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Expulciones y conversiones forzadas; moriscos;


mudéjares
Los moriscos rechazaban la cristianización. En 1526, en Granada, Carlos V fue informado de que «los moriscos
eran muy finos moros: veinte y siete años había que eran bautizados no hallaron veinte y siete de ellos que
fuesen cristianos, ni aun siete». En Granada y Valencia rendían culto a su religión, practicaban la oración, los
ritos y las abluciones y fortalecían su fe a través de sus sacerdotes, los alfaquíes. La tensión social aumentó en
el trato cotidiano ya que los cristianos viejos se irritaban a causa de las vestimentas, el lenguaje y la comida.
También tendían aislarse en comunidades separadas de las demás. Los moriscos rechazaban la doctrina de la
Trinidad y de la divinidad de Jesús, y sentían gran repugnancia por el sacramento del bautismo.
Hubo muchos intentos por catequizar a los moriscos y algunos para acercarse a la cultura árabe como
los jesuitas pero en Aragón hubo una fuerte oposición a este programa misionero. Mientras tanto los nobles
presionaban constantemente a las cortes para que los moriscos quedaran libres de las confiscaciones
inquisitoriales.

La Inquisición fue particularmente activa después de 1560, los moriscos fueron perseguidos y juzgados. Para los
moriscos los inquisidores eran como "lobos robadores, su oficio es soberbia y grandia, y sodomía y luxuria y
tiranía y rozamiento y sin justicia", y la Inquisición era un tribunal "donde preside el demonio y tiene por
consejeros el engaño y la ceguedad"

Para Kamen, los moriscos fueron acusados de ofensas contra la religión, y solo un pequeño grupo de moriscos
logró obtener permisos especiales y quedarse en España: se trataba en parte de la nobleza bien asimilada y, en
parte, de esclavos (Kamen, 1986. Pág. 199). Casi en su totalidad, la España musulmana fue rechazada y
arrojada al mar: miles de personas sin otro hogar que éste fueron expulsadas a Francia, África y el Oriente. Fue
el último paso para la creación de una sociedad cerrada y completó la tragedia que se había iniciado en 1492.

La expulsión de los mudéjares

La real cédula de expulsión promulgada en 1502 por los Reyes Católicos fue extendida por Carlos I al
Reino de Navarra en 1516 y a la Corona de Aragón en 1525. En el caso de los mudéjares navarros, ante la
dicotomía expulsión o conversión, la mayor parte optó por abandonar el Reino en un éxodo que, ante el
ejemplo de lo que había sucedido en Castilla 14 años antes, se había iniciado ya incluso antes de 1516. De
todas formas, los contrarios a la conversión tuvieron la oportunidad de establecerse en Aragón, donde
pudieron permanecer hasta que en 1525 se decretó la expulsión en dichos reinos. En cualquier caso, se
tiene constancia de mudéjares de Tudela que embarcaron en Valencia hacia el Magreb.

Dado que no se ha conservado la provisión de Carlos de 1516, el Archivo de Navarra ha expuesto, como
fuente directa de la expulsión, un documento que recoge el contrato por el que los mudéjares de la villa de
Cortes vendieron sus casas y demás bienes antes de abandonar Navarra, un documento fechado el 1 de
mayo de 1516, hace ahora exactamente quinientos años.

Por otro lado, los mudéjares que optaron por la conversión pasaron a ser desde entonces conocidos
como moriscos y durante el siglo XVI tuvieron que afrontar una difícil situación derivada de una creciente
hostilidad política. Como muestra de ello, también se expone un proceso judicial en el que Adán Eldoro y
Juan de Cortes, dos moriscos de Ablitas, obtuvieron amparo en 1531 frente a las pretensiones de usurpar
sus bienes que intentaba llevar a cabo Antonio Enríquez de Navarra, señor de Ablitas, el cual, según
contiene el relato de súplica de los moriscos, “va de cada día amenazando a los suplicantes deziendo que
los ha de hazer alancear y dar de palos”.

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