que afirme lo importante de la salud mental si a la hora de la verdad es imposible

materializar lo que allí se dice.

BIBLIOGRAFÍA

Jaramillo E., Juan C. y Restrepo O., Diego A. (2015). Normalidad y Salud Mental: análisis de una

relación multivalente. Revista CES Psicología 8(1), pp. 37-46.

Universidad CES. (2018). Pregrado en Psicología. Contactos. Recuperado el 16 de febrero de

2018 de http://www.ces.edu.co/index.php/contactospsicologia

Torres P., Beatriz, Barrantes O., María A. y Tajima P., Kazuhiro. (2015). Manual APIR

Psicopatología (1ª. Ed.) [virtual]. Academia de preparación PIR, S. L. Recuperado el 18

de febrero de 2018 de https://academiapir.com/wp-

content/uploads/2015/11/Psicopatologia1aEdicion.pdf

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