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LA ENUNCIACIÓN

La enunciación es un fenómeno / un proceso / lingüístico que involucra a todo el


sujeto, por lo tanto, se realiza -o realiza- una dimensión social y mental, al mismo
tiempo. Como objeto de estudio, las teorías lo reducen a la dimensión de la lengua
que se pone en acción para enunciar.

Quien enuncia lo hace para decir algo a alguien -incluso cuando ese alguien puede ser
el mismo enunciador- en una situación determinada / “situación enunciativa espacio-
temporal” Cingolani.

TÍTULOS POSIBLES
Enunciación, lengua y comunicación
Subjetividad, lengua y comunicación: la enunciación

Introducción
Una introducción puede vincular el tema con los temas que lo anteceden en el
programa; otra puede enmarcar la problemática de la enunciación dentro del campo
de los estudios del lenguaje [Benveniste hace esto]: en la lingüística (en relación con
el estructuralismo), en la filosofía del lenguaje (Wittgenstein y la escuela analítica), en
la pragmática lingüística; otra puede enfocar la enunciación desde el punto de vista
pedagógico [Marta Marín hace esto] y ligarla con los otros temas de la planificación
anual y fundamentar el valor de su aprendizaje y desde el punto de vista científico.

Borrador 1
Hasta aquí hemos estudiado la comunicación como proceso y la lengua en las
prácticas sociales y discursivas que genera su uso. Nos toca ahora detenernos en la
enunciación que se estudia como un acto lingüístico que tiene lugar dentro de una
situación comunicativa en la que se produce (y recibe) un discurso que pone a la
lengua en relación con su contexto. Desde este punto de vista, y siguiendo las
tradiciones del campo de estudio del lenguaje inauguradas en el siglo XX, podemos
ubicar la problemática de la enunciación dentro de la filosofía del lenguaje
(Wittgenstein y la escuela analítica, John Austin, John Searle), la lingüística (desde
1970 en adelante con Emile Benveniste, Oswald Ducrot, Catherine Kerbrat-Orecchioni,
Dominique Maingueneau, Patrick Charaudeau) y la pragmática. También debemos
incluir los trabajos de Mijail Bajtín que se dedicó a esta temática muy tempranamente
en las primeras décadas de la centuria pasada.
Podemos decir que hasta este momento nos concentramos en dos objetos: la
comunicación y el discurso. En ese marco, hemos hablado de los participantes de la
comunicación y de los usuarios de la lengua; ahora nos vamos a concentrar en esos
sujetos que se comunican e intercambian enunciados y cómo dejan sus huellas (y
cómo los podemos reconocer a través de ellas) en sus productos a través de los
recursos que les proporciona el sistema de la lengua.

Índice
Introducción
1.Lengua y enunciación
1.1.Un sujeto de la enunciación: Benveniste
1.2.Dos o más sujetos de la enunciación: Ducrot (lingüística) y Bajtín (estudios
literarios)
2. Comunicación y enunciación
2.1. Kerbrat
2.2. Maingueneau
3. Los recursos lingüísticos y estrategias discursivas de la enunciación
Más allá de las consideraciones particulares de cada propuesta, encontraremos
que la lista de recursos lingüísticos y estrategias abarca los que revisaremos a
continuación.

Catherine Kerbrat-Orecchioni: La enunciación


Capítulo 1. La problemática de la enunciación
La enunciación
Kerbrat-Orecchioni entiende que todos los lingüistas coinciden en definir la
enunciación como un acto o actividad lingüística del que habla/escribe [y del que
escucha/lee]; sin embargo, esto asunción que parece un punto de partida cierto,
presenta un par de cuestiones. Por un lado, si se considera que la enunciación es un
conjunto de fenómenos observables (los tonos de voz, las grafías, etc.) y no
observables directamente (las ideas, por ejemplo) que una vez realizados, no resultan
asibles ni repetibles. Sólo quedan los enunciados, que contienen las huellas de esa
acción. Por otro lado, el término “enunciación” sufre dos deslizamientos semánticos.
En el primero, de corte metonímico, enunciación se opone a enunciado como proceso
a producto, dicotomía que plantea otro problema: “enunciado” se define por su
relación con “oración” (enunciado1: oración actualizada; enunciado2: unidad
transoracional, secuencia estructurada de oraciones, etc.), que implican la oposición
lengua/ habla y un largo debate terminológico que puede no resultar productivo
metodológicamente. Por eso, Kerbrat-Orecchioni propone continuar tratándolos como
si la enunciación y el enunciado fueran un mismo objeto cuyas diferencias sólo se
aprecian cuando se lo observa desde distintas perspectivas. En el segundo
deslizamiento, se opera una reducción por las necesidades de especialización: se
estudia la enunciación “como el mecanismo de producción de un texto, el surgimiento
en el enunciado del sujeto de la enunciación, la inserción del hablante en el seno de
su habla.” (Kerbrat-Orecchioni, 1980:41)
Teniendo en cuenta estas nociones, se desarrollan teorías de la enunciación con
un sentido amplio, que tiene como objetivo describir las relaciones entre el enunciado
y los componentes de su marco enunciativo (emisor y destinatario o protagonistas del
discurso; la situación de comunicación: circunstancias espacio-temporales y
condiciones generales de la producción/recepción del universo del discurso, etc.), y
con un sentido restringido, la lingüística de la enunciación se ocupa sólo de uno de los
parámetros del marco enunciativo: el hablante/ el escritor, que entiende como hechos
enunciativos “las huellas lingüísticas de la presencia del locutor en el seno de su
enunciado, los lugares de inscripción y las modalidades de existencia de lo que con
Benveniste llamaremos la subjetividad en el lenguaje” (Kerbrat-Orecchioni, 1980:42)

Esa será también nuestra problemática: no pudiendo estudiar directamente


el acto de producción, trataremos de identificar y de describir las huellas del
acto en el producto, es decir, los lugares de inscripción en la trama
enunciativa de los diferentes constituyentes del marco enunciativo (M.E.).
Kerbrat-Orecchioni, 1980: 41.

Marcas lingüísticas de las figuras de la enunciación


Los recursos lingüísticos y estrategias discursivas de la enunciación
Este estudioso francés -y junto a él, otros como Catherine Kerbrat-Orecchioni,
Ducrot- se detiene en el análisis de algunas marcas lingüísticas que indican los sujetos
y el tiempo del discurso y, a partir de él, también hace referencia al campo de la
gramática y la pragmática que están involucrados en este asunto.
Más allá de las consideraciones particulares de cada propuesta, encontraremos
que la lista de recursos lingüísticos y estrategias abarca los que revisaremos a
continuación.

Los deícticos
Las lenguas gramaticalizan algunos elementos del contexto a través del
fenómeno de la deixis. Los participantes de un encuentro comunicativo se ubican en
sus discursos y, al mismo tiempo, seleccionan aquellos elementos de la situación
(personas, objetos, acontecimientos , lugares, etc.) que resultan pertinentes o
relevantes para sus objetivos y los colocan en primer plano o en el fondo tomando
como eje al enunciador y sus coordenadas espaciotemporales. Levinson destaca,
además, que la deixis es la clave de interpretación de los enunciados en relación con
las características del contexto de enunciación. Dicho de otra manera, el significado de
los deícticos depende de ese entorno compuesto por quien los pronuncia, a quien se
dirige, cuando y donde.
Los deícticos se diferencian de las referencias anafóricas o catafóricas, puesto
que éstas remiten a otro elemento del texto, mientras que aquéllos a los componentes
del contexto enunciativo.

Deícticos personales. En nuestra lengua, los pronombres personales YO y TÚ/ VOS /


USTED dan cuenta de la presencia de los interlocutores del discurso; ÉL/ ELLA sirven
para mencionar el asunto del que tratan los interlocutores. Los referentes de YO y TÚ
/ VOS / USTED se crean en el acto de decir, en la enunciación y, por eso, no hay que
buscar una correspondencia con seres “reales” o no discursivos.

La primera persona y el locutor/ enunciador. Si bien el locutor dispone para su


autorreferencia del pronombre personal en primera del singular (YO), también puede
efectuarla con otros índices:

1. Hoy me reí un montón con esa historieta.


[me: pronombre personal, primera, singular]
2. Con una historieta así podés reírte un montón.
[te: pronombre personal, segunda, singular]
3. Con una historieta quién no se ríe un montón.
[se: pronombre personal, tercera, singular]

En todos los casos, se dice que el locutor se rió mucho con una historieta
(dictum), pero lo que se puede decir en cada caso es diferente:

• en 1., importa más la expresión de la experiencia del locutor;


• en 2., se apela a que el alocutario realice la misma experiencia;
• en 3., se difumina el locutor por el uso de la tercera persona pero se postula
que cualquier persona puede obtener el mismo efecto.

NOSOTROS, pronombre personal en primera del plural, no debe entenderse


como el plural de YO, sino como una persona “ampliada” que puede comprender al
locutor y a otros y que se utiliza para generar distintos efectos:
• Plural mayestático: en un sentido simbólico y tradicional, usan “nosotros” las
personas de mayor jerarquía, como reyes y papas. Este sentido se mantiene en
sociedades democráticas en las que los funcionarios máximos usan “nosotros”
-según Calsamiglia y Tusón- como una práctica ritual de autoridad pero que
recuerda que ésta proviene de la delegación de un grupo.

• plural de modestia: el “nosotros” es usado por alguien que toma la palabra en


público, ante quien se presenta como parte de ese colectivo. Si bien, es en él
donde funda su legitimidad como autor, a la vez, diluye su responsabilidad
individual.

• nosotros de autor: por un lado, resulta un uso atenuado de la primera persona


del singular, quien, además se muestra como parte de una colectividad.
Configura un estilo de los autores de textos científicos.

• nosotros inclusivo: el locutor incorpora al receptor como enunciador para


hacerlo sentir cercano, como en el caso de las relaciones asimétricas
-alumno/docente, padre/hijo, jefe/empleado, etcétera-, o bien para adherirlo a
su punto de vista como sucede en los discursos argumentativos.

Los deícticos personales que representan al locutor cómo se inscribe en su


discurso: diversas maneras que indican el grado de responsabilidad -asumida o
diluida- con sus dichos o de involucramiento con el interlocutor. El locutor también
puede presentarse a sí mismo con sintagmas nominales o fórmulas socialmente
establecidas: “el que suscribe”, “su alumno”, “la rectora”. Las formas que elige el
locutor para darse a conocer dependen de la relación que pueda o deba mantener con
su interlocutor. En este punto, recordemos las teorías sobre la imagen y cómo juegan
el principio de cooperación y las máximas de la conversación y la cortesía en la
gestión de esa imagen.

La segunda persona y el alocutario/ destinatario. Así como el locutor se nombra


en primera persona para incluirse en su discurso, incluye al alocutario en segunda
persona, que puede ser individual o colectivo. Las formas deícticas utilizadas señalan
el trato de los interlocutores según los parámetros de distancia/ proximidad,
formalidad/ informalidad, ámbito público/ ámbito privado, conocimiento/
desconocimiento, etc.

¿Tenés el manual de lengua? / ¿Tiene el manual de lengua?


¿Me prestás una lapicera? / ¿Me puede prestar una lapicera?

El destinatario puede aparecer como parte de un grupo en segunda persona del


plural (p.e.: Los invito a la degustación que se hará el viernes ) o mediante
elementos léxicos nominales (sustantivos y adjetivos) de tipo apelativo-relacional:
señor/ señora, profesor/ profesora, estudiante, ciudadano/ ciudadana, decano/
decana, amigo/ amiga, primo/ prima, corazón, distinguido/ distinguida. En los casos
en que la relación es asimétrica, se puede usar la tercera persona en lugar de la
segunda; por ejemplo:

Un mozo puede dirigirse a los clientes: -¿Qué van a ordenar los señores?
El presidente de la Nación al Papa Francisco I: -Saludo a su Santidad.

El oyente o receptor puede ser clasificados según Goffman en diferentes tipos:


• destinatario (D): aquel para quien está pensado y dicho específicamente el
texto (conocido, ratificado y apelado por el hablante);
• destinatario indirecto (DI): aquel que no está imaginado como interlocutor pero
que recibe efectivamente el texto (conocido y ratificado mas no apelado);
• oyente casual: el que participa de la situación comunicativa sin intención ni
obligación de hacerlo (conocido);
• el oyente curioso o entrometido: el que se sitúa en una posición de “espía” (no
reconocido ni ratificado, mucho menos apelado por el hablante).

Los pronombres de tercera persona, en singular y en plural y en todas las


funciones sintácticas, se utilizan como elementos de cohesión textual, o sea, para
remitir al cotexto y no a la enunciación.

Deícticos espaciales. Organizan el espacio que crea la enunciación de acuerdo con


la posición del enunciador. Este selecciona aquello que le interesa destacar y sitúa en
el fondo o fuera de escenario lo que no es relevante o solo cumple un papel
subsidiario (proscenio y decorados del fondo del escenario).
Las formas gramaticales que proporciona la lengua para indicar las
localizaciones enunciativas son:

• los adverbios pronominales o demostrativos espaciales (pronombres


adverbiales): aquí – acá / ahí / allí – allá; perífrasis adverbiales de lugar: a la
derecha / a la izquierda, desde arriba / desde abajo, etc.

• los pronombres demostrativos (en función sustantiva y adjetiva): este / esta,


ese / esa, aquel / aquella

• algunas locuciones prepositivas: delante de / detrás de, cerca de / lejos de, etc.

• algunos verbos de movimiento: ir / venir, acercarse / alejarse, subir / bajar,


etc.

Para Calsamiglia y Tusón, la deixis espacial permite jugar con el espacio y


“mover” los elementos según nuestros objetivos. Esto es: “aquí” puede significar un
lugar en mi propio cuerpo (Aquí en mi cuello), un lugar cercano a los interlocutores
(Tenemos ese libro aquí, en nuestra biblioteca) o, de manera más general, Aquí, en la
Argentina, Aquí en el planeta Tierra. Además, sostienen que este tipo de índices
sirven para marcar el territorio de la enunciación -espacio público / espacio privado,
por ejemplo- en el que se construye la imagen de los interlocutores y su relación
social, tal como lo demuestran expresiones del tipo: pasarse de la raya, meter la
pata, ponerse en su sitio, pase usted por aquí, póngase en mi lugar, no te metas
donde no te llaman, etc.

Deícticos temporales. Señalan el tiempo de un acontecimiento con respecto al


momento de enunciación. Cumplen esta función los adverbios y las locuciones
adverbiales de tiempo, el sistema de morfemas verbales de tiempo, algunas
preposiciones y locuciones prepositivas (antes de / después de, a partir de, etc.),
algunos adjetivos (actual, antiguo, moderno, próximo, etc.). A través de estas formas,
los hechos referidos en el enunciado pueden ubicarse como simultáneos (ahora, en
este momento), anteriores (ayer, el otro día, la semana pasada, hace un rato, etc.) o
posteriores (mañana, el próximo mes, enseguida, esta noche, etc.) en relación de la
instancia enunciativa.
Tiempo de la enunciación y del enunciado: discurso / relato
Según Benveniste, los tiempos verbales se distribuyen en dos planos de
enunciación: el del discurso y el del relato o historia. El primero corresponde a la
enunciación que ocurre en el marco de un diálogo, ya sea oral o escrito con registro
oral. Se emplean en él todas las formas personales y temporales del verbo, aunque
las relaciones entre los interlocutores pueden manifestarse explícitamente o
implícitamente. El segundo caracteriza la narración de acontecimientos pasados en
todos los ámbitos -periodístico, histórico, literario, cotidiano-, que se efectúa
alrededor de dos ejes: el pretérito perfecto simple y el pretérito imperfecto 1. En las
prácticas discursivas, discurso y relato suelen alternarse en un texto como dos formas
de enunciación, cada una con las huellas de los locutores para guiar la interpretación
oral o escrita.
Como vimos más arriba, el momento de la enunciación se toma como presente
-también “tiempo cero” o “instancia de la enunciación”-, que ubica los acontecimientos
anteriores en el pasado y los posteriores, en el futuro. En cada esfera temporal, el
locutor puede interpretar el tiempo como una repetición (p.e.: todos los días me
levanto temprano), un punto o hito (p.e.: ayer saqué la basura) o una duración (p.e.:
estoy escuchando música). Esa interpretación es un indicio de su subjetividad
expresada lingüísticamente.
Convencionalmente, las formas temporales reciben valores que se refieren a
esa subjetividad. Así el presente, forma no marcada del modo indicativo, comporta la
posibilidad de remitir a otras coordenadas:

• Presente genérico: atemporal, en el sentido que no se opone al pasado ni al


futuro. Se usa en enunciados que contienen definiciones que aspiran a ser
permanentes, como las máximas y proverbios, los textos jurídicos, los
científicos. Por ejemplo:

Más vale pájaro en mano que cien volando.


La molécula de agua está compuesta por una de hidrógeno y dos de oxígeno.

• Presente histórico: se utiliza en relatos históricos, informes policiales y


militares, historias clínicas, relatos cotidianos, para dar cuenta de hechos
pasados como si fueran contemporáneos a la enunciación. Por ejemplo:

El paciente muestra signos de intoxicación desde su ingreso al nosocomio


hace tres días.
Lo miro y me dice que no entiende nada después de una hora de
explicación exhaustiva.

Discurso y relato constituyen conceptos elaborados para dar cuenta del


funcionamiento de la lengua, operación que conlleva un nivel de abstracción que, en
las prácticas discursivas, no suelen discernirse sino que se los encuentra alternados en
un mismo texto. Es difícil hallar un relato de cierta longitud que no incorpore
elementos de discurso; el caso inverso, si bien es menos frecuente, se percibe tan
claramente como el anterior.

Las cargas valorativas del léxico. Los subjetivemas.


En un acto de enunciación, se comunican datos, intenciones, valores acerca del
mundo representados en el discurso desde el punto de vista y la voz del enunciador/

1 Este tiempo es común al discurso y al relato.


Este tema se expone en el capítulo sobre el discurso narrativo.
enunciadores. Las palabras y frases que comportan esa subjetividad se denominan
subjetivemas. Su uso está pautado por las prácticas sociales que los aconsejan en
los textos que intentan crear mayor intimidad entre los participantes de la
comunicación o expresar la interioridad del enunciador, pero que obliga a evitarlos en
los textos científicos y técnicos o que sólo los considera tolerables en los textos
periodísticos informativos.
Si bien no resulta claro ni es fácil conocer hasta qué punto el enunciador tiene
conciencia de que continuamente está haciendo valoraciones, es probable que el
lector reconozca o interprete ciertos términos como portadores de las creencias y
opiniones de quien produce el discurso.
Kerbrat-Orecchioni clasifica los subjetivemas, según su contenido, en afectivos
(por su vinculación con lo emocional) y evaluativos axiológicos (por su vinculación
con los valores) y no axiológicos (por su vinculación con características
cuantitativas) y según las categorías gramaticales en nominales (sustantivos y
adjetivos o construcciones equivalentes) y verbales (verbos, perífrasis verbales).
Los subjetivemas nominales afectivos manifiestan la actitud emocional del
enunciador y se realizan mediante sufijos en los sustantivos y mediante la selección
de cierto léxico en los adjetivos. Por ejemplo:

Descalzo y solo a esas horas de la noche, parecía un chiquito perdido.

El diminutivo y el adjetivo muestran que la situación del niño conmovió al


enunciador, quien interpreta que está frente a una persona desprotegida.
Los subjetivemas no axiológicos participan de un tono argumentativo explícito o
implícito. Si decimos: es una gran mujer, el adjetivo puede referirse tanto al tamaño
de su cuerpo como al “tamaño” de su personalidad si lo interpretamos como una
metáfora. En el primer sentido, no constituye un subjetivema; en el segundo, sí lo es.
Los axiológicos codifican un juicio de valor ya sea por los sustantivos o los
adjetivos elegidos para referirse a un objeto. Por ejemplo:

El espectacular desempeño del equipo los llevó a la gloria.


Inmediatamente después de la catástrofe, escribieron el guión y filmaron la
película.

Los verbos y construcciones verbales pueden describir una acción o proceso,


pero también puede contener la perspectiva del enunciador sobre los mismos. Como
se ve en la teoría de los actos de habla, los verbos también califican la enunciación e
indican cómo deben ser interpretados los enunciados que se producen en ella.

El director destrozó la obra con su puesta en escena en la temporada estival.

El verbo nos comunica que el enunciador no disfrutó de la dramatización. No se


notaría su opinión en: El director puso la obra en escena en la temporada estival.

El vecino presentó su queja formal mediante un telegrama.


El vecino se quejó formalmente mediante un telegrama.

El primer enunciado describe un hecho sin valorarlo (presentó), mientras el


segundo lo hace etiquetando la acción de decir (se quejó).
Los verbos que introducen la voz de otro enunciador reciben diversas
denominaciones: verbos de decir, verbos introductorios, verbos declarativos. En
general, solo el verbo decir en todas sus formas suele utilizarse para marcar una
posición neutra del enunciador; los demás verbos pueden significar:
• una toma de posición del hablante acerca del valor de verdad que hay en las
palabras o en la actitud de otra persona: confesar, admitir, reconocer,
pretender, revelar;

• un juicio acerca de la fuerza ilocutiva con que se dice algo: ordenar, aconsejar,
afirmar, pedir, rogar;

• una descripción del modo en que se dice: explicar, aclarar, contar, repetir,
exponer, argumentar;

• una especificación de la realización fonética: gritar, proferir, susurrar.

La decisión de usar uno u otro verbo se realiza en el nivel pragmático, es decir,


por las intenciones y los efectos que se buscan en la producción y recepción de los
enunciados. Sin embargo, hay que recordar que algunas veces esas elecciones están
más orientadas por las prácticas discursivas vigentes en una comunidad que por las
posibilidades que la situación enunciativa particular le brinda a un enunciador. Por
ejemplo, en los textos escritos, se evita la repetición de palabras, por lo que a veces,
el verbo decir se suplanta por otros sólo con para lograr este objetivo.

Las modalidades
El lingüista suizo Charles Bally (1932) observa que una representación mental
puede ser analizada en sus componentes: dictum -contenido representado- y modus
-operación psíquica que toma al dictum como objeto, que puede ser nombrado
explícita o implícitamente.

[…] Pensar es reaccionar a una representación constatándola, apreciándola


o deseándola. Por tanto, es juzgar si una cosa es o no es, estimar qué es
deseable o no lo es, o bien desear que algo sea o no sea. Creemos que
llueve o no lo creemos, o lo dudamos; o nos alegramos de que llueva o lo
lamentamos; deseamos que llueva o que no llueva. En el primer caso se
enuncia un juicio de hecho; en el segundo, un juicio de valor; en el tercero,
un acto de volición. La primera operación surge del entendimiento, la
segunda del sentimiento, la tercera de la voluntad. El pensamiento así, no
se remite a la representación pura y simple, sin ningún asomo de
participación activa de un sujeto pensante.
Si nos trasladamos al terreno lingüístico y nos preguntamos cuál es la
forma más lógica que puede tomar la comunicación del pensamiento,
evidentemente es aquella que distingue netamente la representación
recibida a través de los sentidos, la memoria o la imaginación, y la
operación psíquica que el sujeto opera sobre ella, com es el caso de los
ejemplos citados. La frase explícita comprende pues dos partes:
- una es la correlativa del proceso que constituye la representación (la
lluvia, por ejemplo); la llamaremos, siguiendo el ejemplo de los lógicos, el
dictum;
- la otra contiene la pieza maestra de la frase, aquella sin la que no hay
frase, a saber la expresión de la modalidad correlativa de la operación del
sujeto pensante. La modalidad tiene como expresión lógica y analítica un
verbo modal (por ejemplo: creer, alegrarse, desear) y su sujeto, un sujeto
modal. Ambos constituyen el modus, complementario del “dictum”. La
modalidad es el alma de la frase; lo mismo que el pensamiento, está
constituida esencialment por la operación activa del sujeto hablante. No se
puede por tanto atribuir valor de frase a una enunciación si no se ha
descubierto la expresión de la modalidad, sea cual sea.2

Desde el punto de vista semántico, la noción de modalidad implica que siempre


es posible distinguir en un enunciado lo dicho (contenido representativo) y una
modalidad, definida como la actitud o punto de vista del hablante con respecto a lo
dicho. Las marcas lingüísticas de la modalidad corresponden al nivel morfológico
(modos y/o tiempos verbales), léxico (adverbios, verbos), sintáctico (construcciones
de verbo + adjetivo) y prosódico (entonación).
Como fenómeno discursivo, los teóricos analizan la modalidad en la enunciación
y en el enunciado.

● Modalidades de la enunciación
La relación discursiva entre el enunciador y el enunciatario determina el uso de
las modalidades de la enunciación: declarativa, imperativa e interrogativa.
La primera aparece como una forma aparentemente neutra, que, en la oralidad,
está indicada por la entonación descendente, mientras que en la escritura, es la
ausencia de marcas la que la determina. Esta posición sensorialmente aséptica del
enunciador se debe a que en un enunciado declarativo predomina su relación con el
objeto referido y no con el enunciatario -al menos, no explícitamente. Los efectos de
sentido producidos por este tipo de enunciados, en general, no son susceptibles de ser
ilustrados y deben ser interpretados en cada contexto particular y según las claves del
género discursivo en el que se incluyen.

Hay 30º de temperatura en San Miguel de Tucumán a las cuatro de la tarde.

Como se aprecia en el ejemplo, no sólo no se señala la relación entre los


interlocutores, sino que el enunciador mismo no deja huellas de su presencia pues se
trata de una oración impersonal.
La modalidad imperativa exige una respuesta, lingüística o fáctica, y supone
una relación jerárquica entre los participantes de la situación enunciativa: el
enunciador ocupa un sitio de poder desde el que ordena al enunciatario, cuyo papel es
el de recibir y acatar esa orden.

Prendé el ventilador, Renata.


Por favor, Renata, prendé el ventilador.

Estos dos enunciados expresan una orden mediante el verbo en modo


imperativo (“prendé”); sin embargo, el primero exhibe una relación más vertical entre
los interlocutores que la del segundo, en el que se atenúa la consigna con un
procedimiento acompañante (“por favor”) 3.
La modalidad imperativa puede confeccionarse con el modo verbal imperativo
(1), el infinitivo (2) o el futuro, en segunda o tercera, con valor imperativo (3):

(1) Detecte y clasifique los argumentos de los siguientes textos.


(2) Detectar y clasificar los argumentos de los siguientes textos.
(3) Detectarán y clasificarán los argumentos de los siguientes textos.

La modalidad interrogativa se expresa a través de la entonación en la oralidad y


de los signos de pregunta (1) o de los pronombres interrogativos (2) en la escritura.
Quien interroga a otro espera una respuesta, porque considera que el interrogado

2 Bally, Ch. (1932). Linguistic générale et linguistique française. Francke. Berna, 1965. Página 35.
3 La atenuación es un procedimiento lingüístico de cortesía, tema desarrollado ampliamente en la unidad sobre
pragmática.
posee un saber que quiere conocer. El enunciador se constituye como un sujeto
autorizado a interpelar a su enunciatario, a quien le atribuye la capacidad de
satisfacer su afán de conocimiento.

(1) ¿Quiénes fundaron este pueblo?


(2) ¿Fueron los diaguitas o los incas quienes fundaron este pueblo?

● Modalidades del enunciado


Estas modalidades caracterizan la manera en que el enunciador sitúa su
enunciado en relación con:

a. Su grado de correspondencia con la realidad: un enunciador puede concebir que su


enunciado es verdadero -enunciado asertivo- o suspender la aserción. Se denomina
modalidad lógica o intelectual. Se manifiesta con una o varias de las siguientes
categorías:

- verbos o frases verbales como “Es cierto que” (refuerzo de la aserción) / “Parece
cierto” (suspensión de la aserción);

- adverbios o frases adverbiales como “de hecho” (refuerzo de la aserción) / “Tal vez”
(suspensión de la aserción);

- modo verbal indicativo (refuerzo de la aserción) / modo subjuntivo y condicional


(suspensión de la aserción);

- el futuro suele usarse para suspender la aserción (Si continúa engripado, no saldrá
el fin de semana), en tanto el presente es el que más se elige para la aserción en
discursos que aspiran a decir algo con validez universal (La velocidad de la luz es
300.000 kilómetros por segundo cada segundo).

b. La valoración afectiva o axiológica del dictum. Se llama modalidad apreciativa y


se produce con las siguientes categorías:

- verbos o frases verbales como alegrarse, entristecerse, lamentarse, congratularse;

- adverbios como afortunadamente, exitosamente, maravillosamente.

c. Su correspondencia con los deseos del enunciador. Esta es la modalidad


desiderativa y se expresa con:

- verbos o frases verbales como desear, soñar, anhelar;

- interjecciones como ojalá;

- modo verbal subjuntivo.

d. La evaluación del dictum como una necesidad o una obligación. La modalidad de


necesidad expone con:

- verbos o frases verbales como hay que, tenemos que, precisamos que;

- adverbios o frases adverbiales como obligadamente, necesariamente;


- modo verbal imperativo y tiempo futuro en segunda y tercera persona.

La enunciación – Benveniste

En “Los niveles del análisis lingüístico”, Benveniste caracteriza las unidades y


niveles por sus relaciones de integración y distinción hasta que llega a la “frase”
(proposición), en la que encuentra que éstas no pueden realizarse en las dos
direcciones. Esta unidad, si bien admite descomposición en sus partes, considerada
como predicado (significado), ella no puede ser reutilizada en una unidad superior.
Una proposición puede unirse a otra u otras, pero un conjunto de proposiciones no se
transforma en una unidad de orden superior; dicho de otro modo: la proposición está
integrada por signos, pero ella misma no lo es. Cuando analizamos el sistema de la
lengua, podemos recorrer el camino de la forma en el que una unidad lingüística se
define por capacidad de disociarse en constituyentes de nivel inferior, o el camino del
sentido, en el que la unidad lingüística se delimita por su capacidad de integrarse en
un nivel superior. “Forma y sentido aparecen así como propiedades conjuntas, dadas
necesaria y simultáneamente, inseparables en el funcionamiento de la lengua.”
(Benveniste, 1974: 126)
Por este razonamiento, el lingüista francés arriba a otra conclusión que lo lleva
más allá de la lingüística como se la practicaba en ese momento:

La frase, creación indefinida, variedad sin límite, es la vida misma del


lenguaje en acción. Concluimos que con la frase se sale del dominio de la
lengua como sistema de signos y se penetra en otro universo, el de la
lengua como instrumento de comunicación, cuya expresión es el discurso.
Son por cierto dos universos diferentes, pese a que abarquen la misma
realidad, y dan origen a dos lingüísticas diferentes, aunque se crucen sus
caminos a cada paso. Por un lado, está la lengua, conjunto de signos
formales, desgajados por procedimientos rigurosos, dispuestos en clases,
combinados en estructuras y en sistemas; por otro, la manifestación de la
lengua en la comunicación viviente. (Benveniste, 1974: 129)

En otro artículo, revisa ese carácter instrumental del lenguaje, porque entiende
que el ser humano no lo inventa como al fuego, la flecha, la rueda, sino que nace con
él, pertenece a su naturaleza. Lo que se intercambia, entonces, es la palabra (la
lengua) que se actualiza en cada acto individual; la garantía para que ello ocurra es el
lenguaje donde se funda el sujeto hablante que, a su vez, se presenta como alguien
que habla a otro. La conciencia de sí del ser humano, su subjetividad, nace en el
lenguaje y la experimenta en el diálogo que entabla con interlocutor, que también se
reconoce a sí mismo como ego en una relación recíproca.
Cuando el ser humano dice “yo” es el lenguaje el que lo está fundando como sujeto:
“Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como sujeto; porque el solo
lenguaje funda en realidad, en su realidad que es la del ser, el concepto de ‘ego’”
(Benveniste, a:181). A su vez, quien se presenta como yo lo hace ante alguien que
llamará ‘tú’, puesto que es el diálogo donde cada sujeto se constituye como persona.
Esta polaridad instaura la posibilidad del proceso de comunicación que, como la
presenta este autor, no se trata sino de una consecuencia de la actuación del sujeto
que usa el lenguaje. Aclara que esa polaridad no significa igualdad o simetría, debido
a que el lugar preeminente siempre será ocupado por ‘ego’, aunque éste no existe sin
su interlocutor, o sea, llevan una relación de complementariedad en términos de
interior/ exterior y de reversibilidad. De este modo, sostiene que cae la dicotomía
individuo / sociedad, pues se trata de una realidad dialéctica que comprende al ego y
al alter ego en una relación mutua, sobre la se alza el fundamento lingüístico de la
subjetividad.
El lingüista francés basa su definición del lenguaje como fundador de la
subjetividad en las pruebas que ofrecen las lenguas naturales, pues no existe alguna
en la que no se pueden hallar unidades lingüísticas referidas a las personas. Por eso,
examina los pronombres personales y los pone de relieve como signos especiales
debido a que no remiten como los demás a una entidad léxica sino que dependen de
su producción en un acto de discurso determinado:

“… yo se refiere al acto de discurso individual en que es pronunciado, y


cuyo locutor designa. Es un término que no puede ser identificado más que
en lo que por otro lado hemos llamado instancia de discurso, y que no tiene
otra referencia que la actual. La realidad a la que remite es la realidad del
discurso. Es en la instancia de discurso en que yo designa el locutor donde
éste se enuncia como “sujeto”. Así, es verdad, al pie de la letra que el
fundamento de la subjetividad está en el ejercicio de la lengua. Por poco
que se piense, se advertirá que no hay otro testimonio objetivo de la
identidad del sujeto que el que así da él mismo sobre sí mismo. ”
Benveniste, a: 182-183.

AQUÍ

Agrega que el locutor, en ese mismo acto, establece las coordenadas


temporales que organizan el discurso de acuerdo con ese momento que se erige como
el presente: el acto lingüístico instaura el presente desde el que se consideran los
hechos anteriores y posteriores, el pasado y el futuro.
También llama la atención sobre algunos verbos cuyo uso en sus diferentes
formas verbales afecta su sentido de acuerdo con las personas y los tiempos en las
que se los conjugue. Los verbos que (1) describen acciones o procesos, (2)
disposiciones u operaciones mentales, no cambian su sentido según las formas
personales o temporales, pero el uso de distintas formas sí afecta el sentido de verbos
que (3) señalan las actitudes de los hablantes sobre lo que dicen o que (4) denotan
un acto individual de alcance social:

1. yo camino / tú caminas / él camina


2. yo pienso / tú piensas / él piensa
3 a. yo creo que deberías asistir al acto
3 b. él cree que deberías asistir al acto
4 a. yo prometo que trabajaré todo el verano
4 b. él promete que trabajará todo el verano

En las proposiciones o frases (1) y (2), no se modifica el significado de los


verbos caminar y pensar pese a los diferentes sujetos que acompañan. En la
proposición (3a), creo indica la subjetividad del hablante frente a la proposición que
sigue a la partícula que. En (3b) el verbo creer sólo sirve para que el locutor
introduzca las palabras de otro enunciador y describir su posición frente a lo que éste
dice; o sea que el uso de la tercera persona “borra” la subjetividad del que elabora el
enunciado. En la proposición 4a, quien habla se compromete a realizar una acción y
asume las consecuencias que implicaría no cumplir su promesa; la 4b, sólo se
describe la acción de prometer que realizó otro distinto al enunciador.
Estas distinciones nos indican que Benveniste ve en las modalidades y en los
actos de habla marcas de subjetividad. Sin embargo, hay que notar en estas
reflexiones lingüísticas su desacuerdo con respecto a la segunda versión de la teoría
de Austin en la que este filósofo cancela la distinción entre actos constatativos y actos
realizativos.

Advierte Benveniste que hay que distinguir entre las reglas que rigen el empleo
de las formas (fonológicas, morfológicas, sintácticas y semánticas) y las reglas que
ordenan el empleo de la lengua. Son las segundas las que interesan al estudio de la
enunciación que explican la relación entre el locutor y los caracteres lingüísticos que
escoge en la producción de un enunciado. Este proceso puede ser estudiado como:

• la realización vocal o gráfica de la lengua, es decir, desde la materialidad del


acto;
• el mecanismo individual por el que la lengua se convierte en discurso, o sea, la
conversión del sentido en palabras;
• la manifestación individual que actualiza los caracteres formales de la lengua.

El enfoque de Benveniste es el último. Por eso, considera que antes de la


enunciación la lengua sólo es potencia; después, la lengua se actualiza en una
instancia de discurso -oral o escrito- de un locutor que espera un auditor y que
proyecta otra enunciación a cambio. Toda enunciación es, a su vez, una alocución y
postula un alocutorio; al mismo tiempo, en ella se utiliza la lengua para expresar una
relación con el mundo, representarlo.

La condición misma de esta movilización y de esta apropiación de la lengua


es, en el locutor, la necesidad de referir por el discurso y, en el otro, la
posibilidad de correferir idénticamente, en el consenso pragmático que hace
de cada locutor un colocutor. La referencia es parte integrante de la
enunciación. Benveniste, 1996: 85.

La inscripción del locutor en su enunciado genera que cada instancia de


discurso funcione como un centro de referencia interna. Por eso, el autor ubica en
primer lugar los indicios de persona: la relación locutor (yo) – alocutario (tú). Luego
enumera: los indicios de la ostensión, que implican un gesto que designa la relación
del locutor con los objetos nombrados (este, ese, aquí, allá, etc.); las formas
temporales, que se organizan en torno al EGO, centro de la enunciación; las formas
sintácticas que sirven al enunciador para influir en el comportamiento del destinatario
(la aserción -hacer saber-, la interrogación -solicitar una respuesta-, la intimación
-hacer hacer); las modalidades formales como los modos verbales que manifiestan
las actitudes del enunciador hacia lo que enuncia y las frases que se usan con la
misma finalidad (quizá, ojalá, lamentablemente, afortunadamente, es cierto).

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